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Olimpia Lombardi - Argentina CONICET- Universidad Nacional de Quilmes- Universidad Autónoma de Madrid Determinismo e indeterminismo en física: la constitución de las ontologías científicas. 1.- Introducción A través de la historia de la ciencia los científicos han sido, en su gran mayoría, realistas e incluso ingenuamente realistas: lo real estaba allí, independiente del sujeto y a la espera de ser descubierto; la ciencia proporcionaba los medios para tal descubrimiento. Desde los debates acerca de la ‘verdad’ del sistema heliocéntrico en tiempos de Galileo, hasta la encarnizada defensa de la ‘realidad’ de los átomos por parte de Boltzmann a fines del siglo XIX, el credo realista mantuvo su vigencia y las cuestiones metafísicas formaban parte legítimas del pensamiento científico.
Sin embargo, la reflexión epistemológica
surgida a principios del siglo XX en el contexto de las grandes revoluciones científicas del momento puso en crisis el realismo irreflexivo de los científicos, mostrando que la ciencia no puede sencillamente asimilarse al paulatino descubrimiento de una realidad preexistente. En esta revisión de los tradicionales supuestos acerca de la ciencia, el positivismo lógico del Círculo de Viena ejerció una fuerte influencia en gran parte del pensamiento epistemológico del siglo XX: con su desmedidamente estricto criterio verificacionista del significado, confinó a la metafísica al reino del sin-sentido. Y si bien el positivismo lógico, en sentido estricto, desapareció con la disolución del Círculo de Viena y sus más importantes exponentes experimentaron importantes mutaciones en sus pensamientos posteriores, ciertos aspectos centrales del credo positivista continuaron influyendo sobre la epistemología de gran parte del siglo XX. En efecto, el interés se centró en la teoría científica, su estructura, sus articulaciones, su poder explicativo, sus relaciones con otras teorías: la discusión se mantuvo casi exclusivamente en el plano lingüístico; las cuestiones ontológicas, centrales en la reflexión metafísica, fueron en gran medida olvidadas. No es sino en las últimas décadas del siglo XX que este alejamiento de las cuestiones metafísicas comienza a disminuir. Mientras se reaviva la discusión acerca del realismo científico, algunos autores retoman viejos problemas ontológicos, pero ahora a la luz de los más recientes aportes de la ciencia. Es precisamente en este contexto que se enmarca la presente ponencia: en particular, analizaré el tradicional problema de determinismo en el
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contexto de los sistemas altamente inestables, donde supuestamente la concepción determinista de lo real ha alcanzado sus limitaciones finales. Veremos que el núcleo de las dificultades en la cuestión del determinismo reaparece no sólo en otros ámbitos de la física, sino también fuera de ella, en incluso más allá de los límites de las ciencias naturales. Aquí argumentaré que tales dificultades pueden ser superadas desde la perspectiva filosófica de un pluralismo ontológico basado en el realismo internalista de Putnam. Esto nos conducirá a reflexionar acerca del modo en las diferentes teorías científicas constituyen sus propias ontologías.
2.- Sistemas altamente inestables Durante las últimas décadas, gran cantidad de trabajo teórico se dirigió al estudio de los sistemas llamados ‘altamente inestables’. El comportamiento de tales sistemas ha sido analizado a través de dos enfoques teóricos, la Teoría del Caos y la Teoría Ergódica, los cuales parecen conducir a conclusiones contradictorias acerca del carácter determinista o indeterminista de los sistemas bajo estudio. Detengámonos un momento en ambas teorías. Si bien la definición precisa del concepto de caos continúa siendo objeto de debate (cfr. Batterman, 1993), entre los especialistas existe un consenso prácticamente unánime acerca de ciertos puntos. Todo sistema caótico es sensible a las condiciones iniciales, lo cual significa que, en el espacio de las fases correspondiente, las trayectorias divergen exponencialmente. La sensibilidad a las condiciones iniciales que exhiben los sistemas caóticos implica su alta inestabilidad: la evolución temporal del sistema manifiesta grandes variaciones frente a pequeñas modificaciones de las condiciones iniciales. Esta propiedad conduce a una importante consecuencia respecto de la predictibilidad de los estados futuros de los sistemas de comportamiento caótico. En la práctica, la precisión finita de nuestros instrumentos de medición impide conocer con precisión infinita el estado inicial de un sistema. Si se trata de un sistema de comportamiento regular y estable, la situación no es grave: pequeñas incertidumbres en la determinación empírica de las condiciones iniciales se convierten en incertidumbres grandes pero acotadas en el curso ulterior de la evolución. Pero si el sistema presenta un comportamiento caótico, las pequeñas incertidumbres iniciales se amplifican exponencialmente con el transcurso del tiempo de modo tal que, en 2
la práctica, para tiempos suficientemente largos, la predicción unívoca de los estados futuros del sistema se torna imposible. No obstante, los sistemas caóticos quedan descriptos por sistemas de ecuaciones diferenciales autónomas y no lineales.
Como consecuencia de su autonomía, tales
ecuaciones diferenciales cumplen las condiciones necesarias para asegurar la existencia y la unicidad de sus soluciones para cada conjunto de valores de las variables dependientes: para cada punto representativo del estado inicial, la trayectoria que en él se inicia existe y es única; además, dado que no hay restricciones para fijar el estado inicial del sistema, las trayectorias no pueden cortarse en ningún punto, es decir, no existe ningún estado a partir del cual el sistema evolucione temporalmente según dos o más trayectorias posibles. En otras palabras, las evoluciones de un sistema caótico son completamente deterministas. La Teoría Ergódica, por su parte, no describe los sistemas altamente inestables en términos de puntos y trayectorias en el espacio de las fases, esto es, en términos de microestados y sus evoluciones.
Por el contrario, la Teoría Ergódica brinda una
macrodescripción mediante una partición de grano grueso (coarse grain) del espacio de las fases: el espacio de las fases se divide en celdas de volumen no nulo, cada una de las cuales representa un macroestado posible del sistema; cada posible macroevolución queda así definida como una posible sucesión entre macroestados.
En este macronivel, las
evoluciones poseen propiedades estadísticas que fijan las probabilidades asociadas a las diferentes transiciones posibles entre macroestados.
Puede demostrarse que, si las
ecuaciones dinámicas subyacentes son caóticas, en el macronivel los únicos macroestados que pueden predecirse son aquéllos que tienen probabilidad 0 o 1 independientemente de la macrohistoria del sistema. En otras palabras, las macroevoluciones son indeterministas puesto que la macroevolución pasada no fija unívocamente la macroevolución futura. La Teoría Ergódica suministra una magnitud que permite precisar las características de este tipo de comportamiento: la K-entropía o entropía de Kolmogorov es una medida de la cantidad de macroestados condicionalmente posibles a partir de la ocurrencia de cualquier macroestado. Si el comportamiento subyacente es caótico, el valor de la K-entropía es mayor que cero y es independiente de la particular partición considerada (cfr. Schuster, 1984, pp.98-102; para una demostración formal, cfr. Farmer, 1982).
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3.- El problema del determinismo Como hemos visto, en el micronivel los sistemas altamente inestables son totalmente deterministas: las evoluciones entre microestados son unívocas pero divergen exponencialmente con el tiempo, impidiendo así, luego de intervalos suficientemente largos, el conocimiento de los microestados futuros dentro de un margen acotado de error. Pero en el macronivel ya no entran en juego los microestados y los errores en su determinación empírica ni las microevoluciones exponencialmente divergentes: aquí se trata de macroevoluciones y probabilidades asociadas a las posibles transiciones entre macroestados.
Pero, ¿cómo interpretar las propiedades estadísticas que surgen en el
macronivel? Las opiniones comienzan a distanciarse cuando se trata de decidir acerca del carácter objetivo o subjetivo de las macroevoluciones de los sistemas altamente inestables. Para algunos autores, la descripción objetiva de los sistemas altamente inestables es la que brindan las ecuaciones diferenciales en el micronivel: puesto que el macronivel es reducible a una evolución determinista subyacente, sus propiedades estadísticas son subjetivas, meras apariencias o ilusiones debidas exclusivamente a las limitaciones de nuestras capacidades de observación. En otras palabras, si conociéramos el microestado preciso del sistema en un cierto instante, podríamos predecir completamente su evolución futura y no necesitaríamos las propiedades estadísticas para su descripción. Esta es la perspectiva que parecen adoptar William Ditto y Louis M. Pecora cuando, comentando sus investigaciones en la utilización práctica del caos, señalan que ello es posible gracias a que “si bien el caos es impredecible, es determinista. Si dos sistemas caóticos prácticamente idénticos del tipo apropiado son impelidos o forzados por la misma señal, producirán la misma salida, aún cuando nadie pueda decir qué salida será” (Ditto y Pecora, 1993, p.62). Otros autores, por el contrario, prefieren considerar que las propiedades estadísticas del macronivel son objetivas, en la medida en que son el resultado de la microdinámica subyacente: la macroaleatoriedad no sólo es compatible sino que incluso es generada por la microevolución determinista. Desde esta perspectiva, los resultados de la Teoría Ergódica ponen de manifiesto el carácter objetivamente indeterminista de los sistemas altamente inestables.
Por ejemplo, Joseph Ford sostiene que, ante la presencia de caos, “el 4
determinismo newtoniano sólo puede ser un inalcanzable sueño del teórico” (Ford, 1983, p.43). Por su parte, Ilya Prigogine anuncia “la muerte al fin sobrevenida del diablillo de Laplace” (Prigogine y Stengers, 1979, p.108), e incluso considera que el azar ha ingresado definitivamente al ámbito de la Mecánica Clásica: “ciertos sistemas dinámicos inestables son aleatorios, como los juegos de azar tipo Bernoulli. Así pues […] se puede hablar de azar; el azar se ha convertido en un elemento fundamental de la dinámica” (en Wagensberg, 1986, p.192). Un poderoso argumento en favor de esta interpretación lo brinda el hecho de que el valor de la K-entropía, si bien resulta de una partición finita del espacio de las fases, es independiente de la particular partición considerada: las propiedades estadísticas de los sistemas altamente inestables no dependen de la precisión con la que se observe el sistema, siempre que se trate de una precisión finita. En definitiva, tanto la interpretación objetiva como la interpretación subjetiva de las macroevoluciones en sistemas de alta inestabilidad cuentan con buenos argumentos en su favor. Esta situación conduce, incluso, a que algunos autores oscilen repetidamente entre ambas a distancia de unos pocos párrafos. Este es el caso de Paul Davies quien, en un artículo sugestivamente titulado “Chaos Frees the Universe”, al tiempo que argumenta en favor del carácter “abierto” del universo y de la “realidad” del libre albedrío sobre la base de los resultados de la Teoría del Caos y de la Teoría Ergódica, sostiene que la irregularidad propia de la alta inestabilidad se manifiesta “debido a que necesariamente ignoramos los detalles ultra-finos de incluso unos pocos grados de libertad” (Davies, 1990, p.51). En resumen, en el ámbito de los sistemas altamente inestables el problema del determinismo queda claramente formulado: ¿el macroindeterminismo es subjetivo, puesto que es reducible a una dinámica determinista subyacente, o es objetivo, en la medida en que es generado por la propia microdinámica?
En otras palabras, las probabilidades de
transición entre macroestados, ¿deben interpretarse como probabilidades subjetivas u objetivas? Si bien plausibles, estas preguntas encierran el supuesto implícito según el cual existe un único modo objetivo de describir la realidad: toda descripción que no coincida con él será irremediablemente subjetiva. Pero es precisamente este supuesto el que exige una profunda revisión desde una perspectiva ontológicamente pluralista. Aquí adoptaremos el realismo internalista de Putnam como fundamento de un pluralismo ontológico. 5
4.- Pluralismo ontológico El punto de partida de Putnam en su obra Razón, Verdad e Historia (1981) consiste en impugnar la dicotomía objetivo-subjetivo; esto le permite abandonar la concepción de la verdad-copia sin, con ello, caer en un completo relativismo. Putnam denomina su postura “internalismo”, que se opone al “externalismo” o “realismo metafísico” al cual suele referirse como “la perspectiva del Ojo de Dios” (Putnam, 1981, p.59). Según el externalismo, los objetos del mundo existen independientemente de nuestro conocimiento y constituyen una totalidad fija. Por lo tanto, hay una única descripción verdadera y completa del mundo, cuya verdad consiste en la correspondencia entre las palabras y los objetos. Al presuponer que la referencia del lenguaje es una cierta relación entre las palabras y los objetos externos e independientes del sujeto, el externalismo requiere un punto de vista no humano, el Ojo de Dios, para determinar la referencia de las palabras y, con ello, el valor de verdad de los enunciados. Como afirma Pérez Ransanz (1999, p.209), la clave para comprender el desacuerdo entre externalistas e internalistas está en la noción de objeto. Para el internalismo “los ‘objetos’ no existen independientemente de los esquemas conceptuales. Desmenuzamos el mundo en objetos cuando introducimos uno u otro esquema descriptivo” (Putnam, 1981, p.61). A esto se refiere Putnam cuando afirma que la pregunta ‘¿de qué objetos consta el mundo?’ sólo cobra sentido si se formula desde dentro de una teoría; es siempre a través de un cierto esquema conceptual que nos enfrentamos al mundo y lo categorizamos: de tal síntesis surgen los objetos. En otras palabras, los objetos dependen en un sentido fuerte, que incluye existencia, de los esquemas conceptuales, los cuales no son meros intermediarios entre sujetos y objetos sino que cumplen un papel central en la constitución de los objetos (Pérez Ransanz, 1999, p.209). Por lo tanto, si bien existe una ‘cosa en sí’ independiente del sujeto, la ontología surge sólo desde un esquema conceptual: los objetos que resultan del recorte de la realidad nouménica no son meras ilusiones o apariencias subjetivas, sino que son los únicos elementos de la ontología. Para el internalismo, ésta es la única noción significativa de objeto.
En consecuencia, lo objetivo ya no es lo
independiente del sujeto, sino aquello que resulta de nuestro esquema conceptual aplicado 6
al mundo; se trata de una objetividad para nosotros, pero es la única posible desde el momento en que se renuncia a la perspectiva del Ojo de Dios. El realismo internalista nos permite ahora reconceptualizar el problema del determinismo en sistemas altamente inestables. El enfoque filosófico tradicional instala la idea de la alternativa entre determinismo, que implica el carácter subjetivo de toda atribución de probabilidad, e indeterminismo, que involucra probabilidades objetivas. Es en este sentido que Popper afirma: “Hoy comprendo por qué tantos deterministas, e incluso ex-deterministas, que creen en el carácter determinista de la física clásica, creen seriamente en una interpretación subjetivista de la probabilidad: es de algún modo, la única posibilidad razonable que pueden aceptar; porque las probabilidades físicas objetivas son incompatibles con el determinismo” (Popper, 1982, p.125).
Esta idea
continúa vigente hasta nuestros días; por ejemplo, en una obra muy reciente Peter Kosso clasifica los tipos de probabilidad en dos grupos: “La probabilidad objetiva es una propiedad de la naturaleza misma y se aplica a eventos que son genuinamente indeterministas […]. La probabilidad subjetiva es una propiedad de nuestro conocimiento de la naturaleza y se aplica a casos donde carecemos de información y, por tanto, poseemos incertidumbre” (Kosso, 1998, p.114).
Esta posición tradicional revela una
perspectiva externalista que sólo admite una única descripción objetiva de lo real: la ontología microscópica es la verdadera ontología. Por lo tanto, los sistemas altamente inestables son deterministas puesto que su microdescripción establece la sucesión unívoca de sus microestados a través del tiempo; la macrodescripción estadística, con sus probabilidades asociadas, es una mera apariencia subjetiva debida a nuestros limitados poderes de observación. Por el contrario, muchos científicos que investigan el fenómeno de la alta inestabilidad se resisten a aceptar estas conclusiones: sus trabajos les permiten afirmar que ciertas propiedades estadísticas no pueden considerarse aparentes o ilusorias puesto que son generadas por la propia microdinámica del sistema; por lo tanto, las macroevoluciones indeterministas son tan objetivas como las microevoluciones deterministas que las generan. Sin embargo, ante la pregunta del filósofo externalista por la ‘verdadera’ descripción del sistema, los científicos carecen de argumentos satisfactorios: al no impugnar los supuestos que les impone el externalismo, suelen incurrir en una incorrecta transposición de planos 7
que los conduce a extraer conclusiones ontológicas a partir de consideraciones gnoseológicas. Este es el caso del ya citado Paul Davies (1990), cuando afirma la realidad del libre albedrío en un universo caótico, pero adopta una interpretación subjetiva de la probabilidad como medida de la ignorancia; en una confusión análoga incurre Prigogine al insistir en el carácter objetivamente indeterminista de los sistemas altamente inestables debido a la inevitable “imprecisión en la preparación” de sus condiciones iniciales (Prigogine y Stengers, 1979, p.336). Pero el realismo internalista no sólo permite reconceptualizar el problema, sino que brinda el marco filosófico adecuado para hallar una vía de salida.
Los estados y
evoluciones de un sistema físico no son entidades que existen previa e independientemente de toda descripción: cada teoría constituye su propia ontología al recortar, sobre un mismo sustrato, sus propios estados y, con ello, las evoluciones temporales correspondientes. La Teoría del Caos recorta microestados representados por puntos en el espacio de las fases, y microevoluciones deterministas representadas por trayectorias que nunca se cortan. La Teoría Ergódica, por el contrario, recorta macroestados representados por regiones de volumen no nulo en el espacio de las fases, y macroevoluciones indeterministas caracterizadas por las probabilidades condicionales de transición entre macroestados. Pero dado que no existe el punto de vista privilegiado del Ojo de Dios, ambas descripciones son igualmente objetivas en la medida en que ambas teorías integran adecuadamente los inputs provenientes de la realidad.
En otras palabras, Teoría del Caos y Teoría Ergódica
constituyen, sobre un mismo material nouménico, diferentes ontologías, cada una de ellas con su estructura y sus regularidades: insistir en la pregunta por la ‘verdadera’ ontología −microestados
con
evoluciones
deterministas
o
macroestados
con
evoluciones
indeterministas− revela el compromiso metafísico externalista con una noción absoluta de objeto y de existencia. El pluralismo ontológico que resulta de la perspectiva internalista disuelve la aparente contradicción que surgiría al predicar simultáneamente determinismo e indeterminismo objetivos de un mismo sistema: cuando hablamos del mismo sistema nos referimos al mismo sustrato nouménico; pero no hay contradicción alguna al adjudicar propiedades incompatibles a ontologías diferentes.
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5.- Perspectivas El pluralismo ontológico de Putnam ha jugado un papel relevante en las discusiones acerca del realismo y del cambio científico. En particular, esta tesis ha sido esgrimida contra el realismo de corte cientificista según el cual el devenir histórico de la ciencia converge hacia la verdadera descripción de la realidad, esto es, hacia la Teoría Verdadera. No obstante, la perspectiva internalista no ha sido utilizada para analizar la relación entre teorías aceptadas simultáneamente en un mismo momento histórico. La discusión acerca del problema del determinismo en sistemas altamente inestables agrega un nuevo aspecto al pluralismo ontológico propuesto por Putnam: en una misma época, e incluso en el marco de lo que podría caracterizarse, en términos kuhnianos, como un mismo paradigma, pueden coexistir diferentes ontologías que incluyen distintas entidades básicas −microestados y microevoluciones deterministas o macroestados y macroevoluciones indeterministas−, constituidas por teorías diferentes −Teoría del Caos o Teoría Ergódica, respectivamente−. Tales teorías, si bien conducen a ontologías incompatibles, pueden vincularse a través de recursos formales que interconectan sus conceptos centrales. Actualmente, diversos autores señalan que los vínculos entre diferentes teorías físicas suelen involucrar procedimientos de introducción de grano grueso o, inversamente, de paso al límite (cfr. Rohrlich, 1988, 1990; Batterman, 2002). Tales trabajos sugieren que la perspectiva suministrada por el pluralismo ontológico no sólo resulta adecuada en el caso del problema del determinismo en sistemas altamente inestables, sino que puede también ser adoptada de un modo fructífero para el tratamiento de otros problemas centrales de la filosofía de la física.
Por ejemplo, en las discusiones tradicionales acerca de la
irreversibilidad física, el núcleo del problema consiste en explicar la compatibilidad entre las macroevoluciones termodinámicas irreversibles y las microevoluciones mecánicas reversibles. En general suele afirmarse que el aumento irreversible de la entropía de Gibbs no es más que una apariencia subjetiva, mientras que la verdadera descripción viene dada por la microdinámica reversible subyacente (cfr. Lombardi, 1999, 2000). El pluralismo ontológico permite revertir este supuesto, confiriendo objetividad a las evoluciones macroscópicas irreversibles sin negar el carácter objetivo de la reversibilidad mecánica. Otro problema que suele discutirse en el ámbito de la filosofía de la física contemporánea
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es el que se refiere a la no-localidad cuántica: cómo surge el mundo macroscópico local y separable que describimos con nuestras teorías clásicas a partir de una realidad cuántica nolocal y holista. En la medida en que puede demostrarse que la descripción clásica surge a partir de la cuántica por medio de la introducción de un adecuado grano grueso (cfr. Castagnino y Gadella, 2003; Castagnino y Lombardi 2004), la perspectiva del pluralismo ontológico permite dar cuenta del carácter objetivo del mundo clásico que percibimos y admitir, al mismo tiempo, el holismo cuántico subyacente.
Los problemas de la
irreversibilidad y de la no-localidad comparten con el problema del determinismo en sistemas altamente inestables una característica común: en los tres casos el macronivel de descripción introduce una propiedad cuya objetividad no estamos dispuestos a poner en duda; el problema consiste en explicar el carácter objetivo de tal propiedad cuando el micronivel subyacente carece de ella. Es precisamente esta característica común lo que permite suponer que el pluralismo ontológico brinda el contexto filosófico adecuado para abordar los tres problemas. Una discusión tradicional que excede los límites de la filosofía de la física es el que se refiere a la relación entre física y química. Los impresionantes éxitos predictivos de la mecánica cuántica condujeron a muchos autores a concluir que los sistemas químicos podrían, en principio, ser descriptos totalmente en términos mecánico-cuánticos (cfr. Dirac, 1929). Por lo tanto, la química no sería más que una disciplina puramente fenomenológica, cuya necesidad sólo se debería a la alta complejidad de los sistemas bajo estudio. Durante los últimos años, diversos autores se han esforzado por defender la autonomía de la química como disciplina científica (Scerri y McIntyre, 1997; Ramsey, 1997; Van Brakel, 1997; Benfey, 2002; Luisi, 2002); sin embargo, sus argumentos no han aportado mucho a la defensa de la autonomía del mundo químico (cfr. Lombardi y Labarca, 2003). No es difícil suponer que, también en este caso, la perspectiva que brinda el pluralismo ontológico pueda resultar fructífera para dar cuenta de la objetividad de propiedades específicamente químicas como la quiralidad, la forma molecular o la valencia. Cruzando las fronteras de las ciencias naturales, no parece aventurado esperar que el pluralismo ontológico pueda ser también aplicado al tradicional problema de la relación mente-materia o mente-cerebro en el campo de la filosofía de la mente. Kim (1978) describe la relación entre propiedades mentales y propiedades físicas en términos de 10
superveniencia: las propiedades mentales supervienen a las propiedades físicas del mismo modo en que las propiedades macroscópicas de los objetos físicos supervienen a su microestructura física. Esto significa que, si dos entidades poseen las mismas propiedades físicas, poseen las mismas propiedades mentales. Una perspectiva análoga es la adoptada por Searle (1984) con su idea de que la conciencia −la mente− emerge como una propiedad de alto nivel del cerebro −la materia−, de la misma manera que la propiedad de ‘ser líquido’ emerge como una propiedad de alto nivel del agua.
Ambos autores extrapolan la
emergencia de propiedades en el ámbito de la física al ámbito de lo psicológico, asumiendo tácitamente que el problema de la emergencia tiene una solución clara en la física. Sin embargo, nuestras discusiones previas han puesto de manifiesto que, también en física, no resulta en modo alguno una tarea trivial el decidir acerca de la objetividad de las descripciones macroscópicas y, en consecuencia, acerca del status ontológico de las propiedades de alto nivel. Sobre la base de la analogía entre el problema mente-materia y los problemas anteriormente mencionados, es posible especular que el pluralismo ontológico puede suministrar una perspectiva filosófica prometedora a quienes rechazan el dualismo metafísico de mente y materia pero pretenden retener la objetividad de las propiedades y los procesos mentales.
6.- Conclusiones Con su realismo internalista, Putnam introduce un nuevo enfoque del tradicional debate entre objetivismo y subjetivismo: no se trata ya de elegir entre dos alternativas irreconciliables −conocimiento objetivo versus conocimiento subjetivo− sino de concebir el conocimiento en su dimensión ineludiblemente humana, donde la objetividad no puede ser más que objetividad para nosotros, constituida por una síntesis entre algún esquema conceptual y el material que suministra el sustrato nouménico. En el presente trabajo, hemos partido del análisis del problema del determinismo en sistemas altamente inestables, y hemos visto que las mismas dificultades reaparecen no sólo en otros ámbitos de la física, sino también fuera de ella, en incluso más allá de los límites de las ciencias naturales. Frente a estos problemas, el pluralismo ontológico basado en las tesis internalistas parece brindar una vía de salida, no sólo filosóficamente adecuada, sino que recoge las intuiciones
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prefilosóficas pero conceptualmente fundadas de los científicos que se niegan a relegar algunas de sus descripciones teóricas al ámbito de la subjetividad.
En definitiva, el
pluralismo ontológico nos permite comprender la constitución de las múltiples ontologías científicas y, a la vez, nos muestra que vivimos en una realidad fenoménica diversificada donde cobra sentido la emergencia de la novedad.
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