Will “El del Molino”
Robert Louis Stevenson
WILL “EL DEL MOLINO”1 Robert Louis Stevenson Traducción: Betty Curtis
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Will “El del Molino”
Robert Louis Stevenson
WILL “EL DEL MOLINO”1 Robert Louis Stevenson Traducción: Betty Curtis
La llanura y las estrellas El molino donde Will vivía con sus padres adoptivos se encontraba situado en un valle hundido entre bosques de abetos y grandes montañas. Arriba, las colinas surgían una tras otra desde las profundidades del tupido arbolado, perfilándose desnudas frente al trasfondo del cielo. Un poco más arriba, una aldea larga y gris yacía como una gasa o paño húmedo sobre la ladera de una colina poblada de árboles. Y cuando el viento era favorable el sonido de las campanas de la iglesia descendía fino y plateado hasta Will. Abajo, el valle se hacía cada vez más abrupto y, a la vez, se ensanchaba por ambos lados. Desde una prominencia cercana al molino era posible ver toda su extensión hasta la lejanía, una llanura ancha donde el río giraba y brillaba y se deslizaba de ciudad en ciudad en su viaje hacia el mar. Sucedía que en este valle había un desfiladero que se introducía en un reino vecino, de manera que el camino que bordeaba la orilla del río, aunque parecía tranquilo y rural, resultaba ser una carretera empinada que unía dos espléndidas y poderosas sociedades. Durante todo el verano, los carruajes de los viajeros subían dificultosamente o bajaban precipitadamente al pasar ante el molino. Y como ocurría que el lado opuesto era de ascenso mucho más fácil, la senda del molino era muy poco frecuentada, salvo por la gente que iba en una sola dirección. De todos los carruajes que Will veía pasar, cinco de seis bajaban en picado y sólo uno subía lentamente. Esto era mucho más corriente en el caso de los viandantes. Los turistas de pies ligeros, los vendedores ambulantes cargados de mercancías extrañas, solían ir hacia abajo como el río que acompañaba su camino. Y eso no era todo, porque cuando Will aún era niño una guerra desastrosa afectó a buena parte del mundo. Los periódicos traían detalles de derrotas y victorias. Los cascos de la caballería hacían resonar la tierra, y a menudo, durante muchos días y por millas a la redonda, el humo de la batalla aterrorizaba y apartaba a las buenas gentes de su trabajo en los campos. De todo esto no se dijo nada durante mucho tiempo en el valle hasta que, al fin, uno de los jefes condujo un ejército a marchas forzadas por el desfiladero y, durante tres días, caballos y hombres, cañones y carretas, tambores y estandartes pasaron en tropel hacia abajo por delante del molino. El 1El título resulta más sonoro en inglés por la pronunciación casi idéntica —variando únicamente la primera letra— del nombre de «Will» y la palabra «molino», «mill» en dicha lengua. Digitalización y corrección por Antiguo
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niño se pasaba todo el día de pie mirando las zancadas rítmicas, las caras pálidas, sin afeitar, ojerosas, los descoloridos uniformes reglamentarios y las banderas hechas jirones, que le producían una sensación de cansancio, lástima y asombro. Por la noche, cuando ya estaba en la cama, aún podía oír el retumbar del cañón, la marcha pesada de los pies y de grandes cantidades de armas fluyendo hacia adelante y hacia abajo que discurrían cerca del molino. Nadie en el valle oyó jamás el destino de la expedición porque quedaban alejados del chismorreo de aquellos tiempos turbulentos, pero Will se percató con claridad de que ninguno de los hombres regresaba. ¿Adonde fueron? ¿Adonde marcharon los turistas y los vendedores ambulantes con sus extrañas mercancías? ¿Adonde los carruajes ligeros que llevaban criados en los pescantes traseros? ¿Adonde el agua del arroyo, que siempre fluía río abajo y siempre resonaba desde arriba? Hasta el viento soplaba más a menudo valle abajo y transportaba con él las hojas muertas del otoño. Parecía una gran conspiración de seres animados e inanimados; todos iban hacia abajo, rápida y alegremente hacia abajo. Al parecer, sólo él se quedaba atrás, como un tronco al lado del camino. A veces se alegraba al advertir que los peces seguían nadando río arriba. Ellos, al menos, seguían siéndole fieles, mientras lo demás iba hacia abajo y hacia un mundo desconocido a toda prisa. Una tarde preguntó al molinero adonde iba el río. —Baja por el valle —le contestó— y mueve muchísimos molinos, ciento veinte, según dicen, desde aquí hasta Unterdeck, y aparentemente sin cansarse. Luego prosigue hacia las tierras bajas, y riega una gran extensión de maíz, y pasa por muchas ciudades hermosas (eso dicen) donde los reyes viven completamente solos en grandes palacios con un centinela montando guardia delante de la puerta. Pasa por debajo de puentes con estatuas de hombres que miran y sonríen curiosos hacia el agua y hombres de carne y hueso con los codos apoyados en la baranda mirando también hacia el agua. Y continúa más y más lejos, bajando por las marismas y las arenas, hasta que, por fin, cae al mar, donde se encuentran los buques que traen loros y tabaco de las Indias. ¡Ay, le espera un largo trote después de pasar murmurando sobre nuestra presa, bendito sea! —¿Qué es el mar? —preguntó Will. —¡El mar! —exclamó el molinero— ¡Que el Señor nos ayude a todos, es lo más grandioso que ha creado Dios! Es donde toda el agua del mundo se reúne en un gran lago salado. Yace allí, plano como mi mano y tan inocente como un niño. Hay quienes dicen que cuando sopla el viento forma montañas de agua más altas que cualquiera de las nuestras, engulle enormes barcos más grandes que nuestro molino y ruge tan fuerte que se puede oír desde muchísimas millas tierra adentro. Hay grandes peces en él, cinco veces más grandes que un toro, y una serpiente tan larga como nuestro río y tan vieja como el mundo, con bigotes de hombre y una corona de plata sobre la cabeza. Will pensó que jamás había oído nada parecido y continuó haciendo preguntas, una tras otra, acerca del mundo que yacía río abajo con todos sus peligros y maravillas, hasta que el viejo molinero también se interesó y, cogiéndole de la mano, le llevó hasta la cumbre de la colina desde donde se ve el valle y la llanura. El sol estaba a punto de ponerse y permanecía suspendido cerca del horizonte en un cielo sin nubes. Todo parecía nítido y glorioso bajo la luz dorada. Will jamás había visto una extensión de campo tan enorme en toda su vida; se quedó inmóvil y mirando concentrado. Podía ver las ciudades, los bosques, los campos y las relucientes curvas del río, hasta la lejanía, donde el final de la Digitalización y corrección por Antiguo
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llanura cortaba el cielo resplandeciente. Una emoción sobrecogedora se apoderó del alma y el cuerpo del joven; su corazón latía con tanta fuerza que no podía respirar; la escena giraba delante de sus ojos. El sol parecía dar vueltas una y otra vez; mientras giraba lanzaba formas extrañas que desaparecían con la rapidez del pensamiento y eran sucedidas por otras. Will se tapó la cara con las manos y estalló en un violento ataque de lágrimas. Al pobre molinero, tristemente desilusionado y perplejo, no se le ocurrió nada mejor que cogerle en brazos y llevarle a casa en silencio. Desde aquel día en adelante Will anduvo lleno de nuevas esperanzas y anhelos. Algo tiraba constantemente de las fibras de su corazón. El agua llevaba consigo sus deseos mientras él fantaseaba sobre su fugaz superficie. El viento le saludaba con palabras alentadoras mientras surcaba las innumerables copas de los árboles, con las ramas señalando hacia abajo. El camino se ofrecía mientras trazaba curvas, doblaba y desaparecía vertiginosamente valle abajo torturándole con sus solicitudes. Pasaba largos ratos en el promontorio mirando el cauce del río y más allá, hacia la planicie; miraba las nubes que viajaban sobre el viento torpe y arrastraban sus sombras moradas por la llanura. O se demoraba al lado del camino para seguir con los ojos a los carruajes que bajaban estrepitosamente cerca del río. No importaba lo que fuese; todo lo que llevara aquella dirección, fuese nube o carruaje, pájaro o el agua marrón del arroyo, él sentía que su corazón se le iba detrás en ansioso éxtasis. Nos dicen los hombres de ciencia que todas las aventuras de los marineros en el mar, todo ese ir y venir de tribus y razas que confunde a la historia antigua con su polvo y rumor, surgieron de algo tan abstruso como es la ley de la oferta y la demanda y de cierto instinto natural por los víveres baratos. A cualquiera que piense profundamente esto le parecerá una explicación aburrida y lastimosa. A las tribus que salieron en masa desde el norte y el este, si realmente fueron empujadas hacia delante por otras que venían detrás, les atraía a la vez la influencia magnética del sur y del oeste. Les había llegado la fama de otras tierras; el nombre de la ciudad eterna sonaba en sus oídos. No eran colonos, sino peregrinos. Ellos viajaban hacia el vino, el oro y la luz del sol, pero sus corazones buscaban algo más altivo. Esa divina inquietud, ese viejo y punzante tormento de la humanidad que marca todos los acontecimientos importantes y todos los fracasos miserables es el mismo que extendió las alas de Ícaro, el mismo que lanzó a Colón hacia el desolado Atlántico y que inspiró y apoyó a estos bárbaros en su peligrosa marcha. Hay una leyenda que refleja profundamente su espíritu. Un grupo avanzado de estos peregrinos se encontró con un hombre muy anciano con calzado de hierro. El viejecito les preguntó adonde iban y contestaron al unísono: «¡A la Ciudad Eterna!» Él los miró solemnemente. «Yo la he buscado —dijo— por la mayor parte del mundo. Llevo gastados en esta peregrinación tres pares de zapatos como los que calzo ahora en los pies y ahora el cuarto se desgasta con mis pasos. Durante todo este tiempo no he encontrado la ciudad». Y se volvió y prosiguió su camino en solitario, dejándoles atónitos. Lo dicho apenas se podía comparar con la intensidad de los sentimientos de Will hacia la llanura. Le parecía que la vista le quedaría purificada y aclarada si al menos pudiera viajar lo suficientemente lejos, que el oído se le agudizaría y que hasta su propio aliento entraría y saldría con más facilidad. Donde estaba, se sentía trasplantado y marchitándose; se encontraba en un país extraño y añoraba su hogar. Poco a poco tejía ideas dispersas acerca del mundo de allí abajo; acerca del río, siempre moviéndose y creciendo hasta Digitalización y corrección por Antiguo
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llegar y navegar en el océano majestuoso; acerca de las ciudades, llenas de gente enérgica y hermosa, de fuentes juguetonas, bandas de música y palacios de marfil, iluminadas de noche de un extremo al otro por doradas estrellas artificiales; acerca de las enormes iglesias, las sabias universidades, los bravos ejércitos y las cantidades insignes de dinero guardadas en cámaras acorazadas; acerca del vicio de volar alto cuando el sol brilla, y acerca de la cautela y la rapidez del crimen a medianoche. He dicho que estaba enfermo y como añorando su hogar, mas la apariencia se detiene ahí. Era como una persona postrada al crepúsculo, de preexistencia sin forma, que estiraba cariñosamente sus manos hacia la vida multicolor, multisonora. No era de extrañar que fuera infeliz; iría a contárselo a los peces. Ellos sí estaban hechos para la vida que tenían, no deseaban nada más que gusanos, agua corriente y un hueco junto a la orilla del río; pero él estaba hecho de otra manera, lleno de deseos y aspiraciones, comezón en los dedos y codicia en unos ojos a los que el abigarrado mundo no podía satisfacer con apariencias. La vida auténtica, el brillo del sol verdadero, se hallaba muy lejos, en la llanura. ¡Ah, poder ver la plenitud del sol tan sólo una vez antes de morir!, ¡moverse con el espíritu alegre por una tierra dorada!, ¡escuchar a los mejores cantantes, las dulces campanas de las iglesias, y ver los jardines engalanados de fiesta! «¡Ay, peces! —gritaba— ¡Si solamente volvieseis la cabeza río abajo podríais nadar tan fácilmente por aguas fabulosas y ver los enormes barcos navegando como nubes sobre vuestras cabezas, y escuchar a las grandes colinas de agua hacer música sobre vosotros durante todo el día!» Pero los peces continuaban mirando en la misma dirección y Will apenas sabía si reír o llorar. Hasta ese momento el movimiento del camino había transcurrido al lado de Will como algo visto en un cuadro. Quizás había intercambiado saludos con un turista o visto a un viejo caballero con una gorra de viaje en la ventanilla de un carruaje, pero lo visto había sido en gran medida meramente simbólico, como algo contemplado desde lejos y con un sentimiento un tanto supersticioso. Mas llegó el momento en que todo iba a cambiar. El molinero, que era un hombre codicioso a su manera, que nunca dejaba escapar la oportunidad de hacer una ganancia honesta, convirtió la casa-molino en posada, y, con varios y oportunos golpes de buena suerte, construyó establos y consiguió el puesto de administrador de correos del camino. Ahora, Will tenía la obligación de atender a la gente que se sentaba a comer en el pequeño cenador situado al otro extremo del jardín del molino. Y podéis estar seguros de que prestaba mucha atención y aprendía muchas cosas nuevas acerca del mundo exterior mientras traía la tortilla a la francesa o el vino. Más aún: muchas veces entablaba conversación con huéspedes solitarios y, a base de cortesía y de hábiles preguntas, no sólo satisfacía su propia curiosidad, sino que se ganaba la buena voluntad de los viajeros. Muchos daban la enhorabuena a la vieja pareja por su camarero. Un profesor se mostró ansioso de llevárselo con él y hacer que recibiera una educación adecuada en la llanura. El molinero y su mujer estaban asombradísimos y aún más complacidos. Pensaban que era una cosa muy buena haber abierto la posada. «Verá — comentaba el viejo—, tiene un talento especial para ser tabernero, ¡jamás será capaz de hacer otra cosa!» Y de esta manera, la vida transcurría en el valle satisfaciendo a todos menos a Will. Cada carruaje que se alejaba de la puerta de la posada parecía llevarse una parte de él. Y cuando la gente le ofrecía un viaje medio en broma a duras penas podía controlar su emoción. Noche tras noche, soñaba que le despertaban unos criados alborotados y que un carruaje espléndido esperaba en la puerta para llevarle a la llanura, Digitalización y corrección por Antiguo
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noche tras noche, hasta que el sueño, que le había parecido pura frivolidad al comienzo, empezó a tomar un aspecto más serio, y el aviso nocturno y el carruaje a la espera ocuparon un lugar tan temido como deseado en su mente. Un día, cuando Will tendría unos dieciséis años, un joven gordo llegó al atardecer para pasar la noche. Era un tipo de aspecto contento, de mirada alegre, y llevaba una mochila. Mientras le preparaban la comida, se sentó en el cenador a leer un libro, pero en cuanto empezó a observar a Will dejó el libro a un lado. Estaba claro que era una de esas personas que prefieren a la gente de carne y hueso que a la de tinta y papel. Al principio Will no se interesó mucho en el extraño, pero pronto empezó a disfrutar inmensamente de su conversación porque estaba llena de buen humor y sensatez, hasta que, finalmente, concibió un gran respeto por su carácter y sabiduría. Permanecieron juntos hasta muy entrada la noche, y hacia las dos de la madrugada Will abrió su corazón al joven y le confesó lo mucho que deseaba marcharse del valle y las optimistas esperanzas que albergaba en relación con las ciudades de la llanura. El joven silbó y luego irrumpió en una sonrisa. —Mi joven amigo —exclamó—, eres un chaval muy curioso y, por cierto, deseas muchísimas cosas que jamás conseguirás. Te sentirías muy avergonzado si supieras que los chavales de esas ciudades que tú crees de cuentos de hadas desean todos las mismas tonterías y ansian de corazón llegar a las montañas. Permite que te diga que aquellos que bajan a la llanura permanecen allí poco tiempo antes de desear vehementemente el regreso a casa. El aire no es tan ligero ni tan puro, y tampoco el sol es tan brillante. En cuanto a los hombres y las mujeres hermosos, verías a muchos de ellos vistiendo harapos y a otros deformados por enfermedades horribles. La ciudad es un lugar tan duro para las personas que son pobres y sensibles que muchos prefieren morir por su propia mano. —Debes de pensar que soy muy simple —contestó Will—. Aunque jamás he salido de este valle, me fijo mucho en las cosas, créeme. Sé que una cosa vive dependiendo de otra; por ejemplo, el pez que se esconde en el remolino para atrapar a sus compañeros o el pastor que lleva un cordero a casa ofreciendo una estampa enternecedora, cuando tan sólo lo lleva para comerlo. No espero hallar la perfección en tus ciudades. Eso no es lo que me preocupa, bien que ocurriera alguna vez. Aunque siempre he vivido aquí, he hecho muchas preguntas y aprendido muchas cosas durante estos últimos años, lo suficiente como para curar mis viejas fantasías; pero ¿me dejarías morir como un perro sin ver todo lo que hay que ver y hacer todo aquello que pueda hacer un hombre, sea bueno o malo? ¿Consentirías que pasara todos mis días entre este camino y el río sin ni siquiera intentar superarme y vivir mi vida? Preferiría morir joven —alzó la voz— antes que permanecer indeciso como he hecho hasta ahora. —Miles de personas —dijo el joven— viven y mueren como tú y no son menos felices. —¡Ah! —respondió Will— Si hay miles que quieren quedarse, ¿por qué uno de ellos no puede ocupar mi sitio? Estaba muy oscuro. Había una linterna colgada en el cenador que iluminaba la mesa y las caras de los interlocutores, y, a lo largo del arco, las hojas del enrejado, iluminadas frente al cielo oscuro de la noche, creaban como un dibujo de verde transparencia sobre un morado oscuro. El joven gordo se levantó y cogiendo a Will por el brazo le llevó bajo el cielo abierto. —¿Alguna vez has mirado las estrellas? —preguntó, señalando hacia arriba. Digitalización y corrección por Antiguo
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—Muy, muy a menudo —contestó Will. —¿Y sabes lo que son? —Me he imaginado muchas cosas. —Son mundos como el nuestro —dijo el joven—. Unas son más pequeñas; otras, un millón de veces más grandes, pero algunas de las que ves y menos brillan son no sólo mundos, sino racimos enteros de mundos girando sobre sí en medio del espacio. Desconocemos lo que puede haber en ellos: quizá, la respuesta a todos nuestros problemas, o la cura de nuestros sufrimientos. Y, sin embargo, jamás podremos llegar a tocarlas. Toda la destreza del nombre más astuto es insuficiente para equipar una nave que llegue hasta la más cercana de estas nuestras vecinas; la vida del hombre más longevo sería insuficiente para realizar ese viaje. Mientras se pierde una gran batalla o muere un amigo, mientras estamos tristes o, por el contrario, animadísimos, ellas permanecen allí, brillando incansablemente encima de nosotros. Podríamos reunirnos aquí abajo formando un ejército entero y gritar hasta partirnos el corazón, que no les llegaría ni un susurro. Podríamos escalar las montañas más altas y no conseguiríamos estar más cerca de ellas. Lo único que podemos hacer es ponernos de pie aquí en el jardín y quitarnos el sombrero. La luz de las estrellas ilumina nuestras cabezas y, aunque la mía está un poco calva, me atrevo a decir que puedes verla brillar en la oscuridad. La montaña y el ratón. Probablemente es lo único que tengamos que ver con Arcturus o Aldebarán2. ¿Puedes aplicarte la parábola? —añadió, poniendo su mano sobre el hombro de Will—. No es lo mismo que una razón, pero, por lo general, sí mucho más convincente. Will permaneció cabizbajo un momento, pero luego alzó la cabeza hacia el cielo una vez más. Las estrellas parecían crecer y brillar con más fuerza y, a medida que elevaba sus ojos cada vez más alto, parecían multiplicarse bajo su mirada. —Ya veo —dijo, volviéndose hacia el joven—. Estamos en una ratonera. —Algo parecido. ¿Alguna vez viste una ardilla dando vueltas en su jaula? ¿Y a otra ardilla sentada mirando filosóficamente sus nueces? No hace falta que te pregunte cuál de ellas parecía más tonta. Marjory, la hija del párroco Después de algunos años, los ancianos murieron, ambos en el mismo invierno, después de haber sido atendidos cuidadosamente y después llorados en silencio por su hijo adoptivo. Conociendo sus ansias de marchar, la gente supuso que Will se daría prisa en vender la propiedad y bajar por el río en busca de fortuna, pero jamás hubo indicio de intención semejante por su parte. Por el contrario, mandó hacer mejoras en la posada y contrató a un par de criados que le ayudasen a llevarla. Allí echó raíces como joven amable, comunicativo, aunque inescrutable, que medía dos metros y tres centímetros descalzo, con una constitución de hierro y una voz amistosa. Pronto empezó a destacar en el distrito como un individuo singular. No era de extrañar, porque, desde un principio, siempre estuvo lleno de ideas y continuamente ponía en duda al más llano sentido común; pero lo que suscitó más rumores sobre él fue la curiosa circunstancia de su noviazgo con 2Arcturus o Arturo es una estrella de primera magnitud de la constelación del Boyero. Aldebarán es una estrella brillantísima, la principal de la constelación del Toro. Digitalización y corrección por Antiguo
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Marjory, la hija del párroco. Marjory era una jovencita de unos diecinueve años, cuando Will tendría unos treinta. Bien parecida y mucho mejor educada que cualquier otra chica del contorno, como era lógico por su origen, llevaba la cabeza muy erguida y ya había rechazado varias ofertas de matrimonio con gran aplomo, lo que llevó a los vecinos a hablar mal de ella. A pesar de todo, era una buena chica, una chica que habría hecho muy feliz a cualquier hombre. Will la había visto pocas veces. Aunque la iglesia y la casa del párroco se encontraban a sólo dos millas de su puerta, no era habitual que fuese allí salvo los domingos. Sin embargo, sucedió que la casa del párroco se encontraba en malas condiciones y tenía que ser rehabilitada. Éste y su hija se instalaron durante un mes aproximadamente, a un precio muy reducido, en la posada de Will. Bien; nuestro amigo era un hombre acomodado, con la posada, el molino y los ahorros del viejo molinero; además, tenía fama de astuto y de tener buen carácter, factores que juegan un papel importante en el matrimonio. De ahí que fuesen corrientes entre sus detractores los rumores de que el párroco y su hija no habían escogido su morada provisional a ojos cerrados; aunque Will era quizás el último hombre del mundo que se casaría por halagos o amedrentado. Sólo había que mirar sus ojos, límpidos y tranquilos como estanques de agua, aunque con una especie de luz clara que parecía emanar del interior, y uno comprendía en seguida que era un hombre que sabía lo que quería y que lo defendería a toda costa. Marjory tampoco era ninguna debilucha a juzgar por su aspecto, con ojos fuertes y firmes y un porte resuelto y tranquilo. La pregunta podría ser si, aun así, igualaba a Will en tenacidad, o cuál de ellos llevaría los pantalones en el matrimonio. Pero Marjory jamás había pensado en eso, y acompañó a su padre con la más incuestionable e impertérrita inocencia. La temporada apenas comenzaba y los clientes de Will eran pocos y espaciados, pero las lilas ya estaban en flor y el tiempo era tan benigno que el grupo comía debajo del enrejado, con el murmullo del río en sus oídos y los cantos de los pájaros que llenaban los bosques. Will pronto empezó a sentir cierto placer en esas comidas. El párroco era un compañero algo aburrido que tenía la costumbre de dormitar en la mesa después de comer, pero de sus labios jamás salía una palabra grosera o cruel. Y en cuanto a la hija, encajaba en el ambiente con la mejor gracia imaginable, y cualquier cosa que dijese parecía tan oportuna y bonita que Will se formó una idea maravillosa de su manera de ser. Veía su cara, al inclinarse ella hacia adelante, frente a un trasfondo de pinares que se elevaban; sus ojos brillaban pacíficamente y la luz rodeaba su pelo como un pañuelo. Algo que apenas llegaba a ser una sonrisa surcaba sus pálidas mejillas, y Will no podía contenerse y la miraba con agradable desmayo. Parecía, incluso en sus momentos más tranquilos, tan completa en sí misma y tan llena de vida, desde la punta de los dedos hasta el mismísimo dobladillo de su vestido, que el resto de la creación no era más que un borrón comparado con ella. Si Will apartaba la vista de ella los árboles de su alrededor parecían inanimados y sin sentido, las nubes colgaban como cosas muertas en el cielo y hasta las cumbres de las montañas perdían su encanto. El valle entero no podía compararse con el aspecto de esta joven singular. Will se mostraba siempre observador con sus conocidos, pero su observación se hacía casi dolorosamente ansiosa al tratarse de Marjory. Escuchaba cuanto decía y, a la vez, leía en sus ojos el comentario oculto. Muchas palabras amables, sencillas y sinceras encontraron eco en su corazón. Descubrió un alma hermosa y centrada en sí misma, que Digitalización y corrección por Antiguo
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jamás dudaba, jamás deseaba y estaba en paz. Era imposible separar los pensamientos de su apariencia; el contorno de su muñeca, el plácido sonido de su voz, la luz de sus ojos, las líneas de su cuerpo eran acordes con sus palabras, graves y gentiles, como el acompañamiento que sostiene y armoniza la voz del cantante. Su influencia era una sola cosa, sin división ni discusión posible, que únicamente podía sentirse con gratitud y alegría. A Will su presencia le recordaba algo de su niñez, y el pensamiento de ella ocupaba un sitio en su mente al lado del alba, el agua corriente, las violetas y las lilas tempranas. Una propiedad de las cosas que se ven por primera vez, o por primera vez después de mucho tiempo, como las flores en primavera, es que hacen renacer en nosotros ese sentimiento olvidado y esa impresión de extrañeza mística que de otro modo desaparece de nuestra vida con el paso de los años; pero la visión de un rostro amado es lo que renueva el carácter de un hombre desde el fondo de sus raíces. Un día, después de comer, Will daba un paseo entre los abetos. Una grave beatitud le poseía de pies a cabeza, y no dejaba de sonreírse a sí mismo y al paisaje mientras caminaba. El río fluía con un bonito murmullo entre las piedras que permitían cruzarlo. Un pájaro cantaba ruidosamente en el bosque; las cimas de las colinas parecían enormemente altas y, cuando les echaba una ojeada de vez en cuando, parecían contemplar sus movimientos con una benévola aunque tremenda curiosidad. Su paseo le condujo a la prominencia desde la que se divisaba la llanura, y allí se sentó sobre una piedra y quedó inmerso en profunda y placentera meditación. La llanura yacía lejana, con sus ciudades y el río plateado; todo estaba dormido salvo un gran remolino de pájaros que subían y bajaban dando vueltas y más vueltas en el aire azul. Repetía el nombre de Marjory en voz alta y su sonido le agradaba al oído. Cerró los ojos y su imagen saltó ante él tranquila y luminosa, acompañada de buenos pensamientos. El río podía fluir para siempre y los pájaros volar más y más alto hasta llegar a las estrellas. Entendió que era una actividad sin sentido, porque allí, sin mover un pie, esperando pacientemente en su propio y estrecho valle, también él había logrado lo mejor de la vida. Al día siguiente Will hizo una especie de declaración a la hora de comer mientras el párroco llenaba su pipa. —Señorita Marjory —dijo—, jamás he conocido a nadie que me gustase tanto como usted. Soy un hombre bastante frío y poco amable, no por falta de sentimiento, sino por mi extraña manera de pensar, y la gente parece estar muy apartada de mí. Es como si hubiese un círculo a mi alrededor que mantiene a todos alejados salvo a usted. Puedo oír a los demás hablar y reír, pero usted está mucho más cerca. ¿Quizás resulta desagradable lo que digo? —preguntó. Marjory no contestó. —Responde, hija —dijo el párroco. —No, aguarde —comentó Will—. Yo no la obligaría, señor. Yo mismo, que no estoy acostumbrado a ello, me siento cohibido, y ella es una mujer, pero poco más que una niña, si lo pensamos fríamente. Por mi parte y por lo que entiendo que la gente dice cuando habla de ello, me imagino que debo de estar lo que se dice enamorado. No quiero comprometerme porque puedo estar equivocado, pero así es como creo que me siento. Si la señorita Marjory siente de un modo distinto quizá sería tan amable de manifestarlo con la cabeza. Marjory permanecía en silencio y no daba señal de haber oído. Digitalización y corrección por Antiguo
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—¿Qué opina, señor? —preguntó Will. —La chica tiene que contestar —respondió el párroco, dejando a un lado su pipa—. Aquí nuestro vecino dice que te ama, Madge. ¿Le amas tú, sí o no? —Creo que sí le amo —dijo Marjory con voz débil. —¡Bien, pues eso es todo cuanto se puede desear! —gritó Will con fuerza. Tomó la mano de ella a través de la mesa y la sujetó un momento entre las suyas con gran satisfacción. —Deben casarse —observó el párroco, que volvió a ponerse la pipa en la boca. —¿Piensa usted que es lo correcto? —preguntó Will. —Es indispensable —contestó el párroco. —Muy bien —concluyó el pretendiente. Pasaron dos o tres días de gran alegría para Will, aunque un espectador apenas se habría enterado. Continuó comiendo frente a Marjory, hablando con ella y contemplándola fijamente en presencia de su padre, pero no intentó verla a solas, ni cambió de forma alguna su conducta hacia ella, manteniendo la misma del principio. Quizá la chica estaba un poco desilusionada y quizá con razón; y sin embargo, si hubiera sido suficiente el hecho de estar continuamente en los pensamientos de otro, y, de esa forma, afectar y cambiar su vida por completo, podía darse por satisfecha. Pues nunca se alejaba del pensamiento de Will ni por un instante. Éste se sentaba cerca del arroyo y miraba los remolinos de agua, los atentos peces y las hierbas que se resistían al paso del agua. Paseaba solo en los atardeceres con los mirlos del bosque trinando a su alrededor. Se levantaba temprano por la mañana y veía el cielo cambiar del gris al dorado y la luz saltar por encima de la cumbre de las colinas. Mientras tanto, se preguntaba si no había visto antes estas cosas y qué las hacía parecer tan diferentes ahora. El sonido de la rueda del molino o el del viento entre los árboles confundían y cautivaban su corazón. Los pensamientos más encantadores se le ocurrían sin esfuerzo. Era tan feliz que no podía dormir por la noche, y se sentía tan inquieto que apenas podía sentarse tranquilamente cuando no estaba con ella. Sin embargo, parecía que la evitara en vez de buscarla. Un día, cuando él volvía de un paseo, encontró a Marjory cogiendo flores en el jardín, y cuando llegó hasta ella acortó el paso y prosiguió caminando a su lado. —¿Te gustan las flores? —preguntó. —Claro que sí; me gustan muchísimo —respondió ella—. ¿Y a ti? —Pues no —dijo él—, no tanto. Son algo sin importancia, al fin y al cabo. Puedo entender que gusten mucho a la gente, pero no como para hacer lo que tú estás haciendo en este momento. —¿Cómo? —inquirió ella, deteniéndose y mirándole. —Cortarlas —señaló él—. Se encuentran mucho mejor donde están y son mucho más bonitas, si hablamos de eso. —Deseo tenerlas sólo para mí —contestó ella—, llevarlas cerca de mi corazón y ponerlas en mi habitación. Me tientan cuando están aquí; parecen decir «Acércate y haz algo con nosotras». Pero una vez que las he cortado y las pongo a un lado el encanto se rompe y puedo mirarlas con el corazón tranquilo. —Tú deseas poseerlas —dijo Will— para no pensar más en ellas. Es como matar la gallina de los huevos de oro. Se parece a lo que yo deseaba hacer cuando era un niño. Me encantaba mirar la llanura, deseaba bajar hasta allá..., donde ya no podría mirarla más desde arriba. ¿No era un buen razonamiento? ¡Ay de mí! Querida, si todo el mundo Digitalización y corrección por Antiguo
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pensara como yo harían lo mismo; y tú dejarías las flores en paz, igual que yo me he quedado aquí en las montañas—. De repente se calló bruscamente. —¡Dios santo! — gritó. Cuando ella le preguntó qué pasaba él ignoró la pregunta y se alejó caminando hacia la casa con una expresión divertida en la cara. Estuvo silencioso en la mesa y luego, al caer la noche y salir las estrellas, paseó durante horas por el patio y el jardín con paso desigual. Aún había luz en la ventana de la habitación de Marjory, un pequeño rectángulo de color naranja en un mundo de colinas de color azul oscuro y estrellas plateadas. Los pensamientos de Will se concentraban en la ventana, pero no eran los pensamientos de un enamorado. «Allí está ella en su habitación —pensaba—, y las estrellas, allá en lo alto... ¡benditas sean las dos!» Ambas constituían una buena influencia en su vida; ambas le tranquilizaban y apoyaban en su profundo contento con el mundo. ¿Y qué otra cosa podría desear de ellas? El joven gordo y sus consejos estaban tan presentes en su mente que echó la cabeza hacia atrás y, poniendo las manos al lado de la boca, gritó hacia el cielo poblado de estrellas. Ya fuese por la posición de su cabeza o por la repentina tensión del esfuerzo, le pareció ver una sacudida momentánea entre las estrellas y una luz escarchada que se difundía y saltaba de una a otra por el cielo. En ese mismo instante una esquina de la persiana subió y bajó rápidamente. ¡Soltó una fuerte carcajada! «¡Una y otra! —pensó Will— Las estrellas tiemblan y la persiana sube. ¡Por Dios, qué gran mago debo de ser! Y ahora, si yo fuera tonto, ¿no estaría bien liado?» Y se marchó a la cama riéndose entre dientes. «¡Si yo fuera tonto!» A la mañana siguiente, muy temprano, la vio de nuevo en el jardín y fue en su busca. —He estado pensando en lo de casarnos —comenzó a hablar bruscamente— y, después de darle muchas vueltas, he decidido que no vale la pena. Ella se volvió hacia él un instante apenas, pero el aspecto radiante y amable de Will habría desconcertado a un ángel en tales circunstancias; Marjory volvió a mirar al suelo en silencio. Él la vio temblar. —Espero que no te moleste —continuó, un poco sorprendido—. No debe molestarte. Lo he pensado muy bien y, caramba, por más que lo pienso, no tiene sentido. Nunca estaremos ni una pizca más unidos de lo que estamos ahora mismo y, si soy sensato, tampoco seremos más felices que ahora. —No hace falta que des tantos rodeos conmigo —dijo ella—. Recuerdo muy bien que te negaste a comprometerte, y ahora veo que estabas equivocado y que en realidad jamás me has amado; sólo puedo entristecerme por haber sido tan engañada. Entiendes lo que quiero decir. En cuanto a si te he amado o no, dejaré eso para otros. Pero ni mis sentimientos han cambiado ni puedes presumir de haber hecho que mi vida o mi carácter sean distintos de lo que eran. Lo que digo es lo que siento, ni más ni menos. Pienso que casarse no tiene sentido. Preferiría que siguieses viviendo con tu padre, de manera que yo pudiera ir a verte una o quizás dos veces por semana, como la gente va a la iglesia, y de esa forma los dos seríamos más felices entre esos ratos. Esa es mi idea, aunque me casaré contigo si tú lo quieres —añadió. —¿Te das cuenta que me estás insultando? —estalló ella. —Yo no, Marjory —replicó él—. Si de algo vale tener la conciencia tranquila, yo no. Ofrezco lo mejor de mi corazón. Puedes aceptarlo o no, aunque sospecho que cambiar lo Digitalización y corrección por Antiguo
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que ya se ha hecho y dejarme libre de amores es superior a tu poder y al mío. Me casaré contigo si quieres, pero te digo una y otra vez que no vale la pena y que será mejor que continuemos siendo amigos. Aunque soy un hombre tranquilo, me he fijado durante mi vida en muchas cosas; confía en mí y acepta lo que te propongo. Si no te gusta di una palabra y me casaré contigo sin pensarlo más. Hubo una pausa considerable, y Will, que comenzaba a sentirse incómodo, empezó a enfadarse como consecuencia. —Parece que eres demasiado orgullosa para decir lo que piensas —dijo él—. Créeme que eso es una pena. La verdad simplifica la vida. ¿Puede un hombre ser más franco y honorable con una mujer de lo que yo he sido? Dije lo que tenía que decir y te he dado a elegir. ¿Quieres que me case contigo?, ¿o aceptas mi amistad, tal como yo considero mejor?, ¿o ya te has hartado de mí para siempre? ¡Di lo que piensas, por amor de Dios! Ya sabes que tu padre dijo que una mujer debe decir lo que piensa en estos asuntos. Ella pareció recuperarse con eso, se dio la vuelta sin mediar palabra, cruzó el jardín rápidamente y desapareció en la casa, dejando a Will confuso como resultado. Éste dio vueltas y más vueltas por el jardín, silbando suavemente para sí. De vez en cuando se detenía y contemplaba el cielo y las cumbres de las colinas; otras veces bajaba hasta el final de la presa, sentándose y mirando al agua como un tonto. Toda esta incertidumbre y perturbación eran tan ajenas a su naturaleza y a la vida que tan resueltamente había escogido que empezó a arrepentirse de la aparición de Marjory. «Al fin y al cabo —pensó—, yo era todo lo feliz que un hombre puede ser. Podía bajar hasta aquí y mirar a mis peces todo el día si me apetecía. Estaba adaptado y contento como mi viejo molino.» Marjory bajó a cenar muy elegante y tranquila, pero, nada más reunirse los tres en la mesa, soltó un discurso a su padre con los ojos fijos en el plato y sin mostrar ninguna señal de desconcierto o embarazo. —Padre —empezó—, el señor Will y yo estuvimos conversando. Nos hemos dado cuenta de que ambos estábamos equivocados acerca de nuestros sentimientos y, a petición mía, está de acuerdo en que nos olvidemos por completo de casarnos y en que debe continuar siendo un muy buen amigo como hasta ahora. Verás, no ha habido ni asomo de discusión y espero que le veamos mucho en el futuro, ya que sus visitas siempre serán bienvenidas en nuestra casa. Naturalmente, padre, tú sabrás lo que es mejor, pero quizás haríamos bien en dejar la casa del señor Will de momento. Después de lo ocurrido, creo que difícilmente seríamos buenos inquilinos durante más días. Will, que se había controlado con dificultad desde el principio, al oír esto pronunció un ruido inarticulado y levantó una mano con aspecto de verdadera consternación, como si estuviera a punto de intervenir y contradecir, pero ella le frenó enseguida, mirándole furtivamente con la mejilla ruborizada de rabia. —Quizá tengas la amabilidad —dijo ella— de permitir que explique lo ocurrido a mi manera. Will estaba completamente desconcertado por su expresión y por el tono de su voz. Se mantuvo callado, llegando a la conclusión de que había ciertas cosas acerca de esta joven que no llegaba a comprender. Y tenía toda la razón. El pobre párroco estaba muy alicaído. Intentó demostrar que sólo se trataba de un disgusto entre enamorados que desaparecería antes del anochecer y, cuando tal argumento Digitalización y corrección por Antiguo
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le fue rebatido, prosiguió afirmando que donde no había riña tampoco hacía falta separación, ya que al buen hombre le gustaban tanto el entretenimiento como su anfitrión. Resultaba curioso ver cómo los manejaba la chica, siempre con pocas palabras y éstas muy tranquilas, pero haciendo con ellos lo que le daba la gana, dirigiéndolos insensiblemente a su antojo con tacto femenino y don de mando. Nada parecía ser cosa suya —como si las cosas sucedieran por azar—, ni siquiera que ella y su padre se mudaran esa misma tarde en un carretón y se fueran valle abajo a esperar en otra aldea a que su casa estuviese lista. Pero Will la había estado observando atentamente y era consciente de su destreza y resolución. Cuando se halló solo tuvo muchísimas cosas curiosas en las que pensar. Para empezar, estaba muy triste y solitario. Todo interés había desaparecido de su vida; podía observar las estrellas cuanto quisiera, que ya no encontraba en ellas apoyo ni consuelo. Se encontraba en total estado de confusión acerca de Marjory. Se había sentido perplejo e irritado con su comportamiento, pero tampoco podía dejar de admirarlo. Le pareció reconocer en aquel alma tranquila a un ángel fino y perverso que hasta ahora no había sospechado. Y aunque la veía como una influencia que encajaría mal en su calmosa vida, no podía resistir el deseo ardiente de poseerla. Como hombre que ha vivido entre sombras y de pronto se enfrenta al sol, se sentía a la vez afligido y encantado. Según iban pasando los días, iba de un extremo a otro, ora admirándose de la fuerza de su determinación, ora despreciando su cautela tímida y absurda. Quizás lo uno era el verdadero sentimiento de su corazón y representaba bien las reflexiones del hombre, pero lo otro explotaba de vez en cuando con una violencia ingobernable y entonces se olvidaba de toda consideración, daba vueltas en su casa y jardín o caminaba entre los bosques de pinos como alguien que se ha vuelto loco de remordimiento. Esta situación era intolerable para el Will tranquilo de ideas fijas, y decidió terminar con ella a cualquier precio. De modo que una tarde calurosa de verano se puso sus mejores prendas, cogió una varilla de espino y se encaminó valle abajo por la orilla del río. Al tomar esta determinación había recuperado de pronto su acostumbrada paz interior, y disfrutaba del tiempo soleado y la diversidad del paisaje sin ninguna adición de sobresalto ni desagradable impaciencia. Casi le daba igual cómo se resolviese el asunto. Si le aceptaba tendría que casarse con ella esta vez, algo que podría resultar bien a la larga. Si le rechazaba habría hecho todo lo posible y podría seguir su propio camino con la conciencia tranquila. En general, deseaba que le rechazara, pero cuando vio asomar el techo marrón que la cobijaba por detrás de unos sauces que había en un ángulo del arroyo anduvo medio dispuesto a cambiar su deseo, avergonzándose de su falta de firmeza en el propósito. Marjory parecía contenta de verle y le dio la mano sin afectación ni demora. —He estado pensando en el matrimonio —empezó él. —Y yo también —respondió ella—. Cada día te tengo más por hombre muy sabio. Me entiendes mejor de lo que yo me entendía a mí misma y ahora estoy convencida de que las cosas están mejor como están. —A la vez... —aventuró Will. —Debes de estar cansado —interrumpió ella—. Toma asiento y deja que te traiga un vaso de vino. La tarde es muy calurosa y deseo que la visita no te desagrade. Tienes que venir muy a menudo, una vez a la semana si dispones de tiempo. Siempre me alegra mucho ver a mis amigos. Digitalización y corrección por Antiguo
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«Ah, muy bien —pensó Will en su interior—. Parece ser que yo tenía razón al fin y al cabo.» Disfrutó de una visita muy agradable, se fue caminando a casa de muy buen humor y no se preocupó más del asunto. Durante casi tres años Will y Marjory continuaron en los mismos términos, viéndose una o dos veces por semana sin pronunciar una sola palabra de amor entre ellos, y, durante todo ese tiempo, pienso que Will fue de lo más feliz que puede llegar a ser un hombre. A veces se privaba del placer de verla; llegaba a recorrer medio camino hacia la casa del párroco para terminar dando la vuelta, como para estimular el apetito. De hecho, había un recodo en el camino desde el que se podía ver la cruz de la iglesia metida en una hendidura del valle, entre bosques de abetos inclinados y una pequeña vista de la llanura al fondo, que le gustaba mucho como lugar para sentarse y meditar antes de volver a casa. Los campesinos se acostumbraron tanto a encontrarle allí al anochecer que le dieron el nombre de «recodo de Will el del molino». Pasados los tres años, Marjory le hizo una mala jugada, casándose de repente con otra persona. Will mantuvo la compostura con valentía y solamente comentó que, por lo poco que él sabía de las mujeres, había sido muy prudente no habiéndose casado con ella tres años atrás. Ella, obviamente, conocía poco su propia mente y, a pesar de su engañoso modo de ser, era tan inconstante y frivola como todas las demás. Tenía que felicitarse por haberse librado, dijo, y estaba, si cabía, más orgulloso de su propio juicio. Pero su corazón se manifestaba razonablemente disgustado en su interior. Anduvo deprimido durante un mes o dos y adelgazó mucho, para asombro de sus trabajadores. Fue quizás un año después de esta boda cuando, muy entrada una noche, Will fue despertado por el sonido de un caballo que galopaba por el camino, seguido de golpes precipitados en la puerta de la posada. Abrió su ventana y vio a un campesino montado que sujetaba la brida de otro caballo y le pedía que se diera toda la prisa del mundo y le acompañara porque Marjory se moría y había pedido urgentemente que le llevara a la cabecera de su cama. Will no era un buen jinete, y tardó tanto en su viaje que la pobre y joven esposa estaba muy cerca del final cuando al fin llegó. Pudieron hablar unos minutos en privado, y estuvo presente y lloró amargamente cuando ella dio el último suspiro. La muerte Los años pasaban como si nada, entre grandes manifestaciones y protestas en las ciudades de la llanura. Surgían revueltas rojas que eran suprimidas con sangre. Las batallas iban y venían. Pacientes astrónomos, en sus torres de observación, identificaban y bautizaban estrellas nuevas. Se interpretaban obras teatrales en iluminados teatros. La gente era llevada a los hospitales en camilla. Se producía el tumulto y la agitación de la vida humana normales en los centros abarrotados. Arriba, en el valle de Will, solamente el viento y las estaciones hacían época. Los peces se mantenían suspendidos en el rápido arroyo, los pájaros giraban en el cielo, las copas de los abetos susurraban bajo las estrellas y las altas colinas dominaban todo. Will iba y venía cuidando de su posada del camino, hasta que la nieve empezó a poblar su cabellera. Su corazón era joven y vigoroso y sus pulsaciones mantenían un ritmo sobrio, latiendo fuertes y regulares en sus muñecas. Tenía las mejillas sonrosadas como una manzana madura. Andaba un poco encorvado, pero su Digitalización y corrección por Antiguo
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paso todavía era firme, y sus nervudas manos se alargaban hacia todo el mundo con un amistoso apretón. Su cara estaba surcada por aquellas arrugas que se obtienen al aire libre y que, bien miradas, no son más que una especie de bronceado permanente. Esas arrugas aumentan la estupidez de las caras estúpidas, pero a una persona como Will, de ojos claros y boca sonriente, no hacen sino añadirle otro atractivo atestiguando una vida sencilla y cómoda. Su conversación rebosaba de sabios refranes. Le gustaban los demás, y a los demás les gustaba él. Cuando el valle estaba repleto de turistas en verano, había noches alegres en el cenador de Will, y sus opiniones, que parecían caprichosas a sus vecinos, eran a menudo muy admiradas por la gente erudita de las ciudades y universidades. En verdad, tenía una vejez muy noble y cada día era más conocido, tanto que su fama llegó hasta las ciudades de la llanura y los jóvenes que habían sido viajeros veraniegos hacían tertulia en los cafés hablando de Will «el del molino» y de su filosofía rústica. Tuvo muchísimas invitaciones, podéis estar seguros, pero nada le tentaba a dejar su valle de la tierra alta; movía la cabeza y soreía por encima de su pipa de tabaco respondiendo con mucha intención: «Llega usted demasiado tarde. Ahora soy un hombre muerto; he vivido y ya he muerto. Hace cincuenta años el corazón me habría saltado a la boca, pero ahora no me tentáis, porque ese es el objeto de una vida larga, que el hombre deje de interesarse por la vida.» Y en otra ocasión: «Sólo hay una diferencia entre una vida larga y una buena comida: que en la comida los postres vienen al final»; o bien: «Cuando era niño andaba algo confuso y apenas sabía si era yo o el mundo lo que era curioso y merecía la pena ser investigado. Ahora sé que soy yo, y me limito a eso.» No mostró síntoma alguno de debilidad y se mantuvo robusto y firme hasta el final. No obstante, dicen que se hizo cada vez más taciturno en los días postreros y escuchaba a los demás durante horas sumido en un silencio divertido y benévolo. Cuando por fin hablaba, iba directamente al grano y sus palabras salían cargadas de la experiencia que da la vejez. Bebía una botella de vino con alegría; sobre todo, a la puesta del sol en la cima de una colina o bastante entrada la noche bajo las estrellas en el cenador. Ver algo atractivo e inalcanzable sazonaba su capacidad de placer, solía decir. Afirmaba que había vivido lo suficiente para admirar una vela tanto más cuando podía compararla a un planeta. Una noche, cuando contaba setenta y dos años de edad, despertó en la cama en tal estado de desconcierto de cuerpo y alma que se levantó, se vistió y salió a meditar al cenador. Todo estaba negro como la boca de un lobo y no había ni una estrella. El río marchaba crecido. Los bosques y las praderas mojadas cargaban el aire de su perfume. Había tronado durante el día y se prometía más tormenta para la mañana. ¡Una noche tenebrosa y bochornosa para un hombre de setenta y dos años! No sabemos si fue el clima, el desvelo o un poco de calentura en sus viejos huesos, el caso es que la mente de Will fue asediada por tumultuosos y atroces recuerdos. Su juventud, la noche con el joven gordo, la muerte de sus padres adoptivos, los días de verano con Marjory y muchas de esas pequeñas circunstancias que a otro no le parecen nada y, sin embargo, son para un hombre la esencia misma de su propia vida —cosas vistas, palabras oídas y libros mal entendidos— se alzaron de sus escondites y concitaron su atención. Los mismísimos muertos estaban con él, no tan sólo participando de esa fina demostración de memoria que desfilaba por su cerebro, sino reavivando sus sentidos corporales al igual que lo hacen los sueños profundos y vívidos. El joven gordo apoyaba sus codos sobre la mesa de enfrente; Marjory iba y venía con un delantal lleno de flores entre el jardín y el cenador; Digitalización y corrección por Antiguo
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oía al viejo párroco golpear su pipa para apagarla o sonarse la nariz estrepitosamente. La marea de su conciencia subía y bajaba. A veces estaba medio dormido y ahogado en los recuerdos del pasado, otras permanecía completamente despierto, asombrado de sí mismo. Pero mediada la noche se sintió sobrecogido por la voz del molinero muerto, que le llamaba desde fuera de la casa como solía hacer cuando llegaban clientes. La alucinación era tan perfecta que Will saltó de su asiento y se quedó de pie escuchando por si la llamada se repetía. Mientras escuchaba percibió otro ruido además del alboroto del río y el zumbido de sus febriles oídos. Era como la agitación de los caballos y el chirrido de los arreos, como si un carruaje con una impaciente caballería hubiera llegado a la puerta del patio. A esa hora, en ese lugar desigual y difícil, la suposición era algo más que absurda y Will la apartó de su mente. Volvió a sentarse en la silla del cenador y el sueño se apoderó de él otra vez como el agua que fluye. De nuevo le despertó la voz del molinero muerto, más fina y fantasmal que antes, y otra vez oyó el ruido de un carruaje en el camino. Y así, tres y cuatro veces se le presentó el mismo sueño o la misma suposición, hasta que al fin, sonriendo para sí como cuando complacemos a un niño nervioso, se encaminó hacia la puerta para calmar su incertidumbre. Desde el cenador a la puerta no había una gran distancia, y, sin embargo, le costó un tiempo llegar. Era como si los muertos se aglomeraran a su alrededor en el patio y se cruzaran en su camino a cada paso. De repente fue sorprendido por la embriagadora dulzura de los heliotropos. Era como si la flor estuviese plantada de una punta a la otra del jardín y la noche calurosa y húmeda hubiera hecho salir todos sus perfumes de golpe. Ahora bien, el heliotropo había sido la flor favorita de Marjory, y desde su muerte no se había plantado ni uno en la tierra de Will. «Debo de estar volviéndome loco —pensó—. ¡Pobre Marjory y sus heliotropos!» Y al decir eso levantó la vista hacia la ventana que en un tiempo fue de ella. Si antes se había sentido aturdido, ahora estaba casi aterrorizado, porque había una luz encendida en la habitación. La ventana era un rectángulo color naranja, como antaño, y una esquina de la persiana fue levantada y soltada como la noche en que, de pie, gritó su perplejidad a las estrellas. La ilusión sólo duró un instante, pero lo dejó algo acobardado, frotándose los ojos y mirando fijamente el contorno de la casa y la noche oscura que había detrás de ella. Mientras estaba así de pie —y le pareció que debió de estar así durante mucho tiempo—, se oyeron de nuevo los ruidos del camino. Se volvió a tiempo de encontrarse con un extraño que avanzaba cruzando el patio en su busca. Algo parecido al perfil de un gran carruaje se vislumbraba en el camino detrás del extraño, y, por encima, unas cuantas copas de abetos negros como si fueran plumas. —¿Señor Will? —preguntó el recién llegado en tono breve y militar. —El mismo, señor —respondió Will—. ¿En qué puedo servirle? —He oído hablar mucho de usted, señor Will —añadió el otro—, hablar mucho y bien. Y, aunque tengo mucho que hacer, deseo beber una botella de vino con usted en su cenador. Antes de irme me presentaré. Will le condujo hasta el enrejado, donde encendió una lámpara y descorchó una botella. Estaba acostumbrado a estos cumplidos halagadores y esperaba poco de ellos al estar curtido en desilusiones. Una especie de nube se había adueñado de su entendimiento y no dejaba que se percatara de lo extraño de la hora. Se movía como una persona en sueños y le pareció que la lámpara se encendía y la botella se descorchaba con la facilidad del Digitalización y corrección por Antiguo
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pensamiento. De todas formas, sentía curiosidad por el aspecto del visitante y procuró en vano dirigir la luz de la lámpara hacia su cara; o manipulaba con torpeza la lámpara o bien había oscuridad en sus ojos, porque apenas podía apreciar que hubiese algo más con él en la mesa que una sombra. Miraba y miraba fijamente esta sombra mientras limpiaba las copas, y empezó a sentir frío y algo raro junto al corazón. El silencio pesaba sobre él, porque ahora no podía oír nada, ni el río, sólo el latido de sus arterias en los oídos. —Va por usted —dijo el extraño con brusquedad. —A su salud, señor —respondió Will, bebiendo a sorbos un vino que le supo algo raro. —Tengo entendido que es usted una persona muy positiva —continuó el extraño. Will contestó con una sonrisa de satisfacción y una pequeña inclinación de cabeza. —Yo también lo soy —continuó el otro—, y mi máxima alegría es pisar los callos de la gente. No quiero que nadie sea positivo, salvo yo; nadie. He llevado la contraria, en mi tiempo, a reyes, generales y a grandes artistas. ¿Y qué me diría —prosiguió— si yo hubiera subido hasta aquí a propósito para llevarle la contraria a usted? Will estuvo a punto de darle una réplica mordaz, pero la cortesía del viejo posadero prevaleció. Guardó silencio y contestó con un gesto cortés de la mano. —Pues así es —dijo el extraño—. Y si no le tuviera un aprecio especial ni se lo comentaría. Al parecer, se enorgullece de permanecer donde está y no piensa abandonar su posada. Pues tengo la intención de llevarle a dar una vuelta en mi carruaje, y, antes de terminar esta botella, así lo hará. —Eso sería una cosa muy rara, por cierto —respondió Will con una risita—. Mire, señor, he crecido aquí como un roble viejo y ni el mismísimo diablo podría desarraigarme; aunque veo que es usted un viejo caballero muy divertido, le apostaría otra botella a que perderá su propósito conmigo. La vista de Will había ido perdiendo nitidez durante todo ese tiempo, pero de alguna manera era consciente de estar sometido a un frío escrutinio que le irritaba y dominaba. —No debe usted pensar —exclamó de repente de un modo febril y brusco que le sorprendió a él mismo— que soy un tipo casero porque tema a cualquier cosa que se halle bajo la capa del Cielo. Dios sabe bien que estoy harto de todo eso, y cuando llegue el momento de hacer el viaje más largo que jamás pueda imaginarse me encontraré preparado. El extraño vació su copa y la alejó de él. Bajó la vista durante un momento, y entonces, estirándose sobre la mesa, le dio tres golpecitos en el antebrazo con un solo dedo. —¡Ese momento ha llegado! —dijo solemnemente. Una desagradable sensación se apoderó de él desde el momento en que le tocó. El tono de su voz era grave y asombroso y resonaba extrañamente en el corazón de Will. —Perdóneme —dijo con cierta turbación—. ¿Qué quiere decir? —Míreme y comprobará que su vista está borrosa. Levante la mano; la sentirá como pesada y muerta. Esta es su última botella de vino, señor Will, y su última noche sobre la tierra. —¿Es usted médico? —preguntó Will con voz temblorosa. —El mejor que haya existido —respondió el otro—, porque curo la mente y el cuerpo con la misma receta. Quito todo el dolor y perdono todos los pecados. Y si mis pacientes se han equivocado en la vida corrijo sus complicaciones y les dejo bien encaminados de nuevo. Digitalización y corrección por Antiguo
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—No le necesito —dijo Will. —Llega un momento a todos los hombres, señor Will —afirmó el médico— en que se les quita el timón de las manos. A usted, porque ha sido prudente y tranquilo, le ha tardado mucho en llegar y ha tenido mucho tiempo para disciplinarse para recibirlo. Ha visto lo que tenía que ver desde su molino; se ha quedado toda la vida cerca como una liebre en su madriguera; pero ahora eso se ha acabado, y —añadió el médico poniéndose de pie— tiene que levantarse y venir conmigo. —Es usted un médico muy raro —dijo Will, mirando fijamente a su invitado. —Soy una ley de la naturaleza —respondió—, y la gente me llama Muerte. —¿Por qué no me lo ha dicho desde el principio? —gritó Will—. Le he estado esperando durante muchos años. Déme la mano y sea bienvenido. —Apóyese en mi brazo —dijo el extraño—, porque ya le faltan fuerzas. Apóyese bien si le hace falta; aunque soy viejo, soy muy fuerte. Hasta mi coche sólo hay tres pasos, y ahí terminarán todos sus problemas. Vaya, Will —añadió—, he estado añorándole como si fuera mi propio hijo, y de todos los hombres a por los que he venido en mi andadura, es a por usted a por quien he venido más gustosamente. Soy cáustico y a veces ofendo a la gente a primera vista, pero soy buen amigo en el fondo para los que son como usted. —Desde que Marjory se fue —contestó Will—, juro ante Dios que era usted el único amigo que me quedaba por esperar. Así, la pareja cruzó el patio cogida del brazo. Uno de los criados despertó en ese momento y oyó el ruido de los caballos piafando antes de quedarse dormido otra vez. Aquella noche, por todo el valle, hubo como una fuerte corriente de viento suave y constante descendiendo hacia la llanura. Y cuando el mundo amaneció a la mañana siguiente, en efecto, Will «el del molino» se había marchado por fin de viaje.
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