MAÑANA INCIERTO CONSUELO MARIÑO
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TITULO: MAÑANA INCIERTO AUTORA: CONSUELO MARIÑO CANCHAL COPYRIGHT: CONSUELO MARIÑO ...
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MAÑANA INCIERTO CONSUELO MARIÑO
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TITULO: MAÑANA INCIERTO AUTORA: CONSUELO MARIÑO CANCHAL COPYRIGHT: CONSUELO MARIÑO CANCHAL I.S.B.N.: 84-95671-05-0DEPOSITO LEGAL: SA-24-2001
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l teléfono sonó en el hogar de los Lizardi en Méjico, distrito federal, donde se esperaban con ansiedad noticias de Victoria Eugenia, la pequeña de la familia. La conversación fue breve, pues la joven llamaba desde el aeropuerto y no podía demorarse mucho tiempo. - Os volveré a llamar muy pronto -le prometió a sus padres desde el otro lado del hilo telefónico-, en cuanto esté instalada en el colegio mayor y pueda contaros más novedades. Su corto mensaje fue suficiente para que los señores Lizardi se quedaran tranquilos. Desde que Victoria había partido hacia Chicago para completar la carrera de Matemáticas que había iniciado en Méjico, Lucía y José Lizardi sentían la soledad del hogar vacío. Destinado en Méjico como diplomático, José había preparado a su hijo mayor para que estudiara en España. Cuando el joven terminó Derecho, entró en la Escuela Diplomática, siguiendo la tradición familiar, siendo su primer destino la embajada de un país africano. Su segunda hija estudió Bellas Artes en Méjico. Buena pintora y queriendo mejorar la técnica, hacía un año que vivía en Italia. Sólo Victoria Eugenia los había acompañado en el último año; por ese motivo les había resultado tan dolorosa su partida.
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Victoria Eugenia Lizardi era una belleza española que se consideraba a sí misma ciudadana del mundo. Debido a la profesión de su padre había vivido en varios países, acogiendo con afecto las mejores cualidades de cada uno de ellos. Durante su infancia había sentido muchas veces el desarraigo que implicaba la vida trashumante que llevaba su familia. Ahora, en cambio, agradecía no solamente hablar tres idiomas además del suyo, a la perfección, sino haber recogido tanta riqueza cultural y humana a lo largo de sus veintiún años. Buena estudiante, adoraba las Ciencias, decidiéndose sin dudarlo, a la hora de elegir una carrera, por la de Matemáticas. Ahora se encontraba en Chicago, donde había conseguido que la aceptaran en la prestigiosa Universidad de Illinois, para realizar durante dos cursos estudios sobre Informática aplicada a las Matemáticas. Aunque sus padres y ella se echarían mucho de menos, Victoria se sentía eufórica de completar sus estudios con tan importantes cursos. La cuestión del trabajo estaba muy difícil para los jóvenes, pero ella confiaba plenamente en que su formación académica y de idiomas fuera un bagaje lo suficientemente bueno como para encontrar un puesto interesante. El campus universitario le gustó. Grande y cuidado, era un espacio agradable para pasear después de las clases. De hecho, cuando ella llegó, cantidad de jóvenes disfrutaban del sol sentados o tumbados en el verde césped. La residencia en la que se alojaba no era lujosa, pero sí acogedora y dotada de comodidades. Le cayó muy bien su compañera de cuarto, una norteamericana llamada Karen Hart que procedía de un pueblo del mismo Estado de Illinois. Los primeros días de clase le parecieron muy interesantes y llenos de novedades. Victoria escuchaba con atención cada palabra 4
de los profesores, tratando de comprender y de aprender cada lección que exponían. Prácticamente no se fijaba en nadie, centrando todo su interés en las materias que ella procuraría dominar después de dos años. Durante la segunda semana de clase, una compañera que había coincidido a su lado durante varios días entabló conversación con ella. Resultó ser una joven simpática y alegre que vivía en el mismo Chicago. Victoria y ella empezaron a sentarse juntas en el aula y a estudiar en la biblioteca, ayudándose mutuamente cuando los temas resultaban complicados. La amistad que fue surgiendo entre las dos jóvenes animó a Victoria y evitó que se sintiera tan sola. - Me alegro de que empieces a conocer a gente en la facultad. Con buenos compañeros el esfuerzo del estudio se hace más llevadero -le comentaba Karen una noche mientras ambas jóvenes se preparaban para dormir. - Tienes razón -contestó Victoria-. Yo siempre he tenido muchos amigos y la verdad es que ahora los echo de menos. La norteamericana continuó animándola. - En poco tiempo superarás la nostalgia, ya lo verás. Además, si esa chica es de aquí podrá enseñarte mejor que nadie la ciudad y sus rincones más típicos. - Seguro que sí. Aún no nos conocemos mucho y ella habla poco de su familia, pero estoy segura de que no le importará servirme de anfitriona en alguna ocasión. Sus relaciones con su compañera de habitación eran muy cordiales. No se veían durante el día, pero cuando se reunían por la noche y durante los fines de semana, mantenían largas charlas. Victoria estaba muy contenta con su suerte y estudiaba con ilusión. No pensaba en el futuro porque aún no sabía en qué país decidiría iniciar su vida de trabajo cuando terminara los estudios. Ella era española y consideraba a su patria como un estupendo lugar para 5
vivir; por otra parte, también tenía bonitos recuerdos de los países en los que había transcurrido parte de su vida, sintiendo especial debilidad por México, el bello y hospitalario país Centroamericano en el que habían vivido los últimos años. La familia Lizardi, a pesar de sus continuos desplazamientos, siempre había pasado sus vacaciones en España. Sus pasos siempre se dirigían hacia Galicia, y más en concreto a Santiago de Compostela, de donde procedía su familia. La bella y recoleta capital de la Comunidad Autónoma de Galicia le traía maravillosos recuerdos de su infancia. Los Lizardi siempre se instalaban en el pequeño pazo de sus abuelos, a las afueras de la ciudad. Desde allí recorrían toda la región durante el verano y se bañaban en sus bonitas playas los días soleados. Jamás olvidaría los maravillosos días pasados en ese hermoso lugar. Ahora que se sentía nostálgica, rememoraba con nitidez aquellos momentos y los largos paseos instructivos, como los llamaba su abuelo, por las rúas de Santiago, la plaza del Obradoiro y las visitas a la catedral. No había podido ser más feliz en la bella Galicia, sobre todo cuando se recreaba, entre ansiosa y perturbada, en las historias de meigas que su abuela le contaba. Se consideraba una persona con suerte por haber tenido la oportunidad de disfrutar de las interesantes experiencias que su forma de vida le había deparado. En Chicago iniciaba ahora una nueva etapa, la última de su vida de estudiante, la que supondría el empujón final para empezar la andadura profesional. Después de varias semanas juntas, Barbara Berthom y Victoria se habían vuelto inseparables en la facultad. Aunque reticente a comentar asuntos personales, Barbara un día se decidió a hablarle de su novio. - ¡Qué sorpresa!, ¿y puedo saber quién es el afortunado? Barbara se echó a reír. 6
- Es un amigo de la familia, se llama Bruce y llevamos un año saliendo juntos. - ¿Vive también aquí? - Sí. Trabaja para la compañía. Entonces, su padre tenía empresas, dedujo Victoria. Teniendo en cuenta que un chófer la llevaba y la recogía todos los días en la facultad, debían ser muy ricos. Barbara sacó del bolso una foto de su amado y se la enseñó a Victoria. - ¡Caramba, es muy guapo!, y además es afortunado por tener una novia como tú. Barbara le agradeció el cumplido. - El próximo sábado pensamos salir a cenar y luego a tomar unas copas, ¿quieres unirte a nosotros? A Victoria le gustó el detalle, pero rechazó el ofrecimiento. - A las parejas les gusta estar solos, no con una carabina. Barbara rió la ocurrencia. - Entonces le pediré a mi hermano Alan que nos acompañe, así te sentirás más a gusto. No te niegues, por favor -protestó Barbara levantando una mano al ver que su amiga se disponía a poner una nueva excusa-; a él le encantará conocer a una chica tan guapa como tú. Victoria no pudo seguir negándose y aceptó la invitación. No le agradaba imponer su presencia ni tampoco las citas a ciegas, pero no decepcionaría a Barbara. Era una buena amiga y su deber era complacerla. Victoria todavía no conocía muy bien Chicago. Durante los anteriores fines de semana había dado un paseo por la ciudad para contemplar sus magníficos edificios, gracias a los cuales y a los arquitectos que los construyeron se conoce a Chicago como la cuna de los rascacielos y de la arquitectura contemporánea. También había paseado por la orilla del lago Michigan y había visitado el 7
Instituto de Arte de Chicago, magnífico museo donde pudo contemplar bastante pintura española. No había tenido tiempo para mucho más. Barbara lo sabía y decidió que la mejor forma de que Victoria llegara a la cita sin problemas sería recogerla en su residencia. Victoria lo agradeció y estuvo lista a la hora convenida. Rubia, gracias a las mechas, con el pelo corto, bello rostro con bonitos ojos castaños tirando a dorados y buen tipo, Victoria era poseedora de un estilo natural y una elegancia que eran innatos en ella. Vestida de sport o de gala, la joven siempre resultaba atrayente para todo el que la mirara. El sábado que había quedado con Barbara, había decidido ponerse un vestido de punto corto en tonos marrones y amarillo, acompañado de un chal marrón por si la noche refrescaba. Estaban en otoño y el tiempo empezaba a ser ya más fresco. Victoria bajó las escaleras. Se disponía a atravesar el vestíbulo para dirigirse a la puerta cuando vio a Barbara, que entraba en esos momentos en la residencia. - ¡Qué guapa estás, Victoria! Anda, vamos, que Bruce y Alan nos están esperando -exclamó la joven americana tomándola del brazo mientras se dirigían hacia la salida. Victoria parpadeó al ver la limusina que las esperaba. También reparó sorprendida en el otro coche negro aparcado detrás y en los dos hombres, altos y de fuerte constitución, que indolentemente se apoyaban en él. Parecían guardaespaldas. ¿Necesitarían los Berthom protección? No le dio tiempo a pensar nada más porque inmediatamente salieron de la limusina dos hombres morenos y muy atractivos que la sonreían con simpatía. - O sea, que tú eres Victoria, la compañera de la que Barbara habla tanto... -afirmó uno de los jóvenes amablemente alargándole la mano para saludarla. - Pues sí, soy yo. ¿Y tú eres...? 8
- Bruce Larson, y este es mi futuro cuñado Alan Berthom. El hermano de Barbara inclinó la cabeza con cortesía y saludó a Victoria. - Veo que mi hermana no ha exagerado cuando hablaba de ti; diría incluso que se ha quedado corta al alabarte -afirmó con galantería el joven Berthom mientras sus ojos evaluaban apreciativamente los rasgos de Victoria. Victoria sonrió azorada y le dio las gracias. - Eres muy amable, pero creo que exageráis los dos. - Bien, bien -los interrumpió Barbara con buen humor-; en vista de que yo no estaba tan equivocada y mucho menos exageraba, ¿qué os parece si nos ponemos en camino y seguimos la charla en el coche? Victoria estaba desconcertada. Ella siempre había vivido con muchas comodidades, pero ni ella ni sus hermanos habían dispuesto jamás de limusina con chófer ni de guardaespaldas. Sabía que el nivel de los ricos en Norteamérica era muy alto, y desde luego lo estaba comprobando. Hasta esos momentos no se imaginó cuánto... El encargado de uno de los mejores restaurantes de la ciudad los recibió con deferencia, como si los Berthom fueran clientes asiduos del local. Con gran amabilidad les designó la mejor mesa del restaurante y les entregó la carta, recomendándoles al mismo tiempo los más selectos menús. Después de elegir lo que cada uno deseaba, los cuatro jóvenes entablaron una amena conversación. Los dos Berthom y Bruce se conocían de sobra, así que el centro de la charla fue Victoria. Ella les habló a grandes rasgos de su vida, conociendo a su vez algo más de las actividades de ellos. - Debe ser estupendo terminar la carrera y poder quedarse a trabajar en la misma empresa familiar -afirmó Victoria al saber que Alan era abogado y trabajaba con su familia. Bruce también estaba
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con los Berthom, pero no le explicaron qué era lo que hacía. Ya se enteraría por Barbara. - Sí, se estudia con más tranquilidad. Sin embargo, no por ello trabaja uno menos sino todo lo contrario -contestó Alan-. Mi padre se exige mucho a sí mismo y a los demás, ¿verdad, Bruce? Bruce asintió con un movimiento de cabeza, aunque nada dispuesto a dar explicaciones, según dedujo Victoria tras su silencio. - Y tú ¿qué piensas hacer cuando termines? -preguntó Alan con interés. - Trabajar, por supuesto. Todavía no sé dónde. - Seguro que encontrarás algo que te agrade aquí -afirmó convencido, como si deseara que ella no se fuera. Victoria sonrió. Era posible, pero desde luego, nada probable, pensó ella. - Puede ser. Aún no tengo nada decidido. Después del postre, los jóvenes abandonaron el restaurante y se dirigieron a la discoteca de moda de Chicago. Siempre con los guardaespaldas detrás, los cuatro encontraron asiento nada más llegar, a pesar de la gran cantidad de gente que abarrotaba el local. Mientras tomaban unas copas, Alan le habló de Chicago y de sus maravillas. - Se nota que eres de aquí, Alan; te conoces la ciudad como la palma de la mano. - Es cierto y si tú me lo permites te enseñaré todos los rincones. -Sus ojos oscuros brillaron seductores mientras le hablaba, deseoso de que Victoria no se negara. - Con gusto -contestó Victoria, halagada. ¿Qué mejor guía para conocer tan interesante ciudad que un nativo y encima guapo? Continuaron la conversación mientras bailaban, sin que Alan pudiera disimular la fascinación que sentía por Victoria. Su belleza y su encanto le habían cautivado, decidiendo en esos momentos que insistiría con esa mujer para conocerla mejor. A pesar de ser muy 10
joven, su madurez mental le gustaba, así como su naturalidad y clase. No sabía muy bien cómo definirlo, pero el impacto que Victoria Lizardi le había producido empezaba a parecerle bastante fulminante. A partir de ese día, los ramos de flores y las invitaciones se sucedieron continuamente, agradando sobremanera a Victoria. A ella también le había caído muy bien Alan Berthom desde el principio y no le importaba salir con él. Joven y bastante inocente, Victoria se entusiasmó con todas las suntuosas muestras de admiración que Alan le demostraba. Los fines de semana los pasaban juntos. Alan le enseñó los lugares más interesantes de Chicago, la llevó de compras y la colmó de regalos, la invitó a comer y a cenar en los sitios más exclusivos, y cuando transcurrió un mes desde que se habían conocido, él le regaló unos bonitos pendientes. - Alan, esto es demasiado -protestó Victoria mientras contemplaba admirada los dos maravillosos brillantes que refulgían como estrellas en el bonito estuche de terciopelo-. No tienes por qué gastar tanto dinero en mí. Apenas nos conocemos y... - Tú me gustas mucho, Victoria -la interrumpió él sin rodeos, hundiendo su mirada en la sorprendida expresión de los ojos de Victoria-. Supone para mí un placer hacerte regalos. Afortunadamente, puedo permitirme el lujo de invertir el dinero que gano en lo que me place. Victoria lo miró extasiada, completamente cautivada por la seductora sonrisa que él le dedicaba y por todas sus atenciones. - ¡Dios mío, qué maravilla! -exclamó Karen cuando Victoria le enseñó los pendientes al día siguiente-. Ese chico debe quererte mucho para colmarte con tan espléndidos regalos. Victoria sonrió con satisfacción.
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- Bueno, por el momento sólo somos amigos, aunque es cierto que estamos muy a gusto juntos. Supongo que tendremos que conocernos mejor antes de entablar una relación seria -añadió con un cierto tono de esperanza-. Llevamos saliendo un mes y me ha enseñado cantidad de sitios, pero la verdad es que no hemos tenido mucho tiempo para hablar. En cuanto llegaba el fin de semana las actividades se sucedían unas tras otras. La diversión era continua, puesto que todo suponía novedad para Victoria, siendo raro el momento en que podían hablar tranquilamente. Alan estaba tan ansioso por enseñarle todo y presentarle a sus amigos, que las horas pasaban volando y no había tiempo para todo lo que querían hacer. Barbara estaba al tanto de la amistad de su hermano con Victoria y se alegraba. Alan tenía ya treinta años y todos deseaban en su familia que formara un hogar. Hasta ahora no había cuajado ninguno de sus noviazgos. En este caso, a Barbara le daba la impresión de que su hermano se había prendado de la bella española.
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n el lujoso estudio de la mansión de los Berthom, Nicholas Berthom, jefe de la familia, hablaba con su hijo Alan sobre la mujer con la que salía últimamente. - Llevas con esa joven varios meses. ¿Quiere eso decir que tus intenciones con ella van en serio o es otra de tus aventuras? Alan sabía perfectamente por qué su padre le había convocado esa tarde para hablar con él. Si sus invitaciones a Victoria hubieran sido esporádicas o hubieran durado poco tiempo, su relación, fuera quien fuera la chica, no habría sido de interés para la familia. Dado que había insistido con Victoria, su relación se había convertido en un asunto importante. En su familia era necesario un cierto consenso a la hora de elegir esposa. Todos lo sabían y estaban de acuerdo. Al fin y al cabo era por el bien de todos. - Estoy enamorado de ella y voy a pedirle que se case conmigo. Nicholas Berthom se quedó sorprendido de la rápida respuesta de su hijo. Si Alan hubiera sido más joven, su ímpetu lo habría achacado a su juventud, pero era ya un hombre con criterio propio desde hacía mucho tiempo, y le parecía muy natural que quisiera formar su propia familia. Lo que le preocupaba era la
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elección de esposa. No podía haber equivocaciones. Un error podría costarles muy caro. - Todos sabéis que soy partidario de los matrimonios por amor. En nuestro negocio el amor de la esposa es de vital importancia para garantizar su lealtad -le recordó su padre-. En nuestros matrimonios hay que evitar a toda costa situaciones desagradables que puedan poner en peligro la compañía. Por ese motivo siempre os he recomendado que procurarais conocer y enamoraros de mujeres de nuestro entorno. La cuestión ahora es si esa señorita española aceptará nuestras reglas y se adaptará a nuestra forma de vida. Nicholas Berthom era un buen padre de familia y todos sus hijos lo sabían, pero también era un hombre implacable en los negocios e inflexible cuando alguien trataba de quebrar el orden en su familia. - Sé que todos estáis preocupados porque Victoria es una desconocida... - Sabemos perfectamente quién es, y es precisamente su vida familiar lo que me inquieta. No olvides que nos jugamos mucho cada vez que un desconocido entra en nuestra casa y en nuestra organización. -El cabeza de familia de los Berthom quería que sus hijos fueran felices en sus matrimonios, como él lo había sido con su mujer, pero no a expensas de los intereses de los demás miembros del clan. Alan suspiró con desaliento. - Lo sé, papá. Te aseguro que no tendremos problemas con Victoria. Es cierto que yo no le he hablado de nada relacionado con nuestros negocios, pero tampoco creo que le interese. Hasta ahora no ha sido curiosa en ningún momento. Está centrada en sus estudios y así seguirá hasta que tengamos hijos -terminó como si ya lo tuviera todo planeado.
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Nicholas Berthom se paseó por la habitación mientras miraba a su hijo con cariño. Él también había sido joven y entendía perfectamente los sentimientos de Alan; no obstante, tenían que estar seguros acerca de esa mujer. Un paso en falso y la compañía podría venirse abajo, y con ella, la seguridad de muchas personas y la vida de comodidades y lujo que habían conseguido. - Conozco tu discreción y tu inteligencia, pero también conozco la fuerza del amor y de la pasión. Estos a veces nos nublan la mente y nos hacen ver imágenes que no son reales. Lo que quiero es que estés seguro del paso que vas a dar y de la persona a la que vas a elegir como esposa. Su padre le aconsejaba y no le ordenaba. Eso quería decir que habían investigado a Victoria y no habían encontrado nada que la hiciera sospechosa. De haber sido así, su boda nunca sería aceptada. Victoria estaba encantada con Alan, encontrando en él todas las virtudes que deseaba en un hombre: inteligente, cariñoso, galante y trabajador. No había día que no la enviara flores y la llamara varias veces para decirle cuánto la echaba de menos. Después de varios meses de relación se declaró y le pidió que se casara con él. La primera reacción de Victoria fue de sorpresa. Sabía que Alan sentía algo por ella y que se lo diría en cualquier momento, pero no esperaba que la pidiera tan pronto en matrimonio. - Quizás mi reacción te parezca precipitada -se disculpó Alan al verla tan asombrada-, pero soy un hombre de decisiones rápidas. Aunque hasta ahora no he llevado vida de monje, como podrás suponer, nunca me había enamorado de una mujer hasta el punto de pedirle que se casara conmigo. Te quiero, Victoria, y deseo vehementemente que seas mi mujer. La joven española estaba atónita. Ella también quería a Alan, o al menos eso creía, ya que nunca anteriormente había estado enamorada, pero su impulsiva petición la había desconcertado. 15
- Reconozco -continuó Alan mientras le acariciaba la mano gentilmente- que aunque yo tengo edad de sobra para acceder al matrimonio, tú eres muy joven. Te he tratado mucho y sé que tienes madurez suficiente como para iniciar una vida junto a mí. Creo con sinceridad que ambos podemos ser felices y formar una familia. Victoria estaba emocionada. Sentados a la mesa de un pequeño restaurante, a la romántica luz de las velas y con música de violines al fondo, era como si la vida fuera para ella de color de rosa. Siempre se había considerado afortunada, pero desde que conocía a Alan vivía flotando en una nube, experimentando minuto a minuto la maravilla ideal del primer amor. Desde ese día todo era dulce y gentil, como si a ella le hubiera tocado en suerte conocer en realidad lo que tantos autores han idealizado. Sintiendo el calor de la mano de Alan sobre la suya, Victoria le miró lánguidamente al tiempo que se dibujaba una sugerente sonrisa en sus labios. - Yo también te quiero, Alan, pero no esperaba que nuestro compromiso se consolidara tan pronto. Es cierto que estamos muy felices juntos y que nos llevamos muy bien, mas como tú has dicho, yo soy todavía muy joven y sería más prudente esperar un poco más para dar ese paso tan importante. La desilusión se reflejó en el rostro del norteamericano. Por primera vez su corazón latía enloquecido por una mujer y no iba a dejarla escapar. Ella era suya y no descansaría hasta que lo fuera legalmente cuanto antes. - No deseo que te disgustes, Alan. Por favor, sé paciente conmigo. A pesar de que la respuesta de Victoria no había sido de su agrado, Alan intentó comprenderla. Victoria era una mujer inteligente y de ninguna manera quería asustarla. - Muy bien, amor, esperaremos, pero no mucho tiempo más. Deseo estar contigo y tenerte a mi lado cuando vuelvo a casa. 16
Dedicándole una sonrisa que expresaba su comprensión, se acercó a ella y la besó suavemente en los labios. Durante los meses siguientes las atenciones de Alan se duplicaron. Había conseguido que Victoria saliera con él todos los días. Seguía colmándola de regalos y le declaraba su amor continuamente. Victoria se sentía amada profundamente. Alan y ella eran felices, ¿por qué esperar, entonces? Alan se sintió el hombre más dichoso cuando Victoria aceptó por fin casarse con él. Sin embargo, los Lizardi no se mostraron tan felices con la boda de su hija. Conocían a su novio de oídas y por fotos. No les parecía mal la relación, pero que se casaran tan pronto, a los diez meses de conocerse, les parecía demasiado precipitado. - ¿Pero qué prisa tenéis? -le preguntó su padre enfadado el fin de semana que Victoria fue a visitarlos para comunicarles la noticia. Victoria sabía que su boda sorprendería a todo el mundo. Ella nunca había tenido novio formal, y de pronto, conoce a un hombre y deciden casarse en diez meses. Para su familia su decisión era algo desconcertante y no les faltaba razón. Ella habría esperado más tiempo, no le hubiera importado profundizar más en la personalidad de cada uno, pero Alan no deseaba esperar, y ella le quería. En realidad, un noviazgo no tenía por qué durar años para que el matrimonio fuera un éxito. Alan y ella se querían, y eso era lo único que importaba. El tiempo anterior a su unión era lo de menos. - Como sabéis, Alan tiene treinta años, gana dinero desde hace tiempo y tiene casa propia. Es natural que no desee seguir estando solo sabiendo que yo estoy cerca de él -les explicó Victoria de la manera más suave. Su madre la miró preocupada. - Pero tú eres muy joven...
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- Sé que ahora la gente no se casa tan joven, pero tengo veintiún años; ya no soy una niña, mamá. - Lo sé, cariño -contestó su madre mientras la abrazaba-. Es que... bueno, podríais esperar un poco más... El desconcierto por la noticia la tenía tan confundida que Lucía no encontraba las palabras adecuadas para convencer a su hija. - Veo que es ese muchacho el que insiste en que os caséis y lo entiendo. Por otra parte, tú podrías convencerle de que dejara pasar más tiempo -le sugirió su padre-, por lo menos hasta que termines el curso que te queda para completar tu carrera. Si bien Victoria adoraba a sus padres y no deseaba contrariarlos, Alan y ella estaban decididos a casarse en verano y así lo harían. - Muy bien -terminó José Lizardi más comprensivo al ver la inflexibilidad de su hija-; si estáis tan resueltos no hay nada más que hablar. Colaboraremos con mucho gusto para que el día de tu boda sea inolvidable. Abriendo los brazos acogió a su hija entre ellos y le deseó mucha felicidad en su futuro matrimonio. Su madre repitió la escena emocionada, atreviéndose a darle algunos consejos que Victoria se propuso no olvidar. El día que Victoria conocería a la familia de Alan estaba muy nerviosa. Según Alan, sus padres siempre habían sido muy buenos con ellos, aunque su padre era muy exigente en el trabajo. Teniendo en cuenta el alto nivel de vida que tenían Alan y sus hermanos, era fácil adivinar que nadaban en la abundancia. De todas formas, cuando Victoria vio la enorme mansión en la que vivían, rodeados de sirvientes y guardaespaldas, supo que la riqueza de los Berthom era mucho mayor de la que ella nunca había imaginado. Alan no carecía de nada y gastaba el dinero con holgura, especialmente con ella, pero jamás se daba importancia ni hacía 18
referencia en ningún momento al dinero o a los negocios. Desde luego debían de ser empresas muy solventes para que les permitieran vivir con ese nivel. Toda la familia Berthom la recibió con cariño, especialmente la madre de Alan. Su hija Barbara le había hablado muy bien de ella y estaba deseando conocer a su tercera nuera. Sus otros dos hijos, aunque más jóvenes que Alan, ya estaban casados. Sus cuñadas también la recibieron con afecto, ofreciéndole inmediatamente su amistad y su ayuda. La cena en su honor resultó muy agradable. Todos ellos fueron muy gentiles con ella. Nicholas Berthon, el patriarca de la familia, fue el que se mostró más inquisitivo respecto a su familia y a sus estudios. Victoria contestó con cortesía a sus preguntas mientras recibía el apoyo de su novio en forma de sugerentes miradas. Sólo un pequeño altercado entre uno de los hermanos de Alan y su mujer, debido a algunas indirectas de ella dirigidas a su marido, ensombreció un poco la noche. - Siento que Rosalind no haya sido más prudente esta noche se excusó Alan con Victoria poco antes de despedirse-. Mi cuñada es buena, pero es muy celosa y no le perdona a mi hermano ciertos devaneos. Aun siendo peleas de enamorados sin importancia, ciertamente, no deberían airearse ante los demás. Victoria asintió comprensiva, abrazando a Alan y respondiendo amorosamente a sus besos. Alan llevaba cinco años viviendo independiente. A pesar de que su casa era grande y confortable, aún la quería mejor para Victoria. No lo había comentado con ella porque deseaba que fuera una sorpresa. Y sin duda lo fue. - ¡Dios mío, Alan, qué maravilla! -exclamó Victoria al bajarse del coche en la rotonda asfaltada que daba acceso a la puerta principal de la mansión-. Pero... pensé que viviríamos en tu casa. 19
- Mi casa está decorada en función de la vida de un soltero. Yo ahora quiero algo distinto. Deseo un hogar para nosotros y nuestros futuros hijos. Blanca y luminosa, las dimensiones eran espectaculares. Demasiado grande para unos recién casados. - Aquí no sólo coge una familia, sino todo un regimiento -comentó Victoria, divertida. - Deseo que estés cómoda; además no olvides que una parte de la casa hay que reservarla para el servicio. Momentáneamente, Victoria se había olvidado de los guardaespaldas. También recordó los numerosos empleados que había en la casa de sus suegros cuando ella estuvo allí. Si Alan hacía lo mismo, no había duda de que tendrían que reservar varias estancias para ellos. - ¿Y es necesario que tengamos a tanta gente a nuestro alrededor? -preguntó tímidamente. Alan la abrazó y la besó tiernamente. - Me temo que sí, cariño. Nuestros negocios nos dan muchas ventajas, pero también algún que otro inconveniente. Victoria sonrió, dedicándole su sonrisa más deslumbrante. - Comprendo, amor. La boda se celebró en México, ante la presencia de familiares y amigos. Vestida de blanco y con la sonrisa de joven enamorada en sus labios, Victoria pronunció sus votos y se convirtió a partir de esos momentos en la señora Berthom. Los jardines del club donde se celebró la cena estaban bellamente adornados. La única nota discordante la daba el ejército de guardaespaldas que custodiaba cada rincón del recinto. La familia Lizardi se sintió incómoda con este despliegue de vigilancia, aunque lo aceptaron sin comentarios para complacer a la familia de Alan.
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La luna de miel, a lo largo y ancho del Caribe, fue idílica para los dos enamorados; incluso en una de las islas en las que atracó el lujoso yate de los Berthon, fueron homenajeados con una fiesta por parte de unos amigos de la familia, que a su vez estaban también rodeados de guardaespaldas. - ¿Es que acaso todos vuestros amigos son también multimillonarios? -le preguntó Victoria a Alan mientras contemplaban desde el jardín la magnífica vista de un mar intensamente azul. Alan la miró pensativo y luego esbozó una sonrisa burlona. - Digamos que a todos nos van bien los negocios -explicó con una cierta reserva. - ¿Pero qué clase de empresas compartís? -insistió Victoria con curiosidad. Alan sabía que esas preguntas llegarían tarde o temprano y le respondió con soltura. - Un poco de todo, cariño: inmobiliarias, restaurantes, supermercados... Sería muy tedioso enumerar todos nuestros negocios y... la verdad -prosiguió mientras se acercaba a ella seductoramente-, en estos momentos prefiero pensar en otra cosa. La pasión de su marido hizo olvidar a Victoria otras preguntas. En esos momentos de felicidad sólo el amor de Alan tenía importancia para ella, entregándole a su vez todo el amor juvenil que salía de lo más profundo de su corazón. Finalizado el viaje de novios, Victoria continuó con sus clases. Alan y ella se veían por la tarde, cuando acudían a casa después de sus actividades. Su dicha matrimonial era completa, solamente interrumpida por los viajes que, frecuentemente, Alan tenía que realizar a distintos países. Victoria los aceptaba como parte de su trabajo. Lo que no entendía era que Alan nunca consintiera que le acompañara. 21
- Ahora tengo vacaciones. Puedo viajar contigo y pasar las tardes y las noches juntos -le había sugerido Victoria a su marido unos días antes de su último viaje. Alan se había negado rotundamente. - Te aburrirías, y yo estaría preocupado por ti. Hay veces que nuestras sesiones de trabajo duran hasta más tarde de la medianoche. - Pero en algún momento llegarás al hotel, ¿no? -insistió Victoria. - No insistas, por favor, porque jamás te llevaré a las reuniones de negocio -afirmó contundente-. Sabes que desearía estar contigo a todas horas, pero en esta cuestión me es imposible complacerte. Me tomo el trabajo muy en serio, y no permitiré que tu presencia en el sitio inadecuado me distraiga de lo que tengo que hacer. - Pero yo no te... - ¡Basta, Victoria! -exclamó Alan, enfadado-, por favor, no me saques de quicio por algo que ya está decidido. Esa fue la primera pelea que ambos habían mantenido y se sentían realmente perturbados. Pese a que ninguno de los dos deseaba molestar al otro por ningún motivo, Alan tenía muy claro que siempre mantendría alejada a su familia de los negocios. Nunca permitiría que Victoria intentara inmiscuirse en lo que, de ningún modo, le incumbía. Esta primera riña de enamorados había supuesto una gran desilusión para Victoria; no ya por el hecho de que Alan no quisiera llevarla con él a sus viajes, sino por la reserva que mantenía continuamente respecto a sus actividades. Victoria siempre había pensado, al parecer muy inocentemente, que entre marido y mujer era de suma importancia la sinceridad y la transparencia. Ella le contaba a Alan absolutamente todo lo que hacía durante el día; sin embargo, él la mantenía apartada de todo lo que estuviera relacionado con su trabajo. Se negaba a hablarle de lo que hacía a 22
diario, poniendo como excusa que en casa deseaba pensar en otras cosas y desconectar de la tensión del trabajo. Su enorme deseo de mantener la paz en su hogar la ayudó a olvidar esa pequeña decepción. Alan era un buen marido y la tenía como una reina, aportando más dinero al hogar del que podrían gastar nunca. No tenía derecho a quejarse. El frecuente trato con la familia Berthom la ayudó a conocerlos mejor. Parecían muy unidos, manteniendo también buena amistad y camaradería con los empleados o socios de los Berthom. La casa de Nicholas Berthom parecía estar siempre llena de gente, especialmente de hombres que velaban por la seguridad de la familia. Victoria también iba custodiada a todas partes. Aunque sentirse vigilada la incomodaba bastante, Alan le había explicado que era necesario. - A pesar de que los raptos están muy penados aquí, siempre hay gente sin escrúpulos que arriesgaría hasta su vida por dinero. Tenemos que protegernos, Victoria. Yo... no soportaría perderte -musitó abrazándola con fuerza contra él. Sus cuñadas y ella se llevaban muy bien, dándose cuenta Victoria muy pronto de que se mantenían tan herméticas para hablar de los trabajos de los maridos como Alan. - Teniendo en cuenta cómo vivimos, ¿a quién le importa de qué negocios procede el dinero? -le contestó un día Nelly con frivolidad. - No es que yo tenga una curiosidad morbosa -se defendió Victoria para no ser malinterpretada-, pero me gustaría que en todos los aspectos de nuestro matrimonio hubiera la misma confianza entre Alan y yo. Rosalind se echó a reír con una expresión de desdén. - ¿Confianza?, querida..., ¿te has caído de un guindo o es que te haces la tonta? -preguntó con malicia. 23
Victoria abrió los ojos desmesuradamente. - Hablas demasiado, Rosalind -la reprendió Nelly-. A veces la imprudencia puede costar muy cara -le advirtió seria. - ¿Te refieres a mi querido marido, ese canalla? No le tengo miedo; ni a él ni a su maldita familia. Ellos son los que deben temerme, porque si yo hablara... Nelly, ante el asombro de Victoria, le vertió a propósito el café en la falda para distraerla, al ver que Alan se acercaba hacia ellas. - ¡Pero se puede saber qué haces? -gritó Rosalind llena de indignación, levantándose enfurecida; su cólera se calmó enseguida al ver a su cuñado mayor a su lado, comprendiendo inmediatamente los motivos del comportamiento de Nelly. - Lo siento mucho, querida -se disculpó Nelly limpiándole con una servilleta la mancha a su cuñada-, permíteme que te acompañe y te ayude a cambiarte. Antes de retirarse, Victoria captó la mirada de súplica de Nelly y no hizo ningún comentario. Intentó olvidar el incidente, pero las indirectas de Rosalind martilleaban en su cabeza cada dos por tres. A ella le había dado la impresión de que sus cuñadas tenían miedo y de que habían hecho una especie de pacto de silencio. La cuestión era ¿por qué? Durante los días de noviazgo, Victoria no habría dudado en comentar esa escena con Alan. Ahora, una serie de circunstancias, como la actitud defensiva de Alan en cuanto ella intentaba iniciar una conversación acerca de su vida profesional, y la expresión de miedo de sus cuñadas al ver a Alan acercarse mientras ellas hablaban, la decidieron a guardar silencio e intentar olvidar lo que no le agradaba de su reciente vida matrimonial. Victoria quería a toda costa que su matrimonio funcionara y no permitiría que la desconfianza anidase en su mente. Alan era muy bueno con ella y la quería, ¿por qué no conformarse con eso?
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l finalizar el segundo curso de especialidad en la Universidad de Illinois, Victoria terminó la carrera de Matemáticas que había iniciado en México. Ya había pensado echar cuanto antes solicitudes de trabajo en empresas y Universidades, pero para su sorpresa, uno de los departamentos de la facultad le ofreció la oportunidad, junto a otro grupo de jóvenes, de trabajar como profesora ayudante. Su alegría fue enorme y así se lo manifestó a su marido. Alan reaccionó de una forma mucho más tibia, según consideró Victoria, provocando una gran decepción en su ánimo. - No pareces muy contento, Alan. ¿Ocurre algo? Él la miró con gravedad. - Después de todo lo que has trabajado durante estos dos años, pensé que desearías descansar por un tiempo. - ¿Descansar? -preguntó Victoria con incredulidad-, pero si lo que quiero precisamente es trabajar. Para eso he estudiado, y no pienso desaprovechar esta oportunidad. Pese a que la idea no le gustaba y así lo expresaba su rostro, no deseaba otro enfrentamiento con su mujer. Alan era consciente de que la relación de Victoria con personas extrañas podría suponer un
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riesgo para la compañía, pero se amaban y eran felices, y él quería preservar a toda costa la armonía en su hogar. - No es mi intención coartar tu libertad para que elijas lo que más desees, pero te ruego que lo pienses. Comprometerte en cualquier empleo supone trabajar mucho y tener problemas. Francamente, tú no tienes ninguna necesidad. Victoria dulcificó su actitud al comprender el razonamiento de su marido. - Lo sé, cariño -respondió acariciándole la mano-. Me tratas muy bien y me das mucho, pero necesito trabajar. Me he preparado para ello con mucho esfuerzo, y ahora deseo ver los resultados de tanto estudio. A Nicholas Berthom, jefe de la familia, no le pareció bien la actitud de Alan ante la terquedad de su mujer. - Sabes que es de suma importancia que todos controlemos a nuestras mujeres. Mucha gente depende de nosotros y no podemos defraudarlos. Cualquier error cometido por nuestra parte puede arruinar a cientos de familias si no más. Espero que lo hayas tenido en cuenta al consentir que tu mujer se relacione con cualquier persona que se le antoje. A Alan no le molestaron las palabras de su padre. Sabía muy bien que solamente lo hacía por el bien de todos. Nicholas Berthom no era hombre entrometido cuando los asuntos de los demás no le incumbían, pero las normas que la Compañía había impuesto para autoprotegerse eran obedecidas por todos. Ellas representaban la seguridad de cada uno de sus miembros y Nicholas Berthom era la máxima autoridad. - Confío en mi mujer; aun así siempre va protegida y por tanto vigilada -expresó Alan tranquilizando a su padre-. Creo que no tenemos por qué preocuparnos.
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Después del verano, Victoria comenzó su trabajo en la facultad de Ciencias. Daba clases prácticas y hacía las tutorías, lo cual la mantenía en continuo contacto con los alumnos. Al poco tiempo de empezar comprobó que le gustaba mucho su trabajo, poniéndose como objetivo dedicarle todo su empeño con el fin de adquirir méritos y subir en el escalafón de los profesores. Alan había sentido una cierta aprensión los primeros meses. Al comprobar que su mujer siempre realizaba la misma rutina y que después se lo contaba todo, se tranquilizó y se alegró de haber permitido que Victoria trabajara en lo que le gustaba. Ella estaba muy contenta y alegre, transmitiéndole a él y a su hogar toda la satisfacción que sentía. Eran días felices, aunque en un rincón de la mente de Victoria quedaba la duda sobre los motivos de su marido para no hablarle de sus negocios. Victoria desechaba ese pensamiento con facilidad, en un intento de conservar únicamente los aspectos positivos que los unían. Victoria había esperado con ilusión su primer aniversario de boda. Era una fecha importante, y exceptuando algunos momentos de dudas que a veces la habían perturbado, lo había valorado como un año positivo para su matrimonio. Se sentía muy complacida con el regalo que había escogido para su marido: un llavero de oro blanco, de un diseño muy moderno, con las iniciales de ambos. Esa noche los dos lo celebrarían con una cena especial, pero aprovechando que ese día tenía algunas horas libres, Victoria decidió sorprender a Alan en la oficina y convencerle de que también comieran juntos. El problema eran los guardaespaldas. Ese día quería intimidad total, no sentirse observada por cuatro ojos vigilantes. Si ellos se enteraban, avisarían a Alan de su llegada y le estropearían la sorpresa.
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Como sabía que se apostaban en el pasillo que había antes de la puerta que daba acceso a los departamentos, le rogó a uno de los catedráticos que le permitiera pasar por su despacho, que a su vez daba a otras habitaciones privadas de los jefes de otros departamentos. Al final de ellas se encontraba una de las puertas de salida. Al encontrarse sola en el exterior, percibió una sensación de libertad que hacía tiempo que no sentía, pensando para sí misma que no estaba hecha para llevar una vida de millonaria. Un taxi la llevó hasta el edificio donde se encontraban los despachos de la compañía. Era ya la hora de comer. Mientras subía en el ascensor, rogó por que Alan aún no hubiera salido a tomar algo. Para no encontrarse con los guardaespaldas de Alan, salió del ascensor un piso más abajo y comenzó a subir por las escaleras. No había dado ni tres pasos cuando unas súplicas desesperadas captaron su atención. Asustada, retrocedió y volvió a entrar por la puerta que daba al rellano donde se encontraban los ascensores. Intrigada, la dejó un poco entreabierta para intentar ver lo que sucedía. - ¡Yo no he dicho nada!, ¡no soy un delator! ¡Por favor, no me matéis! ¡Tenéis que creerme...! -gritaba un hombre, desesperado. Los dos hombres que lo sujetaban eran ¡los guardaespaldas de su marido!, observó con asombro desde la puerta entreabierta mientras todo su cuerpo comenzaba a temblar. Ellos no contestaban a sus súplicas, sólo le arrastraban por las escaleras hacia abajo. Aturdida y completamente desconcertada, iba a cerrar la puerta para salir corriendo de allí, cuando otros pasos la detuvieron. Muy cerca de ella, pero sin verla, pasó Alan, acompañado por un colaborador que Victoria conocía. - Nos encargaremos de él -afirmó el empleado de Alan Berthom.
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- Aseguraos de que no vuelva a hablar -ordenó Alan con una frialdad que sobrecogió a Victoria hasta el espanto. - No te preocupes, Alan; los peces darán buena cuenta de ese soplón. Esas palabras sólo podían tener un significado, pensó la joven, horrorizada, como si la escena de la que acababa de ser testigo se tratara de una pesadilla. "Dios mío..." -susurró mientras las lágrimas se deslizaban por su rostro-. Su marido, Alan Berthom, el hombre al que ella quería y con el que se había casado, era un asesino. "No puede ser posible" -pensó con amargura, negándose a aceptar lo que sus propios ojos habían visto. Temblando y sin saber qué hacer, Victoria se apoyó en la pared para sujetarse a algo, temerosa de desmayarse en cualquier momento. Llorando y perdida la noción del tiempo, Victoria permaneció durante un rato mirando al vacío. Su mente estaba bloqueada y su cuerpo paralizado, ajena a todo lo que no fuera la enorme pena y desilusión que inundaba su corazón y que acababa de destruir todos sus sueños. Un ruido procedente de los ascensores la devolvió a la realidad. En unos segundos su mente despertó y se puso alerta, muy consciente del peligro que podía correr si alguien del entorno de su marido llegaba a enterarse de que había sido testigo de esa conversación. Con el corazón a punto de estallar y la mente en un auténtico caos, volvió a la facultad, sintiéndose afortunada de que a esas horas la mayoría de los despachos estuvieran vacíos y hubiera muy poca gente en el edificio. Sentada delante de su mesa de nuevo, trató de calmarse y pensar con serenidad. En unas horas tenía que volver a casa y encontrarse con su marido. No sabía si podría soportar la tensión al verle, y menos mantener el ánimo para celebrar el aniversario que 29
más bien parecía una farsa. A pesar de la congoja que amenazaba con aturdir sus sentidos, sabía que tenía que intentarlo. Era esencial que mantuviera la calma hasta decidir lo que hacer a partir de esos momentos. Sabiendo lo que sabía ahora, Victoria empezó a atar cabos, llegando a la conclusión de que, desgraciadamente, había cometido el error de casarse con alguien cuyas actividades ella dudaba mucho de que fueran legales. Todavía no tenía las suficientes pruebas como para formarse un juicio certero, pero después de lo que había oído, no le cabía duda de que por su inocencia y por la falta de sinceridad de Alan se había introducido en una familia que vivía peligrosamente al margen de la ley. Mientras se ponía una de las lujosas joyas que su marido le había regalado, oyó sus pasos en la escalera. El corazón le dio un brinco, teniendo la impresión durante unos segundos de que saltaría desbocado de su pecho. Aun sin poder controlar del todo el temblor de sus manos, Victoria permaneció serena delante del tocador, donde se había sentado, temerosa de que las piernas no la sostuvieran. Esbozando una sonrisa al verla, Alan se acercó a ella. Con gesto cariñoso la ayudó a levantarse, la giró hacia él y la besó con pasión. Victoria se sentía fría y asustada, pero se vio obligada a responderle para no levantar sospechas. - Felicidades, amor mío. Gracias por colmarme de dicha -le susurró Alan entre besos mientras la arrastraba suavemente hacia la cama. Victoria tembló ante la idea de compartir lo que hasta entonces había sido sagrado para ella, convencida de que su marido era un hombre bueno y honesto a pesar de ciertas rarezas. Alan notó su reticencia y la miró extrañado. - ¿Te ocurre algo, Victoria?
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- Sí... no... bueno, es que no me encuentro bien -contestó nerviosa llevándose la mano a la frente. Él la sentó suavemente en el borde de la cama y la miró preocupado. - ¿Te duele algo, te inquieta algo, qué pasa? -preguntó desconcertado al no recibir la respuesta que esperaba de su mujer en su primer aniversario de boda. Victoria no tuvo otra salida que recurrir a lo que nunca había hecho: mentir. No había alternativa. Esa noche le hubiera resultado imposible hacer el amor con su marido. De haberlo intentado se habría delatado al instante y Alan lo hubiera notado. - Me molesta el estómago y me siento un poco mareada. Empecé a notarlo esta mañana, pero pensé que se me pasaría. Alan la miró inquieto y la ayudó a tumbarse en la cama. - Algo de lo que has comido te habrá sentado mal, o... -de pronto su expresión cambió, dirigiendo a su mujer una pícara sonrisa- ¿no será, amor, que estás embarazada? Victoria por poco se atraganta ante la mera sugerencia de que, precisamente en esos momentos, pudiera estar encinta. Ella sabía muy bien que eso no era posible. - No lo creo. Será, simplemente, un malestar pasajero. Solícito, Alan decidió que lo mejor era que se quedaran en casa. Victoria fue muy consciente de que le había estropeado la noche a su marido, pero no le importó. Él, Alan Berthom, el hombre en el que había puesto sus ilusiones, había cometido un acto mucho peor: destruir su vida para siempre. Los días pasaban de una forma automática para Victoria. Perdidas sus ilusiones, parecía que ya nada le importaba, aunque el miedo a la reacción de su marido y de su familia si llegaran a saber lo que ella había escuchado, la obligaba a fingir continuamente, 31
acumulando una tensión en su interior que le sería difícil retener por mucho tiempo. Un fin de semana en el que Alan estaba viajando, Victoria recibió la visita de su cuñada Rosalind. Llegó hecha un mar de lágrimas, contándole a Victoria sus desdichas entre sollozos. - ¿Y no serán imaginaciones tuyas, Rosalind? Alan también está de viaje y a mí no se me ocurre pensar que pueda estar con otra mujer. - Porque él te quiere de verdad. Alan es distinto. Cierto que es duro y puede llegar a ser un hombre peligroso si se le desafía, pero tú eres su debilidad. Jamás te sería infiel. Las palabras de su cuñada martilleaban en su mente mientras Rosalind continuaba hablando. - ¡Pero ese maldito matón de tres al cuarto flirtea con toda la que se le pone a tiro! -exclamó con ira refiriéndose a su marido-, como si yo fuera un cero a la izquierda. A Victoria no se le escapó el insulto y decidió sacar provecho del estado de su cuñada. Era una forma infame de captar información, pero no tenía más remedio. - Estás equivocada, Rosalind. Tu marido tiene mucho peso en la compañía y estoy segura de que... - ¡No digas tonterías! -contestó irritada limpiándose las lágrimas-. Sabes de sobra que en esa familia, aparte de Nicholas, el único que tiene inteligencia y agallas para dirigir con mano de hierro la compañía es Alan. Si no fuera por él ninguna de las empresas creadas como tapaderas tendrían cobertura legal. Él es el cerebro y el abogado brillante del grupo. Desgraciadamente, sus peores temores estaban siendo confirmados. A pesar del dolor que sentía, Victoria decidió seguir presionando. - Pero tu marido se encarga del...
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Rosalind se levantó de un salto, interrumpiendo lo que Victoria iba a decir. - Siento haber sido tan impulsiva. Perdona si te he molestado. A veces hablo demasiado -terminó nerviosa-. No debería olvidar que tenemos prohibido comentar los asuntos de la familia. - A veces no viene mal desahogarse, Rosalind. No dudes en acudir a mí si en algún momento me necesitas -se ofreció Victoria con sinceridad, siguiendo los precipitados pasos de su cuñada hacia la puerta. Rosalind parecía buena chica, pero los celos que sentía por las infidelidades de su marido la estaban desquiciando. Era evidente que no era feliz, y Victoria sentía pena por ella. Pasada una semana, casi había olvidado la visita de Rosalind cuando Alan sacó el tema a colación. - Tengo entendido que Rosalind y tú os reunisteis aquí durante mi ausencia -dejó caer con tono acusador. Los guardaespaldas, que sin duda eran también espías e informadores, se lo habían contado. Victoria reaccionó con naturalidad. - Es cierto. La pobre vino a desahogar sus penas en mi hombro. El tema de siempre, ya sabes -añadió a la ligera-: las supuestas infidelidades de tu hermano. Con expresión severa, Alan se apoyó sobre el respaldo de la silla mientras miraba distraídamente el servilletero con el que jugaba. - Rosalind es una histérica, y su marido debería controlarla mejor. No hagas mucho caso de lo que te cuente -la advirtió él, mostrando una expresión poco amigable. Alan estaba de mal humor porque ella no le había hablado del encuentro con Rosalind, como si cualquier paso que ella diera tuviera que contar primero con su aprobación. Estaba acostumbrado a controlar, y no permitiría que su mujer se saliera de la línea que él le tenía marcada. 33
- Pero Rosalind sufre. Se siente sola y necesita a alguien con quién hablar. A mí no me importa escucharla y animarla. Alan notó enseguida el brillo de desafío en los ojos de su mujer. - Eres muy bondadosa, querida, pero Rosalind a veces desvaría y no sabe lo que dice. Por favor, manténte al margen y deja que mi hermano y su mujer arreglen solos sus problemas matrimoniales. Victoria le miró enfadada. - Hablas como si yo pretendiera inmiscuirme en sus asuntos. Lo único que he hecho es escuchar sus lamentos; eso es todo. Fue ella la que vino -añadió furiosa-, y te aseguro que si lo vuelve a hacer no la echaré de mi casa. Alan hizo una pausa para tomar aire. - No haremos un castillo de un grano de arena. Sólo quiero recordarte que me gustaría que me contases todo lo que haces cuando yo no estoy aquí -le pidió muy serio-. Creo que me lo debes como esposa. Victoria no pudo reprimir el estallido de cólera que salió de su garganta. - ¡Que te lo debo? -gritó atónita-. ¿Quieres decir que me lo pagarás con la misma moneda?, ¿que me contarás, como un buen esposo, todo lo que haces y adónde vas cuando yo no estoy contigo? Separando la silla con brusquedad, Alan se levantó de la mesa donde cenaban y la miró con el rostro desencajado de ira. Al verlo tan colérico, Victoria sintió que perdía el coraje. No obstante, se esforzó en mantener la compostura. - ¡Quiero que te enteres de una maldita vez que no consentiré que te inmiscuyas en mi trabajo! -gritó amenazante-. Aunque no lo creas, es lo mejor para todos, y yo soy el responsable de velar por los intereses de la familia -continuó un poco más suave-. Gano dinero para la familia, especialmente para ti, y eso es todo lo que 34
debe importarte. -Notando el gesto rebelde que empezaba a dibujarse en el rostro de Victoria, Alan intentó calmarse-. Por favor, no vuelvas a enfurecerme. A Victoria le latía el corazón aceleradamente, pero ni el arranque de genio de su marido ni un ejército armado que le pusieran delante, hubieran logrado que dejara de contestar a lo que consideraba un trato discriminatorio. Si Alan la exigía que le contara todo lo que hacía y la vigilaba por medio de guardaespaldas, ella tenía el mismo derecho a conocer las actividades de su marido. En esos momentos, la imprudencia de la ira podría costarle caro, pero estaba decidida y nada la detendría. - No eres justo, Alan -expresó con un aplomo que no sentía y que hizo que él la mirara atónito-. Exiges de mí lo que tú no estás dispuesto a dar. Pensé que en el matrimonio la confianza era esencial. Veo con tristeza que en nuestro caso la transparencia sólo se me exige a mí, quedando tú libre para ocultarme lo que quieres. Levantándose y enfrentándose a él con valentía, continuó. - No lo toleraré, Alan. La oscuridad en la que me mantienes respecto a una parte importante de tu vida demuestra tu falta de sinceridad y entrega. En justicia, no mereces mi confianza. Alejándose de él, se dirigió hacia la escalera con ademán altivo. Antes de iniciar siquiera el primer peldaño, Alan la aferró fuertemente del brazo y la acercó a él. - Me importa un bledo si la merezco o no, pero te juro por lo más sagrado que la tendré. No me lleves demasiado lejos, Victoria: podrías arrepentirte. Nunca la había amenazado tan abiertamente y eso la asustó. Orgullosa, tuvo el coraje de mirarle con desprecio y soltarse de él con brusquedad. Las lágrimas comenzaron a brotar en cuanto llegó a su habitación, siendo consciente de que algo muy importante acababa de romperse en su matrimonio, a pesar de todos los
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esfuerzos que había hecho por olvidar la dramática escena de la que había sido testigo en las oficinas de su marido. Alan Berthom era como era y era quien era. Nadie, ni siquiera su esposa, a la que él quería tanto, lograría cambiarlo. Su mujer era muy importante para él, pero en la misma medida lo eran sus negocios y el poder que le confería el liderazgo en la compañía. No renunciaría ni a lo uno ni a lo otro, por lo que Victoria estaba empezando a darse cuenta de que su vida matrimonial, le gustara o no, no tenía vuelta atrás.
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l tiempo ayudó para que la armonía volviera al seno del matrimonio, pero Victoria no olvidó las amenazas de su marido. Alan también afianzó su autoridad prohibiendo a Rosalind que visitara a su mujer cuando él no estuviera delante. Enterada Victoria, sufrió una fuerte conmoción, sintiéndose cada día más aislada y sola. Paradójicamente, su marido la trataba muy bien. La quería y era muy cariñoso con ella, siempre que Victoria no olvidara que en esa familia la palabra de Alan Berthom era ley. Sofocada por la presión de la familia y la falta de libertad, Victoria sólo se sentía bien en el trabajo. Con sus alumnos y compañeros se mostraba natural y espontánea, como siempre había sido, cambiando su carácter en cuanto traspasaba la puerta del departamento y veía a los dos guardaespaldas. Estos la llevaban de casa al trabajo y viceversa, no permitiendo nunca que Victoria visitara a las amigas ni que acudiera a ningún acto social que su marido no hubiera autorizado previamente. Esa situación se le hacía cada día más insoportable. Los Berthom estaban acostumbrados a vivir así, pero ella siempre había gozado de libertad y nunca había tenido miedo. El confinamiento al que Alan la sometía era devastador para su espíritu, provocándole una profunda angustia.
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Desde que había conocido a Victoria, Alan había sido muy conscientes de los problemas que surgirían en su relación. Habría sido más fácil si se hubiera enamorado de una de las hijas de sus socios, pero no había sido así. Victoria era su amor y lo sería siempre. Pensaba esperanzado que el tiempo ayudaría para que Victoria se acostumbrara a la vida que él le ofrecía. Alan había contado con ese problema y trataba de solucionarlo lo mejor posible. Lo que había sido inesperado y lo tenía desconcertado era el firme carácter de Victoria. Llevaban ya dos años casados y ella todavía le echaba en cara su reserva, reclamándole, en cuanto encontraba la más mínima oportunidad, la sinceridad que ambos se debían por ser marido y mujer. Intentando ser paciente y cariñoso, Alan creía haber ido suavizando los enfrentamientos entre ellos. Victoria no acababa de ceder y eso lo enervaba. A pesar de la frustración que le producía que fuera precisamente su mujer la única en la familia que no le debía obediencia absoluta, estaba dispuesto a intentarlo todo para que Victoria se olvidara de sus negocios y se concentrara solamente en su matrimonio y en el amor que los unía. Un bonito día de sol, mientras ambos desayunaban en el jardín, inesperadamente, Alan tomó la mano de su mujer y se la besó cariñosamente. - ¿Te gustaría acompañarme en mi próximo viaje? Victoria le miró sorprendida. - ¿He oído bien, Alan? - Perfectamente -contestó él sonriendo. Le gustaba verla contenta-. Sé que no conoces Las Vegas, y a mí me gustaría enseñártelo. Sólo serán dos días, pero lo pasaremos muy bien. El avión particular de Alan los llevó a la ciudad de las luces, los casinos y los extravagantes hoteles. Todo giraba en torno al juego, pudiéndose ganar mucho dinero por un golpe de suerte o perder una gran fortuna en una sola jugada. 38
El director del hotel en el que se iban a alojar los recibió personalmente en la entrada. Los saludó con deferencia y los acompañó a la enorme suite que les habían destinado. - ¡Esto parece más bien un piso de lujo que una habitación de hotel! -exclamó Victoria, admirada de la grandiosidad de los dormitorios y del salón. - A los buenos clientes nos tratan muy bien. - Como reyes, diría yo. Dos horas más tarde ambos entraban, impecablemente vestidos, en el comedor del hotel, donde ya les tenían reservada la mejor mesa. Mientras degustaban lo mejor que el hotel podía ofrecer, Alan le explicó un poco la vida de la ciudad y cómo funcionaban los casinos. - ¿Te gusta el juego, Alan? - Cuando vengo aquí me suelo acercar a las mesas, aunque no soy un gran aficionado. - Yo he estado en algunos casinos con mis padres, pero nunca he jugado en serio -le explicó Victoria. - Pues esta noche nos divertiremos haciendo algunas apuestas. Después de cenar entraron en el casino y jugaron en cada una de las mesas de la sala. Victoria notó que tanto los crupiers como los camareros y jefes de sala saludaban a Alan con respeto, indicio claro de que él pasaba por allí con mucha frecuencia. Alan estaba contento, y Victoria también porque al fin había conseguido que su marido la llevara a uno de sus viajes. Aún reconociendo que su matrimonio no cuadraba con la idea que ella había tenido siempre acerca de la relación de pareja, había decidido resignarse y tener paciencia. Si se atenía a sus normas, Alan podía ser el mejor de los maridos. Quizás ese era su destino, pensó Victoria con un suspiro.
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A pesar de estar abarrotado de gente y de no ser el juego su afición favorita, Victoria se estaba divirtiendo por lo que de novedad tenía ese entretenimiento para ella. Era ya bastante tarde cuando el joven matrimonio cogió el ascensor para subir a su suite. - Debo reunirme con unos socios ahora. No tardaré -le informó Alan nada más entrar en la habitación. - Pero... ¿a estas horas? -Victoria se preguntó si esa súbita salida tendría algo que ver con el semblante preocupado con el que le había hablado a Alan uno de los guardaespaldas al oído hacía unos minutos. Alan había asentido serio, sin dar ninguna contestación. - Es un asunto urgente. No me esperes levantada -respondió dándole un beso antes de salir. Intentando no pensar en los negocios de su marido, Victoria se dirigió hacia el dormitorio y se preparó para dormir. Estaba leyendo en la cama cuando alguien llamó a la puerta de atrás, disimulada en un rincón de la cocina. ¿Sería alguno de los guardaespaldas? - ¿Quién es? - Servicio de habitaciones -contestó una voz de mujer. Victoria abrió la puerta, pero antes de que pudiera mirar quién era, un fuerte empujón la hizo retroceder hasta casi caer. Una mujer, alta y bella, brutalmente golpeada, teniendo en cuenta los moratones y la sangre que le cubrían la cara, entró como una tromba y la apuntó con una pistola. - ¿Dónde está Alan? -preguntó jadeante. - ¿Cómo dice? -Victoria estaba asustada, aunque intentó disimularlo. - ¡Alan Berthom, maldita sea! ¿Dónde está? Victoria miró la pistola, aterrorizada.
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- No... no está aquí -musitó titubeante-. Pero... ¿como ha logrado llegar hasta aquí? Los guardaespaldas... - Sí, sí -la cortó la desconocida, impaciente-, ya he visto que esta suite está muy bien protegida. De todos modos, en el momento más oportuno, el guardaespaldas apostado en la puerta de atrás ha dejado su puesto justo cuando ya empezaba a hartarme de permanecer escondida esperando. Alan lo habría necesitado, aparte de los suyos. Al ver el miedo que reflejaban los ojos de Victoria, la joven suavizó su expresión y dejó de apuntarla. - No se asuste; he venido a matarle a él, no a usted. Por cierto, ¿quién es usted? -preguntó la desconocida con insolencia. - Soy su mujer. La bella joven la miró apreciativamente de arriba abajo, esbozando una irónica sonrisa. - ¡Claro...!, no me acordaba de que ese maldito cerdo se había casado. Mi más sentido pésame, querida; ha contraído matrimonio con uno de los ejemplares de la peor especie. Victoria la miró perpleja. No podía creer lo que estaba sucediendo. No sabía quién era esa mujer, sin embargo ella parecía conocer muy bien a Alan. - Creo que está confundida respecto a mi marido -dijo sin mucha convicción, deseando más bien que la otra mujer se explicara. La chica estalló en carcajadas y se sentó cansadamente en uno de los sillones, conservando aún la pistola en su mano. - ¿Está fingiendo o es que ese canalla ha tenido que engañarla para que se casara con él? Victoria abrió la boca para protestar, pero la desconocida le impidió hablar con un ademán. - Por favor, no me cuente fantasías, no podría soportarlo en estos momentos. -Vagando la mirada por el lujoso salón, la joven 41
adoptó una cínica expresión-. Con que esta es la suite del gran Alan Berthom. He venido muchas veces a trabajar a este hotel, pero nunca se nos permitió poner un pie en estas habitaciones. Siempre están reservadas para él. Enfadada, Victoria se acercó a ella y la miró muy seria. - ¿Es usted amante de Alan? - ¿Amante? ¿Todavía no sabe que a pesar de que su marido gana millones a costa de la peor escoria, jamás se relaciona con ella? Ese hipócrita se cree un señor, pero no tiene ningún escrúpulo en hacerse de oro con las drogas, con el juego o con los mejores y más caros prostíbulos del país. Nos explota a todos con mano de hierro, atándonos a su organización hasta que ya no le servimos; entonces, nos arroja a la calle o nos mata. Su tono era de cansancio, lleno de amarga melancolía, como si ya no le importara nada en la vida. - Yo estoy acabada porque he querido alejarme de ellos llevándome algo del dinero que tan duramente he ganado, pero... ¡juro que me llevaré por delante a ese sinvergüenza! -chilló, poniéndose de nuevo de pie. Victoria intentó calmarla, temiendo que, en su desesperación, disparara la pistola. Seguir defendiendo a su marido no tenía sentido. Las afirmaciones de esa mujer simplemente confirmaban sus sospechas. Lo único que sentía en esos momentos era pena por aquella joven, triste y a punto de perder la cordura por el sufrimiento infligido por hombres sin escrúpulos como su marido. - No puede salir así. Tiene sangre y moratones por todas partes. Por favor, permítame que la cure -le sugirió Victoria al ver que la desconocida se dirigía hacia la puerta. La joven la miró con ojos espantados. - ¿Habla en serio o intenta distraerme para salir corriendo y llamar a sus guardaespaldas? Victoria le dedicó una dulce mirada. 42
- Le aseguro que me caen tan mal como a usted. La joven la miró sorprendida, aunque sin perder del todo su expresión desconfiada. - ¿Por qué intenta ayudarme? - Todavía no sé si creer en todo lo que me ha contado, pero es evidente que la han maltratado y eso me horroriza. Me gustaría saber si ha sido Alan el que la ha golpeado. La joven estaba asombrada de la serenidad de la señora Berthom. - Él nunca se mancha las manos. Tiene matones de sobra para que le hagan el trabajo sucio. He conseguido escapar del asqueroso bestia que me estaba golpeando. Será por poco tiempo... -añadió con voz apagada. - Deme alguna razón para creerla -continuó Victoria con calma. - Una persona que va a morir no tiene por qué contar mentiras -aseguró ante el asombro de Victoria-. Estoy segura de que ellos me encontrarán y me matarán. Ya no hay esperanzas para mí. Mi única obsesión es matar a Alan Berthom antes de que me encuentren confesó sin ningún remordimiento-. Mi negra alma descansará en paz si me llevo a ese canalla por delante. Victoria se estremeció ante su aseveración. - Por favor, no lo intente. No la conozco, pero quiero ayudarla -se ofreció con sinceridad-. Le daré dinero para que huya de aquí y se esconda en cualquier lugar. La joven se sintió derrotada ante la generosidad de Victoria. - No entiendo cómo una mujer tan buena como usted se ha podido casar con un mafioso como Alan Berthom -dijo con los ojos brillantes, sintiéndose emocionada al recibir comprensión y afecto por primera vez en su vida-. Él ha tenido una suerte que no se merece. -La joven le dedicó a Victoria una mirada de compasión-. Lo lamento profundamente por usted. 43
Victoria cogió su bolso y le entregó todo el dinero que tenía. - Antes de irse, será mejor que se lave la cara para no llamar tanto la atención. La joven obedeció y entró en el baño. Cuando salió, Victoria la esperaba con una blusa suya en la mano. - Creo que debería cambiarse -dijo alargándole la prenda-. La camisa que lleva está destrozada. - No debería... - Por favor, acéptela. Vestida con normalidad no llamará la atención. La joven comprendió la sensatez de sus palabras y se cambió. - Muchas gracias, señora Berthom. Jamás olvidaré su bondad. - No tengo edad todavía para dar consejos -contestó Victoria-, pero le sugeriría que empezara una nueva vida en otro lugar. Una débil sonrisa se dibujó en los labios de la joven. - Si logro escapar, lo intentaré, se lo prometo. Y yo sí le aconsejo que tenga cuidado. Usted no es una de ellos -añadió muy seria la joven-, y podría correr peligro. Victoria asintió, agradecida. Luego miró a través de la mirilla como medida de precaución. Era posible que el guardaespaldas ya hubiera vuelto. Teniendo en cuenta lo meticuloso que era Alan, le extrañaba que la dejara sin vigilancia tanto tiempo. Allí estaba. El hombre que se paseaba delante de su puerta no era uno de sus guardaespaldas sino un guardia de seguridad, alguno de los del hotel seguramente. Ahora Victoria tenía la certeza de que Alan había necesitado de improviso más hombres para la misión que fuera. Llevándose un dedo a los labios, le pidió silencio a la otra mujer. - Escóndase detrás de ese mueble mientras distraigo al hombre de fuera -le dijo señalando el otro lado de la cocina- y salga a la primera oportunidad. Buena suerte -le deseó dándole la mano. 44
La joven la miró emocionada mientras correspondía calurosamente a su apretón de mano. - Muchas gracias, señora. Nunca la olvidaré. Victoria le pidió al vigilante que la ayudara a encontrar el canal de las películas clásicas. Se disculpó por ser tan torpe, pero no era capaz de dar con él. El joven guardia la atendió encantado, entrando con ella al dormitorio para solucionar diligentemente lo que la mujer del poderoso Alan Berthom le pedía. Sin poder dormir, Victoria no dejaba de darle vueltas a todo lo que había sucedido. Sus más temibles sospechas habían sido confirmadas por esa joven. Desgraciadamente, en lo más profundo de su corazón había anidado la convicción de que esa pobre mujer había dicho la verdad. Alan regresó muy tarde. Victoria le oyó entrar, pero fingió estar dormida. Su marido debía estar cansado, pues enseguida cayó en un profundo sueño. Una hora después, Victoria seguía despierta. La cabeza le estallaba, así que decidió levantarse y tomarse una aspirina con un vaso de leche. Con sigilo salió de la habitación, atravesó el salón, reparando descuidadamente en el maletín que había sobre la mesa y que Alan no llevaba cuando dejó la suite esa noche, y se dirigió hacia la cocina. Al volver al dormitorio, se aproximó a la mesa y contempló, pensativa, el maletín y el manojo de llaves que había al lado. Sintió curiosidad por su contenido, imaginándose lo peor. Sin pensárselo dos veces, intentó abrirlo, pero estaba cerrado con llave. Con manos temblorosas buscó en el manojo hasta que dio con la que ella supuso sería la adecuada. Había acertado. La cerradura cedió en cuanto Victoria introdujo la pequeña llave y se abrió sin dificultad. Conteniendo el aliento, observó con ojos desorbitados los billetes nuevos y 45
perfectamente ordenados que llenaban el maletín. ¿Sería el pago por alguna entrega de droga?, se preguntó horrorizada. No pudo calcular la cantidad de dinero que había porque lo cerró con rapidez y se alejó atemorizada de allí. Posiblemente no bajaría del millón de dólares. Sin hacer ruido volvió a meterse en la cama, triste y asustada por esta nueva prueba en contra de su marido. Al día siguiente, después de dar un paseo por la ciudad y comer en un lujoso restaurante, Alan y Victoria cogieron el avión para volver a Chicago. - ¿Quieres un periódico, Victoria? -le preguntó Alan mientras viajaban. - Sí, por favor -contestó con expresión indiferente. A pesar de que las noticias no le importaban en absoluto en esos momentos, deseaba distraerse, olvidarse de lo que había ocurrido la noche anterior. Fue un error, porque en la primera página venía la fotografía de la cara desfigurada de una mujer muerta. A Victoria le impresionó ver aquella imagen: era terrible que alguien terminara sus días de una forma tan macabra. Súbitamente, su rostro palideció y las manos comenzaron a temblarle cuando reconoció la blusa que llevaba la víctima del brutal asesinato. ¡Era la suya, la que le había prestado a la mujer desconocida que había aparecido en su cuarto! ¡La habían asesinado! Incontrolables náuseas le contrajeron el estómago, sintiendo que todo giraba alrededor de ella y que se desmayaría de un momento a otro. Al oír un quejido, Alan levantó la vista de los documentos que estaba revisando, sobresaltándose con preocupación al verla tan pálida. - ¿Qué te ocurre, cariño? ¿Estás mareada?
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Victoria se apartó de él instintivamente. Reaccionando a tiempo para alejar sus sospechas, aceptó su ayuda y permitió que la acompañara hasta el baño. Las lágrimas inundaron su rostro en cuanto se encontró sola, sintiendo la agonía y el vacío de la decepción final. ¿Qué haría ahora? Para ella, Alan ya no era su marido. Estaban casados, pero Victoria ya no se sentía unida a él. Había tratado de evitar la realidad y convencerse de que posiblemente estuviera equivocada. Ahora sabía que no podía eludir por más tiempo la verdad. En un último intento de honestidad, podría discutirlo todo con Alan y tratar de comprender lo que estaba haciendo, o convencerlo para que lo dejara, pero tenía miedo. Después de las dos muertes de las que, prácticamente, había sido testigo, su persona representaría un peligro para Alan y para su familia. Por mucho que la quisiera, el honor y la salvación de la familia eran lo primero. Todos vivían de la organización y tenían mucho que ocultar. Ninguno de ellos pondría en peligro la seguridad de todos, ni siquiera por el amor de una esposa. Su decisión estaba tomada. Lo que Victoria no sabía era si tendría las suficientes fuerzas como para controlar el miedo y el horror que le provocaba permanecer al lado de un hombre que era capaz de matar a las personas que obstaculizaban su camino. Alan la atendió solícito cuando Victoria regresó a su asiento. - ¿Estás mejor? Ella hizo un movimiento afirmativo con la cabeza. - Ha sido un simple mareo. Me repondré enseguida. Alan le cogió la mano y la miró con preocupación. - ¿Crees que ha sido efecto del viaje en avión o es que no te encontrabas bien antes de embarcar? Te he notado muy callada durante todo el día -añadió Alan, suspicaz.
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Victoria le miró asustada, convencida de que no podría controlar mucho tiempo más la tensión acumulada que luchaba por salir al exterior. - Estoy bien, de verdad. En cuanto consiga dormir un rato, me encontraré mejor -contestó haciendo un esfuerzo. Durante los días siguientes logró reponerse un poco del golpe que había supuesto la confirmación, a través de la muerte de la pobre desconocida, de que su marido era un delincuente de la peor calaña, aunque, aparentemente, respetable. Pese a que Victoria continuó con la vida rutinaria que había llevado hasta entonces, en su ánimo había anidado la decisión de separarse de Alan, de abandonar la vida que él le ofrecía e iniciar una nueva en otra parte. Si Alan no averiguaba lo que ella sabía, quizás le concediera el divorcio. Nerviosa y poco segura de los argumentos que emplearía sin delatarse, Victoria aprovechó una noche en la que Alan se mostró muy reservado respecto al viaje del que acababa de regresar, para hablarle de su relación. - Veo que sigues sin hacerme partícipe de tu vida fuera de estas cuatro paredes, Alan, y eso me da pie para pensar que quizás nos hayamos equivocado al contraer matrimonio -señaló sin rodeos-. Yo... bueno, era muy joven e idealicé en exceso nuestra relación, segura de que nuestra unión, basada en el amor, la confianza y el respeto, sería un éxito. Siento que no ha sido así; es obvio que nuestros conceptos respecto a la confianza mutua son completamente opuestos. Alan la miró perplejo. Era evidente que Victoria le había cogido desprevenido. - ¿Insinúas que no estás contenta porque yo no te hablo de mis negocios? ¿No crees que es un argumento muy débil para referirte a errores y a desconfianza? 48
- ¡No, Alan, no lo es! Hemos discutido muchas veces por este asunto, llegando siempre al mismo resultado: enfado y amenazas por tu parte. Alan levantó las manos con impotencia y resopló con indignación. - Tienes que aprender de una vez por todas que los Berthom tenemos trazada una línea que separa nuestros negocios, que son la fuente de ingresos que nos mantiene a todos en la abundancia, de la familia -la advirtió con ojos fríos-. La solución para que se acaben los problemas entre nosotros es que aceptes esa simple regla. Sinceramente, no creo que sea pedir demasiado. Victoria hizo un movimiento con la cabeza. - Yo no lo acepto, Alan. Cuando accedí a casarme contigo pensé que todo iba a ser más fácil y natural. No se me pasó por la imaginación que me encerraras entre cuatro paredes y me impusieras unas reglas que coartarían mi libertad y mi confianza en ti. Alan se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros, acercándola a él. - Lo hago por tu bien; sólo para protegerte. - ¿Pero protegerme de quién? -saltó Victoria, levantándose con genio. Quería que él hablara, que confesara todo. Sólo así ella podría intentar que se arrepintiera y empezar una vida nueva vida lejos de allí. - Los hombres ricos tienen enemigos. Yo soy muy rico y puedo estar en el punto de mira de secuestradores e incluso asesinos, igual que tú y el resto de la familia. "Sin nombrar a socios que no dudarían en eliminarte para quedarse con tus sucios y multimillonarios negocios" -pensó Victoria. - Yo no puedo vivir así, Alan. No soporto a los guardaespaldas todo el día detrás de mí, prohibiéndome constantemente dar un
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paso que tú no hayas autorizado antes -confesó compungida-. No estoy acostumbrada a esta falta de libertad y me está amargando. - Te he permitido trabajar, Victoria, única y exclusivamente porque te quiero y sé que ello te hace feliz -expresó con suavidad-, pero lo que me resulta imposible es darte más libertad. Con el tiempo te acostumbrarás a nuestra forma de vida y serás feliz. Victoria volvió a negar. - Llevamos más de dos años casados y no me he acostumbrado... - Tendrás que esforzarte más -la interrumpió él, comenzando a perder la paciencia. Victoria estaba decidida a seguir adelante. Sabía que si se doblegaba a las exigencias de Alan y continuaba con él, jamás sería feliz, ni siquiera libre. - No tengo por qué hacerlo, Alan. Nuestro matrimonio no ha resultado ser lo que yo esperaba, y creo que es mejor para los dos que nos separemos. La incredulidad y la cólera oscurecieron aún más los ojos de Alan. - Supongo que no estarás hablando en serio -dijo en un tono letal, el mismo, sin duda, que emplearía con las personas que habían osado interceptar su camino. Aun empezando a sentirse presa del miedo, Victoria no retrocedió. - Sé muy bien lo que digo, Alan. Yo... estoy desilusionada y no deseo seguir contigo. Creo que tú serás mucho más feliz con una mujer que te comprenda y acepte tus... negocios. Alan la miró con ira y se acercó a ella amenazante. - ¿Qué sabes tú de mis negocios? Demasiado tarde se dio cuenta Victoria de su error.
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- Tú me has ocultado todo respecto a ellos -contestó, intentando parecer inocente-, pero sean los que sean los odio porque me han separado de ti y han destrozado nuestro matrimonio. - ¡No eches la culpa a mi trabajo de lo que sólo tú eres culpable! Desde un principio te obcecaste en ser independiente y en seguir a tu aire, sin hacer ningún esfuerzo por adaptarte a mí o a mi familia. Yo lo he consentido todo por ti, y esa ha sido mi equivocación -reconoció arrepentido-. A partir de ahora dirigiré esta casa a mi manera y tú te dedicarás única y exclusivamente a mí, tu marido. Te aseguro que no volverás a tener motivos de queja. Victoria palideció, temiéndose lo peor. - ¿Y se puede saber en qué consistirán las nuevas normas que piensas imponerme? - Te ocuparás únicamente de tu familia: de nuestros hijos y de mí. Me gustan los niños y quiero tener varios; cuanto antes, mejor. - Los hijos no arreglan los problemas matrimoniales... - En nuestro caso tendrá que ser diferente, porque te juro por lo más sagrado que jamás te separarás de mí. El Alan duro e implacable había hablado. La sentencia había sido dictada y Victoria no tenía nada más que decir. La sombra de una vida sin esperanzas cayó sobre ella, anulando las débiles expectativas de un futuro en libertad y lejos de los Berthom.
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n el Departamento de Homicidios de la Comisaría de Policía de Chicago, la sargento Miller le explicaba al teniente Bowles lo que había descubierto después de varias semanas de investigación. - Hemos de dar las gracias a la Policía de Las Vegas por haber sido tan perspicaz. Efectivamente, era muy extraño que la víctima llevara una blusa tan elegante y tan cara, por muy prostituta de lujo que fuera. El teniente la miró con socarronería. - ¿Tu expresión de triunfo significa que has encontrado la tienda que vendió dicha prenda? - Positivo, jefe -contestó la joven con una amplia sonrisa-. La etiqueta les dio la pista a nuestros compañeros de Las Vegas y han acertado. - ¿Y respecto a la persona que la compró? La sargento le arrojó un papel sobre la mesa antes de hablar. - Ahí están los nombres de las tres clientas que compraron esa prenda. Dos de ellas no tienen nada que ver con el caso, y la tercera...
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- ¿Berthom? -la interrogó el teniente mientras leía el papel con interés. - Sí, teniente; es la mujer de Alan Berthom, el escurridizo mafioso que no somos capaces de atrapar -explicó la joven, ante el asombro de su jefe-. Se trata de Victoria Eugenia Lizardi, una joven española, hija de un diplomático destinado en México. Al parecer fue compañera de la hermana de Alan Berthom en la Universidad. Barbara Berthom los presentó y se casaron enseguida. Según hemos podido averiguar, Victoria Berthom es una mujer normal y agradable, y lleva bastante mal la vida recluida y de vigilancia que su marido le impone. Con los ojos aún clavados en el papel que la sargento acababa de entregarle, el teniente Bowles guardó silencio, reflexionando sobre lo que la joven policía acababa de contarle. - Teniente, ¿está usted pensando lo que yo creo? -le preguntó la sargento con sagacidad. - Llevo muchos años en el Cuerpo y he investigado cientos de casos. Conozco al género humano lo suficientemente bien como para intuir, sin equivocarme mucho, lo que puede pensar una persona teniendo en cuenta su origen, educación familiar y quizás formación académica, aunque esto último no es lo más relevante. El gesto de la sargento le indicó que no comprendía a lo que él se refería. - No sé todavía qué relación puede tener la blusa de la esposa de Berthom con la mujer asesinada en Las Vegas. Por otro lado, quizás la joven española sea la clave para solucionar este caso señaló el policía pensativo. - El matrimonio Berthom estaba en Las Vegas cuando ocurrió el asesinato, pero no creo que Berthom permita que interroguemos a su mujer. Ya sabe usted que es un abogado muy agresivo. El teniente estuvo de acuerdo.
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- No me interesa interrogarla delante de él. Teniendo en cuenta sus antecedentes, esa mujer no tiene nada en común con los Berthom, y si mi instinto no me falla, estaría por asegurar que no entiende nada de lo que ocurre, a no ser que sea muy ambiciosa y adore el dinero; en ese caso da igual de dónde proceda. La sargento rió con buen humor. - Habla usted como un psicólogo. - En esta profesión aprende uno de todo. Se hicieron más investigaciones, y tanto Victoria como Alan fueron sometidos a un planeado seguimiento. Dos semanas después, durante una de las horas dedicadas a tutoría, una joven, con una carpeta en las manos, entró en el departamento para solicitar una consulta. Victoria le pidió que se sentara y esperó a que la estudiante cogiera sus apuntes, sin embargo ella no lo hizo. En vez de eso, sacó una placa de policía y le rogó que la escuchara. El primer impulso de Victoria fue echarla de allí. Reflexionando con rapidez, pensó que quizás esa podría ser la oportunidad que estaba esperando para escapar de Alan. Sus relaciones estaban cada día más tirantes, y ella ya no soportaba el estricto confinamiento al que él la tenía sometida. - ¿Qué desea? Como única respuesta, la sargento sacó la hoja del periódico de Las Vegas con la fotografía de la prostituta asesinada. Victoria palideció al verla; no solamente por el horror que sentía al pensar en el final de la pobre muchacha, sino por el peligro que para ella podía significar que Alan se enterara de que la Policía la relacionaba con el asesinato. - ¿Conoce a esta mujer?
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Victoria miró a la joven agente, vacilante, dudando entre callar y conformarse con su destino o apelar a la ayuda de la Policía para alejarse de Alan para siempre. La sargento Miller guardó silencio durante unos segundos, permitiendo que la española decidiera hablar voluntariamente. Victoria recordó la última discusión con Alan, cuando ella le rogó que le permitiera visitar a sus padres durante unos días y él se había negado una vez más. - Sólo viajarás conmigo. No aguanto que te alejes de mí -le había contestado contundentemente. - Pero serán solamente unos días. Por favor, Alan, hace mucho tiempo que no veo a mi familia. Él se había mantenido inflexible. - Irás conmigo en cuanto yo tenga unos días libres. No había escapatoria. Alan estaba ya en guardia y no la dejaría dar un sólo paso sin él. Furiosa al recordar la crueldad de su marido, Victoria no tuvo que recapacitar ni un segundo más. - La conocí en Las Vegas -reconoció, sintiendo un gran alivio por haber tomado la decisión correcta. Victoria le contó lo que había sucedido y todo lo que sabía. Estaba cumpliendo con su deber y esa era su única salida. A pesar de ello no podía dejar de sentir una cierta incomodidad, como si al hablar con la Policía estuviera traicionando a su marido. - Sé que esto no es fácil para usted, señora Berthom, pero sabe que tiene que colaborar con nosotros. Si no lo hiciera, sería usted cómplice de su marido y de su delictiva organización -le advirtió la joven sargento-. En este primer acercamiento he venido yo para despistar a sus guardaespaldas. La próxima vez será mi jefe, el teniente Bowles, el que hable con usted. Victoria suspiró con desamparo.
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- Pero yo no puedo quedar con nadie. Estoy continuamente vigilada. - Lo sabemos. No se preocupe por nada; seremos nosotros los que nos pongamos en contacto con usted. Los días que sucedieron a la reunión con la sargento Miller no fueron apacibles para Victoria. Nerviosa e inquieta ante la expectativa de volver a encontrarse con la Policía, tenía miedo de no ser capaz de controlar sus emociones y delatarse ante Alan. Afortunadamente, Alan tuvo que viajar bastante y estuvo poco en casa, lo que sirvió para aliviar la tensión que la atenazaba. El teniente Bowles no avisó. Un día se lo encontró en el despacho del catedrático cuando éste la llamó para una reunión. - Siento aparecer de forma tan imprevista, pero es lo mejor para usted -se disculpó el policía alargando la mano para saludarla y presentarse-. Tome asiento, por favor. Victoria lo miró sobrecogida y aceptó la silla que él le ofrecía. - Espero que esté de acuerdo conmigo en que ni usted ni yo podemos perder el tiempo, así que seremos francos el uno con el otro y no nos andaremos con rodeos. La joven sargento había sido más sutil. En cambio, el maduro policía, con muchos años de servicio a sus espaldas, no estaba dispuesto a que lo apartaran de su objetivo con niñerías. Deseaba coger a los Berthom de una vez por todas. Si la joven esposa de uno de ellos colaboraba, mucho mejor, pero no estaba dispuesto a jugar al ratón y al gato para que al final ella se echara atrás. Victoria hizo un movimiento afirmativo con la cabeza. - ¿Conocía usted las actividades de su marido antes de casarse? - No sabía la clase de negocios que tenía. Él nunca me hablaba de su trabajo y tampoco después de nuestro matrimonio.
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El teniente Bowles se felicitó a sí mismo. La joven española le acababa de confirmar lo que él había intuido. - ¿Y eso no le extrañaba? - Mucho. De hecho, nuestras discusiones siempre han sido por ese motivo. Yo... me casé muy joven. Era muy inocente y creí estar enamorada de Alan Berthom. Él me trataba bien y me quería, pero después de descubrir a lo que se dedica, no puedo soportar seguir viviendo con él -confesó con una cierta melancolía, al ser muy consciente del grave error que había cometido-. Aunque Alan no sospecha de mí, desde que le pedí la separación me vigila más estrechamente y no me permite alejarme de él. Por supuesto, no la acepta y yo... yo no sé qué hacer -terminó con un sollozo. Esas escenas eran muy familiares para el veterano policía. No obstante, y a pesar de su coraza de dureza, las lágrimas femeninas seguían conmoviéndole. - Cálmese, muchacha. Es muy importante que, a partir de ahora y hasta que consigamos nuestro objetivo, usted controle los nervios. - ¿Objetivo? -preguntó Victoria limpiándose las lágrimas. - Nos ayudaremos mutuamente, pero para ello usted tendrá que ser muy valiente -le advirtió el teniente con gesto grave-. Los Berthom son una familia muy poderosa. Manejan cientos de millones y compran a todo el mundo. Todas sus actividades son ilegales, aunque tienen una habilidad especial para blanquear el dinero, de tal forma que siempre que hemos intentado cogerlos, han acudido un ejército de abogados en su ayuda, entre ellos el mismo Alan Berthom, y nos ha sido imposible encerrarlos. El teniente Bowles se ponía de mal humor cada vez que pensaba en el fracaso que eso había supuesto para él y para todo el Departamento de Policía.
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- Lo que intento decirle es que nosotros la ayudaremos a escapar de su marido y de todos los Berthom a cambio de que usted nos ayude a cogerlos. Victoria sufrió una sacudida al escucharle. - Odio lo que hace Alan y deseo alejarme de él para no verlo nunca más, pero es mi marido, teniente, y no podría ser la mano ejecutora. Les he contado lo que sé, pero no he sido testigo directo. No sé, y jamás podría jurarlo, si mi marido cometió personalmente esos crímenes. El teniente comprendió el conflicto en el que se encontraba la joven española. De todas formas, tenía que convencerla para que los ayudara. Sin ella volverían otra vez al mismo punto sin retorno. - No pretendemos que testifique en ningún juicio. Eso sería una locura y comprendo muy bien que usted no lo hiciera. Lo que queremos es que mantenga los ojos muy abiertos y los oídos atentos para que averigüe algo que nos sirva como prueba o pista que nos permita desmantelar la banda. Su negocio más lucrativo es el narcotráfico, naturalmente. Si supiéramos de alguna reunión, entrega o almacén donde guardan la mercancía, les daríamos un buen golpe. Victoria guardó silencio, reflexionando durante unos minutos sobre lo que el teniente le pedía. - Haré lo que me pide, teniente, pero con una condición. Los ojos del policía brillaron esperanzados. - Si yo averiguo algo que los lleve hasta los Berthom, mi marido no será detenido en esa operación. Me da igual si desmantelan la banda o cogen a los demás, pero Alan escapará puntualizó muy claramente-. Si lo detienen más adelante será un éxito suyo, pero yo ya no me sentiré culpable. La firmeza de su tono convenció al teniente de que esa mujer había dicho su última palabra. Cumpliría lo que había prometido, pero no cargaría sobre su conciencia la condena o muerte de su marido. 58
Los Berthom estaban contentos de que la armonía hubiera vuelto al matrimonio de Alan. El jefe de la familia, Nicholas Berthom, había notado con preocupación hacía unos meses la frialdad que reinaba entre su hijo mayor y su nuera. Afortunadamente, los enamorados parecían haberse reconciliado, y eso le procuraba a él una gran paz. Para la familia y también para los negocios, era muy importante que todos sus miembros se mantuvieran unidos. Alan nunca había dudado de que los problemas en su matrimonio terminarían por solucionarse. Tampoco había podido evitar sentir un cierto desasosiego el tiempo que Victoria y él habían estado distanciados. Tras la tensión del trabajo, Victoria representaba para él el remanso de paz que necesitaba al llegar a casa. La quería, era su mujer y siempre estarían juntos. El único nieto de los Berthom, hijo de John y Nelly, iba a cumplir seis años en verano. Siendo la debilidad de sus abuelos, estos le habían prometido una gran celebración con sus amigos y todo tipo de entretenimientos infantiles. Nelly Berthom y su suegra se hicieron cargo de todo, hablando a los demás, en cuanto tenían ocasión, acerca de los preparativos que se estaban realizando para que la fiesta resultara un éxito. La ilusión de las mujeres Berthom contagió a los otros miembros de la familia, dando pie para que Alan volviera a tocar de nuevo el tema de los niños. - No es muy justo que mis padres, con cuatro hijos, solamente tengan un nieto, ¿verdad?, a pesar de que tres estemos casados. - Quizás Barbara cuando se case... - No creo que eso suceda por ahora. Ya sabes que se fue a Europa prácticamente después de nuestra boda y lo único que le
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interesa es coleccionar masters para ampliar su expediente académico. No sé como Bruce sigue aguantando sus caprichos. - Bueno... supongo que tus hermanos más adelante tendrán más -contestó Victoria, bastante reticente a profundizar en ese tema. - Tú y yo lo hemos hablado varias veces, pero no pareces estar muy decidida a tener hijos. -Victoria captó enseguida su tono de reproche. - He preferido esperar hasta conocernos mejor. - ¿Y crees que ya hemos intimado lo suficiente como para decidirnos a traer un niño al mundo? -preguntó con sarcasmo. Victoria lo miró ofendida, considerándole a él el culpable del fracaso de su matrimonio. Aun así no se enfadó. Estaba cansada de discusiones, y hasta que la Policía pudiera encontrar una solución a su situación actual, debía tener paciencia. - Los dos sabemos que nuestro matrimonio ha sufrido altibajos. Lo más sensato ha sido esperar hasta solucionar nuestras diferencias. Victoria permanecía serena, pero sus palabras no sonaban cálidas a los oídos de Alan. Si bien durante el último mes su relación había mejorado, en cuanto el tema de los niños salía a colación, Victoria se ponía en guardia y se escondía bajo un manto de indiferencia. Esta actitud enfurecía a Alan, temiendo perder la paciencia en cualquier momento. - Ya se han solucionado y no quiero esperar más. Deseo tener un hogar con una familia y esa familia la tenemos que formar tú y yo. Victoria adoraba a los niños, siendo su gran ilusión poder tener sus propios hijos algún día. A pesar de la equivocación de su matrimonio esta idea no había variado; no obstante, jamás tendría esos hijos con Alan Berthom. Por nada del mundo permitiría que sus hijos se criaran en el ambiente delictivo y criminal que les
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ofrecería la familia Berthom, o que tomaran como ejemplo la figura de su padre, el hombre menos respetable que pudiera existir. - Todavía no hace tres años que estamos casados. Creo que podemos esperar un poco más. - ¿Hasta cuándo? -bufó con irritación. Victoria se dio cuenta de que tendría que cambiar de táctica si quería convencer a Alan. Quería un hijo a toda costa y ella sabía muy bien que Alan jamás retrocedía cuando se empeñaba en algo. Levantándose y acercándose a él con ojos seductores, le besó apasionadamente, provocando una reacción inmediata en su marido. - Cariño, dame más tiempo, por favor. Las cosas han mejorado mucho entre nosotros, pero tengo miedo de que los problemas vuelvan a nuestro matrimonio por mi falta de adaptación. Tú mismo dijiste que era una cuestión de tiempo que yo me acostumbrara a tu forma de vida. Sólo te pido unos meses más, eso es todo. Alan cedió, pero puso una fecha tope. - A partir de nuestro tercer aniversario de boda intentaremos tener un hijo. Alan no le daba mucho margen, pero Victoria tenía la esperanza de que para entonces el teniente Bowles hubiera encontrado alguna salida a su situación. Sabía que ella tendría que dar algo a cambio y estaba en ello; el problema era encontrar la prueba que le sirviera a la Policía. Era un asunto difícil, sobre todo si se tenía en cuenta la cautela y el pacto de silencio que reinaba en la familia respecto a los negocios. Desafortunadamente, Victoria no tenía alternativa: o encontraba lo que la Policía tanto necesitaba o los nervios terminarían por volverla loca.
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l jardín de la enorme mansión de los Berthom había sido adornado con guirnaldas, globos, farolillos y cantidad de piñatas llenas de pequeños juguetes y chucherías, colgadas de las ramas de los árboles. Sobre el amplio césped se habían instalado juegos y columpios para que los niños pudieran montarse entre bocadillo y bocadillo. Largas mesas, llenas de deliciosas comidas para la gente menuda, habían sido instaladas alrededor de la piscina, y una gran barbacoa doraba las hamburguesas y perritos calientes que los críos no tardarían en devorar. Toda la familia, amigos y socios con sus hijos habían acudido a felicitar al pequeño John Berthom. La casa y el jardín estaban llenos de gente, pues Nicholas Berthom había querido que esa fuese la celebración más importante en su casa. Los niños corrían y jugaban, dirigidos por un grupo de gente joven que había sido contratada a tal efecto y que interpretarían más tarde una función infantil vestidos de payasos. Victoria charló con la familia y con algunos conocidos, sintiéndose más a gusto observando a los niños y jugando con ellos. En más de una ocasión tuvo también que separarlos cuando surgía entre ellos cualquier malentendido.
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- Si quieres te ayudo a cargar con todos esos regalos, John -se ofreció Victoria al ver entrar en la casa al pequeño con dos amiguitos. - Bueno. Vamos a ponerlos en el estudio. ¿Quieres ver todos los juguetes que me han regalado? - Por supuesto, cielo. Acompañada de los tres niños, Victoria entró en la espaciosa habitación donde su suegro se encerraba a trabajar y en la que, para esa ocasión, se había colocado una mesa alargada para los regalos. John le mostró los balones, coches y aviones, poniendo especial interés en los juegos de ordenadores y en un moderno cassette. - Lo malo es que no sé cómo funciona esto -dijo señalando el pequeño aparato. Victoria leyó las instrucciones, metió una cinta y lo conectó. Cuando quiso explicarle a John su funcionamiento, este ya estaba distraído con otros juguetes. En ese momento los Berthom varones, acompañados de otros tres hombres, entraron en el estudio, y después de saludar a los niños y a Victoria, les rogaron que los dejaran solos. Victoria salió con los críos y los acompañó a tomar una hamburguesa, dándose cuenta en esos momentos que había dejado la grabadora conectada. Había querido grabar la conversación de los niños para demostrarle al pequeño John cómo funcionaba, pero con el nerviosismo de ver a los Berthom dirigirse hacia ella, lo había dejado entre los regalos sin acordarse de que estaba conectada. Sintiendo el malestar del miedo, Victoria disimuló su preocupación cada vez que alguien se dirigía a ella. Angustiada, no podía dejar de pensar en el desastre que supondría para ella que los Berthom llegaran a descubrir que un aparato estaba grabando su conversación.
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Quiso alegrarse pensando que quizás esa era la oportunidad que había estado esperando, pero el miedo la aturdía y no la dejaba pensar con coherencia. Intentando comportarse con normalidad, aunque pendiente de que el grupo de hombres saliera por la puerta de la mansión, Victoria decidió que su única escapatoria era tratar de recuperar la cinta. Al cabo de una hora, los Berthom y sus acompañantes salieron de la casa, viendo con horror cómo Alan se dirigía derecho hacia ella. - Aquí estás, cariño. Casi no te he visto esta tarde; te has pasado todo el tiempo jugando con los niños. ¿Ves como te encantan? Imagínate que fueran nuestros... El alivio devolvió el color a las mejillas de Victoria. No sabía qué habría sido del cassette, pero, por el momento, los Berthom no lo habían descubierto. El joven matrimonio comió de los distintos platos del buffet y charló con los amigos, aprovechando Victoria una llamada de su suegra para alejarse de Alan. Durante una eterna media hora, la madre de Alan le fue presentando a viejos amigos que no la conocían. Victoria sonreía y contestaba amablemente a las preguntas que le hacían, sin embargo su mente estaba en otro sitio. En cuanto tuvo oportunidad se alejó de ellos, y después de mirar disimuladamente hacia todas partes para cerciorarse de que nadie la observaba, entró en la casa con naturalidad y se dirigió al baño. Transcurridos unos minutos, salió y se encaminó hacia el estudio sin ser vista. El cassette, oculto entre los papeles y cajas de los regalos infantiles, se había desconectado. Con rapidez sacó la cinta y se la guardó en el bolso, introduciendo otra de las cintas vírgenes en su lugar. Victoria sabía que era un peligro tenerla encima, pero no podía hacer otra cosa. Hasta que no llegara a casa no podría esconderla.
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Tenía que avisar al teniente. A pesar de no saber si lo que habían hablado los Berthom sería de importancia para la Policía, tenía que comunicárselo y deshacerse cuanto antes de la evidencia que podría significar su salvación o su muerte. Victoria no supo cómo pudo aguantar en la fiesta hasta la noche. Fue peor cuando Alan y ella llegaron a casa y se vio en el dilema de encontrar un lugar seguro para la cinta. - Menos mal que las fiestas de los niños se celebran una vez al año. Son agotadoras -se quejó Alan mientras la tomaba por la cintura y la empujaba escaleras arriba-. Vayámonos inmediatamente a la cama. Era de noche, bastante tarde, y Victoria no tenía ninguna excusa para quedarse en el salón o la cocina. ¡Su armario! Ese fue el único sitio que se le ocurrió para esconder la grabación. Afortunadamente, Alan y ella tenían armarios separados en el vestidor. Él nunca abría el suyo, lo que lo convertía en el lugar más seguro. Al día siguiente se llevó la cinta a la facultad y la escuchó. Palideció instantáneamente, siendo muy consciente de que con esa evidencia, cualquier jurado condenaría a todos los presentes en esa reunión. Victoria salió del departamento y se dirigió al tablón de anuncios que había en el pasillo, donde era una rutina que los profesores avisarán allí a sus alumnos acerca de las fechas de los exámenes y de las notas. Abriendo la puerta corredera de cristal con su llave, clavó con una chincheta la lista de alumnos que tendrían que presentarse al próximo examen de problemas. Un rato después, un grupo de alumnos, entre ellos un policía joven, se acercó al tablón y leyó la lista. La contraseña estaba muy clara: Victoria había incluido en la lista el nombre acordado, que, supuestamente, correspondía a uno de sus alumnos. En caso de no haber tenido nada que comunicar, ese nombre no hubiera aparecido. 65
La sargento Miller entró en la clase de Victoria y se sentó, abriendo su carpeta y sacando los folios, como los demás alumnos. Puestos los problemas sobre los que practicarían ese día, Victoria se dio una vuelta por la clase para vigilar los pasos que iban dando los estudiantes hasta conseguir la solución. Al llegar a la altura de la sargento, se inclinó, como si fuera a corregirle, y le deslizó la cinta debajo del folio. Al día siguiente le llegó a primera hora la llamada desde el despacho del catedrático. El Teniente Bowles la recibió con una ancha sonrisa. - Muchas gracias, señora Berthom. Nos ha proporcionado usted un material de gran valor. Quizás se trate de una de las más importantes entregas de cocaína, y tenemos las coordenadas del lugar del encuentro para el intercambio. Podemos organizar una buena redada -expresó el policía con alegría, anticipándose a lo que, sin duda, significaría un gran éxito para su departamento. Victoria sentía la satisfacción de haber cumplido con un deber, pero la pesadilla aún no había terminado. - El problema es que no disponemos de mucho tiempo. Tendrá usted que mentalizarse y prepararse para desaparecer en pocos días. Victoria lo miró asustada, como si todo lo que estaba ocurriendo se tratara de una pesadilla. Se sentía confusa y desesperada, sin fuerzas para seguir adelante, como una marioneta a la que mueven los hilos y baila. Todavía no se explicaba cómo había podido llegar hasta allí. Había hecho todo lo que le habían pedido, y ahora... ¡había llegado el momento! De pronto sentía terror: a las consecuencias, al futuro, a todo. El teniente notó su estado de ánimo y fue muy claro. - Tiene que estar segura del paso que va a dar, señora Berthom, y además tendrá que ser fuerte y valiente. La situación en 66
la que se encuentra ahora es peligrosa, pero es usted la que tiene que decidir si desea una nueva vida en otro lado, con otra identidad. Le advierto que, aun contando con nuestra ayuda, no será fácil para usted. Victoria deseaba desaparecer, olvidar que alguna vez había conocido a los Berthom. Ahora, la Policía le ofrecía esa oportunidad. ¡No podía desaprovecharla! Mirando al teniente con un brillo de firmeza en sus ojos, Victoria tomó la decisión más importante de su vida. - Dígame qué tengo que hacer. El teniente Bowles sonrió y le dirigió una mirada orgullosa. - ¡Enhorabuena! No se arrepentirá -exclamó animándola-. Tras descartar varios planes, hemos decidido que el más seguro para usted es desaparecer, "morir". -Ante la mirada de horror de Victoria, el teniente continuó-. Por supuesto, no le va a pasar nada, pero tendrá que colaborar muy estrechamente con nosotros para que todos crean, en especial su marido, que usted ha muerto. De no ser así, la persecución a la que sería sometida por parte de los Berthom se convertiría en un constante peligro para su vida. Para que su marido lo crea hemos de ser convincentes. - Pero si siempre estoy vigilada, ¿en qué momento "desaparecería"? - Esa será su primera misión: conseguir que sus guardaespaldas la acompañen en otro coche. Para nuestro plan es esencial que usted conduzca sola. Aun sabiendo el difícil cometido que se le encomendaba, Victoria estaba dispuesta a intentarlo. Según el plan, Victoria Eugenia Lizardi "moriría" calcinada en un accidente de tráfico. Sólo de pensarlo sintió un estremecimiento. Al parecer, esa era la forma más segura de quitarse preocupaciones. Si Alan y su familia
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la creían muerta, no sospecharían de ella ni la buscarían. Jamás sabrían que vivía en otro lugar con una identidad nueva. Un montón de preguntas acudieron a su mente, pero el teniente la detuvo antes casi de que iniciara la primera. - Se le explicarán todos los detalles pronto. Lo que es de suma importancia ahora es que se haga a la idea de que con su "muerte", usted abandona todos los bienes materiales que posee. Sus cuentas corrientes, ahorros, joyas y otras propiedades permanecerán intactas para que su trágico accidente sea creíble. Un cadáver aparecerá calcinado con la ropa, joyas y libros que usted lleve ese día. Empezará desde cero con otra identidad y una nueva documentación. También se le entregará dinero hasta que gane lo suficiente para vivir. A pesar de que lo que el teniente decía era muy lógico, después de haber vivido toda su vida, especialmente desde que se casó, sin ningún tipo de apuros económicos, sintió pánico al concienciarse de que, a partir del momento de su desaparición, se encontraría sola en el mundo y tendría que vivir de lo que ella fuera capaz de ganar. - Pero ¿y mi título académico? Sin él no podría ganarme la vida. - No se preocupe, no lo perderá. Se le expedirá, junto con toda su documentación, con otro nombre. Victoria suspiró aliviada. Durante los dos días siguientes se mostró de mal humor, protestando ante Alan del incordio que representaba para ella ir y venir al trabajo en el mismo coche que los guardaespaldas. - Comprendo que me acompañen, eso ya no lo discuto, pero no en el mismo coche. Me encanta conducir, y desde que estoy casada contigo apenas lo he hecho. Además, no tengo intimidad. Nunca te llamo desde el coche porque ellos escucharían la conversación, no pongo la música que me gusta por no molestarlos, y no canto porque me da apuro hacerlo delante de ellos. Alan la miró con impaciencia. - Victoria, la distancia desde aquí hasta la Universidad no es muy larga. Yo creo que llevar a los guardaespaldas a tu lado no
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supone tanta molestia como tú acabas de exponer. El recorrido es corto. Pienso que puedes aguantarlo perfectamente. -Tras unos segundos de pausa, se le ocurrió la solución-. A partir de mañana se pondrá a tu disposición un coche con un cristal separador. ¿Te parece bien? Parecía decidido a no ceder, pero Victoria tenía que insistir. - No estaría mal -reconoció a regañadientes- si yo no tuviera tantas ganas de conducir. Reconocerás, Alan, que tengo pocas libertades. Por favor, no me niegues ese capricho. Ellos vendrán pegados a mí y me vigilarán igual, sin embargo yo iré mucho más contenta conduciendo. Alan adoptó una expresión reflexiva, poco convencido respecto a la petición de su mujer. Reticente a iniciar una nueva discordia en su matrimonio, decidió mostrarse menos inflexible. - Lo pensaré. Sabiendo que había vencido, Victoria disimuló su expresión de triunfo. A los dos días, un flamante coche fue puesto a su disposición. Con esa concesión, Alan Berthom le demostraba a su mujer su enorme deseo de que hubiera paz en su matrimonio. Victoria sintió una momentánea congoja, desechándola inmediatamente. Ella no era culpable de nada. Todo lo contrario, había sido engañada por Alan Berthom, al ocultarle, cuando ella aún hubiera estado a tiempo de rechazarlo, su verdadera naturaleza y falta de escrúpulos. Por su falta de sinceridad, había sufrido mucho, estando completamente convencida de que jamás sería feliz con el hombre que era su marido. A partir del momento en que "muriera", también liberaría a Alan. Sin ella, él quedaba libre para elegir una mujer de su entorno, que le comprendería y le haría más feliz de lo que ella, en su rencor, jamás sería capaz de conseguir. Una nueva reunión con el teniente ultimó el plan definitivo. Teniendo en cuenta que los guardaespaldas la seguían muy de cerca, no sería fácil permanecer alejada de su vista los minutos que necesitaban para llevar a cabo el accidente. Los detalles habían sido cuidadosamente estudiados y todo apuntaba hacia el éxito, siempre que lograran mantener a ciegas a los vigilantes el tiempo necesario. 69
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l día que cambiaría su vida había llegado. Mientras conducía camino a su trabajo, en un estado de agitación que había podido controlar hasta ese momento, recordó con asombro el aplomo que había manifestado durante las horas que habían transcurrido desde que se levantó hasta que se despidió de su marido después de desayunar. Nunca creyó poseer tales nervios de acero, los cuales comenzaban a relajarse peligrosamente, ahora que había conseguido pasar la primera fase; desgraciadamente, todavía le quedaba por resistir la más difícil. Desde que Alan y ella se habían casado, en muy contadas ocasiones él había permitido que Victoria fuera a visitar a su antigua compañera de habitación. Todo lo que fuera salirse de la rutina diaria le resultaba molesto. Alan lo achacaba a la seguridad. Victoria sabía ahora que había otras razones igual de poderosas. Karen Hart se alegró sinceramente de que Victoria decidiera visitarla. Si bien hablaban muchas veces por teléfono, raramente conseguía quedar con su antigua compañera. A Karen siempre le había caído muy bien Victoria y comprendía las medidas de vigilancia que su marido le obligaba a tomar por su propia seguridad;
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no obstante, lamentaba que esas restricciones impidieran una relación normal entre amigas. Ambas tuvieron que conformarse, pero sin dejar de disfrutar plenamente de los raros encuentros que tenían lugar entre ellas. Durante esas visitas, las dos jóvenes se ponían al día de los últimos acontecimientos en la vida de cada una, riendo al recordar antiguas anécdotas y contándose los últimos cotilleos de la Universidad. En una situación de emociones contradictorias, Victoria luchó durante todo el día por realizar su trabajo normalmente. Pasaba en cuestión de segundos de un estado eufórico a otro de pánico, preguntándose infinidad de veces si todo saldría como el teniente y ella lo habían planeado. A media mañana, durante las horas de tutoría, un joven policía que no había estado antes por allí, entró en el departamento a recoger lo que Victoria tenía preparado para él. La joven española le entregó un paquetito con los pendientes, anillos y la pulsera que llevaba cuando salió de casa. La ropa que vestía era exactamente igual a la que había entregado al teniente Bowles días anteriores. Con gusto se hubiera despedido cariñosamente de sus compañeros, a los que nunca volvería a ver, pero sabía que no podía hacerlo. Su accidente sería real para todo el mundo, incluida su familia. Eso era lo que le resultaba más doloroso a Victoria. Darles ese disgusto le partía el corazón. Según el teniente Bowles, no había alternativa si deseaban que su muerte fuera creíble. No se trataba de engañar a personas corrientes, sino a personajes muy inteligentes y astutos. El policía, que había empezado a convertirse en un entrañable amigo, le había hablado desde un principio con cruda franqueza, arriesgándose a que Victoria se echara atrás en cualquier momento y se estropeara la operación en la que había estado trabajando durante tanto tiempo. Nunca le mintió, dejándola libertad para que ella hiciera su elección.
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- Pasados unos meses, y si usted está segura de que puede confiar por completo en la discreción de su familia, no creo que haya ningún inconveniente en que ellos sepan la verdad. Victoria había sentido una gran alegría ante la sugerencia del teniente. Lloraba por la agonía que sufrirían sus padres al conocer su "muerte". Su dolor sólo se mitigaba un poco cuando pensaba en la enorme alegría que recibirían en cuanto tuvieran conocimiento de que su hija seguía viva. Victoria guardó los ejercicios en los que estaba trabajando y se puso la chaqueta. Era la hora de salir. Después de coger el bolso y despedirse de sus compañeros, como todos los días, dejó el departamento y se dirigió hacia el aparcamiento, seguida de sus guardaespaldas. Aparentemente, su comportamiento era normal, pero al entrar en el coche, las manos y las piernas le empezaron a temblar, temiendo que los nervios la traicionaran a última hora y tuviera dificultad al conducir, hasta el punto de tener realmente un accidente... "No, no debo desfallecer" -se dijo en voz alta para animarse a sí misma. Respirando hondo y haciendo un gran esfuerzo por calmarse, arrancó el coche y enfiló hacia la carretera que conducía hasta la urbanización donde vivía Karen. Los guardaespaldas la siguieron de cerca, como hacían siempre, sabiendo perfectamente el itinerario que tomaría la mujer del jefe. Todas las mañanas, antes de salir de casa, Alan les informaba sobre las actividades del día de su mujer, sabiendo ambos hombres que nunca tenían que desobedecer o cambiar las órdenes dadas por Alan Berthom, aunque la señora Berthom los incitara a ello. Victoria nunca lo había intentado; sabía que habría sido inútil.
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Esos hombres conocían muy bien a su jefe y sus métodos como para arriesgarse a enfurecerlo. Condujo con prudencia. Conocía la carretera y sabía perfectamente el lugar exacto donde alcanzaría a los camiones que tendría que adelantar. A su vez, los trailers dificultarían la maniobra de los guardaespaldas para darle a Victoria un margen de tiempo para alejarse. Agitada, aunque con los nervios discretamente controlados, Victoria mantuvo la marcha, observando por el espejo retrovisor el coche que la seguía. Los guardaespaldas mantenían la distancia entre los dos coches, sin permitir que se alejara un metro más. Escudriñando la carretera hasta donde se lo permitía la vista, divisó con excitación los dos camiones, uno seguido del otro, que la ayudarían a distanciarse del coche que la seguía. En pocos minutos se colocó detrás de ellos y mantuvo su misma marcha durante un rato. Súbitamente, cuando el último trailer había dado su intermitente para adelantar al de delante, Victoria giró a la izquierda y lo adelantó con una brusca maniobra. Los guardaespaldas vieron con horror cómo el camión se le echaba encima. De todos modos, Victoria consiguió pasar; no así ellos, que tuvieron que esperar a que el vehículo pesado terminara de hacer lentamente la maniobra, pues al camión más adelantado se le había ocurrido acelerar justo en ese momento. Tocando el claxon con desesperación y tras unos minutos angustiosos, el vehículo que conducían los dos empleados de los Berthom consiguió pasar a los trailers, sin embargo Victoria ya no estaba a la vista. En una curva peligrosa y con un profundo barranco a la derecha, ella había parado durante unos segundos para bajarse del coche. Con rapidez, uno de los policías, escondido entre los arbustos, maniobró el coche y lo arrojó por el barranco. Al llegar al fondo, el coche explotó, provocando inmediatamente un fuego que consumió todo lo que había dentro del vehículo. 73
Los guardaespaldas, en su precipitación, pasaron de largo, retrocediendo alarmados después de haber recorrido varios kilómetros sin ver a la señora Berthom. Sus peores temores empezaron a hacerse realidad cuando al volver al lugar en el que la habían perdido de vista se encontraron con un policía que los desviaba a causa de un accidente. Ambos hombres se miraron con preocupación y se bajaron del coche para preguntar. Cuando otro policía les explicó lo que había ocurrido y el tipo de coche que era, se echaron a temblar. Con pasos acelerados se acercaron al precipicio y miraron hacia abajo, viendo solamente un coche que ardía como una tea. El teniente Bowles esperaba a Victoria en el bosque que se iniciaba al pie del precipicio. - ¿Se encuentra bien? Victoria sólo pudo hacer un movimiento afirmativo con la cabeza. Sintiendo todavía un nudo en la garganta, fue incapaz de pronunciar una palabra. El policía lo comprendió. La tomó del brazo con gentileza y la acompañó a la furgoneta que los esperaba y que los llevaría a un aeropuerto militar. Desde allí, un helicóptero partiría hacia un lugar desconocido para Victoria. Alan Berthom sufrió la mayor conmoción de su vida al conocer la noticia. Todos le consideraban un hombre frío y peligroso, pero a su manera, estaba enamorado de su mujer. A pesar de que su matrimonio no había sido un lecho de rosas, él había confiado siempre en la sensatez de Victoria y en su propia firmeza para llevar a buen puerto su relación. Ahora todo había terminado, por culpa de un estúpido accidente que nunca tenía que haber ocurrido. Volviendo a lo sucedido los últimos días, se maldijo a sí mismo por haber permitido
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los caprichos de Victoria. Ya no había solución, y él estaba destrozado. Con dificultad, por la profundidad del barranco, el "cadáver" de Victoria, debidamente envuelto en una bolsa de plástico, fue izado por medio de un helicóptero. Ni Alan ni nadie hubieran podido saber de quién se trataba, pero sí reconoció horrorizado parte de la ropa de Victoria, los restos del bolso y las joyas que le entregó uno de los policías. Un capítulo de su vida acababa de terminar tristemente. Paradójicamente, otro empezaba, por propia voluntad, para la que había sido su mujer durante tres años. Todavía aturdida por todo lo que había sucedido, Victoria miró distraída a través de la ventanilla del helicóptero en el que viajaba, custodiada por tres policías. Llevaban varias horas en el aire, aunque ella había perdido un poco la noción del tiempo, como si todo lo que estaba ocurriendo no fuera con ella, sino que se tratara de una película con la que estaba soñando. Quizás el paisaje había cambiado en algún momento. Ahora volvía a ver zonas boscosas, parecidas a las que habían dejado. Aunque notó cómo el aparato comenzaba a descender, ella no veía ningún punto en concreto que se pareciera a una pista de aterrizaje. No tenía ni idea, ni el teniente podía explicárselo, de adónde la llevaban. Dedujo que sería algún centro especial del gobierno para casos como el suyo. El techo de la casa en la que aterrizaron y sus alrededores estaban tan bien disimulados, que a Victoria no le extrañó su incapacidad para descubrir el punto exacto en el que el helicóptero tomaría tierra. Con movimientos seguros y rápidos, los policías la ayudaron a descender, la llevaron a la casa en la que viviría por algún tiempo y la instalaron en una especie de apartamento que constaba de un 75
saloncito, una habitación y un cuarto de baño. El lugar era acogedor, agradándole especialmente una terraza llena de flores que daba a un espléndido jardín. - Aquí estará cómoda y segura -le dijo el teniente Bowles-. Teniendo en cuenta el día tan agotador que ha tenido, lo mejor será que se relaje y descanse. Dentro de un rato le traerán algo de comer y luego podrá acostarse. Mañana hablaremos. Victoria hizo un gesto con la cabeza, indicándole al teniente que estaba de acuerdo con lo que había sugerido. Exhausta y en un estado anímico de confusión, la joven española se dejó caer sobre la cama, dándole vueltas a todo lo que había sucedido ese día y preguntándose sobre la reacción de Alan. A pesar de los nervios y de la duda acerca del éxito de la operación, todo había salido tal y como lo habían planeado. Era para saltar de alegría, y de hecho, Victoria estaba muy contenta, sin embargo cada vez que pensaba en el futuro y en la incertidumbre de empezar desde cero, el miedo la embargaba, preguntándose cómo lograría ganarse la vida sin contar con la ayuda de nadie. Levantándose de un salto, Victoria decidió despejarse dándose una ducha. No quería pensar más en el pasado. El objetivo que había perseguido desde hacía dos años ya lo había alcanzado; ahora tenía que ser fuerte y no desmoralizarse. Lo más difícil había pasado. Una nueva vida llena de esperanzas la esperaba; se enfrentaría a ella con optimismo y decisión.
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omo si la Naturaleza estuviera de su parte y quisiera demostrárselo, el día amaneció reluciente de sol. Cegada por la luz que entraba a través del gran ventanal que daba a la terraza, Victoria se removió perezosa en la cama, agradeciendo con una leve sonrisa los cálidos rayos que acariciaban su piel. Despacio, se levantó y salió a la terraza, desde donde contempló el magnífico paisaje de flores y hermosos árboles que se extendía ante ella. Esa explosión de belleza la animó, ayudándola a enfrentar el nuevo día con optimismo. Se preguntó con qué se vestiría esa mañana. Había llegado allí con lo puesto, y aunque había encontrado sobre la cama un camisón y una bata la noche anterior, no sabía si le entregarían más ropa. Sus dudas fueron despejadas enseguida cuando abrió el armario y encontró toda clase de prendas y ropa interior que utilizaría una mujer. Victoria sonrió complacida, aliviada al pensar que por lo menos podría vestir decentemente hasta que consiguiera ganar algún dinero para alimentarse y ampliar su vestuario. Poco después de que una empleada se llevara la bandeja del desayuno, el teniente Bowles hizo su aparición. - ¿Ha dormido bien?
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- Mucho mejor de lo que esperaba. Una sonrisa de satisfacción se reflejó en el rostro del policía. - Tiene buen aspecto y eso me alegra, porque a partir de este momento empezará usted el aprendizaje para convertirse en otra persona. Victoria lo miró cavilosa, como si estuviera deseosa de dar el paso que el teniente le ofrecía, pero sin poder evitar el miedo a la incertidumbre cuando ellos la dejaran sola. - Mi trabajo con usted termina aquí -prosiguió el teniente Bowles-. Dentro de un rato le presentaré al agente Jeffer, perteneciente a nuestra Agencia Federal. Él será su maestro a partir de ahora. Jeffer es un buen policía, con mucha experiencia en este campo. Espero que ambos congenien y que tenga en cuenta todo, absolutamente todo -insistió solemne- lo que él le diga. - Pero yo creí que usted... - Cada uno de nosotros realiza su trabajo en un área diferente, y el mío debe continuar en otro lugar. No la olvidaré -afirmó con una cierta timidez- y estaré al tanto de sus progresos. Ha sido usted muy valiente y siempre le agradeceremos su colaboración. Buena suerte, señora... prefiero no nombrarla más por su anterior nombre dijo estrechándole la mano con afecto. Victoria lo miró agradecida, sin poder evitar que los ojos le brillaran emocionados. - Muchas gracias por todo, teniente Bowles. Jamás olvidaré la valiosa ayuda que me ha prestado. Yo también le deseo buena suerte. Unos golpes en la puerta les indicaron que el momento de su despedida definitiva había llegado. Un hombre de mediana edad, alto y robusto, con aspecto serio, saludó a Victoria. - La dejo en buenas manos -expresó Bowles con una sonrisa para darle confianza, antes de cerrar la puerta tras de sí. 78
El agente Jeffer la observó con admiración. "Además de valiente y decidida es guapa, ¡qué mezcla!" -pensó sorprendido. - Yo también quiero darle las gracias en nombre del Estado. Su ayuda ha sido de enorme importancia para la seguridad del pueblo americano. Lo que usted ha hecho se puede considerar como una gran proeza. Mi enhorabuena por su valor. En respuesta, Victoria le dedicó una lánguida sonrisa, agradeciendo sus cumplidos. Las sesiones de trabajo empezaron esa misma tarde. Se le concedió unas horas libres para que paseara por el jardín y se relajara, hasta conseguir la serenidad de ánimo necesaria como para enfrentarse a la nueva personalidad que ellos le iban a imponer. Victoria hizo lo que le sugirieron, notando mientras comía tranquilamente en la terraza, cómo la calma había vuelto a su espíritu. El agente Jeffer regresó temprano y tomó el café con Victoria, queriendo empezar la primera sesión de una forma más distendida. - Tiene usted que elegir un nuevo nombre y apellido. Por experiencia sabemos que las personas en su caso se acostumbran antes a su nueva identidad cuando eligen algún nombre familiar, un nombre que no les resulte completamente extraño -le advirtió el agente antes de que ella hiciera su elección. - Todos me conocen por Victoria, pero mi nombre completo es Victoria Eugenia Angelique. El tercer nombre le sonó francés al policía y la miró extrañado. Victoria le aclaró la duda inmediatamente. - Como sabe, soy española, y también toda mi familia, pero al ser mi abuelo diplomático, igual que ahora lo son mi padre y mi hermano, mi madre nació en Francia, estando mi abuelo destinado en París. Según he oído siempre, allí fueron muy felices, por ese 79
motivo eligieron uno francés como segundo nombre para su hija. Jeffer empezó a comprender-. A mí me pusieron los dos primeros nombres de mi abuela, pero mi madre quiso añadir también el segundo suyo. Victoria parecía divertida mientras relataba la historia de sus nombres. - ¿Lo entiende? - Perfectamente. - ¿Le parece entonces prudente que elija el nombre francés para mi nueva identidad? Me es un nombre muy familiar, me gusta y lo llevaría gustosa en honor a mi madre. - Siempre que para Alan Berthom resulte absolutamente desconocido -impuso el policía como condición. - Alan conocía los dos primeros, y sólo me llamaba Victoria. Digamos que... desgraciadamente, no tuvimos tiempo para intimar lo suficiente como para conocer íntegramente toda la vida del otro -añadió con tristeza en sus ojos. El agente Jeffer aceptó su elección. A la hora de elegir un apellido, Victoria hizo memoria, recordando varios de ellos. - Creo que me gusta Villanueva. Es uno de los apellidos de mi padre. El policía no lo discutió y escribió el nombre completo en una carpeta. - Respecto a su estado, mi sugerencia es que, habiendo estado casada, elija el de viuda. -Haciendo una pausa para tomar un sorbo de su taza de café, continuó-: es muy importante que se mentalice de que su vida a partir de ahora no será una mentira. Su conducta será simplemente un medio de supervivencia, una necesidad. Usted adoptará una nueva identidad y conocerá a gente que le hará preguntas de forma natural, sin sospechar ni por un segundo que usted no es quien dice ser -su expresión seria denotaba la 80
importancia de lo que estaba diciendo-. Si no lo hace creíble, sospecharán de usted, y eso puede ser muy peligroso. Victoria escuchaba atentamente, intentando captar con la mayor claridad todo lo que le explicaba el policía. - Trato de que comprenda, Angelique -dijo él por primera vez. A Victoria le sonó extraño y familiar a la vez, pero no tuvo ninguna duda de que se acostumbraría a ese nombre fácilmente- que tiene que recurrir a la mentira lo menos posible. Sería muy arriesgado en una persona que, como usted, no está acostumbrada a mentir. - Pero yo no soy viuda... - Lo sé, pero si dice que está divorciada, le preguntarán inocentemente por su marido -le aclaró el agente-. Hay que evitar en lo posible preguntas sobre su pasado. Si dice que es soltera, es peor. Cualquier alusión, de una forma inconsciente, naturalmente, a su marido, su suegra, o cualquier otro pariente político sería muy difícil de explicar. En cambio, si está viuda, temerán apenarla nombrándole a su marido. Lo que decía el policía era muy lógico. Jeffer le dio nuevos datos. Su difunto marido, también de nacionalidad española, había muerto hacía dos años en un accidente de tráfico. - Ahora viene otra difícil elección, Angelique. Debe pensar dónde desea vivir a partir de ahora. Usted es la que elige, por supuesto, pero yo le sugeriría que no fuera un estado o un país que frecuentaran los Berthom o amigos de ellos. Victoria ya había pensado en ello, aunque sin saber que podría elegir libremente. - Debido a la profesión de mi padre, he vivido en varios países. Uno de ellos fue Alemania, y que yo sepa, Alan Berthom no tiene negocios allí. Jamás le oí hablar de ese país europeo. El asombro del agente fue manifiesto.
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- Tengo varias razones para elegirlo. Una muy importante es que hablo perfectamente alemán. Una segunda razón de peso es que Alan jamás me ubicaría en un país frío, en el remoto caso de que llegara a sospechar algo. Sabe lo friolera que soy y conoce mi continuo anhelo por México y su clima. -El agente Jeffer la miraba interesado. Le agradaba la brillante agudeza de la dama-. Un tercer motivo para mi elección es que tengo entrañables recuerdos de cuando estuve allí y deseo volver, por lo menos durante un tiempo. El policía se levantó y dio un paseo por el salón para estirar las piernas. - Veo que lo ha pensado detenidamente. Muy bien, será como usted guste. Mañana le traeré la documentación sobre Alemania, y dentro de unos días tendrá preparados el pasaporte, el carnet de conducir y su título de licenciada en Matemáticas. Creo que por hoy ha sido suficiente. La veré mañana. Al día siguiente por la tarde, una mujer policía la acompañó a la clínica que se encontraba en el recinto. El doctor Wood la recibió amablemente. Era cirujano plástico, según le explicó, y tenía que ver las posibilidades de su cara para intentar cambiarle algún rasgo. - Normalmente no hay problemas. En su caso, sin embargo, cambiar la perfección de su rostro se me hace penoso -dijo el médico contemplándola con admiración. Victoria le dio las gracias, pero él no le prestó atención-. Aunque no suelo halagar a mis clientes, creo que es justo que usted sepa que es muy bella. -Mientras le estudiaba la nariz detenidamente, Victoria pensaba en lo extraño de su situación. "Ni yo misma me conoceré" -pensó con amarga ironía. - Le perfeccionaré la nariz -decidió el médico después de un exhaustivo examen-. Le haré solamente un ligero retoque. Será suficiente para que cambie un poco el aspecto de su rostro.
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Pasados quince días, cada vez que se miraba al espejo, Victoria creía no ser la misma mujer que había sido hasta entonces. Sus ojos color ámbar brillaban con la misma intensidad, pero después de la operación de nariz, la expresión de su cara había cambiado ligeramente. Estaba satisfecha con los resultados, y tampoco le desagradaba verse con su color original de pelo, un castaño claro que ella había cambiado por rubio unos años atrás. La peluquera le sugirió que se lo dejara largo y ella lo aceptó. El pelo corto le favorecía y había sido muy cómodo para ella, pero era conveniente un cambio de imagen, y a Victoria no se le ocurrió discutirlo. A primera hora de la mañana siguiente se quedó sorprendida al ver entrar en el salón a una camarera con un traje de novia en el brazo, acompañada de un fotógrafo. Ante su expresión de incredulidad, el fotógrafo sonrió y le explicó lo que iban a hacer. - Le haremos una foto vestida de novia -mientras hablaba, un ayudante colocaba en medio del salón un panel pintado de azul que servía como fondo, como si la foto se realizara en el estudio de un fotógrafo profesional-. Luego, en el laboratorio haremos una composición fotográfica en la que aparecerá usted con su supuesto marido el día de su boda. A Victoria le entraron ganas de reír. - Piensan ustedes en todo. - Tenemos que ser más listos que el enemigo, señora. Quizás nunca tenga que mostrar esta foto. Lo hacemos solamente como medida de precaución; por si alguien insiste y usted considera que es necesario en esos momentos demostrar que estuvo casada. Victoria lo miró divertida, haciendo un gesto afirmativo con la cabeza. Jamás creyó que volvería a vestirse de novia. Verse de nuevo de blanco, con el ramo de flores y el velo, le trajo a la memoria 83
recuerdos amargos. Había sido inocentemente feliz el día de su boda. Desgraciadamente, su mundo de ilusiones se derrumbó al conocer la traición de Alan, al percatarse, con toda la crudeza de la realidad, de su falta de escrúpulos. Sin ningún tipo de remordimientos, su novio la había conducido al matrimonio ocultándole la verdad sobre su vida y sus delictivas actividades. Acordándose de los consejos del agente Jeffer, erradicó los melancólicos pensamientos de su mente y se dispuso a obedecer las órdenes del fotógrafo. En la casa ya todos la llamaban Angelique y la trataban con simpatía. El horario de actividades que le imponía el agente Jeffer era muy estricto. No le importaba. Victoria prefería caer exhausta por las noches, antes que pasarse el día pensando temerosa en el futuro. Día a día, las sesiones con el agente Jeffer continuaban. Una y otra vez repasaban las lecciones acerca de su nueva identidad, sorprendiéndola con preguntas que ella tenía que contestar rápidamente. Aunque Victoria estudió y memorizó el expediente que el policía le entregó, se la obligaba a salidas rápidas, hasta que se acostumbrara a responder instintivamente. - Bien, Angelique -la alabó Jeffer, satisfecho, después de haber tratado de confundirla varias veces-; avanza muy deprisa, pero todavía no está lista para enfrentarse al mundo. - Eso me dicen también los profesores de defensa personal y los de tiro. - He hablado con ellos. Están muy contentos con sus progresos y con el interés que pone en aprender. De todos modos, tiene que tener paciencia: todo lleva su tiempo. Pese a que comprendemos que no está acostumbrada al ejercicio exhaustivo que le obligamos a realizar, es necesario. Digamos que es sólo una medida de prevención -intentó tranquilizarla el policía-.
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Normalmente, estos conocimientos que está adquiriendo aquí no tendrá que ponerlos en práctica. Victoria así lo esperaba. De todos modos, le daba una cierta tranquilidad saber que podría defenderse. La rutina diaria la fue atrapando, haciéndosele familiar el entorno y las personas que convivían con ella. Aquel lugar era un refugio para Victoria; allí se encontraba a salvo de los males del mundo. Todos la apreciaban y la trataban con deferencia. Se encontraba tan cómoda que no le importaba que su partida se demorara el tiempo que fuera necesario. No tenía ninguna prisa por enfrentarse a lo desconocido. Se estaba preparando para afrontar sola el futuro y pensaba hacerlo con valentía. Cada vez que la sombra de la incertidumbre planeaba sobre su cabeza, dejaba lo que estuviera haciendo y corría hacia el jardín. Allí, rodeada de las hermosas flores que la envolvían con su fresca fragancia, lograba erradicar de su mente los lúgubres pensamientos que a veces invalidaban el optimismo que ella se imponía con férrea voluntad. Las respuestas acerca de su marido difunto fueron dadas por Victoria de una forma clara y concisa. - No creo que nadie indague tanto, pero hay que estar preparados. El expediente sobre su familia también fue puesto sobre la mesa. Según constaba en los informes, su padre, ya jubilado, había sido uno de los trabajadores españoles que había emigrado a Alemania en su juventud. Ahora sus padres vivían en Madrid, aunque hacían continuos viajes con los grupos de la tercera edad. Su único hermano era marino y apenas se veían. Raramente se reunían todos. La ausencia de su familia del hogar de Madrid haría más verosímil que Victoria no los viera con frecuencia. Siempre podría poner como excusa un viaje de sus padres. Por otra parte, contar 85
con una familia también servía para que pudiera ausentarse del trabajo o del país sin levantar sospechas. - ¿Y qué hay de mi verdadera familia? Trato de no pensarlo, pero deben estar sufriendo mucho por mi muerte -preguntó Victoria con tristeza. - Es la parte más trágica de estas operaciones -coincidió el agente Jeffer-. Desgraciadamente, es un elemento esencial para la credibilidad del plan. Si Alan Berthom hubiera vislumbrado un atisbo de interpretación por parte de su familia a la hora de llorar su muerte, sus sospechas habrían sido inmediatas, y todo el plan se hubiera venido abajo, con el consiguiente peligro para su vida. La verdad de sus palabras era indiscutible. Aun así Victoria no podía dejar de sentir cada día con enorme angustia el terrible drama que estaría viviendo su familia. - Tiene que pasar más tiempo, Angelique. En cuanto estemos seguros de que usted está a salvo, podrá comunicarle a su familia la buena noticia. Una mañana, el agente Jeffer entró muy contento en el salón del apartamento de Victoria. - ¡Buenas noticias!, Angelique. Parece que una parte importante de la banda de los Berthom han sido encarcelados. El intercambio de droga sobre la que usted nos dio toda la información fue interceptada por la Policía -el policía estaba eufórico-. Ha sido un alijo enorme, uno de los mayores que se recuerda, además de mucho dinero en metálico y armas. Esto quiere decir que ha sido un gran descalabro económico y humano para los narcotraficantes que dirigían la operación. - ¿Y Alan? -preguntó la joven tímidamente. - Él no estaba en el punto de encuentro, así que nos ahorró el mal trago de tener que dejarlo escapar. Una promesa es deuda, Angelique, y nosotros le debíamos eso. 86
Después de tres meses de instrucción y sesiones de trabajo, Angelique Villanueva estaba preparada para iniciar una nueva vida. - Iremos primero a España. Es más seguro que llegue a Alemania desde su país natal y no se la relacione con América. El agente le habló del policía alemán con el que se pondrían en contacto. - El inspector Umbach será su enlace para cualquier cosa que necesite. A continuación desdobló el mapa de Alemania sobre la mesa y le señaló la ciudad de Düsseldorf, capital de la región de Rhin-Westfalia. - La Policía alemana considera que es un buen lugar para pasar desapercibido, teniendo en cuenta que tiene 600.000 habitantes y suficiente trabajo para los inmigrantes. -Jeffer le entregó varios libros y folletos sobre la región-. Cuando lleguemos, Umbach nos dará más información y nos aconsejará sobre el mejor trabajo para usted. Con todos los documentos en regla metidos en su bolso y una maleta como único equipaje, Victoria se despidió con cariño de todas las personas que la habían atendido. Algunas lágrimas rodaron por su mejilla al atravesar el jardín y volver una última mirada a la casa que había sido su hogar durante tres meses. Con un movimiento de la mano y una lánguida sonrisa les dijo adiós a los que salieron a despedirla. Una segunda etapa de su vida terminaba para Victoria, iniciándose en esos momentos la más enigmática, puesto que no tenía ni idea de lo que sería de ella de allí en adelante. Un cierto atisbo de esperanza brilló en sus bellos ojos, aunque ni siquiera sus deseos de libertad pudieron borrar la sombra de aprensión que nubló su rostro.
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ngelique y el agente Jeffer pasaron en Madrid un día. No era mucho tiempo, pero la joven española aprovechó cada hora y cada minuto para enseñarle al policía americano los lugares más importantes de la capital de España. Por la noche incluso salieron a tomar unas raciones por los mesones de la Plaza Mayor. Jeffer lo pasó muy bien. Se contagió de la alegría de Angelique por estar en su tierra y se olvidó un poco de los formalismos, dejando que su lado espontáneo y divertido saliera al exterior. Al día siguiente, cuando tomaron el avión hacia Alemania, el agente Jeffer volvió a convertirse en el hombre serio y cauto que había sido siempre. Angelique también había perdido la espontaneidad del día anterior, volviéndose sus movimientos y ademanes más rígidos a causa de la inquietud que sentía. Se había propuesto mostrarse serena y segura, mentalizarse de que su vida a partir de esos momentos sería distinta. La terapia psicológica la había empezado hacía tiempo, pero la voluntad era lo más importante. Ella misma había querido cambiar su situación y en una hora tendría que afrontar ese cambio.
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- Relájese -le aconsejó el policía, intuyendo lo que bullía en la mente de la joven-. Tome, lea una revista y vaya familiarizándose con la Alemania actual. Angelique le obedeció y cogió la que él le tendía. Evadida de sus sombríos pensamientos, Angelique perdió la noción del tiempo, sorprendiéndose cuando la azafata anunció que aterrizarían en unos minutos en el aeropuerto de Düsseldorf. - ¿Conoce la ciudad, agente? - No. Esta es la primera vez que vengo a Alemania, pero no debemos preocuparnos. Tendremos un buen guía en el inspector Umbach. El policía alemán, delgado, alto y con sagaces ojos azules, los estaba esperando al pie de la escalerilla del avión, al lado de un coche negro. Estrechó la mano del agente americano y a continuación se dirigió a Angelique. - Encantado de conocerla, señora. Por favor, entren en el coche. Después de las preguntas de rigor sobre el viaje, Umbach quiso informarse de las últimas novedades. - No hay nada importante que añadir a lo que ya le expliqué por teléfono -comenzó el agente Jeffer-. Aunque la operación contra los narcotraficantes fue un éxito, en ningún momento los Berthom han relacionado ese desastre financiero y humano con la anterior "muerte" de Angelique. El alemán esbozó una sonrisa de alivio. - Me alegro de que, por el momento, la señora Villanueva no corra ningún peligro. Aun así tomaremos medidas de precaución. El coche negro entró directamente en el garaje del hotel y se detuvo justo delante de la puerta que daba acceso a los ascensores.
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Angelique y los dos policías subieron hasta la suite que tenían reservada para ella. La habitación no era lujosa, pero lo suficientemente confortable como para vivir allí por un tiempo. Umbach y Jeffer inspeccionaron todo como dos sabuesos antes de salir. El alemán le sugirió que descansara ese día y procurara entretenerse con la televisión o la música. - Mañana vendremos a las nueve en punto y empezaremos a revisar las ofertas sobre los posibles trabajos que podrían interesarle... teniendo en cuenta las limitaciones a las que nos vemos obligados por el momento -le recordó el inspector. Angelique le sonrió agradecida y cerró la puerta tras ellos. Después de un largo baño de agua templada, se recostó sobre la cama y conectó la televisión. No le vendría mal enterarse de las noticias más relevantes del país. Cansada por el viaje y la tensión, la joven comenzó a relajarse. Empezando a sentir el sopor del sueño, Angelique apagó la televisión y se dispuso a dormir, no sin antes dedicar una serie de pensamientos optimistas hacia lo que le depararía el nuevo día. La reunión en la habitación comenzó a la hora convenida. Antes de entrar directamente en el tema del trabajo, el policía alemán le habló un poco de la Alemania actual. - Bastante diferente, por lo de la reunificación con la Alemania del este, de la que usted conocería de pequeña. Angelique afirmó con la cabeza, haciéndole a continuación una serie de preguntas. Umbach contestó gustoso a todas ellas con sinceridad. - Con su "curriculum" quizás encontrase un puesto en la Universidad, pero de momento no le recomiendo que se dedique al mismo trabajo que ejercía en Chicago. Ante el gesto interrogante de Angelique, el policía continuó.
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- Lo más probable es que no ocurra, pero en caso de que su marido sospechara algo y empezara a buscarla, lo lógico es que acudiera a las facultades de Ciencias de distintos lugares. Por regla general, los colegas de una profesión suelen conocerse, y sería nefasto que, inocentemente e ignorando por completo la magnitud de lo que podría suceder, sus propios compañeros la delataran añadió con expresión grave. Jeffer estaba completamente de acuerdo con el policía alemán. - El Inspector Umbach tiene razón, Angelique. No podemos descuidarnos. Hasta que pase un tiempo prudencial, ha de ser muy cauta y pensar en todas las posibilidades que pudieran poner en juego su vida. Angelique los escuchaba atentamente, asimilando con interés cada una de sus sugerencias. - ¿Y entonces qué me aconsejan? - En principio le interesa un trabajo en el que no tuviera relación con mucha gente. Es difícil que usted se encuentre aquí con amigos o conocidos, pero como dice el dicho: "el mundo es un pañuelo", y no podemos afrontar riesgos. Yo le sugiero que, temporalmente, trabaje como empleada en una casa, digamos que... como niñera, por ejemplo. La sorpresa hizo que Angelique abriera los ojos desmesuradamente. - ¿Niñera?, pero si yo apenas he tratado con niños en mi vida. Me encantan, eso es cierto, pero... - Ya sé que por... educación y estudios -el inspector Umbach se había aprendido de memoria cada detalle del expediente de Angelique. Sabía absolutamente todo acerca de su vida-, ese no es el puesto de trabajo más apropiado para usted, pero tras estudiar una y otra vez las mejores posibilidades, creo que lo más idóneo para usted ahora es "esconderse" en una buena casa, donde no se verá
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obligada a conectar con mucha gente. Además recibirá un trato familiar y afectivo que estoy seguro le vendrá bien. El sagaz policía alemán había dado en el clavo. Después de los años de congoja y desasosiego que había pasado al lado de Alan, lo que más necesitaba era el cariño de una familia, especialmente el amor desinteresado de los niños. Sólo su verdadera familia la haría feliz en esos momentos, pero a falta de ella, quizás una familia suplente pudiera aportarle el calor y la tranquilidad que ella tanto necesitaba. - ¿Alguna familia en concreto? El policía la miró aliviado, manifestándole con una sugerente sonrisa su admiración por su inteligencia. - Hemos estado investigando las ofertas en diferentes agencias de empleo y creemos que la más cómoda para usted es ésta -dijo tendiéndole una carpeta con varios folios escritos. Angelique le echó un vistazo. - ¿Por qué ésta en especial, inspector Umbach? - Por varias razones. La principal es que el padre de los niños es divorciado y trabaja mucho, lo que quiere decir que está todo el día fuera de casa y no tendrá tiempo para hacerle preguntas indiscretas. -Era una buena razón de peso, pensó Angelique-. Aunque... -carraspeó el policía con una cierta timidez antes de continuar- usted es muy bella y no es posible que pase desapercibida en ningún sitio, los ricos burgueses alemanes sólo piensan en cómo sacarle el mayor rendimiento posible a sus negocios. Si bien normalmente llevan una vida social activa, le aseguro que nunca con sus empleados. Angelique comprendió perfectamente lo que el inspector quería decir y sintió un gran alivio. - ¿Cuantos niños hay en la familia?
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- Dos: un niño de siete años y una niña de seis. La casa donde viven es grande y muy bonita, situada en una de las mejores zonas residenciales de Düsseldorf. Angelique continuó con las preguntas. - Me resulta curioso que los niños vivan con el padre en vez de con la madre, como es lo habitual. - Según nuestras investigaciones, a la madre de los niños Bernburg le aburría la vida familiar. Amigos desde la infancia, la pareja se casó por pura inercia, sin que entre ellos existieran grandes pasiones. Ambos jóvenes descubrieron muy pronto el error, con la diferencia de que el padre acogió con cariño la llegada de los hijos, mientras que la madre buscó nuevas diversiones lejos del hogar. Aun sin conocerlos, Angelique sintió pena por esos niños, que se estaban criando sin madre. - Maximilian Bernburg, Ingeniero Industrial, de 34 años, pertenece a una de las familias de industriales más renombradas de Düsseldorf... Al notar la sombra de aprensión en los bellos ojos color ámbar de Angelique, Jeffer intervino. - Comprendo que desconfíe de los millonarios, pero no los catalogue a todos por igual. - No, no, por supuesto que no, señora -la tranquilizó Umbach. Nuestras investigaciones han sido exhaustivas, y le aseguro que la honestidad de la familia Bernburg está fuera de toda duda. Sus empresas tienen un gran prestigio en Alemania desde hace generaciones, y sus productos, frenos de coches principalmente, se exportan a todo el mundo. Parecía que todo estaba en orden, pensó Angelique más tranquila. No estaba mal para empezar. Desde luego no era lo que ella había pensado, pero los dos policías tenían razón. En esas cuestiones ellos eran los expertos y lo más prudente era obedecerlos. - ¿Cuantos años lleva divorciado el señor Bernburg? 93
- Tres. - ¿Y durante todo ese tiempo no ha encontrado una buena niñera para sus hijos? - La actual ama de llaves se hizo cargo de ellos hasta hace poco, pero empieza a ser mayor, y la tarea de cuidar a dos críos se le hace ya muy pesada. -Haciendo una pausa para mirar la documentación que tenía entre las manos, el policía alemán prosiguió-: he de advertirle que el señor Bernburg ha sido muy exigente con las candidatas que se han presentado hasta ahora para el puesto de niñera; de hecho, de las diez a las que ha entrevistado últimamente, solamente a una le dio la oportunidad de que le "convenciera" de que podía ser una buena cuidadora de sus hijos. La tuvo en casa durante dos semanas, al cabo de las cuales la despidió. Angelique frunció el ceño. - ¿Es ese Bernburg un tipo raro o exige algo fuera de lo normal? Umbach se echó a reír. - Simplemente quiere lo mejor para sus hijos: una especie de "madre" para ellos, y, lógicamente, eso es muy difícil de encontrar. Ante tanta exigencia, Angelique hizo un gesto de impotencia con las manos. - No se desanime, Angelique -la alentó Jeffer-. Usted reúne todos los requisitos y muchos más de los que ese hombre exige. Pasará la prueba, y una vez que consiga el puesto, estará muy bien. El trabajo es cómodo, y estoy seguro de que le gustará. Angelique también creía que le haría mucho bien trabajar con niños. A sus dos sobrinos, de cuatro y dos años, hijos de su hermano José, los había visto muy poco. Tenía fotos de ellos y le gustaba imaginarse cómo estarían ahora. Sería feliz jugando con ellos y sacándolos de paseo, pero desgraciadamente... Se le hacía un nudo en la garganta cada vez que pensaba en su familia. Era injusto que sufrieran por ella, por un error cometido por ella. Se le rompía el 94
corazón al pensar en el drama que había provocado en su familia. Su único consuelo era mantener la esperanza de que algún día los recompensaría. Después de comer, el inspector Umbach le entregó la documentación que necesitaría para vivir en Alemania y también las cartas con las referencias de las supuestas familias para las que había trabajado como niñera: una en España y dos en Gran Bretaña. Todo estaba arreglado, aunque Angelique tendría que aprenderse bien la lección que el inspector le había explicado y escrito en varios folios. Al día siguiente, los policías acompañaron a Angelique hasta la puerta de la agencia de empleo. - No hay tiempo que perder -dijo el alemán con apremio. Al parecer, Angelique causó buena impresión en la empleada que la recibió, pues inmediatamente se puso en contacto con la casa de los Bernburg y le dieron cita para ese mismo sábado a las once de la mañana. Con una carta de la agencia en la mano, en la que figuraba su "curriculum", salió de la oficina, esbozando una ancha sonrisa de satisfacción. - Ahora queda lo peor -se lamentó ante los dos policías. Con amabilidad, la animaron efusivamente. Teniendo en cuenta que debían evitar que los vieran juntos, por la noche cenaron los tres en la habitación de Angelique. Aquella sería la última reunión que tendría con los policías. Jeffer volvería al día siguiente a Estados Unidos, y a Umbach no lo volvería a ver a no ser que fuera estrictamente necesario. Entre bromas y buenas recomendaciones, la velada resultó muy agradable. Era evidente que los dos hombres trataban de animar a la joven, quitándole importancia a lo que estaba por llegar. - Si usted se propone no olvidar quién es, nada fallará -le aconsejó Jeffer-. Lo que usted crea, eso es lo que los demás creerán. 95
Mentalícese de que no está engañando a nadie. Simplemente está tratando de defenderse -le decía muy serio-. Con el alijo que le quitamos a los narcotraficantes, hemos salvado vidas, y todo ha sido gracias a su valentía. Es justo que a cambio la protejamos, pero también ha de protegerse a sí misma. Por favor, vaya con cuidado y olvídese del pasado. Estas fueron las últimas recomendaciones del atento policía americano, la persona que había sido su único apoyo durante los últimos meses. - No lo olvidaré, agente Jeffer, y muchas gracias por todo -añadió, antes de acercarse a él y darle un beso emocionada. El inspector alemán reiteró las palabras del americano y le recordó lo que tenía que hacer en caso de que tuviera necesidad de ponerse en contacto con él. - Me gustaría enseñarle yo mismo nuestra bella ciudad, pero no es conveniente que la vean con un policía. Angelique también se despidió de él con afecto y le dio las gracias por todas sus atenciones. - El domingo la llamaré. Se sintió muy sola cuando los dos hombres abandonaron la habitación. No quería desmoronarse, pero estuvo a punto de correr hacia la cama y echarse a llorar. Amargos y melancólicos pensamientos acudieron a su mente, pugnando por adentrarse en su ánimo y destruir toda la fortaleza que había conseguido mantener durante esos meses. Con firme voluntad, Angelique no lo permitió. Había conseguido llegar hasta allí con mucho esfuerzo y tenía que seguir adelante.
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l taxi se detuvo delante de la gran puerta de hierro forjado que daba acceso a la casa de los Bernburg. El taxista identificó a la pasajera que llevaba a través del telefonillo y al momento la puerta comenzó a abrirse. Un camino muy bien pavimentado, con cuidados jardines a los lados, los llevó hasta la entrada principal. Acostumbrada a ver y a vivir en enormes casas, a Angelique no dejó de resultarle familiar la bella mansión que se erigía, blanca y altiva, delante de ella. Vestida con gusto aunque sobriamente, con un traje de chaqueta pantalón verde y blusa blanca, Angelique subió las escaleras que la llevarían hasta la puerta. Apenas acababa de llamar cuando ésta se abrió. Una empleada, pulcramente uniformada, la recibió con una cálida sonrisa. A Angelique le agradó su gesto y tampoco se le escapó la fugaz expresión de sorpresa al mirarla. - Buenos días, señorita. Pase por aquí, por favor. El señor Bernburg la recibirá enseguida. Atravesaron el bonito vestíbulo, del que partía una ancha escalera, y entraron directamente en un salón, elegantemente decorado. Una gran chimenea presidía la habitación, delante de la cual estaban colocados lo que parecían dos cómodos tresillos, uno
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enfrente del otro. Más cerca de la chimenea se encontraban también dos altos sillones, con apoya pies para disfrutar más directamente del calor, pensó Angelique haciendo conjeturas acerca de la confortable habitación. - ¿Señorita Villanueva? -preguntó una voz desde atrás. Angelique se volvió y miró al hombre que acababa de entrar en el salón. Muy apuesto, y como mandan los canones de la raza teutona: alto, rubio y con unos expresivos ojos azules. El señor Bernburg no quedó menos sorprendido, aunque supo disimular su sorpresa con bastante eficacia. Angelique sonrió y le extendió la mano. - Soy Angelique Villanueva. Aquí traigo la carpeta que me dio la agencia para que se la entregara, y estas son mis referencias -dijo, alargándole los dos sobres. - Maximilian Bernburg. Encantado de conocerla. El alemán los cogió, y después de pedirle que se sentara, echó una ojeada a la documentación. La agencia sólo le había informado de que el sábado le enviarían una nueva niñera para que la entrevistara, pero no le habían advertido sobre todo lo que estaba leyendo en los informes de la joven. - Siendo usted española, me sorprende que hable tan bien alemán. - Mi padre vino a trabajar a Alemania siendo muy joven. Estuvo muchos años aquí. Él me enseñó el idioma y cuando crecí me apuntó a unas clases. El señor Bernburg continuó leyendo sin prisas, lo que le dio a Angelique una excusa para contemplarlo disimuladamente. Sin duda era un hombre muy atractivo. Aunque vestido informalmente: con pantalones vaqueros y camisa más clara vaquera, tenía un aire de natural elegancia. Parecía un hombre serio, nada jovial, por lo menos en esos momentos, pero a ella no le importaba su físico ni su carácter; lo que le interesaba era conseguir el trabajo. Si al principio 98
le había chocado la idea de hacer de niñera de dos niños, ahora le apetecía, y tal como le habían aconsejado los dos policías, ese sería el mejor lugar para "ocultarse" por un tiempo. - Es usted muy joven para ser viuda. ¿Cómo murió su marido? -preguntó con curiosidad. - En un accidente de tráfico. - Lamentable -dijo más bien para sí mismo-. Ha estudiado idiomas, ha estado en Inglaterra y ahora aquí. ¿Cuanto tiempo piensa quedarse? Cada línea del informe empezaba a ser desmenuzada por el alemán. - Si bien creo que hablo bastante bien su idioma, deseo mejorar mi escritura y aprender algo de la historia y de la literatura de su país. De entrada estaré aquí unos dos años. Al alemán pareció gustarle su respuesta. No deseaba que sus hijos cambiaran de niñera cada mes; eso los desconcertaba. - Sus referencias son excelentes, por lo que puedo apreciar; espero que, si se queda con nosotros, se entienda igual de bien con mis hijos. Sus palabras la animaron, aunque no quiso hacerse ilusiones. - Me gustan mucho los niños. Siempre nos hemos llevado bien. - ¿Su familia vive en España? - Sí, sí -fue la escueta respuesta. Cerrando la carpeta de los informes, el señor Bernburg la dejó a un lado. - Bien, más tarde volveré a leerlos. Ahora deseo explicarle lo que se espera de usted, en caso de que durante los quince días de margen que le daré para que viva con nosotros, nos entendamos. Angelique lo escuchaba con atención, procurando no perder ninguna de sus palabras.
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- Como ya le habrán explicado en la agencia, mis hijos tienen siete y seis años. También sabrá que estoy divorciado desde hace tres años, lo que quiere decir que prácticamente se han criado sin madre. Bien es cierto que nunca les ha faltado el cariño -añadió con un cierto orgullo-, pero necesitan una mujer cercana a ellos, una persona que los atienda como lo haría una madre, o por lo menos lo más parecido a una madre. Era encomiable la voluntad del padre para que los hijos no carecieran del afecto maternal. No obstante, Angelique dudaba que una extraña pudiera ser una sustituta apropiada del amor y la ternura de una madre. - Deseo este puesto, señor Bernburg, por dos razones: porque me gustan los niños y porque necesito trabajar, pero lo que usted exige es muy difícil de lograr -le advirtió con sinceridad-. Para un niño, su madre es insustituible, y sus hijos, como la mayoría de los niños, suspirarán por ella. Yo sólo puedo prometerle que, aparte de cuidarlos correctamente, les entregaré mucho cariño y dedicación. A Bernburg le gustó su franqueza, pareciéndole muy lógica su respuesta. Lo que la señorita Villanueva no sabía era que sus hijos veían muy poco a su madre. Ella viajaba mucho, teniendo cada vez menos tiempo para ellos. - Con eso es suficiente. Se ocupará también de sus ropas. Estará al tanto de lo que necesitan y me lo dirá directamente. El sueldo que le ofreció era muy bueno, sobre todo si se tenía en cuenta que contaba con todos los gastos pagados. Tendría libres los domingos y el sábado por la tarde; también un mes de vacaciones al año. Durante los meses de colegio, excepto que los niños estuvieran en cama, ella podría disponer de unas horas por la mañana. Esa posibilidad le venía muy bien para sus planes, pues pasado un tiempo quería apuntarse en algún curso avanzado de literatura alemana.
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- Yo estoy fuera de casa durante todo el día, por ese motivo deseo que usted los espere en la parada del autobús, atienda sus deberes y cene con ellos. Si estoy yo a esa hora, lo cual procuro hacer siempre que puedo, también cenará con nosotros -le advirtió con suavidad-. Deseo que mis hijos sientan que están en un hogar y no solamente rodeados de empleados que son meros sustitutos de lo que tendría que ser una familia. Más claro el agua. El señor Bernburg sabía muy bien lo que quería y no pararía hasta conseguirlo, aunque para ello tuviera que encontrar lo que deseaba debajo de las piedras. En la agencia le habían tachado de exigente y no se habían equivocado. El padre alemán pagaba muy bien, pero quería un mirlo para sus hijos: niñera, madre y educadora. Si bien el señor Bernburg pedía mucho, ella lo intentaría hasta conseguir que los niños fueran felices y reconocieran que una persona se ocupaba realmente de ellos. - ¿Cuándo desea que empiece a trabajar? El señor Bernburg fue tajante. - Mañana. - Muy bien. Mañana a las diez estaré aquí. ¿Podría conocer ahora a los niños? El alemán afirmó con la cabeza y salió del salón. Al cabo de cinco minutos, apareció con dos críos de la mano. Tan rubios y guapos como su padre, los niños la sonrieron con timidez, acercándose muy despacio a Angelique con la mano extendida. - Yo soy Hans -le dijo el mayor. Angelique sonrió y le dio un beso. Birgit se acercó detrás de su hermano y ofreció directamente su cara para que Angelique la besara. - Nos ha dicho papá que te llamas Angelique y que no eres de aquí -comentó la niña, un poco menos tímida que su hermano-. ¿De dónde vienes? 101
La joven española rió divertida. - Soy de España, un país muy bonito que está en el sur de Europa. Algún día os enseñaré fotografías de él, ¿queréis? Los dos críos afirmaron con la cabeza. - ¿Y tú tienes niños? -preguntó Hans de pronto, ante la hilaridad de su padre. Angelique le acarició el pelo. - No, por ese motivo vengo a cuidaros a vosotros. Espero que nos hagamos amigos y nos divirtamos mucho juntos. - ¡Bieeeen! -gritó Birgit, entusiasmada-. ¿Quieres ver mis juguetes? - Me encantaría, pero... -contestó dubitativa. Dándose cuenta de la vacilación de la española, Maximilian Bernburg intervino. - Por favor, suba. Los dos niños la cogieron de la mano y los tres iniciaron el ascenso por la ancha escalera, mientras que unos ojos azules los seguían esperanzados. Esa misma noche, Angelique recibió en el hotel la llamada del inspector Umbach. - Ya sé que le dije que la llamaría mañana -empezó el policía disculpándose-, pero sentía curiosidad acerca de su entrevista. - Todo ha ido muy bien, por ahora. En principio, el señor Bernburg permite que trabaje en su casa durante quince días a modo de prueba; al cabo de los cuales decidirá si soy la persona idónea para niñera de sus hijos. - Creo que lo ha conseguido, Angelique -afirmó el inspector, contento-. En cuanto la conozca mejor no la dejará ir. La joven rió.
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- Es usted muy optimista y tiene una alta opinión de mí. Se lo agradezco, pero el señor Bernburg sabe muy bien lo que quiere y es todavía más serio y exigente de lo que yo creía. A pesar de todas las explicaciones de la joven, el policía alemán se sintió tranquilo después de colgar el teléfono, sabiendo con total seguridad que Angelique permanecería en la casa del poderoso Bernburg todo el tiempo que quisiera. A una mujer tan bella, tan dulce, y con una clase que saltaba a la vista, no la dejaría ir ningún hombre, y menos uno tan inteligente como el industrial Maximilian Bernburg. Al día siguiente, cuando entró en la casa, los dos niños la estaban esperando con ansiedad. Angelique era para ellos una novedad, y estaban decididos a pasarlo bien con la nueva niñera. - Buenos días, señorita Villanueva. - Buenos días, niños. Por favor, llamadme Angelique; es más corto, ¿no os parece? Los críos lanzaron una risita asintiendo. - Yo soy Britta, el ama de llaves -se presentó la señora que le había abierto la puerta el día anterior-. Espero que se quede con nosotros, señora -dijo con formalidad. Al parecer ya se había enterado de que ella era viuda-; a los niños les vendría muy bien una persona joven como usted. Angelique le dio las gracias y la siguió escaleras arriba, al tiempo que los dos críos se colgaban de su mano. Con alborotado entusiasmo le enseñaron sus dormitorios, pintados uno en azul y el otro en rosa, donde además de la amplia cama con un bonito edredón, había una pequeña librería y una mesa delante de la ventana. Aparte del color, eran los juguetes y el estampado de las cortinas y tapicerías los que marcaban la diferencia.
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Sin dejar de contarle cosas del colegio y de sus amigos, Hans y Birgit pasaban de habitación en habitación hasta que le mostraron toda la casa. Cuando Angelique creía que ya habían terminado, los dos niños la llevaron por un pasadizo lleno de plantas hasta una piscina climatizada. - ¡Vaya! ¡Qué suerte, disponer de una piscina en casa! Los niños rieron complacidos. - A papá le gusta mucho nadar y a nosotros también. - ¿Sabes nadar? -le preguntó Birgit mirándola con inocencia. - Sí, también aprendí cuando era pequeña. - ¡Estupendo, así podrá acompañarlos durante sus ejercicios! -contestó el señor Bernburg desde lejos, mientras se acercaba a ellos. - ¡Qué bien! ¿Podríamos bañarnos hoy? -preguntó Hans, dirigiéndose a Angelique. - Me temo que yo no puedo. Ignoraba que tuvierais una piscina tan estupenda y no me he traído bañador. -Al ver la desilusión que se reflejó en los bonitos ojos de los dos hermanos, Angelique les prometió comprarse uno cuanto antes. - Entonces nos bañaremos y echaremos carreras, ¿os parece bien? Los críos cambiaron la expresión con rapidez y rieron encantados. A la hora de la comida, los cuatro se sentaron en el comedor de diario que había al lado de la cocina. Con la presencia de los niños, la conversación no decayó en ningún momento, notando Angelique con satisfacción el cariño que existía entre el padre y los hijos. A pesar de la seriedad y la formalidad con la que trataba a Angelique, cosa que por otra parte no le resultaba nada extraño
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teniendo en cuenta que ella era tan sólo una empleada, Maximilian Bernburg era un padrazo con sus hijos. Mientras que su padre estuviera con ellos, la responsabilidad educativa sería sólo suya. Durante su ausencia, ella asumiría esa tarea. El primer día de trabajo había llegado. Angelique se levantó temprano, se duchó y arregló antes de despertar a los niños. Cuando estuvieron preparados bajaron al comedor. Allí se reunieron con el señor Bernburg, listo ya para el trabajo, vestido con traje y corbata. Britta les sirvió a los cuatro un espléndido desayuno. Con las pequeñas carteras a la espalda, los dos niños salieron de casa con su padre y se dirigieron hacia el coche, donde les estaba esperando el chófer para conducirlos hasta la parada del autobús. La casa se quedó silenciosa sin ellos. Angelique subió a su habitación y la arregló. Mas tarde, tal y como le había explicado Britta, una de las dos chicas de servicio subiría, pasaría la aspiradora y limpiaría el cuarto de baño. Sin saber qué hacer, pero sin atreverse a salir todavía por la ciudad, Angelique se dedicó a ordenar los cuartos de los niños y a supervisar la ropa que tenían. Por el momento, parecían disponer de suficientes prendas. De todas formas, teniendo en cuenta lo rápido que crecían los críos, tendría que estar bastante pendiente de esa cuestión. Una comida frugal fue lo único que le apeteció al mediodía. Después de comer dio un paseo por el jardín. Era un bonito día de finales de octubre y en Alemania había que aprovechar el tibio sol del otoño. Por la tarde salió de la casa con tiempo suficiente y recorrió despacio el corto trayecto hasta la parada del autobús. Los niños llegaron a la hora prevista, sintiendo Angelique una gran satisfacción al verlos contentos porque ella estaba esperándolos.
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De vuelta en casa jugó con ellos un rato, los ayudó a bañarse y se sentó con ellos mientras hacían los deberes. Cuando Britta los llamó, el señor Bernburg aún no había llegado. Esa noche cenaron los tres solos. Con los párpados medio caídos de sueño, Angelique los ayudó a subir la escalera y los acostó. Ambos le rogaron que les leyera un cuento y Angelique lo hizo encantada. A los dos les sucedió lo mismo. Antes de terminar ya se habían dormido. Arropándoles con cuidado mientras sonreía con ternura, Angelique apagó la luz y se dirigió a su habitación, sintiéndose muy satisfecha del primer día de trabajo con los Bernburg.
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a primera semana pasó rápidamente. Angelique estaba contenta con su trabajo, y los niños parecían muy a gusto con ella, pero no sabía qué pensaba el señor Bernburg. Manteniendo el mismo hermetismo que el primer día, el alemán se limitaba a saludarla con formalidad y a preguntarle acerca de las actividades de los niños. Tan sólo una noche cenó con ellos, lo cual aprovechó Angelique para contarle más despacio lo que los niños habían hecho a lo largo de los días de la semana. Bernburg pareció satisfecho, aunque en ningún momento hizo manifestaciones a favor de la labor de Angelique. Afortunadamente, no lo veía mucho. Su fría cordialidad refrenaba la natural espontaneidad de Angelique. Sin embargo, respecto a sus hijos, la joven reconocía con satisfacción que era un padre muy cariñoso, como si todos sus sentimientos afectivos los volcara única y exclusivamente en los dos pequeños. Ante esa tierna y natural imagen de un padre con sus hijos, Angelique se quitaba el sombrero, no teniendo para ella ninguna importancia el comportamiento más bien rígido y poco amigable del señor Bernburg hacia los demás.
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El problema para Angelique se suscitó cuando llegó el fin de semana. Deseaba salir y recorrer toda la ciudad. El inspector Umbach le había regalado un libro y ella había leído con avidez la historia de Düsseldorf. Las ganas de visitar los monumentos, de pasear por las calles y de contemplar todo sobre lo que había leído eran tremendas. También sabía que no debía precipitarse. Aun siendo bastante improbable que se encontrara en esa ciudad con alguien conocido, Angelique no quería desobedecer a los policías que habían velado por ella. Su única alternativa era quedarse en casa, y más concretamente en su habitación, pues deseaba que el señor Bernburg disfrutara de sus hijos en la intimidad, sin que estuviera ella por medio. El sábado por la tarde salió de la casa sin decir adónde iba. Lo único que se le ocurrió fue dar un largo paseo por la zona residencial donde vivían. Le gustó mucho el recorrido que hizo, pues pudo contemplar despacio las bonitas casas y los bellos jardines que había por allí. El domingo no madrugó. Cuando bajó a la cocina oyó que los niños y su padre estaban todavía desayunando. - ¿Le preparo algo, señora? -le preguntó Britta. - Por favor, llámeme Angelique. La mujer se lo agradeció y le ofreció una taza de café. La algarabía de los niños en la habitación de al lado la hizo sonreír. - Están muy contentos porque van a pasar el día en la casa de campo de unos amigos -le explicó el ama de llaves-. Hoy se reunirán allí muchos niños, y ya sabe lo que eso les divierte. A Angelique le pareció maravilloso. Siempre había oído que los niños sólo se divertían con niños. Era evidente que Hans y Birgit no echaban de menos a su madre ni sufrían por su ausencia. Angelique los había tratado poco, pero parecían unos niños felices. Conservaban en sus corazones mucho afecto para repartir, quizás el que no habían podido darle a su madre. Inocentemente se lo 108
ofrecían a las personas que como ella o el resto del servicio de la casa se lo retribuían en la misma medida. Su problema desapareció cuando todos se ausentaron de la casa. Los Bernburg salieron por la mañana, y un poco más tarde lo hizo Britta. - Espero que no le importe quedarse sola. Angelique tranquilizó a la buena mujer. - En absoluto. Dentro de un rato yo también saldré. Aunque no abandonó la casa en todo el día, no se aburrió. Por la mañana paseó durante un rato por el jardín y después de comer vio la televisión y leyó. Como ya anochecía temprano, los Bernburg no llegaron tarde. Todos venían muy cansados después del día de campo, sobre todo los niños. Britta ya estaba en casa, pero Angelique se ofreció para ayudarla, especialmente con el baño. Al verla en el comedor con sus hijos, Bernburg se sorprendió. - No tiene por qué hacer esto; hoy es su día libre. Pese a que no se mostró enfadado, Angelique notó que Maximilian Bernburg estaba acostumbrado a que todo se hiciera tal y como él lo había programado. - Lo sé, pero he vuelto temprano y no me importa echarle una mano a Britta. - Sí, sí, cena con nosotros, Angelique -corearon los dos críos. - De acuerdo; cenaremos juntos -les sonrió ella a su vez. Hans y Birgit le relataron todo lo que habían hecho durante el día, describiéndole con todo género de detalles las carreras en bicicleta que habían disputado con los otros niños y con los padres. - Yo tuve suerte. En una ocasión gané a papá -dijo Hans, orgulloso de su hazaña. - Es que yo me encontraba hoy un poco flojo -se justificó su padre con expresión divertida.
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Al finalizar la cena estaban rendidos, teniendo que ser ayudados por Angelique y su padre para poder llegar al dormitorio. Nada más acostarlos, Angelique salió discretamente de la habitación, dejando que el señor Bernburg les diera las buenas noches a solas. Maximilian Bernburg era uno de los más importantes representantes de la burguesía alemana. Rico, pero muy discreto, dedicaba su vida al trabajo, a la familia y a su círculo de amigos. Disfrutaba de todo lo bueno que el dinero podía ofrecer sin ostentación. Para un industrial alemán de la vieja escuela, hacer alarde de lo que se tenía, exhibiendo ostentosamente todo lo que se podía comprar con dinero, era una vulgaridad inaceptable en su sociedad. Esta educación se inculcaba insistentemente desde el nacimiento, marcando carácter en los hijos de estas familias. Como todos sus amigos, Maximilian Bernburg estudió en los mejores colegios de Alemania y en las más exclusivas universidades del mundo. Su formación era esencial para llevar la dirección de los grandes negocios familiares. Serio, honesto y muy trabajador, el joven Maximilian demostró su capacidad e inteligencia para aceptar la tarea que su padre, su abuelo y su bisabuelo habían asumido antes que él. A pesar de ser el único hijo varón de los tres hijos de Josef y Astrid Bernburg, su padre había deseado la misma preparación para los tres, con la esperanza de que los hermanos compartieran algún día la carga de tan importantes industrias. No había sido así. Su hermana Susanne, entusiasmada desde pequeña con el periodismo, había estudiado la carrera que le gustaba y trabajaba ahora para un periódico de Düsseldorf. Kristiane, por el contrario, se había decantado por la música, trabajando, junto con su marido, en una orquesta sinfónica.
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Los Bernburg eran una familia muy unida, siendo el fracaso del matrimonio de su hijo la única espina de los padres. Astrid Bernburg se sentía todavía un poco culpable del divorcio de su primogénito. Nunca hubiera obligado a un hijo a casarse con alguien, pero sí alentó el matrimonio entre Maximilian y Nina, la hija de unos amigos y a la que conocían desde pequeña. Los jóvenes se llevaban bien y parecían tener muchas cosas en común. Ambos se habían criado en el mismo ambiente y siempre habían salido en la misma pandilla. Por otra parte, Maximilian nunca había tenido interés en ninguna mujer en especial. Astrid Bernburg pensó que todas esas circunstancias, y el hecho de que ambos parecían ilusionados el uno con el otro, serían suficiente para formar un sólido matrimonio. Se equivocó por completo. Lo que ella había pensado, era cierto, pero faltaba lo más importante: el amor profundo y pasional que sienten las parejas enamoradas. Se alegró de que los niños se quedaran con su hijo, aunque también le apenaba que se criaran sin una madre. Si bien ya habían pasado tres años, Astrid no perdía la esperanza de que Max encontrara algún día el verdadero amor. Ella sabía muy bien lo maravilloso que era querer a otra persona. Seguía tan enamorada de su marido como el primer día, y no deseaba que Maximilian viviera sin las vibraciones que produce ese sentimiento. Durante la segunda semana en casa de los Bernburg, Angelique se esmeró todavía más que en la primera. Para ella no supuso ningún esfuerzo, pues le encantaba lo que hacía. Sin apenas notarlo jugaba y hablaba con los niños de la manera más natural. El señor Bernburg estaba poco en casa, pero Angelique se las arreglaba para darle su informe sobre los niños todos los días. Debido al trabajo, pocas veces se reunía con ellos para cenar, así que Angelique decidió hacerlo por la mañana durante el desayuno.
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El sábado por la tarde, Angelique volvió temprano de su paseo y se dirigió directamente a la cocina para tomar algo antes de retirarse a su habitación. Las voces le indicaron que los críos estaban cenando, pero no con su padre sino con Britta. Entró en el comedor y todos la recibieron encantados. - Hoy has venido pronto, Angelique. ¿Quieres cenar con nosotros? -le preguntó Hans. - Me sentaré con vosotros, pero sólo tomaré fruta. Los niños le contaron que habían ido a jugar al tenis con su padre y más tarde habían nadado en la piscina. - Él luego ha salido; seguro que con Lilian -añadió Hans encogiéndose de hombros. - Ese no es asunto tuyo, Hans -le reprendió Britta. - Pero ella es su última novia, ¿no? Esta tarde le llamó. Angelique y Britta se miraron, entendiendo divertidas que a los niños no se les podía ocultar nada: descubrían todo por instinto. - Bueno, dejémonos de conversación y vayamos a la cama. Seguro que estaréis cansadísimos después de la tarde de deportes que habéis tenido. Britta tenía razón; de hecho, Birgit empezaba a reclinar la cabeza sobre la mesa. Para alivio del ama de llaves, Angelique se encargó de los niños y los acostó. Al día siguiente, en cuanto oyó sus voces, Angelique se levantó y les dio el desayuno. Las veces que estaba el padre, los cuatro se mantenían sentados mientras Britta o alguna de las chicas les servía. Los días que él no estaba, Angelique ayudaba a la señora mayor. Cuando el señor Bernburg bajó, una hora más tarde, los niños corrieron hacia él y le abrazaron, no sin dejar de hacerle preguntas que, aunque inocentes, no dejaban de ser embarazosas.
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- ¿Estaremos hoy con Lilian también? ¿Vendrá ella aquí algún día? Azorado por la repentina pregunta, Bernburg no contestó. Tuvo que echar mano de toda su habilidad para desviar la conversación en otra dirección. Angelique se volvió para que el serio Bernburg no la viera reírse, aprovechando esos instantes para retirarse y desaparecer. El lunes por la noche, después de cenar, el señor Bernburg le hizo saber a Angelique que deseaba hablar con ella en la biblioteca. Nerviosa ante la idea de ser despedida, Angelique acostó a los niños con una cierta zozobra. Ya habían pasado los quince días de prueba, y lo que más la desconcertaba era que Bernburg no hubiera hablado ni a favor ni en contra de su labor. Ella había puesto todo su interés en realizar su trabajo lo mejor posible, pero no conocía al alemán ni sus reacciones. Esa ignorancia la llenaba de incertidumbre. - Pase, señora Villanueva -se oyó una voz desde dentro cuando Angelique golpeó suavemente la puerta. Sencillamente vestida y con temor de verse en la calle al día siguiente, Angelique se dirigió con paso firme hacia el lugar donde Bernburg estaba sentado, un cómodo sillón al lado de la chimenea. - Siéntese, por favor. Sin decir una palabra, Angelique obedeció y se sentó en el sillón de enfrente. Durante unos segundos, ninguno de los dos dijo nada, aunque Angelique se dio cuenta de que él la observaba detenidamente. - Le di dos semanas para que me demostrara sus habilidades como niñera, y he de decir en su favor que ha pasado usted la prueba brillantemente. El fulgor de alegría que se reflejó en sus bellos ojos ambarinos no le pasó desapercibido al arrogante alemán, regodeándose sin disimulo en esa bella mirada. 113
- Mis hijos están felices con usted, y eso es lo que más me importa. Ha sabido ganárselos con paciencia y ternura, y yo estoy muy satisfecho. Angelique sintió que se relajaba y sonrió. - Gracias, señor Bernburg. Sus hijos son encantadores; es fácil encariñarse con ellos. - Para mí lo son -continuó él con voz grave-, y usted ha sido la única que ha cumplido con los requisitos que yo exigía y aún más -añadió enigmáticamente-. El puesto es suyo, señora Villanueva, y espero que esté con nosotros mucho tiempo. - Yo también lo espero, señor Bernburg. Angelique hizo un gesto de triunfo cuando cerró la puerta tras sí. ¡Lo había conseguido! Se sentía satisfecha con el trabajo que había realizado y ella misma se sorprendía; al fin y al cabo lo que estaba haciendo ahora no tenía nada que ver con su profesión o su carrera. A pesar de que en otras circunstancias, ese empleo no lo hubiera considerado siquiera, para su situación actual, ese era el lugar más seguro. Estaba muy contenta, y se sentía muy a gusto al encontrarse cobijada en un hogar. Britta fue la primera en conocer la buena noticia. A pesar de la gran diferencia de edad, Angelique le había tomado mucho cariño al ama de llaves. Para su satisfacción, el afecto era mutuo. - ¡No sabes cuánto me alegro, Angelique! Tu presencia alegra a los niños. Será muy bueno para ellos que los dirija una persona educada y buena como tú. Sentándose a la mesa de la cocina, Angelique agradeció la taza de café que Britta le ofrecía. - El señor Bernburg es un buen hombre y adora a sus hijos, pero trabaja mucho y tiene poco tiempo para ellos. Por otro lado, aunque yo me encuentro muy bien, no puedo seguirlos en sus juegos infantiles ni ayudarlos con los deberes. La persona ideal eres tú, querida 114
-afirmó mientras ponía su mano sobre el brazo de Angelique-, y de eso se ha dado cuenta el señor Bernburg enseguida. "Lo cual ha sido una suerte" -pensó Angelique contenta. - Intuyo que tu presencia aquí va a ser buena para todos -sentenció Britta, dirigiéndola una mirada que Angelique no pudo descifrar.
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a Navidad se acercaba y Angelique empezó a sentirse melancólica. Aunque en ningún momento se había arrepentido de lo que había hecho, le resultaba muy duro vivir completamente desconectada de su familia, y más sabiendo lo que ellos estarían sufriendo por ella. Le costaba un gran esfuerzo reponerse de la nostalgia que sentía por los suyos, pero tenía que hacerlo por los niños. Tanto Hans como Birgit eran muy intuitivos, y no quería que comenzaran a formularle preguntas que ella aún no podía contestar. A pesar de su precaución, la curiosidad de los niños no pudo ser refrenada. - ¿Pasarás la Navidad con tu familia en España o con nosotros? -le preguntó una noche Hans con una expresión de ansiedad en sus bonitos ojos azules mientras cenaban los cuatro. - Tienes que quedarte, Angelique, lo pasarás muy bien intervino Birgit mirándola con su carita angelical. Bernburg guardó silencio, mirando a Angelique con ojos expectantes, como si le interesara realmente su respuesta. - A España iré en verano. Ahora me quedaré aquí... - ¡Bieeeen! -exclamaron ambos críos a la vez.
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- Pero... quizás me vaya unos días de vacaciones. Eso sí, lo haré solamente cuando vosotros no me necesitéis. Los dos niños entendieron que se quedaría, y eso era lo único que les importaba. Sin embargo, Bernburg comprendió perfectamente. Por algún motivo, Angelique deseaba irse en Navidad y eso le molestó. Le enervaba enfadarse por algo que no le concernía. Le irritaba no poder dominar sus propios sentimientos. Frío y controlado, Maximilian Bernburg había llevado siempre una vida responsable, de acuerdo con la educación que había recibido. Admirado por la sociedad en la que se movía y perseguido por las mujeres, él había contemplado siempre su relación con ellas de una forma más bien arrogante e indiferente. Convencido de que el amor no existía, puesto que él, con todos sus atributos, había sido incapaz de sentir ese noble y a la vez engañoso sentimiento del que tanto se hablaba, pensaba que la única emoción que se podía sentir por una mujer era una pasión instintiva y por tanto pasajera. A él le había ocurrido siempre, incluso con su esposa. Se había casado con ella porque eran amigos. Parecían comprenderse, y como el amor era una cuestión de la imaginación de los románticos, qué más daba una que otra. Su vida estaba resuelta y consideraba que los veintisiete años era una buena edad para empezar a tener hijos. Dio el paso..., pero no resultó. Ni siquiera con el matrimonio se incubaba el amor. El resultado fueron dos hijos maravillosos a los que adoraba, y en ellos volcó todo el amor que había sido siempre incapaz de sentir por una mujer. Ahora, su desconcierto era total. Hacía casi tres meses que Angelique Villanueva estaba en su casa, y a pesar de la distante formalidad de su relación, él había empezado a notar con verdadero asombro cómo su indiferencia del principio hacia ella había ido desapareciendo en su ánimo casi sin que se diera cuenta.
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No podía entender lo que le ocurría. Angelique era una desconocida. Una eficaz niñera, eso era cierto, pero nada más que una empleada suya, al fin y al cabo. Aun reconociendo que su belleza, y especialmente sus expresivos ojos color ámbar, eran fascinantes, él conocía a muchas mujeres igual o más bellas que ella que no le atraían en absoluto, a no ser para pasar un buen rato. El cúmulo de emociones que empezaba a sentir por primera vez le aturdía, le distraía y le preocupaba. ¿Qué era lo que le estaba sucediendo? No lo sabía. De lo que sí estaba seguro era de que el objetivo de no alargar la jornada para llegar a casa temprano y poder cenar con Angelique y los niños se estaba haciendo cada día más imperioso. ¡Era ridículo!, protestaba enfadado. Esa mujer era una extranjera, sin relaciones en Alemania y sin ningún don especial, excepto su belleza, que pudiera atraerlo. Sin embargo, había algo en ella, que no atinaba a comprender, que la alejaba mucho de una niñera corriente. Confundido, no podía evitar sentir un enorme deseo por verla cuando estaba fuera de casa, de charlar con ella, aunque sólo fueran conversaciones sobre los niños. Aun sabiendo que sus amigos y familiares no lo entenderían, Maximilian estaba experimentando unas sensaciones completamente desconocidas para él hasta ahora, que llenaban el vacío que siempre había existido en su corazón y que le hacían sentir una serie de ilusiones que antes jamás le habían conmovido. Bernburg ya no se mentía a sí mismo intentando esconder sus sentimientos. Su atracción por la española era un hecho. Desgraciadamente para él no se trataba de una simple atracción física, puesto que, aparte del deseo natural por Angelique al tratarse de una mujer muy guapa, lo que le ilusionaba a diario era verla y charlar con ella, aunque solamente fueran cuatro palabras. Saber que Angelique estaría en casa con sus hijos cuando él llegaba hacía que el pulso se le acelerara y el corazón le palpitara a más velocidad. Era 118
como una locura súbita, y Maximilian no sabía cómo ponerle remedio. - ¿Y a qué lugar iría de vacaciones? -preguntó con una cierta rigidez. Angelique adoptó una expresión cavilosa. - No lo sé, aún. Alemania es un país tan bonito que me da igual conocer un lugar u otro. - Nosotros iremos a esquiar, ¿verdad, papá? Bernburg intervino con rapidez, aprovechando la pregunta de su hijo. No estaba dispuesto a perder esa oportunidad. - Es cierto. Iremos a Garmish-Partenkirchen para pasar allí el fin de año. Venga con nosotros. A los niños les encantará mostrarle lo bien que esquian. A pesar de que Hans y Birgit intentaron convencerla con carantoñas, Angelique no se comprometió. Ella era una niñera que cumplía con su deber, pero de ninguna manera deseaba sentirse como una intrusa, entrometiéndose en la intimidad de la familia. La invitación del señor Bernburg parecía sincera. De hecho, últimamente se mostraba un poco más simpático con ella. No, no iría, no quería molestar. Por los niños, no lo negó taxativamente en esos momentos. Una tarde lluviosa, después de hacer los deberes, Angelique sugirió echar unas partidas de un juego educativo que a los niños les encantaba. A pesar de la oscuridad, aún era temprano; tenían tiempo para jugar un rato antes del baño. Birgit subió corriendo a su cuarto para buscar la caja. Cuando bajó se encontró a su abuela Astrid esperándola al pie de la escalera y con los brazos abiertos para recibirla. Birgit chilló de alegría y se lanzó a ella. - ¡Qué guapa estás, cariño! ¿Tenías ganas de verme?
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Hans observaba la escena riendo, mientras Angelique contemplaba con admiración la elegancia y la belleza de la madre del señor Bernburg. Sabía por Britta que iba de vez en cuando a ver a los niños. Solía hacerlo los fines de semana, por ese motivo nunca habían coincidido. - Usted debe ser Angelique, ¿verdad?, ¿o prefiere que la llame señora Villanueva? - Por favor, llámeme Angelique. - Gracias. Ese nombre tan bonito le viene mejor a su hermoso rostro. Angelique se quedó asombrada de la espontaneidad de la señora, nada que ver con el hermetismo de su hijo. Los niños jugaron durante un rato con su abuela y le relataron las últimas anécdotas del colegio. La señora Bernburg los escuchaba con atención, poniendo especial interés en abrazarlos y besarlos, como si al no tener a su madre con ellos, ella se sintiera en la obligación de darles el cariño que les faltaba por esa ausencia. Cuando llegó la hora del baño, Angelique lo sugirió con delicadeza. Los niños protestaron, pero su abuela los convenció con dulzura. - Cuando terminéis todavía estaré aquí y seguiremos hablando mientras cenáis, ¿de acuerdo? Contentos, los niños accedieron. Antes de que Angelique les diera la mano para subir, la señora Bernburg habló: - Angelique, me gustaría charlar contigo. ¿Podrías avisar a Britta para que acompañe a los niños durante un rato? El salón se quedó en silencio y las dos mujeres se sentaron frente a frente. - Son unos niños encantadores, ¿verdad? -afirmó la abuela con orgullo-. Gracias a mi hijo, y a pesar de las circunstancias, son felices. Ahora, según he oído, también gracias a ti.
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A Angelique le complacieron sus palabras. Lo que más deseaba era que Hans y Birgit tuvieran una vida normal y llena de cariño, a pesar de la ausencia de su madre. - Ellos se merecen toda mi dedicación y yo lo hago con mucho gusto. - Y con mucha naturalidad. Los niños están encantados y mi hijo está muy satisfecho con tu trabajo. Quizás Maximilian no te lo haya dicho, suele ser más bien parco a la hora de manifestar lo que piensa, pero yo lo sé. Por favor, no te tomes a mal su carácter si alguna vez se disgusta por algo -le advirtió la señora Bernburg con suavidad-. Está acostumbrado a mandar y a que todos los que dependen de él obedezcan sus órdenes, pero es muy inteligente y sabe muy bien lo que hace. Angelique asintió mientras en sus labios se dibujaba una sincera sonrisa. - No se preocupe. El señor Bernburg y yo nos respetamos mutuamente y él parece satisfecho con mi labor. De no ser así, estoy segura de que no estaría aquí. La señora Bernburg rió mientras la miraba con admiración. - Estás en lo cierto. Creo que en ti ha encontrado lo que buscaba. Para los niños eres un gran apoyo, y yo, como abuela, te doy las gracias por el cariño que les manifiestas. A Angelique le emocionó la sinceridad de la señora Bernburg. Había ido allí esa tarde para darle las gracias por lo bien que se portaba con sus nietos, pero especialmente, su intención había sido apelar a su paciencia por el carácter serio y más bien frío de su hijo. Angelique sabía cómo era el señor Bernburg, aunque no le afectaba directamente. Con ella era justo y respetuoso, y eso era lo único que le importaba. Su interés eran los niños, y con ellos no tenía ningún problema.
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Pocos días después, también tuvo ocasión de conocer al resto de la familia Bernburg. Un sábado, cuando volvió de su paseo, se encontró a los Bernburg charlando bulliciosamente en el salón. Su primera intención fue escabullirse escaleras arriba, pero los niños la vieron y se lanzaron hacia ella. Azorada, Angelique no tuvo otra opción. Arrastrada de la mano por los niños, entró en el salón, donde estaban todos reunidos. Los caballeros se levantaron y la saludaron cordialmente, así como las hermanas Bernburg, haciendo Maximilian las presentaciones. El brillo de placer que apareció en los ojos del alemán al verla no pasó desapercibido a su madre. Astrid tuvo que reconocer que jamás lo hubiera pensado. Transcurrido un rato, no tuvo duda de que la calidez e insistencia de las miradas de su hijo hacia la joven española, no eran casuales. Por el contrario, le pareció que la joven no le prestaba a él más atención que a los demás, lo que la hizo deducir que no había idilio, sino una atracción bastante evidente por parte de Max hacia Angelique. Desde luego no era de extrañar. La española era una mujer preciosa, de eso no había dudas, y a pesar de dedicarse a cuidar niños, sus modales eran exquisitos. También parecía sencilla, que en el fondo era lo que le gustaba a la mayoría de los hombres, con una naturalidad y dulzura que cautivaban. Lo que se dice una mezcla explosiva. ¿Estaría su hijo empezando a sentir lo que era tener corazón? Un brillo de esperanza apareció en los ojos de la señora Bernburg, aunque la sombra de la duda ante la actitud de Angelique oscureció ese fulgor. Deseaba que su hijo fuera feliz. También sabía que en el amor, nadie debía ser presionado. Angelique no aceptó la taza de café que le ofrecían, aludiendo sentirse cansada después del largo paseo. Subió a su habitación y se sentó en el sillón, aliviada de encontrarse por fin en la intimidad de su dormitorio. Le había agradado conocer a la familia Bernburg;
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eran gente muy agradable. Tarde o temprano sabía que tendría que conocerlos. Afortunadamente, le habían caído bien. En esos momentos lo que realmente le preocupaba era que el hombre con el que se había cruzado en varias ocasiones, mientras él corría y ella paseaba, se hubiera parado hoy con la clara intención de ligar. Angelique no tenía ninguna queja de él, al contrario, había sido muy educado y la conversación de lo más natural, pero al decirle que era juez y que encima vivía en esa misma zona residencial, Angelique había palidecido. ¡Un juez!, que reconocen una mentira a cien leguas de distancia, y ella... temblando. Era el colmo de la mala suerte. Por más que había evitado la conversación, él se las había arreglado para averiguar quién era ella y donde vivía. A continuación se había presentado: Otto Bergen. Después de un rato, casualmente, había salido a colación su profesión. A partir de ese momento, Angelique ya no escuchó, sólo recordó las palabras del agente Jeffer y del inspector Umbach cuando le advertían que no mintiera. -"Tiene una nueva identidad y a ella debe aferrarse. No mienta; eso podría provocar un gran caos en su mente y delatarse usted misma". Con gusto le hubiera dicho al juez alemán cualquier mentira para escabullirse y no verlo más, pero tuvo miedo de incumplir una de las reglas en la que los dos policías más habían insistido. Nerviosa y mientras daba vueltas por la habitación, Angelique decidió no volver a pasear por esa zona. Maximilian estaba en su despacho estudiando varios diseños sobre los nuevos modelos de automóviles que saldrían al mercado, cuando su secretaria le comunicó que la señorita Lilian Hellinck deseaba verlo. Levantó la vista de los planos, sorprendido. Lilian era una amiga con la que había salido varias veces en los últimos meses, pero 123
con la que no le unía nada más que una amistad más o menos intensa. Jamás la había invitado a ir a su despacho y menos a su casa. En una ocasión le había presentado a sus hijos, cuando habían coincidido en una fiesta campestre en casa de unos amigos. Paradójicamente, desde que Angelique había entrado en su vida, prácticamente no había vuelto a conectar con Lilian. Lilian hizo su entrada, majestuosa y bella, esbozando una sonrisa que no le daba alegría a su cara. - Ya que Mahoma no va a la montaña... Maximilian se levantó para recibirla. Con paso seguro se acercó hasta la mesa y le besó en la cara. - ¡Qué sorpresa, Lilian! - Pasaba por aquí y decidí subir para pedirte que comas conmigo. ¿Podrías? Max vaciló. Tenía mucho trabajo y sólo había pensado tomar un refrigerio, pero no quiso defraudarla. Al fin y al cabo no le llevaría tanto tiempo. - Creo que puedo disponer de una hora. Lilian le tomó del brazo y sonrió complacida. Sentados a la mesa de un restaurante cercano a la oficina de Max, ambos encargaron la comida. Lilian se sentía molesta con Max porque hacía tiempo que no la llamaba, y cada vez que ella le había telefoneado a él, Max había puesto excusas para no salir. Era una mujer lista y sabía que no tenía ningún derecho a reclamarle nada. Aun reconociendo que entre ellos no había habido promesas ni nada que se pareciera a una relación amorosa, Lilian se había ilusionado. Le gustaba mucho Maximilian Bernburg, y había decidido emplear la sutileza para intentarlo una vez más. - Trabajas demasiado, Max. ¿También los fines de semana? Lo digo porque como últimamente no te vemos... Habló en plural, refiriéndose a los amigos comunes. Le pareció menos directo. 124
- Los sábados y domingos los paso íntegramente con mis hijos. - Sí, ya lo sé, pero por la noche podrías acompañarnos a tomar una copa... - Digamos que he tenido una intensa vida familiar durante las últimas semanas. Lilian no terminaba de creerle. Si tuviera interés encontraría tiempo para estar con ella, como había pasado en las ocasiones que habían salido juntos. - Creí que yo te atraía un poco más -dijo Lilian con gesto divertido, como dando a entender que estaba bromeando. - Cualquier hombre medianamente normal se sentiría atraído por ti, Lilian. Me gustas, ya lo sabes, y eres una buena amiga, pero no estoy en condiciones de ofrecerte nada más que amistad. Aunque los dos lo pasamos bien las veces que salimos juntos, nunca nos hicimos promesas -terminó él con toda la crudeza de la verdad. Esa respuesta no la sorprendió. Maximilian Bernburg era un hombre muy franco y nunca haría nada que no quisiera. - Es cierto, Max, pero creí que nos daríamos más tiempo para conocernos mejor. Tú también me gustas mucho y tenía la esperanza de que nuestra relación terminara en algo más serio que una simple amistad -respondió descubriendo sus cartas. Max la miró azorado y le cogió la mano. - Lo siento, Lilian, pero por más que nos empeñemos, no podemos forzar las circunstancias ni... los sentimientos -afirmó casi sin pensar. Él mismo se sorprendió de sus palabras. Siempre tan práctico y cerebral, había expresado por primera vez, en una simple frase, lo que su corazón le había dictado. Lilian también se sorprendió al escucharlo. Aun habiéndose mostrado tierno y gentil con ella siempre que habían estado juntos, jamás le había hablado de sentimientos ni de nada que se le 125
pareciera. Ahora había apelado a ellos de una forma natural, y ella se preguntó ¿por qué? - Tienes razón, Max. El cariño en las parejas tiene que ser mutuo para que funcione la relación. Quizás me precipité al pensar que tú y yo podríamos llegar a un cierto grado de afectividad. Sentiría que no pudiera ser así. Quizás si nos tratáramos más... Lilian había lanzado la sugerencia. Esperaba que Max la aceptara. Max, en cambio, no lo sentía. Jamás se hubiera enamorado de Lilian; ella no era mujer para él. Su silencio la alentó a seguir hablando. - En este terreno eres muy cauto y lo comprendo en tus circunstancias -se refería claramente a su divorcio-. No tengo nada que reprocharte y espero que podamos seguir siendo amigos. - Por supuesto. Cuando se despidieron y Max se alejó hacia su oficina, Lilian experimento el desagradable presentimiento de que jamás tendría a Maximilian Bernburg. Enamorada de él desde que lo conoció, siempre tuvo la esperanza de que, con el tiempo, a él le ocurriera lo mismo. Al parecer, no había sido así. De todas formas, su comportamiento actual la intrigaba. Max había cambiado, aunque ignoraba a quién o a qué se debía ese cambio.
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A
ngelique tuvo la oportunidad de conocer a Nina Behrens unos días antes de Navidad. Una mañana mientras desayunaban, Max les anunció a sus hijos que su madre vendría a recogerlos el viernes después del colegio y que pasarían el fin de semana con ella. Los niños no encajaron muy bien la noticia, cosa que extrañó a la joven española. De todos modos, los pequeños procuraron disimular su desencanto. - ¡Pero eso es maravilloso, niños! -exclamó Angelique tratando de animarlos-. Mamá os contará anécdotas muy interesantes de sus viajes y os llevará a lugares que os gustarán. Estoy segura de que lo pasaréis muy bien. Ellos forzaron una sonrisa. Era evidente que no les complacía la idea de salirse de su rutina diaria para estar con su madre. Desde muy pequeños habían estado separados de ella y no le tenían mucho apego. "El roce hace el cariño", dice un refrán, y ellos solamente habían tenido ese roce con su padre y con los Bernburg en general. Su madre se preocupaba por ellos, de hecho llamaba muchas veces desde cualquier lugar que estuviera, pero la veían muy poco y la trataban aún menos.
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Su padre también les animó. Habló en favor de la madre, lo que a Angelique le pareció muy acertado, y les prometió unas vacaciones de Navidad muy divertidas con toda la familia Bernburg. El recuerdo de las próximas vacaciones les hizo sonreír, olvidándose o resignándose a la próxima salida de fin de semana con su madre. Nina Behrens resultó ser una mujer atractiva y elegante. Alta y rubia, sus bonitos ojos grises tenían una expresión amigable cuando conoció a Angelique. En las otras dos ocasiones en la que los niños se habían ido con ella, Angelique no había tenido oportunidad de conocerla. Se alegraba de hacerlo ahora. Suponía que la dama querría conversar acerca de sus hijos. No fue así, o al menos no todo lo que Angelique esperaba. Aunque con cordialidad, se limitó a darle las gracias por lo bien que se portaba con Hans y Birgit, según le había contado Max. El resto del escaso tiempo que estuvo en casa lo dedicó a saludar a Britta y a preguntarle a Max por su familia. Mientras charlaban, Angelique aprovechó para hacer el pequeño equipaje de los niños. No muy alegres, los dos críos le dieron la mano a su madre y salieron con ella de la casa. Max los acompañó hasta el coche, y Angelique se retiró a su habitación, pensando con tristeza en la situación de desapego que sufrían los niños con respecto a su madre. Era curioso y extraño a la vez que los dos sintieran tristeza cada vez que su madre insinuaba que iba a ir a verlos. Después de tres años de no convivir juntos, la distancia entre ellos era tan profunda que toda intención de encuentro por parte de Nina se hacía insoportable para ellos. A veces la vida era dura. Los niños Bernburg tuvieron que sufrir desde muy pequeños la ausencia de su madre. Sin embargo ella, Angelique Villanueva, habiendo tenido una infancia feliz y unos padres maravillosos, se encontraba también sola por un error cometido cuando tenía veinte años. 128
¿La injusticia de la vida, tarde o temprano, les llegaba a todos? Empezaba a creer que sí, aunque en el caso de Hans y Birgit había sido demasiado pronto. Bien era cierto que ellos casi no recordaban ese golpe: gozaban del amor de su padre y de todo el cariño de los que les rodeaban. Angelique les deseó de todo corazón que disfrutaran de esa felicidad durante toda su vida. Dispuesta a ducharse y a prepararse para pasar el resto de la velada en su cuarto, le sorprendió la llamada de Britta desde el otro lado de la puerta. Angelique abrió y le pidió que entrara. - El señor Bernburg desea que bajes; te está esperando para cenar. Angelique hizo un gesto de asombro. - ¿Para cenar?, pero si los niños no están... La señora mayor se encogió de hombros. - Me pareció que le sentaba mal cuando le dije que te habías retirado. No sé qué querrá, Angelique, pero debes bajar. La joven española siguió su consejo y se presentó en el comedor de diario, donde se encontraba Maximilian Bernburg sentado a la mesa con una expresión un tanto severa en su rostro. - ¿No tenías intención de cenar, Angelique? Por primera vez la llamaba por su nombre, cogiéndola desprevenida. Ella lo miró sorprendida, preguntándose a qué vendría ese cambio tan repentino. - No te molestará que te llame así, ¿verdad? Tras unos segundos de vacilación, Angelique contestó: - No; ese es mi nombre. Bernburg asintió con una inclinación de cabeza. - No has contestado a mi pregunta. -Haciendo un movimiento con la mano le indicó que se sentara. Britta les servía en esos momentos, así que esperó a que ella se retirara. - Más tarde pensaba subirme algo a mi habitación. 129
- ¿Por qué? El gesto serio con el que la miraba la tenía confundida. Que ella supiera no había hecho nada malo. No comprendía a qué venía su enfado. Angelique sabía que los hombres eran difíciles de entender; ahora estaba comprobando que los extranjeros aún más. - Bueno... como los niños no estaban... - Pero estoy yo, y no me gusta cenar solo. Espero que no lo olvides... - No sabía que una parte de mi trabajo consistiría en hacer de dama de compañía. -Se arrepintió nada más decirlo, sobre todo cuando vio el fulgor de ira que se reflejó en el azul de los ojos del alemán. Su indiferencia y el sarcasmo que había acompañado a sus palabras le dolió. A la vez le dio pie para aclarar de una vez quién era el que mandaba allí. Mientras se miraban se produjo una larga pausa, durante la cual Angelique se preparó para lo peor. - No exijo tanto, aunque sí me gustaría que recordaras que, estén mis hijos o no, espero verte sentada a esta mesa a la hora de cenar los días de trabajo. Era una orden, y Angelique sabía muy bien que no estaba en posición de desobedecer. Con su actitud lo había ofendido y ya no había marcha atrás. - Tendré en cuenta su deseo, señor Bernburg -contestó con una frialdad que lo irritó aún más. - Puedes llamarme Max. Ese es mi nombre y es más corto que "señor Bernburg"; además, si yo te tuteo tú tienes el mismo derecho. En esa cuestión, Angelique no cedió. Necesitaba un punto de apoyo para luchar contra la arrogancia del alemán, y le pareció que su negativa a su petición sería una buena forma de empezar a enseñarle los dientes, aunque con sutileza.
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- Gracias, pero teniendo en cuenta que usted es mi... jefe, digamos, le debo un respeto en las formas y en el nombre. Pese a que no se le escapó la beligerancia que expresaban los hermosos ojos de la española, Angelique tendría que aprender que él era un rival implacable. - ¿Deseas guardar las formas o las distancias? - Llámelo como quiera. Su altivez estaba llegando a un punto demasiado alto de provocación y el alemán no estaba acostumbrado a esos retos. - Deseo naturalidad y cordialidad en mi casa. Los que vivimos bajo este techo formamos una familia, y eso es lo que quiero que vean mis hijos cada día. - Sus hijos son muy felices actualmente. Quizás más familiaridad entre nosotros sería contraproducente. Soy partidaria de seguir unas mínimas reglas de trato y de comportamiento; que los niños vean que tanto usted como yo respetamos unas normas de convivencia. ¡Esto era el colmo! Esa arrogante mujer se atrevía a imponer sus reglas. - No sé por qué tenía la idea de que los españoles eran más cálidos -comentó con ironía-. Según estoy comprobando pareces más germana que latina. Angelique reconoció que su comportamiento estaba siendo muy rígido, pero su actual situación no le permitía ciertos lujos, como por ejemplo la calidez que el señor Bernburg esperaba de ella. Su seguridad se basaba en la prudencia y en la soledad. La amistad estaba descartada por ahora y, desgraciadamente, también la familiaridad con los que la rodeaban. - Me tomo mi trabajo muy en serio; eso es todo. - De eso soy testigo -coincidió él-. Eres encantadora y eficiente con los niños y ellos te adoran. No obstante, teniendo en
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cuenta que ambos nos interesamos por ellos y tenemos que hablar todos los días de sus asuntos, ¿no podrías ser un poco más flexible? Maximilian Bernburg quería un acercamiento entre ellos. El motivo de ese interés, que Angelique había ido notando gradualmente, lo desconocía, sin embargo empezaba a intuir que le causaría problemas. No conocía muy bien a los hombres, pero después de haber convivido con uno tan astuto y listo como su marido, estaba en condiciones de formarse una opinión bastante acertada acerca del género masculino. Su instinto le decía que se alejara de Bernburg lo más posible. - Creo que lo soy, señor Bernburg, y siempre que hablamos de los niños estamos de acuerdo. La verdad, no sé qué razones tiene para quejarse. Su tono fue suave y dócil. No adelantaría nada enfrentándose con él, y menos esa noche. Bernburg estaba de mal humor, y su actitud beligerante podría arrastrarla a cometer una imprudencia fatal. - No tengo quejas respecto a ti, Angelique -la táctica de la española había dado resultado. Bernburg también se suavizó-. Simplemente, me gustaría que tu actitud hacia mí fuera más natural, no tan... envarada y formal. Angelique comprendió y aceptó su sugerencia. - Así será, si usted lo desea. - ¿Podrías empezar por tutearme? -preguntó confiado. - ¡No! -la negativa fue contundente, aunque rectificó a tiempo, quiero decir... bueno..., le pediría que me concediera más tiempo... por favor. Bernburg la miró pensativo, con ojos penetrantes. Angelique no pudo adivinar lo que estaba pasando en esos momentos por su mente. - Muy bien. Espero que día a día vayas cogiendo más confianza y te muestres más espontánea. 132
Angelique sonrió agradecida. Parecía que el alemán se había relajado un poco. - Por cierto... -continuó Bernburg como de una forma casual-, quería hablarte de las próximas vacaciones de Navidad. Nos gustaría que te reunieras con todos nosotros en casa de mis padres. A los niños les haría mucha ilusión. Angelique se lo agradeció, pero tenía otros planes. No estaba dispuesta a entrometerse en la vida familiar de los Bernburg. Tenía que acostumbrarse a la soledad cuando no estaba trabajando, y Maximilian Bernburg tendría que respetar su independencia. Haría un viaje, quizás a Bonn o a Berlín. El sitio era lo de menos. Si no estaba con su familia no le hacían ilusión las fiestas navideñas. Ellos estaban en su corazón, y eso era lo único que le importaba en esos días. En el rostro de Bernburg se dibujó una mueca severa, como si su negativa le hubiera ofendido hondamente. Angelique lo observó recelosa. No quería disgustar a nadie, y menos al hombre que le había dado un empleo y le pagaba tan bien. Desafortunadamente, su situación no le permitía mucho margen de libertad. - ¿Viajar?, ¿justo en Nochebuena? - Sí, ya lo tengo planeado. Bernburg la contempló con aire reflexivo. Tras unos segundos de silencio, adoptó una resolución. - Bien, parece que todo está arreglado, entonces. Disfrutarás de esos días de vacaciones que tú has elegido, pero en Nochevieja no podrás estar libre. Angelique le miró extrañada. - ¿No?, pensé que se iban a la nieve durante unos días... - Y nos vamos -se adelantó Bernburg antes de que Angelique terminara de hablar-, pero tú tendrás que venir con nosotros; te necesito. 133
Ante esa aseveración no había nada que discutir. Angelique sabía que tenía derecho a treinta días de vacaciones, repartidos durante todo el año y cuando los Bernburg no la necesitaran. - ¿Sabes esquiar? - Un poco. - Mejor, pues los ratos que los niños no estén con los monitores podremos esquiar todos juntos. Hans y Birgit disfrutan mucho. Estoy seguro de que les encantará que nos acompañes afirmó con una sinceridad que la halagó. - Yo también lo pasaré muy bien con ellos. El sábado por la mañana, al no estar los niños, Angelique no sabía qué hacer, por lo que decidió aceptar la oferta de Britta de salir con ella de compras. Se levantó más tarde de lo normal. A pesar de bajar a desayunar a las diez, Bernburg aún no se había ido. Normalmente, los sábados iba a jugar al tenis por la mañana y cuando volvía jugaba con los niños y nadaban juntos. Ese sábado Maximilian Bernburg había esperado para desayunar con Angelique. Ella no lo sabía; pensó que había sido una coincidencia. Se saludaron educadamente. Después de la discusión de la noche anterior, Angelique se mostró un poco retraída. - ¿Piensas hacer hoy algo en especial? -preguntó Bernburg esperanzado. - Iré con Britta a mirar tiendas. He de comprar algunas cosas. Bernburg sufrió una desilusión. A pesar de la distancia que Angelique pretendía guardar, él no estaba dispuesto a permitírselo. Esa mañana, si ella no hubiera tenido planes, la habría invitado a jugar al tenis con él. Aun anhelando intensamente estar con ella, no quería forzarla tan pronto. De todas maneras, no cedería tan fácilmente. - El chófer os puede llevar a la ciudad. - No será necesario, gracias.
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Britta entró en esos momentos y comenzó a recoger la mesa. Angelique aprovechó la aparición del ama de llaves para escabullirse del comedor. Cuando bajó al vestíbulo, Britta ya la estaba esperando. Ambas mujeres salieron charlando amigablemente y se encaminaron hacia la parada del autobús. Angelique ahorraba todo lo que podía. Por el momento, se encontraba completamente sola en el mundo y su subsistencia dependía de ella misma. Ahora tenía un trabajo bien remunerado, pero no sería eterno. Si algún día lo perdía quería tener el suficiente dinero como para poder vivir sin angustiarse hasta que encontrara un nuevo empleo. Era una decisión adoptada y llevada a la práctica; eso no impedía que hubiera apartado unos marcos con el fin de ampliar un poco su vestuario. El Servicio Secreto americano había corrido con todos sus gastos desde que decidió abandonar a su marido. Cuando Jeffer la dejó en manos de su colega alemán, le entregó dinero suficiente para mantenerse hasta que encontrara trabajo. Angelique lo guardó casi todo y ahora había llegado el momento de gastar una parte en cosas útiles. Hacía mucho frío, como correspondía a un día de diciembre, pero todavía no había nevado. Las calles tenían mucho movimiento, sobre todo a medida que se fueron acercando al centro. Angelique iba a ciegas. Prácticamente, no conocía nada de Düsseldorf, y le resultaba muy grato tener como guía a una persona tan agradable como Britta. Ambas mujeres se habían caído bien desde el principio, erigiéndose la señora alemana en maternal consejera de la joven española. - Te enseñaré el paseo de Königsallee, donde se encuentran las mejores tiendas de la ciudad. Allí podrás comprar todo lo que quieras. - ¿Son muy caras? 135
- La mayoría lo son, pero también las hay con precios asequibles. Si quieres, podemos echar un vistazo a los grandes almacenes. Angelique la miró agradecida. - Me encantaría, pero no quisiera cansarla. Britta la tranquilizó con un gesto complaciente. - Estoy acostumbrada a la actividad; no me agoto fácilmente. Efectivamente, El "Kö", como se le llamaba normalmente, era una zona fascinante de tiendas donde uno podía comprar los artículos más variados y de la mejor calidad. - En verano hay todavía mucho más vida que ahora. Las aceras se llenan de mesas al aire libre, donde la gente se sienta a descansar y a tomar algo después de un ajetreado día de compras -le explicó Britta con orgullo-. Toda la calle se convierte en un gran escaparate viviente por el que pasa multitud de gente. Te aseguro que es muy entretenido observar a los viandantes desde uno de esos cafés. Entraron en algunas tiendas, donde Angelique adquirió varias prendas. En los grandes almacenes compró el equipo de esquí, solamente lo que consideró imprescindible. El resto ya lo alquilaría en la estación. Finalmente, terminaron en la Galería "Kö", un elegante edificio construido en mármol y cobre donde se pueden encontrar tiendas, restaurantes y cafeterías de primera calidad. - La invito a un aperitivo, Britta. Sentémonos un rato para descansar las piernas. - Sí, mi edad ya no me permite estos excesos, aunque he de reconocer que me sigue encantando salir de compras -afirmó sonriendo-. No podemos demorarnos mucho; el señor Bernburg come hoy en casa y he de servirle la mesa. Angelique la miró extrañada. - ¿Pero no tienes ningún día libre? 136
- Los Bernburg son mi familia. Trabajo para ellos desde hace muchos años y todos nos queremos mucho. Yo sé cuál es mi lugar; a cambio ellos me dan la libertad que deseo. Como habrás podido apreciar, salgo cuando quiero, y tengo la suerte de gozar de toda la confianza del señor Bernburg. Angelique ya había notado el enorme cariño que todos le dedicaban a Britta, y también la devoción que ella les tenía. Desde luego era una buena mujer y se merecía el respeto de cualquiera, siendo ella la primera en admirarla profundamente. - Britta, usted conoce muy bien a la familia Bernburg y sus costumbres. ¿Podría darme una idea sobre el trabajo que tendré que realizar durante las vacaciones de la familia en la nieve? Teniendo en cuenta que usted ha sido durante mucho tiempo la niñera de Hans y Birgit, los habrá acompañado en sus viajes preguntó con una cierta reserva, sabiendo de antemano que la prudente mujer jamás le comentaría ninguna confidencia que ella considerara indiscreta. Britta la miró un poco desconcertada. - ¿Te ha pedido el señor Bernburg que los acompañes? - Sí; lo hizo ayer. Pese a que me sorprendió mucho su petición, comprendo que alguien debe ocuparse de los niños. Britta la miraba pensativa. - Yo nunca los acompañé. Cuando los niños eran muy pequeños yo me quedaba en casa con ellos cuando los señores iban a esquiar. Las otras niñeras que pasaron por casa no fueron de su agrado, así que no me extraña que no les pidiera que los acompañara. Tú serás la primera que irá con ellos; supongo que él mismo te explicará claramente lo que se espera de ti. Al parecer seguiría con la duda por el momento. No importaba: estar con los niños le encantaba, y esquiar con ellos sería sumamente divertido.
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- Lo pasarás muy bien, ya lo verás -continuó Britta-. El señor Bernburg es un buen patrón y no te exigirá demasiado. Normalmente, se reúnen en la nieve toda la familia para celebrar juntos la Nochevieja. Debe ser divertido -agregó Britta para animarla. Britta miró el reloj y se levantó con prontitud. - Es hora de volver. - Yo iré más tarde -le informó Angelique mientras sacaba el monedero del bolso para pagar-. Aprovecharé que hace un buen día para conocer un poco más la ciudad. Acompañó a Britta hasta la parada del autobús, y después de mirar la guía que llevaba en la mano, encaminó sus pasos hacia el lugar de donde salían los autobuses que hacían un recorrido turístico por toda la ciudad. Angelique tenía la intención de recorrer cada rincón de Düsseldorf, pero primero quería conocer la extensión de la ciudad y sus monumentos principales. Con las gafas de sol y el pelo suelto, ligeramente caído a propósito sobre la cara, compró el billete y se dispuso a iniciar la excursión que había estado demorando durante tres meses. Sabía muy bien que siempre cabía la posibilidad de ser reconocida por alguien de España o de Estados Unidos, que sería mucho peor, pero estaba harta de estar encerrada. Sus únicas salidas habían sido los paseos por la zona donde vivían. Desde su encuentro con el juez Bergen, los había suspendido, lo que había reducido enormemente su capacidad de movimiento. La suerte estaba echada. Angelique había adoptado una decisión en un momento determinado y procuraba tomar todas las precauciones posibles, siguiendo los consejos que le habían dado los policías. No estaba dispuesta a permanecer encerrada toda su vida. Había que ser optimista y no pensar en lo peor. Por el momento, sabía que no era aconsejable intimar con nadie y no lo haría; tampoco tenía intención de vivir siempre asustada. 138
Maximilian Bernburg se sintió decepcionado cuando Britta le informó que Angelique no volvería hasta la noche. Había pensado comer con ella y luego invitarla a dar un paseo. ¡Su pretensión era completamente absurda!, pensó con enojo. Él era un hombre rico, inteligente y cauto. Tenía 34 años, un matrimonio fracasado a sus espaldas y dos hijos maravillosos. En general sus amistades femeninas no se cortaban a la hora de pedirle una cita. Se podía decir sin miedo a equivocarse que, aparentemente, lo tenía todo, y sin embargo siempre había sentido un gran vacío en su vida. Hasta hacía poco había vivido convencido de que el amor no existía. Después de convivir durante tres meses con Angelique Villanueva, una dulce belleza española, su corazón había empezado a cobrar vida. En él había nacido un anhelo y una ilusión en las que no creía. Ahora se sentía dominado por unas sensaciones que siempre le habían sido desconocidas hasta ese momento. Su situación le parecía ridícula e infantil. Angelique era la niñera de sus hijos, extranjera, hija de emigrantes. Ambos pertenecían a distintos ambientes, y aparentemente, no tenían nada en común; sin embargo, a Maximilian le encantaba verla jugar con sus hijos, reír con ellos y hacerlos felices. Ya no se molestaba en ocultarse a sí mismo que lo que más le gustaba de todo era disfrutar de su compañía. Su frío razonamiento germano se rebelaba contra este hecho. No obstante, para su propio desasosiego, sus sentimientos no eran tan fríos. Max sabía lo cariñosa que Angelique podía llegar a ser porque veía continuamente el afecto que le demostraba a sus hijos. Por ese motivo le disgustaba tanto su frialdad hacia él. Comprendía que no se hubiera lanzado en sus brazos al segundo día de conocerse. Tampoco le hubiera gustado esa muestra de frivolidad y falta de formalidad, pero de ahí a esquivarlo continuamente y a no dirigirle jamás una palabra afectiva, iba un abismo. 139
¿Quizás Angelique veía más claramente que él la distancia que los separaba y se mantenía apartada de su camino?, ¿o es que aún no había olvidado a su marido y no reparaba en ningún otro hombre?, ¿o sería que él no le gustaba en absoluto? Max se hacía muchas preguntas con relación a Angelique. Para ninguna de ellas tenía respuestas. Angelique Villanueva, la guapa española que había despertado en él desconocidos sentimientos, era un enigma. Para el carácter obstinado y tenaz de Maximilian Bernburg esto significaba un reto. También era muy consciente de que tendría que enfrentarse a ese desafío con mucha precaución. No hubiera podido responder por qué, pero su gran instinto, que tan buenos resultados le daba en los negocios, le gritaba que se mostrara prudente cuando iniciara el asedio en serio al baluarte que ocupaba tan bella dama.
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os niños ya tenían vacaciones. Estaban exultantes, esperando los múltiples festejos que se organizaban durante esos días. El más importante para ellos, el día de la llegada de San Nicolás, el seis de diciembre, ya había pasado. Ambos habían recibido muchos regalos, y estaban deseando jugar con ellos a todas horas. Angelique les había comprado ya los suyos, pero no se los entregaría hasta el 6 de enero, día de la festividad de los Reyes Magos. Ella ya les había explicado que a los niños españoles les traían los regalos los tres Reyes Magos, y como ella era española, no llegarían los regalos pedidos a su habitación hasta ese día. Los Bernburg eran católicos; Hans y Birgit conocían muy bien la historia de Jesús, pero se quedaron sorprendidos de que San Nicolás no pasara por España. - Un año os llevaré a mi país para que podáis ver la bonita cabalgata de los Reyes Magos. Grandes carros llenos de regalos y llevados por pajes preceden a los camellos de Melchor, Gaspar y Baltasar -les explicaba-. Todos los niños salen a la calle a recibirlos y les vuelven a hacer sus peticiones. Ellos los saludan con cariño y les lanzan caramelos, como una especie de anticipo de lo que vendrá después.
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La cara maravillada de los niños Bernburg al escuchar todos los relatos que ella les contaba, la llenaba de satisfacción y de ternura. Hans y Birgit habían tenido los mejores regalos, sin embargo lo que más les complacía era saber que también contaban con el cariño de su padre y de toda la familia. En varias ocasiones habían tratado de convencerla de que pasara la Nochebuena con ellos. A Angelique le resultaba difícil resistirse a la sincera petición de los niños. Finalmente logró convencerlos de que ese año no podía. Les prometió que estaría con ellos en Nochevieja. Ambos chillaron alborozados, disfrutando de antemano los magníficos momentos que pasarían todos juntos esquiando. Salieron de casa para dirigirse al parque. Sólo habían andado un corto trecho cuando Otto Bergen apareció de pronto y se acercó a ellos. Iba con chandal, listo para correr los kilómetros que recorría diariamente. - No parece fácil localizarte. No sé si te han dicho que te he llamado dos veces. Britta la había informado de esas llamadas, pero ella no las había tenido en cuenta, y menos aún el número de teléfono que el juez había dejado. Aunque Otto le caía bien, no entraba en sus planes salir con nadie. Angelique sabía el peligro que correría su secreto si él llegaba a sospechar algo. Desde luego no estaba en su ánimo ofenderlo, pero tenía que quitárselo de encima cuanto antes. - Sí, me dieron tus mensajes. - ¿Y? Angelique miró a los niños, azorada de que estuvieran escuchando la conversación. - Bueno... no pensaba llamarte -contestó sin rodeos. - Eso es evidente -dijo el joven molesto-, por ese motivo he esperado el momento idóneo para abordarte.
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Angelique dirigió sus ojos hacia los niños de nuevo, viendo con asombro cómo ellos escuchaban, atentos, lo que estaban hablando. - Te ruego que me perdones, Otto, pero en estos momentos estoy trabajando y no puedo hablar contigo... - Os acompañaré hasta el parque, que es adonde supongo que os dirigís, ¿a que sí, niños? A partir de esos momentos se los supo ganar con mucha habilidad, jugando con Hans al balón y comentándole con toda serie de detalles las últimas puntuaciones de los equipos de hockey, juego al que los alemanes eran tan aficionados. Extasiado, Hans escuchó con deleite las anécdotas sobre los jugadores. Después de un rato, los niños se pusieron a jugar por su cuenta, dejando a Otto libre para hablar con Angelique. - Me gustaría invitarte un día a cenar, Angelique. Dejo que tú elijas el día, pero, por favor, acepta. Deseaba conocerla. Sus encuentros habían sido siempre casuales, hasta que un día al cruzarse decidió detenerse y hablarla. Él se había fijado en ella el primer día, pero no le dio importancia, pensando que sería una de tantas caras bonitas con las que se cruzaba diariamente. Al coincidir en otras ocasiones mientras él corría, se sorprendió a sí mismo pensando en esa chica. A partir de ese momento salía con la esperanza de verla. Tras su breve conversación había intentado verla de nuevo, pero todos sus intentos habían sido inútiles. Divorciado y sin hijos, Otto Bergen era un hombre dedicado a su trabajo y al deporte. Salía con frecuencia con sus amigos, teniendo alguna que otra aventura de vez en cuando. Ahora deseaba estabilizarse sentimentalmente. A pesar de saber que eso era difícil hoy en día, no perdía la esperanza de empezar una nueva vida con una mujer a la que quisiera.
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Aun siendo consciente de que Angelique era tan sólo una niñera extranjera, a él le gustaba. No solamente era su belleza lo que lo atraía, sino su educación y femineidad. A pesar de que habían hablado muy poco y no la conocía bien, le agradaban sus modales y su conversación. Estaba decidido a tratarla más, aunque le disgustaba bastante la forma en la que ella lo esquivaba. Angelique simuló asombrarse. - ¿A cenar? Me sorprendes, Otto. Estoy segura de que tendrás amigas que estarían encantadas de salir contigo y que se preguntarían qué hacía un personaje de tu categoría invitando a salir a una simple niñera como yo. Al juez no le gustaron sus palabras. - ¿Te burlas o realmente piensas lo que dices? Esa pregunta convenció a Angelique de que tenía que andarse con mucho cuidado cada vez que hablara con ese hombre. - ¿No es verdad que se sorprenderían? - Sin duda; se quedarían con la boca abierta al verte. Nada, no había manera. Angelique no conocía a ese alemán, pero no era un mojigato. Casi a la hora de comer volvieron juntos hasta la casa. Otto jugó con Hans durante todo el trayecto, demostrándole a Angelique su simpatía por los niños. Otto fue muy agradable, pero no consiguió una cita de Angelique. Con testarudez decidió en esos momentos no darse por vencido. Simplemente dejó su propuesta para mejor ocasión. Esa noche, en el transcurso de la cena, los niños le explicaron a su padre lo que habían hecho durante el día. Con la vivacidad e inocencia características de la infancia, le hablaron de sus juegos, de los dibujos que habían visto en la televisión y de su salida al parque. - Hemos conocido a Otto, un amigo de Angelique. 144
Angelique creía que Hans había olvidado ese encuentro. Para su horror, se lo estaba contando a su padre con pelos y señales. La expresión gélida del alemán le indicó muy claramente que no le estaba gustando nada la información que su hijo le estaba dando. - Juega muy bien al fútbol y además conoce a los jugadores del DEG -continuó el niño con los ojos brillantes de excitación. - Qué interesante -contestó su padre sin mucho entusiasmo, dirigiendo a Angelique una mirada reprobatoria. - Aquí en Düsseldorf todo el mundo los conoce, ¿no es así? -le preguntó Angelique al niño, tratando de cambiar la conversación. Pero no sabía que te gustara tanto el hockey. - Mucho -contestó Hans-. Papá me ha llevado dos veces. El DEG ganó, y todo el mundo gritaba muy contento. - A mí también me va a llevar pronto, ¿verdad, papá? intervino Birgit mirando dulcemente a su padre. La expresión de Max cambió al mirar a su hija. - Claro que sí, cariño. En cuanto seas un poco mayor. Terminada la cena, Angelique se levantó para llevar a los niños a la cama, sin embargo al oír a Bernburg, volvió a sentarse. - Britta, ¿podrías acompañar a los niños a su cuarto, por favor? He de hablar algo importante con Angelique. Hans y Birgit salieron con Britta del comedor, no sin antes rogar a su padre y a Angelique que subieran más tarde para darles las buenas noches. - Por supuesto; enseguida estoy con vosotros -contestó Angelique, con la esperanza de que su promesa fuera cierta y la regañina que se esperaba no fuera excesivamente dura. Maximilian Bernburg se dirigió al salón y le pidió a Angelique que se sentara. Del mueble de las bebidas se sirvió una copa y le ofreció a ella otra. Angelique la rechazó. 145
- Con los niños nunca puede haber secretos, ¿verdad? A Angelique no le gustó nada el tono punzante de su aseveración. - Son muy espontáneos y cuentan lo que ven. - ¿Quién es él, Angelique? Un destello hostil apareció en sus ojos mientras la miraba con fijeza. - Es un vecino suyo, el juez Otto Bergen. Bernburg asintió con gesto rígido. Conocía a Bergen. Le había visto en ciertas ocasiones por la zona y había coincidido con él algunas veces en la ciudad. El hecho de conocerlo y de saber que su reputación era intachable, desbarataba todos sus planes de reñir a Angelique por permitir que un desconocido se acercara a sus hijos. No podía negar que también había sentido celos, aunque por el momento no lo reconocería ante ella. - No sabía que os conocierais, y menos hasta el punto de acompañarte a ti y a mis hijos hasta el parque. A pesar de la ligereza que intentó darle a su tono, Angelique captó la furia contenida que desprendían sus palabras. También comprendió su postura. En su lugar, a ella le habría sentado mal que la niñera de sus hijos paseara con un desconocido mientras estaba con los niños. Eso no estaba bien y Angelique lo sabía, pero no había podido evitarlo. - Pese a que me opuse a que viniera con nosotros, él insistió. Comprendo que se haya preocupado, señor Bernburg, y le prometo que no volverá a ocurrir. Esa promesa le tranquilizó respecto a los niños, pero no respecto a ella. Bergen era un hombre serio, y le daba muy mala espina que insistiera en acompañarla. - ¿Lo conociste en esos momentos? -insistió él, ansioso por recopilar más información.
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- No. Habíamos coincidido días atrás mientras yo paseaba y él corría. Un día se detuvo a mi lado y me habló. Charlamos durante un rato y no lo había vuelto a ver hasta hoy. "Muy listo, y yo sin enterarme". Bernburg decidió que a partir de esos momentos estaría más atento. A Angelique le pareció natural que Maximilian Bernburg se interesara por todo lo que tenía que ver con las personas que trataban a sus hijos. Angelique se decidió por Berlín, la capital de Alemania. Había vivido en Bonn cuando era pequeña, ciudad en la que su padre estaba destinado como diplomático. Tenía vagos recuerdos de esa época, pero las fotos y películas que conservaba la familia habían contribuido a que no olvidara del todo aquellos años. Volvieron en otra ocasión, no hacía mucho tiempo, recorriendo los lugares que solían frecuentar cuando vivían allí y visitando a viejos amigos. Berlín sería ahora el destino del corto viaje que iba a iniciar al día siguiente. Le apetecía visitar esa interesante ciudad, testigo y víctima de los trágicos sucesos que tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial. Esa noche, los niños charlaron sin cesar acerca de la reunión familiar del día 25, intentando convencer a Angelique de que desistiera de su viaje. - Vas a estar sola, y sin embargo con nosotros lo pasarías muy bien -razonó Hans con lógica. Angelique rió, admirada de la constancia de los niños. - Tengo que aprovechar mis vacaciones para viajar, Hans, y lo hago ahora porque sé que en Nochevieja estaremos juntos en la nieve. Estaré fuera sólo dos días. Cuando vuelva ambos me ayudaréis a organizar la ropa para esquiar -continuó mientras les cogía las manos suavemente-. Lo que sí me vais a prometer es que
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seréis buenos y cariñosos con los abuelos y los tíos. Ellos os quieren mucho y esperan lo mejor de vosotros. Los dos niños hicieron un gesto afirmativo con la cabeza, dando por bueno todo lo que Angelique les decía y les pedía. Maximilian Bernburg los observaba con placer, sintiéndose orgulloso de sus hijos y fascinado de la dulzura y delicadeza de Angelique. - Si hubieras esperado yo te habría servido de guía -dijo mirándola en profundidad-. Conozco muy bien Berlín. Angelique le dio las gracias y guardó silencio; no quiso decir delante de los niños que su estancia en Alemania sería limitada y que por tanto tenía que aprovechar cualquier día libre para conocer mejor el país. A la mañana siguiente, el chófer la llevó a la estación, donde cogió el confortable tren que salía hacia la capital del Estado alemán. Tal y como esperaba, la amplitud y originalidad de la ciudad, por ser centro de tantos acontecimientos históricos, le encantó. En el comedor del hotel, mientras desayunaba, desplegó el mapa que había conseguido en la oficina de turismo de Düsseldorf y se dispuso a seguir la ruta que le aconsejaban. Había mucho que ver, como en la mayoría de las grandes ciudades, pero Angelique tenía que seleccionar. Dos días era un tiempo muy limitado, sobre todo si se tenía en cuenta que era invierno y anochecía muy pronto. Inició su visita turística en el Palacio de Charlottenburg, antigua residencia de Federico I y construido en 1701. Después de hacer el recorrido por los museos que alberga el edificio, lo que más le gustó fue pasear por sus bellos jardines. A continuación se dirigió hacia la Avenida 17 de Junio, muy representativa de la historia de la ciudad, al final de la cual se encuentra la puerta de Brandenburgo, símbolo de la unidad de Alemania. A Angelique le gustaba recorrer los edificios y lugares más emblemáticos de las ciudades que visitaba, pero lo que más le atraía 148
siempre era observar a la gente, curiosear los escaparates de las tiendas, pasear por los parques y comer algo en los sitios más típicos. En una palabra, le gustaba observar la vida cotidiana de las ciudades, y eso fue exactamente a lo que dedicó el segundo día. A pesar de que llegó al hotel exhausta, sacó fuerzas para asistir a una obra de teatro. Cansada y a la vez contenta de haber disfrutado de esos dos días en Berlín, cuando volvía en el tren contemplando el bello paisaje de los bosques alemanes, pasaron por su mente distintas personas y diferentes hechos de su vida. Aunque normalmente descartaba los pensamientos tristes, en esos momentos de soledad sintió nostalgia de lo que podría haber sido su vida si no se hubiera precipitado a un matrimonio erróneo. Era absurdo dar marcha atrás y pensar en lo que hubiera podido ser. Lo hecho, hecho estaba, y su vida ahora era otra, pero... ¿y su familia?, ¿y la pena que estarían padeciendo sus padres por su culpa?, ¿podría pedirles alguna vez perdón?, ¿podrían recuperarse algún día del golpe que había supuesto para ellos su "muerte"? A pesar de que Angelique se consideraba fuerte y con voluntad suficiente como para recuperarse de los golpes de la vida, ahora estaban en Navidad, días para estar con la familia y disfrutar todos juntos. Ella, en cambio, estaba sola, sin los suyos, a los que tanto quería. Las lágrimas rodaron por sus mejillas descontroladas, nublando el paisaje que ella no había dejado de mirar. Los niños Bernburg aparecieron de pronto en su mente, arrancándole una sonrisa a su triste semblante. Ellos eran ahora su consuelo y su alegría. Su inocencia y el cariño que le demostraban continuamente le levantaban el ánimo y le hacían olvidar su triste realidad. Angelique también los quería; los quería y los necesitaba. Su alegría y espontaneidad eran para ella una continua fuente de consuelo. 149
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ngelique había hecho muchas veces el equipaje para la nieve y sabía perfectamente la ropa que necesitarían los niños para esquiar. Reunidas las maletas y esquís en el hall, entre todos ayudaron al chófer a cargar el coche. Los niños estaban excitadísimos por el viaje, riendo y charlando por los codos. Estaban muy contentos de que Angelique los acompañara, como si el hecho de que ella ocupara el hueco que había dejado su madre fuera su máxima aspiración. A pesar de su estado permanente de reserva, a Angelique le alegraba verlos contentos. Le estaba cogiendo mucho cariño a esos niños, siendo su principal objetivo verlos felices. Con gran desparpajo, Hans cogió un carro en el aeropuerto y ayudó a su padre y al chófer a cargar el equipaje. Quería colaborar en todo, como si se sintiera ya el hombre de la casa. Su padre disfrutaba viéndolo tan feliz, agradándole sobre todo contemplar a Angelique llevando de la mano a Birgit y compartiendo la vida familiar con ellos. El hotel, no muy grande, pero bastante lujoso, tenía la estructura del típico edificio de montaña. Estaba construido en madera y con techos no muy altos para conservar mejor el calor. Al
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ver las vigas de madera y la decoración rústica, a Angelique le pareció que entraba en una casita de los cuentos nórdicos. Cada vez que había viajado con sus padres a los lugares de montaña, había tenido esa sensación, volviendo a su ánimo la nostalgia de los maravillosos años pasados con su familia. La intervención de Bernburg pidiéndole el carnet para enseñarlo en recepción, interrumpió sus pensamientos. Era mejor así. Recordar el pasado no era una buena solución para erradicar la enorme pena que encogía su corazón. Había que ser realista y enfrentar el futuro con valentía. Angelique tenía esperanzas de que todo se solucionara con un final feliz, aunque por el momento no quería hacerse ilusiones. Lo único que deseaba era vivir el presente con tranquilidad de espíritu y optimismo. A pesar de todo, se encontraba muy satisfecha de su vida actual. Consideraba que había tenido suerte y daba muchas gracias por ello. La suite que les habían destinado constaba de un salón y dos habitaciones. En una dormirían Angelique y Birgit, y en la otra Hans y su padre. La estancia no podía ser más bonita y acogedora, el lugar ideal para una familia feliz. Después de deshacer el equipaje y dejarlo todo ordenado, los cuatro salieron del hotel para dar un paseo por la estación. - Comprobarás enseguida que Garmisch es una estación grande y muy bonita -la informó Max-. Tiene muchos remontes y buenas y extensas pistas. Es una delicia para los aficionados al esquí. - Ya veo que está lleno de tiendas, y el continuo movimiento de gente demuestra la capacidad de este lugar. Los niños se paraban en los escaparates más atrayentes. Debido a las fiestas navideñas, todo estaba adornado con gran imaginación. - ¿Dónde solías esquiar cuando estabas en España? Angelique vaciló durante unos segundos ante la pregunta de Bernburg. 151
- Cerca de Madrid hay una estación de esquí. Allí es donde íbamos un grupo de amigos. - Yo estoy aprendiendo, Angelique. Ya casi no me caigo -le comentó Birgit-. ¿Esquiarás conmigo? - Por supuesto, cariño. En cuanto termines tus clases practicaremos juntas. - ¿Y yo? -preguntó Hans. - Tú también, cielo. Estoy segura de que podrás enseñarnos mucho a Birgit y a mí. - ¿Estarás también con nosotros, papá? - Claro que sí. Será muy divertido esquiar los cuatro juntos. Hans movió la cabeza en un gesto complaciente. Estaba muy contento de estar en la nieve; le encantaba esquiar y jugar con los monitores y otros niños, pero lo que realmente le hacía feliz era que su padre y Angelique estuvieran con ellos. Tras la cena, los niños llegaron muy cansados a la habitación. Angelique los acostó y les contó un cuento, notando cómo cerraban sus ojos antes de que ella pudiera terminar. Con una sonrisa dibujada todavía en sus labios, cerró la puerta de Birgit y miró hacia el salón. Allí estaba Bernburg, cómodamente sentado en uno de los confortables sillones, mirándola con fijeza. Angelique sintió un súbito desasosiego. Sus expresivos ojos azules la taladraban cada vez que le dirigían esas enigmáticas miradas. Bernburg era un hombre respetuoso, un buen patrón y un magnífico padre, pero no sabía exactamente qué pretendía de ella. A pesar de que parecía estar contento con su trabajo, sus miradas y su intento de acercamiento la desconcertaban. Angelique no creía posible que ella le gustara. Teniendo en cuenta la posición de los Bernburg en Düsseldorf, era impensable que él considerara a una simple niñera inmigrante como un objetivo a conquistar. No le extrañaba que Bernburg tuviera en mente correr una corta aventura; al fin y al cabo ella era una novedad para él, y las novedades, con 152
frecuencia, eran atrayentes. Cualquiera que fuera su intención, estaba condenada al fracaso, pues ella no era libre para responder a ninguna de sus posibles demandas. - Por favor, siéntate y acompáñame a tomar algo; me gustaría charlar un rato contigo. Angelique supo que no podía negarse. Los niños estaban dormidos, y a no ser que ella también se acostara, no había otro lugar en la suite que ese salón para sentarse. - No me has hablado de Berlín. ¿Te gustó la ciudad? - Mucho. No me dio tiempo a conocerla en profundidad, pero lo que vi me impresionó. Según me explicaron hay grandes proyectos para modernizarla; a mí me gustó mucho tal y como está. Angelique bebió de la copa que Max le había servido. - La historia del tercer Reich y de la Segunda Guerra Mundial impregnan los edificios de la ciudad. Más que nada, son los acontecimientos históricos que tuvieron lugar allí los que atraen más al turista. Angelique estuvo de acuerdo. - Quizás la modernización y transformación de la ciudad hagan olvidar aquellos trágicos sucesos. Bernburg miró pensativo el vaso que sostenía en la mano. - Es difícil olvidar, aunque los alemanes lo intentamos más que nadie. Lo que hay que conseguir por encima de todo es que no vuelva a repetirse un horror como aquél. A Angelique le impresionó la vehemencia de sus palabras. - Esos dos días te echamos de menos -añadió, cambiando drásticamente de conversación-. Tanto a los niños como a mí nos hubiera gustado que nos acompañaras. No había motivos para hacer esa afirmación en esos momentos, pero Maximilian Bernburg era un hombre al que le costaba ocultar sus sentimientos. No le agradó que Angelique no
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pasara con ellos la Nochebuena. Y aunque no pudo hacer nada por evitarlo, deseaba que ella lo supiera. - Sé que habría estado muy a gusto con su familia, pero en mis horas libres tengo que hacer mi propia vida y no imponer mi presencia a nadie. A Bernburg le disgustaron sus palabras. - Puedo asegurarte que de no haberme apetecido, no te habría invitado -afirmó con sinceridad-. Sé hasta donde llega tu trabajo y procuro ser muy respetuoso con tus horas libres. No obstante, quiero que sepas que mis invitaciones fuera de tu horario con mis hijos son completamente independientes de la relación de trabajo que existe entre nosotros. Los ojos azul cielo la miraron con un candor especial. Angelique no respondió a esa mirada; por el contrario, se vio obligada a echar por tierra la significativa intención de la que iban cargadas sus palabras. - Me siento en la obligación de darle las gracias por el trabajo que me ha proporcionado. Me gusta lo que hago y considero que he tenido mucha suerte, pero no pienso aceptar invitaciones suyas fuera de mi trabajo. Su aseveración lo dejó boquiabierto, no entendiendo muy bien cómo ella rechazaba una sugerencia que hubiera encantado a cualquier mujer en su lugar. - ¿Por algún motivo en especial? -preguntó con un matiz de enfado en su voz. - Porque no está bien. Usted es mi patrón y yo su empleada, y esa es la única relación que debe existir entre nosotros -afirmó categórica-. Cualquier otro tipo de amistad mutua provocaría murmuraciones que perjudicarían a los niños, y eso ninguno de los dos va a permitirlo. Una expresión de profundo desagrado ensombreció las facciones del alemán. Era inaudito que esa mujer se negara a una 154
simple invitación sin ninguna malicia. Esa decepción le llevó a deducir que su camino hacia Angelique sería mucho más escabroso de lo que había pensado. - Estás equivocada, Angelique. Los niños te quieren mucho y les encanta vernos juntos. Estoy seguro de que saltarían de alegría si aceptaras mis invitaciones. Aun reconociendo que él estaba en lo cierto, no pensaba ceder. - Los niños no tienen malicia, sin embargo ambos sabemos que si nos salimos de las normas podría ser perjudicial para todos, especialmente para ellos. No quería seguir discutiendo y se levantó. Provocar un enfrentamiento con el hombre que le pagaba por un trabajo que a ella le encantaba sería un error. - Si me disculpa, estoy cansada y deseo acostarme. Buenas noches. En cuanto Angelique cerró la puerta de su dormitorio, Max apuró de un trago lo que quedaba en el vaso. Se sentía frustrado y desorientado respecto a Angelique. No podía digerir que una mujer tan bella y dulce, viviendo bajo su mismo techo y que a él le gustaba tanto, fuera completamente inaccesible para él. Le parecía injusto y una ironía del destino. Si la hubiera conocido en cualquier otro lugar, quizás a esas horas estarían saliendo juntos; en cambio, como la tenía cerca, tan cerca que sólo un muro los separaba por las noches, se le cerraba cualquier posibilidad de acercarse siquiera a ella. Con furia se levantó del sillón y se sirvió otro trago, negándose a rendirse, y menos a aceptar su derrota con Angelique. Al día siguiente, los niños y Angelique estuvieron listos a la hora convenida. Max se levantó somnoliento y de mal humor. Recibió con agrado los saludos de sus hijos, al tiempo que le dirigía a Angelique una mirada feroz, como si la culpara del dolor de cabeza que le atormentaba en esos momentos. 155
El buen humor de Angelique se esfumó al ver su amenazante expresión. No se arrepentía de lo que había dicho la noche anterior, aunque empezaba a temer que su franqueza le costara el puesto. Angelique se equivocaba por completo. El despido no entraba en los planes de Bernburg. Lo que sí había decidido era adoptar una conducta de ataque. Angelique había rechazado abiertamente su acercamiento caballeroso y paciente. Estaba harto de que sus atenciones fueran continuamente ignoradas, prefiriendo incluso ir al parque con un desconocido antes que tomarse una copa, en casa, con él. Había decidido intentarlo de forma distinta, tentarla de alguna manera para tener la oportunidad de descubrir algún indicio de sus verdaderos sentimientos hacia él. Si él vibraba cada vez que la veía y su espíritu se alegraba con regocijo siempre que Angelique estaba a su lado, ¿por qué no habría de ocurrirle a Angelique lo mismo? En principio, Max parecía engañarse con esas deducciones, pues era evidente que Angelique no quería tener nada que ver con él. De todas formas no estaba dispuesto a ceder sin intentar averiguarlo por sí mismo lo antes posible. Dedicados cada uno a un niño para repartirse el trabajo, una vez colocados los esquís, los cuatro se dirigieron hacia las pistas, donde ya se estaban preparando los grupos de clase. Max habló unos minutos con el monitor de Hans y Birgit y quedó en recogerlos a la hora de comer. Los niños les dijeron adiós con las manos mientras se dirigían con el pequeño grupo a uno de los remontes. Antes de que Angelique tuviera tiempo de elegir la zona de la estación en la que empezaría a esquiar, Bernburg decidió por ella. - Aquella pista te gustará -dijo señalando a lo lejos-. Es larga y suave. Como precalentamiento es muy adecuada. Angelique lo siguió hasta la silla, dispuesta a disfrutar del magnífico día de nieve. 156
El tiempo que duró el trayecto hasta la pista, Max le habló acerca de los montes nevados que se veían a lo lejos. Angelique se mostró cordial e interesada. Le gustaba saber lo más posible acerca de los sitios que visitaba, y Bernburg resultó ser una estupenda fuente de información. Conocía muy bien la geografía de su país y se lo explicaba con detalle. Angelique se encontraba a gusto. Estaba disfrutando de su compañía, admirando su preparación y valorando, cada vez que lo miraba, el atractivo de ese hombre. No podía negar que Maximilian Bernburg era un hombre muy interesante; demasiado, teniendo en cuenta la situación en la que ella se encontraba. En otras circunstancias, sin duda se habría fijado en él abrigando esperanzas, pero actualmente Angelique no podía permitirse ese lujo. Ella era ahora Angelique Villanueva, eso era cierto. Legalmente nadie podría poner en entredicho su identidad, pero ella sabía muy bien el pasado que arrastraba, un pasado trágico y peligroso en el que no tenía por qué involucrar a personas inocentes. Después de recorrer varias pistas, Bernburg sugirió tomar un café. - Sí, a mí también me apetece. He de reconocer que estoy un poco cansada. Buscaron asiento en una de las cafeterías a pie de pista y tomaron con placer el humeante café que les sirvieron. - Aunque hace mucho frío, el día es excelente -comentó Angelique mientras aferraba fuertemente la taza con ambas manos para calentárselas. - Supongo que en las estaciones españolas la temperatura no es tan baja. - No, y de hecho en Sierra Nevada, la estación que se encuentra en Granada, con frecuencia hace una temperatura ideal. Max la miraba con arrobamiento mientras escuchaba lo que Angelique decía. Nunca habían pasado tanto tiempo juntos y solos. 157
Estaba encantado. Jamás se había sentido tan a gusto y contento con ninguna mujer como lo estaba en esos momentos con Angelique. - ¿Conoce España, señor...? - Por favor, Angelique, te ruego que me llames Max. Me resulta violento que te muestres tan formal conmigo. Estoy intentando comprender las razones que me expones para no mostrarte más familiar, pero no soporto que me hables como si yo fuera un viejo y tú una jovencita que le debe respeto -expuso con franqueza-. Ambos somos jóvenes y debemos tratarnos como tales. Cogida con la guardia bajada, Angelique iba a ceder cuando una voz interrumpió su conversación. - ¡Max, qué sorpresa! La mujer que había hablado se acercó a ellos y saludó al alemán con un beso. Angelique la estudió durante unos segundos antes de que el grupo que venía detrás de ella llegara también a la mesa. Morena y con unos bonitos ojos verdes, su sonrisa, dedicada exclusivamente a Max, era de lo más atrayente. Vestida con un conjunto de esquiar a la última moda, no le faltaba detalle. Era una mujer muy guapa, con todos los encantos para conquistar a cualquier hombre que se propusiera, pensó Angelique con incomodidad. - ¿Qué tal estás, Lilian? -preguntó Max sin mucho entusiasmo, intentando disimular el furor que lo agitaba al ver frustradas sus pretensiones de estar con Angelique a solas. A pesar de vivir en la misma casa, raramente lo había conseguido. Esos días en la nieve representaban la oportunidad que había estado esperando, y de repente... sus planes se veían frustrados con la llegada de sus amigos tan inoportunamente. ¡Con que esa era la famosa Lilian de la que hablaban los niños!, la mujer que, según ellos, estaba saliendo con su padre. A su pesar, Angelique tuvo que reconocer que Bernburg tenía buen gusto.
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Tras los saludos, y cuando todos consiguieron tomar asiento, Max les presentó a Angelique. Lilian se sintió intrigada y para salir de dudas le hizo una serie de preguntas claves a Angelique. Tras escuchar sus respuestas, respiró aliviada, no dándole importancia a la presencia de esa mujer junto a Max. Se trataba de la niñera, y eso no representaba para ella ningún peligro. Aun reconociendo que era más guapa de lo aconsejable, creía que una simple empleada no podría ser nunca una rival para ella. La corta aventura que habían vivido Max y ella ya había terminado; aun así, Lilian no se resignaba a perder la esperanza. Maximilian Bernburg era un hombre maravilloso, muy capaz de ofrecer todo lo que una mujer podía desear. Su único defecto era que no creía en el amor. No lo había sentido nunca y estaba convencido de que eso era invención de los escritores; ella le demostraría que estaba equivocado. Tenía que conseguir atraerlo de nuevo. Con cuidado y con tenacidad lo intentaría. Él valía la pena, y ella también tenía mucho que ofrecer. Tres hombres y dos mujeres componían el grupo, añadiéndose un rato después un cuarto hombre llamado Ludwig Heym, un compañero de carrera de Max y considerado por todos como un soltero de oro. Sentado al lado de Angelique, mientras Lilian le dirigía preguntas a Max, él aprovechó para hablar con la joven española. - ¿Francesa? - No, española. - Pero el nombre... Angelique rió, dando por hecho que esa anécdota se repetiría muchas veces. - Es una larga historia; sin embargo, mi apellido es Villanueva. - Efectivamente, muy español -reconoció él con expresión alegre-. ¿Y puedo preguntar qué estás haciendo aquí, en Alemania?
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- Soy la niñera de los niños Bernburg. -Una sonrisa traviesa se dibujó en sus labios al ver la expresión de sorpresa del alemán. Al parecer él la había tomado por una amiga de Max, no por una empleada-. Aunque no lo parezca, estoy trabajando. En cuanto Hans y Birgit terminen su clase, los recogeré y cuidaré de ellos. Max acertó a oír la última parte de la conversación y no le agradó. Le pareció que Angelique se regodeaba en explicar con claridad quién era ella realmente; como si sus palabras significaran un claro mensaje para él, recordándole en cualquier oportunidad que se le presentaba que ella nunca podría tener con él otro tipo de relación que la de patrón y empleada. Su actitud le enfurecía, haciendo que su cólera aumentara en esos momentos cuando Angelique se levantó súbitamente y se alejó, poniendo como excusa a los niños. Al ver a Ludwig seguirla a los pocos segundos, Max estaba a punto de estallar de frustración. Lilian era una mujer muy perceptiva y se dio cuenta del cambio de Max en cuanto la niñera se fue. Si bien en un principio no lo quiso creer y descartó ese pensamiento, el semblante sombrío de Max y sus continuos silencios, como si se encontrara muy lejos de allí, le indicaron que, desafortunadamente, quizás ella no estuviera equivocada.
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udwig Heym se había empeñado en acompañarla y Angelique no pudo negarse. No conocía el grado de amistad que tendría con Bernburg, aunque teniendo en cuenta la familiaridad con la que hablaba de los niños, debía ser bastante cercana. Tan pronto llegaron a la zona donde se reunían los grupos infantiles, los dos se acercaron a los niños, siendo recibidos por estos con gran efusividad. - ¿Qué tal chicos?, ¿cómo se ha dado hoy el esquí? - ¡Hola Ludwig! -le saludaron los pequeños acercándose a él para darle un beso-. Dice el profesor que estamos progresando mucho. Dentro de poco podré acompañar a papá -afirmó Hans con orgullo. Ludwig cogió a la pequeña y la puso entre sus piernas para bajar con ella la pendiente. Birgit reía encantada en cuanto él cogía velocidad. Angelique sonreía observando la escena, mientras Hans y ella los seguían pista abajo. No habían llegado aún al final cuando vieron que Max se acercaba. Su expresión no mostraba mucho alborozo, sin embargo cambió radicalmente en cuanto sus hijos se abrazaron a él con cariño.
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- Hemos quedado en el bar para tomar una copa después de cenar -le informó Ludwig a Max cuando recogían las llaves en la recepción del hotel-. Te esperamos. Angelique se encontraba aguardando el ascensor con los niños. Mientras Max leía unos mensajes que habían sido dejados en su casillero, Ludwig se acercó a ella y la invitó también. - Muchas gracias, señor Heym, pero no debe olvidar que yo estoy aquí trabajando. Max se acercó a ellos con la llave en la mano, escuchando la petición que Ludwig le hacía a Angelique. La respuesta de Angelique fue muy sensata, y en esa ocasión, él no puso objeciones. Durante los días siguientes, el deporte del esquí continuó siendo el protagonista principal de cada jornada. Debido a la presencia de los amigos, especialmente a la continua aparición de Lilian, Max y Angelique ya no pudieron disfrutar de momentos a solas. Aun reconociendo a su pesar que se sentía muy a gusto con Maximilian Bernburg, Angelique procuraba desaparecer en cuanto los amigos de Max se unían a ellos. Cuando se veían al final del día, el rictus sombrío del alemán le indicaba que no le agradaban sus continuas escapadas. Pasando por alto su mal humor, Angelique no le daba opción a discutirlo. La familia Bernburg apareció el día de Nochevieja por la mañana. Al contrario que Max, ellos no eran esquiadores. Acudían a la estación de esquí para tener la oportunidad de volver a reunirse de nuevo toda la familia. Los niños abrazaron a sus abuelos y a sus tíos con cariño, contándoles a cada uno de ellos sus progresos esquiando. Su abuela los escuchaba con atención, riendo y acariciándolos con ternura a cada momento.
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Angelique disfrutaba viendo la escena, alegrándose enormemente de que los niños Bernburg se vieran rodeados de tanto cariño. - ¿Y tú qué tal estás, Angelique? ¿Te diviertes aquí? -le preguntó la señora Bernburg con dulzura. - Mucho. Me gusta esquiar, y además este sitio es precioso. Todos lo estamos pasando muy bien, ¿verdad, niños? -preguntó, metiéndolos a ellos en la conversación. - Es muy divertido estar aquí -contestó Hans-. Angelique esquía muy bien, ¿sabes, abuela? - Dentro de poco, vosotros me superaréis. Los niños rieron regocijados, con la secreta esperanza de que lo que ella decía fuera verdad. La señora Bernburg estaba encantada de ver a sus nietos tan felices. Le gustaba la joven española. Además de bella y educada, le parecía una mujer interesante. Tenía algo muy atrayente que ella no acertaba a definir, como si su personalidad y conducta no estuvieran por completo acorde con las de una niñera convencional. La llegada de sus hijos interrumpió sus pensamientos, no escapándosele las cálidas miradas que Max le dedicaba a Angelique. ¿Serían imaginaciones suyas? No estaba segura. Se propuso observar mejor a la pareja para asegurarse de que sus instintos no le fallaban. Esa noche, Angelique había pensado cenar con los niños en la habitación, ya que la cena especial de Nochevieja sería más tarde de lo normal y los niños no aguantarían. Su propósito era estar con ellos hasta que se durmieran, luego ver un rato la televisión y acostarse no muy tarde. Dio por sentado que los Bernburg cenarían todos juntos y asistirían después al baile especial que se organizaba para festejar el fin del año. Un nuevo año empezaba, aunque ella no tenía nada que celebrar por el momento. La nostalgia por la ausencia de su familia la sobrecogió de nuevo. Desechando las lágrimas con 163
voluntad, prefirió pensar en cosas que no le entristecieran tanto el ánimo. Cuando el camarero entró empujando la mesa en la que traía la cena, Angelique se sorprendió al ver en la bandeja comida solamente para los niños. Extrañada, le dio las gracias y se dispuso a servirles. En cuanto Max salió de la habitación, muy guapo, vestido de etiqueta, Angelique le preguntó respecto a su cena y él le contestó contundente: - Tú cenarás con nosotros abajo. - Yo no creo que deba. Los niños... - Ellos estarán bien. Una canguro los cuidará hasta que volvamos. Max estaba decidido, pero Angelique no pensaba ceder tan fácilmente. - En Düsseldorf me dijo que me necesitaría durante estos días. Es obvio que hoy es uno de esos días en los que pensé que mi ayuda sería indispensable. Bernburg fue tajante. - Los niños te han necesitado durante estos días, y hoy te necesito yo. Quiero que me acompañes a cenar. No deseo estar solo. Angelique se quedó atónita. - ¿Solo?, pero si tiene aquí a toda su familia y a sus amigos... ¿Qué más se puede pedir? - Me gustaría que cenaras hoy conmigo, por favor. Lo deseo enormemente, y sé que a mi familia le encantaría. De ninguna manera quería ser grosera. Ni Max ni el resto de los Bernburg se lo merecían. Por naturaleza, Angelique no era ni fría ni dura. Sus especiales circunstancias la habían vuelto excesivamente prudente y desconfiada con el fin de protegerse, pero los Bernburg no tenían culpa de lo que a ella le había sucedido. Decidió, por una noche y para darle gusto a las personas que la
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habían acogido con cariño, mostrarse tal y como era, abandonando durante unas horas sus reservas y sus miedos. - Muchas gracias; acepto encantada. Max la miró con incredulidad, no creyéndose aún que Angelique se hubiera mostrado tan dócil. Antes de que Bernburg hubiera podido reaccionar, Angelique se dirigió a los niños, explicándoles que su padre estaría con ellos mientras cenaban. - Yo cenaré esta noche con vuestra familia, y a vosotros os cuidará una chica muy agradable -les explicó antes de meterse en su habitación para arreglarse. Angelique se alegró de haberse decidido a comprar en Düsseldorf un conjunto un poco más elegante para cuando tuviera alguna cena especial. Bien mirado, no era nada lujoso, pero el efecto en ella era devastador, y así lo consideró Maximilian Bernburg cuando salió de la habitación y pudo contemplarla en todo su esplendor. Compuesto de dos piezas en tono burdeos, la parte de arriba, un cuerpo ajustado y cruzado en el pecho con el escote en pico, se complementaba con una falda amplia a la altura de la rodilla y un cinturón drapeado en la misma tela. Ante la ausencia de joyas, puesto que Angelique no poseía ninguna, optó por ponerse un largo collar de perlas de bisutería al que había hecho un nudo. Los zapatos de tacón alto estilizaban su figura, y el moño italiano en el que se había recogido el pelo, acentuaba su elegancia natural. A Max le gustaba Angelique de cualquier forma, pero reconocía que en esos momentos estaba realmente bella. Si bien suponía un placer mirarla, tenerla cerca y no poder tocarla representaría también una verdadera tortura para él. Los niños la miraron embobados. - Estás muy guapa, Angelique -afirmó Birgit con su vocecita infantil. 165
Hans también lo creía, pero le dio vergüenza expresarlo. Sólo su tímida sonrisa y su expresión deslumbrada daban a entender lo que pensaba. Unos golpes en la puerta y la entrada de la canguro que Max había solicitado, rompió la magia con la que Angelique los había hechizado. Mientras Max hablaba con la chica, Angelique le hizo una serie de recomendaciones a los niños. - Feliz Año Nuevo, cariño -dijo dándoles un beso a cada uno-. Que durmáis bien. Max hizo lo mismo y ambos salieron de la habitación. Una vez en el pasillo, en su camino hacia el ascensor, inesperadamente, Max le cogió la mano y se la besó. - Estás preciosa, Angelique. Gracias por acompañarme. Angelique había experimentado una sacudida ante su tierno gesto y se apresuró a retirar la mano que Bernburg se demoraba en retener. - No estoy muy segura de que esto sea lo más acertado. - Creo que jamás hemos hecho nada tan sensato. Me gusta que estés conmigo, Angelique, yo... Ella le puso suavemente un dedo sobre los labios y no lo dejó continuar. - Por favor, no siga. Hoy es un día especial, el día de Nochevieja. Usted me ha invitado muy gentilmente a compartir su mesa y la de su familia y yo se lo agradezco, pero eso no cambia nuestra situación -le advirtió con delicadeza-. No creo que para ninguno de los dos sea bueno olvidarlo. A Max le disgustaron sus palabras y se rebeló contra ellas. Iba a protestar, pero no pudo hacerlo porque el ascensor llegó en esos momentos cargado con varias personas. Obviamente, no pudieron continuar con la conversación. Al llegar al comedor, donde todo el mundo se estaba ya acomodando en sus mesas, Max no dudó en tomarla por la cintura 166
mientras la dirigía hacia el lugar donde se encontraba su familia. Angelique no rechazó ese gesto. De haberlo hecho, ambos se habrían puesto en evidencia, y ella sabía muy bien que no hubiera conseguido nada. Max estaba disgustado. No le había agradado en absoluto lo que ella había dicho. Al cogerla tan familiarmente le demostraba que nada de lo que dijera o pensaran los demás lo haría desistir de su propósito. Recibida por todos con simpatía, Angelique fue colocada entre Max y su madre. - Temía que mi hijo no te convenciera, querida -le comentó la señora Bernburg bajando la voz. Angelique la miró con sorpresa. - ¿Cómo sabía que yo me negaría? Astrid Bernburg rió con ganas. - Porque conozco a las mujeres, y tú perteneces al grupo que Max aún no conoce. Tú eres responsable, sensata y temerosa de romper las reglas que rigen tu vida -expuso sin vacilar-. Eres muy guapa, Angelique, pero no es solamente tu belleza lo que atrae. En ti hay algo misterioso, algo que te obliga a ser estricta y cautelosa. "Dios mío, esta mujer es bruja". - Aunque me siento halagada, señora Bernburg, me temo que mi vida es muy simple. - Puede ser, pero te aseguro que un hombre como mi hijo no se sentiría atraído por una mujer que no tuviera algo especial. Astrid Bernburg no quiso continuar exponiendo lo que pensaba. Se limitó a sonreír, agradeciendo que Max las distrajera haciéndole un comentario a Angelique. No quería asustar a la muchacha. Era bastante evidente que Max estaba interesado en la joven española, y eso a ella la llenaba de alegría. Lo que más deseaba era que su hijo fuera feliz, y si Angelique era la mujer que podía proporcionarle amor y felicidad, ella se sentiría eternamente agradecida de que sus plegarias hubieran sido escuchadas. 167
La cena transcurrió de una forma distendida y alegre. Angelique se mostró muy cordial, contestando con simpatía a las preguntas que le hacían los Bernburg. Tuvo también ocasión de conocer ciertos aspectos de la vida de la familia, pareciéndole muy interesante los temas de conversación que se fueron sucediendo durante la noche. Una vez terminado el postre, la orquesta comenzó a tocar melodías más bailables, incitando a las parejas a dejar las mesas y a bailar. - ¡Buenas noches a todos y Feliz Año Nuevo! -exclamó una voz desde detrás de Angelique. Lilian y Ludwig se habían acercado a la mesa de los Bernburg para saludarlos. - ¿Te ha gustado la cena, Angelique? -le preguntó Ludwig con gentileza. - Mucho. Todo ha estado muy rico. Me gusta la comida alemana. Tras intercambiar algunas frases con los Bernburg, Lilian centró su atención en Max, bombardeándole con preguntas que él no deseaba contestar. Aprovechando esa distracción, Ludwig le pidió a Angelique que le reservara algún baile. - Hay que aprovechar la noche. La alegría de la Nochevieja no se vive todos los días -continuó Ludwig-. Lo pasaremos muy bien -añadió dirigiéndole una sugerente mirada, sin percatarse de que Max los miraba con el ceño fruncido. En cuanto la familia Bernburg volvió a quedarse sola, Max aprovechó para pedirle a Angelique que bailara con él. Después de haber oído a Ludwig, temía que algún otro se le adelantara. Angelique aceptó y cogió la mano que él le tendió para ayudarla a levantarse. Este gesto provocó sugerentes miradas entre los hermanos Bernburg. 168
- ¿Son imaginaciones mías o noto a mi hermano bastante encandilado con Angelique? -comentó Susanne cuando la pareja se hubo alejado-. Desde luego es encantadora y guapísima, pero también lo son Lilian y muchas de sus amigas. Sin embargo, nunca ha invitado a ninguna de ellas a cenar con nosotros. - Creo que exageras, Susanne -contestó Kristiane-. No olvides que Angelique es la niñera de Hans y Birgit, y quizás Max se ha sentido un poco obligado a no dejarla cenar sola en una noche tan señalada. Todos rieron su ocurrencia. - A las otras niñeras ni siquiera las trajo a la nieve, y mucho menos las hubiera invitado a cenar. Parece mentira que no conozcas a tu hermano -le reprochó Susanne a Kristiane-. Sabes que Max es un escéptico respecto a las mujeres y no se molesta en disimularlo... - Eso es porque nunca se ha enamorado -intervino la señora Bernburg defendiendo a su hijo-. Sus reservas y reparos con las mujeres se esfumarán en cuanto encuentre el amor. Su marido se acercó a ella y la besó amorosamente. - Vuestra madre sigue tan romántica. Me encanta su candor. - ¡Sois unos incrédulos! -protestó ella-, sin embargo yo estoy convencida de que Max se enamorará algún día y conocerá entonces la verdadera felicidad. Astrid Bernburg no iba muy descaminada en lo que decía. Consideraba que todavía era pronto y no se atrevía a afirmar tajantemente lo que aún no era seguro. Ella siempre había conservado las esperanzas de que Max encontrara por sí mismo, y no como la primera vez, a la mujer adecuada para él y formara un verdadero hogar con ella y sus hijos. Angelique le gustaba, y estaba casi segura de que a su hijo también. De todas formas, hasta que Max no lo confesara públicamente, no volvería a cometer la imprudencia de inmiscuirse o dar consejos. Ella y su marido lo habían hecho una vez, con toda su buena intención, y había sido un 169
fracaso. Ahora se limitaría a observar y a rezar para que su hijo encontrara por fin la alegría del amor.
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l salón de baile estaba lleno de parejas que bailaban acompasadamente al ritmo de la agradable música que en esos momentos tocaba la orquesta. Max abrazaba a Angelique con suavidad, manteniéndola muy cerca de él. Quería saborear esos momentos juntos aspirando su perfume y sintiendo su contacto a través de las manos. Nunca había deseado tanto a una mujer ni había experimentado esa especie de placer pletórico que sentía cada vez que estaba con Angelique. Debido a la novedad, todavía no podía analizar sus sentimientos con la lógica racional que le caracterizaba. No quería apresurarse. A pesar de su anhelo, su mente le gritaba cautela. No obstante, le resultaba muy difícil resistirse a la atracción que Angelique ejercía sobre él. Una cosa era su mente y otra muy distinta su corazón. Si por un lado Max sabía con certeza que debía ser prudente, por otro, deseaba con ansia conocer los sentimientos de Angelique. Aunque distante y recelosa normalmente, esa noche estaba distinta. Se había mostrado alegre y divertida con todos, y en ningún momento había intentado eludirlo. Ahora estaba bailando con él de una forma natural, como lo haría cualquier pareja que tuvieran un cierto interés el uno en el otro. Max se preguntaba a qué se debería ese cambio.
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- ¿Te sientes feliz, Angelique? La pregunta la cogió por sorpresa y la hizo vacilar durante unos segundos. Sus ojos brillaron al mirarle mientras sonreía. - Ha sido una noche maravillosa. Creo que hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto -añadió con sinceridad, aunque a Max no se le escapó la sombra de pesar que oscureció sus bellos ojos. - Echas de menos a tu familia, ¿verdad? -le preguntó él, creyendo que Angelique sentiría nostalgia al verse separada de su familia en esas fechas. Angelique entendió su razonamiento. Max ignoraba que ella tenía muchos más motivos para estar melancólica. - Sí, aunque esta noche me he sentido muy a gusto con su familia. Todos han sido muy cariñosos conmigo. - Angelique, ¿podrías hacerme un favor? Ella le miró con gesto interrogante. - Me sentiría mucho más cómodo contigo si me llamaras Max y me tutearas; por favor... Sintiéndose acariciada por su mirada azul mientras él esperaba expectante su respuesta, Angelique se sintió flaquear. Desde un principio había valorado el gran atractivo de ese hombre, pero no lo había tenido en cuenta. A ella no le convenía una nueva relación. Con un matrimonio había tenido bastante, y además, a pesar de su nueva identidad, Angelique no se sentía libre. Maximilian Bernburg representaba un gran peligro para Angelique. Era obvio que, desde hacía un tiempo, ella no le era indiferente. No conocía sus pretensiones ni le convenía saberlo, pero él cerraba cada vez más el cerco. Ambos eran jóvenes y vivían en la misma casa. Su convivencia era continua y los dos eran muy conscientes el uno del otro. Angelique trataba continuamente de eludir esos pensamientos. Maximilian Bernburg le gustaba como hombre; le gustaría a cualquier mujer con dos ojos en la cara. No 172
obstante, dadas sus circunstancias, jamás lo consideraría siquiera. Ella era una solitaria, una especie de marginada, y hasta que su problema no se solucionara, si es que alguna vez pudiera encontrarse una solución a su dilema, no guardaría expectativas hacia ningún hombre. Ni Max ni ningún otro merecían vivir en peligro, con la continua zozobra de que ella fuera reconocida en algún momento por alguien cercano a su marido y los llevara a una catástrofe. - Muy bien -cedió Angelique, reticente-, pero sólo cuando estemos solos. - O con los niños -añadió Max, aprovechándose de su buen humor. Angelique rió, vencida. - Eres muy obstinado, Max. ¿Siempre te sales con la tuya? - Mi tenacidad me lleva al éxito, pero mi trabajo me cuesta, no te creas... Angelique lo miró divertida. Al ver la expresión decidida que ardía en los ojos del alemán, se dio cuenta del error que cometería si llegara a bajar la guardia con ese hombre. Maximilian Bernburg era todo un carácter, y ella no debería olvidarlo nunca si no quería meterse en líos. En esos momentos, el maestro de ceremonia anunció que faltaban unos minutos para que el reloj diera las doce campanadas y empezara el nuevo año. Expectantes, todos los reunidos en el salón corearon, al tiempo que la orquesta y el reloj, cada campanada del último día del año. A continuación, las luces se atenuaron y las parejas, amigos y familiares comenzaron a besarse para felicitarse el nuevo año. A angelique no le dio tiempo ni siquiera a reconsiderar lo que hacer, pues Max la abrazó repentinamente y aferrándola estrechamente contra él, saboreó sus labios de una forma mucho más intensa y profunda de lo que se consideraba lo correcto en esos momentos. No parecía importarle, y a no ser por el estallido de 173
aplausos y risas que acompañaron a la iluminación de las bombillas felicitando el nuevo año, Max no la hubiera soltado jamás. Cuando se separaron, Angelique lo miró aturdida, horrorizada de la intensidad del deseo que ambos habían sentido. ¡Dios santo!, ese beso había sido maravilloso, no podía negarlo, pero ella no se podía permitir ciertos lujos y menos con Maximilian Bernburg, un hombre que la atraía sin remedio. No pudo protestar. En esos momentos se acercaron a ellos el resto de los Bernburg y los felicitaron con alegría. A continuación aparecieron también Lilian y Ludwig. Él la besó con afecto y le recordó que le debía un baile. - Aprovechemos ahora -le murmuró al oído intentando arrastrarla de la mano. No les fue posible. Lilian se acercó en esos momentos a ellos. - Debo felicitarte, Angelique -dijo tratando de parecer alegre-. Te aseguro que lo que acabo de ver es algo extraordinario. Parece que a todos nos llega la hora -continuó enigmáticamente-, incluso a los corazones duros como el de Max. Sin añadir nada más, Lilian se alejó de ellos, dejándolos a los dos mirándola extrañados. Si bien el comentario de Lilian parecía un tanto peculiar, Angelique tenía una idea de a qué se refería. Sin duda Lilian los había visto besándose, dando por hecho que entre Max y ella había algo más que una relación profesional. Estaba equivocada, pero Angelique no era quién para sacarla de su error; bastante tenía ella con sus propios problemas. A pesar de que Lilian nunca había visto un futuro claro con Max, mientras que él estuviera libre, siempre había conservado alguna esperanza. Sin embargo esa noche, después de haber observado perpleja la forma en la que Max se comportaba con la niñera de sus hijos y de cómo sus ojos refulgían con sólo mirarla, comprendió que estaba enamorado de esa mujer. Quizás esa era la primera vez que él sentía ese tipo de emociones. Peor aún. Lilian 174
estaba segura de que Max era de los hombres que, aunque tarde, cuando se enamoraban caían fulminantes, sin que nada ni nadie pudiera impedirles conseguir su objetivo. Desolada, aunque admirando la capacidad y personalidad de la española para conquistar a un hombre tan interesante como Maximilian Bernburg, se sentó entre el grupo de amigos y decidió con resignación dirigir su corazón hacia otra dirección. Las puertas que ella había querido traspasar tantas veces, estaban ahora cerradas para ella a cal y canto. Max comprendía que Angelique fuera solicitada por otros hombres para bailar, pero no le hacía gracia, y menos cuando el hombre que la había separado de su lado era un amigo suyo. Contemplándolos a lo lejos, los vio bailar. Minutos después los perdió de vista, mezclados entre la enorme cantidad de parejas que abarrotaban el salón. Los amigos se reunieron con él y todos juntos fueron a tomar una copa al bar. Angelique lo pasó muy bien con Ludwig. Era un hombre divertido y un gran conversador. Se encontraba a gusto con él, aunque decidió que ya era hora de retirarse. - ¡Si no es tan tarde! -protestó Ludwig. - Pero yo debo levantarme con los niños. Iré a despedirme de los Bernburg y subiré a mi habitación. Ludwig la acompañó hasta la mesa donde estaba sentado el matrimonio Bernburg. Los hijos no estaban con ellos. - Estás cansada, ¿verdad? Nosotros también nos vamos a retirar muy pronto -comentó Astrid Bernburg-. Que descanses, querida. Mañana nos veremos. Ludwig quiso acompañarla, pero ella no lo consintió. - No hace falta, de verdad; muchas gracias de todas formas. Él la despidió con un beso, antes de que Angelique se metiera en el ascensor. 175
Nada más entrar en la habitación se quitó los zapatos, dándose entonces realmente cuenta de lo cansada que estaba. Durante un rato, Angelique habló con la canguro sobre los niños. Cuando la chica salió, entró con sigilo en la habitación para no perturbar el sueño de Birgit. Acababa de meterse en la cama, cuando unos golpecitos en la puerta llamaron su atención. - Angelique, me gustaría que salieras un momento. Deseo hablar contigo. Max intentó hablar bajo, pero su tono apenas podía disimular la ira contenida. - Estoy acostada ya. Mañana hablaremos. - Es importante que lo hagamos ahora. - Por favor, Max, espera hasta mañana -contestó Angelique en un murmullo. No sabía exactamente qué le sucedía. Lo que sí intuía era que estaba bastante enfadado. Algo le decía que si ella accedía a su petición, los dos lo lamentarían al día siguiente. - ¡Angelique, sal ahora mismo; no pienso esperar hasta mañana! Pese a su furiosa insistencia, Angelique no estaba dispuesta a obedecerlo. - ¡No!, y si sigues gritando despertarás a los niños. Buenas noches, Max -añadió, dando la conversación por terminada. Con el puño cerrado por la rabia, Max desahogó su frustración golpeando el marco de la puerta, aunque desde luego no tan fuerte como hubiera deseado. Angelique sintió alivio al escucharle retirarse de su puerta y entrar en la habitación contigua. No sabía qué era exactamente de lo que Max quería hablar, pero consideraba que esa noche ya habían estado juntos demasiado tiempo, más de lo que era prudente. Al día siguiente, Angelique se levantó con los niños y bajó a desayunar con ellos antes de que Max saliera de la habitación. 176
Cuando él apareció más tarde en el comedor, su sonrisa al saludarla a ella y a los niños parecía bastante natural, como si hubiera decidido olvidar la pequeña "diferencia de opiniones" que habían tenido la noche anterior. Sabiendo que era el último día de vacaciones, los niños estaban impacientes por iniciar la jornada de esquí. El desayuno retrasado de su padre los estaba demorando, así que en cuanto aparecieron su abuelo y sus tías, aprovecharon para salir disparados de allí con Angelique. Su abuela los encontró en el vestíbulo y se empeñó en acompañarlos hasta la escuela donde se reunían los grupos de clase. - Así estoy con vosotros un ratito más, pues vuestro abuelo y yo nos iremos dentro de una hora. En cuanto lleguéis mañana a Düsseldorf me llamáis, ¿de acuerdo? Angelique los acompañó durante un corto trayecto, dejando que disfrutaran un rato con su abuela antes de que empezaran las clases. Ella se alejó, quedando antes con los niños para cuando terminaran la clase. Deslizándose suavemente se dirigió hacia uno de los remontes que ya conocía. Se perdió a conciencia, yéndose directa hacia las pistas en las que sabía que no estarían ni Max ni sus amigos. Esa mañana necesitaba estar sola, no dejando de reconocer en ningún momento lo que le agradaba que Max la acompañara. Desafortunadamente, no podía caer en esa debilidad. Había demostrado ser más fuerte de lo que nunca hubiera pensado, y ahora, de nuevo, se veía obligada a echar mano de esa fortaleza. Cansada por la falta de sueño, Angelique decidió dejar el esquí a media mañana y regresar al hotel para descansar un poco. Después de ducharse y dormir durante un rato, se vistió y se dio un paseo hasta el lugar donde estarían esperándola los niños. Max estaba ya allí. La vio a lo lejos, notando cómo su enfado aumentaba conforme ella se acercaba. 177
- ¿Se puede saber dónde te has metido durante toda la mañana? Angelique se esperaba ese humor. Poco a poco iba conociendo muy bien a Maximilian Bernburg, y estaba empezando a aprender que a él le resultaba muy difícil disimular su estado de ánimo. Ella se había visto obligada a tener que hacerlo. Reconocía que le gustaba mucho más la espontaneidad de él. Angelique sonrió, ignorando su mal humor. - Primero estuve esquiando y luego volví al hotel para descansar un rato. - ¿Por qué no me esperaste esta mañana? Su gesto de incredulidad lo enfureció todavía más. - ¿Tenía que hacerlo? Pensé que te quedarías con tus padres hasta que se fueran. - Sabías perfectamente que se iban nada más desayunar. - No estás obligado a acompañarme a todos lados, Max. Ya me conozco bastante bien las pistas -se había salido por la tangente, arrastrando a Max al borde del estallido. - ¡Maldita sea, Angelique...! Todos los improperios que pensada decirle movido por el furor, quedaron sofocados cuando los niños llegaron corriendo y se abrazaron a los dos. Delante de sus hijos, Max controló su temperamento, pero la mirada que le dirigió a Angelique antes de que los críos iniciaran el relato de sus hazañas en el esquí, fue fulminante. Las vacaciones habían sido muy cortas, según comentaban los niños Bernburg mientras cogían las carteras con cansancio el primer día de clase. - No hay que quejarse, Hans. Habéis disfrutado mucho durante todos estos días, y ahora hay que trabajar -les iba diciendo Angelique mientras los llevaba de la mano hacia la parada del 178
autobús-. La profesora comprende que el primer día de clase siempre se hace un poco pesado y procurará entreteneros con actividades divertidas. - ¿Tú crees? -preguntó el crío un poco incrédulo. - Claro que sí. Birgit no iba tan apesadumbrada. A ella, el colegio siempre le resultaba divertido. Ahora estaba deseosa de encontrarse con sus amigas y contarles lo bien que lo había pasado en Navidad. El 6 de enero, y sin haber olvidado todo lo que Angelique les había contado sobre los Reyes Magos, Hans y Birgit se presentaron a primera hora de la mañana en la habitación de Angelique, reclamando ver lo que los Reyes Magos les habían traído. Angelique rió al contemplarlos. Después de llamar quedamente, los dos críos entraron despacio en la habitación, observando a su alrededor con ojos brillantes de ansiedad en cuanto Angelique encendió la luz. Enseguida divisaron los dos regalos, llamativamente empaquetados con un papel muy coloreado. Corrieron hacia ellos para cogerlos y rascar el envoltorio en cuestión de segundos. Birgit emitió un sonido de satisfacción al ver la cajita de música bellamente adornada. Al abrirla, apareció una bailarina bailando al ritmo de una famosa música alemana. Maravillada corrió hacia Angelique y la abrazó. - Me gusta mucho. ¿Podré dormirme todas las noches con esta música? - Sería precioso. Mira, Birgit, aquí a la derecha hay también un pequeño resorte -la niña miró donde Angelique le señalaba-. Si lo presionas hacia abajo sale un pequeño cajoncito donde tú puedes meter cositas tuyas. Birgit rió encantada, abriendo y cerrando la caja una y otra vez para no dejar de escuchar la bonita música.
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Hans miró con curiosidad el juego de ajedrez. En blanco y negro, las figuras le llamaron la atención, pero no estaba muy seguro de si ese era un regalo que le gustara. Angelique se acercó a él y le enseñó a colocar las fichas en sus casilleros. - El ajedrez es un juego muy antiguo y entretenido. Desarrolla mucho la inteligencia, y estoy segura de que en cuanto lo aprendas, me ganarás con facilidad. El niño sonrió ante esa posibilidad. Admiraba mucho a Angelique y la tenía mucho cariño. Pensó que sería un gran reto ganarla en ese enigmático juego. Los otros dos regalos eran para Britta y Max. - ¿Se los damos ya? -preguntó Hans impaciente. - Todavía es temprano, así que se los entregaremos durante el desayuno. Max se vio acosado por sus hijos en cuanto entró en el comedor. Los dos le hablaban a la vez y le enseñaban sus regalos con entusiasmo. Él los admiró con interés y miró a continuación a Angelique. - Parece que los Reyes Magos han acertado -le dijo a Angelique mostrando una sonrisa burlona. A pesar de la frustración que había supuesto para él no conectar lo suficiente con Angelique en la nieve, Max había decidido olvidarlo y comenzar de nuevo. Angelique seguía en su casa, a su lado, y eso representaba para él una gran ventaja. - No les es fácil, teniendo en cuenta todo de lo que disponen los niños de hoy. Max estuvo de acuerdo. Cuando Angelique, una vez que estuvieron sentados, le alargó su regalo, Max se quedó gratamente sorprendido. Angelique reaccionó de forma natural. 180
- Los Reyes Magos también se acuerdan de los mayores. - Y también San Nicolás -añadió él, entregándole a su vez otro paquete. Los niños aplaudieron con júbilo, esperando expectantes a que Angelique y su padre abrieran los regalos. El hecho de que Angelique hubiera pensado en un regalo para él lo llenaba de satisfacción. Al ver la bonita pluma con punta fina de rotulador, grabada con su nombre y apellido, su reacción fue instantánea y espontánea: echándose hacia adelante se acercó a Angelique y la besó. - Gracias, Angelique; me encanta el regalo. - Pero papá, a quienes tienes que darles las gracias es a los Reyes Magos. Angelique y Max se echaron a reír, reconociendo la metedura de pata de Max. - Por supuesto. Lo que quería decir es que Angelique le diera las gracias a los Reyes en mi nombre. Angelique contempló extasiada el magnífico pañuelo de Hermés que se desplegó ante ella en cuanto abrió el paquete. Era precioso, y... muy caro. Ella había tenido varios de ese estilo y sabía lo que valían. Alan la colmaba de regalos muchísimos más caros y... vanos para ella, puesto que no suplían lo que ella más deseaba que era la total confianza de su marido. Descartando esos dañinos pensamientos de su mente, como hacía siempre que las imágenes del pasado acudían a sus pensamientos, contempló de nuevo el pañuelo distraída. Pasaron unos segundos antes de que reaccionara y hablara. - San Nicolás ha sido muy generoso. Excesivamente generoso. Max sabía que hubiera sido mucho esperar un beso de Angelique, pero así y todo le desilusionó que no lo hiciera. Aunque la expresión de sus ojos al ver el pañuelo le indicó que le había gustado, Angelique no estaba contenta, y eso le dolió. 181
Britta abrazó también a Angelique. - Son unos guantes preciosos. Desde luego los Reyes Magos tienen mucho gusto. Ese día, Max no pudo hablar con Angelique, pero no se quedaría con la duda de saber lo que ella había sentido ante su regalo.
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n febrero el frío se intensificó y cayeron algunas nevadas. Muy abrigados, los habitantes de Düsseldorf andaban con cuidado por la calle para no resbalar, procurando refugiarse enseguida en las acogedoras cafeterías para entrar en calor. Angelique abrigó bien a los niños antes de salir, y en cuanto los dejó en el autobús, cogió otro para dirigirse a la Universidad. Después de pensarlo mucho, había decidido perder un poco el miedo y arriesgarse a mezclarse con la gente. El primer paso habían sido las vacaciones en la nieve, y ahora se había matriculado en un curso sobre Historia y Literatura alemana. Llevaba ya varios días asistiendo a las clases y estaba muy contenta. Le encantaba aprender cosas nuevas, y lo que ahora estaba estudiando no tenía nada que ver con su carrera. Averiguó dónde estaba la Facultad de Ciencias, pero no se atrevió a entrar. Tuvo miedo de encontrarse con algún colega o profesor que la reconociera. Angelique admitía que era un miedo absurdo, puesto que la posibilidad de que en una facultad de Alemania la reconociera alguien era muy remota. De todas formas prefería avanzar poco a poco.
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Max estaba intrigado. Había tenido que viajar durante las dos últimas semanas y no se explicaba adónde iría Angelique por las mañanas. Las veces que había llamado, Britta le había dicho que ella no estaba, y cuando había vuelto a telefonear por las noches, Angelique no le había contado nada. Podía habérselo preguntado, pero Max deseaba que Angelique le contara lo que hacía, espontáneamente. Al parecer, era una mujer bastante reservada, y eso no le agradaba. Max quería a toda costa que Angelique confiara en él y le hablara de sus proyectos. A pesar de que aún no lo había conseguido, no se desanimaba. Angelique no sabía lo obstinado que Max podía llegar a ser. El sábado por la tarde, sola en casa porque los niños habían ido a pasar el fin de semana con su madre y Max estaba de viaje, Angelique decidió no salir. Después de comer estuvo estudiando los apuntes que había cogido en la facultad y consultando los libros que se había traído de la biblioteca. Le gustaba dedicar tiempo al estudio, y ese era uno de los motivos por los que estaba encantada con su trabajo. No solamente los niños Bernburg la habían cautivado, sino que además disponía del tiempo que ella necesitaba para seguir su formación. Aunque le habría encantado poder trabajar con sus libros y apuntes de matemáticas, era muy arriesgado. En caso de que la descubrieran, Maximilian Bernburg se preguntaría qué hacía ella con esos libros tan avanzados, cuando se suponía que solamente sabía idiomas. Más adelante quizás se atreviera a entrar en la biblioteca de la Facultad de Ciencias; ahora todavía era pronto. Por el momento se conformaba con ayudar a Hans y a Birgit con sus deberes. Los dos eran niños inteligentes, y ella disfrutaba practicando con ellos las lecciones que les explicaban en el colegio. Tras dos horas de estudio, Angelique dejó el bolígrafo sobre la mesa y se estiró, pensando que en esos momentos le vendría muy bien un baño en la piscina para descansar un poco la mente y relajar también los músculos. 184
Con el bañador y el albornoz puestos, bajó las escaleras y salió por la puerta que daba directamente a la zona de la piscina. El ambiente caldeado era agradable, siendo paradójico sentirse a gusto allí dentro cuando a través de las enormes cristaleras podía contemplarse la nieve caída. Con placer, Angelique se zambulló en el agua y comenzó a nadar con destreza. Desde que estaba en casa de los Bernburg procuraba hacerlo todos los días. Nadar era un buen ejercicio, y a ella siempre le había gustado el contacto con el agua. Max abrió la puerta y entró en la casa a tiempo de coger el teléfono. Un rictus de desagrado se dibujó en sus labios al oír la voz de un hombre que preguntaba por Angelique. No sabía quién era ni se lo preguntó, pero se imaginó que sería Bergen. Qué él supiera, Angelique no conocía en Düsseldorf a ningún otro hombre que se atreviera a llamarla. Le molestaba que el juez insistiera, y si estuviera en su mano lo impediría. Desafortunadamente, no tenía ningún derecho a ponerle cortapisas a la libertad de Angelique. Bergen no dejó ningún mensaje; sabía demasiado bien que no serían contestados. Llamaría en otro momento, fueron sus últimas palabras. Bernburg iba a subir a su habitación para cambiarse y darse una ducha, cuando oyó ruidos en la piscina a través de la puerta abierta. Dejando el maletín y la chaqueta en el hall, se encaminó hacia allí, sorprendiéndose gratamente al ver a Angelique nadando. Con admiración, valoró su estilo, preguntándose cómo una persona que procedía de una familia humilde podía estar tan bien preparada como para desenvolverse en cualquier sociedad con total soltura. Aunque le intrigaba ese interrogante en la personalidad de Angelique, esperaría a que ella se lo contara. Cansada, Angelique terminó su último recorrido y decidió salirse del agua. Iba nadando despacio hacia las escalerillas, cuando 185
reparó sorprendida en Max Bernburg. Vestido aún con camisa y corbata, lo vio acercarse a su albornoz y cogerlo mientras se encaminaba con paso decidido hacia el lugar por donde ella saldría del agua. Angelique sonrió débilmente, perturbada por la circunstancia de encontrarse sola con él. Si bien no le desagradaba, no era en absoluto conveniente. Ella siempre procuraba evitar esos encuentros. Al parecer, en esa ocasión, la casualidad los había sorprendido. Ya fuera del agua, Max la contempló largamente, negándose a entregarle el albornoz cuando ella alargó la mano para cogerlo. - Yo te ayudaré. Angelique se dio la vuelta y él se lo puso sobre los hombros. La escena había sido muy inocente, pero Max estaba demasiado perturbado por la presencia tan cercana de Angelique como para alejarse de ella. Con suavidad la abrazó y acercó su cara a su pelo mojado. Angelique sintió una sacudida. Cerró los ojos, disfrutando durante unos instantes de su abrazo. Repentinamente, reaccionó con un sobresalto y quiso apartarse. Sabía que si debilitaba sus defensas, Max la dominaría fácilmente. Maximilian Bernburg le gustaba mucho. Un paso en falso y caería en sus redes. - Max, por favor, déjame. Él no la soltó. - No, Angelique. Con la espalda de Angelique firmemente oprimida contra su pecho, Max la besaba lentamente en el cuello y en la oreja, provocando en ella grandes oleadas de placer. Angelique jadeó débilmente, completamente perturbada por sus caricias. Sería tan fácil dejarse llevar y disfrutar de lo que ambos deseaban desde hacía tiempo...
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¡No, no podía ser!, ella no podía intimar con ningún hombre. Si lo hiciera llegaría un momento en el que Max le haría preguntas que tendría que contestar. Angelique aún no podía dar respuestas. Con un brusco movimiento trató de apartarse, cogiéndole en esa ocasión desprevenido y haciendo que Max perdiera el equilibrio. Max intentó sujetarla de nuevo, sin percatarse de que estaba justo al borde de la piscina. Consciente de que perdía el equilibrio, se aferró con fuerza al albornoz de Angelique. Solamente colocado sobre los hombros, la prenda se deslizó del cuerpo de Angelique y cayó al agua junto con Max. Con los ojos desorbitados por la sorpresa, Angelique lo miró perpleja. - Dios mío... Pero al instante siguiente apareció en sus labios una sonrisa diabólica. - Lo tienes bien merecido. -Aunque lo había dicho en voz baja, desafortunadamente para ella, Max llegó a oírlo. Todavía riéndose por el chapuzón de Max, Angelique se encaminó con rapidez hacia la salida. Era mejor alejarse. El humor del alemán no estaría en esos momentos para disculpas, y menos después de rechazarlo tan abiertamente. Sus cavilaciones la distrajeron, y Max se aprovechó de ese error. Atónito y furioso por lo que había sucedido, Max no acababa de creerse que Angelique lo hubiera empujado vestido al agua, y lo que era peor, que lo hubiera despreciado con tanta brusquedad. A tiempo de ver su sonrisa maligna y de escuchar su comentario, notó cómo su ira se encendía, provocando en él un sentimiento de venganza. Con la rapidez que le daba su habilidad como experto nadador, se sumergió de nuevo y consiguió emerger a la altura de Angelique. Al notar la mano que le aferraba el tobillo como una garra, Angelique se dio cuenta de que ya era demasiado tarde para 187
reaccionar. En esa posición no pudo defenderse y calló al agua casi encima de Max. Estaban en la parte honda. Aprovechando la confusión de la caída, Angelique intentó escaparse hacia una de las salidas, pero Max la atrapó antes de que consiguiera su objetivo. A diferencia de Angelique, Max ahora sí hacía pie, poniéndola a ella en desventaja. Apretándola fuertemente contra la pared de la piscina, Max le dedicó una gélida mirada antes de que su boca se adueñara posesivamente de sus labios. Su beso no fue suave ni cándido, sino salvaje y apasionado, capaz de hacerla temblar y de acallar todas las protestas que Angelique le manifestaba con sus continuos movimientos. Ninguno de sus gestos lo hizo desistir. Max tenía suficiente fuerza para dominarla, y creía muy firmemente llegado el momento de que Angelique comprendiera que él no era ningún tonto al que se le pudiera engañar con evasivas. El juego había terminado. A partir de ahora, ambos tendrían que enfrentarse a la verdad. Angelique estaba atónita. A pesar de la furia que sentía por la jugarreta de Bernburg, había dejado de luchar y correspondía al beso de Max con la misma pasión que él. ¡Era increíble lo que ese hombre le estaba haciendo! Como si su voluntad se hubiera desprendido de su cuerpo, Angelique disfrutaba, quizás de una forma más subyugante que con su marido, de la intensidad de las caricias de ese alemán. ¿Qué le sucedía? Jamás había experimentado una sensación tan vertiginosa como la que la estaba arrastrando en esos momentos hacia el abismo, y eso que todavía no... La escena de lo que estaba a punto de ocurrir apareció nítida en su mente, encendiéndose con rapidez todas las alarmas que la advertían del peligro. No podía negarse a sí misma que sería un placer terminar con Max lo que ambos habían iniciado, como quizás no lo había sido nunca. Desgraciadamente, también podría significar el desastre para los dos. 188
- Max, escucha, por favor... Él la miró con los ojos oscurecidos por la pasión, le acarició el cuello y atrajo sus labios de nuevo hacia él. La tenía en su poder, era suya, pero Max quería a toda costa que lo fuera por completo. Ambos se deseaban con locura, ¿por qué no apagar el fuego que los consumía? Eso precisamente era lo que habría sucedido si Max no hubiera perdido pie y hubiera soltado instintivamente a Angelique. Ella aprovechó esos segundos para separarse de él y alcanzar con rapidez las escalerillas. Max nadaba a toda velocidad detrás de ella, pero desde las escalerillas Angelique le rogó que se detuviera. - Por favor, Max, te lo suplico, escúchame. Verle vestido y chorreando agua, resultaba de lo más chocante, sin embargo en esos momentos ninguno de los dos estaba para risas. - ¿Por qué has huido, Angelique? - Porque no podíamos seguir. Max no entendía nada. - Contéstame a unas preguntas, Angelique; pero por favor, sé sincera; no estoy de humor para mentiras. Manteniéndose a distancia, Angelique hizo un gesto afirmativo con la cabeza. - ¿Me deseas? -le preguntó él respirando aún con dificultad. Si bien era una pregunta muy directa, Angelique sabía que en esos momentos no podía mentirle. Después de lo que acababa de ocurrir entre ellos, habría sido ridículo negarlo. - Sí. - Yo también a ti -aseguró Max con complacencia-. Aparte del deseo físico, ¿te atraen de mí otras cualidades? Angelique empezaba a sentirse insegura, como si tuviera la sensación de que Max la estaba tendiendo una trampa. - Pues claro. Eres un hombre inteligente, un buen padre... - Sin evasivas, por favor. Sí o no. 189
- Sí. - Tú a mí también me atraes por muchas razones. Me gustas mucho, Angelique, y deseo estar contigo mucho más tiempo del que estamos ahora. Angelique lo miraba con expresión acongojada, lamentando en lo más profundo de su corazón que las circunstancias de ambos no fueran diferentes. - Siento decir esto, Max, pero nada cambiará entre nosotros a partir de este momento. Lo que ha ocurrido en la piscina ha sido una debilidad por mi parte que jamás debí consentir. Mi puesto está bien definido en esta casa y no seré yo la que le cambie su sentido -continuó con pesar-. Mi labor aquí seguirá siendo la misma de siempre, y mi relación contigo continuará exactamente igual. Un latigazo no le hubiera dolido tanto como su frío discurso. Lo que para él había supuesto un descubrimiento ansiosamente deseado, que hacía que su sangre se acelerara con sólo pensarlo, para Angelique se había tratado de una debilidad de la que claramente se arrepentía. La desilusión lo atenazó. Angelique no le aceptaba; no deseaba aceptarlo a pesar de desearlo, y eso lo indignaba. Tenía que averiguar por qué. Solamente una razón lógica curaría su orgullo herido. Si ella no se la daba, Angelique tendría que aprender que él jamás se rendía. Max se acercó lentamente y se detuvo a pocos centímetros de Angelique. Sus miradas desafiantes se encontraron, como un claro presagio de las palabras que aún faltaban por decir. La expresión ofuscada de Max era un claro indicio de su estado de ánimo, pero no habló y su silencio la puso nerviosa. Angelique no se atrevió a moverse, a pesar de que le pareció absurdo continuar allí para discutir algo que no tenía solución. - Si no he oído mal, has confesado que me deseas y que te atraigo de alguna manera. ¿Puedo saber entonces por qué te niegas a que pasemos más tiempo juntos? 190
Qué contestar a esa pregunta tan lógica. Durante unos segundos, a Angelique le costó articular las palabras; finalmente logró pensar con coherencia y responder. - Lo sabes, Max, porque ya te lo he dicho antes: no provocaré habladurías que puedan perjudicar a los niños e incluso a nosotros mismos. Para los dos sería muy fácil vivir una aventura. Aunque placentero, no me cabe duda de que sería dañino para esta casa. No consentiré que a los oídos de los niños lleguen frases que puedan desconcertarlos, como que su padre está liado con la niñera. -Su mirada de determinación no tenía vuelta atrás, y eso lo disgustó profundamente-. Tengo mi orgullo, Max, y te aseguro que no seré el centro de malignos cotilleos. Max exhaló un suspiro de irritación. - ¿Me estás diciendo que dejarás pasar la oportunidad de que seamos felices por lo que puedan pensar los demás? No puedo creerlo, Angelique. - Yo soy feliz como estoy ahora. Llegar más allá contigo sería un error. Max se llevó las manos a la cabeza en un gesto de desesperación. - ¿Pero cómo puedes decir eso? - Es lo que creo, y te aseguro que mi actitud no cambiará. Su terquedad lo enfurecía cada vez más. Al parecer sus argumentos no eran efectivos, lo que le llevó a pensar que tendría que cambiar de táctica. - ¿Estás segura? -le preguntó en un tono desafiante. - Completamente -contestó Angelique sin dudar. El brillo maligno de sus ojos la inquietó un poco, aunque bien sabía Angelique que ni eso ni nada la harían cambiar de parecer en esos momentos. - Muy bien, si es tu deseo...
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Sus palabras parecían resignadas, pero no su expresión. Angelique no estaba equivocada. Si bien Maximilian Bernburg era un caballero, un hombre bien educado, también era muy empecinado. Cualquiera que le conociera se habría dado cuenta de que su docilidad tenía una finalidad; eso Angelique aún no lo sabía. Durante los días siguientes, Max se mostró muy frío con Angelique. De hecho casi no lo veían, y cuando regresaba a casa, más bien tarde, sólo se interesaba por los niños. Angelique se sentía mal por su actitud. No estaba acostumbrada a esa conducta por parte de Max y le dolía, aunque no dejaba de reconocer que había sido ella quien la había provocado. Max había expresado claramente sus deseos, y ella, muy a su pesar, tuvo que rechazarlos. Britta sospechaba que algo sucedía entre el señor Bernburg y Angelique. Ambos parecían tensos cuando se encontraban juntos, y por parte de él había desaparecido la familiaridad con la que solía tratar a la joven española. Solamente sus hijos lograban cambiar el gesto hosco que mantenía últimamente. A pesar de que la fiel ama de llaves había sido siempre muy discreta y no era dada a especulaciones, los meses pasados habría jurado que el señor Bernburg abrigaba tiernos sentimientos hacia Angelique. Bien era cierto que la española no los estimulaba en absoluto; la joven seguía tan recta y tan prudente como siempre. El cambio tan brusco que había tenido lugar en el señor Bernburg le indicaba que algo grave tenía que haber ocurrido entre ellos para que él adoptara una conducta tan distante hacia Angelique. La joven no le había hecho ninguna confidencia al respecto, y ella, desde luego, no preguntaría.
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l asunto por el que habían discutido no volvió a mencionarse entre ambos. Angelique y Max se mostraban correctos uno con el otro, especialmente cuando estaban con los niños, pero la cordial naturalidad que había reinado entre ellos anteriormente, había desaparecido. A Angelique le apenaba esa situación, aunque reconocía que, dadas las circunstancias, era la más cómoda. Si Max se mantenía así, no tenían por qué surgir problemas entre ellos. Se equivocaba por completo. Max estaba ofuscado por lo que consideraba una reacción absurda por parte de Angelique, pero no era un hombre dócil al que se le pudiera aconsejar lo que se podía o no se podía hacer. Tenía capacidad de sobra como para saber perfectamente lo que quería, y en esos momentos, Angelique Villanueva era su objetivo prioritario. Max reconocía que a veces no la entendía muy bien, pareciéndole incluso un poco extraña en ciertas ocasiones; aun así lo atraía sin remedio, como nunca lo había atraído ninguna mujer. Estaba decidido a no dejarla escapar.
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- Angelique, querida, ¿tienes alguna idea de por qué está mi hijo de tan mal humor últimamente? -le preguntó una tarde la señora Bernburg mientras jugaba con sus nietos. La pregunta parecía casual, pero su sonrisa pícara la delató. - El humor de los hombres de negocios sube y baja con la Bolsa, ¿no es así? Astrid Bernburg soltó una carcajada. El agudo humor de la joven española le parecía bastante apropiado. No le cabía duda de que Angelique manejaría bien a su hijo. Estaba por asegurar que la joven española era el motivo del enfado de Max. - A mi hijo no le afectan tanto los negocios; tiene que ser algo más -añadió mirándola de reojo. Angelique no contestó, y fue precisamente su silencio el que convenció a la dama de que algo importante, y no del agrado de su hijo, había ocurrido entre la pareja. Solamente como simple espectadora, la señora Bernburg observaba divertida los amores entre su hijo y la niñera española. A primera vista parecía absurdo que un hombre como Max: inteligente, rico y guapo, se sintiera atraído por una de sus empleadas. Después de conocer y tratar a Angelique, una de las mujeres más guapas y completas que ella había conocido, se explicaba el embeleso de su hijo. Jamás le había visto así, y aunque temía el final de esa relación, estaba muy contenta de que, por fin, su querido hijo tuviera la oportunidad de conocer el amor. Su comportamiento hacia Angelique y las continuas miradas que le dedicaba eran las de un hombre enamorado. La actitud reservada de la joven era la que la hacía dudar. Si bien su comportamiento era siempre correcto y amable, se mantenía distante. Excepto con los niños, raramente exteriorizaba sus sentimientos. Realmente no sabía con seguridad si ella correspondía a los sentimientos de Max.
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- El próximo sábado celebraré una reunión aquí en casa. Espero que me acompañes a recibir a mis invitados. Max se había expresado claramente. Una noche, aprovechando que los niños ya estaban acostados, le había pedido a Angelique que se reuniera con él en el salón. - Yo puedo encargarme de organizar la cena... - De eso ya se encargan Britta y las otras dos chicas -la cortó él-. Tú estarás a mi lado durante toda la velada. Angelique lo miró seria. - ¿Esa tarea también forma parte de mi trabajo? Le molestó el comentario, pero no pensaba ceder. - Esa noche, sí. A cambio tendrás otro día libre, el que tú quieras. - ¡Sabes perfectamente que no es eso! -exclamó enfadada-. Lo que sucede es que no entiendo lo que pretendes. ¿Deseas que haga de anfitriona, de relaciones públicas...? No comprendo nada, Max. - ¿Sería mucho pedir que estuvieras simplemente en calidad de amiga mía? - No somos amigos, y los demás pueden pensar equivocadamente. Max bufó con exasperación. - ¡Que piensen lo que quieran! Yo en mi casa hago lo que me da la gana, y lo que deseo ese día es que estés conmigo -afirmó suavizando su tono. Angelique se sintió conmovida por su sinceridad, pero no acababa de decidirse-. Vendrá un grupo reducido de amigos y dos clientes norteamericanos. Cada vez que voy a Detroit ellos me invitan a su casa. Yo también debo hacerlo. ¡Americanos! ¡De Detroit! ¡Dios santo, eso podía ser un desastre! Su marido tenía negocios en esa ciudad, y allí conocería a mucha gente. Angelique estuvo allí sólo una vez con él, y Alan le presentó a pocas personas. De todos modos, y si coincidía que... No quería ni pensarlo. Sería horrible, peligrosísimo, el fin... 195
- No puedo, Max, lo siento. - ¡Cómo dices? -exclamó él perplejo. - Que no me parece bien..., no sé; reconoce que es de lo más inusual. -Angelique no sabía cómo salir del atolladero. De lo que sí estaba segura era de que sería una imprudencia aceptar. Lo que rogaba era que Max no se pusiera bruto e insistiera en ello. Realmente ya no le quedaban excusas que exponer. - No sé si es inusual o no, pero parece que aquí hay solamente dos opciones: o que yo me ponga de rodillas y te ruegue que me acompañes, o que te lo ordene directamente, cambiándote ese día por otros libres. -Su tono sonó engañosamente suave. Angelique supo enseguida que su paciencia estaba al límite-. Espero que no me obligues a elegir ninguna de las dos alternativas. Angelique sólo necesitó unos segundos de reflexión para comprender que estaba siendo injusta con Max. Ella tenía sus razones, bastante poderosas, para portarse como lo hacía, pero Max desconocía esos motivos, y su desconcierto era total. - Por supuesto que no. Te ayudaré, si ese es tu deseo. - Muchas gracias -contestó él con un cierto sarcasmo. - Te mereces que te ayude siempre, Max; te portas muy bien conmigo y te estoy muy agradecida. La cuestión es que no siempre lo considero adecuado. Parecía una excusa débil; sólo Angelique sabía que no lo era. - Preferiría que no lo hicieras por agradecimiento. Angelique le dirigió una tierna mirada, y Max se sintió cautivado. - Lo hago porque tú me lo pides. Sus palabras fueron como una caricia para él. Intentó acercarse a ella, pero antes de conseguirlo, Angelique salió de la habitación sin añadir nada más. A punto de detenerla, en el último momento no quiso forzar la situación. Se sentía satisfecho por lo que había logrado. Era un paso más en la difícil carrera hacia Angelique. 196
Durante toda la semana, Angelique no dejó de pensar en la fiesta del sábado. Estaba intranquila, angustiada por el riesgo que podría correr. Intentó ocupar su mente lo más posible con las clases y los niños. También le ofreció su ayuda a Britta. La cuestión era estar distraída y no pensar en lo que le aterrorizaba: que alguien la reconociera. Sabía que tenía que superar ese temor, no obsesionarse con malos presagios y fantasmas. El tan temido día llegó. A pesar de que Angelique sabía que no podía faltar a su palabra, le resultaba muy difícil no pensar en cantidad de excusas para no asistir a la reunión. Después de darle muchas vueltas y no encontrar ninguna salida aceptable, decidió olvidarse de su problema y autoconvencerse de que ella era Angelique Villanueva y no tenía por qué temer nada de nadie. Britta y las dos chicas organizaron muy bien las mesas con las variadas fuentes de comida fría. Algunos fritos calientes se irían haciendo en la cocina conforme fueran llegando los invitados. Las dos chicas se encargarían de pasar las bandejas y de cuidar que no faltara de nada. Angelique intentó echarles una mano. Su ayuda no fue necesaria. Ellas estaban acostumbradas y sabían perfectamente todo lo que tenían que hacer. Angelique estuvo con los niños mientras cenaban. Después de acostarlos se dedicó a arreglarse. La decisión acerca de lo que ponerse fue muy fácil. Para ese tipo de acontecimientos sólo contaba con el conjunto burdeos que había llevado en Nochevieja. El único cambio fue el pelo. Se lo rizó apropiadamente y se lo dejó suelto para ocultar parte de la cara. Los ojos de Max brillaron con placer al verla. Ese vestido le sentaba de maravilla, y a él le traía muy buenos recuerdos.
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- Cada vez que te miro me pareces más bella; eres un peligro para mí, Angelique -afirmó lanzándole una mirada abrasadora-. Gracias por estar conmigo -añadió dándole un beso. Azorada por su insistente mirada y por su inesperado gesto, Angelique notó que se ruborizaba. Max también lo notó y sonrió divertido. - Me encantas, cariño -manifestó íntimamente-; creo que ya no podría prescindir de ti. Angelique no pudo contestarle. En esos momentos sonó el timbre, anunciando la llegada de los primeros invitados. Los amigos de Max la saludaron con simpatía, especialmente Ludwig. Lilian también se mostró amable, resignada ante la evidencia de las preferencias de Max. Angelique le caía bien, y le hacía mucha gracia que Max hubiera encontrado en ella una especia de igual. Al parecer, la joven española no se prodigaba en atenciones hacia Max. Lilian estaba segura de que a su amigo no le agradaría nada probar un poco de su propia medicina. Era de lo más irónico. Los americanos llegaron los últimos, y para cuando ellos entraron en la casa, Angelique había desaparecido. Con la excusa de ver cómo estaban los niños, subió al piso de arriba y estuvo allí durante un rato. Después entró en la cocina y se puso de conversación con Britta. - ¿No te echarán de menos? - No creo. El señor Bernburg está muy entretenido con sus amigos. Esquivando a los americanos y a Max, que estaba hablando con ellos, Angelique charló con los invitados más alejados, entrando y saliendo de la cocina cada poco tiempo. - ¿Tienes mucho que hacer aquí en la cocina o es que no te diviertes con nosotros?
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La pregunta la había hecho Ludwig desde la puerta mientras contemplaba divertido a las dos mujeres charlando tranquilamente sentadas a la mesa. - Pues claro que me divierto. He venido solamente para hacerle un poco de compañía a Britta. La mueca que hizo Ludwig le indicó que no la había creído. - ¿Puedo acompañaros? Las charlas informales me encantan. Angelique rió y le señaló una silla para que se sentara. Britta no entendía nada. Lo que la tenía cautivada era la sencillez de Angelique. Max charlaba con sus clientes sobre la fabricación de los nuevos modelos de coches y sobre los frenos más adecuados para cada uno de ellos. Él abastecía de frenos a varias fábricas de Estados Unidos y también de muchos otros países. Otros invitados se acercaron a ellos y comenzaron a charlar con los americanos, interesándose por la economía real en América. Max aprovechó esos momentos para buscar a Angelique. A pesar de su interés en los americanos, no se le había pasado por alto las artimañas de Angelique para desaparecer de la reunión cada dos por tres. Ese comportamiento lo había puesto de mal humor. Al parecer, Angelique había olvidado que debía acompañarlo. La risa de Angelique ante la última ocurrencia de Ludwig se interrumpió de golpe al oír la puerta de la cocina abrirse bruscamente. Al ver el gesto ceñudo de Max, supo que se había pasado, y que no era precisamente eso en lo que ambos habían quedado. - ¿Se puede saber qué hacéis aquí? Aunque Ludwig intentó tomárselo a broma, enseguida se dio cuenta de que Max estaba celoso. El fulgor de reproche que lanzaban sus ojos no podían ocultar lo evidente. - Vine a ver un momento a Britta.
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- Si me disculpáis, iré a reunirme con los demás -dijo Ludwig antes de salir. En otro lugar no se hubiera retirado tan fácilmente, pero esa era la casa de Max; no le parecía elegante iniciar allí una pelea entre rivales. - ¿Y se ha vuelto invisible o es que os ha dejado solos a propósito? -Aparentemente su tono era sarcástico, sin embargo la seriedad de su rostro era un claro reflejo de la furia que sentía. Angelique giró la cabeza hacia atrás y comprobó que Britta no estaba allí. Ella no se había dado cuenta. Por el contrario, Max fue lo primero que captó. - ¡Oh!, habrá salido un momento. Angelique se levantó y se dirigió hacia la puerta; antes de salir Max la detuvo tomándola del brazo. - ¿Qué significa esto, Angelique? Max exigía una explicación y ella no podía dársela. - La culpa es mía; me siento incómoda con la gente que no conozco y he buscado una especie de refugio aquí. Te ruego que me perdones; lo siento de veras. Max aceptó sus disculpas con un ligero movimiento de cabeza, sin embargo la expresión de su rostro no varió. Le disgustaba que Angelique pretendiera siempre mantenerse al margen de su vida, aunque lo que más le había enfurecido era verla charlar y reír con otro hombre en vez de con él. Sin soltarle el brazo, los dos se dirigieron de nuevo hacia el salón, donde le presentó a sus invitados extranjeros. Angelique se sintió aliviada al comprobar que no los conocía. Afortunadamente, ellos tampoco dieron muestras de reconocerla. Toda cautela le parecía poca, así que habló solamente palabras sueltas en inglés, como si no conociera bien ese idioma. Intentó alejarse del grupo en la primera oportunidad que se le presentó, pero no pudo. Max la tomó de la mano y no se lo permitió. Los que los rodeaban notaron
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ese gesto por parte de Max, sacando las conclusiones que Angelique temía. - Max, por favor, suéltame la mano -le murmuró entre dientes en un momento en el que los demás hablaban animadamente-. Estás llamando la atención. Esbozando una sonrisa burlona, Max la atrajo hacia él y le besó la mano, provocando en Angelique un gran bochorno y un profundo desconcierto. - Max... - Te concederé lo que me pides si me prometes no moverte de mi lado. - ¡Prometido! -exclamó con rapidez. Max cumplió su promesa, y Angelique estuvo a su lado, como si ambos formaran pareja, durante el resto de la velada. Perpleja ante lo que estaba viendo, a Lilian le hubiera gustado hablar seriamente con Angelique. Había comprobado que Max estaba completamente chiflado por la española, pero todavía dudaba de los sentimientos de Angelique. Los suyos hacia Max aún no habían cambiado, a pesar de que él nunca la había correspondido. Si Angelique no lo quería y algún día se iba, ella podría intentarlo de nuevo. Que supiera, Max nunca había estado enamorado de ninguna mujer... hasta ahora. A Lilian le dolía reconocerlo. También sabía que una vez que Angelique desapareciera de sus vidas, ella ya no tendría rival. Sin la española de por medio, quizás tuviera alguna oportunidad. - ¿No dominas bien el inglés o es que te caen mal los americanos? -le preguntó Max con suspicacia cuando todos los invitados se habían marchado. - Hace mucho que no lo practico; he perdido fluidez -mintió con remordimientos. - ¿Hasta el punto de articular solamente algunas palabras? Angelique sonrió. 201
- Sin embargo tú lo hablas muy bien. - No desvíes la conversación, Angelique. Me gustaría saber por qué te has mostrado tan evasiva esta noche. Max no había picado. Tal y como Angelique había temido, la confianza que ambos iban poco a poco desarrollando entorpecía su independencia para permanecer aislada y en el anonimato. Max era un hombre inteligente y muy intuitivo. Si permitía que él se acercara demasiado, sería cuestión de poco tiempo que empezara a sospechar que su comportamiento no era del todo normal. - He estado un poco incómoda, nada más. Mi trabajo está con los niños. Este tipo de reuniones con desconocidos no me va... - Pues tendrás que ir acostumbrándote. Me agrada tu compañía y... Angelique no lo dejó terminar. - Quizás estemos sacando las cosas de quicio, Max. Yo trabajo aquí como niñera, no como acompañante. Considero un error salirme de mi papel. Ni a ti ni a mí nos conviene. La expresión de disgusto que apareció en el rostro de Max la conmovió. Por nada del mundo quería herirlo, y era precisamente para evitar un daño mayor (el tener que separarse cuando ambos estuvieran perdidamente enamorados) por lo que Angelique intentaba evitar una relación sentimental entre los dos. El disgusto dejó paso a la ira, reflejándose con virulencia en el peligroso brillo de sus ojos. - Me admira que sepas con tanta seguridad lo que me conviene. ¿Es que acaso consideras que no mereces mis atenciones? Me interesaría mucho saber por qué. Su voz sonó gélida, pero era de esperar. Un hombre como Maximilian Bernburg no estaba acostumbrado a desaires. A Angelique no le gustaba hacer desplantes. Le dolía más que a él negarse a sus demandas. Sin que ella se hubiera dado cuenta y por mucho que luchaba contra ello, Max se había instalado en su 202
corazón, y le resultaba muy duro ignorar sus atenciones cuando todo su ser clamaba por él cada vez con más insistencia. - Creo que tus objetivos deberían ser más altos. - Siempre aspiro a lo mejor y trabajo duro para conseguirlo. Nada me desanima, Angelique. Espero que no lo olvides. El desafío velado inquietó a Angelique; encontraba peligroso continuar por ese camino. - Era sólo una sugerencia. Buenas noches. La mirada beligerante de Max la siguió hasta que Angelique desapareció en lo alto de la escalera. Angelique Villanueva era una mujer testaruda y orgullosa que se empecinaba en esquivar la realidad de su mutua atracción. Algún día averiguaría por qué; mientras tanto estrecharía su cerco para ir acorralándola poco a poco. Con el tiempo ella se iría dando cuenta de que sus esfuerzos eran inútiles y se rendiría a la evidencia. Tres días después de la fiesta, Angelique y los niños recibieron con sorpresa la visita de Ludwig. Angelique sabía que era amigo de Max, así que no le extrañó que hubiera ido a ver a los pequeños. - Tenía una reunión cerca de aquí y me acordé de vosotros dijo dirigiéndose a Hans y a Birgit-. El sábado cuando llegué ya estabais dormidos y no os pude entregar esto. -Los niños miraron con deleite los dos paquetitos que él sujetaba-. Los compré hace unos días en un mercadillo de pueblo. Están hechos a mano. Espero que os gusten. Con impaciencia, Hans y Birgit rasgaron el papel y contemplaron encantados los obsequios: un pequeño coche de madera pintada para Hans y una muñeca de trapo con un vistoso vestido para Birgit. - ¡Qué bonito, niños! Será un adorno precioso para vuestros cuartos -exclamó Angelique.
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Los niños rieron con alborozo y salieron corriendo para enseñárselos a Britta. Angelique le ofreció una copa a Ludwig y él la aceptó gustoso. - Ha sido un detalle muy bonito. Les ha encantado. - A los críos les gustan mucho las sorpresas. Disfrutan con cualquier cosa. - Es cierto, pero valoran más de lo que parece las atenciones que se tienen con ellos. Hans y Birgit son muy cariñosos. La mirada gris de Ludwig se posó tiernamente sobre los ojos ambarinos de Angelique. - También he venido a verte a ti, Angelique. El sábado apenas pudimos hablar, echando por tierra mis esperanzas de estar más tiempo contigo. Quisiera invitarte a salir durante el fin de semana. Soy de aquí y podría enseñarte lugares muy bellos de Düsseldorf. Angelique le dio las gracias, pero no aceptó su invitación. - Tengo otros proyectos para esos días. Quizás en otra ocasión. Los niños volvieron a aparecer y Ludwig ya no tuvo ocasión de insistir. Después de un rato de charla con ellos y con Angelique, el joven alemán se fue desilusionado. Angelique le gustaba mucho. Era guapa, lista y natural, y además la envolvía un aire de misterio que a él le atraía. Parecía eludir a los hombres, y Ludwig se preguntaba por qué; a no ser que todavía no hubiera olvidado a su marido. Esa era la única explicación que se le ocurría. En cuanto Max llegó a casa, poco antes de cenar, Hans y Birgit salieron corriendo para abrazarse a él y enseñarle los dos juguetes que les había traído Ludwig. Durante la cena, Max esperó a que Angelique le hablara acerca de la visita de Ludwig; para su desilusión, ella ni siquiera lo mencionó. Sin poder aguantar más, fue él el que decidió sacar la conversación. 204
- Es curioso cómo últimamente algunos amigos y vecinos se sienten tentados a realizar visitas inesperadas. Su tono ácido alertó a Angelique. Había escuchado el bullicio de los niños al enseñarle los regalos de Ludwig a su padre. Angelique dedujo enseguida que Max se refería a esa visita en concreto. - Ludwig parece apreciar mucho a los niños, y ellos estaban encantados con él. No veo qué tiene de raro la visita de un amigo. Una mueca de desconfianza se dibujó en sus labios. - Ludwig y yo nos vemos con frecuencia, pero no nos visitamos, a no ser que alguno de nosotros organice una reunión en casa. - Él tenía un motivo: pasaba por aquí. - ¡Ja! -fue la exclamación irónica de Max-. No se pasa por una zona residencial, sino que se va exclusivamente a ella. Angelique sabía lo que estaba pasando por la mente de Max y no se equivocaba, pero no sería ella la que echara leña al fuego. No quería líos, y menos con hombres. Con los que uno le había causado ya tenía bastante para el resto de su vida. - No sé, Max; yo sólo puedo decir que Ludwig fue muy amable y los niños se sintieron felices con su regalo. Ahora si me disculpas subiré con ellos a sus habitaciones. Max respiró hondo para controlarse. No entablaría una pelea con Angelique delante de los niños, pero por Dios que averiguaría qué era lo que había llevado a Ludwig hasta su casa cuando él no estaba. Aun estando casi seguro del motivo, quería que Angelique le contara la verdad.
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l crudo invierno llegaba a su fin, dando paso a una luminosa primavera que todos esperaban con ansiedad. La temperatura era aún fresca, pero en los días soleados la gente salía y paseaba por los parques y las anchas avenidas. Angelique también aprovechaba cada rayo de cálido sol para pasear por la zona verde del campus cada vez que tenía oportunidad. Ahora ya no lo hacía sola. En los últimos días la acompañaba a veces una chica española que había conocido en la facultad. Se llamaba Marina Lenar y era de Teruel. Había estudiado Físicas y estaba en Düsseldorf haciendo un curso de alemán. Según le había contado a Angelique, una parte de la bibliografía que ellos manejaban en su carrera estaba en alemán y ella quería perfeccionarlo. Los cursos a los que asistían eran distintos, pero coincidían en la cafetería los ratos de descanso. Siempre que podían se acompañaban, y Angelique estaba encantada. Había echado de menos una amiga. Desde que se casó no se había relacionado con nadie excepto con la familia de su marido y con sus socios más allegados. Alan nunca le permitió tener sus propias amigas o mantener la amistad con las que ya tenía antes de casarse.
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A pesar de la cautela que siempre debía mantener con cualquier persona que conociera, Angelique procuraba conducirse con naturalidad. Ambas amigas llevaban en Düsseldorf el mismo tiempo, con la diferencia de que Marina conocía la ciudad mucho mejor que Angelique. Con Marina como "cicerone" se metería en menos problemas que con Bergen o Ludwig. Los hombres eran un conflicto, y ella ya tenía suficientes complicaciones. - El sábado iremos un grupo de compañeros de clase a la parte vieja de Düsseldorf, al Altstadt. Primero podemos dar un paseo para que lo conozcas y luego recorreremos algunos pubs, donde puedes probar la cerveza de aquí. A Angelique le gustó la idea. Era una forma de hacer algo diferente y de alejarse de Max. Aceptó y se alegró de su decisión. Aparte de contemplar la belleza del lugar y de visitar sus monumentos más emblemáticos, como la torre del viejo castillo, donde se encuentra hoy en día el Museo de la Navegación, la antigua iglesia de San Lambert y el obelisco con sus cuatro relojes y la marca del nivel del agua, el grupo de chicos y chicas del que formaba parte Angelique recorrió una gran parte de la zona donde se agrupan los bares y pubs más famosos de la ciudad. - ¡Qué marcha hay aquí! -exclamó Angelique divertida. - Con razón le llaman a esta parte "el bar más largo del mundo". Todos los locales están siempre llenos. Aguantan con la cerveza como nadie. - Pues a mí me ha parecido un poco fuerte. Menos mal que la sirven con algo de comida. - Ellos están acostumbrados. También es cierto que más de uno caerá redondo antes de que termine la noche -vaticinó Marina con acierto. Angelique rió con ganas. - No me extraña; a ese ritmo... 207
A partir de ese día, Angelique y Marina aprovechaban cualquier tiempo libre para explorar la ciudad y sus alrededores. Los museos, los parques y los monumentos más significativos fueron objetos de sus visitas, como el Sastre Wibbel, considerado un héroe del pueblo y que sale del reloj en el que se encuentra encerrado a ciertas horas, acompañado de una música folclórica alemana. Angelique estaba encantada con la compañía de Marina y sus amigos. Formaban un grupo alegre y entusiasta, interesados en los estudios y en viajar y conocer lo más posible. Con ellos se sentía libre de preocupaciones, aunque la imagen de Max Bernburg, sonriéndola o reprochándole algo, raramente se apartaba de su mente. Ultimamente, ambos estaban viviendo un período de tregua y de paz. Cuando Angelique le informó de que había iniciado un curso de literatura en la Universidad se alegró. Le agradaba que Angelique se interesara por la cultura del pueblo alemán. Max también acogió con agrado en un principio que Angelique tuviera amigas en la Universidad. Comprendía que debía ser duro para ella estar sola en un país extranjero. Tener amigos era algo que todo ser humano necesitaba. Lo que no le gustaba tanto era que esos amigos la acapararan tanto. Desde que había conocido a la estudiante española, prácticamente no la veía. Entre los estudios y esas nuevas amigas, todo eran excusas para no estar nunca con él. Max no podía reprochárselo; sabía que no tenía ningún derecho. Angelique cumplía perfectamente con su trabajo. Lo que le molestaba era que en su tiempo libre apenas estuviera en casa. Le fastidiaba esa actitud y se rebelaba contra ella. Disgustado, también reconocía que no podía hacer nada para cambiarla. De todas formas, se mantenía a la expectativa. Se había dado cuenta hacía tiempo de que Angelique era una plaza muy difícil de conquistar. Tampoco le asustó en ningún momento ese reto. Se 208
había propuesto darle tiempo y no agobiarla en exceso. Pretendía que su cortejo fuera tan sutil como constante. Si quería conquistarla tendría que recurrir a toda su astucia y adelantarse a ella en todos los movimientos. Max no estaba acostumbrado a tener que emplear esas tácticas para conseguir a una mujer. Hasta que conoció a Angelique su relación con ellas había sido fácil y monótona. Con bastante rapidez dejaban de interesarle, manteniéndose siempre su corazón intacto. Con esta arrogante española le sucedía todo lo contrario: necesitaba su compañía, su conversación, su sonrisa... Cada vez que estaba con ella su corazón palpitaba a más velocidad, ansiando tocarla, besarla... Era una sensación exultante y plena. Para su intranquilidad, estaba llegando un punto en el que él necesitaba tenerla por completo. Angelique no aceptó la invitación de Max para acompañarle a la celebración del cumpleaños de un amigo. Su excusa fue la de siempre: ya tenía un compromiso con unos amigos. Max no insistió, pero su semblante sombrío indicó a Angelique que su negativa le había molestado severamente. A pesar de que Angelique no disfrutaba con eso, tenía miedo de involucrarlo en su vida y que eso supusiera un peligro para él y para los niños. Su idea era estar allí un año más y luego trasladarse a España. En unos años sus padres volverían a su patria, y ella quería estar allí para vivir con ellos. No se obsesionaba con ese momento, pues no sabía cuándo se podría hacer realidad, pero soñaba con volver a reunirse con su familia y disfrutar de nuevo de la felicidad que su hogar siempre le había proporcionado. A Britta le gustó mucho el vestido que estrenaba Angelique. En tonos grises y con un original escote formando picos, se ajustaba perfectamente a su figura. Un cinturón rojo ceñía su cintura, resaltando suavemente sus bonitas curvas. 209
El pelo le llegaba ya a los hombros, y esto le facilitaba el cambio de peinado. Con habilidad se hizo un moño y dejó caer informalmente el flequillo sobre la frente. - Estás muy guapa, querida. - Gracias, Britta. ¿De verdad le gusta el vestido? - Mucho, te sienta de maravilla. Angelique se acercó a la señora y le dio un beso. - Usted siempre tan buena. El grupo se reunió en el Altstadt, donde solían quedar los sábados. Allí cenaron. Entre todos pidieron una serie de platos variados para degustar diferentes especialidades culinarias alemanas. A pesar de pertenecer a diversas nacionalidades, a todos pareció gustarles la comida. Tras discutir acerca del lugar en el que terminarían la velada, finalmente se pusieron de acuerdo y se dirigieron a una de las discotecas de moda. Desde que estaba en Düsseldorf, Angelique no había salido por la noche y no conocía ninguno de esos lugares. De hecho, no había pisado una discoteca desde que se casó. A Alan no le gustaban; prefería ir a sitios más tranquilos. Angelique no podía saberlo, pero a Max tampoco le entusiasmaban esos locales excesivamente bulliciosos y oscuros. Esa noche, después de la fiesta, se vio arrastrado por todos y no pudo negarse. Lilian estaba encantada de que Max estuviera solo, siendo una de las que más había insistido. El grupo de jóvenes estudiantes entró en la discoteca y se dirigió directamente a la barra. Desde allí contemplaron la enorme sala e intentaron encontrar algún rincón en el que sentarse. Había mucha gente por todas partes. Ellos eran siete: cuatro chicas y tres chicos; un grupo numeroso para acomodarlos a todos.
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Tras un rato de observación sin que dieran con ningún sitio libre, decidieron bailar. - Luego podemos tomar algo en la barra, y cuando nos cansemos, nos vamos, ¿os parece bien? -sugirió Marina. A todos les pareció buena idea y se dirigieron juntos hacia la pista. Angelique estaba contenta. Lo estaba pasando bien, con un grupo de amigos con los que se reía con desenfado y con los que no tenía que estar en guardia permanentemente. Esa tranquilidad la reconfortaba. Estaba viviendo el momento sin pensar en nada más, y eso le relajaba los nervios. La paz de su espíritu estaba destinada a ser muy breve. Bruscamente, su sonrisa se congeló en sus labios al contemplar no muy lejos de ellos a Max con sus amigos. Instintivamente, se detuvo y se ocultó detrás de una columna. Sorprendida, Marina retrocedió unos pasos. - ¿Qué ocurre, Angelique? Parece que has visto un fantasma. - No te preocupes; me reuniré con vosotros en unos minutos. Ahora iré al cuarto de baño. Su intento de desaparecer fue inútil, pues a la salida del tocador, Max estaba esperándola, indolentemente apoyado en una de las columnas que soportaban el techo del local. "Este hombre tiene vista de halcón". - ¿No pensabas saludarme, Angelique? -preguntó con un cierto tono irónico contemplándola con avidez. - No quería molestarte. - Sabes perfectamente que ni para mí ni para mis amigos hubiera supuesto ninguna molestia tu presencia. Eso me lleva a deducir que tu conducta tiene que haber sido motivada por otra razón. - No hay otra razón; fue simplemente que me dio apuro interrumpiros. 211
Max guardó silencio mientras la miraba con ojos penetrantes. Era obvio que él no la había creído, y ella se sintió avergonzada. - Me gustaría mucho que bailaras conmigo -le pidió sin previo aviso. Angelique lo miró sorprendida. - Pero... - Por favor -insistió alargando la mano para que ella la tomara. Durante unos segundos Angelique vaciló. Fue la cortesía y el grato recuerdo de su primer baile juntos los que la decidieron a tomar su mano y seguirle hasta la pista de baile. Al verlos pasar, Lilian y los demás se quedaron atónitos. - Me parece que nuestro querido Max ha caído sin remedio en las redes de la española -comentó uno de ellos-. Hay que reconocer que a ese premio me apuntaba yo también. - Y encima la tiene en casa... -añadió otro con malicia. - ¡Oh!, no seáis retorcidos -los recriminó Lilian con genio-. No hay nada entre ellos. Esa chica es solamente la niñera de sus hijos. - Pero muy guapa; una auténtica tentación. Excepto Lilian, todos rieron, creyendo que Angelique supondría para Max una simple aventura. Lilian sabía que no era así, y precisamente eso era lo que la hería profundamente. Max mantenía a Angelique muy cerca de él. Le parecía un sueño tenerla entre sus brazos, después de tanto anhelarlo. - Estás preciosa, Angelique -le susurró mientras la miraba con arrobamiento. - Gracias. - ¿Conocías esta discoteca? - No; es la primera vez que vengo. ¿Y tú? - He estado aquí varias veces tomando unas copas. Por primera vez lo estoy pasando realmente bien. Sus ojos la acariciaron con ardor, haciendo que Angelique se estremeciera bajo su sugerente mirada. 212
- Con los buenos amigos siempre se pasa bien. - Hasta ahora me bastaba con eso; desde que te conozco es diferente. Digamos que... la vida tiene muchos más alicientes para mí. Tú has sido como un rayo de sol que se ha introducido en el sombrío bosque en el que se había convertido mi corazón -susurró abrazándola más íntimamente mientras sus labios se deslizaban lentamente por su rostro-, aportándole calidez, ternura, pasión... Max la intentaba arrastrar hacia un terreno que ella consideraba muy peligroso. Reconocía que lo hubiera acompañado gustosa. Desgraciadamente, no podía permitirse ese lujo. - No continúes por ahí, Max, porque yo no puedo seguirte. -Abrazándose a él con desesperación le habló quedamente-: - Bailemos, y disfrutemos del momento. La vida puede ser larga, pero los momentos felices son cortos. Aprovechémoslos y no los estropeemos con expectativas que quizás nunca se lleguen a realizar. Max la abrazó con fuerza. Supo que Angelique tendría sus razones para sentirse tan escéptica con el futuro. Quizás su desesperanza se debiera a la temprana muerte de su marido. Él la besó dulcemente en los labios. Luego la miró compasivo, queriendo transmitirle su comprensión por el dolor que ella había tenido que soportar tan joven. Antes de que ninguno de los dos pudiera evitarlo, Max la estaba besando apasionadamente. De no haber estado en un lugar público, Angelique no hubiera podido resistirse al apremiante deseo que los envolvía a ambos. En los brazos de Max se sentía revivir, como si él fuera su primer amor, al que ella se entregaría sin pestañear. Lamentablemente, no era así. Ella tenía un pasado, un pasado escabroso que Max desconocería siempre. Habría sido muy fácil dar rienda suelta a su mutua atracción y vivir una continua mentira, pero Angelique no estaba hecha de esa madera. Jamás podría ser feliz sabiendo que estaba mintiendo al hombre que amaba. El 213
reconocimiento de lo que realmente sentía su corazón, afloró a su mente con naturalidad. Ella amaba a Max. Su atracción inicial se había convertido en amor y ese estado la llenaba de dicha. A su pesar, por ahora no podía confesárselo al mundo y menos a él. Con un suspiro de congoja decidió volver a la cruel realidad que siempre la rodearía. Angelique se apartó un poco de Max y lo miró compungida. - No me tientes, Max, por favor. Aunque lo deseara, no podría corresponderte. Max intentó acallar sus palabras con otro beso. En esa ocasión, Angelique no se lo permitió. - Si la única forma de conseguirte es tentándote, no dudes de que no desistiré -le advirtió él-. Podrías corresponderme si quisieras, Angelique; no hay nada que nos lo impida. No era cierto, pero él no podía saberlo. - Hay recuerdos. La desilusión se reflejó en el semblante de Max. - ¿Recuerdos de tu marido? - Sí. - ¿Sigue ocupando él tu corazón? - No -contestó Angelique con rapidez, sin poder mentirle. Abrazada a él, Angelique no pudo ver la expresión de alivio que iluminó el rostro de Max. - Entonces eres libre para iniciar una nueva vida. No debes aferrarte al pasado, sino encarar el futuro con optimismo e ilusión. Sabias palabras, aunque en nada aplicables a su caso. - Trato de hacerlo, pero necesito más tiempo. - Ya han pasado más de dos años desde que murió tu marido. Creo que es tiempo suficiente para recuperarse. Sería un error que te regodearas en tu desgracia. - No lo hago. Tampoco embarcaré mi corazón en otro compromiso que no sé cómo podría salir -dijo con franqueza-. 214
Ahora soy libre, tal y como tú has dicho, y así seguiré. Todavía no estoy preparada para otra relación amorosa. Sus palabras no le agradaron en absoluto. Por mucho que ella dijera, Max intuía que él no le era indiferente. - Creo que sí estás preparada, pero no quieres aceptarlo; por ese motivo huyes de mí. Evitas la tentación porque no estás segura de ti misma. Temes ser débil, y haces todo lo posible para eludir lo que realmente sucede entre nosotros. Angelique se apartó bruscamente de Max y lo miró con recelo. - ¡No es verdad! Entre nosotros no hay nada, Max... ni lo habrá jamás -le aseguró levantando la barbilla y mirándole con insolencia. Max sonrió con una mueca burlona y la acercó a él parsimoniosamente. - ¿Eso crees? ¿Cuánto te apuestas? Los ojos ambarinos de Angelique brillaron con ira, maldiciendo la seguridad que ese hombre tenía en sí mismo. - ¿La arrogancia la da la raza o es tan sólo un defecto personal? - Yo podría hacerte la misma pregunta, ¿no crees? - No, porque yo no apuesto con tanta seguridad por algo que no estoy segura de ganar. - Pero yo sí lo estoy. Angelique lo miró perpleja; su seguridad la desconcertaba. - Supongo que lo dirás porque nunca se te ha resistido ninguna mujer. Tu porcentaje de conquistas debe ser alto. En este caso debes hacerte a la idea de que yo no entraré en esa estadística. Max intentó acariciarle la cara, pero Angelique lo rechazó. - Tú eres mi primera conquista verdadera, Angelique. Jamás había sentido nada parecido a lo que siento por ti, ni siquiera con mi ex mujer. Te aseguro que es una sensación muy placentera; tanto que no estoy dispuesto a prescindir de ella. 215
Max estaba siendo sincero, y Angelique lo supo enseguida. Durante unos segundos estuvo a punto de cometer una estupidez. Casi cae en la tentación de confesarle que, a pesar de su resistencia, a ella le ocurría lo mismo. Mordiéndose el labio aguantó el impulso y desvió su mirada hacia las parejas que bailaban a su alrededor. Parecían tan felices y despreocupados que sintió envidia. Angelique sabía que era una insensatez intentar volver atrás en el tiempo, pero le resultaba muy difícil no desear haber conocido a Max en otras circunstancias. Hubieran sido tan felices... - No hables así, Max, por favor. Mantengámonos como hasta ahora; es lo más prudente. -Su mano acarició amorosamente la mejilla de él, enardeciendo todos sus sentidos. Max se la tomó y la besó con ternura-. Deseo que nos llevemos bien y que formemos un bloque de armonía a los ojos de los niños. Max la contemplaba extasiado. Angelique era un tesoro que él había tenido la suerte de encontrar y al que no renunciaría. Ella no parecía creerlo y trataba de evitarlo por una serie de razones que él desconocía. Para bien o para mal, Angelique Villanueva se había metido en su piel y ya no podía prescindir de ella. Tarde o temprano tendría que comprenderlo y aceptarlo. - Creo que ya formamos un buen equipo, Angelique. Los niños están encantados contigo y les gusta vernos juntos. Saben, porque lo ven, que nos llevamos bien; el problema es que yo no me conformo sólo con eso. Deseo más de ti, Angelique... La joven española no le dejó terminar. Max estaba empecinado en su idea de conseguirla y no atendía a razones. - ¡No, Max! -exclamó, mirándole compungida-. Por favor, renuncia a esa idea y mantengamos la armonía entre nosotros. Max exhaló un suspiro de irritación y la zarandeó con genio. - ¡A costa de qué? La sorpresa de su arranque la dejó paralizada. - ¡Contéstame, Angelique! 216
- A veces conviene renunciar a una pasión pasajera para conseguir una amistad duradera. Max no podía creerlo. Frunciendo el ceño la miró fijamente. - ¿Crees que mi interés por ti se basa tan sólo en una pasión momentánea?, pero ¿por quién me tomas? - No he querido ofenderte, Max, pero nuestra relación sólo podría durar un tiempo, y... estoy convencida de que saldríamos perjudicados. Max no aceptaba lo que ella decía. Angelique estaba equivocada. No sabía exactamente cómo calificar al sentimiento que le atraía hacia ella, pero estaba seguro de que era muy profundo. Su deseo por ella no era sólo físico, sino que la necesitaba a su lado. Su compañía le era vital. Saber que Angelique vivía en su casa y que la vería todos los días le proporcionaba una dicha que le llenaba de total plenitud. Jamás había experimentado las emociones que perturbaban tanto su corazón, y Max intuía que, por su intensidad, no serían pasajeras. - Yo no lo creo así, Angelique. Por favor, déjame demostrártelo. Su ruego agónico conmovió sus fibras más vulnerables; no obstante, por muy honesto que él fuera, Angelique sabía que ella no tenía futuro con nadie. Con ella, Max nunca estaría seguro. No cometería esa crueldad con el hombre que le había entregado su corazón. El "no" definitivo no llegó a ser pronunciado porque en esos momentos se acercó a ellos Marina para comunicarle a Angelique que se iban en poco tiempo. Aprovechó para presentársela a Max. Marina se mostró muy cordial; Max, no tanto. Su saludo fue cortés, aunque desde luego, nada caluroso. - Te esperamos en la puerta. - Voy enseguida. 217
Max se sentía irritado por haber sido interrumpidos. Consideraba muy importante lo que habían estado hablando y deseaba continuar la conversación. - Quédate conmigo, Angelique. Nos iremos a casa enseguida. ¡Por nada del mundo! Después de lo expuesto por Max esa noche, sería una auténtica locura quedarse a solas con él. Max estaba decidido y no perdería ninguna oportunidad, y ella..., bueno, teniendo en cuenta lo que le atraía Max Bernburg, no le sería difícil caer como una tonta en sus brazos. - Lo siento, Max, pero le he prometido a Marina quedarme esta noche en su casa. Mañana pensamos hacer una excursión. Una sombra de ira oscureció los bonitos ojos de Max. - Es una buena excusa, pero no te creo. -Max notó el respingo que dio Angelique al oírlo-. Huyes de nuevo de mí y de ti misma. No confías en tu voluntad para controlar tus sentimientos y recurres a lo más fácil: alejarte del problema. Estos no se resuelven así, Angelique. Hay que enfrentarse a ellos. Siento decirlo -continuó tras una pausa durante la cual la había estado observando con tristeza-, pero, dada tu actitud, tú no pareces tener el valor suficiente. Fue una acusación muy dura. Max la estaba desafiando y Angelique lo sabía; para su desgracia, ella no podía aceptar el reto. Le habría encantado vencer a ese alemán arrogante, pero se sentía impotente. Si permitía que se entablara una relación entre ellos todo estaría perdido. Conociendo a Max como lo conocía, sabía que por muchos argumentos que ella empleara cuando llegara el momento, él jamás la dejaría ir. Si no se ataba a él con ningún lazo, Max nunca tendría autoridad moral ni legal sobre ella. El fulgor de furia que brilló en sus ojos desapareció rápidamente. - No es una cuestión de valor sino de sensatez. Ahora, si me disculpas, volveré con mis amigos.
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Max la retuvo por la cintura mirándola con expresión beligerante. Su estado de ánimo pedía guerra, pero Angelique no le dio esa satisfacción. - Hasta mañana, Max; dale un beso a los niños. Él la soltó con desgana y contempló con furor cómo se alejaba. Cuando Max llegó al lugar donde estaban sus amigos, se despidió de ellos sin muchas explicaciones y salió de la discoteca. Marina aceptó encantada que Angelique durmiera en su casa. - Por supuesto, y quiero que sepas que puedes hacerlo cada vez que lo desees. Por cierto, ¿quién era ese hombre tan interesante con el que has estado bailando todo el tiempo? Parecía alemán, ¿no? Angelique se echó a reír. Max era un hombre muy guapo y con un tipo impresionante. Muchas mujeres suspirarían por las atenciones que él le dedicaba a ella. Además de sus atributos físicos, Angelique lo conocía en profundidad y podía decir sin temor a equivocarse que era uno de los hombres más completos que jamás había conocido. Todo en Maximilian Bernburg le gustaba: su atrayente mirada, su seductora sonrisa y su elegante porte, además de su comportamiento con sus hijos, su ternura y paciencia con ella, y la inteligencia y actividad que desarrollaba diariamente en su trabajo. Angelique consideraba que Maximilian Bernburg era su hombre ideal, el hombre al que ella hubiera elegido sin pestañear si fuera completamente libre. - Sí; es el padre de los niños que estoy cuidando. - ¡El señor de la casa donde trabajas? -exclamó Marina sin poder creerlo-. ¡Qué suerte, hija, está como un tren!, y te mira de una forma... - No exageres. Simplemente estaba siendo amable. Marina le dedicó a su amiga una sonrisa pícara. - Sí, sí...
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Al día siguiente, las dos amigas emprendieron el corto viaje hacia Colonia, donde pasaron el día visitando sobre todo la magnífica catedral gótica. Hasta tomar de nuevo el tren de vuelta, recorrieron el Museo Romano-Germánico y pasearon por la parte vieja de la ciudad. Marina y Angelique volvieron entusiasmadas de la excursión. Las dos jóvenes españolas estaban acostumbradas a las magníficas catedrales española, pero quedaron realmente impresionadas con la de Colonia. Angelique llegó a casa a media tarde. Los niños la recibieron con alegría. - Papá nos había dicho que llegarías tarde. - Pues ya veis que no. He podido estar aquí a tiempo para cenar con vosotros; ¿qué os parece? Max contempló la escena que se estaba desarrollando en el hall desde el salón. Los niños habían recibido a Angelique con entusiasmo, como hacían siempre. Sin embargo, él no se sentía tan alegre. Todavía estaba disgustado con Angelique. Tampoco podía ocultarse a sí mismo que le encantaba que ella estuviera ya en casa. Angelique lo saludó con naturalidad, como si entre ellos no hubiera ocurrido nada el día anterior. Por el contrario, Max no se sentía tan magnánimo. Dolido todavía por la actitud de Angelique, su respuesta fue más bien fría. Durante la cena, los niños le contaron con detalle lo que habían hecho durante el fin de semana. Angelique les habló de sus amigos, les relató su excursión a Colonia y les describió, como si de un cuento ilustrado se tratara, la catedral de Colonia. Max se mantuvo bastante callado, sin dejar de admirar la capacidad de Angelique para conectar con los niños. Nada más terminar, Max se retiró a la biblioteca, y Angelique, después de acostar a Hans y Birgit, se refugió en la intimidad de su cuarto. Había sido un fin de semana agotador, pero lo que más 220
perturbaba a su espíritu era la continua tensión que parecía flotar en el aire cada vez que Max y ella estaban en el mismo lugar.
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urante toda la semana siguiente, Max se mantuvo a distancia y bastante taciturno. Solamente en presencia de los niños dejaba a un lado el rencor que sentía contra Angelique y procuraba mostrarse natural y alegre. Sus hijos no tenían culpa de nada, y por ningún motivo permitiría que pasaran un mal rato detectando desavenencias entre ellos dos. Hans y Birgit se sentían muy felices en su casa. En su mente infantil, su padre, Angelique y ellos, junto con Britta formaban una familia. Eran conscientes, especialmente Hans, de que tenían una madre a la que veían de vez en cuando, pero a pesar de quererla y de apreciar el cariño que ella les demostraba cada vez que estaba con ellos, en realidad, ella no formaba parte de sus vidas. Angelique era la que se ocupaba de ellos, la que hacía el papel de madre, y tanto Hans como Birgit la querían mucho. El cariño era recíproco, pues Angelique los adoraba; de hecho no quería ni pensar en el trauma que supondría para ella tener que separarse de los Bernburg. Quizás sería inevitable, pero eludía pensar en un futuro cuando incluso el presente era incierto.
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Las flores de los parques y de las avenidas habían empezado a llenar la ciudad de colorido. El frío comenzaba a retirarse, dando paso a una temperatura más cálida. Un cambio de ropa fue necesario. Angelique revisó la de los niños y comprobó que tendría que renovarles algunas prendas que se les habían quedado pequeñas. Esa era una parte de su tarea y tenía que comentárselo a Max. No era el mejor momento, precisamente cuando él no mostraba muy buena disposición hacia ella. Lamentó tener que enfrentarse a él, pero no había más remedio. Los niños necesitaban ropa, y Max le había advertido desde el principio que cuando eso sucediera, se lo comunicara. Angelique evitaba cualquier encuentro a solas. Al parecer raramente se ponían de acuerdo, y ella no quería provocar disputas entre ellos. Decidió hablarle delante de los niños. - Llega la primavera y los niños necesitan ropa nueva. - Muy bien; buscaremos un día para ir de compras. ¿Te parece bien el sábado o tienes algún compromiso? -preguntó con un cierto tono de condena. Ese era uno de sus días libres y él lo sabía, pero también era cierto que los niños estaban muy ocupados durante la semana y no podían salir. - El sábado es un día estupendo. ¿Qué os parece, niños? Silencio total. - ¿No queréis que papá os compre ropa nueva y bonita para la primavera y el verano? - Es un rollo probarse ropa -afirmó Hans. Birgit parecía estar de acuerdo con su hermano, pues asentía con cada una de las palabras de Hans-. Prefiero ir a montar en bici o jugar al tenis con papá. Angelique le sonrió y le dio un beso.
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- Aunque es muy comprensible que prefieras hacer deporte o jugar, hay veces que es necesario un pequeño sacrificio. Piensa en lo cómodo que vas a estar con esa ropa cuando caliente más el sol. Hans la miró caviloso, no muy convencido de lo que Angelique le explicaba. - Después de las compras podemos comer en un sitio que os apetezca, o... hacer una excursión y comer en el campo ¿qué os parece? La sugerencia que su padre había propuesto fue muy acertada. Hans y Birgit olvidaron rápidamente el horror que les producía ir de compras y comenzaron a planear todo lo que harían en el campo: jugar al balón, trepar a los árboles y tratar de atrapar algún pez en el río. Angelique miró a Max con gesto socarrón. - Enhorabuena; has dado en el clavo. Él se encogió de hombros y le devolvió una mirada reflexiva. - No siempre acierto. A veces es muy difícil convencer a los niños y... a los mayores. Angelique hizo un ligero gesto afirmativo con la cabeza, sin querer indagar en el auténtico significado de sus palabras. Teniendo en cuenta lo tensos que habían estado, sería más sensato dejar las cosas como estaban. Después de dos días nublados, el sábado amaneció espléndido, siendo motivo de gran alegría para los niños. Angelique se había levantado temprano y había hecho una tortilla de patatas para la excursión. Desde que estaba en casa de los Bernburg nunca había guisado, pero ese día era inevitable que lo hiciera: una española no podía ir al campo sin una tortilla de patatas. Quisieran o no tendrían que probarla; Angelique estaba convencida de que no había comida más rica para un día al aire libre. Britta preparó el resto de la cesta y los despidió desde la puerta moviendo la mano 224
con simpatía. Estaba contenta de que Angelique hubiera accedido a acompañarlos. Normalmente eludía estar con el señor Bernburg, quizás debido a un rasgo de timidez. Por el contrario, él parecía estar bastante interesado en la joven española. Esa inclinación del señor Bernburg hacia Angelique le había chocado al principio. No era normal en él encandilarse a la ligera por una cara bonita. En esta ocasión, su interés no parecía pasajero. Britta quería mucho a la familia Bernburg y les deseaba lo mejor. Maximilian Bernburg no había sido feliz en su matrimonio, habiendo tenido que sufrir, junto con los niños, el trauma de una separación temprana. Siempre se había ocupado de sus hijos, aunque su vida personal había estado bastante vacía durante años. La llegada de Angelique había cambiado el ambiente de la casa. Los niños disponían de una especie de madre joven que los comprendía, y el señor Bernburg había conocido a la mujer que quizás fuera la única capaz de prender en su corazón la llama de amor que él nunca había sentido. La aparición de la joven española había sido una bendición para todos, y la fiel ama de llaves tenía la esperanza de que se quedara para siempre. La elección de ropa para los niños llevó su tiempo. Mientras los cuatro recorrían la planta infantil de los grandes almacenes, Angelique consultaba la lista de todo lo que tenían que comprar. Desde que estaba divorciado, Max había elegido siempre la ropa de sus hijos; en esa ocasión, delegó en Angelique. Le hacía ilusión que ella colaborara y que se sintiera lo suficientemente unida a ellos como para opinar libremente sobre lo que convenía comprarles. Hans y Birgit soportaron estoicamente las pruebas. Alabando con mucho tacto cada una de las prendas que se probaban y expresando efusivamente lo bien que les sentaba, Angelique logró que los niños se conformaran con paciencia y no emitieran ni una 225
queja. Al ver la ropa que se amontonaba en los probadores, Max admiró la capacidad de persuasión de Angelique. Los niños estaban como hipnotizados, escuchando atentamente lo que ella les iba contando mientras les deslizaba por el cuerpo camisetas, pantalones y jerseys. Su destreza con los niños era magistral; ¡qué pena que no la practicara también con él! Max sonrió complacido cuando la vendedora se acercó a él y le transmitió un mensaje que le conmovió: - Su mujer desea que entre en el probador para que vea una de las prendas de los niños. Cualquiera que los hubiera visto los habría confundido con una familia, y eso a Max le gustaba. Todavía no se atrevía a plantearse esa posibilidad, pero con Angelique todo era distinto. Había revolucionado su vida y su mundo, llegando a tocar la zona más sensible de su ser, una parcela que había permanecido insensible hasta que ella entró en su casa. El día era radiante y cálido, ideal para la excursión que los Bernburg habían planeado. Max enfiló el coche por una de las riberas del Rhin hasta que se encontraron en pleno campo y él se adentró por una carretera secundaria que los condujo directamente a una zona de bosques y prados, a la orilla de uno de los recodos del río. - ¡Es un lugar idílico! -exclamó Angelique contemplando despacio todo lo que les rodeaba-. ¿Ya lo conocíais? - Papá nos ha traído aquí algunas veces cuando estábamos en la casa de campo. -Angelique les había oído hablar de esa casa, pero no la conocía. Una vez que Max la había invitado a que los acompañara, ella no se había decidido. Max sacó la cesta de la comida, Angelique cogió el mantel y las servilletas de papel, y los niños se encargaron de los balones y otros juguetes. 226
El sol brillaba y era cálido y agradable; no hacía falta buscar la sombra de los árboles. Mientras Max jugaba con los niños al balón, Angelique se encargó de estirar el mantel y colocarlo todo para comer. Con las compras se había hecho tarde y los niños tenían hambre. Cuando todo estuvo preparado, Angelique los llamó y se sentaron en la hierba, alrededor del mantel. - Hmmm... ¡qué rico parece todo! -exclamó Hans con hambre. ¿Podemos empezar ya? - Por supuesto, cielo. ¿Quieres que te corte un poco de tortilla española? Es muy rica; seguro que te gustará. - Yo quiero probarlo todo, y por favor -pidió Max-, que el trozo de tortilla sea grande. Angelique le hizo caso y le entregó el plato bastante completo. - ¿Habías comido alguna vez tortilla de patatas? -le preguntó ella con curiosidad. - Cada vez que he tenido que viajar a España. Aunque mis estancias han sido breves, siempre he encontrado un hueco para comer tortilla o una buena paella. - Me halaga que te guste la comida de mi país -respondió Angelique complacida, mientras llenaba su propio plato-. ¿Y vosotros qué opináis, niños? A los dos les había encantado. - ¿Puedo servirme un poco más? - ¿Y yo? Angelique se echó a reír. - Estarás contenta; tu plato ha sido un éxito -reconoció Max mientras terminaba su último trozo. - Veo que no sólo la tortilla -añadió Angelique mientras miraba lo poco que quedaba del pollo y la ensalada que había hecho Britta. Ayudada por Max recogió los platos y sacó el postre, que fue consumido por los niños con el mismo apetito. 227
- ¡Uf...!, estoy lleno -reconoció Hans. - Y yo -coincidió Birgit. - Entonces deberíamos dar un paseo para ayudar al estómago a hacer la digestión, ¿no os parece? -sugirió Angelique. - Podemos recorrer una parte del bosque. Angelique no lo conoce -le comentó Hans a su padre. - Excelente idea, niños, pero primero recogeremos todo lo que ha sobrado, antes de que acudan las hormigas. Todos ayudaron a Angelique y volvieron a meter la cesta en el coche; a continuación iniciaron su marcha hacia el bosque que rodeaba el lugar. Seguros y felices, los dos niños correteaban y jugaban, escondiéndose el uno del otro y descubriendo nuevos insectos y plantas. Angelique y Max iban detrás a un paso más tranquilo, contemplando el bonito entorno arbolado y aspirando el suave olor de la vegetación. - ¡Me encanta el campo! -exclamó Angelique con entusiasmo-; es tan tranquilo y natural... Max le dedicó una mirada muy elocuente. - A mí también. En cuanto empieza el buen tiempo solemos ir los fines de semana a nuestra casa de campo. Estaríamos muy felices de que nos acompañaras. Angelique le dio las gracias, sin añadir ninguna frase que pudiera comprometerla. Aun habiendo detectado su intención, Max prefirió utilizar su estrategia más adelante. - ¿Hace mucho que la tienes? - Compré la finca cuando nacieron los niños. Quería que al menos dos días a la semana disfrutaran de la vida en el campo. A mi ex mujer no le gustó la idea y apenas vinimos. Cuando nos separamos, los niños y yo empezamos a pasar en ella largas temporadas. 228
- Y seguro que se divierten muchísimo. - Les encanta -reconoció él con satisfacción-. Tenemos caballos y una pequeña granja en la que criamos algunos animales. A Hans y a Birgit también les gusta mucho ayudar en el huerto. A Angelique le pareció excelente la idea de Max, y le recordó los maravillosos días pasados en el pazo que sus abuelos tenían cerca de Santiago. Sin que ella se diera cuenta, su mirada se nubló, pensando en el tiempo que tendría que transcurrir todavía antes de poder disfrutar de nuevo de la maravillosa vida familiar que los suyos le habían ofrecido siempre. Max captó la sombra de pesar que se reflejó en su rostro. Ignorando el motivo, especuló con algunas conjeturas. - ¿Tu marido y tú solíais ir también al campo? Angelique pestañeó, sorprendida por la pregunta. - No. Era un hombre muy ocupado. - ¿Fuiste feliz en tu matrimonio, Angelique? Por fin se había atrevido a preguntarlo. Hacía tiempo que deseaba hacerlo, pero nunca aparecía el momento idóneo. Teniendo en cuenta que jamás nombraba a su marido, Max tenía sus dudas respecto a la felicidad que Angelique hubiera encontrado en su hogar. Si bien Max se estaba volviendo osado, era natural que sintiera cierta curiosidad respecto a su vida anterior. - Me casé muy joven y lo hice con una ilusión, con un sueño. Cuando desperté me encontré con la realidad, y desde luego no tenía nada que ver con lo que yo había esperado. Max le dedicó una mirada comprensiva y le cogió la mano con calidez. Sorprendida momentáneamente, Angelique agradeció su gesto de ternura con una dulce sonrisa. - Parece que somos dos almas gemelas, Angelique. Ambos procedemos de distintos países y con vidas completamente diferentes, sin embargo ninguno de los dos fuimos realmente felices 229
con la pareja que elegimos. De hecho yo no sabía lo que era la ilusión, la atracción y el auténtico deseo por una mujer hasta que te conocí; es más, creo que estoy... Las voces de los niños, que se acercaban a ellos corriendo mientras reían a carcajadas, interrumpieron su discurso. Embobada con lo que él le estaba confesando, Angelique no pensaba en nada más que en Max y en sus sinceras palabras, olvidada durante esos momentos de las crueles circunstancias que rodeaban su vida como una sombra siniestra. Los niños la devolvieron a la realidad, recordándole la terrible verdad por la que se debía regir su vida actual. Con un movimiento rápido liberó su mano de la de Max, provocando una mirada acusadora por parte de él. Las explicaciones de los niños les hicieron olvidar momentáneamente sus pensamientos. No obstante, ni siquiera la alegre palabrería infantil impidió que Max tomara la firma decisión de hablar en serio con Angelique de una vez por todas. No estaba dispuesto a seguir así. Mientras regresaban al bonito prado donde habían dejado el coche, los niños los convencieron para que jugaran con ellos al escondite. Puestos a la tarea, los cuatro aparecían y desaparecían como por arte de magia, provocando continuamente las carcajadas de los críos. Pese a que cuando salieron del bosque estaban exhaustos, a todos les había venido bien el ejercicio. De vuelta en casa, Angelique se dispuso a bañar y a dar la cena a los niños con rapidez antes de que se quedaran dormidos de pie. Estaban tan cansados que los ojos se les cerraban irremediablemente. Max y ella apenas cenaron; después de la copiosa comida en el campo no tenían mucha hambre.
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Hans y Birgit subieron la escalera arrastrando los pies, ayudados por Britta y Angelique. Después de ponerles el pijama, se quedaron dormidos inmediatamente. - Un día de campo agota a cualquiera -comentó Britta divertida mientras observaba a los niños durmiendo como troncos. - Desde luego; yo estoy rendida. Me voy a dar una ducha y a acostarme inmediatamente. - Me alegro que lo hayáis pasado tan bien. - Mañana te contaré todo lo que hemos hecho. Buenas noches. Max interceptó a Britta y le preguntó por Angelique. - Teniendo en cuenta lo temprano que se levantó para hacer la tortilla y el magnífico día de campo que han disfrutado, la pobre chica estaba rendida. Espero que usted también duerma bien. Buenas noches. Max comprendió enseguida que ese no era el mejor momento para hablar. Lo que él tenía que decir requería una mente despejada y todos los sentidos alerta por parte de los dos. Un día o dos más no importaban. Lo que no estaba dispuesto era a demorarlo mucho más tiempo.
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arecía que el día de campo los había unido más que nunca, pues durante toda la semana siguiente, la relación entre Angelique y Max fue bastante afectiva. Con una actitud cordial por parte de ambos, la armonía reinaba felizmente entre ellos, manifestándose en cada uno de sus gestos. Aun sintiéndose eufórico, Max reconocía que todavía no podía cantar victoria. Angelique se mostraba simpática y amigable, incluso había accedido a acompañarle un día al cine y lo habían pasado muy bien. También habían charlado a veces después de cenar. Ciertamente, Angelique no se explayaba con explicaciones sobre su vida, pero habían mantenido agradables conversaciones acerca de distintos temas que les interesaban a los dos. Para Max, esas pequeñas conquistas eran un triunfo, y a pesar de que no habían intimado todavía en lo que él tanto deseaba, se sentía feliz de lo que poco a poco iba consiguiendo. Su buena disposición le resultaba tan gratificante que no se atrevió a declararse. Temía que si le proponía una relación seria, Angelique se alejara de nuevo de él. Su intención era muy clara, pero prefirió ser paciente.
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Nunca se hubiera imaginado que conquistar a la mujer que uno deseaba fuera un trabajo tan arduo. No le importaba el esfuerzo si el premio que recibiría finalmente era el amor de Angelique. La camaradería que reinaba entre ellos se hacía visible en cada una de las actividades que realizaban juntos: haciendo competiciones en la piscina con los niños, jugando todos al tenis, en las cenas diarias e incluso durante algunos fines de semana. - Te gustará nuestra casa de campo, Angelique. Lo pasaremos muy bien -le dijo Hans sonriente cuando Angelique le confirmó que los acompañaría ese fin de semana-. ¿Sabes montar a caballo? preguntó con curiosidad. - Poco, pero tú puedes enseñarme. La ancha sonrisa de Hans indicó la satisfacción que sentía de poder enseñarle algo a Angelique. Max los miraba encantado. - También le enseñaremos a coger los huevos y a remover la tierra en el huerto -sugirió a su hijo con sonrisa traviesa. - Bueno... trabajar el huerto es un poco duro -contestó Hans tomándose en serio la propuesta de su padre-, pero yo te sustituiré enseguida, Angelique. Max y ella se echaron a reír. - Eres muy bueno y todo un caballero, Hans -dijo Angelique acariciándolo dulcemente-. Estaré encantada de colaborar en las actividades en las que vosotros toméis parte. La finca estaba cerca de Düsseldorf y no tardaron mucho en llegar. Encantados con la perspectiva de enseñarles a Angelique el lugar en el que ellos disfrutaban tanto, nada más bajarse del coche, Hans y Birgit la cogieron de la mano y la llevaron corriendo hacia la casa. Toda de madera, desde el suelo hasta el techo, la casa no podía ser más acogedora. Construida en una sola planta para 233
mantener mejor el calor, el hall era el distribuidor que separaba la zona del salón, cocina y comedor, de los dormitorios. Casi arrastrada de habitación en habitación, Angelique no tuvo mucho tiempo de valorar la decoración con detenimiento. Sí pudo apreciar que su dormitorio, donde los niños decidieron detenerse, era precioso. La amplia cama con dosel le pareció que por sí misma adornaba todo el cuarto. Además había un escritorio, dos mesillas de noche y un arcón a los pies de la cama, todo hecho con la misma madera de pino. El magnífico edredón, de estilo campesino, le daba un aire campestre a toda la estancia. Cuando volvieron al hall, Max estaba charlando con una pareja de mediana edad. Angelique los miró con curiosidad y Max enseguida la sacó de dudas presentándoselos como los guardeses de la finca. Los niños los abrazaron con cariño, y a ella la saludaron con simpatía. Else y Klaus Meyer vivían en una casita en la finca desde hacía muchos años, desde que empezaron a trabajar para los antiguos dueños. Cuando Max compró la propiedad, decidió contratarlos para que continuaran realizando el mismo trabajo que hacían antes. Siempre se había alegrado de esa decisión. Klaus había resultado ser un manitas para cualquier cosa que se necesitara, y su mujer una extraordinaria cocinera. Acomodado el equipaje en las habitaciones, los niños acudieron presurosos a la llamada de Else cuando la comida estuvo preparada. Habiendo intentado esmerarse para agradar a todos, Else preparó unos excelentes y variados platos. Después de comer, los cuatro se dirigieron dando un paseo hacia la granja, donde los niños tuvieron oportunidad de demostrar sus conocimientos acerca de los animales que se criaban allí. Angelique los escuchaba con atención mientras los seguía por los pequeños corrales donde se hallaban las gallinas y los patos. Con
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cuidado, Hans y Birgit cogieron algunos huevos y los depositaron en una cesta. Según dijeron, los dejarían para la cena. - Tienes que probarlos, Angelique. Son mucho más ricos que los que se compran en la ciudad -dijo Hans con orgullo. - Sin duda; Else nos hará unas tortillas excelentes -añadió Max. Y así fue. Por la noche, durante la cena, todos pudieron apreciar el excelente sabor de los huevos y de las verduras recién cogidas del huerto. Todo estaba riquísimo, y así se lo manifestaron a Else, especialmente Angelique. Al atardecer, Max le pidió a Angelique que le acompañara a dar un paseo. - Deseo enseñarte algo, y esta es la mejor hora. Angelique aceptó risueña, tomando gustosa la mano que Max le tendía nada más salir de la casa. Parecían una pareja de enamorados paseando felices por el campo. En realidad eso es lo que eran en esos momentos, aunque Angelique sabía que por poco tiempo. En ese bello lugar, aislados del mundo, no había peligro, y la joven española se había propuesto disfrutarlo con los Bernburg, y en especial con Max, el único hombre que le interesaba. El espectáculo apareció de repente, dejando a Angelique boquiabierta. Delante de ellos, lento y majestuoso, con el sol como fondo poniéndose a lo lejos, se deslizaba, orgulloso y sereno, el soberbio Rhin. - ¡Qué vista tan bella! ¡Es maravilloso, Max! Pero Max no contemplaba el río que había visto tantas veces sino a Angelique, hermosa y altiva como el paisaje que los rodeaba. - Cierto, nunca he tenido delante de mí visión más espectacular -contestó mientras seguía mirándola sin pestañear. Al comprender a lo que Max se refería, Angelique le dedicó una sonrisa deslumbrante. 235
- Te estás perdiendo la puesta de sol, Max; me parece imperdonable -le recriminó ante su insistencia en mirarla. - Lo imperdonable es que, ante este paisaje y este maravilloso atardecer, aún no te esté besando. Max tenía razón. Si existía un momento único en el tiempo para besarse era precisamente ese. Lentamente, mientras los dos corazones palpitaban a la vez, se acercaron el uno al otro y se besaron con dulce suavidad, hasta que los poderosos brazos de Max la aferraron con fuerza contra él y exigieron de los trémulos labios de Angelique algo más de pasión. Ante la vehemente insistencia de Max, Angelique apreció cómo en cuestión de segundos los muros que ella había levantado para protegerse caían desmoronados a sus pies. Abrazada a Max con desesperación le respondía de forma arrasadora, haciendo que él extendiera sus demandas hasta más allá de un simple beso. El momento era único, cautivador, capaz de terminar con toda la resistencia que Angelique había logrado mantener durante los meses en los que había vivido en la casa de los Bernburg. Deseaba a Max, y a pesar de que trataba de eludir constantemente sus verdaderos sentimientos, lo amaba con desesperación. En esos instantes, lo único que le importaba era su cercanía, su cariño, su pasión... Max la acosaba sin descanso, no dejándola pensar. Sus labios y sus caricias exigían respuestas rápidas y contundentes. Angelique se las retribuía con creces y temblaba ante sus avances, hasta que... ¡Dios mío!, tumbada en la hierba y con el atlético cuerpo de Max casi encima de ella, contempló el amor y la entrega que reflejaban los azules ojos de Max, oscurecidos por la pasión. Súbitamente, de entre las brumas del arrebato amoroso apareció por fin la cordura, recordándole a Angelique su situación y mostrándole claramente la realidad de lo que sería su vida en casa de los Bernburg si ella accedía a entregarse a Max. 236
Maximilian Bernburg no era un pelele al que ella pudiera manejar. Si accedía a ser su amante, él le exigiría entrega total, lo que significaba confidencias y sinceridad. Siendo el hombre recto que era, con la verdad siempre por delante, no le permitiría evasivas ni mucho menos mentiras, y aunque ella despreciaba lo que se había visto obligada a hacer, no le quedaba más alternativa que continuar con su papel. Prefería tenerlo de amigo, sin ningún compromiso que la obligara a sincerarse con él, antes que atarse a Max de alguna manera y poner en peligro su vida y el afecto que los unía. Max notó enseguida su reticencia a continuar y la miró con extrañeza. - Teniendo en cuenta el entorno, éste ha sido el beso más romántico que jamás he recibido -comentó Angelique mientras le dedicaba una radiante sonrisa. Con su comentario había querido cambiar el gesto hosco que ensombrecía el atractivo rostro de Max, pero no lo consiguió. Max se incorporó de un salto y se giró hacia el río con expresión reflexiva. Angelique sabía perfectamente lo que estaba pensando. Ella había frustrado sus anhelos sin motivos aparentes, y Max lo había tomado como un desaire. - ¿Disfrutas jugando conmigo, Angelique? La pregunta fue como una bofetada en pleno rostro. - Jamás lo he hecho, Max. Por favor, no seas injusto. Él se volvió bruscamente y le lanzó una mirada colérica que la dejó clavada en el sitio. - ¡Maldita sea, los dos nos deseamos y hace un momento has permitido que te besara apasionadamente! Tú me has correspondido como yo esperaba, ¿por qué te has detenido? - El momento y el lugar me impulsaron a corresponder a tu beso, pero no pensé que tuvieras la intención de llegar más lejos. Max bufó con exasperación.
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- ¡Por el amor de Dios Angelique!, has estado casada y sabes perfectamente a dónde conducen estos encuentros. Angelique se propuso tener paciencia y calmar los ánimos de Max. - Nuestro caso es distinto, Max. Ha sido un beso maravilloso y romántico, lo reconozco, pero... una imprudencia por mi parte. Me has tentado y yo he cedido porque... - Nos atraemos y me deseas tanto como yo a ti -terminó él con voz gélida-. No sabes lo que me enfurece que intentes esconderte de la realidad que existe entre nosotros. No tiene sentido, Angelique. Me gustas con locura y quiero tenerte. Creo que pocas cosas he deseado con tanta vehemencia como el que tú me correspondas. Su sinceridad era abrumadora y conmovió a Angelique. - Max, yo... desearía complacerte, pero no puedo -expresó con desaliento-. Soy muy feliz con vosotros y procuro daros todo lo que merecéis, que es mucho; por favor, no me exijas más. La desesperanza y la ira de Max aumentaban con cada una de sus palabras. - ¿Tendrías la bondad de explicarme por qué no puedes? - No es aconsejable ni lo veo sensato. Max se llevó las manos a la cabeza con impaciencia. - No soportaré que pongas de nuevo como excusa a los niños. Nada de lo que ella dijera le convencería en esos momentos. Max deseaba una relación, y no admitía que Angelique se negara con excusas absurdas. - Los niños no son una excusa sino una buena razón para guardar las formas, al menos yo lo considero así -contestó enfadada-. Creo que éste es un buen momento para aclarar que no pienso entregarme a ti, Max -afirmó con contundencia-. Espero que lo entiendas y que lo aceptes, que a partir de ahora se acaben nuestras discusiones a este respecto.
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Era un desafío demasiado tentador como para no aceptarlo, y si Angelique hubiera conocido más a Max, se habría dado cuenta del error que acababa de cometer. Su obstinación en rechazarlo, sabiendo Max que él no le era indiferente, era un estímulo más para que el alemán se empeñara aún con más tesón en su conquista. Angelique Villanueva era una mujer espléndida, maravillosa, la única que le interesaba, y ¡por Dios! que no la perdería. Ella había reconocido que él la tentaba; de hecho, en una ocasión le suplicó que no lo hiciera. Él explotaría esa debilidad. Se decía que en la guerra y en el amor todo estaba permitido, y Max estaba decidido a no desaprovechar ninguna oportunidad que se le presentase para conseguir lo que quería de Angelique. - Yo tampoco deseo discutir, Angelique; en eso estoy de acuerdo contigo. La joven lo miró extrañada, sintiendo una cierta aprensión ante su súbita docilidad. Algo no encajaba en todo aquello, pero Angelique decidió olvidar lo que había sucedido. Era lo mejor para todos. Al día siguiente, a la hora del desayuno, Max los saludó a todos con alborozo. - Hace un día espléndido, ¿qué os parece si salimos a cabalgar? Su buen humor fue una grata sorpresa para Angelique. Se veía que Maximilian Bernburg olvidaba pronto sus enfados. ¿Se habría dado por vencido? - Te enseñaremos los bosques y los prados, Angelique -sugirió Hans. - Son muy bonitos -añadió su hermana con su dulce vocecita. A la hora de ensillar, Max fue el que eligió las monturas para cada uno de ellos. - ¿Qué te parece esta yegua, Angelique? Es tranquila y obediente. La manejarás bien. - Es muy bonita. Creo que nos compenetraremos. 239
El mozo los ayudó a salir y les deseó un buen día. Ajustados al trote de los ponys de los niños, el caballo y la yegua mantenían un paso armónico. Angelique contemplaba el paisaje detenidamente y se deshacía en halagos hacia cada rincón por los que pasaban. La finca de los Bernburg era un lugar precioso, y ella estaba disfrutando enormemente del día. - ¡Me encanta el olor a campo! -exclamó respirando en profundidad. - En primavera, el penetrante olor a hierba se mezcla con los de las flores silvestres y con los de los árboles, dando lugar a un especial y agradable aroma. Como habrás comprobado es muy grato dormir aquí -le comentaba Max-. Despertarse con el único sonido del canto de los pájaros y emplear el día efectuando tranquilas actividades que normalmente no se realizan, hace que las energías perdidas durante toda una semana de trabajo se recuperen enseguida. - Es cierto. Varios días aquí debe ser muy reparador. Me va esta paz; es la terapia ideal para relajarse. A ti te vendrá muy bien, dado el intenso trabajo que realizas. "Y si tú estuvieras más dispuesta hacia mí me relajaría mucho más" estuvo a punto de contestar Max. Prefirió mantenerse en silencio para no estropear el día y provocar de nuevo tensión entre ellos. Max había adoptado una decisión y nada ni nadie la cambiaría, pero sus pasos tenían que ir medidos con total precisión. - Vuelvo con las energías renovadas. Tú también lo comprobarás. Los niños reían mientras cabalgaban alegres sobre sus ponys. Disfrutaban mucho en el campo, especialmente si su padre los acompañaba en sus juegos y diversiones. Verle con Angelique les gustaba. Para los dos críos, esos momentos de intimidad que compartían los cuatro les proporcionaban dicha y seguridad. Angelique representaba a la figura femenina, largamente ausente de 240
su casa, que les aportaba a todos la ternura y el paciente cariño que se hacía indispensable en cualquier familia. - ¿Tú también tienes caballos en España, Angelique? -preguntó Hans con inocencia. - No, cariño, pero unos amigos sí los tenían y me enseñaron a cabalgar. Aunque no lo hago muy bien, por lo menos sé sujetarme sobre un caballo -añadió con humor. - Yo también me preguntaba lo mismo -comentó Max levantando una ceja en un gesto de incredulidad-. Viendo cómo esquías y la agilidad que tienes con los caballos, estaba empezando a preguntarme si en España es normal que los niños aprendan estos deportes. No era normal, ni mucho menos, y Max tenía toda la razón al sospechar. - Una serie de coincidencias ayudaron para que yo tuviera esa oportunidad; nada más. Angelique espoleó ligeramente el caballo y se puso a la altura de los niños, que se habían adelantado un poco. No deseaba más preguntas, y el gesto insatisfecho de Max indicaba muy a las claras que la vaga respuesta de Angelique no le había aclarado ninguna de las dudas que empezaba a tener respecto a su vida en España. En un bonito prado con vistas al río, desmontaron y dieron un paseo. Con las riendas en una mano, Max, con una osadía que dejó a Angelique perpleja, le tomó la mano con naturalidad. Ella trató de zafarse mientras le lanzaba una mirada venenosa, intentando recordarle con claros gestos que estaban con los niños. Max levantó la barbilla con desafío y no se la soltó. Angelique no podía creerlo. Se le ocurrió esconder lo que estaba ocurriendo a los ojos de los niños, pero Birgit, que se había rezagado un poco para coger unas flores, los vio. - Papá, le estás cogiendo la mano a Angelique.
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Ante una afirmación tan rotunda, Hans miró y sonrió azorado. Angelique no sabía dónde meterse. Estaba avergonzada y no pudo impedir que sus mejillas se colorearan con bochorno. Max los miró a todos y lanzó una carcajada. Teniendo en cuenta que Angelique y él se gustaban mucho, la escena que él había provocado a propósito le parecía de lo más natural; por el contrario, a los ojos de la joven española era como si estuvieran cometiendo un crimen. Contempló su rostro encendido y la miró con sonrisa burlona. - No te azores tanto, amor. Como ves, a los niños no les disgusta que tú y yo... - Max, por favor, no sigas -le rogó Angelique mientras le dedicaba una mirada cargada de reproche. Los dos críos cuchicheaban y reían por lo bajo. - ¿Os importa que le dé la mano a Angelique? -le preguntó a sus hijos. Ellos miraron a su padre y después a Angelique. - No; Angelique nos gusta mucho. ¿Es ya tu novia? -preguntó Birgit con ingenuidad ante el horror de la joven española. Angelique iba a contestar un "no" rotundo, pero Max se le adelantó. - A mí me gustaría; no sé qué pensará Angelique. Cuatro ojos infantiles se detuvieron inquisitivos sobre el rostro de Angelique. ¡Era el colmo de la desfachatez! Max le estaba devolviendo la jugada. La noche anterior y otras veces ella había puesto como excusa a los niños para no estar con él; ahora Max los utilizaba para el fin contrario. Angelique sabía que los niños la querían y que no les importaría que saliera con su padre, pero nunca pensó que Max se atreviera a preguntárselo tan descaradamente delante de ella.
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Angelique intentó sonreír con naturalidad antes de contestar, aunque le resultó bastante difícil. Estaba tan enfadada con Max, que dudaba que fuera capaz de disimular su estado de ánimo. - Bueno... estas cosas hay que pensarlas detenidamente antes de decidirse. Vuestro padre y yo hace poco tiempo que nos conocemos y... creo que como estamos ahora estamos bien, ¿no os parece? ¡Maldita sea, se estaba defendiendo de maravilla!, pensó Max, desilusionado. Los niños asintieron, completamente confusos ante lo que les decían uno y otro. - Pero tú siempre estarás con nosotros, ¿verdad, Angelique? Una mueca insinuante se dibujó en los labios de Max, tentándola a que se atreviera a contestar a esa pregunta tan directa por parte de Hans. - Me gustaría mucho, cielo, y así lo espero. Ni siquiera para hacer rabiar al padre desilusionaría a los niños. Eran dos críos maravillosos que le devolvían con creces el cariño que ella procuraba darles. En su respuesta no había mentido; había hablado de corazón. Lo triste era que en sus circunstancias, Angelique no podía asegurar nada. Los ojos de Max brillaron de triunfo. Ese había sido el primer paso. Quizás los siguientes fueran más fáciles para alcanzar la meta que él pretendía. Durante la cena y todo el día siguiente, Hans y Birgit se mostraron aún más alegres. A Angelique no se le escapó las sonrisas de diablillos que les dirigían de vez en cuando a ella y a su padre, como si se sintieran cómplices de la relación que sin duda terminarían por entablar. Una nueva ilusión había anidado en el corazón de los pequeños. Angelique era la mejor elección que su padre podría
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hacer. Los tres la querían, y esa era una base muy sólida para formar una familia.
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ntes de que Britta pudiera cogerlo, Hans se precipitó corriendo hacia el teléfono y lo descolgó. Angelique y Max estaban sentados en el salón leyendo la prensa y comentando las últimas noticias. Una apacible amistad se había entablado entre ellos, aunque en ningún momento Max dejaba de pensar en Angelique de una forma más profunda. A pesar de sus deseos había consentido en concederle más tiempo, y disfrutaba todo lo que podía de la serena relación que los unía. - ¡Angelique, te llaman por teléfono! -gritó Hans desde lo alto de la escalera-, ¡es el juez Bergen! Max levantó los ojos del periódico con brusquedad y los dirigió hacia Angelique. Su expresión sombría indicaba claramente lo que él esperaba de ella. Angelique captó su malestar y vaciló. Finalmente decidió hablar con Bergen. No le apetecía en absoluto, pero quizás esa era su oportunidad para desilusionar a Max. Angelique sabía con toda certeza que si intentaba alejarlo ella sufriría más que él. Se necesitaba ser muy fuerte para hacer eso, y ella no estaba segura de poder dominar su voluntad hasta ese extremo.
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Ignorando la fría mirada de Max, Angelique dejó atrás el teléfono portátil que había en el salón y se dirigió hacia la cocina para cogerlo allí. Max hervía de furia, maldiciendo el momento en el que ese maldito juez se había cruzado en el camino de Angelique. Ella no había salido todavía con él, Max lo sabía muy bien, pero su insistencia le exasperaba. A pesar de ser muy consciente de que no tenía ningún derecho a prohibirle nada a Angelique, mentalmente la consideraba suya. Aun reconociendo que era una idea absurda, totalmente irracional, no podía evitar que los celos le quemaran las entrañas cada vez que algún otro hombre intentaba acercarse a ella. Angelique volvió al salón y continuó con el periódico como si la llamada de Bergen no fuera digna de ningún comentario. Max podía haber valorado esa indiferencia en un sentido positivo, pero no lo hizo. La ira le cegaba, y la actitud tranquila de Angelique terminó por sacarlo de quicio. - ¿Deseaba Bergen algo en especial? Angelique había tenido la esperanza de que Max no preguntara nada. La gustaba el grado de amistad y armonía que ambos habían conseguido y no quería discordias. En realidad no tenía por qué haberlas, pero empezaba a conocer a Max y sabía que no se quedaría de brazos cruzados ante la injerencia de un intruso. - Quiere hablar conmigo -contestó Angelique sin dejar de mirar el periódico. - ¿Sobre qué? - No lo sé; ha insistido tanto que he quedado mañana a cenar con él. -Con su actitud serena intentó que Max se lo tomara como algo sin importancia; no lo consiguió. Max la miraba a ella, no al periódico, siendo su mirada tan persistente que Angelique también dejó la prensa a un lado. - No deseo que salgas con él. -Nunca pensó que pudiera llegar al extremo de coartar su libertad a la mujer que le interesaba más que 246
nada en el mundo. Siempre se había considerado un hombre liberal, sin embargo ahora... No había podido evitarlo. No estaba seguro de poder soportar que Angelique se viera con otro hombre. - ¿Por qué? - Sabes perfectamente que ese hombre está loco por ti. Te persigue sin descanso... Angelique se tapó la boca tratando de evitar la risa. - ¿Se puede saber qué es lo que te hace tanta gracia? -preguntó Max bastante molesto. Angelique rió abiertamente sin poder contenerse. - Por Dios, Max... Acusas a Bergen del mismo delito que intentas cometer tú. - ¿Delito? - Es un decir. Además, te aseguro que tus celos son completamente infundados. Te agradarían las razones que tengo para haber aceptado la invitación de Bergen. Max confiaba en Angelique. Sus palabras lo tranquilizaron. - Parece que cualquiera que llame a esta casa tiene más suerte contigo que yo. Angelique cerró los ojos con pesar. - No es cierto lo que dices, Max. A Bergen no lo he visto más de tres o cuatro veces en mi vida y apenas he hablado con él. Siempre ha sido amable y educado, aunque yo nunca he atendido sus demandas. Ahora me ruega que le escuche y no tengo motivos para negarme. Max siempre se había considerado justo y razonable, pero cuando se trataba de Angelique perdía toda su capacidad de raciocinio. - ¿Y si yo te pidiera que salieras conmigo el próximo sábado, que me acompañaras a la ópera, tu respuesta sería también afirmativa?
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Max había vuelto a ganar; había aprovechado la circunstancia y la buena disposición de Angelique para comprometerla en una cita con él. Angelique le dedicó una sonrisa irónica, aplaudiendo en silencio su habilidad para conseguir lo que quería. - Me encanta la ópera. Gracias por tu invitación. Al oír su respuesta, el rostro de Max se iluminó de alegría, olvidándose momentáneamente de todo lo que no fueran ellos dos. Con gusto la hubiera abrazado y besado, pero no quería tentar a la suerte. Angelique estaría con él el sábado, y eso le había dado a su espíritu una gran dosis de esperanza. Angelique se reunió con Otto Bergen en un céntrico y lujoso restaurante de Düsseldorf. Lleno de caballeros y señoras elegantemente vestidos, Angelique destacaba por su belleza y naturalidad, a pesar de su sencillez. Otto Bergen lo apreció, igual que los demás, proponiéndose de nuevo intentar conquistar a esa española esquiva y hermosa. Había saltado de alegría cuando Angelique había aceptado su invitación. La desilusión vino después, en el momento en el que ella se había negado a que fuera a recogerla. Al verla acercarse, Otto se levantó y la saludó con un beso en la mejilla, sorprendiendo a Angelique con su audacia. - Estás muy guapa, Angelique. Gracias por venir. La joven sonrió débilmente y se acomodó en su asiento. Cuando el camarero le ofreció la carta, la leyó por encima y eligió un solo plato. Otto también hizo su elección. Antes de que trajeran la comida pidió unas bebidas y aperitivos. - Hace mucho que no te veo, ¿es que ya no tienes tiempo para pasear? - Me he apuntado a un curso en la Universidad y no tengo horas libres.
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- ¿Tampoco dispones de unos minutos para contestar a mis llamadas? -le reprochó el juez. - Desde un principio te dije que no te llamaría; no sé por qué te extrañas ahora. La franqueza le gustaba, de hecho en su profesión era siempre bienvenida, pero la frialdad con la que Angelique hablaba le disgustaba sobremanera. - ¿Siempre eres tan directa? Angelique no era tan seca, ni mucho menos. No le gustaba la forma en la que se veía obligada a comportarse. Se sentía desconcertada, no sabiendo qué otra actitud adoptar para no hacer más daño del que ya hacía. - Lamento que mis respuestas no te agraden, Otto, pero no pienso andarme con rodeos. Ambos somos adultos y no vamos a perder el tiempo con juegos de palabras. He accedido a venir aquí porque ante tu insistencia me parecía una grosería no hacerlo. No deseo que mi actitud te lleve a equivocaciones -le advirtió mirándolo fijamente- ni que creas que esta reunión significa algo especial. Otto bebió con tranquilidad de su copa y la miró con una expresión indescifrable, demostrándole a Angelique que él también era muy capaz de esconder sus sentimientos ante una máscara de hierro si se lo proponía. - A pesar de que apenas te conozco, Angelique, he hablado contigo varias veces y sé que no eres tan dura como estás intentando hacerme creer. Se me escapan los motivos que te obligan a este cambio tan radical, pero no creo ni por un momento que bajo ese rostro hermoso y angelical se pueda encontrar otra cosa que una mujer dulce y maravillosa. -Tras escucharle, Angelique dedujo que Bergen debía ser un buen juez, o por lo menos un buen psicólogo con un instinto muy agudo-. Yo sólo quiero conocerte, Angelique continuó él- y ofrecerte lo mejor de mí. ¿No te parece la mía una actitud natural en un hombre? 249
Claro que lo era, y si ella fuera libre y no hubiera conocido a Max... ¡Dios mío, qué complicado! En sus circunstancias era todo tan difícil de analizar... - Me parece bastante normal que un hombre tome la iniciativa y se acerque a una mujer. Tampoco es tan raro que ella se niegue a su acoso. - Cierto, pero dependiendo del carácter del hombre, unos se darían por vencidos fácilmente y otros insistirían hasta conseguir lo que querían. Era un diálogo con personajes sin nombres, muy sutil, pero muy claro. El camarero les trajo los dos platos que habían pedido, interrumpiendo la extraña conversación durante unos segundos. Esta pausa los ayudó a recapacitar acerca de lo que habían hablado. - Supongo que serás un hombre muy ocupado, Otto, y no me gustaría que perdieras el tiempo intentando algo inútil. Yo no estoy disponible -expuso con claridad-. Mis motivos son varios y no pienso plantearlos ahora, pero créeme cuando te digo que jamás aceptaré salir contigo o ni siquiera volver a verte. Otto estaba atónito ante la firmeza de la joven española. Sin que él pudiera evitarlo, una sombra de disgusto oscureció el gris de sus ojos, reflejando claramente la desilusión que acababa de sufrir. - ¿Tan horrible me consideras que ni siquiera consientes en intentar conocerme? Su tono de desencanto la conmovió. Angelique sabía muy bien lo que era más conveniente para su situación. De ninguna manera quería dañar a nadie, y menos a personas que habían sido atentas con ella. - Al contrario; me pareces un hombre muy atrayente, pero no eres para mí. Siento tener que ser tan tajante, Otto, de verdad. En estas cuestiones, considero que no debe haber malentendidos.
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Si la suerte la acompañaba, él no insistiría. Su franqueza sería más que suficiente para el ego de cualquier hombre, y Otto Bergen no tenía por qué ser diferente. - Creo que has expresado claramente tus deseos -dijo el juez cogiendo su copa y bebiendo lentamente-, los cuales no coinciden con los míos, pero no insistiré. -Bergen hizo una pausa para meter la mano en uno de los bolsillos de su chaqueta y sacar una tarjeta-. Aquí tienes mi dirección y mi teléfono por si quieres verme alguna vez; yo no volveré a molestarte. Angelique giró la cabeza, avergonzada. No estaba en su naturaleza ser tan drástica con los demás. Muy a su pesar ahora no tenía elección. Por muy herido que Otto se sintiera en esos momentos no era comparable con el enorme desengaño que Angelique le estaba ahorrando con su actitud. Otto la olvidaría con rapidez puesto que apenas se conocían, y ella salvaba un obstáculo bastante peligroso. Al despedirse en la puerta de casa, Otto no lo hizo con resentimiento. Le había molestado mucho el rechazo de Angelique, pero como hombre justo que se consideraba, pensaba que ella estaba en su derecho de aceptar o no una amistad. - Perdona si en algún momento te he parecido desagradable, Otto, pero, por el bien de los dos, deseaba que supieras exactamente cuáles eran mis intenciones. - La sinceridad siempre es bienvenida. No siempre se gana, y confieso que en este caso lamento mucho haber perdido. -Su mirada la conmovió momentáneamente, pero no disminuyó ni un ápice su intención de no volver a ver a Otto Bergen nunca más. Despierto aún, Max oyó con claridad la llegada del coche de Otto y el golpe de la puerta al cerrarse después de que Angelique hubo entrado. No había estado a gusto desde que ella había salido, y a punto estuvo de no dejarla marchar. Ahora que se encontraba de nuevo en casa, sus esperanzas se renovaron. 251
Con respecto a Angelique, Max nunca podía estar seguro de nada: la joven siempre se mantenía hermética a la hora de desvelar sus pensamientos o intenciones. A pesar de su mutismo y discreción Max sentía que poco a poco Angelique iba permitiéndole acercarse a ella cada vez más. Angelique Villanueva era el mayor desafío que se le había presentado nunca, y ¡por Dios! que lo ganaría. A pesar de su disconformidad con aquel encuentro, Max prefirió ignorar la salida de Angelique con el juez Bergen y concentrarse en el único objetivo de conseguirla. Su táctica de cogerle la mano o besarla delante de los niños no había variado. Si bien Angelique se había rebelado en un principio, ante la complicidad de los pequeños Bernburg con su padre, había decidido resignarse. A ella no solamente no le disgustaban esos gestos sino que la complacían mucho. De todas formas seguía pensando que no era lo más conveniente. Sus dudas respecto a su propia conducta hacia Max persistían. Aunque procuraba mantenerse a distancia, cada día que pasaba comprobaba que Max tenía razón cuando afirmaba con insistencia que ambos se atraían con intensidad. La desgarraba no poder exponer sus sentimientos con sinceridad y entablar una relación normal con Max, pero tenía que resistir hasta que pasara más tiempo. Al contrario que al principio, ahora que Max se había posicionado realmente en su corazón, sus esperanzas de empezar una nueva vida habían vuelto a renacer. Teniendo en cuenta que Britta la había acompañado a comprar el vestido, Angelique consideró que tenía todo el derecho a contemplar la primera el resultado de su elección. - ¡Dios mío, Angelique, estás bellísima! La joven española soltó una carcajada y se encogió de hombros mientras se giraba para mirarse de nuevo en el espejo. - Sí, creo que tuvimos buen gusto. El vestido es muy bonito.
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El ama de llaves, que le había tomado mucho cariño a Angelique, levantó los ojos hacia el cielo en un gesto de resignación. - ¿El vestido solo? ¡Vamos, Angelique, no seas tan modesta! Sin tu figura esa prenda no resultaría tan hermosa. El señor Bernburg se quedará boquiabierto cuando te vea, aunque... me da la impresión de que le gustas con cualquier cosa que te pongas. Angelique abrió la boca con sorpresa antes de darse la vuelta y mirar a Britta con incredulidad. -Tengo ojos en la cara, querida, y desde que entraste en esta casa Maximilian Bernburg perdió la cabeza por ti. - Nunca... nunca me había comentado nada al respecto balbuceó Angelique, todavía atónita de la salida de Britta. La fiel ama de llaves la tranquilizó con una afectuosa sonrisa. - Prefiero ser prudente y no meterme en lo que no me incumbe. Es evidente que el señor Bernburg te quiere, pero también lo es el hecho de que tú no le permites libertades. Eso es algo que no entiendo -admitió Britta-. Por muchas razones Maximilian Bernburg es un hombre muy atrayente para las mujeres. Angelique hizo un gesto afirmativo con la cabeza. - Sí que lo es, pero no me parece bien que él y yo... bueno... al fin y al cabo él es mi patrón. Creo que todo irá mejor si cada uno se mantiene en su posición -terminó con una cierta vacilación. - Aun aplaudiendo tu postura y tu voluntad, Angelique, debo advertirte que si hay una virtud que caracteriza a nuestro pueblo es la tenacidad, y te puedo asegurar que el señor Bernburg es uno de sus más claros representantes. Angelique ya lo sabía y le agradaba que Max fuera así. También reconocía que era una locura admitirlo en sus actuales circunstancias. - Es usted muy leal, Britta; no me extraña que todos la quieran tanto -afirmó Angelique con admiración-. Mi situación actual es un
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tanto... ambigua. Digamos que, a pesar de mi enorme cariño por todos vosotros, yo aún no puedo hacer lo que deseo. Britta se acercó a Angelique y la abrazó con cariño. - Comprendo tus sentimientos, querida. Has sufrido mucho siendo muy joven, y no debe ser fácil para ti olvidar a tu marido dijo el ama de llaves con expresión comprensiva-. De todos modos, con tu edad no puedes permanecer aislada. Tienes muchos años por delante, y yo te aconsejo que no dejes escapar lo bueno que te ofrece la vida. Era una recomendación muy sensata. Britta quería mucho a los Bernburg y la apreciaba también a ella. Sabía que tanto Max como Angelique guardaban en sus corazones un potencial de felicidad que estaba deseando salir para entregárselo mutuamente y desparramarlo a su vez sobre los niños y sobre todos los que los rodeaban. El detonante para esa explosión de dicha lo tenía la joven española, y, desgraciadamente, todavía no se había decidido a emplearlo. Cuando Angelique terminó de arreglarse el moño se dio los últimos toques ante el espejo. Le hacía mucha ilusión asistir a la ópera acompañada de Max. Creía haber acertado con el vestido, pues aunque muy aceptable para salir por la noche, no era ostentoso ni llamativo. En tono tostado, de sisas bastante metidas en los hombros y ajustado al cuerpo, las discretas lentejuelas que formaban pequeños ramilletes de flores lanzaban ligeros destellos a cada paso de Angelique. Antes de salir de la habitación, Britta le alargó el chal, instándola a que se protegiera de las frescas noches del inicio del verano. Mientras la contemplaba bajar la escalera, Britta la miraba esperanzada. Hacía poco que conocía a esa joven, pero algo le decía que solamente ella traería la felicidad al corazón de Maximilian Bernburg y de toda su familia. 254
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a sonrisa de Max reflejaba todo el placer que sentía al contemplar a Angelique bajando majestuosa por las escaleras. Estaba bellísima, y él se sentía el hombre más afortunado por tener a semejante mujer bajo su mismo
techo. Angelique mantuvo su mirada y le devolvió la sonrisa, demostrándole con ese simple gesto la satisfacción que sentía de salir con él. Confiado por la complacencia que demostraban sus ojos, Max se acercó a ella cuando Angelique llegó al pie de las escaleras, y la besó en los labios. Fue un beso inocente y corto, pero que demostraba la decisión absoluta de Max de no retroceder sino avanzar en su conquista. - Gracias por acompañarme, Angelique; seré la envidia de todos los presentes. La joven le dedicó una dulce sonrisa. - El placer es mío. Durante todo el trayecto hacia el teatro, Max retuvo la mano de la joven entre las suyas. Angelique lo aceptó complacida, notando cómo la calidez de la mano de Max le daba fuerza y seguridad. Esa
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noche estaba con Max y sólo a él quería dedicar todos sus pensamientos, despreciando temores y dudas. Con las manos entrelazadas, los dos enamorados disfrutaban entusiasmados de la bella música y de la maravillosa voz de los cantantes. Sólo con las reiteradas miradas cargadas de dicha se transmitían la felicidad que sentían por estar juntos. Lo que hasta esos momentos había sido disimulado por Angelique con tanto celo, se mostraba ahora espontáneamente, como si solamente ellos dos existieran en el mundo y no tuvieran absolutamente nada que ocultarse el uno al otro. Terminada la primera parte, salieron al vestíbulo para beber algo. Varios amigos se acercaron a ellos para saludarlos, entre ellos Ludwig, al que hacía tiempo que no veían. - Estás muy guapa, Angelique. ¿Te está gustando la representación? -preguntó el alemán dirigiendo su mirada hacia las manos de los dos jóvenes. No hacían falta palabras. Era evidente que Max estaba enamorado de ella y no dejaría comerse terreno por ningún otro rival. Ellos habían sido amigos durante muchos años y Ludwig había comprendido desde el principio que sería una pérdida de tiempo entablar una batalla con su amigo por una causa que estaba perdida. Si bien Angelique había resistido el acoso de Max con firmeza, ahora que volvía a verlos juntos comprobaba sin ningún atisbo de dudas que entre ellos había algo mucho más profundo que una simple relación de trabajo o una aventura pasajera. - Mucho. Esta ópera es un verdadero espectáculo y yo lo estoy disfrutando enormemente. Max la alejó del grupo tras una breve conversación. - Teniendo en cuenta el poco tiempo que me concedes, hoy quiero disfrutar de ti a solas; por lo menos lo más posible. Angelique rió.
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- Con todos tus amigos y conocidos aquí, dudo mucho que puedas esquivarlos. Max reconoció la verdad de sus palabras y la alejó hacia una zona más vacía de público. Pasearon a lo largo de un pasillo ancho, ensimismados únicamente el uno en el otro. De pronto se vieron sorprendidos por la expresión atónita de una pareja mayor que los miraba fijamente mientras se cruzaban. - Parece que te conocen, Max -observó Angelique, divertida. Max gruñó enfadado. En ningún lugar los dejarían en paz. La pareja de ancianos volvió sobre sus pasos, parándose sin ningún recato delante de ellos. Miraban a Angelique detenidamente, no a Max. Ese gesto preocupó a la joven, provocándole un estremecimiento de terror. Max captó su inquietud y se dispuso a enfrentarse con el matrimonio mayor. Las palabras de la señora lo detuvieron. - ¿Lucía? ¿Por casualidad se llama usted así y es española? -preguntó la dama sin dejar de mirarla. Angelique creyó que se desmayaría de un momento a otro. ¡La habían reconocido debido a su parecido con su madre!, y ella ni siquiera sabía quiénes eran esas personas. Intentando disimular su conmoción, logró, después de un gran esfuerzo por reponerse, contestar con un débil titubeo. - No... no..., sin duda usted me confunde. Yo... no me llamo así. La voz le temblaba y el miedo amenazaba con paralizarla de pies a cabeza. Por muy poco no se dejó dominar por el pánico. Tenía que resistir. Por su propia seguridad tenía que convencer a esos ancianos de que se equivocaban. Max la sujetaba el brazo con fuerza y la miraba suspicaz. No entendía por qué una simple pregunta, que parecía a todas luces una confusión, hubiera puesto a Angelique tan nerviosa.
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- Perdone, señorita, pero se parece usted mucho a la hija de unos amigos nuestros españoles que estuvieron viviendo aquí, es decir, en Bonn, hace muchos años -le explicó la señora con delicadeza-. Usted también es española, ¿verdad? - Sí. - Quizás el hecho de proceder del mismo país les dé un aire semejante -insinuó la señora tratando de buscar una explicación a su error-. Nuestros amigos eran diplomáticos y estuvieron destinados aquí durante unos años. Mi marido también lo era entonces -añadió señalando al caballero que la acompañaba. Él saludó con un movimiento de cabeza- y nos hicimos muy amigos. Tenían una hija, llamada Lucía. Era una belleza y un encanto de mujer. Se casó también con un diplomático español y se fueron a vivir a otro país. Si me permite decirlo, usted se parece mucho a Lucía; de hecho parece usted su hija. A Angelique se le hizo un nudo en la garganta. Esa pareja tan encantadora hablaba de su madre, y los amigos a los que se referían eran sus abuelos. Una dolorosa nostalgia la envolvió, provocándole enormes deseos de escuchar todas las anécdotas que esa encantadora dama pudiera contarle. Desgraciadamente, tuvo que reprimir sus impulsos y andarse con cautela. En esos momentos no solamente tenía que desengañar al matrimonio alemán sino también a Max, que escuchaba la conversación con enorme interés y la miraba con un cierto recelo. - Sentimos esta intromisión, señorita -agregó el marido-. Es obvio que nos hemos equivocado; rogamos encarecidamente que nos disculpe. Haciendo un esfuerzo, Angelique sonrió y trató de tranquilizar al matrimonio mayor. - Por favor, no tiene ninguna importancia, y de verdad que me alegro de que tengan tan buen concepto de unos compatriotas -respondió con orgullo. 258
El timbre que avisaba el final del descanso evitó que Max le pidiera allí mismo explicaciones. La conversación mantenida con el matrimonio alemán le había perturbado también a él. Desde un principio, Angelique había sido un enigma, y él siempre había tenido sus dudas respecto a ella. Eso no había impedido que se enamorara. Ahora, la seguridad de la anciana dama al reconocer a Angelique como hija de una amiga suya había desatado en él toda clase de sospechas. El semblante de Max había cambiado, al igual que su estado de ánimo. Pese a que tras despedirse de los ancianos él no había dicho ni una palabra, la firmeza con la que le presionaba el brazo mientras volvían a sus asientos, junto con su mirada sombría, indicaban claramente su turbación. Ninguno de los dos estuvo atento al resto de la representación. Sumergido cada uno en sus propios pensamientos perturbadores no escucharon las voces de los cantantes que tanto les habían deleitado en la primera parte. El encuentro con la pareja alemana había roto la magia que había rodeado su relación últimamente. Como todo lo mágico, se había desvanecido enseguida, ocupando su lugar la realidad, la cual nunca se ocultaba durante mucho tiempo. Tras despedirse brevemente de los amigos que encontraron en la puerta, Max buscó al chófer. De vuelta a casa, Angelique intentó hacer algunos comentarios intrascendentes sobre la representación, pero Max no estaba de humor para disimulos. Le conocía y sabía que no hablaría delante del chófer. Tampoco dudaba de que en cuanto estuvieran solos intentaría averiguar lo que le preocupaba. Era un tormento para Angelique no poder contarle la verdad. Tendría que echar mano de toda su astucia para calmarlo. Al cerrarse la puerta, después de entrar ambos en casa, Angelique tuvo ganas de subir corriendo las escaleras y encerrarse en su habitación para evitar la confrontación que se avecinaba. 259
Consciente de que no podía hacer eso, lo intentó de una forma más sutil. - Ha sido una noche estupenda, Max. La representación me ha encantado y yo... lo he pasado muy bien contigo. Mientras Angelique hablaba, Max dejó las llaves sobre una mesa y se aflojó la corbata. Parecía ignorar lo que Angelique estaba diciendo, pero en cuanto intentó dar un paso hacia la escalera, Max la detuvo suavemente poniéndole una mano en el hombro. - ¿No tienes nada que contarme, Angelique? Con dificultad, Angelique logró aplacar la convulsión que acababa de sufrir su corazón. Haciendo una mueca, extrañada, como si no supiera a lo que él se refería, se dio la vuelta y trató de mantenerse tranquila. - ¿Contarte? ¡Por supuesto que no!, ¿qué es lo que quieres decir? Max escudriñó su rostro con meticulosidad, deteniéndose especialmente en sus ojos. - ¿Por qué piensas que esa pareja de ancianos creían estar tan seguros de conocerte? La joven se encogió de hombros. - Es obvio que me confundieron con otra persona. - A pesar de disculparse, me dio la impresión de que en ningún momento creyeron estar confundidos. Su seguridad era abrumadora y a ti te desconcertó hasta el punto de hacerte temblar, ¿por qué? A pesar de la serenidad con la que hablaba, la expresión severa de su rostro indicaba la desazón que sentía. Max estaba contrariado porque la sospecha había anidado en su mente. Debido a lo que sentía por Angelique tenía que alejar esa sospecha inmediatamente. - ¿Temblar?, no sé; simplemente sentí nostalgia de España, de mi familia... Te aseguro que yo no tengo nada que ver con las personas a las que se referían esos ancianos.
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Max quería creerla, pero la palidez que había visto en su rostro, su nerviosismo... - Me dijiste en una ocasión que tu padre había trabajado aquí. ¿Dónde? - En Hamburgo, en una empresa de construcción. - ¿Te acuerdas del nombre? Angelique no estaba dispuesta a contestar más preguntas. Ella era la única que sabía que Max tenía razón al sospechar de ella. Esperaba contarle algún día la verdad, pero todavía no había llegado ese momento. - ¡Estoy harta de este interrogatorio! Francamente, no entiendo que formes un drama por una simple equivocación. Olvida lo que ha pasado, Max, no tiene ninguna importancia. - Para mí sí la tiene. Mi confianza en ti tiene que ser total y para ello necesito que tú no me ocultes nada. - Supongo que si permites que me ocupe de tus hijos es porque confías en mí -contestó Angelique con petulancia. Max le clavó una mirada fulminante. - ¡Maldita sea, Angelique, sabes muy bien a lo que me refiero! Intentas eludir lo que tantas veces te he pedido, pero no lo conseguirás, porque yo jamás me daré por vencido -le advirtió dirigiéndole una mirada de acero-. Quiero saberlo todo sobre ti, absolutamente todo. Deseo conocerte más a través de tu vida familiar y de todo lo que hiciste antes de entrar en mi casa. Lo que te estoy pidiendo no es un mero capricho. Estoy interesado en ti muy seriamente. Yo... te quiero, te amo con locura, como jamás he amado a ninguna mujer, y necesito tu sinceridad, tu amor y tu entrega total. Al ver su expresión de devoción, Angelique sintió una opresión en el pecho. Había ocurrido; Max se había declarado y había expresado lo que ambos sentían sin remedio.
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Desgraciadamente, eso también podía significar el desastre para los dos. - Max, no, no sigas, por favor. Lo que tú propones no puede ser... Pero él no la escuchaba. Abrazándola con fuerza comenzó a besarla provocativamente en el cuello y en el rostro, anulando momentáneamente las defensas que Angelique había erigido durante tanto tiempo. Max la estrechaba contra él y la acariciaba con desesperación, ignorando las débiles protestas que ella emitía. Angelique se sentía atrapada. Las palabras de amor de Max la habían conmovido profundamente, reconociendo ella misma de nuevo lo que siempre trataba de ocultar: su amor por Maximilian Bernburg. Lo que ambos estaban iniciando era una locura. Los dos sabían también que ya era demasiado tarde para detenerse. Rendida ante el amor que Max le demostraba, Angelique le correspondió con la misma pasión. Sin dejar de besarse, ambos subieron la escalera ensimismados el uno en el otro. Con suavidad Max abrió la puerta del cuarto de Angelique, recordando fugazmente las veces que había deseado traspasarlo. Angelique le aceptaba al fin, y ese convencimiento hizo que un estremecimiento de placer sacudiera todo su cuerpo, uniéndose a él el anhelo y el deseo que sentían el uno por el otro. Amorosamente envuelta entre los brazos de Max, Angelique recibió el nuevo día radiante de felicidad. Con una sonrisa de satisfacción, Max contemplaba cada uno de sus movimientos. La entrega de ambos había sido total, digna solamente de un gran amor, que era el que ellos sentían. Angelique aún no había sido tan efusiva como él con las palabras, pero no había hecho falta; sus gestos habían sido tan elocuentes como cualquier declaración amorosa. Angelique ya era suya, y nada ni nadie los separaría jamás.
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- El día está despuntando; ¡que fastidio! -se quejó Max-. Me gustaría que esta noche no terminara nunca... aunque a partir de ahora serán todas para nosotros en exclusiva. Angelique así lo deseaba también, pero no se sentía tan optimista. No era el momento adecuado para discutir, así que decidió disfrutar del poco tiempo que aún faltaba para el amanecer. - Me has hecho muy feliz, Max -confesó con sinceridad-; eres un hombre maravilloso. - Y tú la mujer de mi vida -contestó él segundos antes de acercarla a sí para demostrarle de nuevo toda la ternura y la pasión que se desprendían de su corazón. Con reticencia, Max abandonó la habitación de Angelique antes de que la casa comenzara a despertar. Bien era cierto que no le hubiera importado en absoluto que alguien los descubriera. Se sentía muy orgulloso de querer a una mujer como Angelique y estaba deseoso de proclamarlo a los cuatro vientos. Sin embargo, la joven se mostraba más prudente y él lo respetaba, siempre que esa prudencia no durara demasiado tiempo. Después de un corto sueño bastante reparador, Angelique fue despertada por los niños, que con sus juegos y risas bajaban la escalera para encontrarse con Britta en la cocina. No había prisa porque ya estaban en verano y los niños tenían vacaciones. De todas formas, su responsabilidad la movió a realizar su trabajo igual que siempre. En eso no admitiría concesiones. Max bajó mucho más tarde; el sueño le había vencido en cuanto había llegado a su cama. Afortunadamente, era domingo y no tenía prisa. Nada más entrar en la cocina buscó con los ojos a Angelique, encontrándola muy atareada ayudando a Britta a preparar todo lo que se llevarían al campo. Max había anunciado el día anterior que pasarían el domingo en la casa de campo. La idea les entusiasmó a todos. En cuanto él desayunara partirían inmediatamente. 263
Los niños lo saludaron con efusivas muestras de cariño, como siempre, mientras que Angelique los observaba sonrientes. Aprovechando que Britta había salido hacia el comedor para disponerle allí el servicio del desayuno, Max se acercó a Angelique y la abrazó sin recato. - Me gustaría recibir un beso de buenos días de la mujer que amo -le susurró al oído-. Teniendo en cuenta el regalo que me concedió anoche... - ¡Max, por Dios, compórtate! -le regañó Angelique-. Ahora no estamos solos; los niños y Britta entrarán de un momento a otro. - Tendrán que acostumbrarse, cariño -continuó él con el mismo buen humor-. Ya no podría prescindir de tu presencia ni de tu contacto. Angelique hizo un gesto de impotencia e intentó apartarse; Max no se lo permitió. - Primero, un beso. Ella obedeció y rozó fugazmente sus labios. No era exactamente lo que Max había esperado, pero por el momento se conformaría. Durante todo ese día y los siguientes tendría tiempo para convencerla de que sus medidas estaban fuera de lugar. El día en el campo fue aún más divertido que la vez anterior puesto que debido al buen tiempo pudieron bañarse en el río y disfrutar largamente del agua. La comida, los juegos e incluso las horas de descanso las pasaron también en el exterior, aprovechando lo más posible el cálido sol que templó el día con una temperatura ideal. Hans y Birgit cayeron rendidos al final del día. Después de ayudarlos a acostarse, Angelique se reunió con Max en el salón, donde a solas y en completo silencio, charlaron íntimamente de lo que sólo a ellos dos les concernía. - ¡Por fin te tengo para mí sólo! -exclamó tomándola por la muñeca y acercándola a él para besarla. 264
- ¡Acaparador! -le amonestó Angelique mirándole con picardía. - No sabes cuánto. Disfruto mucho cuando estamos todos juntos, pero tener que mostrarme correcto contigo cuando lo que desearía sería tocarte y besarte continuamente me crispa los nervios. Hans y Birgit ya saben que nos queremos, y ellos son los únicos a los que les debemos una explicación. Por favor, ¿no podrías ser más permisiva en vez de rehuirme durante todo el día? Angelique escuchaba sus quejas con paciencia mientras le acariciaba con su mirada dorada. Una sonrisa traviesa comenzó a dibujarse en sus labios conforme él hablaba, como si ya hubiera esperado de antemano todo lo que Max estaba diciendo. No se había equivocado en la idea que se había hecho acerca de la reacción de Max en cuanto ella se le entregara. No se arrepentía en absoluto; estaba enamorada de él y se sentía muy feliz habiendo establecido una relación más seria. Todavía no podía medir el alcance de ese "desliz", pero estaba casi segura de que a partir de ese momento Max y ella quizás tuvieran que pagar un precio caro por su felicidad. - Nadie es perfecto, cariño; por favor, ten paciencia conmigo. Max la miró estupefacto. - ¿Es que te hace gracia lo que te estoy diciendo? - Sí, porque has reaccionado tal y como yo esperaba. - ¿Y se puede saber desde cuando me conoces tan bien? Angelique suspiró con resignación. - Eres muy transparente, Max, y no sabes cómo me gusta esa cualidad. Tu franqueza y naturalidad me abruman en ocasiones, pero te aseguro que las valoro con gran admiración. Debido a que tenía mucho que esconder, su marido había sido todo lo contrario, y Angelique odió desde el principio su poca claridad. Para su propio tormento, ella no era ahora mejor que él: en eso la había convertido Alan Berthom.
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Rebelándose contra esa idea, reconoció que ella no era así. Aún conservaba la esperanza de que algún día no muy lejano pudiera deshacerse del horrible lastre que oprimía su corazón. - Entonces según tú, mi reacción ha sido... - Impetuosa y posesiva -terminó Angelique mirándole con descaro, como si le desafiara a que la contradijera-; también sé que, debido a tu gentileza y caballerosidad, no dejarás que te dominen esas pasiones. Max levantó una ceja y la miró con un aire de petulancia. - ¿Estás intentando manipularme, amor, o es simplemente un aviso? Su respuesta no la defraudó; en él era previsible. - Sólo te pido que seas paciente, Max, por favor. Sus ojos suplicantes le conmovieron en lo más profundo. No sabía por qué Angelique se mostraba tan enigmática, pero no quiso presionarla en esos momentos. Ella era suya ahora y no pararía hasta que lo fuera oficialmente. Rodeándola con sus brazos, Max calmó sus temores, transmitiéndole con sus besos y caricias toda la calma que Angelique necesitaba. La joven se aferró a él con desesperación, como si Max representara el único salvavidas que pudiera salvarla de su angustiosa situación. A la mañana siguiente, Max se resistió a abandonar la calidez de los brazos de Angelique, y tal y como ella le había advertido, ocurrió lo que la joven temía. Al oír los golpecitos en la puerta, Angelique se incorporó de un salto y sacó a Max a empujones de la cama. - Coge tu ropa rápidamente y métete en el cuarto de baño -le ordenó con precipitación, sin percatarse de la expresión colérica que había adquirido el rostro de Max.
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- Esta es mi casa y puedo hacer en ella lo que quiera. Ni tú ni los niños ni nadie me obligarán a fingir una situación absurda. Birgit insistía en entrar, y Angelique ya no sabía cómo entretenerla. - Por favor, Max, no seas cabezota. Dame un poco más de tiempo y te prometo que esto no volverá a suceder. Él continuaba sin moverse. - No me hagas esto, Max, te lo suplico. Permíteme primero que hablemos con los niños. Él se volvió con furia, cogió su ropa y se introdujo en el cuarto de baño. Antes de cerrar la puerta le hizo una severa advertencia. - Esta es la primera y será la última vez que obedezco una petición tan absurda como ésta. En mi casa no quiero secretos, y te juro que no los habrá. A pesar de que no dudaba de que Max cumpliría su amenaza, por el momento se sentía aliviada de haber dominado la situación. Angelique no quería precipitarse. Quería a Max y estaba orgullosa de su amor, pero no consideraba prudente que los niños se enteraran tan pronto y lo airearan a los cuatro vientos. Era mejor esperar un poco más, aunque dudaba que Max estuviera de acuerdo. Hans y Birgit entraron en la habitación como una tromba cuando Angelique les dio libre acceso. Hablando los dos a la vez, la instaron con prisa a que los acompañara a recoger los huevos en el gallinero para poder hacer un suculento desayuno. - Date prisa, Angelique, que en cuanto se levante papá tendremos que irnos -gritaron mientras corrían por el pasillo en dirección a la puerta de la calle. La sonrisa que le habían provocado la inocencia y espontaneidad de los niños se disipó con prontitud nada más observar el gesto sombrío de Max. Aún estaba ofendido por su conducta, y Angelique tuvo la suficiente prudencia como para no comentar nada más en ese momento. Para discutir siempre había 267
tiempo, y ella no tenía ninguna duda de que la diferencia de opiniones respecto al secreto o no secreto de sus relaciones les llevaría a Max y a ella a una serie de discusiones que era mejor demorar.
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ax recuperó el buen humor con rapidez, no permitiendo que ni siquiera los malos entendidos entre él y Angelique interfirieran en su maravillosa relación. Angelique tampoco se había enfadado por lo que había ocurrido esa mañana; era normal que surgieran disputas entre los enamorados. La dicha que los envolvía cuando estaban juntos era muy superior a cualquier pequeña discusión que pudiera desatarse entre ellos. Ambos habían adoptado una actitud positiva y esperanzadora ante su relación. Se querían, y deseaban que su amor durase eternamente. Max estaba convencido de que sería así. Angelique, en cambio, era muy consciente de los numerosos peligros que los acechaban. Su encuentro con los ancianos alemanes había sido un claro ejemplo. Adoptando una actitud valiente, Angelique se había propuesto no asustarse y seguir adelante, recorriendo al lado de Max el camino de la vida.
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Max sonrió al contemplar el pañuelo que Angelique llevaba sobre el vestido. Se lo había regalado en Navidad con gran placer, aunque a ella pareció molestarle que le hiciera un regalo caro. No pensó en el dinero cuando lo compró. Tan sólo buscó algo bello para una mujer bella en la que empezaba a estar interesado. Le
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agradaba mucho que lo utilizara tanto, pues era un claro indicador de que a Angelique le gustaba. - A cualquier prenda le va bien un pañuelo tan bonito comentó Angelique, adivinando lo que él estaba pensando, teniendo en cuenta hacia dónde se habían dirigido sus ojos nada más verla-. Gracias de nuevo, amor. Max se deshacía con esas muestras de cariño y raramente podía reprimirse. En ese momento tuvo que hacerlo porque Angelique se precipitó hacia la puerta mientras daba las gracias a la señora Meyer por encargarse esa noche de los niños. Hacía un mes que estaban instalados en la casa de campo. Allí pasarían también el resto del verano, hasta que los niños empezaran el colegio de nuevo. Todos disfrutaban de la vida al aire libre dando grandes paseos, montando a caballo, pescando o bañándose en el río. Había tiempo para todo tipo de actividades, y también para descansar cómodamente en las grandes hamacas que habían sido instaladas en el jardín. Esa noche, Max y Angelique habían decidido ir a cenar a una vieja posada, donde se servía una comida excelente. A pesar de estar todo el día juntos, eran muy raros los momentos que podían disfrutar a solas, y menos ahora que los padres de Max habían decidido pasar unos días con ellos. Max estaba encantado de que sus padres estuvieran allí; el inconveniente que lo perturbaba hasta enervarlo eran las medidas cautelares que Angelique había adoptado para que los señores Bernburg no tuvieran oportunidad de escandalizarse con la relación clandestina que mantenían Angelique y él. Si la miraba, ella volvía la vista. Si intentaba tocarla, se alejaba con rapidez, y la vez que trató de retenerla a su lado por la noche, creyó que la riña que sostuvieron terminaría con su amor para
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siempre. Escarmentado, Max había decidido esperar. Se había propuesto ser paciente. Esos respiros a solas les eran muy necesarios. Les permitían dialogar tranquilamente e incluso discutir a gusto, como había sucedido la última vez. - Es un lugar encantador, Max; me gusta mucho -dijo Angelique una vez que los hubieron acomodado en una de las mesas del pequeño y rústico restaurante. Los ojos de Max brillaban ilusionados. - La comida es sencilla, familiar y... bastante rica en calorías, por cierto; espero que te guste. - Estoy segura. Ya sabes que me encanta la cocina alemana. - ¿Igual o más que la española? - Bueno, pues... igual, creo, aunque son diferentes. - ¡Vaya!, casualmente, en poco tiempo vas a tener ocasión de probar la gastronomía de otros dos países: Estados Unidos y Francia. Tengo que viajar a Nueva York y París dentro de poco y me gustaría que me acompañaras. Angelique enmudeció repentinamente mientras el corazón le palpitaba violentamente en el pecho. Necesitaba una salida, una excusa. Tenía que pensar con rapidez. De ninguna manera podía ir a Nueva York. - No puedo, cariño. He planeado pasar unos días en España... Max se puso inmediatamente a la defensiva, dudando si la había entendido bien. - ¿En España, dices? ¿Cuándo? - Había contado con que en verano podría contar con unos días de vacaciones, ¿no? -No le apetecía nada separarse de Max, pero la excusa de su viaje a España era la solución. Teniendo en cuenta otro de los consejos de los policías, su vida tenía que ser rutinaria, normal, haciendo los mismos planes que cualquier persona 271
en su lugar. Estaban en verano y la salida más lógica en una persona que trabajara en un país extranjero era volver a su tierra durante unos días. En su caso, ese viaje sería estéril, puesto que, lamentablemente, no podría ver a su familia en España, aun sabiendo que estaban allí. De todas maneras, su identidad y conducta debían ser creíbles. Tenía que hacerlo; por su propia seguridad y la de todos los que la rodeaban. Max pestañeó desconcertado. Desde que Angelique y él se habían declarado su amor, se le olvidaba continuamente que la mujer que quería era aún una empleada suya. - Bueno..., sí, claro, pero como no me habías comentado nada... yo ya había hecho planes. Dentro de tres semanas tengo que ir a Nueva York por cuestiones de trabajo y me hacía mucha ilusión que vinieras conmigo -expresó con entusiasmo-. También he de viajar a París; creo que sería una buena ocasión para que fuéramos todos y lleváramos a los niños a Eurodisney. La última propuesta la dejó pensativa, lo que hizo que Max mantuviera vivas las esperanzas. ¡París!; ¡allí estaba su hermano! ¡Qué alegría si pudiera verlo!, pero... ¿cómo? Max seguía mirándola fijamente, esperando una respuesta. Angelique continuaba distraída, dándole forma a la idea que acababa de ocurrírsele. - ¿Qué me respondes, Angelique? La pregunta de Max la sacó de su ensimismamiento. Ella ya había hecho también sus propios planes. - A los niños les encantará que los llevemos a Eurodisney. Max sonrió con buen humor. - ¿Y respecto al viaje a Nueva York? Angelique sabía que no podía pisar esa ciudad. Alan iba allí continuamente para supervisar personalmente sus múltiples negocios. Su familia, socios y amigos también viajaban con mucha 272
frecuencia a Nueva York. Le encantaría acompañar a Max, sería como un sueño para los dos. Lamentablemente, no podía arriesgar tanto. - Me temo que no puedo, Max. Había pensado pasar esos días con mi familia. A pesar de que en el rostro de Max se reflejó la desilusión, él continuó insistiendo. - Ese viaje a Norteamérica es una oportunidad magnífica para estar unos días solos. Por favor, cariño, no te niegues -le suplicó tomándole las manos. - Ya he quedado con mi familia, Max -mintió Angelique, sintiendo un nudo en la garganta-. Lo siento, pero no puedo acompañarte. Max se apoyó pesadamente en el respaldo de la silla y la miró con serenidad, intentando mantener una calma que amenazaba con abandonarlo. - ¿Y no puedes posponer tu viaje a España? -preguntó con un filo acerado en su voz. Angelique sabía cómo se sentía Max. Ella padecería la misma frustración si todos sus planes fueran rebatidos con excusas. Se ponía en su lugar y entendía sus enfados, pero ella aún no podía o no se atrevía a dar el paso que decidiría el destino de ambos. Con expresión contrita, Angelique negó con la cabeza. - En caso de que pudieras, ¿te haría ilusión hacer ese viaje conmigo? -inquirió muy serio. Max comenzaba a dudar del interés de Angelique por él, y ella no le culpaba. Todos sus avances eran frenados por una cuestión u otra, y cualquier iniciativa dirigida a fortalecer su amor era rápidamente sofocada con excusas que lo único que hacían eran desalentarlo y encolerizarlo. - Mucho, Max. Me encanta estar contigo. Por otro lado, también debes comprender mi situación. 273
- La entiendo, Angelique -afirmó Max con un tono más bien escéptico-, por ese motivo estoy pensando en retrasar mi viaje. Ya que a los dos nos hace tanta ilusión estar juntos -señaló con una ironía que dolió a Angelique-, lo haremos cuando vuelvas de España. ¿Te parece bien? Era una encerrona, se lo indicaba el brillo desafiante que desprendía el azul de sus ojos. Max la estaba retando a que se negara para averiguar exactamente lo que ella tenía en mente. Angelique sabía muy bien que si lo hacía tendría que dar demasiadas explicaciones. Pensando con rapidez, dio la única respuesta válida en esos momentos. - No hace falta que retrases el viaje, Max -respondió sorprendiéndole-; pasaré unos días con mi familia y me reuniré contigo en Nueva York. Yo partiré desde Madrid. Esa posibilidad no se le había ocurrido. Tenía que reconocer que Angelique era una mujer de recursos, y bien que lo estaba demostrando durante esos días con todas las formas que ideaba para mantenerlo apartado de ella. Más relajado, a Max le gustó que Angelique buscase alternativas. A pesar de que le fastidiaba que no viajara con él, su propuesta era aceptable, sobre todo teniendo en cuenta que tenía todo el derecho del mundo a coger unos días libres para ver a su familia. - ¿Podrás llegar el mismo día que yo? -le preguntó mostrándole su agenda con las fechas en las que tendría que viajar. - Si encuentro billete, tres días después. - Te aseguro que mañana estará solucionado todo. Max había precipitado las cosas, y Angelique ni siquiera sabía si sería conveniente para ella volver a España. Se había visto forzada a elegir, dada la determinación de Max de llevarla con él, pero ella sabía muy bien que antes de tomar una decisión de ese calibre debía consultarlo con el inspector Umbach. 274
El sobre con la tarjeta en blanco y la contraseña "ayuda" recortada de un periódico le llegó al inspector a los dos días. Hasta ese momento, Angelique no había tenido necesidad de contactar con el policía alemán. Ahora las cosas empezaban a complicarse, y ella necesitaba consejo. A la mañana siguiente, Angelique acompañó a Max a la ciudad. La excusa perfecta eran siempre las compras, sobre todo teniendo en cuenta el inminente viaje. - ¿Comemos juntos? -le preguntó Max. Angelique no quería comprometerse hasta no haber hablado con Umbach. - No quiero perturbar tu horario. Mejor quedamos cuando termines en la oficina. Yo pienso estar muy ocupada durante toda la mañana. Fijado el punto de encuentro para volver al campo, ambos jóvenes se despidieron con un beso. Angelique ya conocía el hotel y la habitación donde debía reunirse con el inspector Umbach. Tuvo que aprendérselo de memoria antes de que ambos se despidieran hacía un año. Las horas también estaban concretadas. Ambos acudirían a una hora fijada por la mañana o por la tarde durante una semana. En caso de que alguno de los dos no acudiera, la ayuda debía ser pedida de nuevo. Dos golpes en la puerta fueron suficientes; el inspector la abrió sin demora y dejó entrar a Angelique. - Me alegro de verla, Angelique. ¿Va todo bien? La joven lo saludó con simpatía, muy contenta de verle de nuevo. Todavía recordaba lo bien que se había portado con ella el policía alemán y los ánimos que le había dado hasta el final. - Siento molestarle, inspector, pero se trata de algo muy importante para mí. - No es ninguna molestia. Por favor, tome asiento. 275
Había pasado un año desde la última vez que se vieron. A pesar de que no era mucho tiempo, habían ocurrido más cosas de las que Angelique nunca hubiera previsto. - Sé que sigue trabajando en el mismo sitio -comentó Umbach-; eso quiere decir que está contenta, ¿no? Ella asintió. - Los niños que cuido son encantadores y les tengo mucho afecto. El problema es... el amor que ha surgido entre su padre y yo explicó sin preámbulos. El policía alemán estaba acostumbrado a esperar cualquier sorpresa, pero no pudo disimular un gesto de asombro cuando Angelique se expresó con tanta franqueza. - ¿Quiere decir que el industrial Maximilian Bernburg y usted están enamorados? Pero eso es... quiero decir que no... Bueno, no voy a mentirle a estas alturas, Angelique, pero, francamente, para su situación es un perjuicio que aparezca ligada a uno de los hombres de negocios más influyentes de Alemania -le advirtió con un cierto pesar-. Si bien es verdad que los Bernburg son una familia muy discreta y nada dados a la publicidad, gozan de un gran prestigio en los ambientes industriales y financieros. No son gente anónima. Sería peligroso que en alguna reunión o fiesta social apareciera a su lado. Lo que acababa de decir el inspector era lo que ella temía. - Hasta ahora he sido bastante precavida. De hecho, he intentado evitar lo que ha sucedido, pero fue inútil. El señor Bernburg se enamoró de mí. Yo traté de negármelo a mí misma y le rechazaba continuamente. Finalmente, la verdad sobre mis sentimientos terminó por salir a la luz. La confesión de Angelique no le sorprendió; tarde o temprano tenía que suceder.
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- Lo que le ha ocurrido es muy normal, Angelique; sin embargo, en sus circunstancias, no es lo más conveniente, por lo menos tan pronto. Angelique sabía que el policía alemán no se andaría con rodeos. - Tiene razón, inspector, pero ha sido inevitable -reconoció con desesperación-. Hasta ahora he controlado nuestra relación. El problema es que Max... quiero decir, el señor Bernburg, es un hombre muy inteligente y sagaz. Noto con preocupación que cada día que pasa me es más difícil ocultarle la verdad. El inspector Umbach se movió inquieto. - Todavía es pronto para descubrirla, Angelique. Creo que eso ya lo sabe. - Sí, lo sé. Mi situación es desastrosa. El problema es que no quiero abandonar a Max, el hombre que amo -confesó con sinceridad-. En algún momento he de empezar una nueva vida, y yo desearía que fuera ahora y con Max. Soy consciente de que eso sería temerariamente precipitado y tengo la intención de esperar. Lo que me desasosiega es que los problemas entre nosotros empiezan a surgir por mi falta de claridad. -Su tono era apesadumbrado, y el inspector sintió pesar por Angelique, una joven bella y encantadora que a causa de los avatares de la vida se veía obligada a vivir en la clandestinidad. - La comprendo, pero mi misión es exponerle siempre la verdad acerca de su delicada situación y señalarle lo que puede suceder. Muy bien lo sabía ella; por eso había acudido a él. - Supongo que viajar a Nueva York o a París sería una locura, ¿verdad? - Supone bien. Por ahora, sólo Alemania parece segura.
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- Max desea que lo acompañe a Nueva York. Yo he puesto como excusa mi viaje de vacaciones a España, aunque sé que tampoco es el sitio más adecuado. El alemán suspiró con impotencia. Según sus consejos, era conveniente que Angelique, para no levantar sospechas, se tomara unas vacaciones en su propio país, con su supuesta familia. Por otra parte, todavía era demasiado pronto. - Parece que cierro todas sus puertas, Angelique, pero es mi deber. Sé que se ve obligada a proponer alternativas para ocultar la verdad, y además alternativas creíbles que no siempre son válidas. Mi consejo es que se quede aquí -su seguridad no ayudaba a Angelique-. Alan Berthom no la busca, por supuesto, la da por muerta, pero sabemos que no la ha olvidado, por lo menos hasta el punto de volver a casarse. Quizás cuando pase más tiempo y vuelva a formar una familia, él y todos los que le rodean ya hayan olvidado su imagen. Un fulgor de abatimiento se reflejó en los bonitos ojos de Angelique. Para su desesperación, la cruda realidad de los sensatos argumentos del policía condenaban el error que ella había cometido al enamorarse de Max Bernburg. - La vida es riesgo, y más en mi caso. Soy consciente del laberinto en el que me he metido, pero ya no puedo retroceder sino seguir adelante para intentar salir. La poca o mucha vida que me quede no la voy a pasar encerrada y temerosa. -Ante la cara de estupor del policía, Angelique lo tranquilizó-. Tampoco me voy a volver temeraria, no soy tan estúpida, sin embargo sí pienso ir dando pequeños pasos que me lleven a conseguir la vida normal que tanto deseo. El policía alemán aplaudió interiormente el argumento de la joven y admiró su valentía. Era su deber advertirla de los peligros que corría, pero no dejaba de valorar el espíritu luchador de la bella española. 278
- Es muy encomiable lo que ha decidido, Angelique. Yo lo único que puedo aconsejarle es que tenga mucho cuidado. - Lo tendré, sobre todo por la familia Bernburg. Jamás me perdonaría que a ellos les ocurriera algo. Al inspector Umbach le resultaba doloroso hablarle de su propia familia, pero tenía que hacerlo. - Quedamos en que yo la avisaría si había alguna novedad en su familia. No lo he hecho porque todos siguen bien. A Angelique se le inundaron los ojos de lágrimas. Se alegraba por todos, pero ni siquiera las palabras consoladoras del policía lograron disminuir la pena que envolvía su corazón por todo lo que había hecho sufrir a su familia. - Iré a Francia con Max Bernburg y sus hijos -aseguró sin titubear-. En París está mi hermano como diplomático y desearía verlo. Sé que eso supone -continuó con rapidez al ver la expresión preocupada del policía-, que debo descubrir mi juego ante él, pero estoy decidida a hacerlo. Lo que quiero saber es el riesgo que él correría con mi aparición. El inspector reflexionó durante unos segundos con gesto grave y contestó sin ninguna vacilación. - Puede ser que ninguno si se presenta ante los demás como si fuera su hermana. ¿Se parecen? - Sí. - Entonces le conseguiré una fotografía de ella a través del teniente Jeffer para que imite su corte de pelo. Angelique se sintió alegre por primera vez durante la entrevista. Había soñado tantas veces con reunirse con su familia que ahora que vislumbraba esa posibilidad todo su ser olvidaba las penas y sinsabores, regocijándose alocado ante la dicha de volver a ver a los suyos.
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El problema de su viaje a España quedaba sin resolver. El inspector Umbach no se lo aconsejaba. Tendría que ser ella la que tomara una decisión.
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ax se había encargado de los billetes de avión y todo parecía estar controlado. Lo único que escapaba a este control era el estado emocional de ambos. A Max seguía sin agradarle la idea de que Angelique no viajara con él hasta Nueva York. Se había hecho muchas ilusiones con ese viaje y le costó aceptar la desilusión de su negativa. Por otra parte le alegraba enormemente que ella fuera a reunirse con él unos días más tarde. Consideraba que debería haberse acostumbrado a las pequeñas frustraciones que Angelique le imponía, pero no era así. Aunque reconocía que Angelique estaba en su derecho de negarse a sus pretensiones, Max continuaba sobrellevándolo mal. Por su parte, Angelique, después de haber superado el mar de confusiones en el que había estado sumergida durante esos días, pensando en el riesgo que corría dirigiendo sus pasos hacia Madrid, se encontraba tranquila. Había elaborado un plan y esperaba que éste le diera resultado. - ¿Cuándo vuelves, Angelique? -le preguntó Birgit mirándola con carita apenada.
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- Pronto, cariño -contestó Angelique acariciándole el pelo-. Pasaré solamente unos días en España para visitar a mi familia. ¿Quieres que te traiga algo? La niña sonrió con timidez. - Bueno... Hans la miraba expectante. - Tú también eres un niño bueno y obediente, Hans, así que también te mereces un regalo de España. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios. - Gracias, Angelique. - ¿Se reúne tu familia en verano? -preguntó la madre de Max. Después de comer se habían sentado todos en el jardín para disfrutar del cálido sol de finales del verano. - Suelen hacerlo durante unos días. Espero verlos a todos. Max escuchaba con atención. Angelique no solía hablar mucho de su familia, por lo que cualquier información era bien recibida. De todas formas, sus esperanzas duraron poco, pues muy sutilmente Angelique cambió de conversación y les propuso dar un paseo por la orilla del río. Dada la temperatura tan agradable que hacía, todos aceptaron. - Tienes razón, Angelique. Hay que aprovechar los últimos días de buen tiempo que nos quedan -estuvo de acuerdo la señora Bernburg. Los Bernburg sabían muy bien que Max y Angelique estaban enamorados. Si bien la discreción de la pareja ocultaba un poco la profundidad del amor que se tenían, todos intuían que su relación no se limitaba solamente a sugerentes miradas y a fugaces caricias. Aun manteniéndose al margen, sentían una gran alegría al ver a Max tan feliz. Max hubiera preferido salir a cenar fuera con Angelique, pero no quisieron desbaratar la propuesta de los niños de hacer una cena 282
especial para despedir a Angelique. La calidez del día invitaba a organizar una barbacoa y cenar al aire libre. Así lo hicieron, disfrutando enormemente de las ricas carnes y del inocente entusiasmo de los niños. Por la noche, cuando todo estaba en silencio, Max salió sigilosamente de su habitación y se encaminó sin hacer ruido hacia la de Angelique. No lo había hecho desde que sus padres estaban con ellos, pero esa noche era especial. Al día siguiente Angelique y él se despedirían. Aunque no sería por mucho tiempo, afortunadamente, jamás se acostumbraría a esas separaciones. - Pero Max, ¿cómo te has atrevido...? -protestó Angelique al verlo. - Por favor, cariño, no me riñas y bésame -la cortó él abrazándola con fuerza. Angelique rió mientras Max la mantenía fuertemente sujeta a él. - Así me gustaría estar siempre: contigo, demostrándote continuamente mi amor. Angelique lo miró emocionada. - Yo también te quiero mucho, Max, muchísimo, y no sabes la satisfacción y el orgullo que me produce que me ames. Era la primera vez que Angelique le exponía sus sentimientos, impregnando todo su ser con una oleada de felicidad desconocida hasta entonces. Conmovido por sus palabras, Max encendió la luz de la mesilla para ver la expresión de sus ojos cuando él le hiciera repetir lo que acababa de decir. - ¿Has dicho que me amas? Angelique le acarició el rostro con dulzura y le dedicó la mirada más enamorada que él jamás había recibido. - Sí, te amo, como nunca he amado a nadie. Eres un ser excepcional, Max Bernburg, y yo soy muy feliz a tu lado. 283
La emoción brilló en los ojos de ambos mientras contemplaban con avidez y amor el rostro del otro. La capacidad de expresión de sus corazones, rebosantes de dicha y plenitud, anulaba cualquier argumento que quisieran manifestar. Con la habitación en penumbra de nuevo, Angelique y Max se demostraron lo que momentos antes habían expresado con palabras. Max despidió a Angelique con pesadumbre, sintiendo una desgarradora impotencia por no haberla podido convencer de que viajara con él. Estarían separados solamente dos semanas, pero en esos momentos la enorme frustración que sentía al verla partir anulaba su capacidad de alegrarse por el próximo encuentro. - Te estaré esperando con ansiedad en el aeropuerto de Nueva York, amor. Serán nuestras primeras vacaciones juntos y solos -le decía al oído mientras la abrazaba con fuerza. Angelique sufría por lo que se veía obligada a hacer. Su único consuelo era saber que en lo más profundo de su corazón deseaba ese viaje y estar siempre juntos con la misma intensidad que Max. Era como una herida abierta sentir emociones tan profundas y no poder demostrarlo tan abiertamente como lo haría cualquier mujer libre; le resultaba desolador. No sabía lo que podría aguantar en esa nueva situación. Por el momento tenía que ser paciente, según los consejos del inspector Umbach. La cuestión era si lo sería Max. Angelique le besó para no tener que hacer promesas que no podría cumplir. Los planes se sucedieron tal y como ella lo había previsto. Al llegar a Madrid, un taxi la llevó a la estación. Allí cogió un tren que la dejó en uno de los pueblos de la sierra, donde ya previamente, desde una agencia de viajes, había alquilado una pequeña casa. Pensaba permanecer durante varios días encerrada como una ermitaña, saliendo de la casa lo imprescindible para hacer algunas compras. Su agonía era saber que sus abuelos estaban en esos momentos en Galicia, tan cerca y tan lejos de ella. Sus padres 284
habrían estado en agosto, como todos los años, habiendo vuelto ya a México para incorporarse de nuevo al trabajo. Todavía no se había decidido a conectar con su hermano en París; lo haría en cuanto volviera a Düsseldorf. A pesar de la advertencia del inspector Umbach, Angelique estaba decidida a dar ese primer paso. Su corazón palpitaba de alegría sólo de pensarlo. La casa era pequeña acogedora. En la estación había hecho un buen acopio de libros, periódicos y revistas para esos días. Aprovechando que estaba en España quería ponerse al día de todo lo que estaba sucediendo. Teniendo en cuenta que no pensaba salir, la lectura sería su única distracción. A las dos semanas de estar allí (Max llevaba ya tres días en Norteamérica) tuvo que armarse de valor y llamar al hotel donde se alojaba. Le dejó el mensaje de que le era imposible reunirse con él. Por el momento no le daría más explicaciones. Sabía de antemano la enorme desilusión que la noticia supondría para él, pero no podía afrontar el riesgo que conllevaría para ella meterse en Nueva York. Ese día y los siguientes estuvieron para Angelique llenos de incertidumbre al pensar en el impacto que habría supuesto para Max el mensaje que ella le había dejado. Era terrible tener que hacer lo que hacía, notando con congoja un gran vacío en su interior y una profunda y destructiva culpabilidad cada vez que tenía que mentirle. Sin haber visitado siquiera el pueblo donde había pasado sus vacaciones, Angelique desanduvo el camino que había hecho al llegar a España. Desde luego ese viaje parecía absurdo, pero era la única excusa que se le ocurrió para no acompañar a Max. Ya era bastante sospechoso que apenas la llamaran desde España (tan sólo de vez en cuando una policía hispana hablaba en español a través del teléfono preguntando por ella) como para encima no visitar jamás a su familia. Los niños corrieron a abrazarla nada más entrar en casa. En esos momentos Angelique sintió el calor del hogar y la felicidad que 285
supone volver a encontrarse con los seres queridos. Los Bernburg y Britta eran su familia ahora, y ella les estaba muy agradecida por todo el cariño que le demostraban. Hans y Birgit le contaron todo lo que habían hecho desde que ella se había ido, y le informaron que su padre volvería en dos días. - Estará deseando veros, y seguro que os traerá estupendos regalos de América. Vosotros os lo merecéis. Angelique solamente había podido comprarles unos detalles en el aeropuerto; a ellos les hizo igualmente ilusión. Temía la reacción de Max cuando volviera. Sin duda le exigiría explicaciones convincentes, y ella se vería en el difícil aprieto de tener que calmar su ira. Para olvidarse de estos problemas, llamó a su amiga Marina Lenar y quedó con ella. - Me alegra que por fin te decidieras a salir -le reprochó Marina de buen humor-. Eres muy dueña de tu tiempo, pero creo que estás demasiado encerrada, ¿no? La joven nada sabía de su relación con Max, y por el momento no se lo contaría. - Me encanta el campo, así que aprovecho que los Bernburg se desplazan los fines de semana a su finca para disfrutar del aire libre. - Entonces no dejas nunca de trabajar. Angelique sonrió con benevolencia, pensando en lo alejada de la realidad que se encontraba su amiga. - Disfrutar de la naturaleza, y encima en compañía de Hans y Birgit, es un placer para mí. De verdad que no es ningún trabajo. Marina se encogió de hombros. - Si te agrada tanto, no tengo nada que objetar -respondió Marina con buen humor. Angelique no salió el día que llegaba Max. No quiso empeorar su situación ausentándose de casa; prefería enfrentarse a él desde el primer momento para intentar apaciguarlo lo antes posible. 286
Nada más entrar Max en casa, los niños se abalanzaron sobre él y le colmaron de besos y abrazos. Él les expresó de igual manera su inmenso cariño de padre y les entregó los regalos que les había traído. Los críos gritaron de placer y corrieron hacia el salón para sentarse sobre la mullida alfombra y abrirlos a placer. Angelique contemplaba la escena con gesto sonriente, sin embargo no se le escapó la mirada hosca que Max le dedicó en cuanto ambos se encontraron solos en el hall. - Bienvenido a casa, Max -dijo la joven acercándose a él para darle un beso. Él alemán no hizo ademán de corresponderla. Tan sólo le dio las gracias casi sin mirarla, se quitó la gabardina y encaminó sus pasos hacia el lugar donde estaban sus hijos. Si de entrada Max le demostraba tanta indiferencia quería decir que su disgusto era mucho mayor de lo que ella había pensado. Hasta ese momento, Max había cedido en todas las ocasiones. Al parecer, el plantón de Nueva York había supuesto para él mucho más de lo que estaba dispuesto a soportar. Algo se había desmoronado en el interior de Max tras la desilusión que había sufrido. Angelique lo supo enseguida y sintió un helado vacío en su alma. A pesar de todo, intentó mostrarse natural y cariñosa durante la cena. Fue inútil: el bloque de hielo en el que Max se había convertido no acogió ninguna de sus demostraciones de afecto. Desanimada y triste, Angelique subió con los niños para acostarlos, recibiendo con agradecimientos cada una de sus manifestaciones de cariño. En esos momentos las necesitaba. Armándose de valor y respirando en profundidad, bajó las escaleras y se dirigió a la biblioteca, lugar donde Max se había encerrado para revisar las cartas que habían llegado durante su ausencia. Angelique entró tras golpear suavemente la puerta. Vacilante se acercó al sillón donde Max estaba sentado y se sentó a su vez en el 287
que había enfrente. Él continuó con la correspondencia y apenas la miró; su gesto agrio no había cambiado. Angelique sabía que en esos momentos debía enfrentarse a una dura prueba; también sabía que no podía esconderse asustada. Aun contando con argumentos muy pobres, tenía que hacer que Max recuperara la alegría y volvieran a reconciliarse. De no conseguirlo ambos sufrirían. - Max, siento más que tú no haberme reunido contigo en Nueva York, pero me fue del todo imposible. Solamente en esas fechas podía ver a mi familia, puesto que sus obligaciones hacían imposible un encuentro anterior... - Habías quedado conmigo -la cortó él levantando bruscamente la cabeza y dedicándole una mirada de condena-; eso es lo que más debería haberte importado. Angelique lo miró con desaliento. No estaba segura de tener la capacidad de convicción suficiente como para conseguir eludir una discusión. - A ellos sólo los veo una o dos veces al año, y contigo estoy todos los días; no me parecía justo desengañarles. - ¿Te pareció más justo desengañarme a mí? Una prolongada pausa se produjo entre ellos mientras se miraban. Angelique hizo un movimiento negativo. - No, Max, pero tenía que elegir y a ti te iba a ver muy pronto. - Habías tenido quince días para estar con ellos -la reprochó mirándola con resentimiento. Era una discusión absurda y falsa. Al no tener argumentos lógicos en los que basar su defensa, Angelique prefirió mostrarse humilde. - Comprendo tu enfado, Max, y te pido perdón. Por favor, créeme, cariño: en esos momentos fue la única elección que pude hacer.
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Max la miraba con fijeza, comprendiendo que a pesar de la enorme desilusión que había sufrido, su familia también tenía derecho a estar con Angelique. Era de lo más frustrante que hubiera tenido que ser precisamente en esas fechas, y él no acababa de comprender por qué Angelique no lo había sabido de antemano. - Cuando te pedí que te reunieras conmigo en Nueva York, ¿tenías alguna duda de que nuestro encuentro pudiera realizarse, o aceptaste solamente para contentarme? Una advertencia martilleó en la cabeza de Angelique. Max era un hombre intuitivo y perspicaz. Quizás estuviera empezando a sospechar acerca de los débiles argumentos de Angelique. - Yo quería reunirme contigo, Max, era lo que más deseaba -en eso no mentía-, pero no siempre salen los planes como han sido previstos. Angelique se había salido por la tangente. Desafortunadamente, era la única respuesta decente que se le ocurrió. Max suspiró con irritación. - Si tu propósito es eludir mis preguntas y contestar lo que te venga en gana, no tengo nada más que decir. Buenas noches, Angelique. Con el gesto de levantarse y dirigirse al escritorio para ponerse a escribir, la estaba despidiendo sin más. A pesar de la actitud de Max, Angelique no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente. Incorporándose con genio, se acercó a la mesa y le miró con fiereza. - ¡Eres un cabezota y un rencoroso, Max! Creo que ya te he dado una explicación de lo que ha sucedido. ¿Por qué no quieres creerme? Los ojos de Max se clavaron con dureza en los de Angelique. - Dicen que el amor es ciego, pero yo no creo en esas pamplinas. Mi amor por ti ve perfectamente y sabe dilucidar con 289
bastante acierto tus estados de ánimo, tus intenciones e incluso el doble lenguaje cuando no deseas decirme la verdad. Eres una mujer poco común e incluso misteriosa, diría yo -afirmó ante el asombro de Angelique-, y aún así me he enamorado de ti. Hasta ahora no he sido exigente, puesto que lo único que me interesaba era conquistarte. Ahora nuestra relación ha llegado a un punto en el que demando seriedad, honestidad y una entrega completa. Ya sabes lo que exige eso -la frialdad que despedían sus ojos la llenó de tristeza-: sinceridad total. Lo que Max acababa de exponer era lo que Angelique tanto había temido. Admiraba la forma de ser de Max y estaba orgullosa de la profundidad de sus sentimientos y de su integridad como persona y como hombre enamorado. Ella compartía sus principios y los consideraba el nudo de unión más solido entre ellos después del profundo amor que sentían el uno por el otro. No obstante, aún no podía desnudar su corazón como ella y Max desearían. - Sabes que te quiero, Max... - Demuéstramelo. Angelique lo miró con aflicción. - Creo que ya lo he hecho. - ¡No, Angelique! -exclamó Max levantándose y acercándose a ella-. Te has entregado a mí, eso es cierto, pero aún estoy esperando que me abras tu corazón. Angelique lo miró apesadumbrada y habló quedamente. - Lo haré, Max, lo haré. Sólo te pido un poco más de tiempo. Desesperado, se llevó las manos a la cabeza. - Pero ¿tiempo para qué?, ¡por el amor de Dios! Su frustración ante la tozudez de Angelique estaba agotando su paciencia. - No hace mucho que nos conocemos...
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- Hace una eternidad -replicó él con irritación-, y yo deseo estar seguro de lo que quieres; necesito más pruebas de tu amor por mí. Mientras tus vacilaciones y titubeos no terminen, siempre habrá una posibilidad de que dude de ese amor, y eso no estoy dispuesto a sufrirlo. -Ante el silencio reflexivo de Angelique, Max continuó-. Piensa lo que te he dicho, Angelique, y decide. Mi felicidad y mi futuro están en tus manos -confesó con humildad-, pero prefiero seguir solo y sufrir tu ausencia antes que tenerte a mi lado sin todas las garantías del amor sincero y total que yo exijo. Angelique sintió una opresión en el corazón al oír sus palabras. Max no aguantaba más la situación que ella le imponía. Quería la entrega total que Angelique había temido desde el principio. Dirigiéndole una mirada cargada de aflicción, se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, intentando controlar el torrente de lágrimas que amenazaban con salir. Cuando la puerta se cerró tras ella, Max creyó que no podría soportar el dolor que le había producido su silencio. Elevando los hombros e intentando contener la frustración agónica que sentía, descargó su ira y su desilusión sobre la mesa en la que se apoyaba. Las plumas, bolígrafos y papeles temblaron bajo el fuerte puñetazo, mudos testigos de la pena que embargaba al joven alemán. Angelique lloraba desconsoladamente en su habitación, sintiendo en su interior una profunda pérdida. Max no había hablado nada de despedirla. De haberlo deseado lo hubiera dicho. Seguirían viviendo en la misma casa, pero como extraños. Eso sería mucho peor que las disputas que ambos habían mantenido en ocasiones por algún u otro motivo. Atada de pies y manos, Angelique no tenía por el momento otra alternativa que soportar con dolor ese nuevo golpe. Lo lamentaba profundamente por Max, pues sin tener culpa de nada, también se veía obligado a sufrir el revés que la vida le había dado a Angelique. 291
Negándose a derrumbarse, tras haber estado llorando bastante tiempo, la joven española se limpió las lágrimas y decidió con coraje solucionar cuanto antes y de una vez por todas su siniestra situación. Max y ella tenían un futuro juntos y lucharía por conseguirlo. No dudaba de que él la ayudaría en su momento; hasta entonces a ella solamente le correspondía aclarar su situación para poder iniciar una nueva vida.
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L
a vida no era ningún lecho de rosas y Angelique lo sabía muy bien. La felicidad existía, pero sólo se podía disfrutar de ella en esporádicos y fugaces momentos. Había sido muy feliz con Max los meses que habían estado juntos, a pesar de que en su corazón siempre había existido el remordimiento del engaño. Ahora que estaban distanciados, rememoraba con nostalgia los momentos de alegría que habían disfrutado. Ambos estaban tristes, eso era evidente, y Max, cada vez que llegaba a casa, la miraba expectante, como si esperara cada día que Angelique se decidiera a sincerarse con él o le hablara sin rodeos sobre todo lo que él intuía que escondía su corazón. Muchas veces Angelique se veía tentada a hacerlo y terminar de una vez con el miedo y la rigidez que dominaban su vida. Ella era joven y tenía tanto derecho como los demás a vivir en paz. También sabía que sólo lo lograría rompiendo definitivamente con el pasado. El primer paso para conseguir su propósito era París. Allí conectaría con su hermano y empezaría a mover los hilos para "volver al mundo". Max sentía una gran congoja en el corazón, notando cada día con más virulencia cómo la violenta lucha que tenía lugar en su
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interior amenazaba con desequilibrar la sensatez y la lógica que regían su vida. De ninguna manera pensaba ceder ante Angelique. Empeñado en que ella no tuviera secretos para él y que se le entregara abiertamente, sin ocultaciones, no estaba dispuesto a dejarse dominar por sus emociones. Viviendo ambos bajo el mismo techo y viéndola a diario, le resultaba muy duro mantener su criterio. De hecho todos los días su debilidad de hombre enamorado amenazaba con echarlo todo por tierra con tal de volver a tenerla a su lado. Seguían cenando juntos, procurando mantener conversaciones normales delante de los niños. En cambio, cuando Angelique se retiraba para llevarlos a la cama y ya no volvía a bajar, su desolación era total. En esos momentos de soledad y tristeza por su ausencia, Max recordaba las charlas que ambos mantenían en el salón hasta la hora de acostarse, el buen humor de Angelique y su risa cuando le relataba cualquier suceso acontecido a lo largo del día, su entrega cuando él la convencía... Con desesperación se levantó bruscamente del sillón en el que estaba sentado leyendo el periódico y miró en dirección a la escalera por la que había subido Angelique hacía más de una hora. Si bien su propósito era firme porque lo consideraba imprescindible para el éxito de su relación, el precio que tenía que pagar era demasiado alto, un martirio que él no sabía cómo sobrellevar. - ¿Vendrás este fin de semana con nosotros al campo, Angelique? -le preguntó Hans una noche. Desde que Max y ella estaban enfadados, Angelique no los acompañaba. A Max le sentaba muy mal. A pesar de su distante situación, le gustaba verla a su lado. - Quizás el siguiente, cielo; el sábado tengo un compromiso. Max se sintió decepcionado. Había reflexionado mucho y había hecho nuevos planes. Si seguían enfadados no conseguiría que Angelique hablara y se confiara a él. Su intención era intentarlo de nuevo. También había decidido que esa sería la última oportunidad que le daría a Angelique. 294
- Te iba a pedir que me acompañaras a una fiesta en casa de una pareja de amigos. Se casan pronto y el sábado celebran su despedida de solteros. Me gustaría que vinieras conmigo -planteó con determinación- ¿no podrías anular ese compromiso? La salida de Max la había desconcertado. ¿Habría decidido perdonarla? Los niños la miraban expectantes. - ¿A que prefieres ir con papá, Angelique? -preguntó Birgit inocentemente. - Claro que sí, cariño -contestó la joven española sonriéndole con dulzura. Sin que Angelique se diera cuenta Max agradeció con un gesto el apoyo de sus hijos. - ¿Y bien?, ¿cuento contigo, entonces? -preguntó Max con un aire triunfal en su tono. Eran tres contra una, y Angelique, desde luego, prefería salir con Max. Su compromiso podía anularlo con facilidad, puesto que tan sólo había quedado en llamar a Marina. Su amiga aceptaría con agrado su explicación y aplaudiría su decisión. - Será un placer. Adoptando un aire complaciente, Max se apoyó en el respaldo de su silla y la contempló con avidez. - El placer es mío. Una empleada, uniformada impecablemente, les abrió la puerta y los hizo pasar. El día estaba lluvioso, así que los invitados a la fiesta organizada por Konrad Lübke y su prometida tuvieron que echar mano de las gabardinas y paraguas. Max y Angelique se las entregaron a la chica antes de pasar al salón, donde fueron saludados por los novios y a continuación por varios amigos, entre los que se encontraban Ludwig y Lilian. Todos conocían la relación de la pareja y respetaban la intimidad de la que los dos jóvenes 295
querían disfrutar, por ese motivo no insistían en llamarlos para salir. Max sabía que gozaba de total libertad para contactar con ellos cuando quisiera. La distendida conversación que mantenían mientras comían de los ricos platos dispuestos en una mesa, se tornó en sobresalto cuando Max vio entrar a Otto Bergen. El joven juez fue calurosamente saludado por los anfitriones, lo que quería decir que también los unía una buena amistad. En esos momentos, Angelique estaba charlando con Lilian y no reparó en la entrada de Otto. Él sí la vio enseguida y contempló durante unos instantes la bella figura de Angelique vestida con un traje negro de cuerpo ajustado, falda de volantes en muselina y cuello barco. Sintió rabia por no haber podido conseguirla; el rechazo de ella había sido tajante. Con todo, ese casual encuentro lo animó. - ¿Qué tal estás, Angelique? Ella se giró para mirar de quién procedía el saludo y le sonrió. - ¡Hola, Otto! Muy bien, ¿y tú? - Bien, gracias. ¿Sigues residiendo en casa de los Bernburg? - Sí; estoy muy contenta cuidando a Hans y a Birgit. Lilian sonrió con malicia, pensando que la española había omitido decir que tampoco le importaba cuidar de Max Bernburg. La joven alemana había aceptado hacía tiempo la relación entre Max y Angelique. Sabía que no era una simple aventura, y consideraba que perdería el tiempo y haría el ridículo si intentaba interponerse entre dos personas enamoradas. Max jamás hubiera pretendido a una desconocida, niñera de sus hijos, de no estar profundamente enamorado. Él no hubiera desperdiciado su valioso tiempo con una mujer que no le interesara. Volviéndose hacia Lilian, Angelique los presentó. - Otto vive en la misma zona residencial que los Bernburg -le explicó a manera de introducción.
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- ¿Ya no paseas por allí? -le preguntó él mientras la miraba ensimismado. - Ahora tengo menos tiempo, y los fines de semana nos vamos al campo. - Es un barrio precioso -intervino Lilian-. Yo sólo conozco la bonita casa de Max; me imagino que el resto será también una maravilla. A Otto Bergen se le ocurrió una idea en esos momentos. - Lo es. Si te apetece puedo enseñártelo con detenimiento -se ofreció galante-. ¿Por qué no venís a tomar un café el lunes por la tarde y os enseño mi casa y los jardines colindantes? Os aseguro que merece la pena verlos. Una voz los interrumpió y detuvo la conversación. - ¿Estás a gusto, cariño? -preguntó Max con una expresión cargada de amor mientras besaba a Angelique y la tomaba por la cintura posesivamente. A Lilian no le sorprendió el gesto. Ya había contemplado varias veces esas manifestaciones cariñosas de Max hacia la española. Sin embargo, Otto se quedó atónito, comprendiendo en esos momentos la verdad sobre lo que ocurría en la vida de Angelique. Momentáneamente, los celos lo paralizaron; al ver la sonrisa que Angelique le dedicó a Bernburg, comprendió que no tenía ningún derecho a inmiscuirse en una relación que parecía feliz. Sus pensamientos fueron interrumpidos al escuchar la voz de Angelique presentándole a Max. Ambos hombres se conocían sólo de vista. Los dos se saludaron con fría formalidad, sin intención, por ninguna de las dos partes, de iniciar una conversación. La rivalidad era evidente, y Max no dejó en ningún momento de demostrar con un brillo de desafío en sus ojos que Angelique era suya y que no admitiría ninguna intromisión. Lilian rompió el hielo respondiendo a la pregunta que Otto les había formulado anteriormente. 297
- Me encantaría aceptar tu invitación. ¿Te viene bien a ti ese día, Angelique? Max no pronunció el "no" rotundo que hubiera deseado. Prefirió dejar que Angelique decidiera por sí misma. A pesar de los problemas que tenían últimamente, confiaba en ella. - Me temo que no. Gracias de todas formas por la invitación, Otto. Eres muy amable. La respuesta satisfizo enormemente a Max. Otto reconoció por su parte que esa batalla la había tenido perdida desde el principio. - Parece que Bergen insiste contigo -manifestó Max mientras la ayudaba a quitarse la gabardina una vez de vuelta en casa. Angelique se volvió y le miró extrañada. - ¿Insistir? Creo que más bien fue una invitación amistosa, dirigida sobre todo a Lilian. Max levantó una ceja, suspicaz. - ¿Lo crees en serio o solamente intentas tranquilizarme? Angelique hizo un gesto de impaciencia. - ¡Por Dios, Max, no seas tan mal pensado! No sé cuál era exactamente la intención de Otto. Lo que sí te puedo asegurar es que a mí no me importa saberlo -afirmó bajo su mirada escrutadora-. Soy mujer de un sólo hombre y quiero que lo sepas. Estoy enamorada de ti; te quiero, y solamente contigo deseo estar, así que, por favor, no te preocupes por cosas que a mí no me merecen ni un pensamiento. Max estaba atónito y a la vez pletórico. Se sentía tan feliz por la declaración de Angelique que no contestó inmediatamente sino que se acercó a ella lentamente y la abrazó con fuerza. Angelique sonrió, dichosa, recibiendo con emoción el calor y la ternura que él le transmitía a través de su dulce contacto. Separándola suavemente Max la miró conmovido.
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- Tus palabras han sido muy elocuentes, Angelique, y te aseguro que las atesoraré en mi corazón para el resto de mis días. Eres una mujer maravillosa, cariño, y yo te amo con locura. Entonces sus labios encontraron los de ella y se fundieron en un profundo beso, transmitiéndose el amor y la necesidad mutua que ambos habían estado añorando durante los días que habían permanecido alejados el uno del otro. Bien era cierto que sus corazones no lo habían estado; por el contrario, habían llorado el distanciamiento del otro. Los besos de Max exigían cada vez más, haciendo que toda la pasión contenida durante demasiado tiempo se desatara y provocara el mar de fuego que los envolvía a los dos sin remedio. En esos momentos parecía que Max había desechado todas sus dudas y reservas respecto a Angelique. Tenerla entre sus brazos era lo que más le importaba y lo único que deseaba en esos momentos. Angelique no sabía si Max se arrepentiría al día siguiente de su debilidad. Ella reconocía que tenía ventaja. Conocía toda la verdad de lo que realmente sucedía y podía actuar con total seguridad en lo que hacía. Max sí tenía mucha razón en dudar. Aun así, en esos momentos y en muchos más, siempre que tenía a Angelique cerca, descartaba sus aprensiones y se dedicaba de lleno a demostrarle todo su amor. Ya faltaban pocos días para iniciar el proyectado viaje a París. Los niños estaban exultantes, esperando con ansia conocer por fin Eurodisney, el fantástico parque de atracciones del que tanto habían oído hablar a sus amigos. Angelique se sentía inquieta. En ningún momento la abandonaba el temor a lo que pudiera ocurrir por empeñarse en contactar con su hermano. El paso que iba a dar era demasiado
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peligroso. Procuraba ocultar a Max su alteración, tratando de que sus ojos sólo vieran alegría e ilusión en todos sus gestos. Ambos enamorados se habían reconciliado. Max era feliz con Angelique y no estaba dispuesto a sufrir más. La aceptaba como era y había decidido esperar con paciencia a que ella confiara lo suficiente en él como para salir de su concha hermética y abrirle su mente y su corazón. No estaba dispuesto a perderla y quizás esa era la única manera de retenerla a su lado. Nerviosa y con manos temblorosas, Angelique cogió el teléfono y marcó el número de su hermano en su oficina de la Embajada de España en París. Llamaba desde una central de teléfonos, y lo hacía a su despacho para que solamente él conociera por ahora su existencia. Mientras sonaba la comunicación al otro lado del hilo telefónico, dudó de su arriesgada acción y pensó en las últimas palabras del policía alemán cuando le decía que quizás todavía fuera pronto para dar ese paso. Angelique había insistido y ahora todas sus dudas se agolpaban en su mente. De todas formas, tan pronto una secretaria cogió el teléfono en París, olvidó sus temores porque se paralizó su corazón. Titubeante y con un tono apenas audible, Angelique preguntó por su hermano. - ¿De parte de quién, por favor? - Soy... su hermana. La secretaria no puso objeciones y le rogó que esperara un momento. - ¿Lucía? ¿Desde dónde llamas? José Lizardi dio por sentado que se trataba de la única hermana que le quedaba viva. - José... esto va a ser una gran sorpresa y te ruego que te tranquilices... - Tu voz no es exactamente la misma, Lucía. ¿Ocurre algo? -preguntó el joven, desconcertado. 300
Angelique luchaba por retener las lágrimas que se agolpaban en sus ojos. - No soy Lucía, José, sino Victoria Eugenia. El teléfono se quedó mudo, y Angelique supo que su hermano acababa de sufrir el shock más atroz de su vida. Cuando pudo recuperar el habla, su voz sonó débil, como si el golpe que acababa de recibir lo hubiera dejado sin fuerzas. - Si esto es una broma... - Gracias a Dios no lo es. Soy tu hermana, Victoria Eugenia, y estoy viva. Debido a causas que ya te explicaré detenidamente, he tenido que esconderme durante todo este tiempo, pero ya no aguanto más. Quiero iniciar una nueva vida, veros y abrazaros a todos... - ¿Quieres decir que nos has engañado a todos...? -le reprochó enfadado. - Solamente porque mi vida estaba en peligro. - Pero ¿de qué peligro hablas? -preguntó el joven Lizardi aturdido. - Voy a ir a París, José, y deseo verte, sólo a ti. Me muero de ganas por ver a los niños y a tu mujer, pero no puedo. Sería demasiado arriesgado. Por favor, no comentes con nadie, absolutamente con nadie, nuestra conversación. En unos días me pondré en contacto contigo y te lo contaré todo. - Pero Victoria, tienes que... - No, José, ahora no. ¿Qué tal están todos? - Muy bien. ¿Cuando te veré, entonces? -insistió, todavía desconcertado. - Yo te llamaré. Un abrazo muy fuerte. Con el teléfono aún en la mano y sentada todavía en la cabina, Angelique dio rienda suelta a su pena y lloró desconsoladamente. Aún tenía los ojos hinchados cuando llegó a casa. Haciendo un enorme esfuerzo, disimuló con maquillaje y una sonrisa 301
despreocupada la enorme turbación que amenazaba con derrumbarla. El primer paso para su vuelta al mundo ya estaba dado y no se arrepentía. Ahora sólo le quedaba rezar para que todo saliera bien y nadie sufriera daño por su culpa.
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"¡P
arís bien vale una misa!", había dicho Enrique IV de Francia cuando se vio acorralado por los católicos, y no le faltaba razón. Su majestuosidad y belleza seguían intactas a lo largo de los años, siendo para Angelique un verdadero placer volver a la ciudad que le traía tantos recuerdos familiares. Junto con sus padres y su hermana habían visitado a su hermano en dos ocasiones, recorriendo cada rincón y cada lugar interesante minuciosamente. Max y Angelique le habían hablado a los niños de París. Con curiosidad infantil miraban los monumentos que su padre les señalaba y escuchaban su explicación, sin disimular, por otra parte, que a ellos lo que más les ilusionaba era su visita a Eurodisney y al parque de Asterix. Angelique no llamó a su hermano al llegar. Prefirió hacerlo más adelante, cuando tuviera tiempo libre para poder quedar con él. La visita a Eurodisney fue emocionante para Hans y Birgit. Sus continuas exclamaciones de asombro y regocijo divertían a Max y a Angelique, disfrutando con ellos de las distintas áreas del parque. No hubo atracción que no visitaran: desde la casa de Pinocho al castillo de la Bella Durmiente, sin olvidar la Ciudad de los Piratas o
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Ventureland. El parque de atracciones resultó ser una continua fiesta, para delicia de los niños y mayores, y Max no dejó de filmarlo todo con la cámara de video. Derrotados por el cansancio, Hans y Birgit llegaron dormidos al hotel. - No sé si aguantaré otra paliza como la de hoy -se quejaba Max mientras se derrumbaba en un sillón y estiraba las piernas. Angelique se echó a reír. - Tendrás que hacerlo, cariño, porque, según los niños, falta mucho por recorrer. Un gemido salió de la garganta de Max. - ¿Cómo pueden tener tanta resistencia? - La misma que tenías tú a su edad. Están felices, Max. ¡Cómo me gusta verlos disfrutar! Max le dedicó una cariñosa mirada. - Es lo que más deseo. También me encanta verte feliz a ti -añadió alargando la mano para que ella la cogiera y se acercara a él. Angelique se acurrucó a su lado. - Contigo a mi lado, lo soy. Max sonrió, sintiéndose muy afortunado por tener una familia formada por Angelique, la mujer que amaba, y por unos hijos maravillosos. Max Bernburg no necesitaba nada más, tan sólo conservar lo que tenía. Las visitas a los puntos de diversión infantiles continuaron hasta mitad de semana, y fue entonces cuando Angelique decidió llamar a su hermano. A partir de ese día Max tendría trabajo, y los niños pasarían dos días con su madre, aprovechando que ella estaba en París. La conversación con José fue breve. Angelique no quería hablar por teléfono. Quedaron para el día siguiente por la mañana. A Angelique le venía bien porque ese día Max tenía un compromiso de trabajo. Por la noche asistiría con él a una fiesta. Tendría tiempo 304
suficiente para estar en el hotel a la hora que había quedado con Max. Max salió temprano. Angelique también se arregló pronto para estar lista cuando llegara la hora de encontrarse con José. Estaba nerviosísima, y a pesar de la alegría que sentía de volver a ver a su hermano, no podía evitar que la incertidumbre y el desasosiego la dominaran. Se sobresaltó al oír el teléfono, y la desilusión se reflejó en su rostro cuando José le dijo que tendrían que posponer la cita para más tarde ese mismo día. - He intentado zafarme, Victoria, pero el embajador me necesita con urgencia en estos momentos -le explicó con pesadumbre. Le dio la dirección de su casa y le rogó que le esperara allí. - El portero te dará la llave. Estoy deseando verte. No tardaré. - Pero allí estarán Susana y los niños... - No te preocupes; están en México -le aclaró, para alivio de Angelique-. He de irme. Un abrazo. Convencida de que regresaría pronto al hotel no le dejó ninguna nota a Max. En caso de que se retrasara lo llamaría. En el piso de su hermano, recorrió cada una de sus dependencias, esperando encontrar objetos y fotos familiares. Así fue. En las estanterías y mesitas auxiliares había recuerdos y fotos donde se veía a toda su familia. En algunas estaba también ella, resultándole chocante y doloroso encontrar una de su boda con Alan. No pudo reprimir el llanto. Pese a que no deseaba que su hermano la viera con los ojos hinchados, estaba empezando a convencerse de que eso sería imposible. Nada más oír la puerta, Angelique salió corriendo y se lanzó a sus brazos, no dejando de llorar durante todo el tiempo que la mantuvo abrazada. 305
- Cálmate, cielo, y cuéntame lo que te ha sucedido -le susurraba José mientras le acariciaba el pelo. Con suavidad la ayudó a sentarse a su lado en un sillón y le dio un pañuelo para que se limpiara las lágrimas. - Con lo contenta que estoy de verte y mira cómo reacciono: llorando. En cuanto pudo tranquilizarse, Angelique le relató todo lo que había sucedido desde que se había casado con Alan. José reaccionó con ira y desesperación. - Pero ¿por qué no nos lo contaste? Sabes que te habríamos ayudado. Hubiera querido Alan o no habríamos conseguido el divorcio. Angelique le miró con comprensión. Su hermano era demasiado crédulo si pensaba que su cuñado hubiera permitido tal cosa. - Sé de lo que era y es capaz, aunque a mí nunca me hizo daño. No aceptó la separación y no podía arriesgarme a desafiarlo. Vuestras vidas y la mía habrían estado en peligro. Su hermano mantenía la mirada triste, y Angelique sabía por qué. - He sufrido mucho por vosotros, José. Vuestro dolor me ha quitado media vida. Por desgracia, según la Policía, no había otra solución. El joven la abrazó de nuevo. - Ya lo sé, Victoria, y por favor, no te tortures por eso. Quizás lo peor ya ha pasado; ahora debemos conservar la esperanza. A pesar del disgusto que aún tienen papá y mamá, sé que volverán a la vida en cuanto se enteren que vives. Su dolor se desvanecerá por completo. En cuanto te abracen olvidarán el pasado. Los ánimos de su hermano le levantaron la moral. Angelique también sabía que todavía faltaba mucho por resolver.
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Le habló también de Max y de los niños. Le contó toda la verdad. Angelique preguntaba con avidez y su hermano le contestaba, relatándole las anécdotas familiares más sobresalientes. Ella quería saberlo todo: cómo estaba cada uno, que hacían, sus proyectos... Las horas pasaron sin que ninguno de los dos se diera cuenta. Fue José el que miró el reloj y se sobresaltó. - Es tarde y debo asistir obligatoriamente a esa fiesta en la Embajada. Acompáñame y así estaremos más tiempo juntos. Diremos que eres Lucía. Ambas os parecéis, sobre todo ahora que tienes un peinado muy similar al de ella. Nadie dudará de nuestra palabra. Angelique se quedó pensativa. Tenían poco tiempo para estar juntos, y a pesar de que había quedado con Max, no deseaba separarse tan pronto de su hermano. Si las cosas se torcían quizás no volviera a verlo. A Max le daría una explicación convincente al día siguiente. Cuando Angelique lo llamó, Max aún no había llegado. Le dejó un mensaje con una breve disculpa. En esos momentos no podía hacer otra cosa. Max no pudo disimular la furia que lo convulsionó nada más leer la nota que le entregó el recepcionista. - ¿A qué hora han dejado este mensaje? - La señora llamó hace una hora, señor. - ¿Sabe cuándo salió? - Yo no la he visto esta tarde. Debió hacerlo por la mañana. Consumido por la ira, Max se giró y se dirigió hacia los ascensores. Su mente práctica le pedía calma, pero su corazón enamorado sufría de nuevo la decepción. Con desgana, se vistió para la fiesta. Su deseo era esperar a Angelique y enfrentarse a ella. Desafortunadamente, no podía demorarse: había quedado con 307
algunos hombres de negocios con los que tenía que concertar citas importantes. - ¿Qué tal estoy? -le preguntó Angelique a su hermano dando una vuelta con los brazos abiertos para que José contemplara bien el vestido. - Estás guapísima. Se ve que Susana y tú tenéis la misma talla. - Es un vestido precioso. Tu mujer siempre ha tenido muy buen gusto. -Y añadió con un tono nostálgico-: si supieras las ganas que tengo de abrazarlos a todos... Su hermano volvió a consolarla. - Lo sé, cariño, y lo harás muy pronto. Ahora alegra esa cara y vayamos a divertirnos. Desde el momento que pusieron los pies en la Embajada, Angelique volvió a cambiar de nombre. Su hermano la presentó como Lucía Lizardi, su hermana. Había mucha gente en el salón de recepciones de la Embajada, pero Angelique procuraba mantenerse retirada. Cuanto menos se expusiera, mejor. Su hermano saludaba a la mayor parte de las personas allí reunidas y charlaba un rato con ellos. Esos actos sociales formaban parte de su trabajo y ella lo sabía. Incómoda y bastante temerosa, Angelique pensó que ya había arriesgado bastante y decidió salir de allí. Con un mensaje a través de un camarero le dijo a su hermano que estaba en el jardín. Como el día era fresco los invitados se mantenían en el interior. Mientras esperaba, paseó contemplando tranquilamente los bonitos macizos llenos de flores. Max llegó con retraso a la fiesta de la Embajada de España. Había esperado a Angelique hasta el último momento. Para su decepción, ella no se había presentado. Seguía muy enfadado por su comportamiento y tendrían que hablar muy seriamente cuando Angelique volviera. No comprendía ni admitía esos desplantes, y, desde luego, no lo volvería a tolerar. 308
Sus colegas y él se estrecharon las manos y charlaron durante un rato de negocios. Pese a que Max no era un hombre muy entusiasta de las fiestas, sabía que en ese tipo de reuniones se podían hacer contactos interesantes; eso siempre era bueno para el negocio. Había esperado dar a Angelique una sorpresa llevándola a la Embajada de España. Su plan había fracasado, sufriendo a cambio una dolorosa decepción. De nuevo, Angelique le daba plantón sin una explicación convincente. Max no pensaba estar mucho tiempo en la recepción, justo el necesario para hacer los contactos que le interesaban. Se sentía mal y no tenía ganas de fiesta. Terminó el champán de su copa y se acercó a una de las mesas auxiliares que había debajo de una ventana para depositarla allí. Distraídamente miró a su alrededor y a través de la ventana, notando súbitamente cómo todos sus miembros se quedaban rígidos y sin vida al ver la familiar figura que paseaba por los jardines. ¡Era Angelique! Vestida con un traje muy elegante, miraba a su alrededor como si esperase a alguien. Pero...¡no podía ser!, pensaba Max completamente desconcertado. Si verla allí lo había sorprendido, contemplar cómo se lanzaba a los brazos del hombre que corría hacia ella, le paralizó el corazón dolorosamente. ¡No era posible!, pero... ¿qué estaba sucediendo? Incapaz de apartar sus ojos de la terrible escena que tenía lugar en el jardín, Max fue testigo de los besos y abrazos que se dispensaba la pareja. - Tengo tanto miedo de perderos de nuevo -le decía Angelique a su hermano mientras se dirigían hacia la salida enlazados por la cintura- que pensaba que no vendrías y que nuestro encuentro había sido sólo un sueño. -De nuevo le besó con cariño, como si con ese beso estuviera acogiendo a toda su familia entre sus brazos. José soltó una carcajada.
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- Siempre has sido muy cariñosa, Angelique. Veo que ahora lo eres más que nunca. Bien sabe Dios que tienes motivos, y te advierto que esto no es nada comparado con los abrazos que te darán papá y mamá cuando te vean. Angelique le dedicó una sonrisa pícara. - Si te oyera Max no estaría de acuerdo contigo. Piensa que me mostré con él muy fría desde el principio. No le falta razón; lo que él no sabe es que tengo mis razones. - ¿Cuándo se lo vas a decir? - Creo que pronto, pero tengo miedo. Temo perderlo si él se siente ofendido por mi engaño. Por otra parte, deseo mantenerle a él y a los niños fuera de mi problema. José movió la cabeza con tristeza. - Estoy seguro de que entre todos encontraremos la mejor solución para ti. Angelique le miró con desamparo. - Tienes que prometerme que te mantendrás al margen de esto, José. Tengo muchas esperanzas en mi futuro. Estoy convencida de que entre la Policía y yo podremos solucionarlo. Si además de lo que he sufrido, a vosotros os pasara algo por intentar ayudarme... no lo resistiría. José la abrazó de nuevo mientras la reconfortaba con palabras alegres. - Ahora olvidemos las penas y vayamos a tomar una copa a un sitio más tranquilo. Todavía tenían mucho de qué hablar y poco tiempo. Alejándose de la Embajada enfilaron el coche hacia Montmartre, donde se perderían entre sus recoletas calles y tomarían algo en sus típicos locales. Max bajó los escalones de tres en tres, pero cuando consiguió llegar al jardín donde había visto a Angelique, ella ya no estaba. La 310
buscó por todas partes, dentro y fuera del edificio. Su búsqueda fue infructuosa y eso le desesperó más de lo que ya estaba. Dominado por furia y con el ánimo por los suelos, Max volvió al hotel. Como una tromba entró en la habitación que Angelique y él compartían, después en la de los niños. Angelique no estaba allí. Completamente frustrado se dejó caer en uno de los sillones y comenzó a aflojarse la corbata. En esos momentos su desilusión era total, y su mente un campo de batalla entre pensamientos encontrados. Las horas pasaban y Angelique no volvía. Durante un tiempo se quedó adormilado, aunque no el suficiente como para que su mente se tranquilizara. La calma no acababa de llegar a su espíritu, y eso sería perjudicial para ambos. Ante la insistencia de Angelique, durante todas las horas que pasaron juntos, José fue desgranando el día a día de lo que había acontecido en la familia Lizardi desde que ella "desapareciera". Escuchaba con suma atención, no pudiendo reprimir las lágrimas en ningún momento. La apenaba enormemente haber perdido más de un año de su vida sin su familia. Su consuelo era haber conocido a Max. De no haber ido a Alemania jamás se habrían encontrado. Procurando no hacer ruido para no despertar a Max, Angelique abrió la puerta con sigilo. Su prudencia había sido inútil. Todas las luces de la suite estaban encendidas y Max permanecía tranquilamente sentado en uno de los sillones con una copa en la mano. - Buenas noches, cariño. Creí que estarías dormido -dijo Angelique con naturalidad. - A estas horas tú también deberías estarlo, ¿no crees? Su tono cortante y su mirada implacable indicaron a Angelique que Max estaba enfadado. Sabía perfectamente cuál era la causa de su irritación. Angelique apenas había tenido tiempo de pensar en ello, pero era evidente que Max se lo había tomado muy a mal. 311
En cuanto se quitó la chaqueta, Max la miró con ojos escrutadores, sintiendo una opresión en el pecho al percibir que ella se había cambiado el vestido que llevaba en la fiesta. No hacía falta ser muy inteligente para sacar conclusiones de todo aquello. - ¿Dónde has estado? Aun sabiéndolo, Max quería comprobar hasta qué punto Angelique era capaz de mentirle. - Siento haber tenido que faltar a nuestra cita, Max, pero hoy era el único día que podía reunirme con un amigo de la infancia que vive aquí. - ¿Y... ese amigo de la infancia -repitió, sintiendo que los celos lo ahogaban- tuvo algo que ver contigo anteriormente? Se había levantado del sillón y se acercaba a Angelique lentamente, sin desviar ni por un segundo sus fríos ojos azules de los de ella. - ¡Por supuesto que no! -exclamó ofendida. Una sonrisa perversa curvó la boca del alemán. No creía nada de lo que Angelique decía y su cólera estaba a punto de estallar. - ¿No? - Me imagino lo que estás pensando, Max, pero te puedo asegurar que te equivocas completamente. Max parecía no haber escuchado sus últimas palabras. - Cualquiera que os hubiera visto en el jardín de la Embajada dudaría mucho de tus palabras. Hasta donde yo soy capaz de entender, los amigos de la infancia no se abrazan ni se besan tanto. La sorpresa por lo que Max sabía la dejó sin habla. Max aprovechó esa vacilación para acercarse aún más a ella. Al cabo de unos segundos, Angelique reaccionó y dio un paso atrás. Max la cogió del brazo y no permitió que se alejara. Max había estado en la misma fiesta que ellos. Una desgraciada casualidad, pero ahora comprendía su furor. - Max, por favor, escúchame... 312
- ¿Dónde habéis estado después de la fiesta? No quería explicaciones, sólo respuestas a sus preguntas. - Hemos ido a dar una vuelta. - ¿A dónde? Su mirada de condena la atravesaba sin piedad, asustándola sobre todo su apariencia serena, cargada de la más peligrosa arrogancia. - A Montmartre. Teníamos mucho de qué hablar... - ¿Dónde te has cambiado el vestido? En la fiesta tenías puesto uno que yo no conocía. -Su gélida sonrisa al deslizar suavemente un dedo por su rostro la hizo estremecerse. No conocía en Max su faceta de hombre sin control; eso la desconcertaba y la perturbaba-. He de reconocer que te favorecía. ¿Acaso te lo ha regalado tu amigo? - Max... -Angelique intentó apartarse. Max le acariciaba el cuello mientras acercaba a él cada vez más la cabeza de Angelique. Angelique no sabía lo que se proponía, pero no quería que la besara en ese estado de furia. Un gemido desesperado salió de sus labios cuando Max comenzó a depositarle suaves besos en la cara. Angelique quería hablar con él, darle una explicación convincente. Por desgracia, en esos momentos, Max no estaba en condiciones de dialogar. - Estuvisteis en su casa, ¿verdad?, y allí te quitaste el vestido para... - ¡No, Max!; por favor, no te lastimes con pensamientos equivocados -le suplicó mientras intentaba detenerlo apoyando las manos en su pecho-. Estuvimos en su casa, sí, pero no ocurrió lo que tú piensas. Sólo charlamos... Él la zarandeó con ira. - Habiendo sido testigo del preámbulo en el jardín de la Embajada ¿me crees tan ingenuo como para intentar convencerme
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de que en casa de ese hombre estuvisteis como dos colegiales contándose anécdotas? Pero ¿por quién me tomas? Angelique lo había intentado inútilmente. Max estaba ofuscado con lo que él creía que había visto y nada de lo que ella dijera en esos momentos le haría cambiar de idea. Max insistía en su acoso. Sabía que en esos momentos la castigaba con su actitud y consideraba que era lo que Angelique se merecía. Lentamente acercó su boca a la de ella y la besó de una forma devastadora y salvaje. No había ternura en sus besos, sólo poder, celos y afán de posesión. Angelique vio venir el desastre y trató de impedirlo. - Max, por favor, detente. Este no es el momento. Estamos nerviosos, y yo... estoy muy cansada. Su cansancio era sobre todo mental. Había estado tensa durante todo el día. Los nervios casi la destrozan, y cuando por fin había visto a su hermano, la pena y el desconsuelo por lo que le había sucedido casi le desgarran el corazón. Lamentablemente, la interpretación de Max había sido distinta. Un respingo de ira sacudió el cuerpo de Max. - Antes de llegar a ese estado de cansancio debiste pensar que aquí te estaba esperando otro hombre -le espetó con saña- que te exigiría lo mismo o más que el anterior. El insulto la hizo temblar de furia, y antes de detenerse a considerar su reacción, temerariamente le abofeteó con rabia. Ambos se quedaron atónitos ante la magnitud de lo que Angelique acababa de hacer. Quiso disculparse, pero las palabras se negaron a salir de su boca. Max tampoco habló. Sólo su mirada, enloquecida de resentimiento, indicaba cuáles eran sus sentimientos en esos momentos. Con los puños apretados, dio un paso al frente, atravesándola peligrosamente con su gélida mirada. Repentinamente
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se detuvo, y girando bruscamente abandonó la habitación dando un portazo. Había pasado más de una hora y Angelique aún no había conseguido dormirse. Después de que Max se fuera, tambaleante y con el corazón destrozado, se había dirigido a la habitación de los niños y se había echado sobre una de las camas. Su agitación era enorme y el remordimiento no le daba descanso. Había tenido la esperanza de que el sueño la dominara para así olvidar la horrible discusión con Max. Angelique abrió los ojos al oír la puerta. Expectante escuchó cada uno de los movimientos de Max. Inesperadamente, él irrumpió en la habitación, encendió la luz y retiró bruscamente la colcha que la tapaba. - Este no es tu dormitorio -exclamó furioso-. Sal de ahí y vete a la cama que te corresponde. Era evidente que su cólera se había avivado durante el tiempo que había estado fuera. Angelique intentó taparse de nuevo, negándose a lo que Max le ordenaba. - ¡No!, me quedaré aquí. Déjame dormir, por favor. Angelique no era consciente de hasta qué punto la paciencia de Max había llegado a su límite. Sin previo aviso, arrojó la colcha al suelo y la cogió en brazos sin miramientos, indiferente por completo a sus protestas. Arrojada sobre la cama del dormitorio principal, Angelique intentó zafarse de las manos de Max, pero él no se lo permitió. Sujetándola con garras de acero la inmovilizó con facilidad, demostrándole que sería inútil que siguiera luchando contra él. - Este es tu sitio y aquí te quedarás. Tú eres mía y siempre lo serás, Angelique -le susurraba mientras la besaba en el cuello-, sería inútil que intentaras negarlo. 315
Angelique se revolvió ante su prepotencia y arrogancia. - No soy tuya... La boca de Max silenció lo que ella iba a decir. En esos momentos no quería escuchar nada más; solamente demostrarle cuán equivocada estaba y cuánto se anhelaban el uno al otro. Él sabía muy bien que la resistencia de Angelique no duraría mucho tiempo. Como siempre, ella se le entregaría con la misma pasión y ardor que él, dándose mutuamente todo el amor que rebosaban sus corazones. Cuando Angelique se despertó, Max se encontraba ya en la ducha, indicio claro de que aún estaba alterado. A pesar de que habían compartido una noche de amor, no había sido suficiente para que Max olvidara. Angelique se levantó y se puso la bata, dispuesta a aclarar la situación con Max. Al salir del cuarto de baño, Max apenas contestó al saludo matinal de Angelique. Ella se sentía ofendida por la desconfianza que Max le había demostrado la noche anterior, pero comprendía su enfado. Debido al secreto que ensombrecía su vida, Angelique no había podido ser nunca clara con Max, excepto en su amor por él. Aun así, Max se había enamorado de ella y la había aceptado tal como era. Cualquier hombre que hubiera visto a su novia en la actitud que él la había visto a ella habría reaccionado de la misma forma si no peor. Max se había comportado siempre como un hombre enamorado y paciente. Angelique lo agradecía y le quería cada vez más por ello. Max se vistió con rapidez y se dispuso a salir de la habitación. Angelique reaccionó con agilidad. No permitiría que Max abandonara el dormitorio sin que escuchara lo que tenía que decirle. - Max, espera, por favor. - Tengo prisa... 316
Angelique se le adelantó y se interpuso entre él y la puerta. - Quiero darte una explicación. - Ahora no; tengo una importante reunión -contestó serio. Angelique continuaba de pie delante de la puerta. - Debemos hablar y tú lo sabes. - No hace falta -insistió Max con indiferencia. No era lo más acertado en esos momentos, pero Angelique perdió los estribos. - ¡Quieres escucharme, maldito cabezota alemán? -chilló furiosa. Max parpadeó sorprendido. - Tarde o temprano tenías que utilizar el término "alemán" con desprecio. Me extrañaba que no lo hubieras hecho antes. Angelique le miró ofendida. - Me importa un bledo que seas alemán, portugués o noruego. Yo sólo te quiero a ti, Max, y te juro por lo más sagrado que nunca dejaré de amarte. Lo que viste anoche... - ¡No quiero hablar de ello! -saltó él con irritación. - Es necesario que me escuches -insistió Angelique con obstinación-. El hombre con el que me viste ayer es como un hermano para mí. Cierto que le besé y le abracé. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos y nos tenemos mucho cariño, pero nada más, Max. -A pesar de su enojo, él la escuchaba con atención-. ¿Podrías jurar que me viste besarlo de la misma forma que te beso a ti? La pregunta lo hizo dudar, vacilar ante lo que realmente había visto. Estaba tan fuera de sí en esos momentos... - No exactamente, pero... - No hay "peros", Max. De lo que fuiste testigo es del encuentro de dos viejos amigos que se quieren como hermanos. Esa es la verdad y tú tienes que reconocerlo para que ninguno de los dos suframos en vano. 317
Max se giró alterado, llevándose la mano a la frente con desesperación. - ¿Por qué no me hablaste de ese amigo? - Porque se me ocurrió de pronto intentar localizarlo. Iba a contártelo todo hoy. -Al percibir la expresión dubitativa de Max, Angelique comenzó a albergar esperanzas de que él la perdonara-. Si yo quisiera a otro hombre no estaría contigo, Max. He podido elegir... - Si te refieres a Bergen y a Ludwig... -la cortó él con un bufido. - Por ejemplo, pero no significan nada para mí. Sabes perfectamente que no existe ningún lazo que me ate a ti -al escuchar esas palabras, Max se movió incómodo. Le enfurecía que eso fuera verdad-, ninguno, Max... excepto mi amor por ti. Max notaba que empezaba a sucumbir ante esa sincera y rotunda declaración. Se deshacía cada vez que Angelique le hablaba con ternura y le sonreía. Cuando ella le miraba a los ojos y le decía que le amaba, todas sus dudas, enfados e incertidumbres desaparecían, dando paso a la grandeza de emociones que solamente dos personas enamoradas podían sentir. Max la miró con calidez, capturando para sí la sonrisa arrebatadora de Angelique. Con suavidad la acercó a él y la abrazó con ternura, manteniéndose unidos durante un largo rato. - Perdóname, cariño. No tengo derecho a dudar de ti. Angelique cerró los ojos con aflicción. - Respecto a mí tienes muchos derechos, Max, y puedes estar seguro de que jamás te haría daño a propósito. Por favor, no lo olvides. Max la miró ensimismado. - ¿Entonces no te importa que sea un cabezota alemán? preguntó divertido. Angelique le siguió la broma. 318
- Hay que reconocer que un cierto ramalazo no te falta... Entre risas y besos ambos se olvidaron de todo lo que les había sido hostil y se dedicaron a sellar la confianza que se habían prometido.
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E
l viaje a París había sido decisivo para Angelique y Max. A partir de ese momento sus sentimientos se habían fortalecido hasta tal punto que Max no dudó en hacerle la petición que venía pensando desde hacía
tiempo. Estaban en el campo, como todos los fines de semana desde que habían vuelto de Francia. En cualquier sitio se encontraban felices, pero aquel lugar junto al río era muy especial para ellos. El bello paisaje, la tranquilidad y el olor a flores silvestres le daban un aire romántico y mágico. Sentados en la hierba y apoyados en un árbol, los dos enamorados contemplaban ensimismados la puesta del sol. Después de compartir el día con los niños, valoraban como un tesoro las horas que podían pasar a solas. - Me siento empequeñecida ante tanta belleza -comentó Angelique, apoyada en el pecho de Max mientras miraba hacia el horizonte-. Aunque todos los días se repiten los mismos fenómenos de la naturaleza, nunca nos cansamos de ellos. Cada día que pasan crecen en hermosura, especialmente cuando se contemplan al lado de la persona amada. Max inclinó la cabeza y le besó el pelo.
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- Para mí tú eres lo más bello que existe en este mundo, amor, y lo que más deseo es que estés siempre a mi lado. -Max le puso la mano debajo de la barbilla e hizo que lo mirara. Angelique le dedicó una sonrisa cargada de promesas-. ¿Quieres casarte conmigo, Angelique? Ella no pudo disimular la sorpresa que le produjo la pregunta. Fue una reacción muy breve. Al instante siguiente le estaba abrazando emocionada. - Soy tan feliz, Max. Claro que quiero casarme contigo y pasar el resto de mis días a tu lado. -Obnubilada por el amor, Angelique no pensaba en las consecuencias en ese momento. Solamente la imagen de ellos dos unidos para siempre ocupaba su mente-. Te amo con todo mi corazón, y sé que nuestro futuro juntos será maravilloso, pero... - Si hay un "pero" es que no es tan maravilloso. Angelique le acarició dulcemente. - No me has dejado terminar, Max. No hay dudas en mi decisión. Te quiero y deseo casarme contigo. Lo que quería decir es que no debemos precipitarnos. Tú has tenido un fracaso matrimonial, y yo... bueno, tampoco fue tan ideal como había pensado. - Creo que hemos convivido lo suficiente como para conocernos bien. Los dos estamos enamorados y no tenemos dudas al respecto. ¿Por qué esperar, entonces? Su lógica era aplastante y Angelique no pudo ni quiso discutirla. No iría al matrimonio con secretos entre ellos, pero ese momento tan íntimo y feliz no era el más idóneo para contarle la verdad. Tendría que ver al inspector Umbach de nuevo. Necesitaba consejo, especialmente por el bien de Max. De ninguna manera quería hacerle daño, y para que eso no ocurriera tenía que ir dando los pasos acertadamente. Un error podría destruirlos para siempre. 321
- Lo estoy deseando, amor. Nada me haría tan dichosa como convertirme en tu mujer. Max la miró con regocijo mientras sacaba del bolsillo un pequeño paquete envuelto en un bonito papel, adornado con un discreto lazo. - Esto es para ti, amor mío. El rostro de Angelique reflejaba toda la felicidad que inundaba su corazón. Despacio se deshizo del papel y abrió el pequeño estuche de terciopelo. Dentro había una sortija, la más bonita que ella había visto jamás. Era un diseño con brillantes y oro blanco. Con los ojos cargados de emoción, Angelique miró a Max y le entregó el estuche para que él le pusiera el anillo. - Es un anillo de compromiso, amor. Si lo aceptas, a partir de estos momentos estarás ligada a mí. - Será un honor para mí, señor Bernburg. Con delicadeza, Max lo cogió, besó la mano de Angelique y se lo puso en el dedo. Max rebosaba felicidad. Siempre le conmovían las manifestaciones amorosas de Angelique. Teniendo en cuenta lo que le había costado conquistarla, eran muy valiosas para él. - No deseo esperar, cariño. Todos saben que estamos enamorados, y yo estoy harto de guardar las formas. Te quiero a mi lado siempre, Angelique, como mi esposa. Los días que siguieron a esa conversación no fueron fáciles para Angelique. Contener a Max en su ansiedad por iniciar los trámites de la boda le suponía un esfuerzo agotador. Él cedía porque las excusas que Angelique exponía eran bastante razonables: darle más tiempo a los niños y hablar con sus padres. Sus concesiones tendrían un límite; Max no estaba dispuesto a esperar mucho tiempo más. De hecho, para cerciorarse de lo que pensaban sus hijos acerca
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de su matrimonio con Angelique, los tanteó un día que se encontraba solo con ellos. - Nos ha dicho Britta que Angelique ha salido de compras con su amiga española; ¿no viene con nosotros al campo? -preguntó Birgit a su padre. - Sí vendrá -le contestó Max-. ¿Os gusta que nos acompañe? Los dos críos contestaron con un efusivo "sí". - Veo que queréis mucho a Angelique. - Y tú también, ¿no, papá? -preguntó Hans, expectante. - Sí, la quiero mucho. Es guapa, inteligente y muy buena con todos nosotros. - Yo quiero que se quede siempre en nuestra casa -dijo Birgit mirando a su padre con ojos de súplica. - Yo también -coincidió Hans. Max estaba encantado con las respuestas de sus hijos. - A mí también me encantaría, pero... - Podría casarse contigo y así permanecería siempre con nosotros -sugirió Hans con inocencia. Sin duda los niños estaban tan enamorados de Angelique como él. - ¿Os gustaría eso? - Sííí... -gritaron los dos a la vez. Ese problema estaba solucionado. Lo único que faltaba ahora era que Angelique quedara cuanto antes con sus padres y les hablara de su futura boda. Angelique escuchaba emocionada mientras Max le contaba la reacción de los niños. - Como ves, eres bienvenida a la familia. Me consta también que mis padres y mis hermanas estarán encantados cuando les demos la noticia. - El honor es mío, Max. Ahora quisiera decirte que...
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- ¡Oh!, perdona, cariño, pero acabo de acordarme que dentro de dos días tenemos que asistir a una cena benéfica que patrocinan varias empresas, entre ellas las nuestras. Es de gala. -Estaba tan exultante que ni siquiera se había dado cuenta de que la había dejado con la palabra en la boca. - Me das poco tiempo para comprarme algo -dijo Angelique, divertida. - Teniendo en cuenta que cualquier cosa que te pongas te sentará de maravilla, con un día será suficiente para que elijas lo que desees. - Eres muy galante, cariño, aunque no es para tanto... Max silenció con un beso el resto de sus palabras. - Para mí eres la joya más perfecta, y ya no podría prescindir de ti. Ambos sabían que su felicidad dependía del otro. No estaban dispuestos a perder ese estado sublime en el que se veían inmersos y que nunca habían conocido con anterioridad. Afortunadamente, no tuvo que recorrer muchas tiendas para encontrar el vestido que le venía bien para la ocasión. Angelique estaba satisfecha con la compra, sin embargo la alegría y el optimismo que últimamente era característico en ella desapareció al recibir la llamada del inspector Umbach la misma mañana de la fiesta. La esperanza de que nunca sucediera había sido tan sólo una temeraria ilusión por su parte. La noticia que Umbach le transmitió destruyó todas sus expectativas de futuro. Sufrió un auténtico shock después de recibir el mensaje. ¡No podía ser verdad! Lo que le estaba diciendo el inspector era una exageración, una precaución que tomaría cualquier Policía del mundo. Se encontraban de nuevo en la habitación del hotel. En esa ocasión había sido el policía alemán el que lo había solicitado.
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- No debe derrumbarse ahora, Angelique. Ha demostrado ser una mujer valiente, y precisamente cuando las cosas se ponen difíciles es cuando más hay que luchar. Tendrá toda nuestra ayuda, no olvide eso -le recordó Umbach tratando de animarla-, y estoy seguro de que unidos, venceremos. La expresión de Angelique era patética. Pálida y llorosa, su gesto era el típico de la persona derrotada. - Todo está perdido, inspector. Alan no haría un viaje a Europa si no es por una razón de peso. Algo ha fallado, y él me ha descubierto. Angelique tenía razón, pero Umbach tenía que seguir animándola para que no se derrumbara. Su colaboración quizás fuera imprescindible. - Por el momento, él está en Francia. Alguien que les conocía debió verla en París. El rumor le llegaría enseguida y a pesar de sus dudas, que las tendrá porque el plan sobre su muerte salió perfecto, ha venido a comprobarlo él mismo. - Lo averiguará todo, estoy segura. Dispone de recursos más que suficientes y de unos métodos muy persuasivos -aseveró compungida-. No temo por mí, inspector, sino por Max y los niños. - De haber sospechado que estaba usted aquí, habría venido directo a Düsseldorf. Está comprobando lo que le han dicho, y te aseguro que le será muy difícil descubrir la verdad. De todas formas, hemos decidido tomar precauciones y alejarla de los lugares donde su cara ya es conocida. Con los ojos desmesuradamente abiertos por el golpe que acababa de recibir, Angelique se levantó bruscamente y se acercó al inspector. - ¿Pretende que me aleje de aquí, que desaparezca de nuevo? - Sólo por un tiempo.
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El gesto de horror mientras negaba con la cabeza fue lo suficientemente expresivo como para que el policía se hiciera una idea de lo que Angelique estaba sufriendo en esos momentos. - Vamos a casarnos; Max y yo vamos a casarnos; no puedo irme ahora. Umbach permaneció en silencio durante unos minutos, con el fin de darle tiempo para que recapacitara. - No hay otra solución, ¿verdad? -preguntó abatida. - Lo más prioritario es no arriesgar su vida ni la de las personas que tienen que ver con usted. Sólo dispone de dos opciones, Angelique: o desaparece de nuevo sin dar explicaciones, en cuyo caso Alan Berthom jamás volvería a encontrarla, o le cuenta todo a Maximilian Bernburg con la esperanza de que... comprenda. - Dios mío... Estaba deshecha. Con todo, el policía alemán confiaba en ella y sabía que el buen juicio de Angelique superaría ese momentáneo abatimiento. - ¿Dónde me llevarán? - Lo siento, pero no puedo decírselo. Es por seguridad, Angelique. La joven comprendió. - La instalaremos en un lugar seguro y desconocido para todos los que la conocen. Allí nadie podrá visitarla, eso debe saberlo. En cuanto estemos seguros de que Alan Berthom ha regresado a EE.UU. y que ha desistido de su búsqueda, podrá volver aquí y continuar su vida normal. La cabeza le daba vueltas mientras volvía en un taxi. Estaba aturdida, sin fuerzas para reponerse del disgusto. Por suerte, no había nadie en casa cuando regresó. Los niños estaban todavía en el colegio, Max volvería más tarde y Britta había salido.
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Encerrada en su cuarto, dando vueltas como un león enjaulado, su principal preocupación era cómo enfrentarse a Max, cómo decirle todo lo que estaba ocurriendo y todo lo que ella le había ocultado desde que se conocían. Angelique sabía que no había alternativa. Las mentiras se habían acabado y había llegado el momento de hacerle frente a la verdad. Esperaría hasta la noche, cuando volvieran de la fiesta benéfica. Quería disfrutar de esa velada. Quizás fuera la última que ambos compartieran. Sin poder reprimir las lágrimas, Angelique lloró desconsolada, sintiendo un enorme vacío en su corazón. Para distraerse ordenó su ropa con la intención de tenerla lista para meterla en la maleta al día siguiente. Mientras enredaba entre sus pertenencias, apareció el marco con la foto de su supuesta boda. Nunca se lo había enseñado a nadie. Afortunadamente, no había habido necesidad. Ahora ya no importaba. La farsa había terminado. Se le pasó un poco la pena al ver aparecer a Britta con un precioso ramo de flores; otro de los muchos que Max le había mandado desde que se declararon su amor. El ama de llaves sonreía complacida mientras contemplaba el ramo con admiración. - El señor Bernburg tiene un gusto exquisito. Angelique sonrió débilmente. Britta siempre sería la principal admiradora de Max. - Sea lo que sea lo que te preocupa, Angelique -dijo contemplando su rostro lloroso-, confía en Maximilian Bernburg. Es todo un hombre, un caballero. Te ama y siempre podrás contar con su ayuda. Angelique se abrazó a la fiel ama de llaves con ternura. - Gracias, Britta. Es usted una verdadera amiga. Esa tarde, Max notó a Angelique un poco demacrada y más apagada que de costumbre. 327
- ¿Te ocurre algo, amor? No sé... pareces un poco ausente, callada... A Angelique se le formó un nudo en la garganta. La pena le destrozaba el alma y la preocupación la consumía por momentos. En un impulso se abrazó a él para que no viera sus ojos húmedos por las lágrimas. - Gracias por el ramo, amor mío. Eres tan bueno que todos tus detalles me emocionan. Max la abrazó con ternura. - Eso no es nada comparado con lo que tú te mereces. Al verla aparecer más tarde con el espectacular traje negro que realzaba su bella figura, Max olvidó todo lo demás. De terciopelo, con el cuello en pico, el cuerpo de satén ajustado y una abertura al lado para facilitarle el paso, Angelique parecía una diosa capaz de hipnotizar a cualquiera con sus llamativos ojos dorados. El moño alto, que Britta había ayudado a elaborar, dejaba al descubierto su bonito cuello. Max la miraba embobado, y sólo acertó a darle un dulce beso y a susurrarle al oído su fascinación por su hermosura. - Tú también estás muy guapo vestido de etiqueta -contestó Angelique dedicándole una deslumbrante sonrisa. - Cierto que estás exquisita, pero el atuendo no estará completo para mí hasta que no luzcas algo que yo quiero entregarte con todo mi amor. Max le extendió un estuche mientras la miraba con devoción. Angelique lo cogió emocionada, abrazándose de nuevo a él mientras luchaba por contener las lágrimas. Max estrechó el abrazo mientras le susurraba al oído. - De haber sabido tu reacción, hace mucho tiempo que te habría hecho un regalo cada día.
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Angelique se apartó un poco y abrió el bonito estuche de terciopelo negro. Un magnífico collar de zafiros la deslumbró con su centelleo. Impulsivamente, Angelique lo cerró de un golpe y bajó la cabeza avergonzada. Max la colmaba continuamente de regalos y atenciones y ella... ella le correspondería unas horas más tarde con un golpe tan violento que podría destruirlo para siempre. - Angelique... cuéntame qué te sucede. Al escucharlo, Angelique reaccionó. Levantando la mirada y enderezando los hombros, decidió que no le estropearía a Max la última velada que pasarían juntos. - Soy incapaz de expresar con palabras lo que siento en estos momentos, Max. Sólo puedo decir que este collar y el anillo que me ofreciste el otro día son los regalos más maravillosos que jamás he recibido, y precisamente de la persona que más amo en el mundo. Max la besó con suavidad, muy consciente de que si lo hacía de la forma que él deseaba ya no podría detenerse. Con cuidado abrió el collar y se lo puso a Angelique. Los zafiros despedían brillantes destellos. Eran atrayentes, como todas las piedras preciosas, pero no existía nada tan hipnotizador como el dorado de los ojos de Angelique. La familia Bernburg la acogió con el mismo cariño de siempre. Todavía no sabían nada acerca de la próxima boda de Max y Angelique. Tampoco les hubiera sorprendido la noticia; de hecho la esperaban de un momento a otro. Pese a que no querían inmiscuirse y se mantenían muy discretos, deseaban con ansiedad que los interesados se decidieran a formalizar su relación. Antes de entrar en el comedor, los Bernburg saludaron a muchos amigos y conocidos. Angelique fue presentada a todos ellos, provocando la admiración por donde pasaba. Se había propuesto disfrutar de la velada y olvidarse de sus dolorosos problemas.
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De repente, la sonrisa se le heló en los labios cuando la pareja de ancianos que la había identificado muy acertadamente con su madre apareció de nuevo ante ella. - Qué casualidad, señorita... -dijo la señora dirigiéndose a Angelique con una sonrisa en los labios. La joven española no reaccionó momentáneamente, como si una serie de circunstancias se hubieran puesto de acuerdo para coincidir y provocar un desenlace que ella se sentía incapaz de controlar. Cómo una autómata, tomó la mano que la dama alemana le extendía y sonrió. - Me llamo... Angelique Villanueva. - Encantada, joven. Es usted muy guapa... tanto como su compatriota. Dicen que todos tenemos un doble en alguna parte del mundo. No hay duda de que en su caso existe ese doble. Angelique rió, no queriendo darle importancia a lo que decía la señora desconocida; sin embargo, Max no pestañeaba, sumamente atento a cada palabra que pronunciaba la señora mayor. - La dama sigue convencida -le susurró Max en cuanto se alejaron-, y me temo que cada vez que nos la encontremos te lo recordará. Angelique se limitó a sonreír y a cogerse de su brazo mientras seguían a los Bernburg hasta el comedor. El anillo que lucía Angelique no era lujoso, pero su exquisita sencillez lo hacía llamativo. No pasó mucho tiempo antes de que la madre de Max y sus hermanas repararan en él, así como en el bonito collar. - Qué joya tan bella, Angelique. ¿Me permites...? La joven extendió la mano y se lo mostró a la señora Bernburg. - Me lo ha regalado Max -expuso con orgullo-, y también este maravilloso collar -añadió tocando la gargantilla. 330
Astrid Bernburg no pudo reprimir su alegría. - ¡Cielos!, eso significa que... - Estás en lo cierto mamá -intervino Max-, Angelique y yo estamos comprometidos y nos casaremos muy pronto. En un instante todo fueron besos, abrazos y felicitaciones. - ¡Qué contenta estoy, Angelique! Mi hijo y tú formáis una pareja maravillosa. Estoy segura de que seréis muy felices. Angelique coincidió con su futura suegra. - Lo supe desde el principio, querida. Después de mucho esperar, pensé en cuanto te vi que eras la mujer ideal para Max. Él merece vivir la felicidad que da el amor y estoy segura de que en ti encontrará esa dicha. Angelique tenía el corazón encogido de emoción. Las manifestaciones de cariño de la familia Bernburg la abrumaban, y las continuas atenciones y mimos de Max hacían que su corazón se sintiera pletórico. La cena fue espléndida y la conversación giró prácticamente durante todo el tiempo en torno a la futura boda de Max y Angelique. Todos estaban contentos. Angelique también, aunque no podía evitar que un gran peso oprimiera su corazón cuando sus pensamientos se desviaban hacia la zona oscura de sus recuerdos. - Bailemos, cariño -la invitó Max nada más iniciarse el baile-. Deseo más que nada en el mundo tenerte entre mis brazos. Cuando Max la acercó suavemente y la mantuvo junto a él, Angelique se olvidó de todo. Sólo Max y ella importaban; lo demás les era ajeno. Las pesadillas de su pasado ya nada tenían que ver con ella. ¿Por qué venían de nuevo a torturarla? Angelique deseaba mantenerse fuerte y no derrumbarse, pero cada vez que Max le susurraba palabras de amor, notaba cómo su entereza se debilitaba y las lágrimas afloraban a sus ojos sin poderlas reprimir.
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- Si son lágrimas de felicidad, bienvenidas sean. No soportaría verte llorar por ningún otro motivo. Angelique desvió el rostro y lo escondió en el hombro de Max. Si continuaba mirándola descubriría su pesar, y lo que ella quería era que esa noche fuera inolvidable para los dos. Estaba decidida a hablar antes de que terminara el día, pero todavía no había llegado el momento. Reprimiendo las lágrimas, Angelique disfrutó del resto de la velada y compartió la alegría y los brindis que toda la familia hizo en honor de la pareja. Al llegar a casa, Angelique miró a Max con expresión sombría y suspiró con tristeza. El cuento de hadas había terminado. Ahora había llegado el momento de enfrentarse a la realidad. - Sé que estás cansado, Max, pero es necesario que hablemos. - ¿Tan importante es lo que tienes que decirme que no puede esperar hasta mañana? -preguntó extrañado, mirándola con preocupación. Después de la maravillosa noche que habían pasado, lo único que deseaba era estrecharla entre sus brazos y pasar el resto de la noche unidos. - Lo que tengo que decir no admite más demora. Su gesto solemne y su falta de alegría lo intranquilizó. Desconcertado, tomó la mano que ella le tendía y la siguió hasta la biblioteca. Nerviosa, Angelique no sabía cómo empezar. Desde un principio había sido consciente de que su pasado podría ser descubierto; ahora que había llegado el momento de la verdad, le resultaba más doloroso y duro de lo que había pensado. - Max, en varias ocasiones me has pedido que te abriera mi corazón -dijo suspirando en profundidad- y creo que éste es el momento. Antes de hacerlo, quiero reiterarte de nuevo mi amor por ti -expresó con el rostro desencajado por el dolor-. Te quiero como
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nunca he querido a nadie, y por nada del mundo desearía hacerte daño. Max la miraba confundido, no pudiendo evitar que un escalofrío de terror le sacudiera. - Si vas a contarme algo de tu pasado, no me importa, Angelique. Te amo tal como eres ahora. La mujer que existió antes de conocerte no me interesa. Esa respuesta no la sorprendió, pero tocó las fibras más sensibles de su corazón. - También yo te quiero tal y como eres ahora. Desgraciadamente, mi pasado y el presente están conectados por una dura cuerda que aún no se ha roto. Max frunció el ceño sin comprender. - La dama y el caballero alemanes que me reconocieron en la ópera hace unos meses y que lo han vuelto a hacer hoy en la fiesta, tenían razón. Yo... me llamo Victoria Eugenia Angelique Lizardi, y la señora que ellos mencionaron, con la que me encontraron un gran parecido, es mi madre. La expresión de Max al oírla era de incredulidad. - ¿Estás intentando decirme que no eres quien dices ser? - Poderosas razones me obligaron a cambiar de identidad. Max se llevó una mano a la cabeza y tomó asiento. - Cuéntame qué está sucediendo, Angelique -le pidió con peligrosa serenidad. Había mucho que contar, pero Angelique sabía que debía darse prisa en exponer lo que tenía que decir antes de que Max perdiera la paciencia. Con calma, se sentó en el sillón frente a él. - No soy viuda. Mi marido vive. Yo lo abandoné porque no podía seguir viviendo a su lado. - ¡Cómo dices? -chilló Max levantándose bruscamente-. ¿Y me tenías engañado con la farsa de que te casarías conmigo?
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Angelique le dirigió una mirada llena de aflicción. Comprendía el desconcierto y el desengaño de Max. De todos modos, por muy doloroso que fuera, tenía que seguir. Max debía conocer todo acerca de su vida. - Cálmate, Max, y escúchame, por favor. Mi nueva identidad es legal, y yo soy libre de iniciar una nueva vida. - ¿A qué te refieres con eso de "legal"? - Que la Policía americana, junto con la alemana, se han encargado de proporcionarme una nueva identidad para que mi marido no pueda encontrarme. Max creía estar oyendo un relato de ciencia ficción. - ¿La Policía americana? Pero ¿qué tienen ellos que ver contigo? - Alan Berthom, mi marido, es norteamericano, y es uno de los jefes más importantes del crimen organizado. La palidez de Max la movió a pensar que se desmayaría de un momento a otro. - Sé que para la gente honesta y normal como tú y... como yo, a pesar de haber cometido un gravísimo error, esto suena a serial, pero es la verdad, Max, y deseo que lo sepas todo, por muy sórdido que sea. - ¿Por qué no te divorciaste de él? -logró preguntar después de unos minutos de silencio. - Le pedí el divorcio, pero él no quiso ni oír hablar de ello. A su manera, me quería, y no consentía que me separara de él. demacrada y con los ojos llenos de lágrimas, Angelique continuó con su relato-. No sabía qué hacer, Max. Alan no me hacía daño, pero cuando supe a lo que se dedicaba, mi vida se tornó en un infierno... hasta que un hecho horrible, del que fui testigo, me puso en contacto con la Policía. Nos ayudamos mutuamente. Gracias a mí se pudo detectar el mayor alijo de drogas de los últimos años. A
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cambio, ellos me hicieron desaparecer simulando mi "muerte" en un accidente. Es horrible, pero era la única forma de liberarme de Alan. Max notaba que el corazón se le saldría del pecho de un momento a otro, como si una pesadilla se hubiera apoderado de su mente. - ¡Dios mío, Angelique, esto parece increíble! Pero ¿por qué no me lo contaste? - Era un secreto, Max. Por mi propia seguridad nadie debía saberlo. La Policía fue muy insistente en este punto. -Angelique sufría por lo que estaba ocurriendo, pero Max tenía que conocer todos los detalles-. Muchas veces estuve tentada de decírtelo. En el último momento me acobardaba y no me atrevía. Lo primero porque era peligroso, y lo segundo porque temía que no lo aceptaras. Perderte hubiera sido el golpe de gracia para mí. Max empezó a comprender todos los enigmas en la vida de Angelique y que a él tanto le habían hecho pensar. Acercándose a ella, la abrazó con fuerza, intentando transmitirle todo su apoyo. - Cariño, siento tanto que hayas tenido que sufrir ese horror... - Mi felicidad de ahora ha borrado mis malos recuerdos. Contigo a mi lado me siento dichosa y segura, pero tienes que saberlo todo, Max. Sólo así comprenderás realmente mi situación. Max asintió y la dejó que continuara. Le habló del refugio de la Policía en el que había permanecido escondida, de su familia y de los motivos que había tenido para elegir Alemania para iniciar una nueva vida. - ¿Entonces tu padre es diplomático? - Sí; mi abuelo lo fue, y mi padre lo es aún. Ahora está destinado en México, donde llevamos viviendo varios años. Cuando yo era pequeña pasamos seis años en Bonn, por ese motivo todos nosotros hablamos alemán. Mi hermano está en París; es el hombre con el que me viste en la Embajada. Un gemido de rabia salió de los labios del alemán. 335
- ¡Cómo pude ser tan imbécil y desconfiar de ti...! ¿Podrás perdonarme alguna vez? Angelique le besó suavemente. - No hay nada que perdonar, cariño. En condiciones normales tú habrías tenido razón. Ha sido un calvario para mí saber que todos me creen muerta, por eso no pude reprimir mis impulsos y mis enormes deseos de ver a mi hermano. Max comprendió en esos momentos los efusivos abrazos que ambos hermanos se dedicaban. Siguió preguntándola, ansioso por saberlo todo sobre Angelique; lo necesitaba. - Después de escuchar lo que me has contado, deduzco que tu profesión no es la de niñera y que... las referencias que me mostraste eran falsas. ¿A qué te dedicabas antes de venir aquí? - Soy licenciada en Matemáticas y daba clases en la Universidad. Jamás había trabajado con niños. Aquí, en tu casa, he descubierto que me encanta -confesó con una sonrisa. A cada momento que pasaba Max se sentía más perplejo. - Si ahora me estás contando toda la verdad, supongo que es porque ya ha pasado el peligro. ¿Hablarás entonces también con tu familia? Un gesto de desolación ensombreció el bello rostro de Angelique. Max supo inmediatamente que algo grave estaba sucediendo. - ¿Qué sucede, Angelique?, por favor, cuéntamelo. El nudo que había estado sujetando en la garganta se desató y las lágrimas brotaron sin que Angelique pudiera hacer nada por evitarlo. Max la mantuvo entre sus brazos hasta que se calmó. - Tranquila, amor. Unidos podremos afrontar cualquier contrariedad. - Sé que me ayudarías, Max, pero en esta ocasión es imposible. El alemán la apartó un poco y le habló con seriedad. 336
- Estamos juntos en esto, Angelique... - Mañana debo irme a primera hora. La frase había sido corta, pero demoledora. Max sintió un sofoco que le ahogaba, como si una garra de acero le oprimiera el corazón. - No hablarás en serio, ¿verdad? - El inspector Umbach, el policía que se encarga de mi caso en Alemania, me recogerá a las nueve de la mañana. - ¿Cuándo le has visto? - Esta mañana. Teníamos una clave secreta para comunicarnos. Todo le daba vueltas; el mundo se hundía bajo sus pies. - ¡No lo permitiré, Angelique, no consentiré que te alejes de mí! -le advirtió desesperado mientras la tomaba por los hombros y la atravesaba con la mirada. Angelique le acarició el rostro con ternura. - Yo también estoy deshecha, amor, pero no hay más remedio. Alan está en París. Alguien que me conocía me vio allí y me ha delatado. Umbach cree que ha venido a buscarme. - ¡No! ¡No puede ser! -gritó atormentado-. ¡No puedes irte ahora, Angelique!, aquí estarás segura. -Con los ojos llenos de lágrimas, Max le suplicó-: no podría vivir sin ti; por favor, no me dejes. Angelique se abrazó de nuevo a él en un intento de aferrarse a lo único seguro que tenía. - Me rompes el corazón, Max; por favor, no me hables así. Debo alejarme de esta casa y de Alemania cuanto antes. No quiero que él te descubra. Debes permanecer al margen, Max, por Dios te lo pido. Tú eres lo más importante para mí, y quiero que permanezcas aquí esperándome. ¡Prométemelo, Max! ¡Prométemelo, por favor! Todo saldrá bien -hablaba casi sin aliento,
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en un último intento de convencerlo-. Sólo te pido un poco de paciencia. En contra de su voluntad, accedió; hubiera sido cruel perturbarla aún más de lo que ya estaba. - A cambio quiero saber dónde estarás para llamarte todos los días. - No sé adónde me llevarán. El inspector Umbach no quiso decírmelo. Max suspiró irritado. - No aceptaré eso, Angelique. Sería terrible estar esperando noticias tuyas sin saber dónde estás o qué te está sucediendo. Por favor, amor mío -le rogó con una suplicante mirada-, júrame que me lo dirás en cuanto lo sepas. Angelique juró hacerlo si podía. Quizás pudieran hablar por teléfono. Esa noche se entregaron el uno al otro desesperadamente, como si esos fueran los últimos momentos que podrían compartir. Ambos estaban asustados, desolados, pero eso no impedía que se dedicaran las más vehementes caricias y los besos más ardientes. Las palabras de amor salían con naturalidad de sus bocas, provocándoles la sensación de plenitud y seguridad que tanto necesitaban. Ninguno de los dos logró dormir. Por la mañana, los ojos de Angelique estaban hinchados a causa del llanto y de la falta de sueño. Ayudada por Britta, hizo el equipaje. Con gusto le hubiera contado lo que sucedía, pero sabía que no era conveniente involucrar a más personas. Su vuelta a España extrañó al ama de llaves. Ante la falta de explicación por parte de Angelique, la prudente mujer no hizo preguntas. La ansiedad que Angelique y Max sentían no podía ser ocultada, notando ambos cómo el corazón se les paralizaba al oír el timbre de la puerta. 338
Angelique se había despedido de los niños antes de que sus abuelos vinieran a recogerlos. Max había llamado a sus padres por la mañana y sin darles muchas explicaciones les había pedido que se encargaran ese domingo de Hans y Birgit. Angelique les había dicho que tenía que ir a visitar a sus padres. Ellos la escucharon atentos y le pidieron que volviera pronto. Max, personalmente, abrió la puerta y se presentó al inspector. - Soy Maximilian Bernburg. Encantado de conocerle. - Inspector Umbach. Mucho gusto -contestó el policía estrechando la mano de Max. - Angelique me contó anoche lo que sucedía. No obstante, antes de que baje me gustaría charlar con usted unos minutos, si no le importa. El policía hizo un movimiento afirmativo con la cabeza y le siguió hasta la biblioteca. Max le rogó que tomara asiento y le ofreció un café, que Umbach rechazó. - Acabo de tomar uno, gracias. Max se sentó en otro sillón y comenzó a hablar con precipitación. Contaban con poco tiempo y él quería resolver algunas dudas. - Creo a mi prometida, pero también sé que diría cualquier cosa para tranquilizarme. Yo quiero conocer la realidad de lo que puede suceder. Deseo que usted me exponga su opinión sincera sobre este asunto. ¿Está Angelique en peligro? El policía inspiró profundamente antes de contestar. - He estudiado la vida de Alan Berthom a través de la Policía americana y, desde luego, es un hombre peligroso. Nunca perdona una ofensa, lo que nos lleva a pensar que mucho menos perdonará lo que su propia mujer urdió para alejarse de él. -Hizo una pequeña pausa antes de continuar con su respuesta-. El comisario federal americano y yo, que somos los que llevamos el caso, creemos que si 339
llegara a encontrarla no la mataría. También estamos seguros de que la castigaría duramente. La respuesta del inspector hizo que Max se estremeciera. - ¿Por qué creen que no la mataría? - Porque, a pesar de ser un hombre implacable, estaba muy enamorado de Angelique. De hecho, Jeffer, el policía americano, opina que Berthom nunca se recuperó del golpe que supuso para él la muerte de su mujer. Max le creyó. Sabía por experiencia lo fácil que era enamorarse de una mujer como Angelique. - De todas formas, es un hombre astuto, vengativo y soberbio. Estará furioso y eso lo hace imprevisible. Conociendo su personalidad hemos llegado a la conclusión de que tenemos que tomar precauciones. - ¿Cabría la posibilidad de que ese hombre estuviera en París por otros motivos? -preguntó Max esperanzado. Umbach negó con la cabeza. - Tenemos rumores de confidentes, y él no ha perdido tiempo en París. Nada más llegar se ha dirigido a la Embajada Española y al domicilio de José Lizardi, el hermano de Angelique. En cuanto supimos que Berthom venía a Francia, hablamos con el señor Lizardi y le pedimos que saliera del país por un tiempo. Él es el único que sabe toda la verdad, y tenga la completa seguridad de que si Berthom llega a encontrarlo se la sacará sin importar los medios. El rostro de Max era como una máscara pálida y demacrada. Todo lo que estaba oyendo parecía una pesadilla. Para su propia desgracia se trataba de la realidad más cruel. - La persona que vio a Angelique en París también puede haberla visto con usted; de eso no estamos seguros. Por ese motivo es urgente que ella se aleje de aquí cuanto antes. - ¿Es tan necesario, inspector? -preguntó Max con gesto de súplica. 340
El policía vaciló antes de hablar. - Si el confidente de Berthom no la vio con usted, puede que éste sea el lugar más seguro para ella, pero Angelique los quiere mantener al margen. De ninguna manera desea que Berthom la relacione con usted, y quizás tenga razón. Lo que más le importa es que ninguno de ustedes corra peligro. En caso de que nosotros no le diéramos protección, ella huiría sola para alejar a Berthom de aquí. Aun sabiendo que eso sería muy peligroso, no le quepa duda de que lo haría con tal de protegerlos. Max se levantó y paseó por la habitación como un animal enjaulado. Quería ayudar a Angelique, protegerla. Sólo ellos podrían mantenerla oculta y segura. Le desesperaba pensar que Angelique tuviera que irse; la idea le resultaba insoportable. - ¿Cuándo podré verla? - Siento decirle que no la verá hasta que todo haya terminado. No estamos tratando con delincuentes de tres al cuarto, sino con auténticos profesionales, señor Bernburg; gente que está acostumbrada a eliminar sin vacilar los obstáculos que se interponen en su camino -le advirtió con gesto grave-. Si Angelique lo desea, podrá llamarle cuando quiera; usted no podrá contactar con ella. La conversación entre los dos hombres se vio interrumpida por la llegada de Angelique. - Estoy lista, inspector. Esas simples palabras fueron como un golpe para Max. Acercándose a ella le pasó un brazo por los hombros y la mantuvo abrazada durante unos minutos. Mientras tanto, el inspector cogió el equipaje de Angelique y salió. - Te quiero, amor mío. Ten mucho cuidado y no dejes de llamarme todos los días. Llorando, Angelique le besó, saboreando ambos el sabor salado de las lágrimas. - Te amo, Max. Pensaré en ti a cada momento. 341
- Manténte animada, cariño. Todo saldrá bien. Angelique hizo un esfuerzo por sonreír. - Estoy segura, cielo. Antes de salir abrazó también a Britta, que la esperaba en la puerta. Max la ayudó a montarse en el coche y la despidió emocionado a través de la ventanilla. El inspector estrechó la mano de Max y arrancó el coche. En pocos segundos éste desapareció, ante la mirada vacía de Max, hacia un lugar desconocido.
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Desde el confortable refugio alpino, Angelique revivió todo lo acontecido desde que se despidió de Max. Destrozada y ausente durante las primeras horas, Angelique sólo recordaba el pequeño aeropuerto donde la había llevado el inspector Umbach. Ayudada por él había subido a una avioneta, despegando ésta inmediatamente hacia un lugar desconocido. Durante el viaje se sintió completamente abatida y exhausta. El sueño pronto la dominó, haciendo que el trayecto se le hiciera corto. Un coche con cristales oscuros les esperaba al pie del pequeño avión y los trasladó, después de una hora de viaje, a un chalet construido en las montañas. Angelique no sabía dónde se encontraba, pero las medidas de seguridad eran muy parecidas al refugio americano en el que había pasado dos meses. Lo único que los diferenciaba era que no había empleados; sólo Umbach y una policía cuidaban de ella. La casa estaba emplazada en un sitio muy bonito, desde el que se contemplaban bellos paisajes. Angelique podía salir a dar un paseo, siempre que no lo hiciera sola. Llevaban allí una semana y todas las noches había hablado con Max. Él estaba consternado, teniendo que ser Angelique la encargada de animarlo. Sólo cuando le preguntaba por los niños y
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Max le contaba lo que hacían y decían, lograban olvidarse momentáneamente del grave problema que amargaba sus vidas. - Esto es horrible, cariño. No podemos continuar así. La incertidumbre del que espera siempre es igual de demoledora como la del que se va. - Debemos ser pacientes, Max. Esto hay que solucionarlo y lo sabes. Alan tiene que convencerse de que lo que le contaron era una equivocación. Sólo así nos liberaremos de esta cruel pesadilla. Max sabía que Angelique tenía razón, pero él no tenía temperamento para esperar, con los brazos cruzados, un desenlace que podía ser desastroso para ellos. - Muy bien, amor. Te quiero. Antes de colgar le pidió a Angelique que le pusiera con el inspector Umbach. - Me niego a seguir ajeno a todo lo que le está pasando a mi prometida -le espetó Max nada más coger el policía el teléfono-. Tengo derecho... - No lo tiene, Bernburg. Usted no es su marido, por tanto no permitiré que interfiera en este caso. Max supo instantáneamente que no tenía más remedio que retroceder si quería conseguir algo del policía. - Siento haberme exaltado, inspector; sólo quiero ayudarles para que el caso se resuelva cuanto antes. Me gustaría ser útil, por favor. El inspector pensó que la postura de Bernburg era muy natural. Él tampoco habría dudado en ayudar a su mujer si ella le hubiera necesitado de esa manera. - Supongo que es consciente del riesgo que podría correr colaborando con nosotros. - Lo soy; aun así estoy dispuesto a hacerlo. Umbach necesitó unos momentos de reflexión antes de contestar. 344
- Mañana le daré la respuesta. José Lizardi, el hermano de Angelique, también se había ofrecido a colaborar. En principio, era el que corría más peligro. Sería el primero en el que se cebaría Berthom para sacarle dónde estaba su hermana. El policía alemán sabía que estas ayudas serían muy valiosas y acelerarían el final que, tarde o temprano, tendría que desencadenarse. Umbach no comunicó a Angelique el deseo de Max y de su hermano. Sin duda se habría negado, y eso hubiera creado todavía más conflictos entre todos ellos. Los días pasaban y nada sucedía. Alan Berthom seguía en París, esperando que José Lizardi volviera de viaje para averiguar a través de él el paradero de Angelique, si es que la información que le habían pasado era cierta. Tenía sus dudas. Se resistía a creer que Angelique hubiera ideado un plan tan macabro para huir de él. A pesar de que estaba convencido de que Angelique estaba muerta, en su trabajo, todos los rumores se confirmaban, incluso uno tan doloroso como ese. Max agradeció al inspector Umbach su confianza. - Estamos elaborando un plan. En cuanto estén definidos todos los detalles se lo comunicaré. - Inspector, ¿ha vuelto mi hermano ya a París? -le preguntó Angelique mientras repasaba en la cabeza los posibles pasos que daría Alan para encontrarla. - Sí, ya está allí. Angelique ahogó un gemido agónico. - ¡Entonces está en peligro! No tengo duda de que Alan acudirá a él para averiguar mi paradero. Si José se obstina en callar... ¡Dios mío...! -exclamó llorando mientras se tapaba el rostro con las manos. 345
Al verla tan destrozada, el inspector no tuvo más remedio que contarle el plan para tranquilizarla. - ¡Max también? -gritó desolada. - Los dos me obligaron a aceptar su ayuda, Angelique. Ahora su apoyo en nuestro plan será decisivo. - Entonces yo también iré a París -le anunció con determinación. - No puede. Aunque intentaremos atraer a Alan a la casa en la que se supone que está usted, no tiene por qué estar allí realmente. En este lugar estará mucho más segura. Angelique movió la cabeza con obstinación. - No permitiré que mi hermano y mi prometido se pongan en peligro mientras yo me quedo aquí tan tranquila. Mi presencia los protegerá... - ¿Protegerlos? -preguntó el policía con incredulidad. - Exacto. Si las cosas salen mal, mi persona será la única garantía de que Alan no los mate. Prefiero volver con Alan antes que permitir que les ocurra algo irreversible al hombre que amo y a mi hermano. - Pero Angelique... - No hay más que hablar, inspector. Por favor, entiéndalo. - Está bien. Espero que ninguno nos arrepintamos de esto -respondió él con pesar. - Gracias. Todo saldrá bien. Max también se trasladó a París, donde alquiló un piso por orden de Umbach. El anzuelo estaba echado; sólo hacía falta que los peces picaran. Alan Berthom, hombre inteligente y cauteloso, sabía que no podría iniciar su búsqueda hasta que no hablara con su cuñado, José Lizardi. Él era la clave de toda esa trama. 346
Todavía no se había repuesto del trauma que supuso para él la muerte de su mujer cuando un nuevo golpe se había sumado al anterior: la supuesta aparición de Angelique y el engaño del que había sido víctima. Jamás perdonaría esa afrenta, y muchos tendrían que pagar por ello. El plan se puso en marcha en cuanto José recibió la visita de su cuñado, acompañado, como era de esperar, de tres guardaespaldas. El joven español se mostró cordial y natural, intentando actuar como se supone que debía hacerlo alguien que oculta algo. - Mi visita no es casual, José. He venido para averiguar dónde está Victoria -dijo Alan casi sin parpadear mientras le lanzaba una mirada asesina-. Sé que está viva (era un farol que, en caso de estar en lo cierto, le haría ganar la partida), así que no te molestes en negarlo. José lo negó con energía. - Pero ¿qué estás diciendo? Victoria murió hace casi dos años. - Eso queríais hacerme creer, pero todo fue un engaño. Un amigo la vio aquí en París contigo, en una fiesta de la Embajada de España. José se echó a reír. - Eso quiere decir que tu amigo la confundió con Lucía, que es la que me acompañaba; ya sabes que se parecen mucho. Ella vino desde Italia... Con tono paciente, Alan continuó. - Lucía tiene los ojos marrones, y mi amigo se fijó muy bien en los ojos dorados de Victoria; además, tu hermana Lucía no ha salido de México en los últimos meses. "Alan estaba enterado de todo, tal y como Jeffer y Umbach habían sospechado", pensó José con satisfacción.
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- Por supuesto que sí; estuvo primero en Italia y después vino a pasar unos días aquí con nosotros. Alan se levantó del sillón donde se había sentado y se acercó con calma a una mesita donde estaban colocados una serie de adornos y varios marcos con fotos familiares. Cogió uno en el que aparecían fotografiados la mujer y los hijos de José y lo contempló durante unos segundos. - Los niños están muy guapos, y tu mujer sigue tan hermosa como siempre -expresó con cinismo-. Formáis una bonita familia, y tu obligación es cuidarlos. Ocurren tantas desgracias hoy en día... La amenaza había sido lanzada con el estilo que caracterizaba a Alan Berthom: sutil, pero efectivo. - No me amenaces, Alan. Estás equivocado y debes reconocerlo. ¿Por qué tendría Victoria que preparar esa farsa que tú sugieres? - Para averiguarlo es para lo que he venido. Tú me lo vas a contar, José. - ¡No tengo nada que decir! ¡Victoria está muerta! Alan dejó caer el marco, haciendo que el cristal se rompiera y la fotografía saliera despedida. - No te creo. La persona que me llamó desde París es de absoluta confianza. Te aseguro que no se habría atrevido a molestarme con tan macabra noticia si no hubiera estado completamente seguro de lo que vio. - ¡Ese hombre se equivocó! Era Lucía... Los nervios y la paciencia de Alan habían llegado a su límite. Acercándose peligrosamente a José le lanzó una mirada asesina. - Tu familia está en México y te aseguro que están en peligro. Tengo un hombre esperando mis órdenes. Si no me dices ahora mismo la verdad, aun sintiéndolo mucho, tendré que llamarle. Si seguís desafiándome no tendré piedad. Todo estaba saliendo como había sido previsto. 348
Bajando la cabeza en ademán de derrota, José inició su relato. - Victoria averiguó a lo que te dedicabas y no lo soportó. Al negarte a aceptar la separación y estando segura de que jamás la dejarías ir, decidió "desaparecer". Nadie en nuestra familia conoce la verdad, y yo la he sabido muy recientemente. Un centelleo de furia brilló en los ojos del joven americano. - Déjala en paz, Alan. Ella no quiere vivir contigo -continuó José fingiendo que deseaba hacerle entrar en razón-. Los matrimonios se separan, ocurre a diario en todo el mundo, ¿por qué tú no lo aceptas? - Tu hermana juró ante Dios y ante un montón de testigos que me amaría hasta que la muerte nos separara. No permitiré que lo olvide. - Pero ella no sabía a lo que te dedicabas. Si hubieras sido sincero con Victoria, jamás se habría casado contigo y lo sabes. Sois distintos, con una mentalidad diferente. Tú le ocultaste la verdad; la llevaste engañada al matrimonio. José tenía razón y Alan lo sabía. Se enamoró de Victoria enseguida y se propuso eliminar todos los obstáculos que impidieran que ella fuera suya. Lo consiguió: Victoria se convirtió en su mujer. No dejaría de serlo hasta que uno de los dos muriera. Ese era su propósito; por esa razón no le había comentado nada a su familia. Ellos la habrían ejecutado por su traición. Alan no la quería muerta. Lo que deseaba era venganza, aplicarle un castigo lento y largo, tenerla a su merced para que jamás olvidara quién era su dueño. - ¿Dónde está Victoria, José? Su supuesta "muerte" fue planeada a la perfección, lo que quiere decir que la Policía o alguien que la quería mucho como para arriesgar tanto, la ayudó. - No lo sé. Alan le dedicó una mirada letal: estaba a punto de estallar. - Te advierto que si me obligas a hacer esa llamada a México lo lamentarás toda tu vida. 349
- Te juro que no quiso hablarme de la vida que llevaba ahora. Ni siquiera sé dónde vive. Sólo me habló de un hombre... - ¿Un hombre? -preguntó Alan mientras le lanzaba una mirada mortal. - Un periodista francés. -Los policías querían evitar a toda costa que Alan descubriera la verdadera identidad de Max-. No sé cómo se llama. Lo único que puedo decirte es que la acompañé a su casa la noche que estuvimos juntos. Los celos empezaron a entorpecer el lúcido razonamiento de Alan. - ¿Quieres decir que Victoria está viviendo con ese francés? - No estoy seguro. Ella no me dio explicaciones. Alan se paseó por la habitación mientras reflexionaba acerca de lo que acababa de oír. - Bien, José, supongo que por el bien de tu familia no se te ocurrirá acudir a la Policía -le advirtió con expresión siniestra-. No habrá desgracias si tú no te interpones en mi camino. Por el contrario, si llego a sospechar siquiera que me has delatado, te juro que no volverás a ver a los tuyos... vivos. José tembló ante sus palabras, sintiendo pavor por Angelique y por todos ellos. Después de escuchar a Angelique toda la verdad acerca de ese hombre, no dudó ni por un momento que Alan Berthom cumpliría su amenaza. Los pasos que dio Alan después de esa conversación eran los que Umbach esperaba. Localizó la dirección que le había facilitado José y le puso vigilancia después de pinchar el teléfono. Max, que era el que se había instalado en ese piso, era vigilado continuamente. Alan lo odiaba y lo habría matado sin vacilar, pero sabía que sólo a través de él podría localizar a Victoria. En cuanto la hallara, se vengaría adecuadamente de ese individuo.
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Las llamadas se sucedían en el teléfono: del periódico donde trabajaba el francés, de amigos... hasta que por fin, Victoria llamó. Aunque hablaba en francés, cuando Alan oyó la voz de su mujer, el corazón le dio un vuelco. Todas las dudas que podría haber tenido hasta ese momento se disiparon en cuanto la escuchó. ¡Era ella, y por Dios que la encontraría! El francés y Victoria habían quedado. Al parecer ella vivía en las afueras, en casa de una amiga. - Si sigue protegida puede ser una trampa, señor Berthom -le advirtió uno de los guardaespaldas. - Han pasado casi dos años desde el accidente; no creo que la Policía europea siga protegiéndola. Además, hemos viajado con nombres falsos. De todas formas, tomaremos precauciones. - Quizás si hacemos venir a más hombres... -sugirió otro de los guardaespaldas. - ¡No quiero que nadie más, ni siquiera mi familia, sepa lo de Victoria! ¡Este es un asunto mío y únicamente mío! -exclamó con genio-. Solamente yo lo resolveré. No había duda de que su desesperación y ansias de venganza habían mermado desmedidamente su capacidad de pensar y de analizar las posibles consecuencias de su precipitada decisión. Siguiendo el plan trazado, una noche, Max cogió su coche y se dirigió a las afueras de París. Iba en contacto continuo con la Policía, y por ellos sabía que le iban siguiendo a una distancia prudencial. Intentaba aplacar sus nervios, rogando que todo saliera bien. El inspector le había advertido de la peligrosidad de esos hombres, pero él sólo temía por Angelique. - Recordad que Victoria debe quedar ilesa, y que yo personalmente me encargaré del francés -le repitió Alan a sus hombres-. Si no hay obstáculos, esa operación nos llevará poco tiempo... 351
- ¿Y si los hay? - Entonces los eliminaremos lo antes posible. Como sabéis, la avioneta nos esperará sólo hasta medianoche. Angelique esperaba la llegada de Max con ansiedad. Hacía tres semanas que no se veían. Una eternidad para ellos en esas circunstancias. Ahora se paseaba nerviosa por el salón, intentando apartar de su mente las imágenes tortuosas de Max en peligro. Estaba orgullosa de él y le devolvería esa demostración de amor con la misma intensidad, pero si algo le pasara... "No, todo saldrá bien", se decía una y otra vez para animarse a sí misma. Aunque el inspector Umbach le aseguraba que todo estaba controlado, Angelique consideraba que era bastante difícil que solamente Umbach y la mujer policía pudieran hacerle frente a Alan y a sus hombres. Tenía miedo, miedo por todos, especialmente por Max, que era el que estaba corriendo el peligro inicial. Al oír el coche que entraba por el camino de grava, el policía alemán se puso en posición de vigilancia. Ni él ni la mujer policía saldrían de la casa. Ellos eran los encargados de la protección de Angelique y no abandonarían su puesto bajo ninguna circunstancia. Max dejó el coche en la entrada y subió los cuatro escalones que conducían a la puerta principal. Llamó al timbre y unos instantes después se abrió la puerta y él entró. La mujer policía lo recibió y lo acompañó a la habitación donde se encontraba Angelique. Los dos enamorados se miraron en profundidad y se abrazaron con fuerza, dedicándose apasionados besos llenos de amor. - ¡Dios mío, estás bien, Max, estás bien!, ¡qué alegría! Max la besó con dulzura y la tranquilizó. - No volverán a separarnos, cariño, te lo prometo. Alan y sus hombres dejaron el coche a unos metros de la casa y se deslizaron sigilosamente, armados con potentes armas 352
automáticas, hasta el interior de la finca. Todo parecía tranquilo. La casa estaba iluminada, lo que indicaba que había gente en el interior. El coche del francés seguía en la puerta y no se veía nada ni a nadie por los alrededores. Alan indicó a sus hombres con un movimiento de la mano que rodearan la casa, pero antes de que pudieran dar un paso más, una voz desde el fondo del jardín les dio el alto. - ¡Alto, Policía, depongan las armas! Ellos se echaron al suelo. Habían sido sorprendidos. De todos modos, no pensaban rendirse. Iban bien armados y podían defenderse. - Disparad con precisión; tenéis que cubrirme mientras yo llego a la casa. En cuanto logre capturar a Victoria huiremos amparados por la oscuridad. - ¡Les advierto que están rodea...! El policía no pudo terminar la frase. Una ráfaga de disparos, procedentes de donde estaban los intrusos, le rozó la pierna y los obligó a todos a protegerse del fuego de sus potentes armas. Los disparos continuaban. Los dos bandos buscaban sus propias estrategias para derrotar a los otros. Alan y sus hombres estaban en desventaja. Los tres sabían que si se rendían irían a la cárcel. Alan no estaba dispuesto a eso, y menos en un país extranjero, del que no conocía ni sus leyes ni su sistema judicial. Abrazada a Max, Angelique se estremecía con cada disparo que oía. Max la acunaba con amor. También estaba asustado por lo que podía pasar si la Policía no llegaba a tener éxito y esos hombres quedaban libres. El inspector le había dejado una pistola por si se veían amenazados; Max esperaba no tener que utilizarla. El fuerte ataque de los policías indicó claramente a Alan que no tendrían compasión. Él y sus hombres habían herido a algunos de ellos, si es que no los habían matado, y eso la Policía nunca lo perdonaba. 353
- Tenemos que retirarnos y huir lo más rápidamente posible. Nos aventajan en número y no vacilarán en matarnos si es preciso aseguró Alan mientras se arrastraba entre los matorrales y se dirigían hacia la salida con el fin de llegar hasta el coche-. La próxima vez planearé mejor mi estrategia y no fallaré -sentenció mirando con ira hacia la casa. Los guardaespaldas lo siguieron sin titubear. Esquivando con dificultad los disparos que casi los acribillaban, y devolviéndolos ellos a su vez con virulencia, lograron llegar hasta el coche y ponerlo en marcha. La Policía francesa había estudiado esta posibilidad, por lo que dos coches de policía los esperaban a la salida. Ellos lograron esquivar el cerco con destreza y continuaron a toda velocidad por la estrecha carretera que daba a una vía principal. La luz de gálibo de la Policía llenaba de destellos luminosos la oscura noche. Los coches se precipitaban uno detrás de otro, sin que ninguno de ellos aminorara la velocidad. Siguiendo el camino marcado en el mapa, Alan ordenó al hombre que conducía que girara en el primer camino a la derecha. - Si aceleras ahora un poco más, quizás los despistemos en el desvío. El chófer obedeció, pero no consiguió el objetivo que pretendían. Varios coches los perseguían y no los perdían de vista. La esperanza de Alan consistía en llegar al pequeño aeropuerto con el tiempo mínimo para abordar el avión. Sabía que en cuanto la tripulación viera a la Policía, despegarían en ese mismo instante. La carga que llevaban era muy valiosa y no podían arriesgarla. El coche entró en la pista a toda velocidad, precipitándose aceleradamente hacia la avioneta, que ya estaba con los motores encendidos y empezando a rodar. Casi en marcha abandonaron el coche y se introdujeron en el aparato, seguidos muy de cerca por los coches de la Policía. 354
Aún con la puerta del avión abierta, Alan y los guardaespaldas comenzaron a disparar. Los policías les respondieron en la misma medida, alcanzando el depósito de la gasolina. El pequeño avión logró elevarse, pero no pasó mucho tiempo antes de que estallara en llamas. El cielo se iluminó con un sonoro resplandor, provocando el estupor de todos los que lo contemplaban. Un capítulo se acababa de cerrar definitivamente en la vida de Angelique. Cuando el inspector Umbach les anunció el desenlace de la persecución, Angelique y Max se abrazaron de nuevo. Ella jamás le deseó un final semejante a Alan Berthom. Sólo él era el culpable de su propia muerte. A los cuatro días, una corta reseña en el periódico informaba del accidente aéreo, a causa de una explosión, de una avioneta donde viajaban varios narcotraficantes. Según informes de la Policía, todos los indicios indicaban que se trataba de un ajuste de cuentas. Los niños se abrazaron con fuerza a Angelique mientras le hablaban y le preguntaban sin parar. En su ausencia habían estado muy tristes, y ahora deseaban que ella les prometiera que no les abandonaría nunca más. Max los miraba divertido, pensando mientras los escuchaba que nunca se había sentido tan dichoso. Angelique y sus hijos eran su vida, y ahora que volvía a tenerlos a todos a su lado no había para él mayor felicidad. Angelique abrazó a Britta con cariño. Había tomado mucho afecto a esa buena mujer, considerándola no solamente su compañera de trabajo, sino también su amiga. - ¿Estás bien, Angelique? -le preguntó, intuyendo que había pasado algo importante. - Estupendamente. Me siento mejor que nunca. 355
Esa noche los cinco celebraron por todo lo alto la vuelta de Angelique a casa. Durante la cena rieron, cantaron y bromearon, comunicándoles Max y Angelique a Britta y a los niños su próxima boda en México. Hans y Birgit saltaron de alegría, y Britta los felicitó de corazón, deseándoles que todos permanecieran unidos para siempre. Los padres de Angelique habían sido preparados por sus hermanos con tiempo. Una noticia de esas características podía ser perjudicial si no se daba con el suficiente tacto. Cuando Angelique habló con ellos no pudieron evitar el llanto, como era de esperar. Transcurridos esos momentos de intensa emoción, todo fue alegría y felicidad. Max la consoló dulcemente, tratando de suplir el amor que a Angelique se le había negado durante casi dos años. Ya no estaría sola nunca más. En una semana, en cuanto les dieran a los niños las vacaciones de Navidad, emprenderían el viaje a México. Allí estaría rodeada de todos los que la querían: sus familiares, amigos, y su nueva familia: Max y los niños. Los padres de Max estaban tan contentos como los novios. Por fin veían a su hijo enamorado. Angelique y Max formaban la pareja ideal, y además Angelique quería mucho a Hans y a Birgit. - Por fin te has salido con la tuya, cariño -le decía el padre de Max a su mujer mientras hacían planes para viajar a México-. Tus plegarias han sido escuchadas y has conseguido que nuestro hijo sepa lo que es el amor. - Me da pena de las personas que no lo consiguen. No quería que Max fuera uno de ellos. - Max nunca nos dijo que el padre de Angelique fuera diplomático. ¿Por qué será tan reservado? Una bella sonrisa curvó los labios de la señora Bernburg.
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- Tendrá sus razones. Sea quien sea Angelique nos gusta mucho para Max. Es una mujer estupenda, y estoy segura de que hará muy feliz a nuestro hijo y a nuestros nietos. Max y Angelique dedicaron esa semana a ultimar el papeleo necesario para su boda en México. También hicieron bastantes compras, sobre todo regalos para la familia de Angelique. La ropa para ellos y los niños preferían comprarla en México. Teniendo en cuenta la diferencia de clima, era más aconsejable adquirirla en el país centroamericano. Además, a la madre y a la hermana de Angelique les hacía ilusión acompañarla a comprarse el traje de boda. Por la noche, con la casa en silencio, Max y Angelique hablaban relajadamente de todos los temas que les importaban, sin que Max dejase en ningún momento de ser inquisitivo acerca de la vida de Angelique. - Háblame de tu infancia, cariño, de tu adolescencia. Uno y otro día, Angelique le contaba anécdotas graciosas que le gustaba recordar, vivencias y travesuras que habían protagonizado ella y sus hermanos. Con buen humor comparaban la vida de ambos, llegando siempre a la conclusión de que su gran oportunidad les había llegado en cuanto Angelique puso los pies en la casa de Max. - ¿Y qué pensaste de mí cuando me conociste? -le preguntó Max con curiosidad. - Me pareciste guapo, elegante y muy serio. En esos momentos me habría dado igual que hubieras sido feo y viejo. Yo sólo quería trabajar. Tenía que ganarme la vida. Había pasado de vivir en la opulencia a no tener absolutamente nada, solamente el poco dinero que me proporcionó la Policía. - ¿Y cuando nos fuimos tratando? -insistió Max muy interesado. 357
Angelique lo besó suavemente. - Eres un hombre muy atrayente, Max Bernburg, pero yo no podía permitirme el lujo de mirarte. Después de la horrible desilusión que había sufrido en mi matrimonio, no quería saber nada más de los hombres. Además, yo no tenía futuro, absolutamente nada que ofrecerte... ni siquiera la verdad sobre mi vida. - Y a pesar de tu reticencia te salieron tres admiradores a la vez. Angelique se echó a reír. - Tus celos eran completamente infundados. A Ludwig lo apartaste sólo con tus miradas asesinas y a Otto Bergen lo rechacé la noche que salimos a cenar. Su proposición era honesta, pero yo te quería a ti. Max la besó intensamente, agradeciéndole su amor. - Teniendo en cuenta tus circunstancias, tu actitud hacia mí era normal, pero yo no lo comprendía. Me lo hiciste pasar mal, Angelique. Decidido a conquistarte, no encontraba la forma de acceder a ti. El viaje a Nueva York fue terrible, e incluso llegué a pensar que no me querías, que no sentías nada por mí. ¡Cuánto habían sufrido los dos! ¡Cuántos días desperdiciados...! - Ya pasó todo, amor mío. Por favor no rememoremos recuerdos tristes. El futuro nos sonríe. Max estuvo de acuerdo. - Por cierto... , si tú no me lo prohíbes, te seguiré llamando Angelique. Cuando te conocí pensé que a nadie podría sentarle tan bien un nombre tan bonito. Tú eres mi Angelique, mi amor; no podría ni querría nombrarte de otra manera. - Como quieras, cielo, pero no te extrañes cuando toda mi familia me llame Victoria Eugenia.
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Los niños, Max y Angelique partieron hacia México una semana antes de la boda. La familia Bernburg y Britta lo harían tres días más tarde. Hans y Birgit estaban emocionados. Conocerían un país cálido, precioso, con todos los atractivos que Angelique les había descrito. También conocerían a su familia y asistirían a la boda que ellos tanto deseaban. No podía existir mayor felicidad para ellos. En cambio Angelique, a pesar de la enorme alegría que sentía, estaba perturbada, nerviosa. Por fin vería de nuevo a sus padres y a sus hermanos. Ese momento no lo habría cambiado por nada, pero también le asustaba la intensa emoción que su llegada desencadenaría. Max le apretaba la mano y la animaba continuamente. Su apoyo y la inocencia de los niños le daban las fuerzas que necesitaba y que necesitaría siempre para afrontar el futuro sin malos recuerdos. Un luminoso y cálido día los recibió al llegar a México. Habían dejado la nieve en Alemania, y ahora se encontraban con el contraste del clima tropical. Los niños reían regocijados, pensando en los baños que se darían en la piscina de la casa de Angelique. En cuanto atravesaron las puertas que separaban la zona de pasajeros del enorme hall, se encontraron con una multitud de gente que esperaba a sus familiares. Angelique no tuvo que buscar mucho. su familia se encontraba en primera fila esperándola con ansiedad. El abrazo de sus padres no pudo ser más emotivo, así como el de sus hermanos y cuñados. Cuando consiguieron separarse y dejar de llorar, Angelique les presentó a Max y a sus hijos. Afortunadamente para Max, los Lizardi le hablaban en alemán. Eran muy cariñosos, y el padre no olvidó darle las gracias por ayudar a Angelique en París. Una vez que hubo pasado la profunda conmoción por el encuentro, todo fueron risas y bromas. 359
Durante los días siguientes, Max apenas vio a Angelique. Salía temprano con su madre y su hermana a recorrer las tiendas de la capital. Los varones Lizardi fueron los encargados de enseñarle algunos de los lugares y monumentos más importantes de México, D.F. - Mi mujer y mis hijas tienen mucho de qué hablar -le decía un día José Lizardi a Max a modo de disculpa-; espero que no te moleste que acaparemos un poco a Victoria durante estos días. Max le tranquilizó. - Por supuesto que no; estoy encantado de que ella disfrute. A pesar de todo, Angelique sacó tiempo para caminar cogida de la mano de Max por el bello paseo de la Reforma, mientras contemplaban con detenimiento sus jardines, sus esculturas y sus hermosas farolas de inspiración francesa. También recorrieron el Zócalo, donde visitaron las ruinas aztecas, la Catedral, y el Palacio Nacional. Una de las noches salieron todos a cenar a uno de los restaurantes de moda, acudiendo después a la Plaza de Garibaldi para escuchar allí las bonitas rancheras que entonan los grupos de mariachis. La semana no pudo ser más agradable y completa. Todos habían disfrutado mucho, aunque Max acogió con enorme placer la llegada del día de la boda. Los Bernburg habían llegado dos días antes y habían disfrutado también de las delicias de México. Ahora todos se preparaban para asistir a la ceremonia civil y después a la comida que tendría lugar en uno de los clubs más bonitos de la ciudad. Rodeada de todos sus seres queridos, Angelique estaba pletórica de felicidad. Mientras se vestía, su madre y su hermana charlaban y reían con ella. - Siento mucho tenerte aquí tan poco tiempo, cariño, pero estoy tan feliz de que inicies una nueva vida con Max... -le decía su madre mientras la contemplaba con orgullo-. Ya todo me parece una 360
nimiedad, hasta la distancia que nos separará, comparado con el maravilloso hecho de que estés viva. Angelique se abrazó a su madre. - Ahora que nos hemos vuelto a encontrar no estaremos mucho tiempo separados. Nosotros vendremos siempre que podamos, y vosotros haréis lo mismo. Seguro que no vamos a tener tiempo para echarnos de menos. Su madre la contempló maravillada. El traje que llevaba era sencillo: de chaqueta en color marfil con manga corta y ribeteado en raso y pequeñas perlitas, pero le sentaba de maravilla. Para esa ocasión, Angelique había preferido dejarse el pelo suelto, haciendo que cayera en suaves ondas sobre los hombros. Max la besó con suavidad y la tomó de la mano, dedicándole una mirada de lo más significativa. - Nunca vi novia tan bella. Gracias por casarte conmigo, amor mío. Angelique le apretó la mano y ambos salieron de la casa seguidos de la familia. Todos estaban contentos. La vuelta de Angelique había supuesto para los Lizardi volver a la vida, y ahora su matrimonio con el hombre al que Angelique adoraba no podía ser más celebrado. La ceremonia fue corta, sin embargo, para los dos enamorados, esos minutos habían sido los más importantes de sus vidas. Por fin estaban unidos, felizmente casados para entregarse mutuamente el inmenso amor que desbordaba sus corazones y para compartirlo con todas las personas queridas que los rodeaban. Un futuro esperanzador y lleno de promesas se abría ante ellos, cerrando definitivamente las heridas que habían permanecido abiertas durante tanto tiempo.
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