A mis amigos del Foro Sensibilidades, por la paciencia de leerme capítulo a capítulo. A mis hijos, mis padres y mis hermanos, por la paciencia de quererme... A mis amigos. Los que están, los que se fueron y los que esperan. Al amor que se fue y no vino...
Copyrigth Marisa Bermúdez Malagón, 2003 El código Penal sanciona a “...quien intencionadamente reprodujere, distribuyere, plagiare, o comunicare públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, científica o artística o su transformación o una interpretación arti´stica fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin autorización expresa de los titulares de los derechos de propiedad intelectual o de sus cesionarios. La misma pena se impondrá a quien intencionadamente importare, almacenare o exportare ejemplares de dichas obras o producciones sin la autorización requerida” (Art.534-bis, a). Expresamente se prohibe la traducción, total o parcial, a cualquier idioma, lengua o dialecto, sin la autorización expresa del autor.
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Este libro se sustenta bajo la premisa de ser una publicación editorial sin ánimo de lucro. El autor conserva en todo momento los derechos de propiedad intelectual de su obras y únicamente las cede para ser incluídas en esta edición impresa y en PDF.
Hola, me llamo María Isabel Bermúdez Malagón pero todos me llaman Marisa. Nací en la "Colá", una casita en medio del olivar jienense pero, en el año 1962, mis padres emigran a Francia (París) y allí me eduqué. Volví a España en Marzo de 1975 para formarme como maestra, una vocación que sentí desde la más tierna infancia. Escribo desde que los conflictos de la adolescencia ( la dualidad de mis dos culturas y los propios de esa etapa) me empujaron a encerrarlos en un diarios que perdía y libretas que quemaba...
En el año 1989 me atrevo a mostrar algunos de mis escritos. Un amigo catalán, Enric, me bautiza con el nombre de Sarima y escribe: "Francia y España se pelean para abrazarla con sus etiquetadas manos, con sus grandes garras enrazadas de cultura. Pero ella es un escurridizo pajarillo, con dos alas que apuntan hacia el horizonte, rumbo norte, sin desvíos y con su brújula del sentido común perfora hasta los hipocritismos más recónditos de su zozobrante cielo social."
Por eso y por amor a esa cultura francesa que ha modelado parte de mis rasgos y estilo de vida , por los cariños que encerró en mi pecho, no podría introducir mi primer libro de autor sin el siguiente texto y de esa forma, acoplar "à pas de Louve..." a la mitad de mi corazón que le corresponde...
Á pas de louve En ces temps là j'entrais à pas de louve dans l'adolescence, disaient-ils, mais moi, depuis longtemps, je ne me souvenais même plus de mon enfance
Je comptais à peine quatorze ans et je me trouvais bien loin de mon pays de naissance. J'étais en plein milieu de Paris, la ville lumière, celle des cent ponts et des mil palais. Mais il ne me suffisaient pas à moi car j' étais si folle et si sauvages que mes quatorze ans brûlaient mon cur pareil que les cocktails Molotov brûlaient les voitures dont les flammes teignaient de rouge le ciel bleu de Paris, ce lointain mois de Mai 68, à la chasse de coquelicots. Je t'écrivais déjà des mauvais poèmes et des lettres absurdes , mon amour
Les sentiers étroits longeaient les canaux aux eaux nonchalantes jusqu'à rejoindre la Seine
À son passage par Notre Dame, elle bavardait avec les gargouilles et s'intéressait au destin de tous les Bossus du monde
Entre temps, les Esmeraldas et les Phébus comptaient fleurette à l'ombre des saules pleureurs ou bien camouflés entre les hautes herbes des rives du lac de Vincennes. J'avais tellement soif de toi que je te buvais sans écumer tes mots ni déchiffrer tes gestes, mon amour
Quand les pigeons des Tuileries s'envolaient apeurés par ma course folle pour te rejoindre, j'empruntais leurs ailes et leurs yeux et je survolais avec eux les
toitures verdâtres et sales des quartiers de Paris jusqu'à me poser sur le chevalet d'un peintre de Montmartre et guider sa main. Ton portrait surgissait de la palette de couleurs et d'huiles et je le lui volais d'un coup d'aile ! Le tableau dans le bec, je le tendais à tes pieds comme une offrande
Je t'écrivais déjà des mauvais vers, mon amour
J'étais vorace de tous tes jours, de tous les croissants de tes matins, de toutes les vitrines que tu scrutais, te toutes les rues que tu trottinais, de toutes les portes qui s'ouvraient à toi sans même que tu sonnes
J'aurais aimer broyer tous les os des femmes que tu étreignais, arracher toutes les langues qui me racontaient des médisances et concasser les jolis sourires qui attiraient ton regard. Je savais bien que je n'obtiendrai jamais ton amour mais cette idée ouvrait une balafre si moche côté cur que je la déguisais avec un rafistolage carnavalesque. Combien de mauvaises rimes je suis arrivée à enfiler au collier d'une strophe, mon amour
. On raconte qu'en ces temps là, j'entrais à pas de louve dans l'adolescence mais moi, je ne me souvenais même plus d'avoir été loupiotte
Je comptais à peine quatorze ans et je me trouvais bien loin de mon pays. J'étais à Paris, la ville des lumières, celle des cent ponts et des mil petits palais
Mais déjà je ne savais pas, mon ange, comment figer la constellation de Lupus dans tes yeux
- Qu'est-ce qu'on voit de ce côté de la tour de là où tu est? - Jusqu'à la "Siegessäule", la tour de la Victoire, avec son ange doré
- Fais voir ! C'est pas le même ange du film que tu aimes bien? - Oui. " Der Himmel über Berlin " de Wim Wenders. - Je ne comprendrais jamais ce que tu peux y voir dans ce film
L'américain avec Meg Ryan et Nicholas Cage est beaucoup mieux et plus réel, même si la fin est triste
. Bien sûr, chéri. Une histoire d'amour doit être réelle et très triste, je sais
Marisa Bermúdez, Berlin 1998
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¿Que se esconde detrás de la figura...?
Araceli García
(Palma de Mallorca) Muchas veces me he preguntado ¿qué se esconde detrás de la figura de un ama de casa convencional, de una mujer que es el centro del hogar? Existe, sin duda, todo un mundo de sensaciones y de sentimientos en su corazón al que pocas veces accedemos totalmente. Cuando empecé a leer los capítulos de Monólogos de la Casada pensé que, por primera vez, alguien describía mis sentimientos y los de una mayoría de mujeres sin cobardías, sin falsas hipocresías, con un estilo directo, fluido y ágil, logrando que me identificara inmediatamente con María, la protagonista. Con una mezcla de sarcasmo y tragedia, va desgranando su historia, su día a día, sus rebeldías, sus frustraciones, de una forma cruda y a la vez llena de sensibilidad, exponiéndose desnuda y valiente tal y como es, tal y como siente. No oculta nada al lector, no se deja nada en el tintero, sin miedos timoratos, recrea situaciones cotidianas que sufren en sus carnes y en su alma tantas féminas. Su casada destila humanidad, es un ejemplo de perseverancia en la búsqueda de la libertad, con todas las dudas, temores y dolores que implica. Desde la admiración y el cariño que siento por Marisa Bermúdez, su autora, conociendo su capacidad de superación, la fuerza interior que lleva dentro y que transmite a los que quiere, la sensibilidad que posee, sé que ha dejado fragmentos de su corazón y de sus vivencias en estos Monólogos y yo, hoy, me siento especialmente orgullosa de ser su amiga, de ver su sueño realizado y de escribir estas palabras para su libro. Marisa, ya ves, los sueños, algunas veces, se hacen realidad.
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Desnuda... como si llevara alas
M.Antonia Seguí Collar (Madrid)
Una mujer se desnuda como si llevara alas. Escribe como si ondease banderas. Cuenta como si su voz fuera cántico para decirse ante el mundo. Escribes Marisa y tu corazón es nuestro. Ríes y se nos ilumina la sonrisa; ah, pero Marisa, si tus palabras se quiebran a veces y parece que tiritas, nos quedamos junto a ellas, así como temblando en ellas, como diciendo que sí, que era eso, lo que había que decir y en ese tono. Tus monólogos son vida. Vida que vive, realidad, cotidianidad envuelta en levedades profundas de poesía. A veces, al leerte, me sigo sorprendiendo de que las palabras puedan tener tanta sencillez y a la vez tanto simbolismo en tus escritos. Si miro a tus personajes, creo que podría encontrarlos en cualquier lugar y entablar conversación con ellos. Esa es tu grandeza. Haber sabido hacer entrañable y humano el mundo que describes. Y para acabar, al leer tu libro, he pensado en ti. Por eso tu libro es valiente, porque tú lo eres, es tierno, porque Marisa y la ternura van de la mano, es duro, porque la dureza te salva del dolor, y es bello, porque creas mundos con tu propio alfabeto. Y a mí me gusta mirarlo, leerlo, porque cuando lo hago te leo y te miro a ti.
Mujer-madre-maestra-niña-amiga
Ana Buquet
(Montevideo - Uruguay) Marisa, mujer-madre-maestra-niña-amiga. Sus palabras nos llenan de alegría y música interior; nos invitan al baile y al juego. Marisa, esa gran persona que he tenido el gusto de conocer sin verla nunca, pero para quererla siempre, ahora nos trae su libro para regocijarnos, para acompañarnos, como siempre. Ya verán todos al leerle, que es más que una mujer: es un ángel. 8
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¿Monólogos o "cosas" que jamás te cuento...?
Xabier González (Galicia)
Empíricamente, el título de un libro nos aproxima hasta los interiores más subconscientes del texto; llevándonos, si buceamos en él, más allá de la letra impresa y muy cerquita de la poderosa "genética" de esa "consciencia" subconsciente que, siempre, se me antoja el más poderoso motor en cualquier acción creativa. En su acepción más purista, el monólogo es una forma de expresión dramática en la que un sólo personaje, protagonista y víctima al mismo tiempo de ese "momento", destila -en su alambique interior- mil y un soliloquios que trasladan esas reflexiones, hechas en voz alta y a solas, hasta universos tan diferentes como lo pueden ser una cebolla o, también, cualquier espectador que goce del privilegio de ser invitado a compartir gritos secretos. Siguiendo con el título y antes de zambullirme en los textos, me detendré en esa "casada" que, a simple vista, parece ser una palabra sin vuelta de hoja y que todos sabemos a qué se refiere. Pero "la casada" (o "el casado") es también un término que se usa al imprimir un libro y que se refiere, justamente, a la acción de colocar las páginas para que, una vez doblados los pliegos, queden numeradas correlativamente y el texto se comprenda. Y, no podía faltar, mi memoria viajera recuerda que en Aragón, antiguamente, se denominaba "casada" a la casa solariega destinada a pasar buenos ratos de recreo... Significados... Palabras... Siempre consiguen estremecerme... El mensaje subconsciente del título está claro. La autora "casa" o coloca los soliloquios en perfecto orden hasta construir un monólogo global de un gran realismo dramático, dejando que el lector perciba, sutil pero contundentemente, que la protagonista se percibe "casa solariega" y lucha sin desmayo por dejar de serlo. 9
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Me decía Marisa que "Monólogos de la casada" es un libro feminista y yo sigo viendo en sus textos una idea del rol femenino que es reivindicativa "por defecto". Entrañable y honesto, se me antoja un retrato preciso de esa parte cotidiana de un amplio sector de mujeres en las que se adivinan más dudas existenciales que respuestas contundentes; lo cual, por otro lado, es un signo de vitalidad imprescindible para tratar de alcanzar los objetivos que racionalmente entendemos como correctos y convenientes. La protagonista parece aplicar a rajatabla, metafóricamente hablando, la frase de Mark Twain: "dejar de fumar es fácil; yo lo he dejado más o menos cien veces"; en esa constante lucha que Mae West definía cuando apuntaba que "normalmente evito la tentación, a menos que no pueda resistirla"; atrapada, que no prisionera, entre una vida a lo Bertold Bretch y ese ángel que lleva dentro. ¡Si!, es rebelde, tiene causas por las que luchar... unas veces gana... otras no gana... pero nunca baja los brazos y, aún teniendo la sensación de perder, sabe que si continúa luchando quizás no alcanzará la victoria pero, seguro, nadie le podrá decir que está perdiendo. Monólogos... En realidad no es nada extraño que los soliloquios sean parte importantísima de nuestra existencia; cuando la comunicación exterior se nos hace insuficiente, surge la alternativa de "hablar con uno mismo"... quizás con la íntima y débil esperanza de llegar a entendernos. ¿Será ese el destino que nos espera?, ¿podremos sobrevivir a nuestros propios monólogos -siempre ansiosos e incluso desesperados- o, tal vez, recuperaremos algún día la mirada de niños y la fe de que "hablando se entiende la gente"?. "Monólogos de la casada", entre líneas y con una frescura coloquial que en nada resta transcendencia, nos va dejando "reflexiones para reflexionar"... mil lecturas, para quien quiera leerlas, en una sola lectura... la cotidianeidad palpable y el aroma de esas "cosas" que jamás te cuento porque nunca me das ni la confianza ni la oportunidad de hacerlo...
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Apuntes para un libro esperado
Luis E. Prieto
(Sierra de Madrid) Escribir un prólogo desde la emoción no es tarea fácil, y escribirlo para el libro de una amiga, de una vieja rockera literaria que me acompaña desde los primeros foros de Internet, es aún más complejo; y si, además, el libro que se debe comentar, presentar, o analizar, es un libro que caminó junto con uno de mi autoría y que fue gestándose y pariéndose en el trascurso de un año como contrapunto de las aventuras del Diario de un Anarquista Atávico, entonces la hazaña se convierte en una labor que puede conmocionar esencias íntimas como penetrables... María es cualquier mujer que nació entre los cincuenta y los sesenta y a la que le ha correspondido vivir esa etapa de nuestro país de grandes cambios, donde las mujeres emprenden la lucha para salir de la etapa medieval en que anduvieron debatiéndose sus madres y sus abuelas. Veinte años después, a sus cuarenta y pico, con un divorcio a la espalda y un segundo matrimonio tambaleante, entra en crisis y se cuestiona su vida, sus sentimientos, su educación, su papel de madre, de esposa, de amante, de hija, a través de unos diálogos consigo misma; de ahí el título de esta obra: Monólogos de la Casada. Porque María, desde los veintitrés años, ostenta ese estado civil... Porque de todo esto existe en los Monólogos de la Casada: un libro que es un grito y muchas evidencias. El grito de una mujer que busca la verdad de su feminidad y de su existencia detrás de unas autocartas que son respondidas desde la intimidad vivencial o deseada; las evidencias exteriorizadas y dolidas de años de búsquedas de amores imperfectos, de respuestas críticas. María sabe que siendo mujer es capaz de exorcizar fantasmas y revolucionar historias de amores que se agotan en la monotonía de un discurso antiguo que no termina por hacerse coherente, que sólo reflexionando desde el amor perdido es capaz de recomponer su vida presente y futura, que su silencio impuesto de siglos sólo sirve para preñar futuros sin promesas. Porque María es la voz crítica de una generación de mujeres que no se conforman con ser esposas y madres, ni siquiera compañeras bondadosas y solícitas, sino que piden su lugar como personas en una socie11
Pr ó l o g o s y m i r a d a s
dad de iguales, y en la que las mujeres puedan aportar la lógica de la razón pragmática sin trampas sentimentales. Estos Monólogos que a tu mano llegan, lector, son trozos de una vida apasionada que no quisieron recluirse, tan sólo, entre las paredes del silencio cómplice, y que lucharon para ser papel y avalancha, realidad real desde el sueño virtual y el grito reservado, desde la evidencia de que los dolores, y los fracasos, y las búsquedas, pueden, y deben ser, ejemplarizantes. Y tú, Marisa, -Bermúdez, como el apellido elegido para mi personaje anarquista, y no porque sí-, has tenido el coraje y la fuerza de trasladarnos todos estos gritos y evidencias en este imprescindible libro . Gracias por todo, amiga.
La ternura de lo cotidiano
Adanellys Pérez de Hayes (Rep. Dominicana)
Cuando en algún lugar del mundo, al caer la tarde, una mujer cualquiera aminora la marcha de un día tan común como el púrpura en las puestas de sol. Cuando se sienta en un banco, sola, y es como si todas las imágenes alrededor suyo empezasen a desvanecerse... el desorden en la sala, los chicos correteando por el patio, el ruido de los coches por la calle y hasta el televisor que se ha quedado solo, haciendole compañía a los fantasmas de la casa... formando una conspiración para traer de vuelta, a aquella mujer, sólo las imágenes que parecen no tener tiempo... aquellas donde se ha dejado el amor.. el llanto... las sonrisas. Mezclado todo en una danza de elipses infinitas donde se confunden, entre relatos, la realidad y el anhelo, la experiencia y los sueños. Lo cotidiano se viste de ternura, en Monólogos de la Casada, hasta enternecernos con la dulzura de su narrativa en primera persona... o estremecernos con la crudeza de sus emociones/confesiones... e incluso hasta hacernos sentir cómplices de las historias de una vida que, si bien puede ser la de la autora, también pudiera ser la mía, la vuestra o la de cualquiera que sepa perderse del mundo para encontrarse entre sus propios recuerdos. Dejándose plamasmada el alma, la piel y los sentidos, en tinta de bolígrafo indeleble, (con el orgullo de saberse una mujer completa), como tan magistralmente lo ha hecho mi querida Marisa en esta novela.
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Tomando las riendas de la vida
Edith Checa (Madrid)
Definir a una mujer, que comienza a despertar de su letargo, se puede centrar en una frase, en una de las muchas frases magníficas que contiene esta novela "Nunca necesité, como tú, dialogar con mi cabeza, tenía la suya..." En esta novela, todas las mujeres podemos sentirnos identificadas porque navega por el proceso del despegue, de ese acto maravilloso de abrir la jaula y ser consciente, por fin, de que "el sentido de las cosas las fabrico yo, ya tengo edad suficiente para ello"; proceso en el que te das cuenta de que estás harta de retorcerte las manos "para amortiguar el dolor de mi alma" y decides tomar las riendas de lo que te queda de vida. Marisa Bermúdez ha construido una novela que puede hacer remover los cimientos de algunas mujeres con cada una de las frases, ideas y recuerdos con las que riega, o más bien, con las que abona una historia cotidiana que te engancha desde el primer momento.
Nosotras y nuestras circunstancias
Isabel Rigol
(Vilanova y la Geltrú) Cuando, hace ya más de un año, Marisa me dio a leer los Monólogos de la casada, ella estaba pasando por un momento difícil de su vida. Un momento caracterizado por conflictos internos (que todos conocemos), sentimientos contradictorios, deseos y sueños insatisfechos (que todos compartimos) y frustraciones, fruto de que todos y sobre todo, todas, somos nosotras y nuestras circunstancias como se dijo un par de siglos atrás... Y no han cambiado tanto las cosas desde entonces... Todo esto está aquí, fluida y hermosamente plasmado palabra por palabra e imagen por imagen para que nos sirva de espejo y podamos atardarnos un tiempo en la contemplación de nuestro propio reflejo. 13
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Hablarse en susurros...
Aletse Santiago (México)
El dialogar con uno mismo, pareciera ser la cosa más sencilla: plantearnos preguntas y repuestas desde el remanso de un cómplice silencio, o desde la otra cara del espejo. O al menos así nos lo hace sentir la autora de estos monólogos que pueden ser bebidos con la fluidez del agua más clara en un día caluroso. Monólogos de la Casada, más que un monólogo, es hablarse en susurros, pareciera ser la urgencia de un grito compartido. Al desamparo de María por un Dios en el cuál no cree, se deja acompañar por remembranzas y la interpretación de sueños que le den más sentido a su existir. Se cuestiona desde métodos educativos, hasta su papel de madreesposa-amante en la búsqueda de la clave del amor y del desamor. Presa en la generación del des-encuentro, el navegar por sus divagaciones nos invita a ver lo que sus ojos ven y lo que su piel siente al enfrentarse con valentía ante la gran pantalla que es la vida, para replantearse uno mismo su propia película... Gracias por tus monólogos, Marisa, que como ves, no siempre son tan solitarios.
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Monólogos de la casada
Introducción: de puntillas. En aquellos tiempos entraba de puntillas en la adolescencia decían, pero yo no recordaba ya ni la infancia... Contaba catorce años y me hallaba muy lejos de mi lugar de nacimiento. Estaba en medio de París, la ciudad de las luces, de los cien puentes y de los mil palacetes. Pero a mí no me bastaban porque mis catorce años eran tan locos y tan salvajes que quemaban mi corazón igual que los cócteles molotov quemaban a los coches y sus llamas teñían el cielo azul de un París, aquel mes de Mayo, a la caza de esperanzas... Por aquel entonces, ya te escribía malos versos, amor, y textos sin sentido... Las veredas angostas seguían el agua remolona de los canales hasta llegar al Sena que, a su paso por NotreDame, le preguntaba a las gárgolas por el destino del Jorobado mientras que en sus orillas retozábamos Esmeraldas y Phoebus a la sombra de los puentes... Yo tenía tanta sed de ti que te bebía sin colarte ni descifrar tus señales, amor...Si las palomas de las Tuileries alzaban el vuelo azoradas cuando corría a tu encuentro, tomaba prestados sus ojos y sobrevolaba con ellas los tejados verdosos y mugrientos hasta posarme en el caballete de un pintor de Montmartre y guiar su mano. Tu retrato emergía de los colores y aceites de su paleta embadurnada y se lo robaba de un aletazo para depositártelo en los brazos... 17
Monólogos de la casada
Ya entonces te escribía malos versos, amor... Sentía hambre de todos tus días, de todos los croissant de tus mañanas, de todas las vitrinas que lamías, de todas las calles que andabas, de todas las puertas que se abrían cuando llamabas... Hubiese querido moler a palos cuanto hueso abrazabas, arrancar cuanta lengua me contaba y licuar los rostros bellos que contemplabas. Presentía que nunca me tocarías pero era tan grande la herida que abría el presentimiento que de un zurcido tosco la cerraba... Cuántos he llegado a escribir, amor, de versos malos... Dicen que en aquellos tiempos entraba de puntillas en la adolescencia pero yo no recordaba ya ni la infancia... Contaba catorce años ya no recordaba mi lugar de nacimiento. Estaba en medio de París, la ciudad de las luces, de los cien puentes y de los mil palacetes pero ya entonces no sabía cómo fijar en tus ojos las constelaciones, mi Ángel de amor... - ¿Oye, qué se ve de Berlín desde ese lado de este pirulí? - Hasta la "Siegessäule", la torre de la Victoria, con su ángel... - A ver... ¿No es este el ángel de la película esa que te gusta tanto? - Sí, Der Himmel über Berlin de Wim Wenders. - La verdad es que nunca entenderé qué le encuentras a esa película y su lío de idiomas y de ángeles. ¡Con lo buena que es la versión americana! Aunque se muera la Meg Ryan pero tiene mejor fotografía y es un amor más real. - Sí, mi amor. Las historias de amor deben ser reales y muy tristes, ya lo sé...
Marisa Bermúdez, Berlín finales del 1998
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" D i o s n o h u b i e s e p o d i d o e s t a r e n t o d a s p a rtes y, en consecuencia, creó a las madres" Proverbio Judío
Monólogos de la casada
I
El dolor provoca lo mismo que el aguijonazo de una vacuna: un grito, el llanto, el deseo de ser consolado por unos brazos protectores y por una caricia amable... Los recuerdos de lo que perdiste (o de lo que jamás lograste) y de tus errores, duelen. No me vengas con que sólo es mental. ¡Y una leche eso de mental! Duelen físicamente en la misma forma que los buenos te producen calorcillo; exactamente con un dolor punzante en la boca del estómago y una sensación de ahogo donde te las ves para respirar. ¡Mental! Siempre se le endosa a lo mental cualquier manifestación de dolor o de placer. Me recuerda a aquel profesor de Psicología Evolutiva que tuve, que defendía esa teoría con relación a los bebés. Decía, el muy imbécil, que un niño no tiene recuerdos del dolor y que por eso no lloran con las primeras vacunas. ¡Que me lo digan a mí! ¡Menudo chillido pegó mi hijo mayor cuando el pediatra le clavó de un pinchazo su primera inyección! No, decididamente, el dolor de algunos recuerdos no es mental sino físico. Ahora bien, yo no digo que no lo produzca la mente en lo que se refiere a los recuerdos, por supuesto. Pero el resultado es absolutamente idéntico, provocando lo mismo que el aguijonazo de una vacuna: un grito, el llanto, el deseo de ser consolado por unos brazos protectores, por una caricia amable. Yo, lo que sé, es que lo que experimenta mi cuerpo cuando me despierto con los ojos llenos de lágrimas por acordarme de ti, es auténtico dolor. Por haber soñado contigo y con ese abrazo que estuve esperando años y que no me das sino en esas ensoñaciones que atormentan mi descanso. ¡El mismo dolor que sientes cuando te despiertas de una intervención quirúrgica y reclamas calmantes a todo pulmón! ¿Sabes? Esta es la causa de mis lágrimas de esta mañana, porque quiero que te enteres de que no dejo de quererte, por mucho que intente negármelo ... En el sueño estaba toda la familia, excepto mi madre, en una casa enorme, de aquéllas de pueblo, con sus amplias estancias y sus ventanas 21
Monólogos de la casada
desproporcionadamente pequeñas que las protegen de los calores del verano y de los fríos del invierno... Mis hijos y mi esposo revoloteaban a mi alrededor como pajarillos de pico abierto, esperando un sustento que removía yo en un caldero parecido al de las matanzas, al fuego lento de una cocina económica. De vez en cuando, mi padre asomaba la cabeza por la puerta de la sala e interrogaba con su mirada el estado de la cocción. Mis ojos se alzaban de tanto en tanto del mejunje oloroso para otear el final del camino, esperando un convidado sorpresa cuyo rostro y nombre tan sólo custodiaba mi pecho, acostumbrado a albergar mi amor secreto. La duda me visitaba regularmente: "¿Vendrás? Has insinuado que vendrías... ¿Qué pasará? ¿Cómo les voy a explicar tu presencia? Igual no dará lugar a que explique nada; simplemente llegarás, me abrazarás, me cogerás de la mano y sin mediar palabra, te seguiré sin tan siquiera mirar atrás". El maldito guiso borbotea cada vez más aprisa y anuncia su término sin que el polvo del camino testimonie el menor síntoma de una llegada... Resignada, giro en dirección a esa mesa enorme cuyos comensales ya se han atribuido las plazas privilegiadas, dejándome a mí la consabida cercanía a los fogones y demás trampas que me harán levantar y satisfacer cualquier olvido como, el de la sal, o el de la pimienta, o el de la jarra necesitada de más abastecimiento de agua... Siento unas tremendas ganas de llorar por el agotamiento y el círculo vicioso que representa esta implacable rutina de tantos años... Se come en silencio porque no se habla en la mesa con mi gente; sólo se oye el ruido de los sorbidos de caldo al conducirlos la cuchara a las bocas hambrientas y temerosas de cualquier abrasada sorpresa. Se oyen al ingerir grandes "¡Ssssluup!" y grandes "¡Clanc!", cuando las malditas cucharas vuelven a repostar la insulsa pitanza en los platos a rebosar. ¡Entonces apareces detrás del mugriento cristal de la única ventana que refleja luz del día en esta cocina lúgubre! Tu mirada castaña se detiene derechita en la mía azul y nuestras bocas esbozan una sonrisa gemela que me lanza a salir corriendo del cuadro monocromo donde mi espera se ve al fin recompensada. Me detiene en mi huida el brazo robusto de mi padre que me atrae contra su pecho: "Siempre supe que era él. Hace años que lo sé como supe que este día llegaría. ¡Corre!". Siento las lágrimas de la alegría invadir su rostro y el mío, al tiem22
Monólogos de la casada
po que se planta en escudo protector para que los que se comen la sopa no impidan la carrera hacia mi destino: estar al fin junto a ti. Mi padre, ¿Quién iba a suponer que un día me apoyaría en algo? Despierto. Lo primero en sorprenderme es una penumbra absoluta y unos ronquidos estridentes que invaden toda la habitación. Aterrizo. Era de nuevo un sueño. Como un veneno lento, el dolor por el recuerdo se instala en sus partes más conocidas. Emprende el hormigueo ascendiente en el bajo vientre; luego va lacerando las demás moradas de su amargo recorrido: el estómago, el corazón, la garganta... El dolor culmina por fin echándome del lecho antes de que unas lágrimas incontroladas delaten mi honda desesperación y despierten con el berrido a mi esposo dormido. ¡Anda, que el recuerdo no duele! ¡Lo sabré yo!
II
La vida consiste en millones de pequeñas cosas y que las drogas tan sólo te dejan vivir la décima parte... ¡Pues vaya! ¿Y ahora qué le contesto yo al crío? También es mala suerte que se haya encontrado a su hermano mayor precisamente hoy, dando un paseo por la orilla del mar. Si ya le es difícil a sus nueve años el entender que el ya no viva en casa y que eso conlleve un abandono parcial de la nuestra , sólo faltaba que lo sorprendiera con unos amigos "pescando cangrejos" y fumando "un cigarro muy raro, mamá". Incluso me lo ha dibujado en una hoja de papel, como si yo necesitara que me lo dibujase para saber que se trataba de un porro... La verdad es que siempre he temido este momento y lo que me extraña es que el crío no me haya hecho la pregunta antes. Desde los 16 años, su hermano está metido en eso y no era difícil toparse, en los ceniceros de su habitación o incluso en los de la sala cuando se apalancaba delante del televisor hasta la madrugada, con los cadáveres de los cigarrillos de sueños artificiales. Ahora comprendo que sólo fue suerte y que de todas formas este día llegaría... 23
Monólogos de la casada
- ¡Va cariño, cómo va a ser un porro! ¿Tú crees que tu hermano, siendo un buen estudiante, un buen deportista, con una medio novia, se va a entretener en esas tonterías? - ¡Pero es que mamá, era un cigarro muy raro, no era como lo que tú fumas, había una cosa como muy verde dentro, como hojas de hierba! - ¡Anda ya! Eso era seguramente tabaco fresco; hay mucha gente que se lía los cigarros y que no los compra en cajetillas como yo. Parece que lo he medio convencido y pronto ha encendido la televisión para zambullirse en sus dibujos animados favoritos. Creo que he hecho bien, aunque ya lo hablaré con su padre cuando regrese del trabajo. Igual a él se le antojará otra manera de enfocar todo esto de las huidas artificiales... ¡Qué tonta he sido! Mi amor incondicional hacia mi hijo mayor me hace como siempre creerme cuanto me dice. - Mamá, te lo juro; desde que estoy aquí, ya no fumo todos los días, sólo un porrete de vez en cuando con los colegas, el fin de semana. Llevo años esperando, convencida que si se le daba a este asunto comprensión, si se le restaba importancia, si lo consideraba como una experiencia más que debía vivir (así como la vivimos muchos en nuestra época de instituto), se resolvería por sí solo, que todo era una cuestión de maduración... Cuando decidió marchar para hacer la carrera universitaria, en parte me alegré. Estaba convencida de que la rigidez de la residencia para estudiantes servirían de freno para un hábito que ya pasaba de la mera experiencia de adolescente. Ahora, con lo que me ha contado el pequeño, compruebo que sus palabras, pronunciadas un día cercano a sus 18 años, tras una pelea tremenda por lo mismo, eran ciertas. - ¡Fumo porque me gusta! ¡Entérate de una vez, mamá! ¡No pretendo con ello huir de nada; ni de que te separaste de mi padre, ni leches en vinagre! ¡Y no voy a renunciar a algo que me pone bien! Si no pillo, tampoco pasa nada, pero si tengo dinero, fumo. ¿Qué voy a hacer con él? He pasado años intentando hacerle entender que si bien fumarse un porrete de vez en cuando no me parece mal, que tengo muchos amigos que lo hacen y que en nada afecta su vida ni afectiva ni profesional, a la edad que él empezó, sí representa un peligro. 24
Monólogos de la casada
- Mira hijo, ¿no ves el tiempo que te ha hecho perder esa mierda? Has cambiado de instituto cuatro veces, perdiste un curso porque querías vivir solo y trabajar. A los seis meses me suplicabas volver a casa. "No me puedo controlar, mamá. Los amigos llegan y fumamos hasta tarde. No me levanto y me despiden del trabajo. Me he equivocado." ¡Es que no te das cuenta que ya no se trata sólo de una manera de pasártelo bien! Entonces volviste a casa y yo te puse unas condiciones que me parecieron estrictas... - No quiero que salgas entre semana, no quiero oler nada que no sea tabaco en tu habitación, no quiero que falles ni un sólo día de instituto si no es porque estás con fiebre, quiero que te comportes con tus hermanos, que controles tu mal humor y no les grites a la mínima... Tuve un año de relativa paz. Yo sabía muy bien que, cuando volvía a casa y se encaminaba derecho a su habitación con los ojos bajados, no era por el acto de sumisión y respeto de las culturas islámicas, sino para que no me incomodaran sus ojos rojizos. Pero acabó ese último año de instituto logrando ese COU tan ansiado, pasaporte imprescindible para cualquier universidad. Hace meses que vive solo y que no nos visita si yo no insisto. Supongo que no se quiere aventurar a preguntas sobre su nueva vida; como si yo necesitase preguntarle algo, como si no le conociera por haberlo parido y criado hasta sus 21 años, como si no me bastara con mirarle a la cara para tener respuestas. ¿Serviría el contárselo a su hermano pequeño como vacuna, de la misma forma que le sirvió a la hermana? A lo que sí me niego es a volver a sentirme culpable, a preguntarme otra vez: ¿Qué hice mal? No quiero volver a pensar que fue la separación lo que le indujo al consumo y tantas acusaciones más que han envenenado mis días. Tampoco quiero acusar a los amigos de sus años de internado y cargar el muerto al ambiente y las circunstancias. Hay muchos que dicen "no" en la misma situación. Pero él es muy débil, no sabe nunca renunciar a algo que le gusta y es egocéntrico. ¡Si lo sabré yo! De tres hijos que tengo, él se las apañó siempre para captar mis cuidados, mis atenciones y ser el centro. 25
Monólogos de la casada
¡Se acabó! Yo ya hice cuanto pude. Ahora, que se enfrente a solo a sus fantasmas. ¡No quiero volver a pasar la noche en vela porque un niñato no ha entendido a sus 21 años que la vida consiste en millones de pequeñas cosas y que las drogas tan sólo te dejan vivir la décima parte! No quiero oír ni un reproche más de los que yo misma me hice y contra los cuales luché para vencer.
III
Emociones a flor de piel que desgarran por dentro hasta tal punto, que despiertan el llanto de afuera... ¡No, si yo ya lo sé! Debería escribir mis sueños en cuanto echo un pie fuera de la cama; si no lo hago así y empiezo la jornada empastelándome en los quehaceres rutinarios e insulsos, cuando me quiero poner, ya se me olvidó la mitad del sueño y, sobre todo, las emociones... ¡Dios! ¡Esas emociones tan a flor de piel que me desgarran por dentro hasta tal punto, que me despiertan el llanto de afuera! ¡Ay, mi buen amigo Freud! ¡Qué buen sujeto de estudio si hubieses tenido a tu alcance la mujercilla que soy! El decorado de la ensoñación era, esta vez, un desolado paisaje árido, de vegetación tan seca y agreste como el esparto de los llanos de Almería; no se veía ni un solo árbol, ni una sola sombra, ni una sola casa, ni siquiera derruida, donde poder escapar del abrasador sol. Caminábamos descalzos, mis hijos y yo, los ojos puestos en el lejano horizonte, a cada paso, más distante y borroso, que nos dejaba ver el sol a su albedrío, cegando nuestras pupilas a traición porque osábamos aventurarnos a alzarlas más de la cuenta. Mi preciosa hija, con los mechones de su pelo cobrizo pegados al rostro como si saliese de la ducha, canturreaba para darnos ánimo... Ain't no mountain high enough... To keep me from getting to you, baby! Entonces, los demás, le hacíamos de coro, entonando el estribillo de la canción de Marvin Gaye que tantas veces acompañaba nuestros trayectos en coche dándonos marcha. 26
Monólogos de la casada
- ¿Cuánto falta, mamá? -preguntaba el pequeño, a quien su hermano arrastraba como a una carretilla de juguete desde su metro ochenta y sus ochenta kilos, sudando la gota gorda también. No lo sé. Papá nos indicó que, después de una hora andando en dirección al sol, aparecería una loma y que, detrás de ésta, estaba ese pequeño paraíso donde se ha empeñado en que vivamos. - ¡Puñeta con la horita! -se impacientaba como siempre el mayor. ¡Esto es una mierda, hombre! ¿Cómo se le ocurrió este lugar en medio de la nada? ¡Vaya con su idea de "una calidad de vida mejor"! ¡La escena siguiente se ha tornado en un paisaje totalmente opuesto! Aparecemos, mi hijo menor y yo, en medio de un arrozal donde el barro nos pasa de las rodillas a mí, y de la cintura al crío. Caminamos con la misma dificultad que en la escena anterior e intentamos alcanzar la linde del terreno encharcado. Oigo la voz de mi madre llamándonos a voces, denotando claramente un tono de angustia: "¡Por aquí! ¡Cuidado, hay muchos hoyos!". Conseguimos asirnos a la mano que nos tiende y con la cual nos estira, como si su edad hubiese desaparecido de repente y tuviera la fuerza de un coloso. Me cuesta recordar la tercera escena pero sé que estoy sentada en la escalera tosca de una casa desgarbada con grandes desconchones en la fachada encalada. Mi madre se apoya en el tronco de un olivo moribundo y mis hijos mayores, sentados en el suelo, garabatean signos cabalísticos en la tierra seca con la ayuda de un palote, cuestión de matar el rato, ensimismados en sus pensamientos y a la espera de una decisión, como cuando han cometido una travesura y se disponen a aceptar la reprimenda inevitable sin osar replicar, asumiendo su culpa. Al pequeño, sentado en mis rodillas, le masajeo la planta de los pies en movimientos circulares para aliviarle las horas de camino. - ¿No es como un pequeño oasis en medio del desierto? -lanza mi marido entusiasmado. Los demás nos miramos unos a otros sin responder mientras él emprende su discurso apasionado. - ¡Mirad! La casa es grande y con un poco de pintura, se puede adecentar la primera planta donde nos instalaremos en un primer tiempo. Empezaremos con la cocina, para que no se queje vuestra madre y haré llegar una goma desde el pozo 27
Monólogos de la casada
para conseguir agua corriente. Después abordaremos la restauración de verdad. ¿Habéis visto las salas? ¡Son enormes! ¿Y la carpintería? No hay rastro de polilla. ¡Con un buen rascado y barnizado, todo quedará como nuevo! ¿Y el sótano? ¿No os parece increíble una casa con sótano en esta región? Yo creo que se construyó como escondrijo para refugiarse de posibles atacantes. En otros tiempos, ya sabéis, abundaban los bandoleros. ¡Será un criadero de setas extraordinario como para hacernos ricos! Y su verborrea no deja entrada para nuestras objeciones ni parece tener final... Entonces, levanto lentamente las plantas de los pies de mi hijo y vocifero. - ¡Mira de una vez por todas! ¿Es que no ves que a tu hijo se le ha incrustado el lodo entre los dedos y no consigo quitárselo? En ese preciso momento lanzo un desgarrador grito y arranco a llorar... Y me despierto, claro está, en lágrimas, en ese lecho que él ha abandonado hace ya unas horas para acudir a un nuevo trabajo que le propuso la oficina de colocación donde está inscrito. - Sí, mi querido esposo -declamo en voz alta sentada en la cama- pienso que ya me cansé de creer en tus sueños, de confiar en tus planes escabrosos y tus negocios millonarios, de seguirte de Guatemala a Guatepeor. De aquí en adelante, voy a seguir los míos.
IV
Mi chico está harto de copiar del libro a la libreta el anunciado de los ejercicios... Bueno, ya llegó ese último día de escuela tan ansiado por el peque de la casa... ¿Qué voy a hacer con él hasta agosto, cuando coja yo las vacaciones? Supongo que lo solucionaré como en años anteriores: una estancia en el pueblo de sus abuelos, le recargará las pilas para el curso que viene. Luego, disfrutará de las dos semanas de camping con sus hermanos, como cada año, en la montaña. Ha acabado el curso a trancas y barrancas, según la opinión de su tutora, una solterona de la época del "Cumbayá" que le ha amargado el año con sus propósitos y su desencanto. Me convocó, al iniciarse el mes de 28
Monólogos de la casada
Octubre, a una primera entrevista para hablar "del rendimiento del niño", ya saben, a través de esa agenda impuesta por la editorial del colegio donde, si no la revisas a diario con el crío, ni él se entera de cómo funciona. Resulta espesa y poco atractiva para un chaval de cuarto. ¡Ya sus primeras palabras me pusieron de mal humor y tuve que recordar mi buena educación para no aconsejarle que se dedicara a la salvación de las almas, en cualquier misión con el ejército de salvación, en vez de a la enseñanza! - Bien, si me permite, revisaremos juntas el expediente de su hijo y corríjame si ha sufrido algún cambio ensu situación familiar o cualquier otro de importancia. Es un simple formulismo, ya sabe, para la administración del colegio... Veamos... Supongo que los primeros datos son iguales, edad, fecha de nacimiento, lugar... Convive con sus padres y con dos hermanos mayores ¿de un primer matrimonio, verdad? Es que como no coincide el primer apellido... Bien. Parto por cesárea sin complicaciones... Muy despierto, caminó a los 9 meses, habló pronto, control de esfínteres a los dos años más o menos... No moja por la noche... Vacunas en regla. Vale, vayamos a la situación académica... Matriculado en este colegio desde párvulos, ciclo inicial superado. Los informes de las tutoras lo describen como un niño activo y participativo en la clase, comunicativo, creativo. Parece que a finales de ese ciclo leía y escribía... Veamos ahora el curso de tercero... Participativo, responsable con las tareas, acaba los trabajos... Progresa adecuadamente... Bueno, ¿Hubo algún cambio en su situación familiar? - Sí señorita, sus hermanos ya no viven con nosotros. El mayor está en la universidad y mi hija cursa sus estudios en el extranjero... Por lo demás, todo igual. - Es que le noto como muy ausente durante las explicaciones y le cuesta concentrarse, lo que difiere de las apreciaciones de la tutora de tercero... - Bueno, no creo que eso le afecte, pues habla con ellos a diario... - Yo no digo que le afecte, señora, yo sólo pretendo investigar las causas de su falta de concentración y motivación. Bueno, no vale la pena que me adentre en los típicos tópicos que tuve que oír de la señorita, del estilo de: "es que claro, su situación familiar no es común, igual no ha asimilado eso de que sus hermanos tengan un padre diferente..." Y otras animaladas donde me tuve que contener para asegurarme de la salud de su santa madre, que no dudo que lo fuera... En ningún momento llegó a considerar que, tal vez, ella era la causa de los problemas de mi hijo, problemas que por otra parte, él manifestaba en casa a través 29
Monólogos de la casada
de comentarios como que era "aburrida", que "estaba hasta las narices de copiar del libro el anunciado de los ejercicios", que "siempre estaba gritando y castigando" y de que ante lo que ocurría en su clase, prefería mirar por la ventana... Llegué a un punto tal de contención de bilis al oír la descripción que hacía esa señora de mi hijo, que zanjé la entrevista con un "no entiendo lo que pasa este curso, porque como bien ha leído en los informes anteriores, el crío era de lo más normal tirando para arriba... ¿Igual ha supuesto su manera de trabajar en clase con ellos un cambio grande respecto al curso anterior? -dije con la mayor diplomacia posible-. Hasta ahora, sus compañeros y él trabajaban, si no recuerdo mal lo que nos explicaron a los padres las maestras de ciclo inicial, en rincones de trabajo. Usted, según me explica el niño, sigue un método más tradicional", los tiene sentados de uno en uno y parece ser que ni pueden ir al servicio con lo cual algún niño se le ha orinado en clase me ha explicado mi hijo... - Señora -me cortó malhumorada, rozando el grito- cada maestro tiene su propio método y no importa el que se emplee si se alcanzan los objetivos que marca el ministerio. A mí no me van esos métodos tan progresistas donde los niños tienen tanta autonomía. Yo exijo que mis alumnos se queden sentados y aprendan a escuchar las explicaciones primero. Luego, por supuesto, les ayudo en los ejercicios. Pero primero, han de estar atentos. El que no lo esté, que no reclame mi ayuda ulterior. Le pediría que colaboraran desde casa, que le supervisaran los deberes y comprobaran que los realiza diariamente. De lo contrario, no me hago responsable de los resultados finales. Recuerden que este curso es final de ciclo y se puede considerar la repetición si no se superan los objetivos mínimos. Con esas palabras de amenaza me despidió, con la excusa de que tenía otra entrevista, ya que se propuso hablar con todas las familias de sus alumnos. Localicé a mi chico en el patio, pues aún no había entrado al comedor del colegio, y le abracé. Salí corriendo a comerme un bocadillo y procurar volver no demasiado tarde al bufete, porque claro, las horas de entrevistas son de doce a una, y debes pedir permiso en tu trabajo para el efecto, si no quieres que te acuse la escuela de "poco interés" por los estudios de tu chaval. ¿Cómo es posible que en un colegio se permita todavía eso de "cada maestrillo su librillo" para ampararse más de un maestro en los métodos de cuando yo iba al colegio? Porque, en resumidas cuentas, eso era lo que ocurría aquí. Después de seguir, durante los últimos cursos, un sistema de 30
Monólogos de la casada
trabajo activo, con un equipo de maestras de quién la verdad, no tengo nada que decir, ahora se había topado con una de lo más tradicional y le costaba adaptarse... ¿Pero quién es el guapo que se atreve a manifestarlo sin ponerse en evidencia? ¡Bonita se ha puesto cuando me he atrevido a sugerírselo! Resulta que estos últimos años, se nos ha convocado a los padres a reuniones y reuniones donde se nos explicaba la dichosa Reforma Educativa, que si eso de la individualizada, que si cada niño a su ritmo, que si no sé qué del "constructivismo", que si esto y que si lo otro. Cuando todos, parece, lo habíamos entendido y ya no comparábamos los niveles de los niños con los nuestros de cuando íbamos al colegio, cuando ya no nos angustiaba que el niño en segundo curso no se supiera las tablas de memoria ni las capitales y ríos, cuando nos venía cada día pidiendo que si esto y lo otro para una experiencia o un proyecto, resulta que llega esta otra señorita y nos manifiesta que estos mismos niños, no saben nada, que se les debe aplicar mano dura y matar a deberes porque van muy retrasados y además, no se concentran, ni escuchan ni se motivan... Yo, lo único que sé, es que hasta este curso mi hijo adoraba el colegio. Venía cada día con una cosa nueva que había aprendido y la explicaba; casi le tenías que obligar a quedarse en cama si lo veías con fiebre porque él no quería faltar; nos llevaba locos a todos porque buscaba información acerca de temas que a veces, a su padre y a mí, nos sorprendían, como el universo y que, al verle tan entusiasmado, le ayudábamos como podíamos... Sin embargo, este curso ha sido una auténtica pesadilla. Cada mañana le dolía la barriga, cualquier excusa era buena para retrasar los deberes dichosos, de más de dos horas de duración, no por la dificultad de la respuesta sino porque la maestra exigía que el enunciado se copiara íntegro, del libro de texto a la libreta, en bolígrafo azul, la respuesta en lápiz... Un examen ha representado una enfermedad y una avalancha de lágrimas... Se ha acabado el ir a Internet o a las enciclopedias para buscar información acerca de temas de proyectos... Y mi chico, desde sus nueve años, se ha entristecido, odia el colegio y dice que ojalá sea grande ya para irse a trabajar, que no quiere estudiar. En comité de padres, fuimos a hablar con la directora. El único consejo que nos dio fue el de ser pacientes, que era un curso y que pasarían a quinto, o sea, el ciclo superior. Que esa maestra era definitiva en el centro 31
Monólogos de la casada
y que ni ella, la directora, tenía competencia para cuestionar sus métodos. Que el equipo de maestros de quinto sería más activo. Pero que tampoco les iba mal a los niños ver todas las clases de adultos porque así era la vida real y debían aprender a saber torear las situaciones... Algunas veces he hablado de este tema con mis colegas de trabajo , con mi jefe. La sugerencia más común es la de cambiar al niño de colegio, que seguro que habría alguna escuela privada que coincidiera con las expectativas del crío, que las hijas de tal iban a una muy buena... Pero claro, mis jefes son abogados, de familia buena. Yo, simple administrativa, con el marido en paro la mayoría del tiempo... Por otra parte, ¿porqué debe ser la solución abandonar la escuela pública? Confío en el verano para que mi crío recargue pilas y en las palabras de la directora para que, en septiembre, con un nuevo equipo, vuelvan a renacer sus ganas de ir al colegio. Y sobre todo, que este cuarto curso sea borrado de su mente infantil sin demasiadas secuelas.
V
¿Qué se debe hacer cuando ya no aguantas más ese sentimiento de soledad, aunque vivas en pareja y rodeada de hijos por todas partes menos por una, como las penínsulas? ¿Qué se debe hacer cuando ya no aguantas más ese sentimiento de soledad, aunque vivas en pareja y rodeada de hijos por todas partes menos por una, como las penínsulas, que te une a no sé qué, pero a algo te debe unir puesto que no te pegas un tiro? ¿Qué hacer para dejar de sentir que tu vida avanza a la velocidad del A.V.E. y que no tuviste tiempo de apearte en ninguno de los lugares bonitos por donde pasó? ¿Cómo desembarazarse de esa "auto acusación constante de que cuanto te pasa lo has provocado tú" y que, como dice tu madre, eres la única responsable porque todo el mundo sabía cómo iba a ser tu pareja pero tú no quisiste escuchar a nadie? ¿Por qué no se firman contratos temporales renovables por ambas partes cada seis meses, como en las empresas? ¿O también te engañarían 32
Monólogos de la casada
durante el tiempo de prueba y en cuanto el contrato fuese definitivo, ¡zas!, se pondrían en larga enfermedad, apechugando una con los gastos? Llegas a casa pasadas las siete, cargada como una mula porque te diste de narices con el supermercado y recordaste, claro, los fallos de la despensa. Subes penosamente, abres la puerta y antes de traspasar el tranquillo, suspiras hondo, como para animarte antes de empezar el último tramo laboral del día. Cuando dejas las llaves colgadas de su clavo correspondiente, te descalzas con trabajo usando los pies (las manos las traes llenas) y ya te arremete el ruido espantoso que reina en tu dulce hogar. En la tele, vociferan estridentes esos enanos animados japoneses que el chico se traga sin pestañear; el último disco del Rapero de moda traspasa la puerta forrada de pino de la habitación del mayor (y eso que le regalaste para Reyes ese último modelo de auriculares inalámbricos), mientras simula que está estudiando para no sé qué parcial; oyes el calentador aullar agonizante y el agua de la ducha simular una pedrada de primavera contra la mampara, con lo que supones que tu hija llegó a casa del entrenamiento de baloncesto y que, según tus cálculos, lleva ya una media hora con el grifo abierto. Por fin, tu pareja está cómodamente situada ante su ordenador, teclea que teclea, instalando el último programa que bajó de Internet y que va a permitir darle no sé qué alas a la máquina, que el disco duro se duplique y un sinfín de chuladas más. Nadie se ha percatado de que has llegado hasta que no has dejado las bolsas de la compra en la cocina y te dejas ver por la sala. El chico de la casa es quien lanza el grito de guerra: "¡Ya llegó mamá!" Como una avalancha, se te vienen encima los otros, con un beso fugaz y un ¿cuándo cenamos? Porque el uno debe ir no sé dónde, el pequeño porque la comida de la escuela era asquerosa, el otro porque... ¡Y yo qué sé! Hace ya tantos años que ya no sabes, que ya no te importa, que como una autómata te diriges al cuarto, te cambias la ropa, recoges la sucia del suelo y la llevas a la canasta; que miras pasando por el comedor esa tabla de planchar en el mismo sitio que la dejaste la noche anterior, la ropa doblada sobre la misma mesita y que no enamoró a nadie para conseguir que la acomodaran en la repisa o cajón adecuado de un armario; que calculas el tiempo que ya lleva en casa tu pareja por las diferentes tazas de café que se ha ido bebiendo y dejando por encima de los muebles... No dices ya nada. ¿Para qué? 33
Monólogos de la casada
Recuerdas la primera pelea, hace más de diez años, cuando nació el benjamín, donde desapareciste con el crío unos días a casa de tus padres, gritándoles que o colaboraban o te largabas para siempre... ¡Enséñales! -decía tu madre. Entonces elaboraste planes semanales con las tareas de casa, donde cada uno se responsabilizaba de algo de su agrado... Duró lo que duran las tormentas de primavera porque el actor principal, el padre, siempre tenía causas atenuantes (reuniones, jaquecas...). Su ejemplo cundió y comprendiste que los refranes son grandes verdades inalterables: nadie enseña a quien no quiere aprender. Por todo ello has llegado a una situación cuya salida no ves clara, porque romper con todo sería la segunda vez y te encierras en esa soledad, compañera de tu vida, de tus pensamientos, de tus sueños desvanecidos, de esa vejez que ya sientes en el alma y en las carnes... Como decía la buena de Lole Montoya en sus "Bulerías de la pena": "Qué pena más grande Amor que te recuerde sin pena, qué pena que ya no hay cadena que nos una a los dos... ¡Qué pena que no fue nada y todo lo pudo ser!" Y siguiendo la vena musical, aquel otro estribillo que canta tu admirada Soledad Bravo: "Caramba mi Amor, caramba, Qué bello que hubiera sido, si tanto como te quise así me hubieras querido..."
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Monólogos de la casada
VI
Se llamará Ámbar y a mí, me parece bien... ¡Ya hace casi una hora que está ahí dentro pero nadie sale a decirme algo! ¿Irá todo bien? ¿Se habrán presentado complicaciones de última hora? Ya estoy otra vez dramatizando. ¡Todo irá bien! Además, Abdi está con ella y entró muy dilatada, dijo la comadrona. Espero que el parto le sea tan rápido como lo fue para su tía. ¡Qué no se parezca a su abuela ni a mí! ¡Una horita corta, por favor! No sé de dónde saco paciencia para permanecer sentada en esta silla y no gastar el suelo con mis paseos para arriba y para abajo... ¿Se deberá a mis recuerdos? Pues nunca asistí a un parto previamente, excepto los míos, que tampoco lo fueron, la verdad, porque tres cesáreas no es parir, pero claro, allí yo era la protagonista, no la que esperaba la noticia... El único parto que recuerdo es el de mi hermano. Tenía yo unos cuatro años. Eran finales de Mayo y aquella mañana divisé a mi abuela subiendo la vereda, río arriba. Corrí camino abajo para ir a su encuentro y abalanzarme en sus brazos. Noté al instante su rostro sombrío y no entendí que no respondiera a mi alegría. Vestía toda de negro, como las mujeres viejas de la familia que me rodeaban, pues si mis cálculos no me engañan, debía rondar mi abuela los sesenta y, con esa edad, ya se le habían muerto suficientes parientes como para no quitarse el luto. Traía en las manos un paquete. Era raro que la abuela trajese regalos por lo que me entusiasmé sobremanera. "¿Es un regalito para mí, abuelita?" -recuerdo preguntarle. Pero la abuela no contestó. Se fue derechita dentro de la casa de donde ya hacía un rato me habían echado a mí, ordenándome jugar fuera, cosa que no me hice repetir dos veces, más aún cuando, la tía Josefa y la prima María habían sacado mis juguetes para que me entretuviese. Normalmente, mamá nunca me dejaba sacar la única muñeca de cartón que poseía y que me trajeron de la última feria de Priego. Yo intuía pues que algo especial estaba pasando, ¿pero qué? Cada vez que intentaba entrar, me sacaban con un: "niña, no molestes". Al cabo de algunos intentos infructuosos, me resigné y me dediqué a construir una casita de piedrecillas para mi muñeca cerca de la era. 35
Monólogos de la casada
Mi abuela volvió a salir de la casa con una silla de anea que colocó al lado de la puerta. Se sentó con las manos cruzadas sobre su regazo y empezó a hablar sola, o eso me pareció a mí. En realidad estaba rezando, creo. De vez en cuando, sacaba un pañuelo muy blanco y se secaba unas lágrimas cuyo origen no entendía. Me acerqué a esa visión negra sobre el fondo encalado de la pared de la casa y me acarició el pelo suavemente. - ¿Qué pasa abuelita, por qué lloras y hablas a solas? - Porque estoy muy contenta, vas a tener un hermanito. ¡Perplejidad! ¿Cómo? ¿Que iba a tener qué? ¿Eso llegaba así, de un día para otro? - ¿Y dónde está mi "mama" ahora? - Ahí dentro, con Josefa La Partera. Tenemos que esperar. - ¿El regalito es para mi hermanito, abuela? - No, es para tu "mama". Es una onza de chocolate. - ¿Para qué quiere mi "mama" una onza de chocolate? - Para que tenga buena leche y se reponga del parto. - ¿Qué es un parto, abuela? - ¡Ay, niña! ¡No preguntes tanto! Es cuando vienen los niños al mundo. Entonces acabaron las preguntas y empezó una larga espera hasta el crepúsculo... Iban viniendo más y más mujeres de la familia, iba derramando más y más lágrimas la abuela. Por fin salió mi padre llorando y se abrazó a su hermana con un "¡Ay, qué cosa más mala, hermana! ¡Yo no le vuelvo a hacer esto a mi mujer!". En el mismo instante, se oyeron el llanto de un crío y el griterío de las mujeres que no habían salido de la casa en todo aquel largo día: "¡Es un varón! ¡Es un varón!" Y desde aquel 28 de Mayo de 1958, tengo un hermano... Pues a lo que vamos. Como mi abuela entonces, me he acomodado en esta silla a la espera de que alguien salga y me diga si es niño o niña (las ecografías no definieron con exactitud el sexo de mi futuro nieto o nieta). Pero tengo las manos vacías de chocolate para reponerle las fuerzas gastadas en las contracciones a mi pequeña... Mi pequeña. ¿Quién me iba a decir que a sus diecinueve años tomaría la decisión de ser madre? Hace poco más de un año, cuando tomó la determinación de irse a vivir con Abdi, sufrí ya una gran contrariedad. No porque el muchacho me pareciese mal, no. Abdi es uno de los mejores amigos de mi hijo mayor y, desde que tenía diecisiete años, rondaba por casa a menudo. Pero nunca 36
Monólogos de la casada
imaginé que estaba acechando a que mi hija, tres años menor que él, se hiciera lo suficiente mujer como para echarle los tejos, la verdad. El día que celebramos sus diecisiete años, nos comunicó que llevaban unos meses saliendo juntos... Nos tomamos la noticia sin más, pues los jóvenes de hoy, ya se sabe, un día con uno y al otro, si te he visto no me acuerdo. No dejó de pellizcarnos el hecho de que Abdi fuese de Tanzania. Su familia, afincada desde hacía más de veinte aquí, era muy amable. Su padre era ingeniero aeronáutico y el responsable en nuestro país de las líneas aéreas del suyo. Mas no le dimos más importancia al asunto porque, a menudo, los padres nos sentimos más tranquilos si nuestra hija tiene una pareja fija, que si va por ahí del uno al otro, la verdad. Cuando llegó el conflicto grande fue cuando decidieron irse a vivir juntos a un pequeño apartamento. Pensamos que era muy pronto porque a ella le quedaba el último curso de instituto y él empezaba su segundo de universidad. Pero nos convencieron sus argumentos en cuanto a que disponían de una buena beca y que con el trabajillo paralelo de Abdi en el aeropuerto, conseguido por el padre, saldrían adelante. De eso hace apenas un año... Hace cinco meses, nos anunciaron lo del embarazo, deseado, ¡sí señor! Me empiezo a impacientar. Claro que está bien atendida y que si sucede algo, enseguida me avisarán... ¿Y si le pasara como a mí? ¡No, qué tonta soy! El bebé estaba encajado perfectamente a su debido tiempo, no como ella y sus hermanos que no se acomodaron jamás y que balanceaban su cabecita como el péndulo de un reloj durante todo el embarazo. Mi ginecólogo y amigo supo que sería una cesárea desde el séptimo mes. A lo único que no se atrevió fue a decírmelo, tanto era mi deseo de tener a mi hijo por la manera natural, sin recurrir en aquellos años a la tan de moda "epidural". "Yo quiero enterarme de lo que es parir" decía yo muy segura y convencida de que nada podía salir mal. Había asistido religiosamente a los cursillos preparatorios al parto, novedad que inauguramos las mujeres de los setenta y pico. ¿Y de qué me sirvieron? Espero por eso que a mi hija sí... ¡Cuánto tarda! ¡Pero si apenas estuvo en la sala de dilatación y la ingresaron en el paritorio! Debería haber parido ya. ¿Cómo le voy yo a anunciar a mis padres que tienen un bisnieto o bisnieta mulato? ¡Qué más da eso ahora! En valiente tontería se me ocurre 37
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pensar. De sobras sé los comentarios que eso va a suscitar: "Claro, en un país cada día más caótico, donde hay tanta gente mezclada, con la libertad con la que tú has criado a esa hija, menos mal que ese chico, al menos, no es musulmán...". ¿Y qué, si fuera musulmán, judío, budista o protestante? ¿Querría menos a mi hija? Bueno, ya torearemos los comentarios a su debido tiempo... - ¡Una niña, María! ¡Una niña! -sale gritando Abdi abalanzándose en mis brazos-. Ahora la sacan y la ves. ¡Es preciosa, tres kilos cien! Y Lucía está bien, apenas unos puntos. ¡Ha ido muy rápido! Sacan a mi nieta envuelta en una toalla blanca que resalta en extremo su color mieloso. Me mira fijamente con sus ojazos enormes mientras se chupa el puñito con avidez. La tomo en brazos y unas lágrimas de ternura y alegría delatan mi satisfacción por el estado recién adquirido: ser abuela. - Se llamará Ámbar -me anuncia su padre. A mí, me parece bien.
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"Todo deseo que intentemos ahogar germina en nuestro espíritu y nos envenena. El único medio de librarse de la tentación es sucumbir a ella Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray
Monólogos de la casada
VII
Estuve esperando este momento desde que entraste en este despacho... Tuvo que suceder, ya lo venía yo venir... Tuvo que suceder porque nuestros ojos se buscaban y chocaban en cualquier esquina de la recóndita oficina de mierda donde enterramos nuestro miedo a la evasión y donde ganamos nuestro pan con el sudor de nuestras frentes. Te las arreglaste para mandarme, en busca de no sé qué documentos archivados para la reapertura de un expediente, al sótano del edificio donde se conservan, momificadas, las historias privadas de los clientes del bufete. Tuvo que suceder porque ambos lo deseábamos, por distintas razones. Por esa misma excitación que provoca el placer de delinquir en mí, y de conquistar el fruto prohibido para ti. Lo hicimos suceder porque tu aburrimiento y mi soledad manipularon el día y la hora, el lugar... Bajé aquellas escaleras con taquicardia, alisándome la falda, ajustando los tirantes del sujetador para realzar el pecho y asegurarme de su firmeza. Una mano presta por el pelo acomodó las mechas flácidas por la laca moribunda. Me contrarió el no haber prestado más atención aquella mañana a mi atuendo, sustituyendo la camisa ajustada por un suéter ancho, desfavoreciendo mi figura, y la falda corta por una a media pierna de paño grueso. Las medias finas también las había trocado por unos leotardos bastos. Pensé protegerme mejor así del frío esta mañana de febrero. Recordé mis ojos y temblé de angustia por si la raya azul que los subrayaba hubiese desaparecido. Sentí no tener a mano un espejo para reconstruirla ni mi barra de carmín, para redibujar mis labios. ¡Casi resbalo en el último escalón! ¡Tan ensimismada me encontraba en realzar mis fallos...! ¡Lo tonta que llego a ser! -pensé. ¿Crees que te mandó a los archivos con otro propósito que el de que le encuentres el expediente dichoso? Claro que también hubiese podido mandar al nuevo; era una buena ocasión para guiarle en el conocimiento de las dependencias de este tinglado... Bueno, manos a la obra; empezaré por localizar el año ya que están archivados por ese criterio. 41
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Bajé del estante la primera tanda de archivadores que encontré con esas características. No pasaron cinco minutos y se oyeron tus pasos acercarse a la entrada del antro de los secretos ajenos. En dos zancadas me alcanzaste y me asiste por los hombros. Tus manos apartaron el pelo lacio que cubre mi espalda y recorriste mi cuello con tus labios. Sin darme la vuelta, consentí a las caricias y dejé que me empujaras contra el rincón más oscuro de la sala. Levantando mis brazos, busqué apoyo en la pared. Me asaltó la primera ola de placer al sentir tus manos adentrarse bajo el suéter. Te apoderaste de mis pechos, mientras tu boca seguía recorriéndome el cuello. Una de mis manos se liberó para posarse, cual mariposa suave, en el objeto abultado de tu entrepierna. El reconocimiento de nuestras durezas respectivas desató el deseo de reconocimiento de las otras partes de nuestros cuerpos. Pronto sentí mi falda subirse hasta la cintura y una mano recorrer mis partes íntimas camufladas que, a pesar del leotardo, supiste despertar con el simple roce de tus dedos expertos en placeres femeninos. No pudiendo contener por más tiempo el apremiante deseo de besarte, di media vuelta. Me enfrenté a tu mirada, que clavaste en la mía con el mensaje explícito de desabrochar la cremallera de ese pantalón que retenía tu virilidad creciente. Liberada, cobró su justo tamaño y no pude resistirme a degustarla, iniciativa cuya respuesta fueron tus gemidos. Al tiempo que te saboreaba, mi apetito subía y me recreé imaginando tu pene dentro de mi vagina húmeda. Adivinando mi deseo, me subiste lentamente para que mi lengua siguiera un recorrido hasta tu boca y aplastaste tus labios contra los míos en un beso que no parecía tener fin. Bajaste delicadamente mis prendas inferiores y, en un gesto enérgico, me tumbaste sobre la mesa tras apartar de un manotazo las carpetas que yo había puesto en el cumplimiento de tu orden. Sentí, poco a poco, un pene durísimo que me catapultó a placeres mayores al ritmo de tu antojo y sabiduría. La excitación de ambos, controlada por la maestría que concede el conocimiento del propio cuerpo y la experiencia de nuestros años, fue ascendiendo hasta llegar al consenso. Culminamos en un orgasmo sincronizado donde ambos explotamos en una sacudida de placer que nos inundó por entero el alma aletargada. Exhaustos, nos miramos atónitos, con esa satisfacción que conlleva reconocer el éxito. Sin mediar palabra, recompusimos nuestra figura, me 42
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susurraste un "he estado esperando este momento desde que entraste en este despacho..." Te despediste con un último beso cálido en el lóbulo de la oreja.
Sucedió.
Sucedió ese placer, con su combinación de erotismo. Sucedió ese deseo y sensación en la piel. Lo hemos dejado salir libremente, esta mañana fría de invierno... Ahora no quiero plantearme qué sentido tendrá lo recién vivido cuando vuelva a mi hogar y me rodee ese aburrimiento y rutina que ha mellado mi relación de pareja. Sólo quiero dejarme ir por la novedad que suponen nuestros ojos chocando y evadiendo los otros ojos; quiero apartarme de las preguntas sobre mañana. Buscaremos cualquier pasillo y cualquier momento y nos lameremos los labios furtivamente. Acrecentaremos el deseo. Sufriremos la represión. Contendremos el fluido de tus líquidos y de los míos. Seremos amantes secretos.
VIII
Los pensamientos son como las nubes un día de gran viento: desaparecen velozmente antes de haber podido grabarlos y hacerlos eternos... "But loving you the way I do...". Suena una balada de "soul" en el estéreo mientras me concedo un tiempo de soledad amiga, en el silencio de la casa (todos se acostaron ya), para disfrutar recordando mi relación secreta con José María... Después de subir del sótano, aquel día de febrero , ambos nos dedicamos al trabajo, como si nada. Antes de la hora de salida de la oficina, me llamó a su despacho y me rozó la mejilla. Fue su gesto de despedida, seguido del común "hasta mañana" que hubiera sonado como siempre si no fuera por el tono especial en su voz, delatando emoción. Han pasado ya cuatro meses y nos vemos regularmente de dos a tres veces por semana, en escapadas furtivas, por cualquier motivo. En el sótano o en un hotelito 43
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donde alquilamos una habitación por horas, cerca del despacho... Creo que nadie sospecha de la coincidencia de nuestras ausencias y si lo hacen, no he apreciado nada especial... Algo me debe notar mi gente, ya que se asombran ante las mejoras en la cena y mi humor. "¿Has tenido un buen día en la oficina, eh?" -comenta a menudo mi esposo, alegre de verme tan contenta. ¡Si tú supieras, querido! -pienso-... Estoy enfrascada en grabar una cinta con una selección de mi música favorita y llevármela al despacho mañana. Nos cambiará un poco del hilo musical reiterando, una y otra vez, la misma banda sonora de la película de moda. ¡Titanic me sale ya por las orejas! Espero que mi selección de "soul" guste a José Mari tanto como me induce a mí a la sensualidad. ¡Me aporta tanta paz que me parece volar! Trabajo mucho con los ordenadores y a veces pienso que es una verdadera lástima que no se haya inventado un sistema para ir dictándo directamente tus pensamientos a la máquina... Tendida en el sofá, escuchando esta música que amo, se me ocurren tantos bellos pensamientos con las palabras adecuadas para traducirlos... Pero mis pensamientos son como las nubes un día de gran viento: desaparecen velozmente antes de haber podido grabarlos y hacerlos eternos si no los escribo al momento, y me siento demasiado bien para ir a buscar ahora mi libreta de apuntes. Como decía la zorrita amiga: "...nada es perfecto". Cae la noche más allá de mi ventana. Diviso los árboles del parque dibujando, con sus hojas primaverales, un encaje en el cielo que se resiste a oscurecer, pues por algo estamos ya cerca del verano. Cuando en otras partes del mundo los días se acortan, aquí, en esta dulce tierra, no oscurece hasta casi pasadas las nueve. ¿No es mágico? Te columpias en mi cabeza con un balanceo dulce y rítmico que sigue el compás de la música que te estoy grabando. Me sonríes complacido y tus ojos chispean de júbilo. Yo cierro los míos, esperando a que saltes en el momento adecuado y preciso para cogerme entre tus brazos y perder tus dedos en mi pelo. Mis capilares se erizan y el estremecimiento es tan real como el contacto que pudiese producir el ala de una mariposa sobre el pétalo de una flor. 44
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Me asusta desde hace un tiempo el quererte tanto, si lo comparo a mis amores anteriores. Me parece que no había amado hasta volcarme en ti. Llevaba dentro un potencial de sentimientos enlatados y tú los has sabido despertar del letargo de la conformidad. Desde los veinte años permanecían intactos, sin haber hallado un lugar exacto para descargarse. Era toda yo, como un río que iba recogiendo aguas aquí y allá, sin haber encontrado el mar abierto para desembocar. Pero has aparecido tú. Invoco al destino para que éste sentimiento profundo ahuyente todos los fantasmas que a veces pueblan mi cabeza, todas las lágrimas mal vertidas y anime a que eclosionen todos los deseos que contuve por años. Que me reconcilies con cuantos me amaron bien y borres de mi corazón a los que me amaron tan a menudo pero tan mal. Creo en nuestro amor como para cuestionarme si he de concederle otra oportunidad a ese Dios hermético que nunca escuchó mis plegarias. Como para otorgarle un sentido nuevo a nuestro paso por la tierra. Como para prestar una atención nueva a los sentimientos que realzan los versos que en otro tiempo maldije, celosa de que me retratasen un amor que no llegaba... Convertir nuestros momentos de amor en algo eterno, tan eterno como la belleza de un amanecer que, con movimiento cíclico, nos sorprende irremediablemente para hacernos sentir vivos, superando las noches oscuras de borrachera solitaria. Quiero amarte. Envejecer tranquila, con tiempo, con todo el tiempo del mundo para tumbarme en la hierba a tu lado y contemplar la carrera de las nubes. Por supuesto que estoy delirando, pero es tan excitante delirar escuchando unas cuantas baladas cantadas por esas voces negras que tanto amo... "All I think about is holding you, baby Don´t be afraid, baby, I love you. I won't hurt you again, I love you..." Se estremecen las hojas de los álamos del parque cercano. Se avecina sin duda una noche ventosa que invita a camuflarse de sábanas y sueño. Buenas noches, amor mío. Espero que un día, no muy lejano, podamos disfrutar de un día entero de amor. Llegará, lo sé. Y ese día, llevaré esta cinta conmigo y te demostraré lo que pueden desencadenar unas buenas canciones... 45
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IX
Hay mañanas azules porque, cuando abres los ojos, la luz es tan clara y suave que te parece que aún estás en el mundo de los sueños... Hay mañanas azules porque, cuando abres los ojos, la luz es tan clara y suave que te parece que aún estás en el mundo de los sueños. No te pasa ni por la imaginación abandonar la sensación placentera que procura un lecho tibio, con su perfume, la suavidad de las sábanas, el tacto de la piel de quien duerme a tu lado... Te asalta el deseo extraño de que te trague por entero tanto bienestar. Y te podrías quedar por horas así, permaneciendo abrazada a ese cuerpo que amas, quietecita. ¡El mundo alrededor puede desaparecer, acabar, explotar! No te enterarías y sería una buena manera de acabar la vida... Es la primera mañana que despierto junto a él. En todos los años que llevo de casada, es la primera vez que he conseguido dejar la familia por unos días y acudir con José Mari a estas jornadas de trabajo. Antes, siempre excusé mi no-participación por razones familiares y me apañé para que fuera la otra secretaria del bufete, la señorita Rosa, solterona de cincuenta años. Su estado civil fue siempre un argumento irrefutable... ¿Cómo es que Rosa no acompaña a tu jefe? -me preguntó Alberto, malhumorado por la noticia y la perspectiva de un fin de semana con mi madre y los niños.- ¡La edad, chico! Un ataque de lumbago -fue mi respuesta. ¡Tenemos dos días! Dos días enteros con sus dos noches. La primera ya pasó y me siento como flotando, acurrucada a ti y procurando no moverme para no despertarte antes de hora. No debemos estar en las oficinas de la sucursal del bufete hasta las 10,30... ¿Qué hora será? ¡Pero qué importa eso ahora! Llegamos anoche sobre las diez y me quisiste invitar al mejor restaurante de la ciudad, cosa que te quité de la cabeza, tantas eran mis ganas de estar contigo en privado y sin el reloj que marcase nuestro tiempo. - No, cariño, esta noche no. No quiero escatimar ni un momento a la noche. 46
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Quiere ponerte a gusto cuanto antes y hacerte olvidar los asuntos importantes que nos trajeron a esta ciudad. Déjame ser yo la que lleve el timón. Súbete a mi yate y te conduciré a dar un paseo por la luna. Tú, sólo relájate, que yo te cuido. Y mientras mis manos te exploran, quiero entreabrir mis labios y que te inunden las palabras dulces que corren por mi mente; decirte que te quiero más cada día que paso a tu lado; que sé que me quieres otro tanto... Hagamos el amor toda la noche. Te esperaré cuantas veces haga falta para culminar en un mismo orgasmo. Anda, vamos a la habitación; eso no costará ni un duro. Dame la oportunidad de demostrarte que existe el romance, que no es utopía nuestro amor. Hagamos el amor como si esta noche fuera la primera vez... Pediste un tentempié por teléfono, con una botella de vino. El viaje fue de tres horas en coche. Tardamos casi una para salir de la ciudad, atiborrada de automóviles obsesionados en escapar el fin de semana. Cuando subimos a la habitación, querías revisar a toda costa los expedientes que presentarías a la mañana siguiente. Pero me dejaste hacer. ¿Te arrepientes? Duermes tan plácidamente que no me atrevo a recordártelos... Oigo unas campanas. Si mi oreja contó bien, han sido 8. ¿Te despierto? No sé por qué te muestras tan asustado por esa reunión. El negocio va bien. Tenemos más trabajo que nunca y los empleados ya empezamos a quejarnos e insinuar que se contrate a otro administrativo más, aunque sea con contrato temporal, para salir del paso. Parece que, cada vez que llega el verano, las parejas se rompen y las peticiones de divorcio aumentan como la espuma. Divorcio... La palabra tabú que ni tú ni yo podemos pronunciar al referirnos a nuestra relación. Demasiadas ataduras. Tu mujer es la hija del gran jefe, el mismo que te tomó como socio el día de vuestro enlace: "Cruañas & Ferrer". De eso ya hace quince años. Tu mujer, Ana Cruañas, abogada como tú, dejó la profesión al nacimiento de vuestra segunda hija. Yo la envidié entonces... Ahora, la envidia sólo levanta su nariz respingona cuando te llama y debo ser amable. Algunas veces le miento y le digo que has salido... Al cabo de un rato, acudo, como si nada, a tu despacho: "¿Dónde estabas? Llamó tu mujer. Que la llames". Supongo que te has dado cuenta de mi estratagema... Aprovechas para robarme un beso en la privacidad de tu sala de control e invariablemente contestas un "bueno, ahora la llamo". 47
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Divorcio. Tabú. ¡A cuántos muertos dejaríamos en la cuneta! ¿Seríamos capaces de vivir con la conciencia salpicada de culpa? Demasiado cobardes, demasiados hijos por en medio, los tres míos, las dos tuyas... Demasiados abuelos, abuelas. Demasiadas casas, tres coches, empleados... Tendrías que volver a empezar y, a tus cuarenta y ocho años, sientes verdadera pereza... Yo, con mis cuarenta y cuatro y ese tercer hijo de poco más de ocho... Espero que, como decía Brassens, tengas el honor de no pedir jamás mi mano... Empiezas a manifestarte. Te desperezas y consigues con tu brazo darme alcance. Te apoyas sobre el codo y me miras, depositando, acto seguido, un breve beso. "Buenos días. ¿Qué hora tenemos?" Consigo bajarte la cabeza e invitarte a que renueves tu saludo, esta vez con un beso más largo. Tenemos tiempo suficiente. Tenemos todo el tiempo del mundo. Te busco con mis manos y encuentro sin dificultad el objeto de mi deseo. ¿Más? -Te ríes. Sí, amor mío. Más. Mucho más. Dos días pasan tan aprisa que no me voy a entretener por el camino. Estamos aquí para disfrutar de cada momento. No para dejarlo pasar. Mi cabeza cesa su parloteo. Mi cuerpo empieza el suyo. Le doy al botón del equipo cercano, a la cabecera de la cama. Empieza a cantar una voz negra la balada de "soul" más excitante jamás compuesta...
X
: ¡Régimen! ¡Régimen! Un detestable vocablo que amarga los días de cualquier mujer... ¡Dios Santo! ¡Qué duro es esto! Tengo la cabeza llena, no de pensamientos como es mi costumbre sino de manjares suculentos. Montañas de tacos de queso manchego, praderas de jamón serrano, océanos de pescadito frito, lagos de salsas de mostaza, torres de dulces y tartas... ¡Y ese corderito con cebollitas que no pude probar en la cena! ¿Y qué decir del sorbete de limón del postre? Es una verdadera tortura lo que impongo a mi 48
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paladar, más aún cuando me ha dado por esmerarme en los menús familiares desde mi relación transgresora con José Mari... ¡Régimen! ¡Régimen! Un detestable vocablo que amarga mis días desde hace dos semanas. - ¿Oye, María, no te estás engordando? Las palabras de José Mari se clavaron como el dardo en la diana en mi cerebro cuando, desnudándome en la habitación del hotel, él me miraba con el rabillo del ojo. - ¿Qué quieres decir? ¿Tanto se me nota? No creo que sean más de un par de kilitos... Casi me caigo del disgusto al comprobar, en la báscula de la farmacia, la cifra exacta del "par de kilitos". ¡Eran cuatro! Cuatro asquerosos kilos desde que empezamos la relación. Total, cuatro meses... ¡A kilo por mes! Claro, él no se da cuenta del cambio que ha producido en mis hábitos... Yo, antes, me quedaba en la oficina a la hora del almuerzo, con mi fiambrerita rellena con su tomatito, su quesito de Burgos, la loncha de jamón dulce y una fruta o un yogur desnatado... Pero ahora, nos escapamos esas dos horas para amarnos en los hoteles, no sin antes pasar por el Súper y cargar con fiambres al vacío, una botellita de vino, un quesito Camembert, unos postres Danone...¡Y lo devoramos todo, como Pantagruel, para compensar el desgaste físico de nuestros efluvios! Para colmo, cuando llego a casa, siguiendo la línea de querer agradar a los míos (para sentirme menos culpable, claro), me sale la vena "cordón bleu" que tenía enterrada desde hace años, reservada sólo a los domingos y fiestas señaladas. - No lo entiendo, María, pero me encanta -comenta a menudo Alberto-. Siempre refunfuñabas por la esclavitud culinaria y ahora nos deleitas con manjares dignos de una mesa de reyes. - Es que Rosa y yo hemos descubierto una página web donde cada día sugieren platos económicos pero deliciosos y rápidos de hacer. Un día experimento yo y se lo cuento. Otro lo hace ella. Pero si no os gusta, volvemos al bistec con patatas y la sopa de sobre -miento descaradamente, porque en el descanso del almuerzo, sabe Dios, que no navego por Internet sino por los senderos de la voluptuosidad... 49
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¡Una tocada de narices! ¡Eso es la tendencia a la gordura para algunas de nosotras! Recuerdo cómo, después de mi tercera cesárea, me deprimí por no conseguir quitarme los diez kilos sobrantes. Tuve que recibir ayuda médica. Ahora, he decidido no acudir al facultativo. Lo he hablado con mi amiga farmacéutica y me ha sugerido probar con los sobres de Biomanán. Al menos, no tengo que interrumpir mi vena culinaria para con los míos con un segundo menú de verduritas pesadas al gramo y ese rollo. ¡Pero qué mal saben!. ¡Y qué hambre paso! Bueno, yo no diría hambre exactamente... ¡Pues tienes el estómago repleto de líquido de chocolate, vainilla y fresa todo el día! Hasta que no has orinado cien veces, no te parece haber superado la fábula de Jean de La Fontaine, aquella de la rana que quería ser tan gorda como el buey. No, no es que pases hambre, más bien deseo; el deseo obsesivo de querer materializar los olores, como el de la paella de mariscos, dentro de tu boca hechita (en sentido más propio) agua. A Jose Mari le entra la risa cada vez que, después de acabar de amarnos, sudando como un pollo, me preparo el batido dichoso en una coctelera casera y me ensaño a mordisco limpio, para calmar mi mono de masticar, con la manzana obligada, o cuando tengo que salir escopeteada al servicio por no aguantar los efectos evacuativos de ese brebaje llamado Manasul... ¡Pero es tan extraordinario! Solidariamente, cambió el vino por agua mineral y los embutidos por queso de Burgos acompañado de pan integral y jamón dulce. ¡Qué manera tan romántica de demostrarme su apoyo y cariño! En diez días, la báscula da testimonio de mi sacrificio con una bajada apreciable: un kilo. El domingo fue especialmente una prueba a mi resistencia. Mi madre reunió a la familia para celebrar los setenta años de papá. Nos obsequió con un menú digno de sus dotes culinarias donde no podía faltar, pues a eso podríamos llegar, su suculenta y deliciosa tarta de piña, toda ella borracha de ron de caña y zumo de la fruta, recubierta de azúcar quemado y acompañada de nata montada con un leve toque vainillado. - Oye, no te estarás pasando -se atrevió a emitir Alberto-. ¡Un día es un día! 50
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Creo que el balazo figurado que le disparé con la mirada fue suficiente como para que desistiera y no se atreviera a ningún otro comentario sobre mi dieta. Me doy un par de semanas más y podré empezar a enfundarme de nuevo alguno de los trajes del verano pasado... Y de cara a éste, ya me puse mentalmente un par de modelitos, vislumbrados de pasada, en una boutique del centro. En cuanto a José Mari, prometo cuidarme para que jamás vuelva a formular la frase fatídica de "¿te has engordado, verdad?", aunque en el fondo, me complace en extremo su observación, signo inequívoco de que me mira y de que conoce sobradamente mi cuerpo como para remarcar cualquier cambio significativo. Alberto dice que a él nunca le importó el físico sino la mente... ¿Y no se dio cuenta, estos últimos años, antes de mi relación con José Mari que me relanzó las ganas de vivir, que el físico empezaba a manifestar dejadez, en paralelo a lo mental de nuestra relación?
XI
... los hombres lo tenéis peor: no podéis fingir una erección tan fácilmente como nosotras un orgasmo... Hace dos semanas que José Mari no aparece por el bufete. Unos casos difíciles requirieron su asesoramiento y experiencia en la capital de provincia donde tienen una sucursal "Cruañas & Ferrer". Tan sólo en dos ocasiones he alcanzado el teléfono con suficiente rapidez como para oír su voz... Lo noto distante, preocupado, y no me atrevería a pronosticar si los motivos son el trabajo o lo nuestro... Antes de marcharse, con ocasión de nuestro último encuentro, mantuvimos una conversación ambigua de la cual no saqué en claro si me proponía pensar en una posible unión o en una ruptura... No hubo como otras veces, risas y alboroto de sábanas, porque no acudimos como es nuestra costumbre, al nidito seductor camuflado de hotel sin estrellas... Me recogió en su Audi tres calles más arriba del despacho y sin mediar palabra, condujo en silencio hasta que dejamos atrás 51
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los barrios conocidos. Detuvo el auto cerca de un descampado desértico, cementerio de trastos viejos y basura olvidada. Paró el motor y se decidió por fin a dirigirme la palabra. - Sospecho que Ana se ha dado cuenta de que en mi vida hay otra mujer. - ¿Cómo puede ser? Sólo nos vemos a la hora del almuerzo, no nos llamamos, mantenemos las distancias en el bufete... - María, no he dicho que sospechara de ti. De hecho, no creo que relacione ninguna mujer de mi entorno laboral con sus sospechas. - ¿Entonces? - Creo, María, que se trata de ese sentido particular que poseéis las mujeres, esa clase de intuición de la que carecemos nosotros... - O sea, que ha notado un cambio en vuestra relación, por tu actitud en el hogar y en las relaciones sexuales. ¿Es eso? - Dice que estoy como ausente, que a menudo me habla y no parece que la escuche, que la deseo menos... - ¿La cosa es así? - Supongo que sí. El día que hemos estado juntos, debo hacer un esfuerzo si me reclama sexo. Pero intento dejarla satisfecha.- Ya, supongo que los hombres lo tenéis peor. No podéis fingir una erección tan fácilmente como nosotras un orgasmo... - Lo peor de todo es que intuyo que le habló a su padre y ya sabes como es el viejo Cruañas, haría cualquier cosa por la felicidad de su única hija. Tuvimos una reunión ayer y, muy diplomáticamente, me envía a la sucursal. Alega problemas que requieren mis servicios, pero yo sé que hay algo más detrás. - ¿Cuándo te marchas? - Salgo mañana temprano. Será cuestión de un par de semanas y me gustaría que nos tomemos ese tiempo para reflexionar. Yo te quiero, María, lo sabes. Pero ni tú ni yo somos lo suficientemente temerarios como para tomar decisiones a la ligera. No le contesté. Me limité a cogerle una mano y, lentamente, dirigirla hacia mis pechos mientras las dos mías le aprisionaron la cara invitándole a besarme. Sentí sus labios temblar contra los míos y se me antojó su beso como el de un ser asustado, debatiéndose entre el deseo creciente y la 52
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lucha por reprimirlo. Al mismo tiempo, sus dedos se peleaban ya con los botones de mi blusa, ganando la batalla su recuerdo de mi piel y del placer próximo. Me dejé hacer; dejé que llevara todo el control del juego. Reclinó hacia atrás mi asiento con una maestría recuperada de sus años de instituto y sin darse cuenta él ni darme cuenta yo, empezamos a gozar de la dulce sensación de ser uno solo, de sentir una vez más el latigazo eléctrico y vivificante del orgasmo que llega sin avisar y que te pone el corazón en hora, recuperando esos minutos de retraso que te roba la carrera del tiempo. Se estableció un silencio donde el proverbio aquel que dice que es de oro, recobró su más desgarrador sentido. No hicieron falta palabras de plata... Dejó a mis manos acariciar su torso desnudo, dejé sus labios comerse los míos hasta que, incorporándonos lentamente, comprendimos ambos la responsabilidad de respirar, la obligación de desunirnos, la necesidad de volver, la realidad de vivir... De vuelta al despacho, procuramos evadir las miradas, desertar las sonrisas, no investigar la hora, no molestar al corazón... Dos semanas... Dos semanas que ando dándole vueltas y vueltas, contando los posibles muertos de esa guerra civil que detonaría la bomba de nuestro amor transgresor... Empiezo por los más débiles, sus hijos y los míos, carne de cañón segura e indefensa. Parece que los veo corriendo de un lado a otro entre el campo de batalla de los chantajes de los dejados y el campo de batalla de la culpabilidad de los que dejan. Aparecen los fantasmas de sus almas chiquitas pidiendo clemencia, que les libren de un eterno encantamiento de moradas duplicadas... A ellos les siguen los mutilados de guerra, esos familiares consanguíneos, reclamando una paga compensatoria por el miembro perdido. Por fin, los vencedores, nosotros dos, paseando nuestro amor por callejuelas ajenas a las Vías Augustas, sin corona de laureles, a merced del populacho envenenando, con sus acusaciones de genocidio, nuestro deshonroso desfile... Dos semanas. ¿Y si no volviera?
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"Quien nunca supo lo que es amor, tampoco sabe lo que es la pena Thomas, Tristán e Isolda
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XII
El dinero puede taponar los agujeros de flecha que erró Cupido cuando apuntó al corazón... Me gustaría controlar las reflexiones y que cuando paso al lado de un espejo, reflejen las ganas de vivir que quieren ver en mí los que me rodean, no la luz nublada de una mirada desamparada. Estoy cansada de oír la misma monserga desde hace semanas, los mismos comentarios sobre ese dichoso régimen que me robó, según ellos, el color y la tersura de la cara; de los apóstrofes en mitad de mis pensamientos que me arrancan de la meditación y me obligan a volver a la realidad acromática del hogar o del trabajo. Hasta se han empeñado en que visite al médico de cabecera para convencerle de vitaminizarme y mineralizarme con pócimas de último grito, de esas que combaten un tal estrés y están tan de moda. Mas nadie sospecha, porque en ello me va la vida, la pesadez de mi alma, provocada por algo externo a mis deseos de adelgazar, por alguien con nombre y apellidos. Ana consiguió persuadir a José Mari de la conveniencia de un relance en su matrimonio, de una oportunidad más, con un cambio en sus vidas, con un cambio de ciudad... Se le obligó a aceptar la dirección del bufete de provincia, la mascarada matrimonial en nombre de una apariencia por salvaguardar. Un hábito de vida acomodada, una moral conveniente para el uso... Se marchan todos a finales de Julio, aprovechando el mes de cierre del negocio para la mudanza a la casa que ya encontró para ellos el eficaz Cruañas. ¡Incluso ya matriculó a las nietas en un nuevo colegio! Todo fue pensado, calculado, razonado. ¿Y qué esperaba yo pues? ¿Qué otra cosa podía sacarse de la manga el viejo Cruañas para salvar la felicidad de su hija y sus intereses? El dinero lo puede todo. El dinero compró al hombre de quien se enamoró su mimada hija única. El dinero compra ahora a ese mismo hombre. El dinero puede taponar los agujeros de flecha que erró Cupido cuando apuntó al corazón. Ese mismo maldito dinero me quita la poca ilusión que iluminaba mis días. Ese que yo no tengo para hacer una contra oferta. 57
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Me siento desvalida y frágil, como la mariposa que intenta llegar a la luz de la lámpara y se la apagan de repente, privándola de puntos de referencia para alejarse de la crueldad del manotazo humano. "María, tengo casi cincuenta años. ¿Qué puedo hacer? ¿Dónde volver a empezar? Y las niñas son aún tan pequeñas; la menor, ya lo sabes, con esos problemas de asma que requieren un cambio de clima, dicen... Han usado todos los argumentos con maestría. Y yo no he tenido el valor de manifestarles el único que me retendría aquí: tú. ¡Ódiame por ello! Me lo merezco... Pero quiero que sepas una cosa, que te quiero, que te quiero tanto que sólo al pensar en mi vida sin esos momentos mágicos que llegamos a tener tú y yo, se me corta el aliento... Pero tienes que entenderlo, le debo a Ana y a mis hijas una oportunidad..." Sus ojos se nublaron al tiempo que los míos metamorfosearon el azul por el gris tenebroso de los cielos cargados de lluvia, o de llanto, según se le antoje al pintor del cuadro siniestro o al poeta del epitafio... No puedo hablar desde entonces si no son los cuatro vocablos imprescindibles para lo que llamamos comunicación y, hasta esos, me cuesta arrancarlos de mi interior apedazado... Me he tornado en una autómata más eficaz, me atrevería a decir; no pierdo el tiempo en parloteos superfluos. Hago mi trabajo en el despacho tan concentrada que apenas si atiendo al teléfono, dejando esa tarea a las jóvenes secretarias; mis tareas caseras se realizan en la mitad de tiempo, sin reclamar ayuda ya a nadie de los míos y llego a cazar la mota de polvo, terrorista de la pulcritud, en el rincón más recóndito de la ranura que separa un espejo de la pared; mis guisos apuran la perfección hasta límites insospechados, como salir a mendigar en algún jardín del barrio, esa hoja de menta que corone de verde la pierna de cordero y sin la cual la estética sufriría un tremendo agravio. Plancho las camisas de mi esposo con tal esmero que parecen recién salidas de la envoltura de celofán donde fueron expuestas a la venta... Sí. Esos dos labios míos enmudecieron, como sellados con pegamento Imedio... Temo entreabrirlos y dejar escapar el grito de dolor, ese dolor que incubo dentro de mis entrañas, comol la gallina vieja que se sabe incubando su última puesta antes de ser guisada en pepitoria. 58
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Dentro de diez días se cerrará el bufete. Tengo mucho miedo a las vacaciones, a esa ruptura brusca de mi rutina. ¡Temo el tener tanto tiempo para echarle en falta y tan poco para habituarme a no tenerle más! Dice mi mejor amiga, única cómplice de mi secreto, que todo eso me lo llevaré el día en que me muera. ¡Qué me quiten lo bailado! No me consuela ese dicho. Es difícil resignarme a que, una vez más, me prive la vida del placer de bailar. Resuena en mi oído la música de la danza que José Mari, un día, me invitó a bailar entre sus brazos. Siento aún el delicioso mareo provocado por las vueltas del vals imaginario en aquel oscuro sótano donde se guardan, por orden alfabético y año, los archivos de vidas reguladas por sentencias de separación, por acuerdos entre las partes, pero que no engrosaremos de momento ni mi compañero de baile ni yo... cante!
¡Si yo tan sólo pudiera echar afuera mi pena y dolor por boca del
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El llanto contenido es una tormenta de gritos y lágrimas que te lavan y purifican por fuera y por dentro. Cuando la tormenta de verano revienta el cielo con sus rayos estrepitosos y sus gotas de lluvia lacerantes, el olor a tierra se hace penetrante y lava los otros olores que distorsionan la pureza del aire. Así es el llanto contenido durante semanas: una tormenta de gritos y lágrimas que te lavan y purifican por fuera y por dentro. Decía un viejo amigo que no hay mejor terapia para el dolor que provocar el vómito o el llanto. Así lo he hecho yo, provocarlo, porque de haberlo contenido por más tiempo, hubiese reventado entera, como una ubre de cabra a quien le arrebataron el choto y se olvidaron de ordeñar. Ocurrió el sábado por la tarde, después de recoger la cocina y sentarme a tomar el café delante del televisor, ritual semanal, junto al resto de la familia. Derramé, con una torpeza voluntaria, la taza de café recién ser-
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vida sobre mi falda y la sensación del líquido abrasador sobre mi piel hizo que el grito desellara los labios y saliese desgarrador. Saltaron todos de sus asientos como el rayo en mi auxilio, acudiendo el uno con hielo, el otro con toallas, pero fue demasiado tarde: el proceso desatascador de angustia se desencadenó. Dejé salir la amargura acumulada, la represión y la rebeldía domadas a golpes de argumentos éticos, prevalecientes sobre mis sentimientos locos de amar a quien no puedo tener y no amar ya al que sí tengo. Respetaron mi llanto y entendieron que me aislara en el dormitorio un par de horas, asomando sus cabezas de vez en cuando para asegurarse si mi descanso atenuaba el dolor de la quemadura involuntaria o habría que llevarme al hospital para conseguir una pócima más efectiva que las caseras. Lloré, sí. Lloré hasta el agotamiento, hasta quedarme dormida como lo hacen los niños cuyo berrinche no se pudo calmar ni con el chupete. El incidente provocó que me liberaran de la cocina aquella noche y se apañaron estupendamente para improvisar una cena rápida a partir de embutidos, melón y unos tomates partidos con sal. Me obligaron a engullir, como lo hacen con los pavos, dos rebanadas de pan cubiertas de jamón serrano y una tajada de melón, que hoy les agradezco, pues la sal del embutido ayudó a regenerar el líquido perdido por agua clara. Alberto se vino a dormir conmigo en vez de quedarse, como es su costumbre, hasta las tantas delante del televisor. Supe, porque desde siempre sé leer en su semblante, que deseaba un acercamiento y que estaba realmente preocupado por mi escena de llanto. - ¿Qué ocurre, María, qué te pasa ahí dentro? -empezó señalando mi cabeza con su dedo índice-. Su pregunta no dejó de sorprenderme, pues no es el estilo de hombre que se para en averiguar qué te puede llevar de cabeza, atribuyendo los motivos de tus pesares, automáticamente, a los típicos problemillas diarios de dinero o con los chicos, tan terrenales e insípidos para su capacidad intelectual. Alguna vez, viéndome ensimismada en un libro, ha llegado a comentar que parecía interesante debido a mi concentración en la lectura de éste, sin llegar a profundizar más en el tema. Pues con Alberto está muy claro lo de la convivencia común pero lo de los intereses por separado. Es como si viviésemos compartiendo hijos, piso, economía pero 60
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jamás aficiones o amistades. No nos gustan las mismas películas, no nos gusta la misma música, no tenemos las mismas lecturas, no nos relacionamos con la misma gente... A eso lo llama él, el éxito de una pareja: salvaguardar nuestra individualidad y personalidad. Debo confesar que fue uno de los aspectos que me atrajeron de él, uno de los aspectos que vi diferente respecto a las otras parejas de mi entorno. Pero con los años a su lado, he entendido que esa obsesión avariciosa por su individualidad no es sino puro egoísmo e incapacidad absoluta para compartir. Rigiendo sus actuaciones con el lema "ahora no me apetece, más tarde tal vez" lo único que ha alimentado es mi distanciamiento y la sensación de soledad para afrontar las obligaciones más elementales. Creo que si hubiese compartido simplemente el piso con un amigo, mi rutina diaria hubiera resultado más llevadera, porque si una de las partes no se responsabiliza de las zonas comunes cuando le toca, se explica uno o se rompe el trato. Con tu esposo, después de muchas luchas donde entiendes que el compartir, él lo entiende como "prestar ayuda", tiras la toalla y te ves asumiendo la compra, la lavadora, la limpieza, el guisoteo y la administración entera de ese hogar, pensado como una cooperativa en principio, pero que es en realidad un feudo donde se te colocó de madre superiora sin que ni siquiera ambicionaras el puesto. Él vive en cierto modo su vida, tira para delante con sus proyectos y ambiciones, juega al tenis dos veces por semana, se lleva a los niños a ver museos y exposiciones que normalmente sólo le interesan a él, se reúne con sus amigos una vez a la semana para veralgún partido importante de fútbol, cambia el coche cuando lo cree necesario, se ocupa de la declaración de la renta y considera de lo más normal llevar cinco mil pesetas en la cartera... En contrapartida, gozas de libertad para salir con tus amigas, comprarte ese traje que te gusta, decidir si hay que cambiar la máquina de lavar, redecorar el salón, programar los menús de la semana (ya sabes que cualquier cosa que pongas de comer me gusta, decide tú...), y un largo etcétera que te empeñas en cumplir antes del final de la jornada, donde caes redonda de cansancio, sin apetecerte el sexo y reclamando que te dejen en paz para ir a acostarte. Pues sí, Alberto y yo, somos lo que se llama una pareja moderna... ¡Ahora, eso sí, una vez por semana consigo que coja la aspiradora y limpie 61
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su antro privado, la habitación que llama cariñosamente y con orgullo "estudio", ordene los libros acumulados en las diferentes sillas y mesas y, cómo no, vacíe los ceniceros a rebosar de colillas frías y apestosas! ¡Qué ironía! Si lo pillo de buenas, amplía la aspiración a las demás estancias de la casa... Es decir, Alberto es un hombre más de los que te "ayudan". ¿De qué te quejas, María? Alberto es muy maniático con los ritos. No me falta el ramo de rosas que aumenta en una cada año de matrimonio... No me falta la tarjetita que acompaña a la plancha de regalo el día de la madre, ni esas palabras estándares "¡Gracias, mamá!"... No me falta el sexo semanalmente, el domingo por la mañana para ser más precisos... Pero sólo me dijo "te quiero" el día en que me propuso matrimonio... ¿Qué te sucede ahí dentro, María? ¿Por dónde empiezo, Alberto?
XIV
¿Y qué hago yo ahora con todo esto?
Estoy contemplando fijamente la luna y siempre me acuerdo del pequeño truco que me enseñó uno de mis profesores, cuando era niña, para adivinar si mengua o crece. "La luna es una embustera. Cuando dibuja en el cielo la D de decreciente, en realidad está creciendo. Cuando dibuja la C, la muy aranera, está decreciendo para llenarse con la negrura más absoluta de la noche". Esta noche luce su gran preñez ante mis ojos, a pocos días de alcanzar el parto que la devuelva, en el plazo de una semana, a su estado de negritud primera. Y yo la contemplo, lela, buscando en su blancura la de mi alma, que se recrea en su belleza nacarada, que empieza a vislumbrar la calma después de las últimas semanas de tormento. Bien, María. Ya pasa poco a poco el tiempo y sólo te debe quedar el recuerdo de los bellos momentos vividos junto a él, obsequiados por las 62
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circunstancias y por las hadas madrinas, que no quisieron dejarte sin que conocieras una pasión maravillosa. Me he estado preguntando sin descanso: ¿Y qué hago yo ahora con todo esto? ¿Cómo seguir viviendo después de haber sentido un amor tan especial, una relación tan excitante? ¿Qué hacer con cuanto aprendí de él, con cuanto aprendí de mí misma? No es que ahora tenga las respuestas claras pero ¿y si no lo hubiese llegado a vivir? ¿Y si hubiese continuado soñándolo sin el placer de comprobar que ocurre, que existe, que le puede pasar a cualquiera y ese cualquiera, por una vez, he sido yo? Me parece oír las palabras enérgicas de mi amiga... "¿Tú sabes lo que darían algunos por haber vivido una historia como la que tú has vivido con José Mari? No, claro. La mayoría de la humanidad pierde su vida en la búsqueda de ese ser especial que la complemente y tú, vas y tienes la dicha de haberlo conocido y gozado. ¿Importa mucho cómo acabó? Yo no creo, desde luego, que pueda durar indefinidamente, si no, se cae en la rutina de cualquier relación, con las facturas de teléfono por enmedio y la nevera por rellenar. La vida te obsequió con el recuerdo más lindo: un amor sin condiciones ni ataduras. ¡Que además, María, podrás continuar gozando cuando, una vez al mes vuelva aquí para reunirse con el bufete madre! ¿O no?. ¡La suerte que has tenido, hermana!" Mi amiga siempre encuentra los argumentos que te hacen aceptar, de manera lógica y natural, lo difícilmente aceptable. Su manera de darle la vuelta a cualquier adversidad para mostrarte su lado positivo, me mantiene unida a ella por más de veinticinco años ya, cuando recién casadas las dos, nos sinceramos y confiamos la una en la otra hasta volvernos inseparables. Hace apenas un año, su marido la dejó sin avisar, sin tener el tiempo de despedirle... Un accidente de tráfico se llevó al compañero en el cual confiaba y a quien esperaba con alegría después de cada uno de sus viajes: era representante de maquinaria agrícola. Desde entonces, cada noche, me consta que le escribe largas cartas, donde le informa, puntualmente, de cuanto ocurre en el hogar que dejó y por la cabeza de la mujer que le amaba. "Necesito contárselo, María. Pepe y yo hablábamos horas y horas por teléfono cuando su trabajo le retenía lejos de nosotros. Yo acostumbraba a darle el 63
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parte diario porque él no quería perderse detalle de nuestras vidas a pesar de la distancia... ¡Y es una costumbre demasiado arraigada en mis hábitos: no me la puedo quitar de encima ni quiero! Nunca necesité, como tú, dialogar con mi cabeza. Tenía la suya..." La luna continúa casi redonda en el cielo. Su luz ilumina el rincón de la terraza desde donde la contemplo. Bajo la mirada hacia mis manos abiertas, rellenas hasta hace poco de felicidad, sabedora de que la pueden tocar de nuevo si pasa cerca de ellas. Me ronda por la cabeza una nana que en cierta ocasión escribí y que esta noche me canto a mí misma: Duérmete, María, ya pinté la luna redonda y blanca que aclaró la noche trajo a las estrellas y ya no espanta, María duérmete...
XV
Bailar Rumba es como hacer el amor... Yo te llamo con mis caderas, mis ojos y mis gestos y tú debes responder a mi llamada... ¡Qué noche, Dios! ¡No hay nada mejor para olvidar las penas que una noche loca bailando salsa hasta el amanecer! Ocurrió sin planearlo, como todas las cosas bellas y excitantes. Nos visitaron unos amigos de forma imprevista y mis hijos mayores lanzaron la idea. ¿Por qué no salen a bailar? Se quedaron con el peque de la casa y nos fuimos las dos parejas a la aventura. Me agradó en extremo que Alberto fuera el primero en unirse a la idea, ya que no es amante de las movidas nocturnas. Supongo que me vio tan ilusionada y tan cercanos los 64
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malos ratos, que lo creyó conveniente para mi salud mental o, simplemente, le apeteció que hiciéramos algo diferente por una vez. También, estar de vacaciones, supongo, ayudó lo suyo... Hacía tanto tiempo que no salíamos de marcha que nos costó un buen rato encontrar el local adecuado: o estaban repletos de jóvenes saltando a los sones de la música máquina, o de mayores deslizándose al compás de la música de salón. Por fin, el lugar perfecto: un pequeño sótano con un grupo cubano tocando en directo. Ya en el último escalón de bajada al local, se me fueron los pies solos en dirección a la pista de baile, al ritmo de "Maní, si te quieres divertir, cómprate un cucurucho de maní..." sin oír a Alberto que me preguntaba qué deseaba beber. Me agarró por las caderas en movimiento y siguiendo mi balanceo me susurró al oído: "¿Vodka con naranja, como siempre?", lo cual me pellizcó el corazón... Es lo que yo siempre bebía cuando, en los primeros encuentros, aún me sacaba a bailar. Se dirigió a la barra para volver al rato con el delicioso brebaje que me desaltera a la vezque me coloca de "buen rollo", como dicen mis hijos. Con los vasos en la mano, nos dejamos llevar todos por la música salsera. Alberto se situó frente a mí, intentando seguirme el compás, como en los viejos tiempos, cuando bailábamos rumbas en las fiestas de barrio y él quería que le enseñara. Eso era exactamente lo que me pedía su cuerpo esta noche, que le guiara, que le transmitiera de nuevo mi locura por el baile como antaño y le hiciera mi pareja... Lo miré directamente a los ojos para hacerle entender que no dejara de mirar los míos, le coloqué una mano en mi cintura y la otra, su derecha, la agarré con fuerza con mi izquierda. "Empieza avanzando tu pie derecho hacia mí, yo retrocedo con el izquierdo de un paso y déjate llevar. La presión de mi mano te indicará si avanzo o retrocedo. No es más complicado. Es como la rumba; mueve las caderas siguiendo el movimiento del pie. Déjame a mí el resto". Después de unos cuantos tropezones y pisotones, conseguimos sincronizarnos. No podía dejar de mirarme y empecé a entrever en esa mirada suya un destello especial, algo que había olvidado por completo que fuera capaz de manifestar: la alegría. Alberto estaba alegre, contento de estar allí, de bailar conmigo... "¡Estás preciosa, María! ¡Y cómo te mueves, por Dios! Me estás poniendo cachondo." 65
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¡Lo qué faltaba! -pensé- Ya me parecía a mí demasiado bonito. Seguro que dentro de un rato se quiere marchar porque tiene ganas de hacer el amor... ¡Pero nada de eso! Le había entrado una especie de euforia locuaz y no cesaba de decirme cosas bonitas, que si era extraordinaria, que se sentía un imbécil por olvidarse de decírmelo, que teníamos que salir más a menudo, que aún éramos jóvenes y yo muy atractiva, que sólo de pensar que otro me pudiera cortejar le laceraba las entrañas... Toda esa avalancha de piropos, deseados ansiosamente de su boca muchos años, empezaron a tener un efecto positivo en mí. Cuantas más cosas me decía, más contorsionaba mi cuerpo, más imantaba mis caderas a las suyas, más se buscaba sitio mi pierna derecha en su entrepierna, hasta que parecimos un único cuerpo, una bestia fantástica de dos lomos en movimiento. Nuestros amigos nos miraban atónitos y divertidos, saboreando sus bebidas desde el borde de la pista. Y llegó el beso, que selló nuestros labios para culminar el engendro de animal que representábamos... Cuando le enseñaba a bailar rumbas, en nuestra época de noviazgo, recuerdo cercano en mi memoria pero lejano en la cronología, se lo presentaba como un acto sexual. "Bailar Rumba es como hacer el amor, Alberto. Yo te llamo con mis caderas, mis ojos y mis gestos y tú debes responder a mi llamada, lanzarme tus signos al tiempo que ajustas tu compás al mío. El lenguaje de tu cuerpo me ha de hacer entender si quieres que avance, que retroceda, que me escape con una media vuelta, que te ronde en círculo mientras giras lentamente para no perderme de vista la cara." Pude comprobar con satisfacción que aún recordaba mis lecciones... Mi forma sensual de bailar y mi pasión por la rumba enamoraron entonces a Alberto, lo sé. Anoche, mi juego de caderas lo conquistó nuevamente y la sensualidad en el juego de las suyas, que creía muerta, me conquistó a mí. Salimos de la discoteca cuando la cerraron, no antes, como mal pensé... Salimos excitados a reventar, borrachos de música y de deseo, un deseo apremiante que no sentíamos desde que, enfrascados en la rutina cotidiana y las facturas de teléfono, nos hizo olvidar nuestra gracia y salero para el baile. 66
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Hicimos el amor, respondiendo al instinto animal que había despertado el baile, soy consciente de ello, ¡pero qué más da!. Rendidos, nos dormimos con las primeras luces del alba... El fantasma de José Mari no se atrevió a interponerse o yo no lo dejé enturbiar tanto gozo.
XVI
Podría sugestionarme y encabezonarme en que así transcurrirá mi vida a su lado a partir de ahora... Las vacaciones pueden ser una maravilla o una pesadilla. Depende. Las mías se aproximan a un sueño dorado donde los miembros de mi familia parecen haber firmado un acuerdo secreto, un pacto para hacerse pequeños en sus demandas, grandes en su capacidad de iniciativa. Alberto se levanta el primero, contrario a sus hábitos urbanos y se encarga del desayuno. Compra el pan del día, los bollos calientes, exprime el zumo de naranja, pone en marcha la cafetera, prepara una mesa donde no falta ni el ramillo de flores frescas y entonces, con todo a punto, me despierta suavemente así como a los niños... Tenemos desayunos de hora y media, sentados en la terracita del apartamento alquilado a dos pasos del mar, repletos de risas, chismes, aventuras de los hijos mayores en las diferentes discotecas playeras y la planificación del día. Podría sugestionarme y encabezonarme en que así transcurrirá mi vida a su lado a partir de ahora... Podría coger esos detalles y darles un tamaño desorbitado para ser "positiva" como dice Alberto. Pero se rompe el encanto en cuanto me sale con "Relájate, mujer, que estamos de vacaciones..." A nadie se le ocurre que, dentro de unos diez días, se acaban. Sólo a mí, como siempre, con mi dificultad en gozar el momento presente por culpa del pasado y del futuro próximo... Tanto cúmulo de gentileza súbita me hace sospechar. O mi tristeza ha sido tan obvia que sintieron los pilares de su seguridad tambalearse, o los milagros existen. Me decanto más por la primera explicación, ya que de creer en los milagros, se tambalearían los míos... 67
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Soy consciente de que hacen un esfuerzo tremendo pero ¿Por qué se me antoja como eso, como un esfuerzo, como algo forzado que no está en su naturaleza? No puedo relajarme y creérmelo. No puedo dejar de sospechar que este estado de las cosas es pasajero, provocado a conciencia y que en cuanto me vean con la fortaleza de siempre, bajarán la guardia, volverá a ser lo de siempre. Reconozco que no soy demasiado buena en dar oportunidades, en creer en el cambio de las personas y creo que ese cambio súbito de Alberto es demasiado perfecto. Mi amiga dice que más vale tarde que nunca, pero creo que ha llegado a destiempo, cuando ya dejé de soñar con él, cuando se me acabó la paciencia y la espera... Confieso que ya me es igual que sea atento o no, que friegue los platos o no... Supongo que el punto clave está en que mi amor por él se fue derramando en estos años de espera y que ya no queda una sola gota como para apreciar realmente su metamorfosis. No consigo verle fuera de su forma primera: el hombre que me ha decepcionado... ¡Eso me da mucha pena! ¡Me siento fatal por ello, culpable! Juro que hago esfuerzos tremendos, pero son los mismos esfuerzos, de la misma clase que los que han hecho que permanezca a su lado: el miedo de volver a empezar, de crear una situación rara a los niños... Elegí hace unos años el papel de mártir. Aún gobierna mis días aunque reconozco que si su actitud se mantiene en la línea de estas vacaciones, el papel será más llevadero, es así de sencillo y dramático...
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"En el silencio y en la soledad, tan sólo se oye lo esencial Camille Belguise, Ecos del silencio
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XVII
... notamos que envejecemos cuando la gente alrededor de deja de colocar los epítetos de "extraordinaria, maravillosa, exuberante" delante de tu nombre para calificarte con atributos del estilo "maja, enérgica" que se refieren más a tu carácter que a tu fisonomía... Mi vida volvió a su estado habitual después de las vacaciones. Pasaron tres meses y ya constituyen un mero recuerdo, almacenado en su debido compartimiento cerebral. Se acerca el día de mi cumpleaños. Cumpliré cuarenta y cinco. ¿Soy vieja ya? Según mi amiga, notamos que envejecemos cuando la gente alrededor de ti deja de colocar los epítetos de "extraordinaria, maravillosa, exuberante" delante de tu nombre para calificarte con atributos del estilo "maja, enérgica" que se refieren más a tu carácter que a tu fisonomía. De momento, me parece que mi belleza, más que marchitarse, está en maceración, como una buena vianda en su adobo de hierbas, especias y vino perfumado, tornándose con los días en más sabrosa y apetecible. En eso, al menos, coinciden Alberto y José María, los dos hombres que visitan con regularidad mi cuerpo: el uno con frecuencia al ser mi esposo. El otro, mensualmente, al ser mi amante emigrado a tierras lejanas por orden de un suegro y de la comodidad. Ambos derraman copiosamente su semen dentro de ese vientre que esterilicé a los treinta y cinco años porque saben, a ciencia cierta, que no se transformará en mocoso llorica y meón. Desde esos treinta y cinco años disfruto del placer, que sé estéril, de forma diabólica, como las brujas que asisten a los aquelarres en las profundidades de los bosques, cobijadas por la magia de la noche de San Juan. Antes de la esterilidad, había poco placer, debo reconocerlo, por un miedo paralizante y lleno de temor a otro embarazo, a sufrir otra cesárea. El envejecer me aporta mejor sexo de alguna manera... Me aporta también una frase que exaspera a algunos pero me tranquiliza a mí: "tanto me da". 71
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"Tanto me da" es mi opinión más sincera en lo que se refiere al mundo de los humanos y lo que le costaría más a la gente admitir de mi persona. Te puede importar un pepino la situación actual del planeta pero, ¡pobre de ti si no te sientes implicada en la condición de la mujer, de los emigrantes, de la política del país! No voy expresar mi "tanto me da" en voz alta, no temáis. Pero escuchad: ese saber interior es el más profundo de mis silencios, el que surge de repente en el curso de una conversación cuando debatís la situación dramática de los cocodrilos del Nilo o los avances de la ciencia genética o cualquier otro tema de interés intelectual. "Tanto me da". El mundo me es indiferente. Es una causa perdida, sin sentido. El sentido de las cosas lo fabrico yo, ya tengo la edad suficiente para ello. ¡Y no sufráis! Os creo a todos. Mi silencio os lo confirma. Os sentís bien. No defraudaré a ninguno de vosotros con mis "tanto me da". Decido dejar el mundo de la "opinión" que "tanto me da" por el de la "sensación" que sí. La sensación no precisa de palabras, no precisa de epítetos, sólo de Silencios. Cuando me despierto cada mañana, estoy llena de emociones producidas por sueños. Pasajes enteros de mi vida pasada los pueblan, los hacen brillar como estrellas cercanas y provocan sensaciones diversas: placenteras, extrañas, cómicas, pavorosas. Sensaciones que de nada sirve transformar en palabras, traducir con la ayuda de manuales psicológicos. Sensaciones que, de intentar plasmarlas con vocablos, resultaría un trabajo tan agotador como desplazar bloques enteros de ladrillos sin la ayuda de un toro. En mis sueños, sin embargo, los ladrillos se mueven y deslizan con la agilidad de un trapecista, de un bailarín, de una cometa mecida por la brisa de la tarde. Os creo a todos. No temáis. Me desespera el carácter sucesivo de las sensaciones cuando estoy despierta. Llegan en fila india, una se sucede a la otra. La temporalidad en los sueños es mágica: no se fragmenta. El pasado y el presente se mezclan, el futuro no existe. No aparecen fechas. Eres niña y al segundo eres mujer, o lo eres al mismo tiempo. El rostro de tu madre te sonríe joven y te ofrece una golosina con la mano arrugada del 72
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presente. Tus hijos maman de tu pecho y al instante siguiente ya caminan y llevan de la mano a alguien que te llama "abuela". Me doy perfecta cuenta de que los sueños desafían a Dios porque crean, sin obedecer la orden preestablecida de la sucesión. Yo creo mundos enteros en una noche: él necesitó, según el Génesis, siete días. El primer día creó esto, al siguiente lo otro, al tercero aquello. Me resulta patético... Yo nazco y crezco en un instante, a voluntad, sin orden, sin años de por medio. Es física cuántica, dos elecciones. Elijo el uno pero el otro también está y lo sé, vuelvo cuando quiero, en un tris tras. Os creo a todos pero me da igual lo que decís, no me importa el nombre de las cosas; a ellas no les importa cómo las nombráis, humanos pedantes. Os responden con sus grandes silencios que no entendéis, que no controláis. Mis seres queridos: tan sólo tenéis de mí mis gritos y susurros, mis lágrimas y mis risas, mis suspiros y mis quejidos. El resto -mis mentiras, mis silencios, es decir, lo esencial- permanecerá virgen de huellas, no tocado por vuestros dedos.
XVIII
El suicidio más convencional es vivir absurdamente una relación matrimonial como una mayoría de seres, sin amor, sólo para guardar las apariencias... ¡Te estás suicidando! -me ha dicho mi amiga-. ¿Y qué? le he contestado yo...¡Ojalá tuviese el valor de hacer algo de verdad! Pero soy una cobarde. Prefiero la forma de suicidio más convencional, es decir, vivir absurdamente una relación matrimonial como una mayoría de seres, sin amor, sólo para guardar las apariencias... Además, la única que sufre por ello soy yo, los demás, el marido, los hijos, ni se enteran. No se plantean ni tan siquiera que mi humor sombrío se deba a mi grado de felicidad. Soy rara, eso es todo. Soy así, dicen... La falta de alegría, que ahora me caracteriza, sólo es perceptible por los pocos amigos que no veo con frecuencia. Ellos sí que me preguntan: 73
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¿Dónde está la María alegre y dicharachera? Pero los míos no. Mi falta de alegría es como el niño que tienes a tu lado y al que no ves crecer centímetro a centímetro hasta llevarle a la revisión del pediatra. Entonces, con los números en mano, te lanza un "¡cómo ha crecido este crío!". Tú, no te has dado cuenta. Eso le pasa a los míos: no se dan cuenta de mis transformaciones porque me viven a diario. Estoy casada con un hombre normal, del montón, igual a otros muchos maridos. Alberto no es diferente a Juan o a Pepe. Simplemente, yo, por mi forma de ser, por mis expectativas sobre la vida, he magnificado peyorativamente detalles de la vida en común, al no acoplarse a la imagen que me había hecho de ella. "Esperabas demasiado de la vida -me convenzo-. Siempre has idealizado el amor, las relaciones, la amistad. Pero nunca te preparaste para aceptar la realidad de las cosas y de los seres, es decir, la simple mediocridad. Te habías hecho tu película sobre la vida, sobre las relaciones, y da la casualidad de que convivir es una experiencia diaria, no el sueño teórico que has alimentado durante años." ¡Qué gran capacidad tengo para simplificar lo complicado! Y me equivoco, lo sé, cuando me atribuyo sin escrúpulos ese sentimiento de "no haber merecido esto" que, automáticamente, me coloca en el papel de víctima. ¡Y es tan cómodo! Engullo y engullo todas las insatisfacciones, una tras otra, resignada. ¡Pero no es resignación! ¡Es pura cobardía que revisto de elección unas veces, de fatalidad otras, de destino, las que más! No puedo continuar de este modo. Debo abrir la boca y expresarle a Alberto cuánto me frustra, cuánto me desagrada esta comedia de vida matrimonial. Le voy a hablar de José María, de cómo he sido capaz de enamorarme de nuevo y de enamorar... De lo que ha significado esa relación: que sigo viva. ¡Qué estoy diciendo! ¿Cómo voy a explicarle siquiera, después de tantos años de comedia conyugal, que le he sido infiel? Ese simple hecho condicionaría el posible diálogo, que no resultaría un diálogo sino una avalancha de reproches por su parte, una postura de hombre bueno ofendido y engañado... No, no lo puedo plantear de esa manera... En cuanto lo hiciese, se perdería el propósito de la conversación. La infidelidad sería la causa de la ruptura y no lo que representó: el síntoma de que la ruptura ya se había producido, de que el corazón estaba vacío... Bastante lo sé por los 74
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comentarios diversos y por mi trabajo. Te llega el cliente típico: "Mi matrimonio se ha roto porque mi mujer se ha ido con otro". ¡Respuesta equivocada al concurso del millón! "Mi mujer se fue con otro porque nuestro matrimonio ya estaba roto". ¡Divorcio! ¡Divorcio! ¿Divorcio? Me llevaría al pequeño conmigo; los mayores, no tendrían ni que elegir...
XIX
Quiero entrar en el estado de viudez y dedicarme a mis labores. Por ello me pinté las uñas, para embellecer unas manos que espero se ocupen en transmitir a las agujas y a los hilos, el empuje necesario para crear. Al salir del bufete hoy, me he parado en una perfumería. He decidido volver a pintarme las uñas, haciendo caso a la sugerencia de mi colega Pilar, después de años sin hacerlo, por aquello de los platos y las faenas caseras. Me exasperaba lo de ir siempre con las uñas desconchadas. Después de media hora de charla con la dependienta mientras me exponía encima del mostrador cuanta marca y color estaba de moda, mi elección ha sido un pintauñas rojo como la misma sangre, de secado ultra rápido y a prueba de desconchones. Y aunque el precio de dicho artículo me ha encogido la boca del estómago -¡cómo se nos embauca con las marquitas dichosas!- he salido satisfecha. Seguidamente, me detuve en una mercería. ¿Con qué propósito? Esto lleva cola y lo he estado pensando durante semanas. Mi amiga íntima, Mercedes, la que perdió a su esposo hace poco más de un año, es la responsable directa. Resulta que la he estado observando calladamente todo este tiempo, cuando nos sentamos las dos delante de una taza de café en su pequeño salón. He tomado cada vez más la costumbre de disfrutar de su conversación, las tardes de los sábados, en vez de pasármela delante del televisor con el resto de la familia. 75
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Siempre la encuentro con las manos ocupadas: en labores de ganchillo, en labores de punto, en labores de bordado, en el cuidado de la docena de macetas que se atropellan en el minúsculo balcón de su sala o en las diferentes estancias, encuadernando, ya sean fotos o grabados rescatados del rastrillo... El resultado de tanta ocupación se ve nada más entrar en su casa: mantelitos finísimos para la mesa camilla donde sirve el café, tapetes de hilo blanco, elaboradísimos, debajo de cada jarrón y figurilla, cortinitas de encaje que dejan llegar el sol sin obstáculo alguno a los objetos, cuadros colgados en las paredes, formando como murales cuya temática va cambiando, según sus últimas adquisiciones y macetas que salpican con sus colores los rincones de las estancias. - No te lo vas a creer, María, pero al quedarme viuda me he dado cuenta de la cantidad de tiempo que ocupaba Pepe en mi vida, no sólo la afectiva, sino la cotidiana. Estuve años pensando que eran los niños, la faena de la casa. ¡Pues no! Esas funciones, más aún desde que ellos han crecido y van a su aire, no representan ni la mitad del tiempo que Pepe y yo compartíamos. He tenido pues, que aprender a poblar mi viudez. Los primeros tiempos, leía sin cesar. Pronto me di cuenta de que las lecturas me transportaban a menudo a momentos del pasado, con referencias directas a situaciones o pensamientos donde Pepe se hacía presente. Era insoportable y la lectura no me cambiaba el estado de ánimo sino que me hundía en una pesadumbre insostenible. Mi madre -ese ser tan discreto pero tan sabio- no dejaba de visitarme a diario. Llegaba con su labor de turno en el bolso, que sacaba nada más acomodarse, y me hacía compañía. Unas veces hablaba ella, no sin apartar sus ojos del dificultoso trabajo de contar puntos y cambiar de hilos, otras hablaba yo, retorciéndome las manos para amortiguar el dolor de mi alma. Un buen día, le pedí que me explicara lo que estaba haciendo exactamente. Te vas a reír pero aquello nos tuvo ocupadas durantes horas. Hasta le llegué a sugerir un cambio en la combinación de los colores de las flores del cuadro en punto de cruz que estaba realizando, contradiciendo las instrucciones de la revista de la cual se empeñaba, meticulosamente, en copiar la muestra. El resultado fue la elaboración de flores apasteladas en vez del ejemplo con colores llamativos y chillones de la revista. A partir de ese día, me pedía consejo -decía que se me daba bien- y personalizábamos sus creaciones. Una tarde, se dejó la revista olvidada -siempre he creído que intencionadamente- y me entretuve en hojearla. Quedé sorprendida del abanico de manuali76
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dades que ofrecía: decoración del hogar, cuidado de las plantas, encuadernaciones varias, bordados con punto de cruz, ganchillo... Ni corta ni perezosa, me decidí a visitar la mercería vecina y comprar hilos, agujas, algodón, en fin, lo necesario para enfrascarme en el bordado de un mantelito con motivos florales, y sus seis servilletas a juego, que me sedujo de la revista. Mi madre no se sorprendió, al contrario; de manera natural, siguieron nuestras tardes de charla compartida pero con las manos ocupadas en crear bellezas de trapo e hilo. Esas labores pueblan desde entonces mi duelo, amortiguan el dolor, ocupan las manos que ya no acarician su cuerpo y me hacen sentir satisfecha por la destreza con la que llegan a crear. ¡Mis manos están vivas, María! Y mi mente, habitada. Pues en eso estoy yo. ¿No acabo de enterrar al amor? Quiero entrar en el estado de viudez. Por ello me pinté las uñas, para embellecer unas manos que espero le transmitan a las agujas y a los hilos, el empuje necesario para crear.
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Sólo hay en mi vida un "soy yo"... Su voz no da lugar a confusión ni a las tantas de la madrugada. ¡Cuan potente es mi deseo por la magia! ¡Cuánto deseo que actúe sobre mi alma como un alcohol fuerte, cortándome el aliento, lacerándome el estómago! Sí, José María. ¡Lo mágico! Pero tú has hecho añicos un gesto que podría haberlo sido... Estaba yo, entrada la noche, ocupando mi soledad y mi silencio, en las tareas de puntos y colores, cuando sonó el teléfono. Me sobresalté, teniendo en cuenta la hora, casi las dos de esa madrugada de sábado, y lo descolgué, anticipando una posible tragedia familiar. ¿Qué otra cosa a esas horas? - ¿María? Soy yo. Y sólo hay en mi vida un "soy yo"... Su voz no da lugar a confusión ni en el despacho ni a las tantas de la madrugada. - ¿Sabes la hora que es? ¿Y si no hubiese descolgado Alberto?
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- Me he arriesgado. Y no lo siento. No puedo dormir desde nuestro último encuentro del jueves. No puedo aceptar tu ruptura. - ¿Estás borracho? - Bueno, digamos que he visitado la botella de brandy con asiduidad, las tres últimas horas. Anna y las niñas se fueron de fin de semana con los abuelos. Estoy muy solo... - ¿Y? - María, por favor, deja ese tono frío e impasible. ¡Yo estoy ardiendo de dolor y de deseo por ti! No me puedes dejar así, lo nuestro ha significado demasiado, significa demasiado. - No lo suficiente, José Mari. Nunca significó lo suficiente como para que nos comprometiésemos. Te marchaste. Me quedé... - Ya sabes que me vi obligado a ello. Escucha, he estado pensando en una solución: te separas y te vienes a trabajar aquí, conmigo, como antes. Nadie sospechará. Tú serás la empleada a quien la firma ayuda... Pedirías tu traslado como una manera de reorganizar tu vida. ¿Qué te parece? ¿A qué está bien pensado? - ¡Vete al cuerno, José Mari! ¿Cómo puedes ser tan egoísta? ¿Te das cuenta de que me pides algo que tú ni tan siquiera tendrías el coraje de hacer? Te devuelvo la pelota. ¿Por qué no te separas tú y vuelves, cuestión de reorganizar tu vida? - ¡Sabes que no puede ser, que me quedaría sin trabajo! - ¡Busca otro! Llévate a tus clientes y monta otro bufete. Tienes la fama suficiente y el dinero para hacerlo. ¡Pero no! Tú siempre quieres estar en la era aventando el trigo y al mismo tiempo, moliéndolo en el molino... Ya me cansé de todo esto. Ya te lo dije, me separaré, lo más seguro, pero no por ti. Por mí. Libre de ti, de Alberto, de ataduras. - Cuando lo hagas, te buscaré y te reconquistaré. ¡Déjame reconquistarte! Corté la comunicación sin colgar el maldito teléfono. Apagué la luz de la mesa camilla. Silencio. El silencio entrecortado por el pi-pi-pi iracundo del tono de ocupado... Y colgué mi corazón en el rayo de luna que iluminaba en esos momentos el salón de la casa. Secretos. Palabras de amor. Recuerdos diamantinos, camuflados dentro del cofre de los tesoros de mi alma, bien protegidos de las miradas de la señora realidad... 78
Monólogos de la casada
¡Sí! ¡Transportadme a otro mundo! ¡Sumergidme en el sueño divino de Blanca Nieves! ¡De la Bella Durmiente del Bosque! Regaladme, por favor, otro mundo... ¡Otro mundo! Un mundo donde las historias de Amor acaben bien, donde las sacudidas del corazón engendren una magia que no coincida con el final de la representación del Mago. ¡Otro mundo y no éste reino de la Mentira!
XXI
Muchos se creen, los que creen en un Dios, que todo lo irreal, es decir lo perfecto, se hará real, si eres bueno, cuando llegues al Paraíso. Y digo yo, ¿por qué no se nos da una pequeña pista del paraíso? He vuelto a caer en los brazos de José Mari, era inevitable. Eso es, inevitable... Mi amor por ese hombre es lo más irreal que he llegado a vivir, pero está muy lejos de la pasión de amor con la que siempre soñé. Ahí reside la diferencia me parece. Saber que una cosa es irreal e inexistente cuando lo que vives realmente, cosas como ese amor por José Mari sin ir más lejos, es tan sumamente irreal... Muchos se creen, los que creen en un Dios, que todo lo irreal, es decir lo perfecto, se hará real, si eres bueno, cuando llegues al Paraíso. Y digo yo, ¿por qué no se nos da una pequeña pista del paraíso en nuestros sueños? Lo que será vivir realmente, amar realmente, copular realmente, parir realmente, escribir realmente... Soy ridícula. Yo soy una cosa. La vida es otro cantar. No sé ya a quién pedirle fuerzas para llevar a cabo lo inevitable; pedirle el valor, la visión y la crueldad necesarias para conducir las acciones hasta el desenlace, hasta el final, permitiendo que se abran mis alas sin que rompan ni hieran. 79
Monólogos de la casada
¿Cómo eliminar a los testigos? ¿Cómo vivir sin ellos? Alberto, José Mari, mis padres, mis hijos, mis hermanos, mis amigos: cada uno de esos seres ha sido mi testigo, uno tras otro, como yo he sido el de ellos. Secretos compartidos, confidencias a corazón abierto, confianza, abrazos; una y otra vez, cíclicamente: te quiero, me abro, me escuchas, me apoyas, me traicionas, te desamo. Volvemos a empezar: con las mismas monsergas, con la misma inocencia, los mismos ritos, a confiar, a esperar. ¡Bésame! ¡Abrázame! ¡Escúchame: mi padre era así, mi madre asao!¡Mi ex marido, ni te cuento! ¡ Tú coge mi vida entre tus manos, ámala, mímala! Porque vas a ser el ser que yo esperaba, el que me va a aceptar tal como soy y yo seré lo mismo para ti. ¡Cuántas veces nos hemos lanzado a la aventura de amar! Pero, siempre había en el "ser excepcional" alguna cosilla. Un defectito pequeño, una debilidad, una manchita que poco a poco disipaba a ese testigo único que pensábamos haber hallado. Entonces, por ese hecho ínfimo, he ido reservando una parte de mí. Por otra parte, todos esos seres que son mis testigos (o que me tocaron), aunque me aman sin condiciones, no se aman entre ellos. Mis padres hablan mal de Alberto, Alberto habla mal de mis amigos, mis hijos se mofan de las aficiones de Alberto, Alberto de su música, mis padres de la indumentaria de mis hijos... Y yo aquí, el nexo entre todos ellos, ¿quién soy? ¡Maldita complejidad de las interacciones humanas! Todos nos paseamos con nuestros pequeños criterios según los cuales juzgamos a los demás, al tiempo que nos esforzamos por responder a los criterios de ellos (eso sí, discretamente, haciendo como si fuéramos simplemente nosotros mismos y no precisamos de la aprobación de nadie...) Pero no hay fórmula mágica. No. Hay sencillamente meteduras de pata, caídas, reajustes y compromisos, con nuestro pie dibujando círculos en el vacío hasta encontrar ese cachito de tierra firme donde posarlo. A mí, lo que de verdad me gustaría, sería desdoblarme, contar con un segundo "yo". Sólo ese segundo "yo", a distancia prudencial y observador del primero, interpretaría el papel perfecto de testigo objetivo. Pero 80
Monólogos de la casada
otra vez estoy divagando en lo "irreal". Mis testigos son mis testigos, aunque a muchos de ellos los haya borrado de un arrebato, como los amigos de colegio, los amores de juventud. Otros usaron sus propias manos para borrarse: los que se murieron de SIDA por chutarse, los que se murieron de cáncer de pulmón por fumar, o de cáncer de hígado por beber... Y claro, a otros, los borró la mano sádica de Dios, ese que siembra el desconcierto, estrellándolos en cunetas y contra árboles o camiones cisternas, arruinando, con su Divina Voluntad, planes de futuro y recuerdos y esperanzas. Algunos de esos seres, que tanto quise, continúan poblando mis días y mis noches. Me siento demasiado cansada para rehacer mi corte de testigos. ¡Se acabó! Siento pereza para escuchar historias nuevas, para explicarles la mía una vez más. La lista se ha hecho demasiado larga con su media docena de amores, con el rompecabezas de sentimientos cuyas piezas esenciales he perdido. Y tendría que mentir, inventarme una nueva identidad para cada testigo nuevo, para cada amante nuevo. También podría no decir nada. Sencillamente, lloraría en silencio, con testigos desconocidos. Dicen que cada vida genera unas lágrimas. No me extraña que se hayan inventado pues a un Dios capaz de amarnos y velar por nosotros individualmente. ¡Vaya faenita le encomendaron los inventores!
XXII
El misterio de los calcetines que desaparecen en el mágico bombo de la lavadora ... ¿Cómo dejar de recordar las pesadillas? He tenido una especialmente horrible... Paseaba con mi madre por los montes peinados de olivos que rodean la casa donde decidieron jubilarse, en el Sur. De repente vemos un cesto de esparto trenzado debajo de un olivo, que atribuimos al olvido de algún aceitunero. Mi madre me ordena, con voz melodiosa, de que investigue su contenido. Me acerco y lo abro. ¡Horror! Contiene una paloma gallina pitirroja cuya cabeza parece herida y que respira dificultosamente. La cojo entre las manos, con delicadeza y la saco del cesto. Al hacerlo, constato de 81
Monólogos de la casada
que está incubando dos enormes huevos de cáscara transparente y gelatinosa que dejan ver dos polluelos a medio formar, sin pico pero con cara humana. Se acerca mi madre y de un manotazo me arrebata el ave de las manos que cae, moribunda, sobre el suelo duro donde lanza un último chillido de agonía. - ¡No se debe dejar sufrir a los animales! ¿Estás de acuerdo? - ¡Pero igual la podíamos haber curado! Mira, estaba incubando. - ¡Qué asco! ¡Acabemos con eso también! Lo que naciese sería un engendro del diablo, ¿no lo entiendes? Enérgica y con mano segura, la misma mano que retuerce el cuello de las aves o les clava la navaja (cuando decide aprovechar la sangre para freírla), estrella los huevos contra el tronco del olivo que los devuelve, hechos añicos, al suelo terroso del olivar. No contenta con ello, se ensaña con los pedazos, los aplasta con el pie hasta enterrarlos, hasta confundir tierra y restos. Se da media vuelta y le otorga la misma suerte a la gallina que, rato ha, dejó de moverse. No puedo articular palabra. Una náusea me invade y me despierto con un grito. Recuerdo cada una de esas imágenes atroces y no ceso de preguntarme por qué mi madre asesinó tan despiadadamente a esos polluelos de cara humanoide. ¿Quiere transmitirme algo mi sueño? ¿ Representan esos huevos en periodo de incubación a los dos hombres entre los cuales me muevo? ¿Representan el uno a la María que soy y el otro a la María que quisiera ser? ¿Significa que no gustamos a mi madre ni la una ni la otra? Mi decisión es aún tan vulnerable, tan en estado de embrión, flotando entre la realidad y lo irreal... Con la cabeza cargada, el vómito reprimido, me agarro a la redacción de estos monólogos como si fueran la tabla que quedó del naufragio y yo una balsera perdida en la inmensidad del océano. Creo que es hora de hablar con ella. El teléfono me ofrece el tono de su voz y el recuerdo de la distancia física que nos aleja... Experimento la necesidad de intentar una vez más algún acercamiento, de hablarle de mujer a mujer, ya que hace tiempo quedó atrás el hablarle como una hija a su madre, igual que quedó la opor82
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tunidad de compartir secretos. ¡Cuánta rabia! Tengo muy claro que no le puedo pedir ayuda, porque nunca me prestó nada sin cobrárselo con creces... ¿Estoy realmente preparada para decírselo? ¿Por qué esa necesidad mía, obsesiva, de hacerla partícipe de mis decisiones? ¿Me quedan aún ganas de herirla, de disfrutar con imaginarle la cara de disconformidad al no seguir las reglas de conveniencia e hipocresía que ella considera básicas? Descuelgo y aprieto el número seis de la memoria digital. - ¿Diga? - Soy yo, mamá. ¿Qué tal? - Bien, ¿cómo es que me llamas? No es domingo ¿Ocurre algo? - Nada especial. - Pues mira, qué bien que me llames. Tu padre y yo nos vamos a Mallorca dentro de una semana. Nos lo propusieron unos amigos, sabes aquellos que tienen una hija un poco mayor que tú, cuyo marido trabaja de apoderado en el banco de Bilbao, y cuyos nietos cursan estudios en el extranjero, y como está fuera de temporada, sale muy económico. ¿A propósito, qué sabes de la niña? ¿Cómo le va con el bebé? Si hablas con ella dile que sentimos el no conocer a su hija, el no haber podido recibirla este verano, pero es que ya sabes cómo son las gentes de aquí, no lo entenderían; que ya la conoceremos cuando vayamos para Navidad, es lo más correcto. Bueno, pues si todo va bien, no te gastes más en teléfono, que ya sabes que luego te ahogan las facturas. Un beso. - Adiós, madre. Cuelgo. Definitivamente no existe ningún terreno de posible complicidad entre mi madre y yo si no son los problemas del mundo de los calcetines desparejados. Porque vamos a ver ¿dónde va a parar el calcetín desparejado? ¿Sabéis cuánta fortuna se pierde de ese modo y cuánta energía buscándolo? ¡Además, es la prueba irrefutable de que el uso de la Razón Universal no lo explica todo! Y por eso ella cree tan ciegamente en su Dios y en sus mandatos. ¡Por el misterio de los calcetines que desaparecen en el mágico bombo de la lavadora!
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Monólogos de la casada
XXIII
Nunca entendí cómo pudo ocurrir, cómo pudimos olvidar tanto amor, como pudimos engendrar tanto odio... - Si me dejas, María, ¡yo no podría vivir sin ti! ¡Destrozarás mi vida! ¡Pues esa salida, me la temía yo! ¡Vamos si la estaba esperando! ¿Por qué me da la impresión de que estaba denunciándole una situación que no me hace feliz, intentando expresarle lo que siento y cómo me siento, y acabamos siempre hablando de él? ¡Y eso sin decírselo a bocajarro! Sólo estaba tanteando el terreno, una conversación donde intentaba ser lo más suave posible... Un simple esbozo de "y en la hipótesis de que necesitara un tiempo de reflexión para encontrarme a mí misma"... ¡Es absolutamente falso, exceptuando algunos casos, de que uno no pueda vivir sin el otro! Mi ejemplo sin ir más lejos. Cuando conocí a mi primer marido, en los bancos de la universidad, no podía pasar un sólo día sin escuchar su voz, sin tocar su piel, sin comérmelo a besos. Nos encerrábamos horas y días para hacer el amor, leer en la cama misma los libros obligatorios del curso, preparar los parciales, comer vorazmente bocadillos que preparábamos sobre las sábanas... ¡Qué maravilla el sentirse enamorado! La realidad se viste con trajes de inigualable belleza, la superficie de la tierra se convierte en llanura marina, todo se mira con ojos de felicidad y uno está convencido de que no hay obstáculo que no pueda vencer el Amor. Cogiditos de la mano, íbamos de aula en aula por el edificio universitario. Pintábamos sus paredes de oro reluciente sin ver los desconchones de la pintura gracias a nuestros corazones repletos de gozo, de deseos de compartir, de esperanzas y de sueños gemelos. Cuando, al finalizar la carrera, tuvo que marchar quince meses a la mili, como estaba mandado, si no conseguía permiso de fin de semana, me escapaba yo al cuartel para poder estrecharme contra él aunque fuesen unos minutos. Cuando nos separábamos de nuevo, seguía conmigo, me 84
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habitaba, me acompañaba a donde iba, presente aunque invisible; miraba las cosas con sus ojos y apreciaba la vida de verdad en cualquiera de sus ínfimas manifestaciones. Saber que él existía y pisaba el mismo planeta que yo pisaba, que respiraba el mismo aire, otorgaba a cada uno de mis gestos, un sentido nuevo, una razón. Paseaba por las calles y le hablaba, le comentaba los escaparates, los objetos con los que decoraríamos nuestro hogar, el lugar que les atribuiríamos... Estaba convencida de que había llegado mi testigo inmortal, de que mi vida estaba encarrilada para siempre, de que nada, de aquí en adelante, podría estallar ni desmoronarse, de que estaba más que preparada para conciliar mi vida laboral con mi papel de amante, de esposa, de madre (porque ya habíamos hasta decidido el nombre de nuestros futuros hijos). Al cabo de tres años de casados, habían nacido dos hijos. Al cuarto año, decidió hacer un master y no volver a casa a la hora que más lo necesitaba con las responsabilidades que conllevaban unos hijos pequeños. Se fue muriendo mi deseo de él, se fue acrecentando su rabia de no ser deseado... A los siete, soñaba con que desapareciese de mi vista unos días, que me otorgara un descanso en sus demandas cada vez más despóticas. A los ocho, deseaba enviudar, una salida fácil a mi cobardía. A los nueve, me marché, llevándome a los niños. Nunca entendí cómo pudo ocurrir, cómo pudimos olvidar tanto amor, como pudimos engendrar tanto odio. Los bellos versos que me regaló junto al anillo de oro el día de nuestra boda se volvieron una simple anécdota: "Mientras alces tus ojos al cielo y veas el mismo cielo que miro yo, mientras pises la tierra y sea el mismo suelo que piso yo, estaremos juntos." Y no se cumplió. Y no aceptó que yo no viera el mismo cielo... En dos años de separada, me acosté con todos los hombres que se cruzaban, sin dejar la oportunidad a un solo sentimiento, a un solo "te quiero"... Solía, con voz pícara, echar atrás las bellas palabras de algunos con aquel estribillo de una canción de G. Brassens: "Hábleme de amor y le endiño un puñetazo, con todo el debido respeto" Y llegó Alberto. ¡Oh Testigos! ¡Coged las armas! ¡Protegedme de un nuevo intento! No acudieron en mi ayuda. 85
Monólogos de la casada
Alberto, a espadazos, limpió las malezas que rodeaban la fortaleza de aquella bella durmiente en que me quise convertir. ¡Estaba tan vivo! ¡Era tan joven! Nos casamos a los seis meses. De eso hace diez años... Todo olvidado; también perdimos la empresa ambiciosa de querernos para siempre. Tampoco sé cómo. Y aquí me veo. "Yo no podría vivir sin ti, María, me dijo una noche de verano bailando salsa... "¡Destrozarás mi vida!, me gritó anoche. El terrible chantaje afectivo empezó... ¡Falso! ¡Falso! ¡Se puede vivir sin el otro! Eso sí, deshechos, fracasados, completamente desinflados. Como los globos olvidados después de una fiesta de cumpleaños.
XXIV
... busco nada más que tres elementos (para mí esenciales) en cualquier relación: que se me motive, que se me mantenga el interés y que se me sorprenda. ¿Qué tendrá que ver el sexo con el amor? Esa pregunta me la hago desde los veinte y pico de años. No llegaré nunca a entender por qué se asocia lo uno con lo otro. 0 es que, como dice mi amiga, yo soy muy "caliente". La verdad es que no me molesta esa palabra si se asocia con madurez sexual. El hecho de conocer mi cuerpo y ser consciente de que éste necesita el placer, las caricias y el orgasmo, tanto como el reposo, la comida y el agua, me procura cierta libertad a la hora de hacer el balance de mis sentimientos. Siempre separé el corazón y sus demandas de las relaciones sexuales con mi pareja fija o esporádica. Nunca disfruté de mejor sexo por estar más o menos enamorada, y el estar enamorada, no siempre llevó implícita una relación sexual. Cuando en mi vida han coincidido el sexo y el enamoramiento, se ha tratado de una plenitud intelectual más que física. Pero claro, esto, según a quién se lo expliques, te mira de reojo. 86
Monólogos de la casada
En eso estamos con Alberto. - ¡Pero si funcionamos muy bien en la cama! ¡Ya estamos! Como funcionamos bien en la cama, pues por qué ha de haber problemas con nuestro matrimonio... Se le puede perdonar ese razonamiento simplista a un hombre, pero lo que me enfurece o lo que no aguanto, es que te lo suelte una mujer. Cuando un hombre se separa de su mujer (casi siempre porque ha encontrado otra pareja) los comentarios de las mismas mujeres son siempre los mismos: "Claro, al no encontrar lo que necesitaba en casa, bien lo ha tenido que buscar fuera", endosándole a la esposa la culpa de la ruptura, como si no tuviera bastante con la putada de encontrarse de la noche a la mañana sola con sus hijos, si los tiene, claro. Cuando le preguntas a la esposa, muchas veces, no tuvo ni conciencia de que no complaciera a su hombre. Porque no es el sexo lo que determina las rupturas: es el corazón. Cuando la decisión la toma la mujer, y que encima dice que no es por incompatibilidad sexual, te vienen con la misma monserga: "Si no bebe, no te pega, es trabajador y os entendéis en la cama, ¿por qué te separas? ¡Seguro que tiene arreglo!" Lo que pasa es que el tópico del hombre "bueno" (que no bebe, no engaña, no pega, trabaja ) ya no es lo que la mujer de hoy espera de la pareja y de la vida. Como tampoco creo que el tópico de mujer que sabe guisar, coser, limpiar, parir, criar y abrirse bien de piernas, sea la imagen que un hombre busca en una mujer de hoy. Y si alguno o alguna se pasea con esos esquemas por nuestra sociedad occidental actual, el batacazo que se va a pegar será de órdago. Vamos a ver, ¿qué busco yo en un hombre?. Soy independiente, tengo mi trabajo, es decir, soy autosuficiente económicamente. Por consecuencia, no busco nada más que tres elementos para mí esenciales en cualquier relación: que se me motive, que se me mantenga el interés, que se me sorprenda. Si eso va desapareciendo por cualquier motivo, ¿para qué engañarse y vivir una vida sin aliciente con lo corta que resulta y lo rápido que pasan los años? Claro, el todo suena un poco irresponsable para según quién lo oiga ... Tal vez sea verdad que ya no tengamos la paciencia de nuestras madres y abuelas. Que las razones del divorcio deben ser de peso. 87
Monólogos de la casada
Entonces, ¿para qué se hizo esa ley de divorcio que concede a todo individuo el derecho de separarse porque simplemente ya no le apetece compartir su vida con el otro? A veces creo que las leyes son mucho más modernas (en nuestra sociedad occidental) que la mentalidad de los humanos a quien van dirigidas...
XXV
...el valor verdadero y de la exquisitez de una mujer: la cocina y la plancha... Alberto me ha pedido hace un rato que, por favor, le planche una camisa blanca. Lo divertido es que hace años que no lo hago pero tiene una entrevista importante y quiere ir impecable. ¡Y me lo ha rogado tan humildemente que casi me da la risa! Bien, no convirtamos esta historia en guasa porque si no tiene algo, es precisamente eso: humor. Debía tener yo entre los diez y once años cuando mamá creyó llegado el momento para adiestrarme en las labores femeninas formativas; empezó por la plancha. Primero me explicó concienzudamente todo lo referente a ese aparatejo del cual me prevenía desde pequeña y que de pronto resultó ser el instrumento más importante en la vida de una mujer. Recuerdo la delicadeza con la queme explicó cada uno de sus componentes: el mango de madera con su forma especial para adaptarse a la palma de la mano, el cable de conexión eléctrica que se debía desenroscar cuidadosamente no fuera que una simple grieta en la faja de plástico protectora de los cables provocase un cortocircuito, la pulcritud imprescindible en la base de acero inoxidable para evitar posibles sorpresas en las prendas (por ejemplo, el rastro que puede dejar un botón que por descuido no fuese evitado a la hora de deslizarse por el borde de una camisa), el cálculo de la temperatura espolvoreando agua fría sobre el metal... Primero me educó para planchar con esmero las prendas sin complicaciones como pañuelos de mano de mi padre, de mi hermano, de nosotras, las servilletas de la mantelería del domingo... Al cabo de breves semanas, me atreví con las faldas y algunas camisetas de manga corta. Pero no 88
Monólogos de la casada
fue hasta por lo menos pasado el año de aprendizaje cuando me inicié en las camisas. ¡Ah, las camisas! ¡Esas prendas predilectas del hombre donde el planchado demuestra la valía verdadera de una esposa! - "Tómate todo el tiempo necesario, María. Hasta yo, que lo tengo por mano, preciso de al menos diez minutos con cada una de ellas." Primero se alisa el cuello, después los puños, convenientemente aplanados sobre la mesa de planchar y desabrochados. Seguidamente, se procede al planchado de las mangas y se culmina con las partes laterales (primero la izquierda, luego la derecha -vete tú a saber por qué nunca entendí ese riguroso orden) y la parte dorsal, teniendo mucho cuidado de no arrugar las mangas ya planchadas. Cuando se me reconoció el certificado de aptitudes para el planchado (exhibiendo ante los ojos de mi padre su camisa recién planchada), se propuso adiestrarme para el cosido y el zurcido. Pero nunca se me dio demasiado bien porque se me resbalaba el huevo de madera y acababa la aguja en la planta del calcetín en vez del talón por recomponer. Mi padre debía tener un problema con los talones o con los zapatos: siempre el agujero se situaba en esa parte del calcetín. Para mi alivio, llegaron pronto tiempos menos austeros y no se remendaron más sino que se compraban por pares a las gitanas del mercado porque salía más económico y se invertía menos tiempo. ¡Y claro está! No podía faltar el plato fuerte de todo aprendizaje integral, la asignatura más evaluable del valor verdadero y de la exquisitez de una mujer: la cocina. Me fueron desvelados por fin los secretos de la tortilla de patatas, de la salsa de setas, del sofrito de la paella, de los ingredientes imprescindibles de un cocido y del tiempo de remojo de los garbanzos... Sin embargo, ese legado del precioso saber femenino, elaborado durante siglos, transmitido de madre a hija, se fue al garete con mi generación. Nosotras nos emancipamos, nos libramos de esas responsabilidades y exigimos que nuestros compañeros las realizaran a la par. No fue nada fácil. ¡Nada fácil! Pero lo será la generación de mi hija. De aquellos años conservo el poder de improvisar una cena en un periquete, elegir los alimentos con sólo una mirada, combinar cuatro res89
Monólogos de la casada
tos y convertirlos en un festín, pero lo de planchar, lo de zurcir, lo he delegado a quienes se ponen la ropa en cuanto han tenido edad para encargarse de ello. Nunca encomendé esa tarea a mi hija, por el simple hecho de haber nacido hembra, sino que les enseñé a un tiempo a ella y a su hermano. El pequeño está en camino de hacerlo. Pero hoy, por simple gentileza, me acuerdo de las lecciones maternas y Alberto podrá presumir de camisa bien planchada en su entrevista.
XXVI
¿Cómo describir las caricias desde dentro hacia afuera? tro?
¿Qué cavila una mujer durante los nueve meses que lleva a un hijo den-
¿Qué mujer no imagina el tacto de la piel, el sonido del llanto, el color del pelo, el brillo de los ojos y la sonrisa de su bebé? Son nueve meses que nos regala la naturaleza para nosotras solas. Entramos en un mundo de sensaciones individuales, no compartidas, porque ¿cómo vas a compartir ese hilo entre tu placenta y el ombligo de tu niño? Vives sensaciones indescriptibles o para mí, al menos, son difíciles de explicar. ¿Cómo se pueden describir las caricias desde dentro hacia afuera? Porque eso es exactamente lo que te ocurre: nueve meses con un ser que te acaricia desde dentro, desde la parte sanguinolenta de tu cuerpo, desde la parte nerviosa hacia la palpable piel externa. Eso te sorprende y te asusta la primera vez que ocurre. Normalmente, tu piel se ha acostumbrado a la caricia de la mano amorosa de tu madre, a la caricia asustada de las tuyas cuando te recorres el cuerpo y descubres el placer solitario, a la caricia inexperta y torpe de otras dos manos en tu primer encuentro con la sexualidad compartida, a la experta, al fin, del experimentado amante. Todas ellas se pueden describir con la ayuda de las metáforas, de las imágenes. Su contenido en carga eléctrica, producida por los nervios bajo tu piel, es mesurable, es casi universal, seas hembra o macho. Lo exterior comunica a lo interior... Es fácil, científico: acción, reacción. La caricia del ser interior que llevas nueve meses no se puede mesurar con esos parámetros.
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Monólogos de la casada
Cuando me quedé preñada de mi primer hijo, le pregunté a las mujeres que me rodeaban y que ya tenían varias criaturas, cómo me sentiría cuando mi bebé se moviera, ya que los libros sobre el tema me anunciaban que ocurriría hacía el tercer mes. Unas contestaban que sería como el espasmo orgásmico, otras, que ya lo notaría porque era inconfundible; la explicación que más me sorprendió fue la de una abuela vecina que me lo describió "como la carrera de un ratoncillo dentro de mi vientre". Tuve, lo confieso, pesadillas atroces imaginándome un ejército de ratones (animal que me repugna desde siempre) devorándome las tripas como si de un trozo de queso se tratase. Llegó la sensación ansiada y sobrepasó mis expectativas. La experiencia placentera de caricia dentro-fuera de los primeros meses pasó, desde el quinto, a acompañarse de la visualización de la misma. ¡De golpe, unas ondas me recorrían el vientre de un lado para otro, como las ondas que provoca, sobre la superficie del agua, la piedra que lanzas desde la orilla de un estanque! Intensa e indescriptible. Irrepetible... Sólo la compartíamos el ser que iba a parir, y yo. Es en mi recuerdo donde permanece viva para siempre. El lazo que se crea con ese ser nuevo, es para toda la vida. No tiene nada que ver ni con leyes, ni con la presión social y familiar de tu alrededor ni con la paternidad compartida. En esas estamos Alberto y yo: la custodia de nuestro hijo común. Le dije que no era necesario emprender una batalla por ella, que el niño eligiera o que viéramos, entre los dos, lo que mejor le convenía porque, se decidiera lo que se decidiera, existía un lazo entre mi hijo y yo que no podría legarle jamás, que nos hacía desiguales a pesar de que las leyes nos quisieran situar en posición de igualdad: el haber sentido caricias internas durante nueve meses. La diferencia estará siempre primero en esos nueve meses.
XXVII
Enferma de caricias pendientes, mi lívida piel recobra la sangre, al paso desnudo de tu mano... Se está muriendo el viejo Cruañas y José Mari, por supuesto, ha sido el encargado de tomar las riendas del bufete hasta que se aclaren las cosas. Eso no facilita nada las cosas ya que, nuevamente, choco con sus ojos cincuenta veces al día. Lo único que pensaba me salvaría de la tentación de caer en sus brazos, era la presencia de su mujer, Ana, revolotean91
Monólogos de la casada
do por el bufete y abriendo archivadores a deshoras, sin ser realmente eficaz ni útil al negocio familiar. Pero no ha servido: las visitas obligadas a su padre hospitalizado me han dejado sin defensa al segundo día de su llegada. - ¿Dónde almuerzas, María-? -me preguntó sin rodeos delante de su mujer-. Claro, hubiera sido fácil contestarle que me iba a casa o que había quedado con alguien pero no, le dije la verdad: "aquí mismo, me traje un bocadillo, como de costumbre". - Pues haremos lo siguiente si te parece, Ana. Ve tú a la hora del almuerzo a ver a tu padre y yo aprovecho que María se queda para acabar juntos el dossier de los Condis y, a tu vuelta, te quedas tú e iré yo. ¿Te parece? Así ganamos tiempo. ¡Qué sencillez y maestría para dejar a la gente sin posibilidad de réplica! A Ana le pareció bien. Yo no pude rebatir unos planes tan bien pensados. Con razón es abogado: reconozco que José Mari es un maestro en el arte del "ordeno y mando". No es necesario aclarar que la mañana transcurrió lentamente y que no llegaba la una ni a tiros. Al fin, cerca de la una menos diez, Ana marchó y Pilar, la vieja secretaria, alcanzó su bolso para hacer lo mismo. Yo, como quien no quiere la cosa, me dirigí al pequeño Office donde los empleados tenemos acceso a la agonizante nevera con bebidas frescas y a la cafetera eléctrica. En menos tiempo del que calculé, sentí las manos de José Mari rodeándome la cintura y su voz ronca repitiendo hasta la saciedad, María, María, María, a la vez que me remangaba la falda y se apoderaba de mi sexo con la voracidad del animal que teme le arrebaten su pitanza. Dice un amigo mío en uno de sus poemas: "Enferma de caricias pendientes mi lívida piel recobra la sangre al paso desnudo de tu mano y el color se diluye en la estela". Pues en ese estado me encontraba yo, "enferma de caricias pendientes", lo cual provocó que, en cuanto José Mari me tocara, mi sangre circulara a borbotones y respondiera a su llamada como la hembra en celo a las danzas de primavera de los machos dominantes. 92
Monólogos de la casada
Desapareció el despacho, el espacio reducido del Office, el miedo a ser sorprendidos, el rencor y el sufrimiento que pudo provocarme su huida de la ciudad... ¡Todo! Resurgió, como en los principios de nuestra relación, el deseo de que me recorriera el cuerpo por entero y me emborrachara de placer. Cuando una lleva un tiempo dándole a la cabeza sobre la conjetura de la vida, como yo ya llevo un lustro, el sexo se deja un tanto aparcado pero no por ello el cuerpo se aviene a razones y te sorprende la rapidez con que te llega el clímax, pasando olímpicamente de tus sentimientos o determinaciones. Tras el primer asalto (porque un asalto y no otra cosa es lo que fue, tanto que, si se descuida un segundo más, se corre en mi ropa interior), exhaustos, nos dejamos caer sobre el suelo frío y nos miramos como dos idiotas, incrédulos todavía del furor de la embestida. - María, perdona mi falta de tacto pero es que me tienes la sangre encendida desde que crucé la puerta del despacho. ¡Eres como una obsesión! No sé todavía cómo he podido pasar dos días teniéndote cerca sin comerte, sin probarte... Y entonces me empezó a probar y a comer, esta vez, con la delicadeza que me tenía acostumbrada. El placer fue alejando las últimas chispas de culpabilidad por creerme débil. Al fin y al cabo, fui yo la que tomé la resolución de no aceptar su proposición cuando aquella noche me llamó, borracho, por teléfono. Pero si soy sincera, me consumía tanto el deseo de entregarme a él que, en sus dos últimas visitas al bufete, fingí estar enferma para no acudir al trabajo y no poner a prueba mi resistencia. - ¡María, me estaba volviendo loco! ¡No sabes qué calvario han sido estos meses sin poder olerte, sentirte, recorrerte, penetrarte! Cuanto más me hablaba, cuanto más me devoraba, más despegaba yo del suelo y volaba hacia el reino de la voluptuosidad. Flotaba, envuelta en una amalgama extraña compuesta por sus besos y los jirones doloridos de mi piel, encendida por su barba mal afeitada. A eso de las tres, cuando reaparecieron Pilar y Ana, encontraron a dos eficientes colaboradores dando los últimos retoques y fotocopiando, en duplicado, el famoso dossier de "Condis". Pero mi alma se debatía, cual amapola atrapada en un trigal, entre los placeres reanimados y el escozor de sentirme tan irremediablemente enamorada. 93
Monólogos de la casada
En mi cabeza, unos versos del amigo poeta... de Javier Otaola Turienzo... sus poemas Caricias y Esperanza martillean mi entendimiento: "Abrázame que me caigo y déjame ser bueno. Aunque sólo sea para creérmelo"
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"¿Qué es la vida? Un delirio. ¿Qué es la vida? Una sombra, una ilusión; y la más grande de las riquezas no cuenta mucho. Sí, toda la vida es sueño y los sueños, sueños son Calderón de la Barca, La vida es sueño
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XXVIII
¿La queréis, la verdad de verdad, cositas terrestres? ¿La verdad en pelotas, la verdad total, completa, entera, resplandeciente? ¿La verdad sin tan siquiera una hojita de parra para taparse los genitales? ¿La verdad embuchada como el lomo, engordada como al cerdo para la matanza? ¿La verdad que ofende, que nadie se atreve a decir ni a creer? ¿Qué verdad? ¿La universal? ¿La individual? ¿Qué clase de verdad, decidme? Cambiar de vida es una enorme responsabilidad para quien lo decide porque, tal iniciativa, crea un verdadero coma susceptible de acabar con los seres dependientes que nos rodean. Pero también ocurre que, en seres de gran carácter y enormes ganas de vivir, la iniciativa relanza la motivación misma de sus insignificantes vidas que los llevaron al muermo más absoluto. Por eso, en vez de calificarla de salida de tono o de locura, se debería ver como una simple estrategia técnica. Pero retornemos la acción donde la dejé. Yo, María, cuarenta y cinco años, casada y con tres hijos, desilusionada por la fórmula del matrimonio a quien di dos oportunidades sin que se me recompensara por ello ni se tuviera en cuenta mi gesto de buena voluntad por creer en ese Santo Sacramento, con amante amantísimo pero decidido a jugar con cartas en la manga mientras su mujer no se entere y yo se lo consienta, decido por fin darme a conocer realmente a los ojos de mis gentes y de los lectores: voy a contar la verdad. ¿No es la verdad lo que se me pide continuamente? ¡La verdad! ¡La verdad! - ¿Me quieres, María? ¡Dime la verdad! - ¿Eres feliz, María? ¡Dime la verdad! - ¿Te gusta mi nuevo traje? Dime la verdad... ¿La queréis, la verdad, de verdad, cositas terrestres? ¿La verdad en pelotas, la verdad total, completa, entera, resplandeciente? ¿La verdad sin tan siquiera una hojita de parra para taparse los genitales? ¿La verdad embuchada como el lomo, engordada como al cerdo para la matanza? ¿La verdad que ofende, que nadie se atreve a decir ni a creer? 97
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¿Qué verdad? ¿La universal? ¿La individual? ¿Qué clase de verdad, decidme? Porque está la verdad disfrazada, la verdad traicionada, las cuatro verdades, la que sobrepasa el entendimiento, la de Dios... ¿Estáis preparados? Os advierto, no me vais a creer. ¿No os vais a arrepentir de habérmela pedido, mis seres "queridos"? Bueno, pues ahí va: soy Venusiana. Es decir, que vengo del planeta Venus. Vamos, que formo parte de los pocos elegidos para llevar a cabo el programa de "M.L.S.H.A" o sea, "Miremos Lejos, Seguro Hay Algo" ideado por el excelentísimo equipo científico de mi planeta, Venus, allá arriba, entre el vuestro y Mercurio. ¿Estáis ya situados? Llevo años disfrazada, camuflada. He interpretado el papel de terrestre tanto como he podido a fuerza de bajezas y estupideces, de debilidades y arrebatos. ¡Me he aplicado tanto en el empeño que hasta he llegado a creerme más de una vez que lo era de verdad! Os he de confesar que los ideólogos del proyecto no dejaron que el azar metiera baza en el asunto: todo estuvo estudiado, calculado, programando. ¡Hasta salí de vientre de mujer! Mi pasaje por vuestro planeta no ha ido dejando trazas sobrenaturales como lo hicieron otros extraterrestres, que si libros, que si doctrinas, que si milagros. No. A nosotros, en Venus, no nos educan en la pomposidad de ningún culto ni creencias. Pero ya os hablaré otro día de mi mundo y su gente. La verdad que quería revelar hoy era tan sólo ésta, que soy venusiana. Sobre todo, no os vayáis a pensar que estoy sola. ¡No! Somos unos cuantos. ¡Pero no esperéis que yo os escriba sus nombres en una lista! Entre Venusianos no nos denunciamos. ¡Pues faltaría más! Si yo he tomado la decisión de comunicarlo ahora es simplemente porque mi hora ha llegado. ¿Mi hora de qué? -os vais a preguntar-. Paciencia. Ya lo sabréis a su debido tiempo. No empujéis los acontecimientos ni las confesiones. Son como los árboles: no llegamos a ver el tronco hasta que no se le han caído todas las hojas. ¡Dejadme despoblarme de las mías a mi ritmo! Dejadme el placer de llorarlas una por una. 98
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Supongo que algo sospechabais... Pues mi conducta, en muchas ocasiones, no respondió a vuestras expectativas, lo sé, me lo habéis dicho. ¡Mirad cómo arde mi verdad! ¡Es una hoguera de San Juan dispuesta a que la salten los muchachos! ¡Calentad vuestra incredulidad en mis altas llamaradas! Acercad vuestras manos. ¡María es Venusiana! Os lo juro. Levanto mi mano derecha, mi pie derecho, mi seno derecho y ¡os lo juro! Y si no me creéis del todo, al menos, haced un pequeño esfuerzo, creedme a medias. ¿Por qué no me vais a creer? ¿No os creéis ciegamente el cuento de la amistad, de la solidaridad, de la tolerancia? ¿El de la fidelidad de vuestro cónyuge y el de la inteligencia de vuestros hijos? Y, peor aún: el de vuestra Eternidad. En fin, ya lo sabéis. A partir de ahora ya nada será igual porque os lo he comunicado: SOY VENUSIANA. Francamente, al verme así, a primera vista, no lo aparento. ¿Eh?
XXIX
¡Me siento tan feliz de haber regresado justo ahora, para la festividad de los Pentincoyas! Cada año, al aproximarse la festividad de los Pentincoyas, únicos representantes en mi planeta de lo que vosotros llamáis árboles, me traía el anuncio de su floración mi amigo Tyrsieg, el pájaro multicolor de alas de seda. Su aparición hace escasos instantes, revoloteando por encima de mi cuerpo, me hace comprender que estoy de vuelta a mi valle, Tulapikrega, en el hemisferio Sur de Venus. ¡Qué agradable sensación de sentirse en casa de nuevo! Aunque sólo diviso la tenue luz blanca que me envuelve, me llegan el aroma de las flores de los Pentincoyas, penetrante y embriagador, al cual se suma el de las primeras Vilintanas, florecillas violáceas y tímidas, esparcidas por las laderas de los altísimos montes que protegen mi valle de los rayos abrasadores del Sol. Aunque todo mi planeta esté protegido por un escudo 99
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potente contra sus efectos nocivos, los venusianos sufrimos mucho por el calor. Por eso se organizó hace ya un poco más de cuatro pamplinemios (el equivalente a diez de vuestros años) la expedición a vuestro planeta en la cual tomé parte. ¡Me siento tan feliz de haber regresado justo ahora, para la festividad de los Pentincoyas! Es la celebración más parecida a vuestra Navidad. Tyrsieg acaricia mi mejilla con sus alas y a pesar de que no diviso su forma exacta, sí reconozco el tacto de seda de su caricia sobre mi rostro. Quiero devolverle la caricia pero no sé lo que me pasa. ¡No puedo moverme! No lo entiendo. Todos los intentos de mover un solo músculo de mi cuerpo fracasan, como si las órdenes de mi cerebro y la voluntad que pongo en ello estuviesen desincronizadas... Supongo que estoy sometida a un programa de reorganización metabólica o algo así... Seré paciente y esperaré a que alguien me informe. No consigo recordar nada de mi partida pero sí recuerdo los preparativos de mi viaje de regreso. El anuncio a Alberto sobre mi verdadera identidad no creó la reacción que suponía, quiero decir que se quedó petrificado, sin articular palabra en vez de gritarme. Se dejó caer sobre el sillón del comedor y se le llenaron los ojos de lágrimas. No recuerdo haber visto a Alberto llorar antes, ni tan siquiera en el funeral de su padre... Nos tiramos sin decir nada un buen rato. Al no ver indicios de movimiento, me encaminé a mis tareas habituales después de la cena: quitar la mesa, sacar las bolsas de basura y fregar los platos. Debo confesar el gran alivio que se apoderó de toda mi alma con el comunicado. Sentíame flotar por el apartamento. Mi actividad cachivacheadora no le hizo tampoco reaccionar de forma que, llegadas las once, me fui a dormir, como es mi costumbre, deseándole buenas noches. Francamente, me alivió que no montara la típica escena que pudiera despertar al niño, como cuando le anuncié que deseaba la separación unas semanas antes. Igual ahora me entendía al fin y no se opondría a mi marcha. Me levanté muy pronto y él no estaba. No me preocupó. Me afané en poner todo el piso en orden, despertar al niño y prepararlo para el colegio. Igualmente, llamé al bufete para excusarme porque no podía ir a trabajar, cosa que irritó a José Mari. Lo noté en el tono de su voz. 100
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Una vez sola, repasé minuciosamente armarios y cajones, coloqué cada prenda en su sitio y me apliqué en no dejar trapo alguno por lavar o planchar. Me tomó varias horas. Luego, salí y compré etiquetas adhesivas y rotulé con ellas cada lugar de la casa para que cada miembro identificase sin dificultad el orden en que suelo guardar las cosas. Seguidamente, me ocupé de mis menesteres personales. Busqué la maleta más nueva, esa que me regalaron para el día de la madre, y me apliqué en la selección de las prendas más esenciales e indispensables para el viaje. El día galopaba a la velocidad de un caballo desbocado y aún me quedaba la cuestión de las provisiones. Salí al supermercado y compré grandes cantidades de comida, la que les suele gustar. Congelé, limpié, preparé sopas en porciones individuales, guisos en bandejas de congelación y volví a usar las etiquetas para que la localización de cada manjar fuera cosa sencilla para Alberto. Hacia las seis, al fin, contenta de mí misma y satisfecha porque de seguro me lo agradecerían, cogí mi maleta, cerré la puerta y les dejé un cartel burdo pegado con cinta adhesiva en la hoja de madera:
El hotel se ha cerrado: "Minihut Ogrisan", o sea: ¡Hasta nunca! Me encaminé, calle arriba, a la parada de autobús más cercana, esperando la señal del grupo M.L.H.S.A con el que estuve comunicándome mentalmente toda la mañana. No sé cuánto tiempo pasó pero me sorprendió levantar los ojos y toparme con Alberto, lo confieso. Esa última imagen me tiene intrigada... Parece que oigo voces. Mis miembros no se mueven pero creo que ya llega alguien por fin a informarme... Esa voz. . . - ¿Qué le pasa a mi mujer, doctor? Llevo horas aquí sentado, acariciándole la mejilla y no reacciona. - Es normal. De momento, está completamente sedada. ¡Qué duerma! Es lo mejor para ella ahora: dormir.
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XXX
Seguramente eso debe parecerles a las mentes "razonables". Pero mi inestabilidad sólo es el reflejo de lo que todos llevamos dentro: la búsqueda, el distanciamiento, la falta, la contradicción, la infelicidad, la conciencia de todo ello. A mí, lo que no me parece razonable es mostrarse siempre y en cualquier circunstancia, ra-zo-na-ble. - ¿Cómo se llama? - María Rigol Vico. - ¿Qué edad tiene? - 45 años. - Bien, María. Veo que está más o menos despierta. ¿Sabe dónde está? - Sí, doctor. ¿En un hospital o algo así? - En una casa de reposo. ¿Sabe la razón? - Creo que sí. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? - Casi una semana, pero ha estado durmiendo prácticamente de continuo. La hemos sometido a una terapia de sueño. - Bien. Original manera de llamar un dopaje mental... - María, tiene a su familia muy preocupada. Dicen que dura desde antes del verano pero que se fue empeorando después de las vacaciones. ¿Es cierto que dice usted ser extraterrestre? - Sí. Venusiana. - ¿Es usted Venusiana, María? - ¡Claro que no! Pero ya no sabía cómo pedirle a mi marido la separación... Con decirle que ya no le amaba no era suficiente... - ¿Hay otro hombre en su vida? - No... Es decir, no en el sentido de ser la causa de mi necesidad de ruptura. - ¿Cuánto tiempo lleva con el deseo de separase? - Necesidad, doctor... Casi tres años. - ¿Y en todo ese tiempo no lo consiguió? - Sólo lo planteé hace un par de semanas. - O sea, ¡Se lo ha estado pensando tres años! 102
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- Más o menos. Mire doctor, es mi segundo matrimonio. No es fácil asimilar que una se ha vuelto a equivocar, que seguramente la culpa es de una y que lo único cierto es que esta vez tampoco eres feliz, aunque no sepas siquiera qué es eso de ser feliz. Le das mucho a la cabeza, es inevitable. - Pero ¿es usted consciente que ese "darle mucho a la cabeza" casi la vuelve loca? ¿Por qué no fue a visitar a un especialista? - Ya fui la primera vez que me separé y tuve que esperar dos años, siguiendo los consejos del "especialista", para poder planear la separación. Claro que, aquella vez, había malos tratos... Ahora no es el caso. Alberto no es agresivo. Es una buena persona aunque un mal compañero... Y yo buscaba un compañero... - ¿Qué es un compañero María? - ¡Vamos, doctor! - En serio, María. ¿Qué es para usted un buen compañero? - Pues eso, un com-pa-ñe-ro. Alguien con quien com-par-tir. Alguien que te da tanto como tú le das a él. Alguien que no espera siempre que se lo hagas todo y que se convierte en un invitado de tu casa. Alguien que no se ampara en que, porque eres mujer, sabes hacerlo todo y él, porque es hombre, no se plantea ni el aprender... No sé... Un compañero. Pero supongo que es indistinto ser hombre o mujer. Igual no es una cuestión de sexos sino de capacidad de dar. Sé de algunas mujeres que viven juntas en pareja y padecen los mismos problemas. ¡Los malditos roles!. Ahí está: es una cuestión de roles. Un compañero o compañera no se mueve por roles sino por compartir lo que hay, aceptar que somos diferentes pero iguales en cuanto a las responsabilidades, independientemente de los roles... - Pero dicen a menudo que en la pareja, sea de la clase que sea, siempre está el que ama y el que se deja amar. - ¡Yo no quiero ni saberlo! No me consuela ni me convence. Con ese cuento me he tirado media vida equivocada. Es como el cuento de ser madre: "dar mucho, pedir poco". Todo eso encierra un mensaje subliminal de sacrificio que no me sirve, que me rebela ahí dentro. Yo no soy una santa. Y tampoco quiero ser una víctima. Sólo les confiero ese estatuto a los seres a quien les cae en las narices una desgracia que no pudieron controlar, como las bombas que matan a niños inocentes en guerras sin sentido, como el conductor bebido que te embiste desde el carril contrario, como el cáncer que se detecta cuando ya es demasiado tarde... La víctima es aquella a 103
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quien se le arrebata la vida sin haber podido defenderse, sin haber podido elegir. Las otras somos farsantes, lo somos por falta de valor, por no atrevernos a... - Siguiendo su planteamiento, usted ha sido una farsante por falta de valor. - En parte sí. Pero yo he luchado para no fracasar. He sido una combatiente y he perdido la batalla. Duele en su momento pero sabes que te puedes recuperar, que es una cuestión de tiempo. Decir que eres venusiana es ganar tiempo. Provocas el caos y, a partir de ahí, cada uno reconstruye los peldaños para alcanzar la boca del pozo y salir a la luz. - No me convence del todo, María. Le recuerdo que si está aquí es porque perdió los papeles. La encontró su marido sentada en una parada de autobús, esperando, le dijo, la nave para Venus... - ¿Y? - Eso se llama vulgarmente "haber perdido los papeles", querida. - Si hubiese perdido los papeles, doctor, me hubiese suicidado. Yo quería que Alberto me encontrara y me trajera a un lugar como este. Yo quería descansar... ¿Sabe? Cuando me separé la primera vez, al día siguiente de marchar él, empalmé con la misma vida más o menos porque yo me quedé con la casa, con los niños... ¿Por ser yo quien decidió el divorcio estaba menos herida, menos dolida, menos vulnerable? No. Creo que cuando pasa eso, los dos merecemos un respiro, un tiempo de reposo. La sociedad debería prever un lugar tranquilo para reponerse. Hace tiempo vi un reportaje en la televisión sobre no recuerdo qué tribu africana. Pero sí me impactó que existiera un especie de casa "refugio" para mujeres donde podían permanecer con sus hijos o solas, el tiempo necesario para descansar. Reconozco que mi estratagema de la venusiana y mi estancia aquí me hacen sentir mejor y más fuerte. Es mi refugio africano, por entendernos. - Con este antecedente, le será difícil conseguir la custodia de su hijo porque a la diferencia de las mujeres africanas, no se lo trajo consigo. - Es que esto tampoco es África. La custodia no depende de usted, doctor. Puede poner en su informe que estoy loca o que, debido al estrés, he sufrido una crisis de locura transitoria; mejor, un trastorno emocional... Porque la verdad es lo último, sabe. ¡Le reto a usted o a cualquiera a pasar una temporada en mi hogar y no acabar de los nervios! La custodia será para mí porque le aseguro que Alberto, si no me tiene a mí, necesitará toda su energía para encarrilar su nueva vida y no para hacerse cargo de un niño... 104
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El niño siempre es el chantaje para retener al otro, sabe... Y conozco las leyes, doctor. Trabajo en un bufete. Y usted sabe perfectamente que estoy cuerda. Vamos a ver, doctor, ¿cuántas mujeres u hombres, a lo largo de su carrera, le han presentado el mismo cuadro, la misma problemática? Sentirse cansados, infelices, asustados... ¿Dónde soy yo diferente? Tan sólo en mi salida: no me he tomado un frasco de cualquier potingue para acabar con mi vida. Me he inventado una historia surrealista. Pero es lo mismo, doctor. En cierta manera, es un intento fallado de suicidio. ¿No cree? - Perdone, yo no lo veo igual. - Claro, un suicidio es más cómodo para ustedes: lavado de estómago, fármacos y ya está. En mi caso, no se puede practicar un lavado al "cerebro" del mismo modo que al estómago... Bien, lo acepto. Téngame aquí el tiempo que usted considere necesario para mi recuperación. No tengo ninguna prisa. Por el contrario, esto es lo más parecido a unas vacaciones: me guisan, me asean el cuarto, salgo al jardín a respirar aire puro, me siento bajo un árbol, contemplo, pienso, leo... En 25 años de trabajo activo dentro y fuera de casa, es la primera vez que me siento de vacaciones. No existe mejor fórmula de recargar pilas para una obrera como yo. Dicen que, en las Bahamas, puedes hacer lo mismo pero doctor, ¡vacaciones en las Bahamas no son para gente de mi clase social! - Reconozco que sabe argumentar... No me negará cierta inestabilidad en su carácter, poco razonable, si se mira un poco la historia de su vida. - Seguramente eso debe parecerles a las mentes "razonables". Pero mi inestabilidad sólo es el reflejo de lo que todos llevamos dentro: la búsqueda, el distanciamiento, la falta, la contradicción, la infelicidad, la conciencia de todo ello. A mí, lo que no me parece razonable es mostrarse siempre y en cualquier circunstancia, ra-zo-na-ble. Vamos a ver, doctor, lo razonable es aceptar mi realidad; lo ordinario, aceptar mi cotidianidad; lo común, aceptar mi pasado. ¿Y mi futuro? Mi futuro, prodigioso, reside en todo el resto que no sea razonable ni cotidiano ni común. Reside en el azar, en mi tiempo, en mi vida, en mi historia... ¿Qué haría yo sin él? ¡Qué haría yo si no dialogase de continuo con él! ¿Convertirme en un ser adaptado, cuadrado? No quiero ser razonable como usted lo entiende, porque mi inestabilidad, mi desequilibrio me empujan a avanzar, a moverme, a vivir mi historia. Ser razonable es para mí tan peligroso como ser realista. Conlleva la acep105
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tación, sin lucha... No le suena, doctor, que hasta hace poco la realidad era, por ejemplo, el apartheid en Sudáfrica. La realidad es que existe el hambre en tres cuartas partes del mundo. La realidad sólo debe servir para que tomes conciencia de ella y busques mecanismos para cambiarla. Si la dejas ahí, tal cual, es una realidad asquerosa. - Tiene usted unas ideas muy peculiares, demasiado personales y subjetivas. Pero no exentas de lógica. - Y claro está, una lógica difícil de aceptar, iría hasta decir que peligrosa porque se separa del objetivo común: estabilidad de la pareja, de los hijos... No estamos aún preparados para disociar los roles de la mujer, para conferirle otro papel que no sea el de cuidadora. A las mujeres de mi generación nos educaron para ello sin hacer una previsión del momento social que nos tocaría vivir: acceso a una profesión, acceso al mundo laboral... Tuvimos que multiplicar funciones y responsabilidades. Paralelamente, el hombre tuvo que adaptarse pero sin una educación previa. Y pregunto yo: ¿Por qué no se abrieron centros de aprendizaje para hombres de las labores caseras? Recientemente, leí un artículo sobre la educación en los países escandinavos, concretamente Dinamarca. Me sorprendió una asignatura para la consecución del diploma de enseñanza básica, "Hjemkundskab" o sea, destrezas del hogar. Ese examen prepara a los alumnos, sin discriminación de sexo, a guisar, preparar una mesa, conocer los utensilios del hogar, la tabla de alimentos etc. Decía el artículo que el 98% de los alumnos daneses aprobaban con éxito dicha asignatura. Por ahí deberíamos empezar nosotros: educar por un igual a chicos y chicas, no sólo en las asignaturas de conocimientos teóricos sino de vida. ¡Entonces podremos hablar de igualdad de verdad, no de la igualdad teórica que retratan las constituciones! Tengo muchos proyectos para cuando salga. Tener proyectos es un síntoma inequívoco del final de una depresión. ¡No tema, tengo un futuro que me espera ahí fuera y no olvido que lo único conocido que tengo hasta ahora son mis recuerdos!
Vilanova i la Geltrú Febrero, 2001
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Uni - versos ... Y entonces te escribía versos, amor...
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Este amor...
Juelsminde (Dinamarca), Junio 98
Este Amor, puñalada clavada en mitad de mi vida, herida sangrando desde los treinta años... Este Amor, no compartido con él sino con el silencio, no expresado con la voz sino con mis escritos... Este Amor, ahogado en lágrimas, rechazado por la distancia, sentenciado a muerte sin proceso alguno... Este amor, mariposa blanca apresada en la telaraña de mis ansias esperando que tú la liberes y le devuelvas sus alas... Este Amor, envasado al vacío, enlatado de por vida, rabioso de libertad, ahí está dentro, ¡entero!
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Plegaria a una alcoba
Atiéndeme noche proyectada en la pared de mi alcoba sin recuerdos... Curioséame como manos de niña para acertarme en cada pliegue de ternura que se esconde entre sábanas trenzadas con los hilos del retraimiento voluntario. Atiéndeme
¡Oh, noche recelada! desde la vagabunda nimiedad entre derroches y naciones... Y envuélveme dulce alcoba como aquel Ángel rebelde que en otra noche, lejana, con su abrazo prodigioso me ovilló entre sus alas...
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L e fils
Septiembre, 2002 C'est tout con
le fils. Aussi con que la vie qui n'est que cela : des fils. Des fils
qui se croisent et s'entrecroisent
noircies au charbonne...
se tissent se heurtent se filent et se faufilent entre des lignes de champ lointaines, évasives,
C'est tout con les fils. Aussi cons que la vie qui n'en enfile aucun sans louper maintes fois l'il entêté de l'aiguille!
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Sombras
Vilanova, Mayo 2002
Oscuras caminantes por las lunas de mayo cuartean mi sed de reposo en trozos de un rompecabezas de sueños no sincronizados. Penden de las ramas de los amores quiméricos, bailan del brazo del viento, se acoplan con las tinieblas de la distancia maldita, se nutren con el deseo de mis dedos carbonilla que intentan esbozar los rasgos de tu cara... Si bajo los párpados - para fingir no verlas se infiltran en mis iris a golpe de ocres y púrpuras como lapas parásitas. Toman posesión, se incrustan al borde de mis sentidos, mojan sus dedos en azul-noche y emborronan cualquier intento de boceto que proyecte mi mirada. Sombras... oscuras caminantes por la lunas de mayo...
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Junio 2002
Amor desde el más allá El paso de los años no consigue acallar los sollozos de mi corazón. Los pedacitos de mi alma siguen formando el rosetón colorido que tú plomaste vidrio a vidrio. Aún no llegó el olvido, amor. Y no quiero que llegue... Un susurro, un perfume, una música, el sonido del agua provocan que el pasado renazca aunque me muerda despiadadamente con sus enormes incisivos blancos. Y es que, por si no te acuerdas, yo te amaba tanto... ¿Cómo podría olvidarte si vives dentro de mis carnes? (Te llevo dentro de mi vientre con la misma ternura melosa que endulzó a mis hijos nueve meses...) ¿Cómo podría olvidarte cuando sigues anaranjeando desde las sombras todos mis atardeceres? (Cuando me tiendo en el suelo para contemplarlos, la misma tierra te cede su brazo para envolverme...) Un susurro, un perfume, una música, el sonido del agua... ... aquellos besos... aquellas miradas... 112