SACACORCHOS CÓSMICO Michael A. Burstein
COYLLUR APCFTF http://www.coyllur.org/
Este relato es una obra de ficción. No...
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SACACORCHOS CÓSMICO Michael A. Burstein
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Este relato es una obra de ficción. Nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del escritor o son usados ficticiamente. Cualquier semejanza con eventos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia. © 1998, Michael A. Burstein Publicado en Analog, junio de 1998.
SACACORCHOS CÓSMICO Michael A. Burstein La Estasis se sentía irreal. El Dr. Scheihagen me lo había advertido cuando me ofrecí de voluntario para esta misión. —Recuerde, no sabemos cómo será para usted allí dentro —dijo con acento alemán—. Nunca hemos enviado a un ser humano tanto tiempo atrás, hasta ahora. El
mismo
Scheihagen
había
sido
voluntario
en
los
primeros
experimentos, pero había regresado en el plazo de unas pocas horas, no años. Así que tenía poca información para entregarme para mi experiencia. Incluso ahora, no puedo describirla. ¿Cómo describe uno el paso del tiempo imaginario dentro de una caja de Estasis, de la atemporalidad? Me sentí congelado en el tiempo mientras los eventos pasaban a mi alrededor como una mancha de color. Desde el principio hasta el fin me preocupaba quedar atrapado en Estasis y nunca emerger en el tiempo normal otra vez. Pero había deseado correr el riesgo por esta misión literaria de máxima importancia. Finalmente, después de una eternidad de nada, la Cronocaja y yo nos materializamos en un pequeño callejón solitario. Salté afuera de la Cronocaja, aspiré algunas bocanadas de aire, y cerré la puerta. La luz del sol pasaba a través del cubículo de vidrio, haciéndolo casi invisible. Sólo cuando me sentí otra vez seguro en el tiempo normal le eché un vistazo a mi cronómetro de muñeca. El visor digital mostraba la fecha 06:20:38. Era lunes, 20 de junio de 1938, por la tarde. Perfecto. Había logrado reprogramar la Cronocaja bajo las narices de Scheihagen. ****
Scheihagen me lo había advertido cuando ajustó los controles. —Recuerde nuestro acuerdo —me había dicho—. Le estoy enviando al 23 de junio, cuando la historia ya ha estado rechazada, para que no haya ninguna oportunidad de interferir con el evento principal. Usted hará una copia de la historia, luego se volverá a meter en la Cronocaja y volverá a casa. No interactúe con nadie, principalmente con él. ¿Ist das klar?1 Asentí para expresar mi acuerdo, sin molestarme en señalar a Scheihagen que uno de los cuentos cortos de nuestro sujeto mostraba un cambio de línea temporal justo después de la misión, incluso después de que el trabajo original en cuestión había sido rechazado. Después de todo, lo último que quería hacer era darle a Scheihagen una razón para dudar de mí. Entonces, mientras él estaba de espaldas y toqueteaba los últimos controles, usé el cronómetro de muñeca... que es bastante más que un simple reloj... para reprogramar la fecha de llegada. Tuve que preverlo perfectamente, haciendo el cambio antes de que Scheihagen me enviara de regreso, pero no demasiado pronto en la secuencia de lanzamiento para que lo notara. ¿Por qué hice esto? Porque, a pesar de las advertencias de Scheihagen, quería hacer contacto con el sujeto. Cuando él estaba vivo, siempre que me había encontrado con él yo era siempre un admirador; para cuando ya me había hecho un nombre en su campo, él llevaba muerto algún tiempo. Quería encontrarlo justo al principio de su carrera, y en mi opinión, ese comienzo estaba después de que terminara de escribir su primera historia. Volví la mirada hacia la Cronocaja, luego controlé mi ropa y me palpé los bolsillos. Estaba vestido con chaqueta, corbata y sobretodo, perfecto para mezclarme con los naturales de esta época. En mis bolsillos tenía un escáner y un desorientador. El escáner era vital para mi misión; el desorientador era para reparar el pasado en caso de que cometiera un error. Sintiéndome confiado, giré la esquina y caminé hasta mi destino: la confitería ubicada en Windsor Place 174, en la sección Park Slope de
1
¿Está eso claro? En alemán en el original. (Nota del traductor)
Brooklyn. Había memorizado la ruta en el futuro, y aquí en el pasado encontré mi camino muy fácilmente. La confitería estaba en mitad del bloque. Un estante de periódicos afuera, con los ejemplares del día y las revistas más populares de la era prominentemente exhibidas. Empujé la puerta y entré. Los detalles de esta tienda eran importantes para mí, y quería absorber todo lo que veía tan perfectamente como fuera posible, así podría recordarlo en cuanto hubiera partido. Lo primero que noté fue que la tienda era más ancha que larga. A la izquierda, cerca de la pared, vi un mostrador de tabaco y una caja registradora. Detrás de la registradora, contra la pared, había unos estantes verticales atestados de paquetes de cigarrillos. En ángulo recto con el mostrador de tabaco había un mostrador de golosinas con tres hileras de caramelos de a penique2 (¡penique!), y una de los de a níquel3. El dulce olor de los cigarros flotaba a través de la tienda y se extendía con un aroma agradable y rancio. Sobre el costado derecho de la tienda había una heladería con un refrigerador, recipientes de jarabe, batidoras eléctricas, grifos para agua gaseosa, y un sumidero. Los cuatro taburetes frente a ella estaban vacíos. Yo era el único cliente en la tienda. Sobre la pared de la derecha había una estantería de revistas. Junto a ella, un teléfono rotatorio y una mesa con cuatro sillas. Y después, cerca del costado derecho de la puerta, un contenedor de hielo. Y detrás del mostrador de tabaco había un joven de sólo 18 años que usaba anteojos y mostraba una imposible sonrisa. Me miró, y con un inconfundible acento de Brooklyn, dijo: —¿Puedo ayudarle? Estaba en el lugar correcto, en el momento correcto. Detrás del mostrador estaba el joven Isaac Asimov. **** Le dije que sólo estaba mirando, y pareció resultarle extraño; supongo 2
Penny: moneda de un centavo en los EEUU. (Nota del traductor)
3
Nickel: moneda de cinco centavos en los EEUU. (Nota del traductor)
que la mayoría de las personas de esta época entraban en una confitería buscando uno o dos artículos especiales. Pero pareció relajarse cuando me dirigí al puesto de revistas y empecé a estudiar los títulos. Tuve que respirar hondo un par de veces sólo para calmarme. Una parte de mí estaba preocupada porque en cualquier momento Scheihagen podía arrastrarme de regreso al futuro, o tal vez el universo podía derrumbarse a mi alrededor por haber violado sus protocolos al modificar ligeramente la línea temporal con mi breve contacto. Pero la mayor parte de mí simplemente sentía temor al estar en presencia de uno de los autores más grandes del siglo XX. Consideré mi siguiente movimiento. Realmente, quería una oportunidad de hablar un poco más con el joven Asimov y me pareció que no tenía que preocuparme más por perturbar la línea temporal. Después de todo, ya había hecho contacto y todavía estaba aquí. Me convencí de que eso quería decir que mis acciones eran inofensivas. Pero todavía quedaba una pregunta: ¿cómo podía lograr que él me hablara? ¿Qué podía hacer para que él deseara iniciar una conversación con un cliente anónimo? Y entonces mis ojos, paseando sobre los títulos de las revistas, se posaron en el número actual —es decir, el de junio de 1938— de la Astounding Sience-Fiction. Era perfecto; la manera obvia de hacer buenas migas con el joven Isaac Asimov. La estudié por un momento mientras me decidía. La ilustración de la portada era una imagen de Marte vista desde Deimos. Muy buena, dado el hecho de que en 1938 nadie había puesto un pie sobre la Luna, mucho menos sobre Marte. Por supuesto, incluso en mi época, las tres figuras humanas de pie sobre la superficie de la luna marciana y la nave espacial plateada con forma de cigarro todavía eran cosas de la ciencia ficción, no hechos de la ciencia. Tomé una copia y la coloqué sobre el mostrador. Asimov había estado mirando el vacío; ahora salió de su ensueño y se preparó para tomar mi dinero. Bajó la vista a la revista, y entonces me echó una mirada curiosa. —Perdone mi pregunta —dijo—, pero ¿lee usted ciencia ficción?
Asentí; sentía un nudo en la garganta y tardé un momento en encontrar mi voz. Mi truco había funcionado. —Sí. ¿Por qué? Miró a su alrededor por un momento; todavía estábamos los dos solos en la tienda. —Yo también lo hago. Y no he conocido a demasiados lectores de ciencia ficción. Pensé por un momento; en este punto de su vida Asimov estaba escribiendo cartas a las revistas, pero todavía no se había enganchado con los Futurians. —Bien —respondí con una sonrisa—, he estado leyendo Analog... ups... quiero decir Astounding... por un tiempo. —¿De veras? ¿Cómo se llama? ¿Qué hace usted? —Hum... —no quería darle mi nombre verdadero—. Schwartz —dije después de pensarlo un momento—. Joseph Schwartz. Yo soy... profesor. —Soy Isaac Asimov. Mi familia posee esta tienda, pero soy químico. — Nos dimos la mano. —Dr. Asimov... —empecé. Se rió. —¿Doctor? ¡Llámeme Isaac! No estoy ni cerca de ser un Doctor aún. Me sentí avergonzado; acababa de dirigirme a él como siempre, como cada vez que lo había encontrado en su vida posterior. —Lo siento, Isaac —dije, y me sonó extraño—. Dígame, hum, ¿ha leído ya este número? —¡Claro que sí! —Le dio vuelta a la revista para tenerla derecha—. Terminé ésta hace algunos días. —Sus dedos siguieron la leyenda en la parte superior de la tapa, que orgullosamente decía “LA LEGIÓN DEL TIEMPO, por Jack Williamson”. Sus ojos estaban llenos de entusiasmo—. He estado disfrutando los episodios de Williamson. ¿Cómo supone que va a terminarlo? —Hum —dije. Nunca lo había leído—. No estoy realmente seguro. —Bien, yo pienso... —Asimov empezó, y se embarcó en una trama detallada sobre la base de su propia extrapolación de lo que él sentía que
vendría después. Cuando terminó, dije: —¿Sabe? Eso parece muy bueno. ¿Alguna vez ha pensado en escribir usted mismo? Apartó la mirada por un momento y luego dijo: —En realidad, lo he hecho. Sabía eso, por supuesto. —¿De veras? Vaciló. —Sí. Acabo de terminar una historia, ayer. La primera. —¿Cuál es el título? —pregunté. —Sacacorchos cósmico. Éste era el momento crucial. —¿Podría verlo? Su cara mostró una expresión desconfiada. —¿Qué enseña usted? —Física —dije. Vi aparecer el alivio en su mirada. —Mientras no sea escribir. Isaac extendió la mano debajo del mostrador y tomó un fajo de papeles. Con un ligero temblor en la mano, me pasó el manuscrito. Le eché un vistazo, ansiosamente. Muchos años después, en su autobiografía, el propio Isaac había admitido que la historia era completamente imposible. Y con todo, hasta donde yo y muchos otros opinábamos, era la cosa más valiosa en el mundo entero. —Es una historia de viajes en el tiempo —dijo Isaac mientras le echaba un vistazo—. Ya ve, lo titulo "Sacacorchos cósmico" porque... —... el tiempo es una hélice —murmuré para mí mismo, pero demasiado fuerte. —Oh, ¿ya vio esa parte? Decidí usar el neutrino como explicación del viaje en el tiempo debido a que no ha sido descubierto aún, solamente teorizado. Asentí, recordando los comentarios que él había hecho sobre esta
historia en su autobiografía. Y entonces, metí la pata, pero no pude evitarlo. —¿Sabe? Usted está equivocado —dije. —¿Qué? —No es así como realmente funciona el viaje en el tiempo —dije, y luego cerré la boca. —¿De qué está hablando usted? De perdidos, al río, como dicen. Ya había empezado a decirle la verdad; mejor sería terminarla. —Isaac, si hay alguien en 1938 que puede creer en mi historia es usted. —¿Qué historia? —Soy un viajero en el tiempo. He regresado desde el futuro para esto. —Levanté el manuscrito. Isaac miró a su alrededor por un momento, y luego a mí. —Ésta es una broma, ¿no? ¿Alguien le dio la idea? Suspiré, y puse el manuscrito sobre el mostrador. —No es una broma. Usted ha estado pensando en cómo enviar esta historia a Astounding, y está planeando hablar con su padre sobre ella. —¿Cómo...? —Mañana usted va a tomar el subte hasta las oficinas de Astounding, y se reunirá con John W Campbell, Jr. por primera vez. Él va a tomar su manuscrito, leerlo, y rechazarlo. Pero empezará con él una relación de trabajo que cambiará el aspecto de la ciencia ficción. —¿Qué es usted...? No quería detenerme ahora. —“Sacacorchos cósmico" desaparecerá, Isaac. Usted lo perderá, y lamentará el hecho en una colección de sus primeras obras. Usted escribirá sobre cuántos admiradores suyos lamentan esa pérdida, y usted también. Usted señalará que no tenía manera de saber cuántas personas en el futuro querrían leer la historia. »Pero vengo del futuro, y lo sabemos, Isaac. Queremos la historia. Le di un momento para que asimilara todo lo que había dicho. Entonces sacudió la cabeza. —No me lo creo.
—Es la verdad. ¿Cómo podía estar al tanto de su historia, o de lo que usted está planeando hacer con ella? —No es ningún secreto que leo ciencia ficción, o que podría querer escribir. Usted puede haber adivinado un poco de lo que ha dicho, e inventar el resto. Soy científico. Usted tendrá que ofrecerme una mejor prueba si quiere que crea en su historia. —Bastante justo. Me levanté la manga izquierda y le mostré mi cronómetro de muñeca. Estudió el visor digital atentamente, tocó levemente el metal moldeado y el plástico del dispositivo. Supe qué estaba pensando: ¿podría este dispositivo ser un producto de la tecnología de 1938? Y la respuesta tenía que ser no. Al final, me miró con la cara ligeramente pálida. —Se lo juro —dijo—. Usted me está diciendo la verdad. Usted es realmente del futuro. Asentí. —Sí, lo soy. —Y yo... yo... ¿me convierto en un autor famoso? —Sí, claro que sí. —¿Y usted ha venido por... por mí? Sacudí la cabeza. —No por usted. Por su manuscrito. —Señalé hacia donde estaba sobre el mostrador—. El futuro quiere eso. Sacudió la cabeza. —No me lo creo. Quiero decir, lo creo, pero no. Asentí. —Comprendo. Pero es la verdad. Estoy aquí, y necesito su manuscrito. —Lo señalé otra vez. Lo recogió rápidamente. —No puedo permitir que lo tenga. Es mi única copia. —Oh, no se preocupe por eso. No voy a tomar esa copia especial. He venido preparado. —Desde abajo de mi abrigo extraje el escáner, una delgada varilla de sólo nueve pulgadas de largo.
—¿Qué es eso? —Es... —hice una pausa. No tenían fotocopiadoras en 1938, ¿o sí? ¿O xerografía?— Es como papel carbónico. Observe. Mientras operaba el escáner sobre cada hoja del manuscrito, éste devolvía una copia idéntica. Supongo que no tenía que preocuparme por la impresión ya que el escáner guardaba en la memoria una copia de todo lo que escaneaba, pero yo quería sentir el manuscrito en mis propias manos mientras lo enviaba al futuro. Cuando terminé, tenía una pila de papeles que duplicaban el manuscrito de Isaac casi perfectamente. Silbó. —Un dispositivo así podría cambiar el mundo. —Lo hará. Y es debido a las personas como usted que tales dispositivos se inventarán. **** Fue superior a mí. Realmente. Le dije a Isaac todo sobre cómo iría a encontrarse con John W. Campbell, el editor de Astounding, en las oficinas de Street & Smith al día siguiente. Lo dije cómo su amistad con Campbell resultaría en una carrera como un autor de tiempo completo. Le dije que su primera historia publicada, “Marooned off Vesta”4, saldría en Amazing el próximo marzo, y que su primera venta a Campbell, una historia que él titularía “Ad Astra” pero que Campbell cambiaría a “Trends”5 aparecería en Astounding en julio de 1939. Hablamos de espacio, galaxias, teluro, viajes en el tiempo, cohetes a la luna, y de todos los sueños todavía debían suceder. Quería quedarme para siempre, pero cada milésima de segundo que permanecía incrementaba la posibilidad de perturbar la línea temporal. Isaac notó que echaba vistazos a mi cronómetro muy a menudo, y después de un rato se dio cuenta. —Usted tiene que partir, ¿no? Asentí. —Así es, Isaac. Tengo que irme ahora. 4
Aislados de Vesta. (Nota del traductor)
5
Tendencias. (Nota del traductor)
Isaac me sonrió. Luego pareció preocupado. —¿Qué ocurrirá ahora? ¿Borrará mi memoria? —No —mentí—. Sólo... hágame un favor. Cuando usted escriba su autobiografía... —Le dejaré fuera de ella, lo prometo. —Bien. Pero hubo un destello en sus ojos. —Aunque... ¿sabe?, esto me da una idea para una historia. ¿Qué tal si pongo algo ahora, impreso, aquí en el pasado, que sólo pueda ser reconocido en el futuro? Pensé un momento. —Me suena como una buena idea para una historia, pero no la empiece hasta fines de 1953. Un segundo después, Isaac se rió. —Supongo que usaré la idea, entonces. —Sí, pero no lo haga antes de entonces. De otra manera será el final... de todo. Asintió, dejándome saber que era consciente de los peligros de interrumpir la línea temporal. —Gracias por contarme sobre mi futuro. Es bueno saber que tendré éxito. —Por nada —dije tristemente—. Adiós. Mientras caminaba hacia la puerta para partir, me volví para verlo por última vez. Ya estaba mirando hacia otro lado, al vacío. Quería que ambos pudiéramos atesorar esta conversación para siempre, pero sabía que no podía permitir que eso ocurriera, a pesar de su promesa. Así que saqué el desorientador del bolsillo y le disparé. No hubo ruido ni luz, pero sabía que había trabajado. Su cara asumió un aire de perplejidad y confusión, y luego volvió a la normalidad. Salí precipitadamente antes de que pudiera notar mi presencia, y le dejé soñando los ensueños de tendero ocioso. **** Me dirigí de regreso al callejón donde había dejado la Cronocaja,
sujetando el manuscrito en mis manos mientras caminaba. Temblaba de miedo por la posibilidad de haber perturbado la línea temporal; pero no, yo todavía estaba aquí, y eso quería decir que mi interferencia había sido insignificante. La Cronocaja estaba como la dejara y el callejón estaba tan vacío como antes. Todo lo que tenía que hacer era entrar en la Cronocaja, fijar la fecha del presente, y regresar a casa. Pero vacilé. Quería quedarme aquí, en 1938. Sabía lo que estaba a punto de suceder: la época dorada de la ciencia ficción. Podía estar sin hacer nada, observar a los autores más grandes del género llegar a la mayoría de edad. Podía asistir al primer Worldcon6, leer las historias y las novelas apenas aparecieran por primera vez, y poseer una colección de obras para rivalizar con cualquiera. Vivir en los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial sería un precio pequeño a pagar, en mi opinión. Podía ser parte de todo eso. Sólo tendría que asegurarme de permanecer como un pequeño e insignificante miembro del fandom para no molestar el futuro en el que finalmente nacería. Miré la copia de “Sacacorchos cósmico” que sujetaba en mi mano, y miré la Cronocaja. Le debía algo al futuro, sabía eso, pero quería algo que solamente estaba disponible para mí, aquí en el pasado. Supe qué tenía que hacer. Con cuidado, puse el manuscrito dentro de la Cronocaja, cerré la puerta,
presioné
el
botón
en
mi
cronómetro
e
indiqué
Estasis.
Inmediatamente, el manuscrito desapareció y la Cronocaja quedó vacía. Un momento después, la misma Cronocaja desapareció. Giré sobre mis talones y dejé el callejón, listo para enfrentar el futuro... más que cualquier otro hombre de 1938. Excepto, quizás, Isaac Asimov.
Para mi padre Joel David Burstein (1929-1990)
6
Convención de Ciencia Fición. (Nota del traductor)