Johann Gottfried Herder y el movimiento del Sturm und Drang Enrique Marí
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Johann Gottfried Herder y el movimiento del Sturm und Drang Enrique Marí
Revista Confines Buenos Aires, Año 1 Nº 2, Noviembre 1995
Los números entre corchetes corresponden a la paginación de la edición impresa
[85]
1. Las características generales del Sturm und Drang Es poco probable poder acercarse al pensamiento de Johann G. Herder sin rastrear las raíces del Romanticismo que se instaló en la Prusia Oriental a mitades del siglo XVIII, en franca oposición al Iluminismo y al pensamiento racionalista enciclopédico, que precedió y continuó la Revolución Francesa de 1789. Indagar el romanticismo alemán resulta, en efecto, equivalente a sumergirse en el conocido movimiento del Sturm und Drang, ya que mientras Herder abonó y mejoró parte de sus raíces procedentes de algunos de sus contemporáneos como Johann Georg Hamann y Gottfried August Brüder, otras fueron directamente plantadas por él en el suelo de esta corriente predominantemente literaria. Hasta entonces, la Razón concebida como una potencia iluminadora del hombre y el mundo estaba instalada en el centro de la Modernidad, de la que la Revolución no era sino simple fecha y dato político. Mucho antes que ésta, modernidad, y racionalismo, se unían fuertemente decretando el colapso del pensamiento antiguo y medieval en un cambio revolucionario. Con este cambio la religión ya no pudo permanecer de espaldas al pensamiento científico, y la escasa diferencia anterior de significado entre la ciencia y la filosofía se amplió profundamente haciendo que los científicos vieran con recelo las especulaciones filosóficas, y los filósofos, por su lado, se desinteresaran de las ciencias particulares apreciando sus resultados como 3
excesivamente estrechos. Enriquecida la ciencia en su nuevo estatuto independiente, el concepto amplio de “saber”, que abarcaba la religión, la metafísica y la ciencia y que venía atravesando la historia desde Aristóteles acompañando el pensamiento de la antigüedad y el mundo medieval, se redujo transformándose en “conocimiento”. Inscripto éste en el referente de las ciencias físico–naturales empíricas, con su principio fundamental de la objetividad, la neutralidad de las observaciones y el desarrollo progresivo, causal, lineal y acumulativo. En 1605 Francis Bacon, el creador del llamado método científico de la observación y la experimentación, dio a conocer su texto Advancement of Learning, estableciendo una división entre filosofía, historia y poesía, y conectando cada una de estas disciplinas con distintas facultades humanas: la filosofía con la razón, la historia con la memoria y la poesía con la imaginación. Con arreglo a ella se desarrolló tanto en el campo de la razón científica —dominada luego por el positivismo—, como en el de la literatura (y el arte), una brecha y un dualismo tajante entre verdad–cognoscitiva y ficción–imaginativa. El primer concepto, el de verdad–cognoscitiva quedó remitido a un universo, el de la modernidad y el racionalismo, en el que lenguaje y realidad se conectan en forma rígida con arreglo a una serie de correlaciones ordenadas. El segundo concepto, el de ficción–imaginativa fue exclusivamente atribuido al mundo poético del romanticismo, el mundo de “boundless freedom imagination”. Mundo que interpela a una suerte de espacio–imago constitutivo de una zona en la que se han descomprimido fuertemente las tensiones a lo veritativo y ha aumentado 4
radicalmente la expresión de lo simbólico, lo figurado y lo alusivo. Zona de faintful [86] imagination, de imaginación exenta de límites en la que, como tuve ocasión de aludir en otro trabajo, al quedar el lenguaje libre de la fuerte fiscalización de lo teórico y lo conceptual, —ataduras propias de la razón— logra que se teja con él una nube de misterios, poblada de imágenes, de metáforas y de paráfrasis, que entran para embellecer más que para explicar, aclarar o describir este universo. Lenguaje cognoscitivo y lenguaje poético, espacio de razón y espacio de imaginación, integran así un par opuesto, cada uno de los cuales arroja, respectivamente, un ancla al mundo de la razón y al mundo romántico del Sturm und Drang, el de Herder, el de Goethe y el de Schiller, sus más relevantes miembros, convertidos luego estos últimos en los autores más notables del clasicismo alemán. En el seno del Sturm und Drang dos palabras ocupan lo primordial de la escena. Künstler y Genie, artista y genio. El artista porque acaba finalmente por librarse y deshacerse de los lazos, las normas y las reglas de las supuestas leyes que asfixian y ahogan lo genial y terminan por nivelar todo lo creativo. El genio, por su parte, porque se pone a resguardo de ser absorbido por el entendimiento y la razón. Él es el poeta del corazón y el sentimiento, el intermediario y el portavoz de Dios. Por sobre su cabeza una nube, una bruma paradójicamente brillante, sigue sus pasos y lo acompaña. Se trata de una nube inefable, que él vive como lo irracional de la belleza. Sturm und Drang, más precisamente su teoría del genio, no fue, en todo caso, tal como lo sostiene Wege der deutsche Literatur de 5
Hermann Glasser y otros, una corriente exclusivamente germánica, privada de vínculos con otras concepciones existentes en el siglo XVIII en el mundo europeo. Así, absorbió influencias procedentes de Inglaterra en el siglo XVIII, como el examen filosófico realizado por David Hume en sus obras Tratado sobre la Naturaleza Humana (1740) e Investigación sobre el Entendimiento Humano (1748) dedicado a poner en evidencia la inconsistencia de un mundo racional ordenado, poblado de ideas innatas procedentes de la razón, remitiéndose, en cambio a la importancia de la experiencia. El ideal del conocimiento había que verlo para el racionalismo en las matemáticas constituidas por juicios universales y necesarios “a priori”, mientras que el empirismo lo ve en las fronteras de una experiencia que no se puede transgredir. Los juicios son contingentes y particulares, “a posteriori”. El ABC de esta filosofía es que la razón, en cuanto a ella, no tiene más función que ordenar lógicamente los materiales que los sentidos le ofrecen. La metáfora de la hoja de papel en blanco (white paper) para la mente, que sólo la experiencia va llenando con las impresiones sensoriales, con la sensibilidad, es por demás significativa. En el libro I de Concerning Human Understanding con el título “Ni los principios ni las ideas son innatas”, ya Locke, en efecto, se había referido, para oponerse a Descartas, a las Meditaciones Metafísicas con esta afirmación: “Es una opinión establecida entre algunos hombres, que hay en el entendimiento ciertos principios innatos (el subrayado es de Locke); ciertas nociones primarias, koinai ennoiai, caracteres como si fuesen estampados en la mente del hombre que el alma recibe en su primera existencia y lleva al mundo con ella. Bastaría convencer a lectores no prejuiciosos de la falsedad de esta suposición, 6
si sólo pudiera mostrar (así aspiro a hacerlo en las siguientes partes de este Discurso) cómo los hombres pueden alcanzar todos el conocimiento que tienen simplemente con el uso de sus facultades naturales, sin la ayuda de ninguna impresión innata, y pueden llegara la certeza sin ninguna de estas originarias nociones o principios”. En el capítulo XXXIII de este mismo libro criticó asimismo la concepción cartesiana de las ideas claras y distintas, crítica propia también de Hume en An Enquiry concerning Human Understanding. Para éste, entre idease impresiones lo que hay es una diferencia de intensidad y vivacidad, y el conocimiento, sin excepción, procede directa o indirectamente de las impresiones sean externas como las que provienen de los sentidos, sea la experiencia íntima o autoexperiencia. Todas las inferencias de la experiencia son efectos de las costumbres, del hábito, no del razonamiento, nos informa la parte I, punto 39 de la Sección V. Es aquí donde apela a una interesante nota en la que insiste en el valor de la experiencia con recurso, ahora, a una instancia histórica, es decir de vida o de vida histórica, páginas que son las que atraen, en lo básico, el interés de Herder y de toda la corriente del Sturm und Drang: “La historia de Tiberio o de Nerón nos haría temer una tiranía semejante, si [87] nuestros monarcas estuviesen liberados de las restricciones de las leyes y el Senado. Pero, con poco pensar, la observación de cualquier fraude o crueldad en la vida privada es suficiente para darnos la misma aprehensión; aunque sirve como ejemplo de la corrupción de la naturaleza humana y nos muestra el peligro de descansar con entera confianza en la humanidad. En ambos casos, la experiencia actúa como fundamento último de nuestra inferencia y conclusión”1. 7
Pero las influencias inglesas no se limitan al campo de la filosofía. Abrazan de consuno un sector de la creación literaria en la que Edward Young tuvo la primacía de descubrir un concepto enclavado en el Sturm und Drang: el de la fantasía. El significado de la fantasía era más bien reciente para la creación poética, debiéndose también a Young el acuñar el concepto de “Originalgenies”, que cabalgaba en algo así como su grito de batalla poética: “Nadie se ha convertido en un hombre importante sin entusiasmo divino”. En el límite el poeta, el genio del corazón y el sentimiento, debía ingresar en un estado de éxtasis cuasi– religioso para alcanzar la palabra divina y poder trasmitirla en la tierra. En Ideas sobre las obras originales, Young, seducido por el Paraíso Perdido de Milton y las tragedias de Shakespeare, se convence de que el genio poético no se puede captar ni describir con los meros patrones de la razón calculadora. El genio, piensa, se halla tan distante de la razón como el mago lo está del maestro de obras. La magia de la poesía que produce no necesita de la mediación de la razón, porque su fuerza —y éste es otro concepto importante de la corriente romántica— está fundada en su inmediatez. La relación entre lo divino, lo religioso, o su sucedáneo terrenal, se incorporó —en principio, aunque “en principio” ya tiene un sentido que debe ser aclarado— a la problemática del Sturm und Drang. No es mero fruto de la casualidad que Johann Georg Hamann, llamado por sus contemporáneos precisamente el mago del septentrión o el nordischer Magier, conocido por su expresión “¡Denken Sie weniger und Leben Sie mehr!” (“¡Piense Ud. menos y viva más!”), e hijo de un médico de Königsberg, haya estudiado teología y emprendido como preceptor y comerciante viajes a Amsterdam y Londres, hasta que una 8
profunda y renovada conversión lo arrancó de su vida desenfrenada y licenciosa. Con un lenguaje ciertamente oscuro, ambiguo y recargado de imágenes, Hamann trazó así su objetivo en la vida: convertirse en un cruzado contra las mentiras y el parloteo de los profetas del Aufkärung que habían sido seducidos por “la serpiente de la filosofía con la manzana de la razón”. Gottfried August Bürger, por su lado, profesor de estética en Göttingen, autor de muchas baladas populares y de un tratado, Herzensausguss über Volkspoesie, era hijo de un pastor en su aldea natal de Harzdorf. En cuanto a Herder, quien había sido primero discípulo de Kant, encontró en Hamann, en palabras de Rudolf Haym, el hombre grande, elevado genio de alma y espíritu, el que ejerciera más influencia sobre su persona, desde el momento en que sus caminos se cruzaron en Königsberg. Ciudad de sus cavilaciones, en la que precisamente decidió su futura vocación de pastor protestante de almas, ejercida luego largamente en Riga2. El enlace entre artista, genio, lenguaje poético y religión, puede advinarse no sólo por el radio religioso de pertenencia que vemos en muchos miembros del Sturm und Drang. Se desprende también de la lectura directa de sus textos. Escojamos sólo algunos pocos ejemplos de La Idea de la Humanidad de Herder. Dice aquí “Finalmente la religión constituye la más elevada Humanidad del hombre. La religión, por tanto, aunque no se la considere sino como función intelectual, representa la máxima Humanidad, la flor más sublime del alma humana. Pero la religión es algo más aún: es función del corazón humano, y la orientación más pura de sus facultades y fuerzas. Si el 9
hombre ha sido creado para la libertad, y no tiene otra ley en la tierra que la que él mismo se impone, no puede sino convertirse en el ser más embrutecido, si no reconoce pronto, en la naturaleza, la ley de Dios, y aspira, como hijo a la perfección el padre... Si no obedeces voluntariamente, dijeron los sabios, tendrás que obedecer a la fuerza: la ley de la naturaleza no habrá de modificarse por causa tuya; cuanto más reconozcas su perfección, bondad y belleza, tanto más te configuraría esa forma viviente, hasta hacer de ti de tu vida terrenal la imagen de la Divinidad”. Más adelante agrega (págs. 33 y 37): “La Humanidad imagen de Dios, es para pocos hombres, el verdadero estudio de la vida, en la pura y amplia acepción de la palabra; la mayoría sólo empieza tardíamente a pensar en ella, y aun entre los mejores, [88] los instintos bajos reducen al hombre excelso al nivel animal... Examinando a los hombres, tal cual los conocemos, de acuerdo con sus leyes intrínsecas, no encontramos nada más sublime en el hombre que la Humanidad, pues aun cuando imaginamos ángeles o demonios, los imaginamos sólo como hombres superiores idealizados”. Con un optimismo no menor que el que la ley del progreso de Condorcet señalaba desde el modelo racionalista, Herder sostiene, desde su ángulo opuesto romántico, la siguiente alternativa: o bien habría que inculpar a la providencia, por haber puesto al hombre tan cerca del animal y negarle al mismo tiempo un grado tal de luz, firmeza y seguridad que hubiera servido a su razón, o bien habría que reconocer que el precario comienzo del instinto atestigua el “progreso infinito” del hombre. En lo que se perciben dos modos distintos de reconocer la ley del progreso: los iluministas en la razón, los románticos en el instinto. En el primer caso, sin respaldo de 10
Dios; en el segundo con él. Ahora bien; ni las dedicaciones pastorales de los miembros del Sturm und Drang, ni la inclusión de sus dichos en un modelo teológico, asimila sin más su pensamiento a un arquetipo pietista, teológico, o religioso. En el caso particular de Herder ese uso parece depender más bien de la necesidad de vincular historia, lenguaje y poesía con un contenido lírico. Lo que Herder supone es que lo poético, lo dichterish, no podría disfrutarse, si la inspiración estuviese puramente articulada a lo empírico, a lo terreno, a lo que los alemanes designan como lo “grobian”, lo grosero. Lo fundamental del lenguaje consiste para Herder en su carácter poético, en su capacidad estética de suscitar emociones, y no reflexiones, de hacer circular sentimientos y pasiones. De ahí que, con prejuicio o sin él, pensara que para que el lenguaje poético estuviera en un plano superior al entendimiento, tenía que elevarse a su vez hacia otras nubes deslindadas de la mera experiencia humana. ¿Ingenuidad de Herder en suponer que para que la poesía, en la que se transportaban lenguaje e historia, fuera auténtica, debía y podía librarse del factum brutus? Lo cierto es que, como Lessing, se sumaba a lo fáctico, lo singular y lo particular pero lo hacía, como lo reconoce Goethe en su carta a Herder de mayo de 1775, en forma palingenésica, transformadora, sin sucumbir al puro poder de lo fáctico, al puro matter of fact, convirtiendo “los desperdicios de la literatura en plantas vivas”. De hecho, era ésta la manera en que los románticos veían la realidad de la poesía. Así lo hacía por ejemplo el más excelso de ellos, 11
Charles Baudelaire, cuando en su poema “L’Albatros”, de Le Fleurs du mal, compara al poeta “en tierra”, con la torpeza de estos vastos pájaros de los mares, impedidos de elevarse al ser depositados por los hombres de equipaje en la planchada de los navíos. Reyes del mar y el azur, dejan lastimosamente sus grandes alas blancas, como remos a su rastra. (Le poète est semblable au prince de nuées/ Qui hante la tempête et se rit de l’archer;/ Exilé sur le sol au milieu des huées,/ Ses ailes de géant l’empêchent de marcher3). La apelación de Herder a lo religioso no parece ser de un sentido muy distinto a este tipo de apelaciones líricas, o a la que formula Hölderlin en su poema Diótima, cuando nos dice: “Callas y sufres y ellos no te entienden,/ ¡sagrado ser! Te agostas en silencio,/ pues, ay, en vano buscas entre bárbaros,/ bajo la luz del sol a tus iguales,/ las almas nobilísimas y suaves que ya no existen./ Pero el tiempo corre./ ¡Aún mi canto mortal contempla el día, el día que te nombra con los Dioses,/ Diótima, y con los héroes/ y es a ti semejante!”4 Mientras en el campo del racionalismo lo acreditado es la razón instrumental, en el campo del romanticismo, lo que se acredita es el sentimiento, el impulso, las pasiones. En lugar de las reflexiones teoréticas, y los conceptos críticos, ingresan los presentimientos (Ahnen) intuitivos, los asombros y las emociones profundas.5 Es sobre éstas, y no sobre la razón, que lo teológico ha apostado siempre con fuerza. No puede llamar la atención, entonces, que Herder, aunque sin dejar de nombrar a la razón en muchas de sus obras, haya actuado movido por su voluntad y deseo a la manera descripta por Nietzsche en El crepúsculo de los ídolos: “Quien no sabe colocar en las cosas su 12
voluntad, coloca en ellas al menos un sentido; él cree que ya en ellas está una voluntad”. [89] Claro que en Herder ese sentido es exigencia de la poesía y ajena a la problemática de la prueba de Dios. De ahí que, no sin convicción, Hans Georg Gadamer arguya en Verdad y Método que sólo rompiendo “con los prejuicios convencionalistas de la teología y el racionalismo aprendieron Herder y Humboldt a ver las lenguas como otras tantas maneras de ver el mundo. Al reconocer la unidad de pensamiento y habla accedieron a la tarea de comparar las diversas maneras de dar forma a esta unidad como tales.”6. La opinión que venimos desarrollando la comparte, desde otra perspectiva, Pierre Pénisson en su exhaustivo epílogo a las obras de Herder, que fueron editadas por Wolfgang Pross en Carl Hanser Verlag, München, Alemania, 1984, con el título de J. G. Herder, Werke, Band I (Herder und der Sturm und Drang). Pénisson sostiene que parece descartado visualizar el discurso de la obra de Herder como teológico. Es cierto que se encuentran en él los rasgos de una retórica pastoral, pero se trata aquí de una ostensible y explícita praxis secularizada, que se extiende al conjunto de sus trabajos, pero su tendencia es más bien pedagógica que teológica. Herder nunca hizo un secreto de su aversión a los sermones y al espíritu de predicación. (Compárese su “Der Predigter Gottes”, Herders Sämliche Werke XXXII, págs. 2–11 y 39). Sin duda la teología contemporánea podría encontrar aspectos de una interesante modernidad, pero esto no significa que su obra fuese en sí de naturaleza teológica. Con el material histórico trabajado por Herder, particularmente con su texto Ideas para una Filosofía de la historia de 13
la Humanidad, se preserva, muy por el contrario, una inequívoca secularización que justifica que en Herder no habría nada religioso a descubrir. Es cierto que un grueso número de comentadores del siglo XIX y principios del XX, perciben en Herder el padre del Gegen–Aufklärung, del antiiluminismo, el profeta de un romanticismo místico y negro y, paralelamente con este criterio, intentan en vano detectar una religiosidad primitiva. Pero esta ecuación entre religiosidad y romanticismo, en realidad, de ninguna manera es válida. Con motivo de la disputa sobre el ateísmo en Jena, y la expulsión de Herder, escribe Pénisson. Fichte planteó sus dudas sobre esta cuestión en una carta dirigida a Reinhold el 22 de mayo de 1799: “La cuestión de por qué se hace responsable a un profesor de Filosofía que está muy distante de enseñar ateísmo, y no se lo hace al Superintendente General del Ducado, cuyos filosofemas impresos son tan parecidos al ateísmo como un huevo al otro, se convertirá pronto en otra...” Pénisson, redondea la disputa así: “In der Tat, man sieht nicht, wie Herders Denken in der Perspektive orthodoxer religiosität eingegliedert werden konnte.” (“En los hechos no se ve cómo el pensamiento de Herder puede ser incorporado en la perspectiva de una religiosidad ortodoxa.”) Desde luego existen, partiendo de otro ángulo, comentadores que atribuyen a Herder una intención religiosa originaria, empleando el expediente de interpretar la mitología como una Urform religiosa. Pero precisamente la empresa de Herder va en la dirección opuesta: acentúa constantemente el arraigo de la religiosidad en la mitología y, con esto, traslada a Dios a la inmanencia pero, de ninguna manera como Dios 14
inefable o inexpresable sino, muy por el contrario, como una imagen proteica y una palabra. Esta palabra en todo momento no busca realizar abstracciones, sino que se implica en el mercado y en las experiencias sensitivas. He aquí lo que señala Herder: “Somos hombres y como tales, me parece, necesitamos conocer a Dios como Él se ha dado y revelado realmente7. A través de conceptos sólo lo recibimos como un concepto; a través de palabras sólo como una palabra; pero a través de intuiciones de la naturaleza, a través del empleo de nuestras fuerzas, a través del goce de nuestras vidas, lo disfrutamos como el ser–ahí real lleno de fuerza y vida”. Así, pareciera que Herder ha osado un discurso más mitológico que religioso. Hay aquí, en esta cuestión mitológica, como lo puso de relieve Ernst Cassirer en Filosofía de la Ilustración8, una gran influencia en Herder y en el joven Goethe de la concepción de la naturaleza de Shaftesbury. Pues éste, en lugar de considerar, como los pensadores de la Escuela de Cambridge, que las naturalezas plásticas eran imprescindibles para toda acción orgánica y, en tanto tal, se exhibían como potencias subordinadas a la voluntad divina, cancela y anula de cuajo toda oposición entre lo inferior y lo superior, entre la fuerza divina y las fuerzas demoníacas de la [90] naturaleza. Contempla lo uno en todo y todo en lo uno. Este punto de la inmanencia estética de Shafestbury es el pendant de la inmanencia de la divinidad que hemos visto. Con arreglo a él no hay ningún arriba, ni ningún abajo, ni una oposición absoluta entre este mundo y el más allá. El concepto de “forma interior” del pensador inglés (inward form) supera las separaciones de esta clase, “porque éste es el contenido de la naturaleza que dentro vale, lo que valió afuera”. 15
Lo que puede pensarse respecto de la incorporación de la divinidad a la poesía por parte de Herder es que, quizá, se trataba de una herramienta a incorporar a la polémica racionalismo/romanticismo. Desde la frase de Voltaire, “Écrasez l’infame” dirigida a la religión, a la de Herder, “La Deidad nos auxilia tan sólo con nuestra diligencia, nuestro intelecto y nuestras facultades. Cuando hubo creado la tierra y todos los seres irracionales en la misma, formó al hombre y le dijo ¡Gobierna y domina!”, se aprecia una distancia en la que se mide la contradicción entre razón y Gefühl, pero en la que no se pueden medir, en cambio, todas las dimensiones acordadas por Herder a lo religioso. Si se pierden estas dimensiones se pierden sus diferencias con los ultramontanos: se lo iguala a Joseph De Maîstre en Du Pape o en Les Soirés de Saint Petersburg, que depositaba todo en la “prière”, en el rezo, en el milagro divino, mientras Herder pone en labios de Dios este presunto mensaje: “No puedo asistirte con milagros, porque en tus propias manos de hombre he puesto tu destino humano; pero todas mis sagradas y eternas leyes de la naturaleza te ayudarán”. En verdad, la incorporación que hace Herder de lo divino estaría más asociada a la necesidad lírica (así lo cree) de hacer ingresar —más allá de la razón— la ilusión, el Wahn, por razones estéticas, al margen de que la ilusión ha sido siempre la carta de triunfo de cualquier religión para captar fíeles y creyentes. La ilusión para colorear con pendones la lengua, para hacer de ella un instrumento “souple”, extenso, flexible, a fin de convocar, en todo caso, la locura en las palabras y que éstas “dancen ululando sobre las ideas”. Propuesta romántica típica de inyectar sangre en la lengua clásica que languidecía de anemia. De contribuir a la evasión de la violencia obscena de los 16
hechos y su demencial impudicia. Bajo la forma del Sturm, Herder proponía una tormenta. Contra Hugo, Zola y los naturalistas, rescataría en cambio de buen grado un párrafo de Hugo, el de Los Miserables: “(Una revolución) es una tempestad. Una tempestad sabe siempre lo que hace. Por un roble aniquilado ¡cuántos bosques saneados! La civilización tenía una peste, este gran viento nos libra de ella. ¿No escoge él quizá demasiado? ¡Se ha encargado de tan duro barrido! Delante del horror de la miasma, comprendo el furor del soplo”. El mismo carácter palingenésico y proteico de los trabajos de Herder lo hacen ser radical y extremo en su contienda contra el racionalismo, al cambiar a veces la dirección de sus ataques, como cuando la emprende ríspida e injustamente no sólo contra lo que considera definiciones conceptuales abstractas de la filosofía ilustrada sino también contra el concepto de colección, de Sammlung, que rechaza en su Reisejournal: “Ahora se hacen Enciclopedias. Un D’Alembert mismo y un Diderot se descuelgan en esto, y precisamente este libro que para los franceses es el triunfo, es para mí el primer signo de su decadencia. No tienen nada para escribir y, entonces, hacen Abrégés, Histoires, Vocabulaires, Esprits, Encyclopedieen, etc. El trabajo original queda suprimido”9. Negar originalidad de ideas nada menos que a Diderot, el autor entre otros textos de Le Neveu de Rameau, La religiosa, Jacques le fataliste et son maître, que, si en algo se caracterizan es por esta propiedad, resulta algo más de lo que se puede aceptar de un romántico, por romántico que fuere. Pero sirve poner atención sobre la diversidad de los puntos de polémica que pone en juego. Por eso el concepto 17
de palingenesia, la metáfora de Proteo, la divinidad menor del mar subordinada a Poseidón, que adopta diversas formas y puede conocer el futuro sin contarlo a nadie, le es adjudicable tanto a Herder en persona, como a la propia calificación que él hace del lenguaje, cuando habla de él. Así en “Abhandlung über den Ursprung der Sprache”, se refiere al lenguaje como un Proteo en la superficie redonda de la tierra y a Leibniz, en Spinoza–Gespräche, como un Proteo de la ciencia. Para él algunos nuevos filósofos de moda han podido maniatar muy poco a este Proteo y divisarlo en su verdadera forma o Gestalt, siendo que se trata, en rigor, de asir esas formas [91] dinámicas, en movimiento y diversas. Negar su devenir y su diversidad significa la confesión del fracaso. Sin embargo, duda haber logrado este requisito en forma suficiente, y expresa su perplejidad como una autoacusación que expone en los Diarios de viaje de 1769 luego de la ruptura con su pasado, apreciando no haber logrado condición proteica, sino un tintero de escritos eruditos, un diccionario de artes y ciencias, “que yo no he visto, ni entendido”, un repositorio completo de papeles y libros que sólo pertenecen al cuarto de estudio. Escritos en los que se parafraseaba en forma diversa lo diverso, como una forma de rapsodia sin reglas, con lo que se invertía el pretendido sentido del discurso. En una palabra, se tergiversaba el auténtico sentido de lo proteico, puesto que en el Bild des Proteous, en la imagen, en el modelo de Proteo, lo que hay no es sólo la diversidad sino la unidad de lo distinto, así como en el concepto de palingenesia se bosqueja una regla del Werden, del devenir. 18
Desde luego, el concepto de unidad ya estaba incorporado por Herder en relación con lo orgánico y recogido, según lo viéramos, como influencia de la filosofía de la naturaleza de Anthony Ashley Cooper Shaftesbury10. Pero precisemos algo más la noción de palingenesia, que tanto atrajera la atención a Goethe.
2. Palingenesia e historia Esta palabra aparece citada por Herder en la edición de sus obras llevada a cabo por Bernhard Suplan (pág. 581/*29) en este contexto: Desde 1767, dice, o sea hace casi 40 años, he escrito. Muchos de mis escritos eran concernientes al tiempo de publicación, radicando en esto su interés; algunos precisaban posterior corrección. Finalmente, son de un contenido tan mezclado, que una rústica colección de ellos no resulta útil para ningún lector. ¿Puede sólo el autor juzgar ahora lo que en sus obras es o no legible? ¿Qué pasa con el tiempo que corre? Quizá en el futuro merezcan nuevos cuidados? “Precisamente una semejante palingenesia era mi pensamiento continuo”. Palingenesia es el término que emplea Herder para calificar sus trabajos, o sea renacimiento, repetición. Dinámica interna que debe ser protegida, porque de lo que se trata es de conservar su devenir, su Werden, y esto va a contramano de toda clasificación11. La palingenesia no es ningún mecanismo cuyo contenido produzca respuestas a preguntas propias de la época, del espíritu del tiempo. Avanzando sobre este concepto nos dice Pénisson que el recurso a la naturaleza de Herder y a la experiencia, antepuestos al sentimiento, no significa 19
simplemente retorno a una efectiva inmediatez de la realidad. Puesto que Naturaleza, Experiencia y Sentimiento sólo recogen realidad a través del lenguaje. El concepto de palingenesia se inserta también en la cuestión de lo divergente, en el mismo lenguaje y en la historia. El discurso filosófico de Herder no está, ya lo estudiamos, recargado de teología sino de historia. Algunos autores como Franz Koch han visto la obra de Herder y la de Goethe en dirección a un anti–Aufklärung radical, pero ya señalamos los límites de esta afirmación. En rigor, la filosofía de Herder se describe a sí misma en el mundo y describe al mundo en sí. Esto ocurre en la medida que el movimiento, la dinámica que ella describe se consuma en sí y en lo externo. Pero al mismo tiempo, no se puede repetir este movimiento. Ni para Heráclito, ni para Herder entramos dos veces en el mismo río. Y lo que marca la palingenesia es que el filósofo no puede fijar el movimiento por descripción. Si la posibilidad del movimiento radica en la flexibilidad, en el cambio de posición, o en la acumulación de contenidos o significados, entonces su necesidad radica en la continuación, sin que desaparezcan la obra y el pensamiento de la obra. La alternativa es clara, afirma Pénisson: palingenesia o aniquilamiento. El movimiento se articula precisamente en el uso de la partícula “fort”, equivalente al castellano “pro”, que lo describe continuamente. [92] En las palabras “Fortgehen” y “Fortstreben”, continuar, aspirar, de la misma familia que “Fortschritt”, progreso, se expresa esta diná20
mica que no se puede asimilar sin más al tipo de progreso del Siglo de las Luces, ni al concepto de los Spinoza–Gespräche. Estos vocablos animan las transformaciones del mundo y sus adelantos, dotando a Herder de una filosofía de la historia específica, característica, que autores como Suphan y Cassirer, no dejaron de señalar. Para emitir su juicio sobre Herder, Ernst Cassirer en El Problema del Conocimiento12, distingue entre lo que Herder realizó como historiador y lo que “aspiró”. Es en este último aspecto en el que radica su verdadero significado. Herder no es discutido por nadie como historiador y filósofo, al punto que si Kant quería llegar a ser el Copérnico de la filosofía, Herder bien merecería ser llamado el Copérnico de la historia pero, como filósofo de la historia, no logró un sistema armónico y completo. Lo importante es que él se inserta en un siglo, el XIX, al que no cabe adjudicar el descubrimiento de la historia sino una nueva dirección de la ciencia de la historia, una nueva fisonomía para ésta. El método aplicado por Herder oscila entre dos polos contrarios: el de la inmanencia y el de la trascendencia. Por un lado pretende explicar la historia partiendo sólo de la naturaleza humana como una proyección de la idea de humanidad. Por el otro, se ve condicionado a recurrir a la idea de plan divino, antes tratado. El primero que lo comprendió fue Goethe, con quien comparte un visible déficit: ignorar la historia política, dejarla fuera de su horizonte y, lo que es más grave, la historia económica13. En este vínculo Herder– Goethe, el primero se convirtió en mentor del gran poeta, quien se sentía mucho más alejado del mundo histórico que del mundo de la naturaleza. Careciendo de todo acceso a él, advirtió que Herder 21
—déficits aparte— le abría esa posibilidad, una forma de entusiasmo y sentimientos históricos, por lo cual le escribe en mayo de 1775: “He conseguido tus libros y los he leído con verdadero deleite. Sólo Dios sabe el mundo de sentimientos que en ellos se abre. Un montón de barreduras llenos de vida. ¡Gracias, muchas gracias...! Por eso lo que habla a mis sentimientos en todo tu modo de ser no son precisamente las cáscaras o envolturas por las que salen arrastrándose tus castores o tus arlequines, sino el hermano, el dios, el gusano y el bufón, siempre eternamente iguales a sí mismos. Tu manera de barrer, no para cribar el oro que haya entre las barreduras, sino para transformar palingenésicamente el montón de basura en una planta viva, hace que yo me sienta postrado de rodillas en lo profundo de mi corazón”. A quien no percibía en la historiografía más que un “montón de basura” y un desván de trastos viejos, un conjunto de acción de estados, se le aparece, de pronto, la historia vivificada con el encanto herderiano. De simple colección de sucesos se convierte en el gran drama interior de la humanidad. Es cierto, observa Cassirer, que nunca la historia se limitó a un cortejo de acontecimientos sin conexión. Es cierto que Tucídides y Maquiavelo se proponían algo más. Es cierto, agreguemos de nuestro lado, que pocos dramas de la humanidad, fueron descriptos tan vividamente como el episodio de la muerte en Atenas al estallar la peste14. La peste; ese gran mal metafísico, que no tiene remedio en el dominio positivo, ni criterios de aparición o desaparición y, en medio de cuya crisis Tucídides indica cambios esenciales en la convivencia humana, donde la muerte cabalga en extraños animales en viejas y 22
silentes ciudades, con descripciones que no serán extrañas a Lucrecio en Rerum Natura y a Marco Aurelio en sus Meditaciones. Pero lo que Herder introduce es algo que modificaba la concepción tradicional de la historia como acontecimientos desatados por hombres con determinados fines, que obran con arreglo a un plan, eligiendo los medios para alcanzarlo15. En lugar de esta historia pragmática introduce la historiografía con otro contenido. Ya no ve al hombre exclusiva o primordialmente como un ser que obra, sino como un ser que siente; ya no intenta captarlo en la suma de sus actos, sino en la dinámica de su sentir. Todo lo que el hombre es y hace, se trate de política, de arte, de filosofía o de religión, no es más que la fachada. La interioridad del hombre sólo se revela a quien sabe penetrar por debajo de esos actos, en la verdadera existencia humana. ¿Psicologización o psicoanalización de la historia? ¿Anticipo de Freud, pues qué es lo que se esconde en “el corazón de los hombres” que no esté en la mente de los hombres? ¿Intento [93] de develar, a través de la búsqueda de un inconsciente colectivo esa gran X, ya fuese que se aborde en esta forma o como el inconsciente individual? Lo interesante de su pretensión es más bien, como dice Goethe, darle a la historia un nuevo hálito, una nueva fuente de vida. Pero para ello, tuvo que cuidarse mucho de no incurrir en un relativismo historicista desenfrenado que renunciara a todo criterio de valoración. De este relativismo lo preservaba, sin duda, el “ideal de la humanidad”, para él, una norma universal, un nexo al que nada podía sustraerse y sin el cual la historia no podía tener unidad, ni sentido. Para que la historia lo logre, Herder se ve obligado a indagar un punto de compati23
bilización entre lo universal y lo individual. Es justamente esta búsqueda la que le permite poner en superficie, quizá lo más valioso de sus reflexiones: un sentido democrático de vida histórica. La forma es ésta: los pueblos y las épocas no son de por sí, sino los eslabones de una gran cadena, son estaciones de paso en la gran ruta de la humanidad hacia su meta suprema. Pero esta meta no es inalcanzable. Se halla presente ante nosotros en todos y cada uno de los momentos en que una existencia humana queda cumplida, a través de una auténtica y real espiritualidad. “El instante no es nunca más que un momento aislado, pero cada uno de esos momentos aislados es algo más que un punto de transición para otro, un medio para otro fin: encierra un sentido propio y sustantivo, posee un valor propio incomparable.” Juicio que en 1769 había formulado con pretensión abarcante, en la opinión de Reinhardt Koselleck, —el más importante de los historiadores alemanes de nuestra época— al recordar el siguiente pasaje del volumen 4, pág. 365 de las Werke, en la colección dirigida Suphan: “Sea cual fuere el gran tema que se quiere indicar, no se debiera ser ni judío, ni árabe, ni griego, ni salvaje, ni mártir, ni peregrino, para ser lo que se debe ser”, (tornando así, digamos a manera de digresión, más inteligible la conocida frase sanmartiniana). La doctrina del humanitarismo de Herder enfrentaba un concepto de “inhumano” que tenía ya tradición, por ejemplo, en su vínculo con la herejía. La clasificación/calificación entre cristianos y no cristianos (herejes y paganos), comportaba para estos últimos su designación como inhumanos. Los veredictos de herejía usaban y abusaban del nombre de no–hombres para quienes se apartaban de la ortodoxia 24
cristiana. La cita de Koselleck es muy pertinente. En 1521, Lutero, a quien no le faltaban por otro lado invectivas para dirigirse a otra categoría de hombres como los campesinos rebeldes de Müntzer, sufrió, él mismo, ser considerado no hombre, sino el enemigo maligno con forma de hombre. Y aún en el siglo XVII1 era factible aplicar la figura teológica contraria de lo inhumano a los paganos. En Theologia Mystica de 1730, dice Ch. Hoburg: “Naturalmente... yo no vivo como los turcos y otros inhumanos, sino espiritualmente”. El “superhombre” y el “infrahombre” fueron los vocablos aplicados por los cristianos para demostrar su pretensión religiosa de verdad. Para Herder, en cambio, tampoco los superhombres podían ser designados como tales, por el hecho de dominar un estamento, y como hombres los que dependían de ellos. Frente a este resabio del pasado, y miembro neohumanista de la tendencia republicana del Sturm und Drang, se manifiesta en este sentido: “Todas sus preguntas sobre el desarrollo de nuestra especie... las responde una única palabra: humanitarismo, humanidad. Si la pregunta fuera ¿puede y debe el hombre ser más que hombre, un superhombre, un extrahombre? Cada línea sería entonces demasiado”. No difiere en esto de Goethe, quien consideraba con hostilidad a quienes se ufanaban vanamente de pertenecer a lo suprahumano y desmerecer a quienes consideraban infrahumanos: Apenas eres señor de voluntad infantil, les decía en su poema, “...y ya te crees bastante superhombre/ te olvidas de cumplir el deber de hombre”. Precisamente es también Koselleck, quien en su mismo texto Futuro Pasado (recientemente traducido al castellano por Ediciones 25
Paidós) señala un aporte decisivo de Herder, anticipatorio de las perspectivas actuales de la historiografía al considerar el tiempo histórico. De acuerdo con la tradición el curso de la historia era medido, con modelo cronológico, como sistema auxiliar de datación que remite a los numerosos calendarios y medidas del tiempo dados en el curso de la historia común. Pero hay que poner ya en duda la singularidad de un tiempo único histórico, a diferencia del tiempo natural mensurable. “Pues el tiempo histórico, si es que el [94] concepto tiene un sentido propio, está vinculado a unidades políticas y sociales de acción, a hombres concretos que actúan y sufren, a sus instituciones y organizaciones. Todas tienen determinados modos de realización que les son inherentes, con un ritmo temporal propio”. De ahí que corresponde hablar no de un tiempo histórico, sino de muchos tiempos históricos superpuestos. Koselleck considera justamente a Herder el precursor de esta idea, repitiéndolas palabras que éste dirigiera contra Kant en su texto “Metakritik zur Kritik der reinen Vernunft”: “Propiamente, cada objeto cambiante tiene la medida de su tiempo en sí mismo; subsiste incluso cuando no existiera ningún otro; dos objetos del mundo no tienen la misma medida de tiempo. Así pues, en el universo existen (se puede decir con propiedad y atrevimiento) en un momento, muchos e innumerables tiempos”. De ahí que Koselleck sostenga que, en la época en que proliferaron las historias conjeturales, las hipotéticas o supuestas, Herder, junto con Iselin y Köster, preparaban la filosofía de la historia para los investigadores de la historia. Herder, esto es decisivo en la hora de hacer un balance de su filo26
sofía de la historia, se niega a santificar una determinada época o una determinada nación y a convertirla en paradigma o canon para las demás. A pesar de la veneración que experimenta respecto de los griegos en la antigüedad, considerándolos incluso un bien eterno e inalienable, no les reconoce un valor absoluto. No hay en la historia nada que sea un simple medio, nada que encierre un simple valor instrumental, nada que no tenga valor sustantivo propio. “Nadie podrá convencerme de que hay en el reino de Dios nada que sea solamente medio: todo es a un tiempo medio y fin”, expresa en Auch eine Philosophie der Geschichte (op. it. Werke. Band 1. pág. 849). Frente al espectáculo de nuestro tiempo, que exhibe una humanidad cargada de racismo y de fascismo, nos negaba el derecho de preguntar qué existencia histórica lo es en función de otra, porque todo existe por sí y, por ello, para el todo. Ningún eslabón es concebible sin el otro: “Los egipcios no pudieron existir sin los orientales, los griegos construyeron sobre aquellos y los romanos se alzaron sobre las espaldas del mundo entero: estamos verdaderamente ante un progreso, ante un desarrollo progrediente..., ante el escenario de un designio dirigente sobre la tierra, aunque no lleguemos a descubrir la intención suprema, ante el escenario de la divinidad, siquiera sólo la atisbemos a través de las grietas y las ruinas de unas cuantas escenas muertas”. En una palabra: así como toda esfera le va en sí su centro de gravedad, toda nación tiene su centro de la dicha en sí misma. Al criticar el giro del romanticismo, calificándolo más como un retroceso que como un progreso, Cassirer emite su dictamen: el romanticismo pasó poco a poco de un movimiento literario a un 27
movimiento religioso, enmarañándose en el absolutismo combatido por Herder. Los románticos, a quienes incorrectamente Cassirer aplica un cuantificador universal, ya que hubiera debido decir “algunas” corrientes del romanticismo, no sólo abogan por los fueros de la edad media cristiana, sino que ven en ella un paraíso perdido, por el que suspiran. Su universalismo tiene un sentido religioso. Herder, en cambio, “el teólogo liberal es, incluso en lo que al cristianismo se refiere, más libre e imparcial”.
3. Herder y la poesía. Su valoración de Shakespeare No sólo para Cassirer sino para buena parte de los exégetas de Herder, el campo en que se presenta como innovador fundamental es la poesía. Es un momento en que la concepción fundamental del lenguaje de Herder afirma que éste no tiene carácter cognoscitivo, ni es productor de verdades objetivas, como arguye el racionalismo, sino esencialmente poético. Vinculada con esta concepción, existen consecuencias complementarias: el lenguaje ya no puede visualizarse como una creación artificial, como producto de un convenio o arbitrio individual16 Tampoco es un sistema accidental de signos que venga a adicionarse a un material perceptivo, sino la que lo forma, la que lo organiza. Pero una razón sin lenguaje en la tierra es una utopisches Land. [95] Vemos aquí anticipada la concepción poética del lenguaje que, a comienzos de nuestro siglo, defiende Fritz Mauthner en Contribuciones a una crítica del lenguaje y rechaza Ludwig Wittgenstein en el 28
Tractatus, quien en el punto 4.0031 admitía, con su “picture theory”, que toda filosofía es crítica del lenguaje, pero no en el sentido de Mauthner. Sin duda Herder habría acompañado con toda simpatía las afirmaciones de este último de que concebir al lenguaje como una red de pensar, lógica y gramática, es echar a rodar características puestas a luz por ociosos fanáticos del orden. Pues en lo lingüístico, en el acto de limar la dureza de las palabras, radicaba el elemento primordial. Desprenderse de los ornamentos de la lógica, y remitir al gabinete de las curiosidades ese lindo bijou cartesiano de “las ideas claras y distintas”, resulta un desiderátum promocionado por Herder en su oposición al racionalismo, que va a continuar no sólo Mauthner, sino el mismo Pierce en nuestra era17. Por otra parte fue bajo la influencia directa de Herder que Wilhelm von Humboldt intentó resolver la disputa tradicional entre historia y poesía, derivando de la estructura formal el carácter propio de la historia en general. Basta comparar lo que hemos visto en Herder con la introducción por parte de Humboldt de las categorías de fuerza y dirección, y con lo que describe el texto humboldtiano “Über die Aufgabe der Geschichtsschreiber”, a fin de advertir la similitud de posiciones: “El historiador que sea digno de este nombre debe exponer cada acontecimiento como parte de un todo o, lo que es lo mismo, debe exponer en cada acontecimiento la forma de la historia en general”. Con la introducción de la forma (Bildung) Humboldt renovó la exposición épica y la tradujo a una categoría de lo histórico18 Ahora bien, en el así denominado Geniebewegung, Herder introdujo como precursores de la poesía de la joven generación, a Homero y 29
a Shakespeare en calidad de guías (Wegweiser). La asociación entre Homero y Shakespeare estaba dada por el hecho de que ambos no se atenían a reglas y habían leído sólo en dos libros: el libro de la naturaleza y el libro de los hombres. Goethe había sido conocido como un genio original, pero entre 1771 y 1775, debía aportar todavía abundante cosecha para alcanzar la alta meta del llamado de Shakespeare. El 14 de octubre de 1771 se reúne con varios amigos en su casa paterna de Francfort para festejar el Día de Shakespeare (Zum Shakespearetag). En esta ocasión dice: “Llamo a la Naturaleza. No a la naturaleza como los hombres de Shakespeare. En esto los he tenido por el cuello. Déjame luz, que yo puedo hablar. Él rivaliza con Prometeo, le traza a sus hombres camino por camino, sólo en la más colosal grandeza. En esto consiste que nosotros conocemos a nuestro hermano...” Goethe compuso cánticos e himnos (Prometeo, Ganímedes, el canto de Mahoma) y al iniciarse como dramaturgo, buscó la materia y el modelo de la grandeza de Shakespeare. Herder, en cuanto a él, estaba también seducido por la obra de Shakespeare. Basta extraer un sólo párrafo de los diversos artículos en que lo trata, para obtener la medida de esa admiración: “Grande, ubicado en la cima de la peña, a sus pies, tempestades, tormentas, y el bramido del mar, pero su cabeza en los rayos de cielo. Así es con Shakespeare... Ahí está Shakespeare, el más grande de los maestros precisamente porque él solo y siempre es servidor de la naturaleza”. Las palabras de Hamlet sobre la naturaleza, ingresan en un concepto estético–normativo que los Essais de Montaigne ya habían anunciado influyendo en Shakespeare, al poner de relieve lo que separa a los 30
movimientos espontáneos del artista de las muecas y parodias del imitador. Pero sólo cuando el nuevo ideal artístico se convierte en poesía popular —los Ensayos brindan un capítulo completo de la poesía de los pueblos primitivos— comienza una trayectoria que pasando por Rousseau llega a Herder19. Pero estaba comprendido, como resulta obvio, en esa admiración por Shakespeare, lo que Herder tenía por la fuerza mágica de un poeta– genio que no se limita a inventar figuras, sino que les otorga una existencia y vida propias y directas. Shakespeare no es el poeta que se limita a pintar con palabras sino el que despierta representaciones vivas, transparentes y sensitivas. El concepto de genio, propio de Herder, se extendía al poeta inglés en la medida en que tanto en el arte dramatúrgico como en el lenguaje, la forma y la energía (teoría energética), no eran ajenas a las obras del primero. [96] Varios son los artículos de Herder dedicados a Shakespeare. En las Werke se compilan los siguientes: “Shakespeare”, “Shakespeare. Primer boquejo” y “Shakespeare. Segundo bosquejo”, incluidos junto con “Extracto de un cambio de cartas sobre Ossian y las canciones de los viejos pueblos”, en “Von deutscher Art und Kunst. Einige fliegende Blätter” (“De la singularidad y arte alemanes. Algunas hojas volantes”). Estos trabajos corren de la página 526 a 554 del tomo I. El significado de estos textos, y su inclusión en el último20 era un intento de comparación, muy rico para el Sturm und Drang, acerca de la oposición entre lo sencillo de lo antiguo y originario de Ossian y lo complejo de Shakespeare. Cuando Juan C. Probst introduce y traduce el primero de estos artículos pone en evidencia que el genio no revela sólo su indivi31
dualidad, sino que expresa en su obra de arte la individualidad del pueblo, de la cultura y de la época de su creador. Sturm und Drang llama Volkgeist al espíritu del pueblo así representado, una palabra de uso común también en la Escuela Histórica del Derecho21. Modo de presentación de un proceso de la evolución humana no uniforme ni rectilíneo, conjunto de procesos circulares, cada uno centrado en su propia experiencia de vida. En la copiosa masa de autores que trataron a Shakespeare, Herder alude tanto a quienes lo han endiosado, como a quienes lo han denigrado reconociéndolo como muy buen poeta, pero con escaso mérito como autor dramático. Ambas partes tienen su punto de partida en un prejuicio. Su esperanza es emprender un estudio que ponga límites a la interpretación por erudición, ya que el tesoro de Shakespeare no son piezas teatrales pletóricas de sabiduría, sino mundos de poesía orgánica y viviente. De Grecia vienen las palabras “drama”, “tragedia”, “comedia”, incorporadas a una tradición y un lenguaje inseparables de la doctrina. Pero así como no se educa a un niño por la razón, por la vista, la impresión, el carácter divino y la costumbre, así habría que hacer con pueblos enteros que proceden como niños. Pero Herder polemiza con Lessing, quien consideraba que el modelo de la antigüedad era lo insuperable a imitar. Consecuente con el valor propio que asignaba a cada época, y que estudiamos antes, toda adhesión unilateral al universo literario ático desvía al poeta de su camino recto, por lo cual el único modelo posible autovalioso es Shakespeare en su ciclo cultural. Si el drama nació en Grecia, no puede ser en septentrión el mismo que 32
en Grecia porque no nació allí. El drama de Sófocles y el de Shakespeare apenas si tienen en común el nombre. Lo que hay, sugiere, es la génesis de una cosa por la otra pero, asimismo, su transformación de modo que deja de ser la misma. Las características básicas del arte griego clásico son la referencia al pasado, la simplicidad, la sobriedad de expresión, la unidad del lugar (templo, palacio, plaza pública) y del tiempo, la música y el escenario. Herder aprecia, sin embargo, que el arte de los poetas griegos tomó el camino inverso al que hoy se nos señala, no la simplificación sino la diversificación: Esquilo al coro, Sófocles a Esquilo y basta comparar las piezas más artísticas de este último, su obra más lograda, Edipo en Tebas, con el Prometeo o el viejo ditirambo para descubrir el arte asombroso que logró. Pero nunca el arte de convertir la multiplicidad en una unidad, sino, en su lugar, el hacer de una unidad una multiplicidad, un “laberinto de escenas”, cuya preocupación era renovar en el espectador la ilusión de la anterior unidad. Ahora bien, así como todo cambia en el mundo, así debió transformarse la naturaleza del drama griego. Cambiaron las costumbres, la constitución del mundo, las religiones, el estado de las repúblicas, hasta la música y las medidas de la ilusión. La materia para argumentos, y la oportunidad para la elaboración, se ausentaron y todo recurso a fin de buscar algo exótico en otras naciones fracasó. La estatua quedó sin alma, sólo hubo malabarismos con palabras, copia, imitación. Se necesitaba demasiada devoción para encontrar el genio que daba vida a la estatua. Si nos transportamos a la Atenas moderna de Europa, nada pudieron hacer los Corneille, los Racine y Voltaire—y en esto 33
Lessing coincide con Herder—para ocupar la plaza vacía. Una sensación deprimente quedó del fracaso: esto no es drama griego. El más bello verso de Voltaire no es un verso para el teatro, para la acción, el lenguaje, las costumbres, las pasiones de un drama... que no sea francés. Nunca una pieza [97] francesa, sostiene, logrará la finalidad que Aristóteles atribuía al drama griego: la excitación del alma, la conmoción del corazón, sustituida por una colección de hermosos versos, máximas y sentimientos. Herder no pone el acento en el mérito o demérito; habla más bien de la diversidad. Pero si un pueblo crea un drama de acuerdo con su historia, en lugar de imitar servilmente a otro, crea su propio espíritu de la época, las costumbres y opiniones, el lenguaje, los prejuicios locales, extrayéndolos de las farsas de carnaval, entonces estamos ad orbe Britannis, y aquí su gran Shakespeare. Para Herder, éste no halló en el pasado la simplicidad de las costumbres nacionales, de los hechos, tendencias y tradiciones históricas envueltos en el drama griego. Creó otra planta: un teatro de asuntos de estado y de títeres. Se encontró con una multiplicidad de clases sociales, de formas de vivir y de pensar, de pueblos y lenguajes, de rey y bufón, de bufón y rey, componiendo en forma creadora una magnífica totalidad poética. Opuso a la unidad de acción griega, la totalidad de un acontecimiento, de un suceso, de un événement en lengua francesa, un Begebenheit, o Ereignis, en lengua germana. Convocó y aludió a hombres nórdicos. Cuando se lo lee, todo ha desaparecido, bambalina, actor, imitación. Se ve a Lear y Macbeth, a Hamlet y Ricardo, no al imitador o al declamador. Esto en cuanto a los hombres. En cuanto a la 34
naturaleza, las escenas entran y salen, se coordinan por divergentes que parezcan, se engendran y destruyen en un plano de embriaguez y desorden, conforme a la intención del creador. Seleccionemos, ahora, y limitemos nuestro examen al trato que Herder hace de alguno de sus personajes más famosos, para percibir, aun en este radio restringido, cómo su examen se colma de emoción: el Rey Lear. “Lear, el anciano impulsivo, fogoso y débil en su nobleza, cuando allí está ante el mapa de sus tierras, y regala coronas, y despedaza países —cuando aparece en la primera escena, lleva dentro de sí ya toda la semilla de sus infortunios que cosechará en el más sombrío porvenir. ¡Ved! el bondadoso derrochador, el implacable colérico, pronto será el padre aniñado que, en los antepatios de sus hijas, ruega, reza, mendiga, blasfema, delira, bendice y ¡ay Dios! presiente la locura. Pronto será víctima de ella, con la cabeza desnuda bajo los truenos y relámpagos, arrojado a la hez humana, en compañía de un bufón y en la cueva de un mendigo estrafalario, implorando casi del cielo la demencia”. La exhaltación de Herder por Shakespeare es tal que podría acercarse al cuadro pintado en su momento por el erudito británico Hugh Trevor–Roper, especialista oxfordiano en la Inglaterra Isabelina: “... recuerdo la observación poco alentadora de un inteligente hombre de letras según la cual, en los asilos de alienados de Gran Bretaña, la segunda categoría en importancia es la de los enfermos que han perdido la razón a fuerza de pensar en Shakespeare”. En este marco, aunque en un ejercicio de ficción poco controlada, podríamos imagi35
narnos a Herder al leer las desventuras de Lear, el Rey que en una forma ridícula quedó fuera de la historia, —como observara Giorgio Strehler, quien en 1972 montó la obra en el Piccolo Teatro de Milan— con el demudado rostro de quienes lo representaron en su demencia senil; un Charles Laughton en Stratford–on–Avon, 1959; Lee J. Cobben el Lincoln Center, 1968; Harry Andrews en el Royal Court Theatre de London, 1970; un Laurence Olivier en el Old Vic Theatre de London 1946, o un Werner Krauss, en Recklinghausen, Alemania, 1950. Es decir, con el demudado, inevitable rostro ante la lectura del drama de la vejez, la ingratitud, el poder y la locura, dramas que nos siguen siendo tan contemporáneos. Esta misma emoción la trasunta Herder al tratar otros personajes de Shakespeare, como Hamlet, Otello, Ofelia, Horacio, Laertes, la pintura de Macbeth del castillo en bulliciosos preparativos de agasajos y él en preparativos para el asesinato, los destinos, el regicidio, el banquete nocturno, el páramo de las brujas, el destino y la magia. Shakespeare fue maestro en transmitir estas emociones que Herder trasunta así, para concluir con el mismo drama de Lear y el manejo de los tiempos: “En la marcha de su acción dramática, en el orden sucesivo y simultáneo de su mundo, allí está su espacio y su tiempo. ¿Cómo y adonde te arrastra? Con tal que te arrastre hacia allí [98] donde está su mundo. ¿Con qué rapidez y lentitud hace transcurrir los tiempos?... Con ritmo lento y pesado se inician sus sucesos, en su naturaleza como en la naturaleza real: pues no hace más que presentar a ésta en una escala menor. ¡Qué esfuerzo penoso hasta que los resortes se ponen en movimiento! Pero cuánto más se adelanta, ¡cómo corren 36
de prisa las escenas! ¡Cómo se acortan los discursos y cómo se vuelven cada vez más aladas las almas, la pasión, la acción! Y ¡qué efecto poderoso, tiene, entonces esta carrera precipitada, este diseminar de ciertas palabras, cuando ya nadie tiene más tiempo! Y por último, al final, cuando ve al lector enteramente presa de la ilusión y perdido en el abismo de su mundo y sus pasiones, ¡cómo se pone audaz, cómo hace atropellarse los sucesos! ¡Lear muere después de Cordelia, y Kent después de Lear! Es como si sobreviniera el fin de su mundo, el día del último juicio, cuando todo se pone en movimiento sobrepujándose, y se precipita, el cielo queda envuelto y las montañas se derrumban; la medida del tiempo se ha desvanecido”. Inscripto en la disputa del racionalismo con el romanticismo, el muy ilustrado Rey de Prusia Frédéric II, presenta, en cambio, un cuadro de Shakespeare, ubicado muy a distancia del de Herder. En sus Philosophiche Werke22 nos escribe en el capítulo “De la literatura alemana, defectos que se le pueden reprochar, cuáles son sus causas y por qué medios se los puede corregir”: “Para convenceros del escaso gusto que reina en Alemania en nuestros días, no tendréis más que asistir a los espectáculos públicos. Aquí veréis representar las abominables piezas de Shakespeare representadas en nuestra lengua y a todo el auditorio desvanecerse de satisfacción escuchando esas farsas ridículas y dignas de los salvajes de Canadá. Las llamo así porque pecan contra todas las reglas del teatro. Estas reglas no son en absoluto arbitrarias, las encontraréis en la Poética de Aristóteles donde la unidad de lugar, de tiempo y de interés están prescriptas como los únicos medios de hacer interesantes las tragedias, mientras que en esas piezas inglesas, la escena dura el espacio de algunos años. ¿Dónde está 37
la verosimilitud? He aquí a mozos de cuerda y sepultureros que aparecen y tienen palabras dignas de ellos: de inmediato vienen príncipes y reinas. ¿Cómo esta mezcla rara de bajeza y grandeza, de payasada y de lo trágico, puede conmover y gustar? Se pueden perdonar a Shakespeare esos descarríos extraños, pues el nacimiento de las artes no es el punto de su madurez. Pero he aquí, todavía, un Götz de Berlinchingen que aparece sobre la escena, imitación detestable de esas malas piezas inglesas y la platea aplaude y requiere con entusiasmo la repetición de esa repulsiva vulgaridad”. Sin duda, Herder podría replicar al Rey Federico que “Caesar non est super gramaticos”, pues él es el filósofo del Sturm und Drang, el de las pasiones, los sentimientos, las emociones y ninguna de estas características o propiedades, las ha retaceado al colorear la actividad de Shakespeare. Nuestro Jorge Luis Borges, por su parte, también comprendió el destino de Shakespare, un destino que no dejó de juzgar raro. En un trabajo que publicara en la revista Suren 1964, lo consideró “la cifra de Inglaterra”, según consenso del tiempo y el espacio. Elegido a la manera en que cada nación elige su hombre y su libro, como lo hizo Italia con el Dante, Noruega con Ibsen, Francia vacilando entre la prosa de Voltaire, el grito lírico de Verlaine o, mucho más atrás, la Chanson de Roland. Como sucede con todos los genuinos poetas, nos dice Borges, (es decir, alguien que, también por consenso temporoespacial, debió por cierto estar instalado en el Geniebewegung) “...su destino de hombre no es menos raro que el de los seres que soñó. Con desdeñosa negli38
gencia escribió lo que los groundings de la turba aguardaban o lo que le dictaba el Espíritu: logrado el bienestar económico, dejó caer la pluma que había registrado, casi al azar, tantas inagotables páginas, y se retiró a su pueblo natal, donde esperó los días de la muerte y no de su gloria”. [99]
4. La influencia de Herder en nuestros pensadores del siglo XIX No considero desprovisto de interés terminar este trabajo con una mención sobre la influencia que, en nuestro medio, Herder ejerciera en la generación de 1837 y, muy particularmente en Esteban Echeverría. Aunque en forma no muy extensa y detallada, han llamado la atención sobre ellas, entre otros, Juan Carlos Torchia Estrada en La Filosofía en la Argentina y Coriolano Alberini en Problemas de historia de las ideas filosóficas en la Argentina. La influencia del Romanticismo alemán llegó a nuestra latitud en forma indirecta, a través de la lectura de esritores franceses como Víctor Cousin, Jouffroy y Lerminier, los así llamados eclécticos, que sucedieron al apogeo de los ideólogos. Paralelamente la influencia de la “escuela teológica” se hizo sentir sobre todo con base en los escritos de Lamennais. Una tercera escuela de peso en Buenos Aires fue la saintsimoniana desarrollada en Francia por Leroux. Todas estas corrientes, que deben ser discernidas e identificadas en su especificidad, traducen el deseo de contrarrestar la influencia ideológico–racionalista de Rivadavia: se congregaban en ellas el espiritualismo, la fundamentación de la ética en términos absolutos y 39
el romanticismo social. Es precisamente este romanticismo, incorporando ideas de Herder, de Savigny y Vico que hace pie, entre otros textos, en el Dogma Socialista de Esteban Echeverría, en Fragmento preliminar al estudio del derecho de Juan Bautista Alberdi y, agrega Torchia Estrada, en el Facundo de Sarmiento, y en la Memoria sobre los resultados generales con que los pueblos antiguos han contribuido a la civilización de la humanidad, de Vicente Fidel López. Todos ellos conformaban un grupo de jóvenes que comenzaron a abrir nuevos pensamientos apartándose del impacto del sensacionismo de Desttut y la Ideología, ya combatida por Napoleón en su faz imperial en Francia, y luego de pasada la tarea posrevolucionaria en el Río de la Plata. Todos ellos tomaron una franca actividad política liberal y contraria al gobierno de Rosas, lo que les valió el exilio, retornando luego de la batalla de Caseros a seguir su obra. La filosofía fue una parte importante de su trabajo, pero no métier completo, preocupándolos, sobre todo, interpretar la realidad del país y su proyecto político. Alberdi, como poeta romántico —aunque haya renegado expresamente de esta calificación—, escribe una pieza de comedia teatral que combate la tiranía, pero critica al mismo tiempo las inconsecuencias de las filas liberales: El Gigante Amapolas (1841). Su talento literario lo había expresado antes con dos obras de juventud, El espíritu de la música y Método para aprender a tocar el piano con la mayor facilidad. En 1837 empezó a publicar la revista La moda, gacetillade música, de poesía, de literatura y de costumbres, donde escribió con el seudónimo de Figarillo. En cuanto a El Gigante Amapolas, exhibe cierta línea herderiana, al considerar el Centinela (en realidad el sargento) que representaba al pueblo este pensamiento: “Yo no soy 40
grande ni glorioso, porque ninguna gloria hay en ser vencedor de gigantes de paja. Yo he tenido el buen sentido del pueblo”. Sin fantasmas, ni gigantes, —ésta es la observación de Lorenzo Quinteros, director de la pieza representada en el Teatro San Martín en 1984, al escribir la introducción del libro— para que se siga pensando en la libertad librada por el pueblo. En cuando a Esteban Echeverría, fue animador del Salón Literario, institución libre de cultura que funcionó en la librería de Marcos Sastre, a la que concurrían también Miguel Cane y Guttiérrez. Clausurado por Rosas, los jóvenes formaron una sociedad secreta, la Joven Generación Argentina, transformada luego en Asociación de Mayo. En el seno de este movimiento nace El Dogma Socialista, que se compone de la explicación de las “palabras simbólicas” (libertad, progreso, igualdad, fraternidad, Mayo, democracia), código de registro, en verdad, más saintsimoniano y de Leroux, que de Herder23. La influencia de Herder, la resalta Alberini, en cambio, en esta forma: “...Es sabido que la estética romántica quiso suscitar la importancia de lo regional en el arte y la intuición concreta de los momentos históricos. Echeverría importó, además, interesantes conceptos filosóficos y políticos, inspirándose en el complejo movimiento espiritual de la Francia, cuyo elocuente protagonista fue, como vimos, Víctor Cousin.” Cousin tradujo la obra de Herder Ideas sobre la filosofía de la historia de la humanidad. Libro poco leído hoy, dice Alberini, pero con gran predicamento [100] en el auge de los tratados románticos de los filósofos alemanes poskantianos. Herder fue uno de los genios precursores del historicismo, sostenedor del abstracto panteísmo de Spinoza, 41
en evolución al vitalismo. Alberini observa que la divinidad herderiana no es inmanente. Las ideas de Herder son expuestas en forma sintética pero adecuada: repudió la doctrina racionalista y utópica del progreso en su modelo iluminista francés, pero no abjuró de la ley universal del progreso del espíritu humano, y descubrió el papel morfogenético de todos los elementos del ámbito geográfico, combinados con el de la tradición. El resultado de esta mirada, en verdad intuitiva, fue descubrir los tesoros de la naturaleza y de la espontaneidad creadora, tanto en el mundo natural como en el histórico y espiritual. No menos acierto, digamos, tiene el juicio definitivo de Alberini sobre Echeverría. Éste, asegura, leyó a Herder en traducción de Edgardo Quinet, (así como a Vico) obteniendo de esta lectura los elementos para hacer la crítica del movimiento unitario basado en la doctrina “historicista” del progreso y poniendo en esta labor el acento republicano y democrático de color herderiano. El peso de Johann Gottfried Herder en el romanticismo del Río de la Plata es una prueba de que éste no estaba errado al atribuir a sus teorías radio universal. Cuestión de otra índole es el balance definitivo de su enfrentamiento con el racionalismo de la Aufklärung ya que, si bien muchas de sus semillas han reaparecido en las corrientes posmodernas que también se apartan de la razón, lo que se nos está revelando ahora es algo de contenido muy distinto. El mundo sombrío de un desarrollo social de economía globalizada y de mercados de capitalismo tardío, en los que se estrellan al unísono la razón, no menos que los 42
ideales, los sueños y la poesía del romanticismo.
NOTAS 1
Es importante resaltar que no sólo el empirismo inglés constitu-
yó la fuente de la crítica de la cultura emprendida por el Sturm und Drang, sino también, en el área de la filosofía francesa, hay que computar el pensamiento de Juan Jacobo Rousseau. En su trascendental y premiado Discurso a la Academia de Dijon (1750), hizo responsable de la decadencia de la moral al progreso de la cultura, y señaló a la historia del progreso humano como irremediable proceso degenerativo. “El hombre que piensa, señaló, es una fiera degenerada.” Por el contrario, el hombre en el regazo de la naturaleza es bueno, feliz, y recto. Su grito de combate es muy conocido: “¡Retour à la Nature!”. Sólo así, añadió en otras obras, se solucionan los problemas de las personas y las familias (Emilio o de la educación) (1762), o los problemas políticos (El contrato social) (1762). En el Discurso a la Academia de Dijon, llamado Discurso sobre las ciencias y las artes, sostiene: “Si nuestras ciencias son vanas en el objeto que se proponen, son más peligrosas por los efectos que producen. Nacidas en la ociosidad, la nutren a su vez; y la irreparable pérdida de tiempo es el primer perjuicio que causan necesariamente a la sociedad. Fin política como en moral, es un gran mal no hacer ningún bien”. A su turno, en el capítulo 2do. de Sur l’Origine des langues, Bibliothèque du Graphe, según la edición de A. Belin. 1817, dice concordante con los puntos de vista herderianos: “Hay que creer entonces que las necesidades dictaron los primeros gestos, y que las pasiones arrancaron las primeras voces. 43
Siguiendo con estas distinciones la huella de los hechos, se podría quizá razonar sobre el origen de las lenguas en forma muy distinta de lo que se ha venido haciendo hasta aquí. El genio de las lenguas orientales, las más antiguas que se conocen, desmiente la marcha absolutamente didáctica que imaginamos en su composición. Estas lenguas no tienen nada de metódico ni razonado: son vivas y figuradas. Se nos presenta el lenguaje de los primeros hombres como lenguas de geómetras, y vemos que fueron lenguas de poetas”. [101] 2
En Inglaterra, ampliando el radio del romanticismo, otro reli-
gioso, el Obispo Percy, publicó en 1765 Reliquies of Ancient Poetry, en tanto que, en Alemania, Heinrich Wilhelm von Gerstenberg, afín al círculo, publicó en 1776 Cartas sobre las particularidades de la Literatura y Gedicht eines Skalden (Poema de un escaldo). Los escaldos eran antiguos poetas escandinavos originarios de Islandia, dedicados a glorificar el cristianismo. Gerstenberg fue autor de una tragedia que repercutió en su época, Ugolino, donde trató de iluminar el contorno dantesco con el colorido de Shakespeare. En su trabajo sobre Shakespeare que más adelante habremos de comentar, Herder lo elogia dedicándole el primer proyecto del apéndice, por haber logrado en Versuch über Shakespeares Werke und Genie (Ensayo sobre el genio y la obra de Shakespeare), mejor evocación del poeta inglés que la lograda por sus mismos compatriotas. Refiriéndose a este punto dice Juan B. Probst, introductor del texto, que para Herder, Gerstenberg estudió a Shakespeare “en su totalidad y, sin dejarse influir por la critica de las reglas y los modelos de los antiguos, pudo percibir en él toda la inmensa naturaleza de caracteres, pasiones, disposiciones, poemas y lenguajes, adentrándose en el pueblo y el idioma de la época 44
shakespereana”. Para la cita de las palabras de Herder sobre Hamann, véase la Introducción de Catalina Schriber a La Idea de Humanidad de Herder. La toma del libro de Rudof Haym. Herder nach seinem Leben und seinen Werken (Herder según su vida y sus obras), Berlín. Rudolf Gaertner, 1880. pág. 62 La Idea de Humanidad es el fascículo cuarenta de la Antología Alemana editada por la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. 3
“El poeta es semejante al príncipe de las nubes Que frecuenta la tormenta y se ríe del arco; Exiliado en el suelo en medio del ulular. Sus alas de gigante le impiden marchar”.
4
El poema Diótima se encuentra en Himnos tardíos de Hölderlin
Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1972, con traducción y prólogo de Norberto Silvetti Paz. Hamann tiene como modelo a Sócrates, quien se presenta en el Symposium como portavoz del Daimon. 5 Un
capítulo de gran interés sobre el conflicto entre racionalismo
y romanticismo surge de las posiciones defendidas respectivamente por Herder en Ideas sobre la filosofía de la historia de la humanidad y la recensión de Kant a este libro en el tomo XII de sus Obras compiladas por Suhrkamp Verlag y editadas por Wilhelm Weichedel. Frankfurt 1977, págs. 781 a 786. Este volumen de las obras de Kant se ocupa de la antropología, de la filosofía de la historia, la política y la pedagogía. En esta recensión, Kant afirma que el espíritu de Herder muestra su ya reconocida peculiaridad. Espíritu que no puede ser medido con el patrón ordinario o común. Es como si su genio recogiera sus ideas no solamente del 45
campo de la ciencia y el arte, para compartirlas con otros. Más bien, como si las transformara o convirtiera, según una cierta ley de la asimilación, a su propia manera, en su específico modo de pensar. De aquí que lo que llama Filosofía de la Historia de la Humanidad, quiere decir algo distinto de lo que normalmente se entiende bajo este nombre. 6
Hans–Georg Gadamer, Verdad y Método, ediciones Sígueme, Sa-
lamanca, 1977 7
Pénisson observa que, llamativamente, en la segunda edición de
Spinoza–Gespräche, Herder sustituyó la expresión “revelado”, por “presentado” (geoffenbaret por dargestellt). 8
Ernst Cassirer Filosofía de la Ilustración, México. Fondo de Cul-
tura Económica 1943. Cassirer también se ocupa de Herder en Filosofía de las formas simbólicas y El problema del Conocimiento. 9 J.G
Herder. Werke, ed. Carl Hanser citada. Band I, págs. 419/20.
10
Véase sobre este aspecto de lo proteico, op. citada Werke, pág.
11
Es de interés secundario, para nosotros, hacer notar que Herder
359.
usa esta palabra en ocasión del anuncio de una edición de sus obras no autorizada por él. El vocablo “palingenesia” es raramente empleado en el idioma español, incluso en las obras técnicas. El diccionario enciclopédico Salvat le asigna el significado de “reencarnación”, de “renacimiento de los seres”. En general, la reaparición periódica de los mismos hechos, individuos o almas. El Wahrig Deutsches Wörterbuch asigna a “palingenesie” el significado de “renacimiento a través de la 46
metempsicosis, o emigración de las almas”. 12
Ernst Cassirer. El problema del conocimiento, t. IV, libro 3.
“Formas y direcciones fundamentales del conocimiento histórico”, FCE. México–Buenos Aires. 1948. Por un lado, dice, pretende explicar la historia partiendo exclusivamente de la naturaleza humana, punto en el que registramos antes la influencia de Shaftesbury en referencia a la filosofía de la naturaleza en general, a su doctrina de “forma interna”, y en una línea que arranca de Leibniz, pasa por él y desemboca en Ranke. Este último historiógrafo, por su parte, también acentuó el sentido de lo individual, de las fuerzas que desde dentro plasman la evolución de los individuos, y de la razón común de vida que enlaza todo de nuevo. Herder, a su vez, repetía jubiloso la concepción de Leibniz sobre las mónadas y suponía descubrir la individualidad de los pueblos, en esta “razón común de vida” entroncada en Dios. [102] 13
Pénisson pareciera estar más seducido que convencido de suge-
rir en base al concepto de palingenesia y praxis, un acercamiento entre Herder y la doctrina marxista de praxis. Nos dice en su epílogo que Herder estaba compenetrado del espíritu de su época y consideraba que su actividad debía ser algo inevitablemente repetida: “...en este sentido no se encuentran los comentadores del Este completamente equivocados cuando desearían ver en Herder un precusor de Karl Marx. El ‘Ascenso de la humanidad” es tanto una teoría de la historia como una praxis que, en sus obras y en el marco de posibles reformas pedagógicas, se le consagran.” 14
Ver La guerra del Peloponeso de Tucídides, Libro II, Cap. VII
(49–54). 47
15
Con ánimo de exagerar, hasta sobrepasar el límite de la ironía,
podríamos citar en nuestro país la vieja historia argentina de Grosso, que se usaba como manual en las escuelas primarias y secundarias. El que, por razones de edad, la conoció sabe bien a qué texto me refiero. (Se trata del conocido como Grosso grande o Grosso chico). 16
Véase en este sentido, y sobre los conceptos de organicismo y
fuerza formadora, el muy buen trabajo de Martín Laclau. La historicidad del Derecho, cap. V. “El lenguaje en la concepción del derecho en Savigny” 17
Véase de Charles Sanders Pierce, Collected Papers, vol V, apart.
I “How to make our ideas clear”, donde en el interior de su concepción pragmática, dice: “That much admired ornaments of logic —the doctrine of clearness and distinctness— may be pretty enough, but it is high time to relegate to our cabinets of curiosities the antique bijou, and to wear about us something better adapted to modern uses.” 18
Véase Koselleck, op. cit. pág. 55.
19
En esto, Georg Brandes, William Shakespeare, edición comen-
tada por Cassirer, op. cit. El problema del conocimiento. 20
El texto sobre Ossian había sido impreso por el editor Bode, en
Hamburgo. 21
La Escuela Histórica del Derecho estaba representada por Sa-
vigny. 22
Traducidas con el nombre de Oeuvres Philosophiques, la edito-
rial Fayard de París las da a conocer en 1985. 48
23
El texto de Torchia Estrada fue editado por la Unión Panameri-
cana, en Washington, en 1961, e impreso en México, en la Editorial Estela. El Gigante Amapolas cuenta también con páginas introductorias de Olga Cosentino. Fue editado por el Teatro Municipal San Martín Para un estudio de la ideología, en general, y en particular de L’École des Idéologues de Desttut de Tracy y su influencia en Argentina, puede verse “Ideología” de Enrique Mari, ediciones Eiaf, Enciclopedia Iberoamericana de Filosofía, tomo Filosofía Política II. El Estado. Madrid (en prensa). De Coriolano Alberini, Problemas de Historia de las Ideas Filosóficas en Argentina, cap. III “La filosofía Alemana en el Romanticismo Argentino”. Edición de la Secretaria de Cultura de la Nación en coproducción con Fraterna, Buenos Aires, 1994.
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