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EL PAISAJE DE LA NEOLITIZACION ARTE RUPESTRE, POBLAMIENTO Y MUNDO FUNERARIO EN LAS COMARCAS CENTRO-MERIDIONALES VALENCIANAS
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Sara Pairen Jiménez
EL PAISAJE DE LA NEOLITIZACION ARTE RUPESTRE, POBLAMIENTO Y MUNDO FUNERARIO EN LAS COMARCAS CENTRO-MERIDIONALES VALENCIANAS
UNIVERSIDAD DE ALICANTE
Publicaciones de la Universidad de Alicante Campus de San Vicente, s/n 03690 San Vicente del Raspeig Publicaciones @ ua.es http://publicaciones.ua.es Telefono: 965 903 480 Fax: 965 909 445
© Sara Fairen Jimenez, 2006 © de la presente edicion: Universidad de Alicante
ISBN: 84-7908-862-1 Deposito Legal: MU-285-2006
Disefio portada: candela ink. Correccion de pruebas: Luis Hague Quflez Composicion: Buenaletra, S.L. Impresion y encuadernacion: Compobell, S.L. C/. Palma de Mallorca, 4 - bajo 30009 Murcia
Reservados todos los derechos. No se permite reproducir, almacenar en sistemas de recuperacion de la informacion, ni transmitir alguna parte de esta publicacion, cualquiera que sea el medio empleado —electronico, mecanico, fotocopia, grabacion, etcetera—, sin el permiso previo de los titulares de la propiedad intelectual.
En esta tierra hermosa, Dura y salvaje, Haremos un hogar Y un paisaje J. A. Labordeta
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ÍNDICE
PROLOGO
13
PREÁMBULO
15
PARTE I. CONSIDERACIONES PRELIMINARES
19
1. INTRODUCCIÓN. EL ARTE RUPESTRE COMO SÍMBOLO
21
2. LA INVESTIGACIÓN SOBRE EL SIGNIFICADO DEL ARTE RUPESTRE
25
2.1. Aproximaciones descriptivas y etnográficas: Art pour l'Art, magia de caza y chamanismo 2.2. La importancia del espacio. De la composición al emplazamiento 2.3. ¿Arte en el paisaje? A vueltas con el concepto 2.4. Escalas de análisis en el estudio del arte rupestre: del motivo al paisaje 3. MARCO ESPACIAL. LAS COMARCAS CENTRO-MERIDIONALES VALENCIANAS 3.1.
3.2. 3.3.
4.2. 4.3.
40
a) b) c) d) e) f) g) h)
40 42 42 43 43 44 45 46
Cabecera y curso medio del Serpis: las comarcas de l'Alcoiá y el Comtat La cuenca baja del río Serpis: la comarca de la Safor LaValld'Albaida El corredor de Bocairent Los valls de la Marina Alta y la Marina Baixa La Foia de Castalia El corredor del Vinalopó El Camp d'Alacant
Capacidad de uso de los suelos Datos paleoambientales
46 48 50
El inicio del proceso de neolitización
52
a) Origen del cambio b) Difusión de las innovaciones
52 53
El Neolítico en las comarcas centro-meridionales valencianas Sobre la pervivencia de la caza entre las comunidades productoras
57 61
5. METODOLOGÍA. SISTEMAS DE INFORMACIÓN GEOGRÁFICA Y EL ANÁLISIS DEL PAISAJE 5.1. Análisis del emplazamiento de los yacimientos
5.2.
40
Descripción del medio físico
4. MARCO TEMPORAL. EL NEOLÍTICO: ORIGEN Y CONSOLIDACIÓN DE LA ECONOMÍA DE PRODUCCIÓN 4.1.
26 28 30 33
64 67
a) Prominencia b) Pendiente c) Áreas de captación
68 69 70
Cálculo de cuencas visuales
71
a) Cuencas visuales simples b) Cuencas visuales según la distancia al punto de observación c) Cuencas visuales acumuladas
72 72 75
10
SARA PAIREN JIMÉNEZ 5.3. 5.4.
Cálculo de caminos óptimos Visibilidad en movimiento: el cálculo de cuencas visuales acumuladas a lo largo de los caminos óptimos
PARTE II. POBLAMIENTO Y MUNDO FUNERARIO ENTRE EL NEOLÍTICO Y EL HORIZONTE CAMPANIFORME 6.
EL HABITAT. TIPOS DE YACIMIENTO Y VARIABILIDAD ESPACIAL Y TEMPORAL DE LAS PAUTAS DE POBLAMIENTO
6.1. 6.2. 7.
El poblamiento al aire libre La ocupación de cuevas y abrigos
EL MUNDO FUNERARIO. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE UN TEMA CONOCIDO
7.1. 7.2.
Prácticas funerarias en los inicios del Neolítico La expansión del ritual de enterramiento múltiple en cavidades naturales
PARTE III. ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO 8. EL PAISAJE MACROESQUEMÁTICO
8.1. 8.2.
8.3. 9.
75 77 79 81
82 92 104
105 109 119 123
Escalas micro: técnicas, estilo y lugar en el panel 124 Escalas macro: el lugar en el paisaje. Emplazamiento y pautas de distribución de los abrigos... 128 a) Los abrigos de Tipo 2 b) Los abrigos de Tipo 3
128 128
Contexto cronológico y de uso de los abrigos
131
EL PAISAJE ESQUEMÁTICO
135
9.1. 9.2.
Escalas micro: técnicas, estilo y lugar en el panel 137 Escalas macro: el lugar en el paisaje. Emplazamiento y pautas de distribución de los abrigos ... 145 a) Los abrigos de Tipo 1 146 b) Los abrigos de Tipo 2 148 c) Los abrigos de Tipo 3 148 d) Los abrigos de Tipo 4 151 e) Los abrigos de Tipo 5 151
9.3.
Contexto cronológico y de uso de los abrigos
10. EL PAISAJE LEVANTINO
154 156
10.1. 10.2.
Escalas micro: técnicas, estilo y lugar en el panel 157 Escalas macro: el lugar en el paisaje. Emplazamiento y pautas de distribución de los abrigos ... 168 a) Los abrigos de Tipo 2 168 b) Los abrigos de Tipo 3 169 c) Los abrigos de Tipo 5 170
10.3.
Contexto cronológico y de uso de los abrigos
171
PARTE IV. LA ARTICULACIÓN DEL PAISAJE: VISIBILIDAD Y MOVIMIENTO
179
11. RELACIONES DE INTERVISIBILIDAD ENTRE LOS ABRIGOS CON ARTE RUPESTRE
181
12. DEFINICIÓN DE LA RED DE PERMEABILIDAD DEL ESPACIO
192
12.1. 12.2.
Los corredores naturales Los componentes culturales del paisaje como focos de atracción del movimiento
194 196
a) Los abrigos con Arte Macroesquemático b) Los abrigos con Arte Esquemático c) Los abrigos con Arte Levantino
197 198 201
ÍNDICE
13. VÍAS DE COMUNICACIÓN Y VISIBILIDAD DE LOS ABRIGOS CON ARTE RUPESTRE
13.1.
13.2.
205
Visibilidad desde los abrigos pintados
206
a) b) c) d)
corredores naturales abrigos con Arte Macroesquemático abrigos con Arte Esquemático abrigos con Arte Levantino
206 211 212 215
Los abrigos en su entorno: visibilidad en movimiento
218
a) b) c) d)
218 222 222 227
Los Los Los Los
Visibilidad a lo largo Visibilidad a lo largo Visibilidad a lo largo Visibilidad a lo largo
de los corredores naturales de las rutas propuestas por influencia del Arte Macroesquemático de las rutas propuestas por influencia del Arte Esquemático de las rutas propuestas por influencia del Arte Levantino
PARTE V. DISCUSIÓN 14.
11
233
LA CONSTRUCCIÓN DE UN PAISAJE NEOLÍTICO: PRIMERAS COMUNIDADES PRODUCTORAS EN LAS COMARCAS CENTRO-MERIDIONALES VALENCIANAS
a) Modo de vida y pautas de poblamiento. Movilidad y territorialidad b) Prácticas simbólicas y rituales c) La secuencia artística: diacronía, coexistencia y abrigos compartidos
235
240 244 244
CONCLUSIONES
251
ENGLISH SUMMARY
257
BIBLIOGRAFÍA
263
APÉNDICE I CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE EN LA ZONA DE ESTUDIO
285
APÉNDICE II TABLAS
303
ÍNDICE DE FIGURAS, GRÁFICOS Y TABLAS
323
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PROLOGO En las dos últimas décadas del pasado siglo se produjeron significativas novedades en el estudio del arte rupestre prehistórico de la fachada oriental de la Península Ibérica. Cabría destacar en primer lugar el descubrimiento de un importante número de yacimientos y el reestudio de otros ya conocidos que permitieron identificar y modificar la tradicional distribución de algunas de las manifestaciones artísticas —es el caso del descubrimiento de Arte Paleolítico en cuevas y abrigos de las tierras valencianas y murcianas—, identificar otras nuevas —Arte Macroesquemático— o replantearse el estudio de los artes Levantino y Esquemático desde nuevas perspectivas, al tiempo que se despertaba el interés por el estudio de los grabados rupestres que hasta esos años habían pasado prácticamente desapercibidos. Por otro lado, la localización de paralelos muebles para algunas de estas manifestaciones artísticas, primero de manera fortuita y más tarde como resultado de una rigurosa planificación, permitió analizar las cronologías y los significados de todos ellos a partir de presupuestos apenas atisbados en los años anteriores. Este interés por el estudio del arte rupestre prehistórico se debe poner en relación con la incorporación a la investigación arqueológica de un numeroso grupo de profesionales en un momento propicio abonado por la aparición de nuevos centros de investigación, ligados a la creación de universidades, museos y grupos de estudios locales, y la incorporación de nuevas generaciones de arqueólogos, en el momento en el que la propia ley del Patrimonio Histórico Español, de 1985, señala la singularidad del arte rupestre, cuyos yacimientos se consideran Bienes de Interés Cultural —B.I.C.—, y destaca su singularidad e interés, al tiempo que las nuevas instituciones surgidas de los cambios político-administrativos impulsaba con desigual fortuna los estudios histórico-arqueológicos. Fueron dos décadas que, cuando menos, se podrían considerar singulares. Se multiplicaron las publicaciones, bajo la forma de monografías, comunicaciones a congresos y artículos en revistas científicas y de divulgación; aparecen los primeros Corpora; se manifiesta una cierta preocupación —lamentablemente no toda la que era necesaria y sin una rigurosa planificación— por la conservación y difusión de algunos conjuntos rupestres, y, ya en 1998, la UNESCO incluye
en su Lista de Patrimonio Mundial el Arte Rupestre del Arco Mediterráneo Español en una singular iniciativa de seis comunidades autónomas. Pese a estos significativos avances, un cierto desencanto se desprendía en las publicaciones sobre arte rupestre prehistórico, generado por la tibieza que parecían mostrar las autoridades y por un evidente estancamiento en los estudios, obsesionados por la siempre necesaria rigurosidad en las reproducciones y descripciones, la tipología y la cronología. Era necesario realizar un nuevo impulso en la investigación que, partiendo de los trabajos anteriores, analizara con rigor estas aportaciones, que de tanto repetirse se habían convertido en tópicos, y que se incorporaran nuevos planteamientos metodológicos, algunos de ellos utilizados con éxito en otros estudios arqueológicos. A esta tarea se aplicó una nueva promoción de jóvenes investigadores de las universidades de Alicante y Valencia, mediante la realización de trabajos académicos y Tesis doctorales con excepcionales resultados. Entre éstos se encuentra Sara Fairén Jiménez, cuya Memoria de Licenciatura incorpora la «arqueología del paisaje» a su riguroso estudio del Neolítico de la cuenca del río Serpis, en el que revisa el excepcional conjunto de arte rupestre y los yacimientos de habitat y enterramiento desde, según sus propias palabras, un punto de vista histórico y social, en un análisis diacrónico a través de los distintos paisajes que estos elementos van componiendo a lo largo de casi 3000 años. Aquel trabajo, que mereciera la máxima calificación, fue premiado por la Fundación José María Soler de Villena y publicado en su ya prestigiosa serie con un prólogo de Bernat Martí en el que destaca las aportaciones de su investigación y señala que «aporta nueva luz para seguir profundizando en la comprensión de las sociedades neolíticas y su evolución, valorando especialmente la distribución de los yacimientos y la impronta que dejaron sobre el medio natural, de intensidad nunca alcanzada con anterioridad». Aquel excelente trabajo, que pronto se incorporó a la literatura sobre el arte rupestre postpaleolítico peninsular como una de las más sólidas aportaciones de estos inicios de siglo, es el precedente del que ahora nos presenta Sara Fairén, resumen de una mag-
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SARA PAIREN JIMÉNEZ
nífica Tesis Doctoral que, presentada en la Universidad de Alicante, mereció la máxima la máxima calificación, y que ahora, adaptada en forma de monografía, incluye en su serie de publicaciones relacionas con la arqueología. En el intermedio otros trabajos, en revistas nacionales e internaciones y comunicaciones a congresos, nos han ido marcando el camino por donde transcurrían sus investigaciones, siempre centradas en el estudio de las primeras sociedades productoras de las comarcas centro-meridionales valencianas, donde el excepcional conjunto de manifestaciones artísticas y la secuencia de algunos yacimientos de habitat, en cuevas y al aire libre, las convierten en un territorio privilegiado que la autora analiza con extraordinaria rigurosidad. Demuestra la autora un profundo conocimiento del Neolítico en estas accidentadas tierras valencianas, sobre el que aplica una rigurosa metodología a partir del uso de los Sistemas de Información Geográfica para fijar las características del emplazamiento de los diferentes tipos de yacimientos, sobre las premisas de prominencia, pendiente y áreas de captación, y determinar el cálculo de cuencas visuales y de caminos
óptimos. Como excepcional se debe considerar su análisis de los paisajes macroesquemático, levantino y esquemático, en sus escalas micro y macro, que constituyen, al igual que sus reflexiones sobre la articulación del paisaje, vías de comunicación y visibilidad, una extraordinaria aportación al estudio del arte rupestre postpaleolítico de la fachada oriental de la Península Ibérica, que a partir de este momento debe incorporar los planteamientos que Sara Pairen ha aplicado con rigurosidad en este estudio, sin duda alguna modélico. Trabajos como éste permiten abrigar esperanzas en el futuro de la investigación arqueológica valenciana, en la que profesionales con sólida formación científica, como la que demuestra Sara Pairen en todos sus trabajos, permitirán abrir nuevos caminos, por los que todos podamos caminar en la búsqueda de un objetivo común: un mejor conocimiento de nuestro pasado. MAURO S. HERNÁNDEZ PÉREZ Universidad de Alicante
PREÁMBULO En este estudio se analiza el surgimiento y evolución en las comarcas centro-meridionales valencianas de las primeras comunidades de economía productora, en un análisis diacrónico que abarca desde el VII milenio cal. BC (cuando se constatan en la zona los primeros indicadores arqueológicos del cambio) hasta el III milenio BC (cuando se produce la plena consolidación de un modo de vida basado en la producción agropecuaria). Se presta además especial atención a los cambios sociales e ideológicos que experimentan las comunidades que habitan estas tierras durante este proceso de transformación de larga duración. Tradicionalmente estos aspectos han recibido una menor atención en los estudios sobre el proceso de neolitización, más centrados en los cambios tecnotipológicos y subsistenciales que definen el período; sin embargo, debe tenerse en cuenta que la transición a la economía de producción no constituye un proceso exclusivamente económico ni técnico, sino que en cada lugar se produce en un contexto social e ideológico particular, que resulta determinante en la evolución de las comunidades implicadas. En este estudio analizamos este contexto a partir de las variaciones que se pueden reconocer en el registro arqueológico: en la cultura material, en las pautas de poblamiento, en los rituales de enterramiento y en las manifestaciones gráficas. Todos estos aspectos se combinan en un análisis global, que en el plano teórico y metodológico puede incluirse en la Arqueología del Paisaje —donde el paisaje se concibe como una conjunción de elementos naturales y culturales, un espacio percibido y modificado por los distintos aspectos de la experiencia y las actividades humanas. Pero, además, se entiende también que este espacio actúa de forma recíproca, articulando una red de relaciones entre personas y lugares que proporciona el contexto en el que se desarrollarán las actividades y conductas cotidianas. Por tanto el paisaje, como parte y a la vez producto de la acción social, constituye un marco de inferencia especialmente interesante sobre ésta. En un sentido sincrónico, la relación de sus componentes culturales entre sí y con su entorno natural, informa sobre el modo en que se articula y usa el espacio, permitiendo la reconstrucción de las actividades y prácticas sociales que se llevaron a cabo en él. Y en un sentido diacrónico, los
cambios que se detectan en su proceso de apropiación estarían reflejando a su vez los cambios experimentados por unas comunidades cuyo modo de vida se está transformando; es decir, la evolución del propio proceso de neolitización. El hilo conductor de este estudio es la idea de que los distintos aspectos de la actividad humana dejan una huella sobre el entorno en el que cada comunidad habita, como resultado de la puesta en práctica de una serie de estrategias ligadas al discurrir de su existencia: la organización del poblamiento, la planificación de las actividades subsistenciales, la celebración de prácticas rituales de carácter religioso o social, etc. Pero, además, como ya señaló A. Leroi-Gourhan en su obra Le geste et la parole, con el desarrollo de estas actividades y por mediación de símbolos, los grupos humanos toman posesión del tiempo y el espacio que les rodea, en un progresivo proceso de domesticación y apropiación de su entorno; no sólo por las huellas que estas actividades dejan en el paisaje, sino porque su puesta en marcha requiere el establecimiento de una serie de referentes, que contribuyen a estructurar este espacio de acuerdo con las normas y necesidades del grupo. De esta manera el entorno natural de estas comunidades se convertirá en un elemento familiar, una más de sus construcciones culturales, reflejo de sus creencias y prácticas en el espacio; y se integrará con un rol activo dentro del sistema de referencia que determina las relaciones sociales y las actividades y conductas cotidianas. Dentro de este sistema, las acciones y referentes conocidos no sólo condicionarán el modo en que se realicen acciones futuras, sino que a su vez se verán condicionadas por las pasadas acciones que han contribuido a dar forma a este espacio —espacio que ya no podrán desligar de la imagen cultural y antropizada que de él perciben. El paisaje así creado, como integración de elementos naturales y socio-culturales, reflejará por tanto el tipo de actividades que en él se llevaron a cabo en un momento concreto, pero también las creencias de estos grupos; pues el modo en que se produce la apropiación y articulación del entorno es inseparable de las estructuras sociales e ideológicas de los grupos que en él desarrollan sus actividades. Por ello, el análisis del paisaje neolítico de las comarcas centro-meridionales valencianas se articula
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SARA PAIREN JIMÉNEZ
en torno a las dos variables fundamentales que definen cualquier sociedad humana: el tiempo y el espacio. 1) El espacio. Se atiende a los distintos componentes del registro arqueológico de la zona (habitat, enterramiento, arte rupestre), a los factores que condicionan el emplazamiento de cada uno, y a las relaciones establecidas entre ellos y con su entorno natural, a través de sus relaciones de intervisibilidad y la identificación de las pautas de movilidad de estos grupos en el espacio. El análisis de estos elementos se realizará a distintas escalas de observación, pues en cada una de ellas se pueden establecer y reconocer relaciones de significado particulares. 2) El tiempo. Se atiende a la evolución diacrónica de estas comunidades, a través de los cambios documentados en el registro arqueológico en sus distintos aspectos (variaciones en el emplazamiento y pautas de distribución generales de los yacimientos; coexistencia de distintas manifestaciones gráficas y sustitución de unas por otras), así como a la influencia de componentes previos del paisaje en la creación de otros nuevos, y cómo todos ellos informan sobre la evolución y las transformaciones que se producen en el seno de estas comunidades. La información sobre los distintos yacimientos neolíticos de las comarcas centro-meridionales valencianas se ha obtenido a partir del vaciado de la bibliografía arqueológica, así como de la consulta de las fichas del Servei Valencia d'Inventaris (Generalitat Valenciana) y las de las instituciones Museu Arqueología Municipal Camil Visedo Moltó d'Alcoi, Centre d'Estudis Contéstans y Museu Arqueología Municipal de Gandía; en el caso de los abrigos con arte rupestre, esta información se ha contrastado con la visita personal a cada uno de ellos. Debemos agradecer además a F. J. Molina Hernández las facilidades prestadas para la consulta de su Memoria de Licenciatura inédita, en la que se recogen los resultados de su proyecto de prospección en las cuencas de los ríos Seta y Penáguila. Esto ha permitido formar una imagen de cada yacimiento ajustada al registro disponible, y que ha servido, junto al análisis de su emplazamiento, para establecer diferencias entre ellos y valorar su posible funcionalidad. Por otro lado, mediante la aplicación de Sistemas de Información Geográfica se ha podido valorar de forma sistemática y uniforme los distintos aspectos que condicionan el emplazamiento de los yacimientos, y también abordar la reconstrucción de las relaciones de intervisibilidad y las pautas de movilidad entre los distintos componentes del paisaje, favoreciendo una interpretación más profunda de su articulación y evolución. Toda esta información se presenta resumida en el Anexo I.
A partir de los análisis que se han llevado a cabo, contrastados con la experiencia empírica y el conocimiento del territorio estudiado, se ha podido comprobar la validez de algunas de las ideas recurrentes en los estudios sobre el habitat y arte neolítico en la zona, se han desestimado aquellas que no se ajustaban a la realidad, y se han planteado hipótesis alternativas. Así, los supuestos sobre los que se ha trabajado se centran en cuatro aspectos fundamentales. •
•
•
•
Respecto al arte rupestre, se intenta demostrar: 1) la posibilidad de la coexistencia y evolución de varias líneas de expresión ideológica en el seno de unas mismas sociedades, y su papel común en la articulación del paisaje como reflejo de las necesidades sociales de estas comunidades; 2) que el arte rupestre no es un fenómeno homogéneo, sino que, por el contrario, presenta una variabilidad interna que va más allá de las características puramente estilísticas de los motivos representados, y que debe ser asociada en cada caso a una funcionalidad o contexto de uso particular de los abrigos; y 3) la importancia, en una visión diacrónica, del emplazamiento de algunas representaciones en la distribución de otras posteriores, que pueden remitir en última instancia al valor ritual que presentan determinados lugares del entorno natural. Para ello, es esencial el análisis del arte rupestre como un producto cultural, un componente más del registro arqueológico, que no puede entenderse al margen de otros indicadores culturales ni de su entorno natural. Respecto al poblamiento: 1) la existencia de yacimientos de distinto tipo y emplazados en nichos ecológicos diferenciados permite plantear una variabilidad funcional, que respondería a unas estrategias subsistenciales particulares —que incluyen el uso en un contexto ritual de algunos de ellos; y 2) también se reconocen variaciones en sus pautas de distribución a escala territorial, que en cierto modo pueden vincularse a la distribución de los abrigos con arte rupestre. Respecto a las costumbres funerarias: por su carácter intencional, éste es uno de los elementos que mayor información puede aportar sobre los aspectos inmateriales del modo de vida de estas comunidades, así como sobre los cambios sociales que se dan en su seno a lo largo de toda la secuencia neolítica, matizando el supuesto igualitarismo que tradicionalmente se les ha atribuido. Respecto al paisaje que todos ellos articulan, se muestra la relación existente en la distribución de los distintos yacimientos (de habitat, enterramiento y arte rupestre), pues todos ellos dependen de las estructuras sociales e ideólo-
PREÁMBULO gicas de los grupos responsables de su creación, de sus experiencias y necesidades; por tanto, estos aspectos pueden ser estudiados a partir del análisis del emplazamiento de cada uno de estos yacimientos y de la reconstrucción de las actividades y prácticas sociales que se llevaron a cabo en ellos. Con este estudio se pretende, en definitiva, señalar nuevas líneas de análisis y posibilidades interpretativas en el estudio del arte rupestre, al ligarlo al estudio del proceso de neolitización en su sentido más amplio: un proceso de transformación social e ideológica a larga escala, cuyo resultado final será la consolidación de un modo de vida basado en la producción agropecuaria y el sometimiento al ciclo agrícola de los cultivos. Al mismo tiempo, se pretende identificar aquellas prácticas sociales a las que estos yacimientos se asocian, y los aspectos inmateriales sobre las que éstas informan: la identidad y territorialidad de las primeras comunidades de economía productoras asentadas en las comarcas centro-meridionales valencianas. En cambio, en ningún caso se intenta explorar el significado del arte rupestre ni el valor económico de los distintos yacimientos de habitat más allá del contexto social y cognitivo en que todos ellos fueron usados. Para ello, el estudio se estructura en varios apartados: un primer bloque en el que se sientan las bases del contexto teórico, historiográfico, geográfico y temporal en que se enmarca este estudio, así como la metodología seguida para el análisis de los distintos yacimientos, desde las escalas micro (contenido) hasta las macro (su emplazamiento, distribución y rol en la articulación del paisaje neolítico); un segundo bloque, destinado al análisis de las pautas de poblamiento y los rituales de enterramiento, sus variaciones espaciales y temporales y los aspectos sociales que pueden inferirse de esta variación; un tercer bloque donde se analizan las distintos estilos de arte rupestre desarrollados durante el Neolítico, de nuevo desde sus características técnicas y estilísticas hasta su emplazamiento y distribución en el paisaje; y un cuarto bloque, donde los distintos componentes del registro arqueológico son integrados en un análisis global, basado en los distintos esquemas que muestran sus relaciones de intervisibilidad y en la exploración de las pautas generales de movilidad en este territorio (con la reconstrucción de los caminos óptimos y su valoración respecto a la distribución de habitat, enterramientos y arte rupestre). Todos estos aspectos se ponen en común en el último bloque, de discusión, de donde se han extraído las conclusiones finales del estudio. Por último, toda la información sobre la que se ha trabajado acerca de los yacimientos se resume en el Anexo I en forma de dos cuadros sintéticos, en los que se han unificado los datos disponibles de acuerdo con los criterios de análisis establecidos en el Capítulo 5.
17
En definitiva, este estudio puede clasificarse dentro de la Arqueología cognitiva, pues analiza los aspectos inmateriales del uso de unos símbolos por parte de unas sociedades en el pasado. Coincide con las aproximaciones post-procesuales en su creencia de que la cultura es un sistema formado por distintos aspectos interrelacionados, aunque en última instancia serían las creencias y las decisiones de carácter social e ideológico las que fundamentan y determinan cualquier decisión ulterior (aunque éstas puedan estar mediatizadas por factores de todo tipo); pues en la base de este estudio se encuentra la valoración del papel activo de las sociedades humanas en la construcción del mundo social, basado en su percepción, creencias y experiencias. Por otro lado, de acuerdo con la concepción de la cultura como un sistema global y estructurado, este estudio presenta una voluntad holística, ya que analiza de forma integral todas las huellas de la actividad humana sobre su entorno que han llegado hasta nosotros (aunque se centra de forma especial en los aspectos sociales e ideológicos sobre los que estos vestigios informan). Pero además es un estudio de carácter interpretativo, pues no busca el establecimiento de unas pautas de comportamiento que puedan hacerse extensibles a otras zonas o momentos, sino únicamente la comprensión de las prácticas vinculadas al uso de estos símbolos en un contexto espacial y cronológico concreto. Finalmente, es un estudio diacrónico que atiende a la evolución en el tiempo de una sociedad y un paisaje, y a la forma en que la perduración de algunos de sus elementos constitutivos puede condicionar la representación de los siguientes. Este estudio constituye una versión revisada de mi Tesis Doctoral, realizada en la Universidad de Alicante gracias a la obtención de una beca FPI de la Conselleria de Educació i Cultura de la Generalitat Valenciana. Quisiera además hacer en estas páginas un reconocimiento expreso de mi agradecimiento más sincero a todos aquellos que han tenido un papel fundamental en el planteamiento y desarrollo de este proyecto de investigación. En primer lugar a mi Director de Tesis, Dr. Mauro S. Hernández, no sólo por haberme sugerido un tema que me ha apasionado durante estos años, sino fundamentalmente por darme el tiempo y la libertad necesarios para desarrollarlo como he creído oportuno; al Dr. Christopher Chippindale, por sus inestimables enseñanzas sobre el modo de abordar el estudio del arte rupestre; al Dr. Gary Lock, por sus indicaciones respecto al uso de Sistemas de Información Geográfica y al análisis e interpretación del paisaje; y al Dr. Richard Bradley, por su tiempo y por las siempre acertadas valoraciones realizadas sobre mi trabajo. Todos ellos han dejado una huella indeleble en el enfoque de este estudio. Quisiera también agradecer a los doctores Juan M. Vicent, Bernat Martí, Felipe Criado, Marcos Llobera e Ignacio Grau, miembros del tribunal que evaluó mi Tesis Doctoral, sus críticas y aportaciones, a las que espero haber sabido hacer justicia.
18
SARA PAIREN JIMÉNEZ
Por otro lado, durante la etapa inicial de estudio de los materiales, debo agradecer la inestimable ayuda de Josep Ma Segura, del Museu Arqueología Municipal Camil Visedo Moho (Alcoi); de Enríe Cátala y Pere Ferrer, responsables del Centre d'Estudis Contestans (Cocentaina); de Vicent Burguera, del Museu Arqueología Municipal de Oliva; y de Joan Cardona, del Museu Arqueología Municipal de Gandía. A Josep Miró, del Museu Arqueología Municipal Camil Visedo Molió, debo además el diseño desinteresado de una base de datos que ha sido punto de partida fundamental para mis posteriores análisis; y al grupo de investigación Medspai, del Departamento de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Alicante, su ayuda con la cartografía. Por último, quiero agradecer a los miembros del Departamento de Prehistoria del Instituto de Historia (CSIC, Madrid) su acogida durante los meses posteriores a la lectura de mi Tesis, y los buenos ratos e ideas compartidos mientras preparaba esta publicación. Finalmente, entre mis compañeros del Departamento de Prehistoria, Arqueología e Historia
Antigua de la Universidad de Alicante, quiero agradecer la ayuda y los consejos recibidos de Lorenzo Abad, Alberto Lorrio, Ignacio Grau y Antonio Guilabert; así como el apoyo de mis buenos amigos Julia Sarabia, Victor Cañavate, Alvaro Jacobo, José Antonio Mellado, Inma Garrigós y Mónica Martínez. Gracias también a Conchi y Guille, mis compañeras en los meses pasados en Oxford; y a María, Laura, Anselmo, Daniel, Paloma, Mario, Nuria, las dos Patricias, Alejo, Miguel, Lucía, Frédérique, Clara, Mireia y Jaime, que a mayor o menor distancia me han acompañado durante años, antes incluso de embarcarme en este proyecto que tanto tiempo les ha quitado. Finalmente, el agradecimiento más especial es para mis padres María y Alfonso y mis hermanos Eva y los dos David, porque siempre han sido mis referentes indispensables y porque sus ganas de ver (bien) acabado este trabajo han supuesto el mejor de los apoyos posibles. Y sobre todo para Juan Antonio, porque es todo eso y mucho más, por su ánimo constante y por haber sido capaz de poner un punto de equilibrio en estos años frenéticos.
Parte I CONSIDERACIONES PRELIMINARES
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1. INTRODUCCIÓN. EL ARTE RUPESTRE COMO SÍMBOLO Los motivos representados dentro de cualquier manifestación gráfica pueden considerarse símbolos: como representación codificada de una realidad, material o inmaterial, constituyen figuras a las que se ha otorgado un significado convencional, compartido por una serie de individuos que pertenecen a un contexto socio-cultural concreto. Aunque el concepto de símbolo puede variar, su mejor definición puede encontrarse dentro de la Semiótica: los símbolos serían signos, elementos constituidos por un significante (continente) y un significado (contenido), cuya asociación puede ser atribuida de forma más o menos arbitraria por sus creadores y usuarios1. Por ello, a pesar de que puedan existir signos formales (significantes) más habituales o incluso comunes en culturas distintas, los símbolos como tales son siempre propios de una tradición cultural concreta: son codificados de acuerdo con unas necesidades concretas o una particular visión de la realidad, dentro de una estructura de significado determinada. Desde esta perspectiva estructuralista, el significado o función de cada signo puede variar de acuerdo con su lugar dentro del código o su asociación con otros signos, pero siempre dentro del marco de 1
Aplicando esta idea a las obras artísticas, E. Panofsky distinguió en sus estudios sobre iconografía tres niveles de significado: un significado primario o natural, que permitiría identificar las formas visibles con objetos conocidos a través de la experiencia práctica del investigador; un significado secundario o convencional, inteligible sólo a partir de conocimientos previos sobre los convencionalismos o tradiciones que guiaron la representación; y, por último, el significado intrínseco o contenido de lo representado, que podría llegar incluso a determinar la manera en que éste tomase forma (Panofsky 1994: 13-15). Como veremos más adelante, esta distinción entre forma y contenido constituye un elemento fundamental en la determinación del estilo de las representaciones (cf. Smith 1998; Chippindale 2001 ;Layton 2001).
unas reglas de referencia conocidas y compartidas por todos los miembros de la comunidad (o sólo por una parte de ésta —pueden ser usados para distinguir los grupos de edad o género presentes en todas las sociedades—), que se transmitirían de una generación a otra. En este sentido, podemos considerar que el arte rupestre sería un signo, portador de un significado concreto para aquellos a los que se destinó su representación. La capacidad para elaborar y usar símbolos puede considerarse una característica innata del ser humano, y constituye un factor esencial de mediación entre éste y su entorno vital. Como señalaba A. Leroi-Gourhan, con la puesta en práctica de aquellas estrategias (funcionales y simbólicas) ligadas al propio discurrir de su existencia, y por interposición de los símbolos, los grupos humanos toman posesión del tiempo y el espacio que les rodea en un progresivo proceso de apropiación y domesticación (Leroi-Gourhan 1964). Los símbolos, entre otras muchas posibilidades, permiten la medida y representación de la realidad en sus distintos aspectos; el diseño de objetos y comportamientos coherentemente estructurados; la planificación de actividades; la estructuración y regulación de las relaciones sociales; o incluso la comunicación con el mundo sobrenatural (Renfrew y Bahn 1993: 363). El interés por su estudio fundamenta el desarrollo en las últimas décadas de la denominada Arqueología cognitiva, cuyo objetivo sería el análisis de los símbolos y de las formas de pensamiento de las sociedades del pasado a través de sus vestigios materiales (el registro arqueológico). Aunque esta denominación, como veremos, surge estrechamente ligada a los postulados de la Nueva Arqueología o Arqueología procesual, este campo de estudio es compartido por otros enfoques, pues tan temprano como los estudios arqueológicos es el interés por la reconstrucción de los aspectos simbólicos de las sociedades del pasado. De esta manera, el arte rupestre y la mentalidad religiosa prehistórica atraerán la atención de los investigadores desde el mismo momento en que se reconozca la antigüedad de
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estos fenómenos; son además dos elementos que, desde una perspectiva normativa, durante muchos años se estudiarán de forma paralela: partiendo del concepto de cultura como un conjunto de normas elaborado y compartido por los individuos que forman parte de ella, se considera el arte rupestre un fiel reflejo material de estas normas; es decir, un indicador privilegiado del simbolismo e ideología de sus autores, que permite por tanto profundizar en su significado. Sin embargo, estos primeros estudios sobre la mentalidad primitiva se realizarán fundamentalmente sobre la base de la extrapolación de los datos etnográficos conocidos de sociedades primitivas contemporáneas —dando lugar a las teorías sobre la magia de la caza y la fertilidad que dominarán el panorama investigador durante buena parte de la primera mitad del siglo XX, e incluso posteriormente—. Como reacción explícita a este tipo de aproximaciones se desarrollará un funcionalismo de base neoevolucionista, que plantea como marco explicativo para el desarrollo y el cambio cultural de las sociedades humanas sus mecanismos de adaptación al medio ambiente. Entendiendo, en la línea de la teoría general de sistemas, que cada sociedad estaría formada por distintos suborganismos o subsistemas que cumplirían de forma organizada una función adaptativa particular, también el arte rupestre tendría su rol social dentro del subsistema ideológico. Haciendo suyos estos principios, la Nueva Arqueología de los años 60 y 70 del siglo XX criticará los estudios previos sobre la mentalidad de las sociedades prehistóricas: sus interpretaciones serán rechazadas, debido a su excesiva dependencia de paralelos etnográficos no sometidos a crítica, y a la carencia de un aparato teórico y conceptual coherente y explícito, que permitiera establecer conclusiones sistemáticas sobre el registro disponible. Por el contrario, la Nueva Arqueología se mostrará optimista ante la posibilidad de desarrollar marcos teóricos de inferencia válidos para el estudio metódico de todos los aspectos de la actividad humana (técnicos, económicos, sociales y también ideológicos), considerando que el potencial interpretativo del registro arqueológico es mucho mayor de lo planteado hasta el momento (cf. Binford y Binford 1968). Dentro de esta comente la sociedad se concibe desde una perspectiva sistémica, como un sistema estructurado formado por distintos subsistemas interrelacionados; por tanto, el estudio de uno permitiría realizar inferencias sobre otros: así como la cultura material remite a un comportamiento funcionalmente determinado por el contexto social y medio-ambiental en que éste opera, se considera que el componente ideológico de una acción puede deducirse, entre otros factores, a partir de su eficiencia (o ineficiencia) técnica. Sin embargo, a pesar de esta voluntad de comprensión global de la sociedad en todas sus facetas, en la práctica la Nueva Arqueología tenderá a centrarse de forma exclusiva en sus aspectos técnicos y económi-
cos, y a evitar el tratamiento de aquellos cognitivos por su naturaleza aparentemente incontrastable (Renfrew y Bahn 1993: 355). Este enfoque marcadamente funcionalista se deriva de su propia definición de la cultura como un sistema adaptativo de los seres humanos al entorno natural; por tanto, condicionado por una necesidad de subsistencia en la que el ser humano jugaría un papel meramente pasivo (una consideración de la humanidad que reduce su rol a lo que algunos autores han denominado estómagos bípedos —cf. Nocete 1988—), y donde los aspectos económicos tendrían el rol protagonista. Frente al excesivo determinismo funcionalista de la Nueva Arqueología, entre finales de los años 80 y principios de los 90 se desarrollarán nuevos enfoques teóricos en los que se defiende la naturaleza social de la percepción y la cultura material, y su papel activo en la construcción del mundo social; enfoques que rechazan las generalizaciones, al enfatizar los rasgos peculiares de cada sociedad y cultura, y la necesidad de atender en cada caso a la diversidad de su contexto particular (cf., entre otros, Hodder 1987). Estas nuevas corrientes quedarán englobadas dentro del término general de post-procesuales (por su clara oposición al enfoque marcadamente procesualista de la Nueva Arqueología), o el menos comprometido de arqueologías contextúales o interpretativas (Shanks y Hodder 1995). Entre las muchas influencias que reciben, algunas son particularmente definitorias: a) del estructuralismo, su consideración de la sociedad, la cultura y el pensamiento como una unidad de sentido, manifiesta en todos los fenómenos que producen, que guiaría las acciones humanas e incluso el cambio social —por lo que serían estas estructuras las que debían constituir el objeto final de estudio—; b) del neo-marxismo, la negación de la subordinación de la superestructura ideológica a las bases económicas de la sociedad, reafirmando la importancia de la ideología en el diseño de la conducta humana; c) de la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, la negación la objetividad del conocimiento científico, dado que el investigador se encontraría mediatizado por su propia perspectiva —por lo que no puede existir una única interpretación del pasado—; y d) de la doble hermenéutica, la aceptación por parte de las ciencias sociales de que su conocimiento de las sociedades debe tener en cuenta también la propia percepción subjetiva de sí mismos de los individuos que formaron parte de éstas (cf. Renfrew y Bahn 1993: 446-450). Estas posturas se concretan en un relativismo en el punto de vista del investigador, que se extiende también al de las propias sociedades analizadas: se plantea un papel más activo del individuo (ser social) en la definición de la cultura, jugando su percepción un papel esencial como mediador entre el individuo y su entorno (natural y cultural). Así, el acto de la percepción no se limitaría a la recepción de información a través de los sentidos, sino que constituiría un proceso de introspección mental basado tanto en la informa-
CONSIDERACIONES PRELIMINARES ción sensorial como en la memoria o las expectativas personales (Witcher 1999: 16). Sería, por tanto, una construcción mental, social y culturalmente mediatizada, reflejo del modo en que los individuos y grupos sociales experimentan su entorno; y por ello su estudio debería atender a la diversidad en la vivencia y experiencia del mundo en que los grupos humanos habitan. Partiendo de estos planteamientos, la crítica de los enfoques interpretativos hacia corrientes teóricas anteriores no se limitará al concepto de cultura y al papel jugado en su elaboración por el hombre. Por el contrario, se extenderá necesariamente a los métodos de inferencia en sí, con un movimiento en defensa del relativismo en la investigación científica: no se buscan explicaciones causales, sino interpretaciones dentro de un contexto particular, que no pueden ni quieren extenderse a otros contextos. Una aportación fundamental en el desarrollo de estos planteamientos será la defensa de un enfoque fenomenológico en el estudio de los paisajes prehistóricos tal como fue realizada por C. Tilley (1994). Si la fenomenología de Heidegger intentaba proporcionar una descripción universalmente aplicable del ser y de la existencia, que permitiera entender la esencia de la Humanidad, en su aplicación arqueológica la fenomenología se plantea como teoría de rango medio, que busca la comprensión de la experiencia del mundo de los grupos del pasado. Dicha experiencia se crearía y estaría mediatizada por la relación entre el hombre y el mundo físico; así, el entorno no sería únicamente el lugar donde un ser autónomo desarrollaría su existencia, sino que sería también un elemento constitutivo de ésta. De esta manera, se defiende un papel activo del entorno en la adquisición de la experiencia humana, como medio y resultado de la acción social —en oposición al racionalismo cartesiano que regía los planteamientos de la Nueva Arqueología, asumiendo con un evidente determinismo funcionalista y medioambiental que el espacio sólo posee un rol económico—. En cambio, la innovación conceptual de las aproximaciones post-procesuales estriba en su reafirmación de la perspectiva particular desde la cual los seres humanos percibían el mundo; y por ello la localización del observador, su orientación y movimiento, que constituían elementos fundamentales en su experimentación del entorno, serían también los factores que permitirían estudiarlos. Así, la documentación del movimiento del investigador alrededor de los paisajes prehistóricos permitiría entender cómo los grupos prehistóricos percibieron y experimentaron el mundo; considerando que la presencia de determinados elementos naturales (barreras topográficas, ríos, etc.) o culturales (monumentos) provocaría unas mismas reacciones ahora y entonces (cf. Tilley 1994). Este estudio, sin embargo, será criticado por establecer dos falsas premisas: la primera sería la supuesta universalidad del ser humano, que igualaría la experiencia sobre el entorno de un investigador actual y la de los grupos del pasado; la segunda sería su mantenimiento
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de una visión estática, atemporal e inmutable sobre el espacio (cf. Brück 1998). Pero, a pesar de estas críticas, deben reconocerse las aportaciones fundamentales de esta propuesta: considerar que tanto la percepción del entorno como el propio entorno son categorías social y culturalmente significantes contribuirá de forma decisiva a enriquecer y dar forma a los estudios sobre los aspectos sociales y simbólicos de las actividades humanas en el espacio. Estos estudios, desde este momento, se centrarán en la reconstrucción de la percepción del entorno de las sociedades del pasado frente al mero análisis del habitat en éste, con una visión holística e interpretativa que atienda a todos los aspectos de la experiencia humana. Paralelamente, las críticas planteadas por estas nuevas corrientes interpretativas también harán mella entre los defensores de la Nueva Arqueología. Éstos vaticinarán un fracaso de los enfoques post-procesuales por su excesiva concentración en el debate teórico, sin atender a la realidad del registro arqueológico y sin crear vías válidas para realizar inferencias sobre éste más allá de la especulación meta-teórica (cf. Renfrew 1994). Como alternativa, se planteará una revisión de la Arqueología procesual desde un enfoque cognitivo, prestando especial atención a los aspectos sociales e ideológicos, pero manteniendo sus modelos teóricos básicos: especialmente, la validez del método inductivo (establecimiento de hipótesis sobre las sociedades del pasado, y su contrastación a partir del registro arqueológico) para el estudio de otras esferas además de las económicas y tecnológicas; según la idea de que, si las acciones de los grupos sociales están dictadas por una serie de pautas sistemáticas que afectan a su percepción e interpretación del entorno, estas pautas pueden ser reconocidas a partir del registro arqueológico (Renfrew 1982; 1994). De esta manera, la denominada Arqueología cognitiva se presenta como reelaboración de los postulados tradicionales de la Nueva Arqueología ante las críticas recibidas desde modelos cognitivos interpretativos o contextúales; reconociendo el papel de la ideología en la recreación del mundo que realizan las sociedades, así como la importancia de las decisiones individuales en los procesos de cambio. Por tanto, puede considerarse que en estos momentos existen dos tendencias distintas dentro de la Arqueología cognitiva —si desligamos esta denominación de sus connotaciones procesuales y consideramos que haría referencia, de forma general, al estudio de las formas de pensamiento de las sociedades del pasado (Zubrow 1994; Witcher 1999)—: a) Una rama científica o procesual, que considera que la cultura forma un sistema global y estructurado y que, como parte de este sistema, la ideología puede estudiarse con los mismos métodos que los subsistemas económicos o tecnológicos —de forma cuantitativa—.
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SARA PAIREN JIMÉNEZ b) Una rama humanística, interpretativa o postprocesual, que defiende un mayor relativismo en el conocimiento científico, y el estudio de los aspectos ideológicos y cognitivos desde posturas informadas por la hermenéutica y la fenomenología —que permitan reconstruir la experiencia humana de forma cualitativa—.
En el actual panorama investigador sobre los aspectos sociales de la conducta humana no deben obviarse, por otro lado, aquellos enfoques que atienden a la construcción y dinámica de los paisajes sociales desde el materialismo histórico. Estas posturas defienden que el paisaje, como construcción social, respondería a una lógica cultural determinada, generada por la relación dialéctica entre las distintas instancias implicadas en cualquier proceso histórico —los individuos, sus valores y tradiciones, y su entorno—. Y esta lógica sólo se podría abordar si los yacimientos se analizasen como elementos integrados con su contexto geográfico en la construcción de un paisaje social (Vicent 199Ib). Así, la concepción del paisaje como un registro analizable en su totalidad lo convertiría en un escenario especialmente adecuado para comprender la asociación entre lo ideal y lo material, a partir de la contrastación de una hipótesis explicativa funcional, planteada sobre un principio económico de costes mínimos; en referencia concreta al arte rupestre, dentro de este modelo se plantea la posibilidad de valorar su funcionalidad al margen de las tradicionales propuestas que atienden a su carácter sacro o simbólico (cf. Cruz 2003). En definitiva, las diferencias entre todas estas tendencias no se reducen al método de investigación y al papel del hombre en la creación de los sistemas culturales, sino que como hemos visto afectan también al propio concepto de espacio: frente al rol neutro, estático y atemporal atribuido por los arqueólogos procesuales al espacio, tanto el enfoque interpretativo como el materialista hacen referencia al paisaje como un espacio socialmente constituido, dinámico, cargado de historia y significado subjetivo, y afectado por el tiempo, la percepción y la experiencia de las sociedades que lo habitan en cada momento (Bender 1993; Tilley 1994). Así, la opción considerada para el planteamiento de un estudio de carácter territorial como éste que nos ocupa no es inocente, y afecta de forma intrínseca a todo su planteamiento, desarrollo y conclusiones. Por otro lado, dentro de la Arqueología del Paisaje (tanto la de corte estructuralista-simbólico como aquella de corte materialista) parece existir en muchos casos, aunque quizás no de forma explícita, una barrera conceptual que dificulta el análisis de sociedades con un modo de vida predador. Es frecuente considerar que la aparición de elementos que materializan la apropiación del entorno y contribuyen a la creación y articulación de un paisaje social y cultural (los monumentos, generalmente definidos como productos artificiales fruto de una voluntad intencio-
nal de que sean espacialmente visibles y perduren en el tiempo —Criado 1993b: 47—), sólo puede plantearse en relación con una intensificación de la complejidad social y el paso de la sociedad primitiva a una sociedad dividida; pues esta creciente complejidad social provocaría una modificación en la percepción del entorno por parte de los grupos humanos, con una voluntad de imponerse a la naturaleza y convertirla en uno más de sus productos culturales —frente al sometimiento a los ciclos naturales y el escaso impacto sobre su entorno que caracterizaría a las bandas de cazadores-recolectores (cf,, por ejemplo, Criado 1991). Como resultado, la arqueología social del paisaje ha tendido a centrarse mayoritariamente en el análisis de los paisajes agrarios y las sociedades definidas por el surgimiento de las clases sociales y la explotación (cf. Cruz 2003: 48). De esta manera, es frecuente que los paisajes sin monumentos (en la práctica, pre-neolíticos) sigan siendo estudiados exclusivamente en sus aspectos económicos o medioambientales —aunque, paradójicamente, este tipo de aproximaciones haya sido criticado por su determinismo funcionalista tanto desde posturas idealistas como desde posturas materialistas—. Como excepción a esta postura, ya A. Leroi-Gourhan planteó que todas las sociedades humanas tomaban posesión del tiempo y el espacio que las rodeaba en un progresivo proceso de domesticación, con el establecimiento de una serie de referentes que contribuirían a estructurarlos de acuerdo con sus normas y necesidades, pero con diferencias que respondían a su modo de vida: desde la percepción de los cazadores-recolectores, dinámica y basada en el movimiento, a la de los grupos agrícolas, estática y creada en círculos concéntricos que se extenderían desde un punto de referencia (el lugar de habitat permanente) (LeroiGourhan 1964). Una idea similar puede encontrarse en los trabajos de T. Ingold, quien define el paisaje como "el mundo tal y como es percibido por aquellos que viven en él, que habitan determinados lugares y viajan a lo largo de los caminos que los conectan" (Ingold 1993: 156); o de M. Zvelebil, para quien todas las comunidades humanas actúan intencionadamente sobre su entorno, pues las decisiones sociales e ideológicas estarían presentes en todas las actividades desarrolladas en el espacio (pautas de poblamiento y movilidad, desarrollo de las actividades subsistenciales, etc.) (Zvelebil 1997; 2003). De esta manera, la presencia de monumentos construidos no sería el único elemento que permita hablar de procesos de apropiación y articulación del entorno. Así, para las sociedades con un modo de vida predador F. Criado habla de paisaje ausente y paisaje primitivo, frente al paisaje domesticado y dividido propio de sociedades más complejas (Criado 1993a: 21 y ss). Pero, además, este autor señala que las construcciones artificiales no son los únicos componentes del paisaje con una proyección espacial y temporal destacada, que justifique su valor ritual; por el contrario, señala
CONSIDERACIONES PRELIMINARES también la existencia de monumentos salvajes, elementos naturales, como rocas o accidentes topográficos, a los que un grupo humano puede otorgar una connotación social específica como respuesta a sus especiales rasgos físicos (Criado 1993b: 47-48). De una forma similar, también R. Bradley ha recalcado la importancia y significado ritual que algunos grupos de cazadores-recolectores (de mentalidad religiosa basada en el chamanismo o animismo) conceden a determinados lugares o espacios naturales; lugares que en las creencias de estos grupos adquirirían un valor ritual similar al de los monumentos, pero sin necesidad de imponer una huella perdurable sobre el entorno (cf. Bradley 2000). Estas ideas tienen una importancia fundamental, pues, sin duda, el papel ritual de los elementos y espacios naturales puede apreciarse incluso dentro de aquellas sociedades que sí presentan una voluntad de dejar sobre su entorno la huella de sus actividades sociales y simbólicas (en forma de construcciones o representaciones gráficas); debemos pensar en la posibilidad de que, en la práctica, este valor ritual no resida tanto en los elementos culturales como en los espacios naturales donde éstos se realizan. Por último, aunque desde la Arqueología cognitiva procesualista se defienda la posibilidad de estudiar la ideología y simbología de los grupos del pasado exclusivamente a partir de sus vestigios materiales, estas posturas nunca han solventado el problema de la reconstrucción del significado de estos elementos. En cambio, desde posturas inspiradas en la fenomenología, algunos autores han defendido que los elementos culturales no adquieren su significado a través de estructuras mentales, sino a partir de las prácticas sociales en relación con las cuales son creados (Tilley 1994). Y aunque este tipo de aproximaciones plantea nuevos problemas (como sería el de la autoría, o la articulación de la acción individual y grupal dentro de estructuras sociales más amplias), estas cuestiones pueden también, sin duda, enriquecer la óptica con la que tradicionalmente se han analizado fenómenos como el del arte rupestre prehistórico. Se trataría, así, de indagar en las prácticas y relaciones sociales de estos grupos y los lugares donde éstas se llevan a cabo, entendiendo que la representación del arte rupestre es sólo una consecuencia de estas actividades, y que por ello su importancia radica tanto en los motivos representados (símbolos) como en el contexto de uso (prácticas sociales) en el cual estos símbolos se representan. 2. LA INVESTIGACIÓN SOBRE EL SIGNIFICADO DEL ARTE RUPESTRE En la historiografía arqueológica viene siendo cada vez más habitual encontrar críticas a la designación como arte de las manifestaciones gráficas prehistóricas, posiblemente por las connotaciones esteticistas que este concepto presenta dentro del pensamiento moderno occidental (basadas en la idea romántica de
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que su creación responde a una voluntad libre y personal, la del artista) (cf., entre otros, Lewis-Williams 1994; 1997; Bahn 1998; Bradley 2002). Debido a esta idea, de forma general y durante décadas el análisis del arte prehistórico se ha mantenido al margen de la evolución de las corrientes interpretativas en Arqueología; con instituciones y publicaciones diferenciadas y bajo el dominio de posiciones normativas que primaban las representaciones figuradas como objetos, frecuentemente su estudio se vio limitado a la interpretación del significado de las formas y figuras representadas, en una esfera autónoma e independiente del que fue su contexto social e histórico de uso. Sólo desde la década de los 70, con el desarrollo de la Nueva Arqueología, se defenderá el papel del arte rupestre como parte y producto de los sistemas culturales; se empieza así a defender un cambio en la óptica de estudio del arte prehistórico, que pasaría de los aspectos estilísticos y cronológicos de las representaciones a la exploración de su contexto social de uso. Sin embargo, hemos señalado ya cómo la Nueva Arqueología dejará de lado, implícita si no explícitamente, los aspectos de la cultura considerados irracionales; por ello, sólo en los últimos años se dará un nuevo salto: de la mano de posturas post-procesuales e interpretativas, que enfatizan el rol activo del arte dentro de estrategias de intercambio de información y en la construcción de un paisaje social; y donde, especialmente por el desarrollo de la Arqueología del Paisaje, se sistematiza su estudio como un aspecto más del registro arqueológico. No obstante, actualmente su estudio sigue planteando problemas: por un lado, existe una evidente falta de consenso en cuanto a teoría, métodos y objetivos de estudio; por otro lado, también carecemos de un criterio ontológico que defina con claridad qué es el objeto de estudio, limitándose generalmente la discusión a una proliferación de términos alternativos para denominar este fenómeno (cf. Cruz 2003: 29). Pero estas discusiones sobre su denominación no aportan ningún beneficio a su estudio, y se sigue echando en falta una definición profunda sobre su significado y contenido; lo que condicionaría el modo en que se aborde su estudio, así como la interpretación de su pasada funcionalidad. Consideramos que las manifestaciones que se incluyen dentro de la noción global de arte prehistórico sólo coinciden con la visión esteticista del Arte moderno occidental en su capacidad de transformar ideas en imágenes visuales: de esta manera, las representaciones que conforman los distintos artes prehistóricos no serían únicamente productos estéticos fruto de una voluntad particular, sino que se crearían y representarían dentro de un sistema reglado, elaborado y compartido por un grupo social, como un medio de expresión y transmisión visual de ideas y mensajes de todo tipo. Así, este estudio parte de la concepción del arte como un producto cultural, íntimamente relacionado con las estructuras sociales e ideológicas de
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sus autores, con sus necesidades prácticas y rituales; por tanto, tanto su creación como su uso dependerá de factores diversos: desde posibles limitaciones técnicas o materiales hasta los convencionalismos socio-culturales que determinen su contenido, su funcionalidad, y la forma y el lugar en que debe realizarse. Estos convencionalismos han dejado su huella en el registro arqueológico, y por ello su reconocimiento permite que el arte rupestre prehistórico, más allá de sus cualidades técnicas o estéticas, sea estudiado desde una perspectiva arqueológica: como un fenómeno social que sólo puede entenderse en el particular contexto histórico en que se produjo. Al mismo tiempo, el carácter intencional de su formación aporta una información destacada sobre los modos de vida y las prácticas y conductas sociales de los grupos que lo realizaron. Sin embargo, para realizar estas inferencias, su estudio requiere la formulación de un marco metodológico e interpretativo coherente, lo cual no siempre se ha tenido en cuenta.
2.1. APROXIMACIONES DESCRIPTIVAS Y ETNOGRÁFICAS: ART POUR L'ART, MAGIA DE CAZA Y CHAMANISMO Puede decirse que los estudios sobre el arte prehistórico han seguido, desde su inicio, dos líneas fundamentales (cf. Bradley 1997b): por un lado, el descubrimiento y catalogación de nuevas manifestaciones, o de nuevos yacimientos pertenecientes a estilos ya conocidos; por otro lado, la interpretación de su significado dentro del marco de los estudios prehistóricos. La primera tradición, que se inició en el siglo XIX con los primeros descubrimientos de arte mueble paleolítico y se ha mantenido hasta nuestros días, ha centrado su interés en cuestiones de carácter estilístico-tipológico y cronológico: se busca conocer la evolución interna de cada estilo, elaborando seriaciones basadas en la tipología de sus motivos característicos y sus superposiciones cromáticas y estilísticas (siguiendo una idea evolucionista simple, donde los motivos más toscos serían más antiguos que los más elaborados); y también se buscan paralelos para estos motivos, para situar cronológica y culturalmente su desarrollo. Desde esta perspectiva normativa se considera el arte rupestre prehistórico un rasgo cultural, expresión directa de la etnicidad y la forma de vida de sus autores; estos estudios se centran en la descripción estilística de sus características formales y su contenido, e interpretan las variaciones internas en relación con su pertenencia a distintas fases histérico-culturales. Paralelamente, desde el momento en que se acepte la autenticidad (y antigüedad) del arte rupestre paleolítico europeo y de otras manifestaciones gráficas prehistóricas, se desarrollará también un interés por la interpretación del significado de estos motivos —siempre dentro del marco teórico vigente en la investigación histórica en cada momento—. Sin embargo, la temprana clasificación de estas manifestaciones dentro del ámbito de las creencias y el simbo-
lismo impondrá un importante sesgo en su interpretación: asociadas frecuentemente al mundo de la mentalidad religiosa o analizadas desde la teoría estética (marcada por la idea platónica del Arte como reflejo de la necesidad del individuo de imitar lo que ve), esto supondrá una barrera importante para su comprensión como fenómeno histórico. Las primeras teorías sobre la naturaleza del arte prehistórico nacerán a finales del siglo XIX - principios del XX, en un contexto historiográfico en el que (de acuerdo con tradiciones establecidas desde el siglo XVIII) la pintura se concibe sólo como retrato o como representación histórica o paisajística. Por otro lado el conocimiento etnográfico de estos momentos, fruto de los primeros contactos con algunas poblaciones primitivas de los continentes australiano o americano, transmite una idea del arte "salvaje" como simple y utilitario, asociado a prácticas mágicas y religiosas. De esta manera, las primeras aproximaciones presentarán un carácter ciertamente ingenuo. Es el caso de la clásica interpretación de E. Piette, quien, en la línea del pensamiento de Rousseau y del mito del "buen salvaje", formuló la idea del arte como fruto de la imaginación, la meditación, y el abundante tiempo de ocio del hombre primitivo: l'art pour l'art, un acto instintivo fruto de su tiempo libre y una vida sana al aire libre —idea que explicaría la perfección y realismo de las representaciones, frente al prejuicio de primitivismo que rodeaba a los entonces aún poco conocidos grupos prehistóricos—. No menos simplificadoras serán posteriores interpretaciones basadas en una aplicación simple y no sometida a crítica de las analogías etnográficas, buscando tanto paralelos formales para los motivos analizados, dentro de un contexto histórico difusionista, como extrapolando directamente el significado de unas representaciones para las cuales se disponía de información etnográfica de primera mano. Fruto de estos esfuerzos será el éxito de teorías como la de la magia simpática defendida por S. Reinach para el arte paleolítico europeo, consolidada por el apoyo de autores como E. Cartailhac, H. Breuil o H. Obermaier, y que se mantendrá vigente hasta mediados del siglo XX: el arte paleolítico tendría un significado profundo, relacionado con los conceptos metafísicos y religiosos de sus autores, dentro de los cuales sería primordial la necesidad de supervivencia del grupo; esto explicaría la profusión de rituales destinados a garantizar la caza y la fertilidad (rituales a los cuales se asocia la realización del arte). De este modo, Reinach planteó el sentido de evocación que tendría el propio acto de la representación, al otorgar a su autor influencia sobre el objeto o ser representado. Esta interpretación se basó en la creencia de que los únicos animales representados serían aquellos susceptibles de ser cazados, mientras que se evitaría la representación de animales indeseables como felinos, serpientes, etc.; así como en la constatación entre determinadas poblaciones primitivas actuales de rituales destinados a la multi-
CONSIDERACIONES PRELIMINARES plicación de las especies para asegurar la caza (Reinach 1903). Como señaló Leroi-Gourhan (1966), estas primeras interpretaciones sobre la naturaleza del arte prehistórico fluctuarán entre la descripción y la magia: se describe lo que se ve, que no es lo esperado (existencia de escenas narrativas); por tanto, desde ese punto de vista se explica la consideración del arte prehistórico como carente de coherencia en su representación. Por otro lado, no deja de resultar curioso que el mayor éxito de la analogía etnográfica se dé entre los investigadores del arte prehistórico europeo; por el contrario, su valor informativo será negado en aquellos lugares donde aún existía la posibilidad de contextualizar socialmente el uso del arte rupestre, como en Norteamérica, Sudáfrica o Australia (Cruz 2003: 69). Sin embargo, desde mediados del siglo XX se desarrollarán interpretaciones más complejas y ajustadas al registro disponible, de la mano de un mayor interés en disponer de corpora más completos y también por influencia del desarrollo de la Antropología social. En este contexto serán esenciales las aportaciones de M. Raphaél, quien no sólo rechazó el uso de los paralelos etnográficos sino que recalcó el sentido intencional del agrupamiento de determinadas figuras: no se trataría de acumulaciones de representaciones aisladas debidas sólo a la voluntad artística de su autor, sino de composiciones estructuradas cuya relación interna debía ser analizada. Raphaél habla, por primera vez, del sentido iconográfico de la composición, y de la relación de las figuras entre sí y con el relieve topográfico de la superficie donde se representan las figuras. Sin embargo, estas ideas, quizás por no proceder de un prehistoriador y por disentir de las entonces predominantes tesis de H. Breuil, no hallarán el eco que merecían. Sólo años después serán retomadas, de la mano del estructuralismo sistémico de A. LamingEmperaire y sobre todo de A. Leroi-Gourhan; éste afirmará que las cuevas constituyen santuarios organizados, y defenderá el análisis de las estructuras significativas de la cueva y la asociación de distintos tipos de motivos a cada una de ellas. Además, se defiende que la producción y el destino del arte rupestre, como un aspecto más de la cultura, sería parte de las actividades sociales e ideológicas de sus autores y no sólo una consecuencia de éstas; por ello, la comprensión de su significado debía basarse en un análisis formal interno, pero era fundamental atender también a su particular contexto social y cultural de uso. El peso que las posturas estructuralistas tendrán en la investigación sobre el arte prehistórico a partir de los años setenta se ha hecho sentir incluso en una revitalización de la analogía etnográfica científica, al reconocerse el valor del conocimiento de los informantes indígenas sobre el sentido y el contexto cultural de realización del arte norteamericano, australiano y sudafricano. Estas aproximaciones sistemáticas, basadas en una combinación métodos informados y
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los puramente formales (cf. Tagon y Chippindale 1998), han permitido reconocer el carácter metafórico y no sólo descriptivo de estas representaciones, así como el enorme abanico funcional en el que sus autores enmarcaron la representación del arte rupestre: abanico que incluso incluiría la existencia de distintas categorías de significado dentro de una misma manifestación, relacionadas con un acceso diferenciado al conocimiento según el status del individuo dentro del grupo (Morphy 1991: 183; Lewis-Williams 1981); y funciones que oscilarían entre las puramente decorativas y profanas, al tratamiento de temas sagrados (totemismo) o de la vida ceremonial, tanto públicos como restringidos. Es decir, un rol destacado dentro de las prácticas sociales y simbólicas destinadas a consolidar las relaciones de producción y reproducción del orden social —la cohesión intra e intergrupal, pero también el poder político y social individual (Lewis-Williams 1981; 1982; 1994; 1997; Layton 1991; 1992; 2000). En cuanto a su contexto de elaboración y uso, se proponen hipótesis que lo relacionan con rituales religiosos de carácter chamánico, donde los estados alterados de conciencia (trances) tendrían una importancia fundamental, como medio de comunicación entre el mundo natural y el sobrenatural (a través de unos representantes colectivos, los chamanes, o de una forma más individualizada, por parte de individuos sometidos a ritos de paso). Todo lo cual da cuenta de la complejidad metafórica de estas representaciones, de la existencia de un discurso teórico-simbólico coherente bajo unas imágenes aparentemente narrativas, y de su estrecha imbricación con las estructuras sociales e ideológicas y las relaciones de poder de sus autores (Lewis-Williams 1997: 812-813; Layton 2000: 171). Sin embargo, a un nivel mucho más simple, el interés que ha generado esta propuesta se debe a la identificación de ciertos motivos en el arte de los bosquimanos (San) de Sudáfrica como entópticos, producidos en estados alterados de consciencia durante estos rituales chámameos y así, como aspectos controlados por el sistema nervioso humano, de carácter universal (Lewis-Willians y Dowson 1988). Como resultado inmediato, quizás en la creencia de que es más fácil investigar los aspectos de la conducta humana que no responden a condiciones culturales (particulares) sino naturales y universales (el sistema nervioso humano) (Layton 2000: 172), esta constatación ha llevado a diversos autores a proponer la existencia de estos motivos (y rituales) en el origen de manifestaciones tan dispares como el arte prehistórico de Norteamérica (Whitley 1992; 1998; Francis y Loendorf 2002) o el del Paleolítico Superior europeo (Clottes y Lewis-Williams 1996; Lewis-Williams 1997). Respecto a este último caso, y en general en todos aquellos para los que no se dispone de información etnográfica directa, algunos autores consideran que la investigación ha vuelto a la aplicación no crítica de paralelos etnográficos meramente formales que caracterizaba a las propuestas interpretativas de prin-
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cipios del siglo XX, dejando de lado varias décadas de análisis estructuralista del contexto social de elaboración y uso del arte. Por ello, en su gran mayoría la investigación actual coincide en rechazar la extrapolación de paralelos etnográficos como hipótesis de base sólida y fundada, pues aun en el caso de que la identificación de estos motivos y rituales pudiera ser correcta, esto seguiría sin explicar su significado. Así, P. Bahn ha señalado cómo la percepción de lo que se ha dado en denominar motivos entópticos o fosfenos (zig-zags, puntos, espirales) no requiere necesariamente un estado de trance, pues muchos de estos motivos pueden observarse a simple vista en el mundo natural (mientras que la selección de cuáles de estos motivos se representarían, de qué manera y en qué circunstancias, seguiría siendo cultural); y, en cualquier caso, aunque pudiese determinarse que éste fuera el origen de los motivos, seguiría sin explicarse cuál era su sentido o significado último, quién lo representó y por qué, pues todas estas cuestiones siguen dependiendo de un contexto social particular (Bahn 1997: 63). Sin embargo, también los defensores de la hipótesis chamánica han señalado que la producción y el consumo del arte rupestre se vincula a las circunstancias sociales, económicas e ideológicas específicas de sus autores, por lo que para su interpretación en cada caso debe prestarse atención al contexto histórico, las relaciones de poder y otras formas de expresión ritual de esa comunidad (Lewis-Williams 1994: 278). 2.2.
LA IMPORTANCIA DEL ESPACIO. DE LA COMPOSICIÓN AL EMPLAZAMIENTO
Desde la década de los sesenta del siglo XX, de la mano del estructuralismo y la Teoría de Sistemas, se consolidará la idea de que la representación del arte rupestre no es aleatoria sino resultado de una estructura ideológica coherente que trasciende a sus autores como individuos. Al mismo tiempo los motivos representados, como símbolos dentro de un sistema organizado, no tienen significado por sí mismos: lo adquieren en su relación con otros elementos del sistema, y por tanto este significado puede cambiar según su contexto y los elementos a los que se asocie. Por ello se defenderá el traslado de la óptica de estudio, desde la descripción de motivos aislados al análisis de la organización de éstos entre sí, y su relación con el soporte sobre el que se realizan. Aunque como tal esta idea es absolutamente novedosa, podemos encontrar esbozos de este planteamiento antes de estos momentos. Así, ya en 1924 L. Capitán y J. Bouyssonie recalcaron, a propósito de las representaciones de Limeuil, la asociación frecuente de figuras de toros o bisontes con las de caballos (Capitán y Bouyssonie 1924); sin embargo, esta observación, aislada en el contexto normativo de la investigación del momento, pasará desapercibida durante varias décadas. Por otro lado, el propio H. Breuil remarcó en su análisis de las pinturas esquemáticas de la Península Ibérica que no debía generalizar-
se el significado de un motivo realizado en un abrigo concreto a otros motivos similares que pudieran aparecer en otros abrigos; él mismo analizó en cada caso la situación de los abrigos, su proximidad a accidentes geográficos, o la distribución de los motivos pintados dentro de ellos, entre otros aspectos (Breuil 1933-35)2. Años después A. Laming-Emperaire (1962) retomará las propuestas de M. Raphaél acerca del sentido intencional del agrupamiento de determinadas figuras en el Arte Paleolítico. Aplicando los postulados de la Teoría de Sistemas al análisis de paneles y cavidades, esta investigadora intentó demostrar la existencia de una unidad en la forma de agruparse las figuras; además, debe señalarse como una contribución fundamental el uso que hace del criterio de emplazamiento como punto de partida para diferenciar grupos de significado dentro del arte rupestre del Paleolítico europeo, atendiendo a las variaciones en la temática y técnica de las representaciones. Para esta autora, el emplazamiento diferencial de las representaciones (en galerías subterráneas, en la entrada de cuevas o al aire libre) no podía achacarse ni a condicionamientos del soporte ni a una evolución cronológica; por el contrario, defendió que estas diferencias en el emplazamiento de los distintos motivos habrían sido determinadas por una voluntad concreta de sus autores. Sin embargo, la mayor difusión de estas propuestas se dará de la mano de A. Leroi-Gourhan. Este autor consideraba que los paneles paleolíticos constituían mitogramas, por lo que su representación estaría basada en una sintaxis figurativa que afectaría también a la superficie rocosa y a su emplazamiento dentro de la cueva. El carácter deliberado del emplazamiento de las representaciones permitiría, por tanto, la búsqueda de las regularidades o fórmulas iconográficas que guiaron su distribución, y que podrían ayudar a la interpretación de su naturaleza. Partiendo de esta idea, creará un sistema interpretativo en el que la topografía de la cueva adquiere una importancia fundamental, basado tanto en las asociaciones repetitivas de motivos (naturalistas y signos abstractos) como en su emplazamiento en zonas concretas de la cueva (Leroi-Gourhan 1965). Aunque las conclusiones de estos autores acerca del significado de estas asociaciones hayan sido objeto de crítica, las líneas fundamentales de su pensamiento han dominado gran parte de la investigación 2
Esta línea de argumentación será seguida varias décadas después por P. Acosta, quien en su análisis de los abrigos con pinturas rupestres esquemáticas incluye la localización de éstos dentro de su marco geográfico, atendiendo a criterios de visibilidad, cercanía a ríos o presencia de yacimientos arqueológicos; la configuración de los abrigos (cuevas poco profundas o superficies rocosas al aire libre); la distribución de las pinturas dentro de cada abrigo; y los temas y cantidad de motivos representados en cada abrigo. Esto le lleva a establecer diferencias en cuanto al significado de cada abrigo, considerando que no todos debían considerarse de forma general centros de culto religioso (cf. Acosta 1965).
CONSIDERACIONES PRELIMINARES sobre el arte Paleolítico europeo hasta hoy; y algunas de sus aportaciones, como la valoración de la importancia del emplazamiento de las representaciones, están en la base de los más recientes estudios sobre el arte rupestre de distintos momentos y lugares. En un panorama dominado por la diversificación de paradigmas y el eclecticismo de lo que algunos autores han denominado "Era post-estilística" (cf. Lorblanchet y Bahn 1993), en las últimas décadas han ido adquiriendo peso los estudios del arte rupestre que atienden a la cuestión de su emplazamiento, en una vía interpretativa que muestra un enorme potencial —hasta el punto de que para muchos autores ya no puede concebirse el estudio de una manifestación artística sin atender a los factores que condicionan la distribución espacial de las representaciones—. En estos estudios, la aproximación al significado de las manifestaciones gráficas prehistóricas se hace a partir de la exploración de su contexto social de uso, valorando el papel del arte rupestre como un producto social y cultural, reflejo de la percepción y actuación sobre el entorno por parte de sus autores. De esta manera, se ha señalado cómo la propia denominación de arte rupestre haría referencia a su soporte geológico e inmóvil, que no sólo ha permitido su pervivencia en muchos casos, sino que además muestra el lugar elegido por sus autores para la realización de los distintos motivos. Este es un hecho que necesita ser debidamente valorado, pues, mientras que la iconografía puede repetirse en diferentes lugares e incluso soportes, el emplazamiento de una representación concreta es único (Whitley 1998: 12). La existencia de una voluntad consciente en este sentido sólo puede deducirse de un estudio comparativo de las pautas de distribución de cada manifestación, a través del análisis del emplazamiento de cada una de las estaciones con arte rupestre; pero, de entrada, ya es un elemento significativo el hecho de que no todos los abrigos o cuevas aparentemente disponibles hayan sido utilizados para la realización de representaciones. En esta línea de estudio de las manifestaciones gráficas prehistóricas en su dimensión espacial debe destacarse el impulso que ha supuesto la incorporación del arte rupestre a los estudios de Arqueología del Paisaje. Especialmente significativos en este contexto serán los trabajos desarrollados por R. Bradley desde principios de la década de los 90, aplicados primero a los conjuntos de grabados rupestres de las Islas Británicas (cf., entre otros, Bradley 1991a; 1997; Bradley et al. 1993) y, más tarde, en colaboración con F. Criado y R. Fábregas, a los petroglifos del Noroeste de la Península Ibérica (Bradley et al. 1994; 1995). Estos estudios parten de una voluntad de suplir las carencias de aquellos excesivamente descriptivos y centrados en los apartados de descubrimiento y calco y en el establecimiento de estilos y cronologías, que en la práctica eliminaban toda información sobre el soporte y entorno de las representaciones (Bradley 1997a). A esto debía añadirse el conocimiento propor-
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cionado por la Antropología de que en una misma sociedad podían coexistir diferentes estilos, cada uno con un rol diferente y por tanto susceptibles de ser usados en contextos distintos; por ello, incluso dentro de una misma manifestación gráfica las representaciones podían hacerse de distinta forma y con distintos motivos, según la funcionalidad del lugar, su autor o su posible público (Morphy 1991; ver también Bradley 2002). Frente a esta situación, se defiende la necesidad de estudiar el arte rupestre atendiendo a su dimensión espacial (emplazamiento de los motivos en el panel y en el paisaje), pero también, de forma primordial, a su entorno natural y cultural. Para R. Bradley y otros muchos autores, el arte prehistórico constituiría un sistema de comunicación donde los motivos tendrían valor como signos, elementos de información inscritos en determinados puntos del terreno, cuya carga de información variaría en función del lugar elegido para su representación y la audiencia a la cual se destine (cf. Ingold 1986; Ta§on 1994); por tanto, su comprensión exigiría prestar atención a la relación de los motivos entre sí y con su entorno, a su emplazamiento y distribución; pues los trabajos en la línea de Arqueología del Paisaje abierta por R. Bradley muestran cómo en la localización de las representaciones existen pautas definidas, que reflejan una relación consciente del arte con su entorno geográfico y arqueológico, y que por tanto todo ello debe ser atendido de forma global para una mejor comprensión del simbolismo de estas manifestaciones (cf. Bradley 1991a; 1994; 1996; 1997b). Estos estudios, tanto por sus novedosas propuestas a nivel teórico-metodológico como por haber abierto nuevas y prometedoras perspectivas para el estudio y la interpretación del arte prehistórico, han animado investigaciones en esta línea para manifestaciones gráficas en lugares tan dispares como Norteamérica (Hartley 1992; Whitley 1998), Australia (Tacón 1994), Escandinavia (Tilley 1993; 1994; Sognnes 1998; Helskog 1999) o, como veremos más adelante, la Península Ibérica. El componente central de todos estos estudios es el análisis de la dimensión espacial de las representaciones: su emplazamiento y distribución, en una escala que puede variar desde lo más concreto (lugar en el panel) a lo más general (lugar en el paisaje); buscando siempre unas pautas o regularidades que puedan guiar la interpretación acerca de su contexto social de uso. En cuanto a su significado, actualmente se plantea que éste no debe buscarse exclusivamente en la esfera de lo ritual (social o religioso), sino que el arte también puede funcionar en vertientes más profanas, como sistema de comunicación entre grupos (señalizando recursos, caminos o límites territoriales) o tener cualquier otra función, incluyendo la posibilidad de que sea puramente decorativo (Morphy 1991; Bahn 1998). Se acepta que, como un producto y componente de la formación social, el arte rupestre puede reflejar distintas facetas de la vida, con varios niveles de
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significado y funcionalidad, variando el simbolismo o la complejidad de las composiciones en función del mensaje, del emisor o del receptor (Leroi-Gourhan 1975; Morphy 1991; Layton 1991; 1992; 2001; Bradley 2002). Se acepta también que dentro de un mismo espacio puedan coexistir distintos estilos, realizados todos por un mismo grupo, y cada uno con una función y pautas de distribución diferentes (Schaafsma 1985; McDonald 1992; Franklin 1993; Tacón y Chippindale 1994; Smith 1998; Whitley 2001). Entre todos estos elementos, el único factor común sería precisamente al que alude su denominación: su soporte rupestre, que no sólo garantiza su perdurabilidad en el tiempo sino también su permanencia en el lugar escogido por sus autores para su representación, y que por ello debe ser reconocido como un aspecto primordial en cualquier análisis sobre su significado.
2.3. ¿ARTE EN EL PAISAJE? A VUELTAS CON EL CONCEPTO El arte rupestre constituye, así, uno más de los múltiples componentes culturales del paisaje, que reflejan el uso del espacio geográfico por parte de los individuos y comunidades que lo habitaron, y cómo estos llevaron a cabo su apropiación a través de diversas estrategias prácticas y simbólicas. Sin embargo, la dimensión ideológica y cognoscitiva que adquiere el concepto de paisaje en las corrientes interpretativas post-procesuales merece una atención específica. La palabra paisaje procede del latín pagus, que significa región o tierra. Este concepto se desarrollará como término técnico con la pintura del Renacimiento, en referencia a un punto de vista de la naturaleza particular (el del pintor), basado en la perspectiva y la geometría, y que permite una representación más realista sobre el lienzo. Es decir, una forma pictórica de representar/simbolizar el entorno (Cosgrove y Daniels 1988). De este modo, se entiende que el concepto de paisaje puede reflejar tanto un fragmento del terreno como la percepción personal de éste o la obra pictórica que lo representa; lo que da lugar a una ambigüedad semántica que sugiere que el paisaje es un arreglo o estructuración del espacio creado a partir de la mirada de un observador (Lemaire 1997: 5). Este concepto se adecuará perfectamente a los posteriores postulados del pensamiento contemporáneo desarrollado con la Ilustración, que defiende la separación entre cultura y naturaleza, entre el ser humano y su entorno; y que este último puede ser cultivado e impregnado de cultura a través del primero. Así, el mundo comienza a ser percibido como una imagen que puede ser aprehendida por el hombre, y donde la adquisición de conocimiento pasa por la visión y experiencia del entorno (Thomas 2001: 167). De acuerdo con esta postura, el paisaje no reflejaría una realidad espacial sino una percepción particular de ésta, una imagen cultural de la naturaleza. Una categoría que media entre naturaleza y cultura, sin perte-
necer exclusivamente a ninguna, pero con elementos de ambas (Ingold 1993; Lemaire 1997). En los estudios arqueológicos, esta dicotomía entre naturaleza y cultura se refleja en la distinción entre espacio y paisaje. Frente a la imagen estática del espacio que planteaba la Nueva Arqueología (como categoría física universal y aprehensible, heredera de la tradición ilustrada), en las últimas décadas desde las escuelas de Geografía más humanistas comenzaron a plantearse visiones distintas, basadas en un enfoque fenomenológico que atendería a la reconstrucción de las experiencias particulares de estos grupos e individuos que en él habitan; estas experiencias son subjetivas, basadas en el procesado de los datos sensoriales recogidos del entorno, a través del filtro de la percepción particular, los condicionamientos socioculturales, y las experiencias previas. De la fusión conceptual entre los principios de la geografía humanista y las críticas post-procesuales a la teoría y práctica de la Nueva Arqueología, se desarrollará una Arqueología del Paisaje basada explícitamente en la percepción, el estructuralismo simbólico y la fenomenología (Orejas 1991; 1998); un marco metodológico que atiende a la interpretación de las relaciones recíprocas establecidas entre el paisaje y sus habitantes en el contexto de sus actividades cotidianas, especialmente en sus aspectos sociales y simbólicos. Se habla así de paisaje como categoría mediadora entre naturaleza y cultura, que tiene una parte activa en la vida económica, social y cultural de éstos: como un elemento socialmente construido y subjetivamente percibido, domesticado y apropiado por los grupos que lo habitan a través de esta experiencia (Bender 1993; Lemaire 1997); un espacio pensado (Parcero 1995: 128), resultado físico de "la objetificación de prácticas sociales de carácter material e imaginario" (Criado 1991: 6; 1993b: 42). Así, los paisajes sociales representarían sistemas de referencia, donde cada acción humana realizada sería inteligible en el contexto de pasadas y futuras acciones (Gosden y Head 1994: 114). El paisaje no es únicamente un espacio que puede ser aprehendido visualmente, sino todo un conjunto de relaciones entre personas y lugares que proporciona un contexto para el desarrollo de las actividades y conductas cotidianas; y por ello constituye además un marco de trabajo válido para integrar el estudio de distintas fuentes de información y distintos aspectos de la actividad humana en el espacio (Thomas 2001: 181). De esta manera, el paisaje no constituye únicamente un concepto cultural (como espacio percibido por sus habitantes), sino también una categoría analítica, referente a la forma en que es estudiado (Hirsch 1995). Y, así como el concepto de paisaje presenta unas connotaciones ideológicas que implican un distanciamiento en la observación, la renovada Arqueología del Paisaje busca la comprensión de la percepción que del espacio tenían sus habitantes, con un enfoque fenomenológico que atiende a cómo éste se vive y experimenta (cf. Tilley 1994), en
CONSIDERACIONES PRELIMINARES una visión global que atiende a todos los aspectos que afectan a la experiencia humana. Los estudios de Arqueología Espacial, que analizan la relación de los yacimientos entre sí y con el medio geográfico, comenzarán a desarrollarse a finales de la década de los sesenta, de la mano del impulso renovador que supuso para la investigación arqueológica la Nueva Arqueología. Por primera vez se concibe la información arqueológica como un fenómeno internamente estructurado, que refleja cualquier aspecto de la conducta humana, incluyendo también su dimensión espacial. Surge así la voluntad de leer el espacio como cualquier otro testimonio arqueológico; sin embargo, éste se concibe únicamente como una dimensión abstracta y neutra, un mero contenedor o escenario en el que se desarrollan las actividades humanas. Se considera que, como elemento universal y ajeno a estas actividades, puede ser medido objetivamente: permite la cuantificación y el uso de modelos matemáticos, que generan unas pautas de distribución que pueden ser leídas e interpretadas de forma directa. De esta manera, tal como fue definida por I. Hodder y C. Orton (1976) o D. L. Clarke (1977) en las primeras síntesis de orientación arqueológica sobre el tema, se desarrolla una Arqueología Espacial a imagen y semejanza de la Nueva Geografía, basada en modelos matemáticos y guiada únicamente por parámetros funcionales y supuestamente adaptativos, con la aplicación de la metodología de análisis locacional de Christaller o Von Thünen a la evidencia arqueolóNo se puede negar la indudable aportación de estos estudios, los primeros que amplían el objeto de estudio desde la cultura material y el yacimiento hacia su entorno, entendido como el producto de organizaciones territoriales sucesivas. Sin embargo, nuevos enfoques teóricos críticos con la Nueva Arqueología comenzaron a cuestionarse algunos de sus postulados básicos: la validez de la aplicación no ponderada de técnicas tomadas de la Geografía locacional; la aplicación al estudio de sociedades primitivas de conceptos que, como el de rentabilidad, fueron desarrollados para el análisis de economías capitalistas de mercado3; la neutralidad del propio concepto de espacio que planteaban esos estudios; y, sobre todo, su concepción de los grupos sociales como sistemas que únicamente responden a condicionamientos medioambientales, sin atender a otros factores como los sociales o ideológicos. A pesar de su voluntad de análisis global de los sistemas culturales, la Arqueología Espacial procesual dejó de lado todos aquellos elementos que afectaban a la esfera cognitiva y tendió a centrarse fundamentalmente en los patrones de actividad subsistencial de los grupos 3
Sobre este tema puede consultarse Clarke (1977), Criado Boado (1993a), Fernández Martínez y Ruiz Zapatero (1984), Hodder (1984, 1988), Hodder y Orton (1990), Nocete (1988), Orejas (1998) o Vicent (199Ib), entre otros muchos.
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humanos. Frente a esta situación, las corrientes interpretativas desarrolladas en Arqueología a partir de los años 80 recogen la necesidad ya planteada en algunos estudios geográficos del momento de incorporar los factores culturales al estudio de los paisajes humanos. Se propone el desarrollo de modelos cognitivos que incorporen los sistemas de creencias y las percepciones de los grupos del pasado a los estudios arqueológicos (Hodder 1987). En el terreno espacial, ya la Nueva Arqueología había defendido que si las acciones de los grupos sociales estaban dictadas por una serie de pautas sistemáticas que afectaban a su percepción e interpretación del entorno, estas pautas podían ser reconocidas a partir del registro arqueológico; ahora, por primera vez, esta idea sobrepasará el subsistema económico para aplicarse a los aspectos ideológicos y sociales. El siguiente paso afectará al propio concepto de espacio. Los enfoques teóricos post-procesuales (o interpretativos) plantean una visión más global y dinámica del espacio, que como medio y producto de la acción social no existe al margen de las actividades que en él se desarrollan (Tilley 1994) (en claro contraste con el espacio definido por la Arqueología procesual, escenario neutro y universal de la actividad humana). Los estudios integrados en lo que se denominará Arqueología del Paisaje conciben el paisaje como un espacio modificado en un momento concreto, percibido y creado a través del filtro de un entorno socio-cultural concreto. Es, por tanto, una dimensión subjetiva y particular, que no puede entenderse al margen de la simbología y experiencia de sus habitantes, pues precisamente son los distintos aspectos de la experiencia humana los que contribuyen a su creación y estructuración: factores económicos, pero también sociales y rituales, que lo convierten en un elemento socializado por el grupo, en un producto antropizado y cultural (Tac,on 1994). De esta manera, el objeto de estudio se desvía del mero aprovisionamiento de recursos hacia la comprensión de cuestiones de carácter distinto, como la propia percepción del paisaje o las características del movimiento a través de éste (c/., entre otros, Ingold 1986; Bradley 1991a; Llobera 1996; 2000). Para entender cómo los grupos del pasado entendían y definían su entorno, deben estudiarse los vestigios de la actividad humana en ese paisaje, con una visión global que atienda tanto a los factores económicos como a los sociales y simbólicos —pues el paisaje combina aspectos tanto prácticos como rituales del uso del espacio—. Por ello este marco metodológico muestra su eficacia a la hora de analizar, a través de la impronta que dejaron estas actividades, tanto la economía como la estructura social e ideológica de estos grupos: pues, además de las actividades de carácter puramente ritual (ceremonias de agregación social o religiosa), el amplio marco de la ideología determina también los aspectos prácticos de las relaciones sociales y del uso de los recursos. Así, la organización del poblamiento puede hacerse en términos de estaciona-
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lidad o funcionalidad, pero también constituye un factor de territorialidad. Respecto a las actividades económicas, si bien la aseguración de la base de subsistencia depende de los recursos disponibles y del modo de conseguirlos (técnicas existentes para su explotación y almacenamiento), son sociales las motivaciones que condicionan el uso de los recursos y el establecimiento de las necesidades de consumo: la voluntad de crear un excedente para minimizar riesgos o como producto de intercambio con otros grupos (y el establecimiento de estas redes); la determinación del acceso y el modo de redistribución de los excedentes, en caso de existencia de competición social; etc. Todos estos aspectos contribuyen a modificar el espacio y, en la medida en que dejen una huella perdurable en el registro arqueológico, pueden ser analizados hoy con una metodología arqueológica; y entre estas huellas los yacimientos con arte rupestre, como marcas en el paisaje revestidas de significado simbólico, nos permiten una lectura privilegiada sobre la percepción y uso del espacio de sus autores, sea en un sentido religioso (foco de actividades rituales), social (ritos de agregación o paso) o económico (señalización de recursos), entre otras muchas posibilidades. Como ejemplo de estos estudios puede citarse la propuesta de R. Bradley de entender el arte rupestre en relación con la organización y percepción prehistórica del territorio, la explotación de los recursos y el movimiento de los grupos sobre el espacio. De esta manera, el arte rupestre aportaría una información esencial sobre pautas que se le escapan a una Arqueología Espacial sólo preocupada por la determinación de las fuentes de aprovisionamiento, patrones de asentamiento estables o fronteras: por ejemplo, la percepción y apropiación del espacio por parte de grupos con un modo de vida itinerante, donde el arte rupestre funcionaría como sistema de comunicación entre los distintos grupos que se mueven por un mismo territorio (Bradley 1991a; 1991b; 1994; 1997a). En definitiva, la incorporación del arte rupestre a los estudios de Arqueología del Paisaje ha supuesto un importante salto cualitativo para ambos. Para la Arqueología del Paisaje, el arte proporciona nueva información sobre la percepción y uso del espacio de sus autores, permitiendo superar enfoques puramente funcionalistas y plantear cuestiones de carácter social y simbólico. Y, para el arte rupestre, el análisis de su dimensión espacial permite una superación de los enfoques positivistas normativos, habitualmente centrados en cuestiones de tipología y cronología y su distribución horizontal (dispersión de la manifestación sobre un mapa); al permitir su integración con otros componentes del registro arqueológico, y abrir un nuevo abanico de posibilidades analíticas e interpretativas en su estudio.
En España, la investigación sobre arte rupestre ha seguido las mismas pautas que en el resto de Europa. Desde el primer momento, las manifestaciones artísticas se han considerado un elemento privilegiado para conocer la mentalidad de los grupos que las realizaron, como expresión directa de su etnicidad y su cultura; sin embargo, no siempre su estudio logrará superar la barrera de la simple descripción esteticista. Salvo contadas (aunque notables) excepciones4, durante décadas la mayor parte de los estudios se han visto separados de las transformaciones y renovaciones metodológicas que afectaron a la Arqueología prehistórica (Martínez García 1998: 544; 2002: 66). Bajo el dominio de posiciones positivistas que primaban las representaciones figuradas como objetos, la investigación sobre el arte rupestre se ha limitado a la realización de calcos, descripción de los motivos y búsqueda de paralelos, intentando definir aquellos rasgos que permitirían delimitar unos grupos estilísticos frente a otros. El aspecto de la distribución espacial de los abrigos apenas si era mencionado, y siempre a un nivel muy general y a veces intuitivo: los límites geográficos de dispersión de la manifestación o el supuesto dominio visual ejercido desde determinados abrigos; sin un aparato conceptual y metodológico que permitiera el análisis sistemático del emplazamiento de estos vestigios arqueológicos. En cuanto a los condicionantes de su distribución, el más frecuentemente aludido es el de la disponibilidad de un soporte adecuado, sin valorar de forma sistemática la posible existencia de una voluntad concreta en este sentido (Martínez García 1998: 544-545). Por otro lado, los escasos intentos de ligar yacimientos de habitat y estaciones con arte rupestre se realizaban de modo aproximativo, contemplando sólo la cercanía física entre unos y otros. Incluso un aspecto tratado en muchos trabajos, como es la relación entre los abrigos con Arte Levantino y los materiales arqueológicos hallados al pie o en las inmediaciones de estas pinturas (presente ya en los primeros trabajos de Breuil y Cabré), se hace con la única intención de datar las pinturas; considerando que los restos arqueológicos más cercanos probablemente correspondan a los autores de éstas (en ocasiones por ser los únicos existentes a su alrededor) y aceptando esta proximidad espacial como factor de atribución cronológica para los paneles. Por ello, y a pesar de que un buen número de autores ha señalado las precauciones con que debe aplicarse el criterio de la cercanía espacial como elemento de datación (Fortea 1974; Beltrán 1985; Utrilla 1986-87), esta línea de investigación presenta una larga tradición que puede remontarse a los trabajos de Breuil y Cabré sobre las pinturas de Calapatá (1909) y los de otros investigadores del momento 4 Ya hemos señalado la importancia concedida por H. Breuil y posteriormente P. Acosta a las variaciones en el emplazamiento y temas representados en su análisis del significado de las pinturas rupestres esquemáticas (ver Nota 2).
CONSIDERACIONES PRELIMINARES como E. Hernández Pacheco en la zona de Bicorp; como muestra, puede mencionarse la recomendación que hace L. Pericot en 1951 a los descubridores de las pinturas de La Sarga, para que comprueben si existe depósito arqueológico al pie de las pinturas y, en caso afirmativo, lo excaven y documenten (Segura 2002: 18)3. Sin embargo, como hemos señalado, el objetivo de la mayor parte de estos estudios no es analizar la articulación del territorio sino el establecimiento de criterios cronológicos para la datación de las pinturas, a pesar de que distintos autores remarcan al mismo tiempo que la cercanía espacial no constituye en sí misma garantía de correlación; esto sería más evidente en aquellos abrigos con representaciones pertenecientes a distintos estilos y materiales de un único momento, o con un único estilo pictórico y estratigrafía de varias épocas (Utrilla 1986-87: 325). Ante este panorama, resultará renovadora la línea de investigación impulsada por F. Criado Boado en el Noroeste peninsular, pues supondrá el primer intento sistemático que se hace en este país de estudiar las manifestaciones de carácter simbólico desde una perspectiva espacial; con el desarrollo de un cuerpo metodológico específico tanto para la recogida de datos como para su interpretación, cuyo punto de partida es la consideración del paisaje como una realidad unitaria e integradora; un producto social que reflejaría la percepción particular del tiempo y del espacio de las sociedades que lo habitan y modifican, siguiendo siempre una misma lógica interna que afectaría a todas sus dimensiones (económica, ambiental, sociopolítica y simbólica). El análisis del significado de los elementos culturales que perduran en el paisaje, como el arte, se realiza a partir de dos factores esenciales: por un lado, su emplazamiento y asociación a otros componentes del paisaje; por otro lado, las condiciones de visibilidad, visibilización e intervisibilidad de estos elementos, como reflejo de la voluntad de sus 5
Junto a estos destacan también los estudios de J. Maluquer (1939) y los posteriores de M. J. de Val (1977) en el entorno de la Valltorta; los de M. Almagro para la zona de Albarracín y posteriormente el abrigo de Cogull (Almagro 1944; 1952); los de S. Vilaseca e I. Cantarell para la Cova de la Mallada (Vilaseca y Cantarell 1955-56); los de E. Ripoll en Santolea (Ripoll 1961), y también aquellos de carácter más general en torno a la cronología del arte rupestre postpaleolítico peninsular (Ripoll 1966); el clásico estudio de J. Portea respecto a la cronología del Arte Levantino donde, junto a las superposiciones cromáticas y estilísticas y los paralelos muebles, se defiende el criterio de la proximidad espacial para la datación relativa de las representaciones (Portea 1974); los de C. Olaria para las del Barranco de la Casulla y su relación con el habitat de Cova Fosca (Olaria 1988); los de .1. Aparicio para la zona valenciana (Aparicio 1977; Aparicio y Moróte 1999); o los de M. F. Galiana para la zona del Bajo Ebro y Bajo Aragón (Galiana 1992), entre otros. Como indicador de la importancia de este ámbito de estudio pueden señalarse, además, los distintos estudios presentados en las jornadas recientemente celebradas en Alquézar sobre "Arte Rupestre y Territorio Arqueológico" (Baldellou 1999).
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creadores (que respondería a un tipo de acción social concreto y a la actitud del hombre frente a la naturaleza) (cf. Criado 1993a; 1993b; 1999; Santos 1998; Santos y Criado 1998; Santos et al. 1997). Como también ha ocurrido en otros países, los buenos resultados obtenidos por esta línea de investigación han contribuido a animar nuevos estudios en esta dirección. Una aportación fundamental puede verse en los trabajos de J. Martínez acerca de la distribución del Arte Esquemático en el Sudeste. Este autor, sobre la base de la localización de los abrigos en el territorio, su asociación a determinados accidentes geográficos y las características de su cuenca visual, establece varios modelos de emplazamiento: abrigos de movimiento, de paso, de visión, de culminación y ocultos; estos modelos se contrastan con el contenido de los abrigos pintados, pues el panel se concibe como soporte de símbolos que atañen a la formación social. De esta manera, se atiende al análisis de su contenido a partir de las asociaciones de motivos y el contexto en que éstos se emplean, pero también a la distribución de los abrigos en el espacio en términos de apropiación de éste (Martínez García 1998; 2000; 2002). Otros ejemplos donde se aplican esquemas similares serían los trabajos de P. Torregrosa, M. Cruz o la propia autora para el arte de la fachada mediterránea de la Península, y los de J. A. Gómez-Barrera para el de la Meseta soriana (Torregrosa 2000; 2000-2001; GómezBarrera 2001; Pairen 2002; 2004; Cruz 2003), como muestra de una tendencia que seguramente se consolidará aún más en los próximos años.
2.4. ESCALAS DE ANÁLISIS EN EL ESTUDIO DEL ARTE RUPESTRE: DEL MOTIVO AL PAISAJE Desde la Arqueología del Paisaje se defiende que el arte rupestre refleja una voluntad de marcar determinados lugares con signos; por ello, debe prestarse tanta atención a los motivos representados como a las características del emplazamiento escogido para ello o a la existencia de otras representaciones en ese lugar (factores que, en última instancia, condicionarían su naturaleza y significado). Con este cambio de óptica se evitaría el error tan frecuente de convertir el arte rupestre en mueble, en meros datos tipológicos aislados y descontextualizados por la ausencia de información sobre su soporte y entorno (Bradley 1997a; Chippindale 2000); además, esta lectura social del arte prehistórico permite profundizar en su contexto cultural de creación y uso, en una lectura alejada de una aplicación simplista de la analogía etnográfica para el análisis formal de los motivos o la interpretación de su significado; pues, como hemos visto, si algo puede informar la Etnografía sobre el arte rupestre es que éste puede tener distintas funciones y niveles de significado, en función del contexto de uso y la audiencia a la que esté destinado; y que ningún estilo es transparentemente naturalista en su significado último, pues cada cultura otorga un valor a sus signos aunque para la representación de determinadas ideas se seleccio-
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nen imágenes tomadas del entorno (cf. Chippindale 2001 ;Layton 2001). Sin embargo, aceptar como válida esta hipótesis sin contrastarla debidamente con el registro disponible supondría caer en el mismo error que durante décadas mantuvo vigentes las teorías de la magia de caza y la fertilidad: la aplicación de paralelos etnográficos para el análisis iconográfico y la interpretación de una manifestación gráfica sin atender al contexto socio-cultural en que ésta fue elaborada y usada. De hecho, las teorías que aluden a las diferencias en la percepción del entorno entre grupos de cazadores-recolectores nómadas y los agricultores sedentarios también están basadas en la Etnografía, aunque en este caso no se hable del arte como elemento religioso sino, en su vertiente profana, como sistema de información sobre los recursos disponibles entre grupos que comparten la explotación de un territorio pero no se encuentran simultáneamente en éste (cf. Ingold 1986). Por tanto, la única forma de comprobar la validez de este tipo de hipótesis sería demostrar que efectivamente existen unas pautas concretas que regulan la representación y distribución de los motivos y su emplazamiento en distintos abrigos. A partir de este punto, indagar en el significado de estas pautas constituiría un problema diferente, pues de nuevo la Etnografía nos informa de que el arte no es un componente aislado, sino uno más de la formación social; y, como tal, puede reflejar cualquier faceta de la vida, desde las simbólicas y rituales (leyes, tabúes, ritos de iniciación o paso, representación de un pasado común, etc.) a las profanas (transmisión de información sobre recursos, etc.), en distintos niveles
de significado o funcionalidad, pero todos ellos asociados a los valores y creencias del grupo (cf. LeroiGourhan 1975 o Morphy 1991). Por ello, sólo el reconocimiento de la lógica interna y de las decisiones prácticas implícitas en la realización de cada estilo permite orientar la interpretación si no hacia su significado, al menos sí hacia el contexto en que estos motivos fueron usados: las actividades sociales que pudieron haberse llevado a cabo en esos abrigos, y cuya consecuencia última sería la representación en ellos de los distintos motivos que hoy podemos observar (y aquellos que hayan podido perderse). Así pues, debemos partir de la idea de que el emplazamiento de cada uno de los abrigos no es aleatorio, sino que en él pueden rastrearse una serie de condicionantes que ayudan a la interpretación acerca de su funcionalidad dentro de un entorno socialmente percibido, domesticado y articulado por los grupos que lo habitaron durante el Neolítico. En el caso del arte rupestre de las comarcas centro-meridionales valencianas, las diferencias apreciables entre los abrigos conocidos parecen indicar que, efectivamente, existieron distintos tipos de abrigos, y que en cada uno de ellos se llevaron a cabo actividades distintas. Como veremos, estas diferencias no se limitan al emplazamiento escogido, sino que se extienden también al tipo y complejidad de motivos representados en cada uno; además, en ocasiones parecen relacionarse también con la presencia simultánea en un mismo abrigo o panel de distintos estilos de arte rupestre. Todos estos factores deben ser analizados y valorados de forma conjunta y sistemática.
Escala
Aspecto
Variable
mm
Técnica
Tipo de trazos y pigmentos usados
cm
Estilo
Forma y contenido de las representaciones
m
Panel
Complejidad compositiva Distribución de los motivos; relación entre ellos y con el soporte
hm
Abrigo
Morfología y emplazamiento
km
Paisaje
Distribución de los abrigos Relación con otros elementos del paisaje (naturales y culturales)
TABLA 1. Escalas de análisis en el estudio del arte rupestre (a partir de Chippindale 2004).
Para ello, en este estudio hemos tomado como modelo la propuesta de C. Chippindale (2004) para el análisis del arte rupestre en distintas escalas de observación, cada una de las cuales afectaría a un aspecto diferente de las representaciones de acuerdo con su magnitud: desde la más pequeña, que atendería a la cuestión de la técnica, hasta la mayor, centrada en el emplazamiento del abrigo en el paisaje. La recons-
trucción de la lógica interna de la manifestación estudiada debe pasar por un análisis exhaustivo que atienda de forma particular a cada una de estas escalas y las variables que contiene, pero valorando también las relaciones establecidas entre ellas, lo que permite inferir pautas de representación a partir de las diferencias y similitudes apreciables.
CONSIDERACIONES PRELIMINARES Por otro lado, debe admitirse que, del mismo modo que resulta difícil reconstruir el significado de estas manifestaciones, el punto de vista del investigador actual puede pasar por alto muchas de las variables que fueron tenidas en cuenta por sus autores a la hora de su representación (o valorar como tales, en cambio, otras que nunca fueron fruto de una decisión consciente); debemos considerar además que algunas variables pudieron no haber dejado huella en el registro arqueológico (como las representaciones sobre soportes no perdurables), que otras pudieron haber sido modificadas, y que en otras muchas es posible que ni siquiera se haya reparado (Fig. 3). Sin duda, nuestra percepción del paisaje prehistórico constituye una interpretación del paisaje tal como era percibido
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por los grupos que lo habitaron en la Prehistoria. Dado que los atributos y variables seleccionados por el investigador condicionan y limitan los resultados de su investigación, debemos por ello tratar de atender al mayor abanico de variables posible; y sólo en el caso de aquellas variables que presentasen diferencias significativas de un abrigo a otro se podría considerar que éstas corresponderían a decisiones concretas tomadas por sus autores, y no a una percepción actual. Asociadas estas variables entre sí, permiten la reconstrucción de las posibles pautas de representación que guiaron la elección de los distintos abrigos y motivos, así como la interpretación de la funcionalidad de cada uno y su contexto social de uso.
FIGURA 1. Planteamiento teórico del estudio.
La realización de una representación siempre requiere un determinado número de decisiones, que afectan tanto al emplazamiento como a la técnica, el motivo escogido, o la forma de representarlo (Smith 1998). Si alguno de estos elementos no fuera relevante, se escogería de acuerdo a su disponibilidad natural o el propio deseo del autor; sin embargo, cuando existen unas variables mayoritariamente repetidas tenemos que pensar que se debe a la existencia de unos convencionalismos de orden cultural que condicionaron los modos de representación. Por ello, en este estudio tratamos de atender a la variabilidad en técnica, estilo y emplazamiento de los motivos, tanto a escala de panel como de abrigo y paisaje, para comprobar si existen estas regularidades o pautas aprecia-
bles que, como reflejo de la lógica interna de la manifestación, puedan orientarnos acerca de su contexto originario de uso y, así, guiar la interpretación acerca de su significado. Con este fin, las variables tomadas en cuenta han sido las siguientes. 1) Escala: milímetro. La técnica Hace referencia a cómo fueron creadas, individualmente, las figuras; es decir, los métodos empleados para representar los motivos sobre una superficie sólida. En nuestro caso de estudio, al ser todas las manifestaciones pintadas, el análisis del tipo de trazos y pigmentos empleados permite establecer una primera diferenciación entre los distintos estilos de arte rupes-
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tre existentes en la zona estudiada. Así, las representaciones macroesquemáticas utilizan un pigmento rojo oscuro, de aspecto denso y pastoso, aplicado con un instrumento de relativo grosor (aunque su tonalidad puede variar en función de la coloración y rugosidad de la superficie rocosa). En cambio, el pigmento usado para la pintura esquemática es mucho más líquido, en ocasiones casi translúcido, y puede ser tanto negro como rojo (o incluso ocre, aunque es más excepcional); en cuanto a los trazos, su grosor es variable, y generalmente presentan bordes irregulares, pero en ocasiones se usa un instrumento más preciso que permite trazos de contornos regulares perfectamente delimitados. Por último, en la pintura levantina se utiliza mayoritariamente un pigmento muy líquido de color rojo, aplicado con plumas o algún instrumento de trazo muy fino y preciso; y aunque en ocasiones se dibuja únicamente el contorno de la figura o se reduce ésta a una serie de trazos muy finos, lo más habitual es el relleno uniforme de su interior (tintas planas), o mediante una serie de trazos más o menos paralelos (listado). Por otro lado, las diferencias apreciables entre cada manifestación en cuanto a pigmentos usados y tipo de trazos se complementan con las existentes en el ámbito del estilo. 2) Escala: centímetro. El estilo Esta escala de observación se centra en los caracteres estilísticos de la figura o motivo representado6, si entendemos el estilo como los convencionalismos comunes que, en un tiempo y lugar determinado, caracterizan un conjunto de representaciones (Sackett 1977). Estos convencionalismos afectan a dos elementos: la forma y el contenido. El contenido, lo representado, corresponde al significado de la imagen. Éste es un campo resbaladizo, pues no es necesario que exista una correlación directa y evidente entre la identidad de la imagen, su significado literal y su significado simbólico (cf. Panofsky 1994); de hecho, son numerosos los ejemplos etnográficos del carácter metafórico de muchas manifestaciones gráficas (cf. Chippindale 2001; Layton 2001). La forma, en cambio, hace referencia al modo de representar la imagen (es decir, sus cualidades formales). En su determinación influyen los convencionalismos que deben adoptarse para transformar un elemento tridimensional en uno bidimensional, y la voluntad de hacer que sea fácilmente reconocible o no (Smith 1998). Cada cultura, en un momento determinado, emplea únicamente un número limitado de posibilidades formales de expresión gráfica. Sin embargo, es posible que una cultura produzca dos estilos diferentes simultáneamente, tanto en cuanto a la forma como al conte6 Si bien, como veremos, las dimensiones de los motivos en el Arte Macroesquemático exceden con mucho esta escala, se mantiene este rango en su aspecto analítico, como categoría de análisis.
nido, sobre todo si cada uno tiene una función o un significado social diferente (cf. Schaafsma 1985; McDonald 1992; Franklin 1993; Tacón y Chippindale 1994; Smith 1998; Whitley 2001). Esta posible asociación con distintas funcionalidades o audiencias hace del estilo un factor esencial en el establecimiento de diferencias entre las distintas manifestaciones que coexisten en la zona de estudio, así como también entre los distintos abrigos. En cambio, no debe asumirse automáticamente que las diferencias estilísticas responden a diferencias culturales o históricas, buscando asociar cada estilo a un grupo de población o cronología exclusivo; esto supondría negar la posibilidad de una variabilidad social o funcional en la lectura del arte rupestre, y limitar su papel como transmisor de la cultura y creencias de un grupo. Por la propia definición de estilo como la "forma altamente específica y característica de hacer algo [...] exclusiva de un tiempo y lugar específico" (Sackett 1977: 370), durante décadas éste ha sido un concepto básico en Arqueología, usado para crear divisiones en el tiempo y el espacio, y la definición de tipos y culturas arqueológicas. Sin embargo, desde la década de los setenta se comienza a valorar su valor informativo no sólo acerca de los artefactos, sino también como un componente funcional de los sistemas culturales, sobre los grupos humanos y las prácticas sociales: se reconoce el papel de la variabilidad estilística en las estrategias de intercambio de información y en el establecimiento y mantenimiento de divisiones sociales (cf. Wobst 1977; Wiesnner 1983; Conkey y Hastorf 1990). Este enfoque ha sido también defendido desde la Arqueología post-procesual, donde se propone el papel activo de la cultura material en la construcción del mundo social, como un componente dinámico de la ideología y las prácticas sociales (Hodder 1987) —sea en relación con el proceso de negociación de identidades o como un medio de comunicación ideológico que define las relaciones entre grupos (cf. Troncoso 2002)—. En su aplicación más simple, se defiende que la cultura material, por su naturaleza durable, es la más apropiada para la transmisión de mensajes simples pero recurrentes (aquellos que afectan a la territorialidad o etnicidad): no requieren que el receptor y el emisor estén simultáneamente en el mismo lugar; facilitan la estandarización de determinados tipos de mensaje, que una vez producidos no necesitan una nueva inversión de energía; y circunscriben además un radio potencial de receptores (Wobst 1977: 321 y ss). La correspondencia de estos principios con las características propias del arte rupestre (cuyo soporte lo convierte en un elemento durable e inmóvil en el paisaje) ha sido el factor en que se basan aquellos estudios que consideran su uso como un sistema de información entre grupos de población —como mensajes entre grupos que comparten la explotación de un mismo territorio aunque no estén presentes a la vez en los mismos lugares, señalando rutas de comunicación o el
CONSIDERACIONES PRELIMINARES acceso a los recursos (Ingold 1986; Bradley et al. 1994; 1995). Por otro lado, se considera además que la mayor o menor complejidad de los mensajes estará en función del tamaño y el carácter de la audiencia potencial (su status dentro del grupo o en relación con éste) (Johnson 1982). Así, se ha señalado cómo en numerosos estilos artísticos prehistóricos los motivos representados son más variados y complejos en aquellos lugares donde deban ser vistos por una mayor o más variada audiencia, y más simples en aquellos con un carácter más restringido o especializado (Bradley 1991a; 1994; 2002). Todo esto evidencia la necesidad de analizar la complejidad de los motivos y composiciones (número y tipo de representaciones, coexistencia de distintos estilos en un mismo panel, etc.) en relación con otras variables de mayor escala; fundamentalmente, aquellas que afectan a las características de cada abrigo. 3) Escala: metro. El lugar en el panel Esta escala de observación debe atender a la distribución de las figuras en el panel y su relación con otras figuras: si existe intención de usar todo el espacio disponible, o si voluntariamente se dejaron espacios en blanco entre las figuras; si las agrupaciones de motivos responden a una voluntad de composición o acumulación7, o si, por el contrario, las nuevas figuras ignoran las preexistentes; la existencia o no de yuxtaposiciones o superposiciones de motivos; si existe algún principio de similitud entre las figuras de un tipo determinado (en cuanto a tamaño, orientación o distribución); etc. Otro factor susceptible de análisis en esta escala sería el concepto de campo manual, acuñado por A. Leroi-Gourhan (1982: 19) en referencia al área accesible al autor de las representaciones sin cambiar de posición, o consideraciones acerca de las tendencias universales existentes en la composición de los paneles —como la propensión de los motivos más antiguos a ocupar las partes centrales del panel, distribuyéndose el resto alrededor (Clegg 1983; Smith 1998: 217)—. Por otro lado, también debe atenderse a las características de la superficie rocosa: presencia de irregularidades (grietas, agujeros, intrusiones de un mineral diferente) y su posible relación con las figuras. Así, K. Helskog ha señalado la importancia de estas irregularidades en el sentido narrativo de algunas escenas en los grabados rupestres de Escandinavia (donde existen rastros de pisadas de oso que salen de su cubículo de hibernación para acabar en una fisura de la roca donde se acumula el agua, lo cual se interpreta como una metáfora del 7
En el sentido definido por A. Sebastián (1985: 32; 198687: 378), donde una escena acumulativa sería aquella agrupación de figuras en la que no existe unidad estilística ni técnica entre los distintos motivos, aunque sí pueda apreciarse una intencionalidad de las figuras más tardías de incorporarse a la actividad que se estaba representando previamente.
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tránsito a otro mundo —Helskog 1999—). Esta idea de las grietas como lugares de comunicación entre dos mundos (natural y sobrenatural) se repite también en numerosas representaciones rupestres de Norteamérica, donde con frecuencia se representan espíritus saliendo o entrando en fisuras de la superficie rocosa del panel como plasmación gráfica de su carácter de "umbral" (Whitley 1992; 1998). Sin entrar en valoraciones sobre un significado siempre difícil de establecer con seguridad, también en la Península Ibérica se ha recalcado el aprovechamiento que hacen las representaciones levantinas de las irregularidades de la superficie rocosa para dar volumen a las escenas, reflejando accidentes topográficos presentes en el entorno inmediato de los abrigos pintados; en este campo destacan las pioneras observaciones que E. Hernández Pacheco realizó en su publicación de 1924 de las pinturas de la Cueva de la Araña (Bicorp), a propósito de distintas escenas de caza o la de recolección de miel; o las realizadas con posterioridad por A. Sebastián (1985; 1986-87), que sobresalen por su rigor y voluntad de sistematización de toda la información referente a la distribución de las figuras en el panel, y a las relaciones establecidas entre ellas y con el soporte rocoso. Por último, si en un abrigo existen varios paneles diferenciados, deben observarse las diferencias que presentan: altura respecto al suelo del abrigo, profundidad, condiciones de la superficie rocosa, inclinación, dificultad de acceso, etc. 4) Escala: kilómetro. El lugar en el paisaje Hace referencia, en primer lugar, a las características del emplazamiento de cada uno de los abrigos, y del abrigo en sí mismo: su tamaño (capacidad), altura sobre el terreno circundante, orientación, accesibilidad y visibilidad (desde el abrigo hacia su entorno, y desde el entorno hacia el abrigo); la existencia de plataformas al pie del abrigo donde pueda congregarse un número amplio de personas; la presencia/ausencia de depósitos arqueológicos en el abrigo; etc. Estos atributos son especialmente relevantes si en un mismo conjunto o barranco existen varios abrigos y no todos fueron usados para la representación de arte, o si existen diferencias entre los motivos representados en cada uno de los abrigos de un conjunto. Por otro lado, aunque a mayor escala, debe atenderse también a la presencia/ausencia de abrigos por valles o regiones, lo cual puede deberse por un lado a la disponibilidad de roca adecuada y por otro lado (y fundamentalmente) a factores culturales. Además, otros factores a considerar a escala amplia serían la geología de la zona (presencia de relieves destacados, tipos de suelos), la existencia de yacimientos de habitat o enterramiento en las inmediaciones, la cercanía a recursos naturales o hidrográficos, etc.; pero siempre teniendo en cuenta la evolución histórica del paisaje, cuyos cambios han afectado de forma irreversible a la capacidad del suelo, cobertura vegetal e hidrografía.
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Por otro lado, debe evitarse la simplificación de asumir la contemporaneidad en el uso de todos los elementos arqueológicos intervisibles; en cambio, sí debe tenerse en cuenta que en ocasiones representaciones preexistentes pueden incorporarse a las creencias de un grupo o condicionar la creación de otras nuevas en sus inmediaciones. En este caso, puede considerarse que los elementos más antiguos puedan actuar como focos de atracción para los nuevos; o incluso que la representación de los motivos respondiese a la sanción (social o ritual) de un lugar que ya poseía importancia dentro de las creencias de un grupo. Para el estudio de cada abrigo atendiendo de forma global a todas estas variables se ha elaborado una serie de fichas descriptivas, centradas en tres aspectos básicos: —Localización y emplazamiento del abrigo. Se consignan sus datos identificativos básicos (nombre del abrigo, número de inventario, término municipal, coordenadas UTM, descubridor, fecha de descubrimiento), así como sus características morfológicas (capacidad, presencia de sedimento arqueológico) y los aspectos derivados de su emplazamiento (orientación, altitud absoluta y relativa, accesibilidad / pendiente, visibilidad hacia y desde el entorno). Se reseñan también los estilos representados, calcos disponibles y bibliografía publicada. Cuando en un conjunto existen varios abrigos con un emplazamiento o características bien diferenciadas, cada uno de los abrigos ha recibido un número de inventario y se han consignado sus datos por separado; en aquellos conjuntos más homogéneos, aunque se recoge el número total de abrigos, sus características se determinan de forma común. —Descripción de los paneles. Se señala el número de paneles existentes en cada abrigo, el número de motivos en cada panel, los estilos representados y las características generales del panel: sector del abrigo en que se sitúa; forma de la pared (cóncava o recta); altura sobre el suelo en la zona e inclinación de éste (lo que determina su accesibilidad a la hora de realizar las representaciones, incluyendo la posibilidad de que para su realización se necesitase algún tipo de accesorio o estructura de sustentación artificial); profundidad a la que se sitúa; y características de la superficie rocosa (atendiendo especialmente a la existencia de grietas o irregularidades que puedan formar parte de la voluntad compositiva del panel). Se ha elaborado una ficha por cada uno de los paneles en los que existen representaciones calcadas y descritas, aunque se señalan también aquellos en que se reconocen restos de pinturas que no han sido calcadas o identificadas. En todos los casos, para la determinación de los paneles se han respetado los criterios establecidos por los responsables del calco y publicación, valorando en cada caso si se trata de paneles compartidos (con representación de motivos pertenecientes a distintos estilos) o exclusivos
(con motivos pertenecientes a un único estilo). Aunque pueda argüirse que la diferenciación de paneles se debe a un criterio artificial impuesto por cada investigador, lo que se intenta valorar en este caso es la existencia de una voluntad de asociar espacialmente determinadas figuras (pertenecientes a un mismo o distintos estilos), o de dejar espacios en blanco entre ellas y otras figuras o grupos. —Descripción de los motivos. Se consigna el tipo de figura (motivo y estilo al que pertenece), su color, tamaño y sector del panel en que se ubica; si existen repintados que afecten al motivo; su relación con otros motivos (existencia de composiciones o superposiciones); y si se incorpora algún elemento de la superficie rocosa (grietas u oquedades) en la composición. Atendiendo especialmente a las características del Arte Levantino, se ha individualizado un campo para consignar motivos asociados a la figura descrita (en el caso de los motivos antropomorfos, por ejemplo, si éstos portan algún elemento de adorno o armamento). Para la descripción de los motivos, por otro lado, se han respetado las clasificaciones tipológicas existentes para cada estilo (a partir de las síntesis de Acosta 1968; 1983; y Hernández et al. 1988; 1994; 1998; 2000). Los datos recogidos en las distintas escalas de observación se han incluido en una base de datos con campos interrelacionados, lo que permite la asociación de todos estos aspectos en la realización de búsquedas. Por último, una valoración global de las diferencias existentes en cada una de las escalas de análisis, atendiendo a las variables que contiene cada una, ha permitido establecer qué atributos presentaban una mayor variabilidad entre unos abrigos y otros. A partir de éstos hemos señalado unas pautas para la representación de motivos, distinguiendo en la zona de estudio cinco tipos diferentes que constituyen el punto de partida de nuestro análisis. Estos tipos responden a las diferencias apreciables en cuanto al tipo de abrigo y su emplazamiento (ubicación, accesibilidad, tamaño y visibilidad hacia y desde el entorno); el tipo de paneles, motivos y estilos existentes; y su relación con los yacimientos de habitat y funerarios, y las posibles rutas de comunicación establecidas entre ellos. Estas diferencias sin duda son debidas a la distinta funcionalidad de los abrigos, que creemos es la que condiciona el tipo y complejidad de los motivos representados en cada uno de ellos. Sobre la denominación y posible contexto de uso de estos tipos mantenemos una deuda evidente con la sistematización propuesta por J. Martínez para la distribución de la pintura esquemática en el Sudeste peninsular (Martínez García 1998). Sin embargo, en este caso la valoración de este esquema no sólo atiende a las posibles diferencias impuestas por las peculiaridades geográficas de nuestra zona de estudio; además, nuestra propuesta ha venido precedida por un estudio sistemático de cada uno de los abrigos de nuestra área de estu-
CONSIDERACIONES PRELIMINARES dio atendiendo a las distintas escalas y variables señaladas. Esto ha permitido realizar unas matizaciones sobre este esquema y la elaboración de uno nuevo más ajustado al registro disponible en esta zona, y que por tanto nos permite una comprensión más adecuada y profunda de la distribución del arte rupestre neolítico en el área central del Mediterráneo Peninsular, que atienda además al fenómeno de la coexistencia en un mismo espacio y tiempo de tres manifestaciones gráficas distintas tanto en su forma como en su contenido. A grandes rasgos, pues abundaremos posteriormente en estos aspectos, nuestra propuesta es la siguiente. 1) Abrigos situados en emplazamientos prominentes o sobre elementos topográficos destacados sobre el entorno, por lo que presentan una amplia visibilidad tanto a media como a larga distancia. Estos abrigos, caracterizados por su difícil accesibilidad y pequeño tamaño (adecuado únicamente para una o dos personas), son exclusivos de las representaciones esquemáticas. Los motivos aquí representados son escasos, simples y geométricos (barras, puntos, zig-zags, soliformes), y ocupan uno o dos paneles a lo sumo. 2) Abrigos localizados a lo largo de los principales valles y cuencas fluviales, aquellos que funcionan como corredores de comunicación dentro de esta zona y también hacia las zonas inmediatas; aunque, de forma excepcional, este tipo de abrigos puede localizarse también en uno de sus barrancos tributarios. Estos abrigos, de fácil acceso y gran tamaño (incluso para grupos superiores a los 15-20 individuos), parecen privilegiar la posibilidad de reunir una audiencia amplia en puntos de paso necesario a lo largo de estos corredores; sacrificando, a cambio, la posesión de una visión más extensa sobre el entorno. La funcionalidad pública de estos abrigos, que puede ser tanto intra como intergrupal, explicaría la complejidad de sus paneles y la presencia compartida en ellos de motivos pertenecientes a los estilos Macroesquemático, Esquemático y Levantino. Las yuxtaposiciones y superposiciones de motivos pertenecientes al mismo o a diferentes estilos indican además una reiteración en el uso de estos abrigos. 3) Abrigos localizados en los barrancos tributarios de estos valles principales, donde varían las características de los motivos representados en función de su accesibilidad, tamaño, visibilidad y cuenca visual (las cuales dependerán de su emplazamiento y las características del barranco). Así, se pueden apreciar diferencias entre los abrigos más pequeños y aislados, que suelen tener paneles más simples, con motivos pertenecientes a un único estilo; y los abrigos más amplios y accesibles, que suelen ser compartidos, con paneles más complejos y representaciones macroesquemáticas, esquemáticas y levantinas (e incluso superposiciones). Los ejemplos son abundantes, pues este es el tipo de abrigos más frecuente. 4) Abrigos localizados dentro de los macizos montañosos que separan dos de estos valles o cuencas flu-
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viales principales. Son abrigos encajonados, de visibilidad muy restringida (limitada al sector del barranco en que se sitúan). Los ejemplos no son muy abundantes, y se asocian únicamente a la representación de motivos esquemáticos; aunque las superposiciones de motivos pertenecientes a este estilo muestran cómo estos abrigos son reutilizados en distintos momentos. 5) Abrigos localizados junto a puertos de montaña o puntos de paso obligado en la unión de dos valles. Estos abrigos, de tamaño medio y variable dificultad de acceso, comparten dos elementos definitorios: una amplia visibilidad sobre los valles hacia los que se abren y la presencia en el mismo conjunto de motivos esquemáticos y levantinos (aunque no necesariamente en el mismo panel o abrigo). En esta propuesta de sistematización puede apreciarse la correspondencia en cuanto a pautas de emplazamiento de los abrigos de Tipo 1 con los que J. Martínez denomina "abrigos de culminación", de los de Tipo 3 con los "abrigos de movimiento", y de los de Tipo 5 con los "abrigos de paso " (Martínez García 1998: 550-552); en cambio, los tipos definidos en las tierras valencianas difieren en cuanto a su contenido (complejidad de las representaciones y composiciones, y presencia en los abrigos de más de una manifestación gráfica). Además, en esta zona no se reconocen algunos de los tipos definidos por este autor (abrigos de visión, abrigos ocultos), y sí en cambio otros que serían exclusivos de esta comarca (los abrigos de Tipo 2, caracterizados por la presencia simultánea de representaciones levantinas, esquemáticas y macroesquemáticas). Por otro lado, esta sistematización se ha basado en una selección personal de las variables y atributos a analizar. Además, la determinación de muchos de estos atributos no ha sido fruto de un cálculo sistematizado: hemos considerado que la cuantificación de la visibilidad, pendiente y altura relativa son los factores que de forma más evidente permitirían apreciar las diferencias que señalamos en cuanto al emplazamiento de los distintos tipos de abrigos, y por tanto éstos han sido los elementos calculados mediante la aplicación del SIG Arcview 3.2; en cambio, otros atributos que afectan a las características morfológicas del abrigo (como su capacidad u orientación) han sido medidos únicamente a través de la comprobación sobre el terreno. Por último, la cuestión de su accesibilidad también ha sido estimada personalmente a partir la visita a los abrigos, aunque su cálculo se podría haber sistematizado mediante el uso de SIG; sin embargo, hemos preferido usar este procedimiento puesto que en su valoración queríamos tener en cuenta algunos factores que no habríamos podido incluir en el análisis (vegetación, tipos de suelos, existencia de posibles sendas) y que, a pesar de las variaciones experimentadas desde época neolítica, sin duda afectarían a las conclusiones obtenidas. Por todo ello, no consideramos la clasificación en grupos de estos abrigos como
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un fin en sí mismo, sino como un punto de partida; una herramienta de trabajo que, como toda tipología, es resultado de una percepción personal regida por pautas interpretativas preestablecidas (que hemos explicitado en este apartado y que consideramos sistemáticas y coherentes). Admitimos, por tanto, que estas cuestiones quedan sujetas a la posibilidad de una distinta consideración por parte de otros investigadores que puedan partir de criterios de análisis distintos8. En cualquier caso, esta clasificación se basa fundamentalmente en el contenido (complejidad estilística), emplazamiento y distribución en el paisaje de los abrigos, sin contemplar los aspectos funcionales del uso recibido por los abrigos. Como veremos más adelante, estos contextos de uso se diversifican en función de la manifestación analizada, pues cada una parece otorgar un sentido distinto a los abrigos incluidos en estos tipos generales. 3. MARCO ESPACIAL. LAS COMARCAS CENTRO-MERIDIONALES VALENCIANAS Este estudio toma como marco la zona montañosa del norte de la provincia de Alicante y sur de la de Valencia, área geográfica delimitada a grandes rasgos por la Serra Grossa y el macizo del Mondúver al norte; el corredor de Montesa, la Sierra de la Solana y la Sierra del Morrón al oeste; el mar Mediterráneo al este y la cuenca del río Vinalopó al sur. Esta zona, con sus contrastes entre el litoral y el interior, y entre vegas y llanos y sierras y valles, permite la definición de varias unidades geomorfológicas bien diferenciadas. Se trata de un paisaje caracterizado, en sus zonas montañosas, por la alternancia entre los grandes anticlinales y los valles rellenos de margas miocenas, todos ellos de disposición típicamente bélica (SONÉ). Y, en las comarcas litorales, por distintos tipos de costa, desde las playas arenosas propias de los ambientes de restinga-albufera hasta los altos acantilados. Al mismo tiempo, dentro de esta área amplia podemos distinguir una serie de valles menores que funcionarán como unidades básicas de nuestro análisis; pues entendemos que son estos valles, y los ríos que los recorren, los principales vertebradores internos de un territorio. 3.1. DESCRIPCIÓN DEL MEDIO FÍSICO La zona meridional del País Valenciano comprende la porción más oriental del conjunto de las Cordilleras Bélicas, en la que, atendiendo a la estratigrafía y la leclónica, pueden dislinguirse varios dominios. Como el resto de las tierras valencianas, esla
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De hecho, la clasificación de los distintos abrigos planteada en este estudio sólo coincide en algunos casos con la establecida por otra autora en su análisis de la distribución del Arte rupestre Esquemático de esta zona (cf. Torregrosa 2000; 20002001).
zona corresponde al borde de la depresión geosinclinal bélica, inundada durante la transgresión marina burdigaliense y que recibirá posteriormente el impacto del ciclo orogénico alpino, presenlando materiales propios de este ciclo sedimenlario. Los depósitos correspondientes a las Eras secundaria y terciaria son alternantes, y de distinto grosor de acuerdo con la velocidad de esta alternancia: abruptos crestones calcáreos y dolomílicos, intercalados con depresiones arcillosas y margosas que presenlan redes de drenaje profundas y encajadas. El úllimo gran episodio tectónico, de carácter dislensivo, se producirá durante el Plioceno, coincidiendo con la relirada lolal del mar. Durante esla fase se acenlúan las fosas tectónicas anliguas y se crean oirás nuevas, con resullados ya muy cercanos al relieve que podemos observar aclualmenle. En las cuencas interiores, el endorreísmo dará lugar a una sedimentación carbonatada de lipo lacuslre, formando zonas panlanosas en las que vierten sus aguas las sierras que las rodean (cf. Romero et al. 1997). Áreas lacustres y saladares son habituales, con gran abundancia de agua debido al encharcamienlo o por cercanía de la capa freálica, y relacionadas con el desarrollo de marjales y albuferas. En el interior de eslas comarcas pueden diferenciarse varias unidades geomorfológicas bien definidas. a) Cabecera y curso medio del Serpis: las comarcas de l'Alcoiá y el Comtat La cuenca media y alia del Serpis consliluye una cúbela irregular y alargada en senlido Iransversal, delimilada al norte por la Sierra del Benicadell, al sur por la Sierra de Ailana, y al oeste por la de Mariola. A su alrededor se disponen una serie de pliegues donde alternan las sierras de naluraleza caliza y valles rellenos de sedimentos miocenos, por donde discurre, encajada, la red fluvial (Cosía y Malarredona 1985). Debido a la orienlación SO-NE de los pliegues, el tránsito en dirección N-S por esta zona es difícil, debiendo alravesar los caminos numerosos collados y puertos (como el de Albaida, Beniarrés o Carrasquela). De esla forma, los pasos nalurales de enlrada y salida a esla zona monlañosa deben disponerse en el mismo senlido SO-NE que los plegamienlos: el corredor sinclinal de Beneixama Bocairenl Vállela d'Agres y el valle del Polop-Barxell, que unen la cabecera del Vinalopó con la cuenca alia y media del Serpis; y la Canal Ibi-Alcoi, que lo comunica con el Camp d'Alacanl y la Foia de Caslalla. Una excepción la consliluiría el acceso, si bien algo más difícil, desde La Torre de les Mañanes hacia el valle de Penáguila a iravés del Puerto del Rentonar. Hacia el este de esla fosa quedan una serie de pequeños e irregulares valles laterales, con mullilud de ramblas y barrancos, rellenos en su mayoría de arcillas y margas (como los de Penáguila, Sela, Planes o Perpuxenl). Sin embargo, en este margen izquierdo lambién existe una zona llana (entre Cocentaina y el río de Agres, la zona de aluvionamienlo más impor-
CONSIDERACIONES PRELIMINARES
I K.I K \ 2. Md/'ti xcncnil ilc hi rmiii i/c r\intli«. <-<>n iiitlicticiiin tic li>\ prindpales C/IM v r<'lifvc\.
FIGURA 3. Cabecera y cuenca media del río Serpis.
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tante del río Serpis, donde se localizan las tierras de mayor capacidad para el cultivo) (Marco 1990). Por último, el Serpis atraviesa el angosto Estret de l'Infern o de l'Orxa, desde donde se abre paso hacia la zona de la Safor para verter sus aguas al Mediterráneo (Roselló y Bernabé 1978). b) La cuenca baja del río Serpis: la comarca de la Safor En contraste con el curso alto y medio del Serpis, ésta es una comarca muy llana, aunque rodeada por alineaciones montañosas de disposición claramente bélica: las sierras de la Safor, Gallinera o Mustalla al sur; la Serra de Marxuquera al oeste, aislando esta cuenca de la Valí d'Albaida; y el macizo del Mondúver al norte, en la zona de contacto con las últimas estribaciones de las sierras ibéricas. Estos relieves
montañosos son mayormente calcáreos, tanto cretácicos como jurásicos, y abundan en ellos los fenómenos cársticos (cuevas, abrigos, dolinas). Por el contrario, en la parte llana que constituye el cono aluvial del Serpis los materiales predominantes son los sedimentos cuaternarios depositados por el río y por la erosión de las montañas adyacentes (Rodrigo 1996). Junto a su afluente el Vernissa (que nace en la vertiente septentrional de la sierra del Benicadell), es el Serpis el río más destacado de la red fluvial de la comarca, pues son los únicos que presentan un caudal continuo. Procedente del Comtat, el Serpis se abre paso entre las sierras de Ador y la Safor a través del Estret de l'Infern, conectando con pequeños conos de deyección al pie de la Serra de Marxuquera; en este llano, cerca ya de la desembocadura, meandriza entre sus depósitos formando una serie de terrazas (Fumanal 1986).
FIGURA 4. Desembocadura del río Serpis. Comarca de la Safor.
c) La Valí d'Albaida La Valí d'Albaida constituye un corredor intramontano de dirección SO-NE. Se trata de una unidad geomorfológica bien definida, configurada por las cuencas de los ríos Albaida y Pou Ciar o Clariano, y delimitada por una serie de montañas: la Serra Grossa al norte, y la sierra de Agullent-Benicadell al sur. Los alargados anticlinales que rodean el valle son forma-
ciones calcáreas cretácicas, que siguen las directrices bélicas características de toda esta zona; el fondo de este valle fue rellenado por un potente manto sedimentario constituido por margas azuladas y blancas miocenas, que están cubiertas por una capa más delgada de arcillas blancas del pontiense o plioceno continental.
CONSIDERACIONES PRELIMINARES
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FIGURA 5. Recorrido del río Clariano por la Canal de Bocairení y la Valí d'Albaida.
Estas tierras, ricas en nutrientes, poco permeables y que retienen mucho la humedad, son las más fértiles de todo el valle, aunque actualmente una numerosa red de barrancos muy encajados cubre todo los rincones de la comarca, tallando las margas del valle sinclinal (Soler 1996). Alrededor de esta unidad se disponen distintas comarcas naturales, lo que le otorga un carácter de núcleo de comunicación privilegiado entre ellas gracias a una serie de pasos: el Puerto de l'Alforí, que comunica el valle con la zona de transición hacia el Alto Vinalopó; el puerto de Bocairent u Ontinyent, que aprovecha la garganta tallada por el río Clariano para comunicar la Valí d'Albaida con la Vallera d'Agres y la de Beneixama; el puerto de Albaida, el camino más directo entre las montañas de l'Alcoiá y la llanura central valenciana; por último, en la comunicación hacia el norte debe señalarse el Estret de les A'ígues o de Bellús, por donde el río Clariano se abre paso para enlazar con el Canyoles en la desembocadura del corredor de Montesa (Aura et al. 1993). d) La Canal de Bocairent Aunque no constituye una unidad geomorfológica en sentido estricto, queremos señalar de forma independiente este corredor transversal que permite la comunicación entre el Alto Vinalopó y la Valí
d'Albaida, y, atravesando los importantes núcleos arqueológicos de Banyeres y Bocairent, constituye el límite más occidental del área de estudio. Este corredor se inicia en la zona del Alto Vinalopó, en el área sinclinal Villena-Bocairent donde nace este río y que, como es habitual en las estructuras orográfícas bélicas, presenta una dirección SO-NE; esta depresión queda enmarcada por la sierra de la Solana al norte y la de Fontanelles al sur, y se prolonga por el corredor de Beneixama y posteriormente en el estrecho paso por donde discurre la cabecera del río Clariano, que finalmente desemboca en la zona de la Valí d'Albaida. e) Los valls de la Marina Alta y la Marina Baixa Constituyen una unidad geográfica bien definida, limitada al norte por la zona de la Safor y la Valí d'Albaida, al oeste por los valles de l'Alcoiá y Comtat, y al sur por el llano del Camp d'Alacant. Como extremo nororiental de las alineaciones prebéticas, estas comarcas presentan una marcada dualidad entre la parte litoral y la zona montañosa del interior. La morfología del litoral está condicionada por la estructura tectónica, aunque también se ve afectada por la dinámica del oleaje, la acción cólica y las variaciones a largo plazo del nivel del mar, siendo una de las zonas en las que más pueden apreciarse las
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transformaciones desde momentos prehistóricos. Se alternan la prolongación de los pequeños humedales (como los presentes en la cuenca de deyección del río Serpis, o el abanico construido por la rambla de Gallinera y el marjal de Oliva-Pego), con altos y abruptos acantilados calizos (sinclinal del Montgó, Punta de Moraira), en los que se abren barrancos de fuerte pendiente en cuya desembocadura existen pequeñas calas (Roselló 1990). Es en esta zona donde se interrumpe un tránsito litoral que vertebraría toda la franja costera mediterránea: relieves como el del Montgó o la Punta de Moraira obligan a un cambio en la dirección del tránsito, que debe orientarse hacia los pequeños valles y barrancos que se adentran en el interior montañoso (como los del río Girona y Xaló/Gorgos) (Aura et al. 1993). En cuanto a la zona interior, presenta un relieve fragmentado en una secuencia de pliegues en dirección SO-NE, donde las alineaciones montañosas alternan con pequeños valles rellenos de margas burdigalienses. De norte a sur, esas alineaciones estructurales serían: las sierras de l'Amirall, Gallinera y Mostalla, que ciñen por el
norte el apretado sinclinal por el que discurre la rambla de Gallinera y el amplio valle de Pego, rellenos de margas miocenas y con una cubierta cuaternaria en las zonas más deprimidas; el arco formado por la Penya Foradá y las sierras de Migdia y Segária, al sur del cual se extiende el valle medio del río Girona, y hacia el interior los valls d'Alcalá y Ebo; la alineación de las sierras del Penyó de Laguart, Castell de la Solana y Montgó, con unos pliegues cuyos ejes se arquean en direcciones anómalas que condicionan el trazado del valle medio del río Xaló o Gorgos y del sinclinal de Xábia; las sierras del Carrascar de Parcent, del Ferrer y Bernia, adscritas ya claramente al dominio Prebético interno; las sierras de Aitana, Puig Campana y Orxeta, que separan el valle de Guadalest del litoral; y las sierras de la Grana y el Cabec.0 d'Or, en el límite con la comarca del Camp d'Alacant. En cambio, a partir del Puig Campana se inicia una topografía suave que va descendiendo a través de unos glacis encajados unos en otros para abrirse sobre las playas del litoral (Claver 1985; Costa 1985).
FIGURA 6. Litoral mediterráneo. Valles de la Marina Alta y Marina Baixa.
f) La Foia de Castalia La Foia de Castalia constituye una unidad singular de relieve, enmarcada por un triángulo de montañas que la aislan de la cabecera del río Serpis y el valle del Barxell-Polop al noreste (sierras de Biscoi y Mene-
jador); del corredor del Vinalopó al oeste (Sierra de Onil); y del Camp d'Alacant al sur (sierras del Maigmó y Penya Roja). Entre estas sierras se abren los corredores naturales que comunican con las comarcas inmediatas: la Canal de Ibi-Alcoi, hacia las
CONSIDERACIONES PRELIMINARES comarcas de l'Alcoiá y Comtat; el corredor de TArguenya, hacia el curso medio del Vinalopó; y el estrecho de Tibi, camino tradicional hacia la zona costera. A estos amplios corredores se suman algunos pasos más estrechos, como el puerto de Biar (hacia el corredor de Beneixama) o el Alt del Biscoi (hacia el
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valle del Barxell-Polop). El interior de la Foia está formado por una serie de glacis que bajan desde las sierras que la enmarcan hacia el centro de la depresión, donde se alternan los suelos sedimentarios de origen cuaternario y los suelos de margas miocenas, ambos de elevada capacidad agrícola (Piqueras 1996).
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FIGURA 7. Cabecera y curso medio del río Vinalopó y Foia de Castalia.
g) El corredor del Vinalopó
El cauce del río Vinalopó, con una longitud superior a los 80 Km, es un altiplano continental que se extiende en dirección NO-SE entre la zona de Almansa y el litoral mediterráneo, constituyendo desde la Prehistoria una importante vía natural de comunicación alrededor de un doble eje: su cabecera permite el fácil acceso a la Canal de Montesa (vía natural de comunicación entre la submeseta meridional y las comarcas centrales valencianas); mientras que a través de su curso medio enlaza con la Vega Baja y el llano del Camp d'Alacant, donde confluye con la desembocadura del Segura —salida natural de Murcia y la Alta Andalucía al Mediterráneo (Aura et al. 1993)—. La base tectónica de este cauce es un canal triásico, que une a lo largo de su recorrido varias cuencas intramontanas o unidades geomorfológicas bien
definidas (la cubeta de Villena o la de Elda-Petrer), y corta algunos valles (el valle de Pinoso Monóvar, el valle de La Algueña La Romana Novelda, el valle de los Hondones Aspe). De hecho, desde un punto de vista fisiográfico, el relieve de la comarca puede entenderse como una sucesión de valles y corredores de orientación SO-NE, separados por alineaciones montañosas, y cortados por el accidente tectónico y los afloramientos del trias. Su límite meridional está formado por la alineación de las sierras de Crevillente El Tabayá, un pliegue anticlinal de naturaleza calcárea que lo separa de la depresión prelitoral murciana en la que se inserta el curso bajo del río (zona de reciente formación, pues la mayor parte de su territorio no se vio libre de las aguas hasta el Cuaternario) (Matarredona 1985; Belando y Martínez 1995). Sin embargo, y a pesar de su relativa envergadura, el
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Vinalopó no llega a desembocar en el mar, desapareciendo en la zona pantanosa de la albufera de Elche; sin embargo, sus aportaciones sedimentarias originan
unos suelos aluviales de gran capacidad para la explotación agrícola (Gonzálvez 1977; Vera 1985).
FIGURA 8. Comarcas del Camp d'Alacant y Baix Vinalopó.
h) El Camp d'Alacant El relieve de esta comarca ofrece una evidente dualidad entre los espacios llanos del litoral y el relieve del interior montañoso. El litoral es un llano cuaternario de topografía irregular y grandes glacis al pie de las montañas que, a pesar de su escaso alzado (no más de 150 m), en ocasiones presentan fuertes pendientes. Desde esta llanura litoral se accede a los valles interiores de Agost, Xixona y Bussot, enmarcados todos por macizos de naturaleza calcárea que sobrepasan los 1000 m de altitud: el Maigmó, Penya Roja, Carrasqueta, sierra de la Grana y Cabego d'Or. En cuanto al litoral, ofrece una variada morfología donde alternan costas más o menos abruptas y rocosas con las playas bajas y arenosas. 3.2. CAPACIDAD DE uso DE LOS SUELOS Un factor que debe considerarse en todo estudio de poblamiento es el tipo de suelo, pues su litología, drenaje, pedregosidad y otros factores condicionan su potencial explotación —aunque, en cualquier caso, en última instancia ésta dependerá de las necesidades de sus habitantes, del modo de producción y de las técnicas de las que dispongan—. En el área estudiada
los suelos, muy diversos, están condicionados por su origen geológico; la litología, predominantemente caliza, y la accidentada topografía. Sobre esta capacidad actúan además otros factores, como la vegetación, el clima (temperatura y pluviometría) o la acción antrópica, lo que hace que presente grandes variaciones de una zona a otra. Por otro lado, y aunque las características del suelo son más estables que las de las formaciones biológicas que sustenta, hay que tener en cuenta los cambios que estos factores pueden haber provocado a lo largo del tiempo — teniendo en cuenta que intentamos reconstruir las características del medio físico entre el VII y el IV milenio cal. BC—. Uno de los factores más importantes de cambio sería precisamente la acción antrópica, de gran alcance si consideramos que se trata de un proceso prácticamente ininterrumpido desde la plena implantación de la economía de producción de base agrícola a lo largo de la prehistoria reciente, y especialmente con la intensificación que se produce en época medieval y moderna con la introducción del regadío en algunas áreas —sin contar con la intensa transformación antrópica que han sufrido algunas zonas en el último medio siglo—. Habría que considerar también factores como los cambios climáticos,
CONSIDERACIONES PRELIMINARES en la cobertera vegetal, etc., teniendo en cuenta los datos aportados por estudios paleoambientales. Generalmente se distinguen cinco clases, en función del tipo de suelo (Matarredona 1985) y su capacidad (Matarredona y Marco 1991; Antolín 1998): • Clase A) Suelos hidromorfos, cuya formación está ligada a la presencia de una capa de agua más o menos próxima a la superficie —generalmente por la presencia de un nivel freático permanente—. Localizados en pendientes planas o muy suaves, se caracterizan por el alto contenido en materia orgánica, la presencia de hierro en estado ferroso, su alta porosidad, la escasez de procesos erosivos y su baja pedregosidad, lo que les permite tener una elevada capacidad agrícola. Son los presentes en los conos de deyección de algunos ríos, y en zonas costeras como el antiguo marjal de Oliva-Pego. • Clase B) Suelos aluvio-coluviales, formados a partir de aportes de agua por el arrastre de sedimentos terciarios al fondo de los valles, y característicos por tanto de las llanuras aluviales. Se ubican fundamentalmente en los valles de inundación de los ríos, al ser formaciones edáficas elaboradas a partir de los depósitos cuaternarios debidos a procesos de denudación y depósito de las margas y calizas que conforman las vertientes confluyentes en esas áreas fluviales. Su interés agrícola es grande, pero debido a esto suelen ser también los más alterados por la acción antrópica —por su dedicación tradicional a los cultivos de huerta—; otros problemas añadidos serían su reducido
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espesor, su pedregosidad y el hidromorfismo. Es el tipo de suelo presente en las terrazas fluviales de la cuenca media del Serpis, y en algunos tramos de la Valí de Perputxent. • Clase C) Suelos pardo-calizos superficiales, desarrollados sobre sedimentos calcáreos (calizas cenozoicas, generalmente), y constituidos por rocas blandas o alternando con materiales de tipología más dura, como arenisca o conglomerados. Sobre su superficie suele formarse un horizonte de humus, de escasa potencia, fruto de una vegetación raquítica; se caracterizan además por su pedregosidad, su drenaje imperfecto y sus pendientes acusadas con severos riesgos de erosión. Por ello, su aprovechamiento depende de la topografía: forestal en zonas accidentadas (escamas tectónicas del NE de la cuenca) y con capacidad agrícola media en zonas llanas (espacios aterrazados de las cercanías de Alcoi, y en los valles rellenos de margas). • Clase D) Suelos pardo-calizos sobre material consolidado, desarrollados sobre material calizo, con un horizonte de humus que en lugares aislados puede llegar a alcanzar una cierta potencia. Su evolución se debe al lavado y acumulación de caliza en los niveles inferiores y liberación de óxido de hierro (evolucionando hacia un suelo rojo mediterráneo); o bien, de forma regresiva, por efecto de la acción antrópica (deforestación, pastoreo, roturación), hacia un suelo pardo calizo. Estos suelos están presentes en las laderas de los valles en zonas intramontanas de los valles de l'Alcoiá, en contacto con las máximas elevaciones
FIGURA 9. Tipos de suelos en la Valí d'Albaida, clasificados según su capacidad.
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y áreas de topografía más acusada. Su aprovechamiento depende de la topografía: capacidad media-baja cuando se localizan sobre margas en zonas de topografía más llana; dedicación eminentemente forestal o como pastos en las más escarpadas; y cultivo de olivo, vid y cereales en las zonas más protegidas de la erosión. Como variante pueden destacarse los suelos pardocalizos forestales, definidos por un gran desarrollo del horizonte de humus. Se localizan en zonas donde el incremento pluviométrico posibilita un aporte orgánico superior, permitiendo el desarrollo de una vegetación frondosa. Es el suelo típico de los bosques de encina (actualmente, sólo presentes en el Carrascar de Alcoi). • Clase E) Suelos de erosión, representados por los litosuelos, y generalmente asociados a suelos pardocalizos sobre material consolidado. Son típicos de áreas montañosas, con vertientes acusadas cuya inclinación impide la presencia de un suelo más profundo. Por su dureza (su naturaleza suele ser pétrea) impiden el desarrollo de una cobertura vegetal y su rendimiento agrícola es muy bajo, limitándose su aprovechamiento al forestal. Este tipo de suelo está presente en las zonas de máxima cota de las alineaciones montañosas, con pendientes superiores al 45 % y un alto grado de erosión. En cuanto a su capacidad de uso, se establece una clasificación de acuerdo con potencialidad decreciente que oscila entre A y E; siendo A los suelos margosos de mayor capacidad agrícola y D-E litosuelos desnudos situados en las partes más elevadas de las montañas, los menos adecuados para la explotación agrícola (Antolín 1998). En cualquier caso, sobre los tipos de suelos presentes actualmente en el área de estudio hay que tener en cuenta que en el Neolítico esta zona estaría mucho menos degradada y antropizada, por lo que su potencial capacidad de uso sería diferente (posiblemente, en todos los casos, algo más elevada). Por ello, debemos valorar en su justa medida la información que este elemento proporciona, que únicamente podemos emplear como estimación de referencia. 3.3. DATOS PALEOAMBIENTALES No debemos olvidar que el paisaje vegetal y climático descrito, aunque sea sólo brevemente, corresponde a la realidad actual de una zona muy antropizada. Una aproximación a las características que presentaría la cuenca del Serpis entre el VII y IV milenio cal. BC, necesaria para una mejor comprensión del poblamiento en esa época, puede realizarse a través de los estudios sedimentológicos, polínicos y antracológicos realizados para algunos yacimientos o comarcas, que permiten matizar las apreciaciones actuales. Por ellos sabemos que los cambios climáticos desarrollados con el Holoceno, con la progresiva elevación del nivel del
mar, provocaron unas variaciones en la línea de costa que sin duda condicionaron la distribución del habitat en toda la zona estudiada en momentos prehistóricos. El cambio más importante debió producirse de la mano de la trasgresión marina Flandriense, cuyo momento culminante se sitúa entre el 6000-5000 BP. Ésta supuso la superación de la línea costera en muchos puntos, con la invasión por el mar de zonas antes habitables, y la formación de playas en las cotas inferiores. Ya en el Holoceno superior, un ligero descenso del nivel del mar, junto a unas condiciones climáticas más estacionales, favorecieron la creación de nuevas formaciones de restinga y marjal en las áreas de costa baja flandrienses. Será este paisaje, creado alrededor del 2500-2000 BP, el que se mantenga con ligeros cambios hasta la actualidad (Fumanal et al. 1993). Como veremos, este avance y posterior retirada del mar en la zona impondrá serios condicionantes a los modelos de poblamiento e incluso la funcionalidad de los yacimientos neolíticos conocidos. En cuanto a la cobertera vegetal, su carácter dependiente del clima, la edafología y la acción antrópica, hace que sea uno de los elementos que más han variado desde inicios del Holoceno, si bien los especialistas suelen coincidir en que es en este momento cuando se conforma la vegetación que más o menos alterada es el antecedente de la actual, el bosque esclerófilo mediterráneo (Marco 1988). Las causas principales de esta alteración serán las condiciones climáticas y antrópicas: por un lado, la evolución climática holocena hacia una mayor aridez; por otro, la cada vez mayor huella del hombre en el entorno que le rodea —teniendo en cuenta que ésta es, entre otros factores, directamente proporcional a la demografía, la tecnología, y sobre todo el tiempo y modo de ocupación (Badal 1999)—. Estudios antracológicos realizados para algunos yacimientos de las comarcas estudiadas han permitido seguir el proceso de degradación del paisaje vegetal que se produce en la zona desde mediados del VI milenio cal. BC. Así, frente al paisaje anterior a esta fecha, dominado por un bosque mediterráneo (con distintas especies: Quercus ilex, Quercus faginea ssp. valentina, Quercus coccifera)9, a partir de estos momentos se produce una evidente degradación de esta formación, en gran medida como efecto de la acción antrópica, con la tala o quema del bosque en busca de pastos y tierras de cultivo (Vernet et al. 1987; Dupré 1988). Esta degradación se evidencia por la apertura de la vegetación y el avance de formaciones secundarias, como el Pinus halepensis y un matorral de maquis y garrigas, que son dominantes ya en el horizonte Neolítico II, si bien en algunos yacimientos 9
Evidenciado por análisis realizados en yacimientos de la zona como el Tossal de la Roca (Valí d'Alcalá), donde ya desde el nivel IIB, datado en el 9000-8500 BP, los porcentajes de Queráis ilex-coccifera comienzan a ser dominantes frente al pino, la especie más extendida en el Tardiglaciar (Cacho et al. 1995; Dupré 1988).
CONSIDERACIONES PRELIMINARES se mantiene el aprovechamiento del carrascal hasta el IV milenio BC (Bernabeu y Badal 1990; Bernabeu et al. 1993; 1994); la pervivencia del carrascal hasta esos momentos, documentada en algunos yacimientos de llanura, se explica por ser ésta la primera ocupación de esas zonas de valle, que aún no están afectadas por la degradación antrópica; mientras que los altos niveles de Quercus ilex-coccifera en los análisis antracológicos de esos yacimientos evidenciarían el inicio de la tala sistemática del carrascal para abrir nuevos campos de cultivo y pastos (Badal, en Bernabeu et al. 1993; Badal 1999). Así, el paisaje alrededor de las zonas de habitat a partir del IV milenio BC sería abierto, con pinos dispersos y algunos caducifolios en las zonas (no roturadas) de mayor humedad edáfica. A esto deben sumarse algunas especies propias de la vegetación de ribera, aunque débilmente representadas en los yacimientos: fresno (Fraxinus), sauce (Salix), laurel (Laurus nobilis), y probablemente cañas (Monocotilecloneae] (Badal 1997; 2002). Este paisaje vegetal coincidiría con el presente en las zonas litorales. Así, en la Cova de les Cendres (Teulada) se documenta, a partir del Neolítico IB y sobre todo en momentos del Neolítico IC - Neolítico II, un aumento de la curva del Pinus halepensis como reflejo de la expansión de una formación secundaria de pinos frente a la degradación del antiguo carrascal por el desarrollo de la actividad agrícola; y, durante el Horizonte Campaniforme de Transición, la sustitución de este pinar por un matorral muy degradado de Rosmarino-Ericion (Badal 1997; 2002). Estos datos pueden contrastarse con estudios palinológicos y sedimentológicos, que confirman para estas fechas la existencia de un paisaje abierto y degradado (frente al mayor equilibrio y estabilidad de la cobertera edáfica y vegetal de las vertientes que caracteriza al período Atlántico, y que se debía tanto a las favorables condiciones climáticas de este momento como a la ausencia de una acción antrópica destacada). La reactivación de los procesos denudativos de las vertientes se producirá tras el episodio suave que supone el Atlántico, con el desmantelamiento de los suelos y su transporte al fondo de los valles en el marco de unas condiciones semiáridas y con mayores contrastes estacionales, y sobre todo debido al aumento de la presión antrópica sobre el medio. Por ello, estos procesos serán especialmente visibles en las inmediaciones de los habitáis humanos, donde la degradación de la cobertera vegetal de las vertientes por las labores de pastoreo o los incendios (para lograr zonas de pastos) provocará que éstas sean cada vez más vulnerables a los procesos de erosión. La culminación de este proceso puede apreciarse actualmente, con vertientes de roca descubierta, desprovistas de cualquier tipo de suelo y con una vegetación rala. Por otro lado, estos procesos denudativos contribuyeron al relleno y colmatación de los fondos de valle y antiguos espacios lagunares y albuférenos; la enorme bio-
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diversidad de estos ecosistemas, alimentados por las aguas vertidas desde las sierras que los rodean, favorecerán la instalación humana en estas áreas (Fumanal y Calvo 1981; Fumanal 1986; Dupré 1988). Debemos atender, por tanto, al panorama que distintos estudios contribuyen a apuntar para el período analizado, diferente en bastantes aspectos del que puede contemplarse actualmente, y por tanto con distinta habitabilidad y posibilidades de explotación. Un ejemplo patente de la importancia de estos cambios sería la modificación que se ha producido en algunos yacimientos situados en las terrazas del Serpis como consecuencia de la dinámica fluvial de la zona desde el Holoceno, en la que destaca una fuerte erosión regresiva hacia la cabecera de los cursos de algunos de sus barrancos tributarios. La acentuación de los procesos erosivos, favorecidos tanto por los cambios climáticos como por la huella en el paisaje de las actividades humanas, provocará una acentuación de los perfiles de los cursos fluviales; los barrancos se encajarán profundamente en las margas miocenas, dejando entre sí zonas llanas pero quebrando la unidad de plataformas fluviales anteriores. Como resultado de este proceso, se dejan en una posición bastante inestable zonas antiguamente ocupadas, que debieron de ofrecer en su momento de uso una topografía más regular y favorable. Es el caso de asentamientos como Niuet o Jovades, situados en lomas de topografía algo elevada que buscan sin embargo la cercanía al lecho fluvial, pero cuya extensión y acceso al antiguo trazado del Serpis era sin duda diferente a la que presentan actualmente. O el de la zona de Les Puntes, que desde finales del Mioceno funcionaría como una única cubeta endorreica donde no existirían los barrancos que pueden observarse actualmente, sino cauces poco desarrollados que alternarían con humedales de pequeña extensión localizados en las zonas más deprimidas; en cambio, actualmente los barrancos aparecen mucho más incididos, habiendo desaparecido depósitos intermedios de menor altura que facilitarían un acceso al río que ya no parece tan fácil —al tiempo que se fragmentan zonas donde en momentos anteriores existiría un poblamiento uniforme (Fumanal, en Bernabeu et al. 1993; 1994; Fumanal y Ferrer 1992)—. Estos cambios son especialmente destacados en la zona litoral, donde las variaciones en la línea de costa producidas en momentos del Holoceno inferior y medio por sucesivas transgresiones marinas, y la extensión de las zonas albufereñas y de marjal, sin duda actuaron como un condicionante de primer orden en la distribución del poblamiento en la zona. Así, se ha constatado un vacío de poblamiento en las cotas inferiores a los 100 m en la zona de la Safor entre 7000-5000 BP, durante el máximo transgresivo flandriense, que obliga a desplazar los asentamientos de estos momentos a las primeras estribaciones montañosas a partir de esa cota (Fumanal et al. 1993; Fumanal 1997). Algo más al sur, las variaciones en la línea de costa han sido estudiadas
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también en el entorno del yacimiento de la Cova de les Cendres (Teulada), donde, en momentos de la primera ocupación neolítica (entre 5650-5570 y 4960-4810 cal. BC), el mar se encontraba 30 ni por debajo de su nivel actual. Así, no sólo el territorio continental del asentamiento sería mayor (teniendo en cuenta que esta cueva se abre hoy en un acantilado que cae sobre el mar), sino que frente a él existía una amplia y llana franja costera que podría haber sido puesta en cultivo, tanto por la potencialidad del suelo como por la posibilidad de controlar los cultivos desde el yacimiento (Badal 2002: 138); al mismo tiempo, la cercanía del mar permitía el aprovechamiento intensivo de los recursos pesqueros y marisqueros. Esta situación, sin embargo, se verá progresivamente modificada durante la trasgresión flandriense con el acercamiento del mar y la agudización del carácter abrupto de la ladera del yacimiento, dificultando el acceso a la playa y condicionando sin duda un cambio progresivo en la orientación económica del yacimiento —ante las repetidas inundaciones de agua salada de la zona de cultivo y la mayor dificultad de acceder a los recursos marinos—; en este sentido, debe recordarse su uso como cueva redil al menos desde el horizonte Neolítico HA, uso que será exclusivo en momentos campaniformes (Bernabeu et al. 2001; Badal 2002). Por último, ya hemos señalado que otro aspecto en el que se han producido variaciones destacadas desde momentos neolíticos hasta la actualidad es en la cobertura vegetal. Sobre este aspecto, debemos señalar que los estudios realizados son muy generales, basados en la información obtenida a partir de columnas polínicas en una serie reducida de yacimientos de la zona (cf. Dupré 1988); por tanto, aunque de forma general permitan crear una idea de los cambios que se producen en el paisaje con la puesta en marcha de un sistema de producción agrícola, a pequeña escala su valoración e inclusión en análisis espaciales es más difícil. 4. MARCO TEMPORAL. EL NEOLÍTICO: ORIGEN Y CONSOLIDACIÓN DE LA ECONOMÍA DE PRODUCCIÓN Cuando hablamos de Neolítico nos referimos, por un lado, a un período histórico caracterizado por una serie de transformaciones en la ideología y modo de vida de los grupos humanos, entre las que destacan especialmente la adopción de una economía de producción basada en la agricultura y la ganadería y la disolución del orden igualitario de las sociedades primitivas; período que cronológicamente sería posterior a las etapas Epipaleolítico - Mesolítico (que engloban a los últimos grupos con un modo de subsistencia predador, aunque dentro de éstos encontramos situaciones muy diversas en función de su modo de explotación y gestión de los recursos silvestres). Por otro lado, también se definen como neolíticos aquellos contextos caracterizados por la presencia de ciertos indicadores arqueológicos: rasgos técnicos como la
cerámica y piedra pulida, lugares de habitación permanentes o semipermanentes, y evidencias de actividad económica productiva (especies vegetales y animales domésticas, utillaje agrícola, etc.). Estos elementos pueden aparecer de forma simultánea, pero también es frecuente clasificar como neolíticos aquellos contextos arqueológicos en los que sólo aparece alguno de ellos (Vicent 1988: 11). Por último, en su consideración como período histórico, tradicionalmente se ha planteado que presenta una división tripartita (antiguo, medio y final), siendo la primera fase la que ha concentrado mayores esfuerzos por parte de los investigadores: cuándo, dónde, cómo y por qué comienzan a existir los rasgos característicos de este período —es decir, el proceso de neolitización—. El concepto cronológico de Neolítico, tal como fue establecido a principios del siglo XX dentro de la escuela del historicismo cultural, es el de un período definido de forma monolítica por la aparición de una serie de innovaciones económicas (agricultura, ganadería) y técnicas (cerámica, piedra pulida); se reúnen así criterios de distinto tipo (económicos, tipológicos y también ideológicos), que además desde estos momentos recibirán distinto peso en función de la posición teórica desde la que se aborde la cuestión. Por otro lado, dado el carácter heterogéneo de la definición, se deja abierta la posibilidad de que estos elementos no aparezcan de forma simultánea, sin que la presencia aislada de uno de ellos garantice la aparición de los demás; esto se refleja en las variaciones regionales del proceso, que indican que lo que denominamos proceso de neolitización es sólo una categoría abstracta, y no una realidad contrastada. De esta manera, debe considerarse que, si bien la domesticación de plantas y animales es un proceso biológico, su conversión en un modo de vida dominante necesariamente se produce en un contexto social y cultural concreto, que afecta tanto a la esfera económica y material como a la social e ideológica de los grupos que se ven envueltos en él, y cuyos límites cronológicos y características (el modo en que estas innovaciones se difunden y la actitud del sustrato indígena hacia su introducción) variarán en función de cada zona. La visión dominante desde mediados del siglo XX sobre el proceso de neolitización en el Mediterráneo Occidental, establecida dentro de un contexto historiográfico evolucionista y difusionista, señala la expansión desde un foco en el Próximo Oriente de los grupos humanos portadores de una nueva economía y cultura material y su instalación en distintos puntos del litoral mediterráneo y el continente europeo, previamente habitados por grupos epipaleolíticos locales; designación que ya implica un mantenimiento del modo de vida propio del Paleolítico Superior, frente a las prácticas de recolección intensiva y especializada, almacenamiento y gestión a largo plazo de los recursos que caracterizarían a los grupos mesolíticos (en proceso de transformación autónoma hacia una economía de producción). Siguiendo una concepción uni-
CONSIDERACIONES PRELIMINARES lineal de la evolución de los grupos humanos, donde la agricultura y ganadería se considera una actividad económica innatamente superior, estos grupos locales de cazadores-recolectores se mostrarían pasivos ante un proceso inexorable de sustitución étnica, en el que su única opción sería verse desplazados (se habla así de grupos retardatarios localizados en nichos ecológicos periféricos y no aptos para la producción agropecuaria) o asimilados / aculturados por los nuevos pobladores (adaptándose a un nuevo modo de vida que se considera económicamente más ventajoso). Sin embargo, esta visión ha sido puesta en duda en las últimas décadas en el marco de un constante debate acerca de dos cuestiones principales: el cómo y el porqué del cambio cultural. Así, se ha producido una separación de posturas entre aquellos que postulan una difusión démica (migracionistas) y los defensores de la adopción indígena (indigenistas), y también en relación con las posibles causas de todo el proceso. Actualmente, de la mano de un mayor reconocimiento de la complejidad socioeconómica de las poblaciones epipaleolíticas y mesolíticas europeas, de la eficiencia de sus estrategias de adaptación y explotación del medio y de su rol activo en este proceso de transición, se plantean nuevas visiones sobre el proceso de neolitización: visiones que afectan a los componentes del proceso (si constituyen un bloque monolítico o se introducen a distinto ritmo); la velocidad de su expansión (gracias al uso de las dataciones absolutas); el modo de difusión de las novedades y el papel de las poblaciones locales en su adopción; y los propios conceptos de neolítico y el modo de vida que lo define. La transición a la economía de producción es un proceso económico que supone el paso de la dependencia de recursos biológicamente salvajes a recursos biológicamente domésticos; cuyo origen, además, se encuentra fuera del continente europeo (los agriotipos proceden de la zona de Anatolia y Próximo Oriente). Su identificación en el registro arqueológico presenta problemas de distinto tipo: tafonómicos (mezcla de los depósitos estratigráficos); identificación de las especies domésticas; y valoración cuantitativa de su representación dentro de la economía de cada yacimiento o grupo cultural. Sin embargo, estos elementos constituyen únicamente indicadores arqueológicos, cuya reunión explícita y ordenada ha sido establecida por los investigadores para poder definir un marco cronológico de trabajo; pero esto no define también un marco conceptual, pues al margen de estos indicadores arqueológicos la construcción de los diversos modelos explicativos sigue dependiendo del encuadre ideológico y teórico del investigador (cf. Vicent 1988; Hernando 1999a y b). Pero, además, debe considerarse que esta transición se produce dentro de un marco cultural, social e histórico determinado: el denominado proceso de neolitización, que no sólo comprende los cambios que se dan en la esfera económica y mate-
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rial, sino también aquellos que afectan a la ideología y organización social, donde con más claridad puede observarse la ruptura con el modo de vida cazadorrecolector, y que no se dan de forma simultánea en todas partes (Vicent 1998; 1991a). De hecho, existen múltiples ejemplos etnográficos conocidos donde ni la producción de alimentos ni la presencia de elementos técnicos como la cerámica o la piedra pulida, aunque puedan tener un papel significativo en la economía de los grupos, implican necesariamente el desarrollo de un sistema social y económico más complejo (cf. Johnson y Earle 2003). Por el contrario, el proceso de neolitización del continente europeo constituye un fenómeno que abarca distintos procesos dentro de este marco amplio de difusionismo (ruptura) e indigenismo (continuidad); un fenómeno con múltiples facetas y componentes, susceptibles todos ellos de una enorme variabilidad regional en cuando a la forma de llegada y ritmo de adopción de las innovaciones. Actualmente, el inicio del Neolítico como período histórico en el Mediterráneo Occidental se define por la presencia de cerámica cardial y las primeras especies animales y vegetales domésticas (todas ellas de origen Próximo-Oriental) en la base de la secuencia estratigráfica de una serie de yacimientos habitados por primera vez o tras un largo hiatus en su ocupación, en el intervalo comprendido entre 5900-5500 cal. BC (Zilháo 2001). Desde un punto de vista difusionista, se plantea que la aparición de estas innovaciones tecnológicas y económicas (aunque en distinta medida según las zonas) supondría el inicio de un proceso de ruptura con la secuencia evolutiva interna de las poblaciones locales de cazadores-recolectores, dentro de un proceso de expansión mediterránea de un nuevo complejo económico y material, y sobre todo un nuevo orden social e ideológico, basado en el sometimiento al ciclo agrícola y una mayor fijación al territorio. Desde un punto de vista indigenista, por el contrario, se plantea la llegada de las innovaciones mediante difusión cultural, a través de redes de intercambio previamente establecidas entre las poblaciones locales del continente. Al mismo tiempo, frente a estas visiones más homogéneas del proceso, cada vez más autores plantean que el concepto de Neolítico no sería más que una etiqueta útil, que no englobaría un fenómeno unitario sino muchas y distintas adaptaciones, y no todas necesariamente asociadas a una ruptura respecto a etapas anteriores en cuanto a estrategia económica y pautas de asentamiento y/o movilidad (cf. Whittle 1996). Considerando que esta transición se produce dentro de una pluralidad de marcos culturales, sociales e históricos, parece más adecuado hablar de procesos que de proceso de neolitiztición. De esta manera, el caso de las tierras centro-meridionales del País Valenciano sólo sería una de las distintas posibilidades existentes dentro del contexto mediterráneo y también en la Península Ibérica.
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4.1. EL INICIO DEL PROCESO DE NEOLITIZACIÓN
Antes incluso de que V. Gordon Childe estableciera en 1920 el concepto de Revolución Neolítica, distintos han sido los modelos que han intentado explicar el origen de la domesticación de animales y plantas, así como su proceso de expansión. Así, ya en 1908 R. Pumpelly sugirió los oasis como foco para la domesticación en el Próximo Oriente durante la fase de desecación que caracterizaría el final del Pleistoceno, recurriendo por primera vez al cambio climático como condicionante principal del proceso (citado en Price 2000: 309). A lo largo todo el siglo XX, distintas explicaciones causales resultarán de la investigación acerca de los orígenes de la agricultura; mientras las primeras abundaban en factores externos a las sociedades epipaleolíticas, en las últimas décadas se ha producido un cambio en la óptica, que pasa a dirigirse de los condicionamientos tecno-económicos y medioambientales a los factores internos: los cambios sociales o ideológicos producidos en el seno de estas sociedades. En cuanto a la expansión de las innovaciones neolíticas, las distintas teorías desarrolladas pueden catalogarse en tres grandes grupos: la teoría clásica o de las migraciones, basada en la difusión démica, que defiende la colonización mediterránea desde un foco en el Próximo Oriente y el desplazamiento o aculturación de las poblaciones epipaleolíticas locales; las teorías indigenistas, que defienden la posibilidad de una difusión cultural de ideas y prácticas que no implique necesariamente el movimiento de poblaciones, y el rol activo de las poblaciones locales de cazadores-recolectores en la adopción de las innovaciones que integrarían en sus propias estructuras socio-económicas; y las teorías poligénicas, que defienden la existencia de múltiples focos de neolitización, con procesos de domesticación autónomos de distintas especies animales y vegetales. a) Origen del cambio Los primeros estudios sobre el origen del modo de producción agropecuario partirán de la consideración de sus evidentes ventajas económicas, siendo un estadio superior al que automáticamente deberían dirigirse todos los grupos humanos si las circunstancias ecológicas eran favorables y su nivel técnico y cultural lo permitía. En la base de estas posturas podemos reconocer un idealismo que asume que el progreso técnico se produce gracias a la progresiva madurez de los grupos sociales, y esta idea determinará tanto las concepciones evolucionistas unilineales como las tesis difusionistas del particularismo histórico (Vicent 1988: 12-13). En cambio, posteriores aproximaciones asumirán que la puesta en marcha y mantenimiento de un sistema de producción de base agropecuaria requiere mayor inversión de trabajo que las actividades predadoras, por lo que no podía asumirse sin más datos su superioridad económica. Este reconocimien-
to, paralelo a una más justa valoración de la eficiencia de las estrategias de adaptación y explotación del medio de los cazadores-recolectores, hacía necesario buscar una causa externa para el cambio: un desequilibrio entre población y recursos en la zona del Próximo Oriente (debido a cambios climáticos o al crecimiento demográfico de los grupos) que obligaría a buscar nuevos sistemas para intensificar la producción (Binford 1968; Cohén 1977). Estos cambios climáticos que se dieron en la transición Pleistoceno/ Holoceno también han sido en ocasiones citados como posibles causas para el éxito de la expansión de la agricultura en el continente europeo (Jarman et al. 1982); sin embargo, en este caso la variedad de ecosistemas del continente, y el hecho de que el proceso de neolitización abarque más de tres milenios en la historia de poblaciones muy diversas, hace más difícil la búsqueda de condicionamientos medioambientales en la explicación del proceso. Por otro lado, desde los años 70 del siglo XX, de la mano de la mencionada revalorización de la eficiencia de las estrategias adaptativas de los cazadoresrecolectores epipaleolíticos, surgirán nuevos modelos interpretativos donde las causas del cambio se buscan en factores internos: los cambios sociales e ideológicos producidos en el seno de las poblaciones de cazadores-recolectores en la transición del Pleistoceno al Holoceno. Así, algunos autores han señalado como causa para el cambio un incremento en la tensión social y competencia por el poder en el seno de las poblaciones epipaleolíticas; en esta lucha por la acumulación de bienes, la adopción de la economía de producción sería un medio para garantizar la preeminencia, pues como sistema de producción es más intensivo y a largo plazo garantiza mayor estabilidad que la caza (cf. Bender 1978). Estos planteamientos vuelven a abundar en una visión más compleja de la realidad socio-económica de las sociedades de cazadores-recolectores, aunque han sido criticados por asumir que las sociedades son por naturaleza competitivas y por la ausencia de datos en el registro que puedan confirmar la existencia temprana de desigualdades, liderazgos, alianzas y redes de intercambio entre los grupos epipaleolíticos. Sin embargo, frente a la tradicional visión igualitaria de las sociedades aldeanas, distintos autores han señalado cómo ya entre algunos grupos del Neolítico más temprano pueden apreciarse evidencias de desigualdades sociales (reflejadas en el distinto tamaño de las viviendas, la distribución de materiales exóticos, y los propios rituales funerarios); así los megalitos, generalmente considerados enterramientos comunales e igualitarios, estarían en realidad destinados a un número limitado de individuos o linajes (cf. Price 2000: 313). Otros autores, por el contrario, sugieren que los cambios se habrían producido originalmente en la esfera ideológica. Estos autores consideran que el Neolítico no es sólo un modo de producción sino fundamentalmente una construcción cultural y simbólica,
CONSIDERACIONES PRELIMINARES basada en una ideología radicalmente opuesta a la de los grupos de cazadores-recolectores. Estas hipótesis hacen hincapié en los cambios en la percepción del entorno que necesariamente deben acompañar a las restricciones impuestas por la adopción de la agricultura como modo económico predominante: sedentarización, mayor inversión de trabajo y sometimiento a un ciclo reproductivo de rendimiento diferido. Así, autores como I. Hodder se basan en la oposición conceptual cultura/naturaleza para defender la existencia de una domesticación social de las comunidades, previa a la domesticación económica de especies vegetales y animales (Hodder 1990). Una interpretación similar puede verse en los estudios de J. Cauvin, quien defiende que el desarrollo en el Próximo Oriente de un nuevo modo de vida basado en la producción agrícola y ganadera respondería a la puesta en práctica de una ideología cuyo origen puede remontarse hasta el 9500 BC, por lo que existiría una voluntad de cambio subyacente a todo el proceso (Cauvin 1994). Sin embargo, este tipo de teorías han sido criticadas por el carácter relativista y difícil de contrastar con el registro arqueológico que en general presentan los enfoques interpretativos, y porque además no proporcionan una explicación satisfactoria sobre el origen de la domesticación de animales y plantas. Aunque también puede decirse que el principal aporte de todas aquellas hipótesis centradas en los aspectos sociales e ideológicos del proceso de neolitización sería su contribución a enriquecer sus matices explicativos, superando definiciones basadas únicamente en parámetros medioambientales y economicistas. b) Difusión de las innovaciones También podemos encontrar diversas posturas respecto a la difusión de las innovaciones técnicas y económicas que definen el Neolítico en el continente europeo. • Hipótesis migracionistas La teoría clásica de la migración asume que, una vez asimilada la economía de producción entre las poblaciones del Próximo Oriente, estos grupos se expandirían a nuevas zonas desplazando o absorbiendo a los grupos locales en un inexorable proceso de colonización. Estas teorías de la difusión démica parten de tres supuestos básicos: minimización del papel de las comunidades locales de cazadores-recolectores en el proceso de neolitización; reconocimiento de una discontinuidad en las pautas de poblamiento e industrias entre el Epipaleolítico y el Neolítico; y falta de solapamiento (o muy breve) entre los últimos cazadores y las primeras comunidades de economía productora. La velocidad y características de este proceso de difusión démica han sido incluso simuladas según el Wave of advance model: un modelo matemático que mide la velocidad de una emigración local desde un foco a medida que el crecimiento demográfico y el
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agotamiento de los suelos lo hiciera necesario, en radios creados a una velocidad constante; por tanto, el modelo en sí no plantea que esta expansión responda a un proceso de colonización planificada, y se limitan a establecer que se trata de un movimiento lento pero continuo de expansión de pequeños grupos en tramos de corta distancia (cf. Ammerman y Cavalli-Sforza 1984). Sus autores admiten como únicos factores de distorsión del modelo que la velocidad del avance no fuese constante en todo momento (podría verse facilitado en el Mediterráneo por el uso de embarcaciones, y ralentizado en el continente por la presencia de obstáculos topográficos), así como la posibilidad de un modo de difusión cultural en algunos puntos (movimiento de objetos y no de personas); en cambio, apoyan la veracidad de esta simulación en las afinidades genéticas que muestra el análisis de los grupos sanguíneos en las poblaciones europeas actuales. Sin embargo, este modelo ha suscitado un buen número de críticas. En primer lugar, aunque parece que la evidencia genética no niega la existencia de un pequeño número de inmigrantes en el inicio del proceso de difusión de la agricultura, en ningún caso este porcentaje permitiría hablar de un proceso de sustitución étnica de unas poblaciones por otras (cf. Price 2000; Chikhi et al. 2002). Por otro lado, algunos autores han criticado la falta de correspondencia del modelo con las características de la expansión que muestra el registro arqueológico: el escaso margen de variación entre las dataciones procedentes de yacimientos en puntos tan distantes como Italia y Portugal mostrarían que la expansión fue más rápida de lo calculado, y que además iría dejando grandes vacíos entre distintos núcleos; además, el traslado a nuevos lugares se produciría siempre antes de que existiese una saturación demográfica en los puntos de origen, por lo que no podría aducirse la presión demográfica o social como causa del avance (cf. Zilháo 2001). Por ello, como variante del modelo de "ola de avance", en los últimos años se ha propuesto para el ámbito del Mediterráneo occidental el mecanismo del Maritime pioneer colonization (Zilháo 1993; 1997; 2000; 2001): un fenómeno de difusión démica no gradual sino puntual, caracterizado por el movimiento de pequeños grupos de colonos mediante una navegación de cabotaje y su instalación en pequeños enclaves en zonas deshabitadas (o sólo marginalmente explotadas), entre núcleos de población epipaleolíticos. La falta de competencia y de incentivos mutuos permitiría en estas zonas una convivencia pacífica entre ambos modos de vida durante unos 500 años, manteniéndose inalteradas durante todo este tiempo unas claras diferencias entre ambos en cuanto a pautas de poblamiento, cultura material, hábitos alimenticios y prácticas funerarias. Sin embargo a largo plazo, dada la mayor capacidad de crecimiento demográfico de los grupos de agricultores, éstos irían asimilando a los grupos vecinos de cazadores-recolectores. Este modelo pretende justificar la sincronía de las elevadas data-
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ciones absolutas de los primeros yacimientos neolíticos en todo el ámbito del Mediterráneo occidental; al defender la existencia simultánea de todos los componentes del paquete neolítico (cerámica y especies domésticas, pero también sistema económico, ideología y simbología) desde el primer momento en que se registra la llegada de estos colonos, así como una ruptura y dualidad en el registro arqueológico entre ambos grupos de población. Por último, otra serie de críticas procede de los autores que defienden un rol más activo de los grupos epipaleolíticos en el proceso de neolitización, cuestionándose la capacidad de las poblaciones de agricultores y ganaderos para desplazar a las poblaciones locales de cazadores-recolectores (Dennell 1985). O se presta atención a la diversidad de modelos regionales que muestra el proceso de transición a la economía de producción en el continente europeo; así, aunque en algunas zonas la desaparición de las comunidades locales de cazadores-recolectores se dio en un breve lapso de tiempo, en otras zonas existen evidencias de continuidad de las poblaciones epipaleolíticas durante varios milenios, conviviendo los grupos de cazadoresrecolectores en zonas cercanas a las ocupadas por sociedades agro-pastorales neolíticas hasta la Edad del Bronce o incluso Hierro (cf. Zvelebil 1986; 1989; Zvelebil y Lillie 2000, para las zonas septentrional y oriental del continente europeo). • Hipótesis indigenistas Como alternativa a estos modelos explicativos basados en la difusión démica de poblaciones se han desarrollado hipótesis que defienden una difusión de las innovaciones económicas, ideológicas y materiales que caracterizan al Neolítico sin necesidad de recurrir al movimiento de poblaciones. De esta manera, se plantea la existencia de una continuidad entre el Epipaleolítico y Neolítico que sería apreciable en distintos aspectos (pervivencia de las tradiciones geométricas en la industria lírica, mantenimiento de los patrones de asentamiento), y una aculturación selectiva por parte de los grupos de cazadores-recolectores, que no variaría de forma significativa sus modos de vida. De esta manera, estos modelos defienden una visión más compleja de la realidad social y económica de los cazadores-recolectores, basándose en estudios como el de Testart (1982). Éste plantea que el desarrollo de un incipiente grado de sedentarización, aumento demográfico y desigualdad social no debe necesariamente ligarse a la existencia de una economía de producción, sino que puede desarrollarse a partir de una economía de almacenamiento como la que se da entre algunos grupos de cazadores-recolectores. Este modelo, aunque desarrollado sobre poblaciones ajenas al continente europeo, está encaminado a demostrar que existe mucha mayor variabilidad de la que tradicionalmente se considera en las adaptaciones posibles dentro del espectro de una economía de caza y recolección. Reconoce así, junto a grupos nómadas
o semi-nómadas que consumen los recursos de forma inmediata, la existencia de grupos sedentarios de cazadores-recolectores complejos, que habrían desarrollado sistemas de almacenamiento estacional a larga escala de recursos salvajes (en aquellas zonas donde éstos fueran abundantes pero estacionales y los grupos sociales dispusieran de técnicas que permitieran su recolección y almacenamiento de forma eficiente). La existencia de este excedente, acumulado de forma individual, no sólo supondría una ruptura en la reciprocidad y el inicio de desigualdades sociales, sino que permitiría el establecimiento de unas redes de intercambio en las que determinados productos podrían actuar como elementos de prestigio (Testart 1982). En este sentido, los defensores de modelos indigenistas para el continente europeo plantean en la base del proceso de neolitización una mayor complejidad socio-económica de las poblaciones locales de cazadores-recolectores, fruto de su propia evolución y adaptación al medio. Se defiende que la adquisición e integración de los distintos componentes del Neolítico se habría producido en términos de continuidad, a medida que estos grupos considerasen necesarias determinadas innovaciones, y a través de rutas de intercambio a larga distancia que ya serían operativas en el Epipaleolítico, sin que ello supusiera cambios inmediatos en su modo de vida; manteniéndose en cambio indiferentes hacia otros elementos que, como la plena economía de producción y el modo de vida aldeano, habrían provocado mayores cambios en su estructura socio-económica. Es decir, dentro de una estrategia de prevención de riesgos, sólo se seleccionarían aquellos elementos que contribuirían a mantener la estabilidad de su modo de vida (Vicent 1991a). Este mecanismo se planteó en los años setenta como explicación para la presencia de ovicápridos domésticos en yacimientos epipaleolíticos en el sur de Francia (Guilaine 1976) —aunque posteriores estudios mostraron que esta presencia se debía a problemas de descontextualización estratigráfica, aceptándose actualmente que todas las especies animales y vegetales domésticas procedían del foco del Próximo Oriente y no se registrarán en el Mediterráneo hasta el VII milenio cal. BC (cf. Vigne 2000)—. Asimismo, en los últimos años se ha postulado este mecanismo para explicar la rápida difusión de la cerámica cardial en los primeros momentos del Neolítico, como objeto de prestigio e intercambio (Barnett 1990) (como corresponde a una cerámica de lujo, que no habría sido usada en labores cotidianas de cocina o almacenamiento —Gallart, en Maní et al. 1980). Como modelo explicativo de estos planteamientos indigenistas se desarrolló el denominado Island filier model (Lewthwaite 1986), en el que se defendía el papel de las islas o determinadas regiones como filtro en la selección de algunos elementos concretos asociados al fenómeno de la neolitización, respondiendo a los requerimientos particulares de los grupos indígenas, mientras que cualquier otra región dependiente de
CONSIDERACIONES PRELIMINARES la región de filtro sólo recibiría una versión limitada de esas innovaciones, lo que reduciría sus posibilidades de elección. A partir del ejemplo del sur de Francia, Lewthwaite defiende que las fechas para la aparición de ovicápridos y cerámica serían sincrónicas en todo el Mediterráneo, pero que la aparición de asentamientos estables al aire libre fue más tardía en la zona occidental que en la oriental (donde no se produciría hasta momentos del Neolítico final con la cultura Chasense). Esto indicaría que, aunque en el Mediterráneo oriental se habría producido un tránsito rápido y relativamente brusco hacia la economía de producción, en la zona occidental existiría un amplio hiatus entre la aparición de los primeros componentes del Neolítico y la plena adopción de la economía de producción; y mostraría la prolongada estabilidad de una estrategia mixta que reuniría elementos de la caza y recolección con el mantenimiento de una cabana doméstica. Por ello, mantiene que la presencia de ovicápridos en yacimientos epipaleolíticos en los primeros momentos del proceso respondería a una adopción selectiva, pudiendo ser considerados elementos de prestigio por parte de las poblaciones locales de cazadores-recolectores y respondiendo su rápida difusión a su inclusión en unas redes de intercambio a larga distancia que ya existirían en el Epipaleolítico (Lewthwaite 1986). En definitiva, se considera que los elementos que se adoptan de acuerdo con este mecanismo son aquellos que permiten prolongar sin variaciones el modo de vida de estas poblaciones, y no aquellos que obligarían a su transformación (sobre este particular, ver también Vicent 1991a; 1997). Una primera crítica que se podría plantear a estas hipótesis sería su dependencia de un modelo establecido para poblaciones específicas de los continentes americano y asiático, debiéndose demostrar la existencia de esta complejidad socio-económica entre las poblaciones epipaleolíticas europeas. Además, algunos autores han criticado el fundamento de la relación causa/efecto entre la existencia de prácticas de almacenamiento y el desarrollo de la sedentarización, el crecimiento demográfico y especialmente la ruptura de la reciprocidad social —que sólo se daría en el caso de que este almacenamiento no tuviera un carácter práctico sino social (cf. Ingold 1982; 1986)—. De forma más específica, esta teoría ha sido contestada también por J. Zilháo, quien considera problemas tafonómicos para la presencia temprana de ovicápridos en los yacimientos citados por Lewthwaite, y de preservación diferencial o excavación diferencial para la ausencia de asentamientos al aire libre en momentos iniciales del Neolítico; en cambio, para este autor las dataciones disponibles muestran la presencia simultánea de cerámica cardial, asentamientos al aire libre y vestigios de economía de producción desde primeros momentos del Neolítico en distintos yacimientos del extremo occidental del Mediterráneo (Zilháo 1993; 2001). El recurso a problemas de conservación diferencial para explicar la ausencia de asentamientos
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al aire libre en los primeros momentos del Neolítico, que podría parecer arriesgado hace unas décadas, ha sido confirmado por recientes publicaciones que dan a conocer la existencia de aldeas al aire libre con cerámica cardial y vestigios de producción cerealística en distintos puntos del litoral Mediterráneo Occidental: Passo di Corvo (Tavoliere, Península Itálica) (Tiné 1983); Leucate-Corrége en el litoral sur de Francia (Guilaine et al. 1984); y La Draga (Bosch et al. 1999) o Mas d'Is (Bernabeu et al. 2002) en el litoral mediterráneo de la Península Ibérica. En cambio, resulta más problemático afirmar que desde este primer momento el sistema económico que muestran estos yacimientos sea exclusivamente agrario, pues la existencia de una explotación de especies vegetales y animales domésticas no excluye necesariamente la explotación paralela de recursos silvestres (cf. Vicent 1997). Por otro lado, dentro de las hipótesis indigenistas, pero como alternativa al concepto establecido por el Islandfilter model de que la transmisión cultural constituye un vector de difusión unidireccional, otros autores han planteado un modelo percolaüvo o de difusión capilar (Vicent 1991a; 1997; Rodríguez et al. 1995). De acuerdo con este modelo, la difusión de las innovaciones neolíticas se habría producido en el seno de las redes de reciprocidad existentes entre los grupos de cazadores-recolectores locales, caracterizados por su carácter segmentario, por las que circularían tanto bienes como personas (a través de lazos de parentesco o alianza). El rol de los elementos neolíticos dentro de estas redes podría basarse tanto en su valor de uso como en su carácter de objetos de prestigio, pero en cualquier caso su rápida expansión se vería facilitada por la existencia previa de estas relaciones. El carácter discontinuo de su difusión, por otro lado, se debería únicamente a las limitaciones impuestas por la particular configuración de las relaciones entre grupos sociales y del propio paisaje (es decir, la posible existencia de barreras étnicas o geográficas), y por la voluntad o resistencia por parte de los grupos de cazadores-recolectores para integrar estos nuevos elementos en su modo de vida (Vicent 1997). • Hipótesis poligénicas Paralelamente al desarrollo de este debate, algunos autores han propuesto la existencia de procesos de domesticación autónomos de determinadas especies animales y vegetales en distintos puntos del Mediterráneo. Sin salir de la Península Ibérica, se ha defendido la domesticación de la Capra hispánica en los yacimientos castellonenses de Cova Fosca y Cova Matutano (Estévez et al. 1987; Olária 1988), o la presencia de cerdos y ovicápridos en los niveles epipaleolíticos de la Cueva de Nerja (Málaga) (Pellicer 1987). Por otro lado, se ha señalado la presencia de cerámicas lisas en Verdelpino (Cuenca) (Moure y Fernández-Miranda 1977) y cerámicas decoradas no cardiales en Cova Fosca y las andaluzas Cueva de Nerja, Cueva de la Dehesilla o Cueva Chica de
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Santiago (Acosta 1984; 1986), todas ellas con dataciones muy elevadas que las supondrían contemporáneas o incluso más antiguas que las cerámicas cardiales en otros lugares de la Península. Como respuesta a estos planteamientos, otros autores han intentado mostrar, por un lado, la inexistencia en Europa de los agriotipos salvajes de las especies que posteriormente serán domesticadas (cf. Vigne 1989; 2000; Hopf 1991); y, por otro lado, la unidad de la cerámica cardial y especies domésticas alóctonas como indicativos del inicio del proceso de neolitización en la fachada mediterránea de la Península Ibérica (cf. Zilháo 1993; 1997; 2000; 2001). Se considera que los ejemplos mencionados para defender posturas autoctonistas habrían tendido a "extrapolar lo singular", basándose en la valoración de elevadas dataciones absolutas asociadas a materiales concretos (cerámica y animales domésticos) sin atender a sus contextos económicos o sin considerar posibles alteraciones estratigráficas (Portea y Martí 1984-85: 179); y que el debate se habría alimentado por una valoración excesiva del papel de las dataciones radiocarbónicas, que no serían un elemento "infalible que condicione todo lo demás", y del cotejo "no siempre suficientemente minucioso" de la estratigrafía comparada de diversos yacimientos del Mediterráneo occidental (Martí 1985: 53). En esta misma dirección se plantea la valoración de los problemas tafonómicos que presentarían estos yacimientos en recientes trabajos de J. Zilháo (1993; 1997), quien atribuye las elevadas dataciones absolutas y determinadas asociaciones estratigráficas a alteraciones postdeposicionales (o incluso a la mala excavación de los depósitos). Esta idea de las alteraciones postdeposicionales subyace también en el concepto de contexto arqueológico aparente señalado por otros autores para los yacimientos en discusión (Bernabeu et al. 1999; 2001). Como resultado quizás de las críticas recibidas, en los últimos años estas propuestas han evolucionado hacia posturas más cercanas al indigenismo, defendiendo una mayor complejidad social y económica de las poblaciones mesolíticas locales (que incluiría el desarrollo de sistemas económicos de rendimiento diferido) (Olária 1999: 268). En cualquier caso, lo que actualmente parece un hecho fuera de toda duda es el carácter alóctono de las especies animales y vegetales domésticas que forman la base de la economía de producción en el Mediterráneo Occidental (Vigne 1989; 2000; Hopf 1991). Por otro lado, recientes estudios del ADN de las poblaciones actuales mediterráneas parecen corroborar la existencia de un cierto aporte genético de origen próximo-oriental (Chikhi et al. 2002)'°. Por ello, en el
estado actual de la investigación no puede negarse que el proceso de neolitización del Mediterráneo occidental se inició en un contexto de difusión que en cierta medida pudo ser también démica, con la llegada de una serie de grupos portadores de innovaciones técnicas e ideológicas; sin embargo, el tamaño de estos grupos, su impacto sobre las poblaciones epipaleolíticas locales, y si este proceso se dio en un único foco o en varios, son cuestiones que aún deben ser clarificadas. De esta manera, la cuestión principal no sería tanto en qué medida la difusión fue démica o cultural, sino cuál fue el impacto de la llegada de estos nuevos elementos al continente europeo; es decir, de qué modo se produce la expansión y consolidación de la economía de producción y los cambios que la acompañan, especialmente en relación con las poblaciones locales de cazadores-recolectores. La insuficiencia de la tradicional oposición en términos culturales y cronológicos Epipaleolítico/Neolítico se hace más evidente, como han señalado algunos autores, cuando se trata de establecer las relaciones entre los cambios técnicos y económicos y las transformaciones que afectan a las estructuras sociales e ideológicas en un proceso de larga duración (Vicent 1991a); por ello, y por la falta de homogeneidad de este proceso, es importante atender a estas cuestiones en un nivel regional, aunque sin perder de vista el marco más amplio mediterráneo. De esta manera debe asumirse que, aunque las dataciones de Carbono 14 muestran que el proceso de llegada de las primeras innovaciones neolíticas fue rápido (Zilháo 2001), su asimilación en el seno de las emergentes sociedades aldeanas sería más lenta. Sobre el inicio de este proceso, además, debe reconocerse que en el continente europeo existió un amplio abanico de posibilidades, con diferencias en su ritmo y características, entre las cuales pueden tener cabida tanto las hipótesis migracionistas como las indigenistas: si bien en algunos puntos del litoral mediterráneo (y atlántico peninsular) se ha mantenido la existencia de una difusión con un cierto aporte démico (Zilháo 1993), en cambio en zonas concretas del continente europeo y de la propia Península Ibérica podría haberse producido una adopción indígena; este sería el caso defendido para la cornisa cantábrica y la bahía gaditana de la Península Ibérica (Arias et al. 2000; Ramos Muñoz 2000; 2003) o algunas regiones de la Europa oriental (Zvelebil y Lillie 2000) y septentrional (Zvelebil 1998; 2000). En otras zonas, además, el proceso puede combinar elementos de ambas posturas. En cualquier caso, aunque el origen de la economía de producción permanece fuera del alcance de los objetivos interpretativos de este estudio (y de hecho los datos manejados no nos permiten inclinarnos por
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Aunque algunos autores han señalado sus reservas sobre el proceso metodológico de reconstrucción de la historia genética a partir de poblaciones modernas, que parten de potenciales fuentes de error como el pequeño tamaño de la muestra, la dificultad de datar los cambios genéticos, la escasa valoración
del posible papel de la selección natural, la estructura de edadsexo o las propias similitudes en el genoma entre diferentes grupos de población (o incluso dentro de un mismo grupo) (cf. Zbelevil 2000).
CONSIDERACIONES PRELIMINARES una opción u otra), esta cuestión marca el inicio y características del proceso que se analiza en este estudio: la presencia en las tierras centro-meridionales valencianas de unas comunidades que por primera vez recurren a las actividades productivas agropecuarias para su subsistencia (adquiriendo con el tiempo mayor peso, hasta la plena implantación varios milenios más tarde de un modo de vida campesino); con los cambios que esto provoca en las estructuras económicas, sociales e ideológicas de los habitantes de la zona, y cómo éstos pueden leerse en la evolución del paisaje. Se produzca la llegada de las innovaciones por difusión démica o cultural, en su consolidación no debe obviarse el papel de las comunidades locales de cazadores-recolectores, que impondrán una impronta esencial y distintiva en el desarrollo regional del proceso.
4.2. EL NEOLÍTICO EN LAS COMARCAS CENTRO-MERIDIONALES VALENCIANAS También la investigación sobre el Neolítico en el área valenciana se ha desarrollado siempre en torno a las premisas básicas de su origen (el cuándo, dónde y porqué del inicio del proceso de neolitización) y el modo en que se produce su evolución en el tiempo (desde el momento en que se reconocen en el registro arqueológico los primeros elementos neolíticos hasta la plena implantación de la economía de producción). Las bases del paradigma dominante en los estudios sobre el Neolítico en esta zona, el denominado modelo dual (Portea 1973), se sentaron en la década de los 50, a partir de dos factores. Por un lado, la excavación de yacimientos como la Cueva de la Cocina (Dos Aguas), la Covatxa de Llatas (Andilla), la Cova de les Mallaetes (Barx) o la Cova de l'Or (Beniarrés), que se unieron a otros conocidos de antiguo como la Cova de la Sarsa (Bocairent); así como la publicación de los primeros estudios de síntesis en la zona (San Valero 1942; 1950; Jordá y Alcacer 1949; Fletcher 1953). Por otro lado, en 1956, L. Bernabé Brea publicará los resultados de sus excavaciones en el yacimiento de Arene Candide (Liguria), donde definió un primer nivel neolítico caracterizado por la presencia de cerámica impresa (presente en el nivel neolítico más antiguo de los yacimientos de la cuenca mediterránea occidental, caracterizando así la unidad del que se denominará grupo cultural de la cerámica impresa del Mediterráneo occidental); cerámica además tipológicamente relacionada con la hallada en los yacimientos neolíticos del Próximo Oriente, lo que le permitió defender una difusión marítima mediterránea frente al paradigma africano dominante hasta el momento. Este vínculo mediterráneo será pronto adoptado en los estudios de conjunto de la zona valenciana, como el de Tarradell (1963), confirmado por los primeros análisis y dataciones de las semillas carbonizadas recogidas en el yacimiento de la Cova de l'Or (Beniarrés, Alicante): la presencia de diversas especies de trigo y cebada que no encuentran sus antecedentes silvestres en la Península testimoniaría las
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relaciones existentes entre las culturas del Neolítico Antiguo valencianas y del Mediterráneo Oriental (Hopf 1966; Schubart y Pascual 1966). Sobre estas premisas se establecerán las bases del modelo dual: la unidad y antigüedad del horizonte cardial en el Mediterráneo occidental, el primero en poseer cerámica y evidencias de una economía de producción; y el carácter original de una serie de focos como el levantino respecto al resto de la Península Ibérica. De esta manera, con el modelo dual (sobre el que se ha generado una abundante bibliografía)11 J. Fortea plantea por primera vez el estudio no de fases genéricas (Epipaleolítico vs. Neolítico), sino de las distintas situaciones culturales que pueden afectar a cada grupo de población; proponiendo además como mecanismo de cambio en el caso concreto de la fachada levantina de la Península Ibérica un proceso mixto de difusión y aculturación, en cuyo inicio se señala una triple base: por un lado los denominados neolíticos puros, de origen foráneo y portadores de una nueva cultura material y formas económicas (reconocidos en una serie de yacimientos como la Cova de la Sarsa o la Cova de l'Or, cuya primera ocupación se encuadraría en esta corriente cultural de las cerámicas impresas del Mediterráneo occidental); por otro lado los indígenas epipaleolíticos en vías de neolitización, que habitarían en los yacimientos correspondientes a la facies Cocina del Epipaleolítico Geométrico (quienes paulatinamente irán asimilando estas innovaciones, documentadas por la aparición en los niveles superiores de sus yacimientos de cerámica o incluso ovicápridos), y posteriormente protagonistas en el proceso de difusión al interior de la Península de estas novedades; por último, el que Fortea denominó contacto sin porvenir, representado por una posible perduración del Epipaleolítico Microlaminar tipo Mallaetes hasta momentos cerámicos (Fortea 1973)12. Se defiende, en definitiva, el contacto entre dos tradiciones culturales cuya cultura material, modo de vida, organización social e ideología son muy diferentes; contacto que, producido alrededor del VII milenio BC, habría modificado la evolución de las comunidades epipaleolíticas que constituyen el sustrato de este proceso de neoliti1
' Deben destacarse, a este respecto, los trabajos de Fortea (1971; 1973); Fortea y Martí (1984-85); Fortea et al (1987); Martí (1977; 1978); Martí y Hernández (1988); Martí et al. (1980, 1987); Bernabeu (1989); Bernabeu et al. (1993); o JuanCabanilles (1985; 1992). En cuanto a las críticas sobre la base empírica y teórica de este modelo, una buena síntesis puede encontrarse en los trabajos de A. Hernando (1999a; 1999b) y J. Vicent (1988; 1991a; 1997). Por último, una crítica al enfoque normativo del modelo, desde una posición teórica encuadrada en la Arqueología Social y basada en la redefinición del modo de producción de estas sociedades, puede verse en los trabajos de J. Ramos Muñoz (2000; 2003). 12 Posibilidad refutada en investigaciones posteriores como debida a la propia problemática estratigráfica de los yacimientos implicados (Fortea 1985; Fortea y Martí 1984-85; JuanCabanilles 1992; Aura y Pérez Ripoll 1992; 1995).
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zación. Este contacto daría lugar tiempo después a la convergencia de ambos grupos por la progresiva asimilación de las comunidades epipaleolíticas del modo de vida neolítico, aunque adaptado en cada caso a las tradiciones preexistentes en cada zona, lo que explicaría la diversidad en el desarrollo del Neolítico tras esta primera fase. Este modelo teórico se ha reforzado con estudios complementarios sobre la evolución de la tipología cerámica (Bernabeu 1989), la industria lítica tallada y pulida (Juan-Cabanilles 1985; 1992; Bernabeu y Orozco 1989-90; Orozco 1995; 2000), la industria ósea (Pascual Benito 1998), patrones de poblamiento (Bernabeu et al. 1988; 1989), sedimentología (Fumanal 1986), palinología (Dupré 1988) y antracología (Badal y Grau 1986; Vernet et al. 1987; Bernabeu y Badal 1990; Camón 1999) —analizando estos últimos el impacto medioambiental de la puesta en marcha en la zona de un sistema agrícola—. Todos estos estudios inciden en la existencia de una ruptura en el registro arqueológico entre los contextos epipaleolíticos y los asociados a los primeros grupos neolíticos. Este modelo tripartito fue incluso aplicado a la clasificación cultural del Arte rupestre postpaleolítico de la zona, asociándose el Arte macroesquemático a los denominados grupos neolíticos puros, el Arte Levantino a los epipaleolíticos en vías de neolitización, y el Arte Esquemático a los epipaleolíticos neolitizados (Fortea y Aura 1987; Hernández et al. 1988; Martí y Hernández 1988; Beltrán et al. 1995; Hernández y Martí 1999); aunque, como veremos, posteriores estudios sobre los paralelos muebles de estos estilos han contribuido a cambiar este esquema (Hernández y Martí 2000-2001). En cuanto a la relación de este modelo con el proceso de neolitización de otras zonas de la Península Ibérica, recientes estudios han intentado analizar los motivos de la decoración cerámica y su expansión por la vertiente mediterránea en términos de etnicidad, distinguiendo dos territorios: uno cardial, establecido en los primeros momentos del Neolítico y caracterizado por la afinidad de los motivos y estilos decorativos; y otro geométrico, donde al principio se imitarían los motivos y técnicas del grupo cardial pero pronto se desarrollaría un estilo propio, el epicardial (Bernabeu 1999; 2002). Por el contrario, las críticas recibidas por este modelo pueden sintetizarse en dos direcciones. Por un lado, aquellas que proponen en cambio mecanismos de domesticación autónomos o niveles cerámicos más antiguos que los cardiales, sobre las cuales (y las réplicas recibidas) ya hemos incidido con anterioridad: dentro del marco teórico del modelo dual, se considera que "las dataciones superiores a tal horizonte [cardial] habrán de considerarse aberrantes, y muy excepcionales aquellos conjuntos que, sin participar de los elementos propios de la corriente cultural de las cerámicas impresas, posean dataciones semejantes o aún más elevadas" (Martí 1985: 54). Por otro lado,
aquellas que hacen referencia al mecanismo de implantación del nuevo sistema económico: el modo en que se produjo la asimilación de estos nuevos elementos por parte de las comunidades epipaleolíticas indígenas, y sobre todo la velocidad a la que este proceso se realizó. Respecto al modo, frente al proceso de difusión démica (por colonización-aculturación) esgrimido por los defensores del modelo dual, otras interpretaciones defienden un mecanismo de aculturación que limite las influencias externas a la difusión de ideas y cultura material sin movimiento de poblaciones; se valora además un mayor protagonismo del sustrato, cuya neolitización podría haberse producido en el marco de la intensificación y diversificación de estrategias económicas que define el Epipaleolítico (cf. Vicent 1988; 1991a; 1997). Entre estos modelos alternativos a una expansión démica se encuentra el modelo mosaico propuesto por T. Schumacher y G. Weniger, para quienes el carácter selectivo de la adopción indígena provocaría que en la Península Ibérica no existiese una transformación significativa ni en las actividades subsistenciales ni en el patrón de asentamiento hasta "el Neolítico medio o tal vez incluso el final del Neolítico y comienzos de la Edad del Cobre" (Schumacher y Weniger 1995: 94). Otros trabajos, como el de A. Rodríguez, C. Alonso y J. Velázquez (1995), adoptan el modelo de capilaridad propuesto por J. Vicent (1991a), según el cual la circulación de especies domésticas se habría producido en el marco de las relaciones intergrupales de reciprocidad existentes entre las bandas epipaleolíticas incluso en lugares muy alejados del foco originario, sin necesidad de recurrir a un movimiento de grupos portadores de estos elementos. En esta misma línea, algunos autores han planteado además que la adopción de ciertos aspectos de la economía de producción y cultura material neolítica por parte de los grupos indígenas no supondría necesariamente el abandono de las actividades depredadoras: ambas podrían haberse mantenido simultáneamente, en ciclos estacionales o de forma permanente, como resultado de la adaptación a unas condiciones naturales y demográficas particulares; de esta manera, se plantea también la posibilidad de que las diferencias en el registro arqueológico señaladas por los defensores del modelo dual entre los yacimientos considerados epipaleolíticos y neolíticos pudieran deberse en realidad a la especialización funcional de cada uno, y no a su pertenencia a grupos sociales de distinta base económica (Barandiarán y Cava 1992; 2000). En cuanto al ritmo, incluso los formuladores del modelo dual aceptan la idea de un proceso de neolitización que se extienda más allá de la fase Neolítico Antiguo. Ya en 1978 Martí afirmaba que "hasta el pleno Eneolítico no se alcanzan en la Península Ibérica el conjunto de características englobadas bajo el concepto de Neolítico" (Martí 1978: 63); si bien insistiendo siempre en la idea de que el registro
CONSIDERACIONES PRELIMINARES arqueológico epipaleolítico en la zona del Levante mediterráneo en fechas del V milenio BC no evidenciaba ni mucho menos indicios de cambio por evolución propia hacia la economía de producción; cambios que se iniciarán cuando aparezcan grupos neolíticos en zonas próximas a sus lugares de habitat (Martí y Juan-Cabanilles 1997; 2000; 2002a). Sin embargo, algunos autores han planteado la posibilidad de que la plena asimilación de la economía de producción pudiera rebasar incluso el marco cronológico del Calcolítico. Así, se defiende que con la llegada de los primeros grupos neolíticos se produciría la adopción por parte de las comunidades epipaleolíticas de un modo de vida mixto, basado en la combinación de modos de subsistencia predadores y productores, que se mantendría hasta momentos indeterminados del Calcolítico; sólo entonces, de la mano de la denominada revolución de los productos secundarios (resultado del aprovechamiento de los recursos secundarios de la cabana ganadera y la introducción de nuevas técnicas como el arado y abonado) (Sherratt 1981), las actividades productoras comenzarán a primar sobre las demás, aunque la plena adopción de un modo de vida campesino sólo se daría en los inicios de la Edad del Bronce (Jover 1999: 150; Guilabert et al. 1999). Esta hipótesis se basa, entre otros elementos, en el descenso pasado el Neolítico cardial del número de armaduras de hoz con lustre, frente al patente desarrollo de las puntas de flecha en los momentos finales del Neolítico; mientras que la producción agraria sólo se reafirmaría en los momentos finales del Calcolítico, como mostraría la aparición de los primeros elementos de hoz denticulados (fósil director de la Edad del Bronce) (Guilabert et al. 1999: 289). Así, este modelo no sólo daría cuenta de la diversidad de recursos explotados por estas comunidades durante buena parte de la secuencia neolítica, sino también del modo en que se produjo la interacción entre los dos grupos de población cuya coexistencia postula el modelo dual: no habría un desplazamiento de poblaciones, sino una integración equitativa de los dos grupos en un modo de vida que presentaría rasgos comunes a ambos. Por otro lado, con independencia de las implicaciones conceptuales e históricas del modelo, a efectos de operabilidad para definir la adscripción cronológica de cada yacimiento en este estudio seguiremos la secuencia cronológica propuesta por J. Bernabeu (1989; 1995). Esta sistematización distingue dos grandes fases, Neolítico I (5600-4500 cal. BC, que abarca los anteriormente designados Neolítico Antiguo y Medio) y Neolítico II (4500-2800 cal. BC, que comprendería el Neolítico Final y Calcolítico Inicial/ Precampaniforme), atendiendo fundamentalmente a la evolución de los rasgos formales de la cultura material (variabilidad de las técnicas decorativas cerámicas y otros indicadores arqueológicos asociados —pautas de poblamiento, cultura material, etc.). Sin embargo, sobre esta secuencia convendría hacer ciertas precisiones. En primer lugar, deben destacarse los problemas
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que presentan para su identificación las fases IC y HA (definidas por unos porcentajes determinados de cerámicas peinadas y esgrafiadas), especialmente en aquellos yacimientos de los que sólo se conocen materiales descontextualizados recogidos en prospecciones superficiales (yacimientos que además constituyen una gran mayoría del registro arqueológico conocido). Así, en ocasiones se ha llegado a forzar la catalogación de un yacimiento dentro de una fase concreta exclusivamente a partir de unos pocos fragmentos decorados o, incluso, por la ausencia de ellos (es el caso del Neolítico IIB, definido en muchas ocasiones por exclusión). En consecuencia deben tenerse en cuenta varios factores: 1) esta periodización se ha basado exclusivamente en la secuencia estratigráfica de dos yacimientos en cueva, Cova de l'Or y Cova de les Cendres, por lo que puede presentar problemas de ajuste con el registro de yacimientos al aire libre excavados más recientemente13; y 2) tanto esta periodización como los indicadores arqueológicos que definen cada fase son una construcción artificial, establecida como referencia con objeto de conocer la evolución de la cultura material de las comunidades neolíticas de las tierras valencianas; y aunque por definición una periodización establezca distintas fases a partir de la presencia/ausencia de determinados indicadores arqueológicos, desde el principio la de J. Bernabeu se ha planteado en términos de continuidad y no de ruptura. Por ello, aunque será usada para definir los momentos de uso que pueden reconocerse en cada yacimiento, no pretendemos en ningún caso otorgar mayor significado que el cronológico a cada etapa y fase, y mucho menos a la presencia/ausencia de los correspondientes indicadores arqueológicos de cada una. Estos indicadores permiten situar cronológicamente los cambios en cultura material, pautas de poblamiento o prácticas rituales, pero no los procesos sociales que subyacen bajo éstos. Por otro lado, quizás como herencia del concepto de Cultura de las Cuevas establecido por Bosch Gimpera (1923) y seguido posteriormente por Tarradell en su denominación Cultura de las cuevas con cerámica decorada (Tarradell 1963), en la investigación valenciana se ha mantenido hasta fechas recientes la idea de que el Neolítico más temprano se 13 Además, los problemas estratigráficos de la Cova de l'Or han sido puestos de relieve por recientes revisiones de las cerámicas con decoración figurada procedentes de este yacimiento; así, se constata que "en el registro material del yacimiento existen fragmentos de una misma vasija repartidos en diversas capas e incluso en distintos sectores" (Torregrosa y Galiana 2001: 160); la posible existencia de problemas tafonómicos en este yacimiento ha sido mencionada también a partir del análisis sedimentológico (Fumanal 1986: 139-159). Algo similar podría ocurrir también en la Cova de les Cendres, si consideramos el ejemplo de los restos humanos hallados en el nivel E VII —para los que se señala su correlación con otros encontrados en los niveles VIb y superficial (Calvo, en Bernabeu et al. 2001: 95).
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caracterizaría por el habitat mayoritario en cuevas; mientras que la generalización de las aldeas al aire libre sólo se produciría en el Neolítico Final, al igual que en otras culturas del Mediterráneo Occidental como el Chasense del sudeste francés. Esta idea se ha mantenido a pesar de que incluso M. Tarradell (1963) reconoció la peculiaridad en este sentido de la región valenciana, donde ya en 1961 J. Ma Soler había dado a conocer el yacimiento al aire libre de Casa de Lara (Villena), con una larga y aparentemente continuada secuencia de ocupación que abarcaba desde momentos epipaleolíticos hasta campaniformes, y cuyas cerámicas cardiales fueron las primeras documentadas con seguridad en un yacimiento al aire libre en el País Valenciano; así como el cercano Arenal de la Virgen, donde también aparecían fragmentos cerámicos con decoración impresa e incisa (Soler García 1961; 1976). Sin embargo, los estudios sobre el poblamiento de la zona realizados a finales de los 80 habían apuntado ya la posibilidad de la existencia de un habitat al aire libre desde el primer neolítico, a partir de hallazgos como los de Mas del Pía y Baneáis de Satorre (Benifallim) (Bernabeu et al. 1989) y las antiguas y dudosas menciones acerca de la presencia de cerámicas cardiales en el entorno del Bancal de la Corona (Benifallim-Penáguila) (Ballester 1945; Taracena 1951); estudios que además retrasaron la fecha anteriormente propuesta por E. Pía (1958) para la generalización de este fenómeno. Posteriores aportaciones en esta línea han sido concluyentes sobre la existencia de asentamientos al aire libre desde los momentos más tempranos del Neolítico: así lo indican los resultados de la excavación en el mencionado yacimiento de Mas d'Is (Bernabeu et al. 2002; 2003); las prospecciones realizadas en la zona de confluencia de los valles de Penáguila y Seta (Molina 2003); así como las evidencias procedentes de los yacimientos cardiales de Casa de Lara, Arenal de La Virgen o Les Dotze (Bocairent) (Pascual Beneyto 1990-91; 1993), y los más tardíos de La Alcudia (Elche), Ledua (Novelda) (Hernández y Alberola 1988) o Camí de Missena (La Pobla del Duc) (Pascual Beneyto et al. 2003). Como consecuencia, a la luz de estos datos se hace necesaria una nueva lectura de las pautas de poblamiento en el Neolítico más antiguo, y especialmente del papel de las cuevas dentro de las estrategias subsistenciales que se desarrollan en estos momentos; aunque en este caso la valoración del registro disponible se enfrenta de entrada a un problema tafonómico, debido a las alteraciones postdeposicionales que han sufrido estos depósitos (se ha señalado cómo la reactivación de los procesos denudativos de las laderas que se produce a partir del 7500-6000 BP habría afectado a los depósitos estratificados localizados en cuevas y abrigos —Fumanal 1986: 139 y ss.—). Por último, debe atenderse a la evolución de estas pautas a lo largo de todo el Neolítico, pues de hecho también en la transición al Horizonte Campaniforme se menciona el paso del habitat en llano al fortificado en altura como
uno de los indicadores del cambio social que se daría en estos momentos (aspecto sobre el que, como veremos, también pueden realizarse matizaciones). Finalmente, una cuestión que sigue planteando problemas es la de los rituales funerarios: si bien se reconoce el enterramiento múltiple en cuevas como modo característico en el Calcolítico y Horizonte Campaniforme, es más difícil establecer en qué momento se inicia esta práctica, y sobre todo cuál era el ritual empleado a lo largo del primer Neolítico. Para esta fase pocas evidencias nuevas pueden aportarse a las presentadas por Casanova en su publicación del supuesto enterramiento doble de La Sarsa (Casanova 1978), pues en tierras valencianas los casos conocidos en los que podría existir una asociación entre enterramientos y cerámicas cardiales corresponden siempre a lo que podríamos denominar cuevas sepulcrales de larga secuencia, caracterizadas por la existencia de materiales que indican distintos momentos de uso de las cuevas, en contextos de habitat y funerarios, sin que pueda determinarse si estos usos fueron simultáneos o no, ni la posición estratigráfica (y cronológica) de los enterramientos. Ejemplos de este tipo son abundantes, y las dificultades que existen para contextualizar estratigráficamente los enterramientos pueden apreciarse en la bibliografía más reciente, donde en ocasiones se citan los mismos restos como ejemplos de prácticas funerarias tanto para el Neolítico Antiguo como para la Edad del Bronce; es el caso, por ejemplo, de la Cova del Moro o la Cova deis Pilars en Agres (cf. Bernabeu et al. 2001; Soler Díaz et al. 1999). La asociación de algunos de estos enterramientos con el horizonte de las cerámicas cardiales, planteada y desestimada en alguna ocasión por algunos autores (Segura y Jover 1997; Jover y Segura 1999) y recientemente revalorizada por otros (Bernabeu et al. 2001), resulta difícil de afirmar con claridad en todos los casos conocidos, debido a los problemas tafonómicos que sin excepción presentan todos estos yacimientos; problema que aparentemente sólo podrá solventarse mediante la datación de los restos humanos, como ya se ha hecho con éxito para la Cova d'En Pardo (Soler Díaz et al. 1999). En cambio, es indudable que durante el Calcolítico y Horizonte Campaniforme se produce una expansión del ritual de enterramiento múltiple en cuevas naturales disociadas de los lugares de habitat (Soler Díaz 2002); expansión que podría haberse iniciado ya en el Neolítico Final (Neolítico HA en la secuencia regional), si atendemos a la presencia de cerámica esgrafiada en algunos de estos enterramientos (Soler Díaz 2000; 2002). Por otro lado, a pesar del carácter colectivo de los enterramientos conocidos, no creemos que este ritual pueda considerarse un fenómeno generalizado; por el contrario, a juzgar por el número de restos humanos hallados éste sería un ritual restringido, que avanzaría el proceso de diferenciación de ciertos grupos familiares evidente y característico ya de las sociedades jerarquizadas de la Edad del Bronce (esta idea ha sido
CONSIDERACIONES PRELIMINARES señalada también respecto a las sepulturas colectivas megalíticas, que estarían en realidad destinadas exclusivamente a unos linajes concretos —cf. Delibes 1995; Price 2000). 4.3. SOBRE LA PERVIVENCIA DE LA CAZA ENTRE LAS COMUNIDADES DE ECONOMÍA PRODUCTORA Desde el paradigma del modelo dual, con voluntad de mostrar empíricamente la llegada a las comarcas valencianas de unas nuevas poblaciones y remarcar sus diferencias en cuanto al modo de vida respecto a las poblaciones epipaleolíticas locales, se ha defendido la existencia desde los momentos iniciales de la secuencia de una constante y progresiva tendencia a la consolidación de un modo de vida basado en la producción agrícola y ganadera (cf. Bernabeu y Pascual Benito 1998: 9). Así, los recién llegados neolíticos puros habrían implantado desde este primer momento un sistema de agricultura mixta, basada en el cultivo de distintas especies de cereales y leguminosas y el mantenimiento de una cabana ganadera formada mayoritariamente por ovicápridos; mientras que la explotación de recursos naturales (caza, pesca o recolección) tendría escasa relevancia cualitativa dentro de las actividades de subsistencia, con variaciones locales sólo debidas a los condicionamientos económicos (Bernabeu 1995: 48). Así ocurriría en la Cova de les Cendres, que muestra en el inicio de su ocupación neolítica una intensa explotación de recursos marinos mediante la pesca y el marisqueo (Bernabeu 1995); actividad propuesta también para algunos yacimientos más tardíos recientemente localizados en las comarcas meridionales litorales de Alicante (Soler y López 2000-2001: 19-20). Este ejemplo es representativo de las posturas adoptadas desde un enfoque migracionista, que buscan demostrar la competencia entre dos modos de vida opuestos e incompatibles: por un lado, las actividades predadoras (caza, pesca y recolección de especies salvajes) que caracterizan a las poblaciones epipaleolíticas; por otro, la nueva economía de producción basada en la domesticación de animales y plantas que define el Neolítico. Aunque la duración y características del proceso variarían en cada zona, a corto o largo plazo esta competencia siempre se solventaría con la imposición de la economía productora de base agropecuaria, quedando el uso de recursos salvajes reducido a estrategias de emergencia o usos industriales —la obtención de materias primas no alimenticias (Zvelebil 1992: 8 y ss)—. Sin embargo, hemos señalado cómo en los últimos años estas posturas, determinadas por la consideración de la economía agrícola como un modo de producción inherentemente superior, han sido puestas en duda ante la valoración de la eficacia de las adaptaciones epipaleolíticas al medio en términos de inversión de trabajo y estabilidad a largo plazo. En la zona valenciana, hemos visto cómo incluso los defensores del modelo dual aceptan la idea de un proceso de neolitización que se prolongaría más allá del Neolítico Antiguo, sin hablar de una
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plena implantación de la economía de producción hasta al menos el IV-III milenio BC. Por otro lado, distintos autores han remarcado que el hecho de adoptar un sistema económico agrario no implica necesariamente la renuncia a la explotación de recursos silvestres (Pérez Ripoll 1987; 2002; Barandiarán y Cava 1992; 2000; Vicent, 1997), especialmente en aquellas zonas donde existe una biodiversidad que lo permite. El mencionado modelo de economía mixta planteado para algunas zonas del País Valenciano (Guilabert et al. 1999) está encaminado precisamente a una valoración en este sentido de los porcentajes de fauna salvaje conservados en el registro de algunos yacimientos calcolíticos, especialmente elevados en aquellos situados más al interior de las tierras valencianas. Así, en yacimientos como la Ereta del Pedregal (Navarras), Cueva de la Cocina (Dos Aguas) o Fuente Flores (Requena), recursos salvajes como ciervos, caballos y Capra pyrenaica alcanzan porcentajes entre el 40 y 50 % de los restos faunísticos estudiados (cf. Pérez Ripoll 1990; Bernabeu y Martí 1992). En nuestra zona de estudio los yacimientos de estos momentos, sin presentar porcentajes tan elevados, reflejan también que la explotación de los recursos salvajes no se abandona a pesar de la puesta en marcha de un sistema de producción agrícola intensivo o del creciente aprovechamiento de los productos secundarios de la cabana doméstica (tal y como reflejan los cambios en los patrones de sacrificio, con el incremento progresivo de la edad de muerte de las especies a lo largo de la secuencia neolítica —Pérez Ripoll 1990; 1999). Dentro de la escuela valenciana este modelo de economía mixta no es aceptado para la zona centromeridional del País Valenciano, que se considera un foco originario de neolitización (vinculada por tanto a grupos neolíticos puros, cuya economía sólo podría ser plenamente productora); aunque, paradójicamente, sí se plantea como adaptación ecológica para las zonas de expansión primaria de estas primeras comunidades, como las comarcas valencianas del interior —considerando que el entorno de yacimientos como Ereta del Pedregal (Navarrés) o Fuente Flores (Requena) presentaría condiciones favorables para una explotación cinegética que complementase los recursos domésticos (Martí y Juan-Cabanilles 2002b: 166)—. Estos cambios en el modo de vida no se entienden si estamos hablando de la expansión de unas mismas comunidades, pero sí si aceptamos que todas ellas presentarían un modo de subsistencia mixto, basado en el aprovechamiento integral de todos los recursos del entorno, con una combinación de modos de trabajo agrícolas, ganaderos, cazadores y recolectores (Guilabert et al. 1999; Pairen y Guilabert 2002-2003). Algunos autores han intentado ver un rol social en esta innegable supervivencia de las actividades cinegéticas que se da en muchos grupos del Neolítico europeo. En este sentido, se argumenta que progresi-
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vamente, con la interacción entre grupos indígenas de economía cazadora-recolectora y los recién llegados colonos de economía productora que se dará desde los momentos iniciales del Neolítico, se irá gestando una nueva sociedad donde las bases económicas serán productivas, pero manteniendo algunos de los valores sociales propios de los grupos cazadores-recolectores. De esta manera, la actividad de la caza habría ido adquiriendo en importancia social lo que perdía como valor económico, en un proceso de transferencia de la ideología de la caza y la figura del cazador desde la esfera económica a la esfera social; sería, así, un valor social desarrollado por los propios grupos de agricultores y ganaderos, que no afectaría a una dimensión práctica sino ideal de la sociedad (cf. Vigne 1993; Sidéra 2000). Este valor social de la caza, como instrumento de prestigio y poder dentro del grupo, podría apreciarse desde los primeros momentos del Neolítico a través de la segregación de la funcionalidad de los objetos realizados con materias primas procedentes de animales domésticos y salvajes: así, entre las comunidades neolíticas, la industria ósea destinada a la fabricación de utillaje para el uso en un ámbito doméstico pasaría a explotar de forma mayoritaria la materia prima procedente también de animales domésticos; por el contrario, la materia prima obtenida de animales salvajes será preponderante en los objetos de adorno y aquellos con una función ajena al ámbito doméstico (Sénépart 1993; Sidéra 2000). Este rol social de la caza como diferenciador de determinados individuos dentro del grupo se desarrollará a lo largo del Neolítico paralelamente al ritual de los enterramientos múltiples; ése sería el sentido otorgado a la presencia en determinados enterramientos tanto de adornos realizados sobre materias primas de origen salvaje, como a la de las abundantes puntas de flecha de talla bifacial (Sidéra 2002). Otra evidencia del posible carácter simbólico de la caza entre las comunidades productoras neolíticas sería el estatus ambiguo que muestra la figura del ciervo en muchas de las poblaciones europeas: aunque se preserva su estatus salvaje, indudablemente se trata de unos animales cuyo comportamiento era conocido y en ocasiones controlado por el hombre, responsable de su introducción en islas como Chipre (Cervus dama, en el VII milenio BC), Cerdeña (Cervus elaphus, en el IV milenio BC) o Creta (de nuevo el Cervus dama, ya en la Edad del Bronce) (Vigne 1993); es decir, se controla socialmente su captura, transporte y reintroducción en zonas donde no existía, buscando no sólo su explotación alimentaria sino también como fuente de materias primas y por su valor en actividades simbólicas de carácter social. Otros autores contemplan una versión funcionalista de esta reintroducción de grandes mamíferos salvajes en zonas desprovistas de ellas, por una voluntad de aprovechar los espacios no ocupados directamente por los cultivos —lo cual, en cualquier caso, evidenciaría la importancia económica de las
actividades cinegéticas como complemento de la economía productora (Pérez Ripoll 2002: 151). Es posible que este proceso pueda reconocerse también entre los grupos que habitaron las tierras valencianas. El mantenimiento de los porcentajes de fauna salvaje en los yacimientos de la zona a lo largo de todo el Neolítico podría explicarse en términos puramente económicos, pues ya hemos señalado que el hecho de adoptar un sistema económico agrario no implica necesariamente la renuncia a la explotación de recursos silvestres si éstos se podían explotar con facilidad. En este sentido, no deja de resultar llamativa la proliferación de armaduras de flecha en el Calcolítico: aunque estos elementos aparecen con frecuencia en contextos de habitat, constituyen también una parte esencial de los ajuares funerarios de aquellos individuos o familias que serían distinguidos por su enterramiento en cuevas; ajuares que, como han remarcado otros autores, no se caracterizan por la presencia de elementos propios de comunidades agrícolas sino, al contrario, por otros más propios de cazadores-recolectores (Soler Díaz 2002: 108). Al mismo tiempo, no debe olvidarse que la representación de escenas de caza es uno de los elementos defínitorios del Arte Levantino que, como veremos más adelante, es representado por los grupos neolíticos de la zona al menos entre el V y IV milenio BC. La interpretación de las escenas de caza levantinas con un sentido de valor o prestigio social ha sido ya apuntada por otros autores (Fortea y Aura 1987; Pérez Ripoll 1987). Además, otros autores han destacado el valor que recibe en la Península Ibérica la representación de escenas de capturas colectivas de ciervos vivos, tanto con caracteres levantinos (en los abrigos aragoneses de Muriecho, Los Chaparros o El Carroso, en la albaceteña Cueva de la Vieja y en la valenciana Cueva de la Araña, entre otros) como esquemáticos (los aragoneses de Mallata y Coquinera); escenas cuyo paralelo temático y estilístico remite a las representaciones parietales del yacimiento anatólico neolítico de C, atal Hüyük (Utrilla y Calvo 1999: 61-63; Utrilla 2002: 197). En otras ocasiones hemos señalado nuestra opinión de que los mismos grupos neolíticos serían responsables de la representación simultánea tanto del Arte Esquemático como del Levantino, estilos bien diferenciados tanto en su forma como en su contenido, pero que tendrían un papel común en la articulación del territorio en estos momentos; como una dualidad ideológica que podría responder a la que existe también en sus bases económicas (Pairen 2002: 95). Considerando otros indicios, tal vez cabría plantearse la posibilidad de que esta dualidad tuviera no sólo un fundamento económico, sino también social. Por otro lado, la existencia de un detallado estudio sobre las características de la industria ósea de las comunidades neolíticas de las comarcas valencianas (Pascual Benito 1998) permite hacer algunas consideraciones a partir de las materias primas seleccionadas
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CONSIDERACIONES PRELIMINARES como soporte de los distintos objetos: pues, si bien el principal condicionante de la elección de la materia prima será la adecuación de sus características y propiedades a la función asignada, en el caso de los objetos de carácter simbólico (como también ocurre con el arte) puede considerarse que su forma y soporte no responderá tanto a causas técnicas como culturales. Este estudio establece una división funcional entre el utillaje óseo (utensilios usados para la realización de distintas actividades dentro de la esfera productiva, como la alimentación, tejido o cestería, a la cual se asocia su valor de uso); adornos (elementos pertenecientes al dominio de la apariencia y desprovistos de toda utilidad productiva, con una función estética, simbólica y de diferenciación social); y los ídolos (con un papel simbólico en la esfera social y las creencias religiosas y funerarias). En cuanto a las materias primas empleadas, la gran mayoría serían de origen animal (vertebrados domésticos y salvajes y moluscos), aunque también habría algunos objetos realizados sobre materias minerales y metálicos (así como adornos realizados sobre soportes no conservados, como los tocados de plumas o las cintas que pueden apreciarse en las representaciones levantinas). Respecto a las materias primas animales, los porcentajes indican varias cuestiones cuando menos curiosas, especialmente en relación con los porcentajes de fauna consumida: aunque en todos los períodos existe un elevado porcentaje de soportes de procedencia indeterminada, que ronda el 50 % de la muestra, a medida que avanza la secuencia neolítica se registra una tendencia generalizada a la reducción del uso de
Especies domésticas Especies salvajes Indeterminados
especies domésticas (que pasarían del 31 % en el Neolítico Antiguo y Medio al 6 % en el Horizonte Campaniforme), frente a una creciente dependencia de las salvajes (que pasan del 18 % al 32 % de la muestra); mientras que en el consumo de fauna la tendencia es a la inversa (Pascual Benito 1998: Tablas 1 y 2). Por otro lado debe señalarse, siempre siguiendo los porcentajes establecidos por este autor, que esta creciente dependencia de materias primas procedentes de especies salvajes no afecta a la funcionalidad de los objetos; pues, si bien a lo largo de todo el Neolítico los animales salvajes muestran una vinculación mayoritaria con los adornos y el dominio de la apariencia, esta tendencia no es en absoluto exclusiva: los adornos sobre diente en el Neolítico Antiguo aprovechan siempre especies salvajes (sobre todo suidos, cérvidos y carniceros), pero en el Calcolítico se reducen las especies salvajes seleccionadas y se incluyen además piezas dentarias procedentes de ovicápridos domésticos; como soporte principal en la realización de punzones, las tibias de lepóridos suplantan a los metapodios de ovicápridos (los más abundantes en el primer Neolítico); un elevado porcentaje de ídolos oculados sobre huesos largos (de indudable carácter simbólico y vinculados de forma mayoritaria a contextos funerarios) habría sido realizado usando radios de ovicápridos; y, por último, algunos útiles, como los alisadores o los útiles biselados, se fabrican indistintamente sobre soportes domésticos y salvajes (buey y ciervo, que presentan tallas similares en las costillas y huesos largos).
Neolítico I 31'5
Neolítico II 10'5
18'5 49'9
38'8 50'7
HCT 6'6 32' 1 61'2
TABLA 2. Distribución de los soportes de la industria ósea por períodos (a partir de Pascual Benito 1998: cuadro IV. 12).
Neolítico I Or Sarsa
Jovades
Neolítico II Niuet
HCT Ereta I-II Ereta III-IV Arenal
Fauna consumida Domésticos Salvajes
75'7 24' 3
65,1 34,8
79,5 20,5
91,9 8,1
53,3 46,6
51,1 48,9
92,6 7,4
Industria ósea Domésticos Salvajes
47,3 52,7
69,3 30,7
16,6 83,4
55,8 44,2
16 84
18,8 81,2
57,1 42,9
TABLA 3. Comparación entre los porcentajes de fauna consumida y soportes usados en la industria ósea (a partir de Bernabeu y Martí 1992: cuadros 1, 5 y 6; Pascual Benito 1998: cuadro IV. 13).
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De esta manera, a partir de los porcentajes planteados por J. Pascual Benito, no parece existir entre la funcionalidad de los objetos y el tipo de soporte seleccionado una relación del tipo que se ha señalado para otras comunidades neolíticas (uso de soportes domésticos para la fabricación del utillaje funcional, y salvajes para los elementos asociados a la apariencia y el mundo simbólico): si bien para la realización de la mayor parte de los adornos se seleccionan especies salvajes (especialmente para los realizados sobre piezas dentarias, y ni siquiera de forma exclusiva), otros objetos de carácter eminentemente simbólico como los ídolos se realizan sobre especies domésticas; mientras que el utillaje se realiza indistintamente sobre soportes domésticos y salvajes. En cambio, precisamente por esa aparente falta de criterio en la elección del soporte, resulta llamativo que tampoco exista relación entre la materia prima disponible (fauna más consumida en cada período) y la usada en la realización de los distintos objetos: si en el primer Neolítico se usan sobre todo soportes domésticos, los más consumidos, en momentos calcolíticos y campaniformes la relación se invierte, y serán las especies salvajes las que dominen como soporte de los distintos productos de la industria ósea, tanto funcionales como simbólicos, aunque estas especies se consuman menos (en el único yacimiento donde se rompe la tendencia, Arenal de la Costa, el autor considera la muestra demasiado reducida para permitir la comparación estadística —Pascual Benito 1998: 211). De esta manera, encontramos a lo largo del Calcolítico y Campaniforme una creciente dependencia de las especies salvajes para la fabricación de utillaje óseo de todo tipo. Esta dependencia, que no responde a la disponibilidad de materia prima, parece mostrar por ello la existencia de una voluntad concreta en ese sentido que tal vez podría tener un significado simbólico, relacionado con las propias estructuras económicas y creencias de las comunidades neolíticas de las comarcas centro-meridionales valencianas (entre las cuales el aprovechamiento de los recursos salvajes parece tener mayor peso económico del tradicionalmente considerado, que podría alcanzar incluso la esfera social e ideológica). Por ello este estudio hará especial hincapié en las transformaciones que afectan a estas esferas, relacionando los modos de subsistencia de estas comunidades con los cambios que pueden detectarse en los patrones de poblamiento, los rituales funerarios y, sobre todo, el panorama indicado por la sucesión de estilos rupestres —con la desaparición del Arte Macroesquemático a finales del horizonte Neolítico cardial, pasando de la coexistencia Macroesquemático-Esquemático a la de Esquemático-Levantino que se mantendrá durante el resto de la secuencia.
5. METODOLOGÍA. SISTEMAS DE INFORMACIÓN GEOGRÁFICA Y EL ANÁLISIS DEL PAISAJE Los Sistemas de Información Geográfica (en adelante, SIG) pueden definirse de forma genérica como programas informáticos cuya función principal es el almacenamiento, manipulación, análisis, visualización y representación de información espacialmente referenciada. Esta definición es muy general, pues muchas de estas funciones son también propias de las bases de datos o los programas de diseño gráfico asistido por ordenador; de hecho, la creación de los SIG parte de la combinación de muchas de estas capacidades. Por ello, algunos autores prefieren hablar de "spatial technologies" (cf. Lock 2000; Wheatley y Gillings 2002), incluyendo en esta denominación una gran variedad de ideas, aplicaciones y programas informáticos que permiten: 1) visualizar datos digitalizados y referenciados por coordenadas geográficas; y 2) manipular y analizar esta información para generar datos nuevos. Gracias a estas capacidades se pueden realizar análisis espaciales de corte clásico de forma más rápida y eficiente, incluyendo factores que permiten obtener resultados más realistas (como la introducción de superficies de fricción en los Site CatchmentAnalysis, que permiten analizar el coste del movimiento en términos de tiempo y esfuerzo, y no sólo de distancia cartesiana). Pero, además, por su capacidad para integrar datos de origen muy distinto, estas herramientas permiten superar esquemas de trabajo excesivamente funcionalistas y valorar aspectos más subjetivos y difíciles de reconocer en el registro arqueológico, como el significado cultural de las relaciones espaciales que pueden reconocerse entre los distintos componentes del paisaje o la percepción social del espacio (que puede estudiarse a partir de los análisis de visibilidad —cuencas visuales y relaciones de intervisibilidad entre distintos componentes del paisaje, elementos visualmente destacados en el entorno, etc.—). En cualquier caso, debe destacarse que los SIG no proporcionan una tecnología imparcial y objetiva para el estudio arqueológico del paisaje: ni son neutros los datos o variables que seleccionamos para ser analizados, ni lo son los análisis que planteamos o las interpretaciones que puedan inferirse a partir de los resultados obtenidos. Los SIG manipulan el espacio atendiendo siempre a unas variables impuestas por el propio investigador (Gaffney et al. 1995: 231); por ello, sólo deben considerarse una herramienta que facilita la gestión y el análisis de datos espaciales, sin responder a más cuestiones que las planteadas por el propio investigador. Tampoco pueden considerarse los resultados que proporcionan como objetivos o respuestas en sí mismas; por el contrario, estos resultados sólo cobran su sentido último al ser analizados e interpretados dentro de un marco teórico, que debe ser explícitamente definido para evitar un determinismo tecnológico que puede ser tanto más peligroso
CONSIDERACIONES PRELIMINARES que el ftmcionalista o medioambiental (Wheatley 1995). En definitiva, no debe olvidarse que para el uso de SIG debe atenderse tanto a los métodos como a la teoría interpretativa subyacente, que es lo que condiciona el sentido otorgado a las relaciones espaciales identificadas (cf. Harris y Lock 1995; Lock y Harris 1996). La aplicación de los SIG para el análisis del paisaje no debe limitarse a la mera transferencia de la técnica a un ámbito arqueológico, sino que estas técnicas deben usarse dentro de los parámetros dictados por los propios estudios arqueológicos, en el contexto de una perspectiva teórica explícita que debe además evitar las restricciones impuestas por un punto de vista exclusivamente economicista, incorporando en cambio los sistemas de creencias que sustentan las relaciones sociales (Gaffney et al. 1996). Por ello, para su aplicación, como para cualquier estudio interpretativo en Arqueología, se hace esencial un posicionamiento teórico previo —en el sentido definido por otros autores (cf. Bate 1998; Guilabert 1999)—. Un buen ejemplo de los problemas que plantea la aplicación de los SIG en el terreno de la Arqueología serían las críticas surgidas alrededor de los análisis de visibilidad, y que han sido adecuadamente sintetizadas por Wheatley y Gillings (2000: 5 y ss) en varios grupos: a) Críticas pragmáticas. Afectan a los análisis de visibilidad como tales, independientemente de la metodología empleada para llevarlos a cabo (mediante SIG o cualquier otra), considerando que existen múltiples factores que no son tenidos en cuenta y pueden afectar de forma significativa a la visibilidad desde o hacia un determinado punto. Entre estos factores, se cita la falta de atención a las cuestiones paleoambientales, especialmente las que afectan a la vegetación del entorno estudiado; la claridad del objeto visible (no todos los objetos visibles pueden ser correctamente identificados a determinada distancia); la dinámica temporal (la visibilidad varía drásticamente en función de los ciclos temporales diarios y estacionales); o la movilidad del espectador (el punto de vista no tiene que ser necesariamente estático, y la visibilidad puede variar en función de este movimiento). b) Críticas sobre el procedimiento. Afectan de forma específica a cuestiones relacionadas con el uso de los SIG, como las variaciones observadas en las cuencas visuales obtenidas en función del Modelo de Elevación Digital usado, los logaritmos empleados para su cálculo o la consideración o no de factores como la altura del observador, la distancia desde el punto de observación, etc.
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c) Críticas teóricas. Afectan, por un lado, al excesivo determinismo tecnológico que puede provocar el uso de los SIG; por otro, a la propia naturaleza del concepto de visibilidad. Así, en los análisis de visibilidad realizados en el marco de la Arqueología Espacial en los años 70, los únicos condicionantes contemplados eran los puramente medioambientales (básicamente, la topografía del entorno). Por el contrario, con el desarrollo desde finales de los años 80 de los enfoques interpretativos postprocesuales, se planteará un rol más activo del individuo en su percepción visual —atendiendo a las pautas culturales que pueden condicionarla—. Así, la visibilidad se entiende como la suma de unos actos cognitivos, que afectan tanto al emplazamiento de distintos elementos culturales como a la organización de determinadas prácticas dentro o alrededor de éstos; y dichos actos estarán condicionados por elementos que tengan valor para las sociedades responsables de su realización, de acuerdo con su particular percepción del entorno: la asociación a otros elementos del paisaje natural o arqueológico (tanto contemporáneos como preexistentes), o incluso la propia voluntad de hacer que estos elementos sean fácilmente visibles o no (en este sentido, ver también Criado 1993b). En realidad muchas de estas objeciones pueden ser extensibles a otras aplicaciones SIG usadas en este estudio, como la recreación de un Modelo Digital del Terreno. De esta manera, se ha llamado la atención sobre las distintas superficies que pueden generarse a partir de unos mismos datos topográficos, en función del algoritmo empleado para su interpolación (cf., entre otros, Hageman y Bennet 2000; Wheatley y Gillings 2002). Por tanto, el procedimiento elegido afectará también a todos los cálculos que se realicen a partir de éste: cuencas visuales, pendientes, superficies de fricción, etc. Pero, además, también se ha argumentado que incluso la noción de la superficie de fricción (cosí surface) plantea problemas, pues al realizarse con un software diseñado para generar pautas de riego su planteamiento se basa en la doctrina de búsqueda del mínimo esfuerzo y coste; se corre así el peligro de perpetuar los criticados supuestos básicos de la Nueva Arqueología, como la idea (plasmada en el Site Catchment Analysis o la Teoría del Lugar Central) de que las sociedades prehistóricas actúan únicamente en términos de esfuerzo mínimo (Witcher 1999: 15). Por ello, aunque las actuales aplicaciones asumen este sentido de eficiencia y tienden a medir el tránsito en términos de esfuerzo, y no de distancia cartesiana (lo cual afecta tanto al resultado de los ana'i sis de áreas de captación como a la estimación de rutas óptimas entre distintos lugares), los estudios m s recientes han planteado la posibilidad de incluir tan. bien entre los factores que afectan al coste del movi-
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miento los componentes sociales y culturales del paisaje: elementos que a su vez pueden atraer o repeler el tránsito dentro de variadas esferas de influencia (cf. Llobera 2000). Todas estas cuestiones, como elementos comunes que afectan al uso de los SIG, no deben considerarse tanto verdaderos problemas como una posibilidad de desarrollar métodos de análisis alternativos para el estudio arqueológico del paisaje; métodos que tengan en cuenta no sólo la calidad de los datos arqueológicos, sino también la de los datos obtenidos a partir de los programas informáticos (Wheatley y Gillings 2000: 14). Por ello, en la medida de lo posible todas ellas deben ser valoradas: las críticas pragmáticas, si los datos de la zona estudiada lo permiten, y asumiendo en cualquier caso que estos resultados proceden de un modelado hipotético; las basadas en el procedimiento, intentando perfeccionar las técnicas usadas y explorando nuevos enfoques y líneas alternativas de análisis; y las teóricas, con el desarrollo de un marco interpretativo que permita dotar de sentido histórico a los resultados obtenidos. Por ello, y aunque este estudio no intenta abrir nuevos caminos en el uso de los SIG, sino únicamente emplear aquellas técnicas que en otros trabajos han demostrado su versatilidad para el análisis de los datos disponibles, se ha intentando valorar distintas posibilidades para aplicar de forma crítica cada una de las técnicas aquí empleadas. Por otro lado, a pesar de las posibles imprecisiones respecto a la realidad que pudieran presentar el Modelo del Terreno o los algoritmos empleados para el cálculo de visibilidades o la recreación del movimiento, el objetivo último para la aplicación de todas estas técnicas ha sido la comparación de los resultados obtenidos en cada caso. Por ello, dado que los SIG permiten sistematizar los cálculos, aplicando unos mismos criterios de análisis para todos los yacimientos estudiados, consideramos que incluso los factores que pudieran distorsionar los resultados habrían afectado por igual a todos los yacimientos, permitiendo que la variabilidad entre ellos siguiera siendo apreciable.
— Tipos de suelo, clasificados en función de su capacidad (este punto ha sido desarrollado en el apartado 1.3.2). La manipulación de estas capas ha permitido crear otras nuevas, sobre las cuales se ha llevado a cabo el análisis del emplazamiento y distribución de los yacimientos arqueológicos. En primer lugar, la recreación de un Modelo de Elevación Digital (Digital Elevation Model, DEM, en su nomenclatura anglosajona), una malla continua de celdas que refleja las irregularidades del terreno (pues cada una de ellas tiene asignada una altura determinada). Esta superficie se crea a partir de una red de puntos de los que se conoce la altura, aplicando un algoritmo que permita estimar las cotas dentro de un área concreta a partir de la interpolación de los valores de las cotas conocidas en otros puntos dentro de esta área. Por ello, cuanto mayor sea el detalle de la información de partida, más ajustado a la realidad topográfica será el modelo resultante (siendo mucho más detallados los modelos recreados a partir de las curvas de nivel de 10 m); además, hemos señalado con anterioridad cómo también la elección de un algoritmo u otro condiciona el aspecto (relieve) de la superficie final. En este caso, puesto que la información topográfica de partida no venía dada en forma de puntos sino de polilíneas (las curvas de nivel), el proceso seguido para la creación de dicho modelo ha partido de la conversión de estas polilíneas en una red de triangulación irregular (Triangulated Irregular Network, TIN). De esta manera, las coordenadas (x, y, z) de cada nodo de la polilínea pasarían a formar parte de una malla o red de triángulos, donde cada esquina del triángulo tendría una cota propia, reflejando así las irregularidades del terreno. Dado el elevado tamaño de este tipo de archivos, la resolución del DEM ha variado a efectos de operabilidad en función del tipo de análisis a realizar: DEM parciales de 10 m para el cálculo de cuencas visuales (por unidades de estudio, como los valles o cuencas de los distintos ríos) y un modelo general de 30 m de toda la zona de estudio para el cálculo de áreas de captación y caminos óptimos. Para los DEM parciales se han usado las curvas de nivel de 10 m, y para el general las de 20 m. Sobre este DEM se ha calculado la siguiente información:
Los análisis realizados en este estudio, mediante el SIG Arcview 3.2, han partido de varias capas de información geográfica básica, a la que se han superpuesto las capas con información arqueológica (yacimientos de habitat y enterramiento clasificados por períodos, y abrigos con arte rupestre clasificados por estilos y tipos). La información geográfica de la que disponíamos inicialmente ha sido:
— Prominencia (altitud relativa sobre el entorno) de las unidades de relieve sobre las que se localizan los yacimientos. — Grado de la pendiente en los puntos donde se ubican los yacimientos. — Cuencas visuales desde todos los abrigos con arte rupestre (simples y acumuladas). — Varias superficies de fricción que determinasen el esfuerzo del movimiento en ellas, incluyendo tanto variables naturales (topografía y cursos de agua) como culturales (emplazamiento de los yacimientos con arte rupestre). Sobre estas superficies se han calculado, por un lado, las áreas de captación de una muestra
— Curvas de nivel cada 10 m, 20 m y 100 m, cuyo uso diferenciado ha dependido de la escala de observación necesaria en cada tipo de análisis. — Red de hidrografía básica del País Valenciano.
CONSIDERACIONES PRELIMINARES de los yacimientos de habitat; por otro lado, los caminos óptimos entre los distintos yacimientos de habitat y las cuencas visuales acumuladas desde algunas de estas potenciales rutas de comunicación.
5.1. ANÁLISIS DEL EMPLAZAMIENTO DE LOS YACIMIENTOS Nuestro estudio parte de la consideración de que los grupos humanos dejan siempre una huella sobre el entorno en el que habitan, como resultado de la puesta en marcha de una serie de actividades tanto prácticas como simbólicas ligadas al discurrir de su existencia; por ello, el análisis de estos vestigios permite inferir cuál fue el modo de vida de cada grupo, e incluso adentrarse en sus creencias e ideología. En el análisis de las huellas en el paisaje dejadas por las primeras comunidades productoras que habitaron las comarcas centro-meridionales valencianas, un elemento que debe ser convenientemente valorado es la existencia de distintos tipos de yacimientos, algunos de formación intencional (arte rupestre y enterramientos) y otros no intencionales (lugares de habitat), que además presentan también diferencias internas. En el caso de los yacimientos de habitat, se ocupan tanto asentamientos al aire libre como cuevas y abrigos, de forma permanente o temporal en cada caso, de acuerdo con criterios tanto funcionales como de carácter social. Por otro lado, hemos señalado con anterioridad cómo las diferencias apreciables en la morfología y emplazamiento de los abrigos con arte rupestre están estrechamente relacionadas con el tipo y complejidad de los motivos representados en cada uno, debido posiblemente a su distinta funcionalidad o audiencia. Por último, el emplazamiento y la distribución espacial de los yacimientos usados como continente en los rituales funerarios nunca ha sido explorado en detalle. Además, en el caso de los yacimientos de habitat y enterramiento es necesario también hacer una valoración previa sobre el tipo de información disponible: en muchas ocasiones estamos trabajando con registros obtenidos a partir de prospecciones superficiales, excavaciones antiguas o rebuscas realizadas al margen de un proyecto de investigación sistemático, por lo que no disponemos de información sobre el contexto estratigráfico de los materiales; por el contrario, los yacimientos que disponen de una publicación exhaustiva del proceso de excavación y la secuencia estratigráfica, estructuras de habitat, etc. identificadas, o aquellos en los que se han realizado análisis polínicos, sedimentológicos o carpológicos, constituyen gratas pero escasas excepciones al panorama general. Por ello, para la mayor parte de los yacimientos se ha debido inferir su adscripción crono-cultural de forma sólo aproximada, a partir de la tipología de la cultura material. Este aspecto, problemático en sí mismo respecto a la determinación de secuencias de ocupación, se ve incrementado en algunos yacimientos en cueva, cuando entre el registro proporcionado por el yaci-
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miento se identifican huesos humanos; en estos casos, como ya hemos señalado, la carencia de una secuencia estratigráfica detallada impide afirmar con seguridad si los enterramientos se produjeron a lo largo de toda la secuencia o en un momento concreto, y si este uso funerario fue exclusivo o se produjo simultáneamente al uso de la cavidad en un contexto de actividades prácticas subsistenciales. Como excepción en este sentido debe destacarse la Cova d'En Pardo (Planes), donde las excavaciones llevadas a cabo y las dataciones de algunos de los restos humanos han permitido discriminar los momentos en que la cueva se usó como refugio y aquellos en que funcionó como continente funerario (Soler Díaz 1999; 2000; 2002; Soler Díaz et al. 1999). Por otro lado, respecto a los asentamientos al aire libre, en este grupo se engloban tanto yacimientos excavados como aquellos detectados en prospección a partir del hallazgo de estructuras o materiales; siendo en todos los casos difícil delimitar su tamaño real a partir de la dispersión de materiales. Por tanto, ante las constricciones que impone la necesidad de unificar una información tan variada, las consideraciones que realizaremos sobre los distintos yacimientos se centrarán fundamentalmente en la que Clarke (1977) definió como escala macro o territorial: cuáles son las características del emplazamiento de cada uno, y si es posible apreciar diferencias en su distribución, espaciales (comparación entre distintas unidades geográficas) y diacrónicas (variación de las pautas a lo largo de la secuencia neolítica). Entre los atributos más frecuentemente considerados en la determinación de las pautas de localización de los yacimientos de habitat (cf., por ejemplo, García Sanjuán 1999 o Parcero 2000; 2002), hemos optado por analizar la altura relativa o prominencia de las unidades geomorfológicas a las que se asocian los yacimientos, el grado de pendiente en el punto donde éstos se localizan, y los tipos de suelos existentes en su entorno inmediato; no se considera, en cambio, la visibilidad como un factor determinante del emplazamiento de los distintos yacimientos de habitat, pues por sus características (cuevas y abrigos junto al lecho de barrancos o asentamientos al aire libre en el fondo de los valles) ésta sería siempre muy limitada. La combinación de esta información off-site con la proporcionada por el propio yacimiento (cultura material, estructuras de habitat, secuencia de ocupación, etc.), permite inferir su posible funcionalidad en momentos neolíticos. En el caso de los yacimientos de carácter funerario, los únicos factores considerados son el de la prominencia, pendiente, y distribución en relación con los yacimientos conocidos en su entorno inmediato. Respecto a los abrigos con arte rupestre, junio a la prominencia y grado de pendiente de su emplazanvento se valora además su cuenca visual, pues éste es uno de los elementos que presenta mayor variabilidad entre los distintos abrigos. Por último, se valorara también la distribución de todos estos yacimientos en
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relacion con el trazado de las distintas lineas deflnidas para la articulacion del territorio. a) Prominencia La zona de estudio presenta fuertes contrastes geomorfologicos: entre el literal y el interior, en primer lugar (en un espacio relativamente reducido se pasa desde la cota cero del nivel del mar a altitudes que superan los 1300 m), pero tambien entre los abruptos anticlinales y los valles profundamente excavados y
rellenos de margas raiocenas. Ante esta situacion, el valor de la altitud absoluta de los yacimientos queda minimizado, siendo mas importante calcular la altitud relativa respecto a su entorno. Un analisis de la prominencia de las distintas unidades geomorfologicas de la zona de estudio permite determinar que yacimientos se asocian a unidades de relieve visualmente destacadas sobre su entorno y cuales tienden a ubicarse en zonas deprimidas y fondos de valle (diferencias que pueden responder a variables funcionales o a la propia dinamica historica de estas comunidades).
FIGURA 10. Altitud absoluta (A) y relativa (B-C) de los abrigos pintados de la Canal de Bocairent y Serra de Mariola. B) Respecto al entorno inmediato (900 m2); C) A larga distancia (10 Km2).
CONSIDERACIONES PRELIMINARES Para ello, a partir de un DEM de 30 m de resolución se ha calculado la altitud media en cuadrículas de 30 x 30 m, es decir, 900 m? (espacio correspondiente al entorno más inmediato, como veremos más adelante respecto a los análisis de visibilidad). La sustracción de esta capa de altitud media al propio DEM proporciona la altitud relativa de cada una de las celdas que lo conforma, lo que puede combinarse fácilmente con los datos de emplazamiento de los propios yacimientos arqueológicos (mediante el comando de Arcview Summarize zones) con el objetivo antes señalado (Fig. 10). Sin embargo, dadas las características topográficas de la zona de estudio (anchura de los barrancos y valles, pendiente y altitud de las sierras) podemos obtener una mejor definición de los contrastes en la forma del terreno si planteamos un radio de comparación con el entorno a mayor escala, en cuadrículas de 100 x 100 m (10 Km2), donde podemos observar cómo se acentúa la tendencia ya observada. Podemos así determinar las características del emplazamiento de los distintos tipos de yacimiento: si se asocian a relieves prominentes (como ocurre con los abrigos con arte rupestre de 1'Alberri en la Serra de Mariola o el del Barranc del Migdia en la Serra del Montgó) o si por el contrario se localizan en zonas deprimidas (como los abrigos localizados junto al lecho del Barranc de l'Infern, entre otros muchos). b) Pendiente El grado de pendiente sobre la que se sitúan los yacimientos no sólo constituye un factor esencial a la hora de determinar su accesibilidad, sino que en el caso de los asentamientos afecta también al tipo de
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actividades económicas que pueden realizarse en su entorno. Así, aunque determinadas prácticas como el abancalamiento (en cualquier caso, no constatado en época neolítica), el tipo de cultivo u otro tipo de decisiones humanas puedan matizar esta clasificación, generalmente se considera que las pendientes superiores a los 20° sólo son aptas para usos ganaderos y forestales, mientras que las óptimas para las prácticas agrícolas se situarían entre 0° y 12° (García Sanjuán 1999: 123). Por ello, en el caso de los yacimientos de habitat consideramos interesante la posibilidad de contrastar la pendiente sobre las que se sitúan los distintos tipos (aire libre, cuevas y abrigos), pues esto condicionaría el potencial productivo de su entorno inmediato, así como las posibles variaciones temporales de las pautas de poblamiento (por ejemplo, en repetidas ocasiones se ha planteado un progresivo desplazamiento de los asentamientos al aire libre desde el fondo de los valles hacia laderas o cumbres como uno de los cambios que caracterizarían el Horizonte Campaniforme). Las pendientes en la zona de estudio, derivadas a partir del DEM de 30 m de resolución, se han reclasificado de acuerdo con los criterios señalados por Butzer(1989:56)(Fig. 11): • Llana, < 2% • Suave, 2-5 % • Moderada, 5-15 % •Fuerte, 15-40% • Cortado, > 40 %
FIGURA 11. Pendientes en la zona de la Canal de Bocairent, Vállela d'Agres y Serra de Mariola. Se aprecia cómo los abrigos pintados se localizan mayoritariamente en zonas de fuerte pendiente.
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c) Áreas de captación El cálculo de áreas de captación o Site Catchment Analysis es una técnica que permite analizar el emplazamiento de los yacimientos arqueológicos en relación con los recursos económicos potencialmente accesibles desde éste. Desde su definición y primeras aplicaciones dentro de la Escuela paleoeconómica de Cambridge (Vita-Finzi y Higgs 1970; Higgs y VitaFinzi 1972; Jarman et al. 1972), este análisis se ha basado en la recreación de un perímetro alrededor del asentamiento que designaría el área habitualmente explotada desde éste (territorio de captación o explotación), partiendo de un criterio de racionalidad económica de coste mínimo: se considera que, a mayor distancia desde la base, mayor será el valor económico de explotar determinados recursos; por ello, existirá un límite en el territorio de explotación en aquel punto en el que el coste de obtención de los recursos supere los beneficios que éstos proporcionen. La estimación de dónde debía establecerse el límite del área de captación se ha derivado de la Etnografía, difiriendo en función de las actividades económicas de las sociedades estudiadas; para las sociedades de economía productora de base agropecuaria suelen aceptarse las estimaciones de Chisholm (1968), quien considera que su régimen de trabajo se establece dentro de un radio de una hora de camino desde el yacimiento (5 Km de terreno llano). En la práctica, la delimitación de este límite ha seguido dos líneas distintas: a) La designación de círculos concéntricos de radio fijo en torno al asentamiento, basados únicamente en la distancia cartesiana. b) La determinación del espacio accesible desde un asentamiento en un intervalo de tiempo determinado, atendiendo a la topografía del terreno que rodea el yacimiento. Esto puede hacerse tanto a través de sistemas tradicionales, contrastados mediante experiencias directas sobre el terreno (considerando que cada intervalo de variación de 50 m en la altitud restaría cinco minutos al tiempo de desplazamiento —cf. Davidson y Bailey 1983—); o aplicando herramientas SIG, con la recreación de una superficie de fricción que permita medir el esfuerzo del desplazamiento atendiendo al coste añadido de atravesar pendientes, cursos de agua, etc., sea en términos de tiempo (velocidad) o energía invertida (cf. Gaffney y Stancic 1991; Gaffney et al. 1996; Van Leusen 1999; Wheatley y Gillings 2002). En cualquiera de sus aplicaciones, este tipo de análisis ha generado un abundante número de críticas, centradas en su aplicación de un criterio de eficiencia y racionalidad económica sólo válido para el análisis de economías de mercado, o en el reduccionismo que supone la consideración de que las sociedades humanas actúan como meros optimizadores de la produc-
ción (que sólo responden a condicionantes económicos y medioambientales); así como en el propio procedimiento seguido para la delimitación del perímetro del área de captación. En este sentido los SIG, por su capacidad para extraer información sobre el entorno geográfico y realizar operaciones geométricas y estadísticas, permitirían una mayor precisión metodológica en la delimitación de este recorrido. Sobre el primer aspecto, consideramos que los recursos potencialmente explotables desde un yacimiento sólo constituyen uno de los factores que informan sobre el tipo de economía en que éste debe inscribirse, pues en última instancia la determinación de las necesidades de consumo de una comunidad puede depender tanto de cuestiones sociales como de las puramente económicas. Sin embargo, dado que nuestro estudio no busca reconstruir el sistema de producción de estas comunidades sino únicamente identificar sus pautas de poblamiento, la aplicación de un análisis de áreas de captación mediante SIG nos parece un método válido para cuantificar de forma sistemática y homogénea uno más de los distintos aspectos del emplazamiento de los yacimientos: el tipo de suelo sobre el que se sitúan. Independientemente de su significado económico, la aplicación estandarizada de esta herramienta permite describir con unos mismos criterios el entorno geográfico de cada yacimiento y, al compararlo con el de otros, diferenciar distintos tipos. Por otro lado, puesto que nuestro interés es mostrar las diferencias existentes en el entorno en que se ubican los distintos yacimientos, este cálculo no se ha aplicado a todos los conocidos, sino a una muestra seleccionada atendiendo a determinados parámetros: funcionales (que hubiera asentamientos al aire libre, cuevas y abrigos); geográficos (pertenecientes a las distintas sub-unidades geográficas); y cronológicos (pertenecientes a distintos horizontes dentro de la secuencia neolítica de la zona). En cuanto a la delimitación del perímetro del área de captación, entre las fórmulas desarrolladas por distintos autores para la recreación de una superficie de fricción atendiendo a aspectos del terreno como las pendientes, el tipo de suelo o la vegetación (cf. Van Leusen 1999 o Wheatley y Gillings 2002: 154 y ss), en este caso hemos aplicado la ecuación propuesta por L. J. Gorenflo y N. Gale (1990) para la creación de una superficie anisotrópica basada en el grado de la pendiente a atravesar,
El resultado es una función que contempla un descenso exponencial en la velocidad en función de la pendiente a atravesar, donde v sería la velocidad de desplazamiento (en km/hora), y s la pendiente. El resultado obtenido puede ser fácilmente convertido en unidades de tiempo a partir de la aplicación de la ecuación simple t = e/v (donde e sería el espacio reco-
CONSIDERACIONES PRELIMINARES rrido y v la velocidad). Aunque no hemos realizado ningún recorrido empírico para comprobar la fiabilidad de esta fórmula, hemos podido comparar nuestros resultados con el caso de la Cova de les Cendres (Teulada), donde su equipo excavador intentó delimitar un área de captación a partir de recorridos a pie de una hora en varias direcciones desde el yacimiento
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(Fumanal y Badal, en Bernabeu et al. 2001) (Fig. 12). La similitud de los resultados obtenidos en ambos casos (teniendo en cuenta que el cálculo empírico realizado desde Cendres se hizo uniendo los puntos extremos desde varios recorridos, lo que explicaría las diferencias entre los contornos resultantes) nos permite validar el método aquí propuesto.
FIGURA 12. Comparación entre los resultados del cálculo del área de captación de la Cova de les Cendres: A) Sobre el terreno, con indicación de los recorridos usados para el cálculo (redibujado a partir de Fumanal y Badal, en Bernabeu et al. 2007: Figs. 1.12 y 1.14); B) Aplicando la ecuación de Gorenflo y Gale.
5.2.
CÁLCULO DE CUENCAS VISUALES
El análisis de la visibilidad como factor determinante del emplazamiento de monumentos y yacimientos arqueológicos ha sido uno de los elementos desarrollados en los estudios surgidos con la Nueva Arqueología. En los estudios pioneros en este campo se consideró que la visibilidad constituía, como el propio espacio, una realidad neutra y atemporal, exclusivamente dependiente de variables medioambientales; que podía, así, ser reconstruida y leída por el investigador actual de la misma manera en que era apreciada por los grupos del pasado (cf. Renfrew 1979; Fraser 1983). Posteriormente, el propio desarrollo de la teoría arqueológica ha contribuido a enriquecer este concepto de visibilidad, defendiéndose un papel más activo del grupo social en su definición: la visibilidad se asocia a la percepción visual del individuo, lo cual no es una variable natural sino una construcción cultural, por lo que no dependerá únicamente de los datos sensoriales recogidos del entorno sino de su procesado a través del filtro de la memoria personal o grupal o las propias expectativas del individuo (Witcher 1999: 16).
La definición y análisis de las condiciones de visualización de los abrigos incluye tanto lo que se ha denominado visibilidad (lo que se ve desde los abrigos) como visibilización (cómo se ve ese abrigo desde su entorno), lo cual responde siempre a unas estrategias sociales particulares (Criado 1993b; 1999). En nuestro caso de estudio estos aspectos constituyen un factor esencial en la caracterización de los abrigos con arte rupestre, al ser uno de los atributos que presenta mayor variabilidad (lo cual permite establecer diferencias entre los distintos abrigos); además, las relaciones de intervisibilidad de dichos abrigos permiten también definir agrupaciones significativas de éstos, así como con los yacimientos de habitat y enterramiento de su entorno y las líneas básicas de movilidad en el territorio, lo que facilita la comprensión del paisaje que todos estos elementos articulan. Todo esto nos remite a las pautas de comportamiento espacial de sus autores y al contexto social en que estos abrigos fueron usados. Sin embargo, aunque la visibilidad de los abrigos con arte rupestre (especialmente el supuesto dominio visual ejercido desde algunos de ellos) es un elemento frecuentemente mencionado, presente incluso en
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los primeros estudios de H. Breuil sobre la pintura rupestre esquemática, este atributo no ha sido nunca explorado de forma sistemática. En cambio, las herramientas disponibles en un SIG proporcionan un marco metodológico específico para un análisis sistemático y con criterios uniformes de todos los abrigos, permitiendo así valorar las diferencias en los resultados obtenidos en cada caso. La cuenca visual de un yacimiento comprende todos los puntos visibles desde éste, representados de forma binaria (1, visible; O, no visible); donde dos elementos pueden definirse como mutuamente visibles si una línea recta puede trazarse entre ambos sin ser interrumpida por ningún otro elemento de la superficie situada entre ellos (Fisher 1996: 1297). Así, la cuenca de visibilidad se obtiene a través del cálculo de múltiples líneas de visibilidad desde un punto de origen, que llegarían a todos aquellos puntos donde no exista una interferencia visual del terreno (topografía) o de elementos del terreno (construcciones, vegetación, etc.). Por tanto, se asume una reciprocidad en la visibilidad: las cuencas visuales indicarían también todos aquellos puntos desde los cuales es visible el yacimiento analizado (Kvamme 1999: 177); sin embargo, como han señalado algunos autores, pueden existir distorsiones en esta reciprocidad en función de dónde se sitúe el observador o su altura (Fisher 1996: 1298; Wheatley y Gillings 2002: 210 y ss). Por ello, en este estudio asumiremos que la cuenca visual de cada yacimiento no implica necesariamente dicha reciprocidad, siendo válida únicamente la establecida desde el punto de observación. Otro elemento que puede distorsionar en cierta medida los resultados de un análisis de visibilidad es la cobertura vegetal; aunque en este estudio ésta no se ha considerado por la parcialidad de los datos existentes para la zona, admitimos que constituye un elemento cuya inclusión debería ser explorada en el futuro —con el desarrollo de fórmulas específicas sobre su permeabilidad como las planteadas por M. Llobera (com. pers.)—. Los análisis sedimentológicos y palinológicos realizados para la zona de estudio en momentos del Neolítico indican que en esta fase se inicia una progresiva deforestación de las laderas, evidenciada por la degradación del bosque mediterráneo y el avance de formaciones secundarias como el Pinus halepensis y el matorral de maquis y garrigas, y que se hará más evidente en momentos calcolíticos (Dupré 1988; Badal 1997; 2002). De esta manera, la existencia de estas formaciones boscosas en las laderas de las montañas donde se sitúan los abrigos con arte rupestre en muchos casos podría suponer un importante factor de distorsión en el cálculo de sus cuencas visuales. Sin embargo, en nuestro estudio la importancia concedida a este análisis se ha basado en las diferencias que permite establecer entre los distintos tipos de abrigos; por ello, considerando que la existencia de una mayor cobertura vegetal afectaría por igual a todos ellos, estas diferencias seguirían siendo apreciables. De esta manera, consideramos que un análisis así planteado
mantendría su validez a pesar de no incluir este factor de distorsión. Respecto a otros condicionantes de la visibilidad, como la altura del observador, el ángulo de incidencia, la dirección de la mirada o la distancia del objeto al punto de observación, es más fácil la introducción de parámetros correctores. Además, una vez calculadas las cuencas simples, éstas se pueden combinar en cuencas visuales acumuladas, que indican qué abrigos son intervisibles y qué zonas son visibles a la vez desde varios de ellos. Las distintas exploraciones llevadas a cabo en este sentido se exponen a continuación. a) Cuencas visuales simples El primer paso realizado en el cálculo de las visibilidades de cada yacimiento ha sido determinar cuál sería la altura del observador, considerando que si la visibilidad de cada abrigo fuese uno de los factores que condicionasen su elección, ésta podría estar culturalmente controlada (de forma que la percepción de entorno no fuera la misma en función de la edad o sexo de los observadores, cuestión planteada en el estudio del fenómeno del megalitismo en la fachada nororiental de la Península Ibérica —cf. Criado 1999: 34). Por ello, se realizaron distintos cálculos para cada abrigo, situando la altura del observador en O, O'70 m, 1 '5 m y 1'7 m en cada caso; sin embargo, excepto en algunos ejemplos las diferencias en los resultados obtenidos eran prácticamente nulas, lo cual nos llevó a desestimar esta posibilidad. A pesar de todo, consideramos muy posible que esta ausencia de diferencias significativas se deba en gran medida a la resolución del DEM empleado, y por ello ésta es una cuestión que puede ser relevante explorar a una escala más detallada en el futuro; pero, para abordar las cuestiones planteadas en este estudio, consideramos suficiente establecer como parámetro una altura media de 1'60 m, que correspondería de forma general a un individuo adulto sin sexo diferenciado. En cuanto al ángulo de incidencia de la línea de visibilidad, se ha mantenido por defecto el dado por el programa (entre 90° y -90°, siendo 0° el plano horizontal establecido en la altura del observador), sin intentar calcular diferencias forzando la visibilidad en distintos ángulos, pues éstas no se darían en la realidad (dado que la mayor parte de los abrigos no son excesivamente profundos ni presentan viseras muy marcadas que pudieran limitar el ángulo de visión). Lo mismo ocurre con la dirección de la visibilidad, a la cual tampoco se ha impuesto más restricción que la determinada por la propia topografía en el lugar de emplazamiento del abrigo. b) Cuencas visuales según la distancia al punto de observación Existen varios factores que permiten limitar la cuenca visual de un yacimiento de forma significativa: el ángulo de incidencia de la línea de visibilidad, su
CONSIDERACIONES PRELIMINARES orientación y la distancia de lo observado respecto al observador. Atendiendo a las consideraciones ya expuestas acerca del ángulo de incidencia y la orientación de la cuenca visual, el último elemento aparece como especialmente interesante, pues es evidente que la percepción de lo observable disminuye, entre otros tactores, paralelamente al incremento de la distancia desde el punto de observación. La falta de consideración de esta pérdida de nitidez constituye una de las críticas más frecuentes que se realizan acerca de los cálculos de la visibilidad desde un yacimiento (cf. Fisher 1992; Wheatley y Gillings 2000), siendo un aspecto que puede depender tanto del tamaño del
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objeto observado como de las propias características geomorfológicas del entorno (la claridad con la que se destaque el objeto frente al fondo) o de factores climáticos o atmosféricos (con sus variaciones tanto en ciclos diarios como estacionales), especialmente a media y larga distancia. Por ello, en este estudio hemos calculado la visibilidad de cada yacimiento en tres tramos independientes, convencionalismo adoptado tras la visita a estos abrigos y la valoración empírica de las características de su entorno topográfico (anchura media de los barrancos y valles) y sus cuencas visuales14:
FIGURA 13. Visibilidades por distancia y motivos representados en dos yacimientos de la Valí de Gallinera. A) Abric IV del Barranc de Benialí; B) Barranc de Paréis.
14
Esta división depende en última instancia de las características del entorno en que se localicen los yacimientos, y para otras zonas se han establecido unos límites distintos: así, D. Fraser (1983) estableció en sus estudios en Orkney tres rangos de visibilidad: restringida (inferior a 500 m), intermedia (entre 500 m y 5 Km) y distante (superior a 5 Km), atendiendo a las características naturales del terreno en esta zona. Otros autores
han matizado esta división en rangos atendiendo a cuestiones como el contraste objeto/fondo, y la pérdida de nitidez que se produce con el aumento de la distancia (cf. Wheatley y Gillings 2000); aunque, en última instancia, consideramos que es la propia topografía de la zona analizada la que determina cuáles son los rangos de visibilidad que deben establecerse.
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FIGURA 14. Ejemplos de articulación de las cuencas visuales acumuladas. A) Esquema circular o estáticacabecera y cuenca media del río Serpis; B) Esquema longitudinal o dinámico: Valí de Gallinera.
Inferior a 1000 m: cuenca visual inmediata o restringida. Entre 1-5 Km: visibilidad a media distancia, donde existe un alto grado de nitidez en la observación. Superior a 5 Km: visibilidad a larga distancia, donde la percepción comienza a hacerse más difícil (disminuye la claridad del objeto frente al fondo, etc.), y tampoco puede hablarse de voluntad de control visual en sentido estricto —pues lo visible se encuentra lejos de lo que sería un radio de control efectivo desde el punto de observación—.
Dentro de estos tramos, se han analizado las características de la cuenca visual: amplitud en grados y distancia longitudinal que abarca, y se han clasificado en las siguientes categorías: — Nula: Cuando no existe ninguna zona visible, o ésta es muy escasa. — Parcial: Cuando las zonas visibles se presentan en parches aislados. — Sectorial: Cuando la cuenca visual tiene una amplitud inferior a los 45°. — Amplia: Cuando la cuenca visual tiene una amplitud entre 45° y 180°.
CONSIDERACIONES PRELIMINARES — Muy amplia: Cuando la amplitud de la cuenca visual es superior a los 180°. Con esto se pretende, más que evaluar la cuenca visual como un elemento homogéneo, establecer qué tipo de visibilidad prima cada abrigo, de acuerdo con el intervalo más significativo dentro de su cuenca visual. Así, las diferencias entre las cuencas visuales en cada uno de estos radios sugieren interesantes apreciaciones sobre el tipo de visibilidad que presenta cada yacimiento y, dado que estas diferencias se extienden también a otras características del abrigo y al tipo y complejidad de motivos representados, puede apreciarse cómo en la elección de cada uno de los abrigos existen unas pautas de representación conscientes. c) Cuencas visuales acumuladas Las cuencas visuales acumuladas (CVA) pueden definirse como una suma de los resultados del cálculo de varias cuencas visuales simples, donde los resultados se clasifican dentro de un rango que va desde O (no visible desde ningún punto) hasta n (visible desde todos los puntos a la vez —siendo n el total de yacimientos considerados); es decir, se representan todos los puntos visibles simultáneamente desde una serie de lugares (Wheatley 1995; Wheatley y Gillings 2002: 208)—. Esto permite analizar las relaciones de intervisibilidad entre los puntos estudiados (qué abrigos son intervisibles), definiendo así agrupaciones significativas de abrigos. Por otro lado, pueden analizarse las características del área de dominio visual de cada grupo de yacimientos y cuáles son las zonas especialmente destacadas en una cuenca de visibilidad común (aquellas donde confluirían la mayor parte de las cuencas visuales), mostrando distintas estrategias de visibilidad y articulación del entorno. 5.3. CÁLCULO DE CAMINOS ÓPTIMOS Uno de los aspectos que presenta mayor potencial interpretativo dentro de la reciente Arqueología del Paisaje es el análisis de la articulación de los distintos componentes del paisaje y las prácticas sociales ligadas a éstos. Esta articulación puede inferirse a partir de las relaciones de visibilidad establecidas entre los distintos yacimientos, y de éstos con su entorno, así como a partir de la identificación de las pautas de movimiento entre unos y otros; pautas que, como hemos señalado, dependerían tanto de las características naturales del terreno como de decisiones prácticas de carácter socio-cultural. Así, las recientes aproximaciones post-procesuales y fenomenológicas al estudio del paisaje se han centrado en el estudio del movimiento de los grupos sociales en su entorno, considerándolo uno de los principales agentes en su percepción y articulación (cf. Leroi-Gourhan 1964; Ingold 1986; 2000; Tilley 1994; Llobera 1996; 2000).
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Sin embargo, en muchos casos este tipo de estudios se ve limitado por la carencia de una metodología adecuada para la reconstrucción de la dimensión espacial de las prácticas sociales, su posible relación con los elementos percibidos del paisaje, y la importancia del movimiento en todo ello (cf. Llobera 1996; Harris 2000); pues, en términos prácticos, este interés ha llevado a un retorno a los métodos de recogida de datos más descriptivos y anecdóticos, basados en la experiencia personal del investigador (Wheatley y Gillings 2002: 204)15. Para salvar estas carencias algunos autores han defendido la potencialidad de los SIG para el cálculo de caminos óptimos, lo cual permitiría estudiar las relaciones establecidas entre distintos tipos de asentamiento en una zona concreta (Lock y Harris 1996); o, asociado al cálculo de cuencas visuales, explorar las relaciones entre el emplazamiento de los asentamientos y el trazado de posibles rutas de comunicación entre ellos (Madry y Rakos 1996; Bell y Lock 2000). Sin embargo, en estos estudios la validez de los modelos recreados se establece en última instancia tras su comparación con el trazado de rutas cuya existencia podía documentarse históricamente. Por ello, como señala T. Harris (2000), sigue existiendo un problema a la hora de analizar el movimiento no documentado en el paisaje, el de los grupos sociales prehistóricos; especialmente en aquellas zonas que, por sus características topográficas, ofrezcan un amplio abanico de posibilidades para el trazado de caminos óptimos. En este sentido debe destacarse la propuesta de M. Llobera (2000) de analizar no caminos concretos, sino pautas generales del movimiento: lo que denomina sociología del movimiento, es decir, las perspectivas incluidas en la creación, uso y evolución de las vías de comunicación; que no se limitan a los atributos naturales del terreno, sino a la posibilidad de que distintos elementos culturales actuasen como focos de atracción o repulsión en el trazado de las rutas de comunicación. Siguiendo esta propuesta, un posible medio para la valoración del papel de sus distintos componentes en 15
Ésta es la crítica planteada hacia The Fenomenology of Landscape (Tilley 1996), obra que sin embargo constituye uno de los ejemplos clave del énfasis en la experimentación subjetiva del paisaje, donde la fenomenología se asume como teoría de rango medio que proporciona una metodología para la interpretación del paisaje prehistórico: la documentación del movimiento del investigador alrededor de una serie de monumentos, experiencia personal que le permitiría comprender cómo los grupos neolíticos percibieron y experimentaron ese mismo paisaje. Esta idea se considera reduccionista, al suponer que la experiencia de los seres humanos es estática y no varía con aspectos como el tiempo, la clase, el género o incluso las expectativas personales del individuo (Brück 1998). Pero, además, como hace notar M. Llobera (1996), uno de sus problemas fundamentales sería precisamente la metodología planteada para esta recreación de la experiencia pasada, que se limita al establecimiento de conclusiones personales a través de la repetición de las posibles pautas de movimiento de estos grupos.
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la articulación del paisaje prehistórico sería su inclusión en el cálculo de caminos óptimos, y más específicamente en la superficie de fricción sobre la que se computan los trazados. Pues para el cálculo de caminos óptimos (least-costpaths) mediante SIG son necesarios tres elementos: un punto de origen, un punto de destino y una superficie de fricción sobre la que calcular aquellos trazados cuyo recorrido requiera un menor esfuerzo en términos de energía invertida. Es decir, un modelo del terreno que actúe como esquematización de la realidad, un escenario analítico hipotético en el que cada celda presente un valor de accesibilidad concreto, en función de los distintos factores que pueden entorpecer o favorecer el movimiento: naturales (distancia cartesiana, inclinación del suelo, cursos de agua, tipo de suelo o vegetación, etc.) o culturales (lugares que pudieran actuar como focos de atracción o repulsión). En cuanto a la selección de los puntos de origen y destino, aunque ésta podría ser aleatoria hemos preferido escoger una muestra entre los yacimientos de habitat más estables conocidos en la zona estudiada, pues éstas eran las pautas de movilidad que nos interesaba conocer: cómo se produciría la comunicación entre los distintos núcleos de poblamiento permanentes, y cuál sería la relación con estos trazados de los abrigos con arte rupestre y aquellos usados como refugio o redil. De esta manera, hemos recreado varios de estos escenarios hipotéticos para el cálculo del movimiento, con la introducción diferencial de los distintos componentes naturales y culturales del terreno; y hemos valorado en cada caso las diferencias entre los caminos resultantes, en función de las posibilidades de tránsito del terreno y de la propia distribución de los yacimientos neolíticos en relación con estos trazados. En primer lugar, hemos creado una superficie de fricción que incluyese sólo variables medioambientales (pendientes topográficas y cauces de los principales cursos fluviales), donde los caminos obtenidos podrían considerarse los corredores naturales que hipotéticamente facilitarían la articulación de este espacio16. A continuación, para contrastar la idea de que los abrigos con arte rupestre pudieron actuar como lugares de agregación (por tanto, como focos de atracción para el movimiento), en una segunda fase del análisis planteamos la creación de nuevos escenarios de trabajo donde se dotase a estos lugares de un valor de atracción; considerando que las diferencias entre los caminos así calculados y los obtenidos anteriormente 16 Este cálculo se ha basado únicamente en una ecuación simple que considera un incremento proporcional del esfuerzo en relación con el valor de la pendiente que debe atravesarse; sin duda, pueden obtenerse resultados más precisos con la exploración del algoritmo usado en el cálculo de caminos óptimos o el tamaño de la celda del DEM usado, que permitan modelar de forma más adecuada el movimiento de las personas a través del paisaje (como los recogidos en Van Leusen 1999 o Wheatley y Gillings 2002).
permitirían analizar en qué medida el emplazamiento de estos abrigos podría modificar los condicionantes meramente ambientales del movimiento. En este caso estaríamos hablando de corredores culturales, no naturales, cuyo uso no estaría determinado por la forma natural del terreno y la búsqueda de un esfuerzo mínimo para el movimiento, sino por una voluntad específica de llegar a determinados lugares (para más información sobre estos aspectos, ver Fairén 2004 b). Consideramos, así, que la valoración del peso de los componentes culturales del paisaje en el diseño de las pautas de movilidad de los grupos humanos permitiría superar planteamientos y determinismos meramente geográficos, y ahondar en el subjetivo rol de las creencias en el planteamiento de la conducta humana y también en la articulación del paisaje. Los distintos trazados obtenidos constituyen en realidad una muestra de las potenciales rutas de comunicación que permitirían la articulación del territorio: por un lado, identifican los espacios que pueden actuar como potenciales corredores de comunicación atendiendo a distintos factores; por otro lado, señalan las zonas dentro de estos espacios por donde el tránsito es más fácil. Es decir, permiten la definición de lo que algunos autores han denominado red de permeabilidad del espacio o mapa de tránsito teórico (Criado 1999: 32), es decir, una muestra de las rutas que pueden ser potencialmente usadas con un mínimo esfuerzo en unas circunstancias concretas. Por ello, permiten seguir también un razonamiento inverso: cuáles son los atributos (naturales o culturales) que obligarían a usar unos caminos en lugar de otros. Dado que la zona de estudio presenta un número amplio pero finito de corredores que pueden ser potencialmente usados, la variabilidad de los resultados obtenidos de acuerdo con la inclusión diferencial de distintos elementos en la superficie de fricción podría considerarse consecuencia de decisiones de este tipo. Así, la introducción en cada caso de los abrigos con representaciones macroesquemáticas, esquemáticas y levantinas no sólo permitía apreciar diferencias respecto a los corredores naturales sino también, como veremos, entre los distintos estilos; diferencias apreciables tanto en la distancia recorrida como en los desniveles topográficos que debían atravesarse en cada caso. Por ello, la constatación de esta variabilidad obliga a explicitar con claridad cuáles son los factores que han forzado la elección de unos recorridos u otros en cada caso. De esta manera, nuestro análisis del movimiento se centra en la valoración del peso de los distintos componentes del paisaje neolítico sobre unas hipotéticas pautas de movimiento; especialmente, del condicionante que puede suponer la presencia de abrigos con arte rupestre en unos lugares y no en otros. En consecuencia, somos plenamente conscientes y hemos remarcado el carácter potencial o hipotético de los resultados obtenidos, que responderían en cada caso a criterios de distinto tipo. En última instancia, el único criterio que nos permite valorar la validez de estos tra-
CONSIDERACIONES PRELIMINARES zados sería su relación con la distribución de los yacimientos de habitat y enterramiento y abrigos con arte rupestre existentes en cada período; valorando el emplazamiento y la visibilidad de estos yacimientos sobre el recorrido de los caminos óptimos. Por otro lado, la existencia en este espacio de rutas documentadas históricamente en momentos posteriores (fundamentalmente, a partir de la Edad del Hierro y también en época romana —cf. Grau 2000; 2002—), permite también comparar la fiabilidad de los caminos computados. 5.4. VISIBILIDAD EN MOVIMIENTO: EL CÁLCULO DE CUENCAS VISUALES ACUMULADAS A LO LARGO DE LOS CAMINOS ÓPTIMOS Por último, otra de las críticas frecuentemente esgrimidas ante los análisis de visibilidad es su carácter estático, que no se correspondería con la realidad de la naturaleza humana: al calcularse la cuenca visual desde un punto fijo en el espacio, no se plantean las variaciones que en esta cuenca podrían darse si el observador se estuviera moviendo en alguna dirección desde este punto de origen (cf. Tilley 1994; Wheatley y Gillings 2000; Gillings y Wheatley 2001). La forma más sencilla de incluir el movimiento en los análisis de visibilidad sería calcular los índices de visibilidad acumulada para una serie de puntos situados a lo largo de caminos previamente determinados (en este sentido, ver Bell y Lock 2000). Por ello, una vez definidas las potenciales líneas de articulación de la movilidad en el territorio y las relaciones de visibilidad de los abrigos con arte rupestre con éstas, hemos planteado también un análisis inverso: el cálculo de cuencas visuales acumuladas desde estos caminos. Esto permite abordar las variaciones en la visibilidad sobre el entorno que surgen en relación con el movimiento del observador, además de explorar en qué medida existe una reciprocidad en la visibilidad entre estos abrigos y su entorno17. De esta manera, en el caso de los abrigos con arte rupestre no sólo podemos analizar si los abrigos controlan visualmente las potenciales rutas de comunicación identificadas, sino también en qué medida estos abrigos serían visibles (y a partir de qué momento) desde el punto de vista de los posibles individuos que transitasen por estos caminos, y en qué casos se darían ambos elementos a la vez; lo cual resulta un elemento de gran importancia, dado que en numerosas ocasiones se ha planteado el papel del arte
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Anteriormente hemos señalado que no debe asumirse como infalible la reciprocidad en el cálculo de visibilidades (que el punto de observación sea al mismo tiempo visible desde cualquier punto de su cuenca visual), considerando entre otros factores de distorsión la propia altura del observador.
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rupestre como demarcador territorial —para lo cual sería esencial que estos abrigos pudieran ser vistos desde un número elevado de localizaciones (Cruz 2003: 151)—. Para el cálculo de las cuencas visuales de estas rutas potenciales se ha establecido una serie de puntos a lo largo de su recorrido, en intervalos aproximados de un kilómetro (aunque en los tramos de topografía más irregular el espaciado se ha reducido hasta los 700 m). Al calcularse simultáneamente la visibilidad desde todos estos puntos, el resultado se obtiene en forma de cuenca visual acumulada, donde los índices de visibilidad señalan las zonas más y menos visibles a medida que se avance por esos caminos. Este análisis se ha planteado en tres tramos de distancia diferenciados (del mismo modo señalado en el caso de las cuencas visuales simples), por lo que los índices de visibilidad varían en cada caso: — CVA inmediata (inferior a 1 Km): basándose en un radio máximo para la visibilidad de 1 Km, y en un espaciado entre los puntos entre 700 y 1000 m, el índice máximo de visibilidad acumulada en este tramo sería de 4. — CVA a media distancia (entre 1 y 5 Km): el índice de visibilidad acumulada en este tramo oscilaría entre O y 14. — CVA a larga distancia (superior a 5 Km): en este caso, el índice de visibilidad acumulada en este tramo oscilaría entre O y 22. De esta manera, los elementos que presentan una mayor prominencia visual a lo largo del recorrido de estos caminos vendrían señalados por un mayor índice de visibilidad, mientras que los índices más bajos mostrarían cuáles son los espacios menos visibles desde éstos (como ilustración de estos casos, puede consultarse el Capítulo 13). Esto puede ponerse en relación con el emplazamiento de los abrigos con arte rupestre, indicando así si algunos de ellos se vinculan a estos elementos destacados en el paisaje, o si por el contrario siguen una voluntad de ocultación respecto a las líneas básicas de articulación del territorio. De esta manera, una vez analizada la visibilidad de los abrigos con arte rupestre sobre las principales líneas de movilidad, la exploración de su posible reciprocidad permite nuevas conclusiones sobre el papel de estos abrigos en la articulación del paisaje neolítico.
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Parte II POBLAMIENTO Y MUNDO FUNERARIO ENTRE EL NEOLÍTICO Y EL HORIZONTE CAMPANIFORME
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6. EL HABITAT. TIPOS DE YACIMIENTO Y VARIABILIDAD ESPACIAL Y TEMPORAL DE LAS PAUTAS DE POBLAMIENTO En las más recientes publicaciones sobre el inicial poblamiento neolítico en las comarcas centro-meridionales valencianas en el VII milenio cal. BC se señala la existencia de un vacío poblacional, producido alrededor de 6100-6000 cal. BC tras el abandono de los yacimientos epipaleolíticos de facies geométrica de los valles de la zona y el traslado de estas poblaciones a comarcas situadas más al interior (planteamiento sobre cuya viabilidad volveremos más adelante). De acuerdo con una postura difusionista sobre el origen del proceso de neolitización, en este espacio deshabitado se habrían asentado los primeros grupos de economía productora, llegados a la zona alrededor de 5600-5500 cal. BC; por lo que los procesos de interacción entre las poblaciones neolíticas y epipaleolíticas que postula el modelo dual se producirían en zonas periféricas como el Alto Vinalopó (laguna de Villena) o el interior de la provincia de Valencia (zona de Bicorp) (Hernández y Martí 2000-2001; Martí y JuanCabanilles 2002a; Bernabeu et al. 2002). A partir de estos momentos, la presencia de los nuevos pobladores en estas tierras quedaría documentada por la aparición en el registro arqueológico de una serie de elementos novedosos: en el ámbito económico, las especies domésticas animales y vegetales; en el ámbito material, objetos y utensilios entre los que destacarían los vasos cerámicos (decorados con las distintivas impresiones cardiales) y las herramientas de piedra pulida (hachas y azuelas, destinadas a la deforestación y el trabajo de la tierra); respecto al habitat, las aldeas al aire libre en fértiles zonas ribereñas y endorreicas (pasando la ocupación de cuevas y abrigos a un plano secundario); y, en el ámbito simbólico, unas manifestaciones gráficas originales cuyos paralelos parecen remitir a una unidad cultural neolítica mediterránea (el estilo Macroesquemático y posteriormente el Esquemático y Levantino, cronológicamente asociados a los yacimientos de habitat de la zona a través de los para-
lelos muebles de sus motivos). Aunque nunca se ha precisado el número de individuos o grupos que habrían llegado asociados a las novedades económicas, materiales y simbólicas, el registro arqueológico muestra la presencia simultánea de estos indicadores, desde los inicios del Neolítico, en distintos puntos entre el litoral de la Safor y Marina Alta y la cuenca alta del Vinalopó. Sin embargo, descartada la posibilidad de coexistencia en este territorio de dos grupos de población (como inicialmente se planteó desde el Modelo Dual), lo que sí puede reconocerse en el registro arqueológico neolítico de la zona es la ocupación de distintos tipos de yacimientos desde los momentos iniciales de la secuencia: — Asentamientos al aire libre, como los de Mas d'Is (Penáguila), Les Dotze (Bocairent) o Casa de Lara (Villena), situados en las tierras llanas cercanas a los cursos fluviales o zonas endorreicas. — Cuevas como las de Or (Beniarrés), Sarsa (Bocairent) o Cendres (Teulada), habitadas ahora por primera vez o tras un largo hiatus de abandono, y que muestran una larga secuencia de ocupación, con abundantes materiales en cada momento y la identificación de estructuras de habitat en su interior (hogares, cubetas y fosas). — Abrigos y cuevas como La Falguera (Alcoi), Cova d'En Pardo (Planes), Santa Maira (Castell de Castells) o Cova Negra de Gaianes (Gaianes), entre otras muchas, ocupadas de forma esporádica pero reiterada a lo largo de toda la secuencia. De modo general, dentro de las pautas de asentamiento de estos grupos se ha señalado que las grandes cuevas y asentamientos al aire libre corresponderían al habitat principal, mientras que los abrigos se vincularían a un habitat secundario, de carácter estacional (Bernabeu et al. 1989), o habrían sido usados como
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refugios dentro de movimientos cíclicos de trashumancia (Martí y Juan-Cabanilles 1997; 2000; Pérez Ripoll 1999). Esta hipótesis ha cobrado mayor fuerza en los últimos años, a partir del reconocimiento en algunas de estas cuevas (como La Falguera, Bolumini, Cendres o Santa Maira) de determinadas estructuras de combustión que evidenciarían su uso como redil (Badal 1999; 2002; Aura et al. 2000). Estas pautas serían similares a las mostradas por otros grupos neolíticos en la Península Ibérica, como los del sector Nordeste, donde se ha reconocido desde los inicios de la secuencia neolítica una distinción entre los yacimientos de habitat estables al aire libre y las cuevas y abrigos usados como refugios de ganado, lugares de almacenamiento o estaciones de caza, en un patrón de asentamiento destinado a la explotación integral del medio y el aprovechamiento itinerante de los recursos (Bosch 1994a; 1994b; Sanahuja et al. 1995). De esta manera, podríamos hablar para las comarcas centromeridionales valencianas de unas comunidades con una economía productora de base agropecuaria, aunque no por ello descartarían una explotación paralela de recursos silvestres, especialmente en aquellas zonas donde éstos eran abundantes y fácilmente accesibles (y así parece indicarlo la preferencia por el habitat junto a zonas endorreicas, de mayor biodiversidad). En cuanto a su estructura social, aunque no se conocen datos demográficos precisos, tradicionalmente se ha hablado de una sociedad segmentada de carácter igualitario, formada por pequeñas comunidades aldeanas de economía autosuficiente (unidades familiares extensas, pero integradas en una red más amplia basada en lazos de alianza) (Bernabeu et al. 1989; Bernabeu y Martí 1992; Bernabeu 1996); en este sentido, se ha propuesto la existencia de determinados lugares donde se llevarían a cabo ceremonias destinadas a limitar la tendencia a la fisión propia de este tipo de sociedades, como sería el caso de los espacios delimitados por fosos monumentales documentados en el yacimiento de Mas d'Is (Bernabeu et al 2003: 56). Como hemos señalado en capítulos anteriores, el análisis sistemático de los factores que condicionan el emplazamiento de cada uno de estos yacimientos, unido a los datos conocidos sobre su cultura material, permite establecer una serie de diferencias entre ellos que informan acerca de su funcionalidad y los aspectos prácticos y sociales del modo de ocupación del territorio de estas comunidades. La definición de las pautas de poblamiento y sus variaciones en el tiempo y el espacio, en relación también con otros vestigios contemporáneos (enterramientos, arte rupestre), es un elemento que nos permite una comprensión más profunda de los aspectos sociales y simbólicos del paisaje que todos ellos articulan, su evolución paralela a los cambios en este sentido que se dan en el seno de las comunidades neolíticas, y por tanto la propia caracterización de estos grupos.
6.1. EL POBLAMIENTO AL AIRE LIBRE
Los vestigios de poblamiento al aire libre registrados en la zona de estudio en los momentos iniciales de la secuencia neolítica corresponderían a lo que se define como aldea, un lugar principal de habitación donde residen a lo largo del año todos o la mayor parte de los miembros de la comunidad (Román 1999: 200). Aunque los hallazgos puntuales de cerámicas cardiales en algunas terrazas fluviales de la zona se remontan a mediados del siglo XX, sólo recientemente estas evidencias se han valorado como el modo de habitat propio de las primeras comunidades de economía productora en las comarcas centro-meridionales valencianas1. Esta propuesta se debe en gran medida a los datos aportados por la excavación del yacimiento de Mas d'Is (Penáguila), que ha mostrado su ocupación a lo largo del Neolítico Antiguo y Medio a partir de la documentación de cerámicas cardiales en algunas de sus estructuras de habitat: varias cabanas excavadas (una de ellas de planta rectangular y extremo absidiado), delimitadas por los agujeros de los postes que sustentarían la techumbre; y una serie de fosos concéntricos realizados en momentos algo más tardíos2 (fosos para los que, por su tamaño monumental y no acotar un espacio doméstico, se propone un posible carácter ritual que los diferenciaría de los presentes en los poblados del IV milenio cal. BC —Bernabeu et al 2002; 2003—). La existencia de aldeas al aire libre en los momentos iniciales del Neolítico no es un hecho infrecuente en el resto del Mediterráneo Occidental, donde existen ejemplos sobradamente conocidos como Passo di Corvo en la Península Itálica (Tiné 1983) o Leucate-Corrége en el litoral sur de Francia (Guilaine et al 1984). Dentro de la zona nordeste de la Península Ibérica, La Draga (Banyoles, Girona) ha proporcionado dataciones en torno al 5540-5250 cal. BC y 5052-4906 cal. BC sobre muestras de distinto tipo, asociadas a numerosas evidencias de almacenamiento de cereal y unos porcentajes superiores al 90% de fauna doméstica (Tarrús et al. 1994; Bosch et al. 1999). Además, en esta zona se conocen más asentamientos al aire libre de cronología neolítica antigua, como Les Guixeres de Vilobí, Can Soldevila IV o Pía de la Bruguera, y otros ligeramente más tardíos como 1
Aunque, como muestra de un progresivo cambio en la orientación de estos estudios, ya en los últimos años se había planteado que el elevado número de hallazgos en cueva para los momentos iniciales de la secuencia neolítica podría deberse a las propias tendencias de la investigación en la zona, que había concentrado el trabajo de campo en este tipo de yacimientos (Bernabeu 1995); o a los problemas que planteaba la localización de yacimientos al aire libre en las tierras bajas aluviales, más sujetas a la erosión, sedimentación y transformación antrópica (Martí y Juan-Cabanilles 1998). 2 Recientemente se ha publicado una fecha de 5450-5500 cal. BC para la base del Foso 5, caracterizado por la presencia de cerámicas cardiales, y de 5150-5100 cal. BC para el Foso 4, con cerámicas incisas (Bernabeu et al. 2003).
POBLAMIENTO Y MUNDO FUNERARIO ENTRE EL NEOLÍTICO Y EL HORIZONTE CAMPANIFORME
Plansallosa, Puig Mascaré o Turó de les Corts (Baldellou y Mestres 1981; Alcalde et al. 1991; 1992). En las comarcas centro-meridionales valencianas, los asentamientos al aire libre conocidos en estos momentos se ubican fundamentalmente en zonas del interior montañoso y en cotas elevadas sobre el nivel del mar, aunque por debajo de la elevación media de su entorno si atendemos a su altitud relativa (en algunos casos en zonas ciertamente deprimidas, como sería el caso del Mas de Don Simón en Penáguila, Mas del Regadiuet en Alcoi o Arenal de la Virgen en Villena)3; sin embargo, existen también yacimientos situados en lomas más prominentes, como sería el caso del yacimiento de Les Floréncies (Alcoi). En cuanto a las pendientes, aunque la mayor parte de los asentamientos se sitúan en zonas llanas o de pendiente suave, podemos observar a medida que avance la secuencia neolítica una tendencia creciente a ocupar zonas de ladera con un desnivel más pronunciado (como ocurre en Les Floréncies o Tamargut, en Quatretondeta). De forma general, puede señalarse que existe una preferencia por las zonas endorreicas de los fondos de los valles y márgenes de los ríos, colmatadas por los derrubios procedentes de la erosión de las laderas circundantes desde las etapas finales de la secuencia Pleistocena, y que los ríos no son capaces de transportar; zonas en las que el régimen de lluvias regular y bien repartido a lo largo del año que caracteriza el período Atlántico (6000-4500 BP) permitirá la formación o extensión de ambientes lagunares, favoreciendo la instalación humana (Fumanal 1986). Así, es en estas zonas donde se localizan siempre los asentamientos más antiguos de cada una de las unidades geográficas que pueden diferenciarse en la zona de estudio; en cambio, a medida que avanza la secuencia, las evidencias de poblamiento parecen desplazarse hacia los márgenes de las tierras de ocupación preferente. El emplazamiento de asentamientos como Tamargut corroboraría esta pauta: en una zona de pendiente fuerte, poco adecuada para el desarrollo de actividades agrícolas —lo cual viene confirmado por la escasa capacidad de los suelos localizados en su entorno inmediato, más apropiados para la explotación pecuaria o forestal (ver Fig. 17)—. Esta variabilidad se hace más pronunciada ya en los momentos finales del Neolítico-Calcolítico: si en la fase Neolítico HA encontramos tanto yacimientos situados preferentemente en llano o en pendientes moderadas, en el Neolítico IIB los yacimientos ocuparán todo tipo de emplazamientos, incluyendo laderas con pendientes fuertes (cercanas al 40 %), sin que puedan distinguirse tendencias significativas por zonas (en todas ellas se documenta la ocupación simultánea de zonas llanas y laderas de fuerte desnivel) (Gráfico 1). 3
Para la consulta un listado completo de la altitud relativa y pendientes de los yacimientos de habitat (al aire libre, cuevas y abrigos), remitimos al Anexo I al final del texto.
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Lo mismo ocurre respecto a la altura relativa de estos yacimientos: aunque la mayor parte se sitúan en tierras poco destacadas frente a la altitud media del entorno, en algunas zonas se han localizado materiales neolíticos sobre lomas de gran prominencia (como ocurre en l'Almuixich d'Elca, en Oliva; o L'Alt de Manola y El Castellar, en Bocairent, todos ellos del horizonte Neolítico IIB); sin embargo, y aunque en principio los materiales no permiten precisar la secuencia, estos yacimientos situados a mayor altitud parecen contemporáneos de otros cercanos situados muy por debajo de la media de su entorno (que además son numéricamente más abundantes). Esta dualidad se mantiene en el Horizonte Campaniforme, donde junto a yacimientos situados en cerros prominentes y de laderas abruptas (como El Tabayá en Aspe o Les Moreres en Crevillent) pervive también el habitat en llano (La Alcudia, Elx; Canyada Joana, Crevillent) o sobre pequeñas lomas (Promontori de l'Aigua Dolga i Salada, Elx). De forma general puede señalarse que esta tendencia a ocupar laderas y cimas de lomas elevadas sobre su entorno, sobre tierras de menor capacidad agrícola, es más frecuente en el corredor del Vinalopó (incluyendo el Alto Vinalopó y el corredor de Bocairent) y en la zona de cabecera del río Serpis, lo que en ocasiones se ha mencionado como un avance del modelo de poblamiento propio de la Edad del Bronce (Bernabeu et al. 1988; 1989). De esta manera, en la transición Calcolítico-Campaniforme se habría producido un traslado del habitat desde el llano hacia zonas en altura, apreciable en zonas como Villena (Peñón de la Zorra y Puntal de los Carniceros) o la cubeta de Elda-Petrer (donde yacimientos en llano como La Torreta-El Monastil o El Chopo serían abandonados para ocupar otros en altura como Terrazas del Pantano o El Monastil). Sin embargo, no debe olvidarse que ésta no es una pauta generalizada, y que en todas estas zonas se constata simultáneamente el habitat en las zonas llanas de los fondos de los valles; ambos tipos de yacimientos presentan claras diferencias en cuanto al potencial productivo de su entorno, lo que quizás sea la causa última de esta variabilidad. Por otro lado, esta variabilidad en las pautas de emplazamiento puede entenderse de una forma más específica, si atendemos a la evolución del poblamiento al aire libre a escala territorial. De acuerdo con la clasificación crono-cultural que hemos realizado para los distintos yacimientos conocidos en la zona de estudio, ya en los primeros momentos de la secuencia neolítica (horizonte Neolítico IA o cardial) documentamos evidencias de poblamiento al aire libre en distintos puntos: curso alto del río Serpis (Mas d'Is), curso alto del río Vinalopó (Casa de Lara, Arenal de la Virgen), y el corredor de Bocairent entre estas dos zonas (Les Dotze); asentamientos que, como veremos posteriormente, se complementan con el uso de una serie de cuevas y abrigos dentro de una estrategia de explotación integral de los recursos del entorno
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GRÁFICO 1. Localización (según pendientes) de los asentamientos al aire libre a lo largo de la secuencia neolítica. Los asentamientos en llano (1) o sobre pendientes moderadas (3) son los más abundantes en cada fase, aunque en los momentos finales de la secuencia se aprecia una diversificación de las pautas de emplazamiento de los asentamientos y una mayor tendencia a la ocupación de laderas con fuertes pendientes (4).
(Fig. 15). El emplazamiento de estos primeros asentamientos al aire libre presenta unas características comunes: se escogen sobre todo zonas llanas o de pendientes moderadas (inferiores al 15 %), situadas en los fondos de valles o en llanuras aluviales junto a zonas encharcadas o cursos de agua; sobre suelos aluviocoluviales (elaborados a partir de la erosión de los depósitos cuaternarios) o los más abundantes suelos pardo-calizos, que en estas zonas de topografía llana presentan una capacidad agrícola media. Es decir, las tierras óptimas para la puesta en marcha de las prácticas agrícolas. En cambio, a partir del horizonte Neolítico IB (Neolítico epicardial), aunque algunos de los yacimientos surgidos en el horizonte cardial prolongarían su ocupación, observamos un panorama novedoso que estaría reflejando dos procesos distintos: 1) Expansión del poblamiento a nuevas zonas, como ocurre con las distintas cubetas que se
suceden a lo largo del curso del río Vinalopó (donde ahora se detectan nuevos yacimientos, como Ledua en Novelda o La Alcudia en Elx) o en la Valí d'Albaida (donde los materiales más antiguos hallados al aire libre, las cerámicas impresas de instrumento del Camí de Missena, se datarían en estos momentos —Pascual Benito et al. 2003—). Estos nuevos yacimientos buscan siempre las tierras óptimas para el desarrollo de actividades agrícolas: así, tanto en el entorno inmediato del yacimiento de Ledua como en La Alcudia los suelos más abundantes son los aluvio-coluviales (Fig. 17: n° 253 y 264); en cuanto a las pendientes, no superan el 5 % en ninguno de los dos casos. 2) En las zonas ya habitadas se aprecia una multiplicación de los vestigios de poblamiento al aire libre (como ocurre en el entorno del antiguo asentamiento de Mas d'Is, que además mantiene su ocupación en estos momentos).
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FIGURA 15. El poblamiento durante el horizonte cardial (Neolítico IA). Mientras que los vestigios de habitat al aire libre son escasos, y se concentran en el curso alto de los ríos Serpis y Vinalopó, las cuevas y abrigos (cuya secuencia de ocupación se inicia también en estos momentos tempranos) son mucho más abundantes y se distribuyen por los valles intramontanos. Este emplazamiento diferencial parece responder a una voluntad de explotación de entornos distintos.
FIGURA 16. El poblamiento durante el horizonte epicardial (Neolítico IB). Obsérvese el solapamiento que existe entre las áreas de captación de los puntos 158 (Mas d'Is) y 161 (Mas de Don Simón), que distan apenas 2 Km entre sí; además, en el entorno de todos estos yacimientos existen otros vestigios de poblamiento al aire libre, muchos de los cuales quedarían también englobados en estas áreas de explotación inmediatas.
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SARA PAIREN JIMÉNEZ En este caso, las nuevas evidencias se desplazan hacia los márgenes de las tierras ocupadas previamente, que son zonas de fuerte pendiente y con un componente destacado de suelos pardo-calizos sobre material consolidado y de erosión (más apropiadas para una explotación pecuaria o forestal) (Fig. 17: n° 149, 183); o se sitúan en puntos tan cercanos a otros ya habitados que sus respectivas áreas de captación se
solaparían total o parcialmente (por lo que no podemos pensar que todos ellos estuvieran en uso de forma simultánea) (Fig. 16). En cualquier caso, hay que tener en cuenta que estos vestigios corresponden siempre a hallazgos en prospección, por lo que sería difícil determinar hasta qué punto corresponden a asentamientos diferenciados, y en ese caso cuáles serían su extensión y características internas.
FIGURA 17. Áreas de captación y tipos de suelo de los asentamientos al aire libre del Neolítico Antiguo y Medio. 73) Les Dotze (NÍA); 158) Mas d'h (NIA-IB-IC); 231) Casa de Lara (NIA-IB-IC); 264) La Alcudia (NIB); 161) Mas de Don Simón (NIB-IC); 253) Ledua (NIB); 183) Les Floréncies (NIB-IC); 149) Tamargut (NIC). Las áreas de captación más amplias y con suelos más adecuados para las prácticas agrícolas corresponden a aquellos situados en las zonas ribereñas del curso del Vinalopó (Casa de Lara, La Alcudia o Ledua); en cambio, para los asentamientos situados en zonas más abruptas, se recorrería un espacio más reducido en el mismo intervalo de tiempo. Además, en la zona de cabecera del río Serpis y valles cercanos los suelos tendrían una menor capacidad agrícola, aunque su potencial productivo también varía en cada caso: frente a los suelos aluvio-coluviales o pardo-calizos superficiales (capacidad B y C) presentes en la zona de Les Puntes, yacimientos como Les Floréncies o Tamargut se ubican en zonas abruptas de media montaña, donde existe un predominio de suelos de capacidad media-baja (D y E, más adecuados para la explotación forestal, pecuaria o cinegética).
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Estas dos tendencias se mantendrán ya a lo largo de toda la secuencia, aunque para los horizontes IC y 11A se constatan unos vacíos en los mapas de poblamiento que sólo podemos atribuir a problemas tafonómicos o a las dificultades para ajustar las evidencias disponibles en la zona a la secuencia evolutiva propuesta por J. Bernabeu. De esta manera, a las limitaciones que impone el hecho de que la mayor parte de los yacimientos conocidos se han hallado en prospección y no han sido excavados, debe unirse la escasez de los indicadores que permiten reconocer estas fases (determinados porcentajes de cerámicas peinadas y esgrafiadas). Así, no se han identificado yacimientos de estos momentos en el curso medio y bajo del Vinalopó (poblado en cambio tanto en momentos previos como posteriores), y sólo en yacimientos de larga secuencia como Mas d'Is (Penáguila) se han documentado contextos claramente asociados a estas fases; en otros, como Casa de Lara (Villena) o algunos de los yacimientos localizados por F. J. Molina en la zona de confluencia de los ríos Penáguila y Seta (aunque con el carácter preliminar que les confiere el ser hallazgos superficiales), la presencia de abundantes cerámicas peinadas y esgrafiadas permite plantear su pertenencia a esta fase; por último, también en el caso de La Macolla (Villena) la presencia de este tipo de materia-
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les permitiría retrasar la cronología de este yacimiento (generalmente considerado del Neolítico IIB —cf. Guitart 1989—). Sin embargo, la escasez de yacimientos atribuibles a estas etapas (más evidente ante el panorama que encontraremos a partir de entonces) constituye un punto de atención sobre la validez de la secuencia cultural propuesta para la zona, sobre el que necesariamente deberá volverse en algún momento. Tratando ya con el registro calcolítico conocido (fase Neolítico IIB), vemos cómo se mantienen las dos tendencias apuntadas con anterioridad. Por un lado, en estos momentos se constatan vestigios de poblamiento al aire libre en zonas no habitadas con anterioridad: la Foia de Castalia, donde se ocupan las tierras llanas más cercanas al Riu Verd (aunque es posible que la cronología de estos hallazgos pudiera retrasarse, pues se han hallado cerámicas peinadas en la zona de La Torrosella, en Tibi —Soler López 2004; Pairen y García Atiénzar 2004—); la zona litoral de La Safor, donde el descenso del nivel del mar permite ahora el emplazamiento de algunos asentamientos en las cotas más bajas del llano litoral; o la cuenca media del río Serpis, donde se aprecia una significativa concentración de hallazgos en las fértiles plataformas ribereñas (Fig. 19).
10
O
10
20
Kilometers
•
Asentamientos aire libre
*
Cuevas y abrigos
FIGURA 18. Evolución del poblamiento durante el Neolítico IC. Se constata un significativo descenso en el número de yacimientos registrados, tanto cuevas y abrigos como asentamientos al aire libre. Estos vacíos en el registro son especialmente significativos en la zona del Vinalopó y en la cuenca del Serpis, lo que contrasta con las pautas de poblamiento conocidas en momentos inmediatamente anteriores y posteriores.
SARA PAIREN JIMÉNEZ En todos estos casos, los yacimientos se localizan sobre las tierras de mayor capacidad agrícola (como evidencian los análisis de los tipos de suelos presentes en torno a yacimientos como Camp de Sant Antoni, en Oliva, o Les Jovades, en Cocentaina) (Fig. 21). Por otro lado, se multiplican las evidencias en el interior de comarcas ya pobladas con anterioridad, como la Valí d'Albaida, la cuenca alta del río Serpis y sus ríos tributarios, el Alto Vinalopó y el corredor de Bocairent, o las distintas cubetas que se suceden a
lo largo del curso de este río, especialmente en su cuenca baja. En estos casos se siguen ocupando las tierras más apropiadas para el desarrollo de prácticas agrícolas, aunque ya no las de mayor capacidad — como mostrarían los suelos en el entorno de yacimientos como Tabaque (Castelló de Rugat), Arenal de la Costa (Ontinyent), o La Torreta-El Monastil (Elda), donde siempre predominan los pardo-calizos superficiales—.
FIGURA 19. El poblamiento durante el Calcolítico (fase Neolítico IIB). Se observa una elevada densidad de hallazgos en algunas zonas, especialmente el curso alto y medio del río Serpis; esto hace que el área de captación de alguno de los asentamientos conocidos englobe otros muchos que deforma general se adscriben al mismo horizonte cultural, como ocurre en el caso de Les Jovades (n° 132). Por ello, no creemos que todos ellos fueran habitados de forma simultánea.
A pesar de que la periodización disponible pudiera haber favorecido la atribución de los hallazgos a esta fase en detrimento de otras, el elevado número de yacimientos conocidos en estos momentos no puede deberse exclusivamente a este factor, sino que parece estar reflejando un aumento en el número de asentamientos, posiblemente debido a un crecimiento demográfico (corroborado por un simultáneo incremento de los yacimientos funerarios conocidos en los márgenes de las zonas habitadas). Ambos fenómenos,
expansión del poblamiento y de las cavidades sepulcrales, pueden leerse de forma paralela, en términos de un progresivo incremento de la territorialidad (con una mayor fijación al territorio y voluntad de controlar la tierra y los recursos, asegurada por la presencia en ella de los enterramientos de los ancestros del grupo); tendencia que también puede observarse en la distribución de los yacimientos con arte rupestre, como trataremos más adelante.
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FIGURA 20. El poblamiento durante el Horizonte Campaniforme. Se observa un señalado contraste entre la densidad de vestigios de poblamiento al aire libre conocidos para estos momentos y la reducción en el número de cuevas y abrigos en uso respecto a los momentos iniciales de la secuencia neolítica. Al mismo tiempo, los asentamientos al aire libre muestran una tendencia a la nuclearización.
Como culminación de este proceso, en el Horizonte Campaniforme se interrumpe la expansión del poblamiento a nuevas zonas, y también asistimos a una significativa reducción en el número de yacimientos conocidos, siguiendo la pauta señalada por otros autores: de la mano de una intensificación de las actividades agrícolas y una mayor fijación de los grupos al territorio, se produce una progresiva tendencia a la nuclearización del habitat y la ampliación del tamaño de los asentamientos, constatándose en algunos casos las primeras construcciones estables de mampuesto (Bernabeu et al. 1989; Guilabert et al. 1999). Dicha intensificación económica se asocia a la denominada revolución de los productos secundarios (Sherratt 1981), que se reflejaría en un aumento de los porcentajes de animales domésticos en los yacimientos y el cambio en sus patrones de sacrificio (serían usados como animales de carga y proveedores de otros productos no exclusivamente cárnicos —Pérez Ripoll 1999—); así como en la disminución de las actividades de caza, y un mayor peso de la producción agrícola, con la introducción de nuevas técnicas como el uso del arado y los primeros elementos de hoz denticulados, que se reflejará en un aumento del número de restos vegetales conservados (Guilabert et al. 1999).
De esta manera, queda por explicar el porqué de la concentración de hallazgos en el interior de algunas zonas, como ocurre en el curso medio del río Serpis en la fase IIB, o en la zona de confluencia de los ríos Seta y Penáguila a lo largo de todo el Neolítico. En repetidas ocasiones se ha señalado que este elevado número de evidencias estaría reflejando un modelo de ocupación y explotación del territorio basado en la disponibilidad de tierras fértiles; de esta manera los asentamientos (unidades de habitación dispersas e igualitarias, fruto de la progresiva segmentación desde un grupo inicial) se concentrarían siguiendo el curso de las cuencas fluviales, donde se encuentran los suelos de mayor capacidad agrícola (Bernabeu et al. 1989; Bernabeu et al. 1993; Bernabeu 1995). Sin embargo, como ya señalábamos en otra ocasión, resulta improbable que todos estos vestigios correspondiesen a asentamientos contemporáneos, pues en ese caso se estarían solapando sus respectivas áreas de captación (Pairen 2002: 80). Este solapamiento se ve corroborado por los análisis aquí realizados para la delimitación de las áreas de captación atendiendo al esfuerzo que conlleva el tránsito en un escenario con desniveles topográficos; análisis que, aunque han permitido ajustar aquellos resultados preliminares (basa-
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FIGURA 21. Areas de captation y tipos de suelo de los asentamientos al aire libre. Neolitico IIB: 37) Tabaque (Castello de Rugat); 54) Arenal de la Costa (Ontinyent); 132) Les Jovades (Cocentaina); 216) Mas dels Alfasos (Castalla); 244) La Torreta-El Monastil (Elda). Horizonte Campaniforme: 35) L'Atarcd (Belgida); 177) Mas del Barranc (Alcoi); 224) Penon de la Zorra (Villena); 246) El Monastil (Elda). Entre los asentamientos del Neolitico IIB las areas de captation son amplias, con un predominio de suelos aluvio-coluviales y pardo-calizos superficiales, de elevada capacidad agricola. En cambio, en el Horizonte Campaniforme se observa una mayor variabilidad: mientras que asentamientos como L'Atarco se ubican en tierras lianas y fertiles, manteniendo las pautas de emplazamiento de momentos anteriores, otms como Mas del Barranc se sitiian en areas abruptas donde los suelos presentan escasa capacidad agricola; mientras que otms se desplazan del llano a zonas en altura, como ocurre en la cubeta de Villena y tambien en la de Elda, por lo que disminuye el porcentaje de suelos apropiados para prdcticas agricolas en sus areas de captation —compdrense las areas de captation de La Torreta-El Monastil (244) y El Monastil (246), respectivamente de las fases calcolitica y Campaniforme—.
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dos entonces en un terreno sin irregularidades), no plantean diferencias sustanciales en cuanto a su interpretación, y obligan a dar una lectura distinta a este fenómeno. Evidentemente, dado el carácter superficial de muchos de los hallazgos, existen múltiples dificultades para determinar la extensión o las características internas de los posibles asentamientos a los que éstos corresponderían; sin embargo, en algunos casos la documentación en excavaciones sistemáticas de estructuras de habitat permite una valoración más ajustada del significado de estos hallazgos. Así, puede decirse que las estructuras presentes en los asentamientos al aire libre de la zona valenciana a lo largo de toda la secuencia neolítica presentarían un carácter endeble: en yacimientos de cronología antigua como Mas d'Is y otros, más tardíos como Niuet (U Alquería d'Asnar), Jovades (Cocentaina) o Arenal de la Costa (Ontinyent) encontramos cabanas simples, sin zócalo de piedra, con paredes y techumbres conformadas por estructuras de postes y ramaje, y enlucidas de barro; silos de almacenamiento, de planta circular y sección trapezoidal o troncocónica; fosas y cubetas de pequeño tamaño; estructuras de combustión; y fosos segmentados que (excepto en el caso de Mas d'Is) delimitarían el espacio habitado (cf. Pascual Benito 1989a; Bernabeu et al. 1994; Bernabeu et al. 2002; 2003; Jover et al. 2000-2001). Es decir, no parece existir una voluntad de reproducir la ocupación del sitio de forma permanente4. De hecho, en el yacimiento de Mas d'Is se ha señalado la existencia de plazos cortos de reconstrucción o reedificación del espacio doméstico, al constatarse la superposición de diversas estructuras con una cultura material homogénea (Bernabeu et al. 2002: 179). Este tipo de superposiciones ha sido documentado también en el contemporáneo yacimiento de La Draga (Girona), donde según los resultados de los análisis dendrocronológicos la secuencia total de ocupación no supera los 40 años; en este margen temporal, sin embargo, muchas de las estructuras tuvieron que ser reconstruidas, superponiéndose las más recientes a las más antiguas (Bosch et al. 1999). Estos datos podrían estar indicando que las secuencias de ocupación de estos yacimientos son breves, siendo frecuentes las reconstrucciones y posiblemente también la reubicación del lugar de habitat; consideramos que éste es el sentido que debe darse al gran número de evidencias de poblamiento al aire libre que se registran en áreas relativamente reducidas, y no su correspondencia al modelo de agrupación de asentamientos planteado por 4
Sólo para los fosos como los de Mas d'Is se ha hablado de una voluntad de monumentalización, que requeriría una fuerte inversión de trabajo social en una actividad colectiva cuya funcionalidad además no sería práctica sino ritual; actividad que no respondería una práctica aislada, sino que se repetiría en intervalos corto de tiempo (con la progresiva ampliación del espacio delimitado por estos fosos mediante la construcción de otros sucesivos) (cf. Bernabeu et al. 2002; 2003).
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otros autores (cf. Bernabeu 1995). De esta manera, si unimos esta información al resultado de los análisis llevados a cabo (solapamiento de las áreas de captación de los distintos yacimientos que se suponían contemporáneos), podemos leer esta multiplicidad de hallazgos en un sentido diacrónico: como el fruto de sucesivas reubicaciones de un mismo grupo familiar siempre dentro de una misma zona o nicho ecológico —corroborando la idea ya planteada por otros autores para las comarcas del Vinalopó (Guilabert et al. 1999: 287). Este traslado del habitat a zonas próximas en intervalos cortos de tiempo podría tener un carácter práctico: tanto por razones de higiene como para evitar estructuras excavadas anteriores, que tendrían que volver a rellenar para hacer de nuevo practicable la superficie (Román 1999). Asimismo, atendiendo a una escala temporal más amplia, se ha señalado que existiría una cierta movilidad entre estos grupos debida al propio sistema de producción agrícola, de rozas (Martí 1983b), o más probablemente de alternancia de cultivos o barbecho de ciclo corto (Bernabeu 1995): un modo de producción agrícola basado en el aprovechamiento intensivo durante pocos años de espacios recién desforestados mediante la quema, fertilizados por las cenizas resultantes, que posteriormente serían dejados en reposo para permitir su regeneración, siendo aprovechados como pastos mientras se abren nuevas tierras de cultivo5. Las rudimentarias técnicas disponibles en estos momentos (azadas, palos cavadores) exigirían el cultivo de suelos ligeros y bien drenados, de elevado aporte orgánico y alta potencialidad agrícola, que no exigiesen una roturación a gran escala; el cultivo de especies de elevada productividad y capacidad de conservación, como los cereales (trigo y cebada, cultivados de forma conjunta para reducir el riesgo de malas cosechas y generar menos problemas de almacenamiento —cf. Hopf 1966; Martí 1983b—); e incluso el uso de leguminosas, documentado en yacimientos de cronología temprana como la Cova de les Cendres (Teulada), y que favorecería la regeneración de los suelos (Buxó 1991). Sin embargo este sistema presentaría una cierta inestabilidad a medio plazo, obligando a abrir constantemente nuevos espacios de cultivo, y esto explicaría la gran dispersión de los vestigios de poblamiento en torno a núcleos concretos en estos momentos: no se trataría de aldeas ocupadas por distintas unidades familiares, de carácter 5
La duración del barbecho dependerá directamente de la presión de la población sobre los recursos, teniendo en cuenta que, cuanto más corto sea el período de barbecho, más trabajo será necesario para alcanzar un mismo nivel de producción, pues la tierra no recupera toda su fertilidad. La aplicación de este sistema se constata por la huella permanente que imprimirá en el entorno vegetal de los asentamientos de estos momentos, como muestran los análisis antracológicos, polínicos y sedimentológicos realizados en el área de estudio y que hemos señalado con anterioridad (Vernet et al. 1987; Dupré 1988; Bernabeu y Badal 1990; Badal 1997; 2002).
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autosuficiente e igualitario; sino que serían vestigios de habitat asociados a un mismo grupo familiar, que habría ido trasladando su lugar de residencia a medida que agotase las tierras en su entorno inmediato. Por otro lado, la escasez de silos constatados en las aldeas de mayor antigüedad, siendo usados como contenedores de almacenaje grandes vasos cerámicos; y el pequeño tamaño de molinos y molederas, que facilitarían así su transporte, serían otros indicadores válidos del grado de movilidad y escasa fijación al territorio de estos primeros grupos de economía productora (Pairen y Guilabert 2002-2003: 17). De esta manera, consideramos que las primeras aldeas neolíticas de las tierras valencianas presentarían un carácter semi-permanente, caracterizadas por ocupaciones breves y frecuentes reubicaciones del habitat, que sería trasladado a tierras cercanas. Este proceso puede adscribirse a unas pautas de movilidad a pequeña escala, con cambios periódicos en la ubicación del asentamiento, que afectarían a todo o la mayor parte del grupo social (cf. Binford 1980; Kelly 1992; Whittle 1997). Esta movilidad podría deberse a una voluntad de mantener los niveles de producción agrícola, ante el agotamiento de los suelos y la necesidad de roturar nuevos espacios que mantengan las características de los anteriores; pero sin abandonar la unidad geográfica en la que se habita, indicando así un relativo grado de fijación al territorio (entendida en un sentido amplio, pues el traslado del habitat se produciría siempre en torno a zonas concretas). Por tanto, podemos reconocer entre las comunidades neolíticas de la zona distintas pautas de movilidad, las cuales afectarían a la distribución de los asentamientos al aire libre. Por un lado, la progresiva expansión del poblamiento a unidades geográficas cercanas, que debe entenderse en el contexto de crecimiento demográfico y segmentación del grupo social señalado por otros autores (Bernabeu et al. 1989). Por otro lado, una reubicación del habitat a nivel local cuyo resultado sería la multiplicación de los vestigios en el interior de áreas concretas, no correspondientes por tanto a núcleos contemporáneos surgidos a partir de la segmentación de uno originario —pues la segmentación del grupo y migración de un contingente humano a un nuevo territorio necesariamente debe producirse a una escala territorial amplia (Kelly 1992: 45)—, como se ha señalado en el primer caso; por el contrario, hablamos aquí de desplazamientos de corto alcance que en la medida de lo posible intentan mantenerse dentro de un mismo nicho ecológico. Por último, la economía de estos grupos se vería complementada por la explotación de la cabana ganadera y también de determinados recursos naturales, mostrando una voluntad de aprovechamiento integral de las posibilidades del entorno; en la valoración de estas prácticas, dentro de pautas de movimiento de carácter logística que afectarían únicamente a una pequeña parte de la comunidad (Binford 1980), la ocupación de cuevas y abrigos presentará un papel fundamental.
6.2. LA OCUPACIÓN DE CUEVAS Y ABRIGOS
Durante décadas las cuevas han sido consideradas el habitat principal de las primeras comunidades neolíticas de las tierras valencianas; sin embargo, esta consideración sólo afectaba a una serie de cuevas conocidas de antiguo por la abundancia y riqueza de sus materiales (especialmente las cerámicas de decoración cardial), como la Cova de la Sarsa (Bocairent) o la Cova de l'Or (Beniarrés). Paralelamente, se señalaba la existencia de una serie de cuevas y abrigos cuyos materiales presentarían menor entidad, asociados siempre a un habitat secundario cuando no a contextos funerarios dudosos, y que mantendrían su ocupación a lo largo de gran parte de la secuencia neolítica: este sería el caso de la Cova Negra (Gaianes) o la Cova d'En Pardo (Planes), y de numerosos abrigos como los de La Falguera (Alcoi), Penya del Comptador (Alcoi), Barranc de les Calderes (Planes) o Penya Roja de Catamarruc (Planes). Para la ocupación de estas cuevas y abrigos se señalaba un componente funcional o estacional, relacionado con el movimiento a pequeña escala de la cabana ganadera en busca de pastos, pero siempre con un carácter secundario y dependiente de otros yacimientos cercanos de ocupación permanente (Bernabeu et al. 1989; Bernabeu 1995; Martí y Juan-Cabanilles 1997; 2000; Pérez Ripoll 1999). Sin embargo, la información que sobre el modo de vida de las comunidades neolíticas proporcionan yacimientos excavados sistemáticamente como Mas d'Is o La Falguera está poniendo de relieve el carácter excepcional de cavidades como Or o Sarsa, cuyo registro no responde a lo que sería la pauta habitual entre los lugares de habitat. Del mismo modo, consideramos que los datos aportados en los últimos años sobre la antigüedad de los asentamientos estables al aire libre (que se remonta hasta el Neolítico cardial) obligan a reconsiderar el papel de cuevas y abrigos en las pautas de poblamiento neolíticas. Así, esta diversificación de los lugares de habitat sólo podría entenderse dentro de unas pautas de aprovechamiento integral de los recursos del entorno, del mismo modo planteado para otras comunidades neolíticas peninsulares. Como ejemplo, en la zona nordeste se ha señalado el papel destacado de las cuevas dentro de estrategias de explotación integral del medio y aprovechamiento itinerante de los recursos, siendo usadas en paralelo a los asentamientos al aire libre como lugares de almacenamiento, refugio de ganado o estaciones de caza (Sanahuja et al. 1995); además, otros autores señalan también la ocupación esporádica de algunas cuevas como lugar de habitat secundario (caracterizadas por un acceso relativamente fácil pero escasa habitabilidad, su cercanía a cursos fluviales, un emplazamiento en zonas abruptas alejadas de las tierras cultivables, y unos débiles niveles de ocupación) (cf. Bosch 1994a; 1994b). También en el Neolítico andaluz se ha señalado una dualidad entre los asentamientos en llano y la ocupación de cuevas situadas en las sierras cercanas,
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si bien en este caso serían las cavidades las que ofrecerían unas secuencias de ocupación más estables y continuadas, mientras que los asentamientos al aire libre serían ocasionales y perecederos; se plantea así un modelo de ocupación basado en la ocupación estable de grandes cavidades, mientras que a su alrededor se dispondrían unos establecimientos temporales (pequeños abrigos y estaciones al aire libre) destinados a la explotación de recursos como el sílex (Gavilán y Vera 1997). Ya en momentos más tardíos, se ha señalado una pauta similar entre las comunidades calcolíticas del Pasillo de Tabernas, donde se daría una dualidad entre los poblados estables situados en las partes bajas del valle y asentamientos temporales de menor entidad en las sierras cercanas, destinados a la parte de la población que acompañaba a los rebaños en sus desplazamientos estacionales; destaca en este caso la presencia de megalitos jalonando las rutas que comunican ambos núcleos de habitat, cumpliendo distintas funciones (control de puntos de paso, delimitación del territorio y cohesión social —Maldonado et al. 1991-92—).
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Si atendemos a la distribución de cuevas y abrigos, sería evidente por qué durante décadas muchos de estos yacimientos han sido considerados como habitat principal: ya desde el Neolítico cardial, cuando los vestigios de poblamiento al aire libre conocidos son escasos y limitados a zonas muy concretas (cabeceras de los ríos Serpis y Vinalopó), se aprecia la existencia de un elevado número de cavidades alrededor de estas áreas de poblamiento al aire libre, y también en la franja litoral y en los valles intramontanos que comunican ambas zonas (Fig. 15). Entre estos yacimientos encontramos cuevas que han proporcionado un abundante número de materiales, concentradas en la cuenca media del río Serpis y Valleta d'Agres (Cova de l'Or, Sarsa o Coveta Emparetá) y en la zona litoral (Cova de les Cendres, Cova Ampia del Montgó, y otras en la zona de La Safor); así como abrigos y cuevas distribuidas a lo largo de los valles intramontanos, en nichos ecológicos de escasa capacidad agrícola pero adecuados para la explotación pecuaria, cinegética o forestal (La Falguera, Penya del Comptador, Penya Roja de Catamarruc, Sa Cova de Dalt o Cova de Bolumini).
FIGURA 22. Poblamiento al aire libre en la zona de cabecera del río Serpis durante el Neolítico epicardial (fase IB), y radios de distancia desde este foco en intervalos de desplazamiento de una hora. Se aprecia cómo las cuevas y abrigos más cercanos no se sitúan a menos de 5-6 horas de marcha desde esta zona.
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En relación con la distribución de los asentamientos al aire libre, vemos que cuevas y abrigos se localizan siempre a distancias mínimas de 5 ó 6 horas de marcha desde los asentamientos al aire libre más cercanos, lo que reforzaría la idea de un emplazamiento diferencial en nichos ecológicos con distintas posibilidades biofísicas para su explotación (Fig. 22); y esta pauta de diversificación del habitat se mantendrá en momentos posteriores, repitiéndose a medida que el poblamiento se extiende a zonas vecinas. Así, a partir
del Neolítico epicardial se ocupan nuevas cavidades en la zona de la Valí d'Albaida (Cova del Barranc de Castellet, Carrícola) y a lo largo del curso del río Vinalopó (Cova del Lagrimal, Villena; Cova deis Calderons, La Romana; Cova de les Aranyes del Carabassí, Santa Pola), paralelamente a la aparición de asentamientos al aire libre en estas zonas (Camí de Missena, La Pobla del Duc; Ledua, Novelda; o La Alcudia, Elche, respectivamente) (Fig. 23).
FIGURA 23. Poblamiento epicardial en las cuencas media y baja del Vinalopó. Como ocurre en el caso del río Serpis, las cuevas y abrigos conocidas se localizan a una distancia mínima de 5 horas desde los asentamientos al aire libre ubicados junto al cauce del río.
En cuanto a las fases IC y HA de la secuencia regional, del mismo modo que ocurría con el número de asentamientos al aire libre conocidos, con las cuevas y abrigos de nuevo pueden observarse los vacíos en el registro que hemos atribuido a problemas de ajuste con la periodización propuesta: aunque se han reconocido niveles asociados a estos horizontes en la excavación de cavidades como En Pardo, Santa Maira o la Cova de les Cendres, en general existe un importante descenso cuantitativo respecto al registro conocido para los momentos inmediatamente anteriores y posteriores (Fig. 18). En cambio, a partir de la fase IIB
podemos apreciar una inversión de la tendencia: aunque hemos señalado cómo en estos momentos se registra una notable expansión del poblamiento al aire libre, con un aumento de los vestigios de habitat conocidos que en gran medida puede atribuirse a un crecimiento demográfico, el número de cuevas y abrigos ocupados no aumenta de forma paralela, sino que permanece estable. De hecho, sólo puntualmente se registra el uso de nuevas cavidades, mientras que algunos de los abrigos usados en fases previas han interrumpido definitivamente su secuencia con anterioridad a estos momentos (Penya del Comptador, Barranc de les
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Calderes, Penya Roja de Catamarruc, Cova de la Sarsa), o evidencian una menor entidad en sus niveles de ocupación (Cova de l'Or, Coveta Emparetá). Esta
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tendencia es aún más acusada en el Horizonte Campaniforme, donde son ya pocas las cavidades cuya ocupación se mantiene (Gráfico 2).
GRÁFICO 2. Número y tipos de yacimientos conocidos por períodos.
Por otro lado, las diferencias en cuanto a registro material, habitabilidad y estructuras documentadas entre las distintas cuevas y abrigos ocupados a lo largo de la secuencia neolítica valenciana mostrarían que su uso responde a pautas o funcionalidades distintas. En primer lugar, entre aquellas que presentan evidencias de una ocupación estable podemos destacar la Cova de les Cendres (Teulada) como caso de especialización en la explotación intensiva de moluscos y otras especies marinas, favorecida por su emplazamiento en un acantilado junto a la línea de costa (Bernabeu 1995); al mismo tiempo, la intensidad de su ocupación a lo largo de todo el Neolítico queda mostrada por la documentación de distintas estructuras en su interior: hogares, fosas, cubetas y fuegos de corral. La documentación de fosas y cubetas en el nivel H 15a (datado en 5260-4900 cal. BC, y correspondiente al horizonte de cerámicas incisoimpresas) tiene una importancia fundamental en la valoración de las actividades llevadas a cabo en esta cueva en los inicios de la secuencia holocena: una de ellas presentaba un gran contenedor cerámico en su interior, aparentemente destinado a la contención de líquidos, y en otra se hallaron restos de una posible cesta realizada con fibra vegetal trenzada. Estas evidencias permiten plantear su posible uso como lugar de almacenamiento, del mismo modo que se ha señalado para algunas cavidades del Nordeste peninsular (Bosch 1994a; 1994b), o en la propia zona de estudio, en algunos casos ya en la Edad del Bronce (Fairén 2001). En este sentido, las cuevas proporcionarían como característica intrínseca y propicia un ambiente estable en cuanto a temperatura y humedad, favore-
ciendo la conservación de los elementos (líquidos o cereales) ahí depositados6. Esta posibilidad se ha planteado también para otras cavidades que muestran una ocupación intensa en estos momentos, aunque con un carácter distinto, que afectaría al contexto en que se produciría la redistribución de lo almacenado. Éste sería el caso de la Cova de l'Or, donde la espectacularidad de la cultura material hallada marcaría un importante salto cualitativo frente a otros yacimientos contemporáneos (Vicent 1997). En esta cavidad sólo se documentaron hogares en la excavación del sector K (Martí 1983a), aunque la presencia de láminas con lustre y molinos en todas las zonas excavadas se ha planteado como evidencia de la dedicación agrícola de sus ocupantes desde inicios de la secuencia neolítica (Martí 1983b; Bernabeu y Martí 1992) —a pesar de situarse el yacimiento en una zona montañosa y en una cota elevada, en cuyo entorno inmediato los suelos muestran una muy baja capacidad agrícola (ver Gráfico 4)—. Respecto a las estructuras de almacenamiento identificadas, sólo se menciona "una pequeña cavidad de provisiones llena de granos" (Hopf 1966: 53), en la que junto a fragmentos de cerámica cardial se hallaron semillas carbonizadas y mezcladas de distintas variantes de trigo y 6 El almacenaje sería uno de los posibles destinos planteados para los grandes recipientes globulares y con cuello, de paredes muy gruesas, hallados en numerosas cavidades de las comarcas de l'Alcoiá y Comtat, al menos durante la Edad del Bronce (Fairén 2001); mientras que en la Cova d'En Pardo se ha documentado en época moderna un aprovechamiento del agua que cae de las estalactitas, mediante la colocación de grandes tinajas bajo ellas (Soler et al. 1999).
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cebada; se señala además que esta estructura estaría directamente situada sobre el suelo rocoso de la cavidad, lo cual, junto a la datación obtenida (5750-5050 y 5380-5000 cal. BC para la parte inferior y superior de la capa, respectivamente), validaría su pertenencia a sus momentos iniciales de ocupación. Sin embargo, la presencia entre la cerámica cardial de abundantes vasos contenedores, tanto de líquidos (recipientes con cuello) como de otros elementos7; la riqueza de la cultura material presente en el yacimiento (no sólo por la abundancia de cerámicas y piezas de sílex sino también de elementos de adorno, muchos de ellos en proceso de fabricación), en cantidades que no han sido igualadas por los yacimientos al aire libre contemporáneos; el almacenamiento de cereales trillados y tostados, que no podrían destinarse por tanto a la reproducción del ciclo agrícola sino al consumo; o las peculiares pautas de sacrificio que presentan los ovicápridos, donde el 39'6 % de los individuos sacrificados son menores de 12 meses y estarían aún lejos de alcanzar su máximo rendimiento en peso (cf. Bernabeu y Martí 1992); es decir, la acumulación de elementos de valor en este yacimiento, ha llevado a algunos autores a plantear la posibilidad de que la Cova de l'Or no sea un lugar destinado al habitat, sino al almacenamiento social de excedentes para su redistribución. Además, las pautas de sacrificio podrían indicar que esta redistribución tendría un carácter estacional, dentro de un marco de celebración de determinadas ceremonias de agregación social (Vicent 1997). De hecho, si atendemos a la información sobre el comportamiento de los ovicápridos recogida por distintos autores (Álvarez Sanchís 1990; Cruz 2003: 408), su época más propicia de nacimiento sería entre Mayo y Junio, cuando el ganado se encuentra en los pastos estivales; de esta manera, si el 26 % de los ovicápridos consumidos en Or son menores de 5 meses (a partir de Bernabeu y Martí 1992: cuadro 7), podríamos incluso determinar que su sacrificio y consumo se produjo en invierno —para las comunidades agrícolas, período improductivo entre la siembra y la recogida, cuando puede incrementarse la celebración de actividades ceremoniales destinadas a la consolidación de las instituciones y alianzas sociales—. En este sentido, algunos autores han señalado el papel del sacrificio y consumo colectivo de una parte de la cabana doméstica como una forma particular de actividad ritual que implicase el consumo comunal de comida o bebida; es decir, como una estrategia destacada dentro del proceso de creación y mantenimiento de las relaciones sociales Ínter e intragrupales, así como en la definición del acceso a los recursos y la gestión de los excedentes de producción por parte del 7
Los análisis realizados sobre las pastas cerámicas de este yacimiento indican que las correspondientes a cerámicas cardiales, muy depuradas, no podrían haber sido usadas para poner al fuego sino únicamente como recipientes de almacenaje o consumo (Gallart, en Martí et al. 1980).
grupo (cf. Dietler y Hay den 2001). Entre los indicios que permitirían reconocer estas prácticas en el registro arqueológico, se ha señalado la documentación de prácticas de almacenamiento como un requisito básico, al que se unirían otros factores como unos singulares patrones de sacrificio de la fauna y la existencia de determinados tipos de vajilla doméstica o ajuares excepcionales (Hayden 2001). También H. Ahlbáck (2003) ha señalado cómo, desde un punto de vista estrictamente funcionalista, a veces resulta difícil distinguir entre un lugar de habitat y uno destinado a actividades rituales que incluyen el sacrificio de animales, pues en ambos casos se trataría de actividades relacionadas con la redistribución o consumo de alimentos que dejarían unos vestigios similares; sin embargo, limitar la interpretación de estas acumulaciones exclusivamente como deshechos de consumo estaría obviando la parte más relevante, referente al porqué de la concentración de determinados elementos de carácter extraordinario dentro del registro material de un único yacimiento. En este caso, la escasez de estructuras de habitat documentadas en la Cova de l'Or; la mala adecuación de su entorno al desarrollo de una economía de base agropecuaria; y la especial calidad de la cultura material hallada8'; son elementos que podrían estar reflejando el carácter cargado de significado social o religioso de este yacimiento, que podría haber sido visitado sólo durante cortos períodos de tiempo cada año, durante los cuales la celebración de distintas actividades rituales provocaría una destacada acumulación de objetos de valor en su interior. Aunque sin descartar un componente habitacional, este valor más allá del meramente funcional ha sido planteado también por otros autores, para quienes la riqueza y simbolismo de las decoraciones figuradas en la cerámica cardial excedería la esfera de lo estrictamente cotidiano, vinculándose a la vida religiosa de estas comunidades (Martí y Juan-Cabanilles 1997); en este punto redundaría la presencia en este yacimiento de numerosos tubos de hueso realizados sobre ulnas de rapaces de gran tamaño (buitres y águilas), para los que se propone un uso como instrumentos musicales en contextos ceremoniales del Neolítico antiguo cardial (Martí et al. 2001). Esta funcionalidad podría extenderse también a otros yacimientos que presentan ricos materiales asociados a los momentos iniciales de la secuencia neolítica; especialmente en el caso de la Cova de la Sarsa, donde el conjunto material recuperado tanto en las campañas de excavación como en distintas recogidas superficiales presenta ciertas similitudes con el halla8
Algunos autores han remarcado el rol que determinadas actividades y producciones materiales de carácter extraordinario jugarían en la reproducción social de las comunidades de pequeña escala, como objetos de intercambio destinados a circular dentro de redes de obligación social y reciprocidad, o depositados como ofrendas en lugares de carácter sacro (Barnett 1990; Spielmann 2002).
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do en l'Or: abundantes piezas de sílex, algunas con lustre; adornos y útiles de hueso, incluyendo los característicos anillos y cucharas; y numerosos fragmentos de cerámica, destacando en cantidad los decorados con impresión cardial. Los abundantes restos de talla y núcleos laminares agotados (Asquerino 1978b), así como la existencia de varias matrices para anillos (también presentes en Or), indicarían el uso como taller de la cavidad. En cuanto a la cerámica, destaca la presencia de abundantes contenedores, de pasta gruesa y con cordones y elementos de prensión aplicados, así como algunos vasos con cuello que parecen haber sido destinados a la contención de líquidos. Por otro lado, debe señalarse que en ninguna de las actuaciones llevadas a cabo por M. D. Asquerino se menciona la documentación de estructuras de habitación dentro de la cavidad —con la única excepción del múrete de mampuesto que aparentemente protegería un enterramiento doble (Casanova 1978)—. Si bien esta ausencia de estructuras impide conocer cuál fue el uso que recibió esta cavidad, podría indicar en cambio que éste no fue como lugar de habitat, pues estas actividades habrían dejado una huella reconocible. En cambio, quizás debamos atribuir la riqueza de los materiales no a la intensidad de su ocupación sino a un valor ritual similar al que poseería la Cova de l'Or; en este sentido, debe destacarse la presencia en ambos yacimientos de restos humanos de difícil adscripción cronológica, pero posiblemente correspondientes a los momentos iniciales de la secuencia neolítica en que estas cuevas estarían en uso; así como de ricos conjuntos cerámicos, donde destacan especialmente las decoraciones figurativas realizadas con impresión cardial —antropomorfos, soliformes y motivos vegetales (Pérez Botí 1999)—. Además, también en este yacimiento se ha señalado la presencia de tres fragmentos de tubo sobre ulna de ave, de características y cronología similares a los presentes en la Cova de l'Or (Martina/. 2001). En menor medida, pues los materiales son más escasos y de menor calidad, éste podría ser también el caso de otras cavidades cercanas como la Coveta Emparetá (Bocairent), la Cova deis Pilars (Agres), la Cova del Moro (Agres) o la Cova Negra (Gaianes), y quizás de alguna más como Sa Cova de Dalt (tárbena), la Cova del Somo (Castell de Castells), la Cova Fosca (Valí d'Ebo) o incluso la propia Cova de les Cendres (Teulada): todas ellas presentan restos humanos de dudosa adscripción, junto a materiales que indican su ocupación esporádica en los inicios de la secuencia neolítica; y aunque en este caso la escasez y fragmentación de los restos cerámicos impide conocer las formas a que pertenecen, la cerámica de momentos más tardíos si parece corresponder de forma mayoritaria a grandes recipientes de contención y almacenaje. El almacenamiento podría, así, haber sido su uso también en los momentos iniciales de la secuencia neolítica: sea con un sentido práctico, respondiendo a necesidades concretas del grupo en ese
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sentido (creación de excedentes ante la posibilidad de malas cosechas y la necesidad de mantener el ciclo agrícola, etc.); o con un carácter social/ritual añadido, que afectase a la apropiación y redistribución de lo almacenado (Ingold 1986). En general, se ha señalado que estas cuevas mostrarían una regresión en su ocupación en momentos del Neolítico Final (Neolítico HA), evidenciada por una menor entidad de los materiales y niveles de ocupación asociados a estos momentos (Martí 1983a; Martí et al. 1980; Asquerino 1978; 1998). En cambio, si consideramos el papel social o ritual que presentarían algunas de estas cavidades, su abandono en estos momentos no respondería tanto a un traslado del habitat debido al aumento demográfico y la generalización de los asentamientos al aire libre, como a un cambio en las necesidades sociales y las ceremonias de agregación desarrolladas por estas comunidades (que ahora se llevarían a cabo en otros lugares); en este cambio ideológico, como veremos, los abrigos con Arte Esquemático y Levantino jugarán un papel fundamental. Respecto a la Cova de les Cendres, aunque también se señala un descenso en la intensidad de la ocupación a partir de estos momentos (Fumanal y Badal, en Bernabeu et al. 2001), su uso se mantendrá hasta la Edad del Bronce, aunque con un carácter distinto, como consecuencia de las oscilaciones experimentadas por la línea de costa a lo largo del Cuaternario reciente: el progresivo acercamiento del mar que se produce con la transgresión flandriense erosionará las laderas pleistocenas, dificultando el acceso a la playa y provocando un cambio en las actividades productivas; así, el cultivo de tierras y la explotación de recursos marinos perderá peso frente a una progresiva orientación a la ganadería, evidenciada por la presencia de fuegos de corral desde el Neolítico HA (Fumanal y Badal, en Bernabeu et al. 2001; Badal 2002). Esta orientación mostraría una pauta similar a la que presentan otros yacimientos contemporáneos, como La Falguera o Santa Maira. Quizás sea la orientación ganadera de algunas cavidades (es decir, su uso como rediles, lugares de estabulación del ganado) la que presenta menores problemas para su identificación. Esta funcionalidad, apuntada para el Neolítico de la zona en repetidas ocasiones (Bernabeu et al. 1989; Bernabeu 1995; Martí y Juan-Cabanilles 1997; 2000; Pérez Ripoll 1999), ha sido analizada en mayor profundidad en los últimos años, siendo el papel señalado para otros yacimientos como La Falguera (Alcoi) (García Puchol y Aura 2000; 2002); Cova de Santa Maira (Castell de Castells) (Aura et al. 2000), Cova de Bolumini (Benimeli-Beniarbeig) (Badal 1999; 2002); o la Cova d'En Pardo (Planes) (Soler Díaz et al. 1999). En todos los casos, este uso queda evidenciado por la documentación de los característicos fuegos de corral, fruto de incendios intencionados y periódicos destinados a la limpieza y desparasitación del abrigo (Martí y Juan Cabanilles 1997; Badal 1999). Las data-
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ciones disponibles indicarían que este uso se generaliza a partir del Neolítico HA, vinculado a la aparición de cerámicas peinadas y esgrafiadas, según los datos aportados por los niveles Va de Cendres (4250-4380 cal. BC) o el nivel I de Santa Maira (5640±60 BP) (Badal 1999); aunque en el Abrigo de La Falguera los análisis faunísticos y microsedimentológicos parecen indicar que esta funcionalidad estaría presente desde los inicios de la ocupación neolítica del abrigo, en contextos del Neolítico Antiguo (García Puchol y Aura 2002; García Puchol y Molina 2003). Más difícil sería extender esta funcionalidad al resto de los yacimientos en cueva conocidos en estos momentos en la zona de estudio, pues en la mayor parte de los abrigos y cuevas las propias características del hallazgo de los materiales (recogidas superficiales y selectivas, generalmente al margen de proyectos sistemáticos de prospección o excavación) impiden conocer si en ellas se dieron estos característicos niveles de corral. Así, quizás sea éste el sentido que deba otorgarse a las abundantes manchas de ceniza y carbones infrapuestas al nivel de enterramientos que E. Pía (1954) menciona a propósito de la Cova del Barranc de Castellet, pero en general estas menciones escasean en la bibliografía o se atribuyen únicamente a los niveles superficiales del relleno —que podrían ser modernos, pues muchas de estas cuevas sí que han sido usadas como rediles en la actualidad (como sería el caso de los abrigos del Barranc de les Calderes, en Planes; Coves de Esteve, en Valí d'Ebo; o la Cova del Mansano, en Xaló, entre otras muchas). En cambio, en otras cuevas donde se han llevado a cabo intervenciones sistemáticas no se menciona la existencia de este tipo de estructuras de combustión; es el caso, por citar sólo algunos, de la Cova Negra de Gaianes; o Sa Cova de Dalt, en Tárbena. Para mantener la idea de una funcionalidad ganadera habría que valorar en qué medida podría existir entre estas comunidades una dedicación a una escala tal que justificase el movimiento de ganado a larga distancia y la necesidad de poseer cuevas-refugio en el camino; pues, por definición, sólo se puede hablar de trashumancia como una forma económica en sí misma, que implica alejamiento del poblado varios meses al año debido al movimiento entre ecosistemas diferentes, susceptibles de aprovechamiento económico complementario a lo largo del año (cf. Geddes 1983; Ingold 1986). En las comarcas montañosas alicantinas, la diferencia entre nichos ecológicos no sería tan marcada entre la montaña y el valle como entre las zonas litorales y el interior montañoso, es decir, a una escala territorial más amplia; por tanto, el problema estribaría en determinar si existe la necesidad de este movimiento a larga escala para encontrar alimento para el ganado. Se ha señalado que el potencial pecuario de un territorio depende de las formaciones vegetales existentes y de las técnicas ganaderas que se practiquen, mientras que las necesidades de pasto dependen de la composición de la cabana y el número
de cabezas de ganado que deban alimentarse (Badal 1999; 2002). La cabana ganadera de las comunidades neolíticas de la zona sería de pequeño tamaño y estaría formada sobre todo por ovicápridos, que por su capacidad de ramoneo se adaptarían perfectamente al paisaje vegetal de matorral bajo existente en estos momentos en el entorno de las cuevas sin necesidad de recurrir a pastos estacionales; en cuanto a los bóvidos o suidos, su presencia sería mucho menor, pudiendo alimentarse de las especies presentes en el entorno inmediato de las aldeas (ubicadas siempre en zonas de elevada biodiversidad) (Pérez Ripoll 1999; Badal 1999; 2002). Dado que estos rebaños no tendrían que recorrer grandes distancias en busca de pastos estacionales, sino que se adaptarían a los existentes en las inmediaciones de los campos de cultivo, puede decirse que los movimientos de ganado que se darían en esta zona se ajustarían mejor a la pauta definida como transterminancia que a recorridos de trashumancia: desplazamientos de corto radio alrededor de los poblados, aunque habituales y regulares para no sobreexplotar los pastos (Galán y Ruiz-Gálvez 2001). Estos desplazamientos se mantendrían, por tanto, dentro de una escala de movilidad logística, siguiendo una voluntad de aprovechamiento integral del territorio, donde la ganadería no sería más que un complemento de las actividades agrícolas, y cada una se llevaría a cabo en nichos diferenciados aunque relativamente cercanos. Por tanto, aunque es posible que algunas de estas cavidades fueran usadas como redil (es innegable para aquellas en las que se han documentado fuegos de corral), no podemos afirmar con seguridad que esta función se extienda a todos los yacimientos que aquí hemos considerado. En muchos casos, se podría plantear una ocupación esporádica (quizás estacional) para la explotación de recursos que complementen los propios de la economía agropecuaria desarrollada en las aldeas, siguiendo el concepto de cueva refugio definido por Gil Mascarell (1975): cuevas que nunca fueron usadas como lugares de habitat permanente, ni siquiera por parte de un número reducido de personas; destinadas al abrigo de pastores durante movimientos de ganado, o como refugio en el contexto de otras actividades (incluso cinegéticas). Como rasgos comunes a estos refugios, señalaríamos que: a) muestran un uso reiterado a lo largo de la secuencia neolítica, sin llegar nunca a una ocupación estable y continuada; b) no se documentan elementos vinculados con la producción y transformación de materias primas asociadas al ciclo agrícola (molinos, piezas con lustre de cereal); y c) se localizan en zonas abruptas del interior montañoso, donde los suelos muestran una escasa capacidad agrícola, aunque sí estarían cercanos a cursos de agua y zonas de afluencia de animales salvajes. En este sentido, puede añadirse que muchos de estos abrigos muestran una recurrencia en su uso a lo largo de varios milenios, pues ya habían sido visitados reiteradamente en el Paleolítico y Epipaleolítico (Doménech 1990;
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Aura 200Ib), dentro de unas pautas de explotación del territorio basadas en una movilidad residencial estacional. La explotación de algunos de estos nichos ecológicos desde las mismas cuevas y abrigos usados en períodos anteriores podría haberse mantenido en momentos neolíticos, aunque con un carácter distinto: en este caso ya no sería una movilidad residencial que implicase a todo el grupo, sino que se encuadraría dentro de pautas de movilidad logística que afectarían únicamente a una serie de individuos especializados, mientras que el resto permanecería en las aldeas (cf. Binford 1980). Así, hemos señalado cómo la implantación entre las comunidades neolíticas de la zona de una economía de base agropecuaria no sería incompatible con el mantenimiento de unas pautas de aprovechamiento intensivo del medio que incluirían el recurso a la caza y recolección, dentro de un modelo de economía mixta como el propuesto por otros autores (Guilabert et al. 1999). En este sentido, M. Zvelebil (1992) ha señalado cómo la documentación etnográfica indica la importancia que las actividades
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de caza mantienen en muchas sociedades agrícolas, sea como estrategia de reducción de riesgos, por razones socio-ideológicas, o simplemente para abastecer la demanda de materias primas para la elaboración de adornos u otros objetos. Que la explotación de recursos salvajes sigue presente entre las comunidades neolíticas de la zona ha sido constatado en un capítulo anterior, respecto a los porcentajes de animales salvajes consumidos en distintos yacimientos o las materias primas usadas en la realización de útiles y adornos; hemos señalado también que el fundamento de esta explotación podía ser tanto social (ritual) como meramente económico. Esto explicaría, así, tanto la especialización en la explotación intensiva de moluscos y otras especies marinas que muestra Cendres en el inicio de su secuencia, como la ocupación esporádica de numerosos abrigos y cavidades en los valles intramontanos de la zona de estudio a lo largo de todo el Neolítico (combinada en este caso con la función pecuaria que puede reconocerse en algunos de ellos).
FIGURA 24. Tipos de suelo en el entorno inmediato de algunos yacimientos en la comarca de la Safor: 1) Cova del Llop, Gandía; 6) Cova Oberta, Gandía; 15) Cova Negra de Marxuquera, Gandía; 24) Camí del Pía, Oliva. Aunque los yacimientos en cueva poseerían áreas de captación reducidas, debido a su emplazamiento sobre relieves abruptos, al pie de éstos se localizan suelos muy apropiados para la puesta en marcha de actividades agrícolas. Aun así, son los asentamientos al aire libre como el del Camí del Pía (localizado en las tierras llanas del cono de deyección del río Gallinera) los que podrían explotar las tierras más fértiles de la zona (también Gráfico 3).
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Por último, un caso diferente en este panorama sería el que presentan las numerosas cavidades ocupadas en la cuenca baja del río Serpis. En esta comarca litoral el efecto de la transgresión marina flandriense se hará notar en el desarrollo de unas pautas de poblamiento distintas a las tratadas hasta ahora, pues los vestigios de habitat correspondientes a los momentos iniciales de la secuencia neolítica corresponden exclusivamente a cavidades. El vacío de poblamiento constatado en las cotas inferiores a los 100 m en la zona de la Safor durante el máximo transgresivo flandriense (7000-5000 BP) se atribuye precisamente a este fenómeno, que habría obligado a desplazar los asentamientos de estos momentos a las primeras estri-
baciones montañosas a partir de esa cota (Fumanal et al. 1993; Fumanal 1997)9. De esta manera, en esta zona sólo se documentan asentamientos en llano con anterioridad a esta fecha (Camí del Pía o el conchero del Collado, ambos en Oliva), o ya en momentos caleolíticos (Camp de Sant Antoni), cuando el mar se ha retirado y los aportes detríticos procedentes de la erosión de las laderas montañosas circundantes colmatarán este antiguo espacio lagunar (Fumanal 1986); sin embargo, las cuevas ocupadas durante el Neolítico Antiguo y Medio se situarán junto a tierras de elevada capacidad agrícola, lo que seguramente condicionaría su orientación económica.
GRÁFICO 3. Áreas de captación y tipos de suelos en la comarca de la Safor. En el Eje Y se señala el tamaño del área (en m2), y en el Eje X el número de inventario del yacimiento analizado. El asentamiento del Camí del Pía tendría un área más amplia y con suelos de mayor capacidad agrícola (A-B), aunque incluye un porcentaje de suelo de capacidad baja (E) similar al de los yacimientos en cueva.
Por tanto, podemos decir que desde los inicios de la secuencia neolítica en la zona se constata una diferenciación funcional de los distintos yacimientos de habitat, destinada a la explotación intensiva de todos los recursos disponibles en el entorno (tanto domésticos como salvajes), para compensar las fluctuaciones inevitables en la puesta en marcha de un sistema de producción agropecuario. Así, junto a las primeras aldeas localizadas junto a las tierras más fértiles, existirá una ocupación esporádica de cuevas y abrigos, guiada por criterios funcionales y estacionales (o tal vez sociales y rituales, como podrían indicar los casos de la Cova de l'Or o la Cova de la Sarsa). Estas pautas mostrarían una voluntad de aprovechar las posibilidades que ofrece el medio físico de la zona: un medio caracterizado por los contrastes costa-interior y llano-montana, que favorecen una diversidad de nichos ecológicos susceptibles de ser explotados,
como complemento a las actividades productivas agropecuarias desarrolladas durante el Neolítico. Estas pautas pueden reconocerse desde los inicios de la secuencia neolítica, y como hemos señalado se repetirían en todas las zonas de expansión inmediata del poblamiento a partir del Neolítico epicardial: asentamientos al aire libre, cuevas y abrigos muestran así una difusión conjunta en el corredor del Vinalopó y también en la Valí d'Albaida. En cambio, hemos señalado cómo en los momentos finales de la secuencia el 9
Sin que pueda descartarse además una posible tendencia de la investigación en la zona, centrada en la exploración de cavidades ante la potente sedimentación que afecta al llano litoral. En este sentido, debe recordarse que las estructuras excavadas del Camí del Pía (Oliva), situadas en el cono aluvial del río Gallinera, se localizaron con ocasión de la extracción de tierras en la zona, pues se encontraban a 4 m por debajo del nivel actual del terreno (Aparicio et al. 1994).
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GRÁFICO 4. Comparación entre las áreas de captación de yacimientos del Neolítico Antiguo y Medio. Para los asentamientos al aire libre, existe un claro contraste entre aquellos situados en el interior montañoso (Les Dotze, 73; Mas d'Is, 158) y los situados en las tierras llanas junto al curso del río Vinalopó (Casa de Lara, 231; Ledua, 253; La Alcudia, 264), con áreas más amplias y suelos de mayor capacidad agrícola; la baja capacidad de los suelos en el interior de la comarca de l'Alcoiá queda patente en el área de captación de yacimientos como Les FloréncieS (183), Mas de Don Simón (161) o Tamargut (149). Respecto a las cuevas y abrigos, sus áreas de captación son algo más reducidas, y existe un mayor predominio de suelos de erosión y pardo-calizos sobre material consolidado, más adecuados para una explotación forestal; entre los casos más evidentes se puede destacar el de la Cova de l'Or (97), con un predominio casi absoluto de suelos de baja capacidad agrícola.
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GRÁFICO 5. Áreas de captación de distintos yacimientos calcolíticos. El contraste entre el potencial de explotación de los distintos tipos es ahora más evidente: áreas de captación extensas y un predominio de suelos de elevada capacidad agrícola en los asentamientos al aire libre (Tabaque, 37; Arenal de la Costa, 54; Jovades, 132; Mas deis Alfasos, 216; La Torreta-El Monastil, 244), y áreas de captación reducidas y con suelos más apropiados para la explotación pecuaria o forestal en el caso de cuevas y abrigos (Cova de Bolumini, 193; Sa Cova de Dalí, 210; Santa Maira, 211); de hecho, tanto en Santa Muirá como en Bolumini se ha constatado su uso como cueva redil en distintos momentos de la secuencia neolítica, lo cual coincide con el potencial productivo que muestran los suelos en su área de captación, área de características muy similares, además, a la señalada para yacimientos como la Cova de l'Or (Gráfico 4).
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GRÁFICO 6. Comparación entre las áreas de captación de yacimientos del Horizonte Campaniforme. Se puede apreciar que, aunque algunos asentamientos al aire libre mantienen unas pautas de emplazamiento similares a las de momentos anteriores (L'Atareó, 35), otros se ubican en zonas menos adecuadas para el desarrollo de prácticas agrícolas (como Mas del Barranc, 177, localizado en un área abrupta con predominio de suelos pardo-calizos); al mismo tiempo, algunos asentamientos en altura, como Peñón de la Zorra (224) o El Monastil (246), presentan en sus áreas de captación un fuerte componente de suelos de erosión, aunque también tendrían acceso a los fértiles suelos de las riberas del Vinalopó.
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uso de muchas de estas cuevas y abrigos se estanca o es abandonado, lo que contrasta con el aumento de las evidencias de poblamiento al aire libre que caracteriza el Calcolítico y Horizonte Campaniforme (excepto en el caso de La Safor, por las peculiaridades ya señaladas) (Gráfico 2). A partir de estos momentos, las únicas cavidades cuyo uso se mantiene son aquellas que funcionalmente hemos relacionado con pautas de almacenamiento o de estabulación del ganado (Cova de les Cendres, Abric de la Falguera o Sa Cova de Dalt). Por ello, este descenso cuantitativo en la ocupación de cuevas y abrigos debe leerse como resultado de una progresiva reducción de las fuentes de aprovechamiento de recursos diversificadas de las comunidades neolíticas, ligada a la intensificación de las actividades de producción agropecuaria que se documenta en estos momentos. Esta intensificación pudo darse de forma casual, como resultado de un desarrollo propiciado por la situación anterior; o intencionalmente, debido a la voluntad de ciertos sectores sociales de incrementar o maximizar la producción; pues, como han señalado algunos autores, el establecimiento de este policultivo ganadero puede entenderse tanto como medio para aumentar la producción en términos absolutos, como una estrategia destinada a estabilizar la producción a medio y largo plazo ante las variaciones estacionales y anuales del inestable entorno climático Mediterráneo (con la inversión de trabajo social en infraestructuras productivas de rendimiento diferido) (cf. Vicent 1995b). En cualquier caso, este uso de las cavidades en un contexto combinado de almacenamiento y de desplazamientos de corto radio del ganado se corresponde bien con las pautas de uso señaladas en la zona en momentos posteriores, durante la Edad del Bronce (Pairen 2001), donde el modo de producción agropecuario es ya dominante. 7. EL MUNDO FUNERARIO. ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE UN TEMA CONOCIDO A partir de la documentación arqueológica sobre las pautas de poblamiento pueden extraerse importantes conclusiones sobre las actividades y modo de vida de las comunidades neolíticas de nuestra zona de estudio, tanto en sus aspectos prácticos (movilidad residencial y logística, aprovechamiento intensivo de los recursos del entorno) como en los rituales (existencia de lugares destinados al almacenamiento de excedentes y su redistribución dentro de sistemas de reproducción del orden social). Sin embargo, estas inferencias se realizan sobre un aspecto del registro arqueológico cuya formación presenta un carácter no intencional, con las limitaciones que esto imprime a la hora de abordar los aspectos inmateriales de la conducta social. En cambio, los documentos funerarios (como también ocurre con el arte rupestre) proporcionan un registro intencional, resultado de acciones reguladas por pautas sociales específicas (Vicent 1995a); y,
como tales, aportan una información esencial sobre los aspectos sociales y simbólicos del modo de vida de una comunidad. El mundo funerario de las comunidades neolíticas de las comarcas centro-meridionales valencianas se caracteriza, como rasgo que las diferencia de las comunidades vecinas, por el uso prácticamente exclusivo de cuevas naturales como continente para enterramientos múltiples (formados diacrónicamente por la sucesión de inhumaciones individuales). Este tipo de yacimientos está vinculado a los inicios de la investigación prehistórica de la zona, y tradicionalmente ha sido considerado uno de los elementos defmitorios del período Calcolítico, así como un rasgo de identidad de los grupos que habitaban estas comarcas frente a las prácticas presentes en zonas cercanas (cf. Pía 1958; Tarradell 1963; Llobregat 1966; 1973a; 1975)10. Sin embargo, como señala J. Soler (2002) en su reciente estudio de síntesis, aún ahora su conocimiento dista de ser el más apropiado: en la mayor parte de los casos, sólo se conocen restos humanos y materiales descontextualizados depositados en diversos museos; no existen planos de excavación ni referencias estratigráficas que permitan conocer la secuencia de uso de los yacimientos; y se carece también de estudios de antropología física y dataciones absolutas que proporcionen una base sólida a cuestiones tan fundamentales como el número de individuos inhumados en cada caso o su adscripción cronológica. Por otro lado, el fenómeno de la inhumación múltiple en grietas y cavidades en el área central del Mediterráneo peninsular no constituye un fenómeno homogéneo; por el contrario, si atendemos a los indicadores arqueológicos señalados en las síntesis de E. Pía o E. Llobregat, podemos diferenciar varios momentos, cada uno de los cuales presenta ciertas variaciones en el ritual. En primer lugar, los enterramientos asociados a los momentos iniciales del Neolítico, correspondientes siempre a cuevas sepulcrales con varios momentos de uso diferenciados, en las que las alteraciones postdeposicionales hacen difícil discriminar la adscripción crono-cultural de los distintos enterramientos; de esta manera, los posibles enterramientos adscritos a estos momentos quedan siempre sometidos a duda (cf. Segura y Jover 1997; Bernabeu et al. 2001). Por otro lado, un fenómeno distinto lo constituirían los enterramientos múltiples en cuevas naturales disociadas de los lugares de habitat, que se reconocen sin dudas en el registro arqueológico a partir del Neolítico Final / Neolítico HA, y de forma generalizada a lo largo del Calcolítico y 10 No se registra en la zona ninguna construcción artificial de carácter megalítico, fenómeno que en cambio sí se da en comarcas vecinas del Nordeste y Sudeste peninsular (aunque sin alcanzar la magnitud de otros focos peninsulares o del continente europeo contemporáneos); esto destaca aún más la singularidad en este sentido de nuestra zona de estudio.
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Horizonte Campaniforme (como indica la cronología de los distintos componentes del ajuar que acompaña estas inhumaciones - Soler Díaz 1999; 2000; 2002). Por último, ya en la Edad del Bronce se documenta en ocasiones una perduración del uso funerario de algunas cavidades, como ocurre en la Cova d'En Pardo (donde una inhumación en fosa ha proporcionado una datación de 1215-1000/970±70 BC —Soler Díaz etal. 1999—) o en otras muchas que presentan materiales tardíos (como los anillos metálicos de la Cova del Cantal o la de la Barsella) (López Seguí et al. 1991; Simón 1998); asimismo, los enterramientos dobles, triples o múltiples en grietas no usadas con anterioridad, asociadas a poblados de la Edad del Bronce, constituyen una práctica habitual y bien documentada en toda el área de estudio en estos momentos (Jover y López Padilla 1997). De esta manera, el uso de cavidades naturales como lugar de enterramiento múltiple a lo largo de la Prehistoria reciente de las tierras valencianas muestra la existencia de distintos momentos, fenómenos y rituales funerarios, cada uno de los cuales debe analizarse de forma independiente.
7.1. LAS EVIDENCIAS FUNERARIAS EN LOS INICIOS DEL NEOLÍTICO En el registro arqueológico valenciano son tempranas las menciones de cavidades funerarias con materiales de filiación neolítica antigua; especialmente, cerámicas impresas de instrumento e incisas, aisladas en conjuntos de cronología generalmente más avanzada. Es el caso de la Cova de la Serreta de la Vella (Mono ver), de la que J. Vilano va i Piera da a conocer a mediados del siglo XIX un pequeño lote de cerámicas incisas e impresas de instrumento; la Cova de les Meravelles (Gandia), en cuyos niveles superficiales se menciona la existencia de una serie de materiales revueltos que incluyen tanto fragmentos de cerámica impresa cardial, incisa y peinada, como alguna punta de flecha e incluso materiales ibéricos y romanos (Ballester 1928a; Pía 1945); o las cuevas de Sarsa y Caseta de Molina (Coveta Emparetá), mencionadas por I. Ballester (1928a) a propósito de la publicación de la Covatxa Sepulcral del Camí Reial (Albaida). Sin embargo, aún a mediados del siglo XX el registro funerario del Neolítico Antiguo en tierras valencianas seguía siendo desconocido; así, aunque E. Pía (1958) menciona la existencia de algunas inhumaciones asociadas a cerámicas cardiales, láminas poco retocadas y cucharas y punzones de hueso, en la síntesis de M. Tarradell se considera el hallazgo de huesos humanos en la Cova de la Sarsa (Bocairent) como "un dato insuficiente y aislado en las cuevas valencianas, puesto que en las restantes del mismo grupo no se han localizado enterramientos" (Tarradell 1963: 52). La publicación del enterramiento doble en una grieta de la Cova de la Sarsa se hará a finales de la década de los 70 (Casanova 1978), aunque las menciones sobre la existencia de enterramientos cardiales
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en el yacimiento eran antiguas, y ya se habían publicado los elementos materiales que lo acompañaban (Ballester 1928a; 1928b; Lebzelter 1945; San Valero 1950; Fletcher 1955; Asquerino 1976). En la publicación de Casanova se señala la existencia de un enterramiento doble en una grieta junto a la pared de la Sala Gran, aparentemente aislado por un pequeño muro de mampuesto, y acompañado por distintos materiales de cronología neolítica antigua (un cubilete con decoración impresa cardial, una cuchara, tres punzones sobre metapodio hendido de ovicáprido, dos fragmentos de anillos de hueso, etc.). Casanova considera segura la filiación cardial del enterramiento, pues supone que el hallazgo constituye un contexto cerrado a pesar del estado fragmentado e incompleto de los restos humanos (que puede deberse tanto a su carácter secundario como a posteriores remociones del depósito, como ya señaló M. D. Asquerino —1976—); y desde estos momentos el dato quedará recogido en los estudios de síntesis sobre el Neolítico valenciano, junto a otros yacimientos como la Coveta Emparetá (Bocairent), Forat de l'Aire Calent (Rótova) o Sa Cova de Dalt (Tárbena), donde también aparecían restos humanos junto a materiales descontextualizados del Neolítico antiguo (cf. Martí 1977; 1981; Martí y JuanCabanilles 1987). Sin embargo, recientes estudios han retomado un tema que ha permanecido estancado durante décadas, valorando positivamente la presencia recurrente de una serie de elementos en los contextos funerarios de cronología antigua: cerámicas cardiales, una industria lítica característica (geométricos, núcleos laminares no agotados, hojas y hojitas), colgantes elipsoidales sobre concha con rebaje central, y dominio de los punzones fabricados sobre metapodios de ovicáprido (Bernabeu et al. 2001). Aunque estos indicadores no serían exclusivos de contextos funerarios, recientemente se ha dado a conocer un conjunto de 20 discos sobre valva de cardium procedentes de la Cova Bernarda (Palma de Gandia) (Pascual Benito 2003), elemento que sí sería característico de contextos funerarios epicardiales (lo cual permite plantear el posible uso funerario de esta cavidad en momentos anteriores a los generalmente considerados —Pairen 2002: 148—). Estos factores, unidos a las escasas condiciones de habitabilidad que presentan muchas de las cavidades y al hecho de que en estos momentos de la secuencia no se conoce ninguna evidencia de rituales funerarios alternativos, obligan a valorar positivamente la antigüedad del uso sepulcral de determinadas cavidades. En cualquier caso, este fenómeno no resulta extraño en el panorama mediterráneo occidental, donde se han documentado inhumaciones en una decena de cuevas del Sudeste francés habitadas durante el Neolítico cardial y epicardial (como Unang, Gazel o Riaux I —Beyneix 2003—); del mismo modo que ocurre en Portugal, donde los enterramientos cardiales de la cueva de Caldeiráo han proporcionado una datación de 5348-5231 cal. BC (Zilháo 1992); y tam-
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bien en la zona Nordeste de la Península Ibérica, aunque no como modo exclusivo (Majó et al. 1999), se ha reconocido un uso de cavidades con fines funerarios desde el Epicardial (Bosch y Tarrús 1990; Bosch 1994a: 1994bV. Hn la mavor narte de los casos, se
trata de inhumaciones individuales o con un escaso número de individuos, localizadas en galerías estrechas de cuevas más amplias o en rincones cerca de las paredes de las cuevas.
FIGURA 25. yacimientos con vestigios funerarios y materiales del Neolítico Antiguo y Medio en la zona de estudio.
Aceptando así la posible antigüedad de este fenómeno en nuestras tierras, debemos distinguir dos tipos de yacimientos. Por un lado, aquellos que han proporcionado contextos materiales exclusivamente funerarios (sin evidencias de actividades productivas), aunque su secuencia de uso abarque distintos momentos dentro del Neolítico y hayan sido también frecuentados con posterioridad (como indicarían los materiales ibéricos, romanos e incluso medievales y modernos hallados en sus niveles superficiales). Así, estos yacimientos presentarían una continuidad en su uso funerario cuyo origen podría remontarse hasta los horizontes cardial y epicardial, y se prolongó con posterioridad incluso hasta la etapa campaniforme; sin " Aunque algo más tardía, recientemente se ha dado a conocer una datación de 4700-4480 cal. BC sobre uno de los huesos humanos de la Cova de Sant Martí (Agost, Alicante) (López Seguí y Torregrosa 2004: 107), lo cual constituiría un argumento más a favor de la propuesta antigüedad del fenómeno de la inhumación en cueva en estas tierras.
que podamos saber en qué momento se realizó cada inhumación. Entre ellos destacan la Cova de les Meravelles (Gandia), donde se recogieron restos humanos y materiales revueltos de distintas épocas (Pía Ballester 1945); la Cova Bernarda (Palma de Gandia), donde aparecen tanto adornos propios de contextos funerarios epicardiales (discos de cardium —Pascual Benito 2003—) como más tardíos (un colgante acanalado, puntas de flecha, punzones metálicos —Aparicio y San Valero 1977; Aparicio et al. 1983—); la Cova de l'Almud y la Cova del Frontó (Salem), de nuevo con materiales que reflejan dos momentos de uso de la cavidad diferenciados (Pastor y Torres 1969; Juan-Cabanilles y Cardona 1986); la Cova del Garrofer (Ontinyent), donde, junto a materiales caleolíticos (ídolos oculados) y campaniformes (un fragmento de botón de perforación en V, un fragmento de laminilla de cobre), aparece también cerámica incisa y abundantes peinadas (Bernabeu 1981); la Cova de la Gerra (Bocairent), con materiales escasos pero de distinta cronología (Fletcher 1969); la Cova deis Anells
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(Banyeres), con un taladro y algunos fragmentos de cerámica impresa de instrumento junto a los materiales campaniformes y del Bronce Tardío (Aparicio et al. 1981; Simón 1998); El Fontanal (Onil), conocido especialmente por su abundante conjunto de ídolos oculados, pero donde se localizaron también algunos fragmentos de cerámica cardial, incisa, peinada y esgrafiada (González Prats 1982; Soler Díaz 1985); o la Cova de la Serreta de la Vella (Monover), donde otros autores han destacado la presencia de un pequeño lote de materiales de cronología epicardial (cerámicas impresas de instrumento e incisas, dos trapecios, lascas y láminas retocadas) (Segura y Jover 1997; Jover y Segura 1999). Por otro lado, hay yacimientos cuyo uso exclusivo como continente funerario es menos claro, pues sus condiciones de habitabilidad son mejores y en su interior se han hallado elementos vinculados a actividades productivas (molinos barquiformes, dientes de hoz) o de almacenamiento (contenedores cerámicos). En estos casos, la larga secuencia de ocupación que muestran los materiales, y el hecho de que éstos siempre aparezcan revueltos o descontextualizados, impide discriminar con seguridad la dedicación de la cueva en cada fase; si estos usos eran excluyentes o si la cueva podía usarse simultáneamente como lugar de habitat y enterramiento; ni tampoco (como también ocurría en el caso anterior) si los restos humanos se depositaron en un único momento o si lo hicieron a lo largo de toda la secuencia. Como ejemplos de este tipo pueden señalarse la Cova de la Recambra (Gandía) (Aparicio et al. 1983); el Forat de l'Aire Calent y la Cova de les Rates Penades (Rótova) (Fletcher 1952; Aparicio et al. 1983); la Cova del Barranc de Castellet (Carrícola) (Pía 1954; Bernabeu et al. 2001); la Coveta Emparetá (Bocairent) (Asquerino 1975); la Cova de la Sarsa (Bocairent) (Asquerino 1976; Casanova 1978); la Cova deis Pilars (Agres) (Segura y Jover 1997); la Cova Negra (Galanes) (Rubio y Cortell 1982-83); la Cova Fosca (Valí d'Ebo) (López Mira 1994); Sa Cova de Dalt (Tárbena) (López Mira y Molina Mas 1995); la Cova del Somo (Castell de Castells) (García Atiénzar e.p.); o la Cova de Sant Martí (Agost) (López Seguí 1996; 2002; López Seguí y Torregrosa 2004). A estos ejemplos habría que añadir también la aparición de algunos restos humanos sin contexto estratigráfico en las excavaciones realizadas en la Cova de POr (Beniarrés) o la Cova de les Cendres (Teulada); en todos ellos, los problemas de descontextualización de los materiales y los restos humanos pueden atribuirse tanto a circunstancias del hallazgo como a alteraciones postdeposicionales. En cambio, para otros casos que en principio podrían haber quedado incluidos en este grupo se ha podido determinar estratigráficamente que su función sepulcral fue posterior a una ocupación en la que no se realizaron enterramientos sino actividades de carácter habitacional; así, en la Cova d'En Pardo (Planes), las inhumaciones no se
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remontan más allá del Neolítico HA 12 (Soler Díaz 1999; 2000; 2002), y éste parece ser también el caso señalado para la Cova de Bolumini (Benimeli) (Guillem et al. 1990), la Cova Ampia del Montgó (Xábia) (Salva 1966; Soler Díaz 1997; 2002), o la Cova del Moro (Agres) (Asquerino 1978; Cuenca y Walker 1986). En cambio, la documentación en la Cova d'En Pardo de dos inhumaciones en fosa asociadas a los momentos finales de la Edad del Bronce, paralelamente a un uso de la cavidad vinculado a actividades ganaderas (Soler Díaz et al. 1999), debe hacernos reflexionar sobre la supuesta exclusividad del uso funerario de las cavidades; pues quizás esta dedicación no impediría la realización simultánea de otro tipo de actividades (como lugar de almacenamiento o incluso redil, como se ha señalado en el capítulo anterior en el caso de Or, Sarsa, Coveta Emparetá, Sa Cova de Dalt o Cova del Somo, entre otras). De esta manera, al valorar el registro funerario conocido en los momentos iniciales de la secuencia inicial neolítica valenciana debemos tener en cuenta dos factores: 1) Todos estos yacimientos están sujetos a problemas de asociación estratigráfica, y en muchos casos es difícil establecer con una base sólida la adscripción crono-cultural de los restos humanos, si éstos se depositaron en un único momento, o si las inhumaciones abarcan toda la secuencia mostrada por los materiales. 2) Para el segundo grupo de yacimientos también es difícil delimitar con claridad cuáles fueron las actividades dominantes en cada fase; pues, como muestra el ejemplo de En Pardo, la valoración positiva de su uso funerario en momentos del Neolítico Antiguo no impide que algunas de ellas pudieran haber tenido una función distinta de forma simultánea, relacionada con el desarrollo de actividades económicas. Estas constataciones deben ser tenidas en cuenta a la hora de valorar las evidencias funerarias existentes para los primeros momentos de la secuencia neolítica; pues, aunque no se puede descartar la posibilidad de que en el futuro se documenten testimonios funerarios en contextos distintos a los de las cavidades (del mismo modo que la existencia de asentamientos al aire libre desde los inicios de la secuencia neolítica sólo ha sido valorada en las últimas décadas), actual12
Aunque se menciona la aparición de un cráneo humano en el Nivel III del sector C de esta cavidad, asociado a un fragmento de cerámica con decoración impresa de instrumento, se considera que dicha asociación debe achacarse a un problema de método de excavación o a alteraciones postdeposicionales del registro; se debe vincular ese cráneo en realidad al ámbito de las cerámicas esgrafíadas propio del Nivel II (Soler Díaz 2002, vol. 2: 72).
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mente éstos son los únicos datos de los que disponemos a la hora de analizar las prácticas funerarias de las primeras comunidades productoras asentadas en las comarcas centro-meridionales valencianas: la inhumación de un número limitado de individuos en cuevas naturales, acompañados por un ajuar compuesto por vasos cerámicos, algunos colgantes y objetos de hueso, y elementos líticos; y que parecen mostrar una preferencia por el uso de grietas o rincones junto a las paredes de cavidades más amplias. Algunas de estas cavidades presentan un carácter exclusivamente sepulcral a lo largo de toda la secuencia neolítica; así, podría decirse que adquieren una temprana importancia dentro de las creencias y prácticas funerarias de estos grupos, y que ésta se mantiene sin interrupción desde entonces (como ocurriría en la Cova Bernarda, la Cova deis Anells o la Cova de la Serreta de la Vella,
entre otras). En cambio, en otras cavidades esta función sepulcral parece coexistir con su uso como lugar de habitat secundario o almacenamiento (práctico o ritual), sin que pueda determinarse con claridad si ambas funciones son simultáneas o se producen diacrónicamente (como sería el caso de la Cova de la Sarsa, la Cova de l'Or o Sa Cova de Dalt). La evidencia aportada por la secuencia de En Pardo indica que ambas opciones pueden ser válidas, por lo que bajo la relativa uniformidad ritual que refleja el registro arqueológico quizás puedan distinguirse en el futuro prácticas diferentes: unas excluyentes, en lugares cuya única funcionalidad sea la funeraria (manteniendo esta función con el tiempo); y otras que se producen en lugares donde paralelamente se desarrollan determinadas actividades económicas.
FIGURA 26. Distribución del poblamiento y de las evidencias funerarias durante el Neolítico cardial.
La mayor parte de estas cuevas presentan unas condiciones de habitabilidad relativamente buenas (atendiendo a su tamaño, morfología y grado de humedad o ventilación, entre otros factores) y suelen localizarse en laderas de montaña con pendientes moderadas o fuertes (aunque existen también algunas situadas en laderas de escasa pendiente); por otro lado, aunque algunas se asocian a relieves destacados en su entorno, otras se abren en espacios que quedan
por debajo de la altitud media del terreno circundante. Estas circunstancias se dan tanto en aquellas cuevas cuyo uso funerario hemos considerado exclusivo, como en aquellas donde se dan simultáneamente actividades prácticas y funerarias, sin que se aprecien variaciones significativas entre las tendencias mostradas por ambos grupos, ni tampoco por áreas geográficas (cf. Anexo I). En cuanto a su distribución, vemos que sigue las mismas pautas señaladas para la evolu-
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1973a; 1975)13. Esta expansión se vincula al crecimiento demográfico y aumento del número de asentamientos que, como hemos visto, se registra en estos momentos, y puede leerse así en términos de un incremento de la territorialidad —donde las cuevas sepulcrales podrían haber servido como marcadores que indicarían el derecho de un grupo a explotar unas zonas concretas—. Aunque el inicio de esta expansión parece remontarse hasta el Neolítico Final (cf. nota 3), será durante el Calcolítico cuando asistamos a una generalización masiva de este ritual, ocupándose con fines funerarios un buen número de cavidades en todas aquellas zonas donde existen núcleos destacados de
poblamiento; especialmente en la cuenca media y baja del río Serpis, en la zona de Bocairent y Banyeres, y a lo largo del corredor del Vinalopó (Fig. 29 y también Gráfico 7). Como hemos señalado en capítulos anteriores, en todas estas zonas existen numerosas evidencias de poblamiento, en cueva (comarca de la Safor) y al aire libre; yacimientos de habitat que podemos asociar sin dificultad a los sepulcrales, por la sintonía de su cultura material y la cercanía espacial que siempre existe entre ambos (distribuyéndose los asentamientos al aire libre en las tierras bajas del valle, las de mayor capacidad agrícola, y las cuevas funerarias en las sierras que las flanquean) (Fig. 28).
GRÁFICO 7. Yacimientos con vestigios funerarios a lo largo de la secuencia neolítica.
El ritual en estos momentos incluye tanto deposiciones primarias (escasamente documentadas, y asociadas siempre a momentos tardíos de la secuencia), como secundarias en forma de paquetes y osarios revueltos (posiblemente para dejar espacio a nuevos enterramientos, primarios, que se realizarían en la misma cavidad). Así, ya en la memoria de excavación de la cueva de Les Llometes realizada por E. Vilaplana se distinguían dos fases distintas de uso de la cavidad, con diferencias en el ritual de inhumación (decúbito prono o supino) y en el ajuar que acompañaba a cada conjunto. Entre las inhumaciones primarias, pueden
señalarse los enterramientos superiores de la Cova de les Llometes (Alcoi) (Visedo 1959), posiblemente campaniformes, o los de la Cova de la Barsella (La Torre de les Maganes) (Belda 1929; Borrego et al. 1992) y la Cova del Barranc de Castellet (Carrícola) (Ballester 1928a), ya de la Edad del Bronce14. Entre los secundarios, se menciona el hallazgo de restos humanos formando paquetes sin conexión anatómica en yacimientos como la Covatxa del Camí Reial (Albaida) (Ballester 1928a), la Cova del Pronto (Salem) (Pastor y Torres 1969), la Cova de la Pastora 14
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Aunque la progresiva investigación sobre estas prácticas ha permitido plantear que sus raíces se hunden en momentos previos de la secuencia neolítica (fase Neolítico HA), y que su origen no se encuentra por tanto en la influencia de las comunidades calcolíticas vecinas (las del Sudeste peninsular), como se planteó en aquellos primeros estudios. Así lo indicaría la asociación entre restos humanos y cerámicas esgrafiadas documentada en la Cova d'En Pardo (cf. Soler Díaz 2000; 2002), y quizás también la presencia de cerámicas esgrafiadas en la Cova de la Solana de l'Almuixich (Oliva) o incluso en la Cova Ampia del Montgó (Xábia).
Aunque no por ello debe señalarse la existencia de una tendencia generalizada en este sentido. Así, aunque desde su descubrimiento se ha mencionado el supuesto enterramiento individual de la Cueva Occidental del Peñón de la Zorra como un elemento de transición que anunciaría el ritual de enterramiento individual propio de la Edad del Bronce (Soler García 1965; Soler Díaz 1995), la reciente revisión de este conjunto ha mostrado que al menos habría dos individuos inhumados (Jover y De Miguel 2002); mientras que las evidencias de enterramientos múltiples siguen siendo abundantes en momentos campaniformes, como puede apreciarse en los ejemplos recogidos en el Apéndice I.
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(Alcoi) (Ballester 1945b) o la Cova del Cantal (Biar) (López Seguí et al. 1990-91), entre otros muchos. Entre los enterramientos secundarios, puede destacarse la atención que parecen recibir algunas partes del esqueleto que, como los cráneos y huesos largos, suelen aparecer en mayor número que otros; así, se ha señalado la desproporción entre los restos craneales y postcraneales en algunos yacimientos de la zona de Villena, como la Cueva del Puntal de los Carniceros o la Cueva del Alto N°l (Soler García 1965; 1981; Jover y De Miguel 2002). La Cova del Cantal sería otro ejemplo de recogida selectiva de los restos humanos, constituyendo los huesos largos un 58'6 % del total, frente a un 10'3 % de los cráneos o un 17'2 % de huesos pequeños (García Bebiá y López Seguí 1995); este último constituye un porcentaje elevado, teniendo en cuenta que los huesos pequeños serían los más difíciles de conservar en los enterramientos secundarios (si los restos deben ser trasladados tras su descarnamiento —cf. Delibes 1995: 68—). Por otro lado, en alguna ocasión se ha mencionado que la práctica de enterramientos secundarios sería propia de comunidades nómadas pastoriles, para las que el territorio económico y el paisaje funerario no serían coincidentes, y que en una fecha señalada del año procederían al traslado de los restos desde su localización provisional hasta el
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sepulcro familiar (como ocurre en otros lugares de la Península —Delibes 1995: 69—). Sin embargo, ya hemos recalcado con anterioridad la relativa estabilidad del habitat y grado de fijación al territorio que se daría entre las comunidades de nuestra zona de estudio a pesar de haber desarrollado distintas pautas de movilidad residencial; pues ni siquiera los movimientos de ganado llegarían a alcanzar el grado de trashumancia (entendida como un movimiento estacional a lo largo de ecosistemas diferentes). Por ello, en este caso la presencia de deposiciones secundarias debe considerarse únicamente una parte del ritual funerario, sin mayores connotaciones en el ámbito económico. Al mismo tiempo, en ocasiones se ha citado como práctica ritual puntual la posibilidad de cremación de los restos humanos, debido a las señales de fuego presentes en algunos restos de las cuevas del Racó Tancat y del Negre y el Abric de l'Escurrupénia (Cocentaina) (Pascual Benito 1987-88; 1990; 2002). Sin embargo, no existe unanimidad sobre este aspecto, considerando otros autores que las marcas de fuego podrían haberse producido con posterioridad y de forma aleatoria, dado el carácter superficial de estos hallazgos y su procedencia de cuevas reiteradamente visitadas y removidas (Soler Díaz 2002: 35).
FIGURA 28. Poblamiento y evidencias funerarias durante la fase calcolítica en la cuenca media del río Serpis Las cavidades de enterramiento, situadas en los márgenes montañosos que flanquean esta cuenca, se localizan a una distancia máxima de una hora de marcha desde los asentamientos al aire libre más cercanos (los radios de la imagen corresponden a intervalos de 30 minutos)
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En cuanto a su emplazamiento, observamos ahora una mayor variabilidad que en momentos anteriores: desde las cuevas emplazadas en lomas de poca pendiente y poco destacadas sobre su entorno, a aquellas situadas en paredes con una pendiente superior al 40% o sobre elevaciones prominentes bien destacadas sobre su entorno (como ocurriría con el conjunto de cavidades de l'Alberri, en la Serra de Mariola). Sin embargo, aunque parece existir a lo largo de toda la secuencia un predominio de cuevas localizadas en laderas de pendiente moderada o fuerte (usándose sólo de forma excepcional cavidades en zonas más suaves o, por el contrario, en cortados de muy difícil acceso) (Gráfico 8), de nuevo resulta difícil señalar la existencia de pautas predominantes de emplazamiento por horizontes culturales o por unidades geográficas —más allá de la vinculación general de las
cavidades conocidas a los distintos núcleos de poblamiento—. Así, estos yacimientos suelen distribuirse por las laderas de los relieves que flanquean las zonas óptimas para la explotación agrícola, donde se concentran los asentamientos al aire libre (y por las cuales, como veremos posteriormente, se trazarían las principales líneas de articulación del paisaje) (Fig. 29). Pero también resulta significativa la presencia recurrente de algunos de estos yacimientos en pasos de montaña y algunos valles interiores, que aunque son menos adecuados para el tránsito que los amplios valles donde se concentra el poblamiento también son usados para el desplazamiento. Esta vinculación, que quizás pueda leerse en el mismo sentido de territorialidad y control del movimiento y los recursos que presentan algunos abrigos con arte rupestre, será tratada más adelante.
GRÁFICO 8. Emplazamiento (según la pendiente) de los yacimientos funerarios a lo largo de la secuencia neolítica
Por último, un carácter diferente presentarían los restos humanos aparecidos en contextos de amortización de estructuras excavadas al aire libre; evidencias que, aunque escasas en la zona de estudio, afectarían tanto a yacimientos calcolíticos como de momentos campaniformes (como ya han remarcado otros autores —cf. Soler Díaz 1995; 2002—). Así, calcolíticos serían el fragmento de parietal aparecido en el foso de Marges Alts (Muro) (Pascual Benito 1989b) y los restos hallados en las estructuras 129 y 163 de Les Jovades (Cocentaina), estos últimos mezclados con abundantes restos de fauna y considerados, por ello, no intencionales (Bernabeu et al. 1993); así como los recientes hallazgos de Camí de Missena (La Pobla del Duc) donde, aunque pendiente de la publicación completa, se ha señalado la existencia de un enterramiento en el interior de un foso, asociado a un vaso sin decoración (Pascual Beneyto et al. 2003); mientras que serían campaniformes los restos hallados en U Atareó
(Bélgida) y Arenal de la Costa (Ontinyent), cuya intencionalidad parece más evidente. En U Atareó se menciona la presencia de un cráneo en el fondo de un silo, rodeado por una estructura de piedras, junto a varios huesos largos; este silo, el de mayor tamaño del yacimiento, se había rellenado con las mismas margas blanquecinas en que estaba excavado (mientras que los demás estarían rellenos de tierra cenicienta y piedras de tamaño medio) (Jornet 1928). Respecto a la cronología de este yacimiento, si bien generalmente se menciona como campaniforme, debe señalarse que también ha proporcionado cerámicas incisas y peinadas que retrasarían esta fecha como mínimo hasta el Calcolítico (Neolítico IIB). En cuanto a Arenal de la Costa, se menciona el hallazgo de un individuo inhumado en posición fetal, sin ajuar, en el relleno de uno de los silos; de algunos fragmentos craneales y una mandíbula en otro; y de fragmentos craneales y de huesos largos en otro más; estos restos corresponderían a
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dos individuos adultos de sexo masculino, y a un individuo recién nacido o de pocos meses en el tercer caso (Calvo, en Bernabeu et al. 1993). La parquedad de este tipo de evidencias es similar en zonas cercanas. Así, en la zona septentrional sólo se conoce un fragmento de cráneo en el nivel III de Ereta del Pedregal (Navarras); y seis cráneos y otros restos humanos en los silos de Vil.la Filomena (Villareal), asociados a materiales campaniformes; mientras que en Cálig (Baix Maestral) se menciona el hallazgo de unos veinte individuos dentro una sima o pozo artificial, acompañados de varias puntas de flecha y una azuela de piedra pulida (Pascual Benito 1987-88: 163; Martí 1981: 187; Soler Díaz 2002: 23).
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En cambio, la reutilización de silos con fines funerarios es más frecuente en algunos asentamientos del Neolítico Final y Calcolítico del Sur y Sudeste peninsular (Arribas y Molina 1979; Nocete 2001). Esto permitiría plantear también para las tierras valencianas una posible coexistencia en estos momentos de dos rituales de enterramiento diferentes: paralelamente al ritual de enterramiento múltiple en cavidades naturales, una serie de individuos (tanto adultos como jóvenes o infantiles) serían enterrados amortizando estructuras de habitación, y aparentemente de forma individual; sin embargo, hay que tener en cuenta que de momento las evidencias no son suficientes para considerar su entidad como ritual diferenciado.
FIGURA 29. Horizonte Neolítico IIB. Poblamiento y cavidades funerarias.
Los individuos inhumados en cavidades naturales lo hacen en todos los casos con un ajuar compuesto por distintos elementos, entre los que destacan los siguientes. — Cerámica. Es uno de los elementos más habituales en los ajuares funerarios, para los que en alguna ocasión se ha defendido un uso como contenedores de ofrendas alimenticias (Martí et al. 1980; Martí 1981). Entre las decoradas destacan por su valor diagnóstico las esgrafiadas (Cova d'En Pardo, Cova de la Solana de 1'Almuixich), las incisas (Cova del Balconet) y
las pintadas (Cova Ampia del Montgó). Ya en momentos campaniformes, la presencia de este tipo de cerámica será frecuente en un buen número de cuevas, algunas usadas entonces por primera vez (Cova del Blanquissar; Cova del Negre) y otras con enterramientos de cronología previa (Cova del Retoret; Cova Bolta). Elementos en piedra pulida (fundamentalmente, hachas y azuelas). A medida que avanza la secuencia se señala una progresiva tendencia a la reducción de su tamaño (Martí y JuanCabanilles 1987) y una mayor presencia de sillimanita y otras rocas metamórficas (materia
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SARA PAIREN JIMÉNEZ foránea, cuya presencia en esta zona no se documenta hasta el Neolítico IC) (Bernabeu y Orozco 1989-90; Orozco 1995; 2000); por otro lado, parece que incluso en el caso de las diabasas y ofitas el aprovisionamiento de materia
prima se produciría siempre a cierta distancia de los asentamientos, lo que indicaría su carácter de objeto de intercambio, aunque fuera a pequeña escala (Orozco 1995; Soler Díaz 2002).
FIGURA 30. Horizonte Campaniforme. Poblamiento, cuevas de enterramiento y evidencias funerarias en asentamientos al aire libre.
Industria lítica tallada. A partir del Neolítico HA se señala una tendencia al uso de soportes laminares de mayor tamaño y del retoque plano bifacial; así, las puntas cruciformes y foliáceas serían propias del Neolítico HA, documentándose una mayor presencia de formas romboidales y de pedúnculo y aletas conforme avanza la secuencia; mientras que las puntas pedunculadas y con aletas agudas serían propias de momentos ya campaniformes, como ocurriría también con los instrumentos elaborados sobre placas de sílex tabular (Soler Díaz 1988). Estas puntas de retoque plano bifacial constituyen el elemento más característico de los ajuares funerarios, no pudiéndose descartar que se depositasen enmangadas y con sus correspondientes arcos aunque éstos no se hayan conservado (Soler Díaz 2002: 108).
Utillaje óseo. Es poco numeroso, compuesto casi exclusivamente por útiles apuntados entre los que destacan los punzones sobre tibia de lepórido y los realizados sobre metapodio y tibia de ovicáprido (Pascual Benito 1998). Elementos de adorno. En cambio, los adornos son muy numerosos y muestran una gran variedad en su tipología y la elección de materia prima, existiendo numerosos elementos diagnósticos para las distintas fases de la secuencia: brazaletes de pedúnculo y cuentas de variscita a partir del Neolítico HA, decoración acanalada desde el Neolítico IIB, uso del marfil o el metal en momentos campaniformes, etc. (Pascual Benito 1995; 1998; Soler 1999). ídolos. La mayor parte de los ejemplares conocidos en tierras valencianas, exceptuando el bilobulado de l'Or y la posible placa de caliza de Cendres (aunque en ambos casos existen
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dudas sobre su clasificación como tales), encuentran su desarrollo en el Calcolítico, con distintos tipos: oculados sobre huesos largos, planos con escotaduras o ancoriformes (Pascual Benito 1998). Sin embargo, se trata siempre de un elemento escaso en los ajuares funerarios, que aparece concentrado en un reducido número de cavidades (aunque en éstas puede formar conjuntos numerosos, como ocurre en La Pastora, La Barsella o El Fontanal); por ello, pueden considerarse uno de los mejores indicadores de las diferencias que existen incluso dentro del reducido número de individuos que acceden al privilegio de la inhumación en cueva. — Elementos metálicos. Los objetos metálicos más antiguos documentados en la zona, que habrían llegado ya manufacturados, serían los punzones biapuntados de sección cuadrada, algunos aretes y anillos de cobre, e incluso algún puñal de lengüeta como hallado en El Rebolcat (Alcoi). Estos elementos se consideran propios de contextos campaniformes, y se incorporan a los ajuares funerarios de estos momentos dentro de una dinámica de selección de materiales exóticos por su elevado valor social (Simón 1995; 1998).
des jerarquizadas de la Edad del Bronce; señalando, entre otros indicadores, los cambios en el patrón de asentamiento o la incorporación a los ajuares funerarios de estos momentos de elementos de prestigio de carácter foráneo (como los adornos de marfil o algunos objetos metálicos) (Bernabeu et al. 1989; Bernabeu et al. 1993; Pascual Benito 1995; Orozco 2000). Sin embargo, creemos que la distribución diferencial por yacimientos que muestran objetos como los ídolos sí permite plantear distinciones entre unas cavidades y otras. Además, a juzgar por el número total de restos humanos hallados, no creemos que este ritual pueda considerarse un fenómeno extendido a todo el grupo social, a pesar de su carácter colectivo; por el contrario, el escaso número de enterramientos conocidos en relación con lo dilatado del período y las abundantes evidencias de poblamiento redundarían en el carácter selectivo de las inhumaciones (como han señalado otros autores respecto a las sepulturas colectivas megalíticas —Delibes 1995; Price 2000— y también para- el caso valenciano —Soler Díaz 2002—). Por último, la presencia de bienes de gran valor u origen foráneo acompañando a los enterramientos no es un fenómeno propio de momentos campaniformes, sino que puede reconocerse con anterioridad. De esta manera, consideramos que pueden hacerse ciertas matizaciones sobre este aspecto.
Las alteraciones sufridas por estos enterramientos (en el Neolítico debido a su carácter secundario, o posteriormente a causa de procesos postdeposicionales de distinto tipo) impiden conocer qué elementos se asocian en particular a cada uno de los inhumados, ni si la presencia de determinados objetos estaría destinada a marcar diferencias entre los individuos inhumados. A pesar de ello, en algunos casos se han dado hallazgos significativos: un arete metálico adherido a un cráneo de la Cueva del Alto N° 1 (Villena) (Soler García 1981); o lo que ocurre en la Cueva Occidental del Peñón de la Zorra (Villena), donde uno de los fragmentos craneales muestra signos de haber estado en contacto con objetos metálicos, quizás un arete de plata situado en la zona próxima al oído (Jover y De Miguel 2002). Por otro lado, en la Cova del Cantal (Biar) se menciona la asociación, repetida en dos ocasiones, entre un cráneo humano y un maxilar de ovicáprido (García Bebiá y López Seguí 1995), lo cual tal vez pudiera corresponder a un ejemplo de ofrenda alimenticia como las propuestas en la Cova Santa (Vallada) (Martí 1981). En cualquier caso, tradicionalmente se ha considerado que no existirían distinciones remarcables en la distribución de estos elementos sino que ésta sería equitativa, como reflejo del carácter igualitario propio de estas comunidades segmentadas. Se ha planteado también que en la zona de estudio sólo a partir de momentos campaniformes se reconocería un cambio en la estructura social comunitaria vigente a lo largo de todo el Neolítico, dentro de un proceso que conduciría a la aparición de las socieda-
1) El ritual de enterramiento múltiple en cavidades naturales fue un fenómeno restringido desde el mismo momento de su aparición; el colectivismo de estas inhumaciones quedaría en realidad limitado a los miembros de determinados grupos familiares (del mismo modo que en los momentos iniciales de la secuencia sólo afectaría a una serie de individuos), lo cual puede considerarse un precedente del proceso de diferenciación de ciertos grupos familiares evidente y característico ya en las sociedades jerarquizadas de la Edad del Bronce. 2) Existe un elevado grado de continuidad en cuanto a ritual funerario entre el Calcolítico y el Horizonte Campaniforme, e incluso es frecuente que se reutilicen unos mismos lugares de enterramiento, mezclándose los objetos depositados en cada momento; así, no es rara la presencia en cuevas de supuesta cronología calcolítica de elementos metálicos, que evidenciarían la prolongación de su secuencia de uso hasta momentos campaniformes (cf. Simón 1995; 1998), lo cual va en contra de la idea de ruptura entre ambas fases. 3) En todo momento, estos enterramientos se acompañan de una serie de bienes de prestigio, que además no están presentes de forma unitaria en todos los ajuares. De esta manera, puede decirse que los elementos considerados como
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sARAFAIRENJIMENEZ tales durante la etapa Campaniforme (marfil, metal, etc.) se incorporarían a los ajuares de aquellos individuos o familias que ya se enterraban con anterioridad, dentro de una dinámica de selección de materiales exóticos por su elevado valor social que prolongaría una situación de diferenciación social ya existente (Simón 1995; 1998). Del mismo modo, en el Neolítico Final los elementos diagnósticos serían otros, como los vasos cerámicos con decoración esgrafiada o los brazaletes de pectúnculo; y, ya en momentos calcolíticos, los ídolos de distinto tipo (con una distribución diferencial, pues sólo aparecen en un número reducido del total de yacimientos funerarios conocidos) o los numerosos y variados elementos de adorno. En cuanto al origen foráneo de estos bienes de prestigio, aunque éstos se harían más fluidos a partir del Calcolítico (especialmente con las comunidades del Sudeste, de donde procedería buena parte de la materia prima empleada en la confección de instrumentos de piedra pulida, los ídolos oculados15, los colgantes y agujas con decoración acanalada o, en momentos posteriores, el marfil —Bernabeu y Orozco 1989-90; Pascual Benito 1995; 1998—), en realidad existen evidencias de intercambios con comunidades de otras áreas peninsulares desde los primeros momentos del Neolítico (como mostraría la presencia de brazaletes de esquisto en contextos antiguos de Or y Cendres —cf. Orozco 1995—).
De este modo, no puede afirmarse que sea en el Horizonte Campaniforme cuando se inicia una desigualdad social evidenciada exteriormente por la incorporación de elementos de prestigio a los ajuares de determinados individuos. Por el contrario, debe admitirse que el prestigio de estos individuos puede reconocerse precisamente en el hecho de su inhumación en estas cuevas, ritual al que no todos los miembros del grupo pueden acceder. El carácter múltiple de los enterramientos se debería, así, a la diacronía de las deposiciones, existiendo posiblemente lazos de parentesco entre los distintos individuos inhumados; esto explicaría que entre los enterramientos aparezcan individuos de ambos sexos y pertenecientes a distintos 15
Aunque actualmente no existe unidad de ideas con respecto al foco de origen de los ídolos oculados: como señala J. Ll. Pascual (1998), las fechas radiocarbónicas disponibles para los ejemplares valencianos y del Sudeste peninsular son sincrónicas; y, si tradicionalmente se ha considerado como centro difusor de ideas y productos a las comunidades de la Cultura de los Millares por el desarrollo que alcanzan en estos momentos, en cambio la zona central del Mediterráneo concentra el mayor número de hallazgos conocidos. Esto hace que otros autores planteen que ésta pudiera ser su zona de origen (cf. Soler Díaz 2002).
grupos de edad (incluyendo infantiles, cuyo estatus no podría ser adquirido sino heredado). Esta continuidad entre los momentos calcolíticos y campaniformes en la mayor parte de la zona de estudio ha sido señalada en páginas anteriores a propósito también de las pautas de poblamiento, y en el mundo funerario una prueba innegable la constituye la reutilización de determinadas cavidades a lo largo de toda la secuencia. Así, podríamos plantear que las raíces de este ritual de inhumación en cuevas se hunden en las prácticas propias de las primeras comunidades productoras de la zona, cuando se producen algunos enterramientos individuales; aunque la eclosión de este fenómeno a la que asistimos a partir del IV milenio cal. BC, con el incremento de las cavidades usadas y del número de individuos inhumados en cada una de ellas, muestra sin duda un importante cambio en las creencias colectivas de estos grupos en estos momentos. La presencia de elementos de origen foráneo en los ajuares funerarios del Calcolítico y Campaniforme sólo sería un símbolo más de una desigualdad exteriorizada de forma patente en el propio ritual. Por ello, de igual modo que hace unas décadas se propuso el carácter no cultural sino cronológico de la etapa denominada como Eneolítico / Calcolítico (Bernabeu 1986), como un elemento a tener en cuenta en la caracterización de las comunidades neolíticas de las comarcas valencianas, debe admitirse también el carácter exclusivamente cronológico que adquieren en esta zona los elementos campaniformes. Pues los cambios sociales que se han usado para definir el paso a las comunidades jerarquizadas de la Edad del Bronce no se inician en esta etapa, sino que tienen su origen en momentos previos. Con esta idea no se pretende negar la identidad de la etapa calcolítica ni campaniforme en la zona, sino aceptar las peculiaridades en el modo de vida de las comunidades productoras que habitaron esta zona e intentar su comprensión y caracterización en una línea evolutiva propia, basada en la continuidad de sus prácticas económicas, sociales y rituales, aunque no por ello ajena a la influencia y cambios experimentados por otras comunidades vecinas. Por otro lado, como ha señalado recientemente J. Soler (2002), resulta significativo que los elementos incluidos en los ajuares funerarios de estas comunidades neolíticas no hagan referencia a actividades agrícolas, sino de caza y recolección. De esta manera, que las puntas de flecha constituyan uno de los elementos característicos de los ajuares de estos momentos debe ser valorado como un hecho fundamental en la caracterización de la base diferenciadora de este grupo social que se entierra en cuevas como uno de sus privilegios. El posible rol social de las actividades vinculadas a la caza ha sido señalado con anterioridad respecto a las materias primas empleadas en la manufactura de los adornos y útiles de hueso, y constituye también un elemento fundamental en el análisis del
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Arte rupestre Levantino (Pairen 2004; Pairen y Guilabert 2002-2003). En definitiva, podemos extraer de todo esto tres conclusiones fundamentales sobre las costumbres funerarias de las comunidades neolíticas de las comarcas centro-meridionales valencianas: 1) Existencia de creencias rituales continuistas Las prácticas funerarias basadas en el enterramiento múltiple en cavidades naturales constituyen un fenómeno con una larga tradición en la zona de estudio, que comienza a generalizarse desde el Neolítico Final (Neolítico HA), aunque se documenta de forma más aislada en fases anteriores. La influencia de comunidades vecinas en el desarrollo de este ritual se limita a la incorporación de determinados elementos de cultura material a los ajuares: éste sería el caso de los adornos acanalados, las piedras verdes o los ídolos oculados, procedentes de las comunidades calcolíticas del Sudeste como Millares (Pascual Benito 1998); o la cerámica campaniforme y algunos elementos metálicos, llegados desde la zona de la Meseta (Jover y De Miguel 2002). 2) Constatación de desigualdades sociales Desde el momento en que se documenta el inicio de estas prácticas funerarias, su carácter selectivo queda patente en el reducido número de individuos que acceden al ritual (sin que haya quedado constancia en el registro arqueológico del tipo de prácticas que afectarían al resto del grupo social, pues los vestigios funerarios hallados en los asentamientos al aire libre son también muy reducidos). Al mismo tiempo, la presencia de individuos de ambos sexos y distintas edades entre las inhumaciones refleja que este status no es adquirido en vida sino heredado, transmitido seguramente a través de relaciones de parentesco. De esta manera, parece ser el propio hecho de la inhumación en cueva el que reviste un significado social, en el que la presencia de los denomina-
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dos bienes de prestigio sólo redundaría. Debemos, por tanto, replantear la supuesta estructura segmentada e igualitaria atribuida a las comunidades de la zona: desde los momentos iniciales de la secuencia neolítica en la zona, algunos individuos son objeto de un tratamiento diferencial que permite su inhumación en cuevas; y a medida que avance la secuencia observamos una expansión de este ritual, que parece incluir ahora a distintos miembros del grupo familiar (sin exclusiones por edad o género). Quizás debamos vincular aquellas primeras inhumaciones con los individuos encargados de la coordinación de las actividades del grupo (prácticas —gestión de los excedentes, intercambios, etc.— o rituales), que poseerían un status privilegiado, más basado en el prestigio social que en distinciones de clase; mientras que en momentos más tardíos estos privilegios se habrían extendido de forma más general a los miembros de determinados linajes, aunque también entre ellos se darían diferencias de rango. 3) Existencia de un status privilegiado vinculado a actividades de caza Si el enterramiento múltiple en cuevas naturales es la única distinción social reconocible en el registro, que éste se acompañe de un ajuar en el que los símbolos de caza tienen una importancia fundamental (puntas de flecha, adornos y útiles realizados sobre materias primas procedentes de especies salvajes) resulta un elemento bastante sintomático de cuál pudiera ser la base diferenciadora o la proyección externa de este colectivo. P incluso podríamos plantear esta distinción social como origen de las escenas de caza tan habituales en el Arte Levantino: pues ni los componentes de los ajuares funerarios ni estas representaciones estarían reflejando la realidad económica de estos grupos, en la que las actividades predadoras serían importantes, pero sólo como complemento de la producción agropecuaria.
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Parte III ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO
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El cambio climático con el que se inicia el Holoceno marca también la desaparición o transformación de las culturas paleolíticas en el continente europeo, en un proceso general de cambio que afecta tanto al paisaje como a los grupos sociales que lo habitan —modificando sus estrategias económicas de adaptación y explotación del medio, así como sus medios de expresión ideológica (con la desaparición del arte rupestre naturalista propio del Paleolítico Superior)—. Frente a este panorama, las manifestaciones gráficas desarrolladas durante el Epipaleolítico presentarán un carácter muy distinto: vinculados al aziliense cantábrico, se señala la presencia de cantos pintados con trazos rectilíneos o puntuaciones en Los Azules, la Cueva del Valle, Balmori o la Cueva Oscura de Ania; así como haces de líneas grabados sobre soportes de piedra o hueso en Morín, Balmori o Arenaza I (Barandiarán 1998). En el ámbito mediterráneo, existen contados ejemplos de representaciones naturalistas de animales grabadas sobre plaquetas de piedra "en contextos arqueológicos de difícil precisión entre el paleolítico terminal y el inicio del holoceno" (Barandiarán 1998: 108); este sería el caso del ciervo grabado sobre plaqueta arenisca en Tut de Fustanyá (Giróna), de una cierva en Sant Gregori del Falset (Tarragona), o de dos figuras de ciervos sobre sendos cantos rodados de Cova Matutano (Castellón). Por otro lado, distintos autores defienden el origen epipaleolítico del Arte Levantino (cf. VV.AA. 1999). Sin embargo, atendiendo a los argumentos de datación relativa que expondremos más adelante, consideramos que, al menos en las comarcas valencianas, la única manifestación que podría adscribirse con cierto grado de seguridad a estos momentos sería el denominado Arte Lineal-Geométrico (Portea 1974), y aun éste sólo en su versión mueble. El Arte Lineal-Geométrico fue definido a partir de un conjunto de arte mueble de la Cueva de la Cocina (Dos Aguas, Valencia), en un contexto estratigráfico asociado a los momentos finales del Epipaleolítico geométrico (facies Cocina II, inmediatamente previa
al contacto con los grupos neolíticos mostrado por la presencia de cerámicas cardiales en los niveles posteriores). Se trata de un conjunto de plaquetas de piedras sobre las que se grabaron por incisión simples motivos geométricos rectilíneos, habitualmente haces de líneas entrecruzadas, similares a las del aziliense cantábrico (Portea 1974). Además, durante un tiempo a este estilo se le supuso también una variante rupestre, a partir de la identificación de ciertos motivos (retículas, haces de líneas paralelas o secantes, zig-zags) situados bajo los levantinos en yacimientos de dilatada secuencia de uso como La Sarga (Alcoi, Alicante), La Araña (Bicorp, Valencia), Cantos de la Visera (Yecla, Murcia) o incluso la propia Cueva de la Cocina. Su infraposición a las representaciones levantinas, así como la presencia de su variante mueble en estratos inmediatamente anteriores a la aparición de cerámicas cardiales en la Cueva de la Cocina, venía a sustentar el esquema dual de neolitización apuntado por este autor; donde el Arte Lineal-Geométrico sería obra de las poblaciones epipaleolíticas locales, que tras su contacto con los recién llegados grupos neolíticos (puros) mediterráneos desarrollarían el Arte Levantino (cf. Portea 1974; Portea y Aura 1987). Sin embargo, otros autores incluían estas representaciones geométricas parietales en la fase antigua o pre-naturalista del Arte Levantino, lo cual explicaría su infraposición a figuras pertenecientes a fases evolutivas posteriores (fases plena y estilizada-dinámica) (Beltrán 1970; 1974). Por último, desde 1982 los trazos de La Sarga y motivos similares presentes en otros abrigos de la provincia de Alicante (como el Abric IV del Barranc de Benialí o los abrigos del Pía de Petracos) fueron englobados en la propuesta del Arte Macroesquemático como manifestación gráfica de cronología neolítica (Hernández y C.E.C. 1983). Como veremos en los siguientes capítulos, también para los motivos de La Araña y Cantos de la Visera se ha planteado recientemente su correspondencia con una expansión de determinados motivos macroesquemáticos más allá del área donde tradicionalmente se había reconocido y
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delimitado su presencia —el área comprendida entre el mar Mediterráneo y las sierras alicantinas de Benicadell, Aitana y Mariola (Hernández y Martí 2000-2001: 261)—; mientras que otros motivos incluidos posteriormente en el horizonte LinealGeométrico, como los de los abrigos aragoneses de Labarta y Los Chaparros, han sido considerados unánimemente como esquemáticos (cf. Alonso y Grimal 1994). De esta manera, el denominado Arte Lineal Geométrico se veía desprovisto de ejemplos que sustentasen su variante rupestre (cf. Hernández 1992; Alonso y Grimal 1994), mientras que su manifestación mueble se vería limitada a las plaquetas halladas en Cocina. Por otro lado, incluso la adscripción cronológica de estas plaquetas al Epipaleolítico ha sido puesta en duda por algunos autores, debido a los problemas de alteración postdeposicional que se constatan en el depósito arqueológico de esta cavidad, y que ya fueron señalados por L. Pericot en su excavación del yacimiento (cf. Sebastián 1997; Cruz 2003). Estas cuestiones plantean nuevas dudas sobre los modos de expresión gráfica desarrollados durante el período Epipaleolítico en la zona centro-meridional valenciana, lo cual contrasta además con la eclosión que se dará en estas comarcas desde los momentos iniciales de la secuencia neolítica. En los yacimientos del Próximo Oriente y la Europa mediterránea más oriental, la ruptura en el plano económico y tecnológico que supone el Neolítico se plasma también en el plano religioso, con el desarrollo de nuevas creencias y formas de expresión simbólica. El simbolismo desarrollado con el Neolítico se caracteriza por la aparición de un sistema de creencias que por primera vez puede definirse con claridad como icónico, con la creación de representaciones de formas humanas o divinas de aquellas divinidades que adoraban las primeras comunidades campesinas (Gimbutas 1991; Renfrew 2001). De forma general, se admite que estas creencias se orientan hacia la esfera grupal, no individual, con la existencia de lugares destacados donde se celebrarían rituales de agregación social o religiosa destinados a mantener la cohesión social durante este proceso de transformación profunda del modo de vida de las comunidades implicadas. Asimismo, se ha planteado también la existencia en estos momentos de una unidad cultural que abarcaría todo el Mediterráneo, con origen en el Próximo Oriente y transmitida desde ahí a través de las culturas neolíticas de Chipre, los Balcanes y la Península Itálica; independientemente del mecanismo por el que se produjo la difusión, ésta no sólo afectaría a las innovaciones técnicas que definen el Neolítico como período cronológico, sino también a los rasgos culturales e ideológicos que acompañan el proceso. En las comarcas centro-meridionales valencianas, la secuencia artística neolítica se caracteriza por la coexistencia de tres manifestaciones gráficas rupestres con claras diferencias tanto en su forma como en su
contenido. Sin embargo, estas distintas manifestaciones no presentan territorios de distribución diferenciados sino que comparten un mismo marco geográfico —la zona septentrional de la provincia de Alicante y meridional de la de Valencia, delimitada por unos amplios corredores de comunicación (el corredor del Vinalopó al sur, el de Montesa al este, y el de la Valldigna al norte), y donde se constata asimismo un importante foco de poblamiento neolítico1—. Comparten también un mismo tipo de soporte, abrigos abiertos en las formaciones calizas y generalmente de escasa profundidad (aunque su emplazamiento y características morfológicas son variadas). Y, por último, comparten en ocasiones incluso los mismos conjuntos, abrigos o paneles —coincidencia tanto más significativa porque cada estilo posee unas pautas de representación propias y características—. Estos tres estilos, Macroesquemático, Esquemático y Levantino, tienen un desarrollo temporal diferente, aunque llegan a solaparse en distintos momentos. En el ámbito simbólico, resulta especialmente significativo que, mientras el Arte Esquemático muestra una amplia presencia en toda la Península Ibérica, y el Levantino en su fachada oriental (desde Huesca hasta Almería, con prolongaciones hacia el interior), el Arte Macroesquemático es exclusivo de la zona montañosa del norte de la provincia de Alicante, donde se distribuyen los únicos abrigos conocidos hasta el momento con este tipo de motivos (al menos, los característicos antropomorfos). Sin embargo, la consideración de estas tres manifestaciones como neolíticas en su cronología es un aspecto que merece reflexiones más detalladas, pues esta cuestión ha estado sujeta a debate desde los primeros descubrimientos, e incluso hoy las opiniones distan de ser unánimes. Así, para el controvertido Arte Levantino, las propuestas han oscilado desde la cronología paleolítica que defendiesen Breuil, Obermaier y Bosch Gimpera a principios de siglo, hasta una adscripción al Calcolítico por elementos como, por ejemplo, la tipología de las puntas de flecha representadas (Jordá 1985), rondando las interpretaciones actuales entre una adscripción cultural a grupos epipaleolíticos (VV.AA. 1999) o, por contra, plenamente neolíticos (Hernández y Martí 2000-2001; Fairén 2002; 2004; Cruz 2003). En cuanto al Esquemático, su inicial cronología asociada a los inicios de la metalurgia, y la llegada de prospectores de metal orientales, ha ido 1 También en la zona de Moixent, junto al corredor de Montesa, se conocen algunos abrigos con representaciones levantinas y esquemáticas, entre los que pueden destacarse los del Barranc del Bosquet (Hernández y C.E.C. 1984), el Abric de la Penya (Ribera et al. 1995) o el Abric del Barranc de les Coves de les Alcusses (Galiana et al. 1998); sin embargo, esta zona no se ha incluido en el análisis por constituir una unidad geográfica diferenciada del conjunto del área de estudio, vinculada más bien a los conjuntos presentes en la cuenca del río Xúquer.
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO retrasándose al compás del debate acerca de su autoctonismo hasta posturas actuales —que plantean un horizonte inicial propio del Neolítico cardial, al menos para las comarcas andaluzas y valencianas (Acosta 1984; Martí y Hernández 1988; Torregrosa 2000-2001)—. No obstante, esta cuestión dista mucho de estar resuelta. Si bien en el caso valenciano (a pesar de las posturas en contra), la sucesión de estilos propuesta por B. Martí y M. S. Hernández (1988) parece ser mayoritariamenté aceptada (por su ajuste a las evidencias del registro arqueológico de la zona), en otras áreas de la Península los argumentos cronológicos no son tan evidentes. El caso más conflictivo es el del Arte Levantino, en cuya cronología epipaleolítica siguen insistiendo algunos autores (VV.AA. 1999), con el argumento básico de que su temática refleja sin lugar a dudas un modo de vida propio de grupos cazadores-recolectores. Las posturas más conciliadoras hacen referencia a un arte de cazadores de cronología neolítica, sin negar la posibilidad de que se hubiese iniciado antes de estas fechas; aunque generalmente se considera que su origen se debe a una confrontación ideológica surgida por la presencia de los primeros grupos agricultores (Llavori de Micheo 1988-89; Hernández y Martí 2000-2001; Utrilla 2002). En cualquier caso el debate en este punto sigue abierto, pues ante la carencia de dataciones absolutas de las pinturas sería necesario establecer con claridad la evolución de las distintas secuencias regionales, a partir de las superposiciones estilísticas que puedan documentarse; y, en tierras valencianas, la cronología más antigua que se puede establecer para los motivos levantinos es la relativa post quem que aporta su superposición a representaciones macroesquemáticas en yacimientos como La Sarga (Alcoi) o Barranc de Benialí (Valí de Gallinera). En cuanto al Arte Esquemático, los problemas habituales en la datación del arte rupestre se ven agravados en este caso por la amplia difusión espacial y temporal de las representaciones (pinturas y grabados) catalogadas como esquemáticas, hasta el punto de que ya en 1984 P. Acosta afirmó que no creía que pudieran establecerse unas normas fijas de periodización de esta manifestación válidas para toda la Península (Acosta 1984: 55). Por ello, insistimos en que las propuestas cronológicas admitidas en este estudio lo son únicamente para esta comarca, debiendo considerarse distintos factores para otros grupos artísticos peninsulares. Ante la carencia de dataciones absolutas, la clasificación crono-cultural de las pinturas rupestres postpaleolíticas ha seguido, desde que así lo plantease J. Fortea en 1974, tres vías complementarias que permiten determinar su cronología relativa: las superposiciones cromáticas y estilísticas, los paralelos muebles, y los depósitos arqueológicos situados al pie o en las inmediaciones de los abrigos pintados (Fortea 1974). Sin embargo, en un trabajo reciente (Pairen 2004) ya señalábamos, en la línea de lo argumentado por otros autores (Utrilla 1986-87; 2000; 2002; Utrilla y Calvo
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1999), que la filiación crono-cultural de los materiales arqueológicos que puedan aparecer al pie o cerca de los abrigos pintados no podía ser considerada un factor cronológico concluyente. La debilidad de este argumento es tal que, como han remarcado algunos autores (Alonso y Grimal 1994: 59), en función de la cronología atribuida a priori por cada investigador siempre ha sido posible hallar industrias líticas en las cercanías que la justificasen —fuese ésta paleolítica o epipaleolítica—. La correlación cronológica y cultural entre los motivos pintados y los materiales arqueológicos aparecidos en sus inmediaciones constituye uno de los temas más frecuentes de discusión en torno al arte rupestre, con una larga tradición investigadora que se remonta a los primeros descubrimientos de H. Breuil, J. Cabré, M. Almagro o E. Ripoll. Sin embargo, parece evidente que los materiales aparecidos en los abrigos pintados no tienen por qué corresponder a los autores de las representaciones, especialmente en aquellos casos donde se documentan pinturas de distintos estilos y materiales de una única ocupación, o con un único estilo pictórico y estratigrafía de varias épocas (cf. Utrilla 1986-87). Por ello, posteriormente esta autora matizará que el único caso válido para esta asociación será el de aquellos abrigos en los que existe un único estilo pintado y un único nivel arqueológico de uso (Utrilla 2000; 2002). Sin embargo, a pesar de que la debilidad de este criterio es reconocida por la mayor parte de los autores, frecuentemente es admitido de forma implícita. No obstante, consideramos que el argumento de la cercanía espacial no puede constituir en sí mismo un indicio suficiente de contemporaneidad; la relación de las representaciones rupestres con su entorno sólo puede darse a la inversa, una vez clasificadas crono-culturalmente las pinturas mediante otros sistemas —a falta de dataciones absolutas, sus paralelos muebles y las superposiciones cromáticas—. Y, como ya se ha señalado en otras ocasiones (Hernández y Martí 2000-2001; Pairen 2002; 2004), al menos para las comarcas centro-meridionales valencianas existen argumentos que permiten plantear la cronología neolítica de los tres estilos considerados, como veremos detalladamente en los siguientes capítulos. 8. EL PAISAJE MACROESQUEMÁTICO La identificación del Arte Macroesquemático como estilo artístico de cronología neolítica es relativamente reciente: la propuesta se realiza en 1982, con la presentación de las pinturas de La Sarga, Pía de Petracos y otros abrigos en el Coloquio internacional sobre Arte Esquemático de la Península Ibérica (Salamanca, 1982) (Hernández y C.E.C. 1983). Los nueve conjuntos que se darán a conocer en esa fecha se concentraban en un espacio relativamente reducido, delimitado por el arco montañoso de las sierras de Benicadell, Mariola y Aitana y el mar Mediterráneo (Hernández et al. 1994: 18). Este territorio macroes-
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quemático fue asimilado además al núcleo central de la cerámica cardial neolítica de las comarcas valencianas, donde se localizaban los yacimientos que proporcionaron paralelos muebles sobre cerámica para algunos de estos motivos: la Cova de l'Or (Beniarrés), la Cova de La Sarsa (Bocairent) o la Cova de les Rates Penaes (Rótova) (Martí y Hernández 1988; Hernández et al. 1988; 1994; Hernández 2000; 2003). Así, sólo recientemente se ha planteado la posibilidad de una expansión de algunos de estos motivos fuera de los límites naturales de este territorio, al documentarse en zonas cercanas motivos similares a los zig-zags y serpentiformes macroesquemáticos (de trazo grueso y realizados con pintura pastosa), en ocasiones también infrapuestos a motivos levantinos (del mismo modo que ocurre en los abrigos alicantinos). Es el caso de algunos abrigos de Albacete (Cueva de la Vieja), Valencia (Cueva de la Araña, Barranco Moreno, Abric de Roser) y Cuenca (Abrigo del Tío Modesto); para estos abrigos se habla de un territorio periférico "de influencia macroesquemática", correspondiente a una fase posterior de expansión desde el núcleo original (Hernández y Martí 2000-2001: 261; Hernández 2003: 46)2. Sin embargo, como veremos, es en el territorio original alicantino donde se concentran los motivos más singulares y a la vez definitorios de esta manifestación: las figuras antropomorfas de gran tamaño, rodeadas por pequeñas barras, meandros o nubes de puntos.
8.1. ESCALAS MICRO: TÉCNICAS, ESTILO Y LUGAR EN EL PANEL Los abrigos con representaciones macroesquemáticas presentan, así, una distribución muy concreta: el más meridional sería el de La Sarga, en Alcoi, y el resto de los abrigos conocidos no sobrepasaría el margen derecho del río Serpis, distribuyéndose a lo largo de los valles intramontanos que, en dirección SO-NE, comunican la cuenca de este río con el litoral mediterráneo: los ríos Gallinera (Barranc de Benialí) y Girona (Abrics del Barranc de l'Infern); el Barranc de Malafí en la cabecera del río Xaló/Gorgos (Covalta, Racó de Sorellets, Pía de Petracos y Coves Roges de Tollos); la cabecera del río Bolulla (Barranc de Famorca); así como la Valí de Seta (Coves Roges, en Benimassot). Aunque se pueden encontrar algunas variaciones significativas en el tamaño y características de estos abrigos, suelen elegirse abrigos que des-
2 Debe mencionarse también la presencia de un conjunto de líneas meandriformes de gran tamaño en el Abric I del Barranc de Carbonera (Beniatjar), similares a las macroesquemáticas de La Sarga, en el calco realizado por M. Hernández y J. Ma Segura (1985); descritas como esquemáticas en esta publicación, quizás esta atribución debiera ser revisada, y en caso afirmativo este abrigo podría incluirse entre aquellos situados en el área de expansión más inmediata de esta manifestación —junto con el Abric del Barranc del Bosquet (Moixent) (Hernández y C.E.C. 1984)—.
tacan de su entorno por su coloración anaranjada. Dado el tamaño de las representaciones macroesquemáticas, en los abrigos de menor tamaño (Pía de Petracos, Coves Roges) un único motivo o varios asociados cubren por completo el espacio disponible, mientras que en los abrigos de mayor tamaño (La Sarga, Barranc de Benialí) los motivos se sitúan en la zona central o más visible del abrigo (cf. Hernández et al. 1994). Las pinturas macroesquemáticas reciben este nombre por su gran tamaño y el carácter esquematizado de sus motivos, algunos de los cuales presentan claros vínculos con otros propios del Arte Esquemático de la zona: meandriformes, zig-zags y antropomorfos en X o doble Y (aunque las figuras macroesquemáticas son siempre de mayor tamaño, con trazos más gruesos y usando un pigmento más pastoso y oscuro). Las figuras antropomorfas, de diversa tipología y grado de detalle, y los motivos geométricos son los temas esenciales dentro de esta manifestación (Hernández et al. 1988; 1994). Los motivos antropomorfos presentan una enorme variedad formal, con casi tantos tipos como figuras se conocen, aunque las más abundantes son las figuras denominadas orantes (con los brazos alzados sobre la cabeza e indicación de los dedos al final de éstos). Otros convencionalismos frecuentes serían la representación de la cabeza como una figura geométrica cerrada, de tendencia oval o circular, y la representación del tronco con una gruesa barra vertical o con varios trazos que delimitan el contorno exterior de la figura; excepcionalmente, algunas figuras presentan trazos que rellenan la parte superior del tronco. Estas figuras humanas de representación más detallada suelen aparecer rodeadas de gruesos puntos o pequeños trazos perpendiculares al cuerpo, brazos y cabeza, e incluso cuernos. Por otro lado, también se consideran antropomorfos los motivos formados por dos arcos semicirculares unidos por su parte central, en forma de X o doble Y (como los presentes en el Abric IV de Benialí). En cuanto a los motivos geométricos, los más abundantes y característicos son las líneas gruesas (generalmente, dos o más paralelas), en forma de serpentiformes verticales o como meandriformes que se extienden verticalmente por toda la superficie del panel. En algunos casos, se inician en figuras geométricas cerradas de tendencia circular u oval; otras veces, sus extremos presentan engrasamientos o terminaciones radiales similares a los dedos de los antropomorfos. Como ocurre con algunos antropomorfos, en ocasiones presentan también pequeños trazos perpendiculares a los bordes externos, o se encuentran rodeados de gruesos puntos. Por último, existen también numerosos motivos de difícil identificación —tanto trazos independientes como representaciones que no pueden asimilarse a ninguna figura natural o geométrica concreta—. Pero, en general, para todos los motivos conocidos el desconocimiento del simbolismo que los generó impide cualquier conclusión sobre su posi-
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FIGURA 32 Motivos antropomorfos y geométricos macroesquemáticos: La Sarga (Alcoi) (1-2 10)- Pía de Petracos (Castell de Castells) (3-4, 8); Barranc de l'Infern (Valí de Laguart) (5-6); Abric IV de Benialí
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ble significado; sólo un análisis detallado del emplazamiento y características de los abrigos, atendiendo también a los motivos representados en cada caso, permite una aproximación al contexto social en que fueron usados. En función del número total y tipo de motivos representados podemos establecer una primera diferenciación entre los abrigos conocidos en la zona de estudio. Los motivos geométricos son con mucho los más frecuentes, presentes en todos los yacimientos con representaciones macroesquemáticas. En cambio, los antropomorfos más naturalistas aparecen únicamente en cuatro yacimientos (Barranc de Famorca, Barranc de 1'Infera, La Sarga y Pía de Petracos),
mientras que en el Abric IV del Barranc de Benialí existen varias figuras antropomorfas en X, así como serpentiformes de desarrollo vertical acabados en pequeñas prolongaciones (característica propia de muchas de las figuras antropomorfas). Todos estos abrigos han sido clasificados, en función de su emplazamiento y características generales, como abrigos de Tipo 2; de esta manera, podemos señalar la vinculación reiterada entre este tipo de abrigos y las representaciones de antropomorfos de distinto tipo o meandriformes con prolongaciones en el extremo superior —donde destacan especialmente los abrigos de La Sarga, Barranc de l'Infern y Pía de Petracos, por el número total de antropomorfos representados—.
GRÁFICO 9. Motivos macroesquemáticos por abrigos. El conjunto de La Sarga (Al) destaca frente al resto por el número de representaciones que contiene, tanto antropomorfas como geométricas. Como veremos, aunque los motivos geométricos aparecen en todos los abrigos, los antropomorfos sólo se representan en aquellos clasificados como Tipo 2.
En cuanto a los motivos geométricos, éstos son mucho más frecuentes: aparecen en todos los abrigos y en mayor número, presentando además cierta variedad en su tipología; entre ellos, serpentiformes y barras son los más abundantes y aparecen también en un mayor número de yacimientos. Este tipo de motivos aparece tanto en yacimientos considerados de Tipo 2 (La Sarga, Pía de Petracos, Barranc de Benialí) como en otros de Tipo 3 (los dos de Coves Roges, Racó de Sorellets, Covalta); sin embargo, si atendemos a la heterogeneidad y número total de motivos representados, de nuevo los conjuntos de La Sarga, Barranc de l'Infern y Pía de Petracos destacan frente al resto (Fig. 33). De esta manera, considerando que la complejidad de los mensajes está directamente relacionada con el tamaño y la composición de su audiencia potencial (Wobst 1977; Johnson 1982; Bradley 2002), podríamos decir que estos abrigos poseerían una valor informativo más alto, que habrían recibido un uso más repetido que otros, o que habrían sido des-
tinados a un público más numeroso o variado que el que visitaría otros abrigos de la zona. Pues, en cualquier caso, se aprecia una diferencia funcional respecto a otros. Otro elemento que influiría en la mayor o menor complejidad compositiva de los paneles sería la presencia en los conjuntos macroesquemáticos de motivos pertenecientes a otros estilos, así como la existencia de composiciones y superposiciones que afectasen a motivos de distintos estilos —pues esto permite además analizar los vínculos que se establecen entre todos ellos—. Así, en la mayor parte de los abrigos macroesquemáticos encontramos también motivos esquemáticos, generalmente compartiendo panel; y en el único caso donde no se da esta situación, el de Racó de Sorellets (Castell de Castells), existen por el contrario representaciones levantinas. Por otro lado, en el caso de los abrigos compartidos por motivos macroesquemáticos y levantinos, sólo en los abrigos de La Sarga y Barranc de Benialí éstos
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FIGURA 33. Abrigos con representaciones macroesquemáticas en la provincia de Alicante, clasificados por el número total de motivos representados. Destaca el abrigo de La Sarga (Alcoi), y en menor medida los del Barranc de l'Infern (Valí de Laguart), Pía de Petracos (Castell de Castells), Covalta (Castell de Castells) y Barranc de Famorca (Famorca); también el Abric IV de Benialípodría incluirse dentro de este grupo, pues en realidad se ha inventariado como motivo único un nutrido conjunto de serpentiformes.
comparten también panel; en el resto de los casos, ambos estilos se representan en abrigos diferenciados dentro del mismo conjunto3. Sin embargo, debe destacarse el hecho de que estos abrigos de La Sarga (Abric I) y Barranc de Benialí (Abric IV) son los únicos donde existen superposiciones de motivos levantinos sobre macroesquemáticos, y también los únicos donde se representan simultáneamente motivos esquemáticos en el mismo abrigo (hay otros conjuntos donde los tres estilos están presentes al mismo tiempo, pero en abrigos separados) (ver Tablas 6-8, en el Anexo II). Como hemos señalado con anterioridad, estos abrigos presentarían una mayor complejidad informativa, que puede deberse a que fueron usados en un mayor número de ocasiones, o a que su funcionalidad se relaciona con una audiencia de carácter más heterogéneo (cf. Bradley 2002 para el caso del Noroeste peninsular). Por último, en muchos casos parece existir una voluntad consciente de vincular ciertos motivos a las representaciones macroesquemáticas, siempre más antiguas: sea mediante superposiciones (directas o indirectas) de motivos esquemáticos y levantinos sobre los macroesquemáticos, sea por la distribución 3
Aunque en el Abric I del Racó de Sorellets se menciona la existencia de motivos levantinos sin calcar, compartiendo abrigo aunque en un panel diferenciado con las representaciones macroesquemáticas (Hernández et al. 1994; 1998).
de los nuevos motivos sobre las representaciones macroesquemáticas previas. De este modo, vemos que todos los abrigos macroesquemáticos han sido reutilizados con posterioridad al horizonte inicial Neolítico para la realización de motivos pertenecientes a otros estilos, y en algunos casos se utilizan también nuevos abrigos en sus inmediaciones (como ocurre en los conjuntos del Barranc de l'Infern, Barranc de Benialí o Barranc de Famorca). Este fenómeno debe responder sin duda a una voluntad concreta en este sentido, pues ni las superposiciones ni la distribución de nuevos motivos alrededor de los macroesquemáticos parecen casuales (debido a una falta de espacio disponible o a que no se notase la presencia de motivos más antiguos, pues éstos son fácilmente observables aún hoy); y tampoco parecen responder a una voluntad de borrar los motivos previos (que no se dañan; sólo se cubren parcialmente). De esta manera, parece que tanto las superposiciones como las yuxtaposiciones de motivos esquemáticos y levantinos sobre los macroesquemáticos son plenamente intencionales, respondiendo a una voluntad de establecer vínculos simbólicos entre esos motivos (en el sentido señalado por A. Sebastián en lo que esta autora define como escenas acumulativas —1985; 1986-87—): quizás para enfatizar o reforzar el significado de las nuevas representaciones, o quizás en un sentido negativo, con una voluntad de apropiación de un espacio previamente marcado (cf. Pairen 2004: 7).
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Todo esto indicaría que, aunque el Arte Macroesquemático tiene un ciclo corto de desarrollo, los lugares inicialmente marcados con estas representaciones mantendrán su valor social tras su desaparición4.
8.2. ESCALAS MAGRO: EL LUGAR EN EL PAISAJE. EMPLAZAMIENTO Y PAUTAS DE DISTRIBUCIÓN DE LOS ABRIGOS Por otro lado, hemos visto cómo determinados motivos no se representan en todos los abrigos, y que tampoco es habitual la existencia de superposiciones ni de paneles compartidos por más de dos estilos. Cuando estos elementos se ponen en relación con las características formales y del emplazamiento de cada abrigo, podemos apreciar la existencia de distintos tipos, cuyo uso podría estar destinado a la realización de actividades diferenciadas. a) Los abrigos de Tipo 2 En el Capítulo II hemos mencionado los rasgos comunes que presentarían estos abrigos: se localizan junto a los principales valles y cuencas fluviales, aquellos que funcionarían como líneas de articulación interna de este territorio (Valí de Gallinera, Barranc de Malafí, Barranc de Famorca, curso del río Xaló/ Gorgos) o como corredores de comunicación con las comarcas cercanas (Canal Ibi-Alcoi), pero también en parajes más abruptos aunque topográficamente destacados frente a su entorno (como sería el caso del Barranc de 1'Infera); y son abrigos de tamaño relativamente amplio y fácilmente accesibles, que parecen privilegiar la posibilidad de reunir grupos numerosos de gente en puntos de paso a lo largo de estas líneas de articulación del paisaje (sacrificando en cambio una visibilidad más extensa sobre el entorno). Esta posible funcionalidad pública, que podría ser tanto intragrupal como intergrupal, explicaría su complejidad compositiva: con la presencia en los mismos abrigos o paneles de motivos macroesquemáticos de gran singularidad, esquemáticos y levantinos, así como yuxtaposiciones y superposiciones de motivos pertenecientes a estilos distintos (con diferencias también en su cronología) que indican además que estos abrigos fueron usados en distintos momentos. Esto los destacaría frente a otros abrigos, usados en una única ocasión o donde se representan motivos simples. Dentro de este conjunto se han incluido los abrigos de La Sarga (Alcoi), localizados en una loma de pendiente moderada en la zona de acceso a la cabecera del río Serpis desde las comarcas del medio Vinalopó (por la Canal Ibi-Alcoi) y el Camp d'Alacant (Puerto de la
4 En el caso del Barranc de Famorca es evidente el enorme lapso temporal transcurrido para la reutilización del abrigo, pues se representa un ídolo oculado (calcolítico) junto a los motivos macroesquemáticos (cuya cronología no supera el horizonte inicial Neolítico).
Carrasqueta), con el conjunto más abundante de Arte Macroesquemático de toda la zona de estudio; el Abric IV del Barranc de Benialí (Valí de Gallinera), localizado en uno de los barrancos tributarios de este corredor que une la zona litoral de la Marina Alta con el curso medio del río Serpis; el Conjunto IV del Barranc de PInfern (Valí de Laguart), localizado sobre una pared de fuerte pendiente a cierta altura sobre el lecho del río, en un paraje de enorme singularidad topográfica; Pía de Petracos (Castell de Castells), donde de nuevo encontramos varios abrigos de pequeño tamaño a cuyos pies se abre una plataforma horizontal amplia, en la desembocadura del Barranc de Malafí (que comunica las comarcas interiores de 1'Alcoiá y la costa); y los Abrics V y VII del Barranc de Famorca (Famorca), distribuidos a ambos lados del cauce de un río. De esta manera, podemos señalar los siguientes rasgos comunes de este tipo de abrigos: 1) Se usan abrigos amplios situados en laderas de fácil acceso, o pequeños abrigos en cortados a cierta altura sobre plataformas más amplias; con una cuenca visual centrada fundamentalmente en el entorno inmediato y a corta distancia; y siempre junto a líneas de articulación del territorio o accidentes geográficos singulares; 2) en todos los casos existen representaciones de figuras antropomorfas o serpentiformes verticales, rodeados de gruesos puntos o pequeños trazos perpendiculares; y 3) alrededor de estos motivos o en abrigos cercanos se representarán posteriormente motivos esquemáticos y levantinos (lo cual explica la formación diacrónica de conjuntos como los del Barranc de Benialí, Barranc de l'Infern y Barranc de Famorca). Por último, en este grupo destacan los conjuntos de La Sarga, Barranc de l'Infern y Pía de Petracos por el número y complejidad de motivos representados, y La Sarga y el Abric IV de Benialí por la presencia en un mismo panel de motivos pertenecientes a los tres estilos conocidos. b) Los abrigos de Tipo 3 En el caso del Arte Macroesquemático, se trata siempre de abrigos de pequeño tamaño, localizados sobre pendientes moderadas (Coves Roges de Benimassot, Racó de Sorellets), pero también sobre paredes de fuerte pendiente e incluso en cortados (Coves Roges de Tollos, Covalta). Como rasgos generales, todos estos abrigos presentan un acceso más difícil, unas cuencas visuales más amplias y un tamaño más reducido que los del grupo anterior; y en ellos no existen representaciones de antropomorfos, mientras que se repiten los motivos geométricos (especialmente los serpentiformes, de estructura circular —los dos Coves Roges— o vertical —Racó de Sorellets—). Además, destaca el hecho de que todos los abrigos incluidos en este grupo se distribuyen a lo largo del Barranc de Malafí, antigua vía para el tránsito a pie que comunicaba la cuenca media del río Serpis con el litoral (en uso hasta época moderna, y,
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FIGURA 34. Abrigos con representaciones macroesquemáticas, clasificados por tipos en función de su emplazamiento y características morfológicas.
como parece indicar la distribución de los abrigos con arte rupestre, seguramente transitada ya en el Neolítico). Estos abrigos controlan visualmente distintos tramos de su recorrido, pero sin ser visibles entre sí, lo cual parece relacionar su función con el movimiento a lo largo de esta potencial ruta de comunicación; en este sentido, podemos señalar que los motivos serpentiformes se repiten en los abrigos de Pía de Petracos, Barranc de Famorca o Benialí, asociados también a distintas líneas de movimiento y articulación del paisaje. De esta manera, parece que el significado o funcionalidad de los distintos abrigos con representaciones macroesquemáticas debe buscarse, de una manera u otra, en este contexto de movimiento y estructuración del paisaje: en el caso de los abrigos de Tipo 2, otorgando valor ritual a accidentes geográficos destacados (Barranc de l'Infern) o puntos de paso necesario en el interior del territorio (Benialí, Pía de Petracos, Barranc de Famorca) y hacia el exterior (La Sarga); en el caso de los abrigos de Tipo 3, jalonando las potenciales rutas de comunicación entre la costa y el interior montañoso (Coves Roges, Covalta, Racó de Sorellets). Si atendemos a la distribución del poblamiento durante el Neolítico Antiguo (concentrado en las zonas litorales de La Safor y Marina Alta y los cursos altos de los ríos Serpis y Vinalopó), resulta significativo encontrar abrigos con representaciones macroesquemáticas en cada uno de los valles que comunican la costa con el interior, y que su distribución no rebase el curso medio del río Serpis (excepto en el caso de La Sarga, situado
junto al acceso a su curso alto desde la Canal IbiAlcoi). Así, estos abrigos no estarían delimitando la zona habitada durante el Neolítico cardial, sino que se concentrarían en su interior (Fig. 35); por ello, no creemos que su función se relacione tanto con la definición de los límites de un territorio como con la articulación interna de este espacio. Por ello, creemos que los abrigos con representaciones macroesquemáticas deben vincularse al movimiento en el interior de este territorio, aparentemente de una forma práctica en el caso de los abrigos de Tipo 3, y quizás con un sentido ceremonial en el caso de los abrigos de Tipo 2 (más adecuados para la reunión de individuos o grupos). El uso de estos abrigos en un contexto u otro, cuyo resultado sería la representación de motivos diferenciados en cada caso (antropomorfos en los abrigos de Tipo 2, serpentiformes en los de Tipo 3), estaría reflejando una voluntad activa de apropiación del entorno y controlar socialmente el movimiento a través de éste; voluntad que mostraría una clara ruptura con las prácticas de libre movilidad residencial que caracterizaban la explotación del entorno durante el Epipaleolítico. De esta manera las representaciones macroesquemáticas, concebidas para ser visibles espacialmente y vencer el paso del tiempo (por su gran tamaño y sus trazos gruesos y densos), pueden vincularse a unas prácticas de exhibición y monumentalización propias de unas comunidades cuya base económica se encuentra sujeta al ciclo agrícola (Criado 1993b). Por otro lado, el desarrollo en los momentos iniciales de la secuencia neolítica de un estilo de tanta com-
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FIGURA 35. Distribución de los abrigos con Arte Macroesquemático en relación con el poblamiento durante el Neolítico cardial. Es evidente la concentración de abrigos en el interior del área de distribución de este primer poblamiento.
plejidad simbólica (y que, a pesar de su corto ciclo de representación, dejará una impronta durable en la evolución del paisaje social que se construye desde estos momentos) debe leerse en el contexto de las transformaciones que se están produciendo entre las comunidades de la zona; transformaciones en la base económica y también sociales, vinculadas a la llegada de las innovaciones propias del período neolítico (especies domésticas animales y vegetales, nueva cultura material, etc.). Al margen de su llegada por una vía de difusión démica o cultural, estas innovaciones marcan el inicio de un proceso de cambio que afectará profundamente al modo de vida de los grupos epipaleolíticos locales; con la implantación, tras esta fase inicial durante la cual se desarrolla el Arte Macroesquemático, de un modo de vida mixto que combinará modos de trabajo productores y predadores (germen del desarrollo, milenios más tarde, de un modo de vida plenamente campesino —Guilabert et al. 1999; Pairen y Guilabert 2002-2003—). De esta manera, la necesidad de mantener la cohesión social en este contexto de cambio puede explicar la importancia que adquirirían en estos momentos los rituales de agregación social, como los que podrían haberse llevado a cabo en los abrigos de Tipo 2. El emplazamiento de estos abrigos en la zona central de este primer territorio neolítico redundaría en la importancia de la cohesión interna entre los distintos grupos que habitarían en la zona (refuerzo y mantenimiento de los lazos de solidaridad intergrupal); mientras que, en el límite de este territorio, La Sarga podría haber actuado como un lugar de
reunión con grupos que habitasen en zonas cercanas — lo que explicaría la pervivencia de su uso e importancia a lo largo de toda la secuencia neolítica—. Al mismo tiempo, estas ceremonias se verían complementadas por las llevadas a cabo en los lugares de habitat: esta función ritual, destinada al mantenimiento de la cohesión social intragrupal, es la atribuida al espacio que delimitan los fosos de Mas d'Is (Bernabeu et al. 2003), y también se ha planteado en el caso de cuevas como Or y Sarsa (Vicent 1997), donde, entre otros elementos destacados del registro faunístico y material, encontramos la representación sobre vasos cerámicos de antropomorfos similares a los macroesquemáticos. Aunque no es posible determinar las características de las ceremonias que se llevaron a cabo en estos lugares, y sin adentrarnos en la relación con la reproducción del ciclo agrícola que generalmente se les atribuye (cf. Hernández et al. 1994), merece la pena recordar ciertos rasgos peculiares de los motivos representados en el Arte Macroesquemático: los gruesos puntos y meandros que rodean las figuras antropomorfas, o los cuernos, halos, rayos y otras emanaciones de la cabeza que presentan algunas de ellas, y que constituyen respectivamente indicadores de trance o posesión de poder sobrenatural en las manifestaciones gráficas asociadas a rituales chamánicos (Lewis-Williams y Dowson 1988); rituales generalmente destinados a consolidar la forma de representación simbólica del mundo por parte del grupo, y reforzar los lazos de cohesión y las relaciones de producción y reproducción del orden social.
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8.3. CONTEXTO CRONOLÓGICO Y DE uso DE LOS ABRIGOS
En el momento inicial de su descubrimiento, la aparente excepcionalidad de estas representaciones impidió relacionarlas con las manifestaciones gráficas prehistóricas conocidas en la Península Ibérica, llegándose incluso a dudar de su antigüedad (Hernández y C.E.C. 1983: 68). Sin embargo, actualmente ha sido establecida una cronología precisa, basada en dos elementos: por un lado, la datación relativa que aporta su infraposición, siempre que existe contacto directo entre ellas, a las representaciones levantinas y esquemáticas; por otro lado, la proporcionada por la identificación de paralelos para algunos de estos motivos sobre cerámicas cardiales procedentes de diversos yacimientos de la zona. Respecto a su infraposición a motivos pertenecientes a otros estilos, es indiscutible que en algunos yacimientos, como el Abric I de La Sarga, estos motivos aparecen bajo cérvidos levantinos, reflejando la existencia de al menos dos fases en la creación del panel: una primera en la que se representaría un orante y varios serpentiformes macroesquemáticos, y una. segunda en la que éstos serían parcialmente cubiertos por una escena de caza levantina (con independencia de que cada una de estas fases englobase distintos momentos compositivos). Esta anterioridad relativa a motivos levantinos se repite en otros abrigos, como en el Abric IV del Barranc de Benialí, en cuyo Panel 2 una serie de trazos que por técnica y pigmento parecen levantinos cubren la parte inferior de uno de los serpentiformes macroesquemáticos. Por otro lado, un examen detallado de los paneles donde se representan simultáneamente motivos esquemáticos y macroesquemáticos permite señalar que siempre los primeros se representan en función del emplazamiento de los segundos (alrededor o entre dos motivos macroesquemáticos): es el caso del citado panel 2 del Abric IV del Barranc de Benialí, con un cáprido situado entre un serpentiforme y los restos muy deteriorados de otro, o en el Abric V del Pía de Petracos, donde pequeñas barras se distribuyen alrededor de los antropomorfos. Además, en algunas ocasiones se realizan simples barras esquemáticas en el interior de desconchados de pequeño tamaño que cortan a los motivos macroesquemáticos: esto ocurre en el Abric III de La Sarga, en el Abric V del Barranc de Famorca y en el Abric VII del Pía de Petracos. A pesar de lo escaso de la muestra, tanto las superposiciones indirectas como los propios mecanismos de composición acumulativa del panel (con la distribución de motivos esquemáticos alrededor de los macroesquemáticos), evidencian que las representaciones esquemáticas se realizaron en un momento posterior; eso sí, sin que pueda determinarse en ningún caso el lapso de tiempo transcurrido entre la representación de unos motivos y otros (excepto en el mencionado caso del Barranc de Famorca, donde junto a los motivos macroesquemáti-
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cos se representará ya en el Calcolítico un ídolo oculado). Otro elemento esencial en la atribución de su cronología fue aportado por la revisión de los materiales procedentes de yacimientos neolíticos de la zona como la Cova de l'Or (Beniarrés), la Cova de la Sarsa (Bocairent) o la Cova de les Rates Penades (Rótova), y posteriormente el Abric de la Falguera (Alcoi). Con esta revisión se dieron a conocer una serie de fragmentos cerámicos con decoración impresa cardial formando motivos similares a los macroesquemáticos de soporte rupestre (con unos convencionalismos comunes, a pesar de las necesarias diferencias que un soporte y técnica distintos implican): los orantes con brazos alzados y dedos extendidos cuyas características, como ocurre también con las representaciones rupestres, varían de un vaso a otro; y también las figuras más simples de antropomorfos en X o doble Y, para las que existen dudas sobre su vinculación al Arte Macroesquemático o Esquemático, pues son motivos comunes a ambos (Martí y Hernández 1988; Torregrosa y Galiana 2001). Estos fragmentos cerámicos pueden situarse de forma precisa dentro del Neolítico Antiguo cardial (5460-5230 cal. BC), asociándose a los primeros agricultores y ganaderos que habitaron en el área centro-meridional del Mediterráneo peninsular. De hecho, la distribución en el área valenciana de los yacimientos que presentan cerámicas con decoración figurativa (Cova de les Rates Penaes, Cova de l'Or, Cova de la Sarsa, Abric de la Falguera, Cova de les Cendres, Cova Ampia del Montgó) es muy concreta y, como hemos señalado anteriormente, engloba el propio espacio de distribución del Arte Macroesquemático. Y si bien las representaciones figurativas sobre cerámica impresa o incisa no son exclusivas de esta zona ni del Arte Macroesquemático, es- en esta zona habitada durante el Neolítico Antiguo donde se concentra el mayor número de hallazgos de figuras antropomorfas (del mismo modo que ocurre con su vertiente rupestre)3. De esta manera, en el aspecto cronológico existen dos elementos que nos indican que el Arte macroesquemático sería un estilo con un ciclo corto de duración: 1) las representaciones parietales se encuentran siempre bajo motivos pertenecientes a otros estilos, y 2) los únicos paralelos muebles conocidos aparecen 5
De forma más aislada, se han documentado motivos antropomofos sobre fragmentos cerámicos en el Abrigo de Eira Pedrinha y la Galería da Cisterna de la Gruta de Almonda (Portugal), la Cueva de Gorham (Gibraltar), la Cueva del Agua del Prado Negro y la Sima L J-l 1 de Solar de Loja (Granada) y la Cova del Vidre (Tarragona). Sin embargo, de momento la densidad de hallazgos que presentan las comarcas centro-meridionales valencianas no ha sido igualada por ningún otro foco peninsular; en cambio, otros temas propios ya del Arte Esquemático (como los ramiformes, los zoomorfos o los ídolos oculados) alcanzan una distribución más amplia, que incluiría la zona andaluza y el SO portugués (Torregrosa y Galiana 2001).
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sobre cerámica cardial, sin que se usen otros soportes o técnicas decorativas de cronología más tardía. En el aspecto espacial, también parece que su distribución queda en cierto modo restringida a los valles intramontanos que comunican la cuenca alta y media del río Serpis con el litoral Mediterráneo, especialmente
para el tema de los antropomorfos (sólo el conjunto de La Sarga se localiza algo más al sur de este núcleo, aunque queda incluido en el mismo). Más allá de este punto, los únicos motivos macroesquemáticos que encontraremos (tanto rupestres como muebles) serán los serpentiformes y zig-zags.
FIGURA 36. Paralelos para los motivos macroesquemáticos sobre cerámica impresa cardial (a partir de Martí y Hernández 1988).
Ante la falta de precedentes de esta manifestación en toda la Península Ibérica, y su vinculación a los primeros grupos de economía agrícola establecidos en tierras valencianas, se ha planteado que su origen, como el de aquellos, también sería foráneo —como reflejarían los paralelos mediterráneos de algunos motivos, que relacionarían el Arte Macroesquemático con el simbolismo propio de las distintas comunidades neolíticas de esta cuenca—. Así, se ha señalado la
correspondencia del motivo de los orantes con las pinturas murales del yacimiento anatólico de Qatal Hüyük, así como con las decoraciones cerámicas de las culturas del Neolítico danubiano Vinca y Starcevo, las de los grupos de la cerámica de bandas de la Europa central, o las de los horizontes del Neolítico Inicial y Medio italiano de Guadone, Matera y Masseria-La Quercia (Hernández 2000; 2003; Hernández y Martí 2000-2001); por otro lado, se ha
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO mencionado también la presencia de serpentiformes similares a los macroesquemáticos (con pequeñas prolongaciones en su extremo) en cerámicas impresas y peinadas de yacimientos neolíticos de la Península Itálica y las islas de Malta y Sicilia (aunque en este caso se trata de yacimientos del Neolítico Medio y Final, más tardíos que los de tierras valencianas —Cardito 1998: 106—). Estos paralelos mediterráneos, unidos a los que también pueden mencionarse para algunas representaciones esquemáticas y levantinas6, mostrarían la existencia de una cierta uniformidad iconográfica (y quizás también ideológica) mediterránea en el horizonte neolítico inicial. Sin embargo, si atendemos a la cronología tardía (Neolítico Medio y Final) que presentarían algunos de estos paralelos, su utilización como argumento para vincular el Arte Macro-esquemático a la llegada de los foráneos grupos neolíticos puros en los momentos iniciales de la secuencia neolítica debe ser tomada con cuidado (pues la cronología de este estilo en tierras valencianas es más antigua que la mostrada por sus paralelos itálicos). Por otro lado, el origen de esta unidad cultural no debe ser atribuido en exclusiva a procesos de difusión démica, pues también podría haberse producido a través de las mismas redes de intercambio de objetos o materias primas que se constatan entre algunas comunidades epipaleolíticas y neolíticas mediterráneas; redes a las que aluden algunos investigadores para explicar, por ejemplo, la rápida difusión de la cerámica cardial en los momentos iniciales del Neolítico (Barnett 1990), y que en nuestra zona de estudio se constatan desde los primeros momentos del Neolítico (como indica la llegada de materiales foráneos como los brazaletes de esquisto —cf. Orozco 1995—). Por otro lado, e independientemente de su origen, hemos señalado cómo el desarrollo de un estilo de tanta complejidad simbólica en estos momentos iniciales del Neolítico podría leerse como reflejo de una creciente importancia del ceremonial; importancia vinculada a la necesidad de mantener la cohesión social ante los cambios que progresivamente se van produciendo en el seno de las comunidades de la zona (mayor fijación al territorio, sometimiento al ciclo agrícola de los cultivos, y el cambio en las relaciones sociales de producción que a largo plazo marcarían la transición al modo de vida campesino —Vicent 1991a—). Como indicadores de esta creciente importancia y complejidad del ceremonial, podemos recalcar algunos de los aspectos señalados a propósito del poblamiento y rituales funerarios en estos momentos 6
Como los cruciformes representados en el Arte Esquemático, en los cantos pintados del yacimiento aragonés de Chaves o en algunas cerámicas cardiales de la cueva de La Sarsa, así como las escenas de captura colectiva de ciervos vivos presentes tanto en el Arte Levantino como en el Esquemático; todos estos elementos encuentran claros paralelos en el yacimiento anatólico de (^atal Hüyük, incluso más evidentes que los atribuidos al Arte Macroesquemático (Hernández 2000; Utrilla 2002; Utrilla y Calvo 1999).
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iniciales del Neolítico: la construcción de estructuras monumentales como los fosos existentes junto al asentamiento de Mas d'Is; el uso ritual que reciben algunas cavidades como las de Or y Sarsa, donde podrían haberse llevado a cabo sacrificios estacionales de ganado para su consumo comunal, y en cuyo interior se acumularían bienes de excepcional calidad; o el inicio de las prácticas de enterramiento de algunos individuos en cuevas sepulcrales de larga secuencia. El uso que reciben los abrigos con Arte Macroesquemático en estos momentos (vinculado a la articulación interna del grupo y su territorio), y la importancia de estos abrigos en la inicial configuración del paisaje social de estos grupos, no hace más que redundar en este aspecto. De esta manera, la asociación del Arte Macroesquemático con los primeros grupos de pobladores de economía productora llegados a la Península otorga a su escaso desarrollo espacial y temporal una importancia crucial para el conocimiento de las cuestiones relativas al proceso de neolitización de esta zona: tras un ciclo relativamente corto de desarrollo, en algún momento a lo largo del VI milenio BC sus autores dejan de representar estos motivos, lo cual sin duda debe estar reflejando un cambio en su modo de vida (pues el terreno de las creencias y la simbología derivada de ésta no es susceptible de cambios bruscos, más bien al contrario). Sin embargo, en sentido estricto no puede hablarse de una desaparición total de esta simbología, sino que existen distintos indicadores de la perduración de su valor simbólico: 1) La coincidencia formal con algunos de los motivos propios del Arte Esquemático (que es contemporáneo en sus inicios al Macroesquemático, aunque su desarrollo temporal es mucho más amplio) no sólo reflejaría la existencia de evidentes lazos ideológicos y simbólicos entre ambos, sino también la fosilización de ciertos convencionalismos macroesquemáticos (antropomorfos en X o doble Y, serpentiformes, zig-zags) a través de este otro estilo. 2) La mayor parte de los abrigos con representaciones macroesquemáticas (o abrigos situados a su alrededor) serán reutilizados en momentos posteriores para la realización de motivos levantinos y esquemáticos, lo que indica una perduración del valor social otorgado a estos lugares. 3) Algunos de los motivos propios del Arte Macroesquemático, como los serpentiformes y zig-zags de trazo grueso realizados con pintura pastosa, se repiten en abrigos relativamente inmediatos como los señalados del Barranc de Carbonera (Beniatjar), y también están presentes en comarcas cercanas, con ejemplos como los del Abrigo de la Fuente y Abrigos de Benizar (Moratalla, Murcia) (Mateo 1999), el Abric I del Barranc del Bosquet (Moixent,
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SARA PAIREN JIMÉNEZ Valencia) (Hernández y C.E.C. 1984), la Cueva de la Vieja (Alpera, Albacete), el Abrigo del Tío Modesto (Henarejos, Cuenca), la Cueva de la Araña y la Balsa de Calicanto (Bicorp, Valencia) (Hernández y Martí 20002001), el Barranc de la Xivana (Alfarb, Valencia) (López-Montalvo et al. 2001), el Abric de Roser (Millares, Valencia) (Oliver y Arias 1992) o la Cova del Civil (Tírig, Castellón) (Molina Balaguer et al. 2003). Estos ejemplos reflejarían una expansión de ciertos motivos macroesquemáticos a mayor distancia de la considerada hasta el momento, que quizás esté ligada a la de los propios elementos tecnológicos y económicos neolíticos (sea mediante un movimiento poblacional, o limitada a contactos e intercambios con los grupos que habitan esa zona). En este sentido, algunos autores han señalado que existen evidencias de una temprana penetración de los elementos neolíticos en la comarca de la Canal de Navarrés y sur del río Júcar, ejemplificada por la presencia de cerámica cardial en Cocina o la propia Cueva de la Araña (Hernández 2003: 46), y también en yacimientos como la Cova del Candil (Tous) o la Cova Dones (Millares), entre otros (Molina Balaguer et al.
2003) —lo cual podría relacionarse con la presencia de serpentiformes en abrigos de la zona como la Cueva de la Araña o la Balsa de Calicanto—. Atendiendo a este último aspecto es interesante señalar que, como también ocurre en La Sarga o Benialí, en algunos de estos abrigos (Tío Modesto, Cova del Civil) los serpentiformes y zig-zags se infraponen a motivos levantinos (Hernández y Martí 20002001: fig. 5; Molina Balaguer et al. 2003); también en el calco de Hernández Pacheco de la Cueva de la Araña puede apreciarse la superposición de parte de la cornamenta de un cérvido levantino a uno de los serpentiformes verticales (Hernández Pacheco 1924: fig. 25; Beltrán 1987), aunque algunos autores han señalado la dificultad de apreciar con claridad este contacto (Alonso 1999: 96) (reservas también expresadas en el caso de Balsa de Calicanto —Beltrán et al. 1995: 25—, aunque éste queda claro para otros autores —Hernández y Martí 2000-2001—) (Fig. 37). Todos estos ejemplos indicarían que también en estas comarcas se daría una anterioridad relativa de los motivos serpentiformes a los levantinos, repitiendo la secuencia apreciable en la provincia de Alicante a partir de las superposiciones estilísticas de La Sarga o el Abric IV del Barranc de Benialí.
FIGURA 37. Balsa de Calicanto (Bicorp, Valencia). Detalle de la superposición de la cabeza de un zoomorfo levantino de gran tamaño a una serie de zig-zags verticales.
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO Por otro lado, en principio consideramos que la expansión de los serpentiformes y zig-zags macroesquemáticos quedaría limitada a las comarcas valencianas y las inmediatas de Murcia, Albacete y Cuenca, a pesar de la similitud temática de estos motivos con algunos zig-zags representados en yacimientos aragoneses como Los Chaparros (Albalate del Arzobispo), Labarta (Adahuesca) o Bardafuy (Lecina). Sin embargo, las características que pueden adivinarse en la publicación de estos motivos (tamaño, tipo de trazo y tipo de pigmento) parecen corresponderse mejor con las propias del Arte Esquemático (cf. Alonso y Grimal 1994; Alonso 1999); sin duda éste sería un buen ejemplo de los problemas que plantea la distinción de ambos estilos ante determinados temas comunes. Una consideración más difícil presentaría, en cambio, la identificación de unos "orantes subnaturalistas" en el también aragonés abrigo de La Coquinera (Obón), en este caso superpuestos a motivos esquemáticos (Utrilla y Calvo 1999; Utrilla 2002). Un análisis detallado de todos estos motivos quizás permita plantear en un futuro lazos entre ambas manifestaciones; sin embargo, en el estado actual de la investigación consideramos que esta expansión afectaría únicamente a los zig-zags y meandriformes, y se produciría en un área concreta de las comarcas centro-meridionales valencianas y las cercanas de Cuenca, Albacete y Murcia. En cambio, las que sí presentan un claro límite espacial y temporal son las figuras antropomorfas como las de La Sarga, el Barranc de l'Infern o el Pía de Petracos, precisamente las más singulares y definitorias dentro del Arte Macroesquemático7. Estas figuras únicamente se representan en un espacio concreto, el área montañosa del interior de la provincia de Alicante, y en un momento concreto, a lo largo del Neolítico cardial. En cambio, la pervivencia de ciertos aspectos de la ideología vinculada a estas representaciones puede apreciarse con posterioridad en distintos elementos: espacialmente, con la expansión de algunos de estos motivos a áreas cercanas en momentos tempranos del Neolítico (paralelamente a la de los componentes económicos, tecnológicos y tal vez humanos propios de este primer neolítico); y cronoló7 En ocasiones se ha argumentado que el escaso número de abrigos conocidos y la coincidencia formal en algunos motivos entre el Arte Macroesquemático y el Esquemático indicaría que el primero no sería más que una "tendencia local" del segundo (Alonso y Grimal 1999: 59). Sin embargo, y aunque en sus inicios el Arte Esquemático sea contemporáneo del Macroesquemático (o sólo ligeramente posterior, como veremos en el siguiente capítulo) y comparta con éste una serie de motivos, no debe por ello negarse su identidad como estilo artístico: indudablemente, existe un fuerte vínculo conceptual entre ambos, pero los temas comunes (zig-zags, antropomorfos esquematizados en X o en Y) no son los motivos más significativos dentro del Arte Macroesquemático; por el contrario, éste se caracteriza por una serie de figuraciones antropomorfas que por su singularidad iconográfica escapan a cualquier intento de tipología.
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gicamente, por la fosilización a través del Arte Esquemático de algunos de sus convencionalismos, así como por la reutilización en momentos posteriores de la mayor parte de los abrigos (o abrigos cercanos) para realizar representaciones tanto esquemáticas como levantinas. 9. EL PAISAJE ESQUEMÁTICO A diferencia del Macroesquemático, el Arte Esquemático constituye una manifestación bien conocida desde hace décadas (en 1909 H. Breuil y su colaborador J. Cabré publicarán los abrigos de Calapatá, con Arte Levantino, y Cogull, con representaciones de carácter esquemático junto a las más naturalistas levantinas), que se extiende además por gran parte del territorio peninsular, y en cuyo conocimiento pueden señalarse dos hitos fundamentales. En primer lugar, la publicación por parte de H. Breuil de su obra de compilación Les peintures rupestres schématiques de la Péninsule Ibérique (1933-1935), donde se incluyen todos los yacimientos conocidos en aquel momento: en la zona levantina (Penya Escrita en Tárbena, las pinturas de Beniatjar —ahora Barranc de Carbonera—, la Cueva de la Araña en Bicorp, y los abrigos de la Valltorta en Castellón), Cádiz, Sudeste, Sierra Morena, cuencas de los ríos Guadiana, Batuecas y Duero y Cantábrico. Ya entonces Breuil plantea la posibilidad de una cronología original preneolítica para esta manifestación, que se vería enriquecida con nuevos aportes durante el Neolítico y Eneolítico (dada la similitud de algunos ídolos pintados con los hallados entonces por L. Siret en la zona de Almería). Sin embargo, en este estudio no se abordan, por falta de tiempo y de bases comparativas, cuestiones fundamentales como la sistematización de los motivos o la delimitación del área de expansión real de esta manifestación (pues los yacimientos conocidos presentan una distribución muy irregular) (cf. Acosta 1968: 15 y ss). La segunda gran aportación será la Tesis Doctoral de P. Acosta La Pintura Rupestre Esquemática en España (1968), donde, aunque se recogen pocos yacimientos nuevos frente a los presentes en la obra de Breuil, se realiza por primera vez un estudio analítico de los motivos-tipo que se repiten dentro del Arte Esquemático: aislando cada tipo de representación y sus variantes, se determina su área de distribución geográfica, así como el posible origen y dirección de las influencias; por otro lado, se intenta establecer su posición cronológica a partir de los atributos de color y estilo, así como por la comparación con materiales muebles (tanto de la Península Ibérica como del Oriente Próximo y Mediterráneo, de donde se considera que proceden sus raíces). La cronología del Neolítico Final inicialmente planteada en esta obra, sin embargo, se verá matizada en estudios posteriores, distinguiendo esta autora varias fases en su evolución: una primera cuyo inicio se vincula al neolítico temprano, como evidenciaría el hallazgo de paralelos para
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algunos motivos sobre cerámicas cardiales; una segunda, calcolítica, donde los motivos se amplían y diversifican como resultado de la influencia de nuevos materiales e ideas de origen mediterráneo, como los ídolos (aunque se mantienen los temas básicos neolíticos, como el uso reiterado de soliformes para la representación de los ojos de estos ídolos); y una tercera fase, que abarcaría hasta los momentos iniciales de la Edad del Bronce en el Sudeste o Levante (donde se siguen representando esteliformes o ramiformes en la decoración cerámica) o incluso la época histórica en la zona occidental de la Península, con perduración de algunos motivos esquemáticos pero con un significado ya distinto (Acosta 1984: 43-53). Por otro lado, se destaca la falta de homogeneidad del Arte Esquemático, en su cronología y en su significado, lo cual impediría el establecimiento de unas normas fijas de periodización válidas para toda la Península; en cambio, se señala la necesidad de concentrar la investigación en la delimitación de las distintas provincias artísticas, atendiendo a sus propias secuencias evolutivas y contextos culturales (Acosta 1984: 55). Sin embargo, a pesar de la contribución de estas dos obras de síntesis a sentar las bases del conocimiento del Arte Esquemático, habrían de pasar varias décadas más para que sean propuestos nuevos argumentos sobre la cronología y autoría de estas representaciones. Este abandono, denunciado en 1982 en el mismo coloquio donde se dio a conocer el Arte Macroesquemático, se atribuía a la abundancia de yacimientos, realismo y riqueza temática del Arte Levantino, frente a los escasos yacimientos esquemáticos citados en la obra de H. Breuil (base de todos los estudios posteriores sobre el Arte Esquemático peninsular) (Hernández y C.E.C. 1983: 63). Además, en este caso, a los problemas habituales en la datación del arte rupestre, debía añadirse la carencia de una definición clara del concepto de Arte Esquemático, debido a la amplia difusión espacial y cronológica y diversidad técnica, temática y de soporte, de las representaciones catalogadas como tales en el ámbito peninsular (Acosta 1984: 55). Esta carencia se prolonga hasta nuestros días, y algunos investigadores han remarcado que en determinadas zonas de la Península las distinciones entre grupos estilísticos no siguen un único criterio sino que basan unas veces en la tipología de motivos, y otras en la técnica empleada para su realización (pintura o grabado) o incluso el tipo de soporte (abrigos rupestres, losas de piedra al aire libre, o el interior de construcciones megalíticas) (cf. Bradley 2002: 232). A pesar de estos problemas, en las últimas décadas se han producido importantes avances, entre los que debe destacarse la identificación de paralelos sobre soportes muebles para los motivos más antiguos dentro de esta manifestación, primero en Andalucía (Marcos 1981; Acosta 1984) y más tarde en otros ámbitos peninsulares (Martí y Hernández 1988; Hernández et al. 2000; Pérez Botí 1999; Torregrosa y
Galiana 2001; Martí y Juan-Cabanilles 2002b), lo que ha permitido precisar la secuencia evolutiva de esta manifestación y profundizar en el conocimiento de las sociedades que lo realizaron. Por otro lado, como línea de investigación alternativa a estos enfoques normativos (centrados en precisiones estilísticas y cronológicas), en los últimos años se han realizado importantes aportaciones sobre la posible funcionalidad de estas representaciones y su contexto social de uso a partir del análisis de las pautas que guiaron el emplazamiento y distribución de los abrigos pintados. Así, en la zona del Noroeste, donde hasta seis manifestaciones distintas comparten como rasgo convencional el esquematismo de sus representaciones, se han estudiado sus distintos contextos de uso a partir de criterios como la accesibilidad de los lugares donde se realizan, y su posición en el entorno (Bradley 2002); estos estudios deben sumarse a los realizados para los grabados rupestres galaicos dentro de la ya consolidada línea de investigación ligada a la Arqueología del Paisaje (Bradley et al. 1994; 1995; Santos 1998; Santos y Criado 1998; Santos et al. 1997). El peso metodológico e interpretativo de este tipo de enfoques queda evidenciado por la multiplicación, en los últimos años, de distintos proyectos de investigación en esta línea, aunque nunca a escala peninsular. De esta manera, para la zona del Sudeste peninsular, siguiendo propuestas en cierto modo presentes ya en la obra de H. Breuil (1933-35) y P. Acosta (1965; 1968), J. Martínez estableció distintos modelos de emplazamiento a partir de la localización de los abrigos en el territorio y su asociación a determinados accidentes geográficos; modelos que, contrastados con el contenido de los abrigos, le permiten profundizar en los aspectos de la formación social y modo de apropiación del entorno por parte de sus autores (Martínez García 1998; 2000; 2002). Propuestas similares pueden encontrarse también para la zona de la Meseta, donde se plantea una interpretación gráfica y espacial de las pinturas rupestres esquemáticas atendiendo no sólo a los motivos representados, sino también a su relación con el soporte y al emplazamiento, morfología, orientación y configuración de los abrigos usados (Gómez-Barrera 2001); y en el área mediterránea, donde se analizan distintos grupos estilísticos, su cronología y las pautas de distribución de los abrigos en cada uno de ellos (Torregrosa 2000; 2000-2001; Cruz 2003), así como su relación con los vestigios de habitat y funerarios, y con otras manifestaciones artísticas contemporáneas, en la apropiación y articulación del paisaje (Pairen 2002; 2004). Actualmente, en las comarcas centro-meridionales valencianas se conocen 58 conjuntos con Arte rupestre Esquemático (el denominado ''Grupo I" en la sistematización de P. Torregrosa —2000: 264 y ss—), aunque la mayor parte de ellos están formados por varios abrigos. Estos conjuntos se reparten entre las actuales comarcas de la Valí d'Albaida, l'Alcoiá, Comtat, Marina Alta y Marina Baixa, y presentan
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FIGURA 38. Distribución de los abrigos con Arte Esquemático en la zona de estudio.
enormes diferencias entre sí: en su contenido (algunos contienen representaciones muy sencillas, pero otros conjuntos alcanzan una extraordinaria riqueza, con composiciones o superposiciones que aportan una información esencial sobre la formación diacrónica de los paneles), y sobre todo en su emplazamiento y características de los abrigos. Ante esta diversidad, para el conocimiento del contexto social de uso de esta manifestación es fundamental realizar un análisis sistemático que atienda a distintas variables.
9.1. ESCALAS MICRO: TÉCNICAS, ESTILO Y LUGAR EN EL PANEL La pintura esquemática en los yacimientos alicantinos utiliza preferentemente el color rojo y en menor medida el negro, sin que el uso de distintos pigmentos parezca tener un valor cronológico (si en los abrigos de Cantacuc o Barranc de la Palla motivos en rojo se superponen a los trazados en negro, en el Barranc de Carbonera ocurre a la inversa —cf. Hernández et al. 2000: 59—); en algunos casos se han documentado también motivos de color ocre (en Racó de Gorgori y el Abric IV de Covalta), aunque por su excepcionalidad no se descarta que correspondan a una degradación de un tono más oscuro (Hernández et al. 2000: 20). Los motivos realizados son muy simples, en su ejecución (un único trazo compone toda la figura o delimita su contorno externo) y en su forma (reducida a los trazos básicos que permiten su identificación) —aunque en algunos casos su grado de abstracción, pequeño tamaño o deficitario estado de conservación dificulta su interpretación—. Por otro lado, aunque generalmente se considera que estas
representaciones no serían narrativas ni escénicas, algunos autores han defendido su sentido narrativo, que reflejaría los distintos aspectos de la vida y creencias de sus autores —incluyendo las preocupaciones religiosas y por la vida ultraterrena (Acosta 1965: 116). Para la sistematización de los motivos presentes en las comarcas valencianas (Hernández et al. 1988; 2000) se han mantenido los tipos básicos establecidos en 1968 por P. Acosta, y se han descartado únicamente los que no se encuentran representados en esta zona (carros, trineos, armamento o escenas de distinto signo). a) Figuras antropomorfas. Presentan una enorme diversidad, agrupándose en diversos tipos según su forma: desde las más naturalistas, en las que incluso se pueden identificar detalles anatómicos, hasta las más esquematizadas, con el rasgo común de una barra vertical que simula el tronco, y catalogadas por tanto a partir de la posición de brazos y piernas (de brazos en asa, tipo golondrina, cruciformes, en X, en Y invertida, en doble Y, etc.). El elevado grado de abstracción de estas figuras explicaría la ausencia de adornos personales, un elemento característico en esta zona del Arte Levantino; sin embargo, en ocasiones se han considerado como tales algunas prolongaciones laterales o trazos perpendiculares al tronco o cabeza de ciertas figuras. De forma excepcional, en el Abric II de Benirrama (Valí de Gallinera) una figura lleva un arco —composición que en otra ocasión hemos señalado como reflejo de las figuras levantinas realizadas previamente en el mismo abrigo (Fairén, 2001b: 249; también Fig. 42).
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FIGURA 39. Representaciones esquemáticas en la zona de estudio. Antropomorfos: 1) Benirrama (Valí de Gallinera); 2) Barranc de l'Infern (Valí de Laguart); 3) Cova Llarga (l'Orxa); 4) La Sarga (Alcoi); 5) Barranc del Salt (Penáguila); 6) Barranc de Bolulla (Bolulla). Zoomorfos: 7) Barranc de Benialí (Valí de Gallinera); 8) Barranc de la Magrana (Valí de Gallinera); 9-10) Cova Jeroni (Valí de Gallinera). Motivos simbólicos (ídolos): 11) Barranc del Garrofer (Planes); 12) Penya Escrita (Tárbena); 13) Barranc de la Palla (Tormos); 14) La Sarga (Alcoi); 15) Barranc del Salt (Penáguila). Geométricos: 16) La Sarga (Alcoi); 17) Penya de VErmita del Vicari (Altea); 18) Barranc del Migdia (Xábia); 19) Covalta (Castell de Castells) (a partir de Hernández et al. 2000).
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO b) Figuras zoomorfas. En la zona este tipo de representaciones se resuelve mediante trazos lineales, que representan el cuerpo, extremidades y cornamenta. El único elemento que permite diferenciar especies es la cornamenta, ligeramente curvada en los cápridos, y ramificada en los cérvidos. El resto de las figuras no permite establecer con claridad la especie, sea por su deterioro o por el elevado grado de esquematismo de la representación —aunque en principio parecen ser especies diferentes a las citadas, pues no repiten los mismos convencionalismos—. c) Motivos simbólico-religiosos. Entre estos motivos, tradicionalmente relacionados con las creencias sobrenaturales de sus autores, destacan los ídolos de distinto tipo (oculados, ancoriformes, halteriformes o bitriangulares) y los denominados esteliformes o soliformes (compuestos por una serie de trazos radiales, dispuestos alrededor de un círculo, una cavidad natural de la roca, o convergentes en un punto central). d) Motivos geométricos. Resultado de la combinación de trazos lineales o curvilíneos formando figuras geométricas cerradas o abiertas, la mayoría de ellos difícilmente pueden relacionarse con una realidad
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concreta, y se describen por alusión a su forma geométrica (puntos, barras, cruces, ángulos, zig-zags); en cambio, en otros casos, esta forma recuerda algún elemento natural, y se les designa por este nombre (serpentiformes, ramiformes, tectiformes). Los paralelos muebles indican que no todos los motivos tienen una misma cronología: algunos, como los soliformes, antropomorfos o zoomorfos, se asocian a las representaciones más antiguas, si bien son temas de larga vigencia: aparecen tanto sobre cerámica impresa cardial como impresa de instrumento, incisa o esgrafiada, e incluso en cerámica campaniforme o de la Edad del Bronce (Acosta 1984; Martí y Hernández 1988; Garrido y Muñoz 2000). Otros motivos, como los ídolos oculados y bitriangulares, aparecen en una segunda fase del desarrollo de esta manifestación, aunque a veces se representan asociados a motivos más antiguos: así, en el Abric de la Penya de 1'Ermita del Vicari (Altea, Alicante) o en el del Barranc del Migdia (Xábia), ídolos y soliformes parecen ser representados en un mismo momento (Galiana y Torregrosa 1995: panel 2; Casabó et al. 1997: panel 1).
GRÁFICO 10. Tipos de motivos y número de representaciones de Arte Esquemático en la zona de estudio.
De todos estos motivos, los geométricos son los más abundantes con diferencia, seguidos de los distintos tipos de antropomorfos, mientras que los zoomorfos y los motivos considerados "simbólicos" son menos frecuentes (ver Gráfico 10). Por tipos de abrigo, de nuevo los motivos geométricos siguen siendo los más abundantes en todos los casos; los antropomorfos serían más frecuentes en los abrigos de Tipo 2, y escasos en los de Tipo 1; los motivos simbólicos, más frecuentes en abrigos de Tipo 3 y ausentes de los de Tipo 1 y 4; y los zoomorfos, más frecuentes en los abrigos de Tipo 1 y Tipo 5, y también ausentes en los
de Tipo 4 (ver Gráfico 11). Por otro lado, mientras que geométricos y antropomorfos están presentes en prácticamente todos los yacimientos (aunque los antropomorfos aparecen en menor número), los zoomorfos y motivos simbólicos sólo aparecen en algunos yacimientos, siendo además muy raro que los cuatro tipos se representen a la vez en un mismo abrigo (ver Gráfico 11 y Tabla 10, en el Anexo II). Esta situación de complejidad estilística, que relacionamos con aquellos abrigos destinados a ser vistos por un público más numeroso o variado (cf. Johnson 1982; Bradley 2002; también en el capítulo anterior), se da
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GRÁFICO 11. Distribución porcentual de los motivos según el Tipo de abrigo.
únicamente en cuatro yacimientos (La Sarga, Abric IV del Barranc de Benialí, Cova Jeroni y Barranc de Carbonera); entre estos, destacan también por el número total de motivos representados La Sarga (57), considerado un lugar de reunión desde el Neolítico cardial, y Barranc de Carbonera (176), que podría
adquirir un estatus similar en momentos posteriores (vinculado al poblamiento de la Valí d'Albaida que se registra a partir del Neolítico epicardial y sobre todo en el Calcolítico). Puede señalarse también que Cova Jeroni, en el que existe un menor número de representaciones (15), es también el de acceso más difícil.
FIGURA 40. Abrigos con representaciones esquemáticas en la zona de estudio, clasificados por número de motivos.
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO De esta manera, se constatan importantes variaciones en el número de motivos representados en cada yacimiento, incluso dentro de cada uno de los grupos que hemos definido para su clasificación (Fig. 40). Entre los abrigos con más figuras, destacan los del Barranc de Carbonera (Beniatjar), Barranc de Migdia (Xábia), La Sarga (Alcoi) y Port de Penáguila (Penáguila), y en menor medida Cantacuc (Planes), Abric VI del Barranc del Salt (Penáguila), Conjunto IV. 1 del Barranc de l'Infern (Valí de Laguart), Penya de l'Ermita del Vicari (Altea) o Penya Escrita (Tárbena). Esto puede deberse, como señalábamos en el capítulo anterior, a una reiteración en su uso (que provocaría la creación de paneles acumulativos, formados en distintos momentos) o a su valor informativo (destinado a grupos más amplios y heterogéneos). Por otro lado, sólo algunos de estos abrigos coinciden con los que considerábamos más sobresalientes dentro del Arte Macroesquemático (Tipo 2); este factor nos muestra un uso del espacio muy distinto entre ambos estilos, que, si bien pudieron tener un origen común, tendrían en cambio un desarrollo y funcionalidad bien diferenciados. En cambio, entre los abrigos esquemáticos más destacados encontramos tanto algunos de Tipo 5 (Port de Penáguila), como de Tipo 4 (Abric de Cantacuc), Tipo 3, los más abundantes (Cova del Barranc del Migdia, Barranc de Carbonera, Penya Escrita, Penya de l'Ermita del Vicari), o Tipo 2 (La Sarga, Barranc de Benialí). Es decir, que existen abrigos destacados por su valor informativo en todos los tipos excepto el Tipo 1, que se caracteriza precisamente por la escasez y simplicidad de los motivos representados (lo cual puede atribuirse al carácter más especializado o restringido de su uso). Esto muestra la
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dificultad para establecer una tipología de abrigos atendiendo exclusivamente a las escalas de análisis más pequeñas —los motivos representados—. A pesar de esto, puede extraerse cierta información de la distribución de los motivos por tipos: a) Antropomorfos: aunque no en número elevado, aparecen en la mayor parte de los abrigos con Arte Esquemático, con independencia del tipo de emplazamiento. Sin embargo, son mucho más abundantes en los abrigos de Tipo 3 (con una enorme variabilidad en cuanto a tipos), y raros en los de Tipo 1 y Tipo 5. Por otro lado, destaca su ausencia en aquellos abrigos donde abundan las representaciones de ídolos, y viceversa (abundan donde los ídolos escasean), lo cual permite plantear la posibilidad de que ambos tipos de motivos pudieran ser excluyentes. En cuanto a los tipos, son más abundantes los antropomorfos en doble Y, golondrina, cruciformes y en Y; otros tipos son más escasos y se concentran en ciertas zonas, como los antropomorfos de brazos en M, más abundantes en los abrigos del río Clariano y Valí d'Albaida (Abric del Calvari, Bocairent; Abric de la Creu, Ontinyent; Barranc de Carbonera, Beniatjar); los antropomorfos de brazos en T, representados únicamente en los yacimientos más cercanos a la costa en la Marina Alta (Barranc de l'Infern, Valí de Laguart; Barranc de la Palla, Tormos; Balma del Barranc del Bou, Teulada); o los antropomorfos de carácter más naturalista o representación más detallada, que aparecen con frecuencia en conjuntos donde también se representa Arte Levantino (La Sarga, Alcoi; Abric VI del Barranc de l'Infern, Valí de Laguart; Benirrama, Valí de Gallinera).
GRÁFICO 12. Motivos esquemáticos antropomorfos. 1) Acéfalos; 2) Ancoriformes;
3) Bitriangular; 4) Brazos en asa/brazos en M; 5) Cruciformes; 6) En doble Y; 7) En T; 8) en X; 9) En Y; JO) Golondrina; 11) Naturalistas; 12) Indeterminados.
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Gráfico 13. Motivos geométricos. 1) Aspa; 2) Barra; 3) Círculo; 4) Cruciforme; 5) Curvilíneo; 6) Meandriformes; 7) Motivos en X/Y/V; 8) Pectiniforme; 9) Punto; 10) Ramiforme; 11) Serpentiforme; 12) Tectiforme; 13) Triángulo, rectángulo; 14) Zig-zag; 15) Indeterminados.
b) Geométricos: son los más abundantes con diferencia, especialmente las barras (que en mayor o menor número están presentes en prácticamente todos los yacimientos), aisladas o formando conjuntos. Estas agrupaciones se dan también entre los zig-zags, que en algunos yacimientos, como el Abric de la Penya de 1'Ermita del Vicari (Altea), llegan a alcanzar grandes dimensiones (Galiana y Torregrosa 1995: panel I). En cualquier caso la abundancia de este tipo de motivos, presentes además en abrigos de distinto tipo distribuidos por toda la zona de estudio, hace difícil identificar pautas de representación concretas en este caso. c) Simbólico-religiosos: son poco frecuentes y, aunque en el caso de los ídolos su presencia puede
considerarse un indicador válido para establecer la fecha de uso de algunos abrigos, su concentración en determinados tipos de abrigo (Tipo 3, como Barranc de Migdia, Penya Escrita, Penya de 1'Ermita del Vicari), y el hecho de que no se documenten en los de Tipo 1, Tipo 4 y Tipo 5, permite plantear que su ausencia en otros casos no se deba tanto a criterios cronológicos como a factores funcionales (tipo de actividades llevadas a cabo en esos abrigos). En cuanto a los esteliformes, también se vinculan de forma mayoritaria a los abrigos de Tipo 3, y están ausentes de los de Tipo 1 y 4; por otro lado, hemos señalado ya que se trata de un motivo de larga vigencia, por lo que como indicador cronológico su valor es muy relativo.
GRÁFICO 14. Motivos de carácter simbólico. 1) ídolos ancoriform.es; 2) ídolos halteriformes; 3) ídolos aculados; 4) ídolos bitriangulares; 5) Esteliformes.
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Figura 41. Distribución de los ídolos pintados y de sus paralelos muebles en la zona de estudio. Aparentemente, las representaciones rupestres son más abundantes en la zona costera, mientras que los ídolos muebles se concentran en yacimientos situados a lo largo de la cuenca del río Serpis y los valles cercanos.
Por otro lado, resulta llamativa la falta de coincidencia entre las áreas de distribución de los ídolos rupestres y los muebles, lo cual limita las conclusiones que pudieran extraerse en este sentido (Fig. 41). De esta manera, si bien los ídolos bitriangulares rupestres aparecen únicamente en la zona costera de la Marina Alta (Barranc de la Palla, A63, y Cova del Barranc del Migdia, A90), sus paralelos muebles aparecen en el interior, en yacimientos como la Cova del Moro (126); Cova d'En Pardo (104), Jovades (132) o Niuet (123); en la zona del curso bajo del río Serpis, en yacimientos como Cova de les Meravelles (9) o Cova Bolta (20); o más al sur, en la Cueva de la Pastora (187) o la Cova de la Barsella (275). Lo mismo ocurre con los ídolos oculados, presentes en abrigos como Penya Escrita (A96), Barranc del Migdia (A90), Barranc deis Garrofers (A25) o Barranc de les Coves (A38); y sus paralelos muebles, localizados en la zona del curso alto y medio del río Serpis (Cova de Bolumini, 125; La Pastora, 187; Niuet, 123) y áreas cercanas (El Fontanal, 218; Cova del Garrofer, 59). En cuanto a los halteriformes, existe una única representación (La Sarga, Al), mientras que los paralelos muebles proceden de la Cova de l'Or (97) y la Cova d'En Pardo (104). El caso más claro de correspondencia se daría con el ídolo ancoriforme representado en el Abric VI del Barranc del Salt (desde donde se podría acceder a la Cova de la Barsella, donde se halló el único paralelo mueble conocido para este tipo, cruzando el Port deis Tudons).
d) Zoomorfos: aparecen en pocos abrigos y siempre en número reducido, aunque son más frecuentes en los abrigos de Tipo 3; tanto en los situados en los principales corredores de comunicación (Cova Jeroni), como en aquellos situados en el interior de los pequeños y abruptos barrancos tributarios de éstos, que serían lugares óptimos para la caza (Barranc de les Coves, Barranc del Salt, Balma del Barranc del Bou). Así, de alguna manera la funcionalidad de estos motivos podría relacionarse con la señalización de recursos o con las líneas de movimiento. Por otro lado, no parece que la distribución por especies responda a pautas de exclusión por abrigos o zonas, aunque esto podría deberse a la dificultad que existe en muchos casos para diferenciarlas (especialmente cuando la cornamenta se encuentra deteriorada); sin embargo, parece que este tipo de motivos está ausente de la zona del río Clariano y es poco frecuente en la Valí d'Albaida (sólo se constata un ejemplar en el Barranc de Carbonera, de especie indeterminada), lo que quizás podría relacionarse con la dedicación eminentemente agrícola que muestran los yacimientos de esta zona. Por último, otro de los elementos que relacionamos con una mayor o menor complejidad compositiva es la presencia de motivos de otros estilos en los conjuntos, abrigos o paneles esquemáticos —tanto macroesquemáticos como levantinos, pues por su largo desarrollo cronológico el Arte Esquemático se solapa a ambos en distintos momentos a lo largo de toda la secuencia neolítica—. Además, las relaciones estable-
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GRÁFICO 15. Motivos zoomorfos. 1} Cápridos; 2) Cérvidos; 3) Indeterminados.
cidas a distintas escalas entre los tres estilos permiten hacer importantes inferencias acerca del modo en que se produjo la progresiva apropiación del entorno por parte de los grupos neolíticos de la zona. En el aspecto cronológico, las relaciones que se establecen a nivel de panel (composiciones, y sobre todo superposiciones), y que consideramos siempre intencionales, son particularmente significativas. Respecto al Arte Macroesquemático, señalábamos en el capítulo anterior que existían motivos esquemáticos en prácticamente todos los conjuntos de motivos macroesquemáticos, generalmente compartiendo panel, lo que confirmaría la vinculación entre ambos estilos señalada por otros autores (cf. Torregrosa 2000-2001: 74 y ss). Aunque las superposiciones de motivos esquemáticos sobre macroesquemático no son frecuentes, los ejemplos conocidos y los propios mecanismos de composición del panel (con la distribución de los motivos esquemáticos alrededor o entre dos motivos macroesquemáticos, o incluso en pequeños desconchados que los cortan), indicarían que éstos son siempre más tardíos en su representación. En este sentido, la presencia en estos paneles compartidos de motivos esquemáticos de cronología antigua (ramiformes y antropomorfos en doble Y, del Neolítico cardial; zoomorfos, desde el Neolítico epicardial) muestra cómo este fenómeno se produce desde momentos tempranos, quizás en cuanto se cierra el ciclo de representación del Arte Macroesquemático, o quizás incluso en un momento en que ambos estaban vigentes (Tabla 15). En otros casos, la reutilización sólo se produce en momentos más avanzados, ya en el Calcolítico (como ocurriría en el Abric V de Famorca, donde existe un ídolo oculado junto a los motivos macroesquemáticos), mostrando así una pervivencia de esta voluntad de vinculación entre ambos estilos.
En cuanto al Arte Levantino, es frecuente que comparta abrigo o panel con el Esquemático; sin embargo, en este caso la dificultad de situar cronológicamente los motivos levantinos impide precisar qué motivos se realizaron con anterioridad, a no ser que existan claras superposiciones o yuxtaposiciones. En el caso de las superposiciones existen casos tanto de motivos esquemáticos sobre levantinos como a la inversa, lo cual indica que ambas manifestaciones tuvieron un desarrollo paralelo. En cuanto a las composiciones, aunque no exista contacto entre los distintos motivos podemos señalar distintos ejemplos donde son las figuras levantinas las más antiguas: en el Abric I de Benirrama (Valí de Gallinera) se puede apreciar cómo los antropomorfos esquemáticos presentan un inusitado grado de detalle, que incluye la representación de los dedos en las manos, así como de lo que parecen ser arcos (elementos poco habituales con los que parece quererse reflejar el estilo de las vecinas figuras levantinas). Del mismo modo, en el Panel 4 del Abric de Pinos (Benissa) unos trazos esquemáticos parecen imitar el diseño de una figura femenina levantina (Fig. 42). Aunque esto no puede considerarse en sentido estricto como un préstamo entre ambos estilos, sí refleja un cierto grado de apreciación y reflexión por parte del autor de los motivos esquemáticos acerca de los levantinos; indicando así que aun entre dos manifestaciones tan diferentes en forma y contenido podemos encontrar un vínculo conceptual y simbólico. En cualquier caso, si atendemos al número total de abrigos con representaciones esquemáticas, vemos que los compartidos con otros estilos son proporcionalmente escasos, pues existe un elevado número de abrigos exclusivos (mientras que en el Arte Macroesquemático todos son compartidos, y en el Levantino existe equilibrio entre los compartidos y los exclusivos). Además, estos abrigos compartidos
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FIGURA 42. Paneles compartidos por representaciones esquemáticas y levantinas. A) Abric I de Benirrama (Valí de Gallinera); B) Pinos (Benissa). En ambos casos, las figuras antropomorfas esquemáticas parecen imitar en su forma las levantinas, que muestran así ser más antiguas.
no son nunca los más destacados dentro del Arte Esquemático: aquellos con mayor número de motivos (Barranc de Carbonera, Barranc de Migdia) o en los que se representan motivos de carácter simbólico (Penya Escrita, Penya de 1'Ermita del Vicari) son siempre exclusivos; mientras que en los compartidos destacan más los motivos pertenecientes a otros estilos, levantinos (La Sarga, Barranc de la Palla) o macroesquemáticos (Barranc de Benialí, Coves Roges). Por otro lado, en algunos abrigos las superposiciones de motivos nos indican la existencia de varios momentos de uso del panel: con motivos sólo esquemáticos (en abrigos como Cantacuc, Barranc del Migdia o Barranc de Carbonera), o con distintos estilos (como ocurre en Barranc de Famorca, con motivos de distinta cronología que reflejan un uso prolongado durante buena parte de la secuencia neolítica). El caso del Abric de Cantacuc (Planes), donde existen pequeños zig-zags dibujados sobre desconchados que afectan a distintos motivos, es especialmente significativo, pues para los motivos más tardíos se emplea un pigmento rojo, mientras que en los anteriores el pigmento es negro (Hernández et al. 2000: 107 y ss); esta secuencia se repite en superposiciones documentadas en otros abrigos cercanos, como Barranc de la Palla (Tormos) y la Cova del Barranc del Migdia (Xábia). En cambio en el Barranc de Carbonera la situación es a la inversa: son los motivos en negro los que se superponen a varias barras y circuliformes trazados con pigmento rojo (Hernández y Segura 1985: abrigo II, panel 5). Las distintas secuencias que muestran estas superposiciones cromáticas quizás pudieran vincular-
se a distintos espacios geográficos: en la zona montañosa del norte de la provincia de Alicante los motivos en negro parecen ser más antiguos, mientras que en la Valí d'Albaida ocurriría al contrario. Sin embargo, lo escaso de la muestra impide respaldar con seguridad este criterio8.
9.2. ESCALAS MAGRO: EL LUGAR EN EL PAISAJE. EMPLAZAMIENTO Y PAUTAS DE DISTRIBUCIÓN DE LOS ABRIGOS Lo limitado de las reflexiones realizadas en el apartado anterior es indicativo de las restricciones que acusan los análisis estilísticos como fin en sí mismos, y de las dificultades que existen a la hora de identificar unas pautas de representación regulares atendiendo únicamente a las escalas de análisis más reducidas. Sin embargo, incluso este análisis nos ha permitido destacar de forma preliminar una serie de abrigos frente al resto (por el elevado número de motivos que contienen, por la presencia de determinados tipos de motivos, o por tratarse de abrigos compartidos por dos o más manifestaciones distintas); mientras que, por el contrario, en otros abrigos se representan motivos 8
Ya P. Acosta advirtió que el color no podía considerarse como medio de datación en sí mismo, pues según las zonas o los abrigos se podían reconocer distintas secuencias cromáticas; por ello, "como elemento cronológico sólo aporta datos utilizándolo conjuntamente y en función de la tipología y superposiciones claras de los conjuntos de figuras existentes en los abrigos" (Acosta 1968: 17). Así, las únicas consideraciones que mantendremos sobre las superposiciones cromáticas serán aquellas referidas al uso reiterado de algunos abrigos.
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escasos, poco diversos y pertenecientes a una única manifestación. Como ya plantearon los estudios pioneros de H. Breuil y P. Acosta, es necesario contrastar estas variaciones con las apreciables en otras escalas de análisis: aquellas que afectan a la morfología de los abrigos (tamaño, accesibilidad) y su empla-
zamiento en el paisaje (visibilidad, relación con áreas de poblamiento o líneas de comunicación); lo cual permite distinguir grupos de abrigos cuya potencial funcionalidad o contexto de uso parece haber sido diferente.
FIGURA 43. Distribución de los abrigos con Arte Esquemático según el Tipo.
a) Los abrigos de Tipo I Este tipo de abrigos, exclusivo del Arte Esquemático, se caracteriza por un emplazamiento vinculado a elementos topográficos visualmente prominentes sobre el entorno (cumbres de sierras escarpadas y elevadas). Debido a su localización en altura, son abrigos con una visibilidad muy amplia a media y a larga distancia, pero generalmente sectorial en la distancia inmediata; de acceso difícil, localizados sobre pendientes fuertes o cortados, y alejados de los principales núcleos de poblamiento y las líneas de comunicación —que discurren por las zonas llanas del fondo de los valles—. Además, dado el pequeño tamaño de los abrigos, no serían visibles desde el fondo de los valles, a pesar de su emplazamiento sobre los relieves más prominentes de la zona, visibles desde la mayor parte del territorio, y que por ello constituirían elementos fundamentales en la orientación de los grupos que lo habitaban. En cuanto a su visibilidad, dado que se establece fundamentalmente a larga distancia (lo cual le restaría nitidez y efectividad para una voluntad de control visual del entorno), ésta nos parece consecuencia y no causa de su emplazamiento en altura. Por otro lado, entre los elementos que singularizan este tipo de abrigos podríamos señalar el tipo de representaciones, siempre escasas y simples; sin
embargo, entre los motivos encontramos tanto geométricos (barras, puntos, ramiformes) como representaciones figurativas (antropomorfos en doble Y, zoomorfos) (Gráfico 16); es decir, tipos muy similares a los presentes en otros abrigos (excepto por la ausencia de motivos simbólicos). Todos estos rasgos parecen apuntar hacia el carácter restrictivo o especializado del acceso y uso de estos abrigos. Algo similar encontramos en la evolución general del Arte Esquemático en el continente europeo, donde los motivos más abstractos se vincularían a los abrigos más pequeños e inaccesibles, y los más naturalistas aparecerían en abrigos de mayor capacidad y más fácil acceso (cf. Bradley 2002: 232); como caso particular dentro de esta tendencia, el emplazamiento de las pinturas esquemáticas del Noroeste peninsular parece presentar un acceso más restrictivo que otras manifestaciones contemporáneas de la misma zona (como los grabados realizados en superficies rocosas al aire libre), que este autor vincula a la presencia de enterramientos en algunos de los lugares pintados (Bradley 2002: 238). Por su parte, P. Hameau ha apuntado la presencia entre los abrigos con Arte Esquemático de la Francia meridional de algunos que parecen haber sido usados como lugares de iniciación, en prácticas relacionadas con ritos de paso y transfor-
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO mación del status social del individuo dentro del grupo; se trataría de abrigos localizados en lugares aislados, por lo que su frecuentación no sería casual (usados como refugios) sino un fin en sí mismo, vinculada a la realización de prácticas que escapan a la esfera de lo cotidiano (Hameau 2002: 193-194). Por último, las pautas de emplazamiento de estos abrigos
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podrían corresponderse con las señaladas por J. Martínez en la zona del Sudeste peninsular para los que este autor denomina "abrigos de culminación" (Martínez García 1998: 550-551); sin embargo, esos abrigos se caracterizarían además por unos contenidos variables pero tendentes en general a la complejidad, exactamente al contrario que ocurre aquí.
GRÁFICO 16. Porcentaje de motivos representados en los abrigos de Tipo 1.
Los abrigos clasificados dentro de este grupo, no muy numerosos, aparecen concentrados en tres de los relieves montañosos más destacados de la zona de estudio: la Serra de Mariola (Abric de la Paella, Abric de la Penya Banyá, Abric de l'Alberri) y la Serra del Benicadell (Penya del Benicadell), flanqueando el curso medio del río Serpis; y las estribaciones orientales de la Serra de Aitana (Penya Roe), junto al litoral de la Marina Baja. En el caso de los abrigos de la Serra de Mariola, en otras ocasiones hemos vinculado su posible uso al importante conjunto de cuevas de enterramiento calcolíticas y campaniformes situado junto a ellos (Pairen 2001b; 2004); como vínculo entre ambos fenómenos, hemos señalado la representación en el Abric de la Paella (Cocentaina) de un antropomorfo en X rodeado de una serie de semicírculos concéntricos, que podrían estar representando la inhumación de un individuo en cueva. De hecho, la representación de enterramientos no sería infrecuente en el Arte Esquemático, y ha sido señalada por H. Breuil en el Abrigo del Callejón del Reboso del Chorrillo (Almadén, Ciudad Real) (Breuil 1933-35, II: 17), entre otros ejemplos recogidos también por P. Acosta —algunos de los cuales aparecen vinculados a representaciones de ídolos bitriangulares, oculados y halteriformes, que proporcionan así una cronología post quem para su realización (1968: 164-168)—. Del mismo modo, también en el Noroeste peninsular se ha planteado una vinculación entre Arte Esquemático y enterramientos (Bradley 2002). Por otro lado, también en las dos vertientes de la Serra del Benicadell
(donde se localiza el Abric de la Penya del Benicadell) encontramos enterramientos que abarcan toda la secuencia neolítica: desde las cuevas de 1'Almud y Pronto (Salem), con materiales del Neolítico Antiguo; a la Cova del Barranc de Castellet (Carneóla) y la Covatxa Sepulcral del Camí Reial (Albaida), con enterramientos Calcolíticos; o incluso los restos humanos de difícil adscripción cronológica hallados en la Cova de l'Or (Beniarrés) y la Cova Negra (Galanes). Así, la presencia de enterramientos en las sierras de Benicadell y Mariola desde los momentos iniciales de la secuencia neolítica evidenciaría la temprana importancia de estos relieves dentro de las prácticas rituales de las comunidades de la zona; prácticas en las que quedarían incluidos también estos abrigos, que por su difícil acceso sólo podrían ser frecuentados de forma intencional. En cambio, es más difícil extender esta funcionalidad al Abric de Penya Roe (Benimantell) pues, si bien comparte los rasgos formales de este tipo de abrigos, el vacío que presenta el registro arqueológico en esta zona impide aclarar su relación con posibles yacimientos de habitat o funerarios cercanos. No obstante, creemos que este vacío no sería real sino atribuible a la ausencia de prospecciones en la zona, por lo que el panorama podría cambiar si existiera un mejor conocimiento del poblamiento neolítico en ella. Por último, el limitado número de representaciones que contiene cada uno y la ausencia de superposiciones parece indicar que estos abrigos sólo fueron usados en un número limitado de ocasiones; o que, en
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caso de haberse visitado de forma reiterada, estas visitas no incluirían la realización de nuevas representaciones. En cualquier caso, los motivos identificados (antropomorfos, zoomorfos y geométricos) presentan una dilatada cronología, por lo que pudieron haberse representado en cualquier momento a lo largo de toda la secuencia neolítica. b) Los abrigos de Tipo 2 Como hemos señalado en el capítulo anterior, se trataría de conjuntos de abrigos amplios situados en laderas de escasa pendiente, o de pequeños abrigos en cortados a cierta altura sobre plataformas más amplias, aparentemente destinados a facilitar el acceso a grupos numerosos de individuos; con una cuenca visual centrada fundamentalmente en el entorno inmediato y a corta distancia; y vinculados a las principales líneas de articulación del territorio o accidentes geográficos singulares. Esta supuesta funcionalidad pública, intra o intergrupal, explicaría su característica complejidad compositiva y su uso reiterado, que los destacaría frente a otros abrigos usados en una única ocasión y con representaciones más simples. Por último, hemos visto en el capítulo anterior como un rasgo esencial de estos conjuntos que siempre se desarrollaban a partir de un núcleo original de representaciones macroesquemáticas, distribuyéndose los nuevos motivos alrededor de éstas. De esta manera, en el caso del
Arte Esquemático estos motivos pueden aparecer en los mismos paneles, distribuyéndose alrededor de las representaciones previas macroesquemáticas (caso de La Sarga o Pía de Petracos); pero en otros casos, además de representarse algunos motivos en los mismos paneles, se usan también nuevos abrigos situados en sus inmediaciones, lo que daría lugar a conjuntos numerosos de abrigos (como los del Barranc de Benialí, Barranc de l'Infern o Barranc de Famorca). Como hemos señalado, este proceso se registra desde los momentos iniciales de la secuencia (como mostrarían los antropomorfos de La Sarga o Barranc de l'Infern, o el cáprido en Barranc de Benialí), pero se prolonga hasta momentos tardíos (un ídolo oculado en el Abric V del Barranc de Famorca), lo que indica que el uso de estos abrigos se mantendría a lo largo de toda la secuencia analizada. Por otro lado, el número de motivos esquemáticos que llegan a representarse en estos conjuntos varía de uno a otros: escasos motivos en Pía de Petracos o Barranc de Famorca, y muy numerosos en los abrigos de La Sarga o Barranc de l'Infern. En cuanto a los tipos representados, el grueso lo forman motivos geométricos y antropomorfos de distinto tipo, y consecuentemente escasean los ídolos; en este sentido, quizás la mayor frecuencia de antropomorfos en este tipo de abrigos pudiera relacionarse con la que también se registraba en el caso del Macroesquemático.
Gráfico 17. Porcentaje de motivos esquemáticos representados en los abrigos de Tipo 2.
c) Los abrigos de Tipo 3 Este grupo es el más numeroso con diferencia, presentando los abrigos aquí incluidos una enorme variabilidad interna en su emplazamiento y características estilísticas. A pesar de ello, como rasgo común se puede señalar su distribución a lo largo de los principales corredores de comunicación, localizándose
sobre todo en sus barrancos tributarios; su accesibilidad y cuenca visual varían en función de su emplazamiento (en la cabecera o en la desembocadura del barranco, a mayor o menor altura sobre su lecho) y las características topográficas de su entorno (barrancos más o menos estrechos y sinuosos); del mismo modo, en relación con estas variaciones cambia también el número y la complejidad de los motivos representados
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO (apreciándose una mayor complejidad compositiva en los abrigos más amplios o fácilmente accesibles). Por sus pautas de emplazamiento asociado a barrancos tributarios y ramblas, con una visibilidad sectorial o lineal, este tipo de abrigos mostraría cierta correspondencia con los abrigos que J. Martínez denomina "de movimiento", dispuestos en ejes longitudinales a lo largo de los barrancos que comunicarían las tierras altas con las bajas, y organizados siempre en torno a un conjunto principal que mostraría paneles más complejos y una actividad ritual más dilatada (Martínez García 1998: 551). Podemos señalar una similitud con este esquema si señalamos que en esta zona las principales arterias de movimiento se trazan en dirección SO-NE, siguiendo el recorrido de los valles principales en los cuales se localizarían unos abrigos principales (Tipo 2), comunicando unos núcleos de poblamiento concentrados en las zonas abiertas entre estos valles (cuenca media y alta del río Serpis, Valí d'Albaida, llanura litoral de la Safor y Marina Alta); mientras que los que denominamos abrigos de Tipo 3 se localizarían en los barrancos tributarios de estos valles principales, muchos de ellos compartiendo biotopo con cuevas redil y refugios destinados a la explotación pecuaria y de recursos salvajes, y otros dominando zonas más abiertas y menos abruptas. J. Martínez considera que este tipo de abrigos se relacionaría con el control territorial y la explotación ganadera, al distribuirse a lo largo de las vías de desplazamiento relacionadas con las prácticas de transterminancia (Martínez García 1998: 559), de un modo similar al propuesto para la zona del Noroeste peninsular (cf. Bradley et al. 1994; 1995; Santos 1998). En el caso valenciano, la distribución de estos abrigos parece responder también a unas pautas relacionadas con actividades pecuarias pero en un sentido algo distinto: no se controlaría el movimiento de individuos y ganado, sino las áreas potencialmente adecuadas para la explotación pecuaria y cinegética; zonas de contacto con los contrafuertes montañosos,
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abruptas y con abundante pasto y agua. Este aspecto, señalado también por otros autores en estudios realizados a mayor escala territorial (cf. Cruz 2003), parece confirmarse por la coincidencia espacial de estos abrigos con las cuevas usadas como redil o refugio, y como veremos por la ausencia de reciprocidad en la visibilidad desde estos abrigos y desde las líneas de articulación del territorio. Donde sí existe esta reciprocidad sería en los abrigos de Tipo 2, que al situarse al pie de estas potenciales vías de comunicación presentarían un control efectivo sobre ellas. En nuestro caso de estudio, si atendemos a los motivos representados encontramos un predominio general de los geométricos, y también una distribución diferencial de los motivos simbólicos en abrigos que presentan unos rasgos concretos en su emplazamiento y capacidad. Por otro lado, en cuanto a la distinción entre abrigos compartidos y abrigos exclusivos, podemos señalar que entre los primeros hay algunos amplios y relativamente accesibles, como los de Torrudanes, Pinos, Cova del Mansano o Barranc de la Palla (todos ellos, con motivos levantinos); otros más pequeños localizados a cierta altura a lo largo de líneas de comunicación, como los dos de Coves Roges, Covalta o Racó de Gorgori (con motivos macroesquemáticos o levantinos); así como abrigos pequeños en áreas más abruptas, como Racó del Pou o Barranc del Sord (de nuevo, con motivos levantinos). Mientras que entre los abrigos exclusivos se repiten estos casos: así, hay abrigos amplios y fácilmente accesibles (como el de Barranc de Carbonera), con un número elevado de motivos; abrigos con menos motivos jalonando los valles que actúan como arterias de comunicación (como los del Barranc de l'Abellar, Sant Antoni, Calvari, Pontet, Gegant o Seguili); y abrigos más pequeños y acceso más difícil, localizados en áreas abruptas y con motivos más escasos (como los abrigos I, II y III del Barranc del Salt, Barranc d'En Grau, Barranc del Sord o Barranc de Bolulla). Así, parece
GRÁFICO 18. Porcentaje de motivos esquemáticos representados en los abrigos de Tipo 3.
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que lo que verdaderamente indicaría la funcionalidad de cada abrigo no son tanto los motivos representados como sus características morfológicas (capacidad) y de emplazamiento (accesibilidad, visibilidad, relación con rutas de comunicación o con nichos adecuados para la explotación pecuaria y cinegética, etc.); características a las que se subordinan los motivos representados en cada caso: si son abrigos amplios y fácilmente accesibles, encontraremos una mayor complejidad compositiva (mayor número de motivos o más variabilidad en cuanto a tipos o estilos); en cambio, los abrigos más pequeños y localizados en zonas más abruptas, alejados de las líneas de comunicación o sin relación visual con éstas, presentarán un menor número de motivos (que pueden ser tanto esquemáticos como levantinos o ambos a la vez, pero no macroesquemáticos). Sólo en la comarca litoral de la Marina Alta se distinguen abrigos singulares, por su emplazamiento o por los motivos que contienen. En esta zona encontramos algunos abrigos como Coves Sanies (Xábia), que por sus características morfológicas y por los motivos representados sería similar a los pequeños abrigos situados en barrancos, aunque en este caso se localiza en un cortado sobre el mar. En cambio, otros abrigos como el de la Penya de 1'Ermita del Vicari (Altea), Penya Escrita (Tárbena) o Barranc del Migdia (Xábia) presentan unos rasgos singulares: al igual que los abrigos de Tipo 1, son abrigos con motivos exclusivamente esquemáticos, de acceso difícil, localizados sobre relieves prominentes, y con una visibilidad amplia que sólo varía en función de las características del entorno (más limitada en Penya Escrita, donde la topografía es muy irregular, y muy amplia en los demás); en cambio, a diferencia de los de Tipo 1, éstos son abrigos amplios, en los cuales (o junto a ellos) puede reunirse un número elevado de personas; mientras que la abundancia de motivos de carácter simbólico representados en ellos (ídolos de distinto tipo, soliformes) reflejaría una funcionalidad relacionada con ceremonias o rituales de distinto tipo, pero con un carácter público y no restringido. Al mismo tiempo, las características de su emplazamiento y el número de ídolos representados los relacionan con otros abrigos que podrían haber sido usados en un contexto similar, como el Abric VI del Barranc del Salt (Penáguila), Barranc de Carbonera (Beniatjar), Barranc de les Coves (Salem) o Barranc deis Garrofers (Planes); todos ellos, abrigos esquemáticos exclusivos, con un gran número de motivos y presencia de ídolos de distinto tipo. Sin embargo, mientras que estos últimos abrigos se encuentran relativamente cercanos a zonas de intenso poblamiento durante el Neolítico, el vacío que presenta el registro arqueológico en la zona de la Marina Alta impide conocer si aquí se repetiría esta asociación. A pesar de ello, la abundancia en esta zona de cuevas de enterramiento y de algunas usadas como abrigos o redil, parece indicar que también aquí podría haber existido un intenso poblamiento en el llano del
cual no se conoce ningún vestigio (por la ausencia de prospecciones en la zona, por ser una llanura aluvial con una potente sedimentación, o por las intensas transformaciones producidas por las actividades agrícolas y constructivas modernas); pues, si algo se hace evidente al analizar de forma global el registro arqueológico neolítico, es que los abrigos con arte rupestre aparecen siempre asociados a los núcleos de poblamiento contemporáneos. Podríamos suponer, así, que todos estos abrigos (Abric VI del Barranc del Salt, Barranc de Carbonera, Barranc de les Coves, Barranc deis Garrofers, Penya de 1'Ermita del Vicari, Penya Escrita y Barranc del Migdia) funcionarían como santuarios o lugares de reunión en un ámbito local (incluso intragrupal), vinculados al poblamiento de cada comarca; respondiendo las variaciones en los motivos representados a su vinculación a distintos grupos —a diferencia de los abrigos de Tipo 2, más uniformes en sus características, y que actuarían como lugares de cohesión a nivel intergrupal—. En apoyo de esta hipótesis podríamos señalar la ubicación diferencial de ambos grupos: los de Tipo 2 en el interior de la zona de estudio, y estos de Tipo 3 distribuidos periféricamente a su alrededor (litoral de la Marina Alta, Valí d'Albaida, Valí de Penáguila). Además, resulta significativo que los abrigos de Tipo 2 se caractericen por la presencia simultánea de representaciones macroesquemáticas, esquemáticas y levantinas, mientras que estos del Tipo 3 serían abrigos exclusivamente esquemáticos; esta variabilidad estilística puede ponerse en relación con una audiencia más heterogénea en los abrigos de Tipo 2, y más homogénea y reducida ante los de Tipo 3. Por otro lado, la representación de ídolos en estos abrigos proporciona además una cronología relativa para su uso, que podemos situar en alrededor de las etapas Calcolítico-Campaniforme; es decir, que estos santuarios locales comenzarían a ser usados con posterioridad a los abrigos de Tipo 2, lo cual puede ponerse en relación con el contexto de creciente territorialidad y compartimentación del paisaje que también se reconoce a partir de las pautas de poblamiento. En resumen, podemos decir que los abrigos de Tipo 3 constituyen un grupo diversificado si atendemos a su posible contexto social de uso, pero con unos rasgos comunes en cuanto a sus pautas de emplazamiento: se sitúan en los bordes de las áreas de poblamiento más intenso, a lo largo de los valles que las comunican y por los cuales se produciría la circulación de individuos y ganado (como evidencian los numerosos abrigos, refugios y cuevas redil que los jalonan), o en el fondo de los barrancos tributarios de estos valles (zonas accidentadas de elevado potencial pecuario y cinegético). Estos abrigos muestran, así, una vinculación con el poblamiento y los recursos explotados más estrecha que ningún otro grupo, aunque con funcionalidades diferenciadas: algunos (con motivos sólo esquemáticos y presencia de ídolos) serían usados en contextos de reunión en el ámbito local;
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO mientras que otros abrigos se vinculan a las líneas de tránsito (con motivos esquemáticos, macroesquemáticos y/o levantinos) o se emplazan en áreas adecuadas para la explotación cinegética (con motivos esquemáticos y levantinos). En relación con estas variaciones, los únicos motivos que presentan unas pautas claras de representación serían los ídolos, presentes siempre en los abrigos destinados a reuniones intragrupales. d) Los abrigos de Tipo 4 En este grupo incluimos un único abrigo, el de Cantacuc (Planes), que presenta ciertas singularidades frente al resto de los abrigos en todos los criterios considerados: localizado en el fondo de un barranco dentro del macizo montañoso que separa la Valí de Seta y
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el eje Barranc de l'Encantá/Vall d'Alcalá, se encuentra por tanto alejado de las líneas que, en dirección SO-NE, vertebran la comunicación entre la costa y el interior; su acceso es relativamente fácil, al menos hasta el pie del panel donde se representan los motivos (donde puede reunirse un número amplio de individuos); por otro lado, debido a su emplazamiento a escasa altura del lecho del río en un barranco angosto, su visibilidad es muy restringida, limitada al sector del barranco en que se sitúa; en cuanto a los motivos, son únicamente esquemáticos (antropomorfos y geométricos —barras, meandriformes, zig-zags—), aunque por su abundancia y la presencia de superposiciones cromáticas parecen existir varias fases en la creación del panel, posiblemente debido a una reiteración en el uso del abrigo.
GRÁFICO 19. Porcentaje de motivos representados en los abrigos de Tipo 4,
Las características del emplazamiento de este abrigo (accesible, con posibilidad de reunir a una audiencia relativamente amplia al pie de las pinturas, escasa visibilidad) lo ponen en relación con los abrigos de Tipo 2; en cambio, a diferencia de lo que ocurre con éstos, no podemos vincular el Abric de Cantacuc a ninguna línea de articulación del territorio, y tampoco encontramos en él representaciones macroesquemáticas o levantinas. Al buscar en el entorno inmediato del abrigo una explicación a la singularidad de su emplazamiento, podemos señalar que estas pinturas se ubican junto a un afloramiento de agua cuyo uso se ha mantenido hasta hoy (como mostraría la gran cantidad de grafitos modernos que cubren las rocas a su alrededor). Aunque es arriesgado proponer hipótesis a partir de una interpretación literal de la forma de los motivos, quizás pudieran relacionarse con este afloramiento los zig-zags y meandriformes representados en el Abric de Cantacuc (motivos tradicionalmente considerados esquematizaciones del recorrido del agua, a partir de algunos ejemplos evidentes como los trazados a los pies de un ciervo en El Gabal, Almería) (cf.
Acosta 1968: 123). De hecho, la cercanía a ríos y cursos de agua ha sido señalada por P. Acosta como una de las recurrencias apreciables en las pautas de emplazamiento de los abrigos con pintura esquemática en distintos puntos de la Península (Acosta 1965: 108); además, en aquellos cercanos a un manantial o laguna, es frecuente la representación de zig-zags y también figuras antropomorfas (Acosta 1965: 113). e) Los abrigos de Tipo 5 Incluimos aquí aquellos localizados en puertos de montaña o puntos de paso obligado en la unión de dos valles o unidades geográficas. Su tamaño y accesibilidad varía entre un conjunto y otro: desde conjuntos con un único abrigo situado a cierta altura sobre su entorno inmediato (como Morro Carrascal o la Cova Gran de la Petxina), a conjuntos de varios abrigos fácilmente accesibles (Benirrama, Port de Confrides, Port de Penáguila); o conjuntos de varios abrigos situados a cierta altura sobre su entorno y de acceso difícil (Frainós o el conjunto II del Barranc d'Alpadull
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—Abrics de les Finestres—). En cambio, existen varios rasgos definitorios que permiten su clasificación conjunta: a) se localizan junto a puertos de montaña o puntos de paso entre dos unidades geográficas; b) presentan una visibilidad amplia y efectiva sobre los valles hacia los que se abren, establecida fundamentalmente a corta y media distancia; c) en todos estos conjuntos se representan tanto motivos esquemáticos como levantinos, aunque no necesariamente en el mismo panel o abrigo (excepto en el caso de Morro Carrascal, aunque mantenemos su clasificación porque sus características son muy similares a las del conjunto de Frainós, situado a escasos metros); y d) aunque en algunos paneles parece apreciarse una voluntad de vinculación entre motivos esquemáticos y levantinos (como en el ya mencionado caso de Benirrama), en ninguno de estos abrigos se documenta un contacto directo entre ambos estilos. Por otro lado, puede señalarse que todos estos abrigos se distribuyen por los bordes exteriores de la zona analizada, y las características de sus cuencas visuales parecen
indicar que su función estaría vinculada al control del acceso a ésta. De esta manera, la Cova Gran de la Petxina se localizaría en el denominado Estret de les Aigües, paso natural por donde discurre el río Clariano para unir sus aguas al río Canyoles, comunicando así la Valí d'Albaida y la desembocadura del corredor de Montesa; los abrigos del Barranc d'Alpadull o Abrics de les Finestres se situarían en la cabecera del mismo río Clariano, en la zona central del corredor de Bocairent (que comunica los importantes núcleos arqueológicos del curso alto del río Vinalopó, Banyeres y Bocairent con la Valí d'Albaida); el Abric de Benirrama se localizaría en el extremo oriental de la Valí de Gallinera, en el punto en que ésta se estrecha antes de desembocar en la zona costera del Marjal de Oliva-Pego; mientras que, en la zona meridional, los abrigos de Port de Confrides, Morro Carrascal, Frainós y Port de Penáguila controlarían el acceso a la Valí de Penáguila desde la Valí de Guadalest, Valí de Sella, y la Torre de les Mañanes y Camp d'Alacant, respectivamente.
GRÁFICO 20. Porcentaje de motivos esquemáticos representados en los abrigos de Tipo 5.
En cuanto a los motivos representados, hemos señalado como uno de los rasgos definitorios de estos conjuntos la presencia simultánea de pinturas levantinas y esquemáticas (en los mismos abrigos o en abrigos diferenciados dentro de un mismo conjunto). Si consideramos que su función está relacionada con el control de los puntos de acceso a este territorio, debemos pensar también que en esta función el Arte Esquemático y Levantino presentan un rol común. Por ello, sería interesante establecer la cronología de uso de estos abrigos, aunque es difícil: los motivos esquemáticos representados no son especialmente definitorios, y en general la datación de los levantinos suele ser amplia e imprecisa. Atendiendo a las representa-
ciones esquemáticas, existen varios elementos que permiten plantear que esta cronología podría ser antigua (no existen representaciones de ídolos, y sí motivos datados en la primera fase de desarrollo de este estilo —antropomorfos en doble Y, soliformes, cápridos—); sin embargo, este criterio no es concluyente, pues hemos señalado que esos motivos presentan una larga pervivencia, y que la ausencia de ídolos podría tener un carácter más funcional que cronológico. En cambio, si observamos estos abrigos desde la óptica amplia del paisaje en que se localizan, podríamos decir que muchos de ellos se vinculan a pautas de movimiento en dirección S-N, fundamentalmente entre las comarcas septentrionales de la Safor y Valí
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO d'Albaida y las meridionales del Bajo Vinalopó y Camp d'Alacant; comarcas en las que no se registran vestigios de poblamiento hasta el horizonte Neolítico epicardial, y con cierta densidad sólo a partir del Calcolítico. Así, podríamos plantear ese horizonte epicardial como fecha más antigua post quem para el uso de estos abrigos, aunque seguramente éste fuese aún más tardío (en relación con la creciente territorialidad apreciable ya en Calcolítico). Así, el uso de
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estos abrigos en un momento en que el Arte Macroesquemático ya habría desaparecido podría indicar que el inicial énfasis de los pobladores de la zona en la articulación interna del paisaje y del grupo social se transmitiría ahora a los bordes externos del territorio inicialmente ocupado, que serán marcados conjuntamente por representaciones esquemáticas y levantinas como muestra de la creciente territorialidad de estos grupos.
FIG 444 DISTRIBUTION DE LOS ABTIOGJSE TIPO
A modo de conclusión, podríamos señalar cómo desde el Neolítico epicardial se produciría la sustitución del Arte Macroesquemático por un estilo con el que guarda estrecha relación simbólica (mantiene algunos de los rasgos propios del Macroesquemático, junto al cual se representaron sus primeros motivos durante el horizonte Neolítico cardial). Sin embargo, como muestra de las nuevas necesidades en la organización del espacio que surgen desde estos momentos, el emplazamiento y contexto de uso de los abrigos esquemáticos presenta mayor diversidad, así como un área de distribución más amplia frente al panorama anterior: así, la ocupación simbólica del espacio se extiende ahora a los corredores que comunican el primer territorio cardial con las áreas vecinas, y acompa-
ña la paralela expansión del poblamiento a nuevas comarcas que también se produce en estos momentos; al mismo tiempo, dentro de este territorio original encontramos una ocupación simbólica más intensa, con la representación de motivos esquemáticos alrededor de los previos macroesquemáticos, pero también con el uso de nuevos abrigos que presentan unos rasgos muy distintos y mayor diversidad en la elección del emplazamiento. Por un lado, los abrigos de Tipo 2 y Tipo 4 parecen reflejar que sigue existiendo una necesidad de celebrar rituales de agregación en conjuntos cada vez más amplios, de acuerdo con una mayor complejidad de las relaciones sociales; complejidad que también se reflejaría en los abrigos de Tipo 1, vinculados a posibles actividades especializadas o incluso ritos de paso, en relación con las distinciones en el estatus individual que, por edad y género,
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están presentes en todas las comunidades humanas. Por otro lado, tanto los abrigos de Tipo 3 como los de Tipo 5 mostrarían una voluntad de control visual del espacio, los recursos y el movimiento de los individuos y grupos; esto debe entenderse en el contexto de intensificación económica, expansión demográfica y mayor complejidad social que puede observarse a medida que avanza la secuencia neolítica, con un consiguiente incremento de la territorialidad y la necesidad de mantener el control del espacio. En el caso de los abrigos de Tipo 5, se explica así la presencia conjunta de representaciones esquemáticas y levantinas en aquellos abrigos que más claramente se vinculan al control de los puntos de paso y el movimiento. Es significativo también que, mientras en los abrigos destinados a reuniones de carácter intergrupal (Tipo 2) se representan motivos macroesquemáticos, esquemáticos y levantinos, en aquellos vinculados a reuniones en un ámbito local (Tipo 3) existe una menor variabilidad estilística y domina la representación de ídolos esquemáticos —lo que indicaría en primer lugar que su uso es tardío, y además que está destinado a una audiencia más reducida o más homogénea—. De esta manera, el Arte Esquemático no sólo reflejaría la expansión del primer poblamiento cardial, sino también una diversificación de la función o contexto social de uso de los abrigos marcados con representaciones: desde aquellos cuyo uso es restringido, a los destinados a una audiencia amplia y heterogénea; y desde los que presentan una función vinculada a rituales de distinto tipo, a aquellos que se asocian al control del espacio, el movimiento y los recursos. Por otro lado, en esta diversidad tendrá un papel fundamental su coexistencia con el Arte Levantino a partir de estos momentos y a lo largo del resto de la secuencia neolítica. 9.3. CONTEXTO CRONOLÓGICO Y DE uso DE LOS ABRIGOS
La cuestión del origen y cronología del Arte Esquemático ha centrado la atención de los investigadores desde los primeros descubrimientos. Así, en un primer momento H. Breuil señaló los paralelos de algunos motivos de Cogull con los cantos azilienses, al tiempo que recalcaba la ausencia de yacimientos de cronología neolítica en el entorno de algunas zonas con abundantes pinturas (como ocurría en Las Batuecas). Sin embargo, la identificación en abrigos como Los Letreros (Vélez Blanco, Almería) o Cueva de la Vieja (Alpera, Albacete) de ídolos pintados similares a los hallados poco antes por L. Siret en Los Millares (Almería), le hizo prolongar la cronología de estas manifestaciones para incluir también unas fases neolítica y eneolítica durante las cuales se vería enriquecido por influencias mediterráneas —dentro de una línea interpretativa difusionista similar a la del propio Siret (Breuil 1933-35)—. Esta sistematización en dos fases (origen pre-neolítico/aziliense, e incorporación de nuevos temas en el Neolítico/Eneolítico) fue
también seguida por autores como H. Obermaier, J. Cabré o E. Hernández Pacheco, aunque con variaciones: Cabré acabaría negando la existencia de un arte aziliense, y remonta el origen del esquematismo a la última fase del Arte paleolítico; mientras que Hernández Pacheco consideraría el Arte Esquemático de forma unitaria como eneolítico, fruto de la simplificación progresiva de las pinturas mesolíticas levantinas, con las que en numerosas ocasiones compartía abrigo (Hernández Pacheco 1924: 157-158). Siguiendo en cierto modo el esquema breuiliano, P. Acosta distinguirá también dos etapas: una de nacimiento del esquematismo, autóctona, en los momentos finales del Neolítico (entre cuyos motivos se cuentan los antropomorfos, zoomorfos, ramiformes o esteliformes); y una deformación del fenómeno esquemático, por influencias llegadas a la Península desde el Próximo Oriente mediterráneo (con nuevos temas como las representaciones de ídolos y sus variantes) (Acosta 1968: 181 y ss). La influencia oriental, presente ya en las tesis de Breuil, se vinculaba a la llegada en el III milenio BC a la Península (especialmente a la zona del Sudeste) de los denominados "prospectores del metal"; grupos que habrían introducido unas nuevas creencias religiosas, con imágenes novedosas (ídolos oculados) y una forma distinta de enterrar a los muertos. La identificación en el arte rupestre de motivos pintados similares a los que decoraban las cerámicas de la Edad del Cobre y los ídolos bitriangulares y oculados de hueso corroboraban esta adscripción crono-cultural, plenamente aceptada y divulgada con las publicaciones de H. Breuil. Sin embargo, este esquema será revisado y matizado posteriormente por la propia P. Acosta, a partir de la identificación de paralelos para los motivos de la primera fase en la cerámica del Neolítico inicial de la zona meridional de la Península —aunque esta autora seguirá defendiendo que el fenómeno del esquematismo abarcaría distintos horizontes culturales, durante los cuales se producirían importantes variaciones en su contenido y significado (Acosta 1984: 40)—. Sin embargo, las posturas sobre el origen o la cronología que se atribuye a estas representaciones no serán unitarias. Así, E. Ripoll se hará eco de las teorías de Hernández Pacheco al proponer un origen del Arte Esquemático en el Arte Levantino, como resultado de una tendencia a la esquematización patente desde el primer momento en la morfología de estas representaciones; sin descartar por ello la importancia de las influencias mediterráneas en la aceleración del proceso y la posterior expansión de estos motivos, vinculada a movimientos de búsqueda de minerales metalúrgicos en la Edad del Bronce (Ripoll 1966; 1983). En cambio, autores como A. Beltrán defendieron su carácter foráneo, con un origen que sería por tanto independiente del Arte Levantino, de los elementos esquematizados o simplemente abstractos presentes en las pinturas y grabados paleolíticos, y de los motivos esquemáticos infrapuestos a algunas de estas pinturas
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO levantinas en abrigos como La Sarga (cf. Beltrán 1983: 41); de esta manera, el Arte Esquemático (que incluiría tanto pinturas como grabados) se desarrollaría entre finales del Neolítico y la Edad del Hierro como consecuencia del cambio cultural producido por la llegada de prospectores de metal del Oriente Próximo (Beltrán 1981; 1983). Por el contrario, autores como F. Jordá defenderán un origen autóctono del Arte Esquemático que, iniciado a finales del Neolítico, posteriormente daría lugar al Arte Levantino; ambos se desarrollarían de forma conjunta durante la Edad del Bronce, lo que explicaría su presencia simultánea en numerosos abrigos (Jordá 1980; 1985). Sin embargo a partir de los años 80, con la identificación de motivos esquemáticos sobre cerámicas propias del Neolítico Antiguo andaluz (impresas de instrumento e incisas —Marcos 1981; Acosta 1984—), se podrá fijar con mayor precisión la cronología de la fase inicial de esta manifestación; y también su evolución desde estos momentos hasta el II milenio BC, pues del mismo modo se constatan soliformes y zoomorfos esquemáticos sobre cerámicas campaniformes de Las Carolinas (Madrid), o ramiformes y soliformes en la cerámica del yacimiento de la Edad del Bronce de la Muntanya Assolada (Alzira) (Martí 1983c; Acosta 1984; Garrido y Muñoz 2000). Además, se menciona también la existencia de motivos figurativos esquemáticos en cerámica esgrafiada de la Cova del Montgó (Xábia), correspondiente al Neolítico Final, y en la cerámica incisa de la Cova de l'Or (Beniarrés), de cronología más antigua (Acosta 1984). Por ello, desde estos momentos se iniciará una revisión exhaustiva de los materiales procedentes de distintos yacimientos neolíticos del País Valenciano, que permitirá la identificación de estos motivos sobre cerámicas decoradas por impresión cardial, impresión de instrumento dentado e incisiones de punzón (las cerámicas neolíticas más antiguas). Estas cerámicas, del mismo modo señalado para el Arte Macroesquemático, elevarían la cronología inicial del Arte Esquemático hasta el VII-VI milenio cal. BC, aunque la presencia de estos motivos decorativos entre las cerámicas pintadas y esgrafiadas mostraría su pervivencia durante las siguientes fases del Neolítico. Por último, a estos paralelos se añaden los documentados para los ídolos: bilobulados en piedra para los halteriformes, con una cronología del Neolítico inicial (a partir de los ejemplares hallados en la Cova de l'Or)9 que se prolongaría hasta la Edad del Bronce; y sobre hueso los oculados, bitriangulares y ancoriformes, que proporcionan una cronología precisa entre el horizonte Calcolítico y el Campaniforme para estos motivos y las representaciones que se les asocian (Acosta 1984; Martí y Hernández 1988; Hernández et al. 2000; Torregrosa y Galiana 2001). 9
Aunque no todos los autores coinciden en el valor simbólico otorgado a estos elementos, que constituyen en realidad formaciones calcáreas naturales no modificadas antrópicamente (M. S. Hernández, com. pers.).
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Por ello, actualmente se admite que existen al menos dos fases en el desarrollo del Arte Esquemático: 1) En el Neolítico I, en distintos puntos de la Península comienzan a representarse, tanto sobre cerámica como en soportes rupestres, los motivos más antiguos: esteliformes, ramiformes y antropomorfos; elementos que aparecen siempre vinculados a la presencia de comunidades de economía productora, como ocurriría en las tierras centro-meridionales del País Valenciano, en la Ribera Baixa del Ebro, y también en el Bajo Mondego (Portugal) (Torregrosa y Galiana 2001: 167-168). 2) A partir con seguridad del Calcolítico y también durante la fase Campaniforme se incorporan al ideario esquemático nuevos temas como los ídolos oculados, bitriangulares y ancoriformes (que, en su versión mueble, se documentan paralelamente en los ajuares de las cuevas de enterramiento de estos momentos). Esta incorporación puede considerarse una materialización de las nuevas creencias y rituales religiosos y funerarios que caracterizan este período, fruto de los contactos e intercambios con las comunidades del Sudeste; sin embargo, algunos de estos motivos podrían ser incluso más antiguos, pues existen representaciones de ídolos bitriangulares en cerámicas incisas andaluzas y también en la zona de estudio —si consideramos como tal un fragmento procedente de la Cova del Llop (Gandia)—. Al mismo tiempo, junto a la incorporación de nuevos temas se observa una perduración de motivos más antiguos, como los soliformes (que aparecen frecuentemente vinculados a las representaciones de ídolos, como ocurre en la zona de estudio en la Penya de l'Ermita del Vicari, en el Abric del Barranc del Migdia o en el Abric del Barranc de la Palla). Por tanto, se puede decir que el Arte Esquemático presenta en las comarcas valencianas una larga cronología, y se desarrolla en equilibrio entre el cambio y el mantenimiento de las tradiciones previas entre el VI y III milenio BC. Se iniciaría en el Neolítico Antiguo cardial, en paralelo a las transformaciones en el modo de vida de los habitantes de la zona hacia una economía campesina y la llegada de los nuevos elementos neolíticos entre los que se encuentra la cerámica cardial (sobre la cual se representan algunos de sus motivos, como también ocurre con el Arte Macroesquemático). Sin embargo, mientras que el Arte Macroesquemático desaparecerá tras un ciclo corto de desarrollo y un reducido número de abrigos pintados, el Arte Esquemático perdurará durante tres milenios, manteniendo algunos de los temas originales pero incorporando progresivamente otros nuevos, que reflejan el cambiante simbolismo de estas comu-
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nidades; al mismo tiempo, sus pautas de distribución en el paisaje (sucesivamente compartido con el Arte Macroesquemático y luego el Levantino) muestran también el cambio en las necesidades sociales de ocupación y articulación del territorio, como un reflejo más de la progresiva evolución social e ideológica de las comunidades neolíticas de la zona. A lo largo del horizonte Neolítico cardial, e incluso con posterioridad, el vínculo conceptual y cronológico mostrado por el Arte Macroesquemático y el Esquemático es innegable: además de compartir algunos de sus temas, las representaciones esquemáticas compartirán panel con las previas macroesquemáticas o se situarán en abrigos diferenciados pero cercanos, mostrando una evidente voluntad de asociación. Así, hemos señalado distintos ejemplos de superposiciones indirectas (como las del Abric III de La Sarga, el Abric V del Barranc de Famorca, y Abric VII de Pía de Petracos); en otros casos (como ocurre en el Abric IV del Barranc de Benialí), los motivos esquemáticos se localizan entre dos representaciones macroesquemáticas. A falta de una muestra más amplia, estos ejemplos nos permiten al menos afirmar la mayor antigüedad relativa del Arte Macroesquemático frente al Esquemático, aunque ambos serían realizados por unas mismas comunidades, y su relación simbólica es evidente. P. Torregrosa mantiene que el Arte Esquemático constituiría en estos momentos iniciales un complemento o refuerzo ideológico del Macroesquemático, ante cuyos motivos se subordinaría su distribución en los paneles que comparten; cumpliendo los abrigos con representaciones esquemáticas un papel secundario en una función común de aglutinantes de la identidad grupal o como marcadores territoriales (Torregrosa 2000-2001: 76-77). Junto a los casos en que los motivos esquemáticos reutilizan paneles macroesquemáticos (incluso en el IV milenio BC, como ocurre en el Abric V del Barranc de Famorca), los motivos comunes a ambos estilos, y su contemporaneidad en los primeros momentos del Neolítico, indican sin duda la existencia de estrechos lazos ideológicos entre ambos. Sin embargo, consideramos que la realidad social que refleja la diversidad de abrigos usados por los motivos esquemáticos es muy distinta a la que presentaría el Arte Macroesquemático: aparece en abrigos que nunca antes se habían usado, que muestran una mayor variabilidad en su emplazamiento vinculada a funciones diversas, y que al mismo tiempo evidencian una expansión de estos grupos hacia nuevas zonas. Por ello, el carácter secundario del Arte Esquemático sólo podría ser cierto durante parte del Neolítico cardial. En cambio, a partir de estos momentos el Arte Macroesquemático desaparecerá, posiblemente en relación con los cambios económicos, sociales e ideológicos acaecidos en el seno de las comunidades neolíticas de la zona; y sólo entonces el Esquemático comenzará a representarse en nuevos abrigos, funcionalmente diversificados y con una mayor voluntad de
dispersión, respondiendo a unas necesidades distintas por parte de sus autores. De esta manera, a partir del Neolítico epicardial el contexto social de uso de los abrigos será muy distinto: desaparecida la representación de motivos macroesquemáticos, y al margen de la pervivencia del valor ritual de algunos de estos lugares (abrigos de Tipo 2), se dará uso a una nueva serie de abrigos cuya funcionalidad parece diversificarse: mientras que el uso de los abrigos de Tipo 1,2 y 4 parece darse en contextos rituales (con un acceso restringido los primeros y como lugares de agregación el resto), los abrigos de Tipo 3 y 5 mostrarían una voluntad de control visual del espacio, los recursos y el movimiento de los individuos y grupos. Esta multiplicación de los abrigos usados debe ponerse en relación con una creciente complejidad social que se registra a medida que avanza la secuencia, y que, unida al aumento de la densidad demográfica, provocará un incremento de la territorialidad y la necesidad de mantener el control del espacio, los recursos y la cohesión interna del grupo, pero sin descuidar tampoco los lazos de solidaridad intergrupal. En este contexto, resulta especialmente significativa la presencia simultánea de representaciones esquemáticas y levantinas en los abrigos de Tipo 5, aquellos que más claramente se vinculan al control de los puntos de paso y el movimiento; este papel conjunto en la articulación del paisaje neolítico es un elemento más que refuerza los vínculos entre ambos estilos, como veremos en el siguiente capítulo. 10. EL PAISAJE LEVANTINO Como también ocurría en el caso del Arte Esquemático, el descubrimiento de las primeras pinturas levantinas se remonta a los momentos finales del siglo XIX, cuando distintos eruditos locales dan noticia sobre el hallazgo de pinturas naturalistas en las que aparecían hombres y animales en Cocinilla del Obispo (Albarracín, Teruel) y Cogull (Lérida). En 1909, H. Breuil y J. Cabré publicaron los primeros abrigos con las que denominan "pinturas levantinas", para diferenciarlas geográficamente de las paleolíticas francocantábricas que Breuil consideraba cultural y cronológicamente paralelas. Estas representaciones se distribuyen por una franja de la Península próxima al margen mediterráneo levantino, del cual toma su nombre. El emplazamiento de los abrigos muestra siempre una preferencia por los relieves abruptos de las serranías litorales, aunque existen ejemplos tanto de abrigos situados cerca de la costa (Abric de la Catxupa, Dénia; Barranc de la Xivana, Alfarb; Cova de la Clau, Gandia) o con visibilidad sobre ésta (Pinos, Benissa), como de abrigos situados en zonas montañosas más al interior (como los núcleos de Sierra Morena o el Alto Gabriel). Su área de dispersión es amplia, marcando los abrigos de Cogull (Lérida) y Rojals (Tarragona) su límite septen-
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO trional, mientras que hacia el sur alcanzaría las provincias de Granada y Almería, y hacia el interior existen núcleos como los de Sierra Morena en Jaén, el Alto Gabriel en Cuenca, las serranías de Albarracín en Teruel, o la zona del río Vero en el Prepirineo oscense; por último, también se han localizado representaciones aisladas en otros puntos, como las del Tajo de las Figuras (Benalup de Sidonia, Cádiz) (Beltrán 2002: 39). La distribución en todo este espacio es desigual, con la existencia de llamativos vacíos y de no menos significativas concentraciones de abrigos, que presentan diferencias técnicas y estilísticas entre sí (representación de figuras de gran tamaño en los conjuntos de Hellín y Nerpio, frente al predominio de los animales pequeños en Teruel, Castellón o Alicante; el uso de caolín como pigmento, limitado a la zona de Albarracín, etc.); así como por los motivos o escenas representadas, como las bélicas de Castellón (Les Dogues, Cova del Roure) o Albacete (Minateda), o la representación de jabalí (que no rebasaría la zona del Maestrazgo—Rubio 1995: 107—). Por el naturalismo y dinamismo de sus motivos y composiciones, el Levantino es el más conocido de los horizontes artísticos postpaleolíticos existentes en la Península Ibérica; y, a pesar de ello, es también el que más polémica ha creado en torno a su adscripción cultural y cronológica, en un debate que aún hoy sigue abierto. Tampoco su denominación deja de estar sujeta a discusión: aunque a efectos prácticos se ha mantenido este nombre, todos los autores asumen actualmente su singularidad cultural y cronológica frente al Arte Paleolítico; que su distribución es más amplia de lo que en un principio se consideró; y que presenta marcadas peculiaridades estilísticas regionales que rompen la homogeneidad que debiera subyacer bajo esta denominación común.
10.1. ESCALAS MICRO: TÉCNICAS, ESTILO Y LUGAR EN EL PANEL
El Arte Levantino se caracteriza por el acusado naturalismo de sus representaciones, entre las que dominan las figuras humanas y animales: en ocasiones aisladas, otras veces formando escenas complejas de contenido variado, pero siempre con un carácter detallado, descriptivo y dinámico. En ocasiones, estas escenas pueden aprovechar las irregularidades y oquedades naturales de la superficie rocosa para la distribución de las figuras, simulando accidentes geográficos del paisaje circundante; este rasgo fue señalado por E. Hernández Pacheco (1924: 89) a propósito de la escena de recolección de miel de la Cueva de la Araña, donde se usa una oquedad natural para simular la localización del panal; posteriormente otros autores recogen numerosos ejemplos de composiciones que afectan a la configuración de la roca (entre otros, cf. Beltrán 1982: 23-24). La pintura, aplicada generalmente con instrumentos de trazo muy fino, suele ser de color rojo, negro o
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blanco (nunca con policromía, aunque en ocasiones se documentan repintados en distintos colores —Beltrán 1982: 22—). En algunas ocasiones se dibuja únicamente el contorno de la figura, o se reduce ésta a una serie de trazos muy finos, pero lo más habitual es el relleno uniforme del interior de la figura, mediante tintas planas o con una serie de trazos a modo de listado interior. Esta última técnica presenta abundantes ejemplos en el País Valenciano (Barranc de la Xivana, Cueva de la Araña, La Sarga, Santa Maira, Cova del Mansano) y Albacete (Cueva de la Vieja, Minateda, Solana de las Covachas), pero también en otras zonas como Marmalo (Cuenca), Mas del Llort (Tarragona) o Cogull (Lérida); sin que pueda considerarse, por tanto, un elemento diagnóstico para diferenciar grupos estilísticos, ni tenga tampoco valor cronológico (pues en ocasiones comparte panel con motivos realizados mediante tintas planas —López-Montalvo et al. 2001; Villaverde et al. 2002—). Actualmente se conocen en la zona de estudio una treintena de abrigos con pintura levantina, distribuidos por los valles intramontanos de las estribaciones Subbéticas: curso del río Clariano, Valí de Gallinera, río Girona, río Xaló-Gorgos y Valí de Guadales!; aunque hay abrigos más cercanos a la línea costera, como los de la Catxupa (Dénia) (publicado sólo parcialmente), Pinos (Benissa), y otros aún en estudio como la Cova de la Clau (Gandía)10 o la recientemente dada a conocer Cova de la Parra (Llíber)11. Como hemos señalado, antropomorfos y zoomorfos son los motivos más abundantes en todos los abrigos; en menor medida, se representan también motivos identificados como objetos (varas, cestos, hachas, armamento, elementos de adorno, etc.), y otros de carácter variado (como vegetación o rastros de sangre), así como elementos geométricos de sentido indeterminado. Es raro que estos elementos se representen de forma aislada, y habitualmente forman parte de escenas y composiciones: el armamento o los rastros de sangre, asociados siempre a animales heridos o a los arqueros que los rastrean; los adornos, como complemento de las figuras humanas; los elementos vegetales, en escenas de recolección, etc. Las flechas son los únicos de estos motivos que en ocasiones aparecen aislados: es el caso de las armaduras representadas en el Abric II de La Sarga o las flechas completas del Abric II de Benirrama (Valí de Gallinera) o del Barranc de la Palla (Tormos), y también de las delgadas barras rodeadas de puntos que a veces aparecen clavadas en animales heridos (como los ciervos del Abric I de La Sarga o los cápridos del Barranc de la Palla) y otras veces como motivo aislado (en Barranc de Galistero o Racó de Gorgori). 10
Comunicación personal del autor del hallazgo, Joan Cardona (Museu Arqueológic Municipal de Gandia). 1 ' Presentado por J. D. Boronat en el IV Congrés d'Estudis de la Marina Alta (Dénia, 2003), no conocemos aún los calcos de las pinturas.
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FIG 45 DISTRIBUTION DE LOS SRTE DE EST
GRÁFICO 21. Motivos levantinos representados en los abrigos de la zona de estudio. La escasez de objetos (armamento, elementos de adorno) debe atribuirse a que estos motivos no suelen aparecer aislados, sino asociados a figuras humanas o incluso animales, por lo que su número total no se contabiliza en este gráfico sino en el N° 24.
Por otro lado, encontramos también en el Arte Levantino una destacada polarización entre los abrigos en los que se representa un número elevado de motivos (como los abrigos de La Sarga, Torrudanes, Barranc de la Palla, Cova del Mansano, o Santa Maira) y aquellos en los que existe un único motivo o un número escaso de ellos, aparentemente usados en un menor número de ocasiones (como la Cova Gran de la Petxina, el Abric del Barranc de Parets o Pinos, entre otros muchos) (Fig. 46). Entre los abrigos con mayor número de representaciones encontramos algu-
nos de Tipo 2 (La Sarga, Barranc de Famorca) y otros de Tipo 3 (Torrudanes, Barranc de la Palla, Cova del Mansano), siempre compartidos con motivos de otros estilos (esquemáticos y macroesquemáticos en el primer caso, esquemáticos en el segundo). En cuanto a los abrigos con menor número de motivos, pueden ser de Tipo 3 (Coves de la Vila, Barranc de Parets, Barranc del Sord) o de Tipo 5 (Barranc de Frainós, Barranc d'Alpadull, Cova Gran de la Petxina), y tanto exclusivos como compartidos. En cuanto al tipo de motivos representados, al ser zoomorfos y antropo-
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO morios los más abundantes y estar presentes en casi todos los abrigos, a escala local no puede reconocerse una distribución diferencial de estos tipos por zonas o por clases de abrigo; ni pueden tampoco establecerse
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asociaciones frecuentes entre distintos tipos de motivos más allá de las habituales entre figuras antropomorfas y zoomorfas.
FIGURA 46. Abrigos con pintura levantina, clasificados en función del número de motivos.
Sin embargo, aunque ya hemos señalado las limitaciones que presenta el reconocimiento de pautas de representación cuando se atiende sólo a variables estilísticas, en algunos casos es posible reconocer cómo algunos abrigos destacan por la presencia de un mayor número de motivos, de actitudes de carácter más variado, o de composiciones más complejas. En algunos de estos abrigos, las superposiciones que se dan entre los propios motivos levantinos indican que los paneles se fueron creando de forma progresiva, como escenas acumulativas creadas por la adición de motivos en momentos sucesivos (cf. Sebastián 1986-87); o quizás, al formar estas superposiciones parte de una misma escena, debido a un intento de señalar perspectiva. Los abrigos donde se da este fenómeno son también aquellos en los que se registra un mayor número de motivos, lo que evidencia una voluntad de seguir usándolos a pesar de que en ocasiones puede apreciarse en éstos una relativa falta de espacio (como ocurre en algunos paneles de La Sarga, la Cova del Mansano, Santa Maira o el Abric de les Torrudanes), lo cual posiblemente deba entenderse como resultado de un uso repetido que los distingue frente a otros abrigos. Por otro lado, el estudio detallado de algunos de estos abrigos ha permitido señalar la existencia de fases sucesivas incluso en la creación de un único motivo: es el caso de uno de los cérvidos listados del Abric I de La Sarga, sin carácter cinegético en un primer momento, al que se habrían añadido posteriormente
unas flechas para incorporarlo a la escena de caza que cubre todo el panel; escena que, por las diferencias estilísticas apreciables en la ejecución de los distintos motivos, también se habría formado en varias fases (López-Montalvo et al. 2001: 22). Este carácter acumulativo puede extenderse también a otros paneles de la zona con gran diversidad compositiva, como los de Santa Maira o los del Barranc de la Palla, en los que existen diferencias estilísticas, de tamaño y de actitud entre los distintos motivos representados (Villaverde et al. 2002: 106-112). Además, en muchos de estos abrigos la complejidad estilística se ve incrementada por la presencia de motivos macroesquemáticos y esquemáticos, documentándose también superposiciones entre motivos de distintos estilos. En cuanto a los motivos representados en la zona de estudio, un análisis detallado permite plantear ciertas cuestiones singulares. a) Zoomorfos. Los ejemplares más abundantes son los cérvidos y cápridos, con representaciones esporádicas de otras especies (aves, cánidos, insectos) (Hernández et al. 1988; 1998; Rubio Blaya 1995). Por número de representaciones los ciervos son más escasos que los cápridos, aunque suelen presentar un gran cuidado en su ejecución; además, al contrario que éstos, nunca se representan aislados como único motivo de un abrigo, sino que suelen a aparecer asociados a otros ejemplares (Torrudanes) o integrados en
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GRÁFICO 22. Representaciones zoomorfas. 1) Cápridos; 2) Cérvidos; 3) Cánidos; 4) Aves; 5) Insectos; 6) Indeterminados.
escenas cinegéticas (como las de La Sarga o el Barranc de la Palla). Además, los cérvidos sólo aparecen en abrigos de Tipo 2 (La Sarga, Pía de Petracos, Barranc de Famorca) o en los de Tipo 3 con mayor número de motivos (Cova del Mansano, Torrudanes, Barranc de la Palla); esto podría indicar que se trata de un motivo con una especial carga informativa, o inclu-
so simbólica. En cambio, los cápridos pueden aparecer tanto aislados (Barranc del Sord, Penyó de les Carrasques, Port de Confrides) como agrupados formando manadas (Abric II de La Sarga) o en escenas de caza, asociados a un grupo de arqueros armados o incluso rastros de sangre (Barranc de la Palla, Cova del Mansano). Esto no parece tener relación con el
FIGURA 47. Representaciones zoomorfas levantinas en la zona de estudio. 1) Abric de les Torrudanes (Valí d'Ebo); 2 y 4) Santa Maira (Famorca); 3) La Sarga (Alcoi); 5) Barranc de la Palla (Tormos); 6) Barranc de la Penya Blanca (Planes); 7) Benirrama (Valí de Gallinera) (a partir de Hernández et al. 1998).
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Gráfico 23. Representaciones antropomorfas. 1) Masculinas; 2) Femeninas; 3) Infantiles; 4) Indeterminadas.
tipo de emplazamiento de los abrigos: se integran en escenas de caza en abrigos de Tipo 2 (La Sarga, Barranc de l'Infern), Tipo 3 (Cova del Mansano, Barranc de la Palla, Torrudanes) y Tipo 5 (Port de Penáguila); y aparecen aislados tanto en abrigos de Tipo 3 (Penyó de les Carrasques) como de Tipo 5 (Port de Confrides, Barranc de Frainós). Por último, ambas especies presentan en ocasiones flechas clavadas en el vientre o el lomo, representándose la sangre que mana de las heridas o la boca; en ese caso pueden aparecer tanto en postura estática (La Sarga, Barranc de la Palla) como muertos (Barranc del Sord, Santa Maira) (cf. Hernández et al. 1998). Junto a estas especies, de forma excepcional se representan cánidos (dando caza a un ciervo en el Barranc de la Palla), insectos (pequeños trazos cruciformes formando un enjambre en Coves de la Vila o el Abric de la Penya Blanca) o incluso un ave (Benirrama). b) Figuras humanas. Pueden aparecer tanto en composiciones complejas (en los abrigos destacados por el elevado número de motivos, como La Sarga, Torrudanes o Cova del Mansano), como en escenas en las que los zoomorfos están ausentes (Racó de Sorellets, Benirrama) o de forma aislada en abrigos con escaso número de motivos (Pinos, Cova Gran de la Petxina). En los abrigos con mayor número de motivos las actitudes y actividades representadas son más variadas (escenas de caza y recolección en La Sarga, trenzado de cañas en Santa Maira, desfiles o escenas bélicas en Cova del Mansano), mientras que en los abrigos con figuras aisladas éstas suelen corresponder al tipo de arquero (Coves Roges, Barranc de Parets), aunque también las hay femeninas (Pinos). Las figuras masculinas son más abundantes y presentan una mayor variedad formal: en actitud estática o dinámica (marcha o tiro), con el torso desnudo y
unos pantalones amplios, largos y ajustados a la altura del tobillo, que a veces se prolongan en picos y otras se rellenan de listas (Hernández et al. 1998: 147) (Fig. 48: 1-2, 12). De forma excepcional, en algunas figuras se llega a indicar el peinado: una cinta ajustada a la altura de la frente que recoge el peinado al tiempo que permite la sujeción de adornos, dando un aspecto piriforme a la cabeza (Galiana 1985: 57) (Fig. 48: 1, 10 y 13); en ocasiones se representa también el sexo, o quizás estuches fálicos (Hernández et al. 1998: 150) (Fig. 48: 1 y 2). En muchas de estas figuras se pueden reconocer además adornos personales: junto a las cintas a la altura de la frente, se representan plumas en número variado (Fig. 48: 1-4, 10); cintas que penden de brazos y piernas (Torrudanes, Fig. 48: 12); o pulseras en las muñecas (La Sarga, Fig. 48: 4). Mención aparte merecen los objetos que portan: armamento (flechas, arcos y carcajs colgados a la espalda, como en Benirrama, Fig. 48: 9), varas (La Sarga, Fig. 49a) o hachas (Barranc de la Palla, Fig. 48: 1). Los arqueros pueden aparecer en actitud de tiro (Fig. 48: 2, 6 y 7), o con arco y flechas cruzados a la espalda cuando están en movimiento (Fig. 48: 9); los arcos son sencillos y convexos, y las flechas aparecen en número variable, sostenidas con la misma mano con la que se sujeta el arco (Barranc de Parets, Fig. 48: 6). En ocasiones, sólo se porta una flecha larga o jabalina, sin arco (Abric III de Covalta, Fig. 48: 8). Las figuras femeninas son más escasas o difíciles de identificar, pues sólo se caracterizan por la representación del pecho o la presencia de faldas (aunque este elemento es más dudoso y lo portan algunas figuras acéfalas de sexo indeterminado en abrigos como Santa Maira —Fig. 48: 11—). Las cabezas son generalmente piriformes, con diversos grados de estrechamiento debido a la anchura de la cinta situada en la frente; sin embargo, a diferencia de las figuras masculinas (o las femeninas de otros lugares), en esta zona
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FIGURA 48. Representaciones humanas. 1 y 2) Barranc de la Palla (Tormos); 3, 4 y 7) La Sarga (Alcoi); 5, 9 y 13) Benirrama (Valí de Gallinera); 67) Barranc de Paréis (Valí de Gallinera); 8) Covalta (Castell de Castells); 10) Racó de Sorellets (Castell de Castells); 12 y 14) Abric de les Torrudanes (Valí d'Ebo); 11 y 15) Santa Maira (Famorca); 16) Pinos (Benissa). Se aprecian los estuches falíeos y los pantalones con picos de las figuras 1 y 2, los tocados de plumas de las figuras 1-4 y 10, los bolsos o carcajs de las figuras 1, 4, 9, 10 y 11, un posible cierre de cinturón en la espalda la figura 7, un brazalete en la figura 4, y otras figuras con cintas en piernas (5) y brazos (12); destacan también los recipientes y distintos tipos de falda que portan las figuras femeninas (13-16).
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO las figuras femeninas no representan tocados de plumas asociados a estas diademas. En cuanto a los objetos que portan, en ocasiones se constata la presencia de cestos, de forma ovoide y con asas (Fig. 48: 13 y 15). Las figuras femeninas son más frecuentes en los abrigos con mayor número de representaciones, como Santa Maira (Tipo 2), Racó de Sorellets (Tipo 3) o Benirrama (Tipo 5); pero también en algunos abrigos donde éstas escasean, como sería el caso de Pinos. Por otro lado, destaca su ausencia en conjuntos tan diversificados como los de La Sarga o Cova del Mansano, donde en cambio abundan las representaciones masculinas (en actitud cinegética o incluso bélica). Esto puede deberse tanto a la dificultad de interpretar como tales a las figuras femeninas cuando no se representa el pecho, como a una voluntad concreta de exclusión de estos motivos (y sus posibles connotaciones simbólicas) en determinados abrigos. Por último, al contrario de lo que ocurre en otras comarcas, las figuras femeninas de esta zona no aparecen vinculadas a actividades de carácter productivo, sino que generalmente se representan aisladas (arrodilladas, o en pie con los brazos alzados). En cuanto a los individuos infantiles, no parece ser un sector social que reciba excesiva atención: el único caso identificado como tal es de Racó de Sorellets, y sólo por su pequeño tamaño respecto a las figuras que lo rodean (Fig. 49b). c) Cultura material. Destacan los elementos de adorno, que pueden localizarse tanto en la cabeza (diademas, tocados de plumas) como en distintas partes del cuerpo (brazos, piernas, cintura o espalda) (Galiana 1985: 57). Las diademas ajustadas a las sienes producirían como efecto las cabezas descritas como triangulares o piriformes, debido a la presión ejercida por la cinta sobre el pelo; estas cintas cumplirían una doble función de sujeción del peinado o de elementos de adorno (como plumas u otros elementos); en cuanto a su cronología, al estar realizadas con materias no perdurables (madera, cuero, fibras vegetales), en el registro arqueológico sólo se conservan las metálicas, más tardías (Galiana 1985: 58). En cuanto a las plumas, en la zona de estudio sólo se asocian a las figuras masculinas de arqueros (La Sarga, Barranc de la Palla, Racó de Sorellets), aunque no las portan todos, ni siquiera dentro de una misma escena (como ocurre en el Barranc de la Palla —Fig. 49c—); de hecho, están ausentes en algunas figuras cuya cabeza presenta un buen grado de conservación (como ocurre en Barranc de Parets), por lo que no puede argumentarse que la pintura pudiera haberse perdido. Por ello, este tipo de tocados podría considerarse un elemento de diferenciación social intra o intergrupal (pues en las batidas de caza podrían reunirse individuos pertenecientes a distintos grupos familiares). Los demás tipos de tocados presentes en otras comarcas (tocados altos y de orejitas, o las máscaras —siguiendo siempre la tipología de Galiana 1985—), no parecen documentarse en la
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zona de estudio12. En cambio se registra un número relativamente elevado de adornos de brazos, asociados también a figuras de arqueros: cintas que cuelgan, como ocurre en una figura del Abric de les Torrudanes, o brazaletes, como el que porta un arquero en La Sarga13 y otro en Torrudanes (ambos presentan además un tocado con dos plumas). Aunque las cintas (realizadas con cuero o fibras vegetales) no han dejado impronta en el registro, los brazaletes constituyen un elemento típico desde los momentos iniciales del Neolítico, realizados con distintos materiales (piedra, concha o incluso metal los más tardíos, ya de la Edad del Bronce) (Galiana 1985: 66-67; Pascual Benito 1998). Entre los adornos de cintura pueden señalarse los estuches fálicos que portan algunos arqueros como los del Barranc de la Palla o Barranc de l'Infern; también se ha señalado como lazo o cierre de cinturón la protuberancia al final de la espalda que presenta un arquero en La Sarga (Galiana 1985: fig. 8.9) (Fig. 48: 7). Por último, como adornos de piernas únicamente podrían señalarse los distintos tipos de pantalones representados: ajustados al tobillo (La Sarga, Torrudanes) o acabados en picos (Barranc de la Palla, Abric II de Benirrama). Excepto en el caso de las faldas, ninguno de estos adornos se vincula a figuras femeninas; al contrario de lo que ocurre en comarcas cercanas, donde es frecuente la representación de mujeres con cintas en los brazos (Galiana 1985: fig. 9; Mateo Saura 1999: 236-237), y en ocasiones con plumas en la cabeza. Un elemento que sí suele asociarse a las representaciones femeninas en la zona de estudio son los recipientes, ovalados y con largas asas: colgados del brazo (en el Abric I de Benirrama), o cogidos por el asa (en Santa Maira) (Hernández et al. 1998: 150). Como paralelos para estos cestos se han señalado los de cuero, de cronología amplia, o los confeccionados en esparto, cuya evidencia más antigua se asocia al Neolítico Final (por los ejemplares conservados en la Cueva de los Murciélagos, Albufíol), aunque, dada la dificultad que presenta la conservación de este material, podría tratarse de una práctica más antigua (Galiana 1985: 79-80). En este sentido, quizás pudiera interpretarse una figura de Santa Maira sentada frente a un haz de vegetación como un individuo trenzando esparto (Fig. 49d). Por otro lado, también pueden considerarse como recipientes los carcaj s para las flechas que portan algunos arqueros, como ocurre en el Abric I de Benirrama (un individuo completo y otro fragmentado por un desconchado) (Hernández et al. 12
Aunque en ocasiones se ha considerado que portarían máscaras o tocados de orejitas algunas figuras del Abric I de Benirrama, por su cabeza triangular con dos apéndices, ya hemos señalado en el capítulo anterior que no consideramos que estas figuras sean levantinas sino esquemáticas. 13 En las recientes labores de limpieza de este abrigo se documentó otra figura cercana a ésta, que porta además lo que parece un brazalete doble (Villaverde et al. 2002: 120).
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GRÁFICO 24. Elementos de cultura material representados en los abrigos levantinos (como elemento aislado o vinculado a figuras humanas y animales). 1) Adornos; 2) Recipientes; 3) Armamento; 4) Otros (cuerda, hachas).
1998: 152), o la protuberancia de la espalda de un arquero en La Sarga y una figura acéfala de Santa Maira (Fig. 48: 4 y 11). En cuanto al armamento, en este apartado se incluyen los distintos componentes de las flechas (astil, punta o armadura y emplumadura, que no siempre se representan simultáneamente), arcos y carcajs. Las armaduras, en los casos en que es posible identificarlas, responden a los tipos foliácea o romboidal, triangular, con ganchos, o simplemente a la punta aguzada del astil (Jordá 1980; Galiana 1986); para los primeros tipos existen amplios paralelos en sílex a partir del horizonte Neolítico Final y metálicos desde la Edad del Bronce, como también ocurriría con las puntas con ganchos si, como plantea Jordá (1980: 93), se tratase de representaciones convencionales de puntas de aletas y pedúnculo. Como ejemplos en la zona destacan las puntas triangulares del Abric III de Covalta, o las apuntadas con pedúnculo de La Sarga (aunque algunos autores han planteado sus dudas con respecto a la identificación como tales de estas últimas —comunicación personal de M. S. Hernández—). En cuanto a las emplumaduras, pueden ser tanto cruciformes (La Sarga), como formadas por dos apéndices (Covalta, Barranc del Sord, Port de Confrides) o incluso tres (Barranc de Frainós, Barranc de Parets). Los arcos representados son simples convexos, cuyos paralelos muebles más antiguos se remontan al Epipaleolítico, y biconvexos, algo más tardíos (Jordá 1966: 67-69; 1980: 88-91). Respecto a los carcajs, ya hemos mencionado los ejemplos conocidos en la zona de estudio, aunque también son abundantes los casos en los que los arqueros portan las flechas en la misma mano con la que sujetan el arco; en un caso de Benirrama, el arquero lleva flechas en el carcaj, pero también cruzadas a su espalda con el arco (Fig.48: 9). Por último,
puede señalarse la existencia en el Abric III de Covalta de lo que se ha considerado una representación de jabalina (Hernández et al. 1998: 152), debido a la longitud del astil y la carencia de arco (Fig. 48: 8). Hemos señalado que es poco frecuente que estos elementos se representen como motivos aislados (especialmente los adornos y recipientes); como ejemplos en que esto ocurre puede citarse una vara en la escena de recolección de La Sarga (que se considera un añadido posterior a la figura del arquero, que la sujeta con escaso naturalismo —Villaverde et al. 2002: 122—). También se representan flechas aisladas en algunos abrigos, destacando las armaduras triangulares representadas en La Sarga (sin astil), las flechas completas de Port de Confrides y Barranc de Frainós, o la representación de sangre en las de Racó de Gorgori; en este último caso, las flechas son los únicos motivos levantinos del panel, superponiéndose a unas barras esquemáticas (cuando lo habitual es que, aunque las flechas se representen aisladas, formen parte de escenas de carácter cinegético, junto a arqueros o animales) (Fig. 50d). Sin embargo, si como motivos aislados su frecuencia es reducida, son mucho más numerosos los que aparecen asociados a figuras humanas y animales (ver Tablas 21 y 22, Anexo II). Vemos así cómo los adoraos son un motivo asociado fundamentalmente a las figuras masculinas y que aparecen en un número reducido de abrigos, observándose en éstos una cierta variabilidad entre las distintas figuras representadas (no todas portan adornos, o no portan los mismos). Los más frecuentes serían las diademas (apreciables por el contorno triangular de la cabeza) y los tocados de plumas (La Sarga, Coves Roges, Port de Penáguila, Barranc de la Palla); algo más escasos serían los estuches fálicos (Barranc de la Palla, dos individuos; Barranc de 1'Infera, un indivi-
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dúo), los lazos en la espalda (un individuo en La Sarga) y brazos (un individuo en Torrudanes), o los brazaletes (dos individuos en La Sarga y uno en Torrudanes). Por número de adornos y su variabilidad destacarían los yacimientos de La Sarga y Torrudanes, aunque en éstos se representan también individuos desprovistos de todo adorno. Lo mismo puede señalarse en el Abric VI del Barranc de l'Infern, donde, de los cuatro individuos del Panel 1, sólo en uno puede reconocerse un estuche fálico. Y también en el Panel 3 del Barranc de la Palla, donde dos arqueros portan estuche fálico, pantalones acabados en pico y tocados de plumas, mientras que los dos restantes sólo muestran un peinado abombado que puede deberse al uso de una diadema (pero en este caso sin plumas); y aunque uno no conserva el cuerpo, en el del otro no pueden reconocerse estuches fálicos ni pantalones acabados en picos (Fig.49c). En cuanto su distribución, los adornos aparecen tanto en abrigos de Tipo 2 (La Sarga, Barranc de l'Infern), Tipo 3 (Coves Roges, Racó de Sorellets, Covalta) o Tipo 5 (Port de Confrides, Port de Penáguila); la única regularidad que puede señalarse es su vinculación a arqueros masculinos, aparentemente con una voluntad de destacar esas figuras frente al resto por medio de determinados atributos distintivos. Esto es más evidente en la Figura 4 del Panel 1.3 de La Sarga o la Figura 12 del Panel 4 del Abric de les Torrudanes, que presentan un tamaño mayor que las demás que les rodean; o se consigue mediante la acumulación de adornos y otros objetos en algunas figuras del Barranc de la Palla, que métrica y estilísticamente son iguales que las restantes. Por otro lado, la presencia de estos elementos en abrigos situados tanto en la periferia de la zona estudiada (en puntos de acceso como La Sarga o Port de Penáguila) como en su interior (Barranc de la Palla, Abric de les Torrudanes, Barranc de l'Infern) nos impide establecer cualquier conclusión relativa a su papel como marcadores étnicos o territoriales. Únicamente podemos señalar que, como ocurre también con el armamento, su presencia es más frecuente en aquellos abrigos que presentan un mayor número de motivos y composiciones más complejas, aquellos que parecen haber sido usados de forma más repetida (La Sarga, Barranc de la Palla, Cova del Mansano, Abric de les Torrudanes o Santa Maira). Así, más que como un criterio vinculado al emplazamiento o funcionalidad del abrigo, la representación de adornos o armamento debe considerarse un atributo de distinción de determinados individuos en las escenas representadas. De hecho, es habitual atribuir a los adornos una función social, como elementos de distinción intragrupal relacionados con el rango o estatus del individuo dentro del grupo, cuyo objeto no sería tanto diferenciar clases estratificadas como los grupos de edad o género que están presentes incluso en las sociedades no complejas (cf. Arnold 1996: 97); así como en el plano inter-
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grupal, en relación quizás con prácticas de territorialidad, o simplemente para distinguir filiaciones en composiciones bélicas o batidas colectivas de caza en las que podría verse implicado más de un grupo (Galiana 1985: 84-85; Mateo Saura 1999: 237). Sin embargo, en la única composición de la zona en que aparece un número elevado de arqueros (la Cova del Mansano), su mal estado de conservación impide reconocer si estos elementos se representan y cómo se distribuyen. Todo esto constituye una línea de investigación de gran interés e insuficientemente explorada en nuestra zona, aunque alejada de los objetivos interpretativos de este estudio. d) Otros motivos. Por último, existen dentro del Arte Levantino de la zona temas más excepcionales, como la representación de vegetación, siendo uno de los mejores ejemplos la escena de vareo de La Sarga; en otra ocasión, se representa con gran detalle una rama con hojas, asociada a un cérvido en Santa Maira. Por otro lado, puede señalarse el papel de los rastros de sangre o pisadas de animales como elemento integrador de las escenas de caza, uniendo las distintas figuras al tiempo que dirigen la mirada del espectador, quizás indicando una gradación cronológica en el desarrollo de las acciones representadas (Villaverde et al. 2002: 114). Por último, por el tipo de trazo y pigmento empleado se incluyen también dentro de este estilo una serie de motivos geométricos o formas indeterminadas, que no pueden asociarse a ninguna realidad concreta y que podrían ser restos de figuras desaparecidas. En resumen, vemos cómo dentro del Arte Levantino existen algunos abrigos que destacan frente al resto, por el tipo y número de motivos representados y por su integración en composiciones más complejas y de temática variada (de las cuales en esta zona serían especialmente abundantes las de carácter cinegético). Por sus características morfológicas y de emplazamiento, algunos de estos abrigos se incluirían en el Tipo 2 (La Sarga, Abric VI del Barranc de Famorca-Santa Maira, Conjunto VI del Barranc de l'Infern), y por tanto conjuntos en los que también se representan motivos esquemáticos y macroesquemáticos; mientras que en el resto, considerados como de Tipo 3 (Abric de les Torrudanes, Barranc de la Palla, Cova del Mansano), sólo se realizan representaciones esquemáticas en aquellos con mayor número de motivos. Esto redundaría en la complejidad compositiva ya señalada para estos abrigos, que refleja una vez más varias posibilidades: a) estos lugares reciben un valor social más destacado que les hace ser utilizados con mayor frecuencia, lo que explicaría la acumulación de motivos en sus paneles; b) tendrían un valor informativo más alto o estarían destinados a una audiencia más heterogénea, lo cual explicaría la alta variabilidad de motivos, composiciones y estilos; o c) ambas a la vez. Al mismo tiempo, debe tenerse en cuenta que, como han señalado algunos autores (Sebastián 1985; 1986-87; Villaverde et al. 2002), muchos de los pane-
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UFFRA 49.Composiciones dentro del Arte Levantino.A)Escena de vareo (La Sarga,Alcoi);
b)?escenafamiliar ?(Raco de sorellets.Castell de Castells):C) Cinegetica (Barranc de la palla, tormos); D)posibleescenadeIrenzadodeesparto(SantaMaira,Famorca)(aparlirdeHernandezetal.1988).
GRÁFICO 25. Otros motivos. 1) Geométricos; 2) Rastros; 3) Vegetación; 4) Indeterminados.
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FIGURA 50. Superposiciones. A) Levantino sobre Macroesquemático (La Sarga, Alcoi); B) Esquemático sobre Levantino (Abric de les Torrudanes, Valí d'Ebo); C y D) Levantino sobre esquemático (Barranc de la Palla, Tormos; Racó del Gorgori, Castell de Castells) (a partir de Hernández, et al. 1988).
les levantinos e incluso algunos de sus motivos se han formado por la sucesiva adición de nuevos elementos. Esto reflejaría la existencia de varias fases de composición en la creación de algunos motivos o paneles que a simple vista podrían parecer unitarios, por lo que su secuencia de uso sería aún más dilatada. Respecto al Arte Macroesquemático, la presencia de representaciones levantinas en algunos de sus abrigos, y sobre todo por encima de algunos motivos, evidenciaría una voluntad de asociación a estas representaciones previas; voluntad que podría ser positiva (para enfatizar o reforzar el significado de las nuevas representaciones), pero también negativa (con una voluntad de apropiación de ese espacio previamente marcado). Cualquiera de estas posibilidades resulta interesante dado que, por lo que sabemos de la cronología del Levantino en esta zona, este estilo comenzaría a representarse sólo cuando el Macro-
esquemático hubiese interrumpido su ciclo de desarrollo. En cuanto al Esquemático, encontramos ejemplos tanto de infraposición como de superposición a los motivos levantinos (incluso dentro de un mismo abrigo, como ocurre en el Abric de les Torrudanes), lo que nos indica que ambas manifestaciones tuvieron un desarrollo paralelo (Fig. 50). Además, señalábamos en el capítulo anterior que, en algunas composiciones formadas por motivos levantinos y esquemáticos (como las del Abric I de Benirrama o Pinos), los primeros eran más antiguos y habían sido imitados en su estilo por los esquemáticos, lo que mostraría un cierto grado de apreciación y reflexión por parte su autor acerca de los motivos previos. En cualquier caso, si atendemos a los ejemplos de abrigos compartidos por motivos esquemáticos y levantinos, encontramos dos situaciones (ver Tabla 25, Anexo II):
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1) Los abrigos de Tipo 2, donde ambos estilos presentan similar número de motivos (La Sarga, Barranc de Benialí). 2) Los abrigos de Tipo 3 y Tipo 5, en los que podríamos hablar de tendencias excluyentes o complementarias: si hay abundantes motivos esquemáticos, los levantinos escasean (Port de Penáguila, Coves Roges); y ocurre a la inversa, si se representan numerosos motivos levantinos (Abric de les Torrudanes, Cova del Mansano). La posibilidad de reconocer tendencias excluyentes en algunos de los abrigos compartidos será anali-
zada a continuación, atendiendo al emplazamiento y distribución de los abrigos levantinos, y a las pautas de articulación del paisaje que reflejan.
10.2. ESCALAS MAGRO: EL LUGAR EN EL PAISAJE. EMPLAZAMIENTO Y PAUTAS DE DISTRIBUCIÓN DE LOS ABRIGOS A diferencia de la enorme variabilidad que presentan los abrigos con Arte Esquemático en cuanto a su emplazamiento y potencial contexto de uso, dentro del Arte Levantino encontramos un número más reducido de opciones.
FIGURA 51. Distribución por Tipos de los abrigos con Arte Levantino.
a) Los abrigos de Tipo 2 Hemos señalado ya en capítulos anteriores las características de estos conjuntos: están formados por varios abrigos, de amplias dimensiones y situados en laderas de fácil acceso, o más pequeños localizados sobre paredes verticales que dejan a sus pies plataformas más amplias, permitiendo la reunión junto a ellos de una audiencia numerosa; su cuenca visual quedaría reducida fundamentalmente al entorno inmediato y a corta distancia; se localizan en puntos de paso junto a líneas de articulación del territorio (Barranc de Malafí, Barranc de Famorca, curso del río Xaló/Gorgos, Canal Ibi-Alcoi) o accidentes geográficos singulares (Barranc de l'Infern); y se habrían creado siempre a partir de un foco macroesquemático, al representarse con posterioridad en esos paneles (o en
paneles y abrigos cercanos) motivos esquemáticos y levantinos. Esto mostraría, por un lado, la pervivencia del valor social otorgado a estos lugares (que serían frecuentados a lo largo de buena parte de la secuencia neolítica); y, por otro lado, su complejidad compositiva reflejaría también un mayor valor informativo, o su destino hacia una audiencia más amplia o heterogénea. Respecto a la representación de motivos levantinos en este tipo de abrigos, en algunos casos estas representaciones se realizan en los mismos abrigos donde ya existían motivos macroesquemáticos, a los que en ocasiones se superponen (como ocurre en el Abric IV del Barranc de Benialí o el Abric I de La Sarga). En otros casos, los motivos levantinos se localizarán en abrigos situados junto a los usados para la realización
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO de pinturas macroesquemáticas o esquemáticas, pero también aparecerán de forma aislada en abrigos con motivos de otros estilos (como ocurre en los abrigos del Barranc de l'Infern, Pía de Petracos o Barranc de Famorca). Todos estos ejemplos parecen conjugar así dos tendencias, entre la voluntad de vinculación a las originarias pinturas macroesquemáticas y la de segregación, que hace que cada estilo se represente en paneles o abrigos diferenciados dentro del mismo conjunto. En cuanto a los motivos representados, sin ser un tema exclusivo de estos abrigos destaca la frecuencia con que aparecen complejas escenas de caza: así ocurre en La Sarga, Santa Maira, el Abric VI. 1 del Barranc de l'Infern e incluso en el Abric I del Pía de Petracos (aunque en este caso los motivos aparecen dispersos y es probable que algunos se hayan perdido, pues el ciervo presenta unos apéndices en el lomo que podrían ser flechas disparadas por algún arquero que no se conserva); en cambio, en el Abric IV del Barranc de Benialí los motivos se representan aislados, sin llegar a formar escenas. Sin embargo, este tipo de escenas aparecen también en aquellos abrigos de Tipo 3 con mayor número de motivos (Barranc de la Palla, Cova del Mansano); por ello, si estas representaciones cinegéticas están vinculadas al tipo de actividades llevadas a cabo en el abrigo, podemos plantear que todos ellos (Tipo 2 y los más complejos de Tipo 3) habrían tenido un contexto de uso similar a pesar de sus diferencias morfológicas y de emplazamiento. b) Los abrigos de Tipo 3 Estos abrigos se localizarían en los márgenes de las zonas más densamente pobladas, así como en los barrancos tributarios de los principales valles y arterias fluviales: zonas abruptas, algo apartadas de las líneas que facilitarían el desplazamiento a larga distancia por el territorio, pero con un elevado potencial cinegético y pecuario. En este caso, como también veíamos con el Arte Esquemático, dentro del Levantino existe una destacada polarización entre aquellos abrigos con composiciones complejas y un mayor número de motivos (incluyendo representaciones esquemáticas y macroesquemáticas), y aquellos en los que existe un número reducido de motivos, aislados o formando composiciones simples. En ambos casos, como también señalábamos a propósito del Arte Esquemático, el número de representaciones presenta un claro correlato con las características morfológicas y de emplazamiento de los abrigos: más amplios y accesibles los abrigos con paneles más complejos (Abric de les Torrudanes, Cova del Mansano), y más pequeños y localizados en altura o en paredes verticales aquellos con menor número de motivos (Barranc de Parets). La repetición de esta pauta resulta sorprendente, sobre todo porque ya hemos señalado que en el Arte Levantino no se detecta una vinculación de determina-
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dos motivos o temas a un emplazamiento en concreto; de esta manera, parece que el único aspecto del estilo que varía con el emplazamiento es la complejidad de las composiciones, corroborando así la idea que planteamos de que esta mayor complejidad estaría directamente relacionada con el carácter amplio y heterogéneo de la audiencia a quien se destinen las pinturas. Así, por un lado algunos abrigos destacarían por el número de representaciones y la variedad y calidad técnica de sus escenas: Racó de Sorellets (Castell de Castells), Abric de les Torrudanes (Valí d'Ebo), Barranc de la Palla (Tormos) y Cova del Mansano (Xaló). Atendiendo a la complejidad estilística de estos abrigos, y teniendo en cuenta que todos son de grandes dimensiones y acceso relativamente fácil, con una cuenca visual restringida, podemos pensar que cumplirían una función ritual similar a la señalada para algunos de los esquemáticos (Penya Escrita, Penya de 1'Ermita del Vicari): como santuarios o lugares de agregación en un ámbito local (localizados, como ocurría también con los esquemáticos, a cierta distancia de los abrigos de Tipo 2). En cambio, a diferencia de los esquemáticos (que eran siempre abrigos exclusivos), estos abrigos levantinos pueden ser tanto exclusivos como compartidos (con motivos esquemáticos e incluso macroesquemáticos). Sin embargo, hemos planteado con anterioridad la posibilidad de que existiesen pautas de representación excluyentes en algunos de los abrigos compartidos: donde las composiciones levantinas son más complejas, las representaciones correspondientes a otros estilos serían numéricamente más escasas (Cova del Mansano, Abric de les Torrudanes), y viceversa (Tabla 25). Aunque quizás habría que pensar que estas pautas no presentarían tanto un carácter excluyente como uno menos negativo de complementariedad, lo limitado del registro impide establecer hipótesis concluyentes al respecto; en cualquier caso, sí es evidente que nos encontramos ante unas pautas de representación espacial coherentes y estructuradas, en cuyo origen estaría la explicación del desarrollo simultáneo de estas dos manifestaciones, tan distintas en su forma y contenido, en el seno de unas mismas comunidades. Así, también M. Cruz plantea esta complementariedad en su análisis de la distribución de la pintura esquemática y levantina en el Levante peninsular, señalando la existencia "de una misma formación social capaz de producir productos materiales formalmente distintos, pero insertos en una misma lógica económica y simbólica. Así, los estilos levantino y esquemático serían esencialmente equiparables, además de complementarios" (Cruz 2003: 386). De esta manera, podría apuntarse que quizás en los momentos finales de la secuencia neolítica los abrigos de Tipo 2 habrían experimentado una transformación en su valor ritual de uso, integrándose en una categoría similar a la de algunos de los abrigos de Tipo 3 más complejos que comienzan a ser usados en estos
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momentos: esquemáticos (como los de Penya Escrita o Barranc del Migdia) o levantinos (Cova del Mansano, Torrudanes). Estos abrigos de reunión ya no tendrían un carácter integrador de distintos grupos, sino que actuarían como centros de agregación a escala local, en el paisaje territorialmente compartimentado que se constata en momentos avanzados de la secuencia neolítica. Por otro lado, en un extremo opuesto se encuentran aquellos abrigos que presentan un número reducido de motivos: Coves de la Vila (Planes), El Pantanet (Alfafara), Barranc de Parets (Valí de Gallinera), Barranc del Xorquet (Tárbena) o Barranc de les Covatelles (Confrides), entre otros. En este caso, se trata de abrigos pequeños y situados a cierta altura sobre su entorno, localizados en áreas adecuadas para la explotación pecuaria y cinegética: cabeceras de barrancos o zonas de contacto con los contrafuertes montañosos, abruptas y con abundante pasto y agua —donde también se localizan algunas de las cuevas usadas como redil o refugio—. En cambio, como muestran sus cuencas visuales, estos abrigos no mostrarían especial vinculación con las líneas de articulación del territorio. Por ello, podemos plantear para estos abrigos una función asociada al aprovechamiento ganadero o cinegético de estos nichos ecológicos, como complemento a las actividades agrícolas, dentro de unas pautas de movilidad logística que se ceñirían al recorrido longitudinal de pequeños barrancos (en este sentido, ver también Cruz 2003). c) Los abrigos de Tipo 5 En relación con este tipo de abrigos sólo podemos remitirnos a los comentarios realizados en el capítulo anterior: aunque con cierta variabilidad en su tamaño y accesibilidad, serían abrigos cuyo emplazamiento se vincula a un puerto de montaña o puntos de paso en la unión de dos valles o unidades geográficas; con una visibilidad amplia y efectiva sobre los valles hacia los que se abren, fundamentalmente a corta y media distancia; y en todos estos conjuntos se representarían tanto motivos esquemáticos como levantinos (no necesariamente en el mismo panel o abrigo), aunque nunca se produciría un contacto directo entre ambos. Por otro lado, todos estos abrigos se distribuirían por los bordes exteriores de la zona analizada con una función que, por las características de sus cuencas visuales, parece vincularse al control del acceso a ésta y a las líneas de movimiento que vertebrarían en dirección N-S el territorio y los principales núcleos de poblamiento. De esta manera, Arte Esquemático y Levantino presentarían un rol común en la articulación del paisaje en estos momentos, aunque con las mismas tendencias de exclusión o complementariedad que también se aprecian en los abrigos de Tipo 3: en aquellos abrigos en los que abundan los motivos levantinos, como Benirrama o Port de Confrides, los esquemáticos son relativamente escasos; y a la inver-
sa, en aquellos abrigos como Port de Penáguila o Cova Gran de la Petxina donde los esquemáticos son numerosos, los levantinos suponen un pequeño porcentaje del total. Por otro lado, hemos propuesto el horizonte Neolítico IB como cronología más antigua post quem para los abrigos de Tipo 5, dado que sólo a partir de este momento se documenta el poblamiento de las zonas meridionales (curso bajo del Vinalopó y Camp d'Alacant) y septentrionales (Valí d'Albaida) del territorio, así como por la carencia de ídolos entre las representaciones esquemáticas y la presencia, en cambio, de motivos de cronología antigua (antropomorfos en doble Y, soliformes, cápridos); aunque manteniendo abierta la posibilidad de que este uso fuese incluso más tardío, pues es ya en el Calcolítico cuando se constata una mayor densidad de poblamiento tanto en las comarcas meridionales como en las septentrionales —mientras que la ausencia de ídolos podría deberse más a cuestiones funcionales que cronológicas—. En cualquier caso, la necesidad de poner en uso estos abrigos surgiría en un momento en que el Arte Macroesquemático ha dejado de representarse, en relación con los cambios internos que se darían en el seno de las comunidades neolíticas de la zona y el desarrollo de nuevas necesidades sobre el control del movimiento y el territorio. Esto explicaría también que los abrigos de Tipo 5 se desvinculen tan claramente de las pautas de emplazamiento y área de distribución características de los abrigos macroesquemáticos, vinculándose en cambio a los bordes externos del territorio inicialmente ocupado por estos grupos, como muestra de una incipiente territorialidad o de las nuevas relaciones establecidas con áreas vecinas.
En conclusión, puede decirse que las pautas de emplazamiento de los abrigos con Arte Levantino reflejarían unas necesidades muy concretas, vinculadas al progresivo incremento de la territorialidad que se constata a medida que avanza la secuencia neolítica: control del movimiento y de los recursos, y reuniones grupales en un ámbito local. Por otro lado, su cronología tardía e integración en todas estas actividades con los motivos propios del Arte Esquemático evidencia que en esta zona los responsables de su representación y uso serían unos mismos grupos neolíticos; esto dificulta el mantenimiento de cualquier hipótesis que abogue por su origen epipaleolítico o su vinculación con grupos de cazadores-recolectores de cronología neolítica. En este sentido, además, es importante reconocer la dimensión metafórica e ideológica que adquieren las representaciones levantinas, especialmente por la importancia concedida a las escenas de caza (pues serían las actividades agropecuarias las que constituirían la base económica fundamental de sus autores). Por tanto, si las representaciones
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO
esquemáticas más tardías (especialmente, los ídolos) se han vinculado con el mundo de las creencias y de ultratumba, las levantinas en cambio pueden considerarse una proyección externa de las desigualdades sociales vigentes en el seno de estas comunidades —las mismas que quedan patentes en los enterramientos de determinados linajes en cavidades naturales, acompañados de un ajuar más propio de grupos cazadores que agricultores—. 10.3. CONTEXTO CRONOLÓGICO Y DE uso DE LOS ABRIGOS
La cuidada ejecución y el dinamismo de las pinturas levantinas han sorprendido desde los primeros descubrimientos, y por ello son numerosas las ocasiones en que se ha estudiado esta manifestación y se han ofrecido hipótesis sobre su significado y cronología; aun así, transcurrido más de un siglo desde el hallazgo por parte de J. Cabré de las pinturas de Calapatá, podemos decir que el debate sobre estos aspectos sigue abierto. El principal problema que plantea el Arte Levantino es su propia temática, que, unida al naturalismo de las representaciones, parece reflejar sin lugar a dudas el modo de vida predador de unos grupos de cazadores-recolectores. Por ello, durante mucho tiempo se ha defendido que esta manifestación no podría desarrollarse más que en el Paleolítico o Epipaleolítico, y este convencimiento ha hecho que se ignoren otros elementos de juicio: las superposiciones estilísticas de motivos levantinos a los neolíticos y caleolíticos macroesquemáticos y esquemáticos; o la filiación cultural de algunos de los objetos o adornos que portan las figuras representadas, y cuya adscripción es indudablemente neolítica. Los investigadores de principios del siglo XX, como H. Breuil, H. Obermaier o P. Bosch Gimpera, defendieron de modo sistemático la atribución del Arte Levantino al Paleolítico Superior, debido a la similitud de las pinturas levantinas con las paleolíticas franco-cantábricas: representación de fauna cuaternaria, uso de la denominada "perspectiva torcida", etc. Así, H, Breuil propuso la existencia en la Península Ibérica de dos etnias de cazadores-recolectores contemporáneas, aunque localizadas en ámbitos diferenciados: una zona norteña, cuyo poblamiento tendría un origen centroeuropeo, y una zona sur y mediterránea, cuyos habitantes serían de procedencia africana (capsiense), cada una con un arte propio aunque ambos de cronología paleolítica (a pesar de lo cual las representaciones levantinas no serían incluidas en su obra de síntesis sobre el Arte Paleolítico Quatre cents siécles d'art parietal). Esta adscripción quedará refrendada por el apoyo recibido por parte de las grandes autoridades del momento, como H. Obermaier o P. Bosch Gimpera. De hecho, Obermaier añadirá además nuevos argumentos a la cronología de Breuil, al señalar la relación del Arte Esquemático con los cantos azilienses; por lo que, siendo el Levantino más anti-
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guo que el Esquemático, forzosamente debía ser también anterior al Aziliense, y por tanto paleolítico. Por otro lado, siguiendo un esquema plenamente evolucionista y a partir de las superposiciones cromáticas y estilísticas de las pinturas de Minateda (Albacete), Breuil planteó una periodización interna del Arte Levantino, diferenciando hasta 13 horizontes de desarrollo a partir del color, técnica y estilo de las figuras, y de las superposiciones encontradas. Así, este autor señalaba como representaciones más antiguas los animales de gran tamaño con perfil sombreado y detalles anatómicos marcados, las más similares a las paleolíticas franco-cantábricas o a las representaciones sobre plaquetas halladas por L. Pericot en la Cova de Parpalló (Valencia); a fases más avanzadas corresponderían las figuras silueteadas en rojo y las escenas de caza y lucha; por último, se señalaba una fase final de transición al esquematismo con representaciones subnaturalistas y escenas de domesticación, correspondiente ya al mesolítico. Y, aunque la cronología propuesta por Breuil recibirá críticas por parte de algunos autores, esta idea de las superposiciones cromáticas será aplicada posteriormente por E. Hernández Pacheco en la Cueva de La Araña (Valencia), por J. Cabré en Alcañiz (Teruel), o por M. Almagro en Cogull (Tarragona). Algunos investigadores del momento, como J. Cabré, aceptarán esta cronología paleolítica aunque expresarán sus reservas sobre el tipo de fauna representada y su correspondencia con especies cuaternarias (Cabré 1915). Pero será E. Hernández Pacheco, a partir del estudio de la Cueva de la Araña (Bicorp, Valencia), quien contestará por primera vez la atribución crono-cultural defendida por H. Breuil, recalcando las diferencias que presentan las pinturas levantinas frente a las paleolíticas franco-cantábricas: se localizan en abrigos al aire libre y no en cavidades profundas; el tamaño de las representaciones es más pequeño, y abundan las figuras de escasos centímetros; es frecuente la representación de la figura humana como tal, sin rasgos zoomorfos; abundan las escenas de gran complejidad compositiva, especialmente en relación con la caza o la guerra; están ausentes los grandes mamíferos cuaternarios (rinocerontes, alces, bisontes), representándose en cambio la cabra montes, el ciervo, el jabalí y otras especies salvajes menores propias del Holoceno; y también las técnicas presentan singularidades, con el predominio de las tintas planas o relleno de líneas, la práctica ausencia de policromía, y el tratamiento idealista de las figuras humanas y animales, que expresan de forma sintética los rasgos definitorios de cada especie (Hernández Pacheco 1924: 133-134). Este autor plantea, en cambio, la cronología post-paleolítica (mesolítica) de estas representaciones, aunque mantiene su origen como una evolución al aire libre del arte franco-cantábrico (los animales realistas y de gran tamaño serían, así, los más antiguos); a éstos se habrían incorporado nuevos temas como la figura humana, con una progre-
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siva tendencia a la esquematización que finalmente llevaría a las representaciones esquemáticas propias del Neolítico y Eneolítico (Hernández Pacheco 1924: 157). De esta manera, Hernández Pacheco mantiene unos criterios evolucionistas similares a los de Breuil; criterios que también serán apreciables en las sedaciones propuestas por autores como M. Almagro, E. Ripoll e incluso A. Beltrán. Por otro lado, la adscripción postpaleolítica será apoyada por otros autores como M. Almagro, quien volverá a abundar en los argumentos que diferencian ambas manifestaciones: ausencia de fauna cuaternaria en las pinturas levantinas, siendo además escasos los ejemplos que alcanzan el tamaño de las paleolíticas; inexistencia de policromía; protagonismo de las representaciones humanas en numerosas y complejas composiciones; representación de industria textil (cestos, cuerdas) y animales domésticos, propios de las culturas neolíticas; o presencia de industrias líticas mesolíticas y neolíticas al pie de los abrigos (Almagro 1951; 1952). Así, desde mediados del siglo XX se irá imponiendo de forma generalizada la adscripción post-paleolítica del Arte Levantino, aunque entre la siguiente generación de investigadores seguirán existiendo diferencias. Así, E. Ripoll (1966) defenderá su origen en el ciclo auriñaco-perigordiense de Breuil, aunque su desarrollo se situaría en el Mesolítico y Neolítico, y llegaría hasta el I milenio BC (para incluir la figura de jinete de La Casulla, en Castellón, considerando que sus arreos y casco no podían ser anteriores a la Edad del Hierro)14. Ripoll propone, así, un sustrato neolítico mediterráneo que no excluiría el origen paleolítico, al que posteriormente se añadirían elementos procedentes de las áreas culturales anatólica y creto-micénica (danzas agrícolas o desfiles guerreros); y sitúa el Arte Esquemático en la última fase evolutiva del Levantino. Una postura similar será mantenida por A. Beltrán, para quien, si bien su cronología inicial sería epipaleolítica, este estilo mantendría su vigencia estilística a lo largo del Neolítico y la Edad del Bronce, con una progresiva estilización y tendencia al esquematismo de sus motivos (aunque independiente del origen del Arte Esquemático, que se atribuye al cambio cultural producido por la llegada de prospectores de metal del Próximo Oriente). Así, en la evolución que propone Beltrán, el contenido de las representa14
La figura de jinete del Cingle de la Cova Remigia, en el Barranc de la Casulla (Castellón), resultaría peculiar dentro del Arte Levantino por incluir la representación de un casco y arreos —que cronológicamente remitirían como mínimo a momentos de la Edad del Hierro (Ripoll 1966; Beltrán 1970; 1999)—. Sin embargo, no existe unanimidad sobre la atribución de esta figura al Arte Levantino, no sólo por estos elementos atípicos (Martí y Hernández 1988: 41), sino por el tipo de trazado y el pigmento empleado en su realización (sobre este aspecto, cf. Alonso y Grimal [1994: 591, donde se ponen en duda los elementos identificativos básicos de esta figura).
ciones reflejaría la evolución cultural de sus autores: desde las escenas de caza y recolección (y las grandes figuras de animales, las más antiguas), hasta los indicios de agricultura y domesticación en las representaciones más tardías (Beltrán 1981; 1982; 1983). En cambio, frente a estas posturas que proponen un origen paleolítico o mesolítico con perduración en el Neolítico, F. Jordá defenderá que es en esta fase cuando se inicie: el Arte Levantino sería, así, un elemento más llegado del Próximo Oriente, junto a la agricultura, la cerámica cardial y el Arte Esquemático; pues los instrumentos, escenas y actitudes representados corresponden sin lugar a dudas a comunidades neolíticas, aunque sigan ejerciendo la caza y la recolección. Como base para este argumento se plantea la representación de arcos biconvexos o las puntas de flecha de retoque bifacial, el elemento más abundante en el registro material calcolítico (Jordá 1980: 93); por otro lado, la influencia del mundo creto-micénico y anatólico (neolítico —Qatal Hüyük— o más tardío —Yazilikaia—) se haría notar especialmente en la representación de determinadas indumentarias (faldas acampanadas), danzas agrícolas, desfiles militares o escenas de culto al toro (Jordá 1966). Esta discusión se verá complicada con la definición por parte de J. Fortea del epipaleolítico Arte lineal-geométrico, que en su variante rupestre incluiría una serie de motivos geométricos reconocidos en abrigos como La Sarga (Alcoi), Cueva de la Araña (Bicorp, Valencia) o Cantos de la Visera (Yecla, Murcia), siempre bajo representaciones levantinas. La cronología epipaleolítica de estos motivos geométricos, justificada por sus paralelos muebles (las plaquetas de la cueva de La Cocina), permitiría establecer una cronología relativa post quem para el Arte Levantino, que sería por tanto neolítico (Fortea 1974). La existencia de este horizonte, sin embargo, ha sido negada por diversos autores: algunos consideran que se trata de una fase no figurativa previa al inicio del naturalista Arte Levantino, que podía reconocerse también en algunos abrigos aragoneses como Los Chaparros (Albalate del Arzobispo), Labarta (Adahuesca) o Bardafuy (Lecina) (Beltrán 1974; 1987; Utrilla 2000; 2002); otros consideran que corresponde en realidad a un horizonte distinto, el Macroesquemático (Hernández 1992; Hernández et al. 1988; 1994; Hernández y Martí 2000-2001), como ha reconocido el propio Beltrán en el caso de La Sarga (Beltrán 2002: 41); por último, otros autores consideran que estos motivos serían en realidad esquemáticos, pues presentarían una mayor heterogeneidad tipológica y dispersión geográfica que las propias plaquetas de Cocina (Alonso y Grimal 1994; Mateo 2002)15. 15
Sin embargo, respecto a su relación con los motivos levantinos, algunos autores plantean que en algunos casos la superposición se daría a la inversa (esquemático sobre levantino), manteniendo así la posibilidad de cronología epipaleolítica (cf. Alonso y Grimal 1994; 1999; Alonso 1999).
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO Por otro lado, en las últimas décadas la identificación de motivos levantinos claramente superpuestos a los macroesquemáticos y esquemáticos en algunos yacimientos de la provincia de Alicante, así como la propuesta de determinados paralelos sobre cerámicas impresas de instrumento (epicardiales) o el análisis de la cultura material representada, hizo que algunos autores defendiesen su inicio en el Neolítico, asociado a los grupos "epipaleolíticos en vías de neolitización " definidos dentro del modelo dual (Portea y Aura 1987; Hernández et al. 1988; 1998; Martí y Hernández 1988; Hernández y Martí 1999). Sin embargo, estos paralelos muebles son puestos en duda por numerosos autores (cf. Alonso y Grimal 1994; 1999; Baldellou 1999; Mateo 2002), del mismo modo que se ha cuestionado a partir de determinadas superposiciones la antigüedad de las figuras de animales de gran tamaño y la supuesta tendencia evolutiva al esquematismo del Arte Levantino (Alonso y Grimal 1994). De esta manera, actualmente la cronología paleolítica defendida por H. Breuil para el Arte Levantino ha quedado descartada de forma mayoritaria16; aunque no así su .propuesta evolutiva, mantenida por numerosos autores hasta la fecha. En cuanto a su adscripción crono-cultural, queda lejos de estar resuelta, y en estos momentos las teorías sobre su origen se dividen en dos posturas: a) Aquellas que defienden su inicio en el Epipaleolítico, con perduración en el Neolítico (con el supuesto acantonamiento y pervivencia de sus autores, grupos retardatarios de cazadores-recolectores, en zonas poco propicias para el desarrollo de la agricultura). b) Aquellas que defienden su inicio el Neolítico, como reacción ante un nuevo modo de vida (basado en la producción agropecuaria) y las manifestaciones artísticas desarrolladas en este período —Arte Macroesquemático y Esquemático—. Su adscripción al Epipaleolítico por parte de algunos autores sigue basándose fundamentalmente en su temática (especialmente la importancia de las escenas cinegéticas), que reflejaría sin lugar a dudas un modo de vida predador propio de grupos cazadores-recolectores (Beltrán 1982; 1999; Dams 1984; Alonso y Grimal 1994; 1999; Mateo 2002). La postura contraria hace referencia a un arte de cazadores de cronología neolítica y, aunque no se niega la posibilidad de que pudiera haberse iniciado antes de estas fechas, 16 La defensa por parte de algunos autores de una primera fase de evolución del Arte Levantino durante el Paleolítico Superior (plaquetas de Parpalló), para desarrollarse sin solución de continuidad durante el Mesolítico manteniendo determinados conceptos, temas y convencionalismos (Aparicio y Moróte 1999), puede considerarse una tendencia minoritaria en el panorama investigador actual.
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generalmente se considera que su origen se debe a la confrontación ideológica surgida ante la presencia en la Península de los primeros grupos de agricultores y ganaderos (Llavori 1988-89; Hernández y Martí 20002001; Utrilla 2002). Todas estas propuestas asumen como indudable el carácter narrativo de las representaciones levantinas, y su correspondencia por tanto con grupos sociales con un modo económico fundamentalmente predador —sea con cronología epipaleolítica o neolítica—. En cambio, sólo recientemente algunos investigadores han planteado que los autores de estas representaciones serían los mismos grupos neolíticos que habrían desarrollado también el Arte Esquemático, lo que pondría de relieve su carácter no descriptivo sino simbólico (Hernández y Martí 20002001; Fairén 2002; 2004; Cruz 2003; Molina et al. 2003). Algunos autores han planteado que no existe ningún dato que refute la posibilidad de un origen epipaleolítico del Levantino, y que por ello la posibilidad debía mantenerse abierta (cf. Mateo 2002: 61). Así, aunque la secuencia estilística y los criterios de datación relativa disponibles en las comarcas centro-meridionales valencianas permitan plantear su cronología neolítica en esta zona, no puede descartarse la existencia de secuencias regionales distintas, que en otras zonas tuviese una cronología y adscripción cultural distinta, y que a estas comarcas la manifestación hubiese llegado plenamente desarrollada a partir del Neolítico epicardial. Sin embargo, si aceptamos este origen foráneo y cronología epipaleolítica, resultaría difícil explicar el innegable hecho de que en estas comarcas sus autores son grupos cronológica y culturalmente neolíticos (aunque su modo de vida combine modos productores y predadores); y, si bien es posible que un mismo grupo pueda desarrollar distintas líneas de expresión gráfica, lo que no puede explicarse es cómo una manifestación gráfica creada por grupos epipaleolíticos habría sido adoptada sin cambios por comunidades neolíticas. En cualquier caso, en las comarcas centro-meridionales valencianas los argumentos de apoyo a la adscripción neolítica de este estilo serían de distinto tipo, siguiendo el esquema planteado por J. Fortea (1974). a) Asociación de las pinturas con los materiales encontrados al pie o en las inmediaciones de los abrigos Ya hemos señalado nuestras dudas sobre la validez de este criterio como argumento cronológico: en algunos casos estas pinturas se localizan en la cercanía de yacimientos epipaleolíticos (así, los abrigos de Penya Blanca o Racó de Condoig serían relativamente cercanos al Tossal de la Roca y recientes hallazgos al aire libre del Barranc de l'Encantá con esta cronología); sin embargo, sin salir de la provincia de Alicante, podemos hallar también ejemplos en los que las pinturas se encuentran junto a yacimientos con una larga
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secuencia de ocupación (como Santa Maira, frecuentada entre el Epipaleolítico y el Horizonte Campaniforme, o el propio Tossal de la Roca, en cuyo nivel superficial se han hallado cerámicas cardiales); o junto a yacimientos propiamente neolíticos (frente al Abric de les Torrudanes se localiza la posible cueva redil de Coves d'Esteve, del Neolítico epicardial, cronología atribuida también a los fragmentos de cerámica y lascas localizados junto a la Cova del Mansano —Aparicio y Moróte 1999—); también en el Abric II del Barranc de Frainós se menciona el hallazgo de cerámica a mano sin decoración y esquirlas de sílex, posiblemente de momentos más tardíos dentro del Neolítico (Hernández et al. 1988: 67). Por otro lado, puede señalarse que tanto en el entorno de Santa Maira como del Tossal de la Roca existen abrigos con otras manifestaciones, esquemáticas o macroesquemáticas; mientras que frente al Abric de la Fal güera, que al igual que Santa Maira presenta una larga secuencia de ocupación (entre el Epipaleolítico y la Edad del Bronce) y un uso como redil, lo que encontramos es un abrigo con pintura esquemática. Por todo ello, no consideramos que la proximidad sea un criterio fiable a la hora de vincular las pinturas con sus posibles autores; esta relación sólo puede darse a la inversa, una vez clasificadas crono-culturalmente las pinturas por otros medios de datación relativa como las superposiciones estilísticas y los paralelos muebles. Además, hemos señalado que el registro epipaleolítico de la zona parece interrumpirse en el horizonte Epipaleolítico Geométrico fase B, y que a partir de estos momentos estos grupos se habrían trasladado a comarcas del interior, pues no se registra su presencia en la zona de estudio (Hernández y Martí 2000-2001; Martí y Juan-Cabanilles 2002a; Bernabeu et al. 2002). De este modo, teniendo en cuenta la indudable cronología neolítica de algunos motivos levantinos (al menos, los superpuestos a figuras macroesquemáticas o esquemáticas), no puede plantearse que su autoría corresponda a grupos epipaleolíticos que perviviesen durante este período. Y, aunque no puede descartarse que grupos localizados en áreas cercanas como la cabecera del Vinalopó (Fernández 1999a) pudieran realizar incursiones en esta zona (dentro de unas pautas de movilidad residencial estacional que no hubiesen dejado huellas evidentes en el registro arqueológico), aun en ese caso sería difícil atribuir los abundantes abrigos y representaciones a unos grupos que no habitan de forma permanente en la zona. En cualquier caso, estos grupos no habrían pervivido más allá de las iniciales fases neolíticas, mientras que las representaciones levantinas se producen incluso en el Calcolítico (como mostrarían superposiciones como las del Barranc de la Palla). b) Superposiciones estilísticas Sin atender a casos que podrían ser más discutidos, como los de Henarejos (Cuenca) o los abrigos de Bicorp (Valencia) (donde no se ha definido con clari-
dad la adscripción estilística de los meandriformes y zig-zags a los que se superponen los motivos levantinos), en la zona de estudio las representaciones levantinas se superponen tanto a motivos macroesquemáticos como esquemáticos. Así, la cronología más antigua que puede establecerse con seguridad para las representaciones levantinas es la relativa post quem que aporta su superposición a motivos macroesquemáticos en abrigos como La Sarga (Alcoi) o el Abric IV del Barranc de Benialí (Valí de Gallinera). Estos ejemplos indican que las representaciones levantinas (o al menos las figuras implicadas en la superposición) sólo pudieron realizarse a partir del Neolítico cardial, que es la cronología de las pinturas macroesquemáticas. En cuanto al Arte Esquemático, hemos señalado cómo aparece tanto por encima como por debajo del Levantino en distintos abrigos, lo que refleja que ambos estilos presentan un desarrollo paralelo que alcanza al menos hasta el IV milenio BC —como confirmaría la superposición de motivos levantinos a unos zig-zags vinculados a ídolos bitriangulares en el Barranc de la Palla (Tormos)17—. Las superposiciones de La Sarga y Barranc de Benialí por un lado, y del Barranc de la Palla por otro, dejan entre sí una horquilla cronológica de varios milenios, en la cual debemos incluir otros ejemplos de datación más imprecisa: así, las superposiciones de figuras levantinas sobre esquemáticas del mismo Abric V del Barranc de Benialí o el Abric V del Racó del Gorgori (Castell de Castells); o de figuras esquemáticas sobre levantinas en el Abric de les Torrudanes (Valí d'Ebo). Esta interestratificación, que en ocasiones se da incluso en los mismos abrigos, no es exclusiva de las comarcas alicantinas, y sería consecuencia del desarrollo paralelo de ambos estilos: así, entre otros ejemplos, en la Cueva de la Araña (Bicorp) algunos motivos levantinos se superponen a zig-zags, pero otros tantos se encuentran infrapuestos a distintos zoomorfos esquemáticos, lo que correspondería al menos a tres fases de representación distintas18; en la Cueva de la Vieja (Alpera), unas barras esquemáticas se tra17
En el Barranc de la Palla un cánido levantino se superpone a dos trazos esquemáticos asociados a unos ídolos bitriangulares del mismo panel, lo que proporciona una cronología calcolítica/wsí quem para los motivos levantinos. Sin embargo, no existe unanimidad en la interpretación de esta escena, y algunos autores argumentan la falta de sincronicidad de los elementos de este panel sobre la base de los distintos tonos de los pigmentos y la existencia de figuras que ocupan parte del espacio de otras incompletas, y por tanto anteriores (Alonso y Grimal 1995-96). En cualquier caso, aun sin formar parte de una misma escena es indudable la superposición y por tanto posterioridad de los motivos levantinos a los zig-zags esquemáticos, aunque estos no sean calcolíticos. 18 Mientras que, arqueológicamente, en esta zona se registra una rápida implantación de elementos neolíticos y la desaparición de los grupos de tradición epipaleolítica (cf. Molina et al. 2003).
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO zaron sobre el cuello de un ciervo levantino, como ocurre también en Cantos de la Visera (Yecla) con una de las extremidades del ave zancuda; pero, al mismo tiempo, en Los Chaparros (Albalate del Arzobispo), Solana de las Covachas (Nerpio) o el mismo Cantos de la Visera (Nerpio), algunos motivos levantinos se superponen a los esquemáticos (cf. Alonso 1999; Utrilla y Calvo 1999; Utrilla 2002). Así, aun sin entrar en apreciaciones sobre el significado de estas superposiciones, en el aspecto cronológico estarían reflejando de forma indudable la contemporaneidad del Arte Levantino y el Esquemático en distintas áreas peninsulares. c) Paralelos muebles A partir de la revisión de las cerámicas con decoración figurativa de yacimientos como Cova de l'Or (Beniarrés), se propusieron varios paralelos sobre cerámica para las representaciones rupestres levantinas: dos fragmentos con decoración impresa de gradina, pertenecientes a un mismo vaso, en los que con un elevado grado de detalle se representaba un cáprido, un bóvido y un cérvido; un fragmento de vaso en el que se representaría mediante impresión cardial una escena de danza colectiva de varios antropomorfos; y un fragmento de cerámica con decoración cardial y forma de ave (Martí y Hernández 1988: figs. 16-18). Sin embargo estos tres ejemplos, que permitían plantear una cronología relativa del horizonte Neolítico IA-IB para el Arte Levantino que se avenía bien con su superposición a motivos macroesquemáticos en La Sarga, han sido desestimados por distintos autores —que consideran que sus rasgos morfológicos serían más propios de representaciones esquemáticas (cf. Balldellou 1999; Alonso 1999; Mateo 2002)—. Otro criterio de datación relativa sería el análisis de los propios objetos y elementos de adorno personal representados dentro del Arte Levantino, y que gracias al naturalismo característico de este estilo pueden reconocerse con relativa fiabilidad. Sería el caso, por ejemplo, de los brazaletes que lucen unos arqueros en el Abrigo I de la Sarga y en el Abric de les Torrudanes; de la presencia de recipientes o bolsas de mano en Benirrama o Santa Maira; o de una posible hacha de mano en el Barranc de la Palla. Para algunos de estos objetos, como los recipientes o bolsos de manos, el desconocimiento del material con que estarían realizados impide precisar su cronología (aunque el trabajo del esparto sólo se ha documentado en el Neolítico Final, la piel se usaba con anterioridad). En cambio, los brazaletes o las hachas, aunque no aportan una cronología precisa (perduran a lo largo de toda la secuencia neolítica), sí permiten plantear una cronología post quem, pues sólo se constatan en el registro arqueológico a partir del Neolítico (no se documentan en contextos epipaleolíticos). En cuanto al elemento más característico de las representaciones masculinas levantinas, el arco sim-
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ple, su uso se documenta desde el Epipaleolítico; en cambio los arcos biconvexos, de los cuales quizás podamos señalar un ejemplo en el Barranc de la Palla y también en La Sarga (Fig. 48: 2 y 5), serían más tardíos (Jordá 1966; 1980). Más precisa es la cronología de las armaduras de flecha representadas: apuntadas, cuya cronología más antigua no sobrepasa el Neolítico Final, y de momentos más tardíos (incluso campaniformes) son las de pedúnculo y aletas (como las representadas en el Abric II de La Sarga) (Soler Díaz 1988; 2002). De esta manera, la cronología más antigua apuntada por los paralelos muebles para el Arte Levantino en esta zona sería la de las cerámicas impresas, correspondientes a los momentos iniciales del Neolítico; si no se aceptan estos paralelos, sólo podemos pensar que las representaciones levantinas serían aún más tardías, correspondientes ya al Neolítico final (a partir de elementos bien datados como las puntas de flecha, que constituyen el fósil director de estos momentos). En cualquier caso, resulta indudable la cronología neolítica de todas estas representaciones, aunque no se pueda precisar más este amplio abanico. Por tanto, aunque en ocasiones el origen y significado del Arte Levantino en las comarcas centro-meridionales valencianas se haya interpretado dentro de un modelo dual de neolitización de la zona (donde el Arte Macroesquemático sería realizado por los neolíticos puros, el Levantino por los epipaleolíticos en vías de neolitización, y el Esquemático por los epipaleolíticos neolitizados —Portea y Aura 1987; Martí y Hernández 1988; Hernández et al. 1988; Hernández y Martí 1999)—, los avances de la investigación han mostrado una realidad distinta: 1) el Arte Esquemático es más antiguo que el Levantino, y tanto como el Macroesquemático (ambos encuentran sus paralelos sobre cerámica cardial); y 2) el Arte Levantino aparece por encima de motivos macroesquemáticos y esquemáticos, pero nunca bajo los macroesquemáticos (aunque sí puede infraponerse a los esquemáticos). Por ello, el Arte Levantino mostraría un largo desarrollo cronológico, que quizás pueda remontarse a momentos epicardiales (o, con seguridad, ya calcolíticos), siendo simultáneo al Esquemático en alguna de estas fases; esta dualidad estilística, sin embargo, no respondería en ningún caso a una dualidad de poblaciones, pues los últimos grupos de raíz epipaleolítica habrían desaparecido de la zona milenios antes (en realidad, como hemos visto, en estas comarcas no se documenta presencia de este tipo de poblaciones desde momentos previos a los considerados para el inicio de la secuencia neolítica). Por ello, en las más recientes publicaciones se ha admitido que, al menos en esta zona, los autores del Arte Levantino serían plenamente neolíticos, en su cronología y en su modo de vida (Hernández y Martí 2000-2001; Pairen 2002; 2004; Cruz 2003).
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Aceptado este punto, la interpretación de este estilo se vuelve más compleja, evidenciando el error que supone el estudio de una manifestación gráfica a partir de una interpretación literal de su iconografía —cuando tantas de ellas han mostrado estar representando fundamentalmente metáforas, en las que la relación entre forma y contenido nunca es directa (Panofsky 1994; de forma más específica, cf. Chippindale 2001; Layton 2001)—. Una posible explicación podría estar, como hemos señalado anteriormente, en el origen foráneo del Arte Levantino en la zona centro-meridional valenciana, a donde quizás sólo llegaría a partir del Neolítico epicardial (en el mismo contexto de relación con grupos de las zonas inmediatas que mostraría la representación de ciertos motivos macroesquemáticos en abrigos de la zona interior de Valencia, Albacete o Murcia). Sin embargo, aunque su origen pudiera ser foráneo, es innegable que desde este momento el Arte Levantino sería adoptado y representado por las comunidades neolíticas de la zona, y se integra de forma evidente con el Arte Esquemático en el nuevo paisaje que se está creando en estos momentos. A favor de esta idea puede señalarse: a) La frecuencia con la que el Arte Levantino se representa en abrigos con Arte Esquemático, y sobre todo la presencia simultánea de ambos estilos en los abrigos de Tipo 5 (aquellos que de forma más evidente muestran una voluntad de control de los puntos de paso y el movimiento). b) En prácticamente todos aquellos abrigos donde ambos estilos estaban presentes, la coexistencia se da también en los paneles (especialmente en los abrigos de Tipo 2 y Tipo 5). c) En muchos de estos abrigos, aunque la escasez de superposiciones impida establecer con claridad en qué orden se realizaron las representaciones, es más frecuente que sean las levantinas las más antiguas. d) La existencia de ejemplos tanto de superposición como de infraposición entre los motivos esquemáticos y levantinos indica que ambas manifestaciones tuvieron un desarrollo paralelo, compartiendo a lo largo de toda la secuencia neolítica un mismo territorio y unos mismos abrigos y paneles. Admitiendo que los responsables de la representación de los motivos levantinos en esta zona son las mismas comunidades neolíticas que también realizaron las representaciones esquemáticas, debemos reconocer que estos grupos desarrollaron o al menos usaron simultáneamente dos manifestaciones gráficas con distinta forma y contenido, lo que refleja la complejidad de su simbolismo y sus cambiantes necesidades ideológicas. Esta complejidad se vería corroborada por la fisura existente entre la realidad
económica que refleja el Arte Levantino (con la importancia otorgada en sus composiciones a las actividades cinegéticas) y la base económica de sus autores según se aprecia en el registro arqueológico (que combinaría modos de trabajo productores y predadores, aunque sin duda los primeros serían predominantes). Admitiendo así el carácter neolítico del Arte Levantino, sería necesario reconocer el carácter no narrativo sino metafórico de esta manifestación, reflejo de la ideología y necesidades sociales de sus autores. Como hemos señalado, la coexistencia de dos estilos distintos en el seno de una misma cultura no es un hecho infrecuente, sobre todo si cada uno tiene una función o un significado social distinto, o está destinado a audiencias diferenciadas (Schaafsma 1985; Franklin 1993; Whitley 2001). Por otro lado, hemos citado las figuras de toros y cuervos de Qatal Hüyük como ejemplos de la representación de escenas de caza o animales salvajes en tradiciones artísticas neolíticas (Mellaart 1971; Hodder 1990); además, distintos autores han señalado la influencia de estas representaciones en algunas escenas de cacería colectiva de ciervos vivos representadas en la Península Ibérica, tanto con caracteres levantinos en Muriecho, Los Chaparros de Albalate o la Cueva de la Vieja de Alpera, como esquemáticos en Mallata I y en el Abrigo de la Coquinera de Obón, entre otros (Utrilla 2002; Utrilla y Calvo 1999). En cuanto a la interpretación de este fenómeno, en capítulos anteriores hemos recalcado el rol social que la caza y los individuos asociados a esta actividad presentaban en algunas comunidades neolíticas europeas, actuando como instrumento de poder y prestigio dentro del grupo (Sénépart 1993; Sidéra 2000; 2002). Del mismo modo, algunos autores han señalado recientemente cómo la importancia otorgada a las actividades de caza, los enfrentamientos entre grupos y la figura del arquero en el Arte Levantino serían en realidad una evidencia en contra del supuesto igualitarismo de las comunidades neolíticas, como reflejo del poder social de un colectivo formado exclusivamente por individuos masculinos y adultos (Escoriza 2002). En este sentido, planteábamos en otra ocasión la posibilidad de que la dualidad gráfica desarrollada por los grupos neolíticos de la zona pudiera responder a la misma dualidad que puede reconocerse en su economía: ésta no sería exclusivamente agropecuaria, sino que entre sus bases económicas se habría mantenido la explotación de los recursos salvajes mediante la caza y la recolección. Estas comunidades habrían desarrollado así dos líneas de expresión ideológica diferentes, con distinto contenido y función, pero cuyas pautas de representación se integrarían dentro de una concepción unitaria del paisaje (Fairén 2002: 95). La misma idea es defendida por M. Cruz, para quien "la pertenencia de los estilos macroesquemático, esquemático y levantino al mismo momento Neolítico no resulta sorprendente si no se intenta hacer corresponder cada estilo con un grupo étnico y socioeconómico definido
ARTE RUPESTRE Y PAISAJE NEOLÍTICO (...). Tal vez sería necesario considerar los estilos en términos más sincrónicos que diacrónicos y culturales" (Cruz 2003: 175). Por otro lado, de forma cuantitativa se reconoce en el Arte Levantino una voluntad de primar figurativamente la figura masculina y las actividades de caza sobre otras actividades económicas y los sectores de la sociedad que las realizarían. Esta voluntad resulta chocante si atendemos a la realidad económica de los grupos responsables de su representación en las tierras centro-meridionales valencianas, pues no existe correspondencia entre las actividades económicas representadas y las que se llevarían a cabo en la práctica dentro de un sistema de producción agrícola y ganadero. Sin embargo, no se puede determinar si la dualidad mostrada por el Arte Levantino tiene un fundamento económico (mayor peso de la caza dentro del sistema económico de lo tradicionalmente considerado), ideológico (percepción idealizada de lo salvaje, que actuaría como instrumento de prestigio de unos pocos individuos) o social (legitimación de un poder coercitivo de los hombres adultos frente a otro? colectivos discriminados por su edad o género). Aunque intentar abundar en el significado de una manifestación gráfica de la que no se posee información directa generalmente suele ser un ejercicio poco fructífero, sin duda la valoración de estos aspectos nos muestra una imagen compleja de la ideología, creencias y estructuras sociales de estas comunidades, más allá del carácter igualitario que generalmente se les atribuye. Y, en este sentido de desigualdad, es importante recordar las precisiones que realizábamos a partir del registro funerario: ya desde los momentos iniciales de la secuencia neolítica habría una serie de individuos con un prestigio social que los diferenciaría del resto de la comunidad, siendo uno de sus rasgos distintivos el enterramiento en cavidades naturales; mientras que, a medida que avance la secuencia, este privilegio parece ampliarse a determinados linajes (se entierran tanto
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adultos como niños y de ambos sexos, posiblemente unidos por lazos de parentesco a través de los cuales se transmite su estatus diferenciado, que seria hereditario). Además, estos enterramientos se acompañan de un ajuar en el que los símbolos de caza tienen una importancia fundamental: puntas de flecha, adornos y útiles realizados sobre materias primas procedentes de especies salvajes, etc., como reflejo de cuál sería la proyección externa y atributos que diferenciarían este colectivo. El hecho de que las actividades cinegéticas tengan menor peso productivo que las agropecuarias en la realidad económica de estos grupos nos parece buena prueba del carácter simbólico o metafórico de esta distinción. Atendiendo a una lectura no formal, sino social e ideológica de estos motivos, la voluntad de magnificar la figura del arquero y la caza necesariamente debe ponerse en relación con los valores y estructuras sociales de estos grupos. No obstante, sería absurdo pretender con estos argumentos cerrar un debate que se ha mantenido vivo durante más de un siglo y ha implicado a investigadores de enorme talla, cuyas ideas, a veces opuestas, han enriquecido la discusión y han sido el germen de las aportadas por las siguientes generaciones. La propuesta aquí presentada tiene un marcado carácter regional, aunque en ese contexto ha intentado ajustarse escrupulosamente a las evidencias disponibles en el registro arqueológico; como tal, sólo pretende hacer una contribución a ese debate del que tanto queda por discutir. En cuanto a la secuencia de otras comarcas, sólo la homogeneización de los criterios de datación relativa permitiría establecer una correlación que superase el marco comarcal y permitiese profundizar en las características intrínsecas del Arte Levantino: como manifestación gráfica, pero también, y sobre todo, como expresión ideológica del modo de vida de sus autores.
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Parte IV LA ARTICULACIÓN DEL PAISAJE: VISIBILIDAD Y MOVIMIENTO
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11. RELACIONES DE INTERVISIBILIDAD ENTRE LOS ABRIGOS CON ARTE RUPESTRE Hasta este momento nuestro análisis se ha limitado a una revisión y valoración de las diferencias internas que presenta el registro arqueológico neolítico en las comarcas centro-meridionales valencianas: hemos visto que ni en los aspectos relativos al poblamiento o mundo funerario, y mucho menos en el caso del arte rupestre, puede hablarse de un registro homogéneo; por el contrario, el emplazamiento de los yacimientos incluidos en cada una de estas manifestaciones nos muestra una variabilidad que no sería apreciable a partir de un análisis limitado exclusivamente a su contenido (cultura material o motivos pintados), y que nos remite a contextos de uso funcionalmente diferenciados. Pero, además, las diferencias que existen en cuanto a formación, funcionalidad e incluso interpretación entre estos distintos elementos constituyen una importante barrera para su valoración global, y esto explica que tradicionalmente el estudio de cada uno de ellos se haya abordado por separado. En cambio, el propio concepto de paisaje como un conjunto de relaciones entre personas y lugares, como marco que condiciona el desarrollo de las actividades y conductas cotidianas, exige englobar poblamiento, mundo funerario y manifestaciones gráficas en un análisis unitario: pues nuestro objeto de estudio no es sólo la descripción de los componentes del paisaje que reflejen la huella de la actividad humana (naturales o culturales), sino la interpretación de las relaciones y las prácticas que se realizarían en torno a ellos, especialmente en sus aspectos sociales y simbólicos. El proceso de percepción y apropiación de su entorno que llevarán a cabo las comunidades neolíticas se vería facilitado por dos elementos fundamentales: su visibilidad y movilidad en el entorno. Por ello, el análisis de estos factores nos permite desplazar la atención desde los yacimientos hacia el reconocimiento de las actividades que tuvieron lugar en este espacio, integrando al mismo tiempo los distintos
componentes del registro en un esquema global de articulación del paisaje prehistórico: por un lado, las relaciones de intervisibilidad que pueden reconocerse entre sus distintos componentes; por otro lado, las pautas de movilidad establecidas entre todos ellos. En este capítulo nos centraremos en el primero de estos aspectos, las relaciones de intervisibilidad, cuyo análisis se ve facilitado por la capacidad de los SIG para calcular visibilidades acumuladas. En este sentido, es importante matizar las diferencias entre la visibilidad en sentido estricto y lo que constituye la percepción visual —una construcción cultural mediatizada por distintos factores—. Si bien el cálculo de visibilidades acumuladas nos permite describir las relaciones de intervisibilidad que se darían entre los distintos componentes del paisaje, la interpretación de estos resultados como reflejo de unas determinadas pautas de percepción visual y articulación del entorno nos permite plantear cuáles fueron las distintas estrategias sociales que condicionaron el emplazamiento de los distintos yacimientos analizados. Como su propio nombre indica y hemos comentado en un capítulo anterior, las cuencas visuales acumuladas constituyen el resultado de sumar varias cuencas visuales individuales, donde se señala en forma de índice cuáles son las zonas visibles simultáneamente desde varios puntos de observación, y desde cuántos de ellos en cada caso. Este cálculo tiene dos aplicaciones básicas: por un lado, permite definir agrupaciones de abrigos, a partir de las relaciones de intervisibilidad establecidas entre ellos y también hacia los yacimientos de habitat y funerarios situados en sus inmediaciones; pero también, al representarse todos los puntos visibles desde varios lugares a la vez, permite observar la existencia de distintos esquemas de visibilidad acumulada: esquemas que en unos casos serían dinámicos o longitudinales (con abrigos distribuidos a lo largo de un eje o cuenca fluvial), y en otros casos estáticos o circulares (con abrigos localizados en los márgenes montañosos que bordean una cubeta
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amplia, en cuyo fondo se habita y se transita) cuya estructura en cada caso afecta a las relaciones visuales establecidas entre los distintos yacimientos. La definición de agrupaciones de abrigos es especialmente importante, pues ya hemos señalado que en ocasiones el emplazamiento de los abrigos responde a una voluntad de vinculación a determinados abrigos o lugares que ya poseían una especial significación social para los grupos de la zona. En algunos casos existen agrupaciones apreciables a simple vista, que responden a una combinación de la estructura geomorfológica del territorio y el emplazamiento de los puntos de observación (distribuidos, de forma general, a lo largo de los valles de orientación SO-NE que caracterizan el dominio Prebético). Estas agrupaciones no se corresponden, por tanto, con los
diferentes tipos de abrigos que hemos señalado con anterioridad, sino que dentro de cada grupo existen abrigos de distinto tipo, con motivos pertenecientes a distintos estilos, cuyo emplazamiento responde a unas pautas de representación coherentes. Sin embargo, la cuenca visual de cada abrigo depende no sólo de su emplazamiento y la topografía de su entorno, sino, fundamentalmente, de su orientación; por ello, dos abrigos relativamente cercanos pueden vincularse a grupos distintos en función de la dirección de su cuenca visual (como ocurre con el Abric del Barranc deis Garrofers, que no se asocia a los cercanos abrigos de la Valí de Gallinera, sino a los situados en dirección contraria, en la zona del Barranc de 1'Encanta) (Fig. 52: D).
10
20 Kilometers
FIGURA 52. Agrupaciones de abrigos con arte rupestre, definidas a partir de sus Cuencas Visuales Acumuladas. A) Río Clariano; B) Valí d'Albaida; C) Cuenca alta y media del río Serpis; D) Barranc de l'Encantá; E) Valí de Seta; F) Valí de Gallinera; G) Río Girona; H) Barranc de Malafí; I) Barranc de Famorca; J) Ríos Bolulla, Guadalest y Sella (Marina Baixa); K) Río Xaló-Gorgos (Marina Alta).
De esta manera, a partir del cálculo de las cuencas visuales acumuladas de los distintos abrigos, podemos señalar qué concentraciones serían casuales, y cuáles intencionadas; al mismo tiempo, dentro de cada conjunto podemos analizar la distribución de los abrigos y sus relaciones visuales con los yacimientos de habitat y funerarios cercanos, y también con su entorno natural y con determinados relieves topográficos destacados. Así, las agrupaciones detectadas son las siguientes.
1)
CUENCA ALTA Y MEDIA DEL RÍO SERPIS, VALL DE PENÁGUILA Y VALL DE POLOP-BARXELL
Uno de los conjuntos más numerosos de abrigos se localiza en la zona del curso Alto y Medio del río Serpis, y los valles tributarios que drenan su cabecera (Valí de Penáguila y Valí de Polop-Barxell). Los abrigos del conjunto se distribuyen por los contrafuertes montañosos que flanquean el recorrido de estos ríos, junto a cuyo lecho se registra un denso poblamiento al aire libre desde los momentos iniciales de la secuen-
LA ARTICULACIÓN DEL PAISAJE: VISIBILIDAD Y MOVIMIENTO
cia neolítica: las sierras de Mariola (Abric de l'Alberri, de la Penya Banyá y de la Paella) y Benicadell (Penya del Benicadell) en su flanco occidental; la del Menejador (Barranc de les Coves, Abric de 1'Abellar, Abric de Sant Antoni), la del Rentonar y las estribaciones occidentales de la de Aitana (Barranc del Salt, Port de Penáguila, Morro Carrascal, Frainós) por el sur; y la avanzada de la Sierra de la Serrella (Port de Confrides) por el este. De esta manera, en el área delimitada por estas sierras puede apreciarse una relativa cercanía espacial entre los abrigos pintados y los yacimientos de habitat y funerarios, aunque cada uno de ellos presenta un emplazamiento diferenciado: los asentamientos al aire libre en los fondos de los valles o zonas de ladera con una pendiente más pronunciada; y los abrigos pintados y cuevas de enterramiento en las cimas de los relieves montañosos periféricos que bordean esta cubeta —así, en l'Alberri (Serra de Mariola), junto a los abrigos con pinturas esquemáticas, existe un numeroso conjunto de cavida-
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des de enterramiento múltiple calcolíticas y campaniformes—. Los abrigos con arte rupestre de este conjunto presentan una visibilidad variable en función de su emplazamiento: muy amplia cubriendo gran parte de la cubeta del Serpis los de Tipo 1; sectorial a media y larga distancia los de Tipo 5; y centrada en el entorno inmediato y a media distancia los de Tipo 2 y 3. Por ello, no puede decirse que existan relaciones de intervisibilidad entre ellos, ni siquiera entre los de Tipo 1: sólo desde la Penya del Benicadell (Beniarrés) serían visibles los relieves topográficos sobre los que se distribuyen los demás abrigos, pero éstos no podrían ser distinguidos debido a la distancia que los separa; del mismo modo, las prominentes sierras de Mariola y Benicadell serían los elementos más visibles en esta cubeta, pero debido a su pequeño tamaño y la altura a la que se ubican tampoco los abrigos localizados en sus cimas podrían ser distinguidos.
FIGURA 53. Visibilidades acumuladas en la cuenca alta y media del río Serpis, y relación con el poblamiento y cavidades funerarias calcolíticos de la zona.
Estaríamos hablando así de una cuenca visual de estructura circular o estática, donde los abrigos con arte rupestre se distribuyen en los márgenes montañosos que rodean una cuenca hidrográfica amplia; por ello, serán precisamente estos márgenes montañosos los que presenten unos mayores índices de visibilidad: las sierras de Mariola y Benicadell, que, como habíamos visto en el Capítulo 5, son dos de los relieves
visualmente más prominentes de toda la zona de estudio; por tanto, podemos pensar que estas sierras jugarían un papel fundamental en la orientación de los habitantes de estas comarcas, y tal vez esto explicaría la concentración en ellas de abrigos con arte rupestre, yacimientos funerarios y varias de las cuevas que actuarían como centros de almacenamiento y redistribución social de excedentes (las cuevas de l'Or y
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Sarsa). Al mismo tiempo, sólo desde los abrigos de Tipo 1 serían visibles las zonas del fondo de los valles donde se concentra el poblamiento al aire libre; sin embargo, dada la distancia que separa los abrigos del llano, su visibilidad sobre éste sería poco nítida, por lo que no parece responder a una voluntad de control visual de los asentamientos o las tierras de cultivo, sino que sería una consecuencia del emplazamiento en altura de estos abrigos. Hacia el norte y el este, en cambio, se abren dos valles que por su configuración topográfica sólo serían parcialmente visibles desde los abrigos localizados en el curso alto y medio del río Serpis, a pesar de su cercanía espacial: la Valí de Seta, por un lado, y la Valí de Planes y el Barranc de 1'Encanta, por otro. 2)
VALL DE SETA
De nuevo encontramos una cuenca visual de estructura circular o estática, donde los tres abrigos que conforman este conjunto se distribuyen a ambos lados del valle: sobre la Serra de Cantacuc (Coves Roges de Benimassot y Abric de 1'Esmoladera) y la
Serrella (Abric de les Salemes). Pero, del mismo modo que ocurría en la cubeta del Serpis, aunque estos relieves serían intervisibles, los abrigos resultarían difíciles de identificar debido a su pequeño tamaño y la distancia que los separa. En cuanto a la relación visual con su entorno, sólo a larga distancia sería visible la zona de confluencia entre los ríos Seta y Penáguila, donde existen numerosos vestigios de poblamiento al aire libre desde los momentos iniciales del Neolítico. Sin embargo, la zona con mayor índice de visibilidad se encuentra en el extremo opuesto del valle, en su cabecera, en el punto donde la Serra d'Alfaro lo divide en dos tramos distintos (el Barranc de Malafí al norte, y el Barranc de Famorca al sur, ambos con importantes conjuntos con arte rupestre); es decir, un punto especialmente importante para la articulación del movimiento en la zona. De esta manera, el resultado del cálculo de las cuencas visuales acumuladas de este conjunto de abrigos, clasificados como Tipo 3, confirmaría la funcionalidad propuesta para este tipo de abrigos, vinculados al movimiento a pequeña escala en el territorio.
FIGURA 54. Visibilidades acumuladas: la Valí de Seta. Poblamiento en el Neolítico epicardial.
3)
BARRANC DE L'ENCANTA
Con este nombre designamos de forma general toda la zona situada al este de la cuenca media del río Serpis, y que comprende en realidad la desembocadura de varios valles como los de Perpuxent y Planes o el propio Barranc de 1'Encanta. En este conjunto
incluimos algunos abrigos localizados en el interior de estos estrechos valles, con una visibilidad muy restringida debido a las irregularidades del relieve (Barranc deis Garrofers, Abric de la Penya Blanca, Abric de la Gleda), así como algunos localizados en zonas más abiertas, y cuya visibilidad a larga distancia incluiría las cotas más elevadas de la Serra del Benicadell
LA ARTICULACIÓN DEL PAISAJE: VISIBILIDAD Y MOVIMIENTO
(Abric del Racó de Condoig, Coves de la Vila, Cova Llarga). En este caso volvemos a encontrar una cuenca de estructura circular, donde cada abrigo controla visualmente una pequeña área en su entorno inmediato, y sólo algunos presentan una visibilidad a larga distancia, centrada en las cimas de los relieves montañosos más destacados. Además, en esta zona se hace aún más evidente la tendencia señalada para los abrigos de la cuenca alta y media del Serpis, pues no serían visibles las tierras ribereñas del río donde, durante el Calcolítico, se concentrará el poblamiento al aire libre
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(con yacimientos como Jovades, Niuet o 1'Albufera de Galanes); sí sería visible, en cambio, la cima de la Serra del Benicadell, aunque por la distancia que media también sería difícil identificar los abrigos que ahí se localizan. A corta distancia, en cambio, quedan dentro de la zona visible las áreas donde se sitúan cuevas-refugio habitadas desde el Neolítico epicardial (como las del Barranc de les Calderes, En Pardo o Penya Roja de Catamarruc), que funcionalmente hemos relacionado con pautas de movilidad logística a pequeña escala; aunque, dado el carácter abrupto del relieve en la zona, los abrigos en sí no serían visibles.
FIGURA 55. Visibilidades acumuladas: Barranc de I'Encanta. Poblamiento durante el Neolítico epicardial.
4)
CURSO ALTO DEL RÍO CLARIANO
Los abrigos de este conjunto jalonan el recorrido del denominado Canal de Bocairent, un corredor transversal que permite la comunicación entre el Alto Vinalopó y el corredor de Beneixama con la Valí d'Albaida en dirección N-S, y con el curso medio del Serpis en dirección E-O (a través de la Vállela d'Agres); se trata de un paso de recorrido sinuoso, enmarcado por unos relieves montañosos de pendientes muy abruptas o incluso cortados, en los que se sitúan a distintas alturas los abrigos. Destaca además el hecho de en estos abrigos sean mayoritarias las pinturas esquemáticas: sólo en los denominados Abrics de les Finestres o del Barranc d'Alpadull encontramos también algunos motivos levantinos; lo cual, junto a la localización de este conjunto a mitad del recorrido de este corredor natural de comunicación, nos ha hecho
catalogarlo como de Tipo 5 (vinculado al control del movimiento a través de este paso). Frente a los conjuntos vistos hasta el momento, en el río Clariano encontramos un esquema de distribución longitudinal o dinámico: los abrigos se emplazan a lo largo de un eje de movimiento, por lo que no serían intervisibles, pero aparecerían a medida que se avanza por este eje. Además, las características topográficas del entorno y lo sinuoso de este trazado condicionan las características de las cuencas visuales de todo el conjunto, siempre de carácter sectorial y limitadas al entorno más inmediato del abrigo. Uniendo esto a la distribución longitudinal de los abrigos, en este conjunto existen pocas zonas de visibilidad común; entre ellas destaca el flanco septentrional de la sierra de Mariola, donde desde el inicio de la secuencia neolítica se usarían con distintos fines la Cova de
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FIGURA 56. Visibilidades acumuladas: río Clarlano. Poblamiento en el horizonte Neolítico cardial.
la Sarsa y la Coveta Emparetá (Bocairent); y, ya a mayor distancia, la Cova deis Pilars y la del Moro (Agres), y la Cova de Bolumini (Alfafara). No serían visibles, en cambio, los asentamientos localizados en las tierras más bajas de los valles (Les Dotze, neolítico; o Tilla, Canyaret o Solanetes, calcolíticos); ni tampoco, por lo sinuoso del barranco, las cavidades funerarias calcolíticas situadas junto a los abrigos (como la Cova del Garrofer o la de la Gerra). 5)
VALL D'ALBAIDA
Como ocurre en el curso alto del río Clariano, los abrigos localizados en la Valí d'Albaida presentan fundamentalmente pinturas esquemáticas, y sólo en el paso por donde el río abandona el valle para unirse al río Canyoles encontramos un abrigo compartido con motivos esquemáticos y levantinos (la Cova Gran de la Petxina, de Tipo 5). De nuevo encontramos en este caso una cuenca visual circular o estática, debido a la distribución de los abrigos en los relieves montañosos que flanquean el valle por el norte (Serra de la Creu) y por el sur (ladera septentrional de la Serra del Benicadell). Pero en este caso, por el paisaje abierto y mayoritariamente llano de la Valí d'Albaida, no sólo los relieves periféricos sino también las tierras del fondo del valle presentan unos elevados índices de visibilidad —tierras donde existen numerosos asentamientos desde el Calcolítico (Font de Mahiques, El Bolot, Tabaque o Sifó de les Fanecades, entre otros muchos) y también en momentos campaniformes (!'Atareó o Beniprí)—. De esta manera, la cuenca visual acumulada de los
abrigos de la Valí d'Albaida podría ponerse en relación con el poblamiento al aire libre que se localiza en el fondo del valle, pero también con el movimiento que se daría por estas zonas llanas y en los puntos de paso a otras unidades geográficas —el Estret de les Aigües al norte, y al sur los abrigos localizados en la Canal de Bocairent—. 6)
VALL DE GALLINERA
Este valle actúa como eje a lo largo del cual se distribuyen los abrigos del conjunto, localizados en los sucesivos barrancos que se abren en la vertiente meridional de la Serra de l'Amirall. Por ello, aunque la cuenca visual de los distintos abrigos dependerá de las características topográficas de los barrancos (generalmente estrechos y abruptos) y de su emplazamiento (en la cabecera o en la desembocadura, junto al lecho o a cierta altura), en todos los casos esta visibilidad sería sectorial, centrada en la zona inmediata y a media distancia, y limitada además por la presencia frente a ellos de la Serra Foradá (un elevado escarpe rocoso que actúa como barrera natural, limitando la amplitud del valle y de las cuencas visuales de todos los abrigos). Así, aunque algunos abrigos localizados a mayor altura o más cerca del propio valle (como el de Benirrama, Barranc de Parets o la Cova Jeroni) presentan una cuenca visual más amplia y a larga distancia, en ningún caso los abrigos serían visibles entre sí, y sólo de forma aislada podrían verse también las cimas de algunos relieves situados fuera del valle. Por ello, dado que no existen vestigios de poblamiento en el interior de la Valí, sino sólo en sus aire-
LA ARTICULACIÓN DEL PAISAJE: VISIBILIDAD Y MOVIMIENTO
FIGURA 57. Visibilidades acumuladas: Valí d'Albaida y poblamiento calcolítico.
FIGURA 58. Visibilidades acumuladas: la Valí de Gallinera. Poblamiento durante el Neolítico cardial.
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dedores, no existe ninguna relación visual entre los abrigos con arte rupestre y aquellos más cercanos usados como refugio (cuevas como En Pardo, Tossal de la Roca, Coves d'Esteve o Cova Fosca); en cambio, desde los abrigos se puede controlar visualmente el interior de los distintos barrancos, así como la zona más transitable para atravesar la Valí de Gallinera. 7)
RÍO GI ROÑA
Los abrigos de este conjunto presentan también una estructura longitudinal o dinámica: distribuidos a ambos lados del Barranc de l'Infern, debido al carácter abrupto y el trazado sinuoso del barranco, en la mayor parte de los casos los abrigos no serían intervisibles (sólo podrían verse a medida que se avanza por el interior del barranco). Además, incluimos en este conjunto una serie de abrigos que se sitúan a su alre-
* Cuevas refugio o rediles
dedor (Abric de les Torrudanes, Racó de la Cova deis Llidoners y Barranc de la Palla), cuyas cuencas visuales abarcan las inmediaciones de este encajonado cauce, pero sin incluir su trazado ni los abrigos ahí situados. Del mismo modo, como ocurre en otros conjuntos de estructura longitudinal, de su cuenca visual quedarían excluidos los yacimientos situados a menor distancia de estos abrigos: de habitat, como la Cova Fosca (Valí d'Ebo), la Cova de Bolumini (Benimeli) o la Cova de les Maravelles (Xaló); o los calcolíticos funerarios, como la Cova de les Lladres (Muría) o el Abric del Bañe de les Coves (Parcent). La única excepción sería el yacimiento del Neolítico antiguo de Coves d'Esteve, localizado frente al Abric de les Torrudanes y por tanto fácilmente visible y accesible desde éste.
• Asentamientos aire libre
o Arte rupestre
FIGURA 59. Visibilidades acumuladas: río Giraría. Cuevas usadas como refugio o redil durante el Neolítico epicardial.
8)
BARRANC DE MALAFÍ
La estructura longitudinal o dinámica de este conjunto, por la cual los distintos abrigos sólo se harían visibles a medida que se avanzase por el barranco a lo largo del cual se distribuyen, es más evidente en el caso del Barranc de Malafí: los abrigos de este conjunto van jalonando el recorrido a lo largo de un antiguo camino que comunicaba las comarcas montañosas de la cuenca media del Serpis con el litoral. Así, cada uno de los abrigos controla visualmente el tramo de este trazado
que discurre al pie de su emplazamiento, pero las únicas zonas visibles simultáneamente desde varios abrigos serían precisamente los relieves montañosos que flanquean el recorrido de este barranco. Además, en este caso no se conocen yacimientos de habitat o funerarios en sus inmediaciones; los más cercanos serían los abrigos de Santa Maira (Famorca), Sa Cova de Dalt (Tárbena) o la Cova del Somo (Castell de Castells), pero ninguno de ellos sería visible desde este camino.
LA ARTICULACIÓN DEL PAISAJE: V I S I B I L I D A D Y MOVIMIENTO
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FIGURA 60. Visibilidades acumuladas: Bárreme de Malafí.
9) BAR RANC D EFAM ORCA
También en este caso encontramos un conjunto de abrigos de disposición longitudinal, donde las zonas con mayor índice de visibilidad desde los abrigos serían las cumbres de los relieves montañosos que flanquean el conjunto —especialmente la sierra de Serrella y su prolongación en la de Aixorta, situadas al sur y visualmente prominentes respecto a su entorno—. Esto es más evidente en el caso de los abrigos situados alrededor del propio Barranc de Famorca (Barranc de Pouets, Barranc de la Fita, Barranc de Billa o Esbardal de Miquel el Serril); en cambio, en el interior de este barranco encontramos una tendencia distinta, pues, al situarse los distintos abrigos a ambos lados del barranco y a escasa distancia entre sí, la mayor parte de ellos serían intervisibles. Al tiempo, como también ocurría con el Abric de les Torrudanes y Coves d'Este ve, se da en este caso la coincidencia espacial entre los abrigos pintados del Barranc de Famorca y Coves de Santa Maira, usadas como redil durante buena parte de la secuencia neolítica; esto rompe la tendencia observada en otros conjuntos de estructura longitudinal, donde existe una clara segregación en el emplazamiento de los abrigos usados como refugio y el de los abrigos pintados. En este caso, tanto el conjunto pintado del Barranc de Famorca como la ocupación de Santa Maira presentan una dilatada cronología: del Neolítico cardial al Calcolítico las pinturas (con motivos macroesquemáticos y un ídolo oculado entre los esquemáticos), y del
Neolítico Medio a momentos campaniformes Santa Maira, por lo que en algún momento de esta secuencia ambos yacimientos estarían en uso simultáneamente. 10)
MARINA ALTA: RÍO XALÓ-ÜORGOS
Los abrigos de este conjunto se distribuyen en los distintos relieves que flanquean el llano litoral de la Marina Alta y el recorrido del río Xaló-Gorgos; por ello podríamos hablar de un esquema de distribución longitudinal, aunque al tratarse de un paisaje abierto flanqueado por relieves prominentes y localizarse los abrigos a gran distancia entre sí y respecto al eje, preferimos considerarlo un conjunto estático o circular. De esta manera, se mantienen las pautas observadas con anterioridad: no existen relaciones de intervisibilidad entre los abrigos, pues, aunque la mayor parte de ellos presentan unas cuencas visuales muy amplias en grados, sólo alcanzan un radio de distancia media alrededor del abrigo; en cambio, las zonas más visibles serían las cimas de algunos relieves montañosos destacados (las sierras del Carrascar de Parcent, Ferrer y Bernia, que constituyen el límite natural con las actuales comarcas de la Marina Baixa), o la zona de llanura del tramo final del río Gorgos. Por ello, desde los abrigos pintados también serían visibles algunas de las cuevas-refugio (Cova de Bolumini) o funerarias (Grieta del Clavill, Cova del Barranc del Migdia) localizadas en sus inmediaciones; sin embargo otras muchas no serían visibles, por lo que no podemos considerar que ésta sea una pauta general que guíe la
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Figura 61. Visibilidades acumuladas: Bárreme de Famorca. Cuevas usadas durante el Neolítico epicardial.
FIGURA 62. Visibilidades acumuladas: río Xaló-Gorgos. Poblamiento v yacimientos funerarios durante el Calcolítico (Horizonte Neolítico IIB).
LA ARTICULACIÓN DEL PAISAJE: VISIBILIDAD Y MOVIMIENTO
distribución de los abrigos pintados de la zona. En cambio, por lo que se aprecia en otros conjuntos de estructura circular, lo que podríamos esperar en este caso es la presencia de yacimientos al aire libre en las zonas llanas cercanas al curso del río Gorgos; sin embargo, en esta zona no se conocen yacimientos de este tipo —posiblemente por tratarse de una llanura aluvial que ha sufrido intensos procesos de sedimentación y también alteraciones de tipo antrópico—. 11)
MARINA BAJA: RÍOS BOLULLA, GUADALEST Y SELLA
Los abrigos de este conjunto se distribuyen en las zonas de cabecera de dos ríos, Guadalest (Barranc de les Covatelles, Penyó de les Carrasques, Barranc del Sord y Penya Roe) y Bolulla (Barranc del Xorquet, Barranc de Bolulla, Penya Escrita y Penya de 1'Ermita del Vicari), que presentan una zona de visibilidad común en el litoral de la Marina Baixa, donde confluyen las cuencas visuales de los dos abrigos situados a mayor altura (Penya Roe y Penya de 1'Ermita del Vicari, que sin embargo no serían intervisibles); a espaldas de estos conjuntos se localizaría también el
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Abric del Barranc de l'Arc (Benimantell), aislado en un barranco tributario del río Sella, y cuya cuenca visual se dirige hacia el sur. Así, de nuevo en este caso podríamos decir que cada abrigo controla visualmente un espacio a su alrededor, más limitado en el caso de los abrigos ubicados en zonas más cerradas o abruptas, y más amplio en el caso de los abrigos situados a gran altura sobre espacios abiertos. Por otro lado, del mismo modo que ocurre en la Marina Alta, el vacío que existe en el conocimiento del poblamiento o registro funerario de esta zona impide abordar el tema de la relación visual de los abrigos pintados con estos elementos; sin embargo, las similitudes de esta cuenca visual con las observadas en otros conjuntos de estructura circular nos permite pensar que pudo existir también un poblamiento al aire libre en el fondo de valles y en los tramos más llanos del litoral, del que actualmente no poseemos ningún vestigio; pues todos los conjuntos de arte rupestre analizados hasta ahora han mostrado estar relacionados, en mayor o menor medida, con las zonas habitadas, explotadas o transitadas por los grupos que habitaron estas comarcas durante el Neolítico.
FIGURA 63. Visibilidades acumuladas: ríos Guadalest y Bolulla. Poblamiento durante el Neolítico cardial
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En resumen, y aunque es difícil tratar de reconstruir las pautas que guiaron la percepción y articulación del paisaje prehistórico, los casos que hemos analizado nos permiten plantear ciertas conclusiones. En primer lugar, parece que en la mayor parte de los casos el establecimiento de una red de intervisibilidad entre los abrigos pintados de cada conjunto no sería un objetivo primordial; sin llegar a ser una pauta dominante, tanto en los conjuntos de estructura circular como en los de estructura longitudinal es frecuente que los mayores índices de visibilidad se concentren sobre los relieves montañosos periféricos, en los que se localizan algunos de los abrigos (que parecen mostrar así una predilección en su emplazamiento por aquellos relieves de mayor prominencia en el entorno). Sin embargo, ni siquiera en ese caso los abrigos ahí situados serían intervisibles, pues se encuentran a demasiada distancia entre sí; por ello, lo más frecuente es que no existan relaciones visuales de ningún tipo entre los distintos abrigos de cada conjunto. Por otro lado, en cuanto a la articulación de estos abrigos con su entorno natural, encontramos en estos ejemplos dos pautas que se repiten: a) Los conjuntos que denominamos de estructura circular o estática, distribuidos en los márgenes montañosos que flanquean una cubeta amplia. En estos casos las zonas con mayor índice de visibilidad serían precisamente las cimas de estos relieves, donde se localizan los abrigos pintados y también algunos usados como continente funerario (como ocurre en la cuenca media del Serpis); o, por el contrario, las tierras del fondo de los valles, donde se concentra el poblamiento al aire libre (como ocurriría en la Valí d'Albaida, y posiblemente también en las comarcas litorales). b) Los conjuntos de estructura longitudinal o dinámica, donde los abrigos se distribuyen a lo largo de un eje (generalmente, cursos fluviales), por lo que sólo serían visibles desde su entorno a medida que se avanzase por estos ejes (como ocurre en la Valí de Gallinera o el Barranc de Malafí). Independientemente de su estructura, en todos estos conjuntos encontramos abrigos de distinto tipo: desde aquellos más pequeños, inaccesibles y con menor número de representaciones, a aquellos más amplios y de acceso fácil, con un elevado número de motivos pertenecientes a estilos distintos. Sin embargo, y aunque no parecen existir esquemas evidentes de jerarquización entre estos distintos abrigos, sí podemos señalar que los abrigos de Tipo 2 (que consideramos destinados a la reunión de grupos más nutridos y heterogéneos) se distribuyen de forma similar en todos los conjuntos: un abrigo en aquellos situados en el interior del territorio (Valí de Gallinera, Río Girona, Barranc de Malafí, Barranc de Famorca, cuenca alta-
media del Serpis), y ninguno en los conjuntos periféricos (Valí d'Albaida, cabecera del río Clariano, y comarcas litorales). En cambio, en estos conjuntos situados en las comarcas externas encontramos abrigos esquemáticos destacados por el elevado número de representaciones (Barranc de Carbonera, en la Valí d'Albaida) o por la abundancia de ídolos y otros motivos de carácter simbólico (Barranc del Migdia, Penya Escrita y Penya de 1'Ermita del Vicari en el litoral). Así, la propia variabilidad funcional de los abrigos presentes en cada conjunto hace que en todos ellos existan algunos relacionados con el control visual del movimiento o los recursos, y otros aparentemente vinculados a la celebración de ceremonias de agregación de distinto signo, y que, atendiendo al número y complejidad de motivos representados, podrían haber sido usados de forma más recurrente o haberse destinado a una audiencia más heterogénea que los primeros. En cuanto a la relación de los abrigos pintados con los yacimientos de habitat y funerarios situados en su entorno, aunque en algunas zonas los vacíos en el registro conocido impiden plantear hipótesis concluyentes, en general parecen observarse dos tendencias. En los conjuntos de estructura circular se aprecia una segregación en el emplazamiento de los abrigos pintados (localizados, junto a algunos yacimientos funerarios, en los rebordes montañosos que flanquean el conjunto) y el de los asentamientos al aire libre (que se concentrarían en las tierras llanas que quedan al pie de estos relieves). En cambio, en las inmediaciones de los conjuntos de estructura longitudinal no es frecuente la presencia de abrigos usados como refugio o continente funerario, aunque a media distancia en estos mismos valles existen cuevas usadas tanto como refugio como continente funerario. Sin embargo, a pesar de lo expuesto también existen excepciones a estas tendencias generales: tanto en el Barranc de Famorca (Santa Maira) como en el río Girona (Coves d'Esteve) encontramos ejemplos del caso contrario, con cuevas usadas como redil o refugio dentro de pautas de movilidad logística que se localizan a escasos metros de los abrigos pintados. 12. DEFINICIÓN DE LA RED DE PERMEABILIDAD DEL ESPACIO La percepción visual del entorno constituye uno de los criterios básicos para comprender la articulación del paisaje de las primeras comunidades productoras que habitaron las comarcas centro-meridionales valencianas, y como hemos visto este fenómeno puede abordarse a partir del conocimiento de la variabilidad funcional de los distintos componentes culturales del paisaje, con el análisis de las redes de visibilidad establecidas por estos entre sí y con su entorno natural. Pero, además, otro elemento fundamental para la identificación de las prácticas sociales que se realizarían alrededor de los distintos yacimientos sería la reconstrucción de las pautas de movimiento entre unos y otros; pues a través de este movimiento, facilitado por
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el establecimiento de referentes para la localización y orientación de los grupos implicados, se produciría la efectiva domesticación de este espacio y su incorporación dentro de las actividades cotidianas y rituales de estos grupos; se transformaría así en un espacio antropizado, uno más de sus productos culturales. Como metodología para el análisis de la dimensión espacial de las prácticas sociales y su posible relación con los elementos percibidos del paisaje, y ante la carencia de documentación sobre el trazado de las posibles rutas de comunicación usadas durante el Neolítico, hemos defendido la capacidad de los SIG para calcular caminos óptimos en distintos escenarios hipotéticos, en la línea propuesta por otros autores (Llobera 2000; Harris 2000); escenarios que valoren la influencia de los distintos componentes del paisaje (naturales y artificiales) en la elección de una u otra de las distintas posibilidades de tránsito que ofrece el área de estudio (también Pairen 2004 b). En capítulos anteriores hemos señalado cómo las pautas de poblamiento en la zona de estudio incluyen, desde los primeros momentos del Neolítico, la ocupación simultánea de asentamientos al aire libre, localizados en tierras bien drenadas y con los suelos más fértiles, de dedicación fundamentalmente agrícola; y la ocupación esporádica de una serie de cuevas y abrigos, según criterios de funcionalidad y estacionalidad en unos casos (como rediles o refugios en contextos de caza o aprovisionamiento de recursos silvestres), o sociales en otros (como ocurriría en la Cova de l'Or o la Cova de la Sarsa). Estas pautas reflejan, así, la existencia desde el inicio de la secuencia neolítica de una diferenciación funcional de los yacimientos, con vistas a una explotación intensiva de todos los recursos disponibles en el entorno (tanto domésticos como salvajes), posiblemente para compensar las inevitables fluctuaciones en el aprovisionamiento que se producirían con la puesta en marcha de un nuevo sistema de producción. Atendiendo a los mapas de distribución de los yacimientos conocidos en las fases iniciales del Neolítico, se aprecia la existencia de dos núcleos principales de poblamiento. Por un lado, las zonas de cabecera de los ríos Serpis y Vinalopó, donde se conocen asentamientos al aire libre como Casa de Lara (Villena), Mas d'Is (Penáguila) y otros muchos hallados en prospección (Les Dotze, en Bocairent, o los puntos localizados en la zona de Les Puntes), y donde se localizan también aquellas cuevas que hemos relacionado con funciones de almacenamiento práctico o ritual (Cova de l'Or, Cova de la Sarsa, Coveta Emparetá). Por otro lado, los yacimientos situados cerca de la línea de costa como la Cova de les Cendres o la Cova Ampia del Montgó, y un importante núcleo de cavidades habitadas en la zona costera de la Safor y el marjal de Oliva-Pego (tipo de ocupación que considerábamos relacionado con la transgresión marina flandriense —cf. Fumanal et al. 1993; Fumanal
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1997—). Por otro lado, junto a estos núcleos que muestran un poblamiento intenso a lo largo de toda la secuencia neolítica, se documenta también desde el Neolítico epicardial una expansión del poblamiento desde las zonas de cabecera de los ríos Serpis y Vinalopó hacia sus cuencas media y baja, y también hacia comarcas cercanas (como la Valí d'Albaida). Entre estos núcleos de poblamiento se disponen unos valles de orientación SO-NE, a lo largo de los cuales se distribuye una serie de cuevas y abrigos usados de forma esporádica a lo largo de todo el Neolítico (como parece indicar la ausencia de niveles de ocupación estables y la dilatada cronología de los materiales hallados). De forma general, en otras ocasiones habíamos señalado que el uso de estos abrigos debía ponerse en relación con el movimiento de personas y ganado entre los dos núcleos principales de poblamiento (Pairen 2004; 2004 b), ante la reconocida funcionalidad de muchos de ellos como redil durante el Neolítico (Badal 1999; 2002; Aura et al. 2001); sin embargo, éste sería el único argumento que apoyase el uso de estos valles como corredores de comunicación en estos momentos, y no mostraba por tanto si existía alguna jerarquización en este tránsito que determinase el uso preferente de unas rutas frente a otras. Por otro lado, es también a lo largo de estos valles donde encontramos la mayor parte de los yacimientos con arte rupestre conocidos en esta comarca: abrigos que presentan marcadas diferencias en cuanto a su emplazamiento (visibilidad, tamaño o accesibilidad) y el número y complejidad de los motivos representados, posiblemente como resultado de su distinta funcionalidad o contexto de uso; así, mientras algunos parecen destinados a la celebración de ceremonias de agregación social o ritual, otros deben ponerse en relación con el control del señalado tránsito a lo largo de estos valles, de los puntos de paso y de los recursos disponibles en la zona (Fairén 2002; 2004). Considerando que serían los asentamientos al aire libre (y algunas cuevas del litoral) los lugares de habitat permanente, parece que los abrigos usados como refugio o redil, y también aquellos con arte rupestre, habrían sido usados como hitos dentro de un circuito de movilidad estructurado a distintas escalas espaciales y temporales: desplazamientos circulares alrededor de las aldeas para la realización de actividades cotidianas; una movilidad logística destinada a la explotación específica de determinados recursos por parte de un grupo reducido (incluyendo la caza y el pastoreo itinerante o transterminancia), que complementarían los proporcionados por el desarrollo de las actividades productivas; o una movilidad residencial a través del paisaje, para la comunicación entre los grupos que habitarían en los distintos núcleos de poblamiento, y que podría incluir la existencia de lugares específicamente destinados a la celebración de ceremonias de agregación (Binford 1980; Kelly 1992; Whittle 1997). Estaríamos hablando en este caso de un tránsito no mecanizado, formado por pequeños
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grupos de personas y animales (fundamentalmente ovicápridos, la especie más abundante en la cabana ganadera de las comunidades neolíticas de la zona), en el que los lugares de ocupación permanente serían los puntos de origen y destino. Por ello, el cálculo de caminos óptimos entre estos núcleos de poblamiento permite conocer la dinámica de este movimiento y comprobar en qué circunstancias los distintos valles situados entre ellos podrían haber sido usados como vías potenciales de comunicación: cuáles serían los más adecuados para el desplazamiento y cuáles sólo serían usados respondiendo a una voluntad ajena a esta idoneidad física. Así, nuestro análisis no pretende tanto identificar rutas concretas como valorar qué factores forzarían la elección de unos caminos u otros, y si la distribución diferencial por valles de los abrigos con arte rupestre presentaba alguna relación con todo ello. 12.1. LOS CORREDORES NATURALES
Para la identificación de las vías potenciales de comunicación existentes en esta zona se ha usado una superficie de fricción que atendiese únicamente a factores medioambientales (cursos de agua de mayor caudal y topografía —pendientes—), sobre la cual se han calculado los caminos óptimos entre una serie de yacimientos que abarcarían distintas zonas de poblamiento (la Safor, Valí d'Albaida, cuenca alta-media del Serpis, zona costera de la Marina, y Vinalopó) y todos los horizontes de la secuencia neolítica regional. Así, los caminos obtenidos en este caso serían los que suponen un menor esfuerzo para el desplazamiento teniendo en cuenta la forma natural del terreno; es decir, los corredores naturales que permitirían la articulación de este espacio. Como pautas generales de este movimiento, podemos señalar que parece evitarse el tránsito en dirección Norte-Sur, pues, dada la tendencia SO-NE de los sinclinales y anticlinales bélicos, existirían numerosas barreras topográficas que dificultarían el movimiento en este sentido. Así, las rutas óptimas calculadas entre los yacimientos situados en los extremos meridional y septentrional del territorio estudiado intentarían rodear los obstáculos topográficos de mayor envergadura, y se orientarían por los amplios corredores naturales que los bordean por el SO y NO (cuenca del río Vinalopó, corredor de Almansa y corredor de Montesa); escogiendo en cambio rutas más largas, pero menos irregulares en cuanto a los desniveles topográficos que deben atravesarse en su recorrido. Además, en el tránsito hacia el norte desde la cuenca baja del Vinalopó y en el Camp d'Alacant se evitaría también la línea de costa, que presenta una topografía muy accidentada en la zona de la Marina Baja; así, los caminos desde esta zona seguirían el curso del Vinalopó hasta su cabecera, o se orientarían hacia la Foia de Castalia siguiendo el curso del Riu Verd (desde donde se podría alcanzar la cabecera del río Serpis por la Canal de Ibi-Alcoi). En cuanto al interior
montañoso de la zona de estudio, la comunicación en dirección N-S entre dos valles o unidades geográficas se traza a través de pequeños pasos, como el del Biscoi entre el corredor de Benixama y la Foia de Castalia, o el Port del Benicadell entre la cuenca media del Serpis y la Valí d'Albaida. En cambio, el movimiento a larga distancia en dirección Este-Oeste se canaliza por los valles sinclinales de la zona: hasta la cuenca media del río Serpis por la Canal Ibi-Alcoi o el corredor de BeneixamaBocairent-Valleta d'Agres; y a partir de este punto, por la Valí de Gallinera o el eje Valí de Seta-Barranc de Famorca-río Xaló/Gorgos. Si atendemos al trazado general de los corredores naturales, puede apreciarse una destacada coincidencia entre éstos y la distribución de buena parte de los yacimientos conocidos a lo largo de toda la secuencia, pues muchos de ellos se localizan al pie de estas rutas potenciales: asentamientos al aire libre como el de Ledua, junto a la ruta que recorre el curso del Vinalopó; un numeroso conjunto de yacimientos de todo tipo (al aire libre y en cueva, de habitat y funerarios) en la zona de la Canal de Bocairent (que comunicaría el Alto Vinalopó con la Valí d'Albaida y la cuenca media del Serpis); o los abrigos de Penya Roja de Catamarruc o En Pardo en la zona de paso entre el Barranc de 1'Encanta y la Valí de Gallinera (que comunicaría la cuenca media del Serpis con el litoral mediterráneo) (Figs. 64 y 65). Esta coincidencia podría ser lógica en el caso de los asentamientos al aire libre, que se localizan en las zonas llanas del fondo de los valles (óptimas para el cultivo y también para el desplazamiento); sin embargo, esta explicación no puede extenderse a las cuevas localizadas a cierta altura en zonas abruptas o montañosas, por donde el tránsito sería más difícil. Por ello, aunque no nos atrevemos a determinar hasta qué punto esta coincidencia tiene un valor histórico o es sólo fruto de la casualidad, no deja de parecemos significativa; así, aunque este aspecto haya sido escasamente valorado hasta el momento en los estudios sobre el Neolítico en la zona, el emplazamiento junto a zonas de paso podría ser un condicionante de primer orden para la distribución de determinados yacimientos de habitat. En el caso de aquellos abrigos para los que hemos propuesto un uso como refugio o rediles de ganado (Cova d'En Pardo, Barranc de les Calderes, Penya Roja de Catamarruc), su distribución a lo largo de las principales líneas de articulación del territorio corroboraría esta funcionalidad en un contexto de movilidad logística; con pautas que incluirían el desplazamiento a lo largo de estos grandes corredores naturales, aunque, a pequeña escala, posiblemente existirían también rutas transversales que recorrerían los barrancos tributarios de estos corredores principales, desde su cabecera a su desembocadura. En cambio, en el caso del eje corredor de Beneixama-Bocairent-Vállela d'Agres (que articularía el Alto Vinalopó con la cuenca media del río Serpis y
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FIGURA 64. Propuesta de comunicación entre asentamientos del horizonte Neolítico cardial según los atributos naturales del terreno, y relación con los yacimientos contemporáneos (de habitat y con arte rupestre). Como pauta general se prima el movimiento en dirección SO-NE, sea por el interior del territorio (Canal Ibi-Alcoi, corredor de Beneixama-Valleta d'Agres, Valí de Gallinera, Barranc de Famorca) o por sus bordes externos (corredores del Vinalopó y Mantesa). Destaca además la presencia de numerosos yacimientos de habitat (asentamientos al aire libre y cuevas refugio) al pie de los corredores identificados como óptimos para el desplazamiento.
la Valí d'Albaida), la posibilidad de que su valor como lugar de paso explique la abundancia de yacimientos conocidos en la zona desde los momentos iniciales del Neolítico y durante el Calcolítico presentaría un sentido distinto al de las cuevas-refugio (pues en este caso también abundan en la zona los asentamientos al aire libre y cavidades de uso funerario). Así, el emplazamiento de estos yacimientos no estaría determinado únicamente por la adecuación de los suelos de la zona a una explotación agropecuaria; podría considerarse, además, la atracción de una ruta de comunicación que conectaría el interior montañoso con la zona del Alto Vinalopó, nudo de comunicaciones a su vez con la zona del Sudeste y también con Almansa, Albacete y el interior peninsular'.
Por último, atendiendo a la distribución de los abrigos pintados respecto a estos corredores naturales, destaca la presencia de abrigos con Arte Macroesquemático y clasificados como Tipo 2 en algunos de los corredores naturales identificados como óptimos para el tránsito: Canal Ibi-Alcoi (La Sarga), Valí de Gallinera (Barranc de Benialí) y Barranc de Famorca (el conjunto de mismo nombre); mientras que los demás abrigos con este tipo de representaciones quedarían agrupados en el interior del espacio que delimitan esos corredores (Fig. 64). Si consideramos que la selección de los abrigos donde se realizarían las representaciones macroesquemáticas se produciría una vez que sus autores se hubieran asentado en la zona, parece coherente pensar que los abrigos se adaptarían a las rutas de comunicación usadas para el
' Los contactos con estas comarcas, como hemos señalado en capítulos anteriores, quedan atestiguados desde momentos tempranos del Neolítico por la presencia en los yacimientos de la zona de materiales foráneos como las rocas metamórficas (Bernabeu y Orozco 1989-90; Orozco 1995; 2000), o determi-
nados productos en momentos más tardíos (entre otros, los ídolos oculados, cerámicas campaniformes o los primeros objetos metálicos —Pascual Benito 1998; Simón 1995; 1998; Jover y De Miguel 2002—).
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tránsito entre unos asentamientos y otros. El emplazamiento de estos abrigos, así, puede vincularse al movimiento en el interior del territorio habitado en los momentos iniciales de la secuencia neolítica; su presencia en puntos de paso a lo largo de estos corredo-
res naturales facilitaría su accesibilidad y, al mismo tiempo, su control de este tránsito, lo que confirmaría su importancia en la temprana apropiación del entorno y articulación del paisaje realizada por estas comunidades.
FIGURA 65. Propuesta de comunicación entre los asentamientos del horizonte Neolítico epicardial de la zona según los atributos naturales del terreno. Se mantienen las pautas señaladas para momentos anteriores en cuanto al uso de corredores periféricos y sólo algunos de los valles intramontanos para el movimiento en dirección SO-NE; destaca además el uso de pequeños pasos de montaña para el tránsito en dirección N-S.
En cambio, no existe una coincidencia destacada entre el trazado de estos corredores naturales y la distribución de la mayor parte de los abrigos con representaciones levantinas y esquemáticas: aunque existen concentraciones de abrigos con motivos de ambos estilos tanto en el Barranc de Famorca como a lo largo de la Valí de Gallinera, hay muchos otros que no presentan relación alguna con el recorrido de los que consideramos corredores naturales (Fig. 65). Por ello, es posible pensar que su emplazamiento debe responder a condicionantes de otro tipo, y no sólo a la idoneidad para el tránsito de estos corredores. 12.2.
LOS COMPONENTES CULTURALES DEL PAISAJE COMO FOCOS DE ATRACCIÓN DEL MOVIMIENTO
De esta manera, la existencia de varias concentraciones de abrigos con arte rupestre en zonas que no son óptimas para el tránsito (de acuerdo con la forma
natural del terreno) obligaría a desestimar cualquier hipótesis que relacionase esos conjuntos con la señalización de zonas de paso; a no ser que este tránsito no estuviese determinado únicamente por factores medioambientales, sino que los distintos recorridos respondiesen a una voluntad de llegar o pasar junto a los lugares donde se representa el arte rupestre. Esta voluntad, cultural, haría que se primasen factores distintos a la aptitud natural de los distintos valles para facilitar el movimiento. De esta manera, se puede plantear la hipótesis de que los abrigos con arte rupestre hubiesen funcionado como focos de atracción para el movimiento y epicentros de la articulación del paisaje, como resultado del valor social otorgado por sus habitantes a los lugares marcados con representaciones. Para comprobar la validez de esta idea, hemos calculado nuevas superficies de fricción, incluyendo en ellas la localización de los distintos abrigos y otorgándoles un valor de acce-
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sibilidad que compensase las dificultades de acceso impuestas por los atributos naturales del terreno. Con este cálculo se intentaba comprobar en qué medida el poder de atracción de estos abrigos podría modificar los condicionantes meramente topográficos del movimiento, al valorar las diferencias que presentaban los resultados obtenidos respecto a aquellos caminos que hemos considerado corredores naturales. En cambio, en este caso deberíamos hablar de corredores culturales, usados en función de una voluntad específica de los grupos sociales que habitaban este territorio; es decir, su uso no buscaría un menor esfuerzo para el desplazamiento, sino que estaría determinado por una serie de factores socio-culturales que se superpondrían a los atributos naturales del terreno —superando así el determinismo que supone considerar que la conducta humana sólo responde a estímulos medioambientales—. Como no podía ser de otra manera, la introducción en cada caso de abrigos con representaciones macroesquemáticas, esquemáticas o levantinas daba como resultado la elección de unas rutas particulares, que en muchos casos tampoco coincidía con las seleccionadas de acuerdo con las características del entorno natural. Dado que, por la distribución de los yacimientos neolíticos conocidos, todas estas rutas parecían haber sido efectivamente usadas, este cálculo nos permitía discriminar cuáles eran los factores que condicionaron la elección y uso de cada una de ellas. a) Los abrigos con Arte Macroesquemático En primer lugar se han incluido en la superficie de fricción los yacimientos con Arte Macroesquemático, a los que se ha otorgado un valor de accesibilidad respecto a su entorno que hace que las posibles rutas óptimas para el desplazamiento se sientan atraídas por ellos; es decir, se convierte a estos lugares en puntos de atracción en un escenario hipotético articulado en función de variables socio-culturales, y no solo medioambientales. A diferencia de los corredores que se habían escogido anteriormente, en este caso vemos cómo los trazados se orientan de forma evidente y mayoritaria por el interior del territorio en dirección SO-NE (Fig. 66). Y, si bien en algún caso estos trazados siguen los mismos corredores seleccionados con anterioridad (como sería el caso del eje corredor de BeneixamaBocairent-Vállela d'Agres), la mayor parte son abandonados, y se muestra la preferencia por unos nuevos ejes de articulación del espacio: la comunicación hacia la zona de La Safor ya no se hace bordeando la periferia de la zona de estudio (usando los corredores del Vinalopó, Almansa y Montesa), sino que se encauza por el interior del territorio a través de la Vállela d'Agres y atravesando la ladera meridional de la Serra del Benicadell; otro paso de montaña que también sería usado en estas circunstancias es el del Port de Biar, que permite la comunicación entre el Alto Vinalopó y el corredor de Beneixama con la Foia de Castalia y la Canal Ibi-Alcoi; por último, para la
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comunicación entre la cuenca media del Serpis y las comarcas litorales, se prima el uso del Barranc de Malafí frente a anteriores opciones (Valí de Gallinera o Barranc de Famorca). Así, vemos cómo en este escenario hipotético en el que los abrigos macroesquemáticos funcionarían como puntos de atracción al movimiento, la principal arteria de comunicación entre la cuenca alta y media del río Serpis y la zona litoral sería el Barranc de Malafí, jalonado por un numeroso conjunto de abrigos con este tipo de representaciones. El valor social otorgado a este paso queda evidenciado por la concentración en un área tan reducida y abrupta de un conjunto numeroso de abrigos, y también por el uso reiterado que muestran todos éstos (alrededor de los macroesquemáticos, del Neolítico cardial, se representarán posteriormente motivos esquemáticos y levantinos). Además, en este caso su uso como vía de comunicación entre las comarcas del Comtat y la zona litoral está documentado al menos para el siglo XVI, siendo la ruta seguida por los moriscos para llegar al litoral tras el edicto de su expulsión de la Península (Pía Alberola 1999). De esta manera, es posible que este camino usado en el siglo XVI fosilizase uno más antiguo, cuyo uso se remontaría a las fases más tempranas del Neolítico (lo que explicaría la presencia de todos estos abrigos, repetidamente reutilizados, jalonando su recorrido). Sin embargo, debe tenerse en cuenta que este uso no respondería a su carácter de ruta óptima para el tránsito sino, fundamentalmente, a una elección cultural: este corredor presenta mayores dificultades para el desplazamiento que las opciones destacadas en el epígrafe anterior, y por ello consideramos que su elección como lugar de paso debería responder a una voluntad específica en este sentido por parte de los grupos que habitaban la zona en estos momentos. Es decir, el uso del Barranc de Malafí sería un ejemplo de comportamiento regido por condicionantes no prácticos sino socio-culturales, como resultado de un valor añadido específico (social o ritual) que le habría sido otorgado en los primeros momentos del Neolítico; y, aunque su significado se pueda perder con posterioridad, el uso de esta ruta se habría mantenido debido a la existencia de un hábito de tránsito, una costumbre adquirida tras un uso repetido. Debe señalarse además que, en este escenario hipotético, las zonas de cabecera del río Serpis (zona de Les Puntes), el Barranc de l'Encantá o la Canal de Bocairent siguen siendo zonas de paso destacadas; sin embargo, y al contrario que ocurría respecto a los corredores naturales identificados antes, en este caso serían mucho más numerosos los yacimientos de habitat (asentamientos al aire libre y refugios) que no se vinculan a zonas de paso. Esto podría confirmar el hecho de que el Barranc de Malafí sólo sería usado como camino como resultado del valor social otorgado a los yacimientos que jalonan su curso; es decir, como lugar de destino y no de paso. En cambio, para
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el movimiento en un contexto de actividades prácticas cotidianas, se usarían preferentemente otros corredores de tránsito más fácil (junto a los cuales se sitúan los yacimientos destinados al habitat y la explotación económica de este espacio). Por otro lado, en este caso la distribución de los abrigos con representaciones esquemáticas sigue manteniéndose al margen de las rutas condicionadas por los abrigos macroesquemáticos: al pie de estos trazados sólo se sitúan los conjuntos que hemos deno-
minado de Tipo 2. Esto evidenciaría una vez más que, aunque existe una innegable relación simbólica entre ambos estilos, espacialmente ésta sólo sería apreciable en este tipo de conjuntos (posiblemente destinados a la celebración de ceremonias de agregación); en cambio, los abrigos esquemáticos muestran una mayor variabilidad funcional y también en su emplazamiento, y se desvinculan en muchos casos de las pautas de distribución que caracterizan al Arte Macroesquemático.
FIGURA 66. Principales líneas de articulación del territorio durante el horizonte Neolítico IA o cardial, considerando los abrigos con Arte Macroesquemático como focos de atracción al movimiento. Puede apreciarse, a diferencia de las pautas señaladas con anterioridad, una tendencia dominante de movimiento en dirección SO-NE por el interior del territorio.
b) Los abrigos con Arte Esquemático La presencia de los abrigos con Arte rupestre Esquemático como posibles focos de atracción presenta mayores posibilidades para el estudio diacrónico de las pautas generales de movimiento en este paisaje, debido a su perduración a lo largo de toda la secuencia neolítica. Sin embargo, su inclusión en la superficie de fricción se ha limitado a los abrigos de Tipo 2, 3, 4 y 5; no se ha valorado en estos cálculos el emplazamiento de los abrigos de Tipo 1, cuyo uso en ningún caso consideramos relacionado con el movimiento o el control del territorio.
Con la valoración del resto de los abrigos esquemáticos como focos de atracción al movimiento, observamos el mantenimiento de ciertos corredores previamente señalados: el eje corredor de Beneixama Bocairent Valleta d'Agres, como vía natural de comunicación entre la zona de cabecera del Vinalopó, la Valí d'Albaida y el curso medio del río Serpis; y el Barranc de Malafí, para el tránsito entre la cuenca alta y media del río Serpis y el litoral. Esta última elección, que podría parecer obvia cuando se valoraba el papel ritual de los abrigos con Arte Macroesquemático (pues en este valle se concentra un número elevado de estos abrigos), enriquece sus matices cuando la que se con-
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sidera como foco de atracción es la presencia de los abrigos esquemáticos; así, aunque en la Valí de Gallinera o el Barranc de Famorca existen más abrigos esquemáticos, las vías potenciales de comunicación que resultan de su valoración como focos de atracción al movimiento no son éstas, sino otras donde existe un menor número de abrigos, como el mencionado Barranc de Malafí o, por primera vez, el eje Barranc de l'Encantá Valí d'Alcalá Valí d'Ebo (cuyo trazado coincide con el emplazamiento de un buen número de cuevas y abrigos de ocupación esporádica, como Penya Roja de Catamarruc, Tossal de la Roca, Cova de l'Áliga o Cova Fosca) (Fig. 67). Por último, otra de las nuevas posibilidades sería el uso de la Canal de Bocairent para la comunicación entre el Alto Vinalopó y la Valí d'Albaida y la Safor, dando así sentido al emplazamiento del numeroso conjunto de abrigos esquemáticos que jalonan este paso.
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Así, estas nuevas opciones pueden señalarse como los corredores que serían usados preferentemente en un paisaje cultural en el que los abrigos con Arte Esquemático actuasen como puntos de atracción al movimiento. Y, en relación con estas posibilidades de tránsito no valoradas con anterioridad, podemos entender la distribución de un buen número de abrigos con arte rupestre, refugios y rediles que de otra manera quedaban aislados en el paisaje: junto al eje Barranc de l'Encantá-Valí d'Alcalá-Vall d'Ebo, Tossal de la Roca, Cova de 1'Aliga o la Cova Fosca (del Neolítico cardial), y Coves d'Esteve (Neolítico epicardial); así como los abrigos pintados del Barranc de la Gleda y Abric de les Torrudanes; y, en la Canal de Bocairent, los abrigos del Calvari, Barranc d'Alpadull, Pontet, Balma de la Fabriqueta, Creu, Monja o Gegant.
FIGURA 67. Principales líneas de articulación del territorio propuestas atendiendo a la distribución de los abrigos con representaciones esquemáticas, durante el Horizonte Neolítico IA o cardial Se plantean recorridos alternativos a los vistos hasta el momento, como el uso de la Canal de Bocairent o el eje Barranc de l'Encantá-Vall d'Alcalá-Vall d'Ebo.
En momentos más avanzados de la secuencia, con la progresiva expansión del poblamiento en las comarcas de la Safor y Valí d'Albaida al norte, y Baix Vinalopó y Camp d'Alacant al sur, la voluntad de pasar junto a los abrigos con representaciones esquemáticas hace que se desestime el uso de los corredores periféricos, trazándose ahora las rutas que
comunicarían ambas comarcas en dirección N-S y usando pasos ya conocidos como los de Biscoi y Port del Benicadell; además, se plantea por primera vez el tránsito en paralelo al litoral de la Marina Baixa, en relación con la presencia de abrigos con arte rupestre en esa zona. Se plantea también, y esto nos parece más significativo, el uso de nuevos puertos de montaña
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como el de la Carrasqueta o el deis Tudons, que permitirían la articulación de las comarcas más meridionales (Baix Vinalopó y Camp d'Alacant) con el resto del área de estudio; esto explicaría la presencia de abrigos con arte rupestre junto a estos dos últimos pasos: La Sarga tras el Port de la Carrasqueta, y los del Port de Penáguila, Barranc de Frainós, Morro Carrascal y Port de Confrides una vez pasado el Port deis Tudons. Estos pasos sólo serían usados en relación con el poblamiento desarrollado en la cuenca baja del río Vinalopó y Camp d'Alacant, es decir, a partir del Neolítico epicardial y con seguridad en momentos más avanzados, ya calcolíticos. Así, consideramos que éste sería un criterio importante para establecer la fecha de uso de este tipo de abrigos, más incluso que los propios motivos representados: pues estos motivos (zoomorfos, antropomorfos), aunque datados desde la fase inicial de desarrollo de este estilo, tendrían una larga perduración; mientras que la ausencia de ídolos podría responder a criterios funcionales y no cronológicos. Por otro lado, respecto a los abrigos de La Sarga, quizás pudiera plantearse que su
funcionalidad como abrigo de Tipo 2 en los primeros momentos del Neolítico (en los contextos ceremoniales o de celebración de rituales de agregación social durante los cuales se habría producido la representación de motivos macroesquemáticos) podría haber variado en fases posteriores, vinculándose al control de los puntos de paso en el contexto de creciente territorialización que caracteriza a los abrigos de Tipo 5. Al mismo tiempo, se documenta a partir del Calcolítico la presencia de numerosos yacimientos funerarios junto a los pasos de montaña que se usarían en el interior de este territorio: la Cova del Cantal junto al puerto de Biar, la Cova de la Moneda y la Cova del Despartidor junto al paso de Biscoi, la Cova de la Barsella junto a la ruta que llevaría al Port deis Tudons o la Cova deis Anells al atravesar la Serra de la Fontanella. Aunque no podernos establecer con seguridad si existe una relación entre ambos fenómenos, la cronología calcolítica de estos yacimientos podría confirmar que también estos pasos de montaña serían usados a partir de estos momentos.
FIGURA 68. Principales líneas de articulación del territorio propuestas atendiendo a la distribución de los abrigos con representaciones esquemáticas como focos de atracción al movimiento durante el Calcolítico. Dada la distribución del poblamiento en estos momentos, la valoración de estos abrigos imprime unas pautas de tránsito en dirección N-S distintivas, que atraviesan numerosos puertos de montaña; estos trazados muestran una significativa coincidencia con la distribución de muchos de los abrigos con Arte Esquemático, como los de la cabecera de la Valí de Penáguila, cuyo emplazamiento cobraría así sentido.
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c) Los abrigos con Arte Levantino Esta misma tendencia de tránsito en dirección S-N, buscando pequeños pasos de montaña en lugar de rodear los obstáculos topográficos de mayor envergadura, puede observarse en el cálculo de caminos óptimos cuando se valora el papel de los abrigos con Arte Levantino en el diseño de las pautas de movimiento y articulación del paisaje neolítico. En este sentido, debe destacarse que estos caminos serían muy similares a los propuestos al valorar el emplazamiento de los abrigos con pintura esquemática, lo que una vez más viene a reforzar la idea de que ambos estilos no sólo se representan de forma simultánea, sino que además presentarían un papel común en la articulación del paisaje por parte de las comunidades neolíticas. Sin embargo, podemos apreciar ciertas diferencias que implican además una compartimentación diferencial del espacio: la más significativa, el abandono del uso del corredor de la cabecera del río Clariano para la comunicación del Alto Vinalopó con los yacimientos de la Valí d'Albaida o la comarca costera de la Safor, siendo éste un espacio donde predo-
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mina claramente la pintura esquemática; en cambio, si atendemos a la localización de los abrigos levantinos los trazados se orientarían por el interior del territorio, llegando hasta la cuenca media del río Serpis y cruzando después la sierra del Benicadell. Así, consideramos que estas diferencias en los pasos escogidos en cada caso estarían condicionadas por la escasez de abrigos con pintura levantina a lo largo del curso del río Clariano (sólo se conocen dos casos, que por localizarse en zonas de paso hemos clasificado como de Tipo 5), frente al elevado número de abrigos con pintura esquemática localizados en esta zona. Esta distribución diferencial quizás podría relacionarse con el tipo de poblamiento que muestra esta unidad geográfica, donde no es habitual el uso de cuevas como refugio o rediles, y existe en cambio un buen número de asentamientos al aire libre en el fondo de los valles; en cambio, los abrigos con Arte Levantino mantienen un emplazamiento vinculado a las áreas intramontanas donde sí abundan las cuevas y abrigos usadas como redil o para la explotación de recursos salvajes.
FIGURA 69. Líneas de movimiento propuestas atendiendo a la distribución de ¡os abrigos con pintura levantina durante el Neolítico epicardial (Horizonte IB).
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En cuanto a las similitudes entre ambos modelos, se mantiene la posibilidad de tránsito por puertos como el de Biar o la Carrasqueta, y por las zonas del Barranc de 1'Encanta-Valí d'Alcalá, los corredores de Bocairent-Vállela d'Agres o la Canal Ibi-Alcoi, así como la franja litoral de la Marina Baixa. Sin embargo, en este caso a partir del Barranc de l'Encantá la ruta se modifica, siguiendo un trazado en dirección SE que la lleva a enlazar con el Barranc de Malafí. Por otro lado, se plantea también una posible ramificación en la ruta litoral, con un recorrido que pasaría junto a la Cova del Mansano (uno de los abrigos levantinos
más destacados de la zona); esto podría deberse, como hemos señalado en el caso de los abrigos de Tipo 5, al hecho de que esta posible ruta (y el abrigo con pinturas que se le asocia) sólo entraría en funcionamiento en los momentos finales de la secuencia neolítica. De hecho, hemos planteado en el capítulo correspondiente la posibilidad de que la Cova del Mansano fuese uno de estos "santuarios" o centros de agregación en el ámbito local que cobrarían importancia a partir del Calcolítico, como reflejo de una progresiva territorialización y compartimentación del espacio.
FIGURA 70. Líneas de movimiento propuestas atendiendo a la distribución de los abrigos con pintura levantina durante el Calcolítico.
En resumen, se aprecia como resultado de la inclusión diferencial de distintos atributos (naturales y culturales) en la superficie de fricción usada para calcular caminos óptimos la existencia de un abanico de posibilidades relativamente amplio para la articulación de la zona de estudio. Estas posibilidades son distintas no sólo respecto a la distancia recorrida, sino también por los desniveles topográficos que deben atravesarse en cada caso (Fig. 71). Como valoración personal de esta variabilidad, consideramos que todos estos caminos podrían haber
sido usadas a lo largo del Neolítico, en distintos momentos o incluso de forma simultánea —como reflejaría la distribución de los distintos tipos de yacimientos conocidos respecto a estas potenciales vías de comunicación, y el hecho de que en algunos casos su uso pueda documentarse en épocas posteriores—. Sin embargo, debe remarcarse que el uso de cada uno de ellos respondería a unos condicionamientos naturales y socio-culturales particulares: mientras algunos trazados mostrarían una aptitud natural para el tránsito, otros serían más abruptos, y la elección de usarlos sólo podría responder a una voluntad que no atendie-
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FIGURA 71. Secciones topográficas de las potenciales líneas de comunicación entre los yacimientos del Barrio de Benalúa (Alicante) y Cova del Llop (Gandía). A) Según los atributos naturales del terreno; B) Valorando los abrigos con representaciones esquemáticas; C) Valorando los abrigos con representaciones levantinas. El trazado A implica el recorrido de una distancia mucho mayor, pero en cambio es el que menos desniveles topográficos atravesaría.
se al coste para el desplazamiento sino a factores de otro tipo. En consecuencia, a la vista de estos resultados podríamos cuestionar en primer lugar la idea de que el arte rupestre en las tierras centro-meridionales valencianas se localizaría en lugares vinculados al movimiento a través de las rutas óptimas para la comunicación, al menos del modo señalado para otras zonas de la Península (cf. Bradley et al. 1994; 1995; Santos 1998; Santos y Criado 1998; Martínez García 1998). En cambio, en nuestra zona de estudio sólo la Valí de Gallinera y el Barranc de Famorca (y, en cierto modo, la Canal Ibi-Alcoi, aunque sólo haya un yacimiento) serían ejemplos de corredores naturales donde existe una presencia destacada de abrigos pintados jalonando su curso; en cambio, en otros ejemplos que podríamos considerar pasos naturales (como el corredor del Vinalopó) no se conocen pinturas neolíticas; mientras que otros casos con destacadas concentraciones de abrigos sólo se consideran vías potenciales de tránsito si se otorga a estos abrigos un elevado valor de accesibilidad, que compense el hecho de que estos valles presentan mayores dificultades para el desplazamiento. El caso de los abrigos del Barranc de 1'Infera es especialmente sintomático, dado que en ninguno de los casos planteados puede ponerse este conjunto en relación con alguna línea de movimiento y articulación del paisaje. De esta manera, quizás la reflexión debiera hacerse a la inversa: en la mayor parte de los casos el arte rupestre no se localiza a lo largo de los valles más favorables para el tránsito de acuerdo con la forma natural del terreno, sino en algunos de trazado más abrupto o sinuoso; sin embargo, estos valles se usan,
lo cual sólo podemos relacionar con la presencia en ellos de estos conjuntos de pinturas, que tal vez estén marcando unos lugares que ya poseían una especial significación social o ritual para los grupos que habitaban la zona. Es decir, serían los lugares donde se emplazan los abrigos con arte rupestre los poseedores de un valor cultural que atraería el movimiento, favoreciendo la creación de nuevas vías de comunicación cuyo trazado incluyera el paso junto a estos núcleos. De esta manera, serían las prácticas sociales que se realizan en torno a estos lugares señalados con la representación de arte rupestre las que obligarían a la creación y uso de esos caminos, en una mezcla que no atendería tanto a criterios funcionales (idoneidad para el desplazamiento) como a factores culturales (voluntad de llegar a esos lugares). Esto es aún más evidente en el caso de los abrigos del Barranc de l'Infern, que quedan siempre al margen de las pautas generales de movimiento identificadas. Por ello, tal vez habría que pensar que su funcionalidad no responde a una asociación a puntos de paso, sino que se trataría de un lugar con un valor social propio y tan destacado que justifique en sí mismo el desplazamiento. Es decir, estos abrigos no serían lugares de paso sino de destino, espacios destacados dentro de las creencias del grupo donde podrían celebrarse ceremonias de distinto tipo en las que las pinturas rupestres serían consecuencia y no causa. Esto explicaría la presencia en lugares de topografía inaccesible de conjuntos tan abundantes de abrigos, con representaciones pertenecientes a estilos diferentes que en algunos casos (como hemos señalado anteriormente en el Barranc de Famorca) evidencian que su uso perdura durante varios milenios.
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Por otro lado, la coincidencia de los caminos computados con rutas de comunicación elaboradas con procedimientos semejantes y cuyo uso se documenta a partir de época ibérica (también a partir de la distribución de los yacimientos conocidos —cf. Grau 2002—) podría indicar que algunas de éstas estarían fosilizando caminos previos; caminos cuyo uso podríamos retraer, así, hasta los momentos iniciales de la secuencia neolítica. De esta manera, los resultados de nuestro análisis muestran que la zona de estudio, por su propia configuración topográfica, ofrece un número relativamente amplio aunque finito de posibilidades para el movimiento, donde la elección de una vía u otra puede variar en función de las circunstancias en que se realice el tránsito (a pie, con ganado, o con carros), pero también, y como hemos visto, por pautas de decisión de carácter socio-cultural. Así, la coincidencia entre las vías usadas en época neolítica y momentos posteriores podría parecer lógica en el caso de los corredores naturales identificados (pues sus posibilidades de uso se mantendrían mientras no cambiasen las condiciones en que se produce el movimiento); este sería el caso de las rutas señaladas para la Valí de Gallinera o el eje Valí de Seta-Barranc de Famorca. Esta coincidencia, sin embargo, es más difícil de explicar en el caso de aquellas rutas tan abruptas que en el Neolítico sólo se escogerían respondiendo a una voluntad de llegar a determinados abrigos o lugares, como es el caso del Barranc de Malafí. En este caso, consideramos que este uso sólo podría entenderse como pervivencia de un hábito de tránsito, creado desde los primeros momentos del Neolítico respondiendo a factores socio-culturales (la necesidad de acceder a una serie de lugares donde se representan motivos macroesquemáticos), y cuyo uso se mantendría con posterioridad (como reflejaría la presencia de representaciones esquemáticas y levantinas en esos mismos abrigos). Así, esta costumbre haría que se mantuviera el uso de estos caminos más allá del Neolítico, en momentos en que los abrigos y manifestaciones gráficas que en principio condicionaron su trazado habrían perdido su significación original. De acuerdo con esta idea, podría decirse que durante el Neolítico existe un paisaje articulado en torno a una serie de focos con arte rupestre, que no se localizarían en puntos de paso sino que serían lugares de destino en sí mismos, y cuyo acceso condicionaría el trazado de una serie de líneas de movimiento que no atienden a los atributos naturales del terreno: aunque se conocen las rutas más fáciles para el desplazamiento, se utilizarían en cambio otras más abruptas cuyo recorrido respondería fundamentalmente a decisiones de carácter cultural. Además, el uso de estas rutas favorecerá el desarrollo de unas pautas de movimiento fundamentadas en el hábito, que perdurarán incluso cuando estos abrigos hayan perdido su significado original. Como resultado de este hábito, a partir de ese momento el uso de los caminos no dependerá de los
factores que originaron su trazado, sino de su adecuación a las condiciones en que se produce el movimiento: mientras el tránsito siga produciéndose a pie (individuos aislados o con ganado), donde ya existen vías transitables no se crean nuevos caminos, sino que se fosilizan los ya conocidos. Por ello, el uso de estas rutas de comunicación neolíticas se mantendrá hasta el momento en que las necesidades del tránsito hagan necesario buscar nuevas opciones viarias, como ha sido señalado por I. Grau para la época romana: estos valles intramontanos no serán adecuados para un tráfico rodado de carretas, pues atraviesan numerosos y marcados desniveles topográficos; por ello, tras su introducción deberán buscarse rutas alternativas que bordeen este territorio y que, aunque impliquen recorrer una mayor distancia, requieran un menor esfuerzo en su recorrido (Grau 2000). En conclusión, podemos decir que los trazados aquí propuestos delimitarían la red de permeabilidad o mapa de tránsito teórico de las comarcas centro-meridionales valencianas: se indican todas las posibilidades para la comunicación entre unas zonas y otras, posibilidades que en unos casos responderían a condicionantes naturales (la forma del terreno) y en otros a decisiones de otro tipo, que hacen que se ignore el esfuerzo suplementario para el tránsito que presentan. Estos resultados evidencian que la mayor parte de los abrigos que, por distribuirse a lo largo de los principales cursos fluviales, se han considerado en distintas ocasiones vinculados al movimiento, no se localizan en realidad junto a zonas de paso naturales. Por el contrario, muchos de los valles que estos abrigos jalonan son más abruptos y sinuosos que otros corredores en los que, en cambio, no se representa arte rupestre. Sin embargo, y a pesar de este esfuerzo suplementario, estos ejes fueron transitados, pues sólo así se explica el emplazamiento de estos abrigos pintados, así como de muchos de los yacimientos de habitat y funerarios conocidos en la zona. Una forma de medir de manera sistemática la relación entre estas rutas y los abrigos con arte rupestre que se sitúan a lo largo de ellas, más allá de su mera cercanía espacial, sería a través del cálculo de cuencas visuales: visibilidad desde los abrigos sobre su entorno (comparando el trazado de las potenciales vías de comunicación respecto a las cuencas visuales acumuladas de cada grupo), y a la inversa (si los abrigos son visibles a medida que se avance a lo largo de estos caminos). Esto se abordará en el siguiente capítulo. Por otro lado, en la hipotética red de tránsito definida para la zona de estudio nos resultaba chocante que la mayor parte de los yacimientos localizados en la Marina Baixa (algunas cuevas como la del Somo o Sa Cova de Dalt y sobre todo los abrigos con arte rupestre de la zona) quedasen siempre apartados del ámbito de movimiento indicado por las distintas rutas obtenidas: ni en dirección S-N, para la comunicación entre las comarcas meridionales y las septentrionales;
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ni en dirección O-E, como podría pensarse para la comunicación entre Penáguila y Guadales!. Así, abrigos con arte rupestre como los de la Valí de Guadalest (Barranc de Covatelles, Penyó de les Carrasques, Barranc del Sord o Penya Roe), la cuenca del río Bolulla (Penya Escrita, Barranc del Xorquet, Penya de 1'Ermita del Vicari) o del río Sella (Barranc de l'Arc) se mantienen al margen de las potenciales vías de comunicación calculadas en la zona de estudio, al igual que ocurre con el conjunto del Barranc de l'Infern. Respecto a esta distribución sólo cabe plantearse dos posibilidades: a) que estos abrigos presenten una relación con yacimientos de habitat de los que no existe noticia en el registro arqueológico, integrándose en una dinámica de tránsito a pequeña escala en el interior de las comarcas costeras más meridionales; o b) que, como hemos indicado en los casos anteriores, estos abrigos no sean lugares de paso sino de destino, con un valor social propio que justifique el desplazamiento hasta ellos. Sin embargo, esta última explicación, que podría ser válida para abrigos como Penya Escrita o Penya de 1'Ermita del Vicari, no nos parece probable si atendemos a las características de los demás, que parecen responder en cambio al tipo de abrigo vinculado al control de las zonas de elevado potencial pecuario o cinegético. Además, este conjunto de arte rupestre parece formar un núcleo separado dentro de las pautas generales de articulación del paisaje antes identificadas, que debe ponerse en relación exclusivamente con los yacimientos de habitat situados en la zona costera meridional: el tránsito hacia el norte por la costa se vería interrumpido en este punto por la propia Serra de Bernia, que actualmente marca el límite con una comarca administrativa distinta, mientras que la Valí de Guadalest no se valora como arteria de tránsito para la comunicación en dirección Este-Oeste entre el litoral y la cabecera del río Serpis (a través de la Valí de Penáguila); de hecho, los abrigos situados en este valle presentan una orientación mayoritariamente SE, de modo que sus cuencas visuales no se dirigen hacia el Port de Confrides (que queda a sus espaldas) sino hacia el litoral (Fig. 63). Así, consideramos más probable la primera posibilidad, la de que estos abrigos se integren en una dinámica de tránsito a pequeña escala en el interior de las comarcas costeras más meridionales; que estos abrigos se distribuirían en relación con unos asentamientos al aire libre de los que no existe noticia en el registro arqueológico, respondiendo a un vacío en la investigación, es una cuestión que de momento no puede ser comprobada, aunque como hemos señalado en otros capítulos nos parece la más plausible. Así, excepto por la ausencia evidencias de un poblamiento estable al aire libre, en esta zona existen los mismos tipos de yacimientos que en el resto del área de estudio: cuevas y abrigos de ocupación esporádica y también posible uso funerario (Sa Cova de Dalt, Cova del Somo), y abrigos con arte rupestre de uso ritual (res-
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tringido —Penya Roe— o público —Penya Escrita, Penya de 1'Ermita del Vicari—) o vinculado al control del territorio inmediato y los recursos disponibles (Barranc de Covatelles, Barranc del Xorquet, etc.). De la misma manera, debe señalarse que el abrigo del Port de Confrides (situado ya en la Valí de Penáguila, junto al paso de montaña que comunicaría con Guadalest y considerado por ello como abrigo de Tipo 5) no se localiza en función de este paso EsteOeste, sino del movimiento en dirección Norte-Sur desde la zona meridional a través del Port deis Tudons (Fig. 68), al igual que los cercanos abrigos del Port de Penáguila, Barranc de Frainós y Morro Carrascal; este hecho se ve confirmado por las características de sus cuencas visuales, como veremos más detalladamente en el siguiente capítulo (también Fig. 83). 13. VÍAS DE COMUNICACIÓN Y VISIBILIDAD DE LOS ABRIGOS CON ARTE RUPESTRE En el capítulo anterior hemos visto cómo la hipótesis de que en la zona centro-meridional valenciana el arte rupestre se realiza en puntos de paso dentro de las zonas óptimas para el tránsito era rebatida hasta cierto punto. Así, debido a la propia diversidad funcional que puede registrarse entre los abrigos pintados de nuestra zona de estudio, sólo los conjuntos de Tipo 2 se localizarían en estos corredores naturales; en cambio, otros abrigos jalonan valles por los que el tránsito sería más dificultoso, y cuyo uso parece responder a una voluntad expresa de pasar junto a o llegar hasta esos abrigos; por último, otros abrigos parecen haber sido usados en un contexto especializado totalmente ajeno a las pautas de movilidad documentadas entre las comunidades de la zona. De esta manera, parece que en la mayor parte de los casos en que puede detectarse una relación entre el emplazamiento de los abrigos y las líneas de articulación del territorio, el uso de esas rutas se debería a una voluntad de llegar o pasar junto a una serie de lugares con especial significación social o ritual para los grupos que habitaban la zona; pues estos trazados no siempre coinciden con los corredores más favorables para el tránsito de acuerdo con la forma natural del terreno, sino que en ocasiones los abrigos con arte rupestre estarían jalonando algunos corredores abruptos o sinuosos por los que el desplazamiento sería más difícil. A pesar de ello estos caminos se usan, como indicaría la abundancia junto a ellos de yacimientos de todo tipo. Y hemos planteado incluso la posibilidad de que este uso se mantuviera en momentos muy posteriores, cuando estos abrigos y las representaciones realizadas en ellos ya habrían perdido su significado original, debido al propio peso de la costumbre, siempre que los desplazamientos mantuvieran las condiciones de tránsito propias del Neolítico (individuos a pie, en pequeños grupos o con ganado). Sin embargo, aun en este supuesto queda abierta una cuestión en la relación de los abrigos con arte rupestre y estos hipotéticos caminos: hemos señalado
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que los abrigos de Tipo 1 se usarían en un marco individual y especializado, ajeno a este contexto de movimiento, y los de Tipo 2 y 4 actuarían como centros de reunión y actividad social o ritual, con una importancia en sí mismos como lugar de destino (aunque algunos se localizan en puntos de paso naturales); en cambio la funcionalidad de los abrigos restantes (Tipos 3 y 5), por su situación en lugares estratégicos desde los que controlan visualmente el territorio inmediato, sólo parece poder explicarse en función de este movimiento. Sin embargo, si esta función fuese la de referentes para la localización y orientación de los autores de las representaciones, como se ha señalado en el caso de los grabados de la zona del noroeste peninsular (cf. Bradley et al. 1994; 1995; Santos 1998), estos abrigos deberían ser especialmente visibles desde los lugares identificados como óptimos para el tránsito; mientras que si, por el contrario, los abrigos estuviesen destinados a controlar el movimiento, las zonas óptimas para el tránsito debieran ser fácilmente visibles desde los abrigos con arte rupestre. Para comprobar la validez de cualquiera de estas hipótesis, hemos planteado dos análisis: en primer lugar, la comparación del recorrido de las rutas potenciales identificadas con las características de las cuencas visuales (simples y acumuladas) de los abrigos pintados, lo que permite determinar si desde los abrigos se ven las zonas más adecuadas para el desplazamiento; y, en segundo lugar, la reconstrucción hipotética de la cuenca visual creada a medida que se avanza por estos caminos, lo cual permite determinar si los abrigos se localizan en las zonas más visibles desde su entorno o si por el contrario se localizan en puntos que quedan ocultos. Además, la determinación de las relaciones visuales establecidas entre caminos y abrigos (y de su reciprocidad, en caso de que ésta exista) con el análisis a pequeña escala del recorrido de las rutas propuestas en relación con los componentes naturales y culturales del paisaje que articulan, permite también valorar en mayor profundidad la posible validez de las rutas computadas —no como resultado experimental e hipotético de unos análisis sino como parte de una dinámica histórica—. 13.1. VISIBILIDAD DESDE LOS ABRIGOS PINTADOS Hemos señalado que la distribución general de los abrigos con arte rupestre de las tierras centro-meridionales valencianas responde en muchos casos a una estructura longitudinal, jalonando estos abrigos las principales arterias fluviales de la zona; aunque, por otro lado, no siempre los valles por los que discurren estos ríos pueden ser considerados como óptimos para el tránsito. La comparación entre el trazado de las potenciales líneas de articulación del paisaje obteni-
das a partir del cálculo de caminos óptimos y las cuencas visuales (simples y acumuladas) calculadas desde los abrigos que jalonan su recorrido nos permite contrastar una de las hipótesis planteadas en este estudio: que la distribución de estos abrigos, al menos la de los de Tipo 3 y 5, respondería a una voluntad de control visual del territorio inmediato y los recursos disponibles (Tipo 3), así como de las vías de comunicación y pasos de montaña (Tipo 5). De ser cierta esta idea, debiera existir un elevado grado de coincidencia entre los resultados de ambos cálculos; es decir, que las zonas óptimas para el tránsito (identificadas mediante SIG) sean también las más visibles desde los abrigos conocidos. Para la comprobación de este aspecto se han escogido aquellos trazados que resultan más representativos de las variaciones impuestas por los distintos escenarios planteados para la recreación de las pautas de movimiento; en cada caso, estos trazados serán analizados en relación con las cuencas visuales de los abrigos con arte rupestre considerados para la creación de la superficie de fricción en cuestión. Así, los caminos calculados de acuerdo con los atributos naturales del terreno se analizarán en relación con todos los abrigos que jalonan su recorrido, independientemente de su estilo —pues ninguno de estos abrigos ha sido valorado en su cálculo—. En cambio, los caminos calculados tras la inclusión diferencial de los abrigos con Arte rupestre Macroesquernático, Esquemático y Levantino como focos de atracción al movimiento sólo serán contrastados con la visibilidad de los abrigos pertenecientes a los estilos incluidos en cada caso (pues sólo éstos habrían condicionado su trazado). a) Los corredores naturales En este caso, habíamos señalado varios pasos naturales que facilitarían la articulación interna de la zona de estudio con un menor coste asociado al desplazamiento: el eje corredor de Beneixama-BocairentValleta d'Agres, la Valí de Gallinera, y el eje Valí de Seta-Barranc de Famorca-río Xaló/Gorgos; asimismo, podría incluirse como zona de paso natural la zona ribereña del río Serpis, por donde pasaría cualquier ruta que comunicase los yacimientos de habitat de su cabecera con las cuevas conocidas en la Vállela d'Agres y en la Serra del Benicadell; o la zona litoral de la Marina Alta, cuyo paisaje abierto facilitaría el tránsito entre los numerosos yacimientos de habitat ahí conocidos. Todos estos corredores estarían flanqueados en distintos tramos de su recorrido por abrigos con representaciones pintadas macroesquemáticas, esquemáticas y levantinas.
LA ARTICULACIÓN DEL PAISAJE: VISIBILIDAD Y MOVIMIENTO
FIGURA 72. Visibilidad desde los abrigos sobre las zonas optimas para el trdnsito segun los atributos nalurales del terreno. Canal de Bocairent y Valleta d'Agres.
FIGURA 73. Barranc de I'Encanta.
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fFIGURA 74. Vall de Gallinera
FIGURA 75. Valí de Seta.
LA ARTICULACIÓN DEL PAISAJE: VISIBILIDAD Y MOVIMIENTO
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FIGURA 76. Barranc de Famorca.
En el primero de los casos, la zona de confluencia entre la Canal de Bocairent y la Vállela d'Agres, ya habíamos señalado cómo las cuencas visuales acumuladas de los abrigos de este conjunto se concentrarían fundamentalmente en las estribaciones occidentales de la Sierra de Mariola; por tanto, sólo desde abrigos como los del Calvari y Alpadull, y posteriormente desde El Pantanet (los más cercanos al corredor) serían visibles las tierras llanas del fondo del valle por donde se produciría el desplazamiento; pero sólo parcialmente, debido al carácter sectorial de sus cuencas visuales. Lo mismo ocurriría en otros de los pasos señalados; así, en la zona del Barranc de l'Encantá, sólo desde el Abric del Barranc deis Garrofers (al pie del cual discurre un tramo del camino) serían visibles las zonas óptimas para el movimiento, mientras que los demás abrigos de esta zona (Abric de Cantacuc, Abric de la Gleda, Barranc de la Penya Blanca, Abric del Racó de Condoig) presentan una cuenca visual muy reducida, limitada a su entorno inmediato o las cumbres de los relieves más destacados como la Serra del Benicadell; esto se debe a la irregularidad del terreno en la zona, que fragmenta las cuencas visuales de los abrigos, por lo que el lecho de los ríos y barrancos (las zonas óptimas para el tránsito) quedan fuera de su alcance visual. Del mismo modo, en la Valí de Gallinera estas zonas sólo serían parcialmente visibles desde los abrigos, cuyas cuencas visuales son siempre sectoriales debido a lo angosto de los barrancos en que se ubican; y sólo los abrigos localizados a mayor altura (Cova Jeroni, Barranc de Parets) o en el mismo valle (Benirrama) presentan una visibilidad más amplia sobre éste. En cambio, la visibilidad de los abrigos situados en la Valí de Seta sería más nítida,
pues, dado el paisaje abierto del valle y la localización de los abrigos a cierta altura, todos ellos tienen unas cuencas visuales amplias. Lo mismo puede decirse del tramo que discurre por el lecho del Barranc de Famorca, que atravesaría el conjunto de abrigos distribuidos a ambos lados del barranco, quedando dentro de la cuenca visual y alcance inmediato de todos ellos (incluyendo también los abrigos del Barranc de la Fita, muy cercanos a este conjunto); en cambio, estas zonas óptimas para el tránsito quedarían fuera del área de visibilidad de otros yacimientos situados a corta distancia (Barranc deis Pouets, Barranc de Bitla o Esbardal de Miquel el Serril). Tampoco en zonas más abiertas existiría una visibilidad destacada sobre las zonas de tránsito. En el curso alto y medio del río Serpis, los caminos que atravesasen la cubeta en sentido N-S o E-O quedarían dentro de la zona visible desde algunos de los abrigos de Tipo 1 localizados en los relieves que flanquean esta cuenca (Serra de Mariola y Serra del Benicadell); sin embargo, la distancia existente entre estos abrigos situados a gran altura y las zonas bajas del valle por donde discurriría el tránsito impediría que éste pudiese ser visto con nitidez (especialmente si el elemento a visualizar son pequeños grupos de personas o ganado en movimiento en el fondo del valle). Lo mismo ocurriría con los abrigos situados en la zona de cabecera de la Valí de Penáguila, pues, aunque su cuenca visual incluye la desembocadura del valle, se encuentran a demasiada distancia de ésta para poder distinguir con nitidez la presencia de individuos. O con aquellos situados en la zona litoral de la Marina Alta, donde el Abric Barranc del Migdia poseería una visibilidad muy amplia pero poco efectiva sobre su entor-
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FIGURA 77. Curso alto y medio del rio Serpis.
FIGURA 78. Litoral de la Marina Alta.
LA ARTICULACIÓN DEL PAISAJE: VISIBILIDAD Y MOVIMIENTO
no, debido a su emplazamiento en altura sobre la Serra del Montgó; en cambio, otros abrigos como Seguili, Catxupa o Balma del Barranc del Bou sí se sitúan a una distancia media desde las zonas por donde se produciría el tránsito, visibles desde estos abrigos. De esta manera, no parece existir en general una destacada coincidencia entre el trazado de las rutas óptimas según los atributos naturales del terreno y el área que sería controlada visualmente a corta y media distancia desde los abrigos con arte rupestre que jalonan su recorrido. En muchos casos, esto se debe al carácter sectorial y fragmentado de las cuencas visuales, debido a las irregularidades del terreno y también al emplazamiento de muchos abrigos a poca altura sobre el lecho de barrancos muy estrechos; así, la visibilidad de estos abrigos se vería reducida a su entorno inmediato, y sólo a larga distancia serían visibles las cumbres de los relieves más prominentes; en cambio, no serían visibles las zonas más llanas del fondo de los valles, las más adecuadas para el tránsito. Por el contrario, en aquellos abrigos situados a cierta altura y en zonas más abiertas, el problema sería la falta de nitidez de sus cuencas visuales, establecidas fundamentalmente a larga distancia. b) Los abrigos con Arte Macroesquemático En este caso, señalábamos como resultado de la inclusión de estos abrigos en el cálculo de caminos óptimos una tendencia de éstos a encauzarse por unos
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valles del interior del territorio que previamente no se habían considerado los más adecuados para el tránsito: la Canal de Ibi-Alcoi para la comunicación entre la Foia de Castalia y la cabecera del Serpis; y el Barranc de Malafí, para la comunicación entre la cuenca media del Serpis y la zona costera de la Marina Alta. En ambos casos, como también ocurría en la Valí de Gallinera y Barranc de Famorca, encontrábamos en estas zonas de paso conjuntos con destacadas representaciones macroesquemáticas; lo cual, unido a la buena visibilidad de estos abrigos sobre las zonas consideradas óptimas para el tránsito, permitía plantear una relación entre el emplazamiento de estos abrigos y la voluntad de control del movimiento. En el caso de la Canal de Ibi-Alcoi, la presencia de los abrigos de La Sarga en la desembocadura de este corredor permitiría el control visual del movimiento de entrada y salida hacia la cuenca del Serpis a través de éste; de hecho, la cuenca visual de estos abrigos presenta una gran amplitud y se establece fundamentalmente a corta y media distancia, por lo que su control sobre este paso sería realmente efectivo. En cuanto al Barranc de Malafí, su recorrido estaría jalonado por una serie de abrigos abiertos sobre el valle; así, aunque estos abrigos no serían visibles entre sí, cada "uno controlaría visualmente el tramo de la ruta que pase junto a su entorno inmediato (y, al tiempo, irían siendo visibles a medida que se avanzase por el barranco).
FIGURA 79. Visibilidad desde los abrigos sobre las zonas óptimas para el tránsito según la distribución de los abrigos con pintura macroesquemática. Barranc de Malafí.
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Como es lógico, encontramos en estos casos un elevado grado de coincidencia entre las cuencas visuales de los abrigos y las zonas que serían óptimas para el desplazamiento en caso de que se quisiese pasar junto a ellos; pues no hay que olvidar que el uso de estos corredores estaría condicionado precisamente por esta voluntad, y no por su idoneidad para el tránsito. Así, en el caso del Barranc de Malafí los abrigos jalonan el recorrido de un barranco abrupto, pero dentro de éste se sitúan en zonas que controlarían visualmente todo su trazado, confirmando la voluntad de control del movimiento antes señalada para los abrigos de Tipo 2: tanto a través de los corredores naturales como de otros pasos más abruptos cuyo uso ha sido socialmente sancionado.
c) Los abrigos con Arte Esquemático Al igual que ocurría al valorar la distribución de los abrigos con representaciones macroesquemáticas, la consideración de los abrigos con Arte Esquemático como focos de atracción al movimiento permitiría la selección de corredores que no serían óptimos por sus características físicas, pero en los que se documentan significativas concentraciones de abrigos pintados. Entre los trazados cuyo uso se propone dentro de este escenario hipotético, destaca la Canal de Bocairent (curso alto del río Clariano); el eje Barranc de l'Encantá-Vall d'Alcalá-Valí d'Ebo; y algunas posibles rutas que articularían el territorio en dirección N-S, aprovechando pequeños pasos y puertos de montaña como los de la Carrasqueta y Tudons en el sur o el del Benicadell en el norte.
FIGURA 80. Visibilidad desde los abrigos sobre las zonas óptimas para el tránsito según la distribución de los abrigos con pintura esquemática. Canal de Bocairent y Valí d'Albaida.
Así, una de las novedades más significativas sería el planteamiento de la comunicación entre el Alto Vinalopó y las comarcas de la Safor y Valí d'Albaida a través de la Canal de Bocairent, por donde discurre la cabecera del río Clariano (alternativa condicionada por la presencia en este paso de un numeroso conjunto de abrigos con representaciones esquemáticas y, en menor medida, levantinas). Sin embargo, dado el carácter abrupto y sinuoso de este paso, desde los abrigos pintados sólo sería visible su entorno inmediato, por lo que el supuesto control del movimiento desde este conjunto sólo sería fragmentario (repitiendo el fenómeno señalado para el Barranc de Malafí). En cuanto a la Valí d'Albaida, se produciría una situación similar a la de la cuenca del Serpis: desde los abrigos
situados a ambos lados del valle serían visibles las tierras llanas del valle por donde se produciría el tránsito; sin embargo, estos abrigos se localizan a demasiada distancia de la zona central del valle para que su visibilidad sobre estas tierras sea nítida y efectiva. Del mismo modo, en la zona de la Valí d'Alcalá y Valí d'Ebo se repite la situación señalada anteriormente a propósito del Barranc de l'Encantá: los abrigos de esta zona (Barranc deis Garrofers, Abric de la Gleda) presentan una cuenca visual muy reducida, debido a lo abrupto de su entorno, por lo que las zonas óptimas para el tránsito (lechos de los ríos o barrancos) quedarían fuera de su alcance visual; así, sólo el Abric de les Torrudanes tendría una cuenca visual amplia, pues se sitúa en un barranco más abierto.
LA ARTICULACIÓN DEL PAISAJE: VISIBILIDAD Y MOVIMIENTO
FIGURA 81. Vall d'Albaiaa. poblamiento calcoltico.
FIGURA 82. Barranc de l'Encantá-Vall d'Alcalá-Vaü d'Ebo.
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Por otro lado, hemos señalado cómo la inclusión de los abrigos con representaciones esquemáticas como focos de atracción imprimiría un cambio en las pautas generales de movimiento en dirección N-S, que, en lugar de rodear los obstáculos naturales de mayor envergadura usando los corredores periféricos (Vinalopó y Montesa), los atravesarían transversalmente buscando pequeños pasos de montaña. Entre estos pasos destaca el del Port deis Tudons, que daría acceso a la Valí de Penáguila desde las comarcas meridionales del Camp d'Alacant, y junto al cual se localiza un conjunto de abrigos (Port de Penáguila, Port de Confrides, Barranc de Frainós y Morro Carrascal) que hemos clasificado como de Tipo 5; es decir, abrigos destinados precisamente al control visual de los pasos entre unidades geográficas distintas. Así, aunque la visibilidad a larga distancia de estos abrigos se extiende hasta puntos tan alejados como las sierras del Menejador o Mariola, a corta distancia su visibilidad acumulada coincide de forma significativa con la zona de cabecera del valle que discurriría a sus pies. Esto corroboraría la idea plante-
ada en el capítulo anterior de que la funcionalidad de estos abrigos no debe ponerse en relación con pautas de movimiento en dirección SO-NE entre los valles de Penáguila, Guadalest o Sella (pues en ninguno de los escenarios planteados estos valles se plantean como una opción viable en términos de desplazamiento a bajo coste), sino más bien con una posible ruta que, en dirección N-S, comunicaría las tierras del Bajo Vinalopó y Camp d'Alacant con los valles de l'Alcoiá y Comtat. A menor escala, se plantea también una ruta que atravesaría transversalmente la Valí de Gallinera; y, aunque este posible recorrido en dirección N-S nos plantea ciertas dudas (supone atravesar en dirección S-N la Sierra de la Penya Foradá para descender hacia el fondo del valle y, a continuación, cruzar las sierras de l'Almirall y Gallinera para acceder a la llanura de la Safor), resulta interesante la integración en él del Barranc de Benialí, en el que existe la mayor concentración de abrigos y motivos de distintos estilos (macroesquemáticos, esquemáticos y levantinos) de toda la zona.
FIGURA 83. Cabecera del Riu Penáguila. Se observa cómo las cuencas visuales de los abrigos de Tipo 5 ahí ubicados muestran su vinculación con el movimiento en dirección S-N, en relación con el poblamiento del Camp d'Alacant y Baix Vinalopó.
Otra posibilidad para el movimiento en dirección N-S sería la establecida por la zona litoral de la Marina Baixa, comunicando los yacimientos costeros meridionales; este tramo sería visible desde los abrigos de Penya Roe y Penya de 1'Ermita del Vicari, aunque el emplazamiento a gran altura de estos abrigos (sobre las sierras de Aitana y Bernia, respectivamente) restaría nitidez y efectividad a esta cuenca visual, que
una vez más nos parece sólo consecuencia precisamente de este emplazamiento en altura. En cambio, los abrigos localizados en la zona de los ríos Sella (Barranc de l'Arc), Guadalest (Barranc del Sord) y Bolulla (Barranc de Bolulla, Penya Escrita) no controlarían visualmente esta zona de tránsito. Por último, abrigos como los del Barranc del Migdia (Xábia) o Balma del Barranc del Bou (Teulada) podrían relacio-
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10 Kilometers
FIGURA 84. Posibles líneas de movimiento a lo largo de las comarcas litorales, en relación con los abrigos con pintura esquemática.
narse con una posible línea de movimiento en torno a la zona litoral de la Marina Alta, donde se localizan yacimientos de habitat con un registro destacado, como la Cova Ampia del Montgó o la Cova de les Cendres. d) Los abrigos con Arte Levantino Hemos señalado que los resultados del cálculo de caminos óptimos atendiendo a la distribución de los
abrigos con representaciones levantinas presentaban escasas variaciones respecto a los calculados para los abrigos esquemáticos, pues ambos estilos presentaban un cierto solapamiento en sus pautas de distribución, mostrando así que su uso se produjo dentro de unas pautas comunes de articulación del paisaje. De esta manera, entre los pasos destacados con este nuevo cálculo podríamos señalar de nuevo el uso del eje corredor de Beneixama-Bocairent-Valleta d'Agres, o de la ruta Barranc de I'Encanta-Valí
FIGURA 85. Visibilidad desde los abrigos sobre las zonas óptimas para el tránsito según ¡a distribución de los abrigos con pintura levantina. Valí d'Alcalá y Barranc de Malafí.
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d'Alcalá (aunque planteando la articulación de ésta con el recorrido del Barranc de Malafí). En la confluencia entre la Canal de Bocairent y la Vállela d'Agres, señalábamos cómo la cercanía espacial de los abrigos del Barranc d'Alpadull y Pantanet les permitiría controlar visualmente algún tramo de las tierras centrales del valle más adecuadas para el desplazamiento, aunque sólo parcialmente; en la zona de la Valí d'Alcalá, de nuevo los abrigos de la Penya Blanca y Racó de Condoig se situarían cerca de las zonas óptimas para el tránsito, aunque por lo limitado
de sus cuencas visuales éstas no serían visibles; a lo largo del Barranc de Malafí sí se distribuyen algunos abrigos (Barranc del Galistero, Racó Gorgori, Abrics II y III de Covalta, Racó de Sorellets y Abric I del Pía de Petracos) que controlarían visualmente la mayor parte de su recorrido; por último, desde el Abric de la Catxupa no sólo sería visible parte de la llanura litoral de Xábia, sino también el estrecho corredor donde se sitúa (Estrecho de Gata), y que permite la comunicación con las zonas meridionales.
FIGURA 86. Posibles líneas de movimiento a lo largo de las comarcas litorales, en relación con los abrigos con pintura levantina.
En cambio, la visibilidad desde los abrigos localizados en la zona de la Marina Baixa sobre las zonas más transitables del litoral es nula (a pesar de que esta zona sólo sería recorrida dentro de circuitos que incluirían, entre otros elementos, los abrigos pintados): los abrigos localizados en el entorno de los ríos Guadales! (Barranc de les Covatelles, Penyó de les Carrasques, Barranc del Sord) y Bolulla (Barranc del Xorquet) por lo reducido de sus cuencas visuales; y otros, como el de Pinos, por situarse a demasiada altura y lejos de la costa. Por ello sólo podemos pensar, como hemos planteado con anterioridad, que estos abrigos no estarían en una zona de paso dentro de pautas de movilidad a larga distancia que comunicarían unidades geográficas distintas, sino que funcionarían dentro de una red de movilidad a pequeña escala que afectaría a los yacimientos de habitat conocidos en la zona (Cova del Somo o Sa Cova de
Dalt) y a otros posibles asentamientos al aire libre aún no documentados.
En resumen, en el análisis del trazado de estas potenciales rutas de comunicación en relación con los abrigos con arte rupestre y yacimientos de habitat que los jalonan, podemos observar varios elementos a destacar. En primer lugar, los corredores naturales que facilitarían la articulación de la zona estudiada serían algunos valles periféricos (curso del río Vinalopó y el del río Canyoles-Corredor de Montesa), y otros intramontanos como el eje corredor de BeneixamaBocairent-Vállela d'Agres, la Valí de Gallinera y el eje Valí de Seta-Barranc de Famorca-río Xaló/Gorgos.
LA ARTICULACIÓN DEL PAISAJE: VISIBILIDAD Y MOVIMIENTO
Debe destacarse que en estos dos últimos valles se localizan importantes núcleos de arte rupestre, en ambos casos con representaciones macroesquemáticas que reflejarían su uso desde los primeros momentos del Neolítico; mientras que la pervivencia del valor social otorgado a estos lugares explicaría el florecimiento de representaciones esquemáticas y levantinas alrededor de las originales macroesquemáticas en momentos posteriores, cuando éstas ya no siguen representándose (al igual que puede observarse en otros conjuntos concentrados en el interior del área delimitada por estos dos corredores, como los conjuntos del Barranc de l'Infern o el Barranc de Malafí). En cambio, en otros valles de recorrido más difícil, su uso como corredor de comunicación sólo se explica por la presencia en ellos de importantes conjuntos de arte rupestre (como se ha señalado a propósito del Barranc de Malafí o la cabecera del río Clariano). Pero, al margen de las distintas circunstancias que condicionarían la elección de un corredor frente a otro (su aptitud natural en unos casos, y valoraciones de carácter socio-cultural en otros), todos estos valles se caracterizarían por la presencia de numerosos abrigos jalonando su recorrido. En la mayor parte de los casos, al ser valles muy estrechos, su recorrido se realizaría en la cercanía inmediata de los abrigos. Esto puede apreciarse con claridad en el caso del Barranc de Famorca, Barranc de Malafí o Canal de Bocairent, donde los abrigos se sitúan a breve distancia y a ambos lados del camino; por ello, en estos casos es evidente que la mayor parte de los abrigos controlaría visualmente al menos un tramo del recorrido de estas distintas rutas. En cambio, en aquellos casos en los que los abrigos se distribuyen en los rebordes montañosos de una cuenca más amplia (como la del Serpis o la Valí d'Albaida, y también en las comarcas litorales), aunque las zonas llanas del fondo de los valles serían visibles, la distancia que media respecto a los abrigos impediría que existiese nitidez o efectividad en su cuenca visual. Sin embargo, el cálculo de caminos óptimos mediante SIG no sólo permite identificar cuáles serían los potenciales corredores de comunicación; además, si reducimos la escala de observación, se señalan las zonas dentro de cada uno de estos corredores por las que el desplazamiento sería más fácil (en términos de energía invertida). En el caso estudiado, estas zonas serían los fondos de los valles (las tierras bajas de los márgenes de los ríos) o recorridos paralelos a la cima de las sierras que enmarcan estos valles (siguiendo una misma curva de nivel). Por ello, debido al emplazamiento de muchos de los abrigos pintados en pequeños barrancos tributarios de los valles principales, es habitual que su cuenca visual sea fragmentaría y restringida al entorno inmediato del abrigo y las zonas altas de las sierras que los rodean, y no los fondos de los valles; así, la canalización de los trazados de los caminos óptimos por estas zonas hace que en muchos casos sólo exista una coincidencia parcial entre la
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cuenca visual de los abrigos y el recorrido de las distintas rutas (excepto, a larga distancia, en el caso de los abrigos situados alrededor de una cubeta amplia). De esta manera, en muchos casos hemos visto cómo estos caminos hipotéticos quedan fuera del alcance visual de abrigos considerados de Tipo 3; aquellos que, por su distribución a lo largo de los principales ejes fluviales, frecuentemente se han vinculado a pautas de movimiento y articulación del territorio. Sin embargo, aunque estos abrigos no muestren excesiva relación con las pautas generales de movimiento a larga escala aquí identificadas, quizás pudiera plantearse que su emplazamiento se vinculase a unas líneas de movimiento a menor escala; quizás una movilidad logística alrededor de las zonas de habitat relacionada con actividades de subsistencia, que no respondería a estas pautas generales sino a recorridos de otro tipo —desplazamientos de corto alcance desde la cabecera hasta la desembocadura de los pequeños barrancos tributarios donde se sitúan estos abrigos, lo que permitiría el aprovechamiento de nichos ecológicos distintos—. En cualquier caso, debemos considerar que esta falta de coincidencia entre caminos óptimos y cuencas visuales de los abrigos es sólo hipotética: si bien los SIG permiten calcular con cierta fiabilidad cuáles serían las zonas más adecuadas para el desplazamiento en distintas circunstancias, no tenemos ningún elemento que confirme si las rutas de comunicación propuestas fueron usadas de este modo, o si existieron factores no considerados que pudieran afectar a su trazado a menor escala. De esta manera, nos parece innegable que de forma general estos valles fueron transitados, pues sólo así se explicaría la presencia en ellos (y a su alrededor) de muchos de los yacimientos conocidos durante toda la secuencia neolítica; sin embargo, si bien hemos identificado las zonas dentro de cada valle por donde el tránsito sería más fácil, en la práctica éste pudo haberse producido por cualquier otro punto, y no necesariamente por las zonas llanas del fondo, aunque esto implicase un mayor esfuerzo en el recorrido —pues hemos visto cómo las pautas de movimiento pueden verse afectadas por factores de distinto tipo—. De esta manera, es posible que en realidad el tránsito no se realizase por los fondos de los valles sino por las laderas de las sierras que los flanquean, siguiendo una misma curva de nivel, de modo que su coincidencia con las cuencas visuales de los abrigos ahí situados fuese mayor. Por otro lado, en los casos en que ha sido posible determinar la relación visual de los abrigos pintados con el recorrido de estos trazados hipotéticos, sería interesante determinar si además existe reciprocidad en esta visibilidad: es decir, si los abrigos serían también visibles desde su entorno a medida que se avance, o si su emplazamiento responde a una estrategia de invisibilización (como abrigos ocultos, desde los que se podría ver sin ser visto). Esto sólo puede compro-
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barse mediante el cálculo de la cuenca visual que puede establecerse desde estos caminos. 13.2.
LOS ABRIGOS EN SU ENTORNO: VISIBILIDAD EN MOVIMIENTO
El cálculo de visibilidades a lo largo de las potenciales rutas de comunicación identificadas permite comprobar en qué medida los abrigos serían visibles desde su entorno; por ello, para este cálculo, en lugar de seleccionar aleatoriamente una serie de puntos en el paisaje, lo que hemos hecho es calcular las cuencas visuales desde las zonas que previamente habíamos identificado como óptimas para el tránsito (en forma de puntos alineados a lo largo de una serie de trazados hipotéticos). De esta manera, al no considerar un único punto de observación estático sino varios consecutivos, se puede abordar una cuestión novedosa respecto a los análisis de visibilidad tradicionales: las variaciones que en la visibilidad sobre el entorno pueden surgir en relación con el movimiento del observador; en este caso, a lo largo de unas líneas básicas de articulación del territorio que han sido definidas y valoradas en epígrafes anteriores. Se plantea así un análisis de visibilidad no estático sino dinámico, que integraría los dos elementos (visibilidad y movilidad) que hemos considerado más importantes en la percepción y apropiación del entorno por parte de los grupos que lo habitan y recorren. Así, creemos que la distribución de los abrigos pintados y otros yacimientos arqueológicos en relación con muchas de las líneas generales propuestas para la articulación del territorio permite interpretar su funcionalidad en un contexto de movimiento similar al definido. Con el cálculo de las cuencas visuales acumuladas a lo largo de estas rutas podemos explorar de forma sistemática, desde el punto de vista de los posibles individuos o grupos que transitasen por estos caminos, en qué medida los abrigos serían visibles desde estos recorridos hipotéticos, y sobre todo a partir de qué punto; así, los abrigos podrían ser visibles de forma general desde cualquier parte de su entorno, o individualmente a medida que se avance por determinados valles. De esta manera, este aspecto de nuestro análisis permite poner a prueba otra de las hipótesis planteadas: si algunos de estos abrigos (especialmente, los de Tipo 3) fueron usados como referentes para la localización y orientación de los autores de las representaciones (como marcadores de recursos, zonas de paso o cualquier otro elemento), estos abrigos deberían ser especialmente visibles desde los lugares identificados como óptimos para el tránsito. En caso contrario, sólo podríamos pensar que su emplazamiento respondería a una voluntad de invisibilización (como resultado de la necesidad de un observador situado en ellos de ver sin ser visto, o por cualquier otro motivo); es decir, no serían referentes para el movimiento sino puntos de control del territorio, dentro de posibles estrategias territoriales, subsistenciales, o ambas a la vez. Por último, el cálculo de
cuencas visuales acumuladas a lo largo de los caminos permite también identificar cuáles son los elementos naturales del paisaje visualmente más destacados sobre su entorno y atender a la relación entre esta prominencia visual (ya señalada a partir de los análisis de altitud relativa, y que de alguna manera podría vincularse al concepto de monumento salvaje propuesto por F. Criado —1993b: 47-48—) con la distribución de algunos de los abrigos con arte rupestre (especialmente, los de Tipo 1). Del mismo modo señalado para el cálculo de cuencas visuales desde los abrigos, las cuencas visuales desde los caminos se han calculado en tres tramos diferenciados (inferior a 1 Km, entre 1 y 5 Km y superior a 5 Km), correspondientes a las categorías de visibilidad a corta, media o larga distancia. De esta manera, no sólo se atiende a los cambios en los elementos visibles a medida que se avanza por estas rutas potenciales, sino también a la nitidez que muestran estos elementos: buena a corta y media distancia, y con dificultades para distinguir con nitidez determinados elementos a partir de este punto. a) Visibilidad a lo largo de los corredores naturales Como tendencia general, atendiendo a la relación visual entre las líneas de movimiento propuestas y los abrigos pintados en aquellas zonas de paso donde existían conjuntos más abundantes de abrigos, parece que sólo los más cercanos a estos pasos podrían ser vistos a medida que se recorriese el territorio: esto se debe a que la mayoría no estarían situados en las zonas más visibles (aquellas con mayores índices de visibilidad acumulada), sino en el interior de barrancos de accidentada topografía. En cambio, a media y larga distancia las zonas más visibles serían las cimas de las elevaciones montañosas que flanquean el recorrido de los caminos; de hecho, la ampliación de la cuenca visual hasta un radio de 10 Km no imprimiría grandes cambios en este panorama, pues estas elevaciones actuarían como barrera natural a la visibilidad desde el fondo de los valles, manteniendo así su prominencia visual en el entorno. Por ello, como hemos señalado repetidas veces, los abrigos situados sobre estos relieves destacados y visibles desde gran parte del territorio (Serra del Benicadell, Mariola o Montgó) no podrían ser vistos desde el valle a no ser que previamente se conociese su localización, debido a su emplazamiento en altura y pequeño tamaño; es decir, que lo único visible sería el relieve topográfico sobre el que se emplazan los abrigos, y no los abrigos en sí mismos. En cualquier caso, y aunque pueda considerarse un argumento circular, hemos señalado con anterioridad que esta prominencia visual podría ser la causa del valor social otorgado a estas sierras —que sin duda actuarían como elementos fundamentales para la orientación en el paisaje—. Estas conclusiones generales pueden apreciarse claramente en aquellas zonas de paso (según los atributos naturales del terreno) que hemos identificado
LA ARTICULACIÓN DEL PAISAJE: VISIBILIDAD Y MOVIMIENTO
FIGURA 87. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del corredor natural de comunicación entre los yacimientos de Casa de Lara y Cova Ampia del Montgó.
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FIGURA
?. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del corredor natural de comunicación entre los yacimietos de Casa de Lara y Cova de les Cendres.
LA ARTICULACIÓN DEL PAISAJE: VISIBILIDAD Y MOVIMIENTO
FIGURA 89. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del corredor natural de comunicación entre los yacimientos de Mas d'Is y Cova de l'Or.
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con anterioridad. Así, en el área de confluencia de la Canal de Bocairent y la Vállela d'Agres las zonas con mayor índice de visibilidad acumulada a media y larga distancia serían precisamente las cimas de los relieves prominentes que la flanquean (especialmente la Serra de Mariola, donde se localizan las cuevas de la Sarsa y Coveta Emparetá). En cambio, sólo a media distancia podrían verse los abrigos más cercanos al propio corredor, como el del Calvari o el del Pantanet. En la zona del Barranc de 1'Encanta-Valí de Planes, sólo serían visibles aquellos abrigos situados más cerca de las zonas de paso (como el Abric del Barranc deis Garrofers o el del Racó de Condoig). A la altura de la Valí de Gallinera, de nuevo los abrigos más cercanos al valle (Barranc d'En Grau, Abrics I y II del Barranc de Benialí, Barranc de la Magrana, Barranc de Parets, Benirrama) serían visibles desde éste, pero no así otros situados a menor altura o más cerca de la cabecera de los barrancos tributarios. En cambio, en el camino que seguiría el eje Valí de Seta-Barranc de Famorca-río Xaló, serían visibles la mayor parte de los abrigos del conjunto del Barranc de Famorca, y a media distancia otros que van jalonando su recorrido, como el de Coves Roges (Benimassot), Salemes, Barranc de la Fita o Seguili: todos ellos se sitúan en las partes más elevadas de las sierras que flanquean su recorrido, que presentan los mayores índices de visibilidad acumulada. Por último, en la propia cuenca alta y media del Serpis serían las mencionadas sierras de Mariola y Benicadell las visualmente más destacadas en todo momento, pero también otras cercanas como la vertiente septentrional de la Serra del Menejador (donde se localizan los abrigos del Barranc de l'Abellar y Sant Antoni), o la zona donde se localiza el abrigo de Coves de la Vila; en cuanto a los abrigos de Penáguila (El Salt y Port de Penáguila), a pesar de que no se sitúan a más de 3 Km de distancia lineal desde el yacimiento de Mas d'Is, debido a su emplazamiento en el interior de un barranco no serían visibles desde ahí. b) Visibilidad a lo largo de las rutas propuestas por influencia del Arte Macroesquemático En este caso, los puntos de paso con mayor presencia de conjuntos con pintura macroesquemática serían la zona de desembocadura de la Canal de Ibi-Alcoi (La Sarga) y el recorrido del Barranc de Malafí, y en ambos casos se repite la pauta señalada en el epígrafe anterior: al discurrir el camino al pie de todos estos conjuntos y dada su característica coloración rojiza, tanto los abrigos de La Sarga (de gran tamaño) como los del Barranc de Malafí (Covalta, Racó de Sorellets y Pía de Petracos) y otros intermedios (Coves Roges de Benimassot) serían fácilmente visibles a corta distancia a medida que se avanzase por esta ruta. En cambio, no serían visibles otros abrigos cercanos como el de Coves Roges (Tollos), situado en otro barranco; o los del Barranc de l'Infern, ubicados en el tramo más encajonado de este barranco. Este panorama no varía
si ampliamos el radio de la cuenca visual a una distancia media (1-5 Km) o larga (superior a los 5 Km), pues en estos casos las visibilidades pasarían a concentrarse fundamentalmente en las sierras situadas a ambos lados del camino. Así, esta reciprocidad visual confirmaría la relación de muchos de los abrigos macroesquemáticos con las principales líneas de articulación del territorio. c) Visibilidad a lo largo de las rutas propuestas por influencia del Arte Esquemático Respecto a los caminos trazados en función de los abrigos donde se representan motivos esquemáticos, sólo desde la consideración de su valor como focos de atracción del movimiento se plantearía el uso de corredores como el de la Canal de Bocairent, la Valí d'Albaida, el Barranc de l'Encantá, Valí d'Alcalá y Valí d'Ebo para el movimiento en dirección SO-NE, o de pasos como el de la cabecera del río Penáguila para el movimiento en dirección N-S. Así, señalábamos cómo en la zona de confluencia de la Canal de Bocairent y la Vállela d'Agres, las zonas con mayor índice de visibilidad acumulada a media y larga distancia serían precisamente las cimas de los relieves prominentes que la flanquean (especialmente la Serra de Mariola, donde se localizan las cuevas de la Sarsa y Coveta Emparelá); mientras que, en el inlerior de la propia Canal de Bocairenl, sólo los abrigos siluados en el mismo corredor (Barranc d'Alpadull, Ponlel, Gegant, Monja) se irían haciendo visibles a medida que se avanzase por éste, y no así los situados en barrancos cercanos (Abric de la Creu). En cambio, en la zona de la Valí d'Albaida, debido a su amplitud, los abrigos situados en sus márgenes sólo serían visibles a larga distancia, y por tanto no podrían ser identificados —repitiéndose así el caso de la cuenca del Serpis, donde las sierras son los elementos visualmente más destacados en el enlomo, mientras que los abrigos que en ellas se localizan serían invisibles—. Además, se aprecian así significativas diferencias en cuanto a la visibilidad de estos abrigos en el paisaje: si bien (exceptuando la Cova Gran de la Petxina y el Conjunto II del Barranc d'Alpadull) se Iralaría siempre de abrigos de Tipo 3, algunos serían fácilmente visibles desde los valles que jalonan (los abrigos del corredor de Bocairent); otros no mostrarían reciprocidad en su cuenca visual, sino que permanecerían ocultos (Abric de la Fos), y otros, por último, se localizarían a lanía dislancia de las zonas óptimas para el movimiento que su relación visual, aunque recíproca, no sería efecliva Del mismo modo, lanío en el Barranc de l'Encantá como en la Valí d'Alcalá o la Valí d'Ebo, no parece existir en general reciprocidad en la visibilidad que sobre las zonas adecuadas para el Iránsilo moslraban los abrigos más cercanos —como el Abric deis Garrofers o el de Torrudanes, que sólo serían visibles desde algunos punios de este recorrido—. En cambio, oíros abrigos cercanos a este recorrido (como los de
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FIGURA 90. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Casa de Lara y Cava Ampia del Montgó, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Macroesquemático.
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FIGURA 91. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Casa de Lara y Cava del Llop, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Esquemático.
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FIGURA 92. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Casa de Lara y Cova Ampia del Montgó, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Esquemático.
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FIGURA 93. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Barrio de Benalúa y Cova del Llop, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Esquemático.
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FIGURA 94. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Barrio de Benalúa y Cova de les Cendres, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Esquemático.
Cantacuc, Gleda o Barranc de la Palla) ni controlaban visualmente su trazado, ni serían visibles desde éste. En cambio, si analizamos una posible línea de movimiento que recorra el territorio en dirección N-S, pasando por el Port deis Tudons y la cabecera de la Valí de Penáguila, podemos apreciar una pauta distinta: los abrigos ahí situados (Port de Penáguila, Morro Carrascal, Barranc de Frainós y Port de Confrides), desde los que se controlaba visualmente esta zona de paso, se ubican también sobre los relieves más visibles desde el valle —reciprocidad que apoyaría su propuesta funcionalidad—. Respecto al tránsito planteado a lo largo del litoral, el único abrigo visible de los conocidos en la zona sería el de la Penya de 1'Ermita del Vicari, situado en la ladera meridional de la Sierra de Bernia (uno de los relieves con mayor índice de visibilidad desde su entorno); sin embargo, al igual que ocurría en otros casos, por su emplazamiento en altura el abrigo no sería fácilmente distinguible desde el llano por donde se produciría el tránsito. Lo mismo puede decirse del abrigo de Pinos, que sólo sería visible a larga distancia; en cambio, el abrigo de Penya Roe (que presentaba una amplia visibilidad sobre todo el llano litoral de la Marina Baixa) no sería visible desde esta ruta potencial ni siquiera a larga distancia. De esta manera, debemos señalar que sólo algunos de los abrigos con representaciones esquemáticas serían fácilmente visibles desde las potenciales rutas de comunicación identificadas. En otros casos su invisi-
bilidad puede deberse a los puntos de observación seleccionados: así, abrigos que no serían visibles desde líneas de articulación del paisaje en dirección SO-NE, sí lo serían si los valoramos en función de líneas que recorran el territorio en dirección N-S (como ocurre con el conjunto de la cabecera del río Penáguila). En otros casos, esto se debe al propio tipo de abrigo y su emplazamiento: así, aunque los de Tipo 1 se localicen sobre relieves visualmente muy destacados, su pequeño tamaño y la altura a la que se ubican dificultarían su identificación aunque se conociese previamente su emplazamiento; mientras que los abrigos de Tipo 4 y muchos de los de Tipo 3 parecen responder en todo momento a una voluntad de ocultación, aunque desde algunos de ellos sí que se controla visualmente su entorno inmediato. En cambio, la mayor parte de los abrigos de Tipo 2 se sitúan en zonas visibles (y accesibles) junto a los caminos; mientras que los abrigos de Tipo 5 serían un ejemplo de reciprocidad en la visibilidad a corta distancia entre los propios abrigos y las zonas óptimas para el tránsito aquí identificadas. d) Visibilidad a lo largo de las rutas propuestas por influencia del Arte Levantino Respecto a las rutas trazadas en relación con la distribución de los abrigos con representaciones levantinas, ni las pautas de movilidad ni las relaciones de visibilidad entre los abrigos y dichos trazados resultan
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FIGURA 95. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Casa de Lara y Cava de les Cendres, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Levantino.
FIGURA 96. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Barrio de Benalúa y Cova Ampia del Montgó, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Levantino.
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FIGURA 97. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Barrio de Benalúa y Sa Cova de Dalí, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte
muy diferentes a las ya observadas respecto al Arte Esquemático (con la única salvedad de que en la elección del emplazamiento de los abrigos existe un abanico de posibilidades más limitado, donde sólo se registran los Tipos 2, 3 y 5). Por tanto, tampoco existen significativas variaciones en las relaciones visuales establecidas entre los abrigos pintados y las zonas propuestas como óptimas para el tránsito si se quisiese pasar junto a ellos. Así, hay abrigos que se sitúan en las inmediaciones de los puntos de paso propuestos, como el del Pantanet en la Vállela d'Agres; Penya Blanca y Racó de Condoig en la zona de la Valí d'Alcalá; y los del Barranc de Galistero, Racó de Gorgori, Covalta, Racó de Sorellets y Pía de Petracos en el Barranc de Malafí. Sin embargo, sólo los abrigos ubicados en el Barranc de Malafí serían visibles a corta distancia; los demás se sitúan en las zonas de cabecera de barrancos tributarios de estos corredores principales, y sólo serían visibles a media distancia. Y, como en otras ocasiones, el panorama no varía si ampliamos el radio de visibilidad a larga distancia, pues de nuevo las visibilidades quedarían limitadas por las sierras que flanquean este recorrido, y en el caso del Arte Levantino no hay abrigos que se asocien a estos relieves prominentes. En cuanto a las líneas de movimiento en dirección N-S, por la zona del litoral se proponían distintas posibilidades de tránsito, con pasos entre la Sierra del Ferrer y el flanco occidental de la Sierra de Bernia (pasando junto a la Cova del Mansano) o remontando el curso del río Bolulla (junto al Abric del Xorquet). Sin embargo, en el caso de la Cova del Mansano, la localización de este abrigo junto al lecho del barranco
impide que sea visto desde el camino (aunque sí sería visible parte del barranco donde se localiza). Desde el llano de Xábia, en cambio, tanto a media como larga distancia sería visible el emplazamiento del Abric de la Catxupa. De esta manera, y aunque sus pautas de distribución parecían presentar cierta similitud con las propias del Arte Esquemático, entre los abrigos con representaciones levantinas se aprecia una mayor reciprocidad en las relaciones visuales entre abrigos y zonas óptimas para el tránsito —a pesar de que algunos de los abrigos de la zona hayan quedado al margen de las posibles rutas identificadas—. Además, como veíamos al analizar los corredores naturales, también hay abrigos levantinos en este tipo de pasos (Vállela d'Agres, Valí de Gallinera, Barranc de Famorca), así como en aquellos corredores valorados en función de los abrigos con representaciones esquemáticas (como la Canal de Bocairent o la cabecera del río Penáguila), y en todos ellos se mantiene también esta relación con zonas por las cuales se transitaría. Debido a esta razón planteábamos la posibilidad de que los abrigos que se desvinculaban de estas pautas generales de movimiento pudieran en realidad funcionar dentro de unos circuitos de movilidad a menor escala; quizás unas pautas de movilidad logística que se limitasen a desplazamientos de corto radio alrededor del lugar de habitat, lo que incluiría el uso intermitente de algunos refugios de acuerdo con criterios estacionales o funcionales (cf. Whittle 1997: 21). Así, estos desplazamientos seguirían unas pautas distintas a las de movilidad residencial a larga escala tratadas en estos últimos capítulos y basadas en el recorrido de los
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grandes valles que vertebran el territorio; en cambio, dentro de las estrategias de movilidad logísticas (sea para buscar forraje para el ganado o para el aprovechamiento de los recursos silvestres del entorno), serían más habituales los desplazamientos transversales a lo largo de los barrancos tributarios de estos valles principales, que conectarían nichos ecológicos distintos y donde existe, por tanto, mayor variedad en los recursos disponibles. Por ello, quizás el emplazamiento de muchos de los abrigos de Tipo 3 debiera ponerse en relación con estos movimientos de corto alcance, y quizás también con la compartimentación del territorio que podría apreciarse desde los momentos finales de la secuencia neolítica; en cambio, los abrigos de Tipo 2 y Tipo 5 sí se vincularían a los desplazamientos a mayor escala aquí identificados.
De esta manera, al valorar globalmente estos resultados podemos decir que la gran mayoría de los abrigos no se situarían en las zonas más visibles desde los caminos (aquellas que presentan los más elevados índices de visibilidad acumulada), sino, por el contrario, en las zonas con un índice de visibilidad reducido o no visibles en absoluto. Por ello, en muchos casos estos abrigos sólo serían visibles desde puntos muy concretos del territorio, por lo que no parece que su emplazamiento responda a una necesidad de ser vistos cuando éste se recorre. En cambio, el caso inverso (visibilidad de los abrigos sobre las zonas más adecuadas para el tránsito) sería más habitual. En este sentido, debemos recalcar una vez más que esta falta de coincidencia pudiera deberse principalmente a problemas de procedimiento, pues el encauzamiento de los caminos óptimos por las tierras llanas de los fondos de los valles imprime ciertas limitaciones a su cuenca visual: así, muchos abrigos que se sitúan a relativa altitud respecto al fondo del valle quedarían fuera del alcance de su cuenca visual inmediata; mientras que a larga distancia, aunque los relieves montañosos que flanquean estos valles presentan los mayores índices de visibilidad acumulada, los abrigos que ahí pudieran localizarse no serían fácilmente distinguibles de su entorno. Sin embargo, la propia experiencia sobre el terreno nos ha mostrado que la mayor parte de los abrigos sólo serían visibles a corta distancia, si se transita por las inmediaciones su emplazamiento, y aun así sólo durante breves tramos. Además, en muchos casos los abrigos no destacan especialmente sobre las paredes en que se ubican, por lo que sólo el conocimiento previo de su emplazamiento haría que se reparase en ellos y pudieran ser distinguidos. Esto no ocurre, en cambio, con los abrigos de Tipo 2, debido a su gran tamaño y su ubicación en puntos más accesibles y por tanto visibles; ni tampoco con los de Tipo 5, que muestran unas características similares (tamaño medio, cercanía a las líneas de tránsito). El resto de los abrigos (Tipo 1, un destacado número de
los de Tipo 3, y Tipo 4), no serían visibles en absoluto. Por ello, en relación con los distintos grupos en que se han clasificado los abrigos, podríamos plantear las siguientes conclusiones: 1) Los abrigos de Tipo 1 y 4 no parecen presentar ninguna vinculación con las líneas identificadas para la articulación general del paisaje. Los primeros porque, aunque se ubican en la cima de relieves montañosos destacados (que serían visibles desde gran parte del territorio, y que flanquean áreas apropiadas para el tránsito), debido a su pequeño tamaño y la altitud a la que se sitúan serían invisibles dentro de estas sierras. Los segundos, en el único caso así definido, por su emplazamiento encajonado en el interior de una sierra que separa dos de los valles por donde se orientan las líneas de tránsito en dirección SO-NE, y por tanto al margen de este movimiento. 2) Los de Tipo 2 y 5, aunque por circunstancias distintas (asociadas en cada caso a su posible contexto de uso), se encuentran siempre en la cercanía inmediata de potenciales rutas de comunicación y presentan un tamaño medio o grande, lo que les permite distinguirse de su entorno con relativa facilidad; así, existiría una elevada reciprocidad en la visibilidad entre éstos y las potenciales líneas de articulación del paisaje. 4) Los abrigos de Tipo 3 constituyen el tipo más numeroso, y quizás también el menos homogéneo en su posible contexto de uso (al margen de los criterios de emplazamiento y contenido usados para su clasificación). En cada caso, las variaciones en su emplazamiento (a mayor o menor altura sobre el entorno; junto a la cabecera o en la desembocadura del barranco; etc.) y las características del propio barranco hacen que su visibilidad sobre el entorno sea más o menos amplia y nítida, y también facilitan que sea más o menos visible desde éste. En algunos casos, su visibilidad no se dirige hacia las zonas consideradas óptimas para el tránsito; en otros, aunque sí controlen visualmente estas zonas, no existe reciprocidad en la visibilidad; otros, por último, sí parecen ser visibles desde las zonas adecuadas para el movimiento que también controlan visualmente. Todos estos abrigos presentarían motivos macroesquemáticos, esquemáticos y levantinos; en algunos casos serían abrigos compartidos, y en otros exclusivos; pero no podemos, como hemos señalado, encontrar una pauta que aune las variaciones observadas en su contenido y las características de su cuenca visual. Por otro lado, encontramos también una serie de abrigos cuyo emplazamiento no parece vincularse con
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las rutas identificadas —como sería el caso de los abrigos de la cuenca de los ríos Sella y Guadalest—. Quizás estos abrigos, como algunos de los que no presentan relación visual con los caminos propuestos, podrían relacionarse con unas pautas de movilidad logística a menor escala; en este caso, se trata siempre de los abrigos de Tipo 3 con paneles más simples. En cualquier caso, debemos recordar que en todos los aspectos relacionados con la reconstrucción de pautas de movimiento estamos hablando en un plano hipotético, pues incluso en el caso de los caminos cuya existencia se documenta en momentos más tardíos se podrían haber producido modificaciones a pequeña escala en su recorrido, lo cual afectaría a las relaciones visuales que intentamos establecer con los abrigos con arte rupestre. Sin embargo, aceptando que los resultados obtenidos conforman un marco de trabajo hipotético pero válido (las cuencas visuales calculadas se adecúan a la realidad observada, y los
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caminos óptimos identifican cuáles son las zonas más adecuadas para el tránsito), las diferencias en las estrategias de visibilidad o invisibilidad observadas entre los distintos tipos de abrigos (e incluso dentro de algunos de ellos) reafirman la idea de que la representación de arte rupestre no es un fenómeno unitario y homogéneo; por el contrario, estas diferencias, al igual que las que hemos señalado a propósito del contenido de los abrigos, de sus rasgos morfológicos y de las propias características de su emplazamiento, nos estarían mostrando una enorme variabilidad interna en el que fue el contexto original de uso de los distintos abrigos. Esta variabilidad puede responder a factores de todo tipo, y en relación con estos factores también se puede atribuir a las representaciones significados muy distintos; sin embargo, consideramos que el mero reconocimiento y valoración de esta variabilidad ya constituye una aportación que justifica este estudio.
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Parte V DISCUSIÓN
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14. LA CONSTRUCCIÓN DE UN PAISAJE NEOLÍTICO: PRIMERAS COMUNIDADES PRODUCTORAS EN LAS COMARCAS CENTRO-MERIDIONALES VALENCIANAS El concepto de paisaje es sin duda ambiguo: puede reflejar tanto un fragmento del terreno como la percepción personal de éste, o incluso la obra pictórica que lo representa (cf. Lemaire 1997: 5). Dentro de las corrientes interpretativas post-procesuales, basadas en el estructuralismo simbólico y la fenomenología, se sugiere que el paisaje es un arreglo o estructuración del espacio creado a partir de la mirada de un observador, que no reflejaría tanto una realidad espacial como una percepción particular; sería, así, una imagen cultural de la naturaleza, basada en el procesado de los datos sensoriales recogidos del entorno a través del filtro de la percepción particular, los condicionamientos socioculturales y las experiencias previas del individuo. De esta manera, el paisaje no sería ya el escenario pasivo de las acciones humanas descrito desde la Nueva Arqueología; por el contrario, se entiende como un elemento socialmente construido y subjetivamente percibido, domesticado y apropiado por los grupos que lo habitan a través de esta experiencia (Orejas 1991; 1998; Bender 1993; Lemaire 1997). Se plantea así que, del mismo modo que las sociedades humanas domestican el entorno en el que habitan, con el establecimiento de una serie de referentes que estructuran este espacio de acuerdo con sus normas y necesidades (Leroi-Gourhan 1964; Ingold 1986), existe también una reciprocidad en las relaciones establecidas entre el paisaje y sus habitantes, pues el primero, como categoría mediadora entre naturaleza y cultura, tiene una parte activa en la vida económica, social y cultural de los segundos. De esta manera, los paisajes sociales constituirían sistemas de referencia, de relaciones entre personas y lugares, que proporcionarían el contexto necesario para el desarrollo de las actividades y conductas cotidianas, siempre en relación con pasadas y futuras acciones (Gosden y Head 1994; Thomas 2001).
El paisaje constituye, por tanto, un espacio socializado y dinámico, que integra componentes de distinto signo: naturales y culturales, acciones y experiencias. Por ello, el planteamiento de un estudio del paisaje prehistórico requiere una perspectiva global e integradora, que abarque distintas fuentes de información y todos los aspectos de la actividad humana en el espacio; pues el objetivo final no es la descripción de un escenario estático, sino la reconstrucción de estas redes de relaciones entre personas y lugares, la caracterización de las comunidades humanas y, en última instancia, la interpretación de los procesos evolutivos que se dan en él. Desde este punto de vista, el análisis del paisaje constituye un marco de trabajo especialmente adecuado para el estudio de un proceso como el de la neolitización, multilineal en su evolución y polivalente en su contenido; un proceso que no afecta únicamente a los rasgos técnicos o subsistenciales de las sociedades que se verán inmersas en él, aunque éstos sean los atributos externos que más frecuentemente se han esgrimido para identificar el período; sino que además provoca unas profundas transformaciones en su ideología y estructura social, aquellos elementos que fundamentan el paso desde una sociedad primitiva a lo que se ha llamado modo de vida campesino (Vicent 1991a). En este caso, al referirnos a la neolitización, estaríamos hablando de la disolución de un orden social basado en bandas de nivel familiar: poblaciones dispersas de escasa densidad demográfica, con una organización social basada en sistemas clasificatorios de parentesco y la reciprocidad generalizada en el interior del grupo, así como una reciprocidad equilibrada en las relaciones intergrupales (basadas en sistemas regionales de alianza que garanticen las posibilidades de intercambio reproductivo); y un modo de vida basado en la movilidad y un aprovechamiento de los recursos naturales oportunista o selectivo (dentro de las estrategias cazadoras-recolectoras de amplio espectro propias ya del Mesolítico) (Vicent 1991a: 48). La disolución de este orden daría paso a lo que
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desde la Arqueología Social se han denominado sociedades tribales comunitarias (Bate 1998; Jover 1999; Ramos Muñoz 2000), y sociedades segmentadas o de linajes, en la terminología de E. Service (1971): comunidades establecidas en poblados relativamente estables, dispersos o nuclearizados, que se integran en una red más amplia basada en redes de matrimonio, alianza e intercambio; con un modo de subsistencia basado fundamentalmente en un sistema productivo de rendimiento diferido agrícola y ganadero, donde la producción anual es la base del ciclo siguiente (aunque estos recursos pueden complementarse con la explotación simultánea de otros silvestres, mediante actividades apropiadoras como la caza, pesca y recolección); de carácter autosuficiente, aunque pueden desarrollar un excedente para intercambiar por productos que no estén disponibles en su lugar de habitat; donde la propiedad de los medios de producción es colectiva, aunque su redistribución se basa en el desarrollo de formas de reciprocidad negativa en el interior del grupo (como éste se encuentra segmentado en clases de edad, sexo, etc., todos tienen derecho a participar de las reservas pero no todos tienen acceso directo a éstas), y prácticas de territorialidad hacia el exterior; y donde pueden existir individuos encargados de la coordinación del grupo en tareas subsistenciales o ceremoniales, o que actúen como mediadores ante los intercambios y relaciones con otros grupos, pero sin que este rol se institucionalice (no tendría una base diferenciadora económica o social, sino que se basaría únicamente en el prestigio, pues estos individuos no ejercen un poder exclusivo sobre los recursos) (cf. Vicent 1991a; Jover 1999). De esta manera, las transformaciones tecno-económicas y socio-ideológicas se producirían en dos esferas entre las cuales las relaciones no debían ser necesariamente de causa-efecto, pues tanto la documentación etnográfica como el registro arqueológico dan cuenta de múltiples situaciones en las que la disponibilidad de los rasgos técnicos considerados neolíticos (cerámica, especies domésticas, etc.) no implicó un necesario salto a organizaciones sociales de nivel más complejo y el inicio de una irrefrenable carrera civilizadora, incluso aunque estos elementos pudieran tener un papel significativo en la economía de los grupos (cf. Arnold 1996: 87; Hernando 1999b; Johnson y Earle 2003: 99 y ss). En este sentido, algunos autores han señalado además que la introducción de estas innovaciones se haría dentro de un contexto de diversificación de las estrategias productivas destinadas a la estabilización y previsión de riesgos, dada la naturaleza esencialmente conservadora de las sociedades primitivas —es decir, que los cambios en el modo de subsistencia de estos grupos se introducirían para conservar su modo de vida, no para cambiarlo (Vicent 1991a: 43)—. Por otro lado, algunos autores han señalado ejemplos de evidente complejidad entre poblaciones de cazadores-recolectores, pues ésta depende de las relaciones sociales de producción (acceso y
redistribución de los recursos) y no del tipo de actividades económicas desarrolladas (Arnold 1993: 78; 1996: 78-79); del mismo modo, otros autores consideran que la adopción de una economía productora se habría producido como resultado de una necesidad de intensificar la producción, para mantener unas relaciones sociales basadas en el control del excedente por parte de determinados individuos (cf. Bender 1978; Hay den 1990, entre otros). Así, el cambio tecnológico no sería el motor de la evolución social, sino que la verdadera transformación (la que marque las transformaciones que realmente definen el proceso de neolitización o de desarrollo de un modo de vida campesino] se produciría en un nivel más profundo: aquel que afecta al modo de apropiación y redistribución de estos recursos, y a las relaciones sociales de producción (Vicent 1991a: 34), pues la economía productiva de base agropecuaria, aunque implique la posesión de unos recursos más abundantes y predecibles, requiere también invertir una mayor cantidad de trabajo social en su obtención, y sigue estando sujeta a variaciones puntuales impuestas por un clima adverso o problemas de distinto signo; por ello, la creación y mantenimiento de un excedente (que será la base para la reproducción del ciclo siguiente) se constituirá como un problema fundamental para la comunidad. Así, deberán desarrollarse unas relaciones de reciprocidad negativa tanto dentro del grupo, donde la propiedad de los medios de producción es colectiva, pero no así la redistribución de los bienes (todos tienen derecho a participar de las reservas, pero no todos tienen acceso directo a ellas); como hacia el exterior, donde se plantea una necesidad de restringir al máximo el acceso a los recursos del grupo por parte de los individuos ajenos a éste, mediante el refuerzo de la identidad grupal y el desarrollo de prácticas de territorialización (la autoconcepción del grupo como una entidad territorial, ligada a un espacio productivo concreto de cuya explotación se excluye a los no-miembros) (Vicent 1991a; Casimir 1992; Orejas 1998). Al mismo tiempo, estos cambios sociales y en el modo de producción vienen acompañados por otros que afectan de forma general al modo de vida de estas comunidades, y las obliga a someterse a un ciclo de consumo diferido y prolongado, marcado por el ciclo agrícola de los cultivos —con la alternancia entre períodos productivos destinados a las labores agrícolas (siembra y recolección) y períodos improductivos donde el consumo dependerá del excedente almacenado, y que puede destinarse a otro tipo de actividades como las ceremoniales (destinadas a mantener la estabilidad intragrupal y las alianzas intergrupales) o la producción de bienes no alimenticios (para el intercambio, etc.) (Vicent 1991a: 44
y ss)—.
De esta manera, se deduce que paralelamente a los cambios sociales desarrollados en el seno de estas comunidades se producirá también un cambio en sus estrategias de apropiación del espacio y construcción
DISCUSIÓN de un paisaje cultural; pues la percepción y uso del entorno está estrechamente vinculada a las estructuras sociales y subsistenciales de cada comunidad. Así, este cambio se traduce en el desarrollo de una actitud activa y domesticadora sobre el entorno, frente a las pasivas o participativas que caracterizan a los grupos cazadores-recolectores (que basan su subsistencia en la adaptación al equilibrio natural de su entorno) (cf. Criado 1991). Así, distintos autores han señalado las diferencias en la percepción del entorno entre grupos cazadores-recolectores y los de economía agropecuaria: como un modo dinámico basado en lugares, caminos y el movimiento en el paisaje en el primer caso, y un modo estático asociado a la tierra que se cultiva, en círculos que se extienden desde el lugar de habitat, como punto de referencia en el segundo (LeroiGourhan 1964; Ingold 1986). De esta manera, con el desarrollo de las estrategias de subsistencia selectivas y diversificadas que caracterizan a las bandas mesolíticas se inicia un proceso de transformación efectiva del entorno, aunque presidido por una racionalidad conservacionista que tiende a su preservación; esta transformación se hará más efectiva durante el Neolítico, cuando las nuevas relaciones sociales de producción impongan una forma específica de apropiación del espacio, con nuevas estrategias de control y dominación de la naturaleza que alteran el entorno y lo sustituyen por un paisaje artificial, social y cultural (Criado 1991). Este proceso puede reconocerse en el desarrollo de prácticas de exhibición y monumentalización del paisaje, con la creación de una serie de construcciones humanas concebidas para ser visibles espacialmente y para vencer el paso del tiempo, y que indican con su presencia la configuración de un paisaje social (Criado 1991; 1993b: 47). Pero también debe hablarse de una conciencia de territorialidad, entendida como la voluntad de delimitación del área ocupada de forma exclusiva por un grupo, con la exclusión de los individuos ajenos a éste mediante una defensa abierta o a través de algún modo de comunicación; estas prácticas no constituyen una conducta innata a los seres humanos, sino una estrategia de subsistencia cuyo mantenimiento sólo compensa en aquellas situaciones donde existen recursos abundantes y predecibles que explotar (cf. Dyson-Hudson y Smith 1978: 23); en cambio, en aquellas situaciones donde los recursos son escasos y variables, bastaría con controlar el acceso a ellos mediante el establecimiento de límites sociales basados en la reciprocidad y la comunicación entre grupos, para protegerlos de una explotación indiscriminada por parte de otros grupos (Casimir 1992: 11-13). Como hemos visto con el análisis del modo de vida de las comunidades neolíticas de las comarcas centromeridionales valencianas, el desarrollo de estas prácticas territoriales no se vincularía a los inicios de la secuencia, sino que se produciría en momentos más avanzados, en paralelo a los cambios económicos y simbólicos que hemos constatado a partir del estudio
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del poblamiento, mundo funerario y manifestaciones gráficas de estos grupos. De esta manera, si en los momentos iniciales de la secuencia se constata un incremento de la complejidad ceremonial, con la representación de motivos macroesquemáticos en abrigos vinculados a rituales de agregación social o ritual, la construcción de estructuras monumentales como los fosos existentes en Mas d'Is, o el uso ritual de algunas cavidades como las de Or y Sarsa; en momentos más avanzados de la secuencia estas comarcas se constituirán como un espacio tribal amplio, formado por los territorios de distintos linajes asociados entre sí por lazos de alianza o parentesco; pero con un sentimiento de identidad común excluyente hacia el exterior, del que constituye una buena muestra la representación pautada de pinturas esquemáticas y levantinas en los puntos de acceso al interior de esta zona. Todos estos elementos constituyen un reflejo de los cambios provocados por el lento cambio de estos grupos desde un modo de vida basado en la caza-recolección, la movilidad y la reciprocidad, a un modo de vida campesino que sólo puede reconocerse con claridad ya en la Edad del Bronce; con una mayor fijación al territorio, el sometimiento al ciclo agrícola de los cultivos y el cambio en las relaciones sociales de producción; cambios cuyo detonante parece ser la llegada a estas tierras de las innovaciones neolíticas, sea mediante difusión démica o cultural; pues, como hemos señalado en los capítulos iniciales, aunque el registro arqueológico muestra la existencia de múltiples elementos de ruptura entre los períodos Epipaleolítico y Neolítico (que afectarían a todos los ámbitos de la vida cotidiana y social de los grupos que habitarían estas comarcas), estos datos no nos permiten inclinarnos con seguridad ante una hipótesis u otra: si las transformaciones vinieron ligadas a la llegada de nuevos contingentes humanos, aunque fuese en un número escaso; o si las innovaciones se difundieron a través de unas redes de intercambio que ya existirían entre las poblaciones epipaleolíticas mediterráneas, y fueron adoptadas dentro de unas estrategias de prevención de riesgos. En definitiva, podemos decir que el proceso de neolitización se estructura, como el paisaje, en el tiempo y en el espacio; dos dimensiones que son al mismo tiempo reales y percibidas —construcciones sociales modificadas por las estructuras de pensamiento de los individuos o grupos implicados (cf. Ingold 1983; 1986; Zvelebil 1997; 2003)—. Por ello el proceso de neolitización puede analizarse, como el paisaje, a partir de las huellas en el espacio dejadas por estos grupos con el desarrollo de sus distintas actividades: prácticas o simbólicas, diarias o estacionales. El análisis del proceso de neolitización desde la perspectiva de la Arqueología del Paisaje permite, así, una interpretación global de un proceso evolutivo dinámico; una interpretación no limitada a las transformaciones tecno-tipológicas y subsistenciales que caracterizan el período, sino que atienda también a aquellas que afee-
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tan a la estructura social e ideología de estas comunidades. Distintos autores, desde distintas posiciones teóricas, han insistido en la necesidad de valorar la existencia no de un Neolítico, sino de varios neolíticos: procesos diversos, adaptados en cada caso a unas circunstancias concretas en cuanto al modo de llegada de las innovaciones, el modo en que son acogidas por los grupos locales y las consecuencias de su adopción en el seno de éstos. La transición a la economía de producción no es un proceso exclusivamente económico ni técnico, sino que en cada caso se produce en un contexto social e ideológico particular, que resulta determinante en la evolución de las comunidades implicadas en el proceso. En las comarcas centromeridionales valencianas, este contexto puede estudiarse a partir de las variaciones que se detectan en el registro arqueológico, y que afectan tanto a los aspectos prácticos como simbólicos del modo de vida de estas poblaciones: en la cultura material, en las pautas de poblamiento y las estrategias de subsistencia, en los rituales de enterramiento y en las manifestaciones gráficas. A partir de las huellas cambiantes que estas actividades dejan en el paisaje, dentro de un proceso de apropiación basado en una perspectiva particular y mediatizada (la voluntad de controlar su uso), podemos reconocer una transformación en el modo de vida y papel sobre el entorno de estas comunidades; en un primer momento, con el incremento de la importancia del ceremonial destinado al control interno del paisaje y de las comunidades que lo habitan; y a partir de entonces, progresivamente, con el desarrollo de una conciencia de territorialidad que nos informa sobre las transformaciones sociales que se dan en el seno de estas comunidades, su creciente fijación al territorio y la compartimentación de éste.
De modo general, hemos señalado cómo las explicaciones sobre el modo de difusión del Neolítico en el continente europeo pueden agruparse en varias posturas: — Migracionistas, que plantean la adopción de la agricultura mediante la sustitución de las poblaciones locales de cazadores-recolectores por grupos campesinos cuyo origen se encuentra en el Próximo Oriente (proceso alimentado por la creciente densidad demográfica atribuida a las sociedades agrícolas). En este caso, aunque el contacto pudo adoptar distintas formas, suele hablarse de una difusión démica (Ammerman y Cavalli-Sforza 1984), y más concretamente se ha planteado un modo de difusión basado en el establecimiento de enclaves en zonas óptimas para el desarrollo de las actividades productivas agropecuarias (Zilhao 1993; 1997; 2000; 2001); desde estos
enclaves, la interacción con las poblaciones locales redundaría a corto o medio plazo en su integración o absorción dentro del nuevo modo de vida; o incluso, como plantean recientes publicaciones, podrían ser estos pequeños grupos neolíticos los asimilados por los grupos locales (cf. Zilhao 1997; Zvelebil 2000; Bernabeu 2002'). — Indigenistas, que defienden que la adopción de la agricultura se produjo exclusivamente mediante distintos mecanismos de difusión cultural y contactos entre ambos grupos, a través de redes preexistentes de alianza, intercambio y matrimonio (cf. los modelos de Lewthwaite 1986; Vicent 1991a; o Rodríguez et al. 1995). El cambio, en este caso, se percibe como una reestructuración de las estructuras sociales e ideológicas de las poblaciones epipaleolíticas, como resultado de la introducción de las innovaciones técnicas y económicas que definen el período Neolítico. — Poligénicas, que defienden la existencia de múltiples focos de neolitización, con procesos autóctonos de domesticación de distintas especies vegetales o animales (Estévez et al. 1987; Pellicer 1987) o de desarrollo de la tecnología cerámica (Moure y Fernández-Miranda 1977; Acosta 1987). Estas hipótesis han sido constantemente rechazadas, debido a la inexistencia en el continente de los agriotipos de las especies que serán domesticadas, y la innegable antigüedad y origen próximo-oriental de los componentes del paquete neolítico; los argumentos que sustentarían la existencia de procesos de neolitización autóctonos, en cambio, suelen atribuirse a problemas tafonómicos o a alteraciones postdeposicionales (Portea y Martí 1984-85; Zilhao 1993; Bernabeu et al. 1999; 2001). Por ello, finalmente muchos de estos autores han evolucionado hacia posturas más cercanas al indigenismo (cf. Olária 1999). Sin embargo, frente a esta polarización de posturas, autores como M. Zvelebil han señalado que ninguna de estas hipótesis puede explicar por sí misma un proceso tan complejo y variado como la neolitización del continente europeo: ni los mecanismos de difusión cultural justificarían la introducción prácticamente simultánea en el Mediterráneo occidental y la Europa central y sudoriental de las innovaciones; ni existen evidencias en los inicios del Neolítico de un crecimiento demográfico tan elevado que justificase una 1
En contra de la opinión de otros autores, que consideran que, en todas aquellas situaciones de contacto que pudieron darse en el continente europeo entre poblaciones agrícolasganaderas y cazadoras-recolectoras, serían las primeras las que tendrían una posición dominante en los intercambios (Molina et al. 2003: 59, citando a R. Dennell, entre otros autores).
DISCUSIÓN continua migración de poblaciones. De esta manera, sin descartar la posibilidad de un cierto aporte démico por parte de los grupos neolíticos, mediante la presencia de enclaves en algunos puntos del Mediterráneo, en cualquier caso serían las poblaciones locales epipaleolíticas las responsables de la adopción e integración en su modo de vida de las novedades (cf. Zvelebil 2000). La dualidad de poblaciones, que constituye la base de todas las hipótesis difusionistas, se traduciría en la existencia de una zona de frontera en torno a los asentamientos neolíticos, a través de la cual pueden darse distintos modos de contacto: desde las fronteras permeables, móviles o estáticas, a través de las cuales se darían contactos de intercambio, migración o adquisición de recursos, o la asimilación de los grupos de cazadores recolectores dentro de las comunidades agrícolas, hasta las fronteras impuestas por la colonización por parte de los agricultores de las tierras donde antes habitaban los grupos epipaleolíticos (Dennell 1985). Para el caso europeo, M. Zvelebil ha planteado una hipótesis integradora, basada en la existencia de una frontera móvil y permeable, a través de la cual podrían establecerse entre ambas poblaciones lazos de intercambio, alianza, matrimonio o cualquier otro vínculo de reciprocidad u obligación, incluso como extensión de las redes preexistentes entre las poblaciones epipaleolíticas locales; estos lazos e intercambios estarían destinados a reducir el riesgo de impredecibles variaciones en los recursos disponibles, tanto entre los grupos cazadores como entre los agricultores; y esto, a largo plazo, desembocaría en la integración de ambos grupos en uno solo (Zvelebil 2000: 59 y ss.). Esta integración se produciría de modo progresivo (con fases de disponibilidad, sustitución y consolidación), en un proceso durante el cual se constataría una creciente competencia entre ambos grupos por la ocupación y explotación de un mismo territorio y sus recursos; competencia que a largo plazo se solventaría con la instauración de un modo de vida mixto que combinase modos de trabajo predadores y productores —aunque los recursos silvestres sólo tendrían un papel complementario (cf. Zvelebil 1986; 1992; 1998)—. Como vemos, la única diferencia de esta hipótesis integradora frente a las indigenistas radica en el planteamiento de la posibilidad de coexistencia de dos grupos de población (unidos por lazos de intercambio o alianza para solventar posibles situaciones de riesgo o escasez de recursos), que finalmente se integran en un solo grupo en el primer caso; mientras que en el segundo caso se plantea exclusivamente la adquisición selectiva por parte de las poblaciones locales de las innovaciones que se consideran más interesantes (dentro de unas estrategias de subsistencia de amplio espectro destinadas también a la prevención de riesgos), a través de redes de intercambio ya existentes, e intentando con ello garantizar la pervivencia de su modo de vida tradicional. En cualquiera de los dos
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casos, ya que históricamente no parece factible la hipótesis de la desaparición o aniquilamiento de las poblaciones epipaleolíticas o mesolíticas locales, 1) el sustrato indígena y sus redes de alianza e intercambio previas habrían tenido siempre una importancia fundamental; y 2) la adquisición de las especies domésticas y otras innovaciones técnicas no justificaría en sí misma cambios inmediatos en el modo de vida y la ideología de estas poblaciones. De esta manera, aunque es importante atender al modo en que pudo producirse la difusión de las innovaciones (sea por la llegada de nuevos grupos de población, sea por la llegada de estos elementos mediante intercambio), creemos que el registro arqueológico en la zona centro-meridional valenciana no permite inclinarse con seguridad ante ninguna de estas dos hipótesis, más allá del hecho de que en ningún caso se detecta una convivencia de dos grupos de población distintos en este territorio. Y, por ello, consideramos importante centrar la atención de nuestro estudio en los cambios que se producen a partir del momento en que estos elementos se detectan en el registro arqueológico: en esta zona, en unas fechas que rondarían el 5600-5500 cal. BC (Hernández y Martí 2000-2001; Martí y JuanCabanilles 2002a; Bernabeu et al. 2002). De alguna manera, el paradigma dominante en la escuela valenciana sobre el proceso de neolitización, el modelo dual, combinaría también aspectos migracionistas e indigenistas: el de neolitización sería un proceso mixto de colonización-aculturación, en el que las innovaciones llegarían de la mano de unos nuevos grupos de pobladores, y serían adoptadas por parte de las poblaciones locales, aunque a distinto ritmo y con distintos resultados en cada caso; esto explicaría la diversidad de los modelos regionales detectados en la Península tras una primera fase de homogeneidad, correspondiente al horizonte de las cerámicas impresas cardiales. Este modelo, tal como fue definido por J. Portea (1973), trataría de atender al estudio no de fases genéricas (Epipaleolítico vs. Neolítico), sino de las distintas situaciones culturales en que se encontraría cada grupo de población dentro de este abanico. En cambio, con el tiempo, la investigación dentro de este paradigma ha tendido a otorgar una importancia creciente a la dualidad de poblaciones que sustenta el modelo, buscando reforzar la idea de ruptura frente al modo de vida previo, así como la existencia de mecanismos de difusión démica en los inicios del proceso: "... tanto la cultura material, la actividad económica, el poblamiento, o cuanto vamos conociendo del ritual funerario y del mundo religioso de las primeras comunidades agriculturas diseminadas por el ámbito mediterráneo, tiende a estrechar lazos entre ellas. Mientras que, por el contrario, se mantiene, cuando no aumenta, la distancia que las separa de las sociedades cazadoras-recolectoras, de la actividad económica y del equipamiento industrial de los diferentes grupos epipaleolíticos que pudieran postularse como substratos de aquel proceso de neolitización" (Martí y Juan-Cabanilles 1997: 216).
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Además, se ha intentado extender este modelo a otros contextos peninsulares (cf. Martí y JuanCabanilles 1997; 2000; 2002; Bernabeu 1999; 2002) donde, aunque con variaciones entre los distintos autores en cuanto al modo en que ésta se habría producido, el resultado final señalado sería siempre de integración de ambas poblaciones: los grupos epipaleolíticos dentro de las redes sociales neolíticas (Martí y Juan-Cabanilles 1997; 2000; 2002); o, por el contrario, debido al pequeño tamaño de los colonizadores neolíticos, éstos habrían sido asimilados por parte de los epipaleolíticos locales, iniciando así su neolitización (Zilháo 1997; Bernabeu 2002). En cualquier caso, todas estas posturas intentan recalcar las diferencias en cultura material, sistema económico, pautas de poblamiento, ritual funerario y mundo religioso que permiten definir el inicio del período Neolítico, por oposición a la previa etapa epipaleolítica —y no mesolítica, insistiendo siempre en la idea de que el registro arqueológico en la zona del Mediterráneo peninsular en fechas del V milenio BC no evidenciaba ningún indicio de cambio por evolución propia hacia la intensificación económica o la domesticación (Martí y Juan-Cabanilles 1997; 2000; 2002a)—. En cambio, el análisis del registro arqueológico neolítico en tierras valencianas muestra que, si bien es innegable la existencia de importantes cambios respecto a etapas anteriores, existen también numerosos elementos de continuidad; con ejemplos que no pueden limitarse a la existencia de intercambios recíprocos entre los supuestos dos grupos de población (como la perduración de elementos de sustrato en la industria lítica neolítica, como los segmentos de doble bisel —Juan-Cabanilles 1992—, o la presencia de cerámica y ovicápridos en los niveles superiores de algunos yacimientos epipaleolíticos), sino que afectarían de modo general a las pautas de poblamiento y explotación de los recursos del entorno.
A)
MODO DE VIDA Y PAUTAS DE POBLAMIENTO. MOVILIDAD Y TERRITORIALIDAD
Aunque tradicionalmente se había planteado que las comarcas centro-meridionales valencianas constituirían uno de los principales focos de contacto y aculturación entre los grupos de población neolíticos mediterráneos y los indígenas epipaleolíticos, las publicaciones más recientes señalan la existencia en estas tierras de un vacío poblacional desde el VI milenio cal. BC; este vacío se habría producido tras el colapso y abandono de los yacimientos epipaleolíticos de facies geométrica de los valles de la zona alrededor de 6100-6000 cal. BC, y el traslado de los grupos de cazadores-recolectores a comarcas situadas más al interior, como la cubeta de Villena en el Alto Vinalopó o la zona montañosa interior de la provincia de Valencia. Así, los primeros grupos de economía productora (llegados a estas tierras alrededor de 56005500 cal. BC) se habrían asentado en un espacio deshabitado, por lo que el contacto e interacción con
las poblaciones locales sólo podría haberse producido en la periferia de estas comarcas (Hernández y Martí 2000-2001; Martí y Juan-Cabanilles 2002a; Bernabeu et al. 2002). Así, se ha señalado que todas las ocupaciones neolíticas de yacimientos del Alto Vinalopó, como Casa de Lara o Arenal de la Virgen, se habrían producido sobre una base industrial y cultural geométrica que las precedería cronológicamente, documentándose a partir de entonces una cierta continuidad en sus modos de vida y cultura material (Fernández 1999: 135); lo mismo se señala para el yacimiento de El Lagrimal, aunque en este caso la ocupación neolítica se produciría con posterioridad, ya en momentos epicardiales. Sin embargo, respecto a este supuesto vacío poblacional pueden hacerse algunas consideraciones, en relación con las estrategias de explotación del territorio que en etapas previas se reconocían entre las poblaciones epipaleolíticas de la zona. El modo de vida de estos grupos se basaría en una movilidad residencial estacional, destinada al aprovechamiento intensivo de distintos nichos ecológicos (costeros, para la explotación de peces y moluscos; y de media montaña, para la caza de la cabra montes y el ciervo), dentro de unas pautas de explotación del territorio itinerantes y planificadas en función de cada entorno. Así, estos grupos se moverían estacionalmente entre las tierras bajas litorales y los valles de media montaña para explotar los recursos disponibles en cada momento, documentándose su transporte hasta distancias alejadas de sus lugares de obtención (Aura et al. 1993; Aura y Pérez Ripoll 1992; 1995; Aura 2001b). Se ha señalado también que la existencia de necrópolis en estos momentos (como la del Collado de Oliva) estaría reflejando una necesidad de articular la cohesión social, en un contexto de cambio que afectaría tanto a la gestión de los recursos (desarrollo de sistemas de rendimiento diferido) como a las estructuras sociales (debido a un posible crecimiento demográfico) (Aura y Pérez Ripoll 1995). Dentro de estas pautas de aprovechamiento intensivo y estacional de distintos nichos ecológicos, estos grupos epipaleolíticos ocuparían tanto abrigos (La Falguera, Santa Maira o Tossal de la Roca, entre otros) como asentamientos al aire libre (Casa de Lara y Arenal de la Virgen, Camí del Pía o el conchero del Collado de Oliva) (Fernández 1999; Aparicio et al. 1994). A diferencia de las cuevas y abrigos, localizadas en zonas abruptas de montaña, estos asentamientos al aire libre se localizan tanto en ambientes lacustres como marinos, pero buscan siempre nichos ecológicos donde existen abundantes y variados recursos naturales que pueden ser explotados de forma intensiva —pauta documentada en otras zonas endorreicas o de marjal cercanas como 1'Albufera de Anna o El Estany Gran de Almenara (Fernández 1999)—; y, como hemos visto, esta explotación de nichos ecológicos bien diferenciados se aprecia también desde el Neolítico inicial.
DISCUSIÓN Por otro lado, aunque se ha señalado que todos los yacimientos epipaleolíticos de esta zona mostrarían niveles de abandono previos al horizonte Geométrico A, recientemente se han localizado vestigios superficiales más tardíos (horizonte Geométrico B) en la zona de confluencia del Barranc de l'Encantá y el río Serpis —área de humedal que también ofrecería la posibilidad de explotar una variada gama de recursos (García Puchol et al. 2001)—; del mismo modo, con anterioridad se había señalado la presencia de materiales superficiales epipaleolíticos al aire libre en el paraje del Freginal de la Font Major (La Torre de les Mañanes) (Martí y Juan-Cabanilles 1987: 34). Estos vestigios, aunque publicados sólo de forma preliminar, podrían ser reflejo de la pervivencia de las pautas de explotación estacionales e itinerantes de los grupos epipaleolíticos de la zona en momentos más tardíos a los planteados en las publicaciones antes citadas; pautas que no habrían dejado una huella permanente en el entorno y que por ello presentarían mayores dificultades para su identificación que la ocupación de abrigos, pero que de alguna manera podrían matizar la idea de un vacío poblacional en estas comarcas en los momentos iniciales de la secuencia neolítica. Por el contrario, el abandono de cuevas y abrigos en estos momentos podría atribuirse a un cambio en las pautas de ocupación del territorio de estos grupos, cuya huella en el entorno no sería clara debido al incremento de la movilidad estacional y el habitat en asentamientos temporales al aire libre. Este sistema de traslado de todo el grupo de un nicho ecológico a otro sólo sería adecuado para grupos de baja densidad demográfica y escasa complejidad en su estructura social, que no hubiesen desarrollado sistemas tecnológicos, sociales o económicos que les permitiesen hacer frente a períodos de escasez de recursos (almacenamiento, prácticas de movilidad logística, etc.) (cf. Zvelebil 2003: 2). Además, la flexibilidad de esta movilidad residencial (y la carencia de vestigios en el registro arqueológico que indiquen lo contrario) reflejaría una ausencia de límites territoriales que restringiesen sus movimientos regionales; mientras que la importancia del ceremonial se reduciría al mantenimiento de la cohesión intergrupal. Así, estas comarcas podrían estar habitadas por varios grupos, ligados entre sí por lazos de alianza y matrimonio, y cuyo acceso a los recursos estaría regido por pautas de reciprocidad equilibrada, que sólo se reunirían de forma puntual para reforzar estos lazos. En cambio, a partir del 5600-5500 cal. BC, nos encontramos ante un panorama distinto. En primer lugar, se documenta una simultaneidad en la ocupación de asentamientos al aire libre, cuevas y abrigos, ubicados de forma diferencial en distintos nichos ecológicos, que sólo puede explicarse desde una voluntad de explotación integral de todos los recursos disponibles en el medio: tanto los debidos a la puesta en marcha de un sistema de producción de base agropecuaria, con el cultivo de distintas especies
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de cereales y algunas leguminosas, y la explotación de una cabana ganadera en la que predominan los ovicápridos; como el mantenimiento de la explotación de especies salvajes que muestran los porcentajes de fauna consumida en yacimientos tan destacados como Or, Sarsa o Cendres. Hemos señalado cómo la implantación de un sistema productivo de base agropecuaria no implica necesariamente la renuncia a la explotación de los recursos salvajes, especialmente en aquellas zonas donde existe una biodiversidad que lo permite; la preferencia que muestran los asentamientos al aire libre por las zonas endorreicas, y la presencia de abrigos y cuevas ocupados sólo esporádicamente en barrancos óptimos para su aprovechamiento ganadero, forestal o cinegético, en principio reforzaría esta pauta. De hecho, es en este contexto de aprovechamiento integral de los recursos donde debe entenderse también la explotación intensiva de recursos marinos (mediante pesca y marisqueo) que muestra la Cova de Les Cendres en los momentos iniciales de la secuencia (a pesar de tratarse de uno de los yacimientos paradigmáticos dentro de los enclaves neolíticos puros que postula el modelo dual). De esta manera, las comunidades que habitan las comarcas centro-meridionales valencianas en los momentos iniciales de la secuencia neolítica se caracterizarían por el desarrollo de unas estrategias económicas destinadas al aprovechamiento intensivo de todos los recursos del entorno, mediante una combinación de modos de trabajo predadores y productores. Esta dualidad económica podría responder a la integración en un mismo grupo de las supuestas poblaciones neolíticas de origen mediterráneo y los grupos locales epipaleolíticos, del modo propuesto por algunos autores (Guilabert et al. 1999); pero también podría considerarse resultado de la adopción de los recursos domésticos por parte de las poblaciones indígenas, dentro de una estrategia de diversificación de las fuentes de aprovisionamiento destinada a la prevención de riesgos de escasez (Vicent 1991a). En cualquier caso, este modo de vida mixto quedaría reflejado, en el registro arqueológico, por una diversificación de las pautas de poblamiento: — Por un lado, las aldeas al aire libre, cuyo emplazamiento muestra una clara preferencia por las zonas llanas o de pendientes moderadas (inferiores al 15 %), con suelos aluvio-coluviales o pardo-calizos, y localizadas siempre en zonas endorreicas o junto a llanuras aluviales, con abundante disponibilidad de agua; es decir, las tierras más apropiadas para la puesta en marcha de actividades agrícolas. Estos asentamientos constituirían aldeas abiertas, formadas por estructuras endebles construidas (cabanas) y excavadas (silos, cubetas, agujeros de poste); aldeas que, a diferencia de lo que ocurriría con las ocupaciones estacionales epipaleolíticas, constituirían el lugar principal de
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residencia de todos o la mayor parte de los miembros de la comunidad, a lo largo de todo el ciclo anual. — Por otro lado, desde estos momentos iniciales la ocupación del territorio se complementa con el uso esporádico de una serie de abrigos y cavidades junto a la línea de costa, o en los valles cercanos a las planicies donde se ubican las aldeas; aparentemente destinados, por tanto, a la explotación de unos nichos ecológicos distintos. La adecuada morfología o emplazamiento de algunos de estos abrigos explicaría la recurrencia en su uso, reflejando además una larga tradición de explotación de determinados territorios y recursos que en ocasiones se remonta al Paleolítico y Epipaleolítico. Estas cavidades serían, así, usadas como refugios cinegéticos, pero también en un contexto de transterminancia: desplazamientos de corto radio del ganado alrededor de los lugares de habitat, para aprovechar pisos bioclimáticos distintos y no sobrecargar las tierras de cultivo con su explotación como pastos. Estos abrigos sólo serían usados, por tanto, de forma esporádica; quizás estacionalmente los refugios de caza, en los períodos de descanso entre la siembra y la recogida (cuando el consumo depende exclusivamente de las existencias almacenadas); y de forma más regular los usados como redil o lugar de almacenamiento. En cualquier caso, su ocupación se limitaría a una parte del grupo social, manteniéndose el resto en las aldeas. En segundo lugar, esta diversificación de las pautas de poblamiento estaría reflejando otro elemento importante para la caracterización del modo de vida de estos grupos: frente al relativo grado de sedentarización que suele atribuirse a las comunidades neolíticas, las presentes en las comarcas centro-meridionales valencianas habrían desarrollado unas pautas de movilidad a distintas escalas, y cuya estructura redundaría en la señalada voluntad de aprovechamiento intensivo de los distintos recursos del entorno. 1) Reubicación del lugar de habitat En el interior de cada unidad geográfica habitada se documenta una multiplicación de las evidencias de poblamiento al aire libre, en puntos tan cercanos que, como hemos visto en el Capítulo 6, de ser contemporáneos se estarían superponiendo sus respectivas áreas de captación inmediatas. Hemos señalado además que las aldeas características de la zona valenciana a lo largo de toda la secuencia neolítica presentarían un carácter endeble, sin que parezca existir una voluntad de reproducir la ocupación del sitio de forma permanente (sólo en los momentos finales del Horizonte Campaniforme, o ya en la Edad del Bronce, se constatan las primeras construcciones estables en piedra).
Además, señalábamos que los datos aportados por la excavación de Mas d'Is (Penáguila) indicaban la existencia de plazos cortos de reconstrucción o reedificación del espacio doméstico, del mismo modo constatado en aldeas contemporáneas de otras zonas como La Draga (Banyoles, Girona). Todos estos elementos han sido considerados reflejo de las breves secuencias de ocupación de estos yacimientos, en los que serían frecuentes las reconstrucciones, pero posiblemente también las reubicaciones del lugar de habitat, con el traslado de todo el grupo social a otra zona. Como hemos indicado, esto podría deberse tanto a razones de higiene, o para evitar estructuras excavadas anteriores, que tendrían que volver a rellenar para hacer de nuevo practicable la superficie (Román 1999); como, a una escala más amplia, al propio sistema de producción agrícola, de alternancia de cultivos o barbecho de ciclo corto (Bernabeu 1995), que presentaría cierta inestabilidad a medio plazo y obligaría a abrir constantemente nuevos espacios de cultivo. De esta manera, sin descartar la posibilidad de que en algunos momentos de la secuencia este fenómeno se debiese a un crecimiento demográfico, en otros casos hemos planteado una lectura de estas concentraciones de hallazgos en un sentido diacrónico: como el fruto de sucesivas reubicaciones de un mismo grupo familiar, siempre dentro de una misma zona o nicho ecológico, a medida que se agotasen las tierras en su entorno inmediato. Esta tendencia, que se mantendría hasta el Calcolítico, sólo se invertiría a partir de estos momentos, observándose una nuclearización del habitat en paralelo a la intensificación de la producción agropecuaria por la denominada revolución de los productos secundarios (Bernabeu et al. 1989; Guilabert et al. 1999; Pairen y Guilabert 2002-2003). Sin embargo, por circunscribirse estas reubicaciones del habitat siempre a las tierras cercanas, consideramos que ya desde los inicios de la secuencia neolítica podríamos hablar de la existencia entre estas comunidades de un relativo grado de fijación al territorio; fijación o apropiación que se constata además por la presencia desde estos momentos de enterramientos de determinados individuos en las sierras que flanquean las zonas habitadas, como fenómeno que avanza la expansión que se registra ya en el Calcolítico —reflejo de una conciencia territorial plenamente desarrollada y una compartimentación del paisaje que también puede apreciarse en el uso del arte rupestre en estos momentos—. 2) Pautas de movilidad logística Por otro lado, la ocupación de cuevas y abrigos en estos momentos no sería nunca permanente, sino que se produciría en un contexto de movilidad logística que afectaría sólo a una parte del grupo social, dentro de una estrategia de explotación del entorno funcionalmente diversificada: con un aprovechamiento intensivo de todos los recursos disponibles, tanto domésticos como salvajes, para compensar las fluc-
DISCUSIÓN tuaciones inevitables en la puesta en marcha de un sistema de producción agropecuario. Hemos señalado que la ocupación de estas cuevas y abrigos se daría tanto en un contexto ganadero (como redil, en el Abric de la Falguera, la Cova de Bolumini, Santa Maira o En Pardo —Badal 1999; 2002; Soler Díaz et al. 1999; Aura et al. 2000—); como de aprovechamiento de recursos naturales, para complementar las actividades productivas agropecuarias. Señalábamos también en el Capítulo 6 cómo algunas cavidades parecían haber sido usadas también en un contexto de almacenamiento, práctico o tal vez incluso ritual (pues en casi todas ellas se documentaban además vestigios de enterramiento); éste sería el caso de las cuevas de Or y Sarsa, pero también de otras que habían proporcionado materiales menos espectaculares, como la Cova deis Pilars, la Cova Negra de Gaianes o Sa Cova de Dalt, o incluso Cendres en los inicios de su ocupación neolítica. El número de cavidades ocupadas, que se mantiene prácticamente estable a lo largo de toda la secuencia neolítica y está presente junto a todas las zonas donde se documenta habitat al aire libre, sólo se reduce en sus momentos finales; lo que contrasta con la tendencia inversa que se da entre los asentamientos al aire libre, cuyo número aumenta drásticamente en el Calcolítico y Horizonte Campaniforme. En estos momentos, las únicas cavidades cuyo uso se mantiene son aquellas que funcionalmente pueden relacionarse con pautas de almacenamiento o de estabulación del ganado (Cova de les Cendres, Abric de la Falguera o Sa Cova de Dalt). Por ello, el descenso cuantitativo en la ocupación de cuevas y abrigos en estos momentos finales de la secuencia neolítica debe leerse como resultado de la reducción de las fuentes de aprovechamiento de estas comunidades, ligada a la intensificación de las actividades de producción agropecuaria y el aprovechamiento de los productos secundarios de la cabana ganadera que se documenta en estos momentos; así, señalábamos la correspondencia de este uso de las cavidades en un contexto combinado de almacenamiento y de desplazamientos de corto radio del ganado con las pautas de uso documentadas en la zona ya durante la Edad del Bronce, cuando el modo de producción agropecuario sería ya dominante (cf. Fairén 2001). 3) Expansión del poblamiento a nuevas zonas Por último, a una escala territorial amplia, puede apreciarse una progresiva expansión del poblamiento a nuevas zonas a medida que avanza la secuencia neolítica: desde las cabeceras de los ríos hacia sus cuencas medias y bajas, como ocurre en el Serpis y Vinalopó; pero también hacia los valles cercanos, como la Valí d'Albaida. Este proceso, iniciado a partir del horizonte Neolítico epicardial, se hace especialmente patente durante el Calcolítico, y posiblemente deba entenderse como resultado de la segmentación del grupo y migración de un contingente humano a un nuevo territorio, debido a un crecimiento demográfi-
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co, en la línea señalada por otros autores (Bernabeu et al. 1989). En paralelo a esta progresiva ampliación del espacio habitado, podemos apreciar también significativas variaciones en el emplazamiento y contexto de uso de los abrigos con arte rupestre: desde los abrigos de Tipo 2, que podrían actuar como lugares de agregación social situados en el interior del territorio, donde llevarían a cabo las ceremonias destinadas a reforzar los lazos entre las distintas comunidades de la zona; hasta los abrigos de Tipo 5 (ubicados en pasos de montaña y los bordes externos de todo este territorio) y los de Tipo 3 (localizados en pequeños barrancos), cuya distribución es paralela a la expansión del poblamiento a nuevas zonas —adquiriendo estos últimos, en momentos avanzados de la secuencia, un papel destacado como santuarios o lugares de reunión en el ámbito local, como reflejo de la progresiva territorialidad y compartimentación del paisaje llevada a cabo por estos grupos—. Pero, además, en el interior del espacio tribal amplio que constituyen las comarcas centro-meridionales valencianas podemos apreciar, manteniendo esta escala de observación territorial, distintas pautas de ocupación y apropiación del paisaje: — Por un lado, los corredores intrabéticos dispuestos entre el litoral y la cuenca del río Serpis, donde existe una destacada concentración de abrigos con representaciones macroesquemáticas, esquemáticas y levantinas, y una evidente dualidad en el poblamiento y las estrategias económicas (entre las aldeas de dedicación agrícola y la ocupación esporádica de cuevas y abrigos, respondiendo a pautas de movilidad logística). — Por otro lado, la zona del corredor de Bocairent y la Valí d'Albaida, donde el poblamiento al aire libre es mayoritario (con una destacada ausencia de cuevas usadas como refugio o lugar de almacenamiento), y las pinturas rupestres conocidas son mayoritariamente esquemáticas: sólo en dos abrigos se registran motivos levantinos (ambos de Tipo 5, localizados en puntos de paso), y en uno más quizás representaciones macroesquemáticas, fruto de la expansión de determinados motivos a zonas cercanas tras el Neolítico cardial. Sin embargo, aunque el poblamiento de esta zona sería el resultado de una expansión desde las comarcas intrabéticas a partir del Neolítico epicardial, la presencia casi exclusiva de aldeas abiertas de dedicación agrícola en esta zona podría atribuirse quizás a la mayor capacidad agrícola de sus suelos; y, dentro de una explicación funcionalista del papel del arte rupestre, tal vez se podría relacionar esta variación en las prácticas económicas con la abundancia en la zona de Arte Esquemático frente a otros
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SARA PAIREN JIMÉNEZ
estilos. En cambio, el Arte Levantino sería más frecuente en aquellas zonas donde las actividades cinegéticas y ganaderas tuviesen un mayor peso. — En cambio, a lo largo de todo el corredor del Vinalopó podemos apreciar la misma dualidad en el poblamiento presente en los valles intrabéticos, como reflejo de la diversificación en las fuentes de aprovisionamiento de las comunidades que aquí habitan (siendo además una pauta que se repite en la ocupación de las distintas cubetas que se suceden a lo largo de su cauce). Sin embargo, en esta zona no se conoce ningún abrigo con representaciones rupestres neolíticas, y hemos señalado también la escasez de representaciones figurativas en la cerámica decorada (con ausencia de motivos antropomorfos). Así, de forma general parece existir desde el inicio de la secuencia neolítica de un modo de vida mixto, que combinaría el aprovechamiento de determinados nichos y recursos con la puesta en marcha de un sistema productivo basado en la agricultura y la ganadería; donde las actividades agropecuarias tendrían un peso creciente a medida que avanza la secuencia, y especialmente en sus momentos finales —proceso paralelo a lo constatado en otros lugares de Europa, y atribuido a lo que se ha dado en denominar revolución de los productos secundarios (Sherratt 1981)—. Como resultado de este progresivo proceso de intensificación de las actividades de producción, y también de un cierto crecimiento demográfico, puede constatarse además entre estas poblaciones el desarrollo de una creciente conciencia de territorialidad, expresada con unas prácticas que ponen fin a un orden social basado en la reciprocidad y la solidaridad intergrupal. Por ello, las transformaciones sociales que se dan en el seno de estas comunidades encuentran su máxima expresión en la evolución de las prácticas ceremoniales y las producciones simbólicas de estos grupos. Además, las diferencias regionales presentes en las pautas de poblamiento (por lo que tienen de indicador del modo de vida), y también en las estrategias de representación del arte rupestre, y por tanto en la apropiación y demarcación del paisaje, podrían quizás extenderse a la caracterización de distintas comunidades tribales. En cambio, el único elemento que muestra rasgos homogéneos en estas tres zonas es el registro funerario, caracterizado (especialmente a partir del Calcolítico) por la presencia de pequeñas cavidades de enterramiento múltiple alrededor de todos los focos de poblamiento, y con unos ajuares relativamente uniformes (formados tanto por producciones locales como por objetos o materias primas importadas). Sin embargo, el reducido número de enterramientos conocidos (en relación con los vestigios de poblamiento) evidenciaría que éste es un ritual restringido, limitado a una serie de individuos o linajes; al
mismo tiempo, la distribución diferencial de determinados elementos de ajuar (especialmente los ídolos de hueso y objetos metálicos) mostraría también la existencia de rangos entre los individuos privilegiados con el acceso a este ritual.
B)
PRÁCTICAS SIMBÓLICAS Y RITUALES
Uno de los aspectos que comienza a destacarse en los estudios sobre el Neolítico en las comarcas centromeridionales valencianas es la importancia que adquiere el ceremonial en los momentos iniciales de la secuencia. Así, ya desde las primeras publicaciones sobre el Arte Macroesquemático se había valorado el posible papel de estos abrigos como santuarios, lugares de celebración de rituales agrícolas o de ceremonias de agregación de carácter intergrupal (Hernández et al. 1988; 1994; Hernández 2000; 2003; Bernabeu 1995; 1999); sentido también atribuido en este estudio, en cierto modo, a los conjuntos de Tipo 2 como La Sarga, Pía de Petracos, Barranc de l'Infern, Barranc de Benialí y Barranc de Famorca. Además, en los últimos años se ha venido planteando el posible papel ritual de algunas de las cavidades tradicionalmente consideradas lugares principales de habitat para los momentos más tempranos de la secuencia neolítica, como sería el caso de las cavidades de Or y Sarsa, entre otras. Así, las recientes excavaciones llevadas a cabo en Mas d'Is estarían mostrando, por un lado, que el poblamiento al aire libre sería tan antiguo como la ocupación de estas cavidades; y, por otro, que lo que hasta el momento se consideraba el equipamiento material propio de estas primeras comunidades neolíticas no sería tanto la norma como la excepción. De esta manera, la acumulación de elementos de valor que presentan yacimientos como la Cova de l'Or ha hecho que algunos autores planteen la posibilidad de que éste sea un lugar destinado no al habitat, sino al almacenamiento social de excedentes para su redistribución (cf. Vicent 1997). De hecho, otros autores han remarcado la excepcionalidad de la cultura material de este yacimiento, que excedería el ámbito de lo puramente cotidiano; en conjunto, destacaría la abundancia de vasos con decoración simbólica (que no habrían servido para su uso cotidiano —cocina o almacenamiento—); o los numerosos tubos de hueso realizados sobre ulnas de rapaces de gran tamaño, para los que se propone un uso como instrumentos musicales en contextos ceremoniales del Neolítico antiguo cardial (Martí y JuanCabanilles 1997; 2000; Martí et al. 2001). A esto deben sumarse unos peculiares patrones de sacrificio de la fauna, que aquí hemos considerado una posible evidencia de ceremonias de consumo comunitario, realizadas en los períodos de descanso entre la siembra y la recolección para reforzar los lazos de cohesión social y solidaridad intergrupal. Por otro lado, también recientemente se han identificado en el yacimiento de Mas d'Is unos fosos monumentales, estructuras excavadas de tendencia
DISCUSIÓN circular y concéntricas que, por no encontrarse asociadas a vestigios de habitat, se han interpretado como delimitadores de espacios rituales: espacios en los que se llevarían a cabo ceremonias de agregación destinadas a compensar la natural tendencia a la fisión de las sociedades segmentadas (cf. Bernabeu et al. 2002; 2003). Todos estos elementos nos estarían indicando la existencia de rituales complejos entre las comunidades que habitaron las comarcas centro-meridionales valencianas en los momentos iniciales de la secuencia neolítica; rituales que además son exclusivos de esta fase, y que presentan un papel común dentro de una estrategia de apropiación y monumentalización del paisaje: las representaciones macroesquemáticas tienen un ciclo corto de desarrollo, aunque los lugares inicialmente marcados con ellas mantendrán su uso a lo largo del resto de la secuencia; las cavidades de Or y Sarsa experimentan un claro descenso en la entidad de sus niveles de ocupación a partir del Neolítico postcardial; y el poblado de Mas d'Is no estaría habitado ya en el Calcolítico. Estos cambios estarían mostrando, sin lugar a dudas, una transformación en las necesidades y estrategias sociales de estos grupos, tanto en sus relaciones externas como en las internas; esta variación, como hemos visto, también se refleja en la sucesión de estilos que se detecta en la secuencia artística de la zona (con la sustitución del ciclo Macroesquemático-Esquemático por el ciclo Esquemático-Levantino). En cambio, que el auge de la complejidad ceremonial se produzca precisamente en un momento de transformación económica y social de los grupos implicados puede considerarse como una estrategia destinada a mantener la cohesión social ante los cambios; lo cual se aviene mal con la idea planteada dentro del modelo dual, donde el inicio del Neolítico en la zona vendría ligado a la expansión de unas comunidades plenamente productoras, que ya habrían superado esta tensión inicial ante la adaptación a un nuevo orden social y unas nuevas estrategias subsistenciales. Por otro lado, aunque tampoco haya necesidad de recurrir a desplazamientos de poblaciones para explicarlo, este ámbito simbólico e ideológico muestra unos estrechos vínculos con el presente en el resto del Neolítico mediterráneo. Así, como elementos comunes a todas estas comunidades hemos señalado: — En el mundo funerario, la presencia desde los momentos iniciales del Neolítico de inhumaciones (individuales o con un escaso número de individuos), en galerías estrechas o en rincones cerca de las paredes de cuevas más amplias, usadas también como lugar de habitat (cf. Bosch y Tarrús 1990; Zilháo 1992; 2000; Bosch 1994; Beyneix 2003). Este panorama, en cambio, presentaría claras diferencias con los rituales funerarios propios de las comunidades epipaleolíticas locales, caracterizados
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por la presencia de enterramientos individuales en concheros, como los del Muge en Portugal (Zilháo 2000) o el del Collado de Oliva en la zona de estudio (Aparicio et al. 1994). A pesar de que no se trata ni mucho menos de un tratamiento extendido a todos los miembros de la comunidad, la voluntad que expresan estas comunidades de preservar con estos enterramientos a algunos individuos puede leerse como una temprana voluntad de vinculación al paisaje en el que habitan y desarrollan sus prácticas tanto económicas como rituales. Por otro lado, se señala la aparición en estos momentos de un sistema de creencias orientado hacia la esfera grupal, no individual, con la existencia de lugares destacados donde se celebrarían rituales de agregación destinados a mantener la cohesión social durante este proceso de transformación profunda del modo de vida de estas comunidades (cf. Cauvin 1994; Renfrew 2001). La unidad cultural mediterránea que hemos señalado, apreciable desde los momentos iniciales de la secuencia neolítica, quedaría reflejada en la difusión que alcanzan los denominados orantes', figuras antropomorfas con los brazos alzados características del Arte Macroesquemático y presentes también en algunas cerámicas cardiales peninsulares, cuyos paralelos remiten al yacimiento anatólico neolítico de Qatal Hüyük, así como a cerámica decorada de las culturas balcánicas de Starcevo y Vináa, la cerámica de bandas de la Europa central, o los horizontes del Neolítico Inicial y Medio italiano de Guadone, Matera y Masseria-La Quercia (Martí y Hernández 1988; Hernández 2000; Hernández y Martí 2000-2001). Otro elemento común serían los serpentiformes finalizados en pequeños trazos, presentes en el Arte Macroesquemático y también en las cerámicas impresas y pintadas del Neolítico Medio y Final de la Península Itálica, Sicilia y Malta (Cardito 1998); los cruciformes representados en el Arte Esquemático, en los cantos pintados del yacimiento aragonés de Chaves o en algunas cerámicas cardiales de la cueva de La Sarsa, de nuevo con paralelos en Qatal Hüyük (Hernández 2000; Utrilla 2002; Utrilla y Calvo 1999); del mismo modo que las escenas de captura colectiva de ciervos vivos, que a su vez estarían presentes tanto en el Arte Levantino como el Esquemático (Utrilla 2002; Utrilla y Calvo 1999). Por último, a esta nueva mentalidad neolítica se asocia también una mayor abundancia de adornos y elementos de prestigio, así como la presencia en algunos yacimientos de cronología antigua de objetos identificados como ido-
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SARA PAIREN JIMÉNEZ los (como el trilobulado de la Cova de l'Or o la placa de arenisca de la Cova de les Cendres) (Pascual Benito 1998). En la realización de muchos de estos adornos se emplean sobre todo materias primas de origen salvaje, siguiendo pautas comunes a otros lugares de Europa (Zvelebil 1992; Sénépart 1993; Sidéra 2000; 2002); además, señalábamos lo significativo de esta tendencia especialmente en el Calcolítico, cuando la fauna consumida y disponible en los yacimientos de la zona es mayoritariamente doméstica (a partir de los datos de Pascual Benito 1998). Con anterioridad hemos señalado la posibilidad de relacionar este fenómeno con un supuesto rol de la caza entre las comunidades productoras neolíticas, como elemento que permitiría distinguir a determinados individuos dentro del grupo, en un proceso de diferenciación social que se desarrollará a lo largo del Neolítico paralelamente al ritual de los enterramientos múltiples (caracterizados en la zona de estudio, no lo olvidemos, por unos ajuares propios de grupos cazadores en los que priman las puntas de flecha —cf. Soler Díaz 2002—).
Al mismo tiempo, el empleo en algunos de estos elementos de adorno de materias primas de origen foráneo estaría reflejando la existencia, también desde los momentos iniciales de la secuencia neolítica, de redes de intercambio a larga distancia con otras comunidades locales. De esta manera, se ha documentado la presencia de brazaletes de esquisto en niveles antiguos de Or y Cendres (Orozco 1995), así como el uso de la sillimanita a partir del horizonte Neolítico IC (procedente de los dominios internos de las Cordilleras Béticas) (Bernabeu y Orozco 1989-90; Orozco 1995; 2000); estos contactos se hacen aún más evidentes a partir de Neolítico II, especialmente con la zona del Sudeste peninsular, de donde proceden tanto el marfil (de origen extrapeninsular, pero redistribuido desde el Sudeste) o las piedras verdes como determinados objetos manufacturados (ídolos de hueso, colgantes acanalados, o los primeros objetos metálicos) (Pascual Benito 1995; 1998; Simón 1998); y también con las poblaciones de la zona de la Meseta, de donde procederían los puñales de lengüeta, puntas de Pálmela o aretes de plata presentes en algunos enterramientos campaniformes (especialmente en la zona del Alto Vinalopó) (Jover y De Miguel 2002). La constatación de estos contactos e intercambios desde los momentos tempranos del Neolítico (es también la vía propuesta por algunos autores para la llegada de la cerámica cardial o los elementos domésticos —cf. Barnett 1990; Vicent 1991a—), implicaría en cualquier caso la existencia de una serie de individuos con un status especial, encargados del intercambio de materias primas y productos y de las relaciones con otras comunidades; y también, posiblemente, de la
coordinación de las actividades económicas y la gestión del almacenamiento y los excedentes. Quizás sean también éstos los individuos encargados de la celebración de las ceremonias de agregación que se llevarían a cabo en lugares como Or, Mas d'Is, o los abrigos pintados de Tipo 2, o los que acceden al privilegio del enterramiento en cavidades en estos momentos; con un poder basado, así, en el prestigio social; mientas que en momentos posteriores sus privilegios podrían haberse extendido a los miembros de unos linajes concretos, siendo estos cambios sociales e ideológicos especialmente patentes a partir ya del Calcolítico (aunque ya hemos mencionado que la distribución diferencial de determinados elementos del ajuar, como los ídolos, podría también estar reflejando diferencias de rango entre estos individuos o linajes).
C)
LA SECUENCIA ARTÍSTICA: DIACRONÍA, COEXISTENCIA Y ABRIGOS COMPARTIDOS
Uno de los rasgos más singulares del Neolítico en las comarcas centro-meridionales valencianas es la coexistencia en este espacio de tres manifestaciones gráficas, distintas en su forma y en su contenido, pero que en ocasiones presentan un desarrollo paralelo y llegan a compartir los mismos abrigos o incluso los mismos paneles. Aunque cada uno de estos estilos refleja unas pautas diferenciadas de representación y apropiación del paisaje, todos ellos tienen una importancia fundamental en su articulación, evidenciada por la relación entre su emplazamiento y los lugares donde se concentra el poblamiento, y también por su papel en la determinación de los corredores y pasos de montaña usados para el movimiento en este espacio. Hemos señalado cómo las representaciones macroesquemáticas, por su gran tamaño y la elección de abrigos amplios, fácilmente accesibles y con capacidad para reunir ante ellos a un número elevado de personas, podrían responder a unas pautas de monumentalización del paisaje. Estas pautas suelen vincularse a la implantación de una economía productora agropecuaria y el desarrollo de unas nuevas relaciones sociales de producción, que imponen una forma específica de apropiación del espacio; con nuevas estrategias de control y dominación de la naturaleza, y la constitución del paisaje como territorio (Criado 1991; 1993b). Al mismo tiempo, la localización de estos abrigos junto a las líneas de tránsito identificadas para la articulación interna del territorio intrabético estaría reforzando la relación de estas representaciones con la sanción social del movimiento en el paisaje, en clara ruptura con las pautas de libre movilidad residencial que caracterizaban la explotación del territorio en fases previas; en este sentido, hemos interpretado estos lugares como espacios destinados a la celebración de ceremonias de agregación de carácter intragrupal (destinadas a reforzar las relaciones de producción y reproducción del orden social) o intergrupal (para mantener los lazos de cohesión social,
DISCUSIÓN solidaridad y alianza entre las distintas comunidades segmentadas que habitaban este territorio). La importancia que reciben estos abrigos en la inicial configuración del paisaje social de estos grupos es un elemento más que muestra el incremento de la complejidad ceremonial ante las transformaciones sociales y económicas a las que deben adaptarse estos grupos; por ello, también la desaparición de estas representaciones tras un ciclo corto de desarrollo estaría reflejando un cambio de orientación en las necesidades sociales de estos grupos. En cambio, las representaciones esquemáticas no sólo muestran una mayor dispersión geográfica, que hemos vinculado a una paralela expansión del poblamiento a nuevas zonas (como la Valí d'Albaida, poblada a partir del Neolítico epicardial y con cierta densidad sólo en el Calcolítico). Además, los abrigos utilizados presentan una mayor variabilidad en su emplazamiento, capacidad y motivos representados; variabilidad que hemos interpretado en relación con contextos de uso diferenciados (funcionalmente, o por la audiencia a la que se dirigen), en un abanico que respondería al desarrollo de nuevas necesidades en la organización del espacio. Así, encontramos abrigos que parecen haber sido usados en un contexto ritual, en unos casos con un acceso restringido o especializado (abrigos de Tipo 1, vinculados a posibles actividades especializadas o incluso ritos de paso, en relación con variaciones en el estatus individual), y en otros casos destinados a una audiencia amplia y más o menos heterogénea (Tipo 2, Tipo 4), lo que indicaría que se mantiene una necesidad de celebrar rituales de agregación de distinto tipo. Por otro lado, los abrigos localizados junto a las líneas de tránsito o los puntos de paso de montaña (Tipo 3 y Tipo 5) mostrarían una voluntad de control visual del espacio, los recursos y el movimiento de los individuos y grupos, lo cual debe entenderse en el contexto de expansión demográfica y mayor complejidad social que puede observarse a medida que avanza la secuencia neolítica (con un consiguiente incremento de la territorialidad y la necesidad de mantener el control del espacio). Por último, encontramos también algunos abrigos de Tipo 3 que parecen haber sido lugares de reunión en un ámbito local o intragrupal, quizás en relación con una progresiva compartimentación del territorio en los momentos finales de la secuencia neolítica; así lo mostraría la abundancia de representaciones en estos abrigos, su homogeneidad estilística (son abrigos exclusivos) y la presencia de motivos de gran carga simbólica como los ídolos. Del mismo modo, la distribución periférica y emplazamiento en zonas de paso entre unidades geográficas distintas que presentan los abrigos de Tipo 5 parece reflejar la importancia que adquiriría, a medida que avanza la secuencia, el control territorial de estos puntos de paso; y es significativo que en esta actividad el Arte Esquemático presente un rol conjunto con el Levantino.
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En cualquier caso, el emplazamiento de la mayor parte de estos abrigos parece responder a una estrategia de invisibilización del producto de la acción social: aunque se localizan junto a líneas de tránsito, y en ocasiones controlarían visualmente al menos un tramo del trazado de éstas, es más difícil que estos abrigos pudieran ser vistos por aquellos que se desplazasen junto a ellos. De hecho, sólo los abrigos de Tipo 1 parecen mostrar predilección en su emplazamiento por los que serían los relieves topográficos visualmente más destacados en el entorno, y que posiblemente habrían actuado como referentes para la orientación y el movimiento de estos grupos; sin embargo, el emplazamiento a tanta altura de los abrigos y su pequeño tamaño impedirían que fuesen vistos desde el fondo del valle. Por tanto, excepto en el caso de los de Tipo 5, no podemos sostener la idea de que ninguno de estos abrigos pudiese haber actuado como delimitador territorial o señalizador de caminos, pues todos serían poco visibles; mientras que los abrigos de Tipo 2, que sí están localizados en puntos de paso visibles, no presentarían una distribución periférica. En cambio, hemos considerado que la mayor parte de estos abrigos no serían lugares de paso, sino de destino. Podemos señalar una estrategia similar en cuanto a ocupación simbólica del espacio a propósito del emplazamiento y distribución del Arte Levantino. Las pautas de representación identificadas muestran unas necesidades muy concretas que pueden asociarse con un mantenimiento de las necesidades ceremoniales que indicarían los abrigos de Tipo 2, así como con un progresivo incremento de la territorialidad a medida que avanza la secuencia neolítica: control del movimiento y de los recursos, y reuniones grupales en un ámbito local para los abrigos de Tipo 3; y control de los puntos de paso para los abrigos de Tipo 5. Sin embargo, señalábamos que la coincidencia entre el tipo de escenas representadas en los abrigos de Tipo 2 (escenas de caza, como en La Sarga, Barranc de Famorca o Barranc de l'Infern) y las presentes en los abrigos de Tipo 3 más complejos (Cova del Mansano) quizás estaría indicando que en estos momentos avanzados dentro de la secuencia neolítica los primeros habrían experimentado una transformación en su valor ritual de uso, pudiéndose integrar ambos en una misma categoría (como lugares de reunión en el ámbito local), como una evidencia más de la progresiva compartimentación del territorio. Además, a partir de su relación con el trazado de los caminos óptimos calculados y la visibilidad hacia y desde éstos, podemos señalar que las pautas de emplazamiento de los abrigos levantinos responderían a la misma tendencia señalada a propósito del Arte Esquemático: de invisibilización del fruto de las prácticas sociales de representación, aunque en este caso de forma aún más evidente. Por otro lado, su integración en todas estas actividades con los motivos propios del Arte Esquemático, así como el hecho de que en esta zona los responsables de su representación y
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uso serían los mismos grupos neolíticos, debe considerarse una muestra de la dimensión ideológica que adquieren estas representaciones; representaciones que no responden a la base económica dominante de estas comunidades, y que por tanto necesariamente deben entenderse en un sentido metafórico que no podemos discernir. Admitiendo que los responsables de la representación de los motivos levantinos en esta zona son las mismas comunidades neolíticas que también representan motivos esquemáticos, debemos reconocer que estos grupos desarrollaron o al menos usaron simultáneamente dos manifestaciones gráficas con distinta forma y contenido, como reflejo de la complejidad de su simbología y sus cambiantes necesidades ideológicas. Hemos señalado que la coexistencia de dos estilos distintos en el seno de una misma cultura no es un hecho infrecuente, sobre todo si cada uno tiene una función o un significado social distinto, o está destinado a una audiencia diferenciada por los criterios que sean (cf. Schaafsma 1985; Franklin 1993; Whitley 2001); sin embargo, no es posible determinar si el carácter metafórico del Arte Levantino tiene un fundamento económico (mayor peso de la caza dentro del sistema económico de lo tradicionalmente considerado), ideológico (percepción idealizada de lo salvaje, que actuaría como instrumento de prestigio de unos pocos individuos) o social (legitimación de un poder coercitivo de los hombres adultos frente a otros colectivos discriminados por su edad o género). En cualquier caso, la valoración de estos aspectos nos muestra una imagen compleja de la ideología, creencias y estructuras sociales de estas comunidades, más allá del carácter igualitario que generalmente se les atribuye (lo cual podemos volver a relacionar con lo planteado a propósito de las costumbres funerarias); al mismo tiempo, esto dificulta el mantenimiento de cualquier hipótesis que interprete el Arte Levantino en un sentido estrictamente narrativo o descriptivo, como reflejo de un modo de vida basado en la caza y recolección —de lo que se derivaría su origen epipaleolítico o su relación con grupos de cazadores-recolectores de cronología neolítica—. Por último, atendiendo a la evolución diacrónica de la secuencia estilística de las comarcas centromeridionales valencianas, a partir de los paralelos muebles para los motivos y las superposiciones, podemos definir las siguientes fases: 1) En los momentos más tempranos del Neolítico cardial comenzarían a representarse los motivos pertenecientes al estilo Macroesquemático, dentro de un contexto de monumentalización del paisaje y creciente complejidad ceremonial del que también forma parte el uso ritual de yacimientos como Mas d'Is, Cova de l'Or o Cova de la Sarsa. 2) En un segundo momento, aunque aún dentro del horizonte cardial, comenzarían a representarse algunos motivos esquemáticos, tanto en
los abrigos previamente usados como, quizás, en otros nuevos. Sobre esta posterioridad de las representaciones esquemáticas respecto a las macroesquemáticas sólo podemos decir que, aunque ambas presentan paralelos sobre cerámica cardial, en todos aquellos casos en que comparten panel las primeras se distribuyen alrededor de o sobre las segundas, aunque no puede determinarse el lapso de tiempo ocurrido entre tanto (algunos de los motivos esquemáticos presentes son tardíos —como los ídolos, propios ya del Calcolítico— y otros presentan una dilatada cronología). En esta fase, es posible que las representaciones esquemáticas cumplan el papel de refuerzo ideológico del Macroesquemático señalado por algunos autores (cf. Torregrosa 20002001), aunque este fenómeno se limitaría a los abrigos compartidos por ambos estilos. 3) Dado que el Arte Macroesquemático sólo presenta paralelos muebles sobre cerámica cardial, podemos pensar que a partir del Neolítico epicardial se interrumpiría el ciclo de desarrollo de este estilo; sin embargo, ya hemos señalado que puede observarse una cierta pervivencia de su simbología en los motivos comunes fosilizados a través del Arte Esquemático, así como en la reutilización de muchos de estos abrigos a lo largo del resto de la secuencia neolítica (especialmente en los conjuntos de Tipo 2), o incluso en la expansión de determinados motivos (zig-zags, serpentiformes) hacia comarcas cercanas. Al mismo tiempo, hemos señalado que desde este momento los motivos esquemáticos comenzarán a representarse en otros muchos abrigos que nunca antes se habían usado, que muestran una funcionalidad distinta y una mayor variabilidad en su emplazamiento, y que al mismo tiempo evidencian una expansión de estos grupos hacia nuevas zonas donde con anterioridad no existían representaciones rupestres ni poblamiento (como ocurre en la zona del río Clariano y la Valí d'Albaida), pues ambos fenómenos se difundirían de forma paralela. Por ello, podemos decir que estos dos estilos habrían sido creados por unos mismos grupos sociales, aunque seguramente cada uno de ellos tendría una función distinta; esto explica las diferencias y similitudes que pueden reconocerse entre ambos, así como su innegable vínculo conceptual —por el cual sólo con la conclusión del ciclo de representación del Arte Macroesquemático se producirá una verdadera expansión del Esquemático—. Por otro lado, quizás sea también éste el momento en que el Arte Levantino iniciase su desarrollo, si aceptamos la validez de los paralelos propuestos sobre cerámica impresa de instrumento; aun-
DISCUSIÓN que éste podría ser más tardío (al menos del IV milenio BC). En cualquier caso, es indudable que al menos durante el Calcolítico Arte Esquemático y Arte Levantino comparten territorio y una serie de abrigos, dándose ocasionales superposiciones de unos motivos sobre otros. Resulta además significativo que, aunque es frecuente que ambos estilos compartan abrigo o panel, es posible detectar tendencias excluyentes en su representación: en aquellos abrigos donde los motivos esquemáticos son más abundantes o significativos los levantinos se encuentran menos representados, y viceversa; esto es singularmente apreciable en aquellos abrigos de Tipo 3 que hemos vinculado a las reuniones en el ámbito local, ya en los momentos finales de la secuencia neolítica. Si además unimos esto a su presencia conjunta en aquellos abrigos más claramente vinculados al control del movimiento (Tipo 5), se refuerza la idea de complementariedad de ambos estilos en la articulación del paisaje en estos momentos. Podemos, así, hablar de dos fases diferenciadas en la creación y articulación del paisaje de las primeras comunidades productoras que habitaron las comarcas centro-meridionales valencianas: una primera fase de transformación del modo de vida, con el paso desde la estructura social y la economía oportunista de las bandas cazadoras y recolectoras a la formación de una comunidad tribal o segmentada, sometida al ciclo agrícola de los cultivos y con un elevado grado de fijación al territorio; y una segunda fase de consolidación de este modo de vida, con un creciente peso de las actividades productivas agropecuarias y de la conciencia de territorialidad (en relación con un progresivo crecimiento demográfico y un paralelo incremento de la complejidad social), hasta la creación de unas comunidades campesinas plenamente fijadas al territorio y con prácticas sociales excluy entes. El arte rupestre representado en cada una de estas grandes fases responde con claridad a este fenómeno histórico de cambio socio-económico. De esta manera, es posible reconocer ciertas pautas en la representación de los motivos y en el uso de los abrigos, pautas que pueden entenderse en función de las necesidades que surgen en cada momento respecto a la apropiación y/o delimitación del territorio; sin tener que recurrir para la explicación de cada estilo a la sucesión diacrónica o coexistencia en un mismo espacio de varias comunidades distintas, con distintas bases socio-económicas. El registro arqueológico de la zona muestra que en todo momento este territorio estaría habitado por unas únicas comunidades, y es a los rasgos internos de
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éstas, y a sus cambiantes necesidades económicas, sociales o ideológicas, a las que debe atribuirse la sincronía o diacronía de las representaciones rupestres. Además, el traslado de la óptica desde las representaciones y las composiciones hacia las características morfológicas de los abrigos y su emplazamiento en el paisaje permite apreciar un panorama que no responde a la homogeneidad estilística generalmente atribuida a estas manifestaciones. En cambio, todos estos aspectos reflejan la existencia de una importante variabilidad interna de los abrigos en cuanto a su posible funcionalidad o la audiencia a la que estaban destinados; variabilidad que, en definitiva, es el factor que condiciona el tipo o complejidad de las representaciones. Así, la principal pauta de representación detectada muestra la tendencia a una mayor complejidad compositiva y variabilidad estilística de aquellos abrigos de mayor tamaño y más fácilmente accesibles, aparentemente destinados a una audiencia más amplia y heterogénea; mientras que, a la inversa, aquellos abrigos más inaccesibles o de menor capacidad muestran también una menor variabilidad estilística. Al mismo tiempo, se ha mostrado que sólo unos abrigos muy concretos podrían vincularse de forma general a un contexto de movilidad a escala territorial de individuos o rebaños, marcando con representaciones pasos de montaña o jalonando el recorrido de los principales corredores de articulación del territorio. Otros abrigos, en cambio, no serían visibles a pesar de situarse en las inmediaciones de estos mismos corredores. Por último, para otros muchos que quedan aislados de las pautas de movimiento identificadas se podría considerar su emplazamiento en lugares con un valor social en sí mismo como destino, y no como zona de paso; o, por el contrario, se interpretaría que estarían vinculados a unos núcleos de poblamiento de los que no se tiene noticia actualmente. En definitiva, los tres estilos representados en estas comarcas a lo largo del Neolítico constituyen un referente esencial para apreciar en su justa medida la complejidad social e ideológica de estas comunidades, así como los cambios internos que con el tiempo se van produciendo en su seno. La variabilidad interna en el que fue el contexto original de uso de los distintos abrigos puede responder a factores de todo tipo, y en relación con estos factores también se pueden atribuir a las representaciones significados muy distintos (símbolos religiosos, marcadores étnicos o logísticos, etc.); sin embargo, el reconocimiento y valoración de esta variabilidad sólo puede derivarse de la consideración del arte rupestre como un componente más del registro arqueológico, y de su estudio desde una perspectiva que atienda de forma global a su rol en la articulación del paisaje.
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CONCLUSIONES
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A lo largo de estas páginas hemos intentado atender a todos los aspectos que definen el surgimiento y desarrollo del proceso de neolitización de las comarcas centro-meridionales valencianas: desde las variaciones en la cultura material a las que se registran en el ámbito del poblamiento, costumbres funerarias y manifestaciones gráficas, y cómo todas ellas reflejan una progresiva transformación del modo de vida de las comunidades implicadas en el proceso. El mayor peso de este estudio, sin embargo, ha recaído en los aspectos relacionados con la representación del arte rupestre y su contexto arqueológico; esto nos ha permitido abordar los aspectos más inmateriales de este proceso de cambio, aquellos que afectan a la esfera ideológica de la vida social de los grupos humanos. Como conclusión de este análisis podemos extraer varios puntos esenciales. 1) La Arqueología del Paisaje constituye un marco de trabajo especialmente adecuado para abordar el estudio de la neolitización de las comarcas centro-meridionales valencianas; entendiendo la neolitización como un proceso de larga duración que contempla el cambio desde un modo de vida basado en la caza y la recolección hasta la plena implantación del denominado modo de vida campesino. Este proceso no es único sino multilineal en su evolución, y su contenido afecta tanto a los rasgos técnicos o subsistenciales de las sociedades que se verán inmersas en él como, y sobre todo, a su ideología y estructura social. Por tanto, el análisis del proceso de neolitización requiere una perspectiva global e integradora, que abarque distintas fuentes de información y todos los aspectos de la actividad humana en el espacio; pues el propósito de este estudio no es la descripción de un escenario estático, sino la caracterización de las comunidades humanas, la reconstrucción de las redes de relaciones entre personas
y lugares, y, como objetivo último, la interpretación de los procesos evolutivos que se dan en él. 2) Los distintos aspectos de la actividad humana en el espacio dejan una huella sobre el entorno en el que cada comunidad habita, como resultado de la puesta en práctica de una serie de estrategias tanto funcionales como simbólicas ligadas al discurrir de su existencia; con el desarrollo de estas actividades, y por mediación de los símbolos, los grupos humanos toman posesión del tiempo y el espacio que les rodea en un progresivo proceso de domesticación y apropiación de su entorno. Por tanto, el análisis e interpretación de las pautas de emplazamiento y distribución de los distintos componentes del registro arqueológico resulta fundamental para el conocimiento del modo de vida de estas comunidades. 3) El análisis de estas pautas se ha llevado a cabo mediante la aplicación de las herramientas de análisis del Sistema de Información Geográfica Arcview 3.2. Éste permite cuantificar de forma sistemática (manteniendo unos mismos criterios de análisis) los distintos aspectos del emplazamiento de los yacimientos: pendiente, altitud relativa, cuenca visual o tipo de suelo sobre el que se sitúan. Esto facilita la comparación de los yacimientos y, en relación con el contenido de cada uno (cultura material en los yacimientos de habitat y enterramiento, motivos representados en los de arte rupestre), permite definir distintos tipos y funcionalidades. Además, se puede analizar su papel en la articulación del paisaje que todos ellos componen, a partir de dos elementos: las relaciones de intervisibilidad que pueden reconocerse entre los distintos yacimientos y las pautas de movilidad establecidas entre todos ellos.
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SARA PAIREN JIMÉNEZ Éstos son elementos fundamentales en la interpretación del mundo que rodea a los grupos humanos, que afectan tanto al emplazamiento de los elementos culturales como a la organización de distintas prácticas sociales dentro y alrededor de éstos. 4) Respecto a las pautas de poblamiento, puede reconocerse desde los inicios de la secuencia neolítica una simultaneidad en la ocupación de asentamientos al aire libre, cuevas y abrigos, ubicados de forma diferencial en distintos nichos ecológicos. Esto sólo puede explicarse desde una voluntad de explotación integral de todos los recursos disponibles en el medio, dentro de un modelo económico mixto: basado tanto en la puesta en marcha de un sistema de producción de base agropecuaria (con el cultivo de distintas especies de cereales y algunas leguminosas, y la explotación de una cabana ganadera en la que predominan los ovicápridos); como en la explotación de especies salvajes desde una serie de refugios diseminados por los corredores intrabéticos y sus barrancos tributarios. 5) La importancia de las actividades predadoras entre las comunidades neolíticas de la zona no parece limitarse a la esfera subsistencial, donde su papel no sería prioritario ,sino sólo un complemento de las actividades agropecuarias sobre las que recae el peso de la producción. En cambio, es un elemento que adquiere una especial proyección ideológica en el Arte Levantino, y que podemos apreciar también en los ajuares que acompañan los enterramientos calcolíticos (donde predominan las flechas) o incluso en la progresiva dependencia de materias primas de origen salvaje para la realización de utillaje óseo y adornos. Ante el escaso peso que tienen estas actividades entre las bases económicas de estas comunidades, podría considerarse que las actividades cinegéticas representan una dualidad con un fundamento económico (mayor peso de la caza dentro del sistema económico de lo tradicionalmente considerado), ideológico (percepción idealizada de lo salvaje, que actuaría como instrumento de prestigio de unos pocos individuos) o social (legitimación de un poder coercitivo de los hombres adultos frente a otros colectivos discriminados por su edad o género). 6) A medida que avanza la secuencia neolítica, el número de aldeas al aire libre experimenta un progresivo y continuo aumento, que incluye la expansión a nuevas zonas de poblamiento (como evidencia de un crecimiento demográfico y la segmentación de parte del grupo y migración a nuevas zonas). En cambio, el número de cuevas y abrigos, que en los
inicios de la secuencia acompañaba la expansión del poblamiento al aire libre a nuevas zonas, se mantendrá estable, e incluso, en los momentos finales, disminuirá de forma drástica. Esto podría estar reflejando una reducción de las fuentes de aprovechamiento de estas comunidades, ligada a la intensificación de las actividades de producción agropecuaria y el aprovechamiento de los productos secundarios de la cabana ganadera que se documenta en estos momentos. De hecho, las únicas cavidades cuyo uso se mantiene en los momentos campaniformes son aquellas que funcionalmente pueden relacionarse con pautas de almacenamiento o de movimientos de corto radio del ganado (transterminancia); las mismas pautas de uso señaladas en la zona en momentos posteriores, durante la Edad del Bronce, cuando el modo de producción agropecuario es ya dominante. 6) Aunque desde el principio de la secuencia neolítica estas comunidades muestran un cierto grado de fijación al territorio, el carácter endeble de las construcciones al aire libre y la diversificación de las pautas de poblamiento estaría reflejando la existencia de ciertas pautas de movilidad: reubicaciones del habitat al aire libre en el interior de cada unidad geográfica, destinadas a mantener los niveles de producción agrícola frente al agotamiento de los suelos, pero sin abandonar la zona en que se habita (lo que explicaría la multiplicación de hallazgos en prospección en áreas concretas); aprovechamiento ocasional o estacional de cuevas y abrigos, dentro de unas estrategias de movilidad logística que afectarían sólo a una parte del grupo social (lo que incluye tanto el movimiento de ganado como la explotación cinegética o de determinados recursos); y, a escala territorial, una segmentación de los grupos y expansión a nuevas zonas debida al crecimiento demográfico. 7) Al mismo tiempo, una serie de cuevas muestran un registro excepcional que no concuerda con el documentado en los asentamientos al aire libre, y mucho menos en las cuevas usadas esporádicamente como refugio o redil. Estas cavidades, como la Cova de l'Or o Sarsa, muestran haber sido usadas en los momentos iniciales de la secuencia en el mismo contexto de complejidad ceremonial que muestran muchos abrigos con Arte Macroesquemático: como lugares de almacenamiento social de excedentes y bienes de especial calidad para su redistribución, dentro de ceremonias destinadas a mantener los lazos de cohesión social y solidaridad intergrupal en un momento de importantes trans-
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CONCLUSIONES formaciones en el modo de vida. Esta complejidad ceremonial se vería reflejada también en otros elementos del registro, como se ha propuesto para los fosos de Mas d'Is, pero todos ellos circunscritos cronológicamente al Neolítico Antiguo. 8) En cuanto a las costumbres funerarias, no se ha podido determinar cuáles son las pautas que rigen la elección de las cavidades, más allá de una distribución territorial siempre vinculada a los principales núcleos de poblamiento. Sí puede distinguirse, en cambio, una cierta variabilidad en esta elección: desde el uso de cuevas usadas simultáneamente como lugar de almacenamiento en el Neolítico más temprano, hasta el uso de cavidades exclusivamente funerarias en el Calcolítico, o incluso, en los momentos finales de la secuencia, estructuras amortizadas (fosos y silos) en asentamientos al aire libre. 10) A lo largo de toda la secuencia, el ritual funerario mayoritario es la inhumación en cavidades naturales. Sin embargo, mientras que en el Neolítico cardial éste parece ser un privilegio limitado a una serie de individuos (se conoce un número escaso de inhumaciones, aparentemente individuales o de pocos individuos), en el Calcolítico se registra una expansión del ritual de inhumación múltiple (extendido ahora a los miembros de determinados linajes, pues afecta a individuos de ambos sexos y de cualquier edad, aunque siempre en un número limitado). En cualquier caso, la constatación de estas prácticas funerarias desde los momentos más tempranos del Neolítico indica una temprana voluntad de fijación al territorio por parte de las comunidades neolíticas, mientras que esta voluntad se hace más patente a medida que avanza la secuencia, en un contexto de crecimiento demográfico y creciente territorialidad. 11) Estos enterramientos se acompañan siempre de diversos adornos y elementos de prestigio, tanto de origen local como foráneo y que, por encontrarse generalmente revueltos, en ocasiones son los únicos indicadores que permiten adivinar la cronología de las inhumaciones. Sin embargo, la reutilización de cavidades funerarias a lo largo de toda la secuencia, y especialmente entre los períodos Calcolítico-Campaniforme, permite hablar de una cierta continuidad en estas costumbres. En todo momento, el reducido número de cavidades e individuos inhumados indica que se trata de un ritual restringido: a una serie de individuos primero, y posteriormente a una serie de linajes. La inhumación en cuevas, más que el ajuar que les acompaña,
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debe considerarse así uno de los privilegios propios de estos individuos, cuyo rango diferenciado puede deberse a su rol social como coordinadores de las actividades económicas, de la gestión del almacenamiento y los excedentes, del intercambio de materias primas y productos y de las relaciones con otras comunidades (prácticas que se constatan desde los inicios de la secuencia, por la presencia de materias primas u objetos de carácter foráneo, pero especialmente patentes en el Calcolítico y Horizonte Campanifor-me); o quizás, incluso, responsables de la celebración de las ceremonias de agregación llevadas a cabo en algunos yacimientos, como las cuevas de Or o Sarsa y determinados abrigos con arte rupestre. El arte rupestre neolítico no debe considerarse una manifestación puramente artística o aleatoria, sino un producto cultural: un vehículo de expresión y transmisión visual de ideas y mensajes de todo tipo, creado y representado dentro de un sistema reglado, elaborado y compartido por un grupo social (o una parte de éste). Como producto cultural, la coexistencia de varios estilos en el seno de una misma sociedad permite plantear la variabilidad social o funcional de su significado o la audiencia a la que está destinada su representación; sin necesidad de recurrir a diversos grupos culturales o étnicos para explicar esta diversidad. Para la definición de la variabilidad interna que presenta el contexto social de uso de los abrigos es esencial un análisis que atienda a las distintas escalas que determinan sus normas de representación: desde los motivos y composiciones hasta las características morfológicas del abrigo, su emplazamiento en el paisaje o su distribución diferencial por valles o regiones. Los tres estilos postpaleolíticos conocidos en la zona (Macroesquemático, Esquemático y Levantino) son neolíticos cronológica y culturalmente, y representados por unas mismas comunidades (como muestran sus paralelos muebles, superposiciones estilísticas, y sus respectivos contextos de uso). Esto explica las diferencias en forma y contenido que pueden apreciarse entre ellos, que no pueden atribuirse por tanto a su diacronía ni a una diversidad de grupos étnicos; pero sobre todo explica algunas similitudes en sus pautas de representación y su rol común en la articulación del paisaje neolítico. El arte rupestre juega un papel fundamental en la apropiación y articulación del paisaje que realizan las comunidades de economía
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productora: en un primer momento de transformación del modo de vida, con la formación de una comunidad tribal o segmentada sometida al ciclo agrícola y con un elevado grado de fijación al territorio, el arte rupestre responderá a una estrategia de monumentalización del paisaje, en un contexto de creciente complejidad ceremonial destinada a mantener la cohesión social intra e intergrupal; en un segundo momento, de consolidación y evolución de este modo de vida, la diversificación funcional de los abrigos con arte rupestre muestra un cambio en las necesidades sociales, que afectan ahora al control del movimiento y los recursos en un contexto de creciente territorialidad. 16) A pesar de este rol común, cada una de estas manifestaciones presenta unas pautas de representación diferenciadas, apreciables en el tipo de abrigos elegidos (por su capacidad, accesibilidad, visibilidad o relación con líneas de movimiento) y en los motivos representados en cada caso (mayor o menor variabilidad estilística y complejidad compositiva). Estas diferencias indican unos contextos de uso distintos, y también el destino de cada uno de los abrigos hacia distintos tipos de audiencia. 17) Por otro lado, aunque la mayor parte de los abrigos con arte rupestre se caracterizan por una distribución longitudinal a lo largo de los principales ejes fluviales, ni estos abrigos serían visibles entre sí, ni se localizarían tampoco en las zonas donde serían más visibles desde su entorno a medida que éste se recorre; otros abrigos, por último, ni siquiera se vinculan a lugares de paso o a las líneas identificadas para la articulación del territorio, sino que parecen ser lugares de destino en sí mismos. La funcionalidad de la mayor parte de estos abrigos, por tanto, no sería de marcadores étnicos territoriales; además, sólo un tipo de abrigos presenta la distribución periférica que sería más adecuada para esta tarea. En cambio, el análisis detallado de las características de cada abrigo, en relación con su contenido, contexto arqueológico y emplazamiento en el paisaje, permite definir una cierta variabilidad en el que fue su contexto de uso —en relación siempre con las pautas de poblamiento, el modo de vida, y las actividades prácticas y simbólicas de estos grupos—. 18) De forma muy general, puede decirse que para las representaciones macroesquemáticas suelen buscarse abrigos amplios, fácilmente accesibles, con capacidad para reunir ante
ellos a un número elevado de personas, y situados junto a las principales líneas de articulación del paisaje. Si unimos esto al tamaño de las representaciones, podría decirse que esta elección responde a unas pautas de monumentalización del paisaje, en relación con las nuevas estrategias de control y dominación de la naturaleza propias de las comunidades productoras. Lo reducido de su ciclo de desarrollo (limitado al Neolítico Antiguo cardial) debe ponerse en relación con las necesidades sociales surgidas en ese momento y con un posterior cambio en la forma de apropiación del espacio. 19) El Arte Esquemático, aunque en sus inicios queda estrechamente vinculado a las representaciones macroesquemáticas, experimenta un enorme auge tras la desaparición de éstas: muestra una mayor dispersión geográfica, vinculada a la expansión del poblamiento a nuevas zonas; además, los abrigos utilizados presentan una mayor variabilidad en su emplazamiento, capacidad y motivos representados, como reflejo de contextos de uso bien diferenciados y el desarrollo de unas nuevas necesidades en la organización del espacio. Así, mientras algunos abrigos parecen haber sido usados en un contexto ritual, sea con carácter restringido o destinado a una audiencia amplia y más o menos heterogénea, otros mostrarían una voluntad de control visual del espacio, los recursos y el movimiento de los individuos y grupos. Esta diversificación debe entenderse en el contexto de expansión demográfica y mayor complejidad social que puede observarse a medida que avanza la secuencia neolítica. 20) En cuanto al Arte Levantino, éste muestra una estrategia similar en cuanto a ocupación simbólica del espacio, que responde a unas necesidades muy concretas: mantenimiento del ceremonial intergrupal en determinados lugares, así como un progresivo incremento de la territorialidad a medida que avanza la secuencia neolítica (con abrigos destinados al control del movimiento y de los recursos, y reuniones intragrupales en un ámbito local). En cualquier caso, a pesar de la presencia conjunta de representaciones esquemáticas y levantinas en muchos abrigos, pueden apreciarse tendencias excluyentes entre ambos: en aquellos abrigos donde las escenas levantinas son más complejas, los motivos esquemáticos escasean, y viceversa. Todo esto no hace más que confirmar su complementariedad en la articulación del paisaje social en estos momentos.
ENGLISH SUMMARY
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In this study I intend to offer a global visión of the development of the process of neolithisation in the Central-Mediterranean coastal área of the Iberian península: synchronic and diachronic variations in the material record, in the location and distribution of settlement and burial sites, and finally in the representation of rock art. All these aspects reflect a progressive shift in the mode of life of these communities. However, in this study more importance is given to rock art and its social and archaeological context of use; this has led the study to the more immaterial aspects of the process of neolithisation, those that affect the ideology and social life of these groups. The conclusions are as follows. 1) Landscape Archaeology is the more accurate framework to study the process of neolithisation: a long-term process along which we assist to a shift from hunter-gatherer to the peasant mode of life. The evolution of this process may be multilineal, depending on the social and cultural background of the human groups involved; and it does not affect only their technical or economic aspects, but also their ideology and social structure. Therefore, the analysis of the neolithisation requires a global perspective, integrating different sources of information and all aspects of human behaviour over its environment. The final objective is not the description of a static scene, but the reconstruction of the network of relationships between places and individuáis, the characterisation of human communities, and the interpretation of the evolutive processes that took place and shaped landscape. This can be achieved through a combined analysis of both the content, ant the patterns of location and distribution of the different components of the archaeological record (intra-site and off-site information). 2) The spatial analysis is based in the application of different GIS tools, in order to quantify systematically and compare the location of sites: slope, prominence, viewshed or soil types in their catchment área.
Comparing this off-site information with the content of every site (depictions in rock art sites, material record in settlement and burial sites), I have defined different functionalities that inform us about the diversity of their social context of use. Moreover, GIS allow us to study the structuring of landscape, with the analysis of the visual relationships established between different sites, computing cumulative viewsheds; or the analysis of mobility and the role of cultural aspects in the appropriation of landscape, computing least-cost corridors. 3) Since the beginning of the Neolithic sequence we can appreciate spatial and functional differences among the settlement sites, which seem to be related with an aim of global appropriation and exploitation of the resources of the environment: permanent openair sites, located in the optimal áreas for developing agricultural activities (lower lands closest to the rivers, with the most fertile soils), which frequently move on due to different reasons; caves and shelters distributed along the mountainous valleys, used within a context of logistical or radiating mobility (as a refuge for cattle, or hunting and gathering wild resources); and finally, big-sized caves used for storage practices, some of them in a ritual context that affects the redistribution of the goods (possibly including the ritual sacrifice and communal consumption of cattle). This reflects a dual economy, that will only change in the final stages of the Neolithic with the so-called "Secondary producís revolution"; therefore, while the Neolithic goes on we will observe an important increase in the number of open-air sites known, while the number of caves remain stable, showing the progressive intensification of the agropastoral activities. 4) But the importance of hunting activities for these neolithic communities is not only related with subsistence: Levantine rock art tradition, with the depictions of hunting scenes of men armed with bows and arrows, acquires a metaphorical and ideological dimensión when compared with the economic basis of
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these groups. The same can be said about the recurrent presence of bows and arrowheads in the funerary record enclosed in their burials, or even the use of wild animáis for the manufacture of bone tools and ornaments. 5) The distribution of settlement sites also shows the existence of different mobility patterns: from the frequent relocation of open-air sites, to logistical and residential mobility using the natural corridors of this mountainous área. It is also along these corridors where we can fmd most of the rock art sites known (Type 3 and 5), and this shows a possible context of use for them, related to the movement of people and cattle and exploitation of wild resources. But other rock art sites are not located near these natural corridors or mountain passes, reflecting a very different functionality that also affects the motives depicted. Moreover, with the analysis of their distribution in relation with the optimal corridors computed with GIS, we may say that many shelters are not located in points of passage, and thus they could only be considered destination points; some of them in a context of social aggregation (Type 2 and 4), some others in a more restricted or specialized context (Type 1). 6) Also since the beginning of the Neolithic several individuáis were part of a differential ritual, that included their burial in fissures or cióse to the walls inside wide caves (many of which were simultaneously used for storage and redistribution, such as Cova de l'Or or Cova de la Sarsa). The use for burial practices of these caves, always located cióse to open-air settlement áreas and along the valleys used for moving around, is showing an early willingness of neolithic communities for the appropriation of the landscape where they live and develop their activities; and this interest will last for the rest of the Neolithic, with a continuous raise in the number of burials that may be related with an also increasing territoriality. But, if in the Early Neolithic this ritual affects only a few individuáis, later this privileges will extend to the members of several families: we will fmd more burial sites, and these will include a higher number of individuáis (of both genders and different groups of age, showing that this status is not acquired but inherited). 7) In this study rock art is considered not only in its stylistic aspects, but also as a cultural product, intimately related with their authors' ideology and social structure, whose creation and use would depend on various factors: from possible technical or material constraints, to the social and cultural conventionalisms that affect its form, contení, functionality, and the place where it must be depicted. From this point of view, rock art appears as a part of the archaeological record that could be studied with the same analytic tools than settlement or burial sites. Beyond a simple stylistic or chronological analysis, the analysis of the location in landscape of rock art sites shows us a high degree of internal variability; this variability also
affects the motives depicted in every shelter, showing us that they could have had different functionalities. 8) Although the three neolithic rock art traditions known in this área (Macro Schematic, Schematic and Levantine traditions) had different patterns of distribution, they all played a common role in the appropriation and structuring of landscape. Firstly, with the economic, ideological and social change that took place in the earliest Neolithic, there were shelters related with social gathering in a context of ceremonial complexity (accordingly with the need of maintaining the social cohesión in a period of social and economic transformation). In a second phase, of consolidation of the farming, sedentary mode of life with its increasing territoriality, there would be more shelters related to the control of resources and the movement along natural corridors and mountain passes. 9) In the Macro Schematic tradition, motives depicted were selected according to the global functionality of the shelters: anthropomorphic figures in those dedicated to aggregation practices (Type 2), and geometric motives in those that control points of passage (Type 3); but all of them seem to be related with controlling movement inside the área occupied in the earliest Neolithic, as an early attempt of appropriation and domestication not only of the environment, but also of the social group. Thus, the development of this complex tradition in the beginnings of the neolithic sequence must be seen in the context of the social and economic changes that are taking place among these communities, with an increasing importance of ceremonial practices in order to maintain the social cohesión. In fact, there are other sites (such as the aforementioned caves of l'Or and Sarsa, and the open-air site of Mas d'Is) whose material record seems to have been produced in a different context to the daily one, supporting this idea of increasing importance of ritual practices. In the same way, its disappearance after a short period of representation may be reflecting a shift in the social needs and routines of these groups. 10) Schematic tradition shows a high internal variability: in the kind and number of motives depicted, and in the location and morphological characteristics of the shelters used in every case. But the stylistic complexity of the motives and panels is always related with the topographic location of the shelter: more complex in the bigger and more accessible shelters, and simpler in the smallest shelters which show no relation with movement across landscape. The topographic variability is more evident in their access, reflecting either a restricted use (Type 1), or one addressed to a wider or more heterogeneous audience (Types 2 and 4); and in their context of use, that might be ritual (Types 1, 2 and 4), or related with a practical control of the environment, movement and resources (Type 3 and 5). The development of this tradition includes two different phases: the first one during the earliest Neolithic and the development of the Macro
ENGLISH SUMMARY Schematic Tradition, and a second one with the use of new shelters and motives, and with a common role with Levantine tradition in structuring landscape. 11) Finally, the use of Levantine shelters is reflecting very clear needs, in a context of increasing territoriality: controlling movement and resources (Types 3 and 5), and celebration of aggregation activities in a local scale (Type 2 and several of Type 3). The similitudes of these representation patterns with those of the Schematic tradition support the idea that the same neolithic groups developed both of them. Therefore, we must deny any hypothesis trying to link its origin with Mesolithic groups, even of neolithic chronology. On the contrary, Levantine tradition must be understood and studied as an ideological expression: their scenes are not descriptive, they are not reflecting daily activities; contrariwise, they have a clear metaphorical dimensión that could only be understood attending to the social and economic conditions of their authors. 12) As a final point, I have explored the global relation among all these elements attending to their visual relationships, and to the mobility patterns established among them. Due to the experimental character of these analyses, they cannot be considered conclusions but hypothesis: — In most cases, creating a visual network among the different sites does not seem to be a major objective: in the case of rock art sites, it is more frequent that only the mountain ridges where these sites are located would be intervisible —because they are visually prominent—. — Attending to the distribution of rock art sites, we can observe two different schemes: a) shelters distributed along an axis (mainly river
261 basins), that are not intervisible and could only be seen while walking along this axis; and b) shelters distributed around the mountainous margins of a wide river basin. In these two cases, the relation with settlement and burial sites located cióse to them will also change. Attending to the visual relationships established between rock art sites and the computed least-cost paths, we can say that: a) only a minor part of the shelters are located near optimal corridors, and are visible while moving along them; b) many others are located along steepest paths that were used only due to an interest of passing cióse to these sites; and c) some of the shelters are not related at all with the patterns of movement identified, and mus could not be considered points of passage but destination places. Moreover, cases (b) and (c) would only be visible if their location was previously know, because they are located in áreas with a low visibility Índex from their environment. This imposes a clear limit to the interpretation of their past functionality in landscape, that therefore could not be related with marking ethnical boundaries (the most common interpretation hitherto proposed for these traditions): this hypothesis imply that they should present a peripherical distribution around the áreas inhabited by their authors, and also that they should be easily seen in a médium or distant media —but clearly this is not the case—.
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Cambridge,
Apéndice I CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE EN LA ZONA DE ESTUDIO
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CUADRO 1 Yacimientos de habitat y enterramiento neolíticos en el área centro-meridional valenciana. LEYENDA F (funcionalidad general del yacimiento): H (habitat), E (enterramiento), Hl (hallazgo). H (altitud s.n.m.). HR (altitud relativa sobre el entorno inmediato / prominencia en 900 m2). PD (pendiente): 1 (llana, <2%), 2 (suave, 2-5%), 3 (moderada, 5-15%), 4 (fuerte, 15-40%), 5 (cortado, >40%). YACIMIENTO
001 Cova del Llop, Gandia 002 Cova de l'Aigua, Gandia 003 Cova Barranc de l'Infern, Gandia 004 Cova de Rausell, Gandia 005 Coveta Zacarés, Gandia 006 Cova Oberta / del Corral, Gandia 007 Cova del Cingle, Gandia 008 Cova de la Recambra, Gandia 009 Cova de les Meravelles, Gandia 010 Cova de l'Anella, Gandia Olí Cova del Colom, Gandia 012 Cova del Cansalader, Gandia 013 Cova deis Porcs, Real de Gandia
F
H
HR
PD
NÍA
NIB
NIC
NIIA
NIIB
HCT
H
230
102
4
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X
-
-
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3
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-
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4
4
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2
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5
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E
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-56
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3
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_
_ -
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F
014 Cova de l'Heura, Gandía H 015 Cova Negra de H Marxuquera, Gandía 016 Cova del Retoret, Gandía E 017 Cova del Blanquissar, E Palma de Gandía 018 Cova Bernarda, E Palma de Gandía 019 Cova del Barranc del Nano, E Real de Gandía 020 Cova Bolta, E Real de Gandía 021 Cova del Porc, E Palma de Gandía 022 Forat de l'Aire Calent, H?/E Rótova 023 Cova de les Rates H?/E Penades, Rótova 024 Camp de Sant Antoni, H Oliva 025 Camí del Pía, H Oliva 026 Almuixich d'Elca, Oliva H 027 Cova Solana de l'Almuixich, Oliva E 028 Cova de la Gotera, H Oliva 029 Cova del Barranc Figueral, Ador E 030 Cova del Racó del Duc, E Villalonga 031 Font de Mah'íques, Quatretonda H 032 El Bolot, Alfarrasí H 033 La Solana, Bélgida H 034 Fasicampo, Bélgida Hl 035 L' Atareó, H/E Bélgida 036 El Bessó, Castelló de Rugat H 037 Tabaque, Castelló de Rugat H 038 Cova B. de Llopis, Castelló de Rugat E 039 Covatxa del Pany, Castelló de Rugat E
NIIB
HCT
X
—
X
X X
H
HR
PD
290
90
4
240 170
99 4
4 5
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4
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-39
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4
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4
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2
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54
4
X
203
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-
X X
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60
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4
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x
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16
4
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_
_
_
x
235
-110
5
_
_
_
_
_
x
253
-1
1
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X
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x
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_
_
_
x
220
NÍA
NIB
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NIIA
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X
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X
—
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X
X
X -
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-
X X
-
_
-
_
_
X
-
-
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2
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5
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_
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_
x
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3
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_
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x
X
_
_
_
_
_
x x
X
X
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE ... YACIMIENTO 040 Cova de 1' Almud, Salem 041 Cova del Pronto, Salem 042 Cova del Racó Tancat, Terrateig 043 Cova Fosca, Terrateig 044 Rendaguanya, Bélgida 045 Partida del Veto, Bélgida 046 La Caseta del General, Bélgida 047 Beniprí, Bélgida 048 Camí de l'Alfogás, Bélgida 049 Sifó de les Fanecades, Albaida 050 La Covatxa de Todo, Bélgida 051 Cova del Barranc de Castellet, Carrícola 052 Covatxa Sepulcral Camí Reial, Albaida 053 Cova de l'Hedra, Ontinyent 054 Arenal de la Costa, Ontinyent 055 El Morenet, Ontinyent 056 Punta de Morera, Ontinyent 057 Coveta Guerola, Ontinyent 058 Cova Gran de Patirás, Ontinyent 059 Cova del Garrofer, Ontinyent 060 Rambleta 1, Bocairent 061 El Castellar, Ontinyent 062 Cova de la Gerra, Bocairent 063 Cova de la Piscina, Bocairent 064 Cova d'En Gomar, Bocairent
289
F
H
HR
PD
NÍA
NIB
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NIIB
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450
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X
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X
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X
H
440
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-
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E
530
-36
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—
—
—
—
X
E
450
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-
-
-
X
E
570
27
4
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X
X
-
X
H
680
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-
-
-
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X
H
650
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X
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570
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X
-
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X
H
450
-59
3
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X
-
-
-
H
580
-42
3
-
X
-
-
-
HCT
X
x X X
X
X
X
_
290
SARA PAIREN JIMÉNEZ YACIMIENTO
065 La Canaleta, Bocairent 066 L'Illa, Bocairent 067 Solanetes, Bocairent 068 Bancal deis Cirers, Bocairent 069 U Alquería, Bocairent 070 Canyaret, Bocairent 071 Coveta Emparetá, *Bocairent 072 Cova de la Sarsa, Bocairent 073 Les Dotze, Bocairent 074 Alt de Manola, Bocairent 075 Santa Bárbara, Bocairent 076 La Banyesa C, Bocairent 077 Cabe90 de Sant Antoni, Bocairent 078 Rambleta2, Bocairent 079 Rotglar, Bocairent 080 Fossat del Port, Bocairent 081 Cova de la Rambla, Bocairent 082 Liorna de Galbis, Bocairent 083 Vinalopó 6, Bocairent 084 Vinalopó2, Bocairent 085 Vinalopó 15, Bocairent 086 Vinalopó 4, Bocairent 087 Casa de les Monges, Bocairent 088 Cova deis Anells, Banyeres 089 Sima del Llarg, Banyeres
F
H
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3
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X
X
X -
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-
-
X
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE ... YACIMIENTO
090 Cova del Sol, Banyeres
291
F
H
HR
PD
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820
27
4
E
800
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X
X
H
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X
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360 380
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X
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-
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X
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X
H
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X
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X
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-
X X
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X
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750 500
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3 3
X
H
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X
E
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4
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-
-
X
NÍA
NIB
NIC
NIIA
NIIB
HCT
X
X
091 Cova de la Pedrera, Banyeres
092 Cova de la Reliquia, Banyeres
093 Cova del Partidor, Banyeres
X X
094 La Serrella, Banyeres
095 Molí Roig, Banyeres
096 Cova de la Serp, Banyeres
097 Cova de l'Or, Beniarrés
098 Cova Negra, Gaianes
099 L' Albufera de Gaianes, Gaianes
100 Solsides, Gaianes 101 L'Alturó del Mas del Moro, Planes
102 Font de Forinyent, Beniarrés
103 Coves de la Vila, Planes
104 Cova d'En Pardo, Planes
105 Penya Roja de Catamarruc, Planes
106 Barranc de les Calderes, Planes
107 Tros de la Bassa, Planes 108 Cova de l'Algeps, Tollos
109 L'Alacantí, Alcocer de Planes 110 Cementen II, Benimarfull 111 Cementen, Benimarfull
112 Barranc del Sofre, Benimarfull
113 Vessant Castell de Travadell, Millena
114 AC70, Gorga 115 Les Trilles, Cocentaina
116 Cova del Moro, Muro
X
—
-
x
—
X -
_
SARA PAIREN JIMÉNEZ
292 YACIMIENTO 117 Turballos, Muro 118 AltdelPunxó, Muro 119 Avinguda de Valencia 54, Muro 120 MargesAlts, Muro 121 CarrerMestre J. Esteve, Muro 122 RegdelaFont, Muro 123 Niuet, 1' Alquería d'Asnar 124 AC95, Muro 125 Cova de Bolumini, Alfafara 126 Cova del Moro, Agres 127 Cova deis Pilars, Agres 128 Benataire, Cocentaina 129 La Plana, Cocentaina 130 U Alcudia, Cocentaina 131 L' Escurrupénia, Cocentaina 132 Les Jovades, Cocentaina 133 La Tórrela, Cocentaina 134 Cova del Negre, Cocentaina 135 Cova de la Paella, Cocentaina 136 Cova del Pou, Cocentaina 137 Cova del Conill, Cocentaina 138 Cova del Balconet, Cocentaina 139 Cova del Llidoner, Cocentaina 140 Cova Tancada, Cocentaina 141 Cova de les Aranyes, Cocentaina
F
H
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420
-13
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430
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1
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2
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X
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340
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X
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-
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X
E
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X
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X -
-
—
-
X
X
X X
-
-
-
-
X
X
X
X
293
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE ... YACIMIENTO
142 Cova del Racó Tancat, Cocentaina 143 Barranc del Cormellar, Gorga 144 Mas deis Capellans, Benilloba 145 El Sobirá, Millena 146 Els Freginals, Gorga 147 Penya Roja, Quatretondeta 148 Saleres, Quatretondeta 149 Tamargut, Quatretondeta 150 Mas de Quintín, Penáguila 151 El Portell, Benilloba 152 Les Solanetes, Benassau 153 Barranc de l'Amagat, Penáguila 154 Mas del Moreral, Penáguila 155 La Perla, Penáguila 156 Benilloba, Benilloba 157 Mas de Barrachina / Mas Nou, Benilloba 158 Mas d'Is, Penáguila 159 Mas de la Espioqueta, Penáguila 160 El Pía, Penáguila 161 Mas de Don Simón, Penáguila 162 Mas de la Gitana, Penáguila 163 Mas del Camto, Penáguila 164 Les Puntes 7, Benifallim 165 Mas del Pía, Benifallim 166 Les Puntes 3, Benifallim 167 Les Puntes 2, Benifallim 168 Les Puntes 4, Benifallim 169 Baquerises, Benifallim 170 Les Puntes 6, Benifallim 171 Mas les Carrasquetes, Benifallim
F
H
HR
PD
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NIC
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NIIB
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895
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-
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X
X
500-520 -22
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-
-
X
X
H H
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3
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-
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-
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X
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X
-
H H H H H H H H
570 600 660 620 650 650 700 680
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4 1 1 3 3 4 1 1
H
760
-6
3
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-
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-
X X X X X
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-
X
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X
-
X -
-
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x
-
-
294
SARA PAIREN JIMÉNEZ YACIMIENTO
172 El Rebolcat, Alcoi 173 Esquerda de Les Llometes, Alcoi 174 Cova de Les Llometes, Alcoi 175 Carrer del Perú / Horta Major, Alcoi 176 Xalet Santonja, Alcoi 177 Mas del Barranc, Alcoi 178 Salterres, Alcoi 179 Mas del Sargento, Alcoi 180 Cova Sotarroni, Alcoi 181 Abric de la Falguera, Alcoi 182 Sant Benet Alt, Alcoi 183 Les Floréncies, Alcoi 184 Penya del Comptador, Alcoi 185 Mas del Regadiuet, Alcoi 186 Mas la Pastora, Alcoi 187 Cova de la Pastora, Alcoi 188 Cova de 1' Aliga, Benialí 189 Tossal de la Roca, Valí d' Alcalá 190 Cova del Passet, Alcalá de la Jovada 191 Cova Fosca, Valí d'Ebo 192 Coves d'Esteve, Valí d'Ebo 193 Cova de Bolumini, Benimeli-Beniarbeig 194 Cova Fosca, Ondara 195 Esquerda del Clavill, Ondara 196 Cova Bonilla, Dénia 197 Covatxa Soler o del Castell, Dénia 198 Cova de les Calaveres, Benidoleig
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H
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760
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600
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X X
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X —
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X
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE ... YACIMIENTO 199 Cova del Randero, Pedreguer 200 Cova de les Lladres, Muría 201 Abric de la Campaneta, Muría 202 L'Esquerda Penya de les Arbones, Parcent 203 Abric del Bañe de les Coves, Parcent 204 Cova del Barranc de la Foradada, Xábia 205 Cova Ampia del Montgó, Xábia 206 Cova del Barranc de Migdia, Xábia 207 Cova de les Cendres, Teulada 208 Forat del Barranc de les Raboses, Teulada 209 Cova de les Meravelles, Xaló 210 Sa Cova de Dalt, Tárbena 211 Santa Maira, Castell de Castells 212 Cova del Somo, Castell de Castells 213 Mas Donzelleta del Barber, Ibi 214 Alfas d'Ibi, Ibi 215 Cova del Despartidor, Ibi 216 Mas deis Alfasos, Castalia 217 La Torrosella, Tibi 218 El Fontanal, Onil 219 Cova de la Moneda, Ibi 220 Cova del Cantal, Biar 221 Cova de La Mina, La Canyada de Biar 222 Cueva Negra del Morrón, Villena 223 Cueva del Cochino, Villena
295
F
H
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PD
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170
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-35
3
X
H
600
-3
1
X
H
550
-4
2
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-
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-
X
E
780
-34
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-
X
-
-
X
E
1060
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-
-
-
X
E
880
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-
-
-
X
E
600
34
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H
910
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H
680
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HCT
X
X
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-
X
X
X
X
-
X
X
X
x -
-
-
-
X
X -
-
-
-
X X
X
X
296
SARA PAIREN JIMÉNEZ YACIMIENTO
224 Peñón de la Zona, Villena 225 Cueva Or. del Peñón de la Zorra, Villena 226 Cueva Occ. del Peñón de la Zorra, Villena 227 Barranco del Peñón de la Zorra, Villena 228 Puntal de los Carniceros, Villena 229 Cueva del Puntal de los Carniceros, Villena 230 Cueva Oriental de Salvatierra, Villena 231 Casa de Lara, Villena 232 Cueva del Molinico, Villena 233 Cueva de las Lechuzas, Villena 234 Cueva de las Delicias, Villena 235 Cueva del Alto n°l, Villena 236 Cueva del Alto n°2, Villena 237 Arenal de la Virgen, Villena 238 La Macolla, Villena 239 Cueva del Lagrimal, Villena- Yecla 240 El Chopo, Elda 241 L'Almortxó, Elda 242 Terrazas del Pantano, Elda 243 Cueva del Hacha, Elda 244 La Torreta-El Monastil, Elda 245 El Canalón, Elda 246 El Monastil, Elda 247 Cueva de la Casa Colora, Elda 248 Cova de la Serreta la Vella, Monóver
F
H
HR
PD
H
700
49
4
X
E
650
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3
X
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17
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23
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510
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450
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-
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-12
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H
440
-32
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X
H
707
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X
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-
-
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X
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380
-6
3
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X
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-
X
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X
X X
X
X
X
X
X X
-
-
-
—
X
X
-
-
-
-
X
X
297
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE ... YACIMIENTO
249 Cova deis Calderons, La Romana 250 Coves de la Serreta Llarga, Novelda 251 Cueva Oriental de La Mola, Novelda 252 La Mola-Cueva del Mediodía, Novelda 253 Ledua, Novelda 254 El Carril, Novelda 255 El Tabayá, Aspe 256 Carayala, Elx 257 La Reja, Elx 258 Molino de Dos Muelas, Elx 259 La Rata, Elx 260 Figuera Reona, Elx 261 Promontori de l'Aigua Dole, a i Salada, Elx 262 Elche 1 , Elche 263 Seca de Martínez, Elche 264 La Alcudia, Elche 265 Peral, Elche 266 Horteta, Elche 267 El Herido, Elche 268 Playa del Carabassí, Elche 269 Cova Aranyes del Carabassí, Santa Pola 270 Cova de l'Aire, Crevillente 271 La Fonteta del Sarso, Crevillente 272 Les Moreres, Crevillente 273 Canyada Joana, Crevillente 274 Cova de Sant Martí, Agost 275 Cova de la Barsella, La Torre de les Mañanes
F
H
HR
PD
NÍA
NIB
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NIIB
H
500
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2
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X
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X
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X
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H
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1
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X
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-
H
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-
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-
X
H
250-300
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H
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-44
1
-
-
-
-
X
H
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X
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X
H
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4 -1
2 1
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-
—
—
X X
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70 60 50 40 20
3 0'5 — — -
1 2 — —
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H
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H
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-
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-
X
H
260
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X
H
70
-1
2
X
E
380
15
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X
-
-
-
E
1000
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4
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-
-
-
X
-
HCT
X
X
X -
x X —
-
-
X X X X
X -
-
X
298
SARA PAIREN JIMÉNEZ YACIMIENTO
276 Llano de Sta. Ana, La Torre de les Mañanes 277 Cova del Fum, Alacant 278 Barrio de Benalúa, Alacant
F
H
HR
PD
H
870
-1
4
X
E
80
17
2
X
H
25
-6
1
NÍA
-
NIB
-
NIC
-
NIIA
-
NIIB
HCT
_
X
CUADRO 2 Emplazamiento y características de los abrigos con arte rupestre en el área centro-meridional valenciana. LEYENDA N° (número del abrigo). T (tipo de abrigo). HR (altitud relativa sobre el entorno / prominencia en 10 Km+2). PD (pendiente): 1 (llana, <2%), 2 (suave, 2-5%), 3 (moderada, 5-15%), 4 (fuerte, 15-40%), 5 (cortado, >40%). CAP (capacidad): 1 (1-2 personas), 2 (2-5 personas), 3 (5-10 personas), 4 (10-20 personas), 5 (>20 personas). VIS (visibilidad): 1 (inmediata), 2 (corta distancia), 3 (larga distancia). ABRIGO
Al La Sarga, Alcoi A2 Abric de la Paella, Cocentaina A3 Abric de la Penya Banyá, Cocentaina A4 Abric de rAlberri, Cocentaina A5 Penya del Benicadell, Beniarrés A6 Coves de la Vila, Planes A7 Cova Llarga, L'Orxa A8 Barranc de les Coves, Alcoi A9 Abric del Barranc de l'Abellar, Alcoi A10 Abric de Sant Antoni, Alcoi All Barranc del Salt 1, Penáguila A12 Barranc del Salt 2, Penáguila A13 Barranc del Salt 3, Penáguila A14 Port de Penáguila, Penáguila A15 Barranc de Frainós, Alcoleja Aló Morro Carrascal, Alcoleja A17 Port de Confrides, Confrides A18 Abric de les Salemes, Fageca
N°
T
HR
PD
CAP
VIS
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LEV
I, II, III
2
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3
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X
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1 1
139 161
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X X
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1 3 3
226 -25 -13
5 3 4
1 2 2
1,2 y 3 iy 2 iy 2
X
I, II, IV
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3
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X
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3
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X
I I, II, III IV, V
3 3 3
-24 34 24
4 4 3
VI
3
-17
4
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X
I, II
5
12
4
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X
X
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3
X
X
I
5
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4
1
iy 2
X
X
I, II, III
5
-105
4
1,2,2
iy 2
X
X
I
3
-20
4
1
2
X
2y
3
2 1,2 y 3 2,2, 1 1 2, 1 i y 3
X X
X X X
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE ... ABRIGO A19 U Esmoladera, Benimassot A20 Coves Roges, Benimassot A21 Barranc de la Penya Blanca, Planes A22 Abric de Cantacuc, Planes A23 Abric de la Gleda, Planes A24 Abric del Racó de Condoig, Valí d' Alcalá A25 Barranc deis Garrofers, Planes A26 El Pantanet, Alfafara A27 Abric del Calvan, Bocairent A28 Barranc d'Alpadull 1, Alfafara A29 Barranc d'Alpadull 2, Alfafara ASO Abric del Pontet, Bocairent A31 Balma de la Fabriqueta, Ontinyent A32 Abric del Gegant, Ontinyent A33 Abric de la Creu, Ontinyent A34 Abric de la Monja, Ontinyent A35 Abric de la Eos, Ontinyent A36 Barranc de Carbonera, Beniatjar A37 Coveta del Mig, Beniatjar A38 Barranc de les Coves, Salem A39 Cova Gran de la Petxina, Bellús A40 Al Patró, Valí de Gallinera A41 Racó del Pou, Valí de Gallinera A42 Barranc d'En Grau, Valí de Gallinera A43 Barranc Cova Jeroni 1, Valí de Gallinera
299
N°
T
HR
PD
CAP
VIS
I
3
102
3
1
iy 2
I, II
3
125
3
2
2y 3
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3
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4
1
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X
I
4
-7
4
3
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X
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3
1
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X
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3
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4
3
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X
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3
10
4
1,2
iy 2
X
I
3
-36
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X
I
3
-16
4
2
i
X
I
3
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3
2
i
X
II, III, IV
5
-13
4
1
i
X
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3
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4
2
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X
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3
-16
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4
i
X
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3
-63
5
2
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I
3
-39
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2
i
X
I
3
-70
4
2
iy 2
X
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3
-13
4
1
iy 2
X
I, II
3
-85
4
4
1,2 y 3
X
I
3
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4
2
1,2 y 3
X
I, II, III
3
14
4
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1
X
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5
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X
I
3
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4
2
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X
I
3
6
4
2
i
X
I
3
-68
4
2
iy 2
X
I
3
-59
4
2
iy 2
X
MAC
ESQ
LEV
X X
X
X
X
X
X
300
SARA PAIREN JIMÉNEZ ABRIGO
A44 Barranc Cova Jeroni 2, Valí de Gallinera A45 Cova Jeroni, Valí de Gallinera A46 Barranc de Benialí 1, Valí de Gallinera A47 Barranc de Benialí 2, Valí de Gallinera A48 Barranc de Benialí 3, Valí de Gallinera A49 Barranc de la Magrana, Valí de Gallinera A50 Barranc Cova Negra, Valí de Gallinera A51 Barranc de Parets, Valí de Gallinera A52 Benirrama, Valí de Gallinera A53 Abric Torrudanes, Valí d'Ebo A54 Racó Cova Llidoners, Valí de Laguart A55 Barranc de l'Infern I, Valí de Laguart A56 Barranc de l'Infern II, Valí de Laguart A57 Barranc de l'Infern III. 1, Valí de Laguart A58 Barranc de l'Infern III.2, Valí de Laguart A59 Barranc de l'Infern IV.l, Valí de Laguart A60 Barranc de l'Infern IV.2, Valí de Laguart A61 Barranc de l'Infern V, Valí de Laguart A62 Barranc de l'Infern VI, Valí de Laguart A63 Barranc de la Palla, Tormos / Valí de Laguart A64 Coves Roges, Tollos A65 Barranc de Galistero, Castell de Castells A66 Racó de Gorgori, Castell de Castells A67 Covalta 1, Castell de Castells A68 Covalta 2, Castell de Castells
LEV
T
HR
PD
CAP
VIS
II
3
38
4
1
Iy2
X
I
3
79
4
3
Iy2
X
I, II, III
3
-51
4
1, 1,2
1
X
IV
2
2
4
4
1
V
3
36
4
1
1
X
I
3
-4\
4
2
Iy2
X
I
3
-40
3
1
Iy2
X
I
3
-119
4
1
Iy2
X
I, II
5
-92
4
3
I,2y3
X
X
I
3
-50
4
3
Iy2
X
X
I
3
30
4
2
1
X
I
2
-227
4
2
1
X
I, II
2
-124
5
2, 1
1
X
I, II, III, IV, V 2
-78
4 3, 3, 2, 2 , 11 y2
X
2
-98
4
2
Iy2
X
I, II, III, IV 2
-149
4
2, 2, 1, 1
1
X
X X
VI
MAC
ESQ
N°
X
X
X
V,VI
2
-174
5
2, 1
1
X
I
2
-164
5
1
1
X
I, II
2
-132
5
2
1
X
X
I
3
45
4
2
1
X
X
I, II, III
3
-10
4
1
1
X
X
I
3
-119
4
2
1
X
I, II, IV, V
3
-165
4
1
1
X
I
3
-71
4
1
1
X
II
3
-82
4
2
1
X
X
X
X
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE ... ABRIGO
A69 Covalta 3, Castell de Castells ATO Covalta 4, Castell de Castells A71 Racó de Sorellets, Castell de Castells A72 Pía de Petracos 1 , Castell de Castells A73 Pía de Petracos 2, Castell de Castells A74 Barranc deis Pouets, Famorca A75 Barranc de la Fita, Famorca A76 Barranc de Famorca 1, Famorca A77 Barranc de Famorca 2, Famorca A78 Barranc de Famorca 3, Famorca A79 Barranc de Famorca 4, Famorca ASO Barranc de Famorca 5, Famorca A81 Barranc de Famorca 6, Famorca A82 Barranc de Famorca 7, Famorca A83 Barranc de Bitla 1, Castell de Castells A84 Barranc de Bitla 2, Castell de Castells A85 Esbardal Miquel Senil, Castell de Castells A86 Abric del Seguili, Alcalalí A87 Cova del Mansano, Xaló A88 Pinos, Benissa A89 Balma del Barranc del Bou, Teulada A90 Abric del Barranc del Migdia, Xábia A91 Coves Santes de Dalt, Xábia A92 Coves Santes de Baix, Xábia A93 Abric de la Catxupa, Dénia
301
N°
T
HR
PD
CAP
VIS
III
3
-73
5
2
1
X
IV
3
-29
4
2
1
X
I, II
3
-69
3
2,3
1
X
I III IV V VII VIII
2
-86
4
2
1
X
2
-64
4
5
1
I II, III,
3
16
3
2
Iy2
X
IV, V
3
-96
4
1, 1,
1,1 1
X
I
2
-121
3
2
1
II
2
-112
4
1
1
X
III
2
15
4
2
Iy2
X
IV
2
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4
2
Iy2
X
V
2
-56
5
2
1 y2
VI
2
-27
4
3
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VII
2
-96
4
2
1
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3
-66
4
2
1
X
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3
-32
4
1
1
X
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3
-44
4
2
1
I
3
40
4
2
Iy2
X
I
3
-89
3
3
1
X
X
I
3
-4
4
4
Iy2
X
X
I
3
57
4
2
Iy2
X
I
3
113
5
3
I,2y3
X
I
3
53
4
2
Iy2
.X
I
3
-9
4
2
Iy2
X
I
3
81
3
3
2
MAC
X
X
ESQ
LEV
X
X
X X
X
X
X
302
SARA PAIREN JIMÉNEZ ABRIGO
N°
A94 Barranc del Xorquet, I Tárbena A95 Barranc de Bolulla, I Bolulla A96 Penya Escrita, I Tárbena A97 Penya de l'Ermita del Vicari, Altea I A98 Barranc de Covatelles, I Confrides Penyó de les Carrasques, A99 I, II Confrides A100 Barranc del Sord, I, II Confrides A101 Penya Roe, I Benimantell A102 Barranc de l'Arc, I Benimantell
T
HR
PD
CAP
VIS
3
-105
4
1
1
3
15
4
1
1
X
3 3
-116 352
4 4
2 3
Iy2 I,2y3
X X
3
^3
4
2
1
X
3
-52
3
2
Iy2
X
3
-75
4
2
2
X
3
157
4
1
I,2y3
X
3
-177
4
3
Iy2
X
MAC
ESQ
LEV X
X
Apéndice II TABLAS
This page intentionally left blank
TABLA 4 N° Yacimiento
1
2
1 20 47 59 60 64 67 68 71 73 80 82
3
_
— — 2
— _
— — — 1 1 —
— — 1
7
La Sarga Coves Roges, Benimassot Barranc de Benialí. Abric IV Barranc de l'Infern IV. 1 Barranc de l'Infern IV. 2 Coves Roges, Tollos Covalta. Abric I Covalta. Abric II Racó de Sorellets Pía de Petracos 2 Barranc de Famorca. Abric V Barranc de Famorca. Abric VII TOTAL
3
4
5
_ _
1 _ _
_ _
-
-
_ _ _
._ _ _
2 1 _ _ _
—
— 1 _ _
1 _ _
—, 1 _ _
1
1
2
4
Total
4 0 0 4 1 0 0 0 0 5 1 0 15
Arte Macroesquemático. Motivos antropomorfos. 1) Con detalles anatómicos; 2) En X; 3) En doble Y; 4) Con brazos alzados; 5) Otros. TABLA 5 N° Yacimiento
1
2
3
4
5
6
7
8
Total
1 20 47 59 60 64 67 68 71 73 80 82
5 1 2
1 -
3
4 1 -
13 1 3
2 _ _
1 _ _
6 _ _
35
_ _
_ _
1 _ _
_ _
_ _
4 _ _
_ _
_ _
1 _ _
La Sarga Coves Roges, Benimassot Barranc de Benialí. Abric IV Barranc de l'Infern IV. 1 Barranc de l'Infern IV. 2 Coves Roges, Tollos Covalta. Abric I Covalta. Abric II Racó de Sorellets Pía de Petracos 2 Barranc de Famorca. Abric V Barranc de Famorca. Abric VII TOTAL
-
1 _
_
_
_
1 _
1 _
1 2 1 11
2 2 5
_
_
1 2 2 _
6
6
23
1
-
2
_
1
_
12
2
3 3 0 2 6 1 1 8 4 1 66
Arte Macroesquemático. Motivos geométricos. 1) Barras; 2) Curvilíneos; 3) Meandriformes; 4) Motivos en X, Y o V; 5) Serpentiformes; 6)Tectiformes; 7) Zig-zags; 8) Indeterminados.
306
SARA PAIREN JIMÉNEZ
TABLA 6
Yacimiento
Término
Yacimiento
Término
Barranc de Benialí IV Barranc de Famorca V Barranc de l'Infern IV Covalta II Coves Roges Coves Roges La Sarga Pía de Petracos
Valí de Gallinera Famorca Valí de Laguart Castell de Castells Benimassot Tollos Alcoi Castell de Castells
Barranc de Benialí IV Barranc de Famorca V Barranc de l'Infern IV Covalta II Coves Roges La Sarga Pía de Petracos
Valí de Gallinera Famorca Valí de Laguart Castell de Castells Benimassot Alcoi Castell de Castells
1
2
Arte Macroesquemático y Arte Esquemático. Conjuntos (1) y paneles (2) compartidos. TABLA 7 Yacimiento
Término
Yacimiento
Término
Barranc de Benialí IV Covalta II Coves Roges La Sarga Racó de Sorellets
Valí de Gallinera Castell de Castells Benimassot Alcoi Castell de Castells
Barranc de Benialí IV La Sarga
Valí de Gallinera Alcoi
1
2
Arte Macroesquemático y Arte Levantino. Conjuntos (1) y paneles (2) compartidos. TABLA 8 Yacimiento
Término
Yacimiento
Término
Barranc de Benialí IV La Sarga
Valí de Gallinera Alcoi
Barranc de Benialí Barranc de Famorca Covalta Coves Roges La Sarga Pía de Petracos Barranc del Infern
Valí de Gallinera Famorca Castell de Castells Benimassot Alcoi Castell de Castells Valí de Laguart
1
2
Arte Macroesquemático, Esquemático y Levantino. Conjuntos (1) y paneles (2) compartidos.
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE
307
TABLA 9 Yacimiento
Motivo
Es superpuesto por motivo
La Sarga
Abrigo: 1/Panel: 2/motivo: 11 MAC/ANTROP/ORANTES Abrigo: 1/Panel: 2/motivo: 21 MAC/GEOM/SERPENTIFORMES Abrigo: I/Panel: 2/motivo: 27 MAC/GEOM/SERPENTIFORMES Abrigo: 3/Panel: 2/motivo: 3 MAC/GEOM/SERPENTIFORMES Abrigo: 4/Panel: 2/motivo: 1 MAC/GEOM/SERPENTIFORMES Abrigo: 7/Panel: 2/motivo: 2 MAC/GEOM/SERPENTIFORMES Abrigo: 5/Panel: 1/motivo: 2 MAC/GEOM/SERPENTIFORMES
Motivo: 12 LEV/ZOOMORFOS/CÉRVIDOS Motivo: 20 LEV/ZOOMORFOS/CÉRVIDOS Motivo 26 LEV/ZOOMORFOS/CÉRVIDOS Motivo: 4 ESQ/GEOMÉTRICOS/BARRAS Motivo: 2 LEV/OTROS/INDETERMINADOS Motivo: sin n° inventario ESQ/GEOMÉTRICOS/BARRAS Motivo: 3 ESQ/GEOMÉTRICOS/BARRAS
Barranc de Benialí Pía de Petracos Barranc de Famorca
Abrigos con motivos macroesquemáticos infrapuestos a esquemáticos y levantinos.
TABLA 10 N° Nombre 1 2 3 4 5 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 22 23 25 27
La Sarga Abric de la Paella Abric de la Penya Banyá Abric de l'Alberri Penya del Benicadell Cova Llarga Barranc de les Coves, Alcoi 1 Abric del Barranc de l'Abellar Abric de Sant Antoni Barranc del Salt 1 Barranc del Salt 2 Barranc del Salt 3. Abric VI / Planet del Salt Port de Penáguila Barranc de Frainós Morro Carrascal Port de Confrides Abric de les Salemes L'Esmoladora Coves Roges, Benimassot Abric de Cantacuc Abric de la Gleda Barranc deis Garrofers Abric del Calvari
1
2
3
4
5
Total
13 1 — 1 1
42 _
1 _
1 _
_
— 2 14 _
— -
1 -
— -
_
_
_
—
1 —
—
1 1 — 1 —
1 4 — —
— —
_
_
_
57 1 1 2 15 1 13 7 3 16 8 32 52 2 3 2 10 1 14 29 1 6 24
— — 3 8 — — 1 — — 2 5 1 — 9
11 7 3 13 7 23 47 2 2 2 9 1 12 24 _ 5 15
1
SARA PAIREN JIMÉNEZ
308
N° Nombre
1
2
3
4
5
Total
28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 52 53 54 55 56 57 58 59 60 61 62 63 64 66 68 70 73 74 75 77 78 79 80 83
4 5 2 — 1 4 8 — 2 1 1 2 1 4 2 _
3 12 25 7 6 8 3 5 165 2 29 8 5 _
—
—
—
1 -
-
7 17 27 8 7 12 3 5 176 2 31
10
_
1 _
1 _
4 _
_
_
9 10 13 4 5 1 4 5 6 _
1
5
-
1 — _
2 3 — _
— _
4 17 3 18 1 _
—
—
—
-
-
-
_
_
_
4 -
-
-
1
-
_ _ 1 1 1 . 1_L —
1 _ _ -
_ _ -
Barranc d'Alpadull 1 / Abric del Capellá Barranc d'Alpadull 2 / Abrics de les Finestres Abric del Pontet Balma de la Fabriqueta Abric del Gegant Abric de la Creu Abric de la Monja Abric de la Fos Barranc de Carbonera Coveta del Mig Barranc de les Coves, Salem Cova Gran de la Petxina Racó del Pou Barranc d'En Grau Barranc de la Cova Jeroni. Abric I Barranc de la Cova Jeroni. Abric II Cova Jeroni Barranc de Benialí 1 Barranc de Benialí 2 Barranc de Benialí 3 Barranc de la Magrana Barranc de la Cova Negra Benirrama Abric de les Torrudanes Racó de la Cova deis Llidoners Barranc de l'Infern. Conjunto I Barranc de l'Infern. Conjunto II Barranc de l'Infern. Conjunto III. 1 Barranc de l'Infern. Conjunto III.2 Barranc de l'Infern. Conjunto IV.l Barranc de l'Infern. Conjunto IV.2 Barranc de l'Infern. Conjunto V Barranc de l'Infern. Conjunto VI Barranc de la Palla Coves Roges, Tollos Racó de Gorgori Covalta. Abric II Covalta. Abric IV Pía de Petracos 2 Barranc deis Pouets Barranc de la Fita Barranc de Famorca. Abric II Barranc de Famorca. Abric III Barranc de Famorca. Abric IV Barranc de Famorca. Abric V Barranc de Bitla. Abric I
1 11 1 1 5 11 1 1 1 3 — 4 6 1 1 1 1 -
4 15 2 15 14 4 _ 1 5 3 3 1 ?¿* 1
1 2 2 -
_
6 1 5 1 17 11 20 6 8 2 15 5 6 1 5 22 3 29
-
-
—
—
-
2 1 5 22 3 19 21 4 1 1 7 5 4 1 4 1
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE ... N° Nombre
1
2
3
4
309
5
Total
1
84 Barranc de Bitla. Abric II
1
86 Abric del Seguili
1
_
_
_
_
1
87 Cova del Mansano
2
1
-
-
-
3
88 Pinos
5
2
-
-
-
7
89 Balma del Barranc del Bou
1
3
-
2
-
6
71 1
5
4
90 Cova del Barranc del Migdia 91 Coves Santes de Dalt
80 1
92 Coves Santes de Baix
4
4
-
-
-
8
95 Barranc de Bolulla
2
-
-
-
-
2
18
5
25 \
5 _
96 Penya Escrita 97 Penya de 1' Ermita del Vicari
5 _
100 Barranc del Sord
23 _
101 Penya Roe 102 Barranc de l'Arc TOTAL
5
10
158
827
35 _
1
1
1 15
39
28
1
1053
Motivos esquemáticos representados en el área de estudio. 1) Antropomorfos; 2) Geométricos; 3) Simbólico-religiosos; 4) Zoomorfos; 5) Otros. TABLA 1 1 N°
Nombre
1
La Sarga
2
Abric de la Paella
1 -
5
Penya del Benicadell
-
7
Cova Llarga
-
8
Barranc de les Coves, Alcoi
11
Barranc del Salt 1
1
13
Barranc del Salt 3
-
16
Morro Carrascal
20 Coves Roges, Benimassot 22 ABRIC DE CANTECUE
-
2
3
4
56
¿W
9
5
78
9 -
-J
_
_
—
1
_
_
—
1
_
_
—
1
2 —
3
—
1
— <Ñ
2
!
-
_
_
_
1
1
_
_
_
_
_
1
_
_
_
_
_
_
_
_
_
_
_
3 _
1 _
_
_
1 i
1 _
1 _
_
_
_
_
_
!
_
!
_
-
_ _
_
_ _
_ _
_ _
_
1
27
Abric del Calvan
-
1
1
3
-
-
28
Barranc d'Alpadull 1
29
Barranc d'Alpadull 2
_
1 _
_
3
_
_
_
30
Abric del Pontet
_
32
Abric del Gegant
_ 1
_ _
_ _
_ _
_ _
4
_
_
_ _
-
33
Abric de la Creu
_
36
Barranc de Carbonera
39
Cova Gran de la Petxina
1
_
1 _
!
_
-
_
_
_
1
_
_
_
-
_
_
_
Barranc d'En Grau
13
_
1 —
¿-I
_
_
42
9
_
Abric de la Gleda
-
^
~J
23
-
12 Total
-
1
_
10 11
_
_
1
8
<;
_
_
_
-
1
1
3
-
—
9
3 _
_
—
4 5
2 _
_
_
2 — —
1
_
_
_
_
—
4
_
2 _
3 _
2 _
-
8
-
2
_
-
1
_
_
_
2
310
SARA PAIREN JIMÉNEZ
N°
Nombre
1
2
44 45 46 47 48 50 52 55
Barranc de la Cova Jeroni 2 Cova Jeroni Barranc de Benialí 1 Barranc de Benialí 2 Barranc de Benialí 3 Barranc de la Cova Negra Abric de Benirrama Barranc de 1' Infera I
-
2 -
3 _ _ _
4 _ _ _
5 _ _ _
_ _
_ _
_ _
-
_
_
2 _
_
_
_
_
1 _
1
6
1 1 1 1 1 — 1
7
-
8 _
9 _
10 _
11 _
12 Total _ i
_
_
1 _
_
— 2 _ ! _ _
4 2 !
11 ! i
_
_
_
l 1 _
_
_
2 _
5 _
2 _
_ i
1
_
1 1 _
1 5 _
_
5 1 11 _ i
-
-
_
_
_
_
i
—
-
_
1 3 4
56
57 59 60 61 62 63 66 68 73 75
Barranc de l'Infern IV. 2 Barranc de l'Infern V Barranc de 1' Infera VI Barranc de la Palla Racó de Gorgori Covalta. Abric II Pía de Petracos 2 Barranc de la Fita
77
Rarríitir' rlp "FíímrHVíi Ahrir* TT
80 86 87 88 89 92 95 97 102
Barranc de l'Infern III. 1 Barranc de l'Infern IV. 1 -
Barranc de Famorca. Abric V Abric del Seguili Cova del Mansano Pinos Balma del Barranc del Bou Coves Santes de Baix Barranc de Bolulla Penya de 1' Ermita del Vicari Barranc de l'Arc TOTAL
1
-
_ _
_
_ _
_ _
1 _ _ _
_ _
1 _ _
2 _ _
_
_
1 1 _
_
_
_
_
1 _
-
1 5
— —
_
1 _
_
1 _
—
—
1 -
2 1
-
i
6 1 1 i
— —
_ _
_ _
_ _
_ _
_ _
i !
-
2 _
1 _
_
_
2 5 !
1
2 1 _
i
_
1 _
-
—
-
-
1 _
_
_
1 4 - 2 4 5
1
4 20
30
10
- 5 18 158
1
-
3 2 1 — 1 4 1 -
1 _
— _
— _
1
14
20
1 1 35
3
Arte Esquemático. Motivos antropomorfos. 1) Acéfalos; 2) Ancoriformes; 3) Bitriangular; 4) Brazos en asa / brazos en M; 5) Cruciformes; 6) En doble Y; 7) En T; 8) en X; 9) En Y; 10) Golondrina; 11) Naturalistas; 12) Indeterminados.
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE ...
311
TABLA 12 N° 1 4 5 8
9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 22 25 27 28 29 30 31 32 33 34 35 36 37 38 39 41 43 45 46 47 48 49 50 52 53 54 56 57 58 59 60 62 63 64 66
Nombre
1
2
3
4
5
6
7
La Sarga Abric de l'Alberri Penya Benicadell B. de les Coves Abric de l'Abellar Abric de Sant Antoni Barranc del Salt 1 Barranc del Salt 2 Barranc del Salt 3 Port de Penáguila Barranc de Frainós Morro Carrascal Port de Confrides Abric de les Salemes -
31 i
-
-
3
-
-
6
-
1
1
J<;
2 3
-
_
-
9 6
-
-
13
-
1
29 2
-
-
9
10
11
12
13
14
15
Total
1
1
1
-
-
-
5
j
42 2
_
1 _
_
_
_
_
5 5
14 11
1
-
-
-
-
1
2
7
_
_
2
3 13 7 23 47
-
i 1
1
8
_
2
_
_
_
_
i* 1 1
-
-
2
1
-
-
2
-
-
5
-
-
1
4
-
-
10
2
9
2 2
2 7 _
_
_
_
_
2
-
-
-
-
-
_
_
_
_
_
_
, i 3
_
_
_
1 _
5 !
L'Esmoladora
Coves Roges Abric de Cantacuc B. deis Garrofers Abric del Calvari Barranc d'Alpadull 1 Barranc d'Alpadull 2 Abric del Pontet Balma Fabriqueta Abric del Gegant Abric de la Creu Abric de la Monja Abric de la Fos B. Carbonera Coveta del Mig B. de les Coves Cova Gran Petxina Racó del Pou B. de la Cova Jeroni 1 Cova Jeroni Barranc de Benialí 1 Barranc de Benialí 2 Barranc de Benialí 3 B. de laMagrana B. de la Cova Negra Benirrama Abric Torrudanes Racó Llidoners B. de l'Infem II B.del'InfernIII.1 B. de l'Infern III.2 B.del'InfernIV.1 B. de l'Infern IV.2 B. de l'Infern VI Barranc de la Palla Coves Roges Racó de Gorgori
8
-
-
1
14
_
_
4
_
-
3
_
_
_
_
_
6
-
1
1
-
2
9
-
1
16
-
1
2 <;
1
i
!
^
•
9^
_
_
_
_
_
_
_
2
-
-
-
-
1
3 -
2 1
3 2
-
-
-
2 2
A ,
2
-
-
2
-
-
_
85 !
17 _
_
1 _
2 _
2 _
1
2
1
5
!
_
_
_
15 7
-
-
2
-
1
2
-
-
4
_
_
_
_
1 _
1
_
_
_
_
_
_
2
-
-
1
-
-
_
|
1
!
-
2
46
_
_
_
-
-
8
_ _
_ _
! _
_ _
_ _
_ _
4 4
-
2
5
-
-
2
_
_
_
1
-
_ _
_
_
_
_
2
-
-
_
11
_
1 _
_
4
_
-
5 2 3
1
-
-
-
, i 1
1
_
_
_
1
_
_
1 5 1
1
-
-
4
18 1
-
2 _
-
-
-
-
-
1
10
1
2
-
17 3
1
-
-
-
1
_
_
_
_
_
_
_
_
4
-
1 _
1 _
_
3 _
1 _
_
2 _ 1
2 _ i
15 2 15
1
2
29 8 5 1 9
1 3
165 2
10 13 4 5 1 4 5 6 4
f. 9 !
8 3 5
4
'I
_
12 25 7 6
1
I !
15 3
1
-
-
_ _
12 24 5
1
2 _
_
i1
2 -
-
9 1
312
SARA PAIREN JIMÉNEZ Nombre
N°
Covalta II Covalta IV
74
BARRANC DELS pOUELSTJELS
75
DARRANC DEA 1 C't
77 78
B. de Famorca II
70
O J C T,,
on
B. de famorca V
oa
Drranc dcbitla
84
Bbarranc de Bitla II TJn
87
r1cova del A mansanMnsancc } \/i
88
D'inos
89 90 91
Balma B. del Bou Cova del B. Migdia 1 Coves Sanies de Dalt -
i ?
rl 1 D
B. de Famorca III Q
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f
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96 97
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102
3
9
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en
2
1
Penya Escrita 3 Penya Ermita Vicari -
j j 1 2 1 7 3 6
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
Total
1 1
_
1 _
_
1
-
-
-
_
1 _
14 4 1 ' 5
1
_
_
_
3
-
1
-
-
-
1
-
_
_
_
t
n T
-
_
_
1
_
i
2 -
3 -
2
-
-
_
1 '
- - 1 1
1 4
_
-
_
-
2
1 8
1 27
1 6
2
-
1 -
-
4
-
1 3
-
-
-
-
1 5 8
25
11
35
2
1 20
_ 14
_ 20
_ 9
_ 12
_ 11
_ 2
1 4 38 190
c
n
A
'
rl 1 C 1A
Dbarranc del sord r rdd
Barranc de l'Arc TOTAL
i-
1 2 i 2 i
4
1 5
3 433
3 3 1 2 i1 i 1 ' 2 3 71 i 4 18 25 i1 1 0 827
Arte Esquemático. Motivos geométricos. 1) Aspa; 2) Barra; 3) Círculo; 4) Cruciforme; 5) Curvilíneo; 6) Meandriformes; 7) Motivos en X/Y/V; 8) Pectiniforme; 9) Punto; 10) Ramiforme; 11) Serpentiforme; 12) Tectiforme; 13) Triángulo, rectángulo; 14) Zig-zag; 15) Indeterminados. TABLA 13 N° Yacimiento
1
2
3
4
5
Total
1 13 14 18 25 31 36 38 43 45 47 63 75 77 78 80 90 96 97
— 1 _ _
1 -
— -
— _ _
1 1 1 2 1 4 1 1 2 1 1 1 2 5 24
1 1 1 1 1 1 2 2 4 1 1 4 1 1 1 1 5 5 5 41
La Sarga Barranc del Salt 3 / Planet del Salt Port de Penáguila Abric de les Salemes Barranc deis Garrofers Balma de la Fabriqueta Barranc de Carbonera Barranc de les Coves, Salem Barranc de la Cova Jeroni. Abric I Cova Jeroni Barranc de Benialí. Abric IV Barranc de la Palla Barranc de la Fita Barranc de Famorca. Abric II Barranc de Famorca. Abric III Barranc de Famorca. Abric V Cova del Barranc del Migdia Penya Escrita Penya de 1' Ermita del Vicari TOTAL
_
— _ _ _ _ _ _ _ -
_
_
_
_
— _ _
1 _ _ 1
_
_ _
_
_ _
_ -
_
— _ _
_ -
_
_
_ _ _ 2 _ _
_
_
-
1
1 _ 3
_
_
2 5 _
1
3
10
Arte Esquemático. Motivos simbólico-religiosos. 1) ídolos ancoriformes; 2) ídolos halteriformes; 3) ídolos oculados; 4) ídolos bitriangulares; 5) Esteliformes.
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE
313
TABLA 14 N° Yacimiento
1
1 3 8 12 14 36 41 45 47 49 64 68 89 90
1 1
La Sarga Abric de la Penya Banyá Barranc de les Coves, Alcoi Barranc del Salt 2 Port de Penáguila Barranc de Carbonera Racó del Pou Cova Jeroni Barranc de Benialí. Abric IV Barranc de la Magrana Coves Roges, Tollos Covaltall Balma del Barranc del Bou Cova del Barranc del Migdia TOTAL
2
2 1
1 2 _
3 8
3
3
Total
1
1 1 1 1
4
.4.,.;-,
1
1
1
1
1 1
5 2 3 1 1 2 4 28
1 1 2 4 17
Arte Esquemático. Motivos zoomorfos. 1) Cápridos; 2) Cérvidos; 3) Indeterminados. TABLA 15 N° Yacimiento
Motivos
Cronología
1 La Sarga. Abric II La Sarga. Abric II La Sarga. Abric II La Sarga. Abric II La Sarga. Abric II La Sarga. Abric II La Sarga. Abric II La Sarga. Abric III La Sarga. Abric III La Sarga. Abric III 20 Coves Roges. Abric II Coves Roges. Abric II 47 Barranc de Benialí. Abric V 59 Barranc de l'Infern IV. 1. Abric I Barranc de l'Infern IV 1. Abric I Barranc de l'Infern IV. 1. Abric I Barranc de l'Infern IV 1. Abric II Barranc de l'Infern I VI. Abric II Barranc de l'Infern I VI. Abric II 68 Covalta. Abric II Covalta. Abric II Covalta. Abric II Covalta. Abric II 73 Pía de Petracos. Abric V Pía de Petracos. Abric VII 80 Barranc de Famorca. Abric V
ESQ/ANT/CRUCIFORME ESQ/ANT/GOLONDRINA ESQ/ANT/NATURALISTA ESQ/GEO/B ARRAS ESQ/GEO/CURVILINEO ESQ/GEO/INDETERMINADO ESQ/GEO/PUNTOS ESQ/ANT/BRAZOS EN ASA ESQ/ANT/CRUCIFORME ESQ/GEO/B ARRAS ESQ/ANT/EN X ESQ/GEO/B ARRAS ESQ/ZOO/CAPRIDOS ESQ/ANT/CRUCIFORME ESQ/GEO/B ARRAS ESQ/GEO/INDETERMINADO ESQ/ANT/EN DOBLE Y ESQ/GEO/BARRAS ESQ/GEO/PECTINIFORME ESQ/ANT/EN DOBLE Y ESQ/GEO/BARRAS ESQ/GEO/CURVILINEO ESQ/GEO/RAMIFORME ESQ/GEO/BARRAS ESQ/GEO/BARRAS ESQ/ANT/CRUCIFORME
7 7 7 7 7 7 7 7 7 7 DESDE NÍA 7 DESDE NIB 7
. . , - : • :•,:.•''
7 7 DESDE NÍA 7 7 DESDE NÍA 7 9
DESDE NÍA 7 7 7
•
314
SARA PAIREN JIMÉNEZ
N° Yacimiento Barranc de Famorca. Abric V Barranc de Famorca. Abric V
Motivos
Cronología
ESQ/GEO/B ARRAS ESQ/SIM/IDOLO OCULADO
NIIB
Motivos esquemáticos en los paneles compartidos con macroesquemáticos, y su cronología post quem a partir de los paralelos muebles. TABLA 16 Yacimiento
Término
Yacimiento
Término
La Sarga Port de Penáguila Barranc de Frainós Port de Confrides Coves Roges Barranc d'Alpadull 2 Cova Gran de la Petxina Racó del Pou Barranc de Benialí 2 Benirrama Abric de les Torrudanes Barranc de l'Infern VI Barranc de la Palla Racó de Gorgori Covalta. Abric II Cova del Mansano Pinos Barranc del Sord
Alcoi Penáguila Alcoleja Confrides Benimassot Alfafara Bellús Valí de Gallinera Valí de Gallinera Valí de Gallinera Valí d'Ebo Valí de Laguart Tormos Castell de Castells Castell de Castells Xaló Benissa Confrides
La Sarga II Coves Roges II Cova Gran de la Petxina Racó del Pou I Barranc de Benialí IV Abric de les Torrudanes Barranc de la Palla Racó de Gorgori V Covalta II Pinos
Alcoi Benimassot Bellús Valí de Gallinera Valí de Gallinera Valí d'Ebo Tormos Castell de Castells Castell de Castells Benissa
1
2 Arte Esquemático y Arte Levantino. Conjuntos (1) y paneles compartidos (2).
TABLA 17
Yacimiento
Motivo
Abric de Cantacuc
Abrigo: I/Panel: 2/motivo:8 ESQ/GEOM/B ARRAS
Barranc de Carbonera
Se superpone a
Es superpuesto por Motivo: 7 ESQ/GEOM/ZIG-ZAGS
Abrigo: I/Panel: 2/motivo:7 ESQ/GEOM/ZIG-ZAGS
Motivo: 6 ESQ/ANTROP/INDETERM
Abrigo: I/Panel: 9-10/motivo 61ESQ/GEOM/BARRAS Abrigo: I/Panel: 9-10/motivo: 41 ESQ/GEOM/BARRAS Abrigo: 2/Panel: 5/motivo: 16 ESQ/GEOM/ZIG-ZAGS
Motivo: 3 ESQ/SIMBÓL/SOLIFORM Motivo 3 ESQ/SIMBÓL/SOLIFORM Motivo: 15 ESQ/GEOM/PECTINIF
315
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE ... Yacimiento
Motivo
Se superpone a
Es superpuesto por
Abrigo: 2/Panel: 5/motivo: 9 ESQ/GEOM/CÍRCULO
Motivo: 8 ESQ/GEOM/PECTINIF
Abrigo: 2/Panel: 5/motivo: 7 ESQ/GEOM/BARRAS
Motivo: 8 ESQ/GEOM/PECTINIF
Abrigo: 2/Panel: 5/motivo: 3 ESQ/GEOM/CÍRCULO
Motivo: 2 ESQ/GEOM/BARRAS Motivo: 12 ESQ/GEOM/PUNTOS
Barranc de la Palla
Abrigo: I/Panel: 2/motivo: 4 ESQ/SIMBÓL/I.BITRIANG
Covalta. Abric II
Abrigo: 2/Panel: 3/motivo: 4 ESQ/GEOM/BARRAS
Barranc de Famorca. Abric III
Abrigo: 3/Panel: I/motivo: 4 ESQ/GEOM/BARRAS
Motivo: 3 ESQ/SIMBÓL/SOLIFORM
Cova del Barranc del Migdia
Abrigo: I/Panel: I/motivo: 45 ESQ/GEOM/INDETERM
Motivo: 46 ESQ/GEOM/BARRAS
Motivo: 3 ESQ/ANTROP/DOBLEY
Abrigo: I/Panel: 1 /motivo: 47 ESQ/GEOM/BARRAS
Motivo: 45 ESQ/GEOM/INDETERM
Abrigo: I/Panel: I/motivo: 24 ESQ/GEOM/INDETERM
Motivo: 22 ESQ/SIMBÓL/I.BITRIANG
Superposiciones entre motivos esquemáticos.
TABLA 18
N°
YACIMIENTO
1 6 14 15 17 20 21 24 26 29 39 40 41 47 51 52 53 62 63 65 66 68 69 71 72
La Sarga Coves de la Vila Port de Penáguila Barranc de Frainós Port de Confrides Coves Roges Barranc de la Penya Blanca Abric del Racó de Condoig El Pantanet Barranc d' Alpadull 2/ Abrics de les Finestres Cova Gran de la Petxina Al Patró Racó del Pou Barranc de Benialí. Abrics III-IV Barranc de Parets Benirrama Abric de les Torrudanes Barranc de l'Infern. Conjunto VI6 Barranc de la Palla Barranc de Galistero Racó de Gorgori Covalta. Abric II Covalta. Abric III Racó de Sorellets Pía de Petracos. Abric I
1
2
3
4
Total
21 6 2 3 1 1 2 2 1 9 1 12 12 1 5 1 2 2 11 2
24 1 3 2 8 1 1 2 3 12 1 12 1 2 3 1
2 -
4 -
51 1 11 7 16 1 2 3 1 3 2 1 4 12 1 19 40
2 1 1 -
2 4 -
1 2 -
-
-
-
1 1 1 3 2
2
16 4 1
12 6
3
1
3
_
1 1
7
3
24 5 8 1 3 21 6
316
SARA PAIREN JIMÉNEZ
N°
YACIMIENTO
1
2
3
4
Total
81 85 87 88 94 98 99 100
Barranc de Famorca. Abric VI / Santa Maira Esbardal de Miquel el Senil Cova del Mansano Pinos Barranc del Xorquet Barranc de Covatelles Penyó de les Carrasques Barranc del Sord TOTAL
2 1 19 1 1
8 1 9 1 1 2
2 -
9 8 1 1 3 -
136
1 100
13
87
29 2 38 3 1 4 3 1 334
Motivos en el Arte Levantino. 1) Antropomorfos; 2) Zoomorfos; 3) Objetos; 4) Otros.
TABLA 19 N°
Yacimiento
1
2
3
1 6 14 15 17 21 24 41 52 53 62 63 65 66 71 72 81 85 87 88 98 99 100
La Sarga Coves de la Vila Port de Penáguila Barranc de Frainós Port de Confrides Barranc de la Penya Blanca Abric del Racó de Condoig Racó del Pou Benirrama Abric de les Torrudanes Barranc de l'Infern. Conjunto VI Barranc de la Palla Barranc de Galistero Racó de Gorgori Racó de Sorellets Pía de Petracos. Abric I Barranc de Famorca Vl-Santa Maira Esbardal de Miquel el Senil Cova del Mansano Pinos Barranc de Covatelles Penyó de les Carrasques Barranc del Sord TOTAL
12
8
2
_
_
_
_
_
_
_
i
_
_
_
2 _ 1 _
_ 3 _
_ 1 _ _
_ 1 2 1 _ _ _
_
_
_
-
-
-
_ _ _
_ _ _
_ _ _
2 1 1 _ 1 _ 6 1 4 \ 2 \ 5 1 _ _ 1 !
40
_
_
15
4
1
_
5
5
_ _
_
1
_
2
6 2 1 1 7 2 2 4 4 — 2 1 1 7 1 1 1 37
Total
24 1 3 2 8 1 1 2 3 12 1 12 1 2 3 1 8 1 9 1 1 2 1 100
Representaciones zoomorfas. 1) Cápridos; 2) Cérvidos; 3) Cánidos; 4) Aves; 5) Insectos; 6) Indeterminados.
317
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE TABLA 20 N°
Yacimiento
1 14 15 17 20 26 29 39 41 47 51 52 53 62 63 65 66 69 71 72 81 85 87 88 99
La Sarga Port de Penáguila Barranc de Frainós Port de Confrides Coves Roges El Pantanet Barranc d'Alpadull 2 / Abrics de les Finestresl Cova Gran de la Petxina Racó del Pou Barranc de Benialí. Abrics III-IV Barranc de Parets Benirrama Abric de les Torrudanes Barranc de l'Infern. Conjunto VI Barranc de la Palla Barranc de Galistero Racó de Gorgori Covalta. Abric III Racó de Sorellets Pía de Petracos. Abric I Santa Maira Esbardal de Miquel el Serril Cova del Mansano Pinos Penyó de les Carrasques TOTAL
1 19
2
5 1 _
— _
— — _
_
_ _
_ _
1 9
— —
— —
1 1 — -
-
— -
1
1
1 —
—
— _
1 _
— _
96
5
1
1
_
3
1 8 10 5 5 1 2
1 4
1 7 1
13
4 2 1 1 3 1 1 2 4 1 1 5 1 5 6 1 34
Total
21 6 2 3 1 1 2 2 1 9 1 12 12 6 5 1 2 2 10 2 13 1 19 1 1 136
Representaciones antropomorfas. 1) Masculinas; 2) Femeninas; 3) Infantiles; 4) Indeterminadas
TABLA 21 N°
Yacimiento
1 15 17 52 62 63 66 87
La Sarga Barranc de Frainós Port de Confrides Benirrama Barranc de l'Infern. Conjunto VI Barranc de la Palla Racó de Gorgori Cova del Mansano TOTAL
ARMAMENTO
VARAS
Total
1 1 1 2 1 1 3 2 12
1 1
2 1 1 2 1 1 3 2 13
Elementos de cultura material representados como motivos aislados.
SARA PAIREN JIMÉNEZ
318 TABLA 22 N° 1
Yacimiento La Sarga
Abrigo 1
2
14
Port de Penáguila
1
15
Barranc de Frainós
2
17
Port de Confrides
2
20
Coves Roges
2
29
Barranc d'Alpadull 2
4
39 47
Cova Gran de la Petxina 1 4 Barranc de Benialí
51
Barranc de Parets
1
52
Benirrama
1
2 53
Abric de les Torrudanes 1
62
Barranc de l'Infern VI
1
63
Barranc de la Palla
1
65 66
Barranc de Galistero Racó de Gorgori
1 5
69
Covalta
3
71
Racó de Sorellets
2
81
Santa Maira
1
85
Esbardal Miquel Senil
1
Motivo MASCULINOS ANTROPOMORFOS ZOOMORFOS MASCULINOS ANTROPOMORFOS ZOOMORFOS MASCULINOS ANTROPOMORFOS ZOOMORFOS ANTROP. INDET. ZOOMORFOS ANTROP. INDET. MASCULINOS S ANTROPOMORFO MASCULINOS ANTROPOMORFO ANTROP. INDET. MASCULINOS ANTROPOMORFOS MASCULINOS ANTROPOMORFOS MASCULINOS ANTROPOMORFOS FEMENINOS ANTROPOMORFOS MASCULINOS ANTROPOMORFOS MASCULINOS ANTROPOMORFOS ZOOMORFOS MASCULINOS ANTROPOMORFOS ZOOMORFOS MASCULINOS ANTROPOMORFOS ZOOMORFOS ZOOMORFOS MASCULINOS ANTROPOMORFOS MASCULINOS ANTROPOMORFOS MASCULINOS ANTROPOMORFOS ZOOMORFOS MASCULINOS ANTROPOMORFOS FEMENINOS ANTROPOMORFOS MASCULINOS ANTROPOMORFOS
1 3
2 2
3
4
9 4
—
Total 14 4
3
2 2
5 2
2
4
6
1
1 1 1
1 1
1
_
1 2 j
1 1
_
1 i
-
1 2
1
1 -
2 1
2
1
5 1
3
1
4
5
4 1
9 1
1
4 1
3
1
1
5 2 1
_
1
5 i
10 2 1
2
2
2
3
1
2
3 1
6 1
1
1
6
8
-
1
1 1
1
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE ... N°
Yacimiento
87
Cova del Mansano
100
Barranc del Sord TOTAL
Abrigo
Motivo
1
MASCULINOS ANTROPOMORFOS ZOOMORFOS ZOOMORFOS
2
1
27
2
10
319
3
4
11 2
_
1 77
2
Total 11 2 1 116
Elementos de cultura material asociados a figuras humanas y animales levantinas: 1) Adornos; 2) Recipientes; 3) Armamento; 4) Otros (cuerda, hachas).
TABLA 23 N°
Yacimiento
1
2
3
4
Total
1 14 15 17 21 24 29 40 41 47 52 53 62 63 65 66 68 69 71 72 81 87 88 94 98
La Sarga Port de Penáguila Barranc de Frainós Port de Confrides Barranc de la Penya Blanca Abric del Racó de Condoig Barranc d' Alpadull 2 / Abrics de les Finestres Al Patró Racó del Pou Barranc de Benialí. Abrics III-IV Benirrama Abric de les Torrudanes Barranc de l'Infern. Conjunto VI Barranc de la Palla Barranc de Galistero Racó de Gorgori Covalta. Abric II Covalta. Abric III Racó de Sorellets Pía de Petracos. Abric I Santa Maira Cova del Mansano Pinos Barranc del Xorquet Barranc de Covatelles TOTAL
1 1
1
2
4 1 1 -
2
1 2 2 4 1 1 1 1 3 2 12 4 3 2 i
1 1 1 11
-
1
3
3
4 2 2 4 1 2 1 1 1 3 2 16 4 6 3 1 1 1 7 3 9 8 1 1 3 87
Otros motivos. 1) Geométricos; 2) Rastros; 3) Vegetación; 4) Indeterminados.
-
-
_
_
1 1 6 2 8 7 1 1 3 70
SARA PAIREN JIMÉNEZ
320 TABLA 24 Yacimiento
Motivo
Se superpone a
Es superpuesto por
La Sarga
Abrigo: I/Panel: 2/motivo: 12 LEV/ZOOMORF/CÉRVIDO Abrigo: I/Panel: 2/motivo: 13 LEV/ZOOMORF/CÉRVIDO Abrigo: I/Panel: 2/motivo: 20 LEV/ZOOMORF/CÉRVIDO Abrigo: I/Panel: 2/motivo: 26 LEV/ZOOMORF/CÉRVIDO Abrigo: 3/Panel: 2/motivo: 4 LEV/ANTROP/MASCUL Abrigo: 4/Panel: I/motivo: LEV/ANTROP/MASCUL Abrigo: 4/Panel: 2/motivo: 2 LEV/OTROS/INDETERM Abrigo: I/Panel: 4/motivo: 6 LEV/ZOOMORF/INDETER Abrigo: I/Panel: 4/motivo: 14 LEV/ZOOMORF/CÁPRIDO Abrigo: I/Panel: 2/motivo: 10 LEV/ZOOMORF/CÁNIDO Abrigo: 5/Panel: 2/motivo: 3 LEV/OBJETOS/ARMA Abrigo: 2/Panel: I/motivo: 15 LEV/ANTROP/INDETERM Abrigo: I/Panel: I/motivo: 5 LEV/ZOOMORF/CÁPRIDO Abrigo: I/Panel: 5/motivo: 3 LEV/ANTROP/MASCUL
Motivo: 11 /MACROESQ ANTROP/ORANTE Motivo: 11 /MACROESQ ANTROP/ORANTE Motivo: 21 /MACROESQ GEOMÉT/SERPENTIF Motivo: 27 /MACROESQ GEOMÉT/SERPENTIF Motivo: 3 /ESQUEMAT GEOMÉT/INDETERM -
Motivo: 13 /LEVANTINO ZOOMORF/CÉRVIDO -
Barranc de Benialí Barranc de Benialí
Abric de les Torrudanes
Barranc de la Palla Racó de Gorgori Racó de Sorellets Santa Maira Cova del Mansano
Motivo: 1 / MACROESQ GEOMÉT/SERPENTIF Motivo: 7 /LEVANTINO OTROS/GEOMÉT Motivo: 9 /ESQUEMAT GEOMÉT/SERPENTIF Motivo: 4 /ESQUEMAT GEOMÉT/BARRAS -
Motivo: 3 /LEVANTINO ANTROP/MASCUL Motivo: 13 /ESQUEMAT GEOMÉT/PECTINIF
Motivo: 17 / LEVANTINO ANTROP/FEMENINOS Motivo: 6 LEVANTINO ZOOMORF/CÁPRIDO
Motivo: 4 LEVANTINO ANTROP/INDETERM
Superposiciones de motivos levantinos. Se dan tanto sobre motivos macroesquemáticos (La Sarga, Barranc de Benialí) como esquemáticos (Barranc de la Palla, Racó de Gorgori) o incluso levantinos (La Sarga, Barranc de Benialí, Torrudanes, Racó de Sorellets). Al mismo tiempo, se documenta también la superposición de motivos esquemáticos sobre los levantinos (Torrudanes).
CUADROS SINTÉTICOS. YACIMIENTOS DE HABITAT, FUNERARIOS Y CON ARTE RUPESTRE ...
321
TABLA 25
Total 51 11
Abrigo
Tipo
El
E2
E3
E4
Total
Ll
L2
L3
L4
La Sarga
2
13
1
1
42
57
21
24
2
4
14
Port de Penáguila
5
-
4
1
47
52
6
3
-
2
15
Barranc de Frainós
-
-
2
2
2
2
1
2
7
17
Port de Confrides
5
-
-
2
2
3
8
1
4
20
Coves Roges
3
2
-
12
14
1
-
-
29
Barranc d'Alpadull 2
5
4
-
13
17
2
-
-
1
39
Cova Gran de la Petxina 5
2
-
8
10
2
-
-
-
2
41
Racó del Pou
3
-
1
5
6
1
2
-
1
4
47
Barranc de Benialí 2
2
3
2
1
13
19
-
-
3
12
52
Benirrama
5
11
-
4
9 15
12
3
2
2
53
Abric de les Torrudanes
3
-
5
5
12
Barranc de l'Infern VI
2
4
5
6
1
4
12
63
Barranc de la Palla
22
5
12
1
6
24
66
Racó de Gorgori
3
4
4
12 1
16
62
1
19 40
19
2
2
3
1
8
68
Covalta II
3
6
15 14
21
-
-
-
1
1
87
Cova del Mansano
2
-
3
19
9
2
8
88
Pinos
3
5
-
2
7
1
1
-
Barranc del Sord
3
-
-
1
1
-
1
-
38 1 -
3 1
N° 1
100
5
3
3
3
15
1 1
16 1 3
Motivos representados en los abrigos compartidos por el Arte Esquemático y Levantino. Esquemáticos: El) Antropomorfos; E2) Zoomorfos; E3) Simbólicos; E4) Geométricos. Levantinos: Ll) Antropomorfos; L2) Zoomorfos; L3) Cultura material; L4) Otros.
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ÍNDICE DE FIGURAS, GRÁFICOS Y TABLAS
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ÍNDICE DE FIGURAS Figura 1. Planteamiento teórico del estudio 35 Figura 2. Mapa general de la zona de estudio, con indicación de los principales ríos y relieves 41 Figura 3. Cabecera y cuenca media del río Serpis 41 Figura 4. Desembocadura del río Serpis. Comarca de la Safor 42 Figura 5. Recorrido del río Clariano por la Canal de Bocairent y la Valí d'Albaida 43 Figura 6. Litoral mediterráneo. Valles de la Marina Alta y Marina Baixa 44 Figura 7. Cabecera y curso medio del río Vinalopó y Foia de Castalia 45 Figura 8. Comarcas del Camp d'Alacant y Baix Vinalopó 46 Figura 9. Tipos de suelos en la Valí d'Albaida, clasificados según su capacidad 47 Figura 10. Altitud absoluta (A) y relativa (B-C) de los abrigos pintados de la Canal de Bocairent y Serra de Mariola. B) Respecto al entorno inmediato (900 m2); C) A larga distancia (10 Km2) 68 Figura 11. Pendientes en la zona de la Canal de Bocairent, Vállela d'Agres y Serra de Mariola. Se aprecia cómo los abrigos pintados se localizan mayoritariamenté en zonas de fuerte pendiente 69 Figura 12. Comparación entre los resultados del cálculo del área de captación de la Cova de les Cendres .... 71 Figura 13. Visibilidades por distancia y motivos representados en dos yacimientos de la Valí de Gallinera... 73 Figura 14. Ejemplos de articulación de las cuencas visuales acumuladas 74 Figura 15. El poblamiento durante el horizonte cardial (Neolítico IA) 85 Figura 16. El poblamiento durante el horizonte epicardial (Neolítico IB) 85 Figura 17. Áreas de captación y tipos de suelo de los asentamientos al aire libre del Neolítico Antiguo y Medio 86 Figura 18. Evolución del poblamiento durante el Neolítico IC 87 Figura 19. El poblamiento durante el Calcolítico (fase Neolítico IIB) 88 Figura 20. El poblamiento durante el Horizonte Campaniforme 89 Figura 21. Áreas de captación y tipos de suelo de los asentamientos al aire libre en el Neolítico IIB y Horizonte Campaniforme 90 Figura 22. Poblamiento al aire libre en la zona de cabecera del río Serpis durante el Neolítico epicardial (fase IB), y radios de distancia desde este foco en intervalos de desplazamiento de una hora 93 Figura 23. Poblamiento epicardial en las cuencas media y baja del Vinalopó 94 Figura 24. Tipos de suelo en el entorno inmediato de algunos yacimientos en la comarca de la Safor 99 Figura 25. Yacimientos con vestigios funerarios y materiales del Neolítico Antiguo y Medio en la zona de estudio 106 Figura 26. Distribución del poblamiento y de las evidencias funerarias durante el Neolítico cardial 108
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Figura 27. Distribución del poblamiento y de las evidencias funerarias durante el Neolítico epicardial Figura 28. Poblamiento y evidencias funerarias durante la fase calcolítica en la cuenca media del río Serpis Figura 29. Horizonte Neolítico IIB. Poblamiento y cavidades funerarias Figura 30. Horizonte Campaniforme. Poblamiento, cuevas de enterramiento y evidencias funerarias en asentamientos al aire libre Figura 31. Abrigos con Arte Macroesquemático en la provincia de Alicante Figura 32. Motivos macroesquemáticos, antropomorfos y geométricos Figura 33. Abrigos con representaciones macroesquemáticas en la provincia de Alicante, clasificados por el número total de motivos representados Figura 34. Abrigos con representaciones macroesquemáticas, clasificados por tipos en función de su emplazamiento y características morfológicas Figura 35. Distribución de los abrigos con Arte Macroesquemático en relación con el poblamiento durante el Neolítico cardial Figura 36. Paralelos para los motivos macroesquemáticos sobre cerámica impresa cardial Figura 37. Balsa de Calicanto (Bicorp, Valencia). Detalle de la superposición de la cabeza de un zoomorfo levantino de gran tamaño a una serie de zig-zags verticales Figura 38. Distribución de los abrigos con Arte Esquemático en la zona de estudio Figura 39. Representaciones esquemáticas en la zona de estudio Figura 40. Abrigos con representaciones esquemáticas en la zona de estudio, clasificados por número de motivos Figura 41. Distribución de los ídolos pintados y de sus paralelos muebles en la zona de estudio Figura 42. Paneles compartidos por representaciones esquemáticas y levantinas Figura 43. Distribución de los abrigos con Arte Esquemático según el Tipo Figura 44. Distribución de los abrigos de Tipo 5 en relación con el poblamiento durante el Calcolítico Figura 45. Distribución de los abrigos con Arte Levantino en la zona de estudio Figura 46. Abrigos con pintura levantina, clasificados en función del número de motivos Figura 47. Representaciones zoomorfas levantinas en la zona de estudio Figura 48. Representaciones humanas Figura 49. Composiciones dentro del Arte Levantino Figura 50. Superposiciones Figura 51. Distribución por Tipos de los abrigos con Arte Levantino Figura 52. Agrupaciones de abrigos con arte rupestre, definidas a partir de sus Cuencas Visuales Acumuladas Figura 53. Visibilidades acumuladas en la cuenca alta y media del río Serpis Figura 54. Visibilidades acumuladas: la Valí de Seta Figura 55. Visibilidades acumuladas: Barranc de l'Encantá Figura 56. Visibilidades acumuladas: río Clariano Figura 57. Visibilidades acumuladas: Valí d'Albaida Figura 58. Visibilidades acumuladas: la Valí de Gallinera Figura 59. Visibilidades acumuladas: río Girona Figura 60. Visibilidades acumuladas: Barranc de Malafí Figura 61. Visibilidades acumuladas: Barranc de Famorca Figura 62. Visibilidades acumuladas: río Xaló-Gorgos Figura 63. Visibilidades acumuladas: ríos Guadales! y Bolulla Figura 64. Propuesta de comunicación entre asentamientos del horizonte Neolítico cardial según los atributos naturales del terreno, y relación con los yacimientos contemporáneos Figura 65. Propuesta de comunicación entre los asentamientos del horizonte Neolítico epicardial de la zona según los atributos naturales del terreno
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Figura 66. Principales líneas de articulación del territorio durante el horizonte Neolítico IA o cardial, considerando los abrigos con Arte Macroesquemático como focos de atracción al movimiento Figura 67. Principales líneas de articulación del territorio propuestas atendiendo a la distribución de los abrigos con representaciones esquemáticas. Horizonte Neolítico IA o cardial Figura 68. Principales líneas de articulación del territorio propuestas atendiendo a la distribución de los abrigos con representaciones esquemáticas como focos de atracción al movimiento durante el Calcolítico ... Figura 69. Líneas de movimiento propuestas atendiendo a la distribución de los abrigos con pintura levantina durante el Neolítico epicardial Figura 70. Líneas de movimiento propuestas atendiendo a la distribución de los abrigos con pintura levantina durante el Calcolítico Figura 71. Secciones topográficas de las potenciales líneas de comunicación entre los yacimientos del Barrio de Benalúa (Alicante) y Cova del Llop (Gandía) Figura 72. Visibilidad desde los abrigos sobre las zonas óptimas para el tránsito según los atributos naturales del terreno. Canal de Bocairent y Valleta d'Agres Figura 73. Barranc de l'Encantá Figura 74. Valí de Gallinera Figura 75. Valí de Seta Figura 76. Barranc de Famorca Figura 77. Curso alto y medio del río Serpis Figura 78. Litoral de la Marina Alta Figura 79. Visibilidad desde los abrigos sobre las zonas óptimas para el tránsito según la distribución de los abrigos con pintura macroesquemática. Barranc de Malafí Figura 80. Visibilidad desde los abrigos sobre las zonas óptimas para el tránsito según la distribución de los abrigos con pintura esquemática. Canal de Bocairent y Valí d'Albaida Figura 81. Valí d'Albaida. Poblamiento calcolítico Figura 82. Barranc de l'Encantá-Valí d'Alcalá-Valí d'Ebo Figura 83. Cabecera del Riu Penáguila Figura 84. Posibles líneas de movimiento a lo largo de las comarcas litorales, en relación con los abrigos con pintura esquemática Figura 85. Visibilidad desde los abrigos sobre las zonas óptimas para el tránsito según la distribución de los abrigos con pintura levantina. Valí d'Alcalá y Barranc de Malafí Figura 86. Posibles líneas de movimiento a lo largo de las comarcas litorales, en relación con los abrigos con pintura levantina Figura 87. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del corredor natural de comunicación entre los yacimientos de Casa de Lara y Cova Ampia del Montgó Figura 88. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del corredor natural de comunicación entre los yacimientos de Casa de Lara y Cova de les Cendres Figura 89. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del corredor natural de comunicación entre los yacimientos de Mas d'Is y Cova de l'Or Figura 90. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Casa de Lara y Cova Ampia del Montgó, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Macroesquemático Figura 91. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Casa de Lara y Cova del Llop, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Esquemático . Figura 92. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Casa de Lara y Cova Ampia del Montgó, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Esquemático
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Figura 93. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Barrio de Benalúa y Cova del Llop, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Esquemático Figura 94. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Barrio de Benalúa y Cova de les Cendres, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Esquemático Figura 95. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Casa de Lara y Cova de les Cendres, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Levantino Figura 96. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Barrio de Benalúa y Cova Ampia del Montgó, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Levantino Figura 97. Cuencas visuales acumuladas a lo largo del camino óptimo de comunicación entre los yacimientos de Barrio de Benalúa y Sa Cova de Dalt, atendiendo a la distribución de los abrigos con Arte Levantino
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ÍNDICE DE TABLAS Tabla 1. Escalas de análisis en el estudio del arte rupestre 34 Tabla 2. Distribución de los soportes de la industria ósea por períodos 63 Tabla 3. Comparación entre los porcentajes de fauna consumida y soportes usados en la industria ósea 63 Tabla 4. Arte Macroesquemático. Motivos antropomorfos 305 Tabla 5. Arte Macroesquemático. Motivos geométricos 305 Tabla 6. Arte Macroesquemático y Arte Esquemático. Conjuntos (1) y paneles (2) compartidos 306 Tabla 7. Arte Macroesquemático y Arte Levantino. Conjuntos (1) y paneles (2) compartidos 306 Tabla 8. Arte Macroesquemático, Esquemático y Levantino. Conjuntos (1) y paneles (2) compartidos 306 Tabla 9. Abrigos con motivos macroesquemáticos infrapuestos a esquemáticos y levantinos 307 Tabla 10. Motivos esquemáticos representados en el área de estudio 307 Tabla 11. Arte Esquemático. Motivos antropomorfos 309 Tabla 12. Arte Esquemático. Motivos geométricos 311 Tabla 13. Arte Esquemático. Motivos simbólico-religiosos 312 Tabla 14. Arte Esquemático. Motivos zoomorfos 313 Tabla 15. Motivos esquemáticos en los paneles compartidos con macroesquemáticos, y su cronología post quem a partir de los paralelos muebles 313 Tabla 16. Arte Esquemático y Arte Levantino. Conjuntos (1) y paneles compartidos (2) 314 Tabla 17. Superposiciones entre motivos esquemáticos 314 Tabla 18. Motivos en el Arte Levantino 315 Tabla 19. Representaciones zoomorfas 316 Tabla 20. Representaciones antropomorfas 317 Tabla 21. Elementos de cultura material representados como motivos aislados 317 Tabla 22. Elementos de cultura material asociados a figuras humanas y animales levantinas 318 Tabla 23. Otros motivosT 319 Tabla 24. Superposiciones de motivos levantinos 320 Tabla 25. Motivos representados en los abrigos compartidos por el Arte Esquemático y Levantino 321
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ÍNDICE DE GRÁFICOS Gráfico 1. Localización (según pendientes) de los asentamientos al aire libre a lo largo de la secuencia neolítica Gráfico 2. Número y tipos de yacimientos conocidos por períodos Gráfico 3. Áreas de captación y tipos de suelos en la comarca de la Safor Gráfico 4. Comparación entre las áreas de captación de yacimientos del Neolítico Antiguo y Medio Gráfico 5. Áreas de captación de distintos yacimientos calcolíticos Gráfico 6. Comparación entre las áreas de captación de yacimientos del Horizonte Campaniforme Gráfico 7. Yacimientos con vestigios funerarios a lo largo de la secuencia neolítica Gráfico 8. Emplazamiento (según la pendiente) de los yacimientos funerarios a lo largo de la secuencia neolítica Gráfico 9. Motivos macroesquemáticos por abrigos Gráfico 10. Tipos de motivos y número de representaciones de Arte Esquemático en la zona de estudio Gráfico 11. Distribución porcentual de los motivos según el Tipo de abrigo Gráfico 12. Arte Esquemático. Motivos antropomorfos Gráfico 13. Arte Esquemático. Motivos geométricos Gráfico 14. Arte Esquemático. Motivos de carácter simbólico Gráfico 15. Arte Esquemático. Motivos zoomorfos Gráfico 16. Arte Esquemático. Porcentaje de motivos en los abrigos de Tipo 1 Gráfico 17. Arte Esquemático. Porcentaje de motivos en los abrigos de Tipo 2 Gráfico 18. Arte Esquemático. Porcentaje de motivos en los abrigos de Tipo 3 Gráfico 19. Arte Esquemático. Porcentaje de motivos en los abrigos de Tipo 4 Gráfico 20. Arte Esquemático. Porcentaje de motivos en los abrigos de Tipo 5 Gráfico 21. Motivos levantinos representados en los abrigos de la zona de estudio Gráfico 22. Representaciones zoomorfas Gráfico 23. Representaciones antropomorfas Gráfico 24. Elementos de cultura material representados en los abrigos levantinos (como elemento aislado o vinculado a figuras humanas y animales) Gráfico 25. Otros motivos
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