Palabras al viento
Ensayo sclbre la fuerza ilocucionaria
Antonio Blanco Salgueiro
l)
C)
cle la Factrltacl cle Filosofí¿ La prescute obr:r ha sicio eclitada con l¿ ayridl (iorrlplutense cle Madrid cle la Unlversiclad
Pero áquién adiuina pard qué lado sopldrtí el uiento?
GOLECCION ESTRUCTURAS Y PROCESOS Serie Filosofía
Juen Carlos Onerri
2004 Ferrot, 55 - 2BO0B Modrid
rar Editoriol Trotto, S.A.,
Teléfono: 9l 543 03 ól Fox: 91 543 l4 BB E -moil : editoriol(cDtroito es
httP://www.trolto G-r
es
Antonio Blonco Solgueiro, 2004 ISBN; B4-81 64-720 9
Depósilo Legol: M. 34250-2004 lrn
P
resiÓ n
Fernóndez Ciudod, S
L.
ÍxnrcE
l'tt'¡t'ttltción
11
I. I ' I I
viento? distinciones
ll';rl¡bras al
15
l'rinre ras
20
,\lcntrrlismo y antinlentalismo
l\lt'rrt¡lismo e internismo
ll. |
Introclucción
.
27 28
H. P Grice: El imperio dc las inrencir.,ncs
| | intcncionalismoilocucionari
tntecedentes históricos ( , r ir r: Un:r proto-teoría intencionalista de la fuerza I"\11',rrnos | | l.rt irr ulr intencionalisnro ilocucionario sistem¿itico ' l\lt nt:rlisrno e intcrnismo cn Grice . r, \r ros ilocucionarios convencionales y rro convcncionelcs . .
35 36 41
47
,
lll.
.J. 1..
...
49
50
Austin: El inrperio de las convenciones
| | ({,nvclrci()n¿rlisnro ilocucionario
.
| .r., .,,lrrliciones cle felicidad \r t,s ilocucionlrios no convencionales
Lr,lrrtirreitin ilocucionario/perlocucionario . . . .
-59
.A oa 68
/+
IV Ill externismo ilocucionario I
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rrrsnro lut'rtc
.
83
| .r'. rntcnr iorrr.s n() l)itsrtn: c(,ntp()ncntes rlntimentalistas de la Irtr
rz.r
B-5
PALABRAS AL VIENTO
2.1. 2.2.
Llt comprensitin del oyentc F,l estetuto clel hablante (y el del oyente)
2.3. Las.circunstancias,
....
2.4. El contexto 3.
4. -5.
discursivci 2..5. t-as institucioncs y convenciones extralingiiístices . . '.. . . iLas intenciones cuentan? Posibles colllponentes nlentalist¿rs de la fuerza 3.1. La teoría componencial de le fuerz¿i cieJ. R. Scarle. ..... 3.2. La estrxtegia dcl "caso desviaclo, de P F'. Strawson iHacia una teoría de la fuerza? Un par de experimentos mentales .5.1. Ordenes
5.2. Pnrmesas..... 6.
7.
u6 89
92 94 9.t 98
99 107
112 116 119 729
F,xplicitación de la fuerza e indicadorcs cle fuerza ilocucionaria Significado lingüístico, significado del hablante y significado
r3.5
pragmátrco
140
V. La rucionalidad de la acción lingiiístice
1. 2. 3. 4. 5.
El imperio de las intenciolles colltrsltrtc:l . . . . Racionalidad lingüística y externismo ilocucionerio Racionalidad lingüística y ecluilibrio epistén'rico La racionalidad de los actos perl()cucionarios A modo de conclusión: iPara qué atribuirnos fuerzas?
1/O 1.5
6
159
766
l6u 177
lliblbgrafía
l0
PREST:NTACION
lrn ocasiones hablamos por hablar, sin tomarnos muy en serio lo que tlccimos y las implicaciones o las repercusiones de lo que decimos. I'or eso se dice que las palabras se las lleva el viento. En cierto senliclo, que me gustaría desentrañar a lcl largo de esta obra, es posible (luc esa frase hecha encierre una profunda verdacl acerca de nuestra lclrrción con el lenguaje. Sin embargo, no se puede negar la trementlrr cficacia de las palabras, que son instrumentos gracias a los cuales s()lnos capaces de hacer una infinidad de cosas. Podemos hacer, por t'jcnrplcl, afirmaciones, predicciones, promesas, peticiones, advertcncias y objeciones, así como dar órdenes, insultar o amenazar a alrirricn, dimitir de nuestros cargos, convocar a un grupo de personas l)rrra una reunión, agradecer un favor y muchas otras cos:ls por el estilo. Todos ésos son, sin duda, importantes logros, para simples pal:rbr:rs arrastradas por el viento. Usando la jerga técnica al uso en el (;rrnpo de la pragmática, poclemos caracterizar los diversos modos rrrcncionados de usar el lenguaje diciendo que nuestres emisiones lirrgiiísticas son susceptibles de cargarse con una amplia variedad de tlil'e rentes fuerzas ilc¡cuciondrias. Ahora bien, icómo ocurre tal cosa?, It'rr virtucl de qué decimos que ciertos sonidos o mercas constituyerl, l)()r ciclrplo, ulta petición, o una promesa?, iqué es, en general, una lr¡t'rzrr if ocucionaria? Palabras al uiettto constituye un intento de perlilrrr nrej
lr,r tlcjrrdo dc crcccr clescle clue.fohn L. Austin acuñase el términcl e f in:rlt's tlr'los ¡iros cincucntn clcl siglo xx. Sin entberflo, medio si¡41
ll
PRESENTActóN
gación que tienen como principal obietivo el estudio sistemático de ln f.,.rr" de las emisiones, no puede decirse que la noción misma esré completamente clara. Este trabajo quiere contribuir al esclarecimiento filosófico clel concepto de fuerza ilocucionaria y a afianzar los fundamentos pxrs su invesrigación sistemática. La obra pretenclc ofrecer una introducción general al asunto ¡ a la vez, lanzar una propuesta, hasta cierto punto heterodoxa, acerca de cómo debe ser .nf,r."do el estudio de la fuerza. Dicha propuesta conlleva, además, un replanteamiento bastante radical de los vínculos entre el lenguaje, el pensamiento y la acción racional. Ei tono general de la obra trata de ser introductorio, aunque no completamente básico. A pesar de que en algunos apartados se djsaut.n t.-", bastante especializados que serán de interés, sobre todo, para los estudiosos del lenguaje (filósofos del lenguaie y lingüistas iundamentalmente), mi intención cs que su lectura sea accesible, en general, para cualquiera que se preocupe por los problemas relacioi"dus .ur-r la comunicación humana y con el uso cotidiano u ordinario del lenguaje y de otros medios simbólicos. Por esa razón, he intentedo no presuponer en el lector excesivos c()nocimientos previos. así como remitirme en la medida de lo posible, sobre todo, a los textos más clásicos e imprescindibles en Ia materia' Los capítulos I, II y III tienen un carácter especialmente propedéutico, ptr lo que a quienes ya esrén plenamente farniliarizados con los temas y autores que en ellos se introducen les puede bastar una lectura rápida de los principales apartados' En el capítulo I se presentan algunas distinciones básicas que luego atravesarán el resio del libro. Son especialmente importantes los contrastes que se cstablecen entre posturas internistas y exrernistas' por un lado' y entre posturas mentalistas y antimentalistas, por otro' en el estudio del lenguaje y, en particular, en el estudio de la fuerza ilocucionaria. En los"capítulos II y III se exponen a grandes rasgos, y utilizando las coordenná". establecidas en el capítulo I, las ideas pioneras de H' Paul Grice y de John. L. Austin, que siguen constituyendo en gran medida las fuentes principales de las que beben los estudiosos más contemporáneos del fenómeno de la fuerza. Los capítulos IV y V tienen un tono bestante menos introductorio que el que presicle los rres primeros. El verdadero corazón del libro io conitituye el capítulo I! mucho más extenso que l.s demás, y en el que argumento a favor de mi propio punto de vista,, el "ext...rirmó ilocucionario (fuerte)o, que en buena medida puede verse como una reivindicación, a contracorriente, de Austin frcnte a Gri-
tz
.c.
En él intento desvelar cuánto hay de verdad (y cuánto de falsetl:rcl) en la frase hecha según la cual cuando hablamos no hacemos ()tl'a cosa que arrojar palabras que se lleva el vienro. Por último, en el capítulo V trato de penetrar en un difícil problcrna que el capítulo anterior dejaba abierto, el problema de la ra.iorralidad de las acciones lingüísticas. Si uno acepta que actuar rlocucionariamente es, al menos en alguna medida o en ciertas ocasiones, algo parecido a lanzar palabras al viento, sin que el emisor t( ng¿r que poseer necesariamente un rígido control epistémico en relrrcirin a cómo deben ser tomadas sus palabras, de inmediato surge , l problema de explicar por qué hacemos tal cosa, de decir, en gerrt'ral, por qué motivos o con qué fines hablamos. Irl libro en su conjunto está concebido como una excursión a tr:rvés del territorio de la pragmática filosófica contemporánea tonr:lnclo como guía el estudio de la fuerza ilocucionaria. Aunque la ,,lrrrr no intenta ser, ni mucho menos, un manual de pragmática filo'.,ilice, puede ser utilizada como material de apoyo para cursos o partts de cursos universitarios que tengan como dominio total o parcial l,rs crmpos de la pragmática o de la filosofía del lenguaje. Lo ideal ',t rírr que los alumnos (y otros potenciales lectores) manejasen tamI'rt:n parte de la bibliografía recomendada al final de la obra. Una ',rrricrcncia, para un curso de un nivel suficientemente básico, con',r\le en utilizar los capítulos I, II y III y algunos de los apartados nr('n()s complejos de los capítulos IV y V en conjunción con los sirirriortes textos de referencia absolutamente fundamentales para ( u:rl(lLliera que se inicie en el estudio teórico del fenómeno de la lrl( f'zrr: Cómo hacer cosds con palabras de J. L. Austin, .Significa,lo', clc H. P Grice, "Intención y convención en los actos de habla" ,lt ll F. Strawsor.r y "Una taxonomía de lcls actos ilocucionarios" de
l
l{. Scarle.
Mi clocencia en la Universidad Complutense de Madrid a partir ,l, l crrrso 1999-2000 constituyó el campo de pruebas fundamental rlr' r'.u'rr rr l¿ elaboración de la presente obra, condicionando tanto su l,,r¡¡¡1¡ ¡1¡1111¡ su contenido. Algunos de los ejemplos que en ella apar ( ( ( n (l')()r ejernplcl, el de Diógenes) los he plagiado odescaradament, tlt'los c¡ue nris alumnos idearon para sus ejercicios en la parte llr.rt lit:l tler lrr asignatura de Filosofía del Lenguaje, la cual consistió r 1,, l;rrso (lc cstos años en una introducción a la pragmática filosólr..r. l\¡r csc rrrotivo, a ellos deben ir dirigidos er.r primer lugar mis .rlr .rtlt'r'i nt icntos.
l]
PALABRAS AL VIENTO
Para no cambiar de fuerza ilocucionaria' debo agradecer también las críticas, sugerencias y comentarios que me fueron hechos por parte de diversas personas en distintas reuniones filosóficas y conversaciones persor.rales a lo largo de los últimos dos años. Diferentes versiclnes parciales del texto fueron presentadas desde el año 2001 en la Universidad de Santiago de Compostela (por dos veces), en la sede madrileña del consejo Superior de Investigaciones científicas (también por dos veces) y en la universidad de Barcelona (por invitación del grupo LoGos). Distintos borradores fueron utiliza-
I
INTRODUCCIÓN
dos también como material de apoyo para dos cursos de doctorado
impartidos a
lo largo de 2003 en la Universidad de Santiago
de
Compostela y en la Universidad Cornplutense de Madrid' Algunas de las ideas del libro aparecen recogidas de un modo muy compri-
mido en dos trabajos que aparecieron publicados en las actas de sendos congresos filosóficos: .Las intenciones cuentan, pero no bastan (Una defensa del externismo ilocutivo)" (Blanco Salgueiro 2001a), y no es quién para darme órdenes! (Fuerza ilocucionaria y
"iusted
l.
iPalabras al uiento?
'f Este trabajo participa en krs proyectos cle investigación BFF2002-0l6llJ v tlt"F200-l-01962, subvencionirdos por cl MCYT.
| | viento sopla con fuerza, deslizándose entre las ramas del árbol (luc observo desde mi ventana. Imaginemos que, como en la histor r,r del burro que hace sonar la flauta por casualidad, el resultado del ,rriitado deambular del aire entre las hojas es la producción de una ', ric de ondas acústicas que llegan a mis oídos de una manera que l.rs hace indistinguibles para mí de aquellos sonidos emitidos por el ,trora presidente Aznar: oiVáyase, señor González!". Ante un caso ,rsí, nos gustaría decir que los sonidos producidos por el viento están ,lt's1.roseídos de toda significación, que son lingüísticamente inertes, a ,lrlt'rcncia de los que salieron de la boca de Aznar, que contaron en ',u nromento como una exigencia (cl quizás como una invitación, cl . o¡ncndación, o petición, o sugerencia) hecha a Felipe González ', l).rr':l clue abandonase el gobierno. Podemos preguntarnos: icuál es ( \.r('trlrnente la diferencia entre uno y otro caso? l)or supuesto, la que acabo de describir no es una situación que l)( )(l:un()s encontrarnos cotidianamente. Los sonidos producidos por , I vrt'rrto l.ro suelen parecerse a las palabras emitidas por las person,r\ r'()nlo parte de sus conversaciones normales y corrientes. Se trat.r srilr¡ clc un experimento mental, cuyo objetivo es plantear de un rrr,,rlo intuitivo una pregunta con la que se topa.de narices" cual,¡rrrcr t'stuclioso de los signos: cqué es lo que hace de un objeto, esr.rtlo o rrcorrtccimiento cualquiera un genuino signo lingüístico? I Irrrr cxtcnclida respuesta filosófica a esta pregunta posee la apaI r( n( r.r tlt' scr lrr sinrple explicitación de una intuición pre-teórica s(i-
t4
l.s
condiciones ilocucionarias)" (Blanco Salgueiro 2003). Las siguientes personas estimularon especialmente la necesidad de explicarme mejor hasta alcanzar un número considerablemente mayor de páginas: Juan José Acero, Luis Fernández Moreno, Manuel García-Carpintero, Ángel D'Ors, Lorenzo Peña, Carlos Pereda, Manuel Pérez Ote.o, ¡"ui.. Vilanova, y, por supuesto, el equipo completo del Area de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Santiago de compostela, que fue mi casa y mi escuela durante tantos inolvidables años, José Miguel Sagüillo, José Luis Falguera, Uxía Rivas, Conchín Martínez, Juan Yázquez, Santiago Fernández, Berta Pérez ¡ muy especialmente, mi maestro y amigo Luis Villegas Forero, que fue el primer lector de la primera versión completa del libro, y también el primero que me anim(r a publicarlo. Mi tuen amigo Berto me permitió utilizar su solitaria casa de la aldea de Pareizo (Lalín, Pontevedra) durante algunas semanas del verano de 2002 en las que las ideas que siguen encontraron un inlpulso definitivo al amparo de un añoso e imponente castaño cuyes remas movía incesante y ruidosamente el viento. Moaña,
1-5
de julio de 2003"
lidamente arraigada: lo que hace de los sonidos emitidos por Aznar genuinas palabras llenas de "vida" lingüística es el hecho de que sir-
ven para expresar deterrninados estados mentales de Aznar, y así son recibidas e interpretadas por un interlocutor bien situado, mientras que lo que hace que los sonidos provenientes de las ramas movidas por el viento sean inertes y carentes de significación es que no están respaldados por ningún pensamiento. En cuanto sé que proceden de las ramas, a no ser que yo sea ¡nimist:r y atribuya estados mentales a los árboles, o al viento, me niego e interpretar esos sonidos como auténticas palabras. En cierto modo, la presente investigación es un desafío a esa res-
puesta .mentalistao, aparentemente obvia, a la cuestión inicial, así como un ensay() cle respuesta alternativa, Considero que la postura mentalista es, si no completamente incorrecta, sí al menos severamente limitada y parcial. Hablar no es lanzar sonidos al viento, pero tempoco es meramente expresar estados mentales. iEn qué consiste entonces?, p
l(r
cler a todos esos <usos> del lenguaje, dando cuenta de qué es lo que rrrrifica el territorio, pero, a lavez, no debe perder de vista la rica divr'rsided de fuerzes con las que se pueden cergar nuestres emisiones. La pragmática filosófica ha adoptado de manera general el eslogrrr.r wittgensteiniano de que el significado de una expresión (y la Iuerza, considerada como parte del significado) consiste en el aso o crnpleo que se hace de la misma. Como también, de un modo a veccs equivalente, ha adoptado la máxima austiniana de que debemos t'studiar el lenguaje como parte de un estudio de la acción, dado que sisnificado y acción lingüística van de la mano. Ahora bien, a menueses vagas fórmulas hen servido parr fomenter unc perspecf¡ve nlcrrtalista acerca del lenguaje, lo cual no deja de ser p:rradójico si l('nemos en cuenta el antimentalismo militante del que hicieron gala liurto el segundo rü/ittgenstein como Austin. El filírsofo mentalista
,l,r
lruecle sostener que si podemos usar el lenguaje de varias maneras es
l)()rque podemos proyectar sobre nuestros signos una variedad de stados mentales (intenciones) diferentes; y puede sostener también (¡lc actuar lingüísticamente no es sino actuar bajo ciertas causas, ra,/()lres o fines de carácter rnentalista. Pero, aceptando que la fuerza ,lt una enrisión proviene del uso que se hace de la misma, o que ( nlerge de la acción que realizamos mediante ella, existen maneras ,rltcrnativas de explicar la naturaleza de esos usos y de esas acciones. I .r palabra (uso>, corlo la palabra .significado,>, es vaga y multívo,,r, rrl menos en sus acepciones pre-teóricas. Y las acciones lingüísti( .rs (como también las no lingüísticas) pueden ser entendidas, como \ ( rclDos, en un sentido más social y público, y menos centrado en la r¡rt'nte del hablante individual, que el que suele dar pclr sentado el rt ririco de orientación mentalista. [.a interpretación mentalista del eslogan .el significado es el ,r.,,,,, puecle ilustrarse considerando la respuesta que da John R. Searl, .r la ;lregunta con la que hemos comenzado este apartado. Según ,1, lo que hace que unos meros sonidos o marcas <cuenten> como r, rtl:rdcr<)s actos de l-rabla es el hecho de que se produzcan en conl,,r nriclrrd ccln ciertas reglas, puesto que hablar un lenguaje es
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PALABRAS AL VIENTO
tNTRoDUccróN
gue tácita o no conscientemente cuando' pongamos p()r caso' realiza una promesa. Además, parece suponer que el hablante podría, al menos en principio, traer esas reglas a la consciencia, así como se-
Sirr duda, un caso así no es paradigmático del uso de los signos, y ( onsiclerarlo como tal constituiría seguramente una reacción exagerrrda al mentalismo. En general, la gente no habla con la mente en
guirlas conscientemente en una ocasión particular. En definitiva' cuando el hablante desea hacer una afirmación, dar una orden, etc., aplica las reglas o convenciones correspondientes que tácitamente conoce por haberlas asimilado como parte del aprendizaie de la lengua que ha llcgado a dominar y que de ese modo forman parte de su competencia lingüística. Esta es claramente una respuesta mentalista a la pregunta acerca de la naturaleza de la fuerza ilocucionaria' por mucho que se errope con nociones como "regla", "uso",'convención, o
Iu
bl:rnco, sino que lo hace por algún motivo y con conocimiento de (:luse, como parte de una conversación y teniendo presentes deterrrrinados fines comunicativos. Sin embargo, paradigmáticos o no, .,,nsidero que ejemplos así deben ser muy tenidos en cuenta a la lrorrr de construir una teoría adecuada de la fuerza ilocucionaria, l)ucsto que apuntan a unr importinte cerxcterística de la fuerza de l.r rnayoría de nuestras emisiones: su no completa dependencia de l,,s cstaclos mentales del emisor. Fln los capítulos II, III y Il voy a examinar y a comparar tres l)r'()puestas teóricas básicas acerca de la naturaleza de la fuerza ilor
rlci()naria,
a las que denominaré intencionalisno
ilocucionario,
encionolismc¡ ilocucionari o y e xt e rn i sm o ilocuci onario ("fuerte" ,r:rntimentalista). Las dos primeras son herederas de las obras de l'.rtrl (irice y de John L. Austin respectivamente. Utilizaré con prefert rrcin, en mi exposición de esas doctrinas, las ideas de esos pioner,,* tle la pragmática filosófica, a pesar de que sus logr
,,,
tt
u
ll.rrrr:rré "intencionalismo, como 1o que denominaré .convencionalrrnro" cleben ser considerados mejor como tipos teóricos ideales o l)r¡r'os', que admiten diversas especies o subtipos, así como distin-
"hibridación", y no tanto como posturas efectivamentr'sostcnidas por autores concretos. La posición externista es la que r,,v ¡¡ dcfe¡der a lcl largo de esta obra, y debe considerarse también rr,r\ c()rno una propuesta de marco general para el estudio de la lrr, r'¿:r ilocucionaria, que encierra la posibilidad de desarrollarse de rr,ur('rirs cliversas, que como una teoría de la fuerza plenamente de'.,r¡,,llrrtlrr o acabada. Sólo la propuesta de raíz griceana, que ha lle1'.r,l,r:r convertirse en la postura dominante y casi diría que ortodo\.r, .rl)frrzrr abiertamente el mentalismo. Pero las tres pueden verse ,,,rrro lornlrls de interpretar los vagos eslóganes que afirman que la lr, r,/.r clc urra enrisión proviene del uso que se hace de la misma, o ,¡,r, t, tlt'r-ivrr clc la acción que realizarnos mediante su erlisiór.r. Un , \ un( n tlctrrllaclo cle los puntos fuertes y débiles de todas ellas pue,lr ',r'rvir', l)()r ese rnotiv<1, como una ilustración de que el énfasis en , I u,,,r, ¡ror sí rrrisnro, clcja abiertas algunas de las cuesticlnes más fun,lrrrr.nl.rlt's;lcL'rcil dcl lcnguaje. "Usar una expresiírr-r, se dice de mut.¡,. lornras de
l9
ches maneres, bastante diferentes entre sí. quc mc propongo desme-
nuzar al menos en lo que ala fuena ilocucionaria se refiere. Y algo similar puede decirse con respecto a la insistencia en el carácter de acto de una emisión significativa. En el capítulo v analizaré con cierto detenimiento cuál es el vínculo entre la fuerza ilocucionaria y la acción lingüística, entendida como un tipo de acción racional o intencional.
2.
Primeras distinciones
para apreciar adecuadamente el contraste entre las diferentes propuestai teóricas acerca de la naturaleza de lafuerza que voy a discuiir es cle vital importancia tener presentes desde el comienzo algunas distinciones conceptuales, así como tomar algunas decisiones termi¡ológicas. Las aclaraciones de este tipo suelen resultar engorrosas' Dero son sumamente útiles a la hora de evitar malentendidos. El objetivo de esre apartado y de los dos siguie'tes es establecer de un moclo preliminar algunas bases que nos permitan hablar con cierta claridad en lo sucesivo. Algunos de los puntos tratados ahora muy brevemente serán retomados y matizados más adelante. El lector impaciente puede saltar al capítulo II, si así lo desea, volviendo atrás cuando necesire aclaraciones. Utilizaré la expresión .acto ilocucionario" de un modo muy genérico, para cubrir todos los casos de acciones en las que se exprese un cierto ucontenido representacional' con una determinada fuerza ilocucionaria. Esta posrura permisiva, inspirada en las ideas de Paul Grice, tendrá como consecuencia deseada que se incluyan como actos ilocucionarios algunes cosis que pueden perecer extrañas a primera vista. Me interesa responder no sólo a la cuestión específica acerca de cómo hacer cosas con palabras (u otros rnedios simbólicos convencionales) sino, sobre todo, a la más genérica acerca de cómo hacer cosas mediante acciones significativas. Tomemos el caso de Diógenes echándose a andar para comunicarle a Zenón, el cual ha estado explicando en público sus paradoias acerca del movimiento, que él (Diógenes) cree que el movimiento es posible. Me gustaría áescribir esa situación diciendo que Diógenes realizó un acto ilocucionario con una determinada fuetza (la de una aserción, por ejemplo, y quizás también la de una ob¡eción o réplica) y con un cierto contenido proposicional o representacional (que el nltlvinlieutg es posible, o quizás sólo que él así lo cree), a pesar de c¡tre lo hiz'o en
20
rrbsoluto silencio y de que su conducta simbólica fue oimprovisada", puesto que no existía ninguna convención fijada de antemano y mutuamente conocida por Diógenes y por Zenón en el sentido de que ccharse a andar fuese a contar como un modo de afirmar que el movirniento es posible. Un acto ilocucionario será para nosotros, simple y llanamente, una estructura compuesta de una fuerza ilocucio-
naria más un contenido representacionalt. Voy a utilizar asimismo el término "emisión" (y correlativamente .emisor, y "hablante") para referirme no sólo al aspecto no signiiicativo de la producción por parte de un hablante competente de ¡ralabras pertenecientes a una ler-rgua natural, sino en un sentido más rrrnplio que cubra el aspecto no significativo (físico-formal) cle cualr¡uier acto ilocucionario. Así, diré que el movimiento corporal de l)iógenes, en la ocasión anteriormente descrita, constituyó :una emi.slrin suya. La especificación de las emisiones ha de poder hacerse ¡rrescindiendo de los aspectos semánticos e ilocucionaricls de la acción sígnica. Sin embargo, los .actos de emisión, son actos y por lo trrnto requieren agentes. Por eso, el viento no hace emisiones cuan.kr se desliza entre las ramas. El término "emisión" posee una ambigiiedad acto/producto que, en general, considero inocua y que de to..los modos el contexto ayudará habitualmente a despejar. Podemos hablar, cuando se trata de signos convencionales, de .rctos de emisión que carecen de significación, como cuando (en gerreral) un loro o un extranjero ignorante del español repiten las pal,rbras significativas que ha emitido un hispanohablante (cf. Searle 1969: 33). Esto sucede porque las emisiones pueden ser identifica,l,rs con independencia de la consideración de su significado (e in,luso de su sintaxis), lo cual nos permite interesarnos por las cir, rurstancias en las que estamos ente una emisión significatiua, ante un verdadero acto ilocucionario. No obstante, cuando estamos ante un ilcto ilocucionario improvisado o no convencional, no tiene mu, lro scntido decir que alguien podría haber producido una emisión .r¡rrivalente pero no significativa. Cuando Diógenes pasea por el .rll()rrr un día cualquiera no está realizando en absoluto actos de emi',rrirr, por muchcl que en una ocasión concreta como la descrita anrt rionncnte su acción de andar constituya una emisión suya porque rir.reirrs a cllo realiza un acto ilocucionario. Si no pusiéramos esta
l.
lrstrr visi
"libtrrl. tlcl rrsurrto
es problcnrática
y debe ser
argumentada.
\lrr, lrr¡s(\ru(li()s('stltlltngrnje (crrgcrrcr;rl,tlclossignos) sonreaciosahirblardesig-
r,'.
rilrl)l()vi\:r(1,,s,. o no rtsPrtltlrttl0s lt()f utl c(i(l¡go.
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restricción, entonces prácticamente cualquier tipo de acción humana debería considerarse como una emisión, puesto que prácticamente cualquier tipo de acción, o al menos cualquier tipo de acción física, puede ser utilizada con fines ilocucionarios en algún contexto especial. De hecho, cualquier acción física suficientemente ostensible de Diógenes podría haber sido utilizada, en el contexto anteriormente descrito, para servir a sus fines comunicativos, ya que el movimiento no sólo se demuestra andando, sino también rnoviéndose de cualquier otra forma. Lo que llamo "emisiónu, en el caso de un signo no convencional, es sólo el resultado de considerar el acto ilocucionario realizado centrándonos únicamente en las propiedades físicas y/o formales del mismo y dejando de lado sus propieclades propiamente semánticas e ilocucionarias.
capítulo Ill), como las consecuencias o efectos de la emisión sobre el oyente (convencerlo, disuadirlo, alarmarlo, sorprenderlo, confundirlo), o sobre el mismo hablante (desahogarse, quitarse un peso de encima), o incluso sobre otras personas o sobre el munclo (conseguir que una puerta se cierre). Las acciones significativas son, por l() tilnto. estructuras altamente cornplejas.
Cclnviene también señalar una molesta y persistente arnbigüedad cl uso de la palabra "significado" dentro de la pragmática (y de la rt'rrrírntica) filosófica. Hoy en día es común usar el término de un rrroclo genérico, que cubre tanto los aspectos de lo que podemos llanrrrr el cc¡ntenido "descriptivcl", ..representacional" o "proposiciorr,rl" de una emisión, esto es, los aspectos que tienen que ver con las ,,¡ncliciones de ajuste o de correspondencia con la realidad, o condi\ l()nes de satisfacción, como los aspectos rclacionados con la fuerza rlocircionaria, es decir, con lo que en el sentido más pleno de "hacer" l,,tt'cnlos al hablar. Se considera entonces que el significado de una , nrisión es típicamente un colnpuesto que consta de un contenido rr:is urla fterza. Como veremos en el capítulo ll, cuando Grice nos l)r'('senta su teoría intencional del significado parece tener en mente r , solver a la vez lcls problemas relacionados con el contenido repre',, ntrrciclnal y los relacionados con la fuerza ilocucionaria. Sin eml'.u'go, tradicionalmente el estudio del significado ha consistido casi , rtlrrsivamente, de hecho, en el estudio de los aspectos representa( r()nrlles del lenguaje, lo cual puede hacernos caer en la tentación de r,lt'ntificar el significado con dichos aspectos. Además, algunos autor ( \, como Austin en ocasiones, utilizan "significado" de un modo rt stringido, como algo compuesto a partir del "sentido" y la "refercrrcirlo de las expresiones utilizadas (el aspecto "rético> del "acto lor u( iolrario>, en terminología austiniana), y contrastan el significado ,lt r¡nrr emisión con su fuerza.Y,en cierto sentido, es verdad que a \( (('s sirbemos qué significa lo que alguien ha dicho pero no sabenr,,t ¿/¿ qué mod<; hay que tom(tr sus palabras; esto es, qué acción lrrrriiiística está siendo ejecutada por intermedio de ellas. Así, si all'uit rr rros dice: oVendré mañana', sabremos en cierto sentido lo que '.( n()s quiere decir (sabremos, de hecho, cuáles son las "condiciones ,11 1,1'¡1111¡1" de su emisión), pero podemos tener serias dudas acerca ,l, si tonl¿lr lo dicho como una promesa, como una predicción, ( .nr() un¿l advertencia, cotro una alnenaza, etcétera. (.onsidero que, dada la multivocidad de palabras como "signifi,.rtlo, o "significación", éstas pueden ser utilizadas de modo genéri, (' l).u'rl cubrir tanto los aspectos ilocucionarios como los aspectos ,1,.,. riptivos () representacionales de nuestro uscl de los signos, DesI'rr, r tlc todo, clccimos indistintamente cosas como "iqué significa , nt()nr(;l()g(),'? y "ic1ué significa "apostatar"?, a pesar de que estarr,,.l)i(li('n(l(¡ crr crrclrr caso aclaraciones sobre aspectos del lenguaje l'.r,,r.urr('tlilt'rcrrtcs. Y cxistcn cn las lenguas naturales determinados rr ( ur\(¡s t.nvcncion,rles perrr inclic¡r la ftterza ilocucionaria preten-
zz
1,.'l
Es importante también distinguir entre las emisiones-eiemplar, que son succsos o econtecimientos concretos y espaci()-temporelmente localizables (por ejemplo, las inscripciones sobre esta página) y las emisiones-tipo, que son entidades abstractas de las cuales las emisiones-ejemplar son ejemplificaciones o muestras. En general hablaré simplemente de .emisiones" y dejaré que el contexto aclare si me refiero a tipos o a ejemplares (de acciones o de sus productos), o a ambos por igual. Thmbién podemos hablar de actos ilocucionaricls-ejemplar (como la promesa que el hablante H hace en el momento f y en el lugar / a la audiencia A) y actos ilocucionariostipo (como prometer, o prometer que p), aunque en este caso los criterios de tipificación deberán estar basados en las propiedades semánticas e ilocucionarias de las emisiones, y no en sus propiedades
físico-formales. En un ejemplar de acción lingüística o, en general, significativa, poden-ros entonces distinguir varios espectos diferentes, entre los que están al menos los siguientes: el aspecto emisivo (sus propiedades físico-formales), el aspecto de expresión de un contenido representacional, el aspecto ilocucionario (la fuerza de la emisión), y el aspecto perlocucionario, del que no hemos hablado hasta ahora y que podemos considerar intuitivarnente, de momento (la distinción
ilocucionario/perlocucionario será tratada con detenimiento en el
..
rr
rNTRoDUcctóN
dida de la emisión, los llamados .marcadores de fuerza ilocucionaria,, aspecto este que el propio Austin se encargó de enfatizar. No obstante, lo anterior no supone ni mucho menos aceptar que la fuerza ilocucicrnaria de una emisión forme parte de la dimensión semán-
tica de los signos, en un sentido restringido que opone lo semántico alo pragmático, es decir, a los aspectos que tienen que ver con el uso de los signos en un determinado contexto. Una consecuencia del punto de vista acerca de la fuerza ilocucionaria que se va a adoptar en esta obra es que una Íuerza típica se constituye, al menos en buena medida, en virtud de rasgos del contexto de ernisión (o, en general, us¡¡s¡¡is¡¿5"). El significado .convencional" de los signos no es en general suficiente por sí mismo para generar una fuerza efectiva. Es más, a veces la fuerza depende por entero de rasgos pragmáticos relacionados con el uso de la emisión en contexto. Es el caso de acciones significativas .improvisadas> o no basadas en convenciones, como la mencionada acción de Diógenes. Ahora bien, no es conveniente conformarnos de entrada con la equivocidad de la palabra .significadou. Para movernos con cierta seguridad en un terreno resbaladizo como el que vamos a explorar necesitamos algo más de precisión. Como términos técnicos rnás perfilados emplearé contenido representacional (o, más abreviadarnente, .contenido") para referirme a las propieclades representativas, descriptivas o proposicionales de las emisiones, y fuerza ilocucionaria (o simplemente ofuerza,) para referirme a las propiedades ilocuciclnarias. Asimismo. usaré los adietivos "semántico, (o "del contenido,) e .ilocucionario, en este sentido técnicct y restringido. La forma de un acto ilocucionario típico es entonces l-(P), donde.F es una variable para fuerzas ilocucionarias y P es una variable para contenidos representacionales2. Como primera aproximación a la noción de contenido representacional, baste con señalar el tópico de que a menudo dos actos de habla pueden compartir el mismo contenido (intuitivamente: representar adecuada o inadecuadamente los mismos rasgos de la realidad) pero diferir en cuanto a su fuerza ilocucionaria (cclmo también pueden tener la misma fuerza y distinto contenido). Así: "Preveo que vendré tnañana, y "Prometo que vendré mañanar, emitidas hoy por un hablante ,l-1, poseen ambas (al menos desde una perspectiva
2.
7 clel capítulo IV se tr¿rtará con meyor proftrndiclacl la cuesriírn de la relación entre el significaclo y la fuerz¿r ilocucionaria, y se clistittgttini ntís
.rrrstirriana) el mismo contenido en el sentido de que las dos son sarirleehas o ajustadcs a la reeliclad en las mismas circunstencirs. esttr
s, si el hablante acude al día siguiente al lugar de la cita' Pero po,lt ln,rs decir que en un ccso csteremos. si todo mcrcha bien, entc rrrra emisión con la foerza de una predicción, y en el otro ante una t rrrisión con la [uerza de una promesa. Una de las principales contribuciones de los teóricos de los actos de habla a la filosofía del lenrirr¿je contemporánea ha sido la de señalar que un contenido reprert'nt¿rcional nunca se expresa de una manera desnuda o autónoma, sirro que siempre se presenta arropado por una determinada ftterza, ..
un modo determinado, como parte de una promesa, de predicci(rn, de una aseveración, o de alguna otra acción lingiiístic¡. De ahí que la unidad significativa autónoma mínima que recon()cen sea el acto ilocucionario, considerado en la situación concrer.l y completa de su emisión. Antes he dicho que iba a calificar como "acto ilocucionario" a ( u¡lquier acción en la que se trensmitiera un cierto contenido con ¡rrrr determinada fuerza, actos de la forma F(P).En realidad, esa po,.rcirin es demasiado restrictiva y debe ser matizada, puesto que es ,.nrírn considerar que algurros actos ilocucionarios carecen de conrt niclo representacional y poseen sólo una fterza (aunque Io contrar(), como acabo de señalar, probablemente no pueda ocurrir). Es el , .rr,r cle un saludo como "iHola!". el de una palabrota como "iCaraqueja cclmo una o el de ¡,r!,,, "iAy!".La forma de esos actos sería rrrrrlrlenrente:,F. En otros casos, como en "iViva Zapata!", o "No a l.r gut'rre., el contcnido representecional no consiste en una propo',rr iril completa, esto es, en un contenido que sea evaluable en la dirrrt rrsirir.r verdadero/falso, sino que consiste en un simple objeto del rur\(r\().le discurso, o en un econtecimiento. La forma de csos acr,,s ilocucionarios sería: F(u)3. Accrones significativas de esas clases' ,¡rr, rlc toclos modos son más bien excepcionales, deben ser consider.rrl:rs trrnrbién como actos ilocucionarios en toda regla (cf' Searle y \'.rrrtlcrveken 1985: 9). Por otro lado, el esquema F(P), donde F es rrrr.r lucrz¿l y P es un contenido proposicional, se corresponde sólo ,,,rr lrr forma lógica típica de los actos ilocucionarios que pcldemos ll.¡rrr:rr .clcrneutalesr, pero existen también actos ilocucionarios más ,,,rrr¡rlt j.s (lue tflnrhiérr dchcn ser tenidos en cuenta cn une investir,,.r( r(iil sistcrnírtic:-r. Así, poclen-ros encontrarnos con "actos ilocucio-
us,rclo de rrrr,r
Fin el apartado
r,
i. l)or t.s.r rrlzrirr, rrrt prrrect' prefcrible lrt expresitin "contenido representlciorl lrr rrtr ,r ( {r¡t,.¡r(l,r ¡r¡¡r¡rrr:itirrrr.rl ..
finamentc entre las divcrsas clases dc significado.
25 )A :a
tNTRoDUcctóN
\.
narios condicionales>, que tienen la forma P-+F-(Q) (por ejemplo e. que realizaríamos, en las circunstancies apropiadas, diciendo: uSi te comes la sop,r. prometo compr::lrte un juguetc,,)t () con ,.ectos de Jerregación ilocucionaria", que tienen la forrna -F(P) (como No prometer uenir, que es un acto de habla diferente al de Prometer no uenir) (cf. Vanderveken 1990: 13 ss.). Puesto que los propósitos de esta obra son más bien filosóficos y de fundamentación que técnicos, voy a ocuparme principalmente de los actos ilocucionarios más comunes, los actos ilocucionarios elementales, aunque mis consideraciones se aplicarán también a otras clases más complejas de actos
l)crrtro de la pragmática contemporánea, la aproximación al estudio ,le los actos ilocucionarios que a mi entender puede considerarse .,¡no la .ortodoxar, y que será examinada con detalle en el capítulo ll, cs abiertamente mentalista y heredera de la obra de Paul Grice. lirdo aquel que por alguna raz(tn se sienta incómodo con la apelar'irill a estados mentales como las intenciones, creencias, dese se apela .r cstados mentales .simples, del hablante o emisor, sino que se hace un uso masivo de actitudes proposicionales muy complejas cuyo contt'rriclo intencional o proposicional consiste, a su vez' en la produc, r,,n Jc estaJos mentales trmbiérr muy compleios en unr audiencia.
ilocucionaricls.
Voy a dejar en general de lado los aspectos, en sí mismos muy problemáticos, relacionados con el contenido representacional de las emisiones, excepto cuando crea que se puede extraer de su consideración alguna moraleja ilurninadora para el estudio de la fuerz¿. Históricamente. las cuestiones semánticas han recibido mucha más atención que las cuestiones ilocucionarias, y es por ello rnuy probable que el estudioso de la fuerz:l pueda obtener valiosas enseñanzas de algunas de las trilladas polémicas que son familiares para los teóricos del contenido. Así, los contrastes entre posturas mentalistas y antimentalistes, y entre p()sturas intenlistes y externistls. que serán profusamente utilizados a lo largo de esta obra, se fraguaron originariamente en el ámbito de la teorización acerca del contenido, pero a mi entender resulta sumamente productivo trasladarlos al estudio pragmático de la fuerza. En cuanto a la fuerza, podemos de mclmentc) contentarnos también con una caracterización vaga e intuitiva de la misma, ya que indagar en su naturaleza es precisamente el objetivo principal de este trabajo, y en el tr¿lnscurso del mismo se verá que existen acerca de ella concepciones bastante dispares. Cuando Austin, en su obra seminal Cómo hacer cosds con palabras, introcluce la noción lo hace de un modo intuitivo, diciendo que consiste en aquello que determina de qué mznera estamos us(tndo, o cómo deben ser tomadas ciertas palabras (ur.ra cierta locución) (Austin 1962: 142-144). Esa caracterizaci(rn, juntcl a los ejemplos de fuerzas que ya hemos visto, clebe servirnos pclr el mclmento para delimitar de un modo preliminar el dominio de fenómenos del que nos vamos a ocupar.
26
Mentalismo y antimentalism<¡
,
Fln lo sucesivo, consideraré que es mentalista cualquier teoría deL otrtcnido cl de la fuerza que asuma alguna versiíln de la siguiente tesis:
(|
MENTALISTA: Las emisiones recibcn sus propiedades significativas relevantes (su contenido, su fuerza, o ambos) de
M) Trsrs
determinadas propiedades de los estados mentales del hablante o emisor.
I
I
I
l'-l mentalista, típicamente, tratará de ofrecer análisis de las proprt'rllcles semánticas e ilocucionarias de las emisiones en términos de ,,,rrcliciones necesarias y suficientes (o a veces, en términos de con,lr, iorrcs prototípicas, más débiles) que hagan referencia únicamente ,¡ los estados mentales del emisor. El mentalismo, tal y como acaba .l. ser caracterizado, no es más que una elaboración de la tesis tra,lr, i,rrrl según la cual el pensamiento es prioritirio con respecto al l, rrr,,rraje y otros medios simbólicos <externos> tl, vista Ia cuestión ,l, stlc cl otro lado, la tesis de que el lenguaje no es sino un medio l,,u.r lr¡cer perceptible el pensamiento' un mero refle¡o o proyección ,l, l nrisnro (cf. Acero 1993).
l.l nrcntalisrlo tendrá su contrario en el antimentalismo, esto
es,
, n l.r ncsacirin de la tesis mentalista. El antimentalista intentará ofre, r'rr{)s rrrra explicación del contenido o de la Íuerza de las emisiones l,,r,,.rtf :r en frrct
)7
7 PALABRAS AL VIENTO
I I I I
INTRODUCCIÓN
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propiedad relevante (el contenido o la fuerza) en rérminos exclusiuctmente mentalistas (como ya he indicado, típicamente en términos de condiciones necesarias y suficientes de c¿lrácter mental). Todas aquellas teorías que ofrezcan una explicacirirr -mixte,, en rérminos parcialmente mentales y parcialmente no mentales serán consideradas como antimentalistas, admitiéndose aquí distintos qrados de radicolidad, desdc las posrurcs que renuncien po,. .o-p'í.tr e hahrar de estados mentales hasta aquellas otras que los sitúan en el centro de su explicaci(rn y conceden un papel muy secundario a r's factores contextuales, aproximándose de ese modo a la tesis del mentalista (puro). De ese modo, consideraré que las teorías acerca del sienifica_ do o de lr fuerza de los lingiiisres y filósofos del lenguaje antrrrealistas o eliminativistas con respecto a lo mental no representan sino una variedad especialmente radical de antimentalismo. para esos filósofos no se puede ofrecer una teoría del significado basada en nociones mentclistes p()rque eses nociones son, por rlgurra razón, ilegítimas. En su lugar apelan, por ejempl., a las conductas observable¡ de los hablantes. Percl uno puede ser perfectamente realista con respecto a los estados mentales ¡ sin embargo, considerar que no es posible elaborar una teoría mentalista adecuada acerca de las oropiedades semánticas o ilocucionarias de las emisiones, porque pera explicar esas propiedades es preciso invocar factores no ,.,.,.nt"riitnr, lraga falta o no invocar también factores psicológicos. De rrecho, una opción como ésa me parece no sólo conceptualmente posible, sin, muy próxima a lo que en esta obra quisiera defender en .elación con la fuerze. No tengo nada en contra de los estados mentales por sí mismos y apelaré libremente a ellos. l_o que pondré seriamen_ te en duda es que podamos aspirar razonablemente a construir una teoría mentalista satisfactoria acerca de la fuerza ilocucionaria.
4.
I
mentalismo y al externismo. En lo sucesivo, consideraré que es internista tocla teoría que sostenga alguna versión de la siguiente tesis:
{
(TI)
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T¡sts tNlEnNlslA: Las propiedades significativas relevantes de una emisión (su contenidcl, su fuerza, o ambos) están determinadas o constituidas únicamente por lo que ocurre en la umente solipsista" o .en la cabeza, (o en el cerebro, o en el cuerpo, en todo caso no más allá de los límites de la piel) del hablante o emlsor.
Plrr epreciar le diferencie enrre TM y TI es preciso tener presente la posibilidad de que los estados mentales no estén con.rpletamente localizados en el interior de las cabezas de los suietos pensantes, esto es, que no sean estados "solipsistas" en el sentido de Putnam (1975). Una de las discusiones más acaloradas en la filosofía de la mente contemporánea es precisamente la relativa a la naturaleza internista o externista de los estados mentales ¡ en particular, de su contenido intencional o representacional. El internista sostiene y el externista niega que el contenido mental "sobrevenga" o esté deterrninado por lo que ocurre en los límites locales del suieto psicológico, de piel para dentro, por así decirlo. Muy a menudo ésta es una discusión que se produce entre filósofos mentalistas, esto es, entre filósofos que están de acuerdo en que la intencionalidad o semanticidad del pensamiento es la .original,, nlientras que la intencionalidad de las emisiones es un mero reflejo de la primera, siendo por ello "derivada,. Y cómo conciban la intencionalidad original en la dimensi(rn internismo/externismo influirá decisivamente en su c()nsideración de la intencionalidad derivada en esa misma dimensión. La moraleja, para las propiedades significativas de las emisiones en general, es que es concebible una teoría a la uez mentalista y externista del contenido o de la fuerza, esto es, una teoría que sostenga que los estados mentales mediante los cuales analizamos el uno o la otra son de naturaleza externista. El siguiente esquelna puede ayuclarnos a aclarar la cuestión (H es el hablante):
McnÍalismo e internismo
El marco teórico acerca de la fuerza que se esbozará y defenderá en ef capítulo IV puede ser calificado alavez de .externista, y de nan_ timentalista". como hemos visto, el antimentalismo ilocucionario es la tesis de que las fuerzas ilocucionarias no son analizabres en términos de condiciones que hagan referencia únicamente a los estados psicológicos del emisor. Ahora quisiera aclarar qué es lo que entiendo por "externisnto ilocucionario,. Para ellcl, deseo distinguir claramente entre mentalismr¡ e internismo, como posturas acerca clel contenido o acerca de la fuerza opuestes respectivarnente al anti-
cstrrckrs n'rentales de
H ideterrninan
el/la?
contenido/fuerza de la emtsr(rn lde H
irlc¡renclen
cle? |
V
rrrsgos del
¿fi
etttt¡rtltl de
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tNTRoDUcctóN
El defensor de la Tesis Mentalista responde "Sí" a la pregunta
acerca de si los estados mentales determinan o constituyen el contenido/la fuerza, pero es en principio neutral con respecto a la cuestión acerca de si esos estados mentales tienen una naturaleza puramente interna o si, por el contrario, poseen una naturaleza al menos parcialmente constituida por el entorno circundante. Pclr eso podemos encontrarnos, en principio, con dos especies de mentalistas: los que sostienen que esos estados mentales que determinan el conteni-
do o la fuerza de las emisiones son "intrínsecos" 6 "solipsis¡¿s", y
aquellos otros que afirman que dos personas pueden ser equiparables "de piel para adentro" ¡ sin embargo, diferir en lo que se refiere a los estados mentales-tipo que determinan el contenido o la fuerza de sus emisiones, debido a determinadas características de los respectivos entornos extra-corporales: qué objetos o sustancies existen en ellos, qué características tienen las respectivas comunidades lingüísticas a las que pertenecen, etcétera. Considerando todas las distinciones hechas hasta aquí, podemos
esquematizar el espacio lógico de las posibles posturas que cabe adoptar con respecto a la naturaleza de las propiedades de las emisiones que más interesan al teórico del significado a través del siguiente cuadro (señalo en negrita la postura acerca de la fuerza que defenderé a lo largo de esta obra; señalo en cursiva la postura acerca de la fucrza que considero la "ordodoxa, o "heredada"):
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Mentalismo{_._
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Semántic. Externista
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rrrvc cl contenido o la fuerza de una emisión (o, si es un antimentalrst;r stilo con respecto a una parte de la fuerza completa, buscará
lrr,'rrr clel individuo aislado aquello que constituye o determina esa l,,u'tc). Por tanto, el antimentalismo puede considerarse una tesis más lrrt rfc clue el externismo: ser antimentalista corrlleva casi inevitableilrr'il1(' scr externista, pero lo inverso no es neceserilmentc ciertoa. Al igual que he decidido considerar como antimentalistas aquell.rs l.rosturas que afirmen que el contenido o la fuerza cle una emi'.r,rrr cstán determinados sólc¡ en parte por los estados mentales del lr.rlrlrrnte, también vcly a considerar como externistas aquellas postur.r\ (lue sostengan que el contenido o la fuerza están determinados '.,,1,¡ ttt pdrte por lo que ocurre .dentro de la cabeza" del hablante. | ,,.r rlccisión implica el reconocimiento de grados de radicalidad en l.r ,lt fensa de una postura externista, de acuerdo con el grado de im¡,lr,.rciírn en la constituci(rn del significado que se considere que po',( ( n los factores externistas, en relación con los factores internistas. r\rlrritanros entonces, como doctrinas posibles en principio' tan' r,,.rl ¡¡1cn¡.1ismo externista semántico como al mentalismo externisr., rl,rcucionario. Ahora bien, mi impresión es que, así como ha exisrr(l{) ('n los campos de la filosofía del lenguaje y de la filosofía de la ilr{ il(e una enorme discusión entre internistas y externistas en relar r,rri con el contenido representacional, en la pragmática filosófica y l'rr,,iiística un mentalismo de tipo internista parece haberse impuesr,' r.r(itirr.nente y sin epenas resistencia en lo tocante a la fuerza ilo, rr, irnrlria, y ello a pesar de que la obra del principal inauguradclr de l r r,,,riz.rrciírn acerca de la fuerza, John Langshaw Austin, está atrave. r,l.r 1r
...- Ilocuciclnaricr
I
l).rr¡ sitr ir.lstos, cabe la posibiliclad de un intertrisnro (semántico o ilocucio-
ur,,) .rrtirrrent¡lista de tipo conductisti't, sienlprc que se conciban las conduc¡:rs ,,rr,r nro\rlllcntos corporales cspecificablcs con indcpendenci¿ del rnedio cxtern' ,l' I r,,, rrr'. Sirr ctttbargo, una teoría lsí me parecc altamente inlplausible. Una acción l,,,rrr rrr,r. linqiiística o no, cot.tsiste típicamente en algo nriis que ell ull simplc rnovi!r', rl, | {,,r 1r,,rrl. IJn conductism<) clLle car¿rcterizasc a las concluctas hacicndo refercri,r
Semántico
Antimentalis
Externista
------'\\ -"'--
llocu cionario
Como puede apreciarse en el esquema, no se tiene en cuenta la posibilidad de un antimentalismo internista, porque el antimentalista acerca del significado, con toda seguridad, buscará fuera de la mente y, en general, fuera de todo lo que sobrevenga localnrente de las car¿rcterísticas del cuerpo-cerebro del emisor, aquello qtle consti-
¡ rl ,.rrtcrto trr el c¡ue cl agente s€ mueve sería ciertamcnte rnás plausible, pcro esir t,,, rrrr.r,,r'ri.r rrrr;r fortttrr, especialmente radical, cle antimentalisulo externist¿, con lo ,r ,l , .¡1,¡ ¡.r l)( rlcctrrlltcllte en nuestro esquem¿l. l¿rmbién estoy clejando de lado las dr, , . r. 1,,¡rr.r, .,intlilitlurrlist¿s, cle eliminativismo dc lo rnent:rl, como la computllcioprobablet.nente, todas esas fornras dc ,r ¡l I r , , '¡( \ir)nistrr o lrt rre trrofisiológica. Mtry , l*r¡.rrr\ ry¡. se rrilt tr¡rrbión cliluinativistas con respccto a l:r ftterza ilocttcionaril, ' ,,rr, ' ,rr'l( r st r lo rlct rert del signific.rclo cn ¡1enerll.
30
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PALABRAS AL VIENTO
tención, deseo, esperanza...), y no tanto el contenido de los estados mentales, los que nos dan la clave para analizar las distintas clases de fuerzas, y que esos modos psicológicos, pase lo que pase con el contenido representacional al que se aplican, son una cuesrión del funcionamiento interno de la mente, de las pclsibles diferentes causas y efectos internos que tiene, por ejemplo ) creer que p frente a desear que p. Se utiliza aquí a menudo la metáfora, debida a Stephen Schiffer, de las "cajas funcionales". Los diferentes modos psiccllógicos podrían ser considerados como distintas cajas mentales que contienen representaciones. Si la caja de las creencias del sujeto S contiene la representación "P", entonces S creerá que p; si es la caja de los deseos la que contiene .Pr, entonces el sujeto deseará que p; y así sucesivamente. Con esto se quiere resaltar que todas las creencias, qua creencias, esto es, abstrayendo de los distintos contenidos intencionales que distinguen a unas creencias de otras, tienen las mismas potencialidades causales internas, y que lo mismo ocurrirá con todos Ios deseos, intenciones, etc. Así, incluso un autor como Jerry A. Fodor, que ha evolucionado desde una teoría internista (y mentalista) del contenido representacional a una teoría externista (y todavía mentalista) del mismo, lo ha hecho preservanclo un internismo funcionalista en relación con el análisis de los modos psicológicos. En resumen, la reconstrucción de uno de los posibles argumentos irnplícitos en la tendencia hacia el internismo mentalista ilocucionario podría ser la siguiente: en primer lugar (Premisa 1), se da por sentado el internismo hacia los modos psicológicos; en segunclo lugar (Premisa 2), las distintas fuerzas se consideran analizables principalmente en términos de diferencias en los modos psicológicos del hablante (¡ en algunas versiones sofisticadas del mentalisrno, en térntinos de los modos psicológicos que el hablante inrenra inducir en el oyente). Así, una emisión es una afirmación si en ella se expresa una creencia, es una petición (o una orden) si en ella se expresa un deseo, etc.
Se seguiría entonces el internisrno mentalista ilocucionario. Pero, como veremos, no es posible analizar las distintas fuerzas ilocucionarias exclusivamente en términos de los modos psicológicos o de cualesquiera otras propiedades internas del hablante, así que este argumento falla en su segunda premisa, incluso aunque aceptemos la teoría funcionalista estándar acerca de los modos psicológicos. La doctrina "oficialu que defenderé en el capítulo IY será el antimentalismc¡ externista ilc¡cucionaric¡. Sin embargo, utilizaré en algunas ocasiones la etiqueta "externismo ilocucionario', en lugar cle la más larga "antimentalismo externist¿r ilocucionario". [.a iustifice)a
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principal para ello, dejando a un lado las razones de economía \l)resiva y eufonía, reside en que mi objetivo prioritario consistirá , rr :rrgumentar a favor de la determinación externista de la fuerza, a I r''r cle la contribución del entorno o.ambiente, en la constitución ,L'l tipo de acto ilocucionario que realizamos, y no tanto en negar la ,r'rrl-ibución parcial o incluso total de la mente, sobre todo ri uno ,',r,i tlispuesto a considerar los estados mentales como entidades ( (,ilstituidas ellas mismas en parte por el entorno. La variante menr.rlrsta del externismo me parece mucho menos plausible que la antr.rt'rrtalista, pero podría ser una salida atractiva para el filósofo , r,,rr (
rrrt'rrtrrlista, una vez que se convence de que la fuerza está determina,l,r t'n parte por factores contextuales, y no sobreviene de la organi,.rt r,in interne (incluidas las relaciones causeles-funcionales inteinas)
l h¿blante. De ese modo, la etiqueta .externismo ilocucionariou rrrt ¡rrrrecerá en ocasiones la más prudente, puesto que deja abierta l.r ¡rosibilidad de una variante mentalista, y puesro que lo que quier.1l¡'fsnds¡ en primer lugar es que las fuerzas ilocucionarias están l.( rtemente determinadas por el entorno extra-corporal de los hal,l.rrtcs. Thmbién emplearé a menudo las denominaciones externisrtt,, f rrcrte y externismo débil para referirme a las variantes antiment,rlisla y mentalista respectivamente del externismo ilocucionario, , r.rrrl'sea preciso diferenciarlas. De ese modo quiero evitar las re',' rilrlltclas meramente reactivas de la expresión "antimentalismo,, ya ,¡rr, l,r que rquí se pretende es ofrecer una propuesta positiva acer, r ,lt' la naturaleza de la fuerza. El externista ilocucionario mentalisr'r , r rlébil admite la contribución del enrorno en la determinación de l,r lrrcrza, pero sólo en la medida en que el entorno constituye en r'.r.tt' l
r
l,
't t lc it ltt a rior. ( .r¡¡nckl llegue el momento de
criticar las ideas de los griceanos
"lr r'('spccto a la naturaleza de la fuerza ilocucionaria asumiró a ver r tl.r'cl .rentalismo implícito en la mayor parte de las teorías acer" ,.r ,lt lrr frrcrza herederas de Grice es de la variedad internista, y por '
"(, rnr\ ¡rÍlunrcnt()s antigriceanos irán dirigidos en ocasiones en contr'r tlt l r'tt'r'is'r., una cloctrina que, como acabamos de ver. el men-
r
))
PALABRAS AL VIENTO
asumir que talista no csrá tlblrgado a rdopter' Esto es tanto como extermientras que el griceano es neutral con respecto a la cuestión representaclonismo/internismá en 1o que concierne al contenido fuerza ilonal, es implícitamente internista en lo que se refiere a la para tendría no ello cucionaria. Si esta suposición estuviese errada bueparte' una Por mí consecuencias excesivamente desagradables' fV se capítulo el en na parte de los argurnentos que se presentarán cualen ilocucionario , mentalista y externista para el caso del contenido fuerza' El tacional, y antimentalista y extárnista para el caso de la de compleia más pr"trf.-"'.t que la realidad a veces se nos muestra nuesmotivo por ese que io qrr. nuestra pereza teórica desearía, y t."s t.o.ía, están obligadas a reflejar esa complejidad en la medida y simplicide lo posible, aun a colsta de perder parte de su elegancia que debamos de posibilidad la dad. óonsidero abierta, por tanto' la teoría de diferente bastante fuerza adoptar una teoría n..r." d. la las dimena que afecta lo en que adoptemos acerca del contenido, internismo/externismo' e ,lun.,
-.,-tt"lismo/antimentalismo
II
H. P GRICE: EL IMPERIO DE LAS INTENCIONES
l
l;.1
intencionalismo ilocucionario
| .r tlrctrina acerca de la fuerza ilocucionaria que puede ser consider.rtlrr coÍro la ortodoxa o en la actualidad es una variedad
"heredada,
,l, ¡rrcrrtalismo ilocucionario que sitúa el fundamento de la fuerza de rrr.¡ cmisión en ciertas intenciones de los hablantes individuales u.uldo éstos actúan comunicativamente. Esa postura, a la que denorrrr.rré intencionalismo ilocucionario,hunde sus raíces en la obra de I l. l':rul Gricet. l.a cspecificidad del intencionalismo ilocucionario en relación ,,'n r'l rnero mentalismo ilocucionario puede ser caracterizada por rrr,,lr. cle una elaboración de la tesis mentalista presentada en el cal,rtlrl() ¿llterior: ,
(|
ll)
l'r,srs INt'uNCIoNAt.tslA rr.oct;CtoNARrA: Las emisiones reciben su fuerza de determinadas propiedades de las intenciones (co-
rrrrrnicativas) del hablante o emisor.
l l intcncionalista ilocucionario tíoico l,f lllf ( r' lrrgrrr,
es
también, y quizás en
un intencionalist¡ semántic<; o acerca del contenido,
I
l ,s ¡rrirci¡r:rles trabajos de Grice sc recogen en Grice (19s9). El intcncionase defiendc, con distintos matices y grados de radicaliclad, en ,l' ,\\,.,,11 1l,tc.{); Sclriffer (1972); Bennett (1976); Stampe (1975); Bach y Harnish rr'¡ ',), I.r'tlr (l9l{}); Re;canati (19117); Green (1989); Sfarnock (19ti9) y García_ ' rr ¡'¡¡¡¡,',, ( l()9tr), ¡ror poner srilo algunos ejentplos.
l,,,,,, rl,rrrrti.r¡ri.
t4
t5
PALABRAS AL VIENTO
H. P. cRICE: EL il.lpERlO DE LAS INTENCTONES
pues considere que tamhién el contenido representecional o propo,icior-r"l cle una emisión es una proyección de deterrninadas propiedades de las intenciones comunicativas del hablante. como veremos enseguide. crice es a la vez un intencionelista semántico y un inten-
I.s sostuvo quien puede ser considerado como otro importante punde referencia histórico sobre el asunto de los usoi lingüísticos, l.rrdwig Vittgenstein en su segunda época filosófica. El cambio de l)crspectiva se explica, en gran medida, por la irrupción en el merca_
cionalista ilocucionario. Las intenciones, como las creencias y los deseos, son estados psicológicos que pertenecen originariamente al dominio de la llamada poprll"t" (folk psychology)' al aparato conceptual ordina-
"psiálogía ,.io
-.dllrrt. .i cunl predecimos y explicamos
o racionalizamos las ac-
ciones propias y aienas. No obstante, algunos filósofos de la mente contemporáneos, entre los que destaca Jerry A. Fodor, han reivindica,lo est"s nociones para la psicología científica (cf', por ejemplo, Fodor
1gg7: cap.l). si las intenciones fuesen científicamente reivindicables,
t.o.ío pragmática de la fuerza basada en ellas se situaría automáticamente ir-, Jl ,.gu.o camino de la naturalización ¡ de ese modo,
,rr-r"
de la cientificidad. Es bastante evidente que el impulso contemporáneo hacia la naturalización de los más diversos ámbitos ha iugado un importante papel en el asentamiento del intencionalismo ilocuciona.io). El fu.ri. d.rntrollo de las ciencias cognitivas ha favorecido también, sin duda, una deriva psicologista de la pragmática' Ño cualquier clase de intenciones valdrá, sin embargo, como base explicativa del fenómeno de la fuerza' ya que las intenciones pueden estar detrás tanto de las conductas ilocucionarias como de ias ,-ro ilocucionarias. Las intenciones que se suelen aducir como respaldo de las diversas fuerzas ilocucionarias son una clase especialrn.rlr. compleia de estados mentales, como enseguida tendremos ocasión de comprobar.
2.
Algunos dntecedentes bistóricos
El consenso intencionalista que acabo de mencionar no deia de resultar paradójico, si tenemos en cuenta que Austin, el verdadero oro-oio. del estudio sistemático de la fuerza ilocucionaria' sostuvo pur1,o, de vista más bien antimentalistas al respecto, como también
2. Cf. Loar (1981); Schiffer (19U2); y la introducción, de 1988' a la scgr'rntle b¡se edición de Schiffer (1972). Schiffer abandona el proyecto de una semírntica de Iin l9ti9)' Fodor véase abandono, de ese (para crítica (1987) una intencional en su pretcnsiotres Avramides (1989) se defiende un ir.rtencionalismo de tipo griceano sin reduccionistas.
.)o
t,
tl.
filosófico de la obra de Paul Grice a finales de los años cincuenta ,lcl siglo xx (cf. el influyente trabajo seminal de Grice: "Significado,, ,lc 1957). El marco teórico inaugurado por Grice ofrece ia posibiri,lrrcl de dar una explicación plausible y sistemática de una gran var icclad de fuerzas, a partir de las diferentes especies de intenciones , r¡rnunicativas que podemos encontrarnos en la mente de un hablantt'irdividual. En el apartado 3 de este capítulo serán presentadas las lincas maestras del análisis griceano del signrficado. Un influyente y temprano intento por integrar las ideas pioner.rs tle Austin, que serán analizadas con calma en el próximo óapítu1., s¡1 sl marco intencionalista griceano lo tenemos en el artículo de llter F. Strawson: "lntención y convención en los actos de habla, (1964). Algunas de las ideas contenidas o inspiradas en ese trabaio ',()rr repetidas hasta la saciedad por parte de intencionalistas poste_ rr)r'L's. En rigor, srrawson no defiende el intencionalismo ilocuciorr,rri., sino la tesis más débil de que la presencia de intenciones corrr¡nicativas de tipo griceano constituye una condición necesaria, en r'l trrSO normal o estándar, para que una emisión se cargue con algu_ rr'r clase de fuerza. sin embargo, el autor sugiere, a través de análi.,rs tlc algunas fuerzas concretas como las de informar, advertir, pe.lrr r¡ ordenar) una tesis intencionalista más fuerte: que podemos dar ,,'rtf iciones necesarias y suficientes para la presencia de cualquier Ir¡t'rz.a normal, en términos de las intenciones comunicativas del hal,l;rrtc. Recuérdese que en el capítulo I he afirmado que er mentalist,r, típicamente, pretende ofrecer análisis de las distintas fuerzas en t.rrrinc¡s de condiciones necesarias y suficientes de carácter mental. I ,, t icrto, no obstante, que Strawson admite la dificultad de hacer r'r(:rirlr en el marco griceano algunas fuerzas especialmente depenrlr.rrrcs c1e instituciones extralingüísticas (como dimitir, bautizar o , r, r,tttulgrr), que sin embargo encajan muy bien en el esquema conr, rrt i.'alista austiniano. Esta admisión es también común en la liter.rlrlt'.1 l)r:lglllátice poststrawSOniana. Ilrr rrra parte, el título del citado trabajo de strawson sienta los r, r rrin()s clc una disyuntiva entre intencionalismo y convencionalis,r,, (llr!'dcsclc entonces se ha aceptado tácitamente como una esper rr' tlt't'r'rlctcrización exhaustiva del espacio lógico de posibles piol'rr'\tirs tt'tiric¡s en relación con el fenómeno de la fuerza (cf., por )a 't/
E: EL IMPERIO DE LAS tNTENCtONEs
PALABRAS AL VIENTO
bipolarieiemplo, el título de Avramides 1997)' Ese planteamiento
su. m,o,"do-d. la cuestión me parece' por las razones que aduciré en la verdadeapreciar impidiéndonos -.*., U".,"nte .lesafortunado,
ra naturaleza de las fuerzas ilocucionarias' No es justo presentar la historia de las ideas acerca de Ia fuerza $littgenilocucionaria considerando sin más que Austin y el último constique Grice y misma' la de capítulo primer stein configuran el
tuyeelr.g"rrndo.Noobsta,-,te,unestudiosistemáticodela'prehissobre ¡6¡i¿, de iás reflexiones sobre la fuerua (o, más genéricamente' prinintereses de los las relaciones entre lenguaje y acción) cae fuera pinceladas de par :;;i;; á. esta obra. A"continuación daré sólo un históricas.
contemPara no alejarnos demasiado de la filosofía del lenguaje la obra de ya en (K'aft) aparece uftrerza" poránea, el propio término 'Gottlob'Freg, (tscg_lgzs). Este punto merece ser resaltado, pues-
en el. últito que la co'ncepción de la fuerza en Frege (o, al menos' cual nos lo mentalismo' el hacia mo'Frege) se incltna claramente aproxiprirneras las que de sugerida ott1igu í Á^tim la idea antes
El entipsimaciones modernas a esta noción fueron antimentalistas. lugar más El fuerza' la de teoría su a no alcanza cologismo fregeano Una inpensamiento: es asunto este trata ,.1.á'tt. donáe Frege 'E'l vestigación lógica' (1918-19 1 9)' Rl ú. ir-tt...i" resaltar dos aspectos de la concepción fregeana' mendel el primero, y más importante para nuestros propósitos' es La única talismo 1qu. ,-to intencionaÍismo) ilocucionario fregeano' la fuerza dsertó' fuerza l" ql're prestó atención detallada Frege fue " rica,la furrr^ de una aserción, aseveración o afirmación' La explijuicio' Según él' .nción de Frege está conectada con su teoría del en primer pesos: tres cuanclo realizamos una aseveración seguimos (a esto aseverado ser a que.va lugar, debemos captar el pensamiento la verreconocer debemos lugar, lo"llÁa "el pensar"); en segundo (a lo llama esto ella con 'el del pensamiento' comprometernos dacl
ese juicio, y esa manifestagi-ón lurg"t,); ¡ por último, manifestamos (Frege 1'918-1919: denomina .s lo q.r. propiamente se medida en que está .57). Así pues' una aseveración lo es sólo en la Por esa razón' el mental' carácter juicio de previ
Frege a un mentalista ilocucionario puede ver iustificadamente en suyo, al -.rlá, en lo que al análisis de la fuerza esertó-
"rrr.p"r"ao aseverativa o afirrnativa se refiere' rica,'Unr.gunduaspecto,queseresalt¿habitu¡lrnentc'scrcficreel ftrcrzrt. limitado iominio ile apliceci
r,t
lirege tiene una importante intuición cuando sostiene que .es posible expresar un pensamiento sin proponerlo cclmo verdadero,, esto es, sin aseverarlo (ctp. cit.:57). Esto es tanro como distinguir entre cl contenido representacional (que para Frege consiste en el pensarniento expresado) y la fuerza de una emisión, lo cual tiene hoy plerra vigencia. Pero, por otra parte, las únicas clases de emisiones en las que se expresa un pensamiento son, para Frege, las aseveraciones (como "Las órbitas de los planetas son circulares,) y las preguntas tler tipo sí/no (como "ison circulares las órbitas de los pláneias?'): "LJ'a oración interrogativa y una oración asertórica contienen el nllsrno pensamiento, pero la oración asertórica contiene algo más, a srrber, la aserción" (op. cit.:56). Con respecto a qué más constituye ulre pregunta, además del pensamiento
ron rnlpcfltlva no se expresaría un pensamiento sino, por ejemplo, t¡ft|(n. [Jna oración así carecería, por tanto, del doble aspecto ( (.r.i,tic() e il.cuciclnario) de las aseveraciones y de las preguntas ,l, tr¡r, sí/rr.. Ahora bien, esta restrictividad de la doctrina freqeana rr(, l).il('ec rrrrry justificacla, y es fácilmente prescindible en aás de rr.r l( ()r'í:r nrris sistcnl¿itica cle los usos del lenguaje que distinga en r
tttt,t
]9
PALABRAS AL VIENTO
E: EL IMPER¡O DE LAS TNTENCTONES
representaclotodos ellos, o en la mayoría, un aspecto de contenido expensamiento el con relacionad.o nal (o, si queremos, .r,, n,pttto de Después il<-'cucionaria' fuerza la con or.r"do) y orro relacionaic' que sí falsa' o verdadera literalmente es no una orden i;;;'bi." o p".¿."t* .¡edecida o desobedecida, esto es' su contenido puede el qne suponemos no ajustarse a cómo son finalmente las cosas' Y si ser. analizado en puedeemisión cualquier de asDecto ilocucionario estare;i;;;t á. lor.rt.dos menteles expresados por el hablante' confinal ;;;t" ;*p.esencia de un programa general,cuyo obietivo distintas las de fuerza sistirá en .]"bo.", urr" ,.o'í" Áentalista de la clases - -" de emisiones lingüísticas' E, Je señalar t",11bié., que cuando se le reprocha_al
primer'$litt-
regenstein el haberse p.eocupado exclusivamente de los aspectos aspectos los lado de deiado i..ri"tr.i""ales dei lenguaje, y haber voces que proclaman una concepción il
.n t" ¿l*..trión verdadero-falso' De lo contrario' El resto' lo que difetuirse como genuinas *figuras' de la realidad' ;;;i"tr;,';"; eiemplo, ít" u"uttntión de una interrogación o de un"ord..r,consistiríaenlasdiferentesactitudespsicológicasexpre-
sadasencadacasoporelhablanteenrelacióncondichocontenido: de quien la emite en Así, una oracrón aseverativa expresa la creencia su duda interrogativa' una que contlene; la verdad de la proposictón su deseo de -que sea rativa' impe una verdai; de u,lnt ,, u respecto satis-facerse derierta verdadera y su creencia de que tal deseo puede (formulando la ordán), etc' (Prades y Sanfélix 1990: 62)'
manera
la irrupción dc
Podemos concluir, pues, que mucho antes de existían concepcroGrice en el panorama de la filosofía del lenguaje. no desarrolledas bien si ambiente, el en fuerza la nes mentalistas de he afirmacltr como si' extrañar de es no cual Lo .t r"¿" su plenitud. constituye .clr al comienzb de esta obra, el mentalismo lingüístico la doctrinrr como así común' sentido del posición la buena medida filosófice heredadar.
3. como un
egipttil'rgrr A' Il' ("rrtlirro Récanati (1987: parte primera, cap' 1) señal;r al (iriet') a los escritos de Atrstin y rlc (s, obra., od.t"ntlJn defensor
"nt".ior
40
\.
Grice: Una proto-teoría intencionalista de la fuerza
l'll rnarco teórico inaugurado por Grice se conoce como ,irboría Intt'¡rcional del Significado, o, en alguna de sus versiones reducciof listes, como "semántica de Base Intencional, (Intention-Based setrr,ttttics) (cf. Schiffer 1982). Se asume algunas veces que el objetivo ¡'rir'ordial de Grice consistió en elucidar la noción cle sieniíicado .rtcndido con'to contenido representacional, y no rento la áe fuerza, 'r lrr que el autor apenas hace referencia explícita. Sin embargo, ra inll.cncia de Grice sobre las teorías intencionalistas contemporáneas ,l, la fuerza difícilmente puede ser exagerada.
Bn su arrículo pionero .Significado,, (1957), Grice comienza
,lrstinguiendo entre los casos de naturalo, como cuando ,lt'tirr.s que los 28 círculos en el"significado tronco de un árbol significan que , l .irbol vivió 28 años, de los casos de "significado no naiural, en ios (lu(', como se suele decir, la conexión entre el signo y aquello que ,', significado por el signo es .arbirraria,. Una explicación habitual ,l, lrr ¡rbitrariedad de los signos más genuinos se basa en ra noción rlt tt¡ttu€t'tción. Se dice que el signo no natural se asocia por deci'.r,)r convencional, y no por necesidad, con su significado. La nove_ ,lr,l tlc la perspectiva de Grice consiste en afirmar que no es primall,lllrcnte la convencionalidad, sino el uso intencictnal de los signos l,',¡rrt'l.s d,ta de significado no narural, y lt_, que explica la un¡ón rl'irrrrria o no necesaria entre el signo y lo significado por é1. De lr,,lr., (irice sostiene que no tc¡do caso de significado no natural es ilr (.r\() donde se opliquen convenciones, ye seen lingüísticas 0 de
,,tlr¡ ltpO,
l
:r
..ción
más básica (de entre las no naturales) que la Teoría In_
l.llr l()lr¡l del Significado se propone aclarar es la de significado oca,,',t,tl ,lel bablante, que intuitivamente podemos caracterizar como l",r¡¡r'rr hablante quiere comunicar o transmitir a su audiencia, de ,,', ,r,,tl. abierto o sin reservas, en une ocasión particular mediante lr ¡rr.1l1¡¡¡i.in de un signo. Desde esta perspectiva, los casos de sig_ rrrlr..rt irilr literal, donde un hablante meramente aplica convenciJ,, lrrrr',iiísricas para la transmisión ocasional de significados (ejemr'1" l), t'sr:i'rl mismo'ivel que los casos de significación no literal (, ¡, rrr¡rl¡ ));
l'
rrrr rrrl( rr( r,rr.tllslttt¡ il¡¡cttcion:rrio sirnilar ¡l tlcfcncliclo p<>r Strawson v otr()s inten',,¡rrlr.,t.r\ rlotr¡1i¡¡¡¡.¡¡¡,,* postgrictrrrros (c1.. (iardilrer 19.1J).
4l
PALABRAS AL VIENTO
Ejemplo 1. Al decir: .Pedro estaba conmigo a las 8'30" (en.la ocasián ,) H quiso decir (significó) que Pedr. estaba con H a las 8.30 (del día d). Ejemplo 2. Al decir: uPedro estaba conmigo ¿ l¿5 $'JQ" (en-la ocasián o, e,-t la cual un detective está interrogando a H) H quiso decir (significó) que Pedro no podía ser el asesino.
,,IJ intentó que la emisión de e produjera algún efecto en una autliencia por medio del reconocimiento de esa intención, (Grice
te57:491).
4. El énfasis dc Grice en los efectos pretendidos por el hablantc en su aucliellcia llevó a algun¡s cle sus críticos a reprocharle que confunclía los actos ilocucionarios con los perlocucionarios, asignando l:r primacía:r los scgundos (cf. Searle 1969: 52). Según Searle (1969), la únic¿ intcnción genuinamente comunicativa dc un hrtblante es la de hacersc c¡ntprendcr. Algun1ls griceanos "sofistic:rclgs" h¿rn vrtelt¡ estrt crítica en contra dc le nociítn de efecto perlocucionari<) tJl y c(tttlt) su ctlettclltrrt f'rr ntulach en Austin (1962). Según ellos, Austin nunc:r pudo aclarar ¿rclectt:rcl¡lllclttc lrt distinción ilocucionario/perlocucionario, micntras que en el m¿rco grlceiltlo es p()sl ble trazarl¿ nítidamentc en térmir.ros de la prescncia o ausenci¿r clc dctcrtlliltrttl¡s ilt tenciones compleirs clel emisor (cf., más aclel:rnte, capítulo IIl, ipartld() 4)'
Expliquemos brevemente el sentido de las distintas cláusulas del .¡rrtcrior análisis. La cláusula 1) recoge simplemente la idea, bastantc intuitiva, de que cuando nos comunicamos intentamos producir tlcterminados efectos mentales en nuestra audiencia. Ahora bien, el lrroblema es que si sólo exigiésemos esa condición nos encontaríanr()s con fáciles contraejemplos al análisis, esto es, con casos en los (lue esa condición se cumple pero parece intuitivamente evidente (luc no se ha generado ningún significado no natural. Para apreciar l:r necesidad de 2) imaginemos la siguiente situación de ciencia fic, i. l':rgrrclo por el gobierno, una noche pone en marcha su diabólica má(luina, programándola para que al día siguiente todos los españoles .,t' despierten creyendo que España va bien, cosa que consigue. Está , l.rro, en este caso, que alguien ha inducido a los españoles a creer .rluo, pero que nadie les ha dicho, les ha informado, les ha comuni( .¡(l() en un sentido pleno y genuino de la palabra ucomunicaro, ese .rlgo. La moraleja es que intentar inducir una creencia (o, mwtatis tttrrtindi, una intención o cualquier otra clase de estado psicológico) ( n una audiencia no es suficiente para que podamos decir que se ha ,,'nlunicado o significado algo. La emisión de ondas por parte del rrr,rlvado científico no cuenta como un caso genuino de emisión de ''r1'.nos con fines comunicativos. Con est
42
4l
Lo que importa en ambos casos es que el hablante posea ciertas intenciones cr¡municatiua.s, y no que los medios empleados para ponerlas en práctica sean convencionales o exclusivamente convenciclnales. Las intenciones comunicativas, tal y como las concibe Grice, son una clase compleja de estados mentales. Son intenciones dirigidas a oroducir determinados efectos, reacciones o respuestas en una au-
áiencia por medio del denomi'ado procedimiento griceano, esto es, mediante el reconocimiento mismo del intentoa. El análisis, er-r su formulación más abstracra, y deiando de lado los múltiples problemas que lo aquejan, puede formularse de la siguiente menera: La emisión de e por parte de un hablante H es significatiua si y sólo si, para un auditorio A, -FI emite e con la intención de:
1)
producir una reacciólt r en A (donde r
es normalmente un
estado mental).
2) 3)
que A reconozca que H pretendía producir r en A, y que el que A reconozca la intención de H de producir r en A sea, al menos en parte' larazón de la reacción t'por par-
te de A. Grice resume el análisis anterior afirmando que "ll significa de modo no natural algo mediante e, puede considerarse equivalente a
PALABRAS AL VIENTO
modificado (esto es, a un análisis que incluya ahora las cláusulas 1] y 2l). Para demostrarlo, elaboremos el caso del científico a sueldo
Imaginemos ahora que un pequeño número de españoln suficiente antelación de los planes del malvado de las ondas K por medio de unas escafandras protege y se científico que bloquear1 .u .f..to manipulador de mentes. como el científico no ha nc"boclo su trabaio, el gobierno se niega a pagarle' Entonces decide secuestrar a todos los rebeldes, los despoja de sus escafandras, los encierre en un cuerto, y delante cle sus n¡rices pone en funcionamiento su máquina diabólica. Instantes después, todos los españoles
iel gobierno.
les s*e entera .o.
díscolos se encuentran creyendo que España va bien (realmente,
se
trata de un científico muy malvado). Parece que ahora se cumplen las clos primeras condiciones del análisis inicial: al poner su máquina en funcionamiento CM (el científico malvado) intenta 1) que A crea que España va bien, ¡ además, 2) que A reconozca 1) (esto es, CM intentaque A reconozca que CM intenta que A crea que España va bien). Pero, intuitivamente, no diríamos todavía que estamos ante un caso en el que alguien le transmite (o ha querido transmitirle) algo a alguien de un modo ahierrc, o genuinamente comunicetivo. Para eso se neceslta, piensa Grice, algo más' La condición 3) del análisis establece precisamente una restricción acerca de los medic¡s a través de los cuales el hablante intenta producir una reacción en su audiencia en los casos de genuina significación no natural. En esos casos, debe intentarse que el reconocimiento de la intención primaria clel hablante sea parte esencial del proceso a través del cual se generx le respuesta. No son casos genuinemente comunicativ()s cquellos en los que las respuestas intentan ser obtenidas de otro modo. El hablante áebe intentar que el oyente considere el hecho de que el hablante quiere provocar en él la creencia de que p (o la intención de hacer p,olar.rp,r.rtn que sea) como parte del proceso que-lo llep (; a formarse la intención de hacer P, o a lo que u. ".....-que sea). Además, Grice insiste en que en Ios casos típicos de comunicación el hablante no pretende que la respuesta o efecto buscados se produzcan de un modo compulsivo u obligatorio en la,audiencia, ,ino qu. deben estar, en algún sentido, bajo el control del oyente' Esto se expresa diciendo que el reconocimiento de la intención clebe ser una riZón, y no meramente una cdusd de la respuesta_ del oyer.rte (cf. Grice tOSlt ZZI;
se insiste en
ello en Grice 1969)q'
5. El caso c1e Herodes presentando a Salon.ré la cabezrt clel Brrutist¿ cl) tlttrt brttl l:r tsp
44
El análisis final de Grice (1957) tiene, pues, cierta complejidad tlcstinada a incluir todos y sólo los casos paradigmáticos de comurricación y a evitar los contraejemplos más obvios, pero aun así es ¡rosible buscarle las cosquillas incluso a ese análisis relativamente sofisticado, con nuevos contraejemplos que requieran sucesivos refin:rnrientos. No seguiré, sin embargo, ese camino, ya que mi intención ,r,1uí es sólo la de presentar los principios básicos para un análisis gri, t',rrro de la noción de SOH (significado ocasional del hablante) ba..rtkl en las intenciones del hablante, y para ello bastará con tener l)l'('sente el análisis inaugural que nos encontramos en Grice (I957). I os ¿rr.rálisis posteriores de Grice y de sus seguidores incorporan inIt rrciones más y más complejas del hablante, con el fin de eludir conr.rcjemplos cada vez más sofisticados a análisis previos6. El aspecto más relevante del análisis griceano del significado no r.rtrlr¿11, desde el punto de vista de un estudio sistemático de la natur.rrlcza de la fuerza ilocucionaria, puede apreciarse ya deteniéndor()s cn la condición 1). Esta condición deja abierta la posibilidad de ,¡rrt'cxista una variedad de reacciones, efectos o respuestas r que un lr.rblante puede estar tratando de inducir en una audiencia medianr
tr't'l reconocimiento de la intención de hacerlo. Con ello, , rr tlisposición de
distinguir entre distintas
estamos
clases de emisiones signi,
Ir..rtivns, por el procedimiento de dar distintos valores a la variable (.rsí como también añadiendo nuevas sub-intenciones del hablante r l.rs tres señaladas). El propio Grice distinguió entre lo que, siguien,1,',r (iarcía-Carpintero, podemos denominar uinformes" y (peticiorr, s',. l.os respectivos análisis podrían formularse así:
r
, ,, ,rn,r rrctitud cornprometeclora con otro l.rombre, son dos de los contraejemplos ele, r,1,,, por (irice para justifrcar la necesidad de la tercera cláusula de su análisis (Gri-
, l')\.-:
,1¡19-490). Para Gricc ésos no son casos gcnuin:rmenfe comunic¿tivos porhablante no infenta quc el recor.rocinliento de su intenciítn cle producir ,,,, | ,l( r( fllrinirde respuesta cn la audiencia (la crccnci:r de qr.re el Bautista está muerr , ,' l.¡ q¡¡¡¡¡¡i¿ dc qrre la esposa es infiel) constituya una r:rzirn pare que dich¿,r rest,il, r.r \( ¡rrocluzcrr. Más bien la re:rcciiin se debe producir porque la audicncia reco,,"., I urf vitculonatural entre la c¿rbeza cortada y la ntuerte del Bautista, o entre la
,
¡,,, ,
rr t llos el
Il inficlelidad. r, ( l. (,ricc (1969).
r,,t,,rlr.rli.r v
Algunos intencionalist¿rs, corno Sperber y \X/ilson, descrr¡ ,,, Lr ,,'rrr¡rlcjirl;rtl del análisis griceano original, ofrecienclo concliciones intencional, r,. nr.r\ sirrplcs prrrrr la significatividad de una emisiírn (en concreto, renunciando ,Ir,, 'rr,lrt rrrr i l). l)lra Lut:r nragnífica ntonografía sobre el proyecto analítico de Gri, r 1,,,,,1¡11.¡51¡q ¡rrolrlcrnls con los quc sc enfrenta, véase Avr¿rmides (1989). Puede ", ,¡lr.rr.,r'.rsirnisrn<¡ (iralrrly y $lirgner (eds.) (19tt6), asícomo el capítulo X de Gari | ',r r( / (l()()7). l'rrrr rrnl crítica rrrrry cletirllacla a algunos aspectos del progr:rma de
¡,r' ( \r'.r\(
l),rvis (19()ll).
.ls
PALABRAS AL VIENTO
Informes. La emisión de e por parte de un hablante H esun informe de que p si y sólo si, para un auditorio A, .FI emite e con f a intención de: 1) producir en A la creencia de que p; 2) que A reconozca la intención 1); 3) que el que A reconozca la intención 1) sea, al menos en parte, larazón de queA acabe creyendo que p. Peticiones. La emisión de e por parte de un hablante FI es una petición de que A haga p si y sólo si, para un auditorio A, .Fl emite e conla intención de: 1) producir en A la intención de hacer p; 2) que A reconozcala intención 1); 3) que el que A reconozca la intención 1) sea, al menos en parte, la razón de que A acabe formándose la intención de hacer P.
El análisis general del SOH, que hemos visto en primer lugar, nos ofrecía respuesta sólo a una pregunta muy genérica: tcuáles son las condiciones para que podamos decir que un hablante significa algo (una cosa u otra) mediante una emisión ¿? Sin embargo, los análisis más concretos que acabamos de ver de los informes y de las promesas nos ofrecen también la posibilidad de responder a una pregunta mucho más específica: icuáles son las condiciones para que podamos decir que un hablante significa qwe-tal-y-cual, esto es, precisamente aquello que significa, mediante e? Por una parte, podemos distinguir entre la forma "informacional" y la forma de significar. Pero, además, el contenido representacional específico de una emisión viene determinado, para Grice, por el contenido
mental concreto de las actitudes (creencias, intenciones, etc.) que H quiere inducir en A, de modo que especificar exactamente qué es lo que se significa requiere decir exactamente qué creencia, deseo, intención, etc. se desea inducir en la audiencia. En ese sentido, el análisis griceancl es, quizás en primer lugar, un análisis del contenido representacional (no natural) de las emisiones cuya inteligibilidad depende en gran medida de que pueda arrojarse luz sobre Ia noción de cc¡ntenido mental, algo en lo que muchos filósofos de la mente están ocupados en la actualidad. Pero a la vez, lo cual es más importante para nosotros, constituye también üna proto-teoría intencionalista de los actos ilocucionarios (tanto del contenido como dc la fuerza), dado que nos permite distinguir al menos entre dos clases de actos comunicativos, los informes y las peticior-res, apelanclo rt las diferentes clases de reacciones que un hablante pueclc cstar irltcntando inducir en su audiencia.
't ()
l.
Hacia wn intencionalismo ilocucictnario sistemático
l)c nromento tenemos sólo un análisis intencionalista de la noción rlt'c
'. ' ! 'nrr.r
Ln Sehillt'r (1972: cep. IV) y en f}:rch y Harnish (1979: cap. III), pueden enintt lle i<)nirlist¡s tlctallldos cle una nruy lrnplia gama dc fuerzas.
\( .rl:ilisis
47
:: EL IMPERIO DE LAS INTENCIONES
PALABRAS AL VIENTO
Aduertencias. La emisión de e por parte de un hablante -Fl es una aduertencia de que p si y sólo si, para un auditorio A,H emite e con la intenciónde: l),2) y 3) como en el caso de los informes' y además: 4) que A esté sobre auiso respecto a los peligros de p; 5) ou. A ,.conozca la intención de Fl expresada en 4); 6) que el que Á ,..onor.o la intención de H expresada en 4) sea, al menos en parte, la razón de que A acabe estando sobre aviso respecto a los
peligros de
P.
La complejidad de la intención comunicativa es ahora bastante considerable. El procedimiento griceano se aplica dos veces, una con la intención de que A crea que p es el caso y otra con la intención de p' que A se ponga sobre aviso respecto a.los peligros que acarrea Álgo similar ocurre en el caso de las órdenes: La emisión de e por parte de un hablante H
es una orde.n Órdenes. ¿ con la Fl emite cle que A haga p si y sólo si, para un auditorio A, y adepeticiones, las intención de", i¡' 2) y 3) como en el caso de recoque A 5) A; H sobre más: 4) qrie A reconozcd la avtoridad de reconozque A que el 6) 4); nozca la intención de Fl expresada en la ca la intención de H expresada en 4)8 sea, al menos en parte' p' hacer de intención la razón de que A acabe formándose
Como puede apreciarse fácilmente' los análisis que acabo de presentar muestran que los irrformes y las advertencias, por un lado' y las peticiones y las órdenes por otro' tienen algo en común (las .laur.rl", 1,2 y 3 respectivas), lo cual podría servirnos de base para
iniciar una raxonomía de las fuerzas basada en el hecho de que el hablante puecle estar intentando primariamente inducir en su audiencia (quizás entre otras posibles respuestas), mediante el procedrmiento griceano, una créencia o una intención. Esto nos daría dos grandes"familias de fuerzas ilocucionarias, a las que quizás-habría los casos en los que [ue aña
acuerdo con un análisis de este tipo, la realizaciórr con éxito de un acto ilocucionario depende sólo de los estados menNótese que,
tl. O quizás intención de H
tales del hablante. Las intenciones comunicativas, como cualesquiera ()tras intenciones, pueden no verse cumplidas (por ejernplo, el oyentc puede no reaccionar de la manera pretendida), pero ello no modil.icaría un ápice las propiedades significativas esenciales del acto (su crlntenido y su fuerza). Esto es lo que hace del marco griceano un nlarco radicalmente mentalista: sus análisis se sitúan desde la perspectiva de la mente del hablante individual cuando intenta comunicarse.
,1é
meior: "que el
qr're
A reconozca la autoridacl
dc que su :rutoridad sea reconocida)'
48
cle 11" (y
no stilo lr
5.
Mentalismo e internismo en Grice
l'.1 énfasis en las intenciones comunicarivas convierte el marco gricealr() en Lrna variedad de mentalismo semántico ¡ si se desarrolla en la
,lirccción que acabo de esbozar, de mentalismo con respecto a la Itrcrza ilocucionaria, esto es, de mentalismo ilocucionario. He distinguido en el capítulo I entre mentalismo e internismo, .,rrrro posibles doctrinas acerca del contenido o acerca de Ia fuerza ,le les emisiones. El mentalismo semántico es una doctrina que sostit'rre que el contenido intencional de las actitudes proposicionales , s ¡rrioritario con respecto al significado descriptivo o representacion:rl de las emisiones lingüísticas, esto es, que los signos externos herr'tlrrn sus propiedades semánticas de las propiedades intencionales ,lt' los pensamientos. Las propiedades representacionales de los est.rtlos mentales serían, por tanto, Ias originales, mientras que las pro¡,icrlades representacionales de las emisiones serían propiedades dettt,¿dcts de las anteriores. Podemos aceptar que el marco griceano es rrrt'ntalista en este sentido (al menos, ésa es su interpretación más hal,rtrral; cf., sin embargo, Avramides 1989). llrr su parte, el internismo semántico sostiene que el contenido ,,,tcncional de los estados mentales y/o el significado descriptivo de l, r: signos externos está determinado únicamente por lo que ocurre ,lt ¡ricl para adentro>> o <en las cabezas" de los hablantes. No del,{ n(lL, por tanto, de lo que ocurra en el entorno físico o social en el (lu( r's()s ltablantes habir¡n. É.t".r una tesis acerca del carácter inlirlr\('c() ucrsus relacional de las propiedades intencionales o semánIrr,¡s, s¡¡¡¡1 cuales sean sus portadores (esto es, sean esos portadores ,l( n.llul-rlleza mental o no mental). Con respecto a esta segunda te'.r',, , 1 rnrrrco ¡¡riceano es, rne parece a mí, neutral. Todo depende de ,,,n¡,r intlivirlrrtlicemos los contenidos de las intenciones comunicarr\.r\, (()lrtcnitlos c¡uc se reflejarán, para el mentalista, en los signifi, .r,1, rs lt'¡rrt's(.nt¡cion¡les de las emisiones.
4()
PALABRAS AL VIENTO
Algo similar ocurrirá con las fuerzas ilocucionarias. El marco gri.e"ño es igualmente mentalista con respecto a ellas y parece iguali-,.nr. n.utrnl con respecto a la cuestión internismo/externismo en lo que a ellas se refiere' Así, en la medida en que el entorno go.n1ribuy" determinar las propiedades de los estados mentales del ha" blante que se supone que determinan la fuetz.a tendremos una teoría a la vez mentalista y externista de la fierza ilocucionaria. Ahora bien, como ya señalé en el capítulo anterior, considero que en Ia práciica el griceano se compromete implícitamente con el internismo ilocucionario. radicaSea como fuere, es posible defender tesis externistas más extesis gricerno, marco el les que hs que resulran competihles con proPone radical más .fuerte>. externismo Este ternistas en un sentido rechazar clirectamente el mentalismo, afirmando que las propiedades que nos intercsan en los signos externos (cl.ct-rntenido rcpresentacio-
nal o la {uerza) no se heredan de correspondientes propiedades de- los estados mentales del hablante individual, como quiera que individualicemos dichos esrados. En el capítulo IV defenderé que ese e.xternismo antimentalisla es plausible con respecto a la Íuerza: la fuerza de muchas emisiones no se deriva completamente de las actitudes
proposicionales (de dicto) del hablante, por muy "ampliamente> que individualicemos dichas actitudes. Esto es tanto como afirmar que las propieclades ilocucionarias de las emisiones son, al menos en buenn -.áido, .originales', en el sentido de no ser un mero reflejo de cleterminaclas propiedades de los estados mentales del emisor. Esta tesis acerca de la fuerza, sin embargo, es compatible con la cclrrección del marco griceano, en su versión externista o en su versión internista, como ,r-,alirir de las propiedades representacionales de las exprepor tanto, con-que esas propiedades sí puedan ser considesiones
¡
radas como uderivadas,.
6.
Actos ilocucionarios conuencionales y no conuencionales
Aunque el mentalismo de Grice es n-rar.rifiesto, existe un aspecto _de su progro.nn, en la interpretación o elaboración del mismo que ha llegaá., á hn..rr. ortodoxa, que no cuadra demasiado bien con la tesis Fll mentalista tal y como ha-sido formulada por mí en el capítulo I. interrcionnproblema surge cuando nos detenemos en la explicaciór-r ii.tn .1. l.r, c"-r.r, de significado estándar, atemporal o ctlnvenci.¡ttallln el prrixinro capítulo vt:rernos unrr frlrnrrr brtstr'ttttc tlccitlitL¡ clc rtllti-
50
rnentalismo ilocucionario: el convencionalismo ilocucionario de Aus-
tin. Pero, aunque Grice desliga la noción de significado no natural
de la noción de convención (Grice 1976-7980:298), no niega, claro está,
que algunos casos de significación no natural se basen en convenciones. Ahora bien, me parece que no es fácil introducir las convenciones sin que el mentalismo se resienta, al menos en alguna medida. El análisis del significado ocasional del hablante que hemos esbozado en el apartado 3 es lo suficientemente flexible y general como para permitirnos cubrir tres clases de casos, de cada uno de los cuales hemos ofrecido ya algún ejemplo. Para Grice, los siguientes serían igualmente casos donde el hablante significa algo de un modo no natural:
1. 2. 3.
Al decir "Pedro estaba conmigo a las 8.30" (en la ocasión o) H significó (quiso decir) que Pedro estaba con É1 a las 8.30. Al decir uPedro estaba conmigo a las 8.30" (en la ocasión o) H significó (quiso decir) que Pedro no podía ser el asesino. Al ponerse a andar (en la ocasión o), Diógenes significó (quiso comunicar a Zenón) que él creía que el movimiento es posible.
Por supuesto, existen diferencias entre esos tres casos. En el prirrrcro, el hablante se aprclvecha de una convención lingüística (el he.ho de que las palabras "Pedro estaba conmigo a las 8.30" significan l,r r¡ue significan en español) para transmitir su mensaje en un deterrrrirrado contexto de emisión. En el segundo, el hablante utiliza las rnisrnas palabras, y se apoya en lo que éstas significan convencionalnr('nte, pero lo que quiere decir rebasa con creces el ámbito de lo (luc las palabras que emplea significan convencionalmente, incluscl , ('n contexto"e. Por último, en el tercer caso tenemos una situación ro1l¡yi'¡ más radicalmente anticonvencional, en la que todo parece in,lr(ilr que un emisor o productor de signos, mediante su acción, está '.rirriliclndo elgo por primera vcz y cn ausencia cle cu,rlquier conr, rreitin significativa previamente establecida. i()ué es lo que tienen en común estos tres casos, según Grice, (1il(' n()s permite considerarlos a los tres como ejemplificaciones de l,r nrisrrrrr forma básica de generar significado? Aquí es donde hace
',.
l'.rrrr rrrrrr crplicrrcirin nrr.ry infh,ryente cle este segundo grupo de casos, en los rlrrc (irice tlenoniine.implicaturas convencionalcs", véase Grice
,lr( \{ rrur\nrilt lo
rl', \)
sl
E: EL IMPERIO DE LAS INTENCtONES
PALABRAS AL VIENTO
su aparición el concepto central de la teoría del significado de Gri-
.., .l .orl..pto de intención comwnicdtiua' qúe hemos examinado
en el apartado 3 de este capítulo. En los tres casos es fácil apreciar que el hablante tiene la intención de comunicar algo a su audiencia por medio del procedimiento griceanol0. Lo que resulta original es que no se considera esencial, a la hora de llevar a cabo esas intenciones cgmunicativas, que ello se haga utilizando medios convencionales o exclusivamente conve¡cionales. Esos medios pueden ser utilizados, y usualmente se emplean, como el modo más cómodo, rápido y efectivo de expresar nuestras intenciones comunicativas, pero la
10. Es posible hacerle la siguiente objecitin al caso de Diógcncs: al ponerse:r ancl:rr, Diógenes no intentaba convencer a su audiencia cle c1¡e el Ínovimiento cs posible porque ésta reconociese su intcnciót], sino nlirs bien porque ósta percibiese qtre su de los argumentos de Zcn(rn: el -uui.i.¡,,u equivalía a une refutación inn.rediata gbservación a Javier Vilar.rova). El caso (debo esta andando se demuestra nto movimie serí¿r simil¿rr al de alguien que muestr:r una fotografía a A con la lntención de que A crea que su ntujer le cstá siendo infiel. Es l:r fgtografía, y no eI rcconocirnjento de l:r inteniión, la qr,re sc pretencle quc teng:r un papcl activo en la inducción cle la creencia en la audiencia (Grice 1957:490). De un moclo parecido, si la inter]ción cie Diógenes era la cle qLre la audiencia acabase creyendo algo en virtu{ cle ¿lguna característica.natural, de su acción cntonccs, en efecto, cl c¿rso no sería genurnanlente comunicativo para Grice. Ahora bien, a mi entender és¿ no er:r prgbablemente la intención cle Diógenes. Zenón (como el resto cle la audiencia) tenía a su disposición nt¡ltiru.l,le car,,. dc morittlictlto .Jp.lrCnr( don)(r P.lríl tlcCcsit¡r Jcl p.rt..r de t)iúgenes para convencerlo de que el movirr]iento era posible, y eso er:r nrutuamente conocido por parte del cmisor y de su :rucliencia. La intención probable cle Dió¡ienes era entonce.s que su audiencia creyese algo al menos en parte debidq al recgnocimiento de clue Diógenes intentaba que creycse ese algo. La obieción clebe hacernos. reconoccr, quizÍrs, que seguramente est¿rnos ante un caso de acto ilocucion¿rjo.erhibitivo' (en terminología de cirice 1969), ya que la intención primaria de Diógenes parece ser fa de conseguir cluc su audiencia creaque I)iógettes cree qtte el mouimiento es posible, y ,ro tnn,u 1" de que su audiencia cred ella misma que el mouimiento es posible. Al ntenost no parece intcntar que esto último se produzca nleranlente debido al reconocimiento cle su i¡tención de que se produzca. Si esto fuese así, no estaríamos quizás (para Grice) ante un auténtico informe, sino ante un acto ilocucionario de una clase
que podríar]los denominar quizás nnranifestación de creencias", o tal vez simplementc "afirnr:rcitin, o "aserción,. Por otra parte, el que la acción de Diógenes no conrase como una cmrsitin significativa para crice no implicaría, claro cstá, que ésta no pucliese aparecer como tal desde una perspectiva tcórica diferente, por ejcltl plo, desdc la que y() mismq prop6ndré en el capítulo IV Además, es bast¿rnte comúll presentar conto un defecto de los ¿rnálisis griceanos (en este caso, por no pr()porcl(,nar cor-rdicionesnecesarias adecr:adas) el que no cubra actos de h¡bl¿ como cl cle ¿rgumentdr, en los cuales el hablante intent¿ que sea la fuerza cle srts :rrgtll.llctrtos cll f¡un, de p, y no el reconocimiento cle su intención de que la ar¡clicncirr crcr qLre 1r, l.t que sea decisiva a la hora de qr.re la audiencia acabe creyenclo quc p (cf. l.ycarr 2000:
iif.r.n,"
l 05-1
06).
52
noción de significado más primitiva (la de significado ocasiolr,rl rll lrrrblante) no debe apelar a la existencia de convenciones P:lr..r \rl,,rl licar porque en algunos casos es posible comunicarse sin quc (.\r\r,rl l:rles convenciones.
Por supuesto, uno puede preguntarse cómo conseguimos corrrr¡ nicernos en los casos en los que no existen convenciones signific:rtr Vils previamente establecidas. La respuesta griceana, que no vaul()s il ,lcsgranar en detalle, es que en esos casos el emisor tiene funclarlrrs ( speranzas de que la audiencia cuente con las suficientes pistas corrt('xtuales que le permitan inferir sus intenciones comunicativas. Par¿ .l) t llo, el emisor presupone cosas corro las siguientes: que su interlocutor, A, es racional (al menos en buena medida) y posee determirr:rclas capacidades inferenciales; 2) que A cree que también lo es y l.r\ posee H; 3) que A posee determinadcs crcencias permenentes ,¡rrc H también tiene acerca del mundo extralingüístico, físico y scl, irrl, que ambos comparten; 4) que la conversación acontece en un ( ()ntexto concreto e inmediato mutuamente conocido pclr H y por ,l;.t) queA posee un conocimiento implícito de los principios cool)('riltivos que rigen la actividad de conversar o, en general, de co¡rrunicarse. Finalmente, H da por sentado (y esto es, en general, raz,rnrrble por su parte) que todos esos conocimientos pueden servirle .r 11 para inferir qué es lo que H desea comunicarle mediante su emi',rrirr en esa ocasión. Pero dejemos de lado los casos no convencionales de significa( r(ll ocasional y centrémonos en el uso literal del lenguaje. t,a expli-
,.rtirin del propio Grice (Grice 1968), basada en la noción auxiliar ,L .procedimiento>, ha sido abandonada en la actualidad por la l,r.ictica totalidad de los griceanos, por ser considerada esa noción (r)nlo poco clara, en el mejor de los casos, o como circular en el l,( ()r.
Sin embargo, la noción griceana de procedimiento, clara o no, Grice, que un hablante r.nrrl cr su repertorio un determinado procedimiento para signifi, .u tle un modo estándar o atemporal que p consiste en que tenga la l'r,r(ticll (la tendencia o voluntad permanente) de emitir una muesrr,r tlt'cierta clase de sonidos (o, en general, la práctica de realizar ,¡u.r :rcci
5l
PALABRAS AL VIENTO
noción auxiliar diferente, la noción de conuención) qtre toman prestada del influyente trabajo de D. Lewis Conuention: A Philosophical Study (I969). Esperan entonces que la noción de significado ocasional del hablante, junto con esta noción auxiliar de convención, les sirva para elucidar la noción de uso literal del lenguaje, de acto ilocucionario literal o directo. Las característices genereles de una convención seríen, de ecuerdo con un análisis de tipo lewisiano, las siguientes (la formulación que sigue es la que se ofrece en García-Carpintero 1996 526): Una acción R llevada a cabo de modo regular por los miembros de la comunidad C constituye una conuención en C si y solarnente si: (i) Todo mier-nbro de C se atiene a R. (ii) Todo miembro de C cree que todo miembro de C se atiene a R' (iii) l-a creencia de que todo miembro de C se atiene a R constituye para cacla miembro de C una raztin para atenerse él mismo a R' (iv) Todo miembro de C prefiere que todo miembro de C se atenga a R a que todos salvo uno (quizás él mismo) se atengan a R' (v) Existe al menos una regularidad alternativa, Ft' que serviría a los mismos fines a que sirve R. (vi) Existe conc¡cimiento mutuo entre los miembros de C de lo que las cláusulas anteriores establecen: todos las conocen' conocen que los demás conocen que ellos las conocen' etc.
Una regularidad corno la de quedar rutinariamente unos amigos para tomar unas copas un día concreto de la semana en un determinado bar cumple con todas las cláusulas de la anterior definición y puede entonces calificarse de .convencional" en el sentido de Lewis. Por otro lado, seguramente muchas convenciones remontan su origen a acontecimientos o acciones azarosüs que solucionan de un modo casual un uproblema de coordinación", esto es, satisfacen una necesiclad mutualnente sentida que sólo puede satisfacerse de utl modo colectivo, y que además se presenta de un modo recurrente. Los individuos, a partir de ese momento, deciden tácitamente repctir o perpetuar esa solución a través de sus acciones futuras. Esto explicaría los rasgos aparentemente arbitrarios de algunas convenciones. iPor qué mis hermanos se reúnen con sus amigos cada viertlcs -featro? en La Bolera, si en realidad a todos les gusta más el Café Quizás sólo porque un viernes se encontreron allí y ttlclos sigtticlrtt acudiendo para seguir viéndose. Muchas convenci()rrcs no precisrttt de otras convenciones, por eiemplo verbales, paril ser establccitl:rs' sino que llegan a instaurarse por aceptaciórr tricita cle los tltrc dc cllrrs
s4
!: EL IMPERIO DE LAS INTENCIONES
l)ilrticipan, y porque ayudan a resolver problemas de coordinación t'('cu
rrentes.
Lo que nos interesa destacar del análisis lewisiano es que utiliza, .orno el análisis griceano del significado ocasional del hablante, not iones psicológicas en sus distintas cláusulas. Por ese motivo, parece lrccho a medida para encajar en el marco griceano, ayudando a carrrcterizar lo que tienen de específico los actos ilocucionarios en los (luc se ernplean literalmente r.nedios estandarizados de comunica, itirr. Simplificando de nuevo mucho las cosas, y dejando de lado divt'rsos problemas difíciles, podemos ahora analizar qué significa que urr hablante H utilice literalmente una emisión e, la cual es un ejeml'l,rr cle una expresión-tipo / de un lenguaje L, para significar que p. l rr primer lugar, debe haber en la comunidad lingüística a la que H l)('rtcnece una convención lingüística (o, en general, "sígnicar) que Itcnnita expresar p mediante un ejemplar de / en determinada clase tlt'circunstancias. Eso puede ser expresado a través de la siguiente ,lt'linición del significado conuencional o atemporal de las expresiott
r,s-tilto: I n exltresión-tipo t significa atemporalmenre que p para la comurridad C syss es una convención en C el emitir un ejemplar de / p:rr:r significar (en el sentido de SOH) que p (en determinada clasc de circunstancias).
Lrs
I'trede comprobarse lo que esto implica recorriendo las cláusutlcl análisis general de Lewis. Tarnbién ahora podemos imaginar-
",,r
gú'nesis de algunas convenciones significatiuds, como
l', r(lí:lnros hacerlo con otras clases de convenciones. lrrr cuanto a la caracterización de los usos convencionales, literal, \ () rltcntporales concretcls de las emisiones, puede valer de manera r, rl,ltivir la siguiente definición de| significado atemporal aplicado de rt r
t,
t
t'x ltresión-ejemplar:
I t ('xlrresi()n-ejemplar e significa atemporalmente de modo apli,.rtlo (por el hablante H en la ocasión o) que p syss: 1) H signifi(.1 ()crlsionallnente que p mediante e;2) e es un ejemplar de una , r¡rr.t'si1i11-¡ipcl /;3) existe una convención en C (comunidad a la 'lu( [)crtcnccc H) consisrenre en emirir un ejemplar de I para sigrrrlit:u'(crr el scntido de SOH) que p en circunstancias como las (lrl(' (()llcrtn'írrrr en la ocasión o., y 4) Fl intenta usar e en o de .r( u( r'(l() ('()lt cs:l coltvcnciírn (y queA así lrt reconozca).
55
:: EL IMPERIO DE LAS lN
PALABRAS AL VIENTO
Los que acabo de dar no pretenden ser análisis definitivos o absolutamente satisfactorios de la noción de significado atemporal (para las emisiones-tipo y para las emisiones-eiemplar), como tampoco los anteriores pretendían ser análisis griceanos acabados o definitivos de la noción de significado ocasional del hablante, o de las más específicas de informar, pedir, insultar, advertir u ordenar. No pretendo defender a Grice ni exponer de modo sistemátic<-l y actualizado el marco por él inaugurado, así que delo a sus partidarios la difícil tarea de encontrar formulaciones o análisis que puedan considerarse libres de toda crítica. Los míos pretenden sólo recoger e espíritu de Grice de la manera más sencilla posible, con el objetivo de someterlo más adelante a crítica en lo que a la concepción de la fuerza que se desprende del mismo se refiere. Si he introducido la cuestión del análisis de los actos ilocucionarios directos o literales es porque considero que puede ayudarnos a matizar el mentalismo que antes he atribuido al marco griceano. Es cierto que el análisis del significado atemporal que acabamos de ver utiliza nociones definidas en términos psicológicos: la noción de significado ocasional del hablante y la noción lewisiana de convención. Pero, mientras que el análisis del significado ocasional del hablante
cmisión, esto es, gracias a lo que esa emisión significaba atemporalnrente. Las convenciones son, si no siempre, al menos en el caso ti 1.rico, un asunto colectivo. Si el griceano no quiere limitar su estudio ,r los casos donde se aplican convenciones individuales (las ligadas a lo que podríamos llamar el "significado atemporal idiolectal"; cf. (irice 1968: 119) o a las convenciones meramente tenidas por tales ¡ror el hablante, entonces, al menos en los casos de los usos literales tf cl lenguaje, debe reconocer que la [uerza de una emisión no depentle sólo de los estados mentales individuales del hablante. Si esto :rbre una fisura en el proyecto mentalista griceano, tal y como es intcrpretado comúnmente, bienvenida sea.
apelaba solamente a los estados mentales del hablante individual que realiza el acto ilocucionario, el análisis de la noción de convención (y, pcrr tanto, el análisis del srgnificado atemporal) apela a los estados mentales de toda la comuniddd a la que -Fl pertenece. Se trata, por tanto, de un análisis antimentalista y externista en el sentido que se le ha dado a esos términos en el capítulo I. O, al menos, deberíamos hablar aquí de un mentalismo de un tipo diferente, no individualista sino cr,¡lectiuista. Podemos asumir que cada hablante competente debe conocer él mismo la convención cuando la está aplicando, pero para que su uso sea un uso literal la convención debe existir realmente en el medio social. Debemos, pues, matizar nuestro comentario anterior de que er-r el análisis del significado ocasional del hablante sólo se tienen en cuenta los estados mentales del hablante individual. Al menos en el caso de los usos literales o convencionales del lenguaje, el que se esté realizando un determinado acto ilocucionario depende de que exis-
tan realmente en el medio externo (en el medio social de H)
las
oportunas convenciones significativas. De un excéntrico qtte utilizrtse sus propias estipulaciones para prometernos que mañnttn vrt e v('nir (digamos: "Guasiguasi que vendré mañana") no diríanros clc tllt modo natural que estaba prometiendo literallnente rtlgtl trtetlirttttc stt
5Ír
\7
III J. L. AUSTIN: EL IMPERIO DE LAS CONVENCIONES
F,l c onu e n c ic¡ nali smo
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cuc i onari o
\r
l:r piedra angular en la teoría griceana de la fuerza la constituyen intenciones comunicativas del hablante, en Austin ese papel está ,, st'rvado para los oprocedimientos convencionales". Cualquier teorr.r cfc la fuerza que conceda un papel preponderante a las conven( r()llcs qlle nos permiten.hacer cosas con palabras, merecerá el apel,rt iv
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TFrsrs c.oNVI'.NCIoNALIsTA
IlocuctloNARlA: En el análisis de cual-
quier fuerza ilocucionaria debemos hacer referencia esencial a la existencia de procedimientos convencionales.
l.:r
TCl, tal y como acaba de ser formulada, pcldría no ser' en
l,,rr.i[.rio, incompatible con determinadas formas de mentalismo (e rr, lus() cle internismo) ilocucionario, aunque sí parece incompatible ,{,n lnr intencionalismo como el griceano, el cual, como hemos visr,', .recptrr casos de significación no respaldada o no completamente r, ,,¡r.rlrlrrcla por convenciones. Todo depende, por supuesto, de cómo , rrrt'ntlrunos le vaga expresión esencial a procedimientos
"referencia ¡,'n\'( nci()n.lles'. Con el fin de caracterizar un convencionalismo r,rtlrt:rl, conro cl que suele ser atribuido a Austin' voy a suponer (lrf ( t).rrir ['l ¡ctrr¿rr ilocucionariamente no consiste meramente en se' ¡,,rrr rrrrt'rrcionrtltttcnte rtn¡r serie de reglas ilocucionarias socialmente 59
I. L. AUSTIN: EL IMPERIO DE LAS CONVENCIONES
irrstituidas que previamente se han interiorizado y que son de algún modo consultadas o tenidas en cuenta por el hablante o emiio., quien incluso posee un cierto control racional sobre la aplicación dc las mismas a Ia hora de realizar dicho acto (y sebe que krs demás las conocen, y sabe que los demás saben que él las conoce, etc.). por el contrario, para determinar que un procedimiento convencional, tal y como Austin parece concebir un procedimiento así, está siendo aplicado, necesitamos principalmente tener en cuenta determinados rasgos del entorno social y físico en el que se realiza la acción convencional, rasgos que no siempre son conocidos o son tenidos en cuenta por parte del agente de la misma. El convencionalismo ilocucionario así entendido es, por lo tanto, una fclrma de externismo ilocucionario fuerte. Austin no aclara excesivamente qué es lo que entiende por <procedimiento convencional), a pesar de que esa noción ocup, un lugar bastante central en su teoría de la fuerza. Todo lo que digamos al respecto tendrá, por ese motivo, mucho de arriesgada interpretación. El asunto se complica, además, porque el autor apela a las convenciones, en primer lugar y principalmente, como parte de su caracterización de las llamadas "emisiones realizativaso, en las primeras conferencias de Cómo hacer cosas con palabras (Austin 196,2). La idea básica con la quc arrenca Ausrin (1962) cs la de que existe un conrraste importente entre los casos en los que el lenguaje se utiliza simplemente para decir algo con verdad o falsedad (las emisiones que denomina .ctnstatativas>) y los casos en los que emitir ciertas palabras es bacer algo
(las emisiones llamadas .realizativas,). y apela a la noción de convención, de la forma que enseguida verenlos, como parte de una explicación de estos últimos casos, los casos en los que hablar es act;ar. Pero debe tenerse en cuenta que la noción de .realizativo, es posteriormente abandonada en esa obra (a partir de la conferencia VII) v es, en gran medida, sustituida por la noción de ..ecto ilocucionario,i, no quedando siempre claro qué cosas de las que antes había dicho acerca de las emisiones realizativas se pueden trasladar sin más al estudio general de los actos ilocucionarios, que es el que nos interesa a nosotros. En particular, existe cierta controversia entre los intérpretes de Austin acerca de si la afirmación ausriniana de que las emisiones realizativas son necesariamente convencionales debe tener su equivalente automático en la afirmación de que los actos ilocucionarios son necesariamenre convencionales (cf. 'Warnock 1973 y I9g9). Entre los ejemplos iniciales de emisiones realizativas que nos ofrece Austin están l,s de bautizrr un barco dicielrtl.: ..rJ,rrrtiz,, crt.
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barco Queen Elizabeth",legar algo diciendo: "Lego mi reloj a Juan", () casarse diciendo: "Sí quiero", de las cuales se puede decir que fornran parte necesariamente de rituales o cerem<¡nias más o menos iormales que tienen lugar gracias al respaldo de determinadas instituciones extralingüísticas. En ceremonias como ésas existen fórmulas verbales estipuladas, relativamente fijas, para hacer determinadas cosas con palabras (bautizar, legar, casarse, excomulgar, etc.), las cuales tienen ciertos efectos convencionales en el seno de determinadas instituciones sociales (un obleto pasa a llamarse de una forma cleterminada, un objeto pasa de ser propiedad de una persona a ser los propiedad de otra persona, uno queda legalmente -y/o "ante ojos de Dios"- ligado a otra persona, etc.). Pero Austin también incluye entre sus ejemplos iniciales de emisiones realizativas casos de l)romesas, e incluso advertencias, la realización de las cuales no parcce requerir, al menos de un modo obvio, la existencia de instituciones sociales, ceremonias o rituales específicos. Hoy en día suele aceptarse por parte de muchos estudiosos en el cirmpo de la pragmática filosófica el análisis lewisiano de la noción de convención que hemos examinado en el capítulo anterior, el cual se cstablece en términos de estados mentales complejos y de regularidadcs en la acción distribuidos por toda una comunidad. Sin embargo, no estoy muy seguro de que a Austin le hubiera gustado una caracterización así, dado el antimentalismo del que el autor hizo gala frecuentemente, alrnque es posible que no hubiera sido tan reacio a aceptirr un mentalismo de tipo colectivista (¡ por tanto, antimentalista en t'l sentido de oantimentalismo, que estoy manejando en esta obra) como el que hemos visto que se desprende del análisis de Lewis. Urra elaboración de la noción searliana de regla cc.tnstitutiua, inrcrpretada de un modo antimentalista. encaia seguramenre meior ,,,n lo que Austin perece tener en mentel. Una convención. así en-
1. F,n Searle (1969) se distingue entre reglas regulatiuas, las cuales "regulan forrr.rs clc conducta existentes independiente o antecedentemente', como las reglas de ( li(luctil, y reglas constitutiuas,las cuales "crean cl definen nuevas formas de conducr,r',, c()nro las reglas del fútbol o las del ajedrez (Searle 1969:42-43), y considera que l.rs regl;rs que rigen la producción de actos ilocucionarios son de la segunda clase. De p:rrecido, Warnock considera que las convenciones lingüísticas a las que se 'rr nrodr) lr,rec refcrencia al comienzo de Austin (1962) son "reglas, o provisiones legales, c ¡rr.itticrrs reconocidas de un modo más o menos común u oficial [...] que estipulan (Iil( (lccir unrl cosa u otra ve J ser, vx r constitilir o contar como, hacer lo que sea" (Wrnrock 1973:70-71). Slarnock mismo considera que no todos los actos ilocuciorr,u ios son convencionales en ese sentido, aunque tiene dudas con respecto a cuál fue l,r ,r¡rirririrr tlel propio Austin en relaciór-r con este asunto.
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PALABRAS AL VIENTO
tendida,especificaoestipulaquetalcosaentalescircunstancias institucional' cuenta, poi común o.,t.ráo o por imposición social o 18 .o.rlo i"l otra cosa. Así' por.lemplo, en España, tener-m.ás.de cual lo edad' de años cuenta convencionalmente como ser mayor
forma .or1u.ncionalmente toda una serie de efectos legales en palos entre.tres pelota Je derechos y obligaciones. Y hacer pasar una como circunstancias, cuenta aorluaaraion"lmente, en determinadas en el lue;;;.;. un gol, lo cual tiene ciertos efectos convencionales o.nada poco casos' dos estos en go del ffrtbáI. Nótese que, al menos que del o edad de mayor hace qu. se fu.'rtn.t las intencion., á.1 Ningún.comaplique' se la convención que marca un gol, cle cara a pf.i" ¿. pi.. pn,-, lo ua n librar a uno de hacerse mayor de edad'.Y también .lo un'gol .de churroo es un gol perfectamente legal, como decir: Austin para similar, modo un D. ,o.t". propia ., .in gol en .Preselto mi áimlsión,, en tales y cuales circunstancias cuenta como una climisión, y decir: oPrometo...o en tales y cua|es circunstanclas sostener que la cuenta como una Promesa. Por tanto, Austin parece una práctiaplicación de un procedimiento convencional se basa en de una miembros .l .f..tiu" (basaáa en reglas constitutivas) de los
ii.rr.
comunidad,'yrequierela-existenciadecriteriosengeneralpúblicos y objetivos, rnás que indivicluales o subjetivos, que determinen el .urnpli-l.rtro o .l éxito de una aplicación del mismo en un caso pnr,ilut"r. Asumiré entonces que el convencionalista ilocucionario su teoría de la fuerza en los
es-
i.rruino es reacio a poner el peso de i".lo, -.rrtnles del emiso,, ¡ defiende en cambio que lo realmentees i-po.r"nr. para la realizacián de un acto ilocucionario cwalquiera
de ciertas la Lxistenciá de convenciones que dicten que la emisión un dimisión' una como cuenta circunstancias palabras en ciertas que sea' Io o promesa, una tautizo, un informe, de Muchos intérpretes ipredominantemente intencionalistas)
ausAustin c.een detectar una ambigüedad en el convencionalismo que de tiniano. Según ellos, si el autor quiso defender la tesis radical determinade todos los a"ctos ilocucionarios necesitan del respaldo estaba claclas institucrones o prácticas extralingüísticas, entonces conlo prototípicos ramente equivocado, ya que actos ilocucionarios necesltllll no las promesas' peticiones, advertencias o afirmaciones en todo caso' la propia instittl-ar'r.rpuldo'qt".l que les otorga, n-ruy sigción
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.¡ue rebasan el ámbito del lenguaje, y que están de ese modo esencialmente ligados a instituciones sociales específicas de carácter extralingüístico (actos como dimitir, legar, bautizar, excomulgar, de-
clarar unidos en matrimonio, pitar una falta en el fírtbol, etc.), y rrcluellos otros cuya realización sólo parece depender de la existencia ,.lc las propias prácticas comunicetivas ¡ en rodo caso, cle convenciones específicamente lingüísticas o discursivas (actos como informar,
pedir, advertir, insultar o prometer). Por otro lado, continúan esos irrtérpretes críticos, si Austin quiso defender la tesis mucho más dél,il cle que los actos ilocucionarios son convencionalcs sólo en cl senticf o ilocucionario conjugado en lrr ¡rrimera persona del presente de indicativo, singular y voz activa' ( on1o <prometo>,
por aquellos actos de habla que son más centrales o característi'i.rr en virtud de ser más puramente lingüísticos o comunicativos (cf. ,,,s \rrrwsc¡n 1964 o Carcía-Carpintero 1996, por poner sólo dos ejem¡rl.s). Sin embargo, este reproche puede volverse fácilmente en t ontrrl del intencionalista. El convencionalista ilocucionario puede ilrr('rt)retar la insistencia en minimizar ciertos casos a los que Austin ,l.rlr:r importancia como un síntoma de que el griceano tiene problerrr.rs precisamente en este punto para proporcionar los correspon,l¡, rrtcs análisis en términos de intenciones comunicativas. En efecr., 1 1¡'¡11¡1., dimito o bautizcl no perece que mi intención primaria sea l,r,,,lucir efecto o respuesta alguncls en una audiencia sino, en todo ,,r\(), sobre mí mismo o sobre un obieto respectivamente. Y cuando Papa), aunque ' \(()nrulgo (irlaginemos por un momento que soy el que en ese campretendo no ,rr( nr() proclucir un cambio en alguien, 1,r,, ttrrgrr algo que ver el procedimiento griceano, ya que para que lr , rtornulri
6]
7 J. L. AUSTTN: EL tMpERtO DE LAS CONVENCIONES
efecto de expulsarlo de la iglesia. El griceano tiene que decir aquí,
por lo tanto, que estos casos no son normales y que deben ser dejados de lado como anómalos, o distinguir entre (al menos) dos clases de fuerzas de naturalezas radicalmente diversas, las respaldadas por el procedimiento griceano y las demás. El partidario de Austin podría argumentar entonces que una teoría como la suya, que ofrece una caracterización unificada de todas las fuerzas ilocucionarias gracias a la noción general de procedimiento convencional posee una evidencia prima facie mayor a su favor que otra que dé varias explicaciones diferentes acerca de qué es lo que determina la fuerza de una emisión.
2.
El énfasis en las convenciones por parre de Austin se aprecia en su teoríe de los inforrunios o infelicidedes para ras emisiones realizativas, que aparece esquemarizada en lc conferencia II de Austin (1962). El autor establece seis condiciones de felicidad o reglas generales para el éxito de un realizativo, cuyo incumplimietrto"p.oirciría diversas formas de infortunio, infelicidad o fracaso .r, .ihnbl". Las reglas son las siguientes (Austin 1962: 56)3:
Las condiciones de felicidad
Un buen modo de profundizar en la noción austiniana de "procedimiento convencional' consiste en examinar detenidamente su noción de condiciones de felicidad de un acto lingüístico. Austin (I962) comienza, como ya se ha señalado, con una contraposición entre dos clases de emisiones significativas: las "constatativas" (constatiue) y las "realizatiyas" (performatiue), que se corresponde con la distinción intuitiva entre "decir" algo y .hacer, algo con palabras. Esa contraposición se va resquebrajando a lo largo de la primera mitad de la obra, hasta que es abandonada al final de la conferencia VII, siendo sustituida por la célebre clasificación de los actos de habla en tres categorías: locucionarios, ilocucionarios y perlocucionarios. El aspecto más relevante de esa segunda distinción, para nuestros intereses, es la postulación de que las emisiones que antes había llamado nconstatativaso, como las enunciaciones, afirmaciones, conjeturas o predicciones, no se limitan en realidad a constatar meramente cómo son, han sido o serán las cosas, sino que también consisten en hacer algo ¡ en particular, tienen un aspecto ilocucionario, una fuerza. Por eso, para nuestros propósitos, podemos identificar "realizativoo con oacto ilocucionarior2.
2. \Warnock (1 973) no sigue a Austin en este punto y trata de conservar la noción de "emisión realizativa" que aparece al comienzo de Austin (1962). Para él lor
1)
Tiene que haber un procedimiento convencional aceota_ do, que posea cierto efecro convencional; dicho procedi_ miento tiene que incluir la emisión de ciertas palatras po, parte de ciertas personas en ciertas circunstancias. ,A.2) En un caso dado, las personas y circunstancias particula_ res deben ser las apropiadas para recurrir al proiedimien_ A.
to particular que
B.1)
8.2) f. 1)
f
.2)
se emplea.
El procedimiento debe llevarse a cabo por todos los parti_ cipantes en forme correcta. y en todos sus pasos. En aquellos casos en que, como sucede a menudo, el pro_ cedimienro requiere que quienes lo usan tengan ciertos pen_ samientos o sentimientos, o está dirigido a que sobrevenga cierta conducta correspondiente de algún participante, en_ tonces quien participa en él y recurre así al procedimiento debe tener de hecho tales pensamienros o senrimientos, o los participantes deben estar animados por el propósito cle conducirse de la manera adecuada. Los participanres tienen que comportarse efectivamente así en su oportunidad.
(lomo puede apreciarse con facilidad, las seis reglas gravitan so_ lr'c la primera. Todas las demás hacen referencia más o a"_ ',r.ro, se ¡,1ícira al procedimiento convencional cuya necesaria existencia en A. 1. procedimiento El lt,rstula especifica cuáles son las personas ,¡rrc pueden aplicarlo y las circunstancias en las que puede ier invot .rtl., rrsí c.mo los criterios de corrección en su aplicación y cuándo
'.
t.nsiclera que se ha consumado de un modo completcl. Incluso los
realizativos constituyen una subclase especial dentro de los actos ilocucionarios. Sólo los realizativos serían cc¡nuencionales en el sentido fuerte de requerir la existencia de procedimientos, práctícas o rituales extralingüísticos, mientras que el resto de los actos ilocucionarios se realizarían o bien en virtucl clel mero significado lingiiístico clc las palabras utilizad¿s o, en todo caso, indcpenclientemente cle tllcs convcncioltcs cxtral i nsiiístic:is.
i. Arrstilr dicc r¡rre rr'prctenclc ()torgar a ese esquema un car:'rcter definitiv., ,rrr) (llr( 1. c0Dcibc c()nlo ulrir primerl aproxinr:rción a la explicación del funciona_ .t{ rr() (l(' l:rs t'lrisi,nt's rcrrliz¡tiv;rs. Iistc ¡rrrnto puede ser inrportante a la h
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(r5
PALABRAS AL VIENTO
J. L. AUSTTN: EL tMpERtO DE LAS CONVENCIONES
como parestados mentales que debe tener el emisor se especifican como cabo' a te del procedimiento convencional que hay que llevar (eso sólo sí' que en la regla f.1: es el procedimiento el
El antimentalismo de Austin, a diferencia de otras formas de antimentalismo, no nace de un antirrealismo con respecto a los estados mentales. Como acabamos de ver, ellos tienen un papel, aunque sea secundario y subordinado a la existencia de procedirnientos convencionales, a la hora de establecer las condiciones Dara la feliz realización de un acro ilocucionario (el papel que se especifica en la regla f.1). Existe pues la posibilidad de ser conver.,cionalista y, en general, antimentalista, y conceder no obstante un papel más o menos importante a la posesión de estados menrales por parte del hablan_ te. De hecho, cabría concederles un papel mucho mayor que el previst. por A,stin en la conferencia II de su (1962), sosreniendo, por cjemplo' que en muchos casos o para muchas fuerzas la ausencia del estado mental en cuestión prov()ca un desacierto, y no un mero abuso6. Por otra parte, es importante destacar que el convencionalismcr es sólo una forma de antimentalismo. E' efectr, las convenciones residen principalmente en el entorno social, ya que normalmente uno no puede decidir por sí mismo que exista un determinado pro_ cedimiento convencional. Pero en el capítulo III argumenraré que cxisten formas de antimentalismo con respecto alefuerzaqu" r.tnsan el ámbito del convencionalismo, y que ese antinlentaliimcl más general puede estar presente, al menos de un modo implícito, en algunos pasajes de Austin (1962). La distinción austiniana enrre los desaciertos, que son inforturrios del habla ligados a condiciones de felicidad absoluramente neccs¿rrias para que un acto ilocucionario determinado se produzca, y l<>s abuscts, que son infortunios ligados a condiciones más débiles cLryo incumplimiento produce que el acto se realice pero no de una nrrlnera totalmente irreprochable o plena, será utilizada en el próxirrro capítulo como parte de la argumentación en contra del nrentalisrno ilocucionario. El convencionalista (¡ en general, el externista) .rf irrna que existen condiciones constitutivas de una fuerza típica que n() son analizables en términos de los estados mentales del emisor in, ,liviclual. Esto no implica que todas esas condiciones antimentalistas
,. u...fl.¡ndo
fuerzas), como una parte del mis-
en algunos casos, o pá.a
-o,
"lg.tn"t ái.r" que quienis lo usen deben ser portadores de determina-
dos estados psicológicos. estaEs de resaltar la importante distinción que a continuación y de las lado un por y B A las clases blece Austin entre las rÉglas de como por él consideradas son primeras la clase f por otro. Sólo las
condiciones necesarias para la emisión con éxito de un realizativo' como nulo o de manera que si no se cumplen el acto es considerado segundas' en Las (misfire)' udesacier¡s" nc, ,""lir"do y se denomina pero realizado o válido en al acto convierten caso de no cúmplirse, ejemplo' por (abuse)' Así, satisfactorio no'plenamente .abusivo, o no una promese insincera es de todos modos una promesa' aunque
uno
p.o*.ra irreprochable. Y lo
mismo sucede con una promesa
en la que uncl no pone los medios necesa"i..onr.aua.¡a', a, decir, rios para su cumplimiento. Alrora bien, csas reglas "menos impor-
mentales del tantes> son las únicas que hacen referencia a los estados Austin es, de hablante, fundamentalmente f.1. El convencionalismo sentensu en resume se que por tanto, una forma de antimentalismo esloese Con 4181)' 7962: (Austin palabra empeña' qu.
il" ¿.
"la q,.ii... cortar el paso a quien diga que no ha hecho en iealidad una promesa po.qué no tenía la intención de cumplir con io prometido cuando ii¡oi "Pto-t¡1¡"'o' Si existe una convenci(>n para promet., pr,rnun.i"ndo tales palabras en tales circunstancias y 1", p"labras son emiticlas en las circunstancias apropiadas' el hafl"',,é, según Austin, habrá prometido sean cuales sean sus estados insincero' mentales, aunque podamos criticar su acto de habla por gan el autor
Un hablante puede, de ese modo, doblar distraídamente una apuesle falten ta en una p"rtid" de póquer, o hacer una promesa' aunque gritipo las intenci,ones que tit-t áud" aparecerían en un análisis de garantizar ceano. Las convenciones se encargan' en esos casos, de el resultado5.
5.Er-rDavis(1994)scaceptaunpuntodevistasimilaraldeAtrstinenlclclue,t
inspiredo cn las promesas se refiere, pn. ,",."-tt' ligadas a su "anti-individu:rlismo"' I pcsrrr tlc promes:r una hacer puede é1, hablantc,iegírn Un Burge. l"s id.a. cle Ty'ler p;lrrt l)rotttcter' a uno' obligan lo promcsas las c()rno ignorar algo t"n
"l"trt"tlt"l
\l( r.tt()r, sc ptrece r'ás:r
rrna le¡ cuya ignorancia no absuelve al transgresor, que a llr('lio, cn el tlLre uno clebe conocer las reglas p¿rra que se Ie permita jugar (cf., rnás .r,lr'l:urtc, c:rpítulo I! ap:rrtaclo 4). (). [.¡s irtcnci,.cs jueg:rrr Lrn inrport¿rnte papcl en la teoría general de la ¿rcción ,1, '\.,stin, irrttrvillit'lltlo tlc rrrr rlodo decisivo cn la explicaciíin del fenrin.reno dc las (
ing': 4. [,a expresión inglesa es our word is c¡ur bond (Austin l9o2' vers' nucs.Somos escl¡vos de 236). Otra fraie hecha pirtin",.t. cn c¿lsrellano es ésr:r: tras palabraso.
rr
\,//s¡/.\((l.Austin 19.56-1957r'l9on).5¡;¡lrilrcnr.rli¡nt6ifurcucionariocjetiooconrrt t.ttrtlislrl, l)()r l¡llt()r trtt pttcrlc scr consccucncia clc r¡ltlt posfura de s
r,
'lue
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(¡7
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PALABRAS AL VIENTO
d::::::
que si no se cumplen:enpaTos O"t sean de tal nailraleza con la fuerza en cuestlon
no
se ha
producido un'acto ilocucionario
ttt'¡'
(que no se ha prome"d;";t;;;;"Jo' al que le gíe muy tosce. que tn-hornb"
Por emp'lear
T: T::
falt¡ una piernr sce de tolt,fnlta la cabeze no será ni drs modos un no'not!.';t;;;; {,-tp"'n 'i decir lo que es un hombre i*plito qttt de siquiera un hombre, "o a la naturaleza bípeda q'-tt t'"ttl ;;i5;;;i" ;tincial no t.r,go,oo, los seres humanos'
uti rni'to
modo' para esoecificar adecuadamenqué es lo
te qué es lo que se consuma "'";;;':';il;::1ii:o^'.:"'especiricar casos en los que esa fuerza que tiene que ocurrlr en los el'"ffiT:idía, casi nadie parec.e dttolt-t-t:." defen.-ler el convenciodos de los proxrmos.apartados examinaré nalismo austiniano. l,n los en la literatura' tipttclt q"t contra él aparecen
argulnentos
3.
'tet
cttnuencionales Actos ilocuctonarios no
luz II, el marco gricle-.ano, saca a la como hemos visto en er capíturo ¡e'n¿f[ral parece transmitir slgnificads casos en los que un emisor lingiiíslcas o
ya sean específicamente en ausencia de convencitlnes' h"b11l-t'"i:i"''¡t io' q"''r., É' de otro tipo, v por sí mtsmas lingüísticas convenctones te va más allá de Io que las como una casos griceanos.aducen estos le permitiría'-' ttp'"á'' Los exigía la cual la A'1 c1e Austin' refutación inmedtata de la condición de
q"::l
t""'b;¿;';;;
convencional para la realización presencia de un proceclimiento A'i la condición central
ito.ut'o''ntil"iliqili.'lt1do t' tl'Jas las
un acto
que atraviesa y e
cr
i
I
a1
o significativas específicas convencione, fi"giii'iit^' de fuerza ilocucioo los, los llamados 'indicadores' "ntarcadi¡s5' de requertr necet" ti ttniido austiniano más fuerte naria, pero rr "
hemos visto el caso de un posible informe sin convenciones sienificativas: Diógenes se ponía a andar para informar aZenón de que el movimiento es posible (o quizás sólo para informarle de que é1, Dió_ genes, cree que el movimiento es posible). Un buen ejemplo de pe_ tición sin convenciones significativas sería el siguiente (el ejemplo está tomado de García-Carpintero 1996: 518): alguien deja el ceito de la ropa sucia en medio del salón para pedirle a su compañero de
piso que ponga la lavadora (podemos imaginar un contexto en el que al compañero le tocaba poner la lavadora y se ha olvidado de hacerlo). Si tenemos aquí informes y peticiones (no verbales), según el griceano, es porque se cumplen condiciones intencionalist", .o-., las que hemos visto para que algo cuente como un informe o una petición, las cuales no hacían en absoluto mención a la existencia dc convenciones. Pero si admitimos algunos actos ilocucionarios en ausencia de convenciones, la convencionalidad no puede ser una condición necesaria en el caso general. . Los casos de significado no literal, como aquel en el que FI, al decir: "Pedro estaba conmigo a las 8.30,, en la ocasión o. quiere .lecir que Pedro no puede ser el asesino, puesto que no se basan exclusiuaments en convenciones, ilustran el rnismo punto. e incluscr pueden servir mejor de cara a una crítica del nrerco rusriniano. El partidario de Austin podría defenderse de la apelación del griceano rl casos como el de Diógenes o el del cesto de la ropa sucia, argu_ rlrentando que los casos de signos en total ausencia de convenciones rro son pertinentes para una refutación de Austin porque él sólo se i'teresó por los actos de babla, no por los actos comunicativos en gcneral. Pero los actos de habla "indirectos>', o los usos no literales tlcl lenguaje, que según el griceano no son completamente convent'i.rales, son actos de habla con todas las de la ley. Si ahora el austiriano replicase que Austin sólo se preocupó por los usos literales ,lcl lenguaje, entonces deberíamos contrarreplicarle que, sea lo que st'rr lo que haya sostenido Austin, un estudio sistemático de la fueiza ,lt'bc coger el toro por los cuernos y aceptar como su dominio de es_ trrtlio todos los casos, convencionales o no, lingüísticos o no, en los (lr(' ulrrl acción (o su producto) posea propiedades ilocucionarias. llasta aquí el argumento en contra del convencionalismo ilocu_ ( r()lrllr¡() me parece correcto y muestra a mi entender, en efecto, que rrrr :rnrilisis basadcl en las mencionadas condiciones de felicidad debe ',( r, c()nr() rnínimo, n-rodificado o complementado por una teoría que , r¡rlrq¡¡¡¡ c¡rrci cs l. quc sucede en los casos en los que se ejerce una Irrt rz:r t¡rrt'va rr'ís allli cle las c.nvenciones ilocucionarias. sea como
(r (,f
il PALABRAS AL VIENTO
sea que se las interprete. En este
punto' por lo tanto' me desvío del
convencionalismo .ortodoxo,. Pero el griceano saca de ahí una consecuencia que no se sigue' si pretende continuar su ergumenteción de le siguiente forma: puesto que tenem()s una disyuntivc entre consiclerarlas intenciones o considerar las convenciones como las herramientas analíticas básicas que debemos utilizar en nuestra explicación del fenómeno de la fuerza,y como en algunos casos no podemos apelar a las convenciones, el intencionalista ha ganado definitivamente la partida. Para empezar, puede que la posesión de intenciones comunicativas de tipo griceano tanrpoco sex una condición necesaria en el caso g.r-r.roi; qle, así como puede haber actos ilocucionarios
sin conveniiones, también pueda haberlos sin intenciones' Tenga-
mos presenre el caso del iugador de póquer que dobla distraídamen,. ur-r" apuesta, o el caso de bautizar un barco: a uno sólo se le pide qu. pror-rur-r.ie las palabras apropiadas, no importa lo más mínimo qu. ..te drogado o pensando en otra cosa' o que sea un zombi' I lo qu. ., más importante, puede que la- posesión de intenciones' por iomplejas que sean, no sea una condición suficiente para.que-una emisión ," inrg,r. (o se cargue plenan.rente) con determinadas clases de fuerza. Recárdemos que el intencionalism' ilocucionario pretende analizar rodas y crda una de hs distintos fuerzas en términos exclusiuamente de las intenciones comunicativas del emisor. Pero uno podría argumentar que en el caso de apostar, por ejemplo, además
-dererminedes
intenciones colnunicativas, uno tiene que contar con que vayan bien otras cosas' como la aceptación- de la con apuesta po. p"rt. del inte.locutor. F,ste punto será argumentado rnás calma en el próximo capítulo. En clefinitiva, el argumento basado en la existencia de casos de significación no conve;cional puede tener éxito a la hora de minar efconvencionalismo austiniano, pero ello no equivale a un argumento a favor del intencionalismo, ya que éste parece fallar por otros motivos ¡ además, en ocasiones el convencionalista parece tener perspecrluár ¿. éxito precisamente allí donde el intencionalista ,. an.u.r1rr" con problemas. Además, cabe preguntarse cuántas fueren totrl zas más, además ie las de afirmar y pedir, podrían eiercerse podría ausencia de convenciones ilocucionarias, ya que el austiniano demapor se.r querer afirmar que esos dos casos son excepcionales sofisticaclas rnás fuerzas siado básicos o elementales, pero que para tendremos que apelar necesariamente a la existencia de procedimientos convencionales. o podría insistir en que los casos respaldados oor convenciones son los centrales, micntres qttc lot tlt' rcspll-
d. ,.n..
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J. L. AUSTIN: EL tMPERIO DE LAS CONVENCTONES
dados por c.nvenciones son casos perifériccls o dependientes de los primeros, adoptando así una estrategia similar a la que sigue el intencionalista ante los bautismos o excomuniones. En el próximo capítu-
lo defenderé que la disyuntiva que el argumenro pro-griceeno
que
acabo de discutir tome como premisa, esto es, qu. ,, bi.n el convén-
cionalismo o bien el i'tencionalismo constituyen el marco teórico correcto para el estudio sistemático de la fuerza, está desencaminada. A mi entender, ambas formas de imperialismo teórico son limitadas. Es posible, en cambio, tratar de .Lbur", una teoría que recoja a la vez los aspectos intencionales y los aspectos convencionales que pueden estar involucrados en la determinación de una fuerza, así como otros aspectos no suficientemente contemplados por ningurra de las dos alternativas que hasta ahora han sido consideradas. Por otra parte, y volviendo a la supuesta ambigüedad en la no_ ción austiniana de acto lingüístico convencional, ies tan clara la distinción entre fuerzas que dependen sólo de la institución del lenguaje o, de un modo todavía menos exigente, sírlo de la práctica de la comunicación, y las que dependen de otro tipo de instituciones, convenciones o prácticas sociales? (cf. \larnock 1973 y 19g9, para la defensa de una distinción tajante entre ambas clases de ."rorl. El reproche que c.múnnlente le hrcen l.s intencionalist¡s ¡ Austin asume que tenernos aquí una distinción de principio, pero, a mi enten_ cler, ésa es srilo una distinción de grado. Usando la jerga acuñada por el segundo \üTittgenstein, un .juego de lenguaje, siempre ha de clescribirse haciendo mención de las actividades y el r'odo de vida de quienes lo ojuegan", y esto se aplica a las promesas y a las peticiones lo mismo que a las dimisiones y a las excomuniones. El acto de promerer, por ejemplo, se diferencia del acto cle dimitir en que se puede prometer en una gama muy amplia de contextos o clrcunstancias ¡ en cambicl, srilo se puede (o se debe) dimitir en circunstancias muy específicas y en virtud del modo en que el trabajo o los cargos se adquieren y se abandonan en ciertas sociedades c.mo la nuestra. Pero resultaría bastante extraño decir que los act.s de prometer y de ordenar, o incluso los.le insultar. advertir y pedir, no están entreverados con nuestras prácticas e instituciones t'xrrrlingiiísticas, con nuestros sistemns soci¡les y morales. con nuestres necesidades naturales como seres humanos, o con nuestro modo de corrcebirnos los unos a los otros. O que uno puede ordenar, pronle te r o advertir en cualquier contexto y meramente en virtud de su cornpcterrcir corno hablante cle una determinada lengua, mientras (luc prlrir ciinritir o bautizar uno ticne, aclenlis, que perticipar cn de-
7l
U
PALABRAS AL VIENTO
A mi modo de terminadas práctlcas o instituciones extralingüísticas' no tendría ningún ver, en un sistema social totalmente igualitario autárquicos a seres de sociedad una en ,.rr,i¿o el acto de ordenar, etc' La difele ocurriría pedir, ni quizás tampoco prometer'
nadie se simplemente en que rencia que se perslgue parece consistir entonces f".trá, ,e"oplitnn ftansuersalmente' es decir' atraviesan toy prácticas que confor"igrt"t das o muchas de las distintas instituciones reducido campo de man una sociedad, mientras que otras tlenen un bien que una dife más aplicación. Y ésta es una difeiencia de grado
rencia de princiPio. fuerzas ilocriLo q.r. realmente puede ser cierto.es que algunas prlmarlas y muy humanas cionartas tengan que ver con necesidades (cooperación, transmisión de información' fosiblementJuniversales tan esencial-
i*pr.rlO., de sentimien,o'"'¡, cuya satisfacción dependa que los actos ilocucionarios -Ént. d. la práctica de la comunicación
meramente. c.oque las incoiporan lleguen a parecernos fenómenos como prt,naparecen nos que se fuerzas otras municativos, 'cipimente frente a (y extracomunicativas)' por depender
áxtralingüísticas muy pintorescos de de institucrones o usos particulares y a menudo muy marginal' de una una u otra socie. No cisamente la expiesión qulsqulflexibilidad' al menos si los jugadores no son exceslvamente u (creo darme a que voy llosos, y se admitirán cosas como Tu? oarde tormn una .meior me doy mus>' e incluso se aceptará como desechaclas ,. -u, qr't. el últi-o lug"do' arroie en silencio sus cartas forrrlal serr más cuanto sobre la mesa. Es .i.,to"q"t, proúablemente'
72
I. L. AUSTIN: EL IMPERIO DE LAS
CONVENCTONES
un contexto, más rígidas serán las fórmulas para realizar actos ilocucionarios en ese contexto, pero ésta me parece también una diferencia de grado más que una diferencia de principio. De hecho, para algunos actos ilocucionarios, como prometer, pedir u ordenar, existen fórmulas más o menos rígidas, según que el contexto sea formal o solemne, o que, por el contrario, se trate de un contexto informal.
Así, en alguna ceremonia militar puede requerirse la utilización de una fórmula rígida y estereotipada para prometer como
diente de instituciones extralingüísticas que el primero, y que por ello el acto de hacer una solicitud sea susceptible de errores de proccdimiento que no puede sufrir el acto de pedir, p.r,, r.gurr.inr. no querríamos decir que estamos ante fuerzas ilocucionarias de clases completamente diferentes, sino más bien todo lo contrarioT. En este apartado no he tratado de defender el convencionalismo
ilocucionario, sino que he intentado mostrar únicamente que éste puede formularse de un modo bastante flexible, y que cuenta con más recursos explicativos que los que habitualmente se le reconocen. Como veremos en el capítulo I! el externismo ilocucionario fuerte puede recoger muchas de las virtudes del convencionalismo ilocucionario prescindiendo de sus defectos más evidentes. tmpoco lre intentado dar una interpretación completamente incontrovertible de los textos de Austin, sino más bien utilizarlos para presentar con cierta claridad un marco convencionalista que muchas personas p:lrecen estar dispuestas a adoptar como base para la construcción
7. lixisren, por otra parte, fórmulas estereotipadas para hacer cosas con palalrrts tlttc lr() p¡rccen ligaclas a instituciones extralingüísticas especialcs y a los rituales
(llr( col)mn scl.rtido en su seno. La explicación de la existencia de tales fórmulas par(
!(
r'(si(lir sirrrPlcrrrcrrtc cn I:r nccesiclacl regularmente sentida por parte de determi-
t'lirlrin¡r enrbigiieclades en lo quc al acto pretencliclo se refiere. Un ttt¡rlo l() l(ll(lríirrl()s crt lrt cxprrsitirt: "iMrrnos rrril¡¿, csto es Lln atraco!'. LJn atrar,ltlrtl ptrt rlt'sitrt¡rlt rttt ttlt ( r)c(,nlr¡r convclriclrte trtilizlr es:r ftirrnula Dor t<¡dt¡s colro( r(l.r \ n() l( n( r (1il( .lt ill,,r,rrr,. irrrPrrrvis.tntlo trplrc.reiottes. rr.ril¡rs lr:rbl;urrts tlc
, ¡t
7\
J. L. AUSTIN: EL IMPERIO DE LAS CONVENCIONES
de una teoría general acerca de la fuerza ilocucionaria. Algunos críticos de Austin defienden que algunos actos ilocucionarios no son necesariamente convencionales, y estoy básicamente de acuerdo con ellos sobre este punto. Pero a veces reconocen que Austin tenía parte de razón en su defensa del convencionalismo, sólo en lo que se refiere al funcionamiento de un reducido y especial grupo de actos ilocucionarios, aquellos que son esencialmente dependientes de convenciones vinculadas a instituciones extralingüísticas y que, por ello, son especialmente estereotipados y ligados a fórmulas fijas. Lejos de ser conciliadora, a menudo esta concesión parece más bien un modo de intentar garantizarse una especie de "cubo de la basura" al cuaL arrojar todos los casos de actos lingüísticos que un análisis de tipo intencionalista no es capaz de absorber (excomuniones, bautismos, dimisiones, apuestas, etc.). A mi modo de ver, sin embargo, el convencionalista no tiene por qué resignarse a esta labor residual, y tiene un amplio margen de maniobra y recursos para abarcar un considerable número de casos, sobre todo si se atiene a una noción de convención suficientemente flexible. Si sostiene sirnplemente que una convención ilocucionaria dicta que emitir (de modo literal) un ejemplar de trles y cuales palabras en teles y cuales circunstancias cuente como una acción de tal o cual tipo, no se estará comprometiendo necesariamente con que las circunstancias o las erpresiones en cuestión tengan que ser especialmente estereotipadas, forntales, ritualizadas,
ceremoniales
o institucionalizadas, sino que podrá especificar esas
circunstancias y esas expresiones con toda la flexibilidad que desee.
distinguir entre lo que primariame,tte. por así decirlo. hecemos por me.lio de nuestras emisiones. coses como pedir, informer o prometer, y lo que son las consecuencias o efectos de las primeras, cosas como convencer, disuadir, disgustar, deprimir, alegrar o asustar. El problema principal con esa caracterización intuitiva es que algunos de los efecros o consecuencias de clgunas emisiones perecen ester ya incluidos en el acto ilocucionario s.primario,,, más que ser consecuencias contingentes de éste. Así, por ejemplo, el efecto de quedar obligado por el acto de prometer, o por el de apostar. Prometer (o apostar) es ya, en parte, quedar obligado. Lo mismo ocurre con bau-
tizar, que tiene el efecto ilocucionario de que un objeto se llame a partir de entonces de un modo determinado y que otras formas de derrominarlo estén fuera de lugar (Austin 1962: 162). Austin intenta apuntalar la distinción de diversos modos. Una de tratar de encontrar en el lenguaje corriente (en su caso, en el inglés) algún rasgo gramatical o léxico que refleje la distinción o que proporcione un test fiable para discernir entre lo ilocucionario y lo perlocucionario. Así, por ejemplo, inquiere acerca de si la gente describe consistentemente los actos ilocucionarios como actos que hacemos al decir algo (in saying something), mientras que describe los actos perlocucionarios como actos que realizamos por el hecho de decir algo o porque decimos algo (by saying something). Esta estrategia fracasa estrepitosamente, sin embargo, debido a que los tests de esa clase se muestran en la práctica como muy poco fiables o consistentes, y así lo acaba admitiendo el propio sus estrategias consiste en
:
I
l
Austin.
4.
La distinción ilocucionariolperlocucionarict
Un segundo argumento, bastante común, en contra del convencionalismo de Austin apela a las supuestas dificultades con las que este autor se encuentra a la hora de formular con precisión la irnportante distinción entre actos ilocucionarios y perlocucionarios en las conferencias VIII, IX y X de Cómo hacer cosas con palabras (cf. Strawson 1964; Bach y Harnish 1979; García-Carpintero 1'996). La distinción parece intuitivamente valiosa, pero su caracterización precisa no resulta sencilla, al menos mientras no tengamos suficientemente clercl qué es. en generel. une fuerza ilocucioneri¡r. Ptt.lctlt,,t
El criterio de distinción más consistente y claro que encuentra Austin consiste en apelar una vez más a la conuenciondlidad de las ilocuciones. Como ya hemos visto, para él los actos ilocucionarios se basan necesariamente en la existencia de procedimientos conven-
cionales. Ahora bien, los efectos perlocucionarios son siempre no convencionales. No existen convenciones para convencer, disuadir, rlsustar o deprimir a alguien a través de nuestras emisiones. Existen, claro está, estrategias para conseguirlo. Pero en ocasiones podemos incluso convencer, disuadir, asllstar o deprimir a alguien con nuestras emisiones cle un modo completamente involuntario y accident¡1. En contraste, quedar obligado mediante una promesa es algo t¡rrc sí podría decirse que forma parte de las reglas o condiciones
[Jna tendenci¿r común:r intencion¿rlistas y convencionltlistrrs por igrral es lr dc considerar conto prlrte clel lspecto perlocttciottlrit¡ tlc utl¡ t'trlisitirt t
,¡rrt ,,lcs .o[rrc", c'sto es, lo que no cubra su teoría dc la fiterza. Lo curioso es clue las ( ( )s.ls (lur lrs sobr;rr a unos y a otros sorl a menudo cliferenres.
71
7.5
lJ.
t PALABRAS AL VIENTO
J. L. AUSTIN: EL IMPERIO DE LAS CONVENCTONES
convencionales constitutivas del prometer (cf. searle 1969: cap. III), por lo que podrá ser considerado como parte del aspecto ilocucionario de la emisión.
cionario/perlocucionario, es cierto que necesitaríamc¡s de todos modos una explicación adicional acerca de qué es lo que hace que una emisión tenga la fuerza que tiene en los casos en los que, de hecho, no existe el respaldo de ninguna convención. Convenciones meramente contrafácticas no pueden servirnos para explicar la fuerza de emisiones reales. Sea como fuere, algunos intencionalistas asumen que Austin tiene problemas difíciles de resolver a la hora de trazar nítidamente la distinción ilocucionario/perlocucionario, y sugieren solucionar el supuesto vacío dejado por él en este punto, gracias a la apelación a un criterio alternativo al de la convencionalidad o incluso al de la convencionalizabilidad, un criterio muy nítido ¡ por supuesto, de naturaleza mentalista: la presencia o ausencia del pro, cedimiento griceano. Según ellos, en los actos ilocucionarios está siempre presente una intención comunicativa: se intenta producir un efecto en la audiencia mediante el reconocimiento mismo del intento. En contraste, cuando estamos ante un acto perlocucionario, runque puede haher inrenciones por parte del emist-'r dirigidas hacia la audiencia (por ejemplo, yo puedo estar intentando asustar a alguien por medio de mi emisión), ello no es necesario ¡ además, esas intenciones, cuando existen, no tienen la complejidad de las intenciones ctlmunicativxs. no son inrenciones dirigides a producir el efecto deseado por medio del mero reconocimiento de la intención. A mi entender, ese criterio intencionalista presenta dificultades lnucho mayores que las que nos encontrábamos en el caso del criterio convencionalista. Para empezar, deja fuera actos como los de climitir, battizar,legar o excomulgar en los que, como ya se ha inciicado, es difícil encontrar por algún lado el funcionamiento del procedimiento griceano. Estos actos de habla aparecen ahora, no ya como actos ilocucionarios anórnalos o periféricos, sino simplemenl( c()mo no siendo rctos ilocucionlrios cn ehsoluro. iSon entonces ilcaso actos perlocucionarios? Pero el caso es que no parecen ser en rrbsoluto consecuencias o efectos de actos comunicativos más primarios. sino que, por el contrario. p:rrecen ser ellos misrnos ectos discL¡rsivos primarios.
Desafortunadamente, nosotros no podemos considerar sin más como válido o como completamente nítido ese criterio de convencionalidad, al menos en esa formulación tan simple, puesto que sl bien es cierto que lcls cctt_¡s perlocucionarios nunca son convencioneles, hemos admitido que también algunos actos ilocucionarios pueden realizarse en ausencia de convenciones, o pueden ir más allá de las convenciones. El austiniano puede (¡ a mi entender, debe) reaccionar enronces modificando y haciendo más flexible su criterio convencionalista, argumentando que, si bien algunos actos ilocucionarios se realizan a veces sin el apoyo de convenciones, lo cierto es que todos ellos son al menos conuencic¡nalizables, en el sentido de que podrían idearse convenciones que estableciesen que la emisión lit..ul d. tales y cuales palabras (o, en general, la realización de tal o cual acción) en tales circunstancias cuenta como..., y rellenar el hueco con el nombre de cualquier acto ilocucionario que se nos ocurra. Los actos perlocucionarios, en cambio, no son nunca ni siquiera convencionalizables. Ninguna convención podría idearse tal que su aplicación contase como un acto de convencer, disuadir, deprimir o asustar a alguien. Pero a partir de mañana podría convertirse en una convención entre mi compañero de piso y yo que el dejar el cubo de la ropa sucia en el medicl del salón contase como un modo cle pedir q.r. Él otro ponga la lavadorae. Claro que uno desearía aho," ur-r" explicación acerca de por qué los actos ilocucionarios resultan ser convencionalizables, mientras que los perlocucionarios resultan no serlo. La explicación podría ser que los efectos perlocuciclnarios se basan en mecanismos puramente causales o naturales, mientras que esto no es así en el caso de los aspectos ilocucionarios de nuestias emisiones, los cuales forman esencialmente parte de un universo social y normativo formado en parte por reglas a las que Searle llama "constitutivas". En todo caso, aun cuando el criterio flexible de convencionalizabilidad nos sirviese p¡¡ra tfazar adecuadamente la distinción ilocu-
g.
Scgún S. Davis, aunque ningún acto perlocucionario es convencionrrl ctl el de idmitir fórmulas réalizativas, algunos lo son en el sentido de est:rr ligeclos sentido esencialmcnte a determinaclos actos ilocucionarios. Así, frcguntar strít tltl nl('d() c()11venci
76
"ttlcrtt-,
En segundo lugar, incluso para los actos de habla que no parecen
tlcpcncler esencialmente de instituciones extralingüísticas (o mejor, (luc posccn un elevado grado de "transversalidad" en su ejercicio), t l irrtcncionrrlista parece obligado a tomar ciertas decisiones arbitralirrs. l\rr
cje
nrplo, sc vcrri cornpelicl
¡io r¡n ¡cto conro cl tlc jacttrsc (cf. Strawson 1964: lfl5-1[t6). Qtricn st jrrcte [)uc(lt: cstirr rrf innrurtlo algo, por ejcrnpl<1, cluc él es rrtrry lis-
T J. L. AUSTTN: EL tMpERtO DE LAS
to, y eso formaría parte del aspecto ilocucionario de su emisión; pero, como señala Strawson, el jactancioso no suele estar intentando impresionar a su oyente mediante el reconocimiento de su intención de impresionarlo, sino que más bien intenta impresionarlo gracias a que el oyente reconozca, en efecto, que él es muy listo. Esto hace que jactarse contraste con, por ejemplo, aduertir. Quien advierte sí intenta que el oyente esté sobre aviso acerca de algún peligro gracias al reconocimiento de la intención del hablante de que esté sobre aviso (véase el análisis intencionaliste de las odvertencies propuesto en el capítulo II). A mi modo de ver, esta consecuencia del criterio intencionalista es muy contraintuitiva. Jactarse se parece intuitivamente mucho más a advertir que a convencer. Y a esta intuición responde adecuadamente el criterio de convencionalizabilidad (por medio de la fórmula realizativa). Cuando digo (en las circunstancias apropiadas): "Me iacto de lo listo que soy> mi emisión cuenta como una jactancia en virtud, al menos en parte, de lo que mis palabras significan convencionalmente en español. p.¡s ,iTe convenzo de lo listo que soy, no podría de ningún modo consistir en un acto de convencer en virtud del mero significado convencional de mis palabrasl0. En definitiva, el criterio propuesto por el intencionalista para marcar la distinción ilocucionario/perlocucionario, basado en la presencia o ausencia de intenciones comunicativas de tipo griceano, parece dejar fuera de juego, y sin saber muy bien dónde reubicarlos, una
buena cantidad de actos de habla que el convencionalista puede sin más considerar como actos ilocucionarios perfectamente normales.
iQué conclusiones podemos sacar de la anterior discusión? debemos hacer
con la distinción ilocucionario/perlocucionario?
iAcaso tendremos que decir que es infundada? Existen varias salidas
lU.
P()r
otr¡ p:rte, iactarst
5e n:lrccc
78
CONVENCTONES
casos problemáticos que presenta el griceano. Se admite que algunas fuerzas ilocucionarias se ejercen, a veces, en ausencia de convencio-
nes, ya sean convenciones específicamente lingüísticas, o conven_ ciones ligadas a instituciones extralingüísticas. pero se mantiene que todas ellas podrían ejercerse recurriendo a un procedimiento convencional, al menos en el sentido de ser explicitables, en principio, mediante una fórmula realizativa. Los actos ilocucionarios son, por tanto' conuencionalizables, mientras que los perlocucionarios no lo son. Thl y como están las cosas, ese criterio parece funcionar comparativamente bien, aunque no supone una victoria rcltunda del
convencionalismo, ya que queda pendiente el problema de explicar qué es lo que ocurre en los casos en los que, de hecbo, se ejerce una fuerza en eusencia de convenciones. En segundo lugar, se podría intentar debilitar el criterio inten_ c.ionalista, no exigiendo algo tan fuerte como el respaldo del procedimiento griceano para todos los actos ilocucionarios, pero sialgún tipo de intención u otro esrado mental por parre del hablante. En los actos perlocucionarios, tal y como los concibe Austin, la intención de realizarlos ni siquiera es necesaria, eunque puede existir. puedo conuencer o alarmar a alguien, simplemente porque escucha mis palabras u observa mi conducta, sin que yo me dé cuenta de ello. pero podría ergumentarse que yo no puedo jaclarme e menos que intente impresionar a mi audiencia. Quizás todos los acros ilocuiionarios, dejendo de lado algunas excepciones poco parcdignráricas, esrán esencialmente respaldados por algún estado mental, incluso por alguna intencir'rn cle producir un efecto en.na posible audiencie. Érta oodría ser una salida honrosa pera el intencionalista. Otra cosa que podríamos hacer es intentar aclarar ontológicamente la diferencia entre ilocuciones y perlocuciones. Se podría sug_erir que los actos perlocucionarios son secundarios porque dependen asimétricamente de los ilocucionarios. No es posible iearizai un
acto perlocucionario sin realizar también un acto ilocucionario,
mientras que es posible realizar un acto ilocucionario sin realizar un Es posible, por ejemplo, afirmar sin convencer
lcto perlocucionario.
. cualquier cltro efecto perlocucionario, pero no es posible convencer sin, por ejernplo, afirmar (o algún otro acto ilocucionario). Se perfila así, en térmil.los ontológicamente más claros, la intuición de rlrre los rctos ilocucionarios son prioritarios con respecto a los perI.c.ci.rrrrri.s, cliscursivamcnte más ir'portantes. y no se apela exPlícitrrrrrcrrtc ni a lrr presencia clc procedirnientos griceanos ni ¡ le Prescltci;t rlt'cotrvclrcir)nes clt un()s clls()s pcr() n() en otr()s. llultouc
7r)
q J. L. AUSTIN: EL IMPERIO DE LAS CONVENCIONES
tales apelaciones podrían hacerse ulteriormente como parte de una explicación de tal asimetría. Contra esa estrategia podría obietarse que yo puedo convencer a elguien de que soy rico no gracias e un ecto ilocucionario. sino simplemente gracias a mi conducta o a que descubre mis posesionesPor lo tanto, convencer no siempre dependería de un acto ilocucionario. Cierto, pero en casos así convencer tampoco es un acto perlocucionario puesto que no es un acto de habla (o significativo) en absoluto. Sigue siendo verdad, por tanto, que no es posible realizar un acto perlocucionario sin realizar un acto ilocucionario. iPor qué quedar obligado no es un acto perlocucionario, sino parte del acto ilocucionario de prometer? Porque aquí la dependencia no es asimétrica, sino simétrica. Yo no puedo quedar obligado a menos que prometa (o realice algún otro acto ilocucionario compro-
misivo que conlleve obligación), pero tampoco puedo prometer a menos que quede obligado. La independencia de afirmar frente a convencer no existe en el caso de prometer y quedar obligado. Podría ergumentarse que este criterio ontológico no es totel-
te: existen partes de algunas fuerzas que las constituyen esencialmente pero que por sí mismas bastarían pare constituir una fuerza diferente. Por eso, no podemos tener el todo sin la parte, aunque podemos tener la parte sin el todo. En contraste, la dependencia asimétrica entre los actos ilocucionarios y los perlocucionarios no es nunca mereológica, sino que tiene en general un fundamento causallJ. Podemos concluir esta discusión diciendo que la distinción iloerrcionerio/perlocucioncrio. aunqrre intuitivemente importante, se muestra relativamente elusiva y difícil de establecer mediante un criterio completamente nítido y a prueba de objeciones, aunque tal tarea no parece imposible ni para el convencionalista ni para un mentalista suficientemente flexible, e incluso puede trazarse de un modo lleutral que no se decante de un lado ni del otro. Es de esperar que
cualquier teoría adecuada de la fuerza sea capaz de establecer la disrinción de un modo satisfactorio.
mente fiable, debido a que algunos actos ilocucionarios son asimétricamente dependientes de otros. Así, yo puedo afirmar sin adver-
tir, pero no advertir sin afirmar. Y lo mismo ocurre con
muchos
otros actos ilocucionarios de los llamados "expositivos" por Austin. No puedo recordarle algo a alguien o hacerle una objeción a alguien e mcnos que haga temhién une afirmación (o meior, a menos que me
Lo que habría que responder aquí, a mi entender, es que en esos casos las condicior.res de éxito de un acto ilocucionario incluyen, como una parte, las condiciones de éxito de otro. Entre las condiciones para advertir, por ejemplo, se incluyen las condiciones para afirmarl2. La relación de dependencia asimétrica se deriva aquí de una relación mereológica, de una relación de dependencia todo-par11. Algunas personas se inclinan ir respondcr afirmativ¿rmente a est:r pregttntrr. Para ellas entonces el criterio ontológico propuesto podría valer quizás sin ltt¿is rrratizaci ones.
12. Par:r conrprobar cólno sc concreta esto desde utre pcrspectiva intcrrciorrrrlis ta véanse los ¡nálisis de las aclvertcrrcias y de lt>s itrfonttcs, ;rsí cortto los rle l¡s rirclt'nes y las pcticiones, c¡ue fucrotr ¡rresetrtrtlos crr cl cepíttrlo ll.
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l. l'rtr:t rrtrt t r¡rlit:tr'iritt tlt tlivtrs¡s fonurts dc dcpcrtdcnci;r,
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(J(X) lb).
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lll¡nco S¡l
IV EL EXTERNISMO ILOCUCIONARIO
l.
Externismo fuerte
En los capítulos precedentes he examinado los orígenes y las líneas maestras de dos aproximaciones bastante diferentes al fenómeno de
la fuerza: la perspectiva intencionalista y la perspectiva convencionalista. La primera fue presentada como una variedad de mentalismo ilocucionario y la segunda como una variedad de externismo antimentalista ilocucionario (o externismo ilocucionario ufuerte"). En la literatura sobre pragmática filosófica se suele dar por sentado que es¿s dos líneas constituyen las únicas alternativas posibles en el campo, que lafuerze es o bien un asunto de intención o, por el contrario, un asunto de convención. Como mucho, se piensa que ambos crrfoques deben complementarse mutuamente (Searle 1969: 54).En cste capítulo voy a proponer un marco alternativo que pretende no sólo integrar sino también sobrepasar a los otros dos. Sostendré que una fuerza ilocucionaria típica puede ser vista como una entidad o (stnlctura compleja, como una amalgama o compuesto de factores rlc índole diversa. Entre los ingredientes de una fuerza podemos ene()ntr¿rnos con componentes mentales, con componentes conven.'ion¿les y con componentes que no pueden ser calificados apropiatlarncnte ni como mentales ni como convencionales. Y es probable ,¡rrc la preponclerancia cle una u otra clase de componentes varíe bast:lntc dc ttrrrrs fttcrz.as rr otres. Vry rr rlerronrirrrrr lr rni prrnto clc vista externismo ik¡cttckmdrio (lrrrt'!c).I'.s corrvcnicntc tcncr prcscntc acluí la clistirrci
st
variedad de externismo que iba a defender sería la antimentalista (el "externismo antimentalista ilocucionario,), pero también que era el aspecto externista el que más me interesaba resaltar. El antimentalismo es una tesis más fuerte que el externismo, ya que el primero im-
rnás, que defender que existen factores constitutivos de la fuerza que son externistas en el sentido fuerte (antimentalista) de no ser analizables en términos de las intenciones u otros estados mentales del h:rblante individual, no implica ni equivale automáticamente a defencler un convencionalismo de corte austiniano. EI convencionalismo no es más que una variedad de externismo ilocucionario entimentalista, variedad que por otra parte, como hemos visto en el capítulo rrnterior, no está exenta de problernas. Lo que sigue no constituye algo tan ambicioso y elaborado como
plica al segundo, pero no viceversa. En general, considero que mis argumentos alcanzarán a apoyar la tesis más fuerte, pero, si ése no fuese el caso, espero que al menos sirvan pare senrar la hipótesis más débil. Defender el externismo ilocucionario (ya sea el fuerre o el débil) equivale a considerar que las fuerzas están constituidas, al menos en parte, por factclres que rebasan la esfera del emisor, cuando se lo considera de un modo solipsista o "individualista,, esto es, con independencia de todo lo que ocurre más allá de sus límites cerebrales o, como mucho, corporales. El cxternista ilocucionario postula que es necesario apelar, en nuestros análisis de fuerzas paradigmáticas, a factores contextuales o ambientales, esto es, externistas. Podemos resumir su punto de vista a través de la siguienre tesis:
runa teoría (externista en sentido fuerte) de
F.xrERNrsrA lLOCUcroNARr,c: En el análisis de las fuerzas ilocucionarias debemos hacer referencia esencial a factores del entorno externo a la piel del hablante o emisor.
Además de las convenciones sociales, ya sean referentes al significado (esto es, ilocucionarias y semánticas) o ligadas a prácticas institucionales no meramente comunicativas, forman parte del entorno, en una primera aproximación, los objetos, personas, sustancias y acontecimientos no lingüísticos, presentes, pasados y futuros, que rodean a una emisión, así como los fragmentos de conversación previa y subsecuente que a menudo enmarcan nuestras emisiones. Por otra parte, defender el antimentalismo (o externismo fuerte) equivale a considerar que las fuerzas no pueden ser analizadas completamente apel¿lndo a los estadr¡s psicológicos del hablante, ya sean éstos individualizados de un modo internista o de un modo externista:
2.
Tnsls ANTTMENTAT.TsTA rloctt;CtroNARrA: En el análisis de las fuerzas ilocucionarias debemos hacer referencia esencial a factores que rebasan el ámbito de los estados psicológicos clel ha-
blante o emisor. ¡
Mi compromiso
es, repito, tanto con el externismo ilocuciorrrtrio como con el antimentalismo ilocucionario. Intentlró nlostrrrr- rrclc-
ti4
en
rroll¡da de una teoría externista y antimentaliste de la fuerza. si es que es posible aspirar a una teoría de esa clase (cf. apartado 4, doncle se expondrán algunas dudas al respecto), y distinguirlo nítidarnente de distintas formas más o menos debilitadas de mentalismo, rrsí como del convencionalismo tal y como ha sido caracterizado en cl capítulo anterior.
(TEI) Tusls
(TAI)
la fuerza. De hecho,
varios puntos señalaré distintas opciones teóricas que considero que cluedan abiertas, e incluso algunas dudas respecto a cómo seguir rrvanzando hacia una teoría sistemática. Lo que pretendo es, fundarnentalmente, esbozar a grandes rasgos el marco general que, a mi cntender, debería guiar la construcción efectiva y plenamente desa-
t
i
J
Las intenciones no bastan: comPonentes antimentdlistds de la fuerza
(lomenzaré examinando algunos de los factores antimentalistas (o cxternistas en un sentido fuerte) que pueden estar presentes en la tlcterminación de una u otra fuerza o clase de fuerzas ilocucionarias. l.a mayor parte de los aspectos que voy a discutir podrían incluirse crr las ucondiciones de felicidad" austinianas para los realizativos, firr.rclamentahrente a través de las reglasA.2, B. 1y 8.2, las cuales fuer()n presentadas en el capítulo Ill. Pero así como Austin considera, en lrr conferencia II de Austin (7962), que los estados mentales que puetlcn contribuir al érito de una emisión están regulados por un proce,linriento convencional (según se afirma en la regla f.1), del mismo rrodo parccc consiclerer que los factores que yo llamo "antimentalis1,¡5" (o cxtcnrist.rs en un sentido fuerte) están siempre regulados por torrvcncioncs, c()nro lo nruestra la referencia de las reglas A.2, B.1 y li. ) rr la rcgla A. l. frr csto nre p¿rrcce clLrc Austirr cstaba cquivocrrdo. Al igrr:rl (lu(', c()n)() insistc cn scitrrllrr cl griccarro, rrlguttos de los fec-
ti5
rores mentelistas pueden no ester regulados neceseriemente p()r un procedimiento convencional, también sucede que algunos de los factores externistas en sentido fuerte no dependen esencialmente de la existencia de procedimientos convencionales. Es importante destaccr esre punto porque tiene como consecuencia que unl refutación del convencionalismo (aduciendo, por ejemplo, casos como el de Diógenes) no conlleva automáticamente una refutación del externismo fuerte. Enseguida veremos algunas muestras de este fenómeno. Muchos de los ejemplos que siguen están inspirados en ideas extraídas de Austin (1962) y de Searle (1969 y 1975), empleadas para mis propios propósitos. Mi utilización de Searle puede parecer paradójica, puesto que este autor se considera habitualmente como un conspicuo representante del mentalismo lingüístico, debido a su pretensión de fundamentar la filosofía del lenguaje en la filosofía de la mente (cf., sobre todo, Searle 1983). No obstante, creo que hay bases para una utilización antimentalista de algunas de las ideas de Searle acerca de los actos ilocucionarios. En Searle (1975) y en orros lugares se defiende una teoría
2.I.
La comprensión del oyente
Puede sostenerse, en primer lugar, que para que un acto ilocucionario sea afortunado, o al menos plenamente afortunado, se ha de asegurar, al menos en un buen número de casos, la comprensiírn (wptake) por parte de una audiencia de la fuerza que el hablante intenta darle a sus palabras (cf. Austi n 1962:161; Forguson 1973: 169). Quizás las intenciones comunicativas basten por sí solas para que una emisión tenga un contenido representacional determinado,
1. F-n Searlc (1975) se presenta l¿r fuerza como Lul con.lpuesto a partir clc el nrc nos doce clases de ingrcdientes. En Searlc y Vanclerveken (l9fl.5: cep. [,:rpclo..]) sc rebaja ese trúmer
pero, para que cuente como el actcl ilocucionario que es, es lTlenester típicamente que la audiencia comprenda cómo deben ser tomaclas las palabras del hablante. En circunstancias normales, nadie diría que alguien ha dado una orden, o que ha hecho una promesa o una advertencia, a menos que haya hecho entender a su audiencia su intención de ordenar, prometer, advertir, o 1o que sea. Esto equivale ¡ decir que la comprensión por parte de la audiencia no forma parte, en el caso general, del aspecto perlocucionario del acto de habla total realizado por el emisor, sino que, por el contrario, forma parte del aspecto ilocucionario del mismo, de un modo similar a como quedar obligado forma parte constitutiva de una promesa. Considero obvio, por otra parte, que la comprensi ón del oyente no puede ser analizada en términos de los estados mentales del hablante. Podría argumentarse que este factor no es muy relevante de cara a distinguir entre las diferentes fuerzas debido a su carácter demasiado genérico: si afecta a cualquier fuerza no puede servir para distinguir a unas de otras (cf. García-Carpintero 1996: 5401' la misma idea se encuentra en Searle 1969). Esto no ocurre empero con los factores que siguen. Además, el que la necesidad de la comprensión filese un elemento presente en todas o en la mayoría de las fuerzas
rro impediría reconocer su naturaleza antimentalista. Más bien al contrario, ello aseguraría la presencia de un elemento antimentalisrJ, cunque fuese mínimo. conro constituyente de toda fuerza ilocucionaria. Por otro lado, el externista puede argumentar que en realidad existen algunas (quizás bastantes) fuerzas, que no parecen rcquerir o requerir siempre la comprensión por parte del oyente, pero que esto sucede a nrenudo por razones que radicalizan, más que rninimizan, el antimentalismo ilocucionario que aquí se defiende2. En su conocida monografía sobre Austin, G. J. Warnock sostiene qrre la comprensión por parte del oyente es todo lo que se necesita p¿re que un acto ilocucionario verdaderamente genuino se realice. l'rrra é1, la "intención ilocucionariao, al contrario de lo que ocurre con la intención perlocucionaria, se cumple .bajo la sola condición
2. Cf., nr:is adel:rnte, el apartado 2.4. S. C. Levinson cita también algunos ca\()s !cxccpcional95", niís obvios y asimilables dentro del marco mentalista, de fuerzas (luc pueden ejcrcerse indepenclienterrlente cle la comprensión (o cle cualquier otra clast rle rcaccitín) err una iruclicncia: l¿rs malciicioncs (czrses), las il.tvocaciones y las ben,litioncs (l.evirrson lc)lt.i: 260). F)n irlgunos otros cesos podcmos tener cludas. Así, si rrrr rrrirrlrrgrr Irnz¡ r¡rrrr hotellr ¿l océrrno para pcdir rtuxili<> y esir botella ntlilc¿¡ es re( oiti(l.l p()r rrrrtlit', r¡rrizris r¡os scntirírnros inclittatlos ;t clecir que su ¿cci
(l( lrtr.l t\(li(i';rr.
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XfERNISMO
trictivo de S7arnock dejaría fuera del reino de lo ilocucionario. Por ()tra parte, el mismo autor reconoce a renglón seguido que' en rela-
de que seareconocida" (Warnock 1989: 130). El autor considera esto, de lrecho, como una especie de criterio para distinguir a los actos ilocucionarios paradigmáticos de otras cosas que hacemos con palabras, y en particular de los efectos perlocucionarios. Para convencerte de
ción con toda una familia de fuerzas ilocucionarias, el reconocimiento de la intención de ejecutarlas puede no ser suficiente de cara a su ejecución efectiva, e incluso puede ser completamente irrelevante que el hablante posea intención alguna. Es el caso de las fuerzas que él denomina (convencionales" en un sentido propio, aquellas que tendrían lugar en el contexto de ceremonias o rituales y para Ia realización de las cuales sería más importante decir las palabras adecua.lrs que tener cualesquiera intenciones. o que esas intenciones fuesen reconocidas. Podemos aceptar, sin embargo, provisionalmente y con ciertls reservas importantes que enseguide se señelarán, que posiblemente existen algunas fuerzas ilocucionarias que son tales que la sola comprensión por parte de la audiencia de la intención de cjercerlas garantiza (o casi) que se están eierciendo. El ejemplo pa'$farnock es el de aduertir. Si mi audiencia radigmático que utiliza comprende mi intención de advertirla, entonces tal vez no se necesitará mucho más: la habré advertido.
algo, por ejemplo, no será suficiente que comprendas mi intención de convencerte. Pero para advertirte de algo, por ejemplo, bastará con que comprendas mi intención de advertirte. Si alguien ha comprendido mi intención de advertirlo no tendrá derecho, según argumenta'Warnock, a decirme: oNo me has advertido". El problema es que ese criterio deja fuera demasiadas cosas y, por ello, parece indebidamente exigente. Para empezar, el mismo Warnock lo aplica para dejar fuera los insultos, puesto que en ellos "la intención manifiesta de insultar no asegura el éxito" (op. cit.: 131). Esto debe resuhar chocante incluso para el intencionalista, puesto que, como hemos visto en el capítulo II, existen análisis griceanos bastanre plausibles para los insultos3. Por otra parte, Warnock sitúa las objeciones entre los casos en los que sí se cumpliría su criterio, lo cual implicaría que la comprensión de mi intención de objetar por parre de un oyente aseguraría que yo le estoy haciendo una objeción. Pero no parece que esto sea verdaderamente así, como veremos con más calma en el apartado 2.4. Si yo no digo algo que uerdaderamente se contradiga con 1o que mi interlocutor ha dicho con anterioridad no se considerará que le esté haciendo una objeción, por mucho que él reconozca mi intención de objetar. El oyente tendrá perfecto derecho, en un caso así, a responderme: "No me estás haciendo una objeción en absoluto". Mi acto de habla se habrá quedado en un mero intento frustrado de objetar. En definitiva, me perecc que ex¡sren, para la meyor perre de las fuerzas ilocucionarias, y quizás para todas ellas, condiciones de felicidad externistas diferentes de la mera comprensión por parte de la audiencia de la intención de realizarlas. En los próximos subapartados veremos múltiples ejemplos de actos de habla que el criterio res-
3. Estoy de acuerclo con \?arnock en quc para insultar no basta con poseer clcterminadas intcnciones y con que éstas sean cornprendidirs. Existc incluso una fr¿rse hecha segÍrn la cual nno insultr quierr quicrc, sino quien puede". Sin embargo, no crco que par¿l que se pueda decir que una persona h¿r insultado a otra, Ia segund¿t teng¡ que habcrse ofendido de hecho, como parece prcsuponer'Warnock, Más bier.r, kr qut tiene que ocurrir es que el oyente (u otros hablantes) le haya concedido cierra consicleración o dignidad (eso sí, nrínin.ra, ya que casi cualquier persona puede insulrar rr casi cualquier otra) al hablante, de moclo que éste ostenre un clerto estatuto qrrc r(. pen.nita insultar. u8
ILOCUCION
2.2. El estdtuto del hablante (y el del oyente) Aunque el oyente comprenda perfectamente todas las intenciones clel hablante, un acto ilocucionario puede fracasar porque el hablante no tenga en realidad la autoridad o, en general, el estatuto que recluiere la realización de un acto de esa clase, aun cuando crea tenerlos, o aun cuando los invoque. El ejemplo paradigmático es el de las rirdenes. Lejos de ser reducible a las actitudes del hablante, la autoridad del que ordena depende o bien de las creencias del oyente o, más frecuentemente, de las posiciones sociales "clbjetivas" de ambos interIocutores. De ahí las expresiones: ,Viniendo de é1, lo tomé como una orden', o .Usted no es quién para darme órdenes". Las órdenes serrin tratadas con detenimiento en el apartado 5.1 de este capítulo. Para Austin también se requiere
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un cierto estatuto o autoridad
cpistémicos a la hora de realizar determinados actos de habla de los (lue en las primeras conferencias de su (1962) había llamado
x PALABRAS AL VIENTO
determinados informes. Para hacer un informe no basta con poseer determinadas intenciones complejas como las explicitadas en un análisis de tipo griceano. Sólo un experro (o alguien que se apoya en el informe de un experto) puede informarnos, por ejemplo, acerca de la potabilidad del agua de una fuente. Es posible incluso que en un momento dado nadie esré en disposición de hacer (de un modo plenamente satisfactorio o exitoso) ciertas aseveraciones, afirmaciones o informes, razón por la cual los hablantes dicen cosas como: "No se puede afirmar que no haya vida en Venus,4. Esta cuestión del derecho a realizar determinados actos ilocucionarios es relevante a la hora de explicar por qué podría resultar, en principio, que, para algunas fuerzas, el mero reconocimiento de la intención de ejercerlas equivaliese (casi) a su ejercicio efectivo. Quizás cualquier hablante normal tiene derecho, en circunstancias norrnales, a pedir, c rdvertir o a corrjeturar. con lo cuel, une vez reconocidas sus intenciones, se considerará que ha pedido, advertido o conjeturado. Pero, desde luego, no le concedemos sin más a cualquier hablante el derecho a ordenar, informar o promerer, razón por la cual podremos decir a veces: .Usted no es quién para...>. Algunos autores sostienen incluso, de un modo más radical, que también para hacer una advertencia, para dar un consejo, e incluso par¿1 pedir o para conjeturar,
4. En rcalidacl, el hablante mcdio perece consiclerar, cuanclo se le pre€iunta, que ól pLrede afirm:rr lo r¡ue le venga en gan¿I. Flsto forma partc qurzás cle un cierto mentalismo ilocucionario c1e sentido común, bestante extendido aunque creo que n(, completarriente firnle o sir.l fisuras. En todo caso, tarnbién favorece a l:r posturl externista l¡ intuición cle tlue cicrtas.afirlnaciones, son rcprochirblcs o no perfect:rmente legítinras (en un senticlo cliferente al cle ser meramente falsas). Dicho en jerg:r austiniana, no sólo l<¡s desaciertos, sir.ro tarnbién los abusos pueclen nrostr:rr la influenci¡ del entorno en la constituciíin de una fuerza. Y creo que ei hablante mcdio sí tiene al nrenos esas intr-riciones, más débiles, con respecto a las afirntaciones. De hecho, a ve ces decinros, más prudentemente, cosas como: .No se puccle tfirnutr cr¡n propiedad quc no lr.ry..r vidrr en VcilUr'. 5. Según Austin, pa.ra prometer (pretencler plen:rmente no es bastantc; debes tarnbién acept¿rr mostrar que'estás en condiciones de prontetcr', es decir, clue est:i dentrcr de tu poder". De un modo sinrilar, para dduertir comente lo siguienfe: "e
Por otra parte, para establecer la importancia del estatuto efectivo del hablante, como también la de otros posibles componentes antimentalistas, en la constitución de una determinada fuerza ilocucionaria, no son relevantes sólo los casos dc fracaso (que podemos denonrinar casos-F), en los que un determinado acto ilocucionario no se eiecuta (se frustra), o no se eiecuta felizmente, porque el hahlente carece del estatuto que se requiere pera reelizer ectos de csc tipo. Son igualmente relevantes los casos de éxittl (que llamaremos casos-E), en los cuales ocurre que se eiecuta el acto en cuestión en ausencia de los estados mentales que aparecerían seguramente en una propuesta de análisis intencionalista de tal acto, debido a que el lrablante posee de hecho el estatuto requerido. Y lo más significativo es que esto se produce en relación con las fuerzas consideradas habitualmente como las más básicas por parte de los mentalistas, en cl caso delas afirmaciones o en el delos inform¿s' por ejernplo. Así, rr veces uno dice algo "por decir", o creyendo que hace una lnera con¡atura. pero resultl que lo que dice cuent¡ c()mo Lln genuin() informe porque, de hecho, uno es fiable desde la perspectiva de un espectador neutral, bien situado para juzgar adecuadamente acerca de l.l fiebilided del hahlante en esas circunstencias: [...] la propia fiabilidad como informante le puede habilitar a alguien los ojos de un apuntador- incluso-st parir hacer una afirrnación -a que fiable es de consciente no es ¡ por lo tanto, de que está habilitado (Brandon 2000: 112).
Podría decirse entonces que las palabras, como las arfiias'
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PALABRAS AL VIENTO
2.3.
Las "circunstancias"
se da de hecho. Algo similar ocurre con el acto de legar o deiar en herencia un objeto o propiedad, pero hay algo en el caso de regalar
En realidad, esta categoría es un cajón de sastre ya que, dada la vaguedad de la expresión "circunstancias,, 1o misnro podríamos subsumir bajo esa etiqueta a todos los demás factores antimentalistas. De hecho, con ella pretendo abarcar cualquier factor externista en sentido fuerte que pueda considerarse constitutivo de alguna fuerza o clase de fuerzas y que no encaje de un modo natural en los demás
apartados. En particular, incluyo aquí algunos de los factores que Austin cubría por medio de su regla A.2, así como muchas de las "condiciones preparatorias, de las que habla Searle. Bach y Harnish, como otros autores de orientación mentalista, despachan estos factores como -presunciones,, o prcsuposiciones del hahlanter esto es, los "mentalizan" (Bach y Harnish I979: cap.III). pero para que un acto ilocucionario se realice con éxito no basta con que las condiciones o circunstancias a las que me estoy refiriendo ,.rr pr.rup,r.rtn, por parte del hablante, sino que deben darse de hecho. Veamos alqunos ejenrplos. Algunos actos ilocucionarios requieren ser completados o confirmados por el oyente (más allá de la mera comprensión por parre
del oyente), o encajar de algún otro modo con las circunstaicias
efectivas o reales (Austin 1962:78). Así, para apostar no basta con la intención de apostar. Se requiere por parte del oyente la confirmación: . Además, otras circunstancias externas deben estar en regla, de ahí el caso desafortunado de la persone que anuncie su apuesta cuando la carrera ya ha terminado (op. cit.:55). Otros casos lnteresantes son menos obvios porque lo que parece requerirse por parte del oyente, más que una contribución activa, es su ,,aquiescenciar. Imaginemos que alguien me dice: , o: .No me fío de ti,. iDiríamos eue ha pr,mctido de rod.s nlodos. sólo porque sus intenciones esruviesen en regla? iNo es éste más bien un caso en el que yo he "bloqueado" su intento de prometer, y en el que por tanto él no ha adquirido ninguna obligación futura? Parece, pues, que algunos actos de habla deben ser tácitamente aceptados por aquellos a quienes van dirigidos para que rengen efecto. _ Olro ejemplo es el de regalar. Si digo: ,iTe regalo r,, el acto puede fallar y ser considerado como nulo porque aunque creo (y presupongo) que el objeto del regalo existe, y que es de mi propiedacl, y que no tengo en realidad varios r, y que el oyente lo desea, y que cl oyente lo aceptará, etc., resulta que alguna de esas circur.rstancias n0
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que lo hace más interesante para nuestros propósitos actuales. Y es que parece posible imaginar a seres de culturas alejadas entre sí que se hacen regalos, a pesar de que no comparten procedimientos convencionales para regalar, ni están bajo el dominio de instituciones extralingüísticas comunes. Pensemos en Viernes ofreciendo comida
e Robinson Crusoe, o en unos exploradores ofreciendo baratijas a tunos indígenas. Regalar, a diferencia de legar, no parece un acto ilocucionario altamente ritualizado, ceremonial o institucionalizado. Sin ernbargo, en esos casos se pueden producir infortunios por razones paralelas a las del caso convencional. Una vez más, las intenciorres no bastan, y ello no se debe siempre, o sólo, a la naturaleza convencional o ritualizada de la fuerza, sino que se debe, de un modo
más general, a su naturaleza externista y antimentalista. Casos así clemuestran que el rechazo del convencionalismo no nos Ileva autornáticamente a caer en los brazos del mentalismo. La fuerza de una ección significativa, incluso en esos casos, no queda agotada por los cstados mentales del emisor, sino que depende de ciertos rasgos del contexto de ernisión7. Otro impedimento externista de tipo ucircunstancial" a la hora de realizar determinados actos ilocucionarios, tiene que ver cou lo que Searle denomina "condiciones sobre el contenido proposiciorrnl .. Algunes fuerzes impotten severts restricciones sobre los contenidos representacionales que les son apropiados. Uno no puede dconse¡ar (o pedir, ordenar, etc.) cualquier cosa que se le ocurra, por nrucho que sus intenciones estén, desde el punto de vista usolipsista" tlel emisor, en regla. El intencionalista parece estar, en el siguiente cliálogo, del lado de Hurnpty Dumpt¡ mientras que el sentido común (como también, me parece, cualquier teoría plausible de la fuerza) cstá sin duda del lado de Alicia:
7.
Podemos preguntarnos qué es lo que hace de la acción de regalar una acu11 caso cn que no se realiza con palabras u otros llledios convtncionales. El intenciorralista puede apelar a las intenciones complejas del que ac-
,itin significatiu.t cn
tri.r, v lo nrisnro podrí:r hacer
ul
externista sttficientemente moderado, que afirme
itttcncionesno dgotdn la fucrza de una emisión, pero deben es'irrrpfrnrcrrtc r;u l)rcscntcs. Otrrr nrrncra clc jtrstificar el c:rrícter cle acción significativa de un rer,,.rlo corrsisle crr seit¡lrrr tltre cn ól sc cxprese ttn contenidtl representacional (sc rel)t(,s(.lltil trrr ob jt to, conro t'l ob jcto dcl regalo), aunc¡ue tal vcz rto utia proposicititl t¡Lrc lrts
t orrrplt t:t.
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PALABRAS AL VIENTO
"iSiete ¿lños y seis meses!" repitió Humpty Dumpty pensativamente. "Una edad n'ruy inc(rmoda. Si hubieras pedido ml consejo, yo l.rabría dicho 'Dejémoslo en siete' - pero ahora es demasiado tarde,. "Yo nunca pido consejos para crecer,> diio Alicia indignada. "iDemasiado orgullosa?" inquirió el otro. Alicia se sintió todavía más indignada anre esa sugerencia. .euiero decir", dijo, "que uno no puede evitar hacerse mayor> (Carrol
1939: 194).
2.4. El contextc¡ discursiuo Los actos ilocucionarios que dependen esencialmente de la relación de una emisión con el resto del discurso (como los de añadir, concluir, precisar, objetar, inferir, aclarar, repetir, responder, etc.), sólo pueden tener éxito si, en efecto, se da el contexto discursivo adecuado, y esto por razones que, de nuevo, poco o nada tienen que ver con su posible carácter convencional8. Así, por ejemplo, que algo cuente como una objeción sólo si alguien ha dicho antes algo que se le contrapone no es en absoluto una cuestión convencional (cf. Strawsc¡n 1964: 176-177), pero tampoco depende sólo de las intenciones del hablante. Depende, sobre rodo, de una cuestión lógico-discursiva: de que el hablante haya dicho algo que realmente sea la negación de lo que otra persona, contextualmente relevante, ha dicho previamente. De hecho, aunquc esto puede resultar más polémico, a mi entender tanto el hablante como el oyente pueden no ser en absoluto conscientes de que el hablante está haciendo una objeciíln, sino que somos nosotros, espectadores
fl. En realidad, como afirma Searle, verbos realizativos como .Drecisar,. nrespondero, etc., no señalan a fuerzas autónonras o independientes, sino rirrieanrcl.rtc.rl cornponente de la fr.rerza que tiene que ver con las relaciones discursiv¿rs quc pueclcn cnn)rrcrr ¡ t¡n.r cnli¡ión. N,r.c h¡cc. por ejcmplo. unJ rn('rJ precisiórr. rirr,,.¡,,,.r.. precrsa un¿r pronlesa, una orden, una afirmación, etc. Y tampoco sc responcle nrcremente, sino que se responde de modos ilocucionariamente muy diversos (Serrlt. 1975:453).
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cle ver,
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lo que esencialmente hace de una obieción una objeción, y
no una mera afirmación, son ciert<¡s rasgos públicamente observables ¡ por tanto, potencialmente intersubjetivos (o quizás, más radicalmente, ciertos rasgos objetivos) de la emisión' y no los estados rnentales del hablante o los del oyente, aunque por supuesto en el caso típico el hablante que hace una objeción desea hacer una obieción
¡
además, tanto el hablante como el oyente son capaces de per-
catarse de que el primero ha hecho o intenta hacer una objeción. Algo similar puede decirse de los actos de empezar y concluir un cliscurso, para la explicitación de los cuales contamos con frases verbales realizativas como: ucomienzo diciendo..." y (concluyo diciendo...r,, o para las precisiones, aclaraciones, respuestas, inferencias y otros de los llamados por Austin <expositivos". Que alguien esté comenzando o concluyendo su discurso, o que esté haciendo una aclareción o una precisión de lo que antes se ha dicho, no parece depencler, y mucho menos depender exclusivamente, de sus intenciones de crxpezer, concluir, aclerer o precisar, eunque cn el ceso típico esas intenciones estarán sin duda presentes. Un caso menos obvio (por no ser, utilizando la taxonomía austiniana, un '.expositivo", sino un
porque resulta que está bien situado discursivamente' y a pesar de que no tiene intenciírn alguna de realizarlo. La fuerza de una obieción presenta ambas caras, como acabamos de ver.
2.5. Las instituciones y conuenciones
extralingüísticas
Adrnitamos por un momento que Austin insistió de un modo excesivo en la importancia de los procedimientos convencionales, tanto lingüísticos como extralingüísticos, en la realización cle actos ilocucionaric¡s. Grice nos habría enseñado que es posible realizar actos ilocucion¿rrios sin el respaldo de convenciones de ningún tipo. Ahora hicn, cxiste un nutrido grupo de actos ilocucionarios que de un n.roclo cllro depenclen esencialmente de la existenci¿r de determina.l:rs institrrr'i,)n(s cxtrillirlgiiísticls y.lc l,rs convcnciones quc rigett stts prricticrrs. Así, ttno no ptreclc divorcierse de su rntrier, al nlenos ctl
95
F
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Occidente, diciéndole simplemente: .Me divorcio de ti, csn 1n 'ntención de divorciarse, y de que ella comprenda esa intención, etc. (Austin 1962: 68). Los griceanos insisren, como hemos visro. en que estos casos .altcmente ritualizedos,, no son paradigmáticos de nuestro uso ilocucionario del lenguaje, sino que pueden considerarse ca-
a un éxito completo, a un acto ilocucionario irreprochable), a pesar de la ausencia de los estados mentales apropiados por parte del emi-
sor, debido a que "la palabra empeña, y se vuelve eficaz cuando pronuncie en las circunstancias propicias.
se
Prácticamente todos los miembros dc la categoría searliana de los
"declarativos) son actos ilocucionarios dependientes de instituciones extralingüísticas. Y se rreta de una categcxíe muy numerosa. ipuede cargar una teoría general de los actos de habla con la afirmación de que todos los miembros de esa categoría son casos desviados, anómalos o no paradigmáticos? A mi entender, no. Sin embargo, algunos intencionalistas sucumben ante esa tentación y se tragan ese sapo10.
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Además, aunque las fuerzas dependientes de instituciones extralingüísticas suelen presentarse como una clase especial y bien delimrtada, prácticamente cualquier fuerza tiene un aspecto que la hace dependiente de las instituciones, prácticas, normas o estándares sociales (cf. capítulo III, apartado 3). Veamos un ejemplo cle acto que no parece típicamente institucional (y q.,e Searle clasificaría entre los "expresives"), el acto de pedir perdón Tomemos el siguiente pasaje de la r.rovela Tic-Tac, de Suso de Toro:
scls derivados o secundarios. Austin se habría equivocado al iniciar su tratamiento de los "realizativos> tomando ejemplos de ese tipo como referenciae. Pero considerados ahora como ilustraciones parciales de un externisnto antimentalista más general, podemos dailes todo el
peso que se merecen. Tomemos otro ejemplo del propio Austin. Cuando don euijote (suponiendo que se trata de una persona real, y no de un personaje de ficción) intenta retar a duelo (o ser ordenado caballero), su fracaso no se debe a que no tenga todas las intenciones que hay que tener. Podemos suponer que el caballero de la triste figura es sincero en su intento de retar a duelo, sólo que no está en uso el código del honor caballeresco. En esa situación no puede retar a duelo: sus intenciones quizás cuenten, pero no besten. El anterior es un caso--F, un intento frustrado de hacer algo con palabras, pero también nos encontramos aquí con casos como el del que dobla distraídamente su apuesta, o el del que bautiza un barco con la mente en blanco, casos en los que la vigencia de las convenciones oportunas da pie a un éxito ilocucionario (aunque quizás no
ER
quero.
-Non nre pidas perdón. -Que polo ghato ladrón. -Perclón non. Píciemo
-Así
ben.
polo ghato ladr
-Perdón me pides perdón ou
-Ou
cobras.
Disculparse puede parecer un típico acto (expresrvo>>, y por tanto fácil para el mentalista. Pero en realidad disculparse es a'rre todo irn acto social. Alguien exige disculpas, y es una cuestión pública el
juzgar si se han dado del modo apropiado. eue sean sentiáas es, en realidad, en los casos más normales, lo de menos. En el pasaje citado, el interlocutor que erige disculpas no espera ,t-rn .n"yu.iinceridacl de sentimientos, sino una mayor seriedad y respeto en la expresión.
Abandono aquí la enumeración de alguncls de los factores exter.isras fuertes que pueden contribuir a la constitución cle una u otra itrerza ilocucionaria. Mi examen no ha pretendido ser exhaustivo o sistemático. De hecho, considero abierta la posibilidad de añadir factores, así como la de integrar algunos en otros, o la de di "evos vidir un factor en varios. Pendientes quedan muchas preguntas difíciles. iQué papel juegan exactamente las intenciones comunicativas 't'(rdtc, d¡sdpproue, stipulate, name, call, define, abbreuiate, n()mindte, duthorize. lit'ttrc, instdll, rtppoint, establish, institute, indugurdte, conue,te, conuoke, t)pen, clos¿, 'ttsltt'ntl, adjourn, tertniilate, dissc.;lue, denounce, uote, ueto, enact, legislate, promul_ tlttt'. decrec, crnfcr, grant, bestow, accord, cede, rule, adjudge, acljudícate, cctndemn,
I
9. cf. strawson (1964). Este crmentario se repite una y otra vez en la litcrltrrra pragm:itica postsrrawsoniar.ra de orientacií¡n intencionalista (cf. Schiffer 1972: Itó_ car.rtrti 1979; Leech 1983 o (iarcía-Carpintero 1996). 10. Cf. Leech (198.3). En Vandcrveken (1990) sc analizan nacl:r r.enrs rlLrc 7.5 verbos realizativos declarativos (del inglés): dcclare, renotmce, tliscl¿in, dist¡tun, r¿ sign, repudiate, disauow, retract, abdic¿te, abjure, tleny, disinhcrit. yit:ltl, surr.t,lu,
\t'rtt'tc(, dann, clear, acquit, disculpate, exonerate, pdrdon, forgiue, absctlue, cancel, ,rtrttrrl. ulxtlisb, ahrogatc, reur¡ke, repeal, rescind, retract, sustain, beqweath, baptize, y , \ t t,n til t¿rt itLttc (Va ntlerveke' I 9 90: I 9 8 ss.). Si todos estos verbos apuntan a fuerz¿x
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(ttl)ituldl(,Ltppr()uc,confirm,sanctiott,ratify,htnr;lo,qtLlc,ú/r.s.s, tursc,tlttliL,tlt'.
rlt elrrrrrtivrs" tlifcrentcs, ent()nccs l.ray que adrnitir que son abundar-rtis las fuerzas del,, n,lit nrt s tle irrstitrrcioncs rro lingiiísticls (cn realidacl, unes pocas fuerzas declaratits tlt Pt tttlt tt stilo rlc ll ¡rropir irrstitrrcirirr rlel Jengrraje, c()nro por ejernplo lls de ¿/¿r' fttrrr,,tltrtt,itr, ttt¡utl¡r¿r rt rsli¡ntltrl ci. Se¡rle 1975: 46.5)
PALABRAS AL VIENTO
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en la determinación de una fuerza típica? ¿Existen fuerzas ilocucio-
narias determinadas de un modo puramente internista o conllevan todas ellas, sin excepción, algún tipo de determinación por parte deentorno? iExisten, por otro lado, fuerzas determinadas de un modo puramente antimentalista, de modo que no sea esencial la posesión de estado mental alguno para ejercerlas? iCabe acaso distinguir dentro de una fuerza un aspecto determinado sólo por lo que ocurre dentro de la cabeza, otro aspecto que incluya además los aspectos del enrorno que pudieran ser imporranres pere le individualización de los estados mentales que contribuyen a la constitución de la fuerza, y, por último, la fuerza completa incluyendo también los aspectos externistas en el sentido fuerte, antimentalista? Quizás podríamos llamar a esto írltimr.' ufuerza en sentido amplio", y al resultado de restarle los aspectos externistas (o tal vez sólo los aspectos externistas fuertes) .fuerza en sentido restringido". En cualquier caso' para contestar adecuadamente a todas esas preguntas' algo vital de cara a la construcción de una teoría detallada y sistemática de Ia f uerza, necesitarílmos examinar con más detenilniento una nlcyor cantidad y variedad de casos, algo que excede los obietivos de la presente investigación.
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áLas intenciones cuentan? Posibles componentes mentalistas de la fuerza
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cantidad de fuerzas que se dejan analizar en términos de intenci<¡rlcs comunicativas (sólo las paradigmáticas), y en cuanto a l¿r exh:rustivi' dad de esa clase de análisis (sólo se pretendería dar condicioncs ne-
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cesarias). Algunas fuerzas quedarían entonces totalmente pendientes
de otra clase de explicación (dimisiones, excomuniones, bautizos, etc.), y otras, quizás la mayoría, quedarían pendientes de explica_ ción completa o exhaustiva, en términos de condiciones neceiarias
y suficientes. A pesar de ese doble debilitamiento, esa posrura (que se aproxima a fa adoptada en srrawson 1964) me parece todavía clemasiado
exigente. su mayor defecto es que incorpora una distinción entre casos centrales y casos periféricos de fuerzas (o de actos ilocucionarios), que, a mi entender, está demasiado sesgada teóricamente por el afán de preservar a toda costa el intencionalismo. sobre todo oorque la cantidad de casos que habría que considerar como periféricos no parece pequeña, según se desprende de las consideraciones del apartado anterior. Es muy posible, sin embargo, que esra estrategia "d.
de flexibilización le proporcione al griceano un cierto -o.g.., maniobra. Después de todo, es común que una teoría acerca de un
dominio cualquiera de estudio lleve incorporada una distinción entre Irs casos que son centrales y los que son periféricos o marginares. Me parece más prudente, no obstante, examinar primero las posibilida_ des de éxito de algunas estrategias menralistas mucho mái moderaclas que no acarreen esta división tan tajante entre fuerzas .de ori¡rrera clase,,y fuerzas "de segunda
.1.i. La teoría componencial de la fwerza de J. R. Searle
Llegados a este punto, y a la vista de las anteriores consideraciones' el mentalista podría estar dispuesto a moderar o e metizxr su postura. Existen varias formas en las que podría hacerlo, de las cuales en este apartado voy a intentar recoger sólo una muestra significativa' El intencionalista dispuesto a hacer mínimas concesiones podría argumentar que las intenciones compleias que son características del procedimiento griceano constituyen por lo menos una condición nelesaria para la realización de actos significativos dotados de al menos algunas clases de fuerzas especialmente importantes, paradigmáticas o centrales. Los ejemplos que hemos examinado en el capítulo ll (informes, peticiones, advertencias, órdenes e insultos) scln, en principio, buengs candidatos para un análisis así. Esta postura supo¡drírr
un dobl. debilitamiento del nlenrrlismo griceeno: en cuanto :r
E
Haciendo gala de una considerable rnoderación, el teórico de orien-
trción mentelisra p,dría postular que con lo
que nccesariamente nos
cncontramos en la especificación de las condiciones constitutivas de rrrre fuerza cualquiera es con la presencia de intenciones u otros cstecl.s psicológicos del emisor, cuya naturaleza no tiene por qué ser terr compleja como la de las intenciones comunicativas griceanas. l'era analizar esta segunda posibilidad me apoyaré en un conocido trabajo de Searle,
,lt'l clrrisor.
Urre posiblc cstrategia de un mentalista moderado como el que .rerrb. dc Prcsc.t¡r parrr salvaguardar en buena rnedide el protagorisnl, tlc l.s cst¡dos psicolrigicos clcl cnrisor, sería clefende, o,-r"
"*ir-
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EXTERNISMO ILOCUCIONARIO
tn
núcleo o parte principal de naturaleza excluDe hecho, según se desprende de Searle (7975), cabría distinguir en una fuerza cualquiera entre lo que podemos llamar su *núcleoo, el cual es compartido por todas las fuerzas de una misma familia o categoría, y su operiferia", la cual sirve para distinguir entre sí a los distintos miembros de cada familia. Establece así cinco familias de actos ilocucionarios: los representativos, los directivos, los compromisivos, los expresivos y los declarativos. El núcleo de una fuetza estaría compuesto por tres elementos, a los que Searle denomina .objeto ilocucionario" (el componente más importante, puesto que determina a los otros dos), "dirección de ajusteo y .condición de sinceridado. Uno podría entonces formular la hipótesis de que, suceda lo que suceda con la periferia, al menos el núcleo de una fuerza, así concebido' tiene una naturaleza mentalista. esto es. es analizable en términos de los estados psicológicos del emisor. A continuación analizaré esta hipótesis considerando por separado cada uno de los candidatos searlianos a contar como ingredientes ilocucionarios unucleares".
te para cada fuerza
que los mentalistas de tipo griceano consideran actos de habla ooccr paradigmáticos por estar excesivamenre ritualizados o dependcr esencielmente de instituciones extralingüísticas, rcros como bautizar, legar. dimitir o asumir un cargo.
sivamente mentalista.
La cc¡ndición de sinceridad consiste en los estados mentales que necesariamente se expresan en una emisión con una determinada fuerza ilocucioneria. Podría perecer entonces que constituye un fac-
tor obviamente mentalista dentro de la fuerza. Pero la cuestión
se
vuelve menos evidente si tenemos en cuenta que Searle enmienda la olana a Austin al considerar que en un informe insincero, por ejemplo, ,a expresa de todos modos una creencia del emisor. Esto es, los estados mentales en cuestión no son estados que el hablante deba poseer necesariamente, sino sólo estados mentales que convencionalmente se considera que acompañan a la emisión. En cualquier caso, tenemos aquí el factor más afín al mentalismo (véase, sin embargo, Tsohatzidis 1994). En los representativos se expresaría una creencia del emisor en la verdad del contenido proposicional (o representacional) expresado, en los directivos un deseo de que el oyente haga algo, en los compromisivos una intención del hablante de hacer algo, y en los expresivos una variedad de estados o actitudes mentales, en general sentimientos y emociones. Ahora bien, según Searlc los declarativos no tienen condición de sinceridad (o, como lo exoresa é1. tienen la condición de sinceridad nula). Este es un primer rínto-o de que para los llamados "declarativos" incluso las estratcgias mentalistas más moderadas parecen fracasar. Las enlisiones dcclarativas incluyen muchos de lqs ejernplos iniciales de Austi¡ (1962)
l(x)
;
La dirección de ajuste consiste en el modo en el que se supone que el contenido represenracional o proposicional de una emisión debe coincidir o corresponder con la realidad. Así, la dirección de ajuste de un informe (y de cualquier otro representativ o) es pala_ bras-a-mundo porque se supone que en ese caso son las palabras las que tienen la "obligación' de corresponderse con cómo ior, ..r .."lidad las cosas, y la dirección de ajuste de una petición (y de cualquier otro directivo o compromisivo) es mundo-a-palabras porque es el mundo (a través de la acción del oyente, en el caso de-los directivos, y a través de la acción del propio hablante, en el caso de los compromisivos) el que tiene la "obligaciónu de corresponderse con el contenido expresado por las palabras. En searle (1983) se defiende explícitamente la reducción de esas dos direcciones de ajuste de las emisiones a rasgos de los estados mentales del hablante. La dirección de alusre de los informes es Dalabras-a-mundo porque en ellos se expresa una creencia, siendo la dirección de ajuste de las creencias mente-a-mundo. La dirección de ajuste de las peticiones, por su parte, sería mundo-a-palabras porque en ellas los hablantes expresan deseos, estados mentales.,rv" dir..ción de ajuste es mundo-a-mente.Y los directivos y compromisivos tienen la dirección de ajuste en común (mundo-a-palabras) porque cxpresan estados mentales (deseos e intenciones respectivamenle) que también comparten dirección de ajuste (mundo-a-mente). Sin embargo, incluso en este punro las cosas resultan no ser tan sencillas. En Searle (1975) se distinguen orras dos direcciones de ¿juste, la unula,, propia de las emisiones de la familia de los .exore_ sivos., y la ..doble.. propia de las emisiones de la femilia de los -declarativos". La primera no nos interesa demasiado, porque decir que algunas emisiones tienen la dirección de ajuste nula es como deci, (lue en ese ceso no nos tenemos que preocuper excesivamente acerca de su determinación n.rentalista o antimentalistall. pero no ouede I l. Scgún Se¿rle, si digo, por ejemplo, ,iIé felicito por haber aprobado el exa_ rrrr,' l)() cxprcs() r¡lr c.'tc.iclo (que el oyente lra apr'bado el examen) que c.leba ajus-
l.lrsc c()¡l crilno solr o llltn sitl
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PALABRAS AL VIENTO
de
Como acabamos decirse lo mismo de Ia dirección de aiuste doble' de sinceridad u.r, ,.g.1n Searle, los declarativos tienen la condición que busen-el alguno nula ¡ por tanto' no expresan estado mental que tendríamos así' es esto ."..i.tig." de su condición de aiuste' Si actos de clases algunas menos á..i, q.r""lo direcciór-r de ajuste de al modo externlsta' ilocucionarios está también determir-rada de un son fundamenque parece casos qririr.""t.ncionalmente' En esos el aiusgarantizar de encargan se que ál*..rr. las convenciones las la reacon emisión la de representativo i. n.ttornáti.o del contenido convención la de la aplicación para lidad, cuando las circunstancias (piénsese, t"-'" utt más, en el caso de alguien que
t." f"t apropiadas
dobla distraídamente unr apuesta)' el propósi.to (u ob' En cuanto al ingrediente principal del núcleo' p'oint) de un acto de habla' Searle
¡rt"i"¡i.""rionor-\illocwtioiary
mismo' como uel ofrece una caractenzación sumamente vaga del de ese tipo"l2' acto un propósito u objeto q.r.,."g" en virtud.
";;;lt;t, o se transmiten deterp;;; a;;¡. la carencia dt dit"ccio'."1" a¡u't"'tle los exprcsivos también'viene estados mentales' i" t"pt"tttt ellos en que cle cleriua qtt" yn minacia mentalm"rl*, " ellos misnros de t:rl ilirección de como los sentimientos o las emc'ciones, que carecen aju'tc (Serrlc I 9x l: I 83)' Searle y vanclervekt'n 12. Searle (lgg¡l): i32. Una definición similer se cla en afirman que ésa es una explicircitin i'f.rtt''' üa, 1ti+' trc8l, ""'u'"' "¿.t"1", noción no definida fttndanrcrrtrl mal, y que la nociór.r d. ;;i;;" ilt;"cionario es 'la sin embargo' que una teorírt tlc Consideran' V¡' p' cle la l
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hagc elgo" (()p. cit.:460); el de los compromisivos ,.cs compromcter al hablante (de nuevo en grad.s varios) con algún futu.á curso de acción" (op. cit.:461); el de los expresivos.es expresar el esrado psicológico especificado en la condición de sinceridad sobre el estado de cosas especificado en el conrenido proposiclo¡¿1, (op. cit.: 562); y, por último, para los declarativos el propósito ilocucionario consiste en
La expresión "propósito" resulta aquí insatisfactoria (por vaga) para nuestros proplos propósitos actuales, estO es, para evaluar el grado de radicalidad del mentalismo searliano. En principio, no parece que Searle pueda estar refiriéndose a un point o propósito que deba tener necesariamente en mente el hablante que realiza un oito ilocr"rcionario de una determinada clase en una ocasión particular, o de I, contrario resultaría extraño decir que en los declarativos tenemos como condición nuclear para su realización un propósito declarativo a pesar de que no se expresa en ellos ninguna condición de sinceridad. Podría defenderse, como en el caso de la dirección cle ajuste, que se trata de un propósito que a veces viene impuesto o se otorga "desde afuerao, un propósito convencionalmente establecido. Pero searle está pensando más bien en un componente mentalista clel núcleo que aunque está conectado con la co'dición de sinceridad, determinándola para aquellos actos de habla que la poseen, no se identifica con ella. Si éste fuese el caso, en todo acto ilocucionario se_ expresaría un propósito del hablante (el propósito de que su acto de habla se entienda de una determinada manera), aunque sólo en algunos se expresaría, además, una condición de sinceridadli. Aun con todos los problemas señalados, nuestro mentalista .mo_ derado" podría intenrar definir lo que él considera el .núcleo, principal de una fuerza cualquiera en términos mentalistas, de hecho en términos de condiciones necesarias y suficientes de naturaleza mentalista. Podría hacerlo, por ejemplo, apostando por una concepción rlecididamente mentalisra de la noción de propósito o point iloiucio-
l.].
La ider
clc Searlc de .n¿r "doble i'¡encionaiidad> prcsenrc en ros actos de habla, lrr ligade a lir expresi
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nario (algo que parece bastante claro en Searle y Vanderveken 1985: 14), o quizás añadiendo para los declarativos, como condición de sinceridad (en los casos normales), la intención de prodLrcir con su emisión un estado de cosas de tipo institucional (una dimisión, un despido, un bautismo, una inauguración, etc.), y tal vez realizando algunos otros pequeños aiustes. Mi impresión es que' al menos en el caso de los declarativos, este estrategil se va e encontrer con severes dificultades. pero las perspectives perecen meiores en lo que concierne a las demás clases de fuerzas. En cuanto ¿ l¿ "periferia, de una fuerza, esto es' a los componentes de la misma que distinguen entre sí a los diferentes miembros de cada familia o categoría general, existen otros factores de entre los señalados en Searle (I975) para los cuales podrían intentarse análisis mentalistas. Así, la intensidad (strength) con Ia que se ejerce el propósito ilocucionario, la cual podría hacerse depender de Ia intensidad de los estados mentales expresados por el emisor. Podemos una' afirmación y una conietura por la intensidad del compromiso del hablante con la verdad del contenido representacional expresado, y podemos distinguir entre una p¿tición y un ruego por la intensidad con la que se desea o se intenta que el oyente haga algo. La intensidad de la fuerza, podría defenderse. es un refleio de la intensidad con la cual podemos sostener nuestras creencias, deseos y otros estados mentales. Esta hipótesis no es del todo implausible, aunque el antimentalista seguramente pondrá en duda que la intensidad de una emisión no dependa también, al menos en ocaslones, de factores externistas. Por ejemplo, la mayor intensidad de las órdenes en relación con las peticiones, o la mayor intensidad de las órdenes dadas por un general a un soldado raso, con respecto a las dadas por un cabo, parece depender sobre todo de la autoridad efectiva que se posea, y no tanto de la intensidad con la que se quiera eiercer esa autoridad (cf. Searle y Vanderveken 1985: 15). Y que algo sea un informe y no una mera conjetura dependerá sobre todo de lo fiable que sea el hablante, y no tanto de la intensidad que éste quiera imprimir, desde la soledad de su mente individual, a la expresión de su compromiso con la verdad de unlr proposición.
distinguir, por ejemplo, entre
Después de todo lo dicho, podemos preguntarnos si Searle es trlr mentalista en lo concerniente a todos y cada uno de los componcrrtes de una hrcrza.A mi entender se puede hacer una lectura (o, al rrlc nos. una utilización) antimentalista del autor, en el sentidtl clc .rrttti-
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mentalismo,> que estamos manejandola. El siguiente pasaje de Searle
y Vanderveken (1985), en relación con el componente de la fuerza al que denominan condiciones preparatorias (en el que se incluyen algunas de las "circunstancias) de las que he hablado en el apartado es especialmente claro al respecto:
2.3),
En la realización de un acto de habla el hablante presupoile la satisfacción de todas las condiciones preparatorias. Pero esto no implica quc les condicioncs preperarorias sean esredos psicológicos del hablante, sino que más bien son ciertas clases de estados de cosas que han de darse para que el acto sea exitoso y no defectuoso. Los hablantes y los oyentes interiorizan las reglas que determinan las condiciones prepararorias y así las reglas se reflejan en la psicología de los hablantes/oyentes. Pero los estados de cosas especificados por las reglas no necesitan ser ellos mismos psicológicos (Searle y Vanderveken 1985: 17).
Sin embargo, más adelante los autores adoptan una distinción (presente ya en Strawson1964, que a su vez considera que está implícita en Austin 1962) entre la fuerza de un acro y la realización con éxito y no defectuosa de ese acto, distinción que hace aparecer a la fuerza como algo determinado só/o por las intenciones del hablante: El que una emisiírn tenga o no unl ciertr fuerza es una cuestión de las intenciones ilocucionarias del hablante, pero el que un acto ilocucionario con t:sa fuerza sea o no realizado exitosa y no defectuosalncnte exigc bastante miis que tener simplemente intenciones; exige un conjunto de condiciones adicionales que deben ser satisfechas (Searle y Vanderveken 1985: 21).
A mi modo de ver, suena paradójico decir que une emisión tiene, por ejemplo, la fuerza de una promesa (porque ha sido intentacla como tal) pero que no es una promesa. Una .promesa frustrada,, il pesar de ese modo ordinario de hablar.
lzl. Si. enrbirrgo, el nrentalismo
(intcrnista) de searle acerca del significad., sesemánticas originales son los esta,l,rs nlcnt:rles (crryos corrtcniclos, aclcnriis, sobrevienen cie las propiedadcs intrínsecas rlt l tt rcbro), y tto lrts erpresi()ncs u otros signos ¡rúblicanlcnte obscrvables, los cu:rlcs l)()s(tríittl solo rrrr sigrrilicrtrlo "rlcrivrilo", cstÍr cn cl¿ra tensitin c()n s¡ tcoría original ,lt los rltlos tlt ll:tlrlrt, (lr¡( l)ilr('c('ll¡stilntc ll;is ccrcrlrlt irl cxtcnlisnr() convettci6lrlrlist.t rlt Ar¡slirt (el. APel l()()0 v Isolt.rrzirlis I994). ririrr cl cual
l.s ri.icos p.seedores de propieclades
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unJ promese insincera, que si es una promesc. eunque no sex une promesa irreprochable). Por lo tanto, no es LIn acto de la forma F(P), donde F es la fterza propia de las promesas. A lo larg
tiva intencionalista, se reconoce que algunas de las "condiciones
prototípicas,' en términos de las cuales caracterizamos algunas fuerzas pueden no ser reducibles a las actitudes del hablante (Récanati .l 987: 183). Podemos encontrarnos pues con distintos grados de radicalidad o de .cerrazón" a la hora de admitir la constitución parcialmente antimentalista de una fuerza (o de los actos ilocucionarios que poseen esa fuerza). En un lado tendríamos esa mínima concesión de Récanati, como también la postura que acabamos de ver que defienden Searle y Vanderveken, según la cual algunos de los componentes de una ilocución no son psicolrigicos pero tienen necesariamente un reflejo o correlato mental en fortna de presuposiciones, reglas o condiciones de éxito interiorizadas (esto es, de naturaleza
internista). En el otro extremo estaría la postura de quien
negase
cualquier contribuci(rn de los estados mentales en la constitución de la fuerza de f as emisiones (o, más n.roderadamente, de algunas clases de emisiones). En algún punto intermedio se sitúa la postura que me gustaría defender aquí, bastante más radicalmente antimentalista y cercana a Austin que la de Searle-Vanderveken y que la de Récanati (1987). El detenerse, como hemos hecho en el apartado 2, en algunas de las fuentes no mentalistas candidatas a contar como constitutivas de una u otra fuerza o clase de fuerzas debe servirnos para nc) minin.rizar a la ligera la cantidad de fuerzas que pueden estar uinfectadas, por factores contextuales, ni el grado en el que esas fuerzas pueden llegar a depender de tales rasgos no mentalistas. El mentalismo que he estado examinaudo es moderado porqt¡c se limita a afirmar que la presencia de estados mentales es una corl dición necesdrid para que se realice cualquier acto ilocucionari<1. Pero esa concesitln no tiene por qué arrebatarle al espíritr-r mentalist¿ tocla su mordiente. E,s cclmpatible con ese nrclrtrrlislno tttocleredt,
una diferencia en las intenciones comunicativas u otros estados mentales que operan en ellas (de hecho, ésta parece ser la posición de Searle y Vanderveken). Esto podría hacerlo quien sostuviese (a mi entender, precipitadamente) que en general la parte reducible a los estados mentales del emisor, aunque no agota la fuerza, es lo suficientemente rica como para permitirnos siempre distinguir entre dos fuerzas ilocucionarias cualesquiera. Ahora bien, también es compatibfe con un análisis componencial de la fuerza la tesis de que la parte de una fuerzc determinada intencionalmente no permire siempre hacer todas las distinciones ilocucionarias en las que estemos interesados. Esto sí que supone una importante concesión al externismo fuerte.
3.2. La estrategia del "casc¡
desuiado" de P F. Strawson
Podemos seguir preguntándonos si es correcta la tesis según la cua, la presencia de ciertos estados mentales es siempre al menos una condición necesaria para que las palabras emitidas se carguen con una fuerza ilocucionaria cualquiera. En Strawson (1964) nos encontramos con un argumento bastante convincente en favor del punto de vista según el cual las intenciones importan, si no siempre. al menos en todos los casos relevantes o paradigmáticos. Tomemos el caso del jugador de póquer que dice "doblo la apuesta> en Lln lapsus, de manera no intencional. Es cierto que, en virtud de las estrictas reglas del juego ¡ si queremos, del carácter profesio-
la fesis tlc cluc clos enrisiolrcs p()seelr ftterz¿rs cliferclrtcs s
nal y poco proclive a perdonar los errores del contrincante de sus compañeros de partida, hemos de admitir que el jugador ha doblado la apuesta, a pesar de que no tenía la más mínima intención de hacerlo. En casos como éste se apoya el antin-rentalismo convencionalistc de Austin: le pelahra, en casos esí. lo empeña a uno. somos esclavos de nuestras palabras. Sin embargo, seguramente hay que rdmitir que esos cosos son intuitivamente secundarios o parasitarios. En una situación paradigmática o normal el jugador que dice "doblo le apucsta.,quiere doblar la epuestr y quiere que se reconozce su intención de hacerlo, etc. La prueba es que a un jugador que tuviese constantes lapsus de ese tipo no se le admitiría en una partida a no ser cntre trJrnp()s()s, como x rrna novie que dijese -sí quicro,'crrarrtlo cluería clecir uno quiero" no la admitiría como esposa más que un lu()vi() ". El intencionalista podría confiarlo todo a esta estrirtclliir, c¡rrc poclenros clen
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yoría de las fuerzas, y podemos justificar el carácter paradigmáticamente intencional del e¡ercicio de las mismas, los casos extremos en los que no parezcen requerirse intenciones. e incluso los menos extrem()s en los que las intenciones no parezcan serlo todo. podrán ser tratados como derivados, secundarios o marginales, meras excepciones que confirman la regla. Como argumento en favor de la necesidad de postular actitudes mentales que respalden cualquier acto ilocucionario normal, el argumento de Strawson tiene, al menos a primera vista, una fverza considerable. Aun así, existen casos que no parecen tan evidentes en este aspecto como el caso del póquer. iPor qué deberíamos dejar de admitir como maestro de ceremonias a alguien que sistemáticamente repitiese, distraída pero correctamente, las palabras oBautizo a ¡ cclmo z"? iEn qué sentido estaríamos ante un ubautizador" tramposo? iY en qué sentido sería un informante rechazable alguien que fuese en realidad muy fiable acerca de un cierto tema, pero que, debido a una enfermiza inseguridad en sí mismo, creyese habitualmente estar haciendo meras conjeturas, o hablando por hablar? Pero lo más importante, desde la perspectiva del externismo fuerte, es constatar que el argumento tiene poca fuerza como argumento en favor de una tesis mentalista más fuerte, como la de que las fuerzas están constituidas básicamente por tales rasgos mentalistas. Interpretada de este modo más fuerte, esa estrategia fracasa incluso para los casos considerados como más básicos por los griceanos. Para que algo sea un informe o una petición completamente afortunados, debemos al menos asegurar, en los casos paradigmáticos o normales,la comprensión de la audiencia, con lo cual se nos cuela un factor externista fuerte como determinante de esas fuerzas. Además, Austin añadiría que el hablante debe tener, en el caso paradigmático, cierta autoridad epistémica sobre el contenido del informe (y no meramente creerlo), y así sucesivamente para los distintos factores externistas fuertes que hemos considerado. Como hemos visto, hay cosas sobre las que uno no tiene derecho a informar, y es más que discutible que uno tenga siempre derecho a pedir o a advertir.
tico, puesto que a un jugador que cometiese constantemente tales lapsus no se le admitiría en una partida, a no ser entre tramposos. Este es un caso putativo de éxito (un caso-E) a la hora de ejercer una fuerza ilocucionaria sin los estados mentales correspondientes, y parece intuitivo que se trata de una situación anormal. Pero el caso de don Quijote le da la vuelta, por así decirlo, a la tortilla. Ahora
son las circunstancias externas las que son (anormales", y no los estados mentales del emisor. Estamos ahora ante un caso de fracaso (un caso-F) a la hora de ejercer una fuerza, que no se puede subsanar "hurgando" en la mente del emisor. Los estados mentales de don Quijote son tan paradigmáticos como podrían serlo de cara a tener éxito a la hora de retar a duelo. Por esa razón, si queremos que el acto pretendido se realice, debemos cambiar el entorno circundante, y no a don Quijote. Los estados mentales del emisor no son suficientes, en este caso, para realizar una emisión con una fuerza como la pretendida. La estrategia austiniana de estudiar las formas en las que algo puede salir mal cuando uno intenta realizar un determinado acto ilocucionario (lo que él denomina uteoría de los infortunios" del habla) es una magnífica forma de sacar a la luz las distintas clases de factores antimentalistas que pueden estar involucrados en la realización efectiva de ese acto, factores que pueden pasar desaper-
strawsoniana interpretada del modo más fuerte. csto cs. como sugiriendo que en los casos no desviados los estados mentales son condiciones a la vez necesarias y swficientes para la presencia de unr.r fterza cualquiera. El intencionalista argumenta que el caso del jugador de póquer que apuesta distraídamente es muy poco paraclignrri-
cibidos cuando nos limitamos a considerar los casos en los que el acto se realiza de un modo exitoso. Una posible reacción al caso de don Qui¡ote podría dar lugar a una nueva forma de mentalismo moderado, basado en las condiciones normales para hablar. Uno podría argumentar de la siguiente forma: "Aunque en el caso de don Quijote los estados mentales son los normales para retar a duelo, las que no son normales son las circunstancias de su emisión. En el caso normal uno se encuentra bien situado, de modo que, por ejemplo, las convenciones a las que apela tienen vigor. Un estudio de la fuerza ilocucionaria basado sólo en los estados mentales del emisor no olvida la importancia del entorno externo a la hora de evaluar el éxito o el fracaso de un acto ilocucionario intentado, sino que lo tiene en cuenta como parte del estudio de las condiciones normales que se presuponen cuando actuamos comunicativamente> (si lo entiendo bien, ésta es la estrategia que se clefiende en García-Carpintero 1996). Poclenlos replicar, en primer lugar, que apelar a circunstancias norrn¿rles cle carricter externo no parece muy diferente de aceptar t¡rrc cxistcrr colrr.licioncs clc felicidad de carácter externist¿r parcialnrcntc c()lrstitutivas tlc la fucrza. Si acas<1, prescntar las cosas dc la
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Por otra parte, el ejemplo de don Quijote intentando retar a duelo puede ser utilizado también para desmantelar la estrategia
f PALABRAS AL VIENf
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Drimera manera es un modo de minimizar, al menos en apariencia, ia aportación del entorno. Pero además, esa estrategia se encontrará con problemas si existen casos en los que el entorno contribuye decisivamente a la hora de decidir si estamos ante un acto ilocucionario de una clase o de otra, por ejemplo, si estamos ante una objeción' una aclaración o une precisirin. En casos así, a veces no podremos decidir de antemano, a partir del conocimiento de los estados mentales del emisor, qué fuerza ilocucionaria realizaría dicho emisor en condiciones normales. Lo que diríamos es que si las condiciones externistas son unas estamos ante un acto ilocucionario de la clase A, si son otras estamos ante un acto ilocucionario de la clase B, y así sucesivamente. Una vez que adrnitimos toda una variedad de fuentes de determinación externista y antimentalista de la fuerza, me parece legítimo aceptar la hipótesis de que existe un continuo de casos en los que los factores rnalizrbles en términos de intenciones u otros estados mentales son más o menos importentes. En un extremo estarían algunos de los actos que Searle sitúa dentro de la categoría de los declarativos, para los cuales se cumpliría casi literalmente la máxima austiniana de que la palabra empeña. Y en el otro estarían actos como los de pedir o advertir, donde el hablante, además de tener las intenciones adecuadas. quizás sólo rendría que asegurarse 'la comprensión del oyente y poco más. Entre estos dos extremos estaría toda la gama de actos ilocucionarios en los que lafuetza se encuentra más o menos fuertemente determinada por el entorno. Así pues, en mi opinión no tenemos por qué apresurarnos a eceptar que les intenciones cuentan o cuentan decisivamente en todos los casos, o incluso en todcls los casos paradigmáticos. Para quienes deseen otorgar un peso importante a las intenciones del emisor, una estrategia a mi entender preferible a la del "caso desviado, consiste en distinguir en la fuerza ilocucionaria dos factores (o, equivalentemente, distinguir entre dos especies de fuerza)' uno dependiente exclusivamente de las intenciones comunicativas tr otros estados psicológicos del emisor, y otro dependiente de las circunstancias externas, deiando abierta la posibilidad de que en algún caso la fuerza sea definible en términos casi completamente mentalistas, y también la posibilidad de que en otros casos la fuerze. sea clcfinible en términos casi exclusivamente externistes. La fuerza ett s(tttido restringido sería el componente de la fuerza clue dcpcntic exclusivamente de las actitudes proposicionales dcl hablarrte (o tlrri zás de esas actitudes individualizadas dc un mot|r illte rrlistrr). l.rrs itrcr
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zas, tal y como nos las encontramos en el uso cotidiano, son fuerzas
en sentido amplio, fuerzas determinadas en parte por el entorno en un sentido fuerte, antimentalista. Si queremos fuerzas en sentido restringido debemos aducir razones teóricas. Algunas de esas razones podríamos encontrarlas en los recursos que se necesitarían para solucionar cleterminedos problemas, .o-n ei que se planreará en el
próximo capítulo. De un modo similar, podría utilizarse la distinción de Récanati entre actos ilocucionarios en un sentido "débil",
que uno puede realizar (simplemente expresando la intención de realizarlos, y actos ilocucionarios en un sentido .fuert€>, los cuales tienen "condiciones de felicidad" (Récanati 1987: 213-16). Récanati admite incluso la posibilidad de actos ilocucionarios en absolura ausencia de intenciones (op. cit.:215, nota 18). No obstante, se limita a contemplar los aspectos institucionales, y no otros aspectos externistas fuertes que, como hemos visto, pueden contribuir a la determinación de algunas fuerzas. Un efecto similar es el buscado por la distinción de Strawson entre la ftterza de una emisión y el acto ilocucionario realizado mediante ella. La primera se concibe como de-
terminada únicamente por las intenciones del emisor, mientras que la realización con éxito del segundo requiere rener en cuenta ciertos rasgos externistas como la comprensión por parte del oyente (cf. Strawson 19641Ia misma idea se encuentra en'$Tarnock 1989 127, así como en Searle y Vanderveken 1985: 21). Todas esas tácricas defensivas del mentalista, sin embargo, me parecen problemáticas. A mi entender, debemos estudiar simplemente la fuerza de las emisiones en toda su riqueza y complejidad. En este apartado he examinado algunas estrategias para debili-
tar el mentalismo y hacerlo de algún modo compatible con el reconocimiento de que existen factores externistas fuertes constitutivos de la fuerza o, al menos, del acto ilocucionario en el que esa fuerza se proyecta. Algunas de esas estrategias parecen más prometedoras que otras. Sobre la cuestión de cuánto terreno debería ceder el men-
talista al externista fuerte no voy a adoptar una postura definitiva. De acuerdo con las definiciones del capítulo I, todas las formas de debilitar el mentalismo que he considerado conducen, en realidad, el antimentalismo, el cual, como vimos, admite diversos grados de r:rtlicalidecl. dependiendo del mayor o menor peso constirutivo quc se ()t()rgue a los estados psicológicos del emisor. Por otra parte, es lrosibf c que lo que digamos para una fuerza o para un grupo de fuer7.tts
lto slrvll Dare otfes.
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4.
áHacia una teoría de la fuerza?
emisión, cosa que no es seguro que pueda hacerse de un modo jus-
tificado o no arbitrario. Como no Ya he señalado que en este ensayo no pretendo ni mucho menos pre-
sentar una teoría externista y antimentalista detallada de la fuerza ilocucionaria, sino sólo examinar los presupuestos generales que, a mi modo de ver, deberían guiar la búsqueda de una teoría de esa clase, así como explorar las dificultades con las que se encuentran otros proyectos alternativos. Una forma posible que podría adoptar una teoría sistemática de la fuerza sería la de una teoría componencial similar a Ia propuesta en Searle (I97 5) pero elaborada desde una perspectiva consecuentemente externista. Esa teoría componencial, en el mejor de los casos, traería consigo una clasificación bien ordenada de las distintas fuerzas en familias o categorías, sobre la base del hecho de que distintas fuerzas pueden estar compuestas a partir de ingredientes similares.
Uno de los problemas difíciles y tal vez insalvables que nos encontramos aquí es el de establecer criterios taxonómicos apropiados para formar farnilias de fuerzas. El griceano nos ofrece criterios basados en el tipo básico de estado mental que el hablante intenta inducir en su audiencia, estableciendo al menos dos grandes familias, la representada por los inforrnes y la representada por las peticiones (cf., por ejemplo, Schiffer 1972 y García-Carpintero 1996). Como acabamos de ver, Searle (1975) presupone también que no todos los ingredientes que componen una Íverza están al mismo nivel, sino que existen tres factores (el propílsito ilocucionario, la dirección de ajuste y la condición de sinceridad) que son fundarnentales en el sen, tido de componer lo que podemosllamar el "núcleo" de una fuerza, lo que comparten todas las fuerzas de la misma familia, mientras que el resto de los lectt,res que constituyen una fuerza forman una especie de "periferia, que sirve para distinguir entre sí a los distintos miembros dentro de una misma familia. Sobre esa base, como hemos visto, construye una taxonolnía con cinco categorías principales de actos ilocucionarios. Sin embargo, no ofrece ninguna justificación del supuesto carácter nuclear de los componentes sobre los que se hase su clesificeción, por lo que éstr transnlite une cierta scnsación de arbitrariedad, de que si se hubieran escogido otros crirerios clasificatorios habríamos obtenido una categorizaciln en familias diferente e igualmente válida. Aquí no se tomará ninguna posición definitiva al respecto. Para hacerlo, habría que decidir acerca de la importancia relativa clc k¡s distintos componentes o factores que determinan la fuerza clc urrr¡
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es seguro, en general, que poda-
mcls aspirar a una teoría sistemática de la fuerza. Quizás tengamos que decir, en la estela del segundo \ü/ittgenstein, que no existen más que vagos parecidos de familia entre los distintos usos del lenguaje, y que sólo podemos aspirar a describir algunos usos particulares que
nos encontremos en nuestro camino. Existen intuiciones bastante potentes respecto a que algunas fuerzas se parecen lo bastante entre sí como para que se pueda decir que pertenecen a la misma categoría general (por ejemplo, pedir, solicitar, suplicar y ordenar), y respecto a que algunas se parecen tan poco entre sí que seguramente pertenecen a categorías completamente diferentes (pclr ejemplo, advcrtir y beutizar). Esto cs, existcn espercnzcs bastente fundacles de que una teoría más elaborada y empíricamente contrastada de la
fuerza lleve aparejados criterios taxonómicos que nos proporcionen una visión relativamente ordenada del territorio. Pero es también posible que no se pueda dividir la riqueza de los usos lingüísticos en udepartamentos estancos), en categorías perfectamente recortadas que distingan entre sí a las ilocuciones gracias a características udiscretas> y no
15. En l¿ actualidad son:rbundantes las lectur:rs clel segundo Wittgenstein quc \nl()l:1lr \u\ r\pcül(,s cxtcrni\lJ\ (y. clt c0rterct,r. \u\ x\pcül(,\ contilnil¿r¡\lí't\ o \oeiJlcs). Véanse, por ejenr¡rlo, Kripke (l9lt2); Bloor (1997) o Willianrs (1999). 16. Cuando, con un talantc construcfivo, Austin ¡ sobre todo, Searle intentar.r poner orclcn tcórico en el territorio de los usos o funciones del lenguaje, parecen te ner en nrefrte el siguiente pasaje escéptico t1e lrc Inuestigacktnes fihsóficas de Slittgcnstcin (cf. ALrstin 1954:416 y Searle 1975:476): .il)cro curintos g,éneros de or¿rciolles hay? iAcaso aserciírn, prcgunfa y orden? ll:ry irtttt.tncralt/r-s géneros: innunrerables géneros cliferentes de tocio lo que llamanros 'sigrros','pelebrrrs'.'or¿cioncs'. Y esta multi¡rliciclacl r.ro es algo fijo, d¿rclo de una vez ¡ror totlrrs; sirrr t¡rrc rrrrevos tipos tle lengrrajc, nucvos jucgos de )engrraje, conro podenros rfccir, nilecn y ()tr()s cnvcjcccn y se olviclan. (lJna figura aproxinoda cle ello puetltrr tlrirlosl.r los rrurtlrios (l( lil nlirtcluiit¡c¡.)
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te nada parecido a una teoría bien articulada de las ilocuciones, estoy tratando de desbrozar el terreno para ello, criticando algunos puntos de partida que considero erróneos y tratando de ofrecer un marco general que pueda servir para estimular estudios más específicos. Sin embargo, algunos autores en el campo de la pragmática han reaccionado a las dificultades a la hora de perfilar una teoría precisa de los actos de habla de un modo diferente, reivindicando la eficacia de la noción wittgensteiniana de juego de lenguaje y señalando que "las cuestiones de usanza real son simplemente demasiado variables y dependientes de la situación, por naturaleza, como para ser capturables mediante cualquier conjunto (o mediante muchos
conjuntos diferentes) de condiciones de felicidad" (cf. Levinson,
1983:281, y Levinson 1979). Permítaseme aquí dejar constancia de un cierto optimismo teórico. Thl vez el externismo ilocucionario introduce una complejidad adicional en el estudio de los usos del lenguaje que nos ahorraríamos si nos limitásemos a contemplar esos usos desde la perspectiva subjetiva del hablante. Pero el externismo es compatible con la aspiración a la sistematicidad teórica. Poner de relieve la importancia de
los factores situacionales o contextuales en la constitución de la Íuerza no nos conduce inexorablemente a caer en los brazos del nihilismo teórico, sino que puede servir más bien para animarnos a tratar de construir una teoría sistemática de la fuerza (no necesariamente categorial) que tenga en cuenta todos esos factores externisl-a expresión 'juego de lenguaje' clebe poner de relieve aquí que bablar el Ienguaje forrna parte de una actividacl o de una forma de vida. Ten a la vista la rnultiplicidad de juegos dc lenguaje en estos ejemplos y en orros: Dar órdenes y actuar siguiendo órdenes* Describir un objcto por su apariencia o por sus medid¿sFabricar un objeto de acuerdo con ull:l descripción (dibujo)Relatar un sucesoHacer conjetr.rras sobre el sucesoPresentar los result:rdos de un experimento mediante tablas y diagranraslnventar una historia; y leerlaActuar cn un teatroAdivinar acertijosHacer un chistel contarlo-
lladucir
de un len¡iuaje a
otro-
Suplicar, agr:rdecer, maldecir, saludar, rezar-. Es interes¿rnte conrparar la multiplicidad de hcrramientas del lenguaje y tle srrs modos de ernpleo, la multiplicidad de géneros de pillabras y orlciont's, corr kr tlrrt'1,,. fógiccrs han dicho sobre la cstructur¿r del lenguaje. (lncluyencl<> al lrtor dcl li¿tt,tttts kryico -p h i lo sctplrlcas.
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tas. En todo caso, si ese optimismo estuviese injustificado, la mayor parte de mis argumentos a favor del externismo ilocucionario fuerte todavía se sostendrían en pie. El externismo ilocucionario fuerte sobrevive al éxito de las teorías externistas fuertes acerca de los actos de habla porque las acciones lingüísticas, explicables o no por medio de teorías sistemáticas y bien articuladas, poseen en buena medida una naturaleza externista y antimentalista. El externismo fuerte, tal y como lo he presentado, pretende conciliar, en la medida de lo posible, los marcos intencionalisra y convencionalista dentro de un marco más abarcador. Sin e.nb".go, e.n postura integradora se encuentra con problemas, derivados en buena medida de los problemas de los respectivos marcos que pretende integrar. Según hemos visto, tanto el intencionalista como el convencionalista dejan sin explicar casos importantes de lo que parecen claramente actos ilocucionarios. El convencionalista ortodoxo no es capaz de explicar casos como el del paseo de Diógenes, que no parecen respaldados por convenciones significativas previamente establecidas. Algunas personas inclinadas a defender un convencionalism<.r sin fisuras tienden a minimizar estos casos como muy marginales, mientres que yo riendo a darles. como los griceanos, una gran importancia, sobre todo porque no son más que un caso extremo de lo que ocurre frecuente y cotidianamente, esto es, de los casos en los que las convenciones significativas no dgotan el significado transmitido por una emisión (l.s casos de implicaturas conversacionales
je. Curi.samenrc, tJnto los intencionalistas c,mo los c.nvenciánrlistas parecen tener una común tendencia a considerar como actos perlocucionarios los casos que les resultan problemáticos, con el resultado paradójico de que lo que es un acto ilocucionario paradigrnático para los unos es un caso de acto perlocucionario para los otf()\. y viecversa. [,rt postrrrrr irrtegraclorr que yo defienclo, al admitir cotnponentcs clc rlivcrsa ínrl.lc c()llro c().stit.yentes dc lrr f.erza cle.na emisir'¡rr, cs c:t1-rlrz rlc cu[rrir t.tl.s los clrs<¡s rclcvarrtcs. Sin crnbarg., lrl
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hacerlo se enfrenta a otro problema, quizás todavía más grave: así como los otros marcos corrían el riesgo de ser demasiado restrictivos, un marco externista fuerte integrador corre el peligro de ser demasiado liberal, y admitir demasiadas cosds como emisiones, arriesgándose además a perder de vista la importante distinción entre ilocuciones y perlocuciones. Una teoría de la fuerza debería ser capaz de distinguir entre acciones significativas (acciones que poseen propiedades ilocucionarias) y otras clases de acciones. Sin embargo, no he dado ningún criterio preciso para hacerlo, más allá de las intuiciones, las cuales no siempre nos permiten decidir en casos concretos. Así, en el apartado 2.3 he pasado de considerar como un acto ilocucionario el acto de decir..Te regalo esto,'en las circunstancias apropiadas, a considerar que también es un acto ilocucionario el acto mediante el cual unos exploradores regalan baratijas a unos indígenas. Pero, ien virtud de qué tomamos esta decisión, si nos hemos privado de un criterio intencionalista que decida en todos los casos, y parece claro que un criterio convencionalista no se puede aplicar a casos como éste? (cf., sin embargo, lo que se dice en la nota 7 de este capítulo). Una situación como ésa podría inclinarnos a adoptar un punto de vista más flexible como el derivado de las ideas del segundo tü/ittgenstein. Más que una teoría acerca de una noción sólida y unívoca a la que llamar "la fuerza" de una emisión, tendríamos una multitud de casos de acciones diversas que guardan entre sí diversos .parecidos de familia", para las cuales tendríamos que decidir, en cada caso, acerca de las condiciones en las que decimos que han sido llevadas a cabo con pleno éxito. En resumen, un problema elemental para cualquier intento teórico serio en este terreno es el de ofrecer un criterio adecuado para distinguir las acciones significativas de otras clases de acciones que no sea ni demasiado restrictivo ni demasiado liberal. Y no está claro que podamos conseguir hacernos con un criterio de ese tipo que sea plenamente satisfectorio.
la misma fuerza ilocucionaria. El don Quijote cervantino no puede retar a duelo, pero si situamos a un duplicado mentalista-internista suyo, o a él mismo, unos cuantos años atrás en el tiempo, entonces esos personajes en esas circunstancias pueden retar a duelo si les pla-
Una conclusión que podemos extraer de lo expuesto en el apartad
ce. Podríamos multiplicar los ejemplos. Así, un hablante puede no haber hecho una objeción porque lo que dice no pone en cuestión lo que otra persona ha dicho con anterioridad, pero si situamos a ese mismo hablante en un contexto discursivo contrafáctico en el que alguien sí ha dicho algo que se contradice con lo que el hablante dice, entonces el hablante en la situación contrafáctica pasaría a hacer una genuina objeción. A lo largo de esta obra estoy defendiendo un punto de vista a la vez externista y antimentalista cn relación con la fterza ilocucionaria. El antimentalismo, como se ha dicho, es una doctrina más fuerte que el externismo, ya que el primero implica al segundo, mientras que lo contrario no sucede. Hasta ahora he estado suponiendo que los casos presentados en el apartado 2 abogaban a favor del antimentalismo. En este apartado voy a poner el énfasis en la doctrina más débil, el externismo ilocucionario. Thataré de mostrar que una fuerza prototípica depende de rasgos contextuales, no estando determinada únicamente por lo que ocurre en la mente del emisor cuando se lo considera de un modo solipsista. La razón principal de este cambio de énfasis reside en que deseo explotar algunas analogías con los conocidos argumentos de Putnam o Burge a favor del externismo acerca del contenido representacional de los estados mentales o de las expresiones lingüísticas. No obstante, no creo que ello suponga debilitar mi postura en exceso, ya que, con algunas modificaciones, la línea argumental que voy a seguir puede ser transformada en una argumentación en pro de la postura más fuerte, antimentalisra. Las consecuencias que voy a extraer cle considerar a dos sujetos que son idénticos "de piel para adentro" pueden extraerse a nrenudo también, mwtatis mutandi, de considerar a dos sujetos que poseen los mismos estados psicológicos, ya sea que individualicemos esos estados de un modo internista o de un modo externista. En ambos casos, quiero demostrar que a pesar de la equivalencia internist¿r/mentalista los sujetos no son ilocucionariamente equivalentes. En el apartado 3 he considerado algunas posibles reacciones del rncnt¿llista a lcls casos problemáticos aducidos en el apartado 2. Ahor:r lrit'n. cl irrtcrnistn (/cl mentalisra) podría reaccionar a csos cJsos dc una nlilncrir br'rstantc sutil que no ha sido examinada todavía, negrirrrlosc rr llct: ptllr t¡rrc clcn pic rcalnrerrte a une f
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5.
Un par de experimentos mentales
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ternismo ilocucionario. Lo que tendría en mente este posible objetor sería que aunque ejemplos como el de don Quijote muestren que la fwerza efectiua de una emisión depende de ciertos rasgos del contexto de emisión, sin embargo, lo que podemos llamar las condiciones ilocucionarias de una emisión son de naturaleza exclusivamente internista (o, al menos, mentalista), y que son esas condiciones ilocucionarias Io que nos interesa caracterizar desde el punto de vista de un estudio teórico del significado ilocucionario, ya que en lo que deberíamos estar interesados fundamentalmente es en descubrir la competencia lingüística del hablante individual. La fuerza efectiva de las emisiones del Quijote cervantino y del Quijote contrafáctico puede ser diferente, pero las condiciones ilocucionarias de ambas, es decir, aquello que determina la fuerza efectiva cuando situamos a los personajes en un determinado contexto de emisión, son idénticas y están determinadas por los estados mentales (y, posiblemente, por los estados mentales considerados de un modo internista) de los emisores. Un externismo ilocucionario genuino o interesante, continuaría este hipotético crítico, debería mostrar la determinación por parte del entorno de las propias condiciones ilocucionarias, y no sólo de la fuerza efectiva, y esto no lo muestran casos como el de don Quijote. Esos casos justificarían, a lo sumo, lo que podríamos denominar un "circunstancialismo" o "contextualismo" ilocucionarioslT. En lo que sigue voy a intentar aclarar esta distinción entre la fuerza ilocucionaria y las condiciones ilocucionarias de una emisión valiéndome de un par de experimentos mentales, lo cual me va a permitir distinguir de paso entre dos clases de externismo, uno de los cuales, que podemos denominar, si queremos, .circunstancialismo>, es más moderado y afecta sólo a la fuerza efectiva de una emisiírn, y el otro de los cuales es más radical y afecta también a las propias condiciones ilocucionarias. El primer experimento intenra demostrar la determinación externista de una luerza tenida en gencral por paradigmática como es la de ordenar. El experimento elabora un ejemplo de Austin (Austin 1962:69), y está inspirado en los casos que Tyler Burge construye como parte de su defensa del externismo (o, en su terminología, oantiindividualismo") del contenickr en un trabajo ya clásico, "El individualismo y lo mental, (I979). F.n
17. Esa posible línea de réplica a rni posfura nte fr.re sugericla por Mrltrrcl (i.rr cía-Carpintero drrrante n.ri defensa del externismo ilocrrcion:rrio en lir tJniversirl¡rl tlt B:rrcekrna por invitaciírn clel grupo LOGOS (6 cle febrero de 2002).
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segur.rdo lugar, veremos un experimento debido a Steven Davis, tam-
bién inspirado en ideas de Burge, relativo a otra fuerza ilocucionaria absolutamente central como es la de prometer. La elección de esas dos fuerzas para un escrutinio más detallado no es totalmente casual. Las órdenes y las promesas, como las peticiones, los informes o las advertencias, deben ser tomadas como casos centrales por parte de cualquier teoría sistemática de Ia fuerza debido a su
.5.1. Órdenes Imaginemos que, en algún océano de la Tierra, Juan (el capitán de
un barco) y Pedro (un simple marinero) naufragan y acaban en una isle clesierta. Juan emite en tono cutoritxrio las siguienres palabres dirigidas hacia Pedro: ,iTe ordeno que vayas a buscar lsÍi¿" (o, simplemente, .iThae leñal"). Pedro asume que Juan tiene derecho a dar-
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le órdenes y obedece. Aquí diríamos que una orden ha sido dada con pleno éxito ¡ además, que ha sido obedecida. Situémonos ahora en una Tierra Gemela similar a las imaginadas en Putnam (1975). Allí todo sucede más o menos como en la Tierra hasta el momento en que Alter-Juan, un gemelo internista o individualista deJuan, esto es, indistinguible de él en cuanto a consritucirin física hasta sus últinras moléculas, así como en cuanto a las rcspecfivils crlrricntcs fenonrenológicas internas, dice tarnbién:,iTe orcluro que vlyrrs a buscar leña" y obtiene conro respucsta por partc clcl altcr-rrrrrrincro la siguientc: "Aquí soluos igualcs, así que usted tto t's t¡ttií'tt Pltrlt tl,trrrtt' tirtlcrles".
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Parece claro que en el segundo caso, al contrario de lo que sucede en el primero, algo ha ido mal para el hablante. Pero lo que ha
ido mal no
es inmediatamente evidente. Lo que diría Austin con respecto a Ia segunda situación, me parece, es que el infortunio o infe-
licidad que sufre la emisión del alter-capitán no reside simplemente en que su orden no haya sido obedecida. Más bien, si es cierto que el segundo capitán ha perdido su autoridad en la isla, la orden ni siquiera ha sido dada, su acto ha resultado nulo y sin efecto, se trata de un intento frustrado de dar una orden, pero no se ha constituido en una orden genuina. Ahora bien, el intencionalista (internista o no) no tiene por qué conceder sin más esa intuición. Así, en Récanati (1987) se sostiene que..no es necescrio estar en una posición de autoridad para dar una orden; un soldado puede dar una orden a su oficial, incluso aunque su orden tiene pocas posibilidades de ser obedecida" (Récanati 1987:2I3). Para Récanati, pues, lo que habría ido mal para el hablante en la segunda situación parece consistir en que una orden que, suponiendo que las intenciones del hablante estén <en reglar, es irreprochable (esto es, es una orden perfectamente consumada) no ha sido obedecida por el oyente o receptor de la misma, y en consecuencia su contenido representacional no ha sido satisfechol8. Si se trata de intuiciones, a estas alturas resultará evidente que las mías están más cerca de las de Austin que de las de Récanati. A mi modo de ver, un hijo pequeño no podría dar órdenes a su madre excepto quizás en circun.tlncias nruy excepcioneles (por ejenrplo, si fuese un pequeño emperador). Como mucho podrá hacer peticiones especialmente apremirntes: o exigir, ye que le: exigcncics perecen fundadas más en el derecho legítimo que uno tiene a algo que en la autoridad o superioridad sobre el interlocutor; o incluso puede amenazar ("iSi no me compras una piruleta lloraré!"). Pero lo que no puede es ordenar. Y lo mismo ocurre en el caso del soldado y el oficial, y también en el del alter-capitán y el alter-marinero. Claro que, obviamente, no nos podemos quedar en un mero intercambio de intuiciones. Mi intención en lo que sigue es aportar argumentos a favor de un punto de vista externista como el defendido por Austin.
8.
I Véase, a este respecto, el an¿ilisis intencionalista de las órclcnes pr()puesto ( rl ef capítulo II. En ól no se exige clue el hablantc tenga autoridad efectiua sobrc cl ovt'rr tc, sir.ro sólo clue intente que su autoridad sea reconocid:r y que ese recorrotinrit'nlo
constituya partc de las razones del oyentc para actuar.
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Podemos comenzer, en une línea vagemente austin¡rne, intentando encontrar algún apoyo en el lenguaie corriente, examinando algunas frases hechas comunes acerca de las órdenes, aunque dudo mucho que los giros ordinarios nos proporcionen una base segura a la hora de dar laraz6n a Austin o a Récanati sobre este asunto. Por una parte, es común que los niños (sobre todo) digan cosas como "iTú no mandas en mí!r, como una forma de comunicar que no reconocen la autoridad que su interlocutor parece estar arrogándose, implicando que la orden intentada ha resultado desafortunada puesto que es imposible dar órdenes en esas circunstancias' En términos austinianos, esos hablantes consideran que la supuesta orden es nula o sin efecto. Pero también decimos cosas como: "Esto es una orden> y "Usted no es quién para darme órdenes". En la primera expresión el hablante parece estar seguro de estar dando una orden, y no meramente intentándolo. I en la segunda, el mismo oyente parece estar admitiendo que la orden ha sido formulada, sólo que "sin derecho,, por así decirlo. Aun así, el reproche ("Usted no es quién,) es un síntoma de que se percibe algo anómalo en el acto, de que éste
no se considera como completamente afortunado, de que se siente que le falta algo importante. Recordemos que para Austin no todas las condiciones de felicidad constituyen condiciones necesarias para
la realización de un acto ilocucionario, sino que algunas tienen un estatuto más débil, como condiciones para la total fortuna o irreprochabilidad del mismo. De ahí la distinción que hace entre un d¿sacierto (misfire), que consiste en el fracaso a la hora de que se cumpla alguna condición absolutamente necesaria para que una emisión tenga una fuerza determinada, y ún abuso (abuse), que consiste sólo en el fracaso a la hora de llevar a cabo el acto ilocucionario de que se trate en toda su plenitud y de un modo completamente irreprochable. Así, podemos distinguir el caso en el que una orden ni siquiera ha sido dada, de aquel otro en el que ha sido dada pero no de un mcldo plenamente satisfactorio porque "le falta algo", y estos dos casos, a su vez, del caso en el que una orden ha sido dada con toda propiedad pero es desobedecida por el oyente. Alternativamente, podemos interpretar esas expresiones ordinarias de un modo similar a como interpretamos la expresión: "Sé que me engañas,. Esa afirmación, tomada literalmente, parece encerrar algírn tipo cle contradicción (si no lógica, al menos pragmática). A no puccle errgañer e B a menos que B no detecte el engaño. Por eso, esa rrfirnracitin s
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PALABRAS AL VIENTO
Xf ERNISMO ILOCUCIONARIO
no lo estás consiguiendo> o <Sé que tratas de engañarnre,. Análogamente, podríamos parafrasear üú no eres quién para darme óráenes> como "Intentas darme una orden, aunque ncl lo estás consiguiendo porque te falta autoridad para ello', y .Esto es una orden, como "Esto trata de ser una ordenr. O podemos interpretar la expresión de quien añade a "iTrae leña!" la aposrilla (o.comentario parentético"): "Es una orden" de un modo similar a como interpretamos la siguiente inscripción en los baños de un resraurante: ,.Le agradecemos que mantenga limpio el servicioo. Ahí todavía no se sabe si se dan las circunstancias que hacen apropiado el agradecimiento, pero, por así decirlo, se adelantan, dándose por hecho que se van a dar. Ahora bien, si un cliente deja sucio el baño no diremos que el agradecimiento se ha producido de todos modos. De un modo paralelo, el que dice: .Es una ordenr, se arroga por adelantado su autorided sohre el oyenre. pero si resulte qu".n realided no posee () no se le concede esa autoridad no se considerará que ha clrden¿ldo nada. En realidad, no creo que podamos resolver definitivamente la cuestión moviéndonos sólo al nivel de las intuiciones pre-teóricas cr investigando simplemente los giros ordinarios. Es posible, como sugería al comienzo de esta obra, que exista un cierto mentalismo de sentido común acerca de lo que venimos llamando ula fuerza de una emisión", que quizás se haya sedimentado en determinados modos comunes cle hablar. El propio Austin, en su artículo .Otras mentes)>, admite, precisamente en este punto, una ambivalencia en lo que decimos ordinariamente (Austin 1946: I07). Si esto es así, harán falta buenos argumentos para justificar teóricamente un punto cle vista externista fuerte como el que defiendo en esta obra. De todos modos, debcmos juzgar una teoría acerca de la fuerza por sus virtucles explicativas globales, y no sólo, aunque también, por su capacidad para responder a las intuiciones pre-teóricas de la gente común. Siguiendo a Austin, podemos dejar la primera p:rlabra al lenguaje corriente' pero la úrltima depende, sobre t.do, de los fines teóriccls que
de la Tierra se refieran al agua o a la artritis cuando están en la Tierra, mientras que los habitantes de la Alter:Tierra o, en el caso de Burge, los imaginados en determinadas situaciones contrafácticas se refieran allí al alter-ague, que no consiste en HrO, sino en XYZ, o a la alter-artritis, que difiere de la artritis en que afecta a algunos músculos, y no sólo a las articulaciones. Se trata, por eiemplo, de que si un habitante de la Tierra viaiase a la AlterlTierra y dijese: "Esto es agua>, las condiciones de uerdad de su emisión seguirían atadas ri gidamente al agua de la Tierra, con lo cual si estuviese señalando una muestra de alter-agua su emisión sería falsa' Esto es, si un hablante de la Tierra y otro de la Alter:Tierra son ubicados en las mismas circunstancias de emisión (o frente a muestras de la misma sus-
persigamos (Austin 1956-1957
orden, la otra un mero intento de ordenar), pero compartían sus condiciones de éxito o condiciones ilocucionarias, aq.uello que determina la fuerza efectiva cuando fijamos las circunstancias de la emisión. tsl mentalista/internista podría entonces sentirse a salvo
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777).
iPodemos sobrepasar más decididamenre el ámbito de la mera confrontación de intuiciones y ofrecer alguna argumentación adicional a favor del punto de vista externista? A mi modo de ver. sí. pero antes debemos volver a nuestra distinción entre la fuerza y las concliciones ilocucionarias de una emisión. En los conocidos casos ol¿rnrcados por Purncm o Burge conro perte de una argumenrecir'r¡r n lnvor del externismo del contenido, no se trata sólo de que los h¡ble'rcs
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tancia) podría resultar que lo que uno dice sea verdadero y que lo que el otro dice sea falso, a pesar de que son gemelos individualistas. Si el externista semántico lleva razón, entonces el entorno físico y social determina las condiciones de verdad de las emisiones (la y no sólo su ualor de verdad. La emisión "proposición" expresada), de .Esto es a€lua> por parte de un sujeto terrestre es verdadera si y sólo si la muestra relevante es H2O, mientras que la ernisión de "Esto es agua> por parte de un sujeto alter-terrestre es verdadera si y sólo si la muestra relevante es XYZ. Sin embargo, aparentemente al menos, las cosas no funcionan de manera análoga para el caso de las fuerzas de las emisiones de Jurn y de Alter-Juen. La siguiente línea de razonamiellto se presenta como plausible. Tiaslademos a Juan a la isla alter-terrestre y a Alter-Juan a la isla terrestre, sin que se den cuenta del cambio. Juan se encontrará con que el marinero de allí no reconoce su autoridad y parece entonces que su emisión dejará de conter como una orden. Paralelamente, Alter-Juan se encontrará aquí con un marinero sumiso y su emisión pasará a contar conlo una orden' Se podría concluir entonces que las emisiones originales de los gemelos individualistas diferían, en todo caso, en cuanto a su fuerza efectiva (una era una
considerando que los estados mentales (individualistas) son los que contribuyen ccln exclusividad a la determinación de las condiciones ilocr¡cirlrrarias clc una emisión, determinando de ese modo una funcirin c¡rc, clrrcla une circtlnstencia de emisión nos da como valor una rr ofrrr lirt'rzrt ilocuciottrrrirr (o, rr vcces, ningttna). Adcrnás, podríe ar-
t2]
PALABRAS AL VIENTO
gumentar que una doctrina que apele a las circunstancias de emisión, como determinantes de la fuerza efectiva de las emisiones, no merece el apelativo de uexternismo" ilocucionario sino, en todo caso, de "circunstancialismo" ilocucionario. un externista genuino acerca de la fuerza debería mostrarnos que es posible que dos gemelos individualistas, situados en circunstancias de emisión idénticas o equiparables, emitan palabras con fuerzas ilocucionarias diferentes. Lós gemelos de nuestro experimento no parecen ilustrar ese externis;o
Podemos respaldar todavía más nuestras intuiciones imaginándonos que tanto el código terrestre como el alter-terrestre establecen severos castigos para los casos de desobediencia a las órdenes de
un superior. Enfrentados a sendos tribunales, si se prueba que el marinero de la Tierra se ha negado a ir a buscar leña será declarado culpable; mientras que si se prueba que es el marinero de la Alter-Tierra el que se ha negado éste será seguramente absuelto, ya que se considerará que no ha desobedecido orden alguna, esto es, que no se le había dado ninguna orden. Es cierto que si ponemos a Alter-Juan en las circunstancias de emisión de Juan todo sucederá aparentemente como si hubiese dado una orden, En particular, el marinero sumiso traerá leña como resultado de su emisión. Pero aquí las apariencias nos engañan. Lo que habría ocurrido en ese caso sería simplemente que el marinero ha' bría interpretado equiuocadamente las palabras de Alter-Juan como una orden. Si alguien lo sacase de su error, informándolo acerca de quién es realmente su interlocutor, probablemente dejaría de estar dispuesto a hacer el trabajo. Que el oyente pueda estar equivocado con respecto a la fuerza de la emisión del hablante no debería sorprendernos más que el hecho de que el propio hablante pueda estar equivocado al respecto. Desde la perspectiva externista puede suceder que tanto el hablante como el oyente estén equivocados con respccto a cuál es la fuerza de la emisión del hablante, y que la cuestión sólo pueda decidirse desde el punto de vista de un espectador bien situado, un espectador que tenga en cuenta todos los aspectos ilocucionariamente relevantes que rodean a la emisión. Así planteado, el experimento muestra que las condiciones de éxito de las emisiones de Juan y de Alter-Juan son diferentes. Al menos, el argumento tiene tanta fuerza como puedan tener los correspondientes argumentos para el caso del contenido representacionalSi se transporta a un capitán de la Tierra a la Alter-Tierra su autoridad para dar órdenes no viajará con é1, ya se encuentre dentro o fuera de un barco. Para ello tendría que ser reconocido como capitán por las instituciones de allí, tendría, por así decirlo, que conualidar su título. La autoridad de Juan está pues vinculada de modo rígido al entorno social terrestre, mientras que la autoridad de Alter-Juan lo está al entorno social alter-terrestre. El imaginar que existen diferencias en los articulados de los respectiv()s cricligos es, si bicr.r se mira, sólo un artificio útil pero inesencial cn nucstr¡ lr¡pnrentaci
ilocucionario genuino. A mi entender, esa línea de crítica puede ser contrarrestada. De hecho, cuando observamos detenidamente nuestro experimento mental la analogía con los experimentos putnamiano, o trrg."rro,
para el caso del contenido se revela como casi completa. para aclarar este punto elaboraré algo más la diferencia entre las circunstancias externistas de las emisiones de ambos gemelos. podemos especificar una diferencia en los entornos sociales de Juan y de Alter-Juan que no afecte en absoluto a sus propiedades individualistas de la siguiente forma. Supongamos que en los códigos de marina de la Alterfie rra se indica expresamente que un capitán pierde su autoridad sobre un marinero cuando ambos están fuera del barco, mientras que en
los códigos de marina de la Tierra se estipula que un capitán conserva su autoridad sobre un marinero sea cual sea el lugar en el que ambos se encuentren (si esto es verdad o no, por supuesto, carece de importancia para seguir el ejemplo). Estas diferencias en los códigos no se reflejan en los esrados mentales de Juan y de Alter-
Juan, porque ambos han olvidado
o, siendo malcls estudiantes, nunca llegaron a aprender, las partes relevantes de los códigos respectivos. En definitiva, la auroridad de Juan y la de Alter-Juan pro_ vienen de instituciones diferentes aunque similares en casi todos sus aspectos.
Las intuiciones externistas acerca de las órdenes podrían ahora reforzarse en los siguientes términos. El alter-marinero. que sí conoce el código. y lo lleva consigo, y puede mosrrárselo e Alter-Juan si lo cree necesario, está justificadc¡ aIa hora de responder al aite.-capitán: "Aquí somos iguales, así que usted no es quién para darme
órdenes". El alter-marinero cumpliría aquí un papel similar al del médico de Burge, cuando le dice a su paciente que no puede tener artritis en el muslo porque la artritis es una enfermedad esrrecíficrr de las articulaciones. De un modo análogo, el alter-marinero prrcclt' mostrarle al alter-capitán que sus palabras no constituyen e' realidad una orden.
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los dos capitanes y, por tanto, en las condiciones de éxito de sus respectivos actos lingüísticos. Aunque los códigos contuviesen artículos
idénticos, para poder dar órdenes en la AlterlTierra Juan tendría
igualmente que convalidar allí el título de capitán obtenido aquí, antes de tener el derecho a dar órdenes. Quizás no esté de más aclarar que no se quiere decir que el alter-capitán no haya hecho nada. Lo que se quiere decir es, sirnplemente, que no ha dado una orden. Pero seguramente habrá hecho algo (además de hacer el riclículo), algo como intentar dar una orden. E,sto está en armonía con lo que Austin comenta en relación con un ejemplo diferente: la asunción de un cargo. Según é1, predicar la calidad de nulo o de carente de efecto a un acto "no significa decir que no hemos hecho nada; podemos haber hecho muchas cosas ejemplo, podemos haber cometido el delito de usurpar un -por pero no habremos hecho el acto intentado, esto es, asumir cargo-, el cargou (Austin 1962: 58)te. Creo que Austin apunta al externismo, y no meramente al convencionalismo, cuando en el contexto de una reflexión acerca de las acciones en general afirma lo siguiente: ,lTenemos que estar siempre preparados para distinguir entre 'el acto de hacer rr', esto es, de lograr x) y'el acto de intentar hacerx', (Austin 1962:150). Si podemos plantear escenarios como el del experimento mental que acabo de diseñar es porque para que algo cuente como una orden no basrx con intentarlo. Además, uno debe ester convenientemente situado en su entorno, que no se reduce a las circunstancias inmediatas de la emisión, de modo que posea una legítima autoridad con respecto x quien la recibe. Podernos concluir entonces que nuestro experimento demuestra que, al menos en algunos casos, podemos defender el externismo en
relación con las condiciones ilocucionarias, y no sólo en relación con las fuerzas efectivas de nuestras emisiones. Podemos suponer que Juan y Alter-Juan son equiparables "de piel para adentroo, que
son idénticos en cuanto a todos los tipos neurofisiológicos que ejem-
plifican, que sus "corrientes fenomenológicasu son indistinguibles hasta el momento de la respuesta por parte de uno u otro interlocutor, etc. El caso
es
que sólo Juan ha conseguido dar una orden, y que
19. Éste no es el ejernplo original de Austin, sino el que proponen los traducto rcs cn sustituciíin cle aquéI. El ejemplo de Austin es el de cometer un ¿cto rle bigentil ¿l tlecir "Sí t¡uiero". Clometer estc acto, a pesar del nombre, no significir que cl lrígrr Ino sc ha c¿rsaclo clos veces (Austin 1962, cd. inglcsa: l7).
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sólo él está capacitado para dar una orden en esas circunstancies. Quizás Alter-Juan ha intentado dar una orden, pero no ha conseguido en sus circunstancias, ni podría conseguirlo aunque pudiésemos transportarlo a las circunstancias de Juan, que su emisión se cargue con la fuerza de una orden. El mentalista-internista todavía podría argumentar que los estados mentales de los gemelos determinan al menos una función que para cada entorno físico-social (que en nuestro caso incluye la vigen-
cia de determinados códigos ligados a determinadas instituciones) nos daría a su vez una función de circunstancias de emisión a fuerzas efectivas. Esta función sería algo similar, para el caso de las fuerzas, al cdrácter kaplaniano (Kaplan 1977 y t989)20. El externismo con respecto a las condiciones ilocucionarias todavía sería compatible, entonces, con la tesis según la cual las intenciones comunicativas complejas de tipo griceano (interpretadas de un modo internista) constituyen una condición necesaria para que nuestras palabras se carguen con cualquier clase de fuerza, o al menos con cualquier clase de fuerza paradigmática. Aunque esta tesis puede ser puesta también en duda, en todo caso me parece que si conseguimos que el internista admita que las condiciones ilocucionarias están hasta ese punto determinadas por el entorno habremos conseguido que modere muy considerablemente su postura. Cabe señalar que, a pesar del evidente paralelismo con los argumentos externlsras para el caso del contenido, el externismo ilocucionario es independiente del externismo semántico. Supongamos que los contenidos mentales de nuestros actores son diferentes por las consabidas razones aducidas por el externista semántico. Así, si Juan ordena a Pedro ir a buscar agua, el contenido proposicional de su orden es diferente del de la orden frustrada de Alter-Juan (uno hace referencia al HrO, el otro aIXYZ). Pero lo que nos interesa saber es si las condiciones ilocucionarias son diferentes. Y me parece que el experimento mental que acabo de presentar muestra que sí
lo son. Por otra parte, el experimento milita a favor del externismo ilocucionario, y no meramente a favor del convencionalismo ilocuci<-lnaricl, porque podría haberse construido de tal modo que no estuviésemos en presencia de procedimientos convencionales en el sentido cle depender cle institucit-rnes extre-comunicativas como la institu-
29. l]|r cl crrpír¡lo il tle Foclrr t,ts,, rlt'l cortlt'rlirlo lltetltrtl.
(I
9ll7)
se clcfiende una estrxtegia
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paralelir parir el
ción de la marina. Si Juan apunta simplemente a la leña y luego a un lugar cercano a sus pies, suponiendo que ése no sea un pro..ái-i.nto convencional para ordenar, el experimento podría repetirse. pedro puede obedecer, mientras que Alter-Pedro puede quedarse tranquilamente sentado, haciendo ver que no acepta la autoridad de AlterJuan, o podría no entender los gestos de Alter-Juan como una orden, etc. Ni los llamados
21.
Así: "Sólo con respecto a los actos ilocucior-rarios ordinarios, ¡r9 cgnverrci¡-
nales, se asume usualmente que son definibles en términos griceanos, (Récanati,
I 9ll7 176)' véase también Bach y Harnish (1979: cap. vl). La idea procede cle Srr;rws,rr
(1964\.
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pectivas emisiones: démosle un garrote a Alter-Juan y estará amenazando. Sin embargo, dado que se supone que los emisores pertenecen a especies con historias evolutivas diferentes e independientes, se podría sugerir lo siguiente: aunque si Juan y Alter-Juan empuñasen un garrote estarían en posición de superioridad sobre pedro y Alter-Pedro respectivamente, la superioridad de Juan dependería ri gidamente de la vulnerabilidad de Pedro (o de la vulnerabilidad de los habitantes de la Tierra en general), mientras que la superioridad de Alter-Juan dependería rígidamente de la vulnerabilidad de Alter-
Pedro (o de la vulnerabilidad de los habitantes de la AltertTierra), con lo cual sería un simple accidente que la posición de superioridad del hablante se conservase en caso de viaje interplanetario. En todo caso, la autoridad o superioridad no depende nunca sólo de la voluntad o de las creencias del emisor. Ciertamente, sería difícil construir experimentos como los que ecabo de presenrxr pare rodos los fectorci a los que .n .l ,p".rrdo 2 de este capítulo he llamado , puesto que muchos de ellos parecen formar sólo parte del contexto o circunstancias de emisión, y no contribuir a la constitución de las propias condiciones ilocucionarias. No sería posible entonces construir para toclos esos factores experimentos mentales como el anterior. en el que se nrostrasc que no sólo la fuerza efcctiua es diferente parc ce.la gemelo, sino que también lo son las condiciones ilocucionaria.s de sus resDecrivas emisiones, es decir, cquello que determinc la fuerza efecriva cuando se fijan las circunstancias de la emisión. Por ese motivo. puede ser importante distinguir entre los factores .,circunsranciales.. y los factores <externistas) que determinan una fuerza efectiva, aunqlle yo voy a seguir utilizando la etiqueta uexternismo (fuerte)" para cubrir ambas clases de factores constitutivos de la fuerza. La razón cs que ambos aspectos están involr-rcrados cuando de lo que se trata es de refutar el punto de vista intencionalista (interpretado o no cle un modo internista) de que es posible dar un análisis de cada fvterza en términos de condiciones necesarias y suficientes de carácter psicológico.
5.2.
Promesas
l)cterrgárnonos ahora en el cascl de prometer. Cuando el intencionaliste afirrna c¡re e I antir.nentalismo convencionalista de Austin obtierrc srr ¡rlrrtrsibilidacl cle haber elegido como casos paradigmáticos Ir¡r'rzrrs (luc crl realirl¿rd son rnrrrginales o p
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EXT ER N ISM O ILO C UC IO N A RIO
ce olvidar que tanto en "Emisiones realizativas> como en la conferencia I de Cómo hacer cosas con palabras el autor se apoya en e^ caso indudablemente central de las promesas (o' más bien, en el caso análogo de los juramentos) para justificar su eslogan de que "la palabra empeña". Austin contempla el caso de quien dice: "Mi lengua lo juró, pero no lo juró mi corazón,, para desacreditar el punto de vista mentalista según el cual prometer consiste básicamente en una especie de compromiso mental. Admitir una excusa así por parte de alguien que antes nos ha dicho: .Juro..., significaría, según é1, abrir las puertas a mentirosos y periuros. Voy a utilizar en este apartado las ideas de un autor que, inspirándose también en el antiindividualismo de Tyler Burge, parece tender en una dirección similar a la que yo mismo estoy defendiendo. and Me refiero a Steven Davis en su artículo
"Anti-lndividualism
Speech Act Theory,, (1994). Nos interesan fundamentalmente las tres últimas páginas de ese trabaio. En este caso nos encontramos con un hablante, Oscar, que posee un conocimient o incompleto de la noción de prometer. Podemos asumir, para los efectos del argumento, que en Searle (1969) se presenta un análisis correcto de las reglas constitutivas del prometer' y qn. Ór."r conoce todas esas reglas, excepto una: no cree que una condición necesaria para prometer que p sea que la promesa lo coloca a uno ba¡o la obligación de hacer p: 'aunque piensa que es nlejor mantener sus promesas que no hacerlo, no cree que se Senere ninguna obligación" (Davis 1994: 217). Supongamos entonces que Óscar le dice a un conocido: .Prometo ir a tu fiesta". Según Davis, Óscar estaría haciendo una promesa mediante su emisión, a pesar de
su desconocimiento de la "condición esencial" para prometer. ¿En qué se basa ese autor para defender esa postura' aparentemente extraña? Mejor dejarle hablar a él: es que a pesar de no conocer la condición esencial para prometer, deberíamos considerar a Oscar como habiendo hecho una promesa. Nuestras razones para ello son que él puede de modo obvio usar <prometer> correctamente en una variedad clc contextos y que puesto que es un hablante adulto del lenguaie, él debería conocer la condición esencial para prometer. Prometer es como la le¡ más que como un iuego. La ignorancia no es una defensa. Estamos ligados por la ley y podemos cometer infracciorrcs incluso cuando somos ignorantes de una ley en particular (Davis, 1994: 217).
Mi afirmación
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Esto es, Davis considera que la pertenencia de óscar a una comunidad lingüística que lo considera un miembro normal hace oue sus palabras sean interpretadas según los estándares públicos, y no según sus propias concepciones privadas. Además, Davis prosigue en una línea burgeana imaginándose una situación contrafáctica en la que.la palabra (prometer,.fuese usada por una comunidacr lingüística de un modo diferente del nuestro, precisamente de un moáo tal que se eliminase la regla según la cual uno queda obligado por sus promesas. El Óscar contraiáctico no esraría prometiádo .rando dice: .Prometo ir a tu fiesta, porque en ese caso su uso privado de la palabra sería perfectamente adecuado al uso extendidó en su c'munidad lingüística, pero no significaría en absoluto lo que <prometer" significa para nosotros22. una diferencia entre las órde'es y las promesas riene que ver con el eslogan austiniano de que la palabra empeña. Esto es nrí.,.r"rrdo el ejercicio de una fuerza supone alguna ábligaciOn para el ha_ blante, como es el caso de las promeror, upu.rt"Jy d.-á, compro_ misivos. El experimento de Davis muestra que determinado, ."rgo, del entorno social hacen que la promesa de alguien qu. no poi.. todos los esrados menrales que explicitarían lai .eglai y .o.,ái.iones para prometer es considerada de todos modos como una Dromesa genuina_y acarrea por lo ranro la correspondiente obligación. En el caso de las órdenes, sin embargo, lo que ocurre es que él éxito de la ilocución supone una obligaciónpara el oyente,y aqui lo que ten_ dríamos que decir más bien es que la palabra del hablante, en'las cir-
cunstancias apropiadas, ernpeña o compromete al oyente. No obstante, también el hablante quedaría empeñado en el sentido de haber
realizado un dererminado acto de habla (una orden), que podría
te
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ner para él consecuencias desagradables (pensemos en un oficial que. enfrenrado e un tribunel de guerra, iniente defenderse dicien.22. SóIo una cosa me parece que no se sigue en lo que dice Davis. Él afirma quc en Ia situación contrafáctica, puesto que nadie tiene la noción de prometer nadie puerlc lracer pronesas (Davis 1994: 217). ipor qué no?, p.dentos pr"gurr,".nur.
Si'nusotros
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do que sólo quiso <sugerir> a sus soldados que avanzasen en una determinada dirección, y qtle, por esa razón, ninguna orden suya le hace responsable de la calamitosa derrota). Otra diferencia importante entre los dos experimentos reside en que el caso del alter-capitán se presenta como un caso-F (un caso de fracaso ilocucionario) debido a determinadas circunstancias externas, mientras que el caso de Davis se presenta como un caso-E (un caso de éxito) en virtud de que se dan ciertas circunstanctas externas. Una tercera diferencia consiste en que mientras que el capitán que intenta en vano dar una orden en la isla tiene un conocinliento incorrecto, si no de lo que se requiere en general para ordenar, al menos sí de cuál es el ámbito en el que puede ejercer su autoridad como capitán, el habl:¡nre de Davis quc promete tiene un conocimiento incompleto de las condiciones para prometer. El experimento de Davis puede verse entonces como una fórmula para desafiar cualquier condición necesaria de carácter mentalista-internista que se quiera imponer sobre una fuerza. Simplemente, deberíamos suponer, en primer lugar, que un hablante -FI desconoce esa condición ¡ en segundo lugar, que H utiliza una fórmula realizativa explícita que es convencionalmente utilizada en su comunidad lingüística C para realizar un acto ilocucionario de la clase l que estemos contemplando, en las circunstancias que concurrían. Se concluye entonces que H ha realizado un acto de la clase I en virtud de su pertenencia a C, y a pesar de su conocimiento incompleto de las condiciones para realizar I mediante la fórmula realizativa en cuestión. Esto supone entonces un desafío radical para el mentalismo internista, incluso para las formas más débiles que afirnlen que algunas condiciones mentalistas-internistas son innegociables en el sentido de que deben estar necesariamente presentes para que tal o cual fuerza pueda ejercerse. Para cada una de las condiciones mentalistas que se consideren necesarias para la presencia de una fuetza, el externista puede construir un caso de un hablante que no cumpla con esa condición, pero que, en virtud de su pertenencia a determinada comunidad lingüística, produzca una entisión con la fuerza en cuestión. Sin embargo, no debemos llevar esa estrategia externista demasiado lejos. Seguramente, no consideraríamos que un loro o un extranjero que repitiesen mecánicamente las palabras "Prometo ir a ttr fiesta' estaban prometiendo algo, por bien situados en su entortl() externista que estuvieran. Prometer y bautizar son' en este ¿spect()' fuerzas bastante diferentes, puesto que al que hace una pr()lllcsrl sc le requiere cierta responsabilidad y conocitnicllto clc c:'ttlsrr prlrrl (ltl('
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podamos tomárnoslo en serio, mientras que al que bautiza se le pide sobre todo que haya sido designado para ello mediante un procedimiento adecuado y que pronuncie las palabras correctas. La postura de Davis en esre punro es similer a Ia que edopta Burge (tUiO¡ con respecto al contenido mental. como se afirma en el téxto anteriormente citado de Davis, si atribuimos a ósc"r la propiedad irocucionaria de estar haciendo una promesa, a pesar de su conocimiento incompleto de las condiciones o de las reglas para promerer, es porque puede demostrar en muchos contextos su calidad de habrante competente' bien atento a sus obligaciones lingüísticas. para Davis. si supiésemos que el hablante tiene un conocimiento radicalmente incorrecto de la noción de prometer (si creyese, por ejemplo, que <prometer> significa lo que uaborrecer, significa para nosotros) áe_ beríamos absrenernos de atribuirle la propiedad ilocucionaria en
cuestión. De modo similar, como afirma Burge, podemos atribuir a un sujeto psicológico la propiedad de tener creencias acerca de la artritis, a pesar de su creencia incorrecta de que la artritis puede afectar al muslo, dehido e que es un hablante conlperente del castelleno que puede usar correctamente la palabra .artritis, en una amplia gama de contexros: piensa (y dice) que ha tenido artritis desde hace años, que es preferible rener artritis que tener cáncer de hígado, que cierto tipo de dolores son característicos de la artritis, y asiruc.riu"mente (Burge 1979: 318). En definitiva, el experimenro que acabo de presentar no impli_ ca Ia irrelevancia total de las condiciones mentalistas para la constitución de una Íuerza ilocucionaria paradigmátic", sí sirve "u'qu. para poner seriamente en duda que quepa considerar a algunas de esas condiciones como condiciones absolutamente necesarias cuya ausencia producirá automáticamente un fracaso a la hora de realizar un acto ilocucionario con una determinada clase de fuerza. Esto es, el experimento pone en cuestión que se produzcan automáticamen_ te udesaciertos> o actos ilocucionarios nulos sólo porque er hablante no haya interiorizado o no tome mentalmente en consideración tales o cuales condiciones o reglas23. 2-J' Inclus. frltisof.s t¿1. claramente pr.clives al mentalism' conro Soerber v llilsr¡n soll r('il(i()\ ít iltclr¡ir l,,s lct¡¡: Jq h.rhll dentro Jc su csruJio d. l,r .c,,mturie,r_
crrin ostcrrsivo-inferencialo, precisamente porque muchos actos de habla "pueclen eie_ tut¡rsc s¿rtisf:rctorirrrrrentc sin ser iderrtificados como tales ni por el hablante ni p6r el
()vcr)tc' (Spt'rllt'r y wilson, l9lt6: 29ti). curiosaÍnente, los ¿rutores ilustran esa tesis titrllltlo vrtrios tlt los crtsos prcferitlos tle los intencionalistas: ¿firmar, hipotetizar. su¡itIir, rlt'cl;rr,rr, rrtgrrr, srr¡rlicrrr, trigir, rvis.rr ) .lnrclr.lz.lr, v consiclcr:¡r.¡t,e n.r re ripli-
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Un argumento a favor del externismo ilocucionario, similar
al
que acabamos de exan-rinar, se puede obtener de un modo bastante directo a partir de uno de los eiemplos que se manejan en Burge (1979), el que tiene que ver con la palabra en alguien utilizando oblicuamente (o de dicto) la palabra el contexto de cláusulas-que (como s¡ .Juan cree que su padre ha firmado un contrato esta mañanar) tengan un contenido (y una extensión) que se corresponda con la noción normativemente correctar y no con la concepción considerada de modo individualista o de acuerdo con las concepciones particulares del hablante. Burge está argumentando a favor del externismo acerca del contenido representacional, y no me voy a detener aquí en si es o no acertada su argumentación (a mi modo de ver, lo es). Me interesa tan sólo señalar que, sl su argumentación externista funciona para palabras como , tendremos en nuestras manos también un ar-
gumento a favor del externismo ik¡cwcionario, siempre que aceptemos (lo cual parece plausible) que hacer un contrato es un acto ilocucionario de tipo institucional similar a bautizar o a dimitir (pre-
fiero decir uhacer un contrato" y no "firmar un contrato)' ya que asumo que es verdad que a veces uno puede realizar contratos verbalmente, algo con respecto a lo cual yo mismo habría estado equivocado antes de leer a Burge). Si alguien puede hacer un contrato incluso cuando no sabe que lo está haciendo, debido a una concepción errónea como la señalada, entonces, no sólo ocurre que los contenidos mentales cuando uno piensa en contratos, o los contenidos lingüísticos cuando uno habla acerca de contratos, están determinados iocialmente, sino que también lo estará la fuerza de nuestras palabras cuando uno dice determinadas cosas que acaban contando contct ca a lcrs actos.institucio¡¿1g5,, entre los que incluyen promcter, ittnto c"tr ;lp('srlr' cleclarar la guerra y agradecer. Sin embargo, a mi modo de ver, los actos "institucl()¡¿1s5, son los que más claramente pueden ejecutarse felizmente de un nt.cl. It. ilttencional. Es a illos a los que se aplica, en primer lugar, la máxim¿r austinirrttrr tlc t¡ttt' l.r prl¿hr¿ dada nos ohligr.
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la realización de un contrato. Tenemos aquí, por tanto, la posibilidad de casos-E, casos en los que uno tiene éxito a la hora áe realizar determinados actos ilocucionarios a pesar de que nada en los estados mentales individualistas sirve como respaldo de tales actos. La ignorancia de la ley no nos libra de los compromisos legales que po_ demos estar adquiriendo al hablar. En casos así, uno é, lrgit*int, esclavo de sus palabras. Por otra parte, si quisiera hacerse di éste un "caso desviado,, similar al del que dobla distraídamente una apuesta, estaríamos hablando aquí, desde luego, de una ..desviaci5¡,. que no tiene mucho que ver con lo que es típico, ya que el caso enfaiiza precisamente que típicamente los hablantes desconocen que los contratos verbales lo obligan a uno. En general, un severo desconocimiento de grandes porciones del marco legal y normativo al que nos encontremos e peser de todo sometidos, es la regla más que la excepción en sociedades complejas como las nuesrras.
6.
Explicitación de la fuerza e indicadores de fuerza irocucionaria
Como hemos visto en el capítulo II, a partir de Strawson (1964) los intencionalistas han asumido que con un poco de paciencia e ingenio es posible ofrecer análisis en términos de las intenciones comunicativas del emisor para la mayor parte de las fuerzas ilocucionarias tenidas en cuenta por Austin, lo cual se presenta como un feliz encuentro entre dos importantes tradiciones dentro de la pragmática filosófica. Por mi parte, en esta obra estoy intentando juitificar una lectura antimentalista y externista de Austin, próxima a la que yo mismo defiendo. Sin embargo, no he tocado todavía un aspecto <1e la obra de Austin que parece, en principio, favorecer a los intencionalistas. Se trata de la cuestión de la explicitación de la fuerza, que Austin trata en la conferencia VI de su (1962), al hilo de su importente distinción entre realizarivos (o rctos ilocucionarios) primarios y realizativos explícitos. Consideremos las siguientes emisiones: 1) Tiae leña.
2) lré a tu fiesta. 3) El cochc de Juan no trrr
es
rojo, sino blanco.
Sitrr.clrrs cr clctcrnrinad.s contextos de emisión, 1) podría c.nc()'l() rrrlr
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PALABRAS AL VIENTO
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Ahora bien, si desconocemos el contexto, las tres se nos aparecerán como indeterminadas en cuanto a sus aspectos ilocucionarios (como también, cabe señalar, en cuanto a varios de sus aspectos semánticos o proposicionales). No sabremos muy bien cómo deben ser interpre,oánr, n pesar de que comprendamos el significado convencional de las oalaÉras utilizádas. A las emisiones de este tipo las denomina Ausiin realizatiuos Primanos. con respecto a los realizativos primarios podemos estudiar con cierta neutraliclad las ventajas y las desventajas de los enfoques mentalista y antimenralista acerca de la fuerza . El mentalista debería insistir en que para averiguar en estos casos la fuetza transmitida tenemos que indagar acerca de las intenciones comunicetivas u otros estados -e.ttalei del hablante. Así, por eiemplo, si para el hablante que emite 1) es válido el análisis intencionalista que hemos formul"do .n el capítulo II para las órdenes, entonces su emisión contará simple y llar-ramente .o-o urn orden, mientras que si se le aplica el análisis que hemos formulado para las peticiones cclntará como una petición. En cambio, el externista tendría que investigar también, y sobre todo, cómo son las cosas en el entorno, por ejemplo si el hablante tiene efectivamente autoridad sobre el oyente, antes de decidir cuál es la fuerza que está ahí presente. Ahora bien, Austin señala oportunamente que el hablante de una lengua sofisticada como el inglés o el castellano tiene a su disoosición toda una serie de recursos convencionales (como también, podríamos añadir, ciertcls recursos no convencionales o improvisaior), pnra hacer explícito cómo desea que sean tomadas sus palabras, esto es, cuál es la fuerza pretendida de su emisión' Así, si se
emiie 1) con un cierto rono autoritario, se estará explicitando que (stn se intenta ordenar más que pedir. Y si se añade a 2) algo como que realizar más prometer qulere porque se falta, será seguramente una vaga preáicción acerca de la propia conducta futura' Según Austrn, el ieiurso más sofisticado y efectivo del que disponen los hablantes de una lengua para explicirar la fuerza pretendida de sus emisiones es el que proporcionan los llamados uerbos realizatiucts, cuando se conjugan de una cierta forma. comparemos el carácter indeterminado-de l¡, 2) y 3) con la explicitud y falta de ambigüedacl de 1'), 2') y 3'): 1') Te ordeno que traigas leña.
2') Te prometo que iré a tu fiesta. 3') Obleto que el coche de Juan no
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Ahora bien, podría argumentar el intencionalista, parece bastan-
te evidente que quien decide hacer la explicitación es el emisor. Y parece igualmente obvio que lo que el emisor explicita por medio de sus fórmulas realizarivas explícitas no es orre cose que sus intenciones comunicativas, cómo desea que la audiencia tome sus palabras.
Y puesto que, según Austin, todo realizativo primario o no explíci-
to (dejondo de lado algunes excepciones como amenazar. regañar o insultar) es analizable en términos de una emisión en la que aparezca un verbo realizativo en la primera persona del presente de indicativo en singular, esto es, dado que toda fórmula ilocucionaria no explícita es explicitable, esto parece darnos una imagen global de la fuerza ilocucionaria según la cual ésta se halla baio el control mental del hablante, el cual decide si el contexro es lo suficienremente informativo para el oyente como para poder ahorrarse indicaciones ilocucionarias más precisas, o si por el contrario es preciso ser más explícito al respecto y valerse de algún indicador de fuerza ilocucionaria de entre los que la lengua pone a su disposición (cf. \üflarnock 1989: 126; este razonamiento parece estar también en la base del "principio de expresabilidad, de Searle 1969). iEs inevitable entonces una inrerpretación mentalista de Austin? iHay que interpretar su observación de que la fuerza de una emisión lingüística consiste en el modo en el que hay que tomar las palabras del hablante como queriendo decir que consiste en cómo el hablante desea o intenta que sean tomadas sus palabras? Creo que no. A mr entender podemos mantener una lectura en línea antimentalista de Austin a pesar de este problema derivado de la existencia de indicadores o uexplicitadores" de la fuerza ilocucionaria. Para empezar, recordemos una vez más la insistencia de Austin en que debemos estar siempre prestos a distinguir entre hacer x, o lograr x, e intentar hacer x. Siguiendo esta recomendación, podemos sostener que lo que un emisor explicita, cuando utiliza un dispositivo ilocucionario, no es la fuerza efectiua de su emisión, sino, en todo caso, la fuerza intentada o pretendida, esto es, cómo intenta o desearía que fuesen tomadas sus palabras. Como veremos en detalle en el próximo capítulo, en general un hablante tiene buenos motivos para csperar que la fuerza intentada por él coincida con la fuerza efectiva dc su emisirin, debido a que típicamente esrá bien informado Jccrcr dc lls condicioncs extcrnistes que envuelven a dicha emisión, rlunquc ye henros visto que esto no sucede siempre. l)c c¡rrr rr cvrrlr¡rrr cl irnpacto sobre la cuesti(in del mentalismo de lrrs corrsirlcrrrciorrcs sobrc lrr explicitebilidacl de la fuerz.a, voy ¿l coll-
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siderar brevemente por separado el caso de los realizativos explícitos y el de los realizativos primarios, comenzando por estos últimos. Cuando decimos que un acto ilocucionario es susceptible de una mayor explicitación no tenemos por qué comprometernos con la afirmación de que el que está en la mejor posición para realizar dicha explicitación es necesariamente el emisor. Como he señalado en el apartado 2, considero que para el caso de las obieciones, para el de las precisiones, e incluso para el de las afirmaciones, a menudo somos nosotros, los espectadores neutrales y que tenemos en cuenta todas las circunstancias objetivas relevantes, los que tenemos el derecho a calificar de oobieción", de .precisión, o de "afirmación, una emi-
en China, las autoridades de aquel país se negaron a entregar el avión hasta que los Estados Unidos pidiesen disculpas. Puesto que había habido víctimas chines, los americanos se rpresuraron a utilizar una fór-
mula ambigua como: .Expresamos nuestro más profundo pesar), que puede ser interpretada como una disculpa, pero también como una mera manifestación de sentimientos, lo cual no satisfizo en absoluto a los chinos, que insistieron en que los americanos debían utilizar úna fórmula no ambigua como: "Pedimos oficialmente disculpas
por lo sucedido". Puesto que podemos pensar que en este caso la ambigüedad de la ilocución inicial era deliberada (los americanos deseaban probablemente nadar y guardar la ropa, quedar bien al
nuestros actos de habla. Las razones para ello son diversas. A veces, por ejemplo, cuando decimos .iliae leña", nuestra intención es que el oyente (u otros hablantes que estén presentes) decida por sí n.rismo cómo debe ser tomada la ilocución. Esto es lo que Leech denomina la "negociabilidad" de la fuerza: "dejando lafuerza poco definida, s puede dejar a á la oportunidad de elegir entre una determinada fuerza u otra, de esa forma cede parte de la responsabilidad del significado a h" (Leech 1983: 7l). Esto explicaría la expresión común: ,Viniendo de é1, lo tomé como una orden". La tesis (externista) de que al menos parte de los factores constitutivos de la fuerza se negocian entre los inrerlocutores me parece muy plausible e interesante, y cligna de ser desarrollada con detenimiento (cf. Verschueren 1999). F.n otros contextos, menos cooperativos, lo que el hablantc pucdc tcrrcr en mente al decidir no ser explícito es "guarclarsc un .ls clr lrr rn¡rrga". Cuando hace algún tiempo un aviíln cs¡ría errrcric¡n() sc cstrcllt'r
mismo tiempo con los chinos y con su propia opinión pública, salvaguardando las relaciones internacionales a la vez que el orgullo nacional), en ese caso no puede aplicarse la tesis de que si el hablante hubiera querido habría podido ser más explícito con respecto a la fuerza pretendida. Ser más explícito habría sido tratar de realizar un acto lingüístico completamente diferente del realizado, un acto que no habría cumplido con los fines ilocucionarios deseados. La moraleja es que la fuerza de una emisión es a menudo un asunto bastante indeterminado, y que las teorías que ponen demasiado énfasis en los verbos ilocucionarios, o en la posibilidad en principio de explicitar la fuerza de cualquier emisión, como si cualquier emisión que nos encontremos tuviese que caer en alguna nítida categoría y ser definitivamente clasificada como orden, petición, promesa o afirmación, están probablemente desencaminadas. Ni el hablante tiene en muchos casos intenciones ilocucionarias demasiado claras, ni, cuando las tiene, esas intenciones son lo único que cabe tener en cuenta de cara a especificar qué acto ilocucionario ha sido realizado. Admitir la indeterminación en la fuerza de muchos actos ilocucionarios puede dificultar la construcción de teorías como la de Searle (y también la de teorías griceanas como la de Schiffer 1972), que parecen comprometerse con la tesis de que siempre existe, en los hechos, una base definitiva para decidir cuál es Ia fuerza de una emisión y en qué apartado taxonómico debemos colocarla. Pasemos ahora a considerar los enunciados introducidos por un vcrbo realizativo en primera persona del presente de indicativo en singular y voz activa, el paradigma austiniano de realizativo explícito. Her'¡ros visto también casos de este tipo en los que lo que se explicite no clepende completamente de las intenciones u otros estados nrcrrtrlcs clel cnrisor. Tenemcls, en primer lugar, casos de fracaso ilocucit¡nrrrio conro cl rlc cl
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l.]e
sión, cuando tomamos en consideración determinados rasgos del contexto discursivo o, en el caso de las afirn-raciones, la fiabilidad como informante del emisor. Esto es, somos nosotros los que hacemos la explicitación, los que consideramos, por eiemplo, que decir 3) en tales o cuales circunstancias sería equivalente a decir 3').
Además, plantear las cosas como si el habhnte tuviese siempre en mente la intención de realizar un acto ilocucionario específico, que pudiésemos caracterizar cl explicitar utilizando un verbo realizativo en primera persona del presente de indicativo, etc., supone desvirtuar gravemente los hechos reales sobre la comunicación. Cuando un hablante decide no ser explícito lo hace a menudo por razones muy distintas de la pereza, o de la economía, o porque cree que el contexto hace innecesaria una mayor explicitación. E,l mismo Austin, cuando traza su distinción entre realizativos primarios y explícitos, señala que a menudo nos conviene la ambigüedad o la indeterminación de
N
contexto en el que no es posible hacerlo. Por explícito que sea don Quijote, diciendo, por ejemplo: "Por la presente, lo reto a usted a duelo", alavez que abofetea o lanza el guante a su audiencia, no habrá conseguido que su emisión se cargue con la fuerza efectiva de un reto a duelo, y su emisión no deberá ser tomada como tal, aunque seguramente habrá conseguido transmitirle a una audiencia no totalmente desinformada acerca de los usos caballerescos del pasado cuál es la fuerza pretendida o intentada por él mediante su emisión. En segundo lugar, tenemos casos como los que se nos han presentado en los dos experimentos mentales que han sido discutidos en el anterior apartado. Ambos han sido planteados utilizando emisiones en las que se empleaban fórmulas realizativas explícitas. El hablante de Davis dice: .Prometo ir a tu fiesta,, y su emisión cuen-
ta, en efecto, como una promesa explícita. Pero, si el diagnóstico que hace Davis es correcto, lo que la hace una promesa es, en par-
Si lo que he dicho en este capítulo no está desencaminado, una fuerza ilocucionaria típica no está determinada en ningún caso únicamente por el significado convencional de las palabras que se emiten o, en general, por el significado convencional de los signos que han sido producidos. Podemos aclmitir que existen recursos lingüísticos convencionales especialmente dedicados a propósitos ilocucionarios, entre los que podemos citar los modos oracionales (declarativo, imperativo e interrogativo), la entonación, o el uso de los verbos realizativos en la primera persona del singular del presente de indicativo y voz activa. El significado convencional de esos recursos no reside e¡ su contribución a fijar el contenido representacional de las emisiones, sino en su contribución a la hora de determinar lafuerza de las mismcs. Cunnclo se utilizen expresiones pertenecientes r algún sisteme comunicativo convencional podemos decir que a veces el uso de una
expresión con un determinado significado convencional contribuye
te, que Oscar pertenece a una comunidad lingüística en la cual una de las condiciones o reglas para prometer dicte que quien promete queda automáticamente obligado por su promesa a cumplir con lo prometido. En ese caso, son los demás hablantes los que juzgan que las palabras de Oscar constituyen una promesa explícita. La utilización de la fórmula explícita es precisamente lo que hace que Óscar sea esclavo de sus palabras, lo que hace difícil que excusa alguna lo pueda librar de la crítica si finalmente no acude a la fiesta. Si al menos hubiera empleado un realizativo primario todavía podría haberse agarrado a una línea plausible de defensa, señalando que en realidad no quería hacer promesa alguna, sino una vaga declaración de intenciones, cuando di¡o que acudiría, y quizás podría conseguir que su ausenci:r le fuese excusada. Podemos cclncluir entonces que la existencia de indicadores convencionales de fuerza ilocucionaria, y la innegable evidencia de que a menudo los hablantes utilizan conscientemente esos indicadores para dejar completamente claras sus intenciones ilocucionarias, no son en absoluto incompatibles con una defensa plausible del antinrentel ismo ilocucionario.
decisiuamente a Íiiar la fuerza ilocucionaria de la emisión, en el sentido de que establece, en general, restricciones, a menudo muy fuertes, con respecto a los actos de habla que pueden estar siendo realizados sincera y literalmente mediante ejemplares de ese tipo, o en el sentido de que proporcionrn instrumentos -especialmente rptos" pare realizar ciertas clases de actos ilocucionarios mejor que otras (Récanati 1987 18). Por poner un ejemplo extremo, si digo: "Prometo venir mañana" es casi seguro que no estaré bautizando un barco con el nombre Qween Elisabetb. Pero esto tendrá que ver, en todo caso, con lo que podemos llamar el potencial ilc¡cucic¡nario del verbo realiza-
7.
otras
Significado lingüístico, significado del hablante y sign ificado pragmri t ict t
Las reflexiones anteriores pueden servirnos para explicar mejor en qué sentido se está defendiendo en esta obra una teoría de la fuerzr que no es intencionalista, pero tampoco convencionalista.
140
¡iy6 "pronreter" (y con el de "bautizar") cuando se lo utiliza en la primera persona del presente de indicativo en singular y voz activa. Seguramente, el potencial ilocucionario forma parte del significado convencional de deterrninados recursos lingüísticos como el umodou de la oración o la presencia de verbos realizativos conjugados de determinada manera. No se sigue, sin embargo, que uno pueda hacer una promesa (o cualquier otro acto ilocucionario típico) meramente en virtud de la emisión de palabras con el potencial ilocucionario adecuado. lncluso cuando se utiliza un recurso ilocucionrrio convencional con su potencial ilocucionario convencionalmente establecido. cos¿1s
tienen que salir bien para que el acto potencial se convier-
ta en un acto efectivo. Esto está en consonancia con lo que Austin dice
al cornienzo
cle su (1962) en relación con las emisiones realizativas:
F.rprcs:rr las prrl:rbras es, sirr clucla, por lo conrúrn, un episodio prinlr rcalizrci(rn clel rcto (de epos-
ciprrl, si rro c/ episoclio principal, en
t4l
tar o de lo que sea), cuya realización es también la finalidad que persigue la expresión. Pero dista de ser comúnmente, si lo es alguna vez, Ia única cosa necesaria para considerar que el acto se ha llevado a cabo (Austin 1962:49).
La fuerza ilocucionaria está, entonces, total o parcialmente determinada de un modo pragmático. Esto sería así incluso aunque fuese cierta la llamada "hipótesis realizativa", según la cual toda oración tiene, al menos en el nivel de su uestructura profunda", la forma de un realizativo explícito que cumple con el esquema: que "Yo V P", donde V es un verbo realizativo en la primera persona del presente de indicativo en singular y voz activa (cf. Ross 1970 y Sadock 1974). La fuerza de los realizativos explícitos típicos no es meramente una cuestión del significado "atemporal" de las expresiones explicitadoras o indicadoras de la fuerza, y esto se aplica tanto si sostenemos la distinción realizativo explícito uersus realizativo primario como si la abolimos por la vía de defender que en un nivel profundo todos los realizativos son explícitos. Los enfoques que pretenden (gramaticalizar,, la fuerza ilocucionaria cometen la denominada "falacia performativa,, que Geoffrey N. Leech resume en la tesis según la cual uun enunciado que contiene un verbo realizativo explícito es la forma canónica de un enunciado, (Leech 1983: 267). Desde un enfoque pragmático no es necesario considerar que la forma más explícita de ejercer una fuerza es la normal o canónica. Las restricciones que un determinado recurso convencional impone a los posibles actos ilocucionarios realizables mediante su utilización (no literal) son, por otra parte, tremendamente flexibles. Imaginemos un contexto en el que varias personas desean bautizar un barco con el nombre Qween Elisabeth, pero existe la prohibición oficial de poner nombres ingleses a los barcos. Esas personas podrían ponerse de acuerdo para montar un ritual clandestino, pero aparentemente público, en el que alguien dijese la primera cosa que se le viniese a la cabeza (por ejemplo: .Prometo venir mañana") y eso contase en secreto (para esa comunidad) como bautizar el barco con el nombre Queen Elisabeth. Aquí la fuerza estaría pragmáticamente determinada en un sentido muy fuerte. Se estaría utilizandcr un recurso convencionalmente diseñado, en principio, pera pronrcter, con fines ilocucionarios completamente distintos. Además, en el caso de los llamados .realizativos primarios", como "Vendré mañana", el potencial ilocucionario que se cleriv¡ clcl significado convencional de las palabras utilizadas es tan p()c() rcs-
l42
trictivo que la parte principal en la constitución de laftterza será dejada necesariamente al contexto. Y en actos ilocucionarios improvisados, como el de Diógenes echándose a andar como un modo de afirmar que el movimiento es posible, no habrá ningún potencial ilocucionario convencionalmente asociado a su acción de andar que contribuya a fijar la fterza de su acto significativo. En esre caso, todo será dejado o bien a los estados mentales de Diógenes o bien a las circunstancias externas no convencionales que rodean a su paseo. Ahora bien, icómo hay que entender la noción de significado pragmático de una emisión? La pragmática filosófica descendiente de Grice adopta como una de sus distinciones principales la que se daría entre el significado lingüístico (el significado esrándar, convencional o "atemporal") y el significado del bablante, que enrienden como lo que el hablante realmente quiere decir con lo que dice, y que muy a menudo va más allá de lo que el hablante literalmente dice. Lo común entonces es identificar lo que antes he llamado el slgnificado pragmáticct de una emisión con el significado (ocasional) del hablante. A veces, incluso se identifica la pragmática con el estudio del "sig¡ifis¿do pretendido por el hablante" (Yule 1996: 146). Pero esta identificación no me parece adecuada, por las razones que han sido aducidas a lo largo de este capítulo. El significado pragmático de un acto lingüístico consiste en sus propiedades representacionales e ilocucionarias efectivas. I al menos en lo que a las últimas se refiere, para averiguar qué acto o actos ilocucionarios se están realizando no basta con averiguar cuáles son los estados mentales del emisor, incluidas sus intenciones comunicativas. Muy a menudo habrá que tener en cuenta distintos factores que van más allá tanto del significado lingüístico como de las intenciones comunicativas del hablante. Ef proceso de interpretación ilocucionaria es, por lo tanto, bastante más complejo de lo que se suele dar por sentado en buena parte de la pragmática filosófica contemporánea, predorninantemente dominada por el intencionalismo. Para averiguar qué acto o actos ilocucionarios se han realizado en una determinada ocasión habrá que tener en cuenta no dos, sino tres factores diferentes: el significado lingüístico (en los casos en los que se emplea algún recurso lingüístico o, en general, convencional), las intenciones u otros estados mentales del hablante ¡ por último, los factores exrernisras y antinrentalist¿rs que puedan estar presentesZa.
)4.
I:n (st¡ ()l)rir lnc ()crrpo tundrurrerrtrrlnlcnte clel problerrr:r ontolítgico c1e l:i lrr frrt'rzrr, y n() t¡nt() tlcl pr0blcrra epistórrric0 t1c st intcrpretacititt. b.l
tt¡ttslilt¡tititt tlt
t4.r
En tal proceso interpretativo, el significado del hablante, puesro que determina cuál es la fuerza pretendida, es a menudo, aunque no siempre, crucial a la hora de evaluar cuál es la fuerza efectiua de la emisión. Así, cuando un general le dice a un soldado raso: *Cierra la puerta", puede ser importante saber si el general está invocand<_r su autoridad, ya que de lo contrario podría estar realizando una simple petición o algún otro directivo que no requiriese una autoridad sobre el oyente por parte del hablante25. Algo similar ocurre, por ejemplo, si alguien aparece con un objeto en sus manos y parece ofrecérmelo. ¿Acaso me lo está regalando? iO quizás sólo me lo está prestando? cO me pide que lo sostenga? Estos casos hacen aparecer con claridad la importancia de las intenciones del hablante a la hora de averiguar cuál es lafuerza de una emisión. Pero una vez más me gustaría insistir en que las intenciones, aunque cuentan decisivamente en muchísimos cascls26, no bastan en prácticamente ninguno. Para que una emisión tenga la fuerza de una orden no basta con que se invoque una autoridad (y con que se posean ciertas otras intenciones que son características de las órdenes), sino que el emisor debe poseer efectivamente esa autoridad. Para que un regalo (o un préstamo) tenga efecto, el objeto debe ser efectivamenre propiedad del emisor, y así sucesivamente, como he argumentado ampliamente en el apartado 2 de este capítulo. La fuerza ilocucionaria forma parre, pues, del significado pragmático de una emisión, y no del signifrcado del hablante (definido en rérminos de sus inrenciones comunica-
tivas), ni tampoco del mero significado lingüístico atemporal. Y la razón de ello es que para averiguar cuál es la fuerza de una emisión,
profesor: Carlos Pereda nre ha señalado que ambos problemas pueden estar ntás íntinr¿mente conect¿dos de lo que yo presupongo. Ciertamente, algunos de los factores externistas que he señalado tienen quc ver con la inter¡rretación (así, lar cornprensitin del oyente). Pero asumo, en efccto, que no todo son intcrpretaciones ilocucion:rrias, que existe en general algo corno la firerza ilocucionaria de una en.risión (aunque pue. de existir cierta indeterminación en los hechos), de modo quc cabe hablar de interpretaciones ilocucionarias acertadas o desacertadas. 2.5. Sin embargo, cuando existe una difcrencia efectiva de esratuto de autoridad en favor del hablante, las palabras dc éste se interpretarán npor defecto' como uni! orden, con indeperrdencia dc que esté o no invocando .mentalmentc' su autoridadEn un caso así, si el hablante quicre hacer una simple petición, deberá dar evidencias adicionales de ello. 26. Aunque no en todos. He argumerrtaclo que una emisión puede contar :r ve ces colllo una objeción aunque la fuerza pretendicla fuese sólo l:r de un¿r afirnr¿cirilr, o contar conro una afirmación (debido a que el hablante es realmentc fiablc), eunr¡rrc la fuerz¿r prctcndida fuesc sírlo la cle rrna conjetur:r, ctcétcr¡.
144
en general, es preciso conocer algunos detalles acerca del contexto externo y extramental en el que dicha emisión se produce.
A partir de Strawson (1964) es relativamente frecuente distinguir entre la fuerza de una emisión y el acto ilocucionario realizado mediante dicha emisión, de un modo tal que la fuerza (en un sentido de "fuerza" sesgado por el espíritu mentalista) se considera dependiente únicamente de las intenciones del hablente, mientras que para evaluar qué acto ilocucionario ha sidcl realizado es necesario comprobar si se han dado, además, determinadas condiciones de felicidad. Una consecuencia de ese punto de vista es que cuando el significado
del hablante coincide con el significado lingüístico atemporal (aplicado), entonces Ia fuerza se considera completamente determinada por el significado convencional de la emisión (cf., por ejemplo, Searle 1968). A mi modo de ver, ese punto de vista traiciona el espíritu externista de Austin, aunque cs cierto que existen algur.ras ambigüedades en lo que Austin dice que quizás dan pie a esa interpretación de sus ideas. La concepción intuitiva de la fuerza que he manejado a lo largo de toda esta obra es, simple y llanamente, la que supone que la fuerza de una emisión es aquello que, en conjunción con un determinado contenido representacional, hace de una emisión el acto ilocucionario que es: lo que hace de una promesa una promesa, de una objeción una objeción, de una advertencia una advertencia, etc. Si alguien desea reservar la expresión .fuerza" (que, después de todo, es un término técnico) para referirse a algo que depende sólo de las intenciones del hablante y gue, al menos en algunos casos, puede quedar agotado por el significado convencional de las expresiones utilizadas, podemos cederle amablemente la palabra. La disputa realmente importante, por supuesto, dista de ser terminológica. El tema de verdad interesante, en mi opinión, seguiría siendo el siguiente: ¿En virtud de qué decimos que un acto significativo es una promesa, una objeción, una orden o una dimisión? A las condiciones que den respuesta a esa pregllnta podemos entonces considerarlas como describiendo las condiciones constitutivas de la "Fuerza" de una emisión (con mayúsculas, para distingLrirla de la "fuerza> en el sentido mentalista que algunos quieren mantener). A lo largo de esta obra me ha interesado estudiar la Fuerza, y no meramente la "fuerza" de los actos ilocucionarios. La "fucrzar, a mi cntcndcr, cs, cn todo caso, sólo una parte de la F'uerza27.
)7. tin¡
clc l;rs tlisf inciones rn;is confrrsas en la filosofía de Austin es la oue el
¿ru-
trrrtsl.rlrltet'(ntrc¡¿(/o-sItxttLitnt¿rir¡s (ylrtcorrcs¡rorttlientcnocitintlcsignificadolo-
t-+s
XTE
Thnto los convencionalistas como los intencionalistas quieren llevar el agua a sus respectivos molinos aceptando que existen casos en los que se producen actos ilocucionarios sin que se cumplan sus condiciones convencionalistas o intencionalistas favoritas, pero que esos casos podrían haber sido como los que ellos consideran paradigmáticos. Y es cierto que cada aspecto ilocucionario relevante podría haber estado respaldado mediante convenciones (esto es, haber sido explicitado mediante indicadores convencionales de fuerza), y podría también haber estado intencionalmente respaldado. En este punto podemos darles la razón a ambos. Además, podemos conceder que, en principio, no hay nada reprochable en la consideración de que algunos casos en los que se usa ilocucionariamente el lenguaje son más paradigmáticos o centrales que otros. Sin embargo, lo que sí me parece intolerable es que los casos supuestamente no paradigmáticos queden completamente inexplicados. Así, por ejemplo, aun cuando aceptásemos que la fuerza de les emisiones es! en general, explicitable en el sentido de que podríamos haber sido más explícitos si lo hubiéramos deseado, es importante señalar que una explicitación potencial de la fuerza de una emisión no explica qué es lo que da a una emisión no explícita la fuerza que realmenle posee. Por poner un caso extremo, si Diógenes está haciendo una objeción aZenón mediante su paseo, no explicamos qué es lo que hace de su paseo una objeción diciendo que, si lo hubiese deseado, Diógenes podría haber dicho simplemente (en griego, por supuesto): "Objeto a lo que dices que, como demuestra mi paseo, el movimiento es posible". El caso es que en su emisión no se aplican recursos convencionales y Que, a pesar de ello, es significativa, con lo cual su significatividad no puede provenir de fuentes convencionales y hay que buscarla en otra parte.
Una línea argumentativa similar podría seguirse en contra de quienes dijesen que, si bien el significado convencional de una emicucionario) y dctos ik)cucionarios (y l:r correspondiente noción de fuerza ilocucionaria) (cf. Cohen 1969; Furberg 1969; Sear:ie 1968; F'orguson 1973; Strawson 197.)) En esta obra he nrescindiclo cle la noción austiniana de acto locucionerio. No obst:rr te, quizás se la podría rescatar considcrando quc cl acto locucionario es ur.] ecto dcterminado exclusivamente por el significado convencional de las palabras (unir vrz despejadas contextualmente las arrbigiiecl:rcles referenciales y las ambigiicdarles rrccr ce del "sentido, convencional de las erpresiones er.npleadas). Fll ¿rcto ilocuciollurir', por su partc, se identifica, ¿rl mcnos cn pxrte, por su Fucrz:r, l¿ cual nt¡ cst¿í drtcrnri nacla sólo por el significado locucionario (que parece una lrocirin silnil;rr rr l¡ rlt "srg nific¡do atcnrporrrl aplicedo" griccarro).
l4t.
R
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sión no agota) en general, la fuerza de una emisión, el significado del hablante sí que lo consigue. De nuevo, se podría aceptar que siempre es posible, en principio, que cada aspecto relevante de una fuerza esté mentalmente representado por el hablante, y que el hablante lo tenga en cuenta a la hora de hablar. Por ejemplo, siempre es posible que cuando un hablante hace una objeción esré inrentando hacerla ¡ por tanto, que represente (incluso que represente correctamente) el contenido de su emisión como contradiciendo el contenido de la emisión de la persona a quien se hace la objeción. Ahora bien, así como el hecho de que cada aspecto de la fuerza pueda ser explicitado mediante indicadores convencionales no explica por sí mismo los casos en los que la fuerza, de hecho, no se explicita, así también el hecho de que cada aspecto de la fuerza pueda estar mentalmente representado no explica los casos en los que, de hecho, la fuerza no está, en todos sus aspectos, mentalmente representada.
Ante les consideraciones enteriorest me prrece que, desde e. punto de vista de un tratamiento general del fenómeno de la fuerza, haremos bien en seguir utilizando la palabra ,.fLrerza,, en un sentido llano, como aquello que hace de un acto ilocucionario el acto ilocucionaric¡ que es, y utilizar términos técnicos diferentes para los aspectos del significado convencional y para los relacionados con las intenciones del emisor que estén involucrados en la deterrninación de una fuerz¡. Términos como (potencial ilocucionario convencional", para los primeros,y,,fuerza pretendida" (o, como he sugerido con anterioridad, ofuerza en sentido estrecho'), para los segundos. Ese me parece el únic<¡ rnodo de avanzar hacia una teoría de la fuerza que valga para todos los casos que pueden producirse: aquellos en los que la fuerza está completamente explicitada gracias a determinados recursos convencionales, aquellos en los que esto no es así, pero las intenciones del emisor son claras, y aquellos en los que, finalmente, la fuerza rebasa cualquier intento de ser absorbida a través de las convenciones lingüísticas o de las intenciones del emisor. Luego, pero sólo luego, puede hablarse de que unos casos son más paradigmáticos que otros, si es que se considera útil o conveniente trazar esa distinción.
t47
V
LA RACIONALIDAD DE LA ACCIÓN LINGÜÍSTICA
El imperio de las intenciones contraataca Recapitulemos el camino recorrido hasta aquí. Existen, en principio, dos marcos explicativos posibles acerca de por qué hablar no consiste meromente en arrojar palabras al viento, o, más generalmente, de por qué actuar ilocucionariamente no consiste meramente en realizar determinad
l
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\LTDAD DE LA AccróN LrNGUisrtcA
minos exclusivamente antimentalistas, como tal vez estén inclinados a hacer algunos filósofos poco proclives a utilizar te(rricamente la jerga mentalista para explicar la acción humana en general y la acción lingüística en particular. En realidad, los dos marcos explicativos examinados no son incompatibles, puesto que la fterza de una emisión podría depender en parte de los estados mentales del emisor y en parte de facrores extramentales. Esta es. de hecho, la posición conciliadora que, con algunas vacilaciones en cuanto al peso relativo que debe otorgarse a una y otra clase de factores, he tratado de defender en el capítulo anterior. Dejando aparte algunos casos marginales y algunas formas especialmente radicales de externismo, podemos aceptar provisionalmente la hipótesis de que los estados mentales tienen, en la mayor parte de los casos o para la mayor parte de las fuerzas, un papel importante que jugar en la explicación de qué es lo que hace de una emisión el acto ilocucionario que es, pero no son suficientes por sí mismos para constituir una fuerza típica. Esa postura puede ser resumida en el siguiente eslogan: Las intenciones cuentan, pero no bastan, o, si queremos ser más precisos, a costa de ser menos eufónicos: "Las intenciones cuentan de cara a la constitución parcial de la mayor parte de las fuerzas paradigmáticas, pero no bastan para la constitución completa de casi ninguna". Ahora bien, el mentalista puede no estar dispuesto a rendirse tan fácilmente, o a ceder tanto terreno al externismo fuerte. En este capítulo deseo examinar una grieta que podría pensarse que amenaza con derribar un proyecto antimentalista y externista como el que he esbozado en el capítulo anterior, aun en una versión moderada del mismo que tenga en cuenta adecuadamente el papel de los estados mentales en la constitución de una fuerza paradigmática. El mentaIista podría esgrimir, en contra del externista ilocucionario fuerte, un argumento basado en la necesidad de preservar la racionalidad o al menos la intencionalidad de nuestros comportamientos lingüísticos. Brevemente, el problema consiste en que el externismo ilocucionario fuerte parece incompatible con la consideración de las emisicrnes lingüísricas como genuinas acciones. Es evidenre que nadie arroja sus palabras al viento como quien juega a la lotería, aguardando a que se carguen con una fuerza sobre cuya naturaleza apenas ejerce su control. Dicho de otra manera, hablar se nos prescntrl intuitivamente más bien como algo que hacemos que como algo qrrc nos ocurre, o que dejamos o esperamos que nos pase. Cuarrdo hablamos, sabemos en general lo que estamos haciendo y por qué l
1.50
intercambian palabras como parte de una estrategia intencional, típicamente cooperativa y basada en razones, para transmitirse información mutuamente, coordiner sus acciones, o expresar sus scntimientos y emociones. Esto es, los agentes lingüísticos son movidos a hablar como resultado de la interacción de sus estados psicológicos y debido a que poseen determinadas expectativas razonables acerca de sus audiencias. Sin embargo, el enfoque externista fuerte deja fuera del control epistémico del emisor, más allá de toda mediación psicológica. el menos une perre importante de las condiciones que hacen de una emisión suya el acto ilocucionario que realmente es. De ese modo, no parece tener recursos para explicar la acción lingüística, si entendemos por uexplicar una acción" la posibilidad de racionalizarla, de ofrecer una serie de motivos que los hablantes pueden haber tenido para actuar como lo han hecho. Si, por ejemplo, hacer una ohjeción no consiste meramente en intenter afirmer algo que se contradice con lo que el interlocutor ha afirmado con anterioridad, sino que en gran medida consiste en decir algo que realmente se le contrapone, o algo que es interpretado de ese modo por parte de la audiencia, o mejor, por parte de un espectador bien situado, con independencia de lo que intente o crea el hablante, entonces, una objeción puede hacerse, por así decirlo, sin motivo alguno, sólo porque resulta ser una objeción dadas sus relaciones discursivas externistas. Esa visión de nuestro uso significativo de los signos parece, según podría argumentar el mentalista, como mínimo altamente contraintuitiva y difícil de tragar. De hecho, se podría incluso argumentar que el propio concepto ordinario de acción (y posiblemente cualquier concepto teórico razonable que viniese a reemplazarlo) es inteligible sólo cuando tenemos en cuenta su íntima conexión con los conceptos mentalistas de creencia, deseo e intención (Strawson 1992: 130). iNo significa esto acaso que el concepto de acción lingüística se vuelve tarnbién ininteligible si lo privamos de su conexión con el concepto de intención comunicativa? Este contraataque del mentalista supone, a mi entender, un difícil reto para el externismo ilocucionario fuerte. Antes de plantear mi propia respuesta al misnto, rechazaré como no excesivamente pertinente una diferente posible línea de réplica. A veces se le reprocha al griceano un excesivo intelectualismo, puesto que los estados mentales conrplejos que, segírn é1, deben acompañar a cualquier emisión prrre cluc rrclrluicrr la fucrza oportuna, no parecen acordes conlafettt¡ntt'tu¡lr¡gíd dc lrr co¡nunicaci(rn, corl la apariencia intelectualnrentc l)()c() solisticrtrlrt (lu('p¡rlr llosotr()s tiene la activiclacl cotidiana de
tsl
l. De acuerdo cor.l una explicación intelectualista, cuando subimos unas escaleras (o cu:rndo nos atamos los z:rpatos) una especie de homúnculo mental estaría aplicar.rdo una serie de instrucciones explícitamente representadas en algún "archivo, rnental (cf. Fodor l96li). Esas instrucciones se parecerían (un poco) a las siguierrtes "Las escaleras se suben de frentc, pues hacia:rtrás o de costado resultan particularrlentc incómodas. [,a actttud n¿ltural consiste en ri]antenerse de pie, los brazos colgancio sin esfuerzo, la cabeza erguid:r aunque no t¿lnto que los ojos dejen de ver Ios peldaños inmediatamente supcriores al que pisa, y respirando lenta y regularmenre. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo situada a la clcrecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o ganruza, y que salvo excepciones cabc exactamente en el escaltin. Puesta en el peldairo dicha parte, que para abreviar llanl¡remos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda (tambrén llar.nada pie, pcro que no ha de confur.rdirse con el pic antes citado), y llevándola a l¿ altnra dcl pie, se la hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño, con lo cual en éstc clescllrsrr;i el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros pelciaños son sienrprc los rrr:is difíciles, h:rsta adquirir la coordin¿rción necesaria. I-a coincidencia dc rronrbrt' cnrrt' t, pie y el pic hace clifícil Ia cxplicación. Cuídcsc especialnrcnte cle rro lev:rnr¡r ul nris r])o ticrrp() ef pic v cl pie.)" ((iorrrizar 1962: 2.5 )-6\.
güística es el amor inconsciente que todavía siente por un cntiguo novio>. Esto todavía sería una racic¡nalización de 1a conducta de la novia, en el senticlo de que se presenta su conducta como un resultado de la posesión de determinados estados mentales (inconscientes, pero causalmente eficaces), que la hacen aparecer como
t.sl.
lsi
comunicarse (cf. Evans y McDowell 1976). Las complejas intenciones que aparecen en los análisis griceanos se parecen a las conocidas ulnstrucciones para subir una escalera" de Julio Cortázar, las cuales pueden verse como una forma de parodiar un modo excesivamente intelectualizado de concebir la etiología de nuestras acciones cotidianasr. No es ése, sin embargo, el camino que deseo seguir aquí para responder al problen-ra que nos plantea el mentalista. Por mi parte, al menos para los fines de la presente argumentación, estoy dispuesto a concederle la libre apelación a estados mentales tácitos o subpersonales de gran complejidad, si bien considero que es de la máxima importancia no perder nunca de vista la cuesrión de la realidad psicológica dc los estados mentales que se invoquen como hipotética fuente de propiedades ilocucionarias. Podemos aceptar entonces que para que una acción lingüística sea racional (racionalizable) o intencional no es necesario que sea el resultado de procesos de raciocinio conscientes o fenomenológicamente transparentes. En todo caso, el reproche que nos hace el mentalista sobrepasa la distinción entre los estados mentales conscientes y los estados mentales inconscientes o "subpersonales, del emisor.
Yo podría explicar en términos mentalistas, por ejemplo, por qué una novia dice "No Quiero" cuandcl un momento antes, e incluso en cl momento de decirlo, desea o cree desear conscientenrente cJsarse con el candidato a ser su marido. La explicación podría ir, por ejemplo, en la siguiente dirección: "Lo que explica su conducta lin-
\LIDAD
tinuación, en relación con los actos ilocucionarios, acepta la distinción entre su contenido representacional (o, en su terminología, "condiciones de correspondencia, con la realidad) y su fuerza ilocu-
cionaria, resaltando el hecho de que dos actos ilocucionarios podrían compartir el mismo contenido representacional y ser no obstante actos ilocucionarios de tipos diferentes (por ejemplo, una petición frente a una orden) debido a que ejemplifican diferentes fuerzas ilocucionarias. Se pregunta entonces en virtud de qué puede resultar que esas fuerzas sean diferentes. Y su respuesta, que pretende fundamentarse en la teoría davidsoniana de la acción. es la siguiente:
[...] lo que las distingue es que la acción que, relativamente a las mismas condiciones de correspondencia constitutivas del contenido de las palabras que uriliza, llevaría a cabo el hablante si pusiese por obra las proferencias imaginadas, sería una acción de tipo diferente en cada caso. iQué distinguiría tales acciones? Puesto que, en cada caso, se trataría de acciones racionales del agente, el hablante en este caso, y las acciones racionales son sucesos (en nuestro caso, emisiones de sonidos o inscripciones gráficas) cawsados por creencias y deseos que los racionalizan, lo que las distinguiría necesariamente han de ser algunas de las características de las creencias y los deseos típicamente responsables de cada una de esas proferencias (García-Carpinterc¡ 7996:4[i6; las cursivas son de Ga¡cíaCarpintero).
El argumento que García-Carpintero nos presenta aquí parece ser precisamente una versión del argumento que acabamos de exanlinar a favor de un menralismo ilocucionario..sin concesiones- y en contra de la estrategia del externismo ilocucionario fuerte. Si fuese cierto que para explicar las diferencias ilocucionarias entre dos acciones lingüísticas no podemos apelar razonablemente a nada que no sean diferencias en las características de los estados mentales respectivos de los emisores, so pena de que los actos ilocucionarios en cuestión dejen de parecer acciones racionales, entonces el mentalista tendrá todas las de ganar. Por mi parte, voy a defender en lo que resta de capítulo que esa línea de razonamiento no es en absoluto concluyente. Por supuesto, de cara a un tratamiento adecuado de los actos ilocucionarios,
es
preciso explicar, cuando dos fuerzas son distintas, en qué consiste la diferencia. Y también debemos preservar el hecho de que los actos ilocucirrnarios s<>n accic¡nes, inclusr> acciones tíDicdmcfitc rrciorrales.
| 5'{
DE LA ACCIÓN LINGÜISTICA
No tenemos, sin embargo, por qué suponer que los actos de habla son, en tc¡dos los casos) acciones racionales o intencionales (o, situándonos en un marco davidsoniano, acciones racionalizables baio cualquier descripción que hagamos de ellas), o que las diferencias entre fuerzas equivalgan siempre y sólo a diferencias en las intenciones comunicativas de un posible emisor. Para explicar con más detalle el problema que acabo de esbozar, así como para plantear una posible solución que no suponga el abandono del externismo fuerte, será necesario considerar con cierto detenimiento determinadas características de las acciones en general. Defenderé entonces que no se le puede achacar al externista ilocucionario fuerte que no dé cuenta satisfactoriamente del carácter de acción, e incluso de acción típicamente racional, de la acción lingüística. De momento, podemos sugerir la dirección de nuestra contrarréplica a la crítica mentalista que hemos estado considerandcl cambiando el foco de atención desde los actos ilocucionarios a los perlocucionarios (cf., más adelante, apartado 4). Realmente existen pocas dudas acerca de la individualización no mentalista de los llamados actos perlocucionarios. Como ya fue señalado por Austin, y como también admiten habitualmente los filósofos intencionalistas, un acto perlocucionario puede ser realizado de un modo no intencional. Puedo conuencer a alguien (o disuadirlo, alegrarlo, sorprenderlo, confundirlo, enojarlo, etc.), aunque mi intención al hablar no fuera ésa, o fuera otra completamente diferente. Sin embargo, seguimos hablando aquí de actos, de acciones, de cosas que hacemos con palabras, sin preocuparnos demasiado de que no podamos racionalizar esos actos apelando a los estados mentales del hablante. Claramente, asumimcls en estos cesos que lo que const¡tuye un acto perlocucionario como el acto perlocucionario que es' y lo que distingue entre sí a dos actos que son representacional e ilocucionariamente equivalentes pero perlocucionariamente diferentes, no reside en las intenciones u otros estados mentales del hablante, sino en determinadas consecuencias externas de la emisión que a menudo son imprevistas, y ello a pesar de que en muchas ocasiones (y quizás incluso en el caso típico) un hablante que convence, disuade' sorprende o alegra a otro lo hace intencional y racionalmente, sabiendo lo que hace y haciéndose responsable de ello. iPor qué, entonces, nos obsesionamos con la racionalidad e intencionalidad de los actos ilocucionarios? Mi conclusión será, en efecto, que haremos bien si deianrtls .le obsesionernos.
t.55
LA RActoNALtDAD DE LA AcclÓN LINGÜ¡srlcA
2.
Considerernos un ejemplo suycl, la acción no lingüística de matar a un burro (Austin 1962: t51). Austin señala que podemos especificar lo que alguien hizo en una ocasión particular teniendo en cuenta un tremo mayor o menor de lo que también podríamos considerar simplemente como consecuencias o resultados de su acción. Podemos decir que alguien movió un dedo, que apretó el gatillo, que disparó el arma, que hirió al burro, que mató al burro, etc. (podríamos contlnuar con consecuencias más leianas: desconsoló al arriero, acabó con una raza de burros...). Siguiendo con el eiemplo, podemos decir que tanto herir a un burro (sin llegar a matarlo) como matar a un bu-
Racionalidad lingüística y externismo ilc¡cucionario
Cualquier teoría externista tiene que responder satisfactoriamente al problema que plantea la aparente intencionalidad o racionalidad de Ias acciones lingüísticas. Pero esto se aplica tanto a las teorías externistas de la fuerza como a las teorías externistas del contenido representacional, esto es, al externismo semántico. Una objeción típica al externismo acerca del contenido mental es la siguiente: si el contenido mental es un determinante causal de la acción, icómo no admitir que reside en las cabezas de los agentes? iCómo podría movernos a la acción, la cual usualmente incluye algún movimiento físico de nuestro cuerpo, un contenido que estuviese en parte situadcl en el entorno, que no "sobreviniese" de la estructura de nuestro cere-
rro son ambas acciones, y seguramente su natural eza de acciones se debe de algún modo a que son eventos causados por determinados estados mentales de un agente. Ahora bien, las causas mentalistas de una acción y de la otra pueden ser indistinguibles, a pesar de que indudablemente son acciones de tipos diferentes. La diferencia reside, por supuesto, en el entorno, el cual aporta en un caso un burro muerto y en el otro un burro herido. Este ejemplo muestra entonces que no es cierto que cualquier diferencia entre dos acciones-tipo deba buscarse siempre en las causas mentalistas que las respaldan.
bro? La supuesta incapacidad de los externistas sernánticos para responder a estas preguntas es lo que ha motivado la búsqueda de una
noción restringida (narrow) de significado o contenido, un tipo de contenido que literalmente resida en la cabeza (cf., por ejemplo, Fodor 7987: cap. II). No deja de ser sorprendente que, así como ha habido una gran discusión entre internistas y externistas con respecto al contenido representacional o proposicional en los campos de la
Esa interpretación .externista fuerte> de las ideas de Austin acerca de la acción está en consonancia, además, con el siguiente pasaje de Davidson3:
filosofía del lenguaje y de la filosofía de la mente, un mentalismo de tipo internista parezca haberse impuesto tácitamente en lo tocante a la fuerza ilocucionaria. Es cierto, sin embargo, que el externismo ilocucionario fwerte aleja todavía más del control epistémico privado del emisor la fuente de determinadas propiedades significativas, ya que mientras que muchos externistas semánticos parecen dispuestos a hacer derivar las características externistas del contenido de las emisiones de las correspondientes propiedades externistas del contenido de los pensamientos del emisor, el externista ilocucionario fuerte considera que la fuerza se constituye, al menos en parte, con total independencia de la mediación de los estados mentales del emisor. Los breves pasajes de Austin (1962) en los que el autor reflexiona sobre las acciones en general nos ofrecen una imagen de las mismas que parece bastante acorde con el espíritu del externismo fuertez.
Presiono el interruptor, enciendo la luz e ilumino el cuarto. Sin s¿berlo, tanrbién alerto a un rnerodeador de mi presencia en la casa. En este caso no tuve que hacer cuatro cosas sino una sola, de la cual se han dado cuatro descripciones (Davidson 1963: 1 9).
De acuerdo con Davidson, entonces, una descripción de una ac-
ción puede incluir aspectos no refleiados en las actitudes mentales
3.
No pretendo sugerir que el n.rodo de inclividulizar las acciones de Davidson sca el más acorde cor.r los puntos dc vista de Austin. En Davis (19ft0) se disc¡te si cabe ver la distinció¡ entre actos fonéticos, fáticos, proposicionales, ilocucior.r:rrios y perlocucionarios corno apuntando a distintas descripciones de la misma acción (esto es, según el punto de vista extensionalista dc la teorí:r de la acción de Davidson), o como apuntendo a acciones diferentes aunque solapadas en el cspacio y en el tiernpo (el punto de vista, por ejemplo, de Alvin Goldman), y se decanta por esta últinra opción. Si intr<>duzco las ide¿rs de D¿rvidson aquí es principalmente para discutir el argument() nret)trlistir cic G:rrcíe-Carpintero, el cual como hernos visto se apoya explícitamentc crr ll trorírr tle ll accii¡n dc Davidson. La soluciírn que ofrezco más :rdelante para e l plrfit nlr rce rc¡ rle le recionrrlirlird clc la accitin lingiiística podría virler, con lar ()p()rIun tq rrrorlificrrci,rrrt s, Prn lrrs tl0s nrcncion:rdas concepcitlnes ilcerc¿ cle la indi-
2. Aparte de los jugosos comentarios que nos encontramos en Austin (1 9Ér2), las principalcs rcflexiones de este autr¡r s<¡bre las acciones en general se encuentr¿Í) en nUn alegato en pro de las excusas" y en .ilies modos de derrarnar tinta". Vry e clejar de lado muchos de los matices que tiene en cucnta Austin en esAS otns obrrrs, por ejernplo la distinción que hace cntrc un¡ accirin intencional, urrrr accirin tlelibcrrtla y unrr rrccitin hecha l proprisito (cf. Atrstin 1966). Pare Lrnrr brcve cxposicirirr rlt l¡ tt,rríe rlc l¡ :rccitin tlc Arrstin, vórtsc l'orguson ( 1969).
vitltt:tli¿rtr'iirtt,lt' l¡s :teciottc..
t57
156 l
I
\LIDAD DE LA ACCIÓN LINGÜiSTICA
PALABRAS AL VIENTO
del agente de la misma (.Sin saberlo [...] alerto a un merodeadoru). Para que podamos decir que estamos ante una acción y no ante algo que simplemente nos ocllrre, esa acción debe ser racionalizable. baio una o más de las múltiples descripciones que podemos hacer de la misma, apelando a intenciones, creencias u otros estados mentales del agente (por ejemplo: presionó el interruptor porque quería ilumrnar el cuarto, y creía que presionando el interruptor iluminaría el cuarto, etc.). Según Davidson: "un hombre es el agente de un acto si lo que hace puede redescribirse bajo un aspecro que lo haga intencional" (Davidson 1971: 66). Ahora bien, para describir (o redescribrr) le acción en cuestión como la ección de alerter a un mer<.¡deador no es necesario apelar a un estado mental con el contenido de que un merodeador es alertado. Para que una acción cuente como el acto de alertar a un merodeador, esa acción no tiene por qué aparecer como racional, al menos si se la describe de esa manera. Más bien, lo que debe ocurrir principalmente es que el entorno aporte un merodeador alertado. causas o razones mentales indistinsuibles podrían dar lugar a dos acciones, una sola de las cuales pudiera ser descrita con verdad como la acción de alertar a un merodeador. Es cierto que en algunas ocasiones uno puede alertar a un merodeador porque cree que hay uno en las inmediaciones y desea alertarlo, y entonces la acción será racionalizable precisamente bajo esa descripción, dados los deseos, creencias e intenciones del agente de la misma. Pero, para que una acción se considere la acción de alertar a un merodeador, no es una condición necesaria que el agente intente
producir tal estado de alerta. EI externismo ilocucionario fuerte puede ser formulado entonces, asumiendo provisionalmente la teoría davidsoniana de la acción, como una tesis acerca de las condiciones bajo las cuales podemos describir una determinada acción como un acto ilocucionario de una determinada clase. El externista fuerte sostiene que para distinguir adecuadamente entre diversos tipos de actos ilocucionarios (y para describirlos como los actos ilocucionarios que son) no es necesario
apelar siempre y sólo a diferencias en las actitudes proposicionales del emisor. No tiene por qué cumplirse, por tanto, que dos actos ilocucionarios sean de tipos diferentes sólo si existe una diferencia en las actitudes proposicionales que ejemplifica el hablante en uno y orro caso. Los actos ilocucionarios no tienen por qué dejarse describir, en
y sólo pone en duda que toda emisión tenga que poder presentarse como racional o intencional cuando se la describe precisamente como el acto ilocucionario que el hablante realmente realiza. Para que una emisión cuente como una acción "davidsoniar.ra" basta, de hecho, con que pueda ser racionalizado el acto de emisión que el hablante ha realizado apelando a sus motivos mentalistas, aunque es evidente que habitualmente también otros aspectos más interesantes de su acto de habla (en particular, sus aspectos representacionales y sus aspectos ilocucionarios) podrán ser racionalizados también de ese modo.
3.
Racionalidad lingüística y equilibrio epistémico
No obstante, no creo que podamos despachar el problema de la racionalidad de la acción lingüística tan fácilmente. Algo debe hacerse con la fuerte intuición de que, al menos típicamente, los actos ilocucionarios parecen no sólo acciones, sino acciones intencionales o racionales, cuando se los redescribe según sus carqcterísticas ilocucionarias, y con la intuición paralela de que su principal razón de ser reside precisamente en este rasgo. Uno típicamente dimite, promete, ordena, objeta, o lo que sea por algún motivo y con conocimiento de causa, y el externismo ilocucionario fuerte no parece tener este hecho suficientemente en cuenta. Sin embargo, me parece que el externismo fuerte tiene suficiente margen de maniobra para responder adecuadamente a esas intuiciones, así que su defensor no debe preocuparse en exceso por el problema que hemos estado discutiendo. Voy a proponer que, de cara a preservar la posibilidad de racionalizar la mayor parte de nuestros actos ilocucionarios, apelemos a algo similar al Principio de Eqwilibrio Epistémico propuesto por Jerry A. Fodor en su obra The elm and the expert (cf. Fodor 1994 42)4. El externismo ilocucionario fuerte afirma que algunos de los factores constitutivos de una fuerza paradigmática residen en el medio externo. Ahora bien, nada nos impide reconocer que' en el caso típico, el hablante está epistémicamente bien situado con respecto a su entorno, de modo que tiene conocimiento acerca del darse o no
todos sus aspectos, como acciones intencionalmente resoaldadas. Así pues, el externismo ilocucionario fuerte p"r... compet¡blc con el hecho de que los actos ilocucionarios sean genuines rrcci.r.rcs,
4. Forlor apela a urr Principio de Equilibrio Informacional en el contexto dc r¡nir clefens:r del ertcrnisnr0 del contenidc¡. Yo propongo utilizar un principio similar prra rrlrrrrrtrfar cf cxtcnrisrno ilocucionario fterte.
1.58
l.5e
PALABRAS AL VIENTO
darse de aquellos factores externistas que contribuyen decisivamente a conformar la fuerza del acto ilocucionario que de hecho realiza. Así, cree acertadamenre que tiene autoridad o superioridad sobre el oyente cuando la fuerza así lo requiere; cree acertadamente que el oyente le ha entendido correctamente y que estará dispuesto a completar el acto del hablante cuando lafuerza así lo requiere (por ejemplo, en el caso de las apuestas); cree acertadamente que existen determinadas convenciones, prácticas o normas a las que puede apelar en esas circunstancias; y así sucesivamente. El principio establece enronces que un hablante típico, al realizar un acto ilocucionario típico, tiene una representación interna (cr mental) adecuada de los factores externistas que son constitutivos de fa fuerza ilocucionaria del acto que él pretende realizar:
Principio de Equilibrio Epistémico (PEE): Los hablantes están típicamente en equilibrio epistémico con respecto a las condiciones del entorno que son pertinentes pere que su ccto de hahla rdquiera la fuerza ilocucionaria que realmente posee.
qLIDAD DE LA AccIÓN LINGÜisTIcA ser descrita como el acto ilocucionario por él pretendido, aunque él no se dé cuenta de ello. Así, la acción de don Quijote es racionalizahle como un intento de rclar a duelo, pero no consrituye un auténticn reto, así que no hay nada que racionalizar bajo esa otra descripción. Y ello a pesar de que si don Quijote hubiese estado mejor situado en su entorno (esto es, si el mundo hubiera sido tal y como él lo concebía) el apelar a sus estados mentales habría servido para
racionalizar una acción que describiríamos como un reto a duelo. En mi opinión, los hablantes conocen, al menos tácitamente, que el PEE sólo se aplica para el caso normal y que, por lo tanto, no se cumple en las diversas y frecuentes ocasiones en las que las circunstancias son epistémicamente anómalas. Las excepciones a la vigencia del PEE explican algunos de los casos en los que los hablantes consideran (y los oyentes admiten) que o bien su intento frustrado de realizar un acto ilocucionario o bien su realización exitosa del rnismo son excusables. Así, nuestro alter-capitán, una vez convencido
.5. Si nuestra teoría de la acción n.s lleva a hablar aquí de acciones cliferentes, en lugar de hablar de descripciones difcrentes de una única acción (cf. nota.l). ten dremos que solucionar nuestr. problema de un modo algo disrinto, por eje'pr, diciendo que algunas de las acciones involucradas no son necesariamente intenci,nlles:runque están conectadas de algún nrodo con otras acciones que sí lo son.
mediante la lectura del correspondiente artículo del alter-código de su falta de autoridad sobre el alter-marinero cuando ambos están fuera del barco, podría excusarse ante el alter-marinero de su intento de darle una orden alegando que estaba en desequilibrio epistémico: creía poseer una autoridad que en realidad no tenía. De un modo paralelo, podemos admitir las excusas de un amigo que nos ha hecho una embarazosa objeción, dejándonos públicamente en ridículo, si consigue convencernos de que sólo pretendía hacer un inofensivo comentario; o podemos admitir las excusas de alguien que ha doblado su apuesta, con consecuencias ruinosas para él o para otras personas, si consigue convencernos de que estaba distraído y no era consciente de las consecuencias de lo que decía. Esas excusas, sin embargo, no anularán en general el acto realizado, sino que únicamente servirán para mitigar sus repercusiones sociales. De cara a entender la interacción comunicativa, es importante tener en cuenta que habitualmente el oyente confía en que el hablante esté epistémicamente bien situado, habiéndose tomado el trabajo de cerciorarse de que utodo está en regla" y de que es legítimo hablar como lo hace. Y el hablante, por su parte, cuenta habitualmente con que su oyente sea así de confiado. Por eso se permitirá incluso hacer comentarios <parentéticos> como: "Esto es una ordeno, "Esto es una promesa)), etc., que podrían hacer pensar que el hablantc dccicle..a su antojo,', y sin tener en cuenta en ebsoluto lrs circunstancirrs de su entorno externo, cuál es la fuerza de sus emisiones. Lo quc estos c
160
l6l
Esta estrategia nos permite sostener. por une perte, que al menos algunas de las condiciones para la realización de un acto ilocucionario son externistas fuertes (esto es, no se derivan de las características psicológicas del hablante) y, por otra, que, en el caso típico, un hablante conoce qué acto de habla está realizando y pretende realizar precisamente ese acto. Esto último es lo que lo convierte en racionalizable cuando se lo describe bajo sus aspectos ilocucionarios. Por supuesto, en los casos en los que la fuerza de una emisión no coincide o no coincide totalmente con la representada por el hablante, la acción del hablante también será racionaliz:rble bajo alguna descripción, aunque no bajo la descripción como el acto ilocucionario (total) que es5. Así, una acción significativa puede aparecer como
racional bajo la descripción afirmación, pero como no racional bajcr la descripción objeción, a pesar de que nosotros, mejor situados epistémicamente, le atribuimos correctamente la propiedad ilocucionaria de contar como una objeción. Y a veces el hablante tendrá estados mentales que fracasen a la hora de producir una acción que pueda
ALTDAD DE LA AcclóN LtNGüísrtcA
oyente asumen típicamente que el hablante es el que está mejor situado epistémicamente en lo que se refiere a los factores constitutivos de la fuerza de su emisión. Y esta expectativa mutua estará, en la mayor parte de los casos, bien fundada. Pero en algunas ocasiones, y en relación con actos ilocucionarios socialmente "delicados, por acarrear obligaciones bien para el emisor bien para la audiencia, el hablante será más prudente a la hora de dar por descontado que el oyente va a aceptar sin más que él está bien informado acerca de las condiciones que hacen posible su acto de habla. Recuérdense las famosas palabras de Adolfo Suárez: "Puedo prometer y prometo...>. La primera parte de esa expresión sería redundante si uno pudiese prometer con sólo proponérselo. En resumen, el PEE nos permite separar dos cuestiones que, al aparecer in justificadamente unidas, producían un aparente cortocircuito en el aparato explicativo del externismo fuerte: la cuestión de cuáles son les condiciones constitutivas o esenciales (o incluso prototípicas) para que un acto significativo tenga la fuerza que tiene y la cuestión de cuándo un acto ilocucionario es intencional o es racional. La respuesta a la primera cuestión es que algunas de esas condiciones son externistas en un sentido fuerte, antimentalista, esto es, no necesitan estar mentalmente representadas. La respuesta a la segunda de las cuestiones es que para que un acto ilocucionario sea plenamente racional o intencional es al menos necesario que se cumpla el PEE en lo que se refiere a las condiciones constitutivas de su fuerza. Se distinguen nítidamente, de ese modo, las cuestiones ónticas de las epistémicas en relación con la fuerza de un acto ilocucionario. Existe un problema epistémico acerca del conocimiento de la fterza de su emisión por perte de un hahlente, conocimiento que no perece que sea ni transparente, ni infalible o incorregible. I correlativamente, existe un problema epistémico acerca de la comprensión de la fuerza por parte del oyente, o incluso de un espectador neutral. Estos problemas son importantes a la hora de evaluar cuándo se ha producido verdadera comunicación, o para evaluar cuándo es acertada una interpretación en lo que a la fuerza ilocucionaria de una emisión se refiere, pero no tienen que ver directamente con el problema óntico de especificar las condiciones constitutivas cle una fuerza ilocucionaria. Por otra parte, quizás tengamos que admitir que el que habitualmente un hablante tenga una representación correcta de lafuerza de sus emisiones puede formar parte de la explicación de por qué se sostiene la práctica de la comunicación. Si un hablante recibiese constantes sorpresas desagradables en relrrci
t62
la fterza de sus emisiones (debido bien a c¿sos-F o a casos-E), seguramente acabaría prefiriendo no abrir más la boca. Esto es, puede que haya bases epistémicas que sosrienen las prácticas ilocucionarias. Pero el problema de la naturaleza de la fuerza sigue siendo un problema fundamentalmente óntico, un problema acerca de las condiciones en las que se puede decir que esremos ante la presencia de tal o cual fuerza ilocucionaria. La distinción óntico/epistémico debe preservarse aun cuando se admita que parte de los factores constitutivos de una fuerza sean mentales, y que es vital de cara a una comunicación efectiva que los interlocutores conozcan, al menos en el caso típico, la fuerza de las emisiones que están produciendo. El mentalista ilocucionario todavía podría insistir en que la consideración de factores externistas no es pertinente para un estudio sistemático de la fuerza ilocucionaria porque en condiciones ideales o prototípicas todo lo que importa es la posesión de determinadas actitudes proposicionales por parte del hablante. Los argumentos que hemos visto en el capítulo anterior, sin embargo, dejan claro, a mi entender, que muchas de las condiciones, ya sean esenciales o prototípices, que de[inen una amplísimc game de fuerzas diverses no dependen sólo de factores internistas o mentalistas, y que, por lo tanto' entre las condiciones para la realización de un acto ilocucionaric, hay que mencionar ciertos rasgos del entorno extramental. La cuestión de las condiciones mentalistas ideales, normales o prototípicas es pertinente no a la hora de establecer la naturaleza de una Íuerza ilocucionaria, sino a la hora de definir las circunstancias en las que la comunicación es intencional o racional. De hecho, el pEE es un intento de perfilar las condiciones ideales en las que se produce la comunicación, condiciones en las que, en efecto, uno conoce todo lo que es relevante conocer acerca de la fuerza de su emisión y, por ello, puede pretender justificadamente que el acto ilocucionario intentado tiene validez.
En "Meaning Revisited" Grice se enfrenta al problema dc la infinidad de sub-intenciones que sería necesario introducir en un análisis intencional del significado para evitar los casos en los que el hablante tiene alguna intención .aviesa' u oculta ¡ por ello, no se comunica de un modo completamente abierto. En pone el siguierrre principio:
ese
contexto pro-
H cstá en :rquel estado cn relaci(rn con cualquier cosa que quiera co_ rnul.licrr o impartir (p) que es óptirno para que alguien comunique p
((iricc
1976-
l9ll0:
.10
l).
l6]
ALIDAD DE LA AccIÓN LINGÜiSTIcA Este principio, similar en apariencia al PEE, se considera normativo, y su vigencia es compatible con que, de hecho, las circunstancias nunca sean completamente óptimas. Así, por ejemplo, un hablante real nunca puede ejemplificar infinitas sub-intenciones (algo
que se requiere en algunas versiones del análisis griceano del significado ocasional del hablante), pero un hablante ideal puede hacerlo, y lo que importa, para que podamos hablar de auténtica comunicación, es que el hablante real se aproxime de forma relevante al caso ideal. AIgo como esto podría ser utilizado por el mentalista para argumentar que, aunque a veces de hechc¡ uno puede realizar actos ilocucionarios algunas de cuyas condiciones constitutivas no estén interna o mentalmente representadas, o fracasar ilocucionariamente cuando todo está mentalmente en regla, en el límite ideal estas cosas no ocurren nunca. Pero, como acabo de señalar, el antimentalismo no puede ser bloqueado tan fácilmente. El externismo ilocucionario fuerte no está en contra de la idealización en la especificación de las condiciones
constitutivas de una fuerza-tipo, sino sólo en contra de que tales condiciones se puedan establecer exclusivamente en términos de las actitudes proposicionales del hablante. Además, al contrario de lo que ocurre con el hablante con infinitas sub-intenciones, existen casos en los qve realment¿ determinadas emisiones se cargan con determinadas clases de fuerzas en ausencia de determinadas intenciones del emisor. Son casos, por tanto, de actos ilocucionarios realizados o consumados y no meres aproxirnaciones a un caso ideal, al contrario de lo que ocurre con los planos sin rozamiento o los hablantes que ejemplifican infinitas actitudes proposicionales, que seguramente sólcl existen en el mundo supralunar6. Cuando se trata de discutir el tema de la racionalidad de la acción lingüística no es posible dejar de hacer alguna referencia a la teoría de la acción comunicativa de Jürgen Habermas. A pesar de que este autor liga íntimamente la fuerza ilocucionaria con la capacidad potencial del hablante para dar razones de la propia acción
6. En un contexto bast¿rnte diferente, Sperber y \íilson definen del siguiente modo la noción de idedlización ilegítima: "Una idealización no es legítirna si al sin.rplificar los datos, introduce alguna distorsión significativa que pone al trabajo teririco sobre la pista eqr.rivoc¿d¿" (Sperber y Süilson 1986:242). A mi entender, las idealizaciones intencionalistas en relación a la fuerza sor.r ilegítimas en ese senticlo. I-o clue en el capítulo IV he llamado "estrategiir clel caso desviado, de Peter Strrwson sr¡fre orecis¿rmente cle ese
nr¿rl.
164
lingüística, creo que sus ideas podrían hacerse encajar, sin violentarlas en exceso, en el marco externista que he venido diseñando, utilizando para ello el Principio de Equilibrio Epistémico que acabo de proponer. Las upretensiones de validez" que según Habermas (y, de un modo similar, Kal-Otto Apel; cf. Apel 1990) acompañan a un acto ilocucionario paradigmático podrían ser interpretadas a la luz de ese principio. Según Habermas: Lo que hace aceptable la oferta de habla son en última insrancia la" razones que el hablante pueda aportar, en el contexto dado, para la validez de lo dicho. La racionalidad inherente a l¿r comunicación se apoya, pues, sobre el nexo interno entre a) las condiciones que hircen válido un acto de habla, á) la pretensión sostenida por el hablante de que esas condiciones están satisfechas, y c) la credibilidad de la garantía ofrecida por el hablante de que, en caso necesario, podría h:rcer efcctiv¡ discursiv¡menre e\it prerensión de vrlitlez (Hrherrna:
7999: 108\.
Mi preocupación en esta investigación se ha centrado fundamentalmente en el punto a) de entre los señalados por Habermas. El antimentalista afirma que las condiciones constitutiuas de un acto ilocucionaricl paradigmático son de naturaleza al menos parcialmente extramental (o, si queremos, intersubjetiva), y creo que Habermas estaría de acuerdo con esto, dada su insistencia en que la comunicación se produce con un <mundo de la vida" intersubjetivo como trasfondo. Pero el antimentalista puede y debe admitir que normalmente un hablante estará dispuesto a defender argumentativamente su pretensión de que las circunstancias eran las adecuadas para tener derecho a realizar un acto ilocucionario como el que él ha querido re^llzar (y no algún otro). Y el oyente reconocerá típicamente esas razones del hablante como válidas. Admitir toda esta racionalidad argumentativa en la acción lingüística no refuta en absoluto, me parece, el externismo ilocucionario fuerte, sino que más bien lo confirma. De hecho, una vez establecido este juego de las pretensiones de validez, a veces el oyente (o un simple espectador) tendrá derecho a rechazar como no válidas las razones aducidas o presupuestas por el hablante, y entonces éste habrá de admitir el fracaso de la acción ikrcucir¡naria por él intentada. Lo admitirá, al menos, si es razonable, cosa que no parece ocurrir en el caso de don Quijote, que parece un personaje muy poco dispuesto a <entrar en razónr. Es de suponer clue nuestro alter-c:rpitán, al contrario que don Quijote, adrnitirri st¡ frlcuso en cl m
Ar rDAD DE LA
marina que le ofrece el alter-marinero. En otros casos, podría suceder que el oyente (o, de nuevo, un simple espectador) aportase razones que convenciesen al hablante de haber realizado un acto ilocucionario, por ejemplo, una afirmación, una objeción, o un contrato, que él no pretendía haber realizado en absoluto. En resumen, lc racionalidad de le ección comunicarive parece compatible con que al menos parte de las condiciones constitutivas de la fuerza de una emisión sean de naturaleza externista, razón por la cual pueden darse dos clases de casos en los que las intenciones ccrmunicativas del hablante y la fuerza efectiva de su emisión no estén en sintonía: a) casos como el del que dobla distraídamente una apuesta o del que hace inadvertidamente una afirmación o una objeción, en los que el hablante no puede dar razones de su acto de habla (o de todos los aspectos ilocucionariamente relevantes de su acción) ¡ sin embargo, diríamos que ese acto ha sido realizado de todos modos (los que he denominado casos-E); y ó) casos como ede don Quijote, en los que la conducta lingüística es intencionapero el hablante está severamente equivocado con respecto al darse o no darse de determinadas circunstancias que son imprescindibles para que el acto de habla por él pretendido cobre validez, o al menos plena validez (los casos-F). La riqueza de la posición de Habermas (y de la de Apel) no puede ser recogida en mi breve comentario de la misma. Habermas distingue entre tres clases de pretensiones de validez para un actcl de habla, e incluso sugiere una taxonomía de las acciones lingüísticas basada en tales pretensiones, que podría ser utilizada para poner cierto orden teórico en el movedizo terreno de los actos ilocucionarios (op. cit.t 124). Así, distingue entre acciones comunicarivas en sentido débil, en las que los hablantes sólo tienen pretensiones de verdad y de veracidad (o sinceridad), y acciones comunicativas en sentido fuerte en las que, además de las anteriores, los hablantes tienen <pretensiones de corrección intersubjetivamente reconocidasn (op. cit.: 118). Por mi parte, yo ligaría esas distintas pretensiones de validez a distintos factores constitutivos de la fuerza. En particular, tanto las pretensiones de verdad como las de corrección normativa estarían ligadas al darse efectivo de distintos factores externistas.
AccróN LtNGUisrtcA
peditado a la realización de un acto ilocucionario de los actos perlocucionarios nos hace menos propensos a utilizar con respecto a ellos el argumento basado en la racionalidad de la acción lingüística. Sin embargo, es significativo que al comienzo de la conferencia IX de su (1962), Austin afirme que la distinción enrre acos inrencionales y actos no intencionales se aplica por igual a las tres clases de actos lingüísticos que ha distinguido: locucionarios, ilocucionarios y perlocucionarios (Austin 1962: 153-I54). Es bastante evidente que cabe la doble posibilidad de que las consecuencias perlocucionarias de un acto ilocucionario sean intencionales o de que no lo sean. Puedo hacer una afirmación intentando convencerte de algo ¡ si lo consigo, habré realizado una acción que es posible racionalizar mediante la apelación a mis estados mentales. Pero también puedo hacer una afirmación sin pretensión alguna de convencerte de algo, pero conseguir convencerte de todos modos. En ese caso, mi acción no será racionalizable (cuando se la describe como un acto de convencer), aunque será una acción mía, Algunos autores, sin embargo, desearían defender lo que podemos llamar un .mentalismo (intencionalista) perlocucionario,, apelando a un argumento basado en la racionalidad de la acción lingüística similar al que hemos visto que García-Carpintero construye a favor del mentalismo ilocucionario. Así: Nos proponemos en primer lugar limitar los actos periocucionarios a la producción intencional de efectos sobre (o en) el oyente. Nuestra razón es que sólo la referencia a los efectos pretendidos es necesaria para explicar la razón que guía un acro de habla dado (Bach y
Harnish 1979: 17). Sin embargo, esta postura es poco común incluso entre los mentalistas ilocucionarios. Ellos suelen admitir que sólo a veces las emisiones resultan racionalizables cuando se las redescribe bajo sus as, pectos perlocucionarios. Esto parece razonable por su parte, puesto
Itetomemos la distinción austiniana entre actos de habla ilocucionrrrios y actos de habla perlocucionarios. El car:icter secunclrrrio o su-
que lo que podemos denominar externismo perlocucionario fuerte, esto es, Ia doctrina que afirma que el aspecto perlocucionario de un acto de habla ha de analizarse apelando fundamentalmente a factores externos a la mente del hablante, es el que tiene a su favor nuestras intuiciones lingüísticas más potentes. Hablamos con la misma naturalidad de confundir, convencer, ofender, disuadir, alegrar o entristecer a alguien cuando consideramos que el hablante hace esas cosas intencionadamente que cuando consideramos que lo hace de un l.noclo involuntario o no intencional.
166
167
4.
La racionalidad de
lc¡s
actos perlocwcionarios
ALTDAD DE LA
No obstante, la postura de Bach y Harnish es del todo consecuente con la aceptación del argumento basado en la racionalidad para apuntalar el n-rentalismo ilocucionario, puesto que se basa en el mismo tipo de razonamiento que quiere ver detrás de cada tipo diferente de acción lingüística un tipo diferente de estado mental del agente que la realiza. De este modo, la ineficacia del argumento para el caso de los actcls perlocucionarios arroia serias dudas acerca de su eficacia para el caso de los ilocucionarios. El externismo perlocucionario fuerte es, por otra parte, perfectamente compatible con la toma en consideración de los objetivos estratégicos que un hablante tiene en mente muchas veces al hablar. Cuando H afirma Que P, su principal motivación para hablar puede ser la de conuencer a A de que p. Los actos perlocucionarios serán ples, muy a menudo (e incluso, podría argumentarse, en el caso típico) racionalizables cuando se los redescribe bajo sus aspectos perlocucionarios, porque a menudo el agente del acto perlocucionario estará epistémicamente bien situado (por e¡emplo, conoce los puntos débiles de su auditorio) de modo que habrá diseñado una estrategia efectiva para lograr, mediante un acto ilocucionario, obtener determinados efectcls perlocucionarios deseados en su audiencia, o sobre sí mismo, o sobre otras personas. Es más, es bastante plausible que el que se cumplan habitualmente los obietivos perlocucionarios de los hablantes esté entre las bases principales que hacen que se mantenga la práctica de la comunicación, a pesar de que ello no tenga consecuencias directas de cara a la individualización de los actos perlocucion arios.
5.
A modo de conclusión:
áPara qwé atribuimos fwerzas?
En buena parte de la pragmática filosófica contemporánea reina el optimismo. Después de Strawson (1964) se suele dar por sentado que es posible y deseable una integración de dos de las más importantes aportaciones teóricas que están en la base de muchos de los desarrollos actuales de la disciplina: la teoría de los actos de habla, inaugurada por Austin, y la teoría intencional del significado, inaugurada por Grice. En buena medida. comparto ese optimismo, a pe sar de lo cual, no me parece adecuado el modo en el que se suele concebir la mencionada integración, que equivale, en realidad, a un intento de absorción de la teoría de los actos de habla en el seno clel intencionalismo griceano. A lo largo cle esta obra hc argulttctttrtcltr
l6u
AcctóN LtNGüisrtcA
que esa absorciírn no puede ser llevada a cabo con éxito porque no es posible especificar las condiciones para la realización plena de un acto ilocucionaricl típico exclusivamente en términos de las intenciones comunicativas u otros estados mentales del emisor. Puede oarecer que toda mi argumentación se reduce a un meyor énfesis en los factores contextuales, que es compatible con un marco mentalista básico cle fondo, y que no vendría sino a contplementarlo. Pero, a mi entender, la visión global de la acción ilocucionaria que surge del externismo antimentalista, al poner en primer plano al entorno físico y social en el que se producen las emisiones, es profundamente clistinta de la visión intencionalista más individualista y cenrrada en el emisor. Si bien considero c¡ue el austiniano ortcldoxo debe replantearse en buena medida su visión convencionalista de la comunicación, me parece que existen buenas razones para rebelarse contra e. imperialismo mentalista. Las fuerzas ilocucionarias están. al menos
en parte, constituidas usituacionalmente', determinadas por lo que ocurre fuera de la mente del emisor individual. Es cierto, sin embargo, que el externista fuerte debe poner el máximo cuidado a la hora de acomodar el carácter de acciones, y de acciones típicamente racionales, de nuestros actos lingüísticos. El principal objetivo de este capítulo ha sido el de ofrecer argumenros a favor de la compatibilidad del externismo fuerte con una reoría mentalista suficientemente flexible de la acción racional. Por supuesto, remover los posibles obstáculos es una firanera de hacer plausible una postura teórica, pero no podemos quedarnos satisfechos con una estrategia meramente defensiva. Es posible construir argumentos positivos a favor del modo externisra fuerte de individualizar las fuerzas ilocucionarias de las emisiones. Algunos de esos argumentos han ido apareciendo en capítulos anteriores. A modo de conclusión, voy a resumir dos de ellos y a introducir brevemente Lln tercero. El más directct de los argumentos e favor del externismo fuerte es empírico. He insistido en que existen dos clases complementarias de casos en los que las intenciones conrunicativas de un hablante y la fuerza efectiva de su emisión pueden no estar en perfecta sintonía:
a)
Casos-F (casos de fracaso ilocucionario). En ocasiones el hablan-
te está más o menos severamente equivocado con respccto al darse o no darse de determinadas circunstancias exterltas oue son absolutamente imprescindibles para que el acto de habla por él pretendicftr cclbre validez, cl al mencls plena validez. En otras ocrrsioners, rlunque el hrblante no estar rcalnrente cquivocaclo,
169
LrNGüisr¡cA
pretende realizal un acto de habla para el que no está autorizado (por ejemplo, para
te ha dicho previamente algo que de hecho contradice
-
las
presentes palabras del hablante. El caso cle quien promete a pesar de desconocer que las promesas lo obligan a uno, o el de quien hace verbalmente un contrato a pesar de que desconoce que existen los contratos verbales.
Ejemplos: intentando retdr d duelo cuando el Ef caso de don - código del honorQuijote se ha vuelto obsoleto. El caso de quien intenta apostar cuando la carrera ha finali- zado, o cuando el oyente no dice
-
b)
Un segundo argumento positivo a favor del externismo fuerte es que nos permite tratar de un modo unificado los acros de habla llamados
ción.
Casos-E. Casos de éxito ilocucionario en los que el hablante no tiene las intenciones il<¡cucionarias que serían propuestas por un intencionalista típico, a pesar de lo cual realiza un acto de habla con una determinada fuerza. Esos casos muestran que (ciertas) intenciones no son necesarids para la realización de un acto ilocucionario con una fuerza determinada. Ejemplos: El caso del que dobla distraídamente una qpuesta (por ejem- plo, en un lapsus lingwae). En casos así, como dice Austin, ..La palahre empeñe.'. E,l caso del que cree estar haciendo unc mere conietura,pero - hace en realidad un informe, porque los demás lo consideran fiable y él es, de hecho, fiable acerca del contenido de su acto de habla. El caso del que hace inadvertidamente una objeción cuandcr - pretendía hacer una simple afirmaci(tn, debido a que el oyen-
7. La cuestión clcl lenguaje autoriz¡do en rclrcitin con el fentirneno tlc l¡ frrcr za ilocucionaria ha sido estudiada por ll [3ourclieu clesdr: lrr pcrspectivrt (lc un ('stu(li() del poder simb
17(l
Existe un tercer argumento a favor del externismo ilocucionaricr fuerte, que se desprende de la consideración de los propósitos que perseguimos cuando atribuimos a una acción (o al agente de la misrna) propiedades ilocucionarias. Para exponer adecuadamcnte este argumento scln necesarias algunas consideraciones preliminares. Los nlarcos gricerno y rustiniano fienell trn punto en común que, aunque no resulta rnuy evidenre, puede haber tenido el doble efecto de bloquear los posibles irnpulsos hacia el externismo fuerte y de fomer-rtar una interpretaci(ln mentalista de las ideas de Austin. Y es que ambos centran demasiado el foco de la atención teórica en el agente que realiza la acciíln ilocucionaria, dejando prácticamente de f ado al espectador (no necesariamente filósofo o lingüista) que la evalúa descle fuera como una acción de tal o cual clase. Estcl es más claro en el caso cle Cirice debido a su franco mentalismo. Como hemos visto en el capítulo II, para él ni siquiera parece requerirse la comprensión de las intenciones del emisor por parte del oyente a la hora de que la acción del primero cuente cofiro un informe, una peticiírn, una advertencia, etc. Pero también Austin es culpable hasta cierto punto de esta focalización en el emisor. En Austin (1962) se hace, como hemos visto con anterioridad, rrna irlportante clistinci
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\LIDAD DE LA AccIoN LINGUiSTIcA
lizativos explícitos lo constituyen los enunciados cuyo verbo principal es un verbo realizativo o ilocucionario (como "prometer>,
sición constatativolrealizativo y que se ha admitido que casi todo enunciado es parafraseable a través de una fórmula realizativa explícita "normal" (esto es, cuya cláusula principal contenge un verbo
realizativo en la primera persona del presente de indicativc-r y voz ac-
tiva en singular), una emisión de "El prometió que vendría" sería también un realizativo primario, ilocucionariamente equivalente a algo como "Afirmo que él prometió que vendría". Del mismo modo, uAyer prometí que vendría, sería equivalente a "Afirmo que aycr prometí que vendría". Estas emisiones tendrían, entonces, a clifercrrci:r
ta de afirmaciones de una clase muy especial. Son afirmaciones cuyo contenido proposicional consiste, a su vez, en la realización de un
acto ilocucionario, el acto de prometer, por parte de algún agente. Propongo llamar a los actos ilocucionarios que informan acerca de otros actos ilocucionario s atribuciones de propiedades ilocwcionarias, puesto que en ellos se atribuye a un agente la propiedad de haber realizado tal o cual acto ilocucionario. Las atribuciones de propiedades ilocucionarias forman parte de nuestras prácticas conversacionales corrientes, ya que a menudo deseamos especificar o aclarar la fuerza de les emisiones propias o ajenas como un prerrequisito pare criticarlas, alabarlas o valorar sus consecuencias. Estos actos ilocucionarios son, a mi entender, de primera importancia, tanto cuantitativa como cualitativamente, ya que en cllos se pone de relieve con especial claridad nuestro papel de espectadores ilocucionarioss. EI detenernos en los actos de habla ordinarios que hablan sobre otros actos de habla nos puede servir para abandonar, aunque sea por un momento, la perspectiva del agente que realiza una ilocución y plantearnos la siguiente pregunta: cCuándo y con qué pnrpósitos atribuye la gente propiedades ilocucionarias a las acciones propias o ajenas? Podremos entonces comenzer a investigar cuáles son los propósitos ilocucionarios de un modo similar a como en Devitt (1996) se plantea la cuestión de los propósitos semántlcos. Devitt propone una metodología naturalista para la semántica que, según é1, debe partir de haber investigado cuáles son nuestros propósitos cuando atribuin.ros propiedades semánticas mediante cláusulas-que. La idea es que si no tenemos claro para qué atribuimos propiedades semánticas, ya sea para propósitos cotidianos o para propósit
1996:57-58). Ahora bien, ipara qué atribuimos propiedades ilocucionarias? iCuándo y con qué propósito o propósitos decimos que alguien pro-
de "Prometo venir mañan¿", la fuerza de afirmaciones o clc infontrcs, y no la de promesas. Lo que me gustaría clestrtcrr lhorlt cs (l(lc sc tril-
lJ. Cuando abrimos un periódico tratando cie enconrrar ejemplos de actos iloctrciorrrrrit:rs, nos danlos cuent¿r de que la inmensa mayoría de los vcrbos re¿rlizativos (lue nos encor)traÍnos r.lo Aparecen cn su forrra norrrral:rustiniana. fln ulla sola págilr¡ cs fricrl locelizrr hrrbitualmente, sin enrbarqo, v:rrirs cleccnrrs clc atribuciclncs dc pro¡rit'tl;rrlt s ilocrrciorrrrirs.
l7)
t7\
\LIDAD
PALABRAS AL VIENTO
metió, ordenó, insultó, dimitió o bautizó? Podemos concluir este ensayo señalando que existen al menos dos respuestas posibles para esta clase de preguntas, las cuales tal vez no seen totalmente incompatibles. La primera de las respuestas inspira, me parece, a los teóricos mentalistas, que la consideran en general como obvia' La segunda, sin embargo, es la que me parece la más inlportante, a pesar de que parece pasar casi totalmente desapercibida. Poi.-ot insistir, en primer lugar, en que atribuimos propiedades ilocucionarias como parte del aparato que utilizamos para explicar la acción lingüística como un tipo de acción intencional o racional, dirigida típicamente a provocar determinadas respuestas en un auditorio. La comunicación aparecería comcl totalmente misteriosa si no tuviésemos en cuenta qr,re al hablar un emisor quiere realizar, en general, uno o varios actos ilocucionarios. Sin duda, cuando atribuimos propicdades ilocucionaries tenemos a menutlo en mente explicar las aicio'es lingüísticas del emisor. Pero el fin principal de Lste capítulo ha consistido en mosrrar que la explicación de la racionalidaá de la acción lingüística no tiene por qué conllevar necesariamente una especificación en términos completamente mentalistas de la naturaleza de las fuerzas. Esto es, esta primera función de Ia atribución de propiedades ilocuciclnarias no tiene, a mi modo de ver, consecuencias áirectas sobre las cuestiones ónticas acerca de la individualización de las fuerzas. Podríamos decir, en todo caso, que' en la medida en que existan componentes mentalistas de la fuerza que la constituyen esencialmenre, la atribución de propiedades ilocucionarias a una acción conlleva automáticamente la atribución al agente de esa acción de determinados estados mentales, los cuales contribuyen parcialmente a racionalizarla. Es más, en la medida en que se considera que un hablante típico está en equilibrio epistémico incluso en relación con los componentes de la fuerza que tienen una neturaleza externiste (csto es. que llo fienen que estar necesctriAmcnte representados mentalmente), la atribución de fuerzas puede prcsentarse como formando parte, en g€neral, de nuestra práctica clc explicar los aspectos ilocucionarios de nuestras acciones lingüísticlit eoelendo a sus causes o razoncs mentalist¡s. La segunda de las funciones de la atribución de propiedaclcs ilocucionarias a las emisiones de alguien es menos incliviclual y tlrils ¡rri blica o social, y consiste en valorar el papel social, nonrrtiv() c illtersubjetivo o interpersonal de una conducte significativrr. [il óllfrrsrs en el carácter fundamental de esta ftrllcitirl es utlr't clc lrts cttllsccttt'tt cias cle este trabaio. Cttancl
174
Dt LA ACCIÓN LINGÜiS TICA
ramos la acción de alguien como una dimisión, un bautizo, una legación o una sentencia, pero también cuando la valoramos como una objeción, una aclaración o una precisión, e incluso como una promesa, una orden, un insulto cl una afirmación, no tenemos en cuenta solanrente los estados mentales del emisor, sino un contexto rnás amplio, que el hablante conoce (o debería conocer) en lnuchos casos, pero que en otros se impone de toclos modos aunque el hablante lo desconozca. Una teoría adecuada de la fuerza ilocucionaria debe valorar adecuadamente el hecho de que atribuimos fuerzas ilocucionarias no sólo como parte de ur.ra explicación de la con-
ducta intencional de los agentes lingüísticos, sino también como parte de un sistema para valorar el papel público y objetivo que desempeñan nuestras emisiones cuando el viento las arrastra a través del entorno físico y social del que, como hablantes, formamos parte inextricable.
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