Orlando Geler
Sea un buen orador
EDITORIAL PAX MEXICO, Librería Carlos Césarman, S.A.
Primera edición en español: Se...
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Orlando Geler
Sea un buen orador
EDITORIAL PAX MEXICO, Librería Carlos Césarman, S.A.
Primera edición en español: Septiembre de 1974 Tiraje de esta edición: 2,000 ejemplares © Derechos reservados por la Editorial Pax-México, Librería Carlos Césarman, S.A.
Primera reimpresión: Noviembre de 1983 Segunda reimpresión: Febrero de 1986 Tercera reimpresión: Enero de 1988 Cuarta reimpresión: Septiembre de 1990 3,000 ejemplares
ISBN 968-860-199-3
Primer Capítulo SEA UN BUEN ORADOR Como es bien sabido, existen en la vida muchas situaciones en las que la gente se comunica oralmente, es decir, por medio de la palabra. Cotidianamente ejercitamos el arte de la conversación, las más de las veces informal, y en ocasiones incurrimos en discusiones que pueden tomar diversas formas. Con frecuencia, tenemos ocasión de leer artículos literarios, en los que apreciamos un aspecto más elaborado gramaticalmente, y, de vez en cuando, podemos participar en lo que se llaman debates, los cuales se suscitan cuando se propone algo que provoca opiniones divergentes. Hay ocasiones en las que es necesario dirigir algunas palabras a un auditorio, grande o pequeño, sobre un determinado tema. Esto es lo que se califica como oratoria. Esta obra trata principalmente de este tipo de discurso oral, aunque no por ello queramos establecer que la oratoria sea superior a ninguna de las demás formas de comunicación, ya que todas cumplen su cometido en un mundo comunicante por excelencia. Con respecto al orador, hay que señalar que éste se enfrenta a cuatro factores elementales: 1. La ocasión en que la oratoria es necesaria o importante. 2. El auditorio, la gente que deseamos que piense, sienta o actúe de determinada manera. 3. El tema que tendremos que desarrollar. 4. El orador, cuya tarea específica es la de discutir el tema elegido ante un auditorio específico. Estos factores elementales y sus interrelaciones constituyen el meollo de la oratoria. Como ya lo hemos señalado, la oratoria es solamente una de las innumerables facetas de nuestra diaria vida comunicante. Todos desempeñamos en la vida de nuestra comunidad, estado o país, un papel más o menos relevante. Toda nuestra sociedad está basada en los principios de libertad en el intercambio de ideas, opiniones y experiencias; la libertad de expresión es uno de nuestros derechos más celosamente defendidos. No obstante, más que un derecho, es una responsabilidad. La efectividad de una sociedad democrática es determinada por la efectividad con que sus miembros participan en todas sus actividades. La mayor amenaza a sus instituciones proviene no tanto de los elementos definidamente subversivos, cuanto de la participación
indiferente o inefectiva, o bien de una falta de participación de sus miembros. Los cursos de acción tomados por una sociedad democrática resultan del libre intercambio de información, de actitudes, opiniones y experiencias, elementos que afloran preferentemente en la oratoria. El hacernos hacia atrás y doblar la cerviz ante los puntos de vista de nuestros contrincantes, válidos o no, nos convierte en miembros perfectamente inútiles de semejante sociedad. Hay muchas personas que tienen algo importante que decir y que se interesan en mejorar su capacidad de expresión. Al aumentar dicha capacidad, aumentan asimismo sus ideas y su voluntad para imponerlas a sus oyentes. La verdad es que hoy en día hay tanta necesidad de oradores como siempre, y quizá más, en parte porque hay más ideologías en conflicto que analizar, discutir y llevar a cabo. Cuando la humanidad deje de hablar en público o en privado, ya no será tal, sino que consistirá en un rebaño de ovejas. Medios de difusión Aunque el uso cada vez mayor de los medios de difusión proporciona más oportunidades para hablar en público, algunas autoridades en la materia exponen que dichas invenciones han debilitado la costumbre de utilizar formas más directas e íntimas de comunicación interpersonal. Cualesquiera que sean sus errores y limitaciones, estos medios de difusión todavía estarán entre nosotros por mucho tiempo. Gran parte de nuestros problemas consistirá en la cuestión de utilizarlos de forma más eficaz para el bien común, ya que atravesamos por una época de confusión en todo lo que concierne a nuestra herencia cultural, política, económica, religiosa y filosófica. Existe una gran necesidad de hombres y mujeres con capacidad de pensar, de hacer fructificar ideas en pro del mejoramiento de la humanidad. La libertad de expresión se ha conceptuado siempre como un derecho o privilegio. No obstante, el privilegio o derecho de hacer uso de esta libertad, tiene poco valor práctico a menos que poseamos la habilidad requerida. Dicha participación depende en gran parte de dos cosas: tener ideas que contribuyan a los objetivos de nuestros congéneres, y poseer la habilidad de presentar dichas ideas de forma clara y convincente. Como dice Thomas Mann: “El que sabe cómo acomodar bien sus palabras y tiene el don de la expresión, tanto los dioses como los hombres le abruman con aplausos y siempre encuentra oídos dispuestos a escucharle.”
El instinto y el discurso El discurso no es un don innato, de la misma forma en que no lo es leer, tocar el piano o resolver una ecuación. Se trata de una disciplina aprendida. El niño adquiere en dos o tres años lo que sus ancestros del tiempo de las cavernas debieron digerir en milenios. Mientras que el hombre primitivo, al aprender su lenguaje desde el principio, no contaba con nada más que con gritos y vocalizaciones que expresaban sus sentimientos y emociones, el niño moderno nace en un ambiente en el que los patrones del lenguaje ya han sido fijados. Aprende a hablar principalmente al imitar dichos patrones de las personas que lo rodean. Al principio, son sus padres quienes le proporcionan sus modelos; más tarde lo son sus compañeros de juego y sus maestros. La forma en que el niño aprende a hablar depende sobre todo de los modelos de que dispone en sus primeros años de formación. Independientemente del lenguaje de sus ancestros, aprenderá el idioma y la forma de expresión de su ambiente nativo. Hay personas que parecen tener una cierta disposición por un tipo u otro de discurso, pero es poco probable que dicha aptitud innata constituya una base segura sobre la que se pueda constituir una sólida estructura de comprensión. Así pues, el desarrollo del lenguaje requiere estudio y práctica, ya que no se deriva del instinto de hablar, aun cuando puede haber impulsos innatos a vocalizar o emitir sonidos por una u otra razón. Las ideas surgen sobre todo de poder expresarlas El estudio y la práctica del lenguaje son esenciales por varias otras razones. “Orator fit, non nascitur”. Los romanos decían que “el orador se hace, no nace”. No hay que esperar que todo el mundo se convierta en un Demóstenes o en un Cicerón. Hay que admitir que existen ciertas predisposiciones naturales que hacen de un ser humano algo especial. No todos podemos llegar a ser un Toscanini o un Debussy, por más que estudiemos. Así pues, las diferencias individuales, en conjunción con una cantidad prodigiosa de trabajo, producen luminarias en todos los campos de las actividades humanas. Sin embargo, aunque pocos podemos alcanzar las alturas de la eminencia oratoria, a todos nos es dado, por medio del estudio concienzudo y de la práctica, aprender a hablar de forma más eficaz de lo que hablamos ahora.
Asimismo, pocos nos veremos en necesidad de recurrir a este tipo de discurso exaltado que comúnmente etiquetamos con el nombre de oratoria; con todo, nadie puede escapar completamente a la oportunidad, e incluso a la responsabilidad de decir con fuerza y claridad lo que tengamos que expresar si participamos activamente en los asuntos de la sociedad en que vivimos, a cualquier nivel. Es hacia este tipo de oratoria al que van dirigidos nuestros esfuerzos en este pequeño tratado sobre cómo hablar bien en público. Posteriormente, si deseamos perfeccionarnos, podemos llegar tan lejos como nuestras ambiciones, capacidad individual y persistencia nos lleven. No se puede llegar a ser un buen orador de la noche a la mañana. No obstante, hay que tener presente que cualquiera que desee dedicar el tiempo y el esfuerzo necesarios al arte del bien hablar, mejorará en forma notable su capacidad de expresarse ante un grupo de oyentes. La vieja creencia de que la práctica lleve a la perfección, no siempre es cierta, ya que incluso puede desorientar por completo. La práctica lo único que hace es fijar los hábitos, buenos o malos. Por ende, es necesario desarrollar una práctica inteligente, basada en el entendimiento de lo que tratamos de hacer, del porqué lo hacemos. Un esfuerzo consciente y concienzudo en aplicar los principios del bien hablar, ciertamente nos llevará a un mejoramiento, cuya intensidad sólo nosotros podemos decidir. Entrenamiento oratorio Constantemente nos vemos bombardeados con discursos públicos, ya sea directamente o a través de los medios de difusión, como la radio y la televisión. Es un fenómeno cotidiano del que es difícil escapar. No siempre es fácil dar oídos a lo que vale la pena, ni diferenciar entre verdades totales y verdades a medias, o ejercitar un juicio racional en cuanto a lo que constituye un razonamiento sano. Primeramente, es menester descubrir e identificar la propaganda perniciosa (no toda propaganda es perniciosa), el uso excesivo de clichés, slogan y estereotipos. Al leer los anuncios o al escuchar los comerciales por la radio o la televisión, advertimos cómo se utilizan términos impresionantes, pero que muchas veces no significan absolutamente nada, ya que van dirigidos a suscitar actitudes en vez de proporcionar información correcta sobre los productos anunciados. Así pues, uno de los requisitos determinantes del entrenamiento oratorio es el de expresar conceptos coherentes y perfectamente analizables.
Por otra parte, la esencia de un régimen democrático reside en la participación abierta y libre de sus miembros, en los asuntos de la sociedad. En el grado en que tal participación no existe, ya sea por el letargo de sus miembros, o debido a las presiones existentes para impedir dicha participación libérrima, a ese grado la sociedad deja de ser democrática. El entrenamiento y la experiencia en la oratoria pública nos capacitará a elegir nuestros temas de discurso en relación con nosotros mismos, con nuestro auditorio y con la ocasión; nos enseñará a escoger material para los discursos, que sea interesante, informativo, apropiado y convincente, de acuerdo a lo que exija la ocasión. Nos enseñará a organizar el material, de tal manera que sea lógicamente dispuesto, comprendido y retenido; nos facilitará la elección de un lenguaje que contribuya a la comprensión, que estimule las imágenes y que despierte o intensifique actitudes deseadas. Finalmente, nos revelará la importancia de una presentación efectiva, uso adecuado de la voz y de la acción corporal, que refuerce y haga específicos el lenguaje y las ideas que trata de exponer. Todo esto es muy importante en el entrenamiento para una participación más ética y efectiva en una sociedad democrática. Esta participación es tan vital que, sin ella, no puede existir semejante sociedad.
Segundo Capítulo PRIMEROS DISCURSOS Primeramente, hay que elegir un tema que dominemos, y que esté de acuerdo con nuestro caudal de experiencias y convicciones personales. Preguntémonos: ¿Qué es lo que conozco más? Es probable que tengamos alguna especialidad, un pasatiempo, preferencia o experiencias insólitas. ¿Podemos hablar con autoridad de alguna de ellas? Consideremos las actividades a las que hemos dedicado gran parte de nuestro tiempo, o ACERCA de las cuales tenemos una oportunidad poco usual de recabar información. Los oradores, como regla general, se muestran más elocuentes, dinámicos y persuasivos cuando tratan de temas con los que están completamente familiarizados, y en los que creen intensamente. Aun el orador sin experiencia, cuando se ve conminado a defender lo que él considera como importante o sagrado, a menudo se olvida de sí mismo y se vuelve fuerte y convincente, con el resultado de que lo que dice es efectivo, impresionante e incluso elocuente. Es probable que nos desempeñemos mejor en temas que estamos ansiosos de tratar con un presunto auditorio. En segundo lugar, elijamos un tema en el que se interesen nuestros oyentes, o al menos, uno en el que podamos interesarlos. Hay que recordar que la gente inteligente desprecia los lugares comunes y la rutina; por lo tanto, si somos prudentes hay que evitar escrupulosamente estas particularidades aburridas. Por último, elijamos un tópico que sea específico en naturaleza, limitado en alcance (no hay que explayarse demasiado en un tema, so pena de no decir nada preciso) y que encaje dentro de las experiencias de nuestro auditorio. Evitemos los temas teóricos, filosóficos o subjetivos. Para nuestro primer discurso, discutamos objetos familiares o actividades susceptibles de ser realizadas por quienes nos escuchan. A continuación ilustramos la diferencia que existe entre temas abstractos y temas concretos: Temas abstractos La lucha por la libertad El significado de la democracia El valor del patriotismo Mejoramiento de la personalidad La importancia de la agricultura La ingeniería como profesión
Temas concretos Cómo tocar el piano en tres lecciones Cómo conducir un automóvil La vida de las colmenas Cómo construir un palomar Refinamiento del azúcar Los mil usos de un martillo
Proposición o pensamiento central del discurso Como punto inicial en la preparación de un discurso informativo, primeramente hay que establecer un tema central alrededor del cual se puede dar forma al discurso. El único requisito es hacer entender al oyente el modo particular de tocar el tema. El tema central a que aludimos puede tomar la forma de una frase. Por ejemplo: 1. Puede hacerse en forma de pregunta, a la cual se irá respondiendo en el curso de la plática. 2. Puede consistir en una breve definición del tema. 3. Puede revelar nuestras intenciones, el porqué del discurso. Cuando el tema central se introduce en forma de pregunta, lo que hacemos es formular una pregunta para luego contestarla durante el discurso. Dicha pregunta se puede iniciar con un cómo, cuándo, por qué, qué, dónde. Cuando el tema central constituye una breve definición del tema, ya responde por sí mismo a la pregunta ¿Qué es? El discurso va dirigido a la expansión de la definición dada al principio, por medio del uso de hechos, ilustraciones, diagramas, comparaciones o cualquier otro elemento que sea necesario para hacer comprender al oyente. El pensamiento o tema central puede dividirse en cuatro facetas o puntos de apoyo. Por ejemplo: Tema central: La organización social de las abejas. 1. La reina pone los huevos. 2. Las hembras son las obreras. 3. Los machos con los zánganos. El uso de más de cuatro o cinco puntos de apoyo, puede complicar las cosas en detrimento de la claridad del discurso. Es por ello que muchos oradores sólo echan mano de dos o tres puntos de apoyo. Desarrollo del discurso El desarrollo del discurso se determina en gran parte por la forma y la oportunidad en que el orador presenta el tema central o proposición. En el discurso informativo, la ubicación del tema central se determina
sobre la base de lo enterado que esté el auditorio acerca de dicho tema. Básicamente, un discurso debe dividirse en las siguientes etapas: Introducción 1. Obtener la atención del público y despertarle el interés. 2. Establecer y acelerar el tema central. Desarrollo Desarrollar el tema central. 1. Punto de apoyo N° 1. 2. Punto de apoyo N° 2. 3. Punto de apoyo N° 3. Conclusión 1. Reexposición del tema central y resumen de los puntos. Esbozo de los puntos Otra fase de la organización del discurso, se relaciona con el esbozo y arreglo de los puntos de apoyo. 1. ¿Merece la atención e interés del público? 2. ¿Cumple con los requisitos peculiares del tema? 3. ¿Se ha ideado este esbozo para facilitar la comprensión y retención? 4. ¿Mantiene el discurso en la dirección apropiada? Los puntos pueden arreglarse de acuerdo con varios órdenes. 1. Orden cronológico. 2. Orden de operación. 3. Orden de desarrollo y proceso.
4. Orden espacial o geográfico.
Esbozo modelo Cómo usar una brocha Introducción 1. El hacer las cosas por nosotros mismos se ha convertido en una necesidad en estos tiempos en que la mano de obra es tan cara. 2. Una de las primeras tareas a las que habremos de enfrentarnos es a la de la decoración y mantenimiento de nuestras casas. 3. Déjeme enterarles de cómo se utiliza una brocha con eficacia. Pensamiento central: Hay tres pasos que deben recordarse al usar una brocha. Desarrollo 1. El primer paso es empapar la brocha en pintura. A. Sumerja en la pintura solamente la mitad de las cerdas. B. Quítese el exceso de pintura apoyando la brocha en la orilla del recipiente. 2. Cójase la brocha por el mango. A. Aplíquese la pintura solamente con la orilla de las cerdas. 3. El tercer paso es la aplicación de la pintura sobre una superficie. A. Aplíquese la pintura sobre la superficie con brochazos ligeros y breves. B. Levántese la brocha gradualmente al final de cada brochazo. Esta precaución evita que queden brochazos espesos. Conclusión Reexposición de todos los pasos.
Aglutinación del discurso El discurso informativo se puede resumir en los siguientes cuatro pasos: 1. Obtener la atención del público y relacionar el tema con las necesidades de los oyentes. 2. Prever lo que intentamos decir enumerando los puntos principales. 3. Desarrollar cada uno de los puntos en torno al siguiente patrón: a) Establecer el punto. b) Dar evidencia. c) Reestablecer el punto. 4. Resumir: repetir los puntos principales. Si el orador tiene en mente todos estos pasos, logrará infundir sus ideas en el auditorio.
Tercer Capítulo PRACTICA DEL DISCURSO Aunque a veces es muy útil apuntar y memorizar las frases introductorias de un discurso, no hay que tratar de confiar todo a la memoria. Para el principiante, especialmente, la memorización de un discurso tiene dos riesgos: primero, durante el discurso el orador teme olvidar lo que ha preparado, y a veces, el no poder recordar alguna palabra puede echar a perder toda su presentación o exposición; segundo, es probable que suene artificial y mecánico en su discurso, perdiendo la espontaneidad que acompaña a la exposición de una idea. A menudo, aunque no siempre, la memorización obliga más bien a recordar, lo que perjudica a la comunicación de las ideas. Práctica oral Al ensayar un discurso, hay que utilizar lo que se llama método extemporáneo. Una vez que hemos preparado el esbozo y reunido material de apoyo, practiquemos el discurso “hablándolo”, es decir, repasando en voz alta las ideas que queremos exponer, hasta que seamos capaces de cristalizar nuestro pensamiento y lenguaje. Como primer paso, memoricemos el pensamiento central, así como los puntos principales. No hay que desalentarse si nuestros primeros intentos oratorios son vacilantes y tímidos, ya que con una práctica continua, la fluidez y la confianza deberán aumentar. Dos o tres ensayos bien espaciados son de más utilidad que uno solo, por más largo que éste sea. Preparación mental La preocupación que suele asaltar a un orador impreparado puede verdaderamente arruinarlo todo. En el lapso que media entre la preparación del discurso y su presentación, la angustia constante acerca del éxito que podamos tener, la insatisfacción, la duda sobre nuestra capacidad y la anticipación de consecuencias desastrozas, sólo sirve para aumentar la tensión y el nerviosismo. Por lo tanto, hay que evitar todas estas cosas negativas. Por medio de una disciplina mental es posible evitar pensar en los aspectos desagradables. Lo mejor es adoptar actitudes positivas. Pensemos en cómo hacer más atractiva nuestra exposición; cultivemos la ansiedad de hablar de nuestro tema, la “urgencia de comunicarnos”. Cuando llegue el momento del discurso, subamos a la plataforma o podio que para el efecto se haya instalado, con calma y dignidad, y
coloquémonos en el centro, teniendo cuidado de mantenernos alejados de la orilla, pues nada sería más trágico que, en el arrebato de nuestra elocuencia, cayéramos al suelo, echando por tierra todos nuestros esfuerzos. Es importante que no nos apoyemos en ningún mueble, silla o mesa, pues esto sugeriría una informalidad fuera de contexto. Así pues, una vez que hayamos tomado posición, hagamos una pausa breve antes de empezar a hablar, para brindar a nuestro auditorio la oportunidad de prepararse a escuchar. No empecemos el discurso cuando todavía estamos caminando. Postura y acción corporal Como regla general, si nuestra postura y movimientos corporales no son demasiado llamativos, lo más probable es que sean satisfactorios. Un buen orador demuestra su entusiasmo y conciencia en lo que está haciendo a través de su postura; adopta una postura derecha y airosa, pero no tiesa, con las piernas no demasiado separadas, las manos a los costados, la cabeza erecta. No trata de esconderse ni de apoyarse en algo. Si está nervioso e incómodo, probablemente introduzca una mano a la bolsa del pantalón o por detrás del cuerpo. Mientras estos movimientos no interfieran con nuestra capacidad de comunicación, no hay por qué condenarlos. Afrontemos a nuestro auditorio y hagámosle sentir que le estamos hablando, que esperamos que nos escuche y que tenemos algo importante que comunicarle. Así pues, hay que mirar todo el tiempo a nuestro auditorio, y, en ocasiones, fijar la vista en algunos de nuestros oyentes. Voz En una ocasión, un filósofo dijo: “El alma del hombre es audible, no visible”. Indudablemente, nuestros oyentes basarán muchas de sus impresiones acerca de nosotros, en cómo nos escuchen. Si contamos con una voz rica y llena de tonalidades, es seguro que arrobaremos a nuestro auditorio. Sin embargo, pocos son los oradores con este tipo de voz. Independientemente de la riqueza o pobreza de nuestro equipo vocal, hay algunos mínimos esenciales que con toda probabilidad están a nuestro alcance. 1. Se nos puede escuchar si nos esforzamos lo suficiente. También se nos puede entender si atendemos cuidadosamente a nuestra articulación. En todo momento hay que cuidar la claridad y la audibilidad. En la oratoria existen muy pocas reglas inviolables; dos de ellas son muy sencillas: ¡Hay que hacerse escuchar y entender !
2. Podemos adoptar un tono y manera de conversación. No es necesario predicar, ni adoptar un tono de arenga, incurriendo con ello en el ridículo y dando impresión de insinceridad. Por supuesto que debemos ampliar nuestro estilo de conversación lo suficiente como para exponer claramente lo que queremos decir, pero, al mismo tiempo, hay que esforzarnos por dar la impresión de que conversamos sinceramente con cada uno de los miembros del auditorio. 3. Podemos acomodar la voz a la ocasión y al tema. Una plática regida por cierto humor puede requerir viveza y jovialidad, mientras que una conferencia sobre mercadotecnia exige otro matiz. Lo que si hay que evitar siempre es la monotonía. 4. Hay que hablar con ritmo normal, ni demasiado rápido ni demasiado lento, con claridad y asegurándonos de que nos comprenden. Si hablamos con demasiada lentitud, hacemos que los oyentes se duerman, y si lo hacemos con rapidez, los agotamos porque tratan de ponerse al parejo. 5. Hay que evitar a toda costa vocalizaciones o palabras incoherentes como “eh”, “este”, etc. Normalmente, estos vicios se pueden eliminar si nos lo proponemos. Estos cinco requisitos son esenciales mínimos. Si no somos capaces de satisfacerlos, probablemente necesitemos la orientación especial de una clínica del lenguaje. Por otra parte, en caso de que no pudiéramos satisfacerlos al inicio de nuestro estudio de oratoria, hay que esperar el mejoramiento gradual en el uso de la voz. Vicios y manerismos del orador Los manerismos individuales revelan el nerviosismo y otras actitudes estorbosas. Hay que esforzarse en eliminar aquellos que nos impidan una comunicación libre y fácil con nuestro auditorio, o que nos hagan parecer ridículos. He aquí algunos de dichos manerismos: 1. Retorcerse las manos. 2. Doblar y desdoblar papeles. 3. Abotonar y desabotonar la chaqueta. 4. Poner los brazos en jarras. 5. Colocar los dedos pulgares bajo el cinturón.
6. Mirar constantemente el suelo. 7. Cruzar los brazos. 8. Risas nerviosas o tontas. 9. Tronarse los dedos. 10. Tirarse de las orejas o de la nariz. 11. Balancearse. 12. Pasearse con exceso. 13. Asegurarse constantemente el sujetacorbatas. 14. Hacer sonar las llaves o las monedas. 15. Rascarse. 16. Humedecerse los labios con demasiada frecuencia. 17. Cambiar la mirada constantemente sin detenerla en ningún sitio. 18. Juguetear con un lápiz. 19. Mantener las piernas demasiado separadas o demasiado juntas. 20. Mesarse los cabellos repetidamente. Una de las fases esenciales de un curso de oratoria es la crítica. Indudablemente, se puede aprender mucho al estudiar los principios de la oratoria y al esforzarnos en ponerlos en práctica, pero habrá más progreso si contamos con alguien que valorice nuestra actuación, nos advierta nuestros puntos débiles y nos sugiera cómo podemos mejorar. Asimismo, una persona así, nos puede señalar nuestros aspectos inmejorables, de tal manera que podamos prestar atención a las carencias que manifestamos. El hacer dichas evaluaciones y críticas es una de las responsabilidades fundamentales del maestro de oratoria. Muchas personas, con sólo pensar en la posibilidad de que alguien presencie sus ensayos, creen que la crítica resultante será adversa, y, por lo tanto, desagradable. No obstante, no necesariamente es destructiva. La crítica constructiva es una evaluación en la que el crítico observa tanto las características favorables como las desfavorables. Sus objetivos son: 1) reforzar los puntos positivos, 2) corregir los puntos débiles y 3) eliminar los errores.
1. Es muy importante comprender lo que es crítica. La crítica debe ser definida e inteligible para que podamos entenderla. Si no comprendemos los comentarios del crítico, debemos buscar otro tipo de información; si no lo hacemos, entonces no avanzaremos. 2. Necesitamos cultivar, si todavía no la tenemos, una actitud sana acerca de la crítica. En vez de temer, o incluso resentir, lo que nos señalen acerca de nuestra actuación, debemos recibir con avidez toda crítica. 3.Evitemos la autodefensa emocional cuando se nos señala un error. Muchos estudiantes de oratoria no pueden mejorar porque continuamente se disculpan de sus errores. Racionalizan excesivamente con las siguientes excusas: 1. No tuve tiempo de prepararme. 2. Le soy antipático al maestro. 3. No todos podemos ser igualmente listos. 4. Si quisiera, mejoraría. 5. El maestro no sabe apreciar un buen discurso. 6. No vale la pena esforzarse. 4. Hay que evitar albergar sentimientos de desaliento. Muchos estudiantes creen que después de haber asistido a clases de oratoria durante dos o tres semanas, ya deben haber aprendido todo lo referente al arte de la oratoria, y cuando descubren que todavía no poseen la fluidez y la finura necesarias, se rinden desesperanzados. No se dan cuenta de que la preparación, la práctica y la presentación de los discursos, no es algo que se pueda aprender de inmediato. Por lo tanto, cuando advierten que aprender a hablar en público es difícil, se desalientan. El dominio de la oratoria es generalmente lento; se necesitan meses para hacer de una persona un buen orador.
Cuarto Capítulo UN BUEN ORADOR NECESITA SER CULTO En la antigua Grecia, cuando se empezaba el estudio de la oratoria, se esperaba que el orador dominara todo el conocimiento humano. Hippias, por ejemplo, uno de los maestros de oratoria más famosos de aquel tiempo, hombre de memoria prodigiosa, se jactaba de que podía pronunciar un discurso sobre cualquier tema que se le presentara. Hoy en día, empero, con el gran acervo de conocimientos, tal proeza sería de todo punto imposible. Al mismo tiempo, en el desarrollo de nuestra máxima efectividad como oradores, es menester que ampliemos nuestra cultura en todo lo que sea posible. Aquel que conoce solamente un campo, aun cuando lo conozca exhaustivamente, se ve limitado en su capacidad de dirigir la palabra a toda clase de auditorios. La historia de la literatura, por ejemplo, es indescifrable sin el concurso de la historia; la física no se puede comprender sin el conocimiento de las matemáticas. Un ingeniero que construye un puente, debe considerar dicha estructura, tanto como un logro de ingeniería, como un medio de comunicación e integración sociales. De forma similar, el orador que se dirige a un auditorio compuesto de campesinos, a la vez que les indica sus puntos de vista sobre la forma en que se aumentan las cosechas, asimismo debe entender qué tipo de ventajas económicas y sociales reportaría dicho aumento. Las alusiones literarias son a menudo efectivas, pero, para utilizarlas, debemos conocer nuestra literatura, así como su aplicación en diversos aspectos de la vida real. En muchas ocasiones, hay que echar mano de sucesos históricos. Más de un abogado ha podido ganar un pleito por su conocimiento de la medicina o de la química. La elocuencia sin sabiduría es un gran peligro. Cicerón La preparación de un buen orador lleva toda una vida. Los grandes oradores siempre han sido grandes lectores, y siempre se han mostrado ávidos de aprender cosas nuevas y de familiarizarse con gente de la cual podrían aprovecharse intelectualmente. Como ya lo expusimos con anterioridad, la cultura en un orador es un elemento sine qua non. Huelga decir que el orador debe ser asimismo sincero en lo que expone. Sin embargo, con todo y lo importante que es la sinceridad, por sí sola no basta, ya que un tonto sincero dice tonterías sinceras. Hace veinticuatro siglos, Platón escribió: “Nunca será sólido el
arte de la oratoria, si no se apoya en la verdad.” Ahora bien, conocimiento es verdad. Solamente una persona ampliamente educada puede apoyarse en la verdad de que habla Platón. Los discursos específicos requieren de una preparación específica En una preparación específica tenemos que reunir todo el material pertinente, eligiendo aquel que contribuya mejor a la realización de nuestro propósito, teniendo siempre en cuenta el tipo de auditorio al que nos vamos a dirigir y el tema del que vamos a hablar. Se puede decir con justicia que, en cualquier situación oratoria, existen dos factores básicos: lo que se dice y la gente que recibe lo dicho. El propósito inmediato de un orador es el de imbuir en sus oyentes una idea específica. Como consecuencia inmediata o remota de lo que el orador expone, los oyentes pueden 1) adquirir nueva información, nuevas ideas; 2) reforzar sus creencias y actitudes ya aceptadas; 3) cambiar dichas creencias y actitudes; 4) especular acerca de una nueva actitud, diferente de la que hasta entonces han tenido, o 5) simplemente obtener diversión y entretenimiento como resultado de una idea que el orador ha evocado o estimulado.
Quinto Capítulo TEMOR AL PUBLICO Si somos como la mayoría de los estudiantes de oratoria, cuando comparezcamos ante un auditorio lo más probable es que nos asalte una aprensión nerviosa que ataca de varias formas. Aun cuando hayamos tenido una experiencia anterior, estos sentimientos nos pueden asaltar lo mismo. Los ataques más benignos de este temor dan lugar a una incomodidad momentánea que desaparece cuando el orador se encarrila. Por lo general, no se les presta mucha atención, ya que no interfieren gran cosa en el discurso, y no duran mucho. Con todo, hay casos más serios que parecen forzarnos a renunciar a todo discurso. Es a estos casos a los que se aplica la etiqueta de “temor al público”. Qué hacer Algunos maestros de oratoria tratan de luchar con el problema del temor al público, simplemente restándole importancia, omitiendo su discusión. Algunas autoridades en la materia creen que el miedo al público se debe a una personalidad perturbada o mal ajustada originada a veces por una falta de aplomo. “Cuando no se tiene aplomo, toda la personalidad oratoria se perturba y pierde eficiencia.” Al corregir esta perturbación o desajuste de la personalidad, o al obtener aplomo, se supone que este temor debe desaparecer. Otro medio de tratar este asunto es el de discutirlo libremente, como un fenómeno común y corriente. La idea en este tipo de alternativa, es que una vez que se comprende la naturaleza de la experiencia, al menos se tiene conocimiento de lo que se trata. Incluso se puede llegar a aceptar el hecho de que nunca se le llega a dominar por completo. Es probable que incluso nos convenga no desembarazarnos de este temor totalmente. Ciertamente, nos interesamos en saber qué tiene que ver todo esto con la oratoria, particularmente cuando hacemos un discurso. También nos interesa saber qué podemos hacer al respecto. Es obvio que el nerviosismo tiene definitivamente un efecto inhibidor en la presentación de un discurso. Sólo cuando nos encontramos cómodos y calmados podemos hablar con un máximo de efectividad. Los remedios deben seguir dos líneas definidas, ambas esenciales y dependientes por completo de nuestros esfuerzos.
Cultivo de una actitud positiva En primer lugar, debemos desarrollar una actitud diferente hacia el fenómeno del nerviosismo y la hipertensión, de la que indudablemente tenemos ahora. Cambiemos nuestro usual punto de vista acerca del miedo al público. El nerviosismo es importante discurso.
cuando interfiere
en nuestro
El nerviosismo en sí puede ser o no importante. Lo que importa es el grado en que permitamos que nos evite realizar lo que nos hemos propuesto. Una vez que nos abstraemos en lo que estamos haciendo, el nerviosismo tiende a desaparecer. El nerviosismo no es algo patológico. Hay que darnos cuenta de que el nerviosismo ante la idea de aparecer en público, no es evidencia de una personalidad patológica, sino que se trata de una reacción perfectamente normal. Casi sin excepción, los oradores más grandes del mundo se han sentido exactamente igual que el orador más bisoño, y lo que es más, nunca han podido desterrar del todo esa tensión. Seguridad en una preparación adecuada. El miedo al público se suscita, en parte, de una falta de autoconfianza, o de la sospecha de que los oyentes puedan pensar que no estamos bien preparados. Probablemente, nada nos ayudará tanto a vencer ese temor como la seguridad en nuestra preparación. El saber exhaustivamente lo que vamos a decir, la secuencia de las ideas, el material de apoyo, son nuestros mejores aliados. En nuestros primeros discursos podemos echar mano de algunos apuntes. Inclusive, hay que pensar con detenimiento en el lenguaje específico que vamos a usar para dar forma a nuestras ideas, siempre y cuando no tratemos de memorizar todo el texto del discurso. Una preparación completa también presupone una cierta consideración de la forma en que vamos a presentar nuestro material. Implica el ensayo en voz alta. Asimismo nos ayudará conocer de antemano la naturaleza de la ocasión, el auditorio y el ambiente físico, e incluso la acústica de la sala. ¿Qué tan formal o informal va a ser? ¿Que va a haber antes y después? ¿De cuánto tiempo dispondremos? No hay que tratar de ocultar el nerviosismo. El tratar conscientemente de ocultar nuestro nerviosismo, el cual se traduce en el temblor de manos y piernas, provoca efectos contraproducentes, ya que al esforzarnos por dominar los músculos correspondientes, ponemos en movimiento otros músculos, lo que da por resultado una mayor tensión nerviosa, y por ende, más obvia. El relajamiento es la clave. Cuando la
situación es completamente informal, algunos oradores hacen alguna referencia jocosa a su nerviosismo, pero si utilizamos esta salida para dominarnos, hay que hacerlo sólo de pasada, pues si aludimos a ello con frecuencia, corremos el riesgo de concentrarnos, aparentemente en broma, en lo que tratamos de eliminar. Un músculo accionado suavemente es poco probable que se ponga rígido. Ante cualquier reacción de temor, la corriente sanguínea recibe un exceso de adrenalina y de tiroxina, el cual debe encontrar salida. Si este exceso no se consume, crea una hipertensión. Sin embargo, el movimiento que lleve como finalidad consumir este excedente de energía, debe ser moderado, ya que si es demasiado vigoroso, sólo servirá para aumentar en vez de disminuir dicho exceso. Una cantidad moderada de movimiento nos ayudará a consumir el exceso de energía y a eliminar la tendencia a ponernos rígidos. Es importante evitar el pasearse como león enjaulado, así como juguetear con algún objeto. Aunque en muchas actividades artísticas o intelectuales el ritmo ocupa un lugar preponderante, en la oratoria, si bien hay un ritmo en el discurso y en la enunciación de las palabras, hay que evitar un ritmo en el cuerpo, ya que enajena tanto al público como al orador. Paseemos la mirada de un lado a otro del auditorio, asegurándonos de que todo el mundo recibe atención durante el discurso. Utilicemos las manos, los brazos, las expresiones faciales y todo el cuerpo para dar énfasis a lo que decimos, y a la vez para aliviar las tensiones excesivas que interfieren en nuestro discurso. Elección de temas En una ocasión, una persona que estudiaba oratoria, eligió un tema sobre geología. Al preguntársele el porqué de su interés en este campo, tuvo que admitir que había elegido este tema porque “había que hablar de algo”. La familiaridad con el tema es muy importante para darnos confianza, especialmente si sabemos más al respecto que nuestros oyentes. En un caso semejante, mantenemos una posición de superioridad, tenemos status. Huelga decir que estamos mucho más interesados en temas que nos son familiares que en tópicos de los cuales sabemos muy poco o nada. De vez en cuando nos interesamos en algún tema que empezamos a estudiar. Aunque todavía no sabemos cosa al respecto, lo poco que conocemos nos basta para sustentar una plática interesante. Incluso podemos desarrollar toda la ponencia en torno a la curiosidad que dicha disciplina nos produce. En un caso similar, contamos cuando menos con una cierta dosis de inspiración e interés, misma cosa que no ocurre
cuando tratamos de analizar un tema del que nuestros oyentes pueden saber tanto como nosotros, o quizá más. A veces hay temas que nos son familiares, pero que no creemos que puedan constituir un buen modelo para un discurso. En una ocasión, un estudiante de oratoria se quejaba de lo imposible que le resultaba elegir temas para un discurso. Ante semejante aseveración, el director del curso de oratoria, le dijo: “Si no tiene un tema, hable de su pueblo.” “¿Donde nació Ud?” “En París”, fue la increíble respuesta. “¿Cuánto tiempo ha vivido allí?” “Toda mi vida.” “¿Quiere Ud. decir que habiendo nacido y vivido toda su vida en París, no tiene de qué hablar?” Al elegir un tema con el que estamos familiarizados, y en el que nos interesamos sobremanera, tendremos un buen principio para interesar en él a nuestro público. Además, lo que es más importante, gozaremos tanto hablando acerca de ello que olvidaremos las tensiones y dejaremos de sentir un vacío en el estómago, así como casi todos los demás síntomas del temor al público.
Sexto Capítulo PRINCIPIOS GENERALES DEL DISCURSO Gran parte de la teoría de la oratoria se centra en las cinco artes que debe poseer el orador si quiere triunfar: 1) debe tener algo que decir (requisito mucho más importante de lo que uno cree); 2) debe organizar su material dentro de cierto orden; 3) debe dar forma a su discurso en un lenguaje claro, vívido y elegante; 4) debe inventar o seguir un método para retener en la mente lo que tiene que decir hasta que termine, y 5) debe decir su discurso al público, de tal manera que lo que diga sea de la máxima eficacia. El modo de decir un discurso es importante a causa de que el significado, las ideas que queremos exponer a nuestros oyentes, son determinados tanto por la forma en que utilizamos la voz, las manos, los dedos y las expresiones faciales como por las palabras y la manera en que enlazamos éstas. Al cambiar la expresión, podemos alterar por completo el sentido de cualquier cosa. A nuestros amigos podemos llamarlos con los nombres más insultantes o molestos, siempre y cuando lo hagamos con la sonrisa en la boca. Es bien sabido, por ejemplo, que las mujeres suelen decirse las cosas más horribles y nefastas, en los términos más acariciantes. Así pues, lo que queremos decir no depende tanto de las palabras que utilizamos cuanto de la manera en que las decimos... Cuando nos dirigimos a un público, grande o pequeño, tenemos en mente ciertas ideas que deseamos imbuirle. Si escribiéramos dichas ideas, nuestra expresión se vería limitada a las solas palabras, a más de un subrayado o bastardillas. Es cierto que se puede expresar mucho solamente con palabras, y prueba es de ello el gran acervo de la literatura mundial a través de los siglos. Sin embargo, la gente que lee obras literarias en voz alta, a menudo difiere enormemente de lo que el autor trató de decir, y diferentes lectores dan diferentes interpretaciones -diferentes significados- a esa literatura, por la forma diferente en que la leen. Cuando se escribe, ningún lector puede darse cuenta de las inflexiones de la voz del escritor, los énfasis puestos en ciertas palabras, el fraseo exacto de las oraciones. Si las ideas tienen un fuerte contenido emocional, es probable que quien las escriba recargue un poco la pluma o golpee con más fuerza las teclas de la máquina de escribir. Todas estas cosas son invisibles al lector, especialmente si lo que escribe es impreso posteriormente. En otras palabras, la expresión no significa agregar algo a nuestro lenguaje, con la única intención de dar una buena apariencia, sino que es
una parte integral de la comunicación oral. Es precisamente nuestra forma de hablar la que hace que nuestras palabras sean totalmente iteligibles, y si no lo logramos, nuestro auditorio no se dará cuenta ni siquiera de que somos inteligentes, y lo que sepamos no nos servirá de nada. Por medio de la expresión, hay que dar énfasis a las palabras y frases que son especialmente importantes, y dar a las oraciones mismas el fraseo que permita a nuestros oyentes seguirnos con más facilidad. La expresión ayuda a hacer el lenguaje más claro, ya que hace que los significados sean más completos y específicos. Contribuye a la vivacidad con imágenes más reales y añade substancia al revelar las actitudes y sentimientos que provoca el tema en discusión. Aspectos de la expresión El discurso consiste en un sistema doble de símbolos, los que escuchamos y los que vemos. Los primeros, superficialmente, pueden ser más obvios. En el sistema audible se incluyen tanto las palabras que utilizamos cuanto la forma en que las expresamos. El sistema visible consiste en todo lo que vemos que hace el orador, lo cual contribuye u obstaculiza la comunicación de las ideas que trate de exponer. Este código visible es importante también. Para que un discurso sea totalmente efectivo, hay que establecer un rapport (palabra francesa que significa relación), entre orador y auditorio. Oliver ha explicado este concepto de la manera siguiente: “Debe existir un lazo de simpatía que una al orador y su auditorio. Debe haber una corriente de entendimiento, cordial y cálida que fluya recíprocamente. Para que haya una comunicación genuina, el orador y su auditorio deben fundirse. Es posible que este último no siempre esté de acuerdo con él, pero con todo, debe emocionarse con los sentimientos de aquél, y el orador debe corresponder rápidamente a los sentimientos del público. Este, creo, es el significado general del término rapport. Un orador sin rapport puede ser todo lo claro, fluido, intelectual y hasta convincente que quiera, pero nunca puede alcanzar las alturas de un gran orador. Para emocionar a sus oyentes, debe existir un fuerte nexo sentimental entre éste y su público. Esta relación con el auditorio, este “nexo de simpatía”, esta “corriente de entendimiento, cordial y cálida”, es el resultado de una expresión eficaz, la cual, a su vez, se basa, primeramente en la actitud inicial del orador hacia su público, y en segundo lugar, en la “urgencia” que aquél sienta por comunicarse.
Expresión sencilla y “natural” Muchos sostienen la creencia de que todo lo que tiene que hacer el orador para expresar un discurso de forma eficaz, es ser “natural”. Sin embargo, como medida de expresión, la naturalidad es un concepto equívoco. Lo que muy a menudo es calificado como natural, muchas veces no es más que lo habitual. Estamos tan acostumbrados a hacer algo de cierto modo -atarnos las cintas de los zapatos, por ejemplo- que nos parece perfectamente natural, y cualquier otro método o manera de realizar tan simple tarea, nos parecería absurdo. Toda costumbre se siente como algo natural, porque se ejecuta casi automáticamente, con cierta inconsciencia. Pero cualquier costumbre nueva que se adopta para reemplazar a una vieja, viene a ser tan natural como aquélla, cuando se ejecuta inconscientemente. Así pues, decir que hay que ser “natural”, usualmente equivale a proponer hacer las cosas como de costumbre. Lo “natural” en un discurso, puede o no ser eficaz, según lo eficaces que hayan sido nuestros primeros hábitos de discurso. Resumiendo, el modo natural de hablar se caracteriza con toda probabilidad, por muchos hábitos ineficaces. No obstante, hay un sentido en el que se puede recomendar la “naturalidad”, y se divide en varios puntos que hay que observar: 1. No actuar afectadamente; usar un mínimo de exhibición; lucirnos solamente lo necesario para revelar fuerza. 2. Ser normalmente vigoroso; hablar como lo hacemos cuando hablamos en serio en cualquier otra ocasión, con seriedad suficiente para convencer a la gente de que creemos lo que decimos. 3. Sentirse en casa; hablar como lo conocemos.
haríamos entre
quienes
4. Hablar con sencillez y evitar las exageraciones, la insuflación, las actitudes pomposas. 5. Ser directos; conectarnos directamente con nuestros oyentes, haciéndonos de cuenta que somos uno de ellos.
Séptimo Capítulo ANALISIS DEL MOMENTO Y LUGAR DE UN DISCURSO El éxito de nuestra oratoria residirá muchas veces en nuestra capacidad para entender la situación del discurso y en la astucia que mostramos para adaptar el material a los requisitos peculiares. Un discurso efectivo debe ser oportuno y adecuado a la ocasión. Además, debe interesar a los oyentes y satisfacer sus deseos, humores, tendencias y preferencias. Por lo tanto, el estudio de la ocasión y del auditorio es un paso imprescindible cuando se plantea un discurso. Basándonos en lo que descubrimos con respecto a nuestro auditorio y a la ocasión, podemos determinar las metas, dar cuerpo a la tesis o pensamiento central, elegir el patrón de desarrollo, pesar el material de apoyo y escoger el lenguaje. Ocasión Las ocasiones para hablar en público son abundantes, y se suscitan a la menor provocación. Inauguraciones, despedidas, campañas políticas, banquetes, fiestas, funerales, etc. Cada uno de estos eventos requiere de un tratamiento diferente, así como de diferente tema y expresión. Al escoger la estrategia para un discurso determinado, hay que pesar los siguientes elementos de la ocasión: hora de la reunión, lugar, costumbres que prevalecen en la localidad y propósito del discurso. Hora de la reunión La hora de nuestra aparición puede contribuir en mucho a nuestro éxito. Asimismo, hay que medir cuidadosamente todo aquello que preceda o que suceda a nuestra intervención. Al estudiar la cuestión relativa al tiempo, debemos considerar lo siguiente: 1. Cuáles son los antecedentes históricos del discurso? a. ¿Políticos? b. ¿Económicos? c. ¿Religiosos? 2. ¿Qué sucesos pasados inmediatos originaron el discurso? a. ¿Son conocidos por el auditorio? b. ¿Está enterado de ellos el comité organizador?
3. ¿De qué forma afecta al orador y al auditorio la hora en que se va a celebrar la reunión con el consiguiente discurso? a. ¿Es una hora conveniente? b. ¿De qué forma afecta la hora al orador? c. ¿Cómo afecta a los oyentes? ¿Están alertas, soñolientos, cansados, aburridos, neutrales o pasivos? Lugar de la reunión Nunca se insistirá lo suficiente en la importancia que tiene el lugar donde vamos a hablar. El ambiente físico puede constituir una ventaja o un obstáculo. Mientras que un sitio puede sugerir solemnidad y decoro, otro se presta más para la frivolidad y la alegría. Una iglesia, sitio histórico, cementerio, inspiran a menudo un silencio contemplativo. Por otra parte, un estadio o un teatro puede estimular la charla y la risa. Un ambiente viciado puede contribuir al malestar e incomodidad. El orador debe estudiar cuidadosamente el tamaño de la sala, sus propiedades acústicas y la comodidad del auditorio. Como oradores, debemos decidir lo que exige de nosotros el sitio donde vamos a hablar. En una sala pequeña, debemos ejercitar la moderación y la finura, manteniendo la voz en un tono quedo de conversación, con pocos gestos y movimientos suaves. Por otra parte, desde el momento en que en una sala pequeña se producen menos influencias distrayentes que en otro sitio, podemos presentar el material de forma más concisa. Para poder lograr un discurso efectivo en una gran sala o a la intemperie, debemos ser más vigorosos y enérgicos, especialmente si no contamos con aparatos de amplificación. Hay que hacer gala de más movimientos, de gestos más rotundos y de un tono de voz mucho más fuerte. Estudiemos minuciosamente el sitio donde se va a celebrar nuestros discurso, haciendo una especie de inventario de lo siguiente: 1. ¿Dónde se va a celebrar el discurso? a. ¿Se va a realizar bajo techo o a la intemperie? b. ¿Es famoso el sitio de reunión o de mala fama? I. ¿Han ocurrido eventos importantes en ese sitio? II. ¿Qué oradores importantes han disertado allí? III. ¿Qué tan familiarizado está el público con este sitio? c. ¿En qué tipo de comunidad está ubicado el sitio de reunión?
I. ¿Rural o urbano? II. ¿Industrial o residencial? III. ¿Clase media o alta? d. ¿Cuáles son los tabúes que imperan en esa localidad? e. ¿Se trata de una sala alquilada, de un sitio de reuniones permanente o de un centro comunitario? 2. ¿De qué comodidades dispondrán los asistentes? a. ¿Se sentarán, permanecerán de pie? b. ¿Estarán aglomerados? c. ¿Se les confinará a una parte pequeña de la sala? d. ¿Habrá ventilación adecuada? I. ¿Aire acondicionado? II. ¿Ventiladores? e. ¿De qué manera influirá el ambiente en los oyentes? I. ¿Hay distracciones con las cuales competir? II. ¿Es agradable o desagradable el ambiente? III. ¿Pueden todos los asistentes ver al orador con facilidad? 3. ¿Cuáles son las condiciones del alumbrado? a. ¿Podrá el orador ver las reacciones faciales de los oyentes? b. ¿Se apagarán las luces al empezar la conferencia? c. ¿Se dispondrá de luz natural o artificial? d. ¿Estará bien iluminado el orador? 4. ¿A qué problemas de acústica se enfrenta el orador? a. ¿Dispondrá de aparatos de amplificación del sonido? b. ¿Se radioemitirá el discurso o se grabará? c. ¿Está la sala acústicamente acondicionada?
5. ¿De qué comodidades dispone el orador? a. ¿Va a disponer de un atril? b. ¿Va a quedar el orador por encima o por debajo del auditorio? c. ¿Los asistentes quedarán directamente en frente del orador o lo rodearán? Las costumbres y el orador Las costumbres que el orador debe observar son aquellas que dictan lo que debe y lo que no debe hacer como orador público. Pensemos, por ejemplo, en el abismo que existe entre diferentes grupos religiosos. En Hispanoamérica, esto no constituye ningún problema, ya que la inmensa mayoría profesa la religión católica, la cual no ofrece muchas ocasiones a los fieles para que digan discursos dentro de las iglesias. Por lo tanto, cuando un orador va a decir un discurso en algún lugar con el que no esté familiarizado, debe observar al pie de la letra aquel antiguo proverbio que reza: “Adonde fueres, haz lo que vieres.” Así pues, deben formularse las siguientes preguntas: 1. ¿qué es lo que se considera apropiado en ese lugar? 2. ¿Cómo debe vestirse? 3. ¿Qué tipo de expresión debe utilizar? 4. ¿Qué debe hacer con respecto al lenguaje y a la dicción? 5. ¿Cuáles son las costumbres del auditorio local? 6. ¿Qué es lo que se acostumbra en cuanto a los honorarios? 7. ¿Se va a cobrar la entrada? 8. ¿Cuánto va a recibir de honorarios?
Octavo Capítulo TIPOS DE PUBLICO La regla fundamental que debe observar todo orador es: tener en mente a su auditorio. Qué decir y cómo decirlo, está íntimamente relacionado con las cuestiones de dónde, cuándo y a quién decirlo. Por auditorio se entiende, obviamente, las personas que constituyen nuestros oyentes. También hay lo que se conoce con el nombre de gran público, o sea el que propician la prensa, la radio y la televisión. Asimismo recibe el nombre de auditorio ausente. Tipos de público Como regla general, ningún grupo de personas se congrega por mera casualidad o accidente. Existe una fuerza motivadora que las atrae y las reúne, haciendo de ellas lo que se conoce con el substantivo colectivo de auditorio o público. Mucha gente asiste a un discurso sólo por curiosidad, por conocer al orador. Las figuras públicas a menudo exigen honorarios elevados, no porque hablen muy bien, sino por el solo hecho de atraer público. El otras ocasiones, la gente se reúne porque pertenece a un club o asociación cívica o social, tales como Rotarios, Leones, etc. Para tener éxito como oradores, debemos considerar cuidadosamente las fuerzas que entran en juego, el grado de organización que ha tenido lugar y cosas por el estilo. Hemos de decidir por qué los oyentes han asistido a la reunión, y por qué permanecen en ella. Los grupos espontáneos poseen un grado menor de cohesión, de integración y de organización, ya que los miembros que los integran tienen pocos nexos en común. Se reúnen de manera fortuita. Como ejemplo de estos grupos, podemos mencionar las aglomeraciones callejeras, frente a un escaparate u otro tipo de atracción, las personas que esperan en una estación, etc. Todos éstos pertenecen a grupos espontáneos. El transformar estos grupos en un verdadero auditorio, compete al orador, y para ella necesita ejercitar sus dotes de elocuencia o de psicología de las masas, ya que no cuenta con aliados externos para unificarlos. Debe ganárselos por su propio valor e interesarlos en un tema determinado, antes de que pueda pretender exponer sus pensamientos. El grupo de conversación o de discusión tampoco puede considerarse como un auditorio, en el sentido usual de la palabra, ya que cada uno de sus miembros se considera a sí mismo como participante u
orador con el mismo derecho a hablar cuando le venga en gana. Cuando no habla, obviamente se convierte en oyente, pero no deja que el orador en turno se extienda mucho. Cualquier intento que uno de ellos haga por monopolizar la conversación, se considera como una violación de la etiqueta. Para transformar a un grupo de discusión en un auditorio, el orador debe obtener primeramente el consentimiento de los demás. Al contrario de los dos primeros tipos de auditorio que se acaban de describir, el auditorio inactivo se reúne por la voluntad de sus miembros en reconocer y prestar su atención a algo, llámese orador, cantante, obra teatral, etc. Los miembros de este tipo de público se consideran como oyentes o espectadores, no como oradores ni participantes. De ordinario, asisten con la intención de ser espectadores, de permanecer inactivos, a veces incluso inertes. Una vez que vienen y pagan su admisión, esperan que los entretengan o diviertan. Con un grupo inactivo, el orador cuando menos está seguro de que lo escucharán al principio; por consiguiente, el mantener la atención constituye un problema menor que con el grupo espontáneo, por ejemplo. Si aspira a más, debe esforzarse por conseguirlo. Algo en el orador, en la ocasión o en el tema, ha atraído a los oyentes. El descubrimiento de este algo es la clave para llegar a este tipo de grupo. Fuentes de información acerca del auditorio Nunca antes, el orador había dispuesto de tanta información, tantas técnicas o tanta ayuda. Entre sus aliados valiosísimos se cuentan el psicólogo social, el sociólogo y el geógrafo, con sus estudios sobre la conducta colectiva, las tendencias demográficas, actitudes y prejuicios. La opinión pública produce mucha información que podemos utilizar con frecuencia. Aunque es probable que no contemos con dichas fuentes o con el tiempo necesario para hacer estudios elaborados, podemos aprender mucho de todo esto. La opinión pública, a través de la prensa, puede proporcionar muchos datos acerca de las tendencias del pensamiento popular en una gran variedad de temas. Los informes estatales o federales proporcionan estadísticas detalladas acerca de la edad, sexo, educación, ocupación, afiliación religiosa, alfabetización, grado académico y demás, de las personas integrantes de un pueblo, ciudad, estado, e incluso de todo el país. En ciertos casos, los periódicos o revistas locales dan información muy conveniente para el análisis de los auditorios. Antes de formular opiniones, empero, hay que asegurarse de las tendencias políticas del editor, y tener en mente que las publicaciones de este tipo, no sólo reflejan las actitudes locales, sino que también las moldean. En las páginas editoriales de los periódicos se pueden encontrar muchos
indicios sobre la naturaleza y política de un editor. La opinión o punto de vista de un periódico se debe comparar con otros periódicos, fuentes de observación y observadores. En todas las comunidades existen personas clave cuyo juicio, en cuanto a la comunidad en que viven, es de tomar en cuenta. En muchas ocasiones, tales personas constituirán nuestra fuente de información principal acerca de lo que se espera de nosotros y acerca de lo que es apropiado. Por lo general, el mantenedor de un programa, o el ciudadano más destacado, nos dará la tónica de lo que acontece. Mientras más gente consultemos, más probable es que nos formemos un juicio exacto sobre nuestro auditorio. Todo esto, indudablemente, nos da la impresión de que el análisis de un auditorio es una tarea tediosa. De ser así, nuestra conclusión es correcta. Naturalmente, no es necesario meternos en semejante embrollo, si el discurso que vamos a dar es muy breve o intrascendente. Sin embargo, hay muchas situaciones de oratoria en las que necesitaremos consultar muchas fuentes. ¿Qué sabe nuestro público acerca del tema elegido? El incursionar en un campo muy conocido del auditorio, sin darnos cuenta de que lo es, significa perder tiempo y correr el riesgo de aburrirlos. De igual modo, el asumir que están mejor informados de lo que realmente están, es idénticamente desastroso. El orador sensato empieza en el punto en que se encuentran sus oyentes, y de ahí se mueve hacia adelante. De esta forma, lo que saben sirve de base. En estos tiempos de rápida comunicación, es muy posible que el público disponga de un resumen, o incluso del texto completo de lo que el orador va a decir. En este caso, el orador debe esforzarse especialmente para adaptar su presentación cuidadosamente a la situación local. Lo que el público sepa acerca de nuestro tema se convertirá en una importante determinante de nuestra estrategia. Por ello, hay que investigar las siguientes cosas: 1. ¿Cuál es la actitud de la mayoría de los oyentes hacia el discurso? a. ¿Ha despertado su curiosidad el título? b. ¿Es desorientador? c. ¿Necesita aclararse?
2. ¿Qué publicidad se ha dado al discurso? a. ¿Cuánta? ¿De qué tipo? ¿Quién la hizo? ¿Con qué propósito? 3. ¿Qué tanto conoce la mayoría acerca del tema? a. ¿Por qué fuente de información? ¿Estudio? ¿De oídas? 4. ¿Ha tenido oportunidad el público de leer el discurso o un resumen de éste? 5. De no ser así, ¿podrá hacerlo posteriormente? ¿Cuáles son las actitudes y opiniones que pueden ser favorables al orador? Suponiendo que ya nos hemos enterado de qué información general disponen nuestros oyentes acerca de nuestro discurso, necesitamos información más específica acerca de sus opiniones y actitudes con referencia a la posición que ostentamos y a los argumentos que pensamos exponer. G. W. Allport define una actitud como: “un estado mental y neutral de conciencia, organizado a través de la experiencia, que ejerce una influencia directriz o dinámica sobre la respuesta del individuo a todos los objetos y situaciones con que se relaciona”. Las opiniones y las creencias se consideran usualmente como la expresión o la verbalización de las actitudes. La experiencia, el medio ambiente y el condicionamiento hacen que las personas adopten ciertas inclinaciones, predisposiciones y estados de conciencia para actuar con respecto a instituciones, actividades, grupos y procesos. Cuando estamos conscientes de ello, y podemos capitalizarlo en un estado de conciencia para actuar, tenemos más probabilidades de imponer nuestro punto de vista y llegar a nuestra meta. Por ejemplo, si participamos en una campaña para recabar fondos para la lucha contra el cáncer, encontraremos una gran respuesta en aquellos que ya han tenido cáncer, o que han tenido parientes con esa enfermedad. Como están bien conscientes de la amenaza que representa esa enfermedad, se encuentran en un estado de conciencia indicado para actuar, por lo que nuestra apelación causará la respuesta deseada. Nuestra tarea como oradores es la de decidir cómo, por medio de las opiniones y actitudes favorables, podemos atraernos a los oyentes. Por lo general, el orador dirige sus proposiciones, basándose en actitudes y opiniones favorables.
¿Cuáles son las actitudes y opiniones que nos son desfavorables? Según lo que ha sido dicho anteriormente, no es necesario efectuar un desarrollo extenso acerca de cómo enfrentarse a las actitudes y opiniones desfavorables de nuestros oyentes. Como oradores, es igualmente importante que sepamos cuáles son las actitudes y opiniones que nos obstaculizan, y cuáles nos ayudan.
Noveno Capítulo FUNCION DE LA ATENCION Junto al aspecto de la motivación en la oratoria, está el doble problema de la atención y del interés. Generalmente, la gente presta atención a aquello que promete cierta satisfacción de sus deseos y necesidades, en otras palabras, de sus motivos. Se ha dicho que para que los argumentos sean efectivos, debe apelar a los deseos humanos. A esto, habría que añadir que cualquier discurso informativo, o cualquier plática, deben apelar a algún aspecto de la naturaleza humana que atraiga y retenga la atención, que influyan en los oyentes al menos en que deseen escuchar. Obviamente, a menos que dispongamos de un auditorio, no podemos hacer ningún discurso. Se ha observado en muchas ocasiones que todos tenemos derecho a hablar, pero nadie puede obligar a nadie a ser escuchado. Sin embargo, los auditorios generalmente escuchan al orador que tiene algo importante que decir. Por lo tanto, uno de los problemas fundamentales a que se enfrenta el orador, es el de ganar y mantener la atención y el interés de un público. Esta aseveración se aplica a cualquier tipo de situación oratoria, ya sea conversación, conferencia, discusión, ensayo, presentación de una obra o discurso. La atención se puede definir desde dos puntos de vista. En primer lugar, se puede decir que se trata de un fenómeno fisiológico, una función corporal en la que el aparato de respuesta se vuelve más sensible a ciertos estímulos, mientras que es menos sensible a otros que momentáneamente son menos importantes. Así pues, en una multitud, a menudo observamos algún rostro conocido, mientras que las demás caras se desvanecen, por decirlo así. Entre los sonidos que salen de una orquesta, con frecuencia podemos aislar el sonido de un solo violín u otro tipo de instrumento. En el barullo de una conversación, muchas veces podemos distinguir alguna voz en particular. Estas selecciones se llevan a cabo por medio de un proceso que agudiza nuestra sensibilidad para algún estímulo en particular que en el momento puede tener un significado peculiar. Se trata de un acto sensorio-neuromuscular. La atención también puede definirse como un fenómeno psicológico, esto es, como un elemento de la conciencia. Desde este segundo punto de vista, la atención es un proceso por medio del cual aumenta nuestra conciencia de un determinado estímulo o tipo de estímulo, el cual entra de forma más directa en lo que el psicólogo James llamó “foco de la conciencia”, mientras que todos los demás
estímulos quedan relegados, indudablemente, en el “margen” de la conciencia. Realmente, no es posible hacer una distinción entre los aspectos fisiológicos y psicológicos de la atención; cualquier diferenciación posible es esencialmente asunto de cómo se considera el fenómeno. Ambos están presentes en cualquier acto que implique atención. Por lo tanto, nuestro problema como oradores es el de poner nuestro tema en el “foco de la conciencia” de nuestros oyentes, haciendo que todo lo que sea ajeno a dicho tema, se quede o se relegue en el “margen” de la conciencia. Si somos capaces de mantener la atención e interés de nuestro público en el problema que tratamos, evitando que se distraiga con otras cosas o ideas, tenemos seguro el éxito como oradores. Es probable que el público no acepte nuestras ideas, pero cuando menos nos habrá escuchado. A veces eso es todo lo que podemos esperar. Adaptación Nadie puede atender a un estímulo más que unos cuantos segundos. Estamos tan acostumbrados a los ruidos, vistas y otras sensaciones que existen en nuestro alrededor, que apenas los advertimos. Los miles de estímulos de todos tipos que nos asaltan han perdido su poder de atención a causa de su constancia. Nos hemos adaptado a ellos. Esta adaptación es tan completa que cualquier respuesta que provoquen permanece al margen de la conciencia, e incluso más allá. Este mismo fenómeno de adaptación tiene lugar tanto en la oratoria pública como en una simple conversación. Por ejemplo, no escuchamos a un orador que dice cosas que ya conocemos; y mientras que sigue con su perorata, apenas si nos damos cuenta del hecho de que hable, y no tenemos idea de lo que está diciendo. La sola monotonía en la expresión de algunos oradores, desprovista de vida y de interés, tanto en el desarrollo del pensamiento, o en la pérdida de la atención y del interés de parte de los oyentes. De hecho, ya no son oyentes; se han adaptado tanto a esos estímulos en particular, que ya no responden a ellos, de tal manera que aunque los estímulos fisiológicos se mantienen, los psicológicos dejan de existir. Una vez que hemos perdido la atención de nuestro auditorio, es extremadamente difícil volverla a obtener. La continuidad de pensamiento se ha roto, y a nuestros oyentes no les será fácil comprender un argumento o explicación a medias.
Relación entre atención e interés Como señalamos al principio de este capítulo, generalmente se piensa en la atención y el interés como dos entidades perfectamente unidas e identificadas. No obstante, probablemente es mejor hacer cierta diferenciación entre ellas, aunque admitamos que se trata de fenómenos íntimamente relacionados entre sí. La atención es un acto definido, aunque no siempre voluntario, por medio del cual, los estímulos adquieren mayor relieve. El interés, por su parte, tiende a ser de más duración, y se puede decir que es una actitud suscitada por los motivos, a través de la cual obtenemos satisfacción. Cada uno de estos actos es esperado, pero el interés de alguien en un tema determinado puede persistir a través de cualquier número de tales actos. Por ejemplo, uno se puede interesar continuamente en un mejoramiento cívico sin menoscabo de la atención prestada a los negocios. Un estadista puede disfrutar de las novelas de misterio, prestándoles toda su atención al leerlas, sin que ello interfiera para nada en el bienestar nacional al cual dedica su vida. Su interés es simplemente temporal. Atendemos con más explicitud a las cosas que nos interesan, pero de la misma forma en que nuestro interés activo fluctúa de vez en cuando, así también fluctúa nuestra atención. Podemos interesarnos en muchas cosas y mantener dicho interés durante años. Por lo tanto, el problema del orador es el de elegir aquellos intereses que en el momento puedan tener el valor más grande de atención e implicar los problemas más urgentes. Atención involuntaria Con frecuencia, ciertos aspecto del estímulo, o del organismo del oyente -el impulso de estornudar, por ejemplo-, pueden suscitar una atención inmediata sin ningún esfuerzo de parte del oyente. Los cambios repentinos o grandes, poseen un gran valor de atención dentro del patrón de los estímulos: ruidos fuertes, como el del rayo durante una tormenta; destellos repentinos, como el del relámpago; el cesar del tic-tac de un reloj en una habitación silenciosa; el énfasis que de pronto hace un orador en medio de un discurso monótono. Desde el momento en que, de ordinario, no podemos evitar este tipo de estímulos repentinos y fuertes, la atención así suscitada recibe el nombre de atención involuntaria o primaria. Dentro de nosotros, como oyentes, existen ciertos factores que dan efectividad a este tipo de estímulos. Entre ellos, podemos citar nuestros propios hábitos de atención, el estado emocional del momento, el interés que prevalezca. Un director de orquesta, por ejemplo, ha entrenado de tal
manera sus hábitos auditivos que, puede detectar, entre todos los sonidos que producen los instrumentos de su orquesta, una nota falsa emitida por algún instrumento, y usualmente puede incluso identificarlo. A veces nos volvemos ultrasensibles a ciertos estímulos a los que de ordinario estamos completamente adaptados. Una madre de familia no repara durante el día en los ruidos producidos por sus hijos, pero al fin de la jornada, se vuelve completamente sensible a sus voces y comportamiento. Así pues, por estas observaciones, podemos deducir que vemos y escuchamos aquello que nos interesa. Aunque el orador puede tener ciertos límites en el uso que haga de los aspectos externos de los estímulos que pueden suscitar una atención involuntaria, su uso de los factores que residen dentro del organismo, es ilimitado. La atención de sus oyentes, el estado emocional de éstos y su interés del momento, proporcionan vías para una inmediata atención. A través de estas vías puede dirigir la atención de su público al tema que discute o también al que desea discutir. Atención voluntaria o secundaria Cuando el individuo concentra su atención en algún tema o actividad, usualmente con algo de esfuerzo o tensión, hace uso de una atención voluntaria o secundaria. Mientras la atención sea prestada a través de una aplicación directa o consciente, se trata de atención voluntaria, por lo que el sentido de esfuerzo persiste. El prestar atención voluntaria durante un determinado período de tiempo, cansa, porque implica actividad muscular. Si asistimos a una conferencia, no porque nos interesa, sino porque creemos que debemos hacerlo, y nos forzamos a escuchar cuidadosamente a todo lo que se expone en ella, al final de la misma nos encontraremos agotados. Es difícil escuchar a algunos oradores sin esfuerzo, poco o mucho, de nuestra parte. Hablan indistintamente o en voz tan baja, que ni se les escucha ni se les entiende. El mismo tema que tratan puede ser árido, desprovisto de toda animación. Su lenguaje es obscuro y las ideas abstractas. Agotan al público al tratar de que éste les escuche. Mucha gente, simplemente no pone el esfuerzo necesario para seguirlo en su exposición, ya que ello depende por completo de una atención voluntaria, o sea forzada de su parte. Hay profesores universitarios que nunca logran otro tipo de atención. Observaciones respecto al problema del orador No se puede mantener la atención involuntaria de un público durante mucho tiempo. Se necesita variedad, tanto en el uso del lenguaje
como en la expresión. Sin embargo, la variedad misma puede ser monótona, ya que si utilizamos los mismos patrones una y otra vez, llevan a la adaptación, y por ende, a la pérdida de la atención. Hay que evitar escrupulosamente el exceso en nuestros patrones habituales de variedad: las inflexiones, las pausas, los énfasis, etc., porque pueden hacerse muy monótonos. Este tipo de recursos tiende a distraer la atención de lo que estamos tratando de decir, especialmente cuando se les utiliza por sí mismos y no contribuyen al significado de lo que decimos. De forma similar, el comportamiento extraño o estrambótico del orador contribuye a distraer al público del tema que se está tratando. En una ocasión se observó a un orador que utilizaba el elemento de movimiento sobre la plataforma, de forma muy definida. Primeramente, se colocaba a un lado del atril, y en seguida se movía hacia el otro lado, con tres pasos precisos. Veintiocho segundos después (¡hubo quien le tomara el tiempo con reloj en mano!) repetía la operación, a la inversa, y así durante media hora. Huelga decir que lo que dijo se perdió en el vacío hace mucho tiempo. De esto, vemos que hay que evitar el uso de recursos o patrones externos que acaparen la atención por sí mismos o que se vuelvan monótonos. No obstante, deben ser parte del proceso comunicativo, siempre y cuando contribuyan a lo que tratamos de estimular. Cómo mantener la atención El ganarse la atención inicial del auditorio y el mantenerla durante todo el discurso, son cosas distintas. El hecho de que contemos con una gran atención al principio, no garantiza que sigamos gozando de ella conforme avanza nuestra exposición. Usualmente, el público nos presta atención porque está interesado en lo que tenemos que decir, cualesquiera que sea el tópico, o porque quiere escuchar lo que nosotros o cualquiera tenga que decir acerca de un tema que le interesa vitalmente. De cualquier manera, los oyentes han asistido en un estado de atención anticipada. Quizá esperan salir de allí con sus creencias reforzadas o renovadas; o es probable que simplemente hayan venido porque oyeron que alguien va a hablar de algo y tienen curiosidad. Asimismo es posible que hayan asistido meramente por espíritu de imitación. De todos modos, hay que decirlo, contamos con su atención inicial. Nuestro problema, pues, no consiste en atraer la atención, sino en mantenerla. Es en esto en lo que el factor interés juega un papel preponderante.
El público no es pasivo El público puede estar relajado e inactivo, de lo que se puede observar, pero no es pasivo. Desde el momento en que se ha reunido con algún propósito, usualmente bastante definido, aun cuando exteriormente puede no revelar una ansiedad intensa, asume una actitud mental o corporal que obra el efecto de dirigir su atención al orador en cuanto éste aparece en escena. La atención anticipada ahora se vuelve activa. Si con la ayuda de su ineptitud, el orador pierde dicha atención, si fracasa en la satisfacción de la mencionada anticipación, lo más probable es que sea su culpa. En primer lugar, si los asistentes no tuvieran interés, no habrían asistido. Con todo, hay ocasiones en que las circunstancias exteriores quedan completamente fuera de control, ya sea del orador o del público, destruyendo toda oportunidad de que se establezca un rapport entre ellos. No obstante, a veces se presenta una situación en la que la atención inicial de que tanto hemos hablado, no es segura -la alocución después de un banquete, por ejemplo-. Los comensales se han reunido sobre todo para disfrutar de la camaradería producida por el simple hecho de comer juntos. Es cierto que pueden estar interesados de que habrá alguien que les dirija unas palabras al final del ágape (o probablemente al principio); y si el orador o el tema a tratar son de relevancia, puede ser una de las razones por las que están ahí. Con todo, su interés inmediato y, por ende, su atención, están dirigidos a la conversación entre su pequeño círculo, y por lo general no prestan ninguna atención a la mesa de honor. No tienen ninguna prisa por romper su atmósfera, y a menudo es necesario reclamar su atención. Esta tarea pertenece por lo general al maestro de ceremonias o mantenedor del programa. A veces, todo lo que necesita es ponerse de pie y quedarse quieto. De este modo, se realiza un cambio en el patrón de estímulos, lo cual es uno de los factores básicos de la atención. De vez en cuando, el orador necesita llevar a cabo algún cambio más obvio, como instalar o hacer instalar una pantalla para la proyección de una película o de diapositivas. Esta actividad también servirá como factor de atención. Humor Ciertamente no se puede decir que todo discurso debe contar con su parte humorística. No obstante, algo de humor ayuda a desarmar a un público hostil; e incluso con un público amigable, puede ser útil para ilustrar un punto.
Para lograr su mejor efecto, el características:
humor debe tener
ciertas
1. Debe ser apropiado. 2. Debe contribuir al punto que tratamos. 3. Por regla, debe ser genial. 4. Debe ser breve. 5. Siempre debe ser de buen gusto. 6. Debe ser espontáneo. 7. No se debe usar continuamente, so pena de dar al orador una reputación de humorista, a menos que sea esta la reputación que desee crearse. Un humor adecuado puede servir para revivir una situación difícil y aburrida. A menos que deliberadamente queramos retratarnos como humoristas, hay que utilizarlo con parquedad. De esta forma, cuando echemos mano de él, el efecto será elocuente. La estimulación y el mantenimiento de la atención e interés constituyen por regla general un medio para alcanzar un fin determinado, y no un fin por sí mismo. El propósito básico de estos recursos o métodos es el de obligar, por decirlo así, al público a que nos escuche, de tal manera que podamos llevar a cabo nuestro verdadero propósito, que es el de despertar la respuesta deseada.
Décimo Capítulo COMPOSICION DEL DISCURSO Los lugares exóticos, los sucesos de otros tiempos y la vida de civilizaciones extrañas, siempre parecen tener más encanto que lo que nos es familiar. El orador bisoño de ordinario juzga su propia experiencia como algo completamente desprovisto de interés. Con frecuencia se queja de que nunca le ha sucedido nada emocionante, de que “su pueblo es como tantos otros pueblos pequeños”, de que “no ha vivido mucho como para haber tenido experiencias insólitas”, etc. Como resultado de todo esto, el principiante elige temas como “La vida en el Artico”, “Las hormigas gigantes del Amazonas”, o “Las costumbres tribales de los senegaleses.” Cuando estos temas no se convierten en buenos discursos, el aprendiz de orador se siente frustrado y desalentado. ¿No fue insólito el tema? ¿No fue emocionante? ¿No leyó, pues, todo un artículo al respecto? ¿No memorizó todo lo que el autor escribió? ¿Por qué, después de toda esta preparación, no sonó convincente? Hay que admitir, en principio, que este principiante no llenó los requisitos de una preparación específica. Desde el momento en que estaba exponiendo la experiencia de otra persona, se vio limitado por el número de detalles que el autor había presentado. Desgraciadamente, no podía utilizar nada de su propia experiencia personal para enriquecer su alocución. Lógicamente, lo que dijo no sonó cierto, ni fue convincente, ni era parte de él mismo. Quizá fracasó porque se concentró en recordar ideas, en vez de presentar ideas. La técnica oratoria no basta para cubrir un pensamiento mediocre, ni para disimular lugares comunes y verdades mal digeridas. Tampoco puede proporcionar al orador la seguridad, el aplomo y la persuasividad que acompañan a una experiencia substanciosa. El breve, el orador prudente es aquel que elige un tema que le permita extenderse en su propia preparación cultural e intelectual. Preparación general Anteriormente ya hemos aludido a la importancia que tiene la preparación general del individuo en la oratoria efectiva. Podemos aumentar nuestra eficacia como oradores a través de la experiencia directa, de la conversación, del cine y de la lectura. Cicerón, el ingente orador romano, decía: “...nadie puede sobresalir ni alcanzar las alturas de la elocuencia sin aprender, no sólo el arte de la oratoria, sino todas las ramas del conocimiento”.
El estudio de los grandes oradores nos revela que el conocimiento es uno de los principales fundamentos de la elocuencia en la oratoria. Todos ellos estaban familiarizados con Virgilio, Horacio, Lucrecio, Dante, Cervantes, Lope de Vega, Racine, Molière, etc., y eran más que maestros de la técnica; perpetuos estudiantes y pensadores. A causa de la riqueza de su preparación, llevaban a la plataforma una persuasividad que trascendía a la volubilidad de muchos de sus contemporáneos. La gente estaba atenta en estos oradores porque tenían algo importante que decir, mensajes demasiado importantes como para no escucharlos. Una preparación cultural amplia no se puede adquirir en un día ni en un año. Si el orador en ciernes tiene un discernimiento estrecho, si sus actitudes son débiles o si sus poderes de percepción son mediocres, seguramente tendrán dificultad en alcanzar la elocuencia. Su esterilidad intelectual será un factor de su ineficacia. ¿Cuáles son las señales de la esterilidad intelectual? El estudiante de oratoria que constantemente se queja de que no tiene nada que decir, se obstaculiza con esta dificultad. Probablemente no sabe cómo utilizar su experiencia previa. Lo que debería hacer es pensar seriamente en las necesidades de su comunidad y en las de sus oyentes. ¿Qué es lo que tiene que subrayar como importante? Su dificultad, por supuesto, puede estribar en que no tiene conciencia o sensibilidad para dirimir los problemas culturales, políticos, sociales y económicos que existen a su alrededor; o quizá la esfera en que vive es tan limitada que no posee la confianza suficiente para expresarse fuera de su pequeño círculo. Toda persona que sospeche que necesita ampliar su cultura -que somos la gran mayoría- debe trazarse un programa de lectura definido. Encabezando la lista, debe colocar las grandes obras de la literatura universal en todos los tiempos: los clásicos griegos y latinos, Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Boccacio, Molière, Racine, Alfonso el Sabio, Schiller, Goethe, Ortega y Gasset, Thomas Mann, D’Annunzio, Benavente, Pérez Galdós, Sartre, Moravia, Borges, Neruda, Blasco Ibánez, Jean Cocteau, Stefan Zweig, etc. La lista es tan enorme, que estos nombres representan solamente la base de la sabiduría humana, de la sensibilidad y belleza de todos los tiempos. Existe lo que se llama lectura creativa, así como escritura creativa. Cuando la mente está apoyada por la invención, la página de cualquier libro que leamos se vuelve luminosa y preñada de alusiones ocultas. Toda frase es doblemente importante, y el sentido del autor se vuelve tan amplio como el mundo.
Acotaciones del autor Digerir y recordar todo lo importante es, por supuesto, imposible. Lo más que podemos recordar, cuando vamos a decir un discurso, es el tema general, alguna idea pertinente, o quizá una acotación. Por lo tanto, la necesidad de hacer algunos apuntes es evidente. Es conveniente tener una libreta de apuntes, en la cual podemos acumular material para nuestros discursos. 1. Una parte de dicha libreta hay que dedicarla a los temas. Cuando al leer, o meditar, nos asalta una idea que se puede extender en un discurso, hay que anotarla inmediatamente. De esta forma, podremos llegar a disponer de una larga lista de temas excelentes. 2. Otra parte de la libreta hay que consagrarla a las acotaciones, anécdotas, bromas e ilustraciones singulares. 3. También nos puede ayudar la colección de críticas de discursos, o de esbozos. Preparación de un discurso La preparación de un discurso se puede dividir en ocho pasos: 1. Elegir un tema. 2. Hacer un inventario de lo que ya sabemos al respecto. 3. Adquirir elementos adicionales. 4. Cristalizar, estructurar y aglutinar el tema. 5. Formular una tesis apropiada. 6. Preparar una bibliografía. 7. Elegir el material que se va a utilizar. 8. Lectura, síntesis y observaciones. Elegir un tema La elección de un tema de discurso es ciertamente tarea individual, que depende de muchos factores variables. Así pues, parece innecesario elaborar toda una lista de temas específicos que pudieran cautivar la fantasía del orador bisoño. Una lista completa, por supuesto,
sería tan grande como la vida misma, ya que los discursos se hacen de todas las fases de la conducta humana. Tomando una sugerencia de los antiguos retóricos, hacemos una lista de los siguientes campos de actividad para estimular el pensamiento. Los temas no son de ninguna manera exclusivos, ni precisos, ya que es difícil delimitar los campos de la sabiduría humana. De cada uno de ellos se pueden sacar miles de temas, y lo que se obtenga depende, en gran parte, de la inventiva de cada quien. Temas para discursos informativos 1. Crítica a. Cine. b. Teatro. c. Discursos. d. Literatura. 2. Sucesos cotidianos. 3. Definiciones. 4. Descripciones. 5. Explicaciones y demostraciones. a. Aparatos. b. Máquinas. c. Herramientas. d. Procesos. e. Procedimientos 6. Revistas. 7. Interpretaciones. a. Costumbres sociales. b. Religión. c. Asuntos políticos. d. Gobierno. e. Historia. Temas para discursos de entretenimiento 1. Historias verdaderas acerca de nosotros mismos. a. Acerca de otras personas.
2. Relatos de viaje. 3. Estudios de carácter. 4. Cuentos fantásticos o verosímiles. 5. Informes sobre: a. Libros. b. Obras de teatro. c. Películas. 6. Situaciones humorísticas. 7. Sucesos triviales pero espectaculares. 8. Exageración. 9. Paradoja. 10. Parodia. 11. Sátira. Temas para discursos estimulantes 1. Actos heroicos. 2. Héroes y grandes personalidades. 3. Eventos memorables. 4. Instituciones y organizaciones importantes. 5. Temas patrióticos. 6. Temas religiosos. Temas para discursos de convicción y actuación 1. Problemas políticos. a. Internacionales. b. Regionales. c. Nacionales.
d. Estatales. e. Personales. 2. Problemas agrícolas. 3. Problemas industriales. 4. Problemas de negocios. 5. Problemas laborales. 6. Problemas educativos. 7. Problemas familiares. 8. Problemas religiosos. 9. Problemas filosóficos y étnicos. 10. Problemas sociales. 11. Problemas científicos. 12. Asuntos personales.
Decimoprimer Capítulo UTILIZACION DE UN LENGUAJE CLARO Una vez que hayamos hecho un análisis de la ocasión y del auditorio, determinado nuestro propósito y reunido y organizado el material, el siguiente problema al que nos enfrentamos es el lenguaje que vamos a utilizar en nuestro discurso. Gran parte del éxito de la oratoria depende del uso que hagamos de nuestro idioma. El castellano, una de las lenguas más hermosas del grupo romántico o romance, se presta, por su sonoridad y prosopopeya a cualquier propósito oratorio. Su claridad, sus vocales redondas y llenas de fuerza, sus consonantes vitales y determinantes, dieron origen a lo que el Emperador Carlos I de España y V de Alemania decía: “El francés es para hablarle a las mujeres, el italiano para hablar de amor, el alemán para hablarle a mi caballo y el castellano para hablar con Dios.” Ahora bien, su complejidad como lengua latina, es de todo el mundo conocida. Al compararse con idiomas dialectales tales como el inglés, por ejemplo, resulta un prodigio de perfección filológica, e incluso se destaca por encima de sus demás hermanas romances. Así pues, una vez hecha la natural apología de lengua tan perfecta, la cual, el orador debe conocer mejor que nadie, adentrándose en todos sus giros y elegancias, proseguimos en lo que se refiere a su uso. Cuando hablamos de comunicación de las ideas o del imbuimiento de pensamientos en los demás, hablamos de forma figurativa, ya que en realidad no es posible imbuir pensamientos de una persona a otra, y las ideas no pueden ser comunicadas, de forma real, a nadie. A pesar de que ocasionalmente se sabe de casos de telepatía o de percepción extrasensorial, hasta el momento no existe forma de transmitir los pensamientos a otra persona de manera segura y consistente. En una situación oratoria normal, del orador al oyente no pasa nada más que ondas sonoras y luminosas. Las ondas sonoras no transmiten un pensamiento, sino que solamente provocan pensamientos en quien las recibe. Base del significado de las palabras Al escuchar repetidamente ciertos sonidos vocales en asociación íntima con cosas, acciones, sucesos o cualidades, cuando estamos aprendiendo a hablar de pequeños, aprendemos a usar dichos sonidos como substitutos de ocurrencias no verbales. Cuando alguien los usaba y nosotros los escuchábamos, traían a nuestra mente las cosas que representaban, y así aprendimos a utilizarlos con el mismo propósito.
Toda la estructura de nuestro lenguaje está compuesta de tales sonidos o palabras, dispuestos de tal manera, y con una sistematización tal que llega a tener significados muy complejos. Para exponerlo brevemente, el lenguaje tiene un significado para nosotros únicamente sobre una base de asociaciones que se ha construido entre los sonidos y las cosas que representan. Así pues, el significado se basa exclusivamente en nuestra propia experiencia de asociar el símbolo, esto es, la palabra o frase, con el objeto. Para nuestros oyentes, el significado de las cosas se basa, de forma similar, en sus experiencias individuales. Desde el momento en que dichas experiencias no pueden ser las mismas para diferentes personas, ninguna palabra puede tener el mismo significado para dos o más individuos, y como nuestras experiencias y asociaciones cambian constantemente, por lo que el significado está en continuo desarrollo, ninguna palabra puede tener el mismo significado para la misma persona en un cierto período de tiempo; asimismo, las palabras tampoco tienen significados idénticos de una generación a otra. La comunicación entre los individuos es posible sólo porque dichas asociaciones son suficientemente parecidas, y esto tanto para individuos distintos como también para el mismo individuo en ocasiones diferentes. Al estudiar diferentes temas, descubrimos que las palabras y la combinación de éstas no constituyen el único tipo de símbolo que se puede usar para comunicarnos. Cuando somos muy pequeños, aprendemos en la escuela los símbolos que indican las operaciones fundamentales de la aritmética, expresados con las palabras más, menos, por, entre. Posteriormente aprendemos la importancia y el uso de los símbolos en proceso y relaciones más complicados. Estos símbolos constituyen también un lenguaje, al igual que las palabras. Desde el momento en que las ideas que otras personas obtienen de nosotros a través de los símbolos que usamos y las formas en que los usamos -ya sea que demos un discurso o que expongamos un plano de arquitectura- es evidente que su comprensión depende en gran parte del uso de dichos símbolos. Como nuestro interés fundamental es el hablar, concentremos nuestra atención en las simbolizaciones del discurso, del lenguaje hablado. Obviamente, si en verdad nos sentimos impulsados por el deseo de comunicarnos, debemos escoger nuestro lenguaje con mucho cuidado. El uso erróneo de una palabra, o el uso de una palabra equivocada, o de una oración mal hecha, puede destruir por completo el significado que deseamos dar. Primeramente, hay que asegurarnos de que entendemos de forma clara y definida el lenguaje que estamos utilizando; en seguida, debemos ver si dicho lenguaje es claro y definido
para nuestros oyentes, de tal manera que tanto ellos como nosotros podamos obtener aproximadamente los mismos significados. Objetivos en el uso del lenguaje Cuando estamos preparando un discurso, debemos aplicarnos en los siguientes objetivos específicos: claridad, vividez e impresión. Claridad es un atributo en nuestro lenguaje que suscita significados definidos y específicos. La claridad proporciona comprensión. Nuestras ideas a menudo pueden carecer de claridad porque nunca nos hemos esforzado en ponerlas en un lenguaje definido y específico. Mientras no expresemos nuestros pensamientos en un lenguaje claro y definido, independientemente del simbolismo que utilicemos, no podremos aclarar dichos pensamientos. La vividez se basa fundamentalmente en las imágenes, la cual, a su vez, proviene de experiencias concretas. Estas imágenes pueden ser visuales, auditivas, motrices, térmicas, etc., o bien una combinación de todas. Mientras nuestro lenguaje suscite con más fuerza estas imágenes, más vívido será. La impresión se refiere a la coloración emocional, que es un aspecto integral del significado de gran parte del lenguaje que utilizamos. No basta que el orador use un tipo de expresión con un significado lógico, sino que también debe mostrar al público lo que él siente al respecto. No sólo debe comunicar al oyente lo que es la idea, sino lo bien o mal que le parece. Estos tres objetivos no son de ninguna manera incompatibles. No sólo es posible, sino muy ventajoso, elegir una forma de lenguaje que los tenga en cuenta al mismo tiempo. No siempre podremos hacer esto, pero, con mucha frecuencia, una sola frase u oración tendrán de inmediato una gran claridad que conlleve un significado lógico, vívidas en cuanto a experiencias personales e impresionantes en el estímulo de actitudes emocionales. Cuando podamos lograr todo esto, tendremos más posibilidad de éxito como oradores. Cómo obtener claridad En su Arte de la retórica, Aristóteles dice mucho acerca del estilo, término que se refiere al uso que uno hace del lenguaje que nos es peculiar, y por medio del cual se nos puede distinguir entre otros escritores u oradores. El filósofo griego decía a la letra: “... un buen estilo es, antes que nada, claro”. Si deseamos que nuestras ideas sean claras para el público, primeramente deben serlo para nosotros. El pensamiento desempeña un papel determinante en el uso del lenguaje. Si
nuestros conceptos son vagos y confusos, no sólo nos será imposible hacerlos comprensibles a nuestro auditorio, sino que nosotros mismos nos quedaremos sumidos en una confusión perpetua. Por lo tanto, la aclaración de los conceptos es un esencial absoluto del pensamiento claro, así como de un discurso igualmente claro. Un término malentendido, es un término falsificado. Por todas estas razones, hay que estar seguros de que comprendemos con claridad nuestras propias palabras. Aun cuando tengamos que buscar los hechos concretos de la experiencia a la que nuestro lenguaje abstracto se refiere, nuestro uso de las palabras debe ajustarse a esos hechos, y las relaciones expresadas en ese lenguaje deben corresponder a las relaciones que existen entre los hechos mismos de la experiencia. El decir que la nieve es blanca, es cierto sólo si en realidad lo es. Significado de las palabras En muchas de las palabras, casi no tenemos dificultad para saber con exactitud suficiente, lo que significan cuando las usamos. Escuchamos y decimos palabras tales como mesa, casa, vaso, crédito, fútbol (barbarismo por desgracia ya aceptado por todas nuestras academias), caminar, paseo, estudiar, escribir, hablar, rojo, frío, duro, etc., las cuales, con algunas variaciones individuales, significan lo mismo para todos los hispanohablantes. Como se refieren a cosas o experiencias perfectamente bien definidas, y como su significado representa hechos, podemos utilizarlas dentro de un contexto inteligente, sin temer que alguien las malentienda. Se les llama a menudo términos concretos. Sin embargo, aunque el significado de tales términos sea bastante definido, a veces hay confusión a causa de su uso descuidado. Por otra parte, hay muchas palabras que tienen un significado que no se determina tan fácilmente. Generalmente se las clasifica como términos abstractos, porque no se refieren a cosas específicas y definidas, sino a conceptos generalizados basados en una gran variedad de experiencias. Al formar dichos conceptos, abstraemos algún rasgo importante de un gran número de experiencias en las que este rasgo en particular es importante. Aunque el proceso de abstracción no es simple, es probable que podamos ilustrarlo con bastante sencillez. El vehículo en que nos transportamos a la ciudad es un objeto individual y específico; pero hay otros miles de vehículos conducidos por miles de personas. Todos ellos tienen ciertos rasgos en común, y desempeñan funciones lo suficientemente similares como para agruparlos en una sola
clasificación a la que podemos dar el nombre de automóvil o coche. Sin embargo, existen muchos tipos de vehículos esencialmente similares que no transportan personas sino mercancías de todo tipo. Además, como si fuera poco, también hay otro tipo de vehículos similares que circulan por el agua y el aire, e incluso por debajo de la tierra, como es el caso de los trenes subterráneos. Al extraer los rasgos comunes de estos vehículos, podemos llegar finalmente a un concepto que podemos llamar tráfico o transporte. Todavía podemos ir más allá de estas abstracciones y agruparlas con otras actividades, tales como producción, y por último, llegamos a un nivel todavía más alto de abstracción, que designamos con el nombre de comercio. No necesitamos detenernos aquí en nuestro proceso de abstracción, ya que podemos tomar otros elementos de otros renglones, para llegar finalmente al concepto de negocio, e incluso podemos considerar tales cosas como parte integrante de la economía del país o del mundo. Palabras de este tipo pueden dar lugar a una gran indefinición y confusión. Por lo tanto, cuando utilicemos estas palabras, hay que tener cuidado de que nuestro propio entendimiento sea claro, si queremos que el significado que les damos sea asimismo claro para nuestro público. Supongamos que queramos usar el término “grandes negocios” en un discurso. ¿Qué significa precisamente para nosotros? ¿A qué hechos de la experiencia corresponde este término? ¿Qué tan grande debe ser un negocio para dársele este adjetivo? ¿Es su calidad de grande el único criterio, o implica el término algún tipo de organización en particular? De forma similar, a veces queremos hablar acerca de la “libre empresa”, del “seguro social”, de la “soberanía estatal” o de cualquier otro término de los miles que se han puesto tan en boga. ¿Qué significan para nosotros exactamente, estos términos? ¿A qué hechos de la experiencia se refieren? Si no tienen para nosotros un significado claro, ¿cómo vamos a utilizarlos de forma inteligente en un discurso? De hecho, ¿cómo vamos a poder incluso pensar inteligentemente acerca de lo que representan, a menos que nuestras propias ideas al respecto sean claras? La claridad y honestidad de nuestro pensamiento se revela en gran parte a través de lo definido en el significado de las palabras con las que expresamos nuestras ideas. Mientras no tengamos, por ejemplo, una idea bastante precisa de lo que es el comunismo, no podremos hablar con sensatez de él. Podríamos enumerar cientos de palabras que usamos diariamente sin tener una noción clara de lo que significan. Nunca nos hemos tomado la molestia de comprobar su correspondencia con los hechos de la experiencia o las relaciones que hay entre esos hechos. Por lo consiguiente, nuestro pensamiento no sólo es obscuro e indefinido, sino
que, desde el momento en que no entendemos, nos es imposible hacer que los demás entiendan. El uso deliberado de un lenguaje que no es claro para nosotros ni para nuestros oyentes, no satisface la exigencia de un pensamiento honesto, ya que para esto se requiere pensar con claridad. Cuando semejante lenguaje se utiliza para ocultar nuestra manera de pensar o para confundir al público, traicionamos el requerimiento de responsabilidad social que caracteriza a toda acción oratoria. Uso de las abstracciones en la oratoria Es imposible evitar el uso de términos abstractos. Mientras que las palabras que comúnmente designamos como concretas, son muy útiles, de hecho, indispensables, por otra parte, tenemos que condensar cuando menos los aspectos importantes de nuestras experiencias específicas. Tenemos que contar con términos convenientes que cubran toda la gama de experiencias que incluyan el rasgo particular que queremos mencionar. Una de las características de la comunicación simbólica es que por medio de su uso somos capaces de condensar esa amplia gama en una expresión abstracta. Por ejemplo, ¿qué significa la “crisis del tercer mundo”, abstracción en la que cotidianamente incurrimos cuando hablamos de los países subdesarrollados? El término crisis se ha utilizado durante muchos años en varios contextos. Se aplica frecuentemente a la situación económica, la situación laboral, la situación militar. La educación, de vez en cuando, afronta una crisis. Lo mismo puede decirse con referencia a la moral, a las costumbres, a la religión. Una fiebre o una enfermedad grave también llegan a una crisis. ¿Cuál es el común denominador? ¿Se trata de un término lo suficientemente común que no requiere una definición cada vez que tenemos que usarlo? De la misma forma, hablamos acerca de conceptos morales y éticos tales como la verdad, la honestidad, la integridad; de conceptos religiosos como fe y creencia; de conceptos estéticos como la belleza; de conceptos políticos como democracia, comunismo; de relaciones matemáticas como ecuaciones, números, vectores, etc. No tenemos que analizar estos términos con referencia a experiencias humanas específicas, cada vez que los utilizamos. No obstante, hay que tener presente que las experiencias de diferentes personas, al aludir a tales conceptos, están muy lejos de ser idénticas. Varían de generación en generación, de una localidad geográfica a otra, de un nivel educativo a otro, de una religión a otra. El costo de la vida en el nivel económico de una clase social “significa” algo
completamente diferente del costo de la vida de una clase social mucho más elevada. A menos de que estemos seguros de que el status económicosocial de un auditorio es esencialmente similar al nuestro, es conveniente traducir cada nuevo concepto que introduzcamos en términos que le sean familiares. La claridad en la comunicación, implica algo más que la selección de palabras aisladas. Es la manera en que formamos nuestras frases y oraciones, convirtiendo éstas en párrafos, y los párrafos en una pieza oratoria. Es muy fácil acumular palabras cuyo significado aislado es perfectamente comprensible, pero que en conjunto no tienen sentido. Cómo revelar lo que queremos decir a nuestro público Hay muchos métodos por medio de los cuales podemos revelar el significado de nuestras palabras. Todos ellos tienen que ver con la aplicación de las determinantes fundamentales del significado. Explicación Lo que es una explicación se ilustra con la definición típica que al respecto se encuentra en cualquier diccionario. Consiste esencialmente en encontrar una palabra o conjunto de palabras para explicar el significado de otra palabra. Sin embargo, también hay que entender las palabras que definen. Por ejemplo, la definición de la palabra metal en un diccionario, sería completamente ininteligible para quien no conoce el significado de todas las palabras de definición: “Cualquier tipo de sustancia elemental, como el oro, la plata, el cobre, etc., todos los cuales se caracterizan por su opacidad, conductividad, y por un brillo peculiar que presentan cuando están recién fracturados.” A veces, estas definiciones verbales son las únicas disponibles. El diccionario es un recurso valiosísimo, cuyo uso debe recomendarse, pero si buscamos las definiciones en los diccionarios, hay que asegurarnos de que entendemos todos los términos utilizados en dichas definiciones. De igual modo, si tratamos de explicar a nuestro auditorio el significado de algún término, hay que estar seguros de que nuestra explicación misma es comprensible. Clasificación El significado de las palabras se puede aclarar a menudo por medio de un proceso de clasificación y diferenciación. Este proceso usualmente
se combina con la explicación. Primeramente, se indica que la cosa (objeto, acción, cualidad, relación, etc.) pertenece a una gran clase de objetos más o menos similares, y en seguida se demuestra que difiere en ciertos respectos de otros objetos del mismo tipo. Un automóvil, por ejemplo, se clasifica como un vehículo, pero se diferencia de otros vehículos en 1) que está hecho especialmente para transportar pasajeros, 2) que cuenta con un mecanismo propio de fuerza, y que 3) sirve para transitar por carreteras normales. Sinónimos Con frecuencia se puede definir satisfactoriamente una palabra, utilizando otra palabra o frase, conocida como sinónimo, que está tan cercana de la palabra definida, que se obtiene una clara comprensión. Así alterar es igual a cambiar ; ilícito es igual a ilegal. El estudio cuidadoso de los sinónimos sirve para indicar algunos matices de diferencia en el significado de las palabras. Por ejemplo, si consideramos sinónimos tales como mandar, ordenar, dictar, regular, instruir, nos daremos cuenta de que, en términos amplios, todos tienen un significado similar. Pero, en términos más precisos o rigurosos, ninguno de ellos se puede intercambiar. De esta forma, hay que tener cuidado al usar los sinónimos para explicar el significado de nuestras palabras. Etimología El conocer la derivación o etimología de una palabra, nos ayuda a comprender su significado. La palabra salario, por ejemplo, proviene del vocablo latino salarium, y originalmente se refería al dinero que se daba a los soldados romanos para que compraran sal. Y siguiendo en esta línea, el adjetivo salado, por ejemplo, tiene varias acepciones. La primera de ellas, es la que hace referencia a algún alimento con sal; la segunda, dícese de una persona con salero, esto es, con gracia; la tercera, y más pesimista de todas, de alguien con mala suerte habitual. Malentendimientos Se producen malentendimientos cuando utilizamos palabras con múltiples acepciones, a menos que abundemos en el sentido particular que deseamos darles. La palabra integración, por ejemplo, es un término indispensable en la teoría sociológica, pero ha llegado a tener una connotación mucho más específica, incluso una denotación, dentro de la discusión de las relaciones interraciales, en países que, como los
Estados Unidos, son problemáticos al respecto. En una ocasión, un destacado sociólogo daba una conferencia en una ciudad del sur de los Estados Unidos, famosa por su racismo. En cierta parte de su discurso, introdujo el principio “integración del currículum”, a lo cual, un miembro del auditorio se puso de pie y dijo: “Me gustaría decirle al orador que esa palabra no la usamos por acá.” Este malentendido, debido en parte a la incultura de aquel sureño, y en parte a la coloración emocional que una palabra puede tener en determinado contexto, es un ejemplo clásico de lo que sucede cuando se emplean términos de significado múltiple. Términos técnicos Cualquier campo del pensamiento posee su propio vocabulario o conjunto de términos, o bien terminología, que se usa exclusivamente en cada disciplina u ocupación. Muchos de esos términos también se utilizan en las conversaciones de todos los días. Por ejemplo, cuando decimos que alguien está neurótico, no lo decimos en el sentido en que un psiquiatra lo aplicaría, sino como parte de un lenguaje vernáculo, es decir, popular. Los especialistas, por regla general, no son buenos oradores. Al estar familiarizados con el vocabulario especializado de su profesión, se olvidan de que gran parte de ese lenguaje no tiene ningún significado para los no iniciados. Así pues, si estamos empapados en una terminología propia de nuestra profesión, al dirigirnos a un público, debemos saber traducir dicho lenguaje en términos llanos, accesibles al hombre común y corriente. Estereotipos o frases hechas Nuestra conversación, al igual que gran parte del lenguaje hablado de los demás, contiene muchos términos o expresiones cuyo significado tiene una gran carga emocional, pero poco lógica. Estos términos suscitan alguna imagen, agradable o desagradable, según la connotación del término, que no nos hace pensar, sino sólo sentir. De hecho, como la mayoría de los seres humanos creemos que sabemos lo que significan, sin haber aclarado jamás nuestros conceptos, también pueden usarse para dar la impresión de que razonamos, sin que en realidad estimulemos en nada el proceso racional. El uso de tales términos no es censurable del todo; a veces estimulan actitudes loables, las cuales, a su vez, se traducen en actos admirables. En el discurso estimulante, por ejemplo, en el que el objetivo es intensificar las actitudes, el uso ocasional de expresiones
con gran carga emocional, puede ser enteramente permisible. No obstante, tales términos no deben usarse como substituto del pensamiento. Estas expresiones reciben el nombre de estereotipos, frases hechas o clichés. Muchos de nuestros estereotipos provienen de las creencias resultantes de sobresimplificar las soluciones a diversos problemas que pueden ser un poco más difíciles de lo que queremos admitir. Muchas veces generalizamos antes de haber observado los problemas de forma adecuada, para hacer que dicha generalización sea válida. Oímos decir, por ejemplo, que los norteamericanos son pueriles, que los franceses son fríos y mal educados, que los españoles con glotones y que los italianos son embrollosos, y por ello, colocamos el correspondiente sambenito a todos sus compatriotas. Si queremos basar nuestros argumentos en un razonamiento honesto, evitemos los estereotipos. Muchos locutores de la radio y la televisión, aparentemente creen que si repiten algo con la suficiente frecuencia y estentoreidad, llegará a creerse. Hitler sostenía esta creencia, y en su Mein Kampf podemos darnos cuenta de ello. Al deplorar su estereotipo de “Asia para los asiáticos”, el difunto presidente de las Filipinas, Magsaysay, señaló que “no debemos tratar de acomodar las innumerables y cambiantes necesidades del bienestar nacional a la camisa de fuerza de un estereotipo”. Brevedad Como regla, hay que evitar las oraciones largas, dando preferencia a las aseveraciones breves y concisas. Aristóteles dice que los discursos se vuelven obscuros con la verborrea. La riqueza superficial de la verbosidad no substituye a la claridad; si podemos decir lo que hay que decir con cinco palabras, no utilicemos quince. Descubriremos a menudo que la brevedad por sí misma no sólo contiene claridad, sino que asimismo impresiona a causa de lo directo de su naturaleza. Sin embargo, hay ocasiones en que la brevedad es contraproducente. Por ejemplo, un político que se dirige a las multitudes diciendo parcamente “quiero que me elijan”, tiene todas las de perder. Si por el contrario, arguye razones de peso y se muestra gentil hacia sus posible partidarios, es probable que venza en su campaña. Así pues, una forma sensata de exteriorizar sus ambiciones políticas, sería la siguiente: “Aunque no soy, ni jamás he sido tan ambicioso como para aspirar a tan alto puesto, estoy profundamente consciente de la necesidad, deber y obligación de acceder a los deseos del pueblo, de ocupar semejante
cargo. Por lo tanto, no opondré ningún obstáculo a la consumación de este deseo.”
Decimosegundo Capítulo
Como se explicó en el capítulo anterior, para que se nos comprenda, debemos usar un lenguaje claro; para suscitar y mantener el interés y la atención, hay que utilizar un lenguaje vívido. La fuente fundamental de la vividez reside en las imágenes que seamos capaces de despertar en la mente de nuestro público. La vividez es el sine qua non del estilo hablado. Esto no implica que la vividez y la claridad estén necesariamente divorciadas. Por el contrario, para poder lograr la vividez necesaria en un discurso, primeramente debemos ser claros, ya que la claridad es el primer paso dado hacia la vividez. Imagen Aunque no se conoce con exactitud la naturaleza de las imágenes, el fenómeno nos es familiar. En cierto sentido, la imagen es una forma de recuerdo. Como no podemos volver a vivir experiencias reales del pasado, sólo las podemos revivir en la conciencia a través de alguna forma de imagen. Para los propósitos de este libro, no es muy importante que comprendamos exactamente lo que sucede en el individuo cuando produce una imagen, pero sí debemos entender algo de la importancia que tiene en el pensamiento. Gran parte de nuestro pensamiento se desarrolla en forma de recuerdo de experiencias pasadas y de organización de dichas experiencias en nuevas combinaciones. Es el volver a vivir esas experiencias, su recuerdo de forma sensorial, por medio del cual, la experiencia se nos hace conocida, de forma primaria, lo que constituye la imagen. Si, por ejemplo, hemos asistido a un concierto sinfónico, podemos revivir ese acontecimiento al recordar la manera en que estaba dispuesta la orquesta en el escenario, los movimientos graciosos del director, el ataque al unísono de los primeros violines, los movimientos de las manos de la arpista al acariciar las cuerdas de su instrumento. Este renovamiento de nuestra experiencia visual constituye nuestra imagen visual. Al mismo tiempo, también podemos recordar los sonidos que escuchamos, el mezclarse de la melodía con la armonía, el desarrollo del tema central de la pieza, el estruendo de los címbalos o de los metales, la necesidad de los oboes o el tintineo de la celesta. El revivir esa experiencia auditiva constituye nuestra imagen auditiva. ¿Hemos paseado alguna vez en una lancha embestida por el movimiento de las olas? Después de desembarcar, ¿cuáles eran nuestras sensaciones? ¿No seguimos sintiendo el balanceo durante algún tiempo?
Imagen verbal Hay personas que manifiestan una gran dificultad para evocar una imagen sensorial; sin embargo, pueden recordar muy bien la imagen producida por las palabras. Hay muchas abstracciones de las que no se puede recordar ninguna experiencia directa, y para las que no existe una imagen inmediata de los sentidos. Al oír y utilizar términos tales como justicia, verdad, belleza, honor, caridad, y cientos de otras ideas abstractas, nos parece difícil visualizar dichas generalizaciones. No hay nada que ver, oír o sentir, de forma directa. No obstante, las palabras se revisten de una máxima importancia en el proceso del pensamiento, ya que podemos usarlas, y de hecho, las usamos en la formulación de las ideas. Primeramente, las utilizamos al referirnos directa y específicamente a las cosas de los sentidos, recordando por lo tanto la imagen directa de esas cosas; en segundo lugar, las utilizamos para aquellas abstracciones en las que es difícil evocar una experiencia directa. Mezclamos las palabras en combinaciones nuevas, con nuevas relaciones y nuevas ideas. Pero en estas nuevas relaciones e ideas, debemos asegurarnos de que las palabras que representan a las cosas, aun de forma abstracta, puedan combinarse por sí mismas en las nuevas relaciones indicadas por las nuevas combinaciones de palabras. Las relaciones de palabras que no tienen correspondencia con las relaciones de los hechos, simplemente no tienen sentido más que en los cuentos de hadas y en el campo de la fantasía. Formas de imágenes verbales La imagen verbal puede adoptar varias formas. Las palabras en que pensamos nos pueden venir a través del sentido auditivo, como si las oyéramos; por medio del sentido visual, como si estuvieran escritas en una página, o con ayuda de algún otro mecanismo. La imagen verbal del sordo, puede suscitarse con ayuda de símbolos de las manos, pero también puede ser visual. En cualquier forma que ocurra, la verbalización proporciona la imagen en la que se desarrolla gran parte de nuestro pensamiento, principalmente porque gran parte del proceso de pensar implica conceptos abstractos, para los que, el único método que tenemos de evocación, es la imagen verbal. Estos conceptos son tan generales, que una imagen clara y vívida de la generalización misma, es imposible. La imagen es específica: no recordamos la belleza abstracta, sino las cosas bellas. No tenemos experiencia de la verdad como tal, sino que sólo conocemos directamente las cosas que son verdaderas. Todo lo que tenemos de dichas generalizaciones es un concepto de belleza, de
armonía, de verdad, en cuya formulación la palabra es el paso final, y ésta, por sí misma, es concreta. La única manera en que podemos recordar los conceptos es a través de la imagen de las palabras que representan a las generalizaciones. Los conceptos mismos, están compuestos de innumerables ejemplos específicos de experiencias directas, por medio de los cuales podemos evocar una serie de imágenes. Así pues, las imágenes desempeñan un papel principal en la memoria. Como las abstracciones son tan difíciles de interpretar en términos de experiencia real, nuestros oyentes se cansarán pronto de una sucesión interminable de tales ideas generalizadas. Su interés y atención flaqueará, a menos que podamos encontrar una manera de dar vida a dichas abstracciones y ponerlas en un lenguaje que esté más directamente relacionado con sus experiencias. La vividez en el lenguaje exige imágenes, las cuales se suscitan con términos concretos. Aunque nos será imposible eliminar del todo los términos abstractos, la comprensión que nuestro público tenga de tales términos será más clara, las ideas más vívidas, si expresamos las abstracciones en términos que susciten imágenes específicas. Imágenes e imaginación La imagen simple es un acto de evocación, un acto de memoria. Cuando las imágenes sensoriales se combinan en formas novedosas, a veces completamente lógicas, pero a menudo fantásticas, el proceso recibe el nombre de imaginación. Toda invención es resultado de una imaginación activa. Toda nueva relación es producto de imágenes viejas dispuestas en nuevas combinaciones. Son estas nuevas combinaciones de viejos elementos las que el orador describe cuando propone algo diferente de lo que ya se conoce. Tipos de imágenes Hablando en forma general, los enterados en la materia reconocen la existencia de siete tipos de imagen, cada uno de ellos correspondiente a cada uno de los sentidos. 1. Visual: evocación de cosas y eventos que llegan a nuestra conciencia a través del sentido de la vista, como es el caso de escenas familiares, rostros, sucesos, localidades. 2. Auditiva: evocación de impresiones que han llegado a nuestra experiencia a través del sentido del oído, como lo son las voces de
amigos, melodías o armonías musicales, rumor de las multitudes, ruido de las olas, de la lluvia, etc. 3. Gustativa: evocación de impresiones llegadas a nuestra conciencia a través del sentido del gusto, tales como la acidez del limón, la exquisitez de un platillo, la amargura de la quinina, lo salado del agua de mar, el sabor de un filete, etc. 4. Olfativa: evocación de impresiones llegadas a nosotros a través del sentido del olfato, tales como la fragancia de una rosa, el aroma del café, la frescura del ambiente después de la lluvia, el fuerte olor de los ajos, etc. 5. Cinestética: memoria de las sensaciones de movimiento, tales como correr, patear una pelota, remar, nadar, arrojar una piedra en un estanque tranquilo, conducir un automóvil en medio de un denso tráfico, etc. 6. Táctil: recuerdo de cosas sentidas a través del sentido del tacto, tales como la suavidad de la seda, la aspereza de una barba sin afeitar, el viento en la cabeza descubierta, la morbidez de una piel de visón, etc. 7. Térmica: evocación de impresiones de temperatura, tales como el frío o el calor extremo, la brisa fresca después de una tarde agobiante, el café caliente por la mañana o el refresco frío en el calor del mediodía. Estos, no son todos los caminos por los que las impresiones pueden penetrar en nuestra conciencia. Los psicólogos reconocen varios otros sentidos, cada uno de los cuales suscita un tipo de imagen. Entre ellos podemos mencionar el hambre, la sed, la náusea, el cansancio, el equilibrio, y todos ellos pueden despertar una imagen tan vívida como las de los sentidos antes descritos. Cuando el público nos escucha hacer una descripción o usar una palabra o frase que impliquen uno o más de dichos tipos de imágenes, basa sus propias imágenes suscitadas de esta forma, en experiencias pasadas que involucran impresiones sensoriales similares a las que son representadas oralmente. Basándose en dichas experiencias, construye en su propia conciencia un patrón de imágenes a través del cual tiende a revivir mentalmente, aunque sea por un instante, su experiencia original. En ese proceso, crea para sí mismo una reconstrucción vívida de sus propias experiencias, y materialmente nos ayuda a lograr vividez en
nuestras descripciones. De esta manera, escuchar se convierte en un proceso creativo. Aunque casi todos los tipos de imagen pueden ser fuertes, se cree que para la mayoría de la gente, la imagen visual es más viva que cualquier otro tipo de imagen. Así pues, las imágenes suscitadas por la palabra, que evocan experiencias e imágenes visuales, son las que tienen más probabilidades de llegar al mayor público de oyentes. La imagen visual, obviamente, no es el único tipo de imagen de que podemos echar mano. Aunque parece ser que es la que produce mayor impresión en la mayoría de la gente, muchas de estas imágenes visuales tienen un gran contenido de imagen auditiva. A algunas personas se les facilita la evocación de imágenes vívidas de muchos tipos; mientras que otras insisten en que su capacidad de crear imágenes es muy débil, que sólo puede hacerlo con gran dificultad, y que aun este esfuerzo tiende a ser muy desvaído e impreciso. Este tipo de personas responde, como ya lo dijimos, a imágenes verbales, las cuales substituyen a las imágenes basadas en los sentidos. Sin embargo, como ya se señaló, incluso la imagen verbal depende de otros tipos de imágenes, tales como auditivas, visuales, cinestéticas, etc. Casi se puede asegurar que la gente que carece de un tipo u otro de imágenes, es muy rara. Concreción Ya hemos visto que mientras que las palabras abstractas son remotas en cuanto a su referencia a la experiencia, los términos concretos, por otra parte, llevan mucho más directamente a las asociaciones reales que dieron significado original a los términos mismos. Por lo tanto, el significado de esos términos, es mucho más definido y claro que el de los términos abstractos. Desde el momento en que es más probable que susciten imágenes específicas, contribuyen mucho más a la vividez de la expresión. De esta forma, el término procedimiento parlamentario, con el cual, mucha gente ha tenido una experiencia directa y concreta, puede tener un significado más específico que democracia, aunque ambos estén basados en filosofías idénticas y se pongan en práctica a través de principios asimismo idénticos. La elocuencia es el poder de traducir una verdad a un lenguaje perfectamente inteligible para la persona a quien hablamos. El ideal es lograr una inteligibilidad inmediata. Así pues, en vez de utilizar términos generales, utilicemos, cada vez que ello no sea posible, palabras y expresiones que estimulen imágenes sensoriales definidas. Hay que tener en mente que nuestro auditorio no puede tener una imagen de belleza abstracta, y que solamente puede evocar cosas bellas. Por lo
tanto, no digamos que cierta escena fue bella, sino especifiquemos sus elementos de belleza: los cerros, el cielo infinito, el mar, etc. Todos estos son detalles descriptivos que requieren de un mínimo de traducción a pensamientos, para poder establecer cierta vividez. Las fábulas de Esopo son un buen ejemplo de lo específico y concreto, en comparación con lo generalizado o abstracto. Todas ellas son coherentes y reales, porque fueron tomadas directamente de la vida y experiencia reales. Familiaridad Otro atributo de las palabras que pueden contribuir a la vividez es la familiaridad. Cada vez que nos sea posible, utilicemos palabras que existan dentro del vocabulario de nuestro público. Si utilizamos términos nuevos y extraños, primeramente hay que traducirlos para nosotros. Cuanto más tiempo y atención sean necesarios para comprender una frase, menos tiempo y atención se puede dar a la idea que contiene y, por ende, se concebirá con menos vividez. Matices Gran parte de la claridad y vividez de nuestro lenguaje dependen del uso minucioso que hagamos de los matices del significado. Ninguna palabra es exactamente lo mismo, y entre dos términos aparentemente idénticos, siempre existe alguna distinción ligerísima. Hace 2,400 años, en la antigua Grecia, un hombre llamado Prodicus, intentó señalar los matices entre palabras como bravura, osadía, valor, coraje; adversario, oponente, antagonista, enemigo; estimación y aprecio; agradar y gustar; voluntad y deseo, etc. En esa época reconoció la importancia de elegir la palabra justa para dar el matiz exacto del significado deseado. Comparemos los siguientes grupos y tratemos de establecer la diferencia que exista entre las palabras, aparentemente sinónimas: detrimento, daño, perjuicio tener, poseer pequeño, chico, diminuto, minúsculo derretir, fundir, revenir, licuificar, disolver rehusar, declinar, rechazar completo, intacto, entero, total firme, duro, turgente, sólido, tieso, rígido, erecto insinuar, sugerir, aconsejar rectificar, corregir, remediar, aliviar, enmendar, enderezar, reformar
competir, concursar, contender bravo, valiente, intrépido significado, significancia, sentido ironía, sátira, sarcasmo ¿Tienen nuestras ventanas cortinas, persianas, postillos ? Nuestro modo de hacer las cosas, ¿es cuestión de costumbre, hábito o práctica ? En nuestras relaciones sociales, ¿somos meramente civilizados, o bien, afables, corteses, amigables, atentos? El crimen que vimos en la prensa, ¿se cometió premeditada, voluntaria, intencional o deliberadamente? Los fabricantes de textiles y de tintes, continuamente lanzan al mercado nuevos matices o tonos de colores conocidos, a los cuales dan nuevos nombres. Los comerciantes en telas aprenden dichos nombres y pueden discutir al respecto con conocimiento de causa. Hay un gran número de rojos, azules, verdes y amarillos. Para quien se interesa en estas cosas, estas diferencias son importantes. Las diferencias sutiles que existen en las relaciones humanas, por ejemplo, son tan importantes como las diferencias entre los colores, y quizá más. En el campo de la oratoria, que es el que nos interesa, trataremos no sólo de cosas materiales, sino también de relaciones humanas. En estas relaciones existen muchos matices. La percepción y respuesta a ellos, puede decirse que constituye una parte de esa cualidad humana conocida como refinamiento. “Ser refinado, consiste en ser capaz de hacer distinciones sutiles.” Fue Oscar Wilde el que dijo que había gente que sabía el precio de todo, pero que no conocía el valor de nada. Palabras sencillas Las palabras sencillas y breves ordinariamente se prestan más que las largas a su traducción en imágenes, por ende, a la vividez de la expresión. A menudo, nuestra elección no se debatirá tanto entre palabras breves y largas, cuanto entre conceptos sencillos, de fraseo fácil, y conceptos complejos difíciles de traducir. Las palabras, no sólo se deben usar bien, sino que deben ser familiares a quien las escucha, para que faciliten en vez de retardar su traducción a imágenes concretas. Su extensión, a menudo tiene menos importancia que su inteligibilidad. Hay mucha diferencia entre un lenguaje simple y un lenguaje florido. Este último, se refiere, por lo general, a un tipo de lenguaje, a un estilo exaltado por encima del auditorio, del tema, de la ocasión, y del orador mismo. Un orador experto, que ofrece un discurso sobre un tema muy elevado, en una gran ocasión, con toda la formalidad de rigor, haría mal en imitar a un joven cuanto desconocido orador, que habla sobre un
tema sencillo, en una ocasión informal. Un estilo ampuloso y exaltado, que consiste, al menos parcialmente, en el uso de palabras que raramente se utilizarían en una conversación, es apropiado en tales y cuales ocasiones, ya que son éstas las que imponen el estilo. Aun así, se puede incurrir en ampulosidades innecesarias. Metáfora y símiles Probablemente, las dos figuras más útiles para el orador son el símil y la metáfora. Se parecen en que ambas son comparaciones de cosas esencialmente desiguales, y difieren en que la primera establece que existe una igualdad o parecido, mientras que la última simplemente lo implica. En el párrafo siguiente hay varios ejemplos de símiles y de metáforas. “Una monarquía es un guerrero, armado y cubierto de cota de malla, al que un escollo escondido puede hacer naufragar. La república, por su parte, es un navío difícil de maniobrar, en el que los marinos siempre están con los pies húmedos, pero al cual nadie puede hacer zozobrar.” Otra figura del lenguaje es la personificación, en la que, las cosas o las ideas son tratadas como seres vivos, dotados de los atributos o características de personas o animales. He aquí un ejemplo de personificación: “La principal responsabilidad de la ciencia es la de protestar cuando ve que la ciencia y la tecnología se utilizan en la forma peligrosa en que se han venido utilizando en años pasados.” “La segunda gran mentira del comunismo camina de la mano con la primera, y es que no hay Dios.” Uso de las figuras del lenguaje El uso prudente de las figuras del lenguaje contribuye a la vividez de la expresión, así como a la claridad. Sin embargo, hay que tomar algunas precauciones al respecto, para no incurrir en frases poco felices. 1. Cuando utilicemos símiles, metáforas, personificaciones y otras figuras, no hay que llevarlas demasiado lejos. Las imágenes suscitadas por su uso, no deben ser grotescas, a menos que nos lo propongamos. Ocasionalmente, se puede adoptar un efecto humorístico, pero hay que tener cuidado de que no destruya la tónica de seriedad que debe prevalecer.
2. Las figuras no deben ofender; deben ser de buen gusto. Al igual que con la claridad, evitemos los lugares comunes, lo vulgar, lo repulsivo. 3. Las figuras deben ser consistentes. Las metáforas incongruentes usualmente aparecen a causa de la incapacidad del orador para visualizar las cosas particulares que está utilizando como base para la comparación. Por ejemplo, un candidato prometió recientemente a sus partidarios, “limpiar de corrupción este albañal, aunque para ello deba vestir las ropas del fontanero”. 4. Las figuras deben mantenerse a tono con el contexto. Si el tema y su tratamiento son llanos y sencillos, las figuras asimismo deben serlo. 5. No hay que exagerar el uso de las figuras. Hay ocasiones en as que el lenguaje directo es más eficaz que el lenguaje indirecto de las figuras. El público, a veces querrá y exigirá hechos mondos y lirondos sin embellecer. En esas circunstancias, es mejor utilizar con parquedad las figuras del lenguaje, o no utilizarlas en absoluto. El lenguaje florido, que se compone de figuras inapropiadamente exaltadas, a menudo peca de un exceso de figuras, y las emplea sobre todo para adornar y no para aclarar los conceptos.
Decimotercer Capítulo EXPRESION: ASPECTOS VOCALES Aunque el decir un discurso es una actividad total, como ya lo hemos señalado, y su expresión involucra a todo el mecanismo del cuerpo, es posible separar los dos aspectos principales de la expresión: voz y acción. En este capítulo consideremos la voz en sus distintos aspectos en relación con dicha expresión. Hay que tener siempre presente que el modo en que utilizamos la voz es parte integral de nuestro discurso, tan importante como las palabras mismas. La palabra hablada es un fenómeno diferente a la palabra escrita. Ambas tienen que ver con la comunicación de las ideas; en realidad la voz y la palabra no se pueden separar en un discurso más de lo que se pueden separar la melodía y la armonía de la música. Podemos considerar los aspectos vocales o auditivos del discurso, de la misma forma en que consideramos la producción y la modificación de cualquier sonido: siempre debe de haber alguna fuente de energía que inicie una vibración en un cuerpo elástico. Esta vibración produce el sonido, el cual, cuando se modifica y se amplifica, crea todos los efectos de los que la voz es capaz. La investigación intensiva de estos aspectos de la voz es todo un estudio que requiere muchos años de labor. Respiración Se ha sostenido durante mucho tiempo que para que la voz alcance su mayor eficacia, volumen y calidad es necesario respirar de cierta manera definida, con una máxima expansión del torso. Este método de respiración recibe ordinariamente el nombre de diafragmático o abdominal, basándose en la teoría de que se produce por un movimiento descendente el diafragma durante la inhalación, y por la acción de los músculos abdominales durante la exhalación. Se ha sugerido que el diafragma produce un impulso ascendente para enviar el aire fuera de los pulmones durante la exhalación. Por desgracia para esta teoría, el aparato respiratorio está tan íntimamente ligado a los nervios que funciona más bien como una unidad, y su control por separado no resulta fácil. Además, no se puede inhalar sin usar el diafragma, y tampoco podemos exhalar sin usar los músculos abdominales, ya que, en último análisis, no disponemos de otra manera de hacerlo. Entre los diversos tipos de respiración, el llamado abdominal o diafragmático es el menos indicado para un control consciente, y aun si se pudiera controlar, no se obtendría ninguna ventaja evidente en cuanto a la producción de la voz.
¿Significa esto que no hay que dar atención a la cuestión de la respiración? No. El propósito de la respiración, en lo que a la emisión de la voz respecta, es 1) mantener en vibración las cuerdas vocales, 2) producir sonidos de voz, y 3) dirigir una corriente de aire a través de la garganta y de los conductos orales donde se produzcan estos sonidos de voz. 1. El aliento debe tener la presión adecuada como para que los sonidos sean audibles a la distancia que sea necesaria. Es posible que se nos escuche un susurro a una distancia sorprendente, si los sonidos tienen suficiente presión. Una presión adecuada obrará el efecto de que nuestras consonantes sean más claras y precisas, y que nuestras vocales sean escuchadas con más facilidad a más distancia. Desafortunadamente, el uso vigente del micrófono, parece haber disminuido la importancia de cultivar voces fuertes. 2. Hay que mantener en todo momento una reserva adecuada de aliento, para que la voz no desfallezca y sea audible. No se debe hablar con los pulmones completamente llenos ni vacíos del todo. En el discurso ordinario, esto es, en la manera en que hablamos cotidianamente, no necesitamos más que un aliento breve en cada pausa corta, y un aliento completo, esto es, una inhalación plena, en las pausas finales. Con estas pequeñas “refacciones” de aliento, se puede hablar o leer una frase de cualquier tamaño, sin ahogarnos. Si las divisiones o pausas de nuestro discurso, están bien planeadas (puntuación), y hacemos acopio de aire en cada pausa pequeña, no hay por qué tener dificultades en mantener una reserva adecuada de aire en los pulmones. 3. Controlemos el aliento para que produzca una presión regular de aire al pasar por las cuerdas vocales, lengua, dientes y labios. Éstos son los productores y modificadores de la voz que nos permiten producir todos los sonidos y efectos tonales del discurso. Regularidad no significa uniformidad constante de presión, ya que habrá que variarla para producir cambios en el volumen, así como en el acento y en el énfasis. Producción de la voz Si nos pasamos los dedos por la garganta, nos daremos cuenta que en su parte media existe una pequeña eminencia, la cual recibe vulgarmente el nombre de manzana de Adán, y es algo más prominente en los hombres que en las mujeres. Esta eminencia es una parte de la laringe, la cual es el órgano más importante en la producción de la voz.
También tiene otras funciones, las cuales no nos interesan en este contexto. La laringe contiene dos estrechos tendones llamados cuerdas vocales. A través de la operación de un cierto número de músculos de la laringe, estas cuerdas vocales se puede unir o separar en uno de sus extremos, formando una V cuyo vértice apunta hacia la manzana de Adán. Las cuerdas vocales también se pueden tensar y relajar e incluso pueden vibrar parcialmente. Obviamente, ni estamos conscientes de estos movimientos ni podemos controlarlos de forma consciente, pero sí podemos sentir y escuchar los efectos, y a través del control de éstos, controlamos asimismo los mecanismos que los producen. Cuando las dos cuerdas vocales se unen lo suficiente para formar la resistencia adecuada al paso del aliento proveniente de los pulmones, pero no tanto como para impedir totalmente dicho paso, se les puede hacer vibrar de la misma manera en que un trompetista hace vibrar sus labios sobre la boquilla del instrumento. Esta oscilación de las cuerdas vocales establece, a su vez, una vibración en las cavidades que quedan entre ellas y los labios del orador, y con esto, de forma que todavía no se entiende de modo total, se produce un sonido. Por medio de la tensión y relajamiento de las cuerdas vocales, y variando la presión del aliento y los movimientos de los diversos órganos de la boca y de la garganta (lengua, labios, paladar, mandíbula inferior, dientes), este sonido se puede modificar, cambiar, aumentar o disminuir, y transformar en cualquiera de los diferentes sonidos que modulamos diariamente. En la formación de las palabras, estos sonidos se combinan en multitud de maneras, dándonos un vocabulario de cientos de miles de palabras, sin agotar todas las posibles combinaciones. Además, estas palabras pueden ser dichas de infinitas maneras, por medio de cambios en el tono de voz, produciendo una gran variedad de efectos que son sumamente importantes para el significado que deseamos expresar. Por medio de estas variaciones podemos producir cambios sutiles que estimulen en nuestros oyentes cambios igualmente sutiles en cuanto al significado, sin que en realidad se den cuenta de lo que sucede. Los tonos producidos de esta forma (independientemente de las palabras), se pueden describir en términos de cuatro atributos básicos a los que se han dado diversos nombres, pero que ordinariamente se llaman calidad, fuerza, tiempo y volumen. Calidad Calidad es el término que usualmente se da a aquella característica del sonido que nos permite identificarlo en cuanto a su
origen. Otro término, que se usa a menudo en el mismo sentido, es timbre. De esta manera, reconocemos la voz de un amigo por el teléfono, a causa de su calidad o timbre individual. De forma similar, podemos escuchar el tono de algún instrumento que forma parte de una orquesta, el oboe, por ejemplo, a causa del peculiar timbre nasal de su tono. Un piano puede tener un tono suave, mientras que otro puede contar con un tono brillante y duro. El término calidad se usa a menudo para aludir a la evaluación subjetiva de un sonido, ya sea agradable, malo o bueno. Decimos que el tono de un violín barato tiene una calidad pobre, mientras que el de un Stradivarius o un Amati se caracteriza por una calidad rica, pero ambas calidades se reconocen como tonos de violín por su timbre característico. Nuestro propia voz tiene un timbre individual que la distingue de otras voces, pero eso no quiere decir necesariamente que su calidad sea agradable o desagradable. Una buena calidad, si no la poseemos de forma innata, no se adquiere de la noche a la mañana. Si nuestro voz es definitivamente desagradable, hay que tomar un curso para corregir su modulación y su emisión. Principales defectos en la calidad de su voz Nasalidad. La nasalidad se origina generalmente, al permitir que gran parte del tono pase por los conductos nasales. Teóricamente, sólo existen tres consonantes nasales, que son la m, la n y la ñ. Al producir los sonidos de estas letras, observamos que el aliento pasa por la nariz. En realidad, también las vocales que preceden a estas letras, se nasalizan un poco. El defecto de la nasalidad consiste en dar dicha calidad a letras que no lo ameritan. Estridencia En cierto sentido, la estridencia no se puede considerar como una falta de calidad, sino más bien un volumen exagerado. Obra el efecto de abrumar al oyente. Las personas con este tipo de voz la imponen en toda ocasión, venga o no al caso. En ocasiones, la estridencia sólo puede ser un intento de sobrecompensación, y, por ende, algún desajuste de la personalidad. También puede deberse a un exagerado sentimiento de superioridad.
Calidad y personalidad Una voz agradable es una ventaja en cualquier forma de hablar, ya sea en oratoria, en la lectura, en la actuación o en la conversación. Gran parte de la impresión que la gente recibe de nosotros, se debe a la calidad de nuestra voz, ya que ésta crea una de las primeras impresiones que, posteriormente, puede ser difícil borrar. De hecho, gran parte de la personalidad que se nos atribuye se origina en las impresiones que creamos a través de la calidad y otros atributos de la voz. La personalidad es básicamente aquello que de nosotros afecta a los demás, ya sea que reaccionen favorablemente o desfavorablemente. No existe ninguna esencia misteriosa que emane de nuestro organismo a la cual se pueda colgar el rótulo de personalidad. El único modo de impresionar a los demás de alguna manera, es a través de lo que ven o escuchan de nosotros. Si deseamos crear una impresión favorable, esto es, si queremos exhibir una personalidad agradable, debemos llevar a cabo cosas ante las que los demás reaccionen favorablemente. Ciertamente, una voz extremadamente nasal, chillona, opaca o estridente, no contribuye para nada a la formación de una impresión favorable. Una de las maneras en que la fricción social se puede aliviar, es cultivando una voz que a los demás guste, aunque sea por su sonido. Fuerza El término fuerza no es muy afortunado, ya que puede interpretarse de muchas formas. Con respecto a la voz y su producción, se refiere al volumen, el cual se correlaciona con lo que en física se llama intensidad. Para nuestro leal saber y entender, y en lo que nos concierne, la fuerza se compone de tres cualidades: acento, énfasis y volumen. Acento El acento se refiere a la ligera tensión o volumen que se da a ciertas sílabas de una palabra. Énfasis De la misma manera en que ponemos de relieve una sílaba de una palabra, para hacerla resaltar y dar a la palabra su correcto patrón rítmico y, por ende, su justa pronunciación, asimismo podemos dar énfasis a una o más palabras en una oración para hacerlas sobresalir y dar a dicha oración su significado. Este relieve que se da a las palabras
de una oración, se conoce como énfasis. El énfasis señala el significado de una oración, demuestra de qué manera se conecta con otra, marca las diversas cláusulas de una oración, da a cada parte su sonido propio. Tomemos por ejemplo la siguiente oración: Este es (no otro) el regalo que me dio mi hermana. Este es (créanlo o no) el regalo que me dio mi hermana. Este es el regalo (no un préstamo ni una venta) que me dio mi hermana. Este es el regalo que me dio mi (la mía y de nadie más) hermana. Este es el regalo que me dio mi hermana (no mi madre ni mi hermano). Este es el regalo que me dio (no me lo vendió) mi hermana. Observemos que al dar énfasis a diferentes palabras de esta oración, no sólo les dimos más fuerza, sino también una inflexión diferente. Volumen Ocasiones diferentes exigen diferentes grados de volumen. En una sala pequeña, por ejemplo, no sólo es innecesario hablar con la misma fuerza con que lo haríamos en un gran auditorio, sino incorrecto. El grado de volumen necesario es determinado sobre todo por la distancia a que necesitamos proyectar la voz, modificado por las interferencias (ruidos, murmullos, peculiaridades acústicas, etc.) Es un error creer que siempre debemos hablar por encima del ruido que hace el público. A veces, el utilizar una voz menos estentórea, pero que el público pudiera oír si estuviera callado, nos permitirá disfrutar de su atención e inducirlo a que se calle para poder escuchar. En general, los oradores animados, los que se interesan profundamente en su tema, tienden más a hablar en voz alta que los que no son tan entusiastas. Un cierto grado de fuerza espontánea en la voz, es indicio del interés y sinceridad del orador. Sin embargo, hay que evitar los gritos, a los que los oradores superficiales recurren tan a menudo como substituto de su falta de capacidad.
Tiempo
El factor tiempo es un atributo del tono vocal, y se manifiesta de tres formas principales: cantidad, duración de la frase y duración de las pausas entre las frases. Cantidad El término cantidad se refiere a la cantidad de tiempo en que se mantiene un sonido o palabra. Hay mucha diferencia, por ejemplo, entre decir: “España es heredera directa de Grecia” y “Espaaaña es heredeeeera directa de Greeeeecia”. El alargar un sonido o toda una palabra puede hacerlos impresionantes, ya que intensifica el significado que de otra manera parecería demasiado casual. Por otra parte, al imprimir brevedad en una palabra, se le puede dar una cualidad definida y final que no tendría de otro forma. Duración de la frase El sentido de todo discurso, ya sea oratorio o simplemente coloquial, consiste en hablar en frases y no en palabras aisladas, ya que es necesario contar con una unidad de sentido. Por ejemplo, en la siguiente oración: “Es de lamentarse, el abandono en que se tienen los estudios clásicos en México”, un orador capaz propondría: “Esdelamentarse, elabandonoenquesetienenlosestudiosclásicosenMéxico” y no: “Es/de/lamentarse/el/abandono/en/que/se/tienen/los/estudios /clásicos/en/México/.” Obviamente, este modelo no es fijo, y pueden hacerse varias combinaciones en pro de mayor elocuencia y claridad. Las unidades de sentido no son rigurosas, y en cualquier pasaje se pueden abreviar o extender. Se pueden combinar dos o más de ellas para formar una unidad más larga, y, asimismo, una larga se puede descomponer en dos o tres. Todo depende del efecto que queramos crear. Con todo, hay que asegurarse de que nuestras frases, breves o largas, consistan en una unidad de sentido y no se quite una palabra a una unidad que la necesita, para darla a otra que no la necesita. Hay diferencia entre “El profesor insiste/ en que el estudiante es perezoso”, y “El profesor/ insiste en que el estudiante/ es perezoso”. Al variar la duración de la frase, obviamente, también variamos el número de pausas o períodos de silencio entre frase y frase. Como regla general, en un discurso parejo, las frases cortas son acompañadas de
pausas relativamente largas, dando una impresión de peso, importancia y dignidad. Pausa dramática En ocasiones, al terminar algún pasaje particularmente impresionante y haber llegado a un clímax de pensamiento y de expresión, se puede aumentar de forma significativa la impresión al parar por completo y permanecer en silencio unos cuantos segundos, mientras que todo lo que hemos dicho acaba de asentarse en el público. Articulación Experimentos realizados por entendidos en la materia, demuestran que gran parte del poder de nuestra voz reside en el sonido de las vocales, mientras que la inteligibilidad del discurso recae en la claridad de las consonantes. Para un discurso que se pueda entender a cualquier distancia hay que cuidar tanto las vocales como las consonantes, en otras palabras, hay que atender a toda la emisión de sonidos. Pronunciación ¿Qué es una buena pronunciación? ¿Cómo se puede determinar la pronunciación que hay que observar para tener cierta seguridad de que nuestro discurso está aceptable? He aquí algunas de las preguntas que se hace forzosamente el orador que quiere mejorar su modo de hablar. Aunque las respuestas no siempre son fáciles, algunas sugerencias pueden ser útiles. Primeramente, una buena pronunciación consiste grosso modo en un conjunto de criterios por los que se puede determinar aproximadamente si una pronunciación es aceptable o no. Dichos criterios son determinados, por lo general, por los dictados del uso y por el prestigio de aquellos oradores cuya pronunciación se considera buena, y, por lo tanto, se toma como base para una comparación. No es difícil entender por qué las autoridades en la materia, al tratar de valorizar dichos criterios, y de pesar el prestigio de diversos oradores, todos igualmente eminentes, desisten ocasionalmente, sobre la pronunciación predominante de cierta palabra. El simple hecho es que, en nuestro bello idioma, no existen reglas fijas de pronunciación. Es bien sabido que la única diferencia substancial que existe entre el castellano que se habla en España y el que se habla en Hispanoamérica, es la pronunciación de la c, la s y la z. Si bien es cierto que en la Argentina se da un énfasis a la pronunciación de la y, y de la ll, esto no pasa de ser un regionalismo que
se extiende al Uruguay y a otros países del cono sur. Según el erudito don Salvador de Madariaga, el romance más puro, fuera de España, se habla en México, y esto, no sólo en lo que se refiere a construcción gramatical, sino también a pronunciación. En España misma existen ciertos abismos fonéticos en el uso de las consonantes antes mencionadas, y en Galicia, llegan incluso a transformar la o castellana, profunda e inconfundible, en una u más o menos suave. Así pues, en la pronunciación de la lengua castellana, sonora y rotundamente latina, no existen más reglas que las de la inteligibilidad. En contraposición con el inglés, lengua rudimentaria y de dudosa pronunciación, tanto que George Bernard Shaw hacía irrisión de su inexactitud, al cuestionar la pronunciación de muchos de sus vocablos, el castellano, puede decirse sin ambages, es la más perfecta y clara de las lenguas romances o románicas, ya que sus vocales no adoptan medios tonos como el francés y el portugués, sino que se enuncian siempre de la misma forma, y una a es siempre una a en todo el ámbito hispanoparlante. Otra cosa muy distinta son los diversos acentos con que se habla nuestra lengua, mas, en éstos, no se puede hablar de corrección ni de incorrección, sino de modos y usos, por lo que un erudito cubano que pronuncia un discurso ante la Real Academia de la Lengua Española, lo hace con la misma fluidez y corrección con que pudiera pronunciarlo un letrado de Salamanca, dándole las inflexiones y matices del país donde nació, pero dentro de un estilo igualmente castellano. Así pues, en una lengua tan universal como la nuestra, con todos los atributos de perfección y resonancia que tiene, el único criterio para su pronunciación consiste en la articulación inteligible de las palabras, ya que al ser universal, forzosamente tiene sus diferencias fonéticas, y eso solamente en las pocas consonantes a que hemos aludido con anterioridad. Fluidez La fluidez es otro aspecto que hay que considerar en el uso de la voz. El lenguaje fluido hace precisamente eso: fluye. Se mueve y avanza sin vacilación, sin mostrar incertidumbre en las ideas ni en las palabras. No hay que confundir fluidez con rapidez. Se puede ser igualmente fluido emitiendo 130 palabras por minuto que 200. Aunque el lenguaje debe moverse resueltamente, esto no significa que lo haga de forma continua, sin interrupciones ni pausas. Hay que dividir el discurso en frases, separándolas por medio de las pausas. Los requisitos esenciales para obtener fluidez son los siguientes: 1) conocimiento total de los puntos que tratamos de presentar, y del orden en que intentamos hacerlo, 2) conocimiento igualmente total del
material de apoyo con ayuda del cual vamos a desarrollar esas ideas, 3) dominio suficiente del idioma para evitar las lagunas innecesarias, 4) eliminación absoluta de expresiones incoherentes como, este, eh, etc., vocalizaciones superfluas que se originan cuando estamos dando forma al siguiente pensamiento o idea, 5) confianza en nuestro conocimiento como para no dejarnos vencer o intimidar por la ocasión, y 6) práctica y experiencia para dirigirse al público.
Decimocuarto Capítulo ASPECTOS VISIBLES DEL DISCURSO Los aspectos visibles en el discurso revisten tal importancia que, cualquiera prefiere ver las noticias por la televisión, que escucharlas solamente por la radio. Si el lenguaje que uno usa es de la máxima importancia en la comunicación, lo que se ve de ese lenguaje es todavía más importante. Confrontación Hace casi 5,000 años, los egipcios solían decir a sus hijos: “Si quieres juzgar el carácter de un amigo, no te atengas al juicio de los demás, procura tratarlo en alguna ocasión mutuamente agradable y conversa con él, prueba su corazón a través de lo que dice. Escúchalo hasta el final sin interrumpirlo, si desea abrirte su corazón, y no te burles ni lo eludas. Te dará la oportunidad de formarte un buen juicio acerca de él.” Lo que hace que el discurso sea algo preeminente como medio de comunicación es precisamente este factor de confrontación, la situación cara a cara que permite la concesión y recepción simultáneas de estímulos: esto es, el orador recibe estímulos de sus oyentes al mismo tiempo que les concede estímulos auditivos y visibles. Nuestras conversaciones cotidianas constituyen ejemplo el ejemplo que nos es más familiar en cuanto a la operación del principio de la confrontación. Éste es el factor que impulsa a las compañías a tener conferencias con frecuencia, y a las organizaciones profesionales a reunirse en convenciones periódicas, y a las naciones, a asignar misiones diplomáticas en otros países. Como en cualquier forma de comunicación que no sea el discurso directo, se carece de confrontación, ninguna puede reemplazarlo. La radio, la televisión y el cine, con todo lo excelente que puedan ser técnicamente, no pueden permitir la recepción y concesión simultáneas de estímulos que es el ingrediente del discurso directo. Cuando un candidato político desea llevar a cabo una campaña efectiva, no sólo se hace escuchar y ver por la radio y la televisión, sino que va hacia sus partidarios para verlos y para que lo puedan ver, ya que de esta forma puede observar sus reacciones aun cuando está hablando, lo cual resulta imposible en cualquier otro tipo de situación hablada. El orador es algo más que una persona a la que hay que oír. En una situación oratoria normal y eficaz, es alguien a quien hay que ver. A pesar de la tendencia cada vez mayor a hablar con micrófono, todavía hay
casos en los que el orador se dirige al público de cerca, con su propio volumen de voz, en los que el aspecto visible del discurso contribuye a la efectividad de la comunicación. Por lo tanto, es importante que examinemos el aspecto de la acción corporal visible para determinar cuáles son los principios que debemos seguir para hacer que dicha contribución sea todavía más significante. No hay oratoria sin acción Cuando nos enfrentamos directamente a un público, no se puede practicar una oratoria sin acción. Incluso es improbable que este tipo de oratoria se produzca ante un micrófono. Las acciones visibles de un discurso naturalmente no contribuyen cuando dicho discurso se realiza por la radio, aunque sí puede obrar una cierta influencia sobre la voz del orador. Pero, mientras estemos a la vista de un público, lo que nos ve hacer tiene interés y significancia para él. Todo movimiento, por pequeño que sea, tiene un significado propio. Esto es especialmente cierto cuando se trata de una situación oratoria en la que la confrontación es uno de los factores. Así pues, no hay solución al problema de lo que hay que hacer con las manos, los brazos o los pies, ya que incluso el no hacer nada con las extremidades, tiene asimismo su significado. Y si nuestra inactividad es tan evidente que nuestros músculos se ponen tensos, eso significa para nuestros oyentes que somos oradores nerviosos y asustados. Al colocarnos frente a un público, obviamente no nos podemos esconder de sus miradas. Mientras más tratemos de ocultarle nuestros movimientos, más evidentes se vuelven. La gente es afectada por impresiones de las que es absolutamente inconsciente. Responde, de forma bastante peculiar a estímulos demasiado débiles para concientizarlos. En un cierto momento, nos ha sucedido que nos damos cuenta de un ruido muy suave que hemos estado escuchando durante algún tiempo, pero que hasta entonces no había penetrado en nuestra conciencia. A veces podemos decir si cierto elemento está presente en algún estímulo o no, aun cuando dicho elemento sea demasiado débil para sentirlo si se presentara por sí solo. De forma similar hay ciertas cosas pequeñísimas que vemos y oímos que hace la gente, aunque en realidad no estemos conscientes de qué es lo que nos hace pensar así. Puede tratarse de una tensión imperceptible de un músculo facial, de una ligerísima inflexión en la voz, del movimiento de un dedo. Estos aspectos de un estímulo del cual no estamos conscientes, porque se encuentran por debajo del limen o límite de la percepción, pero a los que, con todo, respondemos, se conocen con el nombre de
estímulos subliminales. Aquellos de los que estamos conscientes, porque son lo suficientemente fuertes como para rebasar el límite o limen de la percepción, se llaman supraliminales. El individuo es totalmente inconsciente de los ligeros movimientos de sus músculos faciales, de las inflexiones de la voz, etc. En otras palabras, constantemente presentamos patrones de estímulos que contienen elementos por encima del límite de percepción tanto para nosotros como para quienes nos rodean. Sin embargo, también presentamos patrones que contienen elementos por debajo de nuestro propio límite de percepción y del de ellos, pero que, con todo, influyen considerablemente para crear las impresiones que los demás se forman a nuestro respecto. En una persona bien motivada, cuyas actividades exteriores correspondan a sus impulsos y actitudes fundamentales, no hay conflicto entre los estímulos subliminales y los supraliminales que presenta a sus oyentes. No obstante, cuando se han cultivado costumbres opuestas a esta naturaleza básica, entonces hay conflicto, y los oyentes se enfrentan a la necesidad de determinar qué grupo de patrones es más auténtico. Es significativo que, independientemente de lo pulida que pueda ser la forma exterior, las impresiones más fuertes y profundas provienen de patrones de actividad más profundos. Lo que hacemos cuando estamos “en guardia”, tiene a menudo una gran significancia en los juicios que otros se forman de nuestro carácter. Si, por lo tanto, hemos de proporcionar a nuestros oyentes lo que Aristóteles llamó prueba ética de lo que decimos, hay que asegurarnos de que esos movimientos imperceptibles, de los que tanto nosotros como ellos estamos completamente inconscientes, y contra los cuales no podemos protegernos con una coraza adecuada, no nos traicionen. El viejo principio de que un orador es un hombre bueno con habilidad para hablar, es válido tanto desde el punto de vista ético como desde el psicológico. Nada de lo que se ha dicho hasta ahora va en detrimento de la importancia de una buena expresión, consciente e intencionalmente desarrollada y que, en verdad, consista en actitudes y movimientos físicos que son totalmente obvios tanto para el orador como para el auditorio. Lo que importa es considerar, con referencia a los aspectos subliminales de nuestra conducta, si deseamos que nuestra oratoria tenga una máxima eficacia, es que no debe haber, de ninguna forma, conflicto entre esos aspectos inconscientes e inintencionados y las fases conscientes y controlables de la expresión. “A menos que nuestra expresión pública y nuestro carácter moral estén de acuerdo”, dijo Filóstrato, “seremos como flautas que hablan con una lengua que no es la suya.” Vale la pena considerar esos aspectos de la expresión sobre los que ejercemos algo de control.
La actividad corporal visible usualmente se divide en cuatro partes o aspectos: postura, movimiento, gestos y expresión facial. Postura Lo primero que un público observa cuando aparecemos frente a él, después de advertir nuestra apariencia general, estatura y proporciones, es nuestro porte: Desde el momento en que esto es lo que da al público una primera impresión, y partiendo de que es muy difícil cambiar la primera impresión, debemos esforzarnos por que ésta sea favorable. La postura, como otros aspectos de la conducta corporal, es algo que crea un impresión total. Implica la posición de los pies, la distribución del peso, la posición de los hombros y de la cabeza, el modo de colgar los brazos cuando no se utilizan. Todas las partes del cuerpo deben funcionar como una unidad. El público no aprecia estas partes por separado, ni la contribución que aportan a una impresión total, sino que nos ven de una sola pieza. No obstante, para propósito de análisis y de estudio, es conveniente considerar separadamente las diferentes partes del cuerpo y el efecto que obran sobre el patrón total. Posición de los pies Antes que nada, hay que aclarar que no existe lo que pudiera llamarse una “posición de orador”. Muchos buenos oradores son tan activos que cuando se encuentran en la plataforma de un escenario no guardan ninguna posición más de unos cuantos segundos. Por lo tanto, no se puede hablar de una posición específica de los pies. En el pasado se hicieron muchos esfuerzos por describir tales posiciones, prescribiéndolas para ciertas actitudes del orador, pero las reglas eran tan rígidas que se volvieron completamente mecánicas y hubo que descartarlas. Esto no significa que cualquier posición en que queramos poner los pies, sea aceptable. Hay algunos principios elementales al respecto: La posición más flexible que podemos adoptar con los pies es colocar un pie un poco más adelante que el otro, con el talón de aquél puesto en algún ángulo cómodo con respecto al otro. Desde esta posición básica podemos avanzar, retroceder, cambiar el peso del cuerpo de un pie a otro. Al recomendar esta posición, no queremos decir que al aparecer en el escenario coloquemos los pies de esta forma, deliberada y mecánicamente, ya que eso será peor que cualquier otra cosa que tratáramos de hacer con los pies.
Distribución del peso Cuando mantenemos una actitud animada y nos movemos por la plataforma con soltura, el problema de la distribución del peso se resuelve por sí mismo. Sin embargo, habrá ocasiones en las que no podamos cambiar de posición. En estas ocasiones, la cuestión de la distribución del peso del cuerpo, puede adquirir importancia. En realidad, hay solamente unas cuantas posibilidades de colocar el peso del cuerpo: Sobre Sobre Sobre Sobre Sobre
la planta de cualquiera de los pies. el talón de cualquiera de los pies. el talón y la planta de alguno de los pies. las plantas de ambos pies. los talones de ambos pies.
En los referente a la distribución del peso, se pueden hacer algunas sugerencias al respecto. 1. Evitemos la posición de rigidez militar. 2. Hay que evitar colocar los pies en un ángulo preciso, o con los talones muy juntos. 3. No permitamos que la posición de los pies y la distribución del peso del cuerpo se estorben mutuamente. 4. Evitemos colocar todo el peso del cuerpo en una sola pierna, manteniendo la otra echada hacia adelante por completo. Es mejor mantener los pies bastante juntos; se ve mejor y nos da más flexibilidad. 5. Evitemos el constante cambio del peso, de atrás hacia adelante, de un lado para otro. Mantengamos una posición, hasta que tengamos razón para cambiarla. 6. Evitemos el uso constante de una sola posición, ya que resultará fatigoso tanto para nosotros como para el público.
Cuerpo y hombros Nuestro porte, que se revela sobre todo por la manera en que colocamos los hombros, indica a nuestro público gran parte de nuestra actitud hacia nosotros mismos y hacia ellos. Mantengamos una postura erecta, con el estómago metido, lo cual dará a nuestros oyentes una muestra de respeto hacia nosotros mismos. Como regla general, podemos esperar del público, la misma dosis de respeto que manifestamos a nuestro respecto. Así, pues, nuestro porte ante ellos debe ser motivado por una confianza razonable en nuestro conocimiento y habilidad, así como en nuestra integridad, esto es nuestra prueba ética. Evitemos la exageración en el porte, ya que crearíamos una impresión de fatuidad, de desprecio y condescendimiento, actitudes que ciertamente despiertan reacciones desfavorables o adversas. Es igualmente importante que evitemos la actitud de disculpa cuando no hay nada de qué disculparnos. Hay ocasiones en las que debemos disculparnos ante nuestro público; en esas ocasiones, hagámoslo abiertamente. Brazos y manos Siempre es un problema qué hacer con las manos y los brazos. Probablemente, lo mejor sea dejarlos colgar, cuando no los utilizamos. En una ocasión informal, podemos meternos las manos a los bolsillos del pantalón, teniendo cuidado de no dejarlas allí indefinidamente. Asimismo, podemos colocarlas por detrás. Si contamos con un atril, podemos recargarnos hacia adelante, apoyando las manos en las orillas, siempre y cuando sea momentáneamente, pero si no estamos utilizando algún apunte, no nos enclaustremos detrás del atril para siempre. Gestos Cuando se habla de gestos, hay que aclarar que existen cuatro tipos de ellos: gestos de locación, gestos de énfasis y gestos de simbolismo. En los gestos de locación, señalamos la locación aproximada de las cosas de las que estamos hablando. Colocamos varios objetos en relación espacial unos con otros. Indicamos direcciones, tamaños y áreas. Visualizamos al público esas relaciones espaciales. En los gestos descriptivos, tratamos de describir el aspecto de cosas que no tenemos a nuestro lado. Son parecidos a los gestos de locación. Los gestos enfáticos, consisten la mayoría de las veces, en abrir las manos con cierta fuerza, levantar el dedo índice, etc. Los gestos de simbolismo son
poco más o menos como los descriptivos, ya que tratamos de describir cosas, objetos y situaciones. Expresión facial Es probable que tengamos la impresión de que, con todo lo que se ha dicho acerca de la importancia de la postura, del movimiento y de los gestos, nuestros oyentes van a observar minuciosamente todo movimiento o gesto que hagamos, y que estarán conscientes de cada paso que damos, de cada cambio de posición. La verdad es que, si esas acciones son lo que deben ser, esto es, parte del proceso total de comunicación, nuestros oyentes no observarán específica y conscientemente lo que hagamos. Toda nuestra cara debe reflejar el humor o actitud general. Si el ambiente es propicio a una expresión de alegría, hay que adoptar una actitud alegre. En ocasiones habrá que estar muy serios. En otras, muy solemnes. Por regla general, no tratemos de adoptar una expresión que no podemos sentir. Esencialmente, esto significa que nuestra expresión debe ser un reflejo sincero de nuestro humor. Habrá ocasiones en las que nos veamos obligados a improvisar un discurso, aun cuando no tengamos deseos de hacerlo. “... aunque el mismo Demóstenes no triunfó en sus primeros intentos, posteriormente llegó a tener una facultad tal que, cuando el pueblo de Rodas expresó en elevados conceptos, su admiración por su famosa oración para Ctesiphon, al oírla leer en la voz dulce y potente de Aesquines, aquel juez bueno y grandioso les dijo: ‘¡Cómo se hubieran conmovido si lo hubieran visto hablar! Porque, el que solamente escucha a Demóstenes, pierde la mejor parte de la oración.’ ”