Blue Moon – Linda Howard
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LUNA AZUL (Blue Moon, del libro “Under the Boardwalk”) LINDA HOWARD
1 Una luna llena al me...
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Blue Moon – Linda Howard
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LUNA AZUL (Blue Moon, del libro “Under the Boardwalk”) LINDA HOWARD
1 Una luna llena al mes era lo suficientemente mala, pensó el Sheriff Jackson Brody agriamente; dos deberían ser declaradas ilegales. La regla de la naturaleza sobre la supervivencia de los más aptos había sido ignorada por la humanidad, que con los avances en la medicina moderna y el punto de vista, generalmente aceptado, de que todas las vidas valían la pena ser salvadas, tenían como resultado que abundaran las personas anormales —y las muy estúpidas— allí afuera, y que todas parecieran emerger durante la luna llena. No estaba de buen humor después de haber tenido que enfrentarse a un accidente automovilístico en una de las carreteras del condado. Como Sheriff, sus deberes, se suponía, incluían trabajar en los choques, pero maldito fuera si en cada luna llena no se encontraba haciendo siempre exactamente eso. El condado era pequeño y pobre, en su mayor parte rural, y no podía mantener el número de ayudantes que él necesitaba, así que diariamente debía hacer malabarismos para apañárselas. Si se añadía la locura de una luna llena a un departamento falto de personal, los problemas se multiplicaban. El accidente en el que acababa de trabajar lo había puesto tan furioso que había estado forzando los límites de su fuerza de voluntad para no maldecir a los participantes. No podía llamarlos víctimas, a menos que lo fueran de su propia estupidez. La única víctima era el pobre niño que había estado en el asiento de pasajeros del coche. Todo había comenzado cuando el conductor del primer vehículo, una camioneta, se había despertado y percatado que había pasado de largo, casi un cuarto
Traducción: Gillean
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de milla, del lugar donde debía haber girado. En lugar de seguir y encontrar un punto para dar la vuelta, el idiota había empezado a dar marcha atrás, equivocándose de carril en una parte estrecha en el camino a oscuras, en una curva cerrada. Era un accidente en potencia, y no había tenido que esperar mucho tiempo para llevarse a cabo. Una mujer había llegado, acelerando en la curva, a sesenta millas por hora en una carretera con un límite de velocidad anunciado en carteles de treinta y cinco, y se había incrustado en la parte posterior de la camioneta. No llevaba puesto cinturón de seguridad. Tampoco la criatura de cuatro años sentada en el asiento delantero. Y si pensaba en ello, tampoco el conductor de la camioneta. Había sido poco menos que un milagro que los tres hubieran sobrevivido, aunque el chiquillo estaba gravemente herido y Jackson había visto a bastantes víctimas de accidentes como para reconocer que sus oportunidades a favor eran de un cincuenta-cincuenta, en el mejor de los casos. El coche había tenido airbags, por lo menos, que habían mantenido a la mujer y el niño dentro del coche en lugar de lanzarlos a través del parabrisas. Había escrito las multas para la mujer por conducción imprudente, por no llevar puesto cinturón de seguridad, y no asegurar correctamente a su niño, y ella había empezado a gritarle si alguna vez él había tratado de hacer que un niño de cuatro años permaneciera sentado y llevara puesto un cinturón de seguridad, que el seguro cubriría todo y que él no estaba en condiciones de ordenar a las personas lo que podrían hacer con su propiedad privada, que era su coche, y el coche tenía airbags de todos modos, por lo que no había necesidad de utilizar cinturones de seguridad, bla-bla-bla. Allí estaba ella, con ojos desorbitados y el pelo enmarañado, un documento vivo del poder destructivo de los genes recesivos, arrojando atropelladamente gruñidos que justificaran sus multas mientras su lloroso hijo estaba siendo trasladado a una ambulancia. En privado, Jackson pensaba que personas como esa no deberían tener niños a su cargo, pero hizo un esfuerzo heroico y mantuvo en privado la observación. Entonces el conductor de la camioneta, con su barriga protuberante por el abuso de cerveza y un aliento que derribaría un alce a cincuenta pasos, contribuyó expresando su opinión de que debería quitarle a la mujer la licencia de conducir, porque todo era por completo culpa de ella por haber embestido la parte trasera de su camioneta. Cuando Jackson le había dado al hombre las multas por conducción imprudente y entrar en el carril equivocado, se había puesto furioso. Ese accidente no había sido su culpa, gritó a voz de cuello, y juró que iba a quedarse entrampado con las primas de seguro más altas porque un estúpido Sheriff de provincia no sabía que un accidente era siempre culpa de quien chocara la parte trasera de un vehículo. Cualquier tonto podía ver dónde había sido golpeado su camión y decir de quién era la culpa. Jackson no se tomó la molestia de explicar la diferencia entre el capó del camión chocado mientras iba en la dirección correcta mientras el camión mismo iba al revés. Simplemente escribió las boletas, y en el informe del accidente manifestó que ambos conductores estaban en falta, y caviló seriamente en la posibilidad de que de todos modos debiera encerrar a esos dos por la seguridad del universo. La estupidez terminal no figuraba en los libros como una ofensa acusable, pero debería estarlo, en su opinión.
Traducción: Gillean
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Sin embargo se refrenó y supervisó el traslado de ambos furiosos conductores al hospital local para ser revisados, y vigiló la remoción de los vehículos dañados. Cuando finalmente avanzó a rastras de vuelta a su Jeep Cherokee, eran las cuatro en punto, demasiado pasada la hora del almuerzo. Estaba cansado, hambriento, y al mismo tiempo enojado y desalentado. Generalmente amaba su trabajo. Era un trabajo donde podía hacer una diferencia en las vidas de las personas, en la sociedad. Concedido, era usualmente un trabajo del demonio; se ocupaba de la peor parte de la sociedad, mientras tenía que hacer malabarismos a través de un enredo de leyes y regulaciones. Pero cuando todo salía bien y un vendedor de drogas era encerrado por algunos años, o un asesino era recluido para siempre, o una pandilla que robaba casas era acorralada y una anciana del Seguro Social recuperaba su televisión de diecinueve pulgadas, hacía que todo valiera la pena. Era un buen Sheriff, aunque odiara el lado político que conllevaba, aunque odiara tener que hacer campañas para la oficina. Tenía exactamente treinta y cinco años, muy joven para llevar la oficina, pero el condado era tan pobre que no podía permitirse a alguien que fuera al mismo tiempo bueno y que tuviera un montón de experiencia, porque esas personas acudían a donde la paga era mejor. Los ciudadanos le habían dado una oportunidad dos años atrás y él había decidido hacer lo mejor que podía en un trabajo que amaba. No muchas personas tenían esa oportunidad. Durante las lunas llenas, sin embargo, dudaba de su propia cordura. Tenía que ser un tonto o un idiota, o ambos, para querer un trabajo que se burlaba de las leyes naturales durante los períodos de locura general. Los policías y los empleados del área de emergencia podían dar testimonio de la locura que se desarrollaba durante una luna llena. Una enfermera en el hospital local, después de leer un informe que aseguraba que las historias acerca de lunas llenas eran simplemente mitos, que la tasa de accidentes realmente no aumentaba, había llevado la cuenta durante un año. No sólo el número de accidentes aumentaba, sino que era cuando sucedían realmente las cosas más extrañas, como el tipo que había hecho que su amigo clavara sus manos juntas para que su esposa no le pidiera que lo ayudara con el quehacer doméstico en su día de descanso. Era tan obvio para ellos: un hombre no podría trabajar con sus manos clavadas, ¿verdad? La cosa más atroz del asunto había sido que los dos habían estado sobrios. Así que una luna llena al mes era todo lo que Jackson sentía que un ser humano debiera resistir. Una luna azul, la segunda luna llena en un solo mes, se clasificaba como un castigo cruel y desacostumbrado del destino. Y porque era una luna azul, no se había sorprendido cuando, al transmitir por radio que había acabado con el accidente y se dirigía a conseguir un poco de comida, que su recadera dijera: —Podrías querer pasarte de la comida, y comprobar algo en una línea segura. Jackson había reprimido un gemido. Un par de destellos de intuición le decían que realmente no quería saber de qué se trataba. En primer lugar, aunque el tráfico de la radio era usualmente serio, en beneficio de los buenos ciudadanos que escuchaban con atención sus receptores, la recadera había utilizado un tono más personal. Y no se molestaría en buscar una línea segura a menos que hubiese algo que no deseara que los oyentes supieran, lo que significaba que se trataba de algo
Traducción: Gillean
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delicado, como uno de los fundadores del pueblo dando problemas, o algo personal. Esperaba que el asunto fuera delicado, porque sin duda alguna, no tenía la impresión de que se tratara de cualquier cosa personal, como su madre perdiendo el control en un frenesí de violencia en su juego regular de bingo de los miércoles, por ejemplo. Recogió su teléfono celular e inspeccionó, de todos modos, que tuviera cobertura en esa parte del condado; lo tenía, aunque no fuera una señal demasiado firme. Levantó la cubierta y sintonizó a la recadera. —Soy Brody. ¿Qué hay? Jo Vaughn había sido recadera de la policía por diez años, y él no podía pensar en alguien más adecuado para ese trabajo. No sólo conocía al dedillo a cada habitante del pequeño condado al sur de Alabama, algo que había sido una ayuda tremenda para él, sino que también tenía un instinto misteriosamente preciso acerca de lo que era urgente y lo que no. Algunas veces, los ciudadanos involucrados podían no estar de acuerdo, pero Jackson siempre lo estaba. —He tenido un mal presentimiento— anunció ella—. Shirley Waters vio a Thaniel Vargas arrastrando su bote hacia Old Boggy Road. No hay nada en esa dirección excepto el terreno de Jones, y tú sabes cómo es Thaniel. Jackson se tomó un momento para reflexionar. Era una de esas veces en las que haber crecido al oeste Texas en lugar de al sur de Alabama era definitivamente una desventaja. Sabía dónde quedaba Old Boggy Road, pero sólo porque había pasado días enteros mirando mapas del condado y aprendiéndose de memoria las carreteras. Nunca, personalmente, había estado en Old Boggy, sin embargo. Y sabía quién era Thaniel Vargas; un pesado buscapleitos, de la clase que podía encontrarse en cada comunidad. Thaniel tenía un temperamento explosivo, era un poco matón, y le gustaba en exceso la cerveza. Había tenido algunos problemas con la ley, pero nada lo suficientemente serio como para merecer más que unas pocas multas y advertencias. Aparte de eso, sin embargo, Jackson no llegó a ninguna conclusión concreta. —Refréscame la memoria. —Bien, sabes cuán supersticioso es. Las cejas de Jackson se levantaron. No había esperado eso. —No, no lo sé— dijo secamente—. ¿Qué tiene que ver eso con que lleve su bote a Old Boggy Road, y quiénes son los Jones? —Sólo un Jones— corrigió Jo—. Hay sólo uno ahora, desde que el viejo Jones murió hace cuatro… no, déjame ver, fue justo después de que el marido de Beatrice Marbut muriera en el remolque de su amante, así que hará unos cinco años atrás… Jackson cerró los ojos y se contuvo de preguntar qué diferencia había en cuánto tiempo atrás había muerto el viejo Jones. Apresurar a un sureño en una conversación era como tratar de jalar una montaña; sin embargo, algunas veces, no se podía evitar hacer un intento. —…Y Delilah ha estado allí sola desde entonces… Hizo un brusco intento de llegar al núcleo de la ansiedad de Jo. —¿Y Thaniel Vargas le cae mal a la señora Jones?
Traducción: Gillean
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—Señorita. Ella nunca ha estado casada—. El breve intento no había surtido efecto. —¿Entonces el viejo Jones era…? —Su padre. —Bien—. Lo intentó otra vez—. ¿Por qué le desagrada a Thaniel la señorita Jones? —Oh, no diría que a él le desagrade. Es más bien que ella lo asusta a muerte. Él aspiró profundamente. —¿Por qué? —Por eso de la brujería, por supuesto. Eso lo logró. A algunas cosas, simplemente, no valía la pena oponerse. Jackson se rindió y siguió el curso del relato. —Eso de la brujería— repitió. Jo lo había sorprendido dos veces en el plazo de un minuto. —¿Quieres decir que nunca escuchaste acerca de ello?— Jo sonó asombrada. —Ni una palabra— y tampoco deseaba saberlo en ese momento. —Bien, la gente piensa que es una bruja. No es que yo crea que es así, entiendes, pero puedo comprender por qué algunos se sentirían intranquilos. —¿Cómo es eso? —Oh, ella se mantiene a distancia, casi nunca viene al pueblo. Y el viejo Jones era extraño, no dejaba que nadie fuera de visita. Incluso el correo es entregado por bote, porque no hay ninguna carretera hasta el sitio de los Jones. La única forma de poder llegar es caminar por el interior, o a través del río—. Ya establecidos los antecedentes, ella siguió el orden de su explicación—. Ahora, si Thaniel iba a pescar, la mejor pesca está río abajo, no arriba. No hay razón por la que llevara un bote a la rampa Old Boggy a menos que se dirigiera río arriba, y no hay nada allá arriba excepto el sitio de los Jones. Él no tendría el valor de hacerlo a menos que hubiera estado bebiendo, porque está demasiado asustado de Delilah, así que creo que necesitas ir allí y asegurarte de que él no anda por el mal camino. Jackson se preguntó cuántos alguaciles recibían órdenes de sus recaderos. Se preguntó además por qué diablos se suponía que él debiera hacerlo, cuando Jo acababa de decirle que la única forma de acercarse al lugar de los Jones era por bote. Y se preguntó, no por primera vez, cómo iba a sobrevivir a esa maldita luna azul. Bien, hasta que lo matara, tenía trabajo que hacer. Evaluó la situación y empezó a solucionar los problemas más inmediatos. —Llama a Frank de la Brigada de Rescate y dile que me encuentre en la rampa de lanchas en Old Boggy. —No necesitas uno de los botes de la Brigada de Rescate— lo interrumpió Jo—. Son demasiado lentos, y todos los muchachos están ayudando en la limpieza de los restos del remolque con el tractor, en la carretera grande. De todos modos llamé a Charlotte Watkins. Su marido es un pescador de róbalos… ¿conoces a Jerry Watkins? —Los conozco a los dos— dijo Jackson.
Traducción: Gillean
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—Él tiene uno de esos botes realmente rápidos. Ha ido a Chattanooga por negocios, pero Charlotte iba a enganchar el bote y llevarlo hacia la rampa. Debería estar allí cuando llegues. —De acuerdo— dijo él— estoy en camino. Él pellizcó la parte superior de su nariz, entre sus cejas, sintiendo que empezaba a formarse un dolor de cabeza. Deseaba poder ignorar la intuición de Jo, pero era demasiada precisa para dudar de ella. —Envía algún refuerzo tan pronto como alguien esté disponible. ¿Y cómo infiernos encuentro el lugar de los Jones? —Simplemente vas río arriba, no puedes perderte. Son cerca de cinco millas río arriba. La casa es difícil de ver, es algo así como parte del bosque, pero está totalmente de frente y pensarás que vas a entrar directamente en ella, pero entonces el río se curva bruscamente a la derecha y se hace demasiado poco hondo para ir mucho más allá. Oh, y ten cuidado con los troncos hundidos. Permanece en el centro del río—. Ella hizo una pausa—. ¿Sabes cómo conducir un bote? —Me las arreglaré— dijo él, y bajó la cubierta del teléfono para acabar la llamada. La dejaría reconcomerse por un rato, preguntándose si había cometido un error mandando al Sheriff solo en una situación posiblemente peligrosa, en un río que no conocía y en un poderoso bote que no sabía cómo manejar. Él había conducido un bote por primera vez a la edad de once años, pero Jo no sabía eso, y sería por su bien que se diera cuenta de que no era omnipotente. Jackson no usó sus luces o su sirena, pero hundió con fuerza su bota en el acelerador y la mantuvo allí. Calculaba que se encontraba por lo menos a quince minutos de Old Boggy Road, y no tenía idea hasta qué altura de la carretera se encontraba la rampa de las lanchas. En un bote de alta potencia, fácilmente podría ir a unas sesenta millas por hora, y calculaba llegar al lugar de los Jones en unos cinco minutos o tal vez menos, una vez que estuviera en el agua. Eso quería decir que le llevaría al menos veinte minutos lograr llegar, probablemente demasiado tiempo. Si Thaniel Vargas tenía malas intenciones, Jackson temía que dispondría de un montón de tiempo para llevarlas a cabo. Sintió una oleada de adrenalina, la oleada que cada oficial de policía sentía cuando entraba en una situación potencialmente peligrosa. Esperaba no tener que encontrarse con nada fuera de lo ordinario, sin embargo. Esperaba, con un demonio, no hacerlo, porque si lo hacía, querría decir que la señorita Jones —¿había dicho Jo realmente que su nombre era Delilah?— estaría herida o muerta. ¿Una bruja? ¿Por qué no había oído nada acerca de ello antes? Había vivido allí tres años, había sido Sheriff durante dos, y había pensado que conocía a todos los ciudadanos poco usuales del condado. No había escuchado una palabra acerca de Delilah Jones, sin embargo, ni de sus ayudantes, ni del alcalde o su secretaria, que era la persona más chismosa que Jackson alguna vez había conocido, ni del gentío de la barra o las mujeres con las que se había citado, ni del circuito de bingo, y ni siquiera de Jo. No se le había pasado por alto el hecho de que Jo pareciera bien informada acerca de cómo llegar a la casa de los Jones. ¿Cómo sabría ella eso, a menos que hubiera estado allí? ¿Y por qué iría, considerando todo lo que había dicho acerca de la solitaria mujer Jones y su extraño
Traducción: Gillean
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padre? Si alguien practicaba la brujería en su condado, él debería haber estado al tanto. Todo era puro cuento, en su opinión, pero si algún otro lo tomaba en serio, podría haber problemas. Y como habían sonado las cosas, eso era exactamente lo que iba a ocurrir. Primero, estaba la locura generalizada de la luna azul, después la colisión entre los dos idiotas, y ahora esto. Estaba hambriento, cansado, y tenía dolor de cabeza. Y comenzaba a desear estar mortalmente ebrio.
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Jackson llegó a Old Boggy Road en un tiempo récord y derrapó, con las llantas clavándose en el suelo y arrojando arena en todas direcciones. El río estaba hacia su derecha, así que mantuvo un ojo en esa dirección, buscando la rampa de la lanchas. La antigua carretera se estrechaba y convertía en una senda llena de baches, con macizos robles perennes a cada lado entrelazando sus ramas hasta formar un dosel casi sólido. La sombra densa daba alivio al calor por aproximadamente cien yardas; el sheriff condujo más allá, bajo la luz del sol, y allí encontró la rampa, bajo una cuesta poco pronunciada que se curvaba hacia atrás a la derecha y permanecía oculta por el grueso árboles hasta ese momento. Hizo girar el volante y se dirigió hacia abajo de la cuesta, la parte trasera del Jeep saliéndose del camino antes de que él hábilmente lo reajustara. Una camioneta azul Toyota, con un remolque vacío para botes enganchado a ella, estaba quieta hacia un lado. Otro camión, un largo coche de alquiler rojo, un Chevy, estaba al revés encima de la rampa y Charlotte Watkins permanecía de pie sobre el muelle, una mano sosteniendo la cuerda de un estilizado y reluciente bote de pesca rojo y plateado y la otra mano golpeteando los mosquitos que revoloteaban alrededor de sus piernas y brazos desnudos. Jackson asió su escopeta y su chaleco Kevlar y saltó fuera del Cherokee. —Gracias, señora Watkins— dijo mientras tomaba la cuerda de la mano de la mujer. Puso su pie derecho en el bote y se empujó con el izquierdo, ágilmente transfiriendo su peso de regreso al pie derecho y dando un paso sobre el bote a medida que flotaba alejándose de la orilla. —Cuando quiera, Sheriff— dijo ella, levantando una mano para dar sombra a sus ojos y protegerlos del sol—. Tenga cuidado con los troncos sumergidos. Si va demasiado a la izquierda, hay algunos muñones grandes apenas bajo la superficie del agua, y destrozarán la parte inferior del bote. —Tendré cuidado— prometió él mientras escrupulosamente fijaba la escopeta para que no rebotara, luego se deslizaba en el asiento del conductor y enganchaba el interruptor de encendido. Como una idea tardía, le lanzó a ella las llaves de su Jeep.
Traducción: Gillean
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—Regrese a casa en el Cherokee. Llevaré de vuelta su camión y su bote tan pronto como pueda. Ella atrapó hábilmente las llaves, pero hizo gestos con las manos para desechar cualquier preocupación acerca del bote. —Simplemente tenga cuidado río arriba. Espero que todo esté bien. La preocupación marcaba los rasgos de su cara. Jackson dio vuelta el interruptor de ignición y el gran fuera de borda tosió mientras cobraba vida con un sonido profundo y retumbante. Puso marcha atrás y se alejó de la ribera, cambiando de dirección el bote para dirigirlo río arriba. Luego presionó hacia abajo el acelerador y la nariz del bote se levantó fuera del agua a medida que ganaba velocidad, antes de descender de nuevo y quedar a nivel, rozando el agua. El río era lento y pantanoso, lleno de tocones, bancos de arena y lechos de maleza listos para asechar a cualquiera poco familiarizado con sus obstáculos. Atento a la advertencia de Charlotte Watkins —otra mujer que parecía conocer los impedimentos terribles del camino hacia el lugar de los Jones—, Jackson conservó el punto muerto del bote y rezó a medida que trataba de contrarrestar la urgencia con la cautela, pero la urgencia continuó llevando la delantera. Tal vez la señorita Jones estaba pasando una tranquila tarde veraniega… pero tal vez no. Las ráfagas de aire lo enfriaron, secando el sudor de su cuerpo y haciendo que el espeso calor de verano se sintiera casi confortable. A medida que pasaba más allá de los obstáculos y las pequeñas ciénagas en el río, esperaba ver a Thaniel haciendo nada más siniestro que alimentar con gusanos a los peces. O algo parecido. Entonces rodeó la curva del río y vio un bote deslizado hacia arriba sobre un banco de arena y anudado a un árbol. Thaniel no estaba a la vista. Jackson no desaceleró. El hogar de los Jones no podía estar mucho de más allá río arriba, porque parecía como si Thaniel hubiera decidido recorrer andando el resto del camino, para poder acercarse inadvertido. Eso daba a Jackson un poco más de tiempo, tal vez el suficiente para prevenir cualquier problema. En el mismo instante que tenía ese pensamiento, oyó el disparo, un sonido profundo que resonó sobre el agua y superó con holgura el sonido del motor fuera de borda. Una escopeta, pensó. Aflojó un poco el acelerador y alcanzó el chaleco Kevlar, se lo puso rápidamente y sujetó las fajas de velcro. Entonces empujó el acelerador hacia abajo otra vez, y el bote brincó hacia adelante en respuesta. Quince segundos más tarde, la casa apareció ante sus ojos, tomando forma totalmente frente a él, tal como Jo había dicho. El río parecía acabar allí mismo. La casa era de madera vieja, construida de tal manera que se entremezclaba con los árboles altos que la rodeaban, pero frente a ella había un pequeño muelle con un viejo bote atado a él, y eso fue lo que vio primero. Tendría que bajar la velocidad para meter el bote en el muelle. Trató de alcanzar su escopeta a medida que lo hacía, manteniéndola en su mano izquierda mientras timoneaba el bote. —¡Soy el Sheriff Brody!— gritó a voz en cuello—. Thaniel, deja de hacer cualquier cosa que estés haciendo y trae tu culo para aquí.
Traducción: Gillean
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No era la forma más profesional de hablar, suponía, pero servía para anunciarlo y dejar que Thaniel supiera que su identidad no era un secreto. Pero realmente no esperaba que las cosas se aplacaran simplemente porque él estaba allí, y no lo hicieron. Otra carga explosiva de escopeta tronó, contestado por el crujido más desinflado de un rifle. Los disparos venían desde detrás de la casa. Jackson dirigió el bote hacia el muelle y apagó el motor. Brincó hacia el muelle cuando todavía estaba a un pie de distancia, arrollando automáticamente la amarra alrededor de uno de los postes mientras lo hacía, su consumado entrenamiento posesionándose de todo mientras se ponía en movimiento. Subió a la carrera al pequeño muelle, escuchando el sonido pesado de sus botas sobre la madera al mismo tiempo que el golpeteo duro de su corazón. La vieja y familiar claridad se derramó sobre él, subproducto de la adrenalina y la experiencia. Había sentido lo mismo cada vez que saltaba fuera de un avión durante el entrenamiento en el ejército. Con relámpagos rápidos, su cerebro tramitó los detalles que veía. La puerta principal de la casa, de madera vieja, estaba abierta, una puerta de tela metálica pulcramente remendada manteniendo fuera a los insectos. Podía dirigirse directamente a la puerta trasera, pero nadie estaba a la vista. El porche parecía una selva, con plantas puestas en tiestos enormes y canastas colgantes en todas partes, pero no había ningún trasto viejo tirado alrededor como lo había en la mayoría de las casas, la suya incluida. Pasó de un salto los tres escalones hacia el porche, y se aplastó contra la pared. Lo último que quería era ser disparado por la misma persona que trataba de ayudar, así que repitió su identidad. —¡Soy el Sheriff Brody! Señorita Jones, ¿está usted bien? Hubo un momento de silencio en el cual incluso los insectos parecieron dejar de zumbar. Luego la voz de una mujer llegó desde alguna parte, atrás. —Estoy bien. Y estaré mejor cuando saque a este imbécil de mi propiedad. Ella sonó notablemente calma para alguien que estaba bajo ataque, como si Thaniel no tuviera más importancia que los mosquitos. Jackson se inclinó más cerca en el porche ancho y lleno de sombras que rodeaba tres lados de la casa. Ahora estaba en el lado derecho, con el espeso bosque a ambos lados: a la derecha y frente a él. No podía ver nada fuera de lo ordinario, ni un parche de color ni un movimiento de los arbustos. —¡Thaniel!— gritó—. Baja tu arma antes de que dispare a tu estúpido trasero, ¿me oyes? Hubo otro momento de silencio. Luego le llegó un hosco: —No hice nada, Sheriff. Ella me disparó primero. Él todavía no podía ver a Thaniel, pero la voz había provenido desde un lugar lleno de pinos grandes detrás de la casa. —Yo decidiré de quién es la culpa. Avanzó ligeramente más cerca hacia la parte trasera de la casa, manteniendo su escopeta lista para disparar. Estaba a salvo de los disparos de la señorita Jones por el momento, pero Thaniel tendría una visión directa de él si no se cuidaba. —Ahora haz lo que te lo dije y arroja tu arma.
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—Esa perra loca me disparará si lo hago. —No, ella no lo hará. —Podría hacerlo— dijo la voz calma de Delilah Jones, sin ayudar para nada a calmar la situación. —¡Ve, se lo dije!—. La voz de Thaniel se elevó con ansiedad. Lo que fuere que había planeado, se había salido tristemente fuera de propósito. Jackson maldijo en voz baja, y trató de mantener su tono pacífico y autoritario. —Señorita Jones, ¿dónde exactamente está usted? —Estoy en la terraza posterior de la casa, detrás de la lavadora. —Baje su arma y regrese adentro, así podré conversar un poco con Thaniel. Otra vez esa pausa pequeña, como si ella considerara obedecerlo de todos modos. Acostumbrado a las respuestas instantáneas, ya fueran positivas o negativas, esa diminuta vacilación hizo que los dientes de Jackson se apretaran ligeramente. —Me iré a la casa— dijo ella finalmente—. Pero no bajaré esta escopeta hasta que ese tonto esté fuera de mi propiedad. Jackson ya había tenido bastante. —Haga lo que le he dicho— dijo él afiladamente—. O los arrestaré a ambos. Hubo otro de esos momentos enloquecedores de silencio, luego la puerta trasera se cerró de un golpe. Jackson aspiró profundamente. La voz plañidera de Thaniel flotó desde los pinos. —Ella no bajó la escopeta como le dijo, Sheriff. —Ni lo hiciste tú— le recordó Jackson en un tono sombrío. Se deslizó hacia la esquina de la casa—. Tengo una escopeta también, y voy a usarla en tres segundos si no arrojas al suelo ese rifle y sales—. Con el humor que tenía, no era una fanfarronada—. Uno... dos... tr… Un rifle saltó desde detrás de un pino enorme, aterrizando con un ruido sordo en la cama de agujas de pino que amortiguó el sonido. Después de unos pocos segundos, Thaniel lentamente lo siguió, saliendo desde detrás del árbol con las manos arriba y la cara hosca. Un delgado riachuelo de sangre bajaba corriendo por su mejilla derecha. La herida no parecía deberse a una escopeta, así que Jackson consideró que una astilla podría haberlo alcanzado. El tronco del árbol lucía una gran cuña abierta a la altura de su barbilla. La señorita Jones no había estado disparando sobre cabeza de Thaniel; había estado deseando darle. Y, por la apariencia de ese árbol, no disparaba perdigones. Inmediatamente, la puerta de tela metálica de atrás se abrió con un pequeño sonido explosivo y Delilah Jones dio un paso fuera, la escopeta lista para disparar. Thaniel se lanzó a tierra, rebuznando por el pánico. Se cubrió la cabeza con las manos, como si eso pudiera servir de algo. Dios, dame fuerzas, imploró Jackson. La oración no sirvió de nada. Con el temperamento borrascoso, se movió rápido, tan rápido que ella no pudo hacer más que mirarlo, ciertamente sin tiempo para reaccionar. En dos largos pasos, él la alcanzó, su mano derecha cerrándose alrededor del barril de su escopeta y retorciéndola para quitarla de sus manos. —Regrese adentro— le ladró él—. ¡Ahora!
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Ella se levantó tan rígida como un poste, clavando los ojos en Thaniel, dirigiendo a Jackson tanta atención como si ni siquiera estuviera allí. —Tú estás muerto— le dijo la mujer a Thaniel, su voz baja y calma. Thaniel se retorció como si hubiera recibido disparos. —¡Usted la oyó!— aulló—. ¡Ella me amenazó, Sheriff! ¡Arréstela! —Estoy dispuesto a hacer justamente eso— dijo Jackson entre sus dientes medio cerrados. —No lo amenacé— dijo ella, todavía en ese tono lacónico y monótono—. No tengo que hacerlo. Él morirá sin que yo mueva un dedo para impedirlo. Ella contempló a Jackson entonces, y él se encontró atrapado en los ojos verde oscuros de un bosque selvático, unos ojos vigilantes, cautelosos, conocedores. Se sintió repentinamente mareado, y experimentó un tirón corto y brusco de su cabeza. El calor debía estar afectándolo. Todo parecía descolorido, excepto la cara de la mujer en el centro de su visión. Era más joven de lo que había esperado, pensó débilmente, probablemente a finales de los veinte, cuando había esperado una mujer madura de mediana edad, solitaria y provinciana, superada por las invenciones modernas. Su piel era suave, bronceada e inmaculada. Su pelo era una masa de rizos color café, y sus pantalones cortos terminaban por encima de la mitad de sus muslos, revelando unas piernas delgadas y bien proporcionadas. Él respiró profundamente, luchando contra el mareo, y mientras su cabeza se aclaraba, pudo ver que ella se había puesto completamente pálida. Clavaba los ojos en él como si tuviera dos cabezas. Abruptamente, la mujer se volvió y entró, la puerta de tela metálica cerrándose de golpe tras ella. Jackson hizo una respiración profunda, recomponiéndose antes de volverse hacia el problema entre manos. Sostuvo la escopeta de la mujer contra la pared y acunó la suya en un brazo mientras finalmente volvía su atención hacia Thaniel. —¡Hijo de perra! Thaniel se había aprovechado de su distracción. La tierra donde había yacido estaba desnuda, y una mirada rápida le dijo a Jackson que el rifle había desaparecido también. Bajó de un salto del porche, aterrizando medio encorvado, con la escopeta ahora lista y sostenida con firmeza en ambas manos. Giró la cabeza en todas direcciones, pero excepto por un ondeo leve de algunos arbustos, no había signo de Thaniel. Silenciosamente, Jackson se metió en el bosque, cerca de donde los arbustos cimbraban, se mantuvo quieto y escuchó. Thaniel, a pesar de sus otros defectos, era bueno en el bosque. Pasaron cerca de treinta segundos antes de que Jackson oyera el chasquido distante de una ramita bajo un pie descuidado. Comenzó a seguirlo, pero se detuvo. No había razón para perseguirlo a través del bosque; sabía dónde vivía Thaniel, si la señorita Jones quisiera formular cargos contra él por allanamiento de morada y cualquier otra acusación que Jackson considerara aplicable. Se volvió y emprendió el regreso hacia la casa, anidada entre los árboles y tan integrada con ellos que parecía parte del bosque. Se sentía extrañamente renuente a entrar y hablar con la señorita Jones, con una sensación de que las cosas se alterarían sutilmente, fuera de control. No quería
Traducción: Gillean
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saber nada más acerca de ella, sólo quería introducirse en el bote de Jerry Watkins y regresar río abajo, con toda seguridad lejos de esa mujer extraña con sus ojos espeluznantes. Pero su trabajo demandaba que hablara con ella, y Jackson era un buen sheriff. Por eso estaba allí, y por eso no podía irse sin verla. El mal presentimiento lo siguió, sin embargo, hasta el porche.
3 La lavadora tras la que ella había estado escondiéndose era un modelo viejo del tipo exprimidor de ropa, advirtió con débil asombro mientras hacía una pausa frente a la puerta de tela metálica. No podía ver dentro de la casa; no había luces adelante, y los árboles proveían suficiente sombra como para mantener la calma interior y perder intensidad. Él levantó su puño para golpear, hizo una pausa, y entonces dio dos golpecitos firmes. —¿Señorita Jones? —Aquí mismo. Ella estaba cerca, parada en medio del cuarto, apenas más allá de la puerta. Había una cualidad tensa en su voz que no había estado allí antes. No lo había invitado a entrar, y él se alegró, porque, sencillamente, nunca pondría los pies en esa casa. Y entonces, irracionalmente, se molestó porque ella no lo hubiera invitado a pasar. Sin esperar invitación, abrió la puerta de tela metálica y entró. Ella era una figura pálida en el cuarto oscuro, de pie y muy quieta, clavando los ojos en él. Tal vez su vista necesitara ajustarse un poco más, pero Jackson tuvo la impresión de que estaba absolutamente aterrorizada por él. Incluso había retrocedido un paso. Él no podía decir que fuera completamente razonable, pero permaneció quieto un buen rato. La adrenalina bombeaba a través de su cuerpo otra vez, haciendo que sus músculos se sintieran constreñidos y listos para la acción, pero maldito si sabía para hacer qué. Tenía que tomar su declaración, leerle las leyes de orden público acerca de disparar a las personas, e irse. Eso era todo. Nada como para hacerlo sentir con los nervios de punta y enfurecido. Pero así era exactamente como se sentía, hubiera o no razones para ello. El silencio se extendió entre ellos, un silencio en el cual se contemplaron el uno a otro. Él no sabía qué conclusiones sacaba ella de su apariencia, pero era un hombre de la ley, acostumbrado a percibir cada detalle de las personas y elaborar opiniones instintivas. Debía hacerlo, y tenía la obligación de ser bastante preciso, porque su propia vida y las vidas de otros dependían de cómo evaluaba a las personas. Lo que
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veía a la luz tenue era una joven delgada, tonificada y limpia con una pálida camisa amarilla sin mangas, que se derramaba sobre sus cortos pantalones caquis, cómodamente atada alrededor de una pequeña cintura. Sus brazos desnudos eran como una seda bronceada, lisos y musculosos en una forma muy femenina que le dijo que ella era más fuerte de lo que parecía, y que estaba acostumbrada a trabajar. Estaba limpia, incluso sus pies desnudos (los cuales, advirtió, lucían un brillo rosado pálido en los dedos de los pies), con los dedos ensortijados, hincándose en el suelo, como si tuviera que forzarse a permanecer allí de pie. Su pelo era de un color moreno, que el sol había veteado, convertido en una masa de rizos. No era desagradable a los ojos, aunque tampoco era material para una reina de belleza. Tenía un aspecto agradable, saludable, con una curva dulce en su barbilla. Sus ojos, sin embargo... esos ojos eran impresionantes. Se sentía renuente a reencontrarlos, pero finalmente lo hizo. Eran su mejor rasgo: grandes y cristalinos, bordeados con gruesas pestañas oscuras. Y lo miraban ahora con... ¿resignación? Por el amor de Dios, ¿qué pensaba ella que iba a hacerle? No supo cuánto tiempo había permanecido allí clavando los ojos en ella. Lo mismo había sucedido en el porche, sólo que esta vez no estaba mareado. Necesitaba encargarse del asunto y emprender el regreso. Los días de verano eran más largos, pero quería estar fuera del río mucho antes de la puesta de sol. —Thaniel se marchó sin que lo viera— dijo él, su voz inexplicablemente áspera. Ella hizo una inclinación de cabeza breve y espasmódica—. ¿Tiene la costumbre de disparar a las visitas? Los ojos verdes se estrecharon. —Cuando se detienen río abajo y caminan a escondidas el resto del camino a pie, sí, eso me hace sospechar un poco acerca de la razón para hacerme una visita. —¿Cómo sabe que él lo hizo? —El sonido se difunde a gran distancia sobre el agua. Y no oigo muchos botes cruzándose por el camino excepto el de Harley Whisenant entregando el correo. Y como Harley estuvo aquí esta mañana, sabía que no era él. —Usted disparó primero. —Estaba entrando sin permiso. Disparé al aire la primera vez como advertencia, y le grité que se largara. Él me disparó entonces. Hay un balazo en mi lavadora, maldito sea. Mi segundo disparo fue para defenderme. —Tal vez él pensó que era defensa propia, ya que usted le disparó primero. Ella le dirigió una mirada incrédula. —Él entró furtivamente en mi propiedad hasta mi casa llevando un rifle para venados, y cuando le grité para que se marchara me disparó desde un escondite, ¿y eso es defensa propia? Él no supo por qué le hacía pasar un mal rato, excepto porque con los nervios de punta que tenía, se sentía espinoso como un cactus. —Está en lo cierto— dijo él abruptamente. —Pues bien, muchas gracias. Él ignoró el comentario sarcástico. —Necesito tomar una declaración.
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—No voy a formular cargos. Ella no pudo haber escogido cualquier otra cosa que decir que lo irritara con más facilidad. En su opinión, una gran cantidad de daños adicionales se debía a que las personas rehusaban presentar cargos contra muchos actos criminales. Cualquiera fuera su razonamiento (no lo deseaban, no querían tener problemas, no creían que se repitiera, daban otra oportunidad, etc.), en su experiencia, todo lo que hacían era dejar a un criminal libre para cometer otro delito. Había circunstancias que demandaban un poco de misericordia, pero ésa no era una de ellas. Thaniel Vargas no era un adolescente atrapado en su primer delito; era un sinvergüenza que había pretendido hacer un daño serio a otra persona. —¿Perdón?—. Él lo dijo suavemente, refrenando su propensión al rugido, dándole una oportunidad de volver a pensar la situación. Cuando había sido sargento en el Ejército, los hombres alistados inmediatamente habían reconocido esa suavidad como el signo de peligro que era. Pero Delilah Jones o no estaba tan armonizada con su humor como sus hombres lo habían estado, o no estaba impresionada por su autoridad. Cualquiera fuera la razón, simplemente se encogió de hombros. —No hay razón para hacerlo. —¿No hay razón? Ella comenzó a decir algo, luego se detuvo y dio una sacudida leve de cabeza. —No importa— dijo, como para sí misma. Se mordió los labios. Él tuvo la impresión de que reñía consigo misma. Ella suspiró. —Siéntese, Sheriff Brody. Se sentirá mejor después de que haya comido algo. Él no quería sentarse, simplemente necesitaba salir de allí. Si no iba a presentar cargos, muy bien. No estaba de acuerdo, pero la decisión era de ella. No había razón para que permaneciera allí un minuto más de lo necesario. Pero ella se movía queda y eficazmente alrededor de la antigua cocina, cortando en rodajas lo que parecía ser pan casero, luego rebanadas gruesas de jamón, y un trozo grande de queso. Sumergió un vaso de agua en un cubo, y colocó la sencilla comida en la mesa. Jackson la observó con los ojos entrecerrados. A pesar de sí mismo, admiró la forma hábil y femenina en que ella hizo las cosas, sin bulla ni fastidio. La muchacha se hizo un emparedado también, no tan grueso como el suyo, y sin queso. Ella se sentó frente al lugar que había designado para él, y levantó sus cejas en un signo de pregunta ante su vacilación. La visión de ese emparedado le hizo agua la boca. Estaba tan hambriento que su estómago rugía. Por eso se quitó el chaleco Kevlar y colocó la escopeta a un lado, luego se sentó y puso sus botas bajo la mesa de la joven. Sin pronunciar una palabra, ambos comenzaron a comer. El jamón era suculento, el queso estaba a punto. Él se acabó el emparedado antes de que ella hubiera dado más que unos pocos mordiscos al suyo. Se levantó y empezó hacer otro. —No, uno fue suficiente— mintió él, sin desear darle más problemas, sin desear quedarse más tiempo. —Debería haberlo pensado— dijo ella, en voz baja—. No soy capaz de alimentar a un hombre grande como usted. Papá era pequeño y flaco; no comía mucho más de lo que yo lo hago.
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En treinta segundos otro grueso sándwich fue colocado frente a él. Ella se sentó otra vez y recogió su emparedado. Él comió más lentamente esta vez, degustando los sabores. A medida que masticaba, evaluó su entorno. Algo acerca de esa casa lo molestaba, y ahora se daba cuenta de lo que era: el silencio. No había un refrigerador canturreando, ninguna televisión graznando en el trasfondo, ningún calentador de agua burbujeando y siseando. Miró alrededor. No había refrigerador, punto. Ni lámparas. Ni luces sobre su cabeza. Ella había sumergido el vaso de agua de un cubo. Él miró el fregadero; no había grifos. Las pruebas estaban allí, pero aún así preguntó: —¿No tiene electricidad?—, porque era tan increíble que no la tuviera… —No. —¿Ni teléfono, ni ninguna forma de solicitar ayuda si la necesitara? —No. Nunca he necesitado ayuda. —Hasta el día de hoy. —Pude haber manejado a Thaniel. Él ha estado tratando de intimidarme desde la escuela primaria. —¿Ha venido alguna vez con un arma antes? —No que recuerde, pero no le presto mucha atención. Ella era enloquecedora. Quiso sacudirla, poner sus manos en esos brazos desnudos y sacudirla hasta que sus dientes traquetearan. —Tiene suerte de no haber sido violada y asesinada— contestó él bruscamente. —No fue suerte— corrigió ella—. Fue preparación. A pesar de sí mismo, él sintió interés. —¿Qué tipo de preparación? Ella se reclinó en su silla, mirando alrededor de la casa silenciosa. Jackson advirtió que estaba muy cómoda allí, sola en el bosque, sin ninguna de las conveniencias modernas que todo el mundo consideraba indispensables. —Para empezar, ésta es mi casa. Conozco cada pulgada del bosque, cada cama de hierbas malas en el río. Si tuviera que esconderme, Thaniel nunca me encontraría. Observándola estrechamente, Jackson vio una sonrisa secreta acechando en sus ojos verdes y supo, con tanta seguridad como sabía su propio nombre, que dudaba que alguna vez fuera a verse reducida a esconderse. —¿Qué hay acerca de los otros peligros?— preguntó él, continuando su tono casual. Ella le dirigió una sonrisa lenta, y él tuvo la sensación de que estaba satisfecha con su sagacidad. —Oh, simplemente unas cuantas pocas cosas son peligrosas. No hay nada letal allí afuera, a menos que pise un mocasín de agua1 o caiga al río y me ahogue. Él clavó los ojos en su boca, y sintió una sacudida pequeña, como otra patada de adrenalina. A pesar del frescor de la casa, se sintió invadido por un sudor ligero. Dios Todopoderoso, esperaba que ella no sonriera otra vez. Su sonrisa era somnolienta y sexy, femenina, el tipo de sonrisa que una mujer dirigía a un hombre después de haber hecho el amor, yaciendo adormecida encima de las sábanas enredadas 1
Mocasín de agua: serpiente venenosa de los pantanos (N. de la T.)
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mientras la lluvia caía a cántaros afuera y sólo existían ellos dos, aislados en su mundo privado. Esa conciencia sexual no fue bienvenida. Debía tener cuidado en situaciones como esa. Era un hombre en una posición de autoridad, a solas con una mujer a cuya casa había acudido en una labor oficial. Ése no era el momento o el lugar para coquetear. El silencio había vuelto a caer, un silencio en el cual se observaron a través de la mesa. Ella hizo una respiración profunda, y la inhalación levantó sus pechos contra el algodón delgado de su blusa. Sus pezones estaban rotundamente delineados, duros y erectos, la oscuridad de las aureolas débilmente visibles donde presionaban la tela. ¿Tenía frío, o estaba excitada? La piel en sus brazos era suave; ningún escalofrío parecía acometerla. —Mejor me marcho— dijo él, librándose del constreñimiento repentino en su garganta y sus pantalones—. Gracias por los emparedados. Me moría de hambre. Ella parecía al mismo tiempo aliviada y renuente. —De nada. Tenía esa mirada hambrienta, así que yo…—. Ella se detuvo, y ondeó una mano despectiva—. No importa. Me agradó tener compañía. Y está en lo correcto acerca de marcharse; si no me equivoco, oí un trueno apenas un minuto atrás. Ella se levantó y recogió sus vasos, llevándoselos al fregadero. Él se levantó también. Hubo algo de acerca de su frase inacabada que lo hizo acercarse. Debería dejarlo pasar, debería decir adiós y meterse en el bote y marcharse. No había oído ningún trueno, aunque su audición era bastante buena, pero esa era tan buena excusa como cualquier otra para salir de ese infernal lugar. Lo sabía, y aún así, dijo: —Entonces usted, ¿qué? La mirada de la joven se desvió de la suya, como si estuviera avergonzada. —Así que yo... Pensé que debió haberse perdido el almuerzo. ¿Cómo sabría ella eso? ¿Por qué pensaría incluso eso? Él normalmente no se perdía las comidas, ¿y cómo infiernos ella sabría si se veía hambriento o no, cuando nunca lo había visto antes de ese día? Por todo lo que ella podía saber, el malhumor podría ser su estado normal. Bruja. La palabra se deslizó en su mente, si bien sabía que era una tontería. Incluso si creyera en la brujería, que no lo hacía, por lo que había leído no tenía nada que ver con que un hombre hubiera perdido el almuerzo o no. Ella habría advertido que estaba gruñón, y se lo había atribuido a un estómago vacío. Realmente no comprendía el razonamiento, pero a menudo había visto a su madre ablandar a su padre con comida para quitarle el mal humor. Era una cosa de mujeres, no una cosa de brujas. —Meawww. Él casi saltó un metro en el aire. No era el momento adecuado para descubrir que tenía un gato. —Allí estás— cantó dulcemente la muchacha, mirando entre los pies del hombre. Él miró hacia abajo también, y vio un gato enorme, mullido y blanco, con
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orejas y cola negra, rozándose contra su bota derecha—. Pobre gatito— dijo ella, canturreando quedamente, y se inclinó hacia abajo para recoger a la criatura, sosteniéndola en sus brazos como si fuera un bebé. El animal yació perfectamente relajado, con la barriga hacia arriba, los ojos medio cerrados en una expresión beatífica a medida que ella frotaba su pecho—. ¿Te asustó el ruido? El hombre malo se ha ido, y no nos molestará otra vez, lo prometo—. Ella contempló a Jackson—. Eleanor está embarazada. Los gatitos nacerán en cualquier momento, creo. Apareció aproximadamente una semana atrás, pero está obviamente domesticada y ha tenido buen cuidado, así que adivino que alguien simplemente la condujo hasta el bosque y la echó, antes que cuidar de una camada completa. El gato parecía un Buda felino, gordo y contento. ¿No se suponía que debía ser negro y no estar embarazado, aun cuando fuera blanco y gordo? No pudo resistirse a extender la mano y acariciar esa barriga gorda y redonda. Los ojos del gato se cerraron completamente y empezó a ronronear tan ruidosamente que sonó como un motor a punto de arrancar. Delilah sonrió. —Cuidado, o tendrá un esclavo de por vida. ¿Tal vez le gustaría llevarla con usted? —No, gracias— dijo él secamente—. A mi madre podría gustarle un gatito, sin embargo. Su viejo gato murió el año pasado y no tiene una mascota ahora. —Venga de nuevo en seis o siete semanas, entonces. Esa no era exactamente una invitación para ir pronto de visita, pensó él. Recogió la escopeta y el chaleco. —Me pondré en camino, señorita Jones. Gracias otra vez por los emparedados. —Lilah. —¿Qué? —Por favor llámame a Lilah. Todos mis amigos lo hacen—. Le dirigió una clara mirada de advertencia—. No Delilah, por favor. Él rió ahogadamente. —Mensaje recibido. ¿Adivino que te hacían bromas acerca de eso en la escuela? —No tienes idea— dijo ella con gran sentimiento. —Mi nombre es Jackson. —Lo sé—. Ella sonrió—. Voté por ti. Jackson suena como un agradable nombre de Texas. —Soy un tipo agradable de Texas. Ella hizo un sonido que no implicaba nada, como si no estuviera de acuerdo con él pero no quisiera decirlo directamente y afirmarlo. Él sonrió abiertamente a medida que se volvía hacia la puerta. Conocer a Delilah Jones había sido interesante. Él no supo si era bueno, pero sí definitivamente interesante. El aura azul de la luna actuaba con plena fuerza ese día. Cuando las cosas se aplacaran y él hubiera tenido tiempo de reconsiderar las cosas, cuando pudiera ser enteramente racional acerca de las rarezas y se le ocurriera una explicación lógica, tal vez regresara a hacerle una visita, y no en una actitud oficial. —Usa la puerta principal— dijo ella—. Está más cerca.
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Él la siguió a través de la pequeña casa. Por lo que podía ver, allí sólo había cuatro cuartos: la cocina y la sala de estar a un lado, y cada uno tenía otra puerta. Supuso que los otros dos cuartos eran los dormitorios. La sala de estar estaba amueblada sencillamente, con un sofá y una silla mecedora distribuidos alrededor de una alfombra de estraza ante la chimenea de piedra. Las lámparas de aceite se asentaban en la repisa de la chimenea y sobre un pequeño par de mesas al lado del sofá y la silla. En una esquina había una máquina de coser a pedales. Una colcha hecha a mano colgaba en una de las paredes, con una escena brillantemente coloreada de árboles y agua que habría llevado hacer una eternidad. En otra pared, un armario para libros, también hecho a mano, se levantaba desde el piso hasta el cielo raso, y parecía apiñado con libros, de tapas duras y revistas. La casa entera lo hacía sentir como si hubiera dado un paso atrás un siglo, o al menos la mitad de uno. El único aparato moderno que vio era una radio a baterías que sintonizaba el clima al lado de una de las lámparas de aceite, en la repisa de la chimenea. Él se alegró de que la tuviera; los tornados y huracanes eran factibles de desatarse en esa área. Dio un paso fuera, en el porche, con Lilah justo detrás de él todavía sosteniendo al gato. Jackson se paró en seco entonces, clavando los ojos en el muelle. —El hijo de puta— dijo suavemente. —¿Qué?—. Ella empujó su hombro, y él se percató que le estaba bloqueando la vista. —Los botes no están— dijo él, haciéndose a un lado para que ella pudiera ver. La mujer clavó los ojos en el muelle vacío también, sus ojos verdes ensanchándose con súbita desilusión porque su bote a remos no estuviera, así como el bote para pescar róbalos de Jerry Watkins. —Ha debido regresar y cortar las amarras de los botes en el momento en que comíamos. No han podido haber ido muy lejos a la deriva. Si camino por la orilla, probablemente los encontraré. —Mi bote tenía los remos dentro— dijo ella—. Siempre los tengo listos en caso de que tenga un problema con el motor. Thaniel no tuvo que desatarlos: pudo haber hecho avanzar con los remos el mío y haber remolcado el tuyo. Eso le ahorraría el problema de caminar de regreso a su bote, y una vez que llegara a su propio bote, probablemente los haya remolcado a ambos. Creo que estará por lo menos a una milla corriente abajo a esta hora, tal vez más. Eso, si no se decide a hundirlos. —Haré una llamada— comenzó él, el pensamiento tan automático que las palabras salieron antes de que se percatara de que no tenía su radio. Tampoco su teléfono celular. Ambos estaban en el Cherokee, el cual Charlotte Watkins había conducido a casa. Y Lilah Jones no tenía teléfono. Él miró hacia abajo, a ella—. Supongo que no tienes una radio de onda corta. —Me temo que no—. Ella clavaba desagradablemente los ojos en el río abajo, donde su bote había desaparecido, como si con sólo desearlo pudiera hacerlo regresar—. Estás atorado aquí. Ambos lo estamos. —No por mucho tiempo. La recadera… —¿Jo?
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—Jo—. Él se preguntó qué tan bien conocía ella a Jo. Jo había hablado como si no fueran nada más que conocidas distantes, pero Lilah no sólo sabía quién era su recadera, sino que la había llamado Jo en lugar de Jolene, que era su nombre de pila—. Ella sabe dónde estoy, y se supone que enviará refuerzos tan pronto como alguno estuviera disponible. Un ayudante debería llegar en cualquier momento. —No a menos que ya esté en camino en este instante— dijo ella—. Mira. La mujer apuntó hacia el sudoeste. Jackson miró, y juró en voz baja. Una enorme maraña negra y violácea llena de relámpagos había llenado el cielo del atardecer. Podía sentir la respiración del viento fresco que lo abanicaba, oír la voz tétrica de los truenos a medida que se acercaban a ellos. —Una tormenta eléctrica probablemente no durará mucho. Al menos esperaba que no lo hiciera. De la manera en que las cosas marchaban ese día, la tormenta en progreso impediría que alguien saliera a buscarlo. Ella clavaba inquietamente los ojos en las nubes. —Creo que mejor enciendo la radio del clima— dijo ella, y regresó adentro, con Eleanor acunada aún en sus brazos. Jackson dirigió al río vacío otra mirada frustrada. El aire se sentía cargado de electricidad, erizando el vello de sus brazos. Las aspas de un relámpago se derramaron por el cielo, titilando y brillando intermitentemente, y el trueno retumbó otra vez. Estaba atorado allí al menos por unas pocas horas, y tal vez toda la noche. Si tenía que quedarse varado en algún lugar, ¿por qué no podría ser en su propia casa? Había siempre una erupción de accidentes en una noche de tormenta, y los ayudantes lo necesitarían. En lugar de eso, él estaría allí, en una casa perdida en medio de ninguna parte, en compañía de una bruja y su gata embarazada.
4 Lilah puso a Eleanor en el piso y encendió la radio del clima, luego entró en su dormitorio, que se abría hacia la sala de estar, y bajó las persianas. La ventana delantera estaba protegida por el ancho porche, y probablemente la lluvia no entraría por allí. Con una oreja sintonizada en los informes de la radio, hizo lo mismo en el dormitorio de atrás. Sabía que el Sheriff Brody había entrado desde el porche, pero lo ignoró deliberadamente, haciendo lo que necesitaba ser hecho. Él era demasiado grande para su pequeña casa, demasiado severo, demasiado autoritario, demasiado... demasiado hombre. Desestabilizaría su vida tranquila mucho más de lo que Thaniel Vargas había soñado alguna vez hacer él mismo. ¿Qué demonios estaría pensando Jo para haberlo enviado allí? Pero por supuesto que Jo no lo sabía; simplemente, había estado preocupada por Thaniel. Bien, el pobre Thaniel no la molestaría otra vez, y no había nada que pudiera hacer al respecto. Si no
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hubiera salido corriendo, podría haberlo advertido… bien, si hubiera podido ayudarlo o no, era discutible, porque ya había empezado todo. A pesar de todo, la llenó el remordimiento. No importaba cuáles fueran los defectos de Thaniel —y eran muchos—, ella no le deseaba ningún mal. Y aunque hubiera tratado de ayudarlo... aunque no se hubiera escapado, años de dolorosa experiencia le habían enseñado que había poco que pudiera hacer para alterar el destino. Por eso mismo era que el Sheriff la llenaba de pánico. Había sabido, en el momento que lo había visto, que él estaba destinado a destruir su vida segura, confortable y familiar. Quería irse tan lejos de él como pudiera, quería echarlo de su casa y echar candado a la puerta, quería... quería entrar en sus brazos y descansar su cabeza en su hombro ancho, dejarla sostenerla y besarla y hacer cualquier otra cosa que él quisiera hacerle. En toda su vida, nunca había conocido a un hombre, joven o adulto, que produjera siquiera la respuesta sexual más leve de su parte. Siempre se había sentido aislada del resto de mundo, siempre sola, como le gustaba. El pensamiento de pasar su vida sola no la había molestado; realmente lo contrario. Disfrutaba de su soledad, su vida, su sentido de consumación dentro de sí misma. Tantas personas nunca lograban la totalidad, y pasaban sus vidas enteras buscando que algo o alguien las hiciera sentir completas, sin darse cuenta nunca de que la respuesta estaba dentro de ellos mismos. A ella le gustaba su propia compañía, confiaba en sus propias decisiones, y disfrutaba el trabajo que hacía. No había nada, nada, en su vida que quisiera cambiar. Pero Jackson Brody cambiaría todo, lo quisiera ella o no. No era simplemente su aura la que la atraía, aunque era tan sustanciosa que estaba casi embelesada por ella. Todos sus colores eran claros: el rojo oscuro de la sensualidad, el azul de la calma, el turquesa de una personalidad dinámica, el naranja del poder, con unas puntas fluctuantes de púrpura y amarillo de su espiritualidad, el verde de la salud. Nada en él era oscuro. Era un hombre franco, confiado y saludable. Lo que la había dejado estupefacta, sin embargo, había sido el destello repentino de precognición. No los tenía a menudo; su talento particular era su habilidad para ver auras. Pero, algunas veces, tenía ráfagas como relámpagos de compenetración y conocimiento, y nunca había estado equivocada. Ni siquiera una vez. De la misma manera como había mirado a Thaniel y había sabido que pronto moriría, cuando había enfocado la atención por primera vez en Jackson Brody, la ola de precognición había sido tan fuerte que casi había caído de rodillas. Ese hombre sería su amante. Ese hombre sería su amor, el único amor de su vida. ¡Pero no quería un amante! No quería un hombre quedándose por ahí, estorbando su camino, interfiriendo en sus asuntos. Él lo haría; ella sabía que él lo haría. La impresionó su tono tan impaciente, acostumbrado a dar órdenes, ligeramente dominante, y… oh, santo cielo, tan sexy. Ciertamente no querría vivir allí, sin ninguna de las conveniencias modernas a las cuales estaba acostumbrado, mientras que ella prefería sin dudas su vida libre de estorbos. Lilah se sentía mejor sin el bullicio y el alboroto, sin las máquinas eléctricas incesantemente zumbando
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como música de fondo. No obstante, él indudablemente esperaría que ella se mudara al pueblo, o al menos a alguna parte menos apartada y más accesible. Una vez que él se percatara de que ella no podía adaptarse, se rendiría, pero de mala gana. Sostendría el veredicto de que no podría verla siempre que pudiera si ella no vivía más cerca. Le haría una visita siempre que fuera conveniente para él, y esperaría que ella dejara de hacer lo que estuviera haciendo cada vez que él llevara su bote río arriba hasta su muelle. En definitiva, sería muy inoportuno para ella, y no habría una maldita cosa que pudiera hacer para impedirlo. Por todo el éxito que podría tener en evadir o alterar el destino, bien podría quitarse la ropa ahora mismo y dirigirlo al dormitorio. Esa era otra preocupación. Tenía nula experiencia en las cuestiones del dormitorio. Eso no había sido una molestia antes, porque no había sentido siquiera un atisbo de deseo de tener esa experiencia. Ahora lo hacía. Solamente mirarlo la hacía sentirse caliente y algo jadeante; sus pechos hormigueaban, y tenía que apretar los muslos para contener el dolor caliente entre ellos. Así que eso era la lujuria. Se había preguntado muchas veces cómo sería, y ahora lo sabía. No era extraño que las personas actuaran como tontas cuando la sentían. Si Thaniel no hubiera robado los botes, el Sheriff ya se habría ido, y ella probablemente no lo habría visto otra vez por un tiempo, si no era directamente nunca. Se habría ocupado de su pacífica y satisfactoria vida. Pero debía haber esperado ese truco con los botes; ¿de qué otra forma podría el destino haber organizado que Jackson se detuviera allí? Y por supuesto no era casual que surgiera una tormenta, persuadiendo a sus ayudantes de ir a buscarlo. Todo era inevitable. No importaba cuán inconcebibles o increíbles fueran sus visiones, casi inmediatamente se ponían en movimiento un tren de acontecimientos que causaban la conclusión que había visto. No por primera vez, deseó que fuera diferente. Deseó no conocer las cosas que iban a ocurrir antes de que lo hicieran; ese don exigía demasiado de una persona. No podía lamentar ver las auras, sin embargo; su vida sería incolora y menos interesante si ya no las viera. No necesitaba hablar con alguien para conocer cómo se sentía él o ella; podía ver cuándo alguien era feliz, o estaba enojado, o se sentía enfermo. Podía ver las malas intenciones, la deshonestidad, la bajeza, pero también podía ver la alegría, y el amor y la bondad. —¿Algo está mal? Él estaba de pie justo detrás de ella, y las aristas de su tono le dijeron que había permanecido de pie, inmóvil y mirando fijamente el vacío por un buen rato. Perderse en sus propios pensamientos no era gran cosa cuando estaba sola, pero probablemente se veía extraño para los otros. Parpadeó, tratando de regresar a la realidad —Lo siento— dijo ella, sin volverse para confrontarlo—. Estaba fantaseando. —¿Fantaseando?—. Él sonó incrédulo, y ella no lo culpó. Un hombre había tratado de matarla menos de una hora atrás, estaban aislados, y una tormenta gigantesca estaba a punto de derramarse sobre ellos; eso debería ser suficiente para mantener sus pensamientos bien atados a la realidad. Debería haber dicho que estaba pensando, en lugar de fantasear; al menos, así sonaba productivo.
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—No importa. —¿Has escuchado algún informe del clima o alguna advertencia por radio? —Lo peor de la tormenta no caerá hasta las diez de esta noche. Vientos elevados, peligro de granizo. Horas. Estarían solos y juntos durante horas. Probablemente él estaría allí hasta la mañana siguiente. ¿Qué se suponía que debía hacer con él, con ese hombre que iba a amar, pero por el que no sentía nada aún? Apenas acababa de conocerlo, no sabía nada de él a un nivel personal. Se sentía atraída por él, sí, ¿pero y el amor? Ni en sueños. Todavía no, de cualquier manera. La lluvia fresca, el sabor del viento fragante se coló a través de la puerta de tela metálica. —Aquí viene— dijo él, y ella volteó la cabeza para observar las ráfagas de lluvia avanzando río arriba hacia la casa. Un relámpago atravesó el cielo como una lanza directamente hacia abajo, y la explosión del trueno sacudió ruidosamente las ventanas. Eleanor maulló y buscó refugio en la caja de cartón que Lilah había revestido con toallas viejas. Jackson rondó desasosegadamente alrededor del pequeño cuarto. Lilah lo miró con exasperación, preguntándose si alguna vez simplemente se dejaría llevar por las cosas que no podía controlar. Tal vez era irritante para él no poder manejar el clima de alguna forma, ya fuera posponiendo el chaparrón o apurándolo para agotarlo completamente, para que uno de sus ayudantes pudiera arriesgarse a ir río arriba a buscarlo. Hizo un encogimiento de hombros mental. Lo dejaría que se enojara cuanto quisiera; ella tenía trabajo que hacer. La primera ráfaga de lluvia golpeó la casa, tamborileando en el tejado de cinc. La luz del sol del atardecer casi se había apagado completamente, convirtiéndose en una mancha de tinta, haciendo más oscuros los cuartos. Ella se movió a través de la penumbra hacia las lámparas de aceite colocadas en la repisa de la chimenea, su mano buscando con seguridad la caja de fósforos. El chirrido del fósforo no se escuchó en el estrépito de lluvia, pero él se volvió para ver la pequeña y repentina flor de luz y la observó mientras ella levantaba los globos de las lámparas y tocaba con el fósforo las mechas para luego volver a colocar los globos de cristal. Apagó de un soplo el fósforo y lo lanzó en la chimenea. Sin decir una palabra, la joven entró en la cocina y realizó la misma tarea; sin embargo, había allí cuatro lámparas de aceite, porque a ella le gustaba tener más luz cuando estaba trabajando. El fuego en la estufa había sido encendido; Lilah abrió la puerta, removió las brasas, y añadió más madera. —¿Qué estás haciendo?—. Él preguntó desde el portal. Mentalmente, ella puso los ojos en blanco. —Cocinando. Tal vez él nunca había visto el proceso antes. —Pero apenas terminamos de comer. —Es verdad, pero esos emparedados no te durarán por mucho tiempo, si soy buen juez. Ella lo miró, midiéndolo contra el marco de la puerta. Unos seis pies de alto, adivinó, y no menos de doscientas libras. Parecía musculoso, dada la manera en que
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sus hombros llenos tensaban su camisa, así que podría pesar más. Ese hombre comería mucho. Él entró en el cuarto y se acomodó en la mesa, volviendo la silla para poder observarla, sus piernas largas extendidas y cruzadas a la altura de los tobillos. Los dedos masculinos rasguearon sobre la mesa. —Esto me saca de quicio— confesó él. Su tono era seco. —Ya lo advertí—. Ella derramó un poco de agua en el lavabo y se lavó las manos. —Usualmente tengo que hacer algo. Habitualmente, cuando hay mal tiempo, tengo que hacer algo, ya sea ocuparme de una colisión o rescatar a las personas de las carreteras inundadas. Necesito estar allí afuera ahora, porque mis ayudantes tendrán mucho que hacer. Así que esa era la causa de su inquietud y su irritabilidad; sabía que su ayuda era necesaria, pero no podía salir de allí. Le gustaba su sentido de responsabilidad. Él observó en silencio mientras ella preparaba su fuente de galletas, rociándola con aerosol para que no se pegara. La mujer alcanzó un bol, introdujo un poco de harina en ella, añadió manteca y suero de leche, y zambulló sus manos en el tazón. —No he visto a nadie hacer eso en años— sonrió él mientras mantenía sus ojos fijos en las manos femeninas, que hábilmente mezclaban y amasaban—. Mi abuela acostumbraba hacerlo, pero no puedo recordar que en toda mi vida mi madre hiciera a mano los panecillos. —No tengo refrigerador— dijo ella con practicidad—. Los panecillos congelados están fuera de mis posibilidades. —¿No quieres tener cosas como refrigeradores y estufas eléctricas? ¿No te molesta no tener electricidad? —¿Por qué debería? No dependo de un alambre para tener calor y luz. Si tuviera electricidad, la energía podría haberse cortado ahora mismo y no podría hacer nada. Él frotó su mandíbula, la frente arrugada mientras pensaba. A ella le gustaba verlo así, meditó, mirándolo mientras continuaba amasando. Sus cejas eran rectas y oscuras, bastante bien moldeadas. Todo en él estaba bastante bien moldeado. Apostaba que todas las solteras de la ciudad, y unas cuantas de las casadas, se sentían atraídas por él. El pelo oscuro y corto, los ojos azules brillantes, la mandíbula fuerte, los labios suaves… ella no sabía cómo estaba tan segura de que sus labios eran suaves, pero lo hacía... Oh, sí, se sentirían atraídas por él. Ella misma se sentía un poco acalorada en esos momentos. Pensó en acercarse a él y montar a horcajadas en su regazo y un rubor instantáneo se derramó sobre su cuerpo entero. Acalorada, un rábano; pensó que podría achicharrase de un momento a otro. —Dirigir una línea de gas sería incluso más difícil que hacer correr líneas eléctricas— caviló él, su mente todavía en el asunto de las conveniencias
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modernas—. Supongo que podrías conseguir un tanque de propano, pero llenarlo sería un engorro, ya que no hay ninguna carretera que llegue hasta aquí. —La estufa de madera me sirve muy bien. Tiene sólo unos pocos años, así que es muy eficiente. Calienta la casa entera, y es fácil de regular—. Ella empezó a apartar bolas de masa y a rodarlas entre sus manos, dándoles forma de panecillos y colocándolos en la fuente. Si mantenía sus ojos en la masa, en vez de mirarlo a él, la sensación de calor se enfriaba un poco. —¿Cómo obtienes tu leña? Ella no pudo evitarlo. Tenía que mirarlo, observar su expresión incrédula. —La corto yo misma. ¿Dónde pensaba él que ella la obtenía? Tal vez pensara que las hadas de la madera la picaban y la amontonaban para ella. Para su sorpresa, él se levantó de la silla, gravitando sobre ella con un semblante ceñudo. —Cortar la madera es demasiado duro para ti. —Córcholis, me alegro de que me lo dijeras, de otra manera habría continuado haciéndolo y no lo habría sabido. Ella se alejó poco a poco de él, volviéndose hacia el fregadero para lavarse la masa de las manos. —No quise decir que no pudieras hacerlo, quise decir que no deberías tener que hacerlo— gruñó él. Su voz estaba justo detrás de ella. Él estaba justo detrás de ella. Sin previo aviso, la rodeó y enrolló los dedos alrededor de su muñeca derecha. Su mano engulló completamente la de ella—. Mira eso. Mi muñeca es dos veces más gruesa que la tuya. Puedes ser fuerte para tu tamaño, pero no puedes decirme que no es una lucha que piques la leña. —Me las ingenio—. Deseó que él no la hubiera tocado. Deseó que él no estuviera parado tan cerca que pudiera sentir el calor de su cuerpo, oler su aroma de hombre caliente. —Y es peligroso. ¿Qué ocurriría si el hacha se resbalara, o la sierra, o lo que fuere que uses? Estás aquí sola, a gran distancia de cualquier ayuda médica. —Un montón de cosas son peligrosas—. Ella luchó para mantener su voz práctica e incluso fría—. Pero las personas hacen lo que tienen que hacer, y tengo que tener madera. ¿Por qué no había soltado él su mano? ¿Por qué ella no la sacaba de un tirón? Podría hacerlo; él no la sujetaba con fuerza. Pero le gustaba el tacto de su mano envuelta alrededor de la de ella, le gustaba el calor y la fuerza, la aspereza de los callos en su palma. —La cortaré para ti— dijo él abruptamente. —¡Qué! Ella casi se dio la vuelta; el sentido común la detuvo en el último momento. Si se diera la vuelta, estaría cara a cara, vientre a vientre, contra él. No se atrevía. Tragó. —No puedes cortar mi leña. —¿Por qué no? —Porque…
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—Porque, ¿qué? —Porque no estarás aquí. —Estoy aquí ahora. Él hizo una pausa, y su tono descendió, más baja. —Puedo volver. Ella se quedó quieta. Los únicos sonidos provenían de la tormenta, los rugidos de los truenos y el viento azotando a través de los árboles, la lluvia golpeando el techo. O tal vez fuera su corazón, golpeando contra su caja torácica. —Tengo que tener cuidado— dijo él quedamente—. Estoy actuando como un hombre, no como un Sheriff. Si me lo dices, volveré a la mesa y me sentaré. Guardaré mi distancia de ti por el resto de la noche, y no te molestaré otra vez. Pero si no me detienes, entonces voy a besarte. Lilah inspiró, luchando por conseguir oxígeno. No podía decir una palabra, no podía pensar en nada que decir incluso aunque tuviera aire. Tenía calor otra vez, y se sentía débil, como si pudiera derrumbarse contra él en cualquier momento. —Tomaré eso como un sí— dijo él, y la dio vuelta en sus brazos.
5 Sus labios eran suaves, justo de la forma que ella había sabido que serían. Y era tierno, en vez de magullar sus labios presionando demasiado duro. Él no trató de abrumarla con un despliegue repentino de pasión: simplemente la besó, tomándose su tiempo, saboreándola y aprendiendo la forma y textura de sus labios. Su calma era más seductora que cualquier otra cosa que pudiera haber hecho. Ella suspiró, un ronroneo bajo de placer, y se permitió relajarse contra él. Él la sostuvo, envolviendo sus brazos alrededor de ella y elevándola sobre las puntas de los pies para que calzaran más íntimamente. La urgencia maciza de su cuerpo contra ella la hizo percibir su respiración, y la ola ahora familiar de calor se derramó sobre ella otra vez. Envolvió sus brazos alrededor del cuello masculino, presionándose incluso más cerca, temblando un poco mientras la lengua viril avanzaba lentamente en su boca, dándole tiempo para apartarse si no quería un beso tan profundo. Pero ella lo quería, más de lo que alguna vez había pensado que querría el beso de un hombre. Su corazón golpeó pesada y salvajemente en su pecho. El placer era una sirena, tentándola para experimentar más, para tomar todo lo que él pudiera darle. Su erección era una cordillera dura en sus pantalones; ella quiso frotarse contra ella, abrirse a ella. Sabiendo que estaba muy cerca de perder el control, se obligó a sí misma a separarse de los besos lentos, intoxicantes, enterrando la cara en la columna caliente de su garganta. Él no estaba impasible. Su pulso martillaba a través de sus venas; ella
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lo sentía, allí en su cuello, precisamente donde sus labios se apoyaban. Sus pulmones bombeaban, metiendo a la fuerza aire en su cuerpo. La piel del hombre se sentía ardiente y húmeda, y él se movió nerviosamente, como si quisiera restregar sus caderas contra ella. Él no dijo nada, por lo cual estaba agradecida. La cautela innata le aconsejaba que bajara la velocidad, mientras que el instinto le gritaba, urgiéndola a unirse a él; por Dios, de cualquier manera, ¿por qué la espera? ¿Qué lograría esperando más? El resultado sería el mismo, independientemente del tiempo. Desgarrada entre las dos voces, ella vaciló, sin desear dar un paso tan grande todavía, no importaba lo que los destinos dijeran. —Esto da miedo— ella masculló contra su garganta. —Es cierto—. Él enterró la cara contra su pelo—. Esto debe ser lo que se siente al ser golpeado por esa famosa tonelada de ladrillos. El conocimiento de que él estaba tan aturdido como ella no era muy reconfortante, porque le habría gustado que alguno al menos tuviera el mando. —No nos conocemos. No supo a quién se dirigía, a él o a sí misma. Todo lo que sabía era que, en primer lugar y como raras veces en su vida, no estaba segura de sí misma. No le gustaba esa sensación. Uno de los principios básicos de su vida, su misma personalidad, estaba basado en su conocimiento de sí misma y de otras personas; y ese principio fundamental estaba siendo sacudido. —Trabajaremos en eso—. Los labios del hombre rozaron su sien—. No tenemos que precipitarnos en nada. Pero cuando él la conociera, ¿todavía la desearía? Se preocupó por ello, sintiendo, no por primera vez, el peso de su diferencia. Tenía un exceso de equipaje que ciertos hombres considerarían que significaban más problemas de los que valía. Ese pensamiento le dio la fuerza de empujar amablemente sus hombros. Él la soltó inmediatamente, dando un paso atrás. Lilah hizo una respiración profunda y se apartó el pelo de la cara, haciendo un intento para no mirarlo, pero el aura roja oscura de la pasión que dimanaba de él era casi imposible de ignorar. —Mejor meto esos panecillos en el horno— dijo ella, dando un paso para rodearlo—. Simplemente siéntate fuera de mi camino y tendré la cena lista en un santiamén. —Lo haré, gracias— dijo él sardónicamente. Ella no podía evitarlo; tuvo que mirarlo, encontrar su mirada azul pesarosa con una comprensión perfecta. El rojo oscuro de su aura todavía parecía ardiente y cristalino, especialmente en el área de la ingle, pero sin embargo, el azul comenzaba a transparentarse alrededor de su cabeza. Jackson se apartó de su camino, apoyándose contra la pared junto a la puerta. Ella metió en el horno los panecillos y abrió una lata grande de potaje de carne roja, deshaciendo el contenido en una cazuela y colocándolo encima de la estufa. La comida sencilla tenía que ser suficiente, porque no estaba dispuesta a salir en la tormenta a perseguir un pollo para la cena. Los panecillos tendrían tiempo de enfriarse, y el potaje podría hervir a fuego lento hasta que a él le diese hambre otra vez.
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Él la observaba. Lilah sintió el peso de su mirada fija, su masculina atención concentrada absolutamente en ella. Ser mujer no era algo en lo que hubiera pensado demasiado antes, pero bajo ese estudio atento, fue repentina y agudamente consciente de su cuerpo, de la forma en que sus pechos se levantaban con cada respiración, de los pliegues entre sus piernas donde él entraría. No tenía que mirar hacia abajo para saber que sus pezones estaban convertidos en duras perlas, o en la parte delantera de los pantalones de él para saber que su erección aún no se había asentado. Su imperturbable excitación la atraía más que cualquier cosa dulce que pudiera haber murmurado. Tenía que hacer algo para reducir la tensión sexual, o en poco tiempo se encontraría tendida sobre su espalda. Despejó su garganta, buscando mentalmente un tema neutral. —¿Cómo un agradable niño de Texas fue a dar a Alabama? Ella ya lo sabía; Jo se lo había contado. Pero era en lo único en lo que podía pensar, y al menos la pregunta lo haría hablar. —Mi madre era de Dothan. Ninguna explicación más. Decidiendo que necesitaba más persuasión, Lilah dijo: —¿Por qué se mudó a Texas? —Conoció a mi padre. Él era del oeste de Texas. Mamá y un par de amigos de la universidad conducían hacia California después de la graduación, y tuvieron un problema con el coche. Mi padre era un ayudante por aquel entonces, y se detuvo para ayudarlos. Mamá nunca llegó a California. Así estaba mejor; ya hablaba. Contuvo un suspiro interno de alivio. —¿Por qué regresó ella a Alabama, entonces? —Mi papá murió hace unos pocos años atrás—. Él apoyó los hombros un poco más cómodamente contra la pared—. El oeste de Texas no es para todo el mundo; puede hacer calor como en el infierno, y está bastante vacío. Ella nunca se quejó mientras papá estaba vivo, pero después de que él murió, la soledad la oprimía. Quiso regresar a Alabama, cerca de su hermana y cerca de sus amigos de la universidad. —¿Así es que tú viniste con ella? —Es mi madre— dijo él con sencillez—. Puedo ejercer la ley aquí tan fácilmente como en Texas. Mamá y yo no vivimos juntos, no desde que cumplí dieciocho años y me fui a la universidad, pero ella sabe que estoy cerca si me necesita para cualquier cosa. —¿No te molestó dejar Texas? Ella no podía imaginar algo parecido. Amaba su casa, la conocía tan íntimamente como se conocía a sí misma. Amaba el perfume del río al nacer la mañana, la forma en que se volvía de oro cuando la luz del amanecer lo golpeaba; amaba el clima dramático que producía torrentes y violentas tormentas, los días calientes y húmedos cuando hasta las aves parecían letárgicas, y los días grises del invierno, cuando el fuego en la chimenea y un tazón de sopa caliente era lo mejor que podía pedir de la vida. Él se encogió de hombros.
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—El hogar es la familia, no un lugar. Tengo algunas tías y tíos en Texas, un rebaño entero de primos, pero nadie tan cercano como mi madre. Siempre puedo visitar Texas si siento la necesidad—. Él amaba a su madre, y no le molestaba admitirlo. Lilah tragó en seco. Su propia madre había muerto cuando ella tenía cinco años de edad, pero conservaba unos pocos recuerdos de la mujer que había sido el centro de la vida de la pequeña y solitaria casa. —¿Qué hay acerca de ti?— preguntó él—. ¿De dónde eres? —Nací en esta casa. He vivido aquí toda mi vida. Él le dirigió una mirada interrogativa, y ella supo lo que pensaba. La mayoría de los bebés nacían en un hospital, y así había sido los últimos cincuenta años. Ella era obviamente menor que eso, pero demasiado mayor para haber sido parte de la moda de nacimientos en los hogares que volvía a estar en auge en algunos sitios. —¿Tu papá no llegó a tiempo para llevar a tu madre al hospital? —Ella no quería ir a un hospital. ¿Era ese el momento adecuado para explicar que su madre había sido una sanadora, como ella? ¿Que ella también había visto las ráfagas de color que rodeaban a las personas, y había enseñado a su hija lo que significaban, cómo leerlas? ¿Que ella había sabido que todo estaría bien, y que no había visto ninguna razón para gastar el dinero duramente ganado en un hospital y en un doctor que no necesitaba? —Era una señora muy valiente— dijo él, negando con la cabeza. Una pequeña sonrisa curvó su boca—. Recibí a un bebé cuando era un novato. Estaba asustado como el infierno, fuera de mí, y la madre no estaba demasiado feliz, ya que lo pienso. Pero pasamos a través de eso, y ambos estuvieron bien—. La sonrisa se convirtió en una risa abierta—. Mi conducta al lado de la cama debió haber sido completamente horrorosa, sin embargo; ella no le puso al bebé mi nombre. Por lo que recuerdo, sus palabras exactas fueron: ‘¡Sin intención de ofender, pero nunca quiero verlo otra vez por el resto de mi vida!’ —. Lilah se volvió para acompañarlo en su ruidosa risa. Podía imaginar perfectamente a un joven ayudante, inexperto y novato, sudoroso y aterrorizado, recibiendo a un bebé. —¿Qué sucedió? ¿El bebé se adelantó, o simplemente fue demasiado rápido? —Ninguna de las dos cosas. En el oeste de Texas la nieve a veces cae en abundancia, y esa fue una de las veces. Las carreteras estaban realmente mal. Ella y su marido estaban de camino al hospital, pero su coche se deslizó fuera del camino a una milla de su casa, así que se volvieron caminando y llamaron solicitando ayuda. Yo estaba en el área, y tenía un vehículo de doble tracción, pero cuando llegué a su casa el clima estaba aun peor, tan mal que nadie se arriesgaría a salir en coche—. Él frotó su oreja—. Ella me maldijo, me gritó más insultos de lo que alguna vez he oído, y unos cuantos que nunca había escuchado. Quería algo para el dolor, y como debía entretenerla para distraerla de él, se aseguró de que yo sufriera con ella—. Su sonrisa abierta la invitó a reírse de la imagen que sus palabras invocaban. Lilah rió disimuladamente mientras vigilaba los panecillos. —¿Qué hay acerca de su marido?
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—Inservible. Cada vez que se acercaba, ella empezaba a maldecir peor que nunca, así que él permaneció fuera de vista. De verdad, esa fue una señora muy infeliz. —¿Cuánto tiempo duró su trabajo de parto? —Diecinueve horas y veinticuatro minutos— contestó él rápidamente—. Las diecinueve horas y veinticuatro minutos más largos en la historia del mundo, según ella. Juró que había estado con los dolores al menos tres días—. Bajo la diversión, en su tono había un destello de... alegría. Ella inclinó su cabeza, preguntándose si lo había interpretado correctamente. —A ti te encantó. Las palabras no fueron realmente una pregunta. Él se rió. —Sí. Fue excitante, y curioso, y asombroso como el infierno. He visto nacer perritos, becerros y potros, pero nunca he sentido nada como cuando un recién nacido se desliza en mis manos. Entre paréntesis, fue una chica. Jackson simplemente no parecía adecuado para ella—. Su aura resplandecía ahora más verde, mezclado con destellos de un amarillo festivo. Lilah ya no tuvo que preguntarse cuándo se enamoraría de él. Lo hizo en ese momento: algo dentro de ella se derritió, haciéndose más caliente. Supo que su propia aura se mostraría rosada y se sonrojó, si bien sabía que él no podría verlo. Se sentía temblorosa, y tenía que sentarse. Ese momento fue trascendental. Nunca había pensado que amaría de la forma que los otros amaban, no románticamente por lo menos. Ella amaba a muchas personas y muchas cosas, pero no de esa manera. Siempre se había relacionado bien con sus propios sentimientos, con el conocimiento de que ella estaba destinada a cuidar de otros, ser una guardiana en vez de una compañera. Incluso con su padre, ella había sido la roca en la cual él se apoyaba. Pero Jackson era un hombre fuerte, mental y físicamente. No necesitaba que alguien cuidara de él; más bien, él era quien protegía a todos. Si ella no hubiera podido ver su aura, lo habría amado de cualquier manera. Pero podía verla, y conocía la esencia del hombre. Eso, y su reconocimiento precognitivo de él como su compañero, destruyeron su sentido de cautela. Quiso lanzarse a sus brazos y dejarle hacer lo que él quisiera. En lugar de ello, se levantó y comprobó los panecillos. Permaneció junto a la puerta del horno abierta, dejando escapar el calor, clavando ciegamente los ojos en los panecillos. Jackson se paró detrás de ella. —Perfectos— dijo él con aprobación. Ella parpadeó. Los panecillos eran de un color moreno dorado, perfectamente levantados. Tenía una buena mano con el pan, o por lo menos eso era lo que su padre siempre había dicho. Hizo una respiración profunda, y, usando un paño de cocina, sacó la ardiente fuente del horno y la colocó en un estante para que se enfriara. —¿Por qué piensa Vargas que eres una bruja? Eso la hizo aterrizar con un ruido sordo. El cambio en su tono fue sutil, pero estaba allí: era el Sheriff, y quería saber si alguien en su condado practicaba la brujería.
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—Varias razones, supongo—. Ella empezó a encararlo, su expresión calma e ilegible—. Vivo sola en el bosque, rara vez voy al pueblo, y no socializo. El rumor sobre ser bruja se inició cuando estaba en cuarto grado, creo. —Cuarto grado, ¿eh? Él se apoyó contra el gabinete, su mirada azul fija en punto de su rostro. —Supongo que él había estado mirando demasiadas repeticiones de
“Hechizada”. Ella levantó una ceja y esperó. —¿Así que no lanzas hechizos, o bailas desnuda a la luz de la luna, o cualquier cosa de esas? —No soy una bruja— dijo ella rotundamente—. Nunca he echado un hechizo, aunque podría bailar desnuda a la luz de la luna, si la idea se me ocurriera. —Piénsalo—. La mirada fija era ardiente, y se movió lentamente por su cuerpo—. Llámame si necesitas una pareja de baile. —Lo haré—. Él miró hacia arriba, encontró sus ojos, y tan simple como eso, ya no hubo necesidad de tener cautela. —¿Tienes hambre?— preguntó él, moviéndose más cerca, acariciando con un dedo su brazo desnudo. —No. —¿Entonces los panecillos y el potaje de carne roja pueden esperar? —Pueden hacerlo. Él tomó el paño de cocina y colocó la cacerola de potaje fuera de la hornalla. —¿Te acostarás conmigo, entonces, Lilah Jones? —Lo haré.
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Lilah encendió la lámpara de su dormitorio y bajó su intensidad. La tormenta y la fuerte lluvia sumían al cuarto en una oscuridad como si fuera de noche, iluminado brevemente por los relámpagos. Jackson pareció llenar el cuarto pequeño, sus hombros derramando una sombra enorme sobre la pared. Su aura, visible aun en la luz poco intensa, pulsaba con ese rojo profundo y nítido otra vez, el color de la pasión y la sensualidad. Él empezó a desabotonarse la camisa, y ella abrió las colchas de su cama, pulcramente plegando las sábanas y dejando caer pesadamente las almohadas. Su cama se veía pequeña, pensó, aunque fuera una doble. Ciertamente era muy pequeña para él. Quizá debería ocuparse de traer una más grande, aunque no estaba segura de cuánto tiempo él usaría la de ella. Ese era el problema con los destellos de precognición; le decían los hechos, pero no las condiciones. Sólo sabía que Jackson sería su amante y su amor. No tenía idea de si él la amaría a su vez, si estarían juntos para siempre o sólo esa vez. —Te ves nerviosa. Traducción: Gillean
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A pesar del ardor de su deseo, el cual ella podía ver, la voz del hombre era calma. Su camisa estaba desabotonada, pero todavía no se la había quitado. En lugar de eso, estaba observándola, sus ojos de policía viendo demasiado. —Lo estoy— admitió ella. —Si no quieres hacer esto, simplemente dímelo. Detenernos ahora no será duro… bien, excepto por un lugar— dijo él sardónicamente. —Quiero hacer esto. Por eso es que estoy nerviosa. Mirándolo de frente, ella desabrochó sus pantalones cortos y los dejó caer, luego empezó a desabotonar su camisa. —Nunca he estado... tan atraída por alguien antes. Siempre soy cautelosa, pero… —ella negó con la cabeza—. No quiero ser cautelosa contigo. Él se deshizo de la camisa y la dejó caer al piso. La luz de la lámpara brillaba en sus hombros, delineando los músculos suaves y enérgicos, y el pecho ancho ensombrecido con vello oscuro. Lilah respiró hondo, sintiendo el calor de la excitación esparcirse a través de ella. Olvidó lo que hacía: simplemente permaneció allí mirándolo, bebiendo codiciosamente la visión de su hombre desnudándose. Él se sentó en el borde de la cama y se inclinó hacia adelante para sacarse las botas. Ahora ella podía admirar el surco profundo de su columna vertebral, los músculos que ondeaban en su espalda. Los latidos de su corazón aumentaron con rapidez, y se sintió aun más caliente. Las botas hicieron un ruido sordo al caer en el piso de madera. Él se levantó y desabrochó sus pantalones, los dejó caer, y empujó hacia abajo sus calzoncillos. Completamente desnudo, salió del círculo de ropa y se volvió para enfrentarla. Oh, Dios Santo. Ella debió haber dicho las palabras en voz alta, respirarlas con hambre y lujuria, y tal vez aun algún indicio de miedo, porque él rió a medida que se acercaba, acariciando sus costados con sus manos callosas y terminando el trabajo de desabotonarle la camisa. Él puso sus manos dentro de la camisa y las deslizó sobre sus hombros y sus brazos, quitándosela tan fácilmente que ella apenas supo cuándo la despojó de ella. Lilah no prestaba atención a su ropa de todos modos, sólo al pene sobresaliente que rozaba su vientre cuando él se movía. Ella envolvió sus manos alrededor del miembro, acariciando ágilmente, explorando, deleitándose con el calor, la dureza y las texturas, tan distintos de su cuerpo. Entonces fue él quien contuvo el aliento, sus ojos cerrándose mientras trataba de calmarse por un momento. Luego él se movió aun más cerca, empujando sus manos dentro de sus bragas y agarrando los globos gemelos de su trasero mientras la jalaba hacia sí. La mujer tuvo que soltar su pene e hizo un sonido de... ¿desilusión? ¿impaciencia? Ambos. Pero tuvo su recompensa en la presión de su pecho duro y velludo sobre sus pechos, en la sensación áspera contra sus pezones. Su cuerpo entero pareció volverse líquido, fundiéndose en él, curvándose para calzar bien con sus contornos. Su respiración se entrecortó. —Vamos a desnudarte para que pueda mirarte— masculló él, soltando su trasero el tiempo suficiente como para empujar sus bragas hacia abajo. Ella se
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contoneó hasta que las sintió caer a sus pies, y la respiración de él se convirtió en un gemido. —¡Dios mío! Tienes un talento natural para volverme loco, ¿verdad?—. Él la levantó sobre los dedos de los pies, soldándola a él. —¿De verdad? Ella nunca había pensado en provocar a un hombre antes, nunca había buscado hacerlo; pero si lo que ella hacía era volverlo loco, le parecía justo, porque se estaba volviendo loca ella también. La sensación de sus cuerpos desnudos rozándose era tan deliciosa que quiso gemir. Se movió contra él, frotando sus pezones contra su pecho y volviéndolos picos duros y doloridos. Él acarició con sus manos su trasero y su espalda, sus manos tan ardientes y ásperas que ella quiso ronronear. Luego una mano fue más bajo, curvándose bajo sus nalgas, y sus dedos se sumergieron entre sus piernas. Ella se quedó sin aliento, arqueándose contra él mientras una sensación casi eléctrica la atravesaba. Un dedo exploró más profundamente, resbalándose y persiguiendo un pequeño camino en ella. Un ruido suave y salvaje hizo erupción de su garganta, y ella casi trepó sobre él, una pierna enrollándose alrededor del hombre mientras ella se arqueaba hacia arriba para que él pudiera tener un mejor acceso. Jadeando, enterró la cara en su garganta, aferrándose como a su propia vida mientras esperaba en agonía que él hiciera más honda la caricia. Lentamente, muy lentamente, ese dedo pulgar presionó más profundo y ella se estremeció bajo el impacto. Ese ruido pequeño y salvaje sonó otra vez, y sus caderas se agitaron, tratando de tomar más de su dedo. El placer y la tensión se enroscaban en ella, apretando más y más, hasta que se convirtió en dolor y algo más, algo más allá de cualquier cosa que hubiera imaginado nunca. —Todavía no— dijo él urgentemente—. No llegues todavía. Él se volvió y cayó a medias con ella sobre la cama, protegiéndola del impacto completo de su peso mientras se apoyaba sobre ella. Con una torsión de sus caderas, él se asentó entre sus muslos, y su erección aguijoneó entre los pliegues de su cuerpo, buscando su entrada antes de encontrarla y presionar hacia dentro. Su cuerpo entero se contrajo, apretándose alrededor de esa intrusión gruesa, aunque no pudiera decir si la reacción de su cuerpo era de bienvenida o un esfuerzo para limitar la profundidad de su penetración. Las caderas masculinas retrocedieron, sus nalgas se cerraron herméticamente, y empujó más profundo, más profundo, hasta que la femenina resistencia interior se desvaneció y con un largo deslizamiento se introdujo hondamente en su interior. Ella habría gritado, pero sus pulmones parecían comprimidos por la impresión y apenas podía respirar, mucho menos gritar. Sus ojos se nublaron y oscurecieron. No había pensado nunca... Su pene se sentía casi insoportablemente caliente dentro de ella, quemándola y estirándola. Le dolía ese lugar profundo en su interior, donde él estaba. Él se levantó sobre sus codos, jadeando, la expresión de sus ojos azules al mismo tiempo incrédula y feroz. —Lilah... Dios mío, no puedo creer esto. ¿Eres virgen?
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—Ahora no. Desesperadamente, ella agarró sus glúteos y se arqueó hacia atrás mientras trataba de llevarlo más profundo dentro de ella. —Por favor. ¡Oh, Dios mío, Jackson, por favor!—. Ella meneó sus caderas hacia él, su cabeza echada hacia atrás mientras forcejeaba con el placer casi salvaje que la mantenía al borde de la liberación. Todavía la lastimaba, pero su cuerpo entero palpitaba con una necesidad que sobrepasaba cualquier dolor. Ella lo quería profundo, lo quería duro, lo quería golpeando dentro de ella y arrojándola sobre ese borde. Él se rindió a su sensual ruego. —Shhh— la serenó, aunque su voz fue ruda por la necesidad—. Cálmate, cariño. Déjame ayudarte a... Él alcanzó la unión entre sus cuerpos, las puntas de sus dedos llenos de callos encontrando el brote de su clítoris y apretándolo delicadamente hacia arriba. Una y otra vez él lo rozó, atrapándolo entre dos dedos, y con un grito agudo ella explotó, su cuerpo retorciéndose y alzándose en el paroxismo del clímax. Un sonido estridente se desgarró de la garganta de Jackson. Él agarró sus caderas, con los dedos clavándose en sus nalgas, y empujó duro, chocando contra ella tan ferozmente que la cama rebotó pesadamente contra la pared. Él llegó al clímax convulsivamente, hundido en ella durante eternos segundos antes de derrumbarse, temblando, encima de ella. La muchacha pasó sus brazos alrededor de los masculinos hombros sudorosos y se sujetó a ellos apretadamente, en parte para confortarlo en la secuela y en parte para anclarse. Sentía que estallaría en mil pedazos si lo dejara ir. Las lágrimas quemaron sus párpados, aunque no supo por qué. Su corazón todavía galopaba en una carrera alocada a ninguna parte y sus pensamientos flotaban en un calidoscopio de impresiones y deseos e incredulidad. No había imaginado que hacer amor sería tan caliente, tan descontrolado. Había esperado algo lento y dulce, construyendo un camino hacia el éxtasis, no entrar de cabeza y desde el principio en el fuego. Su corazón martillaba contra su pecho, gradualmente desacelerándose, lo mismo que su respiración. Su peso la aplastaba en el colchón. Sus propios muslos estaban todavía abiertos para alojarlo, y él estaba todavía dentro de ella, más pequeño y más suave ahora. Ahora que la tormenta interior había terminado, ella se hizo consciente otra vez de la tormenta de afuera. Los relámpagos crepitaban a tan corta distancia que los truenos sacudían ruidosamente la casa entera, y la lluvia repiqueteaba en el techo, pero eso no era nada comparado con lo que acababa de suceder en su cama. Las tormentas iban y venían, pero su vida entera, sencillamente, había cambiado. Finalmente él levantó la cabeza. Su pelo oscuro estaba enredado y sudoroso, su expresión elástica y vacía, la expresión de la liberación. —Bien—. Su voz sonó ronca, como si sus cuerdas vocales no quisieran trabajar—. Cuando dijiste “ahora no”, ¿quisiste decir que no deseabas hablar, o que habías sido virgen hasta entonces, pero ahora ya no lo eras? Ella se aclaró la voz. —Lo segundo—. Su voz sonó ronca también.
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—Bendito infierno—. Él dejó caer la cabeza otra vez—. Nunca esperé… Maldita sea, Lilah, eso es algo que deberías decirle a un hombre. Ella movió las manos sobre sus hombros, cerrando sus ojos de deleite ante el tacto de su piel caliente y lisa bajo sus palmas. —Las cosas ocurrieron rápido. No tuve tiempo para considerar lo que debería o no debería hacer. —No hay ningún “no debería”, en este caso. —¿Qué habrías hecho diferente si lo hubieras sabido? Él consideró eso, y suspiró contra su hombro. —Caramba, probablemente nada. No había manera en el infierno que me hubiera detenido. Pero si lo hubiera sabido, habría tratado de retardar las cosas y te habría dado más tiempo. —No podría haberlo soportado— dijo ella sobriamente—. Ni un minuto más. —Sí, podrías. Y lo harás. Y te agradará. Si esa era una amenaza, falló miserablemente. Un eco de excitación pasó como un relámpago dentro de ella, enviando un poco de energía a sus músculos agotados. Ella se contoneó un poco. —¿Cuándo? —Dios mío— masculló él—. No exactamente ahora. Dame una hora. —De acuerdo, una hora. La cabeza de Jackson se levantó otra vez y le dirigió una mirada larga y ecuánime. —Antes de que nos salgamos de control otra vez, ¿no piensas que necesitamos hablar del control de natalidad? ¿Específicamente, nuestra falta de ello? Dudo que estés tomando la píldora, y generalmente no llevo un condón conmigo. —No, claro que no estoy tomando la píldora, pero no me quedaré embarazada. —No puedes estar segura. —Justamente terminé mi período hace dos días. Estamos a salvo. Las famosas últimas palabras. Ella suspiró. Sabía que no se quedaría embarazada, aunque no supiera cómo explicarle esa certeza. Ni ella misma estaba segura de cómo lo sabía. No era un destello de precognición, al menos no como era usual. Era más una sensación de seguridad, pero no había un embarazo en su futuro inmediato. El mes siguiente podría ser, pero no ahora. Suspiró. —Si estás tan preocupado, ¿entonces no volveremos a hacerlo? Él la contempló por un minuto, luego sonrió abiertamente. —Algunos riesgos— dijo él, inclinándose abajo para besarla— están destinados a ser corridos.
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7 No oyeron el motor fuera de borda hasta mucho tiempo después del amanecer, cuando el sol había convertido el cielo del este en oro brillante. La tormenta de la noche había durado más tiempo de lo que habían esperado, hasta casi las tres de la mañana, pero ahora el cielo matutino estaba absolutamente despejado. —Suena como si llegara la caballería— dijo Lilah, inclinando su cabeza para oír. —Maldita sea— dijo Jackson suavemente—. Esperaba que el rescate tomase un poco más de tiempo—. Tomó un sorbo de café—. ¿Me veo como un Sheriff enfurecido y frustrado que se quedó atorado por culpa de un gamberro con cabeza de nabo, o como un hombre que ha tenido una larga noche de orgía y cuyas piernas están tan flojas como fideos? Ella fingió estudiarlo, luego negó con la cabeza. —Tendrás que practicar la mirada enfurecida y frustrada. —Eso es lo que pensé—. Bajando su taza sobre la mesa, estiró los brazos sobre su cabeza y le dirigió a ella una sonrisa perezosa y contenta—. En lugar de arrestar a Thaniel, podría darle una condecoración. —¿Por qué vas a arrestarlo?— preguntó ella con sorpresa—. Te dije que no formularé cargos. —Aunque no lo hagas, él robó dos botes, no sólo el tuyo. Lo que ocurra dependerá de lo que haya hecho con el bote de Jerry Watkins, y lo que Jerry quiera hacer acerca de ello. Si Thaniel fue inteligente, habrá dejado los botes en la rampa de las lanchas, pero de todas formas, si fuera inteligente, no se los habría llevado en primer lugar. —Si los dejó fuera, la cantidad de lluvia que tuvimos anoche los habría hundido— apuntó Lilah. —Se necesita un montón de lluvia para inundar un bote, pero creo que tuvimos la suficiente para lograrlo, ¿verdad? —Probablemente. Levantándose de la mesa, él entró a la sala de estar y miró por la ventana. —Sip, es la caballería. Lilah se detuvo a su lado y observó a los dos ayudantes que conducían un bote acercarse a su pequeño muelle. El río estaba alto y enlodado después de las tormentas de la noche, a una altura tal que su muelle se salvaba sólo unas pocas pulgadas de quedar sumergido bajo el agua. Cuidadosamente, amarraron el bote al poste y salieron un momento, ambos llevando chalecos Kevlar y escopetas. Cautelosamente miraron alrededor. Jackson rápidamente se inclinó y la besó, su boca caliente y persistente. La mirada que le dirigió estaba llena de pesadumbre. —Regresaré tan pronto como pueda— dijo él, manteniendo su voz baja—. Dudo que sea hoy, y de todos modos no podría asegurar que sea mañana, porque
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depende de cuánto daño ha causado la tormenta, y si hay cualquier interrupción de energía eléctrica o se necesita hacer algún tipo de limpieza. —Estaré aquí— dijo ella, con su manera tranquila. Sonrió—. No tengo forma de irme a ningún lado sin mi bote. —O te lo traeré de regreso, o le haré comprar al maldito Thaniel uno nuevo para ti— prometió, y la besó otra vez. Luego recogió su chaleco y su escopeta, que había colocado junto a la puerta principal con anticipación y salió al porche delantero para saludar a la patrulla de rescate. Ambos ayudantes se relajaron visiblemente cuando lo vieron. —¿Está bien, Sheriff?— dijo el mayor de los dos. —Estoy bien, Lowell. Pero Thaniel Vargas no lo estará cuando coloque mis manos en él. Robó dos botes: el que yo usaba, y el bote de la señorita Jones. Pero eso tendrá que esperar; ¿cuánto daño hubo anoche? Lilah dio un paso fuera del porche detrás de él, porque se vería extraño si no lo hiciera. —Buenos días, Lowell—. Ella saludó con la cabeza al otro ayudante—. Alvin. Acabo de hacerle al Sheriff un poco de café; ¿les gustaría una taza? Ella vio las cejas de Jackson levantarse con sorpresa porque ella conociera a sus ayudantes, pero no hizo comentarios. —No gracias, Lilah— respondió Lowell—. Necesitamos regresar. Gracias por ofrecerlo, pero he bebido tanto café desde la medianoche que dudo que pueda dormir por dos días. —¿Los daños?— apremió Jackson, haciéndose cargo de la conversación otra vez. —El suministro eléctrico se cortó en todo el condado, pero ha vuelto ahora excepto en Pine Flats. Un montón de árboles cayeron, y hay daños en los techos de un montón de casas, pero la única realmente dañada fue la casa de LeCroy, cerca de Washington High School. La Señora LeCroy estaba bastante malherida; está en el hospital en Mobile. —¿Algún choque de autos? Lowell le dirigió una mirada rendida. —Más de los que puedo contar. —Bien. Siento no haber estado disponible para ayudar. No estaba demasiado lejos para salir de aquí, pero con la tormenta como estaba, sólo un tonto habría salido al agua. No esperaba que alguien arriesgara su vida viniendo a buscarme. Estaba bien, simplemente varado. —No estábamos seguros, ya que Jo nos dijo que lo había enviado aquí tras Thaniel Vargas. Pero Thaniel no parecía, bueno… nervioso o cualquier cosa, y se hizo el tonto, porque dijo que no había estado aquí y no lo había visto. —¿Lo viste?— preguntó Jackson agudamente. —Nos ayudó a sacar un árbol de la carretera. De cualquier manera, creímos que la tormenta lo habría sorprendido. No quisimos correr riesgos, ya que pudo haber tropezado con algún otro tipo de problemas aquí afuera, así que vinimos a mirar.
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Jackson negó con la cabeza. Nunca habría creído a Thaniel capaz de hacer algo peligroso; tal vez ese acto era el primero de algunos aún más serios. Si era así, debía tomar a Thaniel bastante más seriamente de lo que lo había hecho antes. Bajando hacia el muelle, le dio la escopeta a Alvin y entró al bote. —Bien, vamos a trabajar— dijo él. Se volvió y levantó la mano—. Gracias por alimentarme, señorita Jones. —De nada— respondió ella, sonriendo mientras se abrazaba a sí misma contra la fresca brisa matutina. Les dijo adiós con la mano, un gesto que ambos ayudantes devolvieron, y luego regresó en la casa. Jackson se acomodó encima de un asiento del bote. —Parecen conocer bastante bien a la señorita Jones— dijo él, movido por la curiosidad. —Seguro—. Lowell se metió detrás del volante—. Fuimos a la escuela juntos. Fue una respuesta tan normal que Jackson deseó darse un golpe en la cabeza. Por supuesto que ella habría asistido a la escuela; no había vivido su vida entera varada río arriba. Tuvo una imagen mental de una Lilah pequeña y solemne sentada en su bote, agarrando firmemente sus libros de texto, navegando en todo género de climas. ¿Por qué quería saberlo?, se preguntó. —¿Cómo iba y venía a la escuela? —En bote— dijo Alvin—. Su papá la llevaba. La acercaba a la rampa del parque, la más cercana a la escuela. Si el clima era bueno, él iba caminando junto a ella el resto del camino. Si llovía, un maestro los esperaba y le daba a Lilah un aventón. Al menos no tendría que preocuparse acerca de una pequeña Lilah sola en los muelles, pensó Jackson; su padre se había preocupado por su seguridad. Aunque por qué se había preocupado por algo que había sucedido tantos años atrás era algo que no podía comprender. El viaje río abajo fue mucho más lento que su arriesgada carrera río arriba el día anterior. El río congestionado estaba lleno de basura, haciendo la cautela absolutamente necesaria. Jackson esperaba ver dos botes amarrados a la orilla cuando llegaran a la rampa, pero no fue así ni de casualidad. —Me pregunto lo que hizo Thaniel con el bote de Jerry Watkins— gruñó. —No sé— dijo Lowell—. El maldito tonto probablemente lo haya dejado a la deriva. Jerry siempre se asegura de tenerlo bien amarrado; vendió una tienda por ese bote. Al menos Jerry Watkins tenía asegurado su bote; Jackson dudaba mucho que Lilah hubiera asegurado el suyo. ¿Cómo lo reemplazaría? Él pasó a su cuenta corriente un rápido chequeo mental; en cualquier caso, Lilah tendría otro bote por mañana, si no podía encontrar el suyo. No podía soportar la idea de que ella estuviera completamente aislada allí, aunque era tan malditamente competente que podía verla caminando al pueblo si fuera necesario, si bien debería estar a unas veinte, tal vez treinta millas, aproximadamente, de distancia. ¿Pero qué ocurriría si ella se enfermara, o se hiriera? Cortaba su propia leña, por el amor de Dios. Se irguió
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de repente al pensar en un hacha sepultada en su pie. Lilah se había vuelto más importante para él más rápido que nadie que hubiera conocido antes. Veinticuatro horas atrás, ni siquiera sabía que existía. Después de dos horas de haberla conocido, se había acostado con ella, y había pasado la noche más erótica, más excitante de su vida entre sus brazos. Había llegado al clímax tantas veces que dudaba que pudiera tener una erección en varios días. Luego pensó en Lilah esperándolo, y un repentino relámpago de calor en su ingle le dijo que había calculado mal. Atrajo con firmeza sus pensamientos de regreso a la labor diaria antes de avergonzarse a sí mismo. El camión de los Watkins estaba todavía donde Charlotte lo había estacionado, el remolque de botes todavía amarrado a él. Al menos, no le había caído un árbol encima durante la tormenta; ese sería el insulto final a una buena obra. Jackson miró alrededor; sólo había algunas ramas pequeñas esparcidas por todos lados en el estacionamiento, pero nada más sustancial. Lowell acercó el bote a la orilla y Jackson y Alvin saltaron fuera. Mientras Alvin iba al camión para acercar el remolque al agua, Jackson examinó el área. El día anterior había estado demasiado preocupado en darse prisa para pensar en los detalles, pero en ese momento su ojo de policía observó la rampa de las lanchas, sin perderse nada. El área de estacionamiento era sorprendentemente grande para ser utilizado de forma tan esporádica como se suponía que lo hacía. Pero... ¿era poco usada? El área estaba libre de rastrojos, demostrando que había una buena cantidad de tráfico. La arena sucia mostraba las señales de un montón de llantas de diferentes, más de las que esperaba. Era extraño, dado lo que había dicho Jo acerca de que la mejor pesca se daba río abajo. Lowell y Alvin sacaron hábilmente el bote del agua. Habían llegado en dos vehículos, un coche del condado y el camión que acarreaba el bote, que, Jackson presumía, habían tomado prestado de la Brigada de Rescate. Eso contabilizaba cinco vehículos desde el día anterior hasta esa misma tarde: el suyo, el de Thaniel, el de Charlotte Watkins y ahora esos dos. La lluvia había arruinado todas las huellas, excepto las más profundas, pero todavía podía divisar al menos tres juegos más de huellas además de las que conocía. Ahora, ¿por qué habría tanto tráfico fluvial río arriba? La pesca no era buena, y Lilah directamente no utilizaba con frecuencia su bote. Trató de pensar en una explicación lógica para esas huellas. Como sheriff, su primer pensamiento fue que tal vez se tratara de tráfico de drogas, que las distribuidoras comerciaban, pero descartó esa idea. Estaría demasiado expuesto a la luz del día, y aunque Old Boggy Road no fuera la carretera más transitada del mundo, había un tráfico ocasional en él. Como para probarlo, en ese momento un agricultor pasó por delante en una camioneta, y levantó el cuello para ver qué ocurría. No, los vendedores de drogas encontrarían un lugar donde fuera menos probable atraer la atención. Entonces... ¿Quién vendría aquí, y por qué? Se volvió hacia Lowell y Alvin. —Esta pequeña rampa tiene mucho uso, ¿verdad?
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—Una cantidad considerable— asintió Lowell. —¿Por qué? Ambos lo miraron boquiabiertos. —¿Por qué?— repitió Alvin. —Sí. ¿Por qué tiene tanto uso? Sólo alguien que no conociera el río iría a pescar. Para su sorpresa, ambos ayudantes cambiaron de posición con inquietud. Lowell se aclaró la voz. —Supongo que las personas van a visitar a Lilah. —¿A la señorita Jones?— aclaró Jackson, queriendo asegurarse que no hubiera otra Lilah en el área. Lowell asintió con la cabeza. Mirando alrededor, Jackson dijo: —Por todas estas huellas de llantas, diría que ella tiene un montón de compañía. Él trató de imaginar una corriente constante de visitas a la pequeña casa solitaria de Lilah río arriba, pero simplemente no pudo hacerlo. —Algo— asintió Lowell—. Muchas mujeres van a visitarla—. Tosió—. Y… uh, algunos hombres, también, supongo. —¿Cómo es eso? Una variedad de razones descabelladas pasaron a través de su mente. ¿Marihuana? Él no había podido ver marihuana creciendo en los terrenos de Lilah, pero el lugar era, por cierto, lo suficientemente aislado. No se permitió considerarlo seriamente. Las mujeres ya no iban a los lugares remotos para abortar, así que eso quedaba descartado. No era nada ilegal, con seguridad, porque sus ayudantes obviamente estaban al corriente de lo que sucedía allá arriba, y no se habían molestado en detenerlo. La única alternativa en la que podía pensar era tan ridícula que no podía creerlo. —¡No me digas que ella realmente es una bruja! Él podía verlo ahora, bote tras bote abriéndose paso río arriba en busca de hechizos y pociones. Ella había negado la brujería, había dicho que no sabía nada acerca de hechizos, pero, basado en su propia experiencia, las personas mentían todo el tiempo. Trataba con mentirosos seriales diariamente. —Claro que no— dijo Alvin precipitadamente—. Ella tiene la virtud de ser sanadora. Ya sabe, hace cataplasmas y esas cosas. Cataplasmas y esas cosas. Sanadora. Por supuesto. Era tan obvio, que Jackson se preguntó por qué no lo había adivinado. El alivio se propagó a través de él. Su imaginación había corrido descontrolada, un sentimiento de disgusto congelándose en sus entrañas. Simplemente acaba de conocerla, una mujer que lo atraía en todos los niveles, y no podía soportar la idea de que estuviera implicada en algo ilegal. No sabía hasta dónde llegaría lo que había entre Lilah y él, pero tenía la intención de seguirlo hasta el final. —Así es como se gana la vida— dijo Lowell—. Las personas compran hierbas y cosas de ella. Un montón de personas van a verla en vez de ir a un doctor, porque es buena en decirles lo que está mal. Quiso sonreír. En lugar de eso, recogió su chaleco y saliendo del bote, dijo:
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—Bien, buscaremos a Thaniel Vargas. Aun si recuperamos los botes y Jerry Watkins no lo acusa ante la justicia, quiero asustar al bastardo como para quitarle unos diez años de vida.
8 Thaniel Vargas parecía no estar en ningún lado y no lo encontraron. Seguramente se habría escondido en alguna parte, suponía Jackson, esperando que el problema se disipara. Y como las cosas en el condado no estaban muy calmas por el momento, con la interrupción permanente de energía en Pine Flats y la limpieza de los perjuicios causados por la tormenta, Jackson no pudo dedicar suficiente tiempo o mano de obra para encontrarlo. Más que nada, quería regresar río arriba a la casa de Lilah, pero eso, simplemente, no fue posible ese día. Además del problema de la tormenta, la locura de la luna azul persistía aún con plena potencia. En el Tribunal de Faltas de Tráfico ese día, una mujer completamente loca había sido detenida después de tomar a un juez de rehén y de rehusarse a pagar una multa por exceso de velocidad. Por qué alguien en su sano juicio querría cambiar una simple multa de cincuenta dólares por un cargo de delito mayor estaba más allá de la comprensión de Jackson. Con el problema en el edificio de Tribunales insumiendo varias horas de su día, el tiempo restante se la pasó yendo de un lado a otro. Llegó a casa a medianoche, cansado, descontento y dolorido por la frustración. Deseaba a Lilah. Necesitaba a Lilah, necesitaba su sencilla serenidad, la tranquilidad de su casa, que contrastaba con sus días frenéticos. Se habían conocido por tan corto tiempo, que no tenía la seguridad de que tuvieran nada más que una aventura de una noche, provocada tanto por las circunstancias como por la atracción mutua. Pero había sido su primer amante, su único amante; Lilah no era el tipo de mujer para tener una aventura de una noche. Para ella, hacer amor significaba algo. Había significado algo para él también, algo más que cualquiera de sus otras aventuras amorosas. Lilah era especial: honesta, aguda, con la pizca de ironía que él disfrutaba, y audaz. Era también sexy como el infierno, con su cuerpo bien tonificado, femeninamente musculoso y con un cabello rizado que simplemente rogaba que hundiera sus manos en él. Aunque había sido su primer amante, no se había asustado de cualquier cosa que él quisiera hacer. Lo había encontrado a medias en todo, disfrutando de lo que le hacía tanto como él disfrutaba al hacerlo, y devolviendo el favor. No podía imaginar que esa alegría elemental alguna vez se hiciera aburrida. Hasta entonces, su casa lo había satisfecho a la perfección. Era una casa antigua, con cielorrasos altos y una plomería curiosa, pero había tenido que rehacer completamente cuarto de baño principal y la cocina, aunque no cocinara demasiado. Simplemente había parecido una cosa inteligente para hacer. Su cama era lo suficientemente grande para él, no como la cama demasiado corta y estrecha de Traducción: Gillean
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Lilah. Habían tenido que dormir como un sándwich, cuando habían dormido… aunque no había sido un gran sacrificio. Le había gustado tumbarla sobre él, cuando no estaba encima de ella. Pero ahora su casa se sentía... vacía. Y ruidosa. No se había percatado hasta entonces cuánto ruido hacía un refrigerador o un calentador de agua. El sistema central de aire borraba el sonido de los grillos nocturnos y el gorjeo ocasional de algún pájaro. Deseaba a Lilah. Tomó una ducha fría para calmarse, y gateó a su cama grande, fría y vacía, donde yació despierto, los músculos doloridos, los ojos ardiendo de fatiga, y pensó en ese primer momento abrasador, eléctrico, cuando forzó la entrada al cuerpo de Lilah. Se puso tan duro que gimió, e hizo un intento para no pensar en sexo en absoluto. Pero entonces sus pechos vinieron a su mente, y recordó la forma en que sus pezones se habían endurecido en su boca cuando los chupaba, y cómo había gemido ella y se había retorcido cuando se hundía en ella. Sintió el sudor de su cuerpo a pesar del aire acondicionado. Maldiciendo, salió de la cama y tomó otra ducha fría. Finalmente concilió el sueño cerca de las dos, sólo para tener sueños eróticos y despertar necesitando, deseando a Lilah aún más que antes. A las ocho veintiuno de la mañana, el cuerpo de Thaniel Vargas fue encontrado flotando en el río.
Fue identificado porque su cartera estaba todavía en el bolsillo de sus pantalones vaqueros, junto con una cajetilla de tabaco de mascar. Si no hubiera sido por su cartera, hasta su madre habría tenido serias dificultades para identificarlo, porque había recibido disparos en la cara con una escopeta. —No creo que haya estado muerto mucho tiempo— dijo el médico forense, de pie junto a Jackson mientras el cuerpo era envuelto y cargado en frigorífico—. Las tortugas y los peces no han dado mucha cuenta de él. La corriente del río lo ha conservado en la superficie, y esa rama muerta enmarañada en su brazo le dio flotabilidad. —¿Cuánto tiempo? —Es simplemente una especulación, Jackson, pero diría... doce horas, poco más o menos. Es difícil decirlo, cuando ha estado en el agua. Pero fue visto por última vez anteanoche, así que no pudo haber sido mucho más allá del mediodía. Jackson clavó los ojos en el río, con un mal presentimiento convirtiendo sus vísceras en confeti mientras pensaba detenidamente en ello. Recordó a Lilah clavando los ojos en Thaniel y diciendo “Tú estás muerto” en ese tono lacónico y desapasionado que había sido incluso más escalofriante que si lo hubiera gritado. Y ahora Thaniel estaba muerto, de un disparo de escopeta. Lilah tenía una escopeta. ¿Quizá Thaniel habría regresado a la casa de la muchacha el día anterior, o incluso la noche anterior? ¿Había cumplido ella su amenaza, si realmente había sido una?
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Ese era el mejor de los panoramas, que Lilah se hubiera visto forzada a defenderse, o aún que hubiera disparado a Thaniel a primera vista. No le gustaba, pero podía entender que una mujer sola disparara a la primera e hiciera las preguntas después, cuando un gamberro que le había disparado el día anterior volviera para más prácticas de tiro. Dudaba que el fiscal de distrito incluso la acusara bajo esas condiciones. En el peor de los casos, sin embargo, estaba la posibilidad de que Lilah yaciera en un charco de sangre en su casa, herida o incluso muerta. El pensamiento lo galvanizó, enviando puro pánico a toda velocidad a través de su corriente sanguínea. —¡Hal, necesito ese bote!— rugió al capitán de la Brigada de Rescate, refiriéndose al bote en el que habían rescatado el cuerpo de Thaniel del río. Ya caminaba a grandes pasos hacia el bote a medida que gritaba. Hal lo miró, su cara poco agraciada exteriorizando sólo una leve sorpresa. —De acuerdo, Sheriff— dijo—. ¿Puedo ayudarle en algo? —Voy hasta la casa de Lilah Jones. Si Thaniel regresó para dispararle otra vez, podría estar herida—. O muerta. Pero no se permitió pensar en eso. No podía, y a pesar de todo podría ser cierto. —Si está herida, necesitará atención médica y transporte. Pediré otro bote y lo seguiré. Hal se quitó la radio del cinturón y lanzó las instrucciones. Los botes de la Brigada de Rescate habían sido construidos para lograr estabilidad, no velocidad, lo que era algo bueno en un río agitado, con todas las ramas quebradas y los desechos flotando corriente abajo, pero aún así Jackson maldijo la falta de velocidad. Necesitaba acercarse a Lilah. La desesperación lo destrozaba, desgarrándose en él con el conocimiento de que, si ella había recibido disparos, si todavía vivía, cada segundo de ayuda retrasada podría significar que no sobreviviera. Conocía las heridas de disparo; condenadamente pocos de ellos eran inmediatamente fatales. Un disparo en la cabeza o el corazón eran los únicos que podrían matar en el acto, y eso no era seguro. No podía pensar en ella tumbada, sangrante e indefensa, su vida desvaneciéndose lentamente. No podía. Pero al mismo tiempo no podía evitarlo, porque su experiencia le brindaba conocimiento gráfico. Las imágenes rodaron a través de su mente, una cinta interminable que lo hacía sentir más y más enfermo. —Por favor. Dios mío, por favor— se oyó rezando en voz alta, diciendo las palabras contra el viento. Llegar a la casa de Lilah le tomó una eternidad. Se había puesto en marcha mucho más allá de la rampa en Old Boggy Road. Había tenido que capear desechos, y un par de veces el bote se había estremecido sobre las ramas sumergidas. El motor se había atascado la última vez, pero había vuelto a arrancar en el primer intento. Si no hubiera sido así, probablemente se habría metido en el río y cruzado a nado el resto del camino. Por fin apareció la casa, acurrucada bajo los árboles. Con el corazón golpeando con fuerza, buscó cualquier signo de vida, pero la mañana estaba inmóvil y quieta.
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Seguramente Lilah habría salido al porche si hubiera oído el motor fuera de borda, si estuviera allí. Pero, ¿dónde si no podría estar? Ella no tenía medio de transporte. —¡Lilah!— gritó— ¡Lilah! Tenía que estar allí, pero él se encontró esperando que no fuera así, esperando que ella hubiera ido a pasear en el bosque, o hubiera pedido prestado un bote a alguien de la multitud que evidentemente encontraba la manera de ir a su casa por remedios caseros. Él esperó… Dios, esperó que casi cualquier cosa la hubiera alejado de la casa, en vez de contemplar la idea de que no había salido al porche porque estaba yaciendo en alguna parte, muerta o moribunda. Dirigió el bote hasta el muelle y lo ató al poste. —¡Lilah! Con sus botas resonando pesadamente, corrió a toda velocidad por el muelle de la misma manera que lo había dicho dos días atrás, pero el ardor de la adrenalina que había sentido entonces no era nada comparado al infierno que sentía ahora, como si pudiera salir de su misma piel. Brincó encima del porche, salteándose los peldaños. Las ventanas de ese lado de la casa estaban intactas, notó. Abrió la puerta de tela metálica y giró el picaporte de la puerta principal; estaba sin llave, y se meció hacia adentro. Entró en la casa fresca y oscura, su cabeza erguida mientras inhalaba aire por la nariz. La casa olía como antes: fragante y acogedora, con el olor débil de panecillos todavía presente, probablemente de la cena de la última noche. Las ventanas estaban abiertas y las cortinas blancas revoloteaban en la leve brisa matutina. Ningún olor a muerte colgaba como un miasma, ni pudo detectar el olor contundente y metálico de la sangre. Ella no estaba en la casa. Él la recorrió de cualquier manera, comprobando los cuatro cuartos. La casa parecía imperturbable. Volvió afuera, rodeando la casa, buscando cualquier signo de violencia. Nada. Los pollos cloqueaban contentos, picoteando los insectos. Las aves cantaban. Eleanor caminaba con un leve bamboleo bajo el porche, todavía gorda con sus gatitos. Se encorvó para acariciarla, su cabeza dando vueltas mientras comprobaba cada detalle de sus alrededores. —¿Dónde está ella, Eleanor?— murmuró. Eleanor ronroneó y frotó su cabeza contra su mano. —¡Lilah!— rugió él. Eleanor se alejó, resguardándose bajo el porche otra vez. —Ya voy. La voz era débil, y venía desde detrás de la casa. Él avanzó dando tumbos, con la mirada fija en los árboles. El bosque era casi impenetrable; no podía estar seguro, y no podía verla todavía. —¿Dónde estás?— gritó, caminando rápidamente hacia la parte trasera de la casa. —Casi estoy allí. Dos segundos más tarde, ella emergió de los árboles, llevando una canasta y la escopeta.
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—Oí el fuera de borda, pero estaba a unas doscientas yardas y…— dijo ella mientras él la alcanzaba— uumph. El resto de sus palabras se perdió bajo el asalto agudo de su boca. Él la izó contra él, incapaz de mantenerla lo suficientemente cerca. Quiso mezclarla en su misma carne, y nunca dejarla ir. Ella estaba bien. Estaba viva, ilesa, caliente y vibrante en sus brazos. El viento sopló sus rizos suaves alrededor de su cara. Él bebió su olor, fresco, suave y femenino. Ella sabía igual, su boca respondiendo a la de él. Jackson oyó la canasta caer al suelo, y la escopeta, y luego los brazos femeninos lo rodearon y ella se pegó apretadamente a él. La necesidad bramó a través de su cuerpo como un infierno, nacido de su miedo desesperado y de su alivio. El hombre rasgó sus ropas, bajando sus pantalones vaqueros y sus bragas y sacándola de ellas. —¿Jackson?— la cabeza de Lilah pendió hacia atrás, su respiración convertida en jadeos suaves. —Ven… no aguanto las ganas— masculló él salvajemente, levantándola y apretando su espalda contra un árbol. Las piernas de la mujer subieron y se afianzaron alrededor de sus caderas a medida que ella automáticamente trataba de buscar el equilibrio. Él tiró con fuerza de sus propios pantalones para abrirlos, se liberó, y entró de un empujón en ella. Ella estaba ardiente, húmeda y apretada, su carne interior envolviéndolo y apretándolo, pero no estaba lista para él; Jackson oyó su jadeo, pero no podía detenerse. Retrocedió y empujó otra vez, y llegó a un punto sin retorno en esa oportunidad. En el quinto empuje llegó al clímax, su cuerpo latiendo contra ella mientras se derramaba en lo que pareció durar para siempre, hasta que su cabeza cayó hacia atrás y su vista se nubló y oscureció, y aún así, los espasmos tardaron mucho en morir, las pequeñas ráfagas de sensación estremeciéndolo. Se hundió pesadamente contra ella, inmovilizándola contra el árbol. Sus piernas temblaban, y sus pulmones apenas podían exhalar. —Te amo— se oyó murmurar—. Oh, Dios mío, estaba tan asustado. Las manos de ella agarraron su cabeza, acariciando, tratando de apaciguarlo. —¿Jackson? ¿Qué está mal? ¿Qué sucedió? Él no pudo hablar por un minuto, todavía en estado de shock por lo que había dicho. Las palabras simplemente se habían soltado, a la buena de Dios. No había dicho esas palabras a ninguna mujer desde sus días de la escuela secundaria, cuando se enamoraba de forma regular. Pero era cierto, se percató, y eso lo sobresaltó casi tanto como decirlo. Él la amaba. Él, Jackson Brody, estaba enamorado. Había ocurrido demasiado rápido para poder acostumbrarse a ello, a pesar de cuán gradualmente se habían enredado sus vidas. La lógica le decía que posiblemente no podría amarla después de un tiempo tan corto; la emoción dijo “al infierno con la lógica”: él la amaba. —¿Jackson? Él trató de apartarse de esa orilla emocional, para actuar como un Sheriff en lugar de como un hombre. Había ido allí porque un hombre había sido asesinado, y en alguna parte de la historia había olvidado eso y se había enfocado, en lugar de
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ello, en la mujer en el centro de la situación. Pero estaba todavía dentro de ella, todavía aturdido por la fuerza de su orgasmo, y sólo podía pensar en hundirse más pesadamente contra ella, presionándola en el tronco del árbol. Las aves cantaban alrededor de él, los insectos zumbaban, el río murmuraba. La luz del sol brillante de la mañana se abrió paso entre el dosel grueso de hojas, moteando su piel. —Lo siento— logró decir—. ¿Te lastimé? Sabía que había entrado en ella demasiado toscamente, y no había estado excitada y lista. —Un poco—. Ella sonó notablemente tranquila—. Al principio. Luego lo disfruté. Él bufó. —No pudiste haber disfrutado mucho. Creo que duré aproximadamente cinco segundos. El Sheriff todavía no había salido a escena; el hombre mantenía el completo dominio. —Disfruté tu placer—. Ella besó su cuello—. Fue, de hecho, más bien... emocionante. —Estaba asustado a muerte— admitió francamente. —¿Asustado? ¿Por qué? Finalmente, tardíamente, el Sheriff levantó su cabeza. Jackson descubrió que no podía interrogarla, o incluso conversar acerca de Thaniel, mientras permanecía en su presente posición. Gentilmente se retiró de ella y la libró de su peso, soltándola cuando creyó que ella estaba lo suficientemente estable para que sus piernas resbalaran de alrededor de sus caderas y permaneciera otra vez de pie. —Mejor apresurémonos— dijo él, recogiendo sus ropas y dándoselas a ella, luego subiéndose sus propios pantalones y tratando de arreglarse—. La Brigada de Rescate puede estar aquí de un momento a otro. —¿La Brigada de Rescate?— repitió ella, sus cejas levantándose de sorpresa. Él esperó hasta que ella estuviese vestida. —Tenía miedo de que hubieras sido herida. —¿Por qué estaría herida? Ella todavía parecía completamente desconcertada. Como hombre, odió tener que cuestionarla. Como Sheriff, sabía que tenía que hacerlo o renunciar de inmediato a su trabajo. —El cuerpo de Thaniel Vargas fue encontrado esta mañana. Una calma anormal cayó sobre ella, y la muchacha lo miró sin verlo, su mirada fija hacia adentro. —Supe que moriría— finalmente dijo. —Él no murió— corrigió Jackson—. Fue asesinado. Un disparo de escopeta en la cara. Ella regresó de dondequiera que había ido, y sus ojos verdes se enfocaron agudamente en él. —Tú piensas que yo lo hice— dijo ella.
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9 —Temí que él hubiera regresado y hubieran comenzado a dispararse uno al otro de nuevo. Tuve miedo de encontrarte muerta o agonizando. Su voz era notablemente calma, considerando cuán tan agitado se sentía. Ella negó con la cabeza. —No he visto a Thaniel desde anteayer, pero no tengo ninguna forma de probarlo. —Lilah—. Él agarró sus hombros, sacudiéndola un poco para obtener su atención—. Pareces pensar que voy a arrestarte por asesinato. Cariño, aun si lo mataste, después de que lo que ocurrió, nadie entablaría una acción judicial, al menos no en estas circunstancias. Pero no creo que pudieras asesinar a nadie, incluso a Thaniel, y él era un imbécil bueno para nada. Si dices que no lo mataste, creo en ti. El hombre hablaba otra vez. El Sheriff luchaba por recobrar su objetividad; sin embargo, pensó que era una causa perdida. Nunca sería objetivo cuando se tratara de Lilah. Ella clavó los ojos en él, una expresión de admiración brillando en sus ojos. En un instante de intuición, él supo que ella no le había creído cuando murmuraba que la amaba. ¿Por qué debería? Los hombres decían te amo todo el tiempo en el calor de la pasión. Y se habían conocido hacía menos de dos días. Él fue agudamente consciente de que ella no había dicho nada acerca del amor a cambio, pero eso tendría que esperar. —Pero una cosa continúa carcomiéndome. Anteayer, lo miraste y dijiste, “Estás muerto” y juraría que él estaba tan asustado que podría haber muerto en ese mismísimo momento. Él no preguntó nada, no trató de forzar su respuesta de ninguna forma. Quería que su respuesta proviniera de sus pensamientos. Para su sorpresa, ella se puso pálida. Apartó la mirada, clavando los ojos en el río. —Yo simplemente… lo supe— dijo ella finalmente, su voz agarrotada. —¿Lo supiste? —Jackson, yo…— se volvió a medias hacia él, luego le dio la espalda otra vez. Levantó sus manos en un gesto indefenso—. No sé cómo explicarlo. —En inglés. Ese es mi único requisito. —Yo simplemente sé cosas. Llega en destellos. —¿Destellos? Otra vez el gesto indefenso. —No es una visión, no exactamente. Realmente no veo nada, simplemente… lo sé. Como una intuición, sólo que más. —¿Así que tuviste uno de esos destellos acerca de Thaniel? Ella asintió con la cabeza.
Traducción: Gillean
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—Lo miré cuando salí al porche y de repente supe que él iba a morir. No sabía que iba a ser asesinado. Simplemente... que él no iba a estar más aquí. Él se rascó la parte de atrás de su cuello. A lo lejos, podía oír el canturreo de un motor fuera de borda: la Brigada de Rescate se acercaba. —Nunca me he equivocado— dijo ella, casi con aire de disculpa. —Nadie más sabe lo que dijiste—. Su voz era tan taciturna como él se sentía—. Solamente yo. Ella inclinó la cabeza, y él vio su preocupación al morderse el labio inferior. La muchacha podía comprender su dilema. Luego levantó el rostro y enderezó sus hombros. —Tienes que cumplir con tu trabajo. No puedes mantener en privado esto, y ser un buen Sheriff al mismo tiempo—. Si él no hubiera sabido que la amaba, en ese momento lo habría hecho. Y repentinamente supo algo que no había comprendido antes. —¿Piensas que estos 'destellos' son la razón por la que Thaniel creía que eres una bruja? Ella le dirigió una pequeña y pesarosa sonrisa. —No fui muy buena en esconder estas cosas cuando era joven. Contaba todo. —Lo asustabas, ¿no? Y las demás personas que vienen a ti para el tratamiento… ¿tú simplemente los miras y tienes destellos acerca de qué está mal con ellos? —Por supuesto que no— dijo ella, alarmada. Luego se sonrojó—. Eso es algo… otra cosa. El sonrojo al mismo tiempo lo intrigó y lo alarmó. —¿Qué tipo de “otra cosa”? —Pensarás que soy un fenómeno— dijo ella con súbita desilusión. —Pero un fenómeno sexy. Dímelo—. Un poco del Sheriff se volcó en su tono, una tranquila autoridad. —Veo auras. Tú sabes, los colores que todo el mundo tiene alrededor de ellos. Sé lo que quieren decir los diferentes colores, y si alguien está enfermo puedo ver dónde y saber qué hacer, si los puedo ayudar o necesitan ver a un doctor. —Auras. Jackson necesitaba sentarse. Había oído todas esas peroratas acerca del New Age, pero eso era todo lo que era, en lo que a él concernía. Nunca había visto un nimbo de color alrededor de nadie, nunca había visto pruebas de que tal cosa existiera. —No le he contado a nadie sobre las auras— dijo ella, su voz temblando—. Ellos simplemente piensan que soy una... una curandera, como mi madre. Ella las veía también. La recuerdo contándome, cuando era pequeña, lo que los diferentes colores significaban. Así es como me aprendí mis colores—. Ella dio una mirada rápida al río, donde el bote había surgido a la vista. Las lágrimas fluyeron de sus ojos—. Tú tienes el aura más bella— murmuró—. Tan nítida, rica y sana. Supe tan pronto como te vi que…—. Ella dejó de hablar y él no la presiono para seguir. El bote de la Brigada de Rescate había alcanzado su muelle, y los dos hombres en él bajaron. Uno era Hal, que había asumido el mando si la Brigada fuera necesaria,
Traducción: Gillean
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y el otro era un hombre alto y delgado que Jackson reconoció como un médico, aunque no conocía su nombre. Lilah lo hacía, sin embargo. Ella dejó su lugar junto a Jackson y salió andando de los árboles en el claro, su mano levantada en un gesto de saludo. Ambos hombres hicieron gestos con las manos a su vez. —Me alegra ver que estás bien— gritó Hal mientras caminaba por el muelle. —A pedir de boca, gracias. Thaniel no ha estado aquí, de todas maneras. —Sí, lo sabemos—. Hal miró más allá de Lilah, hacia Jackson—. Se marchó cerca de un minuto antes de tiempo, Sheriff. Todavía no puedo creerlo. —¿Creer qué? —Jerry Watkins llegó en coche al mismo tiempo que usted se marchaba. Justamente cuando metíamos el bote en el agua. Le juro, Jerry se veía como el demonio, como si hubiera estado una semana en vela. Él miró el saco del cuerpo en la camioneta refrigerante y simplemente sufrió una crisis nerviosa, llorando como un bebé. Él fue quien asesinó a Thaniel, Sheriff. Discutió con Thaniel acerca de su bote, y ya sabe cómo era Thaniel, demasiado estúpido para reconocer cuándo echarse atrás. Le dijo a Jerry que lo había hundido, el hijo de puta. Discúlpame, Lilah. Jerry vendió una tienda para comprarse ese bote. Según nos ha dicho, perdió todo control, agarró la escopeta de su camión, y le disparó a Thaniel. Después de años trabajando para la ley, poco podría asombrar a Jackson. No estaba sorprendido ahora, porque cosas más estúpidas habían ocurrido. Y aunque la luna llena decrecía, las cosas extrañas continuarían ocurriendo por otro par de días. Se sintió como si hubiera fallado, sin embargo. Debería haber pensado en Jerry. Todo el mundo, todos los que conocían a Jerry sabían cómo amaba él ese bote. En lugar de eso, había estado tan enfocado en Lilah que no había podido ver ninguna otra cosa. —Él se acostó en el suelo y puso sus manos en la nuca para que los ayudantes lo arrestaran. Supongo que vio eso en la televisión—terminó Hal. Bien, eso era todo. El asesinato de Thaniel fue solucionado antes de tener tiempo de convertirse en un misterio real. Pero un pequeño detalle lo golpeó por lo extraño. Jackson miró al médico. —Si sabía que Lilah estaba bien, que Thaniel no había sido asesinado en una pelea aquí, ¿por qué vino? —Vino a verme— dijo Lilah. Negó con la cabeza—. No puedo ayudarte, Cory. Tienes cálculos biliares. Vas a tener que ver a un doctor. —¡Ah, caramba, Lilah, aun no te he dicho mis síntomas! —No tienes que decírmelo, puedo ver cómo estás. Te duele como si tuvieras llamas azules cada vez que comes, ¿verdad? ¿Tuviste miedo de que fueran problemas del corazón, tal vez? Cory hizo una mueca. —¿Cómo lo sabías? —Simplemente una corazonada. Ve a ver al doctor. Hay un buen médico especialista de gastroenterología en Montgomery. Te daré su nombre.
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—De acuerdo— dijo él sombrío—. Esperaba que fuese una úlcera y me pudieras dar algo para ella. —Nop. Cirugía. —Con mil diablos. —Bien, eso es todo entonces— dijo Hal—. Mejor regresemos; todavía tenemos algo de trabajo que hacer en Pine Flats. ¿Vendrá pronto, Jackson? —Dentro de un rato— dijo Jackson. De la forma en que Hal parpadeó, creyó que el hombre mayor sólo entonces había percibido el hecho de que había algo entre él y Lilah. Francamente, a Jackson no le importaba si el condado entero se enteraba. Lilah y él observaron a los dos hombres recuperar su lugar en el bote y dirigirlo río abajo. Jackson miró de reojo sus ojos en el sol brillante. —Auras, ¿eh? Qué diablos. Si creía que ella pudiera tener destellos de precognición, ¿por qué no ver auras? Si uno amaba a alguien, pensó, lo aceptaba con un montón de cosas que nunca habría considerado antes. En privado, averiguaría sobre el diagnóstico de Cory con un doctor, solamente para estar seguro, pero por alguna razón, creía que Lilah estaba en lo correcto. Las auras eran tan buena razón como cualquier otra. Ella trató de alcanzar su mano. —Te dije que tú tenías un aura bella. Probablemente te habría amado simplemente por lo que vi en ella. Pero tuve otro destello cuando te vi la primera vez. Él cerró su mano cálidamente alrededor de la de ella. —¿Qué te dijo ese destello? Ella le dirigió una mirada taciturna. —Que tú eras el amor de mi vida. Él se sintió un poco mareado. Tal vez fuera simplemente la culminación de una mañana muy llena de tensión, pero recordó ese sentimiento de mareo la primera vez que la había visto. —¿No dijiste que esos destellos nunca habían estado equivocados? —Así es—. Ella se levantó de puntillas y lo besó—. Son cien por ciento precisos. Él necesitaba regresar al trabajo. Necesitaba hacer un montón de cosas. Pero no necesitaba hacerlas tanto como necesitaba sostenerla, así que pasó sus brazos alrededor de ella y la mantuvo apretada, respirando la esencia del amor de su vida, tan feliz que pensó que podría explotar. —Vamos a hacer esto bien— dijo él en voz alta—. El lote completo2. Matrimonio. Niños. —El lote completo— asintió ella, y de la mano entraron a la casa.
FIN 2
En el original: “La enchilada (sic) completa”. Para una mejor comprensión de este modismo, preferí traducirlo como “El lote completo”. (N. de la T.)
Traducción: Gillean