Cuerpo sobre cuerpo Antología poética
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Cuerpo sobre cuerpo Antología poética
Edición: Olga Rosa Ríus y Luis Rafael Diseño interior: Alfredo Montoto Sánchez Corrección: Delia M. Sola Composición: Evelio Almeida Perdomo Diseño digital: Alejandro Jiménez
© 2001-copyright Editorial Letras Cubanas, Editorial CubaLiteraria Todos los derechos reservados
Editorial CubaLiteraria Instituto Cubano del Libro Palacio del Segundo Cabo O’Reilly 4, esquina a Tacón La Habana, Cuba www.cubaliteraria.com
Umbral Necesito incor porar un misterio para devolver un secreto, una claridad que pueda compartir. JOSÉ EUGENIO CEMÍ
1 La noción de claridad subyace en toda escritura. Iluminar es la intención explícita y el recurso más íntimo de un escritor. Por decirlo de algún modo: iluminar, en poesía, es alcanzar a situarse en el punto original de la invención. Se trata, sin embargo, de una noción cuyos modos y cimientos son profundamente cambiantes, y puede encontrarse en escrituras muy diversas. Los mejores textos de la poesía cubana y universal de todos los tiempos —aquellos a los cuales solemos volver varias veces en la vida un poeta y otro, una generación y otra— muestran esa avidez de iluminar que está en la esencia de cualquier gran escritura. También en este tiempo finisecular que nos ha tocado en suerte —donde casi todo vale y casi nada significa— la poesía y los poetas insisten en incorporar misterios para develar secretos, y la eficacia de sus imágenes liminares discrepa continuamente de la retórica verbalizante y trivial, confusa y vacía, que con excesiva diligencia nos proponen ciertos técnicos de la palabra. El poeta va a la palabra y la escribe en versos porque intenta poner en claro para sí y para otros un/su mundo,
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y cifra esas representaciones cotidianas, sus imágenes, para estar y permanecer allí, no solo nunca más él únicamente: viaja del misterio originario hacia una claridad que pueda compartir. La pertinencia de la escritura como creación está entonces en el estremecimiento que provoca, el sentido que propone, la contundencia de lenguaje que presenta. 2 En las explicaciones acerca de la poesía cubana de esta segunda mitad del siglo XX —y en general en el ámbito del idioma— la noción de claridad suele asociarse a un momento de la poesía: la llamada poesía conversacional —exteriorista, coloquial, realista, de la existencia, antipoesía— y se la suele presentar como expresión de una voluntad de estilo propia de las realidades sociales y literarias de los años sesenta. La superación de la norma poética conversacional como discurso dominante —metamorfosis ocurrida en los últimos lustros y resultante de un complejo proceso de acumulaciones, cuyos elementos definitorios hay que buscar en evoluciones de lo literario pero también en mutaciones de lo real— difundió una lectura parcial, utilitaria, de la noción de claridad, que condujo en parte a la proliferación de verdaderos laberintos escriturales y a determinada subvaloración u olvido de una función intrínseca del texto literario: su función comunicativa. Una amplia zona de la poesía publicada en Cuba durante estos años y casi toda la crítica dominante, benefició con excesiva frecuencia textos portadores de esos nuevos códigos: cerrados sobre sí mismos, deliberadamente oscuros, profundamente intelectualizados, 4
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pero también y en buena medida, confusos en lugar de ambiguos, distantes del rigor, la profundidad y el riesgo, que quizás le hubiesen permitido constituirse en una expresión literaria modélica o, si se prefiere el término, en un experimento pertinente de otra escritura. En un poema antológico de los años ochenta, «La luz, bróder, la luz», Sigfredo Ariel nos proporciona una clave para entrar al mundo cotidiano y al imaginario simbólico de un escritor, a la grandeza y a la miseria posibles de ese proceso que lleva a alcanzar el punto de invención poética. Los versos finales develan la intención del poeta, el sentido y el destino de la poesía: quedará la luz, bróder, la luz/ y no otra cosa. Es la misma clave de luminosa certidumbre que Teresa Melo extrae y re-crea diez años después en «Fin de siglo», un poema que ya sentimos inolvidable: Por desear la luz, por retenerla, atravesamos cualquier oscuridad. Luz íntimamente deseada, que no se retiene sin intención, que no se nos entrega, claridad que debemos alcanzar siempre que se trate de poesía, más allá de escuelas y de dogmas y de todo el caos de la época pos. 3 Estremecimiento, sentido, contundencia de lenguaje; esos tres elementos quisimos encontrar en los poemas que integrarían este catálogo. Aspiración —sabíamos— imposible de alcanzar en una muestra de autores jóvenes, pero que nos permitió operar con un método y situarnos en un punto de partida pertinente para dotar de intención literaria esta selección de sus textos. 5
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Los poetas que aparecen aquí fueron seleccionados entre algo más de cien autores de todo el país, que escasamente rebasan los 25 años, cuyos textos —inéditos muchos, lanzados otros a la luz por pequeñas editoriales de provincia, algunos ya legitimados por su premiación y/o publicación en certámenes, revistas o editoriales que forman parte de los circuitos nacionales establecidos de promoción y circulación de la poesía— fueron leídos con igual rigor independientemente de su procedencia. Hay muchos autores casi desconocidos hasta ahora cuyos poemas iluminan estas páginas, alguna ausencia que somos los primeros en lamentar. Estamos seguros, sin embargo, de que este Cuerpo... no dejará indiferente al Lector, común o especializado, que se acerque para hallar lo que él ofrece: las consistentes voces reunidas, por primera vez, de una nueva promoción de poetas cubanos que apuesta por la poesía desde experiencias de vida y escritura muy distintas. Esta selección da testimonio para el siglo que comienza del intenso quehacer poético de los jóvenes de la Isla en el fin de siglo que termina, y aporta otra vez pruebas del carácter singular de la Poesía, de la diversidad de apariencias conque suele presentar su pregunta —eterna más que clásica, recurrente más que circunstancial— sobre el sentido último de la existencia humana. Acaso alguien reclame aquí un pormenorizado análisis de los textos presentados. No es la intención que anima estas páginas. No lo creemos necesario. Mejor rebasemos ya el suave Umbral, entremos de una vez al Cuerpo... Y goce el Lector, como gozamos nosotros día a día, la luz pendular de un mundo que oscila y amanece. 6
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Pero no nunca olvide, por favor, que la claridad de estos versos que ahora compartimos fue extraída de la más densa niebla: necesitó, antes de devolver su secreto, incorporar un misterio. A YMARA A YMERICH EDEL MORALES
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José Ramón Sánchez
I Aislada noche Aislada exhibe la noche su quietud o silencio. Temores trepan a los sentidos del que parte. Salta el rayo incierto dibujado por la luna: Rescata paisajes del sueño que pugnan por nacer. Apenas la sombra persiste desnuda entre piedras. Apenas se abre vacía la mirada al seno de lo oscuro. No ve la mano definitiva que esta hora brinda: / Nunca igual. Parece insinuar persecuciones el mismo eco / que despide.
VIII Cubierto el lobo El lobo: Cordel veloz que por mi odio pasa, me admite. Estoy asistido por la baba que gasta. Me supone el vestigio que lleva soportado. Yo, colmillada fiel y regustada en fue-
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go malcriado. Fuego que porfía silente al pecho que seduce y recibe los rojizos copos de bronce. Del lobo la pelambre miente cañaveral de liebres. Mastico personajes que me iniciaron y habitan. Entiendo sólo a este. Su trabazón y el banquete. Ronquido voraz como un idiota tenido en el sabor que el gusto concede. Hablado el sol deshace su éxito. Artesanal voz y redonda. Obispado que interpretan los vivientes mientras la punta de pelo gris se repite en formas de agotar me para sentirse avergonzado. Yo fui avergonzado. Para imitarme, desnuda lengua del valle, barriendo este animal en juego que recita la luz (marino en años) de un puerto que interroga. Pero al otro estío por las calles vacilaba más allá de la cabeza guardiana, su peso comprendido. Y el lobo que no me piensa, alerta de músculo colmillado. Y en el gruñido, fuertes las patas tiesas (todos así). ¿Diré que el lobo es un ácido corruptor y combativo? El miedo con la garganta hundida. Su harto estómago asimilable. Letanía del cuerpo que me acompaña en resistencia, puesto a no morir mientras me alcanza llevar el rastro con párpados cerrados, la trompa herida. Las hojas tenaces del lobo son yemas cultivadas en el bastón tuberoso. Su fiebre asoma confundida con el hambre de rodillas servidas en caer y maniatadas para su aliento que es odio tímido, no abierto, errante por sudorosos cuartos traseros y golpeados. De veras el hambre da su acento en el lobo. Y en la guarida al patio nuestro, de veras basta despojarse por el otoño y re-crearse, ser rebasado. 9
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En cántico por el sonido oscuro extrañamente anuda los azules juguetes de la tarde. Luego sentado se incorpora al perro y lo seduce con las rojizas gotas de su lengua, por el cuero lamidas, y más adentro engorda maduro por el tronco. Quizá perfecto bajo la sombra que entrega.
IX Caballos y en la crin la noche Caballos que la noche llevan a sus crines y habitan de trotes la piel de la memoria con chispas, coces y sudores al espacio, se viran a mí. Sus marcas la pregunta abren. La forma se pierde. Un largo quehacer de árboles embosca el templo, y la oración suspende el trote que deshace y le bebe piedras. Soltarse de la mano caída que el pelo roza, suspende un trote largo extendido aún más. Parece algo que el miedo dibuje sobre la blanca sombra y disipa en agujeros de sombra densa que existe cuando escucha un temblor en ecos sostenido y al límite color deriva: Aquí donde la forma cambia para tener la taciturna condición que espera, que ofrece. ¿Qué regreso ofrece?, si yo no evito (y lo parezco) que atrás quede un desnudo cubierto por la hierba.
XV Sangre Sangre que ya no he visto, corre. Sangre lavada en el agua sin placer de las alcobas, arrastra el vencido gesto de la pareja acompañada y diurna pecho a pecho. (Presiden todo amor las flores rojas). Trabaja la sangre su 10
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vino, bajo frutas y niñas maduras. Comprende la tierra, que sangre bebe su codiciosa lengua. Que disminuye luz en la carne solar provocativamente. Que con sangre aplaca su multitud errante de criaturas, y declina azules con ambición celeste. Una disciplina del tiempo ensangrentado nos corroe. Canto de sangre sufre la libertad alzada en ruinas. Liberado de Dios y toda sangre, vestido en fuego, el hombre dulcemente la sangre espera.
XXXIII Desnudo en mí tu cuerpo tiene estancias donde crezco. Es un volver sin fondo a la mirada y el fuego que lame los costados de tus pechos: Acto de sol que destruye lo esperado y abre en mi sangre golpes azotando la forma enemiga y transcurriendo.
XLII Sometido a la muerte que mi cuerpo adquiere, he buscado en el tuyo la doble constancia del morir. Dos cuerpos entregados uno al otro significan (ya sabemos) doble muerte. 11
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Doble sangre viva latiendo de temor. Doble respuesta exigida de eternidad.
XLV Acompañando en la muerte a un hombre viejo A Ramón Leyva Zayas
Se duerme sin saberlo el hombre viejo y muere. Desnudo y al calor de su intemperie, ocupa indiferente una mínima porción de su ancha cama: Hundida al suelo, pesada y de madera oscura como un cofre que condiciona en el suelo reposo maternal sin movimientos. Ahora techo y paredes recuperan todo tedio y como lápida oprimen los flancos del que yace con una espera labrada en horas de vigilia y sueño. Y las ventanas, furiosamente abiertas al reclamo de la calle, desordenan fragmentos de esta tarde que no cesa. (Tarde inaugural que califica otras tardes y toda eternidad precede). Pañuelos sucios y moscas, decoran un rostro que la miseria para agrietar, fundió en pesadas tinieblas de su seno. (La pesada tiniebla que al hombre por no asombrar, asusta). En cada esquina del cuarto, y en cada hueso húmedo del viejo, gravita un plazo arrancado sin disculpas a la muerte, y no resuelto en ninguna profecía, ni en la mirada fugaz del que teme su victoria y participa en las promesas de recuerdo que sin pretexto otorgan, aquellos que comparten la irrevocable soledad del muerto.
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Luis Eligio Pérez
bajo tea Dos palabras de más y hago de su cara un parche. Unos obran así, otros no, absolutizan. El color está en la mente, la sangre lo imita oscura. La naturaleza da el baño en oro, no puede en la mente. Yo bajé por el camino del solar y subí entre gritos y tijeras, creyendo: sólo de un lado se es sabio, del otro se admira la sabiduría. Admire, no hable. Dos palabras de más y bajo tea, hago un parche de su cara; la suerte:
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servir la mesa, esperar a media luz abierto el camino de los hijos. Abierto: primero mi placer, a lo mejor el suyo. Pídalo. Pero mida las palabras, dos de más y bajo tea.
identificador Soy el caduceo en la testa. Sostengo todos los verbos ilícitos. Existir por más que no te lo permitan. Asere, asere, asere, y tocas madera.
mente clara Lo oscuro: esa lengua y esa forma, lo incapaz, piensa: San Alejo me protege: lo blanco está desde las sábanas hasta el niño. Se sostiene de mí yo, supremo porque lo imagina, tú estás claro, me dice, tienes el hilo de las palabras; 14
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yo, supremo, sin embargo lo escucho, esperando un voto de sabio, la transparencia en sus ojos.
convenio trascendental Tú esperas que un hombre haga la cirugía a tu vida— yo espero que una mujer. Estamos a ras. Arreglas el cuerpo. Yo mantengo el sentido y el don. Conoces todas las filosofías, las humanidades, armas que cambias por una noche. Quischá tuto se te dé. Quischá tuto se me dé.
así tu ausencia (ruptura) La Kopf sobrevive con la muerte. El hígado tiene avidez; caminar la ciudad, ir bajo las espaldas, dejarlas en el acto, no la complace. Estoy acechante en escaleras 15
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que conducen al vacío (tiempo de ruinas), viendo pasar cuerpos con fina vestimenta, y el disparo que mata— criminal devuelto a la ley, me hace civil, la Kopf sobrevive. Puedo saborear las frutas del ágora. El zumo de esta, esta, aquella otra serán la suma de la tranquilidad... el hombre solo, el hombre sin monedas, el hombre preso, son uno mismo— Un hígado que poco asimila el líquido, la frescura, insubordinado solo quiere volver a la calma. Pero qué violencia, ay, en el regreso: hay otros manjares, vías: duermen en el significado: Manjar. El significado: Manjar. Supongámoslo un verbo: Manjar. Bajo aquellas espaldas... Bajo aquellas espaldas... ver loma, árbol, también me sume en la asepsia; aquí, piedras: urbe y pintura donde el hombre va a multiplicarse, matar la Kopf.
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2 Caminar la ciudad te ratifica, llegar al interior de las piedras y no encontrar más que en la mente, te hace el posible sentenciado. Es volver a salir, esconderse en los bancos cuando el día se ha teñido, aguardar en escaleras cuando aún conserva la blancura y estos tiempos de modernidad descubren las porciones blandas de cuerpos ajenos (una vez me detuve, espalda al cristal, y lo pensé: un preso soy). Deberías aparecer mientras tiro estas semillas, las próximas...
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Arlén R egueir Regueir egueiroo
Últimas palabras del joven Rimbaud al poeta Paul Verlaine para N. E.; cómplice
hermano paul querido verlaine mi amante ayer te he visto pasar desnudo embarazado de dolor en todo tu parto adivinando el iris de mis ojos tras el lienzo dormido o despierto insomne o sonámbulo pero caído hasta mi piel con el orgullo de la ciudad atemperando el cemento ayer a ratos me sentía un pájaro era uno de tantos con perfil de cadáver donde quiero deshacerme prisionero esclavo del vuelo sobre mi lumbre
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ayer parís no semejaba parís tan sólo un simulacro de la aurora y notre dame parecía tu pupila corriendo la lluvia hacia el sena condenándose ayer a ratos no era homicida ícaro sin alas mecido por las llamas eléctricas como un muro y lejos tan oscuros como el mar morían los mirlos del cansancio fugitivos en su propio fuego ayer casi isla me quedaba* y hoy también desnudo y sin sexo me atrevo a ser roca con pálpito de templo cuando aborta la tempestad los calendarios y no me basta la sed ni se corrompe este verdor entre mis piernas ayer fui pájaro y un reloj otro cuerpo sin precio ayer a ratos quise ser cruel quise morir y tú no estabas era inmortal para ver en mi rastro la edad del almendro adiós hermano paul querido verlaine mi amante
* Arthur Rimbaud.
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quiero morir y nada puede salvarme el albatros ha partido las islas son tal un pueblo de barcas y la noche un solitario puerto donde errabundo espero ebrio con mi naufragio de naipes inválido de tiempos hermano paul querido verlaine mi amante haz que la ciudad coma su polvo*
Los senderos del polvo III Siempre el mismo rubor, extrañeza de la saliva amansando las encías del barro, una multitud de cuervos entre las piernas, esperando el descenso, su primera caída sobre estos charcos sin alivio, ya sin aliento. Tampoco es raro que sucumbas, lentamente rendido detrás del oprobio, casi lamiendo tus sandalias, el sucesivo adarme de los puños que aún te golpean, que de lo gris se levantan para volver a ofenderte.
* Arthur Rimbaud.
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VIII Ardía la frialdad de los aires, tranquila; mientras una absorta columna, entre el fárrago de los collados le seguía llorando ámbar, vaciando cada una de las paredes de su vientre. Madres, hijas, hermanas; todas ellas ambulando los ruidos, menudos y veloces, del sosiego. Todas ellas inevitable, puertas desde la curva final, donde las rendijas del sol existen. X Cómo duele despegar tanta sangre viva atada al nudo escurridizo en el candil; arrojar los pedazos al tronco de una higuera, alimentando la arena y los cerros con sus llagas. Cómo duele mirar los franjeados signos, las verduras que derramen ciertos poros, donde cada insecto hurga en su cadáver una cena intacta para imitar la costumbre.
Los tatuajes del alma yo he de nacer de mí socorriendo a la madre que se avecina imposible como imposible ha de ser el vértigo mismo por la errante mortaja de la arena yo no soy de esos que aman a su madre cuando la noche aventura un ojo impúdico 21
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desde el invierno que la piel ilumina sobre los rastros del polvo yo no soy de esos travestidos de lluvia donde el estío es tránsito calculado ausencia de sí en el sepulcro de la casa mi madre puede ser un perfil semejante muriendo cada tarde los tatuajes del alma y no ser padeciendo mi vientre sólo huesos
Pronósticos del mirlo padre recuerda que también has pronosticado el mirlo has cosechado la ausencia y yo no puedo más que elegir acostumbrarme a ser la rosa de signo oscuro o morir una extraña levedad de todo padre puedes volver a las columnas a los techos graves de la noche a la fugaz penumbra de los adulterios padre puedes partir seguro jamás robaré tus cigarros jamás beberé tu vino
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José Ernesto Cadalso (Che)
El árbol de las copas Estoy sentado bajo un árbol de copas bajo un árbol de copas puede sentirse el viento las copas pueden moverse, entonces, se pueden sentir / los brindis Ahora has llegado tú en la hierba hay copas, están por todos lados Tú te acuestas boca abajo y se te caen algunas copas en el pelo Bajo el árbol de las copas el tiempo no se siente Bajo el árbol de las copas la tristeza se marcha Seguro que ahorita llega un niño (los niños siempre andan perdidos) El árbol de las copas no es de nosotros a lo mejor quería jugar bajo el árbol Has sacado una botella de champán El árbol ha seguido botando copas Nos levantamos para irnos Todo ha quedado atrás y cuando llego a mi casa una copa se ha virado / encima de la mesa
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El árbol de las copas ha desaparecido El tiempo lo ha borrado.
Los amigos Los amigos un día no llegarán y será un acontecimiento horroroso Los amigos se irán con sus bicicletas a pasear / a otros lugares Los amigos son como hojas de un árbol que se caen un día no llegarán y será el otoño Será el pájaro que vuela y no volverá a posarse Los amigos llegan con sus esqueletos a contarme / las estrellas pero un día no volverán Los amigos un día se perderán en el bosque Ese bosque que es tan grande para nosotros ese bosque de cipreses y aves silvestres Los amigos un día no volverán y se perderán en el parque Yo los saludaré con un movimiento de mano y les diré / hasta luego después tiraré un barco al agua a ver si flota
Una tarde melancólica en Ostende He salido de mi casa con una idea con la idea absurda de sentarme bajo un árbol 24
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He salido con la idea de ver trepar (si se puede ver trepar) a un cocodrilo por una de esas matas He salido con la idea de involucrar mis pasos mientras me pierdo en la espesura del bosque Hoy he salido a caminar bajo los árboles pero no he salido para ver las matas para ver los cocodrilos No he salido para ver eso ni siquiera he salido para ver los pinos que posan sus ramas secas en mi cabeza No he salido para ver eso He salido para verte a ti mientras apareces en una esquina azul de este bosque
Como un banco como un abanico Miro mi reloj de arena por la ventana parece que lo único que tengo que hacer es contar sus granos No tengo otra cosa que hacer que contar las gotas / que caen en la noche Despacho mi hígado para que se lo coman las moscas 25
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y estrujo una hormiga en el papel Parece que no tengo nada que hacer que no sea eso Busco silencioso mis zapatos debajo de la cama y no sé por qué recuerdo un día que estaba bajo la noche persiguiendo lechuzas Saco a pasear mi último recuerdo Veo tu recuerdo borroso en la pizarra rompiendo la cabeza de un bolígrafo No sé por qué aún me miro las manos Recuerdo tu voz y no sé por qué aún cazo saltamontes Veo las flores caer a lo lejos y escribir mi piel y veo mi piel arrugarse como el viento Quiero matar y no puedo Quiero coger el aire en un pañuelo Veo el reflejo en la mesa y escribo su superficie no sé por qué estás aquí Te escribo en las aceras en las palmas, en los charcos en las pencas Te recuerdo en un banco, te recuerdo matando / mi recuerdo bajo la noche para una lechuza Ya no hago poemas buenos sobre los charcos Tengo calor te escribo esta carta y me voy no sé por qué aún te veo / en la noche Se me acaba la tinta y aún me escribo las manos aún voy a ver las tardes, aún veo las hormigas pasar aún veo tu sonrisa, aún creo en la poesía aún te veo en los charcos Buscando el viento por las noches y yo aún me mantengo en esta mesa 26
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mientras espero por el paso de los trenes Veo las caretas que se usan en los teatros colgando / en la alambrada despacio como el viento y escucho tu imagen en los raíles He llorado mucho por ti y he visto muchas lechuzas pasar Escondo los pies para que no los vean y veo tu sonrisa en mi banco riéndose en un árbol Te di la noche para que la vieras para que observaras su luna sobre la superficie / de una azotea mientras se oía la música de los árboles Tú me comiste la risa y la distancia diste de beber a mi perro bajo los árboles Yo nunca te escribí un poema falso ni te lo escribí en las paredes Tú viste día a día pasar las tardes sobre la cubierta de las hojas metiendo mi mano por mi garganta y alumbrando en flor Yo nunca te escribí en las paredes sino sobre las matas de coco Tu imagen pasó muchas veces sobre mi escalera y un día adiviné mi suerte en un sueño era doloroso y triste y nos perdimos en el bosque protegidos por la cubierta / de los árboles Tú sabías que era una noche oscura pero no te importó un carajo Yo paso genio ahora con mi bolígrafo mientras se me cae el pelo Doy a los dinosaurios su comida y espero las estaciones Yo doy a mi bolígrafo comida para que se la coma 27
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y me escribo las manos Sólo recuerdo cuando nos perdimos en el bosque como un banco como un abanico a descubrir las estrellas
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George Riverón Pupo
aullido por Allen Ginsberg We´re all beautiful golden sunflowers inside. A.G.
Hoy no tengo más que este disfraz de hombre para asistir a tu llegada un pañuelo de aguaceros para escurrir los hermosos girasoles que desprendes de la voz y un ojo maldito por el que miro cuán duros fueron tus anhelos Yo soy de los que desnudaron sus ángeles angustiados moribundos consumidos por el frío y la asfixia de la droga Ah si yo tuviera cómo devorar el fuego de la carne y fundirme con él bajo la noche inmensa pero he visto a los que se cortaron sin éxito las muñecas tres veces consecutivas
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abandonaron y se vieron obligados a abrir tiendas de antigüedades donde pensaron que se estaban volviendo viejos y se echaron a llorar y no pude ofrecerles mis libélulas este desequilibrio de hombre Si yo tuviera al menos la mano de Carl donde apoyarme donde escribir un breve poema y ver el santo día de tu nacimiento Si yo tuviera amigo Allen dónde acurrucar mi cuerpo dónde echar a arder mis huesos e improperios dónde cavilar con mi cabeza de animal fantasma como aquellos que se sentaban sobre cajas inspirando la oscuridad bajo el puente y se levantaban para construir clavicordios en sus áticos Yo que no he tenido más que un acordeón transparente de sonido y estos discos que escucho noche a noche Cuándo llegarás Allen Ginsberg tomándole la mano a Carl para que todos sepan que le amas que tus dientes son su arma filosa en las madrugadas bajo el puente Estoy obsesionado y no tengo más hilos que este ovillo Quiero llegar a ti para averiguar si tú habías tenido una visión 30
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para conocer la Eternidad y me han sido negados los caminos A tus sesenta y nueve años vuelves a ser un niño esperando la hora de comenzar a andar y yo estoy contigo enfermo de tus poemas cabizbajo y nervioso y no estaré a salvo mientras no estés a salvo y ahora estás realmente sumergido en la absoluta sopa de animal del tiempo como quien se libera de su cáscara y la convierte en el escudo de su gloria Llega pronto Allen Ginsberg pero trae de Carl aunque sólo sea su recuerdo ya nada devolverá a su cuerpo el alma ni la salvará del verdadero pingpong del abismo Llega pronto escaparé contigo ahora Denver siente añoranzas por sus héroes
este verano hace crecer las flores Este verano hace crecer las flores y ya nadie escribe poemas al cansancio nada obstaculiza el paso del tiempo cuando mi casa se abre en dos mitades desiguales nada se interpone al llanto de mi madre que como loca corre gritando que tiene ganas de morirse 31
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que su cabeza le da vueltas como una pelota rodando en el vacío Volver cuando la casa es un testigo que pregunta y nadie sabe responderle (al parecer las casas no hablan nuestro idioma) sólo la mesa y el pan de casi a diario envejeciendo en su costumbre sólo la mesa y una silla vacía esperando Este verano hace crecer las flores y la casa se llena de olor tristísimo Los muertos comienzan un rito transparente y es la voz de mi madre que canta su cansancio es su voz envenenada la que hace bailar a los danzantes qué dolor tan íntimo provocan sus palabras es un dolor que arde Una luz que se prende haciendo crucecitas en la piel Nada nos sostiene apenas una cuerda y mi corazón se transparenta mi corazón que es una barca sin nombre y sin destino Este verano nadie escribe poemas al cansancio mi madre ha dejado de morirse y ahora canta una canción extraña un nuevo salmo para ahuyentar los días mientras se pierde en un jardín de flores muertas.
poema al amor prohibido Terminada la función las bailarinas se besan apasionadamente 32
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mientras retiran el maquillaje de sus rostros El escenario es ahora un país inhabitado donde danzaron bajo las luces las extrañas muchachas que se aman Hay fuego ardiendo en las pupilas del acomodador que muere ensimismado y se levanta muerto y echa a andar despaciosamente dejando atrás el acto feroz del amor prohibido Las bailarinas comienzan su danza metafórica su danza solitaria de los siete velos y la música se eleva desde el alma y el corazón les estalla con sus luces de neón con sus alas abiertas dispuestas para el vuelo Detrás de los espejos las bailarinas asisten a una función eterna sin más vestuario que su propia desnudez mientras afuera llueve y el acomodador baña su única muerte y se va feliz feliz cantando su honda soledad.
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los días del perdón te beso y te echo al mundo, te beso y te entrego a los soldados.
Detrás de los cristales la ciudad se encoge de hombros y yo simplemente soy un vagabundo Morir sería la solución exacta el remate justo para estos días de pérdida Pero yo deambulo me ofrezco al dolor como si todo en mí no fuera nada Qué hacer con tanto miedo lacerando mis costillas con tanto fuego ardiendo en mis adentros hoy que un silencio me penetra anidando mi vocación de pobre diablo Los días del perdón suelen ser un gran abismo disputándose mi vida Días de morir y nacer de morir y morir y volver con una muerte gris y fría como un dardo Días sin sol donde el mundo se sumerge como un mar de culpas Días del hombre Días de Dios bebiéndose mis años Los días del perdón han tendido un muro altísimo 34
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el que no puedo derribar con mi amuleto Mis muertos duermen puesta tengo la cena para ellos y no hay señal de sus fantasmas Vacío de mí abro los brazos ofreciendo mi dolor a los soldados a los malditos seres que en la noche se vuelven cazadores Días del perdón minutos cayendo en un reloj de arena desierto donde el tiempo pasa minuciosamente Días de mí espejo para ahuyentar la imagen y su eco reverso de un dolor sin límites transparencia para disimular la redondez del mundo aun cuando al mundo le falte un país azul como la vida Apenas soy un pasajero pero en cada estación voy dejando un pedazo de mis carnes un sueño que conduce a la agonía trampa donde pierdo los ojos para regalártelos hermano ojos que se abren y se cierran añorando cerrarse para siempre Tú puedes entenderme lo sé por eso deambulo con mi soledad a cuestas intentando desprenderme los recuerdos agujereándome el alma 35
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sin importarme que estoy muerto que es sólo Hueso y Nada lo que soy Días del perdón donde los hombres se construyen la esperanza una casa grande y verde con árboles frondosos y animales domésticos casa con muchacha riendo en el traspatio dando de comer a las palomas Días del perdón única salida hacia un país desconocido donde todo puede volver a ser como en los sueños isla con cocoteros y una playa aguas para limpiar lo que no puede limpiar el desamor.
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Michel Aguilar
Hago un dibujo De las líneas que suben y luego bajan con cierta irregularidad por el poste del alumbrado hasta la acera, hice una claraboya (no se me comprendería mejor si digo que abrí una puerta). Con un pie puesto en el umbral y otro en la calle, fui detenido, obligado a disentir de mi plan. No había luz. Sólo una agónica porfía entre las ramas de unos árboles me indicó que la luz podía estar, podía en cualquier momento caer, pero no aquí sino en otro sitio. Miré la curva que el poste tendía ante mi paso. Era un signo de floración. Me detuve otra vez, con precisión. Por falta de movimiento empezaba un espectáculo: Para que nadie me viera ajeno, el poste —ese animal telúrico— se había doblado sobre sí mismo, sobre mí mismo, como un oráculo; y me mostraba su foco vencido, una cantidad apocada, su resistencia, una gota de luz.
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De esas líneas que subieron y luego bajaron por el poste del alumbrado hasta mi espera, decidí hacer una borradura (no se me comprendería mejor si digo que cerré una puerta).
Pintura Entre las roscas de alambre, mi cabeza entre tiras de un instrumento de cristal. Entre cuchillos y pistones, mi conversación entre los cables pelados de la casa. Este es el mundo-dardo. Aquí la espátula que muerde, aquí el tubo de plomo, las uñas enterradas en cera, la noche puesta como un casco nulo. Si estornudo me vuelco. Me revientan las finas manos en líquidos que chorrean las palabras. Si me vuelvo una minucia —y he de volverme— me salgo del cuadro y no vivo.
Por un cristal vi Invertido su delgado corazoncito de melón, la niña se atravesó la garganta con un abridor amarrado a la pared. 38
Cuerpo...
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En la lata del cuerpo no habían oraciones ni cálidas compresas ni oréganos enterrados. La mezcolanza abría un vacío, cerraba una pupila. Su cabeceo arracimaba golpes de cuero. En busca de semillas para ver se encontró su grueso dardo de cristal, su astilla roja, a la derecha. Y posesa, la niña, se besó lívida al espejo.
El sueño* PÁGINAS ESCOGIDAS. Jorge Luis Borges. Colección Literatura Latinoamericana. Publicado por Ediciones Casa de las Américas, 1988. * Confieso que aquí me faltaba un texto para el libro. Con alguna curiosidad descubrí que esa minucia había sido escrita ya por otro, o, lo que es más preciso, por Borges. Como entre ambos, Borges y yo, mediaba una muerte, y como a vistas toda su desventaja era proverbial, decidí ponerlo puntualmente en este espacio, y pensar que nada nos añadiríamos el uno al otro, y que nada nos salvaría, ni a él por estar muerto, ni a mí por todavía presenciar el error de la vida. Me explico mejor: Si yo hubiese escrito el poema, seguramente se titularía EL SUEÑO y comenzaría 39
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diciendo más o menos así: La noche nos impone su tarea/ mágica. Destejer el universo,/ las ramificaciones infinitas/ de efectos y de causas, que se pierden/ en ese vértigo sin fondo, el tiempo. Me ubicaría hoy en la página 90 de sus PÁGINAS ESCOGIDAS, hacia donde conscientemente envío al lector.
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Luis L. PPita ita
Delirios del escriba Siendo el vino que no existe suficiente contaré mis delirios. J.Z.Y.
Olvidar, jamás quisiera olvidar, tabernero pero qué es la muerte sino tú, esta taberna, mis viejos juramentos quebrantados por las ratas. No soy la ausencia que va quedando en las escasas / monedas del día, ni los rostros que veo en los últimos minutos / del silencio. Mi pecado es la canción de los que siempre entran y nunca / regresan a este aroma, de humos y sueños a este vicio de tragos y olvidos. Un escriba puede deambular en la inmortalidad y vagar en el aliento de la noche; confesar el pasado que habita en sus ojos quitarse la máscara, predicar su dolorosa lejanía
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para convertirse en una leyenda. Un escriba puede extinguirse en la rareza / de sus palabras para evitar en la desgracia de los sueños. De madrugada cuando en estos pasillos te he visto con esa extraña forma de mirar la soledad, la muerte empieza a envejecer en mi corazón como una bestia callada en sus lágrimas, es entonces que dejo de ser ciego como la oscuridad y vuelves a ser testigo detrás de mis párpados cerrados del bufón que Dios viste para que la risa parezca dolor. Nada vengo a ofrecerte ya no puedo inventar amigos sentados en estas mesas. Solo vengo a ti y es de otros rostros, con mis gastadas sandalias que dibujan sus pasos sobre la bellísima soledad del fuego. Todo lo soy la eternidad, la palabra, el tiempo que habita en los hombres. Algo me sucede para vivir, para cuidarme / de estos delirios. II Todos vierten sus vidas, sus sueños, en el fondo sin fin / de estas jarras. Entregan su suerte deshojada en secretos a la bestia dormida entre las caricias del lobo, a la muerte eterna que existe bajo sus pupilas. ¿Pero qué es la muerte? Sino el itinerario del infierno, las ruinas donde envejece la vida la vida, que escapa, lenta, silenciosa y amarga hacia la nada. A veces quisiera morir en esta taberna que retorna al vacío que alguna vez denegó la luz triste de las calles 42
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cuando tú hueles a borracho, a escriba, cuando hueles a mí; olvidar, jamás quisiera olvidar pero qué es esta guarida donde ya nadie viene a oír mis palabras sino la maldición del silencio, la sabiduría de la mujer que he amado, mi venganza masticada en el conjuro de nuestras sombras. Deambulo entre una libertad que otros soñaron que presiento y se extingue en este fuego donde voy envejeciendo y enterrando mi pasado, que fluye tristemente desde el olvido. He vivido mi vida en la muerte en una muerte con corazón de escriba y sigo esperando la eternidad de mi fin. A veces quisiera morir, tabernero pero poseo el oficio más raro del mundo. Ignorar la muerte. Mi vida eterna es la alianza del paraíso el pacto que me une al infierno.
Pequeñas revelaciones Desde la soledad que fui, camino sin andar no son mías esas manos que santifican la desnudez no son míos esos ojos que custodian el fuego sólo soy un hombre que va ausente, humilde, aquel árbol solitario que nunca pudo despertar entre sus hojas como un ave.
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Poema en que el pez habla de la muerte y otros designios Y como pez invento la muerte miro las distancias de este cuer po que ya no importa a los hombres; como pez que revela sus sitios entre los árboles. L.M.A.
II Odio quitarme esta máscara de pez ser el pájaro que teme a la extraña luz de los caminos, / huir hacia donde fue mi bosque a la ciudad que yace asesinada entre el ropaje de los / sobrevivientes. Odio despojarme de tanta lucidez; pero soy quien ha venido a sepultar sus muertos / en el vientre de la noche. Soy el pez, mi nombre de animal nada puede en el último / vestigio de la eternidad. V Este es el tiempo en el espejo, una ciudad que rompe mis cantos, sus nocturnidades, su falsa pureza de hermosear a la lluvia. Este es el tiempo donde he regresado al polvo, donde me he vestido de muro a muro y habito mis mentiras. Este es el tiempo, extraño sitio que jamás existió en el árbol. 44
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VIII Soy el pez entre la profecía y el desprecio. El pez temeroso del árbol, rara criatura de las aguas, rostro que todo lo desconoce. Pez de amarga belleza, cuerpo, el más terrible sobre las formas culminantes / del tiempo. Soy el sagrado animal que avanza a ciegas, tan miserable en sus venganzas de bestia; aferrado al sonido del silencio, a la noche tranquila e interminable de su canto. Soy el pez y he venido en busca de las palabras en el espejo: de sus labios sigo esperando la muerte.
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Marilín R oque (Mae) Roque
Yo, Safo... No lo sabes, amigo, no soy como pensabas. S AFO
No soy la leyenda sino la mujer. Se me concibe un Phaón sin conocer el verso escrito sobre el mar que me sostiene. Mentira, Leucades. Jamás me lancé por el tedio de los hombres. Yo no hice mis silencios. La cabalgata de estas horas se dibujó al pie del Olimpo. Una diosa escrutó los abismos para beber de mi saliva. Ciertas muchachas me han cubierto de sábanas la soledad. La tarde me descubre mejor escribiendo nostalgias. Pero la sangre del hombre que no soy me baña las manos en cada caricia.
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No miento. Yo quise estar ausente. Perderme en los naufragios de los viejos otoños. Brindar con Baco el vino triste de los dioses. No les maldigo el olvido. Venus gemía esclavizándome a su vientre y mi adolescencia se rompió al fondo de sus templos. Estas son las hojas que guardé para esconderme. Porque hoy vuelvo de mujer por las esquinas. No pretendo defraudar a los fantasmas que poseo. Pero el absoluto extravío estalla sobre el arpa. Amigo. Soy una mujer de Lesbos sonriendo a la leyenda que me esconde.
Las ruinas de Sorhen Este es un canto a la pérdida eterna que pone a los hombres cerca de Dios y en las manos del Diablo. Esta es la historia de Sorhen. Noble sin título ahogado en la lujuria, amante equivocado que quiso ser sabio y no logró, siquiera, ser un hombre. Yo lo afirmo. Porque aún escucho los necios reclamos de mi raza. Amparo nocturno me dio la muerte. Y como el hijo perdido que regresa bendijo mi frente. 47
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Míos fueron los reinos más bajos, dolor y llanto el pasto de mis peces. Criaturas inciertas de una soledad más allá del espejo. Imágenes de unos amigos que nunca estuvieron en el mismo lugar. Pedazos de un país que no distingo entre la niebla. De sus escamas, las más brillantes, brotó la piel y los dos primeros ojos que pidieron agua. Y tuve sed. Y le besé las piernas, las manos. Fui tras sus labios. Busqué su sexo. Me aferré a su carne. Me hundí en los dos primeros ojos. Y fui ciego. —He aquí un hombre, que después de perder la visión, quiso coleccionar placeres. (Cuidado con la soberbia. Te lanza sobre las piedras, te parte las costillas, y sonríe al decir que lo siente) —He aquí la soberbia que se hizo vicio cuando Dios decidió ser un hombre. Detrás quedó el tiempo de vivir junto a los ríos. Porque hasta los sueños se pudren si son de carne. Ya no hicieron falta las escamas. 48
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Bajo el puente me llamó otra voz que seguí al abismo. Temblaron las paredes de mi cuarto. No fui más que sombras robando espacios en cuerpos de otros. Todo cuanto levanta la inocencia lo hace añicos el primer salivazo. Mis tiernos peces que asolaban el reino. Yo era Sorhen, amo y señor de una duda a fin de siglo. Otro hombre solo sabiendo que el mar se llevó a los amigos. Otro hombre solo sabiendo que el amor, cuando lo encuentras, es muy caro. —He aquí un hombre que descubrió la mentira de ser un hombre y salió a buscar a Dios. Pregúntale a Dios por qué canceló mi cita.
El tren El tren nunca salió. Y en los ojos de esas paredes mi rostro se fue perdiendo como el humo, dejando sólo el olor, que poco después se perdería también. El tren nunca salió. Y dudé que el equipaje fuera mío. 49
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Quizás estaba allí para hacerme creer que viajaría. Cualquier cosa es posible después de vaciar la distancia en una botella. Siquiera creo haber estado esperando el tren. Porque tampoco tenía a dónde ir. El único destino se había perdido en alguna esquina. Cuando abrí la mochila encontré preguntas locas y en lugar de respuestas el más escalofriante vacío. El cielo fue entonces un grito, la calle un desespero. Y la línea que debía guiarme no estuvo nunca donde yo la vi. La línea fue la justificación para que hubiera un tren, un viaje, una mochila. La línea fue la máscara cobarde de este extravío. El tren nunca salió. La línea nunca estuvo. Y el equipaje, definitivamente, no era mío.
Mi nombre I It most have been love, comento en una esquina del cuarto. A la media noche aparto mi soledad con el viento. Y aunque no escape presiento que duele menos la muerte, la agonía de saberte lejos de mí detenida. 50
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El naufragio de por vida. Le juego mi yo a la suerte. II La noche pinta de gris mi pecho en la madrugada. Me abraza. Y casi quebrada el alma lejos del iris, soy un recado de Osiris. Rey de tierras sin victoria, pedazos de mí sin gloria desterrados del amparo. Porque alguien dijo que es raro hacer con la muerte historia.
Sin títulos ¡Ah, taberna! Tu suelo son los pies del mundo. Por él me arrastro y bostezo. Nadie se detiene a buscar cuántas manchas de ansiedad hay en los rincones. Mira estos ojos de morirme, de saltar al tejado cuando el silencio reviente sobre las mesas. Se han cansado de tanto Que ya no sé si se miran O naufragan junto a mí en este mar de ciudad, en esta noche de siempre 51
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junto al vino. Alguien te robó el paisaje la dulce visión de un universo ajeno que añorábamos compartir. Ahora nos queda el pantano Y estos fantasmas míos. Nos quedan nuestros monstruos.
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José Félix León
Patio interior con bosque [II] 2 En el puerto reunían los toros. Junto a las naves de Tiro, Frigia y la lejana Macedonia, una figura devastada saliendo.
«Siempre quise vivir en un estuario. Alguna vez miré ramas cargadas en árboles frutales, parra encendida sobre alguna fuente y las maldije. Vivo escuchando la marea y los peces que mueren bajo la sal putrefacta del estuario. Me volteo a mirar entre las dunas los fantasmas que hablan de ciudades perdidas: Cádiz La Habana Ampurias dónde comienza el / esplendor de los altos espolones, los caminos que han sido y que serán la sombra de mediterráneos.
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Sentir migraciones de pájaros, la calma de esos bosques a medias doblados por el mar o mecidos por terrales. Sólo deseo el sonido que acompaña a esa palabra: los estuarios».
3 «Vengo desde Vasconia. Aquí hubo un pinar y los cerros que bajaban pegados a la sombra de Dios. Estas cosas no las sabe nadie: cuando se extiende por el aire la sombra del horror los páramos aúllan y de la tierra emergen voces de metal. —Camino entre la gente y aunque soy sólo un niño he escuchado esa voz—. Entre una costa y otra los manzanos arden, duermo en el fondo de los templos y mi cabeza estalla. Los animales vienen y se ocultan. Las mujeres han visto y no hablan. Los perros ya no están».
5 Y como la tierra se enrarece y el fango cubre la mitad de nuestros cuerpos bajamos a la sombra de los montes hasta el mar. Frente a la costa esperan alquimistas del sueño. Mi sueño es un portal con leones de bronce. 54
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La lluvia lo enrarece, lo enrarece el alción. La lluvia en litorales marcados sobre un mapa. La lluvia señalada en el alero que canta su respiración envolviendo el otoño. La lluvia entre las lluvias no fugadas como flanco caliente de mujer, como el celo del árbol ha mojado el rostro sucesivo de mi sueño. Y como los terrenos son de oro y el mar es la bahía en jirones de costa, hasta aquí descendemos y quizás aquí fundemos la ciudad.
7 (La educación de Ciro)
«Bebo láudano. En la agonía del gimnasio, ahogado en el vapor que deja nubes tibias en el aire, bebo láudano. Hoy impera la frugalidad. Son frugales las comidas y los vinos se escancian en brevísimos vasos. La ropa es ligera, las telas cada vez más delicadas. El aceite impregna cuerpos. El roce de los muslos hace el mismo sonido del roce de la seda contra el mármol. Los hombros se distienden, las manos sujetando un par de astas. Hay un estanque donde me sumerjo, me sumerjo en un estanque y bebo láudano. 55
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En el norte la guerra, en las cárceles del sur la peste ha devastado. A mi alrededor hay competencias: caen las vestiduras y el sándalo arde. Pero no presto atención. Me sumerjo en un estanque y bebo láudano».
8 (según Rita Doove)
Del ónix y del hierro, de los metales blandos y de la mandolina con que el muchacho negro del poema acompaña su canción, de la respiración de un remo dormido sobre el agua, de retoños oscuros que blandamente depositas en mi mano, de los mitos y las piedras, aquel fragmento que trajiste de Itálica, de la espiga y la hoja del almendro en flor construiré mi casa. Habremos esperado el paso del invierno, nuestro invierno mínimo, el invierno de Illinois de estufas encendidas y mantas a cuadros tendidas en la mesa. Habremos esperado la benevolencia de las estaciones, la calma de los animales, la vuelta de los niños del colegio. Hablaremos de Grecia y del aserradero donde tu hermano cortará los troncos, 56
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pulirá las tablas, moldeará los marcos y las puertas. Mira cómo he puesto un cirio para ti: del ónix y del hierro y de la recurrencia de la palabra corazón sobre tu corazón construiré mi casa.
9 Desde el demo de Acarnias busco la ciudad. Mira la suave curva de las aguas, el astil sobre lino y los paños que cubren cestas de peces, vino ácido. Dóblate sobre la orilla y devuelve a la costa dos mil años de espera en olas que bajan la pendiente de la roca y barcas de metal. Así se mecen juntos los rebaños en la tarde mientras acomodas el lecho de hojas o el nido: sedales, redes muertas, alguna dejación del tiempo inexorable. Frente al diente de perro el alquitrán. Nos sentamos desnudos en la roca. Castañas. Poemas que recuerdan una noche en La Habana y estas playas nombradas como santos: Santa María de la sal, algo se olvida, no estuve siempre aquí o el mar era un estanque, otra la tierra, el faro del Castillo del Morro y la ciudad que vuelve a ser la misma cuando dejamos Acarnias. 57
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10 (Relieve funerario)
Recuerdo perfumes delicados: donde quiera que esté volveré a casa. Hemos abierto una manta en el suelo del jardín. En medio de la noche esperamos la nieve, el viejo cementerio, el hospital donde la abuela vio su último verano. Soñaba como el faraón siete espigas rebosantes y siete espigas muertas. Había plantado en el jardín dos hileras de rosas y alguna vez miró ramas cargadas en árboles frutales, parra encendida sobre alguna fuente las maldijo. Como Narciso contemplo mi rostro en un cristal. Leíamos a Homero y sin querer el viento dispersó unas hojas secas. Como huelen las fuentes, las estancias, así huelen los miembros descubiertos. Hoy he visto trigales y a París, cedro funerario en el sur de la costa. Como un cruzado atisbando en la fronda he visto las nieblas del amor. Cuando dispuse mi brazo entre las mantas otros labios vinieron a besar los músculos, el torso de los días sepultados.
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Maylén Domínguez
Seis años maldiciendo Aquellas bibliotecas murieron con mi calma. Yo tuve que aprender los vicios incurables, huir con los amigos. Oh Diablos, los amigos. Yo tuve los amigos más breves de este mundo, de esos que se desprenden y llevan siempre un Dios / para no ser culpables, y vi las bibliotecas más tristes de este mundo pero se me hizo tarde para entender al fin que yo era / quien mentía: no había que venir tan lejos por un libro no había que romperse mirando el pizarrón de bordes / mal gastados, el aire del maestro. Dura expresión del agua, no van a perdonarme seis años maldiciendo. Yo hablé de las ciudades, hoy puedo imaginar la edad de algunas casas pero bien poco he visto, yo sólo sé que al fin me voy de los pupitres
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y ya no puedo dar con la verdad exacta. Aquellas bibliotecas tal vez nunca existieron quizás yo nunca fui la alumna necesaria, pero qué mal maestro, qué duro el tropezón con nuestros años breves. Y yo, que aún creía porque ya estaba lejos juraba que sí había elegido las palabras. ¿Por qué este mal perdón para no desafiarme? Seis años puede ser un tiempo indefinido, la paz que se abandona, vivir para saber que temo a cada instante. Yo vi las bibliotecas más grises de este mundo y juro haber soñado que huía para siempre. En el sueño mis amigos gemían por no haber besado / otros lugares y yo también gemía pero ya había jurado escaparme para siempre. ¿Por qué tanto desorden, qué gano con romper mi cuerpo en la aventura? ¿Y a dónde voy a irme, qué salto puede ahora curarme del delirio? (1991-1997)
En una extraña ciudad hay una escuela Septiembre, 19_ _
Estas historias se escriben en septiembre para que abuela pregunte los domingos por una extraña ciudad. 60
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Ese es mi padre tiene la misma bondad de hace diez años pero en septiembre le cambian los rubores dice que añora ha presentido otra vez los mismos trenes. Una mañana partimos él y yo una mañana. Nadie pregunte el por qué de estos adioses tal vez yo pude querer tranquilamente pero la extraña ciudad. Abuela dice que yo nací confundiéndome en el fango que era febrero. Quién puede hablarle a mi abuela de otros meses. Cuando mi padre gritó desde la acera ya yo gemía en lenguaje prohibido como en un sueño que nunca se concilia. Tan mal juré con los días igualables juré maldita por conseguir el aplauso de los hombres. Mi cuerpo sabe. Estas historias se escriben contra el polvo. En una extraña ciudad hay una escuela donde mi padre escribió que era septiembre hubo una niña. Pero al final de la escuela está la calle. Nadie pregunte el por qué de los adioses abuela dice que yo nací en febrero y siempre quise tocar una ciudad. Así de inmensa. (La Habana, 1995) 61
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Canción para invocar a un mago Yo tenía, yo tenía... S. J. PERSE
Canta Mago para mí di un enigma que no tenga por respuesta estar muy / triste porque vengo de tan lejos y estas piernas han creído la verdad de los dolores. Canta Mago por si acaso los vigías me sorprenden yo tenía una canción para amar en los caminos el anuncio del profeta yo tenía yo tenía. Canta Mago la canción que conduce hasta / la hora nadie va a morirse hoy pero canta por si acaso los vigías me sorprenden.
Poema del regreso Julio de 1997
Pienso en esas ciudades que nada tienen que ver / con mi delirio. Nunca fui hermosa y era mi casa un lugar allá tan solo 62
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que vine a ser quien ensaya ante el espejo su más innata / aflicción. Ay las ciudades que no encontró mi cuerpo, yo hubiera dado mi piel por ser más sabia más elocuente ante el ojo que bendice. Lengua perdida, tú tienes todo el pudor que a mí me falta desde aquel día: fue lento el viaje, mi madre oraba. ¿Quién me asegura la paz ahora que escribo con la infundada razón de quien se espanta pero ha debido volverse hacia los suyos por ley equívoca por no sé cuál convicción de hombre asentado? Pienso en esas ciudades que nada tienen que ver / con mi agonía que no rebasan la sed y acaso dudan cuando el mendigo desmiente a las estatuas. Yo no puedo quedarme con mi amiga porque ella lleva una bolsa tan ruidosa y no ha encontrado una cama donde hundirse donde aludir al amor. Yo quiero hacer el amor aunque retumbe todo el espacio mugriento de los libros, yo quiero hacer el amor. Si prefería catar fue por venganza por no quedarme en la sombra todo el siglo. ¿Cómo me puedo escapar sin ser valiente? Mi casa está sitiada —ya recuerdo— mi casa sola y hundida bajo el pasto, la madre triste. 63
Antología
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Yo no era sabia tampoco pero amaba aún profiriendo la frase corrompida aún destinada a morir. Ay las ciudades que no encontró mi cuerpo y una ciudad que me ha visto aletargada como aprendiendo a fingir cerca del polvo. Nunca fui hermosa y el hambre me sedujo, mi madre oraba viendo crujir en los puentes mi osamenta. No dije BASTA, fue otro quien puso el vocablo transitorio, otro el que vino a decir: Una es tu hora y esta ciudad se arrepiente del extraño. Ya estoy de vuelta, dicen que estaba mi casa aquí rendida que no podemos reír como felices que nos podemos dormir. Ay Tiempo Sacro ¿qué otras ciudades están naciendo ahora, qué trenes muertos me están interrogando? Yo estoy tan grave, tan ilusoria en la luz que invento historias. (La Habana-Santa Clara)
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Israel Domínguez
El pez que salta I am the poet of the Body and I am the poet of the Soul W. W HITMAN
Vengo de Dios y se hace la mañana. Viajo hacia Dios para convertirme en Universo. Pero de Dios vengo y hacia Él viajo en todas partes, hasta en las intimidades, donde no existe el tiempo. Dios es el agua. Yo soy el pez que salta. Es Dios el pez y todas las escamas. Dios es el pan como es también el hambre. Dios es el parto como es también la muerte. Entonces, para qué arrepentirme, maldecirme, si yo soy Dios en lo insondable de la niebla como soy Dios en las altas claridades.
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Yo soy el agua. Es Dios el pez que salta. Yo soy el pez y todas las escamas. Yo soy el pan como soy también el hambre. Yo soy el parto como soy también la muerte.
El número a A.S.
Siete candeleros alumbran el espacio entre el fin y el gran misterio. El muerto habla pero no revela. La presencia de la hoja es el anuncio. Siete iglesias y siete pecados cierran las puertas del hombre. La bestia es el hombre que se teme. Siete cabezas persiguen a la Bestia. Siete columnas se encuentran en el viento. El camino no es el camino. El gallo vuelve y nos deja la señal. Siete labios impulsan el recorrido de la sangre, siete son las figuras invitadas. Dónde está el número. Dónde la fuerza 66
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que resume los bordes y fulge más allá de los ojos. El agua corre y en la resaca de los mares trae la suerte de los peces. El agua corre y aún así nos preguntamos: dónde está el número.
Círculo de agua que los iroqueses llaman Orenda y los lakotas Wakan JOSEPH B RUCHAC
Wakan-Tanka, hacedor de la luz, creación de sí mismo, círculo de agua. Tierra, viento y fuego, garras del tigre, mansedumbre de los árboles. Wakan-Tanka, difícil de encontrar: el séptimo filo en el Corazón, el Corazón lejos del bisonte.
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Antología
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Caballos 3 Aparecen de golpe ante los ojos de quien ya mira en calma la luz comienza a moverse como un pájaro al que han arrebatado su nido el pájaro apenas mueve sus alas y no es pájaro sino tigre persiguiendo siluetas deliciosas salta el tigre y no es sino muchacha detenida en la belleza de sus carnes y la muchacha será muchacha por segundos y la pareja pareja por segundos y la ciudad por segundos... hasta que súbito como si alguien encendiera las luces de un cinematógrafo el que miraba en calma comienza a ver claridad empañada.
Piedra o columna a Jean Pierre
Como una columna o una lanza de hielo en la caverna la sangre entre segmentos.
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Color dorado de la piel, jeans, thrillers, discotecas; oscuras formas de la lengua racional, vuelta al origen en el cuadro del artista; dinero y más dinero, olvido de las estrellas y sus ideas. Pasan los días como el olor a Octubre en la ventana pero el corazón de la hoja queda intacto como una piedra en los ojos del ausente.
Invitaciones III De ciudad en ciudad se hace la vida. La muerte es la presencia de la nada o formas desgastando la piedra luminosa. Hay un sitio donde todo se confunde. La curva vuelve a cerrarse y la paz aún existe en los deseos de encontrarla. El enemigo ensilla los caballos y en la vastedad de la noche propicia los instantes. El enemigo no es la sombra que acecha desde el árbol. El enemigo está en la casa. 69
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X Cálido como las palomas del vecino, áspero y oscuro como una noche de ciclón, es el recinto donde acomodo mi paciencia. Mi abuelo hilvana los cuentos del isleño mientras mis padres ríen sin saber que correrá la sangre entre las flores del Difunto. «Es la casa, es el tiempo del reposo, el puente por donde viaja el hombre a buscar los sueños que espera la familia. Es la casa, es el tiempo del trabajo». Huyo de mi padre, maldigo sus costumbres, y vuelvo luego donde las flores y el retrato que mi madre dispone con cuidado. Y pienso -mientras imagino el rostro de mis hijos: Es la casa, es el tiempo del reposo.
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Ian R odríguez Rodríguez
Velas en torno al corazón demente Intro Hay una sombra que en soledad alimenta el ave desterrada con olores de horizontes —oníricos discursos— cómo ocultar que hay un nombre revelado en mis manos cómo evitar el país desnudo fuera del espejo quién llega a mis bordes quién descubre la cita sobre el viento del tiempo quién consigue alejar los desvelos del pájaro que emigra
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no intenten confundir nostalgias con inquietudes decir por dónde cabe apenas un salmo cansado: de nada sirve huir del viento en estos días al final todo intento de espera será auténtico naufragio. XI falsos falsos han sido los juegos del exorcista falsamente temimos al horizonte al instante de la despedida —acaso NO sabíamos qué sucedía con el sabor del mar —acaso NO colgamos un amuleto a la ciudad —acaso NO somos hijos de la sombra —acaso NO confiamos en el ojo verde falsamente gritamos
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XIV a Gastón Baquero
Estos no son pre-textos para arrodillarme uno amanece si dice su verdad con el corazón helado al fuego —mentí pero siempre dije mi verdad me situé con el náufrago en mí y los vientos alisios en los ojos moldeando sombras huidizas ausentes del tiempo la realidad y la espera ah la espera he aquí un motivo para despedirse.
25 de junio, 1994: Le diable au corp Llegar en la madrugada y que alguien te pregunte: «¿Y ese olor a mar, a sueños, a futuro...?» No hay lágrimas, pero intentas evocar la presencia de tu padre, agudos de la flauta, y que sea la madre de uno, tu Isla, la que grite: «¿Cómo no te llevará el Diablo con esa música?» Nadie sabe que de regreso a casa cruzaste los límites de la sombra. Encontraste un gato: lo acaricias, y el felino clava las uñas cerca de tu ojo izquierdo: hiere al 73
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cisne que llevas en el pecho, aterra al lobo que huye inesperadamente del azogue. ¿Quién podría imaginar que invocas el instante de la despedida, que tu canto no es más que el elogio para los veleros en busca de otro rincón del sueño donde anclar el verde? «¡Que te lleve el Diablo con esa música!» Y es la furia del cisne lo que te incita. Y cedes lugar al lobo que te posee, recordando que tienes una luna y un bosque, un lago y un cielo donde imponer tu ley del ala y el colmillo, ley de la ausencia: claustro, éxodo interior. ¿Cómo no reconocer tu estirpe, esa suerte de ser uno doblemente Isla en soledad?
Una mujer define su estatura de bolsillo Una mujer llamada Soledad, como una puta cualquiera en el malecón, piensa en los turistas que beben coca cola de espaldas al mar. Nada les importa el azul, y Soledad esquiva el dolor de ver: unos niños se amarran los cordones y corren —indiferentes— tras la vieja pelota que un día no tendrán. Una mujer define su estatura de bolsillo. Se encoge hasta la ausencia como una moneda ya deteriorada que va de mano en mano. 74
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Anhela aparecer en un cartel así de espaldas —uno de esos carteles que a todo color anuncian la existencia, y donde la incertidumbre se burla de ellaputa en el malecón regalándose al mar como un viaje posible, como un nombre conocido. Al mar, esa inmensidad de horizonte sin veleros que le arranquen inquietudes.
Yo vi caer gorriones en un parque de Nueva Gerona Los vi posarse en las ramas menos austeras. Como si no supieran del vacío sus alas confundieron el sueño con la vigilia. Confundidos, los gorriones de Paco Mir cambiaron el viaje por la permanencia. Yo no pude evitarlo. Quise decirles que él seguramente reposaba en una de esas salas donde escribió Las hojas clínicas, pero se negaron a volar hasta la vida, no quisieron saber de la esperanza, del azul y sus degradaciones. La lluvia apenas me ayudó a mostrarles el mar. Al menos el mar pudo haber sido una suerte de asombro, pero los gorriones saben de la distancia. Ellos sabían cuán ajenas a la Isla son las aguas que hoy enturbian mis manos. Los vi cejar ante el imposible. Los vi devorar con lentitud cada migaja de la duda. Los vi burlarse del otoño con un gesto invernal que aún no descifro. Confieso que he ido perdiendo mis facultades de vidente: era el mes de abril y los 75
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gorriones danzaban en mis ojeras previniendo su muerte como preguntas que no provienen de la realidad, como respuestas decididas a permanecer. Yo asistí a ese terrible espectáculo de caer y no pude esgrimir un verso que jodiera a la muerte, tan sólo una línea donde no hablar de la inocencia.
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Kenia Leyva
Diario de una isla I Ante estas costas, desnudas literalmente hasta los huesos, me asombro de mí misma, de siglos pendientes a un reloj de arena, del canto lunático de un caracol poseído por fantasmas remotos. Es verdad, mis ojos guardan historia animales extintos, catedrales convulsas, hombres tragándose el mar como una copa de vino. Tengo heridas que la sal alimenta todas las mañanas y un delirio de lejanas criaturas. II Ya no basta saber quién soy, qué designio me acecha, ni por qué floto como un sueño. Ahora he de reconocer,
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palabras que regresan como un hijo a casa del padre después de andar todos los caminos. Soy una isla, pero antes de serlo, soy madre y siempre una madre perdona sin límites ni tiempo. Dioses de antiguas praderas forman con mi recuerdo danzas innombrables, extraña arquitectura de razas y costumbres, geografía exacta de mis vértebras. III Soy que una que
una Isla, es lo mismo decir: leyenda, una espera, un silencio siente romper las olas sin ningún sobresalto.
Penélope o la otra versión Ulises, no creas en la leyenda, sólo fui un experimento de los hombres. Hubo noches que abría las cortinas esperando algún mancebo hiciera arder mi vientre. Mis manos fueron una excusa no sólo pretendieron enredar y desheredar la madeja en una monotonía inocente. Ardían, Ulises, ardían, 78
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si por la plaza vagaba un varón con el pecho desnudo. Eran tantos los años... tanta la distancia, mi cuerpo fue perdiendo la nitidez del tuyo, los días delataban verdades insoportables. Ya estás frente a mí, ahora puedo decirte lo que la historia nunca contará.
Conversación de Calígula con Claudio Ah, mi querido y estúpido Claudio, por tu bien te digo: no vuelvas a contraer tu ridícula cabeza. Aplaude, aplaude, aplaude. Por qué te asombras, si designo cónsul al mejor de mis caballos. Gloria para Roma, que el reino animal tenga un lugar en el senado. Los hombres fallan, son débiles, siempre acabo matándolos, mira como escupen de miedo sólo por haberle sacado los ojos a un mortal insignificante. Sabes, Claudio, pensé divertirme contigo, hacerte mi juguete predilecto, pero me causas una duda tremenda, al igual que estos dioses que callan y duermen entre estas columnas mañana derribadas. No me permitas dudar, Claudio, no lo permitas. Aplaude, aplaude, aplaude. 79
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A León Felipe Nada cambia, ni a fuerza de tiempo, ni a súplica de olvido. Nadie pregunta: por qué los días traen entre los ojos ese obligado naufragio la nostalgia. Perdidos entre cartas lejanas conversamos a menudo con mares antagónicos. Encontrados, por esta costumbre de asirnos a la vida, genética inconclusa. Los que nunca tuvimos pistolas, caballo, hacienda, el canto antiguo de la tierra es nuestro mayor trofeo. Sí, cuentos León, y aunque mueras de risa al hombre lo siguen durmiendo con cuentos y triste es que no logran aprenderse ninguno. Este siglo nos deja mudos, mudos.
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Leonardo Guevara
1 Horas 3 de la tarde. Casa de campo con árboles y aires purificados. Afuera, los vecinos se acercan y tratan de entrar por la fuerza, encuentran la oposición de los agentes del orden. Los vecinos especulan sobre la aparición de un cuerpo sin cabeza y vísceras volcadas. Los agentes sólo han dicho que era un hombre raro, con costumbres medio raras y pensamientos raros. 3 de la tarde. Casa sin árboles, sin aires para la vida. Afuera, los vecinos no preguntan nada por temor a las fuerzas represivas, pero especulan sobre la aparición de una cabeza con restos de sesos volcados sobre la mesa. Todos justifican desde su concepción del mundo el hecho suicida. Todos se justifican tras verse reflejados en la cabeza que después del disparo ha quedado hueca en el transcurso de la parsimonia a la otredad.
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3 de la tarde. Todos esperan para coser la cabeza y el cuerpo.
3 Hojas a favor del viento El hombre en la cárcel representa peligro, fuera de ella también. La soledad de la celda —celda para animales de corral— los hace volver una y otra vez a la inmundicia, a las costumbres mal adquiridas que pasan de boca a boca, del peligro al peligro. A los presos deberían encomendarles tareas humanitarias: cuidar enfermos seniles, plantar árboles en medio de la avenida presidencial. Luego comer e inyectarles vacunas anti-crimen, anti-SIDA. (Qué es eso de decir si el techo del árbol cae, no hay nada ni nadie para reconstruirlo). A los carcelarios, aunque hayan sido carcomidos por las termitas, les queda algo de la condición humana: la risa, el llanto, la sangre de la cortada sin ningún fin médico como decoración de la piel. Los hombres en la cárcel representan peligro, fuera de ella se pierden entre la ociosidad, planean el golpe a los ingenuos y desacreditan la hermandad para la que fueron creados. El crimen los espera en cada esquina. Los extranjeros pasan con las carteras llenas de monedas que regalan a los niños, y ellos ahí, esperando la oportunidad que los acredite como segregados de la ley. 82
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A los hombres deberían encomendarles tareas humanitarias: plantar árboles en medio de la avenida presidencial y barrer las hojas muertas que caigan a favor del viento.
4 Evolución a Transformaciones. Necesita el ser mesa de garganta para crecer en el cuadro post-modernista. Sobre el fuego habita la vanidad de nosotros, nos miramos y morimos de reconocernos. Siquiera pensamos en la tierra ni en los elementos que atañen. Sobre mi cama han echado desperdicio, sobre mi cerebro la basura que tiran en mi cara (cara de esconderme y mostrarme quebrado. Ateneo, escriba —uno sin el otro— en el fuego donde vivirá lo humeante). La palabra se desliza, el soliloquio del mutismo muere de verse reproducido por las aves. Mi mujer ha dicho «no llores que me confundes» el tiempo dijo «en el suelo, veo el rostro de quien podría ser». 83
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Transformarse. La superioridad. No existe. Al menos no recojo ni siembro —tampoco pido— no muestro las manos ni la palma, no juego en el circo que han reproducido.
5 Viceversa o realidad según Repin El sujeto acostado sobre la hierba —con la pose de la maja desnuda— contempla cómo sus dos-únicos-carneros pastan el campo. Su mirada se pierde desprovista de la palabra poética y el juego sentimental del neobarroco. Influenciados por los franceses, según Repin. El sujeto espera de sus dos tristes y flacos animales: leche cambiada por pan, ungüentos para quitar dolores de huesos a los ancianos y apartarlos del cuchillo que es la mirada de lo otro. Los carneros acostados sobre la hierba —con la pose de la maja desnuda— contemplan al hombre comiendo del pasto del campo. Sus miradas sobre el poético-antipoético-metafórico en situaciones adversas es utilizada con la hierba en la boca, influenciados por los rusos, según Repin. 84
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Los carneros esperan para el hombre leche, pan, ungüento para quitarle los dolores de hueso y que el cuchillo desaparezca de su vista. La hierba acostada sobre los carneros o el hombre —con la pose de la maja desnuda— los mira mordiéndose mutuamente o viceversa. Su mirada sobre ambos géneros inferiores-superiores y decadentes, coquetea con el sensacionalismo de la violencia desmedida, por una poética sadomasoquista (para no desentonar) influenciados por los americanos, según Repin. La hierba espera de ambos, tranquilidad, amor mutuo, que se cuiden de la hoz sin el martillo y la dejen en paz.
7 A manos Tras los cristales el hombre no ha podido concentrarse en los momentos que le revelan. El hombre se siente empequeñecido por el hotel de lujo que tiene bajo sus pies. Sobre sus pies, la imagen descalza de la virgen. La sangre pulsando y desgarrando el cerebro de ecuaciones matemáticas: 8 inyecciones diarias, 8 químicas multiplicadas por corrientes. 85
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Tras los cristales la virgen vive (coronada por el Santo Padre), muestra la piedad y se desnuda los pechos. Su cuerpo es el asidero donde irán las desgracias de los salvos por estigmas y contradicciones. Tras los cristales, el hecho servil del enfermero: el uniforme estirado con la elegancia del militar, hace desaparecer su sexo, sus dedicadas manos se pierden entre las sábanas de los locos y sus cuerpos. El espectador mira con sorna la aceptación de los posibles enfermos. Tras los cristales, las visitas reciclables, bajo el hotel de lujo, la imagen de la virgen y el gesto del enfermero. Tras los cristales, el mal funcionamiento del ascensor. Tras los cristales, mi mano discontinuó las risas irónicas. Tras los Cris ta les, la extraña sensación de quedarnos ahí para siempre. TRAS LOS CRIS TA LES.
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Mioara Cabrera
Playas La noche abre las pulsaciones de la casa. ¿Habré venido? Atrás mi aliento sigue esos halagos, cada fracción de labios cada astro caído sobre estas azoteas. El agua pasa con absurda pulcritud. Sólo mis pasos y el ruido que hacen los cangrejos en las cavernas de lodo. A lo lejos ladran mis perros. ¿Habré venido? ¿Habré venido?
[Mi soledad lo colma todo...] Mi soledad lo colma todo. Eres casi feliz para que te invite a compartir mi llanto. Mi llanto bajo aquella ciudad de luz prefabricada que mordía nuestros ojos. Ha llovido mucho desde entonces y este rostro / de ahogada
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no será tu espejo, tampoco ese licor que bebes muy despacio. Ayer te quería con rabia. Ayer hubiera amoratado tu boca, capaz de cualquier / solución dolorosa. Ahora sé que el amor es un cuerpo donde no existo, una forma de ti que no vuelve. Como no vuelve el tiempo ni el aire al cuerpo / del ahogado.
Resurrección del amarillo Los magníficos muchachos se llevan mi aliento por el río, burlan las fundaciones de mi fiebre, y en las lianas me dejan contemplada. Yo sueño. Yo siempre sueño entre las paredes del agua, y la lluvia como fino cabello cae sobre la espalda. Orea la brisa, por el otoño regresan acertijos de mi lengua. Alguien me imagina desnuda bajo el paraguas / (puede costarle el girasol de su pupila). Detrás del pozo la fiebre tiende sus flores, el árbol su sombra como una franja leve sobre la lejanía.
[Más allá...] Más allá el oscuro volumen del agua, oquedad o remolino. Un dios impávido cruza. 88
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[Vendrá la noche...] Vendrá la noche. Siempre vendrá a las estancias donde el fuego nos reúne. Yo morderé la cola de ese naipe carne de delirio, mientras los muertos construyen su secreta escala. Es mi mano que ahoga una serpiente bajo la lluvia, son mis labios midiendo su deseo el liquen, la llama roja del fuego en la estancia.
El arte de la caza Galopa el conde entre verdes vericuetos en su caballo blanco de pareja crin. Se lanza a la captura del jabalí magnífico. Galopa entre pinos y sotas que lo llevan al río asusta su presencia de cazador cazado. La bestia cae y cae el conde el jabalí se pierde en la maleza impía. 89
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Guarda tu espada oh viejo conde tal vez no sea tu mejor día.
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Naír ys F er nández Naírys Fer ernández
Triste oficio de la escriba Como el escriba qué soy sino un pedazo de muerte noctámbula y condenada a cierta distancia me detengo ante el mundo su fabuloso imperio absorbiendo ciudades un extraño país a veces desconozco posado encima del mar sus límites sus flechas me atesoran aciertan el blanco sobre el lugar lastimado Como el escriba invento la tarde y después la noche de visibles gaviotas que en el pecho pueblan invento el olvido otra pausa admiro ese papel blanquísimo que reversa construido de una fortaleza inigualable En la profundidad del sueño comienzo a testar uno a uno mis retornos y lavo la sangre el poema de toda creencia garabateo la imagen que soy y la rompo
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contra esa pared más cercana al silencio ahora que el tiempo es un tranvía de esos astutos y la suerte un sortilegio una escapada Nadie sabe que la felicidad nos atormenta en escena Qué terrible es la calma Como el escriba sentencio la carne en los recintos de su miseria me sospecho en los ojos del simple que alguna vez ha de cruzar el mar buscando en el agua un sitio distinto Estoy hecha de barro carne y hueso hueso y algo extiendo el apetito hacia la rigidez de lo desconocido
En qué sitio irá a partirse Quién es ese que está velando, solo... R. T AGORE
En qué sitio irá a partirse en dos pedazos cuando la noche exhale sus minutos y esas estrellas dejen de estar mirándome como un objeto volátil Sobre qué roca irá a sujetar su aliento si el silencio nos murmura Imposible —dijo el náufrago— y abandonó la isla para siempre sin certeza sus pies fueron a abrazar la cabeza del norte 92
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La mirada del deshabitado archiva en su interior varios cadáveres se exhuman Sobre qué isla transitará desnuda Insepulta sin dejar que le devoren el rostro debajo del rostro amargo constante y dispuesta a las celebridades Entre las manos la utopía una noche que se rompe en casi todo el mundo que da comienzo a lo que no se sabe y ya anda mordiéndonos de prisa Cada segundo del péndulo es una nueva arruga Sabe que no fue ambigua pero el vecino pudo serlo Los amigos en cualquier esquina han podido cantarle / su leyenda Se quita el sexo frente al humano enmascarado en 1990 entre los jazmines Sobre qué siglo si su ancianidad nos va dejando ciegos cabizbajo ya viene a preparar su tumba Como los amantes de Verona de amor se mueren el desafuero deja al cuerpo sin defensas el que atraviese la luz hará un acto de Merlín le otorgarán el título de duende Tan sola con un pedazo de papel y un lápiz intentará pirograbar / su estancia encima de los hombros las nubes en el lugar del pecho Aquí nadie tiembla lleno de inseguridades que hincan 93
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Donde los locos donde el invierno a solas se fuma será buena hasta que canten los gallos y otro amanecer le descubra en los zapatos el polvo
Hay en mi rostro un miedo dividido Hay en mi rostro un miedo dividido Una pequeña distancia me asemeja a los tristes y no me perdona cuando llueve cuando los pájaros emigran si la estación es fatal o el día es gris en el Castillo de San Severino Algo dibuja: necesito queda rme a solas un momento ausente en ese otro mundo que he construido dentro de este mundo con un poco de milagros para estar a salvo Sé que no por eso mi rostro desaparece el corazón todavía late y la nostalgia es un pretexto de la paz que nos alivia En este lienzo debe caber el paisaje donde lo único lamentable es el mar que llega que se aleja en cada vuelta será otra mentira ante los ojos del espectador víctima ansiosa de velar por la magia y descifrar la certidumbre 94
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Así me digo para que tú vivas y seas libre para que la salvación se parezca al todo que ahora debe confiar en las cosas que me duelen
En mi casa el aliento del verde Mi casa la habitan encantados teatros en salmuera LEÓN ESTRADA
Mi casa no fue sólo cuatro estaciones al año sino el invierno tapizando el rigor de las cosas presagiando en el vientre su silencio A la derecha la soledad mi sombra con sus atavíos de invisible presencia sobre el tedio de los muebles En las vigas del techo la costumbre eternizando los papeles como estigma del desamparo y en torno a la escritura la solidez del conocido juega Alguien dijo otoño noviembre es la razón de los espejos a causa de las tormentas es un mes muy largo en el cuerpo su estrechez me agita me revive los presagios y la complicidad se acerca a la cara del recuerdo Imposible es mentir En mi casa el aliento del verde 95
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no es la esperanza, sí la certeza del náufrago que evade las siluetas entre las trampas y el peligro otra vez se esparce Vuelve la primavera como el tiempo la vejez si acaso llegamos al fin con esta locura y esta cordura llegamos al otro año ya sin estos jazmines o el vuelo de un zunzún que se extravió pasando El verano multiplica los desvelos el simple investiga sus cábalas de acuerdo con el alma y las traduce te llama desde el fuego en posición de ángel La soledad atrapa todo el siglo que se me escapa por un libro
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Javier Marimón
El Gran Lunes* Asomarse al balcón puede producir deseos de salir y caminar; algo que viene de las hojas de pino esparcidas / en la tierra salina. No hay seguridad en nada. Ningún deseo se justifica / cabalmente. Las hojas de pino nada diferenciaban. Hay muchas razones para todo. Más o menos justas. Salir y caminar, o quedarse en la casa, mirar por el balcón. Leer un libro. Tú siempre harías alguna pregunta. La que es más difícil de responder. Nos besamos, no hay otra cosa. Nos besamos por temor a la desaparición. Tampoco lo pensamos así. Aprovechamos / las posesiones. Distinguimos, diferenciamos, identificamos. *
Estamos destinados para el Gran Lunes. Pero el Domingo no llegará jamás. F. KAFKA
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Continuamente perdemos la potencia excesiva de las cosas. Nos preparamos para el Gran Lunes.
Una invitación a comer Una invitación con las personas. Al final he faltado. Y me he quedado aquí. Hablaríamos, sin dudar hablaríamos. Al regreso a mi casa vería al vendedor de dulces. Lo demás. Sería como haber apostado al mejor de los caballos y que, en efecto, hubiera ganado ese. Acostado en el piso, miro correr a los caballos.
A la salida de Matanzas Un viejo sentado en un banco extendió sus blancas piernas hacia el sol. Ligamentos se rompen, se destruyen, algunos ganan dinero por destruir. A la salida de Matanzas, yo no pude penetrar una porción de su aliento sibilino, sus blancas piernas tendidas hacia el sol. A la salida del departamento civil, el destructor se divertía metiendo el hueco de la llave en su dedo pequeño. Varias veces podía lograrlo. El cielo estaba enrojecido. El destructor se detuvo en las esquinas, dejó cruzar / los carros. 98
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El destructor llamó por teléfono a su hermana. Le dijo que en las esquinas dejó cruzar los carros. En casa de la hermana, en la bañera, se ahogaban / los agitadores. La hermana interrumpía por momentos / la conversación y los miraba con metálicos ojos. El destructor intentaba meter el hueco de la llave / en su dedo. Varias veces podía lograrlo. La hermana sale a fumar a la azotea iluminada. Mira los altos edificios. El Empire State B. fluye mansamente en la noche. Después en la niebla matutina.
En la cárcel En la cárcel, en el pasillo, dos hombres conversan en voz baja. Con las luces apagadas, sombras en el pasillo. Detrás de cada gesto: una representación / en las sombras. Detrás de cada gesto: un hueco; allí nos tendimos a solearnos. Detrás de cada gesto: un hueco. Cuando nos levantamos para irnos había trabajadores por allí. Huíamos en el ojo del perseguidor, por las paredes y las voces de los trabajadores. Regresaban en los camiones. Luces en la esquina. Cosas ríen detrás de mi cabeza. Se puede hacer de todo. Mata a quien quieras. 99
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Esto no está ocurriendo. Nada está ocurriendo sino lo falso. Una cosa y otra están separadas. No hay resultados, las cosas crecen dispersas. Ven conmigo al mundo del vapor, ven a las escenografías. Ven solo. Se arreglan traiciones contra ti. Mata a quien quieras. Ningún castigo será demasiado severo. En aquella feria que digo hay una muñequita bailando dentro de troncos de humo azul; mueve la cabeza para todos desde el vacío escenario. Afuera las carpas venden caramelos. Las luces de los faroles traen las voces broncas de los peones que discuten. Detrás de cada gesto: una representación en las sombras.
A la salida del cine Podemos cruzar la calle, dijiste. Era una posibilidad. Tampoco teníamos por qué hacerlo. Se sentía incómodo caminar contigo. Parecía que no avanzábamos, la culpa no era nuestra; sino de cada observación, de frase obstruida. Tampoco teníamos dinero. No había que perder el rigor con las emociones. Cada palabra tuya terminaba en un hueco. Allí nos tendimos a solearnos: eran tubos de la industria. Salgan de ahí, voceó el de la grúa. No se puede estar tranquilo. Tú no hablaste en un rato. Te recuperabas demasiado dócilmente. 100
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Es monótono el regreso a casa, dijiste. Noté que tratabas de hacer poesía, de verbalizar. Antes no era así. Hubo una terquedad en mis propias cejas. Con mis gafas naranjas, mi casa parecía la casa de otro sitio; se apartaban los bufones, las reinas y los erizos. Yo era el marinero adulto que regresaba a casa. Éramos buenos amigos, realmente inmejorables. Estábamos parados en una esquina. No conversábamos, pero yo me distraje como la gente se saludaba hasta que me indicó que le diera un poco para la del turbante rojo y las piernas larguísimas que terminaban en el globo de luz de los postes. Yo pensaba que ella creía que yo era un vendedor. Yo tenía mi pullover verde y la saludé sin caso apenas, así que yo podía ser el vendedor. Pero él regresó con dinero. Yo pensaba que era un regalo y que ella creía que yo era un vendedor. Y al final yo era el vendedor que le vendía sin saberlo. Aquello me supo mal. Pensaba un poco más en ese asunto. Hacía abstracciones, analogías difíciles. Pero tenía que seguir. Entonces le dije: Bueno, es tuyo. Él prefirió comprar otro. El distanciamiento que produce la existencia. El cruce de los carros facilita algunas cosas y dificulta otras. Hombres con sonrisas brutales viajan dentro. 101
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En la fiesta Estábamos sentados. Alguien se ponía de pie, rompía indicaciones. Las indicaciones eran nuevas. Siempre había nuevas indicaciones. A veces alguien hablaba. Algunos hablaban más que otros. Yo hablaba demasiado. Yo trataba de no hablar demasiado. Todo era particular. Yo hablaba para que nada me fuera peculiar. Abandonaba la sala para que nada me fuera particular.* Bebía para que nada me fuera particular; me golpeaba la cabeza en las paredes. Un poco. Paredes que elegía según alguna cosa momentánea. Había un número obsceno de paredes. Otros registros reían como perros. Yo estaba siempre allí. Los veía reír. No me golpeaba demasiado fuerte: era un buen estudiante. Salir, sentir el frío afuera y dentro la caliente estancia. Era un desequilibrio. Había diferencias, se obtenían comparativamente. Hacerlo varias veces; me asombraban las conclusiones: no podían penetrarse fácilmente. Todos habían avanzado a otro lugar. Dejaban polvo solo. Peligrosamente parecido al vacío. Los manifestantes pasaban sobre mí en la plaza pública. Agitaban banderillas. Me quedaba detrás. Tenía que seguir. Las palabras sonaban, ahora, carentes de significación. Mis razones eran casi siempre ir al baño o comprar cigarros en la calle. Cumplía estrictamente las indicaciones. Orinaba, compraba los cigarros. *
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Yo seguía el curso de las voces, me horrorizaba la distancia entre nuestros momentos. Salía al frío. Salía al frío para pensar el frío.
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Isaily Pérez González (Isa)
Replicante y toda ciudad tiene siempre un monstruo perpetuo. VIRGILIO PIÑERA
La advertida campana fabular de las ocho y media rebotaba en los carteles de neón ordenándonos vivir. Detenida en mi sorpresa miro pasar fascinada la suntuosa sonrisa de April Siddons, mi monstruo predilecto. Como al ralentí desfilan sobre los adoquines —y quizás para mí— las piernas larguísimas y perfectas que pudieran bastarse por sí solas para hacerme recordarla eternamente. Otra hubiera querido morir, cerrar los ojos. Paseantes nos cruzaron por los lados ajenos al secreto flashazo
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de la que vio a los inmortales descendiendo. Otra hubiera dicho basta o suficiente pero soy yo quien te está mirando, April Siddons que tuviste suspendido el tiempo y ahora como el gato de Cheshire te vas para dejar flotando sobre un parque circular de Santa Clara la sugerencia ambigua de tu boca lujosa.
El nombre del elegido La inquietante Clitemnestra desorientada noticia de sí misma asciende a Micenas, ciudad circular. La estampida de los caballos camino al Helesponto oscuramente prefigura lo que será. Hogueras sucesivas en la noche dotan al deseo de imperiosa densidad, el nombre del elegido comienza a azotar el aire. Flechas predestinadas tendrán que contárselo al cielo: la de asimétricos ojos concede hacerse real. Sacrificando libélulas ámbar frente a las Puertas de Piedra afeminados esclavos le propician su extravío. Algo transcurre sutil como una marca de agua. Clitemnestra, estirpe de los dioses, venablo infalible de arquero parto sueña rostros superpuestos cuando noviembre regresa y emerge al alba semidivina, 105
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mojada de extraña nerviosidad.
Vende tu luz extraña éxtasis, lo que importa es el éxtasis. VIRGINIA WOOLF
Nadie tuvo ojos para verlo en la absurda casa colonial pero yo bajaba desde la ciudad con la marea malva a mis espaldas y tú recordaste de repente a Lady Orlando. Era la hora segunda del mediodía y yo estaba fascinada alternativamente por la princesa rubia que no hablaba, que se sentaba en el círculo de tiza de su perfección. Y mientras llegaba la tarde ejecuté en el secreto para ella. Presintiendo cuando me observaba para alzar ríspidamente los ojos y verla turbarse casi, intuyendo en lo oscuro que yo era el espejo en que una cara del desvaído poliedro de su sensualidad se atascaba, pero sin nunca saberlo porque fue ese misterio el que nos hizo vivir y todo lo que puede decirse también puede ser mentira. Nadie tuvo ojos para verlo en la absurda casa colonial pero el núcleo de plomo fundido en frío, la criatura de linotipia que se retorció en mi pecho fue aceptada por ella, 106
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compartida por ella, liberada del desencanto de no poder ser real. Hoy todo lo que me importa es el éxtasis, las noticias llegadas desde el filo dicen que Lady Orlando finalmente ha vuelto. Y entre todo lo que pudo elegir para sus tres segundos y medios, eligió vivirme a mí, rodeadas de una marea malva que aún no cesa.
1900 Los días del cinematógrafo Vestida impresionista Ella acaba de aparecer en el vestíbulo sombrilla Marie Laurencin y lentes azules montados / al aire con el novísimo claxon de su automóvil de celuloide llegó 1900. Yo no quiero decir que estoy por Ella perversamente loca que desfilo amaneradamente bajo los globos de luces / amarillas, que todos me observan con disimulo, algunas damas desearían en secreto tener un sombrero / que levantar y Rodolfo Valentino las mira desde carteles levemente curioso. Aprovechemos este misterio, esta enfermiza complicidad. Cuando llegue el Jazz yo no podré avanzar discreta pasar casi felínica por tu lado y lanzarte el humo verde de mis cigarros de jade. Es la era de la frivolidad y la inocencia 107
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tus lentes ocultan la respuesta de unos párpados / pesados de deseo mas no quiere romper el encanto, cuando la función termine irás a casa huyendo de ti misma, una casa representada en mi mente como una bola / de vidrio un vendaval de hojas secas rodando bajo el Dion-Bouton. *** Tuyo es ese ángel que impregnó 1900 en todos los Café se conversa de ti y no importó pagar otra ronda de añejo con tal de sostener tu nombre entre los labios un último minuto, una última lanza estrellada contra el tedio. Eras tan amable que siempre te dejabas ver un poco sonrisa art-nouveau y lentes azules al aire buscabas con la vista alguien que no apareció porque yo siempre pensé que las horas de vivir sólo suenan de noche. El ídolo italiano invadía la ciudad con El Hijo del Sheik a las ocho y media la retreta comenzó a tocar y en los Estados Unidos los gángsters se mataban a balazos. Yo preparé mi boquilla más larga el esmalte de uñas negro me asemejaba a Teda Bara por eso decidí no usar vaselina y realzar mis ojeras. Santa Clara parecía un cuento con la paz que dan las luces amarillas y la Banda de Música ejecutando en silencio, pero la ciudad eras tú misma que llegabas tan intensa que mirarte excitaba. 108
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*** Son estos los días del cinematógrafo y han vuelto a ponerse en moda los héroes. Percibo que pronto callará el piano de la sala oscura y se oirán sus latentes voces. Valentino, un gato ansioso de tejados, la Garbo ronca y filosa como una navaja abierta. Yo no quiero decir que estoy por Ella perversamente loca. Mientras la miro exhala mi boquilla un humo lento. Ella ni siquiera se sonroja semisonríe aceptando que sueño conocerla. Ambas sabemos que vamos mañana a despertar gloriosas. Ella desnuda y yo fumando a su lado mis eternos cigarros verdes en un daguerrotipo de 1900.
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Liudmila Quincoses
Fin de algo Un ciclo se cierra, se detiene la absoluta crueldad con que los astros definen la belleza, lo podrido. Caminábamos aquella tarde bajo los árboles cuando nos despedimos en el parque de 15. Yo te vi atravesar cabizbajo el sendero torcido y desaparecer. Nunca pude volver a Lamparilla, ni recordar exactamente el silbato del barco hacia la isla. Todos son fragmentos del algo que termina. En la Avenida de los mártires caen las mismas flores. Duarte y yo compartimos el milagro del domingo. El Ermitaño y yo encontramos monedas aún calientes por un sol que sabemos que nos mata. Camino en círculos, me siento en el mismo café.
Cuerpo...
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De entre la gente espero que salgas, que aparezcas, para nada. Para entender el comienzo de todo, el fin de algo.
[Estoy muriendo...] Estoy muriendo. Lo sé por esas manos que acarician mi cuerpo, por ese aire que es menos cada vez. Por esas flores que han comenzado a tejer las mujeres con dedos voraces. Porque el sol fijo alumbra tu rostro y no anochece.
Casablanca Bajo la luz de la tarde, bajo el poderoso naranja de la tarde miramos el infinito. Miramos la ciudad como la contemplan los ojos de piedra del Cristo. Sentados en el muro, con los pies en la nada, yo observaba la bandera inútil, los colores de todo, el verdadero paisaje que se pierde, como el sol, tras los viejos edificios. 111
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Siempre temo decir otras palabras. Vamos a morir, vamos a olvidar que una vez existió Casablanca y el hombre que caminara sobre el mar, el que yace en la piedra.
Laminario Hacia las cinco he cerrado la puerta, cierta carta había anunciado que no vendrías. Yo he visto tu sombra deslizarse hacia el patio, solemnemente has cortado una a una las rosas. Has vuelto y no sabías qué decir. Un hombre encerrado dentro de sí muere poco a poco. Tus lejanos amigos me han traído noticias de tu estancia en Santos Lugares. La Luna, esa rara carta, ha pronosticado la locura. No habrías de morir bajo aquel árbol. Los mercaderes han traído hermosas baratijas y he querido colgarlas en tu cuello. Una cruz, un retrato de algún maestro florentino, una pequeña estatuilla de marfil. Todos saben que has muerto. En algún lugar de esta habitación he encontrado las cartas, las hermosas cartas que nunca escribiste. Debajo de los retratos están los retratos, la pared vacía está llena de rostros. Y el mar que a todas horas ruge me consuela. Qué haré conmigo, sin recuerdos. Noche a noche trato de llorar. 112
Cuerpo...
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Última estación Me han dicho que una luz se extingue, que otra vez el cielo vuelve del remoto sitio en que todo es divino, en que todo se rompe. Sé de regiones donde no has pisado, donde los hombres cantan y los barcos mutilados cruzan el océano. La tristeza es vasta, el silencio profundo. Debajo de la tierra germinan las semillas, germinan los muertos con sus dientes juntos. Vi el anillo de oro sucio en el inmenso ataúd. Y tu retrato, que no volverá a parecerme hermoso.
[Un anillo caía...] Un anillo caía sobre el plato. En el agua sagrada había sangre, sangre y agua mezclándose en lo oscuro. Y el oro circular quieto en el fondo.
[Como a veces se olvidan...] Como a veces se olvidan las frases más bellas y sin transiciones se pasa de un sueño a otro sueño con la simpleza del agua, también se olvida ser feliz. 113
Antología
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Retornar a los días primeros donde la placidez del sol era lo único cierto. Donde Juana y Carlos se escribían interminables /cartas, poemas olvidados. La paz de la nada nos conmueve. Qué luz es esa, qué brillo es ese que esconden tus ojos. Es la lejana sombra del olvido que ha empezado a extenderse dentro de ti. Como una fiebre antigua, como la agonía que pronto y sin remedio, nos traerá la muerte.
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Osmany Oduardo Guerra
Miedo Me trago este frío amargo busco razón en mis huesos Tiemblo El camino de sesos y cráneos se torna largo El miedo es sucio letargo que asfixia mi boca abierta Tú vendrás porque es incierta la soledad Resucitan mis ojos se decapitan Disparo absurdo en la puerta Regreso al centro del miedo a desatar las palabras perdidas Oh Dios las cabras despedazan ya este dedo inquisidor y no puedo hablar porque está podrida
Antología
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mi voz porque la mordida se hizo costra entre mis manos No hablaré porque hay gusanos aguardando la estampida
Razones para guillotinar la felicidad Una manada de sueños se precipita al abismo de algún féretro Sadismo del bufón en sus empeños de hacer llorar mis pequeños impulsos Ahora disfruto si mastico el escorbuto que se lanza por sus venas Ya soy un retazo apenas de esta vida que le amputo No importan las bufonadas El corazón no es espejo que se asfixia no es espejo que suda cuentos de hadas El corazón tiene espadas para invocar al infarto Evocaciones de un parto de sangre sobre el cristal Mi corazón animal se estrangula Ya estoy harto 116
Cuerpo...
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Importa ser el bufón pirueteando en el cadalso Importa soñar descalzo de caminos Tener don de pobreza y un bastón amenazando la holgura Importa la mueca dura o la risa carcomida Importa la puerta herida cuando no roza estatura Todo es besar el hechiza si la bruja no es princesa asesinar la corteza en tu nombre árbol sumiso bajo un cielo movedizo que llueve puertas cristales Todo es saberse mortales aunque después haya cielo que compartir y el consuelo de equivocar los portales Bufón es la carcajada importunando el espanto de la corte Todo es canto de cuchillos en manada Qué bufón no es risotada con lágrimas en el pecho 117
Antología
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Qué bufón tiene derecho al hachazo Qué bufón no se quita el corazón para dormir al acecho Me pierdo en un cuadro intenso de piruetas contra el humo del holocausto y asumo sus bufonadas propenso a desterrarme en un lienzo de ironías Soy infame cortesano que se lame las cuentas Yo necesito ser feliz bufón proscrito sin ojo que se derrame Es difícil la sonrisa impotente desde tronos Difícil cubrir de enconos la felicidad Qué risa desprenderá la sonrisa de sus deseos burlones Difíciles los punzones Difícil quitar la mano Difícil ser cortesano guillotinando bufones
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Frank Castell
Monólogo del gladiador Siempre tus lobos con dagas en el olfato dislocan mis espectros y convocan apocalípticas plagas Siempre las perpetuas llagas cicatrizando cristales sumergidos fantasmales desgarramiento del odio para situar sobre el podio las miserias celestiales Mi frente es un sol desnudo postrado en el laberinto exigua voz del instinto espacio por donde sudo mi niñez pasaje mudo para convertirme en reo salmo inconsciente que leo mientras preparo la acción
Antología
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Nadie me dicte perdón soy carne de coliseo César no tengo amuleto que responda por mi suerte La vida es sólo una muerte donde me juego incompleto Todo es un falso boceto de cadena grito encono hay serpientes en tu trono mil gladiadores que yo no puedo vencer oh no César por qué te perdono Tus dedos van hacia abajo busco el ángel del combate mi corazón ya no late soy un espíritu Rajo la soledad que me trajo pensando en los escalones César no quedan razones es oscuro el porvenir César difícil vivir ¿Cuándo sueltas los leones?
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Confesiones de Lazlo Almasy mientras la lluvia cae sobre su rostro A Katherine, por aquella madrugada de 1941
Me escondo bajo un aullido alrededor del silencio y ya desnudo presencio las voces que se han ungido (Oh Dios vuelve el estallido a condenar la osamenta) nubes golpes ¿Quién presenta mis ojos ante el estrado? ¿Quién será crucificado a espaldas de la tormenta? Alguien precisa una aguja (el piélago se disfraza) La muerte es débil coraza que nombra al tiempo y estruja los cánticos Mi burbuja esparce lo irremisible Como lámpara intangible vuelve a saltar el espejo Sombra y luz son un reflejo final rostro indefinible Katherine soy un boceto mudo de tanta quimera he perdido la bandera que tuve por amuleto ¿Dónde guardé mi esqueleto 121
Antología
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sin hostia ni encrucijada? Katherine sigues tatuada en el reloj mientras llueve Tu imagen se torna breve miedo salto cruces nada Ya nada importa el desierto Inglaterra es sólo un triste disparo por donde existe mi nombre ¿Sigo despierto con la conciencia o voy muerto a naufragar? Recorrimos cada historia y decidimos morir atados los dos Cuando lleguemos a Dios nadie sabrá que vivimos
La ciudad en los cuervos I Han quemado la memoria del espíritu. Los comensales disputan cada trozo de silencio. El bufón contempla guillotinas y envejecen sus cristales. Ah, bufón, yo sufro tus suicidios, soy un cascabel arrepentido que busca el néctar de palomas y corderos. Me rasgo los ojos para no volver a la ceniza, al telón sin luces donde viven tus piruetas. No bastan almanaques si no hay códigos suplicando ante un Mesías, si el viento es navaja o reloj de oscura callejuela. 122
Cuerpo...
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Alguien busca pinceles encima de los rostros, bitácoras donde fusilan panecillos. ¿Cómo desmembrar el miedo, ah bufón petrificado en cualquier sitio? La mesa oculta sus llamaradas, sabe el precio que no entienden los escribas, y golpes y tumbas y cuerdas flotan agrietadas semejando un país. Eres elegido aunque atraviesen tus pupilas, aunque aplasten tu sexo sin mirar el sorbo que no disfrutas. Hoy volverán a consumir la fobia como un descamisado grito en la soledad y el tiempo. II Trazan los heraldos sobre un lienzo que no existe. Soy Rimbaud y me consumo bajo estrellas simbolistas. El odio es escarnio vertido como fraguas de alguna sombra. Soy Rimbaud, el culpable que duerme en la tranquilidad. Mi corazón se escurre, gime por tanto abismo defecado. ¿Quién oxida el aire con los huesos? Ciudad es cualquier muchacha besándome las horas. Ciudad es Londres o París con sus musas de hielo. El musgo esconde la espina y salta por círculos que ven los pasos devorar mi rostro. Soy Rimbaud, no juzguen al padre que asesina cada molécula, no juzguen al silencio. Ya el mundo es carcajada irreverente. Soy Rimbaud y parto con los dioses a cualquier historia sin guantes ni escaleras.
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Irina Ojeda
Luz de agua Desde que tengo memoria con el filo de la navaja siempre llego a herirme. Los días pasan como un caer de lluvia sobre las piedras cortantes como un náufrago que gira al mismo agujero del mar. No lo sé bien aún; por él escapó un niño con su reloj y entre dedos ofrecía llameante agua. Si logro esculpir en esa luz, el viento ya no será anciano que gime y con uñas desgarra los árboles. Hasta la cima su frágil cuerpo lleva el animal enredando cabellos en ramas latentes. A qué espacio me guían estos bosques no sé. Ignoro cuándo no aullará mi pecho en el tejado; cazar poemas al borde de la cama un juego sea.
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Y este vestido que no cesa de gotear; una, cinco, seis, una, se desploman, se desploman mis hombros. ¡Qué tibia paja suelen las horas de una silla desmigajar! Si reconoces lo que veo en la mar de tu pintura, color negro no me elijas, pintor que invades los huecos de la ciudad. Quiero sólo una gota, mínima, de agua que a mi mano rehúye. Mas, aún sigo caminando, caminando sobre el filo de la navaja.
Ciana Pudiera ser la mía tu historia, si no fuera porque esa vez el silencio de unas manos alzó mi pecho. Una mujer que corre, se aparta en valles de quietud. ¿Apalearla? A su favor hay testigos: cuadernos, astros, fábulas... y hablan «desnudas historias allí donde mariposas acuchilla». Una mujer de puñaladas víctima; 125
Antología
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gira, ufana en su juego. Sueña una voz exótica, mientras abriga el muslo de acero tanto follaje. Yo soy de sus confesiones el libro: sólo me pregunto, mujer, qué habrá después del horizonte.
El amante y la trampa Usas collar de uvas para endulzarme el pecho y lo haces florecer. Dime, cómo nutres un labio sin riendas, cómo, dime, tus ojos de tallo suave logran deslavazar el vino que me recoge, Punteas el furor así, bajo una fugaz hoja.
me inicia.
Edén que mora en mi sábana, no anhelo el amparo, el juego de boca fluyente. Aún me obceca hallar estanques y adormecidas trampas. Hoy gira sobre mi lecho, amante. Caballero sin hada del ayer, toma estas crines que bajan a lamer tu espalda inmensa, donde alójanse fatigas y unicornios: y despierta por mi cintura un colibrí agobiado. Tu figura es un ademán sencillo, tan sencillo que en templos el rostro enjuagas. 126
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Para ti muy fuerte, me dices, esta lírica danza sobre claveles, rasante. ¿Por qué dudas? Es mi temor acaso. Pues temo, sí... a estos dedos con ganas por deshojar tus cumbres, so pena de ser ahogadas entre arroyos y chubascos.
Poema escrito sobre la soledad de mis manos De ti sólo tengo la súplica del viento contra el ventanal que no abriré por nada. Un postrero y frágil parpadeo de esta tarde que al irse te llevará consigo y en la noche mi palabra se tuerce, se enclavará sobre este cuello moribundo porque al dejar mi mano irás con tu pecho descubierto para que tempestades hoscas se te encimen; y cómo curar esos ojos siempre desgarrados si yo sólo soy una forastera melancólica como alguien me nombró tal vez; una endeble gitanilla que prefiere irse lejos y adormecer el llanto sin ser vista. Cuando la luna me persiga de cerca indetenible hasta donde se reclinan sobre mí los troncos y suelo escurrirme en el silencio, enredándote en tus penas para suave obligarme a danzar. Un coche te espera en las márgenes del río donde solían amarse nuestros corceles, 127
Antología
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bajo nostalgias y yerbas una silente cabaña. Te dirán: estuvo merodeando entre los rosales. en sus brazos un libro viejo y sola caminaba. Podrán decirte: estuvo anoche tomando té con galletas y pesares. Estuvo sola. Cuando la ventisca te voltee en tu lecho búscame en el bosque. Yo guardaré bajo veladas hojas el recuerdo del tenue dorso de tu mano.
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Polina Martínez Shvietsova
Invierno del alma Me lanzo al abismo sin dejar huellas La voz del amante filtra Ilumina y penetra mi espejismo. Soy el resplandor en el aroma del invierno. ¿Qué es el humo de mi voz? desperdicio de vagar con la premura de la muerte por espinosas praderas de amantes asesinos que habitan la hondura del dolor. ¿Qué azotes me atardecen los anhelos? Siento dudas en lo terrible de mi carne babas de cadáveres sombríos y sin rostro. ¿No se apagarán las nevadas de mi alma? ¿Dónde duermo en la caricia? ¿Dónde un hombre me palpa con la aurora entre las manos?
Antología
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un hombre que me arranque las tinieblas los fragmentos de la noche enterrados en mi cuerpo.
Siempre al final los ríos sangran La muerte puede ser la hermana que no tuve Puede ser la que penetra en mi deseo. Me desgarro en la frágil orilla del placer soy el espectro brutal del que me escondo Sólo veo el destino de los cuervos amantes de mi piel hombres que eyaculan ríos de sangre y ofrecen un sucio y herrumbroso puñal que sarcásticos entierran en mi carne. ¡Oh! cuerpo venenoso asfixia el olor a moribundos que se arrastran no termino de herirme con esta luz inoportuna ya mis labios sangrientos permanecen y hacia el corazón expanden sus tinieblas. Soy anterior de mis ancestros quiero podrirme con mis lágrimas aunque la hermana pose en mis ojos su silencio.
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Carta de regreso A: Ronald y Natalia Con rabia de amor y polvo
¿En cuál imagen soy estorbo constante vagar de soledad en los pasos de mi sombra las manos eternas del desierto? Mis edades posaron en las puertas del abismo negándome el temblor del nacimiento el secreto al polvo de mis padres y no me hallaron. Atada estoy sin relieves ni abrazos que me ahuyenten hacia mis sueños del descenso. Mi alma desprende su inocencia es inmóvil en su eco y caen gotas del alma gotas que rugen de rabia hacia la levedad del espejo. Como remedio moriré sin dudas en el legado de mi sangre hostil y mis frutos serán regalos la infección del universo. Estaré perdida sin ojos y sin manos, ellos separaron mis fragmentos y no me hallaron. 131
Antología
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¿Qué fueron mis horas temerosas? sólo un desierto que me abarca —cierta eternidad— lejos de mi crimen lejos del destino lejos de mí misma.
Séptimo piso ¿Cuál de aquellos muros es la muerte?
Mi alma se perdió con dolor en la mirada en busca de un libro donde entregarse atravesó los blancos muros de la muerte y vi desde mí el atardecer de las cosas su innegable destierro. No sé pero antes hubo nieve en mis pupilas mi sangre impregnaba frialdad parecía eterna la noche incrustada en el cemento. Ahora el silencio despacio me desgarra la orfandad del destino donde navegamos el alma y yo hacia lo profundo del cristal. Por qué no me quedo en la página ausente su diáfana carencia inmortal y la pureza de mi derrota derrota cual metáfora violenta ante mis ojos donde vuelco la cabeza en el polvo del asfalto. 132
Cuerpo...
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Horas La luna creciente rasga un signo abstracto en la dolorosa espina de mi vientre me ahogo sobre cadáveres que cierran mi cuerpo. Suerte de morir otra vez en un lecho espinoso a la memoria. Las horas infieles del delirio. Con el alba despliego estos hijos fantasmales: Por los labios soltaré la peste del animal que llevo dentro y caerá el espectro en lo absoluto de mi estirpe. Dejo mi faz un beso que se crispa en la cuerda resbalo del orgasmo en las alturas y siento la lividez de otro fantasma sobre la niebla en el instante de mis lágrimas.
Brazas Soy Diosa en el profundo imán de mi cama donde volqué la paz sobre una melodía más triste que yo saber que fui altar de pordioseros que transformaron estos labios en harapos. ¡Oh! Templos destruidos en la alcoba como sucios arañazos del dolor donde respira la miasma nauseabunda.
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Antología
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Es el fin del opaco metal de mi locura imagen que nace vidrios que lastiman mis ocasos. ¿Dónde puedo gritar con los huesos del adiós? salir de mi cuerpo dolorido me extravío en las brazas del silencio y nadie pregunta los deseos de mis labios. No quiero sentir estos gritos sepulcrales no quiero morirme en lo absoluto de la noche ni que las sombras asesinen mis palabras.
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Aymara Aymerich
[Ceremonia es la misericordia...] Ceremonia es la misericordia y dos palmos de sal bastan para el desapego tal es la liturgia: date la vuelta tres veces y arrójale a esta fauce todo aquello que no debas. Así no comenzaron las mejores historias, ni las más felices También los sargazos pudren el cuerpo de las aves —un ser-que no fue-una cría— pudre el cuerpo de las aves también los cerrojos también dos tristezas no equivalen a una sola: El espejo ha sufrido mutaciones y ya no podremos escribir como Paul Eluard por un orgullo mejor.
Antología
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el útero es un lugar pequeño, es un lugar y es un silencio Obstáculos entre: el gesto y la palabra, mi pregunta y yo fluimos malolientes desde el útero que es un lugar indivisible como celda, que es un lugar donde mi única pregunta lo cuestiona todo. Allí prefiero elegir nuestra distancia que es la mudez del condenado, que es un silencio donde me escupe y me ennoblezco. Obstáculos entre: el gesto y la palabra, mi única pregunta y yo tenemos una letra más veloz que antes una paciencia más veloz y menos tiempo.
[otra será la madre de mi hijo...] otra será la madre de mi hijo. Yo, pagaré con las uñas hincadas en mi lengua, pero otra será su soledad. tengo senos áridos —yo lo proclamo, no el hombre— vendrá ese hijo, ese auténtico peligro, a forzarlos cada tarde y el semen permanente del hombre 136
Cuerpo...
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será el calor que me acompañe —como otra será su soledad y otra la madre de mi hijo— Yo, que recibo en paz todo lo jugoso, menstruo, para imaginarlo con música.
canción de cuna hija mía yo me asusto y me canciono junto a mi hermano adolescente y limpio me asusto y me canciono: abrir las piernas como abrir el corazón mi hermano adolescente y limpio me lava con júbilo la piel: su júbilo me lava la piel que lo alimenta la piel que lo descuera carne entre la carne: su júbilo en mi piel todo lo pulcra mi hermano adolescente y limpio y jubiloso también las piernas mías que le abro como siempre le abrí mi corazón.
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Antología
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sobre un tema anglosajón viólame, amigo, y lloremos por la patria o el amor. sólo brindo con oxígeno en noches mansas como esta, en vandalismos como este: el Oxígeno Tu oxígeno que también se deteriora. somos absolutamente seres innegables —nuestra úlcera innegable, nuestro ejemplo— Viólame, amigo, y después lloremos juntos En noches mansas como esta Danza para mí tu última mentira Y dispersa el prodigio de tu baile En noches mansas como esta Cada ser huele a su última mentira.
sólo aplaudo la pelvis enemiga Es el goce de la pelvis enemiga el justo goce que engrandece —quise confesar a los amigos pero únicamente el verdugo quedó atento a mis palabras— Yo mostré mi pelvis al verdugo y aplaudo el impacto de aquel odio semejante a una ternura incomparable a la ternura. Sólo soy atenta con la pelvis enemiga: Yo, amigos, yo. 138
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waterproof todo cuanto la Ira me devuelve es el amor y es alguna tradición más peligrosa: para los cuadros de mi nieto humano, del batracio hijo gris y otros asuntos del futuro, que amarán masticarnos la cabeza —para ellos— poso en contra mía y a favor de la violencia como estética. conviene (Federico) tanta soledad y tan pocos amigos, incluso aquellos que no saben depender de la belleza, o esos muy crucificados. conviene (incluso) el pensamiento en ti que eres común: tan común, tan necesariamente cotidiano. donde antes besabas al caballo ajeno ahora lo cursi es patrimonio, donde fuimos dos desamparados ahora es la tradición más peligrosa y pienso (Federico) habrá esta Ira esta mía Ira que retorna y cobija y nos devuelve hacia la misma sustancia primigenia. 139
Asley L. Mármol
Asceticus divinarum rerum contemplator
Una niebla de cíclicos aromas renueva extraña sed incontenible. Sus pasos como ascuas me obligan al delirio de purgar toda la náusea del vacío. Quizás sea alcanzable acaso ligeramente posible distanciar el cieno ante la luz. Mas yo he bebido en estos hombros el imperio sonante del hastío y veo mi lagar en sepulturas apisonando la muerte. En los espesos lirios de la noche
Cuerpo...
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la cineraria iluminada azoga mi pálida esperanza hasta verter el pálido dolor en silencio.
La luz y la memoria La luz y la memoria acuden disipando la precisa holgura de Aquello que me hace vislumbrar mis manos exactas. Me conozco gracias a esta honda precisión; distancia entre la luz y lo eterno calma de la falaz esencia humana. Como dudosa eternidad se adscribe un silencio en mi costado sonido quedo cual la memoria de los muertos hechos ya barro y luz inaprehensible. Retomo aquellas manos exactas rescatadas del olvido. Se consuelan al moldear un breve huesecillo del viento, una recia paz divina en la penumbra. Luego hablar de todo del agua, 141
Antología
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de la tierra y sus fermentos, hablar, en fin, hablar de Dios.
Parcas Qué infancia del tiempo nos arroja como cercano puerto al batir de la luz Otra sombra devela la hechura del misterio frase limpia mano que nos guía al espanto Ciclo que se cierra... Quedar eternos en nuestra fiel incertidumbre.
Oscuridad Mientras se cuecen los huesos con espiritual hervor, de mi esencia el espesor atisban los cuerpos gruesos que oscuros llegan, ilesos, a inundar pronto el recinto. 142
Cuerpo...
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Me levantan mientras pinto, en tiniebla exuberante. Sale de mí desafiante el verso en la sangre tinto.
Oda al vino Homenaje a Charles Baudelaire
Cómo sale de mis labios este verso etílico brebaje saturnal sanguíneo que me entrampa. Cómo han de multiplicarse mis sentidos. Puedo ver el negro tenebroso rictus de los labios mientras derriten una frase retorno de ti misma sobre la cruenta aventura de tentar la boca delirante de un sepulcro.
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Marcelo Morales
Fragmentos Alargo entre flores amarillas corrompiendo al goce la llovizna el día gris de bruces estremece que corten las serpentinas de mis manos el lenguaje roto de los cuerpos espectrales pulida superficie donde giro y giro eternamente abierto a bocas afiladas a la rueda de labios al destino inmensa forma de morir como amantes señores del descenso que abandonan los fragmentos y las horas
Temblor Un temblor desprende al infinito a la última porción que me alimenta al límite boreal a la distancia
Cuerpo...
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ruedo en lentitud los animales habitan el lado de la muerte la línea recta el abismo la oscuridad la aurora el vacío
Humo ¿Dónde va el humo y la mirada? ¿Hacia qué punto? he visto un rectángulo de luz rajando el centro de mi propia vacuidad en la penumbra las selvas de acordeones musicales un cristal resplandecer bajo la lluvia ¿qué valor sorprende en la palabra? tú que estás leyendo apúrate hacia mí hacia el espejo a la imagen suspendida en tu cerebro pues no sé si volveré hacia esta muerte a mi piedra más tangente y vertical ¿estarás allí al caer el día? ¿estarán tus ojos al voltear? polvo al polvo habré al decir vida ceniza pobreza
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Antología
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Paternidad En la órbita de mi esperma está otra vida otro cuerpo otro amor otro misterio otro hombre o una mujer que todavía yo estaré de vuelta a la locura a la tierra el silencio o el olvido no llevaré nada conmigo pasará una eternidad y luego otra
Piedra Todas mis razones se cerraron en la piedra y fue preciso desnudarla filtrar bajo las luces las coronas las sombras alargadas todo lo que he dicho lo sabía todo lo que fue hoy sigue muerto sólo tengo este momento la ruptura de un cristal lento es lo eterno
Sur Tres flores al sur apuntan riegan con su olor haciendo empleo cuerpo sobre cuerpo sobre cuerpo las estrías cristalinas del entierro 146
Cuerpo...
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velan torsos de mujer resplandecientes ya mi mano se retuerce en la otra mano ya mis labios se resecan y consignan ya mi hueso vuelve al viento y memoriza ya el silencio torna al lodo y se compila
Polvo polvo serán, mas polvo enamorado
Al polvo voy avanzo enamorado trazando va el anillo mi círculo de sangre tras las fibras genitales de los músculos sonoros la campana dobla en el último momento otro día para amar aún tendré y una urna delicada contra el vidrio repitiendo mi horizonte secamente
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Elio Javier Bellejero
Aquel fervor oscuro, aquella música con Eliseo Diego
El sol que cuelga de nuestros hombros como el triste sonido de tus pasos hondos o marchitos nos descubre por primera vez. En la Calzada de Jesús del Monte eras la certeza de los muertos el oculto en los portales. ¿Qué música, puente o árbol tembloroso refugió la mueca y la sonrisa del fiel juglar? Frente al muro; allí arrancaste la sombra del último caracol mientras quitabas al agua la niebla y a las calles acorraladas por anzuelos los pequeños fuegos... Tras los globos florece la mano tras del naranjo dispérsase la noche
Cuerpo...
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que un día silbaras en las tabernas cercanas a la luz. Hoy el oscuro fervor hoy sólo se sabe llevar el tiempo en las columnas, el más afilado tiempo que niega la distancia. Sobre nosotros cabalga el ruido de tu pecho el candil oculto la rasgada hoguera que no hemos escuchado. Sólo tú divides el viento como un desgastado murmullo. Viejo Diego, echa a andar la ciudad que nos falta entre la lluvia que amarga y el rostro cristal. Vuelve a ser un golpe ajeno de sangre; despierta los secretos de aquella música antes de que la luna te ladre y el sol escuche nuestros huesos. Vuelve a ser la melódica sonrisa de alguna historia... Haznos sucumbir ante el fervor oscuro de nuestra vieja Calzada de Jesús del Monte.
Noche, rencor, determinados árboles En un tiempo el tiempo precipitó la noche adentro escarbaba el metal a lo ancho de la tarde 149
Antología
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y sus manos descolgándose iniciaron el acto de hablar a solas ese tránsito inútil para morir a mediados del engaño. Hablo de estar bajo mis párpados hasta dolerme otras veces; levantarme quizás desplazar mis ruinas como un hecho inadvertido: sólo una forma humana es la terrible realidad... ignorar sus ojos el vientre aplastar porque mana a golpes de hacha. Todo sea un hábil rencor a la medida del plomo de otro modo no hallarás la espuma el claro que la noche delata y nos ofrece su manía de hojas silvestres. Tal vez, música cubierta por un cuerpo ausente, descubras detrás de cada muro el silencio del parque engañoso y oculto por los lumínicos que la ciudad encierra o el ruido melancólico de determinados árboles.
Los labios de París París no se acaba nunca E. HEMINGWAY
Un día me lanzaré a los labios de París 150
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esa absurda ciudad que de lejos puede parecer las paredes de mi cuarto o el sombrero de aquellas viejas señoras sentadas sobre sus colas de pez viendo cómo caían los guillotinados bajo la paz del suicida. ¡Y porque eran buenos tiempos...! cruzaban arterias desconocidas al filo de la lluvia cortadas a golpes de venas jamás llevaré el caudal del Sena sobre los hombros ni la nostalgia del Louvre hará crecer esos cadalsos que imagino apenas escucho una canción desentonada oculta entre el polvo de los druidas heridas que noto en cada calle más abiertas a la suerte que a los transeúntes asidos al cuerpo de una sombra entre las llamas. Juana de Arco, pude haber regresado a la herrumbre de tu cuerpo pero un vástago de huesos sepultó mis manos en la isla ¿cómo llegar a la angustia del último beso? la música de tus piernas gravitaba su tic-tac levitador de cigarrillos soy sólo un hacedor de palabras en busca de París quien no domina el miedo enorme a las luciérnagas ni al polvo de los reyes el que se marcha con el amor hasta las nubes. 151
Abel González Melo
Seis espinelas con llanto Estoy en el baile extraño De polaina y casaquín, Que me anima y que por fin Me comprime y me hace daño. Sumido en suntuoso escaño Azul, cual branquia y aleta, Un señor cuya silueta Escribe en terso brocado, Y en su nudismo alterado Concibe codo y bragueta. El abismo de la tarde Conjuga el verde del suelo Con lo irónico de un duelo Sin virtud, mas con alarde Repetido. También arde, Bajo el sofá cruel de antaño, La ilusión, casi un engaño, Vals y vitral del festín Que dan, del año hacia el fin, Los cazadores del año.
Cuerpo...
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Una duquesa violeta Va con un frac colorado, Cual si un fauno disecado La poseyese, o su esteta No la quisiese, y la meta De aparentar no existir Diera a su risa el reír Que la convierte en silente. Aunque tampoco la gente Se le acerca: va a morir. Cinco rufianes perdidos Regatean a deshora. Un niño infinito añora Pasiones, entre alaridos. Los celos de los bandidos Se transforman en pirueta Siniestra. Y en la careta De cierto espacio encerrado, Marca un vizconde pintado El tiempo en la pandereta. Y pasan las chupas rojas, Pasan los tules de fuego Para unirse. En este juego Nadie admite ancianas cojas Y entonces —¡oh, paradojas!— Las menos niñas se enlazan Con los chicos que las cazan (mas no las casan). Doncellas se sienten todas las bellas. Y las no bellas... se abrazan. 153
Antología
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Casi angustiado, en mi sueño Salgo a palpar un camino. Fuera, un alcalde mohíno Me repudia por pequeño. Solo me siento y sin dueño Que contenga mis congojas. Lloro solo. Sólo rojas Son las nubes. Ya me anego... Como delante de un ciego Pasan volando las hojas.
Fábula para no volver Si quieren que de este mundo Lleve una memoria grata, Nadie distinga en mi bata Que soy leve y tremebundo. Vivo con un no rotundo Rasgado tras mi garganta. Sólo lo que es bello y canta Me complace, y en la aurora Me vuelvo ingenua pintora Que pinta mientras se espanta. El retrato, complaciente Con la imagen del olvido, Me consume y en su nido Simulácrido, excluyente, Recrea un orbe impaciente. Caigo erizada cual gata. Todo es níveo. Todo es nata. 154
Cuerpo...
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Y, por si acaso me inundo, Llevaré, padre profundo, Tu cabellera de plata. Si quieren, por gran favor, Que lleve más, llevaré Lo que es otoño en mi fe: Tez de añoranza y temor. Ahora sombra y candor Se truecan en mi descenso. Distingo estrépito intenso. Lid vehemente es la algazara. Nadie me explica o me encara: No hay puertas para el ascenso. Antes del lacio reposo Se exhibe mi opaca enagua Sobre un pizarrón de agua. Tibio y poroso leproso Me toca impávido. Rozo La imagen azul: seré Duplicado en lo que amé, Doble de mi sed mayor: La copia que hizo el pintor De la hermana que adoré. Si quieren que a la otra vida Me lleve todo un tesoro, Me esculpiré. Frágil coro Cala en la escara encendida. Punge en mi vientre la herida Lúgubre del mal que espero. Busca un pulgar asidero 155
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Sobre el mural trascendente Del tubo espeso y caliente Donde renazco o me muero. Terco temblor tormentoso Me expulsa otra vez al campo De los pinceles. Estampo Recias figuras de gozo. ¡Ya no soy mujer, soy mozo! Mas, sumido en lo que añoro, Descubro entre pelo y poro Fiera escafandra perdida: ¡Llevo la trenza escondida Que guardo en mi caja de oro!
Emancipación del ego Ese sol que en los siglos clamaba por mi ausencia hoy departe con nubes de antiguos alaridos. Las nubes no me aman. En el último estrato de este cuento nada es válido, ni se encuentra en mí un recodo de real valía. Los que gritan que me han visto y que en mis valles descubrieron algas y que ante el cielo expusieron mis ovejas, aún no existen. Desaparecieron los de pecho torpe, los que adoraban mi pulgar por un centavo, 156
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los que fluían por mis grietas y engordaban en mi celda favorita. No sé por qué sólo los pobres se resguardan en mí, o dicen que la imagen de mi engaño es descarnada cuando hace lustros pernoctaban en su espera. No sé en qué aroma o de qué coágulo nace la idea de esta visión aciaga: lo cierto es que el perfume me adormece y es carmín el ardor de mis mejillas. Veo sensato apenas lo que escucho ahora, lo que pruebo, lo que mis dientes cortan con furor de abeja. Extraño aquel sitio aunque lo note lejos: la adquisición de espacios era allí espada y ópalo y este día, el de ahora, trae el suspiro del escaso rincón que surte la guarida. No soy viejo. No quiero ser viejo. A duras penas hiedo en las horas que no escucho un trinar o no siento el viento, viento más que otra cosa, viento que me devuelve al campanario y tañe la melodía del regreso. Del espacio añorado. Del vivir otra vez. De eso que susurra mientras hierve. 157
Susana Haug
Visión Hay una mujer dormida en la jaula de los pájaros Una pesadilla la cabalga toda hasta dejarla caliente y húmeda, / rosada Se ha llevado su desnudez a un rincón más amplio donde / poder lavarla con aceite y sangre, miel y sudores de cuerpos selectos Nada sabe de la olla destapada en la cocina que hierve / lenguas negras, bestiales, suaves, pálidas, tersas, de vaca o perro Desconoce los olores fuertes que crecen dentro / de sus grietas rosadas Ella yaciente y arqueada sobre la meseta de la cocina pasan cuadros blancos y rojos se deslizan con flores y el vapor emana de las grietas besando su espalda en Venecia un arco Sabe a muerte la lluvia o a tarde la muerte no sé / allí en su piel mientras penetra a la nalga la frialdad de la loza y cerca / humea la carne a la parrilla
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Ella dormida la ha visto un ciego y han caído por fin / sus ojos.
Anticristo Como amparado en la ferocidad de un tragaluz yo te recorro a destiempo, insoslayables ambos porque los cuerpos sí existen —las eternidades son segundos dilatados con tu calor único, que las hojas ignoran y trocean, hilachas de tu carne descomunal, magra, feraz hasta el tuétano calidoscópico de alguna sustancia fósil— y son más que líneas entrecortadas al barniz de la vela. En cualquier historia, discursión, retórica, nigromancia, cábala, pontificado, hay siempre una vela que desafíe la vacía hambruna de una porción de infinito: yazga aquí en el sumidero ventricular de los cuerpos, benedicite. Quien quiera alumbrarnos será bienvenido. NO QUEREMOS MAGOS. Tampoco la panacea / que embote cada una de mis sensaciones, las vulgarice. Ya no habrá mal eterno, ni serás un salvador a sorbos cortos, penetrando su aroma, su amargura. Se acoge también un poco de dolor, casi agradecidamente. Las palabras me profanan a su gusto, desátanme tiránicas para un breve respiro: exorcísame o poséeme por los siglos de los siglos que tú, infame Santísimo, bendita o antes maldecida, 159
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sin queja acaso, me has entregado. Nosotros cuajamos el tiempo, la luz, / los infra-ultramundos, lo inmaterial con un simple beso a todo lo visible. Caridad del ciego profesante de ciertos enigmas sólo lógicos en una partida de dados. Jugar a las cartas, ases en tránsito, las Suertes. El azar El prófugo La obscena beatitud Las bestias piafantes escapadas del paraíso. Pero no un beso de reptil petrificado a causa de la inverosimilitud, el escepticismo, el miedo a adivinarse. La bola de cristal cuarteada cae ante tus pies de vestal. Recoges muñones, un ápice para que el leproso contemple espejismos, se extasíe la vida entera, te bendiga. Porque Tú intercediste por él, echaste en tu piel la nata legañosa de su enfermedad —malditos caminamos hacia la cañada. Yo sé que ese beso los redimirá a ambos, a Pandora, y a los vástagos culpables-ignorados-estúpidos-fascinerosos de las calles. Sosiega mis quebrantos, mis espumarajos de bilis corrompida que sólo mi madre y las moscas se atreven a sorber. Acompaña estos retardados estadíos de la conciencia, conjunción de todos los cataclismos, letargos improvistos y frenéticas dentelladas —acaso sea la rabia— con algo más que gárgolas agujereando sus penas / en mis pies, como perros. 160
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Acoso de las gárgolas: ellas tañen vengativas las campanas. Me oculto dentro, en la cloaca de los caños por los que a veces metí el dedo, o empiné una lágrima. ¡Pobres creyentes que han comprado ya sus cuartos / en el reino! Así pago Yo tu fe y no avivo el pabilo de los cirios ni coloco ofrendas en los sempiternos nichos ocupados. Ellos también desafían los anales, el parsimonioso afán de las ampolletas en su recambio de fluidos que verterán —oigo los clarines— a mi garganta. Así habré roto el tiempo, hipnotizado quizás a la sacerdotisa del reloj. Ahora, despojado de aquellos Ilustrísimos demonios, me apresto a hincar la frente y al fin santificarme: —Perdóname, Padre, porque he pecado —Bienaventurados los herejes y los destronados; temed los unos a los otros, y confiad en la oveja negra que os salvará si Dios ha caído en el Sueño. Ya nada tiene lógica, motivo, fin. He mentido sobre ti. Regreso, pues, y declaro —ante los areopagitas inquisidores de las sagradas / cavernas— que no he descifrado una palabra. Ebrio, desnudo, corrompido yazgo. Me amilana luego la confesión: Escribimos por gusto. Después la vida será callar. 161
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Circo de espejos II He quedado sola, espejismo que nunca llegó a ser comprendido. Sostuve un rosario en la mano y recé a los difuntos, a los que van a morir porque tienen que morir. Es así, yo lo anuncié públicamente: no hay lecho para los muertos. Pero la arena, espectro del sudor, está allí fresca. III Yo también pruebo a reírme de mí misma ante la galería de espejos.
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De los autores
José Ramón Sánchez Leyva (Guantánamo, 1972). Poeta. Mención en Poesía del Encuentro Nacional de Talleres Literarios, 1998. Premio de Poesía Regino Boti, 1998. Los poemas seleccionados pertenecen al cuaderno inédito Odiseo nocturno. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Luis Eligio Pérez (Ciudad de La Habana, 1972). Poeta. Integrante del grupo Zona Franca. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Arlén Regueiro Mas (Ciego de Ávila, 1972). Poeta. Premio del Encuentro Nacional de Talleres Literarios, 1997. Mención del Premio de Poesía de la revista Revolución y Cultura, 1997. Ediciones Ávila publicó su cuaderno Páginas del agua, Premio Poesía de Primavera, 1997. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. José Ernesto Cadalso Quero, Che (Santa Clara, 1972). Poeta. Licenciado en Derecho. Ha obtenido premios en concursos universitarios y en talleres literarios de su ciudad natal. Todos sus textos permanecen inéditos.
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George Riverón Pupo (Holguín, 1972). Poeta. Estudiante de la Facultad de Cine, Radio y Televisión del ISA. Primera mención del Encuentro Nacional de Talleres Literarios, 1995. Premio de la Ciudad de Holguín, 1996. Accésit del Premio de Poesía Encina de la Cañada, en España. Tiene publicado los cuadernos Extraños seres de la culpa, Contra la soledad de la sombra, y Los días del perdón. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Michel Aguilar Ros (Güines, 1972). Poeta y pintor de formación autodidacta. Premio del Encuentro de Talleres Literarios de La Habana. Textos suyos aparecen en La Tertulia. Tiene publicada la plaquette Exordio. Luis Lexander Pita García (Colón, 1972). Poeta y narrador. Obtuvo mención especial en el Premio Waldo Medina, 1996. Premio Eliezer Lazo de la AHS, 1998. Premio Rilke al Joven Poeta, 1998. Textos suyos aparecen en la antología de jóvenes poetas matanceros Generación de los invisibles, Bilbao, España. Tiene publicada la plaquette de poesía Alicia, después de los caballos será el mundo. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Marilín Roque González, Mae (Jagüey Grande, 1972). Poeta. Premio del Encuentro Nacional de Talleres Literarios, 1995. Sus textos aparecen en El Caimán Barbudo y la Revista Matanzas, entre otras publicaciones periódicas, y en la antología de jóvenes poetas matanceros Generación de los invisibles, Bilbao, España. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. 164
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José Félix León (Pinar del Río, 1973). Poeta y narrador. Ha publicado Demencia del hijo, Donde espera la trampa que un día pisó el cier vo y Patio interior con bosque. Premio Hermanos Loynaz de Poesía, 1994. Premio Dador de Narrativa, 1998. Premio Prometeo de Poesía, 1997, y Premio Onelio Jorge Cardoso de Cuento, 1999, ambos de La Gaceta de Cuba. Estudia Filología en la Universidad de La Habana. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz y de la UNEAC. Maylén Domínguez Mondeja (Cruces, 1973). Poeta. Licenciada en Información Científico-Técnica y Bibliotecología por la Universidad de La Habana. Poemas suyos aparecen en las revistas El Caimán Barbudo, Huella y Ariel. Sed de Belleza Editores publicó su poemario Historias contra el polvo. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Israel Domínguez Pérez (Placetas, 1973). Poeta. Premio Rilke al Joven Poeta, 1997. Premio Calendario de Poesía, 1999. Ediciones Vigía publicó su plaquette Como si la muerte hubiera sido un sueño, y Aldabón Editores publicó sus Poemas tempranos. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Ian Rodríguez Pérez (Las Tunas, 1973). Poeta. Premio Waldo Medina, 1994 y 1996. Premio Abdala, 1995. En 1997, Reina del Mar Editores y las Ediciones Áncoras publicaron su cuaderno de poemas Velas en tor no al corazón demente. Preside la Asociación Hermanos Saíz en Cienfuegos. 165
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Kenia Leyva Hidalgo (Holguín, 1974). Poeta. Miembro del Taller Pablo de la Torriente Brau y de la Asociación Hermanos Saíz. Textos suyos aparecen en La Gaceta de Cuba, y en publicaciones de España, Argentina, México, Estados Unidos y Perú. Leonardo Guevara Navarro (Ciudad de La Habana, 1974). Poeta y narrador. Miembro del grupo Zona Franca de la Asociación Hermanos Saíz. Mención del Premio David de Poesía en 1998, entre otros. Textos suyos aparecen en publicaciones periódicas cubanas y extranjeras, y en la selección de escritores cubanos y mexicanos Escarceos. Mioara Cabrera Castillo (Ciudad de La Habana, 1974). Poeta. Los textos seleccionados pertenecen a su obra inédita La flor de Estambul. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Naírys Fernández Hernández (Matanzas, 1974). Poeta y traductora. Miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Obtuvo el Premio Bonifacio Byrne, 1996. Ha publicado Este es el canto del siglo (Ediciones Vigía), la plaquette Tan sola (Ediciones Matanzas) y El silencio nos murmura (Ediciones Aldabón). Textos suyos aparecen también en publicaciones periódicas y en Generación de los invisibles, Bilbao, España. Javier Marimón Miyares (Matanzas, 1975). Poeta y narrador. Finalista del Premio de Poesía de La Gaceta de Cuba, 1995. Premio Calendario de Poesía, 1997. Premio José Jacinto Milanés, 1998. Premio de la Colección Pinos Nuevos, 1999. Ha publicado 166
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La muerte de Eleanor y Formas de llamar desde Los Pinos. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Isaily Pérez González, Isa (Santa Clara, 1975). Poeta. Estudiante de Filología en la Universidad Central de Las Villas. Liudmila Quincoses Clavelo (Sancti Spíritus, 1975). Poeta. Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara, 1994. Premio América Bobia, 1995. Premio Prometeo, 1996. Premio Dador, 1997. Premio del Frente de Afirmación Hispanista, 1998. En 1995 publicó Un libro raro, por Ediciones Capiro. Textos suyos han sido publicados en España, Italia, Francia, Argentina, Estados Unidos y México. Los poemas seleccionados pertenecen al libro inédito Poemas en el último sendero. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz y de la UNEAC. Osmany Oduardo Guerra (Las Tunas, 1975). Poeta, narrador y crítico. Licenciado en Inglés. Premio Nacional Décima Joven de Cuba, 1998. Premio Tomasa Varona, 1998. Primera mención del Premio Décimas para el Amor, 1998. Ediciones Sanlope publicó su plegable Reflexiones desde el pesebre. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Frank Castell González (Las Tunas, 1976). Poeta. Estudiante del Instituto Superior Pedagógico Pepito Tey. Premio especial de la AHS en el concurso Décima Joven de Cuba, 1997. Premio de Poesía Tomasa Varona y Portus Patris, 1998. Premio Décimas para el Amor, 1999. Tiene publicado el plegable Oración del Suicida, 167
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por Ediciones Sanlope. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Irina Ojeda Becerra (Santa Clara, 1976). Poeta. Ha obtenido premios y menciones en Encuentros de Talleres Literarios. Estudia en la Universidad Central de Las Villas. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Polina Martínez Shvietsova (Camagüey, 1976). Poeta. Graduada de Información Científico-Técnica y Bibliotecología. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Aymara Aymerich Carrasco (Ciudad de La Habana, 1976). Poeta y narradora. Premio Farraluque de Poesía Erótica, 1998. Premio Calendario de Cuento, 1998. Finalista del Premio de Cuento de La Gaceta de Cuba, en 1998 y 1999. Premio Dador de Poesía y Narrativa, 1999. Premio David de Poesía, 1999. Sus textos aparecen en publicaciones periódicas como El Caimán Barbudo, Sic, Viceversa... Los poemas seleccionados pertenecen al libro en proceso editorial in útero. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Asley L. Mármol (Ciudad de La Habana, 1977). Poeta y narrador. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz y del Grupo Literario Jácara, de cuya revista homónima es subdirector. Cursa la Licenciatura en Español y Literatura en el Instituto Superior Pedagógico Enrique José Varona. Marcelo Morales Cintero (Ciudad de La Habana, 1977). Poeta y narrador. La Colección Pinos Nuevos publicó en 1998 su poemario Cinema. Sus textos 168
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aparecen en publicaciones periódicas cubanas y extranjeras como El Caimán Barbudo, Viceversa... Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz y de la UNEAC. Elio Javier Bellejero (Santa Clara, 1979). Poeta y narrador. Ha obtenido premios y menciones en Encuentros de Talleres Literarios en Santa Clara y en Ciudad de La Habana. Abel González Melo (Ciudad de La Habana, 1980). Poeta, narrador y crítico de teatro. Premio Calendario de Cuento, 1998, con Memorias de Cera. Mención del Premio de Cuento de La Gaceta de Cuba, 1999. Estudia Teatrología en el Instituto Superior de Arte. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz. Susana Haug Morales (Ciudad de La Habana, 1983). Poeta y narradora. Ha obtenido menciones en el género de cuento en los concursos La Buena Pipa, 1996, y Ernest Hemingway, 1997. Finalista de los concursos Fundación de la Ciudad de Santa Clara, 1997, y David, 1997, en Literatura Infantil. Textos suyos han sido incluidos en varias publicaciones de Cuba y España. En 1997, publicó Cuentos sin pies ni cabeza. Es miembro de la Asociación Hermanos Saíz.
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Gracias
Hay, amigos, en la Quinta de los Molinos, una casa pequeña y rodeada de árboles, cuyos techos y jardines han visto pasar en los últimos lustros a los más diversos escritores y artistas jóvenes de La Habana, de otros sitios del país y del mundo: es La Madriguera, sede de la Asociación Hermanos Saíz en la Ciudad. El invierno pasado, varias personas nos encontramos en la galería de esa casa para pensar proyectos que fueran realizados por y dirigidos a la promoción de los escritores más jóvenes, con el apoyo del Instituto Cubano del Libro. El superobjetivo era dar cuerpo a una nueva promoción de escritores que ya existía, pero cuya presencia visible se dilataba demasiado por razones muy diversas. Este libro es el primero de esos proyectos que alcanza su concreción. Vendrán otros: una muestra de narrativa, una revista... Varias personas e instituciones nos apoyaron desde el inicio y sin ellos la realización de este catálogo hubiera sido más compleja. Los poetas Javier Marimón y Marcelo Morales acopiaron textos, disintieron, aconsejaron y estimularon; Fernando Rojas, Omar González y Carlos Mas Zabala sostuvieron el apoyo institucional comprometido; los Centros del Libro y las sedes de la
AHS en las provincias nos ayudaron de formas muy diversas; la Editorial Letras Cubanas asumió en tiempo y con rigor la publicación. A todos ellos deseamos agradecer la realización de este sueño —y muy especialmente a los poetas que nos confiaron sus textos, incluidos los que no integran este Cuerpo... —pero cuyos versos y opiniones nos permitieron comprender el proceso: sabemos que son parte fundamental de esos nombres que se incorporarán en los próximos años al panorama que este catálogo propone. A YMARA A YMERICH EDEL MORALES La Madriguera, 1ero. de noviembre de 1999