Antonio Gálvez Ronceros
HISTORIAS PARA REUNIR A LOS HOMBRES
EDITORIAL EXTRAMUROS
Antonio Gálvez Ronceros
HISTORIAS ...
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Antonio Gálvez Ronceros
HISTORIAS PARA REUNIR A LOS HOMBRES
EDITORIAL EXTRAMUROS
Antonio Gálvez Ronceros
HISTORIAS PARA REUNIR A LOS HOMBRES
EDITORIAL EXTRAMUROS
(c) HISTORIAS PARA REUNIR A LOS HOMBRES: Antonio Gálvez Ronceros (c) EDITORIAL EXTRAMUROS. Manuel del Pino 890, Lima. Teléfono 718619 Enero de 1988
VIGILIA
Borracho a la cabecera de la mesa de cumpleaños, sentado con amigos de su condición, el dueño de la tierra llamó a uno de los hombres que se la trabajaban y que desde la sombra lo miraban comer. -De quién es toda esta tierra -le preguntó con soberbia. -De usted, patrón. -Y quiénes la trabajan. -Nosotros, patrón. -Bien. Nunca lo olviden. -Cómo vamos a olvidarlo, patrón, si de tanto pensar en ello no podemos dormir -dijo el hombre desde lo más amargo de su corazón.
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CARROÑA
El hambre es lobo del hombre Dos gallinazos amigos erraban juntos buscando inútilmente en los basurales alguna carroña que devorar. Llevaban en ello tres días y apenas podían sostenerse sobre las patas. Cerca de la ciudad avistaron a un hombre que arrastraba de una cuerda un perro muerto. Pensando en que con aquel cuadrúpedo pondrían fin a sus padecimientos, siguieron al hombre. El hombre traspuso el umbral de la ciudad, se internó en la maleza y se detuvo en un terreno blando. Los gallinazos sintiéronse desilusionados al verlo cavar un hoyo, ocultar el cadáver, volver la tierra a su lugar y colocar encima una pesada piedra. Estaban desconcertados cuando el hombre se alejó. 6
Sin embargo, se acercaron a la tumba. Se ubicaron en lados opuestos de la piedra y con increíble ardor pusiéronse a escarbar la tierra... Mas, de pronto, la piedra se inclinó y aplastó la cabeza de uno: el otro quedó mirándolo fijamente, lo movió con el pico y empezó a devorarlo con rapidez.
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ESPEJISMO
Le contaron al gobernante de un país que todas las mañanas un hombre, al parecer loco, llegaba arrastrando sus andrajos hasta el borde de un basural de las afueras de la ciudad, instalaba ahí un fogón de piedras y se ponía a preparar sus alimentos en una olla; que en realidad la olla siempre estaba vacía y que después el hombre fingía verter parte de los imaginarios alimentos en un plato y simulaba comer. El gobernante, transpirando de sospechas, decidió ver al hombre. A la mañana siguiente, luego de observar oculto y desde cierta distancia lo que hacía el hombre hasta el instante en que se llevaba la primera cucharada a la boca, el gobernante salió de su escondrijo y se acercó, seguido por el silencio de su numerosa comitiva. 8
Soy el que gobierna este país- le dijo al hombre. Sentado al pie del humilde fogón, el hombre levantó la mirada y observó al gobernante, pero no dijo nada. En seguida cogió la olla y otro plato, simuló verter en este un poco del supuesto contenido de la olla y añadió una cuchara. -Sírvase, señor -le ofreció el plato al gobernante. Convencido de que el hombre estaba loco, el gobernante hizo una mueca de enojo y resueltamente comentó: -¡Esto es una locura!- y se alejó de prisa. Y no pudo oír que el hombre decía, con voz triste, fatigada: -No es locura, señor; es pobreza.
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COLOQUIO
-¿Te enteraste de las últimas disposiciones del Ministerio de los Alimentos? -Claro que sí. -Eso de subir el precio de la carne de res y bajar en cambio el precio de los huesos, ¿no te parece excelente? -Por supuesto. -Así, muy pronto esta será la república de los perros. -Así es. Por eso creo que, como anticipo, ese ministerio debiera llamarse de los perros. -La idea me parece estupenda; habrá que pedirle al gobierno ese cambio de nombre. Ahora discúlpame que me retire. Debo dormir toda la tarde porque esta noche tengo que ladrar sin cesar para que no se metan ladrones en la casa de mi amo. -Yo también. 10
EL HOMBRE Y EL REY
Escoltado por la soldadesca, un rey atravesaba en su carruaje los barrios miserables de una ciudad de su reino. Tumultos de gente derruida por la pobreza, apostados a ambos lados de las calles, vivaban su paso. De vez en cuando el rey descubría algún rostro que lo miraba con indiferencia. Y cuando en una esquina vio a un hombre viejo que lo contemplaba con rencor -un hombre de pantalón y chaqueta milagrosamente en uso gracias a una cantidad de remiendos imposible de calcular-, ordenó detener el carruaje. Entonces descendió, se acercó al hombre y le preguntó: -¿Quién eres tú? -Un mendigo, señor -dijo el hombre. El rey, que así lo había supuesto, añadió con fingido tono de confidencia: -Me gustaría ser mendigo. 11
Comprendiendo que el rey se burlaba, el hombre preguntó con deliberado asombro: -¿Dejar de ser rey para andar de mendigo? -Así es. ¿Qué te parece? -Imposible, señor. -¿Imposible? -jadeó el rey, sofocado por la contrariedad. Entonces crispó el ceño e inquirió duro, impaciente: -Por qué. -Porque si su Majestad deja de ser rey, ya nadie se verá en la necesidad de ser mendigo en este país.
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HOMBRES MIRANDO UN CUADRO
En una sala de exhibición pictórica un grupo de visitantes contemplaba un cuadro. Las figuras del lienzo estaban solo sugeridas a base de pinceladas discontinuas, y de buenas a primeras podía admitirse que lo que en él se veía era una habitación amplia y alfombrada, un hombre de ropa elegante sentado tras un escritorio y, de pie frente a él, junto a la pared opuesta, un hombre cuya modestísima ropa denunciaba una vida de desdichas. Con el brazo estirado -un brazo gigantesco que atravesaba la habitación- el de ropa elegante tenía cogido por el cuello al otro hombre. Uno de los visitantes declaró: -El del escritorio es el ministro de Educación. -¿Cómo lo sabes? -le preguntaron los demás. 13
-Porque el hombre cogido por el cuello es un maestro. Otro sostuvo: -Estoy seguro que se trata del ministro de Agricultura. ¿No notan que el que soporta esa mano vil es un campesino? -No me parece -opinó otro-. Quien se asfixia con esa garra es un hombre que no tiene dónde vivir. El del escritorio es el ministro de Vivienda. Y cada uno de los otros fue mencionando un ministro, según creía reconocerse en el hombre torturado por la mano. Y hasta hubo alguien -evidentemente un hombre sin trabajoque afirmó con ironía que el del brazo aberrante era el ministro de los Desocupados. Entonces uno preguntó: -¿Y por qué ese pobre hombre se deja tomar por el cuello? Pero recibió una imprevisible mirada de asombro de los demás, que en seguida se miraron a la cara y acabaron por decirle: -Mira bien el cuadro. Desconcertado, el de la pregunta examinó con detenimiento todo el ámbito del lienzo y declaró: -No veo nada más. 14
-Ahí, en el fondo, hacia la derecha, en esa sombra que proyecta una de las hojas de la ventana- insistieron. El hombre volvió a hacer el esfuerzo. -Sí... veo algo -dijo-, pero no sé qué es -y mirando a los demás preguntó: -¿Qué es? Entonces le dijeron: -Un soldado que vigila armado de una metralleta.
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ROGAD A DIOS POR EL SEÑOR MENDÍVIL
Cuando por primera vez el Ministerio de Educación le encargó dirigir un colegio, el señor Mendívil dio inicio a sus correrías; era la época en que los estudiantes ingresaban a secundaria mediante el tamiz de un examen de conocimientos. Durante cinco años de permanencia en la dirección traficó con el cuestionario del examen, vendiéndolo a padres de familia que andaban desesperados por el temor de que sus hijos no ingresaran. El tráfico llegó a ser tan descaradamente abierto que todo el colegio lo supo. El señor Mendívil fue denunciado ante las autoridades del ministerio por un grupo de profesores y padres de familia; uno de los cocineros del Palacio de Gobierno intercedió por él y lo salvó de la destitución y la cárcel. Rogad a Dios por el señor Mendívil. 16
El cambio de gobierno del país encontró al señor Mendívil de director de otro colegio, al que había accedido por propia voluntad. Cuatro años le fueron suficientes para extraer subrepticia y sistemáticamente las herramientas de los talleres de la sección técnica e instalar con ellas un instituto técnico de su propiedad. Treinta profesores del colegio fueron hasta las oficinas de la dirección, le gritaron ladrón y lo denunciaron ante el ministerio. El señor Mendívi1 los acusó de formar una horda de disociadores que pretendían enlodar su limpia trayectoria y desprestigiar al gobierno democrático del país. Algunos de los profesores fueron trasladados de colegio, otros suspendidos un mes en el ejercicio de sus funciones y los demás amonestados. Rogad a Dios por el señor Mendívil. Un año después escogió la dirección de otro colegio. Durante tres años obligó al tesorero a que le prestara dinero de la tesorería, sin firmar documento alguno y bajo amenaza de subrogarlo. Por entonces el gobierno del país era otro, pero tan democrático como los anteriores: habiendo resuelto las autoridades del ministerio que era una impertinencia investigar al señor Mendívil, el tesorero se suicidó. Rogad a Dios por el señor Mendívil. 17
Bañado en un sudor glacial ante la idea de encontrarse con el alma del suicida, el señor Mendívil solicitó su cambio a la dirección de otro colegio. Al cabo de cinco años de dirigirlo, mandó incendiar en secreto el depósito de carpetas inservibles. Luego, mostrando unas facturas, adujo con cara de desolación que en el depósito había guardado las nuevas carpetas que el día anterior había adquirido con dinero entregado por la asociación de padres de familia del colegio. Temiendo que se descubriera que había falsificado las facturas en complicidad con una fábrica de muebles, a los pocos días pidió una nueva dirección y pronto fue enviado a otro colegio. Rogad a Dios por el señor Mendívil. El señor Mendívil llevaba acumulados dieciocho años de servicios en funciones de director, los que sumados a sus ocho años anteriores hacían veintiséis. Le faltaban, pues, cuatro años para cumplir treinta y jubilarse obligadamente. Preocupado por el breve tiempo que le quedaba para sus correrías, decidió exprimir esos últimos cuatro años. El primero de ellos el señor Mendívil fue denunciado por los padres de familia del colegio de traficar con las matrículas; el segundo, de alterar notas en las actas de promoción; y el tercero, de robarse dos 18
instrumentas musicales de la banda del colegio: el bombo y el bombardón. Las denuncias, sin embargo, fueron objeto de oídos sordos en el ministerio, por lo que los denunciantes ya no sabían qué hacer para que se les hiciera justicia. Abrumados por la desesperación una noche los padres de familia incendiaron el edificio del colegio y solo así pudieron librarse del director. Rogad a Dios por el señor Mendívil. El año de servicios que aún le faltaba al señor Mendívil para cumplir los treinta, lo cubrió desempeñando un cargo muy superior al de director de colegio: director de personal y escalafón del Ministerio de Educación. Desde ahí se dedicó a vengarse de sus enemigos, a favorecer a sus compinches y, naturalmente, a atender el reclamo de su insaciable bolsillo traficando con las nuevas plazas docentes y administrativas. Al retirarse al fin del campo de sus fechorías, recibió la más alta distinción que se otorgaba en la actividad educativa del país: las Palmas Magisteriales. Rogad a Dios por el señor Mendívil. Dos años después el partido político al cual pertenecía llegó al gobierno del país y lo hizo Ministro de Educación. Rogad a Dios por el señor Mendívil. 19
HISTORIA INSOPORTABLE
Un individuo poseía una granja de veinte mil gallinas en la que trabajaban diez hombres. Amparándose en el derecho de propiedad se beneficiaba grandemente, pues de las ganancias destinaba una cantidad ínfima al pago de sus trabajadores. Con el tiempo se había enriquecido: tenía -entre otras comodidades- una ampulosa cuenta bancaria, una lujosa casa en la ciudad y otra igual en un balneario, unas despensas dignas de un rey, tres médicos a su servicio, numerosa servidumbre y cuatro automóviles costosísimos que periódicamente cambiaba por otros nuevos. En cambio, los trabajadores y sus familias vivían de cuartucho en cuartucho porque con frecuencia eran desalojados por los codiciosos propietarios, unos días comían mal y otros peor, sus calzados eran mantenidos por tiempo poco menos que 20
indefinido a base de remiendos heroicos y los hijos iban abandonando los estudios por carencia de recursos económicos. Un día las gallinas de la granja se enteraron de esta injusticia y le gritaron en coro ¡sanguijuela! al propietario. Arrojando espumarajos como una hiena enloquecida, el propietario hizo matar las gallinas, vendió la carne, desmanteló la granja y pagó a los trabajadores los beneficios sociales de ley. -Señor -le dijeron los trabajadores, a punto de llorar-, no debió acabar con la granja. ¿En qué vamos a trabajar ahora? -Yo hago lo que me da la gana con mi propiedad- respondió el propietario-. ¿Acaso la granja era de ustedes?... Si quieren, reúnan el dinero de sus beneficios sociales y dedíquense al negocio de granja. Los hombres siguieron el consejo. El corral con que empezaron llegó a convertirse en una pequeña granja. La granja creció y comenzó a rendirles buenas ganancias. Entonces contrataron los servicios de otros hombres, se retiraron del trabajo y pasaron a disfrutar del negocio. Con el tiempo se enriquecieron porque, por ser propietarios, cogían lo mejor de las ganancias y a los trabajadores les daban solo migajas. 21
Un día las gallinas se enteraron de esta injusticia y les gritaron en coro ¡sanguijuelas! a los propietarios. Arrojando espumarajos como una jauría enloquecida, los propietarios hicieron matar las gallinas, vendieron la carne, desmantelaron la granja y pagaron a los trabajadores los beneficios sociales de ley. -Señores- les dijeron los trabajadores, a punto de llorar-, no debieron acabar con la granja. ¿En qué vamos a trabajar ahora? -Nosotros hacemos lo que nos da la gana con nuestra propiedad -respondieron los propietarios-. ¿Acaso la granja era de ustedes?... Si quieren, reúnan el dinero de sus beneficios sociales y dedíquense al negocio de granja. Y la historia se repitió: los trabajadores instalaron un corral de gallinas que con el tiempo llegó a ser una pequeña granja; la granja se extendió considerablemente y comenzó a rendir grandes ganancias. Entonces contrataron a otros hombres para que trabajaran por ellos y se dedicaron a enriquecerse, porque invocando el derecho de propiedad se quedaban con la mayor parte de las ganancias y a sus trabajadores les pagaban solo miserias. Un día las gallinas se enteraron de esta injusticia y les gritaron en coro ¡sanguijuelas! a 22
los propietarios. Arrojando espumarajos como una jauría enloquecida, los propietarios... ¿Hay alguien que detenga esta historia insoportable?
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CLAVE PARA REGRESAR DEL ESPACIO
Al amanecer del 18 de febrero de 1896, en el norte de Italia un tren salió de la estación de Resia con destino a Merano. Llevaba quince vagones repletos de hortalizas y tres ocupados por ciento veinte pasajeros. El tren nunca llegó a Merano. Más aún, en los trescientos kilómetros de vía férrea que unían ambas ciudades no se halló rastro alguno del tren ni de los pasajeros. Veinticinco años después, en 1921, fue descubierto en un desierto de Australia un tren intacto con la inscripción RESIA-MERANORESIA. No había en él ningún vestigio de ser humano, pero los vagones de carga -quince en total- estaban llenos de hortalizas frescas como si acabaran de ser arrancadas de sus huertos. El relato figura en Enigmas de nuestro planeta, “recopilación de cuatrocientos sucesos extraños ocurridos en diferentes épocas y 24
lugares del globo y que se consideran inexplicables”, según sostienen sus editores. Quizá esta impertinencia provoque la furia de los editores: los cuatrocientos enigmas se esclarecen si aplicamos la clave a que obedecen y que asume variados indumentos según el suceso de que se trata. Tomemos, pues, el enigma del tren de Resia y matemos cuatrocientos pájaros de un tiro: Al amanecer de un 18 de febrero del siglo veinte salió de la cabeza de un escritor de imaginación a destajo (estación de Resia) un problema irreal (tren), pensado para que se intente resolverlo con la búsqueda insaciable de explicaciones basadas en fenómenos irreales. El problema salió por encargo del país más aterrador del planeta, cuyos sucesivos gobiernos invierten anualmente, con el lúcido cálculo del crimen provechoso, montañas de dinero en impedir que los pobres del mundo piensen y se expliquen las causas de su miseria.
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GENTE
Parada en el umbral de una casa de un barrio miserable, sosteniendo en los brazos a un niño que sollozaba abatido por el hambre, una mujer joven y humildemente vestida miraba con amargura el horizonte. -¿Por qué llora el muchacho?- le preguntó una anciana de deplorables andrajos que por ahí pasaba. -Dígame usted- le confió la joven-, un patrón que hace trabajar como animal a un hombre y no le paga lo que es debido, ¿puede ser gente? La anciana levantó la mirada, gravemente sorprendida, y pensó al instante en sus hijos ya muertos, hombres que jamás dejaron de trabajar y sin embargo se fueron marchitando poco menos que en la indigencia. Y entonces, como si toda su vida hubiera estado esperando que le 26
hicieran la pregunta que acababa de oírle a la joven, respondió con implacable seguridad y pesadumbre: -Aunque pague lo que se considere debido, tampoco será gente. Nunca podrá serlo mientras siga siendo patrón.
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DE REPÚBLICAS Y PEDRADAS
En su Catálogo del pasado, el bibliógrafo y políglota italiano Donato Cinaro (1456-1520) da noticia de un desconocido manuscrito árabe, cuya redacción sitúa en los años doscientos antes de Cristo y cuyo contenido puede parecer una impertinencia histórica. El italiano señala, en efecto, que Las repúblicas perdidas (Le repubbliche perdute, que es corno Cinaro traduce el título del manuscrito) es un vasto comentario en tomo a la política, la economía y las costumbres de cinco repúblicas orientales ignoradas por la historia, de las que el autor árabe tuvo conocimiento, según propia confesión a través de la lectura de cincuenta tratados. Que Occidente no haya conocido estas fuentes, Cinaro lo atribuye a que quizá se consumieron en el incendio de la biblioteca de Alejandría -contra la atosigante versión del 28
incendio, el español Federico Batista (18151870) sostiene que la legendaria biblioteca fue devorada por una gigantesca plaga de polillas que arribó de Europa, atraída por un lujoso bocado: el pan de oro de las hojas de los infinitos volúmenes; el vasco Miguel de Izarra (1848-1912), tal vez pensando en el primero de los dos incendios referidos por la tradición (incendio de alcance parcial, obra de los romanos, hacia el año 47 antes de Cristo), cree ver en la versión de Batista una metáfora amarga; es posible, dice, que el vocablo polillas aluda a la cultura occidental-. Cinaro agrega que Las repúblicas perdidas intercala innumerables pasajes de las fuentes, uno de los cuales -el único que Cinaro reproduce- es este: “Un hombre entra a una tienda, pregunta por el precio de un comestible y al instante huye para salvar la vida porque le responden a pedradas; naturalmente el hombre no ha podido comprar, lo que tiene igual efecto que las pedradas: la muerte, aunque con el sufrimiento prolongado que distingue al hambre. Otro hombre entra a la misma tienda y las pedradas con que le contestan la pregunta sobre el precio del mismo comestible logran impactarle en el cuerpo porque ha permanecido el tiempo 29
necesario para efectuar la compra y porque sabe que las pedradas solo lo rasguñan. Un tercer hombre llega a esa tienda, hace la misma pregunta y se retira satisfecho con el comestible adquirido porque las piedras le resbalan por el cuerpo sin dañarlo en absoluto. Esto acontece todos los días. De lo cual se deduce que en estas repúblicas hay tres clases de ciudadanos: unos a quienes les resbalan los precios, otros a quienes solo rasguñan y los infortunados a quienes obligan a huir a la desesperada para no morir al instante. Los primeros son muy pocos y los últimos muchos”. El pasaje citado causa pesadumbre: a tantos siglos de aquellas repúblicas vemos que en casi todas las modernas la cuestión de fondo sigue siendo la misma: persiste la desigualdad en la distribución de las riquezas. Por lo demás hay dos novedades: la metáfora que alude a los prohibitivos precios se ha modernizado (pedradas ha cedido su lugar a balazos) y los expuestos a morir, que igual que antes son la mayoría ciudadana, se han visto obligados a valerse de actos heroicos para defender sus vidas: huelga, marchas de protesta, tomas de locales...
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PLEBISCITO
Durante dos horas el señor que gobernaba el país habló de reactivación económica, de inversiones y de incentivos al capital, intentando convencer a los pobres del país de que la política económica del gobierno era una bondad. Al fin anunció lo que todos estaban temiendo: el alza de los precios de los alimentos. Y cerró su exposición con estas palabras: -Porque no solo de pan vive el hombre. -Claro, también de demagogiacomentaron amargamente los millones de pobres que acababan de escucharlo por la radio.
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CONTIENDAS
En una reunión de escritores e intelectuales convocada por un editor con motivo del advenimiento del Año Nuevo, se encontraron cara a cara el poeta A y el crítico literario B. El critico literario acababa de publicar una nota periodística en que comentaba los libros de ficción que a su criterio eran dignos de mencionarse entre los editados el año que terminaba; en su nota no tenia cabida un poemario que el poeta A había publicado a mediados de año. Luego del impacto desagradable que sintieron al verse, se saludaron inclinando la cabeza con respetuoso cuidado y en seguida cada cual se apartó del otro. El crítico literario se alejó pensando: “He ahí a un analfabeto: no sabe escribir. El día que yo lo mencione en algún comentario, habré perdido el seso”. Por su parte, el poeta se dijo: "He ahí a un 32
analfabeto: no sabe leer. El día que me incluya en alguno de sus comentarios, habré llegado a ser un estúpido de la escritura”. Entretanto, grupos de trabajadores en huelga que por enésimo día habían salido a las calles a protestar en forma pacífica, eran apaleados brutalmente por la policía.
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MUÑECOS
En un mitin por los derechos humanos realizado en la plaza principal de una ciudad de provincia, se denunció al subprefecto y al jefe de la policía por las detenciones de que venían siendo objeto muchos pobladores, entre hombres y mujeres y sin discriminar a niños ni ancianos, bajo la sola sospecha de tener vinculaciones con actos sediciosos; asimismo, por las torturas a que se les sometía y por la desaparición de algunos de los detenidos. Se denunció también al juez instructor y al fiscal, al primero por denegar cuantas denuncias se presentaban contra tales abusos y al segundo por mantener un sospechoso mutismo ante los derechos conculcados en estos casos. Igualmente se denunció al dueño de un diario de la localidad, por la malvada campaña de prensa con que pretendía justificar los abusos de las autoridades. 34
Ese día, ante el temor de ser desbordada por la gigantesca multitud que se congregó en el mitin, la policía no salió a las calles. Al final del mitin se procedió a quemar unos muñecos. Mientras ardían, una espantosa fetidez empezó a expandirse por todo el ámbito de la plaza, lo que obligó a la multitud a huir en estampida. Los artífices de los muñecos los habían rellenado con desperdicios nauseabundos y trapos impregnados de sustancias hediondas, por el prurito de ceñirse, con rotunda fidelidad, a la mala entraña de los personajes denunciados.
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MONÓLOGO DESDE LA CAVERNA
Larga y sinuosa, impaciente por aplacar el rencoroso escozor que le produce algún aguafiestas al que no le basta ver y oír sino también ese repulsivo ejercicio que llaman pensar, mi lengua tira sin remedio hacia el teléfono más cercano, desde la negra luz de la caverna. Y ahí, adherida con espesa baba, permanece el tiempo indispensable para convertir a la mujer del aguafiestas en viuda y a sus hijos en huérfanos, que mendigos y tísicos sí aún no lo son- serán por añadidura. ¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la Muerte!
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ACOSO
Desde hacía algún tiempo, ciertas bestezuelas y alimañas habían aparecido en la vida del hombre. Intercambiando información a través de sus antenas, unas cucarachas vigilaban sus pasos en la calle; se volvía repentinamente y corrían a ocultarse en la cloaca más cercana. Una bestia gelatinosa cuya existencia ignoran los tratados de seres repugnantes, lo abordaba de improviso en los parques, le escrutaba la mirada y se alejaba de prisa. Una tarde vio desde su ventana que grandes ratas untadas de excremento aguardaban la noche para invadir su casa. Entonces, comprendiendo que iba a morir, tuvo la certeza de que el poder que los enviaba era un excremento untado de rata, y se puso a esperar la muerte. 37
LAS RAZONES DE MIS AMIGOS
Miro las razones que exhiben mis amigos y francamente sólo veo cucarachas. “Mira bien, no seas tramposo”. Como no lo soy me siento obligado a describirles lo que veo: una cucaracha empujando un trozo de lodo nauseabundo para construirse una morada, una segunda que besa a una mujer que ríe con estridencia insoportable, una tercera sacando brillo con empeño inusitado a sus élitros, otra satisfecha de que le esté brotando un segundo vientre donde poner lo que ya no le cabe en el primero... Me hacen entonces objeto de burlas, de puntapiés y se alejan sonrientes, dedicándome gestos y muecas deshonestas. Diariamente mis amigos salen del Palacio de Gobierno besando en la puerta unas manos empapadas de excremento. Poco antes entran 38
llevando cada quien a cuestas el cadáver de un hombre triste. “¿Qué habéis hecho de las razones de mis amigos, señor general?”. Se abre al instante la puerta del Palacio y veo aparecer una rata inconcebible.
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EL ÚLTIMO HOMBRE
Poco antes de las ocho de la mañana, al salir de casa para dirigirse a su trabajo, el hombre sintió que el aire de la calle estaba cargado de gruñidos, chillidos y zumbidos que se emitían con una fuerza crujiente como amplificados por potentes altavoces. Se detuvo, aún sobre la acera, de espaldas a la puerta que su mujer acababa de cerrar, y observó la calle: por los senderos que cruzaban el amplio y polvoriento terreno que se extendía frente a su casa y que estaba destinado a la construcción de un parque, y por la acera que había al pie de la hilera de casas del otro lado del terreno, unas bestias de dimensiones descomunales, entre vertebrados e insectos, discurrían como si fueran los habitantes de la ciudad. Retrocedió sintiendo un hormigueo en el cerebro, y los nudillos de las manos se abatieron con urgencia sobre la puerta 40
de su casa. Un inexplicable gruñido, en el que le pareció reconocer algún matiz de la voz de su mujer, le respondió desde el otro lado de la puerta. El hombre se apartó al instante en un impulso que lo llevó sobre la acera hasta unos metros lejos del frontis de su casa. Desde ahí, pegado de espaldas al frontis de otra casa como si quisiera hendirlo y desaparecer del exterior, respirando ruidosamente como si estuviera extenuado, recorrió con afligida mirada todo el ámbito de la calle intentando descubrir algún ser humano: solo había bestias, algunas de cuatro metros de estatura y otras de cinco. Vio gigantescos cerdos y jabalíes, ratas y arañas y unos insectos alados jamás imaginados por él. Las dimensiones de las bestias dejaban al descubierto, con evidencia brutal, detalles insospechados que las hacían mucho más pavorosas y repugnantes. El hombre distinguió el brillo cerúleo y la textura membranosa de la piel que cubría el interior de las redondas oquedades nasales de cerdos y jabalíes; sintió como algo palpable la voracidad con solo verles el monstruoso hocico y oír las brutales crepitaciones de sus gruñidos intermitentes; vio en los pelos -gruesos, oscuros y lustrosos- la certeza del metal; y, por entre los pelos, unas depresiones en la piel a causa de los poros desde 41
los cuales divergían unas arrugas tensas como las de la boca cerrada de una anciana. La diferencia de formas entre las arañas les acrecentaba su abominable entidad. Las había en forma de estrella, las patas ocultas bajo un caparazón de cinco puntas veteado de blanco y rojo oscuro; otras de vientre ovalado, cubiertas de una pelusa parda y opaca; otras de patas larguísimas, sobre las cuales se asentaba, a cuatro metros del suelo, el vientre negro y brillante con la redondez desconcertante de una esfera perfecta. Todas tenían en los ojos una llamarada maligna y emitían de cuando en cuando unos agudos, finísimos chillidos como si frotaran extraños cristales que ocultaran en la boca; el hombre sentía los chillidos como aguijones helados que hiriesen zonas demasiado sensibles de la red infinita de sus nervios. Por entre las voces de cerdos, jabalíes y arañas, el hombre percibía el zumbido de los insectos alados cuando batían con suprema velocidad y durante unos segundos las delgadas y transparentes alas, atravesadas de nervaduras sanguinolentas. Se diferenciaban por la boca, el vientre, la cabeza, las patas, las antenas y los ojos: ojos incrustados en la cabeza o enteramente visibles como bolas acuosas adheridas a la superficie o fuera de la cabeza, 42
montados en un par de apéndices; dos, cuatro o seis antenas, en algunos articuladas, en otros de una sola pieza y en todos con una longitud tres veces mayor que el cuerpo; patas flácidas o rígidas, sembradas de pelos o espinas; cabeza grande y visible o pequeña y oculta por el tórax; boca succionante como ventosa o con mandíbulas trituradoras en forma de dos sierras en curvatura; vientre anillado o labrado en cuadrículas o simplemente liso, en algunos lleno de poros, en otros cubierto de púas. Las ratas tenían los pelos mojados a los que se hallaban adheridas partículas de excremento que de cuando en cuando lamían como si acabaran de darse un festín en una inmensa cloaca. Todas las bestias se desplazaban lentamente pero sin detenerse, excepto las ratas que lo hacían con rapidez y de trecho en trecho, como si desconfiaran de algo desconocido; al reanudar la marcha lanzaban resoplidos como locomotoras que arrancaran y un vaho pestilente emergía de sus cuerpos. Al advertir por su lado izquierdo un zumbido cercano, el hombre se sobresaltó: un insecto alado, de ojos incrustados, avanzaba por la acera hacia él. Con la esperanza de que la bestia no hubiera notado su presencia, corrió y se sumergió en un gran montículo de basura 43
acumulada a tres metros del borde de la acera. Desde tan nauseabundo cobertor, a punto de asfixiarse, oyó como en sordina que el zumbido se acercó, se detuvo frente al montículo, permaneció ahí un rato y se alejó hasta que dejó de oírlo. El hombre asomó los ojos, examinó de punta a cabo la acera y comprobó que el insecto había desaparecido. Entonces sacó con ansiedad la cabeza, respiró con avidez y salió arrastrándose de entre la removida pestilencia y se tendió de espaldas en la acera. Con la respiración anhelante, tragando grandes bocanadas de aire, sintió recuperarse y decidió huir del lugar. A gatas alcanzó la primera esquina, desembocó en la calle transversal y se irguió para echar a correr. Pero en esa calle se dio con otras bestias parecidas a las que había visto antes y tuvo que ocultarse primero en una hoyada, luego en montículos de basura, después tras el tronco de unos árboles y finalmente entre la maleza de algunos jardines para escapar de esa calle. Así, valiéndose de propicios montículos de basura, maleza de jardines, troncos de árboles y hoyos abandonados hechos para algún trabajo en la calzada, durante siete horas anduvo por diferentes calles y supo que, salvo él, ya no 44
existían seres humanos y que una muchedumbre de bestias poblaba la ciudad. A las tres de la tarde, saliendo de una estrecha y silenciosa callejuela, entró en una calle ancha del centro de la ciudad. De inmediato se dio cuenta de su error: en ella había mayor cantidad de bestias de las que había visto hasta entonces, como si hubieran acudido a una feria. Con la rapidez con que su instinto se estaba acostumbrando a impulsarlo para preservarle la vida, el hombre levantó una gran plancha de madera que se hallaba al nivel de la calzada, muy cerca del borde de la acera; se introdujo en el hoyo que había intuido, bajó a su nivel la plancha y quedó fuera de la posibilidad de ser visto. Entonces, tratando de encontrar la explicación a lo que estaba ocurriendo, recordó. Recordó que hacía muchos años unos hombres que sentían conmiseración y querían cambiar el mundo para que no hubiera miseria, fueron perseguidos y casi todos exterminados. Recordó que los demás ciudadanos permanecieron indiferentes al ideal de aquellos hombres, pero que el terror sólo había comenzado. Recordó, en efecto, que un día un ciudadano que ayudó a una anciana que había resbalado en la calle, fue encarcelado y no se, supo más de él; que cierta vez torturaron en la 45
cárcel a un ciudadano hasta asesinarlo, porque había llevado de urgencia a un hospital a un niño que había resultado herido en un accidente de tránsito; que, en fin, unos esposos no volvieron a ser vistos desde el día en que dieron de comer a un pobre ciudadano que había llegado a la puerta pidiendo pan. El hombre recordó que ante actos tan absurdos del poder, los demás ciudadanos reaccionaron como se reacciona cuando el terror debilita el espíritu: empezaron a dar públicamente muestras de sentimientos viles ante la desgracia ajena, riéndose o permaneciendo impertérritos como si tuvieran entablada la cara. Recordó que con el tiempo, a fuerza de actuar bajo el terror, los ciudadanos se fueron acostumbrando hasta que llegó el día en que exterminaron en sí mismos todo calor de bondad. “No me extraña, pues -se dijo el hombre-, que ahora la repugnancia en ellos esté a la vista”. La oscuridad se hizo más intensa en el hoyo, y el hombre calculó que la luz de la tarde empezaba a extinguirse. Entonces pensó: "Una ciudad habitada solo por bestias es una ciudad ya muerta. Pronto se exterminarán entre ellos". Pero no se alegró. Sintió una gran tristeza y se puso a sollozar. 46
EL ÚLTIMO MARTES
Diez de la mañana. En casa de la anciana Rosalbina un gato que dormita en el suelo abre de pronto los ojos con vivacidad y se yergue sobre las patas. Presa de agitación se pone en marcha y atraviesa las habitaciones acelerando el paso, sale corriendo al huerto y de un envión trepa a la punta de un tronco muy alto y reseco. Desde ahí olfatea el viento que viene del oeste y empieza a dar persistentes maullidos. -Ya está llegando el pescado- comenta doña Rosalbina desde una de las habitaciones. Y los maullidos se hacen más intensos, llegan hasta la vecindad, se oyen en los confines de la aldea silenciosa y polvorienta y muy pronto asoman en la placita hombres y mujeres a esperar. Media hora después entra a la aldea y se dirige hacia la placita una mujer sobre un asno cargado de dos grandes cestas de pescados. 47
Esto sucedía solo los martes. Ahora el asno y la pescadera están todos los días en la placita, doña Rosalbina en su lugar de siempre, el gato en la punta del tronco y el pueblo entero disperso dentro y fuera de la aldea, pero todos casi disueltos, petrificados y fundidos al suelo, desde el último martes de la vida del mundo, hace incontables siglos, cuando también sobre el sosiego de esta humilde parte del planeta se abatió ese fuego infernal que levantó luego sobre los escombros un gigantesco cúmulo de gas en forma de hongo, poco antes de que todo se sumiera en el silencio eterno.
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HAMBRIENTOS
Un vagabundo se metió en una tripería y descaradamente robó un embutido. Instigado por el hambre de muchos días, empezó a devorarlo mientras corría, calle abajo, seguido por los gritos del carnicero. Pero el hambriento se atragantó, dio un traspié y su cuerpo, sin vida, llegó rebotando a la primera esquina. Comentado el suceso en todo el pueblo, llegó a oídos de un rentista extraordinariamente rico y supersticioso, que vio en la muerte un símbolo extraño: el llamado del vagabundo para no pasar hambre en la otra vida. Entonces decidió, además de pagar los funerales, complacer al Infeliz. Delante de la tumba le dejó abundantes y variados potajes. Cuando la escasa concurrencia se marchó del cementerio, el rentista dudó: le pareció una herida para sus arcas el haberse excedido en la 49
cantidad de alimentos. Mortificado por esta idea, se propuso hartarse de lo que ahí había quedado. Lo primero que cogió fue una sazonada pierna de cerdo que empezó a devorar resoplando. Pero con tan mala fortuna que se atragantó y murió.
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MUERTE Y CELEBRACIÓN
Un individuo que atravesaba la calle llevando bajo el brazo un cartapacio lleno de papeles, fue literalmente aplastado por un gigantesco camión tráiler. Entre papeles desperdigados quedó un cadáver atrozmente irreconocible. Uno de los primeros transeúntes que se acercaron al cadáver halló entre los despajos un carnet, que examinó y devolvió a su lugar. Entonces, dirigiéndose a un amigo que lo acompañaba, le dijo: -Murió un alcahuete. -¿Cómo lo-sabes? -le preguntó el otro. -Porque según su carnet, este muerto era el director del diario El Tiempo Podrido, que como bien sabes es un periódico cavernario, adulón de los hambreadores y enemigo de los pobres. Y aunque no hay duda de que esa basura seguirá 51
imprimiéndose, ahora hay un alcahuete menos en el país. -Entonces vamos a celebrarlo con un trago. -Vamos.
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VIOLENCIA
Un hombre de aspecto inofensivo vio en la calle unos gendarmes maltratando sin misericordia a unos hombres que exhibían unos carteles de protesta. No pudiendo resistir tan doloroso espectáculo, hizo lo que muchos otros durante siglos habían hecho: huyó aterrado y entró en un templo y se puso a orar porque en el mundo no hubiera violencia, sin darse cuenta de que la violencia solo podía acabar el día en que a esta se le descerrajara un certero balazo.
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LA GUERRA HA MUERTO
Reunidos en secreto, el rey y los principales miembros de la nobleza de un país acordaron apoderarse por la guerra de las riquezas naturales de un país vecino. Ignoraban que en ese momento el rey y los nobles más influyentes del país vecino -quienes nada sabían del acuerdo que se tomaba contra su territoriodecidían en secreto apoderarse por la guerra de las riquezas naturales del otro país. Durante los treinta días que siguieron la soldadesca de uno y otro rey se dio a reclutar hombres para formar un ejército eficaz, arrancando de sus hogares, entre súplicas, lágrimas y lamentos de madres, a miles de jóvenes que en seguida pasaban a ser preparados para la barbarie de las espadas, las lanzas, los caballos y las piedras. En cada país, tanto los que habían acordado la guerra como los 54
jefes de milicia no sospechaban que estos preparativos se hacían en el país contrario. Seis meses después el jefe general de uno de los ejércitos exponía la estrategia ante los jefes a su mando y ordenaba que el ejército se pusiera en marcha; entretanto, el jefe general del ejército adversario hacía lo mismo. La estrategia era idéntica: se llegaría en secreto a la frontera, avanzando solo de noche y en forma silenciosa, y durante el día descansarían ocultos en los bosques. Así, se invadiría por sorpresa el territorio enemigo, se irían sometiendo a las comarcas y se llegaría a la ciudadela central donde se daría una batalla ventajosa. Coincidentemente también, en cada ejército los jefes estaban seguros de que el suyo era el único ejército que se movilizaba. Cuando los ejércitos llevaban diez días de marcha sobre sus propios territorios desde que habían salido de sus respectivas ciudadelas centrales y aún les faltaban cinco días para alcanzar la frontera, ocurrieron en el campamento de ambos los mismos sucesos: luego de un momento de tensión en el que grupos de soldados estuvieron yendo de uno a otro lado de las filas, se envió a la ciudadela de origen un contingente de mil hombres -la quinta parte de cada ejército-, cuyo retorno al 55
campamento abarcó veintidós días. Al reanudarse la marcha, los ejércitos aplicaron un cambio en la estrategia que resultó siendo idéntico: la distancia que faltaba para llegar a la frontera se cubrió avanzando bajo la luz del sol. Y como la línea de frontera pasaba por el centro de una vasta llanura cuyos extremos se internaban en uno y otro país, ocurrió lo que tenía que ocurrir: en cuanto asomaron a la llanura, los ejércitos se avistaron. Pero esa paralización repentina del ánimo y el inmediato mutismo que suelen producirse ante la inesperada presencia de algo grave, no se dieron. Al contrario, en los ejércitos se alzaron al instante las voces, los que iban a pie aceleraron el paso y los jinetes espolearon sus cabalgaduras. Lanzados hacia el inevitable encuentro, ahora se acercaban como en estampida, cubriendo poco a poco la extensión de la llanura. Cada bando penetró al fin en las filas del otro. Pero entonces, entre gritos de júbilo, los hombres se abrazaron mutuamente como si fueran hermanos que se encontraran después de muchos años. Luego los ejércitos se apartaron hasta dejar un gran claro en el centro de la llanura. Desde la retaguardia de cada ejército llegaron entonces al claro unas gigantescas jaulas rodantes tiradas por caballos y conducidas por unos hombres. En ellas se 56
hallaban encerrados los dos reyes, los miembros de la nobleza y los jefes de milicia. Hombres de uno y otro ejército los sacaron, les pusieron espadas en las manos, los situaron frente a frente y les dijeron que siendo amantes de la muerte tenían ahora la oportunidad de matarse entre ellos si así lo querían, que a nadie le interesaba el resultado de esa contienda y que nunca más debían retornar a los territorios que habían habitado. En seguida los ejércitos, ya sin armas, emprendieron el regreso a sus hogares. Se fueron entonando sendas canciones de elogio a la vida. Los reyes, los miembros de la nobleza y los jefes de milicia estaban demudados. En el centro de la llanura, azotados por el viento, empezaba a asomarles en el rostro esa deplorable transfiguración que es preludio del llanto. En la lejanía, a uno y otro lado de la frontera, las voces multitudinarias de los pueblos que se alejaban hacían retumbar las montañas.
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ÍNDICE Vigilia............................................................... 5 Carroña............................................................. 6 Espejismo......................................................... 8 Coloquio.......................................................... 10 El hombre y el rey........................................... 11 Hombres mirando un cuadro........................... 13 Rogad a Dios por el señor Mendívil................ 16 Historia insoportable....................................... 20 Clave para regresar del espacio....................... 24 Gente................................................................ 26 De repúblicas y pedradas................................. 28 Plebiscito......................................................... 31 Contiendas....................................................... 32 Muñecos.......................................................... 34 Monólogo desde la caverna............................. 36 Acoso............................................................... 37 Las razones de mis amigos.............................. 38 El último hombre............................................. 40 El último martes.............................................. 47 Hambrientos.................................................... 49 Muerte y celebración....................................... 51 Violencia.......................................................... 53 La guerra ha muerto......................................... 54 59
Tomando sus motivos en las fisuras de una sociedad que nació resquebrajada y que por ello mismo no puede ser el modelo de sociedad que el hombre necesita para vivir con dignidad, Historias para reunir a los hombres es un libro en pro y en contra: en pro de ese vasto sector doliente de la sociedad -el sector de los que padecen miseria e injusticias- y en contra de quienes se empeñan, con diligencia vil o con indiferencia, en mantener ese gran dolor. La necesidad del cambio de modelo se desprende inevitablemente de los relatos, con una dirección ideológica muy específica que lleva la denuncia hacia una toma de posición. En este sentido, este libro de Gálvez Ronceros es un claro ejemplo de cómo el relato literario, cuando se lo asume con dignidad, es capaz de entregar un contenido político, sin desmedro de su naturaleza artística. Historias para reunir a los hombres -que dentro de la producción narrativa del autor viene a sumarse a sus dos libros anteriores: Los ermitaños y Monólogo desde las tinieblas- es una obra de insospechados personajes, de extrañas situaciones, de formas de resistencia al poder, de esclarecimientos y ciertas utopías, pero también un libro de advertencia. Constituye una imagen nueva dentro de la narrativa peruana.
EDITORIAL EXTRAMUROS