LA CRISIS SOCIOPOLÍTICA COLOMBIANA Un análisis no coyuntural de la coyuntura
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© 1997. Vicepresidencia de Axiología, FUNDACIÓN SOCIAL http://www.fundacion-social.com © 1997. CENTRO DE E STUDIOS S OCIALES, CES Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Colombia Carrera 50 No. 27-70 Unidad Camilo Torres Bloques 5 y 6 Tel: 3681321 Fax:2225737 Correo electrónico: ces@bacata usc.unal.edu.co ISBN 958-96259-0-8 Primera edición: Santafé de Bogotá, noviembre de 1997 Esta publicación contó con el apoyo de Colciencias, Programa Implantación Proyectos de Inversión en Ciencia y Tecnología, Snct, Subproyecto de Apoyo a Centros y Grupos de Excelencia 29/90 Paula Iriarte Portada Daniel Ramos, Utópica Ediciones
[email protected] Coordinación editorial www.utopica.com Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia
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Contenido Introducción Luz Gabriela Arango............................................................................7
Presentación Germán Rey ........................................................................................21
INSTITUCIONES Y PARTIDOS Dos décadas de crisis política en Colombia, 1977-1997 Medófilo Medina................................................................................29
Los horizontes en el análisis de una crisis Ricardo García Duarte .......................................................................66
La crisis de la élite Lisímaco Parra....................................................................................76
Clase, élite y crisis en la perspectiva del filósofo Fernando Cubides............................................................................149
DROGAS ILÍCITAS Prohibicionismo y permisividad en la cultura norteamericana Andrés López Restrepo....................................................................169
La prehistoria del narcotráfico en Colombia. Temores norteamericanos y realidades colombianas durante la primera mitad del siglo XX Eduardo Sáenz Rovner ....................................................................200
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Introducción
Anotaciones sobre el narcotráfico Alberto Henao..................................................................................224
POLÍTICA Y ECONOMÍA La ley y la economía en Colombia Salomón Kalmanovitz ......................................................................247
El origen cambiario del desajuste y la politización del debate económico Jorge Iván González .........................................................................282
POLÍTICA SOCIAL Y CONFLICTO El empleo: una variable macroeconómica de enlace entre lo económico y lo social Consuelo Corredor Martínez ..........................................................303
Sindicatos, gremios y crisis política Jorge Giraldo Ramírez .....................................................................342
Movimientos campesinos y cultivos ilícitos. De plantas de los dioses a yerbas malditas Myriam Jimeno .................................................................................362
Tras la cortina de la coca José Jairo González Arias .................................................................375
Mujeres y madres en la ruta por la paz Norma Villarreal Méndez ................................................................384
Lisístrata, o mujeres colombianas en búsqueda de la paz Mauricio Archila ..............................................................................419
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Introducción Luz Gabriela Arangov
El título de este libro puede parecer un simple juego de palabras destinado a atraer o desconcertar al lector desprevenido. Sin embargo, es la expresión de la voluntad de un grupo de investigadores por proponer interpretaciones que trasciendan la visión de corto plazo que parece dominar el análisis de la crisis actual. El espectáculo cotidiano de la corrupción, la violencia y el cinismo de los actores políticos constituye una dura prueba para intelectuales cuya identidad individual y social reside en su capacidad de tomar distancia, analizar lúcidamente, ver más allá... Inmersos en la crisis, agobiados como cualquier ciudadano por la atrocidad de sus manifestaciones, exasperados por la ausencia de alternativas políticas confiables, los académicos y los científicos sociales en particular, nos enfrentamos a nuestra propia crisis de sentido de lo que somos y hacemos en un período —¿coyuntural?— signado por la desesperanza o el hastío. Para muchos inv
Directora del Centro de Estudios Sociales, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia.
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Luz Gabriela Arango
telectuales, el reto es entonces seguir siéndolo sin abandonar sus responsabilidades como ciudadanos. En ese sentido, puede ser útil recordar a Foucault: El papel de un intelectual no es decirle a los demás lo que deben hacer. ¿Con qué derecho lo haría? Recuerde todas las profecías, promesas, exhortaciones y programas que los intelectuales han podido formular en los últimos siglos y cuyos efectos conocemos. El trabajo del intelectual no es modelar la voluntad política de los otros; sino a través de los análisis que hace en los terrenos que le son propios, volver a interrogar las evidencias y los postulados, sacudir los hábitos, las maneras de hacer y de pensar, disipar las familiaridades admitidas, corregir la medida de las reglas y las instituciones; y a partir de esa reproblematización (en donde realiza su oficio específico de intelectual) participar en la formación de una voluntad política (en donde tiene un papel de ciudadano que desempeñar)».1
El esfuerzo consignado en este libro no se relaciona únicamente con los dilemas del quehacer profesional y las opciones éticas o políticas de los intelectuales, sino también con la interpretación que dos instituciones hacen de su función y responsabilidad frente a la sociedad: la Universidad Nacional de Colombia y la Fundación Social. Este libro es pues el resultado de un encuentro propiciado por la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional y la Fundación Social: el simposio La crisis socio-política colombiana: un análisis no coyuntural de 1
Entrevista hecha por Francis Ewald en 1984, MAGAZINE LITTERAIRE, publicada en la revista DIVULGACIÓN CULTURAL de la Universidad Nacional de Colombia, diciembre de 1990.
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Introducción
la coyuntura, realizado en julio pasado y que inaugura una serie de encuentros similares a realizarse en el marco de un espacio permanente, el Observatorio Socio-Político y Cultural. Mediante este Observatorio, la Facultad de Ciencias Humanas y la Universidad Nacional buscan contribuir al análisis de los procesos sociales, económicos y políticos que afectan a la sociedad colombiana, aportando nuevas perspectivas e interpretaciones desde las ciencias sociales y promoviendo el debate interdisciplinario con otros académicos y actores sociales. Esta iniciativa se inscribe en el marco de los esfuerzos que en sentido similar adelantan intelectuales y académicos desde otras universidades, centros de investigación y tribunas de opinión. Pretende de este modo participar en los debates existentes desde las particularidades de nuestra Facultad, con su riqueza interdisciplinaria, calidad y rigor del trabajo de sus investigadores. Crisis, coyuntura, análisis no coyuntural, son los conceptos que guían las propuestas recogidas en esta compilación. Crisis, entendida como transición más o menos corta, más o menos traumática, como período de anomia social o como punto de confluencia de factores de larga y mediana duración... Coyuntura, como momento presente, corte arbitrario en el tiempo... ¿Qué significa entonces hacer un análisis no coyuntural? Para muchos de los autores, la clave está en la perspectiva histórica, el rastreo de los orígenes, el develamiento de los procesos de gestación. Para otros, en la elaboración teórica, la conceptualización de múltiples factores relacionados entre sí de manera compleja, la articulación de dimensiones macrosociales y microsociales, la confrontación de enfoques disciplinarios diversos. Para algunos significa proyectar alternativas futuras, vislumbrar acciones y políticas generadoras de cambio...
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Una treintena de investigadores e investigadoras provenientes de una amplia gama de disciplinas — historiadores, sociólogos, economistas, politólogos, antropólogos, comunicadores y filósofos— aceptó el reto de presentar interpretaciones no coyunturales de la coyuntura. Mientras algunos se concentran en los cambios institucionales y los actos de gobierno en materia económica, social o política, otros privilegian las dinámicas de los actores sociales, desde los más reconocidos como los partidos políticos, la guerrilla o los narcotraficantes, hasta los menos visibles como las mujeres, los campesinos o los sindicatos, pasando por los omnipresentes pero poco analizados como los medios de comunicación o la clase dirigente. Varios de los ensayos tienen como referencia de fondo el debate sobre la modernidad y la modernización inconclusas o defectuosas de la sociedad colombiana. En este libro reunimos quince de las veinticuatro ponencias y comentarios que fueron debatidos durante el simposio. Los artículos se presentan siguiendo las temáticas que organizaron el debate durante este encuentro: Instituciones y partidos, drogas ilícitas, política y economía, política social y conflicto. En la primera parte, Instituciones y partidos, el historiador Medófilo Medina delimita un período de veinte años como lapso que contiene algunas claves para entender el proceso actual. Adhiere al concepto de crisis como funcionamiento anómalo de la sociedad y del Estado durante un período relativamente prolongado y afirma como punto de partida la condición central del conflicto violento en la historia nacional. El Paro Cívico Nacional del 14 de septiembre de 1977 le sirve de límite temporal a partir del cual aborda temas como la crisis del Estado y el debilitamiento profundo de sus mecanismos de regulación; el incremento vertiginoso de la violencia y la expansión gue10
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rrillera y paramilitar; la búsqueda ilusoria de soluciones mediante reformas contitucionales; los efectos limitados de los procesos de negociación de paz que dejan sin resolver el problema social agrario y la redistribución tributaria; la ausencia de fuerzas de oposición capaces de encarnar alternativas duraderas e independientes... En su comentario a la ponencia del profesor Medina, Ricardo García discute y acepta la ubicación de la crisis en un período tan largo pero pone en cuestión la relevancia de la movilización popular durante el mismo, admite la centralidad de la violencia pero la diversifica y relativiza. Alude a la coexistencia de orden y violencia e introduce el concepto de espacio simbólico para complementar el de ocupación territoral por parte de la guerrilla y destaca el lugar del narcoterrorismo y su poder desestabilizador. En el siguiente ensayo, La crisis de la élite, el filósofo Lisímaco Parra trata la crisis desde la élite colombiana: tras realizar una lectura del Proceso 8.000 ubicado en un doble “embate” a la élite operado por el narcotráfico y la administración estadounidense, pone en evidencia lo que él llama el infantilismo en el comportamiento de sus protagonistas políticos y despliega su tesis sobre la crisis de la élite como resultado de su incapacidad para entender la modernidad y adaptarse a las transformaciones de la sociedad colombiana. Buscando los orígenes de este infantilismo, desmenuza el escrito de Alfonso López Michelsen La estirpe calvinista de nuestras instituciones, publicado en 1947, para mostrar su errada recepción del calvinismo. Se refiere igualmente a su novela Los elegidos y a dos obras de Ignacio Gómez Dávila para ilustrar el quiebre que representa el 9 de Abril de 1948 en el proceso de modernización de la sociedad colombiana y la dificultad de la élite para asimilarlo. Fernando Cubides comenta la perspectiva del filósofo con argumentos sociológicos que diferencian 11
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los conceptos de élite y clase y ubican el ensayo de Parra en el campo de lo cultural. Cubides señala los aciertos y la originalidad de este trabajo pero pone en evidencia sus limitaciones: el haber ignorado la presencia de un ethos económico próximo al calvinismo entre la élite industrial antioqueña y la ausencia de continuidad de un análisis que se remonta un siglo en la historia colombiana, se detiene en los cincuenta e ignora los profundos cambios sociales que se operan durante las tres últimas décadas y que sin duda afectan el comportamiento de las élites... La segunda parte, Drogas ilícitas, comprende las propuestas de dos historiadores, Andrés López y Eduardo Sáenz, que han emprendido la tarea de explorar los orígenes del narcotráfico en Colombia y los comentarios de un sociólogo, Alberto Henao, que presenta un enfoque teórico comprensivo para analizar el problema. Andrés López sigue el debate entre prohibición y permisividad en la sociedad norteamericana desde las luchas puritanas del siglo XVII en contra del consumo de licor. Relaciona los debates ligados a la regulación interna del consumo del alcohol y de narcóticos con el proceso paralelo y no siempre articulado de internacionalización de una política contra las drogas. López muestra cómo desde sus inicios, las políticas norteamericanas contra las drogas combinan prejuicios xenófobos y racistas con argumentos morales, de higiene y salud pública, que estigmatizan a sucesivas minorías étnicas y sociales: chinos, filipinos, negros, prostitutas, hispanos... De este modo, mientras la prohibición del alcohol es un problema interno frente al cual se van imponiendo las posiciones permisivas, la lucha contra las drogas se torna cada vez más agresiva en el plano internacional y es indisociable del imperialismo cultural, económico y político que ejerce los Estados Unidos. Por su parte, Eduardo Sáenz invita a explorar las formas 12
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de inserción de Colombia en el tráfico de droga hacia los Estados Unidos y en el debate internacional sobre narcóticos durante la primera mitad de este siglo. Sáenz describe los distintos tratados internacionales que pautan los acuerdos en torno al uso y circulación de drogas como el opio, la morfina, la heroína, la marihuana y la cocaína desde la Convención de la Haya de 1909, resaltando la influencia de la política norteamericana sobre las regulaciones que establecen los países latinoamericanos. Hace un seguimiento a las políticas colombianas de regulación del consumo interno de drogas (que señalan niveles muy bajos hasta la década del cuarenta). Apoyado en documentos de archivos norteamericanos, proporciona algunas pistas para reconstruir las primeras etapas del tráfico de narcóticos desde Colombia hacia Estados Unidos vía Panamá, San Andrés o Cuba de acuerdo con las configuraciones políticas del momento; identifica las primeras mafias colombianas y la capacidad del narcoempresariado para crear mercados en Estados Unidos. En su comentario, Alberto Henao desarrolla algunas sugerencias de los historiadores e incursiona en las posteriores etapas y transformaciones que sufre el problema de la droga, fundamentalmente en la percepción pública del mismo. Su propuesta teórica comprensiva se orienta al análisis del problema de la droga como problema social que se construye y se estructura según las luchas de grupos de interés por el control de los bienes económicos y simbólicos que le están asociados. Uno de los argumentos más llamativos, que retoma de autores como David Musto y Richard Brown, es que el significado moral del uso de las drogas ilícitas se deriva fundamentalmente del estatus del consumidor antes que de las propiedades inherentes de la misma. El estatus del productor también juega un papel esencial en la dimensión internacional del proble13
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ma. Explica la naturaleza política del discurso contra las drogas —no lineal ni homogéneo—, la cual se encuentra directamente ligada a la construcción de enemigos, internos y externos, como el comunismo, el inmigrante latinoamericano o colombiano. La tercera parte del libro, Política y economía, reúne los ensayos de dos economistas que buscan trascender la perspectiva coyunturalista incorporando dimensiones históricas y estructurales al análisis de la crisis económica. Salomón Kalmanovitz propone un análisis histórico que se remonta a nuestra herencia hispánica y a la configuración de nuestras primeras instituciones políticas para explicar la ausencia de ley y orden en la Colombia de hoy. Inspirado en economistas institucionales como D.C. North y R.H. Coase, parte del supuesto de que el mercado es algo más que el cruce de la oferta y la demanda y que el sistema legal e institucional, constituido a través de la historia, es el que garantiza el funcionamiento eficaz del mercado. De este modo, identifica en la historia colombiana profundas debilidades institucionales al conformarse simultáneamente un estado centralizado y autoritario de estirpe hispánica, una débil tradición parlamentaria, y una cultura de la picardía como forma de burlar la ley y legitimar la desobediencia. A ello se suma la ausencia de un sistema educativo generalizado de alta calidad y laico, capaz de formar cuadros públicos y privados, profesionales y técnicos. La alta impunidad y elevada rentabilidad del crimen en el país le debe bastante a esta configuración histórica, a la que se le suma la crisis que sufre la ética católica en los años cincuenta como reguladora de los comportamientos sociales y privados de los colombianos. Jorge Iván González, por su parte, se propone identificar los factores estructurales que arrastran la economía 14
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colombiana desde hace varios años. De acuerdo con su perspectiva, la politización del debate económico ha obstaculizado el análisis académico y objetivo de la realidad económica actual, caracterizada por una grave crisis desindustrializante y recesiva. La politización del debate ha impedido igualmente tomar medidas drásticas para contrarrestar las tendencias recesivas que pueden agravarse. Las causas no coyunturales de la crisis económica tienen que ver entonces con el deterioro de la balanza corriente, que se inicia a comienzos de los noventa, la liberación cambiaria y la aceleración de la apertura comercial por parte de la administración pasada y no en el problema fiscal, como lo han señalado muchos. González le reprocha a los economistas del gobierno Gaviria la ausencia de un reconocimiento de sus responsabilidades en la crisis actual y a los samperistas su diagnóstico equivocado sobre la misma y su incapacidad para tomar medidas correctivas drásticas. En la última parte, Política social y conflicto, se examinan algunas dimensiones de la política social de Samper y las respuestas y movilizaciones de los actores sociales más involucrados por éstas. Consuelo Corredor propone una evaluación crítica de la política de empleo incorporada en el Salto Social cuyas metas, vaticina, no serán cumplidas. Ubicándose en el contexto de la flexibilización de los mercados laborales en Colombia y en América Latina a partir de la década del ochenta, plantea la importancia del empleo como variable macroeconómica decisiva para la sostenibilidad del desarrollo económico y advierte sobre el proceso de deterioro creciente del mercado laboral y la calidad del empleo en el país. La inseguridad del empleo, el incremento de las jornadas parciales, la contratación temporal, la subcontratación y el trabajo a domicilio, la profundización de la brecha salarial, la caída de los in15
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gresos más bajos y el aumento del desempleo conforman un panorama crítico susceptible de empeorar. Insiste sobre la necesidad de una política de empleo que le dé prioridad a la generación de empleo productivo y defina estrategias cualitativas y cuantitativas de calificación y recalificación de la fuerza de trabajo. Jorge Giraldo hace un balance del papel de los gremios y los sindicatos durante la crisis política, señalando cómo a pesar de su debilidad, fueron los principales protagonistas de la respuesta civil en esta coyuntura. La crisis permitió adquirir un nuevo protagonismo a estas organizaciones, caracterizadas por su baja representatividad, limitada capacidad de negociación y extrema atomización. Gremios y sindicatos confluyen en la búsqueda de un nuevo perfil socio-político y concertador que les permita insertarse en el Estado Social de Derecho. Si bien al inicio del gobierno de Samper, gremios y sindicatos tienden a apoyar la política de concertación y la voluntad manifiesta de corregir los efectos sociales negativos de la apertura gavirista, posteriormente se dividirán en relación con la crisis política. El sindicalismo, y en particular las principales centrales, se polarizan de acuerdo con las posturas de las organizaciones políticas que intervienen en su interior mientras se sanciona el divorcio entre los gremios como organizaciones civiles y los grupos económicos que detentan el poder. La debilidad de estos protagonistas constituye, según Giraldo, una explicación importante a la imposibilidad de generar un polo civil durante la crisis política. Myriam Jimeno aporta una interpretación socioantropológica de las movilizaciones campesinas del Caquetá, Putumayo y Guaviare orientada a contrarrestar los discursos oficiales y de los medios de comunicación que las asociaron permanentemente con acciones de la narcoguerrilla. Recordando el carácter social y cultural cam16
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biante del uso y valoración de los narcóticos en distintos tiempos y lugares, explica la relación entre violencia y cultivos ilícitos por el juego complejo de intereses encontrados, la incapacidad institucional, las estrategias de vida de distintos grupos sociales. Diferencia tajantemente a cultivadores y comerciantes como actores con intereses contradictorios y responsabilidades desiguales en la generación de violencia. Mientras los primeros aspiran a convertirse en campesinos prósperos o a asegurar simplemente sus condiciones de subsistencia y son actores marginales de la violencia, los segundos recurren a ella sistemáticamente como forma de imponer sus intereses de enriquecimiento y poder sobre los mismos campesinos. En su comentario a esta ponencia, José Jairo González complementa el análisis de Jimeno, ubicando estas movilizaciones en continuidad con las luchas campesinas de este siglo en pro de una reforma agraria y diferenciando a cultivadores y raspachines, siendo estos últimos los actores más invisibles y a quienes se les ha asignado los papeles secundarios. Para González, se hace indispensable desnarcotizar los procesos de colonización y las estrategias de supervivencia de indígenas, colonos, campesinos y raspachines. Norma Villarreal se interesa por las movilizaciones de mujeres en favor de la paz que captaron la atención de los medios de comunicación durante la reciente crisis: las protestas de las madres por el envío de soldados bachilleres a los frentes de guerra; las movilizaciones de las madres de los soldados secuestrados por la guerrilla en Las Delicias reclamando la liberación de sus hijos; y la marcha de mujeres a Mutatá en búsqueda de una solución pacífica de los conflictos. Estas tres movilizaciones son situadas por Norma Villarreal en continuidad con una tradición de lucha de las mujeres por la paz, que se remonta 17
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a su participación en la Marcha del Silencio convocada por Jorge Eliécer Gaitán en 1940 en contra de la violencia partidista. Norma Villarreal rescata el papel de los movimientos feministas en la búsqueda de alternativas pacíficas y en la crítica a la guerra y a los actores armados. En su comentario a esta ponencia, Mauricio Archila apoya y complementa muchos de los argumentos de Norma Villarreal, criticando no obstante su visión homogéneamente pacifista de las mujeres que no diferencia a las mujeres guerreras, guerrilleras o guerreristas así como su análisis que reduce la violencia a una expresión del autoritarismo y el dominio patriarcal. Esperando que sea el juicio de los lectores el que finalmente evalúe en qué medida logramos nuestro propósito de realizar un análisis no coyuntural de la coyuntura, a nombre de la Facultad de Ciencias Humanas quiero expresar nuestros agradecimientos a Diego Cardona, Pierre Gilhodes, Hernando Gómez Buendía, Rocío Londoño, Fabio López de la Roche, Ernesto Parra, Alfredo Rangel, Oscar Rodríguez, Norma Rubiano, Fernando Uricoechea y Luis Alberto Zuleta su participación y su valiosa contribución como ponentes, comentaristas y panelistas en el Simposio. Por razones de tiempo y espacio, sus textos no pudieron ser incluidos en esta compilación. Quiero igualmente aclarar que si he tenido el honor de hacer la presentación de este libro, es gracias a la amable delegación del grupo coordinador del simposio, gestor del Observatorio y comité editorial simultáneamente, integrado por el decano de la Facultad Gustavo Montañez y los profesores Fernando Cubides, Medófilo Medina y Lisímaco Parra, quienes actuaron además como ponentes, comentaristas, coordinadores de mesa redonda y apoyo polivalente. Para ellos, mis agradecimientos por su disponible y generoso compromiso. Este simposio y este 18
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libro fueron el resultado de su trabajo y entusiasmo. A la Fundación Social y su gente, en especial a Germán Rey, Eduardo Gutiérrez, Guillermo Hoyos, Daniel Ramos y Luz Stella Sierra, la expresión de gratitud de la Facultad de Ciencias Humanas por su activa participación y apoyo en esta primera fase del Observatorio. A Paula Iriarte y Nelson Cruz por las imágenes que nos ayudaron a promover este simposio y sus debates. Finalmente, al equipo del CES que garantizó la buena organización del evento: Sonia Álvarez, Ángela Díaz, Rosalba Melo, Fernando Visbal, Joaquín Agudelo y Miller Mora.
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Presentación Germán Reyv Texto de presentación del Simposio
Dibujando lo que llamó la refiguración del pensamiento social, Clifford Geerts escribió que «muchos científicos sociales han renunciado a un ideal de explicación basado en leyes y ejemplos para asumir otro basado en casos e interpretaciones, buscando menos la clase de cosa que conecta planetas y péndulos y más esa clase que conecta crisantemos y espadas». Así como se transforman las aproximaciones científicas no solamente en el campo de las ciencias sociales sino en el de las denominadas ciencias duras, también se modifican, con una cierta radicalidad, los procedimientos de la mirada. Menos obsesiva que en otros tiempos, la mirada está hoy mucho más abierta a arriesgarse a encontrar versiones diagonales y a abandonar la facilidad de las analogías, a explorar territorios cuyas fronteras ya no son tan explícitas como en otros días y a construir relatos que cuenten lo visto sin imposiciones. Posiblemente haya sido un novelista, el portugués José Saramago, quien haya mostrado más recientemente lo v
Vicepresidente de Axiología, Fundación Social.
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Germán Rey
que significa un mundo donde ya no se ve, un mundo en el que todos sus habitantes van progresivamente sucumbiendo a la pandemia terrible del enceguecimiento. Uno a uno los ciegos de su narración van llevando hasta el límite sus sentimientos, van inventando el odio a través de unos privilegios que en la luz serían nimios e incluso insignificantes, van organizando poderes destructores en la penumbra de sus propios despojos. Allí mismo, es verdad, se experimenta la solidaridad en las pequeñas cosas, en las frágiles certidumbres del tacto y las intuiciones. En el marasmo de los cuerpos sin orientación se vislumbran los gestos que nos dotan definitivamente de humanidad. Menciono intencionalmente la mirada porque, aquí, en este Encuentro estamos asistiendo a la creación de un Observatorio. Un observatorio que propone hacer un seguimiento a los procesos sociales, políticos y culturales del país combinando ritmos largos con los más breves de la coyuntura, convocando una diversidad grande de saberes para que en su conjunción puedan ofrecer otras claves de interpretación de nuestros problemas. En este ejercicio del ver se ratifica una de las condiciones centrales de la Universidad y de las organizaciones civiles como la Fundación Social en su compromiso con lo público, en el apoyo a la conversación civilizada, a la expansión social de la deliberación frente a los silenciamientos de la banalidad, el conformismo o el terror. Uno de los textos que más estimo de Jacques Derrida es la lección inaugural que pronuncia en la Universidad de Cornell en la que se vale de la topografía del lugar para mostrar el sentido de la universidad suspendida sobre el abismo, abierta a la amplitud retante de un horizonte que se expande ante ella. 22
Presentación
En su discurso comparaba la visión pertinaz, terrible de ciertos animales sin párpados, condenados a una visión perenne con la mirada humana que tiene la fortuna del párpado, es decir, de la interrupción temporal de un dramático presente continuo. En un trabajo clásico, Hannah Arendt escribió que lo público es lo «que puede ser visto y oído por todos»; por eso señalará que toda violencia es muda, por eso recurrirá a la figura de la luz dura —una metáfora más que hace posible la mirada— para corroborar la condición de visibilidad de lo público. Los Observatorios, que nos hacen recordar las aventuras humanas por descifrar los misterios celestes, ahora voltean su mirada, sus lentes, para hacer relevantes los perfiles, los contornos, los sujetos y las topografías de nuestras realidades sociales. La Fundación Social ha querido participar en este empeño y lo hace porque encuentra importantes afinidades con esta iniciativa de la Facultad de Ciencias Humanas. La naturaleza privada de una Organización, sus propósitos sociales y empresariales no la eximen sino por el contrario subrayan aún más esta refiguración de lo político, este énfasis en sus responsabilidades públicas. Permítanme finalmente hacer una evocación personal y acaso inmodesta de la memoria. Soy un egresado de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional. Mientras escribía estas palabras no dejaba de preguntarme si lo que ofrecía y ofrece esta Facultad, como todas las otras de la Universidad pública, es solamente la formación a través del conocimiento, la ubicación exitosa en el panorama de los saberes especializados o de los hábitos profesionales.
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Germán Rey
Creo que lo que finalmente subyace en la pertenencia a esta Facultad es mucho más que esto, es una suerte de impacto en el mirar, una renovación necesaria de la sensibilidad, una refrendación constante de la aventura del conocimiento. Cada mirada está hecha de aquellos fragmentos que componen nuestras vidas corrientes, por la frivolidad de la existencia que, recordaba Montaigne, es la materia prima de nuestras realizaciones. Mi prisma está compuesto por las discusiones planteadas en la psicología social y el psicoanálisis, por el itinerario histórico que mostraba los intentos más o menos sistemáticos por entender los mundos interiores, por los recorridos titubeantes a través de los laberintos del lenguaje, las representaciones o la memoria. Pero también mi prisma está hecho de los desfiles existenciales y excéntricos de los Mefíticos, de la imagen imperturbable del doctor Goyeneche convertido en sus últimos días en un mensaje viviente, en una proclama tenaz que voceaba los delirios de un país desde el tablero humilde que le colgaba de una cerviz nunca vencida; de las marchas y los debates en donde el mundo parecía transformable por instantes, de los problemas de genética del profesor Laverde en que dinosaurios de cola fucsia se enamoraban de dinosaurias de cresta azul, de las reflexiones pioneras de Álvaro Villar Gaviria que llevaron a la psicología de los divanes las angustias del servicio doméstico o las expoliaciones de los niños trabajadores, de los dulces cantos generacionales del Jardín de Freud donde también se tarareaba Samba pa’ ti de Santana, de las discusiones fervientes frente a un positivismo que ya había saboreado sus mejores épocas. 24
Presentación
Sé que el Observatorio que hoy se inaugura con el Simposio sobre la crisis socio-política colombiana, al que se ha unido la Fundación Social, se sustentará en este patrimonio de la Universidad Nacional, en esta tarea que por años ha unido la libertad con la crítica, la imaginación con la reflexión, la indagación de los problemas del país con la irrupción de otros modos de vivir, otras estéticas, otras variaciones de la mirada.
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INSTITUCIONES Y PARTIDOS
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Dos décadas de crisis política en Colombia, 1977-1997 Medófilo Medinav
I NTRODUCCIÓN El foco de este Primer Simposio del Observatorio Sociopolítico de la Facultad de Ciencias Humanas es la crisis política actual. También es el centro del presente artículo. Sin embargo busco una aproximación no inmediata. Los análisis políticos coyunturales tienden a sobreestimar el rol de los actores individuales y con frecuencia llevan a planteamientos simplistas o a la adopción de la valoración moral como la clave interpretativa fundamental. En diversos momentos no pocos de los opositores al Gobierno de Samper insistieron en que la renuncia del presidente sería premisa suficiente de la superación de la crisis política. Una perspectiva de más largo plazo en el análisis no se muestra compatible con tanto optimismo. A primera vista el título de la presente comunicación, Dos decenios de crisis, parece contener una contradicción v
Profesor titular, Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia.
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en los términos. Las diversas acepciones de la palabra crisis retienen dos elementos: uno que corresponde al origen etimológico, el verbo griego krino, separar. En este sentido, crisis se asocia al cambio, al paso de un estado a otro; el segundo elemento básico remite a una duración breve, un momento. Desde la perspectiva de un siglo el lapso de veinte años está lejos de ser un instante. La misma dificultad de aplicación de la noción de crisis sería válida al menos para otro período de la historia contemporánea, el comprendido entre 1946 y 1964. Esa perplejidad se puede advertir en los análisis sobre la violencia cuando se acompaña el sustantivo del calificativo endémica. En el presente contexto acudo al concepto de crisis para expresar la idea de un funcionamiento anómalo de la sociedad y del Estado durante un período relativamente prolongado. Al realizar diferentes análisis sobre la historia reciente de Colombia es frecuente que el ejercicio se convierta en una evaluación sobre la violencia o las violencias que el país ha vivido en la etapa posterior al Frente Nacional. Esa derivación del análisis no es arbitraria sino que refleja la condición central del conflicto violento en la vida de la nación. Pero también es la forma que toma en las ciencias sociales la representación mítica de la violencia percibida como «[...] una violencia original que no deja de repetirse».1 No pretendo entonces la composición de un cuadro de conjunto sobre la violencia en el transcurso de estos veinte años. Quiero sólo tomar algunas tendencias del sistema político cuyo desarrollo estimo muy importantes durante ese transcurso.
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Daniel Pécaut. Presente, pasado y futuro de la violencia, en ANÁLISIS POLÍTICO, No. 30, 1997, pág. 28.
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DEL 14 DE SEPTIEMBRE DE 1977 AL 11 DE FEBRERO DE 1997 Se toma 1977 como año inicial del período. El punto de referencia lo constituye un acontecimiento: el Paro Cívico Nacional, PNC, del 14 de septiembre. Quizás otro hecho que aparece como un débil reflejo de aquel acontecimiento sea pertinente asumirlo como convención para situar el término del presente artículo, aunque no —por desgracia— de la crisis: el paro del 11 de febrero de 1997. En el PCN de 1977 se manifestó un malestar popular muy profundo, por un lado y por el otro se hizo patente la incapacidad del gobierno para ofrecer soluciones a ese descontento. El paro de los trabajadores estatales del presente año resultó también de un acumulado de inconformidad que guarda relación con las consecuencias sociales de las políticas de apertura económica. Estimo necesario recordar algunos fenómenos relacionados de manera estrecha con el paro de septiembre de 1977. La magnitud que alcanzó entonces la protesta sorprendió en los más diversos ámbitos de la opinión. Los primeros desconcertados fueron los dirigentes sindicales, quienes agrupados en el Consejo Nacional Sindical fungieron como núcleo dirigente del paro, y los dirigentes políticos del Partido Comunista y de otros pequeños grupos de izquierda que en mucho habían contribuido a la preparación y realización del movimiento. En el Estado ocurrió algo similar. Una especie de síndrome de amenaza extrema se apoderó de algunos sectores, en particular de las Fuerzas Armadas. En la izquierda radical —y de manera muy acentuada en las guerrillas— se formularon previsiones desmesuradas. Se operó en sectores influyentes de la vida nacional un trastorno crucial del sentido de la previsión, una peligrosa pérdida de realismo. Dos acontecimientos reflejaron esa enfermedad de la percepción: 31
Medófilo Medina
la adopción del Estatuto de Seguridad el 6 de septiembre de 1978 por el gobierno de Turbay Ayala y la realización de la Séptima Conferencia Nacional de las Farc en 1982.
Desde las instituciones del Estado se produjo una transgresión de los límites legales dentro de los cuales debía mantenerse la guerra contra la subversión. Se hizo uso del apremio y la tortura como método válido para obtener confesiones. Tales procedimientos no eran nuevos en general, pero sí lo era su aplicación con respecto a las capas medias de las ciudades. Justo en 1977 la opinión pública conoció el caso de Omaira Montoya Henao, militante del ELN quien fue desaparecida supuestamente por la Segunda Brigada del Ejército. Desde entonces se fueron conociendo las estadísticas de combates, desapariciones, secuestros, ejecuciones, homicidios de diverso tipo, masacres, fenómenos estos que han mantenido su alto perfil a lo largo de veinte años. No se quiere entrar en la presente exposición en esa tipología de la violencia contemporánea sino en la relación que ella guarda con el sistema político y en la dirección en que ese sistema se ha visto modificado en virtud de dicha relación.
En la Séptima Conferencia se adicionó de manera oficial al nombre Farc el nuevo componente EP. Eso no fue un mero juego con las siglas. La decisión más importante fue la relativa a lo que Jacobo Arenas denominó el nuevo modo de operar y que describió así: «Nuevo modo de operar significa que las Farc ya no esperan a su enemigo para emboscarlo sino que van en pos de él para ubicarlo, asediarlo y coparlo, y si aquel cambiare otra vez su modo de operar volviendo a su antigua concepción, atacarlo en 32
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ofensiva de comandos móviles».2 Tal orientación implicó para la organización guerrillera un cambio en la prioridad de la territorialidad en favor de la condición de formaciones móviles. El cambio estratégico se desprendió de un diagnóstico sencillo: el Paro Cívico Nacional del 14 de septiembre había sido una insurrección a la que sólo le había faltado las armas para instaurar el poder popular.
L A CRISIS DEL ESTADO La escena internacional actual brinda ejemplos que merecen ser estudiados. Una sensibilidad postmoderna estaría inclinada a destacar en los acontecimientos de Bosnia el sorprendente afloramiento a la superficie social de fenómenos sumergidos en las oquedades del inconsciente colectivo. Esa visión pierde de vista un nivel más evidente de explicación o sea el de las consecuencias catastróficas suscitadas por la desaparición o debilitamiento extremo de los mecanismos de regulación estatal. Creo que resulta esclarecedor en el estudio de la crisis política colombiana observar el desarrollo de algunas funciones básicas del Estado. Entre ellas se quiere destacar: la organización del poder de acuerdo con una división territorial interna y en relación con otros Estados; el monopolio de la coerción física con respecto a la población; el derecho soberano de promulgación de leyes y reglamentos de obligatorio cumplimiento para toda la sociedad; y el monopolio del recaudo de los tributos fisca-
2
Jacobo Arenas. Cese al fuego. Una historia política de las Farc. Bogotá: Editorial Oveja Negra, 1985, pág. 95.
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les. Las anteriores funciones que cualquier definición elemental de Estado hace explícitas se han visto interferidas o distorsionadas de manera grave y continua en el tiempo. La inhibición para el ejercicio de esas funciones constituye una demostración de una crisis política prolongada. Mis observaciones se dirigen al comportamiento de dos de esas funciones: el control sobre el territorio y el monopolio de la coerción física. La pérdida de control territorial por parte del Estado tiene diversas expresiones: un dominio estable de las organizaciones armadas (guerrillas, paramilitares, milicias) sobre zonas geográficas y población. En un estudio realizado por la Oficina del Alto Comisionado para la Paz con base en una muestra de 91 encuestas realizadas en municipios que presentaron indicadores significativos de violencia para el período 19901993-1994, se puede establecer que en 14 municipios el dominio de la guerrilla está entre el 80 y el 100%. En otros 15 municipios dicho dominio se ubica entre el 60 y 70% y en 13 municipios dicho dominio es del 50%. La población para el conjunto de esos municipios era de 883.639 personas.3 El politólogo Alfredo Rangel Suárez estimaba el año pasado que en diez años la guerrilla pasó de tener presencia en 173 municipios a 600. Aún asumiendo lo vago de la expresión tener presencia la significación de estas cifras no se puede menospreciar.4 3
Pastor Santiago Escobar Acevedo. Impacto de la violencia en la producción agropecuaria 1990/1993/1994, II, Documento de trabajo, Presidencia de la República. Santafé de Bogotá: Oficina del Alto Comisionado para la Paz, Observatorio de la Violencia, diciembre de 1996, pág. 14. 4
Alfredo Rangel Suárez. La guerrilla colombiana: un bandolerismo político inédito. Bogotá: ESTRATEGIA ECONÓMICA Y FINANCIERA, 30 de septiembre (continúa en la página siguiente)
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Sin embargo la expresión territorial no se agota allí. Otra dimension es aquella que se expresa en el control relativamente estable del acceso a regiones y de vías de comunicación, aspecto en el que ha insistido con razón Iván Orozco.5 Un tercer momento es el del control temporal de vías de comunicación vitales para el país que produce un impacto económico y político sobre la opinión nacional. Al respecto es importante recordar el cambio de concepción de las Farc a propósito del dominio territorial a partir de la ya citada Séptima Conferencia. A finales de los años setenta la guerrilla carecía de capacidad para producir los bloqueos en las comunicaciones centrales que se han registrado recientemente. En el otro polo de manera creciente a lo largo de un período que ya supera los tres lustros, los paramilitares fenómeno de palpitante actualidad- le han disputado al Estado el control territorial. Además de las regiones del Magdalena Medio y Córdoba, sobre las cuales establecieron su dominio desde los años ochenta mediante la guerra contra las guerrillas y el terror contra la población civil, sobresalen ahora zonas de más reciente implantación como Urabá o buena parte del Departamento del Casanare. Sorprenden los cambios que se están operando en relación con el fenómeno paramilitar en diversas regiones. Ese dinamismo está en relación con la diversificada base de sus apoyos: militares, narcotraficantes, autoridades civiles locales, ganaderos y terratenientes tradicionales. Parece perfilarse una secuencia de etapas en la acción de 1996, pág. 24. 5
Iván Orozco Abad. Combatientes, rebeldes y terroristas. Guerra y derecho en Colombia. Bogotá: Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional, Temis, Santafé de Bogotá, 1992.
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del paramilitarismo: terror sobre la población, expulsión de pequeños propietarios, expansión de una agricultura moderna. En resumen, un modelo de dominación político-militar y socioeconómica. Si bien un proceso de esta naturaleza se puede seguir en regiones como Montes de María, Ovejas, Toluviejo, Morroa, Urabá, no son los únicos lugares. No es descabellado plantearse una hipótesis sobre el avance de un proyecto político nacional con base en la experiencia paramilitar, y en fórmulas de acción políticomilitar plasmadas en modalidades tales como las cooperativas de seguridad y las Convivir. Llama la atención la realización a partir de 1994 de tres cumbres nacionales de organizaciones paramilitares. Si bien no se ha adoptado en ellas una estrategia única, el hecho mismo de su celebración muestra una disposición hacia la superación de los horizontes puramente regionales. Del bipartidismo, pero también de las zonas de la antipolítica, podrían salir los dirigentes políticos adecuados para servir de referencia a un modelo de bordaberrización o, para ponerlo en códigos más actuales, de fujimorización. Una opinión pública exasperada o desmoralizada por las violencias puede brindar apoyo a una salida de ese tipo. Ya en muchos sectores se escucha el grito que Marx en el Dieciocho Brumario atribuía al burgués sumido en la desesperación: ¡Antes un final terrible que un terror sin fin!». Es claro que una de las funciones básicas del Estado, la del monopolio de la violencia legítima, viene en evidente crisis a lo largo de los últimos años. De manera sintomática la expresión de estirpe weberiana pasó de la terminología académica al lenguaje de los políticos, los periodistas y de las ciudadanas y ciudadanos corrientes. Dentro de 36
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ese campo de análisis sólo quisiera referirme a algunos aspectos. El gasto militar ha mostrado una tendencia al incremento en proporciones superiores a cualquier otro rubro del presupuesto nacional. Las estadísticas fiscales muestran un ascenso notable del gasto militar en relación con el PIB. Si a comienzos de la década de los ochenta el gasto total de Defensa y Fuerza Pública representaba 1.62% con relación al PIB, a comienzos de los noventa llegaba a 2.75%6 y en 1996 se ubicó en el 3.5%.7 También llama la atención el ritmo del incremento de las erogaciones destinadas a la Fuerza Pública. Si para el período 1985-1990 el promedio fue del 4.5% en términos reales, para 1993-1996 pasó a 14.7%.8 Esto ha llevado, de acuerdo con datos del Consejo de Política Fiscal, Confis, a que en los últimos cinco años los gastos del gobierno en defensa y seguridad hayan representado en promedio un 31% del presupuesto nacional (Gráfica No. 1). Al comparar en un plano las curvas correspondientes al gasto militar en el mundo, América Latina, países industriales, países en desarrollo, Oriente Medio y Colombia entre 1980 y 1998, la única de esas seis líneas que muestra una tendencia ascendente es la del gasto militar de Colombia.9 (Ver gráfico 2).
6
Departamento Nacional de Planeación. La Defensa Nacional y las Fuerzas Militares. Documento Conpes, 2884 Ministerio de Defensa y Seguridad. Santafé de Bogotá: Noviembre 22 de 1995, p 28. 7
Rosas Gabriel (coordinador). Comisión de racionalización del gasto y de las finanzas públicas, defensa, seguridad, ciudadanía y gasto público, (Resumen ejecutivo) Manuscrito, p8. 8
Ibid., p 7.
9
El Gasto en defensa y en seguridad ciudadana en Colombia: más para la segu(continúa en la página siguiente)
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Medófilo Medina
Gráfico No. 1. Gastos del Gobierno en seguridad y defensa Porcentaje del Presupuesto Nacional 35
34 31,2
30
31,5
27,4
%
28,6
28,9
25
20 1991
1992
1993
1994
PARTICIPACION 1995
AÑO
1996
Fuente: Confis Gráfica No. 2. Tendencia del gasto militar mundial. Porcentaje del PIB
10 8
To tal Pa mu íse s in nd ial du str O iale rie Pa s nte íse se Me nd dio es arr Am oll o ér ica La tin a Co lom bia
6 4 2 1980
1986
1992
0
1998
Fuente: FMI-DNP
Sin embargo, el incremento del gasto militar no se acompaña de un consiguiente aumento de la seguridad de los ciudadanos ni de una merma del número de homicidios (Ver gráfico 3). Esta paradoja es la que de manera clara expresa una situación de crisis. El proceso del mo-
ridad del estado, menos para el ciudadano, en INFORME FINANCIERO, Número 28, 1995, p 14.
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nopolio legítimo de la coerción física en el Estado Moderno se ha asociado a la reducción del uso de la violencia por parte del Estado y desde luego por los particulares. Cualquiera encontraría sorprendente e inaceptable que crecientes esfuerzos para financiar el servicio de bomberos se acompañara de la también creciente incapacidad de este servicio para evitar y sofocar los incendios. El monopolio de la fuerza es un aspecto central de realización del proceso histórico global de “la pacificación interna” de la sociedad, para usar el concepto de Anthony Giddens. La guerra queda reservada, y esto de manera excepcional, a la confrontación entre Estados. Gráfica No. 3. Tasa de homicidio común por cada cien mil habitantes
80 77
70
76
TASA
60 50 47
40 30
37
29 23
20
28
23
10 0 58-62
63-67
68-72
73-77
Quinquenio
78-82
83-87
88-92
93-95
Fuente: Policía Nacional
Al finalizar el siglo los colombianos constatamos con impotencia que hacemos parte de un paisaje en donde diversas organizaciones armadas le disputan militarmente la soberanía al Estado en lo interno y le crean dificultades no despreciables con respecto a otros Estados. Según la revista Semana, en una operación reciente de las Fuerzas Armadas fue descubierto un arsenal de la guerrilla con 39
Medófilo Medina
tres misiles, un lanzamisiles y fusiles calibre 5.6, arma hasta entonces desconocida en el país. 10 Este armamento pesado ofrece una evidencia de la transformación militar de la guerrilla. Ésta, junto con las autodefensas, los grupos de justicia privada, los paramilitares y las nuevas modalidades impulsadas oficialmente, como las Convivir, han retraído a Colombia a la condición de un Estado premoderno. Como señala el ya citado Giddens en el Estado premoderno, «el centro político no fue nunca capaz de sostener un monopolio total de los medios de violencia. El bandidaje, el bandolerismo, la piratería y las guerras entre familias siempre fueron corrientes y en la mayoría de los Estados, los señores locales conservaron mucho poder militar independiente».11 Es digno de mención un fenómeno que se ha fortalecido de forma simultánea a la involución del Estado: la estamentalización de las Fuerzas Armadas. No resulta sorprendente que los militares colombianos reaccionen con manifiesta irritación ante cualquier sugerencia de eliminación del fuero. Al fin y al cabo, estamento, tradición foral y consagración de privilegios de casta pertenecen al mismo tipo de organización social: un orden feudal. Tal mentalidad prevaleciente en las Fuerzas Armadas no es una reminiscencia extraña al sistema político vigente; ha sido favorecida por la autonomía que desde los inicios del Frente Nacional los partidos tradicionales consagraron para las instituciones armadas en el manejo del orden público. La incapacidad política nacida del miedo
10
SEMANA, Santafé de Bogotá, marzo 31 a abril 7 de 1997, pág.35.
11
Anthony Giddens. Más allá de la izquierda y la derecha. El futuro de las políticas radicales. Madrid: Ediciones Cátedra, 1994, pág. 239.
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al pueblo por parte de los sectores dominantes para resolver el problema militar en términos de Estado, ha conducido a un desbalance crucial entre el espíritu corporativo de las Fuerzas Armadas y su misión constitucional. La ideología ambigua del civilismo de las élites colombianas, la doctrina Lleras Camargo sobre la no deliberación de los hombres de armas han disimulado la carencia de una política clara y coherente sobre la cuestión militar.
L A ESPIRAL DE LA VIOLENCIA Los diversos cuerpos detentadores de porciones del poder a lo largo de un período de tiempo prolongado han entrado en una cadena de interacción violenta entre ellos y han fomentado un sistema degradado de comunicación en la sociedad. A cada acción de uno de los polos de la violencia el otro afectado busca responder con mayor contundencia y pone en juego nuevos recursos, y así en adelante. Para finales de los años sesenta eran dos los actores armados: la Fuerza Pública y unas guerrillas más bien marginales. Pero ya en 1968 mediante la Ley 48 el gobierno reglamentó la formación de grupos civiles bajo el control de las Fuerzas Armadas. Así, con soporte legal nació el embrión del paramilitarismo. Cuando a finales de los años setenta grupos de ganaderos y terratenientes crearon las primeras autodefensas no sintieron que estaban transgrediendo la ley, el apoyo de los militares a las autodefensas pudo cobijarse bajo el manto de la Ley 48. El sistema político mismo ha instituido dispositivos muy poderosos para socavar su legitimidad. Más tarde, cuando a mediados de los años ochenta entran en crisis en el Magdalena medio los primeros grupos 41
Medófilo Medina
de autodefensa, los narcotraficantes toman por su cuenta el apoyo financiero de los grupos paramilitares. De esta manera, éstos recibieron un segundo aire. En el mundo oficial nadie pareció percatarse de lo que estaba ocurriendo. La verdad era otra: gozaba ya de plena vigencia el pragmatismo amoral según el cual era aceptable cualquier alianza siempre y cuando se suscribiera el compromiso de enfrentar al que en ese momento se identifica como el enemigo: la subversión de izquierda. La inscripción oficial de Colombia desde los tiempos de la Violencia en los esquemas de la Guerra Fría le aportaba la legitimidad de estar del lado de los buenos en la escala planetaria. Fue el mismo tipo de pragmatismo de corto plazo que en otro campo llevó a los sectores políticos dirigentes a apoyarse en el Cartel de Cali para combatir a Pablo Escobar. Pero el paramilitarismo seguiría su propia senda. Desde el año noventa y dos se afianzaron las tendencias hacia la conquista de mayor autonomía. Las Fuerzas Armadas seguirían contando con el paramilitarismo, pero éste ya no se presentaba en condición de formación subordinada sino con el estatus de aliado. Cuando bajo el Gobierno de Virgilio Barco se derogó la Ley 48 de 1968, la medida no tuvo mayores consecuencias con respecto a las organizaciones paramilitares que habían entrado en una etapa de expansión y autonomía. Al respecto puede rastrearse una historia paralela en el otro extremo. Cuando el Partido Comunista en su Décimo Congreso celebrado en 1966 elevó a la condición estratégica su experiencia hasta entonces relativamente modesta frente a las autodefensas y guerrillas campesinas adoptando la política de la combinación de todas las formas de lucha, sus dirigentes no sospechaban que el componente militar que hasta entonces había estado subordinado a la acción política terminaría comprometien42
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do de manera fundamental la existencia misma del Partido como realidad política.
Es preciso tener en cuenta que la espiral de la violencia que se forma entre las corporaciones de la coerción física es un elemento fundamental en el bloqueo para encontrar una alternativa de paz. ¿Cómo romper el círculo vicioso de las violencias en este nivel de sus soportes inmediatos, las diversas corporaciones militares? Norbert Elías extrae de la tragedia griega una saga de imágenes con ayuda de las cuales presenta mejor que con la argumentación sociológica formal la profundidad y la persistencia de las emociones originadas en prolongados procesos de violencia:
Cuando observo las oscilaciones del péndulo de la violencia de la derecha para la izquierda y, quién sabe, de la izquierda para la derecha, en la reciente historia alemana a veces me sorprendo recordando la Orestiada de Esquilo donde se trata también de la pregunta de cómo es posible sustraerse del círculo satánico de la venganza de la sangre y de la maldición de la violencia que conduce permanentemente a nuevos actos violentos. Quizá recuerden: los dioses hicieron saber a Agamenón que podía esperar buen viento durante su travesía para Troya solamente si les sacrificaba a su hija Ifigenia. A la vuelta de Troya es asesinado en la tina por su esposa Clitemnestra, en parte porque ella quiere vengarse de él por la muerte de su hija. Luego las Erinnias impulsan al hijo de Agamenón, Orestes, a vengar a su padre en su madre. Cuando él, impulsado por ellas, asesina a su madre, lo persiguen sin piedad como matricida. Él se refugia en el santuario de Atenea quien finalmente apacigua a las viejas diosas de la venganza e intenta romper el cír-
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culo satánico en cuyo curso los actos violentos provocan siempre nuevos episodios de violencia.12
La espiral inextricable de violencia se retroalimenta en el caso de las corporaciones militares de ciertas pautas específicas: la exaltación del valor, la estimación positiva de las pautas machistas del comportamiento inherente a todos los militarismos, el culto a la solidaridad corporativa. Estas son orientaciones que actúan de manera privilegiada sobre las emociones que tales entrelazamientos implican. Infortunadamente hasta el presente no se ha tomado en cuenta esta dimensión de la violencia contemporánea en Colombia. El no comprenderla constituye un obstáculo para llegar a soluciones realistas. Sin abandonar el campo del monopolio de la coerción física, quiero destacar un aspecto que hasta ahora no ha sido tomado en cuenta. Se trata del asunto de la imagen que los militares tienen sobre su propia institución y sobre sí mismos como profesionales de la guerra. En el transcurso de 20 años son diversos los reveses sufridos por la institución en el desarrollo de la guerra interior. Si bien la audaz acción del M-19 con la sustracción de cerca de 7.000 armas del Cantón Norte en enero de 1979 terminó en un empate militar cuando fueron recuperadas casi todas las armas, el costo político para las Fuerzas Armadas fue muy alto por la racha de violación sistemática de los derechos humanos en que se comprometió la Fuerza Pública. Si bien la toma de Casa Verde —sede del
12
Norbert Elías. Respeto y crítica. En REVISTA COLOMBIANA DE SOCIOLOGÍA, (Traducción V. Weiler). Santafé de Bogotá: Departamento de Sociología. Universidad Nacional, vol. III: No. 2, 1997, pág. 89.
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comando central de las Farc— el 9 de diciembre de 1990 fue presentada como una victoria militar, no tuvo consecuencias favorables para la pacificación del país. En días recientes a propósito del desenlace de la toma de la embajada del Japón por parte de guerrilleros del Mrta en Lima, se ha recordado el crecido tributo en vidas humanas y en destrucción que tuvo en noviembre de 1985 la contratoma del Palacio de Justicia realizada por el Ejército Nacional en Bogotá. Hechos como la toma de la base de las Delicias y la larga retención por las Farc de un numeroso grupo de soldados tanto como el despeje militar de una extensa área luego de la intransigencia inicial de los altos mandos, muestran lo que de manera creciente se pone en evidencia en los análisis y pronunciamientos de la gente, de los medios de comunicación y de voceros influyentes de la sociedad civil sobre la ineficacia de las Fuerzas Militares en la guerra contra la subversión. Del ambiente internacional no se desprenden señales favorables para el buen nombre de los militares. Como registraba Cepeda Ulloa: «A nuestros generales les niegan la entrada a Alemania y les revocan las condecoraciones en los Estados Unidos, por temor al escándalo de Amnistía Internacional».13 En otros tiempos en la tradición intelectual del pensamiento antimilitarista el desprestigio de las instituciones armadas oficiales y por supuesto la erosión de la autoestima de sus miembros eran valoradas de manera uní-
13
Fernando Cepeda Ulloa. Origen, desarrollo y desenlace del “caligate”, en Colombia contemporánea, Saúl Franco (Editor). Santafé de Bogotá: Iepri, Ecoe Ediciones, 1996, pág. 289.
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voca en sentido positivo, dado que constituían muestras de la descomposición de las instituciones de un Estado que había que sustituir de manera integral. En la actualidad debe llamar la atención la condición interna de las instituciones llamadas a ser el soporte del monopolio de la violencia legítima. Los peligros que asechan a un sistema político que descansa en instituciones caracterizadas por autorrepresentaciones atravesadas por experiencias de humillación son muy fuertes. En este campo tienen enorme interés las observaciones de diversos historiadores a propósito de la influencia que alcanzaron ese tipo de sentimientos al lado de otros fenómenos fraguados en el particular proceso de formación estatal en la historia alemana, en el ascenso y ejercicio del poder de los Nazis. En tales situaciones, la aspiración a una victoria definitiva e inequívoca que restituya el prestigio perdido y recupere el honor lesionado inhibe cualquier disposición a la búsqueda de soluciones negociadas: deja en pié el todo o nada como principio único. Sin embargo es la sociedad la que en conjunto paga por la perpetuación de tales valores. Resultaría muy aleccionador efectuar la contabilidad de las víctimas inocentes que han pagado la cuota atroz de esas venganzas del honor. Desde luego no se trata de condenar o absolver. En primer lugar se trata de comprender las lógicas de acción.
L A BÚSQUEDA DE SOLUCIONES Para entender de manera cabal el alcance de la larga crisis política hace falta también formarse una imagen sobre los intentos que se han realizado para discernir y aplicar soluciones. La percepción de que desde mediados de los años setenta el país había entrado en una crisis política era clara 46
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tanto para importantes sectores de la opinión pública como para los gobernantes. El 30 de diciembre de 1975 el entonces presidente Alfonso López Michelsen lanzó su propuesta de reforma a la Constitución con el fin de convocar una pequeña constituyente que debería reformar la administración de justicia y el régimen departamental y municipal. Los enunciados eran vagos y el presidente luego subrayaría que se reservaba más bien el papel de animador de un debate antes que el de autor de una propuesta concreta. Por eso la oposición ospino-pastranista habló de un salto al vacío y el politólogo Cepeda Ulloa en su momento señaló: «El Presidente mismo, que ha sido el proponente, ha dicho que no sabe, y no he oído de ningún colombiano que sepa todavía, qué es lo que hay que hacer: de ningún partido político, de ningún gremio, de ninguna universidad, de ningún instituto de investigación, de ningún profesor universitario. Todos reconocemos que no sabemos que es lo que hay que hacer».14 Pero ¿qué era lo que López pretendía saber? Por lo menos tres cosas. Primera, que el país estaba en crisis y que su manifestación más clara era la rebelión de las comarcas o los paros cívicos. En «este tiempo —señaló el Presidente— la técnica del golpe de estado comienza por apoderarse de los servicios públicos, principalmente de las comunicaciones y los transportes».15 La segunda cosa que el primer mandatario estimaba saber era que la solución debía producirse mediante un consenso nacional entendido a la usanza del Frente Nacio14
Fernando Cepeda Ulloa. Un debate sobre la constituyente. Bogotá: Universidad de los Andes, 1977, pág. 3. 15
EL TIEMPO, Bogotá, 21 de julio de 1976, pág. 7A.
47
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nal; es decir, como entendimiento bipartidista. La tercera cosa clara para López era que el consenso debía formalizarse en una reforma constitucional adoptada no por el Congreso sino mediante un procedimiento extraordinario, una Pequeña Constituyente.
En las legislaturas de 1976 y 1977 el Congreso discutió y aprobó la propuesta que fue sancionada por el presidente mediante el Acto Legislativo No. 2 de 1977. Quedó pues convocada una pequeña asamblea constituyente de cincuenta miembros. El 5 de mayo de 1978 la Corte Suprema de Justicia declaró inexequible el citado acto legislativo. La decisión de la Corte en lo inmediato evidenciaba un conflicto entre los poderes. Entonces comenzó a hablarse y no sin razón del gobierno de los jueces. En términos políticos la decisión de la Corte puso en evidencia que los sectores dirigentes del país no estaban en condiciones de pactar un acuerdo estratégico. A veinte años de establecidas las instituciones del Frente Nacional, al Presidente López Michelsen no le fue dado reproducir un acuerdo como el que aprobó el plebiscito de diciembre de 1957. Sin embargo el Paro Cívico Nacional del 14 de septiembre de 1977 constituyó una réplica de otro acontecimiento de aquel año, el Paro Cívico de mayo que había jugado un papel decisivo en el derrocamiento de la dictadura militar.
La confianza en la magia constitucional como remedio a la crisis política y social de la sociedad colombiana produciría nuevos capítulos. La negativa de la Corte con respecto a la Pequeña Constituyente conduciría, como lo registra Rafael Ballén, a un verdadero furor por reformar la 48
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Carta.16 El Presidente Turbay Ayala no tuvo que elaborar un proyecto propio de reforma constitucional sino que optó por coordinar a los diversos sectores políticos con miras a un proyecto unificado. Después de intensas discusiones fue aprobado por el Congreso el Acto Legislativo No. 1 de 1979. La reforma incluía un conjunto amplio de materias sobre las cuales no se quiere entrar en este trabajo. El Acto Legislativo se ocupó de manera sintomática de los derechos humanos otorgando a la Procuraduría la facultad de defenderlos. En la letra se recogían estas preocupaciones justo en un momento en que el país atravesaba una etapa de violación masiva de los derechos humanos por entidades oficiales. La Corte Suprema de Justicia declaró inexequible el Acto Legislativo que consagraba la Reforma Constitucional. El presidente Virgilio Barco buscó con verdadero tesón la reforma constitucional. Una novedad inicial de ese empeño fue la idea de un acuerdo mucho más amplio, desde el punto de vista de los sectores incorporados en su concertación, que rompiera con el prejuicio de pensar el consenso como episodio bipartidista. En ello se reflejaba el punto de vista de ciertos sectores de la opinión pública y sobre todo una sensibilidad que habían contribuido a desarrollar los procesos de paz con los movimientos guerrilleros en los cuales se insistió por parte de la insurgencia en fórmulas que apelaran al constituyente primario. Ante la oposición del Partido Conservador, el Presidente Barco retrocedió, de manera aparentemente inne-
16
Rafael M. Ballén. Constitución política de Colombia. Antecedentes y comentarios. Santafé de Bogotá: Gustavo Ibáñez, Ediciones Jurídicas, 1995, pág. 47.
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cesaria, por cuanto se trataba de un gobierno que contaba con un gabinete homogéneo desde el punto de vista partidista, con sólidas mayorías en ambas Cámaras y que de contera había proclamado al comienzo del período el esquema gobierno-oposición como principio orientador de su gestión. El Acuerdo de la Casa de Nariño firmado entre el presidente y el expresidente Pastrana Borrero el 20 de febrero de 1988, señaló el procedimiento frentenacionalista que prepararía la convocatoria a un referéndum. El Consejo de Estado ordenó la suspensión del acto liquidando el segundo intento de reforma de Barco. Al tiempo, en mayo de 1988 culminaron las conversaciones entre el liberalismo oficial y el Nuevo Liberalismo. Parte del compromiso al firmar la unidad consistía en el impulso al proceso de reforma constitucional. Entonces empezó el tercer capítulo de la proyectada reforma vía Congreso de la República. La discusión avanzó en dos legislaturas en las cuales se realizaron acuerdos entre sectores políticos. Uno de esos puntos de acuerdo era el de la convocatoria a un referéndum que debía realizarse el 21 de enero de 1990. En él se sometería al voto popular la reforma constitucional y puntos claves pactados con el M-19 con cuyos voceros el gobierno venía en un proceso de negociación que estaba culminando. La reforma marchó hasta la llamada Noche de Morales Ballesteros, quien como presidente de la Comisión Primera de la Cámara propuso adicionar al texto del referéndum una nueva cuestión: la extradición. La plenaria de la Cámara aprobó la adición. El gobierno indignado objetó de manera enérgica esa modificación. Aunque el Senado acogió la posición del Ejecutivo, la legislatura estaba a punto de clausurarse y el proyecto fue archivado. La culminación de todo ese intenso y sostenido proceso de búsqueda de soluciones a la crisis política mediante 50
Dos décadas de crisis política
la consagración de normas escritas alcanzaría al final su término en la convocatoria a la Asamblea Nacional Constituyente y en la proclamación de la Constitución de 1991 a cuyo contenido no voy a referirme. Si bien no será difícil encontrar un gran número de colombianos que coincide en señalar las bondades de la Constitución del 91, sin embargo se entrarán en aprietos si se les pide que enumeren aquellas transformaciones que se hayan incorporado en la marcha real del país. No parece posible mostrar que la Nueva Carta haya contribuido a la superación de la desarticulación del Estado, la impunidad, la degradación de las redes de la comunicación social, el catastrófico déficit de legitimidad de los gobernantes y de las instituciones. Si desde el punto de vista de los procesos de construcción del monopolio de la fuerza por parte del Estado en la primera parte de estas notas se observaba el fracaso en la pacificación coercitiva de la sociedad, la suerte que ha tenido el reformismo constitucional permite identificar las carencias de la pacificación normativa de la misma. No se trata sólo de las experiencias límite que viven los ciudadanos en aquellas regiones en las que campean diversas situaciones de conflicto violento, ni la dramática cifra de un millón doscientos mil desplazados sino de la compatibilidad aparentemente normal de valores legítimos con orientaciones humanas de destrucción y muerte en la vida cotidiana de los ciudadanos. Quizá este sea el nivel más profundo de la crisis de la Colombia de finales del presente siglo. Hay un fenómeno en el cual coinciden quienes manejan el conflicto guerrillas-Estado: es superior el número de víctimas de los ajusticiamientos y de las que son en general comprendidas por el Derecho Internacional Humanitario que las ocasionadas en la confrontaciones militares (ver gráfico 4).
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Medófilo Medina Gráfico No. 4. Víctimas de acciones bélicas y DDHH VP
3,5 3
2,7
MILES
2,5 2 1,5 1 0,5 0
1,7
3,1
1,6
3
1,6
DDHH VP
1993 1994
BELICAS 1995
Fuente: Banco de Datos Cinep & Justicia y Paz
Se podría ver de manera anecdótica un episodio al que los periodistas deportivos se refirieron sin prestar mayor atención. En la etapa que siguió al partido de fútbol, entre las selecciones de Colombia y de Paraguay y que estuvo rodeado de ciertos incidentes agresivos que los televidentes pudieron ver en sus detalles, se usó la internet por parte de los jugadores de ambas selecciones para la recíproca agresión electrónica. De parte de los colombianos se lanzaron amenazas en las que se aludía a la guerrilla como posibilidad de obtener compensación por los agravios. Por supuesto nadie asumiría que nuestros jugadores abriguen mayores simpatías por las organizaciones guerrilleras. Sin embargo en momentos de exasperación se manifiesta algo que bien podría denominarse como la disponibilidad personal al recurso violento tomado del enrarecido medio social. La proliferación de las violencias en el país ha configurado un ambiente social e histórico patológico donde al decir de K.W. Deutsch se hace difícil la 52
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supervivencia decorosa por la compatibilidad de valores legítimos con pautas de muerte. 17 Tal situación histórica coexiste no obstante con el culto a un juridicismo exquisito que constituye también una verdadera tradición política. Colombia no ha roto en la segunda mitad del siglo el ritmo marítimo de su democracia para usar la bella aunque encubridora expresión de Alberto Lleras. Sin embargo las víctimas de la guerra sucia no son menos que las de aquellos países del continente en los cuales ella se asocia a la instauración de regímenes tecnocrático-autoritarios.
L A NEGOCIACIÓN DE LA PAZ 1981-1982 A raíz de la toma de la embajada dominicana por el M-19 en 1980 el gobierno y la insurgencia intercambiaron las primeras comunicaciones sobre negociaciones de paz. En noviembre de 1981 el gobierno creó la comisión de paz, presidida por el expresidente Carlos Lleras Restrepo. Han transcurrido diecisiete años durante los cuales se han realizado once procesos de negociación, del acuerdo de la Uribe en marzo de 1984 a la suspensión de las conversaciones de Tlaxcala en mayo de 1992. De esos once procesos, ocho han concluido de manera exitosa, es decir, con la reincorporación de la respectiva organización guerrillera a la vida legal. Sin embargo los dos movimientos más poderosos y antiguos no sólo continúan en la guerra sino que
17
K. W. Deutsch. Los nervios del gobierno: Modelos de comunicación y control político. México: Paidós Studio, 1985, pág. 24.
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muestran avances muy notables en los planos territorial, militar y económico. El repaso del desarrollo de las políticas y procesos de paz ofrece una veta muy rica para el estudio del sistema político y de su crisis. Cada gobierno dejó su impronta en la política de paz. Además la guerrilla buscó escapar de los moldes estrechos de una discusión que se circunscribiera a las condiciones de inserción de los guerrilleros. Los planteamientos siempre fueron muy ambiciosos, al menos en lo que respecta a las Farc y al ELN. Esa circunstancia permite que la visión retrospectiva de los procesos de negociación remita al estudio de problemas centrales de la vida política del país en los últimos años. Los gobiernos, enredados en discusiones poco realistas sobre la representatividad de la guerrilla, forcejearon por quitarle alcances a los temas de discusión. Aquí ya podría ubicarse una de las razones del callejón sin salida en que entraron las conversaciones de paz. No puede menospreciarse la significación positiva de aquellos procesos de paz que concluyeron con acuerdos y desmovilización de algunos grupos, pero tampoco deben exagerarse sus consecuencias. Hasta el presente lo evidente es que mientras persista en acción alguna organización armada insurgente las posibilidades de recomposición de las guerrillas son muy amplias. Darío Villamizar señala que los procesos de negociación política realizados entre 1989 y 1994 comprometieron en la reinserción a más de 6.000 combatientes. El optimismo que el número suscita se reduce de manera notable al ver las cifras sobre el número de hombres que se atribuye actualmente a las guerrillas. En un estudio de la Unidad de Justicia de Planeación Nacional se establece que entre 1990 y 1994 las Farc pasaron de los 5.380 a los 6.900 hombres y el Eln de 54
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1.600 a 2.700.18 Cálculos conservadores estimaban en 10.000 el número de efectivos de la guerrilla para 1966. Al señalar la facilidad de la recomposición de la guerrilla no se está apuntando a una especie de mecánica sociológica, o de dimensión mítica. Se destaca en primer lugar que los que por los tiempos de Belisario-Landazábal se denominaron los factores objetivos de la violencia se han mantenido e incluso se han agravado. A nadie se le oculta que la realidad actual de la insurgencia incorpora elementos de sustentación de orden corporativo. Pero no podrían atribuirse a ellos, al menos no de manera decisiva, la persistencia y desarrollo de la subversión política. Los procesos de paz culminados y las conversaciones frustradas muestran diversas inconsistencias. Aquí solamente se quiere comentar las que podrían denominarse las carencias básicas de las políticas de paz. Ellas a su vez han alimentado la persistente crisis política. En los más diversos análisis realizados por los medios académicos se advierte la alta correlación existente entre lo que desde los años veinte del presente siglo se llamó la cuestión agraria y la persistencia del problema de la lucha armada. Durante el gobierno de Gaviria con ardor polémico se insistió en la deslegitimación de las guerrillas. En parte tales expectativas se asociaban con el derrumbe del socialismo en Europa Oriental. Lo obvio en apariencia era esperar que unas guerrillas que de manera explícita se asociaban con el socialismo perdieran terreno de manera vertiginosa. No sucedió así. A mi juicio las guerrillas estaban menos ideologizadas de lo que los esquemas de la Guerra Fría permitían suponer.
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Estudio reseñado en EL TIEMPO, 8 de septiembre de 1996, pág. 6A.
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Si se examinan todas las fases de la historia de las Farc desde sus antecedentes en la formación de la resistencia campesina en la vereda de Chicalá en Chaparral en 1949 hasta las más recientes formulaciones programáticas, se advertirá sin hacer mayor esfuerzo, que en la base ha estado un programa agrario, la exigencia de una reforma agraria con un decisivo componente redistributivo. A comienzos de 1986 tuve la oportunidad de tomar parte en la ronda final de la corriente de turismo político que afluyó a Casa Verde para ver y escuchar a Marulanda Vélez y a Jacobo Arenas a quienes los medios no acababan aún de despojar del título de Don con el que los había distinguido el obsequioso y poderoso periodista Yamit Amat. Para sorpresa mía, en las conversaciones Marulanda afirmaba que en Colombia la verdadera vanguardia política era el campesinado y no el proletariado urbano. Una afirmación de este tenor era inconcebible en cualquier miembro de un partido comunista ortodoxo. Sin embargo el comandante de las Farc la enunciaba sin énfasis polémico, como expresando algo muy evidente. Además el agrarismo de las Farc no ha jugado sólo en el orden de los programas manifiestos sino que atraviesa la experiencia cultural de ese movimiento armado. Frente a esa realidad se tiene otra no menos clara de la cual quisiera destacar dos momentos. Primero: El desarrollo capitalista colombiano no ha eliminado al campesinado como grupo social diferenciado. Si en términos relativos los campesinos han disminuido, en términos absolutos han aumentado en el conjunto de la población. Si en el siglo XIX el campesinado, numeroso en el conjunto de la población, permaneció invisible políticamente, en el XX, la figuración política de los campesinos ha sido permanente aunque hayan sido diferentes los epicentros de su lucha. El mundo de los pequeños productores rurales, 56
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de los aparceros, arrendatarios y colonos ha sido una reserva social y política de los comportamientos radicales originados tanto en el campo como en la ciudad. Movimientos con decidida vocación urbana como el M-19 terminaron trasladando su centro militar y político a un entorno rural. Además, en estos finales del siglo, obran condiciones que agravan el problema social en el campo. La apertura económica ha golpeado de manera sensible a la agricultura. Ya en un artículo reciente me referí al hecho de que ha «culminado un proceso cuyo impacto no se ha valorado en sus justas dimensiones: la pérdida de la hegemonía del café en el sector externo y en el conjunto de la economía. Mientras que para los años setenta el café participaba con el 60% de las exportaciones, entre 1990 y 1994 al café sólo le correspondió en promedio el 20% de las exportaciones».19 Habría que añadir que la caficultura que contribuyó a moldear la personalidad económica y social del país ha sido una rama intensiva en mano de obra. Segundo: Tan persistente como el campesinado, es la frustración en relación con la reforma agraria. La historia oral ofrece ejemplos de personajes que en un momento ofrecieron su testimonio a propósito de sus experiencias en la violencia de los años cuarenta y cincuenta; más tarde fue posible encontrarlos de nuevo refugiados en algún barrio de invasión luego de haber sido sacados de un nuevo frente de colonización. Esos relatos ilustran bien las continuidades de la lucha por la tierra y la perpetua-
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Medófilo Medina. La crisis política 1994-1996. En: NÚMERO, No. 12. Santafé de Bogotá, diciembre de 1996, pg. 43.
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ción del conflicto. Durante el siglo XX no se registra un intento de reforma agraria que haya dado lugar a una real, así fuera parcial, redistribución de la propiedad territorial en favor de la población rural privada de ella. No faltaron los intentos de llevar a cabo la reforma agraria. Tiene interés repasar las discusiones intensas que se dieron a comienzos del Frente Nacional sobre el problema de la tierra. Los diagnósticos que entonces se realizaron continúan teniendo vigencia. Desde la promulgación de la Ley 135 de 1961 con la consiguiente creación del Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, Incora, y el establecimiento del Consejo Social Agrario, la idea de la reforma agraria acompañaría al Frente Nacional como un fantasma. La sobrerrepresentación de los terratenientes y ganaderos tanto en el Ejecutivo como en el Legislativo, convirtió la Ley en algo inane y a los organismos encargados de realizarla, en entidades burocráticas. Se recuerda bien el Pacto de Chicoral en 1972, que inició el desmonte del proyecto de reforma agraria. Para concertar se llamó entonces a las distintas organizaciones de los propietarios, pero se excluyó de manera explícita a la Anuc y demás representantes de los pequeños propietarios. Justamente el auge de las luchas agrarias de comienzos de los años setenta era la reacción al empecinamiento en la defensa de unos intereses económicos que no tenían en cuenta el agravado conflicto social. En los distintos procesos de paz el componente social estuvo reservado a planes de recuperación de algunas regiones donde las guerrillas tenían sus bases más amplias. Pequeños retazos para responder a problemas estructurales. En este sentido cada proceso de paz exitoso ofreció para los grupos armados mayoritarios elementos disuasivos para conversaciones de paz hacia el futuro. Estos grupos no se sintieron muy estimulados a pactar sobre con58
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diciones que no afectaran a conjuntos mayores de población más allá de los comprendidos en los territorios en los que han ejercido su dominio. Otra zona de frustración la constituye la no realización de una reforma tributaria que hubiera afectado la condición regresiva del sistema impositivo colombiano. En este campo se registra otra historia de frustraciones. El intento más ambicioso lo constituyó la reforma tributaria de 1974, adoptada mediante la emergencia económica decretada aquel año. Si bien la reforma respondía a la política antiinflacionaria que pretendía poner en marcha el gobierno, no le era ajena cierta intención redistributiva. La Ley buscaba aliviar la presión sobre las rentas del trabajo e incrementar los recaudos sobre las provenientes del capital. Resulta muy aleccionador seguir las reacciones de gremio por gremio encaminadas a restablecer las excepciones y los regímenes de privilegio. Cuando la Corte Suprema de Justicia declaró la exequibilidad de los decretos tomados bajo la emergencia económica, ya la reforma tributaria había sido despojada de buena parte de sus aspectos progresivos. Ese resultado no sorprende si se tiene en cuenta que los ganaderos y terratenientes contaban con seis representantes en el Gabinete del Mandato Claro. Finalmente el Presidente Turbay Ayala auspició el desmonte de lo que quedaba en pie de la reforma tributaria de 1974 mediante la Ley 20 de 1979.20 Si en un determinado momento se observó un leve mejoramiento de la distribución del ingreso ello se produjo en función no
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Ver Guillermo Perry y Mauricio Cárdenas, Diez años de reformas tributarias en Colombia. Bogotá, CID-Fedesarrollo, 1986.
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de reformas explícitas sino de la influencia de otros factores como el de la educación. En resumen la ausencia de una etapa de reformismo social ha aportado elementos importantes del conflicto y de prolongación de la crisis política. Por otro lado cada uno de los capítulos de la negociación no pudo acompañarse de un mínimo consenso de los sectores dirigentes alrededor de la paz. En cada caso el asunto quedó como responsabilidad del presidente de turno ante la indiferencia y, peor aún, ante el boicot de esos procesos de paz. Recuérdese la soledad del gobierno de Betancur o de la administración Barco en momentos decisivos de los respectivos procesos de paz. De la experiencia de otros países de América Latina se observa que la necesidad de reformas sociales y políticas ha sido abordada por fuerzas políticas nuevas, por partidos o movimientos que toman la alternativa. En Colombia han sido los viejos partidos los que han tomado en sus manos los proyectos de reformas. El resultado ha sido el regreso abrupto, apenas iniciado el camino reformista. Una vez más se muestra lo azaroso del designio de realizar un concilio católico con cardenales protestantes. Ese es el tema de la parte final del presente artículo.
EL VACÍO DE LA OPOSICIÓN Uno de los problemas fundamentales de la segunda mitad del siglo XX en Colombia tiene que ver con la ausencia de un movimiento o partido de oposición. Esa circunstancia torna difícil las posibilidades de salida a las crisis políticas. En trabajo reciente comparaba la situación creada con ocasión de las denuncias sobre penetración de los dineros 60
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del narcotráfico en la campaña Samper Presidente y la serie de escándalos del Proceso 8.000 con otras coyunturas políticas del siglo XX en las cuales se vio comprometido el presidente de la República. Recuérdese al respecto la caída de Marco Fidel Suárez en 1921 en virtud de una acusación, que mirada desde hoy suscita una cierta sonrisa de condescendencia. La denuncia contra el presidente presentada en el Congreso por el representante Laureano Gómez condujo a la rápida renuncia del mandatario y a su reemplazo por el designado Jorge Holguín. El conflicto se resolvió en 20 días. Si bien la crisis que se suscitó en relación con las denuncias de corrupción oficial bajo el segundo gobierno de López Pumarejo (1942-1945) se prolongó mucho más tiempo que la anterior, se solucionó con la renuncia del presidente y la designación por el Congreso del reemplazo en la persona de Alberto Lleras Camargo. Las diferencias que en su desenlace presentan esas dos coyunturas con la actual (1994-1997), están determinadas por la existencia de fuerzas de oposición y no únicamente de personas que hacen oposición. Tales fuerzas encarnaban alternativas y disponían de un poder capaz de abrirle desarrollos nuevos a la situación. No quiere repetirse la argumentación sobre la influencia negativa que tuvieron las instituciones del Frente Nacional para la creación de un movimiento de oposición. En los años setenta se produjo la dispersión de la variante populista de oposición, la Alianza Nacional Popular, Anapo, luego de que se proclamara su conversión en partido político independiente en junio de 1971. Esto no era más que la réplica de otro naufragio de un movimiento populista al término de los años cuarenta cuando cayó asesinado Jorge Eliécer Gaitán el 9 de Abril de 1948. 61
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Las dificultades de la oposición contemporánea se confunden con la guerra sucia y la violencia. El estudio de la breve y cruel parábola de la Unión Patriótica hasta ahora no ha sido abordado con la seriedad que demanda. El exterminio de la UP implicó además de la eliminación física de 3.500 personas la expulsión del escenario político de una fuerza política nacional. A ese resultado contribuyó también la adscripción de esa formación política a la peligrosa y paralizante táctica de la combinación de todas las formas de lucha. Esa fórmula no se podía mantener en los límites anteriores sin correr con altísimos costos, luego del fracaso del proceso de paz 1982-1985 y en las condiciones de despliegue de las guerrillas. La AD M-19 nacida del proceso de reinserción del M19 ha tenido una historia muy desigual. Su posibilidad de constituirse en un poderoso movimiento de oposición languideció con la misma rapidez de su impresionante ascenso inicial. Los 600.000 votos por Navarro en mayo de 1990 constituyeron un éxito prematuro que llevó al candidato a instalarse imaginariamente en la Casa de Nariño con desaconsejable antelación. Concurrieron otros factores en el retroceso: la dificultad para diseñar un programa alternativo en la coyuntura histórica de 19891991 cuando el mundo observaba con pasmo el derrumbe del socialismo en Europa Oriental. Las limitaciones que resultaron insuperables del ejercicio de un liderazgo político por parte de un equipo de excomandantes que tendía a replicar en el campo político las jerarquías militares. El proceso de conversión del EPL en el movimiento político Esperanza, Paz y Libertad al compás de otro proceso de paz tampoco dio lugar a la constitución de un partido de oposición con amplio apoyo. Hasta el presente los procesos de paz no han dado lugar a la conformación 62
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estable de movimientos políticos de importancia nacional. Si la oposición radical que aún persiste no ha podido sustraerse al vértigo de la lucha armada, las formas de oposición no radical no han podido florecer bajo un cielo distinto a la tolda bipartidista y se han mantenido en la mediocre modalidad política de las disidencias en los partidos tradicionales. Esa ha sido la historia del galanismo y demás derivaciones del llerismo. En un momento dicha corriente política pareció encarnar las esperanzas de renovación de sectores urbanos medios y altos a los cuales seducían las consignas anticlientelistas y las banderas de la pulcritud administrativa. El asesinato del líder eliminó esa corriente. Sin embargo habría que recordar que ya Luis Carlos Galán había pactado la unión liberal. En los planteamientos y estilo de los firmantes de la Agenda 96 no es difícil advertir las aspiraciones políticas de un sector que se ha consolidado en el Estado, el de la burocracia tecnocrática, cuyo papel de intermediación con los organismos transnacionales cumple una función de significación estratégica. Ese sector ha sido incapaz de profundizar su enfrentamiento con la clase política tradicional y se debate en una especie de minoría de edad política. En el seno de los partidos tradicionales no parece posible esperar transformaciones democráticas. El turbolopismo seguirá dando el tono dentro del Partido Liberal con sus operaciones avispa y demás recursos de la astucia política tradicional. El Partido Conservador seguirá sobrellevando su consolidada condición de socio menor en el bipartidismo y el personalismo de sus grupos. El clientelismo seguirá siendo para los dos la forma de control y comunicación política entre los dirigentes y las masas. La 63
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posibilidad de algún cambio en los partidos tradicionales provendría también de los retos que pudiera recibir de fuera, de otra formación política. Ese vacío de oposición explica la seducción momentánea que pueden ofrecer figuras cuya recomendación proviene de haber desempeñado un cargo visible con mayor o menor competencia, y cuyas posibilidades guardan relación estrecha con la habilidad para manejar en su favor los medios masivos de comunicación. De este tipo de políticos autorreferidos no emana esperanza alguna de renovación habida cuenta entre otras razones, de su compromiso básico con las fórmulas neoliberales.
ALGUNOS COMENTARIOS FINALES No creo pertinente intentar la presentación de unas conclusiones. Es cierto que de la anterior exposición se pueden desprender algunas que son tan obvias que no vale la pena recogerlas en un apartado especial. Aunque el narcotráfico apareció en uno u otro momento de la exposición no fue tratado de manera específica no obstante su significación central en los últimos veinte años de la historia del país. Además de la explicación de orden operativo de que hay toda una sección del libro dedicada al narcotráfico21 está presente otra consideración. Si bien el fenómeno del tráfico de narcóticos atraviesa todos los aspectos del desarrollo nacional, el origen mismo de la larga crisis política no se asocia a la
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Véase la segunda parte de este libro, Drogas ilícitas, p. 167.
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acción de los narcotraficantes. Estos, en la mayoría de los casos tomaron las trochas que ya estaban abiertas. No se sustenta la idea de una arcadia nacional conturbada de manera súbita por el terrible flagelo. Por supuesto es innegable que el narcotráfico ha contribuido a agravar y a dar a la crisis ingredientes específicos.
Se ha hablado de veinte años de crisis. Sin embargo es inocultable que el proceso que el país ha vivido en los últimos tres años ha agravado la situación. La ilegitimidad interna ha alcanzado cotas muy altas al paso que el aislamiento internacional ha enfrentado al país a unas realidades hasta ahora ignoradas o subvaloradas. La ausencia de un liderazgo político y de coherencia estatal han fomentado una peligrosa desmoralización colectiva. Ante esas realidades la búsqueda perseverante de explicaciones profundas es un campo de inversión de los intelectuales. La hora quizá no sea tanto la de los informes de expertos sino la de la reflexión a largo plazo dentro de la cual ocupan su lugar los análisis sobre los procesos históricos de mediana y larga duración. 65
Los horizontes en el análisis de una crisis Ricardo García Duartev Comentario del artículo de Medófilo Medina
La idea de crisis tal como se utiliza en la teoría social indica las perturbaciones en la vida de un organismo, en trance de experimentar mutaciones o cambios. Con ese sentido biológico se la han apropiado la sociología y la ciencia política, y con tal sentido la asume el historiador Medófilo Medina en su artículo sobre la crisis política de los últimos 20 años en Colombia. Bajo tal idea de crisis, puede sonar —en efecto— contradictorio extender su duración durante semejante lapso, pues es de esperarse que tales trastornos constituyan coyunturas más restringidas en el tiempo. Sin embargo, no es en ningún modo inusual. Así aparece en numerosos estudios históricos y sociales. Por ejemplo, la formación del Estado moderno implicó procesos de convulsión más o menos prolongados. Más bien es de esa manera como suceden las cosas: las crisis en las
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Profesor e investigador, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional de Colombia.
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que está de por medio una transición social o la implantación de un Estado o, aún, la hegemonía de una nueva élite, suelen significar períodos duraderos. Todavía hoy no pocos países representan casos en los que el Estado ha colapsado o en los que sus distintas élites se han revelado incapaces de establecer una forma de hegemonía simbólicamente generalizada,1 con lo cual parecen hundirse en una crisis sin fin.
L AS VIOLENCIAS Y LA CRISIS En Colombia, no se trata de que las élites en el poder se hayan engarzado en un enfrentamiento sin solución. Así fue, pero en el pasado, en otra crisis, en otras violencias, que precedieron a las de hoy. Tampoco se trata —si lo que se quiere es evocar la fórmula marxista— de que una fuerza alternativa esté en condiciones de capturar la legitimidad que abandona a las élites, capaz por ello, en tanto fuerza desafiante, de paralizar el poder en ejercicio pero sin que ella misma esté en medida de alzarse con él. Se trata, más bien, según lo ha señalado con fortuna Daniel Pécaut, de una situación en la que coexisten el orden y la violencia,2 una violencia endémica y un orden institucional relativamente estable; sostenido, agrego yo, por el consenso de las élites y por un cierto credo político que comparten.
1
Niclas Luhmann. Poder. Barcelona - México: Anthropos, 1995. pp. 1011. 2
Daniel Pécaut. Orden y violencia. Bogotá: Siglo XXI, 1987.
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La violencia persistente es el terreno en el que Medófilo Medina cifra la existencia de una crisis en Colombia. Y aunque no es el único fenómeno que la configura o, mejor, aunque no es la única existente en el plano político —pues los últimos años han puesto de presente una crisis profunda en el proceso mismo de la representación política— hay que convenir que la violencia erosiona de tal manera el espacio de lo público y rebasa en tal magnitud la capacidad de control, de regulación y de representación del Estado, que no puede por menos que constituir un dato determinante de la crisis. Ahora bien, la violencia, como todo el mundo lo sabe, no ha sido solo una. Son diversos los conflictos violentos que se han retroalimentado a la vez que interferido en una mezcla perversa y devastadora. Sin embargo, el autor del artículo prefiere dirigir su atención hacia el conflicto que opone las guerrillas al Estado. En realidad, lo que más ha puesto de manifiesto la incapacidad del Estado como aparato funcional, al igual que su descomposición como centralidad de lo público, ha sido ese fenómeno explosivo de violencias que se cruzaban; violencias en las que han participado actores tan definidos pero tan distintos como la guerrilla, el paramilitarismo y el narcotráfico; con blancos de ataques como el Estado, la sociedad civil o los mismos actores entre sí, a su vez subdivididos en otros tantos grupos con voluntad para actuar por sí mismos, o para guerrear, si no se prefieren los eufemismos. Desde luego, el analista social está en el derecho de delimitar su campo de estudio refiriéndolo solo al conflicto con las guerrillas y colateralmente al fenómeno del paramilitarismo. En todo ello residen suficientes elemen68
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tos para el examen tanto de la violencia como de la crisis del Estado. Ahora bien, la razón no puede ser simplemente que la guerrilla posee un vasto control de territorios que hace que escape a la soberanía del Estado; este es un fenómeno que suele exagerarse de manera interesada a pesar de que nadie puede desconocer que ésta no ha conseguido el control directo y permanente de un solo municipio, ni el más pequeño inclusive, por más que haya extendido su presencia territorial. Es, sobre todo, por otra razón: porque de los múltiples actores de la violencia (y son múltiples si se añaden los de la violencia anómica, individual o delincuencial), aquel que reúne mayor capacidad para conjugar recursos de distinta naturaleza (ideológicos, políticos, coercitivos, etc.) es precisamente la guerrilla. Tiene capacidad de fungir en distintos niveles, con recursos varios, con “valores” diversos (malos, regulares o “buenos” o “peores”, según el gusto) que le dan continuidad y quizá mayores posibilidades de ser un catalizador social, máxime si se piensa en su potencialidad para conservarse como actor político en medio del maremagnum de actores ilegales. Estas son condiciones que le permiten arrebatar, aunque en forma fragmentaria y periférica, espacios de poder simbólico, apoyada en armas no sometidas al Estado. Importa menos, para efectos de medir la descomposición del monopolio de la fuerza legítima, el espacio territorial apoyado en dichas armas que el espacio socio-simbólico en el que se unen territorio, población y autoridad. Nada de esto, por cierto, pareció importarles en su época a los violentólogos, quienes al reconstruir el cuadro que presentaba el conjunto de violencias, atribuían mayor 69
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peso a la suma de daños directos (la cantidad de muertos físicos) causada por cada una de ellas. Pero que la guerrilla reúna tales condiciones no puede opacar el hecho de que el narcoterrorismo haya sido el factor de más impacto, por momentos, de mayor poder desestabilizador, y el que debilitó con mayor fuerza la confianza de la opinión pública y del propio Estado; algo que prácticamente pasa por alto el autor. Dejadas de lado estas aclaraciones, hay que reconocer enseguida la inteligencia con que el autor se extiende en su análisis sobre la precariedad del Estado. Igualmente, es pertinente su crítica a la forma como las élites en el poder han abordado, o mejor, han dejado de abordar la solución del conflicto con las guerrillas. Y resulta tanto más pertinente por cuanto se ha puesto de moda entre exfuncionarios, periodistas y “especialistas” cifrar las dificultades para una solución negociada sólo en la fuerza alcanzada por la guerrilla y en su línea estratégica. Basadas en este argumento demandan un mayor esfuerzo coercitivo del Estado, lo que sería en buena lógica aceptable si no fuera porque al mismo tiempo disimulan, sin ningún recato, tres limitaciones de las que ha adolecido la clase dirigente, a saber: Primero; una estrechez de miras en las líneas de negociación propuestas con planes que han supuesto, ni más ni menos, el desarme por cansancio o por orfandad ideológica de la guerrilla. Esto pudo tener algún fundamento con el M-19 y el EPL, pero carece de realismo y es desastrosamente ingenuo cuando se trata de las Farc y del ELN. Segundo; una debilidad manifiesta, casi consentida, para hacer frente a las violaciones sistemáticas de los derechos humanos por parte de distintos agentes sociales y 70
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políticos, sobre todo cuando estos tienen alguna vinculación con el Estado. Tercero; la ausencia de generosidad y de disponibilidad en materia de reformas sociales, en especial en lo que tiene que ver con el mundo agrario. Todo esto, más el problema del poder local, debe estar contemplado en una auténtica estrategia de paz, lo que en ninguna forma excluye el obligatorio crecimiento en la eficacia coercitiva del Estado. Ahora bien, pienso que tratándose del tema de la crisis política, no basta la sola presentación inteligente de sus manifestaciones. Hace falta, además, la búsqueda de referentes teóricos y analíticos cuyo empleo permita ampliar los horizontes para comprenderla mejor. En esta perspectiva me llaman la atención tres ideas del artículo que tienen que ver con el cuerpo de su hipótesis.
L A MOVILIZACIÓN SOCIAL Y LAS ÉLITES Dichas ideas son, en primer término, la delimitación del período de crisis a partir del Paro Cívico Nacional de 1977. En segundo lugar, el descontento social que le dio aliento a dicha movilización (De hecho, el autor cierra simbólicamente el período objeto del análisis con otra movilización social, aunque de menor envergadura: el Paro de Estatales de 1997). Y en tercer término, las conductas estratégicas (equivocadas) de las élites frente al descontento y, en general, frente a los conflictos. El paro de septiembre del año 77 representó, en efecto, un momento de galvanización que incorporó el des71
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contento popular debido a la coyuntura económica y la protesta sindical. Este hecho coincidió con fracturas momentáneas en el interior de las élites políticas por causa del control sobre el aparato gubernamental y como consecuencia de los desajustes entre facciones partidistas después de que terminó el régimen del Frente Nacional. Además, fue un suceso que terminó siendo estimulado por la inhabilidad en el manejo que el gobierno de entonces dio a tal coyuntura. Medófilo Medina destaca la impresión que provocó entre ciertos actores políticos este acontecimiento. Señala con perspicacia las percepciones y las reacciones de actores como las Fuerzas Armadas, los responsables del gobierno que vino después, y las propias Farc, reacciones en las cuales podría adivinarse una sobrevaloración de la movilización social. Es cierto que el gobierno siguiente (el de Turbay Ayala) respondió de común acuerdo con las Fuerzas Armadas esgrimiendo el Estatuto de Seguridad. Es cierto además que las Farc justificaron la creación de un Ejército Popular (Farc-EP) con las expectativas suscitadas por la movilización social. Pero es igualmente cierto que el régimen severo de coerción preventiva contenido en el Estatuto de Seguridad no se prolongó más allá del Gobierno que lo implantó. Y, por otra parte, no es menos cierto que la estrategia de las Farc tuvo una determinación de mayor autonomía que la que podría indicar una dependencia suya frente a la variable de la movilización popular. Lo anterior en nada impide que dicha guerrilla —como lo haría cualquiera otra— legitime de ese modo su estrategia al mismo tiempo que busca proporcionarle una presentación lógica. 72
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L A INSURRECCIÓN PERVERSA DE LO SOCIAL En todo caso, lo que me parece claro es que la movilización popular no es un dato revelante en los procesos de crisis de los últimos veinte años. Y poco tiene que ver en la desestructuración del Estado como “monopolio de la fuerza legitima” o con las dificultades que enfrenta una negociación del conflicto armado, temas en los que se extiende el autor. En ese sentido, el Paro Cívico Nacional en vez de abrir un período de movilización social, más bien cierra un ciclo que incluyó, unos años antes, al movimiento campesino y a las huelgas estudiantiles. Lo que posteriormente se dio fue un proceso inverso en el que la movilización social decrecía y se dispersaba, al tiempo que crecía la presencia y la acción de los actores armados, proceso que sacó el conflicto de los cauces institucionales al igual que del centro del sistema. Insisto en el fenómeno de la movilización no por capricho; es porque constituye un referente analítico para examinar la naturaleza de una crisis política. Bajo cierta perspectiva, toda crisis política entraña (si no es que está determinada por) movilizaciones específicas de los actores que al salirse de sus órbitas rutinarias conducen a ciertos efectos de perturbación socialmente discernibles. Son movilizaciones que por su intensidad o por el cambio de posición que implican en el actor o por los cambios en la lógica de su comportamiento o, finalmente, por una revalorización de recursos de que él dispone, provocan modificaciones incontrolables en el entramado político. Esta idea quizá proporcione elementos para ampliar los horizontes de análisis sobre la crisis. También podría ser útil además el examen de fenómenos como la movili73
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dad social que ha experimentado el país en las últimas décadas. Dicha movilidad ha incluido los mecanismos de ascenso rápido pero ilegal promovidos por el impacto del narcotráfico que, en cierto sentido, han implicado también los rápidos y constantes desplazamientos de población como el proceso de urbanización o la ocupación territorial en las zonas de colonización tardía. A horcajadas de estas mutaciones se consolidaron actores armados cuya capacidad de perturbación creció a la par que crecía la apropiación significativa que ellos hacían de nuevos recursos coercitivos y económicos, sin que se vieran correspondidos en la misma medida, con nuevos recursos de legitimación política. Este conjunto de fenómenos terminó por representar efectivamente una irrupción de lo social, pero una irrupción fragmentada —y perversa— que ha descompuesto el tejido ciudadano, sin siquiera representar en ciernes uno nuevo y sin que las élites en el poder hubieran mostrado la capacidad para responder desde el interior del “sistema” a la descomposición de éste. Medófilo Medina señala desde el comienzo la incapacidad y la responsabilidad de las élites en el poder (los grupos dirigentes, los llama él) frente a la “crisis nacional”. Este es un referente analítico de interés. No es posible analizar una crisis política como la colombiana sin tener en cuenta las conductas de aquellas. En el estudio de toda crisis hace falta la observación de la estrategia de los grupos en el poder, pero también la observación de las relaciones entre su “modelo” de hegemonía y la situación de crisis creada. Los estudios sociohistóricos presentan este tópico en el análisis de la crisis. Pienso en Crane Brinton, con su Anatomía de la revolu74
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ción.3 Pienso, además, en Juan Linz y su Derrumbe de los regímenes democráticos. Ahora bien, la sociedad colombiana no ha exhibido unas élites de espíritu refractario a todo cambio ni completamente desconectadas de los conflictos sociales. Incluso el autor destaca un tópico muy conocido en el comportamiento de nuestras élites, como es el de su fetichismo constitucional: creer que cambiando las leyes se cambia la realidad. Lo cual significa, sin más, el reconocimiento de un cierto reformismo —aunque solo formal— en las élites colombianas para enfrentar el avance de los conflictos y la crisis del Estado. Una observación más detenida podría encontrar, en realidad, cambios en la actitud política de aquellas precisamente en los últimos 20 años, cambios que no se reducen a la reproducción de ese espíritu de formalismo constitucional que por lo demás ha sido de siempre y no de ahora, merecedor sin duda de los dardos que le dirige el autor. Solo que estos llevan una carga de mala leche injustificada contra la Constituyente del 91, la cual tampoco se limitó, lejos de ello, a ser un simple acto de “magia” constitucional. En la conducta de las élites sí hubo ciertos cambios de actitud, aunque irregulares y sin duda superficiales, cuya mejor demostración fue precisamente el momento de la Constituyente. Cambios que vinieron a coincidir con el relevo generacional en los agentes que controlan las riendas del gobierno, rodeados además por consejeros no formados en medio de las viejas querellas partidistas, ni 3
Crane Brinton. The Anatomy of Revolution. New Jersey: Prentice Hall, 1952.
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contaminados tampoco —no tanto como sus tutores— con un espíritu demasiado estrecho y reactivo frente al conflicto social, frente a la oposición política o frente a la diferenciación ideológica.
La crisis de la élite Lisímaco Parrav
PRELIMINARES En 1947, es decir, hace cincuenta años, el por entonces joven profesor de Derecho Constitucional Alfonso López Michelsen publicó un ensayo titulado La estirpe calvinista de Las élites sí han desarrollado estrategias frente a algunuestras instituciones. La tesis central de dicho estudio, renos de los grandes problemas políticos y sociales. Ocurre cientemente reiterada por su autor, entretanto expresidensindeembargo que dichas estrategiasasí: han sido recortadas, te la República, puede resumirse la teología es la luz fragmentadas y tardías. Fragmentación y asincronía, de la historia, según el decir de Donoso Cortés, pero nono la desprovistas de mezquindad, que lejos de solucionar los problemas ya acumulados añade otros nuevos. Nada de lo cual, por cierto, convierte a los grupos dirigentes en mev Profesor asociado, Departamento nos incapaces, desde luego. de Filosofía, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia.
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luz de la economía. El calvinismo de nuestras instituciones significa entonces que desde sus orígenes ellas garantizaron la libertad de la esfera económica, tan sólo restringida por las leyes del mercado. Podría parecer desatinado pretender vincular esta problemática —que se refiere a las relaciones entre la confesión religiosa y la libertad económica y que además acaso resultaría más afín con nuestras discusiones políticas decimonónicas— con la crisis social y política contemporánea. No descarto que ése sea el caso, aunque me permito proponer un hipotético punto de engarce. Parto del supuesto de que el carácter crítico de la actual coyuntura expresa una profunda incapacidad de las élites dirigentes en lo que a la conducción social se refiere. Y un elemento central de esa incapacidad de conducción reside en la incapacidad de comprensión de la moderna complejidad de nuestra sociedad. El texto de López me sirve de ilustración de la anterior hipótesis. Tras su comprensión del calvinismo, y de la Reforma Protestante en general, se encuentra una concepción de la modernidad. Las limitaciones que encuentro en la recepción lopista del calvinismo me importan sólo en la medida en que ellas puedan ser interpretadas como expresiones de la limitada concepción que nuestras élites —tanto las de antaño como las de ahora— han tenido del proyecto moderno. Recientemente, y como si se tratara de la más ortodoxa defensa marxista del primado de la infraestructura sobre la superestructura, el expresidente ha afirmado: «El capitalismo no surgió de la ética protestante, sino la ética pro77
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testante del capitalismo».1 Hoy como hace cincuenta años, nuestro autor y nuestras élites persisten en una amañada concepción del capitalismo que justifica su pretendida modernidad. Ignoran que si bien es cierto que la regulación prevista para el mercado se confiaba a la mano invisible de Adam Smith, dicha mano, por su parte, presuponía la existencia de individuos muy complejos, examinados por el mismo Smith en su Teoría de los sentimientos morales. No es éste el lugar para examinar la difícil cuestión de si nos corresponde esforzarnos por alcanzar una modernidad configurada en las metrópolis, o si por el contrario debemos forjarnos —y de hecho así lo habríamos venido haciendo— una idea propia de modernidad. Tampoco es mi propósito afirmar que el proyecto moderno europeo sea el ideal a seguir, o que el mismo esté excento de contradicciones. Mi propósito es más simple: de hecho, estamos embarcados en un proyecto no lo suficientemente reconocido. Nuestra posición subalterna no deberíamos imputarla tan sólo a los cien años de soledad, sino también a la malicia indígena tan celebrada pero a la larga tan contraproducente: con ella hemos pretendido eludir requerimientos básicos de la modernidad. Quiero reconocer ante ustedes al menos una limitación personal para asumir las exigencias propias de un análisis no coyuntural de la coyuntura. Me refiero a mis limitaciones profesionales. Ni mi formación, ni mi información y tampoco mis actuales temas de investigación, me permiten abrigar la esperanza de cumplir con el pro-
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Alfonso López. Dos doctrinas distintas. Teología y economía. En: EL TIEMPO, Domingo 9 de Febrero de 1997, p. 5A.
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pósito propuesto. Mis conocimientos de la historia colombiana, imprescindibles para el caso, distan mucho de ser suficientes. De manera particular, echo de menos en mí un conocimiento adecuado de las importantes diferencias regionales que configuran nuestra nacionalidad. Si no obstante persisto en el atrevimiento de participar en este evento, ello se debe más bien al deseo de aprovechar una oportunidad para discutir con conocedores una serie de preocupaciones que provienen de un ciudadano y ciertamente no de un especialista. Estoy convencido de que una de las principales causas de la actual crisis reside en nuestra manera habitual de comprenderla. Solemos caer en las redes de lo que se llama el ritmo de los acontecimientos, que en muchas ocasiones no es más que un subproducto de las ansiedades mercantiles del periodismo. En una palabra, parecería que es el periodista quien impone al intelectual el tipo y los alcances de sus análisis. Por ello encuentro muy pertinente la precaución de evitar —o al menos de intentarlo— la toma de partido apresurada por alguno de los bandos actualmente en pugna, trátese de los llamados neoliberales, técnicos, conspiradores, gaviristas o decentes por una parte, o de aquellos que dicen ser voceros de los intereses sociales, que suelen indentificarse con la llamada clase política tradicional, y que en la actual coyuntura son gobiernistas, o samperistas, o serpistas y que también son llamados corruptos. Incluso sin negar toda simpatía o antipatía, no deberíamos olvidar que muchos de los aspectos que influyen en la división mencionada no son absolutamente nuevos y se remontan a tiempos muy anteriores a la actual coyuntura. Pero así mismo, mal que bien los bandos han sabido coexistir durante mucho tiempo, y tenemos ejemplos de las veleidades manzanillescas de muchos técnicos, así como de las 79
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habilidades técnicas de muchos de los llamados políticos. El analista se enfrenta entonces con la tarea de explicar no solo el origen de la radicalidad de la actual división, sino también con la de arrojar luces sobre ese fondo común que ha permitido la convivencia, e incluso el entrecruzamiento, de los bandos. Existe otra parcialidad, más sutil pero no menos perniciosa, que amenaza con entorpecer la comprensión no coyuntural de la coyuntura. Me refiero a la excesiva politización de la crisis actual, en buena parte favorecida por la orientación que tomó el famoso Proceso 8.000. Bajo su influjo amplios sectores de la opinión pública reducen el problema a la corrupción de la clase política, y ponen sus esperanzas bien sea en una especie de milagrosa renovación de los políticos, bien sea en su simple eliminación de la vida social, es decir, en la llamada antipolítica.2 Aunque 2
Algunos analistas han explicado tal reducción en virtud de las limitaciones estructurales de una Fiscalía que tanto técnica como políticamente se halla incapacitada para extender sus investigaciones a esferas sociales distintas a la de la clase política (Leal, p.34s.). Otros aducen la mayor visibilidad social de los políticos —y por ende su menor autonomía— como factor explicativo de la politización de la crisis: «En tal sentido es más intolerable la existencia de una narcoeconomía que de una narcodemocracia» (Camacho, p.146). Otros, directamente implicados en este proceso, como es el caso del exministro Fernando Botero, fundan su estrategia defensiva en tal división. De esta manera, una supuesta estructura bicéfala de la última campaña liberal permitiría explicar la penetración del dinero del narcotráfico como exigencia de la clase política —la aceitada de la maquinaria— librando de toda responsabilidad al propio Botero, cabeza de una estrategia electoral moderna, dirigida al voto de opinión independiente de los barones regionales tradicionales (GACETA, Sección C). Por supuesto que este último empleo de la división entre técnicos y políticos no es imputable exclusivamente a Botero, y podría afirmarse que mientras la atención pública, judicial e incluso académica recaiga sobre los últimos, los primeros podrán pasar relati(continúa en la página siguiente)
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explicable, tal politización reduce las dimensiones de la crisis y amenaza con estropear la comprensión no coyuntural de la coyuntura.
NARCOTRÁFICO Y CLASE DIRIGENTE Me propongo ahora abordar mi tema, a saber, el comportamiento de la clase dirigente durante la actual crisis. Empiezo afirmando que aquella ha soportado un doble embate, y que en ambos casos su reacción ha sido similar, lo que nos invita a una indagación acerca de la personalidad de quien así ha reaccionado. El primer embate ha sido el del narcotráfico. La resistencia inicial de nuestros grupos dirigentes se configuró alrededor de su muy peculiar autocomprensión: según ésta, la sola pertenencia a la Society basta para garantizar que el comportamiento de sus miembros es siempre el adecuado, tanto moral como jurídicamente. De esta manera, la mera sospecha de que ello no sea siempre así constituye una atrevida impertinencia. 3 En consecuencia, siempre se creyó que los apellidos, la estirpe, la pertenencia a la élite social establecida eran factores más que suficientes para garantizar aquella distinción social que impediría los tratos mercantiles y el reconocimiento social de la delincuencia narcotraficante.4 Una muy precisa distinvamente agachados. 3
Así B.K., el protagonista de Los elegidos, constataba lo siguiente: «Aplicarle la ley a uno de los de arriba constituía una falta de gusto, una violación a esa ley moral, superior al derecho, según la cual la gente bien jamás delinque» (p.131). 4
Como sustentación no literaria del anterior planteamiento, valga la ex(continúa en la página siguiente)
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ción social, configurada por la estirpe, la abundancia económica y el buen gusto, se vincula imperceptiblemente con una muy imprecisa moralidad que de todas formas se atribuye a las élites criollas. Pero la debilidad de tales barreras se manifestó bien pronto: descendientes de ilustres expresidentes aparecieron implicados en cinematográficas vendettas, prestantes revistas inauguraron exclusivas secciones de anuncios comerciales dirigidas a compradores no necesariamente exclusivos pero si boyantes, y hasta en los más inesperados reductos fueron a instalarse las narcolimosnas. Una muy explicable reacción consistió en atribuir a casos como los señalados el caracter de aislados o excepcionales. Las frecuentes condenas morales son un buen ejemplo de ello: el individuo se sale de la estirpe que garantiza moralidad, y por ello no es de extrañar que ahora sea delincuente. Pero es indudable que los ejemplos mencionados constituían tan solo las primeras protuberancias de un culpación aducida por el exministro Botero en la ampliación de su indagatoria: «En la campaña fui partidario entusiasta de las instituciones, del código de ética y del Fiscal ético y, por decirlo de alguna forma, yo era el jefe de la línea de opinión en contraposición a la línea parlamentaria. En fin, casi que la totalidad de mi vida política ha estado consagrada a estas nobles causas como corresponde a una persona que lleva en su sangre la estirpe de una familia honesta, honorable y dedicada siempre al servicio del país. [...] Jamás en mi vida he tenido contacto alguno con el narcotráfico o con su mundo. Nunca en mi vida ni me he reunido ni he hablado personal o telefónicamente con ningún narcotraficante. [...] Mucho menos puede pensarse que una persona de mi trayectoria y procedencia, bendecida por la vida por lo demás con una amplia y cómoda situación económica, podía siquiera contemplar la posibilidad de recibir cualquier tipo de prebenda por parte del narcotráfico o la delincuencia» (GACETA, Sección C, p.15. Las cursivas son mías).
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enorme iceberg. Como se ha señalado, la penetración narcotraficante en las actividades financieras, de construcción y compraventa de bienes raíces, de negocios de toda índole, implicó la vinculación de financistas, intermediarios, arquitectos, abogados, administradores y agentes de relaciones públicas (Camacho, p.146). Sobre esta base y desde la perspectiva narcotraficante, nada más lógico que intentar la culminación del proceso, es decir, la conquista de la política, bien fuera mediante la participación directa o la corrupción. No sin razón la malicia indígena llegó a sospechar que tras el indiscrimidado narcoterror se ocultaba en realidad una narcovenganza: los brutales códigos de ajuste de cuentas, en principio aplicables tan solo dentro del grupo delictivo, ampliaron su radio de acción; desde la perspectiva narcotraficante, y no injustificadamente, el reducido grupo delictivo se había ensanchado ahora enormemente. Y aunque el terror recaía de manera inmediata e indiscriminada sobre una población civil inerme y no directamente concernida, no por ello dejaba de tener un destinatario preciso. El diseño y ejecución de la llamada política de sometimiento a la justicia fueron considerados en su momento como la única respuesta realista posible frente a la embestida narcotraficante. Pero más allá de las valoraciones que dicha política pueda haber suscitado, lo que representa su implantación no es el comienzo sino más bien una culminación de un proceso previo de penetración del narcotráfico, que ahora se instalaba en el corazón mismo del derecho penal. Algo similar puede decirse con respecto a la decisión de los constituyentes del 91, en el sentido de prohibir la extradición. Prescindiendo de si hubo o no chantajes individuales o colectivos, e incluso sin entrar a examinar pertinencia jurídica de la medida, lo que la decisión ex83
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plicita es un triunfo político de los nuevos agentes sociales frente a una sociedad, y en nuestro caso específico frente a una élite social, que para resistirse a su incorporación sólo disponía de precisos pero débiles criterios de distinción social, y de imprecisos e igualmente débiles criterios morales. La coyuntura está marcada por el famoso Proceso 8.000 y por la polarización por él inducida. Y las discusiones, normalmente atrapadas en ella, se reducen a la financiación caliente de la campaña liberal, o a la supuesta limpieza de la conservadora. Se han consagrado ingentes esfuerzos a determinar si el candidato liberal sabía o no de ella y, en términos generales, las baterías se han enfilado contra la llamada clase política. No pretendo su exculpación, ni tampoco negar los eventuales beneficios que puedan derivarse de este affaire para futuros debates electorales. Tan solo quiero señalar que tal selección ha sido hábilmente manipulada, además de que obstaculiza una comprensión cabal —es decir, no coyuntural— de la crisis. En efecto, la polarización ha sido el resultado de una atención centrada casi que exclusivamente en el juicio de responsabilidades a la clase política, con lo que la implicación de otros sectores sociales y económicos pasa relativamente desapercibida. Así, la virulencia verbal de los gremios —que ahora parecen monopolizar el concepto de sociedad civil— no es otra cosa que una cortina de humo para emplear un término tan en boga en nuestros días. Pero es importante dejar en claro que la corrupción política no habría podido alcanzar las dimensiones que en la actualidad ostenta, si no hubiese estado acompañada por el realismo mercantil de la banca, del comercio grande y pequeño, de la industria, de la construcción, de los agricultores y ganaderos asediados o no por la guerrilla. Por lo demás, precisamente ese realismo mercantil, 84
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hábilmente manejado por el Ejecutivo, fue el que en su momento impidió a los gremios obtener la dimisión del Presidente Samper.
La politización inherente al Proceso 8.000 ha permitido pasar agachados no sólo a los gremios, sino también a otros sectores sociales. Gracias a ella ha sido posible fabricar, con el apoyo norteamericano, prodigiosos personajes como el general Serrano, cuya providencial aparición parece cobijar no sólo a la Policía, sino también a las Fuerzas Armadas en general. En virtud de la politización mencionada, tendemos a creer que la sola presencia del oportuno prohombre logró el milagro de una depuración acabada y, para mencionar el más trivial de los ejemplos, ni siquiera se nos viene a la mente la pregunta por el destino de las obras de arte a diario incautadas a los narcotraficantes, y que tanto escozor causan a nuestra Society.
Así pues, el análisis no coyuntural de la coyuntura exige superar la politización y la polarización con el fin de poder apreciar en toda su dimensión los alcances de la seducción del narcotráfico. A pesar de las declaraciones de inocencia que la decencia acusadora ha suscitado, la magnitud e intensidad de la penetración social del narcotráfico tendrían que hacernos sospechar la existencia de profundas afinidades electivas entre el narcotráfico y nuestras élites dirigentes. Como en cualquier telenovela, los diques impuestos por la distinción social y la vaga moralidad de la gente bien resultaron irrisorios frente a esa pasional simpatía que acabó por derribar los obstáculos que se interponían entre los amantes. 85
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L OS ESTADOS UNIDOS Y LA CLASE DIRIGENTE En cuanto al segundo embate recientemente sufrido por nuestra clase dirigente, numerosos expertos coinciden en señalar que el desencadenamiento de la actual crisis política tiene su más decisivo detonante en el drástico cambio de actitud de la Administración estadounidense. No es exagerado afirmar que sin su participación diligente, explícita y siempre renovada en todos y cada uno de los episodios de este proceso, éste no se habría desencadenado. Pero lo que en este contexto me ocupa no es el abierto intervencionismo, ni los motivos aparentes o reales que puedan animarlo. Tampoco voy a deternerme en un examen del consumo, práctica ésta que ha servido de pretexto para la producción de reiterados lugares comunes, que fungen como justificación de una torpe política prohibicionista. Lo que me interesa es más bien la magnitud de los efectos perturbadores del intervencionismo. Ante su embate, los acuerdos tácitos y explícitos de las clases dirigentes parecieron disolverse; y más que las tradicionales diferencias, y por supuesto más que su posición frente al narcotráfico, lo que aglutina a los bandos y explica en buena parte su beligerancia es su actitud frente al poder imperial: «Los gringos son los matones de la cuadra, pero son los que mandan», decía en una ocasión un beligerante cuasi-exrrector de la Universidad de los Andes. Alcanzo a imaginarme el desconcierto del historiador del futuro cuando examine la documentación del presente. Acostumbrado a indagar por procesos sociales, por leyes tendenciales, por cambios de larga duración, tendrá no obstante que echar mano de conceptos de la psicología infantil, si quiere desentrañar el sentido de esa serie de ridículos episodios que constituye la actual coyuntura. 86
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El día a día nacional que nos ofrecen periódicos y noticieros no debe ser muy distinto de los alborotos infantiles que han de darse en las aulas del muy bogotano Gimnasio Moderno, en donde tal vez sólo falte la representación de la prole del embajador Frechette para hacer de él un acabado microcosmos de la alta política nacional.5 Sin ironía ni parodia puede afirmarse que el comportamiento de los padres ha coincidido sorprendentemente con el que podemos suponer en los infantes gimnasianos, cuando son sorprendidos en alguno de sus relajos o fechorías: «Yo no fui», «usted sí fue», «yo no sabía», «usted sí sabía», «¿ah sí?, si usted sabía que yo sabía, entonces usted también fue», «No, todos sabíamos, pero no fuimos todos». Y a continuación, los niños buenos se dirigen suplicantes al rector, denuncian a los malos, e imploran por una sanción que no suponga el castigo de justos por pecadores. Repásense los episodios más significativos de la crisis: la publicación de los narcocasetes por parte de Andrés Pastrana, el si ocurrió, ocurrió a mis espaldas del presidente Samper, los elefantes, las mogollas, las marchas de las señoras de la 92 y de los estudiantes uniandinos y javerianos, la defensa obstinada y altanera y luego la confesión astuta y arrepentida de Botero, la paciencia maternal de los editoriales de El Tiempo y la rebeldía sesentayochezca
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Como tal vez sea de público conocimiento, a dicha institución educativa concurren desde los hijos del presidente de la República, pasando por los de algunos ministros y altos funcionarios del Estado, hasta el nieto de un conocido narcotraficante. En honor a la verdad, y para evitar posibles malentendidos, he de afirmar que no sólo no me anima ninguna malquerencia contra este centro educativo, sino que además encuentro justa e inteligente la política asumida por sus directivos durante la presente coyuntura.
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de los jóvenes Santos, el intercambio epistolar entre el impúdico D'Artagnan y Fernando Botero en su etapa de sindicado arrepentido, la preclusión, la foto de la monita retrechera incluidas las explicaciones y los exámenes de laboratorio, la carta presidencial confiada a la custodia del arzobispo Rubiano, la devolución de la carta, la pomposidad del candidato Santos al anunciar su diplomacia paralela y la discreción con que hubo de ocultar su necesario fracaso, el eterno lobby de los empresarios en los Estados Unidos, la renuncia de Nohemí, la renuncia de Plinio, la renuncia de Perry, la renuncia de De La Calle, el arrepentimiento de María Izquierdo, la independencia de los medios de comunicación, las medidas para exigir responsabilidad a los medios de comunicación, el desencanto de policías y militares ante la descertificación, y hasta la patriótica, muy jurídica pero sospechosamente tardía, presión de los grandes cacaos en pro del restablecimiento de la extradición. No quisiera fatigar a los lectores con una enumeración exhaustiva de los episodios de nuestra ridícula picaresca criolla. Con todo he de recordar todavía algunos más, acaso no tan relacionados con la coyuntura pero que por lo mismo dan una idea de los alcances del infantilismo mencionado. Cuando se impugnaron las capacidades de una ministra de Educación para cumplir adecuadamente con las delicadas responsabilidades que le imponía su cartera, ella consideró suficiente, y así pareció aceptarlo el país, aducir su experiencia de madre exitosa con la educación de sus propios hijos. Con lógica similar, habría que nombrar en la cartera de hacienda a amas de casa responsables. Y a pesar de todas sus diferencias, no muy lejos parece colocarse el exótico y rabioso candidato de la antipolítica. Como si quisiera mostrar que él si accedió ya a la mayoría de edad, y que por ende tiene los títulos su88
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ficientes para ejercer la patria potestad presidencial, declara con respecto a los miembros de su futuro equipo de gobierno: «Invertí mucho buscándolos y formándolos, y en el Distrito han hecho su tarea muy bien».6 Finalmente, al abandonar recientemente su cargo, un exministro de Justicia que pasa por hombre serio e independiente, es decir por adulto, declara con toda solemnidad que su aspiración es llegar a parecerse a uno de los tantos candidatos que configuran el actual abanico de presidenciables. Que el lector juzgue pues de la arbitrariedad de mi propuesta en el sentido de interpretar todas estas conductas a la luz de los códigos de comportamiento de los párvulos gimnasianos. Como si se tratara de alguno de los grabados de Goya, la crisis nos enfrenta con un cuadro curioso y grotesco: por una parte, la débil conciencia del adulto-infante que le dificulta la distinción entre el bien y el mal —cualquier cosa que éstos signifiquen— y que ocasiona su desconcierto cuando es sorprendido in fraganti; la tendencia a eludir o a minimizar toda responsabilidad por actos sobre cuyas consecuencias a mediano y largo plazo apenas si se reflexionó; la seudolisteza del adolescente que miente a sabiendas, convencido de salirse finalmente con las suyas; la delación con miras a obtener un suavizamiento de la propia inculpación; el oportunismo que instrumentaliza la apariencia de honestidad. Pero junto a lo anterior, o mejor, entremezclado con ello, siguen apareciendo rostros adustos y ademanes marciales, y seguimos escuchando declaraciones grandilocuentes, proclamas indignadas y hasta sesudas evaluaciones sobre el impacto económico.
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Véase Entrevista pagada con Mockus en Revista SEMANA. Bogotá: No. 780, Abril 14-21 de 1977, p.26.
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La caricatura es real, y de ahí que un Noticero Quac no hubiera tenido problemas para encontrar insumos durante más de dos años continuos, con un mismo grupo social como tema exclusivo. Ahora nos aprestamos para una nueva campaña presidencial que aunque sea financiada por los dineros limpios de los grandes conglomerados criollos tendrá como protagonistas a una serie de tozudos delfines —unos más yuppies, otras más glamorosas, otros más gorditos, unos regañones, otros más joviales, y eso sí todos honestos— que persisten en hacer creer que, como se decía ayer y todavía hoy ellos siguen pensando, el país, éste que se desmorona bajo su dirección, les cabe en la cabeza. Así pues, trátese del narcotráfico criollo o del intervencionismo norteamericano, lo que se ha revelado es una pasmosa inconsistencia de nuestra clase dirigente. Esa inconsistencia expresada en comportamientos pueriles y que hace las delicias de la caricatura, tendría que ser objeto del analista.
ORÍGENES DEL INFANTILISMO En un cuento titulado Mauprat, la poetisa George Sand ha descrito la vida en un castillo de provincia en Francia en vísperas de la Revolución. Se trata de un reducto de nobles guerreros que se han resistido a cualquier integración con la sociedad cortesana, y que en consecuencia persisten en los comportamientos usuales de sus antepasados: llevan una vida de ocio, y disfrutan del robo, del expolio, de la tortura, de la crueldad y del asesinato, con la inocencia que era connatural a tales actividades en la buena sociedad francesa del siglo XIII. Pero como muy certeramente ha 90
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anotado Norbert Elías, en vísperas de la Revolución tales castillos «tienen el carácter de una cueva de bandidos, no porque ellos hayan cambiado, sino porque lo ha hecho la sociedad del entorno» (Elías, p.317) Mutatis mutandis, un paralelo con el caso que nos ocupa me parece adecuado. Nuestro entorno social se ha transformado radicalmente, y si fuese preciso ofrecer una fecha que señale la inflexión, me atrevería a sugerir la del 9 de Abril de 1948. Si me decido a comparar a la nobleza francesa del cuento de la Sand con nuestra aristocracia criolla, es porque ambas parecen haber ignorado el cambio en el entorno, lo que hizo de aquélla una banda de forajidos y de ésta un grupo de párvulos ineptos para la conducción de la sociedad. La revuelta del 9 de Abril anuncia la emergencia de actores sociales hasta entonces, de hecho o de derecho, inexistentes. Hasta entonces, la sociedad estaba configurada por una parte por los señores, quienes puntillosamente se subdividían en la buena y la alta sociedad, y por otra por los don Nadie, es decir, el resto. Las autorizadas reminiscencias de Plinio Apuleyo Mendoza, quien para entonces era un provinciano atribulado recién llegado al gran mundo bogotano, reproducen certeramente el cuadro: «Para mi gran sorpresa un don Nadie podía ser un industrial, un escritor o hasta el propio Presidente de la República. “Su abuelo fue cochero de papá Eusebio”, oía decir yo de pronto de alguien, como una sentencia inapelable» (Mendoza, p.32). El 9 de Abril fue el advenimiento de una sociedad infinitamente más compleja, llamémosla moderna. El pueblo urbano, hasta entonces dócil y anodino como los peones de hacienda, irrumpió con virulencia, si bien siguió siendo percibido como chusma anónima, sin diferenciaciones 91
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ni personalidad. La clase media de los cafés y los tranvías se expandió, en buena parte gracias a una imparable inmigración. La literatura urbana ha ilustrado este complejo proceso que va desde Los aguinaldos de Chapinero de Eugenio Díaz Castro, o la Bogotá descrita por Luis Zalamea en sus Guerras de la Champaña, pasando por El día del odio de Osorio Lizarazo, hasta llegar a Los parientes de Ester o a los Compañeros de viaje de Luis Fayad. O, para evitar un sesgo demasiado bogotanizante, es el recorrido que va desde Los frutos de mi tierra de Carrasquilla, pasando por el Aire de Tango de Mejía Vallejo, para llegar a la Virgen de los Sicarios de Fernando Vallejo. Frente a esa complejización de la sociedad que se anuncia de manera dramática en el 9 de Abril, las respuestas de nuestras élites fueron, por decirlo de alguna manera, magras. La magnitud del saqueo y la destrucción significó un fuerte sobresalto, pero no la conciencia plena de que algo cambiaba radicalmente. Y es que aunque los tiempos cambiaron, para nuestras élites la transformación no hubo de parecer tan profunda. Por ello sus respuestas se redujeron a la fundación de una exclusiva universidad que se quiso técnica y despolitizada, al desplazamiento urbano de su vivienda hacia lugares que estuvieran a salvo de las eventuales irrupciones violentas de una chusma persistentemente entendida como anónima, y a la militarización de la política con el estado de sitio permanente. Muy tardía es la constatación de Plinio Apuleyo, cuando en 1988 reconoce que «allí, en aquel momento, se quebró, quizás inevitable y justificadamente, ese orden, pero nada, por desgracia, ha logrado sustituirlo en profundidad desde entonces. Empezó a morir un país: pacífico, clasista, con instituciones sólidas y una prestigiosa clase dirigente. Nació otro, traumático, violento: el ac92
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tual» (Mendoza, p.34). Para volver a la literatura, y hasta donde llega mi reducida información, tan sólo un hoy desconocido personaje intuyó que frente al reto de aquel Viernes 9 la transformación debía ser profunda. Me refiero a Ignacio Gómez Dávila, de quien más adelante me ocuparé en detalle. La estirpe calvinista de nuestras instituciones
Voy a centrar mi atención en un interesante ensayo que vio la luz precisamente por los alrededores del 9 de Abril. Se trata de La estirpe calvinista de nuestras instituciones políticas (1947), escrito por Alfonso López Michelsen, quien por entonces como se dijo al principio de este ensayo, era profesor de Derecho Constitucional. El ensayo suscitó una aguda polémica, cuya sola reseña excedería los límites de este trabajo. Su contenido central versa sobre las implicaciones sociales, políticas y económicas de la cuestión religiosa: tras la discusión teológica, lo que aquí está en juego es una determinada concepción de la modernidad social. Si en lo que sigue me ocupo de las limitaciones exhibidas por López en su presentación de las doctrinas de la Reforma Protestante, ello obedece a que considero que ellas ilustran la limitada concepción que nuestras élites han tenido del proyecto moderno. Desde mi punto de vista, lo que he denominado la crisis de las élites, o su infantilismo, no es otra cosa que su incomprensión y por ende su incapacidad para hacer frente a los retos planteados por la sociedad moderna. Ya de entrada afirma López que: Según pueda alcanzarse la vida eterna en la doctrina del catolicismo, del luteranismo, del anglicanismo, del
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calvinismo, así serán las instituciones y la sociedad en donde dichos principios imperen (p.25).
Resulta curioso que la tesis defendida por el ilustre constitucionalista sea la de que las instituciones políticas que surgen de nuestros procesos de independencia son de estirpe calvinista. Pero como además, «nuestro sistema constitucional ha sido siempre el mismo desde 1811 hasta nuestros días» (p.40) —es decir, por lo menos hasta 1947, año en el que se publica el escrito comentado— entonces la totalidad de nuestra vida institucional republicana habría estado moldeada por las pautas calvinistas. Pero si la tesis resulta curiosa, es precisamente porque no hay nada que sea más ajeno a nuestra tradición cultural que la Reforma Protestante, persistentemente satanizada y normalmente ignorada en nuestro medio. De esta manera, y aun en el caso de que la atribución lopista de una estirpe calvinista para nuestras instituciones fuera correcta, lo que entonces habría ocurrido sería el implante de un sistema constitucional extraño, sin raíces y siempre a contrapelo de la vida real de la nación. Sobre este asunto volveré más adelante, y por lo pronto presentaré una apretada reseña de las principales tesis del ensayo en cuestión. Uno de los ejes de la exposición de López está consagrado a mostrar la ascendencia calvinista, unas veces de manera más inmediata que otras, de las características constitutivas del derecho público liberal moderno. No puedo detenerme en ellas, y he de limitarme a su mera enumeración. Ellas son: el origen consensual de la autoridad; la limitación de atribuciones que convierte a la monarquía absoluta en constitucional; la idea moderna de constitución política que consagra como derechos natu94
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rales la vida, la propiedad, la libertad y la libertad de conciencia, y que convierte al Estado en mero gendarme que garantiza el cumplimiento de los mismos; la institución de la Corte Suprema de Justicia como entidad mediadora de los conflictos que puedan surgir entre las interpretaciones gubernamental e individual de la Constitución; el surgimiento de los partidos políticos modernos como agrupaciones ideológicas que sobrepasan el agrupamiento personalista y que sustentan su legitimidad en el número de adherentes. Todas estas son características del derecho público moderno que habrían tenido su génesis más o menos directa en experiencias religiosas calvinistas. La vida confesional habría configurado pautas de comportamiento en las comunidades de creyentes, que ulteriormente se habrían traducido en las instituciones políticas de aquellos países en donde aquellos lograron imponerse. Pero según López, esa impronta que el calvinismo deja en las instituciones políticas europeas y norteamericanas puede descubrirse también en el caso criollo. A pesar de la inicial proliferación de constituciones, López encuentra que todas ellas difieren únicamente en puntos adjetivos, pues «sustancialmente, la doctrina política que las inspira es una sola» (p.41). De esta manera, un análisis de la Constitución de Cundinamarca de 1811 le basta para reconocer el talante calvinista de nuestras instituciones, que se expresaría en los siguientes aspectos: @ La aceptación de la autoridad de Fernando VII sobre la Nueva Granada, que se fundamenta no ya en virtud del derecho divino ratificado papalmente, sino en la voluntad expresa de los súbditos. @ Los constituyentes demandan la obediencia del rey no ya para con la palabra divina, sino para con la 95
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Constitución y la voluntad nacional, representada ahora de manera permanente en el órgano legislativo. @ Se establece un senado de censura y protección, antecedente de lo que fuera la Corte Suprema de Justicia, o de lo que en nuestros días sería la Corte Constitucional, y cuya función era dictaminar sobre la constitucionalidad de las leyes. @ El constituyente de 1811 consagra la libertad individual y de imprenta, y los derechos a la seguridad, la propiedad y la vida, es decir, consagra los derechos civiles y las garantías sociales de los colombianos. @ Finalmente, y según López como fruto de la indistinción típicamente calvinista entre deberes del hombre y del ciudadano, la Constitución de 1811 establece como deber el ser buen hijo, buen padre, buen hermano, buen amigo, buen esposo, además de una observancia religiosa de las leyes, que excluye las intrigas y maquinaciones encaminadas a burlarlas. Así pues, la legitimación de la autoridad en el contrato social, la sumisión del gobernante a la ley, la división de poderes, y la consagración del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad, factores todos ellos atribuidos al derecho liberal moderno, tendrían un origen calvinista y habrían constituido los fundamentos de nuestro ordenamiento institucional criollo desde sus orígenes. Un segundo eje de la exposición de López estaría constituido por los propósitos que le animan a emprender la anterior interpretación. Aunque el autor no es 96
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siempre lo suficientemente explícito al respecto, creo que del texto pueden derivarse un par de razones. La primera de ellas sería la de mostrar la contemporaneidad del criollismo decimonónico que, con su doctrina política expresada en las Constituciones que van desde 1811 a 1886, habría buscado ponerse a tono con la era mundial mercantilista, «en donde el intercambio era la base de la economía, y el interés público estaba en salvaguardarlo» (p.86). Más que la independencia política, lo que a los constituyentes de 1811 les habría interesado sería la lucha contra el intervencionismo estatal español en la esfera económica. Como respuesta a éste, las constituciones liberales del siglo XIX, herederas del espíritu calvinista, consagran el divorcio entre lo político y lo económico. En efecto, según López, la tesis calvinista según la cual «los actos que realiza el hombre en este mundo ni lo perjudican ni le sirven en la vida eterna» (p.87), tendría la importante consecuencia de disolver en diversas esferas más o menos autónomas lo que en el catolicismo es una experiencia humana unitaria. Para el calvinista «existen distintas órbitas de acción en las cuales el cristiano puede obrar como a bien tenga sin repercusiones de ninguna clase en otras esferas» (p.87) Y ésta sería precisamente la consecuencia adoptada por nuestros constituyentes liberales decimonónicos, cuando diferencian taxativamente las libertades y garantías sociales, que han de ser acordes con la moral cristiana, de las libertades económicas — derecho de propiedad y estabilidad de los contratos en general—. Así pues, la conducta económica del individuo no es más objeto de la soberanía del Estado, quien en adelante asume con respecto a la vida económica una función de gendarme.
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Frente a las críticas que imputan a esta concepción un laissez-faire con consecuencias anárquicas, López plantea la necesidad de examinar las doctrinas del laissez-faire en su contexto histórico preciso. Por una parte, el laissez-faire nunca significó la total ausencia de toda regulación, sino tan solo de la regulación estatal que por lo demás fue reemplazada por muy rigurosos mecanismos propios del mercado. A estos últimos pertenece, por ejemplo, el «talón de oro, como medida del precio de las cosas en lo nacional y en lo internacional». El talón de oro dirigió el crédito público y privado, la moneda, y por ende toda la economía. Pero una vez justificada la pertinencia del laissezfairismo decimonónico, el segundo propósito del examen de López sería el de mostrar su relatividad. El divorcio entre lo político y lo económico establecido por nuestras constituciones decimonónicas respondió a la coyuntura precisa del mercantilismo, y en ese contexto tuvo su justificación. Los principios calvinistas y sus derivaciones políticas no pueden asumirse dogmáticamente, y para 1947, año de publicación del ensayo, las condiciones han cambiado: el industrialismo ha sustituido al mercantilismo, y «cada cual trata de abastecerse a sí mismo» (p.86). López parece quejarse de un cierto anacronismo criollo que no tiene en cuenta la magnitud de las transformaciones: «En vano hemos procurado conservar las instituciones de la sociedad mercantil del siglo XIX en la realidad de la sociedad industrializada del siglo XX» (p.86). La nueva realidad exige la intervención decidida de un Estado que, por ejemplo, proteja las reservas de oro «fijando turnos, prelaciones, a distintos tipos de cambio, etc., según lo considere prudente». La sociedad industrial impone de nuevo una supremacía del Estado sobre lo económico, que reconcilia las esferas de lo político y lo económico, 98
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divorciadas por un calvinismo que resultó acorde con las exigencias de una era mercantil definitivamente ida. El ensayo reseñado se propone entonces la tarea de justificar la adopción del calvinismo en el espíritu y la letra de las constituciones liberales decimonónicas, como intento de adaptación de las instituciones criollas a los requerimientos de una dinámica mundial mercantil. Pero al mismo tiempo, el hijo del reformador liberal del año 36, se propone recordar los retos que implica el industrialismo y la urgencia de perseverar consecuentemente en las transformaciones institucionales por él requeridas. Problemas de la recepción lopista del calvinismo
Anteriormente he señalado como dificultad la relación establecida por López entre la solución que se dé a la pregunta religiosa por la salvación eterna y la vida politicoinstitucional de una nación. En términos generales la tesis es interesante, y como se sabe ha servido de hilo conductor para numerosas investigaciones clásicas de la sociología que se ocupan de países protestantes. Pero para nuestro caso esta imputación cuasicausal resulta mucho más compleja, pues, aun aceptando la filiación protestante de nuestras instituciones,7 el problema a dilucidar sería el de una 7
No es éste el caso del también profesor de Derecho Constitucional Leopoldo Uprimny, quien en una serie de cuatro extensos y muy interesantes artículos pretendió la refutación de las tesis de López. Según Uprimny, los procesos de independencia habrían estado motivados por una reacción criolla antiborbónica y proaustria, y en consecuencia sus sustentos ideológicos se encuentran no en la Ilustración, sino en la tradición escolástico-católica. Su conclusión es entonces la siguiente: «De consiguiente, creemos que se puede hablar tranquilamente de la estirpe escolástica de nuestras instituciones». (Uprimny, No. 6, p.148).
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muy curiosa recepción del protestantismo por parte de una nación que, siendo católica, asume un sistema institucional inspirado por principios calvinistas.8 Antes de abordar esta difícil cuestión me parece necesario precisar el sentido en que empleo el concepto de catolicismo. Es indudable que las generaciones que llevaron a cabo el movimiento de la Reforma en Europa o en Norteamérica, fueron profundamente religiosas. Sinembargo, a la vuelta de unos pocos años, podrá darse el caso de descendientes de estos reformadores, cuya personalidad fue moldeada dentro de los parámetros de la Reforma, y que sin embargo fueron ya completamente indiferentes, o incluso adversos, a toda religiosidad. De la misma manera, cuando aquí se habla de una nación católica no ha de reducirse el concepto a la confesionalidad efectivamente practicada por los colombianos. Tampoco quiero limitar el concepto a la acepción política que adquirió durante las luchas partidistas del siglo pasado y de buena parte del presente. Desde mi perspectiva resultarían en cambio más interesantes las significativas conversiones al catolicismo de algunos prohombres liberales del siglo XIX: tal vez ellas puedan servir de ilustración anticipada del dicho posterior, que todavía hasta hace unos pocos años podía escucharse, y según el cual la diferencia entre conservadores y liberales consistía en que los
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El asunto me parece relevante no solo para la investigación histórica. En la actualidad nos debatimos entre dos simplezas: por una parte, las alegres comadres del neoliberalismo predicando las maravillas del laissez-faire, parecen ignorar que la globalización nos coge, una vez más, mal parados. Por otra parte, los defensores del intervencionismo defienden su posesión del Estado como botín político, bajo el piadoso manto de la justicia social.
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unos iban a misa de ocho, mientras que los otros hacían lo propio pero a las diez. El dicho enfatiza la existencia de un fondo común, católico y acaso también austrohispánico, no obstante las diferencias político-partidistas. Pero no sólo liberales y conservadores participan de ese fondo común, sino que allí encontraríamos también, como en el caso de las naciones en donde se dio la Reforma Protestante, a los no practicantes, e incluso a los confesionalmente ateos. En una palabra, podemos hablar tanto de un ateísmo protestante como de un ateísmo católico. Y con esas expresiones se señala que lo que en este contexto importa no es la práctica efectiva de la confesión religiosa, sino el influjo cultural y hasta psicológico que la cultura religiosa ejerce incluso sobre individuos indiferentes o adversos a la práctica religiosa. Y precisamente aquí encuentro la principal debilidad de la recepción lopista del calvinismo. No estoy afirmando que nuestro autor ignore las diferencias culturales entre católicos y protestantes, y de hecho, su posterior novela Los elegidos (1953) puede ser considerada como un documento histórico, rico en ilustraciones criollas al respecto. Con todo, la impresión que se tiene es que se trata más de simples enumeraciones de características que de caracterizaciones. Estas últimas, a la manera de los tipos ideales weberianos, resaltan determinados rasgos permitiendo así la comprensión de la especificidad de aconteceres históricos. De esta manera se gana la posibilidad de una comprensión más aguda de la problemática en cuestión: en nuestro caso, una caracterización más perfilada del tipo religioso calvinista facilita no sólo la comprensión de su vigencia histórica, sino los alcances de la recepción criolla misma. No es mi intención resolver esta carencia, y me limitaré a presentar dos aspectos que con101
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sidero centrales en la personalidad protestante a partir de los cuales puede establecerse la limitación de la recepción criolla del fenómeno. Me refiero a las concepciones de individuo y bien común. Individualismo
Es posible que prejuicios muy arraigados, y típicamente católicos, hayan obstaculizado en nuestro medio una comprensión justa del concepto de individuo moderno, para cuya configuración resultó decisivo el influjo —directo o indirecto— del protestantismo. Desde la perspectiva católica, el individuo moderno aparece como una especie de autócrata arbitrario, resultante de la disolución de los vínculos comunitarios, y que afirma su libertad por encima de los deberes que emanan del derecho natural.9 De esta in-
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Leopoldo Uprimny, quien como ya se ha dicho defiende la estirpe católica y escolástica de las instituciones criollas, establece en consecuencia una diferencia central entre la Constitución cundinamarquesa de 1811 y la Declaración francesa de 1795. Para ello recurre a la siguiente cita del autor Johannes Messner: «La declaración francesa proclama, pues, derechos absolutos; la cundinamarquesa, al hablar de “igualdad y libertad legales” admite la posibilidad de restringir por ley tales derechos y rechaza, por lo tanto, el concepto de los derechos absolutos. Mientras que para el individualista la libertad prima sobre el derecho, porque éste tiene como única función la de garantizar tal libertad y coordinar la libertad de unos con la libertad de los demás, la concepción católica de la libertad política hace derivar ésta del Derecho el cual prima, por lo tanto, sobre la libertad». Y continúa Uprimny: «Los autores de la Constitución cundinamarquesa rechazaron, pues, la noción individualista de la libertad y optaron por la concepción escolástica. El artículo siguiente (2º) del Tít. XII lo prueba hasta la saciedad: La libertad ha sido concedida al hombre, no para obrar indistintamente el bien o el mal, sino para obrar el bien por elección» (Uprimny, No. 4, p.129s).
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terpretación se deriva no sólo que este individualismo tiene como consecuencia la anarquía, sino que también se le endilga toda la culpa de la indiferencia hacia lo público, y por ende de la injustica social. Por su parte, y tal como ya lo hemos visto, López Michelsen intentó corregir los sesgos de esta interpretación, atribuyendo a nuestros constituyentes decimonónicos una diferenciación entre libertades y garantías sociales sin contenido económico y libertades económicas. Las primeras, es decir las no económicas, «podían ejercitarse en consonancia con las leyes, sin vulnerar la moral cristiana ni causar perjuicios a terceros» (López, 1947, p.87). Sólo con respecto a las libertades económicas el Estado habría asumido la función de gendarme, pero en este campo las instituciones económicas también habrían ejercido una normatividad muy rigurosa. Desde mi punto de vista, ni la crítica católica criolla ni la defensa liberal-lopista, también criolla, aciertan en su comprensión del fenómeno. Pero lo que está en juego con esta incomprensión no es una mera pedantería intelectual, sino una inconciencia que nos deja muy mal dotados para asumir los retos propios de una sociedad moderna. Es claro que postulados protestantes tales como la libre interpretación del texto religioso o el rechazo del sacramento de la confesión, tienen una significación que sobrepasa con mucho el ámbito estrictamente confesional. Con seguridad que para las primeras generaciones reformadas la significación de estos dogmas era predominantemente religiosa: la revelación dejaba de ser un acontecimiento que se realizaba y se administraba en instancias exteriores a la conciencia del creyente; en adelante, el alma se encontraría a solas con su Dios: a solas le oi103
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ría, y a solas, sin la mediación del confesor, habría de reconocer su culpa. Ahora bien, sin que sea posible afirmar que la Reforma es causa de, salta a la vista que concurre a la configuración de la personalidad individual moderna.10 Incluso cuando ya se haya despojado de toda preocupación estrictamente religiosa, el heredero de la Reforma se encuentra preparado para llevar a cuestas la cruz que le impone la sociedad moderna: los tribunales externos se han desacreditado ante sus ojos, y sabe que las preguntas y respuestas sobre la verdad o sobre el bien se desarrollan en su propio interior. Sean cuales hayan sido las intenciones de los reformadores, es un hecho que el hijo de la Reforma, el ateo protestante, se encuentra mejor dotado para la vida en sociedad —para emplear los términos de Ferdinand Tönnies— que es la vida de la ciudad, e incluso de la gran ciudad. Con respecto a la comunidad (Gemeinschaft), la vida en sociedad (Gesellschaft) se caracteriza por un mayor anonimato, es decir, por un enorme aflojamiento de los vínculos sociales preestablecidos. El optimismo de la Ilustración ha celebrado a nombre de la libertad la impugnación racional de las predeterminaciones externas, llámense éstas tradición, costumbres o autoridad. Desencantado de la Ilustración, un pensador como Tönnies tiende por el contrario a realzar las bondades, la humanidad que implica la seguridad de la pertenencia a la comunidad. Pero exhultante o pesimista, el caso es que la valoración no cambia los hechos. El miembro de la comunidad puede contar con prescripciones
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Al respecto véanse las muy depuradas observaciones de Ernst Cassirer en Freiheit und Form. Studien zur deutschen Geistesgeschichte, p. 10-19.
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detalladas que ni siquiera le permiten —otros dirían que le salvan de— la experiencia de la duda. Así, las acciones determinadas como buenas o malas son una fuente de orientación indiscutible: quien las realiza sabe a qué atenerse no solo en lo que se refiere a su bienaventuranza eterna, sino que al mismo tiempo confirma sus sentimientos de pertenencia a una sólida comunidad terrena. 11 A diferencia de la comunidad, la sociedad no está en capacidad de ofrecer más que pautas muy generales de comportamiento. La redefinición protestante de la caridad, que sustrae todo valor a las acciones con miras a la salvación, converge aquí también con las características de la sociedad moderna, en donde la estricta casuística de las acciones pierde su función social de orientación y cohesión. En la vida en Gesellschaft resulta imposible ejercer control sobre todas las acciones de los individuos, e incluso termina por imponerse una cierta tolerancia con respecto a prácticas tradicionalmente consideradas como reprobables, y hasta como perversas. Pero trátese del cristiano reformado o del habitante de la ciudad moderna, el individuo paga esa libertad con respecto a la norma ex-
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Al respecto afirma Max Weber: «En el aspecto moral, el laico católico corrientemente vivía en la Edad Media “al día”; cumplía, por de pronto, concienzudamente los deberes tradicionales y realizaba además ciertas “buenas obras” que, normalmente, constituían una serie de acciones aisladas, sin conexión necesaria entre sí, o, al menos, no estaban relacionadas en un sistema de vida, sino que se realizaban ocasionalmente, con el fin, por ejemplo, de reparar pecados concretos, o por consejo pastoral o, sobre todo, en las proximidades de la muerte, como una especie de prima de seguro. Por supuesto, la ética católica era una ética de la “convicción”, pero acerca del valor de cada acción decidía su concreta intentio; y cada acción, buena o mala, era imputada a su autor, influyendo sobre su destino temporal y eterno». (Weber, p.97)
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terna, con el costo del sentimiento de una inaudita soledad interior (Weber, p.82) Pero la desvalorización de las pautas externas expresadas en la casuística de las acciones y el repliegue hacia la interioridad tienen más consecuencias que el sólo sentimiento de la agobiadora soledad. Al respecto, recordemos la afirmación de Lutero en su Disputación de Heildelberg (1518): «Las obras de los hombres, aun cuando sean siempre espléndidas y parezcan buenas son, no obstante, con toda probabilidad, pecados mortales. Las obras humanas, tanto para los que las realizan, como para los otros, se presentan buenas y hermosas; pero hay un Dios que no juzga según la apariencia exterior, sino que escudriña los riñones y los corazones» (Lutero, p.33). Nótese que la desvalorización de las acciones humanas como instrumento de justificación religiosa se explica en términos de los motivos que llevan a realizarlas. Una vez más, de las acciones nos desplazamos al creyente en su individual interioridad, ahora para descubrir allí lo que en términos religiosos constituye la fuente de maldad, el egoísmo. Pero para el heredero no religioso de la Reforma, para el ateo protestante, este giro significará no ya la constatación del egoísmo sino la posibilidad de descubrir los propios deseos. De la complejidad de este reconocimiento en apariencia tan trivial dará cuenta posteriormente el psicoanálisis. Cuando la comunidad estuvo vigente, ella dictaminó con claridad las acciones permitidas o prohibidas, y hasta cierto punto decidió por el individuo. Pero cuando Lutero niega todo valor a la abstención del no adúltero porque le recuerda que ha sido adúltero en su mente, está llamando la atención sobre el complejo mundo de los de106
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seos que el individuo moderno habrá de enfrentar, en gran medida, por sí solo. Ahora bien, ¿cuál ha de ser la actitud del individuo frente a su mundo interno de deseos? En lo que se refiere a la esfera económica, Max Weber repitió hasta la saciedad que lo característico del capitalismo occidental moderno no era el ansia de riquezas por parte del capitalista, puesto que ésta se habría dado casi que donde quiera que nos topemos con hombres.12 La especificidad del capita12
Como se sabe, Max Weber ha pretendido esclarecer los estrechos vínculos que existen entre ética protestante y espíritu del capitalismo. A continuación afirma que la característica específica del capitalismo occidental moderno, es decir aquella que lo diferencia de otras formas capitalistas, es precisamente el antecedente de este espíritu capitalista. Resulta significativo, e insisto en que no por razones de pedantería académica, el que López Michelsen pretenda criticar la imputación causal weberiana aduciendo resultados de la crítica histórica en los últimos años: «En contra de la teoría [de Weber y Troeltsch-L.P.] según la cual el capitalismo tuvo su origen en la Reforma, pueden aducirse muchos casos de capitalismo en Europa anteriores a la predicación de Lutero y de Calvino» (López, 1947, p.35). Y a continuación cita López los casos de la ciudad de Florencia, capitalista ya en el siglo XV sin ser protestante, de Venecia, de los comerciantes de la Liga Hanseática, los Médicis, los Fuggers y otros banqueros del Imperio, y hasta el caso de miembros prominentes de la Iglesia Católica.
Como lo atestiguan las extensas y numerosas adiciones a pie de página, a partir de la segunda edición de La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Max Weber tuvo en cuenta los ejemplos citados por López, y mediante los cuales pretendía refutarse su tesis. Por lo visto, la recepción lopista pasa por alto esas reiteradas precisiones. Tengo la impresión que tal insensibilidad haya de imputarse al hecho de que nuestro constitucionalista también fue víctima de una concepción más o menos aventurera del capitalismo, muy expandida en las élites de La Cabrera, por lo demás muy bien descritas por él mismo en su novela Los elegidos. Y es que, en efecto, si la discusión versa sobre toda especie de aspiración al lucro en (continúa en la página siguiente)
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lismo occidental moderno reside en su carácter racional, y en ese sentido y por paradójico que parezca, «debería considerarse al capitalismo como freno o, por lo menos, como la moderación racional» (Weber, p.13) de ese impulso irracional que es el afán de riqueza. Y, como más adelante hemos de ver, lo mismo vale no sólo para el afán de riqueza sino para el resto de deseos. De esta manera, tendríamos que introducir importantes matices en la definición lopista del capitalismo, según la cual éste «es la forma de organización económica dentro de la cual el mecanismo de los precios está regulado por la llamada ley de la oferta y de la demanda, y el espíritu capitalista consiste en obtener la mayor ventaja posible de la necesidad en que se encuentra colocado el consumidor» (López, 1947,p.33). La anterior definición resalta acertadamente la liberación de las regulaciones que una concepción medieval del hombre y de la sociedad imponía sobre el mercado. Desde ese punto de vista, el capitalismo significa «la desvinculación absoluta entre el funcionamiento casi mecánico de sus leyes, y los problemas individuales de quienes se ven afectados por sus consecuencias» (López, 1947, p.33). Sin embargo, el total desconocimiento lopista del aspecto racional del capitalismo señalado por Weber, tiende a reducir este sistema a una de sus variantes, la puramente mercantil-especulativa.13 general (príncipes renacentistas, banqueros a lo Fugger, mercenarios y piratas, o capitalistas criollos) entonces resultaría absurdo afirmar la antecedencia del espíritu capitalista, que es un concepto típico ideal construido para la explicación no del genus proximum sino de la differentia specifica de un tipo de capitalismo. 13
Tal reducción puede ser acorde con la versión criolla del capitalismo, (continúa en la página siguiente)
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Pero si en su relación con la periferia el capitalismo central ha sido principalmente mercantil y especulador, ello no significa que en el propio centro también éste haya sido el rasgo exclusivo, y ni siquiera el predominante. Al cálculo de capital —es decir a la comparación del dinero resultante con el dinero invertido— se añaden la organización racional capitalista del trabajo formalmente libre, la separación de la economía doméstica y la empresa, el desarrollo de la ciencia y la utilización técnica de sus resultados, y la racionalidad de un derecho previsible y de una administración guiada por reglas formales. Pero lo que resulta decisivo es que el conjunto de todos estos factores presupone «la capacidad y aptitud de los hom-
mas no con el capitalismo occidental moderno. De lo primero podría dar testimonio el diálogo entre dos miembros de La Cabrera descrito por B.K. en Los elegidos. Uno de ellos se entera de que el gobierno va a permitir la importación de sanitarios y en consecuencia recomienda a su amigo vender rápidamente la existencia que posee, pues van a bajar de precios. Pero otra cosa sucede con el acero: «He estado pensando toda la mañana, desde que supe lo del ataque a Pearl Harbor —dijo el negociante, mirando a Beteta—, con qué artículos americanos se podría hacer negocio, tratando de corner [acaparar] el mercado, y he llegado a la conclusión de que los productos de acero van a tener que subir de precio indefectiblemente. ¿Estás de acuerdo conmigo? —Sí. Absolutamente. Yo entraría en combinación para comprar alambre de púas. —Pues, podemos preguntar mañana en el banco si nos prestan el dinero, que yo sé dónde conseguir una buena cantidad, antes del alza. —Yo entraría en una compra de estructuras de hierro para construcción— dijo Pérez —También. Ya está— respondió inmediatamente Castañeda.» (López, 1953, p.40).
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bres para determinados tipos de conducta práctica racional» (Weber, p.19). En este contexto adquiere la mayor importancia el concepto religioso-económico de Beruf. Weber ha señalado la connotación religiosa de este término, cuya exacta traducción al castellano implicaría el uso simultáneo de los conceptos de vocación y de profesión. Así pues, el cumplimiento de la tarea profesional en el mundo es concebida por el protestante como llamado divino, es decir como deber religioso. El afán de lucro se racionaliza de esta manera, pues sólo es lícita la producción de riquezas como resultado del ejercicio de la profesión. En el contexto religioso, las restricciones para el cambio de profesión tienen como justificación la infidelidad al llamado divino; pero si se dejan de lado las motivaciones religiosas, el resultado de la prohibición es una actitud profesional en el individuo, altamente conciente, y que se caracteriza por una nueva disposición frente al trabajo. El protestante se halla mejor dispuesto para abandonar formas tradicionales de trabajo y exhibe una mayor capacidad de innovación, aprendizaje y concentración. En su desarrollo posterior, el capitalismo no requerirá más de las motivaciones ético-religiosas ínsitas en el concepto de Beruf, pero podrá contar con las disposiciones que éstas contribuyeron a formar. Lo mismo viene a expresar, en términos más generales, la filosofía práctica de Kant. Moderna y protestante, la reflexión kantiana transforma el concepto religioso de Beruf en el deber moral de cultivar los propios talentos, con lo que aparece toda una nueva gama de significaciones. En efecto, la connotación de fidelidad al llamado divino aparece ahora como la exigencia moral del respeto 110
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por sí mismo. Carece de toda estimación hacia sí mismo quien no cultiva sus propias disposiciones naturales. Tal es el caso del indolente habitante de los mares del sur, pero también del buscavidas que encuentra en el trabajo un simple medio de enriquecimiento y no un camino de formación propia. A partir del filósofo protestante, la prohibición religiosa del cambio de profesión adquiere un nuevo sentido: la adquisición de riqueza puede ser entendida como efecto del cultivo de los propios talentos, pero el énfasis moral —la limitación racional— recae sobre la causa. Ciertamente que los productos de la actividad profesional entran en el mundo regido por las leyes del mercado. Pero con antecedencia a éstas, y diferenciadas de ellas, los deberes para consigo mismo han significado ya una limitación racional del afán de lucro. Por lo demás, y también con independencia de las leyes del mercado, e incluso cuando esta limitación racional haya perdido el valor moral del cultivo de la propia personalidad, tal actitud se traducirá en una actividad productiva sistemática, continuada, de altísima calidad y apta para asumir los retos de una competencia exigente. Y es que junto a la dimensión moral, la actitud de cultivar permanentemente los propios talentos aparece en Kant como exigencia de adaptación histórica. En efecto, en una sociedad tradicional el círculo de necesidades se presenta como relativamente fijo, y en consecuencia también son fijas las habilidades requeridas para satisfacerlas. Como lo afirma Weber, tanto el trabajador como el empresario tradicionales no buscan ganar más, sino ganar lo necesario para vivir como se ha venido viviendo; su motor es la satisfacción de las necesidades, y con ello se compaginaban bien las doctrinas económicas escolásticas. Por el contrario, cuando, como ocurre con el moderno capitalismo, el motor es el lucro, entonces el ámbito 111
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de lo que se considera como necesidades se convierte en algo extremadamente volátil e imprevisible. De esta manera, el individuo racional, que en este contexto equivale al individuo que quiere sobrevivir, ha de asumir la tarea de desarrollar todas sus facultades, «porque ellas le sirven y le son dadas para todo tipo de posibles propósitos» (Kant, p.45). No estoy muy seguro de que Kant haya llegado a plantearse explícitamente la irracionalidad inherente a un mercado libre. Pero lo que sí es claro es que frente a la moderna imprevisibilidad del futuro —todo tipo de posibles propósitos— la indolencia o el aventurerismo le resultan contraproducentes, e incluso moralmente condenables. A diferencia de la mentalidad de aluvión, que según José Luis Romero caracteriza a nuestras burguesías criollas, la actitud adecuada frente a lo imponderable es la propia preparación profesional, con el esfuerzo, la disciplina y la continuidad que ella implica; pero también con la calidad y la competitividad que ella hace posible. Adicionalmente, también en la filosofía práctica de Kant se desplaza el centro de atención de las acciones a las motivaciones que llevan a la acción. La voluntad del individuo está sometida a infinidad de influjos más o menos ciegos y a menudo contradictorios, que Kant llama inclinaciones. Pero de tal reconocimiento no se deriva, como tendería a concluir el catolicismo, que el individuo haya de abandonarse en su actuar al influjo indiscriminado e inmediato de sus inclinaciones. Ello sería simplemente estúpido —imprudente, diría Kant—. Desde la perspectiva kantiana, el obrar prudente, que todavía es egoísta y no es moral, implica un arduo esfuerzo de reflexión individual. Así, entre el obrar por inclinación y el obrar según una máxima media una evaluación de experiencias según la cual el obrar impulsivo ya se reconoce absolutamente como inconveniente, imponiéndose en 112
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consecuencia la necesidad de obrar según principios que garanticen una relativa efectividad. Ahora bien, esos principios no están dados de antemano, y es el individuo, con su esfuerzo reflexivo, quien ha de encontrarlos. Pero las máximas, es decir aquellos principios que el individuo asume como directrices de su acción en virtud de su eficacia, han de ser sometidos, también por mor de una prudencia egoísta, a una elaboración aún más exigente. Se trata ahora de examinar si su conveniencia no es meramente individual —lo cual ya está relativamente garantizado— sino de si además puede considerarse que las orientaciones contenidas en ellos son objetivamente válidas. En ese caso, el individuo que obre según principios tan exhaustivamente probados —me refiero ahora a los llamados imperativos hipotéticos— tendrá la garantía humanamente posible de un obrar exitoso. Resulta de suma importancia anotar que para la conversión de una máxima en imperativo hipotético, Kant considere necesario, y todavía dentro del ámbito del individualismo egoísta y amoral, confrontar la máxima individual con el punto de vista de los otros. Para lograr mis propósitos puede ser que estime como conveniente prescindir simple y llanamente de los otros, pasar por encima de ellos como si no existieran. Más inteligencia demuestra quien aceptando de antemano la heterogeneidad de intereses, prevé los mecanismos para obviarla con astucia, de tal manera que el resultado final sea congruente con sus intereses. Kant no pone en duda que tanto el atrabiliario como el hábil astuto puedan lograr su propósito en el corto, e incluso en el mediano plazo. Pero la estabilidad de la propia satisfacción exige la inteligencia que quien sabe calcular el largo plazo, inteligencia que no es otra que aquella que «sabe reunir los propósitos de todos para el propio provecho duradero» (Kant, p.36, nota). 113
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Antaño fueron la Iglesia y el Estado medievales, con su concepción orgánica de la sociedad y del precio justo, quienes asumieron la responsabilidad de los equilibrios, no solamente económicos. A ello se refiere el Gran Inquisidor de Dostoievsky cuando espeta a Jesús su arenga: Oh, sí, les daremos permiso para que pequen, pues son criaturas débiles e impotentes, y nos amarán como niños porque les permitimos pecar. Les diremos que todo pecado puede ser redimido, si se ha cometido con nuestro consentimiento; les permitiremos pecar porque los amamos; en cambio, los castigos correspondientes los cargaremos sobre nosotros, ¡qué le vamos a hacer! Cargaremos con sus pecados, pero ellos nos adorarán como a sus bienechores que cargan sus pecados ante Dios.14
Ahora bien, quizás Iván Karamazov se equivocaba cuando afirmaba que «si Dios ha muerto, entonces todo está permitido». Con aguda malignidad recordaba Marx que Lutero negó al cura existente fuera del seglar al poner al cura en el corazón del lego. Y como quiera que sea, el individuo que en la filosofía política moderna aparece como sujeto de derechos, con o sin contenido económico, no es el niño caprichoso liberado de todo impedimento que condena la tradición católico-escolástica, o que celebra la burguesía criolla. La reclamación de los derechos individuales y su consagración constitucional tiene como presupuesto histórico-social un tipo peculiar 14
El contraste con el pensamiento reformado se hace patente en la siguiente declaración de Lutero: «Pues ¿quién puede tomar por otro y procurarle la promesa divina, que interpela particularmente a cada fe individual? [...] Esta proposición afirma de manera indiscutible que, allí donde exista la promesa divina, cada uno se encuentra sólo ante sí, su fe es requerida, cada uno tiene que rendir cuentas por sí mismo y llevar su peso» (Citado por Cassirer, p.11).
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de individuo, capaz de reconocer la complejidad contradictoria de sus propios intereses, y así mismo capaz de reconocer como de interés e incumbencia propios aquellos intereses que desde una perspectiva inmediata le resultarían ajenos o indiferentes. Y si bien es cierto que en el ámbito económico la ley de la oferta y la demanda adquiere una preponderancia decisiva, la constatación no debería pasar por alto las restricciones racionales del productor que al buscar el lucro busca simultáneamente las condiciones de una producción continuada. El bien común
No del todo con justicia, Ernst Troeltsch ha imputado al protestantismo una deficiencia en lo que se refiere a la configuración de un pensamiento sobre la sociedad. Para el teólogo protestante, las democracias que se asientan en el suelo reformado son conservadoras, y «son los pueblos latinos y católicos y no los protestantes y germánicos los que han sentido y construido la idea de sociedad» (Troeltsch, p.82). Por su parte, López anota que «al tratar el problema del pauperismo y de la mendicidad, el calvinista no encuentra otro remedio que el criterio religioso y moral de hacer trabajar a los perezosos, ignorando por completo el fenómeno, familiar a nuestra época, de que en un sistema económico complejo no basta la voluntad de trabajar para poder prosperar» (López, 1947, p.39). No me parece posible negar todo acierto al anterior juicio, cuya mejor comprobación sería la formulación, en el presente siglo, de la llamada tercera generación de los derechos humanos. A mi modo de ver, ellos explicitan precisamente una serie de obstáculos que impiden la forma115
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ción del tipo de individuo anteriormente descrito. Pero el reconocimiento de estas insuficiencias, por fundamentales que sean, no tendría que significar el desconocimiento de toda dimensión social o de toda preocupación por el bien público en esta tradición. Según el constitucionalista López, la incomprensión calvinista de los factores estructurales causantes de la pobreza, y por ende la indiferencia con respecto a la noción de bien común —reducida ahora a lo sumo a mera filantropía— serían el resultado de la conjunción de varios factores: la desvalorización de las acciones con miras a la salvación eterna y la posesión de riquezas como signo que permite reconocer la pertenencia al grupo de los predestinados a la salvación, implicaron el fin de la doctrina católica del precio justo y el advenimiento del laissez-faire como principio rector de la economía: «La vida de los negocios nada tiene que ver con la vida eterna, como las buenas obras —la caridad— nada tienen que ver con la salvación del alma en la doctrina de Calvino» (López, 1947, p.38).15 Pero junto con el fin del precio justo, el calvinismo habría instaurado un estilo de vida profundamente insolidario: «Un buen puritano se resigna a pensar que va a ser salvado, no a expensas de su prójimo, sino sin su pró-
15 Esta afirmación, parcialmente justa, contradice sin embargo a otra, también de López, según la cual «el puritano debe seguir acumulando más y más bienes hasta su muerte, como una forma de santificación» (Ibid., p.39). En efecto, si las buenas obras nada tienen que ver con la salvación, la acumulación de riquezas no puede ser entendida como una forma de santificación. Como acertadamente señala Weber, la posesión de riquezas es ratio cognoscendi, mas no ratio essendi de la salvación.
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jimo, porque sabe que Dios tiene un cuerpo de elegidos» (López, 1947,p.38). La tesis amerita comentario. La interpretación lopista del calvinismo pasa por alto, o en todo caso no atiende suficientemente al hecho de que la producción de riqueza —con las limitaciones racionales que ella implica— no sólo puede ser interpretada como señal de predestinación a la salvación, sino que al mismo tiempo tiene el sentido del in majorem Dei gloriam. El obrar en general, allí incluido el obrar económico, tiene pues este sentido profundo: en su soledad, el individuo no encuentra justificación ni en las obras, ni en los sacramentos; pero el valor que pueda tener la prosperidad económica como indicio de salvación, se refuerza en la medida en que se la entienda no como mecanismo de salvación, sino como mecanismo de incremento de la gloria divina aquí en la tierra. De aquí se derivan dos importantes consecuencias. La primera se refiere al uso de la riqueza. El protestante reprueba no su producción sino el descanso en ella: «Lo que sirve para aumentar la gloria de Dios no es el ocio ni el goce, sino sólo el obrar» (Weber, p.137). De ahí el rechazo puritano tanto por la elegante despreocupación señorial, como por la ostentación del nuevo rico, y su glorificación de la figura austera y burguesa del selfmade man. La segunda consecuencia es la siguiente: el fin de la riqueza no es el concreto disfrute individual, sino la abstracta gloria de Dios. En otras palabras, la riqueza producida en pro de la mayor gloria de Dios redunda en utilidad impersonal y por ende colectiva: «La voluntad divina, manifestada en la configuración teleológica del cosmos económico, solo puede ser el bien de la colectividad, es decir, la utilidad impersonal (si es que hay que tener en cuenta los fines terrenales)» (Weber, p.143, nota 33).
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La impersonalidad de los fines de Dios se manifiesta terrenalmente como colectividad igualmente impersonal. Ahora bien, no se trata aquí de la simpleza tan estimada por los neoliberales de todas las épocas y latitudes, según la cual mientras más se produzca, automáticamente más habrá para repartir. En el calvinismo, el amor al prójimo no desaparece sino que se transforma: deja de expresarse como inclinación sentimental —tal como ocurre con la limosna: giving alms is no charity— para adquirir la forma del deber no sentimental de fomentar el bien público impersonal. La perspectiva tradicional tiene dificultades en reconocer la existencia de una dimensión pública en la herencia protestante, y cuando lo hace, suele lamentarse de la configuración impersonal de su amor al prójimo. Pero precisamente en esa su impersonalidad reside su modernidad. La caridad católica es, como se ha dicho, sentimental, ávida de reconocimiento —terreno o celestial— y casual: tal vez por eso prefiere dar limosnas a pagar impuestos.16 Por el contrario, la noción de bien público pro16
Un buen ejemplo de estas diferencias es el ofrecido por el padre jesuita Alfonso Llano en sus columnas dominicales en el influyente diario El Tiempo. Como vocero de la Iglesia, es decir como intérprete autorizado del derecho natural, el padre Llano se ve en la obligación de exhortar a los ricos a practicar una caridad que restaure el equilibrio orgánico social: «Con un cinco por ciento que cedieran los ricos a los pobres del producto bruto de sus entradas anuales, no habría pobres en Colombia y se acabarían los secuestros y los robos. Y, de paso, saldrían beneficiados los ricos. Pero ¿quién los logra convencer?» (Con los familiares de los secuestrados, EL TIEMPO, 19 de Enero de 1997, p.13A). Esta concepción de la caridad como limosna, así sea generosa, es escolástica y por ende impracticable, y se acopla mal con aquella otra, protestantemente impersonal pero acaso más moderna, del pagar impuestos. Por ello, el mismo sacerdote al alertar a católicos incautos que piensan «pasarse a (continúa en la página siguiente)
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testante se adapta particularmente bien a ese público desconocido y abstracto que constituye la ciudad moderna. Frente a él, todo vínculo sentimental resulta por fuerza insuficiente. Ni de ese público, ni de Dios, ha de esperarse reconocimiento, y no obstante la preocupación por él, que se deriva del in majorem Dei gloriam, ha de ser sistemática y no meramente eventual. En el mismo sentido, Robert K. Merton ha investigado el papel decisivo de la Reforma protestante en el desarrollo de la ciencia y la tecnología en la Inglaterra del siglo XVII. En sus inicios, la ciencia moderna no es una actividad socialmente valorada, y si bien es cierto que la glorificación de Dios como fin supremo de la existencia es un postulado compartido con el catolicismo medieval, no menos cierto es que el protestantismo imprime al postulado una orientación intramundana específica. Así, el reformador inglés Richard Baxter afirma: «Aunque Dios no necesita de ninguna de nuestras obras, lo que es materialmente bueno le place, pues exalta su gloria, y redunda en el beneficio nuestro y de los otros, lo que a Él le agrada. [...] El servicio público es el mejor servicio de Dios» (Merton, p.91). un grupo cristiano de origen protestante», los instruye sobre las deficiencias de su eventual nueva confesión. Así, junto a su supuesto dogmatismo, a su desprecio de la Virgen, del Papa, de los sacerdotes y de los sacramentos, el padre Llano recuerda que el protestante pone «énfasis en el pago de impuestos, como requisito para la salvación» (¿Piensa dejar la Iglesia Católica? EL TIEMPO, 1 de Junio de 1997, p.23A). Además de la tergiversación doctrinal del sacerdote católico —el pago de impuestos no es medio de salvación, sino de bien público y por ende de mayor gloria de Dios—, resulta notoria la picardía del criollo que sabe encontrará eco en sus paisanos al desanimarlos a realizar una práctica por la que ya sienten poca inclinación, pero que indudablemente constituye una virtud cívica a secas.
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La legitimación religiosa de la actividad científica, necesaria en un momento en el que ésta no merecía todavía la estima social, se ofrece en términos de laborar en pro de la mayor gloria de Dios. Ello significa no sólo que la ciencia da cuenta de la gloria de Dios al estudiar concienzudamente las maravillas de la creación divina, sino que así mismo, y gracias a sus implicaciones tecnológicas, es una valiosa contribución al bienestar público. Un parentesco similar entre la gloria de Dios y el bien común resulta definitivo a la hora de elegir la profesión. De nuevo es Baxter quien habla: «Elige el empleo en el que puedas ser más útil a Dios y en el que más contribuyas al bien común; y (caeteris paribus) se debe preferir la vocación que más satisface al bien público» (Merton, p.95) En síntesis, entendido en toda su complejidad, el concepto moderno de individuo dista mucho de la simpleza que le atribuye nuestra recepción criolla, no importa si crítica o apologética, si decimonónica o contemporánea. Y más que de era mercantil, de lo que aquí se trata es más bien de modernidad: las actitudes y los hábitos requeridos por la sociedad mercantil europea no difieren sustancialmente de los exigidos por su desarrollo industrial, o por el desarrollo de las ciencias. A diferencia de la sociedad tradicional que elige por el individuo al prescribirle de antemano lo lícito y lo prohibido, la sociedad moderna descarga sobre el individuo buena parte del peso de la cohesión social. Y así como puede afirmarse que el dominio del tradicionalismo católico era extremadamente suave si se lo compara con la extensión y la intensidad de su reemplazo protestante, la libertad con respecto a los vínculos tradicionales siempre externos significa un arduo, inteligente y siempre renovado esfuerzo de reflexión por parte del individuo moderno: quien no tiene la capacidad 120
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de considerar el largo plazo, que no es otra que la de conjugar intereses varios con los propios a fin de obtener un bienestar duradero, obra puerilmente... por decir lo menos. El calvinismo criollo y Los elegidos
Si las instituciones políticas criollas resultantes de los procesos de independencia tuvieron estirpe calvinista, no puede afirmarse que los criollos que las idearon hayan sido a su vez también calvinistas. Pero lo de menos es esta filiación como tal. Si el protestantismo importa aquí, ello es en la medida en que este movimiento religioso coadyuvó a la formación de la individualidad moderna. Nuestras élites no fueron modernas, todo indica que no lo son y que ni siquiera han comprendido en qué consiste serlo. Y si en el presente éste, su desfase, adquiere características dramáticas, ello se debe a que su anacronismo las hace incapaces de la conducción social de un país que terminó por exhibir a la fuerza toda la complejidad de una modernidad no asumida. Los estudiosos han mostrado la inserción del país en la llamada era mercantil, que configuró en buena parte las actitudes económicas y sociales de nuestras burguesías. La acomodación a su papel de suministradoras de materias primas no pareció requerir de los profundos cambios de personalidad que implica la pertenencia al mundo moderno. Así las cosas, la modernidad se redujo entre nosotros a garantizar la libertad de comercio impuesta por el mercado, libertad ésta que pudo coexistir con instituciones políticas formalmente modernas pero realmente anacrónicas: el ejercicio de la ciudadanía fue raquítico y el fomento de una genuina individualidad moderna fue inexistente. Tal vez por ello cuando la necesidad de indus121
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trialización se puso de presente, la única respuesta fue un proteccionismo que el Estado ofrecía a individuos ineptos para la individualidad moderna, y por ende para la industria misma.17 En nuestros días se imputa el fracaso de la industria al proteccionismo,18 otra vez se proclaman a los cuatro vientos las ventajas del laissez-faire, pero persiste la secular ceguera con respecto a la ineptitud fundamental. Una breve mirada a las actitudes de nuestras élites hacia finales de los años cuarenta confirma el diagnóstico. Me serviré para ello de la ya mencionada novela de López, Los elegidos.19 Su protagonista es B.K., ciudadano
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No como crítica al proteccionismo en cuanto tal, sino a la falta del sustrato que lo haría realmente productivo, habría de entenderse la tajante afirmación del autorizado Luis Ospina Vásquez: «La política económica ha sido el factor esencial en la evolución industrial. [...] Nuestra industria es artificial; no puede producir al mismo precio que la extranjera, ni es probable que lo pueda hacer en el futuro cercano si no ocurren cambios anormales e imprevisibles. Nuestro proteccionismo es proteccionismo puro: protege industrias artificiales» (Ospina, p.13). 18
«Puede que nos equivoquemos, como nos ocurrió hace cuarenta años, cuando concebimos una Colombia autosuficiente, enclaustrada tras los más altos aranceles del mundo y con una intervención del Estado secundada por centenares de nuevos institutos descentralizados y un estatuto cambiario propio para épocas de penuria. Lo que estamos viviendo es todo lo contrario: la apertura, el exceso súbito de divisas, las privatizaciones, etc.», Alfonso López Michelsen, Hablemos del futuro, EL TIEMPO, Abril 20 de 1997, p.26A. 19
Del valor histórico que pueda atribuirse a esta ficción literaria da testimonio el entonces secretario general de la OEA, Alberto Lleras Camargo, quien al leer la novela afirmó en carta dirigida al autor: «No pude menos de seguir todo el argumento como si fuera un caso histórico. Se lo he dado a leer a gentes que no tienen ni sospecha de toda esa época colombiana [...] Por lo pronto, estoy de acuerdo con Téllez [...] al calificarte como el más valeroso de los escritores contemporáneos. En (continúa en la página siguiente)
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alemán de ascendencia judía y formación calvinista, además de exilado que huye de la persecución nazi. B.K. narra en un diario las peripecias de su frustrada adaptación a la alta sociedad bogotana, al mundo de La Cabrera. Un rápido inventario de las características de este mundo es suficiente para contrastarlo con las actitudes que hemos atribuido al individuo moderno. Del calvinismo en su desarrollo británico ningún influjo profundo puede percibirse en la mentalidad y hábitos de las gentes de La Cabrera. Insisten en hablar en inglés, pretenden que sus casas de campo se semejen a las de los condados vecinos de Londres, leen asiduamente y comentan revistas y periódicos ingleses, aunque sólo hasta el momento en que empiezan a aparecer las correspondientes ediciones en castellano de los mismos. Durante las comidas beben vino, «más por costumbre protocolaria que por un sincero afán de degustarlo» (p.24). En su afán de asimilación de las costumbres británicas puede descubrirse una curiosa mezcla de peculiar modernidad y tradicionalismo. Su modernidad, que consiste en un estar a tono con las élites europeas, sirve a los propósitos tradicionales de diferenciación social: desvincularse del resto de sus connacionales, con el fin de «realzar todavía más su preeminencia social» (p.27). A la manera de los déspotas ilustrados europeos que ordenaban la construcción de ruinas griegas o romanas en las cercanías de palacio como manera de simbolizar la supuesta continuidad de su estirpe, «los amigos de B.K. se enorgullecían de tener en sus casas de campo capillas y
La Cabrera debe haber una tumba abierta para ti». Carta del 14 agosto de 1953, publicada en la edición citada de Los elegidos.
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oratorios adornados con un gusto exquisito dentro de la vieja tradición colonial española» (p.21). En cuanto a la religiosidad de la alta sociedad bogotana, bien podríamos atribuirle el carácter de un ateísmo católico: asisten a ceremonias religiosas como matrimonios, bautizos, primeras comuniones y entierros, aunque todos estos eventos son tan sólo «pretexto para desarrollar actividades mundanas con toda la frivolidad y el lujo que demanda una sociedad exigente. [...] Para casi todos ellos, la piedad había acabado por convertirse en una de tantas actividades de sociedad, como la hípica o el juego de canasta» (p.20s). Acaso continuando la vieja tradición del se acata pero no se cumple, las élites bogotanas son, con sentido realista, respetuosas de los mandatos de la Iglesia católica. Por su parte, la Iglesia católica, que ha heredado la sabiduría del Gran Inquisidor, también es realista: sabe que sus normas son de imposible cumplimiento, pero le basta con que sean acatadas. Caso paradigmático es el de la moral sexual, que incluso en nuestros días apenas si ha dejado de ser coto de caza suyo. Hacia finales de los años 40, los boleros hacían furor entre las élites: Nosotros, que nos queremos tanto, que desde que nos vimos amándonos estamos, nosotros que del amor hicimos un sol maravilloso, romance tan divino, debemos separarnos. No es falta de cariño, te quiero con el alma, y en nombre de ese amor y por tu bien
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te digo adiós.
Por su parte, el perspicaz B.K. observa: «Casi diría yo que es un baile para casados jóvenes que comienzan a interesarse por los cónyuges de los demás. Siempre la canción se refiere a una pasión inmensa y silenciosa, imposible de realizar, porque existe un impedimento que no se nombra, pero que la imaginación puede suplir, en la forma del esposo o de la esposa que espera en la mesa, mientras la pareja baila» (López, 1953, p.102). En realidad, la Iglesia católica siempre se ha mostrado comprensiva frente al pecado. Alfredo, el personaje central de Viernes 9, una de las novelas de Ignacio Gómez Dávila, se ha enamorado de la casquivana Yolanda y piensa abandonar a su aristocrática esposa Blanca. El también aristocrático padre Quevedo quiere abrirle los ojos al obnubilado Alfredo: «Te quiero recordar —añadió el sacerdote— que yo conozco a los hombres de mundo y te puedo asegurar que ciertas flaquezas humanas pueden ser comprensibles y perdonables; pero recuerda que ante todo debes evitar el escándalo» (Gómez D, 1953, p.88). Que el mandato no se cumpla es algo que está previsto, se puede comprender, perdonar y tolerar siempre y cuando se lo acate. El escándalo que para entonces habría significado el abandonar a la mujer legítima equivale a un no acatamiento que acarrea graves sanciones religiososociales para el transgresor. Como anota Carlos, el protagonista de El cuarto sello, la otra novela de Gómez Dávila, «la moralidad en estos casos no consiste en la abstención del hecho sino en la prudencia y el misterio con que se haga» (Gómez, 1951, p.149). Si recordamos que sólo hasta ayer, es decir hasta la Constitución del 91, se logró imponer la institución del 125
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divorcio, bien podemos sopesar los alcances de la minoría de edad de las élites colombianas. Por lo demás, su acatamiento de la autoridad eclesiástica fue generosamente retribuido. Como afirma Eduardo Caballero Calderón, la Iglesia católica contribuyó «al mantenimiento de los ricos en su riqueza y de los pobres en su pobreza, mediante el estímulo y el ejercicio de la caridad, entendida como un factor importante de la estabilidad social» (Caballero, p.150).20 En la actualidad, y ante la creciente indiferencia religiosa de las élites, las jerarquías eclesiásticas se desplazan hacia los pobres en un prometedor esfuerzo por recuperar un protagonismo social amenazado. Este cambio de estrategia, unido al activo papel desempeñado por las jerarquías eclesiásticas en la presente coyuntura y a la audiencia de que parecen disfrutar en los grupos guerrilleros, bien podría ser interpretado como una clara advertencia. Y es que no obstante ciertas muestras de secularización de las instituciones colombianas, ayer como hoy la observación de B.K. guarda toda su vigencia: «Junto con la Iglesia, el gobierno norteamericano era lo único respetado y temido en aquel círculo de privilegiados» (López, 1953, p.181). Algunos de nuestros actuales magistrados siguen esgrimiendo encíclicas papales para criminalizar toda práctica del aborto, y nuestros congresistas, acaso para calmar las iras del país del Norte, deciden echar por la borda las sentencias de los magistrados que despenalizan el consumo de estupefacientes. Pero independientemente de la Iglesia o de los Estados Unidos, lo decisivo es la personalidad del menor de edad que no se decide a
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Véase nota 16, p.118.
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transformar radicalmente su actitud frente a la normatividad: incapaz de darse sus propias leyes, acata las externas, pero siempre dispuesto a eludirlas en tanto le sea posible. La modernidad queda así reducida a la caricatura de las modas. Anteriormente me he referido a las actitudes frente al lucro y la riqueza. Una y otra vez B.K. se enfrenta con esa desconcertante y nefasta ingenuidad de las gentes de La Cabrera, que las arrastra hacia la especulación financiera que permite ganancias pingües y rápidas, sin ninguna consideración por el bien público, pues la noción no existe o se la confunde sin más con el interés privado torpemente entendido: «Pérez me dice que el dinero produce aquí hasta el 50% de utilidad, cuando lo trabaja uno mismo, en lugar de tenerlo en inversiones permanentes, como son las acciones industriales» (López, 1953, p.52).21 Frente a esta concepción del liberalismo económico resulta en extremo débil la distinción entre negocios líci-
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Y si el lector abrigara alguna duda sobre lo que Pérez entiende por trabajar uno mismo el dinero, Laynez, otro personaje de La Cabrera, se encarga de despejarla: «Con la experiencia del baquiano, habituado a seguir la huella de las fieras y a conocer sus rastros en la hierba, Laynez me informaba paso a paso de las fluctuaciones probables del mercado. Cuando el precio de $17.90 comenzó a debilitarse, ordené vender el remanente de mis acciones a $17.50 y así pude disponer de ellas, en condiciones que no hubiera podido jamás esperar dos semanas antes. Pronto estuvieron de nuevo a $15.00 y Laynez me sugirió que volviera a comprar acciones de La Central, realizando como utilidad la diferencia entre el precio de venta de $16.50 y $17.50 y el de la adquisición para reponerlas a $15.00. Fue imposible conseguir en aquellos días una cantidad tan grande de acciones como las que yo había vendido, pero más o menos pude volver a comprar la mitad del número original, haciendo de paso, en menos de tres semanas, una pingüe ganancia» (Ibid., p.86).
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tos e ilícitos, pues por sobre ella prima el afán de riquezas. Entonces como ahora, tal distinción resulta adjetiva, como lo demuestran la magnitud de crisis financiera de la década pasada, o escándalos como el de los Picas que por poco alcanza a involucrar a quien en un futuro próximo llegaría a ser director de la campaña liberal y ministro de Defensa, y que a la postre fue asumido más como calaverada22 que como auténtico delito. Y no obstante las diferencias, ciertas afinidades fundamentales con la actitud de los narcotraficantes saltan a la vista. Personalmente considero endebles los argumentos morales que sustentan la ilicitud del tráfico de drogas. Pero aunque este punto de vista no sea compartido por las élites, ellas no tendrán problemas en reconocer que las aptitudes comerciales de los narcotraficantes bastarían para hacer de ellos cualificados decanos de nuestras facultades de administración y finanzas. José Luis Romero ha definido la mentalidad económica de las burguesías criollas como la de quienes coinciden en una prometedora aventura y no como la de quienes comparten un riesgo (Romero, p.269). Una actividad económica racional y continuada, tal como lo es el desarrollo industrial, presupone hábitos de reflexión individual similares a los requeridos por una coexistencia social moderna y pacífica. En uno y otro caso resulta indispen-
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«El título de calavera [...] nunca llegó a tener un significado del todo peyorativo, sino que entrañaba un margen de elogio. El calavera violaba las normas de las nuevas burguesías, pero no las negaba, y siempre había la esperanza —casi la certidumbre— de que abandonará la pendiente del vicio, sentará cabeza, y acaso se convertirá en el más celoso defensor no solo de las normas morales establecidas sino también de sus formas exteriores más convencionales» (Romero, p.288).
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sable la capacidad de prever circunstancias más allá de los beneficios inmediatos que promete el aprovechamiento astuto de la coyuntura, así como la disposición de ajustar consecuentemente el propio comportamiento. Por el contrario, el aventurerismo económico, que no repara en riesgos pero que tampoco produce industria sólida, termina por infectar la vida política: Todos conocían los límites de su juego, impuestos por quienes manejaban el mercado mundial. Pero quedaban unos márgenes de acción que les permitían sentirse poderosos. Un mundo de agentes, abogados, gestores y comisionistas aceitaba oportunamente los engranajes, cuyas ruedas maestras regulaba de alguna manera el poder político (Romero, p.268).
Conocidos son nuestros márgenes de acción en el mercado mundial: ellos se reducen a la quina, el caucho, el café, las flores, la cocaína, o la minería. En esas circunstancias, ningún proteccionismo estatal podrá suplir los exigentes hábitos de la industria. No es diferente la actitud frente a la tierra. Cual si se tratase de narcotraficantes avant la lettre, el atribulado B.K. constata que «hoy se hacen fortunas en el comercio, con el negocio de drogas, de ferretería, de importación de licores extranjeros o de ropa para hombre... Ninguna de estas fortunas da posición social si no va acompañada de la compra de una propiedad en la Sabana, para recibir a los amigos los domingos» (López, 1953, p.90). Durante mucho tiempo y hasta la proclamación de la Constitución del 91 se impuso el lugar común del centralismo del Estado colombiano. Hoy el énfasis se desplaza hacia la debilidad o la inexistencia del Estado. En realidad, antes que si centralizado, o si presidencialista o no, 129
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habría que preguntarse por la significación real del Estado para la élite gobernante. Por su parte, B.K. no duda en afirmar refiriéndose a sus amigos de La Cabrera: «Bien hubieran podido decir mis amigos: el Estado somos nosotros como Luis XIV decía: el Estado soy yo» (p.93). Eduardo Caballero confirma la apreciación del exilado judíoalemán-calvinista: el Estado «no era un ideal nacional, sino una concepción mezquinamente personalista», y por ello «raras veces ha coincidido el interés del Estado con las necesidades de la nación, y el del gobierno con las del ciudadano» (Caballero, p.109). En nuestros días, frustrados aspirantes al poder, como el joven Pastrana o como el exministro Botero, o nuevos aspirantes, como otra vez el joven Pastrana, y muchos de sus actuales contrincantes, conciben su acceso a la dirección del Estado como una derivación del derecho natural, con la misma y conmovedora ingenuidad con que el niño aspira a una satisfacción más o menos inmediata de su capricho. Y a la candidez de sus pretensiones corresponde la magnitud de sus pataletas cuando ellas se ven obstaculizadas. Y así como el niño gira alrededor de sus deseos sin conocerlos bien, sin manejarlos y sin darles un orden, e incluso sin proponerse metas a largo plazo, siempre al vaivén del azar, sin más habilidad que la de una astucia cada vez menos operante; así sucede con la conducción social: «Una de las características del Estado colombiano es que no tiene memoria», constataba Caballero Calderón. Ni en las políticas de paz, ni en las de guerra; ni en las obras públicas ni en la educación, ni en el fomento de la ciencia ni en la administración existe memoria. Siempre sometidos al capricho quedamos a merced de las presiones, externas o internas. La astucia solo da para improvisar 130
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pseudo-soluciones y para achacar su necesario fracaso al clima... o a los cien años de soledad. El sentido moderno de lo público surge pues de un individuo configurado de tal manera que comprende que lo público no es asunto de caridad, ni de incumbencia exclusivamente estatal. Capaz de diferenciar entre el interés privado y el interés público, el individuo moderno reconoce no obstante que nada que vaya en detrimento del último podrá redundar en beneficio estable y duradero del primero. Esta es la mayoría de edad sin la cual, con intervencionismo estatal o sin el, la convivencia social no resulta viable. Los repetidos fracasos de la Selección Colombia, la falta de mantenimiento de las represas, las deficiencias de nuestros productos comerciales, el sometimiento realista a la certificación o la también realista opción por la justicia privada son consecuencias de esa minoría de edad que también se ha expresado en los subterfugios y artimañas que caracterizan la presente coyuntura.
L A MAYORÍA DE EDAD ABANDONADA No deseo terminar sin mencionar así sea suscintamente la obra del hoy desconocido escritor Ignacio Gómez Dávila. Hasta donde llega mi información, Gómez fue autor de dos novelas, El cuarto sello (1951) y Viernes 9 (1953), ambas publicadas en México. También ellas versan sobre las implicaciones sociales de la cuestión religiosa, estrechamente anudadas, al menos en Viernes 9, con la revuelta popular del 9 de Abril. Independientemente de su calidad estética, especial interés reviste el hecho de que la perspectiva de estas dos obras sea precisamente la de las élites bogotanas. No me parece exagerado afirmar que en ellas se barrunta la necesidad de una profunda transformación que hubiera 131
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puesto a nuestras élites a la altura de la complejidad moderna. En vísperas del 9 de Abril, y acaso con cierto retraso con respecto a otras ciudades latinoamericanas, Bogotá ostenta ya un caracter híbrido entre pueblo y ciudad. Al menos esa es la impresión de Alfredo, el protagonista de Viernes 9: «Bogotá, no cabía duda, en estos últimos tiempos había adquirido una faz más marcada de ciudad, y estaba dejando ese aspecto pueblerino y anticuado que la caracterizaba. El tránsito, por ejemplo, era a ciertas horas como el de Nueva York o el de Londres; la gente que circulaba por las calles andaba menos sombría, menos ensimismada, menos despreciativa. Existía aún, claro está, la envidia callejera de los pueblos; pero había disminuido, no era tan notoria, porque las aglomeraciones de provincianos y extranjeros la ocultaban» (Gómez, 1953, p.136).
Como la ciudad, híbrida es la élite en su configuración interna, que oscila entre la buena y la alta sociedad, es decir entre el tradicionalismo y las tendencias modernizantes, si bien una división tajante no siempre resulta posible. La primera, la buena sociedad, conserva los modos del viejo patriciado, vive en el pasado y de las reminiscencias, rige su vida de acuerdo con la de sus antecesores, se lamenta del presente. A sus ojos, la alta sociedad está constituida por parvenus, lobos, o gentes de medio pelo, todos ellos más o menos inmorales o amorales. Desconfiada de los influjos extranjerizantes, la buena sociedad señala con sorna a quienes se pliegan ante ellos: «Ella se graduó en París», dicen para referirse a la mujer que tras haber pasado algunos años en la gran metrópoli, regresa a la provincia, presumiblemente ya sin virginidad. 132
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En sus orígenes, la alta sociedad estuvo compuesta por «gente menos comprometida con el pasado. Eran los que buscaban el ascenso social y económico con apremio, casi con desesperación, generalmente de clase media y sin mucho dinero, pero con una singular capacidad para descubrir dónde estaba escondida cada día la gran oportunidad» (Romero, p.264). Una vez constituida, la alta sociedad, como en su momento hiciera la buena, llegó a convencerse de que poseía alcurnia, y consideró la moralidad de la buena sociedad como sinónimo de ignorancia. La modernidad significó una cierta laxitud moral —sobre todo sexual—, listeza para descubrir las oportunidades de enriquecimiento y... París, mucha nostalgia de París. Su reto era «desvanecer el pasado colonial para instaurar las formas de la vida moderna» (Romero, p.248). De allí que nos resulte tan difícil deslindar nuestra modernidad del rastacuerismo. Pero no sólo la élite es híbrida. También lo son los habitantes de la ciudad. La migración inducida por las atractivas luces urbanas junto con un problema agrario nunca resuelto causaron la expansión de la ciudad. «Empezó a brotar de entre las grietas de la sociedad constituida mucha gente de impreciso origen que procuraba instalarse en ella» (Romero, p.319). El habitante normal de la ciudad, acostumbrado a ceder el paso en el andén, experimentó desconcertado cómo el invasor lo desplazaba a codazos. «La sociedad normalizada sintió a los recién llegados no solo como advenedizos sino como enemigos; y al acrecentar su resistencia, cerró no sólo los caminos del acercamiento e integración de los grupos inmigrantes sino también su propia capacidad para comprender el insólito fenómeno social que tenía delante de los ojos» (Romero, p.334). 133
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Esta incapacidad de comprensión ha sido el hilo central de mi argumentación. La comprensión implica una transformación por parte de quien comprende, y eso es precisamente lo que puede percibirse en los personajes centrales de Gómez Dávila. Carlos, el protagonista principal de El cuarto sello, es un adinerado aristócrata criollo bastante peculiar. No se siente a gusto desempeñando los papeles que le son asignados en los ceremoniales socioreligiosos de la Society: son eventos barrocos propios para actores mas no para individuos. Barrocas son las ceremonias del entierro de su padre, y actoral debe ser su comportamiento en ellas: «Veinte días después regresé al cementerio. Ya solo y en paz conmigo mismo, pude por fin sentir y llorar» (Gómez, 1951,p.75). Barroco es igualmente el matrimonio, «todo ese rito que hace parte del permiso que otorga una sociedad a un hombre y a una mujer para que puedan cohabitar el uno con el otro» (Gómez, 1951,p.84). Y actoral, no individual, es la vida cotidiana matrimonial: «Porque ambos estábamos cumpliendo con unas funciones que creíamos eran nuestro deber, funciones estas que están consideradas por la sociedad como complementarias, no nos preocupábamos de reconocer el distanciamiento que en realidad habíase establecido en nuestra unión» (Gómez, 1951, p.91). En consecuencia, «dos veces por semana, los martes y los viernes, cumplía con mi deber y fornicaba insípidamente con mi esposa» (Ibid.,p.90). Dentro de tal escenario —¡ése sí escenario!— tampoco las mujeres tienen la posibilidad de un desarrollo genuinamente individual: «Unas optan por los juegos de cartas, otras por lo que llaman obras de caridad, otras más por la tan renombrada vida social, otras, escasas éstas, por jugar a las buenas madres y se comportan entonces como cualquier otro mamífero, y por último, el mayor porcentaje, 134
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se dedican a encontrar las emociones que un nuevo hombre les produce. Pero mientras llega ese momento y escogen su fórmula según sus caracteres y las circunstancias que las hayan formado, viven dentro de ese mundo ficticio creado por dos mil años de falsa civilización» (Ibid.,p.92). Pero en el mundo social uniformizado de las buenas maneras actorales se van abriendo esas fisuras por donde emerge la individualidad, con toda la complejidad que ello implica. En un primer momento, se impone la experiencia de la soledad: «Comprendo que hay algo dentro de mi propio ser — constata Carlos— que no me permite aceptar al resto de mis semejantes por lo que son, pues trato de encontrar en ellos una imagen de semejanza conmigo mismo. Trato de ver en sus almas un reflejo de la mía y, naturalmente, no encuentro sino vacíos y decepciones» (Gómez, 1951, p.57).
Y si se logra evitar la trampa de un matrimonio por conveniencia social o económica, queda no obstante en pie un riesgo acaso más complejo: intentar eludir mediante el matrimonio esa dura experiencia de la soledad, lo que necesariamente conlleva al fracaso de la unión. La comunicación humana, hasta donde ella resulte posible, resulta ser ahora una experiencia de mucha complejidad. El reconocimiento de la propia individualidad puede aparecer en un primer momento como un acto cargado de connotaciones negativas: la irreductible soledad y un irreductible egoísmo parecen ser notas inherentes a tal experiencia. Pero así mismo, de allí surge la posibilidad de una mayor autenticidad, tampoco excenta de dificultades. Así por ejemplo, cuando en una cena los comensa135
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les masculinos ebrios aprovechan el descuido de sus amigas para ir a pellizcar a las sirvientas, Carlos por su parte hace un reconocimiento explícito: también él podría haberse comportado de similar manera, pues «tengo que confesarlo, eran tres lindas y graciosas muchachas, superiores a cualquiera de las convidadas» (Gómez, 1951, p.57).
La individualidad reconocida pone en cuestión la escisión entre el ámbito impoluto del matrimonio, donde la única sexualidad tolerada es la que conduce a la inseminación, eufemísticamente llamada procreación, y el tolerado mundo extramatrimonial, sede de los desenfrenos pero también de muchas culpabilidades. Pero, y si vamos más allá, cuántos homosexuales no han debido recurrir a la convención matrimonial heterosexual para eludir ¡el estigma que representa su particular inclinación! Con cuánta ingenuidad Lucía, la anfitriona en cuya casa sirven las graciosas muchachas pellizcadas, se excusa de haber contratado seres tan tentadores: la razón está en su propio esposo. «Las tengo aquí —dice con dolor y lágrimas— para ver si logro que algún día le gusten las mujeres a Juan y que deje a los hombres» (Ibid.).
El raquitismo de la personalidad individual explica, al menos en parte, la actitud ante la profesión. Si el padre de Carlos muestra preocupación por el dolce far niente de su hijo, sus motivos son claros: «Sí, díjome nervioso, algo como estudiar alguna profesión; y añadió presuroso: no es que lo necesites pecuniariamente, pero tal vez para completar tu educación, o... como distracción» (Gómez, 1951, p.63). En estas circunstancias, en el acostumbrado viaje a Europa lo de menos será la formación profesional: 136
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el derroche, el codearse con el gran mundo, y la acentuada distinción social al regreso serán los objetivos primordiales.23 ¡Cuán lejos nos encontramos de la concepción protestante del Beruf, o de la de los deberes kantianos para consigo mismo, que operan como limitación racional con respecto a la irracional ansia de riqueza, al tiempo que postulan la necesidad de un desarrollo interior, y que en el peculiar Carlos se expresa como el deseo de cambiar los nombres de Dior, Patou, Quinta Avenida o Cadillac por los de ¡Platón, Aristóteles, Agustín, Kant o Russell! (Ibid., p.121).
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En una de sus crónicas, José María Cordovez Moure, un representante de la buena sociedad de finales de siglo, no duda en afirmar las nefastas consecuencias del viaje a Europa: para los jóvenes criollos París es una nueva Babilonia, llena de cabarets en donde al calor de la champaña y en compañías insospechadamente eróticas se dilapida la fortuna de padres incautos y se pierden la religión y todo vestigio de sentimientos morales. A su regreso, sólo la desadaptación e incluso el suicidio esperan al ahora marchito aventurero. Sin el tono de prédica moralizante de Cordovez Moure, la descripción de Gómez Dávila, acaso más acorde con los sentimientos de la alta sociedad, es no obstante similar: «Sus padres los habían enviado allá [Londres] a que consiguieran sus doctorados en alguna profesión digna de un gentleman, y no podía ser otra que la de médico o arquitecto. Sobra decir que ninguno lo logró. Pero no podemos culparlos; a miles de kilómetros de distancia de sus padres, con suficiente dinero, inscritos en las mejores universidades donde se codeaban con millonarios y nobles, es natural que todo aquello se les subiese a la cabeza y llegaran ellos mismos a considerarse, o por lo menos a sus padres, titulados y potentados. Aprendieron, no obstante, muchas cosas; cómo dirigirle la palabra a un sirviente, cuáles son los buenos sastres y camiseros, y que nunca debe abrirse un paraguas aunque llueva. Conocieron a la nobleza de cabaret y vieron varias veces en Biarritz al entonces Príncipe de Gales emborracharse. Tenían estos jóvenes departamentos en Mayfair, y cambiaban de querida todas las semanas» (Gómez, 1951, p.99).
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El momento culminante de El cuarto sello es el descubrimiento de la responsabilidad radical que el individuo ha de asumir sobre sí. Durante mucho tiempo Carlos ha estado convencido de ser el autor de la muerte de su esposa. Cuidadosamente planeado, el envenenamiento ha de poder pasar por un suicidio, que un piadoso médico diagnosticará como muerte accidental con el fin de posibilitar el entierro cristiano. Pero he aquí que después de múltiples peripecias —acaso dudosas desde un punto de vista estético—, el atribulado viudo viene a descubrir que en realidad la muerte de su esposa fue suicidio: la precisa dosis de seconal por él prevista no fue la que ella finalmente ingirió. Por su propia voluntad ingirió otra, equivalente, pero distinta. Pero incluso en posesión de ese conocimiento, la conclusión de Carlos es distinta a la del infante que pretende gozar de una supuesta inocencia, sólo porque nada externo lo condena: «porque si es cierto que mi acto no fue el que vino a quitarle la vida a Diana, no fue sino por una casualidad. El deseo lo tuve y lo realicé. Yo ante mí mismo y ante Dios soy culpable de haber matado a Diana» (Ibid., p.236s). El dramatismo e incluso la exageración de la anterior confesión pueden ir en contra de la verosimilitud estética exigible en una novela de este tipo. Pero en este caso, los valores estéticos no constituyen mi interés central. Lo que me interesa resaltar es el desarrollo de una individualidad que trabajosamente se abre paso por entre el mundo convencional de una alta sociedad, barnizada de modernismo, pero esencialmente provinciana. Lo genuinamente moderno es precisamente ese individuo, en lucha interior fáustica, averiguando por sí y ante sí de qué tanta verdad es capaz. Lo demás es Dior, Patou, Cadillac, o las estridencias arribistas de los narcotraficantes, o las campañas presidenciales organizadas con criterios empresaria138
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les, jugetes al fin y al cabo destinados a satisfacer caprichos infantiles. La novela Viernes 9, escrita dos años más tarde, podría ser considerada como desarrollo de El cuarto sello. Desde mi punto de vista, el principal mérito de esta novela reside en su intento de anudar los problemas propios de las relaciones sentimentales y amorosas de la época con la explosión social del 9 de Abril. En otras palabras, lo que con el Bogotazo se pone de presente es la caducidad de determinadas relaciones sociales, es decir, de determinados tipos humanos, encarnados en tipos precisos de relaciones amorosas. Alfredo toma el lugar de Carlos, y Bogotá reemplaza a la Altamira de El cuarto sello. Esta vez, nuestro personaje se debate entre la honesta frigidez de su esposa Blanca, y los ardores eróticos de su clandestina amante Yolanda. Tras penosa indecisión, Carlos resuelve finalmente que el viernes 9 abandonará a su familia y a su país, para poder vivir en el exterior, sin freno ni coacción alguna, su impetuoso amor. Es posible que la mayor dificultad en las relaciones matrimoniales consista en la disparidad entre un esposo que de manera no totalmente consciente busca la construcción de su individualidad, y su mujer, quien más que desarrollar una personalidad propia juega el papel de esposa en un matrimonio de alta sociedad. De buena familia y con buena herencia, altiva como corresponde a su estatus, Blanca no sólo es la madre de los hijos de Alfredo, sino que en buena medida podría decirse que es un sustituto de su difunta suegra. Frente a ella, la posición de Alfredo es ambivalentemente neurótica y oscila entre el abierto rechazo y la necesidad infantil. Así, en los mo139
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mentos en que desea a Yolanda, su desprecio por Blanca es tajante: «Blanca... se creía perfecta. ¡Estúpida! Si hubiese conocido a su madre, sabría lo que era la perfección y no pretendería ser lo imposible. Todas esas mujeres que pretendían imitar a su madre no eran más que unas ridículas. Es cierto que lograban alguna semejanza en los ademanes, en el hablar, en el modo de vestirse; pero no eran más que unas grotescas caricaturas... ¡Cuánto mejor eran las mujeres que no buscaban ser otra cosa que lo que eran!» (Gómez, 1953, p.97).
Pero cuando la irrupción del Bogotazo no solo echó por tierra sus planes de fuga, sino que también arruinó sus negocios, emerge, al menos momentáneamente, una valoración distinta de la esposa: «Un sólo pensamiento ahora le copaba la mente: hallar a Blanca. Parecíale que tan pronto estuviese con ella toda esta anormalidad desaparecería. Era el deseo del adulto por el pecho de la madre; el regreso, en busca de protección, a la posición fetal. Con Blanca podría rehacer su fortuna; una vez ya le había ayudado, y no era aún demasiado tarde para empezar una nueva vida. Con ella, de nuevo reconquistaría su seguridad perdida...» (Ibid. p.195).
Todo el horror de la destrucción y la sangre de la revuelta callejera es vivido por Alfredo como pesadilla. En esa situación, Blanca es el símbolo del retorno a lo normal, a lo real, a la vigilia, es decir, símbolo de las quejas cotidianas sobre las sirvientas, pero también de los negocios, del próximo campeonato de golf, del daño del automóvil, de la fiesta del próximo sábado en el club. Y en 140
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la vivencia directa del Bogotazo, lo primero que añora Alfredo es, precisamente, a Blanca. Pero en tiempos normales, esos que para Alfredo no volverán a existir después del Bogotazo, matrimonio e infidelidad son como las dos hojas de una tijera: se copertenecen, se complementan, y en todo caso se toleran. A toda Blanca corresponde una Yolanda. Con ésta, Alfredo ha disipado los temores de impotencia que le invadían con Blanca. Y lo que disgusta a su esposa y a sus amigos, no es la infidelidad de Alfredo: al fin y al cabo, dentro del presupuesto figuran las amantes, las queridas, las mozas y hasta los apartamentos clandestinos. Pero lo que resulta intolerable son los escándalos, máxime cuando, como en el caso de Alfredo, ellos implican la destrucción de la familia para irse en pos de una mujer cuyos orígenes sociales son turbios, además de oscuros. Lo anterior no debería juzgarse como doble moral o hipocresía a secas. En realidad, tras el miedo y el repudio al escándalo se juega un tipo de cohesión social: aunque se realicen los actos, es preciso respetar las formas, y si éstas se transgreden la cohesión social se rompe. Por ello, una violenta escena de celos basta para ocasionar la exclusión social de sus protagonistas, si bien hasta entonces los mismos habían gozado de la complicidad de quienes ahora se convierten en sus implacables censores. Pero estos estrictos códigos tienen su vigencia en el limitado mundo de la Society: Si un escándalo semejante hubiese ocurrido dentro de un grupo social más bajo, no hubiera tenido la misma importancia pues hasta cierto punto están acostumbrados a ello, o por lo menos, si no acostumbrados, sí preparados tanto el hombre como la mujer a defender su prioridad sobre su compañero con la misma intensidad salvaje de cualquier animal. Escenas como esa no son
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únicas ni raras. Pero dentro de nuestro grupo aquello era casi desconocido, que públicamente y con palabras directas se aclarara una situación» (Gómez, 1951, p.147).
Lo que la magnitud de la revuelta pone de presente es precisamente la emergencia de una nueva complejidad social, frente a la cual los viejos códigos se tornan insuficientes, y la insistencia en ellos ofensiva. Gaspar es un viejo peón del padre de Alfredo, ahora empleado en su negocio. Y mientras el empleado está al tanto de todas las peripecias de la fuga de su patrón, éste a duras penas si se entera de la existencia del viejo sirviente. Con gran sorpresa lo descubre en la turba de incendiarios, y su asombro es todavía mayor al reconocer como líder a uno de los hijos de Gaspar. Es como si el hijo revelara una faceta desconocida del padre: tras la secular apariencia servil de Gaspar, se esconde la personalidad altanera, decidida y llena de odio, de su hijo. De haberse realizado, el viaje de Alfredo con su amante no habría significado más que una fuga intrascendente. La súbita explosión del Bogotazo le impide realizar sus propósitos, pero la experiencia del mismo le permite entrever rasgos del tipo humano exigido por una asimilación inteligente del brutal trauma: la tijera Blanca— Yolanda ha de romperse, y con ello su propia personalidad ha de transformarse. El punto más débil es, como puede suponerse, Yolanda. Sutiles hilos unen la irracionalidad de la revuelta popular a lo que Yolanda significa para Alfredo: «¡Yolanda! Pero Yolanda no había sido otra cosa que algo de esa locura que ahora vivía en toda su plenitud. Aquello no había sido más que parte de esta demencia, que tendría en algún momento que terminar» (Gómez, 1953, p.177). 142
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La locura de las calles puede identificarse con la locura sensual de sus encuentros con Yolanda, y así como la turba incendiaria destruye un orden social, su pasión, arrastrándolo a abandonar a Blanca, destruye la normalidad, el buen tono que ella significa. Pero si el horror que le suscita el Bogotazo es el mismo que le lleva a abandonar a Yolanda, también él es producido por el reconocimiento de la verdadera naturaleza de su relación: la atracción por su amante está ligada a la sumisión de la misma, y la perspectiva de una relación igualitaria, sin madres sublimadas o sin víctimas sumisas, ocasiona su impotencia: «También, para ser franco, sí existía en él esa impotencia de que había hablado Blanca, esa repugnancia por toda mujer que pudiese considerar su igual o su superior; y, si bien no lo ejecutaba con frecuencia, al poderles pagar por el acto sexual, las reducía a su estado más bajo» (Gómez, 1953, p.178).
Después de su rompimiento con Yolanda, Alfredo está dispuesto a retornar con su esposa. Y la novela no pasaría de ser el relato de una simple calaverada si hubiese podido cumplir con su propósito. Pero pese al espanto vivido en la jornada callejera, su capacidad de comprensión no se ha agotado. Al fin y al cabo, «las gentes que hoy robaban y mataban, no hacían en verdad otra cosa que imitar según su intelecto lo que habían observado toda su vida, cometido por sus amos diligentes» (Gómez, 1953, p.203). Pero además, la confesión de Gastón cuando se encuentran en la calle, «no los odiamos; más bien les tenemos susto» (Idid., p.199), lo enruta en una interpretación de los acontecimientos distinta a la de sus compañeros de clase: más que odio, lo que la revuelta encarna es una angustiosa búsqueda a tientas:
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«Las costumbres sociales, las supersticiones, tal como eran practicadas en el pasado [...] habían empezado, en una forma inconciente, a evolucionar ante la incontrolable fuerza de la ciencia y de la lógica. En estas condiciones, los antiguos lazos de autoridad relajados ya por el tiempo, día a día, ante el achicamiento del mundo, se desataban más y más» (Ibid. p.202).
La ciencia, las comunicaciones que achican el mundo, la modernidad, arrasan con el sistema tradicional de sumisiones, trátese de las relaciones entre padres e hijos, o entre las clases sociales. Y el Bogotazo es el paso hacia atrás para lograr dos adelante: «podría ser la periódica invasión de los bárbaros atacando a las civilizaciones caducas que aportan su sangre fresca a cambio de conocimientos superiores» (Ibid., p.202). Por ello, y no por caridad cristiana, aunque arruinado, Alfredo «no podía guardarles rencor». Otra cosa ocurre con su mujer. Cuando en medio del caos, finalmente logra comunicación telefónica con Blanca, ésta se muestra dispuesta al perdón para con Alfredo, pero ávida de venganza con la chusma: «Esta pesadilla pasará y tendremos entonces, con la ayuda de Dios, que mostrarle a este miserable pueblo de qué metal estamos forjados. [...] Hemos sido demasiado indulgentes con estos miserables desgraciados; pero ya no más: de hoy en adelante, ¡rejo y bala para ellos!» (Ibid., p.207s). Para entonces Alfredo ha llegado a una conclusión, en su caso no excenta de connotaciones religiosas. Pero su Dios no es más el de los curas como el padre Quevedo, ni como el de su esposa. No es ese ser externo, no importa si benevolente o acusador, que siempre le han descrito. Por el contrario, se trata de una divinidad tan amorosa que es sentida como propia por la conciencia humana; y por ello 144
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sus exigencias son sentidas como propias: «No cabía duda que en el hombre, al tener conciencia de sí mismo, se presentaba un incontrolable deseo de traspasar ese estado netamente egoísta» (Gómez, 1953, p.214). Ese dios le confiere una dignidad, que bien podría ser la descrita por el joven Hegel: «La razón pura, incapaz de cualquier limitación, es la divinidad misma [...] Entre los judíos fue Juan quien hizo que los hombres prestaran atención a esta dignidad que es la suya, dignidad que no tendría que serles extraña, sino que habrían de buscarla en sí mismos, en su propio ser. No es en el linaje, ni en el afán de felicidad o en el servicio de un señor de gran reputación en lo que consiste esta dignidad, sino en el cultivo del destello divino que les ha sido otorgado y que les da testimonio de que, en un sentido más elevado, proceden de la divinidad misma» (Hegel, p.27).
Por ello, después del católico abandono de Yolanda, se le imponía el poco católico abandono de su mujer legítima: «Claro estaba que no podía regresar al lado de Blanca; ella era una equivocación tanto o mayor que Yolanda lo había sido, y sería un obstáculo infranqueable en su propia realización» (Ibid., p.214). En nuestros días todo el lenguaje religioso de Gómez Dávila resultará extraño, y ciertamente no puede recurrirse a él para derivar el sentido de lo público que requerimos. Pero su mérito reside en su aguda percepción del significado de los acontecimientos del 9 de Abril. Frente a la magnitud del evento, reconoció que las formas acostumbradas de cohesión social, ejemplificadas en las relaciones amorosas, resultaban caducas. La persistencia en ellas, significada en el retorno a la familia, equivalía a una incomprensión de los cambios en el entorno so145
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cial. Y aunque la ambigüedad del lenguaje religioso nos haga pensar en una conversión del héroe, tras ella bien puede rescatarse la necesidad de un tipo humano distinto: un individuo reflexivo, que rechaza la heteronomía de las normas porque está en capacidad de ejercer el autocontrol. Y mal haríamos al entender por éste último una compulsión neurótica similar a la autoflagelación. De lo que se trata es más bien de la comprensión inteligente del beneficio propio, que implica tanto la reflexión de las consecuencias a largo plazo, como el tener en cuenta intereses en principio ajenos o divergentes. Que a Alfredo se lo engulló la noche es algo que sabemos no sólo porque así lo dice la novela. El empecinamiento, la obstinación y el infantilismo de su esposa pasan su cuenta de cobro en la actual coyuntura, que excede con mucho la ramplonería imperial o el mezquino amedrentamiento criollo. De ella hacen parte principalísima los desplazados, las violencias paramilitares o guerrilleras, y la precariedad de unas instituciones que no pueden encontrar fundamento en los ciudadanos, sencillamente porque no existen ciudadanos. Y mientras que con pasmosa inocencia asistimos una vez más a la piñata prepresidencial, tal vez podríamos introducir como estribillo de nuestra rueda-rueda el verso de Serrat:
Esta tierra está enferma, y no esperes mañana lo que no dio ayer.
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Clase, élite y crisis en la perspectiva del filósofo Fernando Cubidesv Comentario del artículo de Lisímaco Parra
Es posible que de los artículos de este libro sea éste el que más contribuye a dilucidar la paradoja e incitación que se propone en el título del mismo: por definición las crisis son coyunturas, momentos decisivos y lo que aquí se intenta explorar de la manera más circunspecta son sus referentes más universales, sus orígenes, los lineamientos de su gestación en un período muy amplio. Mi primera anotación versa sobre la variante que el profesor Parra consideró necesario introducir en el enunciado inicial del problema: El comportamiento de la clase dirigente durante la crisis, y el que finalmente adopta: La crisis de la élite. Variante significativa pues no se puede atribuir a cuestiones de estilo o de forma, tiene que ver con una reformulación que se ha ido produciendo en la propia manera de entenderlo como problema. Un desplazamiento en el sujeto y en
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Profesor asociado, Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia.
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el predicado de la oración, que da cuenta aproximada de los cambios de significación que se le atribuye a los componentes, y que nos informa del curso del razonamiento del profesor Parra en estos meses. El primer enunciado es neutro, no conduce necesariamente a una valoración del comportamiento a que se refiere: puede servir tanto para designar un comportamiento intachable, prócer, creador de modelos y de cultura del sector dirigente de una sociedad en el contexto de una crisis, como para referirse a la descomposición y a la corrupción rampante en tanto actitudes predominantes. El segundo enunciado, en cambio, equivale a una toma de partido, a una condena en bloque; sobre todo porque en la literatura y en el léxico común colombianos tendemos a dar una connotación peyorativa a la noción de élite: no nos solemos referir, como en las teorías europeas de las élites, de Saint-Simon a Pareto, a un complicado sistema de minorías especializadas, reclutadas o cooptadas por su mérito intrínseco, y a sus mecanismos internos de funcionamiento, sino a minorías dominantes por la escueta ley de la herencia (genética a la vez que patrimonial), la celebérrima cuchara de plata de que se hablaba antes. En tanto que las clases tienen su fundamento en el orden económico en el mundo de la producción, las élites — incluso cuando hacemos un uso irónico del concepto— se ubican en el plano de la cultura, trátese del arte, de la ciencia, del estatus o, de modo más prosaico, de hábitos de consumo conspicuos, ostentosos. He ahí por qué el discurrir del profesor Parra París encuentra en la literatura, en ciertos productos y estilos culturales sus argumentos y sus principales ilustraciones. Utiliza ante todo la novela urbana y la crónica costumbrista. De allí provienen los ejemplos y casos más representativos con que nos ilustra su interpretación. Una interpretación centrada en la crucial cuestión de los valores y las creencias. 150
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Más claro aún, ese interés decidido por la cultura puesto que adopta la distinción que Norbert Elias establece entre civilización y cultura (si el concepto de civilización resta importancia a las diferencias nacionales, el de cultura hace hincapié en ellas) y en la peculiar identidad de grupos específicos; es pues plenamente aplicable al color local de la historia. Sin proponérselo, llega a coincidir con otro estudioso de la élite colombiana y de sus rasgos específicos: el historiador Marco Palacios. La coincidencia es más fuerte pues en procura de captar e interpretar en su significación más honda los rasgos de una estética de la dominación —como la llamaría Kolakoswki— ambos encuentran las vetas más importantes para ello, y valoran del mismo modo la obra novelística de López Michelsen al igual que la de Ignacio Gómez Dávila.1 Y con tales coincidencias previas no es sorprendente entonces que coincidan también en un hito determinante: la funesta tarde del 9 de Abril de 1948. El período oligárquico de Los elegidos, de los nacidos para mandar, se cierra allí, y los símbolos de cohesión, de identificación que se habían creado y que se antojaban duraderos, pierden sentido a partir de entonces. Una coincidencia a la que se suman Ignacio Gómez Dávila y Plinio Apuleyo Mendoza. Al preguntarse por el origen de la actual polarización nuestro filósofo encuentra necesario remontarse al período en el cual se hallan los primeros indicios de la modernización, de una modernización sin modernidad, como se verá. Cronológicamente, las primeras décadas del siglo, nada menos. En cuanto a la cuestión del tiempo, hasta el más exigen1
Ver Marco Palacios, La clase más ruidosa. En: Revista ECO, Tomo XII/2, Diciembre de 1982.
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te en aquello de lo no coyuntural se puede ver satisfecho, y con usura. El profesor Parra París nos invita a rastrear el hilo de la doble moral y del infantilismo premoderno de la élite desde los inicios del siglo y, para algunos rasgos, aún más atrás. Asume a plenitud el riesgo de ser ampuloso, con tal de ser exhaustivo. No obstante, y vaya a título de crítica, tan escrupulosa, tan circunstanciada es esa reconstrucción de los orígenes, que su análisis se retrotrae de continuo al período anterior al 9 de Abril. De entrada nos había advertido que su análisis podía llegar a ser estetizante, pero suficientes referencias —y suficientemente punzantes— hallamos en los párrafos de la introducción como para esperar que también en el resto de su argumentación arribara a lo más inmediato del presente, así éste no le añada mayor cosa a la susodicha estética de la dominación. Su declarada intención de desochomilizar (¡Sic!) el análisis de la coyuntura, de ir a contrapelo de lo que juzga como una excesiva polítización de la crisis actual, lo justifica en esa constante exploración del pasado pero no lo justificaría en la falta de consideraciones acerca de las circunstancias del presente; para muchos aspectos se nos antoja que su análisis se queda trunco. Las varias —y enfáticas— referencias de las primeras páginas a los hechos y personajes destacados del presente, el esbozo de escenografía que se procura, hacían esperar que la argumentación concluyese con su puesta en escena. Es sensible en particular en la cuestión de la doble moral: tal vez las actitudes básicas ya estaban configuradas antes del 9 de Abril del 48, tal vez los motivos fundamentales de la conciencia de la élite comenzaron a erosionarse justo allí, pero bastantes componentes nuevos se han añadido desde entonces... Suficiente agua sucia ha corrido bajo los puentes desde esa fecha como para no pensar que tales creencias y 152
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actitudes se hubieran modificado, así tan solo hubieran cambiado de forma, de icono referencial, de estilo. La atrevida imagen del castillo de caballeros truhanes con toda su fuerza y plasticidad valdría para sociedades menos dinámicas que la nuestra; basta echar una mirada a los cambios demográficos desde 1948 para comprender que ninguna élite, por sumisa que fuese la sociedad que dominase, habría logrado sostenerse sin adaptaciones y transformaciones. Si la conclusión tajante, formulada en tono digno de un Catón, es la de que nuestra élite se caracteriza por su infantilismo y no es, no ha sido y ni siquiera entiende qué significa ser moderna, según concluye rotundo el ensayo, tal conclusión nos implica a todos, pues el único interrogante que cabe a modo de corolario es cómo, pese a todo, han logrado sostenerse hasta nuestros días. Y lo anterior nos conduce, querámoslo o no, hecho ya el recorrido histórico previo y aceptadas las referencias más universales, a mirar de nuevo los eventos más inmediatos, la cadena de acontecimientos que sale a flote a raíz del proceso 8.000, con todo y el riesgo de la reiteración. Aun aceptando que los valores de la élite tuviesen tan larga gestación, y que a tal punto erosionados subsistan todavía medio siglo (el escrito de López acerca de la Estirpe calvinista de nuestras instituciones, el análisis de cuyo contenido es uno de los pivotes de la argumentación de Parra París y cuya publicación ocurrió hace cincuenta años; ya va a ser medio siglo del 9 de Abril que, a su vez, es el momento culminante en que se apoya la trama de la novela de Gómez Dávila) debe aceptarse que el narcotráfico, como fenómeno de las últimas dos décadas, ha cambiado los términos del problema, añadiendo un componente específico. Si estamos de acuerdo en que una crisis, por larga que haya sido su gestación, es un momento decisivo, punto de confluencia de factores de lar153
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ga y mediana duración, el narcotráfico, sus volúmenes de rentabilidad, el carácter ilegal de la actividad, lo eficiente de las organizaciones en que se sustenta, vendría siendo entonces el catalizador. Es el elemento sin el cual la crisis no se hubiese desencadenado, y sin él la decadencia y el infantilismo no habrían quedado tan al desnudo como ahora. Con toda la importancia y la significación que pueda tener lo unilateral, o lo inexacto, de la recepción por parte de López Michelsen de la tesis de Max Weber acerca de la ética del protestantismo en los orígenes del capitalismo, no nos basta como principio explicativo. Aunque asumiéramos que en ese breve escrito está la cifra y norte de las orientaciones de la élite, lo mejor de su pensamiento estratégico, lo más emblemático de su actividad intelectual, y a la vez lo más evidente de su inconsecuencia ética, no por ello podríamos prescindir de consideraciones detalladas acerca de la etapa más reciente. Un tanto inescrutable, a fuer de elíptica, es una de las enunciaciones causales formulada al comienzo y reafirmada en el último párrafo del escrito: «Una de las principales causas de la actual crisis reside en nuestra manera habitual de comprenderla». ¿Querría decir que si nos aplicamos a la tarea de explicarla, de perfilar sus orígenes y trazar su itinerario, por arte de enunciado... tendería a desaparecer como crisis? ¿O que la mayor parte de lo que entendemos como tal ha sido tan solo un malentendido? Como la anterior, son muchas las conclusiones que quedan a cargo del lector. Así vaya seguida de la más erudita disertación acerca de los matices en la exégesis e interpretación de la tesis weberiana, como enunciación promete mucho más de lo que la argumentación consiguiente puede cumplir. Pues salvo las percepciones de los personajes de la 154
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década del cuarenta, y algunos de los síntomas presentados con agudeza al comienzo, es mucha la tela que al cabo queda por cortar. Si es impecable y rigurosa la exégesis y la interpretación que Parra elabora a lo largo de su disertación, si son válidas las rectificaciones que se propone hacer a la recepción lopista de la tesis weberiana, el ejercicio de aplicación se queda trunco; como lectores nos quedamos sin saber por qué los rasgos de entonces —infantilismo, doble moral, inconsciencia acerca del significado de lo público— siguen vigentes a plenitud, por qué permitieron sobreaguar en medio de las oleadas de violencia y sólo ahora emergen en la conciencia colectiva en lo que tienen de anacrónicos, de miopes y limitados. No creo posible que en el espacio del que se dispone para éste comentario pueda complementar un tan sesudo y circunstanciado —aunque inconcluso— escrito. Con todo, deseo hacer una argumentación paralela a la del filósofo, conservando algunos de sus supuestos pero retrotrayéndolos a lo más inmediato para probar su fuerza explicativa. Son atinadas las observaciones de Parra acerca de lo unilateral de la manera en que el López Michelsen de 1947 entiende y aplica al sociólogo alemán. Al releer aquel escrito pionero de 1947 es comprobable hoy que López toma tanto de Weber como de algunos autores, como Amintore Fanfani, que quisieron refutar su principal hipótesis. Una exégesis de hoy bien puede mostrar que además López no conoció a Weber directamente sino a través de intérpretes ingleses, que lo expusieron junto a algunos de sus comentadores y críticos. Y que lo refirieron sobre todo al constitucionalismo anglosajón y a las circunstancias históricas de Inglaterra y de los Estados Unidos, lo cual impone ciertas distorsiones. 155
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Parra tiene razón al señalar que en su escrito López prescinde de la formidable tensión interior del individuo a raíz de la Reforma más libre pero también más solo y al querer atribuírsela tal cual a los neogranadinos de comienzos del siglo XIX; pero no hasta el punto de negar que tales formas de religiosidad se plasmaron en modelos políticos y constitucionales, y que tales modelos obraron en la mente de los promotores de la Independencia, aunque no hubieran incorporado todo el sustrato ético y los modelos de conducta de los que fueron resultado; harto se habían secularizado ya para entonces. Así como los modelos constitucionales franceses rondaron en la mente de los líderes de la Independencia, sin que necesariamente los cambios que los habían precedido se introdujeran acá, así mismo el modelo constitucional inglés se incorporó, por así decirlo, empobrecido. También las estirpes religiosas y constitucionales parecen estar sujetas a un proceso degenerativo, haciendo más problemática la cuestión de la filiación, del nexo con uno u otro modelo. No obstante, el constitucionalismo puede ser una mala pista para rastrear la cuestión de los valores. El caso es que no resulta difícil, aún entre profanos, ponerse de acuerdo en que las relaciones de mercado y el proceso de industrialización se dan en Colombia de manera tardía, y ya para entonces la constelación de los valores de la sociedad moderna está configurada, quedando poco que añadir. Existe en nuestro caso una asincronía entre los dogmas constitucionales, los referentes valorativos más universales, y los hechos de la vida económica. En ese sentido, tal vez una vía menos sinuosa para rastrear la adopción de determinadas creencias, su adaptación y a la postre su configuración como un ethos económico que opera en el día a día y a plena marcha, sea la de comenzar 156
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por el examen de esa precaria industrialización y los valores que la rigen. Sus empresarios no son los caballeros de la industria, habitantes del exclusivo barrio La Cabrera en Los elegidos que buscaran ganancias desmesuradas mediante la especulación y siempre en la trastienda del poder. Son aquellos en cuyas empresas se busca una ganancia proporcionada al esfuerzo y al talento organizativo desplegado, una ganancia regulada y metódica. Una ganancia no ostentosa, y del todo compatible con las creencias básicas sobre el más allá y a la cual la sanción moral la reconozca como fruto legítimo de la laboriosidad y el espíritu emprendedor. En suma, una ganancia bien habida, a la luz de cualquiera de los referentes últimos de valor existentes, que comportaba a su vez un equilibrio, por precario que fuese, entre la aquendidad y lo trascendente. Precisamente, Ospina Vásquez a quien trae a cuento el filósofo Parra, se refiere a un rasgo de la psicología regional antioqueña, a un complejo de Beocia o sentido de la deprivación de estatus, como uno de los factores explicativos de que allí, en Antioquia, se aclimatara más temprano y de manera más metódica, el espíritu empresarial. Como lo han señalado el historiador Frank Safford (en El ideal de lo práctico) y el sociólogo Alberto Mayor en su libro sobre la élite empresarial de la industrialización antioqueña, tal mentalidad se abrió paso con lentitud pero de una manera perceptible en tanto que un cierto tipo de actividades económicas se estabilizaban y se producía (gracias sobre todo al café) una progresiva integración de Colombia en el mercado mundial. Tan importados como la técnica productiva que se adoptaba, dichos valores a la vez que se aclimataron sufrieron su adaptación, a veces traumática, al contexto tradicional. El resultado es una precaria amalgama de componentes disímiles, 157
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pero en todo caso no una recepción servil o una traslación automática. La investigación de Mayor puede considerarse en justicia la más juiciosa y metódica aplicación de la tesis weberiana al caso colombiano. Titulada Ética, trabajo y productividad en Antioquia, sus resultados se publicaron ya hace varios años. Es reconocida como la investigación que, guiada por Weber y sus desarrollos y sobre la base de una documentación histórica exhaustiva, describe y analiza al detalle el proceso mediante el cual los valores y creencias indispensables para la industrialización, se aclimataron en un grupo de empresarios, difundiéndose y asimilándose luego por otros sectores de la sociedad. Aun cuando en asuntos de interpretación del ingente material histórico admita rectificaciones,2 allí están expuestos los componentes de esa ascesis mundana, sin la cual es impensable la dirección de un proceso productivo propiamente moderno. Es ascesis ya que denota la capacidad de renuncia a bienes o ganancias que no estén en proporción al capital y al esfuerzo invertidos, es mundana ya que está sólidamente referida al mundo de los intereses. Cómo se implantan en un grupo minoritario y cómo se difunden al resto de la sociedad aparece descrito y referido a instituciones muy características: el hogar intelectual de la burguesía antioqueña es la Escuela Nacional de Minas, y la puesta a tono del reloj moral de los obreros es llevada a cabo por la prédica y las acciones catecistas de la Compañía de Jesús y algunas de sus instituciones educativas. Sin manierismos, tales valores aparecen descritos no como epifenómenos, sino en la forma como se interiorizan por sectores sociales específicos.
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El suscrito intentó alguna, en la reseña publicada en Revista Colombiana de Sociología, Volumen 3, No.1, julio de 1985.
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Coexistiendo con la especulación, con el usufructo rentístico de los bienes heredados, tal mentalidad económica coexiste a su vez con actividades marginales, como el contrabando o ciertos tipos de delito. Ese delicioso género periodístico vecino a la literatura y ya desaparecido que era la crónica judicial, daba cuenta que también aquí se leía a Baudelaire con delectación, y su exaltación de los paraísos artificiales se traducía en ciertos márgenes de consumo conspicuo. Tan conspicuo que la propia rentabilidad del proveerlo era así mismo marginal. Las crónicas daban cuenta de la morfina, cuya adicción se solventaba desviando parte de la que se utilizaba con fines terapéuticos, y de la marihuana, invariablemente denominada en esas crónicas yerba maldita, que parecía crecer silvestre. Daba la medida del país de esa época que en 1948, ese mismo año que es absolutizado como un hito por nuestros autores, con la firma de Mariano Ospina Pérez y del ministro de Higiene Jorge Bejarano (aquel que había promovido la erradicación de la chicha) se publicaba el Decreto No. 3822 del 17 de Noviembre) según el cual «prohíbese la venta de hojas de coca en los mercados públicos, almacenes o expendios de cualquier otra naturaleza, a excepción de las farmacias y droguerías debidamente inscritas». Un articulado que hoy se nos antoja tierno e idílico. Imposible para efectos de un comentario como éste recapitular la secuencia, el curso de los valores que componían esa ética del trabajo del industrialismo hasta hoy. Pero tal vez sea ilustrativo que nos detengamos en dos episodios de la etapa reciente que nos pueden dar cuenta de la transmutación a la que han estado sujetos dichos valores. El primero es el de la célebre entrevista de 1984 en el Hotel Marriot, en la cual —en presencia de los intermediarios que la habían solicitado— la cúpula del narcotráfico acudía al expresidente López como intermediario en sus in159
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tentos de dar comienzo a un proceso de negociación. Por cierto que al reconstruir los acontecimientos se pueden encontrar sensibles diferencias entre las versiones de los expresidentes López y Betancur acerca de los orígenes de la entrevista y la manera en que reaccionaron ante lo que allí se demandaba por parte de Pablo Escobar y Jorge Luis Ochoa.3 Lo más interesante es la imagen que de sí mismos quieren dar los narcotraficantes como grupo social; oigamos al expresidente López: Comenzaron afirmando que la organización que ellos representaban era algo de la importancia y de la magnitud de la Federación de Cafeteros [...]
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La versión de López Michelsen apareció in extenso en reportaje de Germán Santamaría, publicado por El Tiempo, el Domingo 29 de Julio de 1984. Cuatro años después, en julio de 1988, López introduce algunas modificaciones a su versión en carta aclaratoria a El Tiempo (6 de julio de 1988). La versión de Betancur apareció como columna en El Tiempo del 11 de marzo de 1991, bajo el título Memorias no escritas sobre hechos que fueron y no fueron. Las diferencias observables son acerca de dónde provino la iniciativa de la entrevista, y la manera de reaccionar ante las propuestas que se formularon. López en la carta aclaratoria afirma tajante: «No conocía a ninguno de ellos, y cuando don Santiago Londoño me preguntó si estaría dispuesto a recibirlos lo consulté previamente con el presidente Betancur». Betancur por su parte al rememorar los mismos hechos afirma que «relee una carta del exministro Bernardo Ramírez sobre dicho tema, pues fue él quien primero oyó de labios del expresidente López Michelsen, en Miami, su relato sobre la entrevista ocasional que tuvo en Panamá. Por convenio con el autor, esa carta está destinada a unas memorias que el columnista quizás nunca haya de escribir». Otras diferencias son más adjetivas: en el primer relato López afirma que la entrevista duró cuarenta y cinco minutos, en su carta de rectificación afirma que duró hora y media.
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Ellos dijeron que representaban a unas cien personas que constituían la cúpula de la organización de la cocaína, una organización que, según ellos, había tomado 10 años en formarse y que trabajaban en coordinación con gentes de Brasil, Bolivia, Perú, Ecuador y con cómplices en los Estados Unidos. Según ellos esa organización se forjó al imponerse el espíritu empresarial antioqueño sobre el de otras regiones y otros países, en un negocio que deja varios miles de millones de dólares al año. Alguno de ellos afirmó que uno de sus representados se había ganado 90 millones de dólares durante el último trimestre.4
Así pretendan ser descendientes directos de los pioneros de la industrialización, nada queda de aquella ascesis mundana; de la desmesura de las ganancias y de la desmesura de las pretensiones hay una clara noción en las propuestas que acompañan sus primeros intentos negociadores; esas cien personas se comprometen a sanear y reinvertir todas sus ganancias y a invertir algunos de sus réditos en la redención de los adictos que haya en el país, amén de desmontar toda la infraestructura de su actividad sin olvidar, claro, el ingrediente nacionalista, todo un guiño a la galería y aunque no lo incluyen en su memorando, lo pronuncian en sus entrevistas: pretenden hacerse cargo de la deuda externa del país. Pero el precedente inmediato de todo este episodio es que a un grupo social característico, dueño de un poder económico tan grande se le dio a pensar que su actividad sería permitida o ignorada, con lo cual era inevitable que quisiera proyectarse a la esfera de la política.5 Pasando por entre 4
Ver El Tiempo. Domingo 29 de julio de 1984. p. 8 A.
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En uno de sus escritos poco conocidos el propio Weber asevera: «Ha sido siempre la consecución del poder económico lo que ha hecho surgir en (continúa en la página siguiente)
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los intersticios del código penal se habían amasado fortunas tan colosales, se había obtenido un reconocimiento hacia sus propietarios, y se les estaba aceptando y promoviendo en las instancias del poder. Según se deduce de crónicas y testimonios, durante al menos diez años hubo laxitud, permeabilidad y ambivalencia por parte de la mayoría de los dirigentes políticos, con todas las expectativas que eso acarreaba por parte de los dueños de las nuevas fortunas. Hasta cuando se comprobó con el asesinato de Lara Bonilla que las pretensiones del nuevo grupo desbordaban todo lo previsto y que se carecía de cualquier escrúpulo en la adopción de medios para ello, la actitud que prevaleció fue la de contemporizar, la de propiciar la cooptación. Y de ello hay síntomas antes, durante e incluso después de la llamada guerra contra el narcotráfico, y de la respuesta narcoterrorista. Basta echar una mirada a lo que ocurrió en el Parlamento con las varias versiones de un proyecto que hizo tránsito en 1992 y 1993 (antes del 8.000, desde luego) «por el cual se dicta el estatuto básico de los partidos y movimientos políticos y de oposición, se dictan normas sobre financiación de campañas electorales y se dictan otras disposiciones». En uno más de los eventos de la actual picaresca parlamentaria, el artículo que había sido aprobado en las Comisiones 1ª de
una clase la idea de su candidatura a la dirección política. Es peligroso y a largo plazo inconciliable con el interés de la nación el hecho de que una clase económicamente en decadencia detente el poder político. Pero todavía más peligroso es el hecho de que las clases hacia las cuales se desplaza el poder económico, y con ello la perspectiva del poder político, no estén aún políticamente maduras para la conducción del Estado». Véase Estado Nacional y política económica. En: Escritos Políticos. México: Ediciones Folios, S.A, 1982, p.23.
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Senado y Cámara desapareció en su tránsito a la plenaria y hubo de ser reintroducido tras muchos forcejeos. El articulado que se aprobó finalmente es restrictivo, guiado por el principio espiritual de la sospecha, poco realista en cuanto a los montos y los topes, y aprobado a sabiendas de que se le podía vulnerar. Se dejaron premeditamente lagunas y vacíos, pues quienes lo aprobaron abrigaron la esperanza de llenarlos sin vulnerar lo preestablecido, pero como se ha hecho patente, transando con toda suerte de intereses. A todo lo largo de ese curso sinuoso, persiste la idea en quienes viven de la política, que todo interés es transable, y que por asfixiante que sea la presión externa o acuciante la inconformidad interna, la transacción es beneficiosa y se obtiene mediante sucesivas dilaciones. ¿Acaso hay algo más significativo al respecto que las oscilaciones, los bandazos, los giros de 180 grados respecto a la extradición, para aprobar, en fin, lo que conviene, medida por medida, a los dictados del imperio? ¿Convencen todavía los aspavientos nacionalistas, los amagos antiimperialistas seguidos de la presentación de rendidas y penosas excusas? Aquí vale la pena traer a cuento a Hannah Arendt a propósito de la ética: mantener la autoridad, o restablecerla allí donde se ha perdido, como premisa de la gradual disminución de las formas de violencia, requiere de un profundo respeto, ganado y corroborado, hacia la persona que gobierna y hacia el cargo. El segundo episodio con el que quiero ilustrar las incongruencias en el tratamiento y las expectativas creadas tiene connotaciones trágicas. La profusión de equívocos a que dio lugar la ambigüedad frente a los primeros reclamos de negociación, la receptividad mal disimulada hacia las ofertas iniciales de rendición total, incondicional y unilateral, seguidas sin mediación, de declaraciones de guerra total, propi163
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cian en la misma trastienda del poder una confusión entre lo público y lo privado como no se había presenciado desde Núñez y el Concordato. Fueron saliendo a la luz conatos de negociación en los que funcionarios del más alto nivel en el gobierno Barco negociaron como asuntos personales pero en la propia sede del ejecutivo, los hechos delincuenciales que los afectaban, nada menos que el secuestro de sus parientes, queriendo significar luego que no existió ninguna clase de negociación y produciendo tan sólo la pérdida de credibilidad consiguiente y, en la contraparte, la impresión de haber sido timados. El desenlace es conocido. Menos recordado en cambio es el papel, nada airoso, que en todo ello cumplió como intermediario y vocero oficioso de su ahijado, Pablo Escobar, aquel que en la recapitulación histórica de Mayor Mora aparece como uno de los paradigmas de la Escuela Nacional de Minas, y quien tras haber sido su Director transita hacia el sector público, llegando a ser un recordado ministro de Hacienda del segundo gobierno del Frente Nacional, después de lo cual se retira a reflexionar sobre cuestiones éticas. Vallejo Arbeláez, prologuista por cierto del libro de Mayor acerca de la Ética del trabajo industrial y el papel cumplido por la burguesía antioqueña, con su trayectoria y su parábola, y lo lánguido de su papel de mediador, cierra todo un ciclo y nos remite sin dilaciones a la etapa actual, a los preámbulos de la crisis presente. A mi juicio, ese recorrido nos permite entender los costos en que incurrimos con tales incongruencias y hacernos a una idea somera del tiempo que nos llevará pagarlos. Y lo que nos falta todavía. No hay duda para mí que el filósofo Parra no tiene intenciones exculpatorias, no pretende diluir la responsabilidad de la actual generación de miembros de la élite, sino buscar los fundamentos de su actitud, de lo característico de su mentalidad en el pasado histórico poniéndolos, para su 164
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comprensión, en un contexto universal. Es todo un aporte lo que consigue, pero, como he reiterado, requiere complementarse con referencias a lo más actual. Lo de Parra no es una fuga al pasado, pero se le parece mucho: es un retroceder en busca de los fundamentos de una actitud, pero que una vez establecidos se quedan sin aplicación y sin examinar sus mutaciones. Está bien: desochomilisemos el análisis pero sin desestimar lo que allí, en el 8.000, está cristalizado y documentado. Con todas las reacciones y réplicas que ha suscitado, la del parvulario es una buena metáfora. Completarla, sin embargo, requeriría averiguar si entre las infantiles travesuras de sus miembros no se dan por ejemplo los tratos por debajo de la mesa, el hurto de temarios de examen, la trasgresión de las formas de convivencia y de las reglas de juego en busca de ventajas personales. Si, por ejemplo, los hábitos de los párvulos no han ido cambiando hasta el punto de que se alteren los resultados de las competencias deportivas; en suma, si en su recinto no hay algo que se parezca a la esquina de los Recoletos.6
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Para que fuese un microcosmos, además valdría la pena considerar si dentro de los hábitos adquiridos recientemente no se presenta también el consumo de droga. Al igual que Milton Friedman, Chomsky y varios pensadores y analistas, respecto del problema del consumo, Parra opta por la libertad individual y elude la trampa maniquea (Ver su artículo en la Revista Número, No. 11 de octubre de 1996: Ni populismo ni pragmatismo) insistiendo en que la droga ha de legalizarse, pues su consumo, como el de pornografía o de cualquier otro bien conspicuo, proviene de una decisión adulta y del uso del margen de libertad correspondiente. Para prevenir la inducción de los párvulos por parte de los interesados en el expendio de las drogas, Parra se pronuncia en cambio por la más severa aplicación de la ley: «La sola idea de que a la salida del colegio, o incluso dentro de él, un comerciante se aproveche de la ingenuidad de alguno de nuestros hijos para (continúa en la página siguiente)
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Siguiendo la pista de la música popular que nos propone Parra hagamos el recorrido de los boleros de los cuarenta y los cincuenta (dechados de insinuación subliminal, himnos del subdesarrollo, que diría Mutis) a las baladas de Serrat (expresiones naturalistas, afanes de sinceración de una generación contestataria) pero lleguemos hasta un género musical muy colombiano y muy actual, de innegable popularidad, y que según dicen gusta tanto en las oficinas de sicarios como en las cárceles de alta seguridad, pero también en las trastiendas del poder, en Palacio: la canción del despecho. Considero útil que nos detengamos en dos episodios de la última etapa que presumiblemente podrían revelar mejor la trasmutación de los valores, la permeabilidad, laxitud y ambivalencia respecto del narcotráfico y de sus márgenes de rentabilidad por parte de la élite colombiana. Se me antoja que teniendo como referencia central a la misma individualidad, un evento más reciente pudiera resultar más significativo. Y tal vez pudiéramos hablar entonces no de infantilismo, sino de senilidad.
inducirlo al consumo y a la adicción nos llena de espanto e indignación. Y cualquier ciudadano norteamericano o colombiano estará de acuerdo con que se apliquen las más drásticas sanciones a tamaño inescrúpulo» (op. cit., p. 24). Y, para completar el cuadro, no faltarían sino aquellos que, en el caso de comprobada ineficacia de quienes deben aplicar las drásticas sanciones llevaran su espanto e indignación hasta proponer una suerte de comandos parapaternales, que llamaría Mafalda.
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DROGAS ILÍCITAS
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Prohibicionismo y permisividad en la cultura norteamericana Andrés López Restrepov
En Colombia se ha querido analizar y calificar la política norteamericana contra las drogas de acuerdo con sus resultados. Si hay cada vez más adictos, si las organizaciones criminales comprometidas en el narcotráfico son cada vez más poderosas, se concluye entonces que la política no funciona y debe ser cambiada. Esto desconoce que las leyes y las políticas no deben ser examinadas exclusivamente a la luz de la racionalidad, sino que son el resultado de múltiples causas que incluyen percepciones, prejuicios, valores... Por tanto, las políticas que afectan muchos intereses, que son objeto de fuerte debate, son muy difíciles de cambiar. Es interesante contrastar la política prohibicionista de las drogas en los Estados Unidos a la luz del prohibicio-
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Investigador, Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales, Universidad Nacional.
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Andrés López
nismo del alcohol. Esta última tenía profundas raíces sociales. La prohibición de las drogas, en cambio, nació y creció a partir de intereses muy periféricos con respecto a las preocupaciones centrales de la sociedad y el gobierno. Esa lateralidad tuvo como resultado el que se aprobaran leyes y se crearan entidades casi sin control. Y toda esta carga ya existía cuando las drogas se convirtieron en un problema central. Las páginas siguientes se proponen examinar el debate entre prohibición y permisividad en una perspectiva histórica. Por ello, en la primera parte se estudia el proceso que llevó a la adopción de la enmienda XVIII constitucional que prohibió el consumo de alcohol pero que fue derogada tras 14 años de vigencia. En la segunda parte se examina la aprobación de la ley Harrison, que inició la senda punitiva que de manera más o menos constante ha marcado la relación de la sociedad estadounidense con las drogas. Por último, en la parte tercera, se proponen algunos elementos comparativos de ambas prohibiciones.
I Los colonos británicos establecidos en Norteamérica consideraron los licores destilados y fermentados como alimentos que proporcionaban energía y resistencia, cualidades muy apreciadas en una sociedad agrícola dependiente del trabajo manual. Se pensaba incluso que tenían propiedades medicinales. Para los puritanos, la ebriedad era un abuso deliberado, propio de un carácter pecador. La embriaguez era censurada pero no la bebida, de la misma forma que no se culpa a la comida de la glotonería. En el siglo XVII, la embriaguez fue controlada con medidas como la imposición de límites en el horario de 170
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las tabernas y en la cantidad que podía consumirse, y castigada con sanciones que iban desde las multas a los azotes, el cepo y el exilio. Sin embargo, para la limitación del consumo fueron más importantes los controles sociales informales cuyo fin era avergonzar al ofensor, que las leyes y normas. Las licencias para operar tabernas eran dadas a miembros prominentes de la sociedad, lo cual se debía no tanto al propósito de mantener el control sobre un negocio lucrativo como a un profundo sentido de obligación cívica. Las tabernas eran una institución comunitaria que además de proveer comida, bebida y hospedaje, debían vigilar y ser responsables de la conducta de sus clientes. Aunque eran evadidos muchas veces, los controles funcionaban y la embriaguez no fue un serio problema social. A fines del siglo XVII, debido al auge de la industria destilera en Nueva Inglaterra, el precio del ron cayó y su consumo aumentó, lo que supuso el fin del aristocrático sistema de regulación del consumo de bebidas alcohólicas. A mediados del siglo XVIII, la administración de las tabernas se había convertido en una pura actividad económica, sin connotaciones éticas o comunitarias, al tiempo que el oficio de tabernero perdió su anterior estatus social. La Revolución de Independencia estimuló el desarrollo local de la industria del whiskey, al interrumpir el comercio con las Indias Occidentales, de donde provenían las melazas con las que se hacía el ron, y fomentó el consumo de alcohol debido a que idealizó las tabernas como un bastión de la libertad de los hombres comunes. En 1783, el Congreso aprobó la imposición sobre las importaciones. Los estados productores de ron, temiendo las consecuencias de un tributo sobre la melaza, consiguieron que el whiskey también fuera gravado. Los granjeros de Pennsylvania occidental se negaron a aceptar el im171
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puesto sobre el whiskey e iniciaron en 1794 una rebelión que duró dos años y que terminó sólo después de que el presidente Washington ocupó la región con 15 mil soldados. No obstante los esfuerzos defensivos por parte de los fabricantes de ron, el whiskey ganó cada vez más consumidores y su posición se consolidó de forma definitiva tras la abolición, en 1802, del impuesto que lo gravaba. La baja en los precios del whiskey favoreció otro proceso. De acuerdo con el más conservador de los estimativos, entre 1792 y 1810 el consumo per cápita de bebidas fuertes pasó de 2,5 galones anuales a casi 5. Al mismo tiempo, cambió el espacio físico en que se bebía. La taberna, donde la comida y el alojamiento creaban un ambiente contrario al excesivo consumo de licor, dio paso al bebedero (grogshop), una versión temprana del bar (saloon). Las primeras décadas del siglo XIX fueron un período de rápidos cambios sociales. La población aumentó y migró en grandes números hacia el Oeste. El individuo en busca de fortuna, sin raíces y no limitado por autoridad alguna, se convirtió en el tipo ideal del país. En este contexto, medidas como la imposición de horarios para las tabernas o la prohibición de vender alcohol a menores, propias de una sociedad estable y cohesionada, fueron ignoradas. Sin embargo, sectores afectados por los trastornos sociales percibieron al alcohol como una amenaza al orden social, y su consumo excesivo se tornó en objetivo de la reforma organizada. Benjamín Rush, médico y firmante de la Declaración de Independencia, publicó en 1785 un panfleto llamado An lnquiry into the Effects of Ardent Spirits upon the Human Body and Mind, del cual se distribuyeron 200 mil copias en las primeras tres décadas del siglo XIX. Rush sostenía, en contra de la opinión común, que el licor no daba salud y energía sino que enfermaba el cuerpo y trastornaba la voluntad. A diferencia de los 172
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puritanos, que veían la embriaguez como un error deliberado, Rush consideraba que el alcohólico era una víctima que había caído bajo el control de una sustancia externa. La adicción solo podía curarse a través de una abstinencia total. Y esta, a su vez, solo era posible en un contexto de apoyo y cuidado públicos, creado conjuntamente por las iglesias y el gobierno federal. El panfleto de Rush fue el punto de partida de la movilización en contra de los licores y el desorden público que engendraban. La campaña tuvo su primera expresión concreta en 1808, cuando un grupo de granjeros formó la Sociedad Unida para la Sobriedad de Moreau y Northumberland (Union Temperance Society of Moreau and Northumberland), en Nueva York. La primera ola del movimiento contra el alcohol comenzó en 1826, con la creación por parte de algunos ministros de la Sociedad Estadounidense para la Sobriedad (American Society of Temperance). Al comienzo, esta organización apeló exclusivamente a la persuasión mediante publicaciones y conferencias. Y tuvo gran éxito. Para 1835, de un total de 13 millones de estadounidenses, 1,5 millones habían jurado no volver a consumir licores fuertes. Su seccional de la ciudad de Nueva York, la Sociedad para la Sobriedad de la Ciudad de Nueva York (New York City Temperance Society) contaba con 88 mil miembros en 1837, cuando esa urbe tenía 290 mil residentes. Pero rápidamente el movimiento se volvió cruzada y sus líderes adoptaron posiciones cada vez más radicales. En la convención de 1836, la Sociedad Estadounidense de Sobriedad declaró que en adelante se opondría a todas las bebidas alcohólicas, incluyendo por primera vez a la cerveza y el vino. Tal extremismo enajenó a muchos de sus integrantes. Así, la membrecía de las organizaciones temperantes del estado de Nueva York cayó de 220 mil a 120 mil 173
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entre 1837 y 1840. Sus activistas decidieron entonces dar un paso adicional y acudir a la ayuda de las leyes. En 1838 presentaron peticiones dirigidas a prohibir la venta de bebidas alcohólicas ante seis legislaturas estatales. Y desde entonces hasta 1855, la mayoría de estados de la Unión aprobó alguna forma de regulación, tales como la prohibición de beber en público o la imposición de costosas licencias para los expendios de alcohol. En solo cuatro años, entre 1851 y 1855, 13 estados proscribieron la venta de licores fuertes. El movimiento temperante fue dirigido en un primer momento por líderes religiosos. Sin embargo, este colectivo se diversificó y fragmentó casi desde el principio, y rápidamente surgieron organizaciones laicas concebidas como asociaciones de apoyo mutuo que obtuvieron una enorme popularidad. Una de ellas, los Hijos de la Sobriedad, contaba con 230 mil miembros en 1850. La mayor parte de los integrantes del movimiento temperante pertenecían a la clase media; los más ricos tuvieron una participación muy escasa, mientras que los pobres de las ciudades permanecieron al margen. En este período la familia reemplazó a la comunidad como el espacio donde los seres humanos realizaban lo principal de su vida social. Los hombres contaban además con la taberna, la cual ofrecía compañía, recreación y alcohol. El alcohol, al igual que la familia, proporcionaba la calma y el consuelo que permitían afrontar el generalizado sentimiento de cambio, de pérdida de una vida comunitaria estable y predecible. Los líderes del movimiento temperante consideraron que la oposición entre ambos espacios era irreductible. La embriaguez era una amenaza a la unidad y estabilidad de las familias, pues los borrachos maltrataban a sus mujeres y abandonaban a sus hijos. Y la desintegración de las familias era una de las causas fundamentales 174
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del pauperismo y el crimen. Por ello los movimientos temperantes, en particular aquellos grupos laicos que operaban como sociedades de ayuda mutua, fomentaron la participación del conjunto de la familia en una vida social libre del alcohol, que restauraba el sentido de pertenencia a un colectivo mucho más amplio que el estrecho núcleo familiar. Esta primera ola del movimiento de promoción de la sobriedad consiguió una fuerte reducción en el nivel de consumo de licor. Entre 1820 y 1850 la demanda de whiskey y ron cayó a la mitad, aunque después de este período hubo un importante incremento en el consumo de cerveza. Aunque hubo otros importantes factores culturales que ayudan a explicar este cambio en los patrones de bebida, lo cierto es que el movimiento temperante enalteció el valor de la moderación, minando así la legitimidad social de los licores. Más aún, en amplios círculos sociales la moderación y la abstinencia se convirtieron en términos sinónimos al punto que el movimiento temperante, pese a que continuó fragmentándose, se hizo prohibicionista para todos los efectos. Para 1855, el debate en torno a la esclavitud cambió el foco de la energía moral. Las sociedades temperantes del Norte eran decididamente antiesclavistas, por lo que el movimiento en su conjunto vio surgir una nueva división, esta vez entre el Norte y el Sur del país. Al mismo tiempo, los estados que habían prohibido el consumo de licores fuertes entre 1851 y 1855 se enfrentaron con que la corrupción de los funcionarios públicos y la abierta resistencia de los consumidores hacían prácticamente imposible el cumplimiento de esta medida. De esta forma, solo 5 estados mantenían la prohibición en 1863. La Guerra Civil separó todavía más a un movimiento ya desintegrado. 175
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Quienes lideraron él prohibicionismo tras la Guerra Civil eran en su mayor parte originarios de las ciudades del noreste, miembros del Partido Republicano y fieles a confesiones evangélicas tales como el metodismo y el presbiterianismo. Los prohibicionistas eran al mismo tiempo conservadores y progresistas que censuraban tanto a los de arriba —por ociosos, materialistas y explotadores— como a los de abajo —por miserables, alcohólicos y violentos—, y se veían a sí mismos como el núcleo de la clase trabajadora y hogareña, que encarnaba los valores morales y era responsable por la estabilización del orden social. Consideraban fundamental la moderación, preferiblemente a través del autocontrol pero de ser necesario impuesta desde el Estado. El Partido Prohibicionista (Prohibition Party) fue fundado en 1869. Su plataforma estaba centrada en la destrucción de las tabernas, aunque también defendió otras causas. Durante las elecciones de 1872, en su primera campaña nacional, apoyó la elección directa de senadores nacionales y abogó por el sufragio efectivo e irrestricto de las mujeres y los negros. Pero sólo obtuvo 5.600 votos, por lo que decidió emplear nuevos estilos de organización y agitación que ampliasen su base de apoyo. La innovación más exitosa fue el reclutamiento de mujeres, que rápidamente alcanzaron posiciones de liderazgo. A partir de 1873 grupos de mujeres se dedicaron a sitiar bares, cantando y rezando día y noche, con el fin de obligar a su cierre. Esta cruzada, añadida a la severa depresión económica del momento y al acelerado proceso de concentración de la industria cervecera, produjo la desaparición de 750 cervecerías y un descenso en la producción de bebidas de malta entre 1873 y 1875. La Unión Cristiana de Mujeres para la Sobriedad (Womens’ Christian Temperance Union, Wctu) fue fundada en 1874. Bajo el liderazgo de Frances Willard, la Unión 176
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de Mujeres se convirtió en una de las principales fuerzas prohibicionistas del país, aunque luchó también por causas como los derechos de las mujeres, la reforma penitenciaria o el sindicalismo. En 1880, la Unión dio su apoyo al Partido Prohibicionista, por lo que este cambió por un tiempo su nombre al de Partido Prohibicionista para la Protección de los Hogares (Prohibition Home Protection Party) —la protección de los hogares era una de las banderas de la Unión—. La inteligencia y energía de Willard y la participación de la Unión en diversas batallas progresistas dieron lugar a un segundo auge del prohibicionismo en la década de los 80. El Partido, que en 1880 obtuvo sólo 10 mil votos, alcanzó más de 150 mil en 1884. En este último año, el desplazamiento de votantes le supuso al Partido Republicano la pérdida de las elecciones a manos de los demócratas. El Partido Prohibicionista continuó su ascenso y logró 250 mil votos en 1888. De otra parte, tres cuartas partes de los estados consideraron prohibir el alcohol en esta década —más que en cualquier momento anterior—, bien mediante votación de sus legislaturas, bien a través de enmiendas plebiscitarias a sus constituciones. Sin embargo, solo seis estados contaban con leyes prohibicionistas en 1890. Algunos estados y pueblos del Sur instauraron monopolios sobre el licor con el fin de controlar su consumo y obtener recursos para programas sociales. Entre tanto, a partir de 1882 la Unión consiguió que todos los estados incluyesen la educación en la templanza dentro de los planes de estudio de las escuelas públicas. En 1886, el Congreso la hizo obligatoria en el Distrito de Columbia. Simultáneamente, los productores de bebidas alcohólicas se organizaron para defenderse contra cualquier medida que amenazara sus ventas. Con ese fin fundaron en 1882 la Liga para la Libertad Personal de los Estados 177
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Unidos (Personal Liberty League of the United States), que al poco tiempo contaba con oficinas en Washington y las capitales estatales. Y más importante aún, reunieron grandes cantidades de dinero para financiar candidatos políticos antiprohibicionistas. Así, 633 de las 1.002 convenciones y primarias efectuadas por republicanos y demócratas en 1884 se reunieron en cantinas, y 11 de los 24 concejales elegidos en la ciudad de Nueva York en 1890 eran taberneros. Como es de suponer, las diversas administraciones y organismos de control se hicieron muy tolerantes frente a irregularidades tales como la apertura de tabernas durante 24 horas, toda la semana, y su conversión en centros de juego y prostitución. Los prohibicionistas recibieron un rudo golpe en 1890, cuando la Corte Suprema afirmó que la Cláusula de Comercio de la Constitución (Artículo 1, Sección 8, Cláusula 3) le impedía a los estados imponer gravámenes sobre el comercio interestatal, siempre que los bienes en cuestión permaneciesen en su empaque original. La consecuencia de esta sentencia fue la imposibilidad de prohibir el comercio interestatal de licor. El Congreso respondió aprobando ese mismo año la Ley Wilson, que afirmó el derecho de cada estado a legislar sobre el licor procedente de cualquier lugar. Aunque la Corte declaró exequible la ley Wilson, en decisiones posteriores excluyó de su aplicación los bienes cuya venta hubiese ocurrido fuera del estado a donde eran enviados. Obviamente, los consumidores de estados prohibicionistas se las arreglaron para comprar licor donde no existían restricciones. En la década del 90, el Partido Prohibicionista fue el campo de lucha entre quienes tenían como único objetivo la lucha contra las tabernas y la facción liderada por Frances Willard, que defendía las alianzas con otros grupos políticos que tuviesen una agenda reformista más 178
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amplia. Por lo general, aquellos pertenecían a una iglesia organizada y desconfiaban en mayor medida de los desposeídos que de los poseedores; éstos, en cambio, era más hostiles al poder económico establecido y menos cercanos a las iglesias. En las elecciones parciales de 1890, los Populistas y el Partido Prohibicionista presentaron listas conjuntas en algunos estados. Pero los Populistas concluyeron que el prohibicionismo alienaba el voto de los inmigrantes urbanos y, aunque su programa electoral de 1892 demandaba la supresión de las tabernas, se negaron a apoyar los controles legales al alcohol. Acabó así la colaboración entre las dos organizaciones. En 1892, el Partido Prohibicionista obtuvo 270 mil votos, el mejor resultado de su historia. En la convención de 1896, los amigos de las alianzas defendieron tesis tales como el monopolio estatal sobre la emisión de dinero, los ferrocarriles y los servicios públicos, el impuesto a la renta y el sufragio femenino. Los defensores de la prohibición pura triunfaron y los derrotados decidieron crear el Partido Nacional. Ambas agrupaciones sufrieron una derrota estruendosa en los comicios de ese año. El Partido Prohibicionista obtuvo 141 mil votos, poco más de la mitad de 4 años antes, y el Partido Nacional apenas 14 mil. Atribuyendo ese fracaso a la desviación de su proyecto original, el Partido Prohibicionista acometió una total despolitización, de tal forma que hacia 1900 había desaparecido cualquier simpatía por los desvalidos y toda intención de reforma social. Al mismo tiempo, los prohibicionistas usaron en su provecho la experiencia de Carolina del Sur. Este estado proscribió en 1893 la producción local de licor y creó un monopolio estatal para su importación y venta. Los compradores debían presentar una solicitud firmada, pero los borrachos habituales y las personas de mala reputación no 179
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serían atendidos. El nuevo sistema produjo ingresos significativos: un cuarto del presupuesto estatal en sus mejores años. Sin embargo, la venalidad y corrupción de los funcionarios que administraban el sistema fueron cada vez más evidentes. Los prohibicionistas afirmaron que estos problemas eran connaturales al sistema. La regulación estatal no solo era inefectiva sino contraproducente, pues comprometía y hacía al estado cómplice de un negocio inmoral. Concluían entonces que las medidas a medias no funcionaban y que la prohibición completa era la única respuesta consistente al problema del alcohol. Carolina del Sur abolió este régimen en 1907. Hacia 1905 la Liga contra las Tabernas (Anti-Saloon League), organización fundada en 1895 con un fuerte componente religioso, había asumido el liderazgo dentro del movimiento temperante. Sus miembros se organizaban en ligas locales, regionales y estatales y se comprometían a votar por quien decidiera la organización. Así, los líderes de la Liga podían negociar con los candidatos de los partidos mayoritarios votos a cambio de políticas antialcohólicas. A través de su labor, la Liga impuso la prohibición en la agenda de todas las legislaturas estatales. De esta forma, la prohibición, que estaba vigente en tres estados en 1906, se extendió a 23 para el año 1916. Y lo fue por medio de plebiscito en 17 de los estados, lo que demuestra el arraigo popular de la medida. Sin embargo, hasta enero de 1919 solo 13 estados, que apenas comprendían un séptimo de la población del país, habían prohibido completamente el alcohol. Los otros 23 estados que contaban con leyes prohibicionistas dejaban resquicios a los consumidores, tales como la posibilidad de importar licor o producirlo de forma casera. Debido a estas excepciones, el consumo per cápita de licores fuertes aumentó de 1,47 a 1,6 galones anuales entre 1906 y 1917.
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La primera vez que se consideró la posibilidad de introducir una enmienda constitucional prohibicionista fue en diciembre de 1914, cuando el congresista de Alabama Richard Hobson presentó una propuesta en ese sentido. Una semana antes había sido aprobada la Ley Harrison (ver apartado siguiente, pág. 186). Los prohibicionistas subrayaron este hecho, y pidieron que así como se había aprobado una legislación en contra de los narcóticos, no debería dudarse en tomar medidas similares contra el alcohol. Algunos congresistas temían que una prohibición estricta pudiera llevar a la clandestinidad el comercio del licor, pero los prohibicionistas sostuvieron con efectividad que era preferible un tráfico ilícito moderado al desenfreno de la bebida. El movimiento fue apoyado por la característica suposición progresista de que el gobierno podía cambiar o neutralizar los hábitos de los grupos grandes mediante una legislación bien escrita y ejecutada honradamente. En la votación, los prohibicionistas superaron a los antiprohibicionistas por 197 votos contra 190, aunque no alcanzaron la mayoría necesaria de dos terceras partes. Tres años después, en diciembre de 1917, la Cámara consideró un nuevo proyecto redactado por la Liga contra las Tabernas, que difería muy poco del presentado por Hobson, y que aprobó con 282 contra 128 votos. El Senado aprobó la enmienda el 18 de diciembre de 1917, por 47 votos contra 8. Las ratificaciones necesarias de las tres cuartas partes de los estados se completaron en enero de 1919. La Enmienda XVIII entró en vigencia un año después. La Enmienda XVIII de la Constitución prohibió «la manufactura, venta o transporte de licores embriagantes dentro, su importación a o su exportación desde los Estados Unidos y todo territorio sujeto a su jurisdicción» —no se incluían la compra y el consumo dentro de las activi181
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dades proscritas—, y confirió al Congreso y a los estados «poder concurrente para aplicar este artículo mediante la legislación apropiada». En octubre de 1919, tres meses antes de que la Enmienda entrase en vigencia, el Congreso aprobó la Ley de Prohibición Nacional (National Prohibition Act), comúnmente conocida como Ley Volstead. Los propósitos de esta ley eran hacer efectiva la prohibición de consumir bebidas alcohólicas y regular «la manufactura, producción, consumo y venta de alcoholes de alta graduación con propósitos distintos a la bebida». La expedición de licencias, la prevención de infracciones, el arresto de transgresores, en fin, la aplicación de la ley le fue confiada el Departamento del Tesoro, que para ese fin creó en su seno la Oficina de Prohibición (Prohibition Bureau). La Prohibición causó la desaparición de las 170 mil tabernas registradas en los Estados Unidos y un descenso en el consumo de entre un 33 y un 50% en los primeros años de la Prohibición, nivel al que se mantuvo durante el resto de los 20. Otras estadísticas confirman esta afirmación. Así, por ejemplo, las muertes por cirrosis entre los hombres, 29,5 por 100 mil en 1911, cayeron a 10,7 en 1929, mientras que los arrestos por embriaguez y conducta desordenada declinaron a la mitad entre 1916 y 1922. La disminución del consumo fue más fuerte entre la clase trabajadora debido a que la Prohibición supuso una fuerte alza en los precios del licor. La reducción en el consumo de licor fue conseguida pese a la debilidad de la Oficina de Prohibición y a los compromisos y vacíos de la ley Volstead. Con respecto a lo primero basta decir que los 1.500 agentes con que comenzó a operar la Oficina fueron nombrados con criterios político-clientelistas, no contaban con entrenamiento y recibían malos salarios. Su incompetencia y venalidad eran ampliamente reconocidas. No obstante, la principal 182
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fuente de problemas fueron las excepciones y garantías que ofrecía la ley misma. Algunas eran inevitables. El alcohol puro era una materia prima en muchos procesos industriales y debido al rápido desarrollo industrial estaba en expansión el número de empresas que obtenían permisos para fabricarlo y venderlo. Cierta cantidad de alcohol se desviaba a pequeñas firmas que lo usaban para obtener licor. Pero otros vacíos de la ley se debieron a compromisos que permitieron satisfacer la demanda por licor. Por una parte, se permitió la producción de cerveza con un contenido alcohólico hasta del 0,5% (subsistió así una capacidad instalada que fácilmente podía fabricar un líquido más fuerte). Por otro lado, la elaboración de licor para el consumo doméstico era legal y solo podía ser decomisado cuando existiesen pruebas de que su propietario tenía la intención de venderlo. Las organizaciones criminales instalaron entonces pequeños alambiques en apartamentos, donde recogían el licor en forma regular. Y muchas tiendas ofrecieron los ingredientes e instrumentos necesarios para la producción de vino y cerveza. Ante la creciente demanda por uvas, la extensión de los viñedos californianos aumentó siete veces en los primeros cinco años de la Prohibición. Desde un principio mucha gente observó las inconsistencias de la ley y se preguntó si en verdad había la intención de acabar totalmente con el licor. El origen de tales problemas residía en la ambigüedad frente a la propiedad privada. De un lado, la Liga contra las Tabernas deseaba el apoyo político y material de los dirigentes empresariales, a cambio de lo cual les ofrecía la mayor productividad derivada de una mano de obra abstemia. Al mismo tiempo, todos los movimientos prohibicionistas eran prisioneros del concepto de la embriaguez como enfermedad introducido por Benjamín Rush. Bajo este esquema el con183
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sumidor no tenía la culpa, era una víctima de la inmoralidad y la codicia de productores y vendedores. Para salvar a quienes eran propensos a la adicción, todos los ciudadanos debían, en un acto de solidaridad nacional, aceptar la prohibición del licor, que suponía el fin de su fabricación y venta y la afectación de poderosos intereses económicos. Los prohibicionistas argüían que su causa era asimilable a la lucha contra la esclavitud, la cual estableció como precedente el que un tráfico malvado podía ser destruido y sus dueños desposeídos, sin por ello amenazar los legítimos derechos de propiedad de otros sectores económicos. Pero esta línea de razonamiento desconocía que asimilar la esclavitud al alcohol a la esclavitud física era una simple metáfora, pues la embriaguez era producida con la activa participación del esclavo. Y los empresarios eran muy concientes de que no solo los conservadores defendían una visión del gobierno como guardián moral. Usando los mismos argumentos que los prohibicionistas, los socialistas podían demandar la intervención del gobierno frente a la actuación de capitalistas inescrupulosos. Por este camino, la restricción de cualquier libertad parecía posible. La primera organización creada con el fin de promover la revocación de la Enmienda XVIII fue la Asociación contra la Enmienda Prohibicionista (Association against the Prohibition Amendment, Aapa), que recibió un gran impulso cuando Pierre du Pont asumió su dirección en 1926. Du Pont convenció a muchos millonarios de que la legalización del alcohol generaría ingresos tributarios que aliviarían sus propias cargas fiscales. La Asociación pudo entonces contratar a 800 periodistas y caricaturistas para que desacreditasen la Prohibición. La campaña publicitaria atizó el temor que tenían los empresarios frente a la confiscación de la propiedad privada y creó leyendas tan 184
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duraderas como que la Enmienda XVIII trajo un auge del crimen y de los homicidios sin precedente en Estados Unidos. Las estadísticas lo desmienten, y si bien es cierto que las organizaciones criminales crecieron en ese período, ya estaban bien establecidas en las ciudades antes de la década del veinte. La Asociación reconocía que era imposible controlar por completo el alcohol y pensaba que la Prohibición, al poner a los bebedores en contacto con la ilegalidad, creaba un ambiente de confusión moral. Pero no se trataba de liberalizar por completo el comercio de licor. La Asociación defendía el derecho del Estado a imponer controles tales como la reducción de los horarios de operación de los expendios de licor y la imposición de impuestos elevados que gravasen con preferencia a las bebidas más fuertes. Esta política de regulación sería lo bastante fuerte como para que el consumo de bebidas embriagantes no fuese más una amenaza a la sociedad y lo suficientemente laxa como para ser aplicada de manera efectiva y con el apoyo de la ciudadanía. Pese a las campañas de la Asociación contra la Enmienda y a los escándalos que rodeaban a la Oficina de Prohibición, esta seguía siendo fuerte. Sus partidarios arrasaron en las elecciones de 1928. Era apoyada por el presidente Herbert Hoover, 43 de 48 gobernadores, 80 de 96 senadores y 328 de 424 representantes elegidos ese año. Hoover nombró la Comisión de Aplicación y Cumplimiento de la Ley (Commission of Law Enforcement and Observance), que tras dos años de trabajos emitió un reporte que apoyaba la Prohibición. Parecía que ésta iba a durar por siempre: hasta entonces ninguna parte de la Constitución o de las enmiendas había sido derogada. Y no existía tampoco el apoyo necesario. Aún en 1929, William Randolph Hearst, uno de los principales oponentes de la Prohibición, juzgaba que su abolición era imposible.
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II La adicción al opio en los Estados Unidos fue identificada con grupos sociales que se consideraban foráneos. Así, cuando los chinos se convirtieron en una amenaza durante la Gran Depresión, se creyó que su hábito de fumar opio podía llegar a minar la sociedad americana. En un principio el opio era considerado como una medicina, pero cuando fue temido se relacionó con las clases bajas o el bajo mundo. Hacia 1900, coincidiendo con el clímax de los linchamientos y de la segregación legal, la sociedad blanca sudista temió que los consumidores de cocaína negros olvidaran sus límites. En la última década del siglo XIX aparecieron las primeras leyes estatales dirigidas a frenar el abuso de las drogas creadoras de hábito, en especial la morfina y la cocaína. Por lo general, estas leyes exigían que la cocaína o la morfina fueran adquiridas por receta médica, pero solo cubrían algunas medicinas patentadas y no podían controlar las ventas en estados vecinos donde no existían leyes similares. Pero el miedo siguió su camino. La cocaína creaba el espectro del negro salvaje, el opio recordaba a los chinos taimados, la morfina se relacionaba con los vagabundos de los barrios bajos. Se temía incluso que el uso de esas drogas se estuviera difundiendo entre las clases más altas. Con ocasión de la guerra hispanoamericana de 1898, los Estados Unidos adquirieron las Filipinas, donde los españoles habían creado un monopolio gubernamental sobre el opio, en el cual el grupo étnico chino era el único autorizado para comprar. La Corte Suprema de los Estados Unidos había decidido en 1901 que las doctrinas de los derechos estatales eran inaplicables a las posesiones insulares. Por ello, la Comisión Filipina —que tenía bajo su responsabilidad la administración de las islas— propu186
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so el restablecimiento del monopolio. Al conocer esta noticia el reverendo Wilbur Crafts, líder de la Oficina Internacional de Reforma en los Estados Unidos, organizó la oposición. Miles de mensajes que le pedían al presidente Roosevelt que vetara el proyecto inundaron la Casa Blanca. El proyecto fue retirado. En marzo de 1905, el Congreso ordenó una inmediata prohibición del opio para los filipinos, con excepción de los usos médicos. En tres años la prohibición se extendería a los no filipinos. Para llevar a cabo esta política, la Comisión Filipina obligó a los distribuidores a obtener licencias y a los consumidores a registrarse. En octubre de 1907, la Comisión promulgó la Ley 1761, que creó unos dispensarios de opio para abastecer a los consumidores; a partir de noviembre, las raciones disminuirían un 15% mensual, hasta llegar a cero el lº de marzo de 1908. Sin embargo, en 1926 H.L. May, el delegado estadounidense a la Junta Central Permanente sobre el Opio de la Liga de las Naciones, testimonió la «disponibilidad y el bajo precio del opio» en Filipinas, así como la «confabulación entre contrabandistas y funcionarios». El siguiente problema que debieron enfrentar los Estados Unidos fue el del opio en la China. Desde finales del siglo XVIII, India obtenía grandes ganancias del comercio de opio con China. El partido Liberal británico, que desde hacía tiempo pedía acabar con las exportaciones indias de opio, ganó abrumadoramente las elecciones de enero de 1906 y en agosto de ese año Gran Bretaña y China acordaron reducir los embarques indios de opio en un 10% anual, de manera que fuese eliminado por completo en 1916. El pésimo tratamiento que se daba en Estados Unidos a los inmigrantes provenientes de China llevó a los residentes de este país a organizar un embargo voluntario contra los bienes estadounidenses, que tuvo 187
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popularidad y en algunas áreas fue efectivo. Cuando el embargo comenzaba a tener efecto, el obispo Charles Brent le escribió a Roosevelt solicitándole con urgencia la convocatoria de una conferencia en la que participasen Estados Unidos, las potencias europeas con intereses en el Lejano Oriente y Japón, con el fin de ayudarle a China en su lucha contra el opio. El presidente Roosevelt estuvo de acuerdo, y Elihu Root, el secretario de Estado, aunque menos optimista, también se dejó persuadir. Al tiempo que pedía a otras naciones su eliminación, los Estados Unidos no tenían leyes nacionales que limitaran o prohibieran la importación, el uso, la venta o la manufactura del opio y de sus derivados. Esto era competencia de los estados, pero la delegación estadounidense a la reunión internacional, presidida por el obispo Brent, estaba seguro de que las demás naciones no entenderían los enredos del sistema federal estadounidense. El secretario de Estado Root propuso entonces la prohibición del opio para fumar, sabiendo que el Congreso apoyaría una ley en este sentido. Esto, según dijo Root, permitiría que su país tuviese «a tiempo una legislación sobre este tema que les salvara las apariencias en la Conferencia de Shanghai». Brent esperaba que el encuentro de Shanghai fuese una conferencia, es decir, una reunión diplomática que pudiera dar lugar a la toma de medidas oficiales por parte de los gobiernos representados. Sin embargo, por solicitud de Gran Bretaña y los Países Bajos, la reunión solo tuvo la categoría de comisión, la cual sólo podía hacer recomendaciones. La Comisión, que reunió a representantes de 13 países, empezó sus labores en febrero de 1909 y sesionó durante casi cuatro semanas. Su primera decisión fue elegir como presidente al obispo Brent. Los delegados chinos expresaron su gratitud por haber sido trata188
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dos, por primera vez, «como iguales en una conferencia relacionada con una cuestión china». En el curso de los debates, los británicos se opusieron a cualquier discusión respecto al comercio sino-indio de opio, arguyendo que ese era un asunto bilateral entre Londres y Pekín. El 9 de febrero la ley que prohibía la importación de opio para fumar fue aprobada por el Congreso norteamericano. Inmediatamente su delegación hizo el anuncio ante la Comisión que sesionaba. Uno de sus integrantes, Hamilton Wright, afirmó incluso que se había prohibido por completo el uso no médico de las drogas, lo cual era falso. Las resoluciones adoptadas por la Comisión contenían una serie de recomendaciones para los gobiernos. La Comisión pidió la adopción de las medidas necesarias para la supresión gradual del opio para fumar y, más en general, la prohibición o cuidadosa regulación del opio que tuviese usos distintos del médico. Asimismo, hubo un acuerdo unánime en que cada gobierno debería tomar drásticas medidas para controlar la morfina y demás derivados del opio. La delegación americana vio en estas resoluciones la oportunidad para lograr una estricta legislación federal sobre los narcóticos, pues no se podía exigir controles a las otras naciones sin tener leyes propias al respecto. Otra resolución pidió que no se exportase opio a los países cuyas leyes prohibieran su importación; el problema era que no existía un mecanismo internacional que controlase el tráfico de opio. Los delegados norteamericanos propusieron otra reunión que sentase las bases de la cooperación internacional en el campo de los narcóticos, pero esta iniciativa fue rechazada por las principales potencias europeas. 189
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Una semana después de la clausura de la Comisión de Shanghai, en marzo de 1909, se posesionó como nuevo presidente de los Estados Unidos William Howard Taft, quien había sido gobernador civil de las islas Filipinas y por ello estaba familiarizado con el problema del opio y sus dimensiones internacionales. Hamilton Wright, quien había estado presente en Shanghai, acudió entonces al nuevo secretario de Estado, Philander C. Knox, y le pidió que liderase una nueva reunión internacional, argumentando que el apoyo prestado a China en la lucha contra el opio tendría repercusiones beneficiosas para el comercio bilateral. Knox estuvo de acuerdo, y en septiembre de 1909 las mismas potencias representadas en Shanghai recibían la invitación correspondiente. Wright estaba firmemente convencido de la necesidad de que su país diese ejemplo antes de solicitarle a las demás naciones que promulgasen una drástica legislación en contra de los narcóticos. Así, con el apoyo del secretario Knox preparó un proyecto de ley. Wright sabía que un proyecto que aumentase las competencias policiales federales a costa de los poderes de los estados tendría pocas posibilidades en el Congreso. Por ello, decidió acudir a la facultad que tenía el Congreso de imponer y recaudar impuestos. Su propuesta exigía que cada distribuidor de drogas se registrase, pagase un pequeño impuesto y anotase todas sus transacciones. Todo envase que contuviese drogas debería llevar un sello como prueba del pago de impuestos. Los opiáceos, la cocaína, el hidrato de cloral y la marihuana quedarían bajo un estricto control y su posesión sin contar con la autorización correspondiente era un delito. La violación de esta ley ocasionaría multas de entre US$500 y US$5.000, y penas de prisión de uno a cinco años. 190
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El representante David Foster, presidente del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara, presentó el proyecto de Wright ante el Congreso en abril de 1910. El propio presidente Taft apoyó su aprobación en varios mensajes enviado al Congreso. El Comité realizó audiencias sobre este tema en diciembre de 1910 y enero de 1911. De forma premonitoria, el representante Henry Boutell dijo entonces que una ley tan estricta estimularía el contrabando y no resolvería el problema de la adicción, a lo que su colega Francis Burton Harrison respondió que si se vendían menos drogas, el público desarrollaría menos el deseo. Un delegado del Departamento de Agricultura dijo entonces que la cafeína debería ser incluida en la lista de drogas prohibidas. El representante de los grandes farmacéuticos negó que la marihuana fuese adictiva, pero aceptó que la Coca-Cola lo era. La legislatura finalizó sin tomar ninguna medida sobre el proyecto de Foster.
El sitio previsto para la nueva reunión internacional era La Haya (Países Bajos). Convocada en un principio para marzo de 1910, fue postergada una y otra vez. El Departamento de Estado sospechó que algunas países se oponían veladamente a la reunión, por lo que amenazó con efectuarla en Washington. Las trabas desaparecieron por completo y finalmente, el lº de diciembre de 1911, la Conferencia Internacional sobre el Opio se reunió en La Haya, con la participación de 12 países. Para entonces, Inglaterra ya había negociado con China el fin del tráfico de opio entre éste país y la India. Estados Unidos, por su parte, llegó a la conferencia sin haber promulgado una ley federal antinarcóticos, pese a que se había comprometido a ello en Shanghai. En su mensaje anual al Congreso, el 7 de diciembre de ese mismo año, el presidente Taft urgió la aprobación de medidas para controlar el opio, 191
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como ya lo habían hecho otras naciones. El obispo Brent fue escogido nuevamente para presidir el encuentro. La Primera Conferencia Internacional del Opio finalizó el 23 de enero de 1912 con la firma de la Convención de La Haya sobre el Opio, por la cual los países firmantes se obligaban a adoptar medidas legales para controlar el tráfico y consumo de narcóticos, en particular el opio y la cocaína. Pese a la insistencia de las delegaciones de Italia y Estados Unidos, no se adoptó ninguna decisión en torno a la cannabis. En el Protocolo de Clausura, una adición a la Convención, se dijo que era necesario estudiar aún más, desde el punto de vista estadístico y científico, la cuestión del cáñamo indio. Nunca antes se había estructurado una convención mundial con solo 12 naciones representadas, pese a lo cual los Estados Unidos presionaron para que la Convención del Opio entrase en vigencia con la sola ratificación de esos países. Sin embargo, varios de los firmantes se negaron a actuar en contra de sus intereses agrícolas o industriales, sin contar con la adhesión de aquellas naciones que no habían asistido y que tenían una importante participación en la producción y tráfico de opio y cocaína, como era el caso de Suiza, Turquía, Bolivia y Perú. Se acordó entonces que la Convención entraría en vigencia solo tras la firma y ratificación de los países entonces soberanos, en total 46 en América, Asia y Europa. Una Segunda Conferencia sobre el Opio se reunió de nuevo en La Haya el 1º de julio de 1913. Para ese entonces, la Convención sobre el Opio aprobada un año y medio antes había sido firmada por 34 naciones, faltando aún 12 por hacerlo, incluidas entre ellas Turquía y Suiza. Esta Conferencia decidió que los países firmantes podían proceder a ratificarla, sin esperar la firma de los restantes. Y acordó que si 1913 finalizaba sin que la Convención hubiese sido firmada por todos los países soberanos del 192
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mundo, se celebraría en 1914 una tercera conferencia en La Haya para examinar la posibilidad de ponerla en ejecución entre los firmantes. El Senado de los Estados Unidos ratificó la Convención, que fue formalmente depositada en La Haya el 10 de diciembre de 1913. Pero acabó el año y la Convención no había sido aún suscrita unánimemente. La Tercera Conferencia del Opio se reunió el 15 de junio de 1914. Los Estados Unidos se presentaron careciendo todavía de la legislación doméstica prometida en 1909 en Shanghai. Para entonces, 44 gobiernos habían firmado la Convención, y solo Serbia y Turquía se habían negado a hacerlo. Sin embargo, había sido ratificada por menos de la mitad de los signatarios. Por ello, el Protocolo de Clausura estableció que la Convención entraría en vigencia el 31 de diciembre del mismo año entre los países que hubiesen depositado sus ratificaciones y deseasen la vigencia de la Convención. La Conferencia se clausuró el 25 de junio de 1914, tres días antes del asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo. La Primera Guerra Mundial fue un serio obstáculo para los avances en la internacionalización de la política contra las drogas. No obstante, en 1915, Estados Unidos, los Países Bajos, China, Noruega y Honduras pusieron en vigencia la Convención entre ellos mismos. Tras la finalización de la Guerra hicieron lo propio Bélgica y Luxemburgo. La Convención fue incluida en los distintos tratados de paz firmados entre los países vencedores y vencidos y en el tratado fundacional de la Liga de las Naciones. De esta forma, la mayor parte de los gobiernos del mundo quedaron sometidos a las exigencias de la Convención de La Haya. Las elecciones de noviembre de 1910 les dieron a los demócratas el control de la Cámara por primera vez en 193
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18 años. Esto era un problema para los líderes del movimiento antiopio, pues los demócratas del Sur eran muy sensibles a cualquier invasión de los derechos de los estados. A su regreso de la Primera Conferencia Internacional del Opio, en enero de 1912, Hamilton Wright buscó la aprobación de una fuerte legislación doméstica contra las drogas, que eliminase todos los narcóticos, con excepción de los empleados con fines médicos. Su proyecto, que fue presentado ante el Congreso por el representante Francis Burton Harrison, era muy similar al de Foster de 1910. En su mensaje anual del 3 de diciembre de 1912, el presidente Taft dijo que era muy desafortunado que el país no contase con una legislación sobre los narcóticos, la que, según dijo, ya había sido respaldada por el «sentimiento moral del país [y] el apoyo práctico de todos los intereses comerciales legítimos que pueden verse afectados», es decir, los médicos y farmacéuticos —lo cierto es, sin embargo, que los farmacéuticos se oponían el proyecto de ley—. Y agregó que su país «no había cumplido con su parte en el gran trabajo» para acabar con el «deplorable mal de los narcóticos». Woodrow Wilson llegó a la presidencia en marzo de 1913. Tanto él como su secretario de Estado, William Jennings Bryan, apoyaban una estricta regulación de los narcóticos. Un comité conjunto establecido por los Departamentos de Estado y del Tesoro redactó un proyecto de ley que fue aceptado por las asociaciones de farmacéuticos y médicos y la Oficina de Hacienda, la cual tendría a su cargo la responsabilidad de su aplicación. El proyecto hacía muchas concesiones, que parecían necesarias para obtener el apoyo de las agremiaciones profesionales afectadas. En particular, permitió la venta de medicinas de patente y que los médicos dispensasen drogas sin llevar registros cuando estuvieran asistiendo a sus pacientes. Y 194
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dejó sin regular el hidrato de cloral y la marihuana. En junio de 1913 y tras pocos días de discusión, la Cámara aprobó el proyecto. Entretanto, el 17 de enero de 1914 el Congreso aprobó dos leyes, que sancionaban el contrabando de opiáceos y de cocaína y gravaban con un impuesto elevadísimo al opio para fumar producido localmente. Finalmente, el 15 de agosto de 1914, el Senado aprobó la Ley Harrison. El Senado había incrementado la cantidad de cocaína exonerada en una onza de medicina patentada y extendió la aplicación de la ley a las posesiones insulares, que ya tenían leyes severas y no pertenecían al sistema de tributación interna de los Estados Unidos. Tales enmiendas fueron poco satisfactorias para los representantes que hacían parte del Comité de Consulta a nombre de la Cámara. Finalmente, en octubre se llegó a un acuerdo. Se redujo entonces la cantidad de cocaína exonerada y se disminuyó el impacto del proyecto sobre las posesiones insulares. El 14 de diciembre el proyecto fue aprobado y el 17 fue firmado por el Presidente. Finalmente, una ley federal le imponía algún control al tráfico de opiáceos y de cocaína.
III El tema del control de los narcóticos no producía la controversia asociada con la prohibición del licor. La única cuestión públicamente debatida con referencia a los narcóticos era cómo controlarlos y no, como en el caso del licor, si se debería controlar. La prohibición había ganando terreno en el Sur y en el Occidente y se extendió finalmente a la mayor parte del país. Los prohibicionistas, que apoyaban el voto contra todo licor y que mantenían 195
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esta norma en sus propias vidas, apoyaban también la prohibición de los narcóticos; sin embargo, los combatientes de la lucha contra las drogas con frecuencia se dividían en torno de la cuestión del licor. Consideraba que el licor tenía valores nutritivos, pero que los narcóticos, a menos que se tomaran por razones médicas, no tenían justificación alguna. Al mismo tiempo, las drogas no eran una cuestión de primordial interés nacional: la aprobación por el Congreso de la Ley Harrison el día 14 de diciembre de 1914 ni siquiera fue comentada esa semana en el resumen del New York Times sobre el trabajo de esa sesión. Por otra parte, la Cámara dedicó todo el 22 de diciembre al debate de una resolución introducida por el congresista de Alabama, Richmond Hobson, en la cual presentaba a los estados una enmienda constitucional que ordenaba la prohibición del alcohol. Seis millones de firmas le exigieron al Congreso presentar la enmienda: ha sido la petición más larga recibida jamás por ese organismo. La Ley Harrison de 1914 fue solo la primera etapa de una ascendente senda punitiva de las drogas. En cambio, la Enmienda XVIII fue socavada por la Gran Crisis que, al dejar sin trabajo a muchos norteamericanos medios, demostró que la autocomplacencia y el vicio no eran la única causa de la miseria. De un momento a otro la lucha antialcohólica se tornó irrelevante y la temperancia, que una vez denotó el uso moderado, fue equiparada al prohibicionismo fanático. Entonces fue posible adoptar medidas extremas y sin precedentes. Para 1930, mediante referendos apoyados por la Asociación contra la Enmienda Prohibicionista, nueve estados habían anulado sus leyes prohibicionistas. Los intereses económicos, que se habían opuesto sin éxito a la instauración de la Prohibición, fueron decisivos para su derogatoria. Durante su 196
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campaña, Franklin D. Roosevelt prometió derogar la Enmienda XVIII y revivir así una industria que generaría trabajos e impuestos. Nueve días después de su posesión, el nuevo presidente envió una propuesta de ley que legalizaba la venta de cerveza, la cual fue rápidamente aprobada por el Congreso. Y en febrero de 1933 el Congreso aprobó una nueva enmienda constitucional y la envió a los estados para su ratificación en convenciones reunidas para el efecto. El gobierno federal apoyó la derogatoria de la prohibición, aduciendo que era un elemento clave de su programa de recuperación. En las elecciones para las diversas convenciones la abrogación obtuvo 15 de un total de 19 millones de votos. Las ratificaciones de los 35 estados necesarios se completaron en diciembre y de esta forma la Enmienda XXI entró en vigencia. La sociedad y el Estado han coincidido desde entonces en que el comportamiento individual responsable con respecto al alcohol puede ser alentado o incluso enseñado, pero nunca impuesto. Ambas prohibiciones tuvieron destinos muy diferentes. Las razones de tal diferencia hay que encontrarlas en la historia. El prohibicionismo del alcohol tenía profundas raíces sociales, pero eran específicas de un cierto momento histórico. Cuando ese momento pasó, nuevas necesidades se impusieron y consiguieron la derogación de una reforma constitucional que consideraban inadecuada. Por su parte, el debate sobre las drogas se dio de cara al exterior y como parte del imperialismo cultural asociado a aquel período histórico llamado en Estados Unidos progresismo. Quienes defendían la prohibición de las drogas consideraban equivocadamente que sus consumidores eran extranjeros o grupos de inmigrantes diferentes al arquetipo de lo que creían constituía el ser norteamericano —chinos, mexicanos, etc—. Por ello, esa políti197
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ca fue creciendo por fuera del debate público interno. Y cuando esa política se reveló injusta e ineficaz era ya muy tarde para echarla atrás. Los factores sociales y culturales fueron decisivos para el establecimiento de ambas prohibiciones. Las razones políticas y económicas inclinarían la balanza hacia su lado en años posteriores.
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La prehistoria del narcotráfico en Colombia Temores norteamericanos y realidades colombianas durante la primera mitad del siglo XX Eduardo Sáenz Rovnerv
La magnitud de la problemática actual en relación con el tráfico de drogas proveniente de Colombia no necesita mayor explicación: según algunos observadores, Colombia ha llegado a representar la fuente del 80% de la cocaína que entra a los Estados Unidos y Europa.1 Sin embargo, a pesar de la importancia del narcotráfico en la vida económica, política y social de Colombia en las últimas décadas, no es mucho lo que se sabe sobre los orígenes y
v
Profesor asociado, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Colombia. 1 Véase Sewall H. Menzel, Implementing U.S. Anti-drug Policy in the Andes: A Comparative Study of Bolivia, Perú and Colombia, tesis de Ph.D., University of Miami, 1993, p. 364.
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la historia del narcotráfico y el consumo de drogas en el país a través del siglo XX. Un estudioso del tema señala: «[...] muy poco se sabe acerca del periodo comprendido entre 1900 y 1960, durante el cual sucedieron hechos de gran relevancia para comprender el fenómeno actual del consumo de sustancias psicoactivas».2 Existe una copiosa literatura sobre diversos aspectos del narcotráfico en Colombia. Sin embargo, a pesar de referencias aisladas al consumo y narcotráfico en el pasado, no existen estudios históricos sistemáticos sobre el tema que además tengan una utilización de archivos, materia prima básica de los trabajos históricos. Esto, a pesar de que una buena cantidad de estudios sobre el problema contemporáneo dedican una introducción histórica al problema. Además, las referencias históricas se refieren generalmente a los orígenes del negocio de narcóticos en los años sesenta y setenta y no analizan el asunto en las décadas anteriores.3 Este trabajo pretende entonces ser una invitación al estudio histórico del narcotráfico y el control del consumo de drogas en Colombia en el segundo tercio del siglo XX.
2
Augusto Pérez Gómez, Historia de la drogadicción en Colombia. Tercer Mundo Editores, Ediciones Uniandes, Bogotá, 1988, p. 29. 3
Por ejemplo, una publicación oficial del gobierno colombiano ofrece una “introducción histórica” sobre el narcotráfico en el país; en dicho escrito no hay prácticamente ninguna información sobre las primeras seis décadas del siglo XX. Véase Presidencia de la República, La lucha contra el narcotráfico en Colombia, Presidencia de la República, Bogotá, 1988, pp. 7-15.
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L AS DROGAS ILÍCITAS A FINALES DEL SIGLO XIX Había un uso extendido de los derivados del opio, la morfina y la heroína en Occidente a finales del siglo XIX. En la década de 1890, los médicos empezaron a advertir sobre la dependencia causada por estas drogas. Diferentes congregaciones protestantes lideraron movimientos prohibicionistas tanto contra el licor como contra los narcóticos.4 En 1909 se reunió una conferencia en Shanghai en la que se recomendó que el opio, la morfina y la heroína, fueran regulados y utilizados únicamente con fines científicos y médicos.5 Como resultado de esta conferencia se reunieron otras en La Haya en 1911 y en 1912, donde finalmente se firmó la Convención de La Haya sobre el
4
Véanse Alfred W. Mc Coy, The Politics of Heroin. CIA Complicity in the Global Drugs Trade, Lawrence Hill Books, Nueva York, 1991, pp. 5, 8-9; William B. Mc Allister, Conflicts of Interest in the International Drug Control System, en: JOURNAL OF POLICY HISTORY, vol. 3, No. 4, 1991, pp. 495-496. Durante el siglo XIX, los movimientos en contra del opio en Gran Bretaña también eran liderados por congregaciones protestantes, en especial los cuáqueros; véase Virginia Berridge y Griffith Edwards, Opium and the People. Opiate Use in Nineteenth-Century England, Yale University Press, New Haven, 1987, pp. 175-176. 5
Algunos autores señalan que además de las razones culturales, religiosas y médicas, el gobierno de los Estados Unidos estaba interesado en la conferencia para facilitar sus inversiones en la China y para fomentar su comercio en una zona libre del colonialismo europeo. Véase Rosa del Olmo, ¿Prohibir o domesticar? Políticas de drogas en América Latina, Editorial Nueva Sociedad, Caracas, 1992, p. 25
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Opio en 1912, en la cual se acordó limitar la fabricación y el uso de los opiáceos a fines medicinales.6 Como resultado de la presión de los movimientos religiosos y conforme a la Convención de La Haya, el Congreso de los Estados Unidos aprobó la Ley Harrison Antinarcóticos en 1914. Esta ley limitó el uso de estas drogas únicamente a fines médicos y marcó el comienzo de una serie de medidas tomadas por el Congreso y la Corte Suprema de Justicia que efectivamente marcaron la prohibición del tráfico de drogas en los Estados Unidos. Aunque se redujo el número de adictos por prescripción médica, los grupos criminales se apropiaron del tráfico ilícito de narcóticos.7 Mientras tanto, el Departamento del Tesoro organizó su División de Narcóticos de la Unidad de Prohibición en 1920; diez años más tarde la lucha antidrogas sería coordinada por la Oficina Federal de Narcóticos.8
6
Véanse John T. Cussack, The International Narcotics Control System: Coca and Cocaine, en Deborah Pacini y Christine Franquemont, compiladoras, Coca and Cocaine. Effects on People and Policy in Latin America, Cultural Survival, the Latin American Studies Program - Cornell University, Ithaca, 1986, pp. 66-67; Luiz R. S. Simmons y Abdul A. Said, The Politics of Addiction, en Simmons y Said, compiladores, Drugs, Politics and Diplomacy: The International Connection, Sage Publications, Beverly Hills, 1974, pp. 6-7, 27. 7
Mc Coy, Op. cit., pp. 9-10; Simmons y Said, Op. cit., pp. 27-28.
Sobre las actividades de grupos de ciudadanos en los Estados Unidos contra la drogadicción en las primeras décadas del siglo, véase H. Wayne Morgan, Drugs in America. A Social History, 1800-1980, Syracuse University Press, Syracuse, 1981, pp. 122-124. 8
Morgan, Op. cit., p. 118.
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Después de la Primera Guerra Mundial se encargó a la Liga de las Naciones para que desarrollara y administrara un tratado internacional sobre el control de los narcóticos. Para 1925, la Liga había desarrollado un sistema de regulación del comercio internacional de drogas a través de la Convención de Ginebra sobre el Opio, que incluía el control de otros productos como la hoja de coca, la cocaína y la marihuana.9 Como la producción sobrepasaba las necesidades médicas, en 1931 se redactó un tratado que limitaba la producción de drogas en cada país a niveles apropiados para las necesidades médicas y aprobados por una junta internacional. El tratado se llamaba Convención de Ginebra para Limitar el Procesamiento y Regular la Distribución de Drogas Narcóticas.10 En 1936 se aprobó otro tratado que requería que las naciones firmantes cooperasen en contra del tráfico ilegal.11 Aunque Colombia había suscrito la Convención de La Haya y expedido todo tipo de normas para controlar el comercio y consumo de narcóticos,12 los funcionarios co9
Cussack, Op. cit., p. 67; William O. Walker, III, Drug Control in the Americas, University of New Mexico Press, Albuquerque, 1989, 2a. ed., p. 50. 10
Cussack, Op. cit., pp. 67-68.
11
Ibid., p. 68.
12
Véase Eduardo Guzmán Esponda, compilador, Tratados y convenios de Colombia, Imprenta Nacional, Bogotá, 1939, p. 58. Sobre las leyes y resoluciones expedidas por el gobierno colombiano, véanse League of Nations, Advisory Committee on Traffic in Opium and Other Dangerous Drugs, Annual Reports of Governments on the Traffic in Opium and Other Dangerous Drugs for the Year 1937, Liga de las Naciones, Ginebra, 1939, p. 46, y Annual Reports of Governments on the Traffic in Opium and Other Dangerous Drugs for the Year 1939, Liga de las Naciones, Ginebra, 1942, pp. 8, 20.
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lombianos no ejecutaban las políticas antidrogas con el mismo celo de sus colegas norteamericanos.13 Esta situación de indiferencia, mezclada con corrupción e incompetencia, se daba en casi toda América Latina a comienzos de los años treinta. Así, un informe de la Liga de las Naciones reclamaba que sólo Uruguay presentaba informes sobre casos particulares de tráfico ilegal de drogas.14 Las campañas federales antinarcóticos en los Estados Unidos animaron las campañas en América Latina cuando en la década de los años treinta los gobiernos de países como Colombia, Bolivia y Perú empezaron a percibir el uso de drogas como un problema social.15 Al mismo tiempo aumentaba la preocupación en los Estados Unidos cuando la adicción en ese país se incrementaba mientras aumentaba el contrabando de drogas desde Europa utilizando a Centroamérica y a Colombia como puntos intermedios del tráfico de drogas entre el Viejo Continente y Norteamérica.16 Las autoridades norteamericanas solicitaron varias investigaciones sobre este
13
Colombia, por ejemplo, ni siquiera asistió a la Conferencia de Ginebra en 1931. A esta conferencia asistieron 57 delegaciones de todo el mundo; véase League of Nations, Records of the Conference for the Limitation of the Manufacture of Narcotic Drugs. Plenary Meetings. Text of the Debates, vol. I, pp. 9-13. Colombia envió su primer reporte al Opium Advisory Committee en 1931; véase Walker (1989), Op. cit., p. 46. 14
Véanse League of Nations, Advisory Committee on Traffic in Opium and Other Dangerous Drugs, Report to the Council on the Work of the Twentieth Session Held at Geneva from May 20th to June 5th, 1935, Liga de las Naciones, Ginebra, 1935, p. 8; Walker (1989), Op. cit., pp. 83-84. 15
Walker (1989), Op. cit., pp. 20, 73.
16
Ibid., pp. 75-76.
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tráfico entre la costa atlántica colombiana y el archipiélago de San Andrés y Providencia y los Estados Unidos. Aunque en algunas oportunidades estas investigaciones demostraron que más allá del contrabando de artículos legales no había tráfico de drogas,17 en otros casos sí se capturaron ciudadanos colombianos en la zona del Canal de Panamá, quienes transportaban narcóticos y fueron condenados a penas de hasta cinco años de cárcel por las autoridades norteamericanas.18
EL INCREMENTO DE LOS CONTROLES EN COLOMBIA El Decreto 95 del 11 febrero de 1938 estableció el control sobre el comercio de hoja de coca y permitió su venta con fórmula médica únicamente en farmacias autorizadas en Colombia. En julio del mismo año el nuevo código penal incrementó las penas por el comercio de drogas heroicas. Al mes siguiente se creó el Ministerio del Trabajo, Higiene y Previsión Social, el cual asumió, entre otras funcio17
Erik W. Magnuson to Secretary of State, enero 15 de 1932, NATIONAL ARCHIVES, Washington (en adelante, NA): 821.114 Narcotics/51; Erik W. Magnuson to Secretary of State, diciembre 28 de 1932, NA JA 821.114 Narcotics/67; To the American Consul (Colón, Panamá), noviembre 24 de 1936, NA 821.114 Narcotics/83; Stephen C. Worster to Secretary of State, diciembre 10 de 1936, NA 821.114 Narcotics/88; James Loder Park to Secretary of State, diciembre 11 de 1936, NA 821.113 Narcotics/87. 18
Véanse Bureau of Narcotics, U.S. Treasury Department, Traffic in Opium and Other Dangerous Drugs for the year ended December 31, 1932, U.S. Government Printing Office, Washington, D.C., 1933, pp. 71-72; Bureau of Narcotics, U.S. Treasury Department, Traffic in Opium and Other Dangerous Drugs for the year ended December 31, 1933, U.S. Government Printing Office, Washington D.C., 1934, p. 64.
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nes, la aplicación de las regulaciones sobre el tráfico de drogas aprobadas en las convenciones internacionales.19 Como señala el historiador Charles Walker, el crecimiento de las burocracias estatales en América Latina en la década de los años treinta enfrentó a dichas burocracias con las viejas tradiciones culturales de consumo de alucinógenos.20 De otra parte, la creación del nuevo ministerio facilitó la recolección de datos sobre el consumo de drogas en Colombia. Los esfuerzos del gobierno por combatir el
19
Véase League of Nations, Advisory Committee on Traffic in Opium and Other Dangerous Drugs, Annual Reports of Governments on the Traffic in Opium and Other Dangerous Drugs for the Year 1938, Liga de las Naciones, Ginebra, 1940, p. 9. El primer ministro en el recién creado despacho fue Alberto Jaramillo Sánchez, un ingeniero civil y político liberal antioqueño, quien se desempeñó en el cargo entre agosto de 1938 y comienzos de 1939. Fue reemplazado por José Joaquín Caicedo Castilla, abogado y diplomático liberal, quien ocupó el cargo hasta agosto de 1942. Véanse Oliverio Perry, Quién es quién en Colombia, Oliverio Perry & Cía., Bogotá, 1948, pp. 100, 217-218; Andrés González Díaz, Ministros del siglo XX, Presidencia de la República, Bogotá, 1982, p. 85. 20
Walker (1989), Op. cit., p. 73. Francine Cronshaw señala cómo la clase media y la élite latinoamericanas veían el consumo de hojas de coca y de bebidas fermentadas tradicionales como un problema de “civilización” y “cultura” versus las costumbres atrasadas de unos “pobres diablos”; véase Francine Cronshaw, El “problema social” y el usuario de drogas tradicionales en los países andinos en la primera mitad del siglo XX, en MEMORIA Y SOCIEDAD, vol. 1, No. 1, noviembre de 1995, pp. 61-75. Sobre las campañas de prohibición del uso de la coca en el Perú en el siglo XX, véase, por ejemplo, Joseph Gagliano, Coca Prohibition in Peru. The Historical Debates, The University of Arizona Press, Tucson, 1994, capítulos 6 y 7.
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consumo de la hoja de coca chocaban con su vieja utilización entre indígenas —e incluso mestizos— en ciertas regiones del país. Por ejemplo, un médico que trabajaba para el gobierno reportó en 1947 que la producción de hoja de coca en el Cauca era de 11.362 arrobas por año, de las cuales se consumía localmente 75% del total producido.21 Sin embargo, los documentos muestran que en la época tratada el consumo de drogas no era percibido como un problema mayor de salud pública en el país, como sí lo era el alcoholismo, el cual ya era vinculado con una alta tasa de criminalidad. 22 Sin embargo, hubo algunos funcionarios muy celosos quienes se dedicaron a destruir matas de coca. Así ocurrió, por ejemplo, en Iquira, Huila, cuando en diciembre de 1941 el alcalde y el inspector de sanidad lograron la
21 Véase Gerardo Bonilla, “Acerca del cultivo y la utilización de las hojas de coca”, en El problema del cultivo y masticación de hojas de Coca en Colombia, Talleres Editoriales Castillo, Popayán, 1947, pp. 45-51.
Sin embargo, el ministro Caicedo Castilla declaró en 1941 que: «La lucha contra la toxicomanía se ha proseguido con optimistas resultados»; véase José Joaquín Caicedo Castilla, Memoria del Ministro de Trabajo, Higiene y Previsión Social al Congreso de 1941, Imprenta Nacional, Bogotá, 1941, p. 10. 22
Véase César Aguirre, País de Alcohol. El problema del alcoholismo en Colombia, Castillo Editorial Ltda., Bogotá, 1996, p. 105. Además, se percibía el consumo de chicha como el principal causante del alcoholismo y todo tipo de problemas entre los grupos subordinados. Véanse, por ejemplo, María Clara Llano Restrepo y Marcela Campuzano Cifuentes, La chicha, una bebida fermentada a través de la historia, Instituto Colombiano de Antropología, Cerec, Bogotá, 1994; Christopher Abel, Ensayos de historia de la salud en Colombia, IepriUniversidad Nacional de Colombia, Cerec, Bogotá, 1996, p. 79.
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destrucción de casi dos mil matas en la zona urbana de ese municipio.23 El nuevo código penal, vigente desde 1938, elevó a la categoría de delitos todos los casos de comercio ilícito de estupefacientes. Además, se estableció la extradición de colombianos por los delitos relacionados con el narcotráfico y cometidos en el exterior.
EL TEMOR A LOS ALEMANES Y EL NARCOTRÁFICO Los comienzos de la Segunda Guerra Mundial agudizaron los temores del gobierno norteamericano sobre posibles intervenciones de la Alemania Nazi en América Latina y en particular en el Canal de Panamá. Dada la proximidad de Colombia a la zona del Canal, los funcionarios norteamericanos expresaron particular preocupación sobre la presencia de alemanes en Colombia. Aunque la amenaza de las potencias del Eje sobrepasaba los temores tempranos sobre el narcotráfico, las dos preocupaciones terminaron mezclándose en un buen número de casos.24 Además, hay que tener en cuenta que buena parte de las drogas psicoactivas era producida en laboratorios alemanes.
23
NA 821.114 Narcotics/340, PS/SBH.
24
Véase William O. Walker III, “The Bush Administration's Andean Drug Strategy in Historical Perspective”, en Bruce M. Bagley y William O. Walker III, compiladores, Drug Trafficking in the Americas, North-South Center, University of Miami, Transaction Publishers, New Brunswick, 1994, p. 7.
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El Departamento de Estado de los Estados Unidos preparó listas negras, tanto en Colombia como en el resto de América Latina, con nombres de ciudadanos y firmas alemanas (y de los otros países del Eje), para prohibir que se tuviesen relaciones comerciales con ellos.25 Además se quiso involucrar a los alemanes con el tráfico de drogas en el Caribe. Como consecuencia de lo anterior, se levantó el rumor que en una región al sur de Montería, había una importante colonia de alemanes dedicados a procesar cocaína y a cultivar amapola para eventualmente enviar los narcóticos a Panamá.26 Después de investigaciones efectuadas por los gobiernos norteamericano y colombiano se comprobó que estos rumores eran falsos: ni había alemanes al sur de Montería, aún menos se cultivaba amapola o se procesaba cocaína en dicha región.27
25
Sobre el temor de los norteamericanos a la influencia alemana en Colombia durante la Segunda Guerra Mundial, véanse Silvia Galvis y Alberto Donadío, Colombia Nazi, 1939-1945, Planeta Colombiana Editorial, Bogotá, 1986; Stephen J. Randall, The Diplomacy of Modernization: Colombian-American Relations, 1920-1940, University of Toronto Press, Toronto, 1977, y Colombia and the United States. Hegemony and Interdependence, University of Georgia Press, Athens, 1992. Para conocer una comparación con las posiciones tanto norteamericanas como británicas acerca de la amenaza nazi en Argentina, véase Ronald C. Newton, The “Nazi Menace” in Argentina, 1931-1947, Stanford University Press, Stanford, 1992. 26
NA 821.114 Narcotics/123
27
NA 821.114 Narcotics/143; NA 821.114 Narcotics/138; NA 821.114 Narcotics/157. Hay que anotar que sólo en 1983 se hicieron los primeros hallazgos de plantaciones de amapola en el país, particularmente en el departamen(continúa en la página siguiente)
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Sin embargo se confirmó nuevamente que había fuerte contrabando entre Panamá y la costa del departamento de Bolívar. Además, como reportó un informante colombiano: «Se tiene la sospecha de que durante el año de 1937 hubo un comercio ilícito de cocaína, realizado desde el puerto de Cartagena con barcos que se dirigían a los Estados Unidos. Parece probable que frascos de cridarrobina Merck de 25 gramos de cabida fueran utilizados para envasar una mezcla de clorhidrato de cocaína y sulfato de quinina.»28
L A MARIHUANA Hasta la década de los años treinta la marihuana no se había considerado un problema de salud pública en los Estados Unidos. Hasta entonces se consideraba como un vicio de grupos étnicos minoritarios, bohemios, músicos de jazz, marinos y otros elementos marginales en la sociedad.29 Cuando se empezó a reportar que jóvenes anglos to del Tolima; véase Juan Gabriel Tokatlian, Drogas, dilemas y dogmas. Estados Unidos y la narcocriminalidad organizada en Colombia, Tercer Mundo Editores, CEI, Bogotá, 1995, p. 62. 28
NA 821.114 Narcotics/157.
29
Un reporte del gobierno norteamericano afirmaba que el uso de marihuana en los Estados Unidos «se notaba particularmente entre los latinoamericanos y la población hispanoparlante. La venta de cigarrillos de cannabis ocurre en grado considerable en los estados de la frontera con México y en las ciudades del suroeste y el oeste, lo mismo que en la ciudad de Nueva York, y de hecho en dondequiera que haya colonias de latinoamericanos»; véase U.S. Treasury Department, Traffic in Opium and other Dangerous Drugs for the year ended December 31, 1929, U.S. Government Printing Office, Washington, D.C., 1930, p. 15. (continúa en la página siguiente)
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estaban consumiendo la yerba, comenzó una presión por parte de grupos de educadores y comunidades religiosas para ilegalizarla. La misma Oficina Federal de Narcóticos estaba detrás de los esfuerzos para criminalizar la marihuana, anunciándola como una droga que inducía a la violencia entre los que la fumaban. Todas estas presiones tuvieron éxito cuando el presidente Franklin D. Roosevelt sancionó la Marihuana Tax Act el 2 de agosto de 1937, la cual criminalizó la venta y uso de la marihuana como delitos federales.30 Aunque ya existían medidas que tenían que ver con la marihuana en Colombia desde 1928, sólo se prohibió su cultivo en el país en septiembre de 1939 concediéndose un plazo de 60 días para destruir las plantaciones existentes en el territorio nacional(!).31Después de la legislación vino la persecución a quienes cultivaban, vendían o fumaban marihuana, los que, como en los Estados Unidos, pertenecían también a grupos marginales de la sociedad Véase también David F. Musto, La enfermedad americana. Orígenes del control antinarcóticos en EU, CEI, Ediciones Uniandes, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1993, pp. 248-254. 30
Véanse Jerome L. Himmelstein, The Strange Career of Marihuana. Politics and Ideology of Drug Control in America, Greenwood Press, Westport, 1983, pp. 4, 58-71; Morgan, Op. cit., pp. 138-142; Walker (1989), Op. cit., pp. 99-107. 31
Véanse William L. Partridge, “Cannabis and Cultural Groups in a Colombian Municipio”, en Vera Rubin, compiladora, Cannabis and Culture, Morton Publishers, La Haya, 1975, p. 148; resolución 645 de 1939 (septiembre 18), Diario Oficial, octubre 6 de 1939. En 1946, el senador barranquillero Néstor Consuegra presentó un proyecto de ley que sería aprobado por el Congreso y que condenaría sin beneficio de excarcelación a quienes traficasen o consumiesen marihuana; véase “La logia del vicio”, en: SEMANA, mayo 14 de 1949, p. 12.
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La prehistoria del narcotráfico en Colombia...
(generalmente prostitutas, cargadores de puerto, marineros y pequeños delincuentes) especialmente en la Costa Atlántica.32
CONSUMO Y COMERCIO DE DROGAS HEROICAS EN COLOMBIA El consumo de otras drogas en Colombia, además de ser relativamente pequeño, se concentraba en los centros urbanos, generalmente entre drogadictos que conseguían los narcóticos con médicos y farmaceutas (en ocasiones, los mismos médicos y farmaceutas se convertían también en habituados). En otros casos, la droga era distribuida y consumida en centros de diversiones.33
32
Véanse Bruce M. Bagley, “The Society and Its Environment”, en Dennis M. Hanratty y Sandra W. Meditz, compiladores, Colombia, a country study, Federal Research Division, Library of Congress, Washington, D.C., 1990, p. 127; B. R. Elejalde, “Marihuana and Genetic Studies in Colombia. The Problem in the City and in the Country”, en Rubin, Op. cit., p. 328; Rafael Ortegón Páez, Vorágine alucinante en la historia de las drogas, Ediciones Tercer Mundo, Bogotá, 1981, p. 106; Pérez Gómez, Op. cit., p. 37; Hernando Ruiz Hernández, Implicaciones sociales y económicas de la producción de marihuana, en Asociación Nacional de Instituciones Financieras, Anif, compilador, Marihuana, legalización o represión, Biblioteca Anif de economía, Bogotá, 1979, p. 111. 33
Véanse NA 821.114 Narcotics/178 G; NA 821.114 Narcotics/230 PS/MN; NA 821.114 Narcotics/343; NA 821 Narcotics/343. Era común en el mundo la presencia de drogas en cabarets y en prostíbulos. Por ejemplo, la utilización de drogas en la vida nocturna de Buenos Aires en las primeras décadas del siglo incluso sirvió de inspiración a varias piezas de teatro y al famoso tango Tiempos viejos; véase Donna J. Guy, Sex and Danger in Buenos Aires. Prostitution, Family, and Nation in Ar(continúa en la página siguiente)
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La tasa de drogadicción en 1939 era solo de 2 por cada 100.000 personas (excluyendo los masticadores de hoja de coca). En Bogotá había menos de 2 drogadictos por cada 10.000 habitantes. Así, un reporte del gobierno colombiano decía: «El número total de adictos registrados en Colombia en 1939 era de 160 (127 hombres y 33 mujeres). De éstos, 82 hombres y 28 mujeres utilizaban morfina y derivados de la morfina; 39 hombres y 4 mujeres utilizaban heroína. Sobre los restantes 6 hombres y una mujer, no había información disponible relacionada con la droga de su adicción». En 1938 había 76 drogadictos registrados, de los cuales 57 eran hombres y 19 mujeres. Las cifras de 1939, más altas que las de 1938, se entienden por la mayor atención del gobierno a la recolección de estadísticas en temas de drogadicción.34 Para 1943 se contabilizaron 217 drogadictos de los cuales 98 eran enfermos quienes tenían licencia para usar las drogas con fines terapéuticos.35 Obviamente, era muy trabajoso establecer el número exacto de drogadictos, ya que como había establecido un informe de la embajada norteamericana en Colombia: «El hábito a los narcóticos en Bogotá parece restringido a una clase más bien pequeña; el alto costo de las drogas aquí las coloca fuera del alcance del grueso de la población. [Además] se presenta una considerable dificultad para controlar el tráfico debido al hecho de que muchos gentina, University of Nebraska Press, Lincoln, 1991, pp. 149-150. 34
League of Nations, Advisory Committee on Traffic in Opium and Other Dangerous Drugs, Annual Reports of Governments on the Traffic in Opium and Other Dangerous Drugs for the Year 1939, Series of League of Nations Publications, Ginebra, 1942, pp. 16, 17, 23. 35
NA 821.114/Narcotics
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drogadictos son prominentes social o políticamente; sus influencias personales son tales que resulta imposible perseguirlos».36
L A POSGUERRA Y LA CONEXIÓN CUBANA Después de la Segunda Guerra Mundial, la cocaína llegaba a los Estados Unidos proveniente de Suramérica, incluida Colombia.37 Para entonces Cuba se había convertido en un importante lugar de tránsito de drogas hacia los Estados Unidos. Numerosos mafiosos norteamericanos se habían establecido en la isla, donde tenían hoteles y casinos y además manejaban el narcotráfico hacia los Estados Unidos. Los colombianos, generalmente antioqueños, habían hecho contrabando a través de Panamá y el Caribe hasta que descubrieron el mercado de la droga. Con el triunfo de la Revolución Cubana, y la persecución de los gángsters por parte del nuevo gobierno, la antigua conexión a través de La Habana se trasladó a Miami y los mafiosos colombianos continuaron aprovisionando el mercado norteamericano.38 Para 1965, los colombianos
36
Allan Dawson to Secretary of State, agosto 24 de 1933, NA BM 821.114 Narcotics/77. 37
Walker (1989), Op. cit., p. 189.
38
Véanse Mario Arango y Jorge Child, Coca-Coca. Historia, manejo político y mafia de la cocaína, Editorial Dos Mundos, 1986, 195-198; Albert Fried, The Rise and Fall of the Jewish Gangster in America, Columbia University Press, Morningside Edition, Nueva York, 1993, pp. 242, 267-269; Leonidas Gómez O., Cartel. Historia de la droga, Grupo Editorial Investigación y Concepto Ltda., Bogotá, 1991, p. 79; Scott B. Mac Donald, Dancing on a Volcano: The Latin American Drug Trade, Praeger Publishers, Nueva York, (continúa en la página siguiente)
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refinaban y surtían el cien por ciento de la cocaína que distribuían los cubanos en los Estados Unidos.39 En la última novela de Mario Puzo, autor de El Padrino y El Siciliano, Don Domenico Clericuzio, un supuesto capo de la mafia italonorteamericana se refiere a los narcotraficantes colombianos en 1965 (!), cuando dice: «[nos] retiramos del negocio de la droga... se ha vuelto muy peligroso [...] Los colombianos son demasiado salvajes, demasiado temerarios, demasiado violentos. Que ellos se queden con el negocio de la droga».40 Citaré algunos documentos sobre la conexión colombocubana. Estos documentos han sido tomados de archivos norteamericanos: Bogotá, junio 10 de 1941 Informe de la sección de policía sanitaria del Ministerio de Trabajo, Higiene y Previsión Social
1988, p. 27; William O. Walker III, compilador, Drugs in the Western Hemisphere. An Odyssey of Cultures in Conflict, Scholarly Resources, Wilmington, Delaware, 1996, pp. 170-172. Los comunistas chinos también persiguieron el procesamiento y tráfico de opio durante años. El golpe de gracia contra el tráfico de opio vino durante la Revolución China; véase Charles O. Walker III, Opium and Foreign Policy. The Anglo-American Search for Order in Asia, 1912-1954, The University of North Carolina Press, Chapel Hill, 1991, pp. 89-90, 187188. 39
Mac Donald, Op. cit., p. 28.
La conexión colombo-cubana en Miami, en cuanto al tráfico de drogas hacia los Estados Unidos, sigue siendo muy importante. Véase del Olmo, Op. cit., pp. 50-54. 40
Véase Mario Puzo, The Last Don, Random House, Nueva York, 1996, p.
8.
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Ha llegado a conocimiento de este Despacho... que se dedica al tráfico de drogas heroicas el súbdito cubano Miguel Corominas Portela con domicilio en La Habana. ... Viaja de mayordomo en un balandro de nombre Unión, pero a veces se despacha con el de Santa María o con el de Nueva Esperanza. Dicha embarcación recorre diferentes puertos del mar Caribe, entre ellos algunos colombianos, como los de San Andrés, Providencia y Barranquilla... [...] Residió en Colombia algún tiempo, y marchó para Cuba en setiembre del pasado año. Su conducta en Colombia no fué correcta, pues se le acusa de diferentes delitos que, tal vez, obligarán al Gobierno a solicitar la extradición.41 [...] El 20 de febrero de 1957, agentes del Servicio de Inteligencia de Colombia, ayudados por un oficial antinarcóticos de los Estados Unidos, descubrieron una fábrica clandestina de heroína y cocaína en la propiedad de Tomás y Rafael Herrán en Medellín, Colombia. Estos hermanos habían estado dedicados al narcotráfico desde 1948. La heroína de este laboratorio era vendida en Cuba, donde los acusados fueron arrestados por la policía cuando a Tomás Herrán se le encontró en posesión de 800 gramos de heroína el 24 de diciembre de 1956.42 [...]
41
NA 821.114 Narcotics/263, PS/GC.
42 Bureau of Narcotics, U.S. Treasury Department, Traffic in Opium and Other Dangerous Drugs for the year ended December 31, 1957, U.S. Government Printing Office, Washington, D.C., 1958, p. 22.
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El 1o. de mayo de 1961 en Brooklyn, Nueva York, agentes antinarcóticos de los Estados Unidos arrestaron a Eladio Morales y Jules Gilbert Bugros, tripulantes del MV Ciudad de Pasto, y les confiscaron 218 gramos de cocaína. Los acusados declararon que habían obtenido la cocaína con Jesús García Primero de Cali, Colombia, y la pasaron de contrabando a los Estados Unidos a bordo de su barco [Ciudad de Pasto] que arribó a Nueva York el 30 de abril de 1961. El 31 de agosto fueron sentenciados cada uno a 5 años de prisión. En febrero de 1961, agentes secretos de la Oficina de Narcóticos de Miami comenzaron una serie de investigaciones sobre [unos] distribuidores mayoristas de cocaína en el área de Florida y Georgia. Estos casos interrelacionados indican la existencia de un grupo internacional dedicado al contrabando de grandes cantidades de cocaína desde Suramérica a Miami, vía Panamá y otros países centroamericanos.43
A MANERA DE EPÍLOGO En cuanto a las acciones en Colombia contra el consumo y tráfico de estupefacientes, éstas fueron inicialmente una consecuencia de los convenios multilaterales que el país firmó en las primeras décadas del siglo. Después, para la década de los años treinta se combinaron la percepción de las élites de considerar el consumo de drogas y alcohol como un problema social (y hasta cultural y racial) con
43
Bureau of Narcotics, U.S. Treasury Department, Traffic in Opium and Other Dangerous Drugs for the year ended December 31, 1961, U.S. Government Printing Office, Washington, D.C., 1962, pp. 26-27.
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los temores de los norteamericanos a ver su país inundado por narcóticos provenientes de México y la cuenca del Caribe. Después de la Segunda Guerra Mundial vino el crecimiento y la consolidación del negocio de la exportación de narcóticos desde Colombia hacia los Estados Unidos. Ésta fue también la época en que los Estados Unidos se consolidaban como la potencia hegemónica en el continente. Así, no es de extrañar que la lucha contra el tráfico de drogas se convirtiese en otro instrumento de control que ayudase a mantener la hegemonía norteamericana en la región.44 Además, la vieja retórica norteamericana de la guerra contra el enemigo externo, que afectaría la seguridad de la nación, se trasladó a la guerra contra las drogas (en parte consecuencia de la Guerra Fría, en parte su reemplazo) y contra los narcotraficantes latinoamericanos.45 44
Walker (1994), Op. cit., pp. 9-13.
La lucha contra el narcotráfico también serviría de mampara a las acciones contraguerrilleras; véase “La guerra contra la droga, según [Noam] Chomsky. Doble juego de E.U. en Colombia”, En: Lecturas Dominicales, EL TIEMPO, agosto 25 de 1996, pp. 4-5. Como señalan otros dos autores, en los Estados Unidos «la guerra contra las drogas no solamente sigue los pasos, sino que está dominada por las contradicciones entre el control antinarcóticos y la seguridad nacional»; véase Jefferson Morley y Malcolm Byrne, The Drug War and “National Security”. En: DISSENT, invierno de 1989, p. 46. 45
Véanse Steven B. Duke y Albert C. Gross, America's Longest War. Rethinking Our Tragic Crusade Against Drugs, A Jeremy P. Tarcher-Putnam Book, Nueva York, 1994, passim; Randall (1992), Op. cit., p. 253; Rubén Sánchez David y Yolanda Marín, “Aspectos internacionales de la política contra el narcotráfico”, en Jorge Mario Eastman y Rubén Sánchez David, compiladores, El narcotráfico en la región andina, Parlamento Andino, (continúa en la página siguiente)
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Sin embargo, tampoco podemos ver a Colombia como un actor pasivo en el complejo teatro del narcotráfico, aún menos en las últimas dos o tres décadas. Para algunos, las exportaciones de narcóticos desde América Latina son una réplica de las economías de exportación de ciclo corto que vienen desde el siglo XIX y se destinan a satisfacer mercados en el mundo desarrollado.46 Pero además de existir el elemento de la demanda habría que tener en cuenta también la oferta y las condiciones locales que propician el desarrollo de un narcoempresariado en los países productores, tal como se presenta en un estudio reciente de Patrick L. Clawson y Rensselaer W. Lee. En el caso colombiano, los narcotraficantes han sido capaces de crear mercados tales como el crack para consumidores de
ONU-Undcp, Bogotá, 1992, p. 19; Michael S. Sherry, In the Shadow of War. The United States Since the 1930s, Yale University Press, New Haven, 1995, capítulo 9; Juan G. Tokatlian, “Seguridad y drogas: su significado en las relaciones entre Colombia y Estados Unidos”, en Juan G. Tokatlian y Bruce M. Bagley, Economía y política del narcotráfico, Ediciones Uniandes, CEI, Cerec, Bogotá, 1990, pp. 210-214; Tokatlian (1995), Op. cit., pp. 81-88.
En el pasado también se percibió a los líderes de organizaciones criminales en los Estados Unidos como enemigos externos, “extranjeros” que no eran de origen Wasp (Blancos anglosajones protestantes). Véanse Laurence Bergreen, Capone: the man and the era, Simon & Schuster, Nueva York, 1995, passim; Douglas Clark Kinder, Shutting Out the Evil: Nativism and Narcotics Control in the United States, Journal of Policy History, vol. 3, No. 4, 1991, p. 469; David E. Ruth, Inventing the Public Enemy. The Gangster in American Culture, 1918-1934, The University of Chicago Press, Chicago, 1996, passim. 46
Véase Hermes Tovar Pinzón, “La coca y las economías de exportación en América Latina”, en Tovar Pinzón, compilador, La coca y las economías de exportación en América Latina, Universidad Hispanoamericana Santa María de la Rábida, Granada, 1993, pp. 27 y ss.
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bajos ingresos en los ghettos norteamericanos y aprovechar y consolidar lucrativos mercados en Europa en asociación con organizaciones criminales sicilianas y rusas.47 Después de todo, estableciendo un paralelo con un producto estimulante legal, el café (guardando las debidas proporciones), los productores y exportadores colombianos responden a una demanda externa pero a su vez fomentan el consumo y crean y consolidan nuevos mercados por su producto; no son entonces empresarios pasivos que responden simplemente a las señales de la demanda del mercado. Para Francisco Thoumi los narcotraficantes contemporáneos colombianos también reproducirían la conducta de los empresarios exportadores colombianos del siglo pasado. Según dicho autor, estos últimos tenían un esquema de producción—especulación en el cual 47
Véanse Patrick L. Clawson y Rensselaer W. Lee III, The Andean Cocaine Industry, St. Martin's Press, Nueva York, 1996, pp. x-xi, capítulo 2; Stephen Handelman, Comrade Criminal. Russia's New Mafia, Yale University Press, New Haven, 1995; Claire Sterling, Thieves' World. The Threat of the New Global Network of Organized Crime, Simon & Schuster, Nueva York, 1994. Según información recogida por Gary Webb, periodista del San Jose Mercury News, la CIA también tuvo que ver en la creación del mercado del crack en Los Angeles; con parte de las ganancias provenientes de este tráfico se financió a la Fuerza Democrática Nicaragüense, FDN (los contras) en su guerra contra el gobierno Sandinista en la década de los años ochenta. Otra investigación posterior publicada por Los Angeles Times sostiene que el crack ya circulaba en los ghettos de esa ciudad antes de la llegada de los narcotraficantes nicaragüenses vinculados a los contras. Véanse Gary Webb, The CIA, contras and crack. Cocaine pipeline financed rebels, Seattle Times, agosto 22 de 1996, pp. 1, 6-7; Marcela Sánchez Fonseca, CIA: ¿traficantes de cocaína?, EL TIEMPO, septiembre 22 de 1996, p. 17A; Desmienten vinculación de la CIA con el narcotráfico, EL TIEMPO, octubre 21 de 1996, p. 11A.
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quema de producción—especulación en el cual invertían poco capital, se concentraban en el comercio y esperaban ganancias muy altas y rápidas.48 Sin embargo, Thoumi va más allá de concentrarse en el factor de la demanda y discute las condiciones de la oferta. Así, para él, las preguntas serían por qué habría Colombia de convertirse eventualmente en centro de procesamiento y distribución de drogas y qué condiciones propiciaron el desarrollo y consolidación del narcoempresariado. Para él se dieron varias condiciones: una tradición de contrabando, violencia política, culturas criminales relativamente aceptadas, utilización de la violencia en actividades económicas como la extracción y el comercio de esmeraldas y la deslegitimación del aparato estatal.49
48
Thoumi se basa en el análisis presentado por José Antonio Ocampo. Véanse Francisco E. Thoumi, Why the Illegal Psychoactive Drug Industry Grew in Colombia, JOURNAL OF INTERAMERICAN STUDIES, otoño de 1992, pp. 5253; José Antonio Ocampo, Colombia y la economía mundial, 1830-1910, Siglo XXI Editores, Bogotá, 1984, pp. 61-64. 49
Véase Thoumi, Op. cit. Estos argumentos los encontramos también en su libro Economía política y narcotráfico, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1994, capítulo 5. Véase también Rainer Dombois, “¿Por qué florece la economía de la cocaína justamente en Colombia?”, en Juan G. Tokatlian y Bruce M. Bagley, Economía y política del narcotráfico, Ediciones Uniandes, Cerec, Bogotá, 1990, pp. 109-116. En cuanto a la aceptación del contrabando y su legalidad de hecho como uno de los factores que facilitaron la implantación del narcotráfico en Colombia, véase Nancy Tirado Cardona, Impacto de una nueva actividad sobre el desarrollo de una región. El caso de la marihuana, documento de trabajo, Universidad de los Andes, Instituto de Estudios Sociales, Bogotá, 1978, pp. 13-14, 21-23. Véanse también Rainer Dombois, “¿Por qué florece la economía de la cocaína justamente en Colombia?”, en Tokatlian y Bagley, Op. cit., pp. 109-116; Martha Luz García y Darío Betancourt, “Narcotráfico e historia de la mafia colombiana”, en Fernán E. González (continúa en la página siguiente)
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La prehistoria del narcotráfico en Colombia...
En resumen, lo expuesto en este trabajo muestra el fenómeno de la droga en Colombia hasta mediados de siglo como el reflejo de preocupaciones y convenios internacionales y de los temores de la sociedad norteamericana por sus propios asuntos domésticos. Sin embargo, también se señala una transición desde la posguerra en la que Colombia deja de desempeñar un papel pasivo para convertirse en actor en el complejo —y violento— mundo del consumo de drogas en el planeta. Habría pues que estudiar con mayor detenimiento la historia social, política y económica del país durante el periodo comprendido entre los finales de la Segunda Guerra Mundial y los comienzos del gobierno de Fidel Castro para entender por qué Colombia y narcoempresarios colombianos se incorporaron muy activamente al negocio.
et al., Violencia en la región andina. El caso Colombia, Cinep, Apep, Bogotá, 1993, pp. 314-315.
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Anotaciones sobre el narcotráfico Alberto Henaov Comentario a propósito de los artículos de Andrés López y Eduardo Sáenz
Los dos artículos resaltan aspectos importantes y coinciden en una misma intención: mostrar que hay grandes vacíos históricos tanto en la comprensión del fenómeno del narcotráfico y consumo de drogas en los Estados Unidos como en Latinoamérica y que allí indudablemente hay un campo de investigación abierto a los académicos y estudiosos de ambos lados del problema. Sin embargo, quisiera referirme a algunos aspectos teóricos y metodológicos que, eventualmente, podrían ser útiles en la perspectiva de ampliar nuestra reflexión sobre un tema que de ninguna manera puede darse por agotado. En primer lugar, no estoy muy seguro de que podamos establecer una estrecha y directa relación entre el v
Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia.
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Anotaciones
conocimiento de la historia del fenómeno del narcotráfico y de la prohibición y la comprensión de la compleja situación en la cual comenzó a ser definido como un serio problema social de impacto internacional. Volveré sobre este punto un poco más adelante. Con la venia de los autores voy a aprovechar sus recomendaciones bibliográficas pues me parece importante resaltar algunas de las teorías, de las interpretaciones que autores muy connotados han tratado de poner en juego. Luego haré alusión a un período histórico más reciente para tratar de ofrecer, desde allí, una perspectiva complementaria del problema. Quisiera, ante todo, partir de una o dos consideraciones generales que, al menos llaman la atención sobre la variedad de factores —culturales, políticos, sociales, económicos— que han incidido en las últimas décadas donde el péndulo ha fluctuado entre permisividad y prohibición. El primer hecho curioso es que la percepción sobre el consumo de drogas —particularmente en los E.U.— dio un vuelco gigantesco, de 180 grados. Por ejemplo, la revista Newsweek —que, como se sabe, es una de las más prestigiosas de los E.U. y en buena medida refleja el sentimiento y las creencias de la clase media culta norteamericana— publicó un artículo en mayo de 1977 titulado The Cocaine Scene. Allí decía el periodista, no sin cierta complacencia: A los elegantes abogados de Wall Street, en sus fiestas, la toman en cucharas de oro de 14 kilates [...] el presidente de una corporación de California la ofrece como regalo a sus secretarias favoritas [...] La popularidad de la cocaína se ha extendido tanto en los últimos años que se ha convertido en la droga recreacional preferida por un sinnúmero de norteamericanos [...] Para los huéspedes de los sitios más exclusivos de Los Angeles y Nueva
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Alberto Henao
York, un poco de cocaína, como la champaña Dom Perignon y el caviar Beluga, es de rigor a la hora de la cena [...] Pero la cocaína no es un narcótico, no es adictiva y no produce efectos nocivos cuando se deja de consumir. Tomada con moderación, probablemente no causa daños mentales o físicos.
Cuatro años después, en julio de 1981, la revista Time dedicó su portada y su tema central a lo que llamó La cocaína: una droga con estatus —y un peligro—. Allí ya se observa una modificación en el lenguaje: si bien se insiste en el significado simbólico que tiene el consumo de la cocaína entre muchos sectores de la sociedad se empieza a mostrar una estrecha relación entre desórdenes mentales y físicos y consumo. En 1982, quizá el año clave de toda esta historia reciente, el presidente Reagan proclama su famosa Guerra contra las Drogas a cuyo cargo estaría el entonces vicepresidente George Bush. Allí mismo se anuncia que la CIA, que hasta el momento había estado por fuera de estos asuntos o, al menos, había mantenido un bajo perfil, jugaría en adelante un papel mucho más significativo e importante como pudo apreciarse no mucho después en Centroamérica. Recuérdese que en la misma ocasión el presidente Reagan se comprometió a hacer lo que fuera necesario para acabar la amenaza de la droga y para destruir el poder de la mafia en los Estados Unidos. Finalmente, en 1990, ocho años después de iniciada la guerra contra las drogas, 13 después del artículo de Newsweek, casi veinte años después de que el presidente Nixon alertara al Congreso sobre los peligros del consumo de drogas que se han convertido en «una emergencia nacional que afecta tanto el cuerpo como el alma de América», el Congreso tuvo que empezar a reconocer, como lo decía un informe de la Asociación de Abogados 226
Anotaciones
de los Estados Unidos, «la incapacidad del sistema judicial para controlar el problema de la droga [...] mediante medidas represivas. Policías, fiscales y jueces dijeron al Comité que no habían tenido éxito al tratar de producir un impacto significativo en la importación, venta y uso de drogas ilegales a pesar de haber dedicado buena parte de sus esfuerzos al arresto y juzgamiento de personas relacionadas con las drogas».1 En el mismo año, el presidente del Comité sobre asuntos judiciales y líder de la bancada demócrata, senador Joseph R. Biden Jr., decía en la apertura de las sesiones: La situación de las drogas probablemente se volverá peor antes de que empiece a mejorar [...] la guerra contra las drogas no ha terminado; ni siquiera está a mitad de camino.2
Al mismo tiempo, Robert C. Bonner, jefe de la DEA, se quejaba: Tenemos desafíos en todas las áreas. La cocaína representa el problema más serio que haya enfrentado este país, y es de tal magnitud que se está extendiendo a todo lo ancho de Europa.3 1
Citado en: Drugs, Law Enforcement and Foreign Policy. A report prepared by the Subcommittee on Terrorism, Narcotics and International Operations of the Committee on Foreign Relations. Senate. December 1988. Washington: U.S. G.P.O., 1989. 2
New Drug Reports: Victory in the War on Drugs? Hearing before the Committee on the Judiciary. United States Senate. 101st Congress. Second Session on recent developments in the national effort against drug trafficking and abuse. July 17, 1990. Washington: U.S. G.P.O., 1991.
3
Review of the 1991 International Control Strategy Report. Hearing before (continúa en la página siguiente)
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¿Qué significa todo esto? ¿Qué había cambiado en una década? ¿Cómo sucedió que aquellos elegantes abogados de Wall Street fuesen remplazados por minorías y aquellos elegantes establecimientos de Los Angeles y Nueva York por barrios de negros e inmigrantes? Tal como Richard Brown, profesor de sociología de la Universidad de Maryland, lo ha señalado, el lenguaje de la política había cambiado aunque «las propiedades inherentes de las drogas y su grado de toxicidad se habían mantenido inalterables».4 Durante las últimas dos décadas, tanto en inglés, como en español, como en cualquier otro idioma, palabras como narcotráfico, narcoterrorismo, narcodólares, narcocapos, narcodemocracias, han aparecido y asumido una manera particular de definir no solamente situaciones internas sino también realidades internacionales. Tal como sucede con cualquier otro problema social, podríamos decir que tales cambios han ocurrido en la percepción pública más que en los rasgos inherentes del problema.
L AS DROGAS COMO PROBLEMA SOCIAL Me parece que para entender estos giros, además del juicioso y detallado análisis histórico de que han hecho gala los autores, es necesario hacer un esfuerzo por enmarcar esos datos, y los más recientes, en una perspectiva teórica más comprensiva. Para ello me permito apelar a un enfothe Committee on Foreign Affairs and the Subcommittee on Western Hemisphere Affairs. One Hundred Second Congress. First Session. March 5, 7, 12, and 13, 1991. Washington: U.S. G.P.O., 1991. 4
Brown, Richard. Forbidden Substances: knowledge and power in the formation of drug policies in the United States, U. of Maryland, 1991, pág. 44.
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Anotaciones
que constructivista de los problemas sociales que, al menos, podría explicar una buena parte de estos cambios. Me voy a detener en algunos temas que fueron discutidos ampliamente en el Congreso de los Estados Unidos durante la década del 80, para intentar comprender el ambiente político y cultural que dio origen a la guerra contra las drogas. Dejaré a un lado, por razones de espacio, toda una serie de consideraciones políticas y económicas que, sin duda, jugaron un papel importante pero cuya exposición sería muy dispendiosa en el marco de estas anotaciones. Lo hago así, aun a riesgo de dejar enormes vacíos en la argumentación. Como lo ha señalado una escuela de pensamiento, «algo se convierte en problema social cuando grupos interesados lo definen como tal». Obviamente, esta definición se produce después de un largo proceso de desarrollo. Si se acepta el postulado anterior, es decir, que un problema social es siempre producto de una definición hecha por quienes de alguna manera están interesados directa o indirectamente en producir tal definición, se puede entonces preguntar quién tiene el poder para definir y qué procesos y mecanismos ayudan a tal definición. Puesto que la realidad se concibe como construcción intersubjetiva, resultado de procesos de asignación de significado, se puede decir que hay múltiples mundos simbólicos y que, por lo tanto, compiten tantas definiciones de la realidad como grupos de interés coexisten. Se sabe que el término guerra contra las drogas ha tenido diferentes significados dependiendo de qué lado argumenta. Estas diferentes perspectivas —que surgen de diferentes definiciones de la realidad— tienen que ver con problemas relativos a la posición internacional así como a las lu229
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chas internas por el poder. Aunque los problemas sociales se designan mediante procesos intersubjetivos, esta definición no se produce de manera caprichosa. Existen factores reales que, a su vez, se convierten en amenazas reales para un grupo o varios grupos. A partir de estas premisas, podemos entender que, si bien el consumo de drogas puede convertirse en un problema social, también es cierto que la represión del mismo —es decir, el conjunto de instrumentos legales, judiciales, militares y policivos que se ponen en acción para controlar su uso— se convierte igualmente en el problema del problema de las drogas como algunos analistas lo han indicado. Veamos algunas tesis que contribuyen a respaldar este argumento: a. Según David Musto —posición compartida con variaciones por Joseph Gusfield, las dos personalidades norteamericanas con mayor prestigio en el estudio de los fenómenos de la cultura de las drogas— la guerra contra las drogas solo tiene éxito cuando se genera una creciente condena pública de la droga en particular. En otras palabras, la eficacia legal y represiva siempre llega tarde, cuando ya hay una fuerte y significativa parte de la sociedad condenando y censurando el uso de tal droga. Paradójicamente, dice Musto, cuando la tendencia al consumo decrece, se produce una fuerte retórica contra su uso que legitima pretensiones derivadas de la represión, como incremento en los presupuestos, en el personal burocrático, en armamento, etc.5
5
Así lo señala el doctor David Musto en un seminario-taller auspiciado por el Senado de los Estados Unidos. Véase New Drug Reports... Para ampliar el punto de vista del Dr. Musto, consúltese su ya clásico libro: La (continúa en la página siguiente)
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Anotaciones
b. Se presenta también una lucha económica para monopolizar ese mercado6 y la acción del gobierno se encamina a afectar la distribución de los recursos —es decir, los intereses económicos de las clase y grupos en disputa— así como las actitudes, opiniones y juicios que los respaldan.7 Según esto, las luchas políticas deben entenderse como el intento por controlar tanto los bienes económicos como simbólicos que están en disputa. Las medidas legales contra las drogas, a pesar del discurso científico o moral que las respalda, se estructuran según tales luchas en la esfera de la economía. c. Se genera, entonces, una estrategia política cuyos componentes principales son: 1. Intereses económicos expresados en una variedad de términos —morales, científicos, políticos—; 2. Clara identificación de un enemigo para movilizar el más amplio respaldo político contra él; y 3. Entre muchas posibles alternativas, se escoge el enemigo más vulnerable, es decir, el más débil.8 d. Adicionalmente pueden encontrarse dos formas de simbolismo político: «Gestos de cohesión y gestos de diferenciación. Los primeros [...] sirven para establecer los aspectos consensuales comunes de la sociedad como fuentes de apoyo gubernamental. Los segundos conducen a la exaltación o degradación de un grupo en oposición a otros. Al hacerlo, el lenguaje de la diferenciación
enfermedad americana. Tercer Mundo, Uniandes, CEI. Bogotá: 1993. 6
Brown, Richard. pág. 20.
7
Gusfield, Joseph R. Symbolic Crusade. U. of Illinois Press, 1966.
8
Edelman, Murray. Politics as Symbolic Action. Chicago: Markham Publishing Company, 1971.
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se transforma en condena moral y tiende a convertir las cuestiones políticas en morales (Gusfield). Así, siguiendo esta lógica, el significado moral del uso de las drogas ilícitas se deriva fundamentalmente del estatus del consumidor antes que de las propiedades inherentes de la droga (Brown). Si el status del consumidor es una clave para identificar la mayoría de los debates relativos al uso moral de las drogas, el estatus del productor, consecuentemente, podría suministrar otra clave para comprender las dimensiones internacionales de la política contra las drogas. El comercio de cocaína podría entenderse en dicha perspectiva. Inherentemente, la cocaína es apenas una más entre millones de mercancías y, por lo tanto, su definición como peligrosa o inmoral resulta de una combinación de intereses y representaciones simbólicas. Como lo ha indicado David Musto, hacia 1884, cuando la cocaína entró por primera vez a los Estados Unidos, fue utilizada sin ninguna restricción. Los profesionales de la salud la recomendaron como tónico y como efectivo tratamiento contra ciertas afecciones alérgicas. Años más tarde, sin embargo, comenzó a identificarse como una amenaza individual y pública que debería ser controlada. Hacia los años treinta, el uso de cocaína había diminuido ostensiblemente pero «las penas por posesión de drogas se incrementaron hasta que alcanzaron su máximo nivel en 1956, un período de bajo consumo de opio y de casi inexistente uso de la cocaína y la marihuana».9 Las severas medidas represivas no detuvieron ni previnieron
9
New Drug Reports... op. cit.
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Anotaciones
la ola subsecuente de consumo que se presentó en la década siguiente. Según Musto, hoy en día se mantiene un similar patrón de comportamiento político y social. Cuando la tolerancia se eleva, la represión se suaviza y viceversa. La paradoja consiste precisamente en que las fuertes sanciones siempre se establecen cuando el uso de la droga está declinando gracias a diversas formas de control social de naturaleza diferente. El incremento de penas es posible gracias a que poca gente está utilizando las drogas, pero no parece probable que dichas penas contribuyan notoriamente a impedir que la gente consuma drogas cuando quiere hacerlo. Al menos, en una sociedad como la norteamericana.10 Un segundo aspecto derivado de esta línea de argumentación tiene que ver con el uso de drogas como símbolo de desorden social. La cocaína ha sido percibida por muchos sectores como la primera causa de problemas sociales «que debieran atribuirse mejor a complejas razones tales como la inadecuada educación, la carencia de oportunidades y la exclusión cultural y social».11 Un tercer aspecto tiene que ver con el uso simbólico de las drogas como reflejo de conflictos originados en los sistemas y mecanismos de ordenación social, tal como Gusfield lo ha señalado. La cocaína se ha vinculado con 10
Un interesante estudio dirigido por el mismo dr. Musto muestra que el comportamiento en el consumo de cocaína entre 1908-14 y 1982-89 sigue más o menos los mismos patrones. No ha habido diferencias sustanciales a pesar de los diferentes procesos legales que se produjeron en uno y otro caso. 11
New Drug Reports...
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las minorías negras e hispánicas, y este hecho se ha acompañado de una especie de pánico moral,12 es decir, con el sentimiento de que la sociedad está amenazada por un comportamiento terriblemente equivocado de personas que carecen de compromiso moral con el país de origen o con el país que las ha acogido y, por consiguiente, deben tratarse como enemigos. Cuando tal identificación se alcanza, es probable que el público medio rehuse apoyar aquellos programas orientados a la educación, tratamiento preventivo y médico o mejoramiento de las condiciones económicas, y apoye más decididamente medidas coercitivas. En tal momento, el problema se identifica como perteneciente exclusivamente al grupo estigmatizado y «es muy improbable que se esté decidido a apoyar medidas preventivas pues se puede pensar que son un despilfarro de dinero e impuestos [...] Se podría predecir que cuando finalmente nos volvemos intolerantes frente al uso de drogas, también perdemos nuestro entusiasmo hacia medidas que contribuyan efectivamente a prevenirlo».13 Finalmente, tanto Musto como Brown comparten la idea de la sustitución inevitable de una droga por otra, lo que aquel llama la teoría hidráulica del uso de las drogas. Sin embargo el psiquiatra norteamericano advierte que tal tendencia a la sustitución es más característica de la fase tolerante mientras que en la fase de declinación hay un fuerte rechazo a cualquier consumo de drogas, lo que co-
12 Erich Goode. “The American Drug Panic of the 1980s: Social Construction or Objective Threat?” En: The International Journal of the Addictions, 25(9), 1990. 13
New Drug Reports:..
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Anotaciones
incide con movimientos que exaltan el papel de la salud y del bienestar físico.
L A COCAÍNA COMO PROBLEMA SOCIAL INTERNACIONAL ¿Por qué se convirtió la cocaína, y más precisamente el tráfico de cocaína, en un problema internacional? ¿Qué actores lo identificaron como tal y sobre qué base? Probablemente podemos encontrar algunos argumentos que se hallan en el núcleo de la política internacional contra las drogas. Un informe presentado en 1982 ante la Cámara de Representantes indicaba los principales elementos subyacentes a la definición política de las drogas como problema social,14 los cuales pueden resumirse así: @ Los Estados Unidos han sido invadidos por un permanente flujo de drogas ilícitas; @ Estas se producen en y se introducen ilegalmente desde países extranjeros; @ Sus efectos son nocivos para la sociedad norteamericana; @ Hay evidencia sobre los efectos adversos que sobre la salud tienen la marihuana y la cocaína así como cualquier droga ilícita; @ Existe, igualmente, un vínculo evidente entre consumo de drogas y actividades criminales; @ Las drogas tienen un efecto corrosivo sobre la familia, la escuela y la comunidad; 14
International Narcotics Control. Report of Staff Study Missions to Latin America, Southeast Asia and Pakistan. October 22, 1981 - April 3, 1982. United States. House of Representants. Washington: U.S. G.P.O., 1982.
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cuela y la comunidad; @ Hay una creciente preocupación pública por los efectos del consumo de drogas.
Esta definición no era ni nueva ni monolítica. Por ejemplo, para mostrar cuán contradictoria y complicada era tal definición, en 1987 David L. Westrate, el director asistente de Operaciones de la DEA, decía: Generalmente miramos al extranjero para hallar la fuente de nuestro problema de drogas. Sin embargo, un poco más de la mitad de las muertes y enfermedades en los Estados Unidos se deben al abuso de drogas legítimas [...]. 15
Otras voces se le habían unido. Ya en 1989, el coordinador para América Latina de la DEA, John P. Martsh, hacía una sorprendente declaración diciendo que desde el punto de vista de su Agencia, lo que había estimulado el gigantesco negocio de las drogas en Latinoamérica era «el insaciable apetito de los Estados Unidos por las drogas».16
15
Combating International Drug Cartels: Issues for United States Policy. Report. Prepared by the Congressional Research Service, Library of Congress, on a Seminar held on May 8, 1987. For the Caucus on International Narcotics Control of the United States Senate. September 1987. Washington: G.P.O., 1987. 16
Drugs and Latin America: economic and political impact and United States policy options. Proceedings of a seminar held by the Congressional Research Service, April 26, 1989. Report of the Select Committee on Narcotics Abuse and control. 101st Congress. First Session. U.S. G.P.O.: Washington, 1989.
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Anotaciones
Así pues, el discurso de la guerra contra las drogas no fue ni ha sido lineal y homogéneo, aunque su naturaleza política ha primado desde el principio, fuertemente ligada a consideraciones de tiempo y circunstancias que van más allá de su cobertura científica o moral. En la década pasada las drogas también se definieron como peligrosas debido a que fueron conectadas con una suerte de conspiración proveniente de los sitios más deprimidos de la sociedad norteamericana o de países interesados en desestabilizar el sistema político norteamericano. Harry J. Anslinger, quien por 32 años, desde 1930, fue comisionado para las drogas, creyó firmemente en que la raíz del problema de las drogas podría encontrarse en el extranjero. Para él, italianos, latinoamericanos y asiáticos representaban la peor amenaza a los valores sociales. En la medida en que la lucha contra las drogas no tuvo éxito en la solución del problema, Anslinger apeló a otra explicación: el comunismo. El clima político después de la Segunda Guerra Mundial le proveyó los argumentos para elaborar una teoría de la conspiración comunista internacional, parte de la cual se valdría de las drogas para minar tanto la moral como la economía de los E.U. William Walker III cita este comentario de Anslinger: «La mafia no es el mayor traficante. Esta es una falsa impresión pues el mayor traficante es Pekin».17 No sorprende pues que el eco de la teoría de Anslinger se oyera en los Estados Unidos aún en la década del 80. David Musto ha mostrado cómo Anslinger sentó las 17
Walker III, William O. Drug Control and National Security, en Diplomatic History, Vol. 12, N. 2, Spring 1988, p. 187-199.
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bases para la opinión común acerca del problema de las drogas en los Estados Unidos. Aunque quizá no abiertamente, la política de drogas se basó también en dicha teoría y mucha gente llegó a pensar que los líderes de los países socialistas —Nikita Khrushchev, Leonid Brezhnev, Chou En-lai, Fidel Castro, los Sandinistas— se hallaban comprometidos «en una sofisticada forma de guerra química».18 Una vez terminada la Guerra Fría, la teoría de la conspiración siguió rindiendo sus frutos pero ahora centrada en un nuevo enemigo: la mafia latinoamericana. Ya hacia diciembre de 1988 hallamos este giro en el énfasis. Un informe preparado por el Subcomité sobre Terrorismo, Narcóticos y Operaciones Internacionales del Comité para Asuntos Internacionales, comienza citando un anterior testimonio del general Paul Gorman que decía: El pueblo americano debe entender [...] cómo nuestra seguridad y la de nuestros hijos está amenazada por una conspiración latina [...] mucho más eficiente, como subversión, que aquella que se origina en Moscú. 19
18
Douglas, Joseph D., Jr.; Jan Sejna. Drugs, Narcotics, and National Security, Global Affairs, Fall 1987. Sejna era miembro del Comité Central de Checoslovaquia y de la Asamblea Nacional, antes de desertar hacia los Estados Unidos en 1968. 19
Drugs, Law Enforcement and Foreign Policy. A report prepared by the Subcommittee on Terrorism, Narcotics and International Operations of the Committee on Foreign Relations. Senate. December 1988. Washington: U.S. G.P.O., 1989.
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Anotaciones
Se entiende así perfectamente cómo el tema de las drogas, definido como un problema de seguridad nacional, ha sido utilizado conforme a tal definición. El argumento sobre la seguridad nacional fue, además, acompañado de una fuerte creencia en que los Estados Unidos tenían el derecho y el deber de usar su superior poder militar para forzar a otros estados a cooperar en la guerra contra las drogas. La guerra sería así un medio para defender su seguridad nacional. No es extraño, entonces, el apoyo público recibido por el presidente Reagan al declarar la guerra contra las drogas y al enfatizar las estrategias orientadas hacia la producción. Era claro, para mucha gente, que la respuesta de la política de los Estados Unidos debería ser similar a la amenaza.20
L A CONSTRUCCIÓN DEL ENEMIGO LATINOAMERICANO Como Rosa del Olmo lo ha señalado,21 fue solamente a principios de la década del 80 que el tema de las drogas se convirtió en un asunto de interés internacional ligado a la producción y tráfico de cocaína. Se creó un discurso transnacional que se convirtió en la base de la política de Estados Unidos hacia Latinoamérica. Dicho discurso empleaba diversos estereotipos: uno fue el de culpar a los inmigrantes ilegales de ser la principal causa de las repercusiones económicas del tráfico de drogas. Por primera vez 20
Es probable que la famosa calificación de narcoguerrilla hecha por el embajador Tambs haya tenido eco en los Estados Unidos porque acertaba en fusionar todos los temores. 21
Del Olmo, Rosa. La cara oculta de la droga. Ed. Temis, Monografías Jurídicas, No. 58. Bogotá: 1988.
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en su historia, los Estados Unidos tenían que confrontar a una clase particular de individuos: los inmigrantes colombianos que, aunque ilegales, tenían suficiente dinero para desplazarse por el territorio y eran lo suficientemente hábiles para establecer una poderosa red de narcotráfico que, según la DEA, ya en 1980 había abierto cuentas bancarias por más de 2 billones de dólares. Pero quizá el aspecto más importante radique en que, particularmente los países andinos eran —y siguen siendo— un área de baja prioridad política inmersa en un problema de alta prioridad política. Y esta puede ser una de las principales contradicciones en el diseño de la política exterior norteamericana para la región. Muy brevemente, se pueden diferenciar cuatro etapas en la política antidrogas de Estados Unidos hacia América Latina: @
A comienzos de la década del 80, los Estados Unidos se decidieron a acabar con la producción de marihuana y cocaína forzando la erradicación, la interdicción y la extradición de narcotraficantes. América Central fue el núcleo de dicha política.
@
A mediados de esa década, comenzó a definirse como un problema de seguridad nacional. Por primera vez se identificaron los carteles y la presión sobre los países andinos se incrementó significativamente. Colombia se convirtió en la clave para la guerra contra las drogas.
@
A finales de la década, a medida que comenzaron a desaparecer las amenazas provenientes de la Guerra Fría, el tema de las drogas se estableció firmemente como un problema de seguridad nacional y se tomaron medidas adicionales conforme a tal postulado. Sin embargo, muy tenuemente comenzó a plantearse una
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Anotaciones
perspectiva que también contemplaba el lado de la demanda aunque, en lo fundamental, se siguió pensando que limitando la producción se disminuiría el consumo. Esta concepción se mantuvo hasta finales de la administración Bush.
@
Una vez que se produjo el relevo, después de una larga hegemonía republicana, el gobierno Clinton hizo algunos intentos por trasladar el problema a la esfera multilateral. Gracias a presiones de los sectores más críticos de su partido pareció dar algunos pasos hacia el estímulo a las organizaciones y foros internacionales para definir una política de alcance mundial y multilateral. Sin embargo, y particularmente en el caso andino, se mantuvo en general la línea establecida por su antecesor.
Tenemos pues un escenario particularmente complejo pues, por un lado, existe ya a finales de la década del ochenta un extendido escepticismo sobre los alcances, los métodos y los logros de la guerra contra las drogas, especialmente entre la entonces mayoría demócrata del Congreso; y por otro se ha logrado identificar un enemigo que adquirirá rostro y cuerpo en la figura de los grandes capos cuyo organigrama —real o supuesto— aparece en las principales publicaciones de los E.U. Muy pronto el problema internacional se condensa en lo que empezó a llamarse el modelo colombiano que, como reconoció un analista en un subcomité del Congreso, representaba ya no la referencia explícita a un país sino la figura del tráfico internacional de la cocaína. 241
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¿CONCLUSIÓN ? Termino, pues, este largo comentario señalando dos hipótesis complementarias que espero ayuden a poner en perspectiva las juiciosas consideraciones de los autores. La primera podría esbozarse así: por primera vez, a comienzos de la década del 80, los Estados Unidos tienen que afrontar una situación muy compleja en los países del Tercer Mundo que los pone ante el dilema de abrir multiplicidad de frentes en un sinnúmero de regiones con realidades culturales, lingüísticas, económicas y políticas muy diversas —como se pudo apreciar en los prolijos informes que condujeron a la política de certificación— donde aparentemente los E.U. hubieran tenido que actuar en todos los continentes del hemisferio sur.22 David Westrate, administrador asistente de Operaciones de la DEA, lo explicaba claramente ante el Congreso: La gran preocupación en los años venideros [...] es la heroína con la cual será diez veces más difícil de tratar que con la cocaína pues esta proviene básicamente de dos áreas perfectamente definidas. Allí nos las tenemos que ver con un solo idioma. Pero cuando hablamos de heroína, probablemente tendremos que entendernos con una docena de idiomas diferentes, con tres áreas de producción dispersas, con rutas de tráfico tremendamen-
22
La lista de países y regiones comprometidos en el tráfico de drogas ilícitas era abrumador: Afghanistan, Bolivia, Brasil, Bulgaria, Argentina, Burma, Colombia, Nigeria, Chipre, República Dominicana, Egipto, Guatemala, Haití, Hong Kong, India, Indonesia, Costa de Marfil, Kenia, Laos, Líbano, Malasia, México, Marruecos, Nepal, Nigeria, Pakistán, Panamá, Paraguay, Perú, Filipinas, Senegal, Singapur, Siria, Tailandia, Turquía, Bahamas, R. P. de China, Venezuela.
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Anotaciones
te diversificadas y con situaciones políticas muy distintas.23
Recuérdese que el marco político está dado por la enorme carga retórica de la guerra contra las drogas y de la escasa importancia política de la región andina. Es por ello que la segunda hipótesis podría formularse así: ante la complejidad del problema, y el poco interés estratégico de nuestros países, se produce una enorme simplificación que, a su vez, contribuye a economizar recursos económicos, militares y diplomáticos. Dicha sobresimplificación se condensa en el mantenimiento de una línea casi constante a lo largo de las últimas dos décadas mediante el énfasis en una estrategia muy sencilla: erradicación de cultivos en los países productores, interdicción en la naciones de origen o en el tránsito hacia los E.U. y eliminación o inmovilización de los mayores traficantes, utilizando básicamente el recurso de la extradición.
23
Review of the 1990 International Narcotics Control Strategy Report. Hearings before the Committee on Foreign Affairs. H. of R. 101st. Congress. Second Session. March 1, 6, 8, 13 and 15, 1990. Washington: United States G.P.O., 1990.
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POLÍTICA Y ECONOMÍA
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La ley y la economía en Colombia Salomón Kalmanovitz1
El sistema legal es uno de los pilares de la economía. Sin él, es difícil que las transacciones puedan llevarse a cabo regularmente porque no habría forma de garantizarlas mínimamente. Todos los contratos que se firman en una sociedad describen y precisan los bienes y Servicios que se están transando, los pagos, los plazos y las sanciones por incumplimiento de sus términos. Mientras más confianza exista en una sociedad, mayor será el número de contratos no escritos que los agentes mantienen entre sí y menores los costos de transar.2 Pero si el nivel de confianza 1
Codirector del Banco de la República. Nota del autor: Quiero agradecer los extensos comentarios provistos por John Sudarsky y Mauricio Romero y la discusión con Lisímaco Parra. 2
Para una discusión sobre el requisito de confianza en la sociedad capitalista ver de Francis Fukuyama, Confianza (Editorial Atlántida, Buenos Aires, 1996). Ese es un espacio grande de análisis para las sociedades latinoamericanas en las que la heterogeneidad social y la debilidad de la sociedad civil, junto con grupos familiares dispersos, marcan una atmósfera de desconfianza que(continúa frena cl desarrollo de las en la página siguiente)
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Salomón Kalmanovitz
no es suficiente, entonces la ley garantiza que los contratos se cumplan y si no lo hacen los agentes serán castigados o puestos fuera de circulación. Si la ley no los garantiza, se multiplica el riesgo y el costo de enfrentarlo. Cuando los agentes pueden ser estafados, robados, violentados, secuestrados, extorsionados impunemente, entonces las operaciones de mercado se ven seriamente restringidas y se frena el desarrollo económico.3 Por lo demás, si la ley es elaborada con desparpajo y aplicada selectivamente pierde gran parte de su eficacia. Colombia vive sin ley y en creciente desconfianza ya durante mucho tiempo y sus efectos sobre el desarrollo económico comienzan a sentirse: reducción de la inversión en general y de la extranjera en particular, emigración del país de empresarios y ejecutivos desesperados con la extorsión y el secuestro, tierras sin cultivar, poblaciones desplazadas masiva y forzosamente, costos astronómicos de seguridad en el balance de las empresas y de los individuos, pesada tributación para ampliar la seguridad provista por el Estado, tributación doble o triple por parte de la insurrección y del paramilitarismo. Todos estos son factores que en los próximos años van a incidir pesadamente en el desarrollo económico del país, haciéndolo más lento y pueden llegar incluso a destruir parte del acervo de capital existente, o sea, a hacer decre-
fera de desconfianza que frena cl desarrollo de las asociaciones, sociedades anónimas y hasta de las mismas empresas públicas. 3
Vcr de Douglas C. North, Instituciones, cambio institucional y comportamiento económico (FCE, México, 1995) y Structure and Change in Economic History (Norton, Nueva York, 1981). Con Robert Paul Thomas, El nacimiento del mundo occidental (Siglo Veintiuno Editores, México; 1978).
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La ley y la economía en Colombia
cer el ingreso nacional y a hacernos efectivamente más pobres de lo que somos. No hay que dejar de lado que las normas no escritas que están en el corazón de las personas, las marcadas por la ética y la religión, inhiben a los individuos a actuar en contra de los intereses de otras personas, incluyendo sus patrimonios y sus vidas. Una de las grandes fallas de la teoría neoclásica de la economía es que si se cumpliera su más importante precepto —la maximación de la utilidad por cada individuo— habría una constante guerra social, cada cual persiguiendo estrechamente su beneficio. Esa parece ser bastante la situación de Colombia en el plano social, político y aún en el del tráfico vehicular, lo que nos coloca como el país de mayor índice de criminalidad en el mundo, gran vulnerador de los derechos humanos y ocupando otro liderazgo importante en cuanto a accidentes de tránsito. Las nociones de respeto al prójimo, solidaridad y el cumplimiento de los mandamiento básicos son los que garantizan cierta armonía social. Un debilitamiento de estas nociones de bien y mal hace también que se dispare la criminalidad o que incluso se combinen perversamente los valores religiosos con los actos delictivos. O que suceda que hay una masiva desobediencia civil de las reglas elementales de seguridad y convivencia en la conducción vehicular como es, entre muchos otros, el desconocimiento del rojo en los semáforos. Una ética poco adaptada al capitalismo, como es la derivada del catolicismo,4 tiene algo que ver con el proceso 4
Habría adaptaciones especiales de la doctrina católica para justificar la marcha de los negocios o hacer proselitismo entre los obreros y pobres en casos también de disciplinamiento social. Basta con citar la disciplina financiera de la orden jesuítica o la ideología procapitalista del Opus (continúa en la página siguiente)
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Salomón Kalmanovitz
pero hasta cierto momento histórico ella fue suficiente para contener los peores impulsos de la mayor parte de la población, haciendo que Colombia fuera un país normal en términos de las muertes anticipadas de sus habitantes hasta mediados de este siglo. Era una relativamente apacible nación, dirigida oligárquicamente, con la mayor parte de la población amarrada a las haciendas y con pequeñas y bucólicas ciudades. Se trata de una ética que tiende a identificar la riqueza con el pecado y que obstaculiza el desarrollo del crédito al confundirlo con la usura. Condena también el ahorro, tan necesario para garantizar un rápido crecimiento económico, como avaricia. Impide desarrollar el individualismo y sobre todo la responsabilidad que lo debe acompañar. El problema de fondo dentro del latifundismo católico es que las virtudes burguesas se constituyen en vicios morales. Es notoria la falta de previsión en estas sociedades porque el individuo no está enfrentado consigo mismo para obtener la salvación sino que la religión y la autoridad le garantizan el cielo mediante la confesión y la penitencia y al no tener que preocuparse por ella ni de responsabilizarse de su suerte no mira hacia adelante.5 El desarrollo capitalista desajustó todo eso y la guerra civil de los años cincuenta arrasó con la paz y con el sistema de justicia. Hay que de-
Dei. Sin embargo siempre queda la duda de si la rígida jerarquía eclesiástica con la actitud de duros contra la herejía y suaves con el pecado, sea compatible con un régimen económico y social competitivo, racionalmente riguroso, mucho más flexible y horizontal. Ver de Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo (Premia Editora, México, 1979). 5
Mírese, entre otros, la política frente al control de la natalidad que se rechaza con la justificación de que cada niño llega con su pan debajo del brazo.
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cir que Colombia no pasó por procesos sociales de disciplinamiento e interiorización de una ética inhibitoria, como el que desplegaron los protestantes en los siglos XVII y XVIII en Inglaterra, Holanda y Alemania, o como la desplegada de forma más sanguinaria por regímenes dictatoriales prolongados o que nuestras instituciones políticas no son de estirpe calvinista. Los calvinistas introdujeron la noción del perfeccionamiento del individuo para alcanzar la gracia y eso incluía la acumulación racional de riqueza, como una de las tantas evidencias de la gracia divina. Condenaron el consumo conspicuo y ahorraron con fervor. Desplegaron una intensa labor educativa tanto de alfabetización —para poder leer la Biblia y entrar en contacto directo con Dios— como de trabajo duro, ahorro persistente y vida sobria que alejaron a muchos del alcoholismo y del juego. Todos estos factores jugaron un papel importante en el rápido desarrollo económico que lograron los países protestantes. Crearon instituciones de asistencia social que probaron ser muy exitosas para rehabilitar y educar a los marginados de la sociedad, volviéndolas productivas sin menoscabar su valía. Siendo la salvación un problema del individuo y su relación con Dios privado, emergió una gran tolerancia para con las creencias de cada cual, quizás también porque las suyas habían sido tan encarnizadamente perseguidas.6 Nótese como la idea del individuo 6
Philip S. Gorski. The Protestant Ethic Revisited: Disciplinary revolution and State Formation in Holland and Prusia. En: AMERICAN JOURNAL OF SOCIOLOGY, Vo1umen 99, No. 2, septiembre de 1993: «El calvinismo promovió la disciplina social en tres niveles: primero, internalizó una ética de autodisciplina en los creyentes como individuos; segundo, inventó una variedad de estrategias institucionales para mantener la disciplina colectiva dentro de la iglesia; y tercero, promovió reformas socia(continúa en la página siguiente)
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Salomón Kalmanovitz
libre, soberano y responsable ante Dios precede la revolución política burguesa. Las dictaduras prolongadas, por su parte, desplegaron el terror del Estado para amedrentar y someter a la población en procesos que lograron interiorizar solo a medias una disciplina social. Hubo también desviaciones en la interpretación de la doctrina sobre la predestinación, como la del partido nazi alemán que creyó que la raza aria estaba destinada a controlar el mundo. Existe un claro proceso de reforma dentro de la Iglesia Católica basado en la teología de la liberación que puede estar repitiendo algunos de los pasos dados por Lutero y Calvino en el siglo XVII. Las coincidencias son el énfasis en la vida terrenal, en el comportamiento cotidiano de los fieles que debe ser ejemplar y solidario, es decir, más énfasis en la conducta que en el rito, la solidaridad y en la igualdad intrínseca de todos los seres humanos, algo que choca con el carácter jerárquico y centralizado de la Iglesia. Sin embargo, las formas de acción son colectivas y no individuales y la forma de perfeccionamiento es la acción política. Se mantiene una actitud crítica tradicional contra la ganancia y el crecimiento de la productividad y la acción colectiva para reducir la primera y frenar la segunda. La educación se orienta en ese sentido para mejorar la efectividad de su acción política en la conquista de sus derechos.7 En este sentido constituyen desde un punles dirigidas a incrementar la disciplina del pueblo. Cuando tales movimientos se aliaron con élites políticas en auge, particularmente los burgos urbanos y las monarquías en proceso de centralización, el resultado fue una profunda transformación de la vida social e institucional, una revolución disciplinaria con efectos transformadores en la formación del Estado» (p. 266). 7
David Stoll. Is Latin America Turning Protestant? Berkeley: University of (continúa en la página siguiente)
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to de vista institucionalista un sector que está por la redistribución del poder político y de la torta económica y no como un factor que afecta el desarrollo de la iniciativa individual responsable y el desarrollo de la producción. Sin embargo, educan para lograr un comportamiento consistente con el respeto y amor por el prójimo. El protestantismo en Colombia, por otra parte, cuenta entre 2.5 y 3 millones de fieles alrededor del 8% de la población —y tiende a ser una ligereza que responde en algún grado a las ligerezas disipatorias de la sociedad— habiendo arraigado en sectores de bajos ingresos que se han podido superar con la autodisciplina que provee la fe. Son también resultado de la influencia de las iglesias norteamericanas, en particular de los movimientos evangelistas, para propagar su fe en territorios y poblaciones accesibles. Sin embargo, al contar con parroquias de pobres, no han podido evitar plantear acciones políticas que mejoren la suerte aquí y ahora de sus feligreses y en ello han coincidido con movimientos liderados por la teología de la liberación. Algunos financiados por la derecha protestante han pretendido obviar el problema social y han apoyado regímenes que muestran muy pocas virtudes cristianas. Tanto el evangelismo y el protestantismo más la reforma católica no alcanzan a cubrir una parte importante de la población colombiana y lo accesible es la concepción católica tradicional que se muestra cada vez menos apropiada para ofrecer soluciones. La razón para ello es que la tradición hispánica y católica no contribuye mucho al desarrollo de un sistema de justicia igualitario y eficien-
California Press, 1990.
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te ni a una ética compatible con el capitalismo, que enfatize la responsabilidad individual o que contribuya a la construcción de un Estado sólido y justo que lleve a armonizar la sociedad, a limitar los abusos y reducir la criminalidad. Eso se hace más difícil aún cuando no existe autoconciencia del sistema legal que tenemos ni de su historia. El historiador Malcom Deas observaba sorprendido que no hubiera una historia del derecho en Colombia a pesar de la proliferación de facultades y de egresados,8 mientras que sí la hay para la mayor parte de las ciencias y profesiones del país. Los abogados que se vuelven críticos de su profesión se van hacia la ciencia política o la filosofía pero son escasos los que piensan en el papel que ha jugado y está jugando el sistema legal en el desarrollo económico del país.
ALGUNOS ELEMENTOS, DEMASIADO POCOS , DE UNA HISTORIA DEL DERECHO COLOMBIANO
En contraposición a la tesis de Alfonso López Michelsen de que nuestras instituciones tienen una estirpe calvinista,9 el origen filosófico del sistema español y del colom8
Malcom Deas, en Dos ensayos especulativos sobre la violencia en Colombia. Bogotá: Fonade y DNP, 1995. 9
Ver de Lisímaco Parra, La crisis de la élite, en este libro, p. 76. Es diciente que después de 50 años del debate que protagonizara Leopoldo Uprimny, en La estirpe romántica y semiescolástica de nuestras instituciones (citada por Parra, p. 99 y 102, notas 7 y 9 respectivamente) contra la posición de López Michelsen en sus conferencias de clase, La estirpe calvinista de nuestras instituciones, este se repite casi en los mismos términos, aunque quizás ahora tenemos a favor un fuerte desarrollo de las ciencias sociales y la posición de López aparece casi como inverosímil.
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biano fue católico, pensado por el jesuita Francisco Suárez, en el siglo XVI. Él fundió la visión del mundo feudal, jerárquico, estamental (la aristocracia, la nobleza eclesiástica, los plebeyos ricos, los siervos y los pobres libres) con la de un imperio que requería de cierta funcionalidad. Tal sistema está muy lejos de los principios igualitarios y de libertad religiosa que sentó la Reforma Protestante y que sistematizó la Revolución Francesa. Por el contrario, el orden divino inmutable y jerárquico se expresa terrenalmente en las jerarquías políticas que tiene en su cúspide al Papa y al rey, abajo de los cuales yacen fieles y súbditos. Cada estamento tiene su propia ley distintiva y así son diferentes los tribunales para cada uno. Los eclesiásticos y los militares no responden por su conducta sino ante sus similares y así se van repitiendo los fueros especiales para los burgos, los artesanos, otros gremios y toda asociación que logre reconocimiento por parte del fortísimo poder central, dando lugar a nuestra tradición de personerías jurídicas. En el Nuevo Mundo las castas y clases estuvieron firmemente segregadas y así también «la justicia fue dispensada sobre bases segmentadas y no igualitarias».10 El dicho de que la justicia es para los de ruana que se mira como algo natural y lo es por su largo asiento histórico, se basa en esta tradición puesto que los castigos y las condiciones bajo las cuales se pagan son mucho más intensas para los estamentos de abajo que para los de arriba, que pueden recurrir a la impunidad, la detención domiciliaria o a los pabellones de lujo de las cárceles. Esto también justifica
10
Howard J. Wiarda. Law and Political Development in Latin America: Toward a Framework for Analysis. En: THE AMERICAN JOURNAL OF COMPARATIVE LAW, 19, No. 3, 1971.
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el lugar que tiene la ley especial sobre la ley en general, o sean, «las leyes o estatutos diseñadas para o que buscan beneficiar un interés particular o a un individuo».11 Más aún, la ley en general es suspendida o dejada de aplicar bajo los estatutos de emergencia o de estado de sitio tan frecuentes que en realidad lo que impera son estas medidas especiales sobre las normas generales. La ley ad hoc derrota frecuentemente al propio ordenamiento constitucional que de nuevo es muy elaborado para cubrir todas las posibles situaciones, todos los casos. ¿Para qué se necesitan bellas leyes que ayudan a todos si en cierto momento, cuando se necesitan aplicar, la emergencia las anula? Los desprendimientos de la ley en legislación laboral, familiar, comercial y constitucional de nuevo segmentan la supuesta universalidad de la ley, que refleja en últimas la desigualdad intrínseca de la sociedad colombiana. En los tiempos coloniales tuvimos corregidores de naturales, tenientes de corregidores, que después evolucionaron hacia alcaldes pedáneos que actuaban como jueces de los pueblos de blancos, de castas o libres cuando ya la población aborigen sometida a tributo había sido mermada, mientras que para los asuntos de las personas importantes o para los reclamos de los pueblos estaban los oidores.12 Con los borbones se consolidó una tradición centralista que se empeñó en controlar en detalle la vida primero del súbdito y ya en la República la del muy imperfecto ciudadano.
11
Ibid. p. 204
12
Martha Herrera Ángel. El corregidor de indios y las justicias indias en las provincias de Santafé. Siglo XVII. En: POLITEIA. Bogotá: No. 12, UN, 1993.
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El sistema legal era muy elaborado, sistematizado y concordante, todo muy solemne y formal.13 Como toda la actividad económica y política de los súbditos —que no ciudadanos, individuos libres— debe ser estrechamente controlada, la legislación incluía demasiadas circunstancias posibles, dando lugar a una tradición legal de casuismo sofocante. El régimen centralista siempre desconfía de sus subordinados. Por un tiempo hay un sistema legal que se acata pero no se cumple, en la medida en que la Corona no establece una administración centralizada, pero esta situación cambia temporalmente cuando los borbones recrean el virreinato.14 Se inicia una tradición de simulación, en la que se cubre la apariencia pero se evade el contenido. Es la picardía española, expresada en su literatura como personas descaradas, desobedientes frente a la ley y la religión pero en forma simpática, bufonesca, personas traviesas y de mal vivir, no rebeldes del todo, que actúan sobre todo cuando el otro no está mirando, en las que el engaño entre las personas y la autoridad es mutuo y permanente. El pícaro se vuelve incluso un héroe popular y el engaño y el incumplimiento obtienen amplia aprobación social.15 La contrapartida es la desconfianza entre los 13
Claudio Véliz, La tradición centralista en América Latina. Barcelona: Editorial Crítica, 1988. 14
Anthony Mcfarlane. Colombia during the XVIII Century. Cambridge University Press, 1991. 15
Ver de Rafael Gutiérrez Girardot, Sobre el sentido del estudio universitario (En: EL ANILLO DE GIGES, Bogotá, Vol. III, Nos. 4 y 5, 1987) donde asocia la picaresca y la irresponsabilidad civil con el proceso de defensa del pensamiento dogmático eclesial. En la literatura institucionalista el pícaro introduce el problema del oportunista, del gorrón o del polizón que (continúa en la página siguiente)
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ciudadanos y entre estos y la autoridad, a la vez que freno al desarrollo capitalista. La insurrección comunera es una reacción contra el proceso de centralización y sus correspondientes cargas tributarias incrementadas. Sin embargo, no llega a expresar la demanda por construir un parlamento que decida, con la participación de los afectados, el monto y destino de los impuestos, que es el acto económico fundamental del Estado burgués.16 Sólo se protesta contra el mal gobierno sin cuestionar el poder del rey y sin contemplar la posibilidad de representación regular en el poder. En la Independencia no hay ninguna tradición parlamentaria y la que se comienza a desarrollar está liderada por terratenientes, con pocos vínculos de mercado; hay escasos comerciantes criollos, pues la actividad internacional la concentran los chapetones. Se establecen juntas locales, basadas en los cabildos, que prontamente se enfrentan entre sí por la carencia de un poder central que ha sido disuelto. Este periodo será llamado la patria boba, pero lo
se lucra a costa de los demás, que si es extendido aumenta los costos de control y vigilancia de las acciones de los individuos y, por lo tanto, constituye una pesada carga social. El oportunismo es frenado con la ética, las normas sociales y el compromiso político. Véase también North, Structure and Change..., cap. 5. Para Weber, «este dominio general de la absoluta carencia de escrúpulos, cuando se trae entre manos la imposición del propio interés en la ganancia de dinero, es una condición muy particular de países cuyo desarrollo burgués capitalista se muestra retrasado respecto a la medida evolutiva del capitalismo en Occidente», op. cit. p. 34. 16
Todavía no existe de manera suficientemente generalizada la concepción de que la tributación trae consigo la representación. Así el General Bonett le recordó a los gremios económicos que su función era pagar impuestos y no la de supervisar como se gastaban en seguridad.
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que sucede no es estúpido sino consecuencia natural de la carencia de un espacio nacional y de una tradición parlamentaria. Después de la Independencia, hay cierto rechazo a la tradición legal española y se abraza el código bonapartista que es el de la república imperial francesa ultracentralista que pretende controlar al ciudadano muy de cerca. Pero se dejan por fuera los elementos antigremiales del código y no se procede a la liquidación de los fueros especiales. Mientras el código era radicalmente antifeudal e individualista, el régimen legal de facto era estamental y corporativo, protegía el derecho de propiedad extensivo de los hacendados y legitimaba las relaciones de servidumbre en las haciendas al ignorarlas. Simplemente no se consideró que había contradicción entre el régimen legal y las formas de producción esclavistas y serviles. El sistema legal nunca obtiene eficiencia por contener estas tradiciones contrapuestas y no toma conciencia de su relación con el desarrollo económico ni con sus raíces, porque no refleja la estructura social. El espacio nacional no se llega a establecer hasta 1830. y de allí hasta 1886 las ligerezas regionales no permiten una unidad nacional, ninguna estabilidad política, siendo frecuentes las expropiaciones, la destrucción de la propiedad, los préstamos forzosos y el exceso intervencionismo o la falta total del mismo que dejan sin ninguna estabilidad política y económica al país. Se acoge en 1863 un sistema federal copiado de los Estados Unidos pero sin un gobierno federal fuerte, se da el desmantelamiento del existente y el fortalecimiento de los gobiernos regionales es muy relativo. Se trata de una enfeudización o segmentación en el sentido político, puesto que la ley y el orden están atomizados según qué ejército privado o partidista controle cada región. Se presenta una abundancia de mano de obra que 259
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lleva al deterioro de sus condiciones de trabajo y a intensificar los rasgos de servidumbre del sistema. Los baldíos son repartidos generosamente a los militares, muchos de los cuales surgen de abajo, y a las nuevas generaciones de terratenientes, primero nacionalmente y luego por los estados federados. Los años del federalismo intentaron montar un sistema de justicia similar al de los Estados Unidos con su Corte Suprema de apelación, jueces elegidos por el pueblo, etc., pero el espíritu de la ley continuó siendo el estamental que profesaban los abogados y miembros prominentes de la sociedad. En 1886 el radicalismo hispánico inspira una constitución que basa la soberanía en la nación unificada por la religión, pero no reconoce el derecho de conciencia de sus ciudadanos ni a ser representados en forma igualitaria en todas las instancias electivas que copian las repúblicas parlamentarias de occidente pero sin su contenido básico. Los elegidos por voto indirecto no representan a sus electores y sólo deben pensar en el bien de esa nación católica. En verdad podían actuar poco porque todo el poder quedó concentrado en el ejecutivo. Las cortes de justicia se tornan sectarias y excluyen a los jueces liberales. Frecuentemente el ejecutivo las utiliza para castigar oponentes. El sistema político reproduce en cierta forma a la hacienda, dándose la relación patrón-cliente. El sistema se amplía lentamente a lo largo del siglo XX, incorporando nuevos actores sociales que van surgiendo y son organizados de nuevo en forma corporativa, gremios de empresarios y sindicatos de trabajadores, todavía segmentados y estructurados verticalmente, relacionándose todos con el gobierno central, sin una representación parlamentaria directa y proporcional. El Estado central se debilita en términos económicos y no logra monopolizar los medios de violencia ni puede 260
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ofrecer protección a los ciudadanos de su propiedad y vida hasta después de la Guerra de los Mil Días que culmina en 1903 y de allí en adelante sólo en forma temporal y precaria. Los enfrentamientos actuales de gobierno, guerrilla y paramilitares son nuevos de forma pero viejos en contenido. Todos tienen en común que no se ha conquistado un monopolio estatal de la violencia, no existe el consenso político para concentrarlo en el Estado, y que se vulneran constantemente no sólo los derechos de propiedad sino también los de vida de los ciudadanos. La constitución del 86 recentraliza al país y le presta poderes omnímodos a la presidencia, liquidando el poder municipal y regional; se basa en la defensa de los derechos de la propiedad privada y la restricción de las libertades individuales, incluyendo la libertad de religión; se dogmatiza la educación y se le aparta de las profesiones, artes y ciencias que se requieren para el desarrollo del comercio y de la industria y para tener instituciones manejadas por una burocracia proficiente y meritocrática. El clima intelectual es radicalmente hispánico y católico; las riendas de la sociedad política estarán en manos de gramáticos.17 Como se dijo antes, la soberanía no residía en el pueblo sino en una indivisible nación que bien podía aplastar al ciudadano.18 En cierto momento, López Michelsen afirmó que «nuestro sistema constitucional ha sido siempre el mismo desde 1811 hasta nuestros días».19
17
Malcom Deas. Del poder y la gramática. Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1995. 18
John Sudarsky, Perspectivas para el desarrollo del capital social en Colombia. En: COYUNTURA SOCIAL. Bogotá: Fedesarrollo, 1997.
19
López Michelsen, op. cit. p. 40.
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Esta afirmación pasa por alto los intensos vaivenes y guerras civiles que impusieron sobre los contrarios constituciones retóricas y que aún la del jacobinismo católico impuesta en 1886 no tiene mucho que ver formalmente con la primera propuesta constitucional de 1811.
El clima de paz que se obtiene después de 1903 permite un rápido desarrollo económico, impulsado por la producción campesina libre cafetera de Antioquia y de su colonización hacia el Valle del Cauca y la Costa. Sin embargo, la organización política nacional es sobrecentralizada y se destruye la capacidad de cada región y municipio para enfrentar sus problemas, organizar sus mercados y sus sistemas de educación, a excepción de Antioquia que mantiene un gobierno local fuerte precisamente por ser conservador. Las trabas al desarrollo de un sistema educativo generalizado, de alta calidad y laico se verá después en la escasez de cuadros políticos y judiciales bien preparados, racionales, de alta moralidad en la administración del Estado y de la Justicia.
Las reformas constitucionales de 1936 sobreimponen elementos de la tradición francesa centralista, como el concepto de Duguit de la condición social de la propiedad privada que vuelve a limitar los derechos del individuo. En las concepciones corporativas la nación precede sobre los intereses particulares y los derechos de los gremios y las asociaciones anteceden a los del individuo. Así el Estado puede expropiar la propiedad privada sin indemnización, suspender las libertades civiles o tomar cualesquiera acciones en nombre de ese principio superior no importa que vulneren los derechos del individuo. Si bien todas las interpretaciones progresistas insisten en 262
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que el bien social va primero que la propiedad privada, y esta pudo utilizarse sólo para extinguir derechos de propiedad agrarios ineficientes y contraproducentes,20 lo que pasan por alto es que un régimen muy centralizado utilizará tal principio para vulnerar todos los derechos asociados con el individuo, incluyendo los derechos humanos, desconocerá el habeas corpus, etc. La guerrilla sigue bien el ejemplo e impone una tributación despótica cuyo incumplimiento no tiene como castigo la voladura de los activos del contribuyente sino el secuestro y la muerte del mismo. Para ponerlo en términos suaves, «La expectativa de la confiscación arbitraria, tanto por el Estado como por otros ciudadanos, acorta el horizonte de tiempo del agente, incrementa la tasa de descuento subjetiva y crea desincentivos a la inversión, a la especialización y al intercambio»,21 elementos que son básicamente los motores del desarrollo económico. La dictadura conservadora en medio de una guerra civil en 1948 sectarizó de nuevo la justicia y la entregó a sus seguidores. En efecto, la justicia desaparece como tal y posteriormente el Frente Nacional no tendrá las herra-
20
En este caso tenemos un freno a la creación de valor que se produce: «1. Cuando los derechos de propiedad sobre activos valiosos quedan sin definir o no tienen claridad porque los derechos de propiedad vagos tienden a generar una conducta despilfarradora; 2. Cuando los derechos de propiedad sobre activos valiosos pertenecen y se mantienen en poder de individuos que no utilizan estos activos en la forma más productiva posible». Thráinn Eggertsson. A note on the economics of institutios. En: Lee J. Alston, Thráinn Eggertsson, Douglas C. North, Empirical Studies in Institutional Change. Cambridge University Press, 1996, p. 9. 21
Ibid. p. 130.
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mientas para reparar el enorme daño así causado puesto que no introducirá el concurso de méritos sino en términos enunciativos y de simulación (de nuevo se acata pero no se cumple) puesto que hay un reparto político minucioso de todas las instituciones. La Constitución de 1991 presta un mayor reconocimiento al individuo, le reconoce libertad de conciencia y abandona la protección especial de la Iglesia Católica por parte del Estado, aunque sin resquebrajar mucho sus múltiples relaciones. También reconoce explícitamente los derechos humanos, adquiere conciencia sobre el medio ambiente y se moderniza pero en la práctica Colombia sigue siendo identificada como uno de los países con peor trayectoria en el mundo en 1997 en cuestión de derechos humanos y cuidado del medio ambiente. Tenemos en la vida práctica un individualismo desaforado que aplasta a los otros individuos y en la legislación el desconocimiento efectivo de sus derechos en favor de los del grupo, la nación o lo que fuere. El congreso continúa legislando en favor de las asociaciones, entre las cuales se encuentra él mismo, haciéndolo con total desparpajo, y se está lejos de una visión de ley universal y rigurosa. La nueva constitución fortaleció relativamente las regiones en términos financieros frente al gobierno central, pero este todavía despliega un poder inmenso que ha sido poco disminuido, a pesar de algunos comentaristas que escriben de la castración de la presidencia frente al poder de las alcaldías, al sistema de justicia encabezado por la fiscalía o al poder de veto sobre el gabinete que puede ejercer el congreso pero que hasta el momento no ha utilizado. Se reconocen los derechos de nuevo especiales de las minorías negras, las comunidades indígenas y de las mujeres con el mismo enfoque tradicional de que a cada grupo o asociación se le puede otorgar una conce264
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sión especial. En vez de enfrentar el gran problema de que la ley debe ser estrictamente igual para todos los ciudadanos, las reformas profundizan las tradiciones estamentales y la herencia feudal de segmentación y desigualdad que contiene el sistema de justicia colombiano. Habrá el argumento de que la justicia es siempre de clase, lo que no deja percibir estos elementos sustanciales a ella y que son fundamentales. Porque acá tenemos un sistema de justicia que no le sirve ni a la clase dominante ni a ninguna otra clase. Los empresarios han desarrollado un sistema cuasijurídico para evadir la enorme corrupción e ineficiencia del sistema legal que es el de la conciliación. Las divergencias en los negocios se zanjan amistosamente en las cámaras de comercio para no ser sometidos a las extorsiones y a las arbitrariedades presentes en buena parte de los juzgados del país. Se da una enorme distancia entre las reglas y la práctica. Las primeras reflejan hondos principios que son acomodados permanentemente a los intereses predominantes. La legislación permanente se vulnera sistemáticamente por el estado de sitio y en la actualidad por las distintas emergencias (de orden público, económica, jurídica, penitenciaria, etc.) que permiten al ejecutivo disponer de todos los poderes para conjurar la situación que nunca vuelve a ser normal. Según la Corte Constitucional, «el estado de emergencia (económica) puede [...] autorizar al ejecutivo a regular materias íntimamente ligadas a la representación política y a la deliberación democrática, como son las relativas al presupuesto y a la imposición de tributos». 22 Los estados modernos tienen en su esencia la 22
Fallo de la Corte Constitucional sentenciando inexequible la emergencia económica declarada en enero de 1997, p. 48. Han surgido mu(continúa en la página siguiente)
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consigna de la revolución norteamericana, no hay tributación sin representación, y ese principio no se puede vulnerar en ningún instante. Lo más destacable en ello es impedir que el Estado desarrolle una conducta predatoria que impida o tiene el desarrollo de la acumulación privada de capital. En nuestro caso, cada vez que haya cualquier movimiento no ordinario, el gobierno puede declarar una emergencia y, con ella, imponer tributos a unos agentes desposeídos “momentáneamente” de representación política en momentos críticos. Afortunadamente, la Constitución de 1991 hizo ese camino más difícil de recorrer para el gobierno que tiene que tener una justificación mayor para quebrantar el principio fundamental del estado burgués y se lo otorga una corte independiente. Hay por lo demás una legismanía que consiste en enfrentar problemas muy diversos con nuevas leyes, haciendo creer que estas contribuirán en algo a solucionarlos mínimamente. Cuando la autoridad no puede hacer mucho, no pierde nada con hacer aprobar una ley que formalmente parece ayudar a resolver el problema.
L OS PROBLEMAS DE LA LEY «Los especialistas de las áreas de ley y desarrollo mantienen que el rápido crecimiento económico basado en el mercado depende de los siguientes factores: un sistema de leyes simples y transparentes, una interpretación conchas propuestas para recortar el poder de esta importante corte y devolverle al presidencialismo el poder de vulnerar cuasipermanentemente el estado de derecho y de representación política.
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sistente y aplicación (todos los casos parecidos son tratados de la misma manera), justa y rápida resolución de conflictos (justicia aplazada es justicia negada) y una actitud social de respeto frente a las instituciones legales y de regulación».23 Buena parte de los problemas de la ley en Colombia se derivan de fallas protuberantes del propio sistema legal que surgen de la escasa y pobre tradición parlamentaria y la extrema tradición centralista. Hay muchas leyes mal hechas, mal pensadas. Muchos parlamentarios no están bien preparados; hay también una sobrerrepresentación de sectores agrarios y de sectores fuera de la ley (del narcotráfico y del contrabando) y una subrepresentación de los sectores urbanos, de las clases medias y de las profesiones, y aún de los industriales que no conforman grupos financiero-industriales. Como el legislativo no aprueba los censos de población la representación corresponde a las coordenadas de población de los años setenta que beneficia a las actuales mayorías. En buena parte de las ciudades los concejos son manejados por los urbanizadores piratas, los transportistas o por políticos profesionales sin formación alguna que han deteriorado el clima urbano y la suerte de las empresas municipales, sumiendo a las ciudades en el caos urbanístico, vehicular y social.24
23
Andrew Stone, Brian Levy, Ricardo Paredes, Public Institutions and Private Transactions: A Comparative Analysis of the Legal and Regulatory Environment for Business Transactions in Brazil and Chile. En: Alston, Eggertsson, North, op. cit. p. 97. 24
Las principales ciudades del país han reaccionado firmemente contra el canibalismo político y han podido recuperar los presupuestos municipales y saldado el problema de las empresas públicas destruidas privatizándolas. Este es el logro fundamental de la elección de los alcaldes cívicos y religiosos.
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La calidad de la legislación tiene que ser deficiente cuando pocos de los congresistas tienen un alto nivel académico y están ligados a grupos de interés retardatarios. Mucho compran las conciencias de sus representados o las intercambian por puestos, becas y servicios públicos. El resultado es un sistema de ley poco concordante —una clara pérdida frente al derecho indiano legado por los españoles— cada vez más confuso, unos sistemas de penas poco rigurosos para el crimen en general, y así mismo el entorno se hace más confuso y contraproducente para el desarrollo del mercado y del capitalismo. No hay una ideología de rigurosa responsabilidad individual que es especialmente notoria en el sistema político. Siguiendo la tradición centralista, casi todas las grandes decisiones o las propuestas de ley se toman por el ejecutivo y es aquí donde se concentra el cabildeo de los grupos de interés que descuidan el congreso y la elaboración cuidadosa de las leyes. Estas siempre pueden ser atropelladas tanto por el gobierno como ajustadas especialmente a las asociaciones y a los individuos poderosos. Los problemas del sistema legal son el alto grado de congestión, la lentitud de los procesos, la dificultad de acceso a la justicia para la inmensa mayoría de los ofendidos, algo que se ha facilitado un tanto con la acción de tutela, y la impunidad generalizada.25 Los juicios son adelantados con toneladas de papel de declaraciones e informes, sin poderse generalizar los juicios orales para
25
Comisión de Racionalización del Gasto y de las Finanzas Públicas. El sistema judicial y el gasto público. Un proceso penal tarda en promedio 3.2 años en la primera instancia, un negocio laboral toma 3.9 años, mientras que la impunidad alcanza al 99. 5% de los casos.
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gran número de delitos.26 El problema no es definitivamente de recursos que han crecido mucho más rápido que la población y el producto durante los últimos 25 años, a la vez que aumenta el rezago en los procesos y la congestión de los tribunales.27 Es un claro caso de ineficiencia social que en buena parte surge del atraso técnico, la pobre formación superior, la escasa preparación media de los auxiliares, y del espíritu formalista del sistema; evidentemente el problema no se corregirá adjudicándole más recursos a la justicia, aunque si es evidente una gran escasez de penitenciarias que exigen recursos adicionales. Lo que informa a los ciudadanos ese sistema es que el crimen es rentable, puesto que la impunidad aumenta geométricamente los dividendos del crimen. Por ello, en parte, tenemos la tasa de criminalidad más alta del mundo, de 88 homicidios por 100.000 habitantes, superando ampliamente al segundo, Brasil, que sólo tiene 24 homicidios por cien mil habitantes. Este inusitado nivel de criminalidad tiene relaciones causales con el alcoholismo, la enfermedad mental, el nivel educativo, el llamado capital social 28 y con la inexistencia de castigo. Países mucho más pobres y con una mayor desigualdad en la distribu26
Pablo Cáceres Corrales. El híbrido de la Fiscalía, Caja de Herramientas. No. 47, junio de 1997. 27
Mientras que en 1970 la justicia consumía el 0.55% del PIB, en 1996 es 1.14% del mismo, lo que coloca a Colombia en la vanguardia de los países de América Latina que más dinero destina a la justicia. Comisión de Racionalización del gasto, op. cit. p. 5.
28 Que se define como las organizaciones comunitarias que prestan servicios solidarios y generales y que actúan en cierta medida desde fuera del individuo.
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ción del ingreso o con un mayor desempleo que Colombia, como Haití, Perú, Ecuador y Paraguay tienen coeficientes de criminalidad muy inferiores al nuestro.29 Londoño encuentra que para América Latina la incidencia de la dependencia del alcohol es 3 veces el promedio mundial. En 1992 había en el país unos 7 millones de consumidores habituales de alcohol, individuos que tomaban una o dos veces semanales, lo cual se correlaciona muy directamente con la tasa de homicidios, la violencia intrafamiliar y los accidentes de tránsito. Londoño encontró por ejemplo que la región de la Costa Atlántica tenía un capital social mayor en la forma de organizaciones comunitarias y locales que el resto del país y así mismo una tasa de criminalidad inferior. Los homicidios destruyen vidas humanas en las cuales la sociedad ha invertido un gran capital para educarlos y formarlos. Eso quiere decir que se están destruyendo capacidades de desarrollo hacia el futuro en magnitudes que Londoño ha calculado en 5 puntos del producto en 1990. Los criminales confinados en las cárceles están hacinados, pasan largos periodos sin que se confirmen sus juicios y sentencias definitivas y son muy pocos con relación a otros países. Estados Unidos, que tiene una tasa de homicidios de 9 por 100.000 habitantes tiene 455 presos por esos mismos habitantes. Colombia tiene una tasa de homicidios 7 veces mayor pero tiene solo 81 presos por 100.000 habitantes (5 veces menor). Esta es una evidencia de la alta impunidad y, de nuevo, de la ineficiencia social de las instituciones colombianas frente a la envergadura
29
Juan Luis Londoño. «Violencia, psychis y capital social». Documento de trabajo, Segunda Conferencia Latinoamericana sobre Desarrollo Económico. Bogotá: Banco Mundial y Universidad de los Andes, 1996.
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de los problemas que deben enfrentar.30 Han aumentado las cárceles de alta seguridad para confinar a los delincuentes del narcotráfico pero se ha mantenido estancado el nivel de cupos para los criminales que golpean más a la ciudadanía. La criminalidad es mayoritariamente civil y se comete entre y contra los estratos más pobres de la población urbana. El narcotráfico ha sido una enorme universidad del crimen y ha plagado de armas a esta parte de la sociedad. Se calcula que 85% de los crímenes corresponden a esta región social, mientras que el resto corresponde a delitos de tipo político, asesinatos en masa cometidos por paramilitares para contrarrestar el apoyo político de la guerrilla, pero esta utiliza tácticas similares para hacer valer su hegemonía. Este tipo de crímenes es inexistente en otras sociedades, así que tiene que seguir siendo una fuente de enorme preocupación para Colombia. Se podría afirmar que hasta 1948 Colombia fue un país normal, con un nivel bajo de violencia, donde funcionaba la ética católica para dirigir el comportamiento de la población. De aquí en adelante, la sociedad de masas desbordó al sistema de justicia y la ética se desdibujó frente a las normas de comportamiento a las que induce el capitalismo (maximización de la ganancia, individualismo, control de la natalidad, divorcio, hedonismo y consumismo). Mientras el crimen se masificó —adquiriendo una escala industrial— el sistema de ley continuó siendo artesanal y restrictivo. Las formas colectivas de asociación, lo que algunos entienden como sociedad civil, que también controlan externamente la acción de sus miembros en la di-
30
COYUNTURA SOCIAL. Bogotá, Fedesarrollo, 1997, p. 44.
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rección del bien común, tampoco se desarrollaron suficientemente. Sin sistema de justicia, sin presiones externas y sin normas interiorizadas, la criminalidad se disparó y la impunidad se apoderó de la sociedad. El sistema legal colombiano fue politizado en los conflictos civiles, cuando los conservadores desplazaban a los jueces liberales y viceversa, mientras que el Frente Nacional repartió los jueces paritariamente por su afiliación política y no por su mérito. Para que funcione eficientemente cualquier sistema burocrático tiene que ser imparcial y basarse en el concurso y la excelencia y no en los nombramientos basados en criterios políticos. Ello también facilitó la pérdida de calidad de la enseñanza del derecho. Muchas facultades nocturnas arrojaron egresados que encontraron las mismas oportunidades que las diurnas de buena calidad en el sistema legal. De esta manera se hizo difícil obtener un sistema legal de alta calidad, impersonal y objetivo que fallara en razón y no por ignorancia, influencia o por política. La introducción de la Fiscalía con la reforma constitucional de 1991 ha traído un ordenamiento de los procesos, especialmente los más protuberantes por narcotráfico y corrupción política, que han sentado un importante precedente en el país y ha informado a las grandes organizaciones delincuenciales de que sí tiene un costo alto operar dentro del país. También que la corrupción política no pasa siempre impune.31 La mejor remuneración de los jueces ha dignificado el cargo y los mayores recur-
31
Sin embargo, la Fiscalía comenzó mal, sin basarse en un sistema informatizado y con un entrenamiento inadecuado de sus funcionarios. Comisión..., op. cit. p. 7
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sos destinados al sistema han conseguido modernizarlo un tanto, pero no se han evidenciado grandes mejoras en las estadísticas del sector. Hay 4 millones de procesos judiciales esperando salida o sea que uno de cada 5 adultos colombianos está empapelado y todavía se producen más procesos anualmente de los que son saldados. La ley tiene que ser simple, conocible por todos y previsible. Así las partes se evitan las disputas cuando saben que las van a perder o las emprenden porque conocen con buena posibilidad el resultado. En contrario, el sistema colombiano es imprevisible porque el congreso legisla frecuentemente para cambiar las leyes y los códigos, caben muchas interpretaciones de un mismo texto de ley, dado el carácter formalista del derecho y su pretensión de describir y abarcar todas las posibilidades casuísticas. Además tenemos contradicciones entre las distintas instancias superiores que aumentan la imprevisibilidad y el riesgo en la toma de decisiones económicas o contractuales. La falta de rigor en la educación del derecho conduce también a la proliferación de opiniones insólitas de algunos de los jueces más iletrados.32 La confusión legal reinante conduce a muchos entes públicos y privados a no actuar porque sus asesores legales los paralizan, cuando lo adecuado es consultar a muchos más abogados. Por lo demás, los procesos pueden demorar muchos años y en-
32
Como el fallo del Tribunal Superior de Cundinamarca que dio razón a una estudiante de doctorado en una tutela contra su universidad puesto que su director de tesis —quien tenía un Ph. D. de una universidad estadounidense en biología— no era apto para dirigir sus estudios por tratarse de un doctorado en filosofía. Tanta es la ignorancia que no se molestaron en investigar qué era eso de un doctorado en el país líder de la ciencia mundial.
273
Salomón Kalmanovitz
tonces los conflictos quedan sin solución o, finalmente, los contendores pagan ambos sobornos que dejarán el resultado del juicio al azar. La falta de conocimiento económico del sistema legal es ostensible hoy en día cuando los jueces fallan sin considerar los enormes costos para la sociedad y muchos agentes que puedan generar sus decisiones. Por ejemplo, existe una doctrina en los tribunales laborales que el salario debe ajustarse con la inflación del periodo anterior, lo cual parece justo pero a la vez impide concertar el clima requerido para que bajen al tiempo tanto los salarios como los precios. En el costo de producción de casi todas las mercancías el trabajo es un insumo sumamente importante de tal modo que si el último crece menos el otro repetirá y se logrará así una inflación descendiente que beneficiará más al trabajador que la recuperación anual de su capacidad adquisitiva con el nivel de inflación actual. Lo que hace esa doctrina es contribuir a que el país mantenga una tasa de inflación persistente, lo cual es muy contraproducente para su competitividad en el exterior y, por lo tanto, para el empleo. No se trata de que los jueces fallen considerando sólo las implicaciones económicas de sus decisiones, pero sí que por lo menos se asesoren y establezcan, entre otros, el costo económico, privado y social, de sus fallos.33 Cuando el sistema está abierto a la corrupción, los fallos no se ajustan a derecho sino al soborno y el que no esté dispuesto a sobornar tiene costos todavía más eleva-
33
Douglas C. North, No sólo de macroeconomía vive el hombre. En: ESTRATEGIA ECONÓMICA Y FINANCIERA. Bogotá: Nos 238 y 239, Junio 30 y Julio 1 de 1996.
274
La ley y la economía en Colombia
dos de transacción. La profusión de contralorías, procuradurías, defensorías y veedurías en vez de controlar la corrupción lo que hacen es introducir múltiples peajes para aprobar partidas, conductas, etc. La tutela que puede ser una herramienta para democratizar la justicia puede ser también otra oportunidad para que el juez falle de acuerdo con intereses políticos o por el soborno. De esta manera, la ley en sí es una traba grande para el desarrollo de la acumulación de capital y cada empresario conoce que si se mete en un lío jurídico, no importa si eventualmente lo gana, va a tener que pagar un alto precio por ello. Por tal razón, los empresarios siempre tratan de arreglar amigablemente los conflictos, buscan la conciliación a través de árbitros aceptables por las partes —lo que está en la raíz de la ley del común— y prefieren no entrar en el viacrucis y la incertidumbre de someterse a un proceso judicial. Falta preguntar: «Si los sobornos son señales de que los ciudadanos no creen en ciertas leyes, ¿qué es lo que mantiene unas leyes en las que la ciudadanía no cree?».34 A veces se legisla por parte del ejecutivo conociendo de antemano que tales leyes serán invalidadas pero sirven para obtener recursos, empapelar o dejar postrado al que no obedezca mientras llega el fallo que aclara que la medida era inconsulta o inconstitucional. Sucede incluso que una medida como la emergencia económica pasada sea declarada nula, pero no se devuelven los impuestos recaudados ilegalmente, por suponer que el ejecutivo obró de buena fe. Esto le ahorra inconvenientes al gobierno pero le permite imponer tributos ilegales, aunque solo temporales, a los ciudadanos. En general, hay una actitud ingenua de producir legislación a sabiendas
34
En Alston, Eggertsson, North, op. cit. p. 94.
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Salomón Kalmanovitz
que el aparato judicial no puede ni remotamente implementarla. Así que hemos pasado del se acata pero no se cumple de los tiempos coloniales al que se legisla para que tampoco se cumpla en los albores del siglo XXI. Tenemos la combinación del despotismo centralista y la comisión de las normas con la desfachatez de los ciudadanos que buscan cómo evadir con argucias y picardía el cumplimiento de la ley.
ALGUNAS CONCLUSIONES Se hace necesario mejorar la calidad del congreso y de las leyes que aprueba para lograr un sistema de ley transparente, adecuado y eficiente con relación a las necesidades del país. Profundizar la participación en política de las clases medias urbanas y de los trabajadores para lograr instituciones racionales y con mayor participación. Apoyar los candidatos a las corporaciones que presenten un mejor perfil moral y académico, profundizando la tendencia a elegir candidatos cívicos y religiosos. Desarrollar las instituciones de la sociedad civil que aportan al capital social, como clubes deportivos y sociales, asociaciones cívicas, asociaciones de padres de familia, de jóvenes, de la tercera edad que formen tejidos de solidaridad y de confianza. Insistirle a la guerrilla que un sistema político más participativo y una justicia objetiva prestarán más condiciones para la igualdad social que el uso de la fuerza contra los derechos individuales y humanos, tanto de los enemigos de clase como de sus bases políticas. Que el gran proyecto centralista que planteó el marxismo en el siglo XIX y que nunca pudo ser implementado en forma exitosa ni política ni económicamente, debe ser reemplazado por la defensa de los derechos individuales básicos y 276
La ley y la economía en Colombia
por proyectos más modestos, descentralizados, que fomenten una ética ciudadana, el respeto mutuo y la confianza y la solidaridad entre los ciudadanos. La guerrilla también parece estar en la etapa ideológica previa a la revolución burguesa; es un factor que contribuye a la falta de escrúpulos y constituye otra fuerza social predatoria. Es muy importante que los intelectuales del derecho se pongan en la tarea de escribir la historia del sistema legal, de sus fuentes e influencias, de su alcance y cobertura, de sus relaciones con la economía y la vida social, y que hagan la comparación con los sistemas de otros países donde el sistema funciona mejor, tanto los europeos como los norteamericanos y los del cono sur latinoamericano. Una autoconciencia crítica de la profesión es la primera condición para reformarla en la dirección de una mejor justicia. Es llamativo que en el país no hay conciencia del alcoholismo ni se ha estimado su incidencia en el maltrato en el hogar que produce con las esposas e hijos frecuentemente abusados y golpeados, su incidencia directa en la tasa de homicidios y en las muertes que se producen en las calles de las ciudades y las carreteras del país. Las sociedades islámicas prohiben el alcohol, mientras que las protestantes limitan el acceso de los menores a la adquisición de licor y limitan también las horas de apertura de los bares y sitios de diversión, castigando radicalmente los accidentes de tránsito causados por ingerirlo. En nuestra sociedad el trago fuerte es promovido por el Estado a través de las licoreras departamentales, se vende profusamente a precios muy bajos —inclusive entre los menores— y no se controla la venta de licores de contrabando. Acciones tomadas en todas estas direcciones, sumadas a efectivas campañas educativas, podrían reducir el con277
Salomón Kalmanovitz
sumo de alcohol y contribuir directamente a reducir la tasa de criminalidad y de mortalidad de la población colombiana. Un síntoma alentador de diversidad religiosa y búsqueda de salidas personales y familiares para la crisis colombiana, la representa el hecho de que una parte de la población se considera a sí misma como protestante y que dentro de ella se mantienen altos códigos de conducta familiar y personal, alientan el estudio y la disciplina laboral, rechazan el alcohol, etc. Así mismo, se puede señalar el desarrollo de una ética laica, secular, asociada a las clases medias y a la ética de las profesiones y que se expresa en la política de izquierda y del liberalismo doctrinario. Es indispensable echar para atrás el narcotráfico que ha introducido incentivos perversos dentro de la población, puesto que sus rentas desplazan físicamente a otros exportadores o a productores de importables y sus tentáculos corrompen la política, la justicia y la misma represión, dificultando el progreso de una acumulación normal de capital. Es válido buscar un creciente desarme de la población para evitar que, junto con el alcohol, los individuos armados cometan muchos más crímenes. Es necesario aumentar la eficiencia de la justicia y la capacidad carcelaria para poder demostrar socialmente que el crimen se paga. Una mejor legislatura, un sistema educativo de mayor calidad, la conquista del monopolio de las armas por el Estado, una justicia eficiente que trate por igual a todos los ciudadanos, un combate al crimen organizado y a la corrupción, el desarrollo de una ética agnóstica y el facilitamiento del crecimiento de religiones que disciplinen la vida cotidiana de sus miembros, la consolidación de organizaciones cívicas y sociales son herramientas que contribuirán a que Colombia comience a superar muchos de 278
La ley y la economía en Colombia
sus problemas, a reducir sus costos de transacción y a impulsar una más rápida acumulación de capital combinada con un firme progreso social y político.
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Salomón Kalmanovitz
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280
La ley y la economía en Colombia
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El origen cambiario del desajuste y la politización del debate económico Jorge Iván Gonzálezv
La politización del debate económico ha oscurecido el diagnóstico de los problemas de la coyuntura. Las opiniones académicas han ocupado un lugar muy secundario. En el campo de la política económica la Universidad no ha expresado puntos de vista independientes. Nos hemos quedado rezagados. Quizás un libro como el actual sea el escenario propicio para tratar de hacer un examen no coyuntural de la coyuntura desde la Universidad. La economía colombiana pasa por una fase recesiva. La coyuntura es crítica por dos razones. La primera es que las causas estructurales —no coyunturales— que la motivaron son profundas y de vieja data. El desconocimiento de este hecho refleja un error de diagnóstico. La segunda razón es que a pesar de la situación crítica actual —y a largo plazo devastadora— todavía no se han generado los mecanismos correctivos. En otras palabras, se-
v
Profesor Asociado, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Nacional de Colombia.
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El origen cambiario del desajuste social...
guimos sin tocar fondo... Y no tocamos fondo porque la abundancia de dólares nos hace sentir ricos. Nos impide tomar medidas drásticas. No percibimos que el país se está desindustrializando y que estamos perdiendo competitividad en los mercados internacionales. Jamás habíamos recibido tantos dólares. Nuestra ceguera es el resultado del sopor de la bonanza. Somos desgraciados porque en lugar de convertir estos dólares en inversión productiva, los despilfarramos ocultando nuestra mentira. La negación de esta segunda razón expresa un error de prospectiva. El debate económico se ha politizado porque se ha pretendido explicar la recesión por la crisis política. Esta actitud es muy clara en el gavirismo, el pastranismo y en los gremios. Los gaviristas opinan como si ellos no hubieran tenido nada que ver con la actual situación. Los dos grandes desequilibrios del momento, el cambiario y el fiscal, tienen sus raíces en las medidas tomadas por la pasada administración. La liberación cambiaria y la aceleración de la apertura comercial se realizaron en el 91 y 92. Además, durante el gobierno de Gaviria el gasto público creció a ritmos desconocidos: «[...] la tendencia creciente del gasto público del Gobierno Central Nacional se acentuó considerablemente en los años noventa» (Contraloría General de la República, CGR 1996, p. 4-14). La posición de los gremios también ha estado muy marcada por las preferencias políticas. Antes que tratar de entender lo que estaba pasando, los gremios le apostaron a la caída o a la permanencia del presidente. La posición gremial frente a la crisis económica ha estado mediada por el juego político. Si los analistas económicos de corte gavirista han contribuido a distorsionar el diagnóstico, los samperistas no se quedan atrás. Por haber puesto la estabilidad política 283
Jorge Iván González
del presidente por encima de cualquier otra consideración, a los samperistas les cabe una doble responsabilidad: de una parte, han sido incapaces de saldar cuentas con la pasada administración y, de otra, no han desarrollado los mecanismos que corrijan los desequilibrios macroeconómicos. Se han limitado a tapar huecos. Conscientes de la debilidad política del gobierno, los samperistas le han dado largas al ajuste. Parecen convencidos de que la tarea de enderezar la economía le corresponde al próximo gobierno... Como los gaviristas, los samperistas también han caído en el sopor de la bonanza. La han utilizado para evitar el desgaste del presidente. La crisis política se está pagando con la bonanza. Las figuras 1 y 2 (pp. 285 y 290, respectivamente) me servirán para desarrollar los dos argumentos centrales: primero, la coyuntura tiene explicaciones no coyunturales y, segundo, la economía sigue sin tocar fondo. La recuperación todavía no comienza porque los correctivos que se están aplicando apenas son paliativos. Son distractores que crean la falsa ilusión de que los momentos más dificiles ya pasaron. El desequilibrio estructural de la economía colombiana se refleja claramente en la figura 1. La gráfica compara la evolución de los saldos de la cuenta de capitales y de la cuenta corriente de la balanza de pagos. La cuenta de capitales compensa la cuenta corriente. El déficit en la cuenta corriente es compensado con un saldo positivo de la cuenta de capitales. Y viceversa. Las curvas tienen comportamientos cíclicos. En estas notas no voy a analizar las características de cada ciclo. Simplemente quisiera resaltar la dinámica compensatoria de ambas curvas. 284
El origen cambiario del desajuste social...
Cuadro 1. Saldo de las cuentas corriente y de capital de la balanza de pagos (Porcentaje del PIB) Año
80
81
82
83
84
85
86
87
88
CC
0.3
-4.7
-7.4
-7.3
-5.5
-4.5
1.3
-0.1
-0.5
CK
2.8
5.6
5.7
3.7
2.5
6.4
3.1
0.0
2.4
B
-2,5
-10,3
-13,1
-11
-8
-10,9
-1,8
-0,1
-2,9
Año
89
90
91
92
93
94
95
96
CC
-0.5
1.3
5.6
1.9
-3.8
-4.5
-5.4
-5.4
CK
1.2
0.0
-1.9
0.0
5.5
5.0
6.8
7.5
B
-1,7
1,3
7,5
1,9
-9,3
-9,5
-12,2
-12,9
CC es el saldo en la cuenta corriente de la balanza de pagos. CK es el saldo en la cuenta de capitales de la balanza de pagos. B (=CC-CK) es la brecha igual a la diferencia entre CC y CK. Fuente: Cálculos del autor a partir de información del Banco de la República.
285
Jorge Iván González
Los movimientos van en direcciones opuestas, porque las cuentas de capital y corriente permanentemente se están compensando.1 En cada ciclo habría que distinguir: la magnitud de la brecha en el punto máximo del desajuste, la intensidad y la duración de los procesos de desajuste/ajuste. La intensidad se refleja en la inclinación de la curva: mientras mayor sea la pendiente más brusco es el cambio. El ajuste de la cuenta corriente del 83, por ejemplo, fue muy intenso y se prolongó durante tres años (83 86).2 Las dos primeras columnas del cuadro 1 presentan los saldos correspondientes a las cuentas corriente y de capital de la balanza de pagos. La diferencia entre ambas series es la brecha que, en términos de la figura 1, equivale a la distancia entre las dos curvas. La brecha mide la magnitud del desajuste: éste es mayor a medida que la brecha aumenta. Los años de mayor desajuste han sido 1982 y 1996, cuando la diferencia entre ambas curvas ha oscilado alrededor de 13 puntos. Las flechas verticales de la gráfica 1 señalan las dos brechas. Las categorías desajuste y ajuste tienen como parámetro de referencia la situación de equilibrio. Es decir, el punto donde las curvas se cruzan y la magnitud de la brecha es cero. La primera reacción intuitiva es la de atribuirle al 1
Las dos principales cuentas compensatorias de la balanza de pagos son la corriente y la de capitales. La suma de ambos saldos no siempre es igual a cero porque el equilibrio contable incluye tres rubros adicionales: errores y omisiones, contrapartidas y la variación de reservas (figura 2). 2
A comienzos de los ochenta el ritmo de la devaluación fue muy rápido. Entre 1981 y 1986 la tasa de devaluación nominal fue, año a año: 15.2% (81), 17.6% (82), 23% (83), 27.9% (84), 41. 2% (85), 36.5% (86).
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El origen cambiario del desajuste social...
desajuste un sentido peyorativo. Sin embargo, desde el punto de vista económico, el desajuste no necesariamente refleja una situación desfavorable. Cuando la brecha es positiva, es muy probable que la economía esté pasando por un buen momento. Por ejemplo, en 1991 la brecha fue de 7.5 puntos: el superávit de la cuenta corriente llegó a 5.6% del PIB y, además, el país exportó un monto de capitales equivalente al 1.9% del PIB (cuadro 1, p. 285). Una brecha negativa, como la que se presentó en los años 82, 95 y 96, es un indicio claro de que la economía pasa por una situación difícil. Los impactos que tiene el ajuste en la actividad económica (empleo, salarios, inflación, etc.) dependen de la interacción de los tres factores: magnitud, intensidad y duración. No hay reglas fijas. La experiencia latinoamericana de comienzos de los ochenta muestra una gama de combinaciones muy disímiles. En cada país la especificidad del ajuste marcó sendas de desarrollo diferentes. El carácter cíclico de las curvas indica que los desajustes (positivos o negativos) no crecen indefinidamente, sino que tarde o temprano se cierran. Los ciclos son erráticos, impredecibles e inestables, porque la magnitud, la intensidad y la duración no se repiten de manera regular. El hecho de aceptar que el ajuste tiene que llegar en algún momento no implica suscribir las teorías neoclásicas convencionales que consideran que el ciclo de los negocios tiende hacia un equilibrio estable.3 La gráfica 1 ofrece algunas pistas que pondrían en cuestión la hipótesis de la estabilidad del equilibrio. Las
3
Véase, por ejemplo, Barro (1989), Lucas (1975, 1980).
287
Jorge Iván González
dos curvas se cortan en tres puntos: final del 87, mitad del 89, y comienzos del 92. Si el equilibrio fuera estable, una vez que se ha alcanzado los saldos de las balanzas corriente y de capitales deberían permanecer constantes. Tal y como se observa en la figura, los tres puntos de corte representan equilibrios inestables: tan pronto se llega al punto de equilibrio aparecen fuerzas que tienden a generar un nuevo desequilibrio. Una vez presentadas las curvas de la figura 1, retomaré los argumentos uno y dos con los que abrí el ensayo, que son la antinomia de los errores de diagnóstico y de prospectiva. Hay un error de diagnóstico cuando se considera que los males comenzaron con la crisis política. Esta percepción olvida que el deterioro de la balanza corriente se inició en el 91 y que el último equilibrio inestable se presentó en los primeros meses del 92 y, desde entonces, el desajuste se ha venido intensificado. El desbalance actual, que comenzó hace cinco años, tiene sus raíces en los hechos siguientes: @ La afluencia de capitales internacionales. En los últimos cinco años los excesos de liquidez internacional provenientes de los Estados Unidos y de Japón, han llegado a América Latina, Medio Oriente y Asia (Calvo, Leiderman, Reinhart 1993, 1994). Los flujos de capitales hacia Colombia han sido tan elevados que, no obstante el considerable aumento de las importaciones, el saldo de las reservas internacionales pasó de US$4.141 millones en 1989 a US$10.000 millones al finalizar 1996.4
4
El gobierno y la Junta Directiva del Banco de la República esperaban que durante el 96 la acumulación de reservas internacionales netas fue(continúa en la página siguiente)
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El origen cambiario del desajuste social...
@ La liberación cambiaria. En 1991 se realizó la liberación de la cuenta de capitales5 y el gobierno ofreció una generosa amnistía tributaria y cambiaria. La liberación cambiaria en medio de una coyuntura internacional favorable a la afluencia de capitales, estimuló la entrada de capitales. La gráfica 1 muestra que desde 1991 el superávit de la cuenta de capitales ha crecido de manera continua. @ El aprendizaje del ejercicio de la autonomía de la autoridad monetaria. Como ha sucedido en otros países de América Latina, también en Colombia se replantearon las funciones del banco central.6 La Constitución del 91 y la Ley 31 de 1992 le dieron mayor autonomía al Banco de la República. Este importante cambio institucional se produjo en un momento de gran inestabilidad cambiaria, que ha dificultado considerablemente el proceso de aprendizaje de la nueva Junta Directiva del Banco Central. @ La aceleración de la apertura comercial. La brusca reducción de los aranceles abrió las puertas a la competencia internacio-
ra de US$38.6 millones. Esta proyección se corrigió a finales del año. El nuevo valor fue de US$245 millones. El 13 de diciembre las reservas habían aumentado a US$374 millones. Esta cifra que ya superaba la proyección no causó alarma porque «[...] todavía era compatible con el panorama macroeconómico». Presidencia de la República 1997, p. l. Contra todas las previsiones, en las dos últimas semanas de diciembre las reservas netas crecieron US$1.576 millones. «Esta situación sin antecedentes constituye el mayor ingreso de divisas ocurrido en toda la historia del país. El origen de este fenómeno se encuentra en los reintegros provenientes de deuda externa privada y, en menor proporción, en la introducción de recursos externos por parte de empresas públicas y privadas. Entre estas, la Tesorería efectuó reintegros por solo US$210 millones» (Presidencia de la República 1997, p. 1). 5
Se eliminó el Estatuto Cambiario (Decreto 444), que había servido de marco regulatorio a la política cambiaria desde su expedición en 1967. 6
Véase, por ejemplo, Aglietta (1996), Junguito (1995) y Rollinat (1996).
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Jorge Iván González
nal, sin que la industria colombiana hubiera tenido tiempo de adaptarse a las nuevas reglas de juego.
La situación cambiaria y comercial actual se venía gestando de tiempo atrás. Tiene antecedentes claros. Los efectos desestabilizadores de la liberación cambiaria y de la apertura comercial empezaron a sentirse en la economía desde principios del 92, cuando se inició el desajuste.
El error de prospectiva se entiende mejor comparando las dos brechas grandes de la figura 1. Desde junio de 1997 el ministro de Hacienda Ocampo viene diciendo que la economía ya tocó fondo y que hay indicios de recuperación. No comparto esta idea. La brecha actual todavía no ha comenzado a cerrarse. El déficit corriente se ha estancado, especialmente porque las importaciones 290
El origen cambiario del desajuste social...
han disminuido como fruto de un agotamiento de la demanda. Pero el superávit de la balanza de capitales sigue aumentando.
Mientras que el desbalance de los ochenta comenzó a cerrarse a los dos años, el desajuste actual lleva cinco años y todavía no hay indicios de que haya llegado a su fin. Recuérdese que la administración Betancur tomó medidas radicales. Hizo una fuerte devaluación (ver nota 2, p. 286) y aceptó una rigurosa supervisión del Fondo Monetario Internacional, FMI. Por aquellos días el país contaba con reservas equivalentes a mes y medio de importaciones. O se hacía el ajuste o había crisis cambiaria. El desajuste actual ha tenido una duración mayor y, sin embargo, no hay ninguna presión para que se haga un ajuste inmediato y drástico. Al fin y al cabo seguimos nadando en dólares. Continuamos viviendo en la bonanza. La situación de reservas es boyante. Alcanzan para 8 ó 9 meses de importaciones.
La figura 2 (p. 290) muestra por qué el desajuste de los ochenta es cualitativamente diferente del actual y por qué en los ochenta sí se tomaron medidas para cerrar la brecha. Obsérvese que en los ochenta la profundización del déficit corriente siempre estuvo acompañada de una disminución de las reservas. El FMI se alarmó, el presidente Betancur cambió el ministro de Hacienda y, contra viento y marea, el ajuste se hizo. La situación actual es muy distinta. El déficit corriente no ha estado acompañado de una pérdida continua de reservas. Al contrario, en el 96 la variación de reservas netas aumentó. Este panorama es dramático porque no hay necesidad inminente 291
Jorge Iván González
de hacer el ajuste. La emergencia económica7 que hubiera podido ser la oportunidad para comenzar a cerrar la brecha no tuvo éxito legal. Y, además, las medidas propuestas eran débiles, acordes con un gobierno políticamente débil. Con el ritmo de revaluación actual las empresas colombianas no pueden competir. ¡Es imposible! La pérdida de competitividad internacional de la industria no preocupa al FMI.8 El Fondo no se ha alarmado y no ha exigido un programa de monitoreo de la economía colombiana porque el país está cumpliendo con sus compromisos crediticios internacionales e, incluso, ha acele-
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Declarada el lunes 13 de enero de 1997, Decreto 80.
8
La falta de competitividad y la desindustrialización del país son temas irrelevantes para el FMI. «Estamos de acuerdo con la opción de la base monetaria como la variable principal del Banco Central [...] En consecuencia, la defensa de la tasa de cambio y la banda de la tasa interbancaria deben ser la segunda y la tercera prioridad del Banco de la República, respectivamente [...] La búsqueda de una rápida baja de las tasas de interés, con el riesgo de la pérdida del control monetario, puede ser particularmente peligroso en un periodo cuando la postura de la política fiscal es muy débil y con riesgos de empeoramiento [...] La significativa revaluación del peso, desde finales de 1995 hasta febrero de 1997 (aproximadamente, 10% según el Banco de la República) se originó principalmente en el rápido aumento del gasto público, el aumento de las exportaciones de petróleo y más recientemente, el café, así como de crecimientos de productividad más rápidos en el sector de los transables que en el de los no transables. Si no se hace un esfuerzo de corrección fiscal, como la sugerimos en este documento, hay riesgos de que las presiones de revaluación sigan muy fuertes (especialmente por los aumentos previstos en las exportaciones de café y petróleo), con consecuencias adversas sobre la cuenta corriente no petrolera [...] Nuestro consejo es claro y directo: evitar la tentación de políticas relajadas y procíclicas [...]» (FMI 1997, p. 2-B).
292
El origen cambiario del desajuste social...
rado pagos. En la lógica del Fondo los problemas estructurales no son los relevantes. Vivimos el peor de los mundos: mientras la industria y la agricultura9 pierden competitividad en el mercado internacional, los dólares siguen entrando al país. Como fruto de la revaluación del peso,10 Colombia soporta los costos laborales en dólares más altos de América Latina (cuadro 2 y figura 3). El aumento de los costos laborales y las altas tasas de interés11 —que por fin comenzaron a bajar— han tenido efectos desastrosos en la industria nacional. La descripción anterior muestra que los factores cambiarios y monetarios han sido determinantes. Esta no es la tesis en boga. Kalmanovitz, por ejemplo, defiende la causalidad que estoy criticando. En palabras suyas: Otra fuente de financiamiento es el crédito externo neto del gobierno que, al igual que las privatizaciones, tiene un efecto revaluador de la tasa de cambio y que contribuye a engrosar la oferta de divisas en US$1.601 millones de dólares en 1996 y US$2.045 millones de dólares en 1997. Por contraste, se proyecta que el sector
9
Entre el 90 y el 96 el sector agropecuario redujo el área sembrada en 770.708 hectáreas y ello significó la pérdida de l5l.713 empleos. 10
La revaluación fue especialmente severa en el último año. «[...] la tasa de cambio del peso por el dólar, que había alcanzado niveles cercanos a $1.070 hacia mayo y junio se redujo hasta terminar 1996 alrededor de $1.000. Con ello, el índice de la tasa de cambio real (descontando el efecto de los cambios en precios) se redujo en más de 15 puntos porcentuales». En: Presidencia de la República 1997, p. 4. 11
«Las altas tasas de interés fueron la principal característica en el panorama monetario de 1996, continuando con la tendencia presentada desde finales de 1994 [...]». DNP 1996, p. 13.
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Jorge Iván González
privado traerá US$ 1.265 millones este año (Kalmanovitz 1997, p. 3E).
La afirmación de Kalmanovitz es legítima únicamente como postulado de segundo período, pero no como afirmación de primer período.12 La complejidad del fenómeno económico exige aceptar la circularidad de la causalidad (Hicks 1979): la variable que era determinante en el período uno pasa a ser la determinada en el período dos. He propuesto interpretar el desajuste que comienza en el 92 (figura 1, p. 285) como el efecto directo del impacto cambiario. En ése momento, cuando arranca la dinámica desestabilizadora, el déficit fiscal de todo el sector público no financiero era de sólo 0.22% del PIB. El balance fiscal estaba muy cerca del equilibrio. Por tanto, en el primer período, cuando se produjo el desajuste, la presión desestabilizadora se originó en el lado cambiario y no en el fiscal. Posteriormente, en un segundo período, cuando la circularidad de la causalidad ya se ha desencadenado, el desequilibrio fiscal y la revaluación se alimentan mutuamente. Sólo en este momento tendría cabida la hipótesis de Kalmanovitz. Pero aún en este segundo período el principal factor desestabilizador sigue siendo el cambiario, y no el fiscal, tal y como se desprende de la figura 2.
12
En el contexto de las relaciones de causalidad, defino el periodo como el lapso de tiempo necesario para que una variable pueda ejercer un choque determinante sobre otra. Como el tiempo es continuo, cualquier división es arbitraria. El periodo no coincide con el año cronológico y tampoco es regular. La duración de cada periodo es diferente, porque las variables pueden permanecer en una situación estática por mayor o menor tiempo. «Dentro del periodo individual, las cantidades y los precios pueden determinarse en una forma que parece estática» (Hicks 1985, p. 66).
294
El origen cambiario del desajuste social...
Figura 3. Costo laboral (en dólares de 1990)
5 4 3 2 1 0 75
80 Argentina
85 Brasil
90 Colombia
95 México
Chile
Perú
Cuadro 2. Costo laboral (En dólares de 1990) Argentina Brasil Colombia México Chile Perú
75 2,98 1,69 0,87 3,60 0,85 1,93
80 2,96 1,92 1,56 3,51 2,00 1,11
85 2,25 1,33 1,51 1,90 0,87 0,40
90 2,00 1,48 2,04 2,06 1,28 0,31
95 4,00 3,30 4,40 2,75 2,46 1,49
Fuente: Riveros (1995)
De otra parte, la afirmación del profesor Kalmanovitz mira una sola cara de la moneda. El déficit fiscal no siempre hala la revaluación. También puede estimular la devaluación, si el exceso de gasto público se traduce en una demanda adicional de dólares. Cuando se agudizó la crisis política varios analistas dijeron que el déficit público estaba generando una demanda especulativa de dólares que conduciría a una devaluación del peso. El impacto fiscal sobre la tasa de cambio es ambiguo y, por tanto, habría que sopesar si en determinada coyuntura pesa más
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Jorge Iván González
la fuerza que hala la revaluación o la que hala la devaluación. Siguiendo un camino diferente al de Kalmanovitz, el FMI, la oposición y, finalmente el propio Ministerio de Hacienda, también concluyen que la raíz de los males es de naturaleza fiscal. Ya he explicado por qué no comparto este diagnóstico. Las principales medidas correctivas deberían tomarse en el frente cambiario y no en el fiscal. Aunque el gobierno también tenía esta percepción cuando declaró la emergencia económica, en estos últimos meses ha ido cambiando su discurso. Desde los noventa la política fiscal ha dependido de las decisiones cambiarias y monetarias. Lo fiscal se ha subordinado a lo monetario. La recesión, que en mi opinión es de origen cambiario, causó una reducción de los ingresos tributarios en 1996 de $822.000 millones. De otra parte, hay una relación inmediata entre la política monetaria, especialmente el endeudamiento interno, y el balance fiscal. En forma equivocada, el FMI insiste en mantener la restricción monetaria.13 La esterilización de los dólares, a 13
Las principales recomendaciones del FMI son: @ Aceptar las conclusiones de la Comisión de Gasto Público en lo que tiene que ver con: descentralización, regalías mineras, gastos de seguridad y de justicia, reforma a la seguridad social pública. @ Subir el precio de la gasolina, de manera que iguale el precio externo. @ No continuar ajustando automáticamente el precio del café a los productores. @ Moderar los incrementos salariales de los trabajadores del sector público. @ Reducir los fondos de cofinanciación. @ No separar la Dian. @ Mejorar la supervisión de los impuestos. @ Ampliar la base del IVA. (continúa en la página siguiente)
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El origen cambiario del desajuste social...
través de las Operaciones de Mercado Abierto, Omas, que realiza el Banco de la República o de los títulos que emite la Tesorería (TES), tiene impacto fiscales inmediatos.14 El mal que carcome la economía en la presente coyuntura empezó en el frente cambiario y no en el fiscal. No pretendo desconocer los graves desequilibrios fiscales de la economía (González 1995). Comparto la mayor parte de las conclusiones de la Comisión de Racionalización del Gasto, que advierte sobre la fragilidad estructural de las finanzas públicas, pero creo que se le ha dado demasiadas largas al problema cambiario. Las fuerzas autónomas de la economía todavía no dan señales de que el desajuste haya llegado a su límite. La brecha puede profundizarse más. Por desgracia, la crisis política impide que se tomen medidas correctivas, como las que se esbozaron en los decretos de emergencia económica.
El conjunto de medidas propuestas por el Fondo reduciría el gasto del sector público en 1.5 billones de pesos. 14
Las pérdidas en que incurra el Banco de la República a través de las Operaciones de Mercado Abierto deben ser cubiertas con recursos del presupuesto nacional. Si hay utilidades, éstas pasan al gobierno. El aumento de las Omas hace prever que el costo de la política monetaria que deberá asumir el presupuesto oscila alrededor del 0.5% del PIB. El costo de la política monetaria aumentará este año porque a raíz de la masiva afluencia de dólares que hubo en las dos últimas semanas de diciembre del 96, entre el 3 de enero y el 24 de enero de 1997 el saldo de los Omas pasó de $1.2 billones a $ 2.0 billones.
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Jorge Iván González
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El origen cambiario del desajuste social...
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POLÍTICA SOCIAL Y
CONFLICTO
301
El empleo: una variable macroeconómica de enlace entre lo económico y lo social Consuelo Corredor Martínezv
A MANERA DE INTRODUCCIÓN La flexibilización del mercado de trabajo, FMT, se planteó como un componente esencial de los programas de apertura iniciados en los años noventa. Sin embargo, en Colombia al igual que en muchos países de América Latina, esta flexibilización se había venido dando desde el segundo lustro de los ochenta y de ahí que en los noventa no se hubiesen registrado niveles crecientes de desempleo como lo auguraban varios analistas. El mercado de trabajo ganó una importante flexibilidad sin necesidad de reformas institucionales de envergadura y ha sido estimulado por su propia dinámica interna para responder a las condiciones macroeconómicas. En América Latina en general, y en Colombia en particular, no se puede hablar de una alta regulación del mercado de trabajo, y si lo esv
Profesora asociada, Facultad de Ciencias Económicas y Sociales, Universidad Nacional de Colombia.
303
Consuelo Corredor
tá, las instituciones son incapaces de hacer cumplir las leyes. De ahí que se haya dado un proceso creciente de flexibilización mediante una menor seguridad en el empleo, contratación para jornadas parciales y mayor subcontratación y trabajos a domicilio, todos factores que contribuyeron al deterioro de la calidad del empleo y a que se registraran tasas más bajas de desempleo que las que se esperaban. A esta baja contribuyó el importante aumento de la demanda interna en el primer lustro de los noventa, debido a las facilidades de crédito y a las bajas tasas de interés. En efecto el período 1990-1994 se caracterizó por unas modestas tasas de desempleo que oscilaron entre 10.6% en 1990 hasta caer a un 7.6% en 1993 y 1994, pero acompañadas de un creciente deterioro en el empleo. Sin embargo, como lo analizaremos en este documento, esta tendencia se revierte en forma significativa a partir de 1995 cuando la tasa de desempleo se eleva a un 9.3%, para alcanzar en 1996 el 11.5%, llegando en marzo de 1997 a 12.7%. Este comportamiento ascendente, que parece se mantendrá en 1997, constituye una verdadera amenaza para la estabilidad económica y sociopolítica del país. Sin duda, la variable empleo es central dentro de una estrategia de desarrollo, no sólo por consideraciones éticas y de justicia social, sino también como factor de sostenibilidad del proceso económico en tanto constituye la principal fuente de generación de ingresos y de demanda agregada. No menos importante es el empleo para la estabilidad sociopolítica de una nación. Así se ha entendido en el concierto internacional, a nivel de la región latinoamericana y en el caso más particular de Colombia. 304
El empleo...
A nivel internacional, desde la Cumbre de Desarrollo Social, realizada en Copenhague en marzo de 1995, se definieron tres cuestiones centrales: a) fomentar la integración social; b) reducir la pobreza; y c) generar empleo productivo. Se trata de un compromiso para enfrentar estos problemas en el inmediato futuro, dado que existen en el mundo entre 1.000 y 1.300 millones de pobres, 120 millones de desempleados, 700 millones de subempleados, 300 millones que devengan salarios de subsistencia —y de ellos la mayoría son mujeres—, y 100 millones de niños, entre 6 y 11 años, que no asisten a la escuela.1 En la región de América Latina, la Cepal desde 1991 viene proponiendo la necesidad de atender los costos sociales de las medidas económicas en forma explícita, mediante estrategias de carácter más estructural que ofrezcan garantías de mediano y corto plazo. De ahí su insistencia en La transformación productiva con equidad, la cual se apoya en tres ejes fundamentales: a) el progreso técnico; b) el empleo productivo; y c) la inversión en recursos humanos. A esta preocupación no ha escapado Colombia, si se juzga por lo enunciado en el plan de desarrollo El Salto Social, en el que se planteó el compromiso de hacer de lo social, y en particular de la búsqueda de la equidad, un propósito de desarrollo. Especial atención se le otorgó al empleo como propósito prioritario y como una variable de enlace entre los objetivos económicos y sociales. Obsérvese que en los tres casos —en la Cumbre, en Cepal y en el plan de desarrollo— el empleo se considera 1
Programa de Acción de la Cumbre mundial sobre Desarrollo Social. Naciones Unidas. Documento A/Conf.166/L1. Febrero de 1995
305
Consuelo Corredor
como una estrategia de primer orden para resolver los problemas de pobreza y de marginación social, pues se entiende que no son suficientes las medidas asistenciales, y que en su lugar hay que trabajar por la búsqueda de la equidad para garantizar mayores oportunidades de inserción en las dinámicas económicas nacional e internacional. En este sentido el empleo productivo y bien remunerado es un instrumento eficaz de inserción y participación social y de contribución al desarrollo económico y personal. Por supuesto que el éxito de una política de empleo depende en buena medida del escenario macroeconómico que favorezca el clima de inversión y en particular que haga rentable la generación de empleo productivo. Por otra parte, hoy día las ventajas competitivas no son herencia natural de acuerdo a la dotación de factores de un país, sino que son esencialmente creadas, a partir de la inversión en capital humano, lo cual compromete no sólo el desarrollo tecnológico y de infraestructura, sino también y principalmente la calificación de la mano de obra para que esa competitividad sea sostenible y permita una inserción creativa en el escenario internacional, lo que significa que las economías y su población se beneficien recíprocamente. Ese es el principal ejemplo de los países del Sudeste Asiático. Los procesos de ajuste y de reestructuración como escenario de la apertura económica han significado cambios en el mercado de trabajo, siendo particularmente importante el hecho de que cada vez más los niveles de empleo están asociados a los niveles de productividad. Esto no ocurría en el período anterior en el que prevaleció la estrategia de Industrialización por Sustitución de Im306
El empleo...
portaciones, ISI, apoyada en el mercado interno. En efecto, dados los niveles de protección, la mayor participación del Estado y el carácter oligopólico de buena parte de las empresas importantes, los niveles de empleo y de salarios dependían principalmente de la demanda efectiva (demanda interna de bienes y servicios.)2 Los niveles de salario se pactaban sin que su aumento afectara el empleo, pues estos mayores costos eran fácilmente trasladados a los precios. De esta forma fueron importantes la mejora y estabilidad de los puestos de trabajo. Pero como es sabido, la estrategia de ISI se fue agotando paulatinamente, acompañada de procesos inflacionarios y de restricción de divisas, acentuada a partir de la crisis de endeudamiento. Los procesos de reestructuración se fueron abriendo paso hacia la internacionalización y apertura de las economías, con lo cual dado el imperativo de la competitividad ello implicaba modificaciones importantes en el mercado de trabajo. Hoy día la estrecha relación entre empleo y productividad, hace de la educación de la fuerza de trabajo un imperativo de sobrevivencia.
REQUERIMIENTOS PARA LA GENERACIÓN DE EMPLEO
Dado el comportamiento del mercado laboral es evidente que se requieren estrategias agresivas en materia cuantita2
Prealc: Empleo y transformación productiva en América latina y El Caribe. Documentos de trabajo No.369. Santiago de Chile Octubre de 1992
307
Consuelo Corredor
tiva y cualitativa para generar y mejorar el empleo estable y garantizar los ingresos a todas las personas que quieren trabajar y buscan empleo. Estas estrategias deben incluir políticas macroeconómicas y políticas específicas. De todos es sabido que el clima macroeconómico es determinante para las decisiones de inversión y de éstas dependen las posibilidades de generar empleo. De ahí la importancia del comportamiento de la tasa de interés, del tipo de cambio, del nivel de ahorro y del comportamiento de la inflación. En cuanto a las políticas específicas se trata de políticas orientadas principalmente hacia la oferta de mano de obra, lo que significa poner el énfasis en planes de recalificación y capacitación, así como en educación y desarrollo científico y tecnológico. Este énfasis en el contexto macroeconómico y en la calificación de la mano de obra es compartido por H. López, al hacer explícita una conclusión de suma importancia, en los siguientes términos: El país debe convencerse de que la generación de empleo es una variable macroeconómica. No puede incidirse en ella mediante políticas microeconómicas o sectoriales (el alza en el empleo de un sector puede compensarse con reducciones en los otros). Bien visto el problema, sólo resulta posible promover el empleo agregado mediante dos instrumentos. El primero es el logro de un rápido crecimiento económico (que multiplique las vacantes abiertas en el sector moderno de la economía y que genere la demanda necesaria para que las microempresas puedan crear nuevas plazas de trabajo) y el segundo es una adecuada política de capacitación y educación (que adecue la oferta de capacitaciones con la demanda por las vacantes para el caso del empleo asalariado). A condición de que el sector moderno vaya bien,
308
El empleo...
las microempresas son capaces de acrecentar —vía un efecto multiplicador— los puestos de trabajo. Son, sin embargo, incapaces de liderar la generación del empleo. Por ello aunque sea doloroso reconocerlo (¡contradice su filosofía!), el principal objetivo de los programas de microempresas no puede ser la generación de trabajo; su sueño de implementar una contabilidad de empleos debe descartarse.3
Esta larga cita es muy conveniente para llamar la atención sobre el carácter macroeconómico del empleo y sobre las profundas articulaciones entre la dinámica del sector moderno y la microempresa, y su papel importante como proveedora de bienes y servicios y de generación de ingresos, pero desprovista de la responsabilidad de liderar la generación de empleo. El empleo en el plan de desarrollo
Uno de los méritos de la formulación del plan El Salto Social fue reconocer la enorme deuda social derivada de los procesos de ajuste y de reestructuración y la necesidad de trazar estrategias coherentes en los frentes económico y social, superando la dicotomía que tradicionalmente se había establecido entre el crecimiento y la distribución. Este mérito lo reconoció el Consejo Nacional de Planeación, al señalar en su evaluación:
3
Hugo López. El empleo informal urbano en Colombia: un balance de los cambios acaecidos entre los ochenta y los noventa. Cide. Medellín enero de 1996. Trabajo realizado para el DNP y Fonade. p.81
309
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La corrección de estos desequilibrios de hondo impacto social se ha colocado en la agenda de los gobiernos de América Latina a mediados de esta última década del siglo. El Salto Social aparece justamente en esta coyuntura y puede interpretarse como una temprana respuesta colombiana a la amenaza de agudización de las consecuencias regresivas del ajuste macroeconómico y de la apertura, como un freno al proceso de deterioro de la equidad, y como una agenda para empezar a pagar sin dilación la “deuda social” que comienza a crecer en forma intolerable para los grupos más pobres de la sociedad.4
En efecto, en el plan de desarrollo propuesto por el actual gobierno se establecen como principios orientadores la equidad y la solidaridad. Ello permitió situar al empleo productivo —junto con la educación— como ejes centrales de la estrategia de desarrollo. A nivel del diagnóstico se reconocía que en el período 1990-1994 la tasa de desempleo había oscilado en torno al 9%, la cual ya se consideraba como muy preocupante (ver gráfico 1). Dentro de los desempleados se identificó como grupo más vulnerable a los jóvenes (entre 12 y 24 años) y dentro de ellos a la población femenina. Igualmente alarmante fue el diagnóstico sobre el empleo informal al representar 1/3 de los ocupados, e incluyendo los trabajadores de microempresas (menos de 10 trabajadores) el porcentaje se eleva al 50%. El subem-
4
Análisis general del proyecto del plan. Consejo Nacional de Planeación. CUADERNOS DE ECONOMÍA No.22 Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional. Bogotá: marzo de 1995 P.39
310
El empleo...
pleo y el empleo temporal también se detectaron como problemas. Para 1993 el primero representaba el 16% de la fuerza laboral y el segundo un 19.5%.
De esta forma se reconoció que si bien en los 4 años de apertura no se habían disparado las tasas de desempleo, lo que sí era evidente era un deterioro en su calidad. Por consiguiente el problema debería ser tratado cuantitativa y cualitativamente: generar nuevos puestos de trabajo pero también mejorar su calidad.
La política propuesta en el plan estableció una doble estrategia en lo económico y en lo social, proponiendo en lo económico una política macroeconómica sana, la búsqueda de competitividad y una activa política de empleo. En lo social se propuso elevar el nivel educativo y adelantar una política de fomento a la economía solidaria y a la pequeña propiedad.
En cuanto a la estrategia activa de empleo, en el plan se pueden identificar políticas por el lado de la oferta y de la demanda: 311
Consuelo Corredor
@ Un sistema de intermediación laboral (Sena); @ Un plan de subsidio al desempleo ligado a la capacitación (Sena).
Por el lado de la demanda: @ La meta de generación de 1.600.000 empleos; @ Un plan de empleo de emergencia vinculado a la red de solidaridad social.
De las estrategias de empleo formuladas en el Plan sale bien librado el Sena tanto en formación profesional como en intermediación laboral. Según el DNP entre septiembre de 1995 y septiembre de 1996 se logró una capacitación del 136% de la meta propuesta en cursos cortos y de 169% en cursos largos. En el empleo urbano de emergencia entre 1995 y 1996 se desembolsó el 92% de los recursos asignados ($29.716 millones) y en el empleo rural de emergencia se desembolsó el 64% de los recursos asignados ($34.786 millones). No obstante estos resultados puntuales, sus alcances son muy limitados y siguen siendo válidos los vacíos señalados a la política propuesta. Resumiendo los más importantes:5 5
La Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional adelantó una evaluación del Plan publicada en el No.22 de la revista CUADERNOS DE ECONOMÍA. Bogotá: marzo de 1995. Ver en especial sobre el tema el artículo de Consuelo Corredor: La equidad como propósito del desarrollo.
312
El empleo...
@ La generación de 1.600.000 empleos se estableció sobre la base de un crecimiento promedio del PIB entre 5 y 6% anual. Esta relación ignora que hoy día se pueden lograr tasas relativamente satisfactorias del crecimiento sin que ellas impliquen un mayor crecimiento del empleo, por la reducción en la elasticidad empleo producto, ocasionada principalmente por los cambios tecnológicos que hacen que la absorción de mano de obra tenga ritmos decrecientes. Es así como en el período 1990-1994 la tasa de crecimiento del PIB fue en promedio de 4% y el crecimiento del empleo pasó de 3% a 2.5%, en el último año. Estas posibilidades de generación de empleo se restringen aún más cuando hay desaceleración económica, que es lo que ha ocurrido en el último año en el país. @ La distribución sectorial de los empleos a generar le otorga el 70% de ellos a los sectores no transables, lo que no deja de resultar paradójico en un contexto de apertura (ver cuadro 1) @ La meta de generación de empleos se consideró bastante modesta para las necesidades del mercado laboral. Las estimaciones de A. Zerda para superar carencias de cantidad y calidad son de 2.817.000, muy por encima de 1.600.000 (ver gráfico 2, p. 315).
La mayor productividad si bien se traduce en reducción de costos laborales, no necesariamente va acompañada de un aumento en las remuneraciones. Así se constata para la industria entre 1974 y 1991 —periodo en el cual la productividad creció de 0.48 promedio anual a 6.23— mientras la remuneración decreció de un 4.4 a 2.0%.6
6
Álvaro Zerda. El plan de empleo en el salto social... op.cit. cuadro 4, p. 131.
313
Consuelo Corredor
ESTRATEGIAS
CTD. ESTRATEGIAS EMPLEOS
CTD. EMPLEOS
Modernización Industrial
200.000
Servicios gobierno
Modernización Agropecuaria
225.000
Servicios domiciliarios
160.000
Construcción
115.000
Pequeña y mediana minería
60.000
Comercio
330.000
Servicios privados
500.000
Total en los cuatro años
1.600.000
Públicos
10.000
Fuente: Presidencia de la República, DNP, El Salto social, Bases para el Plan Nacional de Desarrollo, Santafé de Bogotá 1994.
EL CONTEXTO MACROECONÓMICO: METAS Y LOGROS
Es ampliamente aceptado que el clima macroeconómico es determinante en las expectativas de los diferentes agentes, en particular para las decisiones de inversión y 314
El empleo...
los ingresos esperados. Lamentablemente los principales indicadores económicos no son satisfactorios. El diagnóstico del Plan Nacional de Empleo (Conpes 1995) señaló que los problemas del empleo provenían principalmente de restricciones económicas para ser competitivos internacionalmente, a la revaluación y a deficiencias de la oferta laboral (baja calificación formal y capacitación). Sin embargo hoy día esos factores persisten: notorio déficit comercial, la revaluación sigue en ascenso, el crecimiento del PIB se debilita y persiste el desempleo estructural.
Fuente: Zerda, Alvaro. El Plan de Empleo en el Salto Social. Apuntes del CENES. Separata No. 3. ed. CENES. UPTC Tunja. 1995. p.133.
En efecto, en 1996 la actividad económica presentó signos de continuo debilitamiento, lo que dio lugar al debate sobre si se trataba de una situación de recesión o de desaceleración y quién era el culpable. En cualquier caso lo que es evidente es que el comportamiento de las
315
Consuelo Corredor
principales variables económicas no fue satisfactorio, que las metas propuestas por el gobierno quedaron sin cumplirse y que por el comportamiento económico del primer trimestre del presente año es claro que estamos ante una recesión. En efecto, el gobierno estableció como metas para 1996 una inflación de 17%, un crecimiento del Producto Interno Bruto, PIB, de 5% y la generación de 1.600.000 empleos en el cuatrienio. Para el presente año la meta de inflación es de 18%, el crecimiento del PIB de 4% y la reciente cumbre de empleo estableció una modesta cifra de 120.000 nuevos puestos de trabajo.
En materia de inflación
En cumplimiento del mandato constitucional de controlar la inflación, dado a la Junta Directiva del Banco de la República, ésta ha practicado una dura política monetaria. Sin embargo, la inflación no cede y a diciembre se situó en 21.6% con lo cual quedó atrás la meta de 17%. Si bien desde 1991, cuando se le dio el mandato a la Junta, en ningún año se ha logrado cumplir la meta, la inflación del año siguiente había sido inferior o igual a la anterior, en 1996 se revirtió la tendencia y terminamos con una inflación mayor a la del año anterior. La inflación para ingresos bajos fue de 21.28% y para ingresos medios de 21.89%. En lo corrido del año anterior los rubros que más jalonaron el IPC fueron educación (36.7%, incremento de pensiones, textos y matrículas), vivienda (24%), salud (22.2%), y transporte (20%). Paradójicamente, precios en su mayoría administrados. Por su parte los rubros con 316
El empleo...
mejor comportamiento fueron los alimentos (18.26%) y vestuario.
Fuente DANE.
Una de las principales consecuencias de la estricta política monetaria seguida ha sido el alza en las tasas de interés, que si bien en los últimos meses han bajado, aún no se sitúan a niveles convenientes para promover una verdadera reactivación. La Junta dice que las tasas no bajarán mientras no ceda la inflación y haya un mayor recorte del gasto público, a lo que se agrega la incertidumbre por la crisis política que aumenta el riesgo y presiona las tasas al alza. Las altas tasas contribuyen a la desaceleración de la economía pues deprimen la demanda, restringen el capital de trabajo y encarecen el crédito. De esta forma, la política monetaria profundamente restrictiva ha estrangulado la actividad productiva con el consiguiente costo del desempleo, en aras de bajar la inflación, sin siquiera lograrlo satisfactoriamente. En lo corrido del año la inflación ha cedido y de continuar esta tendencia podría esperarse cumplir la meta del 18%. Entre enero y mayo el IPC creció 10% y el acu317
Consuelo Corredor
mulado anual (mayo del 96-mayo del 97) es de 18.6%. En lo corrido del año la educación, la salud y el transporte han aumentado por encima del promedio del IPC. Es preocupante que en mayo el IPC para ingresos bajos (1.78%) fue superior al de ingresos medios (1.52%). La tendencia a la baja de la inflación puede estar asociada principalmente a la caída de la demanda por el escenario recesivo. Si esta es la tendencia de la inflación, sería de esperar una reducción mayor de las tasas de interés, que en los últimos meses han caído en cerca de diez puntos, pero que es necesario bajar por lo menos a la meta de inflación. Adicionalmente, es necesario reducir el margen de intermediación para que en efecto caigan en forma importante las tasas de colocación. Si a lo anterior se suma el ajuste fiscal, ya estarían dadas las condiciones para que la Junta del Banco de la República flexibilice la política monetaria. En materia de crecimiento económico
En el debilitamiento de la demanda y de la producción inciden mucho las altas tasas de interés pues reducen en forma importante la inversión privada y el consumo, con lo cual se desacelera la actividad económica. El Plan estimó un crecimiento anual promedio del PIB de 5.6% entre 1994 y 1998, lo que permitiría un crecimiento del empleo promedio de 2.7% y así se propuso generar 1.600.000 puestos de trabajo. Los cálculos de empleo se hicieron con una elasticidad empleo-PIB de 0.49%, y ya en 1995 fue inferior a la prevista: tan sólo de 0.32% y con un crecimiento del 5.3% el empleo sólo creció en 0.89%. 318
El empleo...
De ahí que de la meta gubernamental del 5% inicial para el PIB en 1996, el DNP tuvo que revisar la cifra en dos oportunidades: primero la redujo a 4% y en Septiembre a 3.5%. Sin embargo, el deficiente desempeño sectorial se tradujo en un crecimiento precario de 2.1%, lo cual es muy insatisfactorio frente a lo ocurrido en la década (ver gráfico 4). Los sectores más dinámicos fueron minería y petróleo, servicios, transporte y comunicaciones y el sector financiero. Las peores coyunturas son para el sector agropecuario, la industria, la construcción y el comercio. Obsérvese que en estos tres últimos su comportamiento depende mucho del dinamismo de la demanda interna y al estar ésta deprimida entonces se desestimula su actividad. Particularmente preocupante es el caso de la industria que en 1996 tuvo una caída de 3%, siendo el comportamiento más negativo de los últimos 15 años.
Fuente: Dane
La desaceleración de la economía se explica fundamentalmente por las siguientes razones:
319
Consuelo Corredor
@ La drástica política monetaria; @ La recesión en la construcción; @ La caída de los precios del café; @ La incertidumbre política; @ La revaluación del peso; @ La recesión en Venezuela.
Un comentario adicional es necesario con relación a la drástica política monetaria. Esta se adoptó desde fines de 1994 con el fin de desacelerar la demanda interna y estimular el ahorro para evitar que aumentara el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos. Las elevadas tasas de interés, resultado principalmente de esa política, contribuyen en forma importante a explicar los grandes incentivos para la entrada de divisas que en diciembre saltaron a la espectacular cifra de 10.600 millones de dólares. Igualmente son un factor determinante de la desaceleración económica, lo cual redundó en abultar el déficit fiscal al dejar de percibir por recaudos 800.000 millones de pesos. Estas dos razones fueron las que sustentaron la declaratoria gubernamental de la emergencia económica, con un gran costo en materia de incertidumbre. Uno se pregunta, ¿no habría sido deseable una política más laxa que hubiera permitido menores tasas de interés que se tradujeran a la vez en mayor crecimiento económico, un mayor empleo y una mayor tributación? Piénsese que el Gobierno esperaba que con las medidas de emergencia se recaudarán 600.000 millones de pesos, equivalentes a cerca del 0.5% del PIB, cuando por desaceleración se dejaron de recaudar 800.000 millones. Caída la emergencia económica el hueco fiscal permanece, esperando ser sub320
El empleo...
sanado parcialmente mediante un proyecto de reforma tributaria. El comportamiento económico en el primer trimestre del presente año confirma el declive de la actividad económica. Corridos los primeros cinco meses se ve como imposible alcanzar la meta de crecimiento del PIB de 4%. De hecho la directora del DNP ya la revisó a un 3.5%, la cual continua siendo muy optimista. En el primer trimestre del 97 el PIB cayó en 1.22%, frente a un 4.6% de crecimiento en el mismo período del año anterior. Si tenemos en cuenta que en el último trimestre de 1996 el PIB decreció en 0.4%, llevamos seis meses con crecimiento negativo, lo que ha hecho evidente el escenario recesivo. Si miramos el comportamiento sectorial (cuadro C.3) encontramos que de los 9 sectores básicos, 6 cayeron en el primer trimestre. Sólo crecieron positivamente electricidad, gas y agua, transporte y servicios. El mal comportamiento del primer trimestre se atribuye principalmente al ajuste fiscal (afectó los servicios del gobierno y las obras civiles), a la política monetaria, a la caída de la cosecha cafetera y a la revaluación del peso. El comportamiento económico descrito dibuja un escenario bastante pesimista para la reactivación económica y con ella para la generación de empleo. De hecho algunos analistas le apuestan a un crecimiento del PIB de 2%. Para que el clima económico se torne favorable es necesario promover en forma decidida la inversión y las exportaciones, y por tanto, se tiene que persistir en la reducción de las tasas de interés y en frenar la revaluación del peso. 321
Consuelo Corredor
Sectores
Primer trimestre/1996
Primer trimestre/1997
Agropecuario
2,7
-3,5
Agropecuario sin café,
0,2
-0,2
Café pergamino
43,9
-36
Minería
12,3
-1,8
Industria
0,1
-2,6
Industria sin café
-1,0
-4,1
Electricidad, gas y agua
2,6
4,0
Construcción
5,7
-6,6
Comercio
2,1
-2,8
Transporte
6,5
2,2
Sector financiero
6,7
-3,8
Servicios
9,2
6,1
Total
4,6
-1,22
Fuente: Dane, DNP, Umacro
322
El empleo...
EL DETERIORO DEL MERCADO LABORAL En un estudio publicado a inicios de 1996 en el Cinep7 ya se registraban las preocupaciones sobre el comportamiento del desempleo. Al respecto se señalaba: @ Las políticas adoptadas desde mediados de los ochenta no significaron aumentos considerables en el desempleo, pero sí un deterioro en su calidad; @ Se constataba un crecimiento relativamente satisfactorio pero acompañado de una desaceleración en el ritmo de crecimiento del empleo urbano; @ Se advertía sobre una reducción en el coeficiente de empleo.
Y se concluía: Las reducciones del coeficiente de empleo en todas las ciudades indican que el ritmo del empleo va a la zaga del de la población en edad de trabajar, PET. El aumento de la tasa de desempleo no ha sido significativa porque la población económicamente activa, PEA, ha aumentado a un ritmo moderado. Pero en el futuro cercano, si el coeficiente de empleo sigue cayendo, es muy probable que aumente la tasa de desempleo. La liberación de los mercados —y en especial de los flujos de capital— ha puesto al descubierto la fragilidad de las economías. En el caso de la mayoría de los países de América Latina, los efectos desestabilizadores poco han contribuido al fomento de la inversión productiva. 7
Consuelo Corredor y Jorge I. González. Estabilidad Macroeconómica, empleo e ingresos. Revista CONTROVERSIA. Segunda Etapa No.168 Bogotá: mayo de 1996.
323
Consuelo Corredor
La dinámica del empleo y del ingreso se ha frenado. El ritmo de reducción de la pobreza, medida por línea de pobreza, se ha desacelerado. El crecimiento no se ha traducido en más y mejores empleos y ello ha agravado las inequidades.8
Esta misma preocupación expresa H. López al examinar el comportamiento del mercado laboral desde la segunda mitad de los años ochenta: registra cómo durante el segundo lustro de los ochenta la generación urbana de empleo fue jalonada por el sector informal, intensivo en mano de obra no calificada y de baja productividad. Desde comienzos de los noventa la demanda de trabajo fue liderada por el sector formal intensivo en trabajo asalariado y relativamente calificado. Y luego concluye: «Sin embargo, la coyuntura laboral parece, además, estar cambiando, recientemente, de signo a nivel urbano. El empleo asalariado ha comenzado a desacelerarse y la expansión de la ocupación está siendo otra vez liderada por los empleos informales, por cuenta propia, de tipo comercial y de baja calidad. En ausencia de una adecuada política macroeconómica el crecimiento y, con él, la calidad del empleo podría volver a deteriorarse».9 El comportamiento económico hasta el momento parece concedernos la razón en cuanto a las preocupaciones y conclusiones anotadas tal como se registra en el mercado laboral:
8
Ibid., p.88-89.
9
Hugo López. Op. cit.
324
El empleo...
@ A partir de septiembre de 1994 la tasa de desempleo se ha comportado de una forma creciente: desde septiembre de 1994 a septiembre de 1995 la tasa de desempleo aumentó del 7.6% al 8.7% y en septiembre de 1996 se elevó al 12.1%, lo que equivale a 665.886 desempleados. Esa tendencia al crecimiento se mantuvo y el desempleo cerró en Diciembre con un 11.5% (ver gráfico 1, p. 311) y en marzo del presente año se situó en 12.7% equivalente a 800.000 desempleados; @ La tasa global de participación laboral (PEA/PET) que constituye la oferta laboral ha venido aumentando. Mientras en el segundo lustro de los ochenta rondó el 58%, en los noventa superó la barrera del 60%, en 1995 se situó en 61.4% y en 1996 se situó en 60%; 10 @ La PEA ha venido creciendo por la incorporación de jóvenes y la vinculación de la mujer en lo cual tiene que ver la presión por complementar ingresos ante caídas en su capacidad adquisitiva; @ La creación de empleo se había venido desacelerando a pesar del comportamiento positivo que registró el PIB hasta 1995, desaceleración que se pronunció dado el deficiente comportamiento del PIB en el año 1996(ver gráfica 5); @ La desaceleración del empleo es más pronunciada para el caso de la construcción. De los nueve sectores, cuatro presentan tasas de crecimiento negativas. En su orden, construcción, comercio, electricidad, gas y agua e industria manufacturera (cuadro 3);
10
DNP. Indicadores de coyuntura económica. Resultados preliminares de 1996. Vol.2 No.1 Bogotá Enero de 1997.
325
Consuelo Corredor
Fuente:DANE.
Cuadro 3. Ocupación en las siete principales áreas metropolitanas por ramas de actividad económica (tasa de crecimiento anual porcentual a septiembre) Sector
1993
1994
1995
1996
Agropecuario
-14.9
16.6
-20.6
21.1
Minas y canteras
-2.7
24.2
-23.4
7.1
Industria manufacturera
4.5
-0.6
0.0
-1.4
Electricidad, gas y agua Construcción
0.8
-3.5
12.4
-2.2
18.7
8.1
8.1
-20.6 -3.2
4.7
5.3
-0.5
Transporte y comunicaciones
13.5
3.0
3.5
6.4
Establecimientos financieros
10.1
5.0
3.9
12.0
Servicios personales
3.0
-3.7
3.2
1.3
Total
5.5
1.4
0.8
-10.6
Comercio, restaurantes y hoteles
Fuente: DANE - Encuesta Nacional de Hogares. Cálculos DNP-UDS-Umacro. Tomado de Indicadores de Coyuntura Económica, Unidad de Análisis Macroeconómicos. DNP, Bogotá, enero 1997.
@ En cuanto a la composición del empleo se mantiene la estructura de los últimos años: mayor participación en la
326
El empleo...
industria, aunque en descenso, al igual que en los servicios. En comercio, sector financiero y construcción ha aumentado levemente (cuadro 4);
Cuadro 4. Composición porcentual del empleo por sectores. Siete áreas metropolitanas, 1991-1996 (meses de marzo) Sector Agricultura
1991
1993
1996
1,5
1,2
1,1
Minas y canteras
0,4
0,4
0,3
Industria
23,2
24,2
21,7
Electricidad, gas y agua
0,8
0,7
0,7
Construcción
5,5
6,4
7,1
Comercio, restaurantes y hoteles
24,9
24,8
25,7
Transporte y comunicaciones
6,0
6,4
7,0
Financiero
7,8
7,5
8,5
Servicios
29,8
28,3
27,9
Sin especificar
0,1
0,1
0,0
Fuente: Zerda, Álvaro. Política activa de empleo en el Salto Social...op.cit. p.12
@ En materia de calidad las cosas no parecen mejorar: el empleo temporal que en 1994 era de 17%, en diciembre de 1.996 fue de 21.3% y el subempleo alcanzo el 17.8% de la población ocupada. La participación del empleo informal se han mantenido al nivel de 1994: 1/3 parte contabilizando sólo familiares sin remuneración, empleo doméstico y trabajadores por cuenta propia. Si se contabiliza la microempresa (de menos de 10 trabajadores) la participación aumenta al 50%; 11
11
Zerda, 96. Cuadro 6, p.13.
327
Consuelo Corredor
@ Los grupos más vulnerables continúan siendo las mujeres y los jóvenes: para 1996 la tasa de desempleo de los hombres fue de 9.2% mientras que para las mujeres fue de 14.8%. Entre los 12 y 49 años el desempleo es mayor entre las mujeres que entre los hombres. Los jóvenes entre 12 y 29 años representan más del 50% de los desempleados.12
Tenemos entonces que en la desaceleración del empleo han incidido distintos factores, entre los cuales cabe mencionar: ♦
Un crecimiento del PIB de tan sólo 2.1%;
♦
Una elasticidad producto-empleo en descenso;
♦
La recesión de la construcción que había generado el 44% de los puestos de trabajo en el bienio 92-94 y que presentó una caída del empleo del 13% entre junio de 1995 y junio de 1996;
♦
El crecimiento de las tasas de interés que desalentó la inversión;
♦
La disminución del empleo manufacturero por la revaluación del peso y por una mayor productividad laboral como respuesta al aumento de los costos laborales derivados principalmente de la Ley 100 y de la poca mano de obra calificada.
El comportamiento económico descrito y las características del mercado laboral explican el comportamiento ascendente del desempleo a lo cual habría que agregar la
12
DNP. Indicadores de coyuntura...op.cit.
328
El empleo...
incertidumbre por la crisis política y el ajuste fiscal. La primera por cuanto ha retrasado proyectos de inversión y ha llevado a reconsiderar el enganche de nuevos trabajadores, tal como lo registran diversas encuestas. El segundo, que acompañado de la reestructuración del sector público, ha implicado que éste deje de ser un importante generador de empleo. Es indudable entonces que hay serios problemas en la estructura económica para absorber la creciente oferta de mano de obra, así como enormes restricciones para mejorar su calidad. De ahí que sea difícil esperar que se vayan a cumplir las modestas metas del plan. El mismo gobierno reconoce que en los dos primeros años se generaron sólo 480.000 empleos, cuando se debían haber generado 800.000. Entre Junio de 1995 y Junio de 1996 se destruyeron 121.000 puestos de trabajo en las 10 áreas metropolitanas cubiertas por el Dane.13 Si desde un inició se señaló como modesta la meta de 1.600.000 empleos ahora son mayores los requerimientos por el aumento del desempleo. Finalmente es conveniente señalar que estos cambios en el comportamiento del mercado laboral no han afectado en forma importante la estructura ocupacional, pero sí se registra una mejora en el nivel educativo de la población trabajadora acompañada de una mejora en los niveles salariales pero que en todo caso no ha impedido que el diferencial de salarios entre la mano de obra calificada y no calificada se haya aumentado.
13
Ibid.
329
Consuelo Corredor Cuadro 5. Encuesta Nacional de Hogares. Etapas 51 a 91 marzo 1986 a 1996 serie población ocupada por posición ocupacional participación siete áreas metropolitanas POBLACIONAL OCUPACIONAL
TOTAL
EH51 1986
EH55 EH59 EH63 1987 1988 1989
EH67 EH71 1990 1991
EH75 EH79 1992 1993
EH83 EH87 1994 1995
EH91 1996
100
100
100
100
100
100
100
100
100
100
2
1.9
1.9
1.7
1.4
1.5
1.5
1.5
1
1
1.2
Obrero empresa particular
51.2
51.7
51.2
52.3
53.6
51.9
53.4
54.9
56.7
55
54.9
Obrero empresa del gobierno
10.3
10.2
10.3
10
10.2
10.7
9.3
8.4
8
7.8
8
Empleado doméstico
6.8
6.6
6.0
6.1
5.6
5.6
5.4
4.9
5.1
3.9
4.4
Trabajador por cuenta propia
25.4
25
25.7
24.5
24.6
25.7
25.5
25.1
25.3
28.1
26.9
Patrón o Empleador
4.2
4.7
4.9
5.3
4.6
4.6
5.0
5.2
4.
4.2
4.6
Trabajador familiar
100
HOMBRES TOTAL
62
62
61
61
61
60
58
59
59
59
58
Trabajador familiar
0.8
0.7
0.6
0.5
0.5
0.5
0.4
0.4
0.3
0.3
0.3
Obrero empresa particular
33.8
34.2
33.7
33.6
34.7
32.8
33
33.5
34.8
33.3
32.6
6
6.1
6.1
5.6
5.8
6
4.9
4.7
4.3
4.3
4.2
Obrero empresa del gobierno Empleado doméstico
0.2
0.2
0.1
0.1
0.2
0.2
0.2
0.1
0.2
0.1
0.1
Trabajador por cuenta propia
17.4
16.6
16.8
16.4
16.1
16.5
15.8
15.9
16.5
17.9
17.2
Patrón o Empleador
3.4
3.9
3.9
4.3
3.6
3.6
4
4
3.1
3.5
3.6
MUJERES TOTAL
38
38
39
39
39
40
42
41
41
41
42
Trabajador familiar
1.2
1.3
1.2
1.2
0.9
1
1.1
1.1
0.6
0.7
0.9
Obrero empresa particular
17.4
17.5
17.6
18.7
18.9
19.1
20.4
21.4
21.9
21.7
22.2
Obrero empresa del gobierno
4.3
4.1
4.3
4.4
4.4
4.7
4.4
3.7
3.7
3.5
3.7
Empleado doméstico
6.6
6.4
5.8
6
5.4
5.4
5.2
4.8
4.9
3.7
4.2
8
8.4
8.9
8.1
8.5
9.1
9.7
9.2
8.8
10.2
9.8
0.8
0.8
0.9
0.9
1.0
1.0
1.0
1.2
0.8
0.9
1.2
Trabajador por cuenta propia Patrón o Empleador
Fuente: Cuentas Nacionales, Dane
En efecto, durante el decenio 1986-1996 la distribución de los trabajadores por posición ocupacional se ha mantenido sin grandes cambios (cuadro 5). A lo largo de la década algo más del 50% de los trabajadores ha estado vinculado como obrero en empresa particular, registrándose un leve aumento de tres puntos. Le sigue en importancia los trabajadores por cuenta propia que ha mantenido una cuarta parte de la participación con un leve
330
El empleo...
aumento de 1.5 puntos. Estos leves aumentos se han dado a costa de una reducción de dos puntos de los obreros al servicio del gobierno y del empleo doméstico, respectivamente. Al diferenciar los trabajadores por sexo encontramos que los tres puntos de aumento en obreros vinculados a empresas particulares se explican en su totalidad por la mayor participación de las mujeres, que al inicio de la década representaban el 38% del total de la población ocupada y al finalizarla representan el 42%, mayor participación cooptada principalmente por el sector privado. Aunque el empleo doméstico femenino viene registrando un descenso, éste sigue siendo la tercera fuente de empleo para las mujeres. Con relación a la estructura de ingresos de la población ocupada (cuadro 6), a lo largo de la década el grueso de la población trabajadora se ubica en el rango entre medio y tres salarios mínimos. Sin embargo, dentro de ese rango ha habido una modificación importante: mientras en 1986 el 21.4% de los trabajadores devengaban entre medio y un salario mínimo, en 1996 cae su participación a 12.6% en favor de un aumento en los rangos de uno a dos, y de dos a tres salarios mínimos. Este aumento se registra con mayor fuerza en el caso de la mano de obra femenina, lo cual puede estar asociado al importante aumento en el nivel educativo de las mujeres (cuadro 7), que a nivel de secundaria y educación superior han mejorado su participación, aunque sigue siendo muy inferior a la de los hombres.
331
Consuelo Corredor Cuadro 6. Encuesta Nacional de Hogares. Etapas 71 a 91 marzo 1991 a 1996 población ocupada según ingreso mensual y sexo. Siete áreas metropolitanas Ingreso mensual numero de salarios y por sexo
Eh51—1986 Total
Eh91—1996 Total
Eh51—1986 (%)
Eh91—1996 (%)
3.508.854
5.011.299
100
100
No informal
434.238
890.293
12.4
13.8
No recibe salario
84.665
126.612
2.4
2.5
Menos de ½ salario
292.688
284.298
8.3
5.7
½ a menos de 1
749.739
632.752
21.4
12.6
1 a menos de 2
1.280.653
1.973.339
36.5
39.4
2 a menos de 3
371.014
661.076
10.6
13.2
3 a menos de 5
171.679
355.548
4.9
7.1
5 a menos de 8
93.871
166.699
2
3.3
8 a menos de 10
21.484
27.948
0.6
0.6
10 y más
32.823
92.734
0.9
1.9 58
Total
Hombres total
2.160.298
2.906.794
62
No informal
314.660
448.899
9
9
No recibe salario
36.984
58.353
1.1
1.2
Menos de ½ salario
114.823
102.298
3.3
2
½ a menos de 1
418.011
311.774
11.9
6.2
1 a menos de 2
792.313
1.124.636
22.6
22.4
2 a menos de 3
253.518
430.623
7.2
8.6
3 a menos de 5
127.841
224.448
3.6
4.5
5 a menos de 8
55.544
108.839
1.6
2.2
8 a menos de 10
17.936
21.011
0.5
0.4
10 y más
29.043
75.908
0.8
1.5
1.348.856
2.104.505
38
42
119.578
241.394
3.4
4.8
Mujeres total No informal No recibe salario
47.761
68.239
1.4
1.4
Menos de ½ salario
177.665
182.500
5.1
3.6
½ a menos de 1
331.728
320.073
9.5
6.4
1 a menos de 2
488.340
848.703
13.9
16.9
2 a menos de 3
117.136
230.448
3.3
4.6
332
El empleo... Cuadro 6. Encuesta Nacional de Hogares. Etapas 71 a 91 marzo 1991 a 1996 población ocupada según ingreso mensual y sexo. Siete áreas metropolitanas Ingreso mensual numero de salarios y por sexo
Eh51—1986 Total
Eh91—1996 Total
Eh51—1986 (%)
Eh91—1996 (%)
3 a menos de 5
44.133
131.100
1.3
2.6
5 a menos de 8
14.327
57.860
0.4
1.2
8 a menos de 10
3.545
6.937
0.1
0.1
10 y más
3.775
16.825
0.1
0.3
Fuente: Cuentas Nacionales, Dane
Es de destacar, que en la década, el nivel educativo de los trabajadores ocupados aumentó en forma significativa. Mientras en 1986 el 36% de los trabajadores tenía sólo educación primaria y el 44% secundaria, para 1996 los de primaria sólo representan el 26%, mientras que los de secundaria aumentan su participación de 44% a 50%, y con educación superior ganan cinco puntos. Como ya se dijo, estos aumentos son más significativos en el caso de las mujeres. Cuadro 7. Encuesta Nacional de Hogares. Etapas 71 y 91 marzo 1991 a 1996. Población ocupada según nivel educativo y sexo siete áreas metropolitanas Ingreso mensual número de salarios y por sexo.
Eh51-1986 Total
Total
(%)
(%)
Total
3.508.854
5.011.299
100
100
Ninguno
109.915
89.899
3.1
1.8
Primaria
1.266.112
1.301.011
36.1
26
Secundaria
1.538.588
2.511.598
43.8
50.1
594.239
1.084.020
16.9
21.6
—
24.771
—
0.5
2.160.298
2.906.794
62
58
Superior No informa Hombres total
Eh91-1996
Eh51-1986
Eh91-1996
Ninguno
58.369
50.268
1.7
1
Primaria
788.607
788.357
22.5
15.7
Secundaria
946.616
1.462.329
27
29.2
333
Consuelo Corredor Cuadro 7. Encuesta Nacional de Hogares. Etapas 71 y 91 marzo 1991 a 1996. Población ocupada según nivel educativo y sexo siete áreas metropolitanas Ingreso mensual número de salarios y por sexo.
Eh51-1986
Eh91-1996
Eh51-1986
Eh91-1996
Total
Total
(%)
(%)
366.708
590.352
10.5
11.8
—
15.488
—
0.3
1.348.856
2.104.505
38
42
Ninguno
51.546
69.631
1.5
0.8
Primaria
477.603
612.654
13.6
10.2
Secundaria
591.972
1.049.269
16.9
20.9
Superior
227.533
493.668
6.5
9.9
—
9283
—
0.2
Superior No informa Mujeres total
No informa Fuente: Cuentas Nacionales, Dane
Sin duda este mayor nivel educativo tiene que ver con las mayores coberturas logradas en los últimos años y con la evidencia para la clase trabajadora de que hoy los salarios y el nivel de empleo están más asociados a la productividad que a otros factores. No obstante esta mejora relativa de la población trabajadora en rango de salarios y en nivel de educación, en el último lustro parece haberse aumentado la desigualdad de ingreso entre la mano de obra calificada y no calificada. Así se desprende de un estudio dirigido por A. Reyes,14 en el que se calcula la desigualdad del ingreso urbano para las 7 ciudades principales en el período 1990-1995, el 14
Álvaro Reyes et. al. Distribución de los ingresos urbanos en Colombia en la década del noventa. Bogotá: Facultad de Economía Universidad Externado de Colombia, abril de 1996.
334
El empleo...
cual resulta muy interesante al centrarse en este período de apertura y por abordar la polémica sobre censuramiento de ingresos.15 De ahí que sea importante analizarlo ciudadosamente. Tomando como variables de análisis el ingreso individual, el ingreso familiar y el ingreso familiar percápita, concluye que en el período 1990-1995 ha aumentado la desigualdad, diferenciando dos subperíodos: 1990-1993 de claro deterioro y 1993-1995 de estancamiento, pero superando en todo caso, al primer subperíodo, tal como se puede apreciar en el cuadro 8. Cuadro 8. Coeficientes de Desigualdad de Gini Marzo de:
Ingreso individual
Ingreso familiar
Ingreso familiar
de ocupados
Total
Per cápita
1990
0,433
0,467
0,496
1991
0,454
0,476
0,523
1992
0,470
0,494
0,535
1993
0,476
0,501
0,547
1994
0,470
0,492
0,523
1995
0,472
0,492
0,526
Fuente: Reyes, Álvaro et. al: Distribución de los ingresos urbanos en Colombia en la década del noventa. Bogotá: Universidad Externado de Colombia., 1996
15
Este es uno de los principales problemas que tienen los cálculos sobre distribución del ingreso. Las Encuestas de Hogares del Dane, EH, que son la fuente primaria de información, tienen el problema de censuramiento o truncamiento de ingresos, al considerar como ingresos máximos 6 dígitos, es decir $999.999, lo que significa que todas las personas que ganan más de $1.000.000 quedan en este rango, lo cual produce una subestimación de la desigualdad. Según la metodología que se adopte para resolver este problema, los resultados cambiarán. Las diferencias con y sin censuramiento son visibles en el trabajo de Reyes.
335
Consuelo Corredor
Para efectos de este documento, y dado que el ingreso individual se puede asociar directamente a las fuentes que lo generan, de tal suerte que permite medir la distribución de los ingresos generados por el mercado de trabajo, veamos cuales son las razones principales que explican el comportamiento ya descrito y que se sintetiza en el cuadro 9. Caudro 9. Indicadores del mercado laboral urbano Año
(%) PEA EMPLE O
Salarios reales 1990=100 TD
Min. Legal
Industria Construcc
(%)
Productividad (%)
PIB
Laboral Multifact.
Gini
ión
1990
2,1
1,4
10,5
106,8
103,5
—
4,3
3,3
1,3
0,433
1991
5,3
5,7
10,2
102,7
1992
5,6
5,6
10,2
101,5
100,0
—
2,0
-2,2
-1,6
0,454
99,5
97,2
3,8
-1,1
-2,0
0,470
1993
1,8
3,6
8,6
1994
2,6
2,2
8,9
102,2
105,0
102,3
5,3
1,9
1,1
0,476
100,3
106,0
111,8
5,7
4,1
1,6
0,470
1995
—
—
8,8
99,5
106,9
112,6
5,3e
2,9
0,7
0,472
Fuente: Reyes, Álvaro et al., op. cit.
El estudio identifica como principales causas del deterioro, las siguientes: @ Hubo una fuerte expansión de la oferta laboral y del empleo, pero con una caída de los salarios reales, en especial para los grupos de menores ingresos (mínimo legal, industria y construcción). @ Las medidas de reestructuración laboral, en especial la flexibilización en el sector privado que ha favorecido más los salarios de mayor productividad, aumentando los diferenciales de salario. @ Las políticas salariales del sector público que desde 1990 rompieron con la tradición de aumentar más los salarios bajos que los altos. Ahora, para mejorar la eficiencia del
336
El empleo...
sector público se han aumentado significativamente los salarios en cargos de alta responsabilidad (profesionales).
El freno al deterioro desde 1993 se explica por las siguientes razones: @ Se aceleró la producción doméstica (PIB). @ Se redujo el crecimiento de la PEA que supera la desaceleración del empleo, desaceleración que se explica por sustitución de trabajo por capital y por aumentos de productividad.
Como resultado de estos cambios, se reduce la tasa de desempleo y los salarios reales se van recuperando para la industria y la construcción, no así para el salario mínimo que sigue en caída. Si tomamos como referente de análisis el estudio de Reyes, tenemos en cuenta lo desarrollado hasta el momento y juzgamos por lo ocurrido en el año 1996 y sus perspectivas, estos factores que frenaron el deterioro ya han cambiado de signo: @ La oferta laboral ha venido aumentando debido a la mayor salida de la gente a buscar empleo ante el deterioro de sus ingresos. @ A la persistente desaceleración del empleo por los factores ya anotados, se suma la desaceleración económica, en particular la caída de la construcción, el comercio y la industria y el retraso de nuevos proyectos de inversión por la incertidumbre política. 337
Consuelo Corredor
@ El comportamiento creciente de la tasa de desempleo desde septiembre de 1995, que en diciembre de 1.996 se situó en 11.5%. @ El incumplimiento de la meta de inflación que llevará aparejado un deterioro en los salarios reales.
Por lo anterior, no sería aventurado afirmar que a partir de 1995 hay serios indicios de un nuevo deterioro en la distribución del ingreso. El deterioro en la distribución de los ingresos individuales registrado por Reyes y argumentado por las razones anotadas, es corroborado por un reciente estudio en el DNP.16 En efecto, el estudio se centra en la evolución y los determinantes de los salarios relativos desde el punto de vista del nivel educativo, para el período 1976-1995, estudio de mucha utilidad si tenemos en cuenta que una de las principales características de la población pobre y desempleada es su bajo nivel educativo. Las conclusiones del estudio llevan a identificar 2 subperíodos: i. Entre 1976 y 1982 en el que hubo una mejoría en la distribución de los ingresos salariales debido a que los salarios de los más educados crecieron menos en relación a los salarios de los menos educados. ii. Entre 1982 y 1995 en el que se revierte el comportamiento al ser mayor el incremento salarial de los más educa16
Fabio Sánchez y Jairo Nuñez. Educación y dispersión salarial en Colombia 1976-1995. DNP. Borrador preliminar. Bogotá: agosto de 1996.
338
El empleo...
dos con relación a los menos educados. En particular, en el período 1991-1994 la concentración de los salarios aumentó, lo que se expresa en el comportamiento del gini (para asalariados)
Esta mayor concentración se explica porque los salarios de los ocupados con mayores ingresos tuvieron un crecimiento superior al resto (es decir los más educados y los patronos). En el estudio citado de F. Sánchez y J. Nuñez, hay tres conclusiones que es importante retomar, para efectos de corroborar el deterioro en la distribución del ingreso y que son pertinentes para cerrar esta reflexión: 1. Las políticas de liberalización comercial, reconversión industrial y de ciencia y tecnología han marcado un cambio en la demanda laboral por parte de los sectores económicos, trayendo como consecuencia principal, un incremento en los salarios de los más calificados, causando deficiencias en la distribución del ingreso, lo que afecta directamente el proceso de desarrollo. Por otro lado, ha obligado a las empresas a dar una mayor impor-
339
Consuelo Corredor
tancia a los costos (incluyendo los laborales) para mantener la competitividad internacional (p.41). 2. Aunque se ha buscado una mayor flexibilidad y una menor intervención del Estado en el mercado laboral, las políticas salariales han estado ligadas a la reducción de la inflación y el equilibrio externo, lo cual pudo contraponer los objetivos macroeconómicos con los objetivos sociales que buscan el mejoramiento de los más desfavorecidos. Mientras el salario mínimo legal ha caído en términos reales, los salarios de los más calificados han tenido un incremento sustancial a partir de 1982” (p.41) 3. Aunque Colombia ha sido un país cuyo proceso de producción ha sido intensivo en mano de obra, los cambios tecnológicos han reducido su proporción en especial la de los menos calificados...obviamente las nuevas tecnologías pueden ser más fácilmente absorbidas por la mano de obra calificada y es por ello que su demanda relativa ha aumentado, con el subsiguiente incremento en su salario relativo (p.42).
Esta situación del mercado laboral permite concluir en la imposibilidad de cumplir la meta gubernamental en materia de empleo con el agravante de ser este uno de los ejes articuladores del plan de desarrollo. Como ya se dijo, ya el DNP en la reciente cumbre de empleo habló de un compromiso de generación de 120.000 puestos de trabajo, contra 400.000 al año que era la propuesta inicial. El creciente desempleo afecta el comportamiento de la demanda agregada y contribuye a mayores niveles de pobreza, con lo cual se agudiza la inestabilidad económica y social y se frena el camino del desarrollo. Si no se adoptan medidas explícitas de reactivación económica y de calificación de la mano de obra será cre340
El empleo...
ciente el deterioro del mercado de trabajo haciendo del desempleo un problema de primer orden.
341
Sindicatos, gremios y crisis política Jorge Giraldo Ramírezv
El papel de los gremios económicos y los sindicatos durante la crisis política fue muy activo. La proyección nacional de Juan Manuel Ospina y Orlando Obregón y la movilización de sectores de la población por parte de empresarios y sindicalistas muestran a las claras que fueron los sectores de la sociedad civil más protagónicos durante la crisis política. A pesar de ello la mayoría de los análisis de la crisis no tuvieron en cuenta su participación o la subestimaron, asumiendo sus acciones como simple expresión del poder del clientelismo o de intereses particulares. Mi hipótesis para acercarme a este tema es que durante la crisis política, gremios y sindicatos evidenciaron, en primer lugar, su esfuerzo previo por reperfilarse ante las nuevas condiciones del país en la década del noventa; en segundo lugar, sus debilidades estructurales; y en tercer lugar, las dificultades para manejar sus relaciones con los
v
Director, Escuela Nacional Sindical.
342
Sindicatos, gremios y crisis política
grupos de poder (económico y político, respectivamente) en su seno. Por estas razones considero pertinente desglosar el análisis, de tal modo que se evidencie la catálisis que una coyuntura nacional como la crisis política del Gobierno Samper produjo en los procesos de reconfiguración gremial y sindical en Colombia. La ausencia de miradas desde esta perspectiva me obliga a contextualizar este proceso y a recurrir ampliamente a la descripción de los hechos que considero más importantes.
EL ESTADO DE LOS GREMIOS Y SINDICATOS Las organizacioms gremiales y sindicales se caracterizan por su debilidad y baja capacidad negociadora, debidas a su poca cobertura, fragmentación orgánica y falta de representación unificada.
Los rasgos básicos del sindicalismo colombiano que aluden a esa debilidad han sido suficientemente divulgados en los últimos años y aquí me remitiré simplemente a enumerarlos. La cobertura sindical es una de las más bajas de América Latina, pues apenas llega al 7% de la población trabajadora, esto es cerca de 900.000 afiliados, mayoritariamente inscritos en la Central Unitaria de Trabajadores, CUT.
343
Jorge Giraldo
Los 2.499 sindicatos del país están repartidos en tres centrales, de las cuales la CUT agrupa el 31%, mientras que el 40% no están confederados.1 Su estructura obsoleta conserva las características de medio siglo atrás, pues predomina el sindicato de empresa, está muy extendido el paralelismo organizativo y las organizaciones de segundo y tercer grado son muy frágiles económica y políticamente, con las únicas excepciones de las del magisterio y los trabajadores estatales. Colombia tiene una densidad sindical cercana a 450 afiliados, lo que implica que predominan las organizaciones pequeñas, de pocos recursos y mínima capacidad técnica. Sorprendentemente para muchos, la situación de los gremios empresariales es muy similar. Su característica dominante es la atomización, pues se habla de más de 200 gremios y asociaciones, algunos de los cuales están cobijados por organismos de segundo grado. No cuentan con jerarquías intergremiales claras y no poseen mecanismos claros para dirimir sus conflictos internos y presentarse como un frente unido en sus negociaciones con el gobierno.2 Esta afirmación fue hecha incluso luego de la conformación del Consejo Gremial Nacional que, aunque agru1
Las otras agrupaciones sindicales son la confederación General de Trabajadores Democráticos, Cgtd, con el 19.6% y la confederación de Trabajadores de Colombia, CTC, con el 9.4%. Por afiliados, la primera tiene el 15.4% y la segunda el 6.2%. Norberto Ríos, El sindicalismo colombiano hoy. En: Revista de la ENS, Nos. 25-26, 1992. Más actualizaciones efectuadas por la ENS. 2
José Antonio Ocampo, citado por Eduardo Lora y Cristina Fernández. Macroeconomía del Pacto social en DEBATES DE COYUNTURA ECONÓMICA, Fedesarrollo-Fescol, No. 34, dic. 94, pp 31-48.
344
Sindicatos, gremios y crisis política
pa 13 de los mayores gremios que representan un volumen estimado del 80% de la actividad privada, sigue siendo considerado un organismo ad-hoc, sin organización propia y que no cuenta con: [...] un sistema de afiliación que facilite identificar las posiciones empresariales para que sean representadas por los gremios.3
Este crudo diagnóstico, que puede ser mirado con recelo, es confirmado por Nicanor Restrepo Santamaría, cabeza visible del Sindicato Antioqueño, quién además plantea como retos para los gremios el fortalecimiento técnico y financiero y su democratización.4
EL NUEVO PERFIL Las organizaciones gremiales y sindicales se esfuerzan, desde comienzos de la década, por dotarse de un perfil sociopolítico y concertador que haga más eficaz su tarea en el nuevo contexto nacional e internacional.
En el movimiento sindical se presentó un gran esfuerzo por la renovación de las actitudes y prácticas, que se reflejó claramente en la constitución de la Central Unitaria de Trabajadores, CUT (1986), y de la Confederación General de Trabajadores Democráticos, Cgtd (1992). Los
3
Lora, op. cit. p 38.
4
Nicanor Restrepo. La actividad gremial ante el cambio. En: Revista ANDI, No. l13, nov-dic. 1991, pp 67-74.
345
Jorge Giraldo
cambios más evidentes fueron hacia el pluralismo interno y un mayor protagonismo sociopolítico de los sindicatos. Este esfuerzo renovador tiene mayor incidencia y protagonismo en la CUT por dos razones: una, la identidad con el proyecto de país plasmado en la Constitución de 1991 y, otra, el nuevo proyecto sindical construido por la Orit.5 Alrededor de estos dos programas se constituyó el denominado Sector democrático de la CUT, liderado por Orlando Obregón (en adelante CUT-mayoría). Las principales ideas del nuevo perfil propuesto para el sindicalismo son su legitimación como actor social y su inclusión en el desarrollo del Estado Social de Derecho. Obregón hablará de que se reconozcan los sindicatos como: [...] interlocutores válidos y legítimos de las demandas no solo de los trabajadores organizados sino de la población más necesitada del país;6
Y de la aspiración a construir: [...] un sindicalismo como el exponente de la lucha por la justicia social, incrustado dentro de la sociedad no como organismo extraño a la misma, sino como órgano vital para el desarrollo de la sociedad civil y del país.7
Ello requerirá una estrategia de acción sociopolítica muy fuerte, que incluye la interlocución cotidiana con el
5
Organización Regional Interamericana del Trabajo, la más grande central sindical del continente con 40 millones de afiliados. En Colombia afilia a la CTC y a un sector de la CUT. 6
Orlando Obregón. La Central Unitaria de Trabajadores y el pacto social. Futd, nov 94, p 4. 7
ibid., p 8.
346
Sindicatos, gremios y crisis política
Estado y los empresarios, y una postura autónoma frente a ellos y a los partidos políticos. Esta postura fue respaldada por la CUT-mayoría y por la CTC. El sector de izquierda de la CUT (en adelante CUT-minoría) se sigue rigiendo por la conducta contestataria frente al Estado y los empresarios y por la preeminencia del partido político sobre el sindicato. La Cgtd optó por ordenar todo su comportamiento en torno a la lucha frontal contra el neoliberalismo —que los aleja de cualquier compromiso con el Estado— aunque paradójicamente mantiene una postura colaboracionista en las empresas. En el sector empresarial los cambios del país, expresados en la apertura económica y la expedición de la nueva Carta Política, generaron una pública convicción sobre la necesidad de transformar tanto el papel de los gremios como el de los propios empresarios. La primera orientación clara es la búsqueda de una mayor presencia en el escenario social y político del país. En el nuevo contexto: Su tarea tiene que trascender los objetivos de la iniciativa particular, es decir, tienen que tener un interés permanente hacía todos los aspectos de la vida nacional, en lo económico, lo político y lo social, pues la empresa se presenta interrelacionada con toda la comunidad.8
La segunda dirección privilegia sus relaciones con el sector público y busca su constitución como interlocutores
8
Nicanor Restrepo, op. cit., p 71.
347
Jorge Giraldo
legítimos del Estado.9 Aquí se pretende hacer un deslinde muy claro con la tradicional apreciación acerca del poder político de los gremios, diferenciando los roles con la expresión los gremios proponen pero los gobiernos deciden.10 La tercera, aclara el objetivo de este nuevo posicionamiento gremial hacia la concertación y en ese sentido hace hincapié en la necesidad de fortalecer las organizaciones institucionales para garantizar una vocería clara y una mayor eficacia en el trabajo gremial.11
L A POSTURA FRENTE AL GOBIERNO SAMPER Frente a las políticas del nuevo gobierno Samper, la previa orientación de las organizaciones gremiales y sindicales influirá manifestándose en unidad del sector gremial y la división del sindicalismo.
Un mes después de posesionado el presidente Samper, la CUT presentó al gobierno nacional un documento en el cual se esbozaban sus principales planteamientos y propuestas respecto al Pacto Social, la propuesta de paz y el plan de desarrollo anunciados en el discurso de posesión presidencial. Por su parte la Cgtd y la CTC hicieron lo mismo.
9
Consejo Gremial Nacional. Hacia una política de desarrollo colombiano. Bogotá: 1995, mimeo, p 3. 10
Nicanor Restrepo, op. cit., p 73.
11
Ver Carlos Arturo Ángel. La concertación: compromiso necesario para enfrentar el futuro. En: Revista ANDI, No, l13, nov-dic 91, pp 5-14.
348
Sindicatos, gremios y crisis política
Aclarados los términos de la propuesta gubernamental, en el sindicalismo se presentó una primera fractura relacionada con la valoración del gobierno. El sector representado por la CUT-mayoría y la CTC veían en Samper una postura distinta frente al aperturismo de Gaviria. De esta manera, el compromiso que un grupo de más de cien dirigentes sindicales habían sellado con Samper en la campaña electoral, cobraba materialidad. Puestos en discusión los puntos de la agenda, se presentó la segunda fractura ya que estos mismos sectores asumieron la firma del Pacto Social como un acontecimiento decisivo para el sindicalismo, afirmando que representaba la puesta en marcha de un proceso de concertación inédito en el país. Estas dos divergencias dejaron a la CUT-minoría y a la Cgtd por fuera de los nuevos espacios tripartitos y de la interlocución con el Gobierno. La división sindical se protocolizó en dos actos, el Encuentro Nacional del Sindicalismo Democrático, que oficializó el cambio de rumbo (diciembre 17 del 94) y el Encuentro de Organizaciones Sociales, convertido en una manifestación contra el Pacto Social (marzo 12 de 1995). Este alinderamiento va a influir notoriamente en la conducta de los sindicatos ante la crisis política. Para un sector del sindicalismo, la política económica y social del gobierno Samper se apartaba del neoliberalismo puro de los gaviristas. A propósito, Obregón dirá que debido a esta divergencia real entre ambos gobiernos, «No es extraña la posición contra el Pacto de los exministros del gobierno anterior».12 Esta postura es fortalecida por las 12
Orlando Obregón, op. cit., p 5.
349
Jorge Giraldo
apreciaciones de los propios teóricos neoliberales frente a la política del nuevo gobierno.13 Además, la representatividad y legitimación que el Gobierno hizo del sindicalismo representaba un contraste evidente con la política autoritaria del gobierno Gaviria. Este sector sindical se sentirá tratado como interlocutor de alto nivel por primera vez en la historia desde el mandato de López Pumarejo: los sindicatos estaban en el Consejo Nacional de Planeación, firmaron el Pacto Social (diciembre 9 de 1994) y aspiraban a desarrollar los preceptos constitucionales en materia laboral, después del golpe recibido con la reforma laboral de la anterior administración. Por su parte la Cgtd argumentó que Samper representaba la continuidad del neoliberalismo, que no respondía a su exigencia de redistribución de la riqueza nacional y que el Pacto Socíal era «parte de la estrategia neoliberal encaminada a burlar el pago de la deuda social».14 La CUT-minoría, continuando con la tradición, escatimará las peculiaridades de la coyuntura y mantendrá una inflexible postura contra el régimen en general, que se articula con la estrategia de confrontación que mantiene la izquierda radical. En este marco, el nombramiento del hasta entonces presidente de la CUT, Orlando Obregón, como ministro 13
Fernando Tenjo aseguró que el objetivo de la nueva política era «revertir el proceso de apertura económica y modernización del estado emprendido por la administración Gaviria y regresar a prácticas estatistas de los años sesenta». Citado por Jorge Pulecio, ¿Quién necesita el acuerdo social? EL ESPECTADOR, oct 30/94, p 38. 14
Cgtd. Democracia real. Abr-mayo 95, No. 96, pp 1 y lo.
350
Sindicatos, gremios y crisis política
de Trabajo (enero de 1996) es simplemente un desenlace natural de la política del gobierno y del proyecto de sindicalismo preconizado por el sector democrático y, de paso, constituyó el tercer motivo para la fractura de las organizaciones nacionales de trabajadores. Independientemente del papel que luego va a jugar el ministro en la crisis, su participación en el gobierno obedece —a mi modo de ver— a un criterio de integración social consustancial a la política de izquierda liberal de Samper. Si recordamos que para esta fecha se vivía la calma chicha posterior al primer fallo de la Cámara de Representantes y aún el Fiscal no había reabierto el proceso, no puedo admitir que el nombramiento de Obregón haya sido una argucia para capear la crisis. Durante el primer año de Samper, el sector gremial presenta una postura visiblemente unificada y de apoyo al gobierno. El presidente de la República había dado un viraje en el tratamiento a los gremios, cuando manifestó «la voluntad del gobierno nacional de restablecer el entendimiento y la concertación como base del relacionamiento social entre los distintos agentes de la economía y los protagonistas políticos de la Nación».15 El enfoque del nuevo plan de desarrollo satisfacía especialmente al sector productivo y abría una posibilidad de intervención que el Consejo Gremial Nacional explicitó en el documento Hacía una política de desarrollo colombiano. Para muchos, además, era necesario atenuar el ritmo de la apertura, así como su negativo impacto social.
15
Ernesto Samper. Palabras en el acto de presentación de las bases del Pacto Social de Productividad, Precios y Salarios, oct. 27 de 1994, p 1.
351
Jorge Giraldo
Temas importantes para los gremios como la iniciativa de paz, el civilismo en la resolución de conflictos y la reforma de la justicia coincidían con la agenda gubernamental. Sin embargo, la prioridad gremial estaba en la gobernabilidad entendida como la creación de un marco y un entorno estables16 y sustentada en la atención a los problemas de narcotráfico y corrupción. El Pacto Social, de otro lado, representó inicialmente un punto de tensión entre algunos gremios — especialmente la Andi— y el gobierno a favor de ejercer un control de precios y darle al sindicalismo una representatividad que —en su visión— no tenía. Pero hubo otros —Asobancaria, en particular— que le dieron un valor estratégico a la propuesta, posición que finalmente se impuso en el Consejo Gremial. Gráfico 1. Postura frente al gobierno en la crisis política de sindicatos y partidos con influencia sindical CUT
CUT
Sector Democrático
Sector Izquierda
CTC
CGTD
Ultra-CUN Fanal Apoyo al gobierno
16
Defensa de la soberanía No ataque al gobier-
Nicanor Restrepo, op. cit., p 70.
352
Condena al régimen
Sindicatos, gremios y crisis política
no
Alianza por Colombia
Moir
Conservador
Partido Comunista Extrema Izquierda
Liberal AD M-19
Estos puntos de vista explican el ambiente favorable que tuvo el gobierno entre los gremios, más aún con sus primeros resultados contra el Cartel de Cali, pero ponen de presente también que su prioridad era la gobernabilidad como ambiente estable para los negocios.
L A DIVISIÓN FRENTE A LA CRISIS POLÍTICA Las organizaciones gremiales y sindicales se dividieron ante la crisis política y evidenciaron sus limitaciones para comprometer a sus afiliados como consecuencia de la competencia de los poderes económico y político a su interior.
Ante la crisis política la división del sindicalismo se acentuará y tendrá una nueva posición (ver gráfico 1, p. 352). La novedad está en el comportamiento de la Cgtd. La clara intervención del gobierno norteamericano en la crisis lleva a esta central a modificar su postura, privilegian353
Jorge Giraldo
do la lucha por la soberanía nacional y acusando al Fiscal General de la Nación de ser caja de resonancia del Departamento de Estado.17 El discurso opositor pasa a un segundo plano en su labor agitacional, la movilización gira alrededor de consignas antinorteamericanas e incluso llega a respaldar el Frente contra la Violencia que en algún momento convocó Samper, aunque sin que se configurara una posición de apoyo expreso al Gobierno.18 El sector sindical comprometido con el gobierno construyó su posición a partir de un criterio más pragmático. Su percepción es que con la desestabilización ganan los neoliberales y los norteamericanos y los trabajadores pierden las posibilidades de beneficiarse de una política social progresiva. Incluso se pronunció contra una solución elitista o frentenacionalista.19 Este sector se expresa claramente contra los llamados a paro de algunos empresarios afirmando que los trabajadores estamos por la democracia, también privilegia la consigna de la soberanía nacional y plantea la necesidad de luchar contra la corrupción. Más allá de las declaraciones, estas 17
Cgtd. Democracia real.
18
Al pronunciarse frente a la crisis, la Cgtd ataca las «campañas supuestamente moralizadoras controladas desde el exterior, pues no son más pretextos para incrementar la influencia sobre la nación y manipular la calificación o descalificación sobre personas o sectores de la opinión». Ibid., p 28. 19
Meses antes, Obregón había señalado que «no es admisible excluir las organizaciones sociales y populares en la formulación de las ideas y de los programas que reclama la nación para sortear la crisis». Orlando Obregón, Redimensionar la historia: un sindicalismo para los trabajadores y el país. CUT, p 17.
354
Sindicatos, gremios y crisis política
organizaciones promovieron el llamado Frente Social como un mecanismo de unidad de acción para respaldar al gobierno nacional. Por su parte, desde el Ministerio de Trabajo se impulsaron diversos foros de Reconciliación Democrática en alianza con grupos sociales y políticos regionales para ambientar una solución institucional a la crísis política.20 En la actuación del sindicalismo se presentan dos fenómenos en relación con los grupos políticos que tienen presencia en sus filas. De un lado, conservadores, liberales y allegados al M-19 apoyan al gobierno aún contrariando las posturas de sus partidos (caso concreto Obregón). Del otro, la influencia del Partido Comunista y otros grupos de izquierda colocan a la CUT-minoría en contra del gobierno. La división es tal que incluso la central tuvo dos presidentes durante casi seis meses. En la Cgtd la corriente sindical socialcristiana y el Moir coinciden en poner el énfasis en la acción antiimperialista, sin mayores traumatismos internos. En el campo gremial, la crisis política no solo dividió a los gremios entre sí, sino que los colocó en contravía de la actuación de los principales grupos económicos. El sector gremial, que tenía un solo organismo de tercer grado, pronto se encontró con un ente paralelo por la creación de la Unión Intergremial que se constituyó con 19 gremios. Este organismo, que surgió en plena crisis política y adoptó una postura meridiana de apoyo al gobier-
20
El primero y más importante, fue en Barranquilla el 24 de mayo de 1996.
355
Jorge Giraldo
no, en su momento fue visto como el fruto de una maniobra gubernamental. El Consejo Gremial Nacional, por su parte, había logrado unificar una posición frente a la crisis que podemos caracterizar de la siguiente manera: El Proceso 8.000 afecta la credibilidad del gobierno, su capacidad de gobernar y desestabiliza el país; por lo tanto debe resolverse rápidamente. La vía más expedita y recomendable es el retiro del presidente de su cargo. Debe mantenerse la institucionalidad y, por tanto, los gremios respetan las decisiones del Congreso de la República y acatan su fallo final. Las actuaciones del Consejo Gremial, a mi manera de ver, se ajustaron a esta política. El caso es que no sucedió lo mismo con los grupos económicos. Desde los albores de la crisis era evidente que mientras el Consejo Gremial andaba por un lado, los grandes grupos económicos iban en contravía. Ello se mantuvo latente a lo largo de 1995, salió a flote durante la prolongada interinidad que hubo en la presidencia de la Andi21 y fue manifiesto para toda la opinión pública durante el primer semestre de 1996 cuando la crisis llegó a sus cotas más altas.
21
Sobre el esguince que Jaime García Parra le hizo al cargo, se dice que éste «al hacer un sondeo sobre lo que querían el Sindicato Antioqueño y el Grupo Santodomingo, la Organización Ardila Lülle y la cúpula vallecaucana sobre su gestión, se encontró con unas divergencias muy grandes, especialmente en lo relativo a la posición que debía asumir el gremio frente al gobierno, al presidente Samper y a la crisis política en general». En DINERO, No. 34, abril 96, p 51.
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Sindicatos, gremios y crisis política
Gráfico 2. Postura frente al gobierno en la crisis política. Gremios y grupos empresariales Consejo Gremial Nacional
Andi, SAC, Fenalco, Acopi, Asobancaria, Acoplásticos, Fasecolda, Fedegan, Asocolflores, Fedemetal, Colfecar, Acolfa
Unión Intergremial
Asomedios, Asconfección, Cotelco, Fendipetróleo, Fedecacao, Confenaltex, Asimar, Ascoltelmo, ACC, Asotrans, Asopartes, CCIL, Fecoldrogas, Fedepanela, Fedeladi, Acofore, CCCC, Asonaltet, Asocolda
Apoyo al gobierno
Retiro del presidente Acción institucional
Grupo Santodomingo Grupo Ardilla Lülle Grupo Sarmiento
Condena al presidente
Acción extraconstitucional
Sindicato Antioqueño Corona Echavarría
Holguines Holguín
Era claro que al menos tres de los cuatro grandes grupos respaldaban al gobierno en mayor o menor grado, incluyendo la Organización Ardila Lülle, que mientras dejaba a sus periodistas ejercitar la oposición radial, practicaba un respaldo pasivo al gobierno. Eso no significa que los demás grupos económicos hubieran compartido plenamente la posición del Consejo Gremial. No. De hecho las cabezas visibles de dos grupos 357
Jorge Giraldo
relativamente pequeños (Corona y Holguines) se radicalizaron contra el gobierno, condenando al presidente y promoviendo salidas extrainstitucionales e incluso ilegales a la crisis. Sin duda este era el otro extremo de las posiciones empresariales, dejando al Consejo Gremial en un centro solitario e incómodo (ver Gráfico 2, p. 357). Por su parte el Sindicato Antioqueño, que fue el único de los grandes grupos que se opuso al Gobierno, dejó entrever, a través de algunas expresiones y actuaciones de simpatía con los conspiradores, que su postura tampoco era todo lo institucionalista que proponía el Consejo.
L OS DRAMAS DE NO SER (A MODO DE CONCLUSIÓN ) En 1995, el Departamento Nacional de Planeación hizo un balance poco feliz sobre los procesos organizativos de la sociedad civil colombiana. Prácticamente el único aspecto alentador que registró fue el avance significativo en la conformación del frente gremial.22 Por su parte, a nivel de las organizacíones populares urbanas pocos disentirán de la afirmación de que el sindicalismo es la más dinámica. El frustrado proyecto participativo de Samper y la crisis política refrendaron la importancia de gremios y sindicatos en la vida nacional, pero también desnudaron dramáticamente sus profundas debilidades. He sido amplio describiendo los problemas estructurales de ambos tipos de organizaciones y creo que está clara 22
Presidencia de la República-DNP. Promoción de la participación de la sociedad civil: del derecho a participar a la participación efectiva. En: Las políticas del salto social, t. II, p 498.
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Sindicatos, gremios y crisis política
la necesidad de una reestructuración total de ellas para ampliar su cobertura, mejorar su representatividad y elevar su capacidad de intervención. Sin embargo hay otros dramas en los que quisiera insistir. En el campo gremial quedó claro que si bien las organizaciones institucionales de los empresarios son los gremios, el poder real lo tienen los grupos económicos. Y la diferencia entre ambos escenarios es tal, que mientras en el Consejo Gremial se habla de crecer como sociedad23 y de consensos, los gremios económicos giran alrededor de sus intereses particulares y de gestión unipersonal.24 En el sindicalismo, la potenciación de la institucionalidad pasa por la discusión sobre la relación con los grupos políticos. Aunque hoy los grandes partidos ignoran a los sindicatos, los grupos políticos —particularmente de izquierda— siguen teniendo una injerencia que limita notablemente la autonomía de muchas organizaciones sindicales y debilita las decisiones sindicales por el predominio de la disciplina partidista. El segundo drama, derivado de este, tiene que ver con las dificultades para perfilar las posiciones de los gremios y los sindicatos en los escenarios públicos. Si estudiamos con detalle el documento del Consejo Gremial Nacional sobre las políticas de desarrollo en el país tenemos que concluir que los gremios han sido muy poco consecuentes con las ideas rectoras de concertación, defensa de la producción nacional, intervención del Estado en la definición de prioridades y políticas sectoria23
Juan Manuel Ospina. Los gremios en la comisión. Entrevista. En: Caja de Herramientas, No. 37, mayo1996, p 5. 24
Los grupos cuya propiedad está concentrada todavía dependen mucho de la cabeza del grupo. En: DINERO, No. 39, sep. 96, p 78.
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Jorge Giraldo
les. Cabría suponer que sus diferencias internas y el interés superior de los grupos económicos influye en esta inconsistencia. En el sindicalismo sucede algo parecido. Durante 10 años todas las centrales obreras demandaron concertación y participación en las decisiones de política económica, laboral y social, y ante una propuesta concreta como el Pacto Social se dividieron. Aquí ha pesado la visión corporativista de muchas organizaciones, la persistencia de las ideologías contestatarias y la influencia de grupos políticos interesados en promover la confrontación. El tercer drama tiene que ver con la convicción existente en sectores muy importantes de los gremios y sindicatos sobre la importancia de participar directamente en todos los asuntos públicos y en ese sentido de hacer política, de superar la etapa del zapatero a tus zapatos. Sin embargo, la relación de estas organizaciones con la política ha sido muy débil, y la que ha existido nunca ha sido en los escenarios democráticos e institucionales sino a través de canales clientelistas, patrimonialistas o familiares. La crisis política simplemente colocó un espejo ante la faz de gremios y sindicatos, y mostró su real situación ante la opinión pública, derribando de paso ciertos mitos como la omnipotencia gremial o el antigobiernismo sindical. Sus limitaciones contribuyeron a que no se lograra conformar un claro polo civil durante la coyuntura de la crisis política.25 Obviamente muchos factores contribuye25
El más serio intento de polo civil durante la crisis fue la Comisión Ciudadana de Seguimiento, en la que la batuta la llevaron las ONG, los gremios tuvieron una participación notoria, y el sindicalismo estuvo pa(continúa en la página siguiente)
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Sindicatos, gremios y crisis política
ron a debilitar las posibilidades de tal opción: la injerencia norteamericana, el uso y abuso de la Fiscalía, el ambiente clasista de la pugna y el recuerdo fresco de la campaña electoral más polarizada de nuestra historia reciente. El trabajo de los gremios y sindicatos a principios de los noventa por reperfilarse ante el innegable cambio de las condiciones del país y del contexto internacional, se paralizó durante la crisis. De su interior no surgió ninguna propuesta que contribuyera a colocar al país hacia el futuro, todas fueron bastante conservadoras. Para ser justos, digamos también que ni los partidos políticos ni las élites lo hicieron, y que las únicas voces que se escucharon eran profundamente regresivas. Los dramas señalados antes constituyen a su vez retos claves para el fortalecimiento de los gremios y sindicatos como actores sociales e indispensables para la construcción democrática de Colombia.
sivo. En sus propósitos y conclusiones, la Comisión también reflejó la polarización del país. Comisión Ciudadana de Seguimiento, Poder, justicia e indignidad. El juicio al presidente de la República Ernesto Samper Pizano. Bogotá: diciembre de 1996.
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Movimientos campesinos y cultivos ilícitos. De plantas de los dioses a yerbas malditas Myriam Jimenov
I NTRODUCCIÓN La gran mayoría de colombianos pudo seguir por la televisión las movilizaciones campesinas de septiembre y octubre de 1996 en el Caquetá, Putumayo y Guaviare y escuchar que eran acciones de la narcoguerrilla. Algunos nos preguntamos entonces si era tal el poder de la guerrilla que sacaba de sus casas a pobladores rurales por miles y tan grande su poder de convicción, o de coacción, como para llevarlos a sobreponerse a la aspereza de las marchas y a desafiar el cerco militar. ¿No habría algo más profundo que atemorizar y adoctrinar para explicar la participación masiva de diversos tipos de pobladores pobres de las zonas de colonización? ¿Cuál es el verdadero vínculo con los cultivos ilícitos?
v
Profesora asociada, Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia.
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Movimientos campesinos y cultivos ilícitos
E N TORNO AL CONTROL DE LOS PSICOACTIVOS En 1839, la armada británica abrió ataques contra el puerto de Cantón en China y con ellos inició una guerra que duró hasta 1842. Unidos británicos y franceses atacaron de nuevo en 1856, y esta vez la guerra llegó hasta Pekín, donde ardió el Palacio de Verano de la debilitada dinastía Manchú. Estas guerras, conocidas como las Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860) culminaron en tratados comerciales que sojuzgaron China y favorecieron ampliamente al imperio británico recién encabezado por la reina Victoria. Franceses, rusos, japoneses y americanos también fueron favorecidos por la apertura de los puertos comerciales y de rutas interiores al comercio y a los misioneros cristianos. El comercio del opio fue la piedra de toque de esas guerras. Pero no para prohibirlo, en santa cruzada de las buenas costumbres y la sanidad personal, sino para imponer su libre comercio. En efecto, fueron los intentos del gobierno chino por prohibir el comercio y consumo del opio que se extendía poderoso en la China, lo que precipitó la intervención de las potencias. Desde 1729 el emperador Manchú había prohibido, con poco éxito, el comercio de opio con los europeos, motivado por mantener el equilibrio de las reservas imperiales de metales preciosos afectadas por el trueque de té, especias y sedas, por opio (cf. Escohotado, 1994). La lucha era en torno al control del valioso comercio de opio y tenía que ver ante todo con la balanza de pagos, como se dice hoy día. Nuevas guerras, como la cruenta revuelta de los boxer en el verano de 1900, fueron consecuencia de las imposiciones extranjeras. Este recuento permite destacar que el punto neurálgico con los narcóticos no es en sí su uso social, sino la red, mejor telaraña, de intereses, a menudo muy concretos, 363
Myriam Jimeno
que allí se entretejen y que en unos casos luchan para imponer el consumo, y en otros buscan abolirlo. También sirve para destacar la forma cambiante como las sociedades manejan su producción y consumo. El opio (Papaver somniferum) concentra varios alcaloides narcóticos (morfina, heroína), conocidos en China desde el siglo séptimo y desde muy antiguo en la cuenca del Mediterráneo. La expansión del Islam regó ampliamente el opio, que tenía importantes plantaciones en Turquía e Irán. El opio era usado en la cultura islámica a la manera del alcohol en otras culturas, como euforizante general. También hay evidencias de usos medicinales y de la importancia que le otorgaron Avicena y sus discípulos en la farmacopea (Escohotado, cit:34-35). Incluso la farmacopea europea de los siglos dieciocho y diecinueve lo integró al botiquín casero para pequeñas molestias (ibid). Por el lado americano, la producción de hoja de coca, planta de origen americano empleada desde tiempos anteriores al presente, fue monopolio firmemente sostenido en manos de una celosa élite inca (Henmann, 1980:55). Su consumo era privilegio aristocrático y consumirla sin autorización era un desafío serio a la autoridad (Henmann, cit; Escohotado, 1994; Tovar, 1993). Para asegurar el control de los cultivos, el Inca Roca envió, en la segunda mitad del siglo trece, contingentes de miles de guerreros para ocupar tierras aptas para el cultivo. Esta política la prosiguieron sus sucesores hasta el último gobernante inca y no dudaron en defender con las armas el monopolio del comercio de hoja de coca (Tovar, 1993:9). Con la conquista, el mercado de coca se amplió y democratizó con nuevos consumidores como los trabajadores de los obrajes agrarios y mineros, especialmente en los grandes centros mineros de Potosí, y con nuevos comerciantes, esta 364
Movimientos campesinos y cultivos ilícitos
vez peninsulares. Fue tal la importancia del comercio de coca, que en la segunda mitad del siglo XVI era considerado el producto agrícola más importante de América. Con él se amasaron enormes fortunas españolas y se crearon en el alto Perú importantes grupos de presión criollos que prolongaron por varios siglos su influencia (ver Tovar, cit.; Henmann, cit. y para una bibliografía histórica sobre este aspecto ver Tovar, ibíd). Este comercio, sin embargo, estuvo cargado de polémicas, pues mientras comerciantes y hacendados lo defendían, los gobernantes trataban de controlarlo y la Iglesia Católica de denunciarlo. Es conocido el rechazo en la cultura cristiana al empleo de estimulantes y psicotrópicos, y en fin a lo que turbe la conciencia o aminore el sufrimiento. Una variedad tan grande de culturas que su nombramiento sería interminable, ha empleado enorme diversidad de plantas en condiciones de comunicación espiritual, en ceremonias y rituales, para trascender los límites de la realidad empírica, sin razones propiamente hedonistas, como muestra Reichel-Dolmatoff a propósito del yagé (Banisteriorpsis caapi) (Reichel-Dolmatoff, 1978). Pero no sólo han sido plantas de los dioses en la expresión del botánico Richard EvansSchultes, medios para entrar en contacto con las fuerzas ocultas de la naturaleza y las fuentes de la vida, para reintegrar sociedad y naturaleza en una experiencia extraordinaria. Estas plantas también han sido empleadas de manera práctica para buscar la sanación, para resolver conflictos interpersonales, para auspiciar la cacería o para resaltar el cumplimiento de reglas sociales como las del casamiento. Su empleo en este sentido no es sacro y sus oficiantes no son místicos, sino agentes sociales con metas muy precisas (Reichel-Dolmatoff, cit:198 y ss). Esas metas, prácticas y místicas, están definidas por el grupo humano y sus condiciones particulares y no son intrínsecas a las plantas o a sus efectos, como lo traslucen los ejemplos. Los efectos del consumo y 365
Myriam Jimeno
del comercio de psicotrópicos sobre la adicción, la criminalidad y la violencia nunca son directos y simples. Lo que transforma las plantas de los dioses en yerbas malditas, son las fuerzas sociales, los arreglos socio-institucionales y las orientaciones y significados culturales específicos. La relación entre violencia y cultivo de plantas psicoactivas en Colombia, es en cierto sentido, la imagen invertida pero correspondiente de lo ocurrido en China. Debilitamiento y fragmentación internas, precariedad de los agentes institucionales, poderío de actores que desafían con éxito relativo los agentes institucionales, sustitución de los responsables institucionales en el manejo de conflictos, existencia de grandes grupos de presión con intereses opuestos en torno al comercio e intervención de potencias extranjeras. Los intereses encontrados, aunados con la incapacidad institucional y el debilitamiento del Estado, invitan como en China decimonónica, a usar la violencia para imponer los intereses de uno u otro. El calificativo cultural como dañino o prohibido de determinadas sustancias es extremadamente móvil en la historia humana. Los avances de la síntesis química han abierto insospechadas alternativas para grandes contingentes humanos, pero la cultura de la prohibición de ciertas sustancias (otras, alcohol y tabaco son permitidas) predomina en las sociedades actuales. Sin duda la prohibición implica que la sociedad debe acudir a medios de control, de persuación y coacción. La prohibición y cómo hacerla efectiva, enfrenta sectores sociales y favorece la expresión de contradicciones de la sociedad. Algunos optan de manera práctica, por sacar provecho o sacarse de encima talanqueras para la acumulación o el ascenso social, mientras otros lo vuelven una lucha entre el bien y el mal. Es allí donde se establecen los vínculos con formas de violencia.
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Movimientos campesinos y cultivos ilícitos
CULTIVOS ILÍCITOS Y CAMPESINOS Los barasana del Vaupés narraban al antropólogo S. Hugh-Jones a propósito de los cultivos de coca de las décadas pasadas, que los bienes manufacturados están imbuídos de ewa. Esto hace que tengan un atractivo irresistible y posean una fuerza potente que lleva a las personas a actuar de manera descontralada y a hacer cosas contra su propia voluntad. Estar bajo la influencia del ewa, es estar bekigi, un término también aplicado a quienes están locos o embriagados (Hugh-Jones, S., 1992). Alusiones metafóricas a la atracción fatal de los bienes occidentales se encuentran también en algunos mitos recogidos por Christine Hugh-Jones (ibid). ¿Cuál es el ewa que empuja a los campesinos de distintas regiones del país a los cultivos ilícitos? ¿Cuál la fuerza de atracción que incluso los lleva a situarse fuera de la ley, pese al riesgo de que los traten como a cualquier otro delincuente de la cadena productiva de los ilícitos? ¿Pueden ellos realmente asimilarse al resto de actores de esa cadena y pueden considerarse igualmente partícipes de hechos violentos? Un paso importante para la comprensión y el manejo de los cultivos ilícitos es detenerse en los actores sociales involucrados, conocer sus acciones y motivaciones. Los cultivadores de coca, de amapola y de marihuana se encuentran diseminados por regiones diversas. Algunos estimativos hablan de 25.000 has en coca y 20.000 en amapola, con una probable generación de empleo directo para unas 45.000 personas (ha/año/hombre/) (Kalmanovitz; 1995, en Vargas (comp.), 1995). Cauca, Huila, Cesar y Tolima sobresalen en amapola, como lo muestra el cuidadoso trabajo de Ricardo Vargas y Jackeline Barragán (1995). Se conocen los sitios de mayor concentración de 367
Myriam Jimeno
cultivos, su relación con la demanda, con las características naturales, con las acciones bélicas, con el precio del jornal agrícola,1 con el rendimiento comparativo de los cultivos tradicionales y con la tenencia de la tierra. Así, está básicamente trazado el mapa social de los cultivos ilícitos. La conclusión de Vargas y Barragán, similar a la de Molano, Ramírez, Rozo y Arenas (1992) sobre la amapola, es que «la baja rentabilidad de los cultivos legales, las disminuciones de crédito y la falta de una política integral para el agro», son coadyuvantes de la vinculación de la población a los cultivos ilegales (Vargas y Barragán, cit,:42). No hay duda de que «la inserción de los cultivos ilícitos se asocia (...) al contexto de pobreza y marginalidad..» (ibíd:77). La coca, por su parte, prefiere las tierras bajas del oriente, las áreas en vías de consolidación de la colonización del piedemonte oriental andino: Meta, Caquetá, Putumayo y Guaviare y en menor proporción, Vaupés. También aquí los estudiosos de esas zonas han recalcado que en la base de la expansión cocalera se encuentra el fracaso de la colonización campesina como alternativa para el pequeño productor (ver por ejemplo, Molano, 1987, para el Guaviare; Cubides, Jaramillo y Mora, 1986, para el Caquetá; Cubides, 1992, en Andrade (comp.), 1992). Si bien es cierto que el auge cocalero no sólo involucra colonos fracasados sino una amplia gama de aventureros, desarraigados sociales y delincuentes que cumplen diversas tareas en la cadena productiva, también lo es que la base social son los productores campesinos.
1
. Un artículo de prensa de junio de 1997, aduce que un cosechero o raspachín se puede ganar $50.000 por jornal diario, por ejemplo.
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Movimientos campesinos y cultivos ilícitos
A raíz de la reiteración en las declaraciones oficiales de que las marchas de cultivadores de coca ya mencionadas al inicio eran de agentes de la narco-guerrilla, me referí al proceso por el cual desde los años cincuenta se pobló la región del piedemonte amazónico con campesinos de las zonas andinas. Decía entonces que cuando la coca se introdujo en las selvas ya llevaban los colonos varios lustros quebrando monte y luchando por sacar cosechas de las tierras rojas y lavadas, por entre trochas intransitables. Un malestar tan amplio como el expresado en las marchas era irreductible a la simpleza de los agentes oficiosos. Sólo una tensión más perdurable y profunda explicaba la terca desesperación de las movilizaciones: la esperanza difusa de sobrevivir (Jimeno, EL TIEMPO, sep.1, 1996). Así, los cultivos ilícitos se expanden por el atractivo irresistible de toda bonanza, desde las fiebres de oro en California, hasta las llamadas economías de ciclo corto (Tovar, cit), alimentadas por esperanzas. Ese es su ewa. Colombia, como otros países de América Latina, ha vivido bonanzas efímeras ligadas a distintos cultivos y extracciones: tabaco, añil, quina, caucho, tagua. Según la tesis de H. Tovar, ellas obedecían a los esfuerzos de América Latina después de 1810 para vincularse con los mercados de exportación en busca de garantizar su estabilidad económica. Como respuesta surgieron las economías de exportación de ciclo corto (ibid). Algunos se dieron en las periferias amazónicas, como el caucho; otros, como la quina, se adentraron en los bosques andinos, y aún algunos cultivos ocuparon áreas centrales, como el tabaco. Sirvieron de acicate para la ocupación permanente de grandes zonas del país, para la generación de capitales e infraestructura y como opción para los pobladores rurales sin tierra y los campesinos pobres. Todos ellas eran, sin embargo, 369
Myriam Jimeno
explotaciones legales, aún pese a la barbarie semiesclavista de las caucherías (ver Pineda, 1987, entre numerosos trabajos sobre esta última). La condición de ilegalidad de los cultivos de psicotrópicos crea, como quedó ya dicho, una relación particular entre los productores y los comerciantes, condicionada por el uso latente o explícito de la coacción violenta. No valen allí las normas laborales ni los usos comerciales establecidos. Comerciantes al margen de la ley crean una paranormatividad cuyo resorte central es la amenaza de uso de la violencia y el desafío permanente a la autoridad o su degradación por medio del sometimiento. De allí que sin duda existe un vínculo entre el incremento de formas de violencia y el incremento del tráfico de drogas en Colombia. De allí que la relación entre los cultivadores y los comercientes esté siempre rondada por la violencia. Sin embargo, sería erróneo asimilar productores y comercientes a una misma categoría social o atribuir la violencia a los efectos personales del consumo. Por el contrario, mientras los cultivadores rurales aspiran a afianzarse como campesinos prósperos y los cosecheros esperan su oportunidad de acumulación, los comerciantes crean una parasociedad basada en el poder intimidatario de la violencia y en el uso de la riqueza acumulada para someter la institucionalidad a sus intereses particulares. Los consumidores, por su parte, fluctúan entre el consumo social y la adicción, orientados tanto por los estímulos culturales, como por su propio equilibrio emocional. Los análisis de la evolución de delitos y violencia de Colombia, en las últimas décadas, muestran que entre 1958 y 1970 la mayor preocupación se centraba en los delitos comunes contra el patrimonio. Preponderaban formas fraudulentas sobre las violentas (Policía Nacional, 370
Movimientos campesinos y cultivos ilícitos
Criminalidad, 1996:14). Desde 1981, en contraste, se evidencian acciones como el terrorismo y el asesinato pagado y el homicidio presentó las curvas más elevadas entre 1989 y 1993. Existe sin duda una relación entre el crecimiento del tráfico de drogas y el ascenso de formas variadas de violencia, pero los cultivadores son sus actores marginales. Cuando protestan por las fumigaciones siguen motivaciones similares a las de los paros cívicos que demandan mejores servicios o infraestructura de apoyo para la producción agrícola. La guerrilla, por su parte, ve en el descontento una oportunidad para realizar proselitismo o para manipular las movilizaciones de acuerdo con sus propias miras. Como cualquier político pragmático, aprovechan a su favor la oportunidad que se les ofrece. Rodrigo Uprimmy ha insistido en que las violencias del narcotráfico no son independientes de la represión del mismo, con el ánimo de resaltar que los presupuestos políticos deben tomar en cuenta los riesgos inherentes al ejercicio del control estatal. También ha insistido en que las formas de desarrollo de esas violencias dependen del contexto sociopolítico en que éste se inserte (Uprimmy, 1995, en Vargas (comp.), 1995). En conclusión, lo importante es intentar comprender la lógica interna de los procesos que llevan desde el campesino cultivador hasta el traficante, descifrar las relaciones sociales allí presentes, las motivaciones que mueven a los actores sociales, sin confundirlos a todos en una arriesgada cruzada general. Las movilizaciones campesinas alrededor de la fumigación de cultivos fueron la expresión de miedo de pequeños cultivadores y otros pobladores pobres, rurales y urbanos, ante la amenaza del fin del auge de la coca, la amapola o la marihuana. El fin de una alternativa, si bien 371
Myriam Jimeno
ilegal, frente a la crisis agraria y de empleo. La condición de ilicitud de los cultivos implica un riesgo que deben calculcar. Este los puede conducir a la cárcel y en todo caso los somete a los traficantes. Pero al tiempo, es la oportunidad de atrapar la bonanza que todos saben efímera. Ese atractivo, su ewa, no los hace perder la cabeza, pero se arriesgan, pues allí parecen surgir posibilidades escasas de prosperidad. En últimas están dispuestos a transigir, si existen alternativas legales, como se consigna en los acuerdos de las marchas del año 96, enfocados básicamente a crear condiciones de desarrollo económico agrario y regional. En ese sentido, sus intereses no son iguales a los de los traficantes, para quienes mantener el comercio ilícito es lo central.
La relación entre los cultivos ilícitos, los movimientos sociales y las acciones de grupos violentos es una madeja enmarañada más que causalidad simple. Se mueven allí intereses dispares y al tiempo, se inquiere la capacidad de respuesta de la sociedad, a niveles muy diversos. Estas respuestas van desde cambios en la valoración cultural sobre los psicoactivos y sobre el manejo de las prohibiciones. Pasan por la relación entre los grupos deprimidos socialmente y las bonanzas ilícitas. Cuestionan la capacidad del Estado para no dejarse rebasar por grupos privados de interés y lo enfrentan en su relación con otros estados, con sus propios conflictos. De nuestra capacidad de identificar los diferentes hilos y tratarlos según su papel en el conjunto, depende que no enredemos más la madeja. 372
Movimientos campesinos y cultivos ilícitos
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Myriam Jimeno
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Tras la cortina de la coca José Jairo González Ariasv Comentario del artículo de Myriam Jimeno
I NTRODUCCIÓN Más allá de la licitud o ilicitud del cultivo de la coca y otros narcóticos, más allá de la articulación o no de estos cultivos con las fuerzas insurgentes y contrainsurgentes, más allá de los cálculos sobre la rentabilidad de los mismos y de las consideraciones judáico cristianas, lo que está en juego es el verdadero sentido de alternatividad, como concepto efectivamente interiorizado por los distintos actores frente a una agricultura en crisis, pero desde luego, frente al absoluto abandono y extinción en que se sumergen las economías campesinas, y frente a las tendencias irreversibles que presentan las economías de colonización. Unas y otras, inscritas no solo dentro de la tradicional estructura de concentración de la propiedad rural, sino también, de acuerdo a la trayectoria de ésta dentro de los últimos 10 años, dentro del agresivo proceso de concentración de la tierra a favor de los narcotrafi-
v
Investigador.
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José Jairo González
cantes, proceso que, como ha sido señalado en varios estudios, a conducido a que desde 1987, cada tres años un millón de hectáreas de tierra vaya a parar a manos de narcopropietarios, calculándose en la actualidad en 4 millones de hectáreas, distribuidas en el 42% del total de los municipios del país.1 Por eso, por estar pensando en la alternativa a los cultivos ilícitos, en la sustentabilidad del desarrollo, en el problema del narcotráfico o, en términos del general Bedoya, excomandante de las Fuerzas Militares, en la narcoguerrilla y el narcoterrorismo, nos olvidamos de la única alternativa posible: la reforma agraria. Dentro de este contexto, lo alternativo adquiere múltiples significaciones, dependiendo de los intereses puestos en juego por los distintos actores sociales y culturales que confluyen en el complejo escenario de la producción, distribución y consumo de la droga. Y desde luego, tal polisemia sobre lo alternativo se complica aún más cuando de por medio están las distintas búsquedas de estrategias de sobrevivencia individuales y colectivas puestas en acción por los pobres del campo y la ciudad. Frente a los cultivos ilícitos se sabe —por indudables razones— más del impacto internacional y nacional (aunque en menor proporción) que este fenómeno ha tenido, y menos de sus efectos en los niveles subnacionales y locales. Conocemos más de los resultados en el contexto macroeconómico y casi nada de sus consecuencias en términos microeconómicos. Más de lo que pasa con éste fenómeno por arriba, que lo que pasa por abajo. En
1
“Narcos avanzan en el sector agrario”. EL TIEMPO, noviembre 30 de 1996.
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este juego de protagonistas en tan variados escenarios y niveles, los papeles estelares han sido asignados a los macroactores internacionales y nacionales, y los papeles secundarios, a los indígenas, campesinos, colonos, raspachines y chichipatos, los cuales, en el mejor de los casos, cuando no son objeto de las más despiadadas estigmatizaciones, son calificados como criaturas fácilmente manipulables por los agentes del narcotráfico y, desde luego, por los protagonistas de la violencia estatal, paraestatal y antiestatal. El artículo de Myriam Jimeno, Plantas de los dioses, yerbas malditas, contribuye sin duda a poner un poco las cosas en orden, sobre todo desde el punto de vista del develamiento de los distintos intereses puestos en juego en el cultivo, comercialización y consumo de la droga o, lo que es lo mismo, las razones por las cuales las plantas de los dioses se transforman en yerbas malditas, razones que, como ella misma lo indica, están dadas por la disposición de las distintas fuerzas sociales, determinadas estrategias socioinstitucionales y las orientaciones y significados específicos que estos adquieren en un momento y en lugar determinados. No es lo mismo hablar de los cultivos ilícitos desde la Secretaría de Estado de los Estados Unidos, o desde los pasillos de Palacio en Colombia, que desde la Asamblea Departamental del Departamento del Guaviare o el Concejo Municipal de Cartagena del Chairá o de Puerto Leguízamo. Algo va de lo que piensa el indígena, colono, campesino o el raspachín, a lo que opina el banquero, el gran comerciante, el ganadero, el industrial, el burócrata o el ministro del Gabinete sobre la alternativa a los cultivos ilícitos. 377
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Pero, retomando la pregunta por el ewa de los barasana, que trata el texto de Jimeno, ¿qué es lo que conduce a enormes contingentes de lugareños y forasteros, como se decía antes, a involucrarse casi como en un acto de fatalidad histórica con la compleja cadena de los cultivos ilegales? Y ahí surge la demanda por el análisis concreto de las distintas lógicas presentes en cada uno de los actores del proceso,2 pero en especial, de aquellos actores subordinados, injusta o acríticamente asimilados a los macroactores, a sus intereses, a sus expectativas y a sus guerras. Entonces, identificados y diferenciados los actores del proceso, su caracterización tiene que darnos cuenta, principalmente, de las lógicas e intereses, igualmente diferenciados, inherentes a cada uno de ellos. Pero también, del artículo de Jimeno renace la exigencia del análisis de la expresión del fenómeno de los cultivos ilícitos en lo regional y lo local, felizmente iniciado ya en algunos estudios recientes, los cuales nos ponen de entrada ante la evidente asociación entre pobreza, marginalidad regional y la recurrencia del narcocultivo, la relación entre el fracaso de la reforma agraria y las políticas de colonización y la extensión de los cultivos ilícitos y desde luego, pero motivado por otras razones mas históricas y geopolíticas que no es del caso enumerar aquí, la articulación de éstos procesos con los fenómenos de la insurgencia armada, de la conformación de los grupos paramilitares y también de las variadas estrategias de contrainsurgencia puestas en marcha por el Estado. Es
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Cfr. González Arias José Jairo. Actores de la Colonización Reciente en la Amazonia Colombiana: Caso San Vicente del Caguán. Cinep-Cifisam San Vicente del Caguán, 1995.
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decir, la intrínseca relación entre cultivos ilícitos y violencia. El no haber tenido claro las distintas y diferenciadas lógicas de los actores presentes en el escenario de los cultivos ilícitos nos condujo a todos, pero especialmente al Estado y a los demás actores llamados a conjurar la crisis, a narcotizar los procesos sociales y los actores subyacentes en la compleja cadena de los cultivos ilícitos. Hay pues que, desnarcotizar los procesos de colonización, desnarcotizar a los indígenas, a los colonos, a los campesinos y aún a los propios raspachines, nuevos actores invitados a este drama, que hicieron su aparición fulgurante en las recientes marchas campesinas, marchas que no por casualidad ya algunos sectores de la prensa dieron en llamar marcha de campesinos cocaleros, enredando nuevamente las cosas, y pretendiendo invisibilizar nuevamente todo el contenido social, que se esconde detrás de tan esquivas denominaciones. El artículo de Myriam Jimeno, oportunamente, nos llama la atención sobre la necesidad de descifrar con mayor rigor el complejo de relaciones sociales, políticas y culturales que se mueven tras la cortina de la coca. Este llamado a reintroducir el análisis de los procesos sociales y en particular de los actores, con sus lógicas, expectativas y esperanzas es, desde luego, la primera tarea para correr el telón. Probablemente tras de él encontremos otra vez a los indígenas y a los campesinos tal como son, a los colonos como quieren ser y por qué no, con un poco de esfuerzo más, podamos ver los rostros de los raspachines, de los chichipatos y de otros pequeños actores satélites de estos dramáticos procesos. De lo contrario, se corre el riesgo, 379
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no sólo de narcotizarlos sino, en consonancia con la lógica militarista, de guerrillerizarlos.
LLEGARON LOS RASPACHINES En efecto, los recientes sucesos del Guaviare, el Putumayo y el Caquetá, ¡quién lo creyera!, pusieron al descubierto ante el mundo, todo cuanto el Estado colombiano, pero también la sociedad, trataban de esconder penosamente. Se supo, entre sorpresa e incertidumbre, que detrás de la innumerable literatura del tráfico de droga y sus carteles, de la historia de los consumidores, narcotraficantes y narcoproductores, estaban unos personajes anónimos, hasta hace unos meses, personajes que el mundo empezó a conocer con el curioso nombre de raspachines. Descubrir su existencia, fue casi un acto de prestidigitación sociológica o de iluminación política que llevó al propio tiempo a desentrañar todo el tinglado social, profundamente social, que se mueve tras el gran negocio de los barones de la droga. Así, se vino a saber con toda su crudeza de quiénes era el gran negocio y de cuenta de quiénes corría el drama. De un lado, los grandes empresarios de la coca, dueños de las redes de producción distribución y consumo, organizados en carteles y, de otro lado, los pequeños cultivadores, indígenas, colonos, chagreros, campesinos, dueños de pequeños cultivos de coca,3 y los raspachines, dueños de nada, de 3
Para una caracterización de los distintos actores que intervienen en el ciclo productivo de la coca, véase el interesante trabajo de Hilario Pedraza, Pedro Cortés y Hernando Briceño: Calamar (Guaviare): “Una Co(continúa en la página siguiente)
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esa nada que les dejó hace más de sesenta años la Ley 200 del 36, o la Ley 100 del 44, o la 135 del 61 o la del 88, y todavía hoy, la Ley 160 de 1994... leyes todas constitutivas del gran descalabro que ha significado, en Colombia, la resolución del problema agrario, del cual son testigos ya no solo los campesinos pobres, ni los colonos, sino esos nuevos irredentos del campo que constituyen esa difusa masa de raspachines. Si la Ley 200 del 36, finalmente orientada más hacia la aclaración y saneamiento de los títulos de propiedad, apenas sirvió de desteñido colofón de un intento masivo de reforma agraria, y la Ley 100 del 44 la esquivó, prefiriendo la colonización como política de Estado antes que la realización de drásticos cambios en la estructura rural, y la Ley 135 del 61, consagró definitivamente la nula voluntad política de las élites, pero también, la bajísima representación y capacidad de movilización de los pobres del campo para la realización de la reforma agraria, la Ley del 88, pero sobre todo, la 160 del 94, promulgadas en medio del colapso del campo, escasamente insinuaron algunas medidas tendientes a revertir los procesos que desencadenaron la actual crisis, base sobre la cual se lograron movilizar cerca de 120 mil personas en menos de dos meses, entre campesinos, colonos y raspachines, la gran mayoría reaccionando, inmediatamente a las políticas antinarcóticos del Estado, y que los grandes medios de comunicación calificaron, confusamente, como se dijo anteriormente, marchas de los campesinos cocaleros, marchas que las fuerzas armadas se empeñaron, hasta último momento, en mostrar a la opinión pública como estratagemas colectivas de los narcoguerri-
lonización Amazónica” (primera parte). En: Colombia Amazónica. Vol. 8 No.1, abril de 1995.
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lleros, primero, y después, frente a la evidente expresión del malestar rural, calificaba como una marcha forzada por la guerrilla que a su juicio, «sacaba a punta de amenazas a los campesinos de sus parcelas». Desde luego, esta no era más que otra de las tantas formas de enmascarar la realidad, de dejar de llamarla por su nombre, pues bien vistos los procesos agrarios de nuestro país y mediando todas las diferenciaciones espaciotemporales obvias, la marcha de los campesinos cocaleros del Guaviare, el Putumayo y el Caquetá, (pero también de los campesinos de la Sierra del Perijá, el Catatumbo y el sur de Bolívar y del Cesar), no son más que la continuación por otros medios y la prolongación, en la larga duración, de las protestas y movilizaciones rurales de los años 20 y 30, y más “recientemente” (¡hace 40 años!), de los grandes éxodos campesinos que desencadenó la violencia de nuestro país durante los años 50 y de las destacadas movilizaciones de campesinos y colonos de los años 70. Pues bien, entre los marchistas, estaban estos raspadores de hoja, cosecheros o trabajadores rurales estacionarios, hoy conocidos como raspachines, verdaderos trabajadores sin rostro dentro de la actual crisis. ¿De dónde surgió esta masa considerable de pequeños hombres, mujeres y niños de la coca, quiénes son? Los raspachines, según la sabia clasificación que hicieran los propios voceros de los marchistas, son un grupo heterogéneo compuesto por tres clases mas o menos diferenciadas: A la primera, pertenecen aquellas personas con tradición campesina, que por distintas razones (procesos de pauperización, descomposición campesina, etc.), terminan raspando hoja, pero que mantienen, no obstante, su vocación agrícola y su voluntad de permanecer en el campo; 382
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A la segunda pertenecen los jornaleros agrícolas, antiguos trabajadores rurales o cosecheros de otras áreas agrícolas del territorio nacional, como recolectores de café, cosecheros de algodón, etc., quienes aspiran a asentarse en la zona, bien como jornaleros o asalariados o bien como campesinos; A la tercera pertenecen aquellos raspachines itinerantes o andariegos, como asimismo se llamaron, para quienes la búsqueda de fortuna y de enriquecimiento rápido los llevó lejos de sus sitios de origen, urbano o rural, pero que aspiran a retornar a su tierra con algún beneficio económico. En todos y en cada uno de ellos persiste tercamente la esperanza, como una ilusión que se les desvanece todos los días. Muy seguramente, las actas de los acuerdos suscritos en agosto y septiembre pasados, entre los marchistas y el gobierno nacional, constituirán un acto más de prestidigitación política: hacerlos invisibles nuevamente, cuando no, desaparecerlos de la faz de la tierra. Y a propósito, ¿quiénes son los chichipatos, dónde están?
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Norma Villarreal Méndezv
Si la guerra es incomunicación, muerte, resentimiento, abandono, orfandad, si está mediada por la incapacidad de darle un espacio al otro, que amenaza hasta tener que exterminarlo, entonces la guerra tiene múltiples formas. O más bien se libran muchas guerras en muchos campos de batalla. Luz Helena Sánchez
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Este ensayo sólo hace referencia a la violencia política y a la participación de las mujeres y sus organizaciones en los procesos de crítica para que adopten vías pacíficas para su resolución. No desconoce que existen otras formas de violencia, particularmente la intrafamiliar en donde existen experiencias importantes de organizaciones de mujeres en la prevención, tratamiento y solución. v
Investigadora, Programa de Estudios de Género, Mujer y Desarrollo, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Colombia.
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L OS INICIOS DE LA RUTA La crítica de la guerra y el logro de la paz como parte de la agenda política a negociar y conseguir, ha sido una de las razones de movilización colectiva de las mujeres. Pero las demandas y propuestas y sobre todo el contenido de la paz que se reclama, se ha venido perfilando con la influencia del pensamiento feminista y con la toma de conciencia del movimiento social de mujeres2 como expresión de participación en política. Es que la presencia de las mujeres en los escenarios de la guerra y el impacto sobre sus vidas ha transformado su aproximación a la paz. Una de las primeras expresiones que hemos registrado sobre el reclamo de la paz, nos lleva a la agitada coyuntura política de los años cuarenta. En 1947 las mujeres vestidas de negro y agitando pañuelos blancos participaron en la Marcha del Silencio que había sido convocada por el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán para llamar la atención en torno a la violencia partidista. Esta manifestación concluyó en la Plaza de Bolívar como un rito premonitorio de las veces que había que marchar y reclamar por el de-
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El movimiento social de mujeres se define como un conjunto diverso de mujeres y de organizaciones que desde distintos espacios y enfoques están reclamando reconocimiento, derechos y plena participación en decisiones tanto en aspectos ligados a la transformación de su propia condición y posición social, como en temas del funcionamiento y desarrollo de la sociedad. Incluye por lo tanto las demandas, presiones y movilizaciones de grupos feministas, de las sindicalistas, de las madres, de las mujeres rurales, de las mujeres negras, de grupos lésbicos. En algunas épocas se ha construido una dinámica colectiva a partir de temas y estrategias comunes. En otras, las movilizaciones y reclamos han tenido dinámicas distintas.
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sangre que ha soportado el país en más de 50 años de guerras. El asesinato de Gaitán que condujo a la ira popular el 9 de Abril y los días siguientes, (Alape: 1985) institucionalizó a la violencia como regulador de las relaciones socio políticas. Con ello se involucró a la sociedad civil en el conflicto armado, particularmente el sector rural, donde se cometió toda suerte de atrocidades.3 Los grupos de mujeres que venía presionando por sus derechos desde 1930 tuvieron que paralizar o reorientar sus acciones. Algunas se dedicaron a ayudar a las víctimas de los enfrentamientos en los días siguientes al 9 de Abril. Cecilia Durán de Melody «formó con sus compañeras un contingente que dio techo, pan y estímulos a los perseguidos por el sectarismo políticos». Frente a los atropellos y al desangre que no daba muestras de disminuir, la Unión Femenina que se había creado en 1944 para reclamar derechos ciudadanos para las mujeres, y que venía presionando por el sufragio femenino, decidió convocar una manifestación en 1949 en favor de la paz y la reconciliación entre los colombianos. (Villarreal: 1994). Camila Uribe, presidenta de la Unión, desde un balcón del Palacio de Gobierno reclamó el cese de la contienda y la consideración de formulas de avenimiento (Melo 1966). A lo cual el presidente contestó que:
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El libro La Violencia en Colombia de Guzmán, Fals y Umaña cuya primera versión es de 1962 recoge los métodos sanguinarios de destrucción del adversario político que se pusieron en práctica para crear el terror. Con ello se logró homogeneizar territorios con población conservadora o liberal, exterminando o expulsando a los contrarios.
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«No ha existido en América un mandatario que haya gobernado en aras de la paz como yo» (Estrada: 1990). Con esta movilización se inicia un camino autónomo de las mujeres para señalar que la eliminación violenta del adversario era una expresión más del autoritarismo político y de la exclusión que ellas combatían. Y por ello decidieron marchar por la paz, para que se encontrara un espacio de diálogo y se reconociera el conflicto pero donde no se muriera por pertenecer a una u otra tendencia (Peláez 1997).4 Las madres de entonces y las que aspiraban a serlo, sólo clamaban por el derecho a parir hijos que después en su libre albedrío pudieran ser rojos o azules. Probablemente en los primeros tiempos de esta guerra el impacto de los conflictos en las mujeres no se expresó tanto en su desaparición física. A lo mejor se les obligaba a aceptar pasivamente su condición de probable aliada. En tanto se consideraba que las mujeres no eran sujetos políticos sino instrumentos subordinados, su rol como adversario político independiente del marido o de los padres, no es visible. En este caso la manera de someterlas podría ser menos sanguinaria, porque se les suponía que no tenían palabra y no tenían posiciones de importancia en el estado ni en las comunidades. Por ello eran menos subvertoras. Con el transcurso de los años la guerra se intensificó. Y durante toda la década del cincuenta y del sesenta las mujeres, especialmente las del campo, supieron lo que signi-
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Esta afirmación se sustenta en las conversaciones sostenidas con Gabriela Peláez, la primera abogada de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional.
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fica ser mujer en medio de la barbarie. La guerra las fue involucrando. Muchas fueron asesinadas y violadas. Muchos vientres en gestación fueron abiertos en una monstruosa demostración de fuerza para acabar con los vestigios del oponente (Fals Borda, Guzmán, Umaña: 1962 y Uribe: 1994). Muchas mujeres sucumbieron: unas huyeron a los pueblos y ciudades. Cuando fueron testigas de la muerte de sus familias y víctimas del atropello, entonces muchas se hicieron guerreras.5 Entonces decidieron enfrentar la guerra de la misma manera con armas y con más muertos. Probablemente en muchas de las mujeres que decidieron incorporarse a las guerrillas de los años posteriores hay presente una historia de violencia personal o de sus familiares aunque también, no hay duda, está la utopía de cambiar la sociedad. Esta utopía sustentada nacionalmente por causa de la desigualdad social produjo la vinculación de algunas mujeres a las Farc y al M-19 en la década del ochenta. Probablemente fue la única opción que les dejó la vida y aunque no se comparta, tenemos que reconocerla como una opción política. Pero esa guerras en donde ellas han sido víctimas, críticas y partícipes no han permitido incluir los temas de las mujeres. Ellas han estado contra la guerra y en la guerra 5
La guerrillera Rosalba Velásquez de El Líbano es un caso típico de las mujeres que en la década del cincuenta se hicieron a las armas después de haber sufrido el asesinato de su compañero a manos de la chulavita. Ella estuvo en la cordillera de Las Hermosas, en el sur del Tolima combatiendo junto con alias Ave Negra y alias Richard. Alcanzó el grado de sargento, por lo cual se le conoce como Sargento Matacho. Luego de un receso, se junta con Willian Angel Aranguren. alias Desquite y cae en 1962 en un ataque del ejercito. (Velez Machado: 1985).
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sin que sus intereses hagan parte de la agenda de negociaciones globales.6 En el transcurso de los últimos 50 años, el país se ha modernizado y en ese marco han mejorado los indicadores sobre participación de las mujeres en la vida social, económica y política. La lucha por el voto que fue el centro de la reivindicación feminista de las mujeres de los años cuarenta y cincuenta, ahora nos parece distante. Aunque pocas, tres han sido las mujeres que han desafiado la predominancia masculina en la política electoral y se han postulado como candidatas a la presidencia del país.7 También vienen figurando en puestos claves de la estructura del estado tanto en ministerios como en organismos del nivel central y descentralizado.8 Y aunque la participación en las corporaciones sean ellas del orden nacional, departamental, o local no haya pasado del 11%, y las mujeres alcaldesas no hayan alcanzado la participación numérica cohe-
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En una entrevista con una reinsertada contaba que en las Farc, durante el tiempo en que ella estuvo se celebraba el 8 de marzo. Día internacional de la mujer.Ese día no las dejaban hacer los oficios y eran atentos incluso ofreciéndoles flores. 7
Las aspirantes han sido María Eugenia Rojas en 1974, Socorro Ramírez en 1978 y Regina Betancurt de Liska. Para las elecciones de 1998 aspiran Noemi Sanín del partido conservador y María Mercedes Cuéllar de Martínez del partido liberal. 8
Desde el período gubernamental de 1982-86 hay una participación notoria pues todos los cargos de los viceministerios fueron ocupados por mujeres, exceptuando el de la defensa. En los gobiernos posteriores las mujeres han ocupados cargos relevantes: Desarrollo Económico, Relaciones Exteriores, Justicia, Agricultura, Planeación Nacional.
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rente con la votación femenina, hay que constatar estos hechos como progresos de las mujeres en la vida pública. El avance no sólo ha tocado a mujeres de la élite. Las mujeres de sectores medios y populares también son protagonistas del proceso de disminución de la desventaja femenina, lo que significa subversión de los valores de una sociedad patriarcal. En un país que se ha negado a hacer transformaciones fundamentales, la guerra permanente es la expresión del predominio de autoritarismos y exclusiones. Los nuevos sectores que intentan asumir una condición de sujetos políticos y que pretenden tener un papel más relevante en la vida de la comunidad, han tenido que pagar un precio muy alto porque se vuelven el blanco de los autoritarismos.9 En el caso de las mujeres, algunas autoras precisan que la reacción no se desencadena porque ellas hayan logrado superar sus condiciones de inequidad, sino por el peligro de que lo lograran totalmente y con ello se pudiera construir una plena sociedad democrática que obligara a ceder poder a los excluidos (Faludi: 1991). Se incrementa el número de las mujeres que resultan víctimas del poder autoritario y que han sido violadas, asesinadas, secuestradas o desaparecidas.10 Muchas de ellas son mujeres que 9
Una muestra de esto son los asesinatos de líderes del campo tanto hombres como mujeres. En el 92 fueron asesinados unos líderes del Carare que hacían la experiencia de una comunidad sin guerra. En el año de 1996 mataron al presidente nacional de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos, Anuc, y en este año de 1997 fue asesinado el presidente de la Anuc en Sucre. 10
Lideresas de la Asociación de Mujeres Campesinas Anmucic han desaparecido como una de la directiva de Córdoba. También se han dado (continúa en la página siguiente)
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desde distintos espacios han elevado su palabra en defensa de los derechos humanos y que orientan energías para que la sociedad funcione con principios éticos de convivencia, solidaridad y honestidad. Otras son mujeres que estan en la calle por la noche porque salen de su trabajo y simplemente recorren las ciudades o están por cualquier circunstancia fuera de su casa.11 En un ambiente de crítica al orden establecido, los grupos que han vivido subordinados globalmente al poder autoritario se tornan peligrosos porque desvelan los mecanismos de la subordinación en los cuales se asientan y reproducen en el micro poder del hogar, y que se proyecta en la escuela, en la fábrica, en el partido y en el estado. La cara esperanzadora de estas relaciones de poder es que las mujeres tienen posibilidad para subvertir el poder autoritario desde sus bases porque por sus roles de género y su radio de acción tienen oportunidad de influir en la adopción de conductas que cambien el modelo de relaciones sociales. Las mujeres pueden ser subvertoras de las costumbres y de esta manera trasmitir valores de mayor solidaridad y equidad, si han tenido la posibilidad de desarrollar su auto conciencia y de movilizarse reclamando ciudadanía y el cumplimiento de libertades democráticas. Por ello es que las mujeres dirigentes desarrollan una reacción opuesta entre los sectores más conservadores de estos casos en Arauca y Cesar. 11 Las noticias de prensa también ayudan a tener referencias: violaciones de 2 jóvenes en transporte público a las 7 de la noche, y la violación de una menor de 10 años en un hospital (Julio 16 de 1997).
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la sociedad y son el blanco por excelencia para impedir el progreso social y cultural acallándolas con el uso de la violencia. Y por ello, cuando se llega a la máxima expresión del autoritarismo político y exclusión que es la guerra, las mujeres se convierten en las víctimas de la barbarie que se repite en todos los confines del mundo, aunque ellas no estén directamente en los frentes de combate. Tenemos muchos ejemplos: en pleno centro de Europa, las mujeres bosnias fueron sometidas como botín de guerra; en nuestra América también tenemos evidencias del ensañamiento que los gobiernos militares ejercieron sobre las mujeres argentinas en su condición de madres o abuelas o en las viudas de Guatemala y las comadres de El Salvador que se organizaron para buscar a sus hijas secuestradas por las fuerzas del orden autoritario (Radcliffe y Westwood: 1993). En nuestro país, la guerra cada día involucra más a las mujeres. Cuando los grupos se organizan para oponerse a los procesos democráticos y al pleno ejercicio de las libertades, las organizaciones y los centros de mujeres se convierten en objetos de ataque. A finales de la década de los ochenta mujeres de centros feministas de Medellín y Cali tuvieron que huir amenazadas porque tenían programas de control de la fecundidad, con el pretexto de que atentaban contra los valores morales de la sociedad. 12
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Donny Meertens registra un alto número de mujeres víctimas de lo que ella clasifica como Otros hechos, en cuya categoría incluye los secuestros, amenazas, detenciones, heridos y atentados. En 1993 ella incluye los casos de allanamiento. Las cifras que señala son para 1989 284 casos que representan el 12.2%, en 1991, 204 o 6.5% y en 1993, 229 lo que (continúa en la página siguiente)
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En los centros de albergue para los desplazados por el terror de paramilitares y guerrilla, se encuentran campesinas de Sucre, Bolívar, Córdoba, Antioquia, del Cesar, de Santander que han debido salir corriendo, para salvar su vida.13 El éxodo que han protagonizado campesinos y campesinas del Chocó a Panamá nos muestra a muchas mujeres con sus hijos pequeños (EL TIEMPO 5 de marzo de 1997). No tenemos una estadística totalmente certera sobre el número de mujeres desplazadas porque muchas prefieren quedarse en los alrededores del sitio del conflicto para volver prontamente, sin embargo García Durán (1997) sitúa la cantidad de mujeres desplazadas en 1996 en una proporción de 53%, de las cuales el 55% eran menores de 18 años, frente a un número total de desplazados de 181.010, la mayor cifra registrada desde 1985. El efecto de esta guerra es múltiple: por un lado comporta un efecto de exterminio entre las que son desaparecidas y asesinadas. También produce un efecto de terror en aquellas que pueden huir. Asimismo tiene un efecto de amedrentamiento entre las que se deben quedar en los alrededores y después deciden regresar. En todo caso los efectos de las crisis políticas y los conflictos armados tienen alto costo para las mujeres, cualquiera que sea la condición que le toca afrontar. Significa que ellas deben hacer más intenso su trabajo de producrepresenta el 7.8%. Veáse Las Mujeres y La Violencia. En: La Paz: miradas de Esperanza, Universidad Javeriana, Programa por la Paz 1995. 13
Las amenazas aparecen como las mayores causas de la migración. Según García Durán (1997) en el período 1984-1994 pasan del 46%; en 1995 representan el 50% y en 1996 llegan al 65% de las causas de salida, presentándose una relación directa entre migración y conflicto armado.
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ción económica y reproducción social, muchas veces en condiciones de riesgo (Meertens: 1995). El escenario en que se desarrolla la guerra y se identifica la supervivencia también presupone un efecto particular entre las mujeres. Las condiciones de huida del marido o de los miembros varones adultos de la familia con los hijos o hermanos menores para no despertar sospechas, dejan a la mujer expuesta a las condiciones de distintas clases de agresiones. Pero también cuando es ella la primera que debe salir buscando refugio o trabajo, generalmente con los hijos menores, supone que el empeoramiento que sufren las condiciones del núcleo familiar recae íntegramente sobre las mujeres. Las mujeres suelen ser quienes deben garantizar la vida de los miembros a su cuidado, pero también se suelen convertir en el botín de las sociedades en guerra, que pasa a ser propiedad del más fuerte.
UNA MIRADA AL ESCENARIO SOCIOECONÓMICO Y POLÍTICO DE LA GUERRA Y DEL CONFLICTO
Los procesos de movilización de las mujeres de la década del ochenta al noventa no pueden comprenderse sin el análisis de la coyuntura socioeconómica y política. En la década del ochenta la movilización ciudadana (paros cívicos) estuvo agudizada por fenómenos de orden económico como el impacto de la deuda externa (no tan fuerte como en otros países) y de fenómenos políticos como la guerrilla y el narcoterrorismo. Los primeros incidieron en las orientaciones y contenido de las políticas sociales y económicas. Los segundos, al acusar un debilitamiento del Estado y de los marcos institucionales que le 394
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daban soporte, crearon las condiciones para hacer un cambio político.14 Desde mediados de la década del 80 se empezaron a sentir los efectos de los ajustes para controlar los efectos de la crisis que afectó a América Latina y en menor grado a Colombia. Como efecto de ella, las fuerzas del mercado empezaron a afectar las condiciones de empleo, y las formas de trabajo temporal y el crecimiento del empleo informal —especialmente entre las mujeres— se presentan como la característica de este periodo. Se había comenzado un proceso de deslegitimación política expresado posteriormente en una crisis. El cuestionamiento se sustentó en la crítica a un excesivo centralismo, en la débil representatividad y precario funcionamiento de los órganos legislativos. Se completó con el señalamiento de la disminución de la capacidad coercitiva del Estado, por el debilitamiento de su aparato de justicia ante la creciente aparición de organismos de justicia privada. En el campo económico el fortalecimiento del paradigma del mercado para lograr el crecimiento económico y posicionarse en los mercados internacionales, afectaron el desarrollo de las empresas y el empleo empezó a disminuir, los alimentos a escasear y a elevar su precio. Un alto porcentaje de los hogares colombianos se ubicó en situación de pobreza.
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La Constitución de 1991 expresa no sólo la posibilidad de que participen en las decisiones sobre el estado y la sociedad sectores excluidos, sino la posibilidad de fortalecer la justicia, profundizar la descentralización para una eficaz gestión y como alternativa al centralismo y la introducción de la planeación participativa como sistema.
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La inversión social disminuyó aún más.15 Entre 1990 y 1996 se siguió avanzando en la idea de disminuir el tamaño del estado con la privatización de entidades del estado y la delimitación de funciones de otras entidades. Se privatizaron los puertos, los ferrocarriles, los servicios de aseo. Se vendieron los bancos y se recortaron las nóminas oficiales en miles de empleados, agudizando el desempleo y la flexibilización del mercado laboral, se consagró legalmente con una Reforma Laboral.16 La modalidad que se consolida es la del empleo por contratos temporales, que los empleadores del sector privado consiguen por la intermediación de agencias de empleo que desde los ochenta se habían adueñado del control de la oferta y demanda del mercado de trabajo.
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En 1980 representó el 34% sobre el total del gasto público. En 1984 (en el gobierno de Betancurt) subió al 37.8%; en 1986 se situó en 33% y en 1988, en el 29.4 %. El gasto de salud sobre el gasto público pasó de 5.2% en 1980 a 4.1% en 1988 (Fedesarrollo:1990). Se constataba una precaria cobertura del sistema del seguro social, pues sólo cubría en 1988 cerca al 20%. Los servicios de cobertura del agua potable pasaron en el mismo período del 74.0 al 87,8 en el sector urbano y del 51% al 86.8 en el sector rural. Apenas el 70% de la población urbana cuenta contaba con servicios de recolección de basura. Los otros problemas de la pobreza seguían afectando a la población infantil Su tasa de mortalidad aunque había bajado se situaba en 40 muertes por cada mil menores de un año. 16
Se suspendió la retroactividad salarial para la jubilación o indemnización por despido y se reformó el sistema de pensiones aumentándose la edad, el valor de la cotización, y creando fondos privados manejados por el sistema financiero. La debilidad de la organización de los trabajadores donde existía y en otros su ausencia, permitió que se negociara el retiro con los trabajadores estatales que estaban cercanos al tiempo de jubilación, y el despido sin indemnización de otros.
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El balance es que desde los años ochenta, el bienestar de ciudadanos y ciudadanas había empezado a resentirse.17 Frente a las reformas, sus efectos y los programas compensatorios para aliviar la pobreza se incoaron protestas y reclamos desde distintos sectores urbanos que agruparon fundamentalmente a las mujeres porque las crisis las habían hecho sujetos de participación desde las comunidades por la lucha para el mejoramiento de los servicios en las ciudades y en los campos, y porque cada día aumentaba el número de ellas que asumían la responsabilidad de los hogares. La expectativa de un nuevo pacto social que posibilitara reformas económicas y políticas canalizó las tensiones y reorientó las demandas de las mujeres sobre el desempleo y aumento de la pobreza.18
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Se han venido disminuyendo los subsidios en los servicios públicos. Se desmejoraron y redujeron los servicios colectivos a las comunidades urbanas y rurales, trasladando su costo y responsabilidad a los usuarios. Los servicios sanitarios y los programas de atención a los niños y a las madres embarazadas y lactantes acusaron el impacto especialmente por la disminución de la ración a los Hogares comunitarios y Jardines infantiles para prevenir la desnutrición infantil por la extrema pobreza. 18
La información estadística muestra que la condición laboral de las mujeres ha sido afectada por los cambios de las coyunturas políticas y económicas, acentuando de esta manera los problemas de empleo que enfrenta la población femenina por causas de carácter estructural como la segmentación del mercado por razón de sexo (Bonilla y Rodríguez 1992). fenómeno que permite afirmar que el costo social de las crisis y los ajustes, que recae con mayor fuerza sobre los trabajadores y los estratos medios, agudiza en las mujeres sus efectos y se suman a la discriminación de género. (Sojo 1993). Las mujeres de los estratos pobres ven disminuidos sus ingresos y aparecen como los sectores donde mayorita(continúa en la página siguiente)
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En las mujeres rurales, los factores discriminatorios acentúan la pobreza pues sigue siendo precario su acceso a los servicios del estado aunque crece el número de mujeres responsables de los hogares. 19 Pero la falta de respuestas adecuadas para enfrentar los paros cívicos y los problemas agrarios no resueltos y que llevaron a miles de campesinos a encontrar en la siembra de marihuana primero y después coca, agudiza los fenómenos que enmarcan la protesta social rural más reciente y los desórdenes en las ciudades. De esta manera un malestar social de origen múltiple convoca masivamente a los hombres y mujeres de sectores rurales produciéndose en 1996 una escalada de movilizaciones regionales para obtener efectivas soluciones del gobierno. Las dificultades económicas, las demandas sociales insatisfechas acumuladas, el enfrentamiento del Estado con el narcotráfico, la crisis política y la agudización del con-
riamente campea el desempleo y el subempleo. 19
En el sector rural los niveles de pobreza se reproducen y agudiza por la situación de violencia. Según la encuesta de hogares rurales EHR Dane el porcentaje de hogares con jefatura femenina con indigentes es 17.3% y con pobres 15.8%. En 1992 este porcentaje era de 18.2% para los indigentes y 17.1% para los pobres. Con condiciones desigualitarias de inserción laboral y remuneración salarial se va configurando un cuadro que muestra que los sujetos más pobres son mujeres, porque tienen los niveles mas bajos de remuneración y desempeñan los oficios que tienen baja competitividad y son peor remunerados. La responsabilidad en los hogares cada día va concentrándose en las mujeres, sea por ausencia temporal definitiva del varón
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flicto guerrillero continuaron cercando al Estado colombiano, debilitándolo. Las distintas formas de violencia: los grupos de justicia privada; el paramilitarismo, el narcotráfico, el narcoterrorismo, la delincuencia común, son amenazas que han debilitado el estado de derecho. Ni el sistema de partidos, ni la oposición de izquierda, ni el Estado han podido concretar alternativas para resolver y negociar salidas al conflicto generalizado, lo cual ha provocado junto con los escándalos de corrupción, un cierto nivel de ingobernabilidad. Los efectos de la crisis económica y de los ajustes, así como el proceso político derivado de situaciones internas como la guerrilla, el narcotráfico y el paramilitarismo con toda su secuela de violencia han modelado las propuestas por la paz y la reconciliación del movimiento social de las mujeres colombianas.
L AS MOVILIZACIONES Y LAS APUESTAS POR LA PAZ DE LAS MUJERES EN LOS AÑOS RECIENTES. La actuación del movimiento social de mujeres en las dos últimas décadas se enmarca en las luchas por la paz y en el reconocimiento de los derechos de las mujeres. Las demandas por la paz se vuelven tema estratégico de la agenda de las mujeres porque el movimiento se amplía con las mujeres campesinas, indígenas, con las mujeres de los barrios y con mujeres sindicalistas que aportan al debate una posición de mayor compromiso con el tema de la equidad social y la violación de los derechos humanos. 399
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El Primer Encuentro Feminista celebrado en 1981 en Bogotá, había marcado la pauta para que las mujeres latinoamericanas se comprometieran activamente en el rechazo activo de las distintas formas de violencia contra las mujeres y la violencia generalizada en la sociedad.20 Desde esta época uno de los aportes del movimiento feminista al movimiento social de mujeres colombiano, ha sido identificar todas las formas de violencia como expresión de un sistema autoritario y patriarcal que se opone a toda forma de democracia y libertad, que no acepta la diferencia y mantiene la exclusión y la intolerancia como su razón de ser. La violencia que se ejerce para controlar y amedrentar y someter a los diferentes va desde la violencia doméstica que se hace objeto a las mujeres en la casa o en el trabajo, hasta la violencia que se ejerce en la sociedad contra quienes piensan y actúan distinto. La consigna del movimiento social de mujeres de lograr la resolución de los conflictos sin la destrucción del otro, significa una salida negociada y con esa línea ha estado presente en su pluralidad en distintos eventos donde se discute de la guerra y la paz. Esta consigna cuestiona a todos los actores armados y les impele a deponer todo tipo de práctica violenta para resolver las diferencias, pues hace del respeto a la vida el principio máximo.
20
Acordó conmemorar todos los 25 de noviembre, la barbarie de la dictadura de la República Dominicana que secuestró y luego asesinó a las hermanas Mirabal por su condición de esposas de dos opositores del régimen.
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MOVILIZACIONES POR LA VIDA Y LA NO VIOLENCIA La toma del Palacio de Justicia y la ruptura del proceso de diálogo provocaron en noviembre de 1985 una movilización del movimiento social para demandar el derecho a la vida y contra todas las formas de violencia contra la mujer. Ese 29 de noviembre se le mostró a una sociedad aterrada que hay que darse espacios para cantarle a la vida y pensar en formas alternativas de tratamiento del conflicto. Con poesía, cantos y flores se rechazó el predominio de las acciones de fuerza y el control militar de las decisiones del poder civil. A raíz de esta coyuntura se creó el Colectivo de Mujeres de Bogotá al que siguió la creación de otros colectivos como espacio de reflexión crítica. Unos de los temas eran el análisis de la estructura del poder para acelerar la creación de nuevas formas de relación y la construcción de una ética que permeara a mujeres y hombres para proyectar a la organización social hacia el respeto de los derechos humanos. Con la creación de los colectivos de mujeres en las distintas ciudades se trataba de construir una propuesta que al profundizar en el análisis de las contradicciones de la sociedad pudiera poner al movimiento en la dirección de elaborar propuestas y actuar como grupo de presión. Pero en este proceso de tener propuestas autónomas tienen que enfrentarse con sectores armados que intentan amedrentarlas.21
21
Una marcha de flores y antorchas para celebrar el 8 de marzo de 1985 organizada por la Coordinadora de Mujeres de Cali y que había obtenido el permiso del Secretario de Gobierno para realizarse, terminó con (continúa en la página siguiente)
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Pero las mujeres de Cali no se atemorizaron por la represión de noviembre de 1985 y decidieron convocar al año siguiente una marcha22 denominada Rompiendo el silencio. Se realizó el 7 de Noviembre de 1986 para protestar por la violencia generalizada en el Valle del Cauca y estuvo cargada de símbolos: el silencio, los trajes blancos, las flores y las pancartas con leyendas alusivas al rechazo de las muertes y desapariciones. A la marcha se invitaba con una carta abierta, en algunos de cuyos párrafos se leía: Hoy nos dirigimos a usted y a tantos otros, no sólo desde nuestra propia indignación, lo hacemos además desde la angustia desde el desespero, inclusive desde el miedo. Pero lo hacemos también desde la urgencia de romper, de romper el silencio desde una esperanza de futuro y desde un enorme amor por la vida. Por eso lo invitamos a decir en estas mismas calles, de las que nos estan desplazando, que estamos indignadas, que repudiamos la muerte, que no seremos cómplices de ella con nuestro silencio (Mujeres Rompiendo el Silencio, VOZ 30 de octubre de 1986, página 20)
En la misma línea de rechazo a la violencia contra la mujer, a las desapariciones forzadas y la violación de derechos humanos en todo el país, se manifestaba un documento del Primer Encuentro Regional de las Mujeres
tres mujeres heridas de bala y siete detenidos en un incidente con la policía. (EL TIEMPO: Bogotá, Marzo 10 de 1985 pgs. 1A y 13 A) 22 Esta marcha fue organizada por la Fundación Sí Mujer, Centro de Apoyo a la Mujer y al Infante, Revista CUÉNTAME TU VIDA, Revista LA MANZANA DE LA DISCORDIA, Mujeres de la Unión Patriótica, Grupo Amplio por la Liberación de la Mujer, Trabajadoras del Arte Por la vida, Corporación Colombiana del Teatro, Juventud Trabajadora de Colombia y Mujeres Independientes.
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de los Sectores Populares que sesionó durante tres días en Bucaramanga. (Primer encuentro de mujeres santandereanas. Vanguardia Liberal: 2 de octubre de 1986, pag 3). En los años de 1986 y 1987 el conflicto se sigue agudizando: la muerte de los líderes políticos y de los bananeros de Urabá le señalan al movimiento de mujeres la necesidad de mantener el rechazo por los efectos de la guerra generalizadas. Por ello se programan para el 8 de marzo, marchas por la vida en las ciudades de Bogotá, Cali y Medellín. Al año siguiente y ante la misma violencia, se hacen escritos por mujeres del movimiento en contra del sicariato que ya se había enseñoreado en el país: Este 8 de marzo, como siempre, como todos los años las mujeres luchamos por el derecho al amor... De la misma manera que condenamos un régimen donde se crea un inmenso ejercito de sicarios paramilitares para que las instituciones se conserven limpias y puras. Pero este 8 de marzo enlutado, la lucha por el derecho al amor se expresa ante todo como derecho a la vida. (Este 8 de marzo. VOZ 10 de marzo de 1988 pag. 5)
La paz sigue manteniendo el interés de los distintos grupos pues la crítica situación que se vive hace pensar que el país está en proceso de disolución. La evidencia de la coyuntura crítica hace pensar que la paz había dejado de ser un problema de los actores armados y que también era responsabilidad de la sociedad civil, de todos y cada uno de los particulares, como decía la carta con que las mujeres de Cali invitaban a romper el silencio. Con este enfoque el gobierno nacional crea mesas de trabajo por la paz, que sesionaron durante varios meses de trabajo y convocaron a todos los actores sociales y comunitarios. 403
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La evidencia de la crisis hace pensar en convocatorias colectivas sin distingo de partido. En este marco, la representante liberal Hilda Martínez de Jaramillo convoca en mayo a una campaña nacional bajo el lema Ahora por la paz con todas las mujeres. Invitó a que se desarrollaran propuestas para hacerlas llegar a la Mesa antes del 5 de julio, fecha en la que se culminaba el trabajo para que fueran incluidas como el aporte de las mujeres.23 Desde otra orilla de la política también Aída Abella de la UP invitaba a construir un movimiento donde estuvieran todas las colombianas «capaz de producir hechos de trascendencia en relación con la grave situación que atraviesa la patria».24 En 1990 el movimiento de mujeres preparó otra jornada por la paz que buscaba integrar a las mujeres familiares de todos los líderes políticos sacrificados en un evento que llamara a la reconciliación. Tuvo dos actividades, un concierto y una manifestación. Esta nueva marcha del silencio salió del cementerio central de Bogotá y concluyó en la plaza de Bolívar. Contó con mimos, flores y poesía y con rituales para exorcizar la muerte y reclamar el derecho a morirse de viejos. Del texto de la convocatoria recogemos algunas frases:
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La campaña se inició con un Foro al que fueron invitados varios miembros de las Mesas de trabajo por la paz y la Reconciliación y las ministras y viceministras del gabinete. 24
La propuesta fue hecha por Aída Abella, la responsable nacional del trabajo con mujer, a raíz del asesinato en Segovia de Gloria Vázquez, fundadora de la Unión de Mujeres Demócratas, ante un encuentro de dirigentes y activistas de trabajo comunistas de los departamentos. (Ayudar a construir un movimiento donde estén todas las colombianas VOZ 26 de octubre de 1989, pg. 11)
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Las mujeres colombianas estremecidas por la sombra de la muerte que se extiende por los rincones de nuestra patria, estamos decididas a construir un futuro en que la palabra vida recupere su propio sentido.25
El texto de la convocatoria también invitaba a las madres, esposas, hijas, y a las mujeres y hombres que habían sido afectados por la violencia, a deponer su resentimiento y construir una esperanza, con la convicción de que el logro de la paz también necesita reconocer los sentimientos de dolor rabia y frustración que se siente cuando se experimenta el asesinato o desaparición de un familiar. Esta guerra que deja a tantas viudas y a tantas huérfanas de todos los estratos sociales ha afectado a gran parte de la fuerza laboral masculina joven colombiana. Pero también afecta la especie cuando asesina mujeres y en especial a mujeres en embarazo. Probablemente muchos pueblos que han sufrido el azote de la violencia se convertirán en pueblos de mujeres que con grandes dificultades económicas podrán sobrevivir para garantizar la vida de sus hijos. NUEVAS MUJERES COMO ACTORAS POR LA PAZ Y NUEVAS ESTRATEGIAS. Los últimos años se han presentado varios eventos por la paz, tres de los cuales son cualitativamente distintos a las expresiones de años anteriores.
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La marcha fue convocada por 28 organizaciones de mujeres, con el liderazgo del grupo Palabra de mujer, forma do por 15 abogadas. Acogieron la convocatoria Fany Mickey, Patricia Grisales, María Mercedes Carranza, María Emma Mejía, Beatriz Caballero (escritora) Vera Grave, María Eugenia de Lloreda (esposa de un líder conservador).
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De los tres distintos, dos tienen que ver con movilizaciones de las madres: la protesta de las madres por el envío de soldados bachilleras a los frentes de guerra, la movilización de las madres de los soldados de las Delicias, retenidos por la guerrilla después de la toma aun base militar. La marcha a Mutatá llamada Las mujeres en la ruta pacífica por la resolución de los conflictos; aunque está convocada por las mujeres en tanto ciudadanas, utiliza el simbolismo materno pues las mujeres se negaron a reproducir más hijos para a guerra. Otros eventos como los Cabildos por la Paz, el taller de Mujeres Creadoras de Paz en 1996, y la marcha del 8 de marzo de 1997, denominada la Marcha del Silencio y su manifiesto Por la creación de una franja luminosa para la vida, tienen de común con los eventos realizados en la década pasada que son declaraciones públicas y eventualmente movilizaciones que no están ligadas a procesos de seguimiento, ni tienen un interlocutor directo.
L AS MADRES DE LOS SOLDADOS BACHILLERES CUESTIONAN LA ESTRUCTURA MILITAR
Este caso se enmarca en la posibilidad constitucional de reclamar la protección de derechos fundamentales mediante tutela. Las madres iniciaron la movilización y el reclamo en 1996 cuando por los paros en las zonas de colonización, y la situación de enfrentamiento con la guerrilla se evidenció que estaban llevando soldados bachilleres recién ingresados a los frentes de guerra. Junto a sus esposos interpusieron una tutela ante la Corte Constitucional. 406
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La Corte acogió la solicitud y sentenció a favor de las madres (EL TIEMPO abril 18 de 1997). Ellas lograron que no se reclutara a menores de 15 años; que se ordenara la exclusión de los bachilleres que tienen entre 15 y 18 años de las zonas de orden público y que fueran transferidos a labores administrativas; y que sólo mediante una preparación especial los soldados bachilleres mayores de 18 años pueden ser destinados a los frentes de guerra, pues de lo contrario se estaría ante una flagrante violación del derecho a la vida, a la integridad y la salud. Esta sentencia de la Corte que avala la movilización de las madres es de singular importancia pues significa la impugnación del modelo de funcionamiento del reclutamiento; apunta directamente a la estructura militar e incide en las fuerzas de que dispondría el aparato militar para hacer la guerra.
L AS MUJERES SE COMPROMETEN CON LA NEUTRALIDAD Y LAS REDES DE PAZ. La marcha a Mutatá contiene un gran significado simbólico. Las mujeres de la expedición se habían preparado en las distintas ciudades en procesos de reflexión frente a la guerra y en ritos simbólicos para proteger a Mutatá. Con base a esta reflexión, elaboraron la Declaración Fundante de la Ruta Pacífica de las Mujeres frente a la resolución de los conflictos y con los ritos no sólo exorcizaron la muerte y la guerra, sino que protegieron el río e hicieron un pacto de sangre para defender la paz entre las participantes. La escogencia de Mutatá como destino tiene un significado. Se debió a que tanto los gobernadores indígenas 407
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de Urabá como los habitantes la habían declarado como una zona neutral, que significa un compromiso activo de la comunidad para no dejar que las formas violentas tengan cabida. En Mutatá se congregaron el 25 de noviembre de 1996, más de l.500 mujeres procedentes de las ciudades de la Costa, de Popayán, Pasto, Putumayo, Pereira, Ibagué, Apartadó, Chigorodó, Turbo, Chocó e indígenas de Urabá. Alrededor del fuego sagrado las mujeres dijeron: Cambiaremos las armas por este fuego. Que regresen a la tierra, la vida y la muerte como hechos naturales. Las mujeres nos negamos a reproducir mas hijos para la guerra.
La Declaración Fundante apoya los Diálogos regionales porque la paz puede ser mas fácilmente construida desde lo local en la medida que es más fácil crear solidaridades a partir de pequeños procesos en las comunidades. Simultáneamente a los eventos de Mutatá se estaba desarrollando en Apartadó un Encuentro Internacional por la Paz, convocado por Gloria Isabel Cuartas, alcaldesa de Apartado, con delegadas de Naciones Unidas, de Unicef y organismos no gubernamentales. En este Encuentro mujeres de Ruanda, Sarajevo, Palestina, Burundi y de países centroamericanos intercambiaron experiencias para aportar a identificar estrategias para posibilitar la paz.
L A PAZ ES CALIDAD DE VIDA DIGNA El Documento del 8 de marzo de 1997 reafirma el carácter patriarcal de la guerra y de la vigencia de un modelo 408
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que niega la diversidad y que da vida y «fortalece a un imaginario del héroe expansivo, depredador que ejerce la muerte y mantiene el dominio como fin en si mismo». Considera que: La guerra es producto de la exclusión económica y de las violencias invisibles que accionan la sujeción sexual, étnica, religiosa, territorial y cultural sobre las minorías desprotegidas.26
El documento propone trabajar por la construcción de una ética para la paz en la casa, las plazas, escuelas y campos. También se manifiesta contra el secuestro por la superación de los obstáculos que impiden la liberación de los secuestrados y las secuestradas; la desmovilización de los sectores armados y la negociación inmediata bajo veeduría ciudadana; la atención integral de la población desplazada, el establecimiento de zonas neutrales de campesinos e indígenas que sean respetados por los actores del conflicto. También incluyen reivindicaciones específicas para las mujeres como son el cumplimiento de los convenios internacionales referidos a los derechos sexuales y reproductivos, la erradicación de todas las formas de violencia contra la mujer y la abolición de todas las formas de explotación y discriminación contras las mujeres. Estas propuestas, distintas a las que se hacen para evitar el envío de los soldados bachilleres a los frentes donde hay guerrilla o las que hacen las madres que reclaman al ejército y a la guerrilla por las facilidades de entrega para
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Una Franja Luminosa para la Vida. Comunicado del 8 de marzo de 1997.
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sus hijos, se constituyen en voces y mensajes dirigidas a un interlocutor difuso que no permite una negociación. Las reclamaciones que se derivan de estas declaraciones podrían ser relevantes si hubiera una representación del movimiento en una instancia responsable del tema en donde pueda ser debatido, como la Comisión de Paz. Mientras tanto, el efecto de las movilizaciones y las declaraciones sólo puede tener impacto en la opinión publica pues contribuye a crear una masa crítica que recupere su palabra y que no tenga miedo de manifestarse y participar en los eventos como ciudadanos y ciudadanas comprometidas. Pero el límite de esta modalidad de acción, también está en la ciudadanía, en las distintas organizaciones que conforman la llamada sociedad civil. Ella se manifestará dependiendo de la sensibilidad de los hechos y de los distintos involucrados en el conflicto. Sólo con figuras emblemáticas habrá una movilización significativa que se traduzca en acciones articuladas. En suma para calibrar la efectividad de estas acciones difusas siempre habrá que preguntarse actores hasta qué medida es sensible a los hechos por los cuales se reclama y que fines o logros reales o supuestos puede desencadenar una movilización de impacto.
L AS MADRES DE LAS DELICIAS RESISTIERON Y CUESTIONARON EL PODER DE LOS GUERREROS
La idea de resistencia que plasma un afiche que cuelga en el cuarto donde ocho madres que permanecieron en la Defensoría del Pueblo esperando las conversaciones en410
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tre la guerrilla y el gobierno, da la medida del proceso que han vivido.27 La movilización de las madres y su dolorosa paciencia han sido claves en el proceso. Su persistencia contribuyó a que el gobierno iniciara un proceso de negociación. En este proceso lograron el apoyo de la Defensoría del Pueblo que les posibilitó la permanencia en Bogotá. Su presencia movilizó al Ministerio del Interior que durante buena parte del tiempo les garantizó la comida aunque el último mes se la suspendió. En principio fueron muchas más, pero la obligación con otros hijos llevó a varias de ellas a regresar definitivamente a sus sitios de origen y a otras a permanecer sólo por temporadas en Bogotá. Pero en todo caso, permanecieron haciendo presencia frente a las autoridades, ante los organismos de derechos humanos, en las calles de Bogotá28 y consiguieron que su drama no fuera olvidado y que por el contrario permaneciera en los medios. Su desplazamiento para buscarlos y reclamar a las autoridades ha sido la clave; si se hubieran quedado en sus casas, el caso habría pasado de moda rápidamente. Pero ellas como las abuelas de mayo, y las comadres de El Salvador, hicieron que su drama individual fuera asumido como parte de la problemática nacional de la guerra y no permitieron que se apartara de la memoria de la sociedad colombiana.
27
Queremos a nuestros hijos vivos y vamos a estar aquí hasta cuando nos lo entreguen. 28
En la carrera 17 con calles 51 a 52 permanecían todos los miércoles varios grupos de mujeres y algunos hombres con pancartas pidiendo el regreso de los soldados. Esta zona tienen una fluencia alta de traseúntes pues están situados varios almacenes y el automercado Cafam.
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A ello contribuyeron distintas organizaciones y personas. Los alumnos y profesores de un Inem, un grupo de religioso, la Red de Mujeres de Bogotá y otras organizaciones. En el proceso de entrevistas con los medios y las autoridades han sido cuidadosas del proceso porque saben que los sectores enfrentados pudieran querer utilizarlas y enfrentarlas, pero decidieron no hacer el juego29. Ellas han ido a las comisiones del congreso y allí lograron comprometer al ministro con el nombramiento de un portavoz oficial que fuera un canal único para los acuerdos y la información del avance del proceso. A partir de las conversaciones y el drama vivido en la discusión sobre la suerte de los derechos humanos de los soldados, se empezó a distensionar y flexibilizar las posiciones de controversia que no permitía los acercamientos en búsqueda de salidas. Además de conseguir que el gobierno empezara a pensar seriamente en el despeje militar de una zona, la actitud y gestión de las madres también obligó a los guerrilleros a actualizar la información sobre el estado de los hijos, pidiendo pruebas de sobrevivencia. Su reclamo como madres ha logrado que el hecho del secuestro de sus hijos sea un tema nacional e internacional. No hay que desconocer que la opinión pública es sensible y que la imagen de las madres en busca de sus
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Al principio trascendio al público que había algunas madres que estaban cercanas al ejército y otras distanciadas. Por parte de sectores interesados se rumoraba que a quines no estaban con el ejercito, eran proclives a la guerrilla, pero esos rumores dejaron de circular.
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hijos conmueve. Este hecho permite que desde la condición de madre se haya puesto en cuestión el predominio de las decisiones militares frente a las decisiones no militares. Igualmente la acción de las madres presionando por un despeje militar de la zona para que les sean entregados los hijos, llevó a discusiones tácticas y de estrategia militar entre los señores de la guerra (guerrilla y ejército). La primera vez que se hizo el intento no llegó a concretarse. Un segundo y definitivo despeje se logró con la intervención del Obispo de San Vicente del Caguán,30 y la gestión de una Comisión coordinada por el negociador presidencial,31 que finalmente condujo a la entrega de los 60 soldados retenidos en Caquetá y los 10 infantes de marina del Chocó el 15 de junio. Esta entrega fue comentada por un sector del movimiento de mujeres, las que conforman la Ruta Pacífica por la Resolución de los Conflictos como la expresión de una ruptura simbólica... y un triunfo de la persistencia de las ma30
El presidente Samper recibió el 25 de Abril una carta de monseñor Luis Augusto Castro donde se informaba sobre el estado de los soldados y las bases que planteaba la guerrilla para una eventual negociación. Los puntos cruciales eran el despeje de un área y la movilizaciónde la Comisión y los soldados en helicópteros privados. El despeje del area había sido una demanda de las madres como única garantía de la entrega. También la participación de organismos internacionales en le proceso que certificaran el estado de los soldados. 31
Esta comisión estuvo formada por Jose Noé Rios, delegado presidencial, el representante de la Cruz Roja Internacional, el padre Jorge Martinez, los doctores ÁlvaroLeyva Durán, Augusro Ramírez Ocampo, el vocero presidencial Carlos Castillo y el investigador Alfredo Molano.
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dres y la combinación de voluntades para crear nuevas formas de relación y: Se convierte en un llamado para aquellas personas que aún miran con burla y escepticismo el que los contendientes dialoguen y pacten sus conflictos; para aquellos que siguen pensando y actuando, con la creencia ilusa de que la dignidad y valentía se mide con la fuerza que se deriva de un lenguaje bélico y del poder de exterminio y “pacificación” de las armas, cuando el contendiente ya vencido, impotente o exterminado, no tiene opciones de confrontarlos. Cartagena del Chairá nos muestra que es posible construir espacios de negociación con el empeño —en este casos de las madres de los soldados y la voluntad política del gobierno— y con el poder y la fuerza de la palabra vuelta acción y acto, de todos(as) aquellos(as) que creemos en lo humano como concertación y en la posibilidad de pactar las diferencias.32 (En: Voces de las mujeres de la Ruta Pacífica. Junio 20 de 1997).
A MANERA DE CONCLUSIONES Las demandas a favor de la paz a fines de los ochenta y principios de los noventa se expresaron mediante marchas en donde se impugnaban la guerra desde las mujeres junto con otros aliados.
32
Voces de las mujeres de la Ruta Pacífica por la Resolución de los Conflictos y la Mesa de Trabajo de La mujer Medellín acerca de la negociación ocurrida en Cartagena del Chaira. Comunicado de Prensa 20 de junio de 1997, firmado por mas de 20 organizaciones.
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Los intentos de institucionalizar en la década del ochenta una presencia permanente de un día para reclamar por los desaparecidos no logró convocar la presencia del público y la acción liderada por la Asociación de Familiares de los Desaparecidos, no logró el impacto para hacer del tema un proceso de interés político. En cambio, los procesos de reclamo de las madres relacionados con el cuestionamiento de las condiciones de sus hijos como soldados en campos de guerra o como secuestrados han tenido respuestas. Surgen dos posibles explicaciones que de ninguna manera son excluyentes. Por un lado se ha vivido un proceso de reconocimiento de las libertades y existe un mayor reconocimiento al estado de derecho, permitido por la nueva Constitución con lo cual el militarismo esta siendo deslegitimado y por otro la estructura militar y funcionamiento pasa por cuestionamientos. En los casos que nos ocupan (madres de soldados bachilleres y madres de soldados secuestrados) las demandas apuntan a la estructura de organización y funcionamiento del cuerpo armado. Son demandas más directas que identifican un interlocutor que aunque todopoderoso, enfrenta problemas de vulnerabilidad. En ambos casos se ha conseguido que el drama que viven las madres no sea asumido individualmente. El drama se ha originado en el marco de una guerra que debe ser preocupación de toda la sociedad. En esta presentación no hay duda que los medios de comunicación cumplen un papel importante pues han contribuido a que los temas (especialmente el de los soldados secuestrados) se hayan mantenido bien posiciona415
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dos. El despliegue de la prensa sobre la sentencia de la Corte y con ocasión del día de la madre es una muestra de que una imagen y una función tradicional pueden adquirir dimensiones políticas. La movilización de las madres de los soldados bachilleres y de las madres de los soldados de Las Delicias muestran cómo desde las responsabilidades tradicionales de género, que exaltan a la mujer-madre es posible desarrollar un proceso de participación política que cuestione el andamiaje de la sociedad autoritaria. Esta experiencia y otras similares en América Latina reafirman las tesis que legó al feminismo Kate Millet cuando afirmara que lo personal es político. Con ella se comprende que lo público y lo privado no son esferas excluyentes ni opuestas y que por tanto las luchas de las mujeres sobre la democratización del poder, desde el hogar hasta la calle y en el estado, tienen pertinencia. Además de las formas tradicionales de reclamo como aporte a la paz se encuentran las marchas y los comunicados. En zonas de alto nivel de conflicto social las mujeres están aportando estrategias para dirimir los conflictos que surgen de la vida cotidiana. Los hallazgos en este sentido forman parte de una investigación (Barreto: 1995) que se adelantó en el departamento de Cundinamarca y en el municipio de Barrancabermeja y que se ha venido profundizando en éste último.
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Periódicos El Tiempo
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Norma Villarreal
Voz Vanguardia Liberal
DOCUMENTOS Una franja luminosa para la vida Las mujeres en la ruta pacifica por la resolución de los conflictos Voces de las mujeres de la ruta pacífica.
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Lisístrata, o mujeres colombianas en búsqueda de la paz Mauricio Archilav Comentario del artículo de Norma Villarreal
En este comentario sobre la ponencia de Norma Villarreal quisiera evocar a dos amigos, Mario Calderón y Elsa Alvarado, quienes amaban la vida y lucharon contra la guerra, y tal vez por ello fueron brutalmente asesinados junto con don Carlos Alvarado en la madrugada del 19 de mayo del año en curso. Esta evocación es, como se darán cuenta, la puerta de entrada al tema central de la ponencia en cuestión: el papel de las mujeres en la construcción de alternativas al conflicto armado. Precisamente, cuando regresábamos del entierro de Mario y Elsa, la profesora Juanita Barreto (de Trabajo Social de la Universidad Nacional) comentó a quienes venían en mi carro, en su mayoría mujeres, una idea que estaban poniendo a rodar algunas integrantes del grupo Mujer y Sociedad. Se trataba de discutir con gentes de distintos círculos intelectuales y artísticos la viabilidad de montar la obra Lisístrata del comediante ateniense del siglo V antes de Cristo, Aristófanes. Nos contó el argumento y quedamos de volver a discutir en algún foro esa pro-
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Profesor asociado de la Universidad Nacional e investigador del Cinep.
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puesta. Pues bien, leyendo la ponencia de Norma, quien no por azar hace parte del Programa de Estudios de Género, Mujer y Desarrollo, se me vino a la mente de nuevo la conversación con Juanita en aquella tarde triste. Me di a la tarea de buscar más información que brevemente voy a compartir con ustedes para ambientar mis comentarios. Aristófanes, comediógrafo y poeta, crítico de la política y la moral de su época, cuyas ideas sobre la democracia son discutibles,1 odiaba no propiamente la inminente derrota ateniense en la Guerra del Peloponeso, sino la guerra en sí. Esta temática la traslució en diversas comedias que escribió a fines del siglo V a.C. Una de ellas fue Lisístrata representada por primera vez en el 411 a.C., cinco años antes del fin de dicho conflicto bélico. El argumento, según un crítico de teatro a quien cito en extenso, «se centra en la negativa de las mujeres de Atenas y Esparta a dormir —eufemismo de nuestro tímido crítico para decir hacer el amor— con sus maridos hasta que no se hiciera la paz. Toman esta decisión con renuencia cómica —y no sin una amplia discusión agrego yo—, pero, una vez la han tomado, se muestran firmes y su decisión da resultados. Los maridos se hallan tan deseosos de sus esposas, vestidas maliciosa y provocativamente con sus mejores ropas y adornos, que desfallecen ante la evidencia de que no pueden pasarse sin ellas y se avienen a hacer la paz. La pieza termina con dos coros, uno de mujeres atenienses y otro de espartanas, que entonan cantos de júbilo y alegría... Su protagonista es una mujer; Lisístrata dirige la
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Arnold Hauser lo considera un autor crítico pero de ideas aristocráticas opuesto a las tendencias sofistas y distante de la democracia (Historia social de la literatura y el arte, Tomo I. Madrid: Ed. Guadarrama, 1969, págs. 118-119).
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actuación de las mujeres con habilidad y elocuencia y sabe dominar a sus hermanas de sexo más débiles, pero, por más que admiremos la brillantez de sus recursos, no podemos por menos de emocionarnos ante los términos con que habla de las privaciones de las mujeres durante la guerra, sobre todo durante la separación de sus maridos, a quienes tan sólo ven muy de cuando en cuando... [Para Aristófanes] la guerra socava los cimientos de la vida afectiva y familiar. Cuando le hace decir a Lisístrata que las mujeres dirigirían mejor los asuntos que los hombres, no pretende que se le tome literalmente —ese es comentario de nuestro crítico— pero sí quiere poner de relieve el daño causado por la guerra a lo que más le importa al ser humano».2 Hasta aquí el argumento de Lisístrata y las reflexiones sobre el sentido de esta comedia de Aristófanes, que sirven de entrada a mis comentarios sobre una ponencia que gira precisamente sobre el tema de las mujeres y la paz. Norma Villarreal construye su argumento sobre la hipótesis de que la guerra involucra cada vez más a las mujeres. Es un argumento válido que tiende a repetirse con preocupante frecuencia en la historia de la humanidad. Pero el caso colombiano parece rebasar los modelos históricos de violencia. Estamos ante un fenómeno cada vez más complejo, con múltiples actores enfrentados y diversos campos de confrontación. Incluso se puede decir que hay una universalización de las víctimas. Ya no son sólo los antiguos guerrilleros liberales (como sucedió con Guadalupe Salcedo en los albores del Frente Nacional), o los simpatizantes de los grupos armados, o los líderes sin-
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Cecil Maurice Bowra, Introducción a la literatura griega. Madrid: Ed. Guadarrama, 1968, págs. 286-287.
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dicales y populares, o los militantes de organizaciones como la UP o los grupos reinsertados. Ahora cualquiera puede ser objeto no sólo de la violencia callejera y delicuencial, sino de esa que ya no se puede designar con elegancia como política aunque aún conserve ciertos lazos con ella. Las mujeres como lo ilustra Norma Villarreal son parte de esa población víctima de las violencias generalizadas. En particular ellas enfrentan no sólo la muerte de sus congéneres, sino los efectos de esas violencias en sus hogares, ahora bajo su entera responsabilidad. Son las mujeres las que deben soportar esa carga, a veces en sus sitios de origen y cada vez más, en sus desplazamientos desesperados a zonas de apariencia pacífica o a las grandes ciudades. El argumento de Norma se completa al señalar que por esa mayor presencia de la guerra en sus vidas, las mujeres, en forma creciente y novedosa, están actuandoen aras construir alternativas de paz. A las primeras iniciativas en los años cuarenta, y durante el Frente Nacional (que la autora no menciona), se le suman las diversas jornadas que han organizado las mujeres desde 1981 en denuncia de la guerra y en pro de la paz. Tres luchas particulares y recientes refrendan esta creciente participación e iluminan caminos efectivos para cambiar, así sea en pequeña proporción, el rumbo desbocado de los eventos violentos. Me refiero a las movilizaciones mencionadas por Norma con relación a la preocupación por el servicio militar de los hijos, la marcha a Mutatá y la demanda de las madres de los soldados de las Delicias para que les retornen sanos y salvos a sus hijos. Hasta aquí es evidente que coincido con la argumentación de la autora y también, por qué no, con su finali422
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dad política. Pero para cualificar una y otra vale la pena detenerse sobre algunos puntos críticos que encuentro en la versión preliminar de la ponencia. Los resumiré en tres: En primera instancia hay en la argumentación de Norma Villarreal una visión un tanto plana del conflicto en el que se ven envueltas las mujeres en forma creciente. De alguna forma aún se insinúa un imaginario del conflicto social como el enfrentamiento de dos bandos más o menos homogéneos, imaginario que a todas luces es incompleto para leer la realidad. La homogeneidad del bando de las mujeres (de la del otro u otros, ni hablar) es cuestionado por Norma con relación a las diferencias sociales —no es lo mismo el impacto de la violencia en las mujeres de clases altas al de las bajas— mas no en otras dimensiones. Me pregunto si no hay mujeres no sólo guerreras (en la guerrillas, los paramilitares y aún las fuerzas armadas), sino más grave aún, mujeres que apoyan e inculcan en sus hijos el discurso de la guerra, es decir, mujeres guerreristas. Suponer que las mujeres en general son inmunes a ese discurso y por ende que ellas son el terreno alternativo de paz es desconocer los alcances de los discursos hegemónicos y ver en forma simple las resistencias a estos. En ese mismo orden de ideas considero muy problemático el concepto cada vez más generalizado de Movimiento Social (en singular) de Mujeres. Entiendo que con él se intenta dar un nuevo sentido a la acción social y política de las mujeres que trascienda el mote de feminismo y las coloque en igualdad de condiciones a otros actores sociales. Pero creo conveniente señalar que el uso de categorías no es ingenuo y remite a imaginarios no muy adecuados. Hoy se impone una lectura plural de los actores sociales que dé cuenta de su heterogeneidad. El afán 423
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político de congregar adherentes para adelantar acciones efectivas no nos debe obnubilar y llevar a supuestas uniformidades inexistentes, que frustran la vinculación autónoma de los sujetos a esas acciones. Una mirada simplificadora del conflicto y homogenizante de los supuestos bandos enfrentados no sólo nos impide una comprensión cabal de la realidad, sino que desvía a terrenos infructuosos la misma acción política, pues parte de supuestos equivocados. Por esa vía llego al segundo punto crítico de la ponencia: el entendimiento de la violencia. No pretendo hacer aquí una larga disquisición de corte violentológico pero creo conveniente problematizar la caracterización que Norma hace de la violencia, así sea de la que se dirige contra la mujer. En algunas partes del texto la define por lo general como un resultado del autoritarismo y a veces también de las exclusiones. Le queda a uno la sensación de que se trata de una violencia que proviene de arriba en forma exclusiva como si los únicos actores violentos fueran los estatales o paraestatales (guerrilla y paramilitares). El fenómeno de la violencia, como se ha visto a lo largo de este libro, es mucho más complejo. En forma resumida diría que las violencias tienen que ver con un Estado precariamente construido y, en algunos territorios, inexistente, suplantado por los que Daniel Pécaut designa como espacios de dominación fragmentada. Ella explica —y a su vez es explicada en parte— que son resultado de la debilidad de los actores sociales en nuestro medio. Los partidos políticos tradicionales han sido las grandes articulaciones de esos diversos poderes y se han autocentrado en la utilización del Estado con fines propios. No hay real mediación política con lo que el mundo social queda sin representación real. En esas condiciones de abandono de 424
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la sociedad civil a su propia suerte es cuando toma fuerza una práctica que en forma preocupante se generaliza: el recurso a la violencia como forma de dirimir los conflictos que necesariamente se viven en la cotidianidad.3 La destrucción física del adversario es cada vez más la forma como se intentan resolver los conflictos de diversa índole (política, económica, social, religiosa —menciono sin analizar los ataques a grupos evangélicos—, cultural, ambiental y aún deportiva —baste recordar el asesinato de Andrés Escobar por el delito de haber hecho un auto gol en el mundial de USA). Como es obvio, con recurrir a la violencia no se solucionan los conflictos sino que se desbordan en espirales aterradoras. Este último punto me lleva a mi tercera reflexión: las formas de parar la guerra y el papel de las mujeres en ellas. Yo comparto la enseñanza que nos ha dejado los movimientos feministas: se puede vivir el conflicto y buscarle salidas sin necesidad de destruir al contradictor. Creo además que las mujeres son claves en la superación de las violencias que nos aquejan y, por qué no, tal vez puedan ser la piezas claves en una guerra que sí reproduce rasgos autoritarios propios del mundo masculino. Pero, por una parte, solas no pueden con esta orgía de violencia; por otra, hay que buscar formas nuevas que reemplacen con imaginación las desgastadas acciones que, salvo excepciones, pocos frutos rinden. Hablar de nuevas
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En esta parte me apoyo en el análisis desarrollado por Daniel Pécaut en sus textos Orden y Violencia (Bogotá: Siglo XXI, 1987) y Crónica de dos décadas de política colombiana (Bogotá: Siglo XXI, 1989) así como en las elaboraciones de Fernán González en Para leer la Política (Bogotá: CINEP, 1997).
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marchas en las que se evocan nuestros muertos no es suficiente. Hay que hacer algo; el punto es cómo hacerlo. Aquí vuelvo a la propuesta de Juanita Barreto sobre la obra de Aristófanes, propuesta que no es ajena a las nuevas formas de movilización de la mujeres por la paz. Si vuelvo a Lisístrata, no para tomarla literalmente —por lo menos yo no podría hacerlo pues como van las cosas en Colombia tal huelga podría tomar muchos años y no creo estar dispuesto a ese tipo de abstinencia—, pero me parece interesante reflexionar en torno a la comedia en mención sobre cómo actuar contra la guerra. Por supuesto que lo que enfrentamos en Colombia es distinto a la guerra del Peloponeso, entre otras cosas porque no son dos bandos claramente diferenciados, porque no es una sola guerra, e incluso porque cada vez es menos una guerra de bandos armados y más un ataque a la población civil. Lo primero que parece rescatable de Aristófanes para construir cualquier alternativa de paz, es recurrir a la comedia, es decir, a la risa. Qué mejor que el sentido del humor para reírse de los militarismos de distinto tipo. A punta de marchas fúnebres no vamos a llegar lejos y sí vamos a inculcar imaginarios lúgubres a las nuevas generaciones. La risa es no sólo la cualidad humana por excelencia, sino que desde tiempos inmemoriales ha jugado un papel subversivo. Así lo entendieron los comediógrafos griegos, los bufones medievales, los escritores del Renacimiento y, en fin, una pléyade de hombres y mujeres críticos de los diversos poderes. Lo otro que me interesa destacar es el papel que Aristófanes les asigna a las mujeres tal vez no para detener una guerra, pensando en nuestro caso, sino para provocar un amplio debate sobre los efectos nefastos de ella. Efectos que no se restringen sólo a la economía y a la vida 426
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social, sino que abarcan las mismas relaciones de pareja y las expresiones de afecto, es decir, el mundo de la vida privada. En Aristófanes, según nuestro crítico, alguien aparece «con una idea audaz o brillante para arreglar un grave problema; un coro [...] se enfrenta con él (o ella) o se convence de sus ideas. Sigue una larga discusión y muchas payasadas que abocan un debate en toda regla; el coro se dirige a continuación al público con arengas que combinan lo absurdo con lo serio, entreveradas de himnos mágicos a los dioses».4 El procedimiento para nuestro caso debe ser, como es obvio, diferente. Pero debemos derivar en un amplio debate en donde las Lisístratas, coros de mujeres y de hombres y público espectador en general, discuta sobre esta odiosa guerra y busque alternativas. La ponencia de Norma Villarreal es un insumo en ese debate y este libro es uno de los tantos escenarios en donde debemos discutir sobre las causas de nuestra actual crisis y las posibles salidas a ella. Por supuesto que para esta guerra (o guerras) no es una tarea fácil y menos inmediata, pero hay que comenzar por algo.
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Cecil M. Bowra, Introducción..., págs. 275-276.
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