LUCHAMOS Y PERDIMOS Otto Skorzeny
Autobiografía del libertador de Mussolini
L U C H A M O S Y PER D IM O S (L a p rim...
367 downloads
1935 Views
4MB Size
Report
This content was uploaded by our users and we assume good faith they have the permission to share this book. If you own the copyright to this book and it is wrongfully on our website, we offer a simple DMCA procedure to remove your content from our site. Start by pressing the button below!
Report copyright / DMCA form
LUCHAMOS Y PERDIMOS Otto Skorzeny
Autobiografía del libertador de Mussolini
L U C H A M O S Y PER D IM O S (L a p rim era p a rte d e e sta o b ra se titu la VIV E PELIG R O SA M EN TE)
L a s W affen -S S tenían 38 divisiones con u n total de 900.000 hom bres en los frentes. D e ellos cayeron en todos los frentes de la g u e rra m ás de 360.000 soldados, suboficiales y oficiales de las W affen-S S, entre ellos 32 com andantes de división. 50.000 soldados de las W affen-S S se consideran desaparecidos. A soldados de las W affen-S S se concedieron las siguientes condecoraciones de m érito m ilitar: 2 H o ja s de roble con espadas y brillantes ju n to a la C ruz de C aballero de la C ru z de H ierro , 24 H o ja s de roble con espadas ju n to a la C ruz de Caballero de la C ruz de H ierro, 70 H o ja s de roble a la C ru z de Caballero de la C ruz de H ierro , 463 C ruces de C aballero de la C ruz de H ierro. D espués de la concesión de estas condecoraciones cayeron en el cam po de batalla; 8 p o rtad o res de las H o ja s de roble con espadas de la C ruz de C aballero de la C ru z de H ierro , 24 p ortadores de las H o ja s de roble de la C ruz de C aballero de la C ruz de H ierro. 160 portadores de la C ruz de Caballero la C ruz de H ierro.
OTTO SKORZENY
LUCHAMOS Y PERDIMOS
EDITORIAL ACERVO BARCELONA
Versión española de: E.O. Revisada por: J.M.A. Título de la obra original: WIR KÄMPFTEN WIR VERLOREN © Ring Verlag, Helmut Cramer-Sieburg © Editorial Acervo - Barcelona, 2003 Diseño cubierta: José A. y Javier Llorens EDITORIAL ACERVO, S.L., General Mitre, 200. Barcelona 1ª edición: marzo 1966 2ª edición: diciembre 1972 3ª edición: julio 1979 4ª edición: 2003 Impreso en España Impreso por: Publicaciones Digitales, S.A. www.publidisa.com — (+34) 95.458.34.25.(Sevilla) I.S.B.N.: 84-7002-028-5 Depósito Legal: SE-1783-2003 Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia sin permiso previo del editor.
A T O D O S L O S CAMARADAS C A ID O S EN LA GUERRA 1939-1945 Skorzeny
C a p ít u l o
X V III
E l capitán von Fólkersam. — E l batallón de cazadores 502. — Sección Arm as Especiales. — Hombres-rana. — Unidades de acciones especiales de la marina de guerra. — Torpedo humano "N egro” . — Cabeza de puente del Ansio. — Ofen siva en pequeño. — Indicios de la invasión. — Incompren sión del oficial de la oficina. — Hanna Reitsch. — i Auto sa crificio? — V -l tripulada. — La idea se vuelve realidad. — E l mariscal de campo Milch dice que sí. — Burocracia enga ñada. — Una m ujer se atreve. — ‘‘Todo de primera” . — D e masiado tarde. — Schellenberg sucesor de Canaris. — Caza dor de noche deserta. — Gentlemen’s Agreement.
El Mando Supremo de la marina de guerra me había in vitado en la Navidad de 1943 a un hogar de reposo para tripula ciones de submarinos. En Zuers, junto a la montaña de Arl, estuvimos esquiando durante ocho días con buena nieve. Mien tras tanto en Friedenthal se había realizado el trabajo prepara torio para una colosal guerra de papel, y al regresar empecé mi tarea en las oficinas del Mando Supremo de las Waffen SS. En nuestra patria toda unidad militar precisaba disponer de su K StN y K A N . Para los lectores que no gusten de abreviatu
8
OTTO SKORZENY
ras las escribimos integramente: Comprobación de Efectividad de Guerra y Comprobación de Equipos de Guerra. Constituían gruesos cuadernos destinados al uso de cada compañia. Mi buen capitán von Folkersam — que había sido ascendido— y yo, nos habíamos propuesto crear también para nuestra unidad especial las correspondientes K StN y K A N y hacer que las au torizaran: con nuestra escasa experiencia de subordinados creía mos entonces que las entregas de personal y material se obtenían fácilmente. Después de una espera de varias semanas y frecuentes discusiones, en las que había que luchar por cada hombre, cada pistola y cada coche, alcanzamos nuestra meta. Debíamos ir a buscar las autorizaciones. Esperábamos obtener por fin la recom pensa a un trabajo tenaz. Aquel día representó para Folkersam — como para mí y to dos mis colaboradores— una gran desilusión: La K StN y la K A N fueron autorizadas y se ordenó oficialmente la formación del batallón de cazadores n.° 502. El comandante de la reserva Otto Skorzeny asumió el mando del batallón. La frase final ins crita en la orden de constitución me ha quedado bien grabada en la memoria. Nos conmovió profundamente, y no sabíamos si reír por la aparente broma de mal gusto o maldecir al mundo entero. Decía asi: “ N o obstante, la oficina del Mando Supre mo de las W affen-SS llama expresamente la atención acerca del hecho de que no debe contarse con una entrega de personal ni de material”. Teníamos, por lo tanto, sólo un papel mojado. Después de haber digerido el primer disgusto, nuestro antiguo grito de gue rra “ fácil para nosotros” nos devolvió nuestro buen humor y apreciamos adecuadamente la situación. Tomamos dos decisio nes: primera, tratar de comprender el engaño de dicha frase; segunda, elegir cuanto antes una base más amplia, es dedr, la Wehrmacht entera, como fuente de reclutamiento. Esta fue la causa de que más tarde, en mis unidades estuvieran representa das cada una de las cuatro partes de la Wehrmacht: Ejército, Marina, Fuerzas Aéreas y Waffen-SS.
LUCHAMOS Y PERDIMOS
9
De forma un tanto divertida conseguí que colaborase con migo mi futuro IA (oficial de Estado Mayor), el aquel entonces teniente Werner Hunke. El departamento "Lejano Oriente’' de la Oficina VI buscaba un buen jefe para la sección China. De ma nera complicada, y aún hoy para mí inexplicable, se habían ente rado en la misma de que en una división de Finlandia existía un hombre con las cualidades que se requerían. Después de laborio sas gestiones y mucho papeleo, el experto en asuntos chinos, Wer ner Hunke, fue trasladado a la Oficina V I, para dedicarse des de entonces al servicio de información política. Con gran asom bro de todos los participantes se descubrieron en seguida dos circunstancias: en primer lugar, que Hunke había nacido en China, pero había abandonado el país de los mandarines a la edad de año y medio; en segundo, que no tenía deseos de dedi carse al servicio de información. Le conocí y me gustó. El mismo día de conocerle fue trasladado, como jefe de compañía, al bata llón de cazadores n.° 502; y nosotros le aplicamos un apodo de auténtico sabor chino: “ Ping-Fu” . En febrero de 1944 se sumó a mis funciones una nueva ac tividad que se podría denominar como “ Armas especiales” . Des pués de que parte de Italia, bajo la dirección de Mussolini, siguió luchando a nuestro lado, se habían estrechado las relaciones en tre la Wehrmacht italiana y la alemana. Tuvimos también no ticia por la Abwehr alemana de la actividad de una de las mejo res unidades italianas, la “ X Flotilla M A S” . Entonces estaba bajo el mando del capitán de navio Príncipe Valerio Borghese, miembro de una de las más aristocráticas fa milias italianas. Esta unidad había desarrollado varios de los llamados me dios de “combate especial” para su aplicación al mar. Contaban entre otros, con las pequeñas embarcaciones explosivas, cuyo pi loto, poco antes de alcanzar su objetivo, era lanzado junto con su silla fuera de la embarcación'y con un torpedo especial donde se sentaban dos buceadores que podían dirigirse bajo el agua contra el buque enemigo. Valientes comandos italianos ya habían realiza-
10
OTTO SKORZENY
do con esta arma dos ataques muy comentados en los puertos de Alejandría y Gibraltar. También había sido formada en Ja "X-Flotilla-M AS” una unidad de hombres-rana, que, buceando, podian alcanzar un buque enemigo para adherirle una carga ex plosiva. Esta estratagema se mejoró con el invento de dos aus tríacos, el brigada Hass y el brigada N., ya conocidos antes de la guerra, estudiantes ambos por aquel entonces. Se colocaban en los pies unas aletas de goma, y obtenían fotos muy interesan tes bajo el agua. Estas aletas aumentaban la velocidad natatoria y les ahorraban energía física. El capitán alemán H., de la sec ción de Abwehr n.° II había hundido él solo más de 50.000 tone ladas en bruto de buques mercantes enemigos. Cierto día recibí la orden de visitar al vicealmirante Heye. Me recibió un hombre pequeño, muy vivo, de unos cincuenta años. Tenía el mando de las recién formadas “ unidades de acciones especíales de la marina de guerra” (KdK). Algunos miembros escogidos de mi batallón debían participar en el entrenamiento. Las ideas fundamentales que fueron expuestas por el almi rante, con el que pronto me unió una buena relación de tra bajo y al que concedí mi confianza, eran convincentes y me im presionaron. La marina alemana, exceptuando a los submarinos, las unidades de lanchas rápidas y de minadores, no tenian ningu na posibilidad de actuar frente a grandes formaciones, ni de ata car a las flotas enemigas en la guerra del mar. Sólo las misiones de transportes y avituallamientos importantes le quedaron reser vadas. Existían muchos soldados y oficiales de la marina cuya energía y espíritu bélico requerían actuaciones de cualquier índole. Partiendo de las experiencias de los italianos, el almirante Heye y sus colaboradores crearon en pocos meses nuevas y efica ces armas especiales. La idea fundamental era aprovechar, en lo posible, lo existente y perfeccionarlo. Todo debía realizarse con la máxima rapidez, pues sabíamos que era cuestión de tiempo, l a guerra tocaba a su fin. Existían en Alemania bastantes hom bres dispuestos a sacrificarse y a participarse voluntariamente en
LUCHAMOS Y PERDIMOS
11
una empresa peligrosa y con frecuencia solitaria. Todos querían luchar para la victoria alemana.- ¿N o era fascinante para cual quier hombre valiente atacar junto con algunos compañeros a los potentes barcos enemigos? Los constructores de la marina de guerra utilizaban los torpedos normales, descargaban la carga explosiva, colocaban una cúpula de vidrio y una manivela de dirección, montaban un segundo torpedo cargado debajo del pri mero, y el “ torpedo tripulado” con el nombre de camuflaje “N e gro” y con 10 millas marítimas de alcance, aproximadamente, quedaba dispuesto. Los primeros torpedos tripulados representaron un arma bastante rudimentaria e imperfecta. Pero nuestra confianza en la sorpresa del enemigo estaba justificada. Al mismo tiempo em pezaron las pruebas de perfeccionamiento, y en pocos meses se construyeron torpedos tripulados, capaces de sumergirse como un submarino de pequeño tamaño. E l primer ataque de esta nueva arma, en el que también participaron algunos hombres de mi batallón, constituyó un éxi to completo. En la madrugada de un día de verano de 1944 veinte hombres de las unidades de acciones especiales empujaron hacia el agua sus pequeñas embarcaciones en la parte norte de la cabeza de puente aliada, cerca de Anzio (Italia). Sin ser vistos, enfocaron sus objetivos hacia los barcos de guerra y de transporte anclados, y tiraron de la palanca para soltar el torpedo inferior. Pocos segundos más tarde se oyeron las explosiones, y ¡a forma ción de buques salió bruscamente de su tranquilidad. Como resul tado: un crucero con averías, una lancha torpedera hundida y más de 30.000 toneladas de buques de transportes hundidos o averiados. Esto fue obra de un escaso número de soldados deci didos. Siete hombres volvieron en seguida con sus torpedos y otros seis enfilaron hacia la cabeza de puente enemiga. En las noches siguientes regresaron a sus líneas arrastrándose entre las posiciones enemigas. Siete soldados habían hallado su tumba en el mar. Diversas misiones posteriores consiguieron otros peque ños éxitos en el mar Mediterráneo y en la costa del canal. El ene
12
OTTO SK0RZENY
migo, naturalmente, se enteró pronto de la escasa consistencia de las pequeñas cúpulas de vidrio de los torpedos tripulados, y ad virtió el peligro que representaban. Allí donde aparecían, dispa raban sobre las mismas desde todas sus baterías. Algunas veces tuvo éxito este truco: por la noche, se echaban al agua, desde un avión, si el viento y las corrientes eran propicias, algunas cúpu las de vidrio vacías que pudiesen flotar. U n nutrido fuego ene migo era concentrado de pronto sobre las inofensivas dianas. Mientras tanto se acercaban silenciosamente desde otra dirección los peligrosos torpedos tripulados. Los participantes que sobrevivieron del ataque en Anzio fue ron conducidos al cuartel general del Gran Almirante Dónitz, para recibir allí sus merecidas condecoraciones. Fue un noble gesto del Gran Almirante el invitarme personalmente a la peque ña ñesta, dada para honrar a los componentes de mi batallón. Todos los soldados de marina que intervinieron en el ataque fue ron también mis huéspedes en Friedenthal. Se organizó un acto de fraternización, tan alegre y húmedo, como suelen ser los que se celebran entre los viejos y auténticos lobos de mar. N o es mí propósito describir aquí todas las armas especiales y acciones de las unidades especiales de la marina de guerra. Sólo quiero exponer algunos hechos, ya que como técnico sentía gran admiración por todas las ideas nuevas y veía en el empleo de estas armas una posibilidad de acabar en algunos lugares con la pasividad de la lucha defensiva. Y sólo el hecho de que tales inesperadas actuaciones especiales se efectuasen con unos pocos soldados alemanes bastaba para infundir a los aliados cierta intranquilidad en todos los frentes. Una consecuencia inmediata podría haber sido la paralización de algunas fuerzas que ya no estaban total y exclusivamente disponibles para objetivos de ata que, por ejemplo, Por otro lado, si un enemigo extrae de su sistema de comba te — que desde hacía varios meses era puramente defensiva— la fuerza y la tenacidad para realizar algunos ataques, esto siem
LUCHAMOS Y PERDIMOS
1¿
pre es para el bando enemigo una señal de que la voluntad de combatir aún no se ha extinguido y que, por tanto, no cabe des preciar al contrario. Nuestras lanchas explosivas, que represen taban una notable mejora sobre la construcción italiana, actuando ta jo el nombre de camuflaje “ Linse". Se adoptaron las instalacio nes electrónicas de control a distancia ya fabricadas para los pe queños tanques explosivos “ Goliath” que hicieron posible dirigir dos lanchas explosivas sin tripulación desde una lancha tripulada. Era también técnicamente perfecta la solución de que el cuerpo explosivo, una vez llegado a su objetivo, se hundiese y sólo llegase a estallar a una profundidad determinada. Con ello se aumentaba varias veces el efecto del explosivo especial y se le causaba al barco enemigo una vía de agua casi siempre aniquila dora. También con las “ Linsen” se llevaron a cabo varias actua ciones en el mar Mediterráneo y en el frente de invasión no co nocidas por el público. Otra arma especial eran los submarinos de bolsillo (o enanos) que antes que nosotros fueron utilizados por los japoneses y en una ocasión por los ingleses en Noruega. Había varios tipos con los que también se efectuaron algunos ataques, hasta el fin de la guerra, ciertamente con graves pérdidas para nosotros. Hasta ese momento se trabajó en mejorarlos. En la primavera de 1944 todos hacíamos cálculos acerca de la inevitable invasión sobre el continente europeo. En mayo de 1944 vi las fotografías aéreas de los puertos del sureste de In glaterra y participé en los vaticinios o conjeturas cuando se com probó por vez primera en las fotos la existencia de largas hileras de delgados rectángulos colocados uno al lado del otro. Sólo des pués de algún tiempo se llegó a aceptar como válida la teoría de que se trataban de puertos artificiales transportables, destinados a la invasión. Era lógico que a ini Estado Mayor le preocupase la forma de evitar el avituallamiento enemigo en la próxima invasión. Prime ro pedi al almirante Heye que me informara acerca de las opinio nes del alto mando de la Marina de guerra, del lugar donde podía
14
o rro
SKORZENY
surgir la invasión según el criterio de la Marina. Me dieron la lista ordenada de diez sectores de la costa, en la península de Cherburgo, con detalles exactos de las posibles zonas de desem barco que figuraban como más probables. Esta predicción, cuya exactitud se demostró más tarde, seguramente se había difundi do en todos los puestos militares. El capitán von Folkersam trabajaba entonces bajo mis órde nes como Jefe de mi Estado Mayor en un programa que había de ser realizado simultáneamente en las supuestas zonas de de sembarco. Nos proponíamos transportar ya entonces algunas pe queñas unidades de KdK a los sectores costeros que estaban en peligro y preparar la lucha contra previsibles cuarteles generales y centros de transmisiones enemigos. Habíamos pensado emplear caigas explosivas que podríamos poner en actividad en cualquier momento del desembarco por medio de unos nuevos aparatos de radio desde nuestros propios aviones. Siguiendo la vía oficial militar, este plan tenía que ser pre sentado al alto mando del Oeste para su autorización. Después de varias reclamaciones obtuvimos la respuesta de la “ ocupadisima” oficina de París. Reconocían que en el fondo nuestro plan se guramente era bueno y realizable. A continuación el gran “ pero”, que culminaba en la negación, y que trato de reproducir lo más fielmente posible: “ E s probable que los necesarios trabajos pre paratorios para su plan no pueden mantenerse en completo secreto para las tropas de ocupación alemanas estacionadas en la costa. Y toda preparación de esta clase podría destruir en dichas tro pas la creencia' en la absoluta impenetrabilidad del muro del Atlántico. Por esta razón debe denegarse la autorización para dicho plan” . Debajo figuraba la correspondiente firma ilegible. Creo que semejante fundamentación no se quiere hoy considerar como auténtica o no se cree posible que lo sea; quizás en el fondo existían otros motivos detrás de todo el asunto. Pero pre cisamente por esto lo expongo aquí. Para ser comprendido me jor, quiero manifestar expresamente que nunca creí que la rea lización de nuestros planes hubiera hecho fracasar el desembar
LUCHAMOS Y PERDIMOS
15
co. ¿Pero no es acertado pensar que muchos planes similares de servicios oficiales inferiores quizás se denegaron por motivos parecidos? Sabíamos que la futura operación de desembarco im plicaría la decisión final de aquella guerra, y que allí se debía echar el resto en la balanza. ¿ Qué utilidad podía tener más tarde el desesperado valor de algunos marineros del almirante Heye, que actuaron junto a Le Havre en medio de las más duras circunstancias, y casi de masiado tarde? ¿Qué utilidad podía tener el que algunos héroes desconocidos fuesen conscientemente más allá del límite de sus armas especiales, para llegar al enemigo y por propia voluntad renunciasen al regreso, exponiéndose a una muerte casi seguía?
Habíamos realizado un gran esfuerzo para implantar tam bién en la Luftwaffe el uso de las nuevas armas especiales. De bían efectuarse los correspondientes intentos por la escuadrilla de combate 200. En especial un grupo de hombres, bajo el man do del teniente. Lange, se ocupaba activamente en esta tarea. Incluso intentaban ir más lejos, y se manifestaron dispuestos a volar, sacrificándose a sí mismos, con una bomba planeadora contra un objetivo importante. También en esta cuestión se pen saba ante todo en la posibilidad de atacar a los buques. Este grupo de hombres estaba considerado por muchos como unos locos o por lo menos como fanáticos. ¿ Podría pensarse que una persona normal fuese voluntariamente a la muerte? ¿No se iba acaso demasiado lejos en este sacrificio por la patria? ¿Era acaso compatible con la mentalidad del alemán, al fin y al cabo un europeo? Cuando oí por primera vez hablar de estos planes pensé de esta forma. También me enteré entonces — de bió de ser en la primavera de 1944— que Adolfo Hitler no estaba plenamente de acuerdo con tales planes. Sejjún me dijeron, su opinión era que el sacrificio de sí mis mo por tal procedimiento no correspondía al carácter de la raza blanca ni por tanto a la mentalidad alemana. Los “ vuelos de la
16
OTTO SKORZENY
muerte” de los japoneses no podían ser imitados por nosotros. Pero pronto se demostró que no era así. Me habían aconse jado que hablara de dicho tema con la famosa aviadora alema na Hanna Reitsch. Acepté con gusto tal indicación, ya que tenia interés en conocer a la mujer que actuaba, desde ha cía varios años, con la valentía de un hombre, en las prue bas de los nuevos modelos de aviones. De manera especial me maravilló el hecho de que como mujer hubiese participado pre maturamente en vuelos de aviones de cazas a reacción más rápi dos y modernos y que a pesar de una grave caída que tuvo efecto dos años antes estuviera otra vez en plena actividad. Aquella tarde me vi frente a una mujer menuda y delicada en una habi tación pequeña, pero cómodamente amueblada, de la casa desti nada para los aviadores. Su rostro mostraba claras huellas del grave accidente, y sus grandes ojos vivos y azules me observaban con actitud crítica. Exponía abierta y sinceramente sus pensa mientos. N o sólo aceptaba las teorías de Lange sin reservas, sino que ella misma estaba dispuesta actuar de acuerdo con esas teorías. — N o somos unos locos, que quieren poner en juego su vida sin ningún motivo — dijo con energía— ; somos alemanes que aman ardientemente a su Patria, que conceden muy poco valor a su propia persona, ante el bien y la felicidad de la colectividad. Por eso estamos dispuestos a morir si lo exige la Patria. Entonces comprendí este idealismo. Ciertamente, también el soldado en el frente ponía cada día y cada hora en juego su vida; pero raras veces creyendo que no habia alguna posibilidad de so brevivir. Aquellos hombres tampoco estaban cansados de vivir. Entonces comprendí a Hanna Reitsch; la mujer que luchaba por Alemania con ferviente ardor, y también al teniente Lange y a muchos de sus camaradas, que se habían dispuesto a utilizar se mejante táctica sin pensar en condecoraciones o en ganar fama. Pese a todo, creía que era preciso cambiar el empleo de estas am as. Al principio nos vimos obligados por la premura de tiem po a emplear el camino indicado por Lange. Al mismo tiempo.
LUCHAMOS Y PERDIMOS
17
teníamos que buscar una resolución que proporcionara al piloto una mínima posibilidad de salvar la vida. Después se demostró que la voluntad de actuación de la mayoría de los voluntarios au mentaba cuando se les daba un uno por ciento de posibilidades de sobrevivir. Esto no sólo era válido para esta clase de armas; también enfrente había cientos y miles de tales “ comandos ce lestes” . Sin embargo, el progreso de las pruebas en el escuadrón de combate 200, que estaba entonces a las órdenes del teniente co ronel Heigl, no resultaba tan positivo como lo deseaban los par ticipantes. Yo observaba todas las fases con suma atención, pues se relacionaban con mi propia idea. Quería aumentar la posibili dad de éxito de las unidades de acciones especiales de la marina de guerra por medio de una actuación simultánea de armas espe ciales en el aire. La simultaneidad de los ataques debía destrozar la defensa del enemigo y con ello disminuir nuestras bajas. Otra idea fundamental de la marina, la de transformar armas exis tentes para una acción especial, en principio no parecía poder aplicarse en la Luftwaffe. Entonces una visita casual a Peenemünde me dio una idea. Junto con un teniente coronel de la Luftwaffe había volado en una avioneta Bücker-Jungmann a Usedom, la isla del mar Bál tico. Quería ver los campos de pruebas de la V*1 y de otras armas secretas. N o crei que por aquel entonces se me ense ñase todo lo que estaba en desarrollo; pero lo visto me bastaba. Aquí realmente estaban en fase de pruebas nuevos tipos de armas de represalia. Cuando estudié mejor la V -l y vi un lanzamiento desde la pista de despegue, se me ocurrió pensar si se podían tripular estos cohetes de forma parecida a los torpedos. Hice que me diesen rápidamente algunas cifras acerca del peso total, com bustible, explosivo y de los aparatos de navegación. Yo no era ingeniero de aviación y por lo tanto estaba en sus manos respecto a la técnica, y por ello trataba de adquirir conocimientos lo más rápidamente posible. Durante todo el vuelo de regreso, que pude realizar para mi 2
18
OTTO SKORZENY
satisfacción personal en el timón doble, seguí pensando sobre el asunto. Aterrizamos en el aeropuerto de la fábrica Heinkel, en Berlín. Radl, que me esperaba, me oyó desde lejos: — Esta noche nos divertiremos; dormir no tiene importancia — dijo bromeando. Efectivamente; conseguimos invitar a los caballeros elegidos para aquella noche a una reunión de trabajo junto al Wannsee, en una hospedería de la Oñcina V I. Eran nuestros invitados: el "onstructor de la V -l, señor L., y un segundo ingeniero de la casa Fieseler, el ingeniero diplomado F., el comandante del es cuadrón de combate 200, el ingeniero del estado mayor K. del nriinisterio de aviación del Reich (R.L.M.) y algunos otros técni cos de aviación. Conseguí interesar a aquellos hombres en mi idea y pronto apareció una imagen curiosa. Se había estirado so bre el suelo papel de dibujo y unos hombres de uniforme estaban allí, echados, dibujando y llenando papeles con los más diversos cálculos. Nadie miraba el reloj y olvidamos el tiempo. Hacia las cinco de la madrugada habíamos terminado. Los técnicos me ase guraron que la idea de la V -l tripulada era realizable y que se podia efectuar con un gasto mínimo de tiempo y de trabajo. Mientras estábamos reunidos alrededor de una botella de vino y bebíamos por el éxito de nuestro trabajo, las caras se tornaron repentinamente serias; me enteré de que debíamos contar con las máximas dificultades burocráticas por parte del ministerio de Aviación. Eliminar éstas debía ser el cometido primordial y más difícil. Según creia entonces, el primer escollo decisivo lo salvé con un feliz salto empleando un pequeño truco, que hoy se me ha perdonado en atención a mi buena voluntad. Se trataba de con seguir la autorización del mariscal Milch, al que aún no conocía personalmente. A causa de un “asunto urgentísimo” solicité en la oñcina de su ayudante una entrevista rápida que se fijó para el siguiente día. Lleno de esperanza entré en la hermosa sala de trabajo y fui recibido con amabilidad por el mariscal. Ahora va en serio — pensaba— . La introducción debe ser de
LUCHAMOS Y PERDIMOS
19
cisiva. Con mis papeles y los planos de nuestro trabajo nocturno en la mano — los rollos debían tener un aspecto imponente— , em pecé a decir: — Señor mariscal, vengo a presentarle un proyecto conocido ai Führer y cuyo desarrollo se sigue con la máxima atención. Con breves intervalos de tiempo he de entregar continuamente informes. Esto era una fanfarronada y tenía que ejercer un gran domi nio sobre mí mismo para no traicionarme. En poco tiempo obtu ve autorización para que en breves días pudiera reunirse una co misión de técnicos competentes que trabajara en esta idea. Según suponíamos, pasado poco tiempo, oficiales superiores del RLM to marían la decisión definitiva. Tenía un gran auxiliar: el general de ingenieros Hermann. Después de una larga explicación, le había convencido de la via bilidad de mi plan. Con él fui a la reunión de !a comisión. Para sorpresa mía presidía la reunión un almirante con una blanca barbita de chivo, que hacía bajar y subir alternativamente du rante sus largas explicaciones. Por desgracia, se remontó casi a la época del arca de Noé y aún después de transcurridas dos horas no había pasado de su interesante exposición de las bata llas navales de la primera guerra mundial. Sólo entonces conse guimos, después de conjuntar esfuerzos, centrar el tema. Se pre sentaron algunas ideas en favor del proyecto, pero hubo un mayor número en contra. Las explicaciones del ingeniero del Estado Mayor K., que pudo presentar planos y cálculos completos, apoya das por el general de ingenieros Hermann, fueron decisivas. Por último expuse el plan que yo había inventado y del cual el “ mis mo dia” debía informar al Führer. Al día siguiente debían adop tarse decisiones en una reunión más amplia bajo la presidencia del mariscal Milch. La sala de actos en el RLM era imponente. Primero debía hablarse, como es natural, un poco en “ pro" y mucho en “con tra” . AI principio, el asunto del personal pareció volverse en con tra de mi proyecto, pues necesitaba ingenieros, encargados, et
20
OTTO SKORZENY
cétera. Pero en este terrenó yo me había informado bien con anterioridad. Aunque la situación era muy favorable a mi obje tivo, en realidad estaba aterrado por un hecho que no había co nocido hasta entonces: en el verano de 1944, en el punto álgido de la guerra, que se reflejaba, entre otras cosas, por los cada vez más intensivos ataques aéreos de los aliados, una gran parte de la industria aérea de Alemania no tenía bastante trabajo, a causa de la diversidad de programas. Lancé aquella información como de pasada, ya que no quería dirigir reproches directos, y sólo expli qué que los tres ingenieros y quince encargados calificados que y o necesitaba podían sacarse sin perjuicio de la casa Henschei. También estaba libre una pequeña sala de montaje en el recinto de esta casa, de la que podíamos disponer. Con ello se había des truido un último argumento y el proyecto fue autorizado por unanimidad en la asamblea. En la consiguiente conversación de carácter predominante mente técnico se me preguntó cuánto tiempo se necesitaría, según mis cálculos, para realizar la primera prueba de una V -l tri pulada. Con base a los datos que me habían dado los técnicos tuve en seguida la respuesta a mano: — Dentro de cuatro semanas aproximadamente espero reali zar los primeros vuelos de prueba. Casi todos los presentes tuvieron para mí una sonrisa compa siva. Uno de los generales de la Luftwaffe resumió la opinión de la mayoría: — Mi querido Skorzeny, respetamos su optimismo; pero no sotros, como técnicos y por nuestras experiencias, sólo pode mos decirle que en todo caso pasarán tres o cuatro meses hasta que eso sea posible. Este comentario incisivo y despectivo no me quitó valor en absoluto. Todo lo contrario, había herido mi amor propio de técnico. Ahora actuaría con la mayor rapidez. Habíamos acor dado con los ingenieros con los cuales organizamos esta pequeña empresa, hacerla marchar con rapidez. Como se trataba de una verdadera comunidad, se podian alcanzar rendimientos máximos.
LUCHAMOS Y PERDIMOS
21
Para eficacia en el secreto y también para avanzar más rápida mente, todos los colaboradores se habían obligado a guardar una espede de clausura. Junto a la gran sala de trabajo y las dos oficinas de construc ción, otra sala más pequeña iiba a servir de dormitorio con junto para ingenieros y trabajadores. Después de dos días, “ nues tra” pequeña empresa ya estaba rindiendo a toda marcha. Alguien más se alegraba de mi primer y rápido éxito contra la burocracia: Hanna Reitsch. Cuando después de la conversación decisiva en el RLM hablé con el general de ingenieros Hermann, me encontré con ella. Llena de alegría por el resultado del que ya tenía noticias, casi se me echó al cuello y me felicitó con su peculiar entusiasmo. Sólo entonces supe que antes que yo, otra persona había con cebido la idea de tripular una V -l. Esta era Hanna Reitsch, que lo había intentado sin éxito, tres meses antes. Su admiración fue sincera al saber que yo había tenido el mismo plan que ella. — Estoy contigo en cuerpo y alma y te ayudaré en todo —me dijo. En previsión había pedido ya la autorización para ejercitar con los pilotos de pruebas. Lo increíble se hizo realidad; en jorna das de quince horas los hombres lo habían conseguido. No en cuatro semanas; en diez días ya estaban las tres primeras má quinas dispuestas para despegar en un campo de pruebas cerca de Rechlin, donde entonces efectuaban sus últimos vuelos de prueba los nuevos aviones a reacción. En un soleado día de verano, encontré a Hanna Reitsch dispuesta para volar conmigo en la primera prueba en su Bücker-Jungmann particular. El es pacio aéreo de Alemania, mientras tanto, se había convertido, durante el dia, en el coto de caza de los aparatos enemigos; por lo cual debíamos volar lo más bajo posible y “ saltar vallas”, como se dice en el argot de los aviadores. Hanna Reitsch aparecía en el avión como transformada. Muy concentrada en el despegue, denotaba la seguridad y tranquilidad con que su mano de mujer manejaba aquel aparato ligero. No
22
OTTO SKORZENY
daba crédito a mis oídos cuando empezó a cantar a pleno pul món. Conocía seguramente las canciones populares de su patria Silesia. Aunque el avión tenía doble timón, a mi lado faltaba la palanca de mando. Con un gesto rápido coloqué en el hueco la manivela de arranque, y después de haber situado los pedales a la distancia máxima, tomé a mi cargo el vuelo. Me sentía orgu lloso de poder transportar a una de las mejores aviadoras del mundo, y Hanna parecía encontrarse muy a gusto, pues siguió cantando, sin preocuparse, e incluso no protestó cuando fumé un cigarrillo. En silencio pensaba la desagradable sorpresa que tendría la Marina enemiga cuando de repente una V -l — que no volaba tan inocentemente como en el Canal de la Mancha hacia Inglaterra— , fuese lanzada sobre un barco de avituallamiento. ¿Pensarían al principio que se trataba de una casualidad? Cuando alcanzamos Rechlin, todo estaba dispuesto para el despegue. La V -l atada bajo la He-111. Una vez más, se comprobó el motor a reacción y luego se dio la orden de "despegue’'. Nosotros, simples espectadores, seguimos con el ánimo tenso lo que acaeció luego. Cuando algo sucede por primera vez, siempre se observa que la tensión se extiende a personas no participantes. En este caso ocurrió asi. Todo el personal del aeropuerto, que tantas veces había sido tes tigo de pruebas, miraba expectante hacia arriba. Del aparato nodriza se desprendía la V -l, que parecía un avión de juguete. Se notaba la rapidísima velocidad del pequeño pájaro. Una ve locidad de seiscientos kilómetros por hora contra trescientos aproximadamente de la He-111. A mil metros de altura, más o menos, el piloto de la V -l trazó unas amplias curvas. Según observamos todo parecia estar en orden. El piloto disminuía vi siblemente la velocidad del reactor y bajó para aterrizar. Una vez sobrevoló a unos cincuenta metros de altura el aeropuerto en la dirección contraria al viento. — (D ios mío! —pensamos—, aún lleva demasiada velocidad; que no le pase nada. Ya llegaba por segunda vez. Y ésta parecia ir en serio; dis
LUCHAMOS Y PERDIMOS
23
taba tres metros del sudo. Pero al parecer lo pensó mejor. No se colocó sobre el ancho patín; se levantó un poco. — ¿Tiene el piloto miedo de la pista? — nos preguntábamos, mientras crecía nuestra intranquilidad. Los sucesos se precipitaron. La V -l en su tercer ascenso rozó una colina muy baja y la copa de un árbol. Desapareció detrás de la colina, pero dos densas nubes de polvo indicaron que había ocu rrido un accidente. Rápidamente salté sobre un vehículo de cadenas, dispuesto para la marcha, junto con dos sanitarios y marchamos a campo traviesa, a toda velocidad, hacia el sitio del accidente. Vimos de lejos los restos del avión; aquí un ala, allá la otra. ¡ Gracias a Dios no se incendió nada! A unos diez metros al lado de la quilla, encontramos al piloto. Se movía; si hubiera accionado la cabina de plexiglás, al dar la vuelta de campana habría sido despedido fuera del aparato. Estaba inconsciente y fue llevado al hospital en seguida. Podíamos hacer suposiciones sobre el su ceso por las huellas. El piloto, al parecer, había intentado un aterrizaje forzoso sobre el campo. ¿Por qué? Los técnicos exami naron con sumo cuidado todos los restos que se encontraron. No se advirtió ningún error. Decidimos practicar al dia siguiente una nueva prueba. También el segundo piloto de pruebas estaba dispuesto. Y volvió a suceder lo mismo. La V -l salió. Esta vez el piloto voló durante más tiempo del que se había volado el día anterior, y al descender para el aterrizaje, no llegó a tocar el suelo de la pista. Otro choque ocurrió no lejos del lugar del día anterior. El piloto estaba gravemente herido e incons ciente. Quedamos muy apesadumbrados. Hanna apenas podía contener las lágrimas. ¿Tenían razón los expertos del RLM? ¿Habíamos trabajado con demasiada precipitación? El ministerio me comunicó que, según las órdenes recibidas, cualquier prueba quedaba prohibida terminantemente. Una nue va comisión volvió a estudiar el caso para tomar luego una de cisión. Y o tenia “ horror” a tales comisiones. Sabia que trans currirían semanas. Además, me reprochaba por lo ocurrido con
24
OTTO SKORZENY
los accidentados. Las investigaciones hablaban de vibraciones en la palanca del mando, pero no lograban encontrar la verdadera causa de los accidentes. Una semana más tarde, llegó Hanna Reitsch con el ingeniero que dirigía la construcción y el ingeniero del estado mayor del RLM. En realidad yo esperaba malas noticias. Con gran asombro para mí, me explicó Hanna que los tres estaban seguros de ha ber encontrado la causa de los dos accidentes. De las fichas de los dos pilotos de pruebas se podía deducir que éstos nunca ha bían tripulado un aparato verdaderamente rápido. Para domi nar la gran velocidad de tan pequeño aparato, se requería mu cha experiencia. Los tres estaban convencidos de que no había ningún error decisivo en la construcción. Como demostración de ello, los tres se ofrecieron para hacer ellos mismos vuelos de prueba con los aparatos que entretanto ya se habían fabricado. Sólo había un gran obstáculo: el RLM mantenía su prohibición. Contra esto no se podía hacer nada. N o querían darse por enterados, si yo estaba de acuerdo. ¿Qué hacer entonces? — Hanna — dije—, si a ti te pasa algo, el Führer personal mente me corta la cabeza. Pero pronto me vencieron. Me asediaron por todos lados; y apelaron al adagio: “ Todo soldado debe tomar sobre sí, en caso de necesidad, la responsabilidad de actuar incluso contra una orden” . Di mi consentimiento. El comandante del aeropuerto debía ser so r rendido y asediado. Y debíamos explicarle que nos ha bían dado autorización para las nuevas pruebas, verbalmente. Nuncv. había latido mi corazón con tanta fuerza como al día siguiente, en el momento en que la cabina de plexiglás se cerró so bre Hanna Reitsch y empezaron a roncar los motores. El des pegue y el desprendimiento de la V -l salieron a pedir de boca. ¡ Caramba, cómo volaba la chica! Su pericia se podía adivinar en las briosas curvas que describía. Bajó a terrible velocidad.
LUCHAMOS Y PERDIMOS
25
Yo sudaba. Le deseaba suerte con todas mis fuerzas. De pronto vimos una nube de polvo sobre la pista de aterrizaje. Pudimos sacar del asiento a una Hanna feliz. ■—¡ De primera! — dijo. Después volaron los dos hombres, y todo salió como se había previsto. Los tres lograron veinte vuelos, y ningún accidente. La idea y la construcción del dispositivo estaban justificadas. El mariscal Milch palideció cuando le informé que Hanna Reitsch había volado. — Si algo hubiese salido mal... le habría costado la cabeza — fue el comentario del mariscal. Pero conseguimos el permiso para seguir con la construcción y preparación. El taller vomitaba aparatos. De cinco a ocho mo delos de pruebas más. Del tipo de aviones-escuela de dos asientos se fabricaron veinte aparatos. Al fin salieron los aparatos defini tivos de combate. Ya contaba con bastantes voluntarios. Treinta hombre de mi unidad especial habían realizado un curso de pi loto, y de la Luftwaffe habían llegado sesenta pilotos voluntarios a Friedenthal. Podíamos empezar. En el puesto correspondiente del RLM había pedido cinco metros cúbicos de gasolina de avia ción por alumno, para las prácticas. Pero no conseguimos sal var este último obstáculo. Pasaron muchas semanas; una vez recibíamos diez, otra vez quince metros cúbicos. Mas la im portante cantidad prometida no llegó. Yo iba de oficina en oficina; pero aparte de promesas y buenas palabras, no conseguí nada. En otoño abandoné el caso definitivamente; ya que mientras tanto se había producido un empeoramiento en la situación de la guerra. Y me consolé de mala gana en aquellas circunstancias. Todos nuestros planes tácticos habían resultado fallidos. Una V -l tripulada seguramente no se habria podido identificar con facilidad entre un enjambre de cohetes no tripulados. Los demás trabajos de experimentación orientados a procurar que el piloto tuviese una oportunidad para salvar su propia vida se abandona ron poco a poco. Los voluntarios se quedaron conmigo. No pude lograr que intervinieran en una acción aérea; de forma que.
26
OTTO SKORZENY
poco a poco, fueron encuadrados en mis batallones, donde cum plieron con su deber.
E n febrero de 1944 el general de brigada Schellenberg había realizado un golpe minuciosamente preparado y secretamente eje cutado. El almirante Canaris había dimitido y, por ello, tuvo lu gar cierto cambio de estructuras en el servicio secreto alemán (contraespionaje). Tal como lo veía entonces y a ju2gar por mis conocimientos, fueron dos motivos los que de manera especial influyeron en la actuación de Schellenberg. El primero era de índole puramente objetiva: en la guerra era absurdo que traba jasen paralelamente en incluso en oposición el servicio de infor mación militar (servicio de espionaje, sección sabotaje y contra espionaje) y el servicio de información política (Oficina VI). Estos dos servidos de información debían ser dirigidos conjunta mente o, al menos, desde un plano común en que pudiera conseguirse una labor positiva. El segundo motivo era el orgullo personal. La Oficina del Servicio Secreto Militar se denominó luego oficina “ M il” y fue supeditada directamente al jefe de la R.S.H.A. (oficina principal de seguridad del Reich), Dr. Kaltenbrunner. Schellenberg tenía que trabajar en íntima conexión con el jefe de la oficina “ M il” . La ideas con que Schellenberg inició aquel trabajo conjunto y los errores que cometió en el mismo se ponen de manifiesto en la siguiente frase: — A los jefes de sección de la ofidna “ Mil” los tengo en el bolsillo. Y o me atrevía dudar por aqud entonces de la veracidad de esta observación. A causa de aquella nueva ordenadón también entré yo en más estrecho contacto con algunos componentes del Servicio secreto y trabé conodmiento c o r dicha amplia organiza ción y sus métodos de trabajo. En d coronel dd estado mayor general Barón Freytag von Loringhoven conocí a un caballero de la vieja escuela. Puedo decir que me entendí perfectamente con él, claro está
LUCHAMOS Y PERDIMOS
27
observando fielmente algunas lógicas reglas de juego. Era un convenio tácito entre nosotros no rozar el terreno de la política. Cada tema se observaba desde el punto de vista común de “ Ale mania”, y esto daba una buena base de entendimiento. Menos comprendí la actitud del coronel de Estado Mayor General Hansen, jefe de la oñcina “ M il”. N o le veía con tanta frecuencia como al coronel Freytag Loringhoven y por ello no tuve relacio nes personales con él. Me parecia que precisamente Hansen, ai que se le ocultaban dudas interiores, sufría bajo la nueva orga nización. Tampoco los altos mandos militares estaban muy con tentos con esta solución; pues para los militares Keitel y Jodl llevaba dé manera demasiado clara el sello de Himmler y de su consejero íntimo Schellenberg, que estaba demasiado interesado personalmente. A las conversaciones con el coronel del Estado Mayor General Freytag von Loringhoven debo el haber comprendido que Ale mania estaba en una posición muy desfavorable en un sector de sus actividades, en el que precisamente se realizaba un trabajo intenso y constante; sabotaje y desmoralización del enemigo. Mi desconfianza para actuar a base de agentes pagados crecía cons tantemente. Y cada vez eran más escasos los idealistas de origen extranjero, que luchaban con nosotros por convicción, que acep taban voluntariamente las peligrosas actividades de agente. El co ronel compartía mi opinión de que, para conseguir mejores re sultados, debíamos hacer un uso mayor y mejor de las acciones con soldados alemanes. Y o mismo me decidí a dedicar todos mis efectivos de trabajo a las acciones de comandos militares. Todo lo demás me parecía secundario.
A fines de abril de 1944 mis colaboradores y yo vivimos va rias semanas tranquilas. Nos quedaban dos días de fiesta y que ría pasarlos junto a mis viejos amigos en el Wannsee. La vís pera, estando reunidos, me llamaron por teléfono; el F H Q esta ba al aparato. La noche antes había sucedido un hecho endiabla-
28
OTTO SKORZENY
do del que no se había tenido conocimiento hasta aquel instante. Un caza nocturno, Messerschmítt, que llevaba consigo el más mo derno aparato de radar nocturno, al parecer, se había despistado y había aterrizado en un aeropuerto suizo. Todo el mundo sa bía que Suiza estaba llena de espías y agentes de todo el mundo. Por lo tanto, había que impedir, por todos los medios, que este nuevo aparato de caza nocturna alemán llegase a conocimiento del enemigo. Era una pequeña ventaja que había logrado la Luftwaffe hacía poco y que no se podía perder. La orden que me dieron constaba de dos partes: en primer lugar, había que averiguar si realmente se trataba de un aterrizaje forzoso o sí los dos ocupantes del avión habían desertado. En segundo, debian hacerse gestiones para que el aparato volase en el más bre ve tiempo posible a manos de los alemanes o fuera destruido. También el jefe supremo de las S S se puso en acción y telefoneó poco más tarde, pues quería tener informes continuos acerca, del avance de este caso. En la tranquila casa de Wannsee rena ció la vida; dos de mis oficiales, Besekow y Hunke fueron llama dos. Una llamada telefónica al escuadrón de combate 200 me permitió obtener mientras tanto varios datos acerca del avión: volumen de carburante, consumo del mismo, y radio de acción. También pude conocer rápidamente la situación del aeropuerto de donde partía el caza nocturno. Una ojeada al mapa y algunos breves cálculos demostraron que en ningún caso se podía tratar de un “ error” : los dos aviadores habían desertado, y por tanto el peligro era mayor. En varias llamadas telefónicas me aclara ron el nombre y los datos personales de ambos. Schellenberg, informado de los sucesos, se presentó en el Wannsee. El jefe del servicio de información política para los países occidentales, teniente coronel Steimle, Schellenberg y yo, conversamos juntos sobre el problema. Por último llegamos a las siguientes conclusiones: queríamos acudir, mediante con ducto oficial, al cuartel general del Führer. Debía intentarse la solución del caso por- medio de conver
LUCHAMOS Y PERDIMOS
29
saciones. Pero sabíamos que Suiza no rompería su neutralidad para devolver a Alemania el caza nocturno. A cambio de ello debía hacerse otra oferta. Suiza quería conseguir de Alemania •cazas Messerschmítt y en aquel entonces no se le podían dar. Por medio de un oficial de las Waffen-SS, la Oficina VI te nía comunicación con el alto mando del ejército suizo. Si mal no recuerdo, había que proponer a uno de estos generales la entrega de diez cazas Messerschmitt contra pago normal, exi giendo a cambio que el ejército suizo detuviese el avión desertor. Considerando la posibilidad de que no se pudiera convencer al ejército suizo, había que preparar, al mismo tiempo, otro plan. Mis dos oficiales, acompañados por uno o dos especialistas en explosivos, irían a Suiza para intentar acercarse al avión y des truirlo en el mismo aeropuerto. El servicio de información tenía que actuar, pues sin la in dicación exacta del lugar en que se encontraba el aparato yo no estaba dispuesto a intentar tal acción. E l FH Q daba la máxima importancia al caso. Al día siguien te, dos oficiales debían volar en un avión de enlace a Berchtesgaden para informar y entregar las dos propuestas por escrito. Schellenberg y yo habíamos dictado juntos estas propuestas a mi secretaria, que tuvo que sacrificar su descanso dominical. Como tantas otras veces, también en este caso la propuesta comercial prometía éxito y fue aprobada al fin por el FH Q . El general suizo, a quien se entregó personalmente la carta, estaba confor me con la solución y en presencia del portador se hizo volar el avión junto al pequeño hangar donde estaba alojado. El secreto del nuevo aparato de caza nocturna se había lo grado guardar durante algún tiempo por lo menos. Después de la guerra encontré casualmente en España a un ingeniero suizo de Oerlikon. Durante la guerra había servido como piloto en la aviación suiza, y me contó que su escuadrilla de caza, durante lo s tres días críticos, estuvo en constante estado de alerta, ya que se creía que Alemania iba a intentar el bombardeo del hangar
30
OTTO SK0&2ENY
donde estaba encerrado el avión. Mí amigo suizo, a pesar de ha ber transcurrido doce años, continuaba enfadado por haber tenido que pasar tres días dispuesto a despegar en cualquier momento en su aparato de caza, sentado todo el tiempo en el avión.
C a p ít u l o
X IX
6 de junio de 1944. — Desembarco. — ¿Hubo la decisión? — E l camino del deber. — De visita con el “Duce". — E l án gel de la guarda diplomático. — ¿Dictador o filósofo? — Mus solini sobre Federico II. — Despedida para toda la vida. — D e inspección. — Acciones de comando de Joj aliados. — Medios limitados. — Pruebas de vuelo sin motor. — Otra ve z demasiado tarde. — ¿Acciones contra gobiernos enemigos? — Pipelines. — Canal de Sues. — Partisanos en Yugosla via. — E l cuartel general de Tito. — Cuando dos hacen lo mismo. — Avisado a tiempo. — E l nido está vacio.
Mientras tanto el martes, 6 de junio de 1944, había empezado el desembarco de los aliados. Durante semanas, la situación per maneció indecisa. Sólo el paso por Avranches trajo la decisión a favor de los aliados. No tengo intención de hacer criticas o escri bir relatos de guerra, ni Historia de la guerra. Aún hoy, juzgo tal actitud muy peligrosa, incluso para profesionales, ya que to das las informaciones conservan aún un tinte muy subjetivo y, por lo tanto, no pueden tener veracidad objetiva. Considero que entonces e! desembarco constituyó un brillante éxito militar y téc nico para el enemigo, que finalizó con una clara victoria. Para
22
OTTO SKORZENY
todo experto aparecía clarp que la guerra, desde un punto de vista exclusivamente militar, estaba perdida para nosotros y yo tampoco me callé esta opinión y la expresé tranquilamente a von Folkersam o a Radl. ¿Qué consecuencias podía sacar de todo aquello? Esta pre gunta me la hice en aquellos momentos y aun después de la gue rra. N o creo demasiado importante decir lo que pienso hoy, sino expresar abiertamente lo que pensaba entonces. Mis pensa mientos acerca de este punto eran precisos y firmes, y no han variado hasta hoy. Acerca del fin de la guerra, ni yo ni la gran mayoría de los soldados ni siquiera de los generales podían opi nar. Para ello nos faltaba tanto la visión de conjunto como la posibilidad de ejercer cualquier influencia sobre ello. Esta deci sión debíamos dejarla a los mandos militares y políticos. Su orden era la de seguir luchando, y teníamos que obedecerla. Y o conocía, con fundamento de causa, que en el'cuartel ge neral del Führer se esperaban cualquier clase de cambios en la política exterior, así como también !a creación inminente de nuevas armas. E s natural que nosotros, los oficiales, no compartiésemos con la tropa nuestro conocimiento de la situación, que era deses perada. Luchábamos por el suelo de nuestra patria contra un enemigo implacable, que exigía la rendición incondicional, a lo que sólo po díamos oponer la firme voluntad de defendernos mientras alen tásemos. Ningún soldado de una nación que ame a su patria y tenga sentido del honor, podría obrar de otro modo. Se ensalzan como heroicas las desesperadas luchas de Tito; de los partisanos rusos, la lucha de los maquis franceses y noruegos. ¿E s que la acción de los soldados alemanes era menos heroica? Volví a recordar la operación Duce ocurrida en el ve rano de 1943. De todos los países habían llegado, para mis hom bres y para mí, regalos y cartas. Uno de los envíos más graciosos eran varias cajas de cigarrillos búlgaros. Cada cajetilla estaba pro vista de una vitola: “ En fiel camaradería de armas; un regi
LUCHAMOS Y PERDIMOS
33
miento búlgaro”. De España llegaron varias cajas que contenían un jerez estupendo. Por misteriosos vericuetos me llegó también una interesante noticia desde este país. Una persona de la embaja da americana en España tenía mucho interés en hablar conmigo. ¿Podría ir pronto a España? Con mucho gusto habría aceptado la invitación. Pero mis superiores, a quienes debía comunicar la noticia, eran de otra opinión. Probablemente no tenían confian za en mis condiciones diplomáticas para una conversación seme jante. Oficialmente recibí la explicación de que se temía por la seguridad de mi vida durante este viaje. Pero el caso es que fue a España el más calificado médico de las SS, Dr. Gebhart. Nunca me enteré del éxito o fracaso de la conversación. Diversos relojes de pulsera de oro recibí en 1944, por medio de la embajada italiana, para cada uno de los que participaron en la acción. A mí el Duce me regaló un reloj de oro de bolsillo que llevaba engastada en rubíes la inicial "M ” . A l mismo tiempo, me invitaron por enésima vez a visitar unos días el lago de Garda, la nueva sede del gobierno de Mussolini. Como en otras ocasiones, antes tuve que notificar al ministerio de asuntos exte riores que sólo podría efectuar este viaje si a la vez se me faci litaba la devolución del diario del “ Duce” que en Innsbruck le habían robado al general Gueli. Al parecer, los del Ministerio de Asuntos Exteriores aún no estaban de acuerdo sobre los argu mentos diplomáticos y cortesías que había que emplear para ex plicar el retraso de la devolución y por no haber terminado el estudio del diario. ¿ Acaso contenía observaciones poco lisonjeras sobre la política exterior alemana? A mediados de junio lo conseguimos por fin. Y o me llevé a mi ayudante Radl, que después de la acción había sido nombra do capitán de las W aífen-SS. Se había ganado sobradamente aquellos pocos días de viaje al maravilloso sur del Tirol. A l mis mo tiempo, queríamos visitar a los equipos que se estaban entre nando para sus acciones con lanchas rápidas o como nadadores de combate en la isla Colque, en Venecia, Sesto Calente, lago Maggiore y en Valdagno, al norte de Verona. En Innsbruck co-
34
OTTO SKORZENY
gimos un coche y la misma noche nos presentamos ante el emba jador alemán en Italia, Doctor Rahn, en Fasano. Debíamos sufrir unas cuantas invitaciones oficiales, en laá que se me prepararía de una forma cuidadosa y diplomática para mi visita al “ Duce” . “ Nombrar “ esto” no era apropiado, y “ aquello” Mussolini segurmaente no lo aceptaría con agrado.” Por el contrario era desea ble tratar de este tema. Per sólo prestaba a estas enseñanzas es casa atención, ya que yo estaba seguro de mí mismo y sabía cómo actuar. Además era mucho más agradable hablar con la joven y hermosa esposa del embajador acerca de la navegación o de la natación. Recibí como instructor a un empleado del Ministerio de Asuntos Exteriores que, al parecer, debía vigilar mi comporta miento durante la visita y evitar que hablase de temas no apro piados. Por la noche, visité al agregado militar alemán. Y fue muy grande mi alegría al verme ante el coronel del Estado Mayor Jandl, un antiguo conocido vienés. La relación personal se consi guió al instante, y pronto olvidamos que teníamos que tratar de asuntos oficiales. De boca del embajador Rahn y del coronel Jandl, recibí una notable versión del cuadro que presentaba Ita lia. Mussolini se esforzaba realmente en apoyar nuestros esfuer zos bélicos. Esto sólo lo conseguía en las entregas de material, en las que utilizaba realmente todas las posibilidades italianas. N o podía conseguir una ayuda de armas directas. El pueblo es taba cansado de la guerra y ya no podía galvanizarse mediante la propaganda. La décima flotilla MAS, algunas otras unidades y unas pocas divisiones eran la honrosa excepción de la regla. La primera audiencia con Mussolini tuvo lugar la tarde si guiente en la sede del gobierno del jefe del Estado Fascista Re publicano de Gargagno. Me conmovió el saber que las medidas de seguridad habían sido adoptadas por un batallón de las Waf fen-SS y no por tropas italianas. Todo el barrio en que radicaba el gobierno estaba protegido cuidadosamente por medio de ba rreras y severos controles. ¿Qué efecto debía producir la vigi lancia alemana sobre los círculos italianos calificados? ¿Acaso
LUCHAMOS Y PERDIMOS
35
el “ Duce” ya no podía conñar en su ejército? ¿N o se debía lle gar a la conclusión de que Mussolini ya sólo gobernaba por la gracia de Hitler? Esta impresión me produjo un efecto extrema damente doloroso. E l Palazzo era una de las típicas construcciones nobles ita lianas, que tienen un aspecto casi medieval. En las cercanías de la casa no habia vigilancia de ninguna clase, y en el vestíbulo Radl y yo sólo fuimos recibidos por el ayudante y el secretario de Estado en traje de paisano. Estos dos señores nos conduje ron al piso superior por una amplia escalinata. Entramos sin más preámbulos en el despacho de Mussolini. Era una habitación de mediano tamaño con dos ventanas, frente al lago, que propor cionaba a la habitación una semioscuridal; en el lugar opues to a las ventanas, en un rincón, estaba el escritorio donde, a pesar de ser media tarde, ardía una lámpara. El “ Duce” me saludó cordialmente y nos invitó a sentarnos junto al escritorio. Cuando manifestó su sentimiento por el retraso de mi visita, me vi obligado a presentar mis excusas. El “ Duce” se mostró com prensivo y cambió pronto de tema. Era natural que hablásemos de la guerra, y d ijo: — Ya ve usted, hago lo que puedo para que el Eje gane la guerra. En sus palabras no percibía nada del optimismo que hacía pocos meses había admirado tanto. Las frases salían de los labios de Mussolini con toda tranquilidad y sin entusiasmo. Debía su frir mucho por sus dudas interiores. ¿Ya se había resignado? Casi me pareció así. Después dijo: — Querido Skorzeny, ¿ se acuerda usted de nuestra conver sación durante el vuelo de Viena a Munich, acerca de mi omisión histórica ? Ahora la casa real por medio de su cobarde huida me ha quitado incluso la posibilidad de una revolución interior. Des graciadamente la República Italiana se fundó sin lucha. Al preguntarme si deseaba algo de él, le pedí fotos con una dedicatoria para todo el equipo participante y para mí. También había recibido de Hitler, en septiembre de 1943, una foto en
36
OTTO SKORZENY
un marco oficial de plata con su firma que rezaba: “A mi Co mandante Otto Skorzeny en agradecimiento y como recuerdo al 12 de septiembre de 1943. Adolfo Hitler” . En la despedida nos invitó a comer al día siguiente. — ¿Por qué quiere marcharse tan pronto, Skorzeny? ¿No podría quedarse aquí por lo menos ocho días? — dijo. Por desgracia tuve que renunciar a esta amable invitación. N o estaba prevista ni permitida por el Ministerio de Asuntos Exteriores; esta sola razón es probable que no me lo hubiera impedido, pero en aquel tiempo yo pensaba realmente que unos días de vacaciones, y un apartamiento del servicio serian un cri men imperdonable contra Alemania y casi una negligencia en el deber. Al día siguiente hacía una temperatura muy bochornosa. Por la mañana tenía concertada una entrevista con el principe Borghese, el comandante de la X Flotilla M AS. Intuí en él al oficial ejemplar. Por aquel entonces representaba un punto de vista europeo, que yo no había oído nunca formular con tal claridad. •—En esta guerra combate la verdadera Europa contra Asia. Si Alemania cae, caerá la pieza principal de Europa. Por esto estoy dispuesto a permanecer junto con mis hombres y ustedes hasta el fin, aunque sea ante las puertas de Berlín. Los aliados occidentales que ahora ayudan a destruir Alemania un dia se arrepentirán de ello — dijo el príncipe. Era una clara visión del futuro de Europa. Entonces me permití un lujo que en otros ayudantes muy competentes conduce a crisis nerviosas. Con Radl no era tan peli groso, ya que también en este aspecto era bastante estable: pero jamás le vi tan nervioso como entonces. En cinco minutos, debía venir a buscarnos un coche para llevarnos a comer en la casa par ticular de Mussolini. Pero yo decidí combatir un poco el bochor no del día y tomarme un rápido baño en el lago de Garda. En medio de la general protesta, incluida la de nuestro mentor del Ministerio de Asuntos Exteriores, me desnudé y ya en el muelle me lancé rápidamente al agua. Con ayuda de todos los presentes
LUCHAMOS Y PERDIMOS
37
exactamente cinco minutos más tarde volvía a estar vestido. De todas formas, había conseguido estar más fresco y de buen humor. Bajando un camino se llegaba a la villa Faltrinelli, que esta ba situada junto a la orilla del lago. £1 anñtrión nos recibió en el vestíbulo. Llevaba un sencillo uniforme, como el día anterior, sin los atributos de la milicia fascista. Nos presentó a sus dos nueras. A los dos chicos más jóvenes ya los conocí en Munich. En la mesa, me senté entre Mussolini y la viuda de su hijo Bruno y me sorprendió la sencillez de la comida del Duce, que le sirvieron por separado: sólo un poco de verduras, huevos y fruta. Nuestros platos eran más abundantes y complicados, y sólo el calor nos impidió disfrutarlos plenamente. Estuve algo cohi bido cuando Mussolini brindó conmigo llamándome su “ Salva dor” . N o sé si este brindis figuraba en el programa del Ministerio de Asuntos Exteriores. Por lo demás, mi mentor dominaba a la perfección el mezclarse en todas las conversaciones y darles la inocente dirección deseada. Tomamos café en la galería, que conducía al jardín. Allí, en contraposición al FH Q , también estaba permitido fumar. El “ Duce” me había invitado a sentarme con él en un rincón. RadI se dedicó con todo su ardor a las jóvenes señoras, tan sólo leve mente cohibido por el hecho de que ninguna de ellas, italianas del Sur, hablaba una sola palabra de alemán. El "Duce” inició una conversación sobre la historia alemana y trató diversas cuestiones paralelas entre el futuro y el pasado. Tenía que estar atento para poder seguir todos los datos y situa ciones que iba nombrando. Mussolini poseía abundantes cono cimientos de la historia y ñlosofía alemanas, que estaban muy por encima de la cultura media de un alemán. Después pasó a hablar de diversas formas de gobierno. Preconizó como ideal una curio sa unión entre el estado corporativo y las teorías puramente de mocráticas. El senado, organizado corporativamente, debía ser nombrado según una determinada fórmula gubernamental. La asamblea popular debía ser elegida por los dos tercios, y un ter cio debía estar compuesta por delegados vitalicios. Dijo que
38
OTTO SKORZENY
éstos eran pensamientos que podían madurarse en horas tranqui las y que sólo se podía pensar en su planificación y realización después del feliz término de la guerra. — Una guerra así, exige también la figura ideal de un tipo de caudillo que debe estar igualmente formado en el terreno mi litar y en el político. El diletantismo siempre es malo. Aquí ha habido de las dos clases: diletantismo militar de guías políticos y diletantismo político de guias militares — dijo. Mussolini creía que Federico el Grande podía haber vivido en la época moderna; y hubiera sido un guía político y militar, capaz de pensar y realizar sus planes por diversos medios, pero con ideas que sólo surgían de su cabeza, con fuerte decisión concentrada y tensa energía, así como fundado conocimiento de causa. Tenía la impresión de que el “ Duce” disponía entonces de muchas horas tranquilas para pensar. El gobierno ya no le preo cupaba demasiado. Cuando después del viaje pensé sobre ello pude presumirlo de la mejor manera con estas ideas: Mussolini ya no era en el verano de 1944 un “ jefe de gobierno” sino un “ filósofo del arte de gobernar” . Por aquel entonces, me di cuenta de que acaso había estre chado la mano de Mussolini por última vez. Por la tarde trabé conocimiento con algunos ministros, de los que aún recuerdo a Graziani y Pavolini. Probablemente por que en Fasano no había ningún edificio que contuviese a todo un gabinete, las habitaciones de trabajo estaban situadas en ba rracas. Pero la magnificencia meridional del jardín también me habría consolado a mí del primitivismo de aquellas construccio nes. A l contrario de su jefe de gobierno, según pude juzgar por sus breves conversaciones, los ministros parecían preparar inten sivamente los planes de gobierno prácticos, y también tomarlos muy en serio. En Sesto Calente, que visité en el viaje de regreso, se en trenaban voluntarios italianos de la X Flotilla M AS y una com pañía de KdK (“ Unidades de acciones especiales de la marina de
LUCHAMOS Y PERDIMOS
39
guerra”). Mostraron su sorpresa sobre todo, por el hecho de que yo viajase solo con dos oficiales y en un coche abierto. La carretera de Milán al lago Maggiore se consideraba entonces como el campo de acción predilecto de los partisanos que, pre cisamente entonces, actuaban allí. Por lo general sólo se recorrían dichas carreras en caravana. Pero yo creía que aquellas carava nas, a causa del magnífico sistema de alarma de los partisanos, se localizaban con mayor facilidad que un coche solitario; y que ofrecían también, a causa de una supuesta valiosa carga, mayor aliciente para ser atacadas. Durante la inspección de los botes rápidos y explosivos, y más tarde durante los entrenamientos, me fue útil el tener mucha práctica en la navegación de un bote. A los hombres parecía gus tarles que su comodoro supiese manejar las lanchas más rápidas. También en Valdagno participé en los entrenamientos de los hombres-rana. Nunca hubiese supuesto que en una población tan pequeña existiene una piscina cubierta tan grande. Los volunta rios italianos, todos ellos deportistas de magnífico aspecto, esta ban a las órdenes de un capitán, que era un emigrante ruso-blanco. Con el mayor placer, siguieron estos hombres mis primeros intentos con las botellas de aire, pues de siempre tenía yo como cierto carácter anfibio, y asi pude salir con elegancia del trance. Contábamos con poco tiempo para el viaje, de forma que el mismo día continuamos nuestro camino hacia Venecia. Allí los hombres-rana se entrenaban en su propio elemento: el agua de mar. Pasaban hasta diez horas al día sobre, en y debajo del agua. En el programa de preparación figuraban paseos sub marinos de hasta doce kilómetros. El comandante de marina del puerto fue tan generoso que puso a nuestra disposición, para nues tros entrenamientos, un viejo carguero. Con una carga explosi va de tres kilos y medio de nuestro mejor explosivo submarino especial, colocado junto a la eslinga, produjimos una vía de tales dimensiones que más tarde podíamos entrar fácilmente con una barca de remos en el barco, que se quedó encallado en aquel puerto, de escasa profundidad.
40
OTTO SKORZENY
Cuando por la noche hice una visita de cortesía al comandan te del puerto, hubo dos sorpresas: el médico de Estado Mayor, que me llevó a tierra en una vieja lancha rápida italiana, no ad virtió la presencia de una de las hermosas y negras góndolas que media aproximadamente ocho metros. El choque resultó desfa vorable para la góndola, y el gondolero exigió, para empezar, una cantidad que hubiese bastado para mantenerle a él junto con sus hijos y nietos durante toda su vida. Con una mirada de repro che al médico, y cambiando el proverbio de “ zapatero a tus zapatos", le dije: “quien reparte aspirinas no debe conducir barcos” . I-a segunda sorpresa fue mucho más agradable. El comandante del puerto era mi viejo conocido de St. Maddalena, el capitán de navio Hunnáus. En el transcurso de la vela da, alegre y húmeda, volvió a olvidar completamente su gota. Esto no era ningún milagro ante la cantidad de ciertas medicinas líquidas que probamos en común. Con lo agradables que eran aquellos cortos viajes de servi cio, yo era lo bastante tonto como para no realizarlos sino muy raras veces; había demasiado trabajo en Friedenthal. El cincuen ta por ciento de nuestro trabajo lo empleábamos en dominar la guerra sobre papel y en conseguir personal y material. Pero siem pre sobraban las energías necesarias para pensar y trabajar en amplios planes. Yo había ordenado a mis oficiales de Estado Ma yor que consiguiesen, con la mayor exactitud posible, cualquier información interesante acerca de las acciones especiales de los aliados. De esta forma, al poco tiempo, teníamos comprobantes de las acciones de las “ Comand Troops” de Lord Mountbatten. Con los estudios tácticos que hicimos a base de ello, pudimos aprender mucho. Envidiábamos a los jefes ingleses de aque llas tropas, por las posibilidades casi ilimitadas que tenían a su disposición. En sus planes podían incluirse el empleo de cruceros y destructores, además de escuadrillas aéreas de to dos los tipos. Por el contrario, ¡cuán limitados eran nuestros medios! N o podíamos contar, en absoluto con unidades de mari na mayores, y la escuadrilla de combate 200 tenía que luchar por
LUCHAMOS Y PERDIMOS
41
na mayores, y el escuadrón de combate 200 tenía que luchar por cada avión. A disposición de este escuadrón sólo había tres aviones de largo alcance del tipo Ju-290. Sin envidia alguna, teníamos que reconocer que las acciones de comando de los aliados siempre alcanzaban nuestros puntos neurálgicos. Ya fuese una fábrica de aceite en una isla noruega, ya fuese la acción que tenía como objetivo la inutilización de un nuevo aparato de sondeo alemán en la costa del canal fran cesa cerca de Dieppe, ya fuese el cuartel general de Rommel en Africa, que sólo por casualidad —probablemente por una infor mación errónea— había fallado, y se había dirigido contra el cuartel general del general de Intendencia. Los aliados debían tener también puntos flacos. Nos había mos propuesto como tarea encontrarlos, y atacarlos. Estábamos tan llenos de optimismo que perfilábamos y preparábamos duran te semanas y semanas uno de aquellos planes, para luego fraca sar en un aspecto elemental de la cuestión: la falta de transportes. Como el mejor avión alemán de largo alcance, el Ju-290, no estaba a nuestra disposición en número suficiente —y el He-117 según opinión de los técnicos, estaba construido defectuosamen te— , debíamos adoptar otra solución. Suponíamos que exis tían bastantes bombarderos americanos cuatrimotores que habían realizado aterrizajes forzosos en los territorios ocupados por nosotros o en la misma Alemania, los cuales podían volver a utilizarse. El Estado Mayor de la Jefatura de la Luftwaffe se interesó por el asunto. Después de una conversación con el ge neral Koller conseguí autorización para formar un grupo de me cánicos-reparadores que debían hacerse cargo de la recogida y reparación de tales aviones. Este trabajo avanzaba lenta mente. A finales de otoño de 1944 se nos notificó, por fin, que seis aviones cuatrimotores U .S. del tipo DC-4 estaban listos para volar en un aeropuerto de Baviera. Poco después, nos alcan zó una mala noticia: habían sido destruidos todos los aparatos en un ataque aéreo aliado. Por tanto, debíamos volver a empezar.
42
OTTO SKORZENY
Otra cuestión era la de un lugar de aterrizaje seguro en el objetivo. El aterrizaje con estos aviones pesados no se podía efectuar sin aeródromo. Por lo tanto debíamos pensar en un aterrizaje con planeadores de carga. Pero nuestro tipo de D FS230 había sido construido para una velocidad máxima de 250 ki lómetros por hora y nosotros teníamos que planear a una velo cidad de 350-400 kilómetros hora. En esta situación difícil el hombre apropiado para ayudarnos era el profesor Georgi, un viejo especialista en planeadores y amigo de Hanna Reitsch, quien proyectó un planeador con capacidad suficiente para unos doce soldados equipados, que podría resistir las velocidades de arrastre exigidas. Surgía otra grave dificultad. ¿ Cómo podía faci litarse la posibilidad de un regreso para los hombres que se atrevían a llevar a cabo una acción semejante? Según aquella situación habían dos posibilidades, después que ellos hubieran llevado a cabo su m isión; o bien entregarse pri sioneros voluntariamente, o intentar volver hacia el frente re corriendo, en muchas ‘ocasiones, distancias de centenares de kilómetros. Las posibilidades para esto último eran muy li mitadas para un observador objetivo. Yo creía que los solda dos, si podían actuar con una posibilidad real de regreso, efec tuarían su cometido con mayor seguridad y arrojo. La idea de recoger sencillamente todo el planeador venia por sí sola. Efectuadas las informaciones, tuvimos conocimiento de que en el aeropuerto de Irding, cerca de Passau, se trabajaba en estos proyectos. Los ingenieros habían proyectado una instala ción para volver a recoger el planeador sin aterrizaje del avión de arrastre. Diversos intentos, en los que participé yo mismo, parecía prometedoras. Al final llegamos al convencimiento de que sólo existía una solución apropiada. El cable de arrastre se tensaba en forma romboide en el suelo y, por delante, se colo caba sobre dos estacas a unos tres metros sobre el suelo; el ca ble se cogía con un gancho especialmente construido para el avión de tiro, que llegaba en vuelo rasante, y que arrastraba :il planeador lentamente hacia el aire. Con planeadores ligeros todo
LUCHAMOS Y PERDIMOS
43
salía a pedir de boca. Para aplicar el mismo principio a las má quinas pesadas que nosotros necesitábamos, se precisaban mu chos y muchos intentos y sobre todo gasolina y tiempo. De estas dos últimas cosas siempre estábamos mal y al final peor. Me he preguntado muchas veces en vano por qué aquellas clases de proyectos sólo los poníamos en práctica en los mo mentos de máxima urgencia, cuando ya era demasiado tarde. Hasta hoy no he encontrado ninguna respuesta para esta cuestión. Los aliados seguían los mismos sistemas y nos demostraron en el gran desembarco aéreo en Holanda, del 17 de septiembre de 1944, con cuánta eficacia se podía operar de tal forma. Per otro lado, me he preguntado también varias veces des pués de la guerra el por qué no se intentó nunca, en invierno de 1944, cuando todos los mandos importantes alemanes, in cluidos el cuartel general del Führer y todos los ministerios se hallaban en Berlín, un desembarco aéreo de algunas divisiones aliadas en los alrededores de la ciudad. Estas tropas, con buena preparación, hubiesen podido poner fuera de combate, de un solo golpe, todo el aparato del mando alemán mediante un único ataque de sorpresa. Debo reconocer que siempre tuve un poco de miedo ante aquella posibilidad. Si, por aquel entonces, nunca se hizo un intento enemigo de tal índole, probablemente fue debido a consideraciones estratégicas, o quizá políticas. Pero hubiera sido una obra maestra indicada para las tropas comando inglesas y el "office of strategic service” americano bajo el mayor general William T. Donovan. Yo, por lo menos, hubiera creído capaz de una acción tal al “ Wild Bill” y sus tropas. Como cronista honrado quiero describir brevemente algunos de nuestros grandes planes de acción. Para nosotros, constituían una preparación espiritual; y para las tropas dispuestas a actuar, un examen de carácter. La idea de una acción en el Orien te Próximo era especialmente atractiva para nosotros, pues esta ba dominado por Inglaterra y Francia. Sobre todo en la gran “ pipeline” que partía desde el Irak en dos conductos, al principio paralelos, hasta llegar al mar Mediterráneo. Sabíamos que los
44
OTTO SKORZENY
árabes simpatizantes del Eje hacían constantes intentos para vo lar los tubos de abastecimiento de las dos refinerías situadas en la costa en Haifa y Trípoli. En la guerra, el petróleo crudo era el material más codiciado. Reclutar y enviar los comandos de voladura árabes era muy caro, y también inseguro. Y, además, el éxito incierto, poco du radero y, ni siquiera, comprobable. Los puntos más débiles de dicha tubería eran las instalaciones de bombas. Si se destruían éstas había que contar con un retraso de dos o tres meses en la puesta en funcionamiento. Los ingenieros alemanes proyectaron una pequeña mina flotante del mismo peso específico que el pe tróleo. Debía introducirse por un pequeño agujero oval en la tubería. El agujero oval podía abrirse mediante una carga adhe siva exactamente calculada y tapado en seguida con un tapón oval ya preparado. Pero según mi opinión, las pequeñas minas po drían destruir, todo lo más, las válvulas de entrada en la estación de bombas y por lo tanto debían desecharse. Otros técnicos pro pusieron fundir las tuberías en hondonadas mediante bombas de calor y, con ello, dejarlas inservibles. Pero tampoco esta propo sición consiguió un efecto duradero. Los intentos no pasaron de su fase inicial. Tan sólo quedaba realizar una acción comando contra las es taciones de bombas y máquinas Diesel y bombas instaladas allí. Fotos aéreas mostraban que en cada estación de bombas se había construido un pequeño aeropuerto para guardar los aviones de vigilancia que regularmente volaban en servicio de patrulla. Había siempre un fortín de desierto a su lado, que debía servir como refugio a las tropas de vigilancia ante los eventuales ata ques de árabes rebeldes. Unos cientos de metros más allá, estaba la estación de bombas. Sólo quiero trazar el breve esquema de nuestro plan de ataque: Seis aviones cuatrimotores aterrizaban en el aeropuerto. Las cañones de a bordo y ametralladoras to maban a su cargo la cubierta para los hombres que salían pri mero; éstos, a su vez, hacían posible que el comando de vola dura propiamente tal alcanzase rapidísimamente la sala de má
LUCHAMOS Y PERDIMOS
45
quinas y efectuaran su cometido. Cada fase singular de! plan se había fijado y pensado cuidadosamente, incluso se proyectó un aparato que ya, a su llegada, debía destrozar la antena del for tín y con ello impedir por cierto tiempo la comunicación por radio. Calculamos con un golpe de sorpresa; pues esto es el alfa y omega de todas las acciones comando. Sólo quedaba una incógnita. ¿Era el aeropuerto lo bastante amplio para permitir un despegue de las pesadas máquinas? Las fotos aéreas del año 1941 mostraban sólo un aeropuerto pequeño pero en la oficina de contraespionaje había noticias bastante fidedignas de que estos aeropuestos se habían ampliado. Este riesgo lo aceptamos a nuestro cargo. Pero ya he manifestado que nunca tuvimos a nuestra disposición el número necesario de aviones de largo alcance. Otro punto flaco de los aliados era el canal de Suez, sobre todo en sus partes más estrechas. Cerrar este canal habría signi ficado, para los envíos de material al lejano Oriente, un rodeo alrededor del cabo de Buena Esperanza y, con ello, un retraso de dos meses. Los hombres-rana estaban dispuestos; pero a cau sa de la absoluta superioridad aérea del enemigo en el Medite rráneo, cuando finalizaba 1944, no se pudo verificar esta acción. Existía otro plan contra le región petrolífera de Baku. Na turalmente era imposible atacar la zona de perforaciones o las refinerías con pequeños comandos de voladura. Un estudio más exacto de las circunstancias que allí encon tramos nos convenció de que, a pesar de todo, había puntos débiles que, por razones comprensibles, no debo nombrar aquí. La destrucción de éstos habría causado un daño mortal a la producción de petróleo. Por motivos parecidos a los aducidos arriba tampoco se realizó este plan. En algunos puertos, las esclusas, etc., de la costa occidental inglesa ofrecían también valiosos puncos de ataque, los cuales conocíamos exactamente. Pero estos y muchos otros planes fra casaron por las dificultades de un transporte seguro de las ar
46
OTTO SKORZENY
mas y los soldados. Por ejemplo, no había planeadores de carga con los que se hubiesen podido transportar torpedos tripulados.
Los partisanos en Yugoslavia proporcionaban grandes que braderos de cabeza ai alto mando alemán desde 1943. En este país, que por su terreno estaba predestinado como ningún otro a una lucha de resistencia a gran escala, las tropas alemanas estaban maniatadas. Siempre empeñadas en luchas que les cau saban numerosas bajas. Si se hubiera descubierto el cuartel ge neral de Tito y aniquilado, se hubiese podido contar con un gran alivio para las tropas alemanas. Esta acción me fue enco mendado en la primavera de 1944. N o menospreciábamos ni los efectivos de lucha de las tro pas de Tito, que estaban alrededor del cuartel general, ni tampococo las medidas de camuflaje tomadas en aquel lugar. Por lo tanto, debíamos constituir en primer lugar una propia red de información apta para tener una completa seguridad respecto a estos dos puntos. Como fuentes de información sólo estaban a nuestra disposición las noticias de los servicios de información de nuestro ejército, en Yugoslavia. Situamos la central de información en Agram. Desde allí, se cubrió todo el territorio en cuestión con una red de agentes. Y pronto llegaron los primeros informes. Para estar más se guro, había ordenado que en las regiones en que se observaban huellas del cuartel general se organizasen varios sectores de in formación completamente independientes entre sí. Sólo cuando tres de estas líneas hubiesen cursado informes coincidentes acerca de la situación del cuartel general, podíamos iniciar la acción militar. Para tener conversaciones con las diversas oficinas del ejér cito y de la policía en Belgrado y en Agram, fui a Belgrado en compañía de uno de mis oficiales, el teniente coronel B., en la primavera de 1944 — alrededor del mes de abril— en un avión de la línea regular. A i cabo de dos días finalizó mi misión allí y
LUCHAMOS Y PERDIMOS
47
seguí viaje hacia Agram, en un coche prestado. Y o había pre visto la carretera Belgrado-Bjeljina-Brcko-Novska-Agram como ruta de viaje. Casi todas las autoridades alemanas me habían aconsejado que renunciase a este viaje en coche, ya que diversas regiones aparecían infectadas de partisanos. Pero yo no tenía otra solución; no pude conseguir ningún aeroplano y al día siguiente era esperado en Agram. Me llevé en el coche a dos brigadas armados que me habían ofrecido para protegerme. Partimos al amanecer. Junto a una unidad alemana en Krivica en la Fruska Gora, hice una breve pausa. El comandante me contó algunos detalles acerca de la situación que, al principio, me parecieron exagerados, pero que más tarde pude comprobar. — Cada semana tenemos que luchar contra los partisanos, pero nunca acabamos con ellos, ya que en su mayoría vuelven a sus granjas y a sus pueblos, esconden las armas y, por espa cio de algunos días, vuelven a ser pacíficos labradores. Peor aún es la situación respecto a! cuidado de los heridos en ambos ban dos. Somos atendidos conjuntamente por el mismo médico yugos lavo. Mi unidad, hasta ahora, no ha conseguido un médico militar. De este modo, estemos obligados en casos urgentes a llamar al médico de la población. Pepo éste también tiene que cuidar a los partisanos como nos confiesa abiertamente, pues, en caso de negarse, se lo llevarían con ellos. Estamos muy contentos de él. Continué el viaje a través del fértil país. En todas partes, veíamos trabajar a los labradores con sus camisas blancas. E involuntariamente pensaba: “ ¿Dónde habrán escondido sus armas?” N o tuvimos ningún contratiempo. En una población mayor que las otras, detrás de Bjeljina, paramos para comprar huevos a una labradora, en el mercado. Pronto estuvimos de acuerdo. Al marcharnos observamos unas curiosas figuras en andrajosos trajes de paisano que llevaban fusiles en bandolera. Cogimos con más fuerza nuestras pistolas automáticas, que pusimos fuera del alcance de la vista, en el interior del coche. Los tipos, al acercarnos, nos sonrieron con amabilidad e incluso nos salu-
48
OTTO SKORZENY
daron. En la guarnición alemana de Brcko nos enteramos de que esta región estaba ocupada por los partisanos y que por ello no era transitable para los vehículos alemanes. En Agram, al prin cipio, no creyeron que hubiésemos pasado por el mencionado trecho. Según nos aseguraron, desde hacía meses, nuestro vehícu lo fue el primero que pasó sin daños. Cuando nos describieron la innumerable cantidad de ataques y observamos en mapas la situación de los partisanos, nos asombramos; pero ya los tenía mos detrás de nosotros. Deberes urgentes volvían a reclamarme en Berlín. En el verano de 1944, la suerte estaba echada. La red de es pionaje había trabajado bien. Las informaciones continuas se comprobaban desde hacía algún tiempo con resultado positivo. El cuartel general ambulante se encontraba en aquel momento, con seguridad, cerca de Dvar, en la Bosnia occidental. Era cuestión de preparar rápidamente la acción y poner a punto la tropa y los medios auxiliares, para después envió poder tomar personalmente el mando. Envié a mi IA (oficial de Estado Mayor) capitán von Folkersam, al comandante de cuerpo en el sec tor de Banja Luka, para que se pusieran en contacto y ultimar los detalles. Von Folkersam me informó, a su regreso, de que en este Estado Mayor había sido recibido muy fría y reservadamente. Pero esto no nos importaba. Nosotros teníamos un deber que cumplir. Cualquier clase de antipatías debían dejarnos indife rentes. A fines de mayo de 1944, recibimos una noticia curiosa de uno de nuestros colaboradores secretos, a través de la central de Agram: “ El cuerpo X prepara una acción contra el cuartel ge neral de Tito; la fecha fijada para la operación “ Rósselsprung” (Salto de caballo) es el 2 de junio de 1944” . Entonces nos ex plicamos el frío recibimiento del Estado Mayor. Habían sospe chado en nosotros la “competencia” y nos habían ocultado su intención. Eso no era jugar limpio; pues para servir a la causa con mucho gusto me habría unido a ellos y me habría supeditado al cuerpo. En seguida mandé un cable para que no se realízase
LUCHAMOS Y PERDIMOS
49
la acción. Estaba claro que no sólo mi gente, sino también los informadores de Tito habrían tenido noticias de ella. En los siguientes días recibí más de una noticia complemen taria. Y cada vez que esto ocurría, mandaba un nuevo aviso para que se renunciase a la acción en la fecha prevista. Fue en vano; el día señalado comenzó la acción. U n batallón de paracai distas de las Waffen-SS, subordinado al cuerpo de la Wehrmacht, saltó a un valle del territorio de los partisanos. Llegaron refuer zos con planeadores de carga. Después de sangrientas luchas con abundantes bajas, el pueblo y todo el valle estaban en nuestras manos. Había sucedido lo que se podía haber previsto: el nido estaba vacío. Del cuartel general de Tito sólo se hicieron prisio neros a dos oñciales de enlace ingleses, que éste quizás había abandonado de mala gana. De Tito sólo se encontró un uniforme de mariscal recién cortado: probablemente habia abandonado el pueblo días antes y formado ya el nuevo cuartel. Por cuestión de “ celos” había fracasado un gran plan. Por medio de una difí cil y arriesgada maniobra de la división “ Brandenburg” tuvieron que ser rescatadas las tropas de paracaidistas SS. Durante la guerra, pero sobre todo después de ella, corrió entre las ñlas del CIC americano el rumor de que yo había mandado la acción. Probablemente puede atribuirse al hecho de que el nombrado ba tallón de paracaidistas SS poco tiempo más tarde, a partir de septiembre de 1944, estuvo bajo mi mando. Sólo puedo decir que lamenté el fallo de la acción porque con ello disminuían las po sibilidades de una segunda acción de esta clase. Aunque seguimos el camino del cuartel general hasta la costa adriátíca y después hasta una isla, no encontré nunca más una ocasión propicia para el ataque, a pesar de que durante mucho tiempo tuvimos la inten ción de practicar un golpe por sorpresa contra la isla.
C a p ít u l o X X
20 de julio de 1944. — Llamada. — Revuelta; no atentado. — ¡Alarma! — Tanques en la plaza Fehrbelliner. — Mantener sangre fría. — N o hay guerra civil. — jQ uién se rebela con tra quién? — Alarma de los paracaidistas. — Schellenberg detiene a Canaris. — E l general Fromm se marcha á casa. •— Medianoche en la Bendlerstrasse. — Revuelta fracasada. — Consigna: “ seguir trabajando". — E l aparato vuelve a marchar. — D os empleados de la Gestapo contra una revuel ta. — ¿Derrotismo ya en 1942? — ¿Enemigos en el mando?— ¿E l juicio de la historia? — Consecuencias inmediatas. — De beres adicionales. — Puente de Nimega. — Posiciones en el alto Rhin. — Operación “ Francotirador".— Scherhorn, en contrado. — Tragedia en el Este. — Detrás del frente del Este. — “ ¡N o nos olvidéis!” — Cerrar los pasos en los Cár patos meridionales. — Típica operación comando.
Julio de 1944 en Berlín. La situación se hacía cada vez más difícil. En junio, un enorme ataque de los rusos había arrollado en su mayor parte el frente oriental; casi todo el grupo del Ejér cito Central había sido aniquilado. Más de treinta divisiones alemanas habían caído en poder de los rusos. ¿Cómo se pudo
LUCHAMOS Y PERDIMOS
51
llegar a esta capitulación en masa?, fue un enigma para nosotros. ¿Había fallado el mando, 0 la tropa? En el oeste, el desembarco había sido un éxito y el enemigo marchaba con gran superioridad material hacia la frontera alemana. A nosotros no nos restaba más que apretar los dientes y rendir al máximo. La verdad es que no nos podíamos imaginar que se acercaba el amargo final. El 20 de julio de 1944, me preparaba precisa mente para realizar un viaje a Viena. Una unidad de nadadores de combate debía tener oportunidad de entrenarse en el “ Dianabad” vienes. Además, quería discutir con varios oficiales la con tinuación de la acción planeada contra Tito. De repente, cayó entre nosotros como un rayo la noticia radiada del fracasado atentado contra Adolfo Hitler. Junto con mis oficiales, discutimos el asunto. ¿Cómo era posible un hecho se mejante en el cuartel general? ¿Habían tenido realmente las fuerzas enemigas una posibilidad de infiltrarse? ¿Habían sido jus tificadas las preocupaciones del comandante de las tropas de guar dia en primavera? Nunca nos llegamos a imaginar que la bomba saliera de entre nuestras propias filas. Por eso no vi ningún mo tivo para aplazar mi urgente viaje. A las dieciocho horas Radl y yo estábamos en la estación de Anhalt y alcanzamos, como siempre, con el tiempo justo nuestro coche-cama. Con toda comodidad nos instalamos en nuestro de partamento. El viaje mismo permitía poder descansar, cosa rara en aquellos tiempos, e incluso pude utilizar una cafetera que había comprado en Italia y encender un hornillo de alcohol. En la últi ma parada dentro del gran Berlín, sobre la estación del ferroca rril metropolitano Lichterfelde-West, vimos de repente a un ofi cial que recorría el tren: — Comandante Skorzeny, comandante Skorzeny — oíamos de cir débilmente a través de la ventanilla. Yo me hice visible. El oficial dijo, sin aliento: — Tiene que regresar inmediatamente a Berlín, comandante; es una orden de la superioridad. Detrás del atentado existe una rebelión militar.
52
OTTO SKORZENY
— Imposible —fue mi primera palabra— . Algunos están ha ciendo el tonto. Pero yo debo quedarme, Radl. Usted siga el via je a Viena e inicie las conversaciones. Si puedo le seguiré mañana. Mi maleta pronto estuvo en el andén y yo salté del tren, que empezaba a ponerse en marcha. Durante el viaje a la oficina V I, donde esperaba obtener mayor conocimiento, el oficial me informó de algunos detalles. Al pare cer, se trataba de un complot de oficiales. Tropas acorazadas, cuyo comportamiento no estaba claro, marchaban hacia Berlín. Yo pensaba: “ Todo esto es una tontería; los oficiales tienen otras cosas que hacer antes de rebelarse". Por el general de brigada Schellenberg me enteré más deta lladamente. La central de la conjuración debía estar en la Bendlerstrasse, junto al comandante del ejército de reserva. — La situación es confusa y peligrosa — me explicaba, pali dísimo, Schellenberg; delante de él, sobre el escritorio, tenía su pistola. ’’Aquí me defenderé cuando vengan — me aseguró— . También he armado a los funcionarios de la casa con pistolas automá ticas. ¿ No podría ordenar que viniese hasta aquí una compañía de sus tropas para proteger la casa? Con la confusión no había pensado en eso. Telefoneé a Friedenthal. Se puso al aparato el capitán von Folkersam: — Poned al instante el batallón en situación de alarma. Que el capitán Fucker tome el mando y espere mis órdenes per sonales.. La primera compañía vendrá en seguida hacia aquí. Tomo como ayudante provisional al teniente Ostafel. Ustedes dos, adelántense con el coche. Le orienté brevemente acerca de lá situación. Dentro de una hora la compañía podía estar allí. A Schellenberg le hice estos consejos: — Mi general, haga desarmar en seguida a la mayoría de sus empleados. Es terrible ver cómo manejan las armas. Por este motivn hp abroncado seriamente a uno de estos hombres y le he man
LUCHAMOS Y PERDIMOS
53
dado al sótano. Allí por lo menos no puede perjudicar a nadie con su pistola automática. Por lo demás, si viniesen los otros antes que mi compañía, vale más que huya hacia las casas ve cinas. Aquí no se podrá hacer fuerte. Ese fue el último consejo que le di, al par que miraba su pistola. Esperaba con impaciencia en la calle a Folkersam y Ostafel. En aquel momento, su coche daba la vuelta a la esquina. Condu cían como diablos. Folkersam me informó de que también la com pañía había iniciado la marcha. Yo quería dar una vuelta por Berlín, pues aún no había órdenes para mí. Folkersam se que dó en la Berkaerstrasse y yo me mantenía en continuo contacto con él. Era una contrariedad que en el ejército alemán aún no se hubiesen introducido los aparatos de radio portátiles. Allí se hubiera necesitado un “ Walky-Talky” como los de la US-Army. Me dirigí hacia el barrio gubernamental, y lo encontré tran quilo. Deseaba visitar en la plaza de Fehrbellín a mi conocido, el general de las tropas acorazadas Bolbrinker. Allí se notaba un movimiento desusado. Dos tanques estaban en medio de la ancha calle. Yo me levanté en el coche. Me dejaron pasar sin ninguna dificultad. —Vaya, al parecer la revuelta no es tan peligrosa —le dije a Ostafel. El general B. me recibió en seguida. Parecía indeciso. Por orden del jefe de ejército de reserva todas las tropas acorazadas de Wünsdorf habían marchado con tra Berlín. Pero él había concentrado las tropas en las cercanías de la plaza de Fehrbellín, para mantenerlas en sus manos. — Por lo demás sólo sigo órdenes del inspector de las tropas acorazadas, general Guderian — me dijo— . El diablo sabe lo que pasa hoy. Tengo orden de mandar patrullas armadas de recono cimiento contra los cuarteles berlineses de las Waffen-SS, ¿ Qué dice usted de eso, comandante Skorzeny? — ¿Es que estamos en guerra civil? — pregunté a mi vez— . N o me parece prudente obedecer una orden tan absurda. Si
54
OTTO SKORZENY
quiere usted, mi general, iré al cercano cuartel de Lichterfeide y veré lo que sucede. Le telefonearé desde allí. Creo que es nuestra obligación evitar cualquier disturbio. El general estuvo de acuerdo conmigo. En mi antiguo cuartel de Lichterfeld-Este todo parecía tran quilo, pero el batallón de reserva y las demás unidades estaban en situación de alarma. Hablé con el comandante en jefe, tenien te coronel Mohnke, Le rogué que fuese también razonable y que, por tanto, no abandonase en ningún caso el cuartel con sus tropas. El general Bolbrinker quedó satisfecho con mi llamada. La época de las órdenes inverosímiles del comandante del distri to militar de la Bendlerstrasse parecía haber pasado. Von Folker sam me informó de la llegada de la compañía desde Friedenthal. Ordené que la mantuviese a punto en el patio trasero de la Berkaerstrasse. Aún no tenía una visión exacta de lo que estaba pasando. Algún plan de alarma debía haber sido puesto en marcha por orden del jefe del ejército de reserva, cerca del mediodía. En las órdenes posteriores no había nada sistemático. Apenas se podía tomar en serio el asunto. Las tropas de tanques estaban en “ posi ción de descanso” y se mantenían neutrales. Las Waffen-SS no tenían órdenes de ninguna clase. Pero ¿quién se rebelaba contra quién? ¿Se podía justificar esta situación ante el frente em peñado en duras luchas? Entonces pensé en el general Student, que debía estar en Berlín. Así me dirigí al Estado Mayor de las tropas aerotransportadas junto al Wannsee. Los oficiales no sabían nada de nada, no habían recibido órdenes en ningún sen tido. El mismo general estaba en su casa en Lichterfeide. Un ofi cial vino conmigo para recibir las eventuales órdenes de su ge neral. Mientras tanto, habia oscurecido; debían ser las nueve. En la encantadora casa nos esperaba una escena completamente pa cífica. El general Student estaba sentado en el jardín, debajo de nna lámpara, inclinado sobre un montón de documentos. Llevaba un batín largo y claro y no estaba preparado para una visita a
LUCHAMOS Y PERDIMOS
55
aquellas horas. Su esposa estaba a su lado, cosiendo. Tuve que pensar en lo cómico de la situación. Uno de los generales de Ber lín estaba en batin y absolutamente tranquilo, mientras en la capital se preparaba un golpe de Estado. Sólo unas insistentes toses lograron llamar la atención al general. Fuimos recibidos con gran amabilidad a pesar de la sorpresa por la hora de la visita. Aún existía una confianza mutua, por la relación del año anterior en Italia. Cuando expliqué que tenía que hablarle oficialmente, se mar chó su esposa. Expliqué lo que sabia, pero el teniente general Student sólo movía la cabeza, diciendo: — Esto no puede ser verdad, mi querido Skorzeny. U n in tento de golpe de Estado, eso es imposible. Apenas conseguí convencer al general de la gravedad de la situación. — Esto quiere decir que, en el mejor de los casos, la situa ción es confusa — opinó el general Student— . Justamente quería resumir una breve orden a sus tropas aerotransportadas: "Esta do de alarma. Que sólo se cumplan las órdenes que vengan per sonalmente del general Student” . Entonces sonó el teléfono. Llamaba el mariscal del Reích Hermann Góring. Este confirmó y amplió al general Student mi informe. El atentado probablemente había sido efectuado por un oficial del Estado Mayor del ejército de reserva. Bajo el lema: "El Führer ha muerto” , parecían haberse dado en la Bendlerstrasse varias órdenes de alarma. En todo caso, sólo se debían obedecer las órdenes que viniesen del cuartel general del Mando Supremo de la Wehrmacht. — Mantener la tranquilidad y evitar los encuentros que pudie sen conducir a una guerra civil — repitió el general Student por teléfono. Por fin creyó que había en el ambiente algo raro, y transmitió con rapidez sus órdenes, pues quería permanecer en contacto con el general Bolbrinker y conmigo.
56
OTTO SKORZENY
Y o volví en seguida a la Berkaerstrasse. Allí no había ocu rrido nada importante. El general de brigada Schellenberg me pi dió diez soldados y un oficial. Había recibido la orden de detener en seguida el almirante Canaris, y no quería ir solo. Yo le di un oficial; eso debía bastarle. A l cabo de una hora había vuelto. De bía ser para Schellenberg un cometido desagradable, tener que detener a su contrario, el antiguo Jefe del servicio de Informa ción. En la plaza Fehrbellin y junto al teniente general Student no había nada nuevo. Y o no podía librarme de este pensamiento: “ ¿Puede ganarse una guerra en nuestros días, si el jefe del pro pio servicio de información militar es un enemigo?” . N o me cabía en la cabeza que el atentado fuera realmente una revuelta de oficiales. ¿Acaso un hecho de tal naturaleza no era capaz de destruir el prestigio de los oficiales, que forman la es pina dorsal de un ejército? En el frente y en la patria dos par tidos, uno en pro, y otro en contra, ¿no debíamos tener todos un solo objetivo: el de ganar la guerra para Alemania? Hablé acerca de estos pensamientos con Folkersam. Pero nuestras re flexiones conjuntas no llegaron muy lejos. Se nos ocurrió que lo mejor era volver a Friedenthal. Entonces recibí una llamada del cuartel general del Führer, probablemente por orden de Hermann Goring: — Vaya usted con sus tropas, en seguida, a la Bendlerstrasse para apoyar al coronel Remer, comandante del batallón de guar dia "Grossdeutschland”, que ya ha cercado el bloque. Expliqué que sólo tenia una compañía en Berlín pero la orden era cumplir la misión, por el momento, con esta sola unidad. Pasada la medianoche llegué a la entrada de la Bendlerstras se. Allí me cerraron el camino dos coches y tuve que parar. Cuando me acerqué a los coches reconocí al general de las SS Kaltenbrunner. En el otro coche estaba, según me entére más tarde, el teniente general Fromm, jefe del ejército de reserva. Oí como éste decía:
LUCHAMOS Y PERDIMOS
57
— Ahora me voy a casa, donde me puede encontrar en cualquier momento. Entonces los dos se dieron la mano. Cuando uno de los dos coches se hubo marchado, la vía quedó libre para mí. El doctor Kaltenbrunner me gritó: — ¡Vuelvo en seguida! Me sorprendió un poco que el jefe del ejército de reserva se marchase a su casa; pero esto no me incumbía en realidad. En el portal encontré al coronel Remer y me presenté. Tenía la orden de cerrar completamente todo el bloque. Nos pusimosde acuerdo en que yo ocuparía el interior del bloque con mis hombres. Dejé la compañía en el patio y subí con Folkersam y Ostafel. Conocía el edificio, ya que con frecuencia había estado allí por razones de servicio. El pasillo del primer piso estaba lleno de oficiales que empuñaban pistolas automáticas. Tenían un as pecto bastante belicoso. En la antesala del general Olbricht en contré algunos oficiales conocidos míos pertenecientes al estado mayor general. También ellos estaban armados con pistolas auto máticas y me contaron a toda prisa los sucesos del día: En las últimas horas de la tarde se dieron cuenta de que había algo en las órdenes de alarma que no podía ser normal. El teniente ge neral Fromm había efectuado continuas conferencias, a las que sólo asistían unos cuantos oficiales. La mayoría de los oficíales se habían sentido inseguros y se armaron de pistolas automáticas. Habían exigido del teniente general Fromm explicaciones acer ca de los confusos sucesos. A consecuencia de ello éste había di cho que estaba en marcha una revuelta que él quería investigar. El teniente general Beck se había suicidado y tres oficiales, en tre ellos el jefe del Estado Mayor, coronel del Estado Mayor ge neral von Stauffenberg, al parecer el realizador del atentado en el cuartel general del Führer, habían sido llevados ante un con sejo de guerra presidido por el teniente general Fromm. Las con denas a muerte habían sido cumplidas hacía media hora por un pelotón de suboficiales de la Bendlerstrasse. Por lo demás, ha bía tenido lugar por la tarde un breve tiroteo en el pasillo del
58
OTTO SKORZENY
primer piso. Todo esto fue de forma precipitada, pero me pareció de completo acuerdo con los hechos. De todas formas no vi la situación demasiado clara. ¿ Qué de bía hacer entonces? Traté de que me pusieran en comunicación telefónica con el cuartel general del Führer, pero no lo conseguí. Estaba claro que nadie podía abandonar el lugar. Pensaba la manera de poner de nuevo en orden la alborotada casa. Lo me jor era un trabajo metódico. Hice llamar a todos los oficiales que conocía y dispuse que todos los demás oficiales y empleados vol viesen a reanudar el trabajo que habían abandonado por la tarde. — Los frentes luchan y necesitan reabastecimiento — dije. Y obtuve fácilmente la plena conformidad de todos. Entonces se le ocurrió a un coronel que algunas decisiones referentes a pro blemas de avituallamiento debían ser resueltas por el coronel conde von Stauffenberg, el jefe del Estado Mayor. Dije que estaba dispuesto a aceptar la responsabilidad de aquellas decisiones. Pero, ante todo, debían anularse todas las órdenes de alarma que se habían cursado bajo la contraseña “ Wallkiria” . Resultó que esto ya había sucedido en la mayoria de los casos. En la an tesala del general Olbricht me encontré a dos agentes de la Ges tapo, que habían sido enviados hacía algunas horas por el ge neral Müller (el jefe de la policía secreta del Estado) a la Bendlerstrasse para detener al coronel conde von Stauffenberg. Sin haber podido cumplir su misión, los dos agentes oficiales habían sido encerrados en una habitación por oficiales del conde von Stauffenberg que acababa de volver del F H Q o sea, que la normalmente bien informada Gestapo no debía conocer nada acerca del intento de rebelión o no le había concedido ninguna importancia. De otro modo no tenia explicación el envío de tan sólo dos agentes para la realización de tal misión. Me tomé el suficiente tiempo para dar un vistazo a la habi tación del coronel conde von Stauffenberg. Todos los cajones es taban abiertos como si alguien los hubiese registrado precipitada mente. Encima del escritorio estaba el plan de alarma "Walkiria” , y pude comprobar que este plan había sido elaborado por
LUCHAMOS Y PERDIMOS
59
von Stauffenberg para camuñar el caso supuesto de un encuen tro con tropas aliadas aerotransportadas. Otro hallazgo en una segunda mesa me conmovió profundamente. Era el plano de un juego de dados, impreso en cuatro colores. Un mapa simplificado de Rusia representaba, como leí en la explicación, el camino que un cuerpo del grupo del ejército sur había seguido durante la campaña de Rusia. Era el cuerpo en el que el coronel von Stauffenberg había servido como jefe del Estado Mayor. Las ex plicaciones de este juego de dados, que aparentemente se había usado con mucha frecuencia y había sido impreso en los talle res militares de cartografía, testimoniaban un pesimismo y un sarcasmo tan profundo, que me pregunté cómo, en general, po dían utilizarse en plena contienda oficiales con semejante estado de ánimo. A' las pocas horas volvió a funcionar el complicado mecanismo del servicio. Muchas veces el miedo se adueñaba de mí por las decisiones que debían tomarse, ya que faltaban los tres oficiales más importantes de la Bendlerstrasse: los generales Fromm, Olbricht y el coronel von Stauffenberg. E l hecho de que aparte del almirante Canaris también altos cargos de la oficina del comandante del ejército de reserva estu vieran comprometidos en la revuelta, me sugirió de nuevo la pre gunta: — I Puede ganarse una guerra moderna, si algunas importantes posiciones clave están ocupadas por personalidades que trabajan en contra del gobierno supremo del Estado? Tuve pronto comunicación con el FH Q . Rogué que encar gasen inmediatamente a un general experto del mando del estado mayor del comandante del ejército de reserva y que me releva sen, y repetí este ruego cada dos horas hasta las primeras horas de la mañana del 22 de julio. Cada vez repitieron que no se había tomado todavía ninguna decisión y que continuase el tra bajo. E l 22 de julio llegó Himmler con el jefe del Mando Supremo de las SS, general Jüttner. Con gran sorpresa de todo el mundo.
60
OTTO SKORZENY
Himmler habia sido nombrado jefe del ejército de reserva. Cier tamente era un fiel seguidor de Adolfo Hitler, pero no era mi litar. ¿Cómo podía llevar sobre sí este cargo junto a los demás que tenía? El general Jüttner, que había sido nombrado repre sentante permanente, no parecía nada feliz con su nueva tarea. Himmler pronunció entonces un discurso ante todos los oficiales de los dos puestos de mando. Me alegró su explicación de que sólo un pequeño círculo ha bía participado en la conjura. En la reacción de los presentes sólo podía notarse adhesión y cierto alivio por el rápido paso de la tormenta. Con toda seguridad la mayoría no se sentía muy bien al pensar en la revuelta fracasada por si misma; pues una cosa así tampoco es propia del carácter ni de la educación del cuerpo de oficiales alemanes. Por fin pude volver a Friedenthal y echarme, terriblemente cansado, en mi cama. A pesar de tener equilibrados mis nervios no pude dormir en seguida. Pues me di cuenta de que existían en la Wehrmacht ale mana y en el pueblo alemán tensiones y contrafuerzas en cuya existencia nunca había pensado. El único factor tranquilizador era sólo el hecho de que este intento de rebelión en el ejército había fracasado en parte por sí mismo, y en parte por fuerzas contrarias dentro del ejército. Estaba sumamente contento por el hecho de que las Waffen-SS, a las que pertenecía yo, en ningún modo habían tenido que intervenir. Se da una idea errónea del curso de los acontecimientos del 20 de julio de 1944, cuando se habla hoy día del “ sofocamiento”' de este intento de rebelión. Cada participante inmediato en los acontecimientos debe admitir, sin reserva alguna, que ya inme diatamente después del fracaso del atentado — con la única ex cepción del conde von Stauffenberg— todas las personas parti cipantes se resignaron en seguida. A partir de aquel momento ya no mostraron decisión para actuar, y sólo hicieron falta unos cuan tos oficiales de diferente ideología para derrumbar todo el casti llo de naipes. La persona de Adolfo Hitler, por cierto, debió ser un factor decisivo en el cálculo de los conspiradores. Tengo res
LUCHAMOS Y PERDIMOS
61
peto ante todo el mundo que va por sus convicciones hasta la muerte. El hecho de si esta muerte le alcanzó en el campo de •concentración o en el frente no es demasiado importante. Desde luego no es un objetivo humano buscar o querer la destrucción. Pero para cada hombre puede llegar el momento en que por con vicción acepte incluso la muerte. Después de más de diez horas, me desperté completamente descansado. Es lógico que mis pensamientos volvieran en seguida a ocuparse de los acontecimientos de los dos últimos dias. Quiero intentar apuntar algunos de estos pensamientos, tal como me conmovían en aquel entonces. Quizás es más importante decir cómo pensaba y sentía entonces que cómo veo las cosas hoy dia. — Siempre es más fácil parecer inteligente cuando pasan los años— . Mi primer pensamiento fue el de un odio inmenso hacia aquellos hombres que habían atacado por la espalda al pue blo alemán en plena guerra. Pero debían haber existido motivos de mucho peso. Recordaba las partes más importantes de las con versaciones que había mantenido con toda franqueza con varias personalidades de la calle Bendler. Muchas de ellas habían dado a entender con toda claridad que de ninguna manera eran discípu los de Hitler o del nacionalsocialismo. Sin embargo, una cosa era verdad: fueron alemanes sinceros, que en las situaciones di fíciles sólo pensaban en la suerte de Alemania. Pero ¿ qué eran el círculo de personas que habían participado en la conjura? Después de todo lo que oí, saqué la conclusión de que entre ellos también había patriotas. Sin embargo, sólo estaban de acuerdo en una eliminación de Adolfo Hitler como jefe de Estado, y de ninguna manera sobre lo que hubiera tenido que ocurrir después de esto, ni tampoco en la forma como querían lograr su objetivo: un rápido tratado de paz ante una situación de guerra sin esperanzas. U n sector, al que pertenecia Stauffen berg, quería intentar una paz por separado con Rusia; el otro quería intentar lo mismo con los aliados occidentales. Después de conocer la postura inglesa, que fue anunciada por radio, no se hubiera podido preparar de modo conveniente ninguna de
62
OTTO SKORZENY
las dos medidas; pues la radio inglesa anunciaba que un nuevo gobierno alemán — al parecer, estaban convencidos de la muerte de Hitler— sólo podría conseguir una paz general con Oriente y Occidente, y esto según el tratado de Casablanca, con el “ unconditional surrender”. ¿Qué camino habían de seguir es tos hombres en una situación tan difícil ? ¿ Cómo se habrían podi do unir las dos tendencias, una a favor de Oriente, y otra al de Occidente? Entonces surgió en mi una duda. ¿ El éxito del atentado y la rebelión hubiese proporcionado a los rusos, en aquellas circuns tancias, la posibilidad de desbordarse por toda la Europa Occi dental y someterla a la influencia soviética? Sobre todo me impresionó el suicidio del coronel Freytag von Loringhoven. Este había obrado según su conciencia. Y o cono cía su mentalidad rusófila. El, probablemente alentaba la quime ra de una gran alianza entre Alemania y Rusia, claro está, vista desde un punto histórico que no se podía adaptar sin más al presente. El paso del conde Yorck, y la convención de Tauroggen, sólo estaban justificados por el posterior éxito de !a causa pru siana, y en ningún modo podían repetirse ahora. Aún recuerdo claramente una conversación que tuve unos días después con un almirante de la marina de guerra alemana, quien me había dicho anteriormente que él no era nacionalsocia lista. Mucho más interesante era su postura frente a lo sucedido. Como explicación adujo un ejemplo marinero: — U n barco topa durante una dura tempestad con un escollo. Casi todos los miembros de la tripulación, así como el capitán, pueden salvarse en los botes. Parte de la marinería echa la culpa del accidente al capitán. Debe ser castigado al instante y lanzado al mar. La parte más prudente de la tripulación lo impide. Estos hombres creen que el capitán sólo puede responsabilizarse ante un consejo de guerra después de haber alcanzado la orilla salva dora. Incluso crten que un cambio de mando por la fuerza en esta situación pondría en peligro la suerte de todos ellos. A pesar de todo estábamos conformes en que los hombres del
LUCHAMOS Y PERDIMOS
20 de julio merecían nuestra atención porque habían asumido el odio de una alta traición frustrada, movidos por una convicción sincera y en cuanto su actuación no había estado determinada por un puro oportunismo. El almirante terminó nuestra conversación con estas palabras: —E s la vieja tragedia histórica de los hombres que echan sobre sus hombros semejante responsabilidad: para ser conside rados como verdaderos héroes en la historia de su pueblo, la in terpretación histórica objetiva exige de su actuación ante todo dos premisas: tener éxito y lograr para el pueblo una mejora de la situación a largo plazo. El 20 de julio de 1944, considerado desde el punto de vista ale mán, sólo tuvo esta consecuencia: dejó a Adolfo Hitler, el “ Führer y Canciller del Imperio alemán y Jefe supremo de la Wehrmacht alemana” dolorido corporal y espiritualmente. En cuanto al cuer po, sus heridas no eran, ni mucho menos, mortales; pero un hom bre con una responsabilidad tal sufre más que ningún otro bajo los más leves daños corporales. En cuanto a lo moral, nunca pudo sobreponerse al conocimiento de la existencia de grupos en el cuerpo alemán de oficiales capaces de traicionarle y traicionar a la causa alemana. Su desconfianza, hasta entonces instintiva, se convirtió en manía y le llevó a generalizaciones e injusticias frente a personas que no lo merecían. E l mismo también sufría por ello. Pero lo realmente negativo fue que se provocó la idea de que los sucesos del 20 de julio habían imposibilitado todo tratado con los aliados, que exigían una capitulación incondicional. Los aliados podían contar justificadamente con desavenencias en el Alto Mando alemán. La imposibilidad de un tratado no se refería solamente al jefe del Estado Adolfo Hitler, sino también a. un eventual sucesor suyo. El mando alemán no tenía nin gún camino abierto para un tratado de paz. Todo intento de esta clase habría sido rechazado por los aliados con ironías. Esto seguramente era una razón más para la decisión inconmovible y firme de Adolfo Hitler de luchar hasta el fin.
64
OTTO SKOKZÉNY
Consecuencia inmediata de aquellos difíciles dias fue que se ampliase mi tarea. La antigua sección II de la original Oficina del Servicio Secreto Militar, convertida desde marzo en Oficina Mil D, fue puesta bajo mis órdenes. Como me daba cuenta de las posibilidades de mi capacidad de trabajo mantuve ante todo una buena relación personal con el anterior jefe de sección, el comandante en el Estado Mayor general Naumann, quien continuó siendo mi representante gene ral, y yo me reservé sólo las decisiones más importantes. Todo «I trabajo de la sección II en los frentes se había convertido en rutinario; de momento lo dejé todo tal como estaba. Más im portante e interesante era para mí el hecho de que gran número de los miembros de la división “ Brandemburgo” se presentasen voluntarios a mis unidades. Estas eran todas las fuerzas activas que ya no se encontraban a gusto en su empleo normal de la división en el frente y que se querían poner en disposición de participar en misiones especiales. Después de varias conversaciones con el Estado Mayor de la división en Berlín y con el Estado Mayor del mando de la Wehrmacht, conseguí dos cosas, que me parecieron de la mayor importancia para nuestras futuras posibilidades de acción. Mi batallón de cazadores se transformó en “ unidades de cazadores” , ampliándose a seis batallones independientes; mil ochocientos sol dados y oficiales de la división “ Brandemburgo", que se levan taron voluntarios, fueron mandados a mis unidades de cazadores.
Ya es hora de que informe acerca de algunas misiones rea lizadas por mis unidades en verano y otoño de 1944. Una acción común de los hombres-rana de la marina y de los hombres enviados por nosotros había causado gran sensación. Estu vo bajo el mando del capitán Hellmer, un oficial de la Defen sa II, que poco antes había sido subordinado mío. Los ejércitos de desembarco ingleses, bajo el mando del mariscal de campo Montgomery, por medio de una magnífica acción a base de tro
LUCHAMOS Y PERDIMOS
65
pas aerotransportadas, habían formado una peligrosa cabeza de puente cerca de Nimega, sobre el Waal, uno de los brazos de la desembocadura del Rhín. Por desgrada, el puente había caído en sus manos sin ningún daño, y sus enormes avituallamientos rodaban sobre él sin ser molestados. Ataques aéreos con bom barderos de caza en picado no tuvieron ningún éxito a causa de la fuerte defensa antiaérea. En esta situación, surgió la idea de atacar el objetivo con hombres-rana para aligerar el frente por lo menos en una tem porada. Para casos semejantes ya se habían fabricado antes, a base de un explosivo submarino especial, las llamadas minas torpedo. Tenían la forma y el tamaño de torpedos y medíante tanques de aire podían hacerse flotantes y, con ello, fácilmente transportables. Dos de tales minas colocadas en la base de los pilares de un puente destruirían, junto con la colocal presión del agua a consecuencia de la explosión, todo el puente. La cabeza de puente abarcaba, a ambos lados de éste, una ex tensión de terreno de unos siete kilómetros. La orilla izquierda del Waal ya estaba completamente en manos de los ingleses. Una noche, el capitán Hellmer nadó solo hacia allí para efectuar una exploración. Las aletas de goma en los pies le facilitaban una velocidad aceptable sin producir mucho ruido. La cara se ocul taba detrás de una red de mallas estrechas que a su vez permi tían una buena visibilidad. De esta forma, fue ai agua y se acercó al puente nadando cuidadosamente. Una vez ací, eligió el pilar apropiado y lo examinó atentamente. Durante la acción debía funcionar cada gesto perfectamente. Por arriba, mientras tanto, rodaban hada el frente los tanques “ Churchill”. El ruido de los motores y de las orugas podía ser de suma importancia. Proba blemente ahogaría cualquier ruido sospechoso en el agua. Los centinelas del puente tampoco prestaban mucha atención al agua. ¿Qué podía llegarles dd agua si en las dos orillas y en mu chos kilómetros todo el territorio les pertenecía? Mientras tanto Hellmer siguió nadando en silencio en dirección de la co rriente. Ya había visto bastante y al día del ataque podría hacer
66
OTTO SKORZENY
las indicaciones necesarias a sus hombres. Pasó felizmente a tra vés de las dos orillas ocupadas por el enemigo y volvió a encon trarse entre nuestras tropas. Las previsiones del tiempo prometían una noche oscura y quizás lluviosa; tiempo apropiado para una misión asi. Poder bajar al agua las pesadas minas torpedo y equilibrarlas, costó bastante trabajo, sobre todo por efectuarse bajo el fuego enemi go. Entre los hombres auxiliares hubo algunos heridos. A l fin se consiguió. Los doce hombres que se arriesgaban para, realizar la misión estaban preparándose con el mayor silencio, se introduje ron en el agua y oyeron el último “ suerte” de los camaradas que se quedaban atrás. Entonces nadaron corriente abajo con sus grandes y peligrosos puros. Tres hombres a cada lado guiaban los torpedos. En la oscuridad de la noche vieron aparecer ante ellos la silueta del puente. También oyeron el ruido de motores provocado por el continuo tránsito de los transportes de avitualla miento. A juzgar por los ruidos también había tanques. Los hom bres llegaron si puente. Las dos minas torpedo se colocaron en la posición apropiada y se afianzaron al pilar del puente producien do un leve ruido. Entonces se abrieron las válvulas de los tan ques de aire y al mismo tiempo dos especialistas quitaban el seguro de las espoletas de relojería. Los dos torpedos se habían tornado peligrosos. Poco a poco se hundían en el agua hasta el fondo del lecho del río. Rápidamente se alejaron los hom bres-rana. Después de cinco minutos, oyeron detrás de ellos la explosión. Las espoletas de relojería no habían fallado, y el puen te cayó hecho pedazos. Pero, de repente, surgió la vida en las orillas, los ingleses empezaron a disparar. La noche se había aclarado un poco. Las cabezas se podían distinguir fácilmente sobre el agua. Quizás los nadadores se mantenían más juntos de lo que la prudencia permitía. Algunos disparos llegaron peligro samente cerca, y una ráfaga de ametralladora hirió a uno de los hombres. Sus camaradas le colocaron en medio y le llevaron con ellos. Varias veces más los descubrieron y dispararon; dos camaradas más fueron alcanzados por las balas. Les faltaba poco
LUCHAMOS Y PERDIMOS
67
para llegar a las propias líneas. Los hombres-rana, agotados, arrastraron a sus camaradas heridos hasta tierra. Quizás ni si quiera comprendían que habían realizado una misión muy arriesgada. Sabíamos que el enemigo estaría pensando en la de fensa y que una segunda misión de semejante envergadura sería mucho más difícil. Después del éxito del desembarco, el Mando Supremo alemán expresó el temor de que los aliados menospreciasen la neutrali dad de Suiza e invadiesen Alemania a través de su territorio. Esta opinión surgió cuando el frente alemán del Oeste se para lizó en septiembre de 1944. Por aquel entonces actuaba cerca de las fronteras del Reich. AI cabo de pocos días, tuve que tomar medidas para un caso tal, por orden del FH Q . Mis hombresrana tenían que estar preparados, junto al alto Rhin, para volar los puentes del Rhin junto a Basilea en el instante en que las tropas aliadas pisaran el territorio suizo. Esta medida pura mente defensiva debia hacerle ganar al mando alemán el tiempo suficiente para montar en este lugar un frente que hasta enton ces había estado libre de tropas alemanas, y de este modo recha zar un probable ataque de los aliados a través del país neutral. Algunas semanas después se pudo anular toda la acción y re tirar a los hombres. Por aquel tiempo se había hecho patente que los aliados en ningún caso comenzarían su temida marcha a través de Suiza.
En el otoño de 1944 mi batallón de cazadores 502 llevó a cabo un ejercicio sumamente interesante, bajo la dirección de los ca pitanes von Folkersam y Hunke. Habíamos convenido con el director de una fábrica de armamentos en Friedental que, un día determinado, varios grupos de mis hombres, como saboteadores extranjeros, intentarían infiltrarse en la fábrica y paralizarla. Es asombroso el éxito que tuvo esta maniobra. Unos veinte hombres consiguieron entrar mediante contraseñas de lata falsi-
68
OTTO SKORZENY
ñcadas en la fábrica, y diez minutos más tarde se habían colocado explosivos a guisa de experiencia en los lugares más importantes y débiles de la fábrica, sin que se diesen cuenta ni los mismos trabajadores, ni los guardias de la fábrica. E! llamado “grupo protector de la fábrica” tuvo que escribir un largo informe a la oficina superior, y supongo que, en el transcurso de tiempo si guiente, todos los guardias pertenecientes al grupo de protección de la fábrica de las diversas empresas de armamento recibirían nuevas instrucciones. De esta experiencia pude sacar una con clusión : al parecer, los servicios secretos enemigos no destacaban mucho por su eficacia; en caso contrario, deberían haber inten tado y, por ello, haberse informado de las posibilidades de sabo taje en la industria alemana. De la parte de la protección de fábricas alemanas y otras organizaciones de defensa, el enemigo no debía esperar dificultades insuperables.
Pero también en el Este había trabajo. En agosto, un tele grama urgente me llamó al cuartel general. U n teniente general me informó de que poco después del hundimiento del frente ale mán oriental en su sector central en junio de 1944, un comando de reconocimiento (unidades de Defensa, integrados en los ejérci tos regulares) había recibido de un agente ruso, que desde el prin cipio de la guerra efectuaba reconocimientos lejanos para los ser vicios alemanes, la siguiente noticia: “ En una región boscosa al norte de Minsk se encuentran unidades alemanas que aún no se han entregado” . También algunos soldados alemanes disper sos me habían informado de cosas parecidas. Entonces, el agente mismo, había atravesado el frente hasta el comando y había am pliado su noticia. Se trataba de un grupo de combate de unos dos mil hombres a las órdenes del teniente coronel Scheerhorn. También había podido ampliar con mayor exactitud los datos de la localización. Comandos de reconocimiento del frente habían hecho vanos intentos para llegar a un contacto directo con los hombres dispersos pero no se habían obtenido resultados. El Es
LUCHAMOS Y PERDIMOS
69
tado Mayor de la Wehrmacht deseaba ahora que se intentase todo lo posible para encontrar al grupo Scheerhorn y conducirlo a lu gar seguro. — ¿Tiene usted una posibilidad de poner en práctica esta or den? —me preguntaron. A esta pregunta pude contestar que sí con toda tranquilidad. Sabía que los oficiales y soldados apropiados para este caso, bál ticos y voluntarios rusos, lucharían con entusiasmo para salvar a sus camaradas en peligro. A toda prisa se desarrolló en Friedenthal un plan. Recibió el nombre de camuflaje de “ Francoti rador” . La realización directa fue encomendada a la recién creada batallón de caza “ Este” . Nuestro plan era el siguiente: Se forma ron cuatro grupos de cinco hombres cada uno, esto es, dos sol dados alemanes de la unidad de caza “ Este” y tres rusos. Cada grupo se equipó con aparatos de radio, provisiones para cuatro semanas, tienda de campaña, etc., y pistolas automáticas rusas. Lógicamente sólo se podía realizar la misión bajo el camuflaje de uniformes rusos. Para ello se preocuraron todos los papeles y documentos necesarios. No se podía olvidar ni el más pequeño detalle. Todos los participantes debían acostumbrarse a los ci garrillos “ Majorca” y, por lo menos, llevar consigo, para exhi birla, una provisión suficiente de las típicas tostadas negras rusas, así como conservas del ejército ruso. Las cabezas de todos los participantes se pelaron como en el ejército ruso y se renunció a la limpieza externa y al afeitado durante los días anteriores a la misión. Dos de los grupos debían saltar al este de Minsk, aproxima damente junto a Borisov y cerca de Gevenj y explorar el terri torio en dirección Oeste. Si ellos no podían encontrar el grupo Scheerhorn, debían intentar volver a la línea del frente alemán. El tercer y cuarto grupos debían saltar junto a Dzersinsk v Witejka. Debían marchar de forma concéntrica hacia Minsk. Si no se topaban con Scheerhorn, debían retirarse en dirección al frente alemán. Estaba claro que nuestro plan sólo podía dar una base teórica
70
OTTO SKORZENY
a los grupos. Debían tener en suelo ruso cierta libertad de acción, confiarse a su propio instinto y actuar según las circunstancias. Esperábamos comunicarnos por radio con ellos para darles nue vas indicaciones en caso de necesidad. Después de haber en contrado al grupo Scheerhorn queríamos construir una pista de aterrizaje para recoger poco a poco a los soldados con aviones. El primer grupo, mandado por el sargento primera P., saltó a fines de agosto. Una He-111 de la escuadrilla de combate 200 les llevó hasta el lugar indicado. Tensos esperamos la noticia del regreso del avión, pues el vuelo ya llevaba hechos, por aquel entonces, hasta unos 500 kilómetros hacia el interior del terri torio del enemigo. El Vístula formaba más o menos la linea del frente. El vuelo sólo podía intentarse por la noche. Ningún apa rato de caza podía acompañar en su vuelo a la He-111. Durante la noche aún recibimos, por teletipo, !a noticia de que el vuelo se había realizado sin accidentes y que el grupo había saltado bien. El comando de reconocimiento tuvo también, la misma no che, comunicación por radio con el grupo P. — Hemos aterrizado mal; nos reuniremos ahora, pero nos disparan con ametralladoras... Con ello cesó la llamada de radio. Probablemente el grupo había abandonado el aparato para huir. Noche tras noche nues tro telegrafista estuvo en vano operando con su aparato. El grupo P. ya no volvió a llamar. N o era un buen comienzo. A primeros de septiembre partió el segundo grupo bajo el mando del alférez Sch. La tripulación del avión comunicó un salto perfecto. Durante cuatro días, el grupo no dio señales de vida. Ya teníamos los máximos temores. ¿Qué les podía haber ocurrido? Entonces, en la cuarta noche nuestro radiotelegrafista tuvo contestación a su señal de llamada. La contraseña del gru po Sch. fue correcta. También emitieron la señal secreta, como signo de que nuestros hombres no estaban bajo presión, y enton ces conocimos lo decisivo: el grupo de combate Scherhom existia y había sido hallado. En la noche siguiente, el teniente coronel Stherhorn mismo dio las gracias con sencillas palabras castrenses
LUCHAM OS Y PERDIM OS
71
como cuando un camarala agradecer algo a otro. ¡ Q ué sensación tan dichosa para nosotros! El sacrificio de nuestros hombres no era inútil. Y quedaba demostrada la verdadera camaradería. El tercer grupo M. saltó en 1a noche siguiente, después del grupo dos. De él no tuvimos ninguna noticia. Noche tras noche se sin tonizó sit onda, emitiendo la señal de llamada al aire, durante sema nas y meses. Ninguna noticia. El grupo M. había desaparecido en el inmenso país ruso. E l cuarto grupo, al mando del sargento prim ero R. saltó un día más tarde. D urante los prim eros días, se comunicó con bas tante regularidad. H abía llegado bien al suelo, y todos los hom bres estaban juntos. N o pudo conservar su dirección exacta, puesto que había de evitar el encuentro con tropas de policía rusas. Encontraron desertores rusos, que Ies consideraron sus camaradas. L a población de la Rusia Blanca era amable. De repente, al cuarto día, se interrumpió la comunicación radiofónica. N o ha bíamos podido notificar a R. la situación exacta del grupo Sch. O tra vez empezó la enervante espera de una nueva noticia. Adrian von Fólkersam que, como jefe del E stado M ayor de mis unidades de caza, habia participado especialmente en la elaboración del plan, y por ello estaba muy interesado en la suerte de los alema nes bálticos, que estaban realizando la misión, tenía que infor marme a diario. Nuevamente oí: — Ninguna noticia de los grupos M., R., y P. Después de unas tres semanas, llegó una comunicación de un cuerpo situado en algún lugar de la frontera litu an a: — E l grupo R . se presenta sin bajas, Los informes que dio el sargento prim era R . tenían interés para muchos servicios militares, pues era uno de los pocos ale manes que podían dar noticias acerca del territorio detrás del frente ruso por haberlo visto con sus propios ojos. Informó de cuán en serio tomó el mando ruso su guerra total. Allí se utili zaban, si hacia falta, cualquier m ujer e incluso niños para ayudar.
72
OTTO SKORZENY
Confirmó que, al faltar medios de transporte, los bidones de ga solina se llevaban rodando hasta el frente con ayuda de la po blación civil; como andaban las granadas durante kilómetros ha cia la posición de artillería de mano en mano. A ún podíamos aprender mucho de los rusos. E l sargento prim era R. llevó su arrojo tan lejos, que había entrado como teniente ruso en un casino de oficiales y se había de jado invitar a comer. Quizás sorprenderá que utilizase la pala bra casino de oficiales. Pero ei ejército ruso recordó en el curso de los años de guerra muchas tradiciones antiguas; por ejemplo, las anchas charreteras de oficial del antiguo ejército zarista. Los perfectos conocimientos lingüísticos del sargento primera habían logrado no hacer sospechar nada a sus anfitriones. Algunos días más tarde volvió a través de las lineas alemanas del frente. E l sargento primera R. se convirtió después, como es lógico, en uno de los más asiduos auxiliares en el cuidado posterior del grupo Scherhorn. Al principio, sólo podían atenderse las peticiones más urgen tes del grupo de combate separado. Pidieron material sanitario y un médico. E l prim er médico que saltó una noche en el lugar mar cado sólo mediante débiles señales luminosas se rompió ambos pies y murió poco después, según comunicación radiofónica pos terior. L a llegada del segundo médico causó alegría y agradeci miento. Después tenían que lanzarse, ante todo, alimentos y mu niciones para las armas cortas. El estado de salud de los soldados era tan malo, a consecuencia de largas privaciones, que aún no podía pensarse en empezar una marcha. La Escuadrilla de Combate 200 voló cada dos o tres noches en viaje de aprovisionamiento. P or la radio sólo se quejaban de que muchos lanzamientos se hacían con bastante inexactitud, por lo que muchos envíos no llegaron a su destino. Entonces tenían que repetirse los vuelos de aprovisionamiento. Con los especialis tas de la Escuadrilla de Combate 200, habíamos elaborado un plan de salvamento para el grupo Scherhorn. E n los alrededores del campamento que habitaban tenía que construirse una pista. De
LUCHAM OS Y PERDIM OS
73
allí debían sacarse, prim ero los heridos y los enfermos, después, gradualmente, la mayor parte de los soldados. E l tiempo para realizarlo se previo para las oscuras noches de finales de octubre. U n especialista en campos de aviación de la Luftwaffe fue lanzado con paracaídas. Sin embargo, la construcción de la pista de aterrizaje y despegue fue descubierta por los rusos y, al cabo de poco tiempo, se hizo imposible la realización de los trabajos por sus ataques. P o r esto tuvo que proyectarse un nuevo plan, con el que Scherhorn se declaró conform e: E l grupo de combate m archaría unos 250 km. hacía el norte, hasta una serie de lagos, ju n to a la antigua frontera ruso-lituana, cerca de Dünaburgo. Según la experiencia, estos lagos se hielan a principios de di ciembre. P ara facilitar la marcha de un grupo tan numeroso en terri torio tras de las líneas enemigas, Scherhorn dividió su grupo de combate en dos columnas. L a meridional la quería m andar Scher horn mismo. Los grupos avanzados de la septentrional serian mandados por nuestro alférez Sch. P ero la tropa necesitaba aún prendas de vestir confortables para la marcha y miles de otras insignificantes cosas. Multiplicadas por 2.000 siempre resultaban cantidades muy considerables. Además, fueron lanzados aún nue ve equipos de radio con radiotelegrafistas rusos para mantener la comunicación radiográfica al distanciarse las columnas. Cons tituyó para el alférez Sch. el certificado de ascenso a teniente y la Cruz de Caballero de la Cruz de H ierro, que le había sido concedida. E n noviembre de 1944 llegó el momento. Las dos columnas se pusieron en marcha. Se llevaron los heridos y enfermos en carromatos. Caminaban con más lentitud de lo que habíamos pensado. No se hicieron más que de ocho a doce kilómetros diarios. M ás de una vez tenían que intercalarse días de descanso, de modo que fueron normales los recorridos semanales de treinta y hasta cuarenta kilómetros. Inform aron de nuevo los radiogra m as que habían choques con tropas de policía rusas y nuevos heridos y muertos. Todos los que conocíamos Rusia, no nos
74
OTTO SKORZENY
hacíamos ilusiones. Las posibilidades de llegar otra vez a la p atria eran muy reducidas para el grupo Scherhorn. P o r cierto que los vuelos de aprovisionamiento se hacían más cortos, pero los lugares de lanzamiento se encontraban con más dificultad. P or radio, se fijaban estos sitios exactamente se gún los cuadrados de los planos y desde el suelo se emitían en tonces, en el momento convenido, ciertas señales de luz. Pero, ¿cuántos lanzamientos de aprovisionamiento cayeron en manos de la policía rusa de seguridad, que trabajaba con gran eficacia? Sin embargo, no nos preocupaba sólo esto. L a Escuadrilla de Combate 200 recibía cada día menos gasolina para los vuelos. En ocasiones, logré obtener para la misión “ Francotirador” un cupo especial de cuatro o cinco toneladas de gasolina; pero tam bién esto se volvió cada vez más difícil. A pesar de las urgentes llamadas de auxilio, teníamos que reducir nuestros vuelos de aprovisionamiento. Me figuraba que Scherhorn y sus compañeros, dentro de su situación desesperada, apenas podían comprender nuestras dificultades. P or esto intenté por lo menos conservar, mediante radiogramas de contenido personal, su creencia en nues tra decisión de ayudarles. E n febrero de 1945, me encontré yo mismo como comandan te de una división en el frente del Este. A diario tuvimos que rechazar fuertes ataques y debían realizarse también todas las misiones especiales en los otros frentes. Casi cada noche llegaban noticias de la misión “ Francotirador” , y cada vez eran más de sesperadas : — ¡M andad... A yudad..., no nos olvidéis! Sólo nos llegó una noticia agradable: Scherhorn había topado con el grupo P., per dido ya desde hacía meses. Las demás noticias eran una carga pesada para mis nervios y los de los demás camaradas. Apenas una vez a la semana podíamos m andar un avión de aprovisiona miento. L a distancia de vuelo era ahora de ochocientos kilóme tros aproximadamente. Las cargas de lanzamiento se volvían cada vez más pequeñas. Me rompía la cabeza pensando cómo po día seguir ayudándoles. ¿Cómo encontrar -una salida?
LUCHAM OS Y PER D IM O S
75
A finales de febrero ya no recibimos más gasolina. Me irritaba pensar en las grandes cantidades de gasolina que caían en ma nos de los aliados en sus movimientos de avance. Y para nues tra misión no me podían dar ninguna. E n cada aeropuerto, en la región del W arthe, que caía en manos de los rusos, se hallaban centenares de toneladas de gasolina especial para aviones. El teniente Sch. dijo por radio, en estos d ía s: — Alcancé con los grupos avanzados la región de los lagos. M oriremos de hambre si no llegan pronto viveres. ¿ Podéis venir a buscarnos? Sus llamadas radiográficas se oyeron cada vez más débiles. Las llamadas de auxilio se volvieron cada vez más insistentes. Y nosotros nos sentíamos impotentes. Sch. socilitaba un poco de gasolina para recargar los acumuladores para la radio: — Quiero mantener comunicación con vosotros. La continuación de la guerra y la confusión, en muchos si tios, fueron más fuertes que nosotros. Y a no se podía pensar en ir a buscarlos o en mandarles avi tuallamientos. A pesar de todo, nuestros radiotelegrafistas se quedaban sen tados, noche tras noche, detrás de sus aparatos; incluso durante las retiradas y los continuos cambios de situación seguían man teniendo comunicación con algunas estaciones de radio del g ru po de combate Scherhorn. Seguían llegando desesperados men sajes. E sta situación duró hasta el 8 de mayo de 1945; aquel día terminó también la misión “ Francotirador” . Posteriormente, durante muchas largas noches, y estando pri sionero, volvía a pensar con frecuencia en la empresa “ Franco tirad o r” . Ninguno de mis hombres y nadie del grupo Scher horn, volvió. Ningún testigo pudo inform ar de los sufrimientos y del final del grupo. ¿N o podía ser que el servicio de informa ción ruso, durante todo este tiempo, había estado jugando con nosotros? E s cierto que habíamos previsto seguridades para este caso, y que cada uno de nuestros radiotelegrafistas y comandan tes de los grupos lanzados por nosotros tenían una palabra cía-
76
OTTO SKORZENY
ve que debian usar al emitir sus radios en señal de que no estaba bajo presión. Siempre y en todas las líneas había sido utilizada la palabra clave exacta. P ero entretanto, había reunido tantas experiencias sobre métodos de interrogatorio, que llegué a tener mis dudas. Creía a los rusos y también a los demás aliados capa ces de cualquier cosa con sus métodos. Quizás un día futuro logre dar con la solución de este enigma. (Alrededor de 1956 me dijeron que en uno de los últimos transportes de repatriados había vuelto a Alemania Occidental el teniente coronel Scher horn. Desgraciadamente hasta ahora no he podido encontrarle.)
U na nueva catástrofe se produjo a ñnales de agosto de 1944 en el frente del Este. Todo el grupo de Ejército S ur én Besarabia y Rumania parecía haber sido barrido ante el empuje de los movimientos de avance de los rusos. U n ejército alemán de millones de hombres había desaparecido y, de manera incon tenible, entraban las divisiones rusas en Rumania. E n los mapas de situación, seguimos el avance en cuanto las noticias nos lo permitían. ¿Q ué ocurriría con los grandes grupos de población de sangre alemana en Rumania ? Entonces mis unidades de cazadores recibieron una orden del Cuartel G eneral: “ Componer en seguida dos grupos para una misión. Los avio nes para el transporte ya están preparados. T area: bloquear los puertos de los Cárpatos, reconocer las regiones del otro lado, hostilizar el avituallamiento de los rusos y ayudar en la evacua ción de las personas de sangre alemana.” N os daban de nuevo una orden precipitada. E l alférez G. me parecía la persona más adecuada para esta acción. Aparte de ingenieros experimentados y soldados de tropas de choque, se le añadieron varios soldados que hablaban el rumano. ¡ Qué bien hicimos al realizar antes un vuelo de reconocimiento en la región del objetivo mandado! Contrariamente a una información, el aeropuerto de Temesvar estaba ocupado ya por fuertes unida
LUCHAM OS Y PER D IM O S
77
des rusas. AHÍ hubiera tenido que aterrizar nuestro grupo. Lo dirigimos hacia el cuerpo de ejército Phleps (V. cuerpo de mon taña de las W affen-SS). Repartida en cuatro grupos, la unidad de choque llegó hasta los puertos de los Cárpatos. No se podía hablar allí, en aquellos dias, de una línea de frente alem ana; sólo los rusos seguían avan zando. P ero el avance ruso pudo perturbarse en algunos puertos y se logró ayudar a más de un grupo de alemanes desesperados. E l alférez G. entró, a su regreso, junto con las tropas rusas en K ronstadt: como soldado rum ano que se adornaba con flores para celebrar el victorioso avance de Jos rusos. P ero entonces, al intentar el paso a través de las lineas rusas más avanzadas, le abandonó la suerte. F ue descubierto con sus hombres. Fueron cogidos y llevados a una colina para fusilarles sin más requisi tos. E n el último instante G. huyó, por una decisión repentina. Sus perseguidores le atravesaron el pie derecho. Después de una carrera de kilómetros, pudo finalmente ocultarse en un pantano. D urante la noche llegó cerca de Morosvasachely y de las dificul tosamente reconstruidas líneas alemanas. P or sus observaciones d e los movimientos del enemigo, se consiguió salvar del cerco a un cuerpo alemán en el ámbito de Gyergyoti. Los otros tres grupos volvieron con pocas bajas y aportaron importantes noticias sobre la retaguardia del enemigo. E stas eran las misiones comando que nos gustaban. E ra in creíble lo que podían hacer grupos pequeños y valientes de sol dados, cuando se enfrentaban decididos y confiados en sí mismos y en su misión. Pero fue alarm ante otro reconocimiento de esta acción. U n grupo de G. se había topado en Rumania con una unidad de dos mil soldados alemanes de artillería antiaérea, que se habian retirado con sus armas a un lado de la carretera y que alli esperaban prácticamente a que se les hiciesen prisioneros. Trescientos de ellos se unieron por voluntad propia a los hombres de G., decididos a llegar luchando hasta el frente. Estos trescien tos hombres llegaron sanos hasta las tropas alemanas. ¿Cuál seria el destino de los otros? P ero la gran cuestión que surgía
78
OTTO SX ORZEN Y
de este suceso era ésta: ¿Se había desmoralizado el soldado ale mán, y había perdido el dominio de sí mismo? ¿Abandonaba ya la causa alemana? Sospechábamos que sólo era un estado de ánimo de catástrofe existente en algunos sectores lo que provo caba en la tropa un "pánico” de los rusos.
C a p ítu lo
XXI
Septiembre de 1944. — Otra ve z llamado al Cuartel General del Führer. — Discusión de la situación con Hitler. — Graves decisiones. — Encuentro con Iianna Reitsck y el teniente ge neral von Greim. — Critica de Góring. — Am enaza de la pérdida de Hungría. — M i misión. —• A m plios poderes. — Budapest como centro de avituallamiento. — Preparaciones en Vtena. — Batallón de aspirantes a oficiales. — Conversa ciones secretas con Tito. — E l mortero de 65 cm. •— N o hay unidad de criterio. — H orthy hijo, detenido. — L a acción P am erfaust” en marcha. — 16 de octubre de 1944, a las 6 de la madrugada. — A taque por sorpresa al castillo. — S e consigue el golpe de mano. — E l comandante se rinde. — P o cas bajas en ambos bandos. — A m istad asegurada. — R e cuerdo de la vieja Austria. — Con el regente a Munich. — Reencuentro en el palacio de justicia de Nuremberg. — Un documento histórico. — Presentación del informe al F H Q .
Esperaba en vano, junto con von Fólkersam , que ahora ten dríamos un poco de tiempo para estructurar las unidades de caza como habíamos pensado; esto es, convertirlas en una tropa fuerte, que al menos pudiese efectuar acciones ofensivas con pequeñas unidades.
80
OTTO SK ORZEN Y
Inesperadamente me ordenaron, alrededor del 10 de septiem bre de 1944, que fuese al Cuartel eGneral del F ührer, la “ Wolfsschanze” . Y a no estaba en la retaguardia; el frente se había acer cado hasta poco menos de 100 kilómetros. Recibí del teniente general Jodí la indicación de estar presente durante unos cuantos días en el debate de la situación con el F ührer, en lo referente al frente en el Sureste. Pues se había previsto para mí y para mis tropas una acción muy im portante en este sector. P oar prim era vez, estaría presente en la “ gran conferencia de la situación con el F ü h re r” , como se llamaba en el F H Q . Pero sólo permanecería en la sala de reunión durante las conversacio nes acerca del frente del Sureste, que por lo general dirigía el mis mo teniente general Jodí. A pesar de ello, llegué a conocer en esos días la situación un poco confusa en que se elaboraron las órdenes en el mando supremo alemán. E l mando supremo del E jército (O K H ) tenía el mando supremo sólo en el frente del E ste. El E stado M ayor de la W ehrm acht daba sus órdenes para los otros frentes, incluido el de los Balcanes. L a M arina y la Luftwaffe mandaban sus propios oficiales a las reuniones para <jue diesen sus opiniones. P or encima de todos sólo estaba Adol fo H itler como único elemento unificador y coordinador, desde que se habia encargado del mando supremo. E n el circulo acotado del interior, a unos cincuenta metros del ' “bunker” del F ührer, se hallaba la barraca “ de la situación” . E l nuevo "b u n k er del F ü h re r” se habia acabado recientemente. U n hormigón armado de siete m etros de espesor debía ofrecer protección contra eventuales bombardeos. U na complicada insta lación de vetilación sustituía las ventanas, que faltaban por com pleto, y se cuidaba de hacer entrar aire fresco. L a atmósfera era, a pesar de todo, poco sana. Me dijeron que el hormigón no había fraguado aún por completo y que seguía desprendiendo aún calor químico y por lo tanto nocivo. L a barraca “ de la situación” , con anchas ventanas, en la que se hallaba la gran conferencia “ de la situación” y varios cuartos pequeños para reuniones y teléfonos, tenía un aspecto bastante
LUCHAM OS Y PERDIM OS
81
más alegre. A las 14 y las 22 horas aproximadamente, se inicia ban las discusiones acerca de la situación, en las que se tomaban las grandes decisiones. Incluso el mismo dia de mi llegada — habia llegado a prim era hora de la mañana en el tren del correo de Berlín— me mandaron que fuese a la "situación” del medio día. E l lugar “ de la situación” tenía unos siete por doce me tros. E n uno de los lados longitudinales, junto a las grandes ven tanas, había una imponente mesa de mapas. A l lado de la puerta, que se hallaba frente a las ventanas, en el centro de la otra pa red longitudinal, había otra mesa redonda con sillas tapizadas. Cuando entré, la mayoría de los asistentes ya estaban reunidos, generales y oficiales del Estado M ayor General de todas las ar mas. Tuve que presentarm e a casi todos ellos, puesto que sólo conocía a muy pocos. U na breve orden anunció la llegada de Adolfo H itler, que entró acompañado del mariscal de Campo Keitel y del teniente general Jodl. Profundamente asustado miré al hombre que recordaba con muy distinto aspecto desde el otoño pasado. Vi a un hombre en corvado, envejecido; también su profunda voz parecía haber cam biado. ¿Iba arrastrando una enfermedad latente? Sobre todo, su mano izquierda temblaba tan ostensiblemente, que estando de pie tenía que sujetarla con su derecha. ¿ E ra esto una consecuencia directa del atentado del 20 de julio? ¿Se había encorvado este hombre bajo la carga de la responsabilidad, que había tomado y que ahora desde hacía muchos años llevaba casi solo? Sólo me pregunté cómo este hombre viejo y cansado podía reunir aún la energía para una actuación tan sobrecargada de responsabilidad. Adolfo H itler saludó a algunos de los militares más cercanos con un apretón de manos. También para mí tuvo unas palabras amables y me ordenó, una vez más, estar presente en toda dis cusión acerca de la situación en los Balcanes. Entonces pidió los informes. Dos taquígrafos se habían sentado en los lados estre chos de la mesa. Todos los demás presentes estaban de píe. Sólo para H itler estaba dispuesto un taburete en el lado longitudinal
82
OTTO SKORZENY
de la mesa, pero del que sólo hacia uso pocas veces. Delante de él se hallaban una serie de lápices de colores y sus gafas. E l teniente general Jodl, que estaba a la derecha de Hitler, —el mariscal Keitel estaba a su izquierda— empezó explicando la situación. E n el gran mapa del Estado M ayor General se podía seguir todo. Se nombraron números de divisiones, cuerpos, regi mientos acorazados. Allí había atacado el ruso, pero se le había rechazado. Aquí había logrado el enemigo una profunda penetra ción. Se destinaron las fuerzas para un contraataque. E ra sor prendente qué detalles, números de regimientos, cantidad de tanques listos para el combate, reservas de carburante, etc., tenía H itler en la memoria. Se nombraron nuevos números y sobre los mapas se ordenaron desplazamientos de tropas. L a situación era grave. E l frente transcurría ahora aproximadamente a lo largo de la frontera húngara, salvo algunas penetraciones. Dada mi experiencia, me pregunté: ¿E stas divisiones aquí señaladas son capaces de batallar aún con pleno rendim iento? ¿E starían en buen uso sus cañones y sus vehículos? ¿C uántos tanques y ca ñones se habían perdido después del envío de los últimos in formes ? — H oy no se han tomado decisiones muy importantes — oí m urm urar a algunos oficiales del Estado M ayor General. E x a c to ; olvidaba por completo que alií sólo se calculaba a base de ejércitos y grupos de ejércitos. E n las explicaciones de la Luftwaffe parecía que fallaba algo. Adolfo H itler se irguió, y ahora era también la antigua y sonora voz que rogó al oficial narrador una explicación más exacta. La tan preferida Luftwaffe ya no parecía ser muy apreciada. Los nú meros de los aviones de batalla utilizados, citados por el oficial, no parecían muy convincentes. Con un breve gesto de la mano terminó H itler este informe y dio media vuelta. E l teniente ge neral Jodl me indicó que abandonase el salón “ de la situa ción” ; ahora se comentarían otros sectores del frente. E n el vestíbulo me detuve junto a unos jóvenes oficiales del Estado M ayor General. U n ordenanza nos ofreció vermut. H a
LUCHAM OS Y PER D IM O S
83
blamos del frente del Este. E n Varsovia estaba en curso la rebe lión del ejército polaco clandestino. Debían haber en aquel país luchas terribles. Al sur de Varsovia, lo ocurrido, sin embargo, aún era p e o r; de allí venían informes malísimos. — Estas noticias no se le pueden dar ai F ührer —opinó uno de los oficiales— . H abrá que buscar otra solución. T res días más tarde, por pura casualidad no me ordenaron sa lir durante las conversaciones acerca de los otros frentes. E l ofi cial informador anunció la situación desesperada que se había originado al sur de Varsovia. Adolfo H itler se levantó de un salto y le gritó al oficial: — ¿ P o r qué no se me informó antes de esto? Echó sus lápices sobre la mesa de mapas, con tal fuerza que algunos cayeron al suelo. Oí reproches contra Jodl, contra el O K H y contra la Luftwaffe. Todos callaron atemorizados. Yo mismo me oculté un poco más hacia el fondo ante aquella explo sión de ira incontenible. ¿ Debía lanzarse esta bronca delante de todos los presentes ? Casi más temible fue el repentino cambio de H itler hacia su estado de ánimo sereno. Se volvió hacia los otros generales for mulando preguntas concretas: ■ —¿ Existen reservas disponibles ? ¿ Puede llegar todavía a tiempo un tren de municiones? ¿H ay en las cercanías una unidad pesada de ingenieros? De esta forma volvían a hacerse combinaciones y remiendos, y tuve la esperanza de que el asunto se pudiese arreglar de alguna manera. E n el transcurso de la tarde aún visité a diversos conocidos en el F H Q . E n ninguna parte me enteré de novedades agra dables. Decidí desaparecer por hora y media. H abía en el Cuar tel General una sauna que quería visitar. Hacía bien entregar el cuerpo al ardiente vapor. Y después un masaje. Entonces volví a encontrarme fresco y apto para aguantar una larga sesión noc turna. E ra una lástima que los lagos estuviesen tan lejos; daria gusto poder nadar un poco.
84
OTTO SK ORZEN Y
De forma sorprendente me encontré por un camino en e! Cuartel General a H anna Reitsch. Nos saludamos cordialmente. E staba muy contento de que no le hubiese sucedido nada a esta valerosa m ujer durante los recientes intentos con la V -l. Me contó que había llegado con el teniente general von Greim, y me mostró su casa. — ¿N o quiere venir esta noche a vernos? Se lo prometí con mucho gusto, pero le expliqué que sólo podía ir después de la “ situación” nocturna. — Nosotros también estamos despiertos hasta muy ta rd e ; están en marcha cosas muy importantes. Venga tranquilo. Así nos despedimos. Después de la “ situación” nocturna — debía ser la mediano che— fui a través de los caminos oscurísimos hacia la barraca descrita. E n una gran estancia que servía como sala y dormito rio, H anna Reitsch me presentó al teniente general R itter von Greim. E l cabello blanco peinado con raya enmarcaba su cara simpática de rasgos pronunciados. Bajo la Cruz de Caballero descubrí el “ Pour le m érite” de la Prim era G uerra Mundial. P ronto estuvimos enzarzados en una conversación seria y exci tante. T em a: la guerra y la Luftwaffe. Me maravillaba la energía que aún tenía este general. Pronto me enteré de la verdadera razón de su presencia en el F H Q : el mariscal del Reich, Herm ann Goring, debía dim itir del Mando Supremo de la Luftw affe; von Greim había sido destinado por H itler como sucesor. Pero aún no se habian solucionado todas las cuestiones. Sobre todo la po lítica personal de la Luftwaffe que deseaba mantener en sus ma nos H erm ann Góring. Pero von Greim no estaba de acuerdo con ello. Sin embargo. H itler aún no había dicho la última palabra. D urante dos noches estuve hasta avanzadas horas de la ma drugada conversando con aquellas dos estupendas personas. A m bas eran idealistas en el m ás amplio sentido de la palabra. E ra sorprendente para mí, aunque no nuevo, ver con qué vehemencia eran criticados el mando de la Luftwaffe y sobre todo H erm ann Góring por el teniente general von Greim.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
85
— La Luftwaffe se durmió sobre sus laureles merecidos du rante los años de guerra y éxito de 1939-40, sin pensar en el futuro. Las palabras “ Tenemos la Luftwaffe, mejor, más rápida y más valerosa del m undo” , usadas una vez por Goring no bastan para ganar ninguna guerra. Así m ás o menos eran las palabras amargas de von Greim sobre el rearme aéreo durante los últimos años. Ya no tengo presentes todos los detalles de las conversaciones de largas horas. Recuerdo un pequeño punto luminoso: estaban por llegar los nuevos cazas a reacción. Quizás con su ayuda podíamos defen dernos de los ininterrumpidos ataques aéreos contra ciudades ale manas y reconquistar, por lo menos en parte, el dominio aéreo. Quedó sólo por contestar una pregunta: ¿N o hubiesen podido estar disponibles ya mucho antes estos cazas a reacción ? L a cons trucción ya se había terminado en 1942. ¿E ra éste otro capítulo de la historia de guerra alemana sobre el que figuraba la palabra “ demasiado tarde” ? E l teniente general von Greim aún no habia sido nombrado por aquel entonces comandante supremo de la Luftwaffe. Sólo en los últimos días de abril de 1945, en las ruinas de Berlín, le fue encomendado este cargo. D urante el vuelo en la capital ya completamente cercada, en el que participó su fiel compañera H anna Reitsch, fue gravemente herido. Asi llegó también dos semanas más tarde a Kitzbühl como prisionero americano. No quería verse obligado a testimoniar ante los aliados contra su antiguo jefe supremo Goring. E ste fue uno de los motivos de su suicidio. Al tercer día después de la “ situación” de la noche en que se me indicó que permaneciese presente durante toda la reunión, H itler había rogado que se quedasen además Keitel, Jodl, Ribbentrop y Himmler, que en aquella ocasión se hallaba allí. Nos sentamos alrededor de la mesa redonda del rincón. Adolfo H itler explicó una vez m ás con breves palabras la situación en el Su reste. E l frente, que acababa de consolidarse en las fronteras de H ungría, debía mantenerse a toda costa. Dentro de este gigan-
86
OTTO SK O RZEN Y
tesco arco se hallaban más de un millón de soldados alemanes, que perecerían al producirse un hundimiento repentino. — Tenemos informes secretos — continuó H itler—, de que el regente del reino húngaro, almirante von H orthy, intenta esta blecer comunicación con el enemigo, para lograr una rápida paz por separado para H ungría. Pero esto significaría la pérdida de nuestros ejércitos. Intenta tratar no sólo con las potencias occi dentales, sino también con Rusia, y también se someterá a ésta. ’'U sted, Skorzeny, preparará para el caso de que el regente incumpla los tratados de alianza, la ocupación m ilitar de la mon taña del castillo de Budapest. E l Estado M ayor General piensa en una misión de paracaidistas o de tropas aerotransportadas. E l mando para toda la operación en Budapest se encargará al general de cuerpo, el general de artillería N. de reciente nom bramiento. Usted le estará subordinado, pero debe empezar en seguida con sus preparativos, puesto que el Estado M ayor del Cuerpo aún está en fase de formación. Así más o menos explicó Adolfo H itler a los presentes la inminente misión. — P ara que supere con mayor facilidad las dificultades que se producen en la formación, usted recibirá ahora de mí una orden por escrito con amplios poderes. E l teniente general Jodl leyó a continuación de un pliego de órdenes las unidades que tenía bajo mis órdenes: un batallón de paracaidistas de la Luftwaffe, el batallón de paracaidistas 600 de las W affen-SS y un batallón de infantería motorizada, for mada de alumnos de la Academia M ilitar de W iener-Neustadt. Además, ya se mandó el desplazamiento y la puesta a mis órde nes de dos grupos de planeadores de carga. También recibirá un aparato del grupo de enlaces del C uar tel General del F ührer para usar durante la misión — terminó el teniente general Jodl. Adolfo H itler habló aún durante unos momentos con Ribbentrop de las noticias provenientes de la em bajada alemana en Budapest. También en éstas se dijo que la situación era suma
LUCHAM OS Y PER D IM O S
87
mente tensa, y que el actual gobierno húngaro de ninguna mane ra podía considerarse ya como adicto al E je. Después de que la orden por escrito estuvo firmada por Adolfo H itler, se me entre gó. Los generales se despidieron. — Confío en usted y sus hombres. Y suerte. Con estas palabras H itler terminó la entrevista. Cuando, después de haber quedado solo, releí el escrito, me sorprendí de las posibilidades de amplio alcance que aquel papel ponía en mis manos. Estaba escrito en el llamado papel de E sta do: arriba a la izquierda, en oro, el águila con la svástica, debajo de ello en sencillos caracteres Antigua “ E l F ührer y el Canciller del Reich” . E l texto del escrito, que desgraciadamente en el torbellino de los acontecimientos del año 1945 se perdió, o mejor dicho, fue robado junto con todo mi equipaje, decía más o menos lo si guiente: “ El comandante de la reserva, O tto Skorzeny, actúa en la realización de una orden persona! y estrictamente secreta de suma importancia. Ordeno a todas las oficinas militares y es tatales a apoyar de cualquier manera a O tto Skorzeny y a cumplir sus deseos” . Debajo de ello la firma del jefe del Estado alemán, que estaba escrita con mano temblorosa. Durante algún tiempo creí que con estos poderes podía revolver toda Alemania, pero en realidad, estaba decidido a usar lo menos posible este documento. N o confiaba demasiado en !a obediencia ciega de un oficial de servicio frente a una orden “ m áxim a” . Preferiría en contrar plena comprensión para obtener mis peticiones. P ara poner en seguida las cosas en claro diré que tan sólo he sacado este documento una vez del bolsillo, y esto sucedió unos días m ás tarde en Viena. Tuve por espacio de varias horas una conversación con un teniente coronel del mando de la región mi litar sobre la inmediata motorización de la Academia M ilitar de W iener Neustadt, subordinada a mí y de otras unidades. Había que examinar listas, comparar cifras de cargamento, etc. Tenía un hambre terrible, y le pedí a mi interlocutor:
88
OTTO SKORZENY
— ¿N o podrían hacer traer algunas salchichas o un bocadillo? H oy ya no tendré tiempo para comer. — Con mucho gusto, pero deme por favor sus vales de carne —fue la contestación. Cuando le expliqué que había olvidado las piezas de guerra más importantes de mi equipo, los vales de alimentos, pero que a pesar de ello debía saciar mi apetito, el oficial no tuvo ninguna comprensión frente a mi ruego por un par de salchichas de Viena. — No, desgraciadamente esto es imposible. Esto no lo puede servir nuestra cantina — fue la severa contestación. Entonces quise experim entar como brom a el efecto milagroso de mi documento y su firma. Sin más palabras cogí mi cartera y puse el documento sobre el escritorio ante el asombrado camarada. U na breve m irada suya bastó, y en seguida llegó su res puesta: — Sí, naturalmente, se le dará al instante. G ritó dirigiéndose hacia la antesala: — Suboficial L., traiga en seguida de la cantina dos pares de salchichas. Entonces consumí el tentempié, servido por “ orden suprema” , por medio de un teniente coronel tan consciente de su deber. Después de haber recibido la orden de acción —ya eran las dos de la madrugada— aún tenía que arreglar algunas cosas. Como medida de precaución ya había puesto dos días antes en estado de alerta mi batallón de caza “ centro” , el antiguo batallón de cazadores 502. Sabía que el capitán von Fólkersam esperaría mi llamada incluso a tan avanzada hora. E n seguida tuve una conversación relámpago con Friedenthal: — A lió, Fólkersam. H e recibido hace unos instantes un nuevo encargo importante. Tome nota. L a prim era compañía reforzada será transportada hoy a las ocho de la mañana al aeropuerto de Gatow. N o olviden una triple entrega de explosivos y de muni ciones para cuatro grupos de zapadores. Entreguen raciones de emergencia para seis días. El teniente H unke tom ará el man
LUCHAM OS Y PER D IM O S
89
do. E l objetivo ya lo conocen en el mando de la escuadrilla Ju-52. Yo mismo despegaré hoy en cuanto me sea posible y ate rrizaré, antes de las diez, en el aeropuerto de la fábrica Heinkel en Oranienburg. U sted irá a buscarme. Dos horas más tarde se guiremos. Usted, Radl y Ostafel volarán conmigo. ¿A lguna pre gunta? Entonces hasta mañana. El lema sigue siendo: “ Fácil para nosotros” . Sabía que ahora empezaría el jaleo en Friedenthal. Entonces se me ocurrió también el nombre de camuflaje para la nueva em presa: “ Panzerfaust” . Da gusto disponer de un avión, pensaba un par de horas más tarde cuando el piloto de la He-111 se presentó ante mí en el aeropuerto del Cuartel General. Yo estaba sentado a su lado ante el timón doble y observaba el paisaje que se deslizaba bajo no sotros, pero no podía evitar que mis pensamientos girasen de forma concreta alrededor de la nueva acción. O tra vez había en juego algo im portante: todas las tropas alemanas a lo largo de la frontera húngara. E n caso de una repentina defección de las tropas húngaras, situadas junto a los Cárpatos, estarían en una situación comprometida. Y si se perdía Budapest, el centro principal de avituallamiento, ocurriría una gran catástrofe. Ojalá todos los preparativos llegasen a tiempo. Entonces se me ocurrió otra cosa. ¿ No me habían dado el mando de las escuadrillas de planeadores de carga y de los bata llones de paracaidistas ? ¿ Cómo se imagina el Estado M ayor Ge neral una acción de paracaidistas y de tropas aerotransportadas so bre la M ontaña del Castillo? Yo conocía con exactitud Budapest y su centro. La única posibilidad de aterrizaje en la ciudad era la gran plaza de instrucción, el Campo de la Sangre. P ero allí, en caso de enemiga por parte de los húngaros, nos dispararían desde la cercana M ontaña del Castillo y desde los otros tres lados antes de que pudiésemos reunimos. De todas formas, podía hacer aterrizar algunos grupos especiales, pensé. Pero esto sólo se podía decidir según se presentase la situación.
90
OTTO SK ORZEN Y
Durante el viaje en coche hacia Friedenthal informé breve m ente a mi IA . — O tra vez tenemos elementos imponderables más que sufi cientes en nuestra misión — opinó von Fólkersam — . P ero es lu cida, y lo conseguiremos. E l transporte de Gatow fue bien — me informó a continuación— . Y como lugar de reunión tenemos Viena. E sto le dará quizás unas cuantas horas libres para estar •con su familia, pues hace tiempo que no la ha visto. ¿N o? Ambos sabíamos, sin hablar de ello, que apenas tendríamos tiempo para decir adiós. N uestras familias ya lo comprenderían; trabajábam os y luchábamos también para ellos. En nuestro vuelo a Viena habíamos llevado también una caja del más moderno explosivo. Se estaba muy cómodo sentado sobre ella; lo único en que no podía pensarse era que dicho chisme podía estallar. Teniendo en cuenta la actividad de la aviación enemiga sobre Ale mania, teníamos toda clase de probabilidades. P ero no hablamos d e este problem a; sólo teníamos presente lo inmediato, las tropas nuevas subordinadas a nosotros y nuestra misión. Propuse motorizáf inmediatamente y, en todo caso, a los tres batallones. Esto significaría un buen trabajo en los parques móviles mi litares. Sabíamos cuán escasos eran en aquella época los camiones. E l frente del Este y también ahora el del Oeste habían gastado demasiados vehículos. Eso no podía superarlo ni la me jo r industria. Fólkersam , Ostafel y yo seguimos desde A spem viaje hacia W iener-N eustadt. Rad! debía tom ar contacto en Viena con las oficinas del servicio de información. Quizás disponían ya de nue vos informes. E n W iener-N eustadt nos presentamos inmediatamente en la antigua academia militar, cuya tradición se remontaba a los tiem pos de la emperatriz M aría Teresa. E n los pasillos de altos te chos nos miraban desde arriba las antiguas cabezas de todos los anteriores comandantes de la escuela. E l actual jefe, el teniente coronel H ., ya había sido informado de nuestra llegada. Cuando le expliqué todo con pocas palabras, dijo que a él le habría
LUCHAM OS Y PER D IM O S
91
gustado m andar el batallón. P ero pude convencerle de que esto, por su alta graduación, no convenía; no obstante no quiso desis tir de acompañarnos como “ trotabatallas” . Entonces hicimos entrar al jefe del batallón previsto, un co mandante, y a los jefes de compañía. Todos eran viejos osos del frente, que actuaban ahora como instructores en la academia militar. M ientras tanto, habían formado en el patio todos los aspirantes a oficiales capaces de ser útiles en el frente, que su maban casi mil hombres. Cuando me coloqué frente a ellos para saludar al batallón que mandaba, mi corazón dio un salto de alegría. U na élite de hombres, como la que formaba en aquel ba tallón, era poco corriente: estaba seguro de que no había otra en Alemania. Me sentí orgulloso de tom ar aquel mando. Quizás este orgullo se adivinara en la breve arenga que les d irig í: — P o r sus oficiales ya habrán oído mi nombre, y más de uno recordará mi misión en Italia. Sin embargo, no esperen de mí que les lleve a una aventura. Será una lucha seria y quizás san grienta, en la que jugamos altas apuestas ustedes y yo. Todos cumpliremos con nuestro deber de soldados. Si tenemos la fe en nuestra causa lograremos nuestro objetivo, y con ello serviremos a nuestra patria y a nuestro pueblo. También el batallón de paracaidistas había llegado ya a la región de Viena. Sus oficiales causaban buena impresión. Sólo tenia que intentar imponerme a ellos. Tenía la impresión de que acaso preferirían actuar por propia cuenta, y esto podía malograr toda la empresa. P ero no tenía ni la más ligera idea de cómo se desarrollaría ésta. Aún no me podía imaginar cómo se efectuaría la acción en Hungría. E l segundo batallón de paracaidistas, el de las W affen-SS, llegó del frente del Este. Estaba bastante mermado por las ba jas, y por lo tanto no podía ser tan batallador como las demás unidades. H asta que pudimos arreglar los problemas de equipaje y mo torización habían pasado tres días más. Y a era hora de que echase un vistazo a Budapest. Pronto estuvieron arreglados los papeles
92
OTTO SKORZENY
para un cierto “ Dr. W olff” , un hombre de mi estatura. Entonces me puse un cómodo traje de paisano. P or un conocido me hice recomendar a un amigo suyo de Budapest y me pude poner en camino. E n Budapest fuimos acogidos, Karl Radl y yo, por el comer ciante N. con una hospitalidad como sólo practican los magiares. Llegó hasta tal punto, que él mismo se marchó de su casa para poner a nuestra disposición toda su vivienda con criado y coci nera. Apenas me atrevo a decirlo, pero en toda mi existencia no he vivido tan bien como aquellas tres semanas, y esto en el quinto año de guerra. H abria ofendido gravemente a nuestro an fitrión si hubiese comido con parquedad. M ientras tanto, había llegado a Budapest también nuestro general. Tenía sus preocupaciones para constituir un Estado M ayor útil y para obtener de las tropas a él subordinadas rápidamente un buen estado de preparación. Al principio hice trabajar a Fólkersam y Ostafel en el Cuerpo del Estado Mayor. A toda prisa debía confeccionarse un plan de alarm a para todas las tropas sitas en Budapest y sus alrededores. Prepararlas para todas las eventualidades. Ante todo debían permanecer en nues tras manos las lineas de ferrocarriles, las estaciones y las cen trales de comunicaciones. M ientras tanto, el servicio de información había comprobado que el hijo del regente, Niklas von H orthy, ya había llevado a térm ino una conversación secreta con los comisionados de Tito. De este modo, debían establecerse las relaciones con el Mando Supremo ruso para concluir una paz por separado. O sea, que en este caso, eran ciertas las informaciones del F H Q . Me parecía incomprensible el camino que seguía el almirante von Horthy, a través de Tito. ¿Cómo era posible que este mantenedor de la corona húngara se dirigiese hacia los eternos enemigos de H un gría, los yugoslavos? ¿Q ué ventajas pensaba sacar de ello para sí y para su pueblo? Discutí con los oficiales de nuestros servi cios de información sobre la conveniencia de intentar introducir en las conversaciones a un agente nuestro. U n croata consiguió
LUCHAM OS Y PER D IM O S
93
introducirse tanto entre los comisionados yugoslavos como junto a Niklas von H orthy, y ganarse la confianza de ambos bandos. De esta forma, nos enteramos de que se había planeado en un corto período de tiempo una conversación nocturna secreta con el mismo regente. Esto era para nosotros una noticia desagrada ble, ya que no teníamos ningún interés en que el jefe del Estado se comprometiese personalmente en el asunto. Pero esto era competencia exclusiva del servicio de información o de la policía de seguridad; yo tenía otras preocupaciones. Muchas veces fui hacia la M ontaña del Castillo, para hablar con el agregado de aviación, o con el embajador alemán o con el general de la plaza, y siempre aum entaron mis preocupaciones, ya que aún no tenía plan determinado para operar, si el caso se presentaba, sobre la M ontaña del Castillo, que era una fortaleza natural. Aunque no se expresó con claridad en mis órdenes, yo no veía otro medio de evitar la defección del gobierno húngaro, que mediante una acción contra el barrio gubernamental y el castillo. E sto sólo podía ponerse en práctica bajo una acción previa contra Alemania, que debía ser replicada tajantemente. Se encargó a Fólkersam la misión de estudiar con toda exac titud todos los planos posibles de la ciudad y aum entar sus ex periencias mediante frecuentos reconomientos de las calles y construcciones. E n este estudio, recibimos toda clase de sorpresas. L a M ontaña del Castillo estaba minada por un laberinto de pasillos; esto podía ser, en un caso comprometido, un grave obs táculo para nosotros. E l plan de alarm a alemán realizado para Budapest ordenaba que yo ocupase militarmente, con las tropas que me estaban subordinadas directamente, la M ontaña del Cas tillo. Y a habia renunciado por completo a una acción desde el aire con planeadores o paracaidistas. Iba siendo hora de que mis tropas fuesen a Budapest; también el mando del cuerpo lo creía conveniente. A principios de octubre, salieron de Viena y se acuartelaron en los arrabales de Budapest. E n los primeros dias de octubre llegó a Budapest el general de la policía von dem Bach-Zelewski. Le había sido encomendado
94
OTTO SKORZENY
por el F H Q el M ando Supremo en Budapest. Venia de Varsovia, donde bajo sus órdenes se acababa de sofocar el intento de rebe lión del ejército clandestino polaco. D urante las conversaciones se presentó a sí mismo como “ hombre fuerte” . Según dijo, estaba decidido a actuar, en caso de necesidad, con la misma dureza que en Varsovia. Incluso había llevado consigo un m ortero de 65 cm. E sta pieza sólo se habia empleado dos veces, durante el sitio de la fortaleza Sebastopol y en Varsovia. Yo creía que el método propuesto era innecesariamente rudo y opinaba que en caso difícil se podría llegar al objetivo más de prisa y m ejor, con medios más sutiles; la acción “ Panzerfaust” también podría realizarse sin el apoyo de esta pieza de artillería. Muchos oficiales parecían impre sionados por la actitud de Bach-Ze’ew ski; posiblemente también le tenían algo de miedo. Yo nunca me preocupé por su tono rudo, permanecí firme en mi opinión y la llevé a la práctica. Tampoco comprendía el por qué los planes de alarm a fre cuentemente se estudiaban en sesiones a las que asistían de quince a veinte oficiales. Podía pensarse lógicamente que el go bierno húngaro se enteraba de algo de estas sesiones y, por ello, se veía obligado a adoptar decisiones con mayor rapidez. De todas formas, eran alarm antes las noticias de nuestro servicio de información, referentes a que el teniente general M., comandan te en jefe del ejército húngaro en los Cárpatos, había establecido relaciones directas con los rusos. Todas estas noticias natural m ente pasaban también al F H Q , pero éste aún no daba órdenes concretas acerca de qué medidas podían tomarse en contra. E n Budapest el ambiente era m uy distinto al de Italia por aquel entonces. Allí sólo había tenido que conversar con el ge neral Student y, por lo demás, había preparado mi acción con entera independencia. Aquí todo eran conversaciones y más con versaciones. E l general del Cuerpo tenía una opinión distinta a la de la embajada, que a su vez pensaba de m anera diferente que el general de la policia W inkelmann. E l servicio de infor mación y algunas personalidades húngaras germanófilas tenían otro criterio. Yo estaba satisfecho de no tener que intervenir en
LUCHAM OS Y PER D IM O S
95
la coordinación de aquella diversidad de opiniones. A causa de mi cometido, m uy amplio, debia estar presente en muchas sesio nes. Sólo podía esperar que, por algunos hechos repentinos, fuera necesario un cambio, una rápida unión de todas las oficinas y sus criterios. Alrededor del 10 de octubre de 1944 tuvo lugar eñ una villa una conversación nocturna entre el hijo de N iklas von H orthy y los delegados yugoslavos. L a policía alemana estaba enterada pero no intervino. L a siguiente sesión debía tener lugar el do mingo, 15 de octubre, en las cercanías del muelle del Danubio, en una casa comercial. A hora iba en serio. E l F H Q mandó antes del 15 de octubre a Budapest al general Wer.ck, quien en caso de necesidad debía tom ar el mando supremo y adoptar decisiones '“hie et nunc” . L a policía, de seguridad estaba decidida a inter venir en aquella ocasión y a detener al hijo del regente junto con sus colaboradores. A esta acción se le dio el nombre de camuflaje “ R atón” , pues a causa de un e rro r el nombre de Niklas, es decir, Nicky, se había convertido en M icky. Entonces re sultó adecuada la combinación Micky Mouse. E n el planeamiento de esta acción policíaca estaba implícita la idea de que el regente, para evitar que su hijo quedase ex puesto públicamente, desistiría de sus planes de una paz por separado. E l general W inkelm ann me rogó que preparase para aquella mañana una compañía de mis soldados. Sabia ya que las otras conversaciones de Niklas von H orthy habían estado pro tegidas por tropas del Honved. Si esto iba a suceder de nuevo se pensó que mis soldados servirían como contrapeso. Y o prom e tí mi apoyo con la condición de que yo mismo podría decidir acerca de la intervención de mi compañia. E l sábado recibí un telegrama urgente de Berlín, y, m uy a pesar mío, tuve que m andar a K arl Radl en seguida a la capital del Reich. E l cumplió esta orden de mal talante. El 15 de octubre de 1944 fue un luminoso domingo de otoño. A las diez de la mañana, la hora del encuentro, las calles aún estaban en silencio. Mi compañía, dispuesta en una calle latera!.
96
OTTO SK ORZEN Y
E l capitán von Fólkersam se mantenía en contacto conmigo. Es natural que yo mismo no pudiese comparecer aquel día de uni forme. Si quería estar presente en el escenario de los aconteci mientos, debía llevar un traje civil discreto. Mi chófer y un se gundo acompañante, ambos soldados de la Luftwaffe, estaban sentados en el pequeño jardín que encerraba la plaza. Yo había llegado en un coche particular poco después del comienzo de la conversación. Al entrar en la casa, vi que delante del comercio había un coche de los Honved y otro coche particular, en el que al parecer había venido H orthy hijo. Aparqué con mi radiador frente al suyo para evitar que los coches pudiesen salir disparados repentinamente. E l piso superior a los locales comerciales, en los que tenía lugar la conversación, ya habia sido ocupado el dia anterior por algunos agentes de la policía criminal, que estaban hospedados en u na pensión. O tros tenían que introducirse en la casa desde la calle alrededor de las diez y diez p ara proceder entonces a las detenciones. E n el vehículo cerrado estaban sentados, pro curando no ser vistos desde el exterior, tres oficiales del Honved ; otros dos se hallaban en el parque. Yo estaba precisamente junto a mi coche simulando una averia del motor, cuando empezó la acción. Apenas el prim er funcionario alemán desapareció en la en trada de la casa, cuando alcanzaron al segundo los tiros de las pistolas automáticas procedentes del vehículo cerrado. Con una bala en el vientre cayó junto al coche. Los dos oficiales del parque llegaron corriendo y disparando. Tuve el tiempo justo para bus car protección detrás de mi coche cuando una serie de tiros con virtió la puerta aún abierta de mi coche en un colador. De pronto se animaron los alrededores. E n varias ventanas y sobre los bal cones de las casas aparecieron soldados del Honved. M i chófer y su acompañante, al oír los primeros tiros, corrieron hacia mí, suponiendo que había sido herido. Mi chófer recibió una bala en e! músculo, pero se mantuvo en píe. Entonces di a mi compañía la señal para entrar en acción y nosotros tres nos defendimos con
LUCHAM OS Y PER D IM O S
97
nuestras pistolas contra el fuego casi ininterrum pido de las pas tólas automáticas. E ra una situación poco agradable y una lucha desigual, que por suerte duró sólo breves minutos. Mi coche estaba Heno de agujeros. Las balas que rebotaban sobre el ado quín silbaban siniestramente cerca de nosotros. Sólo por pocos segundos podíamos levantar nuestras cabezas por encima de la protección, para mantener con nuestros disparos al contrario a distancia, que no era más de diez o quince metros. Pero yo oí desde la calle próxima las pisadas de la compañía, que había entrado en acción. Fólkersam había comprendido y si tuó en seguida al prim er grupo, en la esquina de la plaza. Los otros ocuparon con la rapidez del rayo el jardín y dirigieron sus arm as hacia las fachadas de las casas. Después de los primeros tiros se retiraron mis contrincantes hacia el portal de la casa vecina, en la que se encontraba al pa recer una unidad húngara más potente aún. Al term inarse el ti roteo entramos rápidamente nuestros dos heridos en el portal de la casa. Pero observamos entretanto que el enemigo en la casa vecina aparentemente se preparaba para una salida. Después de una rápida decisión encendimos en la entrada del portal la mecha de una -carga explosiva, que al estallar, amon tonó algunas planchas de mármol y la puerta, transversalmente, de modo que quedaba bloqueada la entrada de la casa. Así ter minó la acción m ilitar; debió durar unos cinco minutos. B ajaron también los agentes de la policía de los pisos supe riores, e hicimos cuatro prisioneros. Los dos húngaros, Niklas von H orthy — el “ Micky Mouse” — y su amigo Bornemizza, fueron colocados en un camión. P ara no llamar la atención, la policía quería transportar a los dos detenidos enrollado cada uno en una alfombra. Pero según lo que vi, esta idea no había podido realizarse por completo. Los dos detenidos, que se re sistían, tenían que colocarse en el camión de manera bastante in cómoda. P artió el camión y mi compañía. Me decidí a evitar más choques, que eran muy posibles si el enemigo sorprendido
98
OTTO SK O RZEN Y
volvía a reanimarse. L a retirada de las tropas se logró sin más accidentes. U na duda interior me obligó a seguir al camión. Me estaba esperando otro vehículo con chófer. A una distancia de menos de cien m etros de. la plaaa, debajo del puente Isabel, vi acercarse en marcha acelerada tropas del Honved, integradas aproxima damente p o r tres compañías. Si continuaban hacia la plaza podría producirse una nueva lucha con mis hombres, lo cual yo quería evitar. Allí sólo podía ayudar la astucia; debían ganarse unos minutos. H ice parar el coche y fui al encuentro del oficial que mandaba la tropa, diciendo: — i H aga p a r a r! Allá arriba hay un jaleo tremendo. Nadie sabe lo que pasa. T uve éxito. L a tropa se p a ró ; el comandante pareció indeci so. F u e una suerte que entendiese un poco el alemán. O tal vez no había comprendido nada. P ero para mí sólo la breve parada tenía importancia. Mis soldados ya debían estar en los camiones y éstos a punto de arrancar. Grité aún al indeciso oficial: — Tengo que continuar. E ntré en el coche de un salto y apresuradam ente nos dirigi mos al aeropuerto. Cuando llegué allí los dos húngaros ya esta ban en el avión que, pocos minutos después, despegó en dirección a Viena. Luego me dirigí hacia el puesto de mando del Cuerpo, que se había establecido en un hotel sobre una colina de Budapest, donde encontré también al general W enck. Todos esperábamos con el ánimo tenso lo que ocurriría después. Conocíamos la exis tencia de ciertas maniobras militares en la M ontaña del Castillo, que estaban efectuándose desde hacía varios días. L a guarnición había sido reformada, y en varias calles de acceso habían colo cado minas subterráneas. Alrededor del mediodía, recibimos una llamada telefónica desde la em bajada alemana, alojada en un pequeño palacio sobre la M ontaña del Castillo. E l agregado m ilitar nos informó de t¡ue tropas del Honved ponían la Montaña del Castillo oficialmente en estado de defensa y que todas las
LUCHAM OS Y PER D IM O S
99
calles y puertas de acceso estaban cerradas para cualquier clase de tránsito. E l agregado m ilitar acababa de intentar abandonar con su coche la M ontaña del Castillo, pero en ninguna de las calles de salida le habían dejado pasar. Poco después fueron blo queadas las líneas telefónicas, pues ya no se obtuvo ninguna comunicación. Con ello se aisló prácticamente del mundo exte rior a todas las oñcinas alemanas, que radicaban en la M on taña del Castillo. Este fue un prim er “ acto poco amistoso” , se gún la suave frase del lenguaje diplomático. Nerviosos, esperá bamos los acontecimientos que debían producirse seguidamente. L as próximas horas debían traer consigo una decisión. L a mayo ría de los compañeros padecían de cierto nerviosismo, pues por nuestra parte aún no podía tomarse ninguna contramedida. La iniciativa correspondía aún a los del otro lado. A las 14 horas la radio húngara anunció una noticia extraordinaria. Se emitió un mensaje del regente almirante von H orthy: ' “H ungría ha fir mado un armisticio con R usia” . Ya todo estaba aclarado, las con tramedidas preparadas debían iniciarse en seguida. Se puso en ejecución el gran plan de alarm a para Budapest. También se dio la orden para la acción “ Panzerfaust” , la acción contra- la M ontaña del Castillo. Sin embargo, yo consi deraba el momento poco favorable y aconsejé esperar aún algu nas horas, quizás hasta la mañana siguiente. Como contrame dida contra las maniobras húngaras de la M ontaña del Casti llo, propuse form ar con tropas alemanas un cinturón exterior alrededor de la M ontaña. La División 22 de las W affen-SS se encargó de esta orden. Según el plan de alarma, durante las •horas de la tarde se efectuó sin incidentes la ocupación de las es taciones y otros edificios importantes de la ciudad. Se envió un general alemán al Mando Supremo del Ejército H úngaro en el frente, pero llegó demasiado tarde con sus hom bres. E l general húngaro ya se habia marchado a los rusos acompañado de algunos oficiales y secretarias. E ra para nosotros sorprendente, que este hecho y el m ensaje por la radio no cau sasen entre las tropas húngaras consecuencias m ás graves. En
100
OTTO SKORZENY
términos generales, se quedaron en sus posiciones. L a mayoría de los oficiales no siguió a su Jefe Supremo. Se quedaron con sus tropas y continuaron la lucha contra los rusos. Sin embargo, de manera rápida se debía evitar que el ministerio del Honved, si tuado junto al castillo, diese órdenes para la capitulación. D urante una reunión, a la última hora de la tarde, se deter minó que la acción “ Panzerfaust" empezaría a lo más tardar el 16 de octubre por la madrugada. E ste aplazamiento me venía muy bien, ya que esperaba que en las horas siguientes surgieran algunas facilidades para nuestra posición de salida. P or mi parte, di la orden de que debía fijarse como hora-X el crepúsculo ma tutino, o sea, las seis de la mañana. E n todo caso quería atacar por sorpresa, para lo cual me parecía esta hora especialmente favorable. Junto con Fólkersam , pasé las horas siguientes in clinado sobre el g ran plano, dibujado por nosotros, de la Monta ña del Castillo. Poco a poco tomaba la acción formas definitivas. Q uería empezar el ataque de m anera concéntrica y al mismo tiempo intentar yo mismo form ar en el centro, a lo largo de la calle de Viena, un punto de gravedad. Allí también debía jugar su papel el factor sorpresa. Tenía la intención de pasar la puer ta de Viena a ser posible sin lucha y sin gran ruido para surgir después, de m anera sorprendente, con mis tropas en la plaza, ante el Castillo. Allí debía adoptar entonces una rápida decisión. Si se lograba penetrar pronto en el castillo, el probable centro de la resistencia, term inaría pronto también la lucha, evi tando esto el derramamiento de sangre, en ambos lados. Señalamos a nuestras unidades sus objetivos. Nos mandaron como refuerzo una compañía de tanques Pantera y una compa ñía de tanques Goliath. Los pequeños tanques Goliath eran to davía en aquel entonces un nuevo artefacto poco conocido: vehícu los de oruga, teledirigidos, bajos y de fácil manejo, con una fuerte carga explosiva en su parte delantera. Podíamos usarlos para rom per una barricada o una puerta, que nos bloquease el camino. El batallón de la academia m ilitar de W iener-N eustadt atacaría a través de los jardines, en la falda meridional de la
LUCHAM OS Y PER D IM O S
101
M ontaña del Castillo. E ra una tarea difícil, pues sabíamos que en los jardines empinados se habían construido varias posiciones y nidos de ametralladoras. Queríamos quebrantar así (a resisten cia y lograr la ocupación del castillo. U n .g ru p o del batallón de caza “ C entro” , reforzado por un grupo de tanques, debería atacar a lo largo de la entrada occi dental del castillo con el objetivo de tom ar una entrada posterior de aquél. U n grupo del batallón de paracaidistas de las SS nú m ero 600 tenía la orden de forzar, a través del túnel del puente de cadenas que pasaba por debajo de la Montaña, la entrada a los pasillos subterráneos y penetrar desde abajo en el Ministerio de la G uerra y en el de Asuntos Interiores. Los restos de la com pañía de la unidad de caza “ C entro” , la mayor parte del batallón de paracaidistas de las SS, dos grupos de tanques y la compa ñía de tanques “ Goliath” debían quedar disponibles para el golpe de mano. E l batallón de paracaidistas de la Luftwaffe lo mante nía en reserva para casos imprevistos. Se dieron con exactitud las órdenes para cada acción distinta. Alrededor de medianoche ocuparon mis tropas sus posiciones de salida, detrás del cinturón de bloqueo, que ya había formado por la tarde la División 22 de las SS. Las calles de Budapest apenas habían cambiado su aspecto durante el día. T anto las acciones de las tropas húngaras como las de las alemanas apenas habían sido advertidas por la pobla ción. Los cafés estaban llenos como siempre, y quedaban vacíos sólo a avanzadas horas de ]a noche. También los informes desde las estaciones eran favorables. E l tránsito de avituallamiento se guía rodando desde el Reich hacia los frentes sin interrupción. Y a era más de la medianoche cuando llegó al puesto de mando del Cuerpo un oficial de elevada graduación del M inisterio del Honved. Venía de la M ontaña del Castillo por unas rutas desconacidas por nosotros, y su ministro le había encargado iniciar las negociaciones con nosotros. P or nuestra parte se le dijo que sin la anulación de ia declaración del armisticio del regente no habia base alguna para las negociaciones. Además era una sitúa-
102
OTTO SK O RZEN Y
ción muy desagradable que los miembros de la embajada y otros servicios alemanes estuviesen prácticamente prisioneros en la Mon taña del Castillo. P or consejo mío se dio un ultimátum para que la situación cambiase antes de las seis de la mañana. A aque llas horas debían haberse retirado las minas y barreras de la calle de Viena, que conducía a la em bajada alemana. Esto era al mismo tiempo el supuesto para un ataque por sorpresa, con pocas bajas, contra la fortaleza. E l oñcial húngaro del Honved causó en nosotros la impresión de que ni él ni su m inisterio aceptaban positivamente el repen tino vuelco contra Alemania. Se notaba en sus palabras que no todos los húngaros de la M ontaña del Castillo estaban conformes con la rápida decisión y el discurso radiofónico del regente. L a conversación había transcurrido en un tono amistoso. El oficial se despidió hacia las dos de la m adrugada. Alrededor de las tres, ocupé mis posiciones de combate al pie de la M ontaña del Castillo, en el campo de la sangre. Allí coloqué mi coche e hice llam ar una vez más a todos los oficiales. L a noche estaba m uy oscura y sólo la débil luz de nuestras linternas recorría nuestros croquis y mapas. Aún debían ser aclarados algunos detalles. L o s oficíales había trabajado bien y se había estudiado cada detalle del terreno. M i ayudante preparó un café bien car gado que bebíamos de nuestras cantimploras. E ra un buen au xiliar para aguantar una noche en vela y en tensión. M ientras tanto también había preparado yo mí plan de acción. Q uería intentar con mi tropa la m archa hacia él castillo, a ser posible dando impresión de completa normalidad. O sea, que los hombres debían permanecer en sus camiones; debía parecer una marcha corriente. Sabía que con ello corría un grave riesgo; pues mis soldados — sentados en sus camiones— estaban casi indefen sos en caso de un ataque enemigo. P ero este riesgo debíamos co rrerlo, si queríamos acabar rápidamente con la lucha. D i a cono cer mi intención a los demás comandantes. Si conseguía mi propósito podían contar mis otras unidades con un pronto apoyo en la Montaña' del Castillo.
LUCHAM OS V PER D IM O S
103
Reuní mi columna. Después de haber pasado la puerta de Viena debía dividirse y lanzarse a toda velocidad a través de dos calles paralelas hacia la plaza del castillo. Ordené que se reunie sen todos los jefes de compañía y de grupo, y les expliqué que debían guardar con sus hombres la m ás severa disciplina. No debían contestar disparos aislados, sino intentar por todos los medios llegar con sus vehículos hasta sus puntos de acción, sin disparar un solo tiro. Se debía actuar según este lem a: “ Los sol dados húngaros no son nuestros enemigos’'. M i coche se puso a la cabeza de la columna enfilando- la calle de Viena. Debía ser hacia las cinco y treinta minutos, y empe zaba a clarear. D etrás de mi estaban colocados cuatro tanques, siguiendo u n grupo de la compañía Goliath, y, en último término, estaban situados los demás, grupo tras grupo, sentados en sus camiones. L as arm as estaban dispuestas. L a m ayor parte de los soldados se habían reclinado y dorm ían unos minutos. Todos adoptaban la actitud del soldado veterano, que aún antes de la acción más peligrosa encuentra la ocasión para dar unas cabeza das. P ara mayor seguridad, mandé a mi ayudante una vez más al comando del Cuerpo para informarse de si se había introducido algún cambio en los planes. Volvió con la noticia de que no habia ninguna novedad. La hora del ataque siguió siendo las seis. A ún faltaban unos minutos. F u i una vez más a mi gran co che. Al lado de Fólkersam y Ostafel se encontraban cinco “ vie jos cam aradas” del Gran Sasso, suboficiales y brigadas. Debían constituir mí propio grupo de choque. Cada uno tenía además de la pistola automática unas cuantas bombas de mano en el cinturón y una “ Panzerfaust” , la nueva arm a antitanque, en la mano. Estábamos intrigados por saber cómo se comportarían las tropas acorazadas húngaras reunidas en la M ontaña del Cas tillo. E n caso de necesidad trabarían conocimiento con las gra nadas de nuestros tanques o la “ Panzerfaust” . O tra m irada al re lo j: las seis menos un m inuto Con el brazo derecho hice un movimiento de rotación: “ Poner en marcha el m otor’’. De pie en el coche levanté varias veces seguidas el bra-
104
OTTO SKORZENY
zo: “ E n m archa” . Lentamente, pues el camino subía. Y nos pu simos en movimiento. Sólo confiaba en que ninguno de mis co ches se topase con una mina, pues con ello se habría detenido la columna y todo el magnífico plan podía fallar. Involuntariamen te me volvía hacia atrás temiendo que se produjese una explosión. Y a aparecía la puerta de Viena. Se había abierto paso. U nos sol dados húngaros nos m iraron con curiosidad. Habíamos alcanzado la meseta. —Acelere suavemente —le grité a mi chófer. A la derecha de la calle había un cuartel de la Honved. — Sería desagradable que ahora nos disparasen desde el flan co — m urm uró Fólkersam a mi lado. Delante del cuartel, estaban situadas dos am etralladoras: ade más, vimos barricadas de sacos terreros. N o se movía nada; sólo se oia el ruido de los tanques. Yo tomé la calle de la derecha, en la que estaba la embajada alemana. Ahora podíamos correr a una velocidad respetable, sin perder los vehículos que nos se guían. Los tanques corrían detrás de mí a una velocidad de treinta y cinco a cuarenta kilómetros. Apenas nos faltaban mil metros para llegar al castillo. Ya se había realizado buena parte de nuestra misión. Llegamos a la explanada del castillo sin un solo disparo. E n tonces apareció ante nosotros el sólido edificio independiente del ministerio del Honved. De muy lejos nos llegó el ruido de dos fuertes explosiones. Debían ser nuestros hombres, que luchaban por penetrar en el túnel. Estábamos viviendo los instantes de cisivos. Y a habíamos pasado delante del ministerio y, ante noso tros, apareció la plaza del castillo. T res tanques húngaros esta ban en la plaza. Ya habíamos pasado delante del primero. Le vantó su cañón hacia el cielo, en señal de que no quería disparar sobre nosotros. A nte la puerta del castillo se habia levantado una barricada de varios metros. Me aparté un poco con mi coche e hice señal al primer tanque de que se lanzase a plena potencia contra ella. Nosotros saltamos del coche y le seguimos corriendo. La barrí-
L U C H A M O S Y P E R D IM O S
105
cada n o p u d o resistir el peso y la fu ria de las tre in ta toneladas. Se d errum bó y el tan q u e pasó sobre los escom bros e in tro d u jo su larg o cañón en el patio del castillo. Seis cañones antitanque le m iraro n de frente. A i lado del tanque, y p o r encim a de la destrozada barrera, penetram os en el patio. U n coronel de la g u ard ia del castillo nos quiso p a ra r con su pistola. M i ayudante le quitó el arm a de un golpe. A n u estra derecha estaba, al parecer, la entrada principal del castillo. N os acercam os a ella. A un oficial del H onved, que venía a nuestro encuentro, le g r ité : — Llévem e en seguida ante el com andante del castillo. Como un buen chico subió a mi lado p o r la escalinata recubier ta de alfom bras rojas. E n el p rim er piso, escogimos el pasillo de la derecha. Y o indiqué a uno de m is hom bres que se quedase allí p a ra cubrirnos. E l oficial señaló u n a p u erta. E n tra m o s en una pequeña antesala. Se había colocado u n a m esa ju n to a la venta n a ; sobre ella estaba estirado un hom bre d etrás de u n a am etra lladora, que en aquel m om ento em pezaba a d isp arar sobre el pa tio. E l suboficial H olzer, u n tipo pequeño y rechoncho, cogió la am etralladora con las dos m anos, y la tiró p o r la ventana, estre llándola c o n tra el asfalto. E l tira d o r se asom bró tanto que se cayó de la mesa. A la derecha vi una p u erta. L lam é suavem ente y entré. U n general del H on v ed vino a m i encuentro. — ¿ E s usted el com andante del castillo ? — le pregunté— . Le exijo que entregue en seguida el castillo. U sted es responsable de la sangre que pueda d erram arse en vano. L e pido una deci sión inm ediata. E fectivam ente se oían disparos en el ex terio r y, de vez en cuando, una ráfag a de am etralladora. — Y a ve que toda resistencia es inútil — le dije— . Y a he ocu pado el castillo. Sabia que la com pañía del batallón de caza “ C en tro ” , bajo el m ando del frío teniente H u n k e, había llegado d etrás de mí y
106
O TT O S K O R Z E N Y
y a h ab ía ocupado los p u n to s m ás im portantes. E n aquel momento e n tra d a H u n k e e inform aba: — P a tio y en trad as principales ocupadas sin lucha. E spero órdenes. E l general h ú n g aro tom ó una decisión probablem ente difícil p a ra é l: — L e entrego el castillo y ordenaré un inm ediato alto el fuego... N os dim os la mano. R ápidam ente acordam os que a la vez un oñcial h ú n g aro y o tro alem án llevarían la orden de alto el fuego a las tro p as que luchaban en el ja rd ín del castillo. M ien tras tanto, salí al pasillo p ara d ar u n vistazo. A instan cia m ía, m e acom pañaron dos com andantes húngaros. Después se quedaron conm igo com o oficiales de enlace. Llegam os a las con tig u as estancias del regente, que éste habia abandonado poco an te s de las seis. Com o m e enteré m ás tard e, el alm irante von H o rth y se había puesto b ajo la protección del general de las W affen -S S Pfeffer-W ildenbruch en la casa de éste. S u familia y a había encontrado antes un alojam iento en casa del nuncio pa pal. L a presencia de H o rth y tam poco h ab ría cam biado en nada n uestro s planes, que n o ten ían que ver directam ente con su p er sona, sino con la to m a de posesión y aseguram iento de la sede del gobierno húngaro. C uando quisim os m ira r p o r una de las ventanas que daban a la Plaza de la S angre nos silbaron algunas balas m uy cerca. M ás tarde, H u n k e m e inform ó que la orden de alto el fuego n o podía d arse a determ inadas posiciones hún garas por la parte del ja rd ín del castillo que daba al D anubio. D os “ P an zerfau st" disparados desde el castillo les advirtieron que era m ejor de poner to d a resistencia. L a acción n o había d u rad o n i m edia hora. H ab ía vuelto la calm a a la M o n tañ a del Castillo. L os habitantes de B udapest que v ivían en el d istrito m ás cercano podían seguir durm iendo, si querían. N otifiqué el éx ito p o r teléfono a través de una com u nicación especial al m ando del C uerpo y oí un suspiro de alivi?
L U C H A M O S Y P E R D IM O S
107
en el o tro extrem o del hilo. A l parecer, no se confiaba dem asiado en mi plan de sorpresa. Recibí entonces los inform es del m inis terio del H onved y del In terio r. Sólo en el prim ero habia tenido lu g a r u n breve combate. Poco a poco se p resentaron los com andantes de los grupos de com bate; habiam os tenido cuatro m uertos y unos doce heridos. E l único lu g a r donde hubo graves luchas fue en la parte del jard in . Inform é a l com andante del castillo de las pérdidas h ú n g a ra s: los “ enem igos” tertian tre s m uertos y quince heridos. N os alegram os de que se h ubieran evitado m ayores sacrificios p a ra am bos bandos. L o s soldados de los batallones del H onved en la M optaña del Castillo, del batallón de la G uardia y de la G uardia de la C orona debían deponer sus arm as en el patio del castillo. P o r indicación m ía, todos los oficiales siguieron en po sesión de su s arm as, y rogué que se reuniesen en u n a de las salas del castillo. A llí pronuncié este discurso: — L es recuerdo que desde hace siglos nunca han combatido húngaros c o n tra alem an es; siem pre hem os sido fieles com pañeros de arm as. A h o ra tam poco hay razones p a ra que las cosas cam bien, pues nosotros debem os tr a ta r de conseguir una nueva E u ro pa. P e ro ésta sólo puede su rg ir si se salva A lem ania. M i acento austríaco seguram ente au m en taría el im pacto de m is palabras, según advertí en el apretón de m anos que di a cada uno de los oficiales húngaros. P o r la tarde, estos ofi ciales m archaron a la cabeza de sus tro p as desde el castillo hasta sus cuarteles. A l dia siguiente ju ra ro n el nuevo gobierno delante del m inisterio del H onved. E l m ando del C uerpo había o rdenado que yo ocupase el cas tillo h a sta nueva ord en con m is tropas. P o r ta n to tuve que pen sa r en la instalación de m is hom bres y en la m ía propia. E l ayuda de cám ara del regente puso tal c a ra de m al h u m o r que im pulsó aún m ás a F ó lk ersam a pedirle u n desayuno. T odos teníam os un ham bre terrible. D e m ala g an a se nos sirvió finalm ente lo pedi do, en el despacho, p ero a, pesar de esto lo consum im os m uy a
108
O TT O S K O R Z E N Y
gusto. P o r la noche, saludé a todos m is oficiales en una comida celebrada en uno de los com edores del castillo. T am bién estaba presen te el com andante de la A cadem ia M ilitar W iener-N eustadt, com pletam ente feliz de que sus “ ág u ilas” , com o le gustaba llam ar a su s alum nos, se hubiesen batido ta n bien. U n banquete en la corte de la bella em peratriz Isabel de A u stria -H u n g ría segura m ente h ab ría d u rad o m ás. Com o es n atu ral estábam os m uy ani m ados, ya que tam bién las noticias del frente de los C árpatos eran tranquilizadoras. Se había evitado p o r los pelos un grave revés p a ra el ejército alem án de H u n g ría. Sólo después de la g u e rra m e enteré, p o r un antiguo oficial húngaro, de que el apa ra to de rad io secreto que estaba en comunicación directa con M os c ú se hallaba en el m ism o castillo E l oñcial de transm isiones se suicidó cuando ocupam os el castillo. R ecuperé la noche que pasé en vela en una cam a grande y blanda. P o r la m añana tom é un baño caliente, y después pude volver a em pezar mi trab ajo . ¡ C uántas cosas hay que arreglar en u n a ocupación a s í ! D eben colocarse los centinelas en todos los p u n to s im portantes. Y destinar una g u ard ia al cuidado de las com unicaciones telefónicas, adem ás de establecer la guardia general y la de la entrada. P o r o tra parte, había que continuar el tra b a jo diario en las cuadras, jard in es y o tras dependencias. T odos los funcionarios h ú ngaros debían continuar en sus puestos. H ice reu n ir las arm as pesadas abandonadas, los cañones anti tanques y antiaéreos. N unca en mi vida me hubiese im aginado que algú n día actu aría de com andante en el castillo de Budapest. E l nuevo m inistro húngaro del H on v ed se hizo anunciar y dio las gracias en nom bre del nuevo gobierno húngaro. E xpresé mi alegría p o r el hecho de que la lucha hubiese sido tan breve, pues se había evitado d añ ar los magníficos edificios históricos. Pensaba horro rizad o en las destrucciones que el m ortero de 65 cm. del ru d o von dem B ach-Zalew ski hubiese podido ocasionar a las potentes construcciones. Convenimos en que organizasen unas pom pas fúnebres en com ún p ara los caídos h ú ngaros y alemanes. E l gobierno h ú n g aro quería encargarse del protocolo. Agradecí
L U C H A M O S Y P E R D IM O S
109
que de este m odo se elim inasen los rencores que eventualm ente hubiesen podido qued ar e n tre los h ú n g aro s y nosotros. L a siguiente visita m e recordó los tiem pos de la antigua A u s tria. U n m ilitar m aduro se presentó con el uniform e im perial de capitán general de artillería, y d ijo al saludarm e: — “ Servus, serv u s” . Y a m e enteré, usted es vienés. M e alegro mucho. U sted realizó aquella h azaña con M ussolini. Magnífico, magnífico. — F ólkersam m e m urm uró que e ra el archiduque F e derico de H absburgo, O frecí a mi visitante u n asiento y le pre g u n té qué deseaba. — Q uiero pedirle algo — dijo— . ¿V e rd a d que pueden quedar se aquí los caballos que tengo en las cuadras del castillo? — D esde luego, excelencia — aseguré— . T o d o queda como antes. ¿ P u ed o d a r un vistazo a los caballos? Poco m ás ta rd e p u d e v er que los caballos eran magníficos. Y las cu ad ras se hallaban com pletam ente llenas. S in la visita del am able caballero de tiem pos pasados, no me hubiese pasado por la im aginación dirigirm e a las cuadras y m e hubiese perdido algo digno de v er en B udapest. P o r la noche, me llegó u n a o rden del F H Q . D ebía llevar al día siguiente, el 18 de octubre, a l regente del reino como “ huésped del F ü h r e r ” en su propio tre n especial h a sta el castillo de H irschberg, cerca de W eilheim , en la alta B aviera. E ra respon sable de la seguridad del tren . L o s herm osos días en Budapest h abían term inado. U n a com pañía del batallón de caza "C en tr o ’' fu e destinada al tren , p a ra protegerlo. M andé que mi avión de correo, que esperaba en un aeródrom o de B udapest, fu era tras ladado al aero p u erto Riem , cerca de M unich. Q u ería volver lo m ás ap risa posible p ara presenciar las cerem onias de los entie rros. A l dia siguiente, m e dirigí a la oficina del general PfefferW ildenbruch, el cual me presentó, según protocolo, al regente de H u n g ría , alm irante von H o rth y , como com andante del tre n y me enteré de que ap arte de su fam ilia, le acom pañarían los generales h úngaros B runsw ik y V aííay. F uim os en u n coche a la estación.
110
OTTO SK O R ZE N Y
R esultó p ara él una despedida triste de su capital, pues había sido d u ra n te m uchos años regente de H u n g ría. L os pocos tran seú n tes de la calle apenas le vieron. A unque delante de la estación habia u n grupo de hom bres, ni uno levantó la m ano para salu darle. E n el tre n tam bién V iajaba un alto funcionario del M inisterio H ú n g a ro de A suntos E x terio res. D u ran te el trayecto me rogó que fuese al coche salón del regente donde m e presentó a la espo sa del alm irante H o rth y y a la n u era de éste, que llevaba el uni form e de la C ru z R o ja. E l viaje tra n sc u rrió con tranquilidad. E n el coche restau ran te conversábam os los dos generales húngaros y yo. E r a u n coloquio objetivo y am able sobre los recientes acon tecim ientos. — E stab a escrito así — opinó u n o de ellos con resignación. E n V iena, cuando ya se habia hecho de noche, me llamó el reg en te y m e hizo sabedor de que, según las prom esas del M i nisterio de A suntos E x te rio re s, debía sucederle su h ijo N iklas. E x ig ía el cum plim iento de la prom esa. E n verdad sólo pude ase* g u ra rle que no sabia nada de esto. E l alm irante se re tiró enfada do. N o creo que se a ju s ta ra dem asiado a las antiguas cos tum bres diplom áticas u n a prom esa hecha de m anera ta n ligera, y sin posibilidades de ser cum plida. C erca de W eilheim , descen dim os del tren . E l alm irante von H o rth y fue alojado, ju n to con su fam ilia y su volum inoso equipaje, que llenaba un cam ión en tero, en el castillo de H irschberg, que estaba rodeado de un bello paisaje. E n cuanto pude, em prendí el vuelo de regreso desde M unich. M i com pañía, que, con sus heridos, había viajado con nosotros en el tren , se dirigió hacia F ried en th al. Llegué m om entos antes de la celebración de los solem nes funerales, el 20 de octubre. E l p atio del castillo ofrecía u n fondo adecuado p a ra los actos fú nebres. U n a com pañía alem ana y o tra h ú n g ara form aban el grupo de honor. C intas con los colores nacionales de A leipania y H u n g ría colgaban de los .siete ataúdes. N u estro s caídos fueron tras ladados después a la patria.
L U C H A M O S Y P E R D IM O S
111
A l volver, unos ocho días m ás tard e, a W ien er-N eu stad t, lle vaba una valiosa ord en del F H Q en el bolsillo. H abía solicitado el traslado de 20 aspirantes a oficiales a m is unidades de caza de las W affen-S S y recibido la correspondiente autorización. E l com andante había hecho form ar a la escuela en te ra en el patio de la A cadem ia. M e puse delante de ellos y solicité voluntarios. Casi el noventa p o r ciento quería e n tra r en las unidades de caza. Con la ayuda del com andante, seleccioné veinte hom bres, con experiencia en el frente, y de las clases de arm as que m e hacían falta. H ab ía m uchas caras desilusionadas en tre los no selecciona dos. P e ro todos los com pañeros com partían la alegría de los veinte. C uando pude in form ar a éstos de su ascenso a alféreces, que h a bía solicitado al m ism o tiem po que su traslado, y v er el entusias m o de estos jóvenes oficiales de la A cadem ia M ilitar y su dis posición al sacrificio en aquella situación de la g u erra, aum entó m i fe, y creí que n u estra buena causa no podía darse por perdida m ientras existiese en tre la ju v en tu d tan to idealismo. D espués de la gu erra, volví a v er al alm irante von H o rth y . E sta vez los dos éram os prisioneros de los am ericanos en el pa lacio de justicia de N urem berg. E l alm irante von H o rth y había sido alojado-en la p rim era celda de la p lan ta b a ja de la llamada “ ala libre de los testigos” . U n capitán de frag ata alem án ayudaba en la limpieza de la celda a aquel que e n tre las num erosas p er sonas de edad del palacio de ju stica e ra u n o de los m ás vigorosos. C uando a finales de noviem bre de 1945 quisieron trasladarm e desde m i prisión celular al ala libre, p o r ser m ucho m ás agrada ble, el alm irante von H o rth y m anifestó algunos inconvenientes. A p esar de ello, m e traslad aro n algunos dias después por orden de Col. A n d ru s. E l m ariscal de cam po K esselring, que era el “ m ás antiguo de la p risió n ” , recom endaba u n a reunión en tre von H o rth y y yo. E sta se convirtió entonces en una conversación de m ás de dos horas, d u ran te la que m e en teré de m uchas cosas nuevas. C on to d a sinceridad, pude aseg u rar que en la acción, “ P an zerfau st” su persona no había ju g ad o ningún papel. S in em bargo, él p o r su p a rte m e d ijo que siem pre había seguido u n a
112
O TT O S K O R Z E N Y
política de am istad con A lem ania, y nos habló de las dificultades que, hacía finales de la gu erra, se habían vuelto realm ente insu perables. A quella conversación confirm ó este sabio proverbio: P a ra com prender bien una cosa hay que o ír p o r lo m enos a las d os partes. E n la p o stg u erra se podía leer en varios libros de m em orias que n u e stra acción en B udapest había sido superflua, y que el reg en te de H u n g ría nunca había pensado seriam ente en u n a paz p o r separado con la U n ió n Soviética, y que p o r lo tanto, en este aspecto, tam poco había existid o ningún peligro p a ra los ejércitos alem anes. P o r casualidad tuve después de la g u e rra contacto con u n antiguo oficial húng aro , quien m e escribió literalm ente esta c a r ta : “ Q uerido cam arad a: M uchas gracias p o r su c a rta del 21 del m es pasado. Con m u cho gusto correspondo a su deseo inform ándole de los detalles de n u e stra excursión de aquel entonces ta l como yo los recuerdo. E n m i calidad de ayudante ten ía que acom pañar con frecuen cia a m i jefe en v iajes de inspección a trav és de cam pos de p ri sioneros e internados, de m odo que n o m e e x tra ñ é cuando el coronel R oland von U tassy me llam ó p o r teléfono, el 12 de octubre de 1944 a las 21 horas, a mi casa p articular, dándom e la ord en de prepararm e p a ra un v iaje de inspección de dos o tre s días, y diciendo que, pasada m edia hora, iría a buscarm e. D u ra n te el v iaje nocturno hablam os de to d a clase de cosas, m enos del objetivo y destino del viaje. M e llamó la atención que pasásem os de larg o todos los cam pos de prisioneros e in te r nados, situados ju n to a la carretera, y nos acercásem os cada vez m ás al fre n te ; p e ro no hice n inguna pregunta. A l rom per el día, alcanzam os el p u esto de m ando del batallón en el sector de Szegedin, donde U tassy , al abandonar el coche, se desciñó la jus tóla (que casi nunca llevaba cargada), obligándom e a m í a hacer lo m ismo. U tassy inform ó al com andante del batallón que había
L U C H A M O S Y P E R D IM O S
113
m os recibido del regente von H o rth y la o rden personal de enta blar negociaciones con los rusos, como parlam entarios, respecto a un tra to m ás hum ano de la población civil en los territorios ocupados. E stas palabras me sorprendieron. E l com andante obtu vo la orden de hacer observar en su sector, a p a rtir de las ocho, un severisim o alto el fuego hasta que los dos parlam en tario s hubiesen vuelto. E n el lado con trario había sido dada des de M oscú la m ism a orden al correspondiente sector, pues, como m e enteré m ás tard e, lo preparó todo el general M iklóssy. E n tre ta n to nos fuim os a la p rim era línea donde esperam os la h o ra X . A las ocho en p unto abandonam os la trin ch era y nos dirigim os hacía las líneas enem igas, a unos centenares de m etros de dis tancia. E sta b a im presionado p o r la tensa espera y p o r estar expuesto sin defensa alguna. U n a servilleta fijada en un bastón nos servía de bandera de paz. P o r el flanco, probablem ente desde el sector vecino, que no tenía conocim iento d e la tregua, recibim os de repente fuego de artillería. L os obuses caían al lado de la c a rre tera repleta de ca dáveres hum anos y anim ales; a p a rte algunas salpicaduras de b a rro y trozos de tie rra , que caían encim a de nosotros, no su frim os ningún daño. E n tre las trincheras, me inform ó U . del verdadero objetivo de n u estra “ excursión” . C uando alcanzam os las lineas enem igas saltaron dos rusos arm ados con pistolas auto m áticas, “ R u k i do h o re ” , d etrás de un árbol. E narbolam os nues tra “ b a n d e ra " delante de sus narices y m anifesté m i deseo de ser llevado ante su com andante (hablo u craniano y un poco el ruso). E l com andante del regim iento, ante quien nos llevaron, nos recibió con g ra n am abilidad. E s el único cuyo nom bre recuerdo de todos los que hem os conocido; se llam aba B urik, (en esp añol: ombligo). E ste y un segundo teniente coronel nos acom pañaron en un B uick hacia la ciudad y, u n a vez allí, nos llevaron al an ti guo edificio de !a D irección de los F erro carriles E statales que alojaba al E stad o M ayor de la división ru sa, donde nos recibie ron varios generales. E l com andante n os hizo llevar en seguida a un cuarto de baño donde n os pudim os lav ar y arreglar. Debido
114
OTTO SK O R ZE N Y
a las explosiones de g ra n a d a con salpicaduras debíam os causar u n a im presión deplorable. D os soldados rusos nos lim piaron las botas y los uniform es, y no quisieron aceptar ninguna propina. D espués de nuestro aseo, se nos sirvió un desayuno exquisito, com puesto de toda clase de especialidades ru sas y exquisiteces h ún g aras, profusión de bebidas e incluso cham paña francés. Con g ra n sorpresa de todo el E stad o M ayor, que nos hacia com pa ñía, hacíam os un consum o sum am ente m oderado de las bebidas, p a ra m antener la cabeza clara frente a los acontecim ientos. D es pués de haber comido nos inform aron que, según u n radiogram a recibido, el m ariscal M alinovski, con quien teníam os que tra tar, nos v isitaría a avanzada h o ra de la noche, L as conversaciones ten d rían lug ar alrededor de las veintidós horas, en un pueblo situado en la o tra orilla del Theiss. L a r u d a d ofrecía un aspecto m uy movido. Casi sin in terru p ción, pasaban diferentes unidades de tropas, algunas incluso con acom pañam iento de m úsica, de m odo que causaba la im presión de un desfile m ilitar organizado en nuestro honor. E l trán sito en las calles lo regulaban m ujeres uniform adas, que hacían gestos teatrales con b anderitas coloradas. E n el cam ino hacia el pueblo, que em pezam os alrededor de las catorce horas, nos acom pañaba una n u trid a colum na de coches, u n a especie de pequeño E stado M ayor. T eníam os que pasar el T heiss sobre u n transbordador, ya que todos los puentes estaban destruidos. E n el cam ino, tuvim os la ocasión de observar g ran d es concentraciones de cañones mo torizados y un g ra n núm ero de “ órganos de S ta lin ” , etc. E n cinco coches llegamos al pueblo, cuyo nom bre he olvidado, y nos alojaron en la casa de los m aestros. E ra a p rim era hora de la ta rd e y teníam os delante de nosotros una larga espera. Se decia que M alinovski llegaría a to m ar p a rte en las conversaciones en un avión especial directam ente desde M oscú. Como com pañía nos designaron la señorit^ “ tenien te” , que hablaba, aparte de su lengua m aterna, alem án, inglés, francés, italiano e incluso h ú n garo perfectam ente, y que hacia un am plio uso de sus conoci m ientos obsequiándonos continuam ente con el relato de grandes
LUCHAM OS y
PER D IM O S
115
hazañ as de su s com patriotas. P o r tanto, n o pudim os disfrutar del descanso que ta n ta falta n os hacía. P o r cierto, u n a m erienda servida m ientras tanto, le ce rró la boca transitoriam ente. A l fin, poco antes de las veintidós h oras, n os d ije ro n que M . había llegado, y , poco tiem po después, entró en n u estra habitación acom pañado de u n pequeño E stad o M ayor, u n hom bre de buen aspecto, de unos cuaren ta y cinco años, de constitución hercúlea, rubio, de g ran d es m anos, y u n g esto algo rudo, pero c o rre c to ; tenía unos ojos azules e inteligentes, que m iraban con aire cansino. Causaba la im presión de ser u n com erciante bien situado, m ás que un m ilitar. V in o a nuestro encuentro con las m anos extendidas y nos saludó cordialm ente. U n capitán de su E stado M ayor, un ju d ío de origen húng aro , actuaba de in térprete, puesto que M. no habla ningún idioma, ap arte del ruso. P rim ero exigió la indi cación exacta de las posiciones de n uestras tropas y de las ale m anas. Sobre un m apa, dio el coronel von U tassy indicaciones inexactas, y, en parte, incluso falsas, a lo que M . replicó de m an era b astante d escortés: — M e e x tra ñ a m ucho que su regente, p a ra u n a m isión tan im portante no encontrase hom bres m e jo r inform ados. M iren aquí. Y nos enseñó un inform e m uy detallado de las posiciones, que nos sorprendió. L uego fijó las condiciones principales p a ra una eventual paz p o r separad o : re tira d a de las tropas del sector de D ebreczen, supresión de las hostilidades en todos los sectores del frente, atacar a las tro p as alem anas p o r la espalda y obligar las, con la ayuda de las fuerzas ru sa s que se acercaban, a la rendición. (D esgraciadam ente he olvidado detalles m ás concre tos). A n u estra p reg u n ta de cuál sería el destino de H u n g ría sólo hizo un gesto negligente con la m a n o : — N o querem os absolutam ente n ad a de H u n g ría , pero a los alem anes — un gesto de odio fanático deform ó su cara— , a los alem anes los aniquilarem os. E n caso de ser aceptadas las condiciones deberíam os volver pasadas cuaren ta y ocho horas, p ara com unicar la ejecución de las mismas.
116
O TT O S K O R Z E N Y
— E sp ero poder saludarles entonces com o amigos y compa ñ ero s de arm as — d ijo al despedirse— . Y o tra cosa quiero acon se ja rle s: grábense los datos bien en la m ente y destruyan todas sus anotaciones. Sabem os que la Gestapo ya tiene conocimiento de su presencia aquí. E ra n las dos de la m adrugada cuando llegamos o tra vez a Szegedin, al edificio en el que nos habían recibido. N os señalaron dos habitacio n es; pero p o r razones de seguridad preferim os que d arn o s ju n to s en la m ism a habitación. Con g ran dificultad nos quitam os m utuam ente las botas de los hinchados pies, nos echa mos vestidos encim a de las cam as y estudiam os nuestra lección. D espués de d e stru ir los papeles ya no tuvim os que esperar mucho tiem po h asta que nuestro fiel acom pañante, el teniente coronel B u rik , vino a büscarnos. E n un jeep, y esta vez sin E stado M ayor de escolta, nos llevó hasta la línea m ás avanzada y allí nos aban donó a n u e stra suerte. C on la “ ban d era de Ja paz” en alto nos acercam os a n u estras líneas, p ero con g ra n sorpresa p o r nuestra p a rte las encontram os abandonadas. N o se veia ni u n alma. D espués de una m archa a pie de cerca de diez kilóm etros al canzam os el m ando del batallón y n u estro coche, que m ientras tan to había sufrido u n choque, y ten ía un aspecto deplorable; p ero p o r fo rtu n a e ra capaz de funcionar. P o r la m añana llegamos a B udapest, donde U tassy, después de asearse un poco, se pre sentó en seguida en el castillo al regente H o rth y p a ra inform ar. L as botas eran inadecuadas p a ra una m archa a pie y sus pies se habían hinchado de tal m anera, que n o podía ponerse los zapatos, viéndose obligdo a presentarse ante H o rth y en zapatillas. Q uizá recuerde que, cuando ocupó el castillo, detuvo a un teniente co ronel en zapatillas. L o que ocurrió después lo sabe m ejor que yo. A fortunadam ente ya no se realizó n u estra prevista segunda visita al am igo M alinovsky. Poco antes de su ataque al castillo, al que había acom pañado a U tassy, pude escapar de allí. P u esto que to dos los cam inos de acceso estaban m inados, tuvo que atravesar en la oscuridad el parque y los huerto s situados debajo de éste. P o r la m añana, me presenté al m ando del E stad o M ayor General en
L U C H A M O S Y P E R D IM O S
117
treg an d o al protocolo todo el asunto. D espués hice lo m ism o en la Gestapo, donde m e interrogó el señor N eugebauer (que tenía categoría de capitán). Dice que cayó en las posteriores luchas alrededor de B udapest... ... le saluda en cordial cam aradería su affmo. von G. teniente coronel re tira d o .” (L a editorial conoce el nom bre y la dirección) L a s afirm aciones de algunos am igos del alm irante von H o rth y de que estas conocidas conversaciones de p az jam ás se efectua ron a espaldas de su aliado, quedan desm entidas en este relato. E l 20 de octubre de 1944, F ólkersam , O stafel y yo m ontá bam os de nuevo en nuestro avión. E s ta vez fuimos sin es calas h asta B erlín donde nos esperaba m ucho trab ajo que no se había podido realizar en las últim as cinco semanas. Cuando aterrizam os m e esperaba la orden de ir al día siguiente al F H Q p a ra en treg ar m is inform es. L a tripulación del avión estaba dis pu esta am ablem ente a esperar hasta el d ía siguiente. E sta vez me llevé a F ólkersam . cum pliendo de este modo uno de sus más fervientes deseos. V olam os o tra vez hasta R astenburg. Casi sobrevolam os todo el frente, pues los rusos ya habían penetrado profundam ente en P ru s ia occidental. U n coche nos llevó a “ B irk enw ald” , el C uar te l G eneral de H im m ler. E stab a al noroeste del F H Q a unos tre in ta kilóm etros de distancia. Allí estaban todos preparando las m aletas, ya que el frente distaba apenas veinte kilóm etros. H im m ler nos recibió en su tren de m ando y nos invitó a cenar, M ien tras estábam os comiendo, el tren inició la m archa en direc ción a R astenburg. P ro n to term inam os nuestro inform e acerca de los sucesos de B udapest y en R asten b u rg abandonam os el tren p a ra volver d urante la noche a “ B irk en w ald” , ya que en el F H Q no nos esperaban hasta el día siguiente. A quella noche tuvim os a n u estra disposición todo el cuartel general de H im m ler. P e ro p o r todo personal habia únicam ente dos ordenanzas.
118
OTTO SK O R ZEN Y
F ó lk ersam y y o “ habitam os” en aquella pequeña ciudad de ba rracas. C uando m e acosté tuve tiem po p a ra pensar acerca de algunas cosas. D e vez en cuando se oía el tro n ar apagado de la artillería, en el frente. L a g u erra se había trasladado al suelo alem án. E l coloso ru so había sido el prim ero en conseguir a tra v esar las fro n teras alem anas. ¿ E s te hecho, no debía im pulsar al pueblo alem án y su s soldados h a sta el últim o esfuerzo, no debía hacerse realidad en aquellos m om entos la ta n “ cacareada g u e rra to ta l” ? ¿ N o debían callar todas las ideas y opiniones opuestas p a ra re u n ir todas las fuerzas frente a u n o b je tiv o : hacer retro ced er al enem igo en el E ste y detener p o r todos los medios a los enem igos en el O este? E ste C uartel G eneral vacío y aban donado en el E ste m e hacía sentir, p o r p rim era vez, un ligero pesimismo. ¿T eníam os aú n la suficiente fuerza y reservas p a ra poder re sistir la continua presión p a ra todos los lados ? ¿ P o d ían aú n in fluir en el tran scu rso de los grandes acontecim ientos los éxitos ta n singulares com o el que acabábam os de alcanzar en H u n g ría ?
C a p ít u l o
X X II
L os rusos se acercan a la "W o lfssch a m c". ■— Con H itler a so las. — A pesar de todo, planes ofensivos. — “Barrera de protección contra A sia ”. — Plan para la ofensiva de las A r denos. — M i misión. — Riguroso secreto. — Instrucción por el general Jodl. — M áxim as dificultades. — " Lapsus ” en las esferas más altas. '■— E l “ W erw olf ” , ficción o realidad. — j V - l contra N e w York? L os proyectos de Him m ler. — De cisión precipitada. ■— M e atrevo a contradecir. —■E l proble m a de la exactitud en la puntería. — E l futuro de las armas V.
A l día siguiente abandonam os pronto nuestro amplio asilo nocturno en el que nosotros éram os los dos últim os hom bres de las S S . Pasad as pocas horas la región podía se r frente. Llegam os dem asiado pronto a la “ W olfsschanze” . E n la sauna, com pleta m ente vacia a ú n a esta h o ra tem prana, olvidé los pensam ientos triste s de la noche pasada. P o r la ta rd e m e m andaron al bunker del F ü h re r. F ó lk ersam tenía que esp erar en el vestíbulo; debía entrevistarm e solo con H itler. E l pasillo, que conducía al in te rio r del bunker, tenía el aspecto de una ca sa m a ta; la luz eléc trica ilum inaba u n a mole de horm igón carente de ventanas. A la derecha del pasillo central había u n a p u erta de entrada a la estancia p articu lar de H itle r que e ra sala de estar y dorm i to rio a la v e z ; la separación estaba m arcada sólo por unas vigas.
120
O TT O S K O R Z E N Y
H itle r m e recibió am able com o siem pre. T en ía la im presión de que estab a u n poco m ás anim ado que la últim a vez que le vi. M e alargó am bas m anos y m e felicitó, d iciéndom e: — E sto lo h a hecho usted bien, querido Skorzeny. P o r sus servicios del 16 de octubre le he ascendido a teniente coronel y le he concedido la C ruz A lem ana de oro. Seguro que tam bién que r r á solicitar condecoraciones p a ra sus soldados. H ab le de esto a m i ayudante G ünsche; concedidas de antem ano. P e ro ahora debe relatarm e su acción. D iciendo esto, m e llevó h a sta un asiento situado en el rin c ó n ; había sitio ta n sólo p ara dos sillones, u n a pequeña m esa redonda y una lám para de pie. E m pecé a inform ar p o r o rden cronológico: la em presa “ R a tó n ” , ultim átum y comienzo de la acción “ P an zerfau st” y, final m ente, el golpe de m ano en el castillo. H itle r quería saber con exactitud cóm o me había concebida la acción de la com pañía Go liath. — Sí — d ijo — , p ara hacer saltar pequeñas barricadas y puer tas son excelentes los pequeños Goliath. T u v o u n a alegría especial, cuando le inform é del discurso pronunciado an te los oficiales húngaros. P e ro se rió cordialm ente cuando le conté la visita del archiduque. D e repente, se puso se rio. C reí que m i tiem po había pasado y m e levanté. — N o, quédese, Skorzeny. H o y he de d arle el encargo quizás m ás im portante de su vida. H a s ta ah o ra sólo pocas personas co nocen los preparativos de un p ían secreto, en el que usted debe te n e r u n papel im portante. A lem ania lanza en diciem bre una g ra n ofensiva, decisiva p a ra la ulterior suerte del país. D u ra n te cerca de una h o ra H itle r m e explicó hasta los m e nores detalles del proyecto y las ideas fundam entales de e sta úl tim a ofensiva en el O este, que figura como ofensiva de las A rden as o “ the b attle of the bulge” en la historia de la guerra. D u ra n te los últim os m eses, el m ando alem án había sido obligado a considerar únicam ente planes p a ra rechazar y bloquear al con trincante. H ab ia sido u n a época de ininterrum pidos contratiem
L U C H A M O S Y P E R D IM O S
121
pos, de continuas pérdidas de terren o en el frente del E ste y del O este. L a propaganda co n traria, sobre todo la de los aliados oc cidentales, e ra unánim e al p resentar a A lem ania como u n “ cadá ver pestilente” , cuya elim inación e ra sólo cuestión de semanas, hallándose exclusivam ente en m anos de los aliados la posibilidad de elegir el m om ento de la liquidación definitiva. — N o aciertan a ver que A lem ania lucha por E uropa para bloquear a A sia el cam ino hacia el O ccidente — exclam ó H itler sum am ente excitado— . L a población de In g late rra y de A m é rica está cansada de la g u e rra — continuó— . Si algún día A le m ania, considerada como m uerta, vuelve a le v a n ta rse ; si el apa rente cadáver vuelve a batallar en el O este, se puede suponer que los aliados occidentales b ajo la presión de la opinión pública y en v ista de su propaganda, reconocida como falsa, estarán dispues tos a una paz por separado con A lem ania. P ero entonces, ¿se podrían traslad ar todas las divisiones y ejércitos p a ra la lucha al frente del E ste e im posibilitar p a ra siem pre la am enaza de E u ro p a desde el E ste ? E sta es la tarea histórica de A lem an ia : form ar la b a rre ra de protección c o n tra A sia, que desde m ás de mil años cum plen fielmente los alemanes. A lgunos m iem bros del E stad o M ayor G eneral estaban ocu pados últim am ente en los trab ajo s p reparatorios p a ra una ofen siva envolvente en el O este. Se proyectaba a largo plazo y se debía cam uflar con especial prudencia. L a iniciativa, desde hacía m eses en m anos de los aliados occidentales, debía volver o tra vez al lado alemán. D u ra n te los grandes m ovim ientos de avance de los aliados desde N orm andía hasta la fro n tera alem ana del Reich, H itler siem pre había pensado en re tra sa r dicho avance m ediante fuertes contraataques h a sta llegar a bioquearlo p o r completo. Incluso en los d ías de las m áxim as crisis n o había abandonado tales pensa m ientos. S in em bargo, los continuos contraataques planeados ha bían sido im posibles de efectuar p o r la desfavorable situación en todos los frentes.
122
O TT O S K O R Z E N Y
E l hecho de que desdé tre s sem anas a trá s el enemigo estuviese detenido en sus posiciones, p odría atribuirse, entre o tras cosas, a las dificultades de su larg o cam ino de avituallam iento; pero tam bién a síntom as de desgaste, que, después de los cu atro mesese de luchas y m ovim ientos de avance, debían acusarse, espe cialm ente sobre el m aterial, en los ejércitos aliados. P o r ello fue posible la consolidación del frente propio, después de tenerlo casi hundido. — H a sido la superioridad aérea de los aliados la que les ha hecho g a n a r la batalla del desem barco — opinó H itle r ; y continuó su m onólogo, hablando de u n a m an era tan insistente y convin cente, com o nunca había conocido— . E l M ando A lem án podría co n tar con que la situación atm osférica del otoño y tem prano invierno dism inuiría, al m enos transitoriam ente, la actividad de la aviación enem iga. P e ro precisam ente p o r ello había de planear se el proyecto p ara dicha época con u n tiem po poco estable. L as prop ias desventajas debían tom arse com o tales. ’’P e ro tam bién podem os u sar dos m il nuevos cazas a reacción, que se m antienen en reserv a sólo p ara esta ofensiva — d ijo H itler term inando esta p a rte de sus explicaciones. E n estas palabras se hallaba quizás cierta contradicción que, en aquel entonces, sin em bargo, no m e llamó la atención. E l he cho de que la nueva y superior arm a alem ana de caza estuviese a punto, significaba p a ra todos nosotros u n a g ra n esperanza, y e ra objeto de m uchas conversaciones. E l comienzo de u n a insospechada ofensiva alem ana evitaría tam bién la form ación de fuertes unidades francesas. L a s setenta divisiones y g rupos de com bate con que contaban los angloam eri canos no bastaban p a ra u n fren te de 700 kilóm etros de largo. H a b ría que c re a r en alg ú n sitio favorable un p u n to de gravedad lo b astante fuerte p a ra rom per el fre n te antes de que se p ro d u jese un refuerzo esencial del mism o, m ediante nuevas unidades francesas. P o d ría contarse con el hecho de que se cum plirían durante los próxim os m eses o tra s condiciones p ara la operación planeada.
L U C H A M O S Y P E R D IM O S
123
L a s posiciones en el O este, en los Países B ajos, deberían tam bién m antenerse. L a situación en e l'E s te debía m antenerse de form a que, d u ran te aquel tiem po, no necesitase fuerzas dei ejército de re se rv a ; y así sería posible u n a continua reposición personal y m aterial de las fuerzas occidentales alem anas. A dem ás, debían aniquilarse las fuerzas enem igas en dicho frente en el plazo más breve desde el comienzo del ataque, p ara obtener la profundidad en el cam po de operaciones de que careceríam os. — L a decisión p a ra determ inar dónde se debía asestar el golpe estuvo en el aire d urante varias sem anas — siguió diciendo H it ler. P arece que al principio se había hablado de cinco posibles operaciones: una operación “ H o lan d a” , con un avance desde la región de V enlo en dirección O este, c o n tra A m beres; u n a ofen siva desde la región “ L ux em b u rg o N o rte ” en dirección N oroes te, que después se p rolongaría en dirección N o r te ; y u n a ofensiva paralela desde la región al n o rte de A quisg rán , entonces la acción "L u x e m b u rg o ” con dos direcciones principales de ataq u e : desde el centro de L ux em b u rg o y desde M etz, teniendo como objetivo el encuentro en la región de L o n g w y ; o una ofensiva parecida con dos ataques principales desde M etz y B accarat, que se encon tra ría n cerca de N a n c y ; y, finalm ente, la operación “ A lsacia” con dos direcciones de choque desde las regiones al este de E pinal y M óm pelgard, que se deberían en co n trar cerca de Vessoul. S e sopesaron detenidam ente el p ro y el c o n tra de los diver sos planes. L a s tres últim as operaciones se rechazaron ya que prevalecían las desventajas. L a operación “ H o lan d a” parecía que valía la pena, p e ro en trañ ab a un g rav e riesgo. L a ofensiva desde la región “ L u x em b u rg o -N o rte” y la operación au x iliar desde A q u isg rán deberían am pliarse con to d a clase de m aterial. — Se lo cuento todo con esta exactitud, p a ra que esté realm en te al ta n to y sepa que hem os calculado todo h a sta el m ás nim io detalle — siguió diciendo A dolfo H itler. M e costaba m ucho im aginarm e situado a la cabeza de los m encionados planes, sobre el m apa, p a ra poder seguir bien las
124
O TT O S K O R Z E N Y
explicaciones. E sta form a de planificación operativa en el Estado M ay o r General era algo con lo que yo no estaba familiarizado. D u ran te las sem anas últim as y siguientes debían concluirse todos los preparativos p a ra la ofensiva con las fuerzas puestas a dispo sición de las luchas de defensa. Se necesitaba un frente estable p a ra poder pon er en m archa la ofensiva. D u ran te la cam paña de F ran cia, en el año 1940, se había conseguido un avance en esta m ism a región. L as experiencias de esta cam paña proporcionaban un buen m aterial p a ra los dem ás trab ajo s de preparación áel E s tad o M ayor General. — A usted y a las unidades a su m ando se les otorgará u n a de las m isiones m ás im portantes de la ofensiva. Como destaca m ento frontal, deberá ocupar uno o varios puentes del M osa entre L ie ja y N am ur. E fectuarán esta m isión cam uflados, con unifor mes ingleses o am ericanos. E l enemigo nos ha podido infligir graves daños en varias misiones especiales de este tipo. H ace pocos días tan sólo, recibí el inform e de que una acción camuflada de los am ericanos desem peñó un g ra n pape) en la conquista de la p rim era ciudad alem ana caída en el O este, es decir, en A quis g rán . A dem ás — siguió diciendo— , se reso rien tará a los aliados m andado a pequeños com andos con uniform es cam uflados que den órdenes falsas, in terru m p an las com unicaciones y conduzcan mal las tropas enemigas. L os preparativos deben estar listos antes del 1 de diciembre. D etalles más concretos los tra ta rá con el te niente genera! Jodl. ” Sé que h a rá todo lo que pueda — añadió Adolfo H itler— . P e ro ah o ra viene lo más im p o rtan te: el m ás estricto secreto. H a sta ahora sólo pocas personas conocen el proyecto de la ofen siva. P a ra ocultar com pletam ente los preparativos a la tropa debe usted m antenerse fiel a este lem a que fijam os como cam u flaje: “ el M ando A lem án espera este año un fuerte ataque ene m igo en la región de Colonia-Bonn. T odos los preparativos están encam inados a defendernos de este ataq u e” . D espués de esta introducción mis pensam ientos eran bastante confusos. Cuando pude coordinarlos, los expresé diciendo:
L U C H A M O S Y P E R D IM O S
— M i F ü h re r, el breve tiem po que a ú n tengo a m i disposición e x ig irá m ucha dedicación. ¿ Cómo deben efectuarse du ran te este tiem pos las m isiones especiales de las unidades de caza ? N o puedo h a c e r am bas cosas a la vez. H itle r no m e contestó en seguida y seguí desarrollando este pensam iento. Señalé en tre o tras cosas los preparativos para la acción contra el fuerte E ben-E m ayl en el añ o 1940, que duraron m ás de m edio año. H itle r m e atajó, contestándom e: — S é que el tiem po es m uy c o rto ; p ero debe usted dar de sí to d o lo que pueda. D u ra n te la época de los preparativos se pon d r á a sus órdenes p a ra esta nueva m isión a u n com andante suplen te. Sólo d u ran te la acción debe estar usted en el frente. P e ro no q u ie ro que usted personalm ente atraviese la línea del frente, pues a h o ra no debe caer prisionero. A l decir estas palabras se levantó A dolfo H itle r y me acom pañó hacia la pequeña sala “ de la situación” , en el bunker, donde F ólkersam m e esperaba. A llí m e p resen taro n al teniente general G uderian, que p o r aquel entonces e ra jefe del E stado M ayor G eneral alem án. Y o, por mi parte., presenté a F ólkersam . Ambos quedam os igualm ente sorprendidos cuando A dolfo H itle r inte rrog ó de m em oria a F ó lk ersam acerca de la acción en R usia, en la que éste había ganado la C ruz de Caballero. F ólkersam me confesó después que en esté p rim er encuentro le había pasado lo m ism o que a mí. Adolfo H itle r no sólo había causado en él una honda im presión por su personalidad, sino que en seguida se había sentido cautivado p o r aquel hom bre. U n a s horas m ás tard e, nos recibió el teniente general Jodl. E ste nos m ostró, sobre el m apa, varios detalles del plan de ope raciones. E l choque de la ofensiva debía efectuarse desde la re gión en tre A quisgrán y L uxem burgo hacia Am beres. Con ello debían quedar cortados el segundo grupo del ejército británico y las fuerzas am ericanas que luchaban alrededor de A quisgrán. Debía pensarse en una protección hacia el sur p or la linea de L uxem burgo-N am ur-L ovaina-M echelen y hacia el norte por la línea E up en , al norte de L ieja, T ongeren, H asselt, canal de Alberto.
126
O TT O S K O R Z E N Y
E n circunstancias adversas debía alcanzarse el objetivo del ataque, A m beres, unos siete días después del comienzo de la ofensiva. E l objeto de toda la operación debía ser el aniquilam ien to del enem igo al norte de la línea Bastogne-B ruselas-A m beres. T o d as las unidades de ataque se habían reunido b ajo el m ando del m ariscal de cam po M odel en el g ru p o de ejércitos B. E ste g ru p o de ejércitos ab arcab a: el 6.° E jé rc ito A corazado SS, bajo el m ando del general de las W affen-S S , Sepp D ietrich, a la d erech a; el 5.° E jército y el 7.a E jército , a la izquierda, o sea, en el ala m eridional. D espués de u n breve pero intensivo fuego de preparación (me im aginaba efectivam ente los seis mil cañones de los que A dolfo H itle r había hablado pocas horas antes), los e jé r citos debían rom per el frente en varios sitio tácticam ente favo rables. A continuación, nos explicó Jodl p a ra m ejo r com prensión las tareas asignadas a los ejércitos especiales: el 6.° E jército A co razado S S debía tom ar los puentes sobre el M osa a ambos lados de L ie ja , p a ra co n stru ir después ju n to al Y sere un sólido frente defensivo. D espués debía g a n a r el ejército el Canal de Alberto e n tre M aastrich t y A m beres, p a ra alcanzar finalmente el espacio al n o rte de Am beres. E l 5 ° E jé rc ito A corazado debía pasar el M osa a ambos lados de N a m u r y detener en la línea B ru selas-N am ur-D inant even tuales ataques enem igos desde el O este cubriendo así la espalda del 6.° E jé rc ito A corazado. E l 7.a E jé rc ito tenía que aseg u rar los flancos desde el sur y el suroeste, después de haber alcanzado el M osa, desde el sur de D inant. M ás ta rd e el ataque del g rupo de E jé rc ito s B. sería reforzado efectivam ente desde el N o rte m ediante u n ataque del grupo de E jército s H , estacionado en H olan d a y m andado por el teniente general Student. — U sted , S korzeny, será utilizado p o r ord en del F ü h re r en el sector de com bate del 6.° E jé rc ito A corazado S S y conforme a sus órdenes especiales. P a ra usted p o r lo tan to este estudio tie-
L U C H A M O S Y P E R D IM O S
127
ne u n especial interés, p orque en él se observa cómo la situación podría haberse desarrollado 24 h o ras después del comienzo del ataque. D iciendo estas palabras, el teniente general Jodl desple gó an te nosotros un nuevo m apa con inscripciones. C orrespondía a la hipótesis de que el ataque a E u p en -V erv iers-L ieja ya había com enzado, habiéndose logrado la form ación de dos cabezas de puente en el pun to de gravedad. E l flanco norte de la operación sería atacado, según este estudio, p o r fuertes reservas del ene migo. E l teniente general Jo d l nos despidió y nos recom endó presen tarle en corto plazo una relación de m aterial y personal necesarios, según n u e stra opinión. L as o tras cuestiones debería com entarlas luego con el jefe de personal del ejército y el m ariscal de Campo así com o con los oficiales del E stad o M ayor G eneral. E sta s con versaciones tenían, p o r m i p arte, el carácter de una presentación de m i I A y de m í mism o, puesto que no conocía todavía a los correspondientes señores. A sí llegué a conocer al general B urgdorf, al general Schm und, al general W arlim o nt y a su sucesor el general W in ter. Q uiero hacer co n star que estos oficiales más tard e m e ayudaron m ucho d en tro del m arco de sus posibilidades. T u v e u n a conversación interesante con un coronel de E stado M ayor G eneral del general W in ter. Con él com enté el aspecto de la acción visto según el derecho internacional. Tam bién él m en cionó la noticia de A quisgrán, y dio com o m uy probable que A dolfo H itle r sólo basándose en esta noticia hubiese pensado en la acción que acababa de serm e encom endada empleando los uni form es enem igos como cam uflaje. L os com andos pequeños, en caso de se r cogidos p o r el enem igo, c o rría n el peligro de ser consi derados com o espías y juzgados p o r un consejo de guerra. E n lo que se refiere- a l grueso de m is tropas, el derecho internacional sólo prohibía el u so de las arm as m ientras se llevaba el uniform e enemigo. P o r ello m e aconsejó el coronel que m is hom bres lleva sen debajo de los uniform es enemigos el uniform e alem án, y que se quitasen el uniform e de cam uflaje en el m om ento del
128
OTTO SK O R ZE N Y
ataque. D esde luego, m e decidí a seguir estos consejos de un entendido en la m ateria. A l final me en teré de que el A lto E sta d o M ayor de la W eh rm acht quería o rd en ar a todas las unidades que fuesen enviados todos los soldados y oficiales que hablasen inglés para u n a acción especial. T a l orden debía convertirse m ás tarde en un ejem plo de “ lapsus” m ilitar con relación a! m antenim iento de un secreto, y esto sucedió en la m ás alta oficina del M ando M ilitar Alem án. A l cabo de pocos días recibí p o r mi teletipo en F riedenthal u n a copia de la orden con el cuadro de distribución. T uve que h acer un esfuerzo, p a ra no caerm e de la silla. L a orden estaba firm ada p o r uno de los m ás altos oficiales del A lto E stad o M ayor d e la W e h rm a c h t; arrib a llevaba el sello “ asu n to com ando secre t o ” . L os pasajes m ás im portantes decían aproxim adam ente así: “ T o d a s las unidades de la W eh rm ach t deben notificar hasta el... de octubre de 1944 a todos los m iem bros que hablen inglés, que se pongan en m arch a voluntariam ente p ara u n a m isión especia!... hacia la unidad del teniente coronel S korzeny, en F riedenthal, ju n to a B erlín ” . Según el cuad ro de distribución, ta l orden esta ba d irig id a a todas las oficinas de servicio de la W ehrm acht en A lem ania, en los frentes, y h a sta en las divisiones. P odía supo n erse que m ás de una división cu rsaría m ulticopiada la orden con el sello “ asu n to com ando secreto” a los regim ientos y los batallones. E sto casi m e provocó u n ataque de cólera. E stab a seguro de que esta ord en seria conocida p o r el servicio de inform ación ene m igo. T erm in ad a la g u e rra m e enteré de que el servicio secreto am ericano conocía esta o rden ocho días después. Siem pre ha re sultado p a ra m í un m isterio que aquél no obrase en consecuencia, tom ando ciertas m edidas de seguridad. C on ello pensam os que se había fru stra d o n u e stra acción, antes de haberse iniciado. P o r esto dirigí inm ediatam ente u n a “ ardien te p ro te sta ” c o n tra el F H Q y expuse m i “ disciplinada” opinión de que todo el plan de acción debía desecharse. P e ro en tre mí y el responsable, acaso Jodl, o Adolfo H itle r mismo, existía
L U C H A M O S Y P E R D IM O S
129
u n obstáculo invencible, que se llam aba sencillam ente “ el con ducto re g u la r” . E ste e ra com plicado y debía seguirse. M e dirigí al teniente general Fegelein, oficial de enlace de las W affen-S S en el C uartel G eneral del F ü h re r y posteriorm ente cuñado de A dol fo H itler. A vuelta de correo recibí su resp u esta: E l hecho era naturalm ente increíble e inexplicable, p ero p o r eso m ism o no podía ser presentado al F ü h re r. Se m antenía en pie el plan de la acción y debían continuarse los p reparativos, im pulsándolos con to d a energía. D ias m ás tarde, tuve ocasión de com unicar el asu n to a H im m le r; p ero tam poco éste tu v o o tra respuesta para m í: — L a to n tería ya se ha hecho; p ero la misión debe realizarse. M e arran caro n d u ran te m edio d ía del tra b ajo d iu rn o y noc tu rn o en la época de la planificación de esta m isión nueva para nosotros. U n a ta rd e m e llam aron al C uartel G eneral del Jefe S u prem o de las S S , en las cercanías de H ohenlychen. E ra un mo desto g ru p o de barracas en u n bosque de abedules. D espués de u n a breve espera, el ayudante de H im le r m e conduo a su des pacho. A l e n tra r vi, ju n to a H im m ler, al doctor K altenbrunner, a Schellenberg y al teniente general P rü tz m a n n , al que m e pre sentaron. L a estancia estaba decorada de m odo sencillo pero lleno de buen g u s to : m uebles fabricados en los talleres alemanes, como se podían v er en cualquier casino de la W e h rm a c h t; y comple tand o la decoración, unas sencillas cortinas. E n cuanto todos estu vieron sentados alrededor de la m esa redonda, H im m ler explicó el m otivo de la re u n ió n : debía o rganizarse form alm ente el m ovim iento popular “ W erw o lf” , que y a desde hacía sem anas se anunciaba en la p ropaganda escrita y radiofónica. H a sta aquel m om ento sólo habían trab ajad o en tal sentido algunos “ A ltos M andos de la P olicía y de las S S ” especíales, según pro p ia ini ciativa o tem peram ento, en las “ G auen” (d istritos adm inistrati vos). H im m ler nos dio esta acertada visión de la situación, y después opinó, dirigiéndose a m í: — E sto caería en su jurisdicción, S korzeny, pero creo que ya tiene bastantes quehaceres.
130
O TTO SK O R ZE N Y
Y o sólo podía asen tir a esta objeción. E n la prim av era de 1944, habíam os m ontado en F ran c ia y Bél gica las llam adas redes de invasión: agentes oriundos de dichos países y que, p o r idealism o o p o r din ero , se m antenían fieles a los alem anes, habían sido abandonados d e trá s de las líneas enemigas p a ra que efectuasen actos de sabotaje, después de que se pro d u je r a u n desem barco aliado esperado p o r aquel entonces. H a sta aquellos m om entos no habíam os tenido buenas experiencias ni conseguido los correspondientes éxitos. Igualm ente me había en com endado la m isión de conectar con los m ovim ientos de resis tencia que iban dirigidos contra los aliados, apoyarlos, y, si pro m etían éxito, am pliarlos. P e ro tam bién este aspecto de mi trabajo estab a en su fase inicial y se podía, con to d a propiedad, alinear ju n to a los proyectos calificados com o tardíos. P o r tanto, pude contestar a H im m ler, con sincero convenci m iento : — C iertam ente, R eichsführer, tengo tra b a jo m ás que suficien te y sólo pido una exacta delim itación de mi cam po de trabajo. Si m e perm ite una sugestión pediría que m i cam po de acción em pezase má3 allá de las fro n teras del Reich. H im m ler estaba conform e con m i p ro p u esta y d ijo haber nom brado al teniente general P rü tzm an n , jefe y organizador del “ W e rw o lf", m ovim iento de resistencia alem án que debía e x tenderse. H im m ler indicó, adem ás, que P rü tz m an n debería ser apoyado tam bién p o r mi oficina. E ste apoyo debía lim itarse en el fu tu ro a que los m iem bros de las unidades de caza aconsejasen y ayudasen en las cuestiones de equipo y entrenam iento. P rincipal m ente mi IB (oficial del servicio de Intendencia) debía hacer pro puestas con relación a los equipos de arm as y m aterial. E l ta n discutido y, al principio, tam bién tem ido “ W erw o lf” alem án n o fue m ás que u n a ficción. P rácticam ente n o llegó a ser re a lid a d ; sólo e ra posible, y h ab ia sido planeado p a ra el caso de que realm ente se llegase a la ú ltim a resistencia, p o r ejem plo, e n la “ fortaleza de los A lp es” . T o d a g u e rra d etrás de los frentes tiene u n efecto m ás bien m oral que práctico. Si se lleva a cabo
LUCHAM OS Y PER D IM O S
131
u n a g u e rra así, refuerza la m oral d e com bate del ejército propio y de la población. T am bién im pide que se paralice el espíritu de resistencia en los territo rio s ocupados p o r el enemigo. L a sobe ran ía p ropia tiene efecto incluso a espaldas del enemigo. Si se d a ta l situación, todo país in te n ta rá c re a r u n m ovim iento sim ilar de resistencia. P o r lo tanto, lo único que el “ W erw olf” tiene de original es el nom bre. E ste p lan n u n ca fue u n a creación nazi, ni un crim en. E s interesante que la única em isora “ W e r w olf” que funcionó estuvo situada e n la p arte de A lem ania ocupada p o r los soviets y sólo tra b a jó unos días. E n tre otras co sas, criticaba a los hom bres que d u ran te el tercer Reich desem peñaron cargos im portantes y se com portaban de m anera poco hon ro sa después de la ocupación de los rusos. E ste fenóm eno tam bién pudim os observarlo en la p a rte occidental, sin m ani festarlo p o r radio. Como sucedía siem pre, tam bién esta vez H im m ler preguntó p or el desarrollo de las arm as especiales en la Luftw affe y en la M arin a de G u erra. C uando inform é que justam ente se estaba estudiando la posibilidad de d isp arar la V - l desde subm arinos, H im m ler saltó de su silla, se dirigió a u n g ran globo terráqueo ju n to a su escritorio y m e p re g u n tó : — E ntonces, ¿se puede bom bardear N ueva Y o rk con la V - l ? Y o afirm é categóricam ente. Si les técnicos conseguían crear u n a ram p a de lanzam iento rápidam ente m ontable sobre un gran subm arino nodriza, debía ser posible. H im m ler, que e ra u n hom b re de decisiones rápidas, volvió a in terru m p irm e: — H ab laré inm ediatam ente con el F ü h re r y el alm irante Dón itz ; N ueva Y o rk debe ser bom bardeada en un fu tu ro próxim o con la V - l. U sted, Skorzeny, se p o n d rá m anos a la obra para que e l asu n to funcione lo antes posible. Y o no estaba p rep arad o p a ra esta inm ediata reacción de H im m ler. P o r diversas razones, no estaba del to d o convencido de que H im m ler hubiese tom ado una decisión conveniente. E sta b a in trig a d o ante las reacciones de los dem ás presentes. E sto s tenían u n a graduación superior a la m ía y, según costum bre m ilitar,
132
O TT O S K O R Z E N Y
tenían que hab lar antes que yo. P rü tzm an n m e parecía bastante desinteresado. A cababa de serle encom endada u n a m isión nada fácil en la je fa tu ra del “ W erw o lf” , y podía com prender que sus pensam ientos girasen ah o ra exclusivam ente alrededor de su mi sión. E l doctor K alten b ru n n er dom inaba m uy bien la expresión de su ro stro ; no pude reconocer en él ni conform idad ni disconfor m idad. L as contracciones nerviosas de la m itad izquierda de su cara, típicas en él, no tenían nada que v er con un nerviosism o transitorio. M iraba a su subordinado Schellenberg quien tenía que ex poner su opinión como Jefe del Servicio de Inform ación alem án, pues se tratab a de una decisión de la m áxim a am plitud política. P e ro Schellenberg estaba m uy ocupado en asentir con la cabeza a H im m ler. H ab ía hecho esto m ientras el “ R eichsführer S S ” hablaba y le m iraba, y continuaba haciéndolo innecesaria m ente aú n cuando H im m ler le hubiese vuelto la espalda. Y a no necesitaba m olestarse en p ronunciar el “ Jaw ohl, R eichsführer” u su a l; se le podía leer en la cara. Seguram ente tenía la inteli gencia necesaria p a ra ju zg ar el problem a, p ero tem ía ex p resar su opinión antes de lo g ra r una clara visión de las intenciones de su superior m áxim o. E l llam aba a esto sus “ facultades diplom á ticas” , que evitaban que se le escapase jam ás u n gazapo. P u es bien, volvía a ser yo quien ten ía que coger al to ro por los cuernos. M ien tras tan to habia p rep arad o m is observaciones. C uando H im m ler, que paseaba a rrib a y abajo, volvió a m irarm e, pedí la p a la b ra : — R eichsführer, le ruego que me p erm ita decir algo referente al tem a. P ued o indicarle que la exactitud en la p u n tería actual de la V - l es a ú n insuficiente; el objetivo debe fijarse antes del disparo, y d u ra n te el vuelo no puede alterarse la dirección de la V - l. Se están fabricando ap arato s p a ra este fin, y h a sta hoy sólo se consigue u n rad io de aproxim ación de ocho kilóm etros. L a in exactitud en la p u n tería aum enta considerablem ente en el sistem a actual de d isp arar la V - l desde un H e-111, respecto a los an teriores lanzam ientos desde las bases aéreas holandesas con
L U C H A M O S Y P E R D IM O S
133
t r a In g la te rra . L a inexactitud a ú n se acrecentarla en un disparo desde u n subm arino. A la poco precisa localización de la posición e n el m ar, p o r la noche y con este tiem po, se a ñ a d iría el vaivén del barco en el m ás ligero oleaje, que en la relativam ente lenta aceleración de la V - l sobre su ram p a de lanzam iento podría te ner u n papel im portante. Incluso en la im ponente extensión de N ueva Y o rk seria m uy inseguro que llegase a alcanzar el objetivo. D espués de una breve pausa, se g u í: — A ello debe añadirse otro punto. L a aviación alem ana no tiene n inguna posibilidad de conseguir una protección en el es pacio aéreo p o r encim a de la zona de lanzam iento en esté p ro yecto. L a vigilancia de la costa oriental de A m érica y de u n am plio espacio en el A tlántico está m uy bien organizada y presenta m uy pocos huecos, según n u estras noticias, gracias a la aviación y los ap arato s de radar. D u ra n te esta exposición, me fijé en las reacciones de los presentes. H im m ler seguía m archando a rrib a y abajo, y no pa recía escuchar con dem asiado in terés. C ada vez se p ara b a ju n to al globo de su escrito rio ; cuando estaba cerca de n u estra m esa nos m iraba brevem ente a trav és de su s im pertinentes. Y o no le conocía lo suficiente p ara pod er leer u n a reacción en su rostro. E l doctor K alten b ru n n er m e anim aba a continuar m ediante ges tos. N o me ex trañ ó que Schellenberg negase con la cabeza. P rü tz m ann se ocupaba, im perturbable, de sus docum entos. D e repente, H im m ler se p a ró delante de nosotros y tom ó la p a la b ra : — A quí veo una nueva posibilidad m uy im portante de d ar un nuevo g iro a esta g u erra. A m érica tam bién debe experim entar las consecuencias de la gu erra. E l país se cree seguro, y Roosevelt está convencido de que solam ente con o ro e industria se puede llevar una g u erra. L o s am ericanos consideran a su país apartado d e todo peligro. E l efecto de un ataque así sería incalculable. El pueblo no resistiría la g u erra en su propio país. Y o juzgo inferior la capacidad de resistencia de los am erican o s: se derrum barán an te estos golpes inesperados.
134
OTTO SK O R ZE N Y
A sí, m ás o m enos, intentaba H im m ler explicar su repentina decisión. Y o no podía seguir m uy bien el curso de sus ideas. N o vacilaba lo m ás m ínim o frente a u n a g u e rra aérea contra ciuda des am e ric a n as; e ra m otivo suficiente el constante bom bardeo de las ciudades alem anas. E l núm ero, cada d ía m ás elevado, de las ru in as, hablaba p o r sí mismo. P e ro creía que el efecto de la V -l sobre el pueblo am ericano se estaba juzgando erróneam ente. P o r lo tanto, esperé la ocasión p a ra v olver a hablar y esta ocasión m e la brindó en seguida H im m ler. — R eichsführer — dije— , yo creo m uy posible que se consiga el efecto co ntrario. E l gobierno de los E stados U nidos lleva desde hace tiem po la p ropaganda de la g u e rra bajo el lem a: “ L a U S A está am enazada p o r A lem ania” . D espués de la acción d a la V - l sobre N u ev a Y o rk p odría producirse fácilm ente la sensación de u n a autén tica am enaza. C onsidero que la herencia de sangre anglosajona es m uy elevada en la población am erica na. Y justam ente los ingleses n os h a n dem ostrado que su capa cidad de resistencia m oral en tiem pos de u n a auténtica am enaza es considerablem ente fuerte. A h o ra H im m ler escuchaba con m ás atención. A proveché la oportunidad y seguí diciendo: — C iertam ente, tam bién yo p o d ría im aginar el efecto del “ shock” en el pueblo am ericano, p ero sólo en el caso de que los pocos lanzam ientos que podrem os efectuar se pudiesen d irig ir h asta u n o bjetivo claram ente delim itado. P o r ejem plo, después del anuncio a través de la radio alem ana, una V - l debería atacar en un d ía determ inado, a una h o ra determ inada, u n objeto deter m inado en N u ev a Y o rk . E sto h a ría “ im pacto” e n el doble sen tido de la palabra. S eguí explicando aún que estaban en m archa los trab ajo s p a ra m e jo ra r la exactitud de la p u n tería de la V - l. Científicos alem anes trab ajab an en dos soluciones d is tin ta s: p o r un lado en el establecim iento de u n a conducción que, colocada en la cabeza de la V - l, h a ría posible una regulación d u ra n te el vuelo. L a esta ción de radio estaría en este caso cerca de la b ase de lanzam iento.
LUCHAM OS V
P E R D IM O S
135
E l o tro proyecto iba u n poco m ás le jo s: u n a pequeña em isora, que debía situarse en las inm ediaciones del objetivo, debía tom ar a su carg o la dirección de la V - l. L a dificultad en esta solución radicaba en las pequeñas cantidades de energía que estaban a su disposición en este caso. A dem ás debía su p erarse o tra dificu ltad : la pequeña em isora debía se r colocada en un lu g a r previsto y en el m om ento indicado, p o r algún agente. L a s experiencias que se habían hecho con acciones de agentes en A m érica del N orte, h a b ían dem ostrado que aú n teníam os que ap ren der mucho. (U nos agentes, que habían sido desem barcados p o r m edio de u n subm a rin o en la costa oriental de los E stad o s U nidos, habían sido dete nidos inm ediatam ente después). T am bién el doctor K alten b ru n n er d ijo que veía los mismos inconvenientes que yo en u n a acción inm ediata. Se propuso es p e ra r el perfeccionam iento de los ap arato s accesorios apropia dos. H im m ler parecía im presionado p o r las objeciones. A unque no re tiró expresam ente su an terio r orden, m e m andó que le m an tuviese al co rrien te de todas las m ejo ras y de o tras investigacio nes. P e ro los sucesos de la g u e rra fueron finalm ente m ás rápidos que los estudios e investigaciones realizados en A lem ania. Como todo el m undo sabrá, nunca se llegó a em plear la V - l contra el te rrito rio de la U S A . E n los años siguientes a la d e rro ta de A lem ania, se oía con frecuencia la p re g u n ta : " ¿ Q u é hab ría pasado, si_r ” E s inútil discutir acerca de ello, ya que “ a posterio ri” nunca se pueden ab arcar de un m odo m atem ático todos los com ponentes que in fluyen en e! juicio exacto de un posible éx ito en sus consecuencias recíprocas. E n este p articular, se puede afirm ar con seguridad que no habría sido decisivo p a ra el cu rso de la guerra. P a ra ello, los m edios disponibles no eran suficientes ni en cantidad, ni en eficacia. P e ro la cuestión presenta otro a sp e c to : ¿ se puede esperar en el fu tu ro el éx ito de las acciones en que intervengan estas arm as teledirigidas ? Seguram ente los com ponentes de los E stados M ayo res aliados y tam bién los científicos le hab rán dado vueltas a
136
OTTO SK O R ZE N Y
esto en la cabeza. A m érica y R usia, p o r ejem plo, han hecho tr a b a ja r en esta clase de investigaciones, ju n to a sus propios cien tíficos, a hom bres de ciencia alem anes. E s seguro, y los periódidicos am ericanos hablan de ello con sorprendente franqueza, que en los años últim os se h a n hecho grandes progresos. P a ra hablar sólo de los llam ados proyectiles alem anes, V (V ergeltungsw affe= arm a de v e n g a n z a ; F ern g elen k t = teledirigidos) se fabricó du ra n te la g u e rra la conocida V -2, y se m ejoraron considerable m ente respecto a su alcance. T am bién respecto a su p u n tería y al control a distancia se h a b rán hecho progresos, aunque de esto no se hable con franqueza. N o en vano explota la ciencia ru sa, desde hace decenios, todo el océano A rtico y la región polar. H o y o m añana, con el actual desarrollo de la aviación (aqui sólo m e refiero a las a ltu ras de vuelo hoy norm ales, que llegan a la estratosfera), la región polar será una base estratégica p ar vuelos p o r encim a del P olo hacia C anadá y A m érica, pero tam bién una m agnífica pista de lanza m iento p ara todos los proyectiles V , designados con el nom bre genérico alemán. T am bién los m ás m odernos subm arinos alem anes, hacia el fin de la g u erra, estaban casi seguros fren te al r a d a r ; dichos sub m arinos se han convertido en botín de g u e rra de los aliados. N atu ralm en te no m e es posible abarcar de u n a ojeada todos los progresos que se han hecho en los últim os años. F otografías de revistas am ericanas m ostraban que desde los buques se dispara ban proyectiles parecidos a la V -2. L a p ren sa ru sa no acostum b ra publicar tales fotografías. U n a cosa es s e g u ra : la técnica posibilita progresivam ente a los estrategas de g u erras fu tu ras incluir en sus planes territorios m ucho m ás am plios. N o se exagera cuando se habla de una fu tu ra estrateg ia global. Posiblem ente, en el tran scu rso del tiem po, se halla un siste m a de defensa efectivo c o n tra todo ataque. E sto lo dem uestra h asta ah o ra la historia de todas las g u erras. S in em bargo, en casi todos los casos se utilizaba el empleo de tales m edios defensivos
L U C H A M O S Y P E R D IM O S
137
sólo después de h ab er sido u sado el medio de ataque. P ero, ante el avanzado estado actual del desarrollo técnico, la diferencia de tiem po en tre la aplicación del arm a ofensiva y la defensiva puede tener la m ayor trascendencia (1).
(1) N ota del ed ito r: Los párrafos acerca d e l p osible d esarrollo de las ar m a s V lo s escrib ió e l autor e n 1948 y se m antuvieron en su form a original tam b ién en la presente reedición.
C a p ít u l o
X X III
Movimientos de resistencia. — Partisanos ucranianos contra el ejército rojo. — Operación “G reif':. — Tres grupos de com bate. — Compañía de comandos. — Falta de hombres y de material. — Rum ores salvajes. — Yes, no y O. K . — Im pro visaciones. — L os tres puentes del Mosa. — “¿Ataque con tra el Cuartel General aliado?” — ¿Eisenhower en peligro? — Café de la Paix. — ¿Dónde están las fotografías aéreas? — H itler ayuda. — N o se nota el avance del enemigo. — Trans porte relámpago al Oeste. — Ordenes del mariscal Model. — Puesta a punto.
E n los meses siguientes apenas tuve tiem po de preocuparm e de arm as especiales o m ovim ientos de resistencia. E ra n franceses, belgas, holandeses y noruegos, los que se ofrecían para form ar grupos de resistencia en sus países, ah o ra ocupados por los alia dos. R esultaba casi imposible iniciar algo en este sentido. E l go bierno de P étain , p o r ejem plo, tenía en F ran cia m uy pocos adep tos, y un m ovim iento de resistencia sin la ayuda de u n a g ra n parte de la población es com o un nifio que nace m uerto. E n este caso, tam poco ayudaban los alm acenes secretos de arm as y medios de sabotaje, que se habían instalado b a jo el m ando del alm irante C anaris, y estaban distribuidos p o r la E u ro p a Occidental.
L U C H A M O S Y P E R D IM O S
139
A lgo distin ta e ra !a situación en E u ro p a del E ste y del S u re ste . Especialm ente en U cran ia, o sea, en la zona fronteriza ruso-polaca habia hallado eco en tre la población la U P A , u n mo vim iento de indepedencia ucraniano. S us jefes, el Sr. B andera y •demás elem entos habían sido detenidos p o r los alem anes y puestos en libertad en 1944. I-a U P A se había levantado contra los e x cesos de la adm inistración civil alem ana y, m ás tarde, había en tra d o en com bate con el m ism o valo r c o n tra los ru so s que re g resab an . L o s rum ores decían que buen núm ero de soldados alem anes, que en las g ran d es retirad as de 1944 habían quedado separados de su tro p a, luchaban m ás o m enos voluntariam ente en las filas ucranianas. E n otoño de 1944 a¡ capitán K . le encargué la m isión de com probar, p o r m edio de una acción en U crania, la veracidad d e estos rum ores. Con ocho soldados alem anes — el g ru p o es tab a provisto de radio— el capitán K . pasó p or el frente de los C árp ato s hacia el in terio r de U cran ia, desviándose un poco más hacia el este. I-a acción d u ró tre s sem anas. Se recorrieron con siderables distancias d etrás de las líneas rusas. E l inform e del g ru p o después de un feliz reto rn o proporcionó u n a buena idea de la situación. L a U P A había form ado realm ente grandes grupos de destacam entos de h asta mil hom bres y dom inaba con ellos algu n o s territo rio s. Su form a de com bate contra unidades de tro p a s soviéticas de la retag u ard ia debía ser necesariam ente de una g ra n m ovilidad. H a sta entonces los m iem bros de la U P A se proveían de sus equipos, arm as y m uniciones en los mismos ataques. E l capitán K . había tenido conversaciones directas con algunos jefes de la U P A , que le habían confirm ado que solda dos alem anes actuaban concretam ente com o jefes subalternos en el llam ado “ m ovim iento de liberación u craniano” . L a U P A es tab a dispuesta a can je a r paulatinam ente soldados alem anes por e n treg as de m aterial. Incluso y a se habían fijado los lugares de a te rriz aje donde, en p rim er lugar, debían ser alojados los sol dados alem anes heridos y enferm os. P e ro , m ientras tanto, se h ab ía vuelto ta n crítica la situación del aprovisionam iento de
140
O TT O S K O R Z E N Y
gasolina en el frente, que ya no se nos entregó carburante p a ra tales acciones. P o r m ucho cariño que sintiese p o r las acciones pequeñas, como las descritas, sólo podía entretenerm e con ellas de paso. L o s pre parativos p a ra la fu tu ra ofensiva de invierno eran m ás im por tan tes e iban delante de todo lo dem ás. A un q u e no tuviese nada que hacer en la organización propiam ente tal de mi grupo de com bate, p a ra la cual se nos había entregado el cam po de en trenam iento de “ G rafenw óhr” , debían elaborarse en Friedenthal todas las órdenes fundam entales y el plan total. P a ra esta operación habíam os elegido el nom bre de “ G rifo” según el lengendario p á ja ro que aparecía en las fábulas alem a nas. N u estra tro p a debía organizarse en form a de u n a brigada acorazada (se llamó entonces “ B rig ad a A corazada 150’'). L a base p a ra nuestro plan lo form aba el plano cronológico que se había construido en el F H Q p a ra la g ran ofensiva. Según éste, debía conseguirse en el p rim e r día de la ofensiva el paso com pleto a través del fren te enem igo. Y a en el segundo d ía debía alcanzarse y p asar el M osa. P o r lo tanto, estaba m uy justificado pensar que las tro p as enem igas ya estaban en plena retirada y comple tam ente desorganizadas al p rim er día. M is colaboradores y yo estábam os de acuerdo en que debía m os to m ar el m edio au x iliar de la im provisación. E n cinco se m anas ju sta s — el com ienzo de la ofensiva aú n estaba fijado por aquel entonces p a ra prim eros de diciem bre de 1944— una tropa de cam paña norm al n o podía estar form ada y e n tren ad a; m u cho m enos todavia una tro p a a la que se le había encom endado u n a m isión especial. E sto e ra casi imposible, y lo sabíamos. A n te H itle r ya había señalado esta objeción cuando me encomendó la m isión, p o r lo que n u estra conciencia en este aspecto estaba tra n quila. A l fin y al cabo, ya habíam os dado a conocer n u estra opinión en este asunto. Q ueriendo con tar con to d a clase de posibles eventualidades, nos fijam os tre s o b jetiv o s: los puentes sobre el M osa, cerca de E ngis, A m ay y H uy. D e esta m anera dividim os el sector de ba-
LUCHAM OS Y PER D IM O S
141
talla del Sexto Ejército Acorazado SS, que ya conocíamos, en tres p artes; los sectores de avance que poco a poco se estrecha ban tenían cada uno de los puentes como punto final. P ara el logro de estos objetivos, dividimos también nuestra B rigada Aco razada 150 en tres grupos de com bate: X , Y y Z. Y a la denomi nación Brigada Acorazada 150 era una fanfarronada. A nuestra prim era solicitud, nos contestaron inmediatamente que era im posible la entrega de tanques de botín para un regimiento total mente acorazado, incluso para sólo una sección. Al principio, ya se nos recordaba la antigua sentencia: “ L a necesidad aguza el ingenio” . De todas maneras no era agradable tener que empezar aquella misión con semejante déficit. E n nuestra prim era propuesta previmos la siguiente formación de la Brigada Acorazada 150: 2 compañías acorazadas, con diez tanques cada una. 3 compañías de reconocimiento acorazadas, con diez vehícu los de reconocimiento acorazados cada una. 3 batallones de infantería motorizada, con 2 compañías de ti radores y una pesada cada uno. 1 compañía antiaérea ligera. 2 compañías de cazadores de tanques. 1 sección de morteros. 1 compañía de transmisiones. 1 Estado Mayor, lo más reducido posible, de la brigada aco razada. 3 Estados Mayores de batallón lo más reducidos posible. 1 compañía de comandos (para la realización de la segunda parte de la misión de la brigada acorazada). P ara ahorrar personal tenían que eliminarse casi por comple to los servicios auxiliares, usuale* en otros casos, puesto que la m isión sólo sería de brevísima duración. Como ,fuerza total, se T ia b ia n previsto unos tres mil trescientos hombres. A ello debían añadirse sustanciosas listas sobre las necesarias armas, municio nes, vehículos, equipajes .y uniformes de botín. Nosotros mismos nos asustamos, pensando cómo deberían satisfacerse en pocas
142
OTTO SK O RZEN Y
'semanas nuestras necesidades; pues los almacenes de nuestros botines no podían ser tan grandes. D urante los últimos jneses, los ejércitos alemanes se habían retirado continuamente, y no se habían practicado mayores operaciones de ataque en las que podrían haber caído en nuestras manos, como botín, las cantida des correspondientes. Cuando presenté, el 26 de octubre de 1944, al general Jodl la organización de la Brigada Acorazada ISO, así como las listas de equipo para su autorización, llamé otra vez la atención sobre «1 breve tiempo disponible y ¿obre las improvisaciones en todos los terrenos necesarios para ello. Además expliqué que la acción ' “Grifo” , según mi entender, sólo podía tener éxito si comenzaba t n la prim era noche después del comienzo de la ofensiva apro vechando de este modo por completo la sorpresa en el enemigo. ’P ara ello seria necesario que las divisiones del frente alcanzasen al prim er día sus objetivos de ataque. Esto era, en nuestro sector, el paso del Hohen Venn en un ancho frente. Debía poner esta condición para empezar con nuestra acción. Además solicité del E stado M ayor de la W ehrm acht las fotografías aéreas de los tres puentes como fundamentos absolutamente imprescindibles. E l Estado M ayor de la W ehrm acht autorizó la formación de la Brigada Acorazada 150 que nosotros habíamos propuesto, y nos prometió todo el apoyo necesario. Entonces volví a plantear con cuidado la posibilidad de que se hubiese podido traicionar todo el planeamiento de la operación al ser mencionada la orden del Es tado M ayor de Ja W ehrm acht. Debo confesar que, frente al gene ral Jodl, no aduje las mismas conclusiones que en mi acta. E n ésta había escrito aproxim adam ente: “ Todo soldado sin graduación que efectuase una falta de negligencia contra una obligación de mantenimiento en secreto debería ser castigado de la forma más severa” . También Jodl me explicó que sería imposible renunciar a la operación después de este error, pero que en seguida confec cionaría una orden que impediría en el futuro tales cosas. Yo de bería emplear en documentos futuros dos nombres de camuflaje, uno en los días pares, otro en los impares. Aún recuerdo uno
LUCHAM OS Y PER D IM O S
143
de ellos, el “ Solar” . P ero la idea de esta orden de emplearse en la correspondencia otros nombres provenía de una propuesta del general de División de las SS, Fegelein, oficial de enlace permanente de las W affen-SS en el Cuartel General del Führer. Bien es verdad que de esta forma no se habían cambiado mu cho las cosas, pero yo tenía que contentarm e con eso. E n el futuro, se produjeron bastantes veces confusiones entre los días pares e impares. AI final adopté exclusivamente e! nombre de “ Solar” ; era mucho m ás sencillo y no menospreciaba en nada la gloriosa idea de Fegelein. Al general Burgdorf le había pedido tres comandantes de ba tallón experimentados en el frente. U no de ellos debía suplirme, durante la etapa de formación, como comandante de la Brigada. E l teniente coronel Hardieck, que me enviaron para este come tido, era un excelente oficial, pero nunca había mandado una acción especial. Lo mismo ocurría con los otros dos comandantes, teniente coronel W . y capitán Sch. P ero los tres estaban entu siasmados con su nuevo mando, y, de esta forma, era factible arreglarse. Yo tampoco había mandado hasta entonces ninguna acción camuflada de tal envergadura. Tenía que hacer otro ruego al general Burgdorf. E ra imposi ble, así le dije, que en cuatro semanas pudiese formarse, con los voluntarios de los cuatro grupos de la W ehrm acht, una unidad ca paz de combatir con la suficiente compenetración. Debía rogarle que, aparte de los voluntarios, pusiese a mi disposición unidades de la W ehrm acht ya formadas, que pudiese emplear al menos como armazón de mis unidades. E n los dias siguientes recibí, entre otros, dos batallons de paracaidistas de la Luftwaffe, dos com pañías acorazadas del ejército y una compañía de transmisiones. A esto uní dos compañías reforzadas del batallón de cazadores "C en tro ” , y mi propio Batallón de Paracaidistas-SS 600. Cuando después de ocho días se habían presentado en Friedenthal los primeros cien voluntarios, vi muy impreciso el porve nir de la operación “ G rifo” . ¿Cómo debía seguir? E n Friedenthal se habían presentado examinadores de idiomas que dividían
144
OTTO SKORZENY
a los voluntarios según el idioma que hablasen y según sus co nocimientos. L a categoría I, -para soldados con perfecto conoci miento del inglés, no quería multiplicarse. E l máxim o crecimien to por día era de uno a dos hombres. P ara que me comprendan ,bien, debo mencionar aquí que, por aquel entonces, yo mismo apenas hablaba inglés. ¿D ónde habían quedado los años del colegio? H acía dieciocho años que el pro fesor M uhr se había esforzado en enseñamos la lengua inglesa a nosotros, niños en la escuela secundaria del distrito de W áhring de Viena. Como en realidad en sus clases sólo pensábamos en ha cer tonterías, los conocimientos habían sido bastante flojos, y des pués apenas había tenido ocasión de practicarlo. A pesar de ello me esforzaba en seguir aprendiendo e intentaba, aquí y allá, com poner una frase inglesa aceptable. U n día tuve una curiosa experiencia con un joven oficial de la Luftwaffe, en Friedenthal. El también se había ofrecido como conocedor del inglés. Casualmente, le hablé junto a una de nues tra s barracas de alojamiento. — Give me your story about your last duty, please! A ello me respondió en .un incorrecto inglés: — Yes, H err Oberstleutnant, I became m y last order before five m onths.. . — aquí titubeó un poco, pero siguió rápidamente— : el resto prefiero contárselo en alemán. Y o estaba contento con ello; el muchacho parecía tener el corazón donde Dios .manda, como lo demostraba su presentación voluntaria. P ero con estos conocimientos del inglés no podía en gañar ni a un americano sordo. Después de dos semanas la ' “operación voluntario” estaba más o menos concluida. El resultado final era alarm ante: la catego ría I — o sea hombres con conocimientos perfectos del inglés y alguna familiaridad con el “ slang” americano— abarcaba unos diez hombres, casi todos antiguos marinos, que también estaban ampliamente representados en la categoría II. E n ésta había unos •treinta o cuarenta hombres con perfectos conocimientos del inglés. L a categoría I I I , con soldados que tenían conocimientos media
LUCHAM OS Y PER D IM O S
145
nos del inglés, ya contaba de ciento veinte a ciento cincuenta hombres. La cuarta categoría, con hombres con conocimiento muy relativo del inglés, procedente del colegio, contaba con doscientos hombres. Los demás eran poco apropiados por motivos puramen te físicos o porque, aparte del “ yes” , sólo hablaban perfectamente alemán. O sea, que prácticamente debia montar una “ Brigada “ Silenciosa” ; pues de retirar unos ciento veinte de los mejores para la compañía comando, apenas quedaban hombres con conocímintos del idioma. De forma que nos juntaríam os, callados y silenciosos, a las columnas americanas en huida. E n mis informes de cada tres días, que debía entregar al Estado Mayor de la W ehrm acht sobre el estado de personal y equipos, se consignaban unas cifras estremecedoras y veraces. A los soldados que hablaban inglés y a los que, en general, lo hablaban con cierto sentido se les envió, por breve tiempo, a escuelas de intérpretes. Otros fueron trasladados por algunos días a un campo de prisioneros de guerra norteamericanos. Allí debían oír el verdadero “ slang” americano y familiarizarse con el tono y el comportamiento más libre de los soldados america nos, sobre todo frente a sus superiores. Puesto que estos “ cur sos” se limitaban a unos ocho días, no podíamos esperar ningún milagro respecto a los conocimientos lingüísticos. P ara la masa de la tropa en Grafenwohr, que no entendía nada del inglés, consistía esta enseñanza del idioma en que los soldados debían aprender algunas palabrotas fuertes de los .G.I., así como el significado de “ yes” , “ no” y “ O .K .” Además, aprendían al gunas de las órdenes americanas más usuales. Con ello se agota ron las posibilidades de camuflaje lingüístico de la brigada. Casi aún peor aspecto tenían los equipos que poco a poco iban lle gando. Prim ero quiero describir las dificultades que surgieron en la entrega de vehículos. Ya pronto reconocimos que no se podía obtener, de ninguna manera, el número necesario de tanques ame ricanos. Para decirlo exactam ente: en el día del comienzo de la ofensiva éramos los orgullosos propietarios de dos tanques Sher man. U no de los dos se quedó en el camino por un defecto en el
146
OTTO SK O RZEN Y
cambio de velocidades, durante la marcha hacia ¡a región de la Eifel. A l leer más adelante, en periódicos y revistas, que la Briga da Acorazada 150 estaba equipada con 50 tanques Sherman, se apoderaba de mí, aún después de la guerra, la envidia de la flo reciente fantasía de los periodistas. E n general, cierta parte de la prensa hizo a la acción “ Grifo” objeto de su encono, y sus despachos ya no tenían nada que ver con una información obje tiva. P o r decirlo así, años después de la guerra aún se veían fantasmas. Y la caza de fantasmas es, a largo plazo, poco lucra tiva. El inspector de las tropas acorazadas en Berlín concedió a Ja brigada, en sustitución de los tanques de botín no recibidos, doce tanques “ P antera” alemanes. Estos se camuflaron en Grafenwóhr mediante engaños de hojalata alrededor del cañón y de la torre. Con ello queríamos lograr la silueta del tanque Sher man. Yo me daba cuenta de que este camuflaje sólo podía tener éxito durante la noche, a gran distancia, y aún entonces sólo ante jóvenes reclutas americanos. Además, recibimos de los distintos lugares de recolección de botín del frente unos diez vehículos acorazados de reconocimien to americanos o ingleses. L a preocupación de utilizar los tipos ingleses desapareció por el hecho de que ya en el campo de en trenam iento quedaron fuera de uso por varios desperfectos en los motores. Los cuatro vehículos americanos fueron completados con coches de reconocimiento alemanes. Dos coches blindados de infantería formaban, junto con doce alemanes, los vehículos de una compañía acorazada de infantería. Poco a poco, llegaban por ferrocarril a Grafenwóhr unos treinta jeeps. Debía haber aún más de estos vehículos en uso entre la tropa alemana del frente occidental. Pero precisamente de estos vehículos, aptos para cualquier clase de terrenos, se se paraban sus correspondientes propietarios, al parecer, con muy pocas ganas. Como nosotros mismos más tarde pudimos compro
LUCHAM OS Y PER D IM O S
147
bar, la orden de entrega de estos vehículos fue muchas veces de sobedecida. U na pequeña esperanza nos quedaba aún y era é s ta : hacer nosotros mismos algún botín durante las veinticuatro horas ante riores a nuestra acción en el frente. A la misma esperanza vaga y engañadora se entregaba también la más alta autoridad directi va alemana en el planeamiento total de esta ofensiva; o sea, al hallazgo de grandes depósitos de gasolina del enemigo durante los avances. Tampoco con los camiones mejoraba la cuestión. Al final, dis poníamos quizás de quince auténticos vehículos americanos. El núm ero necesario se completó con camiones Ford alemanes. Lo único uniforme en todos los vehículos era la pintura verde de los camiones del ejército americano. L a cuestión del armamento era quizás más grave. Disponía mos sólo del 80 % de fusiles de! ejército americano. P ara los cañones antitanques y los morteros, faltaban las municiones. Pero cuando llegaron unos cuantos vagones de municiones de botín, estallaron a causa de almacenaje inadecuado. Así estábamos obligados a repartir prácticamente sólo arm as alemanas. L a com pañía de comando era la única que recibía arm as de botín. Sin embargo, lo peor ocurría con la ropa, a la que, por mo tivos comprensibles, habíamos atribuido un valor especial. U na vez recibimos un montón de piezas de vestir sin clasificar, que resultaron, al ser examinadas con m ás exactitud, piezas de uni forme inglesas. O tra vez recibimos abrigos que, en la práctica, no tenían utilidad alguna, puesto que sabíamos que los soldados norteamericanos del frente durante sus acciones sólo llevaban los llamados “ field jackets” (blusones de batalla). Cuando nos m andaron entonces, por mediación del jefe del servicio de pri sioneros de guerra un cargamento entero de “ jackets” , todos es taban marcados con el triángulo de los prisioneros. El envío fue devuelto inmediatamente. Característico para la situación en este aspecto era el hecho de que para mí, comandante de la brigada, de regular estatura, sólo había un jersey del ejército americano.
148
OTTO SKORZENY
Teníamos bastante trabajo para, equipar, sólo a medias, la compa ñía de comando. P ero también ésta dependía aún de la esperan za de que el enemigo, en su prevista huida, abandonarla gran cantidad de equipaje. P or cierto, esta ilusión se realizó m ás tarde, sólo que faltaban demasiadas cosas p ara completar el camuflaje de la m asa de nuestros soldados. Regularmente, comunicaba todas estas condiciones desfavo rables al Estado M ayor de la W ehrm acht. Sabía que no me haría muy simpático si exponía continuamente tales quejas. Por otra parte, hubiese logrado menos aún sin tal insistencia. Pero llegué a hacerme especialmente antipático cuando, a principios de diciembre, después de haber sido aplazada la ofensiva has ta una fecha posterior, mencionaba estas cifras también en las “ reuniones con el F ü h re r”, a las que me hacían asistir. E n tonces, siempre había bronca por parte de H itler contra varios ayudantes del mariscal de campo, que eran responsables de los equipos. Tampoco esta más alta intervención tuvo dema siada eficacia. E n el campamento de entrenamiento se afanaba, mientras tanto, el teniente coronel H ardieck en la formación de la brigada. P ara mantener los secretos, la parte de terreno reser vada para nosotros estaba cerrada, y la comunicación postal, prohibida. E ra muy lógico que se originaran los bulos más atre vidos sobre la finalidad de los preparativos y el objetivo de la acción. Se había llegado a saber que yo m ás adelante mandaría, la brigada, y los soldados esperaban de mí probablemente otra acción semejante a la de Italia. E l teniente coronel H ardieck ya no podía dominar los bulos. L o había intentado con medidas cada vez más severas; pero todo era inútil. L a abundancia de bulos ya ponía en peligro todo mantenimiento del secreto. Cuan do me comunicó esto, le mandé llamar a Friedenthal para hablar del asunto. H ardeick, en mi habitación, nos contó tantos bulos a mí y a von Fólkersam que hizo que se nos pusieran los cabellos de pun ta. L a fantasía de nuestros soldados seguía trabajando bien. A l gunos contaban que la brigada acorazada entera marcharía a
LUCHAM OS Y PER D IM O S
149
través de toda Francia para liberar a las tropas alemanas que lu chaban valerosamente en la ciudad cercada de Brest. Otros, de cían lo mismo de Lorient e incluso conocían ya los planos exac tos de cómo queríamos penetrar en el fuerte. Así había docenas de bulos, como se dice en el argot militar, y cada versión tenía sus adictos que creían firmemente en ella. P or esto estábamos seguros de que también el servicio de información del enemigo se había enterado de algunos detalles, tanto más cuanto que segu ramente, por la desafortunada orden del Estado M ayor de la W ehrm acht, había fijado su atención en nosotros. Nos encontrábamos, por lo tanto, ante la cuestión de cómo debíamos comportarnos en adelante. Con castigos sólo no se arreglan tales cosas. Debía encontrarse otra salida. Después de algunas reflexiones, descubrimos el camino más sencillo y más indicado: H asta entonces sólo nosotros tres sabíamos de la ver dadera meta y objetivo de nuestra acción. Convinimos que a p artir de aquel momento dejaríamos curso libre a toda clase de bulos, aunque deberíamos actuar como si tratásemos de su primirlos. Incluso queríamos dar un paso más y fomentar los bulos, naturalmente sólo si su contenido era completamente dis tinto a la verdad. Nuestro cálculo era sencillo: los oficiales de información enemigos tampoco sabrían a qué atenerse en el la berinto de noticias provocadas por estos bulos. Con gran celo se practicaba, en Grafenwórth, el entrenamien to. De las buenas unidades que nos habían sido mandadas, sólo habían sido destinados los mejores hombres a la Brigada Aco razada ISO. Los demás servirían de reserva para un objetivo es pecial. Si contra todo lo que podía esperarse, el frente enemigo debía abrirse violentamente para el paso de uno de nuestros gru pos de combate, podíamos disponer de esta reserva de interven ción. Las unidades singulares ya estaban compenetradas por sus luchas en el frente. Sin embargo, debían familiarizarse con el material extraño. Frecuentes ejercicios de m archas nocturnas servían muy bien para tal fin. Como ejercicios tácticos se prac-
150
OTTO SK ORZEN Y
ticaba sobre todo el mantenimiento de pequeñas cabezas de puente en todas sus variaciones. U na dificultad especial significaba el suavizar el “ comportamiento resuelto” del soldado alemán, que durante su época de recluta le había sido inculcado con innece saria dureza y persistencia. E l trato con el chiclé y el paquete de cigarrillos americanos pertenecía también, como importante cosa secundaria, al program a de instrucción. Los dos comandantes de grupos de combate, el teniente coro nel W . y el capitán Sch., sólo sabían entonces que se había pla neado una acción camuflada para el caso de una gran ofensiva del enemigo. N o tenían ni idea de una ofensiva por nuestra parte. Esto representaba cierta desventaja, ya que no se podía contar con su colaboración intensiva en el planeamiento; pero teníamos que aceptarlo para mantener el secreto. Puesto que ya a mediados de noviembre sabíamos que nues tros equipos de camuflaje eran muy defectuosos, temarnos que introducir ciertos cambios en nuestro plan de acción. Ya no se podía pensar en una auténtica acción camuflada en el verdadero sentido de la p alabra; debíamos servirnos como medios auxilia res de la astucia y del engaño, pero, ante todo, debíamos distraer al enemigo. Sin embargo, esta clase de engaño sólo podía tener éxito si la ofensiva hubiese sido para el enemigo una sorpresa completa y sus tropas retrocediesen en huida desordenada. Por esto, de bíamos insistir en nuestra exigencia, ya manifestada, de que efec tivamente se alcanzase el objetivo del ataque del prim er día. La masa de nuestras tropas, vestidas sólo con uniformes alemanes y equipadas con arm as alemanas, debían transportarse en camio nes cerrados. Sólo los chóferes y sus ayudantes se vestirían, lo mejor posible, con piezas de uniforme americanas. Como ayudan tes se escogerían hombres de la categoría II I, es decir, con me dianos conocimientos lingüísticos, para que por lo menos éstos, en caso de una conversación necesaria con soldados enemigos, pudiesen intervenir pronunciando algunas palabras, Los tres grupos de combate pasarían alrededor de medianoche del primer
LUCHAM OS Y PER D IM O S
151
día de ataque por delante de las puntas de ataque alemanas, den tro de sus sectores indicados. Como objetivos provisionales se habian previsto puntos de reunión en la cercanía de los puentes. Desde allí, grupos de reconocimiento bien camuflados debían espiar las condiciones de los puentes. Así quedaba siempre la po sibilidad de concentrar el ataque en uno o dos de los puentes. P o r tal motivo, tampoco se había equipado con tanques el grupo de combate septentrional X , bajo el teniente coronel X. Había sido elegido para pasar por el Mosa, en caso de necesidad, a tra vés de uno de los puentes, en m archa camuflada, para instalarse después en un sector al oeste del Mosa. Los ataques deberían efectuarse entonces desde estos sectores, donde se habían puesto en posición con uniformes alemanes. Si reinaba entre el enemigo bastante confusión, podría lograrse un éxito por sorpresa. U n bebé de cuidado especia! de mi Estado M ayor era la compañía de comando y, con ella, la segunda parte de nuestro cometido: sem brar intranquilidad y confusión en las ñlas del enemigo. Ninguno de los voluntarios de esta compañía había realizado jam ás una orden semejante. Ninguno de ellos era un espía instruido o un saboteador; y en pocas semanas debían ser instruidos como tales. U na tarea prácticamente imposible. E n esta unidad, habíamos reunido naturalm ente los hombres que hablaban m ejor el inglés; pero ésta era también la única ventaja que tenían para su cometido. Sabían de la peligrosidad de su misión. SÍ a .un soldado le cogían prisionero, durante su acción, llevando uniforme del enemigo, le podían form ar un consejo de guerra, cuyo final no sería muy dudoso. E l am or a la patria y el entusiasmo eran efectivamente los únicos móviles de estos hombres. E n estas circunstancias nos habíamos deci dido a hacer de esta tropa un uso lo m ás limitado posible. Los cometidos previstos para ellos no podían fijarse con exactitud. Deberían dejar mucho espacio libre para ser llenado por la fan tasía de cada soldado en particular. Como ojeadores avanzados del frente podrían efectuar para la tropa un valiosísimo trabajo de reconocimiento. También se intentaría, mediante la difusión
152
OTTO SK O RZEN Y
de bulos, aum entar la confusión entre las tropas aliadas. Se di fundirían bulos sobre enormes éxitos iniciales de las divisiones alemanas. Cambiando las placas de las carreteras y los indi cadores de rutas, había que guiar a las columnas enemigas en direcciones falsas y, mediante la transm isión de órdenes fic ticias, aum entar su inseguridad. Debían ser cortadas las comu nicaciones telefónicas y los depósitos de municiones dañados o destruidos, mediante voladura. La compañía de comando estaba ocupada en numerosos si mulacros y ejercicios. E ra muy natural, que precisamente esta unidad fuese una fuente especial para dar pábulo a nuevos bulos referentes a la Brigada Acorazada 150. Desgraciadamente tenía que contar con el hecho de que con seguridad uno o varios de estos “ Jeep-Team s” caerían prisioneros en seguida, al principio de la ofensiva. Ni tiempo teníamos para darles amplias instruc ciones respecto a los interrogatorios hechos por ios servicios de información enemigos. Pero puesto que estos “ Team s” po dían difundir bulos, pero ninguna noticia referente al objetivo de la acción, que ellos no conocían, no veía en ello ningún peligro especial para la tarea principal. A l contrario; la abundancia de bulos debería dar precisamente pistas falsas al servicio de infor mación enemigo. Alrededor del 20 de noviembre de 1944, tuve ocasión, por prim era y última vez, de visitar mis tropas en Grafenwóhr. Por la mañana, presencié algunos ejercicios e inspeccioné el equipo de los tres grupos de combate. Este último era aún más incom pleto de lo que había temido. El librito de notas de Fólkersam contenía cada vez más solicitudes urgentísimas. El Cuartel Ge neral no se alegraría al leer mi próximo informe. Por la tarde conversé prolongadamente con los tres coman dantes de los grupos de combate. Les informé de la verdadera tarea de la brigada, que era ocupar y mantener uno o varios puen tes detrás de las líneas del enemigo; pero todo, sin embargo, en el supuesto de una ofensiva aliada que ganase extensos terre nos en territorio alemán. E n las batallas de cerco que iban
LUCHAM OS Y PERDIM OS
153
a tener Jugar, los puentes en el interior de la zona cercada serían de una importancia decisiva. P o r ¡o menos, podría hacer con los comandantes algunas re flexiones tácticas sobre nuestra tarea en condiciones mediana mente exactas. Las maniobras de las unidades podrían preparar se y realizarse entonces con más método. Durante las conversa ciones, oímos algunas explosiones fuertes. Cuando informaron de que unos vagones de municiones habían estallado durante la descarga, terminó la conversación rápidamente. Pero tampoco nos era factible ayudar, pues acercarse a los vagones incendiados era imposible. Mi moral estaba bastante baja, a consecuencia del accidente. Se me anunció al teniente N., un oficial de la compañía de co mando, que solicitaba una entrevista a solas. Con una expresión muy seria en la cara, empezó a decirme lo siguiente: — Mi teniente coronel, creo conocer el verdadero objetivo de ataque de la brigada. Y o estaba realmente intrigado por lo que sucedería a conti nuación ¿Acaso uno de los dos conocedores del secreto había hablado? ¿Existía peligro para toda la acción? Estas ideas pasaban como un rayo por mi mente. Pero el teniente N., visi blemente satisfecho por el efecto de sus primeras palabras, dijo a continuación: — La brigada m archará a París y h ará prisionero al Cuartel General aliado instalado allá. Aquella “ novedad” fue demasiado para m í; tenia que refre narm e y hacer un esfuerzo para no reír. Con la velocidad del rayo, p en sé: ¿ No es éste un magnífico nuevo bulo ? Así tuve por res puesta un “ pues, m h” más o menos afirmativo y, de todas ma neras, bastante significativo. E l diligente oficial se contentó con tal exclamación, y entusiasmado declaró aún: — Permítame, mi teniente coronel, ofrecerme a usted para la m ás estrecha colaboración. Estuve mucho tiempo en Francia y co nozco muy bien París. También mi francés es pasable. Puede us ted fiarse de mí, callaré como una tumba.
154
OTTO SKORZENY
— Bueno ¿ ha pensado usted cómo podemos realizar la misión ? ¿X o es demasiado atrevido todo esto? — le pregunté. — La cosa es realizable —me aseguró el orgulloso inventor del plan— . Seguramente ya habrá hecho sus planes, mi teniente coronel. Yo también he reflexionado sobre la tarea y he llegado a las siguientes soluciones. (Me explicó su plan hasta los me nores detalles.) Sólo los soldados que hablaban inglés perfecta mente serían vestidos con uniformes enemigos y formarían un personal de vigilancia ficticia para un transporte de prisioneros de guerra. L a tropa se dividiría en varias columnas de marcha que se encontrarían en un punto de reunión apropiado en París. Incluso podrían llevarse tanques alemanes como piezas de botín, para ser exhibidas en el Cuartel General aliado. M uy difícilmente podía interrum pir, de vez en cuando, la pe roración de mi visitante. A pesar de su aparente irresponsabilidad, era interesante escucharle. Su fantasía, con la que barría todos mis inconvenientes, casi me alegraba. —Y o mismo conozco P arís bastante bien y muchas veces he estado sentado en el Café de la Paix, y conozco los Campos Elíseos, y la ciudad con sus alrededores —le contesté a una de sus preguntas. P ara term inar le dije: — Bueno, piénselo usted una vez más con exactitud y trace usted todos los detalles. Volveremos a hablar de ello. Pero ante los demás deberá callar como una tumba. E l futuro m ostraría que esta “ tum ba” no resultó demasiado silenciosa, pues sobre todo el Café de la Paix se popularizó como misterioso punto de reunión. Incluso el servicio de protección aliado concentró más adelante, durante varias semanas, fuertes medidas protectoras a su alrededor. Sin embargo, no podía sos pechar en aquel entonces el enorme alcance de las consecuencias de tal conversación. Que aquel bulo penetrarse efectivamnte hasta dentro del Cuartel General de Eisenhower, ni pude suponerlo nunca. Y menos aún, que el enemigo lo tomaría tan en serio como p ara establecer en seguida contramedidas generales. E ra. hablando
LUCHAM OS Y PER D IM O S
155
metafóricamente, como si una pequeña piedra hubiese sido tirada a un lago tranquilo y los conocidos círculos concéntricos de ondas se extendieran de manera cada vez más incontenible. L a pro paganda, justificada durante la guerra pero mal intencionada des pués, que se ha practicado con este bulo, seguramente ha contri buido a que debiese comparecer por dicha razón, tres años más tarde, ante un tribunal m ilitar norteamericano. P ara obtener un mayor apoyo en la im portante cuestión de los equipos y para aclarar algunas cuestiones tácticas de la acción, hice, en noviembre de 1944, un viaje al frente del Oeste. E n el C uartel General del comandante supremo del Oeste, el Mariscal de Campo von Rundstedt, en Zíegenhain, me presenté al jefe del Estado M ayor, al IC y al IA . N o podía esperar encontrar allí gran entusiasmo para la misión que me habia sido encomen dada ; pues la acción “ Grifo” tenía lugar dentro del marco de una ofensiva, que no habia sido nunca bien vista por el comandante supremo del Oeste. El Mariscal de Campo se había pronunciado, como yo sabía, siempre en pro de una ofensiva más reducida en el sector de Aquisgrán. A pesar de ello, recibí valiosos informes sobre la actual situación en el frente y sobre las formaciones que el enemigo tenía en aquel sector del frente. También yo por mi parte expliqué el plan de la acción “ Grifo” autorizado por el Estado M ayor de la W ehrm acht. E n realidad, esperaba poder llevar a casa algunos valiosos consejos. Sin embargo, no me los dieron; pero, por otra parte, tampoco manifestaron ninguna clase de inconvenientes contra mi plan. Con la promesa de que vol verían a darse a las tropas las correspondientes órdenes para una acelerada entrega de las piezas de botín, continué mi viaje. E n dicho viaje me presenté también en el Cuartel General del M ariscal de Campo Model, que estaba encargado del mando de la ofensiva planeada. Allí encontré solo al general Krebs, el jefe del Estado Mayor. Trabajaba febrilmente en los preparativos, y yo tenía la impresión de que estaba efectivamente convencido del pleno éxito de esta batalla de ataque. M ientras, recordaba
156
OTTO SKORZENY
unas palabras de Adolfo Hitler, que había pronunciado cuando desarrollaba ante mí sus proyectos: — Skorzeny, ésta será la batalla decisiva de la guerra. E l general Krebs parecía haber oído semejantes palabras y tom arlas también en consideración. E n esta visita recibí asimismo las bien intencionadas pro mesas de ayuda y apoyo. E! general aprobó preparativos que efec tuábamos para realizar nuestra orden. Nos dio aún algunas re comendaciones para pequeñas acciones de comando, que mi ba tallón “ Suroeste” podía lanzar un poco antes de la ofensiva. También habíamos pensado ya en atacar las arterias vitales de los ejércitos americanos motorizados, las “ pipelines” Estas “ pi pelines” , una desde Boulogne, otra desde E l Havre, corrían a través de todo el país hasta poco detrás del frente. E ra una obra m aestra del cuerpo de ingenieros U S . A toda prisa queríamos organizar algunos grupos pequeños de sabotaje. Unos días antes de la ofensiva deberían saltar en Francia con paracaídas e in tentar volar las importantes tuberías de gasolina. E n el breve tiempo que quedaba no teníamos la posibilidad de seleccionar con especial cuidado los hombres para esta misión. Los franceses que querían luchar aún con los alemanes eran ya muy raros en esta época. Semejantes órdenes las había dado también al M ando del Servicio II Oeste de la Defensa, que desde hacía algunos meses me estaba subordinado. E n estas acciones no me entregaba a ilu siones engañosas respecto a un gran éxito. Mi opinión sobre el dudoso valor de aquellas acciones de agentes no había cambiado todavía. Sin embargo, esperaba por lo menos mantener ocupado e intranquilo al servicio de contraespionaje del enemigo. E l Estado M ayor del 6.° Ejército Acorazado-SS se hallaba en aquel entonces, aún, al este del Rhin. Aquí convine con el IC, un antiguo conocido mío, que añadiría a cada una de las puntas acorazadas de ataque un “ jeep-team” , que se encargaría exclu sivamente de las tareas de reconocimiento para las divisiones. P ara ello podía recibir también inmediatamente algunos jeeps re
LUCHAM OS Y PER D IM O S
157
tenidos. Sin embargo, sabía con seguridad que había más vehícu los de botín aún en las divisiones. Como antiguo ingeniero-oficial lo comprendía tanto más cuanto que la situación respecto a los vehículos se hacía realmente desesperada incluso en las tropas del frente. El comienzo de la ofensiva se aplazó a mediados de noviem bre señalándose en lugar del día 1, el 10 de diciembre de 1944, y más tarde el 16 de diciembre. La ocupación de las posi ciones de salida no se había terminado a tiempo, los equipos de las divisiones recientemente completadas no habían llegado total mente a su destino. E ra señal de que para esta ofensiva habían sido reunidas, efectivamente, las últimas reservas de la Gran Alemania en soldados y armas. E stos hechos los podía conocer m ejor en las discusiones del Cuartel General del F ührer, a las que por tres veces me ordena ron asistir. U na vez me enteraba de que determinada división necesitaba urgentemente tanques; otra, cañones, y una tercera, vehículos. E ra una cadena perpetua de peticiones que nunca terminaba. E l pobre mariscal de Campo debía escuchar todos los reproches de los comandantes supremos de los ejércitos que asis tían a las sesiones. Veía con claridad que el capitán general G uderian iba a echar a faltar mucho cada tanque, cada batallón, llevados al Oeste, desde su frente Este, que se debatía en dura lu cha. N uestras posibilidades eran como una manta demasiado corta. Si llegaba para los pies o sea para el Oeste, sería demasia do corta para la cabeza, o sea para el Este. No me resultaba fácil exponer mis continuas protestas sobre falta de equipo, materiales o armas, cuando me llamaron para informar. P ero si quería dar una idea exacta de la situación de mi brigada acorazada, debia decir la verdad sin rodeos, y la ex puse así: — Deberemos improvisar desde la A hasta la Z ; pero a pesar de ello haremos todo !o posible. Adolfo H itler escuchaba mi informe siempre tranquilo. Des pués dirigía sus preguntas a los correspondientes oficiales:
158
OTTO SK O RZEN Y
— ¿P o r qué no está completo todavía el equipo de camuflaje? ¿P o r qué no se han entregado los suficientes vehículos? ¿P o r qué no ha ido bien esto y por qué no ha funcionado aquello? E ran unas preguntas interminables a las que siempre seguían las mismas contestaciones: — Hemos hecho todo lo posible, y daremos otra vez la co rrespondiente orden... U na tarde, a principios de diciembre, tuvieron lugar las con versaciones, como sucedía normalmente, en la sala de trabajo de Adolfo H itler, en el prim er piso de la cancillería del Reich. El “ cuarto de la situación” era bastante más paqueño que el de “ W olfsschanze” en la Prusia Oriental. Todos los presentes es taban apretados, de pie, y aparte de los mandos militares más altos se perm itía estar dentro de la estancia al que correspondía informar. E l capitán von Fólkersam estaba presente como siem pre, y habíamos convenido que sin falta reclamaríamos las fo tografías de los tres puentes, que aún seguían faltando. E n esta discusión de la situación participaba también el mariscal del Reich H erm ann Goring. L a Luftwaffe acababa de inform ar sobre la situación aérea. L a superioridad numérica del enemigo tampoco podía contra rrestarse ni con el máximo valor. Adolfo H itler parecía saberlo ya perfectamente, pues apenas escuchaba. Entonces oí una c ifra : “ 250 cazas a reacción estarán dispuestos para la ofensiva de las A rdenas” . No me atrevía a dar crédito a mis oídos. ¿Esto era todo lo que había quedado de las cifras originales? L a voz de H itler aún me sonaba en el oído, cuando el 22 de octubre me dijo: — 2.000 cazas a reacción también nos asegurarán en el mo mento de la ofensiva la superioridad aérea. Pero ahora la mención de esta cifra tan reducida no desperta ba la atención de Adolfo H itler. Al parecer se había resignado y ya no contaba con la Luftwaffe. E n aquel entonces yo no podía comprender todo lo sucedido. D urante las explicaciones sobre la ofensiva, H itler parecía estar más animado que en septiembre v
LUCHAM OS Y PER D IM O S
159
octubre de 1944. Los rasgos de su cara eran algo más frescos, pero daba la impresión de un hombre viejo y enfermo. Pensando en esta última posibilidad, en esta ofensiva, se reanimaba aparen temente aquel hombre gastado. M ás adelante me enteré de que respecto de las pocas posibilidades de la Luftwaffe se había re signado por completo. Los gestos del F ührer de Alemania eran los de un hombre vencido. Cuando entonces me acerqué a la mesa para mi informe recordé las fotografías aéreas prometidas desde hacia varias semanas. Entonces Adolfo H itler se encolerizó y dirigió ai Mariscal del Reich los más violentos reproches. Este, durante largo rato, no pudo decir nada. P ara mí resultaba una situación sumamente penosa. U n teniente coronel normalmente no presencia la reprimenda hecha a un Mariscal del Reich. Final mente prometió a H erm ann Goring, que se utilizaría para el re conocimiento un caza a reacción provisto de una cámara. Nues tros aviones de reconocimiento normales no tenían ya desde hacía varias semanas ninguna posibilidad de sobrevolar territorio ene migo ; tan aplastante era la superioridad aérea del adversario. El resultado del reconocimiento ahora ordenado lo tuve unos días m ás tarde en mis m anos: las fotos aéreas de los puentes de H uy y A m ay; la tercera foto aérea no la recibí nunca. Las fotos mostraban claramente las posiciones antiaéreas enemigas cerca de los puentes. Con un suspiro de alivio comprobé también que junto a los puentes no se veían fortificaciones especiales de nueva cons trucción. Allí por lo menos- no teníamos que contar con sorpresas desagradables. E n esta discusión de la situación, Adolfo H itler me dio una sorpresa. Cuando había terminado mi usual informe sobre la situación de los equipos de la Brigada Acorazada 150 y después de haberse comentado aún algunas cuestiones menos importan tes de la maniobra táctica, se dirigió de repente otra vez a mi y dijo: — Skorzeny, debo ordenarle algo que se refiere personalmente a usted. Le prohíbo una vez más, que usted mismo vaya a si-
160
OTTO SK O RZEN Y
tuarse detrás de las líneas del enemigo y participe personalmente «n estas acciones. Dirigirá la empresa “ Grifo” tan sólo por radio. Además he hecho responsable de la realización de esta orden al comandante supremo del 6.° E jército Acorazado SS. Se quedará usted en su puesto de mando. De ninguna manera puede usted caer prisionero; le necesito a usted aún para muchas otras tareas. E sta orden me sorprendió tanto que olvidé el conveniente ■ “ Sí, mi F ü h re r” . H abía supuesto que Adolfo H itler ya habría olvidado este asunto. Tampoco su apretón de manos al despedir se me causó tanta alegría como las demás veces. No sé cómo salí entonces de la sala “ de la situación” . Creo que tenía la cara congestionada. ¿Cómo iba a m irar a los ojos de mis compañeros, si tenía que comunicarles que yo mismo no iba a participar en la acción detrás de las líneas? ¿Debería quedarme sentado junto a! aparato de radio sin tener la posibilidad de intervenir personal m ente en una situación crítica? ¿Debía permanecer junto al M an do Supremo del Ejército, mientras mis camaradas libraban delan te una batalla desesperada? E ra la prim era vez que sucedía asi. E l capitán von Fólkersam comprendió mi consternación por la orden que acababa de recibir del F ührer. E ra para mí una obli gación irreversible. Pero él, consolador, con su seco carácter bál tico, me d ijo : — No es tan fiero el león como lo pintan. Sólo hay que esperar un poco. Decidí inform ar a mis comandantes de grupos de combate acerca de la orden recibida, aunque no me resultaba fácil. Sin em bargo, a] mismo tiempo quería decirles que, en todo caso, en una situación crítica, me verían con los grupos de combate. De ninguna m anera me podía quedar junto al Mando Supremo del E jército; estaba decidido a buscar mi puesto de mando más ade lante. El comandante supremo ya comprendería esto. M i ayudante K arl Radl había protestado amargamente, por que sólo llevaba conmigo a Fólkersam a las “ discusiones de la situación" y nunca a él. También él quiso presenciar una vez tal
LUCHAM OS Y PER D IM O S
161
discusión y ante todo ver y oír hablar a Adolfo H itler. Prometí llevarle la próxim a vez. “ K arli” ya empezó a tener suerte en el vestíbulo de la plan ta baja del ala bombardeada de la cancillería del Reich. Pude presentarle al M ariscal del Reich, que permanecía en aquella sala. Significaba cierto alivio para mí, el ver que no me guardaba ren cor desde la anterior reunión, pues yo había motivado Jos desa gradables reproches para él de H itler. E n esta ocasión me en teré de la planeada acción de paracaidistas al comienzo de la ofensiva. U n batallón de paracaidistas saltaría al alba del primer día de la ofensiva sobre una cadena de m ontañas al oeste de Monschau junto al Monte Rigi. Se tom aría un importante cruce de carreteras por adelantado, para evitar que el enemigo trajese reservas desde el norte. Sería necesario que me pusiese de acuer do con el comandante, pues era muy posible que uno de mis comandos en jeep se perdiese en aquella región. Debía evitarse que cayeran bajo balas alemanas. E n el momento en que Adolfo H itler me saludó en la sala “ de la situación” del prim er piso, oí detrás de mí a Radl respi rando agitadamente. Con suma habilidad había logrado colocar se a mi lado empujando y desplazando a los demás oficiales. H it ler le miró imperceptiblemente y yo aproveché la ocasión para d ecir: — M i Führer, me permito presentarle al capitán K arl Radl, mi antiguo ayudante y colaborador, que ya en Italia estuvo con migo. Al decir estas palabras empujé al sorprendido Radl hacia adelante. E ste “ construyó con energía su hombrecito” , como di cen en el argot m ilitar alemán. Adolfo H itler le dio la mano y se dirigió otra vez hacia la mesa de los mapas, diciendo: — P o r favor, el informe de la situación en el Oeste. Entonces todo apuntaba a la inminente ofensiva en el Oeste, todo se miraba sólo desde este punto de vista. O tra vez pude darme cuenta de que las cifras que se daban referentes a los medios de combate eran cada ve^ m ás reducidas. U n ataque aé
162
OTTO SK ORZEN Y
reo aliado a una estación de maniobras de una ciudad habia destruido un tren con tanques nuevos. E n otra ciudad un tren de municiones estaba bloqueado ya desde hacía varios días por los mismos motivos. Los informes dieron muy pocas noticias buenas. D e todas maneras, lo más favorable era que el enemigo hasta entonces aparentemente no se había dado cuenta de la entrada en posición de los ejércitos, o por lo menos no lo interpretaba bien. E l frente enemigo permanecía tranquilo. Parece que los america nos estaban preparándose para invernar en este sector del frente. E l pronóstico atmosférico para el dia del ataque, definitivamente fijado para el 16 de' diciembre de 1944, también era favorable: cielo cubierto y nubes bajas. Esto significaba para nosotros que no habria superioridad aérea enemiga. E n mi interior estaba contento por el hecho de que no predecían mucho frío. M i briga da estaba equipada sólo por una corta acción y por esto no dis ponía tampoco de ropas y equipos de invierno especiales. Debía mos ahorrar cada m etro cúbico de posible espacio de carga.
E l 8 de diciembre mis hombres abandonaron, con los últimos trenes, el campo m ilitar de instrucción de Graíenwohr. Con la rapidez del rayo fue trasladada la brigada hacia el campo mili ta r de instrucción W ahn, al sur de Colonia. H abía sido muy avaro respecto a los días de instrucción. E l dia 12 de diciembre llegué yo allí acompañado de Fólkersam. Mi sustituto, el teniente coronel H ardieck, me recibió con alegría. Estaba contento porque se le eliminaban preocupaciones como comandante de la brigada y podía tom ar el mando de su grupo de combate, el grupo Z. E ra un tipo arrojado, sin miedo alguno y m uy optimista referente a la acción. Me di cuenta de que tendría que refrenarle. Quiso hacerme una brom a y me en tregó para añadir a mi elegante "equipo de camuflaje” , un jer sey, un abrigo americano de color aceituna y un gorro cuartelero de teniente. Desgraciadamente el abrigo no me iba bien.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
163
En W ahn incluso recibimos unos jeeps de las tropas del fren te. H asta últim a hora nuestros mecánicos tuvieron trabajo en los talleres, y después permanecieron en el campo de instrucción. E n realidad sólo hubiesen sido un lastre para la breve acción. Los insignificantes cien kilómetros que habia hasta el Mosa que ríamos cubrirlos también sin recurrir a ellos. Me sorprendí a mí mismo con tales optimistas pensamientos. A pesar de las preocupaciones, mantenía un alto estado de ánimo. La tropa no tenía el más mínimo conocimiento de cuán cerca se hallaba ya la acción, aunque debían sospechar que el rápido traslado sólo había sido efectuado ante inminentes acontecimien tos. También mi llegada, como es natural, había sido advertida. Durante una jira de inspección un soldado me paró para pregun tarm e : — ¿E s seguro que pronto empezará el jaleo, mi teniente co ronel ? Desde luego no le pude decir toda la verdad. — Esto tienes que preguntárselo al otro lado, al americano, para saber cuándo quiere empezar — le contesté. El capitán von Fólkersam confeccionó entonces las órde nes para el traslado al bosque de Blankenheim en la noche del 13 al 14 de diciembre. D urante la marcha ya se notaban en nuestra tropa varios defectos de instrucción. Perdimos unos cuan tos vehículos, pero más tarde se incorporaron de nuevo. Durante la noche entera todas las carreteras estaban llenas de columnas en marcha. E l 6.° Ejército Acorazado SS ocupó sus posiciones. E n los extensos bosques al Suroeste de Blankenheim hicimos el prim er vivac al aire libre. El clima era húmedo, frío, y el suelo estaba mojado. Pasar la noche en esta época del año en aquellas tiendas no era nada a propósito para los hijítos de m am á; pero nuestros soldados habían pasado casi todo el invierno en Rusia y las actuales condiciones atmosféricas por tal razón les parecían suaves. Conocía los alrededores del bosque en que nos alojamos. El día anterior se celebró allí, en el Cuartel General del Mariscal
OTTO SKORZENY
de Campo Model, la última entrega de órdenes para todos los comandantes de cuerpos y divisiones. Los distintos problemas del avituallamiento eran el tema principal. A nte las malas con diciones de las carreteras hasta el Mosa, el avituallamiento, sobre todo para las divisiones acorazadas, sería uno de los problemas principales. ¿Funcionaría bien? Fólkersam y yo éramos los únicos en esta reunión que no llevábamos charreteras de oro o cinta roja clel Estado Mayor Ge neral en el pantalón. Al final de la entrega de órdenes el M aris cal de Campo Model me invitó a explicar brevemente la acción “ Grifo” a los generales presentes. Los comandantes debían estar informados para evitar que al regresar los “ team s” de mi com pañía de comando fuesen considerados como enemigos, y recibi dos con el correspondiente fuego. Por esto convinimos signos de reconocimiento para el día y para la noche. De día los soldados debían quitarse el casco y mantenerlo elevado encima de la ca beza. De noche mis hombres se darían a conocer mediante señales de luz. Desgraciadamente algunas divisiones repartieron estas instrucciones en forma de orden por escrito a las unidades subor dinadas. El prim er día de la ofensiva llegó esta orden a manos del enemigo, pues un comandante del batallón cayó prisionero y la llevaba encima. Suerte que en esta orden por escrito no se citase nuestro objetivo de ataque, pues sólo se mencionaban ac ciones camufladas, de unidades bajo mi mando. El hecho de que el servicio de información enemiga llegase a conocer nuestras intenciones sólo aumentaba su confusión, puesto que sospechaba la existencia de muchos comandos detrás del frente propio. El jueves 14 de diciembre de 1944 tomé oficialmente el mando de la Brigada Acorazada ISO. Estuve sentado con los tres co mandantes de los grupos de combate en una caseta de guarda bosque. Dos de ellos se enteraron entonces de que actuaríamos dentro del cuadro de una ofensiva. Los dos eran antiguos solda dos del frente y seguramente sabrían dominar también situaciones difíciles. Debíamos hacer todo lo posible para mantener buenas
LUCHAM OS Y PER D IM O S
165
comunicaciones. Sólo así podríamos tom ar también decisiones pre cisas y tener éxito. D urante largo rato comentamos todas las posibilidades de nuestra acción. Lo más im portante era que ninguno de los sol dados perdiese el dominio de los nervios. U n tiro disparado de masiado pronto, y todo estaba perdido. La tarea más difícil de los oficiales y suboficiales seria dominar a sus soldados en este aspecto. Los grupos de combate debían rodar, rodar y no descon certarse por nada. Cómo debia conquistarse cada uno de los puentes se resolvería sobre el propio terreno. V ista nuestra re ducida fuerza combativa no podíamos meternos en prolongadas luchas. N uestras intenciones sólo podían lograrse, si no exis tía ningún frente cerrado del enemigo, y si el ataque penetraba el prim er día profundamente en el territorio enemigo. Nuestra ac ción se efectuaría en el sector de ataque del I Cuerpo Acorazado-SS. El grupo de combate septentrional del cuerpo tenía como objetivo cercano el paso del Mosa entre Lieja y Huy. H abía sido añadido al I Regimiento Acorazado-SS bajo las órdenes del jo ven coronel de las SS Peiper. También Peiper había dado ya la orden de ataque para su grupo de combate. L a marcha de la operación era breve y clara: El grupo acorazado Peiper ataca el 16-12-44 a la hora X en el sector Losheim-Losheim Graben y atraviesa el eventual frente enemigo. Prim er objetivo: ocupar y mantener abiertos los puentes sobre el Mosa al sur de Lieja. L a lucha ha de llevarse sin tener en consideración la abertura de los flancos ni el desa rrollo del frente en ambos lados del sector de ataque y aprovechan do plenamente la velocidad de los tanques, hasta el Mosa. Las reservas de gasolina fueron tan reducidas en las divi siones acorazadas que sólo alcanzaban para el avance hasta el Mosa, si es que podía efectuarse la marcha sin lucha. También nosotros habíamos tenido que calcular al máximo para repartir la gasolina entre todos los vehículos, de forma que pudieran al canzar sus primeros objetivos. No disponíamos de más reservas. Puesto que mis unidades no debían intervenir en ningún caso
166
OTTO SKORZENY
en una lucha, podía tener la esperanza de que las provisiones alcanzarían hasta el objetivo. E l frente enemigo seguía tranquilo aún. Al parecer el enemi go no sabía nada todavía de nuestros movimientos nocturnos. Durante el día no podía efectuarse ningún movimiento en las carreteras que pudiese delatar que en un estrecho espacio dos ejércitos acorazados se habían situado en posición. D urante la noche del 15 al 16 de diciembre las columnas acorazadas avan zaron más aún hasta muy cerca del frente. Gracias al tiempo nebuloso los aviones nocturnos del enemigo no nos descubrieron. Debían volar por lo accidentado del terreno a bastante altura y las nieblas del suelo les quitaban visibilidad. E sta circunstancia fe liz la tomamos como un signo favorable para toda la ofensiva.
Había convenido con el M ando Supremo del Ejército que ins talaría mi puesto de combate junto al I Cuerpo, en Schmidtheim. Hice acudir allí también a mi grupo de radio y a mi E s tado Mayor, que se componía sólo de cuatro oficiales: el IA , el oficial ordenanza, el oficial de radio y el oficial de avitualla miento. Antes del alba habían terminado todos los movimientos de tropas y los vehículos se habían sumergido en los bosques. El sueño lo habíamos suprimido del programa en aquella no che. Nos instalamos por breve tiempo en dos habitaciones de una vivienda en el cinturón urbano de Schmidtheim, pues con tábamos con que pocas horas después del comienzo de la ofen siva deberíamos continuar la marcha. Mis cinco puestos de radio estaban instalados en el borde de! cercano bosque. Llegaron los informes de los tres grupos de com b ate: Se habían puesto en posición detrás de las puntas de ata que acorazadas. Sólo al recibir de mí una orden especial se pon d rían su pobrísimo camuflaje e iniciarían su misión. Pero las comunicaciones no funcionaban tan bien como era de desear. P re cisamente para las tropas de transmisiones había sido demasiado
LUCHAM OS Y PER D IM O S
167
escaso el tiempo de instrucción y de maniobras de conjunto. Nos deseábamos mucha suerte respecto a las transmisiones durante la acción. Sólo tres “ teams de radio” estaban junto a las puntas de ataque que tenían mi orden de “ camino libre” y debían recono cer la situación junto a los puentes sobre el Mosa para nuestra acción y para las tropas de ataque. Todos esperábamos impacien tes la hora X para la ofensiva. L a tensión ante todo ataque, co nocida de cualquier soldado, se había apoderado de todo el frente, desde el general hasta el último granadero.
C a p í t u l o X X IV
16 de diciembre de 1944. — Fuego de sorpresa de unos miles de cañones. — E l objetivo del día, no alcanzado. — Avance difi cultoso. — L os primeros comandos detrás de las líneas ene migas. —• Intervienen los tanques. — Falla de gasolina. — S e abandona el plan principal. — L o s primeros informes de los teams. — ¿Malmedy libre de enemigos? — Efecto de los bulos. — Falsa noticia de la emisora de Calais. — L a M P americana detiene a unos oficiales U S .A . — E l enemigo con firma el efecto de nuestra acción.
Las cinco de la mañana del sábado, 16 de diciembre de 1944. De las bocas de un millar de cañones surgió, de repente, un fuego de sorpresa sobre las posiciones del enemigo. No transcu rrió mucho tiempo sin que fuera nutridísimo. La infantería ale mana inició su ataque. E n el sector en el que más tarde el grupo Peiper perforaría el frente, había empezado a actuar la tercera división de cazadores paracaidistas. L a espera de las primeras noticias resultaba un poco fatigosa. Dependían demasiadas cosas de ellas, y para recibirlas de prim era mano me dirigí al Estado M ayor del prim er Cuerpo Acorazado SS. Alrededor de las siete llegaron las primeras noticias. No eran precisamente favorables, pero la situación aún podía cambiar.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
169
Aparentemente, el fuego de artillería no había afectado de masiado a las posiciones enemigas situadas junto al Losheimer Graben. E l enemigo se defendía tenazmente, y la ofensiva pare cía estancada. Al mediodía se conoció la existencia de duros com bates, sin que se hubieran producido apreciables ganancias de terreno ni, lo que era más importante, la anhelada ruptura del frente. Yo no comprendía el motivo de que no se utilizaran los g ru pos acorazados. Habían avanzado muy pocos kilómetros, y se hallaban en la línea principal de combate de la mañana. Mis g ru pos continuaban detrás de ellos. H abia enviado mi IA a nuestros tres comandantes de gru po. Tenía que conseguir una mejor utilización de la comunica ción radiofónica. Los grupos X e Y transm itieron la noticia de su visita. De repente, el oficial de radio vino a mi encuentro con un mensaje que acababa de recibir: “ El teniente coronel H ar dieck ha m uerto.” E ra un duro golpe para la brigada, pues mi sustituto — que conocía a la unidad desde su formación— había muerto. L a Bri gada Acorazada ISO había pagado su prim er tributo. Habíamos perdido a un buen camarada y a un oficial ejemplar. Como me informaron más tarde, su coche había chocado con una mina durante un viaje de reconocimiento. Puesto que mi IA se encontraba precisamente en camino hacia el grupo de comba te, debía ocupar el sitio del comandante. P ara mí, eso significaba renunciar a mi mejor oficial de Estado M ayor; sin embargo, sabía que al concederle aquel mando le daría una gran alegría y, además, que 1o desempeñaría dignamente. Poco después recibí el informe radiofónico de Fólkersam : — He asumido el mando del grupo de combate Z. Transcurrió el i6 de diciembre sin que se alcanzara un éxito decisivo en el frente del 6.° Ejército Acorazado de las SS. P or la tarde se llegó a la conclusión de que debían utilizarse las uni dades de tanques para conseguir una ruptura decisiva de! frente. A fin de tener una idea “ de visu” de la situación, me dirigí a Los-
170
OTTO SK O RZEN Y
heim en automóvil. Las carreteras estaban bloqueadas por vehícu los de todas clases. Los oficiales tenían que apearse continua m ente para poner un poco de orden en el tráfico. Cuando llegué a Losheim había andado por lo menos 10 kilómetros del breve trecho. El fragor del combate se oía con toda claridad. Los para caidistas seguían luchando en el bosque de Losheim y delante de Ronsfeld. M ás al sur, las cosas parecían tener m ejor aspecto; por lo menos, se había conseguido ganar más terreno. E n Losheim encontré las secciones de la compañía de coman dos que no dependían de los grupos de combate pero que me estaban directamente subordinadas. Tenía que tom ar una deci sión, y pronto. E ra evidente que no iba a alcanzarse el objetivo de ataque del prim er día. E n consecuencia, debía renunciar a la operación “ Grifo” . Pero la idea me resultaba difícil de aceptar, después de tantos y tan laboriosos preparativos: nunca había abandonado un plan sin apurar todas las posibilidades. Si las tropas acorazadas entraban en acción aquella noche, aún era po sible un éxito. Decidí, por io tanto, esperar otras veinticuatro horas. Si por entonces se había rebasado la H ohe Venn, la ofensi va alcanzaría probablemente también el Mosa, y la ocupación previa de los puentes por mis fuerzas podía ser decisiva. El estado de ánimo entre los hombres de la compañía de co mandos era desigual. Algunos parecían preocupados ante el lento progreso de la ofensiva; no mostraban la acostumbrada alegría ante la proximidad de la acción. Pero la mayor parte estaba aún llena de optimismo. Lo singular de su tarea atraía a los hom bres; querían entrar en acción a toda costa. Seleccioné tres “ team s” que me parecieron especialmente aptos para la difusión de bulos. E n su mayoría eran soldados de la marina, poseían buenos co nocimientos lingüísticos y merecían toda la confianza. Les di la orden de deslizarse a través del frente hacia la retaguardia ene miga y realizar allí su cometido, con la debida prudencia. Les recomendé de un modo especial el reconocimiento de las tres rutas que habíamos previsto para nuestros grupos de combate. A mi regreso a Schmidtheim informé al mando del cuerpo de
LUCHAM OS Y PER D IM O S
171
ejército que quería esperar otras veinticuatro horas. Envié tam bién un mensaje a mis grupos de combate. Entretanto, habían llegado a Schmidtheim los primeros cien prisioneros, los cuales se encontraban en excelentes condiciones físicas. Aquellos solda dos americanos habían sido capturados en el curso del primer ataque y completamente por sorpresa. Algunos de ellos ni siquie ra habían tenido tiempo de salir de sus alojamientos. Ahora es taban sentados, apoyados contra una pared, al parecer absoluta m ente despreocupados, fumando cigarrillos o masticando chiclé. A través de un intérprete intenté conversar con un teniente. N o sabía nada importante. Sin embargo, pude comprobar que el ataque había sido una sorpresa total para el enemigo. Los infor mes acerca de las unidades enemigas existentes en el frente y en reserva facilitados por las secciones IC (Servicio de Inform a ción) resultaron exactos. E n aquel primer encuentro con soldados americanos me pre gunté si todos los combatientes de ultram ar sabían lo que se esta ba fraguando en Europa. ¿ Sabían que la verdadera solución de la guerra, decisiva para el futuro, se encontraba en el Este? ¿ Se daban cuenta de las consecuencias que tendría para Europa el debilitamiento de Alemania? P or desgracia, comprobé que todo esto no significaba nada para el joven oficial. La propagan da americana le había presentado los hechos de un modo muy simplista: “ Los alemanes son los eternos bárbaros, y además es tán dominados por un diablo con forma humana, que quiere do m inar al mundo entero, y su pueblo le ayuda a ello. Por eso es un acto cristiano, una exigencia de la civilización, aniquilar a Alemania y evitar para siempre jam ás su recuperación” . Esta era, en resumen, la opinión que el teniente me dio a conocer con toda franqueza. Alrededor de la medianoche del 16 de diciembre, el grupo acorazado Peiper y otro grupo acorazado más ai sur, iniciaron el ataque. E n las prim eras horas de la mañana del dia siguiente tendríamos las prim eras noticias. Decidí acostarme, vestido y sobre un colchón, en el suelo de mi habitación. Mis últimos pen-
172
OTTO SK O FZEN Y
samientos antes de dormirme giraron alrededor dei tiempo, pre guntándome si continuaría siendo tan favorable para nosotros. E l día anterior apenas nos había molestado la actividad de los aviones enemigos. E ra de importancia decisiva que las cosas si guieran igual. Poco después me despertaron. Uno de los "team s” que había cruzado las líneas por la mañana estaba de regreso. Las noticias que traían tenían una importancia especial para el frente y fueron transm itidas inmediatamente al mando del cuerpo de ejército. O rdené que los soldados se presentaran a mi otra vez a la ma ñana siguiente: necesitaban un buen descanso. A las cinco de la mañana me encontraba ya en el puesto de mando del cuerpo de ejército. No tardaron en llegar las prim e ras noticias de la cuña acorazada. E l 17 de diciembre, a las cinco de la mañana, a pesar de la fuerte resistencia enemiga, fue to mada la localidad de Ronsfeld. L a ofensiva parecía progresar. También llegaron buenas noticias del grupo acorazado que ope raba más al s u r : había avanzado hacia el oeste, en dirección a Recht. P ara aquel mismo día se había previsto el traslado a una po sición más avanzada del puesto de combate del cuerpo de la re gión de Manderfeld. Hice avisar al “ team ” que estaba en cami no hacía Losheim, para que se reincorporase a la compañía de co mandos, y me puse en marcha. E n la carretera, la situación era mucho peor que el día anterior. Las interminables hileras de ve hículos avanzaban — cuando conseguían avanzar— con una lenti tud desesperante. Decidí regresar a Schmidtheim y desde allí, por caminos apenas transitables, me dirigí a Dahlem, donde me en contré con una situación parecida: un vehículo pegado al otro, avanzando a paso de tortuga. Me apeé del coche y eché a andar hacía Stadtkyl, con la esperanza de poder desenredar en alguna parte aquel desesperante atasco. A todos los oficiales que veía sentados cómodamente en su coche les ordenaba que se apearan y contribuyeran, en la medida de lo posible, a poner un poco de orden en aquel caos.
LUCHAM OS Y PERDIM OS
173
E n las cerradas curvas del valle que se extiende delante de Stadtkyl el embotellamiento era completo, hasta el punto de que apenas pude pasar a pie. Había que arreglar aquello, fuese como •fuese, para que no se entorpeciera del todo el importante tránsi to en dirección contraria, hacia los depósitos de municiones y ga solina de la tropa combatiente. E n la última curva, que descendía muy cerrada hacia un pequeño lago, descubrí la causa del em botellam iento: un poderoso remolque, de unos 10 metros de longitud, de la Luftwaffe, se había encallado en plena curva. U na treintena de hombres se esforzaban inútilmente, tratando de sacarlo del bache. Lleno de curiosidad, me informé de la carga que llevaba el vehículo. Quedé asombrado al enterarm e de que eran piezas de V -l. Al parecer, se había dado la orden de transportarlas hacia adelante, suponiendo que la linea del frente se adentraría sensi blemente en territorio enemigo desde el prim er día; y luego se habían olvidado le revocar la orden. Sólo cabía pensar en una solución, y me dispuse a ponerla en práctica. Hice salir a todos los hombres de los vehículos para dos alrededor del remolque, y al cabo de unos instantes centena res de brazos se ocupaban de vaciar la carga... en el lago. Final mente empujamos el remolque ladera abajo, y al cabo de un cuar to de hora la estrecha carretera volvía a estar libre. H abia desistido de continuar avanzando por la carretera prin cipal, ya que debía resultar más fácil el paso por una carretera secundaria, a través del Kerschenbach-Ormont. Pasamos junto a muchos campos de minas. Recordando el triste destino del te niente coronel H ardieck, avanzábamos con grandes precauciones. E n la carretera Prüm -Losheim pudimos observar los efectos del prim er bombardeo sobre los abandonados acuartelamientos de los am ericanos; caídos junto a la cuneta había tres tanques Sher man que humeaban levemente. P o r la noche hubo “ gran consejo” en el Puesto de Mando. E n tre los presentes figuraba el general Sepp Dietrich. E l grupo acorazado que operaba al norte sólo había podido avanzar des-
174
OTTO SKORZENY
pues de duros combates. A las ocho de la mañana había tomado Bulligen, pero después tuvo que abrirse camino metro a m etro hasta Engelsdorf, localidad que no cayó hasta el anochecer. A con tinuación, el grupo se dirigió hacia Síavelot, donde encontró una tenaz resistencia. Las noticias de los otros sectores del fren te no eran más alentadoras. El ataque había sido una sorpresa para el enemigo, pero no cabía esperar que se alcanzara el Mosa de un tirón. El adversario no se retiraría sin contraatacar; por lo tanto, estaba descartada una huida a la desbandada, que hu biera concedido posibilidades de éxito a la operación “ Grifo” . El enemigo contaba con reservas y las lanzaba a la batalla. En. tales condiciones, hubiera sido descabellado continuar acariciando la idea de nuestra m isión; y, por otra parte, improvisar sobre la m archa hubiese sido de una imperdonable ligereza. A un soldado no le resulta fácil desistir de un proyecto. Pero, después de ha berlo meditado bien, informé al mando de mi decisión de renun ciar a la planeada operación de la Brigada Acorazada 150 y recibi la conformidad de mis superiores. Se envió también la co rrespondiente orden a mis fuerzas: debían acampar en el lugar donde se encontraban y esperar órdenes. Dado que mi brigada estaba en el sector de ataque, la subor diné al prim er Cuerpo Acorazado SS para que fuese utilizada como infantería, y pedí que nos encomendaran una misión digna de nuestra capacidad combativa. El 18 de diciembre se interrumpió el avance del grupo de com bate Peiper. Cerca de Troisponts, que se tomó a las once de la mañana, el enemigo había volado todos los puentes. P or la tarde se tomaron La Gleize y Staumont. Todos los mensajes radiados informaban de la angustiosa falta de carburante y municiones: sin ellos, resultaba imposible continuar avanzando. Se formaron diversos comandos de oficiales encargados de conducir hacia adelante todos ios camiones cisternas detenidos en las carreteras, que continuaban embotelladas. D urante la noche, varios de aquellos camiones consiguieron llegar hasta el grupo de
LUCHAM OS Y PER D IM O S
175
Peiper. P e ro fue com o u n a g o ta de a g u a sobre u n a piedra reca le n ta d a : ya n o se podía p en sar en un avance ininterrum pido. A l dia siguiente se presentó un nuevo problem a. Casi todo el flanco n o rte de la ofensiva estaba sin cubrir. E l cruce de ca rre teras de M alm edy e ra u n lu g a r m uy a propósito p a ra que el ene m igo co n traatacara en dirección s u r con tro p as de refresco. M e p reg u n taro n si podía g a ra n tiz a r la conquista de aquella ciudad m ediante un audaz golpe de m ano. A causa de la situación de m is fuerzas, el ataque sólo sería posible el 21 de diciembre. A p ri m eras h o ras del dia 19 de diciem bre envié p o r radio la siguiente orden a m is tres gru p o s de com bate: "C oncentración en el curso del día 20 de diciem bre en las afueras de E n gelsdorf” . E n E ngels dorf m e presenté en el P u e sto de M ando de la 1.a D ivisión A co razad a S S y estudié con el IA las posibilidades de un ataque. D ebido a la absoluta falta de apoyo artillero, decidimos a ta ca r por so rp resa M alm edy al am anecer del 21 de diciembre, por dos lados. Como p rim er objetivo debíam os conquistar la loma situa da al norte de la ciudad, p ara atrin ch erarn o s allí y rechazar posi bles contraataques. L os accesos a E n gelsdorf estaban defendidos p o r dos grupos, de nueve hom bres cada u n o : u n a situación incó m oda e insostenible. E l 19 de diciem bre, cuando uno de m is “ team s” de explora ción m e inform ó de que el día a n te rio r M alm edy estaba ocupada, al parecer, p o r unas débiles fuerzas enem igas, alenté la esperanza de que el ataque se v ería coronado p o r el éxito, a pesar de no pod er con tar con la artillería. D eberían bastarm e los diez tanques — los otros se encontraban provisionalm ente fuera de com bate— que m e quedaban. E l jefe del “ team ” en cuestión, un an tig u o oficial de la m a rin a de g u erra, dio u n notable ejem plo de inform ación veraz. D ijo que había cruzad o la línea del fren te sin d arse cu en ta: se h ab ía perdido, sencillamente. — E n el m ar n o m e h ubiera ocurrido u n a cosa así — m urm uró. L levaba su abrigo de cuero de oficial alem án. D e repente se encontró delante de las p rim eras casas de la ciudad. L o s escasos
176
OTTO SK O RZEN Y
habitantes que estaban en la calle le habían saludado con la si guiente p re g u n ta : “ ¿ Y a llegan los alem anes?” C uando se dio cuenta de que estaba en M alm edy y que la población continuaba ocupada p o r los am ericanos dio rápidam en te la vuelta y consiguió llegar a Engelsdorf. — M e llevé un susto de m uerte. T uvim os m ás suerte que in te ligencia — opinaba él m ism o de su aventura— . P ero, al fin y al cabo, lo im portante es saber que la ciudad no está m uy vigilada. A p a rtir del segundo día de la ofensiva no se habían enviado m ás “ team s” a territo rio enemigo. D e los nueve “ team s” que habían salido en m isión de servicio, lo más probable era que únicam ente seis o siete hubieran estado realm ente en la reta g u ar dia adversaria. Confieso que n o puedo d ar una cifra exacta, por ex trañ o que pueda parecer. P e ro yo tenía el suficiente sentido critico p ara d u d a r de algunos de los inform es que m e habían entregado. R esultaba com prensible que algunos de aquellos jóve nes soldados se avergonzaran de reconocer que les habia aban donado el valo r en el m om ento de c ru zar la línea del frente, dado lo confuso de la situación. D e todos modos, es seguro el hecho de que sólo dos “ team s” cayeron prisioneros. O tro s c u atro “ team s” m e facilitaron infor mes tan claros, según fueron com probados posteriorm ente, que no se puede d u d ar de su actuación. L o s inform es de dos de los otro s “ team s” me parecieron algo exagerados. Q uisiera ofrecer algunos ejem plos de las acciones realm ente llevadas a cabo: U n o de los “ team s” habia inform ado que consiguió llegar hasta las proxim idades de H u y , cerca del M osa. U n a vez allí los hom bres se habían sentado tranquilam ente ju n to a un cruce de carreteras, observando, ta l como les había sido ordenado, los m ovim ientos del enem igo. E l jefe del “ team ” , que hablaba co rrectam ente el inglés, se había plantado en el m ism o cruce, “ para v er la cosa m ás de cerca” . A I cabo de unas h o ras pasó un regim iento acorazado, cuyo
LUCHAM OS Y PER D IM O S
177
com andante pidió inesperadam ente algunos inform es al jefe del com ando. Con la m ayor sangre fría, el oficial alem án le dio unos datos com pletam ente falsos, diciéndole que varías de Jas carrete ra s habían sido ocupadas ya p o r los “ dam ned G erm ans” . E n consecuencia, le habían encargado que ag u ard ara allí a la colum n a acorazada, p ara guiarla hacia su pun to de destino, dando un am plio rodeo. E l com andante aceptó la explicación, consideran d o oportuno tal rodeo. E n el cam ino de regreso, el m ism o “ team ” había cortado una línea telefónica recién instalada y destruido varios postes indicadores de unidades de aprovisionam iento am e ricanas. L o s soldados describieron verazm ente el desorden y la confusión que reinaban en la retag u ard ia am ericana el prim er d ía de la ofensiva. E l g ru p o alcanzó las líneas alem anas — vein ticu atro h o ras después de su salida— en el sector del V E jército Acorazado, haciendo allí el p rim er relato de sus aventuras. Doce ho ras después volvía a presen tarse en la com pañía de comandos, en Losheim. U nos días m ás tard e, el servicio de escucha de teléfonos ale m án confirm ó aquel inform e, en apariencia inverosím il. D esde hacia u n p a r de dias, el m ando am ericano, a trav és de num erosas llam adas radio-telefónicas, buscaba desesperadam ente un regi m iento acorazado que al parecer se había extraviado. O tro com ando especial consiguió tam bién cruzar sin novedad las líneas enem igas, llegando h asta el M osa en las cercanías de A m ay. E ste com ando pudo inform ar de que los aliados no habían adoptado h asta entonces m edidas especiales de seguridad en los puentes del M osa. D u ran te su v iaje de ida y vuelta, habían blo queado por m edio de señales de peligro y b arreras de troncos tre s carreteras que conducían al frente. Se pudo com probar que aquellas carreteras, por lo menos du ran te algún tiem po, no fueron utilizadas p o r los am ericanos para aprovisionar el frente. E sto significó tam bién cierto alivio para el fren te alemán. O tro “ team ” corrió una av en tu ra que dem uestra la capacidad de asim ilación de rum ores que poseían los am ericanos durante
178
OTTO SK O RZEN Y
aquellos días. E l 16 de diciem bre, el “ team ” en cuestión se ap ro x i m ó a u n pueblo situado al suroeste de E ngelsdorf (probablemente P o teau x ). D os com pañías am ericanas se habían instalado allí, construyendo barricadas y nidos de am etralladoras p a ra la defen sa del pueblo. N u estro s hom bres recibieron u n susto m orrocotu do a l ser abordados p o r un oficial am ericano, el cual deseaba in form arse de la situación del frente, ya que estaba incomunicado con el E stad o M ayor de su división. E n cuanto el oficial de m i com pañía de com andos —que lle v ab a u n uniform e de sargento U .S .A .— se hubo repuesto de la prim era im presión, le contó un cuento chino al sorprendido jefe de com pañía, diciéndole que los “ K ra u ts ” (mote que los am eri canos daban a los alem anes) avanzaban en tenaza hacia el pueblo y que lo tenían prácticam ente rodeado. E l jefe de com pañía am ericano debió creerle, ya que inm e diatam ente dio la ord en de retirada, después de reforzar el “ team ’' alem án con u n destacam ento de exploración. A fortunadam ente, este últim o sólo ten ía la m isión de reconocer el terreno en direc ción oeste. O tro g ru p o de la com pañía de com andos localizó u n almacén de m uniciones en la retag u ard ia enemiga. Se ocultó cerca de allí h asta que se hizo de noche. D os cargas explosivas hábilm ente colocadas destruyeron la m ayor p a rte del polvorín. E l m ism o “ team ” tropezó p o r casualidad con una g ra n red de hilos telefó nicos, cortándola p o r tre s puntos distintos. E l regreso de este “ team ” fue m enos afortunado. Se había en tretenido dos días d etrás de las líneas enem igas, y antes de lle g a r a te rre n o alem án tropezó con las fuerzas am ericanas que estaban atacando Chevron. H a sta allí habían llegado las avanzadillas del gru p o acoraza do P eip er. L o s m iem bros del “ team ” cru zaro n valientem ente las lineas enem igas con su jeep. U n oficial fue alcanzado m ortal m ente p o r los disparos de los am ericanos. L os otros tre s com po nentes del g ru p o se unieron a las fuerzas de P eip er y alcanzaron
LUCHAM OS Y PERDIM OS
179
co n ellas el frente alem án al este del Salm , cerca de W anne, el 25 de diciembre. E l éx ito de esas acciones, cuya extensión sólo pude conocer al term in ar la gu erra, en el curso de los interrogatorios a que fui sometido, sobrepasó en m ucho mis esperanzas. E n la retaguarr ia enem iga había brotado una especie de psicosis de espionaje. A l cabo de unos días nos enteram os de que la em isora de pro paganda am ericana de Calais anunciaba que se había desarticula do una am plia operación de espionaje y sabotaje alem ana bajo el m ando del “ coronel” Skorzeny, el “ ra p to r” de M ussolini. H asta el m om ento habían sido hechos prisioneros m ás de 250 miem bros de la B rig ad a A corazada 150. L a cifra señalada p o r la em isora no podía intranquilizarm e, y a que recibía diariam ente los estadillos de m is fuerzas. P ensé en lo absu rd o de aquella falsa inform ación, que significaba un e rro r psicológico p o r p arle de los am ericanos. E n efecto, la no ticia podía co n trib u ir a au m en tar la psicosis en el seno del propio ejército U .S .A ., cuyos soldados im aginarían que estaban rodea dos p o r centenares de espías. Si, p o r el co ntrario, la cifra era verd ad era, en tre los prisioneros debían encontrarse muchos más am ericanos que espías alemanes. E n to d a la brigada, después de dos sem anas de actuación, no había m ás que veinticinco desapare cidos, en tre ellos ocho de la com pañía de com andos. L a idea de que de cada diez prisioneros “ de la B rigada A corazada 150” sólo uno e ra alem án habría resultado casi divertida para nosotros, si no hubiésem os pensado que aquel alem án probablem ente com pa recería ante u n consejo de g u erra y seria fusilado. M ás tarde, term inada la g u erra, m e enteré de que en realidad se había producido el segundo c a so : el servicio de contraespionaje am ericano había actuado con un exceso de celo, deteniendo a un g ran núm ero de sus propios soldados y oficiales. E n agosto de 1945, encontrándom e en el campo de prisione ro s de O berursel, hablé con un capitán am ericano que m e contó lo siguiente: él mismo habia sido detenido a finales de 1944 por la M P (policía m ilitar) am ericana. T a rd ó bastante en poder li-
180
OTTO SKORZENY
b rarse de la sospecha de que era un espía aiem án. M e confesó que la culpa de aquel e rro r e ra suya, en g ra n parte. D urante el avance am ericano p o r tie rra s írancesas había encontrado el equi po de u n oficial alem án, que incluia u n p a r de excelentes b o ta s ; com o eran de su m edida, decidió ponérselas. A quellas botas con vencieron al M P enviado a la caza de espías de que tenía ante él a un espía alem án. L e detuvieron, y adm itió que le trataro n con b astante brutalidad. A quel capitán, m uy buena persona, me aseguró que nunca olvidaría los ocho días que pasó como prisio nero de g u e rra de los am ericanos, sospechoso de espionaje. Cuan do yo, p o r mi parte, m e quejé del tra to que estaba recibiendo, hallé en él una p ro n ta com prensión. D e todos modos, no me dio m uchas esperanzas de que la situación se modificara, ya que las cosas “ eran así” , desgraciadam ente. E n el año 1946 conocí en D achau a dos tenientes coroneles U .S .A . E n diciem bre de 1944, recién llegados a F ran cia y de cam ino hacia el frente, fueron huéspedes de u n a unidad am eri cana. A l m ediodía, y p o r p u ra cortesía, alabaron la com ida pre parad a a base de conservas. E ste hecho, unido a lo nuevo de sus uniform es, les hizo aparecer com o sospechosos. L es detuvieron en la m ism a m esa y les traslad aro n a la cárcel. L os soldados ve teran o s del frente estaban h arto s del ran ch o en la ta y m aldecían continuam ente p o r tal motivo. U n sargento am ericano m e contó tam bién en otoño de 1945, en la cárcel de N urem berg, que había sido detenido con otros dos cam aradas en las cercanías del M osa. D esgraciadam ente, lle vaban en su jeep una g u e rre ra alem ana de cam uflaje que se h a bían encontrado y que fue descubierta p o r un celoso M P . L a m ala suerte quiso que u n o de sus com pañeros fuera un am ericano de origen alem án y que en su voz se n o tara u n fuerte acento e x tra n je ro . L es tuvieron detenidos m ás de diez días, e incluso les som etieron a un careo con auténticos m iem bros de la B rigada A corazada 150. Según aquel sargento, la caza de espías alem anes d u ró hasta febrero de 1945. L a tarea del servicio de contraespionaje am ericano se vio di-
LUCHAM OS Y PER D IM O S
181
A cuitada todavía m ás p o r el hecho de que m uchos soldados de o tra s unidades llevaban una “ field ja c k e t” , una especie de ano r a k , olvidada p o r algún soldado am ericano. E sto se debía a que la g u errera am ericana e ra una protección estupenda contra los rig o re s invernales. E n el quinto año de g u erra, el equipo alem án n o p o d ía com pararse en calidad al am ericano. P e ro el llevar una de aquellas chaquetas bastaba p ara in c u rrir en la sospecha de p ertenecer a la B rigada A corazada 150. D u ran te las últim as se siones del juicio c o n tra nueve de m is oficiales y contra m í m is m o descubrim os que habia sido una suerte que ningún m iem bro d e los tres grupos de com bate (no de la com pañía de comandos) hubiese caído prisionero con tal vestim enta. E sto habría significa d o p ara nosotros la condena y la prisión.
C a p ít u l o
XXV
E l rum or como arm a de guerra. — E isenhow er prisionero de sí m ism o. — E ncuentro tardío con el coronel R osenfeld. — 21 de diciem bre de 1944. — A ta q u e y retirada. — Fallos en las V - l . — D estacam ento de lanzadores sin m uniciones. — iD ó n d e está el avituallam iento? — N avidades en pleno fue go. — A bsoluto dom inio aéreo aliado.
D u ra n te ios diversos interro g ato rio s de prisioneros am erica nos efectuados en los prim eros días de la ofensiva, debíamos haber reconocido un e rro r pequeño, pero básico, que habíam os cometido al p rep arar la actuación de la com pañía de comandos. A quel pe queño detalle había contribuido, probablem ente, a la detención y pérdida de n u estro s dos “ team s” . A nosotros, alemanes, con n u estra acostum brada tacañería, no se n os habia ocurrido la po sibilidad de que el ejército U .S .A . no cargase por com pleto sus jeeps. H abíam os dado p o r sentado que el vehículo iba ocupado p o r c u atro hom bres, y habíam os form ado nuestros “ jeepteam s” a base de g rupos de c u atro hom bres. L uego, supim os que esto p roducía u n efecto sorprendente y sospechoso. E l ejército U .S.A . disponía de tal cantidad de vehículos, que los jeeps sólo cargaban a dos hom bres, tre s a lo sumo.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
183
E l m ayor éxito — inesperado incluso p a ra nosotros— lo obtu vo n u e stra “cocina de bulos” en la retag u ard ia enemiga. E n ene r o de 1945, a trav és de los inform es de unos agentes que ope rab an en F ran cia, m e en teré de que m e estaban buscando allí. A parentem ente, continuaba moviéndome d etrás de las lineas ad versarias, a pesar de que la “ battle of th e bu lg e" había term inado hacia tiem po. S in em bargo, no pude conocer el verdadero alcance de todos aquellos absurdos bulos h a sta después de la guerra. A través de artículos de prensa, libros y conversaciones con oficiales aliados, m e en teré de m uchos detalles que me au torizan a considerar el bulo com o una eficaz arm a de guerra. D espués de haberm e entregado voluntariam ente como prisio nero el 16 de m ayo de 1945, conocí en A ugsburgo al coronel am e ricano Sheen, jefe del C IC del V I I G rupo de E jército U .S.A . E ra uno de los oficiales interrogadores m ás nobles y más honra dos que he encontrado. P o r espacio de seis h o ras se esforzó en desposeerm e de todos m is “ secretos” , de un modo especial los relacionados con la operación “ G rifo” . C uando com prendió que ya no había m ás secretos que revelar, se ¡ñició entre nosotros una conversación seria y franca, de oficial a oficial. E l coronel Sheen adm itió los excelentes efectos de la circula ción de bulos y la g ran confusión que habían provocado entre sus tropas. A dm itió sencillam ente que esta d e rro ta del servicio de inform ación am ericano había significado un g ra n contratiem po. P o r él m e en teré tam bién de que m e habían estado buscan do en F ra n c ia hasta el mes de febrero de 1945, y que habían re p artid o m i fotografía p o r decenas de miles de ejem plares en todo el país. L legó a m ostrarm e varios inform es de personas que m anifes tab an haberm e reconocido. U n farm acéutico de la ciudad fran cesa de T . afirm aba que había com pi'ado aspirinas en su farm a cia. O tra detective aficionada, una cam pesina de la F ran c ia cen tral, inform aba de que había estado com prando víveres en su g ra n ja . T odo aquello ratificó al servicio de inform ación am erica-
184
OTTO SKORZENY
n o en su creencia de que m e encontraba d e trás de sus líneas y que de u n m odo u o tro in ten taría acercarm e al C uartel General aliado. L a com probación de m is escasos conocim ientos de francés y de inglés convenció al coronel Sheen de la falta de veracidad de aquellos rum ores, com o él m ism o los calificó. U nos días m ás tard e, a finales de m ayo de 1945, el coronel Shen celebró en P a rís u n a ru e d a de p ren sa acerca de ese tem a, sobre la cual inform ó tam bién el periódico S ta rs and Stripes, destinado a los soldados am ericanos. E l coronel expresó a los periodistas su convencim iento de que los alem anes no habían pla neado en ningún m om ento u n ataque al C uartel G eneral de E i senhow er. D ijo tam bién que la facilidad con que fueron creídos m uchos de los bulos puestos en circulación d u ran te la “ battle of th e bulge” podia atrib u irse a u n fallo de la defensa am ericana c o n tra el espionaje. S in em bargo, aquella ru e d a de prensa, cele brad a p o r un caballeroso soldado, no consiguió acallar todos ¡os rum o res. E l afán sensacionaíista se reveló du ran te otros dos años m ucho m ás fuerte que la verdad, la cual e ra m ucho menos interesante. Posteriorm ente, se publicó tam bién la respuesta que yo ha bía dado d u ran te mi p rim er in terro g ato rio en Salzburgo, el 15 de m ayo de 1945, a u n a p reg u n ta acerca del plan E isenhow er. T al vez hoy suene u n poco arrogante, p ero en aquellos m om entos era la única respuesta que podía d a r. M is palabras fueron m ás o m enos las siguientes: “ S i el E stad o M ay o r de la W eh rm ach t m e hubiese dado la ord en de atacar el C uartel G eneral aliado, h ubiera concebido un plan m uy distinto al sospechado p o r el servicio de inform ación am ericano. Y , caso de h ab er existido sem ejante plan, hubiera in ten tad o ponerlo en práctica con los m ejo res voluntarios ale m anes. Y , de haberlo intentado, seguram ente que el ataque h a b ría obtenido éxito, y a que ningún C uartel G eneral es invulne rab le e inatacable d u ran te la gu erra. C on un poco de suerte, una
LUCHAM OS Y PER D IM O S
185
acción d e esa n aturaleza p o d ría ten er éx ito y conducir a la cap tu ra de las personas y de los docum entos m ás im portantes.” L a ú ltim a vez que tuve noticias de que e ra buscado en F ra n cia fue en el m es de febrero de 1945, cuando en calidad de co m andante de división defendía la cabeza de puente de Schwedt, en el O d er, e n el frente del E ste. L os servicios de inform ación rusos, que funcionaban de u n m odo eñciente, conocían con toda seguridad m i destino. C uando le m encioné este hecho a un alto oficial am ericano, e n N u rem berg, m e contestó en to n o confidencial: “ Si, lo sé, el intercam bio de inform aciones con los rusos no ha funcionado siem pre bien. L os ru so s hubiesen podido a h o rra r nos m ucho trabajo. D espués de la g u erra he leído en libros am ericanos sobre la contienda algunas descripciones auténticas y b astante hum orísti cas de las dificultades que ocasionaron los bulos en la retag u ard ia aliada. E l m ism o general E isenhow er fue víctim a de ellos. E n efecto, du ran te algún tiem po estuvo prisionero en su C uartel General. Se alojaba en u n a sencilla vivienda, rod ead a de varios cinturones d e centinelas. Com o el propio general escribe en sus m emorias, aquellas m edidas de seguridad n o ta rd a ro n en m olestarle y en parecerle superfluas. T ra tó de eludirlas, valiéndose de m il a stu cias. E l servicio de contraespionaje h ab ía buscado incluso un “ doble” p ara el general, y lo había enco n trad o : e ra u n oficial de E stad o M ayor, cuyo parecido con E isenhow er e ra ex trao rd in a rio. E l falso general m ontaba cada d ía en el autom óvil de su jefe suprem o y se trasladaba a P a rís, p ara a tra e r así la atención de los “ espías alem anes” . E n realidad, los servicios de inform ación germ anos eran tan im perfectos en este punto, que ningún oficial alem án podía seña la r con seguridad el lugar en que se hallaba establecido el Cuartel G eneral aliado. U n dia del veran o de 1946 m e sacaron de mi celda de inco m unicado en el “ b u n k e r” de D achau p ara ser interrogado.
1S6
OTTO SKORZENY
U n coronel del ejército U .S.A . se me presentó con estas pa labras : — Soy el coronel R osenfeld; tenia muchos deseos de conocer le, S k o rz e n y ; hacía m ucho tiem po que esperaba este encuentro. ¿Q u iere usted acom pañarm e a d ar u n paseo? Q u iero que nos hagan una fotografía. Sorprendido por aquel curioso deseo, y al m ism o tiempo con cie rta desconfianza, le p regunté p ara qué quería la fotografía. El coronel Rosenfeld m e explicó entonces que en el invierno de 1944 era el oficial responsable de las m edidas de seguridad en el C uar tel G eneral aliado. E n aquella época estaba convencido de que yo lo intentaría todo p ara llegar a P a rís y atacar el Cuartel G e neral. T ra s aquella explicación, le d ije : — Coronel Rosenfeld, ¿ no le parece que es u n poco ta rd e para hacer esa fotografía? Si hubiera podido hacerse en 1944, y usted hubiese podido calificarm e com o prisionero “ suyo” com prendo que sería un agradable recuerdo p ara usted. P e ro ahora, term i nada la gu erra, ¿qué objetivo puede tener? Sin em bargo, com o prisionero de g u e rra cortés, le acompañé h a sta el b arracón del tribunal, donde se nos unió una dam a a la cual n o conocía. H icieron v arias fotografías. H oy, u n a de aquellas foto s sería tam bién p a ra m í u n recuerdo de índole especial, ya que p o d ría reco rd ar de nuevo al coronel Rosenfeld. D esgraciadam ente, n o poseo n inguna reproducción de aquellas fotografías. L os parisienses tuvieron que soportar seguram ente m ás de un ra to desagradable a causa del m iedo a los espías y a m i esperada aparición. D u ra n te la época crítica de la ofensiva de las A rdenas se prohibió a los alegres parisienses las salidas nocturnas. Se cuadruplicaron los puestos de vigilancia y los controles am erica n o s, y se levantaron barricadas en las calles, entorpeciendo con ello el trán sito de la g ra n ciudad. E l Café de la P a ix , que yo había m encionado con ta n ta ligereza, fue objeto de m edidas de seguri d a d especiales. E sp ero que los parisienses no me guarden rencor y hayan olvidado las m olestias que, sin querer, les causé. E n el verano de 1946 n o pensaba que m ás tarde volvería a
LUCHAM OS Y PERDIM OS
187
v er al coronel Rosenfeld. Le habían nom brado fiscal principal de la causa seguida contra mí. M e he preguntado frecuentem en te si el hecho fue una de tantas ironías del destino. P ero aquel nom bram iento tenía una indudable v e n ta ja : acusador y acusado podían hablar p o r propia experiencia y ap o rtar a la polémica unos puntos de vista m uy personales. E sto convirtió nuestro segundo encuentro en un m ovido duelo verbal, que debió resultar muy interesante para el público. D u ran te la “ battle of the bulges” no estuvo seguro ni el propio jefe suprem o de las tro p as inglesas, el m ariscal M ontgo m ery, el cual fue retenido en m ás de una ocasión por los M P y se vio som etido a varios m olestos in terro g ato rios, según revela ron después de la g u erra algunos periódicos. C orría el rum or de que un m iem bro del “ gang S k o rzen y ” (un desagradable nom bre que huele a bajos fondos de Chicago) realizaba espionaje disfra zado de general inglés. E n consecuencia, todos los generales in gleses que viajaban p o r Bélgica eran objeto de una m inuciosa investigación. P e ro lo m ás gracioso fue lo que le sucedió a un coronel am e ricano. L o leí acabada la guerra. E l oficial en cuestión abandonó u n a noche el puesto de m ando p ara satisfacer una im periosa ne cesidad. M ientras andaba en m edio de la oscuridad fue detenido ta n ta s veces p o r sus propios centinelas, que estuvo a p u n to de producirse una catástrofe. D espués de ta n desagradable aventura, el coronel se ju ró a sí mismo no ab andonar nunca m ás de noche su puesto de m ando, ya que un paseo nocturno de tal naturaleza e ra dem asiado arriesgado. Poco m ás tengo que con tar acerca de mis aventuras durante la ofensiva de las A rdenas. L a ta rd e del 20 de diciem bre de 1944 llegó a E ngelsdorf el destacam ento Y , del capitán Sch., y ocupó tin acuartelam iento situado ju n to a la c a rre tera principal, que conducía a M almedy. T am bién se habia presentado el capitán vo n F ólkersam , p ero su destacam ento Z n o llegaría h asta la no che. N o podíam os contar con el destacam ento X , del teniente co-
188
OTTO SK ORZEN Y
ro n e l W . Se encontraba dem asiado lejos y, com o y a he dicho, la situación en las carreteras e ra catastrófica. Como m áxim o, po d ía considerársele como una lejan a e insegura reserva. E sto signi ficaba u n serio debilitam iento de nuestras fuerzas, pero no podía 'hacerse nada p a ra m odificar la situación. S obre E ngelsdorf se concentraba un fu erte fuego artillero. H ab ía establecido m i puesto de m ando en u n a casa situada bas ta n te lejos de la población, en la c a rre tera de B elleveaux; se en contraba al o tro lado de la lom a y, según nuestros cálculos, fuera deí ángulo de tiro de la artillería enem iga. L a s explosiones de los obuses apenas nos m olestaban en n u estras conversaciones. H ab ía planeado el ataque c o n tra M alm edy p a ra el am anecer, e n cuanto hubiera la suficiente claridad p a ra no disparar a cie gas. E l capitán Sch. debía atacar desde el sureste, el capitán von F ólk ersam desde el suroeste. E l plan preveía que las fuerzas am ericanas debían retro ced er atropelladam ente, a ser posible hacia el interio r de la ciudad. E n todo caso, sólo una pequeña p a rte de n u estras fuerzas debía perm anecer trabada por los com b a te s; el núcleo m ás im portante tenía que avanzar y ocupar las c arre tera s situadas al norte de la ciudad, m ás allá de la loma. E l g rupo de com bate de F ó lk ersam llegó a altas h o ras de la noche, y a que u n a cortina de fuego lanzada delante de Engelsdorf •les había cerrado el paso. A lgunos obuses bien dirigidos habían causado las p rim eras bajas. P o co antes de las cinco de la m añana los dos gru p o s inform aron que estaban p reparados para el ataque. D espedí a los dos com andantes con u n “ ¡B u en a su e rte !” . E n cuanto se inició el ataque m e pareció-oír u n intenso fuego de artillería e n el sector norte. N o m e había engañado. E l ala derecha de n uestras fuerzas se h ab ia v isto detenida por u n a ba r r e r a de obuses. E n vista de la situación, el capitán Sch. decidió in te rru m p ir el avance y reg resar a las posiciones de partida. Al recib ir este inform e ordené que ocuparan posiciones defensivas a unos c u atro kilóm etros al norte de Engelsdorf, ya que lo más probable e ra que se p ro d u je ra un co ntraataque enemigo. Adem ás,
LUCHAM OS y P ER D IM O S
189
«1 grupo debía estar p rep arad o por si el aía izquierda conseguía avanzar. E l capitán F ólkersam me tuvo- sin noticias du ran te mucho tiem po. P e ro el frag o r del com bate y los coches que regresaban con los heridos eran prueba evidente de que su g ru p o seguía lu chando. Cuando se hizo com pletam ente de día decidí revisar per sonalm ente la situación. D esde la cim a de la colina no podía v erse M alm edy, pero sí el am plio trazad o de las carreteras que d iscu rrían al oeste de la ciudad. E n aquel m om ento, seis de n uestro s “ P a n th e rs” estaban enzarzados en una lucha desespe ra d a con un núm ero m uy superior de tanques enemigos, prote giendo el flanco izquierdo de n u estras fuerzas. Consideraba al capitán von F ó lk ersam como un com batiente tenaz. Efectivam ente, se negaba a d ar p o r p erdida la batalla. Poco después regresaron los prim eros infantes. H abian topado con unas posiciones enem igas m ás fuertes de lo previsto, im po sibles de conquistar sin el apoyo de la artillería. N uestros tanques libraban una lucha desesperada p ara cu b rir la retirada. O rdené q u e los hom bres se atrin ch eraran en un terren o a propósito, para replicar a u n posible contraataque. M i preocupación p o r F ólkersam iba en aum ento. E l capitán se había convertido en un am ig o y colaborador ta n bueno para m í que no q uería perderle. Finalm ente se presentó acom pañado p o r el médico del E stad o M ayor, con aspecto de agotam iento y visiblem ente afectado p o r el fracaso. O rd en é una reunión de ofi ciales sobre el m ism o terreno, p ara fijar la línea defensiva p rin cipal ju n to a la cima que debíam os ocupar. F ó lkersam se tendió cuidadosam ente sobre el húm edo suelo del b o sq u e: la p a rte de su cu erp o destinada a sentarse había recibido un trozo de metralla. Sólo u n pequeño grupo arm ado con panserfausten “ p rotegía” n u e stra s discusiones. A l cabo de unos instantes recibim os una agradable sorpresa. E l jefe de la com pañia de tanques, un oficial bajito , pero m uy valiente, a quien habíam os dado p o r m uerto, se presentó, cojeando. Aquel día había sido herido por lo menos siete veces. Llevaba el uniform e com pletam ente m anchado de
190
OTTO SKORZENY
sangre. Inform ó que habia p enetrado a p rim eras ho ras de la m añ an a con sus tanques h a sta las posiciones de artillería del ene migo, destruyendo una batería. U n a colum na de tanques am eri canos, con su aplastante superioridad num érica, le había obligado a re tira rse hasta las curvas de la carretera. A l in tentar m antenerse allí p ara d ar a la infantería la posibilidad de despegarse del ene migo, todos los tanques habían resultado destruidos. E n el tran scu rso de la ta rd e habíam os ocupado con muy poco personal u n a línea defensiva de casi 10 kilóm etros de lon gitud. N u estras arm as m ás pesadas eran m orteros de calibre m ediano. A fin de engañ ar al enem igo acerca de n u estras fuerzas, ordené que se co ncentrara el fuego sucesivam ente en diversos sectores de la línea. E l m artilleo de la artillería enem iga había aum entado en intensidad, concentrándose sobre el fondo del valle, sobre la localidad de E ngelsdorf y sobre las carreteras de salida. A l atardecer m e dirigí al P u esto de M ando de la división para in form ar acerca de la situación. E l IA tenía aparcado su rem olque en el ja rd ín del hotel y estaba trab ajan d o en su inte rior. D espués de h ab er hablado largam ente con él, decidí en tra r en el edificio y tom ar un pequeño refrigerio. H a sta el 17 de diciem bre se había alo jad o en el hotel el E stado M ayor de una brigada am ericana, dejando allí abundantes víveres. A ntes de llegar a la p u erta del hotel, que se encontraba a unos trein ta pa sos de distancia, un silbido fam iliar m e hizo d a r u n enorm e salto para guarecerm e en el vestíbulo. E l rem olque recibió el impacto de Heno; de e n tre sus destrozados restos sacamos al IA , herido. T u v o una suerte bárb ara, ya que u n trozo de m etralla del ta m año de un lápiz le había p enetrado p o r la espalda sin h erir n in gún ó rgano interno. M i antiguo chófer, el sargento de p rim era B., me estaba espe ran d o en el pasillo de la casa. L lam é rápidam ente a m i Puesto de M ando p ara inform arm e de las novedades. Luego m ontam os en nuestro coche, que se hallaba basante protegido ju n to a la pa red. L a noche e ra m uy oscura y los destellos de los faros de ciudad a través de sus ab ertu ras de cam uflaje casi no se veían. A penas habíam os cruzado el puente cuando estallaron tres g ra
LUCHAM OS Y PER D IM O S
191
nadas m uy cerca de nosotros. N oté u n golpe en la frente y me apeé del coche de un salto, lanzándom e a la cuneta, m ás adivi nada que vista. U n cam ión colisionó con m i coche, cuyas luces se habían apagado. N oté que me co rría algo caliente por la cara. P alp é prudentem ente el lug ar donde había recibido el golpe — encim a del ojo derecho— , y al tocar u n colgajo de carne san guinolenta m e asusté. “ ¿ H a b ré perdido el o jo ? ” , pensé. H ubiera sido casi lo peor que podía sucederm e. L os ciegos me han ins p irado siem pre u n a g ra n com pasión, e im agino lo terrible de su suerte. S in preocuparm e p o r las explosiones que continuaban re sonando cerca del lugar donde m e encontraba palpé o tra vez con los dedos d eb ajo del colgajo de carne. A fortunadam ente, palpé el globo ocular, intacto. Inm ediatam ente recuperé el buen ánim o. L lam é al chófer y le p reg u n té si el coche estaba en condiciones. T enía que d ar la vuelta. T odo iba bien. P a ra ta n corto trecho, el radiador averiado no e ra problem a. Poco después estábam os de nuevo en el P uesto He M ando de la división. L os oficiales se asu staron al verme. M e m iré a un espejo. M i aspecto no e ra precisam ente atra c tivo. P e ro cuando mi chófer descubrió en la p ern era derecha de m i pantalón c u atro ag u jero s contiguos y vi los rasguños de la m etralla que había rozado mi p ierna sin herirla, m e congratulé de mi buena suerte. M ien tras esperaba la llegada del m édico me tomé- u n a copa de excelente coñac y comí un plato de carne estofada, picante, que m e sentó m uy bien. L o único que me dis gustaba e ra el n o poder fu m ar un cigarrillo entero, ya que inm e diatam ente quedaba em papado de sangre. L a situación me re cordaba m ucho los duelos de m is herm osos tiem pos de estudiante. C uando llegó el médico m e reprendió severam ente por lo que llamó mi “ despreocupación” ; tenia que acostarm e inm ediatam en te. T ra s hacerm e una cu ra provisional m e envió al hospital de cam po de la división. T am bién allí tu v e suerte. U n a de las cu atro mesas de opera ciones acababa de quedar libre. L os m édicos habían estado tr a b ajan d o ininterrum pidam ente desde hacia varios días. L a s pér didas en nuestro sector debian ser m uy elevadas. M e inform é del
192
OTTO SK ORZEN Y
estado de los heridos de mi brigada. P o r lo que los médicos po dían recordar, no había en ella ningún caso dem asiado grave, a excepción del ayudante de von F ólkersam , el teniente Eitel L ochner, que había recibido un balazo en el vientre. N o podían operarle aún. D ecidí visitarle m ás tarde, ya que entonces tenía que obedecer y tenderm e encim a de la mesa. N o quise que me aplicaran lá anestesia totai, y no por dárm e las de héroe, sino porque aquella noche quería conservar la cabe za lo m ás despejada posible, p o r si ocurría algo en nuestro sector del frente, cosa que en realidad esperaba. E n las otras tres m e sas, los heridos gem ían de un m odo horrible. T enía que dom i nar, m is nervios. L a intervención fue dolorosa, pero rápida. Poco después un fuerte vendaje envolvía mi cráneo. L o s médicos querían evacuarm e a un hospital de la retaguar dia, pero m e opuse a ello de un m odo term inante. L a situación e ra dem asiado seria. Conocía mi naturaleza, y ésta podía aguan ta r aún. D eclaré que regresaba a mi puesto bajo mi entera res ponsabilidad. E n o tra habitación encontré al teniente E itel L ochner echado y encogido sobre u n a camilla. Cuando me incliné sobre él y pro nuncié su nom bre ocurrió lo inesperado: despertó de su incons ciencia y m e reconoció en seguida. — ¿ Q ué le ha pasado a usted, mi teniente coronel ? ¿ E stá tam bién herido? — fue lo prim ero que d ijo aquel excelente muchacho, sin p en sar en sí mismo. L e aseguré que lo mío no e ra nada grave y le pregunté cómo se sentía él. — N o m uy bien — respondió— . P e ro todo se arreglará cuan d o m e saquen esta “ ju d ía ” de la barriga. L as explosiones de las granadas de artillería se acercaban ah o ra al hospital. T odo el edificio tem blaba: un m al sitio para los pobres heridos. A quella m ism a noche tuvieron que evacuarlos a todos. E l traslado fue excesivo p ara las fuerzas de nuestro ca m arad a L och n er: cuando llegó al nuevo hospital, estaba muerto. A l llegar de nuevo al hotel experim entaba la necesidad de u iu
LUCHAM OS Y PER D IM O S
193
cam a confortable. M e d ieron u n a habitación en el prim er piso, aunque esto, en un edificio de dos p lantas, no resultaba dem a siado tranqu ilizad o r: conocía la fuerza p erforadora de las g ra nadas am ericanas. E l g ru p o de transm isiones instaló rápidam ente un teléfono de cam paña en mi habitación. M i prim era llamada fue p ara que acudiera mi oficial de ordenanza. A penas pegué un ojo en toda la noche. L as continuas explosiones y u n a fiebre tra u m ática, cada vez m ás alta, no m e d ejaro n descansar. A l hacerse de día, m e dirigí a B orn, al m ando superior, donde volví a solicitar arm as pesadas. A l reg resar me llevé para más seguridad al teniente coronel W ., el cual debería sustituirm e en caso de que mi herid a em peorase. V olví a mi antiguo P uesto de M ando. E n esta casa p articular, con el continuo m artilleo de la a r tillería, el am biente no e ra dem asiado agradable. Tendim os todos los colchones en el suelo y bloqueam os las ventanas con gruesos tacos de m adera. E l silbido de la m etralla d en tro de la habitación no resultaba precisam ente simpático. E n el tran scu rso del día los artilleros am ericanos se pusieron cada vez m ás pesados. P rim ero nos destruyeron a cañonazos un lugar m uy concurrido, cuya puerta ten ia un ag u jero en form a de corazón. L uego le tocó el tu rn o a la cu ad ra y a nuestra vieja vaca, que resultó herida en la p ata trasera. E sto últim o, sin em bargo, fue una circunstancia afortunada, ya que hasta entonces no nos habíam os atrevido a m atar al anim al, y se nos presentaba la ocasión de hacerlo sin que nos rem ordiera la conciencia. E n la p u erta de la cu ad ra colocamos el correspondiente vale de requi sa p a ra el p ropietario de la casa y dueño de la vaca, que había huido. E s curioso observar las m olestias que se experim entan si se dispone de un ojo menos. L a dirección y la distancia no pueden precisarse con ta n ta exactitud como en circunstancias norm ales, y en general se actúa torpem ente. D ebido a ello n o salía mucho de “ casa” . A fin de g an ar tiem po, p reparam os los detalles de tiro p a ra el batallón de artillería que nos habían prom etido. N uestros
194
OTTO SK O RZEN Y
g ru p o s de reconocim iento habían localizado el em plazamiento de v arias b aterías am ericanas, y nos alegraba saber que pronto podríam os rep licar adecuadam ente a su m achacona insistencia. P o r ja noche nos d esp ertaro n unos ex trañ o s ruidos. N os aso m am os a la p u e rta y reconocim os los proyectiles V - l que con su cola de fuego volaban en dirección a L ie ja . £1 espectáculo re sultaba estim ulante. P e ro cuando, u n a noche, u n o de aquellos pe ligrosos p á ja ro s chocó c o n tra la colina, a m enos de cien m etros de n u estro P u e sto de M ando — sin estallar, afortunadam ente— , n u estro optim ism o se enfrió notablem ente. E l ru m o r de que en el m ontaje de las cabezas de dirección de las V - l se producían continuos actos de sabotaje — a cargo de los trab ajad o res e x tran jeros— parecía confirm arse. N u estro teniente coronel W . e ra inm une a las balas, al pare cer, p ero al m ism o tiem po a tra ía com o u n im án los proyectiles enemigos. E l día an terio r se encontraba delante de su refugio con dos centinelas, cuando estalló u n a granada. U n o de los cen tinelas m urió en el acto, el o tro sufrió heridas m uy g rav es: el teniente coronel W . resultó ileso. V einticu atro ho ras después es taba en su coche delante de mi p u esto de com bate. D e nuevo estalló o tra g ran ad a, que p ro d u jo tre s heridos, y de nuevo W . re sultó ileso. E l 23 de diciem bre decidí ir con el coche a M eyrode, donde se en contraba el P u esto de M an d o del V I E jé rc ito A corazado SS. Q u ería p ro te sta r p o r lo deficiente de n u estro s equipos, que se estropeaban rápidam ente. A dem ás, carecíam os de cocinas de cam p añ a y teníam os que re c u rrir a m il im provisaciones p a ra d a r a la tro p a com ida caliente. L a falta de recipientes adecuados se notaba ahora, en pleno invierno, de form a desagradable. Tam poco disponíam os de ro p a de cam uflaje de in v iern o ... Q u ería explicar todo esto personalm ente y reco rd ar al m ism o tiem po lo necesaria que n os e ra la artillería. E l tiem po había aclarado y la aviación enem iga rondaba de nuevo p o r los aires. E n m ás d e u n a ocasión tuvim os que dete n er el coche y saltar a la cuneta, o ad en trarn o s en el cam po p o r
LUCHAM OS Y PER D IM O S
195
q u e la c a rre te ra estaba intransitable. M ás allá de N ieder-Em m els, y u n a de las veces en que nos habíam os apeado del coche ante la presencia de unos aviones enemigos, noté de repente u n inten so escalofrío. D u ra n te los últim os días, la herida había supurado lig eram en te: esto explicaba el ataque de fiebre. E l teniente C. me acom pañó h a sta u n a casa de cam po solitaria. V ario s soldados, ocupantes de u n coche que había sufrido una avería, estaban sentados alred ed o r de u n a m esa, al calor de la fo g ata que a rd ía en el hogar. A l pedirlo m e d ieron té caliente. M is escalofríos continuaban. E nvié al oficial de ordenanza con el co che al P u e sto de M ando del ejército y rogué a la cam pesina que m e cediese su cam a p o r u nas horas. Llevaba conmigo unas aspi rin a s y, lo que e ra m ejo r todavía, u n a botella de rqn. M i chófer m e p rep aró un g ro g m uy cargado, y m e lo tom é con cinco table tas de aspirina. A l acostarm e tem blaba tan to en la cam a que tem ía caerm e de ella. L o s soldados se encargaron de prepararm e periódicam ente o tro grog. C uando m is hom bres regresaron, al cabo de unas horas, mi fiebre había rem itido y pude m archarm e “ a casa” , a mi P u esto de M ando. E n la m añana del 24 de diciem bre se presentó finalm ente el ta n esperado com andante de un batallón de lanzacohetes. P o r pa radójico que resulte, la fiesta del am or y de la reconciliación iba u nid a a la idea de la g u erra, la m uerte y la destrucción. L a s pie zas de artillería que acababan de llegar m e parecieron u n regalo de N avidad. A penas le dejé tiem po al com andante p a ra que se p re sen tara : inm ediatam ente nos inclinam os sobre los m apas. L e m ostré las posiciones que habia previsto p a ra las baterías, y los objetivos señalados ya en el m apa. A l principio n o ad v ertí sus vacilaciones, ya que ten ía que com unicarm e algo im portante. C uando le ro gué, al despedirm e de él, que ocupase cu an to antes las posiciones y que inform ase cuando estu v iera listo p a ra iniciar el fuego, me dijo, con acento com pungido: — M i teniente coronel, tengo que inform arle de que sólo
196
OTTO SKORZENY
dispongo de dieciséis cohetes p ara todo el batallón, y que de m om ento no podrem os recibir m ás m unición. L a so rp resa m e d ejó sin habla. N o sabía si echarm e a reír o ponerm e a llorar. ¿ Q u é podía hacer con unos lanzacohetes es pléndidos sin m uniciones? E l regalo navideño m e pareció enton ces u n a burla sarcástica. N o podía descargar mi ira sobre el ino cente co m andante; sin em bargo, desahogué mi m al hum or en el cu rso de la conversación telefónica que sostuve con el m ando del C uerpo de E jército . L uego envié el batallón a una posición de reserva, h asta que llegaran las m unicipiones. A llí quedó hasta que nos relevaron. E ste ejem plo es característico de la situación que reinaba en m uchos sectores del frente de las A rd e n a s : en todas partes falta ba el im prescindible avituallam iento. N o estoy en condiciones de ju zg ar los m otivos p o r los cuales no funcionaba el servicio de aprovisionam iento. ¿M a l estado de las ca rretera s? ¿ F a lta de gasolina p ara los cam iones? ¿S u p erio rid ad aérea del enem igo? ¿E scasez de m aterial en n u e stra p atria? R ecordé de nuevo la fecha del 22 de octubre de 1944, cuando H itle r me dio la orden p a ra la proyectada — y no realizada— operación “ G rifo” . H itle r m e aseguró que la O rganización T o d t habia tom ado las m edidas necesarias p ara solucionar el problem a del aprovisionam iento. Se había previsto la entrad a en funcionam iento de un g ra n núm ero de cam iones movidos a g as de m adera p a ra atender al aprovisionam iento del frente. E n todas las carreteras de la región del Eifel se habían establecido ya enorm es depósitos de leña para abastecer a aquellos vehículos. S in em bargo, en ninguno de m is recorridos p o r la zona del frente vi un solo cam ión de la O .T . m o vido p o r g a s de m adera. E n el m ism o ord en de cosas recuerdo o tra experiencia. Cerca de B orn, donde estaba alo jad a la com pañía de com andos, encon tré u n día al teniente coronel de la Luftw affe C., condecorado con la C ruz de C aballero de brillantes con H o ja s de R oble y E spadas, la m ás alta distinción m ilitar. E stab a al m ando de unas compli
LUCHAM OS Y PER D IM O S
197
cad as instalaciones de radio. S u tarea consistía en dirigir desde tie rra los com bates aéreos de los nuevos cazas a reacción M e 262. E l cielo estaba despejado, la aviación am ericana hacía acto de presencia dia y noche, pero sólo en contadísim as ocasiones veía se u n caza alem án o u n com bate aéreo. E l teniente coronel m e explicó que hasta entonces no había tenido ocasión de dirigir un solo combate. P arece ser que durante la "b a ttle of the bulge” en traro n en acción un total de 42 nuevos cazas a reacción. E sto no debe ser in terp retad o com o un reproche a la L uftw af fe en su conjunto. Sé que d urante los dos prim eros días de la ofensiva los cam pos de aviación aliados fueron atacados valero sam ente, casi siem pre con m odelos ta n antiguos como los H e-111. U n g ra n núm ero de aviadores no regresó de aquellas misiones. L o s valientes pilotos alem anes no fallaro n : faltaban m odernos cazas a reacción, fabricados en serie dem asiado tarde o destrui dos p o r el enem igo en los campos. L a N ochebuena no se presentaba dem asiado alegre para no sotros. L a artillería am ericana seguía disparando sin c e sa r; cada hora podía traern o s u n ataque, que probablem ente sería un éxito p a ra el enemigo. A dem ás, teníam os o tras precauciones: el apro visionam iento de víveres de n u estra b rigada continuaba siendo defectuoso, y no habíam os recibido aú n suficiente ropa de in vierno. M i joven oficial de ordenanza se había m archado a buscar un árbol de N avidad. R egresó con la copa de un abeto de diez m e tro s de altu ra, en la cual colocó una solitaria vela de cocina. P o r su parte, el ham burgués Sm utje, u n e x m arino de la com pañía de com andos, tra b a ja b a diligentem ente en la cocina. Con sebo del m ism o anim al, convirtió el d u ro solomillo de la vaca en un aceptable asado. Luego, con g ra n so rp resa n uestra, colocó sobre la m esa una botella de vino. Se la había regalado el párroco de E ngelsdorf. A ju zg ar p o r su calidad, se tratab a seguram ente del vino de m isa del sacerdote. P o r u n instante olvidam os la dura rea lid a d ; p ero el ruido de las explosiones y el im pacto de los.
198
OTTO SK O RZEN Y
trozos de m etralla contra los m aderos que protegían n u estras v entanas n o ta rd a ro n en recordárnosla. E l día de N avidad visité a F ó lk ersam en su P u esto de M ando. Com o siem pre, lo ten ía m uy avanzado, apenas 300 m etros de trá s de la línea defensiva principal, en u n a casa de campo. D e cam ino hacia allí tuvim os que “ b esar” frecuentem ente el suelo. P a ra la artillería enem iga no había días de fiesta. A l rom per el día, u n destacam ento de choque que regresaba de su m isión n octurna había sorprendido a u n a p atrulla de re conocim iento enem iga, haciendo p risioneros a sus c u a tro miem bros. L os am ericanos llevaban unas em isoras p ortátiles — W alk y ta lk y ” — , y uno de nuestros hom bres, que hablaba perfectam ente el inglés, estableció contacto con el enem igo y lo m antuvo durante v arias horas. F inalm ente, la p a tru lla recibió la orden de regresar. E l supuesto subficial am ericano se despidió de sus cam aradas U .S .A . diciendo: “ / go n o w to G erm any." V o n F ó lk ersam nos ofreció u n a agradable so rp re sa: ju n to con el café nos sirvieron u n tro z o de excelente ta rta . E l fam oso jefe retirad o de la com pañía de tanques, com andante de u n gTupo de com bate, que a h o ra se encontraba sin tan q u es y, en consecuencia, sin ocupación, se reveló com o un estupendo pastelero. E l 28 de diciem bre de 1944 fuim os relevados p o r una di visión de infantería que se encargó de la protección de los flancos del p rim er C uerpo A corazado S S . E l tem ido ataque enemigo no se habia p ro d u c id o ; tal vez habíam os conseguido en g añ ar al ene m igo acerca de la im portancia de n u e stra s fuerzas. L a brigada pasó a ocupar unas posiciones de descanso en Schlierbach, al este de S t. V ith . N o ta rd a ro n en disolverla. P o r aquellos días n os llegó una o rden circular m uy c u rio sa : debía investigarse inm ediatam ente en todas las unidades en re lación con u n supuesto fusilam iento de prisioneros de g u erra am e ricanos. E l resultado de las investigaciones debía com unicarse en determ in ad a fecha. L a orden se basaba en una noticia difundida por la em isora de propaganda de Calais, afirm ando que el 17 de
LUCHAM OS Y PERDIM OS
199
diciem bre habían sido fusilados varios soldados am ericanos ju n to al cruce de ca rre tera s existente al sureste de M alm edy. L a B riga da A corazada 150 inform ó negativam ente, sin preocuparse dem a siado p o r la noticia, ya que conocíam os sobradam ente los m éto dos de la p ropaganda am ericana. Considerábam os imposible que las tro p as alem anas com etieran u n acto de ta l naturaleza. U n oficial alem án no lo hubiese perm itido nunca, y a un soldado ale m án no se le hubiese ocurrido p en sar ni en sueños en u n crim en sem ejante.
C a p ít u l o
XXVI
B udapest cercada. — Avituallam iento a través de las líneas ene migas. — A cciones arriesgadas. — In fo rm e al F ührer. — E l B roche de la h o ja de honor. — A pesar de todo, voluntarios. — F ólkersam en u n puesto perdido. — ¿Desaparecido? — D e trás del fren te d el E ste.
L a comunicación con F ried en th al no había sido interrum pida un solo m om ento. M e transm itían los asuntos im portantes por telex o p o r radio, y p o r el m ism o sistem a podía com unicar mis decisiones. Sin em bargo, K arl R adl, que se quedó en B erlín sus tituyéndom e, no m e im portunaba nunca con las pequeñeces que todo servicio a la p a tria llena anexas. Sabia que podía confiar en él de un m odo absoluto. H acía m eses se había convenido con las unidades especiales de la m arina de g u erra K d K (K leinkam pfverbánde d er K riegsm arine) que todas las acciones espe ciales, si se realizaban en el m ar, corresponderían ai alm irante H e y e ; y si estaban previstas p a ra el in terio r, es decir, p a ra ríos o lagos, corresponderían a m is unidades de caza. E stas últim as habían constituido ya en el otoño de 1944 la unidad fluvial “ D a nubio” . A ntiguos y expertos navegantes del D anubio del servicio de defensa e x tra n je ra habían sido incluidos en la nueva form a-
LUCHAM OS Y PER D IM O S
201
cióción, la cual habia llevado a cabo varias acciones en el D anu bio, conocidas p o r el nom bre genérico de “ O peración T ru c h a ” . U tilizando hom bres rana, m inas flotantes y barcazas cargadas de explosivos, saboteaban la navegación p o r aquel río cuando quedó bajo control soviético. Si no recuerdo m al, d u ran te aquellos meses hundieron barcos m ercantes p o r un total de 30.000 toneladas, especialm ente barcos petroleros. E n las p rim eras sem anas de diciembre, poco antes de mi m ar cha hacia el frente del O este, el E stad o M ayor de la W ehrm acht habia preg u n tad o a las unidades de caza si seria posible abaste ce r p o r vía fluvial a la cercana ciudad de B udapest. L a sitiada guarnición libraba una lucha desesperada desde hacía semanas. E l avituallam iento que podía hacerse llegar por v ía aérea re sultaba insuficiente. L o m ás urgente e ra -el envío de medicam en tos y municiones. E x istía o tro m otivo p a ra que le to m ara cariño a sem ejante acción. E l com andante de la 8.a D ivisión de C aballería S S “ Floria n G ey er” , de guarnición en B udapest, e ra mi viejo amigo y antiguo jefe en el frente del E ste, Jochen R um ohr, ah o ra general de brigada. L a em presa significaba c ru zar p o r dos veces el frente ruso, y fue confiada a uno de los cargueros m ás m odernos y más rápidos del Danubio. L a tripulación del barco, que ascendía a ocho hom bres, se com ponía de antiguos y expertos pilotos y capitanes de n a v io ; querían b u rla r a los rusos en “ s u ” rio. E n el últim o m i n u to se presentó o tra dificultad, con la que nadie había contado. L a fundam ental vía de navegación del D anubio habia sido m i nada tam bién m ás arrib a de Budapest. P o r dicho motivo, el barco ten d ría que navegar p o r un peligroso cam ino a través de las ba rre ra s de m inas alem anas o por brazos laterales del rio. L a carga fue p reparada m inuciosam ente v depositada en la bodega. Q uinientas toneladas en total. Se escogió como fecha para la m isión la noche de San Silvestre del año 1944. E n tretan to , el frente había avanzado hasta K om orn. A llí tenía que cruzarse por p rim era vez. C ontra toda esperanza, la operación se desarrolló con éxito.
202
OTTO SKORZENY
U n breve m ensaje p o r ra d io com unicó la noticia a la unidad de caza “ S u re ste '’. A l cabo de dos días llegó o tro m ensaje por radio q u e decía: “ H em os em barrancado sobre un banco de arena a 17 kilóme tro s de B udapest. Intentam os la descarga con ayuda de una bar caza.” E fectivam ente, un m iem bro de la tripulación había consegui d o c ru zar las líneas enem igas con una pequeña barca y llegar a la ciudad, donde se p ro cu ró una barcaza a m otor, regresando con ella p o r el m ism o camino. D u ran te la noche, la barcaza efec tu ó varios viajes de ida y vuelta a la ciudad cercada, con la p a r te m ás im portante de la carga. F inalm ente llegó u n últim o m en sa je : “ T enem os que abandonar el barco. Intentam os llegar a la ciudad y unirnos a nuestros cam arad as." U n a sem ana m ás tarde, aproxim adam ente, la unidad de caza “ S u reste” envió a u n a p atru lla de diez hom bres p a ra que com pro b a ra n la suerte co rrid a p o r el barco. L o encontraron en el sitio señalado y, cosa curiosa, n o ocupado p o r los rusos. L o s habitantes de los pueblos vecinos habían sacado los víveres de a bordo. Al parecer, la tripulación h ab ía abandonado el barco voluntariam en te y en orden. N in g u n o de los m iem bros de la tripulación regresó de la fo r taleza de B udapest, de m odo que nadie puede inform ar con exac titu d acerca de los acontecim ientos de aquellos días. O cho sol dados dieron la vida p o r a y u d ar a sus cam aradas. D u ran te un últim o y desesperado intento de evasión, tr a s el fracaso de la ten tativ a de ru p tu ra del frente, m i am igo el general de las W affen S S Jochen R u m o h r resultó herido, suicidándose p a ra n o caer prisionero de los rusos. D e las decenas de m iles de soldados ale m anes encerrados en B udapest, sólo 170 consiguieron llegar, com pletam ente agotados, a las líneas germ anas. E n aquel 31 de diciem bre de 1944 m e ordenaron presentarm e en el C uartel G eneral del F ü h re r, que se hallaba entonces en el O este, en Ziegenhain, p a ra inform ar. E r a u n pequeño gru p o de
LUCHAM OS Y PER D IM O S
203
barraco n es en m edio del bosque, en la falda de u n a m ontaña. Q ue dé sorprendido a l com probar q u e el estado d e ánim o de los oficia les con los cuales m e entrevisté n o e ra ta n pesim ista com o cabía esp e ra r después del fracaso d e la ú ltim a ofensiva. Poco antes de m ediodía m e llevaron a presencia de Adolfo H itle r, el cual m e recibió en u n a pequeña salita. A l v er el venda je que cubría mi cabeza se interesó inm ediatam ente por m i he rid a, y envió a buscar a su m édico de cabecera, el D r. Stum pfecker. H itle r q u ería conocer sin dilación lo que opinaba el m é dico de mi herida. C uando el D r. S tum pfecker quitó el vendaje y v io la h erid a con m ucho p us y el o jo inflam ado, m e reconvino severam ente p o r haberm e m archado del hospital. A hora, la heri d a presentaba u n feo aspecto y el o jo estaba e n peligro. P e ro al final logré convencerle de que m i constitución era m uy robusta, y decidió in te n ta r u n a c u ra de caballo. D u ran te v arias h o ra s es tuve echado sobre la m esa de operaciones. L a h erid a fue abierta y expuesta a los rayos de u n a lám para ro ja. M e dieron u n a gran cantidad de inyecciones p a ra atacar la infección y evitar la for m ación de nuevo pus. A quella cu ra radical n o tuvo n ad a de ag ra dable, p ero sirvió p a ra salvarm e el ojo. E l D r. Stum pfecker, con su característica sinceridad, no m e aseguró n a d a : “ N o sé si las inyecciones p ro d u cirán el efecto deseado — me dijo — . L o s próxim os dos m eses serán decisivos. Si en ese tiem po n o ta u n debilitam iento de la visión del o jo derecho, se rá señal d e que el n ervio visual y a h a sido atacado y n o puede salvarse el o jo .” F u e una su erte que en aquellos dos meses no me quedara tiem po p a ra preocuparm e p o r m i herida. P o r la tard e tenia que p resentarm e de nuevo a H itler. N o podía com unicarle m uchas cosas ag rad ab les: la m isión que m e había encargado no se había llevado a cabo, y e ra dem asiado pron to p a ra conocer los resultados de la divulgación de riúnores en la retag u ard ia enem iga. A p esar de todo, A dolfo H itle r parecía estar satisfecho de n u estra actuación, y lo dem ostró concediéndonos a
204
OTTO SKORZENY
los tres com andantes el Broche de la h o ja de honor del E jército alem án. D u ran te una conversación de m edia hora, aproxim adam ente, tuve ocasión de observar m inuciosam ente a H itler. A quel hom bre debía poseer un enorm e dom inio de sí mismo, ya que no aprecié en él ninguna huella de depresión p o r el fracaso de la ofensiva de las A rdenas, en la cual se habían depositado tantas esperanzas. “ V am os a lan zar una ofensiva de g ra n estilo en el S u reste” . — m e d ijo al despedirm e. S u pensam iento estaba ya de nuevo en el frente del E ste. Confieso que no com prendí su actitud. Se engañaba a sí mismo, o estaba b a jo la influencia de las inyecciones del profesor M orell?” E l doctor M ohell había sabido ganarse la confianza de Adolfo H it ler. O tro s médicos, tales como el D r. R udolf B ran d t y e! D r. H asselbach, estaban preocupados desde hacia m ucho tiem po por el estado de salud del F ü h re r. E l doctor B ra n d t m e contó que M orell le había tra ta d o siem pre a base de estim ulantes, los cuales, a la larga, debían ten er un efecto nocivo. P o r casualidad, el doctor B ra n d t descubrió un día que A dolfo H itle r tom aba desde hacia algún tiem po m ayores cantidades de un preparado contra las dolencias gástricas, de p o r sí inofensivo. B ra n d t m andó analizar aquellas píldoras, aparentem ente innocuas, y resultó que contenían cierta cantidad de arsénico. P o r m ínim a que fuera la cantidad, con el tiem po sus efectos sobre el organism o de H itle r serían desas trosos. B ra n d t dio la voz de a la rm a ; p ero M orell quedó vencedor. A quélla fue la últim a conversación prolongada que sostuve con A dolfo H itle r. T am bién él y sus colaboradores m ás íntim os debían saber p o r entonces que habían jug ad o su últim a baza m i lita r en el O este. ¿ F u e la am enaza del plan M orgenthau y de la "unconditional s u rre n d e r" lo que les h acía continuar desespera dam ente la lucha y rechazar tajan tem en te toda posibilidad de un entendim iento político? ¿ O podían esperarse realm ente nuevas arm as decisivas? ¿ S e disponía en el C uartel G eneral de una ade cuada y veraz inform ación? Sólo A dolfo H itle r hubiese podido
LUCHAM OS Y PER D IM O S
205
con testar a todas estas preguntas. A p esar de m i preocupación, salí de la estancia con un renovado optim ism o. L a personalidad d e H itle r m e influía siem pre poderosam ente. ¿ S e debía acaso a su fuerza de sugestión, a la cual no podia sustraerm e? N o lo sé. L o único que sabia con seguridad e ra que continuaría cum plien d o con mi deber de alem án y de soldado, y que lo h a ría con g u sto y de todo corazón. E l m ariscal de Cam po K eitel, que m e saludó como anfitrión en el casino, estaba m uy serio. R echacé u n a invitación para pa sa r lo N oche vieja en el C uartel G eneral del F ü h re r. M e m arché d e alli al atardecer y oi las cam panas de m edianoche e n Colonia. P o r la m añana estaba de nuevo ju n to a mi brigada. E n los prim eros días de enero, cu an d o la B rig ad a A coraza d a 150 quedó disuelta, la m ayor p a rte de los voluntarios se que d aro n en las unidades de caza. E ra característico del estado de ánim o que en aquellos días im peraba en el ejército alem án el he cho de que se p resen taran m ás voluntarios p a ra acciones especia les de los que las unidades de caza e ra n capaces de acoger. E n noviem bre de 1944 había recibido de la oficina de m ando de las W affen S S la autorización p ara reclu tar voluntarios en todas las unidades de reserva y E stados M ayores de W affen S S de toda la nación. E nviam os u n a sim ple circular a dichos servicios. E l resultado fue sorpren d en te: del 70 al 90 por ciento de los h om bres útiles se alistó voluntariam ente a m is unidades especia les. C uando incluso el 95 p o r ciento del E stad o M ayor de la oficina principal de las W affen S S quiso ponerse a m i disposi ción, H im m ler prohibió el reclutam iento de voluntarios. M e en teré de que el jefe de la oficina principal había dicho: “ Si esto continúa asi, ya puedo disolver a todas las W a f fen S S ” , a favor de las unidades de S k o rzen y .” M e concedieron los voluntarios precisos p ara volver a com pletar el batallón de caza " C e n tro ” y el B atallón de P aracaidis tas 600. E ra lo único que deseaba. A principios del año 1945, m is oficiales de E stado M ayor y yo com prendíam os perfectam ente que habia em pezado la últim a
206
OTTO SK O RZEN Y
fase de la g u erra. E l éx ito de la g ra n ofensiva ru sa de principios de en ero a lo la rg o del V ístu la p erm itia v er con to d a claridad que la decisión se acercaba con m ás rapidez desde el E ste que desde el O este. A sim ism o, las decisiones del alto m ando alem án dem ostraban que quería u tilizar el re sto de las fuerzas alem anas principalm ente en el E ste. D esde hacia varios m eses, F ó lk ersam m e suplicaba que le encargase del m ando del batallón de caza “ E s te ” . Y o estaba convencido de que no enco n traría m ejo r com andante p a ra la lu cha en el E ste. S in em bargo, siem pre m e había negado a aquel ruego, porque no quería desprenderm e de ta n valioso colabora do r. P e ro después de hacer traslad ar a n u estra unidad a u n co m andante de regim iento de la división “ B ran d en b u rg ” , supe que disponía de un buen sustitu to p a ra F ó lk ersam com o jefe de E sta d o M ay o r y accedía finalm ente a lo que me pedia. F ó lk er sam asum ió el m ando del batallón de caza “ E s te ” el 18 de enero de 1945 en H ohensalza, en la región del W a rte. L as divisiones rusas se encontraban ya m uy cerca de aquella ciudad. F ó lk e r sam recibió la ord en de defender con su batallón la,ciudad hasta d últim o m om ento. P o co después, H ohensalza estaba sitiada por los rusos. A trav és de los m ensajes rad iad o s podía seguir con exactitud las vicisitudes de la lucha de aquel puñado de soldados contra unas fuerzas infinitam ente superiores en núm ero. Sabia que no tenían ninguna esperanza. Y F ó lk ersam , p o r su parte, e ra un hom bre dem asiado consciente p a ra hacerse vanas ilusiones. N o pude atender a n inguna de sus peticiones de refuerzos. L o único que conseguí enviarle fueron unos cam iones cargados de m uni ciones, que llegaron a su destino p o r v erd ad ero m ilagro. D ad o que F ó lk ersam no tenía com unicación con ningún pues to de m ando excepto el mío, el 21 de enero (recuerdo que era do m ingo) recibí el siguiente m ensaje p o r rad io : “ Situación insostenible. ¿ P re p a ro ev asió n ?” N aturalm ente, asum í la responsabilidad de aquelia orden, ya q u e el C uerpo de E jército a quien correspondía darla había de
LUCHAM OS Y PER D IM O S
207
jad o de ex istir. Señalé la noche siguiente p a ra la tentativa de evasión. M uy pocas veces m e ha afectado ta n to u n a noticia com o el m ensaje recibido p o r rad io aquella m ism a tard e. E sta b a firm ado p o r el com andante H ein z y decía: “ V on F ó lk ersam gravem ente h erido en el cu rso de u n a ope ración de reconocim iento b a jo su p ro p io m ando. D isparo e n ia cabeza. H e asum ido el m ando del batallón e in tentaré la evasión esta noche.” A todos m is oficiales les sucedió lo m ism o que a m í: no podían com prender la terrib le noticia. E l nom bre de v o n F ó lk ersam estaba dem asiado ligado a las unidades de caza. D e todo el b ata llón, sólo reg resaro n a F ried en th al dos oficiales y trece soldados. L a s dificultades de u n a m archa de varias sem anas a través de te rrito rio enem igo, el paso a nado de río s helados y la falta de ali m entos les habían convertido en verd ad eras ru inas hum anas. Sin em bargo, gracias a los cuidados de n u estro m édico de E sta d o M ayor, consiguieron reponerse. E llos nos tra je ro n las últim as noticias acerca del desarrollo de los acontecim ientos en H ohensalza. L a ten tativ a n o c tu rn a d e evasión se llevó a cabo e n dos cuñ as de choque. F ólkersam , semiinconsciente y desesperado p o r su herida, fu e colocado encim a d e u n tracto r, pero éste se p erdió e n el c u rso de la h u id a y n o vol vió a aparecer. E l g ru eso de las tro p as fue atacado p o r fuerzas ru sa s d u ran te la noche siguiente. Ign o ram o s la su erte que co rriero n . L o s hom bres de casi todos los m iem bros del batallón tuvieron que se r incluidos en la larg a lista encabezada por la palab ra “ desaparecidos” . D esde entonces, en n u estras conversa ciones su rg ía con frecuencia el nom bre de von F ólkersam . ¿ H a bía salvado la v id a? ¿ E sta b a prisio n ero en R u sia? N unca pudi m os contestar a esa§ preguntas. E l rápido em peoram iento de la situación en el frente del E ste tr a jo com o consecuencia u n aum ento de la oportunidad de las acciones de com ando d etrás del fren te enem igo. A h o ra podían efectuarse tam bién con m ás probabilidades de éxito, dad o q u e a
208
OTTO SKORZENY
los rusos les resultaba imposible ocupar y “ pacificar” rigurosa m ente los enorm es territo rio s ganados. L legaban m uchas noti cias que confirm aban esta opinión. L os rusos sólo pensaban en avanzar, sin preocuparse de lo que dejaban a trá s. L as lineas te lefónicas alem anas quedaron intactas d u ran te varias sem anas, y desde te rrito rio alem án podían celebrarse conferencias telefóni cas con localidades situadas en la retag u ard ia del frente enemigo. Según m e contaron personas dignas de crédito, una em presa ale m an a de L itzm annstadt, la antigua L odz polaca, llamó a su ofi cina de B erlín p ara p reg u n tar si podian rean u dar el trabajo. Al parecer, los rusos habían pasado de la rg o p o r la ciudad sin insta la r n inguna adm inistración civil. E r a evidente que debían atacarse con preferencia las vías de abastecim iento rusas, es decir, ferrocarriles, puentes y carreteras. A l m ism o tiem po podían reunirse im portantes inform aciones acer ca de los m ovim ientos del enemigo y de las condiciones existentes en su retaguardia. D ado que la sección “ E jército s E x tra n je ro s E s te ” del O K H planeaba tam bién u n a serie de acciones de la m ism a n aturaleza, establecimos contacto. V olví a encontrar al general K reb s com o jefe del E stado M ay o r del capitán general G uderian. K re b s m e presentó al general Gehlen, el verdadero en carg ad o del asunto. E l teniente G irg, que había desarrollado varias operaciones del m ism o tip o en R um ania, debía introducirse ahora en territo rio enem igo con u n destacam ento que p a rtiría de la P ru sia O rien tal, en la región del antiguo Gobierno G eneral. Se llevó doce sol dados alem anes y veinticinco rusos. S in em bargo, la situación evolucionó con m ás rapidez de la que nosotros podíam os desple gar. L a P ru s ia O riental se perdió. G írg com pletó el equipo de su destacam ento al su r de D anzig y cruzó el frente enem igo con la ayuda del E stad o M ayor del Cuerpo de E jé rc ito que operaba allí. D u ra n te varios días, G irg se m antuvo en comunicación con nosotros p o r radio, p ero de repente cesaron su s llam adas y por espacio de unas sem anas estuvim os sin noticias, h a sta el punto de que dim os p o r perdido al grupo. P e ro a m ediados de febrero
LUCHAMOS Y PERDIM OS
209
nos enteram os de que se encontraba en la sitiada fortaleza de K olberg, en P om erania. G irg había regresado sin haber sufrido m ás que tre s bajas. De m om ento, el com andante de la fortaleza le habia tom ado po r un espía ruso, h a sta que al com unicar con m igo com probó la identidad y la m isión del teniente Girg. E n aquel sector del frente se p ro d u jo un hecho simbólico: d u ran te varios días quedó abierto un angosto pasillo en la for taleza de K olberg, defendido por la D ivisión S S francesa “ C har lem agne” . L os franceses m antenían abierto aquel cam ino para los fugitivos alemanes, m ujeres y niños, al m ism o tiem po que los soldados alemanes de Seydlitz, codo a codo con los rusos, tra ta ban de im pedir aquella evacuación. E l relato de las aven tu ras de G irg d u ran te su m archa de 700 kilóm etros p o r la retag u ard ia del frente ruso nos llevaría de m asiado lejos. E n cierta ocasión consiguió salvarse haciendo figu ra r a su pequeña tropa como una unidad especial rum ana. E l ra diotelegrafista se ahogó en un cam ión que cayó b ajo el hielo del V ístu la y fue en terrad o en el cem enterio m ás cercano con hono res m ilitares de supuesto teniente rum ano. E n o tra ocasión fueron reconocidos y tuvieron que luchar p o r su vida. L o s rusos que se había llevado se p o rtaro n de un m odo magnífico. E n las situa ciones m ás peligrosas perm anecieron lealm ente al lado de Girg, y su astucia y su presencia de ánim o contribuyeron a resolver muchos m om entos críticos. M e resultó casi increíble la ale gría que proporcioné a dos de aquellos rusos con el regalo de un reloj de pulsera. L as condiciones en que vivían los alem anes en las zonas ocupadas p o r los rusos eran terribles. Sin em bargo, G irg inform ó de la ayuda que m uchos de ellos le habían propor cionado, a p esar del riesgo que corrían al hacerlo. P a ra resum ir la despreocupación juvenil con la que G irg ha bía llevado a cabo aquella misión, basta con decir que durante todo aquel tiem po no se separó un solo instante de su Cruz de Caballero, la cual llevaba siem pre, oculta debajo de un pañuelo, alrededor del cuello.
C a p ít u l o
X X V II
30 de enero de 1945. — O rden del G rupo de E jército s del V ís tula. — J u n to al puente sobre el O der. — N u e v a línea de de fensa. — A c tiv a dirección del combate. — E l E jército del E ste, derrotado. — Evacuación del personal civil. — Trabajos de fortificación en la cabeza de puente. •—• L a división Schw edt está lista. — C on ¡os ru so s en el balneario SchónfUess. — L u chas nocturnas. — E l je fe político de la región, desertor. — A ta q u e y contraataque. — In fo rm e a H im tttler. — Penetra ción en la cabeza de puente. — H im n ü e r optim ista. — Con G oering en la linea de fuego. *— D efensa desesperada. — N o ticia falsa de la radio inglesa. — L a cabeza de puente se de fien d e con todos su s m edios. — O rden de regreso a Berlín.
U n a tard e, el 30 de enero de 1945, estaba sentado nuevam ente d etrás de m i escritorio, en F riedenthal. H ab ia un m ontón de do cum entos p o r despachar, u n a ta re a cuyo sentido ya n o podía com p ren d er del todo. M i secretaria — a la cual echo m ucho de menos aho ra en la redacción de este libro— apenas podía seguir el ritm o de trab ajo , pasando los dictandos en limpio. L o que m ás m e mo lestaba e ra ten er que hacer de nuevo u n inform e, que en opinión de Schellenberg, habia redactado con dem asiada claridad. A ún
LUCHAM OS Y PER D IM O S
211
ho y m e niego a creer que fuera u n e rro r decir la verdad p u ra en los inform es, si bien es cierto que ex istían ciertos m andos su periores a los cuales n o Ies gustaba o ír la verdad. L uego recibí al I A y al IB p a ra que el m aterial concedido p a ra el m es de febrero — equipos, arm as, m uniciones y gasolina— se rep a r tiese en tre m is unidades de caza con la m áxim a equidad. P e ro no siem pre podíam os aten d er las justificadas peticiones de los co m andantes. L a m an ta con la cual teníam os que cubrirnos era cada vez m ás corta. A continuación m e tran sm itiero n una llam ada telefónica pro cedente del C uartel G eneral' de H im m ler, que acababa de ser nom brado jefe del G rupo de E jé rc ito s del V ístula. E n ella se m e daba la siguiente o rd en : “ L a s unidades de caza debían ponerse en cam ino aquel m is m o día hacia Schw edt, ju n to al O der, y fo rm ar una cabeza de puen te a! este del río. L a cabeza de p u en te debía ser lo bastante am plia com o p ara pod er lanzar m ás adelante una fuerte ofensiva desde aquel sector. D u ran te su avance, las unidades de caza de bían liberar la ciudad de Freienw alde, ocupada p o r los ru so s.” P o r lo ex trav ag an te de la ord en m e la aprendí de mem oria, y puedo g aran tizar que está tran scrita al pie de la letra, incluso la ú ltim a frase. S igo sin concebir que el G rupo de E jérc ito s del V ístu la (léase H im m ler) p udiera im aginar com o u n paseo m ilitar la liberación de u n a ciudad. M is oficiales y yo nos m iram os, e n trañ ad o s. A quello significaba una p recipitada en trad a en acción. L as órdenes de alerta al B atallón de caza “ C entro” , al B atallón de P aracaid istas 600, que se en contraba en N eutrelitz, y al Ba tallón de caza “ N oro este” , que com prendía solam ente u n a com pañía, salieron en seguida. Cité a todos los com andantes p a ra las nueve de la n o c h e ; en aquel m om ento eran las cinco de la tarde. A continuación hice llam ar a m i IC . A base de los m apas de situación, intentam os hacernos u n a idea del trazado del frente. R esultaba imposible. Sólo disponíam os de noticias concretas acer ca de algunos puntos aislados, lo cual no n os servia de nada, ni
212
OTTO SK O RZEN Y
siquiera com o pun to de referencia. T ratam os, m ediante v arias llam adas a! Cuartel G eneral del F ü h re r de la calle Guillerm o, de com probar cuál e ra la situación en el sector del O der. N i siquiera conseguim os pon er en claro si la ciudad de Freienw alde estaba efectivam ente ocupada p o r el enemigo. P o r lo tanto, decidimos aten d er con preferencia a la tarea m ás im p o rta n te : form ar ¡a ca beza de p u e n te ... si es que e ra posible aú n , y a que no teníam os n inguna noticia acerca de Schw edt. D e m odo que du ran te nues tra m archa debíam os realizar incluso u n a labor de reconocimiento. Se nos presentó o tro grave problem a. ¿ Cómo íbamos a m ar charnos? Q uedaban p o r re p a ra r m uchos de nuestros vehículos, averiados en el cu rso de las últim as operaciones. L o prim ero que teníam os que hacer e ra pon er en rápido m ovim iento a los oficiales del servicio de transp o rtes. E l parque móvil m ás próxim o se de claró dispuesto a tra b a ja r en tu rn o de noche du ran te aquel día y el siguiente, y a p restarn o s algunos vehículos. E n el E stado M ay o r reinaba una actividad febril. Sin ne cesidad de m uchas órdenes, todo el m undo sabía lo que tenia que hacer. E n com pañía de mi nuevo IA , el capitán H u n k e, revisé las disposiciones tom adas p a ra la m archa y p a ra el reconocim ien to. Suponíam os que podríam os m archarnos, sí todo ¡ba bien, a las cinco de la m añana. N o podíam os hacer milagros. D ebía resolver tam bién algunos asuntos relativos al trab ajo de la sección D . E ra posible que en el frente tuviese los dias tan ocupados que no m e quedara tiem po p ara n inguna o tra actividad. E l com andante L ., mi representante en M il.D , se presentó algo cariacontecido: al parecer no acababa de gustarle la idea de que su jefe hubiese de em prender o tra acción. E staba acostum brado a com entar personalm ente conm igo todas las cuestiones im por tantes, y n u estra colaboración no había sufrido nunca el m enor roce. E n la m edida de lo posible, planeábam os por adelantado. S in em bargo, el frente no estaba ya m uy lejos y le bastarían un p a r de horas de coche p ara encontrarse conmigo. L a idea de que el frente se hallaba a unos 60 kilóm etros de distancia, en línea
LUCHAM OS Y PER D IM O S
213
recta, de la capital del Reich, resultaba difícilm ente asimilable. No obstante, tendríam os que acostum brarnos a ella. D espués de haber realizado las tareas m ás im portantes, salí a dar u n corto paseo. E l aire libre aclara siem pre las ideas, y yo necesitaba ten er una m ente despejada. Silbé a mi p erro lobo L u x , que había perm anecido echado a m is pies d u ra n te todo el jaleo, y salimos a la explanada del cuartel. E l B atallón de caza ‘'C e n tro ” se estaba prep aran d o p a ra la m archa. L as com pañías acababan de recibir municiones y víveres p ara seis días. L os soldados se reían cuando veían buenos bocados. E l oficial de arm as estaba inspec cionando las arm as pesadas. Sabia que estaban lim písim as, pero todas las precauciones son pocas cuando se va a e n tra r en acción... E l destacam ento nom brado p ara la m isión de reconocim iento se había instalado ya en los vehículos. A fortunadam ente, disponía m os de varios coches blindados de reconocim iento. L u x , sin mo verse de mi lado, lo observaba todo con una m irada llena de inte ligencia. L a m oral era excelente. L os soldados se contaban chistes, y esto es siem pre un buen síntom a. A l p asar p o r delante de sus alo jam ientos, pensé involuntariam ente en los m uchos que no volve ría n a p isarlo s... P e ro , desde luego, no dejaba traslucir ninguno de tales pensam ientos. E x perim entaba una alegría especial cuando veía a alguno de los “ v iejo s” del G ran Sasso. A h o ra todos eran suboficiales o b ri gad as y m e saludaban de u n m odo especial, que recordaba nuestro antiguo com pañerism o. L a noticia de que íbam os al frente del E ste había co rrid o como un reguero de pólvora a trav és de todos los alojam ientos. N uestro viejo g rito de batalla, “ Fácil para no so tro s” , estaba en boca de todos. D ebía llevar a aquellos hombres a la m ás d u ra lucha, p ero sabia que podia confiar en ellos. C uando regresaba al puesto de m ando m e llam aron a! teléfono. O btuve la com unicación en la oficina de una com pañía. L a llama da procedía del G rupo de E jército s del V ístula. P areció sorpren derle m ucho que no hubiésem os em prendido aún la m archa.
214
OTTO SK ORZEN Y
— H em os inform ado ya de. su m arch a al C uartel G eneral del F ü h re r — d ijo la voz a trav és del auricular. — E ntonces, h a n dado ustedes un inform e falso — repliqué, enfurecido. L a voz d ijo : — L e repito la orden del G rupo de E jé rc ito s: debe usted po nerse en m arch a inm ediatam ente. A l o tro lado del hilo resonó el seco chasquido del a u ric u la r: habian colgado. E l ju eg o se repitió varias veces du ran te la n o che. M is m otivos (por ejem plo, que n o disponía aú n de todos los vehículos necesarios) n o eran tenidos en cuenta. Finalm ente, inform é al G rupo de E jército s de que tenía prevista la salida a las cinco de la m añana. P rudentem ente, no hablé de m i inten ción de n o preocuparm e de n ad a que no fu e ra encam inarm e di rectam ente hacia Schw edt. L o s com andantes habian acudido puntualm ente a mi cita para recibir órdenes. L a s unidades estarían p rep arad as p a ra em pren d er la m archa a la h o ra p revista. L o s hom bres te n d ría n que sen tarse u n poco m á s ju n to s, y los coches de intendencia nos segui ría n m ás tarde. C ada h o ra m e inform aban acerca de la m archa de los preparativos. A quella noche n o h ab ía tiem po p a ra dorm ir. A las doce, n u e stra cocina nos sorprendió con una com ida, a p esar de que estaban em paquetando y cargando todos los enseres. N ues tra s secretarías se habían quedado levantadas y las invitam os a cenar con n o so tro s: u n a cena sencilla y cordial, desprovista de todo em paque castrense. L o s dos destacam entos de reconocim iento se habian m archa do a las tre s de la m ad ru g ad a desde N eustrelitz y F riedenthal. D ado que podían ro d a r de prisa, de no producirse ningún acci dente a las cinco e starían y a en Schw edt. A m edio cam ino, a lo sumo, recibiríam os los p rim ero s inform es acerca de la situación en aquella zona. D e acuerdo con las órdenes recibidas, a las cu atro sald ría de E bersw alde u n m ensajero m otorizado. A las 4,30, el B atallón de caza “ C en tro ” estaba listo p a ra la m archa. N eustrelitz inform ó en el m ism o sentido. A h o ra iban
LUCHAM OS Y PER D IM O S
215
con noso tro s todos aquellos que de u n m odo ti o tro e ra n útiles p a ra la g u erra. U nicam ente se q u ed aro n alg unas unidades de guard ia, viejos rum anos de sangre alem ana, y el personal indis pensable del E sta d o M ayor. Incluso las secretarias y los ayudan tes de E stad o M ayor hubieran preferido acom pañam os. T ra s u n a breve orden la colum na se p u so e n m archa. E l avance de la anidad resultaba dem asiado lento p a ra m í. Con el jeep que m e había traíd o del O este empecé a ganar terreno. A I cabo de m edia h o ra escasa encontré a l m ensajero que reg re saba de Schw edt sobre su m otocicleta: la c a rre tera estaba libre L as noticias de que los rusos habían cru zad o el O d e r eran sim ples ,rum ores, al parecer. L a cosa no resu ltab a sorprendente, ya que el ru m o r florece de un m odo especial en las situaciones crí ticas. L o incom prensible e ra que el G rupo de E jé rc ito s del V ístu la n o pudiese com probar la veracidad de aquellas noticias. L legué a Schw edt u n poco antes de las siete; los g ru p o s de reconocim iento m e estaban esperando en las proxim idades del puente sobre el O d er. R ecibieron la ord en de reconocer el otro lado del río h a sta K oenigsberg, en la M arca N ueva. A sí cono cería tam bién la situación im perante en la zona n e u tra que se exten d ía delante de mi cabeza de puente. D espués visité al co m andante de la plaza de Schw edt, el cual sufría m ucho a causa de u n a m utilación de g u erra. M e d ijo en confianza que p a ra poder soportar los terribles dolores que sentía en su pierna am putada se veía obligado a inyectarse m orfina d e cuando en cuando. U n a llam ada al G rupo de E jé rc ito s aclaró rápidam ente todo lo relativo a mis atribuciones. E l teniente coronel y un pequeño E stad o M ayor recibieron o tras órdenes y se m archaron el 1 de febrero. E n Schw edt tenía ah o ra a m i disposición tre s batallones de reservistas y u n batallón de zapadores. P e ro cuando pedí infor m es sobre su estado de preparación m e di cuenta de que con ellos no se podía g a n a r n inguna g u erra. Casi todos e ra n viejos y en ferm os : los buenos soldados habían sido enviados al fren te hacía m ucho tiempo. A n tes de que llegaran los dos batallones quise d a r o tro rápido
216
OTTO SK O RZEN Y
vistazo a la cabeza de puente. P aralelo a l rio d iscurría el canal del O d er, y sobre am bos se exten d ía u n puente de casi u n kiló m etro de longitud. E n tre el río y el canal había una fra n ja de terre n o que form aba un dique c o n tra las inundaciones. E l río es taba helado y tenía una resistente capa de hielo. E sto podía resul ta r m uy desfavorable si se acercaban los rusos. L a voladura de la capa de hielo fue la p rim era ta re a que asigné m entalm ente al batallón de pioneros, el cual estaba al m ando de un com andante de la reserva, de edad algo avanzada p e ro sum am ente dinámico, que m e había producido u n a excelente im presión. D espués po d ría n solicitarse rom pehielos a Stettin, p a ra d e jar libre el río h a sta m ucho m ás allá de Schw edt. T am bién se m e ocurrió otra id e a : abriendo algunas esclusas, seguram ente po d ría inundarse la zona de terren o que se exten d ía en tre el río y el canal. E sto nos pro teg ería de u n a posible ten tativ a enem iga de cruzar el rio p o r sorpresa. D espués reco rrí lentam ente en m i coche la ca rre te ra que conducía a K oenigsberg. M e encontré con incon tables fugitivos, a pie o m'ontados en carro s cargados de enseres domésticos. N o quise p reg u n tar de dónde v e n ía n ; e ra u n espec táculo lastimoso. P e ro tam bién había soldados e n tre ellos. Ib an en pequeños g ru p o s, agotados, a veces sin a rm a s: soldados de un ejército de rro tad o . D e u n m odo u o tro habían perdido el contacto con sus unidades y ah o ra buscaban su cam ino hacia el O este. E n K oe nigsberg contem plé el mismo cuadro. L a s calles estaban llenas de fugitivos y de soldados dispersos. L os dos grupos de recono cim iento ocuparon posiciones en las calles de salida hacia el E ste. L es ordené que dirigieran a todos los fugitivos, paisanos y mili ta re s, hacia Schw edt p o r el cam ino m ás corto. L uego iinspeccioné m ás detalladam ente la pequeña localidad de N ieder K róing, si tu ad a en la orilla oriental del O der. A llí instalaríam os nuestro Puesto de M ando. C uando volví a c ru zar el puente sucedió algo m ás agradable. U n g ru p o de soldados de caballería, m ontando unos caballos relativam ente bien cuidados y al m ando de un ofi
LUCHAM OS Y PER D IM O S
217
cial, se acercaban al trote. A l verm e, el teniente se separó de sus hom bres, y se detuvo ju n to a m i coche, diciendo: — Se p resen ta el teniente W ., del 8.° Regim iento de Caballe ría, con los restos de su sección. — Y , en tono menos protocolario, añadió— : M i teniente coronel, ¿tiene usted empleo p a ra m i? Y a lo creo que lo tenía. N ecesitaría todos los hom bres de que p udiera disponer. E n consecuencia, le contesté: — P reséntese con sus hom bres en el c u a rte l; duerm an lo su ficiente. M añana p o r la m añana vuelva a presentarse a mí. A l reg resar a l cuartel, m i p rim er plan estaba ya trazado. T e nía que establecer un servicio de recuperación de personal que se encarg ara de reu n ir a todos los soldados dispersos. Con ellos com pletaría los batallones de reservistas, conviniéndolos en uni dades aptas p a ra la lu ch a... si las divisiones rusas nos dejaban tiem po. E ncargué el servicio de p atru lla a un grupo de aspirantes a alférez que en núm ero de 180 seguían u n cursillo de capacitación en el propio cuartel. T en ían dos ó rd en es: ayu d ar e n todo lo que estuviera a su alcance a la evacuación de la población civil más hacia el O este, y reu n ir a todos los soldados dispersos y dirigirlos hacia el cuartel. D u ran te los días y la s noches siguientes se m an tuvieron siem pre en la brecha, cum pliendo su m isión con el m áxi m o celo. E l resultado fue asom broso. A l cabo de unos días, el espacioso cuartel se había convertido en una colm ena y los cuatro batallones disponían de todos sus efectivos de combate. P o r la ta rd e sostuve una larga conversación con el com andan te de los zapadores. Con gruesos trazos fijam os en el m apa los lím ites de la prev ista cabeza de puente. Com o línea defensiva que ríam os form ar u n sem icírculo de unos seis kilóm etros de radio, aprovechando las ondulaciones del terreno, m uy apto p a ra la defensa. Sin em bargo, habia que c o n stru ir fortificaciones a toda p r is a ; prim ero el círculo ex terio r y , una vez term inado éste, otro interio r p a ra m ás seguridad. P a ra las tareas de excavación soli citam os un regim iento del servicio de trab ajo que llegó al dia si guiente. L a población m asculina de la ciudad y de los alrededo
218
OTTO SK O RZEN Y
re s fue requerida tam bién p a ra que colaborara en los trab ajo s de fortificación. E ncontram os carrom atos en núm ero suficiente; el batallón de zapadores proporcionó exp erto s capataces. E nvié al B atallón de P aracaid istas 600 a K oenigsberg, con la ord en de ocupar posiciones al este de la ciudad y form ar una p rim era línea de contención an te el avance enemigo. E l batallón d e la V o lk sstu rm (1) “ K oenigsberg” , al m ando del jefe político de la N S D A P de la ciudad, pasó a engrosar el batallón de para caidistas. E l B atallón de caza “ C en tro ” tuvo que tom ar posiciones en la línea del círculo de defensa interior. Si se producía una re pen tin a ru p tu ra del frente p o r los rusos, había que m antener la pequeña cabeza de p u en te a to d a costa. D u ra n te los días siguientes se tra b a jó febrilm ente en las for tificaciones. L os elem entos civiles no regatearon su esfuerzo. Sa bían que estaban defendiendo su p a tria chica. E l m aestro de es cuela m anejaba la pala al lado del zapatero, el peón ayudaba al funcionario a levantar el tronco de un árbol. A llí podía estudiarse lo que nosotros, idealistas, habíam os im aginado b ajo el concepto de com unidad popular. E n pocos d ías quedó term inada la parte principal del trab ajo . Se habían construido nidos de am etrallado ra cubiertos y refugios en todos los puntos apropiados del te rre no. U n a vez excavadas las trincheras, podían em pezarse las obras del cin tu ró n de defensa interior. E l acabado de las posiciones co rre ría a carg o de la tro p a que las ocupase. E l com andante del batallón de zapadores se m ostraba incansable. Con frecuencia vi sitábam os ju n to s todas las posiciones. A trav és de su alcalde, había recom endado a la población ci vil de K oenigsberg que evacuara la ciudad. L a s localidades situa das alrededor de la cabeza de puente debían se r tam bién evacua das. H ab ía convenido con el alcalde de Schw edt, u n dinámico oficial de la reserva, que los elem entos civiles de aquellos pueblos p o d rían alojarse, si así lo deseaban, en Schwedt. Sabía que a todos les disgustaría ab andonar su hogar, p ero e ra u n a m edida (1) Volkssturm: última defensa, a base de muchachos de 15 a 17 año* y ancianos armados.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
219
necesaria. P erm itirles quedarse en el fu tu ro cam po de batalla hu biese sido irresponsable. Inesperadam ente llegó a K oenigsberg u n batallón del V olkssturrn de H am burgo, com puesto casi exclusivam ente p o r po rtu a rios, u n a gente estupenda. A p esar de en contrarse lejo s de su pa tria chica, dem ostraban un g ra n entusiasm o. Sabía que n o podía esp erar grandes cosas de la escasa fuerza com bativa de los dos ba tallones de la V olkssturm . P e ro en aquellos m om entos to d a p e r sona capaz de d isparar un fusil o u n a panzerfaust resultaba nece saria. E l arm am ento y el equipo del batallón ham burgués eran excelentes; en com paración, el batallón de K oenigsberg estaba bastan te m al equipado. A fin de averiguar la situación del enem igo y sus posibles in tenciones, se enviaron desde el p rim er d ía num erosas patrullas de reconocim iento. L os dos batallones de las unidades de caza habían form ado pequeñas secciones que se encargaban exclusi vam ente de aquella misión. E l 1 de febrero se estableció el prim er contacto con el enem igo en la región de B a d Schoenfliess. L as pa tru llas actuaban con g ra n eficacia sin su frir apenas bajas. L a e x celente instrucción de nuestros soldados ponía ah o ra de m ani fiesto sus v en tajas en todos los aspectos. E l 3 de febrero, dos batallones con sus efectivos completos ocuparon las posiciones fortificadas. U n o de ellos se instaló en el sector septentrional de la cabeza de puente, que llegaba hasta el río, y el o tro en el sector m eridional, que se extendía tam bién h asta el O der. A sí quedaban cubiertos los flancos. L o s dos sec to res centrales debían ocuparlos m is dos batallones, ya que se ría n los m ás expuestos si, com o esperaba, se producía u n ataque fron tal del enem igo procedente de K oenigsberg. S e m e presen tó u n teniente coronel de la Luftw affe. Tenía órdenes de fo rm ar unidades de com bate con todos los soldados de aviación de los cuales se p udiera prescindir. E n el curso de u n a sem ana m e tra jo tre s com pañías. T am bién podía cederm e las arm as sobrantes de los cam pos de aviación situados en los alre dedores.
220
OTTO SK O RZEN Y
E l C uartel G eneral del F ü h re r en B erlín había enviado a Schw edt un destacam ento de radio propio, p ara establecer com u nicación directa. A l parecer se atribuía una especial im portancia a aquel sector del frente. E n todo caso, podíam os proporcionar al C uartel G eneral del F ü h re r noticias fidedignas acerca de los mo vim ientos del enem igo en nuestro sector. A l cabo de unos días, m ientras m e dirigía a K oenigsberg, pasé por delante de un pequeño campo de aviación. Allí presencié el triste espectáculo de Ja desordenada huida del personal alem án. E n uno de los extrem os del campo había algunos aviones lige ram ente dañados p o r la voladura, y alrededor de los hangares veianse num erosas arm as esparcidas p o r el suelo. P e ro lo más incom prensible e ra el hecho de que todos los aparatos de radio estuvieran intactos. A l parecer, el cam po había sido abandonado precipitadam ente antes del 30 de enero. Si la retirad a alem ana se había efectuado de aquel m odo en todas partes, no e ra de ex tra ñ a r que los rusos avanzaran con ta n ta rapidez y que la industria alem ana no p udiera d ar abasto con nuevos equipos. P o r la noche, al reg resar a Schw edt, se m e presentó otro te niente coronel de la Luftw affe. E r a el antiguo com andante del cam po de aviación de K oenigsberg. Probablem ente se había a rre pentido de su actitud, ta n poco gallarda. L e expliqué que m is sol dados habían puesto las arm as y los aparatos de radio en lugar seguro. A mi p reg u n ta acerca de los m otivos que le habían im pulsado a h u ir con ta n ta precipitación, a pesar de que no existía ningún peligro inm inente, m e contestó que no había recibido ó r denes en ningún sentido ni había podido establecer comunicación con el mando. Su inm ediato superior, u n general de aviación, se había m archado unos días antes, sin d e ja r instrucciones. E r a evidente que aquel oficial debía com parecer an te u n con sejo de g u erra, p o r haber faltado gravem ente a su deber o quizás incluso p o r deserción, P ero , si en su calidad de m iem bro de la Luftw affe era condenado p o r u n tribunal de las W affen-S S , po dían producirse tensiones en tre los dos cuerpos de la W ehrm acht. E n consecuencia, telefoneé inm ediatam ente al jefe de! sector aéreo.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
221
cap itá n general von G reim , y le rogué que me enviase a un oficial de su E stado M ayor p ara inform arle del asunto. A l dia siguiente, se presentó el capitán general von G reim en persona. Su Fieseler Storch aterrizó en la explanada del cuartel. E n te ra d o del caso, decidió que el teniente coronel debía com pa recer an te un consejo de g u e rra de la L uftw affe. Celebrado éste, se puso en claro que el responsable principal e ra el general co m andante del campo. P arece ser que m ás ta rd e el general en cues tión com pareció an te un consejo de g u e rra del Reich. E l teniente coronel fue condenado a u n arresto que debía cum plir en prim e ra línea. L o inició inm ediatam ente en el g ru p o de com bate de Schw edt, donde actuó como u n oficial capacitado y valeroso. La huid a de su superior le había hecho p erd er la cabeza. E l caso que acabo de citar y la situación casi caótica de aquel sector del frente m e autorizaban a creer que los verdaderos cul pables de aquella especie de anarquía eran algunos m andos supe riores que con frecuencia actuaban de un modo irresponsable. D esde hacía meses había defendido en mi E stad o M ayor la opi nión de que a la g u erra total correspondía tam bién una respon sabilidad total. L a m asa de los soldados y de la población civil tenía derecho a que se ju z g a ra públicam ente a los verdaderos culpables de las grandes y pequeñas catástrofes, aunque por ello tuviera que verse m erm ado el prestigio de algún jefe político d e una región o de algún general. E n vez de la artillería solicitada, el G rupo de E jércitos nos m andó tre s grupos de cañones antiaéreos de la Luftw affe, del ca libre 8,8 y 10,5. Al principio se plantearon serias dificultades de tipo burocrático. L os tres grupos antiaéreos procedían de distin tos regim ientos, y éstos, a su vez, pertenecían a dos divisiones dis tintas. Cada uno se atenía a sus propias órdenes. Sólo después de haber sostenido una prolongada conversación con el general en jefe del C uerpo de E jército de la Luftw affe se aclararon las cosas. D ividí las tre s baterías m óviles en destacam entos de defensa antiaérea y les asigné sus posiciones d en tro de la cabeza de puen
222
OTTO SK 0R Z EN Y
te. P a ra las dem ás baterías se construyeron posiciones en la orilla occidental del O d er, p ara utilizarlas com o artillería terrestre. E s to requería una previa instrucción. A fortunadam ente, me habían m andado tam bién u n oficial de artillería procedente de la reserva de oficiales del G rupo de E jército s. A quel hom bre — ca p itá n de la reserv a y escritor de profesión-— realizó en pocos dias una excelente labor. In stru ía incansablem ente a los observa dores y enseñaba a los oficiales y soldados los secretos de la a r tillería terrestre. Se p repararon las escalas de tiro, y cuando los rusos, ocho días m ás tard e, habían cerrad o sus tenazas alrededor de la cabeza de puente, las baterías an tiaéreas p restaro n un efica císim o apoyo a nuestros soldados en su heroica defensa. C ierto día se nom bró a un com andante general p a ra nuestro sector. A l s u r de n u e stra s posiciones, u n a división de la M arina había establecido una línea de defensa en la orilla occidental del O der. E l g ru p o de com bate Schw edt se había convertido en “ D i visión S chw edt” , y las dos divisiones debían ah o ra integrarse en u n solo cuerpo. E l general, cuyo nom bre he olvidado, desgra ciadam ente, m e agradó muchísim o p o r su sinceridad. M e explicó que el m ando general (E stad o M ayor del cuerpo) era sólo apa rente, y a que se com ponía únicam ente de unos cuantos oficiales. N o podía ocuparse de las com unicaciones ni de los avituallam ien tos. E n esos aspectos dependíamos de nosotros mismos. Se mostro de acuerdo con las disposiciones que había adoptado yo hasta el m om ento. Com o única orden, quiso delim itar claram ente los sectores que correspondían a cada u n a de las dos divisiones. A l com andante general le g ustaron de u n m odo especial las m edidas de bloqueo que habíam os adoptado en nuestro sector. P oco después de despedirse de m i tuve que acudir en su ayuda, y a que los centinelas no le perm itían salir de la zona de Schwedt, desconocedores de su identidad. L os centinelas cum plían a ra ja tab la las órdenes recib id as: p ara salir de la zona se necesitaba una autorización del com andante de la plaza. L a m edida afectaba por igual a los oficiales y a los soldados. M i nueva posición com o com apdante de división cargaba so
LUCHAM OS Y PER D IM O S
223
bre m is hom bros u n a g ra n responsabilidad. T en ia que ocuparm e no sólo del frente, sino tam bién de la población civil que vivía en el ám bito de la división. E n este últim o aspecto, el alcalde de Schw edt fue u n a g ra n ayuda p a ra mí. C ada noche se reunía con migo. G racias a su apoyo se solucionaron la m ayoría de los pro blem as presentados p o r la existencia de una num erosa población en un sector que a efectos prácticos podía considerarse como p ri m era línea. P o r precaución, ordené la evacuación de las m ujeres y niños de la ciudad, que de un m om ento a o tro podía convertirse en cam po de batalla. D e m ás difícil solución e ra el problem a del avituallam iento de 5a tropa. L a s provisiones y el m aterial procedían de Friedenthal. N oche tra s noche llegaban colum nas de cam iones de m i E stado M ayor de In tendencia con arm as, m uniciones, equipos y víveres p a ra la división. L a m unición antiaérea teniam os que ir a buscar la a B erlín, ya que los tren es de m uniciones no llegaban hasta no sotros. H a b ía solicitado repetida y vanam ente cañones an titan ques. E l G rupo de E jército s no disponía de ninguno. M i o tid al de Intendencia se enteró p o r casualidad de que a unos 50 kiló m etros al su r de Schw edt había una fábrica que producía aque llos cañones. E l geren te de la fábrica se m ostraba quejoso porque desde hacía v arias sem anas el negociado de arm as del ejército n o pedia cañones. T a l vez el negociado h ab ía dado p o r perdida la fábrica, que se encontraba al alcance de los ru s o s ... Cuando nos llevamos doce cañones antitanques del 7,5 el gerente nos dio las gracias y nosotros salim os del paso. A lgo parecido nos sucedió con u n a petición de am etralladoras del modelo “ 4 2 ” . N o h a b ía m odo de encontrarlas. N u estro hábil IB había localizado un enorm e depósito de aquellas arm as cerca de F ran cfo rt sobre el O der. A l parecer, había acum ulados allí varios m illares de aquellas excelentes am etralladoras. L a división Sch w edt no volvió a carecer de ellas. E l hecho fue puesto en cono cim iento del G rupo de E jército s. N o he llegado a saber si las a r m as restantes fueron recogidas, o si sem anas m ás tarde cayeron com o preciado botín en m anos de los rusos.
224
OTTO SKORZENY
P o r aquellos días me enviaron a trav és del G rupo de E jé r citos una curiosa orden, m uy u rgente y particularm ente se c re ta : en u n bosque situado al este de B ad Schonfliess había dos cam io nes llenos de docum entos de g ra n im portancia p a ra el Reích. H a b ían sido abandonados allí a causa del e rro r de un funcionario. A quellos docum entos no debían caer en m anos de los rusos. Los aviones enviados con la m isión de d e stru ir los camiones, no ha bían podido localizarlos. L a división Schw edt debia realizar in m ediatam ente una descubierta h asta dicho bosque y recoger los docum entos, o destruirlos. A fin de aclarar varios detalles, form ulé algunas preguntas. M e en teré entonces de que no se tra ta b a de docum entos del Reich, sino de docum entos del P a rtid o procedentes de la cancillería de B orm ann. E x ig í que participara en la em presa el funcionario que p od ía indicar con exactitud el lugar donde se encontraban los cam iones. A dem ás, quería com probar previam ente los riesgos que podía en tra ñ a r aquella operación, ya que no estaba dispuesto a exponer a m is hom bres a un grave peligro p or el fallo de una oficina del P artid o . N ecesitaba a mis soldados para luchas más im portantes. N u estras patrullas de reconocim iento no podían p enetrar ya com o antes 60 y 70 kilóm etros en territo rio enemigo. L os rusos se acercaban a la cabeza de puente y habían tom ado B ad Schonfliess. U n pequeño g rupo de exploración de n uestra división tr a tó de acercarse a aquella localidad al am anecer y fue recibido por u n intenso fuego, sufriendo una baja. P o r la ta rd e quise tom ar p a rte en una acción de reconoci m iento. Llevaba en mi coche blindado un g rupo de tiradores q u e ya habían estado conm igo en Italia. T am bién mi p erro L u x participaba en 1a expedición. M i IA , el capitán H u n k e, iba en un jeep con o tro s c u atro soldados. Sin ser m olestados, llegamos has ta el lug ar donde n u estra p atru lla había sido atacada aquella m is m a m añana. Com probam os que el soldado m uerto había sido cui dadosam ente registrado p o r los rusos. N os acercam os m ás a la ciudad, extrem ando las precauciu-
LUCHAM OS Y PER D IM O S
225
n e s ; nos habíam os apeado de los vehículos, los cuales debían se guirnos m ás tarde. L a s p rim eras casas se alzaban ante nosotros, silenciosas y com o vacías. N o tardam os en llegar a la p u erta de la am urallada ciudad m edieval. A la derecha, una calle conducía hacia la estación. T endidos en ella veíanse los cadáveres de dos paisanos que habían sido fusilados. D e pronto vim os a un hom bre que nos espiaba desde una ven tana ; poco después salía a la calle, con aire receloso, sin atrev er se a creer lo que estaba v ie n d o : ¡ soldados alem anes! M uy exci tado, nos contó que los rusos llevaban dos días en la ciudad. H a bían instalado su C uartel G eneral ju n to a la estación, en cuya explanada había tam bién una agrupación de tanques. L os rusos utilizaban el ferrocarril, y con frecuencia llegaban trenes cargados de m aterial y de tro p as de refresco. Q uisim os com probar p o r nosotros m ism os aquellas noticias. T re s hom bres se acercarían prudentem ente a la estación dando un rodeo a través de la c iu d a d ; otro g ru p o avanzaría por la calle que conducía directam ente a la estación; el resto se quedaría ju n to a la p uerta con los dos vehículos, p a ra cubrirles. L a espera se m e hizo m uy larga. E ch é una m irada a mi alre dedor y descubrí horrorizado el cadáver casi desnudo y terrible m ente m utilado de una m u jer en m edio de la calle. A lgunos ha bitantes de la ciudad se atrevieron a salir de sus casas y acercar se a n osotros; la m ayoría eran m ujeres y niños, aunque había tam bién algunos hom bres de edad avanzada. N os rogaron que les llevásemos con nosotros. N o podíam os acceder a su petición, dis poniendo de dos únicos vehículos. P e ro les sugerí que recorrie ran a pie los pocos kilóm etros que había hasta K o en ig sb erg ; no sotros m antendríam os abierta la calle d urante media hora. P ero aquellos hom bres estaban tan desconcertados, que lo más proba ble es que ni siquiera com prendieran mi propuesta. E ra evidente que habían vivido unos días terribles. L a m ayoría de ellos se escurrieron de nuevo hacia sus casas. P o r fin regresaron los dos grupos de reconocimiento. E n efec to, ju n to a la estación había una trein ten a de tanques. L a s tropas
226
OTTO SK ORZEN Y
ru sa s acam paban probablem ente al su r y al este d e la ciudad. H a bían visto tam bién varios cadáveres de paisanos en las aceras y en algunos portales, p ero ni a u n solo transeúnte. Sabíam os ya lo suficiente. N o podíam os abrirnos paso a tra vés de las tro p as rusas h a sta el bosque, p a ra rescatar los im por tan tes “ docum entos del R eich” . A dem ás, e ra casi seguro que los rusos habian encontrado ya los cam iones. D os m ujeres m uy jóvenes, con sus hijos lactantes en brazos, nos suplicaban silenciosam ente con los ojos que las sacáram os de allí. D ejam os que se sentaran en el suelo del coche blindado y nos pusim os en m archa. M ientras avanzábam os hacia K oenigs berg, a todos nos rem ordía la conciencia. P ero, ¿qué podíam os hacer p a ra a y u d ar a los habitantes de la ciudad ocupada? Cuando pasam os ju n to al cadáver de nuestro cam arada m uerto aquella m añ an a lo recogim os y lo instalam os en el je e p : por lo menos, su en tierro sería digno de u n soldado. C uando oím os d e trás nues tro el rugido de los m otores de los tanques estábam os y a a salvo en la espesura del bosque. C ada noche se celebraba u n a reunión en la cual participaban todos los com andantes. E r a preciso que nos conociéram os m utua m ente y que los oficiales m e to m aran confianza. Sólo así, nuestra división, form ada un poco al azar, p o d ria convertirse en u n a uni dad com pacta y eficaz. D u ran te el d ía reco rría las posiciones para que tam bién los soldados llegaran a conocerme. A hora, lo im po rtan te e ra g a n a r tiem po antes de que empe zara la lucha p o r la cabeza de puente. U nos días de espera po dían ser decisivos p a ra nosotros. A este fin decidí ocupar tam bién algunas localidades situadas m ás allá de la cabeza de puente, desde las cuales se p odría co n trib u ir a re tra sa r el avance de los rusos. E nvié a K oenigsberg, donde esperaba el prim er choque, una com pañía del B atallón de Paracaid istas S S 600 y el prim er B atallón de R eservistas, que acababa de se r com pletado, y dejé tam bién en la ciudad los dos batallones de la F olksturm . L a s fuer zas estaban al m ando del com andante del batallón, que procedía del ejército.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
227
A quella m ism a noche los rusos atacaro n K oenigsberg con u n o s cu aren ta tanques y varios batallones de infantería. L a com* pañía de paracaidistas rechazó aquel p rim er ataque a costa de g ran d es pérdidas. S in embargo, alred ed o r de las doce el enemigo consiguió p e n e tra r en la ciudad p o r el n o rte y por el sur. Se libró una desesperada batalla casa por casa. L a s pattserfaust destruye ron una docena de tanques enemigos. N u e stra s tro p as se re tira ron ordenadam ente. A l am anecer consiguieron despegarse del enem igo y refugiarse en el interior de la cabeza de puente. A que lla p rim era batalla m e dem ostró la capacidad com bativa de las unidades de reciente formación. A mi regreso a Schw edt, en las p rim eras ho ras de la m a ñan a, m e ex trañ ó en co n trar en mi puesto de m ando al com an dan te del batallón del V o lksstu rm “ K oenigsberg” que me estaba esperando. C reo haber dicho ya que el com andante en cuestión e ra el jefe político regional de la N S D A P . A l verm e, se acercó a m í y m e d ijo en tono excitado: —-E n K oenigsberg está todo perdido. M e en teré que llevaba allí varias h oras. Sencillam ente, había abandonado su puesto, dejan'do solos a sus hom bres. E n lenguaje castren se aquello recibía-el nom bre de cobardía ante el enemigo y deserción. O rd en é que detuvieran al hom bre y que comparecie r a a n te el consejo de g u e rra de la división. E l caso e ra tan claro que no podía d u darse del resultado de la vista. E l tribunal dictó la m erecida condena a m uerte. E l ponente del tribunal me explicó que existía una disposi ción según la cual los altos jefes del partido sólo podían ser juzgadas p o r un tribunal del partido. Sin em bargo, llegamos a la conclusión de que la persona que com parecía ante el tribunal e ra el com andante del batallón del V o lk sstu rm y no el funciona rio del partido. P o r lo tanto, el fallo fue confirm ado y dos días m ás ta rd e se cum plió la sentencia. E l com andante fue ejecutado públicam ente. A nterio rm en te recibí un aviso de B e rlín : B orm ann estaba fu rioso p o r aquella “ in tru sió n ” en los derechos del partido. Proba-
228
OTTO SK ORZEN Y
blem ente, el saber que había perdido definitivam ente sus docu m entos influía tam bién en su estado de ánim o. D e todos modos, estaba convencido de que tard e o tem p ran o m e vería afectado por una de aquellas “ m aniobras” que p o r desgracia se habían hecho habituales en el T e rc e r Reich. A l día siguiente se m e presentó el jefe político provincial S tü rz. E m pezó colm ándom e de reproches por lo sucedido con el jefe político de la región, hasta que m e vi obligado a recordarle m is derechos como dueño de la casa. A l p re g u n tarle si la deserción podía quedar im pune p a ra los funcionarios del partido, se rindió. Debió com prender que m i actitud en aquel caso se basaba en consideraciones estrictam ente m ilitares y ju rí dicas. N o creo que A dolfo H itle r llegase a enterarse de aquel asunto, p ero estoy convencido de que tam bién él me habría dado la razón. R ecibí u n valioso refuerzo de tro p as procedentes de F riedenthal. C on los soldados que volvían de los cursillos o de perm iso había form ado una com pañia de asalto al m ando de m i viejo am igo el teniente Schw erdt, en el cual sabia que podía confiar ciegam ente. L a com pañía, equipada con coches blindados para tiradores, ten ía una considerable capacidad com bativa. D u ran te las sem anas siguientes, aquella com pañia consituyó mi m ejo r y últim a reserva de intervención. Con g ra n sentim iento por mi parte, el com andante general del cuerpo fue relevado. L e sustituyó el teniente general de las S S y general de la policía von Bach-Zelew ski, al cual ya había conocido en B udapest. U n a catarata de nuevas órdenes cayó sobre las dos divisio n es; sin em bargo, el E stad o M ayor se m ostró incapaz de organizar el aprovisionam iento. M is puntos de vista diferían con frecuencia del E stad o M ayor de Bach-Zelew skí, y n uestras relaciones no tard aro n en agriarse. L o que más me enfurecía era el hecho de que ninguno de los oficiales del E stad o M ayor se tom ara la m olestia de estu d iar la situación sobre el terren o , es decir, en la cabeza de puente. E l propio B ach-Zelew ski acudía de cuando en cuando a m i puesto de m ando del castillo de Schw edt, pero casi nunca m e encontraba a llí: en tales
LUCHAM OS Y PERDIM OS
229
casos, escuchaba el inform e de uno de m is oficiales, bebía su co ñac y se m archaba. P o r lo dem ás, m ientras la división Schwedt estuvo en pie no recibí del m ando ni visitas ni avituallam ientos, p ero tam poco órdenes ridiculas. A lrededor del 7 de febrero habíam os abandonado todas las po siciones avanzadas, a excepción de las del pueblo de N ipperw iese. L os rusos atacaban diariam ente la cabeza de puente, embis tiendo con tenacidad c o n tra tre s puntos determ inados, siempre los mism os, a fin de p erfo rar el frente. P o r nuestra parte, saliam os a contraataque diario. L os tanques rusos llegaban casi siem pre hasta la línea defensiva principal, donde debíamos recha zarlos con las panzerjaust y en luchas cuerpo a cuerpo. P o r los interro g ato rio s efectuados a los prisioneros sabíam os que tenía m os enfrente u n cuerpo de ejército acorazado de élite, com puesto a partes iguales p o r tanques T -3 4 m ejorados y tanques am eri canos entregados a R u sia en v irtu d de la L ey de P réstam o y A rriendo. A sí tran scu rriero n varios días. AI ataque seguía el contra ataque. E n cierta ocasión, dos tanques rusos penetraron por el n o rte y llegaron a un centenar de m etros del puente, donde fue ron destruidos p o r una de las baterías antiaéreas. L a infantería que iba a su zaga se dispersó rápidam ente. E n otra ocasión, dos tanques rom pieron el frente en el sector su r y dispararon sus ca ñones con tra el castillo de Schw edt. L os dos fueron destruidos personalm ente p o r el nuevo com andante del batallón que cubría aquel sector. T ales ejem plos obraban m ilagros sobre la tropa. M is tem ores iniciales se desvanecieron: la tro p a se batia y com p o rtab a m aravillosam ente. Finalm ente, ante la aplastante superioridad enemiga, la com pañía de !a Luftw affe, que m antenía un últim o puesto avanzado en el pueblo de N ipperw iese, se vio obligada a retirarse. E n mi p a rte al m ando de las dos divisiones de aquella noche comuniqué la novedad. A la m añana siguiente, en el preciso instante en que acababan de com unicarm e que los rusos habían iniciado un fuerte
230
OTTO SK ORZEN Y
ataque contra G rabow , recibí un m ensaje radiado del m ando de cuerpo de Bach-Zelew ski. " E l jefe de com pañía responsable del puesto de N ípperw iese, ¿h a com parecido an te u n consejo de g u e rra ? ¿ O ha sido ya fu silado?” F u rio so p o r el contenido de aquel m ensaje, redacté ap re suradam ente la siguiente resp u esta: “ E l jefe de com pañía no ha sido fusilado ni com parecerá ante ningún consejo de g u e rra .” Y m e m arché a las posiciones ocupadas por el -batallón d« paracaidistas en el interio r de la cabeza de puente. E n aquel sector, la situación e ra sum am ente grave. H ubo que evacuar varias veces la linea defensiva principal y reconquistarla a costa de un g ra n n ú m ero de b ajas. E n dos ocasiones tuve que hacer intervenir desde el flanco a ¡a com pañia de asalto, para restablecer la situación. P e ro los rusos volvian a la carg a con nuevos tanques, con nuevos batallones. D e pronto, m e transm itieron u n a llam ada telefónica desde mi puesto de m ando: debía presentarm e a las cuatro de la ta rd e en el G rupo de E jército s, p a ra inform ar. Inm ediatam ente supuse que el E stado M ayor, m al predispuesto hacia m í, hab ia trasla dado mi respuesta, no del todo cortés, al G rupo de E jércitos, tal como estaba redactada. U n a vez m ás, habia caído en desgracia. P e ro en aquel m om ento ten ía cosas m ás im portantes en que pen sar. A la izquierda de la carretera, los ru so s habían roto de nuevo el fren te y am enazaban con p e n e tra r en G rabow . T ra s el ataque de los tanques, la infantería se atrincheró en u n terre n o lleno de arbustos. N u e stra s tro p as tuvieron que reconquistar palmo a pal m o el terren o situado a la izquierda de la carretera. L o s rusos luchaban con una tenacidad so rp ren d en te; pero m uy pocos de ellos reg resaro n a sus lineas. C uando hubim os restablecido n u estra línea defensiva princi pal, oscurecía ya. C onsulté m i r e lo j: eran las seis. E n el G rupo d e E jé rc ito s m e esperaban desde hacía dos horas. R egresé rá pidam ente a Schw edt. Allí m e quité m is ropas de cam uflaje de
LUCHAM OS Y PER D IM O S
231
invierno, m ientras m i chófer m e cepillaba a toda p risa el uni forme. L legué a P renzlau alrededor de las ocho y m edia y m e hice anunciar a H im m ler, com andante suprem o del G rupo de E jé rci tos. L a m ayoría de los oficiales m e recibieron fríam ente. E l ayu dante de H im m ler m e inform ó de que la llam ada estaba relaciona da, efectivam ente, con mi respuesta al m ensaje del m ando del cuerpo, y que el “ R eichsführer” , adem ás, estaba furioso por m i falta de puntualidad. — T e n d rá que esp erar un rato — me d ijo el ayudante. D ecidí m archarm e al casino. A llí, p o r lo menos, los ordenan zas se m ostraro n am ables conm igo y m e sirvieron u n buen café, coñac y cigarrillos. P oco después vinieron a buscarm e y m e llevaron a la m ism a estancia donde en o tra ocasión habíam os discutido la posibilidad de u tilizar las V - l desde los sum ergibles. M e presenté reglam en tariam ente. H im m ler apenas se dio p o r en terado de m i saludo e inició en seguida en voz alta su sarta de reproches: “ Insolencia, desobediencia, degradación, consejo de g u e r r a ...” Y o me m ante n ía en posición de firmes, esperando. E l contraataque es siem pre la m ejor defensa, pensaba. M ien tras hablaba, H im m ler andaba de un lado p a ra otro. S ú bitam ente se detuvo delante de mí. T om é aliento y expliqué en breves palabras lo ocurrido en Nipperw iese. — E l oficial se retiró del pueblo p o r orden m ía — fueron las palabras con que term iné m i inform e. A continuación expresé mi opinión sobre el E stado M ayor del m ando del cuerpo. E n tre o tras cosas, recuerdo que d ije : — “ L a división Schw edt h a recibido h a sta ah o ra u n a enorm e cantidad de órdenes absurdas, p ero ni u n solo kilogram o de m ate rial o de víveres.” H im m ler m e había escuchado en silencio, con cierta sorpresa por mi parte. A! cabo d e unos instantes, d ijo : — P e ro m e h a tenido esperándole c u atro horas. M e disculpé, diciendo que no había podido abandonar mi
232
OTTO S K 0R Z E N Y
puesto hasta que quedó restablecida la situación de n u estras líneas de defensa. E l en o jo de H im m ler se desvaneció como por ensalmo. M e pidió que le inform ara de la situación exacta en la cabeza de puente. Escuchó atentam ente mis explicaciones, y cuando observé que nuestros contraataques carecían de la necesaria eficacia debido a la falta de tanques, m e prom etió enviarm e un g ru p o de cañones de asalto. P ensé que aquella prom esa significaba m ás de lo que me h ubiera atrevido a esperar, p ero m e reservé prudentem ente tal opinión. H im m ler me invitó incluso a cenar, y cuando abandonam os 'a estancia puso u n a m ano sobre mi hom bro. A ú n me parece es:ar viendo los rostros asom brados de los oficiales del E stado M ai'or, que com o m ínim o habían esperado v er a un “ Skorzeny de gradado” . D urante la cena, n u e stra conversación versó sobre el fallo de m uchos de nuestros servicios, que en ocasiones podía a tri buirse a traición. Sobre aquel tem a podía contar algo por propia experiencia. N uestros radiotelegrafistas de Schw edt habían cap tado varias com unicaciones radiofónicas en tre tanques enemigos. A lgunas de aquellas conversaciones habían tenido lugar en alemán. A l p arecer, los rum ores que co rrían acerca del “ ejército S eydlitz” no carecían de fundam ento. N o cabía duda de que ha bia unos alem anes que luchaban al lado de los rusos. Dos miem bros del B atallón de Paracaidistas S S 600, que habían caído p ri sioneros y que m ás tard e consiguieron h u ir, afirm aron que habían sido interrogados p o r dos oficiales alemanes, en uniform e ruso. L a cena había term inado. H im m ler se levantó para despedir me. A ntes de m archarm e, le p reg u n té: — R eichsführer, h a sta ah o ra sólo hem os hablado de cosas ne gativas. U sted conoce m ucho m ás a fondo que yo la verdadera situación. ¿C ree que las arm as nuevas nos perm itirán ganar la g u erra, a pesar de las actuales circunstancias? S u respuesta quedó grabada en mi m em oria palabra por pa la b ra :
LUCHAM OS Y PER D IM O S
233
— P u ed e confiar en mi palabra, S k o rz e n y ; al final, ganarem os la gu erra. N o m e explicó los m otivos en que se basaba su optimismo. D esde luego, los cálculos que se hacian en el C uartel G eneral de H im m ler no se aju stab an siem pre a la realidad. H im m ler m ani festaba su creencia de que el depósito ru so term in aría p o r ago tarse, y mes tra s mes fijaba u n a fecha p a ra ese agotam iento. E se e rro r de cálculo determ inó la p re m a tu ra ofensiva de Pom erania en febrero de 1945. L a estocada en el flanco, que debía h e rir m or talm ente al enem igo, se encontró con u nas fuertes reservas rusas, las cuales, de acuerdo con las previsiones de H im m ler, n o debían ya existir.
E n el m es de febrero fu i llam ado de nuevo a l C uartel Gene ral d e H im m ler. E s ta vez m e citaron p a ra las 2 2 horas. E n la dis cusión participaron tam bién el M in istro d e A rm am entos Speer y el coronel Baum bach, com odoro de la escuadrilla 200. Cono cía a aquellos dos hom bres desde hacía tiem po. E l m inistro Speer había m ostrado siem pre la m ayor com prensión p a ra m is deseos, y com o hom bre le apreciaba mucho. E n cuanto a B aum bach, h a bía colaborado c o a él en m ás de una ocasión. L a discusión v ersó sobre u n a posible intensificación de la g u e rra aérea con tra R usia. E l m inistro Speer creía disponer de los aviones necesarios. L os trab ajo s p reparatorios estaban casi com pletados. Se habian construido m aquetas, a escala exacta, de todos los objetivos, y se había calculado el núm ero de bombas especiales que serian necesarias. Como posible fecha del comien zo de la operación se habló de ia p rim era sem ana de abril. H im m ler parecía estar m uy convencido del éxito. M ás tard e hablé unos instantes a solas con el m inistro S p e e r; su aspecto era de agotam iento. C uando le pregunté si oiríam os hablar p ronto de alguna nueva arm a secreta, m e contestó de un m odo evasivo. “ L a decisión está al c a e r” , m e dijo, al despedirse de mí.
234
OTTO SKORZENY
L a proyectada operación de la L uftw affe c o n tra R usia quedó e n a g u a de bo rrajas. E n cuanto dispusim os del g ru p o de cañones de asalto efectua m os varias salidas de la cabeza de puente, con m ucho éxito. E n u n a de aquellas salidas, nuestros hom bres entablaron com bate con u n batallón ru so de lanzallam as y lo aniquilaron. E l jefe del ba tallón, u n capitán, cayó prisionero. E l interro g atorio, al cual asisti, n os dem ostró el profundo v ira je que había dado la propagan d a ru sa, con resultados positivos. D elante de nosotros no tem am os a u n m arx ista, ñel a la linea del partid o , de ideas intem aciona listas, sino a un ru so patrio ta, casi chauvinista. Conñeso que me im presionó la actitud de aquel oficial d u ra n te el interrogatorio. E n o tra ocasión tom am os la localidad de H anseberg, situa d a fuera de la cabeza de puente. E l botin — m orteros, cañones an titan q u es y am etralladoras— fue ta n enorm e, que el m ando de las divisiones apenas daba crédito a las cifras, y sólo quedó conven cido cuando unos oficiales del E stad o M ayor efectuaron personal m en te el recuento, en Schwedt. U n tercer ataque tu v o com o objetivo u n cruce de carreteras pró x im o a K oenigsberg. P o r la noche, varios cañones de asalto y u n a com pañía del B atallón de caza “ N oro este” quedaron cer cados en una colina. H ab ían avanzado dem asiado. A l am anecer, sin em bargo, consiguieron rom per el cerco y regresar a nuestras lineas. D esgraciadam ente, el g ru p o de cañones de asalto nos fue retirad o al cabo de diez días. A p esar de ello, conservam os en lo posible n u e stra capacidad ofensiva, que había de proporcionarnos otro s éxitos. E l m ariscal del Reich, H erm an n G oering, estaba m uy intere sado en los acontecim ientos de la cabeza de puente de Schwedt (su finca “ K a rin h a ll” se hallaba situada al oeste de aquella pobla ción). D iariam ente, alrededor de las dos de la m adrugada, solía llegar la ú ltim a llam ada procedente de K arinhall, preguntando por la situación. C ierto día, el m ariscal ordenó que m e pregunta-
LUCHAM OS Y PER D IM O S
235
ra n si ten ia alg ú n deseo. C ontesté que lo único que deseaba eran tro p a s de refuerzo. A I día siguiente se presen tó en Schw edt u n batallón de re ciente form ación perteneciente a la división “ H erm an n G oering” S u com andante, distinguido con la C ru z de Caballero con hojas de roble, solicitó inm ediatam ente un sector del frente. A l preg u n ta rle p o r sus experiencias com o soldado de infantería me dijo que h a sta hacia m uy poco tiem po había sido aviador de caza. Lo m ism o sucedía con la m ayoría de sus hom bres. E n tales condiciones, n o podía confiarles aquella responsabi lidad. A p esar de las p ro testas del com andante, dividí el batallón e n pequeños gru p o s y los añadí com o refuerzo a m is m ejores uni dades. A l cabo de unas sem anas, cuando el batallón fue retirado, el oficial de aviación m e agradeció aquella decisión. S u s soldados apenas habían sufrido b ajas, y las experiencias vividas les h a bían convertido en poco tiem po en u n a excelente tropa. L a lucha se hacía m ás d u ra de d ía en dia. L os rusos insis tía n en sus ataques. E l tiem po, frío y húm edo, m inaba la resis tencia de n u estro s soldados. T eniendo en cuenta el hecho de que m uchos de m is soldados habían estado vagando du ran te sem anas en te ra s p o r la región antes de ser controlados por m is servicios d e recuperación, resultaba sorprendente que en todo el tiem po que d u ra ro n los com bates en la cabeza de puente no se p ro d u jeran m ás que seis o siete casos de deserción. L o s culpables, n a tu ral m ente, fueron juzgados p o r un trib u n al de la división. C uatro de los casos m erecieron la condena a m uerte. T ra s la confirmación del fallo p o r el m ando de las divisiones, se cum plieron las sen tencias. S in em bargo, la disciplina de la unidad no se relajó en ningún m om ento, y la m oral fue siem pre elevada. C reo que el siguiente hecho puede dem ostrarlo: L a ciudad de Schw edt h ab ía transform ado uno d e sus p a r ques en cem enterio de honor. L a s hileras de tum bas eran cada vez m ás num erosas. D esde luego, en com paración con las que experim entaban o tras unidades, n u estras bajas eran m ínim as, pero a pesar de ello m e angustiaba su creciente núm ero. N uestros caí
236
OTTO SKORZENY
dos no quedaban nunca en terreno enem igo o en tie rra de nadie: las p atru llas de choque salían de noche p ara recoger a los cam a radas m uertos y traerlos a nuestro lado. C reo que ahora las hile ras de tum bas del parq u e de Schw edt han sido allanadas... E n la división Schw edt tuve tam bién a m is órdenes a una com pañía de cosacos m andada p o r el cononel ru so S. Se portaron de u n m odo m uy valeroso. M ás ta rd e m e enviaron un regim iento rum ano. E n las ñlas de los batallones de caza luchaban noruegos, dane ses, holandeses, belgas y franceses. N o es exagerado decir que en la cabeza de puente de Schw edt com batió valientem ente una divi sión europea. A quellos hom bres luchaban p o r u n a E u ro p a U nida. E ste parece ser tam bién el objetivo de n u estra época, pero quizás a los europeos de la h o ra actual les falte la experiencia de la lucha hom bro con hom bro. N osotros tuvim os aquella experiencia, y su recuerdo no nos abandonará nunca. C ierto día se p ro d u jo una g ran alarm a. A l am anecer, los ru sos habían atacado con fuerzas considerables n u estra linea de de fensa principal a lo larg o de la c a rre te ra de K oenigsberg, a rro llándola. Pocas horas después tom aban tam bién el pueblo de G rabow , y se situaban a 3 kilóm etros del O der. E l cinturón de fortificaciones in terio r estaba p rep arad o p a ra la defensa. Con la com pañía de asalto y p a rte del batallón de zapadores, nuestras últim as reservas, iniciam os el contraataque. N os rechazaron. In sistim os, h asta que conseguim os acercarnos al pueblo. Tuvim os que reconquistarlo casa p o r casa. L os tanques y los edificios en llam as ilum inaban el nublado día. A vanzam os lentam ente, luchan do p o r cada calle, p o r cada tro zo de pared. Cuando alcanzamos la an tig u a línea principal de defensa e ra casi de noche. L os cam illeros estaban agobiados de trabajo. D elante de la pequeña iglesia del pueblo, m edio derrum bada por los cañonazos, yacían n u estro s m uertos. E n tre ellos se encontraban cuatro de mis antiguos com pañeros del G ran Sasso. E strech é en silencio la m ano del teniente Schw erdt, que había tenido u n a íntim a am istad con ellos. Cuando en tré en el reconquistado sótano, antiguo puesto
LUCHAM OS Y PER D IM O S
237
de m ando del batallón de paracaidistas, quedé asom brado al com p ro b ar que el teléfono seguía funcionando. L lam é al puesto de m an d o de la división p ara com unicar el final de la lucha y m e en te ré que el m ariscal G oering m e estaba esperando en Schwedt desde hacía varias horas. C ontesté que m e d irigía inm ediata m ente hacia allí. A l llegar al cuartel encontré a H erm an n G oering en su coche descubierto y rodeado de soldados. M e llamó la atención el hecho d e que G oering no llevara ninguna condecoración encim a de su uniform e gris. C uando le hube inform ado brevem ente de la situa ción, quiso v isitar n u estra cabeza de puente. M e m ostré de acu er do. P e ro a su séquito no pareció g u starle la idea. U n general g ru ñó, dirigiéndose a m í: — L e hago a usted responsable de lo que pueda suceder. M e encogí de hom bros. N o puedo n eg ar que aquella prim era v isita de categoría a n u e stra cabeza de puente m e llenaba de sa tisfacción. P oco m ás allá de N ied er-K ró n ig hice detener los dos coches. A p a rtir de aquel m om ento la c a rre tera quedaba bajo la observa ción directa del enem igo, y no quise que el cebo de los dos ve hículos p udiera a tra e r sobre el m ariscal del Reich el fuego de la artillería. E cham os a a n d a r p o r la cuneta, acercándonos al pue blo en llam as. D e cuando en cuando teníam os que dejarn o s caer al suelo, uno al lado del otro, alertados p o r el silbido de una g ran ad a rusa. A lo lejos vim os un tanque ruso en llam as .sobre la carretera. E n aquel momiento pasábam os p o r delante del em plazam iento de u n cañón antia.éreo del 8,8 de la Luftwaffe. — ¡H o la , clhicos! L o habéis hecho m uy bien — dijo Goering, señalando hacia el tanque. A continuación estrechó la m ano de todos los artilleros y les obsequió con g in eb ra y cigarrillos. U n cen ten ar de m etros m ás allá encontram os a la dotación de un cañón an titan q u e alrededor de su pieza. P ertenecía al B atacón de caza “ C e n tro ” .
238
OTTO SK ORZEN Y
— ¿ N o os apena n o h ab er sido vosotros los que lian acabado con aquel tan q u e? — p reg u n tó G oering en tono jovial. E l alférez enrojeció y se apresuró a d e c ir: — T engo el honor de inform arle, señ o r m ariscal del Reich, d e que el tanque ha recibido dos im pactos nuestros. G oering se echó a re ír y regaló tam bién g inebra y cigarrillos a aquellos hom bres. F inalm ente llegamos al pueblo. G oering lo observaba todo con m ucha atención. L os tanques le interesaban de u n modo espe cial. P o r v erd ad era casualidad no los habíam os volado aún, cosa que siem pre hacíam os inm ediatam ente después p a ra inutilizar por com pleto un tan q u e enem igo. E l m ariscal e n tró en el puesto de m ando del batallón y rep artió regalos. M i IA , que era fum ador de p u ro s, recibió u n a c a ja de excelentes vegueros. H a b ía oscurecido p o r com pleto y ordené que vinieran los coches. M e despedí de H erm an n G oering a la salida del puente de Schw edt. M ien tras el autom óvil del m ariscal del R eich se ale jab a , oí que u n centinela del puente d e c ía : — A p esar de todo, el gordo H erm an n es u n tío valiente. L o s rusos habían puesto de nuevo en funcionam iento el aeró d ro m o de K oenigsberg. Con n uestras b aterías antiaéreas del 10,5 procurábam os obstaculizar el trán sito aéreo. T eníam os u n obser vador en la to rre del cam panario de H o h en -K ró n ig , el cual nos avisaba p o r teléfono cuando un avión se disponía a aterrizar. A lgunos disparos bien dirigidos sobre la pista de ate rrizaje pro vocaron m ás de u n accidente. U n día relativam ente tranquilo decidí aprovechar la calma reinante p a ra dorm ir unas cuantas h o ras de u n tiró n . T en ía la cam a instalada en m i oficina. D e repente, m e despertó el tintineo de los cristales de la ventana. U n aviador ruso hab ia acribillado a balazos de su am etralladora to d a la fachada del edificio. Dos de los proyectiles pen etraro n en mi habitación. Incluso a mi perro L u x le pareció descortés aquella form a de d e sp ertar a la gente, y expresó su opinión con una serie de furiosos ladridos. U n a noticia difundida p o r la B B C inglesa nos divirtió mucho.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
239
M ás o menos, decía lo siguiente: “ E l conocido teniente coronel de las S S Skorzeny, que llevó a cabo la “ operación M ussolini” , ha sido nom brado general de brigada. A l m ism o tiem po le ha sido conñada la defensa de Berlín. E sto le convierte en el “ hom bre fu e rte ” de la capital del R eich” . Y , p ara condim entar debi dam ente la noticia, term inaba a sí: “ Skorzeny ha empezado ya a “ liq u id ar” a los elem entos poco seguros de la población del n o rte de B erlín .” D e m om ento, com o y a he dicho, la noticia me hizo reír. P ero luego recordé que, efectivamente, en la C ancillería del Rcich se había hablado de la posibilidad de utilizarm e de algún m odo para la defensa de B erlín. E ste hecho p o d ía haber dado origen a la “ fan tasía” de la B B C . P ero , ¿cóm o había llegado tan rápidam en te la noticia a In g laterra, burlando las m edidas de seguridad de la C ancillería ? H abíam os convertido el antiguo casino de oficiales del regi m iento de caballería de Schw edt en h o g a r de recuperación para soldados, los cuales pasaban allí unos d ías de descanso en tu rn o s de a 20. Q uien sepa p o r experiencia lo que significa u n a cama con sábanas blancas, u n c u arto de baño y una m esa bien puesta p a ra u n hom bre que se h a pasado m eses enteros en u n a trinche ra , com prenderá el entusiasm o con que fue acogida la in augura ción de aquel H o g a r del Soldado. Com o dato anecdótico citaré el hecho de que hubo que vencer m uchas diñcultades p a ra que se perm itiera el uso de los cubiertos de p lata en el hogar. A l cabo de unas sem anas no me preocupaba ya la idea de que n u estro frente podía d e ja r de resistir. E n algunos momentos, tenia la im presión de que iba a envejecer y a echar canas en Schw edt. D u ran te el día efectuaba continuos recorridos por las posiciones de la cabeza de puente, inspeccionándolo todo. P o r la noche m e ocupaba de los asuntos de E stad o M ayor. Casi dia riam en te recibía alguna visita procedente d e B erlín que apor tab a u n poco de novedad a la m onotonía de las jornadas. P o r regla general, los v isitantes m e estaban esperando a mi regreso de la cabeza de puente. V ivía tan dedicado a los problem as del
240
OTTO SKORZENY
sector ocupado p o r mi división que no pensaba dem asiado en los térm inos generales de la situación. Creo, sinceram ente, que era preferible que o cu rriera asi. Inesperadam ente, el 28 de febrero de 1945 m e llegó la orden de traslad o a B erlín. T odos los esfuerzos que realicé p a ra poder llevar conm igo algunas de m is tropas resultaron inútiles. In tu ía que los dos batallones y las unidades especiales estaban práctica m ente perdidos p ara mí. D isponía de un plazo de 4 8 ho ras para h a c e r entreg a de la división al nuevo com andante.
C a p ít u l o
X X V III
L a catástrofe en el O este. — E l puente de R em agen. — A c tuación de los hombres-rana. — E n las aguas heladas del R in . — Traslado a la fortaleza alpina. — P o r últim a v e z con H itler. — L a C ru z de Caballero con hojas de roble. — Unica esperanza. — Ju n to al m ariscal de Cam po Schoerner. — Ul tim o encuentro con Viena. — R u so s en m i suelo pa trio. —• D espedida. — A cción en la A u stria septentrional. — ¿U ltim o reducto? — 20 de abril de 1945. - E l F ührer ha m uerto: ¡v iv a A lem a n ia ! — A rm isticio . — U ltim os días en libertad.
A l principio no m e encontraba a gusto en B erlín. L as tareas del E stado M ayor, atado a una mesa de despacho, no eran de mi agrado. A dem ás, ah o ra me resultaban m ucho más difíciles, por que la m ayoría de mis oficiales habían sido trasladados a H of, en Baviera. E l problem a del abastecim iento era cada vez más grave. L a m ás eficiente de las organizaciones hubiera sido inca paz de atender al arreglo de los desperfectos que los continuos ataques aéreos aliados causaban en las instalaciones ferroviarias. C ierto día, O ranienburg fue objeto de un terrible ataque aé reo. U n a alfom bra de bom bas cayó a menos de un kilóm etro de
242
OTTO SKORZENY
distancia de F riedenthal. E r a evidente que aquel “ saludo’' iba destinado a nosotros. P o r la noche se desvanecieron n u estras po sibles dudas. U n a em isora inglesa dio la noticia de que el Cuartel G eneral del “ tristem ente célebre ra p to r de M ussolini, S korzeny” , habia sido objeto de u n ataque aéreo aliado y había quedado com pletam ente destruido. A pesar de que no desm entim os aque lla falsa noticia, se p ro d u jero n o tro s dos ataques. E l últim o de ellos, en abril de 1945, obtuvo un éx ito p a rc ia l: los rusos ocupa ron únicam ente las c u atro paredes del edificio. E l día 7 de m arzo de 1945 se p ro d u jo u n a catástrofe en el frente del O este. U n puente sobre el R in, a la a ltu ra de Rem agen, cayó intacto en m anos de los am ericanos. D u ran te varios días la aviación alem ana bom bardeó el puente, tra ta n d o de destruirlo, pero los bom bardeos resu ltaro n inútiles. U n a noche me ordena ron que m e presen tara en la C ancillería del Reich. E l capitán general Jo ld m e encargó la m isión de volar aquel puente con u n g ru p o de m is hom bres-rana. U nos aviones especiales se ocupa ría n de nuestro traslado. F u e la p rim era vez que acepté u n a m isión poniendo ciertas condiciones. L a tem p eratu ra del a g u a del R in e ra en aquellas fe chas de unos 6 a 8 grados centígrados, y la cabeza de puente am ericana tenía ya, co rrien te arrib a, u n a anchura de casi die? kilóm etros. E n consecuencia, tuve que ad m itir que las posibili dades de éxito eran m uy rem otas. L levaría m is m ejores hombres al lug ar previsto, pero, una vez allí, ellos m ismos decidirían si debían in te n ta r la difícil em presa. E l alférez Schreiber e ra el jefe de la com pañía de caza “ D anu bio” . Se com prom etió a llevar a cabo con sus hom bres aquella acción casi desesperada. T ran scu rriero n varios días antes de que consiguiéram os llevar desde el M a r del N o rte h a sta el R in las necesarias m inas-torpedo. A lgunos de los tran sportes fueron ata cados p o r los bom barderos enem igos y se quedaron en el cami no. C uando to d o estuvo dispueslo, la cabeza de puente, río arrib a, ten ía u n a anch u ra de 16 kilóm etros. E n m edio de la fría noche, los hom bres-rana em pezaron a ale
LUCHAM OS Y PER D IM O S
243
ja rs e de la orilla. L os faros de los am ericanos reco rrían incansa blem ente la superficie del agua. E l g ru p o continuó avanzando, a p esar del intenso fuego que b rotó repentinam ente desde la orilla opuesta y que causó varias b ajas. S u desilusión debió de ser te rri ble cuando, poco an te s de llegar a la m eta, tropezaron con varios puentes de pontones que el ejército am ericano había construido. A pesar de todo, colocaron las cargas explosivas. C uando alcan zaron la orilla, m edio m uertos, fueron hechos prisioneros. P o r este y p o r o tro s asuntos del servicio tuve que ir con cierta frecuencia a la Cancillería del Reich. E n cie rta ocasión me hicieron esp erar en la secretaria de H itler, donde el doctor S tum pfecker exam inó m i ojo. M ien tras estábam os allí se pre sentó u n a d am a: era E v a B raun, de cuya existencia oí hablar p o r p rim era vez en aquel m om ento. Ib a elegantem ente vestida y me pareció u n a persona sim pática y m odesta. N o llegué a co nocerla m ás a fondo, a p esar de que al serle presentado me invitó a visitarlas a ella y a su herm ana, diciéndom e que había oído h ablar m ucho de mí. O lvidé aquella invitación. P o r el doctor S tum pfecker m e en teré de que Fegelein solía asistir a aquellas veladas, y que a m edida que avanzaba la noche em pezaba a po nerse pesado y la em prendía c o n tra los subordinados que estaban presentes. N o quise exponerm e a u n a de aquellas escenas. A finales de m arzo de 1945 acudí una vez m ás a la Cancille ría, p a ra entrevistarm e con un oficial del E sta d o M ayor de la W ehrm acht. M ientras aguard ab a en u n a antesala, salió A dolfo H itle r de u n o de los salones contiguos. Q uedé horrorizado al ver a aquel hom bre encorvado, envejecido y agotado. A l verm e, se acercó a mi y m e tendió las dos manos. — Skorzeny, quiero darle las gracias p o r sus servicios en el fren te del O d e r — m e dijo— . S u cabeza de puente fue d u ra n te v arias sem anas n u estra única esperanza. L e he concedido la C ru z de Caballero con H o ja s de Roble, y d en tro de unos días se la en treg aré personalm ente. E ntonces p odrá inform arm e tam bién de sus experiencias.
244
OTTO SK ORZEN Y
M u rm u ré unas frases de g ratitu d . H itle r descendió con su séquito al “ b u n k e r” subterráneo. U n a noche, a! sonar la alarm a aérea, b ajé al refugio del p a r que zoológico, donde había sido establecido el hospital de la Luftw affe. A proveché la ocasión p a ra v isitar a mi IA , W ern er H u n k e , hospitalizado allí. L e encontré m uy anim ado y con g ran des deseos de que le dieran el alta p ara volver con nosotros. Allí conocí tam bién al coronel Rudel, jefe de u n a fam osa escuadrilla de stu ka s que había d estruido centenares de tanques rusos. H acía m uy pocos días que le habían am putado un pie, pero a pesar de ello el joven oficial confiaba en p oder volver a volar m uy pronto. L uego vi a H a n n a R eitsch, un soldado pequeño de cuerpo pero con u n espíritu gigante. Y o sabía cu án ta falta le hacía como pi loto al capitán general von G reim . C uando se lo dije, su rostro se ilum inó. E ra un idealista como hay pocos. — Si puedo volar, puedo su stitu ir a un soldado. P ro n to estaré de nuevo en el frente, donde está mi lugar como soldado alemán. E sta s fueron sus palabras de despedida. L a s baterías antiaéreas habían enm udecido y sali del refugio. P ocos dias después, el 31 de m arzo de 1945, recibí la orden de tra sla d a r mi E stad o M ayor a la llam ada “ fortaleza alpina” . D ada la inm inencia del inevitable final, supuse que el C uartel G eneral de! F ü h re r sería trasladado tam bién allí p ara hacer frente a los am argos acontecim ientos. In te n té de nuevo rescatar del frente del E ste por lo menos a aquellos de mis hom bres que poseían cierta experiencia de la lucha en las m ontañas. T ra s laboriosas gestiones obtuve la au to rización de traslado del com andante del Batallón de caza “ Cen t r o ” con 250 hom bres. E n consecuencia, íbamos a em pezar de nuevo con dos com pañías. E n H of, donde m e detuve p ara term in ar los preparativos del traslad o , m e llegó una nueva orden. D ebía d irigirm e inm ediata m ente a! puesto de m ando del capitán general Schoerner, situado en la M arca del E ste, p ara hablar con él del uso que podía hacer
LUCHAM OS Y PER D IM O S
245
del recién creado B atalló n de caza “ E s te I I ” . L a nueva form a ció n susituía al antiguo B atallón de caza “ E s te ” , aniquilado en H ohensalza. E m prendim os la m archa en un coche “ V olksw agen” , m i ofi cial ayudante, u n radiotelegrafista, el sarg en to B., mi chófer y yo. E l 10 de abril llegué al C uartel G eneral del G rupo de E jércitos C entro, a tiem po p a ra felicitar a Schberner por el bastón de m ariscal que acababa de serle concedido. A pesar de que mi contacto con él fue m uy breve, m e di cu en ta de que Schoerner e ra u n hom bre al que unos odiaban p o r su intransigencia y m uchos adm iraban p o r su valentía. L a s dos misiones especiales planeadas p a ra m is batallones de caza afectaban a dos puentes de ca rre tera situados d etrás de las lineas enem igas. U n a sem ana más ta rd e , los dos puentes habian sido volados. E l público de todo el m undo debería saber que todos los que e n aquellos m om entos se encontraban en p rim era línea perm ane cieron fieles a A lem ania h a sta el últim o instante. N o había que buscar los desertores en el frente, sino en la retaguardia. E n A lem ania, los saboteadores no se encontraban ju n to a los bancos de trab ajo , sino en los puestos m ás elevados. Si no, ¿cóm o se explica que en el otoño de 1944 los trab ajad o res del R u h r tra ta ra n de im pedir a bastonazos la huida de unidades desm oralizadas de la retag u ard ia del frente del O este? ¿Cóm o se explica que en los m eses posteriores los m ineros de las regiones inm ediatas a los cam pos de batalla b a ja ra n a sus pozos? Incluso de debajo de aquellos campos de batalla e x tra je ro n carb ó n para la defensa de la patria. Personalm ente, me consta que cuando los rusos estaban y a ju n to al O d er u n a fábrica de L itzm annstadt llam ó a Berlín p a ra p reg u n tar si podía rean u d ar el trab ajo . ¿Cóm o se explica que las fábricas de Silesia con tin u aran trab ajan d o cuando estaban a l alcance del fuego de la artillería ru s a ? L o s trab ajad o res seguían en las fábricas incluso cuando se abandonaban las posiciones avanzadas. E stab an convencidos de q u e los soldados alem anes volverían. P o r el inform e de un oficial del E stad o M ayor me enteré de
246
OTTO SK O RZEN Y
lo crítico de la situación en V iena. A l parecer, las tropas ene m igas habían p enetrado ya en la ciudad. M i preocupación por la unidad de caza “ S u reste” m e em pujó hacia allí. D eseaba tam bién v er a mi m adre y, a ser posible, traslad arla a un lugar m ás seguro. A estos m otivos se añadía un im pulso secreto, que no q u ería confesarm e a m í m ism o: deseaba v er p o r últim a vez V iena, m i ciudad natal. D espués de u n viaje de apenas seis horas llegué, procedente de K orn eu b u rg , a la c a rre tera V iena-F loridsdorf. E l espectáculo que ofrecía aquella carretera, llena de fugitivos, m e conmovió profundam ente. E n tre los que h u ían habia m uchos soldados que m archaban p o r su cuenta. Ju n to a una b arricada antitanque se p ro d u jo una pequeña e involuntaria interrupción. T endidos en la cuneta, varios heridos esp erab an ... U n b rigada m uy gordo, que a ju z g a r por sus “ con decoraciones” se había pasado la g u e rra apoltronado en el sillón de u n a oficina, pasaba en aquel m om ento m ontado en un carro en el cual viajab an o tro s cinco m ilitares de parecida catadura. Le g rité que d etuviera el carro , pero no m e hizo caso. M i radiotele grafista cogió las' riendas del caballo y le obligó a pararse. — ¿ N o v a usted a llevarse a esos herid o s? — le pregunté al brigada, conteniendo a d u ras pen as m i indignación. Señalando hacia atrás, m e d i j o : — E s tá to d o lleno. M e acerqué a m ira r la carg a y quedé asom brado. C onsistía en m uebles tapizados, divanes, mesillas de noche y otros enseres “ m ilitares” . Y u n a m uchacha, m uy guapa, p o r cierto. — ¡ D escarguen inm ediatam ente todo e s o ! — ordené en tono furioso. D esarm é al brigada y a los otros “ h é ro e s" y entregué las arm as a los heridos menos graves. Con su ayuda, el carro quedó descargado rápidam ente. A com odam os lo m ejor que pu dim os a los heridos de m ás gravedad y un soldado con la cabeza vendada em puñó las riendas. — D iríjase al hospital m ás próxim o — le dije.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
247
E l d estronado b rigada y sus com pañeros nos vieron m archar con m irad as que no e ra n precisam ente am istosas. E n situaciones criticas, el egoísm o lo arro lla todo. E m pezaba a oscurecer cuando e n tré e n la ciudad por el puen te de F loridsdorf. Se oía un lejano tro n a r de cañones. L as co lum nas de hum o señalaban los incendios. ¿D ó n d e estaba el frente? M e dirigí rápidam ente a la C om andancia M ilitar, instalada en el antiguo M inisterio de la G uerra, en el Stubenring. E l enorm e edificio estaba a oscuras. U n centinela m e inform ó de que el pues to de m an d o se encontraba en el H ofburg. L a s calles de la ciudad aparecían solitarias, todos los faroles estaban apagados. D e cuan do en cuando, una som bra se m ovía cautelosam ente pegada a la pared. N um erosas casas derrum badas atestiguaban que tam bién V iena habia sufrido las consecuencias d e los ataques aéreos. Al llegar a la plaza de los Suecos n o pude continuar a lo largo del m u elle: la casa donde habitaba mi h erm ano estaba sem iderruida y sus escom bros bloqueaban la calle. E n la oficina vienesa del batallón de caza “ S u reste ” m e en teré de que el com andante habia traslad ad o aquella m ism a tarde su puesto de m ando a K re m s; la com pañía de caza “ D anubio” ha bia abandonado tam bién su cuartel de en trenam iento de los Baños D iana. D ecidí v isitar a am bas unidades en m i v ia je de regreso. E n los am plios patios y soportales del H o fb u rg había muchos coches. E n u n o de los sótanos encontré a varios oficiales tra b a jando. A llí me en teré de que las tro p as enem igas habían alcanza do los suburbios de la ciudad p o r diversos puntos, pero que se luchaba c o n tra ellas. E n realidad, nadie pudo darm e u n a noticia concreta. E r a casi m edianoche. U n a de las cosas que quería h a cer e ra v isitar m i a n tig u a em presa. L a s calles oscuras estaban com pletam ente vacías y las barricad as m e obligaron a d a r m u chos rodeos. A I llegar al cin tu ró n de M atzleinsdorf oí u n intenso ru m o r de lucha a m i izquierda. L a ancha calle estaba bloqueada p o r las barricadas. M e apeé del coche en el in stan te en que delante de m í sur-
248
OTTO SK ORZEN Y
gian dos ñ g u ra s en la o sc u rid a d : eran dos policías vieneses, a r m ados con pistolas autom áticas y con cascos de acero. — E stam os encargados de la defensa de estas barricadas — me explicaron, con evidente ironía. H a sta entonces n o había visto tro p as ni posiciones de defen sa ocupadas. E n tales condiciones, ¿cóm o podía continuar la lucha? ¿C óm o podía defenderse V ien a con éxito? D ando m uchos rodeos llegué finalm ente a M eidling, donde estaba situada m i em presa. D esde el p atio divisé m is antiguas oficinas. M is hom bres se quedaron sentados en el coche. E l ruido de la lucha resonaba ta n cerca que to d a precaución e ra poca. E n la oficina principal encontré a mi socio y a su secretaria. A l ver me quedaron asom brados. L o que m e co n taro n no era m uy alen tado r. A quel m ism o día habían quedado cortados el gas, la luz y el teléfono. Se habian producido algunos saqueos de edificios públicos. Incom prensiblem ente, las autoridades habían prohibido a los p articulares abandonar la ciudad con sus coches, aunque, p or lo que pude ver, no todos los vieneses cum plían aquella o r den. M ás incom prensible resu ltab a el hecho de que n o se acu d iera a los depósitos de víveres existentes en la ciudad para aten d er a las necesidades de la población. E stáb am o s sentados a la luz de u n a vela. L a secretaria p re p aró un poco de té en u n infiernillo de alcohol. A gradecí muchí sim o aquella bebida caliente. N u e stra conversación giró casi e x clusivam ente alrededor del som brío fu tu ro : no h abía ya lugar p a ra o tro s pensam ientos. E l hecho de que V iena se hubiese con vertido en cam po de batalla y casi todos los frentes estuviesen d en tro del te rrito rio del Reich resultaba m uy difícil de digerir. ¿ H a b ría n sido inútiles los sacrificios que el pueblo alem án h a b ía realizado d u ra n te m ás de cinco añ o s? E n mi calidad de soldado n o podía p erm itirm e p en sar dem asiado en esas cosas. D ebía lim itarm e a cum plir con mi deber h a sta el final. B ajam os al patio. E n el g a ra je , m i coche particu lar reposaba sobre unos bloques de m ad era desde el com ienzo de la guerra. E n el p atio se habían reunido unas cu aren ta o cincuenta perso-
LUCHAM OS Y PER D IM O S
249
ñas, hom bres y m ujeres de la vecindad. A quélla noche, Viena. no dorm ía. M uchos de los allí reunidos m e conocían; algunos eran trab ajad o res de m i em presa. Sus saludos me emocionaron. ¿C uánto tiem po había tran scu rrid o desde que ejercía m i profe sión allí? M ás de cinco largos años de g u e rra me separaban de la v id a norm al. Súbitam ente se acercó mi chófer y m e m urm uró al o íd o : — H e visto varios tanques que se dirigían hacia el centro de la ciudad, y no creo que sean de los nuestros. H ab ía llegado el m om ento de m archarnos. N o tenía el m enor deseo de caer prisionero. M uchas m anos q uerían estrechar las m ías. U n obrero m u rm u ró : — L e deseam os m ucha suerte, señor ingeniero. T odos le re cordam os con afecto. A fortunadam ente, conocía V iena com o la palm a de mi mano. A vanzando p o r calles secundarias, llegam os de nuevo al cinturón de barricadas sin defensores. A h o ra se oían claram ente los dis paros de los cañones antitanques. L a noche estaba ilum inada por vario s incendios. L a ciudad, aparentem ente m uerta, aguardaba su destino con resignado fatalism o. E n el H o fb u rg encontré al ayudante de B ald u r von Schirach, jefe político de la provincia. L e conté en breves palabras lo que acababa de presenciar. Se negaba a creerlo. — Según todas las noticias, tenem os un frente sólido — m e dijo . L uego me llevó ante su jefe. “ U n a estancia dem asiado elegante p a ra puesto de m ando” , pensé al en trar. A dem ás, el jefe político provincial, B aldur von Schirach e ra “ Com isario de D efensa del R eich” . L e conté lo m ism o que acababa de contarle a su ayudante, añ ad ien d o : — D u ran te mi recorrido a trav és de V iena no he visto a un solo soldado alem án. L as barricad as están abandonadas. L o s ru sos pueden m eterse p o r donde les dé la gana. — Im posible — me respondió. M e explicó que el frente estaba cubierto por dos divisiones SS , e n tre otras. Al parecer, no tenía la m enor idea de los kiló
250
OTTO SKORZENY
m etros que podían ocupar unas divisiones diezm adas y agotadas. L uch arían desesperadam ente, desde luego. P e ro a veces n o basta la voluntad de lucha. R ecom endé a von Schirach que efectuase p o r sí m ism o u n recorrido de reconocimiento, o que enviase a algu ien que p u d iera inform arle verazm ente. B aldur von Schirach m e llevó ju n to a un m apa y allí desarro lló la operación que, según él, debía lib erar V iena. V a rias divi siones atacarían desde el N o rte y desde el O este, form ando una tenaza. E l plan e ra m uy parecido al que sirvió p a ra liberar a V ien a d u ra n te la g u e rra con los turcos, en 1693. E n aquella épo ca, el salvador de .V ien a fu e el p ríncipe Starhem berg. Aquellas explicaciones sobre el m apa, a la luz de las velas, en el profundo sótano del castillo im perial, m e p ro d u jero n u n a ex tra ñ a im pre sión. ¿A caso n o e ra o p erar con divisiones fantasm a? Y o sabía que n o ex istían aquellas tropas. R ecuerdo las palabras que pro nunció von Schirach al despedirse de m í : — A quí lucharé y aquí caeré. A l salir, p en sab a: “ ¿ H a r á B ald u r von Schirach lo que hizo H a n k e en B re sla u ? ’' E n la estancia contigua había varios am igos del jefe político, ex p erto s en m aterias de arte. A cepté un tentem pié que m e ofre cieron. M ien tras lo tom aba en tró el subjefe político, Scharitzer. Ib a de uniform e y regresaba de u n a inspección n o cturna por la ciudad. C onfirm ó lo que y o había dicho. E ntonces supe que al gunos de los oficiales de la com andancia de V iena habían esta blecido contacto con los rusos. ¿ P a r a q u é? ¿A caso podían evitar lo p eo r? H u b ieran podido evitarlo, caso de contar con la tropa. P ero , ¿de qué servía el batallón de servicio de patrulla, si no q u ería luch ar? E n las divisiones del fren te n o hab ía u n solo co m andante que estuviese con ellos. I-a ley de la m ayoría y del deb er e ra la que decidía siempre. Subí al coche y m e dirigí rápidam ente a la casa que ten ia al quilad a en Dobling. J u n to a la Iglesia de los Escoceses vi dos tanques alem anes parados. L a ciudad ofrecía el m ism o aspecto de a n te s : calles solitarias, barricad as ab an d o n ad as... E n los parques
LUCHAM OS Y PER D IM O S
251
rein ab a u n silencio m ortal. A lo lejos oíanse algunos disparos de fusil. B usqué en mi casa ap resuradam ente algunas arm as de c a z a ; ta l vez en los meses venideros se p resen tara la ocasión de utili zarlas. P o r lo dem ás, la vivienda estaba intacta. L o s oficiales ale m anes teniam os rigurosam ente prohibido sacar nada, ni siquiera u n insignificante mueble, de las zonas en peligro. M e atuve a aque lla prohibición. P ensé que las llaves y la vivienda com pletam ente instalada quedaban a m erced del enem igo... o del saqueador. M i chófer n o cesaba de recom endarm e que me diera prisa. L o s disparos de fusil resonaban ah o ra m ás cerca. Probablem ente b ajab an algunas patrullas especiales ru sa s desde el B osque de V iena. S in em bargo, no se oía ru id o de lucha. ¿ D ónde estaba el fren te ? Subim os al coche y nos dirigim os de nuevo a la ciudad. C uando llegamos a la casa en la cual vivía m i m adre la encontra m os tam bién sem iderruida. U n g ru p o de vecinos, que observaba los incendios desde el portal, se ap resu raro n a tranquilizarm e: m i m adre se había m archado de V iena unos d ías antes. M e dirigí de nuevo a la H o fb u rg y le expliqué al ayudante el aspecto que presentaba el oeste de la ciudad. — M añana, V iena estará en m anos de los rusos — !e dije. E l 11 de abril, alrededor d e las cinco de la m añana, nos en contrábam os de nuevo ju n to al puente d e F loridsdorf. M iré a mi alre d e d o r: sólo se divisaba el resplandor de los incendios. L os cañones tronaban a lo lejos. U n centinela del puente disparaba hacia alguna p a rte ... A quélla fue mi despedida de V iena. D u ran te los días que siguieron m e faltó algo de mi habitual em puje. A trav és de las carreteras de W ald v iertler, en las cuales no había tan to s em botellam ientos, alcanzam os u n a localidad de A us tria S eptentrional. D esde allí m andé u n m ensaje p o r ra d io al C uartel G eneral del F ü h re r. D e c ía : E n m i opinión, perderem os V iena h o y m ism o. Patrullas re forzadas de la W eh rm a ch t deberían controlar los m ovim ientos de retirada en las carreteras.
252
OTTO SKORZENY
Supuse que con m i radiogram a m e entrom etía en la ju ris dicción de otros servicios, pero, dado que tenía la orden de tra n s m itir inm ediatam ente al M ando las noticias im portantes, lo hice asi a pesar de todo, inform ando de la verdad. A los restos de los batallones de caza “ S u reste” y “ S u ro este” les habia dado la orden de retirarse a la fortaleza de los Alpes. H ab ían quedado casi “ consum idas” en las operaciones en el fren te y d u ran te las continuas retiradas. V arias unidades conti nuaban luchando, subordinadas a alg ú n Cuerpo. M e daba cuen ta de que la fortaleza de lbs A lpes sería el últim o cam po de batalla. E n realidad, el final estaba claro, a no se r que el C uar tel G eneral del F ü h re r nos reservase una g ra ta sorpresa. E n la A u stria S eptentrional se organizó u n servicio de p a tru llas y la interm inable corriente de fugitivos fue encauzada a tra vés de las carreteras secundarias a fin de que las principales vías de com unicación q u edaran libres p a ra el trán sito de los vehícu los de la W ehrm acht. L o s soldados dispersos eran incluidos en algu n a unidad. L o que ah o ra m e interesaba e ra la legendaria fortaleza de los A lpes. D esde hacía v arias sem anas se estaban fortificando las es tribaciones de los A lp es; pero, ¿habían alm acenado suficientes víveres y m uniciones? ¿ H a b ía suficientes depósitos de arm as? ¿D ó n d e se encontraba la oficina que coordinaba todos aquellos esfuerzos? P o r lo que habia visto h a sta entonces, cada jefe polí tico regional y cada com isario de D efensa del Reich pensaba únicam ente en su p ropia región. L as h o jas de roble que me habían sido concedidas m e fueron enviadas desde B erlín p o r u n correo especial. M e sentía orgulloso de aquella distinción p o r m is servicios en la cabeza de puente de Schw edt. E l nom bram iento de coronel de las W affen-S S estaría en camino. Sin em bargo, ya no me alcanzó. A m ediados de abril, el capitán R adI había recibido tam bién la ord en de d irig irse hacia el S u r. Llenos de alegría nos saluda m os en Linz. A llí se presentó tam bién el capitán F ., con sus 250 soldados del batallón de caza “ C en tro ” . D e nuevo dispo
LUCHAM OS Y PER D IM O S
253
níam os de un pequeño “ co n ju n to ” . C ierto día — el 1 de mayo, si m al no recuerdo— m e llam aron al E stad o M ayor de la W e h r m acht, establecido ju n to al lago K ónig. A l parecer, se disponían a luch ar en defensa de la fortaleza de los A lpes. Como último lu g a r de escape p ara el C uartel G eneral se había previsto el llano de G erlos. M e dieron la orden de fo rm ar el núcleo de un cuerp o de dos divisiones, el “ A lpenland” , con los restos de mis unidades. P e ro de m om ento no se podía hacer g ra n cosa, ya que disponía de m uy poco personal. N o tenía la m enor idea de la situación en el N orte. T al vez en algún rincón de A lem ania se había p rep arado un bastión de fensivo. O í hab lar de la fortaleza del M ar del N o rte "Schlesw igH o lstein ” , de las fortalezas "D in a m a rc a ” y " N o ru e g a ” , pero no pasaban de ser simples rum ores. L a orden del día del m ando suprem o de la W erhm acht del 20 de abril de 1945 afirm aba: B erlín continúa siendo de los alem anes y V iena volverá a ser alemana. A quel m ism o 20 de abril cayeron las p rim eras granadas rusas en el casco u rbano de B erlín. P a ra el entendido, sonaba como el gong p a ra el últim o asalto. R ecuerdo unas palabras de la procla m a de Goebbels con ocasión del "a n iv e rsa rio del F ü h re r” : L a fidelidad es lo que da valor a u n destino. ¿C uál sería nuestro destino, cuál el destino de E u ro p a ? La d e rro ta total de A lem ania, cada vez m ás próxim a, ¿ sería una solución? ¿ N o era posible encontrar o tro camino, un cam ino más positivo, p ara la E u ro p a eternam ente desunida? D esde luego, la g u e rra estaba d ecid id a; pero, ¿ quién ganaría la paz ? N os enteram os de una noticia que nos pareció in creíb le : H e r m ann G oering había dirigido un ultim átum a A dolfo H itler, sien do detenido a continuación. Seguram ente se trataba de un erro r,
254
OTTO SKORZENY
de u n m alentendido. E r a imposible que la g u erra term inase en m edio de la disolución y el caos. E l 30 de abril me enteré por la rad io de la noticia de la m uer te de A dolfo H it l e r ; había caído en B erlín, ¡a capital del Reich, que estab a cercada p o r los rusos. R euní a los oficiales de mi E sta d o M ayor y les di a conocer ¡a noticia. L a recibieron en si lencio, com o si esperasen algo m ás de mí. ¿Q u é debía decirles? M i breve discurso term inó con estas p a la b ra s: — E l F ü h re r h a m u e rto : ¡ viva A le m a n ia ! A l principio, la m uerte de A dolfo H itle r parecía u n hecho increíble. L uego, cuando la reflexión serenó m is pensam ientos, llegué a la conclusión de que el F ü h re r d e la G ran A lem ania de bía m o rir en su capital. N o podía se r testigo de su inevitable derro ta. L o s acontecim ientos de aquella época son dem asiado recientes p a ra pod er ju z g a r la personalidad de H itle r, ta re a re servada a los h istoriadores de los decenios venideros. P a ra m u chos alem anes, honestos y de buena fe, con A dolfo H itle r se perdió to d a esperanza d e u n fu tu ro feliz. S e nom bró u n nuevo G obierno del Reich, b a jo la jefatura del alm irante D oenitz, bien acogido en general. Sin em bargo, la g u e rra continuaba. D ado que la W erhm acht n o ten ía m ás altern ativ a que la rendición incondicional, debía seg u ir com batiendo h a sta el am argo fin. C om prendíam os que había que luchar m ientras hubiese un gobierno alem án que lo ordenase y u n trozo de tie rra alem ana sin ocupar. Sin em bargo, no nos atrevíam os a interrogarnos acerca del sentido de aquella lucha. D espués d e la g u erra, m uchas personas m e p re g u n ta ro n : — ¿ P o r qué seguisteis com batiendo? E r a una locura, e incluso u n crim en. A esa p re g u n ta sólo puedo contestar con u n a com p aració n : u n náufrago nada m ientras puede. S i a su lado pasa u n barco de lujo, los p asajero s de aquel barco tienen derecho a p ensar que los esfuerzos del pob re náufrago carecen de sentido y que sería preferible p a ra él ahogarse de u n a vez.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
255
P o r aquellos días capituló el E jé rc ito del S o r en Ita lia ; al parecer, el E stad o M ayor de la W eh rm ach t no estaba inform ado de la capitulación. E l 1 de m ayo recibí la ord en de organizar con unos cuantos oficiales la defensa de los puerto s del T irol m eri dional. E r a dem asiado tard e. Cuando u n ejército capitulaba, no pod ía establecerse n inguna nueva lin e a ,d e defensa. L u eg o llegó la últim a orden del alm iran te D o e n itz : A rm isticio a p a rtir del 6 de m ayo de 1945. L legada esa fecha, n o podrían efectuarse m ovim ientos de tropas. Y o había decidido m archarm e a las m ontañas con m is colaboradores m ás Íntimos. M is últim os grup o s de com bate tenían orden de esp erar m is posteriores dispo siciones. E l d ía 6 de m ayo estábam os sentados en u n refugio en la cum bre del D achstein. M e acom pañaban el teniente coronel W ., R adl, H u n k e y o tro s tre s oficiales. N o teníam os n ad a preparado. N os proponíam os m antener com unicación con el valle a trav és de dos chicas del servicio de trab ajo fem enino alem án. Teníam os que acostum brarnos a la idea de que todo había term inado, de que todo n u estro idealism o y toda nuestra buena v oluntad habían re sultado inútiles. A lem ania había perdido la g u erra. ¿S an aría E u ro p a con ella ? A quellos prim eros días en 1a m ontaña, gozando de la nieve y del sol, hubiesen sido unas vacaciones casi perfectas de no h aber p erd u rad o en nosotros las preocupaciones por el futuro. L a responsabilidad p o r m is hom bres representaba tam bién una carg a p a ra m í ; aú n estaban esperando níi ú ltim a orden. Cada uno de nosotros se entregaba a sus propios pensam ientos. ¿Q u é o tra cosa podíam os h acer? ¿H abíam os hecho realm ente todo lo que e ra posible h acer? Seguram ente se vilipendiará al soldado alem án, p ero no p o d rán reprocharle una falta de sentim iento del deber.
C a p ít u l o
X X IX
V a lo r para responder. — E l fin del nacionalismo. — Prisionero de guerra voluntario. — “ T o n ig h t yo u w ill hang”. — ¿ S ie m p re peligroso? — Oficiales esposados. —• Interrogatorio poco amable. —• Cada día algo nuevo: ¿está m uerto H itlerT — T ra to indigno. — E l dedo sobre el gatillo. — ¿F usilar? — A través de los m olinos del C IC . — U n oficial caballero so. — E n la celda de la cárcel.
Se m e ofrecían dos posibles soluciones: la huida al ex tran jero o el suicidio. P a ra m í hubiese resultado relativam ente fácil en c o n tra r un “ J u 8 8 ” que m e traslad ara a algún lugar seguro en e l e x tra n je ro . P e ro eso h ab ría significado abandonarlo todo: P a tria , fam ilia y cam aradas. ¿ E l suicidio? M uchos habían adop ta d o esa resolución. Sin em bargo, yo creía que mi deber me obligaba a co n tin u ar con m is cam aradas, a seguir viviendo con ellos. N o tenía nada de que avergonzarm e. H abía servido a mi p a tria lealmente, sin com eter n inguna injusticia. P o r lo tanto, pensé que no debía tem er nada de nuestros enemigos. P a ra mis cam aradas y p ara mí tenía que ex istir un nuevo comienzo. D esde el valle recibim os la noticia de que los am ericanos h a bían en trad o en R ad stad t y A nnaberg, y que establecerían cam-
LUCHAM OS Y PER D IM O S
257
pos de prisioneros de gu erra. D e m odo que se perfilaba ya nues tro próxim o futuro. D ado que sospechaba que el E jé rc ito U .S .A . m e estaba buscando, envié u n m ensaje a las tropas americarias estacionadas en el valle diciendo que n o p erd ieran el tiem po bus cándom e : d en tro de unos días m e en treg aría voluntariam ente. N o nos hacíam os n inguna ilusión acerca de lo que iba a ser nuestra estancia en el cam po de prisioneros, de m odo que que ríam os aprovechar unos cuantos días m ás la herm osa libertad de las m ontañas. A l propio tiem po, debíam os o rd enar nuestros pensam ientos, responder a los “ ¿ p o r q u é ? ” , a los “ ¿ p ara q u é?” y a los “ ¿cóm o?” que nos atorm entaban. D u ran te aquellos días, nosotros, soldados alem anes, llegamos a com prender m uchas cosas. H ab ía pasado la época de los es tados nacionales, del rígido nacionalismo. A h o ra debíamos ap u n ta r a objetivos m ás altos. T odos nosotros, antiguos enem igos y am igos de siem pre, debíam os en co n trar una solución “ europea” . N o debíam os renunciar a n u estro s ideales, sino proyectarlos a un plano m ás elevado. L a idea europea debía su rg ir espontáneam en te del caos reinante. Y era evidente que arraig aría m ejo r en aquellos que habían estado anim ados de un apasionado am or a la p atria, al tiem po que buscaban la unidad de E u ro p a y se habían m ostrado dispuestos a sacrificarse p o r e lla: los voluntarios que lucharon en las filas d e las W affen-S S. D el gobierno D oenitz no partiero n m ás órdenes a las fuerzas arm adas del Reich. N i siquiera sabíam os si continuaba existien do. P o r lo tanto, debíam os actu ar p o r cuenta propia. P u e sto que el cam ino hacia el campo de prisioneros de g u e rra era para noso tro s u n cam ino obligado, decidimos recorrerlo cuanto antes. L a nieve ta rd ía se fundía rápidam ente b ajo el sol de m ayo; así tendríam os u n a ru ta seca h asta el valle. E nviam os o tro m en saje a la unidad am ericana, solicitando un coche para ir a Salzb u rg o el 15 de mayo, a las 10 de la m añana. A llí queríam os pre sentarnos al E stad o M ayor de u n a división y pedir que nos d eja ra n re u n ir a todos los g rupos del cuerpo “ A lpenland” p a ra m ar ch ar en form ación al cam po de prisioneros de guerra.
258
OTTO SKORZENY
Convinim os en que me acom pañarían el capitán R adl, el ca p itá n H u n k e y, com o intérprete, el alférez P . L o s dem ás se uni ría n a l m ás pró x im o de nuestros g ru p o s, que se encontraba en u n valle cerca de R adstadt. C orrectam ente uniform ados y con n u estras a rm a s descendim os hacia el valle. C erca de A nnaberg vim os varias unidades de la W ehrm acht acam padas al lado de la carretera. E stab an esperando órdenes, que entonces partían de los am ericanos. N o s presentam os en el puesto de m ando de la unidád am eri cana.. A pesar de que el sargento estab a m uy ocupado, pues aca baba de recibir una orden de traslad o de su tropa, puso inm e diatam ente a nuestra' disposición u n coche p a ra el v iaje hasta Salzburgo. E l chófer, si no recuerdo m al, e ra un te ja n o senti m ental. P a ró delante de u n bar y quiso com prar una botella de vino. E n tré en el establecim iento con él y pagué. C uando reem prendim os la m archa bebió u n tra g o y nos entregó la botella, con estas p a la b ra s : — D rin k yo u , g u y s ’ T o n ig h t yo u w ill hang! E l alférez P . tra d u jo : “ Bebed, m uchachos. E sta noche mo riré is colgados” . E r a u n a invitación realm ente amable. B rin d é con m is com pañeros, d icien d o : — ¡ A n u estra s a lu d ! A p esar de los num erosos postes indicadores, n u estro tejano no encontró en S alzburgo el E stado M ay o r de la división. N os hizo ap ear delante de u n hotel que estaba lleno de m ilitares am e rican o s; dio m edia v u e lta ... y desapareció. E n los alrededores del hotel habia algunos oficiales alem anes ' ‘desm ilitarizados” que nos contem plaban con curiosidad a causa' de n u estras arm as. E ra la h o ra de com er y tuvim os que esp erar un poco. Finalm ente lle gam os a la presencia de un com andante U .S .A . que escuchó n u estro s proyectos y pareció aprobarlos. H iz o que nos acom pa ñ a ra u n teniente. D ebíam os dirig im o s de nuevo a S an Ju an , en el P ongau, y u n a vez allí solicitar d e la com andancia alem ana vehículos y órdenes p a ra reu n ir n u estro s g ru p o s cerca de R adstadt.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
259
D u ran te el v iaje, el teniente m e hizo saber que estaba infor m ad o de m i personalidad. N o me descubrió nada del otro m undo, y a que en Salzburgo m e había presentado con bastante claridad. C onversó conm igo — h a sta donde lo perm itían m is escasos cono cim ientos de inglés— de un m odo m uy razonable. H a sta enton ces, la cosa m archaba bien. P ero , ¿co n tin u aría igual? E n la com andancia alem ana de S an Ju a n conseguim os hablar con el general. A l vernos pareció tan sorprendido como los ofi ciales alem anes en Salzburgo. P o r p rim era vez vi cómo un ge neral alem án se ponía en posición de firmes an te un teniente am ericano. Q uedé anonadado. L a enérgica intervención del te niente U .S .A . pareció allanarnos el cam ino: nos prom etieron ve hículos y órdenes. T ra s despedirse am ablem ente, el teniente se m archó. T enía que reg resar a Salzburgo. C uando las órdenes estuvieron redactadas el general no quiso firm arlas y nos envió a un batallón U .S .A . acuartelado en W erfen. A quello no me gustó y le d ije a H u n k e que se quedara y seleccionara los vehículos prom etidos. R adl y yo iríam os a W erfen. Si al cabo de tre s horas no habíam os regresado, H u n k e avi saría p o r su cuenta a los gru p o s del cuerpo “ A lpenland” , para que cada uno de ellos pudiera decidir p o r sí m ism o si quería ir al cam po de prisioneros de g u e rra o in te n ta r la llegada a sus hogares. E n W erfen, el E stado M ayor del batallón U .S .A . se liabía instalado en una lujosa villa. R adl y el alférez P . se quedaron en u n a p rim era antesala. A mí m e llevaron a o tra antesala y me p resentaron a un capitán, al cual expliqué los m otivos de nues tra visita, rogándole que me firm ara las órdenes de m archa. M e d ijo que ag u ard ara unos instantes. L a espera se hizo especial m ente larga. F inalm ente m e con d u jero n a u n am plio comedor. M e hicieron sentar en una mesa. E n fre n te de mí habían dos ofi cíales am ericanos y un in térprete. R epetí mi explicación y volví a solicitar la firm a. Súbitam ente, las p u ertas de la estancia se abrieron de g o lp e : p o r todos lados m e apuntaban los am enazadores cañones de las
260
OTTO SK O RZEN Y
m etralletas. E l intérp rete m e pidió mi revólver. Se !o entregué p or encim a de la mesa, diciéndole: — Cuidado, está cargado. L o cogió con grandes precauciones. M e llevaron a una habitación contigua, donde tuve que vaciar todos m is bolsillos. A continuación m e reg istraro n concienzuda mente. M e devolvieron m is efectos personales, a excepción de mi reloj de pulsera. Em pecé a protestar. S in hacer caso de m is pro testas, m e sacaron de la villa. D elante de 3a p u erta principal había una colum na de vehículos. E n cabeza iba un coche blindado de reconocim iento, con el tubo del cañón vuelto hacia atrás, apun tando al p rim e r coche, en el cual debía m ontar yo, al parecer. Seguían dos jeeps, y cerraba la m archa o tro coche blindado, éste con el cañón apuntando hacia adelante. M e negué a subir al coche, diciendo que no lo haría hasta que hubiera hablado con el oficial acerca de mi reloj, u n excelente reloj deportivo O m ega, que había llevado d u ran te toda la guerra. T en ía m ucho valor p ara mí, y no estaba dispuesto a renunciar a él con tan ta facilidad. Finalm ente acudió el oficial e investigó cuál de los soldados se había apoderado de m i reloj. C uando me lo devolvieron, fui ta n ingenuo como p a ra colocarlo de nuevo en mi m uñeca. M is cam aradas R aid y el alférez P . estaban algo apartados. Al parecer habían pasado p o r la m ism a experiencia que yo acababa de vivir. T odos estábam os afectados p o r la sorpresa y algo pá lidos. Señalé la colum na de coches con un gesto, diciendo: — D em asiados honores p a ra nosotros. Subí al p rim er jeep. D elante, al lado del chófer, iba sentado un oficial (una posición algo arriesgada, en caso de que el cañón tuv iera que d isp arar c o n tra m í). A mi lado se sentó un G I con c a ra de pocos am ig o s; su pistola autom ática me apuntaba al es tóm ago. M e di cuenta de que no tenía echado el seguro y, ade m ás, m antenía el dedo sobre el gatillo. G ustosam ente le hubiese explicado lo peligroso que resultaba aquel modo de m anejar un
LUCHAM OS Y PERDIM OS
261
arm a. P e ro mi vocabulario inglés era insuficiente, y preferí ca llarm e. M is cam aradas habían subido a los otros dos jeeps. Empezó el viaje. Se había hecho bastante ta rd e y oscurecía ya. Cuando llegam os a Salzburgo e ra noche cerrada. M e llamó la atención un cuadro al que m e había desacostum brado: las ventanas es tab an ilum inadas y abiertas. L a oscuridad de tantos años perte necía al pasado. N os llevaron a un ja rd ín que se extendía de lante de un edificio. Encendí un cigarrillo y esperé. D e repente, fuim os atacados po r la espalda p o r varios hom bres. A ntes de que pudiéram os darnos cuenta de lo que había ocurrido teníam os las m anos atadas a la espalda. A mí m e condujeron al prim er piso de la casa. M e hicieron e n tra r en una habitación que daba al jardín. D os oficiales y un intérp rete estaban sentados ante una mesa. D elante de la ventana habían colocado una hilera de sillas, tre s de las cuales se hallaban ocupadas p o r m ilitares que no llevaban nin gú n distintivo. P o r los cuadernos de apuntes que tenían prepa rados reconocí en ellos a -u n o s p erio d istas; d etrás, en pie, había varios fotógrafos. M e flanqueaban dos G I. Sus pistolas autom á ticas apuntaban directam ente a m i ombligo. T odos los presentes me contem plaban con una e x tra ñ a curiosidad. M e sentí como un anim al salvaje acabado de cap tu rar. N o había com prendido aún que iba a su frir mi p rim er interrogatorio. U n o de los oficiales, un capitán, se dispuso a iniciar su tu rn o de preguntas. E n aquel m om ento m e di cuenta de que mi reloj de pulsera había vuelto a desaparecer de un modo inexplicable. E n mi fuero in tern o adm iré la habilidad del individuo que m e había despojado de él, pues r.o había notado absolutam ente nada. P ro testé en érgicam ente: p o r las esposas, y p o r el robo — ¿ o e ra un h u rto ? — de mi reloj. D ije que no contestaría a una sola pregun ta h asta que m e soltaran las esposas y me devolvieran el reloj. Dirigiéndom e a los periodistas, les rogué que explicasen 1a clase de tra to que se dispensaba a los prisioneros de guerra alemanes. T ran scu rrió m ás de m edia hora. Funcionó el teléfono, ya qu&
262
OTTO SKORZENY
el capitán no podía decidir nada p o r si mismo. L uego me quitaron las esposas y m e devolvieron el reloj. L a experiencia no me ha bía servido de lección, y volví a colocárm elo en la muñeca. E l capitán se encaró conmigo, pero le rogué u n m om ento más de paciencia. T odos m e m iraro n m uy ex trañ ad o s cuando me acer qué a la ventana. M ás tarde, incluso y o m e ex trañ é de no haber recibido algún balazo p o r la espalda. Sabía que m is com pañeros estaban abajo, en el ja rd ín , y Ies g rité : — ¿ E stá is esposados a ú n ? D esde abajo me llegó la voz de R a d l: — D esde luego. D¡ m edia v u elta y d eclaré: — H a sta que n o les quiten las esposas a m is cam aradas no contestaré. E l teléfono no tu v o que e n tra r e n funciones. A l cabo de unos instantes la voz de R adl d ijo : — T odo arreglado. M uchas gracias. M e acerqué de nuevo a la mesa. E m pezaron por com probar mi filiación. L uego se inició el in terrogatorio. R ecuerdo la p ri m era p reg u n ta: — ¿ E s cierto que quería usted asesinar al general Eisenhow er ? C reo que sonreí al contestar que no, ofreciendo u n a sencilla explicación: — Si en alguna ocasión hubiese recibido la orden de atacar de algún m odo el Cuartel G eneral aliado, h ubiera em pezado por tr a za r un plan. Y , de h ab er trazad o un plan, habría intentado lle varlo a la práctica. Y , de haberlo intentado, la operación habría tenido éxito, seguram ente. L os periodistas anotaban todas m is palabras. L uego, el interro g ad o r em pezó a h ablar de la “ O peración M us solini” . M e disparaba las p reguntas con una rapidez asom bro sa, de m odo que apenas podía d a r abasto con m is respuestas. L o que m ás Ies interesaba eran los detalles del ate rrizaje y la circuns tancia de que los italianos no hubieran disparado. C uando con
LUCHAM OS Y PER D IM O S
263
testé que todo había sido p revisto de antem ano, los interrogadores y los periodistas sacudieron sus cabezas escépticamente. — E n el año 1940 — expliqué— , los paracaidistas llevaron a cabo una arriesgada operación con tra la fortaleza de Eben-E m ael. E n aquella ocasión, los sorprendidos soldados belgas ta r daro n m ás de tre s m inutos en reaccionar y en hacer los prim eros disparos. C reí que en Ita lia dispondría p o r lo m enos del mismo espacio d e tiem po, m áxim e teniendo en cuenta que lo escabroso del te rre n o no podia hacer p rever u n ate rriz aje enemigo. A l parecer, aquella explicación satisfizo a m i auditorio. A continuación m e dirigieron una p re g u n ta que m e sorpren dió, aunque posteriorm ente tu v e que oírla centenares de veces. — ¿C ree u sted que H itle r ha m uerto? — E sto y com pletam ente seguro — contesté. — ¿ T ien e usted pruebas ? — m e p reg u n taro n a continuación— . ¿D ó n d e se enteró de la noticia de su m uerte? N o tenía n inguna prueba, desde luego. P e ro estaba conven cido de que la noticia facilitada p o r la radio alem ana era cierta, p orque H itle r no podía h ab er querido v iv ir el final de la guerra. L o s periodistas deseaban intervenir, p ero el capitán no se lo perm itió. F inalm ente m e sacaron de aquella habitación. D irigí una ú ltim a m irad a a mi reloj (en aquel m om ento n o sabía que e ra realm ente la últim a) y com probé que eran casi las doce de la noche. A penas m e había reunido con m is com pañeros en el jard ín cuando se repitió el asalto c o n tra nosotros, al estilo indio. Volvie ro n a esposarnos. E ntonces me di cuenta de que mi reloj había v uelto a desaparecer. M is protestas no sirvieron de nada. L os ca ñones de un p ar de pistolas autom áticas apoyadas contra mi es palda m e em pujaron hacia la calle. T uvim os que colocarnos ante los faro s encendidos de un ve hículo y cam inar m edio kilóm etro, aproxim adam ente, hasta un local lleno de soldados. Allí nos p erm itieron sentarnos a horcaja das e n u n a s sillas. C uando p regunté p o r n u estros relojes (m is ca m aradas tam poco tenían los suyos), aprendí u n a expresión m uy
264
OTTO SKORZENY
utilizada p o r los am ericanos: S h u t u p ! O sea: ¡C ie rra el pico! N os tuvieron allí sentados m ás de u n a hora. H asta entonces siem pre había pensado que una de las m ejores virtudes del sol dado alem án era la de saber esperar. N o ta rd aría en aprender que a los prisioneros de g u e rra alem anes nos enseñarían a tener que esperar. A continuación nos traslad aro n a o tro local, una antigua ta bern a convertida en calabozo. A p esar de la deslum brante clari dad de la lám para que ilum inaba el recinto, un soldado roncaba sonoram ente sobre u n ancho banco de m adera. U n com andante de E stad o M ayor estaba tum bado sobre un diván rojo, pero al pa recer no podía conciliar el sueño. A nosotros nos obligaron a sen ta rn o s en una tabla de m adera sum am ente estrecha que discurría a lo largo de la pared. L a postura, con las m anos atadas a la es palda, era m uy incómoda. E l centinela, p o r lo visto, había abusado de las bebidas alco hólicas y hubiera preferido descabezar un sueñecito. E sto expli ca, quizás, el m al h u m o r con que recibió n u estra llegada. Se de dicó a a p u n ta r su pistola alternativam ente al vientre de R adl, al del alférez P . y al mío. L o s cam astros que había en la habitación resultaban p a ra nosotros u n a especie de suplicio de Tántalo. E l perm anecer sentados se convirtió en una v erdadera to rtu ra. A l m ovim iento m ás insignificante el centinela reaccionaba con gestos y ruidos am enazadores. Con el hom bro del vecino inten tam os separarnos un poco el g o rro de la frente, cosa que por lo visto estaba prohibida. C uando puse u n a rodilla encima de la otra, tra ta n d o de apoyar la cabeza en ella, el centinela se me echó m aterialm ente encima, enfurecido. L a situación se hizo especialm ente crítica cuando el alférez P . experim entó una u rgente necesidad. A pesar de que se e x plicó en un inglés perfecto, el centinela se lim itó a soltar un S h u t u p ! y a m over su pistola de un m odo m ás am enazador que antes. A n te aquello, estuve a pun to de p erder el dom inio de mi m ism o y de buena gana m e h ubiera lanzado contra el centinela. R ad l, m ás tranquilo, evitó tal locura. M enos m al que en todo el
LUCHAMO'S Y PER D IM O S
265
día, ap arte de u n trocito de chocolate, n o habíam os com ido ni bebido nada. A m edida que pasaba el tiem po mi nerviosism o iba en aum en to. T enía las m anos entum ecidas, y supongo que lo m ism o les o cu rría a m is com pañeros. D ado que n o podíam os conversar, dis poníam os de tiem po p ara dedicarlo a n u estro s propios pensam ien tos. E l p rim er d ía había term inado m al. P e ro quizás aquella prue ba de paciencia sirviera p a ra algo. E r a lógico que m editase en el final de la g u e rra y de todas n u estras esperanzas. N o eran unos pensam ientos optim istas, precisam ente, pero de p ronto se m e o cu rrió una idea de signo p o sitiv o : donde había u n final debía e x istir tam bién u n comienzo, si se q uería seguir viviendo. Y el vivir ese nuevo comienzo podía d a r sentido a la existencia. N o todos tienen la su erte de poder em pezar de nuevo, aplicando al fu tu ro las experiencias del p asado... A quella p rim era noche de cautiverio acabó por pasar. Cuandos las p rim eras luces del am anecer penetraron a través de la ven tan a todo adquirió u n aspecto m ás amable. E xperim enté un sentim iento de lástim a p o r nuestro centinela, el cual, aparente m ente olvidado de sus com pañeros, había ag u antado toda la no che sin ser relevado. A caso tam bién p ara él la silla se había vuelto dem asiado dura. A lrededor de las nueve de la m añana — tenía que acostum brarm e a m edir el tiem po a ojo— m e condu jero n al p rim e r piso. Allí m e esperaba un com andante am ericano, esta vez sin pe riodistas. E m pezó a dispararm e una serie de preguntas, pero le di a entender que tenía que satisfacer unas necesidades más aprem iantes. E n p rim er lugar, le rogué que m e quitase las es posas, pues de no ser así no contestaría a n inguna pregunta. Mi dem anda fue atendida. D espués de h ab er m asajeado a conciencia m is m uñecas, p a ra restablecer la circulación de la san g re en ellas, pedí que m e perm itiesen ir al retrete. E ntonces me di cuenta de lo difícil que le resu lta a un prisionero quedarse solo. A continuación, y sin haberlo pedido, colocaron delante de mí una taza de café caliente y u n trozo de pan b la n co ; m ientras
266
OTTO SK ORZEN Y
desayunaba, el com andante inició su in terrogatorio. L as pregun ta s e ra n exactam ente las m ism as que m e habían hecho el día a n terio r. AI final, el com andante quiso saber tam bién si H itler estab a aú n vivo. C uando le contesté con u n a ro tunda negativa, sacudió la cabeza con aire de incredulidad. In sin u é prudentem ente si e n tre los am ericanos era habitual el esposar a los oficiales capturados, desposeerlos de sus relojes y, en térm in o s generales, tra ta rle s com o n os habían tratad o a noso tro s. E l com andante d ijo que lam entaba m ucho lo ocurrido y que m e traslad arían inm ediatam ente a u n a oficina superior, donde m e tra ta ría n adecuadam ente. Com o pude com probar posterior m ente, aquello significaba que me colocarían las esposas menos ap retad as y con las m anos delante, en vez de a la espalda: una m e jo ra b astante relativa C uando b ajé al patio, volvi a v e r a m is com pañeros: a ellos incluso les habían perm itido lavarse u n poco. V arios fotógrafos disparaban su s cám aras com o si tra b a ja ran a destajo. V i tam bién a tre s generales de la W eh rm ach t que, al p arecer, iban a ser con ducidos con nosotros. L uego salió de la casa un hom bre cuyo aspecto resultaba bastante cómico. P o r debajo de su abrigo aso m aba el pantalón de u n p ijam a azul celeste. Ib a en zapatillas, sin calcetines, y en la cabeza llevaba u n som brero que hacia juego con el abrigo. E r a el d irig en te del R eich doctor Ley. A pesar de lo serio de la situación no pude rep rim ir una sonrisa. L legó u n a colum na de vehículos, encabezada por u n jeep con u n a am etralladora m ontada en la p arte trasera. U n oficial de g ra duación su p erio r tra z ó un d ibujo en el suelo, explicando algo a los m ilitares que le rodeaban. A provechando la ocasión, R adl se inclinó h a d a m í y m u rm u ró : — N os van a llevar a alguna p a rte p a ra fusilarnos. E l m isterioso d ibujo parecía co rro b o rar aquella opinión. — E n tal caso, intentarem os h u ir — contesté— . E s preferible m o rir a cam po abierto que d ejarse llevar al paredón. — Si la colum na p en etra en un cam ino vecinal, h ab rá llegado el m om ento — su su rró Radl.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
267
Incliné la cabeza en señal de asentim iento. L a idea de recibir ■un balazo p o r la espalda no resultaba dem asiado agradable, pero m enos agradable aú n e ra la de d e ja rse conducir al m atadero como u n m anso cordero. M e hicieron su b ir al prim ero de los vehículos. A l parecer, allí n o se respetaban las categorías. D etrás de m í iban el alférez P . y R ad l, cada u n o en un jeep , a continuación e! d octor Ley y , final m ente, los tre s generales. E s ta vez iba escoltado por dos G I, uno a cada lado, apuntándom e con las inevitables pistolas autom áticas, los dedos apoyados negligentem ente en el g a tillo ; u n capitán se instaló enfrente de mí. C ruzam os las principales calles de Salzburgo. L o s tran seú n te s apen as nos dirigían u n a m irad a de cu rio sid ad : al parecer, y a estaban acostum brados a sem ejantes espectáculos. D e cuando en cuando, u n a m ano se levantaba p a ra saludarnos en secreto. A quélla era n u estra despedida de la patria. H acía u n calor bochornoso. N os detuvim os u n a vez a descan sa r ju n to a la cuneta, a la som bra de unos árboles. H a sta en tonces no habíam os abandonado la c a rre te ra general, de modo que n u estras sospechas eran infundadas. M ientras perm anecía echado sobre la hierba, com iendo u n trozo de chocolate que R adl m e había podido en treg ar con perm iso de los vigilantes, intentaba m over m is m anos d en tro de las esposas. H ab ía leído en cierta ocasión en una novela de E d g a r W allace que los delincuentes ex p erto s utilizan un tru co especial: cuando les ponen las esposas m antienen las m anos vueltas h acia afuera, y luego les resulta fácil deslizarías a través de los aro s de acero. P o r la m añana había m antenido las m anos de aquel modo. Y , efectivam ente, conseguí que la esposa de m i m ano izquierda descendiera h asta los nudi llos. E n aquel m om ento m e convencí de lo provechosa que puede ser la lectu ra de una novela policíaca. P o r la ta rd e llegamos a A ugsburgo. L a colum na se detuvo de lan te de un edificio de c u atro pisos. A l alférez P ., a R adl y a m í nos subieron al p rim er piso y nos hicieron esperar en la pe queñ a antesala de u n a oficina. N o tard aro n en reunirse allí varios
268
OTTO SKORZENY
oficíales, e n tre ellos el coronel Sheen, al cual y a he mencionado, y dos com andantes cuyos nom bres no recuerdo. L a cosa no tiene dem asiada im portancia, ya que, en mi opinión, me fueron presen tados b ajo unos nom bres supuestos. C uando protesté p o r el hecho de que nos hubieran esposado, el coronel Sheen ordenó que nos soltaran y m e dio su palabra de ho n o r de que sería la últim a vez que n os sucedería tal cosa. En adelante nos tra ta ría n como prisioneros de guerra. A continua ción entram os en la oficina, donde em pezó un interrogatorio de v aria s h o ras de duración. E l coronel Sheen y uno de los com an dantes se turnaban. Debo ad m itir que los dos caballeros estaban m uy bien inform ados. E n consecuencia, n u estra conversación dis cu rrió con una agradable fluidez. H ablam os de la organización de m is unidades. L os nom bres de m is colaboradores eran archiconocidos, de m odo que reconocí aquella colaboración. Cuando m e negué a citar m ás nom bres que los que eran del dom inio p ú blico, el coronel Sheen se "mostró m uy com prensivo. L o s dos ofi ciales deseaban conocer tam bién to d a clase de detalles acerca de la operación " G rifo ” . D ado que con ello no com prom etía a nadie, les inform e francam ente de todo. D u ran te un descanso m e d ejaro n solo en la habitación. M e acerqué a la ventana en el instante en que llegaba un cam ión de prisioneros, e n tre ellos v arias m ujeres. Q uedé sorprendido al re conocer en el grupo a uno de m is oficiales, el teniente K ., que en su calidad de ingeniero había dirigido la construcción de las ins talaciones de F riedenthal. D u ran te to d o mi cautiverio m e sucedió u n a cosa m uy cu rio sa: cada vez que veía una cara conocida ex perim entaba u n a alegría, incluso al verla, com o en aquel m om en to, de lejos. AI final del interrogatorio utilizaron conm igo un truco muy conocido. Súbitam ente, el coronel Sheen m e preguntó: — Sabem os a ciencia cierta que a últim os de abril de 1945 estaba usted en B erlín. ¿Q u é hacía usted allí? C ontesté que había salido de Berlín a finales de m arzo y que
LUCHAM OS Y PER D IM O S
269
n o volví a p isar la capital del Reich. E l com andante m e in terru m pió, diciendo: — E l capitán R adl h a adm itido ya su presencia en B erlín en aquellas fechas. — E n tal caso, hagan e n tra r a mi ayudante, para que pueda decirle que m iente. E n aquella época, el capitán R adl estuvo dia riam ente conmigo, y precisam ente en A u stria. S e p ro d u jo un largo silencio. L uego, el coronel Sheen m e ofreció un cigarrillo y continuó: — Coronel Skorzeny, sabem os que sacó usted a A dolfo H itle r de B erlín. ¿A donde lo llevó? Y o ya tenia p rep arad a m i respuesta. — E n p rim er lug ar — dije— , es un hecho evidente que A dolfo H itle r ha m uerto. D e haberle llevado a alguna parte, yo no esta ría aquí en estos m om entos. M e h ubiera quedado a su lado y no m e hubiese entregado voluntariam ente. E l coronel Sheen pareció qued ar satisfecho con. aquella e x plicación, p ero el com andante no las tenia todas consigo. E n su o stro podía leerse una p reg u n ta sin fo rm u la r: — E l hecho de haberse entregado voluntariam ente, ¿n o será u n tru c o m ás de ese condenado su jeto ? A p a rtir de entonces m e han form ulado m uchísim as veces la m ism a pregunta, y siem pre he dado la m ism a respuesta a ella. Y siem pre, tam bién, la persona que m e la había dirigido — gene ral o centinela, ju ez in stru cto r o periodista, inglés, francés, ruso, belga, holandés, o austríaco— acogía m is palabras con una e x presión de duda, sacudiendo significativam ente la cabeza. N i si quiera hoy he podido librarm e de esta clase de preguntas. Los m otivos p o r los que ta n ta gente quiere saber si A dolfo H itler está realm ente m uerto van desde el am o r al odio, desde el inte ré s histórico al p uro sensacionalismo. M is com pañeros habían sido som etidos a un interrogatorio sem ejante al mío. V olvim os a sentarnos ju n to s en la antesala, com iendo las raciones que nos dieron, am enazados por el ya
270
OTTO SK ORZEN Y
inevitable cañón de la pistola autom ática. P o r lo visto, los am e ricanos nos consideraban com o elem entos m uy peligrosos. D espués de com er nos hicieron v arias fotografías, destinadas a en g ro sar algún álbum de crim inales. D u ran te m i cautiverio m e fotografiaron p o r lo m enos diez veces. Creo que la com paración d e aquella serie de fotografías sería m uy interesante, y a que p e r m itiría com probar los progresivos estragos que iba produciendo en m i físico la “ hospitalidad” de los aliados. Com o detalle curio so, debo c ita r el hecho de que p a ra retra ta rm e utilizaron una m á quin a alem ana, “ L eica” p o r m ás señas. L a s sorpresas de aquel día no habían term inado aún. P o r la ta rd e m e llevaron a u n a habitación m ás am plia que la anterior. C reo que en ella se había reunido todo el E sta d o M ayor del C IC de A ugsburgo. M e hicieron desnudar, y el contenido de m is bol sillos desapareció en el in terio r de u n saco de lona. P o r desgra cia, m e olvidé de p e d ir u n recibo. T u v e que realizar algunos ejercicios físicos en tra je de A dán, p a ra m o stra r aquellas partes del cuerp o que requieren u n a posición especial para ser reg istra das. A p esar de m i fam a de saboteador, se convencieron de que n o llevaba encim a arm as secretas ni artefactos peligrosos. E n mi puerpo sólo habia algunas cicatrices bien ganadas, que p o r cierto se hicieron co n star en acta. T ra s devolverm e m is ropas, m e tra s ladaron a la cárcel m unicipal en unió n de m is com pañeros. N o s alo jaro n en celdas separadas. P o r m i p a rte tuve que so m eterm e a o tra m inuciosa investigación, que d u ró m ás de una h o r a ; luego m e d ejaro n solo en m i celda, p a ra que tuviera oca sión de p en sar e n lo que había sido m i segundo d ía de cautiverio. E n realidad no estaba so lo : los conocidos pequeños habitantes del lu g a r no ta rd a ro n e n d ar señales de v ida. M is experiencias ccono prisionero de g u e rra no eran dem asiado alentadoras, p e ro como sabia que al d ia siguiente m e traslad arían a u n sitio de m á s ca tegoría, es decir, al C uartel G eneral aliado, y m e habían dicho que a m ás categoria de prisión m ejo r tra to , m e d ejé ganar p o r mi antiguo optim ism o, tum bándom e en el cam astro p a ra d o rm ir toda la noche de u n tirón.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
271
A l día siguiente m e llevaron de nuevo a la oficina del coronel Sheen y volvió a em pezar el interm inable in terrogatorio. D u ran te largas h o ras hablam os de la organización de m is unidades de caza y de “ M il-D ” . P u d e darm e cuenta de que nos atribuían u n a im portancia y una influencia que estaban m uy lejos de re s ponder a la realidad. E n lo que respecta a la provisión de fondos, por ejem plo, el coronel S heen quedó asom brado cuando le expli qué que sólo estaba autorizado a firm ar p o r valor de 500 m arcos, o el equivalente de 50 m arcos en divisas. E n algunos m om entos, la conversación versó sobre tem as politicos. R ecuerdo que m e pregu n taro n , en tre o tras cosas: — ¿ N o h a escuchado usted nunca n uestras em isiones de ra dio ? ¿ P o r qué se h a negado a creer los hechos que hemos di fundido ? P od ía ju stificar perfectam ente m i n eg ativ a: ¿qué objetividad puede esperarse de u n a em isión de p ro p ag an d a? S i todo lo que las em isoras aliadas decían hubiese sido cierto, la “ O peración M ussolini” , p o r ejem plo, no se h ubiera realizado nunca. E l 10 de septiem bre de 1943, la ra d io inglesa difundió la noticia de que M ussolini había llegado a A frica com o prisionero de g u erra a bordo de un b arco italiano. D os días m ás tarde, M ussolini estaba libre y volaba conm igo hacia Alem ania. A I día siguiente nos traslad aro n a W iesbaden. L a escolta no e ra ta n num erosa como en el viaje a n te rio r; íbam os en dos jeeps. S in em bargo, la prom esa del coronel Sheen no parecía te n e r va lidez p a ra el oficial encargado de n u e stra conducción: a pesar de n uestras protestas, volvieron a colocarnos las esposas. E n aquel v iaje com probé que los am ericanos conducen sus vehículos a velocidades de vértigo. E n u n a de las p aradas que hicimos, pu d e calen tar sobre el m otor hum eante del jeep u n a la ta con nescafé.
C a p ít u l o
XXX
E n el Cuartel General aliado en W iesbaden.— Inesperado encuen tro con el doctor K altenbrunner. — Interm inables interrogato rios. — E l coronel “F ish er”. — ¿Seudónim o? — Una orden del día. — Casa de recuerdos.— “ L iberado” de todo.— L a cár cel. — 31 G 350086. — Cam pam ento de interrogatorios Obesursel. — “ M a k snel” . — Interrogatorio con película. — R e encuentro con Radl. — E x tra ñ o s fenóm enos.
Llegam os a W iesbaden de noche y nos dirigim os a una ofici n a del C uartel G eneral estadounidense, situada en la calle Bodelschw ingh. D espués de que la m asa de los G I's de servicio me h ub o contem plado a su a n to jo en tré en lo que durante las pró xim as sem anas iba a ser mí v iv ie n d a : una cabaña de m adera co n stru id a al lado del edificio. H ab ía cinco de aquellas cabañas, u n a ju n to a otra. T u v e que desnudarm e de nuevo y rep etir los ejercicios físicos. P e ro esta vez no m e devolvieron mi uniform e; m e entreg aro n a cam bio de él un b u rd o tra je de presidiario, que no e ra precisam ente del m ejor corte. Cuando cerraron la puerta de mi nueva “ vivienda” m e senté en uno de los ca m a stro s; h a bía o tro en la pared de enfrente, separado del mío por una mesita plegable. M e sum í en profundos pensam ientos. ¿ Q ué iban a tra e r
LUCHAM OS Y PERDIM OS
273
m e los próxim os d ías? A l cabo de un ra to se abrió la puerta y entró el sarg en to de guardia. M ás ta rd e m e enteré de que era profesor de alem án en una H ig h School am ericana. M e informó de u n a de las norm as de la casa, que debía cum plir a r a ja tabla: cuando tocaban en la p u erta debía ponerm e en pie y g rita r O key! Si no m e atenía escrupulosam ente a aquella regla no recibiría comida. V olví a quedar solo. H acía un calor bochornoso, y las venta nas no podían abrirse. E n el cam astro no había alm ohada. T odo eran incom odidades, p ero como la costum bre es u n a segunda na turaleza, al final conseguí quedarm e dorm ido. M e despertó el ru id o de la p u erta al abrirse. O í que e n trab a alguien y se echaba sobre el colchón del o tro cam astro. E n la oscuridad no pude re conocer a mi vecino. D e todos modos, no sentía la m enor curiosi dad ; lo único que quería e ra dorm ir. P e ro mi nuevo com pañero empezó a roncar, estropeándom e la noche. P o r la m añana, mi sorp resa fue m ayúscula: mi com pañero de habitación e ra nada m enos que el teniente general de las S S doctor K altenbrunner, jefe de la policía de seguridad alem ana. R esultaba fácil suponer los m otivos p o r los cuales nos habían puesto juntos. Probablem ente, unos oídos ansiosos perm anecían pegados a los auriculares de un teléfono conectado con los m icrófonos ocultos en n u estra cabaña. U n a m irada a trav és de la ventana m e perm itió ver los hilos que discurrían p o r el suelo, confirm ando m is sospechas. E l doctor K alten b ru n n er se sorprendió tam bién muchísimo al reconocerm e. Supongo que los que estaban a Ja escucha captaron perfectam ente n u estro s saludos y n u estras subsiguientes conver saciones. A un q u e no teníam os que com entar ningún secreto de E stado, puedo revelar un d e ta lle : fro tan d o el suelo con el pie, en un a habitación de m adera crujiente, los m icrófonos instalados en ella producen u n a serie de ruidos p arasitario s sum am ente desa gradables. E l doctor K alten b ru n n er y yo perm anecim os ju n to s en aquella habitación unos cinco días, aproxim adam ente. M e contó que ha bía sido in terrogado p o r un profesor d e historia inglés en tér*
274
OTTO SK ORZEN Y
m inos m uy correctos, lo cual le h acía sen tir un evidente opti m ism o acerca de su fu tu ro , optim ism o que yo no com partía. E n nuestras conversaciones no aludíam os p ara nada al pasado m ás próxim o. Preferíam os recordar n u e stra época de estudiantes o a m utuos conocidos austríacos. T am bién nos esforzábam os en tra ducir, con la ayuda de un diccionario, las noticias de algunos pe riódicos ingleses que nos facilitaban nuestros carceleros. Con gran sorpresa p o r n u estra parte, descubrim os la enorm e cantidad de vocablos am ericanos que no pueden ser localizados en u n diccio nario O xford. E n el tiem po que d uró mi estancia en la cabaña conocí a tres interrogadores. A l prim ero de ellos, un teniente, apenas lo recuer do. A l segundo le gustaba hacerse llam ar “ C aptain” ; m ás tarde m e en teré de que e ra u n funcionario civil. A ntes de la g u e rra ha bía vivido en B erlín, com o ciudadano alem án. M e dijo que se llam aba Bovais. N os entendíam os b astan te bien. E l tercero e ra u n coronel inglés que me fue presentado con el nom bre de F ish er. P e ro su v erd ad ero nom bre era el de una din astía bancaria m undialm ente fam osa. P erteneciente al Servicio Secreto inglés, carg ad o de tradiciones, estaba obligado a ser mi adversario m ás inteligente y el m ejor dotado de conocim ientos profesionales. A l cabo de poco tiem po, M r. Bovais resultó sum am ente có m odo. C ada d ía m e señalaba deberes p o r escrito sobre algún tema del interro g ato rio, que debía en treg arle al día siguiente. S i mi com posición respondía en can tid ad y calidad a sus deseos, m e fa cilitaba cigarrillos, periódicos y alg ú n que otro libro de autores prohibidos en el T e rc e r Reich. D ebido a esto, m i provisión de libros y cigarrillos fluctuaba bastante, p ero en térm inos generales no podia q uejarm e de los sum inistros, lo cual dem uestra que el interrogador, p o r su p arte, estaba satisfecho de m i. C uando volví a verle en N u rem berg, el añ o 1948, le recordaba con m ucho agrado. C on el coronel R ., alias F ish er, los interrogatorios se desa rrollaban de u n m odo m ucho m ás incisivo. O bjetivam ente, no
LUCHAM OS Y PER D IM O S
275
sacab a de m i m ás que M r. Bovais. A I p arecer, el coronel estaba especialm ente enfadado conm igo p orque m i unidad de abasteci m ientos había llenado u n a m ina abandonada de Salzburgo con una g ran can tid ad de explosivos, arm as y m uniciones, bloqueando des pués la en trad a. N o habíam os actuado a escondidas, ya que toda la población estaba enterad a del hecho. P e ro el coronel R . lo con sideraba com o un “ crim en de g u e rra ” . M e defendí, diciéndole: — Ig n o rab a que la posesión de explosivos, en tiem po de gue rra , p o r p arte de unos soldados alem anes, p udiera constituir un delito. E l coronel R . insistió. E fectuó u n v iaje a Salzburgo y obtuvo algunos ejem plares de m uestra de la m ina — que entretanto ha bía sido abierta— , en tre ellos una bom ba de m ano de nipolito y una bom ba de m ano con espoleta de percusión. Q uiso que le ex plicase los detalles de su funcionam iento, p ero al ver que las m a n ejab a con cierto descuido, p o r conocerlas bien, pasándom elas de u n a m ano a otra, el coronel se abalanzó sobre mi. M e acusó de in te n ta r hacerle volar ju n to con la cabaña. U n reproche comple tam ente injusto, ya que am aba dem asiado m i vida y no m e h u b iera expuesto a sem ejante peligro. P e rd í definitivam ente las am istades con el coronel R . cuando m e vi obligado a decirle una desagradable verdad. AI reprocharm e el hecho de que disponía de u n a excesiva cantidad de explosivos, re p liq u é : — E n tal caso, no debieron ustedes aprovisionar con tan; •, bom bas a los m ovim ientos de resistencia de F rancia, Bélgica y H olanda. Como puede u sted com probar, la m ayor p a rte de este peligroso m aterial procede de bom bas “ m ade in E n g lan d ” . N o so tro s hemos apreciado siem pre m ucho e sta m arca. N o sé si el in térp rete com etió a lg ú n e rro r de traducción, pero el caso es que el in terro g ato rio term inó bruscam ente. E l lector no debe desconocer los acontecim ientos cotidianos d e la vida de un prisionero de g u erra, que en aquellos m om entos se lim itaban a la comida, al aseo y a los interrogatorios. D e estos últim os y a he inform ado sucintam ente, y tal vez m e hiciera pe-
276
OTTO SK O RZEN Y
sado si insistiera en ellos, ya que en el fondo un in terrogatorio p arecía u n calco de otro. A cerca de la comida, lo único digno de m ención es el modo de servírm ela. T re s veces al día, llam aban a la p u erta. Como ya he explicado, al o ír la llam ada tenía que ponerm e en pie y g ri ta r O key, aunque con el tiem po llegué a prescindir de esa cere m onia y ni siquiera m e levantaba. U n G I filipino abría la puerta, m e m iraba con unos ojos cargados de m iedo y casi siem pre de ja b a caer en el suelo la bandeja, provocando con ello una dism inu ción del contenido del recipiente. L uego volvía a c e rra r la puerta con u n a rapidez increíble. D aba la im presión de que cada vez se alegraba de haber salvado la vida. P o r lo visto, m e habían des crito com o elem ento ta n peligroso com o una fiera salvaje. P a ra lavarnos y p ara o tra s necesidades nos llevaban indivi dualm ente a u n a de las cabañas. L a p u erta quedaba ab ierta y “ pro teg id a” p o r dos centinelas, m etralleta en m ano. T en ían la o r den de g rita r a p a rtir del p rim e r m inuto M a k snell (D ate prisa), repitiendo la advertencia a intervalos cada vez m ás cortos, y acom pañándola con gestos cada vez m ás am enazadores. N unca pude disponer de m ás de cu atro .m in u to s p a ra satisfacer m is ne cesidades fisiológicas, incluido el lavarm e. E l agua p ara lavarse estaba en u n cubo, en u n rincón. A pe sar de la severa vigilancia a que éram os som etidos, podía calcu larse el núm ero de habitantes de las chozas p o r el contenido del c u b o ; o tras averiguaciones resultaban imposibles sin el talento de u n Sherlock H olm es. Sobre u n a silla había una palaangana, al parecer procedente de u n a m ansión burg u esa de m ediados del siglo pasado. E l g rad o de hum edad de u n a toalla nos perm itía calcular el núm ero de individuos que la habían utilizado. Tam bién disponíam os de una pastilla de jabón ro jo . Con evidente orgullo llam aron n u e stra atención sobre el hecho de que aquel jabón ha bía sido fabricado y entregado p o r la g ra n aliada y herm ana R usia. U n p ar de veces a la sem ana nos afeitaba un italiano am eri canizado, que al parecer ejercía tam bién la profesión de F ígaro
LUCHAM OS Y PERDIM OS
277
«n la vida civil'. C on el tiem po llegué a acostum brarm e a su peli g ro sa costum bre de d e ja r de colocar en la m aquinilla el peine de la p a rte inferior, destinado a su je ta r la hoja. N o sería ju sto que d e ja ra de m encionar el hecho de que m is te r Bovais m e complació en dos de m is ruegos. E n prim er lugar, m e devolvieron m i uniform e casi intacto, a excepción del forro, q u e había sido descosido y continuaba prendido m ilagrosam ente a la tela p o r unos cuantos hilos. N o disponía de ropa interior, y a que la había puesto en la m aleta de R ad l, la cual se había “ p er dido ” . L o m ism o les había sucedido a m is objetos de aseo p er sonal. M r. Bovais tra tó de consolarm e p o r la pérdida, diciéndom e: — C om préndalo, quieren ten er u n recuerdo suyo. P o r cierto que m e regaló uno de sus pañuelos. A l cabo de quince d ías de haberlo solicitado, m e concedieron perm iso p a ra p asear p o r el ja rd in de cinco a diez m inutos dia rios, siem pre p o r la noche. L a s noches en que no me sacaban a paseo suponía que no disponían de suficientes centinelas. A todas m is dem ás peticiones, propias de un prisionero, M r. Bovais res pondía invariablem ente: — I ’m sorry, it is against the rules (L o siento, va contra las reglas), o el habitual I'll see w h a t I can do fo r yo u (V eré lo que puedo hacer p o r usted). E n aquellos días m e p resen taro n una lista de los objetos de valor y condecoraciones de que m e habían desposeído, p a ra que la firm ara. L a lista distaba m ucho de se r com pleta, ya que en ella se habían om itido — seguram ente p ara simplificar— las cosas que faltaban. D ecidí ano tarlas en o tra lista y m e prom etieron realizar las o portunas investigaciones. S in em bargo, el cam ino desde A ugsburgo a W iesbaden es m uy largo. E l hecho de que no me hubiesen entregado ningún recibo resultaba m uy práctico, ya que la lista del “ h a b e r” se reducía cada vez m ás, en tanto que mi lista del "d e b e ” crecía continuam ente. L o poco que m e quedaba a l lleg ar a N urem berg m e fue robado p o r u n buen Camarada, que en tre o tras cosas ejercía el oficio de “ chiv ato ” . E ntonces quedé
278
OTTO SK O RZEN Y
definitivam ente liberado del apego al d inero y a los bienes m ate riales. M i cum pleaños, el 12 de junio, lo celebré con m uy poca rop a encim a, y a que fue u n día m uy caluroso. A l atardecer, el sarg en to dejaba la puerta abierta d u ran te u n a m edia hora, apro xim adam ente, con u n centinela de g u ard ia delante de ella. A u n que estaba rigurosam ente prohibido, a veces intercam biaba algu nas palabras con el centinela en cuestión, un h ú n g a ro nacionali zado am ericano. C uando se enteró de que yo e ra vienés, tiró a m is pies u n paquete de cigarrillos "C a m e l” . N un ca olvidaré a aquel G I. E l calor era cada vez m ás intenso y la estancia en el barracón resultaba m ás desagradable a m edida que avanzaba el verano. H ab ía tran scu rrid o casi u n a sem ana sin que m e viera som etido a ningún interrogatorio. ¿ H a b ría n term inado ya p a ra m i? N o me decidía a creerlo. E l 21 de ju n io — puedo señalar las fechas con exactitud, porque había confeccionado u n pequeño calendario, el cual, cosa curiosa, conseguí salvar de u n g ra n núm ero de regis tros— , el sargento m e hizo salir del b arracón diciéndom e que te nia o rden de acom pañarm e a la villa, donde varios oficiales de alta graduación deseaban hab lar conmigo. C uando me disponía a vestirm e, el sarg en to m e aconsejó que m e p resentara ta l cual iba, p a ra que en las altas esferas se d ieran cu en ta del insoportable calor que reinaba en mi alojam iento. N o soy p ersona que se haga repetir dos veces un buen consejo. M i aspecto debía ser sum a m ente cóm ico: llevaba u n pijam a em papado en sudor y con m u chos ag u jero s en las m angas, y u n a s toscas zapatillas de m adera. A l p e n e tra r en el am plio vestíbulo de la villa m e sentí avergon zado. M e encontraba delante de tre s generales y de otros altos oficiales del e jé rc ito am ericano. C reo que tartam udeé u n a dis culpa, p ero los oficiales, sin d e ja r de ap reciar el aspecto cómico de la situación, se m ostraro n m uy com prensivos. E m pezaron ofre ciéndom e u n w h is k y ; com o p erso n a cortés y capaz d e saborear u n buen w h isk y no podía rechazarlo. N u e stra conversación versó principalm ente sobre algunas fa cetas de la “ b attle of th e bulge” . T u v e ocasión de apreciar la
LUCHAM OS Y PER D IM O S
279
sorp resa que aquella ofensiva había representado p a ra los aliados, y lo cerca que habíam os estado de n u estro objetivo, el M osa. L o s oficiales, p o r su p arte, reconocieron el esfuerzo realizado por las agotadas unidades alem anas, y m e confesaron que la serie de rum ores que habíam os puesto en circulación habían significado u n m edio de Ju c h a de carácter nuevo y d e insospechados efectos. F inalm ente, se habló tam bién de la fam osa cuestión del supuesto ataq u e al C uartel G eneral aliado. U n a vez más, repetí m is a r gum entos. T en ía la sensación de que m is explicaciones eran aco gidas de un m odo inteligente y com prensivo. A quellos hom bres, al fin y al cabo, e ra n soldados, de los que saben respetar al ven cido. C reo que después de n u estra conversación de buena gana me hubiesen ayudado y procurado u n alojam iento m ás habitable. Sin em bargo, com o o cu rre tan tas veces, la buena voluntad de unos cuantos n o puede im ponerse a la m ayoría, y en ocasiones se con v ierte en contraproducente. A l día siguiente m e trasladaron a la cárcel m unicipal de W iesbaden. A llí m e esperaba una celda es pecial. L o p eo r de esa clase de alojam ientos es la falta de perspec tivas al ex terio r que suelen o fre c e r; p o r eso tra té de p ro cu rá r m elas desde el p rim er día. L a prisión no había escapado a los efectos de los bom bardeos aéreos y apenas e ra habitable. E n m i celda, p o r añadidura, la e n re ja d a ventana estaba protegida con un g ru eso y opaco cristal que im pedía m ira r al exterior. E n m i p rim er registro de la celda, que efectué inm ediatam ente después de hab erla ocupado, tuve la su erte de encontrar el m ango d e u n a cuchara ro ta, m uy apro piado p a ra rascar la m asilla con la que estaba fijado el cristal. D ediqué a aquella ta re a la segunda n o c h e ; a la m añana siguien te, el cristal había desaparecido; h ubieran podido encontrarlo, hecho añicos, sobre un m ontón de escom bros de u n patio conti guo. A hora podía ten d er librem ente la vista hacia dos p a tio s ; el esfuerzo había valido la pena. H abíam os convenido con K a rl R adl com unicarnos por m e dio de un silbido que serviría p ara reconocem os. C uando utilicé
280
OTTO SK O R 2E N Y
aquella especie de contraseña p o r p rim era vez, recibí una res pu esta casi inm ediata. R adl m e explicó m ás ta rd e que m i silbi do, com pletam ente desafinado, e ra inconfundible. P ude com pro b a r que mi cam arada se hallaba alojado en el prim er piso de la cárcel, u n poco a la izquierda y debajo de m í propia celda. Al alférez P . le habian enviado ya a un cam po de prisioneros. P u dim os com unicarnos m utuam ente que estábam os bien de salud y que no habíam os perdido el ánim o. E sto era lo principal. E n n u estra situación no debíam os in c u rrir en el pecado de envidia p o r la suerte de o tro s cam aradas que, al parecer, e ra algo m ejo r. E n el p atio situado inm ediatam ente debajo de m i ventana había seis o siete barracones de m adera com o el que m e sirvió de residencia antes de in g resar e n la cárcel. L os presos que los ocupaban, todos “ nazis” y “ m ilitaristas” , podían m overse libre m ente d u ran te el día y sólo p o r la noche eran encerrados en los barracones, en tre los cuales había incluso u n a pequeña exten sión de césped. Con el tiem po llegué a conocer p o r su nom bre a todos mis com pañeros de c a u tiv e rio : incluso llegamos a presen tarn o s m utuam ente. E r a n dos altos oficiales de las SS, tres fun cionarios del M inisterio de A suntos E x terio res, varios oficiales del E stad o M ayor C entral, u n paisano h ú n g aro y u n hindú. P o r m i p arte, m e alegraba cuando veía ju g a r u n a p a rtid a de bridge en el patio, o cuando u n entusiasta del d eporte hacía ejercicios gim násticos sobre el césped. E s posible que o tro s presos me envidiaran el paseo que me autorizaron a d a r p o r uno de los g ran d es patios, dos veces al día. L o s centinelas eran m ás am ables que los que había encon tra d o hasta entonces, y mi paseo se prolongaba frecuentem ente m ás de los quince m inutos prescritos. P o r cierto que siempre estab a solo. E n el patio había incluso un estanque n a tu ra l: un enorm e socavón producido p o r una bom ba de g ra n potencia, que el a g u a de la lluvia se había encargado de llenar. P o r desgracia, no ta rd a ro n en prohibirm e que u tilizara el estanque como piscina, por razones de higiene. E n el curso de aquellos paseos llegué a conocer a todos los habitantes de la cárcel, pues me dedicaba a
LUCHAM OS Y PER D IM O S
281
observar atentam ente todas las ventanas. E n aquellos días llega ro n tam bién algunos oficiales d e m is unidades de caza. L a vida en la cárcel de W iesbaden tenía algunos aspectos notables. E l edificio e ra m uy antiguo, y las instalaciones higiéni cas se encontraban a su nivel. P e ro tam bién allí tu v e suerte, por lo m enos en una cosa. Con el paso del tiem po llegué a conocer m u y bien a algunos de los centinelas, los cuales m e perm itían en tra r, p o r lo menos u n a vez al día, en un cu artito en cuya puerta figuraba el siguiente c a r te l: F o r am ericans only (Sólo p a ra ame ricanos). S in em bargo, no se podía cam biar el hecho de que p a ra to d a una galería, es decir, p a ra 30 celdas ocupadas por cincuenta inquilinos, había u n solo desagüe, en el cual debían lavarse to d os los recipientes de las celdas, incluidos los que se utilizaban p ara com er. R enuncio a describir el aspecto que ad q uiría aquel cuartucho cuando se producía u n atasco en la cañería. P a r a la~ v arao s disponíam os de un lavabo oxidado, reliquia de u n a celda m onástica de la E d a d M edia. P e ro el hom bre acaba por acostum b ra rse a todo. Em pecé contando m i cautiverio por sem anas, las cuales iba anotando en la pared, im itando los calendarios que figuraban y a en ella y que se rem ontaban a los años veinte. L uego pude contarlo p o r m eses, y p o r trim estres. E n la celda situada inm ediatam ente debajo de la m ía había u n e x teniente de la L uftw affe. M ás ta rd e m e en te ré de que le habían detenido en su calidad de antiguo N S F O (dirigente del p artid o nacionalsocialista). P o r él pude enterarm e, en el curso de conversaciones de v en tan a a ventana, de la su erte que habían corrid o algunos am igos míos. P o r m otivos que desconozco, habían castigado al pobre teniente a n o fum ar. N aturalm ente, le hice llegar num erosos cigarrillos, em pleando la antigua técnica del cordel. E n aquella cárcel fu i in terrogado tam bién p o r dos oficiales franceses. M e co n taro n que uno de los oficiales del batallón de caza “ S uroeste” se encontraba cautivo de los franceses, pero no conseguían hacerle hablar.
282
OTTO SKORZENY
— N o creo que vengan a pedirm e que le dé la orden de que liable — les dije. L o s oficiales, que e ra n unos caballeros, se echaron a reír, diciéndom e que m e habían contado aquello en elogio de la acti tu d de m i antiguo subordinado. P o r ellos m e enteré tam bién de qu e u n o de los pocos agentes pagados que tra b a jó p a ra nosotros había estado haciendo u n doble juego, cobrando de los dos ban dos. P o r cierto que d u ra n te la g u e rra habíam os sospechado de aquel individuo, p ero no llegam os a obtener n inguna prueba defi nitiv a. L a conversación se desarrolló en unos térm inos ta n am is tosos, que n o dudé en p resagiar lo m ejo r p a ra la fu tu ra convi vencia de los pueblos de F ra n c ia y Alem ania. M ister Bovais m e visitaba de cuando en cuando. Sus pregun tas eran sim ples repeticiones de las que ya m e había dirigido ha cía tiem po. L ástim a que n u estras opiniones continuasen siendo radicalm ente distintas. D urante aquellas p rim eras sem anas había reu n id o u n a considerable cantidad de experiencias acerca de mis interro g ad o res y de sus diferentes m étodos. P e ro du ran te los tre s años que siguieron pude .convencerme de que u n prisionero n u n c a h a aprendido lo suficiente. T am bién al coronel R . llegué a conocerle b a jo o tro aspecto. C om o y a he dicho, n o éram os m uy buenos amigos. A m ediados d e ju lio v in o a visitarm e de nuevo. M e entregó u n docum ento en «1 cual figuraban tre s preguntas, a las que ten ia que contestar ■“ s í” o “ n o ” . Y o sabía la clase de respuestas que el coronel es p era b a de mí, p ero no podía dárselas, p orque no correspondían a la verdad. E l coronel R . m e concedió u n a h ora de tiem po para pensárm elo, diciéndom e com o quien n o q uiere la cosa que en In g la te rra se utilizaban unos m étodos m uy "d istin to s” p a ra in te rro g a r a los prisioneros, y que no le costaría n ad a facilitarm e u n billete de avión p a ra las Islas B ritánicas. Contesté el docu m en to de acuerdo con m i conciencia. P o steriorm ente he sabido d e cam aradas que, en circunstancias sem ejantes, veían flaquear su voluntad. N o puedo reprochárselo, ya que sé p o r experiencia
LUCHAM OS Y PER D IM O S
283
lo que significa encontrarse som etido a u n a presión de tal na turaleza. A I cabo de u n a h o ra vinieron a buscar el documento. E sp erab a mi traslad o de u n m om ento a otro. M i provisión d e cigarrillos quedó casi agotada, p orque sabía que u n traslado representaba p erd er lo poco que se tenía. P e ro mi sorpresa fue m ayúscula al v er que se ab ría la p u erta y entraban en mi celda vario s sargentos am ericanos. E n vez del clásico L e t's go (V ám o nos), los am ericanos m e palm earon am istosam ente el hom bro y m e regalaron varios paquetes de cigarrillos. Según pude dedu c ir de sus palabras, el coronel R . m e había descrito como un fin e boy (u n m uchacho excelente). T am bién en la cárcel de W iesbaden tuve que firm ar el dicho so recibo de los objetos de valor que m e guardaban. L a lista de la s “ pérd id as” se hizo m ás extensa. A dem ás, en W iesbaden m e diero n u n núm ero de prisionero de g u e rra que había de acom pañ arm e d u ra n te los m eses siguientes: 31 G 350.086. N o he po d id o olvidarlo. E l 30 de julio de 1945 se inició el traslad o de los presos de la cárcel de W iesbaden, de acuerdo con u n p lan sum am ente com plicado. L o s presos, reunidos en pequeños grupos, eran condu cidos a una estancia en la cual debían a g u a rd a r v a rias horas. L ue g o se form aban otros gru p o s que pasaban a ocupar los vehículos que estaban esperando. E n la sala de espera pude obsequiar a u n ancian o general, al que n o conocía, con unos cuantos cigarrillos. P ocas veces he visto ilum inarse un ro stro con tal expresión de felicidad. L o s hom bres de edad avanzada sufrían m ucho m ás que noso tro s con aquel estado anorm al de cosas. U n a vez en la calle, antes de m o n tar en el coche que m e ha b ía sido asignado, silbé a la intención de R adl. A l o ír su res puesta, supe que tam bién él iba a ser trasladado. N os llevaron al cercano O berursel, u n antiguo cam po d e aviación que ahora se h ab ía convertido es el "C a m p K in g ” . L a s celdas, construidas en el in terio r de unos barracones de m adera, eran m ás pequeñas que las d e la cárcel de W iesbaden, p ero m ucho m ás lim pias. L a m ía estaba m arcada con el n ú m ero 94. E n la puerta, había u n a ta r
284
OTTO SKORZENY
je ta con una raya transversal de color rojo. E n o tra s puertas las ray as eran azules o verdes. N o llegué a p en etrar en el secreto de aquellas rayas, aunque llegué a la conclusión de que una raya ro ja significaba algo así como “ C uidado, hom bre peligroso” . Loslavabos limpios fueron una agradable innovación p a ra nosotros, aunque el habitual m a k snell no nos p erm itía gozar del todo del placer del a g u a corriente. O tra novedad eran las señales autom á ticas que podían accionarse desde el in terio r de la celda cuando nos aprem iaba alguna necesidad. L a señal podía ser interrum pida desde fu e r a ; entonces e ra cuestión de agu an tarse y esperar. R e petir inm ediatam ente la señal significaba ten er que ag u ard ar has ta la noche. In c u rrí una sola vez en ese e rro r, y no m e quedaron gan as de rep etir la experiencia. P o r las noticias m urm uradas de ventana a ventana me enteré de q u e H a n n a R eitsch se encontraba tam bién en O berursel. A u n que n o com prendía p o r qué presuntos “ crím enes” había sido de tenida aquella valiente aviadora, m e alegró saber que continuaba viva. E n tre s ocasiones el sargento de vigilancia ordenó que saca ra n de m i celda el je rg ó n poco antes de la h ora de acostam os, sin devolvérm elo a la m añana siguiente. E l jerg ó n no era dema siado cóm odo, p ero después de h ab er dorm ido sobre las d u ras tablas m e pareció u n colchón de plum as. N os servían la com ida un a vez al d ía : u n recipiente con cualquier p o taje y una taza de café. L ástim a que el único trozo de p a n que acom pañaba a aquel condum io nadaba casi siem pre en el fondo del recipiente. C ierto día — de acuerdo con m i “ calendario” e ra el 2 de agosto— o cu rrió algo m uy curioso. D os enérgicos “ g u a rd s” m e llevaron a una sala, en la cual había instaladas dos cám aras cine m atográficas. U n capitán y un in térp rete estaban sentados an te una m esa. C uando el capitán inició su in terrogatorio, las cám a ra s em pezaron a funcionar. E r a com o si ñ lm aran u n a película de largo m etraje, con la diferencia de que el “ protagonista” no cobraba. L a s p reg u n tas v ersaron sobre la ofensiva de las A rdenas y la operación M ussolini. Después, to d o vino seguido. N unca he
LUCHAM OS Y PER D IM O S
285
podido descubrir el objetivo perseguido con aquella pelicula, ni he sabido de ningún prisionero que fuera .interrogado de un modo ta n original. A l dia siguiente me interrogó el teniente coronel B u rto n Ellis. E l tem a fue la “ battle of the b u lg e” ; y la p regunta central giró alrededor de una supuesta ord en dada p o r el V I E jército A cora zado S S p ara que se fusilara a los prisioneros americanos. In sistí en que no habia visto nunca tal orden, ni podía creer en su existencia. M e negaba a adm itir la posibilidad de que una unidad del E jé rc ito alem án hubiese llevado a cabo aquellos fusi lam ientos. D e ser cierto, el hecho hubiera trascendido. E l in te rro g ato rio se prolongó p o r espacio de cuatro horas y fue el más d u ro que había tenido que soportar hasta entonces. D u ra n te las sem anas siguientes tuve que contestar a otros cu atro o cinco interrogatorios sobre la ofensiva de las A rd e n a s ; pero tuvieron u n carácter puram ente m ilitar y tran scu rriero n en u n am biente m ás agradable. M is interrogadores ratificaron los efectos positivos de la difusión de rum ores como arm a de guerra. D os de los oficiales que m e interro g aro n habían sido detenidos com o sospechosos de pertenecer a la B rig ad a A corazada 150. E l 11 de agosto fue un día especialm ente afortunado. Inespe radam ente, se abrió la p u erta de m i celda y mi amigo R adl fue «m pujado hacia dentro. R adl estaba ta n sorprendido como yo. Desde hacía varias sem anas veníam os rogando a m ister Bovais q u e nos pusieran ju n to s, y a que nuestros interrogatorios, al pare cer, habían term inado. Y al fin habían atendido nuestra petición. A p a rtir de aquel momento, el tiem po tran scu rrió p a ra nosotros co n m ucha m ás rapidez. Ju n to s dábam os nuestro diario paseo de dos m inutos, ju n to s nos lavábam os con la velocidad de un tre n expreso, ju n to s nos reíam os de las cosas que antes, estando solos, nos hubieran m olestado. A dem ás, nos trasladaron a la cel d a 5 del ala A . N u estra ventana, cuando estaba abierta, nos perm itía v er la sala de aseo y el p atio destinado al paseo de los reclusos. A l ver a los dem ás paseantes, la m ayoría de aspecto
286
OTTO SK O RZEN Y
distinguido, nos dim os cuenta de que nos habían “ ascendido” . Q uedaba p o r averiguar en qué sentido. O tra de las diversiones de n u estra m onótona existencia la constituían las inspecciones. C ierto día se p resentaron unos hués pedes de categoría especialm ente elevada. U n sargento nos ad v irtió que al o ír una señal de llam ada debíamos colocarnos de espaldas a la p u e rta en posición de “ atención” y “ m anos a rrib a " T re s m eses después de la capitulación, aquel “ hands u p ” m e pa reció b astante ridículo. P ero , órdenes son órdenes. Si los hués pedes deseaban ad m irar nuestro “ lado p o sterio r” , allá ellos. P o r o tra p arte, los visitantes pasaban de larg o p or delante de las celdas sin m olestarnos. E l 10 de septiem bre term inó repentinam ente nuestra agrada ble v id a en com ún. U n centinela abrió la p u erta y gritó, dirigién dose a m i : M a k stiell! I n fiv e m in u tes yo u have to be ready 1 (¡D ese p r is a ! ¡ D en tro de cinco m inutos tiene que estar p re p a ra d o !) V olvió a c e rra r la p u e rta de golpe y desapareció. N o ten ía m uchas m aletas que hacer, aunque en el tiem po que llevaba allí había adquirido o tra cam iseta. R adl y yo no tuvimos tiem po n i de despedim os. T ra s colocarm e las inevitables espo sas, m e traslad aro n al aeropuerto en u n autom óvil. A llí, al ver a los dem ás pasajeros, com prendí que nos llevaban a N urem berg.
C a p ít u l o
XXXI
V uelo de “distinguidos” hacia N u rem b erg . — Con Goering v is o vis. — R odolfo H ess. — L u ch a contra la depresión. — E l P a d re S ix to . — E n la sala de los testigos. — ¡dolos caídos. ■— L a autodefensa llevada demasiado lejos. — ¿Q uién am e naza N u rem berg? — H acia Dachau. — G uarded lik e a cobra. — D e nuevo hacia N urem berg. — C am po de Regensburgo. —• O tra v e s en el bun k er. — A ustríacos. — E xtranjeros.
E n el bim otor vi m uchas ca ra s co n o cid as: el alm irante Doenitz, el capitán general G uderian, el teniente general de las S S Sepp D ietrich, el m inistro Seldte, B aldur von Schirac'n, el doctor K alten b ru n n er y o tro s a los cuales no conocía en absoluto. H acía u n tiem po magnífico, pero no pude d isfru ta r del placer del vuelo. L a inseguridad respecto al fu tu ro hacía que cada u n o de nosotros estuviéram os sum idos en nuestros propios pensam ientos. C uando llegamos a N urem berg nos traslad aro n directam ente desde el aeródrom o al palacio de ju sticia en unos vehículos de la C ruz R o ja. U n capitán m e había soltado previam ente las espo sas ; creo que incluso a él le pareció ridicula aquella m edida de prudencia. E n aquel m om ento nadie pensaba que algunos de los que entraban en el palacio de ju sticia ya no volverían a salir con
288
OTTO SKORZENY
vida del edificio. N os recibió en persona el coronel A ndrus, co m andante de la prisión. Al verle m e acordé inm ediatam ente de H einrich H im m ler con sus gafas m ontadas al aire. E l alm irante Doenitz y yo éram os los únicos que llevábamos todavía las cha rrete ra s en nuestros uniform es. C uando nos inform aron de que e n N urem berg sólo había “ detenidos” , nos hicimos m utuam ente el favor de arran carn o s aquel últim o signo de nuestra anterior pernecencia a la W ehrm acht alemana. M e encerraro n en la celda 31 de la p lan ta baja. L a m irilla de la p u erta estaba abierta, y a través de ella exam iné el pasillo h a sta donde me alcanzaba la vista. D etrás de la m irilla de otra celda situada casi enfrente de la m ia, alguien inclinó la cabeza, saludándom e. E ra H erm an n Goering, y al parecer estaba de un excelente hum or. L a prisión de N urem berg estaba m uy bien organizada, aunque es posible que la favorable im presión que m e causó se debiera al co n traste con m is anteriores alojam ientos p or cuenta de los A liados. D os dias después de m i llegada m e trasladaron a la cel d a 97, situada en el prim er piso, que disfrutaba de m ás ventilación e incluso m e perm itía v er las copas de unos árboles y un trocito de cielo. A veces, el viento tra ía h a sta m í la m úsica de una lejana feria. Stü rm isch die N acht, u n d die S e e geht ko ch ... “ L a noche torm entosa, y en el m ar el oleaje se e le v a ...” , tocaba incesan tem ente un viejo organillo. A quélla fue p a ra m í una época m uy dura, ya que tuve que en fren tarm e a solas con mi conciencia con m uchos problem as sin ap aren te solución. P ero , al m ism o tiem po, fue una época que m e enriqueció espiritualm ente y p o r nada del m undo quisiera haberla eludido. V iví una serie de experiencias que m e han ser vido de m ucho en mi v id a posterior. Debo confesar que las p rim eras sem anas que pasé en N u rem b e rg estuve dom inado p o r una profunda depresión. Pasado y fu tu ro se fundían en una m ism a nebulosa. E l aislam iento, la incertidum bre acerca de la suerte que había corrido m i fam ilia, el tris te destino de la p atria, todo contribuía a que viera las cosas con
L U C H A M O S-Y PER D IM O S
289
am argo pesim ismo. P e ro m e im puse a m i m ism o la obligación de reaccionar. T en ía que su p erar aquella crisis con m is propias fu erzas; nadie podia ayudarm e, n i el m ejo r de m is am igos. P a u latinam ente, fu i recobrando el aprecio a la v id a y mi antiguo op tim ism o. D u ra n te los paseos p o r el patio vi alguna que otra vez a R odolfo H ess. Ib a siem pre esposado p o r una m uñeca con su g u a r dián. M iraba fijam ente hacia delante y andaba con pasos rápi dos. P e ro nunca m e p ro d u jo la im presión de que fuera un per tu rb a d o m ental; m ás bien despertaba en m i la idea de que su conducta obedecía a u n plan prem editado. M ás tard e tuve ocasión de h ab lar con v arias personas que conocían íntim am ente a H ess, y casi todas se preguntaban lo m ism o que yo, si al em prender el fam oso vuelo a In g la te rra Rodolfo H ess actuaba en realidad por ord en de H itler, al cual le interesaba m antener en el m ás es tricto secreto aquel asunto. L o s interrogatorios a que fui som etido p o r funcionarios de la oñcina del F iscal G eneral dem ostraron que m is declaraciones no eran necesarias en el proceso que se estaba preparando. D urante sem anas enteras m e faltó incluso la diversión que u n interroga torio puede significar p a ra un preso. T e n ia la im presión de que m e habían olvidado p o r completo. A lred ed o r del 20 de octubre de 1945, el coronel A n d ru s tuvo la am abilidad de inform arnos, a o tro s presos y a m í, que no estábam os considerados como " c ri m inales de g u e rra ” , sino com o “ testigos” que debían quedar, “ re tenid o s” d u ran te “ cierto tiem po” . C uando se p ro d u jo el suicidio del d octor L ey, seguido p o r el del doctor Conti, fueron introducidas algunas innovaciones bas tan te desagradables p a ra los presos. P o r la noche, las celdas que daban ilum inadas p o r una lám para que enviaba su s ray o s a tra v és de la m irilla de la puerta. A l d o rm ir, el ro stro debía quedar al descubierto de modo que el g u ard ián p udiera verlo desde el pasillo. C ierta noche, un g u ard ián m uy concienzudo m e despertó v arias veces e incluso en tró en m i celda con el oficial de servi cio. C on grandes dificultades conseguí hacerles com prender que
290
OTTO SK O RZEN Y
no tra ta b a de ocultar m i ro stro a sus m iradas, pero que mi es ta tu ra m e obligaba a aprovechar cada centím etro d e m i cam astro. U n o de los interro g ato rio s a que fu i som etido du ran te mi es tancia en la prisión de N urem berg fu e dirigido p o r u n general am ericano que, a ju z g a r p o r sus preg u n tas, estaba m uy bien in form ado. M ás tard e m e enteré de que se tra ta b a del general W i lliam O ’D onovan, jefe de la O ficina de Servicios E stratégicos d u ran te la g u erra. Sin saberlo, había tenido delante d e m i al ofi cial encargado de la m ism a ta re a que yo, p ero en el otro bando. E l general O ’D onovan fue P resid en te del T rib u n al de N urem berg d u ran te alg ú n tiem po. L uego dim itió, com o es sabido, p o r no e sta r de acuerdo con los “ procedim ientos ju ríd ic o s” del citado T rib u n al. N o puede hablarse de la p risió n de N u rem b erg en aquella épo ca sin c ita r a u n hom bre al cual conocieron todos los p reso s: el P a d re S ix to O ’C onnor, capellán católico de la cárcel, irlandés de origen y de tem peram ento. A intervalos regulares visitaba en sus celdas a los presos que deseaban h ab lar con él. N o hacía pro* selitism o ; se lim itaba a llen ar con su hum anidad y su bondad al g u n o s de los num erosos espacios m uertos de la existencia d e un prisionero. E l P a d re S ix to se ganó m uchos am igos, y el respeto de todos. S e ría in ju sto escribir acerca de N u rem b erg y olvidar al per sonal alem án d e la prisión. Salvo r a ra s excepciones, se com portó siem pre de un m odo m uy correcto. D os de los trabajadores eran com patriotas míos. T u v iero n conm igo detalles conm ovedores. J u gándose el empleo, m e hacían pequeños favores m uy de agradecer en aquellas circunstancias. Y he de confesar sinceram ente que m e sentía orgulloso cuando aquel o b rero de V ien a o aquel sencillo cam pesino de la B a ja A u stria hablaban de “ n u e stro ’' Skorzeny. E r a como si m e h ubieran concedido, después de la g u e rra , una condecoración m uy distinguida. E l 21 de noviem bre m e traslad aro n a la llam ada sala de los testigos. F u e u n alivio poder convivir d e nuevo con seres hum a nos, con los cuales se podía c re a r u n a válvula de escape para los
LUCHAM OS Y PER D IM O S
29!
p ro p io s pensam ientos. L o único lam entable e ra el hecho de que e n tre los sesenta o setenta inquilinos de la sala de los testigos h u biese ta n pocos “ h om bres” que pudiesen servirnos de -ejemplo a los m ás jóvenes. L os que habíam os luchado en el fren te sabía m os ya que m uchos de n u estro s dirigentes no eran semidioses, y que en m uchos casos ni siquiera m erecían el nom bre de dirigen tes. E ra n seres hum anos, con todos los defectos y debilidades inhe ren tes a la condición hum ana. Sin em bargo, creíam os que des pués de la d e rro ta sab rían m antenerse en u n a p o stu ra digna. P o r desgracia n o fue así, y en N urem b erg tuve ocasión de presenciar el lam entable espectáculo que ofrecían m uchos antiguos dirigen tes del T ercer R eich con su cobardía y su debilidad. Como único ejem plo quiero citar al ex dirigente de la prensa N S D A P , A m ann, el cual afirm aba seriam ente que A dolfo H it le r le había “ obligado” a co nstruirse u n a finca lu jo sa ju n to al lago T eg ern , p o r un valo r de u n m illón y m edio de m arcos, a pesar de que él era un hom bre poco am ante de! lujo. P a ra colmo, se dedicaba a d ifundir to d a clase de cbism cs acerca de la vida íntim a de H itler. E n cierta ocasión fu i testigo de u n cortés rapa polvo que le dirigió el P a d re S ix to , al decirle que, ni com o sacer dote, n i com o hom bre, estaba interesado en tales “ h isto rietas” . H e pensado m ucho en el sentido y la finalidad de los procesos de N urem berg. M uchos ju rista s, catedráticos de ciencias políticas y o tras personalidades han expuesto sus autorizadas opiniones so bre ellos. Oficialm ente, se afirm ó que a través de aquellos proce sos iba a crearse u n nuevo derecho internacional vigente p a ra el m undo entero. L as cuatro g ran d es naciones victoriosas, A m érica, F ran cia, G ran B retañ a y R usia, form aban el tribunal. L os proce sos term in aro n sin que se h ubiera iniciado la redacción de un nuevo derecho internacional. ¿L leg ará a hacerse algún día? E l deseo de algunos acusados de salvar el cuello, el m iedo al íu tu r o y a las posibles acusaciones posteriores c o n tra los testigos de aquel proceso, d eterm inaron las exageraciones que se p ro d u jero n p o r p a rte de aquellas personas. D el m ism o m odo que habían exag erad o su servilism o hacia el T e rc e r R eich, ahora exageraban
292
OTTO SKORZENY
en sus declaraciones, pretendiendo haber librado u n a “ lucha de resistencia” , afirm ando su “ antagonism o íntim o” de siem pre, hablando de un ’’sabotaje de los m andos” contra el régim en. P ero , aú n reconociendo que g ran p a rte de aquellas declaraciones se debían a la presión del nuevo estado de cosas, no puede sos layarse el hecho de que eran fom entadas p o r los vencedores. E n este sentido, los trab ajo s de la D ivisión H istó rica norteam ericana en N eu stad t son una v erd ad era m ina. A lgún día, cuando todos aquellos docum entos sean hechos pú blicos, los historiadores se en fren tarán con la dificultad y la res ponsabilidad de sep arar la p a ja del trigo. P reveo entonces el peligro de que nazca u n a nueva leyenda de “ la puñalada por la espalda” , pero esta vez fom entada y alim entada por los archivos aliados y las actas procesales. U n a vez a la sem ana nos b ajab an al sótano, donde se encon trab an las duchas. A l ir hacia allí m e llam aba siem pre la atención u n a pila de sábanas. ¿P o d ríam o s d isfru tar el lujo de tener ropa de cam a? D u ran te tre s sem anas contem plé codiciosamente aque lla pila. A la c u a rta sem ana no pude resistir la tentación. E n el cam ino de regreso m e apoderé de tre s sábanas. A quella m ism a no che regalé dos de e lla s; una la recibió el m ariscal de Cam po von Blom berg, encam ado desde hacía días, y la o tra se la entregué a m i com patriota el ex m inistro general G laise-H orstenau. A la m añana siguiente m e aseguraron que hacía m uchísim o tiem po que no habían dorm ido ta n bien. L a tercera sábana m e acom pañó d u ra n te todos los años de m i cautiverio, sin que me rem ordiera la conciencia p o r aquel hurto. P asó N avidad y A ñ o N uevo. E n febrero de 1946, se nos auto rizó a m antener correspondencia con n u estro s fam iliares. P o r lo m enos, pudim os en terarn o s de la situación en que se encontraban nuestro s seres queridos, aunque en m uchos casos la noticia signi ficaba u n a tragedia p a ra el que la recibía. C ierto dia nos dim os cuenta de que se estaban efectuando ante nuestro s ojos febriles preparativos de carácter bélico. E n las en trad as al p atio de la prisión se levantaron barricadas antitanques,
LUCHAM OS Y PERDIM OS
293
y en dos de sus ángulos se instalaron nidos de am etralladora pro tegidos con sacos de arena. Incluso en el interior del edificio se reforzaron con planchas de acero los puestos del personal de vi gilancia. E stábam os asom brados. N o encontrábam os ninguna explica ción p a ra aquellos hechos. U na tarde, el P a d re S ix to vino a mi celda y m e contó algo que parecía u n a fábula ridicula. Sin em bargo, el P a d re S ixto había tenido ocasión de conversar con el general responsable de aquellas m edidas de seguridad, el cual le había asegurado m uy seriam ente que en los alrededores de N u rem b erg se estaban concentrando tro p as alem anas, las cuales se proponían asaltar el palacio de justicia y liberar a los que se encontraban detenidos en él. L a noticia ya e ra de por si bastante fantástica, p ero faltaba lo m ejo r: aquellas supuestas tropas esta b a n m andadas p o r el coronel Skorzeny, que se había hecho fa m oso al liberar a M ussolini d urante la gu erra. N aturalm ente, el P a d re S ixto inform ó al general del hecho de q u e Skorzeny se encontraba detenido e n la prisión de N urem berg desde el mes de septiem bre del año anterior. E l general quedó des concertado, p ero insistió en que sus noticias estaban garantiza das y que la única explicación posible e ra que el Skorzeny que se encontraba en la cárcel no fuera el verdadero. T ra s com pli cadas consultas y cómicos interrogatorios, se dem ostró que yo e ra “ auténtico” . N unca he podido explicarm e cóm o p u d o originarse aquel fan tástico rum or. P o r lo visto, el fantasm a de la B rigada A coraza d a 150 seguía rondando p o r las m entes de m uchas personas. M e ses m ás ta rd e m e pareció entrever la solución del enigm a. E n el cam po de R egensburgo encontré a m i oficial de radio M ., el cual me contó que al term in ar la g u e rra se había dirigido, sin p asar p o r ningún cam po de prisioneros, a su ciudad natal, N urem berg, donde vivía pacíficamente con su familia. A l enterarse de que yo estaba encerrado en el palacio de justicia, habló con unos cuantos ex soldados y decidieron ayudarm e. Id earon u n plan fan tástico, m uy bien intencionado pero im posible de realizar. U n o
294
OTTO SK ORZEN Y
de los “ co n ju rad o s” habló m ás de la cuenta y se descubrió el asunto. L os com plicados fueron detenidos e internados en u n cam po de prisioneros. N o puedo aseg u rar que aquella “ co n ju ra ” tuviera relación directa con las m edidas de seguridad adoptadas en el palacio d e ju sticia, p ero la idea de que así fuera no m e pa rece descabellada. A prim eros de m ayo de 1946 term in ó p a ra mí la estancia en N urem berg. S in previo aviso, recibí la ord en de prepararm e para mi traslado. M i equipaje había crecido u n poco. N uestros uni form es casi se nos caían del cuerpo y habíam os recibido ropas del ejército am ericano. S in em bargo, todos m is objetos persona les cabían en dos cajas de cartón. E l traslad o se realizó en un coche celular. P o r la noche llegamos a D achau. M e en cerraron en un bunker, incom unicado, sin que acertara a explicarm e los m otivos de aque lla m edida. A l cabo de unos días fui in terorgado p o r u n tal m ister H a rry T . S us preguntas estaban relacionadas con la ofen siva de las A rdenas. Q uería saber qué órdenes del E jérc ito cono cía yo, el contenido del discurso que había pronunciado el co m andante del C uerpo de E jé rc ito y m uchas cosas m ás. M is re s puestas, al parecer, no fueron las que m ister H a r ry T . deseaba, oír. Sir. darse p o r vencido, insistió en los días siguientes. T ra s asegurarm e que el tribunal m ilitar de D achau no deseaba actuar co n tra mí, sugirió las v e n ta ja s que podía rep ortarm e el ayudar a! descubrim iento de la verdad. M e lim ité a decirle que yo estaba ta n interesado como él en que resplandeciera la verdad, y ra ti fiqué en todos sus p u n to s m is anteriores declaraciones. C ierto dia, m ister H a rry T . m e m ostró la declaración de un com andante de la 1.a D ivisión A corazada S S , el cual me acusaba gravem ente. M e ofreció entregarm e aquel docum ento para que pudiera d estruirlo, a cam bio de que le ay u d ara en sus investiga ciones. R echacé la oferta, diciendo que n o quería com erciar con asuntos ta n serios com o eran las declaraciones ante u n tribunal.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
295
P o r lo demás, las declaraciones del com andante no m e interesa ban, ya que n i siquiera le conocía. P o r desgracia, en aquella época se m e rep ro d u jo mi antigua dolencia biliar. T ran scu rriero n varios días h a sta que el médico alem án del bunker consiguió que m e traslad aran al hospital del cam po. M e destinaron a una habitación individual, vigilada dia y noche p o r u n soldado am ericano. L os G I eran unos chicos sim páticos, p ero al parecer n o com prendían que un enferm o quisie r a do rm ir p o r la noche, y se dedicaban a am enizar las ho ras noc tu rn a s con las audiciones de bailables de la radio o con interm i nables partid as de póquer al p ie de m i cam a. C ierto día, uno de m is g u ardianes m e tra jo un ejem plar del periódico p a ra soldados “ S ta rs and S trip e s” y me m ostró un artículo. D eb ajo de mi fotografía, unos g ran d es titulares re z a b a n : Guarded like a cobra. P o r aquel artículo m e enteré de que me había fugado cuatro o cinco veces de la prisión y que, debido a ello, m is guardianes habían recibido órdenes de vigilancia espe cialm ente severas. M i tercera q u eja p o r escrito tuvo m ás éxito que las dos a n te rio re s : la g u ard ia fue retirad a y me trasladaron a u n a habitación norm al, que com partía con o tros enfermos. P o r aquella época se celebraba el fam oso proceso de M almedy. L a acusación se esforzaba desde hacía v arias sem anas en ganarm e com o testigo p ara ella, utilizando am enazas y prom esas. Resistí todas las presiones. P e ro si la acusación deseaba presentar como testigo a Skorzeny en aquel espectacular proceso, p o r mí no iba a quedar, aunque mi actuación seria m uy distinta de la que es peraba la acusación. M e.'declaré dispuesto a com parecer, ex p re sando m i deseo de que estuvieran p resentes los servicios de ra dio, televisión y p ren sa internacionales. M e proponía a rm a r un escándalo en la sala de audiencias, enterando a la opinión públi ca de los nefandos m étodos que se aplicaban en los llam ados “ p ro cesos de crim inales de g u e rra ” . T re s veces me llevaron desde el hospital h a sta la p u erta de la sala, y las tre s veces me devol vieron a m i lecho de enferm o. P o r lo visto, habían decidido re nunciar a m i "colaboración” .
296
OTTO SKORZENY
C uando se hizo público el fallo, m e parecía imposible que hubiera podido p roducirse tal m onstruosidad. D e labios de cam aradas alem anes había oído hablar dem asiado del tra to que se había dado a los prisioneros, y de los sistem as utilizados para obtener las “ confesiones” . N o e ra posible que el tribunal cono ciera esas circunstancias. S in em bargo, u n a posterior revisión del proceso debía p oner en claro la verdad. Poco después m e traslad aro n de nuevo a N urem berg. P o r prescripción m édica hice el v iaje en u n a am bulancia. L a sala de los testigos estaba atestada, las celdas alojaban doble núm ero de huéspedes de lo que perm itía su capacidad norm al. E n aquellos días se celebraba la vista c o n tra las organizaciones alem anas acu sadas de “ crim inales” . N adie podía d u d a r del resultado del p rim er g ra n proceso con tr a los “ principales crim inales de g u e rra ” , teniendo en cuenta los m étodos unilaterales utilizados p o r los aliados. Sin em bargo, el hecho de que organizaciones enteras fuesen encausadas como “ cri m inales” e ra tan insólito, que el resultado de la v ista no era fácil de prever. L a acusación sólo podía a p o rta r argum entos de tipo general. Debió de ser un caso m uy del agrado de ju rista s y ex perto s en derecho internacional, p o r lo complicado, pero a noso tro s nos resu ltab a m enos agradable, puesto que no sabíam os cómo podríam os defendernos. A l cabo de unas sem anas se p ro d u jo otro cam bio de dom ici lio. T re s g ran d es cam iones tra n sp o rta ro n a unos noventa presos desde la cárcel de N urem berg al cam po de N urem berg-L angw asser. M i relativa alegría p o r u n traslad o que iba a perm itirm e gozar de la vida m ás libre del cam po de prisioneros duró m uy poco. D os h o ras después de n u e stra llegada, el m ariscal de Cam po K esselring y yo fuim os conducidos en un jeep a las celdas individuales del campo. A llí conocí los tratam ientos prescritos p o r u n m édico m ilitar am ericano, cuyos conocim ientos profesionales m e parecieron in feriores a los de un simple practicante. D ado que no podía comer casi de nada y tenía casi continuam ente fuertes dolores de hígado
LUCHAM OS Y PER D IM O S
297
y vóm itos de bilis, pedí los correspondientes m edicam entos. M e entreg aro n u n a generosa p ro v isió n ... de aspirinas. Perm anecí en aquella celda individual una sem ana, aproxim adam ente. T ra n s cu rrid o ese tiempo, fui trasladado al cam po de R egensburgo, si tuad o m ás al sur, e n unión de otro g ru p o de prisioneros, casi todos antiguos oficiales de la W ehrm acht. A l cabo de ocho días — los cuales pasé en el bunker — , ingresé en el hospital del cam po. L os continuos cam bios em pezaban a ponerm e nervioso. C ierto día tu v e u n a visita. Se tratab a de m ister H a rry T . M e explicó que ah o ra tra b a ja b a p ara la defensa en el proceso de M alm edy, y concretam ente p a ra el general P ries, com andante del p rim er C uerpo A corazado SS , el cual había sido condenado a varios años de cárcel. M e pidió que hiciera una declaración ju rada, explicando mis relaciones con el m ando du ran te la ofensi va de las A rdenas. D ijo que volvería al cabo de unos días para recoger la declaración. E l asunto m e pareció algo raro, pero no disponía de ningún m edio p a ra descubrir la verdad. Redacté aquella declaración, que no se apartab a de las que había efectuado anteriorm ente, a sabiendas de que iba a ser utilizada p a ra otros fines. L a estancia en el cam po resultó sum am ente beneficiosa para mí. L os cam aradas m e dem ostraban u n a confianza que nunca hubiera esperado. Frecuentem ente deseaban conocer m i opinión acerca del pasado y del f u tu ro ; pero, com o yo era el prim ero en no v e r dem asiado claras las cosas, supongo que en m ás de una ocasión les desilusioné. N o obstante, creo que conseguí conta giarles algo de mi propio optim ism o respecto al futuro. Y esto me pareció de especial im portancia, teniendo en cuenta el desesperado estado de ánim o de la m ayoría de m is cam aradas. M uchos habian p erd id o to d a fe en la ju sticia y en la bondad del hom bre. T ra té de anim arles diciéndoles que el péndulo de la vida, en las situa ciones criticas, oscila necesariam ente a u n o y o tro lado. P a ra que se estabilice, tiene que tra n sc u rrir algún tiem po. Y el a rte de la vida consiste en saber esperar. E n el cam po, los austríacos, y yo e n tre ellos, esperaban su re
298
OTTO SK ORZEN Y
patriación. C ierto día nos carg aro n en unos vagones de m ercan c ía s — éram os unos 250 “ e x tra n je ro s” , aproxim adam ente— y partim o s hacia el cam po de D arm stad t, donde sabía que se encon tra b a y a K a rl R adl. A quel v iaje a trav és d e l paisaje alem án fue un a p u ra delicia. M uchos de nosotros tuvim os ocasión de estable c e r u n breve contacto con paisanos alem anes, ferroviarios y via je ro s. P o r mi p arte, conseguí entablar conversación con el m aqui n ista y el fogonero del tren. A quella conversación m e devolvió p a rte de la perdida fe en n u e stro pueblo. E r a evidente que los periódicos falseaban la ver d a d a l escribir que los internados y los antig u o s soldados éram os odiados y despreciados p o r el pueblo entero. Y falseaban la ver d a d al afirm ar que la “ desnazificadón” , con todas sus in ju stid as, e r a deseada y reclam ada p o r el pueblo. D esde luego, todo el m un d o se m ostraba co n trario ai crim en, viniera de donde viniera, pero el pueblo alem án com prendía a ios idealistas que habían entrega d o lo m ejo r de sí m ism os a la patria. E l d u ro suelo y el m ovim iento de los vagones de carga nos m antuvieron despiertos d u ran te la m ayor p arte de la noche. N ues t r a conversación g iró casi exclusivam ente alrededor de un tem a que no ta rd a ría en actualizarse p a ra n o so tro s: ¿ A ustríaco a ale m á n ? E s ta seria la p reg u n ta que nos form ularían en D arm stadt a n te s de rep atriarn o s. ¿ E s que n o se p o d ia ser buen austríaco y bu en alem án al m ism o tiem po? ¿ N o e ra absurdo establecer de nuev o u n a fro n tera e n tre dos partes del m ism o pueblo, cuando n u e stra única esperanza p ara el fu tu ro consistía en la eliminación v o lu n taria de las fro n teras en to d a E u ro p a ? ¿A caso E u ro p a po d ría san ar sin convertirse an te s en u n bloque hom ogéneo? El egoísm o de los pueblos sólo podia serv ir p a ra re ta rd a r el proce so de recuperación, si es que n o lo estropeaba del todo. M i d ed sió n , que n o ta rd a ría en cristalizar, se inspiraba ade m ás en o tro m o tiv o : no había em puñado las arm as p o r A us tria , m i p a tria chica, sino p o r A lem ania. L a m ayoria de mis cam aradas debian en treg arse al m olino de la desnazifica d ó n alem ana. L o m ism o quería hacer yo. E l pueblo para
LUCHAM OS. Y PER D IM O S
299
e l que había querido lo m ejo r y p o r el que había luchado con todo m i entusiasm o debía ju zg ar tam bién si había com etido al g u n a acción in ju sta en lo que a é l respecta. E stab a dispuesto a c o m p a rtir las h o ra s m alas con m is hom bres y quedarm e en A le m ania. P a ra m í, las palabras del him no ndcional “ ...y todavía m á s ahora, en la desgracia” , tenían que ser algo m ás que una sim ple frase. L a decisión quedó e n suspenso p o f causa de fuerza mayor. Perm anecim os v arias h o ras en la estación de D arm sta d t sin reci b ir la ord en de d irig im o s hacia el cercano cam po. P osteriorm en te m e enteré de que en tre los prisioneros del cam po se había di fund id o ya la consigna: “ Skorzeny ante p o rta s !” E n treta n to , nos m ortificaba el ham bre, pues el v ia je h ab ía d u rad o m ás que las provisiones. T ra s laboriosas gestiones, conseguí que el puesto de la C ruz R o ja solucionara el problem a. L as enferm eras hicieron m i lagros, y a p esar de lo precario de la situación alim enticia nos sirvieron u n p lato de sopa, u n trozo de pan y un poco de m a r g arin a. Poco después recibim os la orden de m o n tar de nuevo en el tre n p a ra reg resar a R egensburgo. D ebíam os agradecer aquel cru c e ro a trav és de A lem ania a la inm o rtal b uro cracia: nuestro v ia je no había sido debidam ente anunciado. E n el cam po de Regensburgo había num erosos altavoces que difu n d ían unas em isiones de radio especialm ente seleccionadas p a ra nosotros. L os prisioneros prestab an m uy poca atención a aquellas emisiones. S in em bargo, el 1 de octubre de 1946, había m ucha gente alrededor de los altavoces: íbam os a conocer las sentencias dictadas en el p rim er proceso d e crim inales de gue rra . M udos, inmóviles, escuchamos la noticia de las once últim as penas aplicadas a los antiguos dirigentes del T e rce r Reich, y el fallo condenatorio c o n tra las organizaciones acusadas de " c ri m inales” . E n aquel m om ento no podíam os com prender el alcan c e de aquel fa llo ; n o sabíam os que significaría la degradación de u n a g ra n p a rte de la población alem ana p o r espacio de muchos años. A pesar de las m endaces tentativ as de explicación del co-
300
OTTO SKORZENY
m entarista G aston Culm an, el fallo nos recordó las terribles labras de L iv io : Vae victts! ¡ A y de los vencidos!
C a p ít u l o
X X X II
D e nuevo en la celda individual en Wiesbaden. — ¿Organizacio nes criminales? — Traslado a Oberursel. ■— A tado en el ca mión. — Celda individual en Dachau. — Operación bajo vi gilancia. — M ujeres valientes.
M i segunda estancia en Regensburgo fue tam bién m uy b re ve. AI cabo de unos días llegó mi ord en de traslado. C uando tr a ta ro n de esposarm e, protesté enérgicam ente ante el com andante del cam po. E l com andante, que no creía necesaria aquella m edi da, telefoneó inútilm ente d u ran te m ás de una hora p a ra conse g u ir la anulación de aquella orden. Salí esposado del cam po. P e ro el sarg en to que m e acom pañaba tenía seguram ente unas instruc ciones especiales: en cuanto hubim os dejado a trá s Regensburgo me quitó las hum illantes esposas. D ado que no podíam os llegar a W iesbaden, m i p u n to de des tino, aquella m ism a noche, pernoctam os en casa del chófer ale m án, que e ra tam bién u n internado. L a fam ilia me acogió cariño sam ente. E r a la p rim era vez, desde que term inó la g u erra, que m e sentaba a u n a m esa bien p uesta y com ía en u n plato de loza, utilizando el tenedor y el cuchillo. A l día siguiente m e encontraba de nuevo en mi antiguo alo-
302
OTTO SKORZENY
jam ien to de la cárcel de W iesbaden, que habia sido entregada, ya a Jas autoridades alem anas y sólo tenia una pequeña sección “ am ericana” . Poco después de mi llegada vino a verm e u n ca p itán , p a ra decirm e que un teniente coronel quería hablar con migo. D e buena g an a le hubiese contestado que p a ra una sim ple conversación no e ra necesario h ab er arm ado tanto jaleo. P ero com prendí que lo m ejo r que podía hacer e ra callarme. M i estado de salud no era bueno, y el severo “ régim en” a que nos som etían en la cárcel n o e ra el m ás indicado para m e jo ra r de mi dolencia. L o s g u ardianes alem anes, casi todos an ti guos soldados, m e tratab an con corrección e incluso con cierto respeto. N o vi a ninguno de los o tro s huéspedes de la cárcel. S in em bargo, donantes anónim os me obsequiaban con cigarrillos y con periódicos. T endido en mi cam astro, leí el cum plim iento de las sentencias de m u erte dictadas en N urem berg. ¿ Se había puesto con ello p u n to final a la tragedia de A lem ania? E l supuesto objetivo ideal y constructivo del proceso quedaba aú n en la oscuridad. Se me ocu rrió p reguntarm e si en las fu tu ras g u e rra s la dirección de cada bando lucharía h asta la últim a g o ta de sangre. ¿D ebería tem er cada vencido una repetición de N u rem b erg ? E l hecho de que H erm an n G oering hubiese escapado a la infam ante horca podia atrib u irse probablem ente a la ayuda alem ana prestada al acu sado núm ero 1 del proceso, que se había p o rtado como un hom b re d u ra n te todo el desarrollo de la vista. P a ra todos los acusa dos hubiese deseado la m ism a posibilidad que tuvo Goering. ¿ Q u é consecuencias ten d ría en el fu tu ro el precedente de la condena de una organización com o “ crim in al” ? H abían sido lo bastante inteligentes com o p a ra no condenar como organización al E sta d o M ayor. S in em bargo, el sim ple hecho de que aquella institución, existente en todos los países y con m étodos de trab ajo iguales en todas partes, se sentara en el banquillo, era un hecho de incalculables efectos. T a n incalculables como los que podían d erivarse del carácter colectivo de un fallo aplicado a millones de hom bres. ¿D ónde estaba el p unto final que debía ponerse al
LUCHAM OS Y PER D IM O S
303
gu n a vez, si realm énte se q u ería em pezar de nuevo ? L os pueblos difam ados se interesan m uy poco p o r lo que se considera bueno o malo. E l bien y el m al son conceptos m uy elásticos. N os rep ro chan a nosotros, m e jo r dicho, a nuestros padres, que se negaran a acep tar el resultado de la P rim era G u erra M undial, es decir, la derrota. Y hoy se p retende co n stru ir de nuevo sobre aquel m is m o hecho, sin te n e r e n cu en ta las experiencias anteriores. A l cabo de u n a sem ana, aproxim adam ente, me llevaron al cam po de in terro g ato rio s de O b eru rsel; p ero esta vez sin espo sas y e n condiciones m ás aceptables. E l teniente coronel no se había presentado aún. E n aquella época, octubre de 1946, el cam po estaba poblado p o r elem entos m uy distintos a los de 1945. H a b ía m uy pocos alemanes. E l contingente principal de detenidos lo form aban e x tra n je ro s de varios países. E n tre ellos había va rias m ujeres. E l histérico llanto de u n a detenida, encerrad a e n u n a celda contigua a la m ía, llegó a crisparm e los nervios. Inten té tran q u ilizarla hablándole a trav és de la ventana, pero fue u n es fuerzo inútil, ya que la pobre no enten d ía el alem án, n i los esca sos vocablos que yo conocía de inglés y francés. Seguram ente era o riu n d a de u n país situ ad o d etrás del telón de acero, que en aque lla época em pezaba y a a b ajarse, au n q u e el g ra n público no se daba cuenta todavía. L a organización y el abastecim iento habían m ejorado, sin duda alguna, en aquel cam po internacional. P a r a lavarm e y p a ra sa tisfacer o tra s necesidades disponía siem pre de la com pañía de dos g uardianes de aspecto feroz, arm ados con pistolas autom áticas y sin a p a rta r el dedo del gatillo. El antiguo m ak sttell iba a h o ra acom pañado de recios puntapiés a la p u erta, siem pre abierta. M i ración de tabaco, u n paquete p o r sem ana, resultaba super abundante en com paración con las cerillas que m e sum inistra ban , y a que la experiencia m e había enseñado a sacar h a sta cien cigarrillos de u n paquete de tabaco. P a r a n o verm e obligado a encender u n cigarrillo con la colilla del o tro , m e las ingenié para disponer de u n encendedor eléctrico m anipulando en la ca ja de distribución de la instalación eléctrica de m i celda.
304
OTTO SK O RZEN Y
T ra n sc u rrie ro n varios dias sin que se p resen tara el esperado oficial am ericano. Inesperadam ente, m e ord enaron prepararm e p a ra u n nuevo traslado. L o s dos guard ian es que me acom pañaron en el viaje, que efectuam os en un cam ión, decidieron a h o rrarse trab a jo en su pe sada ta re a de vigilarm e y m e a taro n al respaldo de mi asiento, en posición forzada. M ás ta rd e se dieron cu en ta de lo insoportable de mi p o stu ra y, m uy com prensivos, m e tendieron sobre el suelo del cam ión, sin desatarm e, naturalm ente. A sí pudieron p erm itir se u n m erecido descanso, y se p asaro n durm iendo la m ayor parte de la noche. A l am anecer llegué de nuevo a D achau. P o r lo visto, se h ab ía producido u n m alentendido. T ra s p asar unas horas en el calabozo del campo, m e llevaron, con g ra n sorpresa por mi p arte, al sector "n o rm a l” . D u ran te las 4 8 horas que perm anecí allí apenas pude dorm ir. T od o s m is viejos cam aradas y muchos prisioneros a los que n o conocía q uerían hab lar conmigo. E n el cu rso de aquellas conversaciones noté la nociva influencia de la alam brada de espino, que a la la rg a afectaba a m uchos soldados. E ra una especie de psicosis. L a alam brada se convierte en una especie de fro n tera, y todo lo que sucede d etrás de ella pertenece a u n m undo nebuloso, casi irreal. E n mi opinión, no todo era tan neg ro com o lo veían m uchos de m is cam aradas, que llevaban m ás de u n año detenidos. C laro que yo he sido siem pre un op tim ista. D os días m ás ta rd e me ord en aro n em paquetar m is cosas y presentarm e en la puerta. D esde allí fui o tra vez a la celda indi vidual. L a adm inistración del bunker, que m e saludó como a an tigu o inquilino que era, m e alojó en la m ism a celda, la núm ero 10. P asaro n días y días sin que se p ro d u je ra la anunciada visita del teniente coronel y sin que n inguna autoridad se preocupara de m í. Tam poco m e com unicaron los m otivos p o r los cuales de bía perm anecer en u n a celda individual. L legué a creer que se habían olvidado de mí. M is cam aradas, a costa de muchos sa crificios, m e ayudaban en lo que podían. L os encargados de re p a rtir la com ida m e daban m uchas veces una ración e x tra o me
LUCHAM OS Y PER D IM O S
305
obsequiaban con alguna golosina que habían recibido de sus fam i lias. E n tales situaciones las pruebas d e com pañerism o se ag ra decen de u n m odo especial. T am bién el sargento am ericano de g u a rd ia hacía con frecuencia la v ista gorda, si con ello podía ayudarm e. E n prim avera, d u ra n te m is breves paseos diarios, m e incliné m ás d e u n a vez sobre los bancales en los cuales crecían los rábanos. U n puñado de rábanos me proporcionaba algunas de las vitam inas de que tan necesitado estaba. Siem pre había creí d o que la “ operación ráb an o ” e ra perfecta en su desarrollo y que el “ enem igo” n o tenía la m enor idea de las actividades a que me en treg ab a. P ero , en cierta ocasión, el sargento m e preguntó, en tono so carrón: “Y o u like raddishesf” (¿ L e g u stan a usted los rábanos?) M i estado de salud continuaba em p eo ran d o ; a pesar de ello, el m édico del bunker, u n austríaco internado, no podía conseguir que m e tra sla d a ra n al hospital, traslad o que sólo estaban dispues tos a au to rizar si decidía som eterm e a u n a operación p a ra que m e fuera ex tirp ad a la vesícula biliar. E l médico, en el cual tenía m ucha confianza, m e aconsejó que m e d e ja ra operar, y finalmente accedi. Inm ediatam ente m e traslad aro n a una de las habitaciones individuales del hospital del cam po. T en ia u n g u ard ián ju n to a mi cam a de día y de noche, a p esar de que en aquella época casi n o podía m overm e. A ntes de l a operación tuvieron que some term e a u n a “ sobrealim entación acelerada” p ara fortalecer mi organism o. M e operaron el 6 de diciem bre de 1946. E l g u ardián m e acom pañó h a sta la m esa de operaciones. D u ra n te el lento despertar de la anestesia m e desahogué soltando u n a serie de palabrotas. F u e u n alivio p a ra mi, a pesar de los intensos dolores que em pezaba a sentir. M i convalecencia se complicó a causa de una pulm onía. A quello m e dio ocasión p a ra recibir una prueba más de en trañable cam aradería. E n aquella época no había penicilina p a ra los enferm os alem an es; el m ilagroso antibiótico se reservaba exclusivam ente p a ra los am ericanos. P e ro , al parecer, mi estado e ra grave. D os de los m édicos alem anes, tam bién prisioneros de
306
OTTO SKORZENY
g u erra, decidieron inyectarm e penicilina a toda costa. D urante la noche, ro b aro n el precioso m edicam ento de la farm acia mili ta r am ericana de D achau. N unca olvidaré aquel gesto. T a rd é varias sem anas en pod er volver a andar. E n febrero de 1947 m e sacaron del hospital y m e trasladaron al llamado “ b u n k e r de la ju sticia’'. A quella construcción, que por cierto fue term in ad a después de la gu erra, en 1946, e ra m uchísim o peor que el antiguo bunker de D achau, cuyas celdas, com paradas con las del “ b u n k er de la ju stic ia ", parecían habitaciones d e u n hotel de prim era. L a nueva celda m edía aproxim adam ente 2,50 m etros de largo, 1,40 de ancho y 2,20 de altu ra. E r a to d a de horm igón y disponía de u n solo ag u jero de ventilación, de unos 15 por 60 cm. E n su in terio r había dos cam astros superpuestos y u n a concha abierta d e varios usos. S in em bargo, lo p eo r p a ra que el pasillo existente en tre las hileras de celdas estaba revestido de planchas de m adera, sobre las cuales iban y venían los centinelas polacos d u ra n te to d a la noche. A penas podía aprovechar el paseo d iario de diez m inutos a que ten ía derecho, ya que el a n d a r m e resu ltaba sum am ente di fícil. A l cabo de ocho días m e acom pañaron a la oficina d e fisca lía d e los procesos p o r crím enes de g u e rra . M e sorprendió m u chísim o en co n trar allí com o jefe de sección a u n o de los excelenles defensores am ericanos que habían actuado en el proceso de M alm edy, el teniente coronel D . M e preguntó por qué m otivo m e habían llevado al “ b u n k er de la ju stic ia ” , y m e lim ité a con testarle que ten ía aquella m ism a p re g u n ta e n la p u n ta de la len gua. E l teniente coronel D . m e aseg u ró que, de acuerdo con los inform es que obraban en su poder, n o e x istía ninguna causa con tr a m í y, en consecuencia, debía ab andonar inm ediatam ente aquel bunker. D esgraciadam ente, m is esperanzas de que m e llevaran al sector “ n o rm al” n o llegaron a co n v ertirse en realidad. E l an ti g u o bunker y la celda núm ero 10 m e recibieron de nuevo, dán dom e la bienvenida com o a un v ie jo conocido. U n o s d ías después recibí noticias de m i antiguo ayudante K a rl R adl. T am bién él h ab ía llegado a D achau, v ía W iesbaden,
LUCHAM OS Y PER D IM O S
307
y consiguió un puen “ enchufe” . C on varios de m is hom bres (a los cuales, dicho sea se paso, los am ericanos llam aban “ Skorzeny boys” ) e ra el encargado de las h u ertas de D achau, en las cuales se recolectaban m uchas hortalizas. G racias a ello podia facilitar m e de cuando en cuando, y a escondidas, algunos “ alim entos v e rd e s” , como llam ábam os nosotros a las verduras. E n aquella época, el bunker de D achau albergaba a unos 300 detenidos. S u estado de ánim o no e ra precisam ente optim ista. L a m ayoría de ellos estaban encerrados desde hacía muchos m e ses, sin h ab er sido som etidos a ningún in terro gatorio y sin que pudieran sospechar siquiera el fu tu ro que les aguardaba. E n cam bio, el buen hum or de las m uchachas detenidas resultaba casi increíble: eran u n ejem plo p a ra m uchos hom bres. L a m ayoría de ellas e ra n sim ples secretarias que ignoraban en absoluto los mo tiv o s de su prolongado encierro.
C a p ít u l o
X X X III
Interrogadores con doble papel. — L a acusación. — “ Conspirado res ” desconocidos. — Defensas alemanas y americanas. — Portavoz para todos.— M alos augurios.— Apostar por m i ca beza. — iP rensa objetivat — Desconcertantes métodos de justicia. — “Catch as catch can". — Testigos de cargo. — U n oficial inglés. — E n el estrado de los testigos. — Senten cia absolutoria. — Nuevam ente entre camaradas. — División Histórica. — Skorzeny, alias Abel. — L a A xis-S a ü y”. — Permiso bajo palabra de honor. — Rum ores acerca de Hitler. — N o apto como testigo de cargo. — Voluntariamente ante el tribunal. — M étodos poco nobles. — Acusadores corrup tos. — Siete veces aplazado. — S e agota m i paciencia. — Paso hacia la libertad.
E n m arzo de 1947 se presento por fin el ta n esperado teniente coronel, en com pañía de M r. H a r r y T . C uando le pregunté si ah o ra trab ajab a p a ra la defensa o p a ra la acusación, M r. T . me explicó que form aba p a rte de una com isión investigadora. E l te niente coronel m e interrogó largam ente, y de un modo sum a m ente objetivo, acerca de mi participación en la ofensiva de las A rdenas. T u v e la im presión de que iba a ser exam inada p o r úl tim a vez la operación ‘‘G rifo’'.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
309
C uando el tenien te coronel dio p o r term inados sus interroga to rio s, le rogué que m e d ije ra con to d a franqueza si, en su opi nión, la B rig ad a A corazada 150 había incurrido en alguna viola ción de las leyes de la g u erra. S u tranquilizadora respuesta fue que, a su leal saber y entender, no se había producido ninguna infracción de aquellas leyes y, en consecuencia, cabía esperar una decisión en el m ism o sentido de sus superiores, decisión que me sería com unicada en u n plazo aproxim ado de cuatro semanas. Señalé cuidadosam ente la fecha en mi calendario de pared, pero tran scu rriero n las c u atro sem anas y o tra s sem anas m ás sin que llegara n inguna noticia. Sabía que algunos m iem bros de la B rig ad a A corazada 150 se encontraban en D achau, p ero no se m e había ocu rrid o la idea de que ese hecho p udiera ten er relación con u n eventual procesa m iento de los oficiales de la brigada, con su jefe a la cabeza. A m ediados de ju lio de 1947 m e con d u jero n al despacho del co m andante polaco del bunker, donde m e ag u ardaban num erosas personas desconocidas p ara mí. U nicam ente reconocí al coronel Rosenfeld, que e n cierta ocasión se había hecho fotografiar con migo, y a M r. H a r r y T . L o s repo rtero s tenían sus cám aras p re para d a s p a ra d isp a ra r; al parecer, iba a p roducirse u n im por ta n te acontecim iento. C uando v i e n tra r, u n o tra s otro, a ocho prisio n ero s alem anes, m iem bros de la B rig ad a A corazada 150 — el que faltaba se encontraba en el hospital, gravem ente enferm o— , supe a qué aten erm e: se tratab a de u n a acusación oficial. E x am in é lentam ente los ro stro s de m is com pañeros: a seis de ellos no los reconocía. E l coronel Rosenfeld empezó a leer en voz alta la acusación. M r. H a rry T ., que a l parecer tra b aja b a de nuevo p a ra el fiscal, trad u cía el te x to al alem án. E l segundo pu n to de la acusación m e llenó de asom bro. T ra s una introducción en la que se alu d ía a u n plan y u n a c o n ju ra com unes, seguían las palab ras: “ ...y h an m altratado, to rtu ra d o y asesinado a soldados am ericanos, cuyo núm ero y nom bres se ignoran. P e ro que las víc tim as ascendían p o r lo m enos a u n cen ten ar.” A penas escuché el resto de la lectura. M is cam aradas esta-
310
OTTO SK O RZEN Y
ban ta n asom brados com o yo. E n ios dos años que llevaba de cautiverio, ni u n a sola vez m e habian dirigido aquella m onstruo sa acusación. Com o tu v e ocasión de com probar después, lo m is m o les sucedía a m is cam aradas. P o r lo visto, m is acusadores habían estado esperando pacientem ente que alguien d ije ra algo que sirv iera de pru eb a p a ra aquel p u n to de ia acusación. D espués del proceso y al term in ar su inform e, el coronel R o senfeld retiró el p unto 2. E l presidente dei tribunal le recordó que su decisión significaba que no p o d ría aludirse de nuevo a aquel aspecto de la acusación. L a explicación que m e fue ofre cida confidencialm ente, en el sentido de que el punto 2 había sido u n a especie de “ tru c o legal” p a ra pod er fo rm ular u n a acusación “ general” con tra nosotros, no m e satisfizo. E n el añ o 1947 solam ente debían celebrarse procesos respon diendo a la acusación d a sesinato. D espués de la lectu ra de los cargos, nos condujeron al patio del bunker. A llí empecé p o r p resen tarm e a m is seis desconocidos de " c o n ju ra ” . L os representantes de la p ren sa m e pidieron unas declaraciones. S in d e ja r traslu cir lo enfurecido que m e sentía por el segundo pun to de la acusación, les d ije a los periodistas que consideraba una estupidez el hecho de que nos acusaran de ha ber planeado u n a co n ju ra “ en c o m ú n ", ya que acababa de hablar por p rim era vez en mi vida con seis de m is “ cóm plices” . A quellas m anifestaciones aparecieron con grandes titulares en cierta p re n s a : “ S K O R Z E N Y C O N S ID E R A U N A E S T U P I D E Z E L P R O C E S O C O N T R A E L .” E x p u esto de este modo, parecía u n a im pertinencia por mi parte, y éste fue el sentido que seguram ente quisieron darle, te r giversando m is palabras. D u ran te los tre s d ías siguientes, m is “ cóm plices” — cinco ofi c ia le s de la M arina, tre s del E jé rc ito de T ie rra y uno de las W affen S S — y yo tuvim os m ucho trab ajo . L os defensores que nos habían sido asignados, el teniente coronel R o b ert D . D u rst, el tenien te coronel D onald M cC lure y el com andante L . I. H o ro -
LUCHAM OS Y PER D IM O S
311
w itz, nos som etieron a unos duros interrogatorios. N o com pren d ía lo que se proponían con ello. E l últim o día, el teniente coro nel D u rst, que encabezaba 2a defensa, m e lo aclaró. A quel día estrechó p o r p rim era vez mi mano, asegurándom e que estaba ab solutam ente convencido de mi inocencia y de la de m is com pa ñeros. D ijo que m e defendería com o a su propio herm ano. Y cum plió su palabra. Siguió explicándom e que, de acuerdo con el orden juríd ico especial al que estaban som etidos los tribunales de D a chau, la defensa estaba obligada a la búsqueda objetiva de la v er dad, lo cual significaba, h a sta cierto punto, u n a colaboración con la acusación. L o s tre s defensores am ericanos tuvieron p ronto la com pañía de o tro s siete alem anes, que se ofrecieron voluntaria m ente. L e s d ije con to d a claridad que no podían esperar re tri bución alguna p o r su s servicios, y a que todos éram os pobres de solem nidad, y que lo único que podíam os hacer e ra entregarles u n a letra aceptada, sin fondos y sin fecha. P e ro los abogados ale m anes m antuvieron su ofrecim iento. T u v e una gran alegría cuan do al cabo de unos días se presentó un com patriota mío, el doctor P eyer-A ngerm ann, d e Salzburgo. Se había hecho detener en Salz b u rg o p a ra pod er ven ir a A lem ania en una conducción de p re sos. E n aquella época, e ra el único m edio que ex istía para trasla darse desde A u stria a Alem ania. L a m ejo r v irtu d del D r. P ey er-A ngerm ann e ra su sinceridad. — A ntes de decidirm e a ven ir — m e dijo— , m e he inform ado de su s antecedentes. L o s inform es han sido favorables. E n los días siguientes tuvim os que tom ar dos decisiones de m ucha trascendencia. E l teniente coronel D u rst m e explicó que se atrev ía a g aran tizar u n final favorable del proceso, siempre que el necesario tra b a jo de equipo se realizase b a jo la dirección de u n único responsable. P o r ello pedía n u estra aprobación para d irig ir la defensa del m odo que estim ara m ás conveniente; n in g ú n o tro defensor debería em prender algo sin su previa a u to ri zación. T o d a s su s decisiones las consultaría conm igo, en mi
312
OTTO SK ORZEN Y
calidad de jefe de los acusados. P o r consejo de u n dem ócrata, en consecuencia, volvíam os al “ principio del F ü h re r” . M edité m ucho antes de decidirm e a asum ir u n a responsabi lidad que afectaba a] destino y quizás incluso a la vida de mis com pañeros. D esde luego, sólo estaba dispuesto a asum irla si mis com pañeros m e elegían, dem ocráticam ente, p a ra aquella tarea. H ice v o ta r tam bién la concesión de poderes únicos al teniente coronel D u rst. M is cam aradas nos o torgaron sin vacilar todos los poderes. Como p rim era consecuencia visible, tre s de los abogados alem anes renunciaron a su actuación. N os aconsejaron que no concediésemos sem ejante “ pleínpouvoir” al abogado americano. P e ro n u estra decisión estaba tom ada, y posteriorm ente quedó de m ostrado que había sido acertada. L a s sem anas que precedieron al proceso estuvieron llenas de dificultades. A l principio, el teniente coronel D u rst se m ostró conform e con la com posición del tribunal. P o r m i parte, no me gustó en terarm e de que el teniente coronel E llis, representante de la acusación en el proceso de M alm edy, con el cual no me h abía entendido dem asiado bien, había sido nom brado com andan te del “ W a r C rim es G ro u p ” de D achau. U n o s días m ás ta rd e el teniente coronel D u rst vino a verme, b astan te deprim ido. L a composición del tribunal había sido cam b ia d a : todos sus m iem bros estarían b a jo la influencia del pre sidente, el coronel G ardner. T eniendo en cu en ta el apodo de “ the hanging G a rd n e r” con que e ra conocido el presidente en cues tión, p o r h ab er aplicado h a sta entonces únicam ente sentencias de m uerte en la horca, la noticia no resu ltab a alentadora, ni m ucho m enos. A regañadientes, accedí a que el teniente coronel D urst se opusiera al nom bram iento del coronel G ard ner y otros m iem b ro s del tribunal. M e daba cuenta de que con ello nos atraería m os la enem istad de v arias p e rso n a s; p ero en el proceso estaban e n ju eg o cosas m ás im portantes que los sentim ientos personales. A l final fueron sustituidos cuatro o cinco m iem bros del tribunal, que continuó b a jo la presidencia del coronel G ardner. L os nue vos ju ra d o s eran todos oficiales am ericanos que habían luchado
LUCHAM OS Y PER D IM O S
313
en el fre n te ; a la h o ra de juzgarnos lo hicieron de acuerdo con su leal convicción. E l teniente coronel D u rst organizó rápidam ente su equipo de colaboradores subordinados, todos ellos funcionarios civiles del “ W a r Crim es G ro u p ” . N os opusim os a la colaboración de un tal M r. K irschbautn. N os hablam os enterado de que en SchwábischH all había sido el in terro g ad o r que obtuvo “ m ás éxitos” contra m is cam aradas de la 1.a D ivisión A corazada SS. L o s acusados estábam os alojados en tre s celdas del bunker y trabajábam os activam ente en la preparación de n u estra defensa. S in em bargo, el hecho de que no nos h ubieran entregado ningún pliego de cargos dificultaba n u e stra tarea. A los puntos de la acusación, redactados en térm inos b astante generales, sólo podía* m os replicar relatando los acontecim ientos ta l com o habían suce dido. E n el p u n to 1, p o r ejem plo, nos acusaban de haber luchado utilizando el uniform e del enemigo. Sabíam os que no e ra cierto. P ero , ¿cóm o íbam os a probarlo, ignorando los hechos concretos en que se basaba la acusación ? E n los p u n to s 3 y 4 nos hacían culpables del robo de equipos de p risioneros am ericanos y de pa quetes enviados p o r la C ru z R o ja. ¿ Cómo íbam os a p re p a ra r una defensa, ignorando cuándo, dónde, cóm o y p o r quién habían sido com etidas las “ fechorías” de los p u n to s 3 y 4 ? A p esar de todo, pudim os observar u n hecho bastante alenta dor. D espués de la acusación oficial, la actitud h a d a nosotros del personal de v ig ilan d a am ericano y polaco n o h abía variado. A los trece m eses de residencia en D achau, podia considerarm e como una especie de "d u d a d a n o de h o n o r” del bunker. Desde luego, no podía esp erar que los guardianes sintieran afecto por m í; p ero estaba convencido de haberm e g an ado el respeto de aquellos soldados, y e sto m e bastaba. C uando m e enteré de que se habían hecho num erosas apues tas sobre el resultado de n u estro proceso, d hecho m e causó una r a ra im presión. L os am ericanos de la defensa y de la acusación apostaban en tre ellos fuertes cantidades. U n a quiniela controlada p o r nosotros, los acusados, hubiese sido u n buen n egodo, pues
314
OTTO SK ORZEN Y
a l fin y al cabo lo que se ventilaba e ra n u estra cabeza y nuestra libertad. D e todos m odos, aquella pasión p o r las apuestas tenia tam bién su lado b u en o : su proporción, que desde el prim er mo m en to nos fue favorable y que llegó a se r de 1 a 10, nos perm itia calcu lar n u estras posibilidades. L a tarea de a u n a r las voluntades y las ideas de los diez acu sados no resu ltó fácil. E n tre ellos no había un solo oficial al que conociera de u n m odo íntim o, y a que — detalle curioso— , ninguno d e los m iem bros de mi E stad o M ayor había sido encausado. Al principio, los p u n to s de vista eran b astante divergentes. M e limi ta ré a contar cóm o gané mi m ejo r com pañero de lucha de aque llos días. E l teniente de navio M ., de u n m odo confidencial, me con fesó lo siguiente: era h ijo de padre alem án y de m adre inglesa, y desd e el p rim er m om ento se habia sentido enemigo del T ercer Reich. Se alistó en m i b rigada únicam ente p ara encontrar la po sibilidad de pasarse al enem igo. D espués de su captura había contado todo esto. E x perim entaba tam bién un intenso odio hacia m í, un odio que no podía justificar, puesto que sólo me había v isto u n a vez. Sin em bargo, d u ran te su cautiverio había abierto los ojos acerca de m uchas cosas, y el concepto que tenia de los aliados varió radicalm ente. S u época de prisionero de g u e rra le había convertido en un buen alem án. A l conocerm e personalm en te, se habían modificado tam bién sus sentim ientos en lo que a mí respecta. C om prendí que, a pesar de sus pasados errores, po d ia confiar plenam ente en él. E fectivam ente, a p a rtir de aquel m om ento fu e mi m ejor y m ás leal cam arada. Q u iero d a r un breve resum en de la vista, dado que la prensa alem ana sólo inform ó con am plitud en los prim eros días del pro ceso, cuando la acusación estaba en el u so de la palabra. A causa de esto, es posible que el fallo constituyese una sorpresa para m uchas personas, engañadas p o r los titulares sensacionalístas de los periódicos.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
315
L a v ista em pezó el 18 de agosto de 1947. E l prim er testigo de cargo fue m i ayudante y viejo am igo R adl. Se lim itó a confir m ar la autenticidad de u n telex del E stad o M ayor de la W eh rm acht, que nadie había puesto en duda, p ero al gran público sólo llegó el im pacto del ayu d an te p restando testim onio contra su jefe. Sé lo difícil que resultó p a ra R adl conservar la tranqui lidad d u ran te su actuación como testigo de la acusación. T am bién a algunos cam aradas condenados a la últim a pena en el proceso de M alm edy se les obligó a com parecer como tes tigos an te el tribunal. E l coronel P eip er, acusado núm ero 1 del proceso de M alm edy, m anifestó aquella circunstancia en su de claración, p a ra lo cual se necesitaba una buena dosis de valor. N inguno de aquellos “ testigos” nos p erju d icó con su declaración, lo cual hacía aú n m ás absurda su presencia allí. C uando el te niente coronel D u rst, con g ra n so rp resa p o r mi p arte, empezó su intervención atacando vigorosam ente el procedim iento seguido en el proceso de M alm edy, todos experim entam os u n a sincera ale gría, pensando que ta l vez aquello sirviera de ayuda a nuestros cam aradas condenados. E ncarándose con el coronel. Rosenfeld, que había p residido el proceso de M alm edy y que ahora actuaba de fiscal, el teniente coronel D u rs t exclam ó: — A usted, con sus dedos em papados en la sangre del proceso de M alm edy, puedo asegurarle que en este proceso las cosas ro d a rá n de u n m odo m uy distinto. O tro hecho im portante fue el relacionado con el testim onio de carg o del com andante K nittel, m uy peligroso p a ra nosotros. K n ittel se encontraba en la cárcel de L an d sb erg y n o había po dido com parecer ante el tribuna!, al parecer p o r enferm edad. L a incom parecencia de u n testigo ta n im portante no dejó de e x tra ñarm e. M r. H a rry T ., ayudante del fiscal, había ju ra d o an te el tribunal que K nittel p restó y firm ó voluntariam ente su declara ción ju ra d a . P e ro un ayudante am ericano de la defensa consiguió entrevistarse con K n ittel en L andsberg. S u declaración an te el tribunal cayó com o una bom ba: K nittel le había ju ra d o que el docum ento presentado por la acusación e ra falso, ya que él no
316
OTTO SKORZENY
había prestad o nunca, y m ucho m enos firm ado, ninguna declara ción com o a q u é lla ; adem ás, el com andante K n ittel gozaba de ex celente salud. E l evidente p e rju rio com etido p o r M r. H a rry T . n o tuvo la m enor consecuencia p ara él. E l testim onio de un oficial am ericano, m anifestando que en la época de la ofensiva de las A rd en as había perdido aproxim a dam ente un k ilo y m edio de peso estando prisionero de los ale m anes, resultaba dem asiado ridículo p a ra ser tom ado en consi deración. U n teniente U .S .A ., p o r su parte, declaró que algunos soldados alem anes llevaban una “ field ja c k e t” am ericana encima de su s uniform es alem anes cu an d o se libró la batalla de Stoum ont. S in em bargo, al ser in terrogado p o r la defensa, afirm ó que aquellos soldados, hechos prisioneros, habían m anifestado perte necer a la 1.a D ivisión A corazada S S y no a m i brigada acora zada 150. E n el cu rso del proceso quedó dem ostrado que muchos soldados alem anes del frente del O este habían llevado aquella cla se de prendas abandonadas p o r los am ericanos en su retirada, p a ra protegerse de los rigores del invierno, co n tra los cuales re sultaban insuficientes los equipos facilitados p or el ejército ale m án. AI term in ar los alegatos de la acusación, el teniente coronel D u rst solicitó p o r p rim era vez la absolución de todos los acusa dos. L a petición fue denegada. L a aparición del p rim e r testigo de la defensa constituyó una sorp resa p ara toda la sala, y de un m odo especial para los acu sados : se tra ta b a del iving-commander británico F . Y eo-Thom as el cual había desem peñado un im portante papel en el m ovimiento de resistencia francés, p o r encargo del Servicio Secreto inglés. E l nom bre m e sonaba de a lg o ; no ta rd é en recordar que lo había visto en el conocido libro de E ugenio K ogon “ D er S S -S ta a t” (E l E stad o de las S S ). P e ro en aquel libro se decía que a F . Y eoT hom as le habían liquidado en un cam po de concentración. Y ahora, aquel hom bre se disponía a testim oniar en favor de su an tiguo adversario alem án. S u declaración estuvo basada princi palm ente en las operaciones “ especiales” llevadas a cabo por los ingleses, las cuales justificaban la aplicación de m étodos sim ila
LUCHAM OS Y PER D IM O S
317
re s p o r p arte alem ana y e ra u n m edio de lucha absolutam ente legal. D esgraciadam ente, no pude estrech ar su m ano cuando te r m in ó su declaración con estas palab ras: — E l coronel S korzeny y sus oficiales han actuado y lucha d o siem pre com o caballeros. T re s oficiales am ericanos de unas guarniciones cercanas a M u nich se habían ofrecido tam bién a la defensa p a ra atestig u ar en n u e stro fa v o r; sin em bargo, su presencia n o fue necesaria. T ra s d eclarar o tro s testigos de la defensa, ocupé, en nom bre d e to d o s m is cam aradas, la silla colocada en el centro de la sala. E l teniente coronel D u rst m e pidió que inform ara al tribunal acerca del planeam iento y la p uesta en m archa de la operación “ G rifo” . U n m apa de la región colgado de una de las paredes m e ayudó a hacer m ás com prensibles m is explicaciones. P o r desgracia, n o pude referirm e al llam ado “ plan E isenho w e r” , la supuesta operación con tra el C uartel G eneral aliado. E l trib u n al había aceptado u n a petición de la acusación para que n o se hab lara de aquel tema. E l inform e del teniente coronel M cC lure, uno de los defenso re s, term in ó con unas palabras que causaron u n a profunda im presión : — Señores míos, si en alguna ocasión tu v iera en una unidad d e com bate a m i m ando a unos hom bres com o los acusados, m e sen tiría orgulloso de ellos. E l 9 de septiem bre, en u n a sala llena a rebosar, se dictó el fallo absolutorio p a ra todos los acusados. A ntes de que pudiera e stre c h a r la m ano de m i defensor, vino a mi encuentro el fiscal, coronel Rosenfeld. M e tendió su m ano, p ero ignoré aquel gesto. M e felicitó, diciéndom e que al acusarm e se h ab ía lim itado a cum p lir con su deber y con las órdenes que había recibido. ¡ N o lo hubiese hecho a g u sto ! M i respuesta no fue m enos concreta: “ E ntonces, señor coronel, debiera usted com prendernos a noso tros, los alem anes, que no hem os hecho o tra cosa que obedecer a los m andos, cum pliendo con n u estro d eb er” .
318
OTTO SKORZENY
U n a s h o ras después de la absolución estábam os de nuevo en el bunker, p ero esta vez p a ra recoger n u estras cosas y traslad ar nos al cam po general. L as felicitaciones, incluidas las de los guar dianes, eran sinceras. N u e stra s dificultades parecían haber ter m inado. N unca olvidaré la recepción de que nos hicieron objeto los cam aradas cuando entram os en el ca m p o ; en tre o tra s cosas,, m e esperaba u n a com ida al estilo vienes p rep arada p o r R adl y H u n k e. M is com pañeros de causa se p rep arab an p a ra regresar a sus hogares. D e los diez acusados sólo quedaríam os retenidos u n ca m arad a de las W affen S S y yo, afectados p o r la llam ada “ deten ción au tom ática” . E r a una' ley que afectaba aú n a centenares de m iles de alem anes, de m odo que no nos pesaba dem asiado tener que quedam os. N o llegué a despedirm e de los com pañeros que regresaban a casa. Inesperadam ente, el m ediodía del 12 de septiem bre de 1947 m e co n d u jero n d e nuevo al bunker, al parecer sospechoso de “ w a r crim es” . L a ñ esta de despedida en h o n o r de m is cam aradas y e n conm em oración del c u arto aniversario de n u estra acción en Ita lia se celebró sin m i presencia. D esgraciadam ente, m i defensor am ericano, el teniente coro nel D u rst, n o podia ayudarm e y a a aclarar aquel evidente erro r. E n tre ta n to , los periódicos habian publicado con grandes ti tu la re s : “ E L C O R O N EL SK O RZEN Y , Q U E ACABA D E SER ABSU ELTO , SERA ENTREG A D O PRO BA BLEM EN TE A D IN A M A R C A O A C H E C O S L O V A Q U IA ." L a s nuevas acusaciones no eran creíd as n i siquiera p o r los guardianes del bunker, los cuales m e tra ta b a n con cierta defe rencia. U n teniente polaco, que se encontraba en el bunker sos pechoso de espionaje en favor de los rusos, y al que sus com pa trio ta s del servicio de vigilancia ten ían u n a evidente considera ción, m e p ropuso h u ir con él. R echacé aquella propuesta, como
LUCHAM OS Y PER D IM O S
319
había rechazado o tras sem ejantes. E l asu n to debía a c la ra rse ; an tes de quedar en libertad, q uería elim inar to d a sospecha acerca de m i actuación d u ran te la guerra. A l cabo de u n p a r de sem anas la cuestión quedó resuelta. N un ca había existido u n a petición danesa de entrega. Probable m en te se tra ta b a de u n a confusión, aunque no podía descartarse la posibilidad de que el e rro r hubiese sido voluntario. L o m is m o sucedía en el caso de Checoslovaquia. F u i trasladado de nue vo al cam po general, donde se repitió en mi honor la fiesta a la que no había podido asistir. D e todos modos, fueron necesarias otras dos sem anas p a ra que la sa n ta burocracia, que reinaba tam bién allí, m e borrase definitivam ente de la lista de los “ crim ina les de g u e rra ” . Probablem ente d erram ó gruesas lágrim as de tin ta p o r ello. A hora, todo el m undo, incluido el com andante del cam po, se m ostraba am able conmigo. U n sargento del servicio de vigilancia opinó que m i uniform e de prisionero de g u e rra estaba dem asiado ajad o y ordenó que m e confeccionaran u n tra je nuevo en la sas tre ría del campo, con te la m ilitar alem ana. O tro m e invitaba a u n a taza de café; u n tercero m e regaló varios libros. E n todas m is conversaciones con el personal am ericano m e daba cuen ta de que volvía a ser u n soldado e n tre soldados, a pesar de que se g u ía com partiendo la su erte de los dem ás prisioneros. H ab ía oído h ablar m uchas veces de los trab ajo s de la “ D ivi sión H istó ric a ” am ericana en N eu stad t a n d e r L a h n : con la ay u d a de oficiales alem anes, llevaba a cabo u n a exhaustiva tarea de investigación acerca de la S egunda G u erra M undial. C ierto d ía nos invitaron a R adl y a m í a red actar u n inform e sobre n u e stra actuación en Italia. R adl y y o queríam os term in ar ju n to s aquel tris te período, después de h a b e r vivido ju n to s épocas m ejores. Solicitam os el traslad o a N eu stad t p a ra poder tra b a ja r en la s m ism as condiciones que los o tro s oficiales. E l traslad o se llevó a cabo en u n coche celular. A quel m edio d e tra n sp o rte indigno — y a h o ra com pletam ente injustificado— , palió bastante la alegría que sentíam os al ab andonar D achau. Con
320
OTTO SK O RZEN Y
g ra n sorpresa p o r n u e stra parte, nos llevaron de nuevo al Camp K in g de O berursel, y nos encerraron en celdas individuales. Al día siguiente nos pusieron ju n to s en u n a celda algo m ayor, pero en aquellas condiciones decidim os no tra b a ja r para la División H istórica. A sí se lo m anifestam os al jefe de aquella división, co ronel P o tte r, el cual n os visitó en com pañía de algunos oficiales. E l coronel com prendió lo justificado de aquella queja, pero tra n s cu rrie ro n varios días antes de que nos traslad aran a la residencia “ A la sk a ” , habitada p o r tre s personas. P reviam ente, y de acuerdo con las norm as del Servicio Se creto, nos habían bautizado con unos nom bres supuestos. Radl se llam aba ah o ra B aker, y yo quedé convertido en A bel. Llega m os a la residencia a la h o ra de la cena. D os oficiales a los que conocíamos de la época de n u estra cam paña italiana se presen taro n m uy seriam ente como X -R av y Z e b ra ; la situación resultó verdaderam ente cómica. E n la m esa había tam bién una dam a, a la cual pudim os identificar com o miss M ildred G illard, una nor team ericana que d u ran te la g u erra, y b a jo el seudónim o de A xisSally, había realizado una vigorosa cam paña anticom unista a trav é s de las em isoras alemanas. L o s nervios y la salud de A xis-Sally habían sufrido mucho d u ra n te su prolongado cautiverio. P ero , a pesar de sus cabellos blancos, continuaba siendo una m ü je r m uy interesante, ya que poseía una g ran cultura. Con ella m ejoram os nuestro defectuoso inglés, y m uchas h o ras de la noche las pasam os en su habitación jug an d o una d iv ertid a p artid a de bridge, con una taza de café del desayuno recalentada y u n trozo de pan tostado hábilm ente sobre una plancha eléctrica. M iss G illard e ra huésped perm anente de la residencia “ A las k a ” desde hacia m ás de un año. P o r ella m e enteré de la suerte de m uchos alem anes que d u ran te aquel espacio de tiem po habían pasado unas “ vacaciones obligatorias” en la residencia. C uando nos p restaron un ap arato de radio, n u estra habitación llegó a pa recem os un palacio, ya que incluso disponíam os de sábanas, que nos habíam os traíd o de Dachau.
LUCHAM OS Y PER D IM O S
321
E l 6 de diciem bre de 1947 estábam os cenando m iss G illard, R a d l y yo — los o tro s inquilinos de la casa se encontraban de perm iso— cuando alguien g r itó : — ¡ Coronel S k o rz e n y ! ¡ S u esposa está delante de la casa! P o r u n erro r, que probablem ente tu v o desagradables conse cuencias p a ra el oficial de guardia, m i esposa pudo p asar conmi g o tres breves dias en la residencia “ A la sk a ” . A l llegar las N avidades, a R adl y a mí n os concedieron quin ce días de perm iso b ajo palab ra de honor. N aturalm ente, cum pli m os n u estra palab ra y n os presentam os puntualm ente. F u e mi p rim e r reencuentro con la v id a alem ana m ás allá de la alam bra d a de espinos. E ra el invierno del'ham bre. L a m iseria era espan tosa. N u estra p rim era visita fue p a ra H a n n a R eitsch, que vivía en O berursel. E n su casa conocí a u n sacerdote católico. Con versé largam ente con él. N uestros p u n to s de vista no e ra n siem p re coincidentes, p ero n os separam os com o dos hom bres que se resp etan y se com prenden m utuam ente. L uego visité W iesbaden y B erchtesgaden. E n todas p a rtes me encontré con viejos am igos. L os funcionarios del Gobierno M ili ta r am ericano, a los cuales tenía la obligación de presentarm e, se m ostraro n sum am ente am ables. M is conversaciones con el hom bre sencillo de la calle m e hacían com prender las grav es heridas que la g u e rra había abierto. M e alegraba de poder m ira r c ara a c ara a aquellos hom bres y m ujeres hum ildes, pues e ra ta n po bre com o ellos y había perdido to d o lo que antes poseía. A n te los num erosos m utilados de guerra, casi m e avergonzaba de mis m iem bros sanos. A finales de febrero de 1948 había term in ado n u estro trab ajo p a ra la D ivisión H istórica. E l fantasm a de H itle r rondaba aún p o r la imaginación de m uchos. Cierto d ía se presentó en O berur sel u n a com isión encargada de investigar el inform e de u n an ti guo soldado de la L uftw affe, según el cual había sido u n o de los guardianes de u n aeródrom o particu lar de S k o ríen y , situado cer ca de H ohenlychen. A llí m e había visto b a ja r en com pañía de H itle r de un " S to rc h ” que yo m ism o pilotaba, en los prim eros
322
OTTO SKORZENY
días de m ayo de 1945. ¡ O ja lá el pobre m uchacho no haya tenido que p asar dem asiado tiem po en un m anicom io! E n febrero de 1948, los periódicos publicaron una nueva le yen d a : u n oficial de S korzeny habia declarado que, p o r orden d e su jefe, acom pañó a H itle r en un “ J u -5 2 ” desde B erlín a D ina m arca. Alli reem prendieron el vuelo e n dirección a E spaña, p e ro el avión fue derrib ad o cerca de la fro n tera franco-española. El oficial e n cuestión habia resultado h erido en la cabeza. N o conocía de n ad a a aquel individuo, y posteriorm ente se reconoció en N u rem berg que su declaración carecía de toda base. A l llegar a la cárcel de N urem berg, tra s n u estra estancia en la residencia “ A la sk a ” , recibimos una pequeña sorpresa. E l ser* vicio de seguridad in terio r habia sido confiado a una com pañía de “ black soldiers” (soldados negros). N unca he visto gu ard ia nes m ás correctos. E n 1945, d urante el proceso co n tra los p rin cipales “ crim inales de g u e rra ”, ten ía la im presión de que los guardianes, en aquella época blancos, habían sido aleccionados en el sen tid o de que debían vigilar a “ crim inales” o a “ anim ales salv ajes” . Y m uchos de ellos actuaban en consecuencia. L o s sol dados negros, al parecer, no habían sido som etidos a aquella p ro paganda. N i siquiera inten taro n quedarse con algún “ recuerdo’' nuestro. E l departam ento de testigos de la cárcel de N u rem b erg es tab a ahora b astante m enos poblado, p ero creo que al dism inuir en núm ero habían aum entado en calidad. H ab ía allí técnicos en aceros, químicos, científicos y economistas. E n el curso de largas conversaciones con aquellos hom bres, aprendí m uchas cosas que habían de beneficiarm e en m i vida fu tu ra. E n aquella época aca baba de term in ar el proceso Flick y se habían iniciado los proce sos IG -F arb en y los de la W ilhelm strasse. Probablem ente me habían llevado allí p ara que com pareciera com o testigo en el caso Schellemberg. P o r cierto que Schellem berg estaba b astante preocupado, cre yendo que iba a tom arm e el desquite p o r las declaraciones poco am ables que había hecho acerca de mi persona. Con ello dem os-
LUCHAM OS Y PER D IM O S
323
•traba u n a v e r m ás que no m e conocía en absoluto. E n realidad, n o estaba enterado de n ingún hecho que p udiera in teresar al tri bun al de N urem b erg como dem ostrativo de que Schellem berg se hu b iera hecho reo de alg ú n “ crim en d e g u e rra ” . P e ro tampoco p u d e aten d er el ruego de Schellem berg p a ra que atestig u ara su participación en la c o n ju ra del 20 de julio de 1944, o por lo me n o s su relación con los conjurados. T ratán d o se de unos aconte cim ientos históricos tan serios, quería atenerm e a la pura verdad. R ecuerdo dos conversaciones sum am ente interesantes que sos tu v e con el profesor K em pner, que actuaba de fiscal, y con el presidente del tribunal, capitán M usm ano, los cuales se m ostra ro n m u y am ables conmigo, aunque supongo que en su actuación oficial prescindían de to d a am abilidad. L a s dos conversaciones tuviero n como tem a central a A dolfo H itler, aunque en el fondo es posible que existiera tam bién cierto in terés por m i persona. L es conté la im presión que m e había causado la poderosa p er sonalidad de H itle r cuando le conocí, en 1943. P e ro tam bién les expliqué el penoso efecto que m e p ro d u jo en n u estra últim a entrevista, cuando se había convertido e n u n hom bre viejo y agotado, aplastado p o r el peso de su s preocupaciones. T ra té de que el profesor K em pner com prendiera lo que m e habia im pul sado, lo m ism o que a o tro s m uchos alem anes, soldados o no, a cum plir con m i deber hasta el últim o m om ento. “ L a s personas de carácter, le di je, no se ap artan del cam ino que h an escogido vo luntariam ente. E l oportunism o puede re su lta r provechoso en de term in ad as circunstancias, p ero el hom bre que lo practica no con segu irá hacerse resp etar p o r los d em ás” . C reo que el profesor com prendió m is puntos de vista. Su despedida fue p a ra m í una prueb a de ello y, al m ism o tiempo, el m ejor cum plido que me h ay a dirigido un antiguo adversario. M e d ijo : — Coronel S korzeny, estoy convencido de que a la larga se im pondrá usted con su com portam iento. Con el capitán M usm ano hablé largam ente sobre M ussolini e Italia, a la que él conocía perfectam ente. M ás de una vez me he preg u n tad o sí e ra sim ple casualidad el hecho de que H itler
324
OTTO SKORZENY
y M ussolini tuv 'r a n tantos puntos en com ún y tantos rasgos si m ilares en su destino. A m bos se interesaban p or la arquitectura, am bos apreciaban al filósofo N ietzsche y am bos soportaban el tr á gico destino de la soledad hum ana. N inguno de los dos tuvo un v erd ad ero a m ig o ; estaban rodeados de m uchos lacayos y de m uy pocos hom bres. P o r casualidad recordaba dos citas de Nietzsche, que h ab ía oído en boca de H itler, y tam bién en la de M ussolini. ¿ L a s habían escogido acaso como lem a p a ra sus vidas ?
jA ca so intento hacer m i felicidad? N o ; intento hacer m i obra. Y las breves pero significativas p a la b ra s:
V ive peligrosamente. T ra s aquel últim o interm ezzo en N urem berg, R adl y yo fui m os internados, p o r expreso deseo nuestro, en el cam po alem án de D arm stadt. Q ueríam os pasar tam bién p o r el “ molino de la desnazificacíón” . N o sentíam os ningún tem or, y a que nunca ha bíam os luchado contra los intereses de A lem ania ni del nuevo E stad o de H essen, ni habíam os participado activam ente en asun to s políticos. Y los aliados, c o n tra los cuales habíam os luchado, habían certificado con su absolución que en n u e stra actuación nos lim itam os a cum plir con n u estro deber de alemanes. T am poco debíam os tem er los llam ados “ cargos form ales” , de acuerdo con u n a ju s ta interpretación de las sentencias de N u rem berg con tra las organizaciones. Llevábam os a h o ra casi tres años de internam iento. S in ánim o de establecer comparaciones odiosas, m e lim itaré a reco rd ar que u n atraco, por ejem plo, no se castiga con m ás de tre s años de prisión, si el au to r n o es reincidente. L a vida del cam po de concentración, que millones de alem a nes h a n llegado a conocer, no necesita ser descrita. E s posible que unos cam pos fueran m ejores y otros peores que el de D arm s-
LUCHAM OS Y PER D IM O S
325
ta d t. L os m iem bros de la adm inistración civil y el personal de vigilancia m e tra ta ro n bien, en térm inos generales. P a ra ellos, su em pleo significaba una posibilidad de g an arse el pan que no aceptaban p o r gusto, sino p o r p u ra necesidad, si n o q u ed an en co n trarse sin trab ajo . N o tard aro n en nom brar un presidente p a ra n u estro próxim o proceso. E n su calidad de antiguo oficial de la reserva nos com p ren d ía perfectam ente y expresó su propósito de incoar el pro ceso con to d a la rapidez posible y con las m áxim as garan tías para nosotros. E n tre ta n to , habíam os llegado a ser los dos últim os de nues tro g ru p o que continuábam os internados. A h ora que todos mis an tig u o s subordinodos habían dejado d etrás de ellos las puertas del cam po, creia que tam bién p a ra nosotros había llegado el mo m ento de m irar desde afuera el alam bre espinoso. A fin de no perm anecer inactivos, íbam os voluntariam ente a q u ita r escom bros a D arm stadt. N os entendíam os perfectam ente con la población civil y con los o b reros de la construcción con los cuales m anteníam os contacto. Recibíam os m uchas dem ostra ciones de sim patía: el expreso "esco m b rero ” de D arm stad t pa rab a en pleno trayecto p a ra ah o rrarn o s u n a cam inata, o los e stu diantes de la A lta E scuela Técnica nos tra ía n cigarrillos adqui ridos en el m ercado n egro a precios Nevadísimos, o la m u je r de la casa contigua nos invitaba a postres y café d u ran te el descanso del m ediodía. N u e stra s esperanzas en un proceso rápido resultaron fallidas. E l p rim er señalam iento quedó aplazado, y a que a u n alto fun cionario del M inisterio especial se le o cu rrió la idea de que de bían acusarnos p o r la "O p eració n M ussolini” , considerándola un acto político. U n a idea que no se le h ubiera ocurrido ni al más severo de los in terrogadores e x tra n je ro s del cam po de Dachau. E l segundo señalam iento fue tam bién aplazado p o r orden supe rior, alegando la llegada, m edia hora antes del comienzo de la vista, de nuevos e im portantes docum entos. N os dim os cuenta de:
326
OTTO SK ORZEN Y
que estaban actuando fuerzas desconocidas que deseaban entor pecer el cu rso de la justicia. E n tre ta n to , m e m ovía p o r e! cam po de D arm stadt con los ojos m uy abiertos. L a corrupción, el soborno y los negocios su cios estaban a la ord en dei día. Incluso los periódicos se ocupa ban de aquellas escandalosas h istorias, que no podían ocultarse del todo. L o s acusadores públicos eran el cen tro de tales “ acti vidades” . ¿D ebía p erm itir que aquellos hom bres reprochasen mi idealismo, m i am o r a A lem ania, un am o r que ellos eran incapaces de sen tir y de com prender ? R adl, que poseía unos amplios cono cim ientos jurídicos, elaboró u n a lista con m ás de 70 casos com probables de soborno y corrupción, en los cuales estaban com pli cados el personal de vigilancia y los m iem bros del tribunal “ desnazíficador’'. E n tre g ó la lista a u n periódico, el cual se limitó a publicar u n extracto. R adl no fue llam ado a responder de aque llas acusaciones, hecho que basta p a ra d em o strar su exactitud. Em pecé a d u d ar de la conveniencia de som eterm e a u n proceso en tales condiciones, P e ro decidí esp erar u n poco m ás. C uando nom braron a u n nuevo fiscal, un tal H e r r H am m el, en el mes de ju lio de 1948, le rogué que o rd en ara in vestigar los cargos pre sentados c o n tra m í, com o es de ley antes de incoarse u n proceso form al. E sta b a convencido de que p odría re fu ta r aquellos cargos d u ra n te la vista, poniendo con ello en ridículo al tribunal. N o te n ía el m enor in terés en provocar tal situación, que podía ser evi tad a efectuando las p ertinentes diligencias aclaratorias. Sin em bargo, insistí en que, de com probarse la falsedad de los cargos, m is denunciantes fu eran procesados p o r p erjurio. E n mi presencia se envió u n telex a la b rigada de investiga ción crim inal de H eidelberg, rogándole que investigara uno de los carg o s presentados con tra m i : un soldado había ju ra d o que yo le condené a m uerte porque n o quería p articip ar en una operación. A l cabo de varias sem anas llegó la resp u esta: en la nueva declaración no figuraba m i nom bre p a ra nada. C uando le exigí a H e rr H am m el el procesam iento de aquel individuo, se encogió de hom bros, diciéndom e:
LUCHAM OS Y PER D IM O S
327
— E l trib u n al tiene o tras tareas m ás im portantes de que ocu parse. A l o ír aquellas palabras, repliqué que, en tales circunstancias, m i paciencia no ta rd a ría en agotarse y un buen d ía desapare cería del cam po. E l segundo testigo de cargo, un capitán de ingenieros, se h u n dió p o r com pleto d u ra n te la v ista c o n tra R adl. D eclaró, llorando, que todas las declaraciones que habia efectuado c o n tra R adl y c o n tra mi eran falsas, y que se había visto obligado a hacerlas b a jo presión. T am poco el capitán G. fu e acusado p o r p erjurio. A p esar de todo, quise efectuar o tra tentativa cerca de m i nuevo acusador H aas. M i proceso se h a b ía aplazado por séptim a vez E n el curso de prolongadas discusiones, tra té de encontrar una base de entendim iento con el señor H aas, a sabiendas de lo p re concebido de su actitud. C uando quise explicarle algo de tipo m ilitar, m e in terru m p ió : “ D e eso no entiendo nada ni quiero sa b er nada. M e tiene com pletam ente sin cuidado” . E ntonces, m i paciencia se agotó. L e d ije claram ente que aban do n aría el cam po. A quella ú ltim a discusión tu v e lu g a r el 25 de julio de 1948. A todos los funcionarios del campo con los cuales m e tropecé Ies m anifesté m is intenciones. C uando mi proceso fue aplazado p o r séptim a vez, se agotó m i paciencia. M anifesté claram ente a todo el m undo, incluso a los funcionarios del campo, que había decidido m archarm e. E ra el 25 de julio de 1948. L a últim a noche que pasé d etrás de la alam brada de espinos revisé m entalm ente los larg o s m eses de m i cautiverio. A pesar de las desagradables experiencias que había vivido, no sentía el me n o r odio; si acaso, u n inm enso desprecio hacia cierta clase de individuos que deseaban perju d icarn o s sin re p a ra r en medios. El sincero adversario de ayer, que luchaba abiertam ente por sus convicciones, m añana p o d ía se r m i am igo. Con ei enem igo falso y cobarde, cuyas arm as son la m en tira y la calum nia, n o hay po sibilidad de entendim iento. E n m i caso, n o puede hablarse propiam ente de u n a “ h u id a ” .
328
OTTO SKORZENY
R esultó sencillísimo abandonar una residencia que había buscado voluntariam ente p a ra que se m e hiciera justicia. M e puse en ca m ino el 27 de julio de 194S. L o inicié sin necesidad de alicates, ni de escaleras de cuerdas, ni de sobornos. Di un paso decisivo el p aso decisivo hacia una vida nueva, hacia la L IB E R T A D .
F IN D E LA OBRA