El Real Monasterio de Santa María de Guadalupe (Cáceres - España)
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El Real Monasterio de Santa María de Guadalupe (Cáceres - España)
El Real Monasterio de Santa María de Guadalupe (Cáceres-España) Los monjes Jerónimos (1389-1835) y los Franciscanos (desde 1908) han sido los principales artífices y tutores de uno de los tesoros más sorprendentes de la cultura española.
El Monasterio de Santa María de Guadalupe y fachada principal (sur) del Monasterio
Altar y retablo del Templo, a la izquierda. Coro con atril de bronce con Cantoral miniado
Claustro mudéjar. A la derecha, claustro y templete del claustro
Claustro gótico, actual Hospedería, y galería del claustro
Parador de Turismo de Guadalupe
El Monasterio de Guadalupe Presentación
Aparición de María al pastor junto al río Guadalupe. Miniatura del Cantoral 27, siglo XVI.
INTROIBO "El Real Monasterio de Santa María de Guadalupe es gloria de nuestra historia, alzado como un alcázar, rico y señorial, en la serranía extremeña, junto a las Villuercas, sobre la falda sur de las Altamiras, en el corazón mismo de la Puebla de Guadalupe, nacida en 1337, en los alrededores del primitivo santuario de la Virgen Morena" (De uno de los folletos de Guadalupe, recogido en marzo de 1999)
Estas páginas están dedicadas a Guadalupe, a su Monasterio, a los monjes Jerónimos que lo hicieron posible, con el desarrollo de una inmensa tarea de más de cuatrocientos años hasta su forzada exclaustración en 1835, y a los Franciscanos, que tomaron el testigo en 1908 para acometer la magna obra de restauración y conservación del santuario, tras el incomprensible, pero progresivo abandono y deterioro que sufrió el Monasterio en el siglo XIX.
Monasterio de Guadalupe: dibujo de 1567 de Antón Van der Wygaerde, pintor de cámara de Felipe II
Fachada sur del Monasterio
Fachada de poniente del Monasterio
Como toda obra humana, el Monasterio conoció, desde su nacimiento, a principios del XIV, y a lo largo de su interesante historia, el crecimiento, madurez, muerte y resurrección, de la mano de la Orden de San Francisco para goce y culto de la Humanidad, de quien es Patrimonio, según declaración de la UNESCO, desde el 11 de diciembre de 1993.
Antes de entrar en la historia de la Virgen de Guadalupe y del Monasterio y en la fugaz contemplación de algunas de las maravillas que éste encierra celosamente, queremos hacer una consideración a nuestros visitantes, muy en línea con todo lo que publicamos dentro y fuera de la Red de Redes. Lo que más impresiona de Guadalupe es, una vez más, la magia que encierra toda obra humana cuando es fruto de la relación con Dios, relación que siempre ha sido fuente eterna de inspiración de lo mejor y más sublime que ha creado el hombre bajo el inimaginable poder que le otorga su fe en lo sobrenatural. Este es un fenómeno que una y otra vez no deja de sorprender a los racionalistas, especialmente cuando contemplan el desarrollo de la sociedad contemporánea, la creciente ausencia de fe en lo divino y las raras manifestaciones "arte puro" de nuestro descreído siglo. En el caso de Guadalupe bastó el hallazgo de una pequeña talla de madera, ennegrecida, de la Virgen María con el Niño que había sido enterrada junto a un pequeño y "escondido río" -Guadalupe, en árabe-, para desencadenar una serie de acontecimientos cuyo alcance superó cualquier posible vaticinio hecho en aquella época. Aquel acontecimiento fue origen, como también veremos, de la mayor empresa agropecuaria española de finales de la Edad Media y de toda la Edad Moderna y de la difusión universal del culto mariano en el imperio español. A esto último contribuyeron de forma especial, en el siglo XVI los conquistadores de América de origen extremeño.
La Puebla de Guadalupe La Puebla está situada en la falda meridional del cerro de Altamira, ramificación de la Sierra de las Villuercas. Tiene 648 metros de altitud y desde su fundación ha sido siempre tierra extremeña, adscrita en 1833 a la provincia de Cáceres.
Dibujo de 1567 de Antón Van der Vyngaerde (Antonio de Bruselas o Antonio de las Viñas) Fue pintor de cámara de Felipe II, dibujante y topógrafo, nació en Amberes y murió en Madrid en 1571
Antiguas casas y viejas calles, con típicos soportales de madera y balcones floridos evocan tiempos de austeridad y alegría. En la parte baja de la población, la calle Sevilla, la plazoleta de los Tres Chorros, la Fuente del Ángel y el Arco de las Eras, con algunas edificaciones de los siglos XIV y XV forman un conjunto de confortante belleza medieval. La parte alta o Barrio de Arriba también tiene su peculiar atractivo: las calles Nueva, Real, Pasión, Logroño, Corredera, son las más significativas e históricas.
Fuente de los tres chorros y jóvenes con trajes típicos
Pervive aún la afanosa labor de la artesanía del cobre y de otros metales. Sus cántaros, ánforas y calderos son buena muestra de esto. El monumento histórico-artístico de mayor importancia El Real Monasterio y Santuario de Santa María de Guadalupe, declarada Patrona de la Extremadura en 1907 y Reina de las Españas el 12 de octubre de 1928.
Fotografía de principios de siglo XX
La fachada principal de su imponente mole y atrio, da a la plaza mayor de la villa. Otros monumentos, como el Colegio de Infantes y el Hospital de San Juan Bautista, convertidos en Parador Nacional de Turismo; el Hospital Nuevo o de las Mujeres, el Molino de San Jerónimo, ambos de propiedad particular, y la Casa del Trigo, en la huerta conventual, son también edificaciones de importancia.
Vista de la plaza desde el balcón de la biblioteca en la fachada del Monasterio
La tierra del término de Guadalupe es fértil: huertos, frutales, castaños y olivos producen abundantes frutos. Aunque la actividad agropecuaria ocupa a muchos vecinos, el turismo, el comercio, la industria forestal y la hostería son fuente de una creciente economía. La población civil alcanzó una media de 3.500 vecinos durante el presente siglo, pero el censo realizado en los años noventa da una cifra de 2.500. Toda la villa de Guadalupe fue declarada Monumento Histórico-Artístico el 27 de septiembre de 1943 y el 27 de febrero de 1964, por Decreto de la Jefatura del Estado, fue creado el Patronato del Poblado Monumental HistóricoArtístico de Guadalupe.
La Leyenda de la Santa Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe
La Imagen con uno de sus vestidos de gala
La imagen de la Virgen tiene una larga vida, según la leyenda, pues su primer propietario fue, según los códices antiguos, San Lucas, el senador romano Lucano, en el siglo I de la era cristiana. Cuentan, que muerto el evangelista, en Acaya (Asia Menor), la imagen fue enterrada con él. En el siglo IV, fue trasladada, con el difunto, a Constantinopla y, desde aquí, fue llevada a Roma por el cardenal Gregorio, legado del papa Pelagio II. Una vez elegido pontífice, Gregorio Magno, la expuso en su oratorio. La virgen se anota su primera intervención milagrosa cuando el pueblo de Roma, tras aclamarla con fervor a su paso en procesión por las calles de aquella ciudad azotada por la peste, comprobó que la fatal epidemia desaparecía mientras aparecía un ángel sobre el castillo limpiando la sangre de una espada, al tiempo que un coro de ángeles cantaba:
Reina del cielo, alégrate, alleluia, Regina coeli, laetare, alleluia, que obtuvo conmovida respuesta del pontífice, Gregorio, que presidía la procesión: Ruega al Señor por nosotros alleluia. Ora pro nobis deum, alleluia El castillo, desde entonces, tomó el nombre de Castillo Sant Angelo, refugio de papas en la paz y durante la guerra.
Procesión, en Roma, en agradecimiento por la desaparición de la peste, y el castillo de San Angelo
Isidoro, hermano del Papa, trasladó la imagen a Sevilla y la entregó a San Leandro, Arzobispo de la ciudad. Durante la travesía, se calmó una fuerte borrasca y la imagen llegó indemne al puerto fluvial hispalense, desde allí fue trasladada a la iglesia principal, en la que fue venerada hasta la invasión musulmana del año 711. En el año 714, unos clérigos de Sevilla, que huían del peligro sarraceno, llevaron la imagen hasta Extremadura y la escondieron junto al río Guadalupe, que significa "río escondido" (como el flujo vital de alguna Lupe o Lupita) que recorre el valle al sur de la sierra de Altamira, no lejos de las Villuercas. Hermosos paisajes que se pueden contemplar en un bello atardecer, según se abandona y se aleja la Puebla. Durante seis siglos estuvo perdido el culto a esta imagen, hasta que los prodigios estallaron de nuevo en el siglo XIII, poco después de la recristianización de aquellos territorios.
Un humilde pastor o vaquero, vecino de Cáceres, que en el siglo XVI fue nominado Gil de Santa María (mucha hidalguía por aquel entonces) y, más tarde, en el siglo XVIII, Gil Cordero (muy apropiado para Extremadura), encontró a una de sus vacas muerta. Cuando se disponía a recuperar su piel, y comenzaba a practicarle unas incisiones en forma de cruz con el cuchillo, la vaca resucitó y, en ese preciso instante, se apareció la Virgen María que le hablaba con celestial sonido:
"No temas, que soy la Madre de Dios, salvador de linaje humano; toma tu vaca y llévala al hato con las otras, y vete luego para tu tierra, y dirás a los clérigos lo que has visto y decirles has de mi parte que te envío yo para allá, y que vengan a este lugar donde estás ahora, y que caven donde estaba tu vaca muerta, debajo de esas piedras; y hallarán ende una imagen mía. Y cuando la sacaren, diles que no la muden ni lleven de este lugar donde ahora está; mas que hagan una casilla en la que la pongan. Ca tiempo vendrá en que en este lugar se haga una iglesia y una casa muy notable y pueblo asaz grande.
Tras estas palabras, la Virgen desapareció, y el pastor marchó hacia Cáceres para avisar al clero. Cuando llegó a su casa, un hijo acababa de fallecer. Invocó a la Virgen y el hijo resucitó. Este prodigio convenció a los clérigos sobre la verdad de la aparición y todos se dirigieron al lugar del milagroso suceso, excavaron entre las rocas y hallaron la imagen y una serie de documentos que atestiguaban su procedencia.
Allí mismo se construyó la primera ermita y el lugar se convirtió en centro de peregrinación. Y ésta fue la versión popular y romántica, la leyenda del origen del Santuario, que en los siglos XIV, XV y XVI fue recogida por los monjes en diversos códices. Así, con Gil Cordero y su familia, comenzó la historia de Guadalupe, existe, en el enterramiento del vaquero, una lápida funeraria de cerámica del siglo XVIII que reza:
Hic Jacet Don Gil de Santa María de Guadalupe, a quien se aparezio esta Santa Ymagen. Fue natural de la Villa de Cazeres.
La leyenda pertenece al período de "apariciones a pastores" tan característico de los siglos XI al XV de la iconología mariana española, y que se ha repetido, esporádicamente, durante siglos posteriores hasta nuestros días. Y, por lo tanto, de pura leyenda deberían entenderse los acontecimientos, relacionados con la talla de madera, anteriores al siglo XIII.
La Imagen de la Virgen Morena Nuestra Señora de Guadalupe, en su talla original primitiva, fue labrada en madera de cedro, por artista desconocido, a finales del siglo XII. Pertenece al grupo de "vírgenes negras" de la Europa occidental de los siglos XI y XII y responde a un esquema románico bastante conocido en los ambientes cristianos de la Edad Media. Se aplicaba a la Virgen María el protagonismo de un pasaje del Cantar de los Cantares por el que Nuestra Señora habría dicho: "Tengo la tez morena, pero hermosa, muchachas de Jerusalén, como las tiendas de Cadar, como los pabellones de Salomón. No os fijéis en mi tez oscura, es que el sol me ha bronceado" (Cap.I, vers.5 y 6)
Por esta razón los artistas medievales ennegrecían con betún las tallas de las vírgenes una vez terminadas. Mide la talla cincuenta y nueve centímetros y pesa cuatro kilogramos, y su rostro es más negro que moreno. Viste túnica de color verde oliva, con vueltas en rojo bermellón, sobrecuello imitando bordado en hilo, puños de la manga dorados y manto color ocre-marrón. Ostenta un velo o toca de color blanco, con vueltas de color bermellón. Como decoración de sus vestiduras, cuatro flores tetralobuladas, dos en el pecho y una debajo de su mano derecha, símbolo de su triple virginidad: Antes del parto, en el parto y después del parto; y la cuarta en la parte inferior de su túnica, signo de su poder celestial.
El Niño es una talla sedente del mismo estilo, mide veintitrés centímetros de largo y pesa doscientos gramos. La mano derecha del Niño es de plata, labrada en el siglo XVI en sustitución de la primitiva, y está en actitud de bendecir. Su aparición en Extremadura ocurre en una época de intensa devoción mariana, en el reinado de Alfonso X el Sabio (1252-1284) o algo después, con Sancho IV o Fernando IV (12951312). La imagen actual es la primitiva y original y, en torno a ella, se ha desarrollado la vida del santuario durante ocho siglos. A través del tiempo la imagen ha tenido algunas modificaciones: La más antigua se hizo en época anterior a 1389, fue para presentarla vestida con saya, manto y toca, y la más moderna es la de 1984. Esta imagen es hoy, como ayer, un tesoro escondido entre las sierras de Guadalupe, y todo un símbolo en Extremadura y en los países de habla hispana, en los que sus copias o trasuntos se han multiplicado con el correr de la historia. Por aclamación popular y aprobación pontificia es la Patrona de Extremadura y es llamada la Reina de la Hispanidad.
Expansión de la devoción a la Virgen de Guadalupe Con el paso del tiempo la fama del Monasterio se extendió por toda España y por todo el mundo. Nueve códices de Milagros de Nuestra Señora de Guadalupe, testimonian la devoción universal de las gentes. La presencia, desde el siglo XVI, de los españoles en varios lugares de la Tierra, la importancia de nuestro ejército, de nuestras letras y la fuerte evangelización llevada a cabo, ejercieron gran influencia en otros pueblos a los que, entre otros valores se trasmitió la devoción guadalupense, en ese tiempo la más extendida y fomentada en España.
Imagen mexicana de la Virgen de Guadalupe
Durante los siglos XV, XVI, XVII, fueron las demandas o facultad de pedir limosna para el santuario por todas partes una muestra de la devoción a la Virgen. Las gentes de Castilla y de Portugal concurrían con generosos donativos, que eran después bien invertidos en beneficio de los peregrinos pobres y en la asistencia de enfermos en los cuatro hospitales que atendía la santa casa. Desde el siglo XV hasta el XVIII el santuario disfrutó del privilegio de la manda forzosa. Todas las personas acomodadas debían dejar en sus testamentos algunas mandas en favor del santuario; compartía entonces ese honor con los santuarios de Jerusalén, Roma y Compostela. En España son numerosos los santuarios dedicados a la virgen de Guadalupe, además de los de Extremadura, destacan los de Hondarribia (antes Fuenterrabía), Guadalupe (Murcia), Rianxo (La Coruña), Gavellar (Úbeda). Además son numerosísimas las ermitas diseminadas por toda la geografía española. Fuera de España, hay santuarios en Portugal, Polonia, Río-Muni, y, en especial, en América y Filipinas, donde más de seiscientos lugares llevan el nombre de Guadalupe, y en donde destacan los santuarios de Nuestra Señora de Guadalupe de Tepeyac, villa de Guadalupe (México); de Sucre y en Mizque (Bolivia); Pascamayo, Nespeña, Balsas, Nasca y Ayquina (Perú); de Quito (Ecuador); de Quinche (Quito-Ecuador); Santa Fe de Bogotá (Colombia); y la catedral de Basse-Terre y Point-á-Pitre (Antillas) en la isla que, descubiertas por Colón el 4 de noviembre de 1493, recibió el nombre de Guadalupe. La isla fue cedida a Francia en 1635 y, en la actualidad, está considerada como un departamento francés. Junto a todos estos santuarios, hay numerosos templos que albergan imágenes de la Virgen de Guadalupe. Ninguna denominación de la Virgen María está más íntimamente unida a los hechos que integran ese amplio concepto de la Hispanidad que Nuestra Señora de Guadalupe. Aquí y allí. En España y en América. De ahí el merecido título de Reina de la Hispanidad.
Monasterio de Guadalupe Patrimonio Artístico
Las partes del Monasterio El Monasterio es una inmensa construcción en la que destacan cinco partes esenciales. Si contemplamos el inmenso conjunto, elevándonos sobre la plaza mayor (desde el sur), veremos: el Templo-Basílica con su atrio; a su derecha, el edificio del Auditórium; detrás del Templo, el Claustro Mudéjar, y, a continuación, más al norte, el Claustro Gótico. La Mayordomía se encuentra junto al Templo en su esquina sudoeste. Ocho impresionantes torres coronan el conjunto de edificios entre las que destacan la de Santa Ana y la de Portería, que enmarcan la fachada del Templo, la de las Campanas domina el conjunto.
El Monasterio de Santa María de Guadalupe.
Plano de planta
LECTURA DEL PLANO 1. TEMPLO - BASÍLICA
32. CLAUSTRO GÓTICO
2. PRESBITERIO O CAPILLA MAYOR 3. CORO 4. CAPILLA DE SANTA ANA - ACCESO AL TEMPLO 5. NAVE DE SANTA PAULA 6. AGUAMANIL
33. SALÓN RECIBIDOR 34. COMEDOR DE HOSPEDERÍA 35. COCINA DE HOSPEDERÍA
7. ANTESACRISTÍA 8. SACRISTÍA 9. CAPILLA DE SAN JERÓNIMO 10. SAN JUANITO 11. RELICARIO 12. ESCALERA DEL CAMARÍN 13. CAPILLA DE SANTA CATALINA 14. CAPILLA DEL PANTEÓN 15. LA DE SAN GREGORIO
16. MAYORDOMÍA 17. PORTERÍA: ENTRADA AL MONASTERIO 18. CLAUSTRO DE LA MAYORDOMÍA 19. MUSEO DE LIBROS MINIADOS
20. CLAUSTRO MUDÉJAR 21. TEMPLETE GÓTICO – MUDÉJAR 22. GLORIETA DEL LAVATORIUM 23. MUSEO DE BORDADOS 24. CAPILLA DE SAN MARTÍN
25. CAPILLA DE SANTA CECILIA 26. MUSEO DE ESCULTURAS Y PINTURAS ANTIGUAS 27. NAVE NORTE 28. OFICINAS
29. PATIO ANTIGUO 30. SALA DE RECEPCIÓN 31. ACCESO A LA HOSPEDERÍA
36. CAFETERÍA – BAR 37. COMEDOR NUEVO DE HOSPEDERÍA
38. AUDITÓRIUM 39. VESTÍBULO DEL AUDITORIUM
40. CORRALÓN 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52.
MURO LAVANDERÍA ALMACÉN TORRE DE SANTA ANA TORRE DE LAS CAMPANAS TORRE DE SAN GREGORIO
TORRES DEL CHAPITEL BONITO TORREÓN DEL NORTE TORRES DEL NOROESTE TORREÓN DEL PONENTE TORRE DE LA PORTERÍA LUGAR DE LA HOSPEDERÍA REAL DESTRUÍDA EN 1856 53. CHIMENEA 54. ATRIO 55. PLAZA DE SU MAJESTAD DON JUAN CARLOS I
El Templo-Basílica El recinto del templo ocupa una superficie de 1.170 metros cuadrados, es de estilo góticomudéjar. Primero se construyó la iglesia a partir de la ermita primitiva y se le fueron añadiendo varias construcciones después de la batalla del Salado (1340). En el siglo XVIII se introdujeron algunas reformas barrocas de la mano de Manuel de Lara Churriguera, que más tarde hubo que deshacer, en parte, para devolver la primitiva luminosidad al templo, aunque no se pudieron recuperar los frescos originales.
Retablo y altar mayor del templo - Vista del templo desde el presbiterio
Tiene tres naves, prolongándose la central hasta el testero del coro alto. Por las tres naves corre una elegante verja de hierro, obra de los maestros rejeros de la Orden de Santo Domingo, fray Francisco de Salamanca y Juan de Ávila, de los años 1510-1514. Singular importancia tiene la capilla mayor o presbiterio. En 1618, fue inaugurado el retablo mayor, en madera de borne, de líneas prebarrocas. Fue trazado por Juan Gómez de Mora, y ejecutado por el famoso escultor Giraldo de Merlo, que labró las esculturas y altos relieves, ayudándole, en su ornamentación y dorado, el hijo del Greco, Jorge Manuel Theotocopulos y otros artistas. A ambos lados de la capilla mayor están los sepulcros de la reina María de Aragón, primera esposa de Juan II de Castilla, y de su hijo Enrique IV, hermano y antecesor de Isabel la Católica que, pese a su desastroso reinado, fue destacado protector del real sitio. Los cuerpos momificados de madre e hijo descansan detrás del retablo. Las estatuas orantes de ambos reyes son de Giraldo de Merlo.
Estatua de Enrique IV y escritorio donado por Felipe II, actual sagrario del altar mayor
El sagrario, una verdadera joya de historia y de arte que ennoblece el centro del altar mayor, fue, hasta su donación al Monasterio, un escritorio de Felipe II, hecho en Roma, en 1561, por Juan Giamín. El coro Fue construido en el siglo XIV y la fantástica sillería, trabajada en madera de nogal por Alejandro Carnicero, en el XVIII. Tiene dos órdenes de sillas: 49 en la parte superior y 45 en la parte baja. Entre el menaje del servicio coral, llama la atención un fastuoso facistol de hierro repujado, del siglo XVI, que fue reconstruido dos siglos más tarde.
Vista del templo desde el coro- Cúpula del templo -Atril del coro y cantoral
El coro tiene un grandioso órgano monumental, construido por la Casa Walcker de Alemania en 1924, y restaurado a fondo en 1993 por la misma casa, dentro de las mismas cajas barrocas del siglo XVIII. También tiene este coro un órgano menor, reconstruido en 1986 por el organero don José Antonio Azpiazu.
Órgano menor - Órgano monumental - Órgano de realengo
Las capillas Hay en el templo varias capillas: En la de Santa Ana se encuentra el sarcófago de los Velasco, de 1467, y una pila bautismal labrada en bronce en 1402. El lienzo del retablo representativo de la familia de la santa fue pintado en el siglo XVI por Pablo de Céspedes. El recinto del templo comunica con la capilla de Santa Paula, construida en el siglo XIV. Según parece, en ese lugar estuvo la primitiva ermita de la Virgen. Tras el arco de la nave de esta capilla está la de Santa Catalina, construida en el siglo XV.
Retablo Santa Catalina - Panteón de los Velasco - Imagen de San Gregorio en su capilla
Las estatuas de ambas santas son de Giraldo de Merlo. También son dignas de mención las esculturas orantes de los príncipes portugueses don Dionis y de su esposa doña Juana de Castilla, de autor desconocido. En la "alacena de la plata", además de una rica colección de vasos y objetos sagrados, se encuentra un elegante ostensorio procesional, de plata repujada, de más de metro y medio de altura. La Capilla de San Gregorio ocupa la parte baja de la torre primitiva del santuario, edificada en el siglo XV, alberga el sepulcro de don Juan Serrano, último prior secular del santuario que después fue obispo de Sigüenza. El lienzo del retablo con la figura del santo es obra de Pedro de Villafranca, siglo XVII.
Detrás del ábside del templo hay una capilla del siglo XVII, llamada de los Siete Altares, frente a su entrada se encuentra el sarcófago de doña María Guadalupe Lancaster, duquesa de Aveiro, benefactora del Monasterio y muerta en 1715.
Libro miniado
Junto a la entrada al Monasterio, Mayordomía (lugar donde se atendía a los pobres), se encuentra el museo de libros miniados. Es una suntuosa estancia llamada Sala de Capítulo, decorada con pinturas al temple en bóvedas y muros. En esta pieza está instalado el Museo, con libros confeccionados en piel en los talleres de escribanía e iluminación de códices del Monasterio, que funcionaron en Guadalupe durante los siglos XV a XIX.
Miniado "La Iglesia celeste". Formación de Eva, por el Padre, de una costilla de Adán. Página del Cantoral 27. Siglo XVI
A mediados del siglo XV comenzaron a hacerse las confecciones de libros corales. Fue tanta la fama de los iluminadores y miniaturistas del Monasterio que Isabel la Católica, impenitente lectora, no dudó en recurrir al santuario en demanda de libros "de muy buena letra y cisternados en pergamino". Pertenece al patrimonio artístico del Monasterio una riquísima colección de noventa libros de coro y altar, que se exponen, como piezas artísticas, en el Museo. El conjunto ofrece un total de doscientas setenta y ocho viñetas, de diferentes épocas, entre las que se distinguen diferentes estilos. La escuela primitiva o arcaica de la primera mitad del siglo XV, la gótico-flamenca de la segunda mitad de la misma centuria. Renacimiento y plenitud o apogeo de los siglos XVI y XVII Y la Etapa Barroca del siglo XVIII. Todos estos libros contienen los oficios y misas de las festividades de todo el año.
Los Jerónimos en el coro del templo
Para mantener la liturgia de las horas en un ambiente de suntuosa solemnidad, los monjes, además de su participación diaria en el canto y la salmodia, regulada por normas muy precisas y costumbres de coro, tenían en Guadalupe, desde los primeros años del Monasterio la Capilla de música o Schola cantorum y la Escolanía de niños. En el siglo XVI fue levantado el Colegio de Infantes para el estudio del canto y de gramática y para el servicio de la liturgia solemne en el que se educaban en régimen de internado cincuenta becarios. Completaban el conjunto musical litúrgico otros cantores contratados por el Monasterio para reforzar con sus voces e instrumentos la capilla musical en las grandes solemnidades.
El claustro mudéjar
Claustro mudéjar y templete en el claustro
Fue construido a finales del Siglo XIV, en el lugar que antes ocupó la plaza de armas o de defensa del santuario, tiene una superficie aproximada de 1.680 metros cuadrados. En el centro del jardín se eleva un airoso templete, de planta cuadrada erigido en 1405 por fray Juan de Sevilla, monje del Monasterio, y en ella se elevan el arte gótico con el árabe. Este claustro comienza en la portería y con la capilla de San Martín que es la primitiva sala capitular del convento. A la izquierda de la entrada de esta capilla nos encontramos con una
suntuosa escalera del siglo XVI de estilo plateresco, a la izquierda comienza la escalera principal del Monasterio que conduce al coro y a las dependencias de la fachada del templo. Preside el interior de la portada una imagen de María finamente labrada. Siguiendo la galería baja, frente al antiguo refectorio, hay un antiguo Lavatorium que conserva todavía el antiguo alicatado de vidriados alizares.
Fray Gonzalo de Illescas, obispo de Córdoba, ( Zurbarán). Lavatorio del claustro mudéjar y galería de los milagros
En la galería baja de este claustro, colgados de sus muros, penden veintinueve cuadros de traza antigua que pintó fray Juan de Santa María, monje sacerdote del Monasterio, muerto en 1670. La temática de estos cuadros alude a la historia y prodigios de la venerada imagen de la Virgen de Guadalupe. Al final del claustro se encuentra el sepulcro de fray Gonzalo de Illescas, obispo de Córdoba que murió en 1460. Es una estatua yaciente esculpida en el siglo XV por Egas Cueman. El museo de bordados En el ala de poniente del claustro se encuentra el museo de bordados en una nave de unos doscientos metros cuadrados. Fue inaugurado en 1928 en presencia del rey Alfonso XIII. Allí se exponen ornamentos sagrados y otras telas dedicadas al culto que fueron fabricados en los talleres de bordaduría del Monasterio, por monjes y seglares, desde el siglo XIV. Tan rica colección es en parte procedente de donaciones de insignes bienhechores. Fray Gonzalo, monje muerto en 1425, es el primer bordador cuyo nombre figura en los archivos.
Museo de bordados
Entre las piezas más hermosas de este singular museo cabe destacar:
El Frontal Rico, del siglo XV bordado por fray Diego de Toledo. El Frontal de la Pasión, del mismo siglo y autor. El Frontal de Enrique IV obra de estilo flamenco y del mismo siglo. La Casulla de los Reyes Católicos, que fue donada por ellos. El Terno Tanto Monta, recuerda el apoyo espiritual del Santuario en la toma de Granada, como lugar de acogida y meditación de los reyes.
Terno Tanto Monta y detalle bordado de la casulla de los Reyes Católicos
Museo de pinturas y esculturas antiguas Instalado en una sala de unos ciento cincuenta metros cuadrados reúne una interesante muestra de pintura y escultura de renombrados artistas como Juan de Flandes, Zurbarán, Goya, Cueman y Miguel Ángel.
Museo de pinturas y esculturas
La Sacristía La Sacristía de Guadalupe es famosa en la historia del arte, es una de las joyas más bellas del Monasterio. Tres son las piezas de este recinto, antesacristía, sacristía y capilla de San Jerónimo. La antesacristía Este recinto cuadrado ocupa el espacio la antigua sacristía, su arquitectura es gótica y contiene pinturas del siglo XVII, destacando, de Juan Carreño de Miranda, los del rey Carlos II y de su esposa la reina María Luisa de Orleáns y el de el cardenal Seba Melini, que donó los cuadros en 1683. También están los cuadros de la duquesa de Aveiro con sus tres hijos y uno del martirio de San Lorenzo. La Sacristía
La sacristía con cuadros de Zurbarán
Fue edificada, según planos del carmelita descalzo fray Alonso de San José, entre los años 1636-1645 y es la "reina de las sacristías españolas" por su magnificencia. La nave, de planta rectangular, de veintiocho metros de largo por siete y medio de ancho y doce de alto, se divide en cinco bóvedas de medio punto, decoradas con pinturas barrocas que evocan la vida de San Jerónimo. En la estancia, lucen majestuosos los cuadros de Francisco de Zurbarán, pintados en Sevilla, que muestran ocho escenas de la vida del Monasterio.
Capilla de San Jerónimo. "Las tentaciones" y la "Apoteosis de San Jerónimo" (Zurbarán)
El cuerpo de la sacristía acaba con la capilla de San Jerónimo. Varios cuadros, también de Zurbarán, cuelgan de sus muros: "Las tentaciones de San Jerónimo" y "Los azotes en el juicio de Dios", "Apoteosis de San Jerónimo". En el centro de la capilla, pendiente de la cúpula está el Fanal de Lepanto que don Juan de Austria arrebatara a los turcos y que Felipe II envió a Guadalupe en 1577. La última restauración del conjunto descrito tuvo lugar entre los años 1992 y 1993. El relicario, tesoro de Nuestra Señora. El Relicario de Guadalupe es una suntuosa capilla dedicada a San José. Fue construida a finales del siglo XVI, bajo la dirección del maestro mayor de las obras de la catedral de Toledo, Nicolás de Vergara. Este recinto contiene treinta y cuatro relicarios en forma de brazo, diecisiete en forma de busto y otros muchos de distinta estructura, como arquetas, pirámides truncadas, etc. El decorado de estanterías y relicarios se debe al toledano Pedro Sánchez Delgado, que trabajó en Guadalupe como pintor y decorador. Conviene recordar que el tráfico de relicarios fue una pasión elegante de finales de la Edad Media y de comienzos de la Moderna. También llaman la atención los seis espejos de cristal de roca, con marcos de bronce dorado y suntuosos adornos. Fueron un regalo del marqués de la Mejorada en 1678.
La capilla de San José y sus espejos del siglo XVII
Arqueta de los esmaltes
En el centro del altar destaca un hermoso arcón, conocido como la Arqueta de los esmaltes. Fue labrada a mediados del siglo XV por el orfebre de la casa, fray Juan de Segovia, aprovechando los restos del primitivo trono de la Virgen, que el último prior secular tuvo que
desguazar y vender para aportar fondos a la campaña de Aljubarrota, llevada a buen fin por el rey Juan I. El artístico mueble, bella producción gótica de repujado metálico, presenta doce escenas de la vida de Cristo. Seis son de plata repujada y seis son esmaltes miniados. También destacan un Lignum Crucis de estilo gótico donado por Enrique IV, varias custodias de incalculable valor y otros muchos objetos religiosos cuya descripción sería muy profusa. Pero sí haremos mención de tres de los mejores vestidos de gala de la Virgen de Guadalupe que pueden verse en esta estancia del Monasterio: El Manto rico de la comunidad, una de las piezas más ricas de bordado del mundo. Consta de un fondo de oro bordado de perlas y aljófares, con doscientas cuarenta y tres piezas de oro labrado con puntas de diamantes. Fue confeccionado en los talleres del Monasterio en 1790. Los aljófares y las perlas proceden de un vestido anterior, ofrecido por la comunidad del Monasterio en 1551, que fue enriquecido, en 1588, con perlas y aljófares que envió Felipe II. El Manto de Isabel Clara Eugenia, fue bordado en 1629 por la infanta, única de las hijas que sobrevivió a Felipe II. El manto fue restaurado y enriquecido en 1795, pero las piedras preciosas desaparecieron durante la exclaustración de los Jerónimos y en su lugar se colocaron los espejos que ahora tiene. El Manto de la cenefa marrón, bordado en plena Guerra de la Independencia (1809), es obra de los bordadores guadalupenses. Muestra un fondo bordado en hilo de plata con flores trabajadas en diversas sedas de colores y piedras de engaste.
Camarín de la Virgen Esta es la estancia más sorprendente del Monasterio. Es una maravilla del barroco español, tiene forma de cruz griega y fue construida por Francisco Rodríguez que, tras ocho años de intenso trabajo, la terminó en 1696. El decorado fue completado entre 1736 y 1739. En las oquedades de cada uno de los cuatro pilares hay dos hornacinas separadas por escudos y, en ellas, están las esculturas barrocas de las Mujeres Fuertes de la Biblia: María la profetisa, Débora, Jael, Sara, Ruth, Abigail, Esther y Judith, que fueron colocadas en 1736. En ese mismo año Pedro José de Uceda, pintor sevillano, decoró los muros del camarín con numerosas alegorías marianas. En el testero de los ábsides, decoran el recinto nueve cuadros de Lucas Jordán que fueron realizados por encargo de Carlos II. Los duques del Infantado ofrecieron, en 1731, la lámpara de cristal de roca de Bohemia que completa la ornamentación del camarín. Comunicada y contigua al camarín, está el trono de Nuestra Señora. Fue construido en 1953, según los planos del arquitecto don Luis Menéndez Pidal. En la parte alta interior, sobre la puerta, aparece el escudo de España y en otros compartimentos, los escudos de varios conquistadores y descubridores del Nuevo Mundo.
Camarín de la Virgen de Guadalupe Bellas esculturas de Ruth, a la izquierda y Judith, a la derecha
Lienzo de Lucas Jordán y esmalte de la vida de Cristo de la Arqueta de los esmaltes
El Claustro Gótico El cuarto cuerpo del Monasterio está formado por el claustro gótico y las dependencias adyacentes al mismo. Forma un amplio rectángulo, de cerca de 1000 metros cuadrados, con tres órdenes de arcos, sobresaliendo por su ornamentación, lujosa en calados, los del piso principal. Las galerías son esbeltas, dominando la elegancia del flamígero sobre el góticomudéjar. En el centro hay un romántico pozo-cisterna obra de Juan Torrollo.
Patio del Claustro Gótico, en la actualidad y ruinoso estado en el que se encontraba en 1909
El claustro fue construido entre los años 1519, Carlos V tenía solo diecinueve años, y 1533, durante los prioratos de fray Juan de Siruela, uno de los prelados más insignes que han regido el Monasterio y la puebla de Guadalupe. Se construyó bajo planos de Antón Egas, Alonso de Covarrubias y Juan Torrollo. En tiempos se llamó el Claustro de botica, ya que, durante muchos siglos, lo que hoy son comedores de la Hospedería y confortables habitaciones para turistas, fueron farmacia y enfermería.
Claustro Gótico con pozo-cisterna y puerta de la antigua farmacia, actual restaurante de la Hospedería, y corredor de acceso a las habitaciones de la Hospedería en el Claustro Gótico
Durante la exclaustración de los Jerónimos, el Claustro llegó casi a desaparecer. Fue vendido en pública subasta, en el siglo XIX, y destinado a vivienda de particulares. La comunidad Franciscana, con la generosa ayuda de insignes bienhechores lo salvó de una ruina inminente, destacó la contribución de don Pedro Caro, marqués de la Romana, que adquirió el inmueble en 1909.
La familia franciscana. Este cuadro se encuentra en uno de los corredores del Claustro Gótico
Amanecer sobre el Monasterio y la Puebla de Guadalupe. La Puebla tiene una población de unos 2500 habitantes.
Todo el conjunto fue declarado Monumento Histórico-Artístico en 1943
El Real Monasterio de Santa María de Guadalupe fue declarado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, el 11 de diciembre de 1993
Historia del Real Monasterio de Guadalupe Jerónimos y Franciscanos
Cronología del Santuario Un antiguo cronista guadalupense, fray Diego de Ecija, monje en el Monasterio entre los años 1467 y 1534, escribió un códice que fue editado, en 1953, en Cáceres. Ecija recoge la tradición oral de los monjes más viejos sobre las etapas de creación y desarrollo del Monasterio: "Y así parece haber sido esta iglesia edificada tres veces: la primera fue la choza o eremitorio, que se hizo cuando la imagen fue hallada por los clérigos de Cáceres." El primer custodio del santuario fue Pedro García "tenedor de la eglesia e hospital de Sancta María de Guadalupe", que muere hacia 1330, y que recibió donativos y mandas, para engrandecer la ermita o choza primitiva en la que alojaron la imagen tras su hallazgo por el pastor.
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Miniatura representando el Arte de la Lidia. Arte muy bien utilizado en la dirección del Monasterio por sus sucesivos priores.
En 1329, los criados de la iglesia de Guadalupe ya efectuaban labores en tierras de Alía, aldea próxima a Guadalupe, con doce pares de bueyes; pues cubrir las necesidades del creciente número de peregrinos exigía gastar grandes cantidades de grano. Antes de que Alfonso XI otorgara privilegios para pastos y labrantías, Guadalupe ya había alcanzado un gran impulso debido a los ingresos procedentes de sus visitantes y de las donaciones recibidas en los pueblos a donde acudían los demandadores del Monasterio. Continúa fray Diego: "La segunda, la que se hizo después, que era una iglesia pequeña y, como el rey dice en su carta, medio caída que mandó que se hiciese mayor."
Carta de Alfonso XI. Acta fundacional del Monasterio, siglo XIV
Alfonso XI, en su primera visita a Guadalupe, hacia 1330, mandó ensanchar la primitiva iglesia, le otorgó varios beneficios económicos y ordenó edificar a su alrededor hospitales o albergues para peregrinos. Hacia 1336, la iglesia quedó convertida en espacioso templo de estilo mudéjar toledano. Toribio Fernández de Mena, procurador del cardenal Pedro Gómez Barroso, titular del beneficio del santuario, fue el encargado de cumplir el real mandato. El Santuario estaba adscrito al curato de Alía, en el Arzobispado de Toledo.
Y sigue diciendo nuestro fraile: "La tercera fue la que este rey mandó hacer al cardenal cuando vino a visitar esta iglesia, como dice en su privilegio, y el don Toribio, que estaba en lugar del cardenal, la labró suntuosamente, como es dicho y la engrandeció para que cupiesen las gentes que a ella venían, la cual permanece ahora." Alfonso XI mandó señalar los términos del santuario de forma que Guadalupe quedó totalmente emancipada de Talavera, según carta del rey a don Fernán Pérez de Monroy, dada en Illescas el 3 de diciembre de 1337, que fue confirmada diez años después mediante otra carta, cartas que son tenidas como las actas fundacionales de la Puebla de Guadalupe.
La Cruz en la Batalla del Salado, dibujo de un Cantoral del siglo XVI
Miniaturas de los cantorales con imágenes de la batalla del Salado. Siglo XVI
El rey volvió a Guadalupe poco después de la victoria del Salado, el 20 de octubre de1340, y ofreció varios trofeos. En el año 1348 concedió la independencia del poder real a la Puebla con lo que dejó su condición de realengo, y el señorío de Guadalupe fue sometido a la autoridad eclesiástica y civil del prior.
Cuadro del claustro mudéjar del Monasterio representando la Batalla del Salado
Toribio Fernández, primero como procurador del cardenal y luego como segundo prior secular, se encargó de esta nueva ampliación del santuario entre los años 1341 y 1367. La iglesia fue ensanchada en sus partes contiguas con nuevas edificaciones, imprimiendo al conjunto un cierto aire de fortaleza, y quedando inalterado el perímetro del templo construido hasta 1336, que es el recinto de la iglesia actual. Duró el mandato de Toribio Fernández de Mena hasta 1367. Su cuerpo descansa en el Santuario, que él con todos sus esfuerzos había edificado bajo la dirección del maestro Alfonso, identificado como Pedro Alonso Hernández. Le sucedió don Diego Fernández. Durante su mandato, Enrique II, y Juan II ampliaron las prerrogativas reales concedidas al Monasterio. Cierra el ciclo de priores seculares don Juan Serrano, que gobernó durante seis años a través de su procurador don Juan Millán y que fue el que en 1389, una vez nombrado obispo de Segovia, hizo entrega del Monasterio a la Orden de los Jerónimos. Y el de Écija finaliza: "Y después que fue entregada a los frailes de nuestro padre San Jerónimo, el muy reverendo padre fray Fernán Yáñez, prosiguió después la obra del Monasterio como estaba comenzada y acabó la iglesia" Se refiere a las obras que se hicieron durante el primer priorato jerónimo entre los años 1389 y 1412.
Acto de entrega del Monasterio a fray Fernán Yáñez. Lienzo de Zurbarán que se autorretrató en segundo plano
Los monjes Jerónimos gobernaron el Monasterio durante más de cuatro siglos (13891835). Entre 1835 y 1908 el Monasterio pasó a depender de diferentes párrocos y sufrió un enorme deterioro. En 1908 fue entregado a la Orden Franciscana, que tuteló su restauración y conservación hasta nuestros días.
San Jerónimo, doctor de la Iglesia
El priorato secular Durante el período de gobierno secular, se mantuvo un excelente clima de concordia entre el santuario y el pueblo, aunque hubo enfrentamientos con algunas autoridades eclesiásticas de Plasencia y Talavera, ante el poder alcanzado por el prior debido a las prerrogativas reales concedidas al santuario. Durante aquel período creció la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe, como lo demuestran los donativos conseguidos en todo el reino, como permitía el decreto real, y la continua peregrinación de las gentes a ese lugar, facilitada por el Puente del Arzobispo sobre el río Tajo, que en 1383 mandó construir don Pedro Tenorio, Arzobispo de Toledo. Junto al puente se fundó Villafranca del Puente del Arzobispo.
Puente del Arzobispo sobre el río Tajo
¿Por qué Alfonso XI puso tanto empeño en el desarrollo del Monasterio? Es posible que, tras su victoria del Salado, sintiese la necesidad de reforzar las medidas de apoyo, pero también se debió al interés en crear un núcleo de población en aquella zona montañosa, de difícil acceso, que se encontraba próxima a la Ruta de la Plata y al camino que unía Toledo y Mérida, facilitando por tanto las comunicaciones de la Alta Extremadura con la Baja y de aquella con Castilla.
Los sucesores de Alfonso XI siguieron otorgando nuevos privilegios a los monjes. Así Pedro I, en 1363, les permitió adquirir propiedades en los términos de Talavera y Trujillo por un importe máximo de 60.000 maravedíes. De esta forma se consiguió vencer la resistencia de los poderosos concejos, de esos términos, a que el Monasterio se hiciera con un patrimonio rústico. De hecho, la práctica inexistencia de Monasterios entre los ríos Tajo y Guadiana se debe a esa política de los concejos. Los monjes no respetaron los límites impuestos y se hicieron con mayores propiedades a través de testaferros. También en ese año, se exoneró a los ganados de la iglesia de Guadalupe del pago de los "servicios de montazgo", un nuevo impuesto. En 1968, cuando todavía Duguesclin ("ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor (Enrique II)") no había asesinado a Pedro I el Cruel, por orden de Enrique, su hermanastro, éste último concedió al señor de la Puebla autorización para celebrar una feria anual de veinte días y un mercado semanal todos los martes. Juan I por su parte, en agradecimiento por la plata recibida del priorato para sufragar gastos de la guerra con Portugal, le concedió, en 1380, "las escribanías y portazgos de Trujillo y su tierra". La oposición del Concejo de Talavera a la consolidación del Monasterio, llegó hasta el extremo de demoler los mojones que habían sido colocados, en 1338, para señalar los límites del término de Guadalupe. Más tarde, cuestionaron los privilegios concedidos por Alfonso XI, de libre pasto a los ganados del los monjes. Incluso el obispo de Plasencia se presentó con gente armada en el Monasterio con el propósito de deponer al prior, y el rey Pedro le tuvo que enviar una misiva, conminándole a que no volviera a inmiscuirse en los asuntos del santuario -aquel había roto las arcas de la iglesia y se había llevado 500 maravedíes en concepto de yantar- y prohibió, tanto a él, como al deán y cabildo de Plasencia el exigir rentas a los monjes. El Monasterio dedicó, ante las sucesivas agresiones sufridas por las autoridades eclesiásticas y los grandes señores de los concejos, cuantiosos recursos a la fortificación del recinto, y así surgieron las torres y murallas que todavía hoy pueden contemplarse.
Entre 1340 y 1389, el priorato secular compró cuarenta y seis propiedades rústicas, dos casas y tres molinos. De las diecisiete dehesas que el priorato poseía, más de la mitad se hallaban en Tierra de Trujillo. Asimismo, debido al proceso promovido por los administradores del santuario, de adehesamiento de antiguas tierras de labranza, desaparecieron algunas peñas y aldeas, y los pobladores que no reconvirtieron su actividad se vieron forzados a emigrar a otras poblaciones.
Sierra de las Villuercas
Sin embargo, el priorato necesitaba cosechar importantes cantidades de grano para sustento de clérigos, criados y peregrinos, y para ello requería mano de obra en las áreas dedicadas a sementeras, por tanto el despoblamiento sólo fue parcial. El crecimiento del patrimonio territorial del santuario también se vio facilitado por las donaciones, aunque en este caso fueron inferiores a las que recibieron otros muchos Monasterios castellano-leoneses surgidos en la Edad Media. Antes de la llegada de los monjes jerónimos, la más importante fue la que hicieron Ruy González y su esposa Juana Sánchez, que consistió en la entrega de la aldea y la dehesa de Valdepalacios.
El inventario del patrimonio que recibieron los jerónimos reflejaba: diecisiete dehesas, setecientas setenta y tres vacas, mil doscientas treinta ovejas, veintitrés viñedos, tierras de "pan llevar" y cinco granjas en las que se empleaban ciento veintitrés bueyes. Es presumible que en los ingresos de los monjes habían procedido en gran medida de limosnas y donativos, pues las rentas agrarias habrían resultado insuficientes para hacer frente a los gastos corrientes del santuario, a las construcciones defensivas y de traída de aguas mediante minas que conectaban con los "manaderos", el levantamiento de un nuevo templo y la adquisición de numerosas fincas y granjas. El priorato secular, poco antes de la llegada de los jerónimos, ya era una gran empresa agraria y, sobre todo, de servicios espirituales. Uno de los rasgos más característicos del comportamiento económico de aquella empresa radicó en la explotación de su patrimonio territorial durante más de cuatro siglos, sólo después de la Guerra de la Independencia y de los destrozos que ésta supuso para tierras y ganado, los monjes optaron por arrendar la mayor parte de las propiedades del santuario.
Los jerónimos al frente de Guadalupe El priorato regular La decisión de encomendar el gobierno de la iglesia de Guadalupe a los jerónimos, formó parte de la reforma eclesiástica emprendida por Juan I. Al final del siglo XIV, el Monasterio era el santuario mariano más famoso de Castilla, y a él acudían multitud de personas de muy diversa condición que agitaban la vida de la Puebla, y aquel bullicio supuso cierta relajación de las costumbres de los clérigos. Además, don Juan Serrano, el prior de entonces, era uno de los más estrechos colaboradores del monarca en las tareas de gobierno del reino, lo que le impedía ocuparse personalmente de los asuntos de Guadalupe. Por eso, rey y prior, decidieron encomendar la administración del santuario a una institución regular, puesto que estaría en mejores condiciones para imponer su autoridad en el vecindario y para dar mejor imagen. Y si el rey se decidió por los jerónimos, al principio se pensó en los mercedarios, fue porque pensaba apoyarse en ellos para las reformas religiosas del reino y porque era consciente que se trataba de una espléndida oportunidad para encumbrarles. De forma que Juan I expidió en Sotos Albos, el 15 de agosto de 1389, una real provisión por la que, apoyado en su derecho de patronato, mandaba se alzase la iglesia de Guadalupe en el Monasterio, y se entregase a fray Fernán Yáñez de Figueroa y a los frailes designados para formar la primera comunidad de Guadalupe, entregándoles el patrimonio acumulado del santuario y, renunciando al Patronato, el Señorío de Mero y mixto imperio sobre la Puebla de Guadalupe. Por su parte, don Pedro Tenorio, a la sazón arzobispo de Toledo y con jurisdicción sobre el territorio del Monasterio, otorgó su pleno consentimiento según carta firmada en Alcalá de Henares, el 1 de septiembre de 1389, y autorizó a don Juan Serrano para la entrega del santuario a los jerónimos. El día 20 de septiembre el monarca comunicó su decisión al Concejo de Guadalupe. El 22 de octubre de 1389 llegaron a Guadalupe treinta y dos monjes procedentes de San Bartolomé de Lupiana, cerca de Guadalajara, donde estaba su primer Monasterio. Al día
siguiente, en presencia de don Juan Serrano, tuvo lugar la toma de posesión de la iglesia de Guadalupe, con todos sus bienes y derechos, y la fundación del Monasterio. El 28 de ese mismo mes, los alcaldes, justicias, alguaciles y "otros muchos hombres buenos del Concejo" besaron la mano del nuevo prior, Fr. Fernán Yáñez, en reconocimiento del poder jurisdiccional de éste. El acto de toma de posesión finalizó dos días después cuando la nueva comunidad aceptó el inventario de bienes. Posteriormente, el 16 de octubre de 1394, Benedicto XIII, el "Papa Luna", confirmó la autorización de construcción del santuario con la bula "His quae pro utilitate".
San Jerónimo y discípulos
La orden jerónima Fernán Yáñez de Figueroa y Pedro Fernández Pecha desempeñaron un papel crucial en el nacimiento y primitiva expansión de la Orden. El primero, natural de Cáceres, era hijo de uno de los oficiales de cámara de Alfonso XI. Se educó en la corte, junto al príncipe heredero, e ingresó muy joven en el estado eclesiástico. Pedro I le concedió una capellanía y una de las canongías de la catedral de Toledo. Poco después, imbuido de un ideal ascético y regeneracionista, se unió a un grupo de anacoretas que se habían instalado en El Castañar, a unas cinco leguas de Toledo. Pedro Fernández Pecha había nacido en 1326, y pertenecía a una familia noble que se había instalado en Guadalajara, y que estaba protagonizando un rápido ascenso económico y social. Su padre había sido uno de los principales colaboradores de Alfonso XI. Contrajo matrimonio, tuvo varios hijos y desempeñó varios cargos en la Corte. También participó en negocios de envergadura: hacia 1348 arrendó por diez años los pozos de mercurio de Almadén. Sin embargo, en 1366, se incorporó al grupo del Castañar que se había trasladado a Villaescusa, provincia de Madrid, y que, de nuevo, se trasladó, en busca de espacio, a Lupiana, lugar a dos leguas de Guadalajara y en el que la familia Pecha poseía diversas propiedades. Los eremitas contaron con la ventaja de que en 1330, el caballero don Diego Martínez de la Cámara, había fundado en lo alto de la ladera frontera de Luliana, una ermita bastante amplia en honor del apóstol San Bartolomé, y allí fue enterrado a su muerte en 1338. Don Diego era tío de don Pedro y, por ello, cuando éste solicitó, en 1370, las dos capellanías con que estaba dotada la ermita, le fueron concedidas.
Como la iglesia oficial estaba mostrando una creciente oposición al desarrollo de una vida religiosa no sometida a sus reglas y controles, los eremitas se vieron forzados a buscar la aprobación del Papa Gregorio XI a su forma de vida. Pedro Fernández Pecha y Pedro Román fueron comisionados para trasladarse a Avignon y realizar las pertinentes gestiones. La bula "Sane petitio" de 15 de octubre de 1373, día de San Lucas, otorgó a los "Hermitaños de San Gerónimo" la regla de San Agustín, constituciones, hábito y facultad para fundar cuatro Monasterios. Don Pedro Fernández Pecha fue nombrado prior y pasó a ser fray Pedro de Guadalajara, institucionalizándose en adelante la costumbre jerónima de tomar por apellido, al profesar, el nombre de algún santo o del lugar de nacimiento. La bula fundacional concedía también que la ermita de San Bartolomé de Lupiana con sus nuevas edificaciones y heredades fuese el primer Monasterio jerónimo. Para acometer las obras fray Pedro contó con la ayuda económica de su madre, de su hermana y de la nobleza alcarreña, entre la que destacaba la familia Mendoza. Muy apegado al Monasterio fue don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana. Tan sólo durante un año, el primero desde la fundación de la orden, fue fray Pedro de Guadalajara prior en Lupiana. Su humildad le llevó a renunciar al cargo, recayendo el priorato en fray Fernán Yáñez. De la iniciativa y energía de estos dos hombres, que fue continuada hasta su muerte, surgió la Orden Jerónima en toda la Península Ibérica.
Monasterio de Lupiana.- Grabado del siglo XIX y detalle del claustro
Casi dos siglos después, en 1535, fue construido, sobre el preexistente y según diseño de Alonso Covarrubias, el Claustro Mayor, una de las joyas del renacimiento español. Reyes y nobles contribuyeron durante más de cuatrocientos años, hasta la desamortización de Mendizábal, al engrandecimiento del Monasterio, pero el 8 de marzo de 1836, los monjes hubieron de abandonarlo, distribuyéndose, ya como laicos, por los más variados lugares del país, encontrando empleo, muchos de ellos, en empresas musicales, gracias a la obligada formación de siete años en ese arte, que la orden jerónima imponía a sus frailes.
La "Edad de Oro" del Monasterio de Guadalupe (1389-1562) La vida de los monjes de Guadalupe estaba centrada en la oración y en el trabajo. El culto litúrgico ocupaba la mayor parte del día y varias horas de la noche. La actividad se desarrollaba mediante los diferentes oficios de la casa: bordaduría, escribanía de códices, cuidados de los enfermos y hospitales, atención a los peregrinos, gobierno de la puebla y explotación de la hacienda que el Monasterio tenía en Guadalupe y en otros lugares cercanos que, como veremos, era de gran extensión e importancia. Los jerónimos introdujeron modificaciones en el rumbo de los acontecimientos y consiguieron acelerar el desarrollo del priorato y de la Puebla.
Acto de entrega del Monasterio a fray Fernán Yáñez
Los priores seculares habían concedido un alto grado de autonomía política a los vecinos de Guadalupe, de ahí que se originara un conflicto cuando Fr. Fernán Yáñez, primer prior regular, hizo pleno uso de sus facultades jurisdiccionales, aunque en el acto de toma de
posesión del Monasterio había consentido en mantener los privilegios anteriores, y les hizo pagar rentas e intervino en los nombramientos de los cargos públicos.
Puebla de Guadalupe, en abril de 1999
El Monasterio tenía poderosos motivos para adoptar esa actitud intransigente: por un lado, aquél reclutaba en la Puebla a un elevado porcentaje de la muy pronto cuantiosa fuerza de trabajo empleada en sus talleres, obras, servicios y explotaciones agrarias, operación que se vería facilitada si hacía pleno uso de sus prerrogativas jurisdiccionales; por otro, la potenciación de las peregrinaciones, objetivo prioritario de los nuevos rectores del santuario, aconsejaba minimizar los conflictos en el punto de destino de aquéllas, propósito para el que el ejercicio indiscutido de la autoridad constituía un eficaz instrumento. Ese afán por controlar completamente a los vecinos de la Puebla, indujo a los jerónimos a una activa política de compra de tierras y de casas en el término de aquélla, lo que contribuyó a reforzar los lazos de dependencia de los guadalupenses frente al Monasterio. Los jerónimos se percataron perfecta e inmediatamente de que su encumbramiento económico y social dependería, ante todo, del éxito que tuvieran en la potenciación del santuario. Este acierto resultaría decisivo en el rápido desarrollo económico del Monasterio en su primer siglo y medio de existencia. Antes de que se fundara el Monasterio de Guadalupe, Fr. Fernán Yáñez, debido a sus vínculos con la corona, ya conocía, cuando menos, los rasgos esenciales tanto económicos como religiosos, del santuario de las Villuercas. Es muy probable, pues, que los monjes, cuando se instalaron en Guadalupe en el otoño de 1389, hubiesen estudiado previamente un plan de actuación. Las nuevas comunidades jerónimas crecieron muy rápidamente en los primeros tiempos. La de Guadalupe estaba integrada por más de cien religiosos en 1424, por ciento veinte en 1435, por ciento cincuenta hacia 1467 y por unos ciento cuarenta en 1495. Este espectacular despegue de la población monástica se debió a las elevadas necesidades de mano de obra generadas por las grandes construcciones - los mismos monjes colaboraron en el acarreo de materiales y llevaron a cabo labores de albañilería - y, sobre todo, por la puesta en funcionamiento de numerosos talleres artesanales y servicios en los años finales del siglo XIV y en las primeras décadas del XV. Hasta la Guerra de la Independencia, el número de monjes osciló entre 110 y 150. Ese rápido crecimiento de la población monástica propició una mayor diversificación del origen social de los jerónimos. Por un lado, el peso relativo de los miembros procedentes de familias nobiliarias tendió a reducirse; por otro, el número de monjes descendientes de cristianos nuevos aumentó, hasta el punto de que los conversos llegaron a constituir el grupo
dominante en la orden y en el Monasterio de Guadalupe durante distintos períodos del intervalo 1450-1485. Antes del establecimiento de la Inquisición por los Reyes Católicos, la orden jerónima no puso ningún impedimento al ingreso de conversos, sobre todo a los que procedían de familias acomodadas y/o cultas. Sin embargo, la consolidación de una fuerte fracción conversa acabaría provocando tensiones en la orden y en los Monasterios, sobre todo a raíz de la constitución del Santo Oficio. El origen social y el nivel cultural de las primeras generaciones de jerónimos, junto a las amplias posibilidades de elección que brindaba el elevado número de aspirantes a ingresar en la Casa, permitieron al Monasterio de Guadalupe disponer de un valioso capital humano. La procedencia geográfica tan diversa de las primeras generaciones de monjes debió ser consecuencia de la enorme capacidad de atracción del santuario de las Villuercas en esa época y de las amplias oportunidades de realización profesional que ofrecía un Monasterio en el que numerosos religiosos se ocupaban en tareas administrativas, artesanales y artísticas. Hacia 1462 había dos monjes en la portería, uno en el hospital, dos en la cocina, uno en el horno, uno en la sacristanía, uno en la platería, uno en la cerería, uno en la almachaquería, uno en la ropería, dos en la bodega, uno en la barbería, uno en la pergaminería, uno en la encuadernación, uno en la pintura, siete en la enfermería, uno en la herrería, uno en la zapatería, uno en la tejeduría, uno en la pellejería, dos en el "arca", uno en la acemilería, uno en la carnicería, uno en la obra y uno en la "fruta".
Fueron las primeras hornadas de jerónimos quienes estuvieron más ligadas a las actividades productivas y a los trabajos manuales. No obstante, el número de religiosos adscritos, como rectores o meros empleados, a oficios, se mantuvo relativamente alto hasta finales del siglo XV. A partir de entonces se redujo de manera significativa la participación de los monjes en los talleres artesanales y servicios de la Casa, hecho que debió ser producto de diversos y complejos factores: de la prohibición de ingreso de conversos en la orden a partir de 1496, del deseo de aislar a los religiosos de los laicos tras las escandalosas noticias que sobre el Monasterio se propagaron al hilo de la intervención del Santo Oficio en la Puebla en 1484-85, de la propia consolidación económica del Monasterio y de las transformaciones del sistema de valores del clero. Los legos, cuya dedicación a las actividades productivas era especialmente
intensa, conservaron la mayoría en el seno de la comunidad jerónima guadalupense hasta mediados del siglo XV, cuando menos. Su número cayó abruptamente a raíz de que se vetase la entrada de conversos en la orden. La aplicación del Estatuto de limpieza de sangre, primero, y la pérdida de capacidad atractiva del santuario, más tarde, provocaron un progresivo cambio en el origen geográfico y social de los monjes de Guadalupe. La comunidad jerónima tendió a "regionalizarse" a partir de finales del siglo XV: el hueco dejado por los conversos y por personas procedentes de lejanos lugares fue en buena medida ocupado por descendientes de la pequeña nobleza y de acaudalados de distintos pueblos extremeños y de las regiones más próximas al santuario. Ello debió entrañar un cierto deterioro de la capacidad de gestión y del nivel cultural medio de los monjes. En cualquier caso, el capital humano de intramuros había sido uno de los principales factores del asombroso desarrollo económico del Monasterio durante los años finales del siglo XIV y el XV. En este caso, el empuje que suele caracterizar al período post-fundacional de las casas de monacales resultó reforzado por la buena aptitud de un porcentaje significativo de los religiosos para la gestión económica, la diplomacia, las artesanías y las artes.
Tras hacerse cargo del santuario en 1389, la tarea prioritaria de los jerónimos no podía ser otra que la edificación del Monasterio. Los monjes precisaban disponer con urgencia de celdas, espacios habitables -entre los que no podía faltar, como es lógico, un claustro- y un coro lo suficientemente amplio donde pudiesen acomodarse los religiosos durante las muchas horas que duraba cada día el rezo del oficio divino. También la comunidad religiosa decidió habilitar lugares dentro del recinto monástico para talleres artesanales y dependencias administrativas. Las construcciones se llevaron a cabo con tal celeridad, que, hacia 1402 ya había sido reformado el templo alfonsino y levantado "lo principal de él" -del Monasterio-. Aunque los propios monjes acarrearon materiales e hicieron en ocasiones de albañiles, no cabe la menor duda de que el Monasterio hubo de destinar gran cantidad de recursos a estas obras iniciales.
Tras este primer y fuerte impulso constructor, las obras se sucederían de modo prácticamente ininterrumpido durante todo el siglo XV y las primeras décadas del XVI. Antes de 1412, año en el que falleció Fr. Fernán Yáñez, fueron ampliados los hospitales y levantados los templetes del claustro y de la Cruz del Humilladero, la capilla de Santa Cruz de Valdefuentes, las carnicerías, la acemilería y otros talleres y oficinas. El Monasterio, después de 1412, construyó un estanque y varios molinos en el río Guadalupejo, amplió los hospitales, arregló las cañerías, mejoró el sistema de conducciones de agua y levantó un depósito, la sala capitular, la librería, la mayordomía, el aposento del arca, la Hospedería real, la nueva botica y el claustro gótico. Por consiguiente, el gasto en construcciones se mantuvo en un nivel muy elevado hasta 1525.
Detalles del Claustro Gótico. Abril de 1999
Aunque para ningún año de esta primera fase se dispone de información completa sobre los gastos monetarios y en especie del Monasterio, resulta indiscutible que el mantenimiento de la comunidad jerónima y de los criados entrañaba unos desembolsos muy elevados. Hacia 1462 la Casa gastaba en la cocina, en la compra de alimentos y en la producción de vino 405.105 maravedíes, mientras que a la adquisición de telas, a la zapatería y a la tejeduría se destinaban 166.200 maravedíes. El consumo de trigo ascendía a 6.000 fanegas anuales, de las que 2.000 tenían que adquirirse, y el número de reses sacrificadas cada año se elevaba a 1.500 carneros, 730 ovejas, 750 corderos, 70 bueyes y toros, 140 vacas, 30 terneras, 80 rebecos, 500 cabras, 820 cabritos, 200 puercos y 800 cabezas de distinto tipo de ganado consumidas en las granjas. Por consiguiente, la alimentación y el vestuario de los monjes y de algunos de los criados no sólo obligaba al Monasterio a adquirir mercancías por una elevada suma de dinero, sino que también comportaba destinar a tal menester una parte apreciable de la producción agraria y artesanal de la Casa. Otro de los objetivos prioritarios que se fijaron Fr. Fernán Yánez y sus compañeros fue el de institucionalizar, incrementar y diversificar los servicios benéfico-asistenciales que había venido proporcionando hasta entonces el priorato secular. Dentro del plan de las primeras generaciones de jerónimos guadalupenses de popularizar y prestigiar aún más el santuario de las Villuercas, aquéllos constituían uno de los instrumentos más importantes. Los principales renglones del "gasto social" del Monasterio fueron la financiación de las peregrinaciones y las ayudas a las familias guadalupenses más necesitadas.
Para elevar el número de romeros o peregrinos, debía proporcionar hospedaje y comida a un elevado porcentaje de aquéllos. De otro modo las peregrinaciones a Guadalupe sólo podrían haber sido emprendidas por personas de condición económica relativamente acomodada y, por tanto, el flujo de visitantes del santuario habría alcanzado menor intensidad.
Grabado del Monasterio del siglo XVI
Los jerónimos ofrecían a los romeros pobres, aposento y comida gratuitos durante tres días, un par de zapatos, servicios sanitarios y algo de pan y de vino para el camino de regreso. Es lógico, pues, que los hospitales fuesen ampliados y reformados en varias ocasiones. El Monasterio también se ocupaba del alojamiento de los reyes, caballeros, personas de "honra", frailes y monjas. Para ello el portero, quien tenía a su cargo la organización del hospedaje, contaba con las "tres casas y los palacios". Además, durante las fiestas de septiembre, los jerónimos disponían de veinte casas de los vecinos para acomodar visitantes. Los hospitales de Guadalupe no eran meros albergues: en aquéllos se practicaba la medicina y la cirugía, siendo la segunda mitad del siglo XV la época de mayor esplendor de aquéllos. Los "físicos" contratados por el Monasterio estaban bien pagados y solían ser profesionales muy capacitados. El "físico" siempre fue, con gran diferencia, el empleado del Monasterio con mayor salario. Hacia 1462 su retribución en metálico era de 15.000 maravedíes al año -diez veces superior a la de los capellanes, casi dos veces superior a la del alcalde, y cinco veces superior a la de los cirujanos. Carlos I atrajo a su real Protomedicato a los doctores Ceballos y La Parra, quienes habían trabajado en los hospitales de Guadalupe. La calidad de los servicios médicos formó parte de la estrategia de atracción de peregrinos de los jerónimos; además, médicos y cirujanos de Guadalupe constituyeron pieza clave en algunas de las curaciones "milagrosas de Nuestra Señora". Algunos peregrinos acudían al santuario con el propósito de curarse sus males en los hospitales y/o merced a la intervención de la Virgen. La medicina y la fe no eran consideradas como recursos incompatibles por aquéllos. Dentro de la estrategia de los rectores monásticos de realzar el santuario, médicos y cirujanos constituían auxiliares de la Virgen cuyo cometido era el de preparar o ultimar algunas de las curaciones "milagrosas". La comunidad jerónima dedicó una parte importante de sus "gastos sociales" a subvencionar a los guadalupenses pobres: por un lado, la caridad debía comenzar por los más próximos, tal y como señalaron distintos monjes de la Casa; por otro, el cuidado de la imagen del santuario exigía evitar las lacras y los conflictos sociales. Hacia 1462, el prior y el portero repartían todos los años en limosnas 24.000 y 6.000 maravedíes, respectivamente. No obstante, la parte fundamental de la ayuda a los vecinos, se distribuía en especie. Todos los días se entregaban raciones de pan y carne a ocho pobres -los más menesterosos - y de pan a cincuenta mozos. Además, semanalmente se daban ciento veinte panes de "compaña" a treinta mujeres - a razón
de cuatro por cabeza -. Cada día los muchachos de la portería traían dos cestas en las que cabían ciento sesenta panes, parte de los cuales eran entregados a los romeros que "parten y lo piden".
Claustro Gótico
Aparte de pan y carne, el Monasterio donaba anualmente a los guadalupenses más necesitados ocho puercos, seis corderos, dos carneros, dos ovejas, algunos pares de zapatos y determinadas cantidades de aceite, miel, sardinas, fruta y "pan de azúcar". También los vecinos pobres obtenían gratuitamente las medicinas de la botica de los monjes, el portero se quejaba de la cantidad de gente de distinta condición que pretendía obtener de balde los preparados de la botica del Monasterio. Cuando los problemas económicos arreciaban o cuando acaecía una importante catástrofe, el Monasterio incrementaba sus transferencias a los vecinos de la Puebla. En ocasiones, las ayudas se extendían entonces a algunos pueblos de la comarca. Durante la profunda crisis de subsistencias de 1417-1418, en la que la fanega de trigo llegó a costar 150 maravedíes, la comunidad jerónima, aparte de aumentar el número de raciones alimenticias repartidas en la portería, envió viandas a las casas de los pobres "envergonzados". El número de vecinos de la Puebla creció a ritmo trepidante hasta 1485, contaba con 301 en 1407, con 500 en 1446 y con unos 1000 en 1485 (en la actualidad son unos 3500). Como en el término de aquélla se podían cosechar bastantes menos granos de los que se consumían en ese núcleo, el abastecimiento de pan se hacía especialmente difícil durante las crisis agrícolas. El problema no sólo estribaba en la carestía del trigo, sino también en la fuerte oposición de los pueblos a la saca de granos en esas coyunturas. En 1462 el Monasterio construyó a sus expensas un depósito, a fin de mejorar el abastecimiento de pan de la Puebla y de evitar que las demandas de ayuda de los vecinos aumentasen de manera incontrolada durante las crisis de subsistencia, momentos en los que los ingresos agrícolas de los jerónimos solían descender. Tal vez la actuación más innovadora del Monasterio en la esfera asistencial consistió en la organización de una especie de "seguridad social" para la mano de obra fija de la Casa: a los criados fieles de edad avanzada que ya no estaban en condiciones de trabajar, se les proporcionaba servicio médico gratuito y una pensión de por vida. Estas prestaciones también se concedieron a las viudas de algunos criados. El Monasterio no se comprometió a otorgar dichas pensiones, pero su concesión alcanzó un elevado grado de automatismo.
Parador de turismo. Antigua dependencia hospitalaria Marzo de 1999
Los vecinos de Guadalupe también eran beneficiarios de otras prácticas asistenciales de periodicidad anual: por Navidad el prior repartía cierta cantidad de dinero entre los pobres y concedía una pequeña dote a las doncellas que carecían de medios económicos. En abril de 1394, el pontífice, mediante bula, autorizó al prior a escuchar las confesiones de los escolares. Quiere ello decir que los jerónimos pusieron en funcionamiento un colegio nada más instalarse en la Puebla. Hacia 1462, un maestro y un repetidor atendían a veinticinco estudiantes, quienes podían permanecer un máximo de tres años en el colegio. Los escolares ayudaban en determinados cometidos en la portería y en algunos servicios religiosos. El Monasterio amplió posteriormente su oferta de servicios educativos: comenzaron a cursarse estudios de "gramática" y de "ciencias mayores" y se incrementó el número de escolares; a finales de siglo XVII residían unos cuarenta en el colegio y treinta en la Hospedería.
Parador de turismo. Antiguas dependencias hospitalarias y educativas. Abril de 1999
Desde finales del siglo XIV, la comunidad jerónima mantuvo una "cuna de expósitos". En un pueblo con un flujo tan intenso de visitantes de distinto tipo y condición, no resulta extraño que el abandono de niños recién nacidos alcanzase niveles relativamente altos. Tras ser atendidos por amas de cría, los niños se incorporaban como aprendices a un oficio de la Casa, a menudo a la tejeduría, una vez que habían cumplido siete años. Aunque desconozco la
mortalidad de los expósitos, éstos compensaban al Monasterio, cuando menos parcialmente, por los gastos de su crianza con los servicios laborables que proporcionaban más tarde. Ya en la época de Fr. Fernán Yáñez se destinaron algunos fondos a la redención de cautivos. A mediados del siglo XV, siendo prior Fr. Gonzalo de Madrid, la comunidad acordó enajenar las lámparas de plata del trono de la imagen de la Virgen y destinar el producto de dicha venta a redimir a los cristianos que habían sido capturados por los moros en Cieza. El Monasterio llegó a organizar y financiar una expedición, en 1519-1520, en la que, pese al infortunio y a la inexperiencia de los religiosos guadalupenses en este ámbito, se rescataron ciento veinticinco cristianos en territorio marroquí. La redención de cautivos fue, probablemente, la "más original especialidad milagrosa" de la Virgen de las Villuercas. Los numerosos liberados de los presidios de los "infieles" que peregrinaron a Guadalupe constituyeron uno de los más eficaces grupos propagandistas del santuario en los siglos XV y XVI. El propio Cervantes, que había estado en presidio de infieles, calificó a la Virgen de Guadalupe de "libertadora de cautivos, lima de sus hierros y alivio de sus prisioneros". En su obra póstuma, Los Trabajos de Persiles y Segismunda, narró su romería al santuario de las Villuercas. A comienzos del siglo XVII, la redención de cautivos en territorio "infiel" seguía asociándose en Castilla a la intercesión de la Virgen de Guadalupe. Como es lógico, las prestaciones benéfico-asistenciales registraron cambios en el transcurso de los tiempos, pero los "gastos sociales" del Monasterio continuarían destinándose fundamentalmente a financiar las peregrinaciones y a subvencionar a las familias guadalupenses más necesitadas. Los jerónimos multiplicaron el ya importante patrimonio territorial rústico y pecuario que les había sido legado en 1389. La riqueza del Monasterio tendió a incrementarse hasta los años finales del siglo XVIII, pero la expansión del patrimonio inmueble registró una brusca desaceleración a partir de 1565: de hecho, la propiedad territorial rústica de los monjes apenas varió entre dicha fecha y los primeros años del siglo XIX.
Hacia 1624, las dehesas que poseía el Monasterio fuera de Guadalupe medían 775.471,25 cordeles -15.782.390 metros- y tenían una cabida de 5.715,16 vacas y 48.496,8 ovejas. La
extensión de aquéllas puede estimarse en unas 33.000 Ha El 45,24 por 100 de la superficie de esos pastizales se hallaba en el término de Trujillo y el 27,49 por 100 en el de Medellín. En este último estaban ubicadas la mayor parte de las dehesas vaqueriles: las frescas y altas yerbas que crecían en las proximidades del Guadiana, eran particularmente adecuadas para el ganado mayor. Por el contrario, los rebaños ovinos dedicados a la obtención de lana fina requerían yerbas más bajas, no tan húmedas y menos abundantes, como las que brotaban en el término de Trujillo. En éste se concentraban la mayor parte de los pastizales del Monasterio, dedicados al sustento del ganado ovino.
Reproducción de inventario
Las dehesas de los jerónimos tuvieron en la mayor parte de los casos un aprovechamiento exclusivamente pecuario; ahora bien, aquéllos, cuando les pareció oportuno, procedieron, pese a la oposición de la Mesta, a roturar o a autorizar el rompimiento de alguna de sus "tierras defendidas". Por otro lado, bastantes de las dehesas catalogadas como vaqueriles acabarían siendo empleadas en los siglos XVII y XVIII para el mantenimiento del ganado lanar. Por tanto, la mayoría de las fincas rústicas de los monjes permitían distintas posibilidades de aprovechamientos pecuarios y/o agrícolas. Aparte de las dehesas, que en ocasiones eran labradas en parte, hacia 1624 el Monasterio poseía más de 3.000 fanegas de sembradura, la mayor parte de las cuales se hallaban en los términos de Bringuilla, Madrigalejo, Alía y Guadalupe. Como puede apreciarse en el Cuadro, la riqueza pecuaria de los jerónimos también registró un aumento apreciable entre 1389 y 1527. No obstante, ese crecimiento se vio temporalmente interrumpido por los importantes robos y matanzas sufridos por las ganaderías del Monasterio a comienzos de los años setenta del siglo XV, en el transcurso de los enfrentamientos entre "isabelinos" y "beltranejos".
Años 1389 1461 1479 1515 1527 1556 1598
Bueyes y vacas 773 3.488 1.297 1.858 2.791 1.051 186
Ovejas 1.259 12.796 10.221 15.513 22.505 14.461 22.309
Cabras 75 2.640 --2.939 8.122 7.666 6.306
Puercos --750 --820 1.588 1.304 759
El centro de gravedad de la actividad ganadera de los jerónimos acabó desplazándose desde las cabañas bovinas a las ovinas, proceso que ya se había consumado a mediados del siglo XVI. Los jerónimos mostraron gran interés, sobre todo en el siglo XV y primeros años del XVI, por los ingenios hidráulicos, lo que les llevó a adquirir veintidós molinos entre 1389 y 1519; sin embargo, el período de vida útil de bastantes de ellos fue relativamente corto. Hacia 1568 el Monasterio era propietario y explotaba catorce molinos harineros -cuatro en Guadalupe y cuatro en Cañamero-, dos molinos de aceite, tres batanes -dos en Guadalupe y uno en Cañamero y uno en Aceña. El patrimonio urbano de los monjes fue siempre mucho menos importante que el rústico, pero también se amplió de manera significativa: el número de casas que aquéllos poseían en Guadalupe pasó de 53 en 1389 a alrededor de 300 en 1526. El Monasterio no fue propietario de importantes fincas urbanas fuera de la Puebla; no obstante, poseyó una o varias casas en varios núcleos, entre los que cabe mencionar a Sevilla, Madrid, Trujillo, Madrigalejo y Puente del Arzobispo. En suma, aunque deben tenerse en cuenta las donaciones, los derechos decimales sobre el ganado ajeno que pastaba en sus fincas y las demandas percibidas en especie, no cabe la menor duda de que la notable ampliación del patrimonio mueble e inmueble del Monasterio exigió a éste la realización de un fuerte esfuerzo inversor. Como hemos podido constatar, los gastos monetarios y en especie de los jerónimos de Guadalupe aumentaron rápidamente y alcanzaron pronto dimensiones espectaculares. ¿Cómo consiguieron los monjes reunir los recursos necesarios para hacer frente a un volumen de desembolsos de tal envergadura? En primer lugar, conviene recordar que el Monasterio heredó un importante patrimonio, unas explotaciones agrarias en pleno funcionamiento, unos valiosos privilegios y derechos, el apoyo regio, un famoso santuario y una amplia red de recolección de limosnas y mandas. Fue mucho lo recibido, pero es indiscutible que los monjes lograron acelerar de manera importante el proceso de expansión económica del priorato.
La habilidad de los rectores monásticos para incrementar, primero, y consolidar, más tarde, el flujo de donaciones y, sobre todo, de limosnas y pequeñas mandas constituyó la principal clave explicativa del encumbramiento económico de la Casa. El número de donaciones evolucionó así: 25 en 1340-1399, 55 en 1400-1449, 133 en 1450-1499, 140 en 1500-1549 y 162 en 1550-1599. Aunque continuaron aumentando hasta la segunda mitad del siglo XVI, las donaciones más valiosas venían reduciéndose desde hacía algún tiempo. Dentro de aquéllas destacaron algunas fincas rústicas, las joyas y las Tercias de Trujillo y su tierra. Jerónimo Münzer, tras observar el contenido de los 12 armarios de la sacristía y de algunas arcas, anotó en 1495: "creo, ciertamente, que este Monasterio no es menor tesoro que el de los reyes de Castilla". Hacia 1556 las Tercias Reales de Trujillo y su tierra permitían al Monasterio
ingresar, "unos años con otros", 1.500 fanegas de trigo, 1.000 fanegas de cebada y 100 fanegas de centeno, amén de 451.000 maravedíes del arrendamiento de los "menudos".
Del total de 515 donaciones contabilizadas en el "libro de bienhechores" hasta 1599, el 11,26 por 100 fueron realizadas por miembros de la realeza, el 4,07 por 100 por señores laicos, el 30,48 por 100 por personas con tratamiento de "don", el 4,46 por 100 por altas dignidades eclesiásticas, el 1,94 por 100 por monjes del propio Monasterio, el 3,39 por 100 por otros eclesiásticos, el 4,27 por 100 por indianos, el 6,60 por 100 por vecinos de la Puebla o servidores de la Casa y el 24,85 por 100 por otros miembros del "estado llano". Estos porcentajes ponen de manifiesto: 1) los fuertes y prolongados vínculos del Monasterio con los monarcas castellanos; 2) el arraigo de la devoción a la Virgen de Guadalupe entre los conquistadores y colonizadores del "Nuevo Mundo"; y 3) la influencia del santuario en distintos territorios europeos. Si tenemos en cuenta la relativamente tardía fundación de la iglesia y del Monasterio de Guadalupe no puede sorprendernos la modesta participación de la nobleza laica en las donaciones al santuario. Las demandas fueron, hasta la segunda mitad del siglo XVI, la principal fuente de ingresos monetarios de los jerónimos: el producto de aquéllas ascendió a una media anual de 2.287.500 maravedíes entre 1524-1527, a 2.250.000 maravedíes en 1538 y a 3.009.996 maravedíes entre 1548-1557. En la primera mitad del siglo XVI, las limosnas y las pequeñas mandas representaron entre el 30 y el 40 por 100 de los ingresos en metálico de la Casa. ¿Cuándo alcanzó su máximo el producto de las demandas? Aunque en términos nominales es muy probable que ello aconteciera en el decenio 1548-1557, los datos acerca de los gastos de consumo e inversión del Monasterio apuntan a que tal máximo se registró en los años finales del siglo XV y en las tres primeras décadas del XVI. En cualquier caso, las limosnas y las pequeñas mandas contribuyeron decisivamente a financiar las grandes construcciones y la ampliación del patrimonio territorial de la Casa durante el siglo XV y la primera mitad del XVI.
Puerta de la antigua farmacia del Monasterio en el Claustro Gótico. Actual entrada al comedor de la Hospedería
¿Qué hicieron los jerónimos para lograr que se intensificase el flujo de donaciones y, sobre todo, de limosnas y pequeñas mandas testamentarias? Los primeros rectores del Monasterio se dieron perfecta cuenta de que el aumento de la popularidad y del prestigio del santuario les permitiría obtener crecientes transferencias de rentas y de bienes muebles e inmuebles. Ello les llevó a poner en marcha un ambicioso y complejo plan tendente a fomentar la devoción a la Virgen de las Villuercas, plan en el que la máxima y controlada difusión de los "milagros de Nuestra Señora" y la potenciación de su papel de nexo entre los devotos y la "madre de Jesucristo" constituyeron dos de sus piezas angulares. Esa senda entrañaba una apuesta fuerte y algo arriesgada: priorizar el desarrollo del centro mariano les obligó a alejarse aún más de su ideal de vida contemplativa, a postergar la expansión patrimonial y a destinar gran cantidad de recursos a los servicios benéfico-asistenciales y a las obras dirigidas a la creación de un marco majestuoso con la finalidad de provocar el asombro y la admiración de romeros y transeúntes, sensación que contribuía a generar el propio paraje en que se hallaba enclavado el templo. Pese a las lógicas dificultades iniciales, los primeros dirigentes de la Casa confiaban ciegamente en la estrategia adoptada. Fr. Alonso de la Rambla, quien había convivido con monjes que conocieron a Fr. Fernán Yáñez, puso en boca de éste el siguiente diálogo con la Virgen: "Ea, pues, señora, quién podrá más, yo a gastar o Vra. magestad a traher; y ansí fue vencido el prior, que más traía que el gastava". Los jerónimos sabían que los peregrinos eran los mejores propagandistas del santuario. Por ello había que atraerles e impresionarles, y también había que procurar influir en los mensajes que aquéllos transmitiesen tras retornar a sus ciudades, villas y aldeas. Para incentivar los desplazamientos a Guadalupe, aparte de la generosa hospitalidad y de los reputados servicios médicos, los rectores monásticos lograron que los pontífices otorgasen suculentos beneficios espirituales a quienes peregrinasen al santuario; además, las frecuentes visitas regias contribuyeron a extender aún más la fama y el prestigio de aquél. Los jerónimos no sólo se planteaban la movilización del mayor número posible de romeros, sino que procuraban que éstos quedasen fascinados de su aventura guadalupense y deseosos de divulgar "a los cuatro vientos" el poder y la grandeza de la Virgen de las Villuercas. Para alcanzar este último propósito los monjes inventaron o dieron forma definitiva a la leyenda del origen de la imagen, comenzaron a recopilar en códices los "milagros de Nuestra Señora" y procedieron a la lectura pública de aquéllos. La atribución de milagros a la Virgen de Guadalupe es, lógicamente, anterior a la llegada de los jerónimos al santuario. Estos estaban interesados en propagar los "poderes de Nuestra Señora", pero pronto se percataron de la conveniencia de controlar al máximo todo aquello relacionado con los "milagros" de la Virgen de Guadalupe: por un lado, este era un asunto capital en el que debía quedar patente su indispensable función mediadora entre los devotos y María; por otro, resultaba muy peligroso para el prestigio del santuario que fuesen los propios fieles y peregrinos quienes otorgasen a algunos sucesos el calificativo de milagrosos. Además, los monjes no tardaron en darse cuenta de la utilidad de preservar y potenciar las "especialidades milagrosas" del santuario: la liberación de cautivos y los salvamentos en el mar. Aquélla constituía un tema hacia el que las sociedades peninsulares de los siglos XV y XVI estaban especialmente sensibilizadas. Por tanto, todo lo que se hiciese para redimir prisioneros en territorio de "infieles" tendría una honda repercusión y sería muy apreciado por amplios sectores de la población. Además, la publicidad que hacían del santuario los peregrinos ex-cautivos, quienes solían llevar sus "hierros" al templo guadalupense, era extraordinariamente eficaz. Por su parte, los hombres de la mar, debido a sus contactos con personas de muy diversa procedencia geográfica, también contribuyeron de manera
importante a extender el culto a la Virgen de Guadalupe. En suma, el tipo de "especialidades milagrosas" del santuario, a cuya cristalización no fueron ajenos los jerónimos, facilitó la difusión del culto a la Virgen de Guadalupe.
Claustro Mudéjar. Abril de 1999
La confección de los códices de los "milagros" se efectuaba, grosso modo, de la siguiente manera. El peregrino narraba su "historia" en público. Posteriormente, un religioso se encargaba de examinar el relato y las pruebas aportadas y, en su caso, de redactar el "suceso sobrenatural". En los códices aparecen 857 "milagros" fechados entre 1510 y 1599, la mayor parte de los cuales datan de los primeros cincuenta años de ese período. La preocupación por la "autenticidad de los milagros" aumentó en el siglo XVI. En una reunión capitular de 1535 se acordó que los códices fuesen enmendados y corregidos y que se eliminase "lo superfluo". En 1614, los visitadores de la orden mandaron que se eligiesen tres religiosos doctos y píos para examinar los "milagros", tal y como había sido establecido en el concilio de Trento. La procedencia geográfica de los relatores de los "milagros" recogidos en los códices constituye un indicador, aunque bastante burdo, de la vecindad de los peregrinos. Esos datos, referentes al período 1510-1599, revelan que el santuario de Guadalupe tenía un carácter básicamente castellano y que su influencia era notable en Portugal y bastante reducida en los territorios de la corona de Aragón. En suma, la institucionalización de los "milagros de Nuestra Señora" sirvió para dar la máxima publicidad posible a aquéllos y para que los jerónimos pudiesen ejercer un amplio control sobre la difusión de las noticias referentes a los "sucesos sobrenaturales" atribuidos a la intervención de la Virgen de Guadalupe. El Monasterio desplegó una intensa actividad diplomática con el propósito de que pontífices y monarcas dictasen normas que facilitasen la labor de sus procuradores de pedir y colectar limosnas y mandas. Benedicto XIII, mediante bula expedida el 19 de marzo de 1414, autorizó las demandas en Castilla para la "obra" y hospitales de Guadalupe, libres de cualquier tributo y de la obligación de solicitar licencia a los ordinarios. Martín V, el 20 de junio de 1423, facultó a los procuradores del Monasterio a solicitar limosnas en el reino de Portugal.
Por su parte, los monarcas castellanos y españoles, hasta 1563, confirmaron o ampliaron a los jerónimos de Guadalupe los privilegios que sobre las demandas habían venido otorgándoles sus predecesores. Así, Juan II, por carta dada el 18 de marzo de 1438, exoneró de cargas militares a 20 de los principales demandaderos del Monasterio. El 23 de septiembre de 1445, ese mismo monarca ordenaba "a todos e cada uno de vos que cada e quando los dichos procuradores o sus sostitutos dellos paressciesen ante vos en las dichas cibdades e villas e logares les desde logar el favor e ayuda para que ellos puedan leer e notificar esta mi carta o el dicho su traslado signado en tal manera que venga a noticia de todos pregonándolo por las plazas e mercados e logares públicos e les fagades guardar e complir todo en ella contenido ca por la presente yo tomo al dicho mi Monasterio e frayles e convento del e a todas sus cosas e a sus procuradores e questores so mi guarda e defendimiento e amparo ca es mi entención e voluntad es que ande la demanda por todos mis Reynos y Señoríos". Las cartas de los Reyes Católicos rezuman idéntico deseo de favorecer las demandas de "Nuestra Señora". La última disposición que amplió las prerrogativas de la Casa en esta materia data del 12 de marzo de 1561. Se trata de una real provisión de Felipe II autorizando al Monasterio a efectuar demandas de limosnas en todos los reinos de la corona de Aragón. Poco provecho debió obtener aquél de esta gracia del "rey prudente": por un lado, en ese territorio resultaba difícil competir en la recolección de limosnas y mandas con la abadía de Montserrat; por otro, la concesión llegaba justo en el momento en que las demandas entraban en una profunda e irreversible crisis.
Vestíbulo de entrada a la Hospedería y jardín. Abril de 1999
Hasta mediados del siglo XVI, esa constante presión diplomática sobre pontífices y monarcas sirvió, cuando menos, para evitar que fructificasen las diversas tentativas de impedir u obstaculizar el cometido de los procuradores del Monasterio, intentos que fueron principalmente protagonizados por eclesiásticos de villas y aldeas que eran los principales perjudicados por las prerrogativas del Monasterio. En definitiva, las grandes cantidades de dinero que la Casa obtuvo de las demandas fueron resultado de la consolidación de Guadalupe como principal centro mariano ibérico y de la
capacidad que evidenciaron los jerónimos para organizar y preservar una tupida, compleja y eficaz red de colectores de limosnas y mandas que se extendía por casi toda la corona de Castilla y por algunas zonas del reino de Portugal. La máxima prioridad concedida por los rectores monásticos al encumbramiento del santuario fue un completo acierto, ya que las transferencias de bienes muebles e inmuebles y, sobre todo, de rentas - limosnas y pequeñas mandas - compensaron con creces los gastos sociales y "publicitarios". Como el saldo de las transferencias de rentas - producto de las demandas menos coste de los servicios benéfico - asistenciales - era muy favorable para el Monasterio, éste, una vez concluidas las costosas obras de las primeras décadas, pudo acometer una impresionante expansión patrimonial. El hecho de que los jerónimos lograsen mantener, durante casi dos siglos, un nivel muy elevado de transferencias a la Casa revela el éxito de aquéllos en su propósito de que la sociedad ibérica, especialmente la castellana, otorgara un elevado valor a su cometido de custodios, administradores y servidores del santuario de Guadalupe. Esta estrategia de colocar en primer plano el incremento de la popularidad y el prestigio de aquél acabaría teniendo un inconveniente en el muy largo plazo: acentuó el carácter marcadamente consuntivo de la economía del Monasterio, proceso que resultó en buena medida irreversible y que, por tanto, acarreó problemas cuando el flujo de transferencias a la Casa tendió a reducirse a partir de mediados del siglo XVI. El Monasterio difícilmente habría podido culminar su impresionante desarrollo si no hubiese seguido contando con el incondicional apoyo de los monarcas. El siglo XV fue una época de dificultades para los monacales; sin embargo, los "poderosos" no se atrevieron a emprender casi ninguna acción contra la Casa porque sabían que los reyes castellanos dispensaban una protección especial a aquélla, protección que los monjes supieron conservar durante todo el siglo XV. Resulta revelador que hacia 1460 Fr. Gonzalo de Illescas, dos veces prior del Monasterio y miembro del Consejo de Juan II, consiguiera que el monarca mandase derribar el castillo que D. Diego de Orellana había levantado en Cañamero, fortificación que los jerónimos consideraban amenazadora para su seguridad. Aparte de preservarla de las milicias señoriales y concejiles, la protección regia contribuyó a que la Casa saliese relativamente bien librada de diversos litigios mantenidos con Talavera, Trujillo y Medellín y con el obispado de Plasencia acerca de la vigencia de algunos de sus derechos y prerrogativas. Fray Gonzalo de Illescas. Zurbarán
También los reyes de Portugal concedieron algunas prerrogativas al Monasterio, como fue la autorización para que 15.000 cabezas ovinas de los monjes pudieran pastar de balde durante el verano en la Sierra de la Estrella. Por consiguiente, los privilegios de los monarcas facilitaron el reclutamiento de mano de obra y los abastecimientos y redujeron los costes de producción de la cabaña trashumante.
Crisis 1563-1707 Los balances económicos del Monasterio empezaron a empeorar a partir de 1530, pero la deceleración del crecimiento patrimonial no tuvo lugar antes de los años sesenta de aquel siglo; hecho que no puede considerarse aislado de la mala situación económica de la España de aquella época. Por primera vez se nombra una comisión de doce religiosos de la Casa para tratar de reducir los gastos, la época brillante del Monasterio estaba a punto de cerrarse. Las demandas y limosnas fueron las partidas que más retrocedieron, y los ingresos en metálico se redujeron al sesenta por ciento en un período de unos cincuenta años, situándose a principios del siglo XVII en unos sesenta millones de maravedíes. La economía del santuario, tan próspera antaño, comenzó a arrojar pérdidas, ya que las transferencias de renta de los fieles no bastaban para financiar los servicios materiales y espirituales proporcionados gratuitamente a los peregrinos. El factor desencadenante de tal hundimiento fue la orden de Pío IV de suspender las demandas, precepto que fue reforzado por Felipe II en 1563. El Monasterio había perdido influencia política y aunque se consiguió ablandar, en parte, al monarca, tuvieron que enfrentarse a unas severas normas para continuar recogiendo donativos. El culto a la Virgen de Guadalupe, que constituía el fundamento de las transferencias de rentas de miles de devotos al Monasterio, estaba indisolublemente ligado a las peregrinaciones y a los "milagros". En el siglo XVI, el reflujo de aquéllas fue acompañado de un deterioro de la imagen de los romeros. El proceso de pauperización de amplios sectores de la sociedad castellana, especialmente a partir de 1570-1580, inquietó a los contemporáneos. Como era frecuente la identificación entre peregrino y pobre, no puede sorprendernos que en la actitud de buena parte de los castellanos hacia los romeros predominase, desde entonces, el
recelo sobre la simpatía. La pragmática de Felipe II de 1590 acerca de las peregrinaciones parece ser el colofón de ese proceso de desprestigio de las formas medievales de religiosidad popular en las que las visitas a santuarios constituían uno de sus elementos más característicos. En ese nuevo contexto, todos los intentos del Monasterio por mantener las transferencias de rentas de los fieles estaban condenados al fracaso: el flujo de limosnas y pequeñas mandas tendió a disminuir a medida que se redujo el papel del santuario de las Villuercas dentro de las prácticas religiosas de los ibéricos y a medida que empeoró la imagen de los jerónimos de Guadalupe, proceso al que contribuyeron las pérdidas de protagonismo y de consideración social de todos los monacales, los desmanes de algunos de sus demandadores y el propio volumen de riquezas acumulado por la Casa. La menor influencia en la corte, la caída de la renta real de amplios sectores de la población castellana y el desarrollo del culto a la Virgen de Guadalupe en otros centros religiosos aceleraron el descenso de las limosnas y mandas recolectadas por los procuradores del Monasterio. En definitiva, la irreversible crisis de las demandas fue, ante todo, consecuencia de la pérdida de popularidad y protagonismo del centro mariano de las Villuercas y del descenso del valor atribuido por la sociedad ibérica, especialmente por la castellana, al papel de los jerónimos de custodios y administradores del santuario. En síntesis, entre 1550 y 1650 las cantidades de cereales ingresadas por los jerónimos disminuyeron fuertemente debido a la drástica reducción de las actividades agrícolas de aquéllos, a la pérdida de derechos decimales, a la caída de la renta de los labrantíos y de los molinos y al descenso del producto de las Tercias Reales de Trujillo y su tierra ocasionado por la contracción agrícola en esa comarca. La producción pecuaria para el consumo de la Casa también registró un intenso movimiento recesivo. El descalabro de las cabañas bovinas fue impresionante: de las 2.791 cabezas de 1527 se pasó a las 186 de 1598. La recuperación, a partir de esta última fecha, fue modesta, ya que en ningún año de la primera mitad del siglo XVII llegaron a contabilizarse 700 reses bovinas. Por consiguiente, hacia 1650 la ganadería de los jerónimos dedicada a satisfacer las necesidades de carne, leche, queso y fuerza de tracción animal de la Casa no llegaba al 50 por 100 del de mediados del Quinientos. Este retroceso fue acompañado por la desaparición de las demandas de ganado y por la ya aludida pérdida de derechos decimales sobre los esquilmos de las cabezas ajenas que aprovechaban las dehesas del Monasterio ubicadas en la jurisdicción del obispado de Plasencia. La producción vinícola de la comunidad jerónima siguió también una trayectoria claramente descendente: la cosecha media anual de uvas fue de 1.479,5 cargas en 1559-1560, de 1.116,3 en 1585-1587 y de 470,9 en 1654-1658. La actividad oleícola tampoco arroja un balance favorable: la producción media anual de aceite ascendió a 2.287,25 arrobas en 1559-1560, a 1.472 en 1585-1587 y a 1.160,95 en 1654-1657. En definitiva, los ingresos monetarios y en especie de los jerónimos se desplomaron de manera prácticamente simultánea en el último tercio del siglo XVI y en la primera mitad del XVII. Ello obligó a los rectores del Monasterio a afrontar una situación inédita en las casi dos primeras centurias de existencia de la Casa: ¿cómo administrar unos recursos cada vez más escasos? Hasta mediados del siglo XVI, las transferencias de rentas y bienes raíces habían permitido a los monjes disponer de un volumen impresionante de recursos, los cuales habían contribuido decisivamente a financiar los cuantiosos gastos de consumo e inversión del Monasterio. Ahora, en cambio, ese flujo de transferencias estaba descendiendo de un modo
alarmante, la producción agrícola de las granjas disminuía, el tamaño de las cabañas orientadas a autoabastecer a la Casa registraba una brutal reducción y, desde las últimas décadas del siglo XVI, la renta de las dehesas tendía a caer. El único dato positivo lo suministraba la cabaña trashumante: los beneficios de esta explotación pecuaria aumentaron en el último cuarto del siglo XVI. Ello, sin embargo, no bastaba para contrarrestar el descalabro que estaban registrando la mayor parte de actividades económicas del Monasterio. Consiguientemente, la capacidad de gasto de aquél tendía a reducirse a ritmo trepidante. Los jerónimos no reaccionaron con rapidez ante la aparición de un desequilibrio crónico en su economía. No podía resultarles fácil romper con prácticas seculares y admitir que para enderezar la situación tenían que introducir profundas reformas. Además, las dificultades económicas del Monasterio estaban colocando en una precaria posición a los vecinos de Guadalupe. De modo que la demanda de subvenciones y servicios benéfico-asistenciales presionaba con especial fuerza sobre el "presupuesto de la casa". El plan de contención de gastos de 1557 no consiguió alcanzar los fines perseguidos. De hecho, aunque todavía en proporciones relativamente modestas, el Monasterio comenzó a tener que recurrir con bastante frecuencia al crédito para poder financiar sus gastos corrientes. Ahora, en un período de encarecimiento de los granos, los jerónimos eran compradores "netos" de trigo. A menudo la toma de un censo se efectuaba con el propósito de abastecer de cereales a la Casa. La reforma administrativa, tal vez por su carácter escasamente traumático, fue la primera iniciativa que adoptaron los monjes cuando los balances de su economía tendieron a empeorar. Aquéllos consideraron que para mejorar la gestión había que disponer de una información más completa y que avanzar en la centralización y coordinación de las decisiones económicas. A fin de alcanzar tales propósitos se reforzó el papel de la mayordomía en la administración de la Casa y comenzaron a elaborarse de modo sistemático las cuentas anuales de ingresos y gastos cuasi generales. La confección de la "Hoja de Ganado", además de suponer un hito dentro de la historia de la contabilidad y de las técnicas de análisis económico en España, permitió al Monasterio, desde finales del siglo XVI, conocer la evolución del valor añadido bruto y de la rentabilidad de sus distintas cabañas. El empleo en éstas de tal "refinamiento contable" no fue fortuito, sino que respondió a la mayor prioridad otorgada por los jerónimos a sus explotaciones pecuarias a raíz del desplome del producto de las demandas. La reforma administrativa no podía por sí sola corregir el desequilibrio "presupuestario" de la Casa. Ahora bien, aquélla facilitó el análisis de los problemas económicos del Monasterio y la posterior adopción de una política de austeridad. Antes de aceptar una drástica reducción de sus gastos y/o de introducir cambios profundos en su economía, los jerónimos intentaron compensar la caída de las transferencias de rentas en la Península Ibérica con un aumento de las procedentes del continente americano. Aprovechando la devoción de numerosos indianos a la Virgen de Guadalupe, fenómeno fácilmente observable en la toponimia y en la advocación de bastantes ermitas e iglesias en el "nuevo mundo", los monjes intentaron organizar un eficaz sistema de recaudación de limosnas y mandas en los dominios españoles en América. Varios jerónimos viajaron a Indias -Fr. Diego de Losar, hacia 1587; Fr. Diego de Ocaña y Fr. Martín de Posada, en 1599; Fr. Pedro del Puerto, en 1612- con el propósito de potenciar e institucionalizar la devoción a la Virgen de Guadalupe y las demandas en diversas ciudades. Para alcanzar tales objetivos fundaron varias cofradías, cuya administración solió ser encomendada a conventos franciscanos. Aunque el Monasterio siguió recibiendo distintas transferencias de rentas desde el continente americano hasta bien avanzado el siglo XVIII, constituyó un rotundo fracaso la tentativa de que los fieles del "nuevo mundo" supliesen la menor generosidad hacia el
santuario de las Villuercas de los residentes en Castilla y Portugal: era utópico que desde Extremadura pudiera controlarse el destino otorgado a las recaudaciones a que daba lugar el culto a la Virgen de Guadalupe en un territorio amplísimo y separado del Monasterio por miles de kilómetros y por el océano Atlántico. Entre 1611 y 1620, el gasto medio anual de la Casa se elevó a 19.757.276 maravedíes y a 12.367 fanegas de trigo, 4.061 fanegas de cebada, 6.587 arrobas de vino, 1.314 arrobas de aceite, 3.464 arrobas de pescado, 2.352 carneros, 563 machos, 1.417 ovejas y corderos, 84 vacas y 989 cabras. Estas cifras revelan que hacia 1615 los administradores de la Casa aún no habían puesto en marcha un riguroso plan de austeridad. Sería poco después, en los años veinte, cuando se produjo un acusado viraje en la política económica de los jerónimos. Estos tuvieron que reducir drásticamente los gastos a fin de evitar que el déficit "presupuestario" se ampliara y se hiciera crónico, lo que podría haber puesto en peligro la integridad de su patrimonio. El rigor de la política de austeridad no fue óbice para que el endeudamiento de la Casa creciese de manera alarmante entre 1630 y 1680. El 26 de enero de 1630, día en el que Fr. Cristóbal de Vadillo se hizo cargo de la prelacía, los principales de los censos "contra la comunidad" sumaban 5.987.000 maravedíes. El 22 de diciembre de 1682 se elevaban a más de 29.920.000 maravedíes. Aunque el tipo de interés de los censos descendió en la segunda mitad del Seiscientos, el Monasterio llegó a tener que pagar de réditos de aquéllos más de un millón de maravedíes al año. La preocupación por el nivel de endeudamiento llegó hasta el extremo de que los jerónimos se plantearon en diversos momentos la venta de una gran finca rústica para reducir aquél y, por ende, sus cargas financieras. Por distintas razones, al Monasterio le resultó prácticamente imposible ir aún más lejos en la política de austeridad. Por un lado, a economías tan marcadamente consuntivas, como las de las casas monacales, les suponía un enorme esfuerzo los recortes presupuestarios y la renuncia a los gastos extraordinarios. La construcción de una nueva y monumental sacristía, obra iniciada en 1638, en un momento en que la Casa atravesaba graves dificultades económicas, revela la alta propensión al gasto de los jerónimos guadalupenses y la difícil aceptación por parte de éstos de su pérdida de protagonismo político y espiritual. La nueva sacristía, en la que se encuentran los famosos "zurbaranes", constituyó un instrumento de los rectores de la casa para reivindicar nostálgicamente, ante visitantes ilustres, el pasado esplendor del Monasterio, en una época en la que las peregrinaciones al santuario ya no tenían la importancia de antaño y la que las preferencias de los Austrias ya se había decantado a favor de El Escorial. Por otro lado, los rectores de la Casa precisaban mantener los servicios benéfico-asistenciales, máxime en un período en el que los problemas económicos para buena parte de la población local y regional estaban acentuándose, unos seiscientos menesterosos acudían diariamente para recoger la limosna de pan, y en el que la consideración social de los monacales tendía a deteriorarse. A finales del siglo XVII, los gastos ordinarios de la portería ascendían a 25.000 reales (anualmente se gastaban 650 fanegas de grano y 4.500 libras de carnero), los de los hospitales a 32.000 reales y los del colegio a 30.000 reales. Por esas mismas fechas, la octava parte del total de desembolsos de la comunidad jerónima se destinaba a obras benéficoasistenciales. Además, los donativos solicitados por la Monarquía, especialmente durante el reinado de Felipe IV, también contribuyeron a dificultar la aplicación de la política de reducción de gastos del Monasterio. Este entregó a las arcas reales 3.740.000 maravedíes entre 1629 y 1640.
La política de austeridad evitó males mayores, pero, una vez que prácticamente habían cesado las transferencias a la Casa, los jerónimos, si querían recuperar capacidad de gasto, debían introducir profundos cambios en la gestión de sus enormes propiedades territoriales. Durante el largo período en que los ingresos ordinarios de la Casa solían mantenerse bastante por encima de los gastos ordinarios, especialmente entre mediados de los siglos XV y XVI, los dirigentes monásticos habían dedicado buena parte de esos excedentes a financiar la ampliación del patrimonio territorial rústico. Además, los monjes, pese al hundimiento de sus ingresos, consiguieron conservar íntegra su hacienda. De modo que su margen de maniobra era todavía bastante amplio, sobre todo si se tiene en cuenta que sus derechos de propiedad territorial no estaban siendo cuestionados. Desde mediados del siglo XVII, la reforma económica de los jerónimos se intensificó y adquirió una dimensión inédita al afectar a la gestión de sus impresionantes recursos agrarios. Las nuevas iniciativas se orientaron en dos direcciones. Por un lado, el Monasterio trató de potenciar su cabaña trashumante. De hecho, el tamaño de esta explotación aumentó y los beneficios medios anuales por cabeza alcanzaron un nivel bastante elevado a partir de 1640. Por otro lado, los jerónimos revitalizaron sus actividades cerealícolas, aunque en este ámbito los mayores avances se produjeron, en los años finales del Seiscientos y en los primeros del Setecientos y en la década de los veinte de esta última centuria. En cualquier caso, a comienzos de los años sesenta del siglo XVII ya se habían reabierto o se habían ampliado las labores propias en las granjas de El Rincón, La Vega, Madrigalejo y La Burguilla. El aumento en la producción agrícola permitió a la Casa reducir sus compras de cereales y poder ampliar el consumo de dichos artículos. La política de austeridad y el aprovechamiento más intensivo del patrimonio territorial acabaron dando sus frutos: en maravedíes constantes, los ingresos medios anuales de la mayordomía se incrementaron un 48,58 por 100 entre 1652-1660 y 1689-1690; además, la producción agraria destinada al autoconsumo de la Casa también creció apreciablemente en la segunda mitad del siglo XVII. Asimismo, entre 1687 y 1695, gracias a los magníficos resultados de su cabaña trashumante, el Monasterio consiguió amortizar una parte sustancial de los censos que tenía contra sí. En definitiva, a finales del siglo XVII los jerónimos se habían recuperado de algunos de los reveses sufridos desde mediados del Quinientos. La Casa no volvería a recobrar la capacidad expansiva y de inversión que le habían proporcionado las demandas hasta 1550, ni tampoco el protagonismo político y espiritual que había logrado mantener hasta el inicio de la época imperial, pero conservaba íntegro su descomunal patrimonio territorial y había introducido, aunque con retraso, los reajustes necesarios en su economía para poder desenvolverse mejor en el nuevo contexto. En las postrimerías del Seiscientos, el Monasterio, una vez que había rebajado notablemente su grado de endeudamiento, se hallaba, pues, en buenas condiciones para aprovechar una coyuntura económica más favorable, circunstancia que no tardaría en presentársele.
La Edad de Plata 1710-1786 Aun cuando los jerónimos no consiguieron restablecer el flujo de trasferencias económicas a la Casa, ni ampliar su patrimonio territorial, sí lograron mejorar sus ingresos en metálico y en especie, esto les permitió mejorar su capacidad de gasto durante el siglo XVIII y vivir la "edad de plata" de la economía del Monasterio. En 1984, el Monasterio era propietario de unas 30.000 ovejas, 6.000 cabras. 2.000 vacas, 700 cerdos y 200 caballerías. Muy pocas empresas ganaderas de la Corona de Castilla tuvieron, entonces, una dimensión superior a la del Monasterio de Guadalupe.
Por otro lado, los ingresos cerealícolas fueron también mejorando enormemente durante el XVIII, alcanzando sus niveles máximos a mitad de siglo. Los jerónimos siempre desarrollaron la inmensa mayoría de sus actividades cerealícolas fuera de Guadalupe, ya que el término en que estaba ubicado el Monasterio era pequeño y disponía de unos recursos agrarios muy mediocres. La producción de granos se veía dificultada por las características de los suelos -carecían de carbonatos y tenían poca profundidad y un pH inferior a 6,5- y, sobre todo, por la orografía. La fuerte pendiente del terreno y el escaso espesor de los suelos determinaban una baja capacidad de retención de agua. Aunque la vid y
el olivo soportaban algo mejor los inconvenientes de la accidentada orografía, las propiedades del terrazgo distaban de ser las idóneas para la práctica de aquellos cultivos.
Ojo de buey y precioso busto del XIX situado en un rincón del claustro gótico
A comienzos del siglo XVIII, la comunidad jerónima poseía las siguientes granjas fuera de Guadalupe: Madrigalejo, El Rincón, Valdepalacios, La Burguilla, La Vega, Becenuño y Malillo. Ahora bien, la actividad agrícola era intermitente en algunas y esporádica en las dos últimas. La mayor parte de las actividades cerealícolas del Monasterio se realizaba, pues, en la margen derecha del Guadiana. Concretamente, en el interfluvio formado por el Gargaligas y el Ruecas. Las granjas eran regidas por monjes, quienes, además, vivían en aquéllas. La realización de las labores corría a cargo, fundamentalmente, de criados fijos que también residían en las caserías. En 1752, por ejemplo, aquéllos sumaban un mínimo de 94: 15 en Madrigalejo, 14 en La Vega, 15 en El Rincón, 32 en La Burguilla y 18 en San Isidro. Amparándose en su potestad señorial, el Monasterio, durante el siglo XV, había regulado minuciosamente las relaciones laborales en Guadalupe. Como era previsible, las normas establecidas por la comunidad jerónima pretendían garantizar el reclutamiento de mano de obra para sus distintos oficios en las condiciones más ventajosas posibles. Así, el Monasterio fijaba los salarios y prohibía que sus antiguos criados pudieran ser contratados sin previo consentimiento del padre mayordomo o del padre obrero; además, aquél estaba facultado para exigir que los asoldados que estuviesen al servicio de otra persona les fuesen cedidos temporalmente siempre que precisase tales trabajadores. Ahora bien, independientemente del grado de observancia de dichas disposiciones, casi todas las actividades agrícolas y ganaderas del Monasterio se desarrollaron fuera de su jurisdicción temporal y la mayor parte de los asalariados de sus cabañas y granjas, solo 25 de los 284 empleados eran vecinos de Guadalupe. No obstante, las relaciones laborales entre la Casa y sus criados de fuera tuvieron que verse mediatizadas, tanto por el poder económico de aquélla
como por la enorme influencia social que dicha institución religiosa, pese al declive de las peregrinaciones al santuario, aún conservaba en el Setecientos en el territorio extremeño. La comunidad jerónima contaba con sustanciosas ventajas para acometer la explotación directa de sus labrantíos: además de estar exonerada de la obligación de diezmar, disponía de extensas áreas de terrenos cultivados o susceptibles de ser roturados, de numerosos rebaños de ovejas capaces de producir elevadas cantidades de abono, de dos grandes cabañas bovinas que podían atender las necesidades de fuerza de tracción animal de sus granjas y de otros privilegios que facilitaban la realización de las labores. En Madrigalejo, por ejemplo, el Monasterio, aparte de disfrutar del derecho de vecindad, podía sustentar en el añojalero y en la dehesa boyal los animales de labor que precisase para cultivar sus tierras, aunque aquéllos fuesen empleados en explotaciones ubicadas fuera del término de la referida localidad. En los ejidos de Acedera, situados cerca del cortijo de San Isidro, los jerónimos podían introducir 1.000 ovejas.
Después de la Guerra de Sucesión, los rectores monásticos desarrollaron una activa política de almacenamiento de cereales encaminada a evitar las compras masivas en años de carestía. Hasta comienzos de los sesenta, los stocks a fin de cada ejercicio solían igualar o superar al consumo anual. Sin embargo, a partir de dicha fecha, cuando el déficit cerealícola de la Casa se disparó, los jerónimos no pudieron mantener el nivel de reservas de granos en sus distintas paneras. En cualquier caso, la dimensión de los almacenamientos, salvo en el trienio 17791781, se mantuvo muy por encima de la de finales del XVII y de la primera década del XVIII. Esta intensa política de regulación de stocks de cereales constituye una prueba más de la buena situación económica y financiera del Monasterio en la mayor parte del Setecientos. Aunque de manera más moderada, también se expandió la actividad oleícola de los jerónimos: la producción media anual de aceite obtenida de sus cosechas de olivas, tanto en Guadalupe como en El Rincón, pasó de 1.322,72 arrobas en 1690-1699 a 1.893,81 en 1733-1740. No ocurrió lo mismo con la viticultura: el aprovisionamiento de caldos de la Casa tendió a depender cada vez más de las compras. Las actividades manufactureras del Monasterio, aunque orientadas casi exclusivamente a atender las necesidades de la Casa, crecieron en el Setecientos. En 1752, el Monasterio poseía una "fábrica de pelleginas" - donde se labraban mantas y batas para abrigo de los religiosos y para regalar a algunas personas -, una tejeduría, una zapatería y un martinete para surtir de cobre a las cocinas, oficinas, hospitales, granjas y cabañas. En esa misma fecha, los jerónimos ocupaban a 68 personas en actividades transformadoras: 12 en el sector de la construcción, 8 en el de la madera, 16 en el metalúrgico, 19 en el textil, 7 en el del cuero y calzado, 4 en el alimentario, 1 en el del vidrio y 1 en el de la cera. En la tejeduría, que era el principal taller artesanal de la Casa, la producción media anual, entre 1717 y 1738, ascendió a 4.169,5 varas de paño.
Son, pues, numerosos y apabullantes los testimonios que indican el crecimiento y la solidez de la economía del Monasterio de Guadalupe durante la mayor parte del siglo XVIII. Uno de aquéllos, al que no me he referido todavía, estriba en el volumen de mano de obra empleada por los jerónimos: más de 715 trabajadores fijos hacia 1752.
Dibujo del Claustro mudéjar - Siglo XIX
Sin embargo, el futuro de la institución comenzaba ya a verse ensombrecido, especialmente a partir de los años sesenta, por la propia dinámica de la Casa y por la evolución de la economía y de la sociedad castellana. Para intentar recuperar el protagonismo social, los monjes intensificaron sus actividades benéfico-asistenciales. A mediados del siglo XVIII, el coste anual de los hospitales ascendía a 110.000 reales, el del seminario y el del colegio a 45.260 reales y el de las limosnas y raciones entregadas diariamente en la portería a 35.000 reales. Por otro lado, el crecimiento de diversas explotaciones, sobre todo de las cabañas, acabó elevando, pese al resurgimiento de las labores, el abultado déficit cerealícola de la Casa. En suma, el carácter consuntivo de esta economía monástica se acentuó en este período; además, los jerónimos tuvieron que incrementar las compras de trigo, que era, precisamente, una de las mercancías cuyo precio venía aumentando a un ritmo más rápido desde poco tiempo después de iniciarse la segunda mitad de la centuria. Las transformaciones acaecidas extramuros acabaron complicando el presente y, sobre todo, amenazando gravemente el porvenir de la Casa. En el terreno económico, las limitaciones y contradicciones del modelo extensivo de crecimiento agrario se tradujeron en una fuerte elevación de los precios de los alimentos de primera necesidad, especialmente de los del trigo, y en una progresiva pauperización de numerosos campesinos. En Extremadura, los problemas para los pequeños productores agrarios no sólo se derivaron de las habituales secuelas de ese tipo de modelo expansivo -empeoramiento de la calidad media de los terrenos cultivados, escasez de fuerza de tracción animal y de abono y alza de la renta de la tierra-, sino que también tuvieron su origen en el creciente acaparamiento de pastizales por parte de los ganaderos trashumantes de fuera de la región. No es extraño, pues, que la presión de la población sobre los recursos agrarios y las tensiones sociales alcanzasen especial intensidad en Extremadura durante el último tercio del siglo XVIII y los primeros años del XIX. Estos cambios afectaron al Monasterio, tanto en el corto como en el largo plazo: por un lado, el rápido crecimiento de los precios de los cereales provocó que los términos de intercambio tendiesen a deteriorarse para la Casa; por otro, la extensión de la pobreza hubo de estimular a amplios sectores del campesinado de la zona a adoptar una actitud menos complaciente con las enormes rentas y riquezas que administraban y disfrutaban, al menos en parte, los
jerónimos, máxime en una época en que desde los poderes públicos comenzaba a permitirse e, incluso, a propiciarse determinadas críticas al clero regular.
Dibujo de secciones del Monasterio del arquitecto Menéndez Pidal.
La reforma eclesiástica emprendida por el equipo reformista de Carlos III aspiraba, ante todo, a reducir el número de religiosos y a frenar o paralizar el proceso de acaparamiento de tierras del clero. Además, los ilustrados, sobre todo Campomanes, procuraron que Monasterios y conventos redujesen drásticamente o suprimiesen la explotación directa de sus patrimonios territoriales rústicos. Aunque la real cédula de 11 de septiembre de 1764, que reiteraba normas anteriores que habían sido generalmente transgredidas, sólo prohibía que los religiosos, legos y donados viviesen en granjas fuera de sus respectivas casas, tal disposición, caso de ser cumplida, empujaba al clero regular a abandonar la explotación directa de sus tierras que no estuviesen ubicadas en las proximidades de sus correspondientes Monasterios o conventos, ya que la alternativa de encomendar la administración de los caseríos a mayordomos seglares solía proporcionar unos resultados bastante negativos. Prueba de que Campomanes pretendía que los regulares renunciasen al cultivo directo de sus predios rústicos lo constituye un escrito suyo, fechado en 30 de junio de 1768, en el que solicitaba que el Monasterio de El Paular desmantelase sus explotaciones agrícolas. Hasta 1769 los jerónimos de Guadalupe no observaron lo establecido en la referida real cédula de 11 de septiembre de 1764. En 1772 los monjes aún seguían respetando la prohibición; sin embargo, en 1780, cuando D. Josep Rodríguez de Cáceres, quien el año anterior había sido designado visitador regio y apostólico del Monasterio, llegó al santuario, varios religiosos residían en las granjas. D. Josep Rodríguez ordenó, entre otras medidas, que los monjes se retirasen inmediatamente de las caserías. Ante las medidas restrictivas, el Monasterio mantuvo la explotación directa de sus labrantíos y se movió con diligencia para conseguir cuanto antes el retorno a la "normalidad", ya que el abandono de aquélla habría implicado un espectacular incremento de su déficit cerealícola. Los jerónimos acabarían logrando buena parte de sus objetivos: el 25 de enero de 1785 el Consejo de Castilla accedió a que 4 monjes que mereciesen la "satisfacción del prelado", que hubiesen sido aprobados de confesores y que tuviesen más de 30 años de hábito, pudiesen regir "in situ" las granjas de El Rincón, San Isidro, La Vega y La Burguilla. El Consejo también autorizó a que un religioso, que cumpliese los citados requisitos, se ocupase de la administración de la cabaña trashumante. Por consiguiente, la supresión de los "monjes granjeros" sólo generó, aparentemente, perturbaciones transitorias a la economía del Monasterio; sin embargo, aquella disposición, en particular, y los planteamientos de los
ilustrados hacia el clero regular, en general, propiciaron que los campesinos comenzasen a cuestionar abiertamente los privilegios, las grandes propiedades territoriales y las actividades agrarias de las instituciones monásticas. Consiguientemente, las secuelas de la actitud y de las disposiciones en materia eclesiástica del equipo reformista de Carlos III acabaron siendo para la mayor parte del clero regular bastante más importantes en el largo que en el corto plazo. En definitiva, en la primera mitad de los años ochenta, las cifras que arrojaban los libros de cuentas seguían indicando que el Monasterio conservaba por esas fechas una buena "salud económica", pero las transformaciones y problemas de la sociedad española empezaban a amenazar el equilibrio financiero e, incluso, el futuro de la Casa.
Otoño en Guadalupe
"La agonía final" 1787-1835 Las repercusiones negativas de la crisis del Antiguo Régimen sobre las economías monásticas fueron especialmente intensas. Guadalupe, pese al tamaño de su hacienda, no fue una excepción. La Casa comenzó a padecer un preocupante y crónico desequilibrio financiero desde la segunda mitad de los ochenta. Los números rojos fueron producto, básicamente, del descenso de los beneficios de su cabaña trashumante, del encarecimiento de los granos y de la pérdida de la mayor parte de sus privilegios y derechos decimales. Ahora bien, el análisis del declive económico del Monasterio no debe circunscribirse al examen de las cuentas: hemos de fijarnos, asimismo, en el progresivo deterioro de la situación política del clero regular, en general, y de los jerónimos de Guadalupe, en particular; ya que tal proceso constituirá un factor primordial a la hora de explicar el devenir de las comunidades religiosas, y también de la Casa, desde el estallido de la Guerra de la Independencia hasta la definitiva exclaustración de 1835. En otras palabras: en las dos décadas que precedieron al conflicto bélico con las tropas napoleónicas, la crisis de las economías monásticas era más profunda de lo que sugieren los guarismos de sus respectivos libros de cuentas.
Epílogo La puebla de Guadalupe, sometida al señorío del prior, gozó de paz y de bienestar, pero en diversas ocasiones se opuso a sus prerrogativas, organizando ruidosos alborotos y pleitos, durante los primeros tres siglos de señorío, con la intención de sacudirse el vasallaje y de alcanzar un concejo propio del pueblo. Después de 463 años, cesó el régimen civil del prior, iniciado en 1348 durante el priorato secular y mantenido en la figura del prior desde 1389. Las nuevas tendencias liberales fueron la causa del decreto de la regencia, de 6 de agosto de 1811, de extinción total de los señoríos jurisdiccionales españoles que después fue recogido en la Constitución de Cádiz de 1812. Durante el priorato jerónimo, la población de Guadalupe nunca pasó de mil vecinos, en la actualidad son unos 2500, y se dio empleo a unos 650 trabajadores fijos en los diversos oficios. Esto exigió disponer de grandes sumas de dinero para atender a salarios y gastos. Aunque durante casi todo el período se mantuvo un buen nivel económico, el declive
económico definitivo de la Casa se había iniciado antes de finalizar el Setecientos debido al agotamiento del modelo de crecimiento agrario extensivo del interior peninsular y al menor dinamismo y mayor irregularidad de las exportaciones de lana. No obstante, la decadencia de aquélla se aceleró bruscamente a raíz de las importantísimas destrucciones y robos que sufrieron sus cabañas y granjas agrícolas en el transcurso de la Guerra de la Independencia. Los jerónimos fueron incapaces de restaurar sus explotaciones agrarias: el grado de endeudamiento del Monasterio ya era elevado al iniciarse el conflicto bélico, las posibilidades de obtener financiación externa en gran escala eran mínimas después de lo que había acontecido entre 1808 y 1814 y aquéllos no estaban dispuestos a sacrificar una parte importante de su patrimonio territorial a fin de obtener los fondos de inversión necesarios para reconstruir sus granjas y cabañas; además, los propios monjes comenzaron a dudar de la perdurabilidad de su Casa, sobre todo a raíz de la exclaustración que padecieron durante el trienio liberal. Esa aludida incapacidad comportó que el Monasterio se convirtiese en una gran "empresa" de carácter básicamente rentista desde 1810 y que sus ingresos y gastos descendiesen de manera drástica. Pese al fuerte deterioro económico que había experimentado, la Casa, después de la Guerra de la Independencia, aún disponía de suficientes recursos para sostener a una amplia comunidad religiosa, pero ya no estaba en condiciones de sufragar los gastos de una extensa oferta benéfico-asistencial que frenase el deterioro de su imagen en una sociedad cuyos planteamientos y actitudes ante el clero regular tendían a ser cada vez más críticos. La comunidad jerónima guadalupense quedó desplazada socialmente, lo que contribuyó a desencadenar el proceso de descomposición interna de aquélla cuando sus esperanzas de supervivencia prácticamente se esfumaron tras los sucesos políticos que siguieron al fallecimiento de Fernando VII. Es incuestionable que la supresión de la Casa fue consecuencia de los cambios políticos y sociales de ámbito nacional, pero resulta significativo que la exclaustración se produjera en Extremadura un poco antes de que el gobierno español optara por erradicar a todos los conventos y Monasterios. Ese adelanto tuvo relación, muy probablemente, con el completo hundimiento de la imagen de la comunidad jerónima de las Villuercas a raíz de los escándalos y desórdenes acaecidos en el seno de aquélla tras la aparición de un pasquín subversivo, en favor de la causa carlista, en la puerta de una celda el 18 de abril de 1834. La junta directiva del gobierno de Extremadura, que se había formado en el verano de 1835, suprimió todas las casas regulares de la región. Trece días después los monjes de Guadalupe fueron desalojados del Monasterio; habían permanecido allí, de forma prácticamente ininterrumpida, durante 445 años, 10 meses y 27 días. Su último prior, fray Cenón de Garbayuela, cerró el priorato regular jerónimo, que habían enaltecido cien priores, sucesores del primero: fray Fernándo Yáñez. Conviene subrayar que Guadalupe fue un Monasterio muy singular: sus actividades económicas, religiosas y sociales vinieron marcadas, sobre todo hasta mediados del siglo XVI, por el santuario mariano que albergaba. Consiguientemente, su trayectoria histórica no es representativa ni de la de las casas de religiosos de la región extremeña, ni de la de los otros Monasterios jerónimos. Tras cerca de medio milenio de permanencia en Guadalupe, la Orden Jerónima mantuvo el Monasterio como uno de los centros de devoción popular, alcanzando la cultura y el arte gran desarrollo. Se construyeron los claustros mudéjar y gótico y uno más pequeño de traza
monacal, la capilla del relicario, la del camarín de la Virgen con su cripta, llamada siete altares, la fabulosa sacristía; la iglesia nueva y otras muchas estancias, así como varios edificios exteriores: hospitales y colegios, los palacios de Mirabel y Valdelafuentes y tres ermitas.
El período de la exclaustración. Parroquia secular. A partir de la exclaustración de los monjes, llevada a cabo el 18 de septiembre de 1835, el santuario quedó convertido en parroquia secular de la archidiócesis de Toledo. Se inicia así un largo período durante el que las leyes desamortizadoras, el abandono, la subasta precipitada de bienes y la rapiña sumergieron el santuario en una ruina vergonzosa. Solamente la dedicación de los párrocos y de algunos vecinos del pueblo lograron mantener el templo y sus anejos que, por su condición de parroquia, se había librado de la desamortización.
D. Vicente Barrantes Moreno
El santuario fue declarado Monumento Nacional el 1 de marzo de 1879. La campaña de restauración fue iniciada por don Vicente Barrantes Moreno en 1878, mediante la publicación de libros, artículos en la prensa y la celebración de conferencias. A partir de ese año varios escritores se unen a la campaña con el mismo ardor, a través del Diario de Badajoz. Los dos acontecimientos que influyeron decisivamente en la restauración del Monasterio fueron la peregrinación regional de 1906 que movilizó a 10.000 peregrinos y la proclamación de Santa María de Guadalupe como patrona de Extremadura, esto fue causa para la publicación de la revista Guadalupe durante los años 1906 a 1915 y la composición del himno popular Augusta Reina. La declaración del patronato canónico de Nuestra Señora de Guadalupe sobre la región extremeña fue concedida por San Pío X el 20 de marzo de 1907. Resultado inmediato de la solemne proclamación fue la fundación franciscana de Guadalupe, con la que terminó el período más triste del santuario. En las siguientes imágenes puede comprobarse el estado ruinoso del Monasterio antes de iniciarse su restauración. Hemos colocado fotografías actuales junto a las tomadas a principios del siglo XX.
Estado del atrio antes de la Restauración
En la foto antigua puede observarse como se habían edificado viviendas sobre la fachada y el lamentable estado en que ésta se encontraba
En estas fotografías podemos comparar el ruinoso estado del Claustro Gótico, tras el largo período de abandono, con su actual estado
Estado a principio de siglo y estado actual de la entrada a la Hospedería del Monasterio. En la foto de la derecha puede verse el delicioso patio junto al vestíbulo. Abril de 1999
Vestíbulo junto a la Recepción de la Hospedería con el patio al fondo. Marzo de 1999
La Orden Franciscana en Guadalupe
Los frailes llegaron a Guadalupe el 7 de noviembre de 1908. Por Real Orden de Alfonso XIII se les hizo entrega del Santuario y del Monasterio, iniciándose una nueva época en la larga y fecunda historia del Monasterio.
Los franciscanos en ochenta y cinco años, de paciente y tenaz labor, consiguieron que el Monasterio recobrara, no solo su antiguo esplendor, sino que mejoraron el que tenía al abandonarlo los jerónimos. La plena dedicación de la Orden franciscana a la restauración material y artística del santuario, a la promoción de la devoción a la Virgen y a las obras apostólicas y sociales son cosas probadas y a la vista.
El rey Alfonso XIII y el cardenal primado de España durante la coronación canónica y real de Santa María de Guadalupe. 12 de octubre de 1928
El 12 de octubre de 1928 la Virgen fue coronada canónicamente por el cardenal primado de España, en presencia del rey Alfonso XIII, del gobierno de la nación, del clero y del pueblo.
El Santuario fue elevado a los honores de Basílica en 1955 y honrado con la visita de Juan Pablo II el 4 de noviembre de 1982. Bajo los distintos gobiernos del general Franco, el Monasterio recibió anualmente ayudas económicas constantes que hicieron posible que el Monasterio recobrara, en gran medida parte de su antiguo esplendor. Francisco Franco visitó el Monasterio en varias ocasiones a lo largo de su largo mandato.
A partir de la época autonómica española el Monasterio entró en un período de grandes reformas, restauraciones y actividades culturales. El 28 de julio de 1992, dentro de las celebraciones del V Centenario del descubrimiento y evangelización del Nuevo Mundo, el Real Monasterio fue honrado con la medalla de Extremadura, y en 1993 fue declarado Patrimonio de la Humanidad.
El Monasterio, que desde 1340 goza de del título de Real, a largo de su historia ha recibido la visita de los reyes españoles y los códices de los archivos monacales son un memorial de reyes peregrinos de la santa casa. Alfonso XI, Pedro I, Enrique II, Juan I, Enrique III, Juan II, Enrique IV y su madre María de Aragón, cuyos cuerpos descansan junto al altar mayor; son nombres de reyes que la historia ha vinculado a esta imagen, por sus favores, dádivas y privilegios otorgados en diversas ocasiones. Sobresale el fervor de los Reyes Católicos que, con sus repetidas visitas, se cuentan hasta veintidós, y sus peculiares vinculaciones, fraguaron junto al trono de Nuestra Señora de Guadalupe los mejores fundamentos de la hispanidad.
Miguel de Cervantes en el Monasterio. Esmalte del siglo XVII
Son famosas algunas de las actuaciones de estos monarcas. En 1486 recibieron allí a Cristóbal Colón, que por aquel entonces suplicaba el favor regio para la gran aventura del descubrimiento, visita que se repitió dos años después. Finalizada la conquista de Granada, los dos monarcas estuvieron descansando en Guadalupe. También peregrinó al Monasterio Miguel de Cervantes tras su participación en la batalla de Lepanto.
Carta de Isabel la Católica comunicando al Monasterio la conquista de Granada
Los reyes de la Casa de Austria, en su mayoría, fueron devotos y visitantes del santuario, la tradición se rompió con los reyes de la Casa de Borbón, y aunque estuvieron relacionados con el Monasterio a través de cartas, concesiones y privilegios, no peregrinaron a Guadalupe (así
nos fue con ellos), hasta que, en 1928, Alfonso XIII acudió a la coronación canónica de la imagen de la Virgen como Reina de las Españas.
Visita de los reyes de España y del príncipe Felipe. 12 de octubre de 1978
Visita de SS. MM. los Reyes de España. 22 de noviembre de 1990 Acto del Comité regional del V Centenario de América
En 1961 y en 1965, el entonces príncipe don Juan Carlos visitó el santuario. En 1978, ya como rey visitó de nuevo el Monasterio con la Reina, en el marco de la visita de los nuevos monarcas a Extremadura. Visitas que se han repetido durante su reinado.
La Infanta Cristina durante la visita con motivo de la celebración de la declaración del Real Monasterio de Santa María de Guadalupe Patrimonio de la Humanidad
Escudo de los Franciscanos