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Los conflictos de los Balcanes a finales del siglo XX (Ponencia presentada al Seminario Lecciones de los conflictos recientes, organizado por el Grupo de Estudios Estratégicos con la colaboración del Instituto Español de Estudios Estratégicos del Ministerio de Defensa, Madrid, 14 de noviembre de 2002)
Enrique Fojón1
Análisis nº 29
18 de septiembre de 2002
Uno de los efectos de la energía que liberó el desequilibrio estratégico que se produjo al final de la Guerra Fría, fue la cadena de conflictos en los Balcanes, sobre todo los relacionados con la desmembración de la República Federativa de Yugoslavia y el colapso del estado albanés. Después de la Guerra del Golfo, el “nuevo orden” internacional estaba aún por definir y nuevos e inesperados acontecimientos iban a ayudar a configurarlo. Este hecho puede estudiarse desde varios puntos de vista, que van de la tragedia humana a una nueva forma de entender las relaciones internacionales. Pero necesariamente hay que delimitar los contornos de la situación en cada caso, teniendo presente que lo que comienza como una guerra civil, llega a convertirse en un foco de intervención de lo que ha venido a denominarse Comunidad Internacional.
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La descomposición del estado yugoslavo Aunque Yugoslavia poseía las condiciones históricas, culturales y políticas para poder fraccionarse según varias líneas, le hacía falta un catalizador para que se produjese la reacción necesaria y lo encontró en el pasmo estratégico y político que siguió al proceso que culminó con la desaparición de la Unión Soviética. La rapidez con que se produjo el desmoronamiento del bloque comunista, paralizó al mundo occidental y liberó energías en los territorios de la órbita socialista. Yugoslavia, definida popularmente como seis repúblicas, cinco naciones, dos regiones autónomas, cuatro idiomas y tres religiones, unidas por una constitución política, la de 1974, diseñada para ser encabezada por alguien con un carisma excepcional, llena de originalidades y extravagancias, pero carente de mecanismos democráticos; junto con unos antecedentes históricos próximos de graves conflictos étnicos, constituían los ingredientes que iban a facilitar la ruptura política y desatar la consiguiente tragedia. La Segunda Guerra Mundial se zanjó en Yugoslavia con una contienda civil, donde se cometieron enormes atrocidades que realimentaron odios seculares y de la que salió como gran vencedor Tito. Éste, implantó un régimen socialista heterodoxo y se negó a seguir la pauta estalinista de Moscú, hasta el punto que el miedo a una invasión de la Unión Soviética la convirtió en el enemigo convencional de Yugoslavia, durante la Guerra Fría. La economía, apoyada en un modelo autogestionario, una vía entre el capitalismo y el socialismo, trajo como consecuencia una situación económica mejor que en otros países socialistas, a lo que no fue ajena la ayuda occidental, que culminó en el boom de los años setenta, lo que se alcanzó después de cifras de crecimiento superiores al 6% anual. En los ochenta las cosas cambiaron a peor, impulsada por el autarquismo económico de las repúblicas y una aguda recesión económica hizo que los yugoslavos volvieran a los niveles de principios de los setenta y, en algunos casos, como en Macedonia, incluso al de los sesenta. En esta situación, los desequilibrios territoriales se agudizaron. Baste como ejemplo que Eslovenia, con el 8% de la población contribuía al presupuesto del estado con más del 20% y que en los años setenta, la renta per cápita de Eslovenia era de 1200 dólares y la de la provincia autónoma de Kósovo de 300. La muerte de Tito, en mayo de 1980, no presagiaba buenos augurios y la puesta en práctica de unas previsiones constitucionales, concebidas para funcionar en vida del mariscal, sólo fomentó la rivalidad entre las repúblicas y la institucionalización de una corrupción crónica, que iban a marcar la carrera hacia el abismo.
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Las fronteras interiores del estado yugoslavo no seguían las líneas étnicas, se puede decir que sólo Eslovenia era étnicamente homogénea. Bosnia-Herzegovina reunía a tres grupos nacionales: bosnios musulmanes, serbios y croatas. Macedonia, con una importante minoría albanesa, se siente amenazada en su identidad nacional por Bulgaria y Grecia. En Croacia existían regiones de mayoría serbia muy bien implantada y la misma Serbia tampoco podía presumir de homogeneidad étnica, dado que amparaba en su territorio importantes minorías albanesas y húngaras. Después de la muerte de Tito, se produjo en Yugoslavia, en los años 80, una transformación política, en que los dirigentes, al igual que los de otros países de la Europa del Este, buscaron su legitimación en el apoyo popular. Este proceso, a falta de otras alternativas democráticas, condujo al renacimiento de los nacionalismos, como alternativa intelectual y política en sustitución al comunismo oficial. En Serbia, Croacia y Eslovenia, las tesis nacionalistas alcanzaron un gran auge y aportaron la base necesaria para la agresividad en que se cimentó el conflicto. El ansia autonomista de las repúblicas llegó al extremo que fue preciso que el Ejército Federal yugoslavo, que se perfilaba como el único garante de la integridad del estado, tuvo que proceder desarme de las unidades de la Defensa Territorial de las repúblicas con tendencias secesionistas. Desaparecida la Unión Soviética, el faro de progreso de la Europa occidental era un reclamo demasiado importante para todos los países socialistas y, en el caso de las repúblicas yugoslavas, Eslovenia y Croacia pensaron que solas podían alcanzar el paraíso, unidas a otras más deprimidas esta empresa se les antojaba difícil. Estas dos repúblicas, desoyendo las recomendaciones europeas y norteamericanas, declaran unilateralmente la independencia el 25 de junio de 1991, con vistas a aplicar el concepto del estado-nación étnicamente homogéneo. Con ello se inicia un proceso secesionista imparable que desembocará, posteriormente, en la proclamación de independencia de Macedonia y de Bosnia-Herzegovina, permaneciendo Serbia y Montenegro unidas como la nueva República Federal de Yugoslavia. La guerra en Eslovenia El primer conflicto armado tuvo lugar en Eslovenia, la declaración de independencia era el cenit de un proceso de apertura política que, con la formación de partidos, culminó en mayo de 1989, con un referéndum “informal”, que llevó a la petición de soberanía y de ejercer el derecho a la secesión . El Ejército yugoslavo intervino para detener el proceso pero, la crisis de las instituciones federales hacía imposible que consiguiese su propósito. La resistencia de la Defensa Territorial eslovena, preparada con meses de antelación y apoyada por la población civil, el bloqueo de las carreteras y el poco empuje del propio Ejército Federal, exponente
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de su desmoralización, llevaron después de unos días de escaramuzas a la retirada de éste. El poco margen de maniobra con que contaba el Gobierno Federal y el desinterés de Serbia en el asunto, llevaron al reconocimiento de la independencia. Las bajas, entre los combatiente, fueron de unas decenas de personas, la mayoría de ellas del Ejército Federal y algunos civiles. Las imágenes de guerra en Eslovenia produjeron en los políticos europeos, que hasta entonces se habían opuesto a la independencias de las repúblicas, el llamado “efecto CNN”, consistente en dejarse influir en sus decisiones por el dramatismo de las imágenes transmitidas más que por el análisis serenos de los hechos, lo que, en este caso, les impulsó a intervenir. La reunión auspiciada por la Comunidad Europea en la isla de Brioni, acabó con el acuerdo de retirada del Ejército Federal y que tanto Croacia como Eslovenia retrasarían su declaración de independencia tres meses. Esto significaba el cambio de postura europeo respecto al problema yugoslavo, ya que se venía manteniendo el no reconocimiento de ninguna independencia obtenida por medio de las armas. Los eslovenos y croatas comprendieron que la situación evolucionaba a su favor y no respetaron el acuerdo. Eslovenia se libró de la catástrofe que iban a soportar Croacia y Bosnia. Quizás su homogeneidad étnica le salvó, pero también hay que tener en cuenta que sus dirigentes prepararon muy bien el proceso. El Ejército yugoslavo sabía que no podía mantener operaciones prolongadas en ese territorio, al depender de Croacia como ruta logística. La humillante derrota invalidaba su posición como elemento aglutinador de un estado que ya se había desmoronado. Las animosidades étnicas se pusieron de manifiesto de forma virulenta en el seno de la institución, cuyo cuerpo de oficiales era en un 60% de procedencia serbia y, el Ejército pasó a ser un factor más de la guerra civil. Todo ello llevó a que, en lo sucesivo, no actuase más como Ejército Federal de la Yugoslavia que acababa de perecer, sino como el de la nueva Yugoslavia, encabezada por Serbia y apoyo de las milicias. La guerra en Croacia Croacia fue un caso diferente. Desde el triunfo de los nacionalistas croatas del HVO (Unión Democrática Croata), en 1990, los incidentes interétnicos entre serbios y croatas se agudizaron, sobre todo después de la promulgación de la nueva constitución en la que no se hacia constar referencia alguna a las minorías. En las regiones de Krajina y Eslavonia, las comunidades serbias tenían una fuerte cohesión e implantación, eran atrasadas económicamente y contaban con el apoyo de Serbia. Todo ello propició que se organizasen políticamente y se lanzaran por la misma pendiente nacionalista que los croatas. En este ambiente, los serbios proclamaron, después de un referéndum, la Región Autónoma Serbia de Krajina. Abierto el proceso de desintegración estatal, según el predominio étnico, los
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serbios de la Krajina y Eslavonia, apoyados por Belgrado actuaron en consecuencia. El Ejército Federal intervino como fuerza de interposición pero, poco a poco, fue tomando partido mayoritariamente a favor de los serbios. Previo al desencadenamiento abierto de las hostilidades, los dirigentes de Serbia y Croacia, ya habían entablado contactos con vistas a un eventual reparto de Bosnia, teniendo en cuenta las minorías con que contaban en el territorio. En estas condiciones, en agosto de 1991 estalla la guerra de Croacia. Los primeros enfrentamientos abiertos se producen entre la Guardia Nacional Croata, muy desorganizada entonces, y las milicias serbias de la Krajina y Eslavonia apoyadas por elementos del Ejército Federal. La ofensiva serbia, encabezada por el Ejército Federal, se extendió hacia el Adriático, amenazando el puerto de Zadar y por el Este a la ciudad de Vukovar. Las operaciones militares de esta guerra no pasarán a los anales de la historia militar. En esa época, la Guardia Nacional Croata constituía un abigarrado conjunto de unidades paramilitares, policías y voluntarios, carentes de material pesado. Este último aspecto lo paliaron en parte cercando los cuarteles del Ejército Federal y arrebatándoles el material. El Ejército Federal, en su mayoría, se puso de parte de los serbios, pero su falta de competencia y la integración en su seno de unidades paramilitares, junto con el férreo control político del líder serbio MIlosevic, acabaron convirtiéndolo en un instrumento al servicio del nacionalismo serbio. En octubre se seguía combatiendo en Vukovar y se atacaba Dubrovnik. La primera ciudad fue tomada por los serbios pero no así Osijek y Dubrovnik, pues las fuerzas croatas se habían reorganizado y reforzado con material pesado, estableciendo una defensa que los serbios no fueron capaces de batir. La torpeza serbia en la elección de los objetivos, como el bombardeo de Dubrovnik, iba a ser explotada por la propaganda croata e hizo que los medios de comunicación internacionales se pusieran en su contra, elemento este que iba a ser una constante a lo largo de la guerra e iba a tener desastrosas y decisivas consecuencias políticas para los serbios. Las operaciones se estancaron y entró en acción la diplomacia. La guerra se percibía como un problema europeo y, por ello, la Comunidad Europea organizó una conferencia de paz en La Haya con el británico Lord Carrington como mediador. Sus esfuerzos, materializados en diversos proyectos de división territorial no tuvieron éxito. Todo ello dio paso a la entrada americana en el conflicto mediante el negociador de la ONU Cirus Vance. Se propició el despliegue del primer contingente de la ONU y Belgrado alcanzó un gran triunfo al conseguir que se desplegasen con el cometido de fuerza de interposición entre serbios y croatas en Eslavonia y Krajina, en lugar de hacerlo en las fronteras reconocidas para las Repúblicas. El despliegue de los “cascos azules” marcó el final de las hostilidades en Croacia.
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La Comunidad Europea, hasta ese momento, se había negado a reconocer la independencia de las Repúblicas al juzgarlo un mal precedente y aportar un elemento de inseguridad. El consenso fue roto unilateralmente por Alemania en diciembre de 1991 al reconocer a Eslovenia y a Croacia. La Comunidad inicialmente resistió, pero después se avino a las tesis germanas para no poner en peligro la propia cohesión europea. La CE reconoció oficialmente a Eslovenia y Croacia el 15 de enero de 1992, sin lograr que en su constitución se recogieran los derechos de las minorías. La acción alemana tiró por tierra los intentos de mediación europeos que Carrington venia llevando a cabo. La guerra en Bosnia Herzegovina En Bosnia concurrían una serie de circunstancias que la conformaban como la situación más peligrosa de todas las existentes en el territorio de lo que constituía Yugoslavia. Lo que fue una guerra de días en Eslovenia, de meses en Croacia, iba a durar años en Bosnia. Su población estaba compuesta de un 44% de musulmanes, un 31% de serbios y un 17% de croatas. Era fronteriza con Serbia y Croacia, lo que la convertía en un preciado botín a repartir entre esas dos repúblicas. Durante la Segunda Guerra Mundial, integrada en Croacia, vivió los horrores de la lucha entre los chetniks, serbios monárquicos, y los ustachas croatas. Tito convirtió el territorio en una república para separarla de Serbia y de Croacia, con ello unía la existencia de Bosnia a la de Yugoslavia y se identificaba con un grupo étnico determinado. Para la estrategia defensiva de Yugoslavia, durante la Guerra Fría, Bosnia debía convertirse en el bastión defensivo, mediante una estrategia de guerrillas, donde se desangrase cualquier ofensiva soviética. Se rememoraba de esta forma el papel que la región jugó en la Segunda Guerra Mundial,.por ello contaba en su territorio con importantes almacenes y fábricas de material y armamento. Antes del estallido de la guerra, aparentemente, no existían tensiones sociales que hiciesen prever el drama que se iba a desarrollar con posterioridad, pero una vez desmoronado el estado yugoslavo, las alternativas que quedaban en el horizonte eran la independencia o la continuación en una Yugoslavia dirigida por Serbia. Las elecciones de noviembre de 1990 supusieron el triunfo de los partidos nacionalistas sobre los de tendencia federalista: El Partido de Acción Democrática musulmán (SDA), el Partido Democrático Serbio (SDS) y la Comunidad Democrática Croata (HDZ), se repartieron los porcentajes de representación según los grupos étnicos que representaban. La idea de proclamar un estado bosnio independiente, llevó a los serbios a amenazar con la proclamación de su propia república y los croatas con la de la
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suya. En este ambiente, las tropas yugoslavas procedentes de la guerra en Croacia, se acantonaron en la región así como miles de refugiados. La sociedad se iba criminalizando a gran escala a medida que los resortes del Estado Federal desaparecían y las organizaciones mafiosas resultantes iban a jugar un gran papel en el futuro. No existe un hecho concreto que marque el comienzo de la guerra en Bosnia, pero en Abril de 1992 el conflicto estaba servido. La minorías serbias y croatas, apoyadas por Croacia y por la nuevamente proclamada, en abril, Federación Yugoslava (Serbia y Montenegro), emprendieron operaciones militares encaminadas a conquistar el territorio que consideraban propio. Así, los serbios se aseguraron el contiguo a la Krajina para unirla con Serbia y aquel otro de la parte oriental al otro lado del Drina. En los primeros momentos Sarajevo no pudo ser tomada y las fuerzas musulmanas quedaron desplegadas en una gran bolsa en Bosnia central. Los serbios ocuparon un territorio equivalente al 70% de Bosnia, quedándoles por ocupar los enclaves musulmanes orientales de Sbrenica, Zepa y Gorazde, para los que la ONU, en 1993 estableció zonas seguras, concepto éste de marcado carácter voluntarista, como los hechos se encargaron de demostrar. Durante meses, la guerra languideció en los frentes a la vez que se producían atrocidades sobre la población civil y la puesta en práctica de lo que los serbios denominaron “limpieza étnica”, la expulsión de todos aquellos que no pertenecieran a su grupo nacional. Continuaba el cerco de Sarajevo que iba a ser explotado por los musulmanes, de forma victimista, con la esperanza de desatar la intervención internacional, como medio de solucionar el conflicto. La intervención internacional se materializaba en el terreno con el despliegue de las fuerzas de la ONU, la puesta en práctica del bloqueo para asegurar el embargo de armas y material de guerra, la imposición de sanciones económicas y por el rosario de conferencias y mediaciones de paz. En 1993, los británicos patronizaron la Conferencia de Londres que fue desactivada por el líder serbio Milosevic. El siguiente plan lo iban a protagonizar Vance y Owen, que volvían a proponer la cantonización del territorio para recrear una Bosnia multiétnica. El argumento para justificar la independencia de Eslovenia y Croacia, la creación de estado-nación, se volvía en contra para justificar la de Bosnia. El plan fracasó porque los serbiosbosnios lo rechazaron en franca oposición a las tesis defendidas por Milosevic. Las discrepancias entre el liderazgo de Pale y el líder yugoslavo iba a ser un factor de gran trascendencia en el futuro. Después del fracaso del Plan Vance-Owen la guerra entró en un marasmo difícilmente descifrable: todos contra todos. Los croatas atacaron a los musulmanes en Bosnia Central y fueron rechazados por éstos que amenazaron a sus enclaves de Zepce, Vares y Kiseljak, a la vez que se combatía ferozmente en Mostar. En estas
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circunstancias, los serbios apoyaron militarmente a los croatas y su colaboración se extendió a otros campos. La tradicional connivencia de Zagreb y Belgrado se ponía, una vez más, de manifiesto. Para complicar las cosas, el enclave musulmán de Bihac se rebeló contra Sarajevo y proclamó la República de Bosnia Occidental. En septiembre se hizo público otro plan de paz, el Owen-Stoltenberg, que, en esencia, consistía en parar la guerra y repartirse el territorio según las líneas del frente. El plan, que otorgaba el 50% del territorio a los serbios y el 30% a los musulmanes, fue rechazado por éstos, seguramente debido al apoyo que empezaban a recibir de Estados Unidos en la forma de levantamiento del embargo y a la amenaza de emplear el poder aéreo de la OTAN contra los serbios en Sarajevo. La administración Clinton diseñó la política de lift and strike, consistente en levantar el embargo a croatas y musulmanes y atacar con la aviación a los serbios siempre que incumplieran algún acuerdo. En febrero de 1994, la explosión de un proyectil de mortero en el mercado de Sarajevo desencadenó, una vez más, el efecto CNN y las potencias internacionales, con los Estados Unidos a la cabeza, amenazaron con un ultimátum a los serbios con que, si no retiraban sus armas pesadas de los alrededores de la ciudad, se producirían ataques aéreos de la OTAN a la vez que forzaban el cese de hostilidades entre musulmanes y croatas y les instaban a que formasen una federación. En la primavera de 1994 los serbobosnios atacaron, en represalia por las acciones que desde esa ciudad lanzaba la Armija, el enclave musulmán de Gorazde, declarado por la ONU “zona protegida”. Esta situación forzó a lanzar los primeros ataques aéreos de la OTAN contra los serbios que, a su vez, en represalia, tomaron como rehenes a personal de las Naciones Unidas. El derribo de un avión británico sirvió para poner de manifiesto fisuras en la OTAN en cuanto al desarrollo de las operaciones. A estas alturas los Estados Unidos se implicaban abiertamente en el conflicto, no sólo en el aspecto político, sino en el de la ayuda material a croatas y musulmanes, en franca violación del embargo de armas en vigor. Con esta toma de postura, la suerte de los serbios estaba echada. A medida que la situación se agravaba, en determinados lugares del frente, y no se vislumbraba una salida al conflicto, la injerencia exterior se hacía más patente. El denominado Grupo de Contacto, compuesto por Reino Unido, Francia, Alemania, Estados Unidos y Rusia, que hasta entonces había tenido un protagonismo limitado, decidió imponer a las partes una paz forzada. Se tomaría como referencia las líneas del frente, pero modificándolas para un reparto más equilibrado del territorio: el 51% para la federación de croatas y musulmanes y el 49% para los serbios. El plan fue rechazado por el parlamento serbobosnio de Pale y las ansias de imposición del Grupo de Contacto se desvanecieron. El rechazo del plan
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ahondó las fisuras entre las autoridades de Pale y de Belgrado que, aunque iban a mantenerse a lo largo de la guerra, no impidió que continuase el apoyo que la República de Yugoslavia le prestaba a sus hermanos bosnios. A finales de octubre de1994 se produjo un ataque musulmán sobre el enclave de Bihac y otro en la zona de Sarajevo, que fueron rechazados por los serbios y que, para diciembre, se convirtió en una situación muy delicada para las fuerzas del gobierno de Sarajevo. Hay que resaltar que Bihac era una de las “zonas protegidas” de la ONU y fue empleada por los musulmanes para lanzar su ofensiva, sin que por ello la comunidad internacional tomara represalias contra ellos. 1995 iba a ser el año decisivo de la Guerra. En enero el presidente croata Tudjman anunció que no iba a renovar la autorización para la permanencia de los “cascos azules” en la Krajina. Para entonces, la Guardia Nacional croata se había reforzado y potenciado gracias a la ayuda material de Alemania y Estados Unidos y al asesoramiento y adiestramiento proporcionado, encubiertamente, por los americanos. Esto constituía una flagrante violación del embargo impuesto a las partes desde el comienzo de la guerra. En Mayo una ofensiva croata permitió, en pocas horas, la toma de la porción de Eslavonia Occidental que pertenecía a la República Serbia de Krajina. Las tropas de la ONU mostraron su impotencia al no intervenir y tanto Belgrado como Pale no proporcionaron la ayuda anunciada a los serbios de la Krajina. En el mes de Junio; la OTAN efectuó ataques aéreos contra posiciones serbobosnias desde las que se atacaba Sarajevo. Los serbios respondieron bombardeando Tuzla y reteniendo como rehenes a personal de la ONU. Un intento de los musulmanes por levantar el cerco de su capital acabó en fracaso. Ante la fluidez de la situación y la posibilidad, cada vez mayor, de una intervención extranjera, el mando serbio decidió asegurar los enclaves orientales musulmanes. La toma de Srbrenica, el 11 de julio, supuso un hecho de decisivas consecuencias para la campaña. El contingente holandés de “cascos azules” no hizo nada por proteger a la población y la parte masculina musulmana fue hecha prisionera y masacrada. La opinión pública occidental quedo traumatizada. Días más tarde cayó el enclave de Zepa, pero esta vez no hubo masacres. Los reveses e ineficacia para controlar la situación de las fuerzas de la ONU, junto con el peligro y humillaciones que estaban corriendo sus componentes, llevó a considerar su retirada, incluso de manera unilateral de contingentes. La OTAN preparó para esta contingencia el Plan 40-104. Cuando las autoridades americanas se dieron cuenta de su contenido y de la posibilidad de que tropas terrestres americanas se viesen implicadas en los combates, empezaron a surgir los primeros
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“contrastes de pareceres” serios entre los miembros de la Alianza. No era asumible una intervención de la Alianza con fuerzas terrestres, bajo mando de un general americano y sin participación de tropas de los Estados Unidos y estos mostraban resistencia a intervenir. En ese mes de julio se celebró otra conferencia en Londres, en la que se reunieron los representantes de las potencias implicadas en la guerra de Bosnia. De ella salió una nueva actitud hacia su protagonismo en el conflicto. La ONU perdía influencia en la dirección de las acciones militares y, en el futuro, los ataques aéreos ya no tendrían como cometido responder “in situ” a un determinado incidente, sino que irían encaminados a degradar la capacidad militar de los serbobosnios. A primeros de agosto, el ejército croata lanzó una potente ofensiva contra la República Serbia de Krajina. Mediante el empleo de aviación y unidades acorazadas, los croatas derrotaron a las milicias serbias y miles de civiles emprendieron la huida hacia Bosnia. El apoyo americano al Ejército croata había dado resultado, la ayuda no sólo se limitó a armamento e instrucción, sino en apoyo directo a las operaciones con inteligencia. Al igual que en el caso de la Eslavonia Occidental, los ejércitos de la República de Yugoslavia y el serbobosnio, no respondieron a los croatas, muestra evidente de la desunión en el bando serbio. Durante la ofensiva se volvieron a repetir atrocidades contra la población civil, esta vez por parte de los croatas. La prensa occidental denunció los hechos sin excesivo énfasis. El representante de la Unión Europea Carl Bildt, quiso incluir a Tudjman en la lista de los criminales de guerra, otros aliados europeos mostraron su disgusto, pero el asunto no pasó de ahí. El descarado apoyo norteamericano a Croacia se oficializó por vías diplomáticas, se estaba acondicionando el territorio para los acuerdos finales. El mediador americano Richard Holbrooke emprendió una frenética acción negociadora entre Sarajevo, Zagreb y Belgrado y, prácticamente, se iban perfilando los términos del acuerdo sobre la base de un solo estado con dos comunidades políticas, la Federación y la República Srpska. El presidente bosnio Izetbegobic mostraba reticencias sobre el reparto territorial y los americanos conseguían que Milosevic representase a Pale. En esta situación, los serbobosnios no cesaban en sus acciones militares y algo tenía que hacerse para detenerlos. A finales de agosto, una granada de mortero impactó en el mercado de Sarajevo matando a varias personas. El hecho fue televisado reiterativamente a todo el mundo y produjo el necesario ambiente emocional para justificar una intervención. La OTAN lanzó los ataques que tenía previstos para el caso que fuese atacada alguna zona segura. Después de una semana de bombardeos las fuerzas serbobosnias seguían resistiendo y empezaron a mostrarse discrepancias públicas entre los aliados sobre la conveniencia de continuar con los ataques aéreos.
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Aprovechando la campaña aérea de la OTAN, el ejército croata entró en Bosnia. Holbrooke en sus memorias admite que recomendó, al ministro croata de defensa Susak, celeridad para que terminase la ofensiva antes de las conversaciones finales de paz, que ocupasen Sanski Most, Prijedor y Bosanki Novi, pero les vetó la toma de Banja Luka. Se iba perfilando el mapa final. La ofensiva croata encontró resistencia por parte de los serbios y se agotó. A raíz de estos hechos se produjo otro importante desplazamiento de población. El ejército musulmán, la Armija, intentó aprovecharse de la situación, pero fue incapaz de obtener ventajas. Finalmente, el 12 de octubre se alcanzó un alto el fuego en toda Bosnia. Dayton El agotamiento de los contendientes y la creciente injerencia internacional, sobre todo de los Estados Unidos, acabaron llevando a la mesa de negociaciones a los presidentes de Croacia, Serbia y al musulmán bosnio Izetbegobic. Era extraña la fórmula, pues se reunían los representantes de dos estados que teóricamente no participaban en el conflicto, junto con otro del virtual estado bosnio reconocido internacionalmente, que había soportado la Guerra Civil . Esta vez los americanos habían aprendido algunas de las lecciones que tenían que aplicar para conseguir algo positivo con interlocutores tan astutos. Después de vencer muchas reticencias, sobre todo por parte de los europeos, trasladaron a los representantes de la partes a negociar a Estados Unidos, concretamente a la Base Aérea de Wright-Patterson en Dayton, Ohio. Con ello se pretendía aislar a los negociadores de su entorno y de las consiguientes intrigas. Allí, presionados por el aislamiento y por la insistencia americana, los antiguos contendientes se vieron forzados a alcanzar un acuerdo que puso fin a la guerra. La precipitación por conseguir el acuerdo de paz fue, sin duda, una de las causas de que los mecanismos de constitución del estado bosnio fueran lo suficientemente complicadas para impedir ponerlas en práctica de manera eficaz. Se creó una Bosnia unificada pero en la forma inédita, por original, de un estado con dos entidades diferentes, la Federación y la República Srpska. Se volvió a caer en el mismo error de la antigua Yugoslavia de una presidencia rotatoria y la alternancia de las etnias en el gobierno de las instituciones. El reparto territorial se basó, principalmente, en la línea del frente, pero con ajustes para que la proporción final fuese de un 51% para la Federación y un 49% para los Serbios. Los grandes problemas territoriales como la Posavina o el corredor de Goratzde quedaban resueltos, pero no así el de la ciudad de Brko que se pospuso a un arbitraje. Se programó un calendario de elecciones y se expresaron muy buenas intenciones para la reconstrucción. El acuerdo se firmó en París el 21 de noviembre
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de 1995. El cese de hostilidades había llegado pero la paz no estaba asegurada, como el tiempo iba a demostrar durante la aplicación de los acuerdos. Pero Dayton también trajo algo necesario, la ocupación militar. Ya que se había admitido la existencia de dos ejércitos, era necesaria la separación y desarme de los contendientes, junto con el control de sus actividades militares, para impedir la reanudación de las hostilidades, requirió el despliegue en Bosnia de una fuerza terrestre de 60.000 personas. La experiencia aconsejó que no podía fiarse la dirección de estas actividades a la ONU como había ocurrido en el pasado, así, los Estados Unidos habilitaron a la OTAN para que hiciese cargo de la tarea, integrando contingentes de países no miembros de la Alianza. Rusia participó en el despliegue pero sus unidades se pusieron bajo el mando directo de los Estados Unidos. El contingente militar se denominó Fuerza de Implementación (IFOR). El diseño y los cometidos de la IFOR no se hicieron sin problemas. La participación militar de los Estados Unidos no sólo podía patrocinar la empresa por medio de su liderazgo, sino porque era quien disponía de las capacidades para habilitar un teatro de operaciones. Desde los primeros momentos, la continua injerencia política en lo que debería ser el desarrollo de las operaciones despertaba recelos en los militares americanos. El fiasco de Somalia estaba muy reciente y la posibilidad de implicarse en otra operación sin unos claros objetivos estratégicos no era asumible. Temas como el de la captura de los criminales de guerra por parte de IFOR eran los que provocaban mayor recelo, al no querer implicarse en la realización de tareas consideradas poco militares pero de gran calado político. Y es que en todo el proceso la política primó sobre la estrategia, afirmación ésta avalada por el hecho de que el estado final que se pretendía alcanzar, nunca fue expresado con claridad.. Los militares forzaron la fijación de un marco temporal para que el despliegue se limitase y no se convirtiese, con el tiempo, en un factor más del problema, como ya había ocurrido con las fuerzas de la ONU. Inicialmente, se determinó que la permanencia de IFOR fuese de un año. El protagonismo americano en las negociaciones para parar la guerra en Bosnia despertó los recelos de los europeos, sobre todo de Francia. Los hechos habían demostrado que los americanos eran los únicos interlocutores que despertaban credibilidad en las partes. Europa había tenido cuatro años para demostrar su debilidad y su falta de cohesión en política exterior. Al fracaso de los europeos se unía el de las Naciones Unidas. La falta de empuje de su Secretario General Butros Gali, las insuficiencias del mandato para los “cascos azules”, lo que se tradujo en la inoperancia en el terreno, y lo inadecuado de los mecanismos de cooperación con otras entidades, llevó al desprestigio de los esfuerzos de la ONU. Estados Unidos se perfilaba como la potencia imperial que dictaba lo que había y lo que no había que hacer.
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Kosovo, el problema aplazado, y el colapso del estado albanés Kosovo, la provincia, de mayoría albanesa, pero de gran valor histórico y sentimental para Serbia, había soportado la dominación serbia con diversas alternativas. Los kosovares de origen albanés se organizaron políticamente y crearon su propio estado en la sombra con la permisividad de las autoridades de Belgrado. En la dinámica producida por las guerras de Eslovenia, Croacia y Bosnia, la provincia de Kosovo presentaba todas las candidaturas para ser la próxima tragedia, pero durante esos conflictos, que desde 1991 sacudieron a las antiguas repúblicas yugoslavas, el problema de Kosovo pareció languidecer. El liderazgo político albanokosovar que ejercía Ibrahim Rugova, dirigente de la Liga Democrática de Kosovo (LDK), no fue lo suficiente dinámico para aprovechar la ocasión y empujar la provincia hacia la independencia. En el ambiente creado por la guerra de Bosnia, parece que hubiese sido posible crear una opinión internacional favorable para ello, pero ni la prensa ni los países occidentales implicados en el conflicto lo hicieron. En Dayton no se trató el asunto y parece que Rugova y el presidente albanés Sali Berisha llegaron al acuerdo de no presentar el problema de Kosovo hasta que se resolviese el conflicto de Bosnia. La endémicamente deprimida provincia debía gran parte de su nivel económico a las divisas que aportaba la inmigración en los países occidentales europeos. El sistema de organización social en clanes o familias extendidas, facilitó el ejercicio de actividades delictivas en estos países, lo que reportaba grandes beneficios. Además, la guerra de Bosnia convirtió a Kosovo en la puerta de una importante actividad de contrabando desde Albania y Macedonia hacia Serbia, lo que le ayudaba a paliar los efectos del embargo. Acabada la guerra de Bosnia, y ante la pasividad de Rugova, una parte de los albanokosovares decidieron organizarse para ejercer la violencia en forma de atentados contra las autoridades serbias, de esta forma nació el Ejército de liberación de Kosovo (UCK). Un acontecimiento vino a incidir decisivamente en la situación, el colapso del estado albanés. Desde la caída de Enver Hoxha, Albania había adoptado, como el resto de los países balcánicos, una particular forma de democracia, pero sus condiciones socioeconómicas invalidaban cualquier tipo de desarrollo. El embargo establecido por la guerra de Bosnia, desencadenó una actividad de contrabando, con base en Albania, que reportó enormes ganancias y la creación de vastas redes de delincuencia, En esta actividad estaba implicada la mayoría de la población y tenía ramificaciones en Europa, contando con apoyos de la mafia italiana. El final de la guerra en Bosnia acabó con gran parte de estos ingresos a la vez que se implantaba socialmente un procedimiento de estafa en grandes proporciones denominado “inversiones piramidales”. La quiebra de estos fondos, a comienzo de 1997, desencadenó una serie de disturbios que el estado fue incapaz de contener y
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que en el mes de marzo escapó de todo control. La policía y el ejército prácticamente desaparecieron y grandes cantidades de armamento de todas clases quedaron en poder de la población. La situación acaparó la atención de los medios de comunicación occidentales a medida que se producía un éxodo de emigrantes. Los países limítrofes se consideraron amenazados por ello, sobre todo Italia, y adoptaron medidas de protección. Una vez más, el espíritu de injerencia se puso de manifiesto y, bajo los auspicios de la OSCE, se organizó una modesta fuerza europea que, sin una misión clara y con disensiones entre los países que aportaron tropas, se envió a Albania. En las elecciones de junio, el socialista Fatos Nano alcanzó el poder, pero en manos de la población aún había una gran cantidad de armas, muchas de las cuales acabarían en poder de los movimientos guerrilleros albanohosovares, a la vez que las disputas políticas en el país continuaban entre los partidarios del nuevo gobierno y los de Berisha. Albania, dividida e incontrolada, se había convertido en un problema más del marasmo blacánico. La guerra de Kosovo A lo largo de 1997, el UCK había puesto en práctica su estrategia de acciones terroristas contra las fuerza serbias y elementos albanokosovares considerados colaboracionistas. Al final de ese año, la organización armada puso en práctica la táctica de controlar zonas para “liberarlas”. La región de Drenica fue la elegida para ello, entre otras causas, porque en ella tenía una fuerte implantación el movimiento guerrillero debido a la estructura que le aportaban los clanes de los Jashari y los Ahmeti. Las fuerzas policiales serbias respondieron, a principios de 1998, a los ataque del UCK, atacando a su vez las poblaciones que servían de base a ambos clanes. El resultado de la intervención fue sangriento y la prensa internacional reaccionó airadamente. Belgrado era el culpable crónico y la posibilidad de una nueva guerra empezó a tomar cuerpo en la opinión pública. A partir de este momento las motivaciones que llevaron a la intervención internacional empiezan a ser confusas por precipitadas. Las actividades del UCK podían ser apoyadas desde Albania con armamento y suministros, pero no con otro tipo de apoyo, pues el estado albanés era prácticamente inexistente. Para mantenerse eficaz, el movimiento armado albanokosovar necesitaba, forzosamente, apoyo exterior y, en este sentido, se le prestó apoyo con mercenarios extranjeros como instructores, a la vez que se ponía en marcha una organización armada paralela, afín al LDK, para que el auxilio occidental pudiese prestarse de manera más abierta, de esta forma se crearon las Fuerzas Armadas de la República de Kosovo.
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Esta forma de injerencia era descarada, confusa y peligrosa. Se estaba facilitando desde occidente la potenciación de un movimiento insurgente con el fin de provocar la secesión de una parte de un estado soberano reconocido internacionalmente, a la vez que se habilitaba al artífice de los acuerdos de Dayton, Richard Holbrooke, para que consiguiese un acuerdo político entre el gobierno de Belgrado y los moderados de la LDK. Parece muy probable que esta situación no se hubiese producido si no se tratase de un régimen como el yugoslavo condenado de antemano por la opinión internacional y considerado por los estados Unidos como un “rogue state”. Quién fuese el que hizo los cálculos para conseguir algo de esta manera no debía disponer de un claro cuadro de la situación. El bando albanokosovar no era una entidad homogénea y pronto se demostró que el UCK era incontrolable. La proclamación de su objetivo de crear una gran Albania, alarmó a las potencias occidentales. Los riesgos de empeorar la situación en la zona, sobre todo con la desestabilización de Macedonia, eran enormes. El miedo a que la situación se hiciese incontrolable, que se produjese un flujo incontrolado de refugiados, que la inestabilidad afectase a las repúblicas vecinas o que influyese negativamente en la precaria situación en Bosnia, arrastraba a la injerencia militar, pero la posibilidad de tener que emplear fuerzas terrestres limitaba cualquier veleidad en ese sentido. Además, la situación en el interior de Albania con enfrentamientos entre partidarios de Belisha y Nano, y entre las diferentes facciones albanokosovares entre si, dejaron sin referencias a los países occidentales. Ante esa situación, se permitió a Belgrado que interviniese en la provincia, que la policía y el ejército yugoslavos arrinconase a los elementos del UCK. En este punto, y antes de que se produjese una decisiva derrota militar del movimiento insurgente albanokosovar, se buscó una vez más, el motivo para la injerencia. Esta vez en forma de matanza de civiles por parte de las fuerzas yugoslavas. Se volvía a buscar algo impactante en la opinión pública para predisponerla a aceptar la intervención. Fue la OTAN, habilitada por los Estados Unidos, quién tomó el protagonismo de los acontecimientos y, en octubre, lanzó un ultimátum a Belgrado para que retirase sus fuerzas. Los serbios cedieron, replegaron sus fuerzas, a la vez que se desplegaron en la provincia observadores de la OSCE. Tanto el UCK como la LDK se sentían legitimados internacionalmente y eso les impulsaba a continuar la lucha, con la esperanza puesta en la intervención exterior. No obstante, el escenario de una intervención en Kosovo era algo que no producía entusiasmo en las potencias occidentales, pero toda situación genera su propia dinámica y en ese momento el riesgo que corrían los observadores de la OSCE tenía que ser cubierto y con esa finalidad se desplegó en Macedonia una Fuerza de Extracción con el fin de evacuarlos si llegase el caso. De esta forma, Macedonia empezó a formar parte del problema. Los Estados Unidos se vieron en la necesidad
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de tener las manos libres para intervenir y para ello tenían que involucrar a la OTAN como actor principal y alejar a la ONU del escenario para evitar interferencia rusas y chinas. En enero de 1991 se produjo en Kosovo el equivalente al morterazo de agosto de 1995 en el mercado de Sarajevo: la matanza de Racak, al denunciar la OSCE la aparición de una fosa con los cuerpos de 45 albaneses, supuestamente asesinados por las fuerzas serbias. Las presiones y amenazas sobre Belgrado aumentaron y el Grupo de Contacto propició un principio de acuerdo que incluía la celebración de elecciones y que se dotaría a la provincia de sus propias instituciones. Además, en el plazo de tres años, se convocaría un referéndum de autodeterminación. De una forma sorprendentemente rápida, las potencias occidentales les habían otorgado el reconocimiento político a un movimiento terrorista y guerrillero. Era el estado serbio el que tenía que ceder. En marzo se celebraron las negociaciones de Ramboullet que no llegaron a buen fin debido a la intransigencia y desorganización kosovar. Pero las cosas habían llegado demasiado lejos y los organizadores no podían dar marcha atrás. El resultado fue que, en nombre de la injerencia por motivos humanitarios y sin la intervención de las Naciones Unidas, se iba a imponer a un estado soberano la secesión de parte de su territorio, pero el escenario de otro conflicto largo, similar a Bosnia era una alternativa no asumible por las potencias occidentales. El 24 de marzo comenzaron los bombardeos aéreos sobre Yugoslavia. El recurso a las acciones aéreas se presentaba como la herramienta posible que podía apoyar la diplomacia. Durante los meses que precedieron a los ataques, las gestiones para poner de acuerdo a los miembros de la OTAN sobre cual sería su participación en el conflicto, demostraron cuan difícil era la tarea. La opción de un ataque terrestre, si fallaban los aéreos, podía poner en peligro la unanimidad de los acuerdos necesarios para el funcionamiento de la Alianza. Las consideraciones militares quedaban afectadas por una gran carga política, máxime en las vísperas de celebrarse la cumbre, que conmemoraba el 50º aniversario de la firma del tratado de Washington. El objetivo era llevar a Milosevic a la mesa de negociaciones y se pensaba que podría conseguirse con una campaña aérea corta. No fue así. El primer efecto de los ataques fue el aumento de la actividad represiva serbia en Kosovo y la expulsión de cientos de miles de refugiados hacia Macedonia, principalmente. Se produjo lo que se ha venido a llamar una “crisis humanitaria” que vino a ocupar los primeros planos de la actualidad. Las unidades de la OTAN hicieron lo que estuvo en su mano para manejar una situación para la que no estaban preparados.
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Las primeras fases de la acción aérea, el ataque a la capacidad de mando y control de las fuerzas armadas yugoslavas, la inhabilitación de bases y de la defensa aérea y el ataque a la infraestructura viaria del país, no afectaron a la voluntad serbia de resistencia. A su vez Albania estaba acondicionándose como base para apoyar las posibles operaciones terrestres sobre Kosovo, mientras que acogía a miles de refugiados. La guerra también se estaba librando en el plano informativo. No eran los resultados militares de los bombardeos lo que contaba, la atención se centraba en los llamados “daños colaterales”. Se juzgaba la eficacia de la OTAN por su habilidad para efectuar una cirugía sin sangre. Los esfuerzos informativos de la Alianza se convirtieron en un factor estratégico de primer orden y, a medida que aumentaba la duración de la guerra, más importancia cobraban. Muchos de los fallos en los ataques aéreos eran consecuencia de los amplios márgenes de seguridad que se tomaban para proteger las vidas de los pilotos. Los derribos de aviones aliados hubiesen tenido una baja tolerancia en la opinión pública occidental. Sobre todo se pretendía transmitir el mensaje de que en la intervención, basada en razones humanitarias, los daños causados eran limitados. La tardanza en obtener una decisión para el empleo de los medios militares, permitió la aparición de otras opciones, a la vez que mostraba disensiones entre los aliados. La posición de Rusia en 1999 era más fuerte que la de 1992. Sus relaciones con Serbia parecían servir de contrapunto a la capacidad de maniobra norteamericana y se inició una labor de mediación rusa dirigida por su ministro de exteriores Chernomirdin. En la reunión de mayo del G-8 en Bonn, se acordaron con Rusia las bases para alcanzar un acuerdo que incluía la retirada de las fuerzas serbias, el regreso de los refugiados, el despliegue de un contingente militar internacional, el desarme del UCK, la administración provisional de la ONU, la implantación de un régimen autónomo en la provincia pero no la secesión de la misma. Serbia seguía exigiendo la tutela de la ONU. La resistencia yugoslava no era doblegada y los blancos aéreos de las primeras fase ya no servían para presionar más a los serbios. Por ello, se pasó a inutilizar las conducciones eléctricas del país mediante bombas de grafito, de esta manera se pretendía quebrar la resistencia de la población civil. El día 28 de mayo, Milosevic aceptó la propuesta del G-8, pero los ataques aéreos continuaron hasta que el 9 de junio se alcanzó el acuerdo militar entre los serbios y los mandos de las fuerzas militares de la Alianza desplegadas en Macedonia, entrando a continuación las fuerzas de la OTAN en la provincia. Con el fin de los bombardeos y la retirada de las fuerzas serbias, se produjo el regreso de los refugiados. Se volvieron a vivir escenas que recordaban a lo sucedido en Bosnia, esta vez eran los serbios los que sufrían la limpieza étnica.
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Con las fuerzas de la OTAN, también entraron en la provincia las ONGs, los refugiados y el UCK. Se iniciaba un incierto proceso social y político, cuyo fin no se divisaba en el horizonte. Una visión retrospectiva La desaparición de los regímenes socialistas dio paso en los Balcanes a una situación de gran inestabilidad política y social. La falta de tradiciones democráticas, lo inadecuado de las estructuras económicas, y políticas, y lo súbito de los cambios, dejaron al nacionalismo como la única dinámica protagonista en la zona. El verdadero problema consistía en que el vacío de poder dejado por los regímenes socialistas fuese ocupado por organizaciones criminales, nacidas desde la praxis de los regímenes socialistas, como así ocurrió en muchos casos. El mundo occidental fue incapaz de prever el problema y, en la misma medida, de adoptar soluciones que evitaran los desastres humanitarios que se generaron. La laxitud producida con el final de la Guerra Fría adormeció los reflejos de las potencias occidentales. La guerra, aunque en forma diferente de cómo se concebía en la Guerra Fría, era una realidad y también podía producirse en Europa, algo que, instintivamente, se negaba admitir la clase política y una opinión pública embridada por los medios de comunicación. La falta de estrategia para hacer frente a esta situación se hizo patente. Las reacciones ante los acontecimientos de Yugoslavia primero y de Kosovo después, se materializaron en decisiones espasmódicas, guiadas por la pauta marcada por la percepción, y el consiguiente impacto, de trágicos acontecimientos en la opinión pública y por las incomodidades, sobre todo en la forma de refugiados y la actividad de redes criminales, que empezaban a soportar los propios países occidentales. Los actores tradicionales de la política, los estados, vieron como tenían que compartir escenario con organizaciones internacionales y supranacionales, así como las no gubernamentales. La situación se hacía más compleja y con el paso del tiempo, la Unión Europea, la OSCE, la ONU, el G-8, el Tribunal Penal Internacional y un sin fin de organizaciones no gubernamentales, más que representar factores de solución, pasaron a formar parte del problema y la injerencia exterior se le presentaba a las partes en conflicto como una forma de acción más. En el caso de Bosnia, existen serios indicios que la injerencia exterior alargó el conflicto innecesariamente. Europa, como entidad con pretensiones de potencia mundial, demostró su insuficiencia política y militar para solucionar los problemas y, con el paso del tiempo, el sólo devenir de los acontecimientos, hizo que el único que podía ejercer un protagonismo sólido así lo hiciese: los Estados Unidos. Aunque sus intereses
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vitales no estaban en riesgo, pudo intervenir porque no se le oponía ningún poder, tuvo que hacerlo por una cuestión de prestigio y para evitar que, en el futuro, situaciones semejantes escaparan de su control. En esas circunstancias, como no podía ser de otra manera, hizo valer sus criterios, ayudó a Croacia y a los musulmanes de Bosnia, e hizo del régimen de Milosevic el blanco de sus actuaciones. El nuevo orden después de la Guerra Fría se iba perfilando, la potencia americana ejercía como cabeza de un imperio y, esa situación, se configura como un rasgo para el futuro. La diplomacia recurrió repetidamente a la opción militar porque no se disponía de otro instrumento eficaz para llevar a cabo la injerencia, pero se hizo de un modo novedoso y heterodoxo. Cuando los intereses vitales de un estado no están en juego, es muy difícil justificar en la opinión pública la pérdida de vidas humanas en una intervención militar. El empleo de la fuerza se condiciona a no sufrir bajas y tampoco infringírselas al adversario, sobre todo a la población civil, y eso lleva a recurrir constantemente al empleo del ataque aéreo de precisión y, en igual medida, a soportar los resultados que permiten sus limitaciones. Tanto en Bosnia como en Kosovo, la diplomacia apoyada por el empleo de la fuerza, logró acabar con las hostilidades pero se quedó muy lejos de obtener soluciones políticas sólidas y eso parece no cubrir los riesgos que comporta la intervención militar. El estado final de ambas campañas fue la creación de protectorados internacionales en los que no se atisba cual puede ser su final. Las guerras balcánicas también trajeron el desprestigio de la ONU y el empleo de la OTAN como instrumento para apoyar la diplomacia en situaciones de crisis. La Alianza era la institución que aportaba solidez con su estructura política y militar, pero hay que tener en cuenta algo importante: la evolución de la Alianza. La admisión de nuevos miembros y la asunción de nuevas misiones, va pareja al distanciamiento de su principal finalidad, el recogido en el artículo 5 y eso afecta a la cohesión de sus miembros en caso de intervención militar fuera de su área, lo que dista mucho de ser la que reinó durante la Guerra Fría, como quedó demostrado durante las acciones de Bosnia y Kosovo, siendo el principal exponente de ello la dispar aportación de cada miembro a las operaciones y sus disensiones públicas durante el conflicto. Pero Kosovo fue el verdadero test para determinar el protagonismo de la OTAN en el nuevo orden, sin liderazgo americano, la Alianza es de poca utilidad. Las operaciones militares de la OTAN se vieron determinadas desde el principio por consideraciones políticas que, en algunos casos, interferían directamente en lo que hay que definir como los aspectos puramente militares de la situación. Pero se impuso el criterio que una vez que se inicia el empleo de la fuerza, no queda otra alternativa que la victoria. El Comandante Supremo Aliado en Europa (SACEUR), el General Clark, refiere en sus memorias como la campaña de la OTAN en Kosovo
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partió de una situación en la que los principios militares de objetivo, unidad de mando, simpleza, seguridad, masa, economía de fuerzas, sorpresa y seguridad, se vieron alterados por la interferencia política y hubo que, a medida que avanzaba la campaña, habilitar un proceso de transición en que las consideraciones militares fueron ocupando el espacio que les correspondía. La acción de los medios de comunicación tuvo una importancia decisiva en el desarrollo de los conflictos balcánicos. La batalla de la propaganda fue perdida por los serbios desde el comienzo de las hostilidades y eso condicionó la acción política en el futuro. La presentación en televisión de las atrocidades cometidas y la imputación sistemática a uno de los bandos decantó a la opinión pública de manera irreversible en contra de ellos, a la vez que se alimentaba la dinámica intervensionista. La cobertura mediática de los acontecimientos produjo dinámicas adicionales en la toma de decisiones políticas y condicionó las operaciones militares. Es difícil asegurar que lo ocurrido en la antigua Yugoslavia sea un adelanto de lo que puede acontecer en el siglo XXI, pero como indica Richard Holbrooke en sus memorias de las actividades negociadoras que culminaron en Dayton, habrá que prepararse para otras Bosnias que están por venir. 1
Enrique Fojón es Coronel de Infantería de Marina.
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