LUZ ARCE
EL INFIERNO
PLANETA
AGRADECIMIENTOS
En Alemania y Austria: A Jan Philipp Reemtsma A Hamburguer Stiftung Zur Fórderung Von Wissenschaft Und Kultur A Erick y Rene A Elke Mühlleitner y Johannes Reichmayr En Chile: A la Orden de Predicadores de la Provincia San Lorenzo Mártir A Pedro Alejandro Matta Lemoine A Lautaro Videla y su esposa A mi hijo Juan Manuel A Mili Rodríguez y Carlos Orellana
© Luz Arce Inscripción N° 87.574 (1993) Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo © Editorial Planeta Chilena S.A. Olivares 1229,4o piso, Santiago (Chile) © Grupo Editorial Planeta ISBN 956-247-100-4 En la portada: Dibujo al acrílico de Guillemo Núñez Diseño de José Bórquez Diseño de interiores: Patricio Andrade Composición: Andros Primera edición: noviembre 1993 Impreso en Chile por Antartica Ninguna parte de esta publicación incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor.
Especialmente deseo agradecer a Cristian Asmüssen C. o.p, José Luis de Miguel o.p, y Félix Fernández R. o.p, y a todos los mencionados, porque con sus enseñanzas, apoyo y afecto hicieron posible que este libro sea una realidad.
SUMARIO
Prólogo, 15 Palabras preliminares, 19 PRIMERA PARTE •
1
Primeras vivencias, 23/ En el "GAP', 25/ Militante socialista, 28/ GEA (Grupos especiales de apoyo), 29
2
11 de septiembre de 1973, 34
3
La clandestinidad, 42/ La opción personal, 43/ Contacto en Av. Italia, 45/ Labores partidarias, 47/ Ricardo Ruz Zaftartu, 49
4
En el Cuartel Yucatán, 53
5
Tejas Verdes, 59
6
Hospital Militar (Hosmil), 65/ Otros detenidos en el "Hosmil", 69/ Conversación con el Subdirector, 73/ El capellán y la eucaristía, 75
7
Pesadilla en el baño, 111 Rodolfo, soldado de la Fuerza Aérea, 79/ Fin de la primera detención, 81
8
Libertad vigilada, 83
9
Segunda detención, 90/ Mi abuelo, 93/ Careo con el soldado Rodolfo, 99/ En la torre de Villa Grimaldi, 102
10
De vuelta a Yucatán, 106/ Ricardo Lawrence Mires, 109/ La colaboración, 112/ Cada vez más lejos, 121
11
Pesadillas, 124/ Marcelo Moren Brito, 127/ Otra vez a Yucatán, 129/ Un compañero de partido, 139/ Mario Aguilera Salazar, 131
12
Otro lugar de detención, 134/ Usted es luz, yo seré sombra, 136/ Osvaldo Romo, 141/ Cuatro Alamos, 145/ El no-nacido, 146
.•
SEGUNDA PARTE 1
Cuartel Ollagüe, 151
2
Traidora y puta, 160/ Palmira Almuna Guzmán la "Pepa", 164/ El teniente "Pablo", 165
3
Enferma del pulmón, 169/ Reflexiones en Ollagüe, 170/ Hambrede pan, 172/ Encuentro con mi familia, / Personal femenino en Ollagüe, 173
16
El coronel Contreras, 276
17
Ascenso de Contreras a general, 281 / Contreras es reemplazado, 284/ Michael Townley, 285/ Despedida en la casa del general, 287/ Incidente con el coronel Pantoja, 288/ Renuncia deWenderoth, 289/ Intermedio en San Antonio, 292
18
La CNI investiga a la DINA, 294/ Otra entrevista con Pantoja, 294/ El coronel Suau, 296/ Sumario e incidente con el coronel Concha, 298
4
Lumi Videla Moya, 176/ Sergio Pérez Molina, 182
5
El día que murió Miguel, 184/ Intento de suicidio de Alejandra, 186/ El capitán Ferrer, alias Max Lenou, 187
6
El cuartel Terranova-Villa Grimaldi, 191 / Otro regalo de Navidad, 194/ Navidad 1974,195/ Año Nuevo en Terranova, 196/ Sumario, 201
1
En la Unidad de Computación de la CNI, 303/ Tranquilidad e inestabilidad, 305/ Petición de renuncia, 310/ Las piezas de una identidad, 313
7
Mi hijo y los Tribunales de Menores, 202/ La creación del grupo vampiro, 202/ Rolf Wenderoth Pozo, 204
2
Operación Celeste, 316/ Un incidente en el "Munchen", 319/ En "Lo de Dolly", 320/ Visitas de Chile, 322/ Viaje a Santiago, 325/ De vuelta en Montevideo, 327/ Regreso a Chile, 328/ Muerte de Ricardo Ruz, 329
8
Un compañero: "Joel", 212/ Bill Beausire Alonso, 213/ Hugo Martínez, alias El 'Taño", 214/ Los ocho de Valparaíso, 216/ Cae Lautaro Videla, 218/ El sobrino de Marcelo Moren, 219/ La conferencia de prensa, 219/ La casita junto a la torre, 220
3
Encuentro con Juan Manuel, 332/ De nuevo a la clandestinidad, 335/ Pesares y alegrías de familia, 335/ La conversión y el padre Gerardo, 337/ El padre José Luis, 340
4
Declaración ante la Comisión "Verdad y Reconciliación", 342/ Carlos Fresno, 346/ Encuentro con Erika y Viviana, 348
5
En Europa, 352/ Por sobre todo, cristiana, 352/ Del odio y el reencuentro, 353/ La señora Gloria Olivares, 354/ Policía de Investigaciones de Chile, 356
TERCERA PARTE
9
El viaje del mayor Wenderoth, 222/ La muerte del general Bonilla, 224/ Detención de Alfredo Rojas, 224/ La señora Delia, 226/ Ariel Mancilla, 227/ Viaje de Pedro Espinoza, 228
10
La cigarrera, 230/ Leonardo Schneider, alias "El Barba", 235
11
Funcionaría de la DINA, 236/ Fuga de "Marcos", 237/ Detención de Ricardo Lagos, Exequiel Ponce y Carlos Lorca, 238/ En las Torres de San Borja, 238/ Los "119", 240/ Un incidente con Fuentes Morrison, 241/ Enfrentamiento en Malloco, 241
6
En cortes y juzgados, 358/ Careo con Rolf Wenderoth Pozo, 359 / Careos con Gerardo Urrich y Manuel Carevic, 361/ Basclay Zapata, alias "El Troglo", 363/ Fernando Lauriani, 365
12
Navidad en Terranova, 246/ Patricio, 247/ Hasbún y Contreras, 251/ Testimonio ante Naciones Unidas, 251
7
Miguel Krassnoff Martchenko,369/ Careocon Marcelo Moren Brito, 370/ Careo con Ricardo Lawrence Mires, 372/ Otras diligencias, 373
13
Analista del Departamento de Inteligencia, 253/ Edgardo Enríquez Espinoza, 255/ Reunión de la OE A en Chile, 256/ Carmelo Soria, 256/ La DINA tras hechos dclictuales, 257/ Encuentrode mi hijo con su padre, 258
8
María Alicia, alias "Carola", Alejandra y Luz, 375/ La señora Dobra Lusic Nadal, 378/ No he trabajado para mí solo, 378/ De la esclavitud y la libertad, 379/ ¿Cómo odiar al que mañana puede ser mi hermano? 381
14
Escuela Nacional de Inteligencia, 261
9
El puño de acero, 386
15
Período posterior a la ENI, 270/ La "Chatty", subteniente de Ejército, 271 / Identidad Uruguaya, 272/ Cambio de DINA a CNI, 274
índice Onomástico, 389
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¿Cuál es el precio de la verdad? ¿Hasta dónde tiene que llegar el hombre en su búsqueda? ¿Tiene alguien derecho a patentar la verdad? ¿Tenemos derecho a silenciar hechos horrorosos que, por desconocidos, puedan un día repetirse? ¿Quién puede estimar el dolor de tantas otras personas, todavía a la espera de información sobre sus seres queridos desaparecidos, para quienes no hay respuesta? En las páginas que siguen, su autora, Luz Arce, vierte la que ha sido su verdad, la verdad de su experiencia de infierno durante los largos años tenebrosos de su vida, y de la historia de Chile, coincidentes, en gran parte, con el período dictatorial del general Augusto Pinochet. El libro está escrito con un lenguaje realista y directo, que no descarta el término "fuerte" ni el relato detallado, desgarrador -hasta causar estremecimiento- de las torturas, violaciones, crueldades, opresiones, humillaciones y manipulaciones de todo tipo, de las que la autora fue víctima o testigo. A veces la obra alcanza cuotas de un gran lirismo poético, revelador de lo más noble de los sentimientos y del alma humana. Luz Arce escribe en primera persona. Es "su" historia. Una parte importante de su vida. Y lo hace sin ocultamientos. Sin miedo. Sin odio ni ansia de revanchismo alguno. Diciendo toda la verdad, "su" verdad, sin buscar dividendos personales. El Infierno es una confesión que busca, además, conversión, catarsis, reconciliación, triunfo de la verdad. La verdad al desnudo, incluso en aquellos casos en que la verdad duele. O es vergonzante. O peligrosa, sobre todo para quien la vivió y la escribe. Habrá, sin duda, personas que seguirán considerando esta historia, que sobrepasa a sus protagonistas para alcanzar niveles nacionales, como ciencia-ficción, tremendista, politizada, partidista, etc. Son los mismos que siempre se negaron a creer que, bajo el régimen militar, pudiera pasar algo parecido. 15
Luz Arce i
La autora ha soportado interminables horas de interrogatorios y careos ante los tribunales, a veces con algunas de las personas que coprotagonizaron con ella los episodios del libro. Ello explica que haya podido llegar al "despojo" que hace de sí misma, hasta mostrar, en su necesidad de verter "toda" la verdad, aspectos de su vida íntima, sin excluir aquellos poco edificantes. Si bien afinado en estos últimos años, El Infierno debe su gestación a un período anterior, en el que la autora necesitaba relatar, a modo de catarsis personal, su experiencia durante la dictadura, para poder perdonar y perdonarse, no en términos generales o sobre experiencias ajenas, sino a partir de su propia vivencia, única e inalienable. Para entonces, ya había tenido lo que ella llama su "reencuentro" con el Señor. Encuentro decisivo para el futuro de Luz y, me atrevo a decir, para la gestación y publicación de la presente obra. Según ella constataría, en el Señor, en sus raíces, se reencontró con el sentido de la vida, también de "su" vida; con el sentido del dolor redentor -"el dolor, dice, hace hermanos a los sobrevivientes"-; con lo que significaría ser libre de verdad. Esa libertad personal y para los demás, que la había obsesionado durante toda su vida, estuvo paradójicamente ausente de ella por mucho tiempo. Pero el dolor, la cruz, tiene, como apunta Pedro Casaldáliga, dos lados: el de los crucificados y el de los crucificadores; el de los torturados y el de los torturadores. Hay que saberla leer por los dos lados. Sólo los crucificados, los torturados, pueden hacer que la cruz sea redentora y liberadora. Ellos, mejor que nadie, entienden de cruz. Por el lado de los crucificadores y torturadores, por su parte, toda cruz es inicua, maldita. La cruz no exime de responsabilidad a los soldados; pero es sobre todo a los Herodes y a los Pilatos de turno a quienes enjuicia... La libertad, por su parte, tiene un precio. Un precio elevado. "Ser libre", dice Luz y lo dice con toda su vida, "tiene costos, pero también la alegría de saber que sólo un ser libre puede amar, por lo menos intentarlo". Durante estos años de "fondeo" y de lucha interior, Luz Arce llegó a descubrir, no sin sorpresas, que lo que su corazón anhelaba por encima de todo era ser libre. Libre para poder amar y encontrarle sentido a la propia existencia. Largos silencios -forzados, violentos y amargos, de animal agazapado ante la persecución y el peligro, los unos; y otros, buscados en la soledad fecunda y en la quietud del encuentro con el Señor- ofrecieron a su alma el tempero propicio
El Infierno
para que creciera el perdón, absoluto, gratuito, cristiano para quienes fueron sus vicnmadores. Y la solicitud de perdón a quienes ella, a su vez, causo dolor. Necesitaba más. Necesitaba sentar un nuevo precedente, a partir de su expenencia de infierno, para que nunca más se vuelva a repetir esta historia tenebrosa. Para que se conserve el recuerdo, aunque sea doloroso, de los métodos de opresión y de muerte que descoyuntaron la convivencia y los valores nacionales. Para no sólo señalar sino andar el camino -verdadera "Vía Dolorosa"- que desde la des-unión lleva a la reconciliación y a la paz. Para que, una vez más, el triunfo este del lado de la verdad sobre la que construir un futuro más digno para el hombre: "no puedo evitar sentir que debemos a las futuras generaciones mínimo una explicación coherente y veraz de lo ocurri-
Santiago, 1 de enero de 1993. Josú LUIS DE MIGUEL, O.P.
PALABRAS PRELIMINARES •
"Alegría, encontré tu cabellera escandalosa" PABLO NERUDA •
Me llamo Luz Arce. Me ha costado mucho recuperar este nombre. Existe sobre mí una suerte de "leyenda negra", una historia imprecisa, elaborada al tenor de una realidad de horror, humillación y violencia. No todo lo que se ha dicho sobre mí es verdad, y en eso ha sido determinante el no haber estado aquí. El haber callado. En el pasado ni siquiera yo pensé que alguna vez daría este paso. Ahora sé que no basta que entregue mi verdad. A ella debe sumarse el testimonio de otros, para que en el futuro se puedan establecer los hechos con rigor y exactitud. Pero no volví a Chile para defenderme, y no cambiaré mi actitud: siento que es parte del "precio" -derivado de acciones propias y de otros- que hace mucho entendí que debo pagar para vivir en mi patria. No estoy hablando de justicia o injusticia. Ni siquiera de perdón. He dicho que pido perdón, pero no lo espero. Sí confío que en el fondo de cada ser, más allá de las cuestiones personales, hay un lugar donde radica la verdad. Confío en la responsabilidad de cada uno para enfrentar la propia historia. Yo lo intento, y esas otras historias que entrelazadas con la mía hacen que hoy Luz Arce no sea nadie confiable para afirmar su verdad; espero que algún día puedan converger, no para validar mi palabra, que eso no es lo más importante, sino para poder con dignidad reconstruir un tramo doloroso de nuestra memoria. Durante años he debido vencer muchos temores para llegar a escribir estas páginas. Aquí hay una verdad que duele, y yo me he esforzado por no transformarla en un cuchillo. Este relato no es bello ni divertido. He tratado sin dejar de decir, de salvaguardar a terceros implicados e incluso a miembros de la DINA-CNI que no jugaron un rol represivo. Esas opciones son las que establecen la línea divisoria entre quienes desean hacer de la defensa de los derechos de las personas un objetivo importante en sus vidas y quienes no. Incorporar 19
Luz Arce
esta defensa a la cotidianeidad no es nada fácil. ¡Qué complicado resulta a veces dar coherencia a la propia vida! Si hay algo importante que he podido rescatar, porque lo he vivido en carne propia, es que no se puede luchar por los derechos de las personas arrasando con los derechos de las personas. Sin embargo, en estas páginas se tocan aspectos de la vida privada de alguna gente, porque, de otra manera, no se podría hacer comprensible esta historia. Trato de ser honesta. Por eso, aunque duele, debo decir que no sólo la DINA me privó de mis derechos. Me costó años llegar a digerir algunas cosas. Colaboré con la DINA -bajo presión-, formé parte de ese organismo y logré renunciar en 1979. Mi proceso personal me llevó a declarar ante la Comisión Nacional "Verdad y Reconciliación" en 1990; luego, en enero de 1991, viajé a Europa, desde donde decidí volver para presentarme ante los tribunales. Llegué a Chile el 16 de enero de 1992 y hoy, a veinte años del golpe militar, entrego este libro. A diferencia de mis acciones del pasado, estas últimas han sido voluntarias y parte de una búsqueda del camino que me alejara del infierno. Desgraciadamente, mi aporte ante la Comisión "Verdad y Reconciliación" fue limitado. No porque así lo quisiera, sino porque simplemente no sabía más. No sé dónde están los detenidos-desaparecidos. Hubiera querido saberlo... No se me puede acusar por no saber más de lo que sé. Sí por haber colaborado. Por haber sido funcionaría de la DINA. Por haber necesitado tantos años para decidirme a llegar a los tribunales.
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•
1 •
PRIMERAS VIVENCIAS Mirar atrás me causa tristeza, y no me refiero tan sólo al período en la DINA, porque antes de eso también hubo limitaciones, carencias y dolor. Lo más nítido al volver la mirada hacia el pasado es un sentimiento de soledad. Desde siempre hubiera dado cualquier cosa por una sonrisa, por una amiga, por un amigo, por una caricia, por un te quiero. Lo curioso es que pude haber disfrutado de ello, sobre todo en el ámbito de la práctica deportiva, pero siempre tuve miedo de las personas, aunque fueran de mi edad. Por alguna razón que aún desconozco, desde niña asumí la actitud de estar bien, de tener claro lo que quería y necesitaba, aunque no fuera cierto. Jamás habría aceptado que precisaba afecto. Me refugié en una distancia que con el tiempo disfracé de fuerza, de agresividad. Fui la típica hija mayor de una familia de clase media baja, tímida, y de quien se espera que sea todo aquello que no fueron sus padres. Y yo, quería ser cualquier cosa, no tenía muy claro qué, pero sí sabía que fuese lo que fuese, quería ser lo más diferente posible de quienes me rodeaban. Culpabilizada desde siempre, esa situación me causó muchos conflictos. Recuerdo mi hambre de afecto. No sé qué pasó, ni cómo ocurrió con exactitud, pero crecí tan al margen de todo. Cada día descubría que aun lo más simple y casero que parecía tan natural a los otros niños, para mí era lejano, desconocido, hostil. Crucé con desconfianza y temor la infancia, la adolescencia y la juventud mirando, escuchando, tratando de averiguar lo que no entendía. Fui creciendo y terminé por aceptar sólo las propias respuestas. Cada cosa que me propuse la logré. Nunca me importó el esfuerzo que tuviera que invertir. Quería que pasaran rápido los años para vivir sola. No podía 23
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El Infierno
darme cuenta entonces que era una adolescente inestable e insegura. Los síntomas de ello los asumí como una diferencia: algo raro había en mí, y lo viví como una cosa mala. Al llegar a la Universidad, mi pasión pasaba en esos días por el atletismo, con el fanatismo característico de toda mi vida, acentuado por la práctica deportiva. Ahí conocí al que fue mi primer marido. Nos casamos en 1967. Ambos trabajábamos y al nacer nuestro hijo, Rafael, prácticamente habíamos terminado de construir una casa que, aunque pequeña, era mi orgullo. Desde una óptica tradicional, éramos una pareja con "el mundo por delante". Sin embargo, a poco de nacer mi hijo sentí que ese matrimonio había sido un error. Hoy sé que entonces no era capaz de identificar y menos verbalizar mis sentimientos. Pero percibía que sería absolutamente incapaz de asumir como propios algunos de los intereses del padre de mi hijo. Me di cuenta que yo nada sabía de mí. Al cuestionar algunas de las cosas que mi ex marido planteaba como sus objetivos, me dije: ¿y yo?, ¿puedo tener objetivos? Nunca antes imaginé que podía preguntarme ¿y yo, qué quiero? Estaba comenzando a elaborar mis propias ideas y pensamientos. Esas inquietudes eran fuertes, eran mías. Por primera vez sentí que tenía algo propio y me gustó. Me di cuenta de que quería separarme de mi esposo. No se me ocurrió pensar que podríamos salir adelante como pareja. Lo concreto es que creo que para ambos fue bueno separarnos. Sin embargo, habrían de pasar muchos años antes que pudiera valorar una familia, una pareja y cuanto ello implica. Mi ex marido aceptó la separación, sólo pidió a cambio llevarse todo lo que teníamos y la mitad del valor de la casa. De lo construido, ya que el terreno era lo que había sido el patio de la casa de mi familia. Mi padre pidió un préstamo y le dio el dinero. A los pocos días llegó mi ex marido con mi suegro y se llevaron todo. Al quedar sola, recorrí la casa. Vacía se veía mucho más grande. En el dormitorio parecía flotar la cuna de mi hijo. Tomé en brazos a mi pequeño y recuerdo que lo apreté junto a mí y le dije: "No te preocupes, lo que se compra una vez, se puede volver a comprar". Viví la separación como un fracaso que dolió y mucho. Renuncié a mi trabajo como entrenadora de atletismo en un estadio de colonia, para no ver nunca más al padre de mi hijo. Y aunque hubo un intento de volver a vivir juntos, no funcionó. Hoy sé que entonces era absolutamente incapaz para enfrentar cualquier tipo de relación adulta. La separación, aunque dura, la viví como la primera oportunidad real
de ser yo. Desde esos días comencé a sentir una necesidad compulsiva de sentir que era, que soy libre. Intenté vivir pintando. Era un sueño. Terminé pintando poleras con manzanas y mariposas para jóvenes, con mickies y tribilines para los pequeños, y acuarelas que vendía puerta a puerta. No alcanzaba el dinero y comencé a buscar trabajo.
EN EL GAP1 Según recuerdo, Raúl era dos años mayor que yo. Su nombre completo era Raúl Juvenal Navarrete Hancke, y con el tiempo aprendí a llamarlo "Martín". Vivía a pocas cuadras de mi casa, en uno de los pasajes de la calle Los Nidos, con su mamá. Era un joven de ideas de izquierda; fue miembro del GAP. Poco tiempo después de mi separación, me encontré con él. Le conté que necesitaba trabajo y él me dijo que fuera al día siguiente a la Moneda, que podía conseguirme un puesto de secretaria. Tuve una entrevista con don Enrique Huerta, entonces Intendente de Palacio, quien me presentó a Carlos Alamos (nombre supuesto de Jaime Sotelo Ojeda), y a "Bruno" (nombre supuesto de Domingo Bartolomé Blanco Tarré). Los tres se encuentran desaparecidos a la fecha. Don Enrique, Carlos y Bruno eran los miembros del colectivo de dirección del GAP. Luego de esa entrevista fui aceptada. Comencé a interiorizarme del trabajo que en los inicios era administrativo y de recepción. Fui conociendo a los miembros del GAP y otro personal de la Moneda. Paulatinamente me fui sintiendo identificada con ellos. Fue un período hermoso. Mi jefe directo era Carlos Alamos; cuando él se dio cuenta de mi interés por estudiar, comenzó a facilitarme textos y me regaló algunos. Cada cosa que aprendía era nueva para mí. Todo mi ser vibraba y lo que partió como un trabajo cualquiera se fue transformando en razón de mi vida. Todas las dudas que iban surgiendo de mis lecturas se las planteaba a Carlos Alamos, quien me iba explicando. Poco a poco fui asumiendo otras tareas que me fueron alejando del trabajo como secretaria y acercándome a las funciones de seguridad.
enc-ira\ G ^ P : , G r U p ° dC A m i S o s Pers onales de Salvador Allende, estructura rgaaa de la seguridad del Presidente en su residencia y desplazamientos.
Luz Arce El Infierno
Fue un tiempo inolvidable. Descubrí muchas cosas. Pero todo ocurría demasiado rápido; la prisa impedía ir reflexionando cada paso. Las veces que estuve en la casa presidencial, en la calle Tomás Moro, me impactó la presencia serena de Salvador Allende. Siempre atento y cariñoso con cada uno de sus GAP, nos identificaba a todos. Debo reconocer mi total ignorancia de esos días. Me esforzaba por estudiar, pero eran tantos mis vacíos. Carlos Alamos se dio el trabajo de ayudarme. Corregía los resúmenes que iba haciendo de mis lecturas y comenzó a hacer copias de ellos para distribuirlos entre mis compañeros. Pocos días después de haber ingresado al GAP, Carlos me preguntó si sabía manejar. Le dije que sí, entonces me mandó a sacar licencia para conducir y pasé a desempeñarme como conductor de su auto. Conocí El Cañaveral, residencia de la señora Mirya Contreras Bell, la "Payita", secretaria y amiga del Presidente. La primera vez fui con Carlos, me permitió estar presente en la reunión que sostuvo con los miembros del GAP que pertenecían a la Guarnición del Cañaveral. Al terminar la conversación, Carlos dijo riendo: -La presencia de la compañera en esta reunión logró que todos ustedes se comportaran como caballeros. Yo creo que eso es bueno. Y mirándome preguntó: "Compañera Hilda, ¿querría usted ser parte de la Guarnición del Cañaveral?" Asentí con alegría. Carlos me explicó que no tendría ninguna garantía o diferencia respecto de la rutina diaria por ser mujer. Sería un "hombre" más de la guarnición y debía cumplir con todas las exigencias. Sabía que el régimen cotidiano era fuerte, pero me sentía en buena condición física. Conversamos con los compañeros, quienes me acogieron con mucha cordialidad. Carlos me dijo que debía reunirse con la "Payita" y se despidió de mí luego de llevarme a la casa que servía de dormitorio para los miembros de la guarnición encargada de la seguridad del recinto. Había una cama disponible. Me levanté temprano y bajé al primer piso. Junto a la chimenea encontré a algunos compañeros. Tomé café con ellos y me dijeron que Carlos había dejado su auto para que yo pudiera ir a casa a buscar mis cosas. Ese día comencé a vivir en ese hermoso lugar en la precordillera junto al río. Empecé a asistir a clases en la escuela de cuadros del GAP y fui agregada a los roles de guardia. Cada día nuestra rutina se iniciaba con actividad física, luego un baño en las frías aguas de una vertiente, y el desayuno. Había puestos de guardia en los distintos accesos al 26
inmueble, y rondas por todo el terreno a ambos lados de la ribera del río. Almorzábamos juntos y durante la tarde disponíamos de tiempo para estudiar. El grupo de instructores dormía en una construcción ubicada junto al río. En ese lugar estaban también las salas de clases. Era usual que el fin de semana el Presidente se refugiara en El Cañaveral en busca de tranquilidad acentuada por el bello paisaje. Se daba tiempo para reuniones informales de trabajo y para recibir a sus colaboradores y amistades. A fines de agosto, mi salud se resintió y por consejo del doctor Danilo Bartulín dejé la guarnición del Cañaveral. Al retirarme del GAP, mis jefes me sugirieron que podían recomendarme para obtener trabajo en otro lugar, y como haíía tiempo que mi familia me pedía que trabajara en Ferrocarriles del Estado, pues papá podía recomendarme, postulé y fui aceptada. La "Payita" me dio una carta de recomendación de la Presidencia y luego fui a una entrevista con el Director General de Ferrocarriles, don Alfredo Rojas, y su secretario privado, don Gustavo Saint Pierre, ambos militantes del Partido Socialista. El GAP como una estructura político-paramilitar ha sufrido críticas que ocultan la importancia del rol que jugó. Durante la época de la dictadura, el cuestionamiento se transformó en una campaña denigratoria inserta en la política de exterminio que se aplicó sobre sus integrantes. Los orígenes del GAP se remontan al período previo a las elecciones presidenciales del 4 de septiembre de 1970. Miguel Enríquez, Secretario General del MIR, puso a disposición del candidato Salvador Allende Gossens a algunos de sus más destacados cuadros: Max Joel Marambio, Mario Ramiro Meló Pradeñas, y en un período posterior a Humberto Soto mayor y Sergio Pérez Molina. Después del período en que el GAP estuvo liderado por militantes del MIR, pasó a ser una estructura del Partido Socialista. A fines del año 1971, el GAP se estructuró en cuatro secciones: Escolta, acompañamiento físico al Presidente don Salvador Allende; Guarnición, sección encargada del resguardo de locales o residencias que frecuentaba el Presidente, como Tomás Moro, Palacio de Gobierno, Residencia Presidencial en Viña del Mar y El Cañaveral, a cargo de Juan José Montiglio Murúa. Servicios y Escuela de cuadros a cargo de Domingo Bartolomé Blanco Tarré. Operativo: Planificación de salidas e inteligencia a cargo de "Mariano" (sobreviviente). Durante el período en que yo estuve, la estructura se reordenó, 27
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quedando como sigue: Escolta Presidencial, a cargo de Carlos Alamos; Planificación de las salidas del Presidente, a cargo de "Bruno"; Seguridad o Resguardo de sitios frecuentados por el Presidente, a cargo de "Aníbal", de nombre Juan José Montiglio Murúa. Servicios o Abastecimientos e Informaciones o Inteligencia sobre posibles atentados, a cargo de la cúpula del GAP, Carlos, Enrique y Bruno.
más adecuado para mí y me citó a una reunión con el compañero Gaspar Gómez. Gaspar pertenecía al secretariado político de la comuna. Asistía con alguna frecuencia a Londres 38. Gaspar me preguntó en detalle acerca de mi paso por el GAP y el por qué había dejado de trabajar en Ferrocarriles. Luego de esa entrevista me dijo que me presentara en INESAL, Instituto de Estudios Sociales para América Latina, órgano de fachada del "Aparato" de Amoldo Camu, la estructura militar del partido (Amoldo Camu: muerto en un enfrentamiento según versión "oficial"). INESAL funcionaba en calle Bustamante Ns 12, y durante la dictadura fue demolido, por razones que desconozco. Mi jefe era Gaspar, quien estaba a cargo de la parte pública del instituto. Se inició para mí un tiempo dedicado a la formación. Manipulando explosivos, Gaspar había perdido su mano derecha y un ojo; nunca supe cómo ocurrió el accidente. Me limitaba a escucharlo, pues asumí que no me correspondía preguntar. A pesar de su limitación física, él manejaba su auto. Pero cuando llegué a trabajar con él pasé a ser su chofer. Escuchar a los compañeros hacía más nítida mi escasa formación; Gaspar me dejó tiempo disponible para estudiar. El 29 de junio de 1973, día del "Tancazo", Gaspar me comunicó que había sido llamada del Comité Central. Nos despedimos ya que al militar en estructuras diferentes no podíamos seguir contactados. Gaspar me dijo que él había apoyado mi nueva destinación.
MILITANTE SOCIALISTA A comienzos de 1973, cuando ya trabajaba en Ferrocarriles del Estado, ingresé a un núcleo del Partido Socialista como simpatizante. Formaban este núcleo los funcionarios socialistas de la dirección que adherían al partido, que dicho sea de paso eran todos. La oficina estaba situada en Alameda esquina de Serrano; geográficamente el núcleo pertenecía a la Octava Comuna del Partido Socialista, cuya sede estaba en la calle Londres 38. Además de pertenecer al núcleo, comencé a asistir al local de la comuna y me incorporé al grupo de la Brigada Elmo Catalán -BEC-, que en los inicios del año 1973 realizaba la propaganda para la postulación a una senaturía de don Carlos Altamirano Orrego. Por las noches salíamos a volantear, pegar o pintar propaganda de los candidatos del partido en el territorio de la comuna. Me di cuenta que militar en el núcleo de Ferrocarriles no implicaba formación ni tareas partidarias. Mi aspiración era dedicar la totalidad del tiempo al partido y quería formarme políticamente, razón por la cual renuncié al trabajo en la empresa. En las elecciones parlamentarias de marzo de 1973, participé como apoderado del partido en una de las mesas de votación para mujeres de la comuna. Yo era joven e ignorante y llena de energía que no sabía canalizar. Intenté hacer lo más y mejor posible cuanto se me asignó en la seccional (comuna). Mi mayor sorpresa fue que en una oportunidad el secretario político me preguntó a dónde quería llegar con todo ese empeño. Lo que yo entendía como actitud de "entrega consecuente" fue visto como un intento de escalar posiciones. Recuerdo que como única respuesta aludí a lo que había leído respecto de la emulación en los textos del Che Guevara. El compañero hizo alguna alusión a que "estaba influida por la formación recibida en el GAP"; se refería a la "supuesta" formación paramilitar, que si he de ser franca, en esa época era bastante precaria. Me dijo que había un trabajo 28
GEA (GRUPOS ESPECIALES DE APOYO) Cuando llegué al Comité Central, me recibió Wagner Erick Salinas, alias "Silvano". Yo lo había conocido en el GAP. El me comunicó que pasaba a ser parte de un colectivo de dirección del GEA, que era una estructura dependiente de la Comisión Nacional de Organización del Partido Socialista. El GEA, colectivo de ocho cuadros, tenía una tarea pública y otra compartimentada. Los ocho del GEA éramos: Silvano, Felipe, Aníbal, Bernardo, Ignacio, David, Leonor y yo. Todos habíamos sido GAP. La tarea pública del GEA era implementar una Escuela de Cuadros. Ese proyecto se puso en práctica con el apoyo de militantes de la Octava Comuna y del Regional Santiago Centro como instruc29
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tores. Duró un mes y unos pocos días. El GEA era también un grupo operativo a disposición de la Comisión Política. Eso fue lo que se nos planteó. Silvano era el contacto con Organización y nos dijo que la función compartimentada era clandestinizarnos. Que para el partido éramos los encargados de la Escuela de Cuadros, pero que nuestra misión encubierta era transformarnos en un grupo de captación de información para ponerla a disposición de la Comisión Política y efectuar algunos operativos que nos fueron propuestos por la Dirección del Partido. Obviamente, frente a esta proposición, surgieron algunas inquietudes entre nosotros, pero en el entendido de que es la Comisión Política de un partido la que dispone de la totalidad de la información que le permite evaluar, y por disciplina, aceptamos las nuevas instrucciones. La Unidad Popular se diluía en un amplio espectro de posiciones que se albergaban en su seno. La violencia comenzaba a adueñarse del escenario. Los grupos de extrema derecha con frecuencia atacaban las sedes de los partidos de izquierda. Por eso, además de trabajar todo el día, tuvimos que mantener roles de guardia nocturna en los locales del partido y en algunos edificios de la administración pública cercanos a la Moneda. Los ataques los repelíamos con piedras, desde las terrazas y pisos superiores de los edificios. Patria y Libertad tenía más recursos que nosotros, y disponía de material moderno e importado y que hoy se denomina "antimotines". Recuerdo que en una oportunidad suspendimos una acción para evitar la muerte de un carabinero. Justo ese día habían puesto protección policial. Es efectivo que participé en acciones de propaganda armada, no es mi ánimo legitimarlas, sólo deseo dejar claro que el GEA nunca atentó en contra de personas. El Partido Socialista, con su Secretario General, don Carlos Altamirano, que era fuertemente presionado por sectores importantes de las bases, se orientaba hacia las posiciones más radicalizadas de la izquierda, con el MAPU, la Izquierda Cristiana y el MIR. Los continuos enfrentamientos, la creciente actividad opositora, el discurso beligerante de todos los sectores, hacía que la dinámica cotidiana estuviera llena de inquietudes. Tardé varios meses en darme cuenta de la real dimensión de nuestras acciones. Tomé conciencia cuando durante la clandestinidad conversé con mi jefe de entonces y miembro del Comité Central, Gustavo Ruz Zañartu. Me di cuenta que él nada sabía de estas actividades y estuvo en desacuerdo. Recuerdo hoy la ingenuidad de nuestros sueños. La escuela
que comenzó a funcionar en el Comité Central, partió con un contingente de obreros que diariamente iban a clases, alternando estudios y faenas. Fue una experiencia vital. La mayoría eran veteranos del movimiento obrero con una experiencia invaluable. "Nuestros viejos" -les decíamos con cariño lleno de admiración- debían formarse política y militarmente. Sabíamos entonces que la oposición daría una batalla frontal. Después del "Tancazo", la Unidad Popular concibió la idea de comenzar a implemcntar un Plan de Defensa de Santiago. Fue llamado "Plan Estrella" o "de las cinco puntas", que alcanzamos a conocer en lo que a nosotros como GEA nos concernía, ya que nuestros viejos serían la columna centro, junto a los militantes de la administración pública. Las otras cuatro puntas de la estrella eran cada uno de los cordones industriales. Todos juntos debíamos defender el gobierno del Presidente Salvador Allende, por las armas si fuese necesario, de cualquier intentona golpista. Obviamente, a la fecha del golpe el plan no estaba articulado. El Plan Estrella, lo que conocí de él, no fue concebido para asesinar personas o miembros de las FF.AA. Eran cinco columnas que debían defender el gobierno constitucionalmente elegido por un pueblo que en las urnas quiso que Salvador Allende Gossens fuese su presidente e implementara su programa.
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Había conocido a Alejandro cuando yo era atleta de la Universidad Católica y él de la Universidad Técnica. Cada fin de semana nos veíamos en el Estadio Nacional. Yo sabía que él era el campeón de los 400 metros planos y él sabía que yo era la campeona de los 800 metros planos. Cuando lo volví a ver en el Partido Socialista, no lo reconocí. "Me costó diez años volver a encontrarte, no te voy a dejar escapar ahora", me dijo. Surgió una agradable amistad. Alejandro militaba en el Regional Santiago Centro y era parte del llamado Grupo Catedral. Nunca conocí la naturaleza de su trabajo partidario; él se enteró de parte de mis actividades, pues como miembro del Regional fue asignado como instructor en la Escuela de Cuadros que implementaba mi estructura. Ambos sabíamos que estábamos compartimentados dentro del partido, al menos en parte de nuestras funciones. Siempre tuve la impresión que él conocía más de mis actividades, porque a menudo me hablaba de materias que me eran útiles. Desde mayo de 1972, cuando ingresé al GAP, había comenzado a leer toda
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la prensa. Durante el período en 1NESAL se inició mi aprendizaje sobre cómo procesar la información pública, pero fue en el GEA donde comencé a trabajar la Información Abierta. Con frecuencia, al terminar mi trabajo en el GEA y al retirarme del local del Comité Central, pasaba al Regional Santiago Centro, nuestros vecinos de la calle San Martín. Alejandro me había dicho que a eso de las nueve de la noche, él se juntaba con varios de sus compañeros del Grupo Catedral del Partido Socialista, para evaluar la prensa del día. A menudo nos encontrábamos con Alejandro a la hora de almuerzo, en "La Cabañita", un restaurante situado al lado del Comité Central. Sin darme cuenta, Alejandro comenzó a copar todo mi tiempo libre. Era evidente que desde el primer momento surgió una fuerte atracción entre ambos, pero me molestaba sentir que ese sentimiento se estaba transformando en una necesidad de verlo. Unos días después, Alejandro llegó a mi oficina y me dijo: -Necesito hablar contigo, mañana a las diez, en el Correo. Se refería al Correo de Morando con Moneda. Me pareció extraño y supuse que se trataba de algo personal. Fui al día siguiente. Ya habíamos conversado la situación, por lo menos un par de veces, sobre todo porque en esa época yo veía muy difícil asumir una relación de pareja a la par de una praxis partidaria. Yo temía no ser capaz de compatibilizar ese sentimiento tan intenso. Desde que reencontré a Alejandro había ido perdiendo esa libertad de antes. Ese total entusiasmo y concentración en el trabajo partidario. Alejandro fue absorbiéndome por completo hasta copar todo. Mis pensamientos y sentimientos. Todo. Cada día estaba más pendiente de las horas, de si Alejandro pasaba o no a buscarme. Si se las arreglaba o no para almorzar conmigo. Cada vez que no quiso o no pudo ir, me sentí inmensamente defraudada aunque no hubiera ningún acuerdo. Se suponía que todos los encuentros eran casuales. Hasta mis visitas al Regional tenían cierta elasticidad. Lo sentí como dos amores. Me declaré incapaz de conciliarios. Ese día, 1Q de agosto de 1973, Alejandro me estaba esperando en la puerta del Correo. Me tomó de la mano, me arrastró hasta una de las ventanillas, despachó una carta y salió rápidamente conmigo prácticamente a los tirones. En la puerta de Morando, en medio de un montón de gente, me abrazó y me besó. Traté de desprenderme, no pude. Fui absolutamente incapaz de decir algo, todos mis argumen-
tos parecían haberse perdido en algún lugar. Nuevamente me tomó de la mano, detuvo un taxi y sin decir absolutamente nada, pero sin dejar de besarnos, nos fuimos a un hotel. Durante esas horas, decidimos intentar construir una relación. Me contó que en trece días más partiría a Cuba. El regreso sería el 18 de septiembre de 1973. Por eso era tan importante para él iniciar una relación conmigo antes de irse. Esa separación sería larga, treinta y cinco días eran mucho para una relación de sólo trece días dijo, pero que él sabía que me amaba. Que estaba seguro de sus sentimientos. No salimos de allí hasta el día siguiente en la mañana, a tiempo de ir yo al GEA y él a algún lugar, que nunca supe, donde tenían que reunirse los que viajarían a Cuba. Me explicó que estarían viviendo juntos los militantes que irían a la Isla, pero que él se arreglaría para salir a verme. De esos 13 días, pasamos muchas noches juntos, creo que fue la primera vez que estuve tan cerca de amar a alguien. La madrugada del 14 de agosto de 1973, nos despedimos. Alejandro debía llegar antes de las siete de la mañana para poder partir con el grupo al aeropuerto. Me entregó "la negrita", como llamaba a su pistola CZ635. La puso en mis manos diciendo: -Aparte de ti, es lo que más quiero. Me bajé en la Alameda, me sentí muy triste. Me fui a casa, no fui al GEA, me sentía nerviosa. Racionalmente sabía que treinta y cinco días pasan volando. Sabía su nombre falso, con el que viajaría, e impulsivamente sentí que necesitaba escuchar su voz y lo llamé al aeropuerto. No sabía que sería la última vez que podría oírlo...2
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. Julio de 1993: acabo de saber que Alejandro sobrevivió y que permanece actualmente en el exilio.
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11 DE SEPTIEMBRE DE 1973 El 11 de septiembre lo viví como una irrupción en lo que era mi mundo, como un poder destructivo que aniquiló lo importante de mi vida. La catástrofe que tornó todo en algo incoherente, incomprensible. Que llenó mi vida de pena, ¡Dios! si sólo fuera eso, era un vacío anestesiado, no ver, no saber, no nada. En contra de todo método, en este capítulo no voy a respetar la cronología. No puedo, en este capítulo no puedo... El 4 de diciembre de 1989, al volver a casa, pasé a comprar el diario. Y ese día, colgando de unas pinzas estaba Punto Final. Me quedé mirando, acariciando las emociones encontradas. Compré la publicación, y en cuanto llegué, me fui junto al ventanal de mi departamento. Frente al cerro le pedí a la Virgen que lo corona que me ayudara a introducirme en aquellos caminos minados de recuerdos dolorosos. Con miedo, comencé a leer. Miré la portada, me di cuenta que el número de la publicación era el 201. Habían retomado el conteo interrumpido por el golpe. Me pregunté ¿podré retomar mi vida? Sentí pavor. Me pareció que por más de una década y media estuve ausente de mi propio ser y que se acercaba la hora de la verdad. Me detuve, cerré los ojos, abarcando con el pensamiento ese oscuro paréntesis donde lo vivo y lo llameante me estaba consumiendo como en una hoguera, y volví a percibir el miedo que me paralizó durante años.
pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor". "¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!" "Estas son mis últimas palabras. Tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que por lo menos será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición". Mi alma se fue abriendo y de cada herida brotaron como pétalos de viejas flores deshechas, gotas de pena. No pude o no quise detenerme... Surgió una imagen, la de la vida como una línea continua entre el nacer y el morir. La mía estaba interrumpida. No podía seguir eludiendo esa parte, esos años, por doloroso que fuera. Comencé a dar cabida al ininterrumpido desfile de muertos, ejecutados o desaparecidos, exiliados y torturados. Evoqué a los que como yo habían sobrevivido a esa guerra, a ese festín de poder. Sabía que cada vez que había iniciado ese camino había vuelto a cerrarlo. Estaba ahí, siempre estuvo...todo encapsulado dentro de mí, queriendo salir. El miedo que había sido siempre superior a mis fuerzas y me obligaba una y otra vez a echar esos velos que misericordes me permitían huir... No pude o no quise, no sé...
Comencé a revivir el último discurso del Presidente Salvador Allende. "El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse avasallar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse". "Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición
El recuerdo me condujo al 11 de septiembre de 1973. Sentados frente a la vieja radio que había en una oficina de MADEMSA, con lágrimas en los ojos, mirábamos el suelo para no mostrar el dolor. No podía creer, no podía aceptar, no podía entender; no quería... Al volver a mirar desde la distancia, recordé a "Silvano". El 10 de septiembre, nuestro amigo se enteró de que uno de sus hijos estaba enfermo. Al menos esa explicación se nos entregó en el Comité Central la mañana del 11 de septiembre de 1973. "Fue a su casa en Talca, y algún vecino debió avisar de la presencia de "Silvano" a las nuevas autoridades. Fue detenido, torturado y asesinado". Esta versión sobre la muerte de "Silvano" me hizo pensar por años que había muerto en la madrugada del Golpe. En octubre de 1990, al presentar mi testimonio ante la Comisión "Verdad y Reconciliación", supe que "Silvano" se enteró del movimiento de tropas e intentó volver. Fue interceptado en la carretera y ejecutado días después, aparentemente el 4 ó el 5 octubre de 1973. Pensé en Yucatán, Ollagüe, Terranova y otros lugares de un
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Chile que el régimen se esforzaba por mostrar limpito, con los troncos de los árboles y senderos demarcados con piedras pintadas de blanco. Muchas veces me pregunté ¿pintarán de blanco la sangre y la mierda que va apilando?... Absorta volví al 10 de septiembre de 1973... Fue un día de trabajo normal, con preocupaciones que iban desde lo más casero, como tratar de conciliar el estar un rato con mi pequeño hijo y las tareas que generaba la delicada situación política del país, casi paralizado por la acción de una oposición que se empeñaba, ferozmente, en desestabilizarlo. Al terminar la jornada diaria en el local del partido, a eso de las nueve de la noche, fui al local del Regional Santiago Centro, a una reunión del grupo que día a día ganaba adeptos dentro de las instancias partidarias. Esa noche nos ocupaba el análisis de los rumores que señalaban con insistencia la posibilidad de un golpe. Imagino que las instancias regulares del partido poseían una mejor información. Nosotros, equivocadamente, concluimos que no habría golpe. Confiamos en la Guardia de Palacio. Esa tarde Carabineros había ratificado la lealtad de su institución al Gobierno. Sabedores de las p o s t u r a s constitucionalistas del general Carlos Prats y su capacidad de mando demostradas el día del "Tancazo", el 29 de junio de ese mismo año, y a pesar de su reemplazo en la comandancia del Ejército, desestimamos algunos informes sobre la movilización de los Hawker Hunter de la FACH a Talcahuano; era lógico, concluimos, ya que participaban en la Operación Unitas con la Armada. La reunión terminó cerca de las dos de la madrugada. Decidí caminar a casa. La huelga de la movilización colectiva era total, pero la alternativa era quedarse en el local del partido sin posibilidades de ducharse ni cambiarse de ropa. Era una noche hermosa. Pensé en mi hijo, mi razón y motor. Para él y todos los hijos quería un mundo nuevo, donde reinara la justicia, donde el ser humano fuese valorado sólo por existir. El hombre nuevo, sólo emular, no competir. El Che, Cuba... en la Isla estaba Alejandro... Sentí nostalgia, sabor de amores rotos, de soledad. Era la madrugada del 11 de septiembre. Abstraída, caminé rumbo a casa. Mi hijo ya dormía. Me tendí en un diván, en el living de la casa de mis padres. Insomne, fumando y pensando que cuando Alejandro volviera, conocería a mi hijo, iríamos a un parque o a ver películas de monitos animados... Todo se borró de pronto cuando sonó el teléfono. Era Toño, del Comité Central. Estaba de turno. -Compañera, Alerta Roja. 36
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Me duché y me vestí con rapidez, alerta roja era grave. Salí corriendo hacia Independencia. Un camión de la CCU (Compañía de Cervecerías Unidas) aceptó llevarme. 06.30 hrs. "David", "Ignacio" y yo escuchamos la información que nos transmitió Toño. El télex funcionaba a todo vapor. De todas las seccionales y regionales del país donde había militantes de turno en la noche llegaba información acerca de movimientos de tropas y se solicitaban instrucciones. Preguntamos a Toño si había alertado a todos los GEA. Nos respondió que sí, excepto "Silvano", a quien no podían ubicar todavía. -¿Toño, hay instrucciones para nosotros? -Instrucciones específicas no hay para nadie. Sólo he activado el plan de llamada, ya que la información es grave. Pero espero que de un momento a otro se comunique alguien de la jefatura. No se preocupen, en cuanto llame Ariel o llegue, les aviso. 07.00 hrs. Llegan los primeros "viejos" de la construcción. Durante la media hora siguiente, llegaron "Felipe", "Bernardo" y el "Gato" alertados por las claves de Alerta Roja. Al poco rato apareció "Ignacio", pálido, y nos dijo: -"Silvano" está muerto. Lo detuvieron apenas pasada la medianoche en su casa. Lo torturaron ahí mismo en presencia de su esposa e hijos. Ellos están chuqueados, en casa de unos vecinos. Consternados, alrededor de las siete y media volvimos a la oficina de Toño a pedir más información. -¿Toño, sabes algo de la jefatura? -Altamirano está en el Cordón Cerrillos, Ariel Ulloa va camino a la embajada argentina, el resto inubicablcs... -¿Ariel asilado?, ¿estás seguro? -Sí, compañera, viene en camino su secretario. A buscar sus cosas personales y algunos documentos para llevárselos. ...Sentí una furia incontenible que nubló mis pensamientos y dije ¡Maricón! Muchas veces, durante estos veinte años he recordado ese momento. No sé cómo lo sintieron los demás. Pero yo me sentí traicionada... Mucho después pude entender que las cosas fueron como fueron y cada uno de nosotros frente a sí mismo y los demás debe asumir sus propias decisiones. Ese día 11 de septiembre, con el corazón lleno de dolor por la muerte de "Silvano", sintiendo que no era real lo que estaba sucediendo, y faltando 20 minutos para las ocho de la mañana logré comunicarme con la Moneda. 37
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-252, buenos días. -Por favor, con el compañero Carlos. Habla Hilda. Recordé que Hilda fue mi primer nombre político. Carlos me puso así, en recuerdo de una cubana de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias) que murió en Sierra Maestra. Se decía que fue compañera de Carlos en la época que él estuvo en Cuba recibiendo instrucción en Punto Cero. Carlos, un hombre sin formación académica, pero sabio. Con ese conocimiento que es una mezcla de vida dura y sensibilidad social. Con paciencia me introdujo en la vida militante a pesar de las muchas debilidades que él llamaba "Hilda y sus resabios burgueses". El también tenía los suyos. Varias veces me dijo: "En casa soy bien machista. Pero usted, Hilda, no es ella, sino mi ayudante. Usted no es mujer, es militante, ¿de acuerdo?" Y lo que hoy mirado a través del tiempo y la experiencia me parece una aberración, en ese momento fue una ayuda necesaria para mí. Tenía 22 años, estaba recién separada y Carlos me ayudó a descubrir que podía hacer cosas. Que ser mujer no implicaba ser ciudadano de segunda clase. Cerca de él, bajo su dirección, fui creciendo. En pocos segundos todo desfilaba por mi mente, recordé El Cañaveral, la casa de la "Pavita", que ella supo transformar en el lugar de reposo e intimidad del Presidente en los faldeos del Arrayán. Un bello lugar junto al río. La Escuela de Cuadros... Reaccioné al escuchar la voz de Carlos... -¿Compañera Hilda?, ¿dónde estás? -En el Comité Central. Carlos, vamos para allá. Tuvimos una reunión. Quedamos seis. "Silvano" murió esta madrugada en Talca. Hay 19 viejos de la construcción. Tenemos seis AK y seis armas personales con dos cargadores y algo de parque. -Hilda, escucha. No hay tiempo. Debo volver junto al Presidente. ¿Y la jefatura? -Asilada o sin contacto. -Hilda, ¡esto es una orden!, en ausencia de la Comisión Política, asumo la Dirección del GEA. Quema la documentación. Incendien el local, que no quede nada. Deja en libertad de acción a los viejos. Envíalos a casa y ustedes también, a "caletearse". Adiós, vuelvo junto al Presidente. -No, Carlos. No cortes, escucha... Incendio el local, dejo en libertad a los viejos, pero voy con los voluntarios... Me interrumpió con un grito.
-Compañera, ¡es una orden! ¿Tienen dinero? Repártelo, y a casa. A los voluntarios dales puntos de contacto para un mes o dos. Ustedes deben reconstruir el partido. Aparezca aquí, compañera, y le disparo. Adiós. Cortó la comunicación. Fue la última vez que lo escuché, a la fecha aún está desaparecido. Cumplimos parte de la orden. Llegó el secretario de Ariel y nos dijo que se ocuparía de la documentación y del local. El lo quemaría. Sacamos el dinero del grupo. Tres mil pesos para cada uno. Despachamos a los compañeros que no eran del colectivo de dirección del GEA y decidimos ir al Cordón Cerrillos. Nos pondríamos a disposición de Carlos Altamirano. Resistiríamos. Recuerdo con emoción que algunos de nuestros compañeros querían ir con nosotros. Debimos forzarlos a partir. Si hubiéramos tenido más armas, quizás, pero así habría sido muy irresponsable llevarlos. Tomamos las armas y tres de los Fiat 125 que estaban asignados al GEA y nos fuimos al Cordón Cerrillos. Al llegar, los compañeros nos indicaron que el CUP -Comité de Unidad Popular- estaba sesionando. Estuvimos un rato y al darnos cuenta que estaban sumidos en una discusión ideológica con los compañeros del MIR, encontramos que a esas alturas era inoficioso, así es que nos retiramos a tiempo para escuchar el mensaje de Salvador Allende. Conmovidos. Al tomar conciencia de que estaban bombardeando la Moneda, El Cañaveral, Tomás Moro y las radios que adherían a la Unidad Popular, comenzamos a percibir la magnitud de lo que ocurría... Pasaban por mi mente los rostros, tantos recuerdos de los compañeros del GAP, "Carlos", "Bruno", "Juan", "el Manque", "Francisco", "Silvano", tantos más... Salimos casi corriendo en dirección a los galpones de la fábrica Mademsa. Nos reunimos con algunos de los obreros y les expusimos brevemente la situación; les dijimos que se sintieran libres de ir a sus casas. Nos informaron que estaban confeccionando conos vietnamitas. Eso nos hizo pensar que tal vez se podría organizar un foco de resistencia. "Felipe" e "Ignacio" fueron a averiguar con qué contábamos. Si había botiquín, alimentos, agua, en fin, lo necesario para resistir. Bernardo fue a recorrer los accesos y cercos de la fábrica para ver si era factible atrincherarse. Con "David" fuimos a ver los conos. El jefe del taller nos acompañó. Un helicóptero comenzó a
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sobrevolar la zona. Al llegar al galpón, el compañero nos dijo con orgullo: -Con el plástico de los refrigeradores hacemos la cubierta del cono, y miren, compañeros, ahí están las esquirlas. Las están haciendo en Cintac. Hace unos momentos trajeron esto, pero no se preocupen, que siguen trabajando. ...Cual unos extraños seres aparecían alineadas las carcazas. Se veían simpáticas: parecían unos marcianitos en formación, y eran el orgullo del compañero que se esmeraba en explicarnos cómo habían diseñado y construido la matriz. Sonriendo dijo: -¿Qué les parece? -Bien, compañero, muy bien, vamos a armarlos. Traiga el explosivo, iniciadores, mecha. Todo lo que tengan. Rápido, hombre, muévase. El jefe del taller parecía haber quedado petrificado en el suelo. Nos miraba... -Compañera, yo... yo sólo soy el encargado de hacer esto. Es mi parte y la cumplí, compañera. Yo sé de las esquirlas porque el encargado de eso en Cintac es amigo mío. Pero yo no sé nada de quién es el encargado de eso que usted me pide. La compartimentación, compañera... Retrocedía, parecía asustado mirando esos marcianitos de color - verdes, celestes, amarillos, mostaza y naranjas- como los refrigeradores. Repetía sin cesar: 'To cumplí. Yo hice mi parte. Todos en Mademsa cumplimos". Una gruesa lágrima afloró en sus cansados e incrédulos ojos. Parecía estar de repente bajo todo el peso del mundo. Envejecido, agobiado, se volvió y repitió: -¡Compañera!, usted sabe que yo cumplí... Había comprendido antes que yo que su esfuerzo y el de los demás no serviría de nada, y lloraba ya sin ninguna represión. Sentí una inmensa pena. -Compañero, yo sé, y todos los que estamos aquí sabemos que cumplió, y muy bien. No se preocupe. Reúna a su gente y vaya a su casa. ¿Es casado? ¿Tiene hijos? Vaya pronto. Deben estar preocupados. Vaya tranquilo. Le miré mientras se alejaba. Era la estampa misma de la derrota. Parece mentira, parece un chiste. Pero así fue. Nos reunimos los seis, cada uno informó lo suyo, la situación era similar. Despachamos al resto del personal, asegurándoles que asumiríamos la responsabilidad de que se fueran a sus casas. Muy corto les hablamos de la
reconstrucción de los partidos de izquierda en el futuro; de la conveniencia de que se dieran puntos de contacto a uno o dos meses. Algunos comenzaron a marcharse. Luego de una breve conversación, nos dejamos en libertad de acción. "Ignacio", "Felipe" y "Bernardo", pensando en sus compañeras e hijos, decidieron ir a sus casas. Se llevaron dos de los autos, y en el tercero nos fuimos "David", "el Gato" y yo. Intentamos llegar a la Moneda. Nadie nos interceptó en el camino, pese a que nos topamos con varios grupos de efectivos militares. Al llegar al centro, todo había terminado. Miramos de lejos la Moneda humeante. No sabíamos aún que el presidente había muerto. Frente al acceso principal se veía incendiado el auto blanco del compañero Bruno. De esas horas, de esos días, sólo recuerdo que mi mente parecía haber quedado en blanco. Dejamos el vehículo en un sitio eriazo. Antes de bajarnos, limpiamos las huellas digitales. Dejamos ahí las AK, luego de haber recorrido varias casas de militantes que tenían garaje. Nadie quiso guardar el vehículo, y menos las armas largas. El siguiente recuerdo es estar en casa, sentada, mirando la televisión, con mi hijo en brazos. Para mí esas horas no existen. Sólo estaba ahí sentada mirando. No he podido descifrar ese tiempo. Tal vez sentí algo. Quizás pensé. No sé. Sé que no puedo haber visto en la televisión las imágenes de la Moneda, Cañaveral o Tomás Moro destruidos por los bombardeos y sucesivos allanamientos posteriores sin sentir nada. Compartimos tantas cosas; penas, anhelos, estudios, comidas, guardias. Los quería, me querían. Eran mis compañeros. Tal vez esos sentires están impresos en algún lugar de mí. No sé. Algo averigüé muchos años después, cuando asistí a las concentraciones de celebración de la victoria de la Concertación. En medio de la multitud, sentí alegría. Los recordé uno a uno. Algunos nombres, de otros sólo un rostro, un hecho o un detalle. Hoy sé que muchos murieron. En el tiempo he ido descubriendo con alegría que hay algunos vivos -no sólo en mis recuerdos y en el de sus familias- y son parte de la Concertación.
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LA CLANDESTINIDAD Intensidad versus tiempo, parece ser la variable que prima durante la clandestinidad. Al menos así lo viví yo. Todo cambió de ritmo. La conciencia racional del riesgo que se corre, la información que transforma la historia en estadísticas que dicen que el período de sobrevida promedio en clandestinidad es de seis meses, contribuyen a alterar la vida. ¿Has visto un pez fuera del agua?, me dijo Sergio Muñoz, alias "Cochín". Con sus labios que compulsivamente se abren y cierran tratando de encontrar en un medio que no es el suyo una bocanada de agua con el oxígeno que precisa para vivir... Así, día a día fui aprendiendo a vivir más allá del que había sido mi entorno. Fuimos valorando todo aquello que nos rodeaba, frente a la posibilidad de perderlo. La vida, el sol, la sonrisa de un niño, los sueños. En medio del paisaje urbano de ese verano que parecía arder en el concreto de la ciudad, descubrí en un balcón una maceta de cardenales que se esforzaba en lanzar sonrisas blancas, sonrisas rojas, destellos verdes, a aquellos que aún mirábamos hacía lo alto de los edificios, tratando de adivinar un cielo que para nosotros se había derrumbado. Las calles son ahora seguras o inseguras. Mejores aquellas cuyas cuadras al ser más cortas permiten llegar rápido a la esquina. Doblar, y apurarse. Contrachequearse. Al nombre de la calle se asocia entonces el tiempo que uno tarda en recorrerla. Pasan a ser cuadras de tres o cuatro minutos a paso normal. Mejor si hay portales con salida a otras calles; excelentes con sus enormes vidrieras; los locales comerciales o restaurantes y cafés con más de un acceso. Recordar la dirección del tráfico vehicular, caminar en sentido contrario para evitar seguimientos en auto. Tener siempre a mano monedas para el teléfono. Conocer el sector. Disponer de sitios seguros, y tanto más. Igual ocurre con las personas. Ya no son quienes llevan igual o distinto rumbo, 42
puede ser un "tira" o de la DINA. Pueden ser militantes de otra estructura o de otro partido por hacer un contacto, y así se duplica el riesgo. Hay que estar atentos, no sólo mirar, sino observar y grabar todo en la mente. No mirar a los ojos, ya que es más difícil reconocer un rostro si no se ha visto su expresión. Observar las actitudes de la gente normal y asumirla. Aprender y rápido, técnicas de memorización, asociación. No confundir contraseñas, señales de reconocimientos, de peligro, lugares y horas de contacto... No escribir nada, preferible memorizar. Caminar con naturalidad, acudir a la experiencia de otras organizaciones -como los Tupamaros, Errepos (ERP argentino), Montoneros u otros- y los manuales. Puede ser la diferencia entre la prisión y la libertad. La vida o la muerte. Una de las cosas que al principio actuaba a nuestro favor era la inexperiencia de los servicios represivos, que sumado al afán del gobierno de sembrar el terror en la población y predisponerla en contra del movimiento opositor, les hacía publicar in extenso todo documento que caía en allanamientos. Así contábamos con manuales, informes y otros documentos sobre todo del MIR en El Mercurio y otros diarios. La exigencia cotidiana era seguir vivos y con una actitud de normalidad. Alejarse de la familia para no comprometerla. Sin hogar, sin trabajo, la mayoría aprendimos por la fuerza de los hechos lo hostil que puede ser el mundo de los marginados. Sin duda lo éramos. Las opciones eran asimilarnos a una forma de vida que a juicio de la mayoría de nuestras familias era "segura" y "razonable", o seguir militando dentro o fuera del país. El Partido Socialista en todo tiempo veló por la seguridad de sus militantes. Sólo que algunos de nosotros nos negamos esa posibilidad.
LA OPCIÓN PERSONAL Me demoré varios días en tomar una decisión. El cerro San Cristóbal fue mudo testigo de mis dudas, penas, aspiraciones, renuncias, y por fin, de la decisión. Por un lado la tranquilidad de mis padres, criar a mi hijo de cinco años, y del otro, el recuerdo de los compañeros muertos o detenidos. Los militantes que esperan respuestas, instrucciones, dirección. El partido desarticulado, los cadáveres que aparecían en los puentes y las riberas del río Mapocho; el terror, la represión creciente. Las aspiraciones truncas, los ideales barridos. La misión grabada a fuego en la mente y que dolía: las palabras del Presidente 43
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Salvador Allende antes de morir, las de Carlos Alamos el mismo 11 de septiembre faltando minutos para las ocho de la mañana: "Hay que reconstruir el partido, compañera..." La conciencia de que lo que estaba ocurriendo en mi patria era aberrante. Todo se agitaba en mi alma como en un océano. El miedo se realimentaba cada día al ir recibiendo más información del nuevo organismo represivo. No era Investigaciones o la Academia de Guerra Aérea -AGA-. Era la Dirección de Inteligencia Nacional -DINA-. Susurrábamos ese nombre; sin saber mucho aún, temblábamos. Sentía impregnado en las visceras el ulular de las sirenas, el ruido de los helicópteros sobre las casas. Al escucharlo, apagaba la luz y atisbaba tratando de adivinar qué era lo que estaba ocurriendo, dónde estaba ese puño de acero cuya imagen difundían a través de los canales de televisión y que parecía alzarse amenazante para caer sobre nosotros.
acercamos a él para solicitarle información o simplemente al quedar desconectados le planteábamos el deseo de continuar militando. En esa conversación Toño me dijo que él también estaba desconectado de la dirección del partido. Agregó que lo deseable era ir viendo la situación en que se encontraba cada uno. Que el ideal era que los que pudieran conservar sus trabajos sin correr riesgos, lo hicieran. Que intentaríamos mantenernos conectados a la espera de ser retomados por la Dirección del Partido. Pasaron los días, y al alero de Toño se fue creando una nueva forma de estructura partidaria. La lógica indicaba que era preferible agruparnos en pequeñas bases de militantes, troikas compartimentadas entre sí. Muy pronto se vio que era preciso disponer de una mínima infraestructura y se comenzó a transmitir a los compañeros cuáles eran las necesidades para ver si entre todos y a través de los contactos de cada uno, podíamos centralizar algunos recursos para redistribuirlos de acuerdo a las necesidades del partido. Se precisaba papel, roneos, casas de seguridad o lugares de reunión, etc., ya que la mayoría no contábamos con recursos. Toño y yo no disponíamos de ingresos propios. Terminábamos el día cansados y hambrientos. Por ello, muy pronto transgredimos la primera y esencial norma de seguridad: comenzamos a juntarnos en su casa. Conocí a su madre y a sus hermanos. Su mamá nos acogía con cariño y mientras Toño vivió con su familia, casi a diario almorzamos con ellos. El contacto cotidiano hizo surgir una linda amistad entre nosotros. Llegué a quererlo como a un hermano. Le conté de Alejandro, y un día me dijo que le escribiera una nota. Aparentemente había encontrado una posibilidad de hacer llegar la carta a Cuba a través de alguna embajada.
Algo que jamás pude asimilar fue perder un compañero. Esperarlo en vano en un punto (un lugar de encuentro preestablecido). Sólo un par de minutos, tres era demasiado. No llegó. ¿Cayó? Primero uno se niega a aceptar. Se espera otro minuto. Luego las preguntas ¿qué sabe? ¿cuánto resistirá? y a esperar la reconexión. Puede que se haya atrasado, que esté enfermo, o cualquier otra cosa. Algunos llegaron con la DINA en pleno. Pero había que ir. El compañero podía haberse descolgado por seguridad y no podíamos dejarlo botado. Nuestra vida tenía sentido sólo si permanecíamos unidos. Eran instantes de mucha intensidad, difíciles de describir aún hoy, a tantos años de distancia. La angustia de caminar con naturalidad mientras todo el ser llora. Desgarros diarios, el rostro modelándose y adoptando una nueva faz, imperturbable, sin expresión, muda y seca la boca, la mirada serena y el alma rota, el corazón de prisa, el sudor bajando por la piel. No renuncié. Cómo decirle a mi hijo cuando fuera grande: "Tuve miedo y acepté lo inaceptable". Cómo decirle: "Quería otro mundo para ti, pero no hice nada por construirlo". ¿Cómo mirar a mis compañeros y decirles: "Me voy"? ¿Cómo mirarme sin asco? Decidí entonces vivir como pez fuera del agua sin saber que en el tiempo aprendería duramente que no fui capaz. Días después del Golpe, nos conectamos con Toño. Hasta el Golpe, él había sido funcionario del partido, entre otros manejaba las comunicaciones en el local del Comité Central, por eso muchos militantes sabían cómo ubicarlo. Cuando terminó el toque de queda, nos 44
CONTACTO EN AVENIDA ITALIA Toño fue reconectado por la Dirección del Partido, nunca me dijo cómo. Cuando me contó que teníamos un punto con Gustavo Ruz Zañartu, miembro del Comité Central, lloré de alegría. Esa misma tarde, Gustavo nos recogió en Avenida Irarrázaval con Avenida Italia. Llegó en su MG azul. Era un riesgo. Le entregamos a Gustavo la totalidad de la información de que 45
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disponíamos a esa fecha. En su auto le di un informe verbal de la situación del GEA el día del Golpe y de cada uno de los pasos que dimos ese día y hasta la fecha del encuentro. También le hablé de la infraestructura que habíamos podido rescatar. Respecto de los militantes, le indiqué que había perdido el contacto con los demás, que aún tenía unos puntos pendientes. Gustavo nos comunicó que su intención era permanecer en el país y que en ausencia de otros dirigentes, él asumía la Dirección del Partido en Chile. Pensé que Gustavo decía eso para evitar entregar más información de la dirección. Enumeró las que él creía eran las tareas inmediatas y cómo pensaba que había que ir desarrollándolas y que en resumen, partían por el intento de reconectar a los militantes, readecuar las estructuras del partido a la clandestinidad, asilar y apoyar a los compañeros en problemas, crear sistemas de financiamiento; reconectar el partido en provincias, contactarse con partidos y organizaciones afines... Al escuchar hablar a Gustavo, sentí tristeza. No es que esperara encontrar una organización funcionando espontáneamente y adecuada ya a la nueva situación, pero todo era demasiado precario. Cuando Gustavo se enteró que hasta el 11 de septiembre yo había pertenecido a una estructura compartimentada dependiente de Organización del partido, me preguntó si estaba en condiciones de proporcionarle seguridad e infraestructura. Le expliqué que no era mucho de lo que disponíamos, pero que si era necesario podía ofrecerle por unos días mi casa, con la limitante de que estaba junto a la de mis padres y que si se decidía a ocuparla, había que hacerlo de manera que mi familia no se diera cuenta. Le dije que al estar yo en la casa del lado, podía ocuparme de cuidar que su presencia pasara inadvertida. Que tal vez podría estar ahí dos o tres días, hasta conseguir un lugar más seguro. Aceptó. Me planteó que momentáneamente siguiera trabajando con Toño, y que deberíamos ocuparnos además de conseguir infraestructura para él. Comencé a contactar a aquellos conocidos que sin ser militantes estaban en contra del régimen. Ellos y sus casas u oficinas no estaban "quemados". íbamos aprendiendo sobre la marcha a abstraer los costos y a suplir con cariño las muchas limitaciones personales. Trabajando en equipo, respetando las particularidades de cada uno, desplegando una energía que yo creo que era "pura adrenalina". Creo que era bastante compartido un sentimiento de responsa46
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bilidad respecto de las falencias que como militantes o como partidos desarrollamos durante los mil días de la UP. Creíamos conocer los riesgos de la clandestinidad. Sólo puedo decir que no tuve nunca una idea exacta de lo que tendríamos que enfrentar en un futuro muy cercano; no estaba preparada para lo que vendría, nadie lo estaba.
LABORES PARTIDARIAS Continué trabajando con Toño. Muy pronto supimos que Gustavo había logrado conectarse con Exequiel Ponce, Víctor Zerega y Ricardo Lagos. El partido iba tomando forma. Día a día se sumaban más compañeros y algunos dirigentes. También surgieron contactos con sectores del Mapu. Conseguimos alguna infraestructura y a Gustavo le sugerí un cambio de apariencia. Aceptó. Le hice una ondulación en el cabello y le proporcionamos ropa distinta de la que había usado siempre. Con el pelo crespo, de jeans, casaca corta y zapatillas parecía un estudiante. Unos días después, muy contento, me contó que se dio el lujo de hacer personalmente un punto. Que estuvo varios minutos parado al lado de Víctor Zerega sin que éste le reconociera y eso que ellos no sólo eran miembros de la Dirección del Partido, se conocían desde hacía bastante tiempo... Víctor cayó detenido pocos días después y fue asesinado. En algunas oportunidades, manejé el auto de Gustavo para trasladarlo de un lugar a otro. Otras veces se reunía en él con otros dirigentes. Poco a poco los contactos de Gustavo aumentaron. También sus recursos. Por tanto, pasada la emergencia, volví a mis tareas junto a Toño. Gustavo me anunció que pronto me conectaría para que comenzara a desarrollar un trabajo en el Frente de Pobladores en alguno de los sectores de Quinta Normal. Yo había tenido suerte. Cuando aún vivía con mis padres llegaron funcionarios de Carabineros a la casa diciendo que vecinos habían denunciado que antes del Golpe había llevado varias cajas a la casa. Allanaron, pero afortunadamente, como mi hermano se había casado en agosto y estaban guardados los regalos que recibió, todavía embalados, pude justificar de esa manera la denuncia. Tenía la casa relativamente "limpia" y el allanamiento no fue a fondo. En esa oportunidad no encontraron las armas ni la documentación que yo mantenía escondida. 47
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Mis padres temieron que en otra oportunidad la situación fuera más delicada y me dijeron que debía tomar una decisión. Podía quedarme a vivir ahí sólo si dejaba la actividad en el partido. Mi padre fue muy claro. Tomó el teléfono y comenzó a marcar el número de Investigaciones. Rápidamente tomé mi bolso, me despedí de mi hijo y partí. Toño me ayudó, dormí esa noche en su casa y al día siguiente busqué una pieza. En un bolso deportivo estaba todo cuanto poseía. Toño había recibido algún dinero para apoyar las comunicaciones, movilización y arriendo de piezas en pensiones para los compañeros que no tenían dónde vivir. Con Toño seguimos buscando infraestructura, reconectando militantes, guardando armas que otros por temor iban desechando. La pieza no era un buen lugar, ya que con frecuencia allanaban las pensiones y hogares universitarios del sector. Sin embargo, confiaba en que sólo era conocida como persona de izquierda en el barrio de mis padres, y aparentemente a esa fecha la represión no era tan selectiva. Como enlace usaba un nombre falso, pero vivía con mi identidad real. En una oportunidad, dejé a Gustavo en el lugar donde estaba viviendo y me llevé su auto. Debía pasar a buscarlo al día siguiente. Era un sábado en la tarde, y como no tenía nada que hacer en las próximas horas, decidí ir a ver a mi hijo. Cuando iba cerca del estadio Santa Laura me detuvo un carabinero. Me pidió el padrón del vehículo y la licencia de conducir. Le pasé los documentos, me preguntó quién era Gustavo Ruz Zañartu: el padrón estaba a su nombre. Le dije que era mi marido y que acababa de dejarlo en el estadio y que iba a buscar a nuestro hijo para llevarlo a un cumpleaños. Miró el auto, y al encontrar en el asiento trasero un tejido que yo había colocado ahí ex profeso, me dijo sonriendo: "Que le vaya bien, señora".
como enlace. Estuvo de acuerdo. Seguiría con Toño hasta que él me avisara de mi próximo quehacer. Contenta, le señalé que intentaría asumir otra identidad. Bajé el ritmo de trabajo, limitándome a acompañar a Toño, quien también dejó de circular por las calles en la medida que los enlaces iban asumiendo estas tareas. Como yo vivía en Avenida España y Toño en Ricardo Cumming, en la necesidad de retirarnos del centro, donde éramos ya bastante conocidos, fuimos desplazando nuestros puntos de Alameda al sur. Me sentía atada, reducida. Algo en mí se rebelaba a aceptar la situación que estábamos viviendo. Sin embargo, día a día comprobaba que las puertas se iban cerrando. Aquellos que tan sólo suponían que uno podía continuar activa en algún partido político de izquierda, pasaban agachando la cabeza, ocultando la mirada. Comencé a sentir que tenían razón. Mi presencia era peligrosa para aquellos que conocía, pero sobre todo para mi familia. Era duro no llamar por teléfono, no ir a casa con regularidad, pero estaba en juego la seguridad de mi hijo y de los míos. A menudo, sentada en el banco de alguna plaza, descansando luego de un punto, o haciendo hora para ir a otro, miraba a todas esas personas que parecían tener un espacio en la vida. Un algo que hacer sin ocultarse. Toño era mi única compañía. Miraba las palomas, los gorriones. Como ellos hubiera querido sentirme libre. Sabía que de alguna manera, internamente, lo era. Había optado. Nadie me pidió que me quedara, sin embargo poco a poco se iban reduciendo los espacios. A menudo pensé que incluso se me olvidaría hablar, tenía tantas ganas de llorar, pero en esos días no me lo permitía. Demasiados problemas había como para andar por ahí quejándose...
RICARDO RUZ ZAÑARTU
Era evidente que estábamos corriendo riesgos. Unos días después, Gustavo me ofreció que me asilara, diciéndome que sabía de buena fuente que Investigaciones me tenía fichada por mi paso por el GAP. Eso me hacía vulnerable y vulneraba al partido. Años después, como funcionaría de la DINA, pude ver la información que poseía Investigaciones sobre mí. Y supe que Gustavo había tenido razón al preocuparse de mi seguridad. Conversé con Gustavo, le pedí que me permitiera asumir otra tarea. Le dije que podía hacer otras cosas y no andar tanto en la calle
Una vez efectuado un punto, caminaba por la calle Toesca y Dieciocho, cuando me encontré con Ricardo. Lo había conocido haciendo un enlace entre él y mi jefe. Gustavo y Ricardo eran hermanos. Ese día, Ricardo me abordó y nos dimos cuenta que habíamos elegido horas y lugares cercanos para nuestros contactos. Fuimos a un café, conversamos, y fue la primera.de una serie de transgresiones a la norma partidaria, ya que él era un miembro del Comité Central del MIR. Se suponía que no debíamos mantener más
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que los contactos que el partido requería. Aun así comenzamos a vernos. Era muy agradable reunirme con él. Creo que si el momento no hubiera sido el que se vivía, Ricardo no habría pasado de ser un excelente amigo. Sin embargo, aunque el tiempo fue poco, se estableció una relación bonita. Había miles de cosas en él que por sobre todo me divertían. Lo que más me llamó la atención fue su permanente preocupación de si yo había comido o dormido bien. Yo lo miraba asombrada, encontraba simpático que alguien se ocupara de esas cosas en esos momentos. Fue lindo ir conociéndolo de a poco. Parecía disfrutar de la vida. Qué distinta era su forma de vivir de la mía, pensé muchas veces. Recuerdo que en un restaurant, algunos de los muchos que frecuentábamos por Avenida Matta, mientras le escuchaba narrar anécdotas en las que derrochaba gracia, me hizo evocar a Alejandro. Con él había reído una vez así. Ricardo se dio cuenta de que algo había nublado mi alegría y con delicadeza cambió de tema: me preguntó por su hermano, alegrándose de que estuviera bien. La verdad es que pronto me di cuenta que el juntarnos, igual como había ocurrido con Alejandro, se estaba transformando en algo importante. Ricardo me encantaba, culto, inteligente, delicado, buen conversador y ¡le gustaba el ajedrez! Un día me preguntó: -¿Tú sabes mi nombre? -Sí. ¿Cómo debo decirte? -Yo creo es mejor que me digas Alexis. ¿Y yo a ti? -Gloria. En uno de nuestros encuentros me comentó algo acerca del cambio de apariencia de Gustavo, su hermano, y me preguntó si haría lo mismo con algunos compañeros del MIR. Acepté y así conocí al "Taño" -Hugo Ramón Martínez González-, al "Tacho" -Luis Fuentes Riquelme-, a Lumi Videla Moya y al "Chico" Pérez -Sergio Pérez Molina-. A los dos primeros seguí viéndolos. Sobre todo al "Tacho", con quien nos hicimos muy amigos en la época en que Ricardo y yo iniciamos una relación afectiva, que duró algo más de un par de meses. Fue interrumpida cuando fui detenida en marzo de 1974. Ricardo y yo decidimos vivir juntos. Arrendamos una pieza en una vieja casona de la calle Dieciocho. El asumió la identidad de mi ex marido. Fue en esa ocasión que me presentó al "Momio" Castillo y le pidió que me confeccionara una cédula de identidad falsa. El "Momio" escogió para mí el nombre: Isabel del Carmen Romero
Contreras. Con esa cédula caí detenida en marzo 74. Y con esa identidad, la de mi ex marido -según prensa de la época-, murió Ricardo Ruz Zañartu en un enfrentamiento con carabineros el 27 de noviembre de 1979... Hasta el día que decidí vivir con Ricardo, tenía la esperanza de recibir un recado de Alejandro. Me dolía no saber nada de él. Asumí que su opción había sido otra y guardé esos 13 días como un recuerdo precioso. Pero no pude evitar contar cada uno de los días que me iban separando de él. Cuando decidí quedarme en Chile, renuncié a asilarme y a buscarlo. Estaba segura de que para él, lo prioritario sería su militancia, esperaba que así fuera, y que si volvía a Chile, lo haría compartimentado y con alguna tarea del partido. Al final pensé "si se queda en Cuba, tiene la opción de vivir a salvo, de encontrar una compañera". Traté de convencerme de que lo mejor para él era no encontrarnos más... No supe entonces cuánta razón tenía. Ricardo significó para mí la alegría de vivir, un bello paréntesis, un poco más largo que los días junto a Alejandro, donde todo quedó como inconcluso y por vivir. Con Ricardo fue distinto, tan fluido y libre, parecía como si cada instante fuese suficiente. Quizás la ninguna opción de ver un futuro redujo también cualquier otra necesidad. Nunca me molestó que fuese casado, nunca sentí que hacía daño, ni celos. Me bastaba saber que el tiempo juntos era nuestro y hermoso. Una sola vez me quedé pensando, pero sólo por unos instantes. Ricardo se había marchado y "Tacho" me invitó a tomar un café. En el transcurso de la conversación me dijo: "Ricardo tiene mucha suerte. Con su esposa tiene a la mujer y a los hijos. Contigo, al ideal de la compañera y militante". Le pregunté: "Tacho, y—¿yo no soy mujer?" Me dio cientos de explicaciones. No me convenció, pero en esos días para mí era todo un halago ser considerada por sobre todo una militante. Con Ricardo comenzamos a ir por las mañanas a la piscina, con el "Taño" y el "Tacho". Les enseñé a nadar a los tres. Elegimos la piscina Monserrat, junto al cerro San Cristóbal. Un par de tardes en la semana íbamos a la Federación de Ajedrez, a jugar. Mi vida cambió radicalmente. Ricardo se daba el tiempo para leer en voz alta, mientras yo cocinaba o viceversa (porque él lo hacía mejor que yo) y explicarme los análisis de situación política, y manuales de instrucción del MIR. Con los años he llegado a la conclusión que los compañeros del MIR de esa época, eran todos grandes cocineros. Paradojalmente, con excepciones, claro, las mujeres que tuvimos un pasado militante somos
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pésimas cocineras o dueñas de casa. No hace mucho, un amigo me dijo: -Y esto es algo que no saben los militares... -Claro -le respondí-. Nos tomamos bien en serio eso de que no hay roles preestablecidos, y como ustedes cocinan de maravilla, les damos la oportunidad de ejercer su feminismo. ...Cuando Ricardo se ausentaba, él le pedía al "Tacho" que me acompañara. Compartimos muchas horas. Ricardo y sus amistades son especiales para mí. El, Lumi, y el "Taño" fueron asesinados por la dictadura, el "Chico" Pérez y "Tacho" están desaparecidos. Pero en mi corazón viven como en esos días, y siento que no podré estar tranquila hasta que las circunstancias que rodearon la muerte de cada uno de ellos se conozcan.
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EN EL CUARTEL YUCATÁN Corrían los primeros días del mes de marzo de 1974. Con Ricardo seguíamos viviendo en calle Dieciocho, Ricardo usaba el nombre de mi ex marido. Pensamos que era una buena fachada para él. Yo seguía conectada con Toño, y un día Gustavo Ruz no llegó a los puntos convenidos ni envió enlaces. Toño y yo comenzamos a preocuparnos. El día 17 de marzo en la mañana fui a ver a Toño. Llamamos por teléfono a un compañero del partido en cuya casa Gustavo había estado viviendo. El nos dio un punto para las cuatro de la tarde en una fuente de soda -"La Ruca"-, en calle Nueva de Matte casi al llegar a Independencia. Al poco rato de llegar, supe que seríamos detenidos. A través de los vidrios de la puerta vi que se acercaba nuestro compañero, entre dos hombres, y sólo alcancé a decirle a Toño: "¡Sonamos!, recuerda que ando con chapa y me llamo Isabel del Carmen Romero Contreras". Toño alcanzó a repetir ese nombre. Todo fue muy rápido, uno de los agentes de la DINA se acercó a nosotros y amenazándonos con un revólver prácticamente nos lanzó contra la pared gritándonos que pusiéramos las palmas de las manos en alto contra el muro y las piernas abiertas bien atrás. Volteé un poco la cabeza y pude ver que uno de los agentes trajinaba mi bolso mientras que el otro hacía un llamado telefónico. Me alegré de no portar armas. Pocos minutos más tarde llegó un furgón de Carabineros de la Quinta Comisaría, lugar al que fuimos conducidos. En el furgón nos amarraron las manos y nos colocaron una venda. Entonces me di cuenta de que no podría cumplir la promesa que le había hecho esa mañana a mi hijo, la de llegar temprano para forrar su cuaderno y bordar su nombre en la cotona. El día siguiente era su primer día de colegio. 53
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Ya en la comisaría entregué los datos de la cédula de identidad que me hizo el "Momio". Tenía claro que pronto sabrían que era falsa. Pero decidí que no les diría mi nombre así como así. Varias veces fueron a interrogarme sobre Toño o a insultarme. Decidí seguir con la versión que alguna vez habíamos conversado. Sentí frío. Me pareció, por el hedor, que estábamos en los calabozos de la comisaría. Traté de pensar en lo que diría. Como era domingo supuse que al día siguiente, verificarían mi domicilio y ahí sabrían que yo no era Isabel. Tendría tiempo hasta entonces, y seguí tratando de imaginar qué es lo que diría Toño. Me había cortado el pelo, pero ese día andaba con peluca. En ese momento me ayudaba a que no me reconocieran los carabineros, ya que la comisaría estaba muy cerca de la casa familiar. Pensé en mi hijo, que estaba a pocas cuadras, ajeno a lo que me ocurría. Recordé las armas que tenía en el closet de mi pieza, y supe que tendría que aguantar mínimo tres días antes de dar mi nombre, para que mi hermano se diera cuenta de que estaba detenida y sacara todo. No podía correr el riesgo de que encontraran esas cosas en la casa de mis padres. Ensimismada en mis pensamientos, recordé una a una las instrucciones de los distintos manuales que recopilaban la experiencia de partidos con años de vida clandestina. No pude evitar pensar cuánta sangre, lágrimas y dolor, cuánta vida deshecha había tras las hojas de cada uno de esos instructivos. Me repetía sin cesar, debo estar tranquila. De pronto escuché voces y gritos de alguien que iba acercándose. -¡Párate, conch' e tu madre! Me tiraron tan fuerte de la manga de la blusa, que se rasgó. -¿No te dije que te pararas? Comunista de mierda... -dijo el hombre pegándome en el hombro. Sentí dolor y pensé: "Esto va en serio, voy a gritar mucho"... y comencé a gritar. Sabía que tenía la blusa rota y tenía atadas las manos a la espalda, sentí un puñete en el estómago y algo mío que salía, ese fue un grito de verdad, más bien aire saliendo violentamente. Alguien me dio una patada por atrás, ahora eran dos, no había escuchado entrar al segundo hombre, pero no dolió, supuse que usaba algún tipo de mocasín, lo que me hizo pensar que eran civiles, había escuchado que me llevarían a otra parte y sentí un temblor... ¿Sería la DINA? Sentí pánico. Y comencé a decirme: tengo que borrar de mi mente a Ricardo. Recordé que esa noche íbamos a cenar comida china con mis padres. Me quedé quieta, me dolían las muñecas y un codo sobre el cual caí sin poder evitarlo por 54
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las manos amarradas. También me había golpeado la frente. Traté de simular un desmayo, aun en esas condiciones sentí deseos de sonreír, mi peluca seguía puesta y firme. Recuerdo que me gritaron que avanzara. Me negué. No sé por qué, pero se me ocurrió que me meterían en algo lleno de agua y que moriría asfixiada. Sabía que no sacaba nada con resistirme, pero no podía evitar desobedecer, aunque me golpearan. Momentos después se inició el viaje que duraría tantos años... Sentí que la camioneta ingresaba a un recinto cerrado. Escuché un ruido. Quedé sorprendida: era el mismo chirrido que hacía el portón de Londres 38 de la Octava Comuna del PS. Efectivamente, en ese local que había sido del Partido Socialista, funcionó el cuartel llamado Yucatán de la DINA. En la actualidad tiene el número 40 y es la sede del Instituto O'Higginiano. Cuando nos bajaron, con los tirones y los golpes se me corrió la venda. Algunas lágrimas mojaron la cinta adhesiva y cuando pude percibir por abajo las baldosas blanquinegras, estuve segura. Era Londres 38. Nos empujaron y escuché varias voces de hombres jóvenes y uno de ellos decía: -¡Sargento! ¡Llegaron dos más! Sentí un leve roce en mi brazo izquierdo y supe que Toño estaba de pie a mi lado. Ese gesto me sonó a un "estoy aquí" -¡Revisa al huevón! -¿Cómo te "llamai"? -Samuel... -¡Completo, imbécil! ¡Nombres y apellidos! -Samuel Antonio Houston Dreckmann. -Deletrea los apellidos... Escuché que Toño suavemente y con su voz algo enronquecida, esa voz de la garganta seca, comenzó a decir... "H...O...U..S.... -Domicilio... Mientras Toño daba sus datos traté de recordar los de mi carné... Recordé que el "Momio" me había dicho: -Uno, dos, te saltas dos, cinco y seis. Eso era mi domicilio, Carmen Ns1256. Pensé en Ricardo. -¿Está limpio el Samuelito? -preguntaba alguien... -Sí, jefe, sólo las llaves, unas monedas y.... -Ahora la mujer. Ya, huevona, empelótate... Quedé muda, desconcertada y escuché que otro decía: -¿No escuchaste? Empieza a sacarte la ropa... ó te la saco a tirones... 55
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Sólo atiné a decir, "estoy amarrada..." Me soltaron las manos. -¿Te "vai" a empelotar, o no? Mira que no me gustan las huevonas choras. Mejor, así te la saco yo -dijo otro guardia. Me sacaron la blusa de un tirón, mientras otro me tironeaba de los pantalones. Traté de evitarlo, pero pronto estuve desnuda y escuché que alguien decía: - -Revísala, ¡estas huevonas se esconden las cosas en la chucha! Me tenían bien sujeta y un individuo trataba de abrirme las piernas. Pude morder la mano que me aprisionaba por el cuello, recibí un golpe en la cara, caí al suelo mientras alguien metía sus dedos en mi vagina. Comencé a gritar. Luego me soltaron; dijeron que ya se encargarían de mí, que tenían toda la noche para eso. Di los datos falsos y me llevaron a una silla que colocaron en el pequeño subterráneo. Traté de acomodarme los pantalones y de cruzar la blusa amarrando los extremos en la cintura, para cubrirme antes de que me amarraran nuevamente, esta vez a la silla. Acababa de sentir las once campanadas en la iglesia de San Francisco cuando alguien dijo despacito: "Párate, yo te llevo, el jefe quiere hablar contigo". Me dejé llevar, con la inseguridad de quien nunca ha caminado sin ver; el individuo me fue indicando todo, los escalones, dónde doblar, etc. Una vez en la pieza me di cuenta que había más gente. Sin decir nada me tiraron sobre una colchoneta y me violaron. Varios hombres: al principio intenté resistirme, traté de impedir que me sacaran la ropa, pegué a ciegas patadas. Luego en el suelo, y con el peso de esos individuos sobre mí, su aliento fétido, me dolía adentro como si me hubiesen roto, dolor en todo el cuerpo, estoy llorando, ya no tengo fuerzas, sólo percibo que soy "algo" tirado ahí que está "siendo" usado. Que si resisto es como un estímulo, que si me quedo quieta, si vago mentalmente por otros lugares parece ser menor para ellos el incentivo, soy una muñeca desarticulada, dos hombres sujetan mis piernas mientras me tocan, tengo la boca enmudecida por un mugroso trapo que se empeña en irse por mi garganta provocándome náuseas, primero una, luego otra y otra... Soy una sola y gran náusea que crece, me abarca toda y vomito, no puedo expulsar el vómito que se estrella en la mordaza y vuelve hacia dentro, me ahoga, otro vómito, no puedo respirar, algo caliente me inunda y me asfixio. Comienzo a aprender a morir, siguen sobre mí, siento que mi cuerpo se sacude espasmódicamente y que alguien dice: -Jefe, algo le pasa-. Yo ya no recuerdo más, salvo que antes de perder la conciencia alguien dijo "la huevona vomitó".
Desperté con los pantalones puestos, sin ropa interior. La peluca seguía en mi cabeza... Estaba sin vendas ni amarras. Recordé las horas pasadas y lloré en silencio. Volví a escuchar las familiares campanadas de la iglesia de San Francisco y me sentí extraviada justo en medio del centro de Santiago. Encogí las piernas y las abracé con mis brazos escondiendo la cabeza, quería ocupar el mínimo espacio, me sentí perdida, desamparada como nunca, pensé que era 18 de marzo, estaba amaneciendo quizás, pronto la ciudad se levantaría, mi hijo ya era un niño de madre ausente, iría al colegio sin mí esa mañana y quién sabe cuántas más... Ese pensamiento me hizo reaccionar, estaba viva todavía, sólo unas horas atrás estaba libre y tenía mucho que defender... Soy Isabel, me dije al tiempo que traté de borrar lo ocurrido esa noche, repasando mi historia con un empeño similar a la obsesión... Comencé a escuchar ruidos, alguien entró a buscarme. No sé por qué, pero no miré al muchacho, con la esperanza de que al no verlo no existiría. Me volvió a vendar la vista y me condujo al subterráneo. Sentí que llegaba más gente y traté de determinar si Toño estaba ahí o no, comencé a toser, necesitaba que él hiciera un ruido, algo que me permitiera sentirlo cerca. Escuché instrucciones de ir a allanar algún lugar. Seguro eran los domicilios nuestros. Toño había entregado el de su madre... Volví a sentir frío, de miedo. Oí un grito espantoso, el primero de los muchos que invadirían y para siempre mi mente. Era Toño, ya lo tenían arriba. No alcanzaba a terminar de escuchar ese lamento sordo que todo torturado conoce y que no se olvida nunca, porque nada se le parece, cuando venía el otro. Sentí que me dolía como a mí misma, sentí los vellos de toda mi piel parados, un dolor que me rasgó entera, que paralizó todo pensamiento, que heló todo mi cuerpo. Ahí había unas bestias monstruosas. Sentí que enloquecería, apreté los puños hasta hincar las uñas en la palma de mis manos y al recordar a Ricardo, sentí que surgía una nueva fuerza, logré recomponer mis pensamientos repitiéndome "Ricardo no existe, ninguno de mis amigos del MIR existe, mi jefe no existe, nada existe, sólo estas bestias", mi cuerpo estaba entero contracturado y tiritando. Pronto vinieron a buscarme. Lo supe unos minutos antes, ya que sentí llegar a quienes fueron a allanar mi falso domicilio. Me subieron en vilo, al baño de azulejos verde agua, ahí donde tenían a Toño. Comenzaron a golpearme. Me sacaron de nuevo la ropa y me sentaron en una silla. Escuché cómo le colocaban corriente a Toño en
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el esfínter anal. Sentía a mi amigo retorcerse de dolor en aquella especie de mesa donde nos colocaban: Quien lo ordenó fue el mismo que un rato después dijo: -Se cagó el huevón sucio, que se la coma... Comenzaron a interrogarme y dije lo que habíamos acordado. -Señor, yo hace poco lo conocí en la calle, se llama Toño. Es verdad, me invitó a tomar una bebida, ahí estábamos cuando llegaron y nos detuvieron. Toño insistía que yo no tenía nada que ver, cosa que jamás creyeron porque ya habían averiguado que el domicilio era falso, y supusieron que el nombre y la cédula también lo eran. Sacaron a Toño del lugar y me emparrillaron. Volvieron a Henar mi boca con un trapo y me amarraron diciéndome que cuando quisiera hablar levantara un dedo. Ocurrió muchas veces, no sé cuántas. Dos eran las preguntas: ¿Cuál es tu nombre? y ¿Dónde está Miguel?... Se referían a Miguel Enríquez Espinoza, secretario general del MIR. A pesar del dolor que me hacía retorcerme una y otra vez, pensé que eran bien idiotas en preguntarme por Miguel, ni siquiera nos habían preguntado a qué partido pertenecíamos, luego me dije que tal vez sólo quieren infundirnos terror. Me torturaron una y otra vez, me bajaban y me volvían a subir, me cargaban como a un bulto, varias veces pensé que con algo de suerte me quebraría la columna cuando la corriente curvaba mi cuerpo como un arco. Tenía la esperanza de que las fallas cardíacas que impidieron que continuara con mi carrera deportiva se expresaran y que muriera... No morí, una y otra vez volvía a recuperar el conocimiento. Comencé a asumir que seguía viva y traté de tener conciencia de los días, de las horas, para saber cuándo detener esa tortura y dar mi nombre. Una mañana estuve segura que el tiempo era suficiente, y cuando estaban a punto de entintar mis huellas, levanté uno de mis dedos y dije: "Mi nombre es Luz Arce". Me bajaron y amarraron en la silla, en el pequeño subterráneo. Cuando llegó el equipo que allanó la casa de mis padres, uno de los agentes me puso una manta sobre los hombros. La enviaba mamá, sentí su perfume en ella. Oí que comentaban que no habían encontrado nada en la casa. Unas horas después me trasladaron a Tejas Verdes.
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Hacía rato que podía oler el mar y mi mente se llenó de imágenes. Respiré profundo y pensé: ¿Nos irán a echar al mar? Sentí frío a pesar de la manta, pensé que moriría. Me di cuenta que a pesar de desear la muerte, su cercanía estremece la piel. ¿Moriría ahogada...? ¿De un balazo? La camioneta se detuvo, y alguien nos ayudó a bajar, si es que puede llamarse ayuda a los tirones. Nos alinearon contra una pared. De pie, adolorida, vendada y amarrada, sucia, a mis espaldas sentía un muro de cemento. Serán balas, me dije, imaginando un paredón... Comencé a repasar en la mente la imagen, el rostro de todos los que amaba. Pensé que los recordaría por última vez. Pasaron lista. -53 -¡Presente, jefe! Es Toño, pensé. -54 -Presente-. Esa era yo. La detenida NQ 54 de la DINA. Y así hasta terminar, no recuerdo cuántos más eran. Ni siquiera los vi. Ni en Londres 38, ni durante el camino. Yo no sabía dónde estaba, lo único que registraban mis sentidos era el olor del mar, estaba llena de deseos de muerte. Tuve la sensación de ser algo blanco, me imaginé pálida y desencajada, sucia, muy sucia. Alguien me empujó hacia un lado y dijo: -¡Camina! Me iba acostumbrando a. avanzar sin temor, aunque a menudo los guardias, por divertirse, nos daban instrucciones que nos hacían caer o chocar. Ya me había dado cuenta de que si demostraba temor, era como estimularlos a divertirse más de esa manera. -Sube un pie. 59
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Era un escalón. -¡Abre! Era una puerta de madera. De un empujón llegué al otro extremo del recinto, sentí que alguien se movía tratando de evitar que yo cayera arriba. Varias manos trataban de sostenerme. Corrieron un cerrojo y escuché: -Lista la 54, en la jaula. Una voz de mujer, muy suave, me dijo: "Sácate la venda". Escuché un ruido de agua. No era el mar, parecía un río que humedecía y enfriaba el ambiente. Me saqué la venda. Ocho mujeres parecieron emerger de alguna noche extraña. Despeinadas, delgadas, parecían más demacradas a la luz de un pequeño cabo de vela. -Lamentamos que estés aquí, pero si no hay remedio, bienvenida. -Hola -dije sentándome, al tiempo que reconocía a "Patricia". Mis ojos deben haberse iluminado, porque ella hizo un gesto casi imperceptible, invitándome a guardar silencio. -¿Cómo te llamas? Miré de nuevo, una a una, esas caras. Rostros tristes, caras de pregunta, de silencio... -Mi nombre es Luz. Luz Arce. -¿Cuándo caiste? -El 17. La llama jugaba, entraba aire por las paredes, hacía frío. Me amarré la blusa y me envolví en la manta. Una de las chicas golpeó la puerta. -¡Qué pasa, mierdas! ¡Cállense, que van a despertar hasta a los muertos! -gritó alguien afuera. -La nueva necesita ir a la enfermería. Me acurruqué en el mismo lugar donde caí. Se acercó Patricia. La conocía, era la esposa del "Quila", miembro del Comité Central del MIR. Se acercó y me dijo despacito: -No sé quiénes son las demás personas, así es que no nos conocemos. -No te preocupes. -¿Te sacaron algo? -Mi nombre. -¿Caíste con chapa? -Sí
-Aquí no digas nada. Vivimos sólo lo cotidiano, desconfío de algunas. Trato de retomar ese momento. Puedo incluso verme, pero creo que lo único que quería era dormir. Cerrar los ojos. Dejar de existir. Se abrió la puerta y un grito. -¡Afuera la nueva! No quería responder, no quería pararme, no quería nada. Permanecí ahí, ajena, mirando. Ni pena, ni dolor... Nada. Alguien me ayudó a levantarme. Caminé, el cansancio y la tensión me hacían tiritar. Casi no podía sostenerme. El soldado me llevó a la enfermería, y me recostaron en una camilla. Una enfermera estaba mirándome. Parecía "borracho de otra fiesta", fuera de lugar. Una de esas jovencitas como de película yanqui. Rubia de enormes ojos claros, maquillada y con uniforme verde oliva. Me abrió lo que quedaba de la blusa y me ayudó a bajarme los pantalones. Me sentía sucia como nunca estuve en mi vida. La enfermera mandó a un soldado por agua, la trajeron en unos baldes y comenzó a limpiarme. Me ardía todo el cuerpo, tenía erosiones y quemaduras en la piel, sobre todo en los pechos, el vientre, los genitales y la zona pubiana. Seguía sangrando. Parecía una menstruación fuerte. -¿Le pusieron la corriente? -preguntó la enfermera. No contesté. Pensé que podía ser una trampa. Me colocaron dos inyecciones y me hicieron tragar un par de pastillas. Alguna era un sedante, porque después dormí. Colocó entre mis piernas una enorme mota de algodón y me dijo: "Lave los pantalones. Si los deja colgados con el viento, mañana amanecerán secos". Traté de hablar, quería agradecerle, pero sólo me salió un quejido raro. Me pesaban los párpados. La enfermera sonrió y dijo: "Tranquila, duerma, esta noche no la sacarán, ¡creo!" -¡Tiene la boca y la lengua rota! -dijo otra enfermera y me curaron. Desperté en la cabana. Todas dormían, escuché unos ronquidos. "Patricia" se sentó a mi lado. -¿Estás mejor? -Sí, mucho mejor, ¿estoy sin ropa? -Sí, una de las chicas la lavó. -¿Me pusieron unos calzones? -Sí, te los dio la enfermera, venías sin ropa interior. -Debe haber quedado en Londres 38. -¿Dónde?
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Agazapadas, hablando casi al oído le conté que había reconocido el recinto de detención, pues antes del Golpe había pertenecido a la Octava Comuna del Partido. "Patricia" me habló de su esposo y me dijo que estaba preocupada por sus sábanas. Eran nuevas y quedaron en su casa, remojándose en Bio-luvil, agregó muy seria. Escucharla me produjo una ternura irreproducible, me causó gracia que en esas circunstancias se ocupara de sus sábanas. La sentía tan cercana. A través de las rendijas se colaba el frío y las primeras luces del amanecer. Patricia me dijo "trata de dormir". Me acurruqué más a su lado y traté de dormir. Me imaginé que sería agradable poder ducharme, pero ¿habrá algún tipo de agua que lave recuerdos tan monstruosos? Desperté con los ruidos del cambio de guardia. Un rato después abrieron la puerta. Era Tomasito, un soldado alto, moreno de manos y de mentón cuadrado. De apariencia tosca pero muy dulce. -Ya, chiquillas, aquí están los ocho choqueros y los ocho panes. -Oye, Tomasito, ¡somos nueve! Ella es Luz. Agregó un jarro y un pan. Cuando salió me contaron que después del desayuno regalaba cigarros. Parecía un muchacho simple. -Ay, chiquillas, lo que pasa es que no sé ser duro con las mujeres, nos decía. Sería como pegarle a mi madre. ¡Eso debe ser terrible! y no tengo mamá, sólo a ustedes mis chiquillas lindas, y volvía a reír; me miró la cara y dijo: -¡Ay, qué feo moretón! ¿Quiere aspirinas o prefiere algo para dormir? -No -alcancé a decir, cuando alguien me pellizcó en el brazo. -Sí, Tomasito, tráele todo lo que puedas. No durmió nada. Me explicaron que juntaban las pastillas, antes de los interrogatorios, tomaban varias. Durante el café me fueron contando del régimen de ese campo de prisioneros. Como a las diez de la mañana nos empezaban a llevar al baño que eran unos cajones -pozos negros- muy sucios, malolientes y llenos de gusanos. Pero uno terminaba acostumbrándose a todo. En ese momento había siete cabanas. Dos para mujeres y cinco para hombres. Caminar me hizo sentir mejor. Cuando volvimos me sacaron de la fila. La enfermera me volvió a curar. Me dio más algodón pues seguía sangrando. Le dije que no había podido dormir y me pasó una tira completa de pastillas. Se incrementaría el tesoro de la cabana. Al regresar, me sentí mejor. Sabía que en algún momento vol-
verían a interrogarme. Debía conservar la moral en alto. Si me quedaba esperando, el tiempo no sólo se arrastraría lenta y pesadamente, sino que me atraparía esa angustia del que sabe que se acerca la tortura, que es peor que la tortura misma. Antes de que el soldado cerrara la puerta le pregunté quién estaba a cargo de ese lugar y que le dijera que quería hablar con él. El soldado se marchó diciendo que hablaría con el teniente. Me llamó la atención que ni siquiera preguntara para qué. Tal vez nadie nunca le ha dicho, y él no se ha dado cuenta que puede discriminar, pensé. Sólo está entrenado para llevar y traer cosas y cumplir órdenes. El oficial llegó unos minutos más tarde. Moreno, de pelo negro, tieso, ojos aceitunados. Años más tarde me encontraría con él en el patio del Cuartel General y no me reconocería. Pero yo sí. Su rostro quedó grabado para siempre en mi recuerdo. Tal vez porque fue el primer oficial que en la DINA habló a cara descubierta conmigo. Le pedí que nos permitiera limpiar la cabana y que queríamos hacer gimnasia por las mañanas, como los varones. Al final de la conversación pedimos misa de campaña los domingos. El oficial autorizó el aseo y la gimnasia. Sobre la misa, dijo que nos fuéramos a la cresta. Un rato después vino un soldado con una escoba. Sacudimos colchonetas y frazadas, barrimos, y sin darnos cuenta alguien comenzó a cantar. Muy pronto todas entonábamos a coro las canciones que íbamos recordando. La mayoría, de la guerra civil española. Cuando terminamos, miramos el resultado: la cabana estaba limpia. Pero sólo habíamos cambiado la tierra de lugar. Ahora la llevábamos en el pelo, la piel, las pestañas. Reímos con alegría. Busqué en mi bolso. Había un pequeño espejo. Algunas buscaron entre sus cosas y aparecieron lápices de cejas y rimmel. Sentadas en un rincón compartimos los maquillajes. Nos peinamos. Y todavía podíamos reír. Seguíamos vivas. -¿Y ahora, qué hacemos? -dijo alguien. Pregunté: "¿Han leído Historias de Cronopios y de Famas, de Julio Cortázar?" y nos entreteníamos recordando... Un día conseguí una hoja de cuaderno. Dibujé un plano del campamento, y puse, "por favor pasar de cabana en cabana, es para Toño". Lo doblé, hasta que se transformó en una pequeña bolita. Dos chicas tomaron sus manos, me paré sobre ellas hasta alcanzar el pequeño hueco en la pared, y lo lancé hacia la cabana vecina. Nunca supe si le llegó a Toño.
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No me interrogaron en Tejas Verdes. El 27 de marzo al mediodía, antes de almuerzo, me avisaron que me iba. Creí que iba a un interrogatorio, así es que tomé varias pastillas para dormir, el resto se lo pasé a "Patricia". Nos despedimos con un gran abrazo. Al salir, me pusieron cinta adhesiva en los ojos, me amarraron las manos. Al caminar hacia el vehículo, sentí que las chicas en la cabana cantaban, "...Libre, como el viento que recorre..."
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HOSPITAL MILITAR (Hosmil) , La camioneta partió rumbo a Santiago. Recuerdo poco de ese viaje. Sólo que estaba mareada. Al llegar a Londres 38 me dieron un café y durante varias horas, diferentes personas me interrogaron sobre mi vida personal y me instaban a que dijera la verdad sobre mi participación política. Acepté en silencio sus recriminaciones, insistiendo en que todo era un error, que yo no era militante, que sólo había iniciado una relación con un muchacho. También me preguntaban por la cédula de identidad, que por qué la tenía si era falsa, quién me la había dado. Repetí muchas veces lo mismo, pero seguían insistiendo: "¿Qué papeles?" "¿Dónde lo entregaron?" "¿A quién?" Luego llegaba otra persona y me hablaba de cómo teniendo un hijo tan lindo, una familia, podía meterme en esos líos. Yo seguía negando todo. De pronto sentí ruidos, como si estuvieran peleando dos o más personas, gritos e insultos y el ruido metálico como de un arma cayendo al piso y un estampido. Fracciones de segundo después sentí que algo pasaba por mi pie. No era dolor, la sensación fue como si pasara un cuchillo caliente por un trozo de mantequilla. Pensé: "Me hirieron, fue un balazo" y ahí grité, pero de impresión. Me acurruqué, acercando la frente a mis rodillas. Me tendieron en el suelo de cemento del pequeño subterráneo y se fueron. Creo que no perdí en ningún momento el conocimiento. Recuerdo que fui sintiendo cómo mi pie se iba hinchando y conforme avanzaba la hora, sentía más dolor y más frío. Traté de relajarme, y con una alegría muy triste, pensé que moriría desangrada. Cuando pasaron varios minutos y seguía viva, me di cuenta que el balazo no había roto ninguna arteria. Sentía el pie mojado, pero no había hemorragia. Mis venas luego de sangrar un rato habían fibrilado. Estremecida pensé que la herida se infectaría. Desde algún lu-
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gar de la memoria de la infancia vino un sentir que no era resignación ni esperanza. Sólo pena, muy profunda. Hubiera querido tener la certeza de que Dios existía. Si existes, llévame, por favor, libérame de esta locura, de este dolor, dije y me sumí en recuerdos de mi hijo Rafael. Mientras tuviera conciencia sólo pensaría en él. Cómo hubiera deseado ir a su lado y darle un beso, una caricia... Decirle te amo. Sentí voces que se acercaban y me preguntaron mi nombre. Como estaba vendada, me fue fácil simular que estaba desmayada y no responder. Escuché una discusión, alguien que parecía ser el oficial de turno dijo que no quería asumir que yo muriera ahí. Entraron y salieron varias veces; parece que hicieron algunos llamados por teléfono. Luego alguien me envolvió en una manta y me cargaron. Me dejé llevar como un bulto, pensé que me arrojarían en algún lugar. Pero cuando la camioneta se detuvo, escuché: -Sácale la venda, total igual sabrá que es el HosmiL.y tú, cabrita, escucha, me juego la pega trayéndote al hospital, así es que bien cerrado el hocico. No digas nada, ¿entendiste?... Nada. Yo arreglaré todo. Sólo lo miré, ¿qué podía decir? -Sácala con cuidado. Si se nos muere aquí será peor. -Yo le dije, jefe, que la dejara tirada, ahora todo va a ser un lío. -Cállate, yo mando aquí. Y dirigiéndose a mí agregó: -¡Y tú no te olvides! ¡La boca bien cerrada! Estaba muy golpeada. No lograba sentir mi cara, estaba hinchada, inflada como un globo. Me seguía doliendo la lengua, casi no me cabía en la boca de tanto golpe de corriente. Sentía una punzada penetrante en el oído derecho, pero anímicamente estaba entera. No sentía miedo. Mientras más me pegaban, me sentía más fuerte. Llena de rabia y decidida a resistir, me sentía segura pensando que lo único que podía pasar era que muriera. De pronto y sin darme cuenta, sentí que todo giraba, que todo me daba vueltas y me escuché diciendo: "¡Pégame, maricón! Hijos de perra, ninguna mujer puede haber parido la mierda que son". Y volví a escuchar: "¿Dónde está Miguel?" "¡Levanta un dedo cuando quieras hablar!" y esos gruesos, sucios y asquerosos dedos que se introducían en mi boca para sacarme un trozo de camisa sanguinolenta. Y otra vez la mordaza, y todo de nuevo. Lo que ellos no sabían es que yo jamás tuve la más mínima posibilidad de saber algo de Miguel Enríquez. O tal vez lo sabían y sólo estaban "ablandándome".
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Desperté, como si hubiese aterrizado violentamente. Me dolía el pie, había vuelto en pesadillas a los interrogatorios de los días anteriores. Una enfermera se acercó y me dijo: -¿Cómo se llama?, dígame... ¿Cómo se llama? Sin responder, abrí la boca y ella vio mi lengua. -Tiene la lengua hinchada, doctor. La enfermera seguía hablando: -Creo que no puede hablar, doctor. El médico se acercó a mí y comenzó a explicarme lo que ocurría con mi pie. En un momento, dijo: -¿Eres Luz Arce, verdad? Soy el doctor Dragicevic, hermano de Cecilia, ¿la recuerdas?, ella es atleta del Stade Francais. Sí, recordaba a Cecilia, era más joven que yo. El doctor me produjo confianza, me di cuenta que no tenía idea de detenidos, ni de la DINA, así es que le dije que tenía prohibido hablar. -Entiendo. Tranquila, te voy a poner una antitetánica, sin que te duela. Sonreí, qué daño podía hacerme una hipodérmica en medio de tanto dolor. Meses después yo sentiría lo mismo cuando debí inyectar antibióticos a Christian Mallol o al "Taño". -Doctor, ¿puedo ver mi pie?-. El se acercó y me ayudó a levantarme. De mi pie derecho había brotado una flor. Como una enorme camelia roja, de piel, huesos y tendones. -Luz, voy a lavarme para ir al quirófano. Quiero que estés tranquila, pero recuerda, no te duermas. Te necesito consciente para la anestesia. El traumatólogo está por llegar. La enfermera comenzó a lavarme la cara y las manos, me sacó la ropa. Sentí vergüenza. ¡Estaba tan sucia! Me puso una camisa de esas que son como un largo escapulario con tiras en los costados, y me llevó al quirófano. El doctor Dragicevic colocó una inyección en el suero que habían colocado en mi mano izquierda, me puso una mascarilla en la boca y me dijo: -Luz, cuenta desde 100, pero hacia atrás. 99, 98, 97... Desperté en una bonita habitación. Había tres personas. Instintivamente, cerré los ojos tratando de no demostrar que había recuperado la conciencia, y sentí mucho dolor. Dolía la pierna completa. Traté de reconstruir mentalmente lo que alcancé a ver. Mi pie en alto en una especie de cabestrillo metálico. De él salían sondas y
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drenajes desde donde goteaba sangre hasta unos frascos. Sentí la pierna rígida. Me habían puesto un yeso hasta la rodilla, después supe que era de esos con ventana en las heridas. Puse atención y traté de escuchar, pero una sensación interior más fuerte aún, me decía: "Estás sola, sola en un rincón, como siempre sola y entre sombras..." Me dio miedo, ¿estaría enloqueciendo? -Lo siento, pero ella aquí es una paciente y no saldrá hasta que sea dada de alta por el médico tratante. -Pero, mi mayor, yo tengo órdenes de llevarla ahora mismo al cuartel. -Lo siento. De este hospital no sale sino con el alta. Dígale a su jefe que se comunique conmigo. -Pero, mi mayor, su paciente como usted la llama, es una delincuente, y soy responsable de que no se fugue. -No sea idiota, la paciente no puede bajarse de la cama, y a unos pocos metros está la guardia armada... No pude evitar sentir un escalofrío frente a eso de volver... Debía luchar por permanecer ahí el mayor tiempo posible. Sentí ruido de pasos que se acercaban, alguien me destapó un poco y sacudió mi hombro. Era un hombre joven, 25 años aproximadamente, delgado, tez morena, pelo negro liso. (En noviembre de 1974 y durante el año 1975, lo vería como agente de la Brigada Purcn-BIM-TerranovaVilla Grimaldi). El muchacho me preguntó: -¿Conoce a alguna "Gloria"? Supe que habían descubierto mi carta para Gustavo que iba disimulada en la tapa del libro que llevaba al momento de ser detenida. La nota era mía y en ella le preguntaba a Gustavo Ruz cuándo comenzaría mi trabajo con pobladores. Comencé a responder con la vaguedad que supuse lógica en alguien que no es militante. -Sí, señor, conozco varias personas de ese nombre. -¿Son del Partido Socialista? -No sé, señor, a algunas de esas personas hace mucho que no las veo. -¿Y dónde las conociste? -Bueno, en el colegio yo tuve una compañera de... Fui bruscamente interrumpida. -Mira, que ya te vamos conociendo, déjate de historias. Yo quiero saber quién es "Gloria" en el Partido Socialista. -No sé, señor, ya les he dicho que no soy de ningún partido. Yo no sé nada de política.
-A ver, toma esto... Me pasó un lápiz y una libreta y agregó: -Escribe tu nombre. Pensé en que tratarían de ver si mi letra era la misma de la de la nota, así es que me propuse desfigurarla lo más que pudiera. Traté de sentarme. Sentí la cabeza pesada y un fuerte dolor en la mano. No me había dado cuenta que ahora tenía la mariposa del suero en la mano derecha y eso me ayudó a desfigurar la letra aún más. Apoyé la cabeza en la almohada, y sentí que grandes gotas de sudor corrían por mi espalda. Cerré los ojos, decidida a eludir otras preguntas. En ese momento entró un sargento de sanidad de ejército, que días después supe que era el sargento Cabello. -Perdón, pero tengo órdenes de mi mayor. La señora no puede recibir visitas. Y en un momento más, viene el médico. El individuo le mostró algo al sargento. Me pareció que era una credencial. -Lo siento, pero esas son mis órdenes. Tiene que retirarse. Hable con el mayor. Se acercó a mí. -¿Cómo se siente? -Un poco adolorida. Sobre todo el pie y esta mano. -Tenga paciencia, la voy a asear y luego vendrá el médico. Me sentí más cómoda. Comenzó a controlar mis signos vitales justo a tiempo, porque llegó el médico. El médico era un muchacho muy joven, traumatólogo. El doctor Elgueta. Fue muy gentil. Le pedí que me explicara qué ocurría con mi pie. Cuando me llevaron el desayuno, quedé sorprendida: té con leche, galletas de soda y quesillo. ¡Todo un acontecimiento! Era el 28 de marzo de 1974. Por la tarde llegó un muchacho vestido de civil y me dijo que a partir de ese momento tendría guardia interna (dentro de la pieza), aparte de la guardia externa del pasillo.
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OTROS DETENIDOS EN EL HOSMIL Comencé a enterarme de la rutina del Hospital Militar. Estaba en el tercer piso, y mis vecinos eran don Osvaldo Puccio -padre- y don Julio Palestra. Los habían traído de Davvson. Decidí que sería paciente y respondería a todo cuanto me preguntaran, porque así podía obtener información para poder tener una visión más clara de mi situación y además tenía que lograr que se filtrara el que yo estaba ahí. Los guardias de la DINA, los guardias 69
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del pasillo que eran soldados conscriptos de la Escuela de Caballería de Quillota, los oficiales de esa guardia, normalmente subtenientes de esa arma, enfermeros y otro personal del Hospital Militar, todos me hacían cientos de preguntas. Sin embargo, yo tenía otras preocupaciones. Temía que don Osvaldo Puccio me reconociera y sin querer dejara en evidencia mi paso por el GAP. Sin embargo, don Osvaldo siempre mantuvo la actitud de que no me conocía, y una vez que pudimos hablar a solas en mi pieza conversamos de eso, de él, de su hijo. En esa ocasión, aproveché de agradecerle todas las atenciones que tuvieron conmigo él, su esposa, su hermana y el señor Palestra. Don Osvaldo y el señor Palestra recibían visitas. Cuando supieron que yo estaba ahí, comenzaron a ayudarme. La señora Puccio me llevó un pijama, ropa interior, dos chalecos de lana y un lindo abrigo verde que me acompañó por todos los lugares de detención futuros. Para mi cumpleaños me enviaron un enorme trozo de torta de merengue y crema con frutillas y un vaso de granadina.
El gran despliegue de armamentos y personal militar lo justificaban aduciendo la supuesta peligrosidad de quienes estábamos ahí recluidos. Argumento que pese a lo macabro de la situación, me daba
risa. Imagino el triste espectáculo que habríamos brindado don Osvaldo Puccio, el señor Palestra o yo si hubiésemos intentado escapar. Ellos, convalecientes de un infarto al miocardio, y yo que cuando estaba recién operada, ni siquiera podía bajarme de la cama, y los otros detenidos que después fueron llegando como Nelson, que aunque era joven tenía sus manos imposibilitadas, o Gonzalo Toro Garland (a la fecha se encuentra desaparecido) y un señor Giacamán (no he podido identificarlo), ambos heridos de bala. Don Gonzalo literalmente perforado por cinco proyectiles en el estómago, intestino y clavícula derecha. Y tal vez el único que de poder lo habría intentado, Villavela del MIR, estaba amarrado, esposado e inmovilizado. La guardia comentaba que él permanentemente se liberaba de sus ataduras y que había intentado ahorcarse con una sábana en torno a su cuello, apretando una suerte de torniquete con sus propias manos. Hecho que provocó un enorme revuelo en el personal militar y paramédico del Hospital. Cuando me enteré quedé profundamente impactada. Con cierta frecuencia acudía a mis sueños la imagen de un hombre matándose de esa manera. Me causaba pánico el pensar que debió estar asfixiándose y seguía dando vueltas al torniquete. Aun hoy siento que algo me recorre toda la piel sólo de recordarlo. El miedo era algo frío y viscoso. Llegué a sentir el dolor como algo concreto, como un apéndice, como un miembro más de mi cuerpo. Veía a don Osvaldo debilitado por el encierro posterior al infarto, al señor Palestra cuyos signos vitales se descompensaban a menudo, a don Gonzalo que adelgazaba a ojos vistas, sólo podía recibir suero ya que su estómago estaba perforado, veía sus manos, los trozos de piel muerta que se asomaba en los bordes del yeso, y se iba cayendo en trozos. Cuando pude movilizarme saltando en el pie izquierdo, fui a su lado y con crema, suavemente le fui retirando esa piel suya. Era una galería de horror y nosotros una colección de seres aislados. Sacados de nuestros lugares, de la vida. Yo diría que el Hospital Militar nos iba destruyendo día a día, que cada segundo ahí no, era un lapso que pasaba. Era algo lo que nos jalaba a un nuevo encuentro con la DINA, con esos otros túneles de horror que nos esperaban en sus cuarteles. A diferencia de los demás, yo era la única que además tenía guardia de la DINA dentro de la pieza. Me era difícil pensar que me atribuyeran tanta peligrosidad, así es que pensé que estaban ahí con fines distintos de la posibilidad de que me fugara. Quizás para cautelar
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Día tras día, fui conociendo la rutina del Hosmil. Conocía cada ruido, por ellos podía determinar la hora exacta, los cambios de guardia, del turno de enfermeros, la visita del médico, las horas de aseo o de los remedios. Recuerdo que cualquier situación distinta me provocaba inquietud. Comenzaba a echar raíces en mí un nuevo sentimiento de inseguridad, el temor a lo desconocido. Que ese pasillo era el área destinada a los presos políticos se notaba por la ausencia de enfermeras -mujeres- y también por la presencia de una enorme ametralladora "punto 30" instalada tras el biombo que nos separaba del resto del tercer piso y el fuerte contingente militar que hacía guardia. En el testimonio que entregué a la "Comisión Verdad y Reconciliación", hablé de un muchacho que había sido atrozmente torturado y a quien le habían sacado las uñas de las manos. No sabía su nombre. Hoy lo sé, y también algo más de su historia que, por cierto, es tan cruda y llena de dolor como la de tantos, pero como no le he pedido autorización para publicarlo sólo le llamaré Nelson. Yo lo mencioné ante la Comisión, en un intento de individualizarlo, pues por años temí que hubiera perdido la vida. Gracias a Dios, logró sobrevivir, aunque producto de las torturas perdió parte de dos de sus dedos.
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el que en el contacto diario con personal médico y paramédico se produjera fuga de información y yo pudiera contactarme con el exterior. Creo que así como yo lo sabía, también la DINA entendía que a pesar de que el personal del hospital era militar, el simple paso por ahí implicaba un rastro difícil de controlar para ellos. El personal de la Escuela de Caballería del Ejército de Quillota, que cumplía funciones de guardia en el sector de detenidos del Hospital Militar, estaba compuesto por secciones de soldados conscriptos al mando de un subteniente. Permanecían 24 horas en el lugar. Los oficiales efectuaban rondas durante las cuales verificaban si se estaban o no cumpliendo las disposiciones. Los soldados conscriptos, en su mayoría de la promoción del 73, tenían 19 ó 20 años, y provenían de sectores aledaños a Quillota, Quilpué, Limache y otros. Con mínima formación académica y contradicciones que no sabían verbalizar. Además, el ser "soldados de la Patria" representaba para la mayoría de ellos no sólo un orgullo, sino la posibilidad cierta de contar con un techo y comida. Desde el primer día me di cuenta de que estaban sometidos a un constante bombardeo. Ese que hablaba de los delincuentes y las putas marxistas. De que sólo tenían una alternativa. Estaban convencidos de que o vivíamos nosotros, o ellos y sus familias. Con verdadera ingenuidad, varios se acercaron a preguntarme si era verdad que mis compañeros y yo íbamos a matarlos. Me llamaba la atención la confianza ilimitada en sus jefes. Les atribuían una cierta infalibilidad. Muchas veces pensé que esos soldados no tenían alternativa. ¿Cómo cuestionar lo que era su razón de ser?, me preguntaba. ¿Qué pasaría si ellos llegan al fondo de su contradicción? Por mi parte y sin caer en "proselitismo" me dediqué a hablarles de lo que definí como una postura humanista frente a la vida. A cambio recibí una andanada de anécdotas e historias. Cuasi leyendas en boga en la Escuela de Caballería y que pasaban por cuentos jocosos de oficiales y personal subalterno, de sus amoríos, y relatos de cómo deambulaban por los terrenos de la Escuela un sinnúmero de fantasmas. Así, tacho de café en mano, fui enterándome de cuál era el mundo en el que ellos vivían, y los percibí absolutamente ajenos de la cotidianeidad, ajenos a la vida mía, a la de tantos. Me di cuenta que las actitudes de los guardias de la DINA eran variables. Algunos simplemente llegaban, recibían el turno, se senta-
ban en un sillón, leían revistas, conversaban con la guardia de pasillo, ignorándome. Otros me preguntaban cosas todo el día, sobre todo relacionadas con mi detención o las declaraciones que hice los primeros días. Yo simulaba que dormía y pensaba tratando de reconstruir palabra por palabra lo que había dicho, para dar coherencia a mi historia. El pie me molestaba cada día más. A diario me visitaba el doctor Elgueta. Me curaba y limpiaba la herida. Me explicó que la primera operación sólo fue de "limpieza". Es decir que se limitó a retirar los trozos de huesos y músculos que se rompieron y colocaron drenajes. El resto le correspondía a mi propio organismo. Por eso, a diario afloraban nuevas astillas óseas que el doctor retiraba junto con trocitos de piel y tejidos que iban necrosando, y pese a que él cortaba con unas tijeras especiales y con gran delicadeza, me provocaba mucho dolor. Apretaba los dientes y me aferraba a los bordes de la cama. Eran tan dolorosas las curaciones que comencé a temer esos momentos. Don Osvaldo Puccio y el señor Palestro me enviaron un televisor a la pieza. Funcionaba desde el principio hasta el fin de las emisiones de los canales que existían en esa época. Varios guardias seguían las teleseries con interés y de una de ellas tomaron el nombre que me acompañaría por años, "Lucecita".
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CONVERSACIÓN CON EL SUBDIRECTOR Al segundo día de estar en el Hospital Militar, después de almuerzo, me había adormecido pensando, pero desperté sobresaltada. Junto a la cama estaba el hombre que había impedido que la DINA me sacara recién operada. -¿Cómo está? Soy el mayor Silva, subdirector del Hospital. Soy odontólogo, asimilado al Ejército. No sé qué hizo usted, pero quiero que sepa que mientras esté aquí, es una paciente y será tratada y atendida como tal. ¿Necesita algo? Me quedé en silencio. Lo que necesitaba no podía dármelo él. Continuaba de pie, callado y mirándome como si pudiera oír lo que yo estaba pensando. Me sorprendí, me pareció que sus ojos se humedecían, pero cambió rápido de tema. -¿Cómo se llama?, ¿qué edad tiene? -Uno de estos días, mayor, el 31 de marzo, cumpliré 26 años y 011 nombre es Luz. Luz Arce. 73
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Fue a buscar una silla, yo sólo podía mover la cabeza. Parece humano me dije, pero en el acto se encendió una alarma. ¡Cuidado!, puede ser una trampa, yo aún era detenida y estaba mintiendo. En los días que estuve presa en Londres 38, sentía dentro de mí mucha violencia. Todo recuerdo, todo sentimiento, lo transformaba en insultos, garabatos e intentos de golpearlos. Varios habían recibido mis mordiscos y patadas. Sabía que si daba cabida a otro sentir, me desmoronaría. El mayor me dijo que era el 30 de marzo. Comencé a recordar lo que ocurrió al ser detenida. Me acordé de mi hijo y de que no estuve para llevarlo al colegio... -¿Siente mucho dolor, le han dejado sedantes? -Sí, mayor. -¿Recuerda a su esposo? -No, a mi hijo. -Entiendo. Me di cuenta de que cuando me trataban bien, afloraban automáticamente penas y recuerdos. Tenía que aprender a manejar eso también... Antes de retirarse el mayor preguntó: -Luz, ¿desea que venga un sacerdote? Dudé, en Tejas Verdes había solicitado Misa de Campaña, pero era buscando un espacio donde pudiéramos estar todos los presos juntos y sin esperar que dijeran que sí. Más bien por molestarlos. El mayor, sin esperar mi respuesta, agregó: -Le diré al capellán que venga. No tema, es un sacerdote. Le hará bien conversar con él. Me retiro. Permiso, Luz. El mayor era un caballero. Más pez fuera del agua que yo. Sentí que la vida era una soberana mierda. Una tarde entró un oficial muy joven. Preguntó mi nombre. Se lo dije, mientras pensaba que alguna vez lo había visto. Preguntó si lo reconocía. Le dije la verdad. No lo recordaba. Entonces él me señaló que cuando yo era entrenadora de atletismo en el Stadio Italiano él había sido deportista en esa rama. Lo recordé. Años después, supe que él le avisó a una señora de esa institución y ella llamó a mi madre y le informó que yo estaba detenida ahí. Hasta ese día, yo simplemente había desaparecido para mi familia. Pronto me cambiaron de habitación, de la 305 a la 303. Le pregunté al enfermero la razón del cambio. Me dijo que por estar imposibilitada de bajarme de la cama, era menos peligrosa que los "nuevos
pacientes". En ese momento no supe quiénes eran. Los guardias me contaron que esa era la habitación donde murió José Tohá y al mirar el closet y los tubos del desagüe y la calefacción, supe que era imposible que el señor Tohá se hubiera ahorcado en ese lugar.
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EL CAPELLÁN Y LA EUCARISTÍA Comenzó a visitarme el capellán, un sacerdote de edad. Se sentó junto a mí y me preguntó si deseaba confesarme. Sin pensar dije que sí. Por muchos años negué ser cristiana. Pero ese día mi deseo de confesarme y recibir la Eucaristía fue real. Junté mis manos en actitud de oración y miré al padre. No le vi la cara; desde el cuello de su sotana, dos escudos patrios gritaban su condición de capellán de las Fuerzas Armadas. Sentí mucho miedo. Temí que no fuera sacerdote y compulsivamente le dije: -Padre, no puedo hablar. Usted es un militar. Quedó en silencio unos momentos y dijo: -La entiendo, hija, la entiendo. Conversemos de otras cosas, si quiere. Traté de hacer caso omiso, pero estaba conmovida. Mi boca cerrada, mi garganta se negaba a emitir ni siquiera un ruido. Comencé a llorar. Era la primera vez que me ocurría algo así y me asusté. El padre muy suavemente dijo: "¿Desea recibir al Señor?" Asentí con la cabeza, venciendo esa extraña afonía que me invade cuando estoy tensa. -Creo que sí, padre, aunque hace tantos años que no pienso en Dios. Hoy me gustaría creer en él. Ni siquiera sé cómo hacer para que eso ocurra. -¿Es bautizada, hija? -Sí, padre. -El Señor la quiere, hija, y por hoy, eso basta. Recibí la Eucaristía y repetí lo que decía el padre. Me sentí extraña. No podía aceptar que Dios me quisiera. Poco se nota, pensé. Comencé a comulgar a diario. El padre iba, se sentaba a mi lado. Varias veces tomó mis manos. De a poco comencé a contarle cosas. Sólo cosas personales. De mi hijo, de mis padres. Un día el sacerdote me dijo: -¿Qué hizo, hija? -Soy socialista, padre. -¿Mató a alguien? 75
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-No, padre. -¿Trató de matar a alguien? -No, padre. -Hija, ¿la violaron? No respondí, se me llenaron los ojos de lágrimas y sé que él adivinó. -¿Sabe qué pasará con usted? -No, padre. Vi mucha tristeza en sus ojos. Nunca más preguntó nada. Me dijo que tratara de que me llevaran a misa los domingos, el padre oficiaba el servicio dominical para los enfermos en uno de los pisos. Pero eso dependía del guardia de la DINA. Rodolfo Valentín González fue el único que accedió y me llevó un par de veces. Comencé a sentir cariño por ese sacerdote y aguardaba su visita, era un anciano muy dulce. No hablábamos mucho. Me daba la Eucaristía y rezaba a mi lado. No tenía muy claro lo que me ocurría. Sólo sentía deseos de recibir la Eucaristía y de que el sacerdote fuera cada día. Lo lindo es que surgió en mi interior algo así como un amigo nuevo, Cristo, pero no lo veía como Dios. En la pared frente a mi cama había una cruz, y muchas veces en silencio, le dije: -¿Tú también sufriste, verdad? Y se iniciaron interminables diálogos con El... Me sentía acompañada.
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PESADILLA EN EL BAÑO Durante mucho tiempo me arrepentiría de haberle preguntado al doctor cuándo me podría duchar. Mi intención era averiguar cuándo me liberaría de ese cabestrillo del pie que me tenía atada a la cama. Pensaba que si podía bajarme, podría movilizarme saltando sobre el pie izquierdo. El doctor dijo que ordenaría que me llevaran a las tinas de hidroterapia del hospital. Un sargento en cuanto terminó de hacer su trabajo fue a mi habitación, y me llevó al lugar de las tinas. Las bañeras eran de cemento. El sargento conectó el agua. Era incómodo, ya que el cabestrillo me obligaba a mantener el pie en alto, sobre el borde de la tina. El sargento comenzó a jabonarme, con un enorme pedazo de esponja. Le pedí que fuera menos brusco, ya que me estaba raspando los codos sobre el fondo de la tina, o que cortara el agua, porque me costaba mantener el equilibrio. El sargento, sin responder, puso su mano sobre mi pecho, y con la otra comenzó a tocarme hurgando en mis genitales. Yo no sé qué harían otras mujeres en esa situación. Yo comencé a rogarle que dejara de hacerlo. No creo que haya escuchado mis ruegos. Traté de incorporarme, de detener sus manos con las mías. Me soltó por un momento, sólo para liberar su pene y volvió a aplastar mi pecho. Comenzó a masturbarse, y momentos antes de eyacular, hundió mi cabeza en el agua. Mientras más luchaba, más agua entraba por mis narices y la boca. Sentí náuseas y como cada vez que fui agredida sexualmente, terminé vomitando. Recuerdo la cara desfigurada del sargento a través del agua, y la sensación de asfixia. Pero sobre todo impotencia, dolor, deseos de desaparecer. De no existir. De ser nadie. Ocurrió otras veces, no me atreví a decirlo. Había aprendido 77
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que casi siempre las represalias eran peores. El sargento simplemente llegaba a la habitación y decía: -El doctor ordenó que la bañe, así es que al b a ñ o Cada día le pedía al doctor que me retirara el cabestrillo y los drenajes para que se terminara esa nueva pesadilla. ¡Por fin!, el sábado 13 de abril, me sacaron todo. Podía poner el pie sobre la cama y hasta voltearlo un poco. Sobre mis piernas colocaron una especie de jaula de metal para que la ropa no tocara el pie. Cualquier roce, aunque fuera de la sábana, me provocaba un fuerte dolor. Tenía hiperestesia. Duró por años, aún duele. Descubrí que podía ver el suelo a través del orificio de mi pie. Poco a poco fue cerrándose la herida. Ese fue un gran día. Pedí una bolsa de basura y cubrí el pie y la pierna -por el yeso-, y afirmándola con un elástico que me proporcionó un guardia, comencé a ducharme sola. Intuía que aunque todo terminara ahí, ese período impactaría mí vida para siempre. Hoy siento que las horas se van desplomando vertiginosamente. Hay tanto por hacer y el tiempo parece escasear. En aquellos días, en el Hospital Militar cada segundo se arrastraba penosamente. En medio de la incertidumbre y el miedo, tuve la opción de enfrentarme a mí misma como nunca antes. Desprovista de excusas, de razones, de argumentos. Nada de ello parecía tener validez. Era sentir que aunque hubiese tenido la fuerza para doblegar la mano que me hundía en el agua, o hubiera tenido la astucia y sagacidad para librar esas batallas donde no se precisa de tableros o torres, peones o alfiles, nada servía para nada. Era como si la propia voz no sonara; como si uno no existiera. No era una persona. Ahí, de cara a mí misma, me pregunté muchas veces. ¿Quién soy?, ¿qué pienso?, ¿qué es lo que está ocurriendo? Me di cuenta que en el pasado, tan cercano aún, tenía muchas cosas y que de tan naturales como eran, no podía verlas. Seguí hurgando. Me enfrenté a una revisión de cómo había sido la relación con mis padres. Pude con emoción sentir que los amo. Por primera vez emergían desde lo profundo de mi ser los sentires saneados, como un río de amor, sin racionalizar, sin rencores, sólo amor. Incontenible amor...y dolía tanto. Tapada más arriba de la cabeza, no quería que nadie me viera, que nadie me hablara, necesitaba estar a solas conmigo y los recuerdos. Absolutamente mojada de sudor y de un llanto copioso, en silencio. Me fui reconciliando con mis sentires. Amé como nunca a mis padres,
a mi hijo, a mis compañeros. Al mismo tiempo, sabía que en esos momentos no podía contar con nadie. Cualquier cosa que ocurriera debía enfrentarla sola. Comenzaron a sumarse los recuerdos, pareados por similitudes o diferencias, iban surgiendo de mi mente. Bajo el imperio de alguna necesidad profunda de contener, de ordenar, de no sucumbir a la desesperación. Era como una obsesión el dejar salir aunque fuese llorando todo lo que dolía. En ese rincón pleno de soledad y desamparo sonaba mi voz diciendo: "Pero si todo ya ocurrió, ya sucedió. Yo puedo... Yo puedo salir adelante". Me dolía lo ocurrido en las tinas de hidroterapia, o lo que sucedió en Londres 38, pero me esforzaba en decirme que me habían pasado cosas peores y había sobrevivido.
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RODOLFO, SOLDADO DE LA FUERZA AEREA No podría precisar con exactitud cuántos hombres de la DINA estuvieron de guardia en mi habitación del Hosmil, pero al que nunca olvidaré es a Rodolfo Valentín González Pérez, soldado de la Fuerza Aérea, de la conscripción de 1973. Hoy figura en el listado de detenidos desaparecidos. Pertenecía a la Unidad Purén de la BIM, su jefe directo era el entonces mayor de Ejército Manuel Andrés Carevic Cubillos, quien a su vez dependía del entonces mayor de Ejército Gerardo Ernesto Urrich González. Desde el primer día, Rodolfo demostró una conducta distinta, más humana, que se traducía en pequeños detalles. Me preguntaba cómo me sentía. Se interesaba por el progreso de mi herida. Nunca hizo alusión -como los demás- a lo delincuencial de las posturas marxistas. Por el contrario, a título de preocupación o confidencia me contó que tenía un hermano asilado. Debo reconocer con dolor que no le creí. Es más, lo supuse una burda treta de la DINA para que yo dejara al descubierto "supuestas conexiones partidarias". Cuando me pidió consejo, le dije lo que me pareció honesto. Le recomendé que si él conocía a sus jefes y confiaba en ellos, les contara su problema. Pensé que si no era una "jugada" de la DINA, era un buen consejo. Rodolfo me preguntó si quería tomar contacto con mi familia, y me ofreció llevar una carta. Pensé que lo natural era aceptar. Me limité a escribir una pequeña nota manifestándoles mi cariño. Eso me 79
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causó una gran felicidad. Rodolfo comenzó a ir a casa de mis padres con frecuencia y ellos me enviaban cosas. Rodolfo se puso de acuerdo con mi familia y a partir de ese día, desde las tres de la tarde, los días sábados, comenzaban a pasear por calle Holanda entre Providencia y Costanera, por la acera del frente del Hospital Militar. Fue lindo poder vernos, aunque fuera de lejos. Para que no se notara, adopté la costumbre de sentarme a diario junto a la ventana, más o menos a esa hora, y comencé a dibujar edificios y árboles cercanos. Iban papá, mamá, tías y una prima. Llevaban a mi hijo. Pero él no supo nunca que yo lo estaba mirando. Temieron que llorara o me gritara llamando la atención de la Guardia del Hospital. Era demasiado pequeño para comprender que estando tan cerca no podía ir a mi lado. O yo al suyo. En esos días me enteré de que Rodolfo hacía de correo para otros detenidos del Hosmil. Eso se supo, debido a que dos familiares o amistades de Toro Garland generaron un incidente. Aparentemente, el personal de turno ese día solidarizó con Rodolfo y el asunto no trascendió. Aunque eso dio más cuerpo a mi sospecha de que Rodolfo mantenía a la DINA informada de estas comunicaciones. Mucho tiempo después, en el año 76, siendo funcionaría en el cuartel general, trabajando en la organización del archivo de Inteligencia Interior encontré una carpeta con fotocopias de todas mis cartas, las que envié a casa, y también había varias cartas de Toro Garland. Desde ese día tuve la esperanza de que Rodolfo estuviese vivo. Esperanza que se quebró cuando declaré ante la Comisión Verdad y Reconciliación. Ahí me confirmaron que él era un detenido desaparecido. Pienso que Rodolfo, por temor, comenzó a actuar en connivencia con la DINA, pero en el camino, su sensibilidad le hizo involucrarse y filtró demasiada información. Por eso lo mataron, porque fue más allá de lo que era su misión en apoyar a los detenidos y sus familiares. Otro de los aportes de Rodolfo fue ponerse de acuerdo con mi hermano para ayudarlo a ingresar al Hosmil. Por él me enteré que Ricardo Ruz Zañartu había caído detenido en el AGA -Academia de Guerra Aérea-. Que el "Tacho" había ido a casa a informarse sobre mi detención. Hablamos con tranquilidad, pues Rodolfo se quedó conversando con el enfermero de turno para impedir que fuese a la pieza. Todo el resto del tiempo, aproximadamente 20 minutos o media hora, me contó de la familia, de mi hijo. A pesar del nerviosismo que me invadió el pensar que mi hermano podría ser sorprendido ahí,
sentí gran felicidad de verlo, de abrazarlo, de escucharlo hablar de nuestra familia.
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FIN DE LA PRIMERA DETENCIÓN A mediados de mayo, noté que pese a que los dolores eran fuertes y que sólo podía dormir apoyada por fuertes sedantes, estaba reponiéndome de manera evidente. Cada día que pasaba temía que me dieran el alta. Tenía conciencia de que mi historia era muy débil, sin saber qué había declarado Toño, y no se me ocurría nada para justificar el haber caído detenida con una cédula de identidad falsa. Jamás aceptarían la verdad, que era un enlace del Partido Socialista. Definitivamente mi situación era más que delicada. Reconocer que el carné me lo había entregado el MIR, sólo porque un amigo lo había solicitado, no lo creerían jamás. Si aceptaba que fue Ricardo, no le agregaría muchos problemas a él, porque ya había caído en el AGA. Pero tampoco aceptarían que no conocía a nadie más del MIR. Eso no podía decirlo nunca. Sabía que ese momento llegaría, pero decidí que trataría de postergarlo. Hice varias cosas, le pedí al doctor Elgueta que por favor me siguiera operando, que me ayudara a postergar mi estadía en el Hospital Militar, que me ayudara a fortalecerme físicamente para enfrentar lo mejor posible lo que vendría. El doctor accedió, comenzó a administrarme calcibronat y vitaminas; me sometió a una nueva operación, que me dio algo más de un mes. Luego, sin darme cuenta que atentaba contra mí, ciega, con un solo objetivo -el de poner tiempo entre la DINA y yo-, como ya no me inyectaban, comencé a vaciar el contenido de las cápsulas de antibiótico. Así, a las horas que correspondía, sólo tomaba la cubierta de gelatina vacía. Pasaba mis dedos por los bordes de la cama y comencé a poner la tierra y grasa que había en los metales en la herida. Fue absolutamente inoficioso. No se infectó mi pie. Pero la operación no resultó. Necrosó casi toda la piel que me habían injertado, agregándome nuevos dolores. La semana del primero al cinco de julio, además de la guardia de la DINA, fueron los dos agentes que me habían capturado y que más tarde vería en Purcn de la BIM-Villa Grimaldi. Me entregaron un cuestionario y tuve que efectuar otra declaración escrita. Lo hice, desfigurando la letra.
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El momento se acercaba. El doctor me dijo que no podía demorar más el alta. Me llevó de regalo una buena cantidad de calcibronat, que me ayudaría a mantenerme tranquila. Había comenzado la cuenta regresiva. El 10 de julio de 1974, el doctor me dijo que había tenido que firmar el alta. Que lo único que podía hacer era darme citaciones para los días posteriores. El alta implicaba que estaba en condiciones de seguir con un tratamiento ambulatorio. No que hubiera sanado. Sólo era cosa de horas. Al poco rato, llegaron los mismos carabineros de la Unidad Purén que me detuvieron y dijeron que quedaría libre. Pensé: claro, quieren borrar toda huella. Así lo oficial será que en presencia de testigos me liberan... A bordo de la camioneta, miraba con avidez las calles y con temor de que me llevaran a un centro de reclusión. No fue así. Pronto estuve en casa. Los individuos me dijeron que si me marchaba de casa, mi familia sufriría las consecuencias. Dijeron que llamarían para llevarme a los controles en el Hospital.
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LIBERTAD VIGILADA Frente a la DINA seguía manteniendo mi historia, con la esperanza de que aceptaran que yo era "una tipa media loca" que no sabía nada de nada. Ese 10 de julio, saltando en el pie bueno guardé mis cosas en una bolsa de plástico, las que me dio la señora Puccio y otras que me había enviado mi mamá. Miré la pieza por última vez, recordé a don José Tohá, sentí que tenía la boca seca y mi corazón latía de prisa. -Señor, ¿a dónde voy? -A su casa, ¿a dónde va a ir? -¿Puedo despedirme? -Sólo de la guardia y el cabo enfermero. Espere-. Volvieron con una silla de ruedas, como obligaba el reglamento. Recordé al padre... -¿Puedo ver al sacerdote? -Sí, pero rápido. Sentada en la silla de ruedas, recibí la Eucaristía. El padre me dio la bendición. El cabo enfermero les avisó que tenían que pasar a la subdirección del Hospital a firmar unos papeles, momento que aproveché para asomarme a la habitación del lado y despedirme del señor Palestro, que volvía a tener problemas con su presión arterial y estaba en cama. Me despedí de don Osvaldo, quien me dijo despacito: "¿Verdad que te llevan a tu casa?" Le dije que eso habían dicho, que no estaba segura. Puso en mis manos dos hermosas piedras talladas, las había hecho en su estancia en la Isla Dawson. Las coloqué dentro de la bolsa y con los ojos llenos de lágrimas me alejé. Un muchacho de la guardia del pasillo, un soldado de nombre José, se acercó y me dijo: "Lucecita, tome", y sacó de su cuello una cruz de plata muy grande, y me la puso. Traté de decirle que no, que no era necesario, pero él sólo dijo: "No va sola, el Señor la acompaña". Usé la cruz hasta que me la robaron en la DINA. Sentí mis ojos Henos de lágrimas, los cerré. A partir de ese momento sólo sentía las 83
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puertas de vaivén que se abrían con el golpe seco que iba dando la silla de ruedas donde yo iba, y luego se iban cerrando a mis espaldas. Abrí los ojos al entrar al ascensor... El tiempo se me acercaba con velocidad, segundo a segundo me invadía una emoción de vértigo... Ver el ciclo, sentir la brisa, hizo que siguiera llorando, me ayudaron a subir a la camioneta, todavía conservaba la bota de yeso con ventana. Sentí un mareo frente al espacio abierto. Recordé las flores... Desde el día de mi cumpleaños, cada tres días el cabo enfermero de sanidad de ejército de apellido Delgado, y que era amigo del dueño del kiosco que hay en Providencia y Holanda, pasaba a buscar aquellas que estando frescas aún, no podían utilizar en arreglos florales y me las daba. Muchas flores, de todos tipos y colores. Pasaba horas arreglándolas, preparaba dos motivos en unos jarros de esos que se usan en los hospitales para llevar el agua. Uno para la habitación de don Osvaldo y el señor Palestro, y otro para mi habitación. La camioneta se puso en marcha, una CIO amarillo claro. Rumbo al poniente. Pensaba, no puede ser, es una trampa, mi declaración no dice cómo conseguí la cédula de identidad. No es coherente mi explicación, no pueden ser tan crédulos, tal vez me lleven efectivamente a casa, seguro habrá alguna vigilancia, esperan que me contacte con el partido. Debo seguir el juego. Sólo estaré con mi familia, después de todo, aunque sólo sea un día o unas horas. Podré verlos, abrazar a mi hijo. Decirle que lo quiero. -Lucecita, va muy callada -dijo uno de los agentes. -Estoy emocionada, señor. Cayeron más lágrimas de mis ojos, realmente estaba conmovida. Mirar el cerro, Bellavista, Pío Nono, Avenida Perú, parecía que iba rumbo a la casa de mis padres. Desde que mi padre jubiló, tenía un negocio en la que había sido mi casa, un almacén. Me bajé por esa entrada. Al verme, mi cuñada que ya tenía nueve meses de embarazo exclamó: -¡Ahora!, ahora sí va a nacer mi hija... Y me abrazó, también mis padres, mi hermano y mi hijo, que venía llegando del colegio. Permanecimos muy juntos, mudos... ¿Qué se le puede decir a un niño de cinco años? ¿Qué puede ser más real que un abrazo, que unas caricias? No me cansaba de llenar su cabecita de besos y él de estar a mi lado, tomados de las manos... Escuché que el agente le decía a mi padre: -La detención de Luz fue un error, como consta en sus declaraciones. Lo del balazo fue un accidente. Un lamentable accidente.
Pero nos haremos cargo de su recuperación. No se preocupen, ha recibido la mejor atención que podía tener en Santiago. ¿Verdad, Luz? El hombre a quien decían "Brindizzi" me dirigió una mirada que me dejó todo claro. Era un día soleado de julio. Sentada en el comedor, en la galería que papá construyó y por donde penetraba el sol a raudales, junto a mi hijo pensé: "¿Cuantos días me dejarán estar aquí?" En mi cabeza todo empezó a cuadrar como un puzzle, como un tablero de ajedrez. Me acercaba a la movida final de ellos. Había una celada, estaba atrapada, es cierto, me llevarán al Hospital Militar a control, y yo misma deberé decirles a todos, al médico, al sacerdote, que estoy libre. Saben que sólo puedo andar a saltos, aunque saliera, no puedo huir, pues harán responsables a mi familia, pueden detener a mi papá o a mi hermano... Debo evitar todo contacto. Aun con simpatizantes de izquierda. Soy una granada sin seguro. Un peligro para cualquier persona que se me acerque. De nuevo esa sensación de alma y cuerpo, toda yo leprosa... Los miré, mamá insistió en traer café. Aceptaron. Pensé: "¡Mamá!, por favor, no insista, deje que se vayan, tal vez sólo pueda estar unas horas". Es asqueroso cómo mienten, cómo juegan con el amor de mis padres, para ellos estos hombres son quienes me trajeron de vuelta. ¿Qué saben de cómo nos tratan? Sólo seguir jugando, aunque no haya la más mínima posibilidad de triunfo. El de una libertad real. ¿Qué es la libertad? Miré a mis padres. ¿Por qué no ven más allá? Mamá abría el paquete de las galletas, papá traía más café. Mamá, papá... Mis padres. Recordé el período anterior a mi detención. Mi vida se había cortado drásticamente. Nada sería igual. Dividida en dos. Antes de mi detención y después de... Los tipos se estaban despidiendo. Sentí temor, me pareció que ellos sabían lo que yo estaba pensando, recordé la primera noche en Yucatán, sentí una náusea violenta, se me notó. Me adelanté y dije: -Estoy mareada, disculpen, debe haber sido el viaje en el vehículo. Me encerré en el baño, me miré en el espejo, me había crecido el pelo, estaba más canosa. Una decisión surgió, no importa, mi suerte está echada, pero al menos puedo reparar algunas cosas. ¡Cristo!, mi amigo. Si fueras Dios te diría ¡Gracias!, gracias por darme esta oportunidad de reparar. Gracias, porque en estos días daré a mis padres y a mi hijo todo mi amor. Demostrado, expresado, tocado. La próxima vez que vea a la muerte iré sin deudas de amor...
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Recordé esa noche que con fuertes dolores pensé: Cómo me gustaría ver a mis padres, abrazarlos y decirles: Los quiero mucho... Habría dado mi vida en esos instantes por estar con ellos. En el Hospital Militar, era como si de pronto mi cabeza hubiera sido atravesada por luces y destellos que alumbraban los momentos oscuros de mi vida y pude ver a mis padres de otra manera, pude dimensionar, casi tocar, sus sacrificios. El 11 de julio de 1974 nació Adita, la primera de mis sobrinas. Me pareció tan bello el nacer. Todo promesa, caminos por recorrer, en contraste con la conciencia de que estaría ahí unos días. Eso parecía agudizar mis percepciones. A ratos debía entrecerrar los ojos. La luz, los colores, los árboles, el cielo, la cordillera penetraban en la retina. Mi mente los capturaba con hambre. Era una intensa explosión de vida, color y calor. El amor me poseía, se enseñoreaba en mi ser. No me cansaba de decir: Gracias, puedo amar a mis viejos, me estoy llenando intensa y glotonamente de la maravillosa belleza de mi tierra, de los perfumes de la vida de mi hijo. ¿Cómo no verlo antes? El 12 de julio, lo recuerdo con exactitud porque fue al día siguiente en que nació mi sobrina, me llevaron al Hosmil. Confieso que sentí miedo. Traté de no demostrarlo. Fue exactamente como había imaginado. Llegaron a la antesala de Traumatología todos quienes me conocían. Ellos mismos. Los funcionarios avisaron que yo estaba ahí. -¡La Lucecita está libre! -decían soldados y enfermeros. Los saludé, eran buenas personas. El doctor Elgueta me sacó la bota de yeso y me dio algunas indicaciones. Debía hacerme yo las curaciones. Cuando me despedí, me dio hora para la semana siguiente. Y agregó: -Luz, ¿de verdad está libre? Le dije que hasta ese momento sí. -Luz, si la atiende otro médico y no la veo, le deseo suerte. De veras, que le vaya muy bien-, y me dio la mano. Por un momento pensé que tal vez podría decirle mis dudas, quizás él entendería, tal vez me ayudaría a pensar claro... ¡No!, yo no tenía nada. Lo único propio era ese ir evaluando y encajando lo que ocurría. Me limité a responder: -Gracias, doctor. Gracias por todo. Se asomó a la puerta el sargento aquel que me llevaba a las tinas... -¡Lucecita! No podía creer. Es usted, es verdad que está libre... -Sí, sargento. Estoy libre. 86
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Lo miré desafiante, sentí miedo, y pensé: "¡Sicópata! ¡No quiero verlo!" Traté de luchar contra ese recuerdo. Sentí oleadas de calor en las mejillas. Aún siento una mezcla de vergüenza e impotencia. De rabia. Deseos de decir: -Por favor, échelo, doctor. ¿Sabe lo que hacía conmigo?. No fui capaz de decir nada. Por años, nunca lo dije a nadie. Me sentía tan humillada. No quería aceptar lo ocurrido. Quería borrarlo. Pero ahí estaba, en el recuerdo, y muy claro, ese momento. No pude, aún no puedo evitar enrojecer ni sepultar esos recuerdos... Me pasaba en brazos de la camilla a la tina. Lo único que fui capaz de decir una vez fue: "Sargento, ¿por qué no le dice a una enfermera que me bañe?" -Porque el doctor es el único civil que puede verla. No se preocupe, ¿cuántas mujeres cree que he visto sin ropa? No olvide que soy enfermero-. Pero sus ojos parecían endurecerse... -Escuche. No grite, o si no... -Y me tiró del pie sano. Me aplastó contra la tina, el agua subía, casi tapaba mis mejillas, me desesperé, cerré la boca. Comenzó a entrar agua por la nariz. Abrí la boca, más agua. Saqué las manos, traté de retirar la suya y puso la manguera en mi boca. El agua comenzó a llenar mi estómago, tragaba y sentía deseos de vomitar, me estaba asfixiando. De pronto me sacó y me abrazó y comenzó a besar mis muslos. Yo trataba de respirar, de hablar, de razonar, no podía. Quería que sacara esa asquerosa boca que reptaba por mi cuerpo como una babosa asqueante, me recorría entre las piernas. Logré sentarme y lo agarré del pelo. Quería sacarlo de ahí, el agua seguía llenando la tina. Sentí su maldita lengua muy fría, ¿o era yo la que sentía frío?, seguí vomitando agua. Comencé a golpear su cabeza con mis manos. Se levantó, sus ojos estaban rojos... y comencé a rogarle: "Sargento, por favor, por favor, me está haciendo daño..." De nuevo esa cara y recomenzaba a tocarme. Con sus manos buscaba mi clítoris. -Quiero que sientas placer, ¡escuchaste! -dijo gritando y mordiéndome y mirándome agregaba-: ¡Quieta!-. Sus manos alcanzaron mis pechos. -¡Goza!, quiero verte sentir placer. Me mordió. Sentí un dolor muy fuerte y salió sangre de los labios de mi vulva. Llorando, seguí suplicando, "por favor, me duele mucho". -¿Te duele mucho? Quedé en silencio, petrificada, me besaba y preguntaba si me 87
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dolía. Me dejó un momento, abrió el cierre de sus pantalones, volvió a hundirme en la tina, y comenzó a masturbarse. Otra vez sólo me pidió que le dijera que me dolía mucho, y amenazaba con morderme de nuevo. Siempre agregando "¡cuidadito con gritar!" Sólo di que duele... Yo repetía sin parar: "Me duele, sargento, me duele mucho". Al principio mi voz sonaba ronca, entrecortada, luego comencé a llorar. Entonces me abrazó diciendo: -¡Está llorando!, ¡mi niña está llorando!, y así, hasta eyacular. Están impresas en mí cada una de esas veces. No era sólo dolor físico. Me sentía tan indefensa. Tenía miedo de ese hombre. El, como enfermero, incluso era competente, atento y serio. De pronto surgía como una bestia sádica. Fui descubriendo que no quería dañarme en especial a mí, ya que si comenzaba a suplicarle casi llorando, o llorando, ni siquiera me tocaba, y comenzaba a masturbarse inmediatamente. En esos días fui convirtiéndome en alguien que sólo buscaba ir sorteando cada día con su cargamento de adversidades y asombro. Sentía que todos los hombres de una u otra forma eran unos hijos de perra. Ni eso, ¿qué culpa tienen los perros? Mientras, el sargento estaba ahí, saludándome, cualquiera diría casi contento de ver a alguien conocido, recordé todo eso y sólo le dije: -Sí, sargento. Estoy libre. -Que le vaya bien -dijo despacio, y se fue. Yo sé que mi mirada fue dura y creí ver tristeza en sus ojos. Pero me llamé la atención diciendo: "Luz, eres bien huevona, ¿qué te importa este maricón sádico?..." Volví a casa. En el hospital todos quedaron convencidos de mi libertad. Era un paso que me acercaba a lo que ocurriría. Los días se fueron veloces, más de lo que hubiera querido. Estuve en casa. Me ocupé de ayudar a mamá en la cocina, traté de hacer las cosas que les agradaban. Torta, empanaditas de queso para el 15 de julio, santo de mi papá y de mi hermano... Mi hijo se veía contento. Cuando llegué a mi casa fui donde las religiosas de Santa Luisa de Marillac. El convento estaba frente a la casa. Me conocían de pequeña. Vi a la hermana Rosita, ella me dijo que había otra hermana de la congregación trabajando en el Comité Pro Paz. No me atreví a confesarle mis dudas y debe haber pensado que mi libertad era definitiva. Mirando mi pie aún con yeso dijo: 88
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-Debes tratar de olvidar, tienes un hijo. ¿Por qué no vienes al colegio como apoderada y profesora? Podrías empezar a trabajar con nosotras. Acepté, sabía que eso no duraría mucho, pero era una forma linda de estar más aún con mi hijo, de conocer a sus compañeros. Había notado que para él era importante presentarme a sus amiguitos. Su padre estaba lejos, prácticamente no lo conocía, ya que se fue cuando el niño apenas tenía un año. El 13 de julio, mis padres habían salido. El niño estaba en el colegio cuando llegó Luis Fuentes Riquelme. -¡"Tacho"! Era mi amigo. -¡Luz! Estuvimos largo rato abrazados; luego mirando mi pie dijo: -¡Compañera!, ¡te quiero tanto! Bastó para comenzar a hablar sin parar. Le pedí que me contara de Ricardo. De cómo cayó, de él. Me dijo que algo habían averiguado, que efectivamente fue detenido por efectivos de la Academia de Guerra Aérea, el AGA. Yo le conté de mis dudas. Pensó un momento y me dijo: -¡Vamonos!, te saco del país. -No puedo, Tacho. ¿Sabes qué pasaría con mis padres y mi hermano? No es que lo hayan sugerido. Lo expresaron abiertamente. Debo permanecer aquí. Mi esperanza es que al ver que no hago nada, me dejen tranquila. ¡Dios mío!, ándate, estoy segura que están vigilando, Tacho, por Dios. Ándate. Llegaron mis padres y le dijeron que se fuera. Dijo que entendía, me abrazó, no sabía que sería la última vez, no más juntarnos con Ricardo, ni jugar ajedrez, ni ir a la piscina, ni estudiar, ni conversar. Se fue. Mi amigo, mi hermano... A pesar de que yo no quería ver a nadie que tuviese alguna implicancia o conexión con partidos de izquierda, uno de esos días me fue a ver la esposa de un compañero que vivía en el sector. Le aseguré que nada había dicho, menos mencionarlos a ellos. Conversamos unos momentos frente al negocio de papá. Un hombre joven estaba sentado en las gradas de acceso al convento de las monjas, a pocos pasos. Poco tiempo después, estando en Villa Grimaldi lo reconocí.
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SEGUNDA DETENCIÓN El martes 23 de julio me invitaron al Teatro Municipal a un concierto de Narciso Yepes. Uno de mis primos consiguió una de esas entradas que dan a los estudiantes. Al volver a casa, a una cuadra y media antes de llegar, me di cuenta de que me estaban esperando. Cielo negro y oscuro, una de esas noches en que parece más honda la curva del universo y se huele la eternidad, se palpa el pulso del tiempo. Para mí se detuvo cielo y tierra. Más o menos a veinte metros de distancia lo reconocí. El muchacho era el compañero de Rodolfo Valentín González Pérez. Como él, también era soldado conscripto de la Fuerza Aérea en comisión de servicio en la DINA. Aminoré el paso y recordé que él me había contado que era casado y que tenía una pequeña bebé de pocos meses. Quizás sólo quiere decirme algo, me dijeMi mente galopaba, no podía hacer nada, ni siquiera intentar correr. Aunque el doctor me había sacado el yeso en el control anterior, cojeaba mucho. La herida aún estaba abierta y precisaba curaciones diarias. Sólo podía seguir caminando hacia el encuentro de ese futuro. Pese al frío, sentí sudor en la frente. Volvieron a resonar dentro de mí las horas anteriores. Como una ráfaga de música, escuché el concierto de Aranjuez... Hermoso final para mi libertad, pensé. El muchacho se acercó a mí. -¿Me da fuego? Instintivamente, me hice a un lado y dije: "No tengo". -¡Acompáñeme!, quieren hacerle unas preguntas. -Está bien, voy a casa y le espero. Me colocó una pistola en el costado izquierdo, sentí cómo se hundía el cañón en mi cintura. Miré, era una Colt 45; me imaginé el forado que me haría al salir. Con resignación di la vuelta. -¡Déjeme despedirme de mi hijo! -le rogué-. Sólo unos minutos... Por la acera de enfrente divisé a otros dos funcionarios. Al llegar a la 90
esquina, a media cuadra estaba la camioneta. Una vieja camioneta verde. -No, no puede ir a su casa -dijo el muchacho-. Pero saben que la estamos buscando. Deben suponer que está detenida. -¿Detenida? -Perdón, retenida, porque el jefe quiere hacerle unas consultas. -¿Y ahora? ¿Hay alguien en el cuartel a esta hora? -Tiene razón, pero usted se demoró. A propósito, ¿dónde andaba? Miré la calle Palermo, era el último vistazo al que fue mi barrio. Resignada, sentada entre el conductor y un suboficial de Carabineros, dejé el libro que me había prestado mi primo Emiliano sobre la guantera y me saqué los aros, unas gruesas argollas de plata. Pensé que si me golpeaban, podían hacerme más daño aún. El suboficial los miró y me dejó guardarlos. Después me los robaron. -Fui al teatro. -Claro, ella viendo películas, y nosotros aquí esperando. - N o fui al cine, fui al Teatro Municipal. Silencio... Un mismo metro cuadrado, un mismo vehículo, respirando el mismo silencio con olor a nafta, a sudor de esas personas que parecían desconocer las más elementales costumbres higiénicas. Una atmósfera progresivamente pesada que se empeña en empujar hacia adentro de la nariz esa viscosa mezcla de mugre, pánico, olor de sangre corriendo, de mujeres violadas, de jadeos de agotamiento, de ojos ciegos con mugrosas vendas y bocas enmudecidas a fuerza de golpes. ¡Los dados!... ¿Dónde están mis dados?, sonreí. Recordé el libro que estaba l e y e n d o , el que me pasó Emiliano, n u n c a p u d e devolvérselo... Alguien de la DINA se quedó con él y esa novela no fue publicada en Chile. Era un buen momento para que el personaje de la novela echara los dados. Si sale seis, me fugo; si sale uno, me mato, en ambos casos puedo ser libre. Tratando de tranquilizarme comencé a divagar. "¡Hola, amiga!, hace días que no me visitabas. Está bien, ahora conviviremos. ¿Ves? No eres tú quien invita. Yo iré a tu encuentro". Poco a poco, con fiereza, ironía y abandono cerré las puertas al presente, y me propuse ir hacia lo que fuera. Eso podía ser el último abrazo con mi amiga la muerte. -¡Para la camioneta! Lo siento, Lucecita, pero debo vendar sus ojos. 91
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No dije nada, no había resistencia. Miré, reconocí la Rotonda Grecia, traté de descubrir dónde íbamos, pero dieron varias vueltas y perdí el rumbo. Al poco rato se detuvieron, y por los ruidos supe que se abría un portón y escuché los gritos de la guardia. Meses después sabría que eso era el Cuartel Tcrranova -Villa Grimaldi-. -¿Puedo sacarme la venda? -No, no puedes, y tengo que amarrarte. ¿Pero antes, quieres un café? -Señor, en mi cartera hay unos cigarros, ¿puedo fumar? -Claro, si nos convidas. De nuevo esa sensación que había descubierto en Tejas Verdes. Fumar con la vista vendada es como no fumar. -¿Debo esperar hasta mañana, verdad? -Sí, y ahora trata de dormir. No lo logré, ¿qué puede importar?... Recordé los días anteriores. Sentí que había cumplido, al menos lo intenté. Mis padres, mi hijo... surgieron como una dolorosa presencia ausente... Durante unos momentos repasé mi historia, segura de que no podría dormir, y decidí pensar en otras cosas. Quería llegar con la moral en alto al día siguiente. Surgió dentro de mí el Crucificado y le dije: "Amigo, eres un gran tipo, si pudieras, estoy segura me darías el tiempo para ser madre. Ya no me importa saber si eres Dios o no. Me gusta conversar contigo, me gusta mirarte en esta noche de ojos vendados. Me das ánimo, vives en cada compañero muerto, vives en cada ser que sufre. Cristo, sé que sea cual sea el dolor, todo pasa. Pueden ser momentos intensos, atroces. Amigo, ¿habrá una liberación para mí...?" Cristo, sé que la lanza que más hiere no es la que penetra el costado, sino que quien te hiere es un ser humano, y no puedes odiarlo. Esa cruz que hoy puede ser un camastro donde te violan o un sommier donde te emparrillan. Me sentí tranquila, hacía meses que no sabía nada de mis compañeros. No podrían sacarme información aunque me quebrara. Mal sentí que lo había logrado, que el balazo en mi pie era el as, me había dado el tiempo que me alejaba de la posibilidad de la traición. El triunfo, hasta el más tonto lo entendería, pensé... qué lejos estaba en esos instantes de la realidad, con la certeza de que tenía todavía cartas que jugar, y aunque conociéndolos sabía que eso los emputecería y tal vez me golpearan más duro. Sin embargo, me calmé diciendome: lo único que puede suceder es que muera y eso ya no me asusta, sólo es un paso de ser a dejar de ser. Si vivo, será como
un regalo, y volveré a ver a mi hijo. Si muero, iré feliz. Me sentí casi contenta. Vinieron a mi memoria esos días del pasado cuando siendo pequeña ese hombre horrible me tomaba del brazo y me llevaba a la pieza que arrendaba con su mujer, esa señora gorda a reventar y me incorporaban a sus escarceos sexuales. Yo tenía cuatro años. Nunca me atreví a contárselo a nadie. Al principio me asustaba, luego fui asimilando lo ocurrido como algo malo. Crecí con sentimientos de culpa y pensaba que por ello Dios me quemaría en el infierno. Mi infancia, con toda esa culpa. Con las constantes exigencias de mis padres. Yo sentía que me esforzaba, trataba de cumplir, pero nunca parecían satisfechos. Por alguna razón, para mí, no había cielo, ni ángeles, y menos esos parajes de estampas con corderos que mansamente pastaban ante la presencia del Señor... Recordé a mi abuelo y por primera vez pensé: "Es mejor que ya no estés. Así no sabes que tu nieta regalona está presa". Tampoco a mi abuelo fui capaz de decirle ese secreto de mi infancia. Temí que él tampoco me quisiera. Pero ¿sabes, abuelo? No importa, al crecer, al comprender, dejé de sentirme tan mala. ¡Cuánto duele crecer, abuelo!
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MI ABUELO Durante la infancia, mi abuelo fue todo para mí. Creativo, culto, sabio, inteligente; músico, pintor y escritor. Alma de artista; maestro y artesano por necesidad, gremialista por convicción, socialista de corazón. De Navarra, de un pueblo llamado "Los Arce", vinieron sus padres. Se quedaron todos en Perú, pero el abuelo siguió al sur, amó y me enseñó a amar profundamente a Chile, mi patria. Recordé los veranos en la vieja casona de Recoleta. Interminables piezas de adobe, dos patios, el parrón y la higuera toda mía. Naranjos y limoneros, las gallinas. Ir con el abuelo a recoger huevos y frutas, entre las abejas y el perfume de la lavanda y las calandrias, que al oscurecer dibujaban líneas con su brillo fosforescente. El me leía sus poemas, y me contaba fragmentos de la historia española. A los cuatro años lo escuchaba estudiar violín, era algo mágico. Yo quería crecer pronto porque él me había prometido que cuando me alcanzara el brazo para tomar el instrumento y apoyarlo en mi barbilla, comenzaría a enseñarme a arrancar esas melodías. Y cumplió.
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Abuelo, ¿te entendió alguien?, me pregunté muchas veces. Junto a él me sentía princesa. Escuchaba sus canciones de cuna, el Ave María de Schubert. Permanecía horas absorta ante sus relojes y botellas de cristal donde guardaba licores caseros de diversos colores que él preparaba al igual que las tintas y pinceles. Recuerdo sus cabellos blancos, su caminar, el brillo de sus ojos arrobados ante las jaulas de los canarios y jilgueros alineadas en el pasillo de la vieja casa. Pronto me prohibieron que fuera a la casa de mi abuelo, a mis padres no les gustaba que hablara del Partido Comunista o del Movimiento Obrero. Mi mamá me decía: -Mala hija, ándate, terminarás loca como ese viejo que pierde el tiempo en leseras. A los catorce años, ya siendo deportista, mi entrenador me planteó que si quería ganar el campeonato nacional, ese año debía trabajar muy fuerte durante las vacaciones de verano. Mi abuelo pensó un rato y dijo que debía obedecer al profesor. Que ya era tiempo de que fuera haciendo amistades de mi edad. El abuelo fue ayudándome a romper los lazos que me ataban a él, explicándome que el verdadero amor no coarta, no quiere poseer sólo para sí, y aspira el bien de quien se ama. Con excepción de los días junto a mi abuelo, el resto de mi infancia me parece triste. Quería ser monja. Se lo conté a mi madre pidiéndole -no sé por qué razón- que no le dijera a nadie. Ella pasó por alto mi ruego y se lo dijo a una de las religiosas. Hice mi primera comunión vestida con el hábito de la congregación y muchas cosas comenzaron a cambiar para mí. Creo que comencé a recibir un trato distinto. A menudo conversaba con la hermana Directora o la Madre Provincial y me hablaban de lo que sería mi vida. Iría a los catorce años a Roma, a hacer el noviciado, y en cuanto mi hermano tuviese la edad recibiría una beca en el colegio de los frailes de la Orden. No tengo muy claro los detalles, pero recuerdo que al escuchar esas cosas me daba pena y miedo. La monja que nos hacía clases de religión decía que por las noches al dormir, del lado derecho de la cama estaba el ángel velando nuestro sueño, y del lado izquierdo, el demonio. Sufría cada vez que despertaba hacia la izquierda. Sentía que Satán había dominado mis sueños y lloraba sin consuelo. Al crecer, no pude evitar contrastar las enseñanzas de mi abuelo con todo aquello, y comencé a hacer preguntas. La primera fue cuestionar el que se nos definiera el colegio como de "señoritas".
Pregunté si las niñas cuyos padres no podían pagar ese colegio no eran señoritas. Que yo sabía que mis padres hacían enormes esfuerzos para pagar mensualmente. Recordaba la cantidad de veces que a fin de mes ellos comían sólo pan untado en aceite con vinagre. Me sentía culpable por lo que gastaban en mí y se me ocurrió decirles que quería cambiarme de colegio a uno donde no cobraran más que la matrícula. Ahí me enteré que entonces mi hermano no recibiría la beca. Sentí un enorme peso sobre mis hombros y dije que no quería ser de esas monjas que diferenciaban a las mujeres entre señoritas y pobres. Recordar a mi abuelo en Villa Grimaldi me hizo sentir mucha pena. Pero también un sentimiento de paz, esa extraña paz de saber que la vida termina, o se ha interrumpido radicalmente, y me dije: Tal vez es mejor que mi hijo crezca sin mí. No podría resistir el saber que cuando crezca podría estar en una situación así. En la vida se puede ganar o perder. Según mi familia, he perdido. Asumo ese juicio, no busco lo que ellos llaman ganar.
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Por la mañana, el 24 de julio de 1974, en cuanto llegaron los oficiales, me sacaron a tirones. Caí varias veces. El trayecto era largo y mi pie aún no cicatrizaba. Rodé por la escalera de piedra del acceso a la casa patronal de Villa Grimaldi. Hacía días que no me dolía tanto el pie. Escuché un grito. -¡Traigan luego a esa comunista de mierda! Ahí estaba. De pie, sostenida por un guardia; noté que se había salido el taco de mis zapatos, unos zuecos amplios y cómodos de usar con mi pie malo. Sentí que de nuevo se empezaba a hinchar con un latido doloroso. Inmediatamente tomé conciencia de que estaba gritando. Fue compulsivo, mi nariz sangraba. ¡Me golpeó! Un bofetón con el puño cerrado en pleno rostro. No sentí dolor, estaba confusa. Sentí que estaba cayendo, voy a perder el conocimiento, pensé, el tipo seguía pegándome en el suelo. Se me doblaron las piernas y algo me levantó, otro golpe que desde abajo se estrelló en mi mentón, sentí los pies en el aire, y caí sobre un mueble. Volví a gritar, era metálico, un escritorio, seguro, caí de espaldas y una punta se enterró en mi cintura, la sangre me hizo sentir los pantalones mojados. No recuerdo más, sólo que alcancé a pensar... ¿Por qué no me duele? Como si algo impidiera el paso del dolor hacia el cerebro. ¡Qué maravilloso cuerpo poseemos! No sé cuánto tiempo estuve tirada, reaccioné violentamente con
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un balde de agua sobre mí. Estaba tan helada, y ahora sí sentía dolor, se me había caído la venda, vi a un oficial que desde el suelo me pareció alto y delgado, de pelo muy corto y parecía una fiera. Estaba en una oficina, meses después sabría que eran las de Purén. -¡Despertaste, maldita puta! Puta, puta, eso son las comunistas y los hijos de las putas son todos maricones. Te odio, entiendes. ¡Te odio! Ahora vas a ver el fascismo en acción. ¿No es así como nos dicen? ¡Soldadooo! -gritó absolutamente fuera de sí-, ¿sabía usted que así nos dicen? -No, mi mayor, no sabía. -Sí. Así es, anda, perra, dile fascista al soldado, para que vea que es cierto lo que le dice su mayor. Comenzó a patearme, crujieron mis costillas. El oficial, gritando como un loco, no dejaba de golpearme; obviamente no podía articular palabra, sólo escuchaba el ruido seco y corto que hacía el aire que salía violentamente de mí, como si me estuviera desinflando. Estaba impactada, su intención era sólo golpearme, repitiendo una y otra vez: -¡Di que somos fascistas! ¡Di que querías matarnos! ¡Di que nos odias!-. Perdí el conocimiento muchas veces, casi no tenía ropa encima. Me la fue sacando a tirones, pero yo no tenía conciencia de mi cuerpo. Era como si sólo existiese mi cabeza pensando y reaccionando con asombro ilimitado. No sentía las piernas, ni los brazos, nada, debí estar toda hinchada, porque la piel estaba tirante. De pronto el oficial se agachó y casi suplicando dijo: -Escucha, te voy a dejar tranquila un momento. Di que me odias. Ahora sí me odias, ¿verdad? Reuní fuerzas, traté de sentarme. Mis ojos quedaron frente a frente con los de él. Podía sentir su aliento, no podía alzar la voz, algo parecía estrangular mi cuello impidiéndome emitir sonidos... Despacito logré decir: -No, señor, no lo odio. No sé por qué lo dije. No pensé, imagino que porque era así, sólo recuerdo esa sensación generalizada de dolor, y como cuando me violaron, la primera vez en Yucatán, era como mirar todo desde afuera con una pena muy grande. Como si un nivel de conciencia distinto del habitual me ubicara a metros de distancia de lo que ocurría. Como observarse desde afuera y decirse al propio oído: Sí, Luz, eres tú, a ti te está ocurriendo todo esto, y acabas de decir, "no lo odio, señor".
El oficial se enfureció. -¡Lleven afuera a esta huevona! Tírenla en la tierra. Sonreí pensando: Luz, vas donde tu madre, ella te acogerá... Dos soldados me llevaron en vilo, mientras el oficial tras de mí gritaba: -¡A ésta la mato! Miren cómo sonríe, como si fuera a una fiesta. ¡Es dura la puta!... Apuesto que la entrenaron en Cuba. Comenzó a preguntarme cuándo había viajado a Cuba. Sólo dije: -Señor, yo nunca fui a Cuba. Y me encerré en un recuerdo. En el hermoso recuerdo de Alejandro. Traté de imaginarlo junto al cielo limpio de aquella isla lejana, necesitaba tener la certeza de que estaba a salvo junto al mar. El oficial estimó que mi respuesta era una burla, y comenzó a arrastrarme del pelo. Mis piernas fueron golpeando cada uno de los escalones. Era curioso, sentía el dolor. Constataba que me dolía, pero nada más, sin llanto, como si mi mente se hubiera dividido en dos y una parte, aquella que sentía, se hubiera bloqueado. Me abandoné... Alejandro, ¡qué dulce recordarte! Apareció ante mí la imagen de la cordillera, la nieve rosa deshaciéndose en primavera. Evoqué sus quebradas hondas y grises, verdinegras, un bello burdeos sombreándola. Traté de abrir los ojos, quería mirar el cielo. Casi no podía abrirlos de tan hinchados como estaban. Me tiraron de espaldas al suelo, en algún momento me sacaron o se soltaron las amarras y las palmas de mis manos estaban sobre la tierra, la toqué acariciándola. Sentí partir un vehículo y al oficial, que agachado decía: "¿Escuchas? Esa camioneta pasará ahora sobre ti, primero las piernas, cada vez unos centímetros más arriba. Hasta que hables". En ese instante le avisaron al oficial que el coronel lo necesitaba. Supe que era el mayor Urrich. Lo dijo el soldado. Después supe que su nombre completo era Gerardo Ernesto Urrich González. El mayor dio orden de que lo esperaran, y se fue. Se acercó un soldado, y lo reconocí, había estado de guardia en el Hospital Militar. -Lucecita, hable, haga lo que dice. La va a matar. -¿Quieres ayudarme, soldado? -Sabe que no puedo hacer nada. -Sí puedes. Por favor, reza conmigo. ¿Sabes rezar? Yo lo he olvidado, pero repetiré contigo. Por favor... El guardia cerró los ojos y los abrió, sonrió y comenzó: "Dios te
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salve, María. Llena eres de gracia. El Señor es contigo..." Sin darme cuenta comencé a rezar despacio, poco a poco alcé la voz. Acudían los rezos desde algún lugar de mi memoria, intactos, guardados allí desde la infancia. Seguí rezando, sentí el ruido de la camioneta de nuevo. El motor rugía. Bendita eres entre todas las mujeres. La camioneta aceleró. Y bendito es el fruto de tu vientre. Sentí como un enorme pellizco en la pierna izquierda, ¡Jesús!...Un grito: "¡Alto!", y yo ajena, pensando... qué dulce suena ¡Jesús!, mezcla de amor suave y tierno, como miel ¡Jesús!, sentí que me arrastraban... Y gritos. ¡No he muerto!, pero ya ocurrirá, quiero morir con el alma llena de olas. Santa María, Madre de Dios, olas besando la arena. Ruega por nosotros pecadores. Con amaneceres despertando con caricias de sol y de flores. Ahora y en la hora de nuestra muerte, amén... Recordé cuan bellos y frescos son los bosques de pinos... Abrieron una puerta y me subieron arrastrando por una escalera estrecha. Olía a humedad, a moho. No importa, dentro de mí llevo una luz nueva, como un sol. Padre Nuestro, que estás en el cielo. Perfume de tierra mojada, como la greda. Santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase en nosotros tu voluntad. Mezcla de padre, hombre y Dios. Perdona nuestras ofensas. Cada lágrima hace más tierna mi piel. Así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden... Así será mientras brote agua de mi ser. No nos dejes caer en la tentación de la violencia. ¡Agua!... ¡Tengo sed! Líbranos de todo mal...
-¡Levanta la cabeza! No lo hice, no pude, sentí mucho frío, estaba oscilando como un péndulo. Ya no me importaba estar desnuda. -Ahora sí dirás que me odias -insistió. -No, señor, no lo odio. -¿Por qué? Dime por qué no me odias... -Porque lo entiendo, señor. Porque me da pena, señor. Escuché risas y murmullos, sí, había mucha gente y seguían llegando, se estaban ubicando delante de mí, al lado del mayor, por todos lados. Sentí que él estaba peleando conmigo. Yo no. -¡Traigan al traidor!! Para que lo vea la... ¿como le dicen? -La Lucecita, -murmuró alguien... -¡Lucecita!, quebradero de cabeza, eso eres. Pero yo me ocuparé de que me odies. ¡Te prometo que me odiarás, puta de mierda!
CAREO CON EL SOLDADO RODOLFO
De nuevo las voces, y gente subiendo. Veo muchas piernas, unos junto a otros, me miran. Tomo conciencia de mi desnudez. Instintivamente traté de cubrirme los pechos con las manos. Estaba amarrada. -¡Tráela, ahora sí que le saco todo! -Jefe, no puede tenerse en pie. -¡Tráela, dije!, apóyala, siéntala. No, mejor cuélgala. Sentí que me amarraban las muñecas y comenzaron a tensar la cuerda. Después de unos tirones, quedé colgando. ¡Dios! Mis hombros crujieron y como unos fierros candentes sentí unas puntadas profundas, cedieron las articulaciones, de algo sirvió que hiciera tanta gimnasia, pensé. No hay fractura. Soy fuerte, recordé a mamá diciendo: -¡Corres una carrera de hombres! Esos 800 metros no son prueba de señorita, te lo llevas haciendo gimnasia como los hombres. Y yo diciéndole que ser mujer no significaba no hacer deporte. Por lo menos ahora servía de algo. El mayor se acercó:
Llegaron dos soldados, traían a Rodolfo Valentín González Pérez, el muchacho que ayudaba a los detenidos en el Hospital Militar. Estaba sin ropa, sólo con calzoncillos que se veían muy blancos sobre su piel morena. Su pierna derecha estaba enyesada. El mayor comenzó a hablar: -¡Miren al huevón este! Fue un soldado de la Fuerza Aérea. ¡¡Es un traidor!! Pero lo pillamos, lo apresamos, y trató de huir. Se lanzó por esa ventana. Se quebró la pierna, el huevón. Lo mandamos a la clínica, sólo para interrogarlo. -El mayor comenzó a reír y agregó-: ¡Claro!, se quiso arrancar porque sabe lo que le espera. ¿Están todos aquí?, quiero que esté todo el personal presente. Para que aprendan lo que ocurre con los traidores y con las putas que los seducen. -¿Qué hizo por ti este huevón? -Nada, señor-. Risas. -¿Viste, soldado? Te defiende. -Más risas-. Cuando una puta marxista defiende a un soldado es porque éste es un traidor. Así es que ¿no nos vas a contar cómo lo convenciste? ¿Se acostó contigo? -¡No! -¿Te molesta que te diga puta? -No soy puta porque usted lo diga, señor. -¡Me aburrí contigo! Ultima vez que te pregunto. ¿Qué cosas hizo este huevón en el Hospital Militar?
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-No sé. Pidió papel y lo cortó en tiras. Acercó el encendedor y me los colocaba en el vientre, comenzó a salir olor a piel quemada, como el olor de los pollos cuando se pasan por la llama para limpiarlos. Sólo que esta vez la que se estaba quemando era yo. Me golpeó, me quemó. No sé describir ese instante. No alcanzaba a recobrar el conocimiento cuando lo perdía de nuevo. No puedo hacer un relato claro. ¿Será así morir? Urrich González seguía insistiendo en que dijera frente al personal que lo odiaba, que los odiaba a todos. Y yo sólo decía, ¡Dios sabe por qué!... "No señor, no lo odio, lo entiendo, me parece que usted no se ha dejado alternativas" y agregué: "¿Las tiene, señor?" En un momento le pregunté cómo podía odiarme tanto, si no pensaba que él tenía una madre, quizás una esposa, una hermana. Enfurecido me golpeó más aún, gritando que las mujeres de su familia eran otra cosa, eran unas damas, y no putas como yo. Durante muchos años pensé que si narraba lo que me ocurrió en esos días, nadie lo creería. Sin embargo, en el año 1991, en uno de mis viajes por Europa pude leer el testimonio de alguien que estuvo ese día en la Torre de Terranova. Esa persona lo recuerda todo y lo narró a organismos de Derechos Humanos, mucho antes que yo. Yo no sabía que esa persona había estado ese día cerca de mí. No entro en más detalles, por ahora, debido a que no deseo interferir en las investigaciones de varios procesos donde el testimonio de esta persona es importantísimo. Recuerdo como entre brumas a Rodolfo gritando: -¡Luz, diles todo! Yo ya lo hice. No resistí. Confesé todo. No sufras por mí. -El maricón, no soporta que una mujer sea más valiente que él -gritaba el mayor-. ¿Vieron todos? Quiero que todos vean... Hasta una puta marxista es más valiente que un traidor. Miren a este maricón. ¡Es un traidor! Pero también verán hablar a esta huevona. También hablará esta perra. Ya lo sé todo. Pero tienes que decirlo tú. Rodolfo desde un rincón, semisentado en una colchoneta, apoyado sobre la pared de la torre, me gritaba sin parar, llorando: -Luz, diles lo que quieran. No sigas sufriendo, por tu hijo, por favor ¡hazlo por tu hijo! ¡¡Dile lo que él quiera!!... ¡No sufras por mí! Urrich, fuera de sí, comenzó a gritar: "¿Usted, soldado, se da cuenta? Dice que no lo reclutó para la izquierda". Reuní todas mis fuerzas y le dije:
-Señor, yo no he tratado de reclutar a nadie. Al contrario, cuando los guardias se ponían a conversar delante de mí, les pedía que no siguieran. Que no hablaran delante de mí. Por favor, pregúnteles. Ahí, a su lado, hay dos de los guardias. Pregúnteles. ¿No creerá que los recluté a todos, verdad? Miré directamente al chico. Palideció, era el compañero de Rodolfo, el mismo que me había detenido la noche anterior. Se veía conmovido y asustado. Bajó los ojos y asintió con un gesto, casi imperceptible. El mayor se desconcertó, se dio vuelta y lo miró. Comenzó a gritar. -¿Es verdad? ¿Te hizo callar alguna vez? El muchacho dudaba, me miró e hizo un gesto afirmativo. Urrich gritó: "¡Traigan al jefe de estos huevones!" Sentí que alguien bajaba las escaleras corriendo. Durante esos minutos, Urrich me miraba sin decir nada. Comenzó a pasearse, y dijo a alguien que estaba detrás de mí, "suéltala un rato". Soltaron la cuerda. No sentía los brazos ni las muñecas, quedé con los pies tocando el suelo, había dejado de balancearme y toda mi sangre pareció inundar brazos y manos. Era horrible, como si miles de agujas se enterraran de pronto haciéndome sentir un raro cosquilleo doloroso. Fuertes dolores en mi vientre quemado me hicieron emitir un quejido. Me miré, un líquido amarillo chorreaba de las quemaduras. Líquido tisular, pensé... Alguien decía: "Es bonita la concha de su madre, por lo menos este huevón comió bueno antes de morir..." Me dolía tanto que me dijeran puta, pero nada que hiciera o dijera haría que pensaran diferente. Tal vez necesitan creer a su jefe. Fue como si hubiera chocado con el fondo de mí misma. No tenía nada. No era nada. Al poco rato llegó alguien y volvieron a colgarme. Nadie dijo cómo y el soldado, tal vez en un rasgo de humanidad, me dejó tocando un poco el suelo con la punta de los pies. Era menos atroz. Me levantaron la cabeza. Vi a quien después sabría que era, entonces, el mayor Manuel Andrés Carevic Cubillos. Don "Raúl" le decían en la DINA. Era el jefe de los muchachos de la agrupación de la Unidad Purén que hacían guardia en mi habitación del Hospital Militar. Entonces sucedió algo increíble. El mayor Urrich González comenzó a interrogar ahí al mayor Carevic Cubillos. -¿Sabías que los soldados hablaban cosas de la DINA y ella los hacía callar? En voz baja, respondió: -Sí, me lo comentaron varias veces.
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Urrich me miró y dijo: -Y tú ¿por qué los hacías callar? -Porque no quería saber nada, señor, porque lo que he dicho desde que llegué es verdad. No sé nada. Porque quiero vivir, quiero ser libre y pensé que saber podría ser peligroso. Yo no he querido reclutar a nadie, no he convencido a nadie. -¡Pero este huevón te contó que tiene un hermano asilado! -Sí, es verdad, pero espero sepa usted lo que yo le contesté. -¿Y qué le contestaste? -Que hablara con su jefe. Que si él era leal, su jefe lo entendería. Más desconcertado aún, Urrich miró a Carevic. Este asintió con un gesto. Urrich me miró fijamente, se dio vuelta y se fue. Antes de comenzar a bajar la escalera gritó: "¡Bájenla! Déjenla en una colchoneta. ¡Que quede un guardia!"
Estuve, dicen que estuve doce días en la torre de Villa Grimaldi. No puedo recordar los detalles, sé que ordenaron que no me dieran de comer. Alguien me cubrió con un grueso poncho de castilla negro. Un día desperté porque alguien tocaba mis piernas. El guardia me hizo un gesto de silencio. -Calladita, él sabe "componer" huesos y la está examinando. No sentía las piernas, la verdad no sentía nada, salvo el borde interno del pie y la pierna derecha con hiperestesia. Me miré. Tenía costras en el vientre y me picaba el vello púbico al crecer entre la piel quemada. Después de un rato el hombre dijo:
-Quebrada no está, ponle las piernas para arriba, que no camine. ¿Cómo va al baño? -La llevamos nosotros. Ni siquiera eso recordaba. El guardia cogió con suavidad mi cabeza y me dio agua de una botella, otra vez un pedazo de chocolate, algo de pan. Lloré cuando uno de esos chicos sacó de su boca un enorme pedazo de manzana y sujetándome semisentada me lo dio a comer. Lo había escondido dentro de su boca... Fue la manzana más exquisita que comí en mi vida. No había para mí días ni horas. Sólo un sopor permanente. Los pocos instantes de conciencia también eran extraños. Sentía que esos guardias hacían lo que podían, pero incapaz de nada, yo sólo los miraba y decía... Gracias... También el dolor era distinto, podía sentir su presencia constante, pero no sufría. Como si el dolor hubiera excedido el umbral que un humano puede soportar y se hubiera esfumado, dejaba de ser. Estaba más allá del dolor. Un día me pregunté. ¿Se puede morir de dolor? Sentí que mi deseo más intenso era morir, que la bruma lo invadía todo. Una nube se adueñó de mí, estaba tirada en el suelo, nunca lo sentí duro o algo. No estaba ahí, como si me hubiera introducido por algún resquicio dentro de mí en algún mundo propio, donde podía ver, recordar, casi oler flores y paisajes. Un día, me dijeron que el decimotercero, me llevaron comida. No podía comer. Tenía la garganta seca, también los labios. Estaba despertando, como si viniera de alguna parte. Comencé a reconocerme a mí misma, vi por primera vez el polvo que se adueñaba del piso, rincones y paredes. Traté de acomodarme. Sentí dolores. Comencé a reír. Recién me estaba dando cuenta de que estaba viva. Mi amiga la muerte volvió a abandonarme. Ya no estaba ahí... Sentí deseos de gritarle ¡maricona!, mala amiga. Huiste de mi sonrisa al verte. ¡¡Muerte!!, ¡eres una farsante! ¡Claro!, era más fácil morir y la traidora huyó... ¿Por qué no matarme? Sólo fue una pregunta. Sabía que mientras tuviera una chispa de conciencia lucharía por vivir. Apoyé la espalda contra la pared y me miré. En Tejas Verdes creí que estaba lo más sucia que se podía estar. Ahora lo estaba de veras. Mi vientre me molestaba, era una picazón atroz, los pelitos de la manta pegados entre las costras, y sin embargo no había infección. Pasé un dedo por mi pecho, estaba cubierta de polvo y tierra y exclamé contenta... Tú no me haces daño. Miré mi pie, casi totalmente cicatrizado, también lleno de tierra y pelusas, sin rastros de infección por
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EN LA TORRE DE VILLA GRIMALDI El personal comenzó a retirarse. Se acercó un señor canoso y me preguntó si lo conocía. Le dije que no, me explicó que él sí, que se había casado con una compañera mía de la Universidad, que él me recordaba porque yo hacía deporte. Años después supe por él mismo que en 1976 era un sargento de Ejército, el conductor del auto del coronel Manuel Contreras, no sé por qué estaba ahí. Tal vez estaba el coronel presente. No lo sé. Había mucha gente y yo, obviamente, no me dediqué a mirar quién estaba, había momentos en que si no me sostenían tirándome del pelo, no tenía fuerzas para levantar la cabeza.
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ningún lado. Volví a sonreír, me sentí hija de la tierra. ¡Sí, soy de tierra! Madre tierra, madrecita querida, salí de tu vientre. Paré en seco. ¿Estoy loca? ¡Dios! En los peores instantes, la mente podía acudir a una reserva ilimitada de belleza. Todo parecía conducirme a entender que si oponía resistencia a lo demencial de la situación, terminaría loca de atar. La fantasía de las manos enfundadas y cruzadas sobre mi vientre, esas ataduras de la mente que quiere separarse de la realidad, sólo podría evitarlas con una entrega absoluta de mi ser. Soñé la apertura como una disposición a aceptar ver, aceptar oír, querer tocar y oler lo que fuera. Decidí que esa disposición estaría presente en mi vida, fuera cual fuera la situación. Luego me repetía, tratando de convencerme: "No, no estoy loca, mi instinto me defiende". Pronto estuve pensando de nuevo. Recordé a Rodolfo, dijeron que estaba muerto. Que había muerto por ayudarme. No podía comprender que fuera verdad, que por haber llevado unas notas a mi hijo y a mis padres estuviese muerto. No pude aceptarlo. Pensé que era otra manera de torturarme, de infundirme más terror aún. En esos días, a pesar de estar sumida en una forma de inconciencia bastante ahorrativa, el organismo debía alimentarse y obviamente se había nutrido de lo almacenado. Pensé que hubiera sido bueno no haber estado tan flaca. Debí haber comido más en casa... A partir de cualquier pensamiento siempre retornaba mentalmente a mi casa, a mi hijo, le hablaba como si estuviese presente... Rafaelito, espero que te acuerdes de todo lo que te dije. Que si mamá no vuelve es porque no puede... Recordé su carita triste. No podía evitar que sufra. No sabía cómo se instalaría en él ese abandono. Sólo podía decirle ¡te amo!, por favor, no lo olvides, te amo y mucho. Su infancia fue distinta, como la de tantos otros niños. Tardaría años en averiguar cómo esas cosas le afectarían. Mientras pensaba, masajeaba mis piernas, trataba de movilizar cada segmento de mi cuerpo. Continuaba desnuda; en un rincón divisé mis zapatos, uno sin tacón. Aunque la manta era gruesa, sentía mucho frío. Tenía muy dañados los hombros y las muñecas. En el muslo izquierdo se me formó una especie de cintura. No sé cómo ocurrió. Tal vez un golpe fuerte, o las amarras. Un día, uno de los guardias se quedó un rato más cuando me llevó algo de comer y me contó que los otros guardias no querían ir
al lugar donde yo estaba. Cuando le pregunté la causa, dijo riendo, yo creo que tienen pena, y también porque temen que pueda pasarles "lo del González". Le pregunté por Rodolfo, dijo que no habían visto nada, pero que el jefe decía que estaba muerto, muerto por traidor. Le expliqué que nunca había tratado de reclutarlo o algo parecido... -Será como usted dice, pero los jefes nos explicaron que no debíamos hablar con usted, Lucecita. Que es muy inteligente y que puede "embolinarnos la perdiz" como quiera, y podemos "hacerlos" traidores como el González. -Es cierto que me ayudó, pero sólo llevó unas cartas a mis padres, nada más, se lo juro. -Algo más tiene que haber sido, Lucecita. Si no la ayudaba na' a usted no más, algo más tiene que haber hecho el González. Por la noche sentí unos ruidos y pude ver que la luz de una linterna se movía por el hueco de la escalera, era uno de los guardias, que me llevaba ropa y un sandwich. Abrí la bolsa, había cigarrillos y un termo. Era café con leche. Esperó que comiera y se fue. Me dijo que la ropa era de su hermana. A menudo pensaba que no querría olvidar nunca esos días, no el dolor solamente, sino todos mis sentimientos. Estaba descubriendo unos tesoros, la ayuda de esos chicos de la guardia, saber que los seres humanos siempre pueden encontrarse en cualquier lugar...
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Intuía que quedaba mucho aún por vivir de ese horror y sabía que si me destruía físicamente, sería imposible huir de la locura que rondaba mi mente. Cuando me permitía pensar en los afectos sentía desesperación y angustia. Me asusté, la proximidad de la locura me pareció peor que la de la muerte. Se me ocurrió que además de ocuparme de mis músculos, debía tratar de mantener la capacidad de razonar. Pensé que me ayudaría el hacer ejercicios de matemáticas, y comencé a realizar cálculos, y si la situación era tal que no podía concentrarme, entonces sólo contaba, de dos en dos, de cinco en cinco. Me mantenía ocupada y podía abstraer ese mundo de llantos y súplicas, de gritos guturales.
Me hacía bien sentir que pese a todo estaba activa, ajena, pero atenta. Comencé a recopilar información. Primero a distinguir a guardias y oficiales por sus voces, por el lenguaje que empleaban, por el sonido de sus pasos, los diferentes perfumes que usaban. De esos fuertes y apestosos. Se fueron grabando esos olores y asociando a un sentimiento de rechazo que aún hoy conservo. Uno de ellos tenía el mismo olor del sargento enfermero del Hospital Militar y aún me provoca náuseas. Trataba de racionalizar la situación. Logré ocultar la expresión de asco, de destrucción interna. No se me notaba nada, me ayudaba mucho el estar vendada. Pero internamente me sentía deshecha. Dos días después de haber llegado a Yucatán, nadie había hablado conmigo. Esa espera aumentaba la tensión. Me era muy difícil controlarme, todo parecía volver, llenando mi ser de miedo, más que miedo. Terror, pánico. Me faltaba el aire, como si el pecho estuviese siempre apretado, como si cien kilos me oprimieran haciendo dolorosa hasta la respiración. Unas punzadas muy fuertes bajo la clavícula derecha prácticamente me inmovilizaban el brazo. Trataba de calmarme. Me sentía alterada, como si hubiera olvidado respirar y mientras más lo intentaba, el aire parecía no existir. Luchaba contando, visualizando los n ú m e r o s , tratando de g r a d u a r inspiración y espiraciones. Me movía tratando de expandir mi caja torácica, dolía como si algo dentro se estuviese rompiendo, estaba mareada y tenía fiebre. Es una infección, pensé. ¡Por fin! Trataba de determinar dónde estaría localizada. ¿En alguna herida?, puede ser urinaria, los baños eran atroces de sucios. Descubrí que Acetando el tronco hasta apoyar la frente en mis piernas, sobre todo cuando conseguía que me amarraran las manos por delante, fácilmente me invadía el mismo sopor, la bruma que me permitió huir de la Torre en Villa Grimaldi. De nuevo semiconscicnte con esa nube aplastándome, pero deshaciendo todo sentimiento y transformándose en una suerte de aceptación de que eso tan horrible era la realidad. No una fuga de mi mente, sino simplemente de lo que estaba ocurriendo en ese momento. Me decía: sí, Luz, eres tú, y esos que gritan son otros compañeros, y los están torturando, esos gritos que escuchas, que te hacen sentir cada pelo de tu cuerpo erizado, es porque les duele, y te duele a ti también, Luz, porque sabes que los están haciendo pedazos, y tú sientes eso porque tienes miedo y transpiras, es miedo porque sabes que volverás a gritar tú así otras veces, es adrenalina, Luz. Era la
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DE VUELTA A YUCATÁN No sé cuándo, a fines de julio o comienzos de agosto, volvieron a colocarme cinta adhesiva en los ojos y me subieron a una camioneta. Otra vez el cuartel Yucatán en la calle Londres 38. Los guardias me reconocieron y me asignaron el mismo número que tuve en marzo. Volví a ser la 54. Cuando pasaban lista, pude darme cuenta que iban más allá del 100. Volví a estar sentada y amarrada a la silla. De nuevo se me hincharon las piernas y los brazos. Sentía ese latido molesto y doloroso en los pies, sobre todo en la herida y en las manos. Traté de acostumbrarme a esa posición, me dolía la cintura y había un olor terrible. ¡Claro!, éramos tantos y sin asearse en una pieza. Yo olía igual, sólo que me había acostumbrado. Decían que los baños estaban malos y que les echaban agua sólo una vez al día. Trataba de hacer isométricos, es decir, contracturar la musculatura segmento a segmento y luego relajarla. Dolía, pero quería evitar la atrofia. Estaba muy delgada; sin ser maciza, antes había tenido una musculatura bien marcada, que ahora parecía haberse esfumado.
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realidad, pero me parecía que además de ser real, era la locura misma... Como un rayo de luz surgió dentro de mí un casi triunfante ¡La tengo! Era la llave de ese límite tan débil que hay entre la locura y la cordura. Sentí gratitud por todas esas herramientas que iba descubriendo y que me permitían sentirme ir al minuto siguiente segura. ¿Segura? ¡Cuánto sabe uno! ¡Cuánto no sabe uno!! De su cuerpo, de su mente, y que aflora bajo presión. Todo esto siempre debí haberlo sabido, sólo que no lo necesité... Aceptar la realidad real. ¿Real?, es cruzar el umbral, es mantenerse en el ámbito de la razón. Negarse, o quedarse flotando en aguas intermedias es enloquecer, y yo conocía el límite. He estado a ambos lados. Si el asunto se pone intolerable, sólo debo dejar de aceptar que esto es la realidad real. Hoy, aquí, surge el recuerdo del asombro, la angustia, el terror y la desesperación creciendo. Música que envuelve, sobrecoge, espanta, distorsiona. Caer rodando por el tobogán de la alienada mente. Pensaba en esos otros lugares de afuera y me decía, eso también existe, pero allá es la calle. Más allá de estas paredes, en esas casas con olor a cazuela, porotos y ensaladas... Estaban al lado, en la acera del frente, y a la vez infinitamente lejos, pero existían, de eso estaba segura, y era una buena referencia. Pero aquí eso no te sirve, Luz, es otra dimensión de la realidad, no la tuya. Me sumergí en un delirante monólogo en que llamaba a la Reina Locura, y le decía: "Conocerte es la única forma de derrotarte. Este es tu mundo. No podré luchar por una mente sana si no te doy cabida. Te acojo sin temor. Tal vez huyas de mí como la muerte. Pero es un pacto, es un trato, amigas las tres. Muerte, locura y Luz." Como de un salto volví al presente... Dos guardias sentados cerca tomaban café. -¿Por qué no la han interrogado? -Porque está declarando el hermano. -¿Dijo algo? -Ahí está... Acaban de llegar con las armas. Las tenían enterradas... -¡Pobre cabra!, tanto tiempo y ahora... Como en una enorme herida, penetraron esas palabras... ¡Es mi hermano! Un ¡NOOOOO! surgió desde el fondo de mi alma y sentí que era como comer vidrio, que se me estaban rompiendo las tripasrota cada entraña. Todo parecía desaparecer. Dejé de oír, de pensar, de ser. Comenzó a desintegrarse todo... Yo y mi demolición.
Como en un torbellino, como un viento fuerte sobre la cara que me impide respirar... ¡Mi hermano! ¿Por qué lo detuvieron?, jamás le e mencionado. Es seguro, alguien más está hablando. ¡No es justo!... Pero ¿hay aquí lugar para la justicia? ¿Pero quién?, todos los compañeros saben que fue militante, que después del Golpe no se reconectó. Sólo puede decir cosas de antes del once, y lo poco que sabe de mí... Otro pensamiento alertó mi mente: ¡Las armas!, como si recién hubiera reaccionado. No había lugar a dudas, si es que se referían a mi hermano entonces eran las armas que sacó del closet de mi pieza. Recordé esos tres días de tortura para darle el tiempo a que se diera cuenta que yo había caído y limpiara la casa. Recordé una conversación... -¿Dónde llevaste las armas? -A casa de la abuela. -¿Cómo? -En el triciclo del negocio, lo cargué con cajones de choclo y cebollas, las puse entremedio. ¡La abuela! Si las entregó, deben haber ido a su casa también, pobre abuela. Ojalá mi hermano diga que ella no sabía... ¿Y mi padre?, creí recordar que fue él y no mi hermano quien sacó las armas ¿o fueron juntos? No sé, nunca lo supe a ciencia cierta... Horas después me llevaron hasta una oficina. Una voz que no reconocí interrumpió mis pensamientos.
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RICARDO LAWRENCE MIRES -Siéntate, Luz, sácale las amarras y la venda. No puedo hablar si no miro a los ojos... -dijo una voz melosa-. Listo, Lucecita, vamos a conversar los dos. ¡Traigan unos cafecitos! Lucecita, ¿de qué signo eres? -¿Qué...? De todas las preguntas del mundo, jamás hubiera pensado que me harían esa en un momento así. Repitió lento, como saboreando cada sílaba. -SIG-NO, signo del horóscopo. -Ah, eso. No sé. -¡Ay Lucecita!, todas las mujeres saben eso. -Yo no. Sí lo sabía. Soy Aries. Pero sentí rabia.
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-Curioso, ¿pero cuál es tu fecha de nacimiento? -Marzo, 31 de marzo. -Aries, eres Aries. Por eso desde que te conocí sentí que nos llevaríamos bien. Y ahora que te pasaron a mi grupo... ¡Aries, Lucecita, y eso nos hace afines! Aries, Leo y Sagitario son signos ¡de fuego! Debí suponerlo. No podías ser de otro signo. Lo miré, parecía joven, tal vez de mi edad aunque canoso, más que yo. Ojos bonitos, verdosos, con largas pestañas. Pensé: "¿Y este huevón qué se cree?" Seguí mirándolo, seria y callada. Esperando, no me molesté en contestar. Para ser franca, estaba molesta, ofendida de que pensara que una conversación así me gustaría. Prefiero un puñete, estúpido, machista y huevón. ¡Todo un ejemplar de imbécil! No me da la gana abrir la boca. Se puso de pie y furioso gritó: -¡Luz!, ¿no vas a hablar conmigo? -Claro, no tengo problemas de hablar con usted. No me pareció que usted estuviese esperando una respuesta. - N o una respuesta, claro. Pero una frase, una opinión. Creí que estábamos conversando. -Disculpe, señor, pero si lo que usted desea es conversar de horóscopos, tendrá que hablar usted; yo no sé nada de esas cosas. -¡Ay! -dijo. Se sentó, estiró los brazos y comenzó a mirarse las manos. Horribles manos regordetas y de dedos cortos. Ahora que lo recuerdo, no era muy gordo, pero con tendencia. Manos de huevón flojo, pensé. No ha hecho nada con ellas en su vida... Salvo tomar las empanadas, el pollo y las mujeres, supongo. -Luz, la ariana. Suena bonito. Tienes canas... como yo. ¿Sabes?, me caes bien. Escucha, quiero contarte algo. Lo interrumpí. -¿Me da otro café? -¿Café?, claro. ¡Guardia!, traiga dos cafés más. -Gracias. -¿Un cigarro? -Sólo si es de los que yo fumo... -Lucky. ¿Viste? Tenemos muchas cosas en común. También yo fumo Lucky. -Escucha, quiero hablar contigo y tú cierras las posibilidades. Pero no olvides que soy Aries, y como tú, de los tozudos. Hablaremos. Estarás aquí todo el tiempo que sea necesario. Todos los días que
yo quiera. No dormirás. Tampoco yo. Pero hablaremos. ¿Está claro? -dijo alzando la voz. -La verdad, señor, no mucho. ¿De qué hablaremos? -Tú, haz como quieras, estoy tratando de decirte que no quiero pegarte. A estas alturas nadie quiere golpearte más, ¿por qué resistes? -Yo no puedo responder lo que me preguntan porque no sé. No sé dónde está Miguel Enríquez. -¿No sabes?, no te creo. -Señor, sabe usted todo. Sabe que no soy del MIR. Y aunque fuera del MIR, ¿cree que todos los militantes saben dónde está él? -Yo lo que sé es que eres comunista, una marxista. Eso eres. Pensé, vi la trampa. Si mi hermano había declarado, sabían que nuestra conexión era con el Partido Socialista, y ellos querían que yo lo dijera. Está bien, lo diría. -Soy socialista, señor. No militante, ¡claro!, así es que aunque me mataran, no podría decir dónde está Miguel. Y es más, señor, después de todos estos meses aquí, y por favor trate de entenderme, no puedo decir nada del partido, porque hace mucho que saben de mi detención. Nada que yo haya conocido, existe. Además, nunca fui militante. Sólo simpatizante. Aspiró larga y silenciosamente su cigarro. También yo. Ahí estábamos enfrentados como en un duelo mudo. Mirándonos, fumando, pensando. -¿Segura de que no puedes entregar nada del Partido Socialista? -Nada que usted no sepa, señor. Se sorprendió. Ahí estaba mi última carta. ¿Podría blufear con ella? Seguí hablando, -La verdad, señor, no le entiendo. Me da café, corrijo, dos cafés y van tres, ¿o cuatro? -miré el cenicero, luego de contarlos afirmé-: cuatro cigarrillos. Se lo agradezco y mucho. ¿Para qué?, para ver si le miento o digo la verdad, y usted tiene las cartas marcadas, señor, lo sabe todo. Muy tranquila decidí ir más lejos. Me paré, miré cada cosa. Recordé que en esa misma oficina de la calle Londres me había reunido una vez con Carlos Alamos. Lo imaginé en algún más allá fumando un oloroso Tiparillo. Volví a mirar al oficial. -¿Para qué jugar, señor? Apagó violentamente un cigarrillo, murmurando: -¡Cresta!, ¡estos guardias! Y yo aquí haciendo el huevón.
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Automáticamente pensé, no eres más huevón porque no te levantas más temprano. Se paró y gritó desde la puerta: -¡Traigan al hermano! Me esforcé por continuar impávida. Estaba temblando. No podría fumar más; si lo hacía, se daría cuenta de que estaba tiritando como una hoja...
Mi hermano se veía mal. Sucio y lleno de hematomas. Miré el color de los moretones y calculé que por lo menos llevaba una semana. Estaba vendado. ¿Dónde lo tendrían?, me pregunté, porque en la pieza grande con todos los detenidos, estaba casi segura de que no estaba. Tal vez sumida en mis pensamientos, en esa casi ausencia, no me di cuenta. Debo advertirle que estoy aquí. -¿Puedo saludarlo, señor?, ¿puede sacarle la venda? -Suéltalo -dijo el oficial dirigiéndose al guardia. Fui a su lado y nos abrazamos. -¿Cómo estás? -Bien, ¿y tú? -Bien. ¡Qué diálogo tan absurdo! En realidad nuestras palabras perfectamente podían traducirse como un no he muerto aún y me siento como las pelotas, sin embargo seguimos. -¿Cómo están en casa? ¿Y el niño? ¿Y tu hija? -Bien, bien. Todo lo bien que se puede estar. -¡Vengan los dos! ¡Asiento! Esto es contra las normas, pero aquí mando yo. Y decido que los dejo un rato a solas. Vuelvo luego. Salió, dejó la puerta abierta y un guardia armado con un fusil AK, en el umbral. -¿Por qué no te fuiste? -pregunté aunque ya intuía la respuesta. - N o pude, me sentía culpable. La segunda vez te agarraron por mi culpa. -¿Por qué? -¿Te acuerdas de Navarrete? -¿Raúl? -Sí. Ese día que fuiste al Hospital Militar, fue al negocio y nos pusimos a conversar. Le dije todo, que estabas en libertad, que te habías cagado a la DINA.
-¿Le contaste todo lo que sabías? -Todo. Perdóname, pero para mí, él era un compañero. Cuando me di cuenta quería morirme, sabía todas tus cosas. Decidí no huir, sino esperar que me fueran a buscar. Sabía que irían por mí aunque tú no hablaras. Raúl y yo nos iniciamos juntos. Sabe de mí más que tú. Sentí una suerte de alivio. No se entregó así no más a la DINA. No tuvo alternativas para resistir. Sabían todo antes de ir a buscarlo, pero igual hubiera preferido que saliera del país. Ahora estábamos los dos presos y el peso y la tristeza para los viejos sería mayor. No sólo mi hijo sin su madre, sino además quedaban solas su esposa y la niña. -Dime la verdad. ¿Cómo están? -Imagínate. La vieja llora... Está sufriendo. -Y ahora más. Era tan extraño conversar con mi hermano en esas circunstancias. Al volver, el oficial trajo más café. En realidad no había terminado con nosotros. Ni siquiera había comenzado. Flotaba una idea, circulaba dentro de nosotros, pero yo no lograba dilucidar qué era. Tenía claro que a esas alturas no me dejarían libre así como así. Me estaba transformando en un problema. Por alguna razón no me habían matado aún. Si me pasaban a la justicia, el cargo sería asociación ilícita y agregaran lo que agregaran, serían unos años de prisión. ¿Pero me pasarían a la justicia con lo que ya conocía de la DINA? Imaginé que no podrían mantenerme indefinadamente ahí, algún día debían decidir. Y al parecer habían resuelto no matarme todavía-, ¿por qué? Lo peor es que no se me ocurría nada. Sin duda esa entrevista era crucial. El oficial se había mostrado en exceso paciente. Esos oficiales, soldados y miembros del cuadro permanente; los de comisarías o cuarteles, en el fondo estaban siendo manipulados de arriba. Con una exigencia expresa de ser muy duros. Para ellos no éramos personas, sino marxistas, y eso lo traducen como delincuentes y putas que quieren matarlos a ellos y a sus familias. -Listo, cabritos, se acabó el recreo. Como están las cosas, yo debiera matarlos a los dos, pero no quiero -dijo sacando del cajón las armas. Entre ellas estaba la CZ de Alejandro. Me estremecí, "la negrita", me dije, y sentí que ese contar los días se había terminado. Traté de recordar el nombre de chapa de Alejandro, aquel con el cual lo llamé al aeropuerto. Hurgué y hurgué en mi mente, y se había borrado para siempre. Nunca más volví a recordarlo, nunca, sólo su nombre
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real. Tal vez intuitivamente pensé que Alejandro podía usar esos documentos, y mi mente se bloqueó para siempre. Cuando reaccioné, escuché al oficial que decía: "Les ofrezco lo siguiente, si colaboran al máximo, cosas que sirvan. Información", dijo modulando con lentitud, "no los aprieto más y les prometo un cargo chico. O sea, así como tres meses de relegación en... Frutillar, por ejemplo. Pueden irse con sus hijos, es un lugar hermoso..." Mi hermano se adelantó y dijo: -Me parece bien. Yo comencé a decir que estaba desconectada desde hacía meses y que esperaba que entendieran que no tenía ningún contacto. Nada que estuviera vigente. -Bien, vamos a ir más allá todavía -dijo el oficial, obviando mis palabras. Mi nombre es Ricardo Lawrence, y soy oficial de Carabineros. Quiero una lista de lo que saben. Serán libres si cumplen. Allá en el Sur, pueden empezar de nuevo. Tú, por ejemplo, podrías ser profesora en la escuela. Piensen esta noche, traten de dormir. Mañana temprano los traeré a la oficina. -¡Guardia!, póngales la venda. Sin amarras, déjalos en un rincón, juntos, pueden hablar entre ellos. Momentos después trajeron a Alejandra. Ella había llegado el I a de agosto a Londres 38, a menudo quedábamos sentadas juntas. Esa noche estuvimos los tres. Mi hermano logró dormir, o al menos me pareció, yo tardé algo más en hacerlo. Me sentí atrapada. Algo había que entregar. Corría a mi favor el tiempo que llevaba presa. No pueden exigirme que mi información esté vigente. Debía conversar con mi hermano. ¿Por qué ese decir sí de inmediato? Algo debe tener entre manos, pensé. Recordé los consejos de Ricardo Ruz. "Si no te queda alternativa, parte entregando a tus compañeros que sabes que están muertos, luego los que están fuera del país o presos, y si es preciso seguir, la periferia. Por su escasa participación, son compañeros que tienen poco contacto con los partidos. Y son los que tienen más posibilidades de salir vivos. De ahí en adelante, uno está solo con su propia conciencia". Lo único que tenía claro era que no podía mencionarlo a él. Aunque sabía que estaba detenido, el que fuese MIR les haría abrir sus apetitos y no me creerían jamás que no sabía más. Todas esas cosas que conversamos con Ricardo me parecían tan lógicas, que tuve miedo de que se dieran cuenta. Lo absurdo de la situación en que me encontraba me hizo sentir rabia. De nada valieron todos esos meses,
de un minuto a otro estaba embarcada en una colaboración a cambio de una relegación. ¡Dios!, me sentí confusa. Aunque quisiera colaborar, aunque fuera lo único que deseara, tampoco podía hacer mucho, en verdad. Sentí que todo era desproporcionado. La situación del momento, lo que había vivido en esos meses. No podía entender lo que estaba sucediendo. Pensé en Raúl Navarrete Hancke, recordé las conversaciones con él en la plaza cercana a la casa de mis padres. Todo el enorme apoyo que me prestó cuando me separé del padre de mi hijo mayor. Me consiguió trabajo en la Moneda cuando no tenía ni siquiera cómo financiar la alimentación de mi hijo, me había llevado a la izquierda y ahora nos traía a mí y a mi hermano a la DINA. Ni siquiera me preguntaron nada, ni del GAP, ni del Comité Central, ni de Gustavo. Lo sabían todo. También las cosas de mi hermano. Pensé en lo que alcanzó a decirme él e imaginé a Raúl en su casa, junto a su familia. Me sentí dolida... Volví al momento que vivía, era evidente que una vez que entregáramos la información se darían cuenta de que la gente no estaba en Chile o no era ubicable. Confié en convencerlos de que no sabía que estaban muertos o asilados. Total, esos meses había estado ahí. ¿Y mi hermano? Confié en que Raúl aseverara la verdad, que estaba desconectado después del Golpe. En cuanto despertó mi hermano, le dije que había estado pensando que no caí solamente por lo que él le dijo a Raúl, que eso sólo les dio la certeza y la información de que estaba mintiendo. Pero que yo estaba segura desde que me liberaron de que irían a buscarme. Eso me pareció nítido desde el primer momento. Le conté que había caído con una chapa que aún no explicaba cómo la había conseguido, que estaba segura que ahora sí me exigirían que aclarara ese punto. Volví a preguntarle: -¿Estás seguro que Raúl está colaborando? -Sí, pero no te preocupes, gansita. Esperé cada día que fueran a detenerme. Quería venir a sacarte de aquí. Sabía que te dejarías matar, pero ahora haremos lo posible por salir y juntos. -¿Haremos lo que sea? -Lo que sea. -¿A cualquier precio? -A cualquier precio... , No dijo nada más, pero supe que adivinó mis pensamientos. -Gansita, eres mi hermana y vamos a salir de ésta. La vida nuestra, hoy, es esto. Es peor que la selva. Tenemos que salir. Callé, pensé que lo estaba haciendo por mí. Se dejó detener, me
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decía, luchando por convencerme de que todo era tal y como él decía. Pero no podía perder tiempo tratando de convencerlo. No me escuchará, me dije. Tengo que jugar mis propias cartas. No se da cuenta que sola podría haber enfrentado cualquier cosa. Ahora con él aquí, todo es peor. Está bien, opto por intentar vivir. Pero no a cualquier costo. Debo conseguir que quede libre él. O al menos en libre plática. Me preocupan su salud y su temperamento, lo matarán sin consideraciones. Sentí miedo porque sabía que no resistiría ver que lo torturaran. Porque había sido cadete, porque teníamos amistades personales dentro del Ejército. Se me ocurrió que tal vez eso podría ayudarnos. Recordé que los días en que estuve en casa había ido a visitarme Patricio, un oficial, vecino de muchos años, y que me había dicho que me ayudaría a conseguir trabajo si yo me comprometía a no volver a militar. Lo mencioné al pasar y años más tarde me enteré de que estuvo cuestionado sólo por conocernos. Y que a esa fecha él trabajaba con el que después sería el coronel Orozco. En la mañana, cuando llegó Ricardo Lawrence, parecía no tener prisa, tampoco deseos de conversar. Claro, es como el dueño del fundo. Amo absoluto de la situación. A mediodía sentí la voz del oficial, supe la hora por el estampido en el cerro Santa Lucía. Surgió en torno y dentro de mí un espeso silencio. Nos trasladaron a una de las oficinas, me sacaron la venda y de pronto me sorprendí con la vista fija en un punto más allá de Lawrence, divagando. Sentí que seguía vigente el dicho que había acuñado como propio desde los años en que era estudiante de Educación Física y que durante las estadías en Villa Grimaldi y Londres 38 fue mi consigna: Economía de las fuerzas. Pensé en la injusticia de haber tenido problemas cardíacos cuando fui deportista y ahora no. ¿Por qué no falló mi corazón con la corriente o con los golpes? Ahora que lleva latiendo a prisa hace meses, no quiere dejar de funcionar... Recordé las épocas de deportista. Cuando con otras compañeras de la Universidad Católica logramos establecer y romper varias veces el record sudamericano de la Posta 3x800, cuando logré el campeonato nacional. Ahí, cuando Luz Arce estaba dejando de ser promesa. Ahí mi corazón se rebeló. ¡Qué distinta me pareció la vida en ese instante! Unas semanas atrás, ni siquiera sabía si caminaría de nuevo. Ahora sí podía. Con mucho dolor, pero podía. Eso es lo que me ha dejado el deporte, pensé. Una gran fortaleza física y tolerancia a las exigencias fuertes. -¡Bien, cabros!, ¿qué les parece si trabajamos un poco? 116 1
Mi hermano y yo lo miramos en silencio. Ricardo Lawrence Mires tomó asiento frente a nosotros y dijo: -Nombres... A ver, empieza. -¿Significa que lo conversado ayer es un trato? ¿Podemos precisar los términos? -Sí, señorita. Podemos precisar. Ustedes dos colaboran, y se van relegados. Pueden llevar sus familias y al menos a ti puedo conseguirte trabajo en la escuela. Conozco a la directora. A los tres meses, serán libres. Pero creo que para ustedes, sería mejor empezar una nueva vida allá lejos de Santiago y todo esto. Es un lugar hermoso, pero ahora quiero nombres. Me dolía la cabeza, tomé el café y decidí alternar asilados, muertos y presos. -Mi jefe en el GE A se llama "Silvano". -¿Nombre real? -No sé, es probable. Anotó el nombre en una hoja. Pensé en Raúl Navarrete y en la posibilidad de que él no supiera que "Silvano" estaba muerto. Recordé que pocos días antes del Golpe, Raúl cayó preso en Til-Til, con un auto del partido en el cual traía armamento, desde San Antonio. ¡Y yo que cuando estaba libre le pedí que me ayudara a esconder mis libros y las armas! Se negó. Tal vez no me entregó ese día... -¿Dónde encuentro a este Silvano? -No sé, no lo veo de antes del Pronunciamiento -dije cuidando de no decir Golpe, ya me habían pegado por ello- Parece que era del Sur. O al menos tenía a su familia en el Sur. -Y tú, ¿sabes cómo ubicar al Silvano éste? -dijo Lawrence mirando a mi hermano. -Bueno, yo también lo conozco. Creo que era de Talca. Sí, él iba a Talca, allá vive su familia. Sólo pretendía ganar unos días. Sabía que harían diligencias. Así es que cuando vi que iba a descartar a Silvano, agregué: -Sabe, señor, acabo de acordarme que él en su juventud fue boxeador y de los buenos. Hace unos años, siendo de la categoría juvenil, le ganó a Bonavena. -Bonavena,¿el campeón mundial? -Sí, cuando los dos eran juveniles -agregó mi hermano- Yo creo que es fácil conseguir su apellido. No muy convencido, Lawrence anotaba. -¿Saben algo más de él? 117
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-Era GAP, señor. -¡Ah!... Entonces está preso o muerto. -Señor, no creo, porque para el once ya no era GAP. Era GEA. -A ver, lo de GAP lo entiendo. Pero ¿GEA? ¿Qué es GEA? Comenzamos a explicarle de a poco lo que era. Sin mencionar la parte compartimentada. Hablamos de la Escuela de Cuadros. -¿Y por ahí?... Nombres. A ver, los nombres de los miembros del GEA. -Claro, señor, pero ahí sí que sólo sabemos de chapas. Nunca supimos un nombre y conocer un domicilio, ¡menos! Era una estructura compartimentada... -¿Y tu jefe cuando caíste en marzo? -Mi jefe se llama Mauro, señor. -¿Nombre real? -No sé, señor, pero creo que no. -No sirve. ¡Nada de lo que han dicho sirve! Necesito más. Si creen que me van a estar "hueviando" así todo el tiempo, se equivocaron los dos. Los emparrillo de nuevo y a ver si les quedan ganas de seguir haciendo chistes. Escuchen y bien. Me aburrí, voy a salir. Los dejo solos, aquí hay lápiz y papel. Cuando vuelva, quiero ver una lista de nombres. Salió. A los pocos minutos llegó un guardia. Me dolían la cabeza, los ojos y el estómago. Escuché a mi hermano... -¿Gansita, qué tienes? -Me siento mal. Decidí no decirle a mi hermano de los compañeros que sabía que estaban asilados, pues así él sería espontáneo cuando se enterara. Partí poniendo en la lista a una amiga. Sabía que estaba en Canadá. Incluso me había mandado una carta con cinco dólares adentro. La puse en el primer lugar de la lista, Carmen Sabaj, no recordaba su dirección, pero indiqué que podía llegar. Incluí a dos amigos de ella, también de Inesal, que sabía estaban afuera o por salir cuando caí en marzo. No recuerdo ahora sus nombres, pero formaban una pareja que después del Golpe vivía en calle Juárez. Entonces mi hermano me dijo que pusiéramos en la lista a "Leo", que estaba libre y aparentemente había hecho un trato con la DINA, ya que en marzo me había entregado a mí y a Toño, y él quedó en libertad. Nunca supe qué pasó con Gustavo Ruz Zañartu. Sabía por mi hermano que había caído en el AGA. Eso pude confirmarlo años después, pero nunca he sabido las circunstancias en que fue detenido.
Ahora sé que él cayó el 12 de marzo, o sea, cinco días antes que Toño y yo. Como yo necesitaba justificar que tenía una jefatura, incluí el nombre político de mi jefe en la lista: "Mauro" y como antecedente, que sabía que había vivido en la casa de "Leo". Simulando que no nos habíamos dado cuenta de que Raúl estaba colaborando con la DINA, lo incluimos en la lista señalando que había sido GAP, y el nombre del pasaje donde vivía. A continuación a un muchacho que sabíamos había pertenecido a una base del MIR, amigo de mi hermano y que se le veía constantemente en compañía de Raúl después del Golpe, por lo que sospechábamos que también colaboraba con la DINA. Cuando volvió Ricardo Lawrence, le entregamos esa lista. Comenzó a revisarla. Cuando leyó que mi jefe era un tal "Mauro" comentó: -Este "Mauro", ¿estás segura que no sabes el nombre? -No lo sé, señor. Nunca lo vi personalmente. Aunque sospecho que es un miembro del Comité Central. Confiaba en que aunque "Leo" dijera que yo había visto a Gustavo, yo podría alegar que recibía instrucciones de "Mauro" por escrito y que pensaba que eran dos personas diferentes. -Lo que pasa, señor, es que yo creo que ese "Mauro" es el Secretario General del Partido Socialista en Chile. -¿Y dices que estaba en la casa de este "Leo"? -Supongo, señor, no estoy segura. Un militante clandestino no sabe dónde vive su jefe. Uno sólo recibe mensajes en puntos en la calle, a través de enlaces. -¿Es cierto entonces el cuento ese de los enlaces? -Sí, señor, es cierto. Toño y yo caímos porque habíamos perdido el contacto con el jefe. Y llamé a "Leo", por si él podía reconectarnos. -¿Y quién es ese Toño? -Está detenido, señor, caímos juntos el 17 de marzo. Lo último que supe de él es que estaba en Tejas Verdes. Yo había mencionado varias veces a Toño con la esperanza de saber algo de él. Pero aparentemente, ahí no tenían un registro de detenidos de los que habíamos caído en marzo y pese a que dijo que averiguaría, a nosotros, nunca nos mencionó el más mínimo dato de Toño. Asumí que supieran o no de él, no me dirían nada. Fueron días duros, nos interrogaban a todas horas, comenzaron las diligencias. Algunas veces me llevaban a mí, otras a mi hermano, a veces a los dos. Pronto supieron que Carmen Sabaj estaba fuera del
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país, que la pareja de la calle Juárez también había logrado asilarse o al menos eso dijo la familia. Entonces Lawrence me entregó al equipo de Osvaldo Romo Mena. Fue cuando incluí en la lista a los compañeros que pensé no tenían responsabilidades partidarias, y por tanto, a la par de aparentar una total colaboración pensé que saldríamos vivos todos. No fue así. Algunos se encuentran desaparecidos, como Alvaro Barrios Duque, Sergio Riveros Villavicencio, Rodolfo Espejo Gómez y Osear Castro Videla. Conocía de vista a Alvaro Barrios Duque, en el barrio Independencia, donde viví durante muchos años. Durante el período de la Unidad Popular, con un grupo de compañeros de distintas tendencias de izquierda, y desconociendo la naturaleza de las actividades de cada uno, tratamos de organizar y dar vida a un Centro Cultural en el sector donde vivíamos. Muchas veces vi a Alvaro, sabía que vivía por Vivaceta, nada más. Lo mencioné indicando el sector. Para poder ubicarlo, Osvaldo Romo Mena, Basclay Zapata Reyes y el "negro" Paz, bajo el mando de Miguel Krassnoff, nos llevaron en camioneta a recorrer las calles. Era la primera quincena de agosto. Pasamos por la casa de una niña, en Nueva de Matte, que sin ser militante, al parecer era amiga de Alvaro. Ella dijo que no sabía con exactitud dónde vivía él, pero que Patricio Alvarez, otro vecino del sector, podía indicarnos el lugar. Patricio fue detenido y puesto en libertad, después que dio el domicilio de Alvaro. Cuando vi que bajaron a Patricio y él entró en su casa respiré con alivio. Pensé que a la larga o a la corta eso sucedería con todos. Me alegré por él. Al llegar al domicilio de Alvaro, me bajaron de la camioneta y me hicieron preguntar por él en su casa. A mi lado estaba Basclay Zapata, conocido como el "Troglo", más atrás estaban el "negro" Paz y Osvaldo Romo. Alvaro salió confiado y caminamos unos metros hacia la esquina. Ahí, entre Romo y el "Troglo" lo hicieron subir a la parte posterior de la camioneta. El vehículo enfiló hacia Independencia, a la casa de Carlos Rammsy Villablanca, quien también fue detenido. Ese día con mi hermano quedamos convencidos de que Carlos y Raúl Navarrete estaban colaborando con la DINA, pues luego de darle unas patadas a Carlos, se retiraron a hacer algunas averiguaciones y lo pusieron en libertad. Sobre Raúl no hicieron ni el más mínimo intento de ubicarlo, pese a que dije varias veces frente al equipo de Romo Mena, que sabía exactamente dónde vivía. El mismo día en que fue detenido Carlos, pasamos por la casa de "Leo". Hasta el último momento tuve la esperanza de que mi
hermano estuviese equivocado. No fue así, él estaba ahí, y también fue detenido, lo que me permitió confirmar que pese a habernos entregado a Toño y a mí en marzo de ese año, él estaba en libertad. Confieso que en ese momento sentí rabia, sentimiento que el tiempo se encargó duramente de hacerme asimilar y entender. Días después me enteré que los individuos que habían hecho esa suerte de trato con "Leo" y que pertenecían a la Unidad Purén de la BIM, los mismos que me detuvieron en marzo, lo habían dejado en libertad sin informar a la jefatura. Al menos la gente de Caupolicán, como Krassnoff o Lawrence, desconocía este hecho, eso dijeron. Los agentes de Purén que habían dejado a "Leo" en libertad en marzo, fueron citados a Londres 38 para explicar la situación, a raíz de lo cual al retirarse de Yucatán, me dieron una pateadura por haber entregado a "Leo" y haberlos puesto en evidencia. Nunca volví a ver a los compañeros detenidos, ni siquiera nos carearon, tal vez porque entre ellos se conocían más. Lawrence dijo que al día siguiente nos seguiría interrogando, que le parecía muy poco lo que habíamos entregado. Siempre estaba diciendo que era la última opción. Por esos días había bastante movimiento de los equipos apresando e interrogando a militantes y ayudistas del MIR, que estaban cayendo en masa.
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CADA VEZ MAS LEJOS Me sentía pésimo. No podía comer. Le pedía a la guardia que le llevaran mi comida a mi hermano. Estos se burlaban de nosotros, pero se la daban. En ese momento recuerdo que éramos dos parejas bien identificables. Erika Hennings y su esposo Alfonso Chanfreau (detenido desaparecido), y mi hermano y yo. No los conocía, pero guardé para siempre un recuerdo de Erika. Una joven de tez mate con grandes y expresivos ojos oscuros, de cabello negro rizado. Hoy sé que estando detenida hablé con ella. No he podido rescatar del recuerdo la totalidad de esa conversación, pero me acuerdo que le pedí que si salía en libertad llamara a mis padres y le di el teléfono de casa. Tal vez ahí me contó de su hija y en mi mente quedaron grabadas ella y Natalia. Ricardo Lawrence estaba cansado y molesto. Pasaron un par de días y nadie nos llamó, parecían haberse olvidado de nosotros. Cosa 121
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que era bienvenida en esas circunstancias. Con mi hermano habíamos acordado para saber si estábamos en el mismo recinto, toser cada cierto rato. Alejandra se dio cuenta y tosía también, para que la guardia no captara que era una señal entre nosotros. Pasaba las horas dormitando; comencé a tener pesadillas que incorporaban los ruidos del ambiente y los gritos de los detenidos que estaban siendo torturados, las súplicas y llantos de mujeres que alegaban inocencia y los gritos de la guardia. En una de esas pesadillas, por los ruidos, supe que era de noche, estaban sacando a los detenidos al baño, luego quitarían las sillas y nos harían tirarnos en el suelo. De lado, bien pegados unos a otros, "en cuchara, los huevones", decía la guardia. De otra forma no cabíamos. A los hombres los mantenían fuertemente atados, a las mujeres algunos guardias nos amarraban con mayor soltura y hasta nos dejaban a veces con las manos libres. Recordé que los primeros días despertaba muy adolorida. Era tarde, pero había más movimiento que el usual. Escuché que unos oficiales venían llegando. Eran Krassnoff Martchenko y Lawrence Mires; al poco rato se escuchó la voz de Romo Mena. Era evidente, nuevos detenidos del MIR, que aparentemente tenían alguna importancia en la estructura orgánica. Sentí a mi lado la voz de mi hermano. Me habló despacito. Y me confirmó que mientras yo dormía, por la tarde, habían llegado nuevos detenidos. Les estaban "dando duro"... Nos dejarían unas horas tranquilos. Esa tranquilidad tan dolorosa como la tortura misma de poder descansar porque la "Parrilla está ocupada". Fuimos interrumpidos por los gritos de un guardia que se dio cuenta de que estábamos hablando. Gritaba fuerte y me sacudió de un brazo:
desesperación. Como si toda plaga y lacra se estuviese adueñando de mí. A menudo me surgía el sentimiento de estar perdida. Aún despierta, me asaltaban las pesadillas. Creo que estaba enloqueciendo de horror.
-¿Qué te pasa, huevona? ¡Cállense! Soy nuevo aquí y me man-2 daron porque ¡soy muy malo!-. Pronto comenzamos a sentir gritos, de esos desgarradores, que rompen el alma. Que hacen revivir todo. Que permanecen aún hoy grabados. Ahora que lo pienso, no he tenido en mi vida otra ocasión de sentir, palpar, oler, escuchar tantas expresiones de dolor. Por esos días de agosto de 1974, me sentía cada vez más lejos de la Luz que creía que podía enfrentar todo sin transar en lo que tanto amaba. Sentía la sensación de que me habían arrancado no sólo pedazos de piel, sino del alma. Sentía que me habían quitado toda posibilidad de mantenerme a mí misma, no puedo explicarlo con claridad. No sólo me sentía llena de dolores y malestares. Estaba más allá de la 122
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PESADILLAS Sentada, amarrada cada pierna a sendas patas de una silla, a veces las manos atadas al respaldo, otras por delante. Los ojos tapados por cinta adhesiva y un sucio trozo de la camisa de alguien, tiritando de frío y el sudor que se helaba en la piel. Ya no pensaba en contar ni en mantener activo mi sistema muscular. Estaba entregada, doblegada, quebrada. Aunque no estaba colaborando abiertamente. Defendía muchas cosas aún. No entregué a ningún compañero con cargos importantes dentro del partido o del MIR, me decía tratando de buscar un respiro en esa sensación de muerte. Como si de mí brotara un desierto de arena yerta y nostalgias. Espinas, cuchilladas desde el alba hasta la siguiente. Cada grito ajeno, cada aullido multiplicado en miles de ecos dentro, parecían reventar mi cabeza. Quería levantarme, tirar de las amarras, imaginaba un clavo, un cuchillo. Cualquier cosa me parecía buena para enganchar mis venas que de hacer fuerza se hinchaban y me ofrecían la esperanza de hacer de mi vida un río que corriera por el suelo sucio, inmundo, de aquel siniestro lugar que fue un día como mi casa. Londres 38. Sin poder evitarlo, cuando lograba dormir, me asaltaba esa otra pesadilla que venía conmigo desde niña: Tenía nueve años y sufrí una fuerte amigdalitis. Me sentía mal. Debo haber tenido fiebre. Una de esas noches surgió el primer sueño que recuerdo y que se me hizo recurrente. Bastaba que cerrara los ojos y aun antes de dormir aparecían los rieles del ferrocarril. Yo debía caminar por ellos, saltando de madero en madero. Una voz de hombre gritaba ¡uno!, y yo debía obedecer y saltar una vez, luego decía ¡tres! y daba tres pasos, pero la voz seguía cada vez más rápido, ¡cinco!, ¡cincuenta!, ¡cien!, corría y transpirando me daba cuenta que no podía. Que hiciera lo que hiciera, estaba derrotada. Y la voz no callaba. Al contrario. Al fin, extenuada, caía. Entonces despertaba 124
mareada y todo brillaba, me pesaban los brazos, no entendía nada. Cada noche lo mismo. Por las tardes, al ponerse el sol comenzaba a temer aquel sueño angustiante. Las pesadillas se repitieron hasta hace sólo un par de años. Recuerdo que a pocos días de haber empezado a colaborar, un día sábado, que podría ser el 17 de agosto de 1974, me llevaron atada y vendada a una oficina. Percibí que la situación era distinta de todas las anteriores. Había mucho silencio. Noté que a mi lado estaba mi hermano, aparentemente en las mismas condiciones que yo -amarrado y vendado-. Debió escuchar que me llevaban y entonces tosió varias veces y pude saber que era él. Lo sentí junto a mí; como estaba mal de mi pie, me fui hacia adelante, afortunadamente me habían amarrado las manos por el frente. Instintivamente las extendí y pude percatarme que estábamos frente a un escritorio donde por lo menos había tres personas sentadas, eso lo sé por las voces diferentes, aunque sólo reconocí la de uno de ellos, la de Miguel Krassnoff Martchenko. Me interrogaron sobre Rodolfo González. Seguí insistiendo en que aparte de que llevó unas cartas a mis padres y a mi hijo, no había ocurrido nada más, y era verdad. Krassnoff Martchenko insistió en que ése era el sumario donde se debía establecer si el funcionario González Pérez era o no un traidor. Como me negué a afirmar que Rodolfo me había contado acerca de algunos cuarteles y sobre el funcionamiento de la DINA, me sacaron de allí y me llevaron nuevamente al segundo piso, donde volvieron a torturarme Osvaldo Romo Mena y un suboficial de Carabineros de pelo largo, negro, con unas pocas canas, de ojos celestes y alcoholizado. Volvieron a colocarme corriente, querían obligarme a firmar una declaración afirmando que seduje a Rodolfo en el hospital con la intención de incorporarlo al Partido Socialista. Les dije una y mil veces que no. Les supliqué que me creyeran, me dijeron que no tenía >a más mínima importancia lo que yo afirmara, que tenían una declaración redactada afirmando que me acostaba con Rodolfo en el Hospital Militar, que esa misma declaración la firmarían todos los guardias de la Escuela de Caballería y enfermeros, que no sacaba absolutamente nada con rehusarme a firmar, y cogieron mi mano y l a m p a r o n en el papel mi huella digital. a
Siguieron torturándome, diciendo que era para que aprendiera Portarme bien. Otra vez fui violada p o r lo menos por tres individuos. ma g i n o que perdí el conocimiento p o r q u e cuando reaccioné estaba 125
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en un rincón del primer piso, sobre una colchoneta, amarrada y vendada. Permanecí allí toda la noche, despierta y llorando. Sumida en un dolor inenarrable. Estaba deshecha, se repetían juntas una y otra vez las pesadillas, imagino que estaba fuera de todo centro, porque sentía que necesitaba asir unas manos, sentir que junto a mí había alguien, alguien que con su cercanía mitigara esa sensación de desamparo. Escuchaba las voces de Patricia Barceló y de Osvaldo Romo. Sabía que ella era médico, tal vez porque era una mujer, y una compañera, su voz me sonaba diferente. Nunca la escuché rogar o suplicar como otras muchachas, la verdad, no sé... No recuerdo exactamente qué dije, pero sí que Patricia se acercó a mí, y me tomó el pulso. Parece que ella dijo algo a Osvaldo Romo, porque éste le señaló a la guardia que esa noche me dejaran sola en la colchoneta. La mano de Patricia controlando el pulso en mi cuello la recuerdo muy pequeña y suave. No la vi, estaba vendada, pero la percibí así, casi como una caricia. Ese pequeño contacto de alguien que no era de la DINA bastó para que comenzara a llorar. No puedo decir si dormí o no, tal vez a ratos. Por la mañana sentí que estaban levantándose todos los detenidos y que a gritos la guardia movilizaba las filas hacia el baño. Recuerdo que no pude levantarme, o no quise... Me quedé quieta hasta que un guardia se percató de que estaba aún en el suelo. Comenzó a gritar que me pusiera en pie, y como no lo hice empezó a apilar las colchonetas sobre mí. Luego se paró encima y levantó la parte de las colchonetas que cubrían mi cara y me dijo: -¡Abre la boca, que te voy a dar café! Y colocando el cañón de su pistola tocando sobre mi paladar superior, gatillo el arma. No salió ninguna bala, aparentemente estaba descargada. Luego comenzó a caminar arriba de mí y las colchonetas, ordenándome que me levantara. Como no lo consiguió, se aburrió, y a tirones me dejó semisentada en la colchoneta. Parece que ése fue el momento en que comencé a hablar incoherencias, yo sólo recuerdo que me pareció estar con mi hijo en brazos, y yo le cantaba canciones de cuna y le describía unos paisajes hermosos que estaba viendo. Mi mente estaba lejos... Durante años se burlaron de mí en la DINA por lo que dije esa mañana. Nunca pude recordar qué dije..., pero por lo que Alejandra me contó meses después, parece que describía un lugar, unos cerros bordeando un hermoso valle, un riachuelo transparente donde nadaban unos peces pequeños y negros. Cuando ella me contó todo eso,
recordé que varios años antes había conocido un lugar así, cerca de Santiago... Tal vez recordé Ralún y volví a escuchar la melodía que el viento arrancaba por entre las púas de un cactus que estaba en la cima de una colina, tal vez en mi desespero volví a caminar por aquel pasto largo, tal vez volví a soñar con esos pájaros que planeaban en las alturas. Esa mañana, cuando mi hermano se dio cuenta, pidió hablar con Ricardo Lawrence, y le reclamó el trato que yo había recibido el día anterior y esa mañana. Yo no tuve miedo cuando gatillo el arma, deseaba tanto la muerte... El oficial Lawrence hizo que nos llevaran a su oficina y nos dijo que el jefe quería hablar con nosotros, y me pasó un teléfono. Por primera vez escuché la voz de Marcelo Moren Brito. Hoy me pregunto, ¿qué fue ese "sumario"?, ¿sólo una mascarada para intentar arrancarme una firma? ¿Acaso Rodolfo todavía estaba vivo? ¿Qué fue lo que la DINA le dijo a la Fuerza Aérea sobre el destino de Rodolfo Valentín?
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MARCELO MOREN BRITO Ese día de agosto, no sé si lo que me ocurrió duró dos o tres días, pero sí recuerdo nítidamente que escuché por el auricular una voz diciendo, corrijo, gritando, que es como Marcelo Moren se expresaba, algo acerca de que me mandaría a buscar para que conversáramos en su oficina. Horas después fui trasladada a Terranova. Yo seguía mal, estaba mareada y se me hacía difícil pensar. Me colocaron en una pieza con suelo de cemento, lejos de la casa patronal. Fue cuando vi a un muchacho moreno, bajo de estatura, de pelo oscuro liso, no recuerdo sus facciones pues estaba con los ojos vendados con un género que no permitía ver su rostro. Al pasar cerca de él, yo trataba de ver el suelo por un resquicio de la parte inferior de mi venda, y percibí con claridad su pelo negro liso y sus zapatos. Eran de esos que se usan como medida de seguridad en las industrias. Se encontraba sentado en el suelo, con las piernas extendidas. El guardia se hallaba dentro de la pieza, y me pareció que estaba aburrido o con instrucciones de indagar algo más de los detenidos, porque intentaba iniciar alguna conversación. Al poco rato simulé que me había quedado dormida. Estaba demasiado inquieta. No 127
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hubiera podido hablar ni explicar nada a nadie. Pero oí la conversación que sostuvo con el otro detenido a quien el guardia llamaba el "Huaico", y escuché que a la fecha del Golpe el "Huaico", cuyo nombre es Joel Huaiquiñir Benavides -detenido desaparecido-, trabajaba en el norte. En Cobre Salvador. Unas horas después de haber llegado, me llevaron vendada ante el "Jefe Ronco", o sea, ante Marcelo Moren Brito. En Yucatán había escuchado sobre lo terrible que era caer en sus manos. En ese momento, con excepción de su voz, no me pareció agresivo ni violento, al contrario, se mostraba de buen ánimo y bromeaba continuamente. Me preguntó detalles de la vida diaria en Yucatán y cosas de mi vida personal. La comunicación fue algo forzada, ya que no me era fácil hablar con él. Durante la conversación, reiteró que se haría lo que había prometido el oficial Lawrence. En ningún momento se habló específicamente de la forma que asumiría la colaboración con la DINA. Pensé que era mejor así, sabía que ellos esperaban una sola cosa: que entregara gente, y yo pretendía encontrar algún medio para derivar hacia otro terreno la colaboración y hacer el menor daño posible. La DINA quería lo que ellos llamaban "detenidos importantes": dirigentes y encargados de estructuras militares, de información o de comunicaciones. Lo que ellos llamaban "agarrar hebras que desarticularan estructuras". Durante la conversación con Moren Brito me quedó claro que una de sus principales motivaciones era justificar las medidas represivas en vigencia, además de legitimarse como "el órgano de seguridad" de mayor peso. Por esos días había especial énfasis en superar al AGA, Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea. Moren Brito partió de la base de que yo colaboraría, y dio garantías de que mi vida y la de mi hermano serían respetadas. Dio por finalizada la conversación diciendo que se había hecho tarde y que al día siguiente me enviaría de vuelta a Yucatán. ¡ Al salir de la oficina de Moren Brito, me llevaron a otra habitación dentro de la casa patronal. Pude darme cuenta de que había varios detenidos más. Entre ellos pude reconocer a la doctora Patricia Barceló. Como estaba tendida en el suelo y ella llegó después que yo a la habitación, pude verla por debajo de la venda. No la conozco personalmente, pero la recuerdo como una mujer de pelo negro, delicada, delgada, con una falda o un traje verde. Esa noche por primera vez no me amarraron con cuerdas, sino que me esposaron. Las esposas
tenían una suerte de dientes, y al mover las manos, éstas se cierran más. Tratando de no moverme para evitar que se cerraran, saqué una mano, así es que dormité sin hacerme daño. Cuando a través de la venda pude distinguir que estaba amaneciendo, y comenzó a movilizarse la guardia, con mucho cuidado volví a meter mi mano en ellas.
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OTRA VEZ A YUCATÁN Los guardias nos dieron café y luego me hicieron subir al vehículo. Por debajo de la venda, pude distinguir a alguien de espaldas en el piso de la camioneta. En ese momento, un guardia se acercó y gritó: -¡Ya, cabrita, apúrate, siéntate al final contra la cabina!-, al tiempo que agregó, dirigiéndose a otro, que pudo haber sido Paz, ya que Basclay Zapata iba conduciendo: -Tú "vai" atrás, no te "preocupís", que el otro ya se fue "cortao". -¿El "Emilio"? -Sí, se murió el huevón, y no habló. -¿Y no es ese el que están reclamando de Francia? -Sí, se va a armar, parece que el huevón es francés... Quedé por años con la idea de que Emilio, nombre político de Alfonso Chanfreau Oyarce, iba atrás, muerto. Se apoderó de mi alma el silencio. Imaginé era el único tributo ante un compañero que murió cuidando, protegiendo a los suyos, a su familia, a sus compañeros... Antes de partir de Terranova, los guardias dijeron que le habían pasado una camioneta por encima. Con el tiempo me fui dando cuenta que hablar de torturas atroces frente a nosotros, era parte del ablandamiento a que nos sometían. Aunque en ese momento me pareció que sí era verdad. Hoy no lo sé. No he podido aún situar con exactitud el día de agosto de 1974 en que vi a Alfonso Chanfreau -si era él- en el piso de la camioneta. Sólo sé que el último día que lo vio vivo su esposa, la señora Hennings, fue el martes 13. Cada vez que volvía a Yucatán, los guardias se divertían asignándome el mismo número de detenida: la 54. Cuando escuché pasar lista, me di cuenta de que se acercaban al NQ 150. Un guardia dijo que el conteo se había reanudado. Yo había sido la 54 de la primera "hornada" de presos de la DINA. Por años me quedó la duda de esa vuelta a Yucatán. Nunca he podido aseverar con exactitud la fecha; el resto del tiempo ahí en 129
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Londres 38 es muy incierto para mí, sólo poseo retazos del período más atroz de mi vida. Me sentía destrozada y en ese estado donde la conciencia parecía irse. Los instantes de lucidez eran pocos y sentía el fétido olor de nosotros. Yucatán era una permanente caja de horror y terror. Todo olía a sangre, mierda y muerte. Hoy sé que había instantes en que los compañeros incluso contaban chistes. Para mí esos momentos eran más tristes aún. Recuerdo que por las mañanas nos daban café si algún compañero tenía dinero para comprarlo. Entonces, preguntaban en voz alta si había dinero. Ese día los guardias insistían demasiado y costó reunir la cantidad que se precisaba. Los guardias hicieron el café insistiendo en que todos tomáramos. Era un café raro. Pero ahí estaba todo tan sucio que todo era extraño y viscoso. Lo tomé, estaba caliente y eso hacía sentirse mejor. A los pocos días, tenía la boca toda despellejada y rota. Otras compañeras que estaban cerca se quejaron de lo mismo. Muertos de la risa, los guardias nos contaron que el café lo habían hecho con la orina nuestra, la de todos. Por esos días el baño chico del primer piso estaba malo y nos llevaban a orinar en un tarro. Así fueron pasando los días. A fines de agosto eran tantos los compañeros del MIR que seguían cayendo detenidos, que me dejaron en paz un tiempo.
Guillermo me había prestado su departamento para que se realizaran reuniones en él. Guillermo aseveraba que me había prestado su casa para que yo me acostara con alguien... Yo, lo negaba, desesperada. Era tanto mi trauma por lo que me había ocurrido, que fui incapaz de ver que si hubiese dicho sí, podría haberle ahorrado mucho dolor. Me doy cuenta de cuan desesperada estaba. Fui incapaz de pensar en esos instantes, y no pude darme cuenta que era mil veces preferible que me dijeran puta a que torturaran al compañero. No sé qué pasó con Guillermo, hace un tiempo antes de viajar, supe que aparentemente, él habría colaborado, y que luego se fue del país. Yo tengo responsabilidad en la supuesta colaboración del compañero. Sólo quiero exponer acá que mucho de lo ocurrido está inserto en el terror. Yo, que me esforzaba en conservar ahí toda la racionalidad posible, ese día no pude ver que si hubiese dicho: "Sí, soy puta", eso habría atenuado los problemas de Guillermo...
MARIO AGUILERA SALAZAR
He recordado a fuerza de buscar dentro. Por todos estos años me fue imposible recordar que entregué además a otro compañero del partido. Tal vez como está vivo, al no encontrarlo en los listados de desaparecidos, nunca di con ese recuerdo en mi memoria. No voy a identificar al compañero, creo que si él decide salir a la luz pública, será un importante testimonio. Yo sólo quiero narrar cómo mi desesperación y la suya se cruzaron. Es mía la responsabilidad. Con posterioridad al Golpe, el compañero, que vivía en un departamento, me pasó un juego de llaves para que pudiésemos ocuparlo como lugar de reunión durante el día. Eso se lo dije a Osvaldo Romo Mena. No vi detener al joven, pero sí tengo nítido el momento en que me sacaron de la silla y en un rincón de Londres 38, junto a la oficina de Krassnoff Martchenko, éste y Romo Mena me hicieron repetir que
Además de los compañeros que están desaparecidos entregué a otros, que sobrevivieron. Recuerdo muy vivamente a uno de ellos. Durante años sólo fue el compañero que cayó detenido en Avenida Grecia, nunca supe su nombre hasta que al volver a Chile me encontré con él. Me acogió con afecto y verlo en los tribunales micrófono en mano me llenó de inmensa alegría. El es Mario Aguilera, periodista del Informativo "24 horas" del Canal Nacional. Conversamos una tarde completa tratando de reconstruir esas horas tan dolorosas. Volví a preguntarle si me perdonó. Dijo que sí. Por él me enteré de detalles que no conocí y otros que no recordaba, algunos se asoman a la conciencia, otros definitivamente no he podido rescatarlos -aún- de en medio del terror de ese mes de agosto de 1974. Cuando me dijo riendo: "¿Te acuerdas de las foquitas?" No pude evitar reír. Sí, ¿cómo no recordar al compañero que la guardia obligaba a hacer esos sonidos que le salían tan simpáticos? No sabía que era Mario Aguilera, quien en medio de ese infierno se las arreglaba para mantenerse activo, dar a los compañeros una chispa de aliento. Agradezco a Dios el no haber sabido ni siquiera el nombre de Mario en el año 74, ya que él era bastante más importante dentro del partido de lo que.la DINA imaginó y logró mantenerse íntegro y no entregar a sus compañeros, pudo conservar la vida y fue al exilio en Francia.
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UN COMPAÑERO DEL PARTIDO
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Mario fue hablando y así mi memoria fue rescatando trozos, me contó que eso de hacer las foquitas surgió a raíz de que la guardia lo sorprendió conversando con alguien, entonces le impusieron el hacer tiburones como castigo. Mario les dijo que no sabía hacerlos, pero sí unas foquitas. A la guardia les resultó divertido y como en medio de ese horror también existían momentos de algún relajo, sobre todo en ausencia de los oficiales, Mario hacía sus foquitas y Alejandro Parada cantaba tangos. Hasta el día que conversé con Mario no había logrado identificar a Alejandro Parada. En el testimonio ante la Comisión "Verdad y Reconciliación" yo hice referencia a un muchacho de ese nombre que yo supe que había sido detenido, ya que era hijo de un compañero de oficina de mi padre. Este hecho de la detención de Alejandro Parada lo supe hace pocos años. Pero hoy, luego de conversar con Mario Aguilera, llegué a la conclusión de que yo conocí y vi detenido a Alejandro Parada, sólo que para mí siempre fue "Cano" o "Jano" y así aparece mencionado en mi testimonio ante la Comisión Rettig. Otra de las cosas que Mario me contó y que yo no pude saber -porque en Cuatro Alamos las mujeres y hombres permanecíamos recluidos en habitaciones diferentes- y que me emocionó mucho, sobre todo porque ambos están vivos, es lo del correo clandestino. Cuando nos llevaron a todos los detenidos desde Londres 38 a Cuatro Alamos, a Mario y a Christian Van Yurick los encerraron en la pieza grande. Esta estaba separada del sector de Tres Alamos, el sector de prisioneros de libre plática, sólo por una puerta. Por debajo de ella, Christian y Mario pasaban mensajes que eran entregados a los familiares de los detenidos en Tres Alamos, y así montaron un correo clandestino. Los compañeros de Tres Alamos que recibían visitas y cosas, les pasaban cigarrillos, los que muchas veces llegaban a sus manos todos aplastados y rotos, después de pasar por debajo de la puerta. Cuando sacaban a Christian para ser llevado a nuevos interrogatorios, Mario se preocupaba de permanecer junto a la puerta para que el correo continuara funcionando. Un día hubo una revisión en Cuatro Alamos y cuando los agentes revisaron la pieza de Mario y Christian, se dieron cuenta de que esa puerta había estado siempre abierta. Podían incluso haber intentado fugarse. Pero ellos jamás se imaginaron que eso ocurriría y no la revisaron... Otro de los hechos que Mario me recordó fue el del "Taxista más huevón de Chile". Ese mismo mes de agosto de 1974, llegó un
detenido al que torturaron atrozmente y comenzó a circular el rumor de que era uno de los autores del primer robo a un banco ocurrido durante la dictadura. El asunto fue trágico, porque después de que el muchacho fue torturado, y apresadas su esposa y una amiga de él, se pudo establecer la verdad. El era taxista, casado, pero además tenía una amiga. Debido al toque de queda, no había podido usar la excusa de su trabajo para quedarse con su amiga. Una noche se le hizo tarde y cuando en la mañana iba a su casa pensando en qué cosa decir a su esposa, vio en el diario la noticia del asalto al banco. Al llegar a su casa y para evitar las recriminaciones de la señora, le dijo que él no podía permanecer ajeno a la situación de su país y que había sido uno de los asaltantes. Como prueba exhibió el periódico donde se mencionaba que en la huida habían usado un taxi. La esposa se sintió muy orgullosa y no pudo cumplir su promesa de no contarle a nadie. Y así la confidente le contó a otro, hasta que llegó a oídos de la DINA. Cuando se supo la verdad, el muchacho fue llamado "El taxista más huevón de Chile" durante todo el período que permaneció detenido.
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Parece raro, pero es verdad. Ni en los mayores instantes de lucidez se me ocurrió pensar o tratar de averiguar cómo desaparecían los compañeros. No lo entiendo. Me doy cuenta de que muchas cosas que me pregunto hoy o que me preguntan hoy, no estaban dentro de las formulaciones que entonces me hacía. Hay personas que me han dicho: ¿No se te ocurrió decir que no?, y yo me doy cuenta de que no. Y la razón es muy simple: ¿Decir que no a qué? No me violen, no me pregunten eso, no me torturen, no me transformen en basura... ¿No a qué?, ¿acaso alguna vez me preguntaron algo? Me refiero a que no hay nada que yo hubiera decidido en base a una pregunta y unos momentos para pensar. No, no fue así... No todo lo que ocurrió en esos días era claro para mí en el momento en que iban sucediendo las cosas. Con el tiempo, al ir escribiendo, he ido entendiendo. La perspectiva y situación distinta ayudan. En esos días no imaginé nunca que sería de alguna utilidad el que fuera interiorizándome de la estructura orgánica de la DINA. Nunca pensé, por ejemplo, que existiesen "Grupos de Exterminio". O sea, personas cuya misión fuera sólo matar o disponer de los detenidos condenados a muerte. Sabía que la muerte estaba ahí, en cada recodo, aguardándonos. Imaginaba que había quienes tomaban las decisiones. Pero nunca me dediqué a pensar en esos cómo. Creía que los que lograban llegar a Cuatro Alamos, sobrevivían. Pero no era así. Incluso compañeros que lograron llegar a Tres Alamos, en libre plática, luego desaparecieron. Hoy sé, por ejemplo, que ocurrieron cosas más insólitas aún, como los hechos que rodean la desaparición de John Mac Leod Trever, -aparentemente vinculado al MIR- y de su suegra María Julieta Ramírez. Ambos fueron de visita a Tres Alamos, el 30 de noviembre de 1974, para ver a la esposa del primero e hija de la segunda. John
y su suegra fueron detenidos por la guardia del recinto bajo el cargo de sacar documentación procedente de los detenidos desde ese cuartel de reclusión. Ambos están desaparecidos hasta la fecha. Sólo mucho tiempo después, a partir de 1991, comencé a suponer que había dentro de la DINA una organización más compartimentada aún y que se ocupaba de esa macabra "tarea" de eliminar a la gente en Chile y en el exterior. Una tarde de agosto, el "Troglo" me sacó de la silla donde estaba atada y me guió hasta un vehículo verde. Se sentó al volante y al mismo tiempo, a mi lado derecho se instaló un oficial que luego conocería como Juan Morales Salgado. (A la fecha del Golpe estuvo a cargo de la represión en Constitución y otras ciudades del sur de Chile; existe un testimonio que lo indica como responsable de numerosos delitos: secuestro, tortura y responsabilidad en la desaparición de personas en esa zona). El recorrido fue corto, no más de quince, máximo veinte minutos; el vehículo se detuvo y dobló a la derecha. Antes de entrar en un estacionamiento subterráneo con al menos una curva hacia la derecha; cuando la camioneta se detuvo, pude vislumbrar a través de la cinta adhesiva y de los lentes oscuros el reflejo de algo que en ese momento me pareció un aviso luminoso con colores rojo y verde. Al llegar a ese nuevo lugar de detención me bajaron del vehículo. Recuerdo una escalera, luego un ascensor. Ingresé en una habitación espaciosa; se escuchaban teléfonos y conversaciones de varias personas. Un hombre me preguntó si necesitaba algo. Le pedí algodón pues estaba sangrando mucho desde la última vez que me emparrillaron. Escuché que reclamó en voz alta: -¡Otra que viene sangrando!, estos milicos no saben hacer las cosasPensé que quizás eran civiles y sentí terror. ¿Quiénes eran? Me llevaron a otra pieza, me sentaron en una silla. Por la voz me di cuenta que era el mismo sujeto que me había recibido. Se sentó frente a mí y colocó en mis manos unas llaves; no alcancé a pensar en nada cuando sentí una descarga eléctrica que me recorrió los brazos y todo el cuerpo, y se me escapó un grito. Caí hacia adelante y escuché que el hombre decía: -Eso es para que no olvides lo que se siente...- Luego, ordenó que me sacaran la venda y pude verlo. Era un hombre joven, alto, de pelo corto y rubio, de ojos claros con lentes de marco metálico. Andaba en camisa y con unos pantalones de color beige. Había otros hombres,
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OTRO LUGAR DE DETENCIÓN
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pero más jóvenes, todos en mangas de camisa y dejando a la vista las sobaqueras de cuero bajo la axila. Otra diferencia con los agentes de la DINA, que portaban las armas a la cintura.
USTED ES LUZ, YO SERÉ SOMBRA La sobaquera del hombre rubio era de color claro, de cuero de chancho. A pocos pasos en un sillón, vi a un muchacho con una metralleta pequeña. Con el cañón hacia arriba y el dedo sobre el guardamontes, le sacaba brillo al arma. Constantemente, echaba su aliento sobre el metal y le pasaba la manga de su camisa, luego la alejaba mirándola a distancia y complacido, repetía una y otra vez la misma operación hasta que el rubio que estaba frente a mí le gritó: -Deja en paz esa arma, ¡huevón! Me pones nervioso. El muchacho siguió mirando el arma con cara de estúpido. -Luz, perdone, a veces me parecen unos niños. Luego, como volviendo al momento anterior, agregó: -Pero no se deje engañar, están entrenados como perros de caza... Yo sólo ordeno, y ellos matan. Excelentes muchachos. Me llamo Javier, Luz; algunos amigos míos me la han recomendado. Por eso está aquí. Tiene usted algunas cualidades que yo admiro, sobre todo la obediencia. Por eso, yo creo que usted debe vivir. Porque es joven, sana y fuerte. Para usted, yo seré "Sombra". Repitió: -Usted es Luz, yo seré Sombra. No lo olvide, en el momento más insospechado me acercaré despacio y diré a su oído "Sombra". Usted sabrá que soy yo, y hará lo que yo le diga... Entró un hombre de rostro muy blanco, en el que destacaban unos grandes ojos oscuros, de pelo negro, liso, que le caía sobre la frente. Portaba un block de dibujo y muchos lápices. Comenzó a dibujarme. Yo trataba de entender qué hacía ahí cada uno de esos individuos. Todo me pareció muy raro. En un momento se acercó a mí, y cogiéndome de la barbilla, miró mi rostro. Adiviné un desprecio enorme en sus ojos y una extraña sonrisa cuando dijo: -Tienes cara de ciervo asustado oteando el aire, percibes el peligro y eso te eriza la piel. Lo veo en tus ojos. Todo parecía irreal, miré intrigada al muchacho, me pareció triste, algo estaba gritando en su mirada, sentí sangre en mi boca, me había mordido yo misma los labios. 136 )
Trajeron unos sandwiches, café, cigarrillos y lo más preciado para mí, un paquete de algodón. La oficina era sobria pero elegante. Poniéndose de pie, "Javier" me invitó a ocupar un sillón, tapizado con un chenil a rayas beige, café y blanco. Se sentó frente a mí, separados por una mesa de centro. Observé que había unas lámparas de bronce que armonizaban con el ambiente en unas mesas más pequeñas a los costados de los sillones. Mientras comía, miraba todo. El hombre tenía modales finos. Todo era desconcertante. "Javier" puso música clásica y sirvieron un segundo café. Pensé que debía ser alguno de esos sucedáneos con gusto a cualquier cosa. "Javier" derivó nuevamente hacia lo que había dicho al principio, aquello de que en la DINA no sabían trabajar, que eran unos brutos. Comencé a sentirme rara, algo mareada y dejé de comer. "Javier" me dijo: -Coma tranquila. Cuando terminamos con el sandwich y el café, sentí una voz detrás de mí. Escuché petrificada, sin atreverme a voltear la cabeza. Yo conocía esa voz. -¡Lucita!, qué sorpresa verla. Hace un rato vi a su hijo, andaba en bicicleta, está muy bien. Mi sorpresa era evidente. El hombre avanzó colocándose de pie frente a mí. Las dudas se disiparon; era Daniel, el contador de la fábrica que estaba al lado de la casa de mis padres. Recordé que en el barrio se rumoreaba que pertenecía a Patria y Libertad. No atiné a responder nada. El hombre continuó hablando cosas como: -Pórtese bien, "Javier" es un amigo, una excelente persona y comenzó a contarle que me conocía de pequeña, le habló de mi carrera deportiva, de mi hijo, de mis padres. De tanto en tanto, se dirigía a mí: -¿Ve, Lucita, lo que pasa? Tantas veces que le dije que no se metiera con esos comunistas. Eso era verdad, cada vez que nos encontrábamos, me decía que dejara de participar en política, que me iría muy mal. "Javier" observaba todo y preguntó: -¿Así es que tiene un hijo? Respondió Daniel: -Así es, un rubio inteligente y bien simpático. Sentí rabia, comencé a sentirme peor, extraña, como si estuviese adormilada. Sentí miedo. "Javier" seguía hablando. Yo estaba muy 137
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nerviosa, comencé a temblar, sentí frío... El hombre rubio hablaba y hablaba, no recuerdo qué. Trataba de concentrarme. Tenía los ojos ardiendo, se desdibujaban los rostros, las cosas, todo. Como si estuviese viendo doble. Nunca sentí nada semejante. Me dio miedo, debían haber puesto algo en el café, traté de convencerme de que no era cierto, sentí deseos imperiosos de orinar. Luego se transformó en una obsesión, y pedí que me dejaran ir al baño. Sentí que me salía más sangre, y recordé que esa mañana un guardia me había pasado un calcetín que encontró botado y que como estaba tan sucio, yo lo envolví en una hoja de revista que estaba en el suelo. Había puesto eso entre mis piernas... Me paré y dije "mancharé su sillón si no me deja ir al baño". Sentí la cabeza pesada y mi lengua enorme, como si estuviese creciendo. No me cabía en la boca. El muchacho del arma se puso de pie y me sostuvo. Me apoyé en él. "Javier" ordenó que me vendaran y me llevaron al baño. Una vez allí, el muchacho me hizo tocar con las manos el lugar donde estaba la taza y luego girar hacia la izquierda y comenzó a contar los pasos para indicarme dónde estaba el lavamanos. Creí que estaba sola, pero una voz me dijo: "Sólo estás autorizada para sentarte en el water y de ahí ir al lavamanos, luego llamas". -¡Señor! -exclamé, acostumbrada a llamar así a los de la DINA-. ¿Me puede prestar un jarro o una botella? -¿Y para qué? -Para lavarme, por favor... -¡No huevees!, agradece el algodón. -Por favor, un papel. -¿Para qué? -Señor, estoy sangrando y quiero botar lo sucio-. Sentí vergüenza y deseos de llorar... El muchacho dijo: -¡Cresta!, qué complicadas son estas mujeres... Espera, no quiero que dejes todo sucio-. Me pareció que no había salido, y volví a decir: -¡Señor!...- Me costaba hablar, sentí un ruido como de una radio mal sintonizada y una voz... -¿Vas a usar el baño? Contesté maquinalmente: -Sí, señor, disculpe. Bajé mis pantalones y pensé..."¿Disculpe?, ¿qué me pasa? ¿me están mirando?" La sangre seguía cayendo. Envolví todo lo sucio en un papel y lo dejé a un lado del water. Volví a sentir esa voz como de radio, con ruidos. -¡Párate.
Lo hice y casi me caí. Luego escuché otra orden: "Coloca el algodón entre tus piernas". Lo hice y traté de avanzar. Lo logré, pero tuve que afirmarme en el lavatorio. Volví a sentir la voz. -¡Date vuelta!, camina...- Lo hice mientras me decía "yo puedo, yo puedo desobedecer" y comencé a caminar. Mi pie chocó con algo en el suelo, retrocedí y la voz me dijo: -Agáchate y toca... Lo hice, y sentí como la primera vez que usé lentes, como si el suelo estuviese mucho más abajo de lo previsto, y me asusté, porque mi mano tocó algo que me pareció la pierna de un hombre llena de vellos, me quedé agachadaEra evidente que yo no estaba normal. Aparte de que ahí nada era normal. Yo podía pensar, pero me costaba. Sentí como si desconectaran un micrófono y alguien se acercó para llevarme afuera, a la misma oficina. Ahí me sacaron la venda. Recuerdo una música suave. Poco a poco iba subiendo el volumen, una voz resonaba dentro y fuera de mí. -Luz, ¿estás bien? -Sí, está todo bien...- Pensé, ¿bien? Sentí que cayó mi cabeza hacia adelante, mis brazos parecían colgar... Alguien preguntó: "¿qué piensas?" -Tengo pena, mucha pena... -¿Sólo pena? ¿Nada más? ¿Algo de rabia, quieres llorar? -No, no quiero llorar. No era cierto; yo quería llorar... -¿No te parece raro? Cuando uno tiene pena, llora. Cuéntame, Luz... Comencé a hablar. -Es como un sueño, un sueño de azul y de mar. Veo a alguien que se cubre con un enorme chai, es una mujer que suelta sus cabellos y camina, luego se sienta en la arena. Es otoño y hace frío, tanto, que hiere la piel. Esa mujer captura lo que ve y lo atesora dentro. El hombre cambió el cassette, sentí mucho cansancio, y antes que me siguiera preguntando dije: -Y usted, señor, ¿quién es, qué piensa, qué soy yo para usted? El hombre rió fuerte y gritó: -Llévala, que se vaya a dormir. Mañana sí trabajaremos, y temprano. Me llevaron a una habitación pequeña, sólo cabía un camarote y un sillón donde se quedó el mismo muchacho que antes limpiaba 139
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su arma. En la cama de abajo, fingía dormir María Teresa, una compañera del Partido Socialista que era del equipo de Toño. Su compañero, Claudio, era de mi grupo, del G.E.A. Cerré los ojos y traté de dormir. Pasó un rato y de pronto ocurrió algo que nunca he podido determinar si fue real o lo soñé. Si estaba despierta o dormida, pero sea como sea lo que ocurrió... lo viví, y quedé absolutamente destruida... Sentí un ruido y escuché unas voces. Eran "Javier" y un niño pequeño... -¿Cómo te llamas? -Rafael -Te voy a quebrar un dedo, Rafael -¡No, No! -y unos gritos atroces del niño... Luego súplicas y ruegos, llanto... Dentro de mí sentí deseos de pararme, tenía las manos atadas y la cabeza me daba vueltas. Traté de decirme no es la voz de mi hijo, me lo repetía una y cien veces, no es la voz de mi niño, no es mi niño, ni siquiera es un niño, es una grabación. Me pareció que cada cierto rato, todo se repetía igual... Trataba de convencerme que era una cinta... Todo seguía, y pese a mi intento de convencerme de que no era mi hijo, de pronto parecía que ese diálogo monstruoso se apoderaba de mí y oía: ..."Ahora te quebraré otro dedo..." Y más gritos, y yo tratando de levantarme, tratando de comprender, ¿por qué nadie más parece escuchar voces? Yo seguía diciéndome... No, no es; no, no es mi hijo, pero pronto estuve llorando, me parecía ver a mi hijo retorciéndose de dolor con sus manitos extendidas hacia mí diciendo ¡mamita!, mamita ayúdame, me duele, mamita. Yo me repetía, tranquila, Luz, es una cinta grabada. Quieren asustarte... No sé si duró horas, no sé si fue toda la noche. A pesar de que tenía por momentos la certeza de que era una grabación, porque todo se repetía una y otra vez, fue lo suficiente para sentirme toda escombros1... Supe que estaba amaneciendo cuando la luz se filtraba por el vidrio pintado. Las voces callaron y yo tenía en la garganta, en el pecho, un dolor muy fuerte. Angustia, necesidad de ver a mi hijo, de tenerlo en mis brazos, de acunarlo, de velar su sueño. Comencé a sentir ruidos, estaban llegando. Me sacaron de la pieza, pude ir al baño, me duché. El agua estaba heladísima, pero igual me pareció divina. Esta vez no hubo voces ni gente cerca, me saqué la venda, me miré al espejo y vi mi rostro demacrado y pálido. Pero peor estaba mi corazón. Cuando salí del baño, me llevaron a una oficina. Otra, más espaciosa, sin ninguna elegancia, con varios escritorios. Pronto apare-
ció "Javier", y comenzó a decir que le interesaba la información que yo le pudiera entregar del Partido Socialista. Volví a contar la historia de que llevaba seis meses presa, lejos del partido y que todo lo había entregado a la DINA. Me di cuenta que además de la chica que había visto la noche anterior, estaban haciendo diligencias para ubicar a Luis Peña, no sé si lograron detenerlo o no. No lo vi. Desconozco absolutamente cómo siguieron investigando pero tenían un punto para esa mañana donde se supone que llegaría Alejandro Parada, "Jano" y vi cuando lo trajeron vendado y amarrado, yo sólo lo ubicaba de vista, desconocía su tarea dentro del partido, sólo sabía que había efectuado algunos puntos con Toño. No me carearon con él. Llegó el capitán Juan Morales y le dijo a "Javier" que la DINA me reclamaba, que me llevaría de vuelta a Londres 38. Se produjo un diálogo áspero entre "Javier" y Juan Morales. Me llevaron de vuelta a Londres 38. Allí me volví a encontrar con María Teresa, quedamos sentadas juntas. Cuando pudimos hablar a escondidas de la guardia, me preguntó si yo había hablado de Claudio, su compañero. Le dije que no, y me pidió que por favor no lo hiciera, se lo prometí sólo para tranquilizarla, pues de todas maneras no sabía ubicarlo, ni siquiera conocía su nombre verdadero. Sé que María Teresa estuvo al menos una noche más en Yucatán y que sobrevivió.
OSVALDO ROMO Al día siguiente de haber vuelto a Yucatán, Ricardo Lawrence nos mandó a buscar a mi hermano y a mí. Dijo que comenzaríamos a "trabajar" cada uno con un equipo y me entregó a mí a Osvaldo Romo Mena, y a mi hermano a un teniente de Carabineros que dijo llamarse "Marcos". Más adelante sabría que su nombre es Gerardo Ernesto Godoy García. Lo primero que debo confesar es que me cuesta hacer leña del árbol caído, eso no significa que Romo Mena deba ser absuelto, sin duda lo será, todo parece indicar que los casos de detenidos desaparecidos irán siendo amnistiados, 3 al pensar en Romo Mena hoy 3
. 28. jul. 93. En menos de 24 horas, el segundo juzgado militar exculpó a Fernando Lauriani Maturana por falta de pruebas de su participación en el secuestro y desaparición de los hermanos Andrónico Antequera. 141
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puedo ver que en 1974 era el hombre con el poder de arrastrar hacia el infierno a quienes su jefe Miguel Krassnoff Martchenko le ordenaba, y hoy es el único que está en manos de la justicia. Me cuesta entender que Romo es responsable y que el resto no. Osvaldo Romo del año 74 y el de hoy difieren notablemente para mí. En mi mente Romo aparecía como una enorme mole grasicnta que se abalanzaba como perro de caza en contra de opositores y militantes, me causaba pánico. El año 1992 pude verlo pocos días después que fue traído a Chile. Me impactó. Me pareció más bajo que en mi recuerdo y cuando encorvado y arrastrando una pierna, con sus ojos llorosos me dijo ¿Me perdonaste?, supe que el hombre de mi recuerdo, ese asqueroso, sucio, grosero, de uñas roídas que me causó mucho dolor y repugnancia en el año 74, es una persona que en ese gesto me demostró que el Osvaldo Romo que todos conocen, y que sin duda fue un torturador y violador implacable, representa el "hombre desechable" que la DINA necesitó para sus propósitos de aniquilamiento. Desde que llegó a Chile, Osvaldo Romo fue sometido a un tratamiento médico adecuado y cada vez que lo vuelvo a ver está más delgado, más ágil, y conserva la astucia que lo caracterizó en el período que yo lo conocí en la DINA. Debo confesar que su gesto de pedirme perdón a mí, que hoy sea "el pato de la boda" sólo porque es un civil sin "prebendas especiales", me predispone a perdonarlo y lo he hecho. Siento que Osvaldo Romo con todas sus características es alguien que fue usado y abusado por la DINA, sin ninguna duda es responsable de muchas cosas, atroces, pero me cuesta aceptar que es el único que está declarado reo. Me es difícil aceptar que sus jefes queden impunes. Osvaldo Romo pese a sus habilidades, esa astucia innata que lo llevó a ser la mano derecha de Krassnoff, durante los años 74 y 75, fue reforzado por la DINA, distinguido como uno de los "mejores" agentes, su ferocidad respondió plenamente a las demandas de Krassnoff, Ferrer, Wenderoth, Moren, Espinoza, Contreras, de la DINA. Ese día de 1974 nos llevaron al cuartel Terranova a tres de los detenidos que estábamos colaborando. A Alejandra, a mi hermano y a mí. Yo fui en la camioneta con Osvaldo Romo, Basclay Zapata y el "negro" Paz. Mi hermano, en el Austin Mini del teniente (C) Gerardo Godoy García, que entiendo era el vehículo de un detenido. Ese día, el oficial le regaló a mi hermano un pantalón gris y una camisa verde, pues su ropa estaba destrozada y sucia en extremo y ambos tenían contextura similar. 142
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Durante el trayecto con Romo Mena y su equipo, supe que Alejandra estaría presente. Romo inició una conversación que me molestó mucho. No me atreví a opinar nada, sólo escuché. Recuerdo que se refirió de manera muy despectiva de Alejandra y de Muriel. Yo no podía hacer abstracción del olor que despedía ese hombre tan desagradable. Cada vez que estaba sin venda, no podía despegar mis ojos de sus dedos asquerosos, con las uñas sucias y comidas en extremo. Al llegar a Terranova, pude ver por debajo de la venda el lugar que meses después reconocería como el estacionamiento de la casa patronal. También reconocí a Alejandra. Ella estaba muy delgada y recuerdo que sentía mucho frío. Estaban presentes además de quienes nos habían llevado, los oficiales Lawrence Mires, Krassnoff Martchenko, Moren Brito. Sé que había más personas, pero no logré verlas, sólo pude oír sus voces. En esa oportunidad escuché por primera vez los nombres de las agrupaciones. Supe que Krassnoff Martchenko comandaba Halcón, que Lawrence Mires era el encargado de Águila, y que Godoy García comandaba Tucán. Se nos dijo que a partir de ese día comenzaríamos a "porotear", o sea, ir con los equipos a que habíamos sido asignados, a mirar por las calles de Santiago identificando militantes. Moren Brito dijo que eso era una nueva modalidad de trabajo y que de los resultados dependía lo que ocurriría con nosotros. Luego de ello, nos trasladaron nuevamente a Londres 38. Me sacaron varias veces. "Poroteando" un compañero cayó detenido en la calle Estado. Yo lo conocía como Walter Contreras, y durante años lo he buscado en las listas de detenidos desaparecidos. No lo he encontrado. Recuerdo que ese día, al volver con él al cuartel Yucatán, Romo Mena y Zapata Reyes me obligaron a decirle que yo trabajaba desde hacía años con el Servicio de Inteligencia del Ejército. Supongo que lo creyó. Tampoco volví a verlo. Mientras estuve en Yucatán, "Javier" fue dos veces, e hizo tal como había dicho. Se acercaba a mi lado y me decía "Sombra" al oído. Un guardia me sacaba de inmediato, y me llevaba a alguna oficina, me preguntaba cómo estaba y me regalaba cigarrillos. Otra vez puso un chocolate en mi boca. Cada vez me decía que estaba haciendo gestiones para sacarme de manos de la DINA. Yo le agradecía, pensando que ojalá no resultaran. Ese hombre me causaba más pánico aún que Krassnoff o Lawrence o Moren. Tal vez sólo era una maniobra para que yo colaborara más con Krassnoff, no lo sé... Recuerdo que en Yucatán había un guardia bajo, de tez blanca 143
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y cabellos oscuros y crespos. Siempre ofrecía a las mujeres llevarnos a un lavatorio donde, según él, podríamos lavarnos un poco. La primera vez "caí" y agradeciéndole, me dejé conducir por él. En cuanto me saqué la blusa para lavarme, él se acercó tomando mis pechos. Logré disuadirlo de que no continuara y me devolvió mi ropa. Como era de día, comencé a gritar, yo creo que temió ser sorprendido por algún oficial. Yo estaba vendada, eran situaciones muy deprimentes. Después de eso, no accedí nunca más a sus ofertas, y cada vez que pude alerté a las chicas recién llegadas sobre lo que hacía ese muchacho. Uno de esos días Basclay Zapata Reyes, el "Troglo", me preguntó si quería ducharme. Le contesté que sí. Me sacó de la silla y me llevó a una camioneta. En el camino me explicó que iban a hacer un allanamiento y que mientras ellos revisaban el departamento, yo podía usar el baño. Le agradecí. Hasta entonces no me constaba que él me hubiese agredido. Al llegar al lugar, pese a que iba vendada, si levantaba la cabeza un poco podía ver por debajo de la venda. Pude reconocer el sector, cerca del cine Providencia, en la calle Manuel Montt, no recuerdo exactamente el departamento. Cuando me estaba bañando, el "Troglo" entró y trató de comenzar a tocarme. Igual que de Moren Brito, hay testimonios de la brutalidad y crueldad de Basclay Zapata, pero yo no sé si él me torturó o no. Ese día me pidió que me acostara con él. Cuando me negué, insistió, incluso me llevó ropa de regalo que imaginé, y tiempo después tuve la confirmación, robó del departamento que estaba siendo allanado. Negándome a tener relaciones con él, le devolví el sweater y la blusa que me había pasado, pero se retiró sin volver a insistir. Ahora que recuerdo, me parece tan increíble la situación. Yo, ahí, desnuda, suplicándole que por favor no me violentara. El tratando de tocarme. De repente se quedó mirándome y dijo: -Está bien, puedes quedarte con la ropa igual- y salió del baño. Me saqué rápido el shampoo y el jabón y me vestí. Todo el resto del tiempo estuve tratando de desenredar mis cabellos, me habían crecido bastante, sin atreverme a salir del baño.4 A
. El año 1992 supe que el departamento pertenecía a la señora Adriana Urrutia y la ropa que me dieron era de ella. La señora sobrevivió y toda la ropa con excepción de un sweater burdeos la regalé a las compañeras de la pieza N Q 2 de Cuatro Alamos. 144
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No sé si los últimos días de agosto o los primeros de septiembre, me llevaron a Cuatro Alamos, al igual que a los demás detenidos. Estaban desocupando Yucatán, aparentemente porque ya estaba individualizado como un lugar de detención de la DINA y algunos familiares llegaron incluso a golpear las puertas del cuartel, preguntando por sus parientes.
CUATRO ALAMOS Cuatro Alamos era un lugar secreto de detención, ubicado junto al Campo de Detenidos en libre plática del Servicio Nacional de Detenidos -SENDET-, en calle Departamental. Este lugar era diferente de los otros cuarteles. Estábamos separados los hombres de las mujeres, en piezas donde había literas. Podíamos ducharnos y recibíamos comida de manera regular. Nos daban un día porotos, otro lentejas, y al tercero garbanzos. No recuerdo si había alguna otra comida. Permanecíamos encerrados, pero sin vendas mientras estábamos dentro de la pieza. En la época en que yo llegué a ese recinto, estaba a cargo de Carabineros, pero después la DINA comisionó como jefe de "Cuatro", como le decíamos en aquel tiempo, al oficial de Gendarmería Orlando José Manso Duran, quedando Carabineros sólo a cargo de Tres Alamos, con Conrado Pacheco como jefe de ese lugar. Quienes estábamos en Cuatro Alamos, teníamos aún la condición de detenidos no reconocidos como tales, o sea, que podíamos desaparecer en cualquier momento. Lo más terrible era la incertidumbre de saber que a cualquier hora podían ir a buscarnos, para ser llevados nuevamente a los otros cuarteles. Durante mi estadía en ese recinto quedé por mucho tiempo con la idea de que los detenidos que eran sacados de ese lugar eran distribuidos por diferentes cárceles del país, pues cuando iban los equipos de la DINA y sacaban a la gente, los formaban en distintas filas asignándoles a cada una el nombre de diferentes ciudades. Al llegar a Cuatro Alamos, varias de las detenidas manifestaron que presentaban síntomas de tener infecciones vaginales. Cuando fue el médico pedí que me llevaran, pues tenía aún malestares fuertes en el pie. El médico dijo que la cicatrización de la herida estaba avanzando bien, pero la hiperestesia se mantenía. Me molestaba incluso el roce de los pantalones o de la ropa de cama al dormir, sobre todo de los apatos. 145
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En la pieza de Cuatro Alamos tuve como compañera a Rosseta Pallini González, que era esposa de un dirigente del MIR. Ella murió en el exilio, en Méjico, y le sobrevive un hijo. Otra de las compañeras de la pieza N s 2 fue Mónica Chislayne Llanca Iturra, a la fecha detenida desaparecida. La conocí ahí. Ahora sé que ella tenía vinculaciones con el MIR, en esa época tal vez por temor nos dijo que era socialista y funcionaría del Gabinete de Identificación. Uno de los primeros días de septiembre de 1974, fue sacada de la habitación por el equipo de Halcón Uno. Osvaldo Romo Mena le asignó la clave "Puerto Montt"; hoy se sabe era una de las palabras que significaba muerte. No voy a ahondar en mayores antecedentes sobre Mónica, porque la causa por el secuestro de ella y su posterior desaparición se encuentra bajo secreto de sumario, en el Tercer Juzgado de Santiago. La juez que lleva este proceso es la señora Dobra Lusic Nadal. Durante muchos años no recordé los nombres de estas mujeres. En 1991, cuando estuve radicada en Europa, revisando prensa antigua, encontré una foto que reconocí y la historia de Olivia Monsalve de Becerra. Me di cuenta que yo la había conocido a ella, a Silvia y a Alejandrina, en Cuatro Alamos. Quedé profundamente conmovida.
guardia volvió a la pieza y vio el feto, reaccionó. Se llevaron a Silvia y días después supimos que la llevaron al Hospital de Carabineros. Al volver ella mantuvo un silencio empecinado que no nos atrevimos a interrumpir... Ese otro hijo de Miguel Ángel Becerra, el que no nació ni tuvo nombre, dejó su incipiente vida en una fría habitación de Cuatro Alamos. No dormí esa noche, nadie durmió esa noche. Durante la ausencia de Silvia, Alejandrina, en un momento de hondo pesar, mientras nos pasábamos de una a otra un cigarrillo, nos contó su historia. Me di cuenta que ellas en esos días, enfrentaban tan sólo el comienzo de una larga sucesión de estaciones de dolor. Supe que el agente DINA que me contó Alejandrina, que encontraron muerto en un camino vecinal adyacente a Parral, era Miguel Ángel Becerra Hidalgo, pariente político de ella y esposo de María Olivia Monsalve Ortiz y que el mayor de los hijos de este matrimonio, Miguel Becerra Monsalve, es el muchacho que permanece hasta ahora en Colonia Dignidad, separado de su familia por el dictamen de un juzgado de Parral, que entregó la tuición del muchacho a los alemanes de Villa Ba viera.5
m NO NACIDO Una noche, a comienzos de septiembre, Silvia comenzó a sentir agudos dolores en el vientre. Golpeamos fuerte en la puerta pidiendo un médico. Producto de las torturas que recibió la muchacha perdió al bebé que esperaba. En el closet de la pieza había una hoja de diario y las tapas de cartón de una caja. Ahí recibimos al que habría sido el menor de los hijos del agente de la DINA, Miguel Ángel Becerra Hidalgo. Fue estremecedor. Hacía frío, y de la masa sanguinolenta de no-hijo y de placenta salía una especie de humo. Lo puse en medio del pasillo pequeño que quedaba entre los dos camarotes y me senté en la cama de abajo junto a Alejandrina. No podía dejar de mirarlo. Todas estábamos conmocionadas. Hacía unas horas, apenas unos minutos, era un ser con vida. No figura en ningún listado, pero también lo (la) mató la DINA. No lloramos fuerte. Quizás, porque en ese momento nos preocuparnos de la madre, de calmarla, de ayudarla a vestirse, de abrigarla, de secar sus lágrimas. Cuando el muchacho que estaba de 146
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. Durante mi estadía en Cuatro Alamos pude ver que en otra de las piezas se encontraba Muricl Dockendorf Navarrcte, esposa de un dirigente del MIR, quien a la fecha se encuentra desaparecida. 147
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CUARTEL OLLAGÜE
Al ser conducida desde Cuatro Alamos al cuartel Ollagüe, ubicado en José Domingo Cañas N2 1367, comenzó una etapa distinta, la DINA creció en recursos humanos y materiales, llegaron más oficiales y se hizo permanente la presencia de agentes femeninos. Para mí también hubo cambios. Permanecí en un lugar distinto de los demás detenidos, sin embargo lo reducido del local hizo más cercanos los sufrimientos de los compañeros que eran torturados de manera brutal. A pesar de que yo era una colaboradora de la DINA, continuaba como detenida no reconocida oficialmente. La DINA se convenció de que yo no pertenecía al MIR, y por esa razón dejé de ser una detenida del grupo Halcón de Krassnoff y pasé a depender del comandante del cuartel, el capitán Ciro Ernesto Torré Sáez.
Al día siguiente del primer aniversario del Golpe, poco antes del mediodía, fui sacada de Cuatro Alamos y trasladada a lo que después sabría que era el nuevo cuartel de la DINA de nombre Ollagüe, que reemplazó a Yucatán, y que estaba ubicado en José Domingo Cañas Na 1367. Hasta esa fecha, como detenida seguía dependiendo del grupo Halcón, cuyo encargado era Miguel Krassnoff. Cuando el guardia de Cuatro Alamos me entregó a los agentes de Halcón Uno de Caupolicán, Basclay Zapata Reyes se dio cuenta de que de tanto ponerme cinta adhesiva en los ojos ya no tenía cejas ni pestañas. Tuvo un rasgo de humanidad: sólo me puso las gafas plásticas muy oscuras y me hizo prometer que cuando ellos me lo indicaran, yo cerraría los ojos, y no los podría abrir por ningún motivo. Al cruzar Bustamante con Irarrázaval, me lo ordeñaron y cerré 'os ojos. Al ingresar al recinto donde me hicieron bajar, me llevaron a
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una habitación vacía y frente al guardia, Basclay Zapata Reyes simuló que me retiraba alguna venda de los ojos y con gestos de aparente dureza me gritó: -¡Quieta, mierda! Quedé sentada en un sillón, el único mueble de la pieza inmensa. Todo estaba lleno de polvo. Aparentemente la casa había estado vacía mucho tiempo, o nadie se ocupaba de la limpieza del lugar. Más o menos 15 minutos después, entró un guardia que me ordenó que lo siguiera. Era uno de los que había visto en Londres 38. Me saludó como quien se reencuentra con alguien conocido. Me miró con curiosidad, me encontró diferente. Le conté que en Cuatro Alamos había podido bañarme a diario y que me había cortado el pelo. -¡Ya se peló de nuevo!-. Recordaba el incidente con la peluca y mi pelo muy corto cuando caí detenida en marzo. Me hizo señas de que lo acompañara. -Mi capitán, aquí está la Lucecita. -Así es que ésta es la Lucecita. Asiento -dijo mostrándome una silla. El hombre seguía hablando. -Soy capitán de Carabineros, Ciro Torré es mi nombre. No es chapa. Y soy el comandante de este cuartel. A esas alturas había aprendido lo suficiente como para no confiar en nadie, aunque ese alguien exhibiese una sonrisa y una actitud como la de ese oficial. Era la típica imagen que uno se forma del comisario de una tenencia de campo. Figura obligada de celebraciones, bautizos y casamientos. Una especie de padrino, bonachón y buen conversador. -Vamos a hablar, Lucecita, porque usted trabajará conmigo. Cuénteme todo. ¿Quién es usted? ¿Cómo fue detenida? ¿Por qué? Comencé midiendo mis palabras. Hasta esa fecha, nadie me había encuadrado. El capitán Torré parecía disponer de todo el tiempo del mundo. No tenía o no manifestó una opinión propia respecto de cuestiones contingentes o de los partidos políticos. Constantemente me pedía aclaraciones sobre ellos y las palabras que yo seguía usando ex profeso. Presumió sí de que estaba enterado de la situación y de que su esposa era abogado. Sin saber si su actitud era real o no, aumenté el uso de palabras raras. Muchas improvisadas en el momento, o simplemente sinónimos rebuscados. Igual estaba en sus manos y en una situación muy extraña. Aunque hubiera querido entregar información, no podía. No sa-
bía nada. Habían pasado más de seis meses desde mi detención. A esa fecha era la detenida que llevaba más tiempo en la DINA. La más antigua, decían ellos. No tenía ninguna posibilidad de pasar a libre plática. Los había visto prácticamente a todos. De muchos, sobre todo de los oficiales, conocía el nombre real, y ubicaba varios de sus cuarteles. Debía de alguna manera seguir comprando mi vida minuto a minuto. Lo que estaba vislumbrando era una posibilidad remota, no se me ocurrió nada más y, después de todo, pensé, oficiales como Krassnoff y Lawrence ya manejaban -y bien- esa suerte de jerga marxista. Al menos la que usaban los militantes del MIR. Traté sutilmente de ir interesando al capitán. Mientras hablaba de mi vida, mis estudios... Trataba de suponer qué estaría pasando en el país. Recordé que en los días que estuve en libertad, supe que algunas religiosas ya se movilizaban tratando de apoyar a los familiares de los detenidos. De pronto el capitán mencionó algo acerca del trabajo de inteligencia. Decidí pasar a la "ofensiva" y le dije: -Capitán, ¿de veras usted cree que la izquierda es una "amenaza" para el Gobierno? ¿No cree que hay otras instituciones y partidos políticos que son bastante "intocables" y que les ocasionarán más de un problema? Usted sabe que hace meses que no leo la prensa ni sé nada. Sin embargo, me atrevo a opinar que la Iglesia y la Democracia Cristiana, al menos algunos sectores de ellas, deben estar haciendo "olitas". Era algo tan obvio para mí, que me sorprendí frente a la reacción del capitán y pensé: "Me está hueveando. Luego, cuando se canse me sacará cresta y media, y hasta ahí no más llegaré..." Pero parecía genuinamente sorprendido: -Es increíble, yo creo que usted algo leyó o escuchó noticias en Cuatro Alamos. ¿Cómo hace para saber? Seguí hablando, apelando fundamentalmente al sentido común, ya que era un tema que desconocía. Hablé de las cosas lógicas, de cómo los acontecimientos se, van desenvolviendo en el tiempo a partir de algunos hechos y sus relaciones de causa y efecto. Mi vida comenzó a depender de lo que en el pasado había aprendido, leído y pensado. Tenía una sola arma: mi cabeza. Y un hecho fortuito: el oficial era más ignorante que yo en esas materias. El capitán se dio cuenta que había pasado con mucho la hora de almorzar. Dijo que me pondría sola en una pieza, que me daría el
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material necesario para que escribiera cuanto sabía. Que él quería aprender todo. Estaba metida en un lío. ¿Qué iba a escribir?... Sin darse cuenta, el capitán me fue dando las pistas de cómo dar forma a lo que intuitivamente estaba haciendo. No pude evitar recordar lo que había estado pensando en Cuatro Alamos. Definitivamente vivir en ese clima de violencia agudizaba las percepciones. Decidí que intentaría aparecer como alguien en extremo racional. La alternativa era caer absolutamente bajo el dominio de la DINA. El capitán Torré Sáez interrumpió mis pensamientos cuando me comentó que estaba leyendo la "Orquesta Roja". Por unos segundos recordé a Ricardo Ruz y sentí ternura. Lo habíamos leído juntos. Sin pensar le dije al oficial: -Capitán, lo primero que haré para usted será un Vocabulario Marxista. Y luego un Manual de Comunicaciones. El capitán se veía contento y decidido a transformarse en un oficial de inteligencia. Lo alenté a seguir leyendo libros de espionaje, diciéndole que era una buena escuela. Torré Sáez me llevó a la que sería mi pieza los próximos meses. Había una colchoneta en el suelo. Llamó a dos guardias e hizo traer una mesa y dos sillas. Una máquina de escribir y material de oficina. Al salir dijo: -Le haré traer un catre y ropa de cama. Envalentonada por el aparente éxito de ese día, pregunté: -Capitán, ¿puedo ducharme? -¿Ducharse?, veremos. No sé si hay ducha. Pero lo veremos... Cerraron la puerta. Era un espacio pequeño. El sitio donde usualmente se guardan escobas, traperos y útiles de limpieza. Respiré profundo, me senté en la colchoneta y me puse a pensar en lo ocurrido. Sonreí. Sin duda era una suerte que ese capitán fuera el comandante del cuartel. Faltaba por ver qué pasaría cuando Krassnoff se enterara... Pronto volvieron los guardias con el resto de las cosas. Eran el "Jote" y el "Rucio". El "Jote" dijo riendo: -Le está creciendo el pelo, Lucecita. Ahora tiene hasta oficina. ¡Me alegro! Yo voy a tener que tratarla bien. A este paso, ligerito me va a estar mandando, ¿dónde quiere la mesa? Me reí, no había mucho espacio. -¡Claro! Sólo caben la mesa y la colchoneta. Pero si quiere las ponemos al revés, o sea la colchoneta y la mesa... Era un buen muchacho. Nunca me trató mal, al contrario.
-Gracias, "Jote". Hace mucho que no me reía, gracias. -Ya, ya, que ahora se me emociona y se pone toda triste. Ya pues, tranquila, y siéntese a la mesa que "altirito" le traigo la sopa y después, si quiere salir un ratito al patio, yo la dejo lavar los tachos y las ollas. Miré hacia afuera y me di cuenta que el día estaba muy lindo. -Y así como están saliendo las cosas, seguro que el capitán le da permiso para que la puerta esté abierta un ratito cuando estemos de guardia aquí afuera. Miré la piscina. Mire qué lindo, Lucecita. ¡Ah! y pa' que sepa, el "Rucio" y yo haremos guardia en su puerta día por medio. Tome, aquí tiene un Lucky. Se lo pedí al "Clavo" -Hugo Clavería Leiva-, que fuma los mismos petardos que usted. ¡Me hacían tanto daño mis sentimientos! No sólo un dolor moral. Me costaba respirar, era un dolor físico que me atravesaba como un cuchillo la garganta. No podía eludirlos, decidí que tenía que controlar mi expresión, aprender a mostrar siempre una misma cara, una actitud. Eso. Debía dejar de ser alguien y ser algo. El "Jote" esperaba una respuesta: -Sí, "Jote", lavaré los platos y las ollas. Tomé la sopa, partí el pan y comí una parte. Fumé el cigarrillo y escondí bajo la colchoneta los fósforos. Tuve la impresión que algo había ocurrido dentro de mí. Era tangible. Ya no sentía frío, ya no dolía. Pensé que las personas buscan relajarse en las situaciones difíciles, y en cambio yo debía aprovechar esa situación de tensión permanente. Del stress sacaría la energía que precisaba. El "Jote" me llevó hasta una llave de agua en el patio, y lavé las cosas. Se rió y mucho de mí porque le pedí detergente. Me enseñó a lavarlas con tierra. Servía: el barro sacó toda la grasa. Casi con alegría metía las manos en la tierra y froté las ollas. Esa pasó a ser una actividad cotidiana, una forma de disfrutar esa primavera que coqueta -como ella es- alternaba mañanas y atardeceres frescos con mediodías esplendorosos. -"Jote", ¿tú crees que podría lavar mi blusa aquí? -¡Eso!, ¡no digo yo! Así son las mujeres. Uno les da la mano y se toman el pie. Por mí, encantado, pero mejor le pregunta al capitán. Volví a la pieza y comencé el vocabulario marxista. Comenzaron a apilarse las hojas. Él capitán iba dos veces diarias a revisar el avance de mi trabajo. Pero pronto ocurrió lo que yo temía. Krassnoff dijo que eran "puras huevadas" y que yo -como de costumbre— me estaba mofando. Lo peor es que tenía razón. El trabajo era malo.
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Afortunadamente, Torré atribuyó la actitud de Krassnoff a lo que definió como una situación de conflicto entre los oficiales de Ejército y los de Carabineros. Rivalidad que según él se agudizaba por una suerte de "injusticia", por diferencias en el acceso a los grados en las dos instituciones. Es normal que la oficialidad de Carabineros -a esa fecha- demorara más en ascender a capitán, y a igualdad de grados, manda el oficial de Ejército, por ser la institución más antigua de las FF.AA. Entonces ocurre que un capitán de Carabineros que bordea o pasa los 35 años, queda subordinado a un capitán de Ejército que perfectamente -recién ascendido- puede tener 27 ó 28 años. Ciro Torré me hablaba de ello con el convencimiento de que los oficiales de Carabineros estaban más capacitados para el trabajo de inteligencia por haber mantenido un mayor contacto con la gente. Supongo que en ese comentario había implícita una crítica a los métodos de la DINA. Después que estuve instalada en la pieza, Krassnoff ordenó que llevaran a Alejandra al mismo lugar, dormiríamos juntas. Al parecer Torré se sentía responsable de mí. A su manera, ¡claro! Muchas veces viví esa desagradable sensación en ese mundo donde impera un machismo brutal. Los oficiales tienden a expresar su paternalismo en un amplio rango de cosas. Desde cambiarle el nombre a uno, hasta sentirse una especie de padre que nos ha dado la vida. Un día se quedó mirándome y dijo: -¡Diana!, eso es, Dianita es tu nombre. Eres igualita a una Diana cazadora en pelotas que tengo en un calendario. Al mirarlo sentí miedo. Ahí estaba. Frente a mí, mirándome con su cara encendida, los ojos vidriosos, los labios entreabiertos, su cara sebosa, de cerdo. Sentí repulsión. Deseos de salir corriendo, y estaba ahí, quieta... Muda. Sólo mirándolo con mi cara sin expresión, que era una de las cosas que más les molestaba. Había pasado por mí como una ráfaga, ese sentimiento de humillación. Pero escuché como si oyera a otra persona: -Capitán, le agradecería y mucho que busque otro nombre. Diana me suena a nombre de puta... Prefiero el mío. Mi nombre es Luz. - N o se hable más del asunto -respondió Torré-. Serás Diana. Dianita, eso es. Te queda mucho mejor. Comenzó a reír y se fue. A partir de ese día el capitán me llamó así. Los guardias siguieron llamándome Lucecita. 156
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A los pocos días de haber llegado a ese lugar pude darme cuenta de que en Ollagüe había por lo menos cinco oficiales más que los que yo había conocido en Yucatán. En Londres 38 había conocido a Krassnoff Martchenko, Lawrence Mires y Godoy García. En el cuartel Ollagüe, aparte de los encargados de agrupaciones, estaba el comandante del cuartel, de quien yo dependía, es decir Ciro Ernesto Torré Sáez, quien a su vez tenía un segundo hombre, Fernando Eduardo Lauriani Maturana, alias "Pablo". También dependían de él la subteniente de Carabineros Palmira Isabel Almuna Guzmán, alias la "Pepa", y el señor Jiménez Santibáñez. El último de los oficiales en llegar a Ollagüe fue el capitán Francisco Maximiliano Ferrer Lima, alias "Max". Todos los días Krassnoff Martchenko mandaba a buscar a Alejandra. Yo permanecía en la pieza escribiendo. El vocabulario iba creciendo. El capitán lo llamaba ahora su diccionario. Torré había autorizado a que me duchara cada mañana, pero imagino que por orden de Krassnoff Martchenko, o quizás como una medida de hostigamiento, igual debía pedirle autorización todos los días. Comenzó una especie de juego-burla de parte de Krassnoff. Yo pedía al guardia de la puerta que le preguntaran si podía bañarme al día siguiente. A veces me mandaba a buscar y en cada oportunidad el diálogo era más o menos el mismo. Me dejaban en la puerta de su oficina, con los ojos vendados. Luego de un rato, él decía: -¡Ah! Ahí está la Lucecita, perdón... Diana. ¿Así te llamas ahora? Yo permanecía callada. -¡Responde, mierda! Cuando yo te pregunto, ¡tienes que contestarme! ¿Sabes con quién estás hablando? -Sí, teniente, sé cómo se llama usted. -¡Ah! Sabes cómo me llamo, y ¿quién te dijo mi nombre? -Usted, teniente. Usted me dijo que se llama teniente Miguel Krassnoff. -Sí, mierda... Krassnoff. Krassnoff Martchenko... Ruso de los blancos. Ruso blanco, ¿entendiste? -Sí, teniente. -¡Qué bueno! y ahora que entendiste que los comunistas masacraron a mi gente, ¿qué quieres? -Permiso para bañarme, teniente. -¿A qué hora te duchaste hoy? -A las cinco de la mañana, teniente. -Autorizada, pero a las 4.45 ... ¿Sí o no? 157
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-Sí, teniente, está bien a las 4.45. No me importaba que autorizara el baño cada día 10 ó 15 minutos más temprano. Al final, Krassnoff Martchenko se aburrió o estaría ocupado, y logré ducharme cada día hasta que me llevaron a Villa Grimaldi. Yo desconozco si había otras razones. Pero para mí, era importante estar limpia. No quería darles la satisfacción de verme más doblegada en ese lugar donde no tenía ningún derecho. Aunque estuviese hecha trizas, la DINA me vería sólo de dos formas. En pie o muerta, y había elegido luchar por mi vida y la de mi hermano. Eso se grabó fuerte en mí. Desde entonces, siempre que estoy tensa, sin darme cuenta me ducho o me lavo el pelo, aunque lo haya hecho por la mañana. Recuerdo que en julio de 1975, cuando María Alicia, Alejandra y yo fuimos a vivir a la Torre 12 -Marcoleta 77, apartamento 54-, en cuanto pude me encerré en el baño y me duché. Más de una hora. No podía salir. No había jabón o shampoo, ni agua suficiente que me hiciera sentir limpia. La fetidez de los cuarteles de la DINA estaba dentro de mí. Seguía sintiéndola, estaba impregnada en mi mucosa nasal, en mi mente. Es una de las cosas que no me permitirán olvidar jamás. En esos días, en el cuartel Ollagüe, la ducha cotidiana tenía otros bemoles, pero aprendí a manejarlos también. Sólo el "Jote" y el "Rucio" me dejaban bañarme sola y con la puerta cerrada. Los demás guardias no sólo dejaban la puerta abierta, sino que se quedaban dentro del pequeño espacio molestándome. Aplaudían cuando me sacaba la ropa diciendo: -Yo la jabono, mijita-, y hacían ademán de acercarse. Yo me esforzaba por no demostrar temor. Sabía que un soldado está programado para obedecer a una voz de mando, así es que salvo uno que otro agarrón que no pude evitar, pero que siempre les salió caro, podía mantenerlos a raya. Decidida a no dejar de bañarme, les gritaba fuerte: -Acércate, huevón. Trata de acercarte. Ni siquiera necesito informar de esto al capitán. Puedo arreglarme sólita con ustedes. Atrévete a averiguarlo. Krassnoff Martchenko, desde los tiempos de Yucatán había prohibido a la guardia que hablaran conmigo. Delante de mí, le dijo a Lawrence: -¡Esta huevona es inteligente y tiene una labia que puede darnos vuelta a estos cabros!
Se decían muchas cosas de mí, eso de que soy muy inteligente era una exageración. Tal vez una astucia innata para sobrevivir, lo demás eran verdades a medias, como que era karateca o que tenía instrucción especial. Hice algunos cursos, claro, como casi todos los de mi generación, nada especial. Pero jamás aclaré esas cosas. De alguna manera esa imagen actuaba como freno en esos muchachos que de un día para otro se sintieron tan poderosos. Ellos estaban embarcados en su casi "divina" misión de sanear la patria de la lacra marxista... De mi actitud sacaban por conclusión que tenía alguna "instrucción especial", que seguro estaba ocultando algún viaje a Cuba donde me habrían capacitado. Que no sólo era una mujer con ideas de izquierda, sino una suerte de "computadora". Marcelo Moren Brito, aludiendo a mi capacidad para memorizar, me bautizó de esa forma. Todo ello detenía -un poco- a la guardia. Siempre hubo alguien que en esos momentos decía: -Déjala tranquila, esta huevona es karateca y en una de esas te capa. Y se reían. No sé si valió la pena o no. Desarrollé una enorme capacidad de actuar fría y agresivamente, aunque internamente estaba realmente deshecha. Tiritaba permanentemente, temblor que reaparece todavía cuando me siento tensa. En esos días pensaba que valía la pena. Mi objetivo era hacerles creer que sus métodos de tortura sicológica eran eficaces, necesitaba pensar que podía llevarlos al terreno del lenguaje, que podía hablar tranquila y serenamente incluso de mi muerte. Mi terror más grande era que me presionaran con aquellos a quienes amaba. Con mi familia, con los compañeros. Intentaba demostrar que los sentimientos para mí no existían, y ellos estaban dispuestos a creer cualquier barbaridad de quienes calificaban como delincuentes y putas marxistas.
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Una vez Krassnoff me dijo: -¿Sabes que eres una traidora? Era increíble cómo acertaban en su crueldad. Yo notaba que algo muy vulnerable podía estallar. No podía dejar que penetraran en ese nivel tan adentro. Permanecía de pie sin mover ni un músculo mientras oía gritos atroces, mientras veía retorcerse a alguien en la "Parrilla". Sólo Dios sabe cuánto me costó aquello. Porque sólo logré no expresar; los sentimientos adentro bullían cada día más. Necesité someterme a una disciplina extrema. De madrugada entraba decididamente a la ducha, que era horrible de fría, y yo estaba enferma del pulmón. Muchas veces los guardias decían: "Morirás sola, ni siquiera tendremos que matarte". Yo les respondía: -Pero si muero, iré limpia... Nadie pareció entender, salvo Lumi. Fue tal mi obsesión por evitar que me invadieran absolutamente, que llegué a dejar de sentir los efectos del frío o del calor. Eso duró años. Muchos años después de la DINA pude seguir viviendo al margen del entorno y sus efectos. Aparentemente, claro, porque todo ello tuvo un costo altísimo. Ese día, cuando Krassnoff Martchenko hizo alusión a la traición, me dije: Luz, tu verdadero triunfo es ser capaz de asumir lo que sea. No deben sacarte la verdad jamás...y sin pestañear siquiera le contesté: -Sí, teniente, lo sé. Es algo que decidí yo en un momento determinado. -Cuéntame, y qué siente un traidor? -¿Teniente, lo único que puedo decirle es que en esta guerra suya, estoy en el bando de los que perdimos. De vencido a vencedor, usted sólo me dio dos opciones: Vivir o morir. Elegí vivir. ¿Cómo me siento? Ese es mi problema, señor. Si desea saberlo, piense. Trate de
imaginarse esta misma guerra que usted menciona, pero al revés. Trate de ponerse en mi lugar y dígame usted ahora a mí: ¿en mi situación, qué habría hecho?... Me imagino que su respuesta inmediata será "¿Yo?... Jamás seré un traidor". También yo pensé así mucho tiempo. Le repito la pregunta. ¿Usted, qué habría hecho? Me miró, se echó hacia atrás en la silla. Mascó un lápiz con su típico gesto de enchuecar la boca. Cruzó sus ojos un chispazo de ira, se sacó el lápiz, lo miró, se acercó a mí y gritó: - N o me hagas reír... ¿Una puta marxista comparándose conmigo? ¿Con un oficial? ¿Qué sabes tú lo que es un oficial? Me tragué lo de puta y respondí, estaba en el terreno que yo quería: -Tiene razón, teniente. No sé qué es usted, o el teniente Lawrence, o el teniente Godoy o el teniente Lauriani o el capitán Torré. Pero yo estoy segura de que sé lo que el Ejército dice que es un oficial. Un hombre de honor... Un hombre que, con una profunda vocación de servicio, ha dedicado su vida a... De un grito me hizo callar y pidió a un guardia que sacaran a esta puta de su presencia. Caminé. El guardia me tironeaba de un brazo y me apuraba. Choqué estrepitosamente con el marco de una puerta. Me golpeé en la frente, vi un rayo de luz, sentí que me iba a caer y escuché la voz de Krassnoff que decía: -Sácala, tiéndela en alguna parte. Dale un café, un cigarro. Cuando el guardia me llevaba casi arrastrando se acercó el teniente y me habló: -No te dolió, ¿verdad? No lloraste. No, no vas a llorar ahora. Eres valiente. Yo sé que eres valiente... No dije nada, pero pensé: "Tiene razón, teniente. Ya no duele..." Mi alma estaba encerrada en una costra de cicatrices, desesperación, dolor y angustia, algo sólido como una coraza. Se me formó una enorme hinchazón que me acompañó por meses y pasó por una amplia gama de colores, morado, gris verdoso, amarillos y quedó hasta el día de hoy un porotito que se siente al tacto en mi frente. Imagino que Krassnoff no olvidó ese incidente; años después cuando ya era funcionaría de la DINA, el 16 de agosto de 1976, cuando Manuel Contreras ordenó que pasara de la categoría de empleado civil femenino a la de civil con categoría de oficial, este hecho fue comentario obligado, de casino. Casualmente me encontré con
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TRAIDORA Y PUTA
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Krassnoff que salía de alguna reunión en el Cuartel General y me felicitó: -La felicito, y que conste que lo digo de verdad. De oficial vencedor a oficial vencido. -Me dio la mano. Recibí el saludo como si me hubiese golpeado algo. Le escuché agregar: -Aunque sigo pensando que para mi gusto tienes demasiadas reservas mentales... Al menos dos veces, entre el año 1974 y 1975, Krassnoff me increpó por lo que él llamaba mis reservas mentales y otra cantidad de veces me gritó... "Llévense a esta huevona. No está quebrada. Aún tiene reservas mentales..." Krassnoff sabía que me quedaban unas cuantas cosas propias aún. El no sabía cuan pocas... Me saludó militarmente haciendo sonar sus tacos, simulando que se cuadraba y sonrió con su boca chueca. Fui a la oficina, me copaba un sentimiento extraño, ambiguo. Algo pesado que sin dolor ni alegría se fue adueñando de mí. Acceder a la categoría de oficial, para diferenciarnos del personal femenino que desempeñaba funciones de secretaría y administrativas, había sido una de esas "conquistas sociales" que peleaba María Alicia -y que como todo lo que conseguía una, lo asignaban a las tres, María Alicia, Alejandra y yo, fuimos cambiadas al escalafón de personal femenino junto a las mujeres profesionales que trabajaban en la DINA. Seguíamos siendo "el paquete", aunque desempeñáramos el rol de analistas en los turnos de la Central de Operaciones, y además para nosotras era una suerte de defensa frente al personal de la DINA que cuestionaba nuestra presencia. Muchos seguían pensando que debían eliminarnos. En esos días yo creo que las tres sentíamos que la alternativa era ser funcionarías o morir. Al menos así lo percibía yo. Sin embargo, el saludo del entonces capitán Krassnoff, y su alusión a mis "reservas", me conmocionó. Me encerré unos momentos en el baño y pensé que por un lado era cierto. Tenía cosas propias. Unas cuantas. En ese momento me pareció que estaba en el límite del lugar de no-retorno. Cada paso, cada lucha, cada día, internamente me iban achicando, reduciendo. Sentía que como ser humano me estaba jibarizando. Mis sentimientos habían llegado a ser tan básicos, tan primitivos, como precarias mis respuestas, y de pronto crecían dentro de mí y a coro me decían: "Somos lo único que tienes, lo que eres, y nos estamos muriendo. Danos un espacio..."
Volví a la oficina. Estaba en tierra de nadie. Era como caminar por un desierto que tras cada loma y cima penosa y duramente alcanzada no develaba más que otro valle, más estéril aún que el anterior. No había caminos prefigurados. Sin barandas en las que apoyarme, sin precedentes, sin historia o guía a las que recurrir, me sentía perdida, huérfana. Sin saber qué caminos buscar ni cómo construirlos. Si los había, no los conocía. No lograba verlos. Me repetía sin cesar: Luz, Luz, no importa, si no hay caminos, tendrás que construirlos. Si no existen las condiciones para ello, tendrás que crearlas. Iba por una cuerda floja donde todo límite era tan sutil que sólo una extrema racionalidad podía permitirme seguir adelante... Eso pensaba. Algo interrumpió mis pensamientos. Tenía que seguir. No había llegado tan lejos para claudicar ahora. Volviendo a la realidad pensé: Es un tránsito. ¡Dios!, es sólo un tránsito... Necesitaba creer que lo era y acudí a mis defensas de siempre... Me dije: Tranquila, tienes un hijo, debes educarlo, alimentarlo. Debes huir de la Vicaría y los tribunales, y también de la DINA. Tienes mucho que hacer... Volviendo a los días de José Domingo Cañas, en el cuartel Ollagüe, recuerdo que el lunes 16 de septiembre, conversando con el capitán Torré, surgió el tema de la situación de los detenidos. -Sabe, "Dianita", que pasé por la habitación de los detenidos y había un olor espantoso. -Capitán, ¿no es posible que se bañen? Yo creo que usted como comandante del cuartel podría reglamentar esas cosas. -Sí, pero tú sabes cómo es la ducha. Claro, el baño era de un metro por un metro cincuenta. Sin desagüe para la ducha, viejo y destartalado. El agua se hundía en las grietas y se convertía en un lodazal. Sin embargo, insistí. -¿Y una ducha corta, voluntaria o que se laven en el lavatorio? -No, no hay personal de guardia suficiente. Derivamos al tema de las vendas con que nos cubrían los ojos. Ya me había dado cuenta que el capitán no haría nada que no pudiera respaldar con algún argumento frente a Krassnoff Martchenko o Lavvrence Mires. No quería aparecer como alguien "blando" con los detenidos frente a los "oficiales estrellas". Por eso agregué: -Igual vemos, pues a la larga o a la corta uno llora y la cinta adhesiva se desprende. Eso no es muy seguro para ustedes. El capitán llamó a la "Pepa", subteniente de Carabineros Palmira Isabel Almuna Guzmán. Ella compró género, hilos, y juntas hicimos
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nuevas vendas. No sirvió de mucho ya que pronto estuvieron tan sucias como los trapos anteriores.
CECILIA MIGUEUNA BOJANIC ABAD, JACQUELEME DROULLY JURICK, MICHELLE PEÑA HERREROS, NALVIA ROSA MENA ALVARADO, ELIZABETH DE LAS MERCEDES REKAS URRA, REINALDA DEL CARMEN PEREIRA PLAZA,
y ¿qué fue de sus
hijos? ¿Nacieron? ¿También los mataron...? PALMIRA ALMUNA GUZMAN, LA "PEPA" La conocí como "Pepa", supe su nombre verdadero a través de la prensa luego que fuera identificada durante las investigaciones realizadas por el ministro Bañados a raíz del caso Letelier. Palmira Isabel llegó al cuartel Ollagüe en septiembre como ayudante del capitán Torré Sáez. Palmira era subteniente de Carabineros. Su trato conmigo fue deferente. Palmira Isabel era una mujer joven, alegre, delgada aunque de estructura ósea ancha, lo que la hacía verse maciza; de pelo oscuro, usaba una melena lisa y chasquilla tupida que enmarcaba su rostro redondo, de facciones regulares y ojos almendrados. Una vez me pidió que la acompañara a una diligencia, me llevó una peluca casi colorína y salimos las dos con un conductor en un vehículo del cuartel. Me llevó a una casa, no recuerdo casi ningún detalle, pero sí me quedó grabado que fuimos a tomar el té a una fuente de soda. Mucho después, cuando la DINA descontinuó el cuartel Ollagüe y fuimos trasladados a Terranova, ella siguió como ayudante del comandante del cuartel, de Pedro Espinoza Bravo. En esos días ella iba con alguna frecuencia al sector de los detenidos. Incluso tenía un "regalón", un muchacho del MIR. La oficial lo sacaba del lugar donde estaba encerrado y le permitía sentarse al sol los días bonitos. En 1975 el mayor Rolf Wenderoth Pozo, me comentó que Palmira se había encargado de enviar a un pequeño que fue detenido junto a su padre a un hogar de menores. No me dio más detalles, pero creo es importante destacarlo pues se sabe hoy que un niño al menos fue encontrado por su abuela en uno de estos hogares, después que la DINA hizo desaparecer a su padre. Es el caso del hijo de Iván Montti Cordero. Quizás no fue el único niño separado de su familia y a propósito de eso, aún nadie responde qué ocurrió con los hijos de las mujeres que fueron detenidas en estado de gravidez. Yo quiero preguntar hoy a la oficialidad de la DINA de esos días: ¿Dónde están las mujeres que fueron detenidas por la DINA embarazadas?: MARÍA CECILIA LABRÍN SAZO, GLORIA ESTER LAGOS NILSSON, 164
EL 'TENIENTE PABLO" La mañana siguiente de haber llegado a Ollagüe, el capitán Ciro Torré llegó a pocos minutos de las ocho. Lo sé porque aún no terminaba el cambio de guardia. Lo acompañaba un oficial muy joven. Al verlo lo reconocí de inmediato. Había sido compañero de mi hermano en la Escuela Militar. -Buenos días, "Dianita", el oficial es mi ayudante. Es el teniente "Pablo". Torré me explicó que el teniente controlaría el avance de mi trabajo cuando él no pudiera. Una vez que lo reconocí, no miré más a Fernando Eduardo Lauriani Maturana. Hubiera querido evitar que me identificara. Una de las cosas que más cautelaba era el evitar mencionar a mi hermano. Quería que la DINA se olvidara de su existencia; ya habría mejores condiciones para luchar por su libertad. Las pocas veces que pude estar con mi madre me dijo que cuando pasó a libre plática podían ir a visitarlo. En cuanto se fue el capitán, el teniente se acomodó en la silla. Me llamó la atención su actitud festiva. Con todo lo que se veía ahí. Lo único que faltaba, un mocoso chico y desubicado. Yo, callada, puse una hoja en la máquina y me dispuse a escribir. El teniente seguía hablando. -¿Sabes? Yo te conozco. Sé que es lo que siempre se dice cuando se quiere abordar a una mujer hermosa. Pero estoy seguro que nos hemos visto... Lo miré. Era joven y con una coquetería que yo hubiese deseado en más de una oportunidad. Sonreí. No a él, sino porque vino a mi cabeza una imagen. Parecía un gallo en el gallinero, desplegando cada una de sus plumas, inflando el pecho, estirando sus patas, como diciendo: "Mírame, que soy yo el que está aquí..." Corregí mi imagen por la de un pavo real desplegando su cola. El tipo de hombre que necesita una mujer como espejo. No es a ella a quien ve, sino los efectos del abrir y desplegar sus atributos. No estaba mirándome a mí. Ese tipo de hombre no ve a la mujer, se admira a sí mismo. Se siente dueño de un atractivo que se supone 165
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debe fascinarnos. "Macho estúpido", pensé, dispuesta a cancelar esa situación rápidamente: -Sí, teniente Lauriani -dije llamándolo por su apellido real-, nos conocemos. En la Escuela Militar, el año 65 usted estaba en la Tercera Compañía, Tercera Sección, con el teniente instructor, Enrique Leddy, a quien usted y sus compañeros de curso llamaban el "burro Leddy". Continué habiéndole de hechos sucedidos en ese curso año por año. Me miraba a cada momento con más sorpresa. Respondí todas sus preguntas, total, mi hermano ya había dicho todo eso a Ricardo Lawrence. Igual se quedó en la pieza conversando sin parar mientras yo escribía. A media mañana, la sorprendida fui yo. El teniente, mirando su reloj, dijo: -Luz, a esta hora siempre tomo un café, ¿me acompañas? -¿A dónde? -¡Dónde va a ser!, al casino, pues. -Teniente, ¿se da cuenta que estoy detenida? -Luz, ¿te das cuenta que soy un oficial? -Lo sé, teniente, y si me extraña y rechazo su invitación, es por usted. Qué diría el teniente Krassnoff Martchenko, por ejemplo. Yo ya tengo suficientes problemas, teniente. -¿Problemas? Está bien. Yo soy un oficial y asumo toda la responsabilidad. Te obligo a acompañarme. ¡Guardia! Lleve a la señora al casino. Yo voy en seguida. El guardia se encogió de hombros y me ordenó: -Ya pues, apúrese. Ve que después me retan a mí. Eso no fue todo. La verdad es que el teniente nunca dejó de sorprenderme. Lo que él llamaba casino debió haber sido la cocina de la casa. Había un par de mesas. Ordenó café y siguió hablando cosas suyas, de su vida, de sus amores. Luego hizo algunas preguntas sobre mi familia, se interesó por saber de mi hijo. En un momento tomó mi mano y comenzó a acariciarme. Trató de besarme haciendo caso omiso del rechazo y comenzó a hablar muy exageradamente. Dijo que me veía tan frágil y desprotegida. Que debía estar tan sola, que adivinaba el drama de una mujer joven y su hijo y envuelta en esas historias de los marxistas, que sólo quería hacerme cariño...
Liberando mi mano de las suyas le dije que la realidad de ese momento era que estaba ahí, presa, peor que un delincuente, ya que ellos por lo menos tienen un régimen carcelario que supone incluye algunos derechos. Que yo ni siquiera tenía la esperanza de ser juzgada por un tribunal. Que prefería evitarme problemas adicionales y en ese momento él, oficial o no, me ponía en una situación inconveniente. Le pedí que ordenara que me llevaran a mi pieza y le agradecí el café. A partir de ese día nunca más me molesté en averiguar por qué ocurrían esas cosas. Los hombres de la DINA se creían con derechos sobre mí. Yo era una cosa de su propiedad. Me parecían unos bobos machos con complejo de don Juan. Otra forma de intentar subordinarme absolutamente. Nunca logré entenderlos, la pregunta más frecuente era cómo me las arreglaba en el plano sexual, si me masturbaba o qué. La verdad es que si algo no sentí jamás fue deseo de relacionarme sexualmente con alguien. Necesidad de afecto, de cariño, de compañía, de sentirme entendida. Eso sí y mucha. El teniente era casi un muchacho y a raíz de sus actuaciones muy pronto se ganó de parte de sus subordinados el mote de "Inspector Clouzot" y "Pantera Rosa". Nunca me reprimió a mí y me costó años asimilar que ese joven por quien terminé sintiendo simpatía era un agente de la DINA.
Lo había escuchado antes, de los guardias en el Hosmil y también de la DINA. Eso de eximirme de la responsabilidad de tener ideas de izquierda. Era una suerte de llave interna que les permitía no ser duros conmigo.
Todos esos días en Ollagüe fueron similares. Comenzaban de madrugada con la ducha. Lauriani, con autorización de Torré Sáez, me había llevado una estufa eléctrica, de esas con resistencias. Al volver del baño tiritando de frío unía los cables y la conectaba. La guardia me había hecho un jarro con un tarro, y con el tiempo alguien llevó una pequeña tetera. Calentaba agua y tomaba café, el café lo enviaba mi madre con algunos DINA que a escondidas iban a casa llevando notas mías y trayéndome cada cierto tiempo café, jabón, pasta de dientes y detergente. Mamá incluía cigarros y galletas, no siempre llegaron. Supe por mis padres que hubo gente que se aprovechó de nuestra situación. Les decían que podían hacerme llegar cosas y ellos me las mandaban, y yo nunca las recibí. No sólo me refiero a gente de la DINA. Alejandra y yo seguíamos juntas en la pieza, y a pesar de que
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no hablábamos mucho, comencé a sentir cariño por ella. Me sentía acompañada cuando estábamos juntas. Como disponía de papel, comencé a dibujar. Alejandra también lo hizo una vez sorprendiéndome. Años más tarde vi unos dibujos suyos realmente notables. Alejandra tiene también una voz hermosa, nos sumía en la nostalgia cuando tenía ánimo de cantar.
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ENFERMA DEL PULMÓN Y ULTIMO ENCUENTRO CON MI HERMANO Comencé a sentir un dolor de cabeza fuerte. No podía dormir. No podía abrir los ojos. Los tenía hinchados y me molestaba la luz. Lauriani Maturana al verme decidió -previo llamado a Torré Sáez, su jefe- llevarme a la posta. Me dieron instrucciones de no mencionar nada, salvo lo referente a mi salud. No preguntaron mucho. La enfermera me dio un vaso de bromuro y me regaló una tira de aspirinas. Con el sedante pude dormir unas horas. El lunes 23 de septiembre no pude levantarme. No sólo me dolía la cabeza, el dolor se había localizado en el hemicráneo derecho. El ojo cerrado, las encías, el oído y la cabeza latían. Cuando llegó Torré, estaba sin ningún tipo de control y le dije al capitán que necesitaba saber de mi hermano. Que no escribiría ni una línea más si no comprobaba que estaba vivo. Trajeron a mi hermano el 24 de septiembre. Lo tuvieron un rato con los detenidos. Luego lo llevaron a mi pieza. Se negaron a dejarnos solos, a sacarle las amarras y la venda. Ni siquiera pude abrazarlo. Pero no se veía golpeado. Le habían dicho que yo estaba enferma y estaba preocupado. El intentó conversar conmigo la situación de la colaboración. Quería tomar mi lugar y que yo pasara a Cuatro Alamos. Me negué. A esa fecha tenía claro que yo tenía más posibilidades que él de salir viva. No era un problema de capacidades. Era un camino recorrido. Una certeza de que todo había terminado para mí. El aún podía ir a libre plática, campamento de detenidos, y luego... la libertad. Intuía que podría reinsertarse y sentía que ese camino estaba negado para mí. Recordaba las palabras que una vez me dijo Romo cuando me sacó de Cuatro Alamos y me llevó a Ollagüe: "A esas mujeres vamos a tener que matarlas porque todos nos hemos acostado con ellas..." Naturalmente en un lenguaje bastante más procaz. 168
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Con todas esas cosas en la mente, me negué rotundamente a que mi hermano tomara mi lugar. Pensé que el machismo evidente me permitiría muchas cosas que a mi hermano le serían vedadas de plano. Ni siquiera tenía claro a qué estaba apostando. Era sólo una posibilidad de comprar su vida y la mía. Mi hermano aceptó. Mi argumento era razonable. Me dijo entre líneas que ya se decían cosas horribles de mí en Cuatro Alamos. Le pedí que jamás me defendiera. Que cuidara su posición. Que si no lo hacía, todo lo que yo hiciera no tendría sentido. Nos despedimos con mucha tristeza, pero yo sabía que podía confiar en que él haría su parte. Cuando se fue mi hermano, llegó el teniente Gerardo Godoy, sólo que en esa época se hacía llamar "Marcos", "capitán Manuel", "Mano Negra", igual que Urrich, y "Cachete Chico"... Me preguntó por el trabajo que estaba haciendo. Pensé que era raro. Me dio la impresión de que quería averiguar qué pensaba de mi futuro y lo que habíamos conversado con mi hermano. Hubiera deseado postergar ese momento, pero no estaba en condiciones de decir algo como: "Teniente, cuando tenga claro el asunto nos reunimos a conversar". -Teniente, imagino que además de saber qué hago, le interesa el por qué lo hago -dije-. Estoy haciendo un vocabulario marxista y un manual de comunicaciones. Si escribo esto es porque sé que no me dejarán en libertad o en libre plática, porque de todos los detenidos vivos soy quien más los conoce, a ustedes y a la DINA. Yo elegí vivir. Y en esa perspectiva creo que hay sólo dos caminos. Le va a parecer prematuro, pero no se me ocurre otra cosa. O me dan trabajo algún día, o me matan. El teniente se veía incómodo. Reconoció que le sorprendía mi claridad. Que él no se había proyectado tanto en el tiempo. Se despidió rápidamente y se fue.
Quedé muy preocupada. Tal vez me había apresurado, pero por otro lado me sentí aliviada. Ahora les tocaba a ellos. Si no me mataban pronto, sabría que ante mí surgía la posibilidad de sobrevivir a esa etapa. Me sentía peor, más dolida, más conmovida de haber visto a mi hermano y no tenía derecho ni a vivir mi dolor de cabeza. No importa, me dije. Con o sin dolor, tengo que seguir. Me senté en la cama, miré mi pie. Estaban cerradas las heridas. Había piel nueva.
Muy roja y brillante. Lo curioso es que todo el resto del pie y la pierna estaban insensibles. Pero ahí dolía cada día más. Estaba aprendiendo a asumir el dolor, no me distraía, no me quitaba fuerzas, salvo cuando estaba decaída. Era curioso, pero pensé que podría asumir todo otro sufrimiento. Esa fuerza, esa capacidad de remontar el dolor como por sobre la cresta de una ola, la he perdido. Ahora, al desprenderme un poco de la coraza de defensas, estoy más a merced del dolor físico y moral. En esos días de Ollagüe comencé a aprender a no llorar. No llorar me causaba dolor físico. No es una metáfora. Cuando sentía pena me daba un dolor profundo en el pecho, en el cuello, bajo la clavícula izquierda. Había cambiado. No podía evaluar lo que me estaba ocurriendo y me asusté. Sólo tenía intuiciones: consciente o no, estaba optando, tomando decisiones. Si eran o no adecuadas, era otra cosa. Pero malas o buenas, eran mis opciones. Yo no estaba ajena: era mi responsabilidad. Miraba en torno a mí. Pensaba que sólo Alejandra estaba en condiciones similares. Yo sabía que la colaboración había ocurrido en una situación límite, que no fue una decisión puramente mía. Intervinieron personas y factores que en ese momento no estaban del todo claros. Pero algo me decía que tenía que asumirla íntegra. Sentía que si comenzaba a aceptar el camino de sentirme una víctima, no lograría jamás salir adelante, aunque en el futuro todo cambiara. Sabía que otros asumieron caminos diferentes. Los guardias hablaban "del fanatismo de los que morían sin hablar". Siempre admiré el valor de los militantes del MIR, que aun en las peores condiciones se daban alguna organización; sacaban papeles para fuera de los cuarteles. Yo no fui nunca capaz de hacerlo. Yo sabía que Krassnoff preguntaba a los colaboradores por los que estábamos en igual situación. A mí me preguntó varias veces por Alejandra. Cada vez le dije que pese a que no la conocía, le tenía confianza, le había cobrado afecto. Con el correr del tiempo, hoy sé que tal vez pude haber confiado en algunos chicos del MIR que sobrevivieron. Pero en esos días decidí no arriesgar ni siquiera el mínimo. No pretendo justificarme. Incluso he pensado mucho antes de aseverar estas cosas. Lo digo porque es real. Como también es real que un par de personas, sobrevivientes, me atribuyeron su propia colaboración, y por años he asumido también esas acciones. Creo que María Alicia, Alejandra y yo tratamos de hacerlo lo mejor posible con las mínimas herramientas de que disponíamos.
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REFLEXIONES EN OLLAGÜE
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Muchas veces me sentí al borde del quiebre. Traté de superarlo -a cualquier costo- sólo porque sabía que si me dejaba llevar, enloquecería. Viví sin confiar en nadie.
te de dolor en el futuro. Lauriani ofreció llevarme a casa y yo acepté de inmediato. Mis padres se veían contentos con mi presencia. Lauriani les contó que en la Escuela Militar había sido compañero de curso de mi hermano. Eso a raíz de que vio sobre un mueble la foto del día de la entrega de los espadines. Mi madre se puso a llorar. Mi hijo preguntó varias veces si me iba a quedar, llegó una tía que se puso a contarme de lo que ella, mamá y la familia habían sufrido, que mi madre estuvo trastornada, me contó de los problemas económicos. Recuerdo una sensación ambigua. Bordeando entre la alegría de verlos y la pena del profundo dolor que mis acciones sembraron en la familia. Hubiera querido quedarme ahí, abrazada a ellos. Al mismo tiempo quería huir. Sabía a qué se refería mi madre cuando hablaba de lo feliz que debía ser la madre del teniente con su hijo. De lo triste que estaba ella. Que mi hermano se veía tan lindo con su uniforme de cadete cuando estaba en la Escuela... Que parecía un príncipe... A mí se me imponía la imagen de él sucio, torturado, demacrado y lleno de enormes moretones en el rostro cuando me dijo: "Gansita, tenía que venir a buscarte, a sacarte de aquí. Por eso me quedé esperando a que me detuvieran".
HAMBRE DE PAN Esos días en Ollagüe fueron difíciles. Un lunes que no fueron a buscar a Alejandra, como a eso de las diez de la mañana -por primera vez en Ollagüe- fue Krassnoff a nuestra pieza. Andaba contento. Se sentó en la única silla disponible, frente a mí. El teniente preguntó cómo estábamos, cómo habíamos pasado el fin de semana. Alejandra sostuvo casi toda la conversación con él. Parecía distinto, más suelto y relajado. Tanto que por primera y única vez, ante mí, dijo: -¿Hay algo que quisieran comer las dos? A coro Alejandra y yo dijimos: pan. El teniente reía: "Qué increíble... ¿Pan? Yo pensé que dirían un pastel o un sandwich... ¿De veras quieren pan?" Alejandra le contestó que tenía hambre. Le contó que nos habíamos comido juntas, batidos con agua, un tarro de leche y otro de Cerelac en un día. El teniente seguía riendo con el cuento y nos habló del hambre sicológica. Un rato después, cuando se retiró, llegó un guardia con una bolsa llena de pan. Hacía mucho que no teníamos pan fresco y sabía especialmente bien. Ese olor a pan recién salido del horno trajo el aroma de mi infancia, de todos los días perdidos, cada vez más lejanos.
PERSONAL FEMENINO EN OLLAGÜE
El martes 1Q de octubre, Lauriani, al enterarse que continuaba con el dolor de cabeza, me preguntó qué podía hacer. Me dolía mucho una muela y los maxilares, y que podía ser una caries. El 2 de octubre, me llevó al dentista en el Centro Odontológico Militar. Necesitaba un tratamiento de conducto. Lauriani le explicó que yo no podía volver. El dentista sugirió hacer una curación, yo pensé que eso sería una solución de parche que no me servía, pronto estaría de nuevo con dolores, así es que le pedí que me sacara la pieza. Yo no podía tomar en cuenta las cosas en que piensa una persona normal, como llegar a vieja con mi propia dentadura. Sólo podía eliminar una posible fuen-
En Ollagüe se hizo permanente la presencia de personal femenino. En Yucatán ya había oído voces de mujeres. Pero fue ahí que las vi a diario. Las escuchaba reir y conversar tomando el sol al borde de la piscina. Veía con mayor frecuencia a tres mujeres. Rosa Ramos Hernández, María Teresa Osorio ("Marisol"), María Gabriela Ordenes ("Soledad"). Desde el lunes 16 comenzó a haber bastante movimiento. Podía percibir si había más o menos detenidos por comentarios que hacía la guardia o porque en las ollas que yo lavaba, subía o bajaba la marca de grasa de la sopa. También porque escuchaba el ruido cuando los sacaban al baño. Por esos días cayó detenida bastante gente del MIR. Pertenecientes a la estructura del aparato de informaciones, uno de ellos trabajaba en LAN Chile. En abril de 1993 pude averiguar que su nombre es Germán Larrabe. Sobrevivió y vive en el exilio. Al muchacho lo vi de lejos, aparentemente lo dejaron tomar sol en el patio,
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ENCUENTRO CON MI FAMILIA
Luz Arce
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amarrado y vendado. Era frecuente que buscando sembrar desconfianza en los detenidos, y sin mediar ninguna intervención personal confirieran a algunos ciertos beneficios como ese. Lo recuerdo porque para la época, las ropas del muchacho no eran las habituales, al menos entre quienes yo conocía. Pantalones claros (blanco invierno), camisa rosada y un sweater con escote en "V", de cachemira rojo. Yo estaba lavando algo en el grifo del patio y Romo Mena se acercó. Comenzó a hablar de lo que era su predilección. -Esa mirista me tiene loco. ¡Tiene una chucha! ¡Si supieras la chucha que tiene! Le puse corriente con una llave. Se la traga la huevona, ¡con corriente y todo pa'dentro!- Callada seguí lavando. En esa época cayó detenida Laurita Allende. El capitán Torré me dijo que ella sufría de cáncer, que le habían extirpado una mama y que en la prótesis transportaba explosivos. Con ese tipo de comentarios insensibilizaban a la guardia respecto de ella. El comentario de que era tan peligrosa como Pascal, permitía que los guardias no se compadecieran. A ella nunca la vi. Torré Sáez me contaba sus avances en la lectura de La Orquesta Roja, el libro de espionaje. Yo seguía escribiendo sobre "las comunicaciones en los Partidos de Izquierda" y sabía que se acercaba el momento de volver a enfrentar aquella decisión: ¿Y ahora, qué hacemos con ella? Uno de esos días le dije al capitán que no marcara un número de teléfono delante de un detenido aunque estuviera vendado. En ese tiempo en Chile no había teléfonos digitales. Cuando me preguntó por qué, le dije que habíamos aprendido a contar los segundos que tardaba en volver el disco. Se entusiasmó y pidió que le trajeran un teléfono. El guardia titubeó. Debo reconocer que ahí hubo malicia de mi parte y reí de buena gana con la situación que se produjo. El capitán no pareció entender las dudas del muchacho, así es que le repitió la orden. Cuando llevaron un teléfono, con el cable cortado, el capitán me hizo cerrar los ojos y yo le expliqué que hace mucho que no practicaba. Que estaba "fuera de training" y que en ese tipo de cosas la práctica era imprescindible. Se puso a reír y exclamó divertido que él aprendería. Cuando salió, iba mascullando entre dientes, algo como: ¡Estos miristas son increíbles! Torré se alegraba con sus progresos. Una tarde, mientras leía lo que estaba haciendo sobre comunicaciones en la clandestinidad, me dijo que él también tendría su equipo operativo. Quedé helada. Dijo que no pediría datos o migajas como otros. Imagino se refería al
teniente Godoy García o a Lauriani Maturana. Y agregó lo que yo más temía: que yo lo ayudaría. Le repetí que a Krassnoff y a Lawrence les había entregado todo. Dijo que igual conversaríamos. Que revisaríamos todo. Comencé a conversar con el capitán y le repetí los datos que Romo ya había "trabajado" en agosto. En esa época no supe de sus diligencias. Lo que sí le interesó fue saber con exactitud cuál había sido el domicilio de Gaspar Gómez, el encargado de INESAL. Me llevaron en un vehículo a reconocer su casa. Fui tranquila pues sabía por Romo Mena que no estaba viviendo ahí. Tenían datos de un militante que conocí en INESAL. Tenían su carné, me mostraron sólo la foto, yo lo conocí como Leonardo Moreaux. Le dije que no lo conocía. Recordé que en marzo, en Londres 38, Krassnoff me había mostrado la misma cédula. A pocas horas de esa conversación se produjo el asesinato de Miguel Enríquez y el capitán Torré fue removido de su cargo.
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concedería el poder darles, algún día, el testimonio, vibrante para mí, de mis días junto a su Lumi, de lo que sé de su esposo, Sergio Pérez Molina.
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LUMI VIDELA MOYA Hace unos años cuando sentí que era hija de Dios, le dije llorando al Señor muchas veces: "¿Por qué me dejaste viva a mí y no a Lumi"? Lumi más que amiga, es la hermana que sigue viva. Lo que de ella recibí es invaluable. No se olvida la comprensión y el afecto que me entregó, y en los momentos difíciles sigue siendo una inagotable fuente de energía. Tengo una deuda, me dije muchas veces. El recuerdo de Lumi me ayudó a enfrentar lo peor. Me atrevo a decir que ella sabía que de todas maneras moriría. Aún así, hasta el fin se mantuvo en pie. Era una gran mujer que caló muy hondo en mi corazón, como Ricardo Ruz, como el "Tacho", como el "Taño". A pesar del corto período que estuvimos juntas, ella se dio cuenta de lo que yo intentaba hacer y de alguna manera me hizo saber lo suyo. Única transgresión de mi parte respecto de mis sentimientos y acciones. Y aunque no fuimos demasiado expresas, no fue necesario, se produjo una espontánea sintonía. Lumi era una mujer valiente, capaz de salirse de las propias limitaciones y mirar el entorno, desprovista de prejuicios. Yo traté de decirle: "Lumi, lo logres o no, morirás". Ella no quiso variar su actitud. La muerte de Lumi primero la intuyó mi corazón, luego la comprobación me impactó para siempre. Tanto que siempre supe que si no era capaz de enfrentarme a mí misma y asumir mis acciones de esos días, de todas maneras buscaría la forma de decir que Lumi murió a manos de la DINA. Cuando estuvimos juntas en José Domingo Cañas supe que tenía un hijo. Dago es casi de la misma edad de mi hijo mayor, y en diciembre de 1990 pregunté si podía hablar con él. Me dijeron que tal vez más adelante. Que era prematuro. En ese momento, Lautaro Videla, hermano de Lumi, estaba fuera del país. Me marché de Chile postergando lo que sentía necesario, confiando en que el Señor me 176
Hoy, en Austria, 12 de junio de 1991, al leer la prensa chilena, acabo de saber que Dago Pérez Videla ha entablado una querella en contra de Juan Manuel Contreras Sepúlveda por la muerte de su madre, y que hará lo mismo por el desaparecimiento de su padre {Fortín Mapocho y La Época, 28 de mayo de 1991). Al leer en la revista Apsi Ns 381 (27-111 al 7-IV de 1991) el testimonio de Lautaro Videla Moya, le escribí. Un año y medio después pude verlo y conocer a Dago y agradecerle su respaldo, y decirle que todo cuanto sé de Lumi y Sergio ya está en los tribunales. Conocí a Lumi cuando Ricardo Ruz nos contactó para que yo me hiciera cargo de la transformación de su apariencia física. Fue en los primeros días del año 1974; ella era dirigente del MIR, de la Comisión Nacional de Organización, estructura en la cual militaba junto a su esposo, Sergio Pérez Molina. Esa tarde de enero fue especial. En muchos sentidos. La conversación entre las dos surgió espontánea. Le expliqué que se trataba de definir si deseaba un cambio más o menos permanente o aprender a cambiar de apariencia cuando lo precisara. Que podríamos intentar ambas cosas. Que lo importante era que se sintiera cómoda y natural. Hablamos de pelos, maquillajes y ropas. Ella me transmitió calor y acogida. Tal vez por ser de la misma edad, hubo empatia. Fuimos a un café y decidimos que, como ya había recortado sus cabellos y estaba decidida a cambiar su modo de vestir, lo ideal era una peluca y aprender algunos trucos de maquillaje. Conversamos, reímos, hablamos de mil cosas de esas que como militantes no nos permitíamos. Me di cuenta que por unos momentos las calles dejaron de parecerme hostiles. Compramos una peluca y luego fuimos a una peluquería. Esa tarde incluyó un largo rato mirando unas macetas de cintas y cardenales en unos balcones de la calle Merced, casi frente al cerro Santa Lucía. Ahí nos separamos. El sábado 21 de septiembre de 1974, escuché a la guardia que comentaba cómo habían detenido a Lumi. Sola en la pieza, pensé que no era un nombre común como para tener la esperanza de que fuera otra persona. La noche del 21 me sentía afiebrada, me acosté temprano. Como 177
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a la nueve y media estaba dormitando cuando el ruido de la puerta me hizo incorporarme. Era un guardia que me indicó que el teniente Krassnoff me mandaba a buscar. No era usual, día sábado y menos a esa hora. Tengo la escena grabada y nítida. Una mesa redonda, lacada, blanca. Lumi y Alejandra también estaban allí. Krassnoff al verme me hizo tomar asiento. Frente a mí estaba Sergio Pérez; se veía mal, sus ojos entrecerrados se abrieron cuando giró para mirarme de frente. Tenía atadas las manos con una gruesa cuerda. Me sonrió. Krassnoff dijo: -¿Ves que es verdad? Se ve bien, ¿no? Sergio abrió sus labios. Noté que tenía la boca reseca, pedacitos de sangre, como costra, bordeaban sus comisuras y al hablar trataba de mojar sus labios con una espuma blanca que me indicó que había sido "emparrillado". Apoyó sus manos sobre la mesa y sin prestar atención a lo que había dicho Krassnoff me preguntó: -¿Cómo estás? Sólo dije: "Bien". Sabía él que no tenía sentido preguntar. Sabía yo que nada que dijese podía sintetizar lo que sentía. Supe de inmediato que Krassnoff estaba en la fase de convencerlo de que colaborara. Krassnoff me pasó una cajetilla de cigarrillos. La tomé, le ofrecí uno a Sergio. Miré al "Chico" Pérez aspirar profundo el humo. Demasiado bien sabía lo que se siente en instantes así. Me alarmó que lo tuvieran sin venda. Eso normalmente implicaba la posibilidad de morir. Todo el rato habló Krassnoff de lo bien que estaba yo. Lumi y Alejandra permanecieron en silencio. El "Chico" Pérez estuvo casi todo el tiempo con la cabeza baja. De tanto en tanto la levantaba y miraba a Krassnoff. Sin decir nada. En cuanto Sergio terminó su cigarrillo, Krassnoff Martchenko dijo que podía retirarme. Llamó al guardia y me sacaron. Unos días después, a media mañana, llevaron a Lumi a la pieza. Cuando el guardia cerró la puerta, nos abrazamos. Dejé de escribir a máquina y nos sentamos las dos en la cama. Continuamos un buen rato cogidas de las manos. Lumi me hizo algunas preguntas sobre el régimen interno y los guardias. Me preguntó sobre mí. Sin ocultar mi condición le dije: -Estoy colaborando, escribo algunas cosas del partido. Lumi cogió las hojas que estaban apiladas sobre la mesa. Leyó algunas de ellas y sonriendo mientras me miraba con un simpático gesto de complicidad dijo: 178
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-Yo sé qué estás haciendo... Escucha, Luz, no llegué ayer, y he podido ver algunas cosas. También yo hago lo mío. También estoy "colaborando". -Me miró con la misma expresión de quien sabe no puede expresar más. Pero entendí su sonrisa cómplice y sentí miedo por ella. Yo sabía que desde que Lumi llegó, había logrado rápidamente algunas cosas de Krassnoff. Ella, al ser detenida, tenía dinero y le dieron autorización para comprar desodorantes, jabón, cepillos, pasta de dientes y hasta agua de colonia para que usaran todos los detenidos. Yo le dije que me parecía que eso duraría poco y que el costo para ella era enorme. No me refería a lo material, simplemente que jamás le creerían que estaba colaborando con la DINA. Le hablé de que los objetivos eran más importantes, que éramos tantos que el jabón sólo duraría unos días y ella estaba arriesgando la posibilidad de convencer a Krassnoff de "su colaboración". Sólo aparentaba colaborar. No sé si se vio obligada a entregar algo. Siempre he sentido que no, tal vez sea una intuición, tal vez mi cariño por ella. Pero tengo la certeza de que sólo trató de convencerlos con un objetivo muy concreto: sacar el máximo de información de la DINA para la Dirección del MIR. Poco a poco fue confiándome algunas cosas. No me explicaba en detalles, era como si hablara en voz alta consigo misma sin importarle mi presencia. Supe por la guardia que Lumi, además había comprado café, azúcar y chocolates, preocupada de los detenidos. Me contó que, Krassnoff quería que se quedara en la pieza con Alejandra y conmigo. Que ella se había negado, pues pensaba que estando con todos, compartiendo su suerte, podría ayudarlos a mantener la moral alta. Era obvio que así podía mantener contacto con quienes lograran pasar a Cuatro Alamos y asegurar la salida de la información. Le dije que en Tejas Verdes yo lo había intentado, le conté lo de las vendas y que todo aquello aparecía y desaparecía como un suspiro. Luego le pregunté si sabía algo de Ricardo, del "Taño" y del "Tacho". Me dijo que hasta donde ella sabía, Ricardo estaba vivo aún. Pero seguía detenido. Varias veces Lumi volvió. Siempre me pedía información sobre el personal de la DINA. Le dije todo lo que sabía de cada uno y agregué: "Lumi, no confíes en ninguno. Una cosa es que no te peguen y te den un cigarro y otra es que vayan a hacer algo por ti, algo que les coloque en contra de la DINA". Le conté de mi experiencia con Rodolfo, el guardia que la DINA 179
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mató por llevar correspondencia de detenidos a las familias en el Hospital Militar, y le dije que me parecía que estaba muerto. Sin afirmar ni negar dijo: "Tú eres del Partido Socialista, yo soy MIR. Ambas estamos intentando algo. Me doy cuenta que las dos no podemos ganar. Son dos formas muy distintas. Yo no puedo hacer otra cosa. Lo he pensado y no puedo". -Lumi, estás actuando con un criterio cortoplacista. Y morirás, lo logres o no. Te estás suicidando. Me tomó de las manos y dijo: -No tengo nada, nada más. Y tengo que hacer lo que tengo que hacer. Por sus ojos cruzó una mirada dulce y triste, pero no resignada. Supe que también se refería a su rompimiento sentimental con Sergio. Lo sabía, era el comentario de guardias y el personal DINA. Hablamos de eso y de los hijos. De cuánto mal podría hacerles a ellos nuestra cercanía... Al mirarla supe que nada que dijera cambiaría su decisión, ella iría hasta el final. Callé. Miré sus grandes ojos oscuros. Brillaban, pero contuvo las lágrimas. Nos abrazamos y dijo sorprendida: -¡Tienes fiebre! -Se paró y sacándose su chaqueta de cuero, agregó: -Pásame esa cosa negra que te pones. Yo no tenía nada para abrigarme. Salvo una punta tejida de lana, toda calada. Daba un poco lo mismo usarla o no. Se la pasé. Se la puso, la anudó a su cintura y jugando dijo: -¿Me veo bien?... Toma, ponte la chaqueta. Te abrigará más. Me negué. Era una preciosa chaqueta de cuero café. No aceptó. Me la colocó ella misma y al salir agregó: -Cuando no estemos juntas, será para ti como el abrazo de una amiga. Ella era así. Lumi continuó en la pieza con los detenidos, pero se las arreglaba para que la guardia la llevara a conversar conmigo. Una de esas veces fue sólo para avisarme que había caído el "Tacho", Luis Fuentes Riquelme. Sabía que éramos amigos. El "Tacho" había resistido al arresto y estaba herido de bala en un glúteo. Le pedí que le transmitiera mi cariño. Estuve segura de que era él porque temamos una clave, y Lumi me dio ese recado sin saber lo que significaba. El 4 de octubre murió Sergio Pérez. Por años estuve convencida de que así fue y Lumi lo supo. Nunca tocamos el tema. Yo admiraba su capacidad de servicio para con todos sin detenerse a pensar en sus propios sufrimientos. Muchas veces estando juntas, tomadas de las manos, escuchamos los lamentos de Sergio en el recinto vecino al
lugar donde nos encontrábamos. Me apretaba fuerte y nos sumíamos en un pesado silencio. Nada podíamos hacer, salvo apoyarnos la una en las manos de la otra. Callando porque no hay palabras para describir o paliar lo que le ocurrió a Sergio y el dolor de ella, y mi impotencia de no poder darle ni siquiera consuelo... ¿Qué decir en un momento así? ¿Qué? No puedo olvidar que ese día, tal vez después de confirmar la muerte de Sergio, o de ordenar que fuera trasladado a otro lugar, el médico nos examinó a "Alejandra", el alias de María Cristina López y a mí. Luego vino la muerte de Miguel y el intento de suicidio de Alejandra. Entonces me mandaron a la pieza de los detenidos. Ahí hizo crisis mi problema pulmonar, tengo recuerdos muy vagos de ese mes. Sé que en algunas ocasiones Lumi se colocó a mi lado y me ayudaba a tomar la sopa o el café. Pero recuerdo nítidamente que el mismo día que Lumi murió, coincidimos en la fila para ir al baño. Ella me tomó del brazo, me sentía muy débil y un guardia se acercó a decirme que debía ir un momento a la pieza que había ocupado antes, que tenía que sacar todos los papeles que había escrito, porque él debía llevarlos a la oficina. El guardia dejó que Lumi me ayudara. Yo sé que en ese momento ella ya sabía que moriría, porque fue un adiós especial. Me abrochó la chaqueta, le levantó el cuello como queriendo abrigarme más y agregó: "¡Te deseo suerte! Con todo mi corazón, deseo que lo logres", y me abrazó, más fuerte que nunca... Al separarnos, ella y yo teníamos los ojos llenos de lágrimas. La escuché decir: "Escucha, Luz, Krassnoff me preguntó si confiaba en ti y en tu colaboración. Le dije que los PS me caían gordos y que no te conocía. Que por ello no podía confiar en ti". Y repitió: "Adiós..." Recordé que días antes de que muriera Sergio, ella me había dado a entender que estaba reclutando a un guardia de la DINA. Al sentir ese abrazo tan fuerte, al ver sus ojos llenos de lágrimas supe que ese soldado la había traicionado, que ella pudo darse cuenta antes de que se la llevaran para matarla, y tuvo el coraje de ocuparse de mi estado de salud y el gesto maravilloso de despedirse. Quedé sumida en un terror infinito. En medio de la fiebre que me hacía estar como adormilada permanentemente, sentí deseos de abrazarme a ella y no permitir que nos separaran, de gritar fuerte LUMIII1II... Esa noche estaba muy inquieta, pero parece que de alguna manera mi organismo estaba ganando la pelea. Me sentía más lúcida que los días anteriores o quizás el impacto de mi encuentro con Lumi me tornaba más consciente. Podía medirlo porque en cuanto estaba
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más alerta reaparecían los dolores físicos. Fue en la madrugada, porque le supliqué al guardia que me dejara ir al baño, necesitaba orinar, había tomado agua ese día, mucha. Me llevaron, tenía los ojos vendados con un pañuelo celeste que me dio mamá cuando me llevó el teniente Lauriani. Yo le había cosido un elástico y podía ver hacia abajo. Al salir quedé paralogizada. La guardia jugaba a los dados y apostaban la ropa de Lumi. En el baño, cerré los ojos y lloré. Lumi había muerto. El "Chico" Pérez se resistió hasta la muerte y Lumi intentó simular una colaboración. Los dos murieron... aproximadamente con un mes de diferencia. Años después supe que, esa madrugada, el cuerpo desnudo de Lumi Videla Moya fue encontrado en el jardín de la Embajada de Italia...
fue que a ambas nos vio un médico de la DINA. Cuando no volvió, pensé que la habían llevado a Cuatro Alamos. Todavía creía que cuando el cargo dentro del partido no era a nivel de dirigente, se podía vivir, y ella había admitido un cargo irrelevante. La incógnita es si María Cristina murió por ser la compañera de Sergio o porque alguien reveló el verdadero cargo de ella en el MIR. Sergio sobrevivió 14 días de atroces torturas. La guardia comentaba junto a la puerta de mi pieza que le habían despedazado los testículos a golpes. Escuchamos sus gritos cuando eso ocurrió. La madrugada del 22 de septiembre comenzó su agonía. Algunas horas después que el capitán Miguel Krassnoff me llamó a la oficina donde había podido saludar a Sergio. Desperté sobresaltada con un quejido monocorde y ronco. Era atroz escucharlo. ¡Dios, cómo sería vivirlo!... A ratos no sabía si era un sonido que había inventado mi mente. Pero los gritos de los guardias diciéndole:"¡¡Cállate, huevón!!", o comentando entre ellos, "este huevón sí que está cagado", me mostraban que el lamento era real. En ese tiempo creí diferenciar los aullidos que salen de uno con la electricidad o con los golpes. Sergio sufrió mucho más. Sólo dejaba de escucharlo cuando lo sacaban para seguir torturándolo. Podía darme cuenta que lo sacaban arrastrando. Casi llorando pedía "por favor, por favor...mátenme... por favor, que alguien me dé un tiro", suplicaba. No puedo escribir sin llorar... Como a eso de las once de la mañana del día 4, sus quejidos me hicieron pensar que estaba inconsciente. De pronto dejé de escucharlo por unos segundos y sentí como un ronquido fuerte, como alguien que lucha por capturar un poco de aire sin conseguirlo, como si se estuviera ahogando... y dejé de escucharlo para siempre.
SERCIO PÉREZ MOLINA Sergio era miembro de la Comisión Política del MIR y Encargado Nacional de Organización del citado movimiento. Lo llamaban el "Chico" Pérez o el "Chicope". Después de haberlo visto en presencia del capitán Krassnoff Martchenko el 21 de septiembre en la noche, no lo vi nunca más, pero lo oí a diario hasta más o menos las once de la mañana del cuatro de octubre de 1974. Durante todos estos años he pensado que ese día murió. Tal vez a esa hora no había muerto aún y lo sacaron agónico a morir a otro lugar. El cuatro de octubre, vi por última vez a María Cristina López, la compañera de Sergio. Tengo certeza absoluta de estas fechas pues sé que fue un día antes de la muerte de Miguel Enríquez Espinoza. El 21 de septiembre habían caído detenidos, entre otros: Lumi, María Cristina y Sergio. Por la guardia me enteré de los rumores que circulaban sobre estas detenciones, y que decían relación con armas embarretinadas y dineros del MIR y las situaciones personales del matrimonio Pérez-Videla. A María Cristina no la conocía. Me pareció una muchacha muy dulce y bonita. Se veía delicada de salud. A pesar de que permaneció conmigo bastante más tiempo que Lumi, no se estableció ningún contacto de tipo personal como no fuera lo mínimo para convivir en un espacio tan reducido. Sólo dos noches coincidimos las cuatro en la pieza y realmente no pudimos dormir; la colchoneta era de una plaza y no pudimos acomodarnos. La única cosa que hicimos juntas con María Cristina 182
Estaba casi al lado. Junto a nuestra pieza, había una suerte de closet. Ahí tenían a Sergio. Sentí los ojos inundados. Me invadió un silencio, impotencia, dolor y respeto. Sus súplicas, su llanto permaneció por meses dentro de mí, aún vuelve cuando lo recuerdo como un brutal testimonio de lo que sufrieron mis amigos del MIR.
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EL DÍA QUE MURIÓ MIGUEL El 5 de octubre, año tras año me hace recordar el pasado, el día de 1974 en que murió Miguel Enríquez Espinoza, Secretario General del MIR. Comenzó como todos los días con la pelea por la ducha; sin embargo pronto supe que ese día sería diferente. El cuartel Ollagüe se llenó de ruidos distintos, lo cual era indicio de que algo estaba pasando. Cerraron la puerta de la pieza, reclamé. Mantenerla abierta durante el día era un "derecho" ganado muy importante para mí, ya que significaba poder respirar mirando la cordillera y un trozo de cielo, ver el verde, casi irreal, del pasto o escuchar el trinar de las aves que jugueteaban en las copas de los árboles, tan ajenas a cuanto allí ocurría. Ajetreos inusuales, se notaba que había más gente que de costumbre, de entre otras muchas sobresalía la voz de Marcelo Moren Brito, que gritaba órdenes, despachaba vehículos, llamaba a distintos móviles. Me parecía oler la muerte. Como a los diez minutos de que cerraron la puerta, vinieron tres guardias, el "Jote", y el "Rucio" y otro que se llevó a Alejandra. -Lucecita, tengo que amarrarla y colocarle venda. -"Jote", hace tiempo que no me amarran, ¿por qué la venda si estoy encerrada y sola? -Son órdenes, vamos, tiéndase en la cama. Me puse sola la venda. Me di cuenta de que me amarraba con cuidado, sabía que me dolía el pie y cuando puse juntas las manos por delante aceptó no amarrarlas a la espalda. -Gracias, "Jote", ¿pasa algo? -Sí, debe ser algo gordo. Está la jefatura en pleno. Cuando se vayan, la suelto. Mejor duerma. ¿Le consigo una pastilla? Oí carreras y voces desconocidas. Comenzaron a funcionar "las ranas" (radios militares). Habían instalado una especie de central de comunicaciones en las piezas del fondo del patio. Usando el código 184
internacional los encargados transmitían las órdenes y coordinaban el accionar de los vehículos. En esa época, la DINA no tenía aparatos de radio en los autos debido a lo cual consiguieron radios militares. -Ollahue a Rojo, cambio. -QAP en su QTH, cambio. -QSL. Sonidos metálicos, sin duda revisaban y cargaban las A.K. Llegaban y salían vehículos. Escuché todas las instrucciones, movilizaron helicópteros. No cabía duda, era una operación en grande. Lo último que escuché fueron unos gritos de Marcelo Moren Brito. Seguro que habría detenidos en las próximas horas. Momentos después terminó el ajetreo, y sólo se escuchaba la radio que de tanto en tanto transmitía mensajes que indicaban que varios móviles estaban dirigiéndose hacia algún punto de la ciudad. Debo haberme dormido, ya que desperté sobresaltada cuando abrieron la puerta. Traían a Alejandra, la amarraron junto a mí. Parecía haber llorado mucho. Le pregunté qué le pasaba y sollozando dijo: -Murió Miguel, murió peleando... Murió Miguel. Traté de consolarla. También yo lo sentía y mucho. Sabía quién era él. Traté de que habláramos. Sólo atiné a decir: -Flaquita, lo siento. No dijo nada. Se acostó en la cama a mi lado y también la amarraron. Cerré los ojos. Mi corazón lloraba. Todos sabíamos que a Miguel no lo iban a detener, lo matarían enseguida. Lo habían repetido muchas veces Miguel Krassnoff Martchenko, Osvaldo Romo Mena y Marcelo Moren Brito. Independiente de que en el tiempo y bajo otras condiciones, desde otras perspectivas sea una figura discutible, Miguel Enríquc2 no sólo fue el Secretario General del MIR: él es patrimonio de toda le izquierda radicalizada de esos tiempos. Incluso para la DINA fue ur símbolo. Le temían, y lo buscaron con saña; estaban seguros de que destruyéndolo a él se acabaría el Movimiento de Izquierda Revolu cionario. Jamás vi tan felices a los oficiales y al personal de la DINA del cuartel Ollagüe. Uno de los guardias comentó que celebraron e "acontecimiento" con un asado, en una casa que la DINA había re quisado -como tantas otras-, ubicada en el Cajón del Maipo. Mucho: presumieron en esos días y después, de poseer el arma de Miguel como un trofeo. Lo único que puedo decir sobre esto es lo que mi contó Rolf Wenderoth, el año 1989, y es que una de las armas di Miguel la tuvo por años en su poder el entonces coronel Manuc 185
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Contreras. Es el arma con que su hijo Manuel Contreras Valdebcnito mató al agente de la CNI Joaquín Molina años después.
-Vamos, Lucecita, tiene que salir adelante, además me debe mis dibujos. Tenía fiebre, de pronto me parecía que volvía de algún lugar. Eran momentos y volvía a dormir tiritando. Algunos guardias me hacían tomar analgésicos. Ausente, con ese tipo de calma que precede a los temporales, esa del cielo rojizo y el aire caliente, sólo tuve claridad para retener algunas cosas relacionadas con Lumi Videla. También recuerdo que dos veces el capitán Ferrer me habló y que el "Jote" me dijo que el comandante del cuartel Ollagüe ya no era Ciro Torré, sino Ferrer Lima.
INTENTO DE SUICIDIO DE ALEJANDRA Durante años estuve segura que Alejandra intentó suicidarse el día que murió Miguel Enríquez. Ella dice que no, que fue unos días después, cuando la llevaron a ver a Claudio Rodríguez, alias "Lautaro", otro muchacho del MIR herido de muerte en un enfrentamiento. De cualquier manera, cuando eso ocurrió, yo ya conocía el diagnóstico de mi enfermedad pulmonar. Tenía fiebre y ese dolor de cabeza que no me abandonaba desde septiembre. Estábamos las dos tendidas en la cama. Nos habían amarrado, yo estaba dormitando. Un ruido me hizo incorporarme, era Alejandra que estaba sentada. Instintivamente, me saqué la venda, y quedé paralogizada por unos instantes: llamé a la guardia y traté de abrirle la boca. Cayó un frasco vacío de Meprobamato. Con un guardia le echamos agua en la boca y metiéndole los dedos comenzamos a sacarle las pastillas que tenía a medio masticar. No sabíamos cuántas había logrado tragar. Mientras el "Jote" salió a ver cómo conseguía que mandaran un médico, traté de hablar con Alejandra. Mi intención era mantenerla despierta. Sabía que en esos casos es mejor que la persona no se duerma. Algo le dije sobre tratar de salir adelante, de no llorar. Ella me pidió que la dejara morir. Llegó el médico y me sacaron de la pieza. Me vendaron los ojos y me llevaron con los demás detenidos. Me sentaron en un rincón, en el suelo, la espalda contra la pared. No pude dormir. Horas después escuché al "Jote". -Escuche, está la pelota, me voy a las ocho, pero la dejé encargada. Le darán de comer. Mañana me toca de nuevo. Depende cómo estén las cosas la llevo para que se duche. -"Jote", ¿sabes algo de Alejandra? -No. No sé nada. Se la llevó el médico, yo creo que a la clínica. Por primera vez oía mencionar la clínica. Pasaron los días, perdí la noción del tiempo. Volví a ese estado de duermevela. Ni despierta ni dormida. Sólo recuerdo que de repente el "Jote" o el "Rucio" me hacían ponerme de pie y dar unos pasos, me daban café, un día me dieron leche. Había caído en un sopor, con las manos en los bolsillos me aferraba a las fotos de mi hijo que llevaba siempre conmigo, en el bolsillo de la chaqueta. El "Jote" me decía: 186
EL CAPITÁN FERRER, ALIAS MAX LENOU < Antes de que muriera Miguel Enríquez, mientras todavía era comandante del cuartel Ollagüe el capitán Ciro Torré Sáez, llegó el capitán Francisco Maximiliano Ferrer Lima. Asumió la comandancia cuando yo estaba enferma y permanecía junto a los detenidos. Fue una de las primeras personas de la DINA con quien establecí una relación más personal. Cuando lo conocí, me impactó. La creciente desconfianza que era preciso cultivar me señalaba insistentemente: no debo creer lo que dice el personal de la DINA... Sólo registrar, archivar cada frase, cada gesto. Me repetía con frecuencia: Tengo una sola herramienta: mi cabeza. Es el espacio donde estará todo. Lo otro, lo personal, sólo es una información más y por tanto debe ser ingresada, procesada. No importa que duela. "Max" hablaba acerca de un trato distinto a los detenidos. Textualmente decía: "no masacrarlos", como dijo que hacían Krassnoff y los otros. Estaba claro que "Max" desempeñaba el rol del interrogador bueno conmigo, pero me gustaba que hablara así. "Max" era el tipo de hombre que me gustaba mirar. Encontré bonitos sus ojos azules. Lo suficiente como para que no me molestara su excesiva preocupación en el vestir como agente secreto. De modales finos, sobrio, culto. Todas cosas bien raras en ese lugar. Inteligente, sagaz, y sobre todo, algo muy difícil de encontrar y que le agradezco hasta el día de hoy: conmigo fue leal. En aquello que prometió. Cuando hablo de lealtad conmigo, me refiero al haber cumplido compromisos específicos. Nada más. "Max" me prometió que si la DINA decidía matarme, mientras él fuera el oficial encargado de mi situación, me lo diría. Y confié en que así sería. Ño significa eso que él fuera a salvarme la vida. 187
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Sé que suena raro, de locos. Pero en lugares donde la más fecunda de las imaginaciones es desplazada con largueza por la realidad en materia de sufrimientos, humillaciones y vejámenes, es una bendición saber que la muerte no nos sorprenderá, y contar con unos minutos para despedirse, aunque sólo sea internamente de los que se ama. Una situación similar me ocurrió años más tarde en la CNI con Manuel Provis Carrasco. Sabía que si la DINA le ordenaba que me matara, por lo menos diría algo así como: "Lo siento, huachita, pero tengo que matarte". Suena desquiciado. Pero así lo viví. Por eso en Ollagüe, cuando mataron a Lumi Videla Moya y consideraron el matarnos a Alejandra y a mí, confié en que me lo diría. El capitán Ferrer, cuando en noviembre de 1974 me hizo sacar de la pieza de los detenidos, me preguntó: -Luz, ¿confía en mí? Yo le respondí que sí. Entonces agregó: -Pasó todo. En unos días más nos iremos a otro lugar. Es hermoso. Lleno de lindos jardines. Estarás bien. Mucho mejor. -Y me describió el lugar de una manera muy linda, casi con dulzura. Yo supe que era cierto. Que la DINA había decidido no matarme aún. Eso no prueba nada, lo sé. Pero igual, todavía hoy le agradezco a "Max" esas palabras. Quizás era como descorrer un telón que decía: no morirás aún. Sabía que el entonces teniente Krassnoff Martchenko opinaba que mi colaboración era inservible, y el capitán Torré, que pensaba que yo podía ser útil, había sido removido de su cargo, así es que es probable que la opinión de Ferrer Lima haya decidido mi suerte en esa oportunidad. No lo sé. "Max" me llamaba a diario a su oficina. Fue confiándome sus aspiraciones como oficial de Inteligencia. Ya en esos días en Ollagüe hablaba de crear una Escuela de Inteligencia, de definir el perfil de un agente. Sabía que lo que la DINA desarrollaba no era un trabajo de Inteligencia y estaba claro de las consecuencias que tendrían en el futuro las acciones represivas de esos días. Me pareció honesto en sus planteamientos. Por su antigüedad en el grado debía comenzar a prepararse para su postulación a la Academia de Guerra. Y comenzó a hacerlo, pero deseaba ser un oficial de Inteligencia. Tiempo después me contó de sus conversaciones con Contreras.
Optó. Decidió no ser oficial de Estado Mayor. Presencié su alegría cuando supo que el coronel Contreras lo apoyaría en su formación y lo envió a Brasil a un curso en la Escuela de Inteligencia. Sé que es raro que yo diga que fui depositaría de las confidencias de algunos oficiales. Pero fue así. Tal vez influyeron algunas características personales propias y de los otros. También fue decisivo haber sido la más antigua de las detenidas de la DINA. Los conocía a todos y era vox populi que no saldría fácilmente. Eso hizo de mí un funcional confidente. Me consideraban casi-persona. Mientras fui una detenida, "Max" nunca insinuó nada en el terreno amoroso. El sabía que yo le tenía algún grado de confianza y que me era fácil alternar con él. Sin duda, fue una de las personas más importantes para mí en aquellos días. No puedo rotular ese sentimiento. Prefiero definirlo. Ocupó parte importante de mis pensamientos. Ni en ese entonces, menos hoy, trato de averiguar los por qué. Tal vez son obvios. Aún agradezco su gentileza. Mi soledad era evidente, "Max" me regaló un perro. Se dio cuenta que me gustaba la música, me prestó un tocacintas y casettes. Vio que la cinta adhesiva me había dejado sin cejas, me regaló un lápiz para que me las pintara. Sabía que la alimentación era deficiente, me compraba sandwiches, me llevaba cigarros. Y muchas cosas invaluables como conversar de los hijos, y de la vida, sin jamás arrogarse ningún rol de padre corrector. Su rol era otro. A los pocos días que "Max" me dijo que la Unidad Caupolicán cambiaría de cuartel, se realizó el traslado a Terranova. El único hecho relevante que se produjo antes de ese cambio de cuartel fue que en noviembre cayó detenida María Alicia Uribc Gómez, alias "Carola", y que luego de ser muy torturada por el equipo Águila comandado por Ricardo Lawrence Mires, comenzó a colaborar con la DINA y a vivir con Alejandra y conmigo en la pequeña pieza. Durante el año 1992, volví al cuartel Ollagüe, acompañando al equipo de Televisión Nacional del Informativo "24 Horas", junto al periodista Mario Aguilera Salazar y sus camarógrafos. Fue impresionante recorrer esa casa. Está casi igual, salvo las paredes blancas con bordes azules, pintadas ahora de otro color. Hay una construcción de madera adicional en el patio, no están los cuartos que había sobre la pandereta del fondo, y la palmera junto a la piscina y los árboles de las casas vecinas han crecido. No se puede ver hoy ni la torre de iluminación del Estadio Nacional ni aquel trozo de cordillera que me salvaban de la desesperación.
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Luego de recorrer el lugar y de que Mario y su gente grabaron y pusieron a disposición de los televidentes las escenas captadas, nos retiramos con el corazón sobrecogido.
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EL CUARTEL TERRANOVA - VILLA GRIMALDI
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Al llegar a Terranova, nos llevaron a María Alicia, Alejandra y a mí a una pieza bastante más espaciosa que la de Ollagüe. Cuando entramos reconocí el lugar. Era el mismo donde me habían llevado el 23 de julio. Mejoraron algunas cosas para nosotras y empeoraron otras. Lo bueno fue que la cama donde dormíamos las tres, pasó a ser mi cama y a las chicas les llevaron un camarote. Cada una tendría un espacio donde dormir. Había una silla, una mesa pequeña y un sillón de felpa dorada que hablaba de tiempos mejores y que ocupaba Pedro Espinoza Bravo. Recuerdo un closet y días después nos llevaron un televisor. Estábamos bastante más cómodas. Sin embargo en Terranova no había agua. La transportaban en unos depósitos. De nuevo teníamos que usar el agua con cuentagotas. Nos daban una tetera de agua, diaria, a cada una para lavarnos. Una vez instaladas, fue el capitán Ferrer Lima a la pieza con un hombre joven. El capitán dijo que era el médico que se encargaría de ir cuando fuera necesario para atender a los detenidos. Me lo presentó diciéndome que como yo tenía conocimientos de primeros auxilios me haría cargo de lo que ellos llamaban "la cantina" y que en la jerga militar es un baúl donde se colocan los remedios y otros útiles paramédicos. El doctor me hizo entrega de los remedios que eran analgésicos y clorodiazepóxido. También me dio hipodermicas y agujas, en ese tiempo no estaba difundido en Chile el uso de las jeringas desechables, también un riñon para que pudiera hervirlas y las cajas metálicas donde colocarlas. Le señalé al doctor que sería bueno disponer de antibióticos y prometió llevarlos. Me dio algunas instrucciones sobre cómo dosificar los sedantes y autorización para distribuirlos entre las compañeras que estuviesen muy nerviosas o alteradas. Comencé a atender las emergencias menores. 191
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Durante ese verano, un día Krassnoff Martchenko me preguntó: -¿Sabes poner suero? -Nunca he puesto un suero, señor... -No importa, el detenido es médico y él te guiará... Me llevó personalmente junto al camastro metálico donde estaba un muchacho joven. Durante el trayecto, Krassnoff me dijo que el detenido padecía de úlceras y que aparentemente estaba con una hemorragia. No supe si era verdad o si fue algo que dijo el joven para detener unos momentos la tortura. El muchacho estaba desnudo en la "Parrilla". Cuando llegué, estaban retirando los cables del magneto, hasta hacía muy poco había sido torturado. Sentí miedo. No sabía aún si era cierto que al tomar agua después de un "parrillazo" uno se muere. Los guardias tenían instrucciones de no administrarnos agua luego de la tortura y pensé que el muchacho moriría si le ponía el suero. Me arrodillé a su lado y le dije que no había puesto nunca una inyección a la vena, menos un suero. El joven me dijo qué hacer. Me pareció que él me pedía un goteo muy rápido. Pensé que el chico quería morir. Accedí y sentí que si moría, sería mi responsabilidad por haber obedecido esas instrucciones. Krassnoff iba a la habitación de la "Parrilla" y me apuraba. Yo no le hice caso, estaba muy nerviosa. A pesar que se sentía mal, el joven me habló de Concepción. Durante muchos años pensé que ese muchacho había muerto, lo llevé en el recuerdo con la duda de si ese suero le había ayudado a vivir o a morir. Cuando declaré ante la Comisión "Verdad y Reconciliación" les pedí a los abogados Carlos Fresno y Gastón Gómez, que por favor lo buscáramos. Sé que los abogados revisaron todas las carpetas y no logré identificarlo en las fotos que me fueron mostradas. Al volver a Chile, durante el año 92, Viviana Uribe Tamblay me llamó desde el CODEPU -Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo- para contarme que hacía pocos días había retornado desde Italia un médico, quien al entregar su testimonio, mencionó que en la Villa Grimaldi le fue administrado un suero ese verano del 75. Días después tuve ocasión de verlo, fue emocionante. Se trata del doctor Patricio Bustos Streeter. Al lado norte de la pieza que ocupábamos con las chicas, había otra habitación similar. Comenzaron a construir ahí lo que la DINA llamaba "las cajoneras" y los detenidos, "las casas Corvi" o las "casas Chile". Es increíble el humor negro chileno. Eran una suerte de cajo-
nes muy pequeños donde un joven de aproximadamente un metro setenta sólo cabía sentado y con las piernas recogidas. Recuerdo que a pesar de que nuestras condiciones materiales mejoraron, para María Alicia la situación era especialmente dura. Ella había llegado hacía poco tiempo y por tanto la presión de la agrupación Águila, los mismos que la torturaron, era fuerte. Volvía a la pieza en un estado de quiebre y tristeza inmensos. Alejandra seguía dependiendo del grupo Halcón de Krassnoff Martchenko y, teóricamente, yo seguía dependiendo del capitán Ferrer Lima. Sin embargo, él ya no era el comandante del cuartel. En Terranova no sólo estaba la base de la Unidad Caupolicán de la DINA, comandada por el mayor Moren Brito, también estaba la Unidad Purén, comandada por el entonces mayor Raúl Eduardo Iturriaga Neumann, y la comandancia de la Brigada de Inteligencia Metropolitana -BIM-. La comandancia del cuartel le correspondía al más antiguo de los oficiales del recinto, teniente coronel Pedro Espinoza Bravo. Recuerdo que las tres estábamos considerablemente más delgadas que lo que habíamos sido siempre. En el caso de Alejandra era tan excesiva su baja de peso que si ella se tendía en la cama, y al colocar al lado suyo una almohada, no se veía. María Alicia y yo al verla dormir así decíamos que "se embarretinaba". El capitán Ferrer me dijo que por esos días él estaría ocupado y que para que yo no estuviera sin hacer nada, le confeccionara unos mapas donde debía señalar los movimientos y posiciones de ambos bandos en cada una de las campañas de la Segunda Guerra Mundial. Me llevó unos enormes atlas de la Biblioteca de la Escuela Militar, textos referidos al tema y papel diamante para las cartas de situación, también lápices y plumas adecuados. Después supe que las acuarelas y el papel lo robaban en allanamientos. Unos días antes de la Navidad, Francisco Ferrer Lima, "Max", fue a la pieza que ocupábamos con María Alicia y Alejandra y me regaló un cachorro. Lo tomé, el perrito me mordía las manos jugando. Yo quise ponerle Kim, pero la guardia insistió en llamarlo Bronco. Fue un fiel compañero por todo el tiempo que viví en Terranova. El lunes 23 de diciembre, Espinoza Bravo, alias "Don Rodrigo", nos dijo a las tres que el 24 de diciembre podríamos estar un rato con nuestras familias.
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OTRO REGALO DE NAVIDAD
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Poco antes de la Navidad nos dijeron que nos darían una ayuda de 100 pesos mensuales. Recuerdo que era para el desodorante, el jabón y esas cosas mínimas, y nos compraron ropa. Las tres estábamos con lo puesto, la mayoría de las cosas eran de allanamientos o se las robaban para nosotras. A pesar de que fuimos recibiendo muchas cosas, las íbamos regalando, ya que era frecuente que como producto de las torturas otras compañeras quedaran sin ropa. Recuerdo que me compré una falda con una chaqueta del tipo safari color beige, unas chalas y un bolso. Alejandra fue más práctica y se compró jeans y María Alicia ropa artesanal. A los pocos días el comandante Espinoza dijo que había autorizado a dos oficiales para que nos sacaran del lugar, a pasear, y para que no fuera mal interpretado iríamos las tres con dos oficiales, uno era Rolf Gonzalo Wenderoth Pozo y el otro el capitán Manuel Abraham Vásquez Chahuán. Nos llevaron al "Caledonia", nos compraron un ponche a la romana, y los oficiales se turnaron para bailar con las tres. Yo no conocía ese lugar, parece que en esa época estaba de moda. Obviamente ahí se hicieron bastante más evidentes las pretensiones de los oficiales de entablar algún tipo de relación con María Alicia y conmigo. El que nos compraran ropa y saliéramos con los oficiales generó bastante malestar en el personal femenino, quienes se encargaron de difundirlo con bastante empeño. Creo que de ahí vienen esas historias de que modelábamos y cosas así. Lo que no es cierto. Lo que no voy a desmentir es que aunque tuviese una tira que ponerme, esa tira y yo siempre estuvimos limpias y lo mejor presentadas posible. No creo que Alejandra, María Alicia o yo alguna vez nos hayamos paseado como modelos en medio de los detenidos. La única vez que estuve en medio de ellos fue para administrar algún remedio. Cuando llegamos a Terranova era frecuente que viéramos a las agentes femeninos con nuestras cosas; aquellas que no nos habían roto en las sesiones de tortura las habían robado ellas. María Alicia reclamó y Rosa Humilde Ramos Hernández tuvo que devolverle sus vestidos y una punta de flecha que ella usaba colgada al cuello. Obviamente, reclamar fue sólo un saludo a la bandera, porque ninguna de nosotras quiso volver a usar esa ropa. De las detenidas sí, pero algo que hubieran usado esas agentes, no. No fue un asunto ideológico, conocíamos a nuestras compañeras, y no sabíamos nada de esas otras mujeres, ni cómo vivían, ni qué costumbres tenían. Fue un asunto de higiene...
El 24 de diciembre en la mañana nos avisaron que a María Alicia y a Alejandra las llevarían a ver a sus madres y que trasladarían a mamá y a mi hijo a Terranova. Me pidieron que escribiera una nota para mamá indicándole que la llevarían a verme. Como a las tres de la tarde me fue a buscar un guardia y me llevó a una terraza junto al casino del personal en la casa patronal. Al entrar, me dieron una casatta de helados y galletas de oblea. Mi hijo jugó con Kim-Bronco. Rafael había crecido, en un par de meses cumpliría seis años. ¡Me sentí tan feliz de poder acariciarlo! Le dije que estuviera tranquilo con sus abuelitos, que por un tiempo estaría trabajando lejos, eso es lo que mamá le había dicho, y que como la vez anterior, volvería. Que trataría de llamarlo por teléfono por lo menos una vez al mes. Mamá me dio noticias de la familia. Me habló de su tristeza. Traté de tranquilizarla diciéndole que haría todo lo que pudiera por resolver mi situación. Deseaba transmitirle una confianza que yo no tenía, pero le dije que pensaba que sería un tiempo largo. Le pedí paciencia y le agradecí su preocupación y la de mi padre por el niño. Mamá me contó que durante el trayecto le habían puesto cinta adhesiva en los ojos, y que pese a que se puso las gafas oscuras encima, el niño se había dado cuenta. Cuando se los llevaron, un guardia me llevó a la pieza. Las chicas no habían llegado. Miré mis manos. Hacía apenas un rato habían acariciado la cabecita de mi hijo, me parecía que ahora podía tocar el vacío en ellas, un vacío que se extendía por todo mi ser. No podía aceptar que pasaría un largo tiempo antes de volver a tenerlo a mi lado. Recordé la enorme cantidad de veces que hubiera deseado verlo siquiera por un segundo, y aunque habíamos estado juntos casi una hora, era tan poco. Sólo piensa en lo hermoso de haberlos tenido a tu lado, me dije. Me senté ante la pequeña mesa blanca. Tomé una hoja de papel, pedí a la guardia un vaso de agua y comencé a pintar un paisaje. Cualquier lugar. El pedazo de un camino, bordeado de álamos dorados. Al fondo la silueta de la cordillera y un pedazo de cielo. Podía sentir un temblar de alas de libertad entre los arbustos. Mis sueños de un otoño dorado. Casi en el horizonte, en algún recodo se perdía el sendero en un más allá que no lograba ver. Pero lo sugería. Después de estos días, vendrán otros, pensé, y firmé la pintura.
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AÑO NUEVO EN TERRANOVA Este tipo de fiestas y celebraciones significaba un romper la rutina cotidiana. A distintas horas, los oficiales buscaron un momento libre para pasar a saludarnos a la pieza antes de retirarse. Por la tarde- fueron "Don Rodrigo" y Rolf Wenderoth Pozo. Ambos con ánimo festivo, las mejillas mofletudas de los dos más coloreadas que de costumbre. Por los brindis que antecedieron su visita, estaban más locuaces y risueños y aceptaron el ritual de siempre. Té para "Don Rodrigo", y agua de cedrón para el mayor. "Don Rodrigo" comenzó con su chachara de siempre. Nos hablaba del futuro. Coloqué mi sonrisa idiota, la de quien escucha con devoción. Al acomodarme miré a María Alicia y a Alejandra y me pregunté, ¿sus sonrisas serán como la mía? Comencé a enfurecerme aunque sólo había escuchado el inicio del parloteo de "Don Rodrigo". "Don Rodrigo"... pronuncié en mi interior con harta solemnidad, separando cada sílaba: ¡DON RO DRI GO, EL RE DEN TOR! El hijo de putas se cree ni más ni menos que el salvador mismo. Lo escuché por unos segundos. Ahí estaba dando cátedra acerca de cómo nosotras viviríamos cada día del futuro. Sentí una furia indecible. Para ellos, éramos "el paquete". Como siempre, el doble estándar. Por un lado, debíamos comprar nuestras vidas siendo una nada sin voluntad ni vida propia, pero ¡ojo!, eficientes, y por otro, cada una éramos un ejemplar femenino de la misma edad, todas nacidas el año 1948, 26 años a esa fecha, y según ellos habíamos cometido todos los pecados de una mujer de nuestra generación. O sea Marxistas Militantes y por ende Putas. En mi caso se sumaba mi "repudiable" condición de separada. La ira que sentía pugnaba por expresarse. Tenía que controlarme. Qué difícil ante ese remedo de "sabeloqueyoquiero". Aterricé como quien se estrella de boca en el suelo..."Don Rodrigo" seguía con lo mismo, con eso de que después de un tiempo seríamos quizás... ¡hasta señoras!... Se marcharon, escuché las mismas frases, todos los oficiales que fueron ese día pontificaron acerca de que el año viejo se iba, de que el nuevo sería mejor y que para tener buena suerte los abrazos se daban después. Pensé en ello, en las veces en que sin saber muy bien qué decir, o al darme cuenta de que era imposible penetrar en la interioridad de una persona, acudí a esas frases hechas. Pensé que eso ocurre en aquellas situaciones en que la cultura nos abandona. Ante hechos 196
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donde no hay razón o argumento y el sentir se hace inexpresable o uno se da cuenta que diga lo que diga no podrá aliviar o dar lo que el otro necesita... Los velorios, por ejemplo. Sí, no era un 31 de diciembre, era otro velorio. Una mascarada, el funeral de mi a l m a Como a las ocho, entró un guardia con nuestra cena. Como siempre, con los dedos dentro de la sopa. Pero ya estaba acostumbrada. Era lo que en la jerga de un cuartel se llama un "rancho mejorado". Una cazuela de ave. Estaba rica, al menos así me lo pareció, dedo y todo incluido. Habíamos terminado recién de comer cuando tocaron la puerta. Entró un hombre que no había visto nunca. Dijo que era el oficial de turno. Preguntó si habíamos encontrado buena la comida. Agregó que me mandaría a buscar pues quería conversar algunas cosas conmigo. Quedé preocupada... Las tres decidimos acostarnos y dejar el televisor encendido. Más tarde un guardia dijo que el oficial de turno me necesitaba en la oficina. Me invadió esa sensación que ya conocía tan bien, una revoltura de inquietud y de puesta en marcha de todos los radares. Rápido, me vestí. Decidí ir voluntariamente, imaginé que por las buenas tenía más posibilidades de manejar la situación. Si partía negándome podía hacerme sacar igual, tenía el poder para ello. Al menos durante esas horas en que era "la autoridad del cuartel". Me di ánimo pensando que había salido de cosas peores. Cuando llegué a la oficina, sacó una botella de licor y me ofreció una copa. Por evitar una discusión al respecto acepté y traté de llevar el hilo de la conversación. Pensé que si lograba desviarlo hacia algún tema de su trabajo podría tener opciones de salir bien. -Lucccita, yo sé de usted; claro, lo que se dice. -Tomó algo de licor. Yo le dije que aunque mi condición a la fecha era de detenida, estaba segura que en algún momento eso variaría, que mi relación de trabajo con el capitán Ferrer era excelente y que estaba cierta de que el comandante Espinoza se había interesado en la situación de las tres. Hablé muy bien de ambos oficiales, deslizando algunas frases que sugerían una dependencia orgánica dentro de la brigada. Pensé que de esa forma tomaría una actitud más "laboral". Cometí el primer error cuando mencioné la hora. -Señor, quisiera saber si hay algo específico que desee hablar conmigo, el capitán está haciendo un trabajo y llegó a la conclusión de que ha podido determinar parte importante del organigrama del 197
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MIR. Me pasó sus borradores para que los haga a tinta. Debo entregar eso mañana y no lo he terminado aún. Desearía retirarme. Ni siquiera tomó en cuenta lo que dije. -Mire, Lucecita, hace media hora que es Año Nuevo, venga a darme el abrazo.
De pronto pareció reanimarse y le dijo al guardia: -Ya, hombre, ándate a hacer una ronda y después búscate una entretención. -Cerró la puerta y se volvió hacia mí.
-Va a cerrar con llave, ¿verdad? Fue al escritorio. ¡Ahí estaban las llaves!, cerró y las guardó en el mismo lugar. Me abrazó. Tratando de contener la repulsión que me provocaba ese hombre, me las arreglé para desprenderme. Entonces se violentó, me cogió del pelo y tirándomelo hasta hacerme daño, me empujó sobre el sillón y se arrojó sobre mí. Sólo recuerdo que como si estuviese ajena a todo, no tenía siquiera pensamientos. En cuanto pude, me fui al baño junto a la oficina. Arreglé mi ropa. Al salir de allí, lo vi de pie arreglando sus pantalones. Se hallaba de espaldas. Cogí un adorno metálico que estaba sobre el escritorio, el puño de la DINA, lo sentí frío y pesado en mi mano. Todo ocurrió en unos segundos, no alcanzó ni siquiera a darse vuelta y lo descargué en su cabeza. En ese golpe iba toda la rabia, la impotencia y las humillaciones que había sufrido en esos meses... Cayó al suelo sin siquiera emitir un quejido. Lo arrastré al sillón. No me importaba nada, como si la violencia hubiera salido toda en ese golpe. Me senté un instante y acudieron de a poco los pensamientos. Estaba tranquila, como si no sintiera nada. Miré el armario, con la vista acaricié cada una de las AK que había allí. Estaban los cargadores y seguro que en alguna parte había munición. Los gritos se habían apagado. Hace rato que no escuchaba disparos. Las bestias duermen o reposan, pensé. Por un instante imaginé que podría sacar los fusiles y liberar a los detenidos. ¿Alcanzaría a llegar a Tobalaba? Miré al oficial que parecía dormir. Sentí miedo de que hubiera muerto. Me acerqué y noté que respiraba. Tal vez el golpe no había sido tan fuerte y dormía de borracho. Fui al escritorio y al sacar las llaves vi una agenda telefónica. La revisé. Estaban los teléfonos de los oficiales. El oficial sobre el sillón se movió y emitió un ronquido. Cogí de una silla una manta y lo tapé, no por cuidarlo sino para que no se despertara. Al salir de la habitación sentí ruido. Instintivamente me volví hacia la izquierda, ahí había una especie de sillón, uno de los guardias estaba con una mujer. Supuse que era una detenida. Quedé impactada. Ella estaba embarazada. En el suelo, su vestido con flores beige, blanco y lila... todo arrugado. Le hice un gesto de silencio al guardia. Supongo entendió que el oficial dormía, ya que me dirigió una sonrisa cómplice. Cruzamos una mirada con la mujer. Salí con paso firme. Al bajar los escalones, la brisa fresca de la mañana se coló por entre mis cabellos. Había
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Traté de ser muy natural, pero cuando me abrazó sentí asco. Ese hombre olía muy mal. Como nieve la caspa y suciedad cubrían su chaqueta. Sentí en mi estómago que comenzaba a gestarse como una ola esa nausea que me acompañaba. Trataba de dar con el argumento que me permitiera salir de ahí. Decidí tomar algo de licor. Soy fuerte, me dije a mí misma. Recordé que las pocas veces que tomé algo, ni siquiera me había mareado. Y con la tensión de ese instante ¡menos! y como un chispazo surgió esa idea en mí. Le haría emborracharse. No sabía cómo evitar la situación, pero podía intentar postergarla. Tomé otro poco de licor y con el vaso en la mano caminé hacia la puerta, decidida a averiguar cuál era la situación exacta. Oí los gritos de una mujer. Quedé paralogizada. ¡Las detenidas!, más gritos y ráfagas de fusiles AK., gritos y bromas soeces. Diálogos no muy lejanos, risas. -Vamos, Lucecita, venga. No se me ponga arisca. Ve, afuera están todos divirtiéndose. Les pasé unas botellitas a los muchachos. Son jóvenes y viven muy presionados -dijo acercándose de nuevo. Seguí caminando hacia la puerta. -Tiene razón, Pedro- y abrí. A escasos metros estaba el guardia. Esa noche no estaba ninguno de los que conocía o eran amables con nosotras. -¿Necesita algo, señor? Me apuré en responder. -Nada, sólo que también usted debe celebrar. ¿Verdad, señor? -Claro que sí, toma, hombre. -Le pasó un vaso. El joven miraba... -Toma, hombre, ¡toma! ¡Hasta ver el fondo!, para que la Lucecita vea.
seco.
Aprovechando esa frase y como un juego de desafío le dije: -Pero a usted no lo he visto tomar así, señor. -Lo remediamos "altiro", pues... y tomó otro vaso, esta vez al
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amanecido... Al sentir dentro ese aire fresco me dije: tal vez el resto del año sea mejor. Estaba como anestesiada. Sentía que mi rostro se iba endureciendo progresivamente, algo dentro me rasgaba tripa a tripa, y yo apreté más los dientes. Cuando llegaron, Lauriani Maturana fue a la pieza. Se sentó al lado de mi cama. Le conté lo ocurrido, omitiendo las partes que hubiera deseado olvidar. Me dijo que les informaría en detalle a sus jefes. Fue un médico y conversó un rato conmigo. Insistí en que no había sido violada. Sentía vergüenza. Absolutamente incapaz de confesarlo. Menos a esas personas. Sabía que indirectamente estaba protegiendo a quien no lo merecía. Pero quien merecía lo que ocurría ahí. ¿Para qué?, pensé... Total, nada borraría de mi ser lo que había pasado. Qué cambiaba, qué me podía importar si lo echaban o no de la DINA. Si estaba o no preso. Como ese oficial quedaban muchos. Igual yo llevaría para siempre impreso todo aquello... No sé si me creyeron o no, importaba tan poco lo que yo pudiera decir o sentir. El doctor me dio un calmante y dormí un rato. Desperté y almorcé, tragando a la fuerza. Pensando en la gente "de afuera", tuve una idea loca, la de salir a la calle y atajar a las primeras personas que fueran pasando y decirles: ¡Ey!, usted, señora normal, usted que tiene derecho a caminar por ahí por la calle... ¿Sabe? ¡Me violaron! Inmediatamente dentro de mí surgió una imagen diciendo: -¡Es culpa suya!... Usted se lo buscó... ¿No le gustaba arreglarse?, ¿No le gustaba usar minifalda?... Sonreí en silencio. Seguro que así pensaba la gente. Demasiadas veces había escuchado cosas como: ¿No te gustó ser comunista?, ahí tienes... Un rato después, el guardia que estaba en la puerta me dijo que Espinoza Bravo quería hablar conmigo, y me llevaron a su oficina.
SUMARIO Espinoza Bravo me explicó que habría un sumario interno. Al terminar el turno, el oficial se fue como si nada hubiese ocurrido y los demás procedieron a interrogar al personal y a algunas detenidas. Espinoza Bravo me dijo que el oficial estaba preso en las cajoneras, que lo habían golpeado y lo darían de baja de la DINA. Aprovechó la oportunidad para seguir hablando de la honra y el honor. Dijo que
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entendía mi situación, pero que necesitaba mi declaración para el sumario. Le conté todo, omitiendo que me había violado. Imagino que ese señor se habrá dado cuenta que no lo denuncié completamente. Tal vez nunca entienda por qué. Tardé una década y media en aceptar lo que me ocurrió como mujer en la DINA. Sin embargo, frente a la Comisión "Verdad y Reconciliación" lo pude verbalizar. Cuando volvía a la pieza, el guardia me hizo mirar las "casas corvi". Vi al oficial. Aparentemente estaba preso y lo golpeaban, y yo me di cuenta que no me gustó verlo. No quería verlo... Quise huir, pero continué ahí de pie, sintiendo deseos de no existir... Días después me dijeron que el funcionario fue dado de baja de la DINA, y también algunos guardias. Que a la detenida embarazada la habían llevado a la clínica de la institución. Imagino que a la que estaba ubicada en calle Santa Lucía N Q 162. Luego de esa noche de año nuevo mi situación personal mejoró a ojos de la oficialidad de Villa Grimaldi. Había tenido al alcance de mi mano las armas y no traté de huir. No lo hice porque fui cobarde. Confieso que por unos instantes pensé sacar a los compañeros varones primero, pero no me atreví... ¿A dónde ir? y además sabía que ellos no me habrían creído, no sólo por ser una colaboradora, sino porque se sabía que Rolf Wenderoth ordenó que una noche dejaran las puertas abiertas del lugar donde estaban los prisioneros varones e hizo que la guardia con armas largas se escondiera para matar a los que intentaran huir. Otro guardia les avisó a los compañeros y así pudieron evitar esa trampa. Ahora sabía que no era la mujer fuerte que intentaba mostrar que era. Me encontraba muy cerca del límite. Esa noche de Año Nuevo había averiguado algo. Yo nunca mataría a nadie. Al menos mientras tuviera capacidad de pensar. Pero la forma en que descargué ese objeto metálico sobre el oficial me causaba temor. Estuve ciega en esos momentos, me decía... Iba cediendo a cada momento ante esa presión que desde dentro me gritaba: Has avanzado demasiado, sólo puedes seguir. No hay retorno posible. Eres una traidora, Luz Arce, retumbaba dentro de mí. Me fui a la cresta, era como ir cayendo, no era necesario que nadie me empujara, iba directo al fondo. Sólo muriendo, pensaba, puedo detener esta demolición.
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MI HIJO Y LOS TRIBUNALES DE MENORES Los primeros días de enero, Espinoza Bravo y Wenderoth Pozo, en una de sus visitas dijeron que estábamos autorizadas para llamar por teléfono a casa una vez al mes, que empezaríamos haciéndolo al día siguiente. Cuando fui, Krassnoff Martchenko me ordenó que le dijera a mi padre que dejara de hacer gestiones por mí ante el Comité Pro Paz, porque o si no me matarían. Tuve que decirle tal cual. Cuando hablé con mi madre, ella estaba desesperada, mi ex marido estaba haciendo gestiones para llevarse a nuestro hijo. Ya habían tenido una citación al tribunal y si yo no comparecía, le entregarían mi hijo a su padre porque él alegaba a través de su abogado que yo estaba desaparecida. Colgué el teléfono llorando y me retiré. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo comparecer ante un tribunal y decir aquí estoy, yo soy la madre? Al llegar a la pieza me encerré en el closet. Quería llorar, pero sola. Al poco rato informados de lo que ocurría, llegaron Espinoza y Wenderoth y me hicieron salir. Me preguntaron si estaba dispuesta a empeñar mi lealtad para siempre a cambio de mi hijo. Sólo dije llorando "sí". A los pocos días me hicieron arreglarme. Me pinté y peiné cuidadosamente, y fui al Tribunal de Menores con un equipo de la DINA. Alguien se había encargado de hablar con la juez, ahí perdí todo respeto por la justicia de mi patria. Aunque agradecida porque me permitieron conservar a mi hijo junto a mis padres y así pude vivir con él cuando salí en libertad... La DINA había arreglado todo. Mi ex marido y su abogado no tuvieron ninguna alternativa. El trataba de hablar y la juez le decía: "¿Cómo dijo que la señora está desaparecida? Yo la veo lo más bien..."
LA CREACIÓN DEL CRUPO VAMPIRO Con el comienzo que tuvo el año, cualquier cosa parecía mejor. Había 202
mucha actividad y seguían ocupados golpeando y duro al MIR. El capitán Ferrer Lima se encontraba haciendo un curso de piloto en la Aviación de Ejército. Se consiguió unos manuales y yo le hice los dibujos para que pudiera estudiar. Ferrer Lima tenía claro que yo lograba mantenerme "bien" siempre que estuviera ocupada. Yo misma se lo dije, era más fácil huir así. Ocasionalmente Krassnoff Martchenko me pedía que pasara en limpio los organigramas del MIR que él iba confeccionando a partir de declaraciones de detenidos u otra información obtenida de documentos que caían en los allanamientos. Así pude saber en qué andaban las agrupaciones Halcón y Águila. Era impresionante cuando del organigrama de las personas buscadas, los compañeros pasaban a integrar los listados de detenidos. Luego de eso, Krassnoff trataba de determinar qué compañero sucedería en el cargo al caído. En diciembre de 1974, el teniente Fernando Lauriani Maturana había acumulado tantos errores en su accionar como agente de la DINA que Krassnoff indignado lo amonestó. A gritos, delante de detenidos y personal subordinado. El teniente Lauriani quedó muy deprimido. Se fue a la pieza donde permanecía yo. Noté que no entendía por qué las cosas no le resultaban. Yo me limité a escucharlo. Hablaba como consigo mismo. Enumeraba uno a uno los problemas que había tenido: el que le robaran su vehículo con las armas del grupo adentro mientras estaban en una "ratonera" o realizando un operativo. Le pasaban cosas similares al "Inspector Clouzot". Como cuando no encontró su vehículo, y chapa de la DINA en mano, hizo bajar a todos los pasajeros y al chofer requisando una liebre. Así llegó a Terranova con los prisioneros en un vehículo de la movilización colectiva. Si no hubiese parecido tan afectado, yo habría reído. Me quedé en silencio escuchando su larga lista de cuitas. Sólo intervine cuando el teniente sacó su arma personal y dijo que lo que debía hacer era matarse. Le dije que todo lo que me había dicho a mí, se lo comentara al comandante Moren. Yo sabía que Moren Brito le tenía afecto, y pensé que quizás podría tranquilizarlo. Me causó pánico la idea de que se pegara un tiro ahí. En resumen, el teniente no. se mató, habló con Moren Brito, quien decidió formar una nueva agrupación para darle al teniente otra oportunidad. Así nació "Vampiro". Al teniente Lauriani le fueron asignados algunos de los hombres más antiguos y experimentados. Para evitar que cometiera demasiados "errores". 203
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- N o , señor, sólo miraba esa rosa azul. Nunca había visto una
ROLF WENDEROTH POZO así. Surgió un elemento nuevo que haría variar profundamente mis días en Terranova. Al oficial Rolf Wenderoth Pozo lo conocí como don Gonzalo cuando tenía el grado de mayor, 36 años de edad y venía egresando de la Academia de Guerra como oficial de Estado Mayor. Era el acompañante de Pedro Espinoza Bravo, cuando por las tardes y antes de retirarse del cuartel de Terranova iban a nuestra habitación. Los primeros días ni siquiera tomé en cuenta la presencia del entonces mayor, tampoco sabía el cargo que tenía, pero se veía de más edad que los otros oficiales que estaban en la DINA. Una de esas tardes Rolf me dijo: -Soy delicado del estómago. Traje unas hojas de cedrón. ¿Podría hacerme una agüita? Me paré y con brusquedad le dije: -Las hojas tienen tierra. Tiene que autorizarme para ir al baño y ordenarle a un guardia que me acompañe. ¡Si es que queda agua, claro! Me molestaba esa actitud de ellos de estar como en un salón de té. Las niñas, Alejandra y María Alicia, se quejaban de que yo le daba café a medio mundo, sobre todo durante el turno de la noche porque hacía mucho frío, y a cualquier hora. Sin embargo, de Espinoza Bravo su simple presencia me emputecía. Siempre dictando cátedra. Nos había concedido el alto honor de tomarnos en sus manos. Tenía el "paquete" con tres montones de basura y mierda y él nos transformaría en "mujeres de bien". Wenderoth hizo caso omiso de mis modales, como siempre fue muy gentil. Uno de esos días me pidió que lo acompañara fuera de la pieza. Me guió por un sendero de tierra apisonada y unos metros más allá apareció el campo de rosas. Quedé atónita. Sabía que existía. "Max" me lo había descrito en Ollagüe. En mi vida había visto tantas rosas juntas; y se veían ¡tan bellas! De todos portes y colores. Unas pequeñitas blanco y rosa, más allá otras enormes, de gruesos y turgentes pétalos, como de terciopelo. Mis ojos devoraban la hermosura que convivía con ese lugar tan tenebroso. Me detuve, había en medio una flor extraña, fría. Se destacaba, sobresalía de entre todas. Una rosa matizada de azules y blanco. No he vuelto a ver esas rosas en otro lugar. Frente a ella sentí temor y Wenderoth dijo: -¿Tiene frío? ¿Quiere que volvamos? 204
-Vaya, mírelas y corte las que quiera -dijo ofreciéndome una blanca y amarilla. La tomé y caminé entre esa marea dulzonamente perfumada. Olvidé la existencia del mayor. Corrí sin hacer caso del dolor de mi pie. Cuando volví a tomar conciencia y vi a Rolf Wenderoth, me sentí ridicula, estaba agitada, transpirando. Sentí vergüenza, deseos de desaparecer, de huir, de gritar, de insultarlo. Hizo como si no se diera cuenta y sólo dijo: -Es tarde, ¿vamos? Caminé hacia la pieza. Cerraron la puerta a mis espaldas. Quedé ahí, parada con las flores en las manos, me apoyé en la puerta, mirando a María Alicia y a Alejandra, que me llenaron de preguntas y bromas. María Alicia decía: -¡Cuenta! ¿Qué pasó?, ¡yo sabía!, don Gonzalo sólo te mira a ti cuando viene. Alejandra, sentada en la parte superior del camarote, agregó: -Cuando tú le hablas... No cabe en sí y mueve su cabeza de allá para acá en su cogotito y con sus cachetes coloraditos... -reía imitando el gesto del mayor. Reí con ellas, sólo podía hablar de las rosas. Oculté ese sentimiento de rabia, porque no podía comprenderlo. Tampoco hablé del temor que me produjo esa rosa azul que se me antojaba un cáliz de dolor, de sufrimiento. Y era tan bella... Desde ese día, María Alicia y Alejandra me hacían bromas con el mayor. María Alicia decía: -Me alegro. Así no te quedarás como una boba cuando viene el pesado de "Max". Yo molestaba a María Alicia con Espinoza Bravo y ambas a Alejandra con Krassnoff Martchenko, era un juego. A esa fecha ninguna de las tres tenía ninguna relación. Muy pronto Rolf me dijo que yo ya no dependía del capitán Ferrer Lima, que no iría más a la oficina de "Max", sino a la suya. Me cayó más mal todavía. No sólo me molestaba ver que las chicas tenían razón. Tarde o temprano tendría que enfrentarme a sus requerimientos y no vería más a "Max". Bueno, lo veía, pero él raras veces volvió a dirigirme la palabra. El mayor Wenderoth no parecía tener prisa. Aparentemente sólo pretendía que estuviese ahí, sentada frente a él en su escritorio. 205
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Ocasionalmente me dictaba un oficio, memos o circulares para el personal que tenían relación con la administración y rodaje diario del cuartel. El a diario confeccionaba además el informe de detenidos de la brigada que se remitía al Cuartel General. Mirándolo comencé a acostumbrarme a leer al revés. Por eso recuerdo algunos nombres de detenidos que nunca vi. Ese informe era llevado cada día por el estafeta del cuartel que en esa época eran Avalos y Rubilar Ocampo. Hombre que años más tarde sería agente de la CNI y que aparece vinculado a la muerte de Federico Renato Alvarez Santibáñez. Me sentía pésimo. Era evidente para todos que yo sólo era el juguete nuevo del mayor. Moría de rabia frente a la risa burlona del personal. Sabía lo maricones que solían ser cuando hablaban de las mujeres. Un día que el mayor Wenderoth Pozo fue a una reunión en el Cuartel General, "Max" me llamó y dijo muy serio: -Por favor, Luz, siga como hasta ahora. No ceda a las insinuaciones del mayor. No le estoy hablando contra él. No sé nada de él, es mi superior. Yo sé que no le deja alternativas. Pero piense en usted, estoy seguro que tiene un futuro. Estoy seguro de que lo tiene. Lo merece, al menos... Lo escuché sin decir nada, ni afirmé ni negué. Con un lacónico "¿Eso es todo, capitán?" me retiré, diciéndole "gracias por el consejo". A pesar que todavía no había agua en el cuartel, las rosas se mantenían hermosas gracias a un canal de regadío que bordeaba la Villa. En ese canal nacían de a montones culebras chilenas. Los guardias las sacaban para asustarnos. Me costaba un mundo vencer la fobia que tuve desde niña por esos animales y cuanto se le parezca. Los guardias las sacaban y me las pasaban tratando de averiguar si me asustaban. Sabían que las chicas temían a las arañas y que yo las sacaba y las dejaba en las plantas fuera de la pieza. Cuando me pasaban esas culebras yo las recibía estremecida por ese contacto frío, pero aprendí a disimular el asco y el terror que me causaban. Terminé por aceptarlas y adopté una como mascota durante un buen tiempo, hasta que Wenderoth, asqueado, hizo que un guardia la sacara. Nunca más me molestaron con las culebras. Yo la ponía en un macetero de la oficina y me la llevaba en el bolsillo de la chaqueta de Lumi, en una caja de fósforos. Era una culebra bebé... Tenía una hermosa piel, más amarilla que las otras, con unos dibujos oscuros lindos, y el vientre blanco y suavecito.
Cuando la tomaba otra persona se retorcía toda. Con ella definitivamente se me pasó la fobia. El mayor me llevaba a menudo a caminar por entre las rosas, yo aprpvechaba de llevar a mi perro, a Bronco-Kim le encantaba que yo le tirara piedras o ramas lejos. Me las traía de vuelta. El perro conocía mi voz, y más de un guardia se llevó un feo gruñido de él. Poco a poco fui deponiendo mi actitud pesada con Rolf Wenderoth. No fue algo premeditado; primero ocurrió, luego me percaté de ello, él nos protegía y se fue ganando mi gratitud. Uno de esos días me mostró una "casita". Más allá de las rosas, junto a la torre, varios soldados armaban una mediagua. Dijo que era para nosotras. Que estaría lista en un par de días. Me explicó que tendría dos ambientes, que él pensaba que el que daba al oriente debía ser nuestra habitación y para el otro lado nos traerían una mesa y sillas. Me molestaba que Rolf estuviera siempre observándome. No era de esas miradas de alguna gente de los equipos que siempre estaban diciéndonos que nos conocían a las tres y hacían comentarios sobre nuestra piel o pechos. Tampoco era esa semisonrisa despectiva y con la boca chueca de Krassnoff Martchenko, como buscando un más allá en nuestras actitudes. Lo peor es que iba dándome cuenta de que yo parecía cada día más uno de esos perros callejeros que aunque los pateen, agradecen una caricia. Mientras más nos protegía el mayor Wenderoth, más a menudo yo era espontánea con él. Sentía que estaba deponiendo mis defensas. Rolf no pedía nada a cambio -todavía-, ni siquiera un dibujo. La sensación de que estaba amansándome era permanente. Sabía ya muy bien que frente al grito y la agresión yo era explosiva. Pero así me era imposible mantener una actitud lejana o de enfrentamiento. Era tan grande la necesidad de mantener un contacto que me hiciera sentir persona. Ni siquiera buscaba caricias o apoyo. Me bastaba un intercambio de palabras sin violencia... Estaba permanentemente inquieta. Me decía a mí misma "ya pasará la cuenta el mayor".Un día dijo: -Luz, estaré poco más dé un mes fuera del país. He pensado que no es bueno que permanezca todo el día en la casita. Creo que le hace bien salir, aunque sólo sea a mi oficina. Yo dejaré todo reglamentado. Hasta los más mínimos detalles. Quiero que me ayude en eso. Nadie mejor que ustedes mismas pueden señalar cuáles son sus problemas. En lo que se refiere a la vida del cuartel, en
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lo que esté a mi alcance, me preocuparé que quede todo claro. Y agregó: -Luz, me gustaría que usted tipeara mi memoria para la Academia de Guerra. Así nadie objetará su presencia en la oficina. Sólo si usted quiere. Le dije que yo escribía a máquina, pero nunca había hecho una memoria o un trabajo de ese tipo. Replicó que no importaba, que como saliera estaría bien. -Mayor, si quiere arriesgarse, yo encantada. Dijo que trataría de conseguir una máquina de escribir adecuada. Yo recordé que cuando el teniente Lauriani Maturana me llevó a casa y estuve en mi pieza, me di cuenta que en los allanamientos se habían llevado muchas cosas, pero dejaron ahí la máquina de Ricardo Ruz. Tal vez porque estaba desarmada. Wcndcroth me pidió que escribiera una nota para mis padres indicándoles que entregaran la máquina a los portadores. Mis padres, siempre con la esperanza de que me llevaran, o alguien fuera de mi parte, tenían un paquete para mí. Recibí además de la máquina una caja con provisiones y unas hermosas botas largas que mamá sabía que me gustan mucho. Lloré, su situación económica era mala, y así y todo se preocupaban de mandarme cosas. Las botas me parecieron hermosas. Seguro eran muy caras. Sentí que eran un lujo, lo que me hizo sentir peor. Mi coraza de defensas tenía múltiples fisuras por las que se escapaban a raudales las lágrimas. Me descontrolé y despacito, como acudiendo a una salida catárquica comencé a decir: -¡Cresta, puta vida! Hacía mucho que no lloraba. Cuando reaccioné, vi al mayor sentado frente a mí. No quedaba nadie en la oficina, caía la tarde y el mundo me parecía de mierda. Miré la máquina, sería parte de la burla macabra de la vida. Su dueño, Ricardo Ruz Zañartu, si es que vivía aún, seguro seguía en el AGA. Tal vez en el exilio, pensé. Ojalá. Y yo tenía ahora su máquina y haría en ella la memoria del mayor. La arreglaría la BIM de la DINA. Ese berrinche había tenido la virtud de llevarme al vacío, relajada como si no existiese nada. -Mayor, discúlpeme. - N o se preocupe, Luz. ¿Qué puedo hacer? -Nada, mayor, está bien. Ya pasó. Fue un momento. ¿Puedo irme?
-Sí, claro, es tarde, yo la llevo. Ahora, si cree que le haría bien un café o conversar... -Gracias, mayor. ¿Y usted quiere un té de cedrón? Salí al patio. El mayor me había autorizado a circular por los caminos interiores de Terranova. Entre la casita, las oficinas y el baño. Era un triángulo. Enorme espacio comparado con las pequeñas piezas donde permanecí más de un año. Cuando comencé a caminar sola por la Villa me sentí desamparada. Casi dolían los ojos al hundir la mirada en ese horizonte lejano. Desprovista de paredes cercanas, la orfandad parecía mayor. Oscurecía, hacía frío. Fui a buscar la chaqueta de Lumi a la mediagua donde dormíamos y recogí las hojas para el té del mayor. Era como si el aire fresco se hubiese colado por mis narices; y sentí frío, una mezcla de miedo y vacío. Tomé el café y el mayor me preguntó si pensaba que me haría bien ver a mis padres y a mi hijo. Dijo que a la vuelta de su viaje se ocuparía de ello. Recordé a mi hermano. No lo veía desde septiembre en Ollagüe. El resto del tiempo estuve callada. Rolf Wenderoth siempre respetó mis silencios. El es el tipo de persona con quien no podía pelear. No porque no lo haya intentado, sino porque él no se molestaba conmigo. Esperaba a que me sintiera ridicula despotricando sola y no me quedara sino calmarme. Wenderoth me acompañó a la casita. No era necesario, pero siempre lo hacía. Ese día fue un largo e interrumpido caminar. -¿Le agrada caminar, Luz? -Sí, mayor, y debiera hacerlo. La última vez que me vio un médico por el pie, me lo recomendó, pero me duele mucho. -¿Le duele? ¿Por qué no lo dijo?, debe verla un médico. -No tiene remedio, mayor. Sufro de hiperestesia. La esperanza es que pase con el tiempo. Años quizás. -¿Pero habrá un calmante? -Los he probado todos, mayor. Hasta romperme el estómago de tanto tomarlos. -Igual debe verla un médico. Por favor dígame lo que le ocurre. Yo no puedo adivinar. -Soy un atado de achaques, mayor. Pasaría en el médico conmigo. - N o , no es atado de achaques. Lo que es, y no se enoje conmigo, es un atado de mañas. -Lo miré. La luz que por la noche prendían en la torre iluminaba sus canas prematuras -como las mías- y su sonrisa.
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Pensé que nunca antes había mirado sus ojos. No eran bonitos, más bien chicos. Pero había mucha ternura en ellos. Reí sin miedo. -¿Cómo que mañas?, diga una... -Uh... Tardaría mucho tiempo. No se preocupe, se las diré todas. De a una. Podría arañarme si se las digo juntas. Pero en otro momento. Mire cómo tiene los ojos. Hinchados de tanto llorar. Sacó su pañuelo y comenzó a limpiar el rimmel que se había corrido. Al terminar lo dobló y se quedó mirándolo. -Mayor, si quiere yo lo lavo. Tal vez su señora no va a entender que estuvo consolando a una detenida. Y estoy segura no va a creer si le dice que estuvo junto a una locomotora. Sonrió y me lo pasó. -Gracias por pensar en ello. Llegamos a la casita y el mayor se despidió haciéndome una caricia en el pelo. -Tiene bonito su pelo, Luz, le queda bien así. No se lo corte. Todos sabían que de repente agarraba tijeras y me cortaba corto corto. Sentí un impulso. El de siempre, de terminar con esa situación de plano, pero me contuve. Recordé que... cuando caí detenida y fui dándome cuenta de lo que tendría que enfrentar, buscaba las formas de verme lo más fea posible. Luego en Ollagüe, cuando decidí "vender" la imagen de una Luz inconmovible, fría y profesional, comencé a maquillarme. Pero tuve que incorporar otras formas de defensa. Nunca me importó. Estaba entrenada, desde los 22 años, cuando me separé y descubrí a todos esos amigos que se acercaban pretendiendo ser un apoyo moral que, por supuesto -según ellos-, partía en un rápido aterrizaje en la cama. Recordé cómo me indignaba entregar un trabajo o un informe a un sujeto que me miraba con cara de "te estoy empelotando". Entré en la casita. Costaba, al menos a mí me costaba ser mujer. Pensé en mi hijo y me alegré de que fuera hombre. A los pocos días hubo un incidente con el mayor. Mi ánimo decaía, hacía agua por varios costados. Me sentía inquieta, irascible. Depresiva y cansada. Miraba con rabia a Krassnoff Martchenko que andaba por las oficinas exhibiendo su boca chueca, su sonrisa irónica. Cuando él andaba en esa actitud, todos sabían que algo le resultaría pronto. Con María Alicia nos mirábamos e intercambiábamos un cómplice "le fue bien anoche", pero estábamos seguras que lo que traía entre manos seguro tenía que ver con el MIR.
Los allanamientos eran casi cotidianos. Traían a la Villa las cosas y las amontonaban. Un día dejaron en la oficina de Plana Mayor un montón de discos, libros y todo lo necesario para montar un taller de fotografía. Muchos años después, sabría que eran de las casas de los militantes del MIR del Regional Valparaíso, que cayeron en masa a mediados de enero de 1975. Cuando los hombres de Krassnoff se retiraron, me acerqué. Sabía que luego los quemarían. Tomé unos discos, sólo quería verlos, tomarlos... Eran de Peter Ilich Tschaikowsky, recordé mi casa, a mi hijo, me vi en ese pasado perdido... Corriendo, estudiando, soñando utopías... Wenderoth se acercó, me quitó los discos y comenzó a romperlos. Estrellándolos con furia contra los cantos de un escritorio. Le grité que era un bruto, un animal, un absurdo milico ignorante. Una bestia, peor que eso... Me fui corriendo, llegué a la casita. Me tiré sobre la cama y me puse a llorar. Me preguntaba, ¿qué me está pasando? Con todo lo que he vivido y ahora por unos discosSentí un ruido y asustada me senté. Era Rolf, de pie en el vano de la puerta. -¡Luz, por favor, perdóneme! Me desconcerté, yo esperaba que dijera: "Me colmó", "Vayase a la cresta", o algo así. Me sentí incómoda. Quise hablar y no me salió la voz. Estaba afónica. Recordé que durante los interrogatorios muchas veces perdí la voz. Como cada vez que la tensión me supera. Recordé las historias que me había contado el mayor, esas en las cuales siendo teniente había logrado un récord. Era el que mandaba más lejos, de una patada en el traste, a un soldado conscripto que habiendo cometido alguna falta se exponía a las iras de los oficiales. Claro que es un animal, pensé. Igual me sentía pésimo. Volví a la oficina. El personal nos miraba de reojo y reían a espaldas del mayor. Cuando Rolf se fue al comedor, se me acercó uno de los suboficiales y me dijo: -Bien hecho, Lucecita. ¡Si este mayor es muy bruto! Para serle francos tuvimos miedo por usted. Pero cuando vimos que se fue calladito y como con la cola entre las piernas, supimos que iba a buscarla y que no le haría nada. No afloje.
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UN COMPAÑERO: "JOEL" Guardo un recuerdo hermoso de "Joel", de su compañera, de su bebé. Sé que él ha sido cuestionado, como Alejandra, como María Alicia, como yo. Aunque no sirva de mucho, sobre todo porque proviene de mí, yo asumo más que la defensa de "Joel", la responsabilidad de contar por qué pudo ser manipulado por la DINA. Me remitiré a aspectos generales que permiten echar unas luces sobre lo que fue su proceso, porque confío y creo que quien debe alzar la voz es él mismo. Como a la mayoría de los compañeros del MIR que figuran en este relato, conocí a "Joel" en la DINA. Pero antes de verlo a él vi a su joven esposa y a su hija de meses. Ambas fueron llevadas por la DINA a Terranova. Tuvieron en algunas ocasiones a su compañera en la habitación nuestra, siempre vendada. La recuerdo como si fuera hoy, con sus cabellos largos, ondulados y oscuros. Al lado de su silla un bolso, de esos que toda madre compra con amor y esperanza para llevar las cosas del bebé por nacer o recién nacido. Su hija fue dejada con nosotras. Con Alejandra y María Alicia nos turnamos para darle el alimento, mudarla y acunarla. Significó muchas cosas importantes para nosotras poder brindar un poco de amor a ese bebé. Sé que "Joel" depuso la lealtad con su organización sólo después de ser muy torturado y para obtener la libertad de su compañera y su hija. La pequeña nació enferma, tenía por esos años un pronóstico de vida muy breve. No tengo palabras para expresar los que imagino fueron sus sentimientos de entonces. Tampoco yo tuve la opción de apoyarlo, no sé si me habría atrevido. Creo que como estaban las cosas esos días, de existir la posibilidad, ninguno de los dos habríamos confiado en el otro. No era sólo desconfianza, era también una suerte de mutua protección. Demasiado caro habíamos pagado ya los errores del pasa212
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do para volver a cometerlos. Estábamos solos y a merced de la DINA. "Joel" sobrevivió y me alegro por ello. Estuve presente cuando el capitán Ferrer Lima lo llevó a nuestra habitación para que le colocaran un artefacto explosivo a control remoto en los testículos para llevarlo a algún lugar. También a mí me llevaron ese día. "Joel" los había convencido de que a ese lugar llegaría Nelson Gutiérrez, dirigente de la Comisión Política del MIR. Ferrer me preguntó si conocía al "Guti", alias de Nelson Gutiérrez. Le dije que sí, aunque no era cierto. Pero así no podría reconocerlo. Recuerdo que mirando tras la ventana de una casa vi pasearse a "Joel" por una calle. No llegó nadie. Siempre pensé que él los llevó a ese lugar para avisar a alguien del sector que estaba en poder de la DINA. Con posterioridad me tocó estar varias horas con "Joel". Como yo dibujaba y él tenía una extraordinaria habilidad para trazar letras y números, nos juntaron. Mientras yo confeccionaba documentos falsos de Chilectra, de la Compañía de Teléfonos y de la Compañía de Gas para que los agentes de la DINA pudiesen ingresar a su antojo en cualquier domicilio, a "Joel" lo tenían pintando patentes argentinas para colocar a los autos de la DINA.
BILL BEAUSIRE ALONSO Un día, a media mañana, fue Krassnoff a la pieza donde estábamos con las niñas, y me ordenó que le hiciera un lavado de oídos a un detenido. Saqué la jeringa más grande que tenía y la herví, preparé un poco de agua tibia con desinfectante y salí. Junto a la puerta de la pieza pusieron una silla y trajeron a un muchacho que vestía jeans azules y una camisa azul con puntos blancos o algún dibujo muy pequeño. Le dije al guardia que era imprescindible correr al menos el mugroso trapo que cubría sus ojos para liberar sus oídos. Con todo el cuidado que pude comencé a echarle el agua. Le pregunté quién era. Recuerdo con mucha nitidez que dijo "Bill Beausire Alonso". Le señalé que pese a que no nos conocíamos, sabía que él era hermano de Mary Ann, que yo tenía en mi poder un canasto de mimbre que había pertenecido a ella, que lo habían robado en algún allanamiento y me lo habían regalado. Le conté que era muy bonito y que contenía 213
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cosméticos y pestañas postizas. El me confirmó que era de su hermana. Cuando le comenté que había muchos cosméticos que no conocía, él me explicó que su hermana había sido bailarina de ballet, razón por la cual de seguro tendría maquillajes poco corrientes. Le dije que sabía que habían allanado algún lugar donde ella y su compañero Andrés Pascal Allende debieron haber estado, pero que no los habían encontrado. Le hice lavados de oídos hasta que la guardia estimó que era suficiente. Le pregunté a Bill el por qué de los lavados, él dijo que no sabía si le hacían bien o mal, que esa mañana había ido alguien que dijo ser médico y que los prescribió. Le dolía mucho el oído derecho, porque había sido muy golpeado. Yo le comenté a Bill que había visto unas fotos de él donde aparecía extremadamente gordo y que jamás lo habría reconocido como estaba. Dijo que el rigor de los presidios le había hecho recuperar la línea. Le pregunté si no le causaba más dolor el que le colocara agua, dijo que no, que al estar tibia, le aliviaba, y como pude sacarle bastante cera acumulada dijo que escuchaba mejor. Cuando el guardia me hizo volver a la pieza, diciendo que el asunto no era para conversar, Bill me agradeció con una sonrisa... No lo vi nunca más, a la fecha se encuentra desaparecido.
HUGO MARTÍNEZ, ALIAS EL 'TAÑO" A comienzos de enero de 1975 llegó detenido al cuartel Terranova de la DINA, Hugo Ramón Martínez González. Yo recuerdo que como de costumbre ese día estaba sentada enfrente de Wenderoth cuando entró Krassnoff a la oficina y le mencionó al mayor que el nuevo detenido pertenecía a Fuerza Central y al Comité Central del MIR. No dijo nada más, incluso es probable que haya mencionado su nombre, que por esos días no me decía nada pues yo sólo lo conocía como el "Taño". Sabía muy pocas cosas de él. Pero sí recordaba que alguna vez Ricardo Ruz me dijo que pertenecía a Fuerza Central y que además tenía parientes en las Fuerzas Armadas. Yo escuchaba simulando revisar lo que Wenderoth me había estado dictando, pero cuando Krassnoff señaló que el detenido tenía parientes uniformados, puse atención, ya eran dos las coincidencias. Conté las horas hasta que los comandantes de las agrupaciones mandaron los informes de detenidos con los cuales Wenderoth confeccionaba el documento destinado 214
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a Manuel Contreras Sepúlveda. Necesitaba ver el casillero donde escribían el alias. Quedé petrificada cuando vi que decía el "Taño". Era mi amigo. Estimé que sería demasiada coincidencia que en Fuerza Central hubiese dos "Taño". Correría el riesgo. Le pedí a Rolf Wenderoth que por favor me dejara verlo. Krassnoff había mencionado que estaba herido, y yo le pedí a Rolf que me dejara ponerle antibióticos, ya que además el teniente había dicho que no pensaban llamar al médico. Wenderoth Pozo se negó pero le rogué tanto que me autorizó. Fui acompañada de un guardia a las cajoneras. En la primera estaba el "Taño", encogido. A pesar de lo reducido del lugar, me metí dentro, me puse a su lado y le dije que había conseguido autorización para colocarle una penicilina. El sonrió en cuanto me vio. Me reconoció de inmediato. Su mano derecha estaba atravesada de lado a lado por un balazo. La herida parecía invadida por algún tipo de musgo verde. Sentí muchísima pena; mientras a su lado preparaba la penicilina, le mostré un frasco adicional y le expliqué que era anestesia, le dije que eso le aliviaría el dolor. Cuando le puse la inyección, le pregunté si me odiaba mucho por estar colaborando. Como pudo, estiró su brazo con la mano herida y haciéndome un gesto para que me acercara, me abrazó muy fuerte. Lloré con mi cabeza apoyada en su pecho. Con su mano buena comenzó a acariciarme el cabello y me apretó muy fuerte, mientras me decía: "Eres un ángel, sé que se aliviará el dolor. Pero también sé que moriré". Yo me incorporé y le dije que no. Que iría cada día a ponerle antibiótico con anestesia, traté de mostrarle mi pie, le conté que por mucho tiempo había podido ver de un lado para otro por el orificio y que aunque con dolores, ahí estaba, viva y caminandoPero yo sabía que nunca tuve una infección tan grave. Sin embargo, quería pensar que él viviría, yo trataría de ir por lo menos cada doce horas y le inyectaría penicilina. Cuando el guardia me obligó a salir, el "Taño" me abrazó de nuevo. Le agradecí a Wenderoth que me hubiera permitido ir, le dije que necesitaba penicilinas cada ocho horas. Dijo que cada doce estaría bien. Al día siguiente por la mañana, a las ocho en punto, salí de la habitación, todavía me llevaban los guardias hacia la oficina de Rolf. Llevaba en mis manos la caja con la jeringa, penicilina y el tubo de anestesia escondido en un bolsillo. Junto a los árboles del jardín cercano a la casa patronal, vi que mi perro se acercaba a saludarme y que 215
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jugaba con algo que cogió de entre las matas. Quedé petrificada, era una de las sandalias del "Taño". Sabía que era de él, las había visto el día antes, no era un calzado corriente. Fui casi corriendo a la oficina y le señalé a Wenderoth que iba a colocar el antibiótico al detenido. El se opuso diciendo que ya iría el médico. Seguí rogándole, se negó hasta enfadarse. Pasadas unas horas, y en cuanto confeccionó el listado de detenidos, comencé a buscar en él. Ese día no figuraba mi amigo, lo habían sacado por la noche. Nunca se me olvidó que ese día era 13 de enero de 1975. Durante mucho tiempo tuve la esperanza que, como a mí, lo hubieran llevado a una clínica o al hospital. Cuando declaré ante la Comisión Nacional "Verdad y Reconciliación" supe que la única deferencia que tuvo la DINA con sus parientes, oficiales de las Fuerzas Armadas, fue tirar su cuerpo en alguna población de Santiago y que en la crónica roja apareció su muerte como un ajuste de cuentas entre delincuentes. No fue así. Yo lo vi detenido y herido a cargo de Miguel Krassnoff Martchenko en las cajoneras de la DINA y en el informe que elaboró el Instituto Médico Legal quedó constancia de que Hugo Martínez murió a consecuencia de dos impactos en la región torácica, distintos del que tenía en su mano mientras estuvo detenido en Villa Grimaldi. O sea, mi amigo fue ejecutado. •
LOS OCHO DE VALPARAÍSO En enero del año 1975 en Santiago fue detenida la compañera de uno de los dirigentes del Regional Valparaíso del MIR. Una joven que con anterioridad había logrado eludir la represión en otro regional del MIR en el sur. Fue así como la Unidad Caupolicán logró obtener el domicilio donde residía el encargado del Regional de Valparaíso. El recién ascendido a comandante -teniente coronel- Moren Brito, en compañía del teniente Lauriani Maturana y la agrupación Vampiro viajaron a esa ciudad con amplias atribuciones para desmantelar la estructura del MIR en la zona. Los efectivos de la DINA detuvieron a la casi totalidad de los militantes del MIR vinculados a esa estructura. Cuando la casa de Agua Santa donde vivían los dirigentes del MIR fue allanada, obtuvieron la lista con los puntos por hacer con los militantes e instalaron una "ratonera" en el lugar. En una de esas ocasiones Fabián Ibarra, 216
quien respondió un llamado desde Santiago de Lautaro Videla Moya, fue obligado a intentar que Lautaro viajara a esa. Afortunadamente, Lautaro se dio cuenta que era una trampa y no acudió. Moren Brito y el teniente Lauriani Maturana condujeron a los detenidos al Regimiento Maipo y luego de algunas diferencias con el comandante del citado recinto militar y el capitán Heyder, el 28 de enero de 1975, procedieron a trasladar a Santiago a una veintena de detenidos, ocho de los cuales desaparecieron. Ellos son: Sonia del Tránsito Ríos Pacheco, detenida el 17 de enero en Viña del Mar junto a su pareja Fabián Enrique Ibarra Córdoba. Carlos Ramón Rioseco Espinoza y Alfredo Gabriel García Vega, ambos detenidos en Viña del Mar el 18 de enero. Horacio Neftalí Carabantes Olivares, detenido el 21 de enero. María Isabel Gutiérrez Martínez, detenida el 24 de enero en Quilpué. Abel Alfredo Vilches Figueroa, detenido el 25 de enero en Viña del Mar y Elias Ricardo Villar Quijón, detenido el 27 de enero. Los familiares se movilizaron intentando dar con su paradero. En principio estas detenciones fueron negadas por la DINA, pero frente a la enorme evidencia presentada a los tribunales, el propio director de la DINA tuvo que responder a la Corte de Apelaciones de Santiago, en julio de 1977, reconociendo que la DINA había efectuado el operativo en las fechas que se mencionan, pero agregando que la totalidad de los militantes fueron puestos de inmediato en libertad, con excepción de Horacio Carabantes, quien habría solicitado ser puesto en libertad en Santiago. Lo que no dice el informe de la Comisión "Verdad y Reconciliación" (por cuanto éste estaba impedido de mencionar nombres de agentes, es que quien le redactaba al director de la DINA estas respuestas sobre detenidos era Rolf Wenderoth Pozo. Es probable que en esta ocasión la DINA se viera forzada a reconocer que había realizado este operativo, ya que el mismo comandante del Regimiento Maipo lo estableció así en un oficio respuesta a los tribunales donde deslinda responsabilidades propias y del personal de su Regimiento, planteando que el operativo fue conducido por la DINA. Que la participación del Regimiento se remitió exclusivamente a prestar apoyo logístico. Cuando ya se encontraban los detenidos en Santiago se me grabó otro nombre, pues tuve que sacarlo del organigrama. Supe que había llegado detenido Erick Zott. Muy pronto escucharía nuevamente su nombre, a comienzos de febrero, pues Ferrer Lima lo mencionó de217
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lante de mí como uno de los detenidos que conducirían a Colonia Dignidad. En esa época, nunca supe si Zott volvió o no de Colonia. Por eso y pensando que tal vez estaba desaparecido es que me preocupé de mencionarlo a la Comisión Nacional "Verdad y Reconciliación". . CAE LAUTARO VIDELA Nunca alterné con Lautaro en Terranova, hoy conozco más de su vida, sus incontables anécdotas, las cosas tristes. Ya no es un muchacho, pero lo sigue pareciendo. Pese a todo lo que ha vivido fluye de él una gran alegría. Eterno defensor de los más débiles, se ha ganado mi respeto, mi cariño y no sólo por ser el hermano de Lumi. Lautaro ha logrado rehacer su vida, su compañera es una gran mujer y su hija una muchacha lindísima. Recuerdo que cuando cayó Lautaro, lo supimos todos los detenidos. Fue un acontecimiento para la DINA: el detenido "más importante de la época", según expresaron los oficiales Krassnoff y Lawrence. Lautaro Videla era miembro de la Comisión Política del MIR y encargado de Organización. Su apodo "el Chico Santiago", circulaba en boca de guardias, agentes y detenidos. Con su historia es un milagro que haya sobrevivido a la DINA. C u a n d o Lautaro cayó, cada vez que no estaba siendo "emparrillado" o golpeado lo llevaban a las "cajoneras". Sabíamos que primero habían detenido a su esposa. A ella la vi sólo una vez. El guardia que me conducía a la oficina de Rolf Wenderoth me dijo quién era. La llevaban caminando muy despacio por entre los senderos del patio de la Villa. Avanzaba con dificultad, se tocaba el vientre e iba apoyada completamente por el guardia que la guiaba. Adiviné que iba muy mal. Me causó mucho dolor verla, se notaba que había sido muy torturada. No la vi más, a Lautaro sí. Yo lo conocía desde hacía varios años, él no se acordaba de ese hecho y era obvio que así fuera porque dudo que haya reparado en mi presencia. Fue en tiempos del gobierno del presidente Frei, en una "toma" de terrenos que el MIR realizó en Cerrillos -Campamento 26 de Julio-, situado al lado de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Chile. Yo tenía unos amigos del MIR que participaron en ese hecho y que me pidieron que fuera a pintar unos letreros. 218
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Estando ahí, en la carpa, llegaron dos connotados dirigentes del MIR de esa época que se encontraban clandestinos, Lautaro y María Alicia. El tiempo nos juntaría a los tres, en la DINA, en diversas circunstancias. Yo sabía cuando Lautaro estaba en Terranova porque lo veía aparecer en el listado de detenidos. Sabía cosas generales, como dónde lo tenían, o que no quiso colaborar en la conferencia de prensa, ésa en la cual participaron cuatro dirigentes del MIR. Una vez vi a Lautaro apoyado en una ventana. Cuando me vio me dijo: -Esa chaqueta era de mi hermana... Le respondí que sí, que ella me la había dado. Esa vez sentí el impulso de detenerme un momento y de hablar más con él. No me atreví...
EL SOBRINO DE MARCELO MOREN BRITO Impactante fue para mí conocer a Alan Bruce Catalán. Lo vi saliendo por un pasillo de las oficinas de Caupolicán, en dirección a la ayudantía de la Comandancia de la BIM en Terranova. Verlo al tiempo que escuché unos gritos atroces de Moren Brito fue todo uno. Yo tuve que pegarme a la pared para dejarlos pasar. Moren Brito parecía un energúmeno diciendo: "Ni la propia familia de uno se salva de tener miristas... Pero a éste, sobrino y todo, yo lo mato". Una vez que pasaron, me dirigí en silencio a la oficina de Wenderoth. Le pregunté si de verdad el muchacho era familiar de Moren Brito. Wenderoth dijo que sí. Que efectivamente tenía algún parentesco con el comandante. No vi más a Alan Bruce, pero Moren Brito anduvo con un genio pésimo durante varios días. Alan se encuentra desaparecido.
LA CONFERENCIA DE PRENSA En el verano del 75 nos ordenaron que sintonizáramos la televisión y con gran atención escuchamos lo que dijeron los compañeros del MIR. Nosotras sabíamos que se estaba preparando esa conferencia de prensa. En muchas ocasiones Krassnoff Martchenko, Espinoza Bravo o Ferrer Lima comentaron que estaban preparando ese programa. María Alicia, Alejandra y yo escuchamos en silencio, sabiendo 219
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que los compañeros no tuvieron alternativas. Hace muy poco me enteré que nosotras sólo vimos una parte. No escuchamos ni vimos la lista que después se leyó sobre compañeros que estaban detenidos en Terranova y que fueron dados por muertos en enfrentamientos o asilados. No lo comentamos entre las tres. Conociendo a algunos compañeros de la Dirección del MIR de esa época, asumí que "Marco Antonio", "Lucas", "Nicolás" y "Cristian" estaban en una situación delicada. No lograba sino solidarizar con ellos, los vi muy pocas veces, y siempre en presencia de Krassnoff o algún otro oficial. A ninguno de ellos los conocí antes de Terranova. La primera vez que los vi, fue cuando me llevaron a su habitación para inyectarle antibióticos a Cristian Mallol que estaba con una herida de bala. Con cierta frecuencia los veía pasar cuando eran llevados vendados a las oficinas de la casa patronal, cuando nos permitían tener la puerta abierta. Y en una oportunidad en que Krassnoff Martchenko los llevó a todos a la pieza nuestra, según él para que confraternizáramos. Fue una situación extraña, no hablamos mucho, ni siquiera recuerdo qué se dijo. Marco Antonio me dirigió un par de veces la palabra, me pareció que estaba tratando de ser amable.
Sabía también que la tenían en la Torre de Villa Grimaldi, sin embargo los detalles que rodearon su detención y presidio sólo los conocí el año 91, cuando viví en Europa.
LA CASITA JUNTO A LA TORRE Poco después de eso -había pasado casi un año de mi detención- nos cambiaron a la mediagua que armaron para nosotras. Tal vez como una forma de transformar lo feo de nuestra cotidianeidad en algo más digerible, yo me acostumbré a llamar a ese lugar "la casita". En rigor era una mediagua de madera con muchas rendijas por donde se colaban el aire y el frío en invierno. Pero sólo estar lejos del lugar donde emparrillaban a los compañeros nos dio cierta paz. Sabíamos que todo eso seguía ocurriendo, pero el dejar de sentir los aullidos de los torturados fue casi liberador. Un tormento menos. Aunque estábamos justo al lado de la torre donde al menos yo fui colgada, era mejor. En ese período fue detenida la periodista y miembro del Comité Central del MIR, la señora Gladys Díaz. No recuerdo haber conversado con ella en esa época. Rolf Wenderoth me comentó que había muchas gestiones internacionales que reclamaban la libertad de la señora Díaz, especialmente de Alemania. Que estaban obligados a dejarla libre en algún momento. 220
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EL VIAJE DEL MAYOR WENDEROTH El mayor se fue de viaje con su curso de la Academia de Guerra y a pesar de que, como prometió, dejó todo reglamentado, de nuevo comenzaron a molestarnos. Algunos guardias, sobre todo cuando los oficiales se retiraban, se entretenían lanzando piedras contra la mediagua. No podíamos dormir y sentíamos mucho miedo. Yo creo que es justo subrayar que no sólo nos agredían porque algunos oficiales nos protegían. Había guardias que lo hacían porque seguíamos siendo para ellos tres marxistas. Nos decían "las miristas". Había otros -no pocos- que solidarizaban con los detenidos. Yo no sé si María Alicia o Alejandra se percataron de ese hecho. Pero era así. Yo pude saberlo por un comentario de Rolf Wcnderoth, que en una ocasión alabó la conducta de María Alicia porque había denunciado a personal de turno que estaba dándole comida extra a unos detenidos. Esos guardias que fueron amonestados, obviamente nos reprimían a las tres. Las noches y los fines de semana volvieron a ser eternos. Sin saber qué nos aguardaba en las siguientes horas. Todo dependía de quienes estuviesen de turno. Volví a tener mucho miedo, me di cuenta que la sola presencia del mayor Wcnderoth hacía que disminuyeran los problemas. Me esforzaba tipeando su memoria, tratando de que las horas corrieran sin pensar en los minutos siguientes. Comencé a sentir un cansancio enorme, igual que cuando estaba en Ollagüe. Trataba de calmarme. El médico que unas semanas antes había hecho venir Wenderoth dijo que para el dolor del pie, lo único que tenía y podía dejarme era Valium 20, inyectable. Les pedí a Rolf y a las chicas que aprendieran a poner las inyecciones. No quisieron. El único que se atrevió fue el teniente Lauriani Maturana. Le indiqué cómo hacerlo y cuando no daba más del dolor le pedía que me inyectara. Pronto tuve en los brazos una colección de 222
hinchazones y hematomas. Hasta que a fuerza de practicar conmigo el teniente aprendió a ponerlas. Cuando el dolor se hacía insoportable en la noche, o si el teniente no estaba, me las ponía sola, en los muslos. Me aliviaba el pie, pero no el dolor de cabeza. Un lunes no pude levantarme. Como diez minutos después de las ocho de la mañana, fue un guardia a decirme que Ferrer Lima me mandaba a buscar. Le respondí que me sentía mal. Que no me levantaría. Fue el oficial a la casita. Me preguntó qué sucedía. Le dije que me sentía mal, pero que todas esas molestias me parecían nada. Que lo peor era que sentía que no podía más. Que la situación tenía que variar de alguna forma. Necesito salir de aquí, "Max", le dije. Estoy enloqueciendo. -Luz, Luz... Yo conozco una Luz fuerte y valiente. Haga un esfuerzo. -No puedo, capitán. No puedo -le dije absolutamente convencida que nunca había estado así. -Está bien, descanse. Mañana se sentirá mejor. A la mañana siguiente ni siquiera desperté. Recuerdo que el capitán volvió con un médico. El diagnóstico fue neumonitis y surmenage. Cinco meses antes había sido una inflamación a la pleura. Esos días están borrados. Recuerdo que "Max" iba a verme. No puedo precisar más. Sólo sé que a veces despertaba y lo veía sentado, preguntaba cómo me sentía y me daba ánimo. Yo hablaba, no tengo muy claro qué. No sé si me hicieron dormir con calmantes. Recuerdo entre brumas haberle dicho al mayor Ferrer Lima que no era necesario que me matara la DINA. Que moriría del pulmón, que los guardias tenían razón. Que a lo mejor antes de eso enloquecería. El sólo dijo: -Es un mal momento, Luz. Sólo eso. Y como todos, pasará... Cuando no estaba durmiendo me sentía como flotando. No podría ni siquiera precisar el tiempo que estuve así. Una mañana muy temprano, abrí los ojos. Me pareció que volvía de alguna parte. Me sentía mejor y me duché. Habían conectado el agua. Sabía que era temerario, a veces al abrir la canilla salía una especie de granizo, la gota qué quedaba suspendida en la challa de la ducha se congelaba. Pero no me importaba, me metía al chorro helado, sabía que después vendría la reacción y quedaría toda roja y sin frío. Recomencé a tipear la memoria; sin embargo, no alcancé a terminarla antes que Wenderoth Pozo volviera. La terminó de hacer una de las personas de Plana Mayor. La rutina se reanudó y Rolf comenzó 223
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a llevarme al Hospital Militar. Comencé a reponerme, me hicieron a petición suya un chequeo bastante completo. Buscando la causa de los dolores de cabeza, que continuaron a pesar que estaba repuesta de la neumonitis, me recetaron lentes y detectaron lo que el doctor dijo era una diabetes funcional. Lo del pie era definitivo, debía esperar que el tiempo me aliviara. Seguí inyectándome calmantes a diario para poder soportar el dolor que me causaba cualquier tipo de calzado. Aprendí a caminar sin cojear. Pero sólo por trechos pequeños.
Muy temprano, el 4 de marzo de 1975, llegó Osvaldo Romo Mena a buscarme. Me sacaron de prisa diciéndome que había que ir a buscar a una persona que salía antes de las ocho de la mañana de su casa. Junto a Basclay Zapata Reyes, me dijeron que había que ir a buscar a
Alfredo Rojas. El ex director de Ferrocarriles. Les dije que no sabía donde vivía. Osvaldo Romo me dijo no importa, nosotros sabemos. Yo no podía imaginar que Alfredo siguiera viviendo en su misma casa de siempre, con su madre y según supe después, con su hijo. Me llevaron para que lo reconociera. No fue necesario. Todo fue demasiado simple para el equipo de Krassnoff Martchenko. Ambos agentes se bajaron armados de la camioneta y me llevaron con ellos. Osvaldo Romo tocó a la puerta, abrió una señora que dijo ser la madre de Alfredo. Más aún, nos hizo pasar, ofreció asiento y llamó a su hip. Alfredo bajó corriendo y preguntó qué ocurría. Me saludó con naturalidad y accedió a acompañar a Osvaldo Romo. Se fue en su auto, un Yagan que permaneció en el cuartel Terranova como un vehículo más de la DINA, asignado a alguna de las agrupaciones. Sé que en el trayecto el vehículo fue manejado por algún otro agente de la DINA que iba en la parte de atrás de la camioneta. Una vez en Terranova, me llevaron a la oficina de Wenderoth Pozo. El se molestó porque me habían sacado sin pedirle autorización. A raíz de eso me permití pedirle que por favor me dejara ver a Alfredo. Como de costumbre partió negándose y preguntándome para qué. Yo le insistía en que lo había conocido y quería saber cómo estaba. Al final accedió. El mismo me llevó hasta el baño del sector de detenidos. Cuando el guardia abrió, entré. No pude estar sola con él. Estaba sin sus lentes, vendado, sentado en el suelo y con la espalda apoyada contra la pared. Se veía abatido y supe que aún no lo torturaban. Wenderoth intentó utilizar mi presencia dándole un sermón para que colaborara. Frente a eso Alfredo volvió a bajar la cabeza y sólo agregó: -No tengo contacto con nadie del partido. Todos saben que fui detenido por la DINA el año pasado. Yo no sabía que ya había sido detenido y le pregunté en qué fecha. No alcanzó a contestarme, pues Wenderoth me sacó inmediatamente del lugar. A pesar de que varias veces le pregunté a Rolf por Alfredo, nunca pude averiguar nada. Años después pude explicarme lo que había sucedido con él. Viviendo en Europa tuve la oportunidad de conocer el testimonio de otro compañero que sobrevivió. Efectivamente, Alfredo había sido detenido en alguna fecha del año 1974 y conducido al cuartel Ollagüe. Aparentemente logró convencer a la DINA de que colaboraría y lo dejaron en libertad con la "tarea" de ubicar y entregar a algunos compañeros del Partido Socialista. Alfredo
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LA MUERTE DEL GENERAL BONILLA Tengo grabado el día 3 de marzo. En la tarde y cuando ya se sabía por las radios y la televisión que había muerto el general Bonilla, Wenderoth Pozo me lo contó. No fue explícito totalmente. Pero sugirió que el oficial se había transformado en un problema para la DINA y que él sospechaba que el accidente había sido provocado. No sé si lo hizo porque tenía muy claro que la DINA no acepta "piedras en el zapato", si era una simple sospecha suya, o si tenía evidencias de ello. Yo temí que fuese una celada para medir cuánto me interesaba en saber, o no, cosas de la DINA. Me limité a escuchar sin hacer ninguna pregunta. Sabía que esa actitud, muchas veces me hizo ser objeto de dudas de parte de los oficiales. Más que si hubiera preguntado. El mayor Wenderoth sólo agregó que el general tenía demasiados contactos con militantes de la Democracia Cristiana que no estaban tan de acuerdo con el Gobierno Militar como sería deseable. Independiente de lo que haya sido, no fue algo que sólo dijo Wenderoth. Incluso el personal acuñó una frase macabra: cuando alguien hacía algo que podría ameritar una sanción de parte de los superiores, los guardias y agentes de Terranova decían: "Te van a mandar a dejar en helicóptero".
DETENCIÓN DE ALFREDO ROJAS
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no entregó a nadie, es más, en algún momento se encontró con algunos de los compañeros que la DINA le encargó buscar y les avisó que se fueran, que la DINA los estaba buscando. Uno de estos compañeros, cuando cayó detenido y la DINA le preguntó si sabía que estaba siendo buscado, él sin medir las consecuencias, dijo que sí. Que un compañero le había avisado y mencionó su conversación con Alfredo. Según supe, Alfredo y este compañero tuvieron oportunidad de encontrarse en la torre de Terranova y el compañero le pidió perdón. Son los últimos testimonios sobre Alfredo, ya que a la fecha se encuentra desaparecido. Hay testimonios posteriores al mío del paso de Alfredo por Terranova. Son de la señora Gladys Díaz Armijo y el contenido es desgarrador. La señora Gladys los ha publicado en el cumplimiento de su misión profesional, ella es periodista, y también como parte de su consecuencia personal con la Defensa de los Derechos de las Personas y en contra de la Impunidad. Ex profeso, no he escrito el segundo apellido de Alfredo. Cuando fui su secretaria, en múltiples ocasiones me dijo que le gustaba que en su pie de firma, en los documentos, sólo pusiera Alfredo Rojas; por eso, respeto una vez más su deseo.
mó, y según él mismo dijo, trabajaría el Partido Socialista. En esa época, el mayor Wenderoth estaba por salir de viaje y no sé si no hizo nada o no pudo hacer nada, el asunto es que Germán Barriga me llevó varias veces a sus oficinas. Me pedía nombres de compañeros del Comité Central y de la Comisión Política del Partido Socialista. Yo insistí muchas veces en que la única persona que yo había conocido ya había sido buscada infructuosamente por otro equipo. Les volvía a contar el cuento de las Torres de Tajamar. Cuando creí que por fin dejaría de llamarme ese capitán, me mostró a la señora Fidelia Herrera, alias "Delia", y supe que se había dado el trabajo de solicitar las listas de propietarios e inquilinos en todas las torres y que por el Gabinete de Identificación había obtenido los datos de ella y su marido. Yo sólo podía reconocerla, no sabía en qué trabajaba ni nada. Germán Barriga me hizo presenciar algunos interrogatorios. Por ejemplo, un día en que ella estaba sentada en una silla en el pasillo de acceso frente a la puerta de la Comandancia, Barriga comenzó a pellizcar muy fuerte sus pechos. Otro día me hicieron pararme junto a ella en una calle, en una esquina. No llegó nadie. No supe si el punto era falso o nos vieron juntas desde lejos. En esa ocasión no hablé mucho, porque en mi cartera habían puesto una grabadora. Cuando estuvimos sentadas en la camioneta, había un guardia en el asiento del conductor, de manera que sólo podía hablar "oficialmente" con ella. Me preguntó por qué estaba colaborando y le conté lo que me había ocurrido poco antes con mi hijo. Ese hecho no justificaba mi colaboración, pero algo tenía que decirle. Con la señora "Delia", Barriga Muñoz fue muy perverso. Hicieron sufrir muchísimo a su marido, que era de edad avanzada. Por respeto a él no entrego más detalles.
LA SEÑORA DELIA Durante el período que yo estuve en Ollagüe, cuando el capitán Torré decidió que también tendría un equipo operativo, como una manera de eludir entregarla le dije que la señora "Delia" -miembro del Comité Central del Partido Socialista- vivía en las Torres de Tajamar. Si era sorprendida en la mentira tenía el recurso de que podría decir que había equivocado el nombre de los edificios, porque en realidad ella vivía en la Torre 10 de la Remodelación San Borja. Durante varios días con gente del equipo de Torré Sáez subimos y bajamos los pisos de las Torres de Tajamar. Yo me consolaba diciéndome, o me muero con este esfuerzo o asimilo el trabajo muscular y me hago más fuerte. Yo les había dicho que no sabía ni en qué torre ni en qué departamento vivía, entonces me hacían subir y bajar por si la encontrábamos. Como los agentes tenían que ir conmigo y se cansaban pronto, estimaron que de seguro ésa era un pista errada. Sin embargo, cuando llegó Germán Jorge Barriga Muñoz a la DINA, de inmediato me 11a226
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ARIEL MANCILLA Durante esos días en que Wenderoth no estaba, y yo iba a su oficina a tipear la memoria, vi sobre el escritorio el informe de detenidos. Aunque el mayor era subrogado por un oficial, Eugenio Fieldhouse Chávez, quien tenía su escritorio en el otro costado de la oficina, junto a la puerta, el escribiente seguía colocando el documento para la firma en el mismo lugar, en el escritorio de Wenderoth Pozo. Recuerdo que figuraba un compañero del Partido Socialista a quien nunca conocí ni vi, pero no se me olvidó su nombre. Al pasar y ver su apellido me 227
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pareció que estaba mal escrito. Le dije al dactilógrafo que Mancilla se escribía con "s". El suboficial tomó el documento y salió, de seguro a averiguar con el equipo de quien dependía el prisionero. Cuando volvió a la oficina, me dijo: -Lucecita, hay Mansilla con "s" y Mancilla con "c". Este bandido es con "c". Nunca olvidé su nombre: Ariel Adolfo Mancilla Ramírez. Lamentablemente sobre él no puedo aportar nada más, salvo que en aquella época el Partido Socialista era "trabajado" por un equipo de la Unidad Purén, del cual estaba encargado el oficial Germán Jorge Barriga Muñoz, alias don "Jaime", y en honor a la memoria del compañero, es justo decir que si Ariel hubiese reconocido su cargo y colaborado con la DINA podría haber hecho tanto daño al Partido Socialista como lo hizo Estay Reyno al Partido Comunista.
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bien", que yo traducía como "a su pinta", y nos entregó a cada una un regalo. A Alejandra y a mí una pequeña callampa de madera pintada, que imagino era para la buena suerte, y a María Alicia una miniatura de plata con una cadena. Espinoza nos dijo que si deseábamos escribirle le entregáramos las cartas al mayor Wenderoth, que él sabría enviarlas por valija diplomática. Yo le escribí un par de veces y él me contestó. Todas sus cartas estaban llenas de recomendaciones similares a las de sus sermones. Sólo pude confirmar que los sobres eran brasileros, pero eso no prueba nada, me dije, y no le escribí más.
VIAJE DE PEDRO ESPINOZA A comienzos de 1975, se fue de la BIM y de Chile el comandante Pedro Espinoza Bravo. Fue nominado como agregado militar en Brasil. Antes de abandonar el cuartel estuvo en "la casita". Fue un día domingo al mediodía, almorzó con nosotras tres. El rancho del cuartel, pero mejorado, ya que él y el capitán Manuel Abraham Vásquez Chahuán se ocuparon de llevar algunas cosas. Aunque nunca me cayó bien, debo confesar que sentí su partida. No estando Wenderoth Pozo, el comandante al preocuparse personalmente por María Alicia, ejercía una suerte de freno para la guardia y agentes que por su cuenta nos reprimían. Ese día me enteré por el comandante que no llegaría otro oficial a la BIM, que la Comandancia de esa estructura de la DINA la asumiría Moren Brito, quien había ascendido a teniente coronel. Me dije: "Más vale diablo conocido". Tenía temor que llegara un nuevo comandante que empeorara la situación, sin embargo me dio un escalofrío imaginar cómo sería ese cuartel al mando de Moren Brito. Espinoza Bravo se preocupaba de mantener un mínimo de orden y después de todo, más que cautelar, sancionaba algunos hechos, como lo ocurrido durante el Año Nuevo. Y esas medidas de alguna manera mantenían al personal dentro de un marco que aunque mínimo era mejor que nada.
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Por supuesto que Espinoza Bravo nos reiteró cuál era su idea sobre nuestro futuro en el sentido de transformarnos en "mujeres de 228
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Para mi cumpleaños, el mayor Wendcroth me regaló una cigarrera de cuero. A la. hora de almuerzo estaba sola y pasaron por mi lado "Julia" y "Marta", dos agentes femeninos de la Unidad Purén. Sabía por la guardia y por las actitudes de ellas que yo les caía mal. Siempre pensé que era una suerte de "celos". Ellas me veían como "amiga" de Lauriani Maturana y de Ferrer Lima, porque ellos conversaban conmigo, y sobre todo el capitán Ferrer Lima, que siempre mantuvo cierta distancia del personal femenino de Terranova. Ambos oficiales eran considerados como muy atractivos por las mujeres de la DINA. Cuando yo pasaba cerca de ellas, decían en voz alta: -La culpa no es de ellos, lo que pasa es que estas putas los engatusan. Refiriéndose a las tres, a María Alicia, Alejandra y a mí. Yo ni siquiera me volvía a mirarlas. Eran muchachas bastante más jóvenes que yo. Asumo que con una inexperiencia de la vida mayor que la mía. Más de una vez Lauriani Maturana se acercó a mí diciéndome: "Quédate conmigo hasta que hayan pasado. Estas mujercitas me tienen enfermo"...Yo le hacía bromas y fue así como me enteré de que él había salido con una de ellas. Y en más de una ocasión al llegar a su departamento en la torre de la Remodelación San Borja, se encontraba con papelitos de ella que le dejaba bajo la puerta. El asunto era bien notorio. Pero ese día, desde mi punto de vista, se extralimitaron. "Julia" se acercó a mí y comenzó a decir en voz alta que la cigarrera que tenía junto a mí era la de ella. La que se le había perdido, que yo no sólo era mirista, sino también ladrona. Decía que informaría, que volvería a mi lugar. Esta vez a una cárcel para delincuentes que era donde siempre debí haber estado. Un guardia que se encontraba cerca miraba la escena con curiosidad y aparentemente sin saber qué actitud tomar.
Yo podía con un solo gesto demostrar que ella estaba mintiendo. Pero sentí más que nunca la fragilidad de mi situación. Bastaba que cualquiera dijera algo y si no podía probar lo contrario, obviamente que no me creerían a mí. Alguien avisó al mayor lo que ocurría y saliendo del casino de oficiales se acercó. El mayor conversó con la chica, quien en un principio sostuvo su versión. Rolf tomó la cigarrera y le dijo: -Señorita, ¿usted fuma Lucky? Ella se desconcertó y contestó que no. Yo me retiré del lugar. No quería presenciar la escena. Menos humillarla. El mayor se fue con ella a la oficina. Todo el personal miraba simulando comer. Volví a la mesa con el café y al poco rato Rolf volvió y se sentó a mi lado. El cabo, que en ese momento estaba a cargo del servicio, se acercó solícito a ofrecer algo al jefe. No era usual que un oficial tomara café en el sector destinado al personal. Me di cuenta de que el simple hecho de compartir un café conmigo era todo un respaldo hacia mí frente a la tropa. Conversamos acerca de lo ocurrido. Dijo que pondría a la funcionaría a disposición del Departamento del Personal, ya que ella estaba -para efectos del pago de su remuneración- asimilada a las Fuerzas Armadas. Le pedí que no fuera drástico, que prácticamente era una niña. Y además no pasó nada, agregué. -No pasó nada, claro que no pasó nada. Pero porque el guardia que estaba ahí te aprecia y otro fue a avisarme al casino. Porque saben que no aceptaré abusos ni contigo ni con nadie. Pero aunque sea como tú dices, el berrinche de una "mujercita típica", aquí, con sus funciones y con las que puede tener en el futuro, no se pueden aceptar. En momentos como esos me parecía que el mayor realmente sentía lo que decía. Nunca pude entender esa suerte de desdoblamiento, ese doble estándar que por un lado impide el abuso y por otro lado da manga ancha para reprimir, agredir, torturar, robar. Aunque si he de ser franca, debo agregar que de tanto en tanto cuestionaban los robos en los allanamientos. Sobre todo si había consecuencias. De repente los afectados tenían conexiones con oficiales de alta graduación y los reclamos llegaban desde las cúpulas. Ahí se tomaban medidas y se aplicaban sanciones. Sé que en este tipo de situaciones hay una suerte de identificación entre la víctima y sus victimarios. Yo no puedo responder sobre las esferas ocultas de mi propia conciencia. Pero un día le pregunté a
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LA CIGARRERA
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Rolf Wenderoth cómo podían soportar el trato a veces denigrante que reciben de sus superiores. El me respondió naturalmente que con la esperanza de que al ir ascendiendo podrán ejercerlo ellos algún día. Lo que me ha costado décadas erradicar es una suerte de presencia ajena que invade, algo que está hecho de pánico, del miedo que gobernó y pauteó mi conducta hasta la obediencia de no recordar, no decir, no hablar. Esa fuga mental de querer vivir al margen, de vivir segura en un mundo donde nada parece suficientemente a resguardo... En aquellos días sólo lograba percibir dentro de mí los síntomas, el escalofrío que recorría mi piel adueñándose de mi boca, enmudeciéndola. Por ello creo que no sólo para mí es importante verbalizar y exponer cuanto ocurrió. Porque así como la represión y la tortura ayer atacaron a la sociedad, hoy nos agrede la impunidad. Esa impunidad que prolonga el amedrentamiento más allá de las dictaduras, la impunidad institucionalizada que es una vasta forma de represión. Después de lo ocurrido con la cigarrera, Rolf reunió al personal de la brigada en el casino y les planteó que no aceptaría ese tipo de actitudes con nadie. Se refirió especialmente a nosotras. Pidiendo un trato cortés, dijo que debíamos ser tratadas de señoritas. Yo estaba incómoda. Sabía que situaciones como esas generaban más problemas. El personal que no nos aceptaba se consideraba "humillado" frente a nosotras y tarde o temprano en ausencia de los oficiales se las cobraban. Rolf nunca escuchó mis ruegos de que no nos pusiera en esa situación. Nunca logré que los oficiales entendieran que en su ausencia ocurrían cosas y que las afectadas éramos nosotras. Ellos parecían creer que su mando y autoridad eran permanentes. Tal vez, según su estructura debía serlo. Pero en la práctica no era así. Años después, a Contreras Sepúlveda le oí expresiones similares. Decía: -¡Tráiganme al que está sentido! ¡De una sola los desientol Luego de unos días, Rolf me dijo que quería hablar conmigo. Que hacía tiempo quería plantearme algunas cosas. Pero no ahí. Quería que pudiéramos hablar tranquilos y sin interrupciones. Que luego me llevaría a casa de mis padres. Temía ese momento. Siempre he sido bien torpe para decir las cosas. Sin desearlo, hago daño. Creía tener claridad respecto de mis sentimientos. No podía acertar a expresarlos sin herir o decir cosas que podían doler. Sabía que no sentía amor por Rolf. Pero había desarrollado una profunda gratitud y afecto. Me sentía bien con él. Se
tomó el tiempo necesario y me fue dando lo que yo necesitaba más en ese instante, cariño y sentirme cuasipersona. Ahora sé que fue calculado así. Nunca he podido evitar el vivir las cosas y al mismo tiempo observar lo que voy viviendo. Cada día me preguntaba ¿será premeditado? Si era así, había dado en el blanco. Cuando él estaba lejos, me sentía indefensa. A merced de todo. Se habían generado lazos. Pese a mi lucha permanente, de alguna manera dependía de él. Era innegable. Hubo épocas en que pude sobrevivir sólo apoyada en su ternura. Me permití muchas cosas, ahora sé qué era lo que me ocurría. En ese mundo de locura y frío que congela el alma, necesitaba acercarme a la única fuente de calor humano, y no hablo de sexo, ni siquiera de caricias. Llegué a sentir un profundo cariño por él. Un cariño mezclado con un progresivo sentimiento de asfixia. Pero ese día, al salir con él, no pude expresar mis dudas. Cedí cuando me dijo: -Lo único que te pido es que me dejes amarte. Me sentí desarmada. El auto enfiló hacia el centro de Santiago. Estacionó y me mostró unas llaves. Dijo que eran de un departamento. Acepté ir. A partir de ese día, y lo he negado de palabra muchas veces, supe que recibir afecto era vital para mí. Sufrí de ahí en adelante enormes contradicciones. Desde sentir felicidad por momentos, a la obsesiva necesidad de terminar esa relación. Paciente, Rolf me acompañó por años. Con cariño fue domesticándome. Premeditado o no, me mantuvo a salvo de muchas contingencias. Me dio la poca estabilidad que tuve en esos años. Mal o bien, y mirada esa relación a través de los años, a pesar de todo fue buena para mí. Sin embargo, siempre estuvo dentro de mí de manera compulsiva la idea de terminar con aquello. Lo intenté muchas veces, de varias formas... Nunca pude. Me sentía doblemente prisionera. De la DINA y del cariño de Rolf. El rompimiento en ese terreno, con él, sólo se produjo cuando el Ejército puso entre nosotros ciento seis kilómetros de distancia y lo destinaron a Tejas Verdes. Ahí todo varió. Primó el afecto, los años de conocernos. A la medida de sus fuerzas y posibilidades siguió protegiéndome, ya no de la DINA, sino de la CNI. A través de esa relación que no puede ser llamada de "pareja" porque era absolutamente dispareja, fui dándome cuenta'que Rolf no era consciente de cuánto de la "cultura institucional" tenía dentro de
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sí mismo. Me di cuenta que también él parecía dividir a las mujeres en dos categorías, las esposas de los oficiales, señoras "serias y respetables" que por cierto han sido investigadas y luego aprobadas ya que reúnen los requisitos que exige la institución, y las "otras mujeres", o sea, todas aquellas que por "n" razones no reúnen los requisitos y son para ellos lo que superficialmente llaman "putas" y por tanto comprables, fáciles de convencer, de usar. Rolf nunca lo expresó así tan brutalmente, pero a través de sus juicios, comentarios y conductas actuaba exactamente igual que todos, igual que la mayoría. No, Rolf Wcnderoth no estaba consciente de sus propias contradicciones. Vivía con un estricto "código moral de exportación" que se podría resumir como un "no importa ser, sino parecer".
ro! Puedo dimensionar cuan poca cosa era y me sentía yo en esos días. Tal vez eso constituyó la base para poder revalorizar cosas como la familia, una pareja "pareja", donde se encuentren dos con todas sus cosas, para compartirlas, apoyarse y construir... En aquellos tiempos cedí a la necesidad -que viví de manera angustiante- de sentirme querida, apoyada y protegida, de creer aunque sólo fuera por momentos, que no estaba sola. Y a esas alturas estaba lo suficientemente grandecita para saber que al aceptar unas caricias lo que viene a continuación es ir a la cama. Esos días, cuando intentaba convencerme que yo estaba mucho mejor de lo que podría haber estado, me decía: hay mujeres que han sido violadas una vez en su vida y quedan marcadas para siempre. Yo he sido reiteradamente violada y humillada. No sólo eso, además torturada y hecha pedazos. Tengo marcas, sí, pero a pesar de haber sido reducida a una condición subhumana, todavía creo que existe el amor. Acaso para mí no, pero estaba segura que existía en algún lugar, y luego pensaba que al margen de esas bestias, el sexo puede ser algo natural y bello. Me lo repetía una y mil veces. Cuando recuerdo esos días, a pesar de la pena que me causa, noto que aunque no se la recomiendo a nadie como escuela, esas experiencias me sirvieron y mucho. Puedo darme cuenta que lo aprendido duramente se instaló muy hondo.
Pese a ser un hombre casado, Rolf justificaba su relación conmigo con varios argumentos. La primera de sus razones es que estaba controlando a alguien que mañana podría ser un peligro para la institución, evitando además que me mataran. Rolf a menudo me señalaba lo distinto de nuestra relación diciendo que si no la regularizaba o legalizaba era por las condiciones externas. ¡Claro! El no podía separarse hasta ser por lo menos coronel. Muchas veces me pidió que lo esperara los diez años que le faltaban para llegar a ese grado, para poder retirarse y casarse conmigo. Me dijo que no quería dejar desprotegida a su esposa, que en cuanto pudiera compraría una casa a nombre de ella, que sus hijas eran demasiado pequeñas. Yo lo miraba, tratando de descubrir cuánto de eso lo creía realmente. Varias veces le dije que no me interesaba casarme. Con el tiempo he llegado a la conclusión de que Rolf creía sus propias excusas. Yo pensaba que él se vendía esas razones, para coexistir consigo mismo en paz. Así asumía su "realidad", sintiéndose víctima de una situación, lo que le permitía eludir la responsabilidad de sus infidelidades. Es probable que su situación personal haya pasado por períodos de crisis, ¡qué pareja no las tiene! Desde su punto de vista la situación era intolerable. Desde el punto de vista de su esposa, no lo sé, no sé cómo ella vivió o vive estas situaciones. En esa época yo solidarizaba con él. Hoy, con bastantes años más, lamento haber intervenido en sus vidas. Esa experiencia con Rolf Wcnderoth me significó acumular vivencias y conocimientos que puedo valorar como positivos. Me explico. La forma que asumió esa relación y que me parecía tan normal en esos días, hoy sería incapaz de sostenerla. Mi vida ha cambiado, ¡cla-
A pesar que él fue detenido por el AGA, Academia de Guerra Aérea, yo conocí a Leonardo Schneider Jordán. Lo vi una sola vez, cuando iba ingresando a la oficina de la Ayudantía de la Comandancia de la BIM en el cuartel Terranova; él venía saliendo de las oficinas de Caupolicán, acompañado de varios guardias. Supe por un suboficial de la Ayudantía que él era "el Barba" y que "se lo habían quitado a la Fuerza Aérea". Tiempo después sabría también lo ocurrido por boca de Wenderoth. Efectivamente la DINA secuestró al muchacho, que había iniciado un proceso de colaboración con el AGA. En aquella época no me enteraba todavía de la rivalidad entre la DINA y el AGA, realimentada por el secuestro de Leonardo.
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LEONARDO SCHNEIDER, ALIAS "EL BARBA"
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para el mayor Wenderoth. Las tres hablábamos a un tiempo. En mi caso, después de más de un año, saber que era libre y no poder salir enseguida fue frustrante. Según nos explicó Contreras Sepúlveda, el departamento lo estaban arreglando, pues unos tenientes que habían vivido antes lo dejaron en muy mal estado. Con la promesa de una libertad que no fue tal, con ingenua esperanza, seguimos viviendo en el cuartel Terranova, no estoy segura si hasta fines de junio o los primeros días de julio de ese año.
FUNCIONARÍA DE LA DINA FUGA DE "MARCOS" La tarde del 7 de mayo del año 1975, Wenderoth me dijo que fuera a la "casita" y que nos arregláramos las tres, que íbamos a salir. No quiso decir nada más. Con María Alicia y Alejandra nos cambiamos de ropa y supongo que nos maquillamos. Con cierto nivel de aprensión comentábamos tratando de imaginar lo que ocurriría. Wenderoth nos llevó en su auto. Por una fracción de segundo pensé que nos matarían y nos tirarían en algún lugar. Cuando entramos en lo que después sabría que era el Cuartel General, ubicado en la calle Belgrado N s 11, Wenderoth nos guió hasta las oficinas del director de la DINA, el coronel Contreras. Conocimos al ayudante del director, el capitán Alejandro Burgos De Becr, y al segundo en la Ayudantía, el teniente Hugo César Acevedo Godoy. El mayor Wenderoth ingresó solo a la oficina del coronel director. Cuando salió me hizo pasar. Seguían haciendo valer "las antigüedades", o sea, el orden en que caímos detenidas. El coronel Contreras me comunicó que desde ese momento pasaba a ser funcionaría de la DINA. Agregó que era para mí seguridad, ya que el MIR nos había condenado a muerte a las tres, y que viviríamos en un departamento cerca de ahí, donde Alejandra, María Alicia y yo estaríamos cómodas y bien cuidadas, ya que quedaba ubicado frente a la guardia que el Cuartel General tenía por Marcoleta. En cuanto entré a la oficina supe que ése era el hombre que estuvo un día en mi pieza del Hospital Militar, el que me había dicho "Yo soy el jefe de todos los detenidos de este país"... Yo lo escuchaba. Confieso que pasados los primeros momentos y sin poder dejar de pensar en la frase "a partir de hoy queda libre y...", el resto no me importaba; en ese momento de veras pensé que podía ser libre... Ya el tiempo se encargaría de mostrarme lo contrario. Me imagino que volver a Terranova debe haber sido un suplicio 236
El 15 de mayo de 1975, fue a la Plana Mayor de la BIM el capitán Germán Barriga Muñoz. Estaba enojado. Era uno de los "duros" de la DINA. Cuando vi que quería conversar con el mayor, intenté retirarme y Wenderoth Pozo me ordenó que me quedara y escuché toda la conversación. Barriga Muñoz le dijo al mayor que "el detenido se había escapado". Cuando escuché su nombre y el alias, supe que se trataba de "Marcos-PS". Ese día conocí su nombre: Sergio Iván Zamora Torres. No he hablado con "Marcos", así es que sólo me voy a remitir a lo que recuerdo de ese día y al testimonio de un testigo sobreviviente, uno de los compañeros que Sergio entregó, tal vez simulando cooperar, o agobiado por la tortura. En cualquier caso, hasta donde he podido indagar, todos ellos están vivos. Me enteré de los pormenores de su fuga. "Marcos" le entregó a Barriga un punto falso. Dijo que se encontraría con un compañero en la calle Santa Mónica. Una vez en ese lugar, corrió y se refugió en el local del Comité Pro Paz que funcionaba ahí. Protegido por el Arzobispado, luego que médicos responsables certificaron la tortura de que fue objeto a manos de la DINA, permaneció largo tiempo escondido hasta que obtuvo los papeles para poder ir al exilio. La situación agregó un nuevo elemento a lo que en esos días yo definía como situación de conflicto latente entre la Iglesia y el Gobierno. Fui testigo de la inquietud de Barriga Muñoz, de los continuos llamados telefónicos del director a la brigada, escuché que Contreras Sepúlveda en persona intentó arrebatar a Sergio de la protección del Arzobispado. En fin, Sergio le ocasionó un mal rato a la DINA. Lo lamentable de esa situación es que aparentemente las diligencias de protección no se hicieron extensivas a los otros compañeros que cayeron en manos de la DINA. 237
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DETENCIÓN DE RICARDO LAGOS, EXEQUIEL PONCE Y CARLOS LORCA TOBAR
No sé si a fines de junio o los primeros días de julio, Rolf Wenderoth nos avisó que el departamento estaba listo. Arreglamos nuestras pertenencias y nos cambiamos en el auto del mayor. Parecía que veníamos de algún lugar lejano, del campo, llevábamos todo lo que
teníamos en bolsas plásticas y cajas de cartón amarradas con cuerdas. Debemos haber brindado un espectáculo llamativo, por decir lo menos, porque el conserje se sorprendió mucho al ver esa colección de bultos. El departamento tenía el número 54, y estaba en la Torre 12 de la Remodelación San Borja, en Marcoleta 77. Era bonito. Todo me parecía un lujo increíble después de haber estado más de un año en los diferentes cuarteles de la DINA. Wenderoth dijo que iría al día siguiente a buscarnos para llevarnos a Terranova. En cuanto quedamos solas, María Alicia nos contó que había estado antes en ese departamento. Era de la familia de "Ariel Fontanarosa", alias de Max Joel Marambio, del MIR. Fue emocionante y triste para ella. Yo también conocía a Ariel, sólo de nombre. Sabía que él había sido jefe del GAP de los primeros tiempos, antes que el Partido Socialista se encargara de la dirección de esa estructura. Ocupamos cada una un dormitorio y comenzó para nosotras una serie de experiencias nuevas, como por ejemplo tener un baño decente. O poder caminar por la calle. Sin embargo, tardé bastante tiempo en decidirme a salir sola. Había perdido la costumbre. La primera vez que lo hice, sufrí un vértigo. Era como estar ebria de espacio; algo similar había sentido al salir del Hospital Militar, o cuando pude caminar por Terranova, pero ese día que fui al Parque Forestal fue imponente, las distancias me parecían enormes. Realmente tenía que buscar apoyo para no caer. Comencé a ver a mi hijo con bastante más frecuencia. Rolf se ocupaba de llevarme a la casa de mis padres los fines de semana para asegurarse que llegara sin problemas. El resto de ese año fue mucho más tranquilo, salvo uno que otro incidente menor. Me doy cuenta que es realmente difícil entender cómo podía vivir, sobrevivir. Yo recuerdo que todo me parecía "nuevo", poder mirar, querer volver a mirar todo. Pero mi vida no estaba conectada con la realidad. Ni siquiera en la clandestinidad fue tan leve mi aterrizaje con el mundo circundante. Cuando hablo de sentirme ebria de espacio, trato de expresar el vértigo de encontrarse en un lugar que parecía no tener fronteras. Podía hundir mis ojos sin chocar nada más que con el horizonte. Más allá del perfil de la ciudad, de la cordillera, se adivinaban otras tierras, era increíble. Pero además de esa sensación de estar como perdida en un sitio que alguna vez había sido mi ciudad, había otra dimensión distinta que acudía a rescatar-
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Cuando descubrí el nombre de Ricardo Lagos Salinas en el listado de detenidos de Terranova, nuevamente le supliqué a Rolf Wenderoth que me permitiera verlo. Fue la última vez que accedió a dejarme ver un detenido. Me llevaron hasta el patio cercano al sector de detenidos. Sentado ante una pequeña mesa estaba Ricardo. Su camisa blanca estaba muy sucia, con el cuello doblado hacia dentro y su terno azul se veía lleno de tierra y arrugado. Estaba muy demacrado. Sólo conseguí hablar con él luego de prometerle a Rolf Wenderoth que le pediría que colaborara con el equipo de Germán Barriga Muñoz. Como había un guardia cerca me limité a preguntarle a Ricardo si colaboraría. El respondió con un lacónico "No". No volví a insistir en el tema, por respeto y porque lo único que me interesaba en ese momento era verlo y tratar de averiguar si podía ayudarlo en algo dentro de mis posibilidades. Ricardo me devolvió la pregunta diciendo: "¿Y tú por qué lo haces?", refiriéndose a mi colaboración con la DINA. Sabía que nada que yo dijera haría variar su posición. Me limité a contestarle que no había sido capaz de resistir. Me contó que habían caído Ponce Vicencio y Lorca Tobar. Para mí fue una sorpresa. No lo sabía. Le pregunté si necesitaba algo. Algo que yo pudiera darle. Me dijo: si puedes conseguir algo dulce, te lo agradecería. Como no tenía dinero, volví donde Wenderoth y le rogué que me diera unas monedas. Cuando averiguó para qué, molesto me pasó veinte pesos. En el casino, me dieron veinte calugas. Eran unas pequeñas, cuadradas y de todos colores. Ricardo sólo dijo "gracias" y se lo llevaron... Nunca más lo vi. Cada vez que le pregunté a Rolf Wenderoth, decía ahí está, parece que está colaborando. Yo quería pensar que era verdad. No logré averiguar nada de Ponce Vicencio o de Lorca Tobar.
EN LAS TORRES DE SAN BORJA
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me de la nostalgia, del dolor, de la culpa, y era como un vivir fuera, al margen, anestesiada. Como si sólo pudiese respirar, mirar, oler y tocar todo con asombro y avidez. Todo me parecía como si fuese la última vez que lo vería, una sensación de tránsito, de pasaje, de caminata eterna. De angustia de ir sin saber a dónde. Todo era conocido, las calles, los lugares... Sin embargo todo había cambiado. Nada era propio, todo estaba ahí, como un regalo, sólo para ser mirado...mientras estuviese viva. A menudo me repetía que sencillamente así es la vida... Seguir caminando sin saber hasta cuándo.
cartera grande, cabía perfectamente. El arma me hizo sentir segura, aunque sabía que si alguien quería matarme no alcanzaría ni siquiera a desatar el bolso.
LOS 119 Recuerdo que uno de los impactos fuertes de ese año fue el comprar el diario La Segunda el miércoles 23 de julio. Salía un artículo referido a la lista de "Los 119". Fue el primer encuentro rotundo con los desaparecidos. Como un puño cerrado y enorme estrellándose en medio de la conciencia. Las tres leímos el artículo y quedamos mudas, no podía ser. María Alicia, Alejandra y yo habíamos visto a la casi totalidad de quienes aparecían en esa lista... Yo quedé muy emocionada. Nos mirábamos, nos pasamos el diario de una a otra... No sé si no podía entender o no quería entender que Rodolfo Espejo Gómez estuviera muerto, que Osear Castro Videla y tantos más. No podía aceptar lo que decía el periódico. Yo siempre pensé que ellos habrían estado un tiempo en Cuatro Alamos y que de ahí habrían pasado a un campo de prisioneros y ya estarían libres o fuera del país, a salvo. Por primera vez tuve la certeza de que había muerto gente. La aparente paz de esos días se volvió a esfumar. Comencé a sentir urgencias nuevas, sentí que necesitaba volver a vivir con mi hijo. Se lo dije a Rolf y él me recomendó que esperara, que hacía demasiado poco que habíamos dado un gran paso, que no perdiera todo por precipitarme. Era evidente que el mundo de las personas "normales" no nos pertenecía... En esos días, el oficial Lauriani Maturana vivía en la Torre 6, de la Remodelación San Borja, en el departamento donde en enero de 1975 fue detenida una compañera del MIR conectada con el Regional Valparaíso. Con alguna frecuencia iba a vernos, sobre todo cuando se quedaba sin camisas y llevaba alguna para que yo se la planchara. Le dije al teniente que me daba miedo andar sola por la calle y él me prestó una enorme pistola viejísima, pero como yo usaba una 240
UN INCIDENTE CON FUENTES MORRISON Un día Alejandra salió más temprano y no quiso esperar que Rolf la llevara al departamento, se fue sola. Un rato después llamó a Wenderoth, avisando que tenía problemas. Al llegar al departamento ella nos contó que unos hombres trataron de secuestrarla. Según las descripciones que hizo Alejandra de los individuos, la DINA dijo que era personal de la Fuerza Aérea, entre los cuales iba el "Wally", alias de Fuentes Morrison, y otros agentes, en represalia porque la DINA había "secuestrado" a el "Barba", Schneider Jordán, quien hasta ese momento había sido colaborador del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea. En septiembre de ese año nos llevaron a la Parada Militar junto a toda la unidad. En cuanto se inició el evento nosotras nos dimos cuenta de que un individuo se sentó delante de nosotras en las graderías y nos miraba mucho. Pronto acudió Rolf Wenderoth a nuestro lado. Hasta ese momento él había estado en otro lugar con su familia, pero otro agente de la DINA que estaba cerca de nosotros reconoció a ese hombre: nuevamente era Fuentes Morrison, entonces Rolf estuvo todo el resto de la tarde junto a nosotras y después nos fue a dejar a la casa. Cuando Fuentes Morrison vio al mayor lo saludó amablemente y al poco rato se fue. Wenderoth me contó de las rencillas entre la DIFA y la DINA para que redobláramos las medidas de seguridad. Yo no sé si todo lo que decía era verdad, pero lo fuera o no, lograba infundirme terror y la respuesta más inmediata era aglutinarnos, las tres, más en torno a él.
ENFRENTAMIENTO EN MALLOCO Conforme iban pasando los días iba conociendo más profundamente a las personas que me rodeaban, y mayor era mi confusión. Estar fuera de la DINA era tan difícil de imaginar, que a menudo me surgía la fantasía de cómo debió sentir el hombre en el pasado cuando creían 241
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que la tierra era plana. Me sentía exactamente al borde de ese abismo. Luchando por no caer en el torrente que me llevaría, ¿dónde? Mis pasos me habían llevado a un punto muerto. Ninguno de esos oficiales parecía consciente de lo que nos ocurría. ¿O simulaban? Era como si trataran de parecer muy recios y eran insensibles, gritones, toda una colección de neuróticos. Yo sólo lograba proyectarme al día siguiente. Ni siquiera el hoy me pertenece, pensaba. No es que el camino se vea difícil o escarpado, duro o complicado. Simplemente no se veía. Un día el mayor Rolf Wenderoth me dijo: -¿Luz, qué quieres? -Mayor, no lo sé. Las aspiraciones y los sueños parecen haber dejado de existir. Fui una militante, ya no lo soy. Fui una detenida, dejé de serlo, técnicamente soy una funcionaría; reclutada, ¡claro!, por cauces bien especiales. Necesito creer que hay un futuro, es la única forma de que el presente tenga sentido... Durante el día, sentada en el escritorio de Rolf Wenderoth, mirando más allá de su figura, de la cual me parecía percibir sólo los contornos al contraluz, me escapaba mirando por la ventana que se encontraba a sus espaldas y recorría permanentemente con mis ojos un fragmento de cordillera. Llegué a conocer cada detalle de los cerros, ensimismada en los pliegues, en su colorido. Vivir en el departamento, trabajar en Terranova, era una rutina que de tanto en tanto era rota por la visita del coronel Contreras, Alejandro Burgos y Juan Morales. Un día de octubre de 1975, estábamos las tres cenando. Eran los restos de una cazuela que había preparado para almorzar con Rolf Wenderoth, que de tanto en tanto me decía que no fuera a la Villa y que lo esperara en casa luego de sus reuniones en el Cuartel General, cuando sonó el citófono del portero electrónico del edificio. Era el capitán Juan Morales, que venía a avisarnos que vendría el coronel Contreras. Mandó a comprar sandwiches y bebidas para recibir al director. Estábamos sentados a la mesa con el coronel y los capitanes Morales y Burgos, casi terminando de cenar, cuando llamaron del Cuartel General avisando de un enfrentamiento en Malloco. Se nos dijo que había sido herido el inspector Jiménez, lo que muchos años después supe que no era verdad. Ese día el coronel preguntó con cuánto personal contaba. En ese momento, bajo el influjo de la necesidad de saber qué pasaba, le dije: -Coronel, si no tiene personal, nosotros podemos ser sus escol242
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tas. Recuerde que en alguna otra ocasión fui parte de un grupo de seguridad. El coronel preguntó si teníamos armas. Le dije si podía omitir al director y responderle a Manuel Contreras. El, sonriendo, dijo que sí. Entonces le contamos que María Alicia y yo teníamos armas, que Pedro Espinoza Bravo le había pasado una a María Alicia y que Fernando Lauriani me prestó otra a mí. El coronel le ordenó a Alejandro Burgos: -Mañana mismo que les entreguen armas de cargo. ¡Vamos! Fuimos en los autos de la escolta del coronel Contreras, a gran velocidad. Al llegar a Malloco, nos pasaron armas largas y empezamos a avanzar agachadas y cubriéndonos en los matorrales que bordeaban el camino. Aún se escuchaban balazos. Adelante iban los oficiales; Alejandra, María Alicia y yo nos quedamos rezagadas y sufrimos un fuerte impacto al ver que en el borde del sendero estaba el cuerpo de un hombre. Nos acercamos y las chicas reconocieron a Dagoberto Pérez Vargas. Yo no lo conocía. Lo pusimos de espaldas, traté de encontrar el pulso en alguna de las arterias de su cuello y un temblor recorrió todo mi cuerpo, no había duda de que estaba muerto. Mantuve mis manos unos segundos sintiendo que su piel aún estaba tibia. Retiré el barro que había en su mejilla y no recuerdo si fue María Alicia o Alejandra, pero una de ellas me ayudó a cerrar sus ojos. A unos metros nos miraban los oficiales. Sólo preguntaron "¿quién es?" Una de las chicas dijo: "Dagoberto Pérez". Noté que la voz se quebraba, los oficiales se alegraron, nosotras guardamos silencio. Al llegar a la casa patronal, el coronel Contreras me preguntó si conocía a Nelson Gutiérrez o a Pascal Allende. Mentí diciendo que sí. Había escuchado que necesitaban identificarlos y me aseguré de estar presente si ello ocurría. El coronel se acercó a un oficial que venía llegando en el helicóptero, se saludaron con efusión. Era obvio que eran amigos, sólo supe que a ese oficial, en el Ejército, le decían "el Zorro" y que había sido compañero de curso de Contreras desde la época de la Escuela Militar. El coronel Contreras ordenó que María Alicia y yo fuésemos en el helicóptero para seguir a los dirigentes del MIR que aparentemente iban huyendo hacia un camino que por detrás de la parcela conducía a otra carretera. El coronel, el "Zorro", me indicó que subiera a la cabina y que María Alicia se ubicara en la parte de atrás. Ella se sintió mal y estuvo vomitando durante todo el vuelo. Me dediqué a conversar 243
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con los oficiales a través de unos fonos que además tenían una suerte de micrófono que queda bajo la boca, ya que el ruido del helicóptero hacía imposible escuchar. El helicóptero tenía un foco que iluminaba hacia abajo. No vi a nadie. No miramos mucho, y muy pronto el coronel se dedicó a mostrarme todas las piruetas que podía realizar con el helicóptero. Lo había logrado, fue fácil evitar que la búsqueda fuera acuciosa, no podía olvidar a Dagoberto tirado al borde del camino y a pesar de que sabía que María Alicia lo estaba pasando mal me sentí tranquila, ella tampoco podía mirar hacia abajo por el hueco que dejaron abierto en la panza del helicóptero. Pude darme cuenta de lo que significó para ella el ver muerto a Dagoberto Pérez. La conmoción es mayor cuando se trata de los que fueron nuestros compañeros. Sin embargo en ese momento lo importante era no ver a nadie desde el helicóptero. Por supuesto, no había espacio para expresar lo propio. Además de peligroso, echaría por tierra todo lo conseguido a la fecha a punta de apretar dientes y puños y de borrar toda lágrima y expresión de la faz. Por esos días pensaba que era mil veces preferible que confiaran en mí, total yo no podía reconocer a quienes andaban buscando. Sabía que esa noche dispararían contra cualquiera que anduviese entre los matorrales. Por ello, ahogando todo dolor dentro, me dediqué a tratar de que en lugar de mirar hacia abajo, los oficiales me mostraran sus habilidades como pilotos... Luego de volar un buen rato, volvimos a la casa patronal. En el comedor habían instalado una suerte de sala de operaciones, nos convidaron café y pude darme cuenta que tenían en condición de detenidos a una señora de edad y a un muchacho joven. Eran trabajadores de la casa o la parcela. Estaba llegando mucho personal. La cacería continuaría. Cuando el coronel Contreras vio enferma a María Alicia, lo atribuyó al vuelo y le ordenó a Rolf Wenderoth que nos llevara a la casa y nos liberó de ir a trabajar al día siguiente, ya que era madrugada. Días después supe que efectivamente los dirigentes del MIR y sus compañeras habían logrado huir. Me lo contó el mismo mayor Wenderoth, al igual que los episodios posteriores que significaron la aprehensión de la doctora Sheila Cassidy y el conflicto con la Iglesia a raíz de un enfrentamiento y una serie de allanamientos. Ahí estaba de nuevo la "situación de conflicto latente permanente", que en ocasiones como ésa perdía su latencia para transformarse en una suerte de enfrentamientos entre el poder armado del
régimen y el poder moral de la Iglesia. Realmente las gestiones de las Iglesias Cristianas, de Helmut Frenz, del Cardenal Monseñor Raúl Silva Henríquez y del entonces Comité Pro Paz eran una eterna espina clavada en la DINA. Trataron de anularlos, de amedrentarlos. Si no lo consiguieron, fue sólo debido a la valentía de Monseñor Silva y de algunos religiosos y personal de la institución que, con su coherencia con el Evangelio, asumieron la lucha por los derechos de las personas y la defensa de la vida.
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NAVIDAD EN TERRANOVA El 23 de diciembre, el personal del cuartel Terranova se retiró al mediodía. Me entregaron un canastillo que contenía pan de Pascua, licores, conservas, y lo necesario para un cocktail de Navidad. Desde las primeras horas de la mañana la camioneta con el estafeta y el conductor, Avalos y el suboficial Rubilar Ocampo, estuvieron trayendo los paquetes para el personal desde el Cuartel General. El mayor nos fue a dejar al departamento y nos despedimos. El iría con su familia a pasar las fiestas a Osorno. A casa de los padres de su esposa. Fui a ayudar a una prima en su negocio y al mediodía del día 24 de diciembre compré un pequeño ramo de rosas y lo llevé a mi madre. Tuvimos una diferencia y me fui de su casa llevándome a mi hijo. Conversé con las niñas. Alejandra manifestó que no tenía problemas en que mi hijo se quedara con nosotros. María Alicia dijo que ocasionalmente, por un fin de semana, no tenía problemas, pero que de manera indefinida no. Que la presencia de un pequeño le resultaba interferente. Sin saber qué hacer, ya que a esa fecha sólo recibíamos una remuneración mensual que no alcanzaba siquiera para arrendar una pieza, intenté ubicar a Rolf antes que partiera al sur. Pude hablar con él y me dijo que haría algunos trámites. Me dijo que llamara al capitán Burgos De Beer. Lo hice así y me ordenó ir de inmediato al Cuartel General. Fui con Alejandra. El coronel nos recibió a ambas y ella ratificó que no tenía problemas de vivir con mi hijo. El coronel dijo que mientras veía cómo solucionar el impasse, me daría vacaciones y que me enviaría con el niño al camping que tenía la DINA en Las Rocas de Santo Domingo. Que esperara instrucciones allá. Que él se comunicaría conmigo en algún momento. El coronel habló con el mayor 246
Jara Seguel, que a esa fecha comandaba la unidad de la DINA en ese lugar, para que me recibiera. El 27 de diciembre en la mañana llegó a buscarme el chofer de Contreras. Apenas llevaba un par de días en ese lugar cuando le pregunté al mayor Jara Seguel si podía llamar a la casa de mis padres. El dijo que una vez a la semana no habría problemas. Cuando hablé con ellos, muy preocupados me dijeron que había llegado una citación de un tribunal para mí. Ellos no sabían más detalles, ya que se limitaron a repetir las instrucciones que yo misma les había dado por órdenes de la DINA: que yo había sido detenida, que aparentemente me habían dejado en libertad y que les había hecho llegar una nota de despedida comunicándoles que me iba del país, sin señalar dónde. Que no sabían nada de mí. Cuando terminé de hablar con mis padres, luego de tranquilizarlos y pedirles que mantuvieran a toda costa esa versión, le conté lo que pasaba al mayor Jara Seguel. El oficial se comunicó con el director que estaba de vacaciones en su casa de Las Rocas de Santo Domingo. El director dijo que no me preocupara, que después de las vacaciones se tomarían medidas para evitarles problemas a mis padres. Sabía que en ese momento no podía hacer más. Quedé muy intranquila pero no tenía más alternativa que esperar...
PATRICIO Durante mi permanencia en ese lugar conocí a Patricio. El era funcionario de la DINA de la unidad de Las Rocas de Santo Domingo. Era un muchacho agradable. Patricio a menudo jugaba con el niño y comenzamos a conversar. Con frecuencia después de la cena nos quedábamos en una pequeña sala de estar escuchándolo cantar, conversando y tomando café. Pronto me di cuenta de que Patricio sabía de mi relación con Rolf Wcnderoth. Nunca fuimos escandalosos, pero tampoco nos ocultamos. Mucho antes de que comenzara la relación entre el mayor y yo, se hablaba de nosotros. Porque a pesar que nos protegía a las tres, era evidente que la relación conmigo era más personal. Patricio me dijo que quería iniciar una relación conmigo. Fui franca con él, le dije que lo único que podía prometerle era que conversaría con Rolf en cuanto él llegara a Santiago. Lo hice y viajé a Santiago el 27 de febrero. 247
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Rolf lloró, me dolió verlo triste. Pero sabía que si flaqueaba, no podría terminar esa relación. Cometí el error de contarle todo. Rolf insistió en acompañarme al terminal de buses. Dijo que olvidaría todo lo que yo le había dicho, que jamás lo mencionaría. Que habláramos de nuevo cuando yo volviera a Santiago. Que tal vez sólo era algo pasajero, que era verano, que la ocasión favorecía ese tipo de romances, etc.. Terminé llorando yo también. Los sentimientos eran tan encontrados que no acertaba a definirlos. Ese mismo día, al volver a Las Rocas de Santo Domingo, vi al coronel Contreras. Había un asado para celebrar el término del verano. El coronel me dijo que al día siguiente yo viajaría a Santiago con mi hijo y que el lunes Io de marzo debía presentarme al Cuartel General. Que no seguiría trabajando en Terranova. Volví a Santiago. En el Cuartel General me enteré de que Rolf también había sido trasladado y que seguía siendo mi jefe. No tenía muy claro cómo actuar. Quería mantener mi decisión, pero no deseaba andar a "las patadas" con Rolf, mi gratitud hacia él era grande. Los primeros días todo funcionó bien, Rolf me preguntaba por Patricio, por la relación, etc. Comencé a viajar todos los fines de semana a Las Rocas. El mayor Jara me autorizó para ir cuando yo quisiera. Volvía la madrugada del lunes a tiempo para ir a trabajar. Pero pronto comenzó Rolf a pedirme que lo reconsiderara: -Sólo piénsalo, Luz, no te pido más. Yo te quiero. Si lo que necesitas es que te garantice un futuro, te prometo que ascendiendo a coronel (faltaban 10 años), me retiro y nos casamos. Intenté muchas veces explicarle que no deseaba casarme, que si bien es cierto le tenía gratitud y afecto, no lo amaba. Comencé a vivir una situación de doble presión. El fin de semana Patricio me hacía miles de preguntas sobre Rolf. Terminábamos discutiendo, se iba de la unidad y yo me quedaba llorando. El mayor Jara Seguel me decía: "Tienes que decidirte luego, o crearás un problema". Yo le decía que no tenía dudas. Que era el mayor el que no me dejaba en paz, y por otro lado Patricio celándome. Patricio volvía y nos reconciliábamos. Los lunes comenzaba Rolf. Seguí intentando explicarle que quería vivir la relación con Patricio aunque sólo durara una semana o un día. Que igual necesitaba terminar con él. Me sentí tan presionada que pensé que lo mejor era mandarlos a los dos a la cresta. Rolf seguía repitiendo. 248
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-Luz, no es para ti. Es un muchacho, es muy joven y además inmaduro. Eres mucha mujer para él. Te hará sufrir. Es cierto que era menor que yo. Cuatro años. Pero yo no andaba buscando un marido. Sólo quería ver si se podía o no construir una relación. Un día estábamos discutiendo cuando sonó el citófono. Atendió Rolf y me lo pasó. -Toma, ahí lo tienes. Era Patricio, estaba en el Cuartel General. Me pidió que bajara un momento. Rolf me autorizó para ir. Patricio me abrazó en medio del patio, tan fuerte que me dolió y me solté. Lo noté raro. -Déjame abrazarte. Que nos vean juntos todos estos maricones. Patricio repetía: -Te amo, Luz. Le pregunté qué era lo que estaba sucediendo. -Son unos maricones, Luz. Todos. Me llamaron de la Dirección-. Caminamos abrazados hacia la salida. Fuimos a mi casa y Patricio comenzó a contarme. -Es muy simple, Luz. O termino contigo o te matan a ti. -¿Qué? Sólo eso salió de mis labios. Recordé la voz de Contreras cuando el 7 de mayo de 1975 en su oficina me dijo: "Puede acostarse con quien quiera, Luz, con cualquiera de mis oficiales. Pero no se enamore". Patricio hablaba indignado. Le vi unos moretones en la frente. -Patricio, ¿qué pasó? -Estoy arrestado, mi jefe me lo dijo todo en el cuartel. Salí corriendo, tomé una de las camionetas y la estrellé contra un muro. Puse marcha atrás y la volví a chocar. No sé cuántas veces. Ahí el coronel decidió decírmelo él mismo. Y yo le rogué al mayor que me permitiera decírtelo a ti. Saben que te diré la verdad. Sólo les importa que terminemos. Pero tengo poco tiempo. Quiero que sepas que te amo, confía en mí. Espera que te llame. Yo estaba muda. Tomamos un café y volvimos al Cuartel General. El mayor Jara se acercó y me hizo un cariño en la cabeza. Se alejó diciendo: -Nos vamos, Pato... -Sólo un momento más, mi mayor. Patricio me mantuvo unos momentos bien apretada junto a él. Yo ya no estaba ahí. Subí a la oficina. Rolf esperaba. Dijo saber cómo 249
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me sentía. Que me quería. Que lo nuestro no había terminado. Que lo dejara cuidarme. Le pregunté si sabía lo que ocurría. Dijo que sí, que lo esperaba, que un muchacho inmaduro a la larga o la corta terminaría conmigo. Lo interrumpí preguntándole si sabía que lo habían obligado a terminar conmigo con la amenaza de matarme. -¿Eso te dijo? Qué poco ocurrente. Me imagino que no habrás creído eso. Lo que pasa es que seguro encontró una lola y le dio pena decírteloMundo absurdo. Mentiras y engaños. ¿Quién mintió? No lo sé. ¿Quién era Rolf? ¿Quién era yo? ¿Quién era cada DINA? ¿Había alguien libre en esa maraña de intrigas? Fuera cual fuera la situación, decidí actuar creyéndole a Patricio. Si él mintió, o no, era un problema. Pero otra cosa muy distinta era que le hicieran daño. Tomaría la iniciativa para protegerlo a él y también a mí. Le escribí una nota diciéndole que había vuelto con Rolf. Que lamentaba lo ocurrido, que me había equivocado. Le pedí a Rolf que por favor le hiciera llegar el papel. Así la recibiría ese mismo día. Esperaba que con ello lo consideraran caso cerrado y aguardaba que Patricio pensara que no tendría el coraje para desafiar a la DINA. Que después de todo no valía la pena hacer nada por nosotros. Rolf aceptó enviar la nota. Al día siguiente, estando en la oficina me sentí enferma. Sufrí una fuerte hemorragia. Rolf me llevó a casa, me dieron licencia. Estaba en cama cuando llegó Patricio. Entró como una tromba a mi pieza y se quedó mirándome. Yo estaba pálida, con los ojos hinchados, había llorado mucho. Traía en sus manos mi carta. Sacó su pistola de la cintura y abrazándome dijo: -Yo venía a matarte, pero no puedo. No dije nada. Sabía que no había salida para nosotros. Se fue. La nana que tenía entonces para que cuidara a mi hijo mientras yo trabajaba, fue a mi habitación y comenzó a hablar: -Señora, perdone que me meta. ¿Terminó con el joven? Dígame que lo llame. Se ven tan bien los dos. Sabe, yo soy más vieja y me doy cuenta que lo quiere. Don Rolf es muy bueno con usted, pero nunca la vi tan feliz que con el joven. Dígame que lo llame. Yo vi donde dejó la camioneta. Todavía no parte. Señora... 250
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La miré. Sentí su preocupación y que lo hacía por cariño hacia nosotros. - N o , María. No se preocupe, todo está bien así. Lo que pasa es que me siento mal, me duelen la cabeza y los ovarios. Se acercó, arregló la cama y dijo que me llevaría un café con leche. Acepté para que se fuera. Quería estar sola. No encontraba consuelo y sabía que lo que ocurría era algo que marcaría mi vida. Tal vez la relación con Patricio no hubiera durado mucho. Es cierto que era inmaduro, también yo. Jamás podría averiguarlo, porque la realidad era que circulaba por las calles, esa era toda la libertad que tenía. Años después supe que Patricio se casó. Me alegré por él.
HASBUN Y CONTRERAS En el período que estuve en el Cuartel General de la DINA, pude presenciar hechos insólitos. Algo que cuesta entender eran las visitas que con frecuencia hacía el sacerdote Raúl Hasbún. Pese a que estos encuentros no eran públicos, me enteré por el personal de casino que a deshora debía ocuparse de tener listo algún bocadillo, por algunos de los miembros del grupo escolta de Contreras y por el mismo Wenderoth que me lo comentó en una oportunidad. No me cabe ninguna duda de la relación de amistad con Contreras y la admiración del sacerdote por la dictadura. En algunas ocasiones lo vi yo misma bajar del auto al ingresar al edificio de la dirección de la DINA.
TESTIMONIO ANTE NACIONES UNIDAS Cuando llegué al Cuartel General, el 1 Q de marzo de 1976, me encontré con el mayor Ferrer. Hacía meses que no sabía nada de él. Mostrándome un grueso legajo me contó que estaba estudiando la documentación referida a los descargos que debía presentar el gobierno militar ante las Naciones Unidas por denuncias de violaciones a los derechos de las personas ocurridas desde 1973 y que constantemente estaban siendo denunciadas por familiares de quienes entonces llamaban "presuntos desaparecidos". El capitán Ferrer asesoraría al personero del Gobierno que iría a 251
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Ginebra. Rolf Wenderoth fue uno de los encargados de confeccionar las respuestas a cada una de las denuncias. Recuerdo que tenía las listas de nombres de personas, y como yo seguía sentada del otro lado de su escritorio, pude darme cuenta de que el mayor traía carpetas con antecedentes de ellos. Noté que en algunos casos lisa y llanamente se respondía que las personas no habían sido detenidas. Sobre todo cuando no había testigos presenciales. Cuando los había, la respuesta era que había sido puesta en libertad o que había sido autorizada para abandonar el país. Pude enterarme incluso que en algunos casos se negaba "la existencia" del militante. Quedé varias veces atónita frente a la frase: "Investigada la persona a que se hace mención, ésta no registra existencia en el Gabinete de Identificación", para a renglón seguido plantear que esa "supuesta persona ficticia" era un invento más del Marxismo Internacional para desprestigiar al gobierno militar. Estando en el Cuartel General, le conté a Rolf Wenderoth de la citación a los tribunales que habían llevado a la casa de mis padres. Rolf habló con el director, quien ordenó contactarse con mis padres al abogado Rafael Alfaro, uno de sus asesores jurídicos. Mis padres debieron concurrir acompañados del abogado a un tribunal, donde ratificaron la versión que ordenó la DINA.
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. ANALISTA EN EL DEPARTAMENTO DE INTELIGENCIA U En esos días, Wenderoth debía poner en marcha el Departamento de Inteligencia Interior. Como la DINA se había reestructurado, y había decidido descentralizar el archivo del Cuartel General, había que remitir la documentación que correspondía a cada una de las instancias. Supe que además había un Departamento de Exterior. Comencé a organizar un archivo manual. Había de todo, artículos de prensa, revistas, y sobre todo denuncias. Wenderoth Pozo me explicó cuáles eran las áreas que pretendía cubrir el departamento. Poco a poco, durante el año se fue integrando más personal. Y cuando la Subdirección de Operaciones, a cargo del recién ascendido coronel Pedro Espinoza Bravo, que había vuelto de Brasil destinado nuevamente a la DINA, pasó a ser Dirección de Operaciones, el Departamento se transformó en Subdirección de Inteligencia Interior. Desde los primeros días, entre Rolf Wenderoth y yo, además de organizar el archivo, teníamos que confeccionar a diario un informe de prensa. María Alicia, que seguía trabajando en Terranova, reclamó que quedaba muy lejos, que a mí me bastaba con atravesar la calle para estar en la oficina, etc. Por eso, al poco tiempo ella fue trasladada a la Unidad Tucapcl, que entonces funcionaba en un cuartel de la calle Pío Nono, sólo a unas cuadras de casa, y Alejandra fue destinada a Inteligencia Interior, como analista de la Sección C2. Cuando Alejandra llegó, la subdirección se había dividido en cinco secciones para trabajar la información abierta o pública: Cl, cuyo campo era Movimientos Subversivos. C2, que trabajaba la Democracia Cristiana y el MIR. C3, encargada del área Sindical. C4, Gremios, y C5, que se ocupaba de Empresas. Wenderoth Pozo era el subdirector y se reservó la sección Cl. Mi función era la de analista de Cl, o sea todo lo concerniente a
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partidos políticos de izquierda menos el MIR y como nadie quiso asumir lo concerniente a la Iglesia, yo la tomé para reorganizar el archivo. En aquella época, a pesar de sentir que no era cristiana, quería al Cristo hombre. Sin embargo, tenía un gran temor irracional por el accionar del Comité Pro Paz. Sabía que ellos habían patrocinado el proceso en los tribunales por el cual yo estaba siendo buscada y sentía pánico. Cuando comencé a reestructurar el archivo me enteré de la existencia reciente de la Vicaría de la Solidaridad. Había bastante documentación que, según me explicó Wenderoth, algunos agentes de la DINA habían robado ingresando por un forado en el techo al local del Comité Pro Paz. No sé si esto es efectivo o no. Al comenzar a leer lo referido a la Vicaría, me llamó la atención favorablemente su accionar, pero igual les tenía terror. Por eso decidí saber todo lo que pudiera de la Vicaría, para poder huir. Era una enorme contradicción, por cuanto comencé a darme cuenta de la coherencia y de cuanto hicieron Monseñor Silva Henríquez, Monseñor Tomás González, Monseñor Jorge Hourton, Monseñor Carlos Camus y muchos más. Fue ahí cuando conocí los primeros documentos que hacían referencia a la Teología de la Liberación: tuve ocasión de leer a Gustavo Gutiérrez y a Leonardo Boff. Era una iglesia desconocida para mí. Muy distinta de la que conocí en la infancia. Aquella que a muy corta edad me provocaba tanto miedo y de la que huí siendo adolescente. Me limité a leer en silencio cuanto cayó en mis manos. A veces me encontraba en el Cuartel General con el padre Horacio Spencer, un capellán de Gendarmería que siempre decía: -¡Tanto escándalo que hacen porque les dan unos cuantos puñetes y parrillazos a estos comunistas! y ¿cuándo se han preocupado de los presos comunes?- Yo lo miraba y pensaba que ese sacerdote tal vez nunca supo lo que ocurría en los recintos de detención de la DINA. Este sacerdote es el mismo que el año 1991 firmó una suerte de "certificado de honorabilidad y buena conducta" del brigadier Pedro Espinoza Bravo, quien lo presentó cuando solicitó la libertad bajo fianza, debido a la situación de proceso en que se encuentra en la causa que investiga el señor Ministro Bañados, el asesinato de Orlando Letelier y su secretaria la señora Ronnie Moffit. Con frecuencia el padre Spencer pasaba por la oficina a conversar con Rolf Wenderoth. El sacerdote me saludaba con mucha cordialidad y decía que cuando él fuera obispo me llevaría de secretaria. Yo le tenía temor.
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Al llegar al Cuartel General se nos asignó a Rolf y a mí una oficina en el segundo piso del edificio de dirección, luego nos cambiamos al segundo piso de otro edificio dentro del mismo Cuartel General. A los pocos días de estar en esa nueva ubicación, cuando Ketty, la secretaria de Rolf Wenderoth, pasó dejando la documentación del día en las cajas de madera que había en los escritorios, comencé a revisar lo que me dejó a mí. Quería hacerlo pronto, pues yo trataba de tener el informe de prensa listo antes de ir a almorzar. Encontré un télex y al leerlo pensé que había una equivocación. Que ese documento debía provenir de Inteligencia Exterior y debió ser direccionado a la Dirección de Operaciones. El documento provenía de un servicio de inteligencia argentino, afiliado a la Agrupación Cóndor y se le comunicaba a la DINA sobre la detención del ciudadano chileno Edgardo Enríquez Espinoza, el hermano de Miguel, a quien ponían a disposición de la DINA. Rolf había llegado, pero andaba en alguna otra oficina. Temblando de miedo dejé el documento en la caja del mayor y volví a mi escritorio. Al recordar este hecho ahora que poseo bastante más información, pienso que tal vez el error de Ketty fue dejarlo en mi escritorio, que ese documento era para Wenderoth. Tal vez Rolf sí fue parte de la cúpula de la DINA que planificaba las operaciones en el exterior. En esos días me quedaba bastante tiempo libre y había comenzado por mi cuenta a estudiar acerca de la "Guerra Fría" y la "Política de Distensión". Durante ese año Rolf Wenderoth fue asignado como profesor part-time a la Escuela Nacional de Inteligencia ENI- y me dio a mí la tarea de desarrollar clase a clase el curso completo. Fue duro retomar los libros de marxismo. Al principio no podía leerlos. Se me producían sentimientos ambiguos. Sentía náuseas. Algo dentro me hacía rechazarlos, sufría sin entender. Me forcé hasta que logré volver a leerlos. Sentí dolor al leer en esas nuevas circunstancias todo aquello que otrora habían sido mis libros preferidos. Me propuse, en la medida que pudiera, intentar que el curso de marxismo fuese objetivo y que por ningún motivo implicara estudiar a los partidos políticos de izquierda chilenos. Los lincamientos que me entregó Rolf para desarrollar el curso fueron muy generales, lo que me permitió incluir sólo Historia del Marxismo a un nivel muy superficial. 255
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Pensé que era importante mostrar, hasta donde pudiera, que era una ideología distinta. Que ser marxista no implicaba ser delincuente o puta. Ese trabajo me permitió solicitar libros y revistas que incluían los temas que me interesaban. Era frecuente que con Rolf permaneciéramos en la oficina bastantes más horas que las que estipulaba el horario del personal; yo aprovechaba ese tiempo estudiando. Todo lo concerniente a detenidos estaba absolutamente fuera del campo de acción de mi trabajo. Salvo situaciones fortuitas como el télex que comunicaba la detención de Edgardo Enríquez, sólo tenía lugar a saber lo que decía la prensa o lo que publicaba la Vicaría de la Solidaridad.
que no. Pude escuchar que el capitán relataba cómo le habían dado, a la fuerza, a beber una botella de licor a alguien y luego lo colocaron al volante de su vehículo. Contó además que un agente echó a andar el auto y se bajó corriendo en un camino. Inmediatamente imaginé el auto despeñándose en algún cerro. Miré a Wenderoth con terror. Wenderoth me dijo que si quería un café fuera al casino, que él iría luego. Rolf no hizo ningún comentario al respecto y yo no me atreví a preguntar nada. Al día siguiente al leer la prensa, supe que habían encontrado el cadáver de don Carmelo Soria. Los detalles que aparecían en la publicación coincidían con los descritos por Lawrence Mires. Quería huir de la DINA, pero el miedo me impedía dar los pasos necesarios. La relación con Wenderoth se iba haciendo imposible de sobrellevar. Cada día me preguntaba con más frecuencia. ¿Qué sabe él de la DINA? y temía por mi hijo. Sabía que no podía tenerlo encerrado, trataba de actuar naturalmente facilitando su vida de relación con sus compañeros del colegio, pero no podía estar tranquila hasta que llegaba a casa y lo veía. Pero de inmediato surgía un segundo temor. Y era que si su presencia, me daba la única alegría genuina, yo diría las fuerzas para no enloquecer, sentía que el tenerlo conmigo implicaba arrastrar lo que más quería al mismo destino mío. La misma incertidumbre, la misma rutina de pánico y angustia...
REUNIÓN DE LA OEA EN CHILE Rolf se molestó mucho cuando unos días antes de la realización de este evento, recibió un documento comunicándole que debía poner a disposición el personal femenino de la Subdirección para efectuar tareas de seguridad durante la realización de las diferentes actividades de esa reunión. Rolf estaba molesto, pero igual tuvimos que asistir y ponernos a las órdenes del mayor Juan Morales Salgado. El día que yo fui, en la sala de reuniones donde me tocó estar no ocurrió nada anormal. Rolf consiguió que yo fuera sólo el primer día. Estaba enojado porque la mayoría de su personal era femenino. Había conseguido liberarme por mi pie malo, pero las demás chicas siguieron en el servicio hasta el término de las reuniones de la OEA. Creo que su molestia obedecía a que el trabajo había que hacerlo igual y porque según él, las secretarias no estaban capacitadas para esas labores. Tal vez por su estado de ánimo, habló más que lo usual. Me contó que la DINA tenía contratados varios hoteles parejeros y había seleccionado personal femenino para "atender" a los diplomáticos y delegados extranjeros.
LA DINA TRAS HECHOS DELICTUALES
A mediados de julio fue el capitán Lawrence Mires a conversar con el mayor Wenderoth. Yo hice un ademán de retirarme, pero Rolf dijo
Del mes de julio recuerdo como relevante un incidente ocurrido el día 15, en el aeropuerto, cuando llegaron los obispos chilenos Enrique Alvear, Carlos González y Fernando Ariztía procedentes de Riobamba, Ecuador. Fueron "recibidos" por manifestantes que los agredieron. Lo leí en la prensa. Una semana después, Rolf me mostró unas fotos que había tomado la DINA y pude percatarme de que los manifestantes eran agentes de la BIM. Pude identificar entre las personas de las fotografías a Basclay Zapata Reyes y a otros agentes de la Unidad Purén. Miré las fotos y le dije a Wenderoth: ¿o sea que la manifestación la realizó la BIM? El mayor respondió que sí, pero no sólo Purén y Caupolicán. Habían participado además agentes de otras unidades como Tucapel y Ongolmo. Me di cuenta que la DFNA seguía crecien-
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do no sólo a nivel de Cuartel General. Había ahora otras unidades que nunca llegué a conocer sino de nombre y a veces a sus encargados. Cada uno de estos acontecimientos me hacía evaluar la prensa de manera diferente. Y aunque nunca tuve confirmación en algunos casos, ya no podía dejar pasar ningún hecho delictual que apareciera en la crónica roja sin sospechar que la DINA estuviese detrás. Mi inseguridad era cada día mayor. Los meses fueron pasando, los diarios que debía leer para realizar mi trabajo comenzaron a transformarse en objetos hostiles. No quería verlos, aumentaban mi temor. Todo parecía indicar que la DINA iba creciendo, teniendo cada día mayores influencias, como si nada pudiera detenerla... Me sentía perdida, atrapada. Los primeros días de septiembre me enteré que le había sido retirada la nacionalidad a don Orlando Letelier del Solar. Días después leí de su muerte... Se comentó el hecho y circularon muchos rumores. Todos hacían aparecer la muerte de don Orlando como un crimen pasional. Lo que en un comienzo había sido un trabajo fácil, leer la prensa, algo que siempre me gustó, hacer una síntesis y luego un comentario, comenzó a transformarse en una tortura. No podía lograr ni siquiera un precario estado de equilibrio, asustada hasta de la propia sombra.
ENCUENTRO DE MI HIJO CON SU PADRE El año 1976 pedí mis vacaciones en diciembre para poder trabajar los días previos a la Navidad en el negocio de una prima y obtener así una cantidad de dinero adicional. Con mi hijo estudiando en un colegio particular y en mi intento de que nuestra casa fuera lo más normal posible, tenía una nana que aseguraba a mi hijo la compañía de un adulto y tenía que hacer verdaderos dibujos para que el sueldo me alcanzara. Con frecuencia, a fines de mes a duras penas podíamos contar con lo mínimo necesario. Rolf me ayudaba, cada día me daba las monedas para la movilización de mi hijo, yo almorzaba en el casino del Cuartel General, Rolf me compraba todos los días mi desayuno y las once, así en casa sólo debía financiar la comida de mí hijo y de la nana. Recuerdo que mientras trabajaba en el negocio de mi prima, vi a través del ventanal a "Joel", el muchacho del MIR a quien hacían 258
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pintar patentes argentinas. Me latió fuerte el corazón. Yo había escuchado en el Cuartel General el rumor de que estaba libre. Pero a esas alturas, desconfiando cada día más de todo y de todos, tenía miedo de que lo hubieran asesinado. Verlo me dio una mezcla de alegría y miedo. Cuando terminé de atender a la cliente, salí a la puerta. "Joel" iba a varios metros de distancia. Se veía bien. Mi primer impulso fue llamarlo, no me atreví. Tuve miedo. No sé de qué. Recordé que "Lucas" y "Marco Antonio" estaban muertos, tuve miedo de hablar con él. Miedo de saber, miedo de hablar... Lo vi alejarse con una inmensa tristeza. Durante esos días de Navidad vino a Santiago el padre de mi hijo, estuvo en el departamento con Rafaelito y luego fuimos a la casa de mi prima, a una reunión familiar. Mi hijo estaba feliz. Prácticamente estaba conociendo a su padre, ya que cuando nos separamos Rafael era muy pequeño. Mi hijo me hacía preguntas sobre su papá. Yo ni siquiera tenía una foto de él para mostrarle. Esa noche el niño se veía tan feliz, recuerdo que me sumí en una profunda tristeza. Recordé que más o menos a mediados del año 1976 le había escrito una carta a mi suegra diciéndole que por favor le dijera a su hijo que el niño preguntaba por él. Que si lo deseaba, podía escribirle o visitarlo si viajaba a Santiago. Yo quería que el niño tuviese una imagen concreta de su padre, una referencia distinta del mundo de la DINA donde estábamos sumergidos. Su padre respondió y el niño estaba ahí muy feliz. Yo había hecho todos los arreglos para hospitalizarme el dos de enero en el Hospital Militar: tenían que extraerme las venas de la pierna derecha. De manera tal, que después de la Nochebuena el niño viajó de vacaciones con su padre. Los acompañé al aeropuerto y cuando traspasaron el umbral que conduce al recinto de los pasajeros y desaparecieron de mi vista sentí una soledad enorme, pero me tranquilicé pensando que mi hijo estaría bien con su padre y me hospitalicé. Alejandra y Mirtha, una secretaria del Cuartel General, donaron sangre para mi operación. Me intervinieron el tres de enero. Cuando desperté en la sala de recuperación se me acercó el médico y me dijo que me había operado de las dos piernas. El período postoperatorio fue doloroso. En el Hospital Militar volví a sentir los temores del pasado, de esa otra estadía allí. Lo único que quería era marcharme. Alejandra y mi madre me iban a ver. Cuando me dieron el alta estuve sola en casa, hasta que volvió Rolf 259
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Wenderoth del sur e iba a acompañarme turnándose con mi mamá ya que no podía caminar. Me dieron una larga licencia, pero volví a trabajar antes de que ésta finalizara. Las horas de soledad en casa me hacían sentir peor. Acudí por las curaciones a la Clínica London, de la DINA, hasta que el doctor me sacó los puntos y me dio el alta. Cuando faltaba poco para que comenzara el año escolar regresó mi hijo. Fuimos con Rolf a buscarlo al aeropuerto. La casa volvió a llenarse de alegría.
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ESCUELA NACIONAL DE INTELIGENCIA Cuando volví a trabajar, entre otros documentos había una circular, la firma me llamó la atención. Era de "Max". Informaba acerca de los cursos que se dictarían en la Escuela Nacional de Inteligencia, ENI, a partir del mes de febrero. La leí con atención. Estaba saturada del trabajo que hacía, el curso duraría hasta agosto, siempre me gustó estudiar y pensé era una buena salida aunque sólo fuera por un tiempo. Hablé con Rolf Wenderoth y le pedí que me enviara. La circular decía expresamente que los funcionarios que asistieran debían ser autorizados y patrocinados por sus jefes. Al principio Rolf se negó rotundamente. Insistí hasta que le arranqué la promesa de que lo consultaría. Como había un plazo para solicitar la vacante a la ENI, prácticamente cada día le preguntaba. Por fin, Pedro Espinoza respondió, lo había conversado con el director, y éste había accedido señalando que iríamos las tres, María Alicia, Alejandra y yo. Seguíamos siendo el paquete. Los primeros días de febrero y hasta agosto del año 1977 estuvimos en la ENI. En el aspecto personal, significó un reencuentro con María Alicia. Nos habíamos distanciado a raíz de que ella se marchó a vivir a otro departamento porque no quería vivir con mi hijo. Yo entendía que ella ni nadie tenía por qué asumir la presencia de un hijo ajeno. Pero me había dolido su actitud y como trabajábamos en partes diferentes, no nos vimos por más de un año. Vernos en la escuela produjo lo inevitable. Independiente del camino que asuma cada una, hubo un período muy importante de la vida que nos une para siempre. Y ese compartir casi siete meses como compañeras de estudios, nos volvió a atar quizás más que en el pasado. Otra de las cosas importantes para mí fue que ese tiempo se transformó en un verdadero paréntesis. ¿Evasión? Sí, y aunque estábamos estudiando cosas como Servicio Secreto, Allanamiento y Re260
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gistro, Inteligencia y Contrainteligencia, Marxismo, Relaciones Internacionales, Observación y Descripción, Kárate, Explosivos, Tiro, Criptografía y Maquillaje, volvimos a ser alumnas. Es increíble cómo podía huir de la realidad. Yo creo que un poco daba lo mismo lo que se estudiara, el que fuera un curso para oficiales estaba fuera de la conciencia. El volver a ser alumna fue algo maravilloso. Volví a ver a "Max" en la escuela, se veía contento. Había una escuela y él era el subdirector, luego el director. Fue mi profesor de Servicio Secreto y de Observación y Descripción. Durante el primer período en la ENI, al salir de clases nos traía a Santiago un bus de la institución que nos dejaba en la puerta del Cuartel General. Yo pasaba a trabajar un rato con Rolf. En junio, el coronel Contreras nos confirmó que iría a casa, a celebrar sus onomásticos (San Juan, San Manuel y San Guillermo). Se lo conté a "Max" y lo invité porque sabía que él necesitaba una audiencia con el director. "Max" no quería ir, no le agradaba esa forma de acceder al director. Aceptó cuando le dije que irían otros oficiales. Sucedió lo previsible. Wenderoth se molestó conmigo, y se retiró temprano. "Max" pudo hablar con el director, quien demostró interés e hizo que el capitán Alejandro Burgos -su ayudante- anotara de inmediato en la agenda una entrevista con "Max". Como se acostumbra en círculos militares, cuando el coronel se fue, se retiraron todos los oficiales. Estábamos con María Alicia y Alejandra compartiendo algunas impresiones de la reunión cuando sonó el portero eléctrico. Eran Juan Morales, Marco Antonio Sáez y Ferrer Lima. Nos sorprendimos. Marco Antonio inició una conversación con Alejandra y Juan Morales con María Alicia. Yo estaba en un sillón conversando con "Max", y en un momento intentó abrazarme. Lo rechacé; debo confesar que me sentía atraída por el mayor pero sentí temor. Fue algo instintivo y fortuito, ya que me permitió averiguar varias cosas y también se me plantearon nuevas incógnitas sobre los procedimientos de la DINA. Para ser franca, no le dije un no a él. Dije: "No, mientras tenga otra relación". Trató de convencerme diciendo textualmente que mi actitud era "monjil", poco consecuente con la mujer decidida y valiente que él conocía. Dijo todas esas cosas que se suponen harán que una "mujercita" se sienta obligada a acceder so pena de ser tildada de "boba autorreprimida". Me causó risa escucharlo: "boba autorreprimida" era lo más inofensivo que me habían dicho en los últimos años. Me causó gracia 262
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que el oficial sagaz e inteligente recurriera a argumentos que venía escuchando desde que era una adolescente. Sólo le dije, más como un pensamiento en voz alta que como una respuesta a él, que sabía lo que yo era. Que tenía muchas carencias, pero que no las resolvería, así como de paso, acostándome con alguien. Que no sería ni más puta ni más "monjil" porque alguien lo dijera. Que tenía otro concepto de las relaciones y que el sexo era para mí algo más que un simple estar juntos para aprovechar una circunstancia. Que al menos en eso sentía que debía empezar a ser coherente conmigo y mis pensamientos. Que eso era lo único que en ese momento podía permitirme. Que ni eso tuve durante los años anteriores. Agregué que si lo que quería era agradecerme el haber sido un camino hacia el coronel, no era necesario. Le señalé que eso lo había hecho porque le tenía gratitud por lo que me dio en el pasado. "Max" me miraba muy serio. Evidentemente estaba incómodo y como tampoco quería eso, simplemente derivé la conversación hacia otro tema. Charlamos amenamente, tomamos algo de champagne, hasta que el teniente y el capitán anunciaron que se retiraban. "Max" aprovechó la ocasión y se fueron los tres. Confieso que a pesar de que todo lo que dije era cierto, lo vital en mi negativa fue el miedo. Sentí temor a transitar por caminos desconocidos a esa fecha. El de involucrarme realmente con alguien de la DINA. En esos días no tenía nada claro, nada estaba bien. Por ejemplo, hoy sé que lo que le dije respecto de terminar una relación antes de comenzar otra, sigue válido y vigente para mí. Una relación dual me complicaría en extremo, sería incapaz de sostenerla, sentiría que estoy utilizando a alguien. Y en un nivel más casero, soy volada, bastante despistada, así es que lo más probable es que equivocase los nombres o algo parecido. A pesar de pensar así, tuve relaciones transitorias, algunas en paralelo. Fueron un completo fracaso. Y por último, aunque suene a manía, si hay algo que me enajena es la promiscuidad. Tal vez vi y viví demasiadas cosas. Hoy me doy cuenta de que mis temores al respecto, sumados a una anorgasmia funcional influyeron en que inconscientemente yo misma me pusiera trampas. El "yo me acuesto o no" con alguien "si yo quiero", me permitía acceder sólo a aquellas relaciones que intuitivamente sabía no serían traumáticas. Esa era para mí la única posibilidad de recibir una caricia, que necesitaba y mucho." No era un interés sexual, ni siquiera hablo de afectos. Buscaba la presencia de 263
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alguien que ahuyentara los fantasmas y temores. La ilusión de que aunque fuese sólo por unos instantes alguien me diera un poco de cariño. La conciencia de que tenía dificultades me llevaron a decirme: el sexo sólo es una forma más de comunicación. Algo que puedo ejercer o no. Y acuñé o hice mía una frase: "Me regalo, si me da la gana; pero no me vendo". La primera vez que la dije fue al director de la DINA, a Manuel Contreras. Durante una recepción me sacó a bailar e inició la conversación. -Luz, eres la más linda de mis detenidas. -Coronel, gracias. Pero pensaba que era funcionaría y para serle franca, preferiría que dijera la más inteligente -dije riendo. -La más hermosa de las detenidas que pasó por la DINA, quise decir, y también muy inteligente. Y de verdad eres, no sé si bella, pero sí muy atractiva y puedes tener todo cuanto quieras. Sólo pídelo. -Gracias, coronel. Imagino se refiere a cosas materiales. -¡Claro! Todas esas cosas que hacen la vida agradable. Ropa, dinero y todo lo que se puede comprar con él. -Y dígame, coronel, ¿Cuál es el precio? Porque imagino que hay uno. -Que sea amable y cariñosa. -¿Sabe, coronel? Yo me regalo si me da la gana, pero no me vendo. -¿Está rechazando a su director, Luz? Sabía que transitaba por un terreno delicado. Así es que tratando de aparecer muy sonriente y hasta coqueteando dije: -No. No rechazo al director. El director se cambió de sombrero y se puso en el plano de hombre. Por eso yo como mujer puedo decir no. Rio, mientras seguíamos bailando, aparentando una cordialidad exagerada y una alegría que por cierto dentro de mí no había. Momentos después el coronel nos pidió a las tres que lo rodeáramos. María Alicia a su izquierda, Alejandra a su derecha, yo sentada en el suelo frente a él. Los oficiales de pie rodeándonos: el coronel brindó por nosotras tres y dijo algo acerca de que nos había dado la vida. Que era como un padre para nosotras. Que a su alero nada debíamos temer. Lo miraba pensando... ¿Creerá su propio cuento o lo dice para que nosotras lo creamos? De hecho lo que afirma es cierto. Se ha
arrogado el poder sobre la vida y la muerte. Fue ahí, después de ese brindis, que me atreví a mencionar que había visto a Ricardo Lagos Salinas en Villa Grimaldi y que pensaba que estaba muerto. El coronel me dijo: -Claro que puedes haber conversado con él. Fue detenido y colaboró. Por eso lo dejamos en libertad. Nos ayudó mucho. ¡Y ahora anda por Europa hablando cada cosa! Son muy desagradecidos estos marxistas... Como me quedé mirándolo sin decir nada, preguntó. -¿Estás dudando de tu coronel, Luz? No me dio tiempo a contestar y agregó: -Te entiendo, pero yo quiero que tú creas en mí y te voy a demostrar que está vivo-. Continuó hablando de otras cosas como si no se hubiese tocado el tema. A los pocos días encontré en mi oficina una carpeta con fotocopias que hacían referencia a alguna publicación y en la cual Ricardo Lagos habría contestado a algunas preguntas de un periodista. Las miré sin imaginar que era el Ricardo Lagos que con los años sería ministro de Educación en el primer período del gobierno de la Concertación. Sentí que quería creer que era cierto. Que Ricardo Lagos Salinas estaba en Europa. Pero eso no fue todo lo que ocurrió esa noche. Las tres nos dimos cuenta que a María Alicia, a Alejandra y a mí, el coronel nos dijo las mismas cosas. Lo de mejorar nuestra situación vía relacionarnos con él. Recibió tres respuestas iguales. Un rotundo no. Con el tiempo me comenzaron a llamar la atención varias cosas y hoy creo que es altamente probable que de haber accedido alguna de las tres, eso habría significado recluíamos automáticamente para las Brigadas Femeninas que buscaban información por la vía del comercio sexual. Esta es una conclusión posterior, en esa oportunidad me pareció una medición de la conducta de las tres. Estuve segura que el retorno de los tres oficiales no fue algo espontáneo. Tratando de averiguar algo más, le conté a Rolf lo que el coronel me había dicho, Rolf se rió y lo atribuyó a una desubicación del coronel. Siempre sospeché que la DINA fomentaba las diferencias que existían entre María Alicia, Alejandra y yo. No lo comenté nunca. No me sentía en condiciones de evaluar el cómo iban ellas desarrollando sus propias relaciones laborales y personales con sus jefes y otros. Sé
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que es especular y tal vez se estime una falta de modestia. Pero creo que las tres unidas les habríamos causado más de un dolor de cabeza. No me atreví nunca a averiguarlo. Mis luchas eran bien básicas. Sobrevivir, huyendo de la Vicaría y tratando de no estar absolutamente a merced de la DINA. Todo ese esfuerzo iba desgastándome. Una vida precaria con mucha soledad, y temiendo que mi situación fuera irreversible. Seguí esforzándome por no sucumbir, mientras trataba de convencerlos de mi lealtad, manteniendo algunas de las que ellos llamaban "las peculiaridades de Luz". ¡Qué difícil resulta esa desconfianza permanente en todos! Con un mínimo de excepciones para no enloquecer. Me parecía que sería tan fácil morir; buscando fuerzas me dije: "Luz, aunque vivas un solo segundo más, ese segundo es el resto de tu vida, ahí tienes tu futuro. Eso es lo peor que puede ocurrirte y eso ya lo tienes. Cada hora, cada día más es un triunfo, un regalo, razón de alegría". No es que me lo creyera automáticamente de solo pensarlo, pero me hacía bien sentir que no estaba del todo vencida. En el terreno emotivo, mi talón de Aquiles, hubo ocasiones en que accedí a un requerimiento o lo alenté, sólo porque era tan grande el terror, saber que sería incapaz de enfrentar esas horas sola. No era sólo precisar compañía. Supongo que era no poder estar conmigo misma. No podía eludir mis propias preguntas. Ovillada en mi cama, desesperada, no lograba ver una salida. No podía apoyarme en mi familia, sentía que habían sufrido tanto, que cada lapso cerca de ellos trataba de mostrarme alegre. Ellos parecían no comprender la situación. Me parecía que esperaban que yo les dijera que estaba bien, y yo les decía que estaba bien. Con el niño era más difícil. El parecía percibir mi terror. Tuve que pedirle muchas cosas y me sentía muy culpable, cosas que decían relación con medidas de seguridad. El a veces preguntaba, yo trataba de decirle la verdad pero sin hacerla demasiado "pesada o dura". No quería mentirle, pero tampoco marcarlo... Durante años, esa culpabilidad pautó mi conducta con él, sobreprotegiéndolo. Tratando de darle una estabilidad que yo no tenía. En la época que estuve en la ENI como alumna, estar en clases, estudiando, me conectaba a menudo con el pasado militante, con la estadía en Tomás Moro o Cañaveral, Inesal o el Comité Central. Recordaba a Alejandro, otras veces a Ricardo Ruz. Me hacía daño suponer lo que de seguro pensaban de mí. 266
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Una mañana en el Taller de Allanamiento y Registro estábamos iniciando la fase práctica. Cada uno debía confeccionar un juego de ganzúas para todo tipo de candados y cerraduras. Parada frente al esmeril, no me resultaba la que llamábamos colita de chancho, que sirve para abrir autos y el tipo de chapas que se cierran por dentro presionando un botón. Estaba acalorada y pequeñas esquirlas de metal picoteaban mis manos. La visera que me protegía los ojos se me corría, era grande para mí. Estaba incómoda, y para colmo era uno de esos días en que el pie me dolía. Se acercó un compañero del curso y me ofreció su ayuda. Yo sabía su nombre y grado, pero hasta ese día no habíamos hablado. Así es que rechacé su oferta de ayuda, pero insistió: -Yo te enseño y luego tú haces otras. Le pasé el metal y la visera. En pocos minutos tuvo la llave lista. -Ahora tú. Corta el metal. Se puso detrás de mí, guiando mis manos con las suyas. El típico "jueguito" del abrazo no asumido. Si uno reclama, está la salida de que sólo quería ayudar. Decidí actuar como si el muchacho estuviese en el hemisferio norte, haciendo caso omiso de su actitud. Muy pronto se aburrió y se puso a mi lado. Me ayudó con todo el trabajo y además me regaló las que había hecho para él. Desde ese momento, el joven se transformó en uno más del grupo. Con Alejandra estudiábamos con algunos oficiales. Este joven tenía a su cargo una camioneta y ofreció pasar a buscarme cada día. Dejamos de irnos en el bus de la escuela. Pronto surgió una relación con el muchacho. Era muy simpático. Me llenó de regalos y atenciones. Fue como vivir prestados unos días que tal vez debí haber vivido en otra época, cuando era libre, cuando era joven. Una relación sin problemas, suelta, sin complicaciones. ¡Era tan cariñoso! Un fin de semana nos fuimos a las Termas de Jahuel. Anduvimos a caballo, trepamos por los cerros. Respiré a todo pulmón. Disfrutamos la comida, jugamos taca-taca, ping pong y billar. Las horas parecían correr. Noté que fue difícil separarnos. Nos demoramos más en despedirnos en el estacionamiento que en el viaje de las Termas a Santiago. El lunes, al terminar las clases, "Max" me mandó a buscar y muy serio dijo: " Luz, ¿qué estás haciendo?" Imaginé en seguida que se refería a la relación, pero contesté como si no lo supiera. 267
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-Sabes a qué me refiero. Quiero que hablemos del oficial. -¡Ah!, del teniente, -y riendo agregué bien fuerte-: ¡Mayor, al rescate! ¿A quién trata de rescatar, mayor? ¿A mí, de las garras de un lacho y cínico teniente? o ¿al pobrecito e indefenso de las garras de esta mala mujer? -No juegues, Luz. Quiero saber qué pasa. Qué pasa contigo. No cuadra nada lo que sé con la Luz que creo conocer. Y lo único que sé es que la señora del oficial se pasó todo el fin de semana llorando y preguntando si la misión de su abnegado marido era muy peligrosa. Y creo que estaba contigo. Pensé, o ya se lo agarró a él o la Contrainteligencia funciona de maravilla. Aunque algunos lo sabían, por ejemplo el capitán Pedro Tichauer Salcedo, amigo del oficial, y algún otro oficial vecino suyo a quien el muchacho había pedido que se preocupara si había alguna emergencia en su casa. Yo conocía a la señora del oficial. Era una lolita casi como ausente. Tenían dos hijos preciosos. Me sentí mal. "Max" sabía cómo plantearme las cosas. Pensé: "Tanto escándalo, quizás con cuántas otras mujeres ha salido y saldrá en el futuro". Repliqué algo molesta y agregué: -"Max", está bien. Preguntaste directamente, y lo mínimo que mereces es una respuesta franca. ¿Por qué todo este drama? Son sólo unos días bonitos. ¿O es que el problema soy yo? Sabes muy bien cuánto los conozco. ¿Acaso eres un monumento a la fidelidad? ¿Qué crees que le haré a tu teniente? -¡Ay, qué mujer! No, no es eso. Métetelo bien en esa dura cabezota que tienes. Tú eres el problema, pero en otro sentido. El oficial no es un santo. De acuerdo. Nadie lo es. De acuerdo. Pero él siempre se mantuvo dentro de unos límites. Jamás faltó una noche a su casa. Y ahora se va contigo un fin de semana largo. Yo lo conozco, Luz. Se está enamorando de ti. ¿Qué harás entonces? Pensé en Patricio. No le creí a "Max" ni la mitad de lo que dijo. Era su estilo. Conseguiría que terminara con el oficial y de paso tendría que sentirme "regio". Pero recepcioné el mensaje. -O.K., "Max". Se acabó. No habrá más problemas. Por mi parte al menos.
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es por la señora y sus bellos hijos. Ni tampoco porque usted lo pidió. Ni siquiera por él. Es por mí, mayor. Porque no quiero problemas. Por eso. Permiso para retirarme, mayor. Me sonrió con simpatía. -Te entiendo, Luz, sé que estás enojada. Tienes mi permiso para retirarte. Ya hablaremos. Se acabó la relación. El oficial me llamó varias veces. Pero el Alto Mando podía estar tranquilo. Su hombre estaba a salvo. Eso me permitió tener claro cuan rayada estaba la cancha. Si María Alicia, Alejandra o yo nos relacionábamos con oficiales "maduros" -según ellos-, no había problemas. Si ocurría con un oficial de la edad nuestra o algo más joven, de inmediato intervenían. Yo tuve algo de suerte. "Max" siempre fue un caballero y hasta elegante para plantear las cosas. Y Rolf actuaba a priori. Si algún oficial se acercaba a mí, a los pocos minutos llegaba y lo interpelaba: -Dígame, capitán, ¿necesita algo? El jefe de la señora soy yo. Cualquier cosa de trabajo puede preguntármela a mí. Obviamente ningún oficial lo desafió en forma abierta. Lo que yo llamaba "Mandos medios al rescate de oficiales jóvenes", no ocurría con otras funcionarías del Cuartel General. Había algo de sobrevaloración de las tres. ¡Y mucho de desconfianza! Durante el curso en la ENI, un día de invierno en que salimos al sol durante un recreo, el entonces jefe de la Unidad de Contrainteligencia -Jorge Marcelo Escobar Fuentes- me llamó y me llevó a uno de los patios traseros de la escuela diciéndome: -Un amigo tuyo quiere verte. Sentí miedo. En el Austin Mini del capitán estaba Raúl Navarrete, el muchacho que entregó a la DINA toda la información sobre mí. Se bajó del auto, me dio un fuerte abrazo, y sólo dijo: -Qué bueno verte bien. Sonreí, callada. Al verlo pensé que existía la posibilidad de estar peor, me invadió un sentimiento de nada y mi sonrisa fue más sincera. Creo que me encontré con él, tácitamente, pero de manera profunda. Eramos de la misma mierda. Estábamos -en ese momento me pareció que eso era bueno-, estábamos sobreviviendo. Sentí que me miró con alivio de verme viva. Nunca más le vi.
-No esperaba otra cosa de ti, Luz, yo quiero que sepas que la señora de... Le interrumpí. -"Max", no sigas. Siempre he sido franca con usted, mayor. No 268
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LA "CHATY", SUBTENIENTE DE EJERCITO
En el curso en la ENI, no recuerdo qué lugar obtuvo María Alicia, Alejandra obtuvo la segunda calificación y yo la cuarta entre veintidós oficiales. Volver al Cuartel General me produjo un sabor amargo dentro. Después que ocurrió esa corta e interrumpida relación con el oficial, estuve un par de veces con "Max". Lo sentí como algo "pendiente". Durante esos años pensé que yo podría haber amado a ese hombre. Sin embargo, "Max" simplemente pasó por mi vida. Creo que mayor es la huella que me dejó con su forma de ser mientras estaba detenida. Tuve la fantasía de que había logrado borrar los sentimientos, y ni siquiera me importó. Sólo vacío y dolor, nada más cabía en mí. Aprendí que podía estar con quien fuese y yo igual era yo. Sólo que más vacía... Eso es algo que no se olvida nunca... Hay épocas de tránsito difíciles. Esa época era así: sentir que no se puede anidar en ninguna tierra y que aún así surgen deseos de querer vivir. Lo poco que quedaba de mí, pugnaba por salir. Me sentía toda herida y expuesta a un medio ajeno, vacío, hostil. Entonces me decía: sin raíces, se torna el caminar ligero, habrá otro tiempo, otros días para hincarse en la tierra y tal vez... florecer. El año que fui a la ENI fue un año "bueno" en lo laboral. A mediados de agosto me confirmaron en el rol de analista de Información Pública en la Subdirccción de Inteligencia Interior y se me comunicó que pasaría a integrar la planta de profesores part-time de la ENI, en el ramo de Marxismo, como profesor ayudante del comandante Wenderoth, titular del ramo. A las tres nos ascendieron a la categoría de personal civil con categoría de oficial y mi hoja de vida aparecía intachable. Yo cada día más ajena, más triste, más sola.
A "Chaty" no la conocí personalmente, la divisaba cuando ella iba al Cuartel General. No sé encuadrarla con certeza en sus funciones. Las pocas cosas que sé de ella es por referencias de Rolf Wenderoth y de un capitán con quien ella tuvo un romance. Rolf Wenderoth me contó muy molesto -malestar que me pareció genuino- que sentía rabia y pena porque el coronel Contreras había cambiado mucho. Me dijo que ya no era el amigo que conoció por años. Estaba dolido porque el fin de semana anterior, él y su esposa habían estado en la casa de Manuel Contreras y el coronel ni siquiera había salido a. saludarlos. Que habían compartido unos momentos con la señora María (esposa del coronel), y que la habían encontrado mal, ya que evidentemente ella también resentía los cambios de su marido. Rolf había sido uno de los oficiales cercanos a Contreras desde los inicios de su carrera. Cuando Wenderoth era teniente y estando destinado al Regimiento de Ingenieros de Osorno, contrajo matrimonio y sus padrinos fueron el matrimonio ContrerasValdebenito. Cuando Rolf llegó a la DINA era uno de los oficiales con acceso expedito a Contreras. Poco a poco fue "marginado", según él, por Vianel Valdivieso y Pedro Espinoza. -¿Sabes lo que supe? -me dijo Rolf ese día-. El "Mamo chico", el hijo de Contreras, aparentemente tuvo algunas dificultades para iniciarse sexualmente y el coronel le habría pedido a la "Chaty" que se acostara con él-. Wenderoth estaba indignado, habló de la utilización que se estaba haciendo de las personas, de la "mala clase" de algún personal femenino y agregó cosas como: "Qué se puede esperar de estas niñitas, si la Escuela Femenina es la casa de putas del Ejército". Pensé en "Chaty". Tal vez no tenía conciencia de nada. Quizás ella, aun siendo una oficial, se sentía entre la espada y la pared. Ella era menor que yo. Tal vez cinco o seis años menos. Sabía cuánto uno -como mujer- cambia en un lapso así. Subjetivamente, pues apenas la conocí, la sentí hermana. Pensé: "a lo mejor ella también entiende que no hay salida". Me estremecí, un frío de muerte recorrió mi ser. ¿Cuántos submundos habría de conocer aún? Rolf se veía enojado, pensé que acaso a él le dolía más de lo que reconocía que el jefe lo hubiese marginado del grupo de oficiales que lo rodeaba.
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PERIODO POSTERIOR A LA ENI
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IDENTIDAD URUGUAYA Al terminar el curso y al volver a la oficina, me llamó la atención el que Rolf se ocupara de manera más insistente que nunca de mi seguridad y acerca del cómo habría de vivir en el futuro. Hasta ese momento la presión por el lado de las continuas citaciones que emanaban desde los tribunales para que compareciera como testigo en casos de "presuntos desaparecidos" -como estaban caratuladas en esa época las causas-, no habían constituido un riesgo serio para mí. Pero todo parecía indicar que lejos de disminuir, la presión se haría cada vez mayor y permanente por parte de la Vicaría. La orden de la institución era clara. Nadie puede declarar. Durante 1991, año en que tuve ocasión de revisar mucha prensa antigua y reordenar lo ocurrido, me di cuenta que el decreto del cambio de la DINA a CNI data del 13 de agosto del año 1977. O sea que la oficialidad, al menos las jefaturas, estuvieron en conocimiento de lo que ocurriría mucho antes que el personal de la institución, incluida yo. Imagino que eso influyó en que el comandante Wenderoth se preocupara especialmente de buscar la manera de eludir lo que en ese momento me transformaba en un flanco vulnerable para la institución. Según lo que se me informó, el coronel Contreras autorizó que se montara una operación destinada a que yo asumiera una identidad extranjera para que pudiese vivir en Chile luego de obtener una residencia temporal y quizás algún día solicitar la nacionalidad chilena, como establecía la legislación de Extranjería vigente a la época. Wenderoth Pozo, con el subdirector de Inteligencia Exterior, el comandante Arturo Ramón Ureta Sire (falleció de un infarto en julio de 1992, en el Hospital Militar), planificaron todo. Ureta Sire se contactó con el hombre de la DINA en Buenos Aires, el capitán Christoph George Paul Willike Hóel, quien además era el contacto de la DINA con el Servicio de Inteligencia Uruguayo, para que consultara si era factible que ellos me dieran esa identidad. Viajé a Montevideo el 19 de agosto de 1977. Salí de Santiago con una cédula de identidad a nombre de Ana María Vergara Rojas y volví de Montevideo como Graciela Susana Miranda López o López Miranda el 30 de agosto del mismo año. Rolf me llevó al aeropuerto y luego hablamos por teléfono con cierta frecuencia para coordinar mi regreso y mantenerlo informado del curso que seguían las diligencias. En el aeropuerto de Carrasco, como estaba acordado, me recibió el capitán Christoph Willike, quien
de inmediato me puso en contacto con un señor que dijo ser Roque Vergara, del Servicio de Inteligencia Uruguayo, quien junto con el capitán Willike Hóel me llevaron al Hotel Ibicuí, en la calle del mismo nombre, a pasos de la plaza Cagancha de Montevideo, y me indicó que tenía otras cosas que hacer, pero que confiara en el oficial uruguayo, conocido suyo. En Montevideo aproveché de conocer los lugares más pintorescos y de aprender lo mínimo necesario en tan corto plazo para poder volver como una ciudadana uruguaya, o sea, adoptar el acento y modismos locales. Compré a diario la prensa para enterarme de aquellas cosas generales que se supone sabe un ciudadano de su país. El oficial me hablaba de aspectos relevantes de la historia de Uruguay, memoricé nombres de jugadores de fútbol de la época, de ciudades, calles, diarios, revistas, etc. Me tomaron fotos para la cédula de identidad y el pasaporte uruguayo. Cuando volví a Chile me estaba esperando en el aeropuerto Rolf Wenderoth; pasamos a dejar mi maleta al departamento y de ahí nos fuimos al casino del Club de Carabineros, donde se realizó una recepción para celebrar el onomástico del subdirector de Inteligencia Exterior y el cumpleaños de Rolf. Antes de partir de Uruguay, como se me había ordenado, entregué la cédula-falsa a nombre de Ana María Vergara Rojas al oficial Vergara, quien se la envió a Christhop Willike, el que a su vez la remitió a Chile por vías que ignoro. Cuando me la entregaron, me dijeron que había venido por valija diplomática. Con la documentación uruguaya a nombre de Graciela Susana López Miranda o Miranda López, no lo recuerdo con exactitud, Rolf Wenderoth Pozo inició los trámites para averiguar cómo podría solicitar residencia para vivir "legalmente" en Chile. Como de costumbre acudió a los agentes Carlos Estibil Maguida y Aníbal Rodríguez Díaz. Los agentes señalaron que no habría ninguna dificultad en conseguirme la residencia en Chile si yo podía exhibir un contrato de trabajo. Con Rolf Wenderoth fuimos a conversar con el oficial que comandaba la unidad de computación de la DINA, quien nos dijo que no había ningún problema por cuanto esa unidad funcionaba con la cobertura de una empresa de computación. Una vez que el formulario fue llenado con mis datos y obtenidas las firmas necesarias, acudí a las oficinas de Policía Internacional ubicadas a esa fecha en el antiguo edificio del Gabinete de Identificación, en la calle General Mackena. Me acompañaron Wenderoth
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Pozo y Estibil Maguida. Fingiendo ser uruguaya inicié los trámites para obtener residencia en Chile. Cuando la DINA cambió a CNI, fue tal la dinámica que se produjo al interior de la institución que no hubo ocasión de seguir con esas diligencias. Tampoco me atreví a plantear esta situación a la CNI, razón por la cual desconozco cuál fue el destino de esos documentos.
El día en que el asunto se hizo público hubo muchas reuniones de las jefaturas con el director Contreras y también una para todo el personal que se realizó en el Casino de Suboficiales. La dirigió el subdirector de la DINA, el entonces coronel (E) Gerónimo Pantoja. Dijo que debido a maniobras del Marxismo Internacional la institución debía enfrentar, injustamente, una situación de cuestionamiento. Que la DINA no era responsable del crimen de Orlando Letelier, pero que para proteger a la organización, ésta cambiaría de nombre y tendría algunas limitaciones, entre las cuales mencionó que los detenidos de CNI deberían ser puestos a disposición de los tribunales a los cinco días de ser detenidos, o puestos en libertad, sin cargos, en el mismo plazo. Pantoja agregó que no nos preocupáramos, porque todo seguiría igual. Que la institución sortearía el problema, que era transitorio. Que el que Contreras fuese el director de CNI era un respaldo inapreciable del presidente Pinochet. Todo el resto fueron arengas recordatorias del carácter casi providencial de la institución en eso de limpiar el país. Los funcionarios quedaron tranquilos. El escuchar que seguirían recibiendo sus remuneraciones y que el cambio se traduciría, para nosotros, sólo en el cambio del logotipo y pie de firma en los documentos, hizo que nadie diera mayor importancia al hecho y que fuera de esa reunión y de comentarlo un par de días en el casino, no ocurriera nada más. Sin embargo, la jefatura estaba inquieta y era fácil suponer que más cosas estaban ocurriendo. La cúpula de la DINA fue absolutamente hermética al respecto, fuera de la versión oficial atribuyendo la responsabilidad de lo ocurrido al Marxismo Internacional, y que el asesinato de don Orlando Letelier había sido un crimen pasional. Por esos días, yo andaba tratando de encontrar un lugar donde vivir, así es que no leí ni la prensa. Estaba desesperada, vivir con mi hijo me parecía cada día más imposible.
CAMBIO DE DINA A CNI La DINA cambió de nombre. La institución seguía comandada por Manuel Contreras Scpúlveda. Durante la segunda quincena de septiembre la CNI comenzó a intentar resolver algunas situaciones que como DINA tenía pendientes. De ellas hubo una que me afectó y fuerte. Durante el período que estábamos en la escuela, Alejandra se cambió de casa, arrendó un pequeño departamento. Poco después, Miguel Ángel Pobletc, abogado del Departamento Jurídico, me comunicó que en un plazo breve debía devolver el departamento fiscal que ocupaba en la Torre 12, pues sería entregado a algún ministerio a cambio de otras oficinas. Me pareció un intento por evitar problemas legales con los dueños de la propiedad, pues unos días antes nos habíamos enterado de que un familiar del propietario -Max Jocl Marambio, que estaba en el exilio- hacía gestiones para recuperar el inmueble. Comencé a buscar algún lugar para arrendar. Al comprobar que no estaba en condiciones de financiar un alquiler, sumado a los gastos de educación y mantención de mi hijo, conversé con su padre, y le pedí que recibiera a nuestro hijo por unos meses mientras resolvía dónde vivir. Me envió el pasaje para el niño. En el aeropuerto lo recibió una hostess, quien me garantizó que Lan Chile se hacía responsable de entregarlo a su padre al llegar a destino. La información que se comenzó a publicar del "caso Letelier" generó una serie de cambios dentro de la institución. Yo diría que el coronel perdió parte de su omnipotencia e influencia en beneficio de Jaime Guzmán Errázuriz y otros en el Gobierno. Todo esto se tradujo en un intento de la DINA por evitar que el órgano represivo desapareciera, y así fue como recurrieron al cambio de nombre, que en la práctica fue lo que ocurrió. Todo siguió igual. 274
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EL CORONEL CONTRERAS Juan Manuel Guillermo Contreras Sepúlveda nació en 1929. El año 1948 egresó como oficial del arma de ingenieros y desde 1966 fue profesor de Inteligencia en la Academia de Guerra. En 1971 comandaba el Regimiento de Ingenieros Ns 4 "Arauco"; en 1973 es nombrado director de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, lo que le permitió controlar una posición importante a la fecha del Golpe. Durante su trayectoria militar se destacó por sus calificaciones y mantuvo la primera antigüedad de su promoción. Comandó la DINA desde sus inicios con el grado de coronel. El coronel, con su apariencia simpática, cuando aparecía en público sembraba dudas. Escuché decir un día: "¿Ese es el coronel? ¡Si parece un abuelito...!" Es verdad, lo parece. Sin embargo, quienes lo conocimos sabemos que el coronel y la DINA cumplieron un importante rol en el ejercicio del poder de la dictadura. La DINA asesoró al régimen en casi todas las áreas de gobierno y con un puñado de hombres allanó, robó, secuestró, torturó, mató e hizo desaparecer personas. El coronel supo poner en movimiento a hombres y mujeres que fueron construyendo un poder destinado a quebrar y dominar a otros, y que, ejercido directa y brutalmente sobre las víctimas e indirectamente sobre toda la sociedad, generando delación, división y terror, hoy se expresa en un pacto de silencio que oculta la verdad. El 23 de septiembre de 1973, el coronel, como director de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes, publicó en el periódico "Proa" de San Antonio una invitación a la población a denunciar a aquellos que propagasen rumores, a fin de detenerlos y juzgarlos en tribunales militares en tiempos de guerra que ya estaban funcionando. Yo conocí al coronel. La primera vez que lo vi, no imaginé que era el director de la DINA. Pude reconocerlo un año después cuando 276
me dijo que pasaba a ser funcionaría de la DINA, y a pesar que me sentí frustrada porque no era la libertad, pensé que por lo menos era una nueva etapa, sin comprender que mi libertad no podía dármela el coronel. No sabía entonces que mi liberación implicaba romper con ese poder, que la libertad se logra ejerciéndola. El coronel involucró al personal de la DINA en su proyecto. Preparó el terreno para la complicidad, reforzó aquellas acciones "deseables" para la DINA y exigió "lealtad incondicional". Recuerdo cuando Rolf Wenderoth me dijo: "Recibir algo del coronel es como firmar una letra en blanco", "si necesita algo, no tengas duda que se cobrará"...o cuando antes de viajar a Uruguay me advirtió que no cometiera el error de despedirme o informar al coronel de mi viaje diciéndome que "algún día en 'la tirada de mantel' podía usar esa información para comprometer o chantajear a la CNI". El poder de la DINA convirtió en víctima a algunos de sus funcionarios, cuando éstos rompieron la incondicionalidad. Según la declaración de Arístides Becerra, su hermano Miguel Ángel Becerra Hidalgo, cuando planteó a la gente de Colonia Dignidad y de la DINA de Parral que deseaba marginarse, apareció muerto. Carlos Alberto Carrasco Matus y Rodolfo Valentín González Pérez, guardias de la DINA, desaparecieron por adoptar actitudes humanitarias con los detenidos. Según declaración de Michael Townley, Manuel Leyton Robles, agente de la DINA, murió luego de recibir una dosis de gas "Sarín", después que al ser detenido por robo, confesó que era una misión ordenada por su jefe, Germán Jorge Barriga Muñoz, alias don "Jaime". Hay otros casos de muerte en circunstancias dudosas de funcionarios y ex agentes de la DINA. Menciono los anteriores porque tengo algún conocimiento de ellos. El coronel se preocupó de alimentar una serie de leyendas. La del enfrentamiento con el Comunismo Internacional, supuesta guerra dirigida por Moscú, que le permitió reprimir brutalmente al opositor interno, montar operaciones en el exterior para eliminar a personas y también recolectar fondos adicionales que engrosaron las arcas de la DINA. Cada mes el coronel organizaba reuniones con empresarios y les daba una charla sobre la situación interna, el peligro de la subversión y el comunismo internacional. Los empresarios, aterrados, aportaban dinero. Estas reuniones eran organizadas por sus asesores en el área económica y empresarial, entre ellos Pedro Diet, Manuel Augusto Palacios Burgos, Lautaro Villar y Marcos Acuna. El oficial Villar se suicidó. 277
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El coronel se ocupó personalmente de mantener informados de su visión de la situación del país a personas y dignatarios de todas las áreas de influencia en el acontecer nacional. Cuando el coronel se dio cuenta que pese a la adhesión de unos cuantos sacerdotes y del sector más tradicionalista de la Iglesia Católica, éstos no lograrían que el Cardenal Silva Hcnríquez y los obispos comprometidos con los sectores marginados aceptaran la tesis de esa guerra de aniquilamiento, éste apoyó el contacto del régimen con la iglesia Metodista Pentecostal que legitimaba el proyecto de la dictadura. El régimen se tornó ecuménico y en el año 1976 se realizó el Tedeum en la Catedral Metodista Pentecostal ubicada en Alameda N s 3644. Por recomendación de Pinochet, el Comité Pro Paz cerró sus puertas el 27 de noviembre de 1975; a esa fecha estaban detenidos los sacerdotes Fernando Salas y Patricio Carióla y Georgina Ocaranza la secretaria del Comité, que se encontraba embarazada de varios meses. El jefe del Departamento Jurídico, el abogado señor José Zalaquett, estaba incomunicado en Cuatro Alamos. Sin embargo, el coronel no logró descontinuar el accionar de la Vicaría de la Solidaridad ni obtuvo el apoyo de la Iglesia Católica y reaccionó organizando atentados, entre los que se puede mencionar el ataque que realizaron las unidades de la Brigada de Inteligencia Metropolitana en contra de los obispos Alvear, González y Ariztía cuando volvieron de Río-BambaEcuador. También existieron intentos de colocar equipos de escucha electrónicos y de reclutar como informantes a personal de servicios de la casa de Punta de Tralca, lugar de reunión de los obispos. El accionar de la DINA incluyó acciones de amedrentamiento en contra de funcionarios de la Vicaría de la Solidaridad. El 16 de mayo de 1976 es detenido el abogado de la Vicaría don Hernán Montealegre, y el 30 de marzo de 1977, la unidad de la DINA en Valdivia comandada por Juan Zanzani incendió la radio "La Voz de la Costa", porque su programación apoyaba el desarrollo rural de los sectores campesinos en Osorno y localidades aledañas. Esto último lo escuché del mayor Zanzani cuando se lo contó a Rolf Wenderoth, el día que acudió a dar cuenta de la acción al director de Operaciones, Pedro Espinoza Bravo. Objetivos permanentes de vigilancia de sus movimientos eran los obispos Carlos Camus, Tomás González y Jorge Hourton, sobre todo después de la declaración de monseñor Camus del 8 de octubre de 1975 en la cual como secretario de la Conferencia Episcopal, en resu278
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men declara que: La cesantía en Chile supera el 20% reconocido oficialmente, que el país vive un profundo clima de odio y que la Iglesia seguirá siendo atacada porque ha defendido al perseguido político, al trabajador cesante, a la familia que no tiene que comer, y eso es la mayoría de los chilenos. Además de las charlas acerca de la leyenda de la guerra, el coronel usó a la DINA en "acciones de propaganda armada", como confeccionar y distribuir panfletos y miguclitos, atribuidas al MIR. Con ellas pudo "demostrar" al régimen que la subversión se encontraba activa y consiguió autorización para endurecer la represión hasta el aniquilamiento. Sólo un "enemigo con presencia activa" podía dar al coronel los argumentos para que el gobierno militar fuera elaborando y adhiriendo a la doctrina de seguridad nacional. En ese contexto de guerra la DINA se hace necesaria y así fue obteniendo los recursos para su crecimiento. En un régimen donde todo poder era ejercido por militares o civiles adherentes y donde la oposición es tipificada de subversión al servicio del comunismo internacional, la DINA creció de manera desproporcionada, así como el poder del coronel. A diario desayunaba con Augusto Pinochet y le daba un informe de la situación, documento que era confeccionado en la Central de Operaciones de la DINA. Para legitimar la DINA el coronel usó todo tipo de recursos: amplía la definición de enemigos, ya no sólo es el comunismo internacional y las organizaciones de izquierda, también lo son aquellos que comienzan a asumir la defensa de los derechos de las personas. Se propone demostrar que la DINA es el órgano de inteligencia adecuado y único, surgen conflictos con otros servicios represivos, dirige el accionar de la contrainteligencia hacia sus pares del Ejército y otras ramas de la defensa, amplía el marco de sus acciones al exterior creando la Agrupación Cóndor y distribuye agentes por varios países. En esta guerra que ya no sólo involucra a los opositores, la DINA fue desarrollando sus redes de captación de información en toda la sociedad. En su período de mayor auge la DINA se convirtió en una institución enorme y difícil de controlar, la mayoría del personal estaba dedicada a funciones de apoyo de la gestión. Los funcionarios involucrados directamente en las acciones delictivas fueron menos. Con la información de que se dispone hoy, es factible darse cuenta que el coronel compartimento la cúpula real de la DINA. Los funcionarios de mayor lealtad y que ejercían diversos cargos "públicos" 279
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para el personal de la DINA aparentemente desconectados de la planificación de operaciones de aniquilamiento, asesoraban y planificaban junto con el coronel aquellas acciones de las cuales hoy se tiene conocimiento y que incluyen asesinatos y maniobras de encubrimiento de los mismos, tanto en Chile como en el exterior. Como el asesinato del ex vicepresidente de la república y ex comandante en jefe del Ejército don Carlos Prats y su esposa, la señora Sofía Cuthbert (30.sep.74); el atentado en contra del ex vicepresidente de la república don Bernardo Leighton y su esposa, señora Anita Fresno (6.oct.75); el asesinato del ex vicecanciller del Gobierno chileno, don Orlando Letelier del Solar y su secretaria, la señora Ronnie Moffít (21.sep.76); la Operación "Colombo" y el Listado de "los 119" (23.jul.75). Durante el período de la DINA existía en el personal una imagen sobrevalorada del coronel; se hablaba de su inteligencia, de su capacidad de mando, de su avidez por manejar toda información y situación, de su control absoluto sobre sus subalternos, del manejo de las numerosas empresas con las cuales obtuvo incremento del financiamiento para la DINA y también de "su buena estrella". Imagen que el mismo coronel se preocupó de alimentar. El coronel además de confiar en sus propias capacidades, creía efectivamente en su "buena estrella", aquella que le permitiría cumplir con su misión. Sin embargo, cultiva una sobrevaloración de sí mismo que lo lleva a entramparse. Sus más cercanos colaboradores le rodean como un séquito que además de regalar sus oídos con elogios, paulatinamente lo van aislando del resto del personal y de la realidad. Los hombres que construyen un cerco en torno al coronel fueron Vianel Valdivieso Cervantes, Alejandro Burgos de Beer y Juan Morales Salgado, entre otros.
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ASCENSO DE CONTRERAS A GENERAL Mientras trataba de resolver el cómo y dónde vivir, en la prensa siguió presente y de manera creciente el caso Letelier. A propósito de ello, el coronel Contreras continuó reuniéndose con algunos de sus oficiales. Un día Rolf me llamó a la oficina y abriendo un maletín me mostró un legajo de documentos. Fotocopias de un dossier completo que habría llegado de Estados Unidos, donde se culpaba a la DINA del asesinato de Orlando Letelier. Rolf estaba alterado, molesto, se paseaba por la oficina, fumando un cigarro tras otro. -¿Y ahora qué hacemos? ¡Este huevón! Tiene del año que le pidan. Se refería a Espinoza Bravo. Verlo así me hizo estar segura de que la DINA era la responsable de esas muertes. No sabía qué actitud asumir. Rolf nunca aceptó ante mí que la DINA había matado personas. Tampoco esa vez, pero se permitió dar salida a su rabia por la incapacidad manifiesta de Espinoza Bravo, en lo que supuse había sido la dirección de ésa y otras operaciones de ese tipo. Confieso que no me atreví a preguntar nada a Rolf Wenderoth. Fueron días agitados al interior del Cuartel General. Mi jefe casi no pasaba en la oficina. Después de todo ese tiempo, con todo lo que había vivido, visto y escuchado, me parecía que era altamente probable que la DINA hubiera planificado una operación así. Lo que me aterrorizaba era suponer que Rolf Wenderoth, la única persona en quien confiaba un poco, que me había cuidado y sobreprotegido, fuera parte de ello. Por esos días, el coronel Contreras ascendió a general. Llegó una circular a la oficina -y a todas- comunicando el ascenso. Hubo alegría en el servicio. Contreras era un hombre que exigía de sus hombres incondicionalidad, real o no, y todo el mundo por lo menos aparentaba esa lealtad. 281
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El ascenso de Contreras Sepúlveda hizo que el ambiente en el Cuartel General se relajara. Fue como un suspiro que alivió la presión que en esos días se había ido acumulando. El ascenso hacía presumir el que Contreras sería director por bastante tiempo. Todos supusieron que como de costumbre, el director de alguna manera había manejado la situación. Parte del personal femenino, las que eran pinochetistas por osmosis, sin ver más allá de las chasquillas, creían que todo había sido un error y como tal, seguro se había dilucidado. Recuerdo ese día como si fuera hoy. Tenía oficina nueva, pequeña pero funcional. Por primera vez oficina sola, contigua a la de Rolf Wenderoth. Lo que más me gustaba era que acogieron mi solicitud de forrar las paredes con algún material que me permitiera hacer cartas de situación. Tomé la circular, la que comunicaba el ascenso de Contreras a general, la coloqué con chinches en la pared. La miré por horas... Muda, absorta. Miraba la firma de Contreras. Ahora era general. Al ser más antiguo, no sólo llegaba al pináculo de su carrera, ahora podría subordinar a coroneles más antiguos que él y establecer relaciones en un plano de igualdad con generales que se rumoreaba de alguna manera no eran adeptos, o al menos les molestaba la existencia de la CNI (ex DINA) y sus métodos. Aparentemente Contreras Sepúlveda se había excedido en algunas funciones de contrainteligencia dirigidas hacia las FF.AA y el propio Ejercito. Ahora que era general, sería intocable. Vagando en esa marea de pensamientos, mi vista chocó con mi cartera. La cartera de una agente. Bonita, de cuero con espacio para todo. El modelo de esa cartera lo había diseñado María Alicia, y Espinoza Bravo se ocupó de mandarlas hacer. Yo siempre reclamé que era como ponernos un cartel que decía "soy de la DINA". Todas iguales, las hicieron negras, cafés o burdeos. Pero igual terminé usándola. Eran gratis, bonitas y cómodas. En mi mente podía ver el contenido de la cartera, el arma personal, cartuchos incendiarios, munición, gas lacrimógeno, escondrijos para distintas documentaciones, las tarjetas de identificación. Pensé luego en los logros materiales, en el costo de los mismos. ¿Cuánto quedaba de mí? La firma de Contreras salía de la pared y crecía ante mí. La veía flotar agigantándose, ¿caería? ¿Se haría trizas algún día? Debía comenzar a planificar mi vuelo, al menos internamente. Todo eso era absurdo. ¿Para que esas armas, si no las usaría? Fui a la oficina de Rolf y le dije que necesitaba hablarle; me indicó la silla. 282
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-Rolf, sé que puede parecerte prematuro, pero necesito que me ayudes. Pero primero una pregunta: ¿Por qué hace un tiempo me recomendaste que no estudiara el curso de secretariado que yo quería hacer? -Porque estimé que era muy pronto. Recién en libertad, fundamentalmente por tu seguridad. -¿Me ayudarías a conseguir permiso para estudiar algo ahora? -¡No! -¿Así de simple? ¿Sólo un no? ¿Puedo saber por qué? -No quiero que te vayas, creo que el jefe tampoco. -Rolf, no estarás toda tu vida aquí. -Entonces hablamos ese día, cuando me vaya. -Rolf, me obligarás a pedirle autorización al general. -¡Eres una tirana! ¿Has hecho alguna vez algo que no quieras? -Sí, Rolf, no sólo una vez, y te aseguro que con una sola tengo de sobra. ¿Acaso no puedes imaginar los costos? Ahora debo pensar en el futuro, Rolf. No sé si lo hay, necesito pensar que sí. Y eso implica no sólo salir de esta institución que hoy se llama CNI, debo además ser capaz de mantener a mi hijo, comprar su ropa, su comida, pagar su colegio, un lugar para vivir. Hablé sin rabia pero convencida, con vehemencia. Me había atrevido y no podía echarme atrás. -¿Me ayudarás? -Sabes que sí. Quiero lo mejor para ti. Veo que ya lo decidiste. ¿Qué quieres estudiar? -No estoy segura. Tal vez computación. ¿Crees que el general me ayude a ingresar a la USACH? -No sé, hay que conversarlo, esperaré el momento para planteárselo. -Gracias, Rolf, gracias. Me retiré pensando que debía empezar a construir algunas herramientas. Pero pensé, la gente de "afuera" vive de otra forma. ¿Podré vivir yo así? ¿Quién soy yo? ¿Soy como soy? Estoy cerca de los treinta años. ¿Conservaré la ductilidad de antaño? ¿Podré, como creo, prescindir de todo esto? ¿No estarán cerradas ya todas las puertas para mí? Miré el gomero, el filodendro. Habíamos llegado juntos a la oficina y mis plantas habían crecido mucho. Pensé en mi hijo. Estaba seguro con su padre. No podía traerlo al mismo mundo. Me di cuenta que el niño se había adaptado a la situación. Era el regalón de todos. Para él, la DINA era mis jefes, 283 o los compañeros de trabajo de la
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mamá. Seguro que no recuerda, tal vez sí. Algún día se lo preguntaré... Al llevarlo conmigo le dije: "Rafael, eras pequeño cuando no volví más a casa, pero ahora que viviremos juntos no quiero seguir con esa mentira. No es verdad que estaba trabajando fuera de Santiago. Estuve presa". El es mi tesoro, pensé, con una ternura indescriptible, y me dije: "Si no tengo la fuerza de ayer, deberé sacarla de alguna parte, pero tengo que intentarlo". Un pasado oscuro, un futuro incierto...
de Inteligencia Interior. Yo fui con Ketty a las trituradoras grandes y me encontré allí con María Alicia y otros funcionarios que prácticamente hacían cola para poder destruir grandes legajos de documentación. Al volver a la oficina y revisar los kardex, éstos sólo contenían los informes y recortes de prensa y todo el papelerío administrativo de la Subdirección. Le pedí a Rolf que hablara con Espinoza por si podía recabar mayor información. El coronel no estaba en la oficina de la Dirección de Operaciones sino que en uno de los departamentos ubicados en Belgrado con Vicuña Mackena y lo recibió en cuanto llegamos. En la antesala me quedé conversando con María Alicia. Ella no tenía más antecedentes, pero dijo que suponía que su jefe quedaría inmediatamente fuera de la institución. Al salir de la reunión, Rolf nos dijo que llamáramos a Alejandra, que en esa época trabajaba con el entonces comandante Raúl Iturriaga Neumann, para que se reuniera inmediatamente con nosotros. Cuando estuvimos las tres, Rolf nos informó que el general había ordenado que por cualquier "imprevisto" -que en ese momento pensamos significaba que la CNI y la nueva jefatura decidieran eliminarnoscreía que debíamos disponer de una cédula de identidad falsa distinta de la que oficialmente nos había entregado la DINA. Que un agente especializado nos recogería pronto en un punto en Providencia. Rolf nos llevó a las tres en su auto y ahí me enteré que ese agente era Michael Vernon Townley. Nos sacamos una foto para la cédula de identidad en un taller fotográfico de una galería en Providencia y fuimos con él a la que era su casa, la de Vía Naranja, en Lo Curro.
CONTRERAS ES REEMPLAZADO El 3 de noviembre de 1977, estaba en la oficina, el comandante me llamó y me pasó un documento, era otra circular. La leí, también firmada por el general Contreras, comunicaba que a contar de esa fecha pasaba a retiro y sería reemplazado en la Dirección de la CNI por el también general de Ejército en retiro Odlanier Mena Salinas. Si la circular anterior me había conmovido, la del cambio de DINA a CNI, ésta de la destitución de Manuel Contreras, me volteó. Todo sería peor. ¿Cómo pensar en partir? Ni siquiera podía imaginar lo que ocurriría conmigo, con nosotras tres. Reaccioné como un resorte: -Rolf, ¿Alejandra y María Alicia lo saben? -Imagino que en este mismo instante sus jefes ven la misma circular con su personal. Es probable que Espinoza lo haya sabido un poco antes. -Rolf, a pesar que las tres estamos bastante distanciadas, creo es el momento de reunimos, ¿crees que Pedro Espinoza sepa algo más? Entró Ketty -que nunca nos interrumpía cuando estábamos hablando- para indicarle al comandante que lo llamaban de la Ayudantía de la Dirección. Tenía una reunión con el general. Al volver, Rolf me pidió que sacara toda la documentación referida a una informante que manejaba él y cuyo contacto lo había recibido de Pedro Espinoza. Era una señora conocida o amiga de él que trabajaba en un instituto para el desarrollo, DESAL, que estaba ubicado en la calle Carmen Silva. Ella, regularmente entregaba documentación que decía relación con capacitación de trabajadores y de organizaciones no gubernamentales. Personalmente sacó la documentación de DESAL y otras del archivo de la subdirección, la guardó en su auto y dio instrucciones a Ketty de que triturara otros papeles. Rolf se quedó en su oficina reunido con los jefes de las secciones 284
MICHAEL TOWNLEY
Michael Townley, consecuente con su postura política, militante de Patria y Libertad, no tardó en adherir al proyecto fundacional de la dictadura. Sus características personales, entre las que destacaban su capacidad intelectual, la experiencia en grupos terroristas de extrema derecha durante el período de la UP, sus contactos en Chile y en el exterior y su nacionalidad extranjera, entre otros, lo hicieron transformarse rápidamente en uno de los agentes de la DINA más importantes. La presencia de Michael Tonwley en el Cuartel General de la DINA era frecuente. Para el personal subordinado no estaba muy 285
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claro qué hacía, pero acudía a reuniones con Eduardo Iturriaga Neumann, del Departamento Económico -fachada de Operaciones en el Exterior-; con Pedro Espinoza Bravo, director de Operaciones; Vianel Valdivieso Cervantes, encargado de Telecomunicaciones y brazo derecho de Contreras. O sea, no sólo era un agente de la DINA, sino que además tenía acceso directo al nivel más alto. El día que el general debió renunciar a la CNI, por decisión del cuerpo de generales a raíz de la crítica situación que enfrentaron Pinochet-Contreras, por la resonancia pública de las investigaciones del Departamento de Estado norteamericano por el asesinato de don Orlando Letelier del Solar y su secretaria, para mí fue muy nítida la estrecha relación existente entre Michael Townley y el general. El agente asistió a la recepción de desagravio al depuesto director de la CNI y recibió de su parte la orden de que confeccionara cédulas de identidad falsas, ante la eventualidad de que Alejandra, María Alicia o yo tuviésemos problemas con las nuevas autoridades de la CNI. Fue impactante para el personal del Cuartel General descubrir que el "Chileno rubio" involucrado en el asesinato de don Orlando Letelier era Michael. Más incomprensible aún fue la noticia publicada en el diario La Segunda del 8 de abril de 1978 sobre su expulsión. A pesar del hermetismo de las cúpulas, era fácil darse cuenta que se estaba librando más de una batalla. Estaban en pugna el poder de Contreras y el de Mena. La ex DINA y la CNI disputaban tratando de hacer prevalecer sus intereses, con un denominador común de salvaguardar de la debacle al Ejército y a su comandante en jefe. Contreras aún "encarcelado" en el Hosmil, conservaba importantes cuotas de poder dentro de la CNI, lo que sumado a los despidos masivos de quienes eran calificados de "contreristas" por Mena, generaron un clima de confusión. Los agentes y funcionarios que se habían "formado" al alero de Contreras, seguros de que nadie sería tocado porque su jefe no lo permitiría, constataban sin entender que las nuevas autoridades actuaban de manera diferente, sin percibir la profundidad del conflicto. Para el personal de la CNI resultaba incomprensible que la prensa de la época entregara antecedentes de Michael Townley, de los oficiales Rene Miguel Rivcros Valderrama y Manuel Rolando Mosqueira Jarpa; de Armando Fernández Larios, de Pedro Espinoza Bravo, de Raúl Eduardo Iturriaga Neumann y de María Rosa Alejandra Damiani Serrano, alias "Roxana", secretaria de Michael Townley y se comentaba acerca de traiciones y lealtades.
nos dejó a las tres en el Cuartel General, donde nos aguardaba Rolf Wenderoth. Con él nos fuimos a la casa del general Contreras. Al llegar a la casa de Príncipe de Gales, pudimos observar que en el lugar había personal de guardia del grupo de escolta del general, es decir, personal de la CNI. Ignoro si a esa fecha seguían perteneciendo a la institución o si habían obtenido la baja y trabajaban ahora para el general. No comparto con Michael sus posturas políticas, tampoco sus acciones, pero creo que hay algo que es importante de destacar. Michael Townley fue un agente de la DINA consecuente con sus compromisos. Michael fue traicionado al ser expulsado y aun así él no estableció ningún trato con la justicia norteamericana hasta que fue autorizado por el entonces fiscal militar Orozco para entregar antecedentes sobre algunas de las operaciones de la DINA.
Después que Michael Townley hizo las cédulas de identidad, 286
DESPEDIDA EN CASA DEL GENERAL Al traspasar la reja de protección, la guardia comunicó nuestra llegada y nos recibió el general en persona. Lo saludamos. Junto a él se encontraba el coronel Gerónimo Pantoja, quien al vernos manifestó alegría. Yo estaba bastante prejuiciada respecto del coronel Pantoja, reconozco que sobre todo por influencia de Wenderoth Pozo, ya que aparentemente el coronel y él no simpatizaban. Me molestó esa manifestación de alegría que me pareció fingida. Ya se rumoreaba que él se quedaría en la CNI, lo que para el personal parecía una actitud oportunista. Se esperaba que él renunciara y solidarizara con su jefe. Se comentaba que Pantoja era hombre de Odlanier Mena Salinas y del DIÑE. Cuando me tocó el turno de saludarlo, esquivé su abrazo y sólo dije un seco: -Buenas noches, coronel. El coronel acusó el desaire y se retiró visiblemente molesto. El general le indicó a Rolf que pasáramos al interior de su residencia, que nos sirviéramos algo, que iba a comenzar a tener una serie de reuniones cortas en su despacho, que nos llamaría en algún momento. Recorrimos algunas de las dependencias de su casa. En un saloncito, Rolf saludó a la esposa del general y nos presentó. Recién nos habíamos sentado junto a ella, cuando uno de los hombres del grupo escolta le dijo a Rolf que el jefe lo necesitaba. María Alicia y 287
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Alejandra se dirigieron hacia un grupo de oficiales conocidos de ellas. Me quedé con la señora unos momentos e intercambiamos unas cuantas frases de cortesía. Era la primera vez que la veía. Estaba la mayoría de los oficiales de la DINA, que distribuidos en grupos conversaban animadamente; varios se mostraron sorprendidos de que estuviésemos ahí. Camino al bar, tuve oportunidad de ver a Michael Townley que venía llegando. Se veía distinto. Sólo unas horas antes andaba de jeans y casaca. Ahora venía con un impecable y elegante traje gris claro, sus cabellos aún húmedos indicaban que se había duchado unos momentos antes.
obligándome a luchar conmigo misma, a sostenerme. Dejé el bolso en el suelo y me senté mirando el acuario, era de mi pequeño. Los peces nadaban ajenos, al menos ellos estaban bien. Una prima se había ocupado de alimentarlos en mi ausencia. Llamé a Rolf, quien a los pocos minutos llegó a casa: - A ú n no me echan -dijo sonriendo-. Pero sucederá mañana o pasado. Casi no queda nadie. Todos los días despiden a más de uno. -Rolf, ¿qué pasará conmigo? -No te queda más que presentarte. Mañana. -Quiero renunciar. - N o es buen momento, Luz, no sólo eso. Es el peor momento. Trabaja como siempre. Deja que te vayan conociendo. - N o podré traer al niño... -Te están esperando para que entregues el departamento. -Lo haré mañana. Como Espinoza Bravo estaba detenido con Manuel Contreras y Armando Fernández Larios en el Hospital Militar, Rolf tenía que entenderse con el coronel Pantoja. Le planteó mi problema habitacional. Ordenó que fuera a hablar con él. Me presenté inmediatamente. -Me comunicó su jefe que no tiene dónde vivir. -Así es, señor, no he encontrado nada que pueda pagar. -Se le ha entregado a María Alicia un departamento en la Remodelación San Borja, en la Torre 6. Pueden vivir las tres ahí. Debe comunicarme su decisión ahora. Pensé un momento. María Alicia se había negado a vivir con mi hijo en el pasado y no era momento de estar creando roces. -Gracias, señor, pero necesito un lugar donde poder vivir con mi hijo. Pantoja se enojó y gritando me señaló que tenía una hora para entregar el departamento de la Torre 12. -Lo sé, señor, y está todo listo. En cuanto salga de aquí lo voy a entregar. Volví a la oficina, llamé a María Alicia, le pregunté si por unos días podía guardar mis cosas en su departamento. Me dijo que no había problemas, que mientras no tuviera otro lugar podía ocupar una de las piezas.
Cuando nos recibió el general, nos tranquilizó, dijo que había conversado de nosotras con el coronel Pantoja. Que él se ocuparía de que estuviéramos bien. Que siguiéramos trabajando como siempre. Que estaba seguro que se nos respetaría en nuestra condición de funcionarías. Le señalé que tenía algunas reservas respecto del por qué se quedaba el coronel Pantoja en la CNI. El general Contreras me respondió con su estilo de "yo soy el dueño del fundo y manejo la situación": -El coronel se queda porque yo se lo ordené. Fue como siempre, atento con nosotras. Le informamos de la gestión recién realizada con Michael Townley y le mostramos las cédulas nuevas. Nos marchamos. Rolf nos llevó a casa. Al llegar, le dije que yo no confiaba en Pantoja ni Mena ni nadie más. -Rolf, ¿y si tomo mis vacaciones? -Podría ser. -¿Y si voy al Norte y aprovecho de ver a mi hijo? Rolf tramitó mis vacaciones en el Departamento de Personal y yo viajé. Días después, él me aconsejó volver. No había alternativa; el director de la CNI había dado garantías de que seguiríamos trabajando, e incluso se había reunido con Alejandra y María Alicia. Estaba en sus manos, entregada a lo que sucediera. El viaje de vuelta, treinta y tres horas demoraba el bus en esa época. Cada segundo me parecía un tirón hacia la noche, nada podía hacer, sólo dejarme arrastrar por esa máquina. INCIDENTE CON EL CORONEL PANTOJA
RENUNCIA DE ROLF WENDEROTH
Llegué al departamento. Me pareció más solo sin el niño que con sus grandes ojos oscuros e inteligentes hacía retroceder mis temores
Seguí trabajando. No tenía casa, algunos días fui donde María Alicia, otros donde familiares. En el trabajo la tensión crecía. Cada timbrazo
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del teléfono era sentir que llamaban a Rolf para decirle que estaba fuera de la CNI. Ocurrió. No sólo le comunicaron que estaba a disposición del personal, sino que además figuraba en una nómina que se distribuyó en todos los accesos y puestos de guardia de la CNI. No podía ingresar a ninguna oficina ni cuartel de la institución. Al menos eso me dijo entonces, pero el Ia de julio de 1992, durante un careo, me confesó que él había renunciado. Quizás no me lo dijo para que no lo culpara por dejarme sola ahí. Ese día me abrazó muy fuerte, se me escaparon las lágrimas. Lo miré partir indignado, y yo me sentí huérfana. Momentáneamente fue destinado al Comando de Ingenieros, en la calle Santo Domingo, donde Contreras había instalado sus oficinas; luego partiría a Tejas Verdes, a la Escuela de Ingenieros, como segundo comandante y gobernador subrogante del departamento de San Antonio. Era una buena plaza para Rolf, que estaba contento de retomar su vida militar. Continué haciendo el trabajo de la sección y de la ENI, y me confirmaron como profesora titular de Marxismo, en ausencia de Wenderoth. El ramo cambió de nombre, se llamaba ahora Movimientos Subversivos. A raíz de eso conversé un día con "Max", que todavía seguía en la ENI. El esperaba que de un momento a otro le avisarían su regreso al Ejército. Al irse Rolf, en Inteligencia Interior hubo una seguidilla de jefes. Primero el coronel Juan Jara Cornejo, que luego ocupó la Dirección de Operaciones. Un día encontré en la oficina del subdirector (había llegado unos meses atrás) al coronel de Ejército (R) Daniel Concha. -Señorita Ana María -me dijo usando mi chapa-. ¿Señorita, verdad? -Sí, señor. -Pero tiene un hijo, ¿verdad? ¿Madre soltera? -No, señor, separada -dije aparentando mucha calma. Sabía que quería molestarme. Era un "vejete" francamente desagradable. -Interesante... Anita, me han informado que usted es una excelente colaboradora. Quiero que sepa que estará incluso mejor que antes. Se encargará de su sección, tendrá dos secretarias y ocupará la que era la oficina del comandante Rolf Wenderoth. ¿Qué le parece? -Si es una orden, señor... -Pensé que era bueno, pues así podría llamar a Tejas Verdes y hablar con Rolf por el citófono ministerial mientras no lo sacaran, ya que en esa oficina había uno. 290
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-Puede cambiarse en este instante. Siga con el informe de prensa como hasta ahora. -Si es todo, señor, permiso para retirarme. -Qué lindas formas, Anita... me refiero a las militares, que en usted suenan y se ven muy bien -dijo con una sonrisa-. Pero no me diga señor, diga mi coronel. -A su orden, mi coronel. -Anita, yo sé que el general y el comandante la cuidaban mucho. No se preocupe, nada cambiará. Sé que el comandante Wenderoth a diario le compraba el desayuno. Imagino tiene problemas económicos. Quisiera comprar su desayuno. -Gracias, señor, pero no es necesario, puedo comprar mi desayuno -dije en un tono seco mientras pensaba: "Si este infeliz cree que me ha heredado con el cargo, está bien equivocado..." Me retiré con la idea de que el coronel iba a complicarme. Todos sabían que era o decía que era amigo del coronel Pantoja. Eso ya me causaba inquietud. Rolf me llamaba a diario y venía a Santiago por unas horas a verme cada vez que podía escaparse. A veces nos juntábamos donde María Alicia, y otras en su auto, en alguna esquina cerca del Cuartel General a las horas en que salía de la oficina. Tomábamos un café en alguna fuente de soda del sector o nos quedábamos conversando. Seguía buscando un lugar para arrendar. Restringí mis gastos al mínimo. Comía sólo el almuerzo que daban en el Cuartel General. Tenía que juntar dinero para poder reunir lo que exigían en cualquier arriendo como garantía. Comencé a buscar un instituto donde estudiar en horario vespertino. A fines de enero, Rolf me dijo: -¿Por qué no traes a tu hijo a San Antonio?, puedo buscarte un departamento. Son más baratos que en Santiago, tal vez tu mamá quiera venirse con él. Yo me ocuparía de la seguridad de ambos. Quedé de pensarlo. El coronel Concha no cesaba de molestarme, no sólo a mí, sino a todas las mujeres. Era el más fiel representante de esa caricatura del "milico lacho". Como si para él ser, hombre implicara que no podía dejar pasar a ninguna mujer sin tratar por lo menos de toquetearla.
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INTERMEDIO EN SAN ANTONIO
Me obligó a registrar un domicilio en Santiago. Di la dirección de mi abuela, que por lo demás era real ya que ella me arrendó una pieza para mí y el niño, para que pudiera traerlo a Santiago. El coronel comenzó a mandarme a buscar por la noche a casa de mi abuela con alguna frecuencia. Algunas veces me hacía esperar para luego decirme que disculpara, que ya no había urgencia, que me retirara y otras veces me pedía que redactara algo. A pesar de ello me las arreglaba para ir a clases, aunque fuese unos momentos. Y fui aprobando los primeros ramos. Había conseguido matrícula para mi hijo en un buen colegio en Santiago. En el Carlton College. Sólo que quedaba lejos, así es que salíamos juntos a diario antes de las siete de la mañana. El niño volvía solo. Y como en casa no había teléfono, le pasaba unas monedas para que me avisara cuando llegara. No estaba tranquila hasta que el niño me llamaba.
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Encontré un instituto cerca del Cuartel General. Podía llegar a tiempo a clases, pues comenzaban a las seis y media de la tarde. Hablé con mamá y decidió ayudarme para que pudiera traer al niño. Rolf encontró un departamento en Barrancas, a pocas cuadras de la Gobernación, bastante económico, y estarían seguros. Serviría de veraneo a mamá y al niño. Yo tendría donde ir los fines de semana y quizás otros días también. Cuando arrendé el departamento en Barrancas, Rolf me envió un camión de la Escuela de Ingenieros y retiré mis cosas del departamento de María Alicia. Como sólo tenía una cama, Rolf me prestó otras dos. Eran del Regimiento. Una secretaria de la Subdirección, Maribel, de quien sólo guardo gratitud, todos los días me decía: "Anita, ¿tiene dónde dormir?, sabe que puede ir a casa. Mis padres se han encariñado con usted". Algunos días iba con ella a su casa. Rolf me consiguió un pasaje liberado en una línea de buses, así es que comencé a viajar a diario a Barrancas. Llegaba alrededor de las diez y media, estaba con mamá y el niño. Dormía con ellos y a las cinco y media partía en el primer bus a Santiago. A las siete y media ya estaba en la oficina. El 6 de marzo de 1978 comenzaron las clases en el Instituto de Computación. Ya no podía viajar todos los días. Si la clase demoraba un poquito más, perdía el último bus. Todas mis cosas las llevaba en una pequeña valija que tenía en la oficina y en la cartera siempre llevaba conmigo una muda de ropa interior, un cepillo de dientes y un jabón. Hacia el 10 de marzo de 1978, todavía no lograba encontrar un arriendo en Santiago y mamá ya quería volver, con el agravante de que todos los colegios ya habían comenzado las clases. Por esos días me di cuenta que "Pilar", una de las secretarias que trabajaba conmigo, había comenzado a salir con el coronel. Ella sabía de mis actividades pues estaba estudiando en el mismo instituto que yo. Así es que cuando el coronel comenzó a poner más problemas que de costumbre, asumí que sabía de mis movimientos. Justo a la hora de salir me llamaba y me daba trabajos urgentes. No podía ir a clases, comencé a escaparme por la puerta de atrás de la oficina con la ayuda de Maribel, que la cerraba por dentro. Eso resultó por unos días, hasta que el coronel se dio cuenta que salía sin pasar frente a su oficina. 292
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Cerca del mediodía, el coronel Concha me llamó a su oficina para
decirme que estaba muy molesto porque era frecuente que cuando me necesitaba para algún trabajo no me encontrara. Le manifesté que me extrañaba, porque mi tarjeta de asistencia en la guardia, señalaba claramente que por las mañanas llegaba por lo menos media hora más temprano y que jamás me había retirado antes de las cinco y media. Me señaló que en el pasado nunca me había retirado justo a la hora de salida. Como supuse que sabía que estaba estudiando, decidí decírselo. Me comunicó que había faltado gravemente al reglamento del servicio al asumir actividades para las cuales no estaba autorizada. -Coronel, estudiar es algo que compete al área de las decisiones personales y creo conocer el reglamento del servicio. Le agradecería me indique dónde dice que no puedo estudiar. Se molestó y me ordenó que me presentara ante el coronel Gerónimo Pantoja, quien tenía otra serie de quejas respecto de mi conducta. Agregó que a partir de ese momento no podía seguir estudiando sin autorización del servicio. El coronel Pantoja me hizo esperar un rato en la antesala de su oficina. Mireya, su secretaria, me convidó un café. Cuando Gerónimo Pantoja me recibió, estaba visiblemente molesto. -He sido informado de que con frecuencia viaja a Las Rocas de Santo Domingo. ¡Eso se acaba hoy mismo!, ¡debe terminar esa relación con el comandante Wenderoth ahora mismo! ¡Es una orden! En esos días yo era bastante más impaciente, intolerante y vehemente que hoy, con el agravante de que estaba asustada, y eso me confería una agresividad especial. -Coronel, hace años que no viajo a Las Rocas. Voy a Barrancas, porque ahí está mi casa. Usted sabe que no tengo dinero para arrendar casa en Santiago y allá es más barato. En el departamento viven mi madre, señor, y mi hijo. Por eso voy. Respecto del comandante, imagino que si le digo que no hay tal relación, usted no lo va a creer. Yo pienso, coronel, que eso es un problema personal mío, y no estoy dispuesta a ventilar mis asuntos privados con el servicio. Es más, si usted tiene algún problema, dígaselo al comandante. El es el militar. Yo soy civil, señor, y no aceptaré ese tipo de interferencias. -Escúcheme, doña Luz. -Se paró y comenzó a gritar-. No se olvide quién es usted, y que en esos viajes, cualquier día el MIR la va a matar. ¿O ya se olvidó quién es usted? -No, señor, sé perfectamente quién soy. Como también sé que si cualquiera de estos días alguien me mata, no será el MIR.
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LA CNI INVESTIGA A LA DINA Una tarde estaba trabajando en la oficina cuando llegó el coronel Concha acompañado de Andrés Terrisse Castro, ingeniero electrónico dedicado a la computación y asesor de ítalo Seccatore Gómez, en L-5, Unidad de Computación de la CNI. El coronel me lo presentó pidiéndome que le prestara todo el apoyo posible pues necesitaba interiorizarse del método utilizado para el procesamiento y análisis de información abierta. Andrés fue varios días a mi oficina, le señalé que era mejor por las tardes, pues así ya había entregado mi trabajo y podría atenderlo. Cuando se hubo interiorizado de todo, me manifestó que sería muy útil que yo conversara con su jefe, el mayor Seccatore. Le expliqué que debían tramitar ellos la citación, ya que no podía ausentarme de la oficina. El mayor y Andrés me plantearon que estaban haciendo una "encuesta" sobre la DINA. Las preguntas se referían a métodos de trabajo. Me pareció que paralelamente estaban entrevistando a otro personal, ya que sabían muchos detalles, por lo menos de la subdirección de Inteligencia Interior. Hubo algún énfasis en que vertiera mis apreciaciones personales sobre algunos puntos. Me cuidé de no manifestar nada que no hubiese dicho antes a la DINA. También me preguntaron por la compartimentación que existía en la DINA. Dije que, efectivamente, el comandante Wenderoth siempre mantuvo un nivel de reserva respecto a lo que se supone eran cosas secretas. Hubo para mí un rubro especial, preguntas referidas a mi época de militancia política. Las contesté, lo había dicho tantas veces. OTRA ENTREVISTA CON PANTOJA
Luz Arce
-¡Retírese, insolente! -A su orden, coronel, ¡me retiro! Al salir, me di cuenta que los gritos del coronel se escucharon en la antesala y que Mireya, la secretaria, me miraba asustada. A propósito, dije un risueño: -Chao, Mireya, gracias por tu café, estaba super rico. Camino a la subdirección sentí el peso de las lágrimas. No era pena. Era como ayer: impotencia. ¿A dónde ir? No había un lugar para mí, debía construirlo. De alguna manera seguiría estudiando. Miré la hora y eludí el acceso por el lado del coronel Concha. Eran las doce y media, horario de colación. En 15 minutos más me juntaría con Rolf a unas cuadras de ahí. Seguro que lo sabían, es probable que tengan intervenido el citófono ministerial, pensé. Pero iría igual. Si querían evitarlo, tendrían que amarrarme. Al cruzar la puerta de acceso por Belgrado me encontré con Sergio, el hermano de Rolf, que aún pertenecía a la CNI. Me preguntó cómo estaba. Le conté el incidente con el subdirector. Me preguntó dónde iba. También le dije la verdad. Dijo: "Te acompaño, sólo te voy a dejar y me voy". Caminamos juntos esas cuadras. Sergio me decía: -¿De veras te dijo eso? ¡Son unos maricones! Saludó a su hermano y se fue. Conversamos con Rolf ahí mismo. En el auto. Sólo tenía tres cuartos de hora de colación. Debía volver a la oficina. Le conté lo que había ocurrido. Rolf trató de levantarme el ánimo. Quedamos de acuerdo de vernos el sábado siguiente. Pasaría por mí al departamento de Barrancas.
EL CORONEL SUAU En el cargo del coronel Espinoza estaba desde hacía un par de semanas el coronel Juan Jara Cornejo. Desconozco las razones, pero un día se comunicó al personal de la CNI, a través de una circular, que Jara Cornejo sería reemplazado por el coronel de Ejército Suau. El coronel Suau asumió el cargo y en la oficina que había sido de María Alicia se ubicó Carmen Avila Ferrada, que en el período de la DINA era la secretaria del comandante Arturo Ureta Sire, en la Subdirección de Inteligencia Exterior. Según Daniel Concha, el coronel Suau era su amigo y también 296
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de la confianza absoluta del coronel Pantoja. En varias oportunidades recibí citaciones a su oficina. En largas peroratas me explicaba cada uno de los errores de mis informes. Los años anteriores yo tipeaba personalmente mis trabajos a máquina y respetaba punto por punto los contenidos que señalaba el formato. Como sabía que una secretaria se ocupaba de tipear el informe que se recopilaba en todas las subdirecciones y Dirección de Operaciones, nunca me ocupé de detalles como el logo, o cómo poner la fecha. Con el coronel me enteré que además de ese dato, debía poner la hora en "unidad de miles", me gritaba. ¡La hora se pone en unidad de miles! Asentía y opté por pasar mis trabajos a una de las secretarias que supuse conocía bien el formato. Me llevé la sorpresa de que a diario seguía devolviendo el informe todo rayado con lápiz de pasta rojo. No el contenido, sino el formato. Medía los márgenes con una regla. Era desesperante. Las chicas tipeaban nerviosas al borde de la hora límite para entregarlo. Un día le pedí al coronel que me recibiera. Cuando estuve frente a él le dije que pese a que su actuación me parecía absurda e impropia de un director, a las únicas personas que estaba perjudicando era a unas secretarias muy jóvenes que lloraban ripeando. Que en atención a que esa situación se estaba transformando en un grave problema para ellas, solicitaba que con su firma me entregara un pormenorizado detalle de cómo quería los formatos. El coronel se excusó de que no lo tenía a mano y que me lo haría llegar. Me retiré. Nunca volvió a molestar por el formato, no me hizo llegar un modelo, pero tampoco volvió a saludarme. El coronel Suau era el tipo de persona que al recibir un trabajo, si éstos eran cortos los encontraba malos y cuando uno le entregaba enormes legajos entonces se anticipaba y decía: "Esto está bueno". Cuando se fueron Rolf Wenderoth e Iturriaga Neumann de la CNI, Alejandra volvió a la subdirección ocupando su anterior cargo de analista de C2, la sección que trabajaba la Democracia Cristiana y el MIR, y María Alicia permaneció un tiempo en la Dirección de Operaciones. De las mujeres que había en la Subdirección de Inteligencia Interior, yo era la mayor. Había cumplido 30 años. Había incluso muchachas muy jóvenes como Maribel, que no creo haya tenido más de 20 ó 21 años. Y representaba mucho menos. Como Daniel Concha frecuentemente las molestaba, era usual que las niñas en su presencia se pusieran detrás de mí, como buscando protección. 297
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Eso, sumado a mis diferencias ya frecuentes con Concha, Suau y Pantoja, me fueron creando fama de confiable para el personal femenino joven de la subdirección y de conflictiva y difícil de manejar para la jefatura. Las niñas a menudo acudían a contarme sus problemas con los superiores. Después de todo, los tres coroneles eran el jefe directo, el director de Operaciones y el subdirector de la CNI, la línea de mando completa. Sabía que era delicada la situación, pero tenía el convencimiento de que si los dejaba hacer barrerían más pronto conmigo. Comencé a sentir cansancio. Nunca hasta entonces me había costado levantarme, y pese a que me sentía agotada no podía conciliar el sueño. Empecé a tomar vitaminas. No había caso. Una mañana sencillamente no desperté. La abuela avisó a mis padres, estaba con mucha temperatura.
SUMARIO E INCIDENTE CON EL CORONEL CONCHA Mamá fue a verme y llamaron al médico del servicio. Estaba enferma del pulmón. De nuevo el pulmón derecho me jugaba una mala pasada. El médico me señaló que se haría cargo de tramitar la licencia. De todas maneras le pedí a mamá que por favor buscara un teléfono y le avisara al coronel. Mis padres me dijeron que si iba a su casa podrían cuidarme mejor y preocuparse de que el niño fuese al colegio. Me llevaron en un taxi. Le avisé a Rolf que estaba enferma. Desde Tejas Verdes me enviaba su auto con chofer para que fuera a los controles médicos, y en otras oportunidades para que saliera a buscar departamento, y no me expusiera al frío de ese otoño que estaba algo riguroso. La Vicaría seguía buscándome, por lo tanto no me atrevía a vivir junto a mis padres. La abuela avisó a mi papá que había ido un vehículo de la CNI y que le habían preguntado por mí. Ella dijo que estaba con mis padres. Le pedí a mamá que por favor volviera a llamar al coronel para preguntar qué ocurría. No alcanzó a hacerlo, pues llegó a casa la asistente social, la señora Sara Águila, con Alejandra. Iban a constatar que estuviese haciendo uso de la licencia médica. Yo tenía temperatura aún, me estaban administrando grandes cantidades de antibióticos y tenía una tos casi permanente. La enfermedad era evidente. 298 i
Ese mismo día, la abuela volvió a llamar avisando que habían vuelto a ir de la CNI a su casa. Que me andaban buscando por un sumario. Me asusté y me fui de inmediato donde una tía con mamá y mi hijo. Desde el departamento de mi pariente llamé a Andrés Terrisse y le conté lo que ocurría. Andrés fue a verme, me tranquilizó y me dijo que aguardara el término de la licencia médica, que hablaría con ítalo Seccatore, el jefe de la Unidad de Computación. Cuando esto ocurrió, volví a la oficina. El coronel Concha me dijo que había un sumario en el cual yo estaba involucrada pues se había perdido una documentación secreta referida a las Juventudes Comunistas. Le pedí que me dijera al menos de qué documento se trataba, que no recordaba nada secreto en mi archivo. Que aparte de lo administrativo, sólo manejaba información pública. Sacó un papel donde había una referencia a algunas actividades de la JJ.CC en el exterior. En esos años tenía una memoria casi fotográfica, así es que en el acto le dije: "Coronel, lo único que ha llegado sobre este tema -al menos hasta que fui a casa con licencia- es un artículo de la revista cubana Granma. Eso está en el kardex, y es más, no sólo no es secreto, saqué fotocopias y las providencié a la Unidad Caupolicán. Seguro usted firmó ese documento, coronel. Imagino que no pensará que me robé un documento así. Si hubiera querido ocultarlo, no lo habría enviado a la unidad. Permítame. Sin esperar autorización llamé por citófono a Ketty y le pedí el libro de partes. Cuando ella lo llevó, le dije: -Ketty, ¿recuerdas un documento enviado a Caupolicán sobre actividades de la JJ.CC en el exterior?. Era una fotocopia. -Sí, lo busco enseguida. "¡Bendita memoria de Ketty!", pensé. Concha se movía impaciente en la silla. -Aquí está, coronel -dijo Ketty-. Usted lo firmó el día miércoles 7 de marzo de este año. Respiré, estaba segura que había alguna razón tras esa burda treta. Algo me decía que la intención no era matarme en ese momento, pero sí cuestionarme. Esa acusación no resistía el más mínimo argumento. Tardaría años en averiguar la respuesta. El coronel se acercó y me dijo: "Me alegro, Anita, que todo se aclare, en todo caso el sumario sigue su curso". Me puso una mano sobre el hombro. Comenzó a deslizaría por mi cuerpo, era evidente que no era un gesto de camaradería. Me 299
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invadió esa violencia que años antes había incubado dentro de mí cuando fui violada o atacada sexualmente. Mi mano derecha estaba sobre el escritorio y sin pensarlo, tomé la regla que estaba ahí, y la descargué en la cara del coronel. Apareció una raya roja, luego unas pequeñas gotitas de sangre, claro, el canto era un borde metálico. Di la vuelta y salí corriendo. En el patio choqué con el mayor Seccatore y sin pensarlo, sin contenerme, le dije: -Mayor, por favor sáqueme de aquí. ¡Por favor! Me miraba sorprendido, pero accedió y me condujo a su oficina. Le pidió a Patricia, su secretaria, que nos llevara unos cafés. Entró también Andrés Terrisse. Estaba muy nerviosa, traté de explicarle, pero no podía dejar de llorar. Luego de unos momentos le conté lo que había pasado y le dije que tenía miedo. Que por favor me ayudara, que no podía volver a Inteligencia Interior. ítalo le pidió a Patricia que no le pasara llamadas y que si alguien preguntaba por mí, contestara que no estaba ahí. Luego llamó al coronel Pantoja y le pidió que lo recibiera. Fue enseguida. Andrés se quedó acompañándome en la oficina de ítalo. Al volver, ítalo me señaló que estaba todo arreglado. Según él, el coronel Pantoja había entendido la situación y accedió a destinarme a L-5. Respiré, sin saber que estaba siendo objeto de una manipulación que duraría años. Ya me lo confesaría ítalo en marzo del año 80. Sin embargo, tuve que ir un par de veces más a Inteligencia Interior. A buscar mis cosas personales, y luego a declarar en el sumario. Fue una farsa. El oficial que actuó de fiscal fue el mayor Bejas. Muy ponderado y respetuoso, se limitó a preguntar y a escribir las respuestas. En resumen dije: que si hubiera querido perjudicar a la organización no era el documento ideal para ello. Sobre todo que yo sabía que además de la fotocopia estaba el original. El sumario me liberó de toda responsabilidad. Comencé a trabajar en L-5. No me despedí del coronel Concha, ni del coronel Suau. Ellos, al entregar mi hoja de vida a mi nuevo jefe, se permitieron una pequeña venganza, poniendo un párrafo donde decía: "Inexplicablemente no se presentó a hacer entrega de su cargo, lo que constituye una falta a la más elemental norma de educación". Sin embargo, en Personal tomaron en cuenta las calificaciones anteriores y me mantuvieron en Lista 1.
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Salir de Inteligencia Interior me significó ingresar a una nueva etapa. Seguía siendo funcionaría, claro. Pero la idea de partir, de romper con la CNI ya estaba instalada en mí. No tuve la fuerza para hacerlo en esos días. Creo que ese período fue vital para descubrir que pese a la basura que yo era, tenía que diferenciarme de ellos.
EN LA UNIDAD DE COMPUTACIÓN DE LA CNI Al producirse la destitución del general Contreras y su reemplazo por el general Odlanier Mena Salinas, entre los cambios que hubo en la institución estuvo el intento de transformar a L-5 en un centro de apoyo a la gestión de la Dirección. Como jefe de esta unidad fue nombrado el mayor ítalo Seccatore, quien recibió del general Mena un fuerte respaldo financiero para equipamiento y contratación de personal. L-5 se trasladó a uno de los departamentos situados en el primer piso del edificio ubicado en Vicuña Mackena N° 69. Se remodeló completamente el lugar, ya que en esa época los equipos precisaban de instalaciones ad-hoc. Se construyó un piso falso para albergar las cablerías de la instalación eléctrica, y se dotó a L-5 con un equipo más grande, que fue adquirido en la empresa COMDAT, representantes de la BASIC FOUR. Esta empresa además capacitó al personal de L5. Aparte del comandante y del analista de sistemas, fueron destinados a L-5 un oficial de Ejército con grado de teniente y se contrataron tres programadores, todos civiles. Durante el período en que se remodeló el departamento de Belgrado y Vicuña Mackena (69), la jefatura y la secretaría se trasladaron al cuartel de la CNI ubicado en la calle Pocuro. Ahí funcionaban otras unidades técnicas, como doble documentación, explosivos, fotografía, videos y otros, maquillaje. Andrés Terrisse Castro, uno de 303
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los programadores y yo, nos instalamos en "la pajarera", tercer piso del edificio de Dirección del Cuartel General. Terrisse Castro, ingeniero electrónico graduado en la Universidad Católica, fue contratado por la CNI como analista de sistemas para asesorar técnicamente a la unidad. Andrés Terrisse bordeaba los 30 años. Inteligente, entre adicto al trabajo y artesa; diseñó los sistemas que iría implementando L-5. Sencillo en el trato, comprometido con su vocación profesional. Se vinculó a través de contactos personales con el Ejército y la CNI, era ahijado de Mena Salinas. No estoy segura de que Terrisse Castro hubiese tenido como algo vital una postura política. No puedo decir que lo conociera mucho, pero tengo la impresión de que le era difícil conciliar dentro de sí, las tareas que le impuso el servicio con su forma de ser. Algunos aspectos de la personalidad de Terrisse Castro me parecían muy agradables. Persona generosa en extremo, mostraba una serie de actitudes que distaban del comportamiento habitual del personal. Estas eran aceptadas en él por su "genialidad" profesional. Lo que el ingeniero concibió como un desafío técnico en su área de trabajo lo fue -como a todos- envolviendo en una dinámica de la cual, pasados ciertos márgenes, no es fácil salir. No estoy diciendo que no tuviese ninguna postura política o que viviera ajeno al mundo de la CNI. Pero sí que su atención se centraba en el buen desempeño de su trabajo, que por lo rudimentario de los equipos de la época (comparados con la tecnología de hoy), le exigía incluso desarrollar software que optimizara el rendimiento y la capacidad del computador. ítalo Seccatore tampoco respondía al arquetipo que, al menos yo, me había formado del personal de la institución. Parecía bastante más ecuánime y mesurado que la mayoría de los oficiales. Era muy respetuoso de las horas de salida, días de descanso y vacaciones del personal, cosa notable en un lugar donde lo normal era ser "adicto" del trabajo. En L-5, ítalo Seccatore me planteó un trabajo interesante. Sería analista político de la unidad. Andrés Terrisse debía diseñar los sistemas que permitieran archivar, procesar la información y centralizar el trabajo de las brigadas. Seccatore Gómez y Terrisse Castro me explicaron que era necesario poner en marcha un "plan piloto" que probaría la eficacia de este método de trabajo y me preguntaron: -Anita, si fuera tu responsabilidad poner en marcha este plan piloto, ¿qué unidad elegirías?
Insistí en que en esos años el personal había cambiado, pero que de los capitanes que comandaban unidades y que fueron mis compañeros en la ENI, sin ninguna duda elegiría a Manuel José Provis Carrasco. Cuando me preguntaron por qué, les dije que Caupolicán era la unidad que siempre había estado orientada hacia los partidos de izquierda y que el capitán, al margen de que lo consideraba bastante cercano a María Alicia, Alejandra y a mí, era ecuánime, equilibrado y honesto. El mayor citó a Provis Carrasco, que a esa fecha comandaba la unidad Caupolicán en el recién inaugurado cuartel de Borgoño. Cuando el capitán se fue, seguimos conversando con Seccatore y Terrisse, quienes se interesaron en saber qué sabía de Cóndor. De la Agrupación Cóndor y de la Operación Cóndor. Con cautela señalé que era una agrupación de servicios de inteligencia de países sudamericanos donde a la sazón existían regímenes militares. Y que había podido darme cuenta en la ENI -donde hacía clases- que al menos Paraguay estaba capacitando gente en la escuela de la CNI. Se puso en marcha el "plan piloto". Fue elegida la unidad Caupolicán. Además del reconocimiento a la capacidad del capitán, esa elección significaba que mi opinión tenía cierta credibilidad y tiempo después fue un factor importante en que la CNI decidiera darme la posibilidad de seguir viva.
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TRANQUILIDAD E INESTABILIDAD Continué estudiando. Arrendaba una pieza en la cual vivía con mi hijo. Debía financiar el colegio y la alimentación del niño, mis estudios y otros. Por eso accedí a la proposición de Andrés de crear con el personal de ingreso de datos de L-5 un pool de digitadoras para trabajar de noche y los fines de semana ingresando datos en algunos bancos a los cuales Terrisse, como socio de una empresa particular de computación, prestaba servicios de asesoría computacional. Ese ingreso adicional completaba mi presupuesto mensual, pero significaba dejar al niño solo todo el día y también las noches que debía trabajar ya sea en el Banco Español o en el Banco de Talca. Mi presupuesto no alcanzaba para que yo comiera algo aparte del almuerzo que la CNI daba al personal, sin embargo no recuerdo haber sentido hambre. El personal del casino se preocupaba constantemente de que mi porción fuera abundante y con algún agregado 305
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extra que sacaban del comedor de oficiales de graduación superior. Andrés Terrisse me invitaba con frecuencia a comer a algunos de los muchos restaurantes que hay en el sector de Plaza Italia. Mi hijo Rafael tenía nueve años, y traté de que realizara actividades propias de su edad, por eso me acerqué al Stade Francais. La pieza que arrendábamos quedaba a tres cuadras. El niño comenzó a entrenar con un grupo de chicos de la rama de atletismo. El 18 de cada mes era día de pago tanto en la DINA como en la CNI. Por la noche, con mi hijo separábamos el dinero para los gastos y para pagar las cuentas. Muchos de estos trámites los hacía él, pues en las horas de atención yo estaba en la oficina. Era un período de aparente tranquilidad. Estaban superados los problemas con la jefatura de Inteligencia Interior y el subdirector, y yo convalecía de mis problemas pulmonares. Sin embargo, tenía preocupaciones importantes. Alejandra y María Alicia dejaron de verse en el Cuartel General. Pregunté al mayor Seccattore por ellas. No estaba pidiendo información de detalle, sólo dónde estaban o cómo vivían. Simplemente quería saber si estaban bien o no. El oficial me aseguró que se encontraban en perfectas condiciones. Me preocupaba porque Rolf Wenderoth me dijo que al parecer María Alicia habría proporcionado información al coronel Espinoza a espaldas de la CNI, durante la permanencia de éste en el Hospital Militar, mientras duró el proceso de extradición solicitada por Estados Unidos en relación a los casos Letelicr y Pasaportes. Al menos eso comentaba la oficialidad cercana a Contreras. Me pareció una irresponsabilidad hacer esos comentarios involucrando a personas que continuaban dentro de la CNI y por tanto sujetas a las medidas y sanciones que se estimaran y que, tratándose de nosotras, no serían sólo administrativas. Pensé que así como esa información había llegado a mí, lo más probable era que fuera de conocimiento de la CNI, ya que muchos de los oficiales, sobre todo los de menor graduación, mantenían contacto con otros cercanos a Contreras. Tenía la percepción en esos días de que fuimos consideradas por lo menos como "asunto delicado". Y el cómo se plantearía ese "por resolver" me preocupaba permanentemente. Mientras mayor era la inestabilidad, más pensaba en renunciar. En junio de 1978 hubo manifestaciones de las agrupaciones de familiares de detenidos desaparecidos y en una de ellas, frente a los Tribunales de Justicia, un grupo de mujeres se encadenaron a las 306
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rejas. Salió mi nombre en la prensa, ya que por esa fecha los familiares asesorados por la Vicaría estaban activando procesos y en dos de ellos se me requería como testigo. De manera paralela, me enteré de que había llegado un oficio a la Dirección de la CNI procedente de algún tribunal solicitando que se respondiera si yo era o no funcionaría del citado organismo. Trámite que la CNI respondió en forma negativa. La jefatura me sugirió un nuevo cambio de domicilio, ojalá utilizando la chapa falsa. A esa fecha estaba usando mi nombre verdadero, pues vivía con mi hijo y no había querido imponerle una vida más clandestina aún. Nuevamente envié a mi hijo con su padre, para poder sumergirme sin costos para el niño. Todo eso contribuyó a que mi situación se volviera más inestable. Estaba absolutamente en las manos de Andrés Terrisse e ítalo Seccatore. Los hechos parecían indicar que la jefatura estaba decidida a sacarnos a las tres de la CNI, al menos del Cuartel General. El problema era cómo. ¿Vivas o muertas? y me preguntaba a diario ¿dónde y cómo estarán María Alicia y Alejandra? Hice verdaderas profesiones de fe respecto de ítalo Seccatore y Andrés Terrisse. Asumí que era cierto que sólo querían que yo lograra salir adelante. Desestimé las cosas que no cuadraban o que me indicaban que estaba siendo manipulada, y acepté uno a uno sus consejos. Solicité al mayor Seccatore que me permitiera informarme de mi situación legal. Hasta esa fecha, además de no poseer identidad, cada vez que supe que me buscaban para declarar, me limitaba a hacer lo que la institución me indicaba. Consideré, y así se lo hice saber a Seccatore Gómez, la posibilidad de presentarme ante los tribunales, ítalo Seccatore estuvo de acuerdo en que antes de tomar una decisión, me informara. Me puso en contacto con el abogado Víctor Gálvez Gallegos, jefe del Departamento Jurídico de la CNI, con la recomendación de que podía hablar sin problemas con él. El abogado tomó nota de mi situación y se comprometió a tratar de averiguar. Así lo hizo. ítalo Seccatore y Andrés me señalaron que la posición del servicio era la misma que había sustentado la DINA, o sea que el personal de la CNI no podía declarar. Pocos días después se me citó a una reunión con el Departamento Jurídico. Asistieron además de Gálvez Gallegos, los abogados Víctor Manuel Aviles Mejías, Guido Poli Garaycochca, Miguel Ángel Poblete y Miguel Ángel Parra Vásquez. Respondieron a todas mis preguntas. Enfatizaron que su recomendación era que no podía declarar, pues si 307
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caía la causa en manos de un juez experimentado, podría colocarme en situaciones difíciles, como incomunicación o un período detenida. Conversé nuevamente con ítalo Seccatore y Andrés Terrisse. Les señalé que antes de que se fuera Wenderoth de la CNI, le había pedido que recuperara -si es que existían- las declaraciones en que como detenida la DINA estampó mis huellas digitales. Porque con excepción de las que escribí en el Hosmil, no había firmado otras. Que Wenderoth me señaló que no las habían encontrado. Que les solicitaba lo mismo ahora, y además que borraran los antecedentes que figuraban en el kardex de la CNI con mi nombre o de mis familiares. Dijeron que sí, pero recibí la misma respuesta: que las declaraciones no fueron habidas y respecto de los antecedentes, personalmente los borré de la base de datos. Sin embargo, no me consta que los registros borrados hayan sido los únicos existentes. Me afectaba mucho la ausencia de mi hijo, cuya presencia también me resultaba contradictoria. No tenía los medios para mantenerlo adecuadamente, sabía que el aceptaba las carencias por cariño a su mamá. Cuando el niño se fue al norte, con su padre, me mudé a una pieza cerca del Cuartel General. Pero muy luego tuve que buscar arriendo nuevamente, por los típicos problemas de convivencia. La dueña de casa medía los minutos en la ducha y echaba cerrojo a la puerta a las diez de la noche. Era frecuente que al salir de clases, y aunque me fuera corriendo, encontrara la puerta cerrada. Si no tenía trabajo de digitación de noche, no me quedaba más remedio que volver a la oficina del Cuartel General. Trabajaba un rato y dormía sentada en el escritorio. Volví a cambiarme. La nueva pieza estaba en el sector del parque Bustamante. Bastante cerca también del cuartel. Ahí estuve hasta que volví a caer enferma del pulmón y tuve que ir a la casa de mis padres. Una vez que me reintegré a L-5, luego de una prolongada licencia, volví a estudiar. Tanto en el Instituto como en COMDAT. Cuando terminó este curso, hubo una reunión. A todos los que asistimos se nos aplicó un test de evaluación. Nunca conocimos el resultado. En varias oportunidades le pregunté a Andrés Terrisse por esa prueba. Sólo dijo que el mío arrojaba una conclusión que difería en mucho de lo que yo opinaba de mí misma. Que poseía bastante más capacidad de lógica que lo que yo pensaba. Un día Andrés Terrisse me preguntó por qué andaba armada, le contesté que era el arma de cargo del personal. Pude percibir que él,
utilizando el supuesto ascendiente que tenía sobre mí, comenzó gradualmente a sugerir que no tenía sentido portar un arma si no se estaba dispuesto a usarla. Entendí que la CNI vería con agrado el que yo no tuviese un arma de cargo. Me preocupó. No por el arma. Sino porque era evidente que me irían retirando una a una todas aquellas cosas que probaban que yo era funcionaría. Decidí seguir el juego e ir midiendo. De todas maneras era definitivo, no usaría el arma contra nadie, era absurdo que la portara. Voluntariamente la devolví. Fue un hecho que tuvo dos repercusiones. Me sentí mejor. Yo diría que fue un pequeño pero importante paso en eso de intentar rescatar lo que quedaba de mí. Pero Andrés me dijo que María Alicia y Alejandra estaban molestas porque el que yo devolviera la pistola, aparentemente, generó que les solicitaron la devolución de las suyas. Recordé que en otro momento, en tiempos de la DINA, fue importante para nosotras que nos entregaran el mismo tipo de armamento que al resto del personal del Cuartel General; ante el personal que nunca nos aceptó era un reconocimiento de que éramos funcionarías. Así se moderaban de alguna forma las expresiones en contra nuestra. Por lo menos en nuestra presencia. Tuve acceso a parte del trabajo de Andrés Terrisse. Además del desarrollo y del sistema que comenzó a probarse en Caupolicán, existía otro denominado "LIDES". Nemotécnica con el cual hacían referencia al "Listado de Desaparecidos". De los archivos de datos de "LIDES", sólo tuve acceso a la información pública; alguna procedía de la Vicaría, por ejemplo, la lista de "los 119" y la lista que elaboró la Vicaría con cuatrocientos setenta y nueve detenidos desaparecidos. Andrés Terrisse me señaló que como el personal de ingreso de datos llevaba poco tiempo en L5, me haría cargo yo de ingresar esa información. También se comenzó a ingresar la información del archivo de microfichas de la subdirección de la CNI. Es un trabajo que realizó el personal de digitadores de L-5. En una oportunidad le dije a Andrés Terrisse que la información de los detenidos de la DINA la había manejado el suboficial Manuel Lucero Lobos. Dijo no saber nada al respecto. Imagino que por seguridad no iba a tratar el tema conmigo. No esperaba que pusieran esa información a mi disposición. Tampoco pude averiguar si esa documentación la heredó o no la CNI. Pero yo creo que Manuel Contreras se llevó esa información cuando entregó el mando de la CNI.
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transformado en un amigo preocupado de mi situación personal. Nunca en ese lapso me solicitó que le hablara de la CNI o me pidió ningún tipo de información. Rolf no agregó riesgos adicionales a mi vida. Supongo que también sabían que nos veíamos. No eran un misterio ni los viajes del comandante a la capital, ni que nos hablábamos por teléfono. En una de esas ocasiones, Rolf me dijo que tenía que ir a ver a Manuel Contreras. Lo acompañé y saludé al general, había salido en libertad y se encontraba delicado de salud. Sus oficinas estaban en Ricardo Lyon. La señora Nélida Gutiérrez Rivera se encontraba ahí, aparentemente continuaba ayudándole como secretaria, imagino que después de sus horarios de trabajo, ya que a esa fecha la señora Nélida tenía una boutique - " M A N E " - en el caracol de Lyon y Providencia. Días después, ítalo Seccatore y Andrés me preguntaron si sabía algo de Manuel Contreras. Les dije que lo había saludado. Que había acompañado a un amigo que tenía que hablar con él. No preguntaron más. En esos meses surgió de manera espontánea un acercamiento con Andrés Terrisse. Esa suerte de relación me desorientaba más aún. Su actitud era la típica, ocupado hasta de los menores detalles, pero con los límites obvios ya que era casado y por esos días su esposa estaba por tener un bebé. Andrés que en lo cotidiano era un hombre sin complicaciones, en lo afectivo era diferente. De esos días tengo muy nítido el recuerdo de que jamás se me ocurrió que esa relación podría adquirir otras características. Pasábamos bastante tiempo juntos. ítalo Secattore me preguntó si ocurría algo entre Andrés Terrisse y yo. Le dije que no. Le mentí abiertamente a sabiendas de que era altamente probable de que lo supiera por Andrés. Lo hice porque lo consideré un asunto privado. El aparentó aceptar mis explicaciones respecto de una estrecha relación laboral mejorada por algunas afinidades. Se lo comenté a Andrés. El sólo dijo: -¿Así es que te lo preguntó? Pensé que tal vez ellos lo habían conversado. Pero respeté el silencio de Andrés. Después de todos esos años sabía que era inútil preguntar. Tenía la impresión de que iban sugiriendo mis pasos. De alguna manera ellos iban definiendo la conducta que esperaban. No lograba equilibrarme, el problema es que al mismo tiempo hubiera deseado que su actitud fuera real. Me hacía daño reconocer
Desconozco otras actividades de L-5; yo me sumergí alrededor del 20 de septiembre de 1978, y a partir de entonces asistí muy pocas veces a L-5. Un día, conversando con Andrés Tcrrisse e ítalo Seccatore, por primera vez deslicé que pensaba renunciar y vivir con mi hijo. Recuerdo las palabras que usé: "Quiero ser una mujer con su hijo, con un trabajo normal, viviendo en un barrio, comprando pan en alguna esquina, preocupada de hacer los postres que al hijo le agradan..." Me quedé sin palabras. A punto de llorar pensando que mi niño estaba lejos, y que ese día parecía más lejano aún. Andrés intervino con una frase que repetiría con alguna frecuencia. -ítalo, ¡hay que casar a la Anita! Si tuviera un hermano o un amigo soltero, te prometo que lo agarro del cogote y lo caso contigo, ítalo, riendo replicó. -¿Y tú crees que ella no es capaz de buscar un marido? Salté compulsivamente. -No quiero un marido. Quiero a mi hijo conmigo. La conversación derivó hacia ese tema. -Serías una buena esposa de oficial, Anita, ¿no lo has pensado? Lo malo es que todos estos huevones están casados. Me sobresalté y agregué: -Andrés, ¿me estás diciendo que la única posibilidad de ser libre es casarme con un uniformado? -Te estoy diciendo que no puedes seguir así. Trabajas como para matarte y más encima yo te conseguí que lo hagas de noche, ítalo intervino tomando parte de mi frase: -Anita, ¿no te consideras libre? -¿Lo soy? ¿Puedo renunciar por ejemplo? -Claro. -Te presento la renuncia. -Ay, Anita, no la presentes ahora. No podría apoyarte. -¿No la aceptarían? Respondió Andrés: -Estás bien conceptuada, Anita, pero es prematuro que te vayas. No te preocupes, encontraremos la salida. Sabía que algo ocurría. No lograba ni siquiera en el pensamiento diseñar una línea de pasos a seguir. Yo seguía viendo a Rolf, esporádicamente. Cada vez que él podía viajaba a Santiago. Se había 310
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que me estaban manipulando progresivamente. Buscaba la forma de recobrar mi objetividad. No sufrir, que me diera exactamente lo mismo lo que ellos hicieran. Tuve la oportunidad de tomar clases particulares de pintura con la señora Matilde Pérez. Unas pocas horas a la semana que se transformaron en un sitio de encuentro conmigo misma. Aún había en mí muchas cosas que creía sepultadas, perdidas en esos años. Pero me sentía otra vez al borde de una crisis, como en Villa Grimaldi. Estaba topando fondo de nuevo. Durante esos meses había podido valorar lo que me dio Rolf. Con todas las dudas y limitaciones, él fue un verdadero refugio para mí. El día 11 de septiembre hubo acuartelamiento y todo el personal, incluida la unidad de computación, tuvo que permanecer en la oficina. ítalo Seccatore y su secretaria salieron a almorzar fuera del cuartel, porque era el cumpleaños de ella. Por la tarde, al retirarnos, Andrés Terrisse y yo fuimos a comer algo en uno de los restaurantes cercanos. Al salir, pasamos por una confitería y me regaló un oso de peluche. Dijo, "pase lo que pase, no estarás sola". Me sonó a despedida. Pocos días después sabría con bastante dolor que lo era. Los días de Fiestas Patrias, Andrés Terrisse me dijo que fuera a la unidad. Nos juntamos y trabajó durante toda la tarde. Yo estuve en un terminal, corrigiendo un programa que debía resolver para mi curso. En un par de oportunidades se contactó telefónicamente con ítalo Seccatore, pero no escuché lo que conversaron.
secretaria que la tipeara y se la entregué al mayor. Andrés no fue a la oficina y a pesar de que intenté ubicarlo, no fue posible. Nunca más
Alrededor de las seis de la tarde, Andrés dejó de trabajar y acercándose me hizo cariño. Me mostró los muros de vidrio y tomándome de la mano me llevó a la oficina de la secretaria. Me dejé conducir por él. Una vez ahí, y al darse cuenta de que la oficina de ítalo Seccatore estaba abierta, me dijo que entráramos. Me negué. Me abrazó y a los pocos momentos llegó ítalo. Salieron los dos al pasillo. Me quedé pensando un momento y salí. Todavía creía que era un encuentro fortuito y decidí asumir la situación intentando descargar a Andrés. Sabía que pese a que ese tipo de relaciones eran más bien corrientes, ellos formalmente mantenían una actitud bien pacata al respecto. Le pregunté al mayor si podía hablar con él. Le dije que la situación la había provocado yo. Que Andrés no tenía ninguna responsabilidad. Que era toda mía y que lo asumía. Dijo que conversaríamos al día siguiente. Le pidió a Andrés que se retirara y me llevó a casa. Al día siguiente llevé mi renuncia redactada. Le pedí a la 312
hablé con él. ítalo me preguntó por qué renunciaba. Le expliqué francamente que no tenía una relación directa con el hecho de que nos hubiera sorprendido juntos. Que reconocía que le había mentido sobre nosotros, pero que no lograba asimilar el tener que estar como en vitrina aun en los aspectos más personales. Que aceptaba que lo había seducido, pero que tras de ello no había ningún otro interés. Y que fuera de las connotaciones que podría tener en la vida personal de ambos, que pensaba que no eran muchas, no tenía para la CNI ninguna consecuencia como institución. Yo intuía que ese encuentro fue calculado por ambos. Sin embargo no se lo dije. Subrayé que quería mi libertad. ítalo no promovió esa renuncia, pero dijo acoger mis deseos de cambiar mi situación. Que le diera unos días para pensar. Insistí en que lo hiciera, que hablara con Pantoja y Mena para pedirles que aceptaran mi renuncia. Me pidió que estuviera tranquila, que me tomara unos días de vacaciones, que descansara y que él me llamaría. Me fui a casa de mis padres. Dormí, descansé, y a pesar que estaba muy asustada contemplando la posibilidad de que no aceptaran mi renuncia, sentí una suerte de desahogo. Estaba luchando de nuevo. Ahora por romper con la CNI y además por quedar viva. Me dijo que no había presentado la renuncia a la jefatura pues "casualmente" el general le había planteado una misión interesante que quería discutir conmigo antes de cursar el documento. El puzzle estaba completo. El servicio me necesitaba y me pedía tres años más trabajando en el exterior. Luego, si sobrevivía, quedaría libre y se haría efectiva la renuncia... Fue así como acepté la misión y se comenzó a implcmentar la Operación Celeste.
LAS PIEZAS DE UNA IDENTIDAD En ningún momento le manifesté al mayor que me había dado cuenta que había sido cuidadosamente dirigida y evaluada en cada una de mis respuestas. Tampoco serviría de nada que dijera que en esa partida yo no jugué. Oculté el profundo dolor de que Andrés se prestara para algo así. Y que ítalo y él decidieran por mí, aunque debo reconocer 313
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que quizás pensaron que era lo mejor para mí. Tal vez ellos también temieron que me mataran. No me lo dijeron, pero crearon o ayudaron a crear el espacio para que yo pudiera demostrar a la CNI que no les traicionaría. Años después, cuando me aceptaron la renuncia, me reuní con ítalo, tomamos un trago en alguna parte y se refirió a esos días. Yo ex profeso le dije: -Nunca pude entender las actitudes de Andrés después que tú nos sorprendiste. Me eludió, yo sólo quería despedirme de él, ni siquiera verlo. Simplemente decirle adiós, pero nunca recibió mis llamados. Ahí fue cuando me dijo: -Anita, tengo que confesarte que yo te manipuléNo lo dejé terminar. Le dije: "Está bien, ya pasó todo. Estoy viva, renuncié, tal vez fue lo mejor. La CNI tuvo la prueba de que estuve casi un año afuera y no los traicioné. Supongo que eso fue vital en la aceptación de mi renuncia hoy. No digas más, ítalo. Lo sé. Siempre lo supe". No quería saber más. Estaba feliz. Sabía que vendrían tiempos difíciles pero lo había conseguido. En ese momento ya no pertenecía a CNI. Realmente enfrenté la posibilidad de morir, parece; quién puede saber algo a ciencia cierta en un lugar como ése. Pero en diciembre de 1989 me llamó por teléfono un oficial que conocía desde el tiempo de la DINA, y me contó que por casualidad al llegar a su nueva destinación en el BIE (Brigada de Inteligencia del Ejército), en el Ministerio de Defensa, encontró entre la documentación de su nueva oficina un informe referido a que pocos días antes personal de la CNI me habría facilitado el trámite de obtener mi cédula de identidad. Me devolvieron el papel de identidad 15 años después de habérmelo quitado. Durante la conversación me planteó que tenía algo que entregarme y me di un punto para el día siguiente frente a la Compañía de Teléfonos en Agustinas 1442 (Torre B). Fui y nos encontramos en ese lugar, desde donde me llevó a un departamento, que ya el año 1978 había conocido como de la CNI. El oficial me entregó un archivador con toda la documentación que comprueba mi calidad de funcionaría de la DINA y la CNI. Contenía las hojas de vida, el original de mi renuncia a la CNI, presentada en octubre de 1979, la que fue aceptada en marzo de 1980, originales y fotocopias, todas las tarjetas de identificación que tuve
tanto en DINA como en CNI, salvoconductos, permisos para portar armas, la chapa completa incluyendo cédula y pasaporte a nombre de Mariana del Carmen Burgos Jiménez, identidad con la que viajé y viví en la República Oriental del Uruguay. Cédulas de identidad falsas a nombre de Ana María Vergara Rojas, confeccionada a petición de Rolf Wenderoth por Carlos Estibil Maguida y Aníbal Rodríguez Díaz. Otra a nombre de Patricia Pizarro confeccionada por Michael Vernon Tonwley a petición de Manuel Contreras. Tarjeta de pase liberado para viajar en buses de Santiago al departamento de San Antonio (Quinta Región). Todos los certificados y títulos de estudios que obtuve con nombre falso en el período de la DINA y CNI. Pasaporte y otros documentos que certificaban que yo era ciudadana uruguaya. Tarjetas de Acceso al Cuartel General. Fotos de mi hijo y parientes cercanos. Fotos mías, tomadas en Chile y en Uruguay y un legajo de documentación que incluía: Curriculum completo que incorporaba paso a paso mis actividades de todo tipo desde el año 1972 a 1980. Oficios de ítalo Seccatore en su calidad de comandante de L5 solicitando que la hoja de vida mía se hiciera a nombre de Ana María Vergara. Me causó "gracia" el ver cómo habían implementado la orden del mayor. El consideró deseable borrar toda huella de mi paso por CNI. Pero los funcionarios del Departamento del Personal dejaron archivado ese oficio, rehicieron las hojas de vida con el nombre de Ana María Vergara Rojas, pero "astutamente" las corchetearon a las que existían con mi nombre real. También había en el legajo diversos oficios intercambiados entre el subdirector de Exterior y la Dirección de la CNI que adjuntaban evaluaciones acerca de mi personalidad y como funcionaría, y los pro y contra de matarme dentro de Chile, fuera de Chile o dejarme viva y aceptar la renuncia. En uno de los oficios hay un par de líneas que dicen que se acepta mi renuncia sujeta al "Plan 2". Imagino que el Plan 2 es algo así como "en observación". El ahora coronel me dijo que una vez que ! lo viera todo, lo destruyera y que no lo mencionara a nadie pues estaba él de por medio. Quizás fue una forma de que me enterara de que ya una vez había escapado con vida al renunciar, pero que en el futuro no sería así. No lo sé.
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OPERACIÓN
LESTE
La planificación y preparación de la Operación Celeste me sirvió para darme cuenta que la organización a la cual tanto temía era mediocre, y que el mayor poder que ejercía sobre los que nos sentíamos atrapados era el miedo. Esa mediocridad había sido uno de los elementos más importantes para que lograra sobrevivir. Donde el único argumento válido era esa guerra de ellos y el ejercicio brutal de la fuerza, era fácil parecer "inteligente". Mientras se planificaba la operación, me causó horror constatar tanta pobreza intelectual. No sentía confianza en quienes estarían a mis espaldas. Por eso pedí que los agentes de control y de enlace fuesen ítalo Seccatore y Manuel Provis. Me parecieron más confiables. No tanto por capacidad, sino porque actuaban con mayor responsabilidad que otros. Ellos me plantearon que por mi seguridad y por la de la operación, era recomendable que fuera a vivir en una casa que se encontraba dentro del terreno del cuartel Borgoño de CNI. Que así podría recibir la instrucción que necesitaría en mi futura actividad. Me trasladé a ese lugar en el mes de octubre de 1978. El comandante del cuartel era el entonces mayor Provis Carrasco. La Operación Celeste tenía tres etapas, la primera se desarrollaría en Montevideo. El primer objetivo era interponer entre el país, el servicio y yo una desconexión total. Involucraba un cambio de identidad e implementación de redes de apoyo involuntarias e infraestructura. Esto en el futuro me permitiría entrar o salir de Uruguay y obtener una identidad uruguaya con la cual podría ingresar e infiltrarme "legalmente" en otro país limítrofe. Las etapas posteriores no se llevaron a efecto pues volví al país y renuncié. Por eso y porque podría poner en evidencia algunos aspectos relacionados con la seguridad nacional no las desarrollo en detalle. 316
Como estaba planeado, abordé el avión LAN Chile el once de febrero de 1979. Partí tratando de convencerme de que si bien es cierto no me habían aceptado la renuncia, esos próximos tres años eran la llave para salir de la CNI. Por lo menos tenía la promesa verbal del general Mena Salinas, de que si sobrevivía a esos tres años, sería libre. Podían cumplir o no. Eso sólo podía averiguarlo cada día de ese lapso. Por ello, traté de cerrar ese tema dentro de mí y -como siempre- sólo mirar hacia adelante. Sabía que el primer año sería el más fácil. Iba a empezar por estudiar. Así cumpliría con esa etapa de la operación, a la par que me capacitaba para el futuro en que sería libre. Abandoné a los míos segura de que volvería. Me fui con dos maletas. Al llegar a Carrasco, tomé un taxi y le pedí al conductor que me trasladara a un hotel en el centro de Montevideo. Eran los días del carnaval, y parecía que todo estaba lleno, pero encontré una habitación en el Hotel Yaguarón. En la intersección de la calle del mismo nombre y Yi. Mirando el atardecer de ese 11 de febrero, recordé el viaje anterior. Todo se veía igual. Fui reconociendo algunos puntos del camino junto a la Rambla. Me instalé en el Hotel Yaguarón con el nombre falso de mi flamante nueva documentación que me identificaba como Mariana del Carmen Burgos Jiménez. Ordené mis cosas y salí a mirar el centro de la ciudad. De vuelta en la habitación, pedí los periódicos y ordené el desayuno para el día siguiente. La camarera me dijo que podía concurrir al bar, donde había televisión. Acogí la sugerencia, estaban transmitiendo el festival de la canción desde Piriápolis, un hermoso balneario cercano a Montevideo. En una mesa cercana había una pareja con un pequeño que me pareció de la edad del mío. Pocos minutos después el niño se acercó a conversar conmigo. Se llamaba Alex. Auto, le decía su madre. Salí a pasear con él varias veces. Era muy dulce imaginar que estaba con mi niño. Salir de paseo o ir a la playa con él me producía una sensación muy ambigua. Por un lado tenía la firme decisión de hacer el trabajo bien para sobrevivir, pero sólo pensar que viviría durante los próximos tres años clandestina y lejos de mi hijo me estremecía. Y si caía detenida en otro país, estaba segura de que sería peor aún que todo lo pasado hasta entonces. Desde el primer día en Uruguay comencé a levantarme muy temprano. A las siete y media, ya estaba corriendo en la-Rambla, la costanera que bordea el río de La Plata. Iba hasta Pocitos, nadaba un 317
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rato, me secaba al sol y volvía corriendo. Aprovechaba de ir memorizando los nombres de las calles, las galerías, los locales comerciales todo. Debía conocer la ciudad como la palma de mi mano. Algún día mi seguridad podía depender de ello. A eso de las once estaba de vuelta en el hotel. Compraba la prensa uruguaya y de otros países sudamericanos. Tenía que familiarizarme con la realidad de varios países. Me hice una lista de tareas como buscar un lugar donde vivir decidir dónde estudiar, interiorizarme del funcionamiento de correos, telégrafo, teléfono, tomar una casilla, antes del 15 de marzo debía abrir una cuenta corriente en dólares para que depositaran mi sueldo mensual, y muchos etcéteras.
UN INCIDENTE EN EL "MUNCHEN"
Según recuerdo, más o menos el 13 de febrero, decidí quedarme en Pocitos, nadé un buen rato e hice gimnasia. Era un día muy agradable. A eso de las tres de la tarde, salí de la arena con la intención de colocarme un vestido sobre el traje de baño y unas chalas, cuando noté que un automóvil se estacionó cerca. Un pequeño Fiat blanco. Me puse nerviosa; sabía que el hombre del auto me estaba mirando, traté de apresurarme para alcanzar el ómnibus que estaba por partir con rumbo a la ciudad. El vehículo se puso en movimiento y se interpuso en mi camino. Era un muchacho joven. -¿Te llevo? - m e preguntó asomándose por la ventana. Me negué. En esa época todo extraño me causaba terror, sentí miedo. Deseos de huir. El seguía hablando. -Escucha. Te invito a tomar un jugo. Mira, ahí en la terraza. Conversamos, luego te llevo o te vas, como quieras... Lo miré, era bastante joven. Tendría unos 23 ó 24 años, pelo castaño, ojos claros, un muchacho bonito. Comencé a tranquilizarme. Aparentemente sólo era un joven buscando "levantar" una turista en la playa. Parecía un nene en el auto de mamá. -¿Sabes que eres bien impertinente? No me dejas pasar... -No eres argentina, no eres española. Ya sé, eres paraguaya. No era primera vez que escuchaba eso. Repliqué: -Soy chilena. Me di cuenta que había dado pie a continuar conversando. -Un jugo... ¿Sí? Hay uno de abacaxi ¡exquisito! Mirándolo, en fracción de segundos recordé la cantidad de veces que en los años anteriores me había asustado mucho cuando un hombre me miraba o decía algo en la calle. Sonreí y recordé el incidente en el "München".
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El año 1978, cuando trabajaba en L-5, y vivía con mi hijo en la calle Tajamar. Al salir de la oficina pasé a comer un sandwich y un café al restaurant "München". Al poco rato se acercó un camarero con un aperitivo. Le señalé que no había ordenado eso, sino un café. El hombre, muy atento, me indicó que la bebida me la enviaban unos señores que se encontraban en una mesa cercana. Miré al tiempo que dos hombres jóvenes me dirigían una sonrisa levantando sus copas. Los individuos se veían elegantes y atractivos. Uno de ellos se levantó y caminó hacia mi mesa. No sentí miedo, fue pánico. Había palidecido. Le pedí bruscamente que se retirara y le dije al mozo que me trajera lo que yo había ordenado. Al ver mi cara de susto, el mozo dijo que podía cambiarme de mesa. Lo hice y pedí un teléfono. Llamé desesperada a una amiga. Le pedí que me acompañara. No me atreví a salir sola. Enseguida llamé al mayor Seccatore, quien accedió a ir hasta el lugar. Pensaba que esos hombres sólo podían ser de algún otro servicio secreto y que me habían ubicado. Los pocos minutos que tardaron en llegar mi amiga Antonella e ítalo Seccatore, fueron atroces, ítalo me condujo a su auto y volvió para hablar con los individuos. Cuando se subió al vehículo, venía riendo y me dijo que los tipos sólo eran unos parroquianos que estaban en plan de conquista. Que cuando vieron mi cara de terror y luego llegó Antonella, pensaron que había reaccionado así porque yo era lesbiana o loca. Ese no fue el único incidente de ese tipo. Nada estaba bien en mi vida. Algo tenía que hacer, no podía vivir en una burbuja o andar haciendo esos escándalos cada vez que un hombre me abordara. Pensando en ello, decidí aceptar. El chico me pareció inofensivo... Estacionó el auto y corrió para alcanzarme. Nos ubicamos en una de las mesas desde donde se podía observar la playa. Pronto supe que su nombre era Roberto Fernández y tenía menos edad que la que yo había supuesto. Sólo 21 años. Estudiaba en un pre militar. Nunca supe si fue un encuentro casual o premeditado, pues tenía múltiples conexiones con hombres de armas en su país. Pero no me preocupó. Al menos en ese período mi vida era absolutamente transparente. Tenía una buena historia ficticia y si ese joven estaba o no en contacto con el Servicio de Inteligencia uruguayo y a través de éstos con la CNI, lo único que podrían averiguar es que estaba cumpliendo bien con mi trabajo. Fui con él al Club de Yates, a la piscina y una tarde salimos con 319
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su padre en su yate. Navegamos un buen rato. Conocí la isla. Fue una simpática forma de darme cuenta de que podía conocer otras personas. Había dejado atrás lo que en ese momento me pareció un pesado fardo: mi nombre. Tomé conciencia de que no me atrevía a saber, ni siquiera a pensar en quién o qué era yo. Me era imposible el preguntarme qué es lo que yo quiero o deseo. Hasta ese momento era una especie de máquina programada y por algún resquicio se estaba produciendo una aproximación a mí misma. Sentí temor. Un temor nuevo. El 18 de febrero salí como de costumbre a trotar. Antes de llegar a Pocitos sufrí una lesión. Pisé una piedra con el pie malo y caí dañándome los meniscos de la pierna derecha. Me senté en el muro de la Rambla. Empecé a preocuparme, pues se me estaba hinchando la rodilla y el tobillo me dolía más a cada momento, conforme se iba enfriando la musculatura. De lejos vi un coche de la policía. Sentí un escalofrío. Traté de serenarme. Comencé a pensar: "Llevo una semana en este país, aquí soy una turista y tengo problemas. ¿A quién recurrir? A la policía, ¡claro!", y levanté mis manos haciendo señas. Pronto estuvo junto a mí la patrullera. Me llevaron al hotel. Sentí una sensación muy curiosa al acudir a ellos por ayuda. •
EN "LO DE DOLLY" El martes 20 tomé una pieza en una pensión de la calle Canelones, a pasos de la Embajada chilena. Eso fue casualidad. La señora Dolly vivía de las rentas de dos casonas antiguas. En "lo de ella", como decían las chicas de la pensión, había tres o cuatro camas por pieza y un solo baño donde caían unas cuantas gotas de agua de una challa que ella presentaba pomposamente como la ducha. ¡No se puede cocinar en las piezas!, decía Dolly, Dolly seguía parloteando... Radio o tocacintas sólo a pilas, nada de secador para el pelo. La ropa se echa a perder si la planchas mucho y luego de lavar sólo puedes tender la ropa de doce a trece horas, pues para ir a la azotea hay que usar una escalera en el altillo que también está arrendado y donde viven tres chicas más. A pesar del hacinamiento, se respiraba alegría y camaradería. Me felicité por haber elegido esa pensión para vivir. Verónica, una de las chicas de la pieza, tenía un novio que vendía helados en verano y café en invierno. Ella trabajaba en ANTEL, 320
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era telefonista. Me ofreció mandar mensajes a Chile. Eramos 17 mujeres en la casa. En un par de días me di cuenta que ese grupo que el azar había juntado vivía de una manera solidaria que yo añoraba. Todas, cada una a su manera, éramos o nos sentíamos "parias". Esa convivencia fue definitiva en mi vida. Ellas barrieron con esa formación chauvinista que desde la infancia me llevó a sentir como natural que a los argentinos, bolivianos y peruanos los consideráramos como enemigos potenciales. Fui educada en la sobrevaloración de las glorias del Ejército chileno... Con ellas aprendí que al margen de credos, nacionalidades o razas sólo hay personas; ya no podría mirar como enemigo a alguien sólo por haber nacido en otro país. Por esos días fui a la Embajada a interiorizarme de los trámites que era necesario realizar para solicitar la residencia, sin identificarme. Tenía instrucciones de acudir al embajador sólo ante la posibilidad de un riesgo de muerte. Todo trámite debía hacerlo como cualquier chileno. Noemí me acompañó a hacer los trámites de la residencia; Mará tenía un primo en el Banco Pan de Azúcar que en poco más de cinco minutos me abrió cuenta allí. Todo parecía funcionar a la perfección, de acuerdo a la planificación de esa etapa de la Operación Celeste. Disfrutaba de la compañía de mis nuevas amigas. Sin embargo me sentía triste. Sentía que no tenía derecho a responderles con una historia ficticia. Que si en el futuro recibía su ayuda para cualquier cosa en el desempeño de mi misión, las estaría utilizando. No podía dejar de pensar en ello. Comencé a escribirle a Rolf Wenderoth. Era un riesgo, ya que se me había ordenado que no tomara contactos directos con Chile. Pero tenía buenas razones para ello. No confiaba en la CNI. Sabía que ese período de desconexión era ideal si querían eliminarme. Podía caer detenida o muerta en cualquier país limítrofe. Pensé que era importante que alguien -aunque fuese un militar- supiera dónde estaba y qué hacía. Sabía que Rolf no era del grupo de oficiales que estaban con la CNI. Sabía que si precisaba ayuda en el futuro, él, dentro de sus posibilidades, me la brindaría. Y por último porque se lo había prometido. En ese momento, Rolf era Gobernador en Valdivia. El lunes 24 de febrero fui al correo y tomé una casilla por un año, me asignaron la NQ 6060. El mismo día escribí a "Alfonso González", alias de ítalo Seccatore, y a Francisco Valenzuela, alias de Manuel Provis, agente de control y enlace en la Operación Celeste 321
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respectivamente. Les informé que me podían llamar por teléfono a las oficinas de Antel. Tengo un recuerdo muy nítido de ese día. Fui caminando al correo ubicado en la ciudad vieja. Escribí las cartas en un café cercano y las despaché. Las últimas semanas de febrero parecían transcurrir con lentitud para mí, era época de carnaval y fiestas. Montevideo dormitaba de día, a media tarde las gentes se desperezaban junto a las riberas del Plata, antes de dar paso al confetti de las reinas y sus comparsas. Era esa euforia loca de las fiestas del carnaval, la vendimia, la fiesta de las aguas. A pesar de que no me consideraba cristiana por esos días, a diario al acudir a la ciudad vieja, me acostumbré a pasar por la catedral. Ahí en un diálogo con mi amigo, le contaba a Cristo acerca de mis dudas, temores y nostalgias. Inicié los trámites y luego de varias diligencias, fotos, huellas, entrevistas, consultas a Policía Internacional, etc., obtuve una residencia temporal por tres años. Recibí una cédula de identidad uruguaya en la que se indicaba que era chilena. Era sólo un primer paso. En marzo de 1979 me asocié al Club Neptuno. Retomé la actividad física. Comencé a recibir correspondencia de Rolf, quien me comunicó que había tomado una casilla en Valdivia con un nombre falso. La cuenta de ahorro en dólares, donde recibía el depósito de la remuneración mensual de la CNI -350 US$, ya que dejaba cada mes US$ 50 en Chile, para mis padres- la asocié a una cuenta corriente en pesos uruguayos que al girar se cubría con los dólares de la otra cuenta. Así me favorecía el cambio, ya que iba convirtiendo automáticamente sólo lo necesario. De manera esporádica recibía noticias de la jefatura en Chile. Asistía a clases a diario. Con Noemí fuimos desarrollando una amistad más profunda que, sin embargo, no se tradujo en confidencias de mi parte, más por protegerla que por no confiar en ella. Comencé a conocer a las amistades de Mará. Ella estudiaba medicina veterinaria. Empezamos a ir al "Potros Club", un club de equitación, y a frecuentar un grupo de folklore llamado "Banda Oriental", del cual ella formaba parte. VISITAS DE CHILE
Desde el viernes 28 de marzo comencé a realizar un llamado mensual a mi jefe en Chile. Seguía estudiando. Volví a estar delicada de salud. 322
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Temía una recaída de las afecciones pulmonares de las que sufría. Pero no. Se detectó una dolencia al oído medio que me provocaba una sensación de vértigo y pérdida del equilibrio. La falta de intimidad en la pensión comenzó a ser molesta, debía leer o escribir mis cartas en un café. En el futuro podría precisar un espacio propio. La jefatura en Chile, vía cartas y teléfono, me indicó que era más adecuado que tratara de vivir independiente, así es que me pidieron que hiciera un presupuesto de cuánto significaba alquilar un apartamento y alhajarlo con lo necesario para mí. El 23 de abril, en la casilla encontré un telegrama: "23, llego a esa. Firmado Francisco Valenzuela". Imaginé que llegaría Manuel Provis. Debía aguardar. Pronto recibí una nota y cuando llamé, el hombre que me atendió me dio un punto junto al monumento de los Héroes de la Patria. Me dijo que llevaría un regalo en sus manos. El hombre se presentó como el mayor Donoso. Me entregó un paquete y un sobre con dinero para instalarme y pagar por lo menos seis meses de alquiler de un apartamento. Estimaron que era una buena garantía, que así no les importaría que fuese extranjera. Volví a ver al mayor sólo una vez más. Sentados en un café respondí en detalle a todas sus preguntas acerca de mis actividades y condiciones de vida. Le expliqué que todo marchaba según lo previsto, con la única salvedad de que se me había ordenado asumir una identidad uruguaya. Les expliqué que por los mecanismos normales y legales eso era imposible, ya que a pesar de haber conseguido una cédula de identidad uruguaya, ésta siempre indicaría que era chilena. Que era necesario vivir cinco años en el país antes de optar a la nacionalidad. Ellos simplemente ordenaban. Se limitaban a decir cosas como: "Entonces tomas tu pasaporte o tu identidad uruguaya y viajas a..." Como si fuese tan simple como cambiar de vestido o de barniz de uñas. El mayor insistía en que debía existir una forma. Me sugirió robar la documentación de alguien y adulterar el nombre y los datos. Le señalé que eso serviría para un viaje, pero en ningún caso para lograr establecerme y vivir legálmente en otro país. La otra forma de obtener automáticamente la ciudadanía oriental era mediante un matrimonio. Preguntó si había alguna posibilidad. Le señalé que en ese momento no había nada en ese plano. Que lo pensaría.- Que había conocido un muchacho algo más joven que yo que se manifestaba 323
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bien interesado por mí. Que estaba segura que lo que más le atraía de mí era la independencia económica de mi historia ficticia. No estudiaba ni trabajaba. Hijo único criado con su abuela y unas tías, pasaba el día durmiendo, jugando a las cartas en el "Potros Club", cantando y tocando guitarra. Tenía una hermosa voz. Su único esfuerzo lo desarrollaba bailando en el grupo folklórico "Banda Oriental". Su familia me acogía con extremada atención. El mayor preguntó si estaba dispuesta a casarme. Le señalé que sólo si era el único camino y con el compromiso de separarme en cuanto obtuviese la nacionalidad, pero que pensaba que eso saldría carísimo, pues estaba segura que si la intención del muchacho era que yo lo mantuviese, no me daría la nulidad si no recibía algo. Pensé en ese momento que un divorcio justificaría plenamente el que me mudara a vivir a otro país. El mayor me señaló que estuviera a la espera, que estaríamos en contacto, que lo conversaría en Chile. Se despidió. El 1Q de mayo me mudé a un hotel ubicado a la vuelta de la pensión de Dolly. Tenía un baño junto a la pieza y podía estudiar y escribir mis cartas con mayor comodidad. Pero salía caro. El dos de junio me volví a cambiar. Esta vez al Hotel France, ubicado frente a las oficinas de LAN Chile. Retomar actividades que siempre me agradaron, como estudiar, hacer actividad física, sumado a que por primera vez en muchos años dejé de sentir la presión de la presencia del personal de la CNI en cada uno de los momentos de mi vida, fue decisivo... No sería capaz de cumplir con los compromisos que había asumido con la CNI. Poco a poco se estaba desmoronando la frágil idea inicial que me había llevado a aceptar: aquello de que estaría luchando por la Patria. Me parecía increíble e inédito eso de recibir tanto afecto. Me dolía pensar que sólo ocurría porque no sabían quién era y no sería capaz de casarme sólo para obtener una nacionalidad. Por muchos defectos que tuviese el muchacho, no merecía que lo utilizara. Un día, caminé durante horas y estuve sentada frente al río. Estaba anocheciendo y había una feroz tormenta eléctrica. Gruesos relámpagos rasgaban el cielo negro. Las aguas respondían con un enfurecido oleaje, me sentí más pequeña aún cuando se instaló dentro de mí la idea de que la única salida viable era renunciar de nuevo. Esta vez de manera indeclinable. Sentí que estaba una vez más desafiando la muerte. Trataba de imaginar un futuro... El martes 17 de junio iba caminando por la Avenida Independencia, de vuelta de clases. A una cuadra de la calle donde vivía, 324
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quedé paralogizada por la sorpresa, me pareció ver al capitán Manuel Provis. Me acerqué y lo saludé. No supe nunca cuándo llegó. De seguro me había estado chequeando. Nos fuimos caminando. Le mostré el hotel donde vivía y entramos a un restaurante. No supe dónde se alojaba, dijo que me pasaría a buscar al día siguiente. Me llevó un paquete con cosas que me enviaba la familia y pese a que el dueño del hotel no quería dejarlo entrar, insistió en ver la habitación aduciendo que era un pariente. No le gustó el lugar, lo encontró deprimente, frío y húmedo. En realidad lo era. Me aconsejó que buscara algo mejor. Le expliqué que me había sido imposible aún encontrar un departamento. Y que algo mejor salía caro. Nos vimos a diario. Le conté en detalle acerca de mis estudios y todo lo que había ocurrido desde que nos despedimos en el aeropuerto en febrero. Comentamos la muerte del teniente Luis Carevic Cubillos. Yo había leído en la prensa chilena, en la Embajada, que había muerto sacando una bomba que habrían colocado en el cuartel Borgoño de la CNI. Provis me contó la misma versión, la oficial. El viernes 20 me despedí del capitán Provis. Dijo que partía esa misma tarde. No me consta. Cuando Provis se fue, pasé por las oficinas del correo. Encontré un papel en la casilla con una indicación de que pasara por las oficinas. Fui y me entregaron un casette. Al volver al hotel lo escuché. Era de mis padres y de mi hijo. Sentí una alegría inmensa al sentir sus voces, pero me preocupé, pues ellos decían sus nombres y me llamaban por el mío. Estimé que si bien es cierto en esa oportunidad no había ocurrido nada, en el futuro no podía correr esos riesgos. Me imaginé que al estar el capitán Provis de viaje, el muchacho encargado de mi correspondencia fue a la casa de mis padres y simplemente envió lo que le entregaron, sin averiguar si violaba o no las normas acordadas.
VIAJE A SANTIACO Pensé un largo rato y fui a las oficinas de LAN. Compré pasajes para el lunes siguiente. El domingo en la noche le avisé a ítalo Seccatore por teléfono de mi viaje. El lunes a primera hora dejé el hotel. Noemí guardó mis cosas y me prestó un bolso de viaje. Fui a las oficinas de Migración a registrar el viaje como correspondía a un residente temporal. En el aeropuerto tuve un sobresalto. Estando a bordo y cuando 325
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llevábamos unos 15 minutos de vuelo, el avión volvió a Carrasco. Se nos indicó que un pájaro había dañado una de las turbinas. En Carrasco nos hicieron pasar al salón de pasajeros en tránsito y estuvimos ahí más de una hora. Yo me esforzaba en repetirme que no había razón alguna para que detuvieran el viaje especialmente por mí. Me di cuenta que el estar viviendo con documentación falsa significaba una permanente situación de alerta y de peligro. No descansé hasta que llegué a Chile. Cuando Manuel Provis estuvo en Montevideo confirmó mis sospechas de que Seccatore Gómez ya no estaba en la CNI, pero me aseguró que él seguía al frente de la Operación Celeste como agente de control. Estando en Santiago, nos reunimos. Le dije lo que opinaba sobre las comunicaciones, pedí más seriedad, e indiqué que aprovecharía el viaje para instruir a los míos sobre las medidas de seguridad. Conversamos en detalle lo ocurrido en esos días. Me dijeron que no comunicarían oficialmente de mi viaje. Volví a casa. Después de almuerzo fui a Lan Chile a reservar el pasaje para volver a Montevideo. A partir de ese momento pedí a la CNI que fueran más exigentes y rigurosos en cuanto a la compartimentación de la operación y que respetaran toda medida de seguridad acordada, respecto a los contactos con mi familia, funcionarios y amistades. Me preguntaron si sabía algo de Wenderoth. Pensé un momento y decidí decir la verdad. -Sí, nos escribimos con frecuencia. -¿Y no crees eso vulnera tu seguridad? -No, confío en él. -Pero es seguro entonces que Contreras lo sabe. -Si Contreras lo sabe no es por Wenderoth Pozo. De eso no tengo dudas. -¿Estás segura?, él trabaja con Contreras hace años. -Sí, estoy segura, y claro que han trabajado juntos varias veces. Son de la misma arma y eso les ha hecho coincidir en más de una ocasión. Es cierto que fue lo que ustedes definen como oficial "contrerista". Pero donde esté, él fundamentalmente hace su trabajo. Y eso independiente de Contreras. Es más, agregué, antes de partir Wenderoth me dijo textualmente: "No se te vaya a ocurrir despedirte de Contreras; si algún día se destapa la olla, el 'Mamo' no va a caer solo. En la tirada de mantel va a arrastrar a todos los que pueda". Yo le pregunté ¿por qué querría perjudicarme a mí el general?, a lo que Wenderoth Pozo respondió: "Puede que a ti no, pero a la CNI sí". 326
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Puede decir "también la CNI montó operaciones fuera." Reconocí siempre que aquel consejo fue muy atinado. -¿Seguirás escribiéndote con Wenderoth? -Mientras él lo desee sí, en esta fase al menos. Después no sé. Tampoco sé cómo hacerlo con mi familia en etapas posteriores. ítalo Seccatore dijo que le parecía razonable mi planteamiento. Me fui pensando que estudiaría y pensaría un tiempo más. Sólo una cosa quedó clara. Debía correr mis propios riesgos, no sumar otros.
DE VUELTA EN MONTEVIDEO Volví a Montevideo con una decisión. Renunciaría a la CNI antes de la segunda fase de la operación. Volver me dio la certeza de que mi tiempo en la CNI expiraba. Me sentí muy sola e incapaz de renunciar enseguida. Me di unos meses para lograr la fuerza necesaria y ordenar las ideas. La única novedad fue que en agosto y septiembre tardó bastante en llegar el dinero. Escribí a Santiago, pero no recibí respuesta. Sobre la situación personal, la más entusiasta y directa era la "supuesta futura suegra", ella fue como una mamá conmigo, quería que me casara con Marcelo. Con una pareja amiga, Leo y Alicia, fui dos veces a la Capatacía de Santa Teresa, fuerte militar cercano a El Chuí, en la frontera con Brasil. Visitamos los fuertes de miradores almenados, miré hacia el continente, y vi las tropillas de caballos criollos abriendo el pasto de la pradera al galopar hacia el Atlántico tan azul, y sentí que seguía prisionera del miedo. También visité la capilla. Recorrí las habitaciones y los calabozos. Miré los grillos sujetos por gruesas cadenas a las paredes de piedra y sentí frío. Salí rápidamente, y en el patio mi vista chocó con unos cepos. Me invadieron otras cárceles, otras amarras. Podía casi ver, casi oír los lamentos. Pensé en aquellos portugueses y brasileros capturados por los "bravos gauchos" como decía Leo en ese momento, narrando gestas bélicas. Esa imagen y recordar Londres 38, Ollagüe, Villa Grimaldi, fue sólo una cosa. Comencé a sentir más inquietud. Buscando el olvido decidí viajar, aturdirme de paisajes, aire y sol, de los bellos atardeceres junto al océano. Pero fue imposible. Las intensas, profundas y azules aguas del Atlántico también estaban llenas de lamentos. Sentía llorar cada milímetro de mi piel, estaba emergiendo toda mi fragilidad. 327
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Fui a Pan de Azúcar con Mará. Fui a Piriápolis. Imposible olvidar. Miraba a Marcelo y pensaba ¿podré vivir con él? Sabía que no, y no sólo eso. Si me ocurría algo, él también correría riesgos y su familia y mis amigas... Además: en la segunda etapa de la Operación Celeste ¿podría ver como enemigo a alguien sólo por haber nacido en otro país? Definitivamente, no. Viajar, redescubrir la naturaleza huyendo de las personas y los afectos, acentuaron el proceso de mi partida, sentía una suerte de sensibilización a medias ya que aún no se rompía el dique que contenía los recuerdos. Como si pudiera suplir mis carencias y el pasado llenándome de la naturaleza pródiga en Brasil y Uruguay, recorriendo Ramblas, la costa desde Montevideo a Punta del Este, me di cuenta de que el proceso personal era irreversible. El afecto de gente desconocida despertó mis ansias de ser, tenía que renunciar.
Ureta me dijo que estaba satisfecho de lo que había obtenido. Se llevó los certificados y la cédula uruguaya para informar al general Mena y fijamos un segundo punto. Ese día me devolvió los documentos y me informó que el general estaba de acuerdo en adelantar la segunda fase de la misión. Dijo que habría reuniones posteriores para ver los detalles. Sólo pregunté: -Coronel, ¿cómo entraré en los otros países? -Como uruguaya -fue su respuesta. -¿Cómo consigo esa documentación? -Te la robas y le pones tu foto. -Coronel, puedo entrar en cualquier país sudamericano, pero ¿viviré ilegal o con residencia? -Con residencia, naturalmente. No conocía el trámite para obtener residencia. Y eso de transmitir por radio me pareció no sólo arcaico sino digno del "super agente 86". Conversé con Seccatore y le dije que renunciaría. Le expliqué que no confiaba en la jefatura. Que tenía problemas personales. Le conté lo más textualmente que pude mi reunión con Ureta y le pedí su opinión. Abiertamente le dije: "¿Cree usted que me aceptarán la renuncia o... me matarán?" Luego de un rato dijo: "Si fueras mi hermana, yo te diría, renuncia". Le entregué mi renuncia a Ureta Sire. Se molestó, habló del tiempo y la inversión que significaba. Le dije que esa etapa de desconexión la veía importante para vivir en Chile. El sólo dijo que hablaría con el general Mena y que me avisaría. Pasaron varios meses. No supe nada de la CNI. Mientras esperaba la respuesta, pensé que se estaba jugando mi futuro. Sabría si me dejarían vivir fuera de la CNI. Mis padres estaban felices de que hubiera vuelto a casa. Intentaría insertarme, al menos ésa era mi esperanza. ,
Me dije: es bueno ser capaz de planteármelo, pero ya había averiguado que no era capaz de discernir qué quería respecto de lo cotidiano. Todo, desde la pasta de dientes hasta los cigarros pasaba por lo conveniente, o no, a la historia ficticia. Cada cosa elegida para desvincularme de mí misma. Recordé mis ropas sin etiquetas, las valijas vacías de recuerdos. Las cartas rotas para no poner en riesgo a nadie. Eso era yo. Un ser con un nombre usurpado, que no me decía nada. Quería mi propio nombre, pero sin el fardo que implica. No había logrado sepultar mis recuerdos junto a mi nombre. Me repetía: debo romper con la CNI. No sabía qué podía haber más allá. Por momentos imaginaba un sitio lleno de sombras, entonces la fantasía acudía en mi auxilio y si lo imaginaba árido, me decía "sembraré flores, aunque tenga que regarlas con mi propia sangre. Ahí en el futuro habrá soles de día y lunas de noche". Debía colorear mi ser en blanco, soñaba con llantos acunada. Mi vida no podía seguir siendo un rol o una misión. En septiembre volvió a visitarme el mayor Donoso. Me dijo que en diciembre recibiría noticias. Le pregunté directamente por Manuel Provis. Fue evasivo. No insistí. Supuse que el mayor ya no estaba en la CNI y decidí que la única forma de saberlo era ir a Chile. REGRESO A CHILE
MUERTE DE RICARDO RUZ •\
Volví a Chile el 12 de octubre de 1979. Tomé contacto con Seccatore y Provis. Mis sospechas eran acertadas. Estaban fuera de la operación. Me contactaron con el que realmente era mi jefe, el coronel Arturo Ramón Urcta Sire.
El 29 de noviembre salió en El Mercurio un artículo sobre la muerte de Ricardo Ruz Zañartu en un enfrentamiento ocurrido el día anterior. Ricardo portaba la documentación falsa donde yo figuraba como su cónyuge.
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La CNI usó la muerte de Ricardo para asustarme y obligarme a retirar la renuncia, para que continuara con la siguiente fase de la Operación Celeste fuera del país. Provis no estaba en la DINA cuando yo caí detenida, no sabía mucho de mi hijo, y pensó que Ricardo podría haber sido su padre. Manuel Provis Carrasco y Carlos Estibil Maguida fueron a interrogarme. Impactada por la muerte de Ricardo y pensando todas esas cosas, decidí que lo mejor era dar la cara e intenté un contacto con la CNI. Llamé a Seccatore y al contarle lo del artículo en el diario, le dije que pasara lo que pasara, no retiraría mi renuncia. Más tarde me indicó que me comunicara con la Central de Operaciones del Cuartel General. Que el oficial era un conocido. Al llamar supe que el oficial era Ferrer Lima. Dijo que iría a mi casa. Ese día me di cuenta de que habíamos cambiado. Por primera vez sentí que existía un abismo entre los dos. "Max" comentó la muerte de Ricardo, me preguntó qué sentía. Le dije que mucha pena. Se molestó y en resumen dijo que sentir tristeza por ese "delincuente" era una traición. Sentí una pena doble. Dolor por la muerte de Ricardo, pena porque "Max" no entendía nada. Pensé que si Ricardo alguna vez recordó mi nombre, debió haber sido para decir ¡Comemierda!, y "Max" me acusaba de traición por ese dolor. Dolida, pensé que eso era yo: nada. Sin ira le dije al mayor que esa vez no transaría nunca más mi derecho a llorar. Que Ricardo era la única persona con quien temía encontrarme y no por miedo. Por vergüenza. Y que al margen de la basura que yo soy, jamás le habría hecho daño. Y no por ganar dudosas simpatías voy a esconder mis lágrimas, mi pena por su muerte. Me escuchó. Estuvo callado un buen rato y por fin dijo: -Luz, es bueno verte. Tanto tiempo que nos conocemos. Más de cinco años. Te ves tan segura. Estás más bonita. Cada vez que vuelvo a encontrarte estás más interesante -dijo cogiendo una de mis manos. Lo miré. Ahora sí con rabia. Si creía que hablando así iba a conseguir que modificara mi actitud... podía quedarse esperando el resto de su vida. Me molestó que acariciara mi mano, su mano ya no me parecía amiga. Su viraje era burdo, ofensivo, grotesco. Siguió hablando: - N o sabía dónde estabas -dijo-. Alguien comentó que fuera y dije: Lo hará bien. Es mi alumna. -Riendo, se puso de pie, y me pidió que me levantara. -Mayor, yo llamé porque me dijeron que usted me daría ins-
Volvió a su silla. Sus ojos ya no parecían dulces. Se veían más chicos. Sus labios delgados apretados parecían una dura herida en el rostro. -¡Claro! Por supuesto informaré a tu jefe. A Exterior. Sé prudente. No te muestres en público. "No ha informado aún", pensé, "¿a qué vino?" Intentó un nuevo acercamiento. Dijo que se alegraba de que fuera capaz de expresar lo que sentía. Que era evidente el enorme paso que había dado. Que no le gustaba mi rechazo, pero que se alegraba por mí. Ese día lo único cierto es que Ricardo había muerto. Estaba mal, pero rompiendo por fin con la CNI y tenía tanto miedo.
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ENCUENTRO CON JUAN MANUEL Contenta de haber sido capaz de presentar la renuncia a la CNI con carácter de indeclinable, con temor de que no me la aceptaran, pero decidida a mantenerme en esa posición, traté de estar mucho con mi hijo Rafael y retomé la pintura. Necesitaba conseguir algún dinero para solventar mis gastos. Comencé a buscar trabajo. Esperar por meses una respuesta, pensar que me estaba enfrentando a la CNI, me provocó un proceso alérgico. Consulté al doctor Roberto Lailhacar, quien comenzó a atenderme. En ese intento de terapia el doctor puso énfasis en los aspectos sentimentales. No logré verlo como un médico, supuse que quería formarse una opinión acerca de cuáles eran mis expectativas fuera de la institución. No expresé resentimientos, le dije que quería una vida normal. No disponía de papeles de identidad, de manera que llegué a la conclusión de que lo más seguro era -transitoriamente- hacer clases particulares de gimnasia de mantención y masajes de reducción para señoras. Con la ayuda de mi prima Elda y de mi amiga Gloria, quienes me recomendaron entre sus amigas, pronto tuve copado mi horario. Los primeros días de 1980 me encontré con Juan Manuel, que hoy es mi esposo. El conocía mi situación. Fue la primera persona, no ligada a la CNI, en conocer algo de mi pasado. Tuve que decirle que no tenía cédula de identidad y le mostré los títulos que había obtenido estudiando computación, y que estaban a nombre de Mariana Burgos. An así, él se las arregló para que pudiera conseguir trabajo en una empresa privada. Cuando la CNI me avisó en marzo de 1980 que mi renuncia había sido aceptada, yo ya estaba trabajando. Encontrar trabajo fue importante para mí ya que necesitaba el sueldo, y además acreditaba mi existencia legal. Dediqué mis horas libres a pintar, escribí un par de cuentos que nadie leyó y que con el tiempo se extraviaron. Hoy sé que todo eso 332
era una necesidad interior de expresar que, aunque tímida aún, pugnaba por salir. En marzo de ese año comencé a hacer clases en un instituto de computación, y luego al hacerme cargo de las relaciones públicas del mismo plantel educacional, dejé el otro trabajo. El poder realizar una actividad profesional que me gustaba y poder independizarme reforzaron mi sentir de esos días, ése de que podría sepultar el pasado, de que estaba logrando "empezar" de nuevo. Debo confesar que sólo dos cosas me complicaban la existencia: el temor de ser reconocida y mi pie derecho, que me hacía dificilísimo cualquier trámite que significara caminar. Sin embargo, seguía teniendo miedo y tuve que forzarme para imponerme el circular por Santiago lo necesario para cumplir mis funciones. Estudiando y trabajando, con la certeza de que podía borrar el pasado. Estaba abriendo un libro con todas sus páginas en blanco, ésa era mi fantasía. Con quien hoy es mi esposo iniciamos una relación de pareja. Fue en ella que comenzaron a expresarse una serie de secuelas que no había notado que existieran. Albergaba la esperanza de volver a vivir con mi hijo Rafael, pero estaba lejos de poder proporcionarle la estabilidad que su padre y su nueva esposa le brindaban en esos días. Ese era un hogar y yo aún vivía cada día, sin atreverme a pensar, qué pasaría al día siguiente... Aun así mi vida era mejor que la de los años anteriores. Creo que además del sentimiento, fue vital el que Juan Manuel me brindara su apoyo y comprensión. Todo con un costo inmenso para él. Sentía que Juan Manuel supo lo que era tener problemas a partir del día que me conoció. Lo primero que afloró en mí, fue una necesidad imperiosa y compulsiva de ser querida y sobre todo protegida. Al calor de ese cariño dado y recibido fui progresivamente sintiéndome más frágil, más necesitada. Eso puedo verlo hoy, no me di cuenta de que mi exigencia era desmedida. Lejos de Juan Manuel me sentía más desamparada que nunca. La relación se fue haciendo más íntima y surgió entre nosotros una enorme confianza y eso hizo que todo fuera más fluido, pero yo no podía evitar que afloraran cosas del pasado. A menudo, pequeñas cosas me hacían recordar, en una suerte de conciencia a medias, hechos ocurridos durante mi cautiverio. Me era difícil discernir qué momento estaba viviendo. Juan Manuel con cariño trataba de hacerme volver al presente. Sabíamos que yo necesitaba ayuda, pero nunca me atreví a acudir a nadie pues tenía temor de hablar, y me era difícil 333
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creer que podía confiar en alguien. Solos, Juan Manuel y yo, fuimos viviendo esos instantes que fueron transformando la relación en algo difícil de sobrellevar. Ninguno de los dos sabía cómo enfrentar lo que ocurría. La relación se deterioró. En lo profesional me iba bien; sin embargo, a los temores comenzaron a sumarse una serie de alteraciones somáticas. Los síntomas eran reales, las taquicardias, náuseas y el vértigo eran cotidianos, volví a sufrir una úlcera. A raíz de eso pude conocer un médico que sólo identificaré como Marcos. Me di cuenta de que me atendía de manera "especial". La relación con Juan Manuel era formal, se nos seguía viendo como una pareja, pero cada día la situación era más tensa. Le conté a Juan Manuel que había conocido a otra persona. Pero que si él pensaba o quería que intentáramos rescatar lo nuestro, yo estaba dispuesta. Recuerdo que, sentados en el Burger Inn de Plaza Italia, Juan Manuel tomó su café en silencio y luego dijo que lo mejor para ambos era que lo nuestro terminara. Me fui de ese lugar con un profundo sentimiento de tristeza, de fracaso. Sabía que mi responsabilidad en esa ruptura era alta. Hoy puedo darme cuenta de que lo que me atrajo de Marcos fue que, aparte de ser muy inteligente, era cariñoso. Los inicios de esa relación fueron lindísimos. Marcos era el tipo de hombre que al salir de uno de sus trabajos para ir a otro, tomaba el Metro, se iba corriendo hasta mi oficina, irrumpía en ella sólo para darme un beso, decía "te quiero" y partía corriendo. Tal vez sólo era una forma de ser distinta, que me encantó. La relación duró alrededor de ocho meses; a poco de iniciada me enteré, por él, que era casado y con las limitaciones obvias. Pasado el encantamiento inicial, me di cuenta que no podía continuar. En esa época seguía sin importarme que fuese casado, no tenía ningún respeto por la familia, menos por el matrimonio, pero no quería sentir que era "la otra". No por un problema de conciencia, sino por las limitaciones de estar siempre escondidos y como en las horas robadas. La relación con Marcos terminó de manera abrupta, hice cosas que jamás pensé que haría, como ir a buscarlo a su casa y enfrentarme a su esposa. Hoy lo lamento y mucho.
DE NUEVO LA CLANDESTINIDAD En mayo de 1982 recibí un recado. Al mirar el número, supe que provenía de la CNI. El coronel Gustavo Rivera quería hablar conmigoFui al Cuartel General, el coronel Rivera me dijo que la Policía de Investigaciones tenía orden de detenerme y ponerme a disposición de los Tribunales de Justicia, que alguien había avisado a la CNI. Recibí la orden de volver a la clandestinidad. Le expliqué al subdirector de la CNI que tenía un trabajo. Pero él fue muy claro. No debía permitir que me encontraran. Fui al instituto donde trabajaba, saqué mis cosas personales y partí. Cuando iba a unos metros del lugar, pude ver por el espejo retrovisor que frente a mi trabajo se había estacionado un vehículo de Investigaciones. Busqué un teléfono y le avisé a Juan Manuel. Saqué algo de ropa y abandoné el departamento donde había vivido hasta ese momento. Salí unos días de Santiago. Luego volví y Juan Manuel me ayudó a eludir la acción policial asumiendo todo lo que se fue presentando, retiró mis cosas del departamento, lo entregó a su dueña. Alejandra, que también se había desvinculado de CNI por esos días, me ayudó y acompañó. PESARES Y ALEGRÍAS DE FAMILIA
Quedé dolida y más sola que antes. Con una conciencia mayor de mis limitaciones, busqué refugio en mi trabajo. El pasado seguía sin existir. Juan Manuel me dijo que se sentía solo. Yo diría que aunamos dos soledades y seguimos trabajando juntos.
Los primeros días de junio de 1982, Juan Manuel arrendó un departamento, y comenzamos a vivir juntos. En octubre de ese año, supe que tenía un mes de embarazo. Volver la mirada hacia esos días me permite distinguir sólo dos cosas: el terror de ser encontrada por Investigaciones, la Vicaría o los tribunales y la felicidad de sentir cómo dentro de mí estaba creciendo mi hijo menor. No recuerdo ternura igual. Desear ese hijo me daba fuerzas y de nuevo sentí que vivía. Me cuidé, me preocupaba mi edad, tendría treinta y cinco años al momento del parto. Muchas veces volví a orar. Le pedía a Dios que por favor existiera, y que mi hijo fuera sano. Descubrí en mí una nueva fantasía: la de la madre acompañada en la espera. Mis dos hijos nacieron en condiciones similares, las dos veces sentí lo mismo: que estaba sola. Con Juan Manuel nos habíamos separado antes de nacer el niño. Me fui a vivir cerca de mis padres, en el barrio Bellavista. Nació mi hijo menor, Juan Manuel, el 16 de junio de 1983 y, con
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ello, el intento de continuar la relación con su padre. Me sumí en una clandestinidad mayor. Veía a mis padres y a mi hijo mayor que por entonces tenía quince años y que acogió con cariño a su hermano. Ocupada de mi pequeño, no existía el pasado; sin embargo, no sólo la relación de pareja sufría altibajos, la situación económica era mala. Juan Manuel debía sostener dos casas, y con el nuestro, sus hijos eran cinco. Tratando de mejorar nuestros ingresos, comencé a trabajar haciendo monos de peluche. Vendí lo único de valor que poseía, un anillo de brillantes y zafiros azules, e invertí el dinero en una centrífuga, di el pie para una máquina de coser y compré los géneros, pieles y todo lo necesario. Logré hacer veinte docenas de tribilines, mickeys, pitufos, perritos y cisnes. Doce docenas las entregué a un local comercial y el resto lo vendí de manera particular. Comenzar a trabajar hizo que mi pequeño resintiera el no estar en mis brazos o jugando conmigo. No aceptaba comer. Visitamos al pediatra, quien recomendó que lo lleváramos a una sala cuna. Seguimos el consejo del pediatra, y matriculamos al niño en un jardín. La parvularia se dio cuenta que mi pequeño se negaba a aceptar la comida. Por eso me citaron a hablar con la psicóloga. El encuentro con Ana María fue lindo, ella había estudiado en un colegio donde fui una de las profesoras encargadas de atender las tardes deportivas. Comencé a conversar con ella. Anita María se ocupó de ir viendo el desarrollo de mi hijo y nos invitó a una Escuela de Padres. Tuve mucho temor de asistir, pero lo hicimos. Ana María nos ayudó a incorporarnos, fue hermoso volver a alternar con personas. Amparada en las sombras, en esos días no mencionaba mi nombre. Ana María y su colega Verónica, para ayudarme, me dieron a tipear su tesis y me recomendaron a otras de sus compañeras. Comencé a pasar a máquina los trabajos de algunos de los alumnos que iban egresando de la Escuela de Psicología. Anita María me recomendó a una de sus profesoras para que asumiera una terapia. Elida era en esos tiempos la profesora de Conductual en la Escuela de Psicología de la Universidad de Chile; me ayudó mucho sin cobrar nada. Pude entender algunas cosas. Me ayudó a comprender que cualquiera que fuera mi futuro debía compartirlo con los míos. Lo entendí, no fui capaz de llevarlo a la práctica, pero pude volver a circular por las calles de Santiago aunque sólo fuera entre la casa y el jardín. Todos mis intentos de ser muy racional nacían de la necesidad de creer que podía eliminar el miedo. Con Elida entendí que debía aceptarlo como algo real.
A comienzos del año 1987, con la ayuda de mi prima Elda y de mi madre arrendé un local en el Barrio Bellavista y con Juan Manuel instalamos una marquería. El negocio lo cerré al finalizar el año pues el 19 de octubre, Juan Manuel llevó a vivir con nosotros a los cuatro hijos de su primer matrimonio. Me fue imposible asumir casa, negocio y taller de marquería. Vivir todos juntos fue una experiencia fuerte. Colocamos a los niños en el colegio de los Padres Dominicos. En ese período descubrimos con Juan Manuel que debíamos por sobre todo mantenernos unidos y que en el padre Gerardo, sacerdote dominico, teníamos un apoyo fundamental. Nuestra vida cambió radicalmente. No es fácil recibir cuatro niños de distintas edades y costumbres diferentes. Nada de lo anterior parecía válido. Si ni siquiera servían las ollas, las nuestras eran demasiado pequeñas. De una familia de tres, pasamos a ser siete más una nana.
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LA CONVERSIÓN Y EL PADRE GERARDO Cometí todos los errores que comete una mujer que recibe de golpe cuatro niños. Vivimos momentos difíciles, pero Juan Manuel se mantuvo junto a mí. Creo que en cada momento de crisis, hemos aprendido mucho. Yo sufría porque no podía evitar sentir más cariño por mi hijo. El padre Gerardo poco a poco fue haciéndome entender que eso era natural. Con su ayuda pude ir al fondo de mi ser y sentir que soy cristiana. Ser conversa es una de las cosas más hermosas que me ha sido dada. Agobiada y sintiéndome enferma comencé a buscar a Dios, pero no podía creer en su existencia. Conseguí un Nuevo Testamento y comencé a leer, miraba con desesperación a Cristo, a la Virgen enfrente de mi ventana y les suplicaba que borraran mis dudas, quería creer que Dios existe. Fue imposible. Estaba enferma, comencé a sentir cefaleas fuertes, pérdida del equilibrio, desesperación hasta la' inconciencia. Me vieron varios médicos y nada calmaba mis dolores. Un día cogí un libro al azar, era la vida de San Francisco de Asís. Leer aumentaba mi malestar, pero no lo dejé hasta terminar. En medio de la angustia que me causaba el dolor físico, comencé a recordar los días en la DINA. Fue una-locura, las fugas hacia el pasado eran frecuentes y más largas. Uno de esos 337
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días le pedí a Diego, uno de los hijos mayores, que por favor fuera a buscar un sacerdote. El hijo volvió momentos después con el padre Gerardo. El padre escuchó esa mezcla de dolor y vergüenza, me administró el sacramento de la Unción de los enfermos y me dio la Eucaristía. Ana María, la psicóloga del jardín, le dijo a Juan Manuel que llamara a un neurólogo amigo de ella y luego de exámenes e interconsultas un psiquiatra, un neurólogo y una sicóloga diagnosticaron múltiples depresiones sumadas y todas muy mal manejadas. Me sometí a un tratamiento que me mantuvo ausente de mí misma, sedada. En pequeños lapsos de lucidez sentía que mi vida completa había estado grabada y que me habían sacado los casettes. Debido al tratamiento comencé a recuperarme. Estaba muy débil físicamente, ocurrió que Juan Manuel pensó que la nana me daba de comer y ella pensó que Juan Manuel me alimentaba. El resultado fue que no comí por varios días y yo no me di cuenta. Comencé a sanar; sin embargo tardé varios días en poder caminar sola. Uno de esos desperté y supe que Dios existía, no podía creerlo. Fue como amanecer en un día soleado, me vestí llena de felicidad y fui a la ventana. Estaba Dios en todo lugar, voceando la maravilla inmensa de su creación, podía percibir la presencia divina en los árboles, en el cielo lleno de nubes, hacia donde mirara era como un enorme libro hablando de un proyecto de vida, de una vida plena.
volví. Muy pautada por las vivencias anteriores, traté de buscar a Dios en los libros, pero cuando el padre me dijo que estudiara los textos escolares, sentí humillación. No podía darme cuenta de la lección que me estaba dando. Mucho tiempo después entendí que no fue por humildad que me fui a casa a estudiarlos, fue como empezar de cero. Me sentí desafiada a demostrar que podía. Llena de vano orgullo estudié y poco a poco fui advirtiendo que el padre, sin decirlo, me iba dando las herramientas para descubrir mis limitaciones. Cuánto por recorrer entre un conocimiento y el poder hacerlo propio, cuánto no sabía de mí. Nunca me había enfrentado tan desnuda ante mí misma. Debí comenzar a dar cabida a otras cosas, comenzar a bucear en el propio corazón de cara al Señor, o sea, de cara a los demás. Me sentí más basura que nunca. El padre trataba de mostrarme que el Señor vino también por mí. Sobre todo por quienes somos pecadores. Supe que vendrían días difíciles. Varias veces se lo dije al padre Gerardo... "Faltan dos, a lo más tres años para enfrentar mi realidad"... Pero tenía la felicidad de la esperanza, de la Buena Nueva... El padre nunca me ha dicho qué hacer. Me ayudó a descubrir el camino de la reflexión que precede a la opción. Tal vez si él me hubiese sugerido o dicho haz esto o lo otro, todo habría ocurrido en menor tiempo, pero una de las cosas que más le agradezco es que me enseñó a comenzar a hacerme cargo de mí misma. Me sentía muy frágil, pero la acogida que me brindaba el padre Gerardo, sumada al apoyo de mi esposo fueron vitales.
Conocer a Dios cambió mi vida. Sentir que Dios es Amor, que su Palabra es Palabra de Amor. Que como cristianos somos convocados sobre todo a la obediencia a la Palabra. Me hizo reflexionar acerca de quién fui, quién soy y naturalmente eso implica asumir no sólo en la dimensión personal, también en la colectiva. La tantas veces infiel, la Luz que se sentía miserable comenzó a desear poder decir sí al Señor. Como aún no podía caminar sola, le pedí a mi hijo mayor, Rafael, que me llevara al colegio de mis hijos. Busqué al padre y le conté que recordaba poco o nada de cuanto le había dicho, que por favor, me recibiera. Quería decirle todo, pero ahora consciente, asumiendo lo dicho. Comencé a conversar con el padre, no entendía lo que me ocurría. Ese despertar y sentir con certeza que Dios existe, pero por más que pensaba no encontraba explicación. Buscándola, le pedí al padre Gerardo que me ayudara a estudiar. El, lleno de sabiduría y ante mi total ignorancia me hizo partir por los textos escolares de Pastoral. En un par de meses leí todo, desde Preescolar hasta Cuarto Medio y 338
A menudo, en mi ignorancia, acudí al padre en todo un inmenso rango de consultas, desde las más caseras relacionadas con los hijos. El hizo gala de una paciencia maravillosa. Muchas veces no lo entendí, me exalté, discutimos. Fui descubriendo nuevos significados de la paciencia y la prudencia. Lo más nítido de esta relación con el padre Gerardo es saber, sentir que si es necesario, él estará ahí. Eso fue, es, algo fundamental. Me mostró a Dios en este mundo. Le debo el aprender a valorar la familia, el ser madre, los compromisos, el querer intentar construir la relación de pareja con Juan Manuel de mañera distinta, lo que puede ser la amistad, comenzar a recuperar la confianza en las personas. El padre Gerardo fue la primera persona, además de mi esposo e hijos, en la cual confié en esa etapa de mi vida. El es una de las pocas personas 339
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frente a las cuales puedo simplemente ser, sin defensas ni temores, el primero en recoger mi confesión y mi vergüenza.
EL PADRE JOSÉ LUIS Un dominico no asume responsabilidades por su cuenta, tras él están sus hermanos, la comunidad. Un día que fui a conversar con el padre Gerardo, él me dijo que había llegado a la Recoleta un sacerdote español que además de ser muy estudioso, hacía clases en la Universidad Católica. Era el formador de los novicios de la Orden, encargado de la biblioteca y él pensaba que era el indicado para guiarme en mis estudios. Sugirió, además, que podría comenzar a estudiar en la biblioteca del convento. Debo confesar que sentí pánico. Pensar que tarde o temprano le diría a otro sacerdote todo lo que yo soy, me causó miedo. Ese día me creí "traicionada" por el padre Gerardo, sentí que todo cuanto le había dicho de mí, de mi vida, no podría volver a repetirlo. Eso duró sólo hasta que comenzamos a conversar con el padre José Luis. No creo haber conocido a alguien tan sabio. Hoy los quiero entrañablemente a ambos. José Luis es mayor que yo, con esa pachorra que da la itinerancia. Gran conversador, entretenido pero profundo, crítico y certero en sus análisis. Transmite energía. Comencé a acudir a diario a la biblioteca del Convento de la Recoleta Dominica, y con el tiempo a distintos centros de formación, como el Instituto de Catequesis, Hades y la Universidad Católica. Comencé a conocer más de la Orden de Predicadores, y surgió en mí el deseo de ser parte de la Familia Dominicana. Gracias a José Luis, volví a escribir. Pensé que vaciar esa dolorosa parte de mi vida me ayudaría a enfrentar cuanto yacía enquistado dentro y que tanto daño seguía haciéndome. Comencé varias veces; el dolor, cobardemente, me hacía desistir. Al ver las páginas apiladas, sentía tanto miedo y pensaba que no había lugar en el mundo ni para esas hojas ni para mí. Todo parecía vulnerable. El verano 88-89, mi familia fue al Sur. Pensé que era un buen momento para enfrentar el escribir. Cuando llevaba más o menos cien páginas, fui al baño y las quemé. Cuando ya no supe si lloraba de miedo o por el humo que me asfixiaba, encontré una respuesta. El 340
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destruir esos escritos llevaba aparejado el deseo de esconder esa parte de mi vida, no sólo de los demás, también de mí misma. Hacía tiempo que pensaba que había logrado aceptarme como persona, pero supe que no era cierto. No mientras fuera incapaz de integrar esa parte a la que era mi vida. Llorando, abrí las ventanas del departamento y también las de mi alma. No tenía sentido haber sobrevivido si no lograba intentar sanar. El olvido no existe. Importante en el proceso personal fue el acercamiento a la Familia Dominicana, escuchar con atención, en especial las reflexiones del padre Félix, con su palabra sencilla pero profunda. En diciembre del año 1989, el padre José Luis se fue a Concepción a reemplazar en el santuario de la Orden a uno de sus hermanos, que iría a visitar a su madre los días de Navidad. Yo quería darle algún regalo al padre, pero no tenía dinero. Fue entonces que escribí los capítulos "El 11 de septiembre de 1973" y "Lumi Videla Moya". El padre leyó mi regalo, y me animó a que retomara los escritos. Comencé una vez más. Escribí cada mañana. Al terminar la jornada, colocaba el manuscrito en un sobre cerrado en un estante. José Luis retiraba mis escritos a diario. Nunca releí aquello, menos todo junto. Durante todo el período que viví tan cerca de los dominicos, pude conocer además de los padres, a las monjas de claustro, a varias religiosas de distintas congregaciones dominicanas y a laicos de la parroquia y del colegio de mis hijos. Agradezco al Señor por todo el amor que de ellos he recibido. Sentimiento que al alero de la Familia Dominicana, en ese hermoso "Convento Florido" que es la Recoleta, ha vuelto a enraizar en mi corazón, revitalizando mi vida.
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En una de aquellas visitas a casa, uno de los niños me dijo que \abían ido a casa dos señores que preguntaron por mí y al saber el
estado de salud de mi pareja, se retiraron. Supe de inmediato que eran de la Comisión Verdad y Reconciliación. A pesar de que intuía que eso ocurriría cualquier día, me sentí profundamente conmovida. Había llegado el momento... Fui a la capilla de San Lucas y agradecí al Señor que mi pareja se hubiese operado. Sentí una gran tranquilidad al pensar que ocurriera lo que ocurriera conmigo, los niños tendrían a su lado a su padre sano. Le pedí al Señor que me ayudara, que me diera fuerzas. Los niños estaban en el período final de su año escolar y mi marido no recuperado aún. Sin embargo, pese a que mi decisión de declarar era irrevocable, la inminencia de que era cosa de u n o s días, me conmocionó. Hacia afuera todo continuó como siempre, traté de buscar un espacio de tranquilidad porque todo afloraba. El miedo, el desgarro profundo de tener que verbalizar mi historia me causaba y me causa un dolor inmenso. Lo que había reconocido frente al que era mi mundo, debía decirlo ante personas desconocidas. En medio de ese caos de sentires, sabía que si flaqueaba, no habría futuro para mí. Sentí que todo lo propio, si es que hay algo propio en esta vida, afectos, hijos, estudios, una vez más se precipitaría a un espacio incierto. Los perdería. Pero no podía imponerles el costo del reencuentro conmigo misma. No tenía derecho. Todo lo ocurrido en el tiempo fue la lucha que, a un precio desgarrador di por sobrevivir. Y nada tendría sentido si no entraba a esa nueva etapa. Dije ese día, con profundo sentimiento frente al Señor: Sí, mi nombre es Luz, Luz Arce, la delatora, la traidora, la funcionaría de la DINA y de la CNI... Seguí tratando de cumplir con mi pareja, hijos, estudios. Hubo momentos difíciles, acudí a los míos. Sentía una necesidad imperiosa de cariño. Nada les dije a mis padres ni a los niños. No quería preocuparlos antes de tiempo. Me apoyaron mis amigos, mis amigas. José Luis, Gerardo, Félix, Marcela, Cecilia, Mcry y Verónica con su amor me sostuvieron. La tensión era fuerte, mi salud comenzó a resentirse, volvió el insomnio. Aproveché esas horas para estudiar, orar y reflexionar. Le pedí a mi profesor en la Universidad, al padre Luis, que me administrara el sacramento de la Unción de los Enfermos. El padre accedió y recibí el sacramento acompañada de Verónica, una de mis compañeras de curso. Me sentí reconfortada, lista para cruzar ese nuevo
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DECLARACIÓN ANTE LA COMISIÓN NACIONAL "VERDAD Y RECONCILIACIÓN "Declaro ante esta Comisión por un deber de conciencia, porque creo que tengo una deuda y me parece necesario hacerlo. Si esto contribuye de algún modo a reparar mis acciones derivadas de mi colaboración con la DINA y el hecho de haber sido funcionaria de ese organismo. "Me importa también contribuir al esclarecimiento de la verdad y a la realización de la justicia, en un contexto de reconciliación. Desde hace varios años he experimentado un proceso de encuentro con el Señor y he vivido profundamente mi compromiso con la fe cristiana, y por eso, dentro de mis posibilidades quiero ser fiel con los dictados de mi conciencia". (Párrafo del Testimonio ante la Comisión "Verdad y Reconciliación", publicado en revistas Apsi, Página Abierta y Hoy). A fines de septiembre de 1990, mi esposo debió internarse en una clínica para someterse a una delicada intervención quirúrgica. Permanecí con él día y noche. Iba a casa sólo a dejar dinero para los gastos, i estar un rato con los niños y a coordinar las visitas de ellos a su sapa. Estaba estudiando Teología en la Universidad Católica y en otros :entros de formación; me encontraba en período de pruebas termiíando el segundo semestre.
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umbral que sabía sería el inicio de un camino largo y difícil, pero que a diferencia de ese otro camino en la DINA-CNI, estaba preñado de una nueva luz, sobre todo de una gran esperanza. Dieron de alta a mi marido. Llegamos a casa. Traté de compartir la alegría de los niños por el regreso del papá, y pude sonreír, pero me invadía la certeza de que ésa no sería más mi casa, y sentí una profunda tristeza. Me fui a la mesa donde acostumbraba estudiar, frente a la ventana. Mirando la cumbre del cerro y a la Virgen con sus brazos abiertos, le supliqué que acogiera a mis hijos y a su padre con dulzura. Que pudieran permanecer lo más al margen posible de cuanto tuviera que hacer o me ocurriera. Tocaron la puerta. No esperaba a nadie. Algo dentro me dijo, ¡son ellos, los de la Comisión Rettig! Impedí que los niños abrieran y fui personalmente. Al verlos, mi corazón latió aprisa. Frente a mí había dos personas, y uno de ellos dijo: -¿La señora Luz Arce? ¡Qué difícil describir ese momento! Fue como si mi corazón se detuviera, para luego seguir latiendo hasta doler. Dentro de mí se agitaron todas las emociones. Una gran ola llena de ausencias y presencias, estrellándose en cada centímetro del alma y la piel, que podía aplastarme para siempre o llevarme hacia un nuevo puerto, el de la libertad. Tenía miedo, sobre todo de volver a arrastrar a los míos por un nuevo vía crucis. Los niños circulaban por el comedor. Inquietos. Percibían que algo estaba ocurriendo, aunque no sabían de qué se trataba. Traté de infundirles confianza. Pedí que hiciéramos un alto. Los llamé y los presenté. Les dije que ambos "tíos" eran amigos. Que por favor nos dejaran solos. Mi pareja se reunió con nosotros. Esa primera conversación fue como galopar por todos esos años. Los abogados me pidieron que acudiera a prestar mi declaración al local de la Comisión, al de la calle Arturo Prat. Accedí. Al despedirme de ellos, todavía temblando, sentí el impulso de hacerlo con un abrazo. Sentí calidez y acogida. No eran unos señores ajenos que me miraban con asco. Más allá de mis queridos cerros, la bruma oscura cedía y adiviné un claro sol. Lejano aún. Apenas se retiraron los abogados volví a sentir mucho miedo y abrazada a mi esposo le pedí que me acompañara donde José Luis, necesitaba hablar con él. Participarle cuanto 344
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había ocurrido. Le conté que al día siguiente iría al local de la Comisión. Me sentí más tranquila. Mi declaración duró varios días, durante los cuales sentí calor humano, comprensión, preocupación por mí y los míos. No me atrevo a intentar describir las emociones que muchas veces interrumpieron mi relato. Supe que ellos, los que conformaban el personal de la Comisión "Verdad y Reconciliación", de muchas formas y desde diversos lugares, durante años, habían estado presentes en las luchas por los Derechos de las Personas y que en esa ardua labor habían desarrollado, tal vez es más justo decir habían ganado, una sensibilidad especial que sumada al conocimiento acerca del dolor de los años de la dictadura, les hacía aparecer ante mí como personas íntegras. Sin embargo, a pesar de toda esa comprensión, hay cosas que no pude eludir, y tuve que tomar decisiones. Había un punto de sobra doloroso y es que desde afuera, es difícil aun para la mejor de las personas comprender cómo pude desarrollar relaciones de afecto dentro de la DINA. Mucho de lo que se dijo de Alejandra, de María Alicia y de mí es verdad, no todo. Pero al ser la primera de las tres que dio el paso tuve que responder muchas preguntas. Creo que es importante entender qué fue lo que nos ocurrió. Me di cuenta que muchas personas querían entenderlo también. Estoy consciente de que estaba develando cosas que "normalmente" sólo son de dos personas. Pero sabía que en esos días no podía aspirar a tener un trato de persona "normal". No lo era para nadie. Quizás tampoco para mí misma... ¿Cómo irrumpir en sus vidas hoy? ¿Cómo impactará en sus familias? Pensé muchas veces que no tenía derecho. Sin embargo, en octubre de 1990 llegué a la convicción de que si he de hablar, debo decirlo todo. Conversando con Carlos Fresno, Gastón Gómez y Jorge Correa descubrí muchas cosas. Una de las que más me impactó fue que no sólo éramos María Alicia, Alejandra y yo las que sobrevivimos a una experiencia así. Cuando en la Comisión "Verdad y Reconciliación" me preguntaron si había "amores" en. la DINA-CNI, no pude evitar recordar que, estando detenida en Yucatán, cuando Krassnoff Martchenko se enteró de que yo había pertenecido al GAP, quiso obligarme a que firmara una declaración sobre las supuestas orgías del Presidente don Salvador Allende y sus cercanos colaboradores. Lloré, grité, perdí el 345
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conocimiento tratando de explicar que jamás vi nada semejante. No lo aceptaron y me presionaron brutalmente. Por eso a Carlos Fresno, a Gastón Gómez y a Jorge Correa les respondí: "Sí, en la DINA hubo amores, pero eso sucede también en otros lugares". Inmediatamente me di cuenta que la intención de los abogados era diferente. Y pude verbalizar también esas cosas. Y les dije que me parecía que en la DINA por la omnipotencia, las exacerbadas expresiones de machismo y por una peculiar moral pautada y subordinada por la Doctrina de Seguridad Nacional, en una institución jerárquica, se generaron más que excesos, una creciente y progresiva conjunción de hechos que claramente iba destinada a despersonificar y quebrar a los militantes. Que aunque de manera distinta, lo mismo ocurría con el personal femenino de la DINA. En cuanto comencé a hablar me di cuenta que las motivaciones de los abogados de la Comisión "Verdad y Reconciliación" para conocer esos entretelones eran diferentes de las que tuvo en el pasado la DINA. Carlos, Gastón y Jorge, la Comisión "Rettig" quería averiguar causas de lo ocurrido y no para agitar o desprestigiar personas. Buscaban elementos para poder saber qué es lo que hace que personas traten así a otras personas, sobre todo para que no vuelva a ocurrir...
Con Carlos hemos conversado por horas, es una de las personas que conoce mi historia, nos hemos planteado muchas preguntas. También hemos hablado del perdón. Del pedir perdón, del perdonar. Carlos Fresno es una de las personas que sabe que para llegar a pedir un perdón real hay que vivir un proceso que pasa por aceptar lo ocurrido, luego, asumir las responsabilidades propias individual y colectivamente. Carlos Fresno sabe también que quien recibe la solicitud de perdón, no puede otorgarlo de inmediato si no ha vivido dentro de su propio proceso personal experiencias que lo predispongan a ello. Con Carlos Fresno aprendí que para perdonar hay que saber ponerse en los zapatos del otro, desprenderse de las estructuras de pensamiento propias, indagar; a veces, frente a la duda, saber esperar a que en el tiempo el otro muestre con gestos concretos, no teóricos, que de verdad hay un arrepentimiento e intentos de reparación. Carlos Fresno es un abogado comprometido con la defensa de los derechos de las personas. Carlos Fresno es mi amigo.
CARLOS FRESNO Los abogados Carlos Fresno, Gastón Gómez y Jorge Correa, de la Comisión "Verdad y Reconciliación", fueron las tres primeras personas del ámbito de los Derechos Humanos con las cuales tuve contacto. Es innegable que su acogida fue importante en que yo pudiera concretar cuanto me proponía. En el tiempo conocí a otras personas y fui encontrando apoyo de unos e incomprensión de otros, pero eso es parte de los procesos personales y no tengo dudas que en el tiempo, convergerán los que tiendan a inscribirse en la búsqueda de la verdad y de la justicia. Porque sólo así, reconstruyendo la historia entre todos, se puede pensar en una real reconciliación. Sin ninguna duda, es Carlos Fresno el abogado más cercano. Apoyo fundamental en el período de la Comisión "Rettig", es mi abogado desde que volví desde Europa y no se ha limitado a acompañarme, también por su mediación muchos me han perdonado, otros luego de eso han comenzado a considerarme persona y se han producido encuentros hermosos. 346
Luego de declarar ante la Comisión "Verdad y Reconciliación" tuve que tomar una nueva decisión. Carlos Fresno me preguntó si estaba dispuesta a firmar el resumen de mi testimonio que hizo la Comisión Rettig, para enviarlo a los tribunales. Le dije que sí. Pensé que los abogados, los tribunales, se preocuparían de develar lo ocurrido al contrastar mi declaración con otros testimonios. Sabía que no podía esperar tener credibilidad. Sin embargo, quienes me rodeaban, Carlos Fresno, Gastón Gómez y Jorge Correa Sutil, pese a su juventud, estaban profundamente sensibilizados con lo que fue la vida de las víctimas de la DINA. Ellos fueron los primeros, con excepción de mis amigos dominicos, que me consideraron como una víctima. Declarar durante varios días, tratar de mantener un ambiente de normalidad en mi casa, conmocionó mi vida, no quería perjudicar a los míos y decidí salir del país. Eso significó dos vertientes de inquietud, por un lado el desafío de adaptarme a un entorno cultural distinto e insertarme, trabajar y sobre todo independizarse, haciéndome cargo del hijo menor ya que mi pareja se había roto. Era definitivo, esta vez Juan Manuel no me acompañaría, el riesgo era alto y los hijos muchos, no podíamos ir todos a la aventura. No hubo un rompimiento, pero tácitamente era obvio que océano de por medio de manera indefinida, era imposible que nuestra relación continuara. Aguardaba con impaciencia y temor los trámites que se estaban 347
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realizando para que yo pudiese partir. Al momento de sacar el pasaporte apareció una orden de arraigo dictada por una Fiscalía Militar. Un abogado hizo el trámite para que levantaran la orden. Todos esos días temí que ese paso alertara a los DINA; sin embargo no ocurrió así.
ENCUENTRO CON ERIKA Y VIVIANA En diciembre de 1990 me llegó una notificación para declarar ante la Ministro señora Gloria Olivares, en el proceso de Alfonso Chanfreau. Recibí en casa la citación para concurrir a la Corte de Apelaciones y pensé que declarar significaría que pronto trascendería el que había prestado mi testimonio ante la Comisión "Verdad y Reconciliación". Había terminado de conversar con los abogados de la Comisión pero aún no había firmado. Debo confesar que de nuevo tuve el impulso de huir, de esconderme. Afloraba esa mecánica que me aprisionó por años. Traté de dejar a un lado los temores y me di cuenta que me sentía mucho más cercana a la gente de izquierda, a la Concertación, a los sobrevivientes, a las agrupaciones de familiares, que a quienes conocí en la DINA o en la CNI. Decidí que estaría hasta donde pudiera o me permitieran, con ellos, asumiendo que sería siempre Luz Arce, la traidora, la delatora. No se me ocurrió pensar que en ese ámbito podría encontrar comprensión y afectos. Me es difícil aceptar que puedo ser reconocida de otra manera que no sea como: la "ex agente de la DINA". Tomé una decisión más: le pedí a Carlos que me pusiera en contacto con Erika Hennings. Carlos dijo que lo haría si ella aceptaba. Me pareció bien, tampoco se trataba de imponerle mi presencia. Traté de explicarle a Carlos lo que sentía y le rogué que le dijera a Erika que, aún y cuando lo único que ella quisiera fuera arañarme o insultarme, igual quería verla y que iría a la Corte. Mientras aguardaba la respuesta, las horas me parecieron interminables. Había estado con Erika en Londres 38. Recordaba a Alfonso Chanfreau y ese viaje que hicimos juntos en una camioneta de la DINA desde Villa Grimaldi hasta Londres 38, en el espantoso mes de agosto de 1974. Erika aceptó. Nos juntamos en un café, las dos solas. Al llegar, miré con ansiedad a cada mujer que ingresó, tratando de rescatar de la memoria la imagen de Erika. Sólo la había visto por debajo de la venda junto al ventanal del cuartel Yucatán en agosto de 1974. 348
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Cuando Erika llegó, nos reconocimos. La encontré más delgada que en mi recuerdo, pero igual. Con su cabello negro rizado y unos ojos grandes de mirar profundo y franco. Conversamos un rato. Quedé muy impresionada. Me impactó su manera respetuosa de tratarme. Su franqueza para hacer las preguntas. Nunca voy a olvidar su rostro cuando dijo: -Sabes, uno durante años va acumulando y perdiendo esperanzas, también uno tiene sus fantasías y una de ellas es que tú puedas decirme óonde está mi marido... -Erika no estaba ahí atacándome o recriminando nada. Era una mujer buscando a su esposo, al padre de su hija. Cuando terminó la entrevista con Erika y antes de ir a casa, pasé por una iglesia. Necesitaba agradecer por ese día. Imaginé el esfuerzo que debió hacer Erika para hablar conmigo, porque supongo que tuvo que vencer muchas cosas en nuestros encuentros. En esa primera cita me preguntó si aceptaría conversar con ella y con una amiga suya. Le pregunté si esa persona era de su confianza. Respondió que sí y acepté. Fue así como conocí a Viviana. Al conocer a Viviana supe que era muy afortunada; estuve muchas horas con las dos hasta el momento de abandonar Chile. Fue hermoso conocer a estas dos mujeres que han hecho mucho por mí desde que nos encontramos. Gracias a Erika pude recuperar trozos de las conversaciones que, a escondidas de la guardia, sostuvimos estando detenidas en Londres 38. Su aceptación fue como un perdón otorgado gratuitamente. Muchos meses después, estando lejos y viviendo en Europa, aferrada a esos recuerdos, llena de nostalgia, me di cuenta de que no les pedí perdón expresamente y lo lamenté. Cerca de ellas comencé a sentir que era posible el encuentro, al menos con algunas personas. Siento por Erika y Viviana un gran cariño. No sólo gratitud, es afecto, admiración y respeto. El tiempo juntas significó algo así como un pasaje de ida para reflexionar, madurar y prepararme para los siguientes pasos. Todo lo positivo y nuevo en mi vida, partió de alguna gestión o aliento de ellas. Cuando tomé la decisión de salir del país, fueron ellas las que me ayudaron a hacerlo. Consiguieron el dinero para los pasajes, y me facilitaron el contacto con quienes me recibieron afuera. Viviana también dejó seres queridos en el camino; a su hermana Bárbara, a Edwin, su cuñado; a "Nani", su compañero de ayer y padre de su hija mayor. Digo dejó, porque creo que no los ha perdi349
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do. Se los quitaron. Conocí a Erika y a su hija Natalia; a Viviana y su presente, con David, a sus hijas Bárbara y Paulina, su trabajo. El 9 de enero de 1991 fui a la Corte de Apelaciones y me presenté ante la Ministro señora Gloria Olivares a declarar en el "caso Chanfreau". Era la primera vez que concurría a un tribunal. Estaba preocupada. Me acompañó Erika Hennings, también fue Viviana, quien se quedó cerca del lugar observando. Declaré varias horas ante la señora Ministro, quien en ese momento me pareció una persona interesada en buscar la verdad. Debo reconocer que eso fue una sorpresa para mí. Quedé citada para el día siguiente. Mientras estaba en la antesala llegó el abogado de la DINA y CNI, Víctor Manuel Aviles Mejías, cuando me vio me saludó y me preguntó qué hacía ahí. Le dije que había recibido una citación para declarar, que no sabía en qué caso. El abogado me dijo que me fuera, que él averiguaría, y fue a ver en la tabla de la sala. Después supe que eso sólo había sido una maniobra suya para que yo me retirara, pues en la lista de actividades diarias de la sala no figuran este tipo de citaciones. Insistí en que sólo diría que estuve detenida, y que no recordaba nada. El abogado salió de la sala y al poco rato volvió con otro abogado, conocido también de Manuel Contrcras, el señor Sergio Rodríguez Wallis. Comencé a ponerme nerviosa y entré a la oficina de la señora Ministro. Le dije rápidamente al oficial de sala lo que ocurría. Por teléfono le avisé a Erika Hennings de la presencia del abogado Aviles.
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EN EUROPA
Meses después, cuando mi testimonio se hizo público, la prensa ubicó al abogado, quien aseguró que no sabía quién era yo. Seguro que él no recordaba que los testigos más reciente de que nos conocíamos eran: una Ministro de la Corte de Apelaciones y el oficial de sala. El 15 de enero de 1991, alrededor del mediodía, con mi hijo Juan Manuel me dirigí en un taxi al centro. Había quedado de juntarme con Erika y Viviana y con Juan Manuel. Miré con avidez las calles de la ciudad queriendo llevarlas conmigo. Otra vez ese sentimiento de la partida. Tal vez era tarde, no me sentía con la misma energía de los años anteriores. ¿Podría empezar de nuevo? Erika y Viviana me entregaron los pasajes. Llegó Carlos Fresno a buscarnos. En su auto y camino al aeropuerto, fui firmando cada hoja del testimonio, para que pudiera ser enviado a los tribunales. En un Jumbo de Iberia abandonamos Chile. De nuevo mi vida y la de dos de mis hijos cabía en unas maletas. En la mochila, como capital llevábamos algo más de doscientos dólares.
Vivir en Europa fue una gran experiencia. Ese lapso me permitió darme cuenta de lo que necesito a mi familia, a mi esposo, a mis hijos y además sentí que prestar testimonio ante la Comisión "Rettig" no era suficiente. Me sentí muchas veces como en una isla donde no sólo el paisaje, la lengua y el clima eran otros. Tenía trabajo y el apoyo de varias personas que nos asumieron con dedicación. Pero yo era la misma, con todo mi pasado. Me había trasladado de un continente a otro, conservando todos mis conflictos y penas. Un océano me separaba de mi propia vida. Mi hijo mayor pronto aprendió a hablar en alemán, consiguió trabajo y se casó. Mi hijo menor y yo nos fuimos sintiendo cada día más unidos. Al comienzo fue como si estuviésemos a la deriva. Aferrados el uno al otro como a un tablón que nos llevaría algún día a tierra firme. El año 1991 lo definiría como de reencuentro, porque a la distancia, tanto a Juan Manuel como a mí, nos ocurrió algo similar. Pudimos revalorizarnos como personas y descubrir que queríamos seguir viviendo juntos. Nos dimos cuenta que en los trece años de vida en común nunca tuvimos la opción de un espacio ajeno a las contingencias que continuamente aportaba mi historia. Los miedos, las pesadillas, habían terminado por separarnos. La distancia hizo brotar cada cosa que habíamos sembrado el uno en el otro y despertó la urgencia del reencuentro. Juan Manuel logró viajar a donde estaba yo con nuestro hijo y decidimos casarnos. Después de tantos años juntos optamos por unir formalmente nuestras vidas. Pero Juan Manuel tenía que volver. Esas dos semanas juntos, con las horas corriendo más aprisa que lo usual, supimos que había que tomar más decisiones. íbamos a intentar ser una familia,
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juntos. Pero yo sabía que no bastaba con que mi esposo, los hijos y las amistades supieran quién soy yo; sabía que vivir junto a mi familia en Chile tenía un precio. Y ese precio era decir públicamente mi nombre es Luz, Luz Arce. Volví a sentir que puedo partir cada vez que sea necesario, que debo hacerlo porque mi presencia sólo puede acarrear problemas a los que quiero. Me esforzaba por convencerme de que no precisaba mucho. No era así, si bien es cierto hay una cuota de soledad que amo y necesito para reflexionar o simplemente -como ahora- para tomar distancia y reencontrarme conmigo. También necesito las risas de mis hijos, los ruidos familiares de la casa, sus llantos, sus quejas y reclamos. Necesito a mi esposo, su amor, su comprensión, su apoyo. Recordé muchas veces cuando hace unos años, en una ocasión en que estuve muy enferma y deprimida, él me dijo: "Lo que ocurre es que no tienes un proyecto propio". Era así. Todos esos años anteriores, mi vida carecía de raíces y de sentido. Por eso, cuando comencé a escribir este libro, al ir trabajando capítulo a capítulo, el terreno fue propicio para tomar la decisión de volver a Chile y acudir a los tribunales. Mi marido se marchó de Europa, suplicando al Señor que me ayudara a tratar de discernir el significado de cada hora, el momento oportuno para dar cada paso.
quienes puedan situarse en los zapatos de un paria como yo, todos ellos estarían conmigo. En el proceso de maduración de la conciencia, aterrada por las exigencias que implica, fui comprendiendo que Dios no quiere la injusticia, no quiere la mentira, no quiere la subordinación a ninguna esclavitud; sino un orden nuevo. Desde esa perspectiva es que siento que el Señor interpela y que está escuchando a cada uno de sus hijos. Redescubrí algo que ya sabía en teoría y que es tan difícil de encarnar; es indiscutible, el Señor no acepta proyectos de muerte, de opresión ni de tortura de ninguna especie, bajo ninguna circunstancia. Los desaparecidos, los ejecutados, todo torturado, sus familiares, todo marginado, no son sino una profecía viva que proclamada desde la práctica histórica invita y convoca. ¿Cómo sustraerse al genocidio? ¿Cómo favorecer un orden que legitima la esclavitud de tantos seres? ¿Cómo ser cómplice del ocultamiento y encubrimiento de la verdad?
DEL ODIO Y EL REENCUENTRO
Aunque no lo verbalice a cada instante, aunque olvide prender la cruz en mi ropa, aunque no se entienda, por sobre todo siento que soy hija de Dios. Desde la estadía en Europa, creo haber comprendido un poco más lo que es ser un cristiano. Apoyada en mi fe seguí escribiendo y revisando el pasado. Parirse a sí mismo puede ser muy doloroso, pero ¿puede haber algo más bello que la vida...? Creer en Dios, intuir su amor, me llevó a sentir de manera vital que todo humano debe "sublevarse" frente a la esclavitud propia. Al sentir profundamente la filiación divina surgieron nuevas luces para intentar una consecuencia mayor e iniciar una vida distinta a sabiendas que la justicia humana, la que brinda el mundo es radicalmente diferente de la que otorga el Señor. Todo dolor fue germinando dentro y volví a soñar. El sueño maravilloso de le. reconciliación, pero en la verdad. Supe que aquellos que pueden mirar desde la óptica de los marginados, de los que por variadas razones somos discriminados,
Era invierno en Austria, cuando a las cuatro de la tarde la luz emprende la fuga anunciando largas y prematuras noches, al volver a casa, me quedé un momento mirando los vidrios de los pasillos que, al estar sin calefacción, se encontraban cubiertos de un encaje de hielo a través del cual se podía divisar el humo de las chimeneas recortando un cielo azul. En medio de esa belleza, me invadió la nostalgia que, tozuda, me traía retazos de la patria. El perfil de la cordillera, trozos de nubes envolviendo las imágenes de quienes amo, de sus rostros, de sus gestos. Pensé en mi hijo haciendo sus tareas un poco más allá, miré las macetas en las ventanas, esas que Juan Manuelito me fue regalando y que él cuidaba con amor, mi jardinero lindo que logró intervenir el blanco dominante que cubría la ciudad. Seguían floreciendo ajenas a las bajas temperaturas del exterior, rompiendo esa armonía monocroma con pinceladas verdes y rojas. Me llené de alegría al recordar su carita cuando la pequeña planta de tomates creció y creció hasta casi inundar la cocina, las flores amarillas y la cosecha de un tomate. Plena del aire puro de Viena, de ausencias y ternura, entré a casa, besé a mi niño, preparé café y me dispuse a leer un libro que acababa de llegar desde Chile, "Los secretos del Comando Conjunto",
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POR SOBRE TODO, CRISTIANA
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de Mónica González y Héctor Contreras. No pude interrumpir la lectura hasta terminar. No dormí, no pude. Desde que me marginé de la CNI, he sentido muchas cosas, pero nunca de manera tan visceral. La pregunta tantas veces formulada parecía por fin tener respuesta: ¿No los odio? ¿O es tanto mi temor que ni siquiera me atrevo a odiarlos? Me sentí proyectada de nuevo al infierno. Volvió a dolerme todo. Podía oler la piel quemada o la sangre. Volver a percibir ese hedor del cual yo fui parte. Impotencia propia y la de ellos, volví a escuchar el grito visceral, ese que viene del torturado, ¿Padre, por qué me has abandonado? La cumbre del dolor de la humanidad. Aterrada, llorando, pregunté: ¿Señor, es esto odiar? Supe que sí, era odio, vacío, destierro, la pérdida de la alegría, de la esperanza. Aprendí que odiar es otra forma de morir. Cuando el odio parecía tomar forma y asumir la concreción de una monstruosa presencia que me estaba tragando, sentí resonar dentro el "¿cómo odiar al que mañana puede ser mi hermano?", de Agustín de Hipona, y me sentí más pequeña, más nada. ¡Qué lejos me pareció entonces la montaña del Nazareno, aquella de las Bienaventuranzas! Qué lejos mis pensamientos de que no hay seres malos, sino seres con una historia, que por cierto no exime, pero ayuda a entender. Sin embargo, asumir que el odio es algo que existe se convirtió en la certeza de que se puede vencer el odio, tanto como se puede construir un amor. El 10 de enero de 1992 le pedí a Elke, una amiga austríaca, que me acompañara a una agencia de viajes. Compré dos pasajes para el 15 de enero. Había tomado la decisión. Volvería a Chile con mi pequeño hijo. Mientras empacaba y arreglaba las cosas recordé una imagen concebida en el pasado, la de un desván donde yo había guardado todo lo inservible y olvidable, pero ahora la luz entraba en la oscuridad, el aire limpio refrescaba todo. El amor me había ayudado a entender que el olvido, la aceptación de una realidad terrible, sólo puede surgir luego de recuperar esos trozos arrumbados y escondidos.
La señora Olivares es conocida por una inmensa mayoría en Chile. En 1992 durante semanas acaparó páginas, portadas de revistas, titulares
de periódicos y mantuvo a la opinión pública en una suerte de expectación a medida que se fueron realizando las diligencias del "caso Chanfreau". La señora Gloria es una mujer buenamoza, femenina, elegante y muy inteligente. Como se dice en buen chileno, "de regia facha". Su capacidad es indiscutible, no en vano es una de las mujeres que ha logrado ser Ministro de Corte, en un ámbito donde por tradición imperan los varones. La señora Gloria Olivares exuda vitalidad a pesar de que sufre fuertes dolores provocados por una artritis. Sin embargo, durante las largas horas de diligencias se mantuvo en su lugar sin manifestar ni siquiera una queja. Desplegó coraje y energía. Presenciar su entereza me sirvió -más de una vez- de acicate para poder seguir prestando declaraciones pese a lo avanzado de la hora. Varias veces, al salir del Palacio de los Tribunales, la vi abandonar el lugar llena de libros que dicen relación con el Derecho Humanitario. Seguía estudiando en su casa. Con el traspaso del "caso Chanfreau" a la justicia militar, la señora Olivares salió de la escena, pero todos quienes sentimos algún nivel de compromiso con la defensa de los derechos de las personas estamos en deuda con ella. Es impactante presenciar cómo los oficiales que pertenecieron a la DINA y comprometidos en graves violaciones al Derecho Humanitario, llegan a los distintos juzgados y tribunales acompañados de guardaespaldas y abogados, a plantear "su versión" y poniendo a disposición de la impunidad el uso y abuso de todo resquicio o herramienta legal que les proporciona el marco jurídico de un Estado de Derecho. También eso es parte de la Democracia. Todos tenemos derecho a una defensa, también ellos. Y aunque de pronto pareciera que impera sobre todo la injusticia, sigo asistiendo porque considero válido registrar en los tribunales lo que fue la experiencia de cada sobreviviente. Lo realizado por la señora Gloria Olivares, el año 1992, no cristalizó en encontrar a Alfonso Chanfreau, pero marcó un hito en muchos sentidos. La señora Ministro logró que los distintos oficiales implicados en el caso tuvieran que concurrir. Durante meses, ella y varios magistrados enviaron citaciones que los inculpados no respondieron. Cuando no tuvieron más alternativa que asistir, mintieron. Pero su falsedad quedó registrada. En las hojas de un proceso, en el
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LA SEÑORA GLORIA OLIVARES
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corazón de los testigos sobrevivientes con los que fueron careados, en la opinión pública a través de las informaciones de la prensa. Quiero hoy, además de reconocer el esfuerzo y los logros de la señora Gloria Olivares, decir que lo aquí aseverado no es un típico "triunfo moral". Lo que el año 1992 ocurrió en la Corte de Apelaciones, en la Sexta Sala, no tiene precedentes. Hubo cosas más edificantes como las movilizaciones de distintos sectores, y que manifestaron su apoyo a la señora Ministro y su repudio a los ministros integrantes de la Tercera Sala de la Corte Suprema, por una seguidilla de fallos aberrantes. Creo que en ese período lo importante fue que, además, pude asumir que si por las vías existentes a la fecha no se logra avanzar en el establecimiento de la verdad, pude llegar a tener la convicción de que ninguna solución por "secretaría" resolverá la situación. La verdad debe seguir siendo buscada, si se agota un recurso hay que crear otros.
se refiere, es usual que sean los funcionarios de Investigaciones quienes realizan el primer acercamiento a los testigos que luego deben concurrir al tribunal a ratificar sus declaraciones. Es paradojal, pero cierto. Después de años de huir de este servicio, hoy puedo valorar a los funcionarios que conozco, y tengo la convicción de que su contribución será decisiva en establecer algún día la verdad de lo ocurrido.
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Durante 1992, el perfil del tema de los Derechos Humanos, gracias a los medios de comunicación se mantuvo alto, lo que implica una mayor conciencia de lo ocurrido.
POLICÍA DE INVESTIGACIONES DE CHILE Cuando volví a Chile no fui recibida por organismos de Derechos Humanos, sino por el Servicio de Investigaciones. Permanecí en el país más de veinte días sin que trascendiera. La filtración a los medios de comunicación, planificada o no, se produjo cuando comencé a ir a los tribunales. Tener contacto con funcionarios de Investigaciones me ha causado una grata sorpresa. En 1992 me di cuenta de que es un servicio que dispone de muy pocos recursos y tratan de suplir con esfuerzo las carencias materiales. Durante 1992 y lo que va de 1993, Investigaciones de Chile ha realizado la mayoría de las diligencias en el ámbito de los Derechos Humanos. Sobre todo cuando ha habido resultados. Los ministros y jueces aparentemente han ido canalizando sus requerimientos a través de este organismo. Otro signo alentador para mí fue darme cuenta que Investigaciones es una institución inserta en el orden institucional de un Estado de Derecho. Siempre pensé que ellos planificaban sus tareas por su cuenta. No es así. Toda diligencia realizada está ordenada por alguna instancia superior, por algún tribunal. En lo que a Derechos Humanos 356
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EN CORTES Y JUZGADOS Durante el año 1992 participé en sesenta y tres diligencias ante los tribunales. Toda una maratón. No voy a abordar causa por causa, tampoco a develar contenidos que perturben futuras investigaciones o atonten contra el secreto del sumario, pero sí quiero referirme a situaciones que ocurrieron sobre todo en reconstituciones de escenas y careos en que me tocó participar y que estimo importante sean de público conocimiento. Mi primer careo en 1992, fue por el caso relacionado con el "secuestro y posterior desaparición de Alfonso Rene Chanfreau Oyarce". Después de haber concurrido en varias oportunidades a la Sexta Sala de la Corte de Apelaciones a ampliar mis declaraciones, fui citada el 9 de marzo de 1992, junto a Erika Hennings y a Miguel Ángel Rebolledo, para ser careados con el mayor de carabineros, a esa fecha en servicio activo, Gerardo Ernesto Godoy García. A la distancia reconocí al mayor Godoy, por su manera de caminar. Ingresó acompañado de escoltas vestidos de civil y de una señora abogado de su institución. La Ministro, antes de proceder a carearnos, le tomó declaración al oficial. Luego entró la señora Hennings, quien efectivamente lo reconoció como el oficial que iba a cargo del grupo de agentes de la DINA que secuestró a su esposo, Alfonso Chanfreau, desde su domicilio, la noche del 31 de julio de 1974. Una vez terminada la diligencia con la señora Hennings, me tocó a mí ser careada con el oficial Godoy García. Finalmente le correspondió el turno a Miguel Ángel Rebolledo, quien es el único sobreviviente de un grupo que desapareció en su totalidad, junto con Alfonso Chanfreau, el día 13 de agosto de 1974. Miguel Ángel fue sacado de ese grupo por el entonces teniente Godoy García. El oficial reconoció su pertenencia a la DINA, que era el jefe del 358
Grupo Tucán y que recordaba haber detenido a un tal "Emilio", que efectivamente era el alias de Alfonso. También recordó a la señora Hennings. Al terminar los careos, el oficial salió del recinto de la Corte eludiendo a la prensa y tratando de ocultarse con el cuello de la chaqueta subido, lentes oscuros y un jockey que le tapaban parte de las facciones. Sin embargo, fue registrado por algunos gráficos como consta en la prensa de esos días.
CAREO CON ROLF WENDEROTH POZO
Asistí a la Corte. Estaban presentes en el lugar la querellante, señora Erika Hennings y su abogado, el señor Nelson Caucoto. Rolf Wenderoth, quien había concurrido a prestar declaración el día anterior frente a la señora Ministro, llegó a la Corte con más de tres cuartos de hora de retraso, acompañado de un abogado. Antes de entrar en el tema quiero aclarar que no he protegido a Rolf Wenderoth en los tribunales. Confieso también que si la justicia algún día logra esclarecer todo lo que permanece en la sombra, y él es absuelto de toda responsabilidad, sea intelectual o criminal, sentiré alegría. Sin embargo, debo reconocer que al ir conociendo otros testimonios me queda cada día más claro que su participación en la DINA fue mayor que la que yo conocí. Al comenzar a escribir este libro, sabía que volvería a ver a Rolf Wenderoth, que de no mediar una casualidad ese encuentro sería en un tribunal, y temía ese momento. Ocurrió el 1 Q de julio de 1992. Por trascendidos me enteré de que el día anterior, Rolf Wenderoth intentó negar incluso que me conociera. La causa en cuestión era la de Alfonso Chanfreau, el esposo de Erika. Yo asistí al careo sabiendo que ésa era la ocasión de resolver algunas graves dudas. Sabría exactamente si podría o no sostener mis declaraciones en su presencia. Podría tener la certeza de que los lazos estaban rotos como pensaba. Las horas que precedierona ese encuentro ante la señora Olivares y el actuario don Carlos Castro fueron difíciles. En esa ocasión, además de ser un ex oficial de la DINA, la relación personal que sostuvimos en el período DINA-CNI, el haber trabajado con él en 1989 en un colegio de Maipú, donde él ya retirado del Ejército, estuvo como director, hacía que algunas de mis dudas crecieran. En 1989, con mi marido intentábamos conformar una familia, y 359
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Rolf parecía hacer esfuerzos por estabilizar su vida de pareja. Había algunas variables que no existieron en ninguna otra diligencia. Tal vez el deseo interior de tener la certeza que Rolf no es un asesino o cómplice de asesinato. Más que por él mismo, que cada uno debe asumir lo suyo, por sus hijas, a quienes conocí siendo niñas. Cuando Rolf Wenderoth traspasó el umbral de la oficina de la señora Ministro, toda incógnita quedó despejada. En un gesto espontáneo me puse de pie y dirigiéndome a la señora Gloria Olivares le pedí autorización para saludarlo. Avancé hasta Rolf, que entre cabizbajo e inquieto aceptó mi saludo apretando mi mano con calidez. Nada fue forzado para mí. No sé cómo lo vivió él. Estábamos ahí y supe que pese a todo lo ocurrido podíamos conversar. Rolf dibujó una triste sonrisa en su rostro. Realmente admiro su lealtad para quienes, creo, no la merecen. Traté de explicarle el por qué de mi testimonio ante la Comisión. Rolf preguntó por mi familia. Yo diría que dentro de un marco de respeto, cada uno se mantuvo en el lugar que hoy cree que le corresponde. En una de esas ocasiones, luego de escucharme, hizo una pregunta sobre mi testimonio: -Luz, ¿no crees que hubo cosas de más? -¿Te refieres a nuestra relación personal? -Sí -contestó. Le dije mis razones. El por qué había dicho absolutamente todo. Agregué: -Si no lo hago yo, lo habrían usado ustedes como argumento para descalificarme. Dijo entonces: -¿Ustedes?, ¿a quién te refieres con ustedes? -No sé si tú, pero sí tu jefe, el señor Contreras Sepúlveda. En un momento le dije a Rolf que lo único que le pedía es que respondiera al "dónde están". Rolf se reacomodó en su sillón e inclinándose hacia adelante me dijo: -Luz, yo no maté a nadie... Le respondí: -Yo te creo, Rolf, lo que no puedo creer es que no sepas al menos de algunos casos. Que no sepas quién tomó las decisiones, cómo los mataron, qué hicieron luego, cómo y dónde los ocultaron. Hubo incluso unas bromas como de que podríamos trabajar juntos en el organigrama de la DINA, a lo que él respondió: -Pídeselo a los curas. Naturalmente todo ocurrió dentro del contexto. El en su posición, yo en la mía, pero conversando y con 360
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mucho respeto. La despedida fue igual, sin agresiones. No puedo decir que seguimos siendo amigos con Rolf. Me sentí muy libre ese día. A la par, pude darme cuenta que si bien no desarrollé ni el más mínimo nivel de agresividad en contra de Rolf Wenderoth, la situación era radicalmente diferente de la que existió respecto de él hasta el año 1989. El abismo que nos separa es definitivo. Rolf Wenderoth, al menos frente a mí, declaró igual que todos los oficiales de Ejército con que he sido careada, es decir trató de descargar de responsabilidades a Pedro Espinoza Bravo, muy en sintonía con lo declarado por éste en el caso Letelier. Cabe hacer notar que Rolf Wenderoth no tuvo ningún problema en reconocer que los responsables de la represión al MIR eran los oficiales Krassnoff Martchenko y Ricardo Lawrence Mires. Tal vez porque está seguro de que eso es algo imposible de revertir. Sólo hizo un pequeño intento de señalar la enorme contribución que hice a la DINA. Rolf tiene capacidad y puede darse cuenta, mejor que otros, que nadie creerá, por muy neófito en la materia que sea, que yo entregué a todos los militantes de los partidos Comunista, Socialista y del MIR a la DINA, como dicen otros agentes tratando de impactar a los magistrados. Otra de las características comunes de la declaración de Rolf con las de otros oficiales de las filas de DINA-CNI, fue el intento de mencionar como responsables de cargos altos a oficiales de otras instituciones, tanto de la Armada como de la Fuerza Aérea y de Carabineros. Ahí se topó con la realidad; el organigrama de la DINA-CNI, en sus diversas etapas, está resuelto. Un hecho interesante de destacar es que Rolf Wenderoth fue el único oficial de Ejército que llegó solo con un abogado, el que se retiró a las cinco y media de la tarde, por cierto, muchas horas antes que su cliente. También acudió al tribunal sin "escoltas". Pasadas las diez de la noche, Rolf Wenderoth salió del Palacio de los Tribunales absolutamente solo. Erika y yo nos fuimos a tomar un café. Hacía frío, comentamos un rato la situación, me sentía algo cansada, así es que en cuanto llegó mi marido a buscarme, nos fuimos. Había despejado una nueva incógnita. •
CAREOS CON GERARDO URRICH Y MANUEL CAREVIC El viernes 7 de agosto de 1992, fui citada por la Magistrado del Tercer Juzgado del Crimen de San Miguel, señora Virginia Bravo, para asis361
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tir a dos careos consecutivos, con los oficiales Gerardo Ernesto Urrich González y Manuel Andrés Carevic Cubillos. La diligencia se realizó en el proceso por secuestro y desaparición de Rodolfo Valentín González Pérez, el soldado conscripto de la FACH que me ayudó en el Hospital Militar. Al entrar a la oficina que la señora Virginia Bravo dispuso para la diligencia, reconocí de inmediato al oficial Urrich González, quien se encontraba sentado en un sillón. De golpe mi recuerdo se remontó al 24 de julio de 1974. Mirarlo y sentir el tirón de la cuerda que me elevó cuando hizo que me colgaran en la torre del cuartel Terranova -Villa Grimaldi- fue todo uno. Sentí como si dentro se agitara una presión monstruosa y el primer impulso fue de rechazo, de asco. Pero cuando observé su incomodidad frente a mi presencia, me quedó claro que ahora la situación era diferente. El lugar era otro, estábamos en presencia de la señora Virginia Bravo. Ella me pareció imponente. En la pequeña sala, la señora Bravo era la representación de la enorme diferencia existente entre el 24 de julio de 1974 y el 7 de agosto de 1992. Sentí impotencia mientras le escuchaba decir al señor Urrich González que como analista, él sólo había confeccionado informes. "Trabajaba con papeles", dijo. "Con documentos". Curiosa definición, pensé, para nosotros, los detenidos de la DINA: documentos, papeles. Creo que está de más decir que el siguiente oficial con el que fui careada, el señor Carevic Cubillos, obviamente, dijo que llevaba de un lugar a otro los "papelitos" que confeccionaba el señor Urrich González. Mientras les escuchaba mentir de manera tan descarada y pasado el nerviosismo del primer impacto, un nuevo sentimiento de temor tendió a inundarme. Pero luego de respirar muy hondo, me acomodé en el sillón y supe que en cada uno de esos careos, lo importante, la verdad, la justicia parece no existir, pero yo he ido encontrando algunas respuestas, sé quién soy, no he guardado ni la más mínima intimidad. Y supe que ellos en su mirada hacia mí entre hosca, molesta y evasiva, sólo están evidenciando que también saben quién soy. Una de sus víctimas expresando un fragmento de verdad. La que ellos ocultan, que no pueden, o no son capaces de decir. Y supe que estaba, por fin, comenzando a vencer el miedo que hasta esos días todavía se acercaba merodeando como un fantasma. Supe también que mis sentires son legítimos, como los de los demás sobrevivientes. Todo eso se agolpó dentro mientras les escuchaba decir que sólo eran "analistas" o "transportadores de papelitos"...
Primero se marcharon los oficiales Urrich González y Carevic Cubillos de la oficina. Para eludir a la prensa, se retiraron por un patio trasero, en vehículos con los vidrios polarizados muy oscuros que, como un espejo, reflejan la diferencia entre huir, esconder la cara y salir a plena luz. Cuando me despedí de la magistrado y salí por la puerta principal en busca de Erika Hennings y Viviana Uribe, quienes me acompañaron ese día, me sentí tranquila, con la alegría de quien también en su vida está intentando entrar y salir por la puerta delantera, sin eludir la luz.
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BASCLAY ZAPATA, ALIAS "EL TROCLO" El mismo día de los careos con Urrich González y Carevic Cubillos, en la tarde, tuve que presentarme en las oficinas de la Sexta Sala de la Corte de Apelaciones ante la Magistrado señora Gloria Olivares, junto con muchos otros testigos para ser careada con "el Troglo". Me consta la condición de agente de la DINA de este sujeto. Lo vi por años, primero junto a Osvaldo Romo Mena, ambos pertenecían a la dotación del Grupo Halcón 1 que dependía de Miguel Krassnoff Martchenko. También conozco testimonios acerca de la brutalidad de Basclay Zapata Reyes; como por ejemplo cuando, en la calle, a plena luz del día y en presencia de muchos transeúntes levantó su arma, apuntó y mató de un tiro a Eulogio del Carmen Fritz Monsalve. También hay testimonios de las violaciones y los abusos sexuales que cometió Basclay Zapata Reyes en contra de detenidas, algunas de las cuales sobrevivieron. Además de mis aseveraciones frente a la justicia, Osvaldo Romo Mena e innumerables testimonios de testigos sobrevivientes indican que Basclay Zapata Reyes fue uno de los agentes del grupo de Krassnoff Martchenko en la DINA. Sin embargo, él, al igual que todos los demás DINA, asumió ante los tribunales no sólo la misma conducta mentirosa, sino que mantuvo una actitud groseramente burda. Es dramático cuando, como en el caso de Basclay Zapata Reyes, la ignorancia va aunada al poder que este sujeto detentó en la DINA y que aparentemente cree que sigue teniendo. "El Troglo", como consta en la prensa de la fecha, salió del tribunal con la cara envuelta en un periódico y sobre éste una bolsa plástica de un conocido establecimiento comercial. Sus guardias lo 363
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tironeaban guiándole en su eventual y premeditada ceguera. Seguro que eso fue un intento para no ser reconocido por más sobrevivientes o los familiares y tantos testigos que presenciaron detenciones u otras diligencias y que podrían sumarse a las listas de testigos. Salió corriendo y escabulléndose por pasillos y ascensores, ofreciendo un triste espectáculo que repitió todas las primeras veces que se presentó ante la Ministro Olivares. Como esa forma de salir, además de ignominiosa para él, era evidente que le incomodaba, las últimas veces que asistió a la Corte de Apelaciones de civil, empezó a usar una parka con un gorro que sólo le dejaba al descubierto los ojos. También así fue registrado por cámaras de televisión y de la prensa. Imagino que a su institución también le debe haber parecido vergonzosa esa actitud, porque cuando tuvo que volver nuevamente a la Corte de Apelaciones, los mismos días que su jefe en la DINA, el oficial Krassnoff Martchenko, reaparecieron ambos con uniforme. Basclay Zapata asistió tres días seguidos a careos en la Sexta Sala de la Corte de Apelaciones. Escuchó a varios testigos. Luego dejó de concurrir. La excusa que trascendió fue que andaba de paso por Santiago y que se había ido a cambiar ropa a su casa, a Iquique. Recuerdo nítidamente cada situación en la que tuve que permanecer frente al "Troglo" ratificando mis declaraciones. Primero en las oficinas de la Corte, luego en la Reconstitución de Escena en el ex cuartel Yucatán de la DINA, ubicado en Londres 38, actual Londres 40. En ambas oportunidades, el suboficial negó todo lo aseverado por los testigos sobrevivientes, pero hay cosas que realmente fueron ridiculas y que lo retratan, como el que manifestara que si alguna vez alguno de nosotros, los que fuimos detenidos de la DINA, fuimos llevados a Londres 38, debe haber sido para comer un sandwich, porque, según él, ese lugar era un casino. Declaró que su función había sido exclusivamente la de conducir una camioneta en la cual transportaba los fondos con comida para el "casino" de Londres 38 desde las cocinas del edificio que los militares llamaron Diego Portales. Cuando se le pidió durante la reconstitución de los hechos que mostrara la cocina de Londres 38, dijo que no la conocía. Preguntado sobre el lugar donde dejaba los fondos de comida, y al ir a mostrarlo acompañado del actuario señor Carlos Castro, fue hasta el umbral del portón de acceso del recinto. Tampoco supo describir la ubicación de las cocinas del edificio Diego Portales y dijo que no recordaba el lugar donde el vivía en esos años. 364
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Sobre mí, dijo que no me conocía, que "parece que me había visto en la televisión unos días antes". En un momento le pregunté si había tenido hijos con María Teresa Osorio, su esposa, incluso le indiqué que fue ella misma la que me contó que se habían casado. Dijo que estaban separados y que no tuvieron hijos. También eso es falso. Basclay Zapata Reyes tiene tres hijos. Logró sorprenderme: dijo que no sabía que en Chile existieran detenidos desaparecidos. En general, durante las oportunidades en que me tocó estar presente junto a él y a la señora Ministro, Basclay Zapata Reyes mostró una conducta impertinente y grosera incluso con la señora Olivares. Una de las cosas de las cuales se preocupó fue de negar el nombre que sus mismos compañeros de la DINA le pusieron. "El "Troglo", troglodita. Pero no saca absolutamente nada con decir que se llamaba Ricardo o Roberto en la DINA, demasiados sobrevivientes hay que nunca olvidarán ni su nombre, ni su rostro, ni su pelo largo, a la usanza de los dibujos del Príncipe Valiente -personaje de libros infantiles de mi época-, sus palabras groseras y su prepotencia. Aunque hoy, Basclay Zapata Reyes sufra de "amnesia total", hay muchos con mejor memoria que la suya, que no sólo recordamos dónde vivíamos.
FERNANDO LAURIANI El 25 de agosto de 1992, a las dos y media de la tarde, debí concurrir al Octavo Juzgado del Crimen de Santiago. Ante la presencia del Magistrado señor Raúl Trincado y de la actuaría señora María Eliana Parra fui careada con Fernando Eduardo Lauriani Maturana. Esta diligencia se desarrolló como parte de la investigación que realiza el señor Trincado en dos procesos acumulados y que dicen relación con el secuestro y posterior desparición de Claudio Thauby Pacheco y de Jaime Robotham Bravo. El careo con Lauriani Maturana en términos generales responde a lo que han sido todos los careos con los agentes de la DINA: Ellos declaran no conocerme. Me vieron en la prensa o en la televisión sólo unos días antes. Sí estuvieron en la DINA, pero que nunca fueron agentes. Que ejercieron como analistas. Que supieron de mí y de mi colaboración, pero no conocen nada de la DINA ni del personal, etcétera. En el caso de Lauriani Maturana, él declaró que habría sido encargado de analizar las políticas educacionales del Gobierno en 365
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una oficina del Cuartel General, que su nombre nunca fue "Pablo" o "Pablito", como le decía peyorativamente el personal de la DINA, sino "Lalo", y que no era un alias sino el diminutivo de su nombre Eduardo. Que él pensaba que yo debía poseer algunas oscuras y malas intenciones de venganza quizás por qué razones personales. Que él jamás pisó los cuarteles de reclusión de Ollagüe o Villa Grimaldi, etc. Ese día, al quedar sola con Lauriani Maturana no pude reprimir un: -¿Y a ti qué te pasa que no me conoces? Lauriani y "el Troglo" habían copado mi capacidad de asombro, pero al verlo tratando de explicarme que no podía hacer otra cosa, realmente sentí rabia y le pregunté: -Fernando, ¿tú cómo puedes decirles a tus hijos que no mientan? Comenzó a contarme sus desventuras, que vivía aterrorizado, que le asusta el timbre del teléfono, porque teme que lo citarán a declarar, que a sus hijos les dicen en el colegio que su padre es un asesino, que su señora ya no soporta la situación, etcétera. Mientras estuvimos solos, el oficial Lauriani Maturana fue él. Me conoce, recuerda cosas. Cuando hay terceros presentes, entonces dice: "Yo a esta señora no la conozco". Fui careada por segunda vez con él ese mismo año. Esta vez en la Sexta Sala de la Corte de Apelaciones ante la Ministro señora Gloria Olivares y como parte de las diligencias realizadas en el intento de la Justicia Ordinaria por establecer la verdad de lo ocurrido con Alfonso Chanfreau. Además de declarar ante la Ministro, el oficial fue careado con más de decena y media de testigos del caso Chanfreau. En esta oportunidad se encontró después de dieciocho años con algunos de los sobrevivientes de operativos que el mismo oficial Lauriani Maturana dirigió, como es el caso de Erick Zott Chuecas y Luis Enrique Peebles Skarnic. Erick Zott fue detenido en enero de 1975, en Valparaíso, por Lauriani Maturana y su equipo Vampiro de la BIM de la DINA y conducido junto a otros detenidos a la Villa Grimaldi. Con posterioridad a esos hechos, Zott Chuecas fue conducido por el mismo Lauriani a Colonia Dignidad, ocasión en la que pasaron a "buscar" al doctor Luis Peebles a un lugar de reclusión de la Armada en Talcahuano. Digo "buscar" entre comillas porque Lauriani Maturana prácticamente raptó al señor Peebles Skarnic, llevándolo junto a Zott 366
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a Colonia Dignidad. A pesar de que tanto Zott como Peebles son muy contundentes y rigurosos en sus testimonios, el oficial Lauriani Maturana no reconoció ningún hecho que lo involucre como agente de la DINA. En esta oportunidad, también me tocó ingresar al final de la diligencia. Al igual que en el careo anterior, el oficial, block y lápiz en mano anotó todo cuanto se dijo en el careo. Pero como de costumbre en él, las cosas parecen no resultarle cuando intenta ubicar algo para refutar o pedir alguna explicación, y no encuentra lo que busca en sus propias notas. Durante el careo conmigo sólo ocurrieron cosas insólitas. Desde luego, nada que sirviera para esclarecer el destino de Alfonso Chanfreau después del 13 de agosto de 1974. Aparentemente aleccionado por sus abogados, Lauriani intentó evitar que yo hiciera referencias a cosas personales. Como si le fuera más doloroso reconocer sus limitaciones que el haber detenido, torturado, llevado detenidos a Colonia Dignidad, haber abierto el pecho de Claudio Thauby, su ex camarada de la Escuela Militar, y quién sabe cuántas cosas más. Cuando entré a la oficina de la Corte saludé a Lauriani Maturana por su nombre con un simple "¡Hola, Fernando!", a sabiendas que él otra vez negaría conocerme. Cuando apenas alcancé a pronunciar un par de frases, el a esa fecha teniente coronel Lauriani solicitó al tribunal que se me prohibiera decir cosas ofensivas de su persona. La señora Olivares preguntó a qué cosas ofensivas se refería. El oficial Lauriani dijo que en diligencias anteriores realizadas en el Octavo Juzgado del Crimen de Santiago yo lo había nombrado a él de manera ofensiva. La señora Ministro insistió en saber de qué se trataba, porque ella no había escuchado ninguna ofensa. El oficial dijo que él no podía siquiera pronunciar las cosas que yo le había dicho. La señora Ministro se volvió hacia mí preguntando: -Señora Arce, ¿usted ofendió al oficial? -No, señora Ministro, no creo haber ofendido al comandante, a no ser que sea por una frase que yo repetí textualmente a petición del señor juez don Raúl Trincado. No fue una frase mía, señora Ministro, sino la repetición textual de una frase que le dijo el señor Krassnoff Martchenko al señor Lauriani debido a una serie de errores cometidos por el teniente Lauriani. Todo eso ocurrió en Terranova y el oficial aquí presente manifestó que por lo ocurrido pensaba suicidarse... -¿Y qué fue lo que dijo usted, señora Arce? -volvió a preguntar la Ministro. 367
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-"Huevón", señora Ministro. El señor Krassnoff dijo que el oficial Lauriani era un huevón. Lauriani, visiblemente molesto por ese diálogo, con el rostro enrojecido, pidió que nada de eso quedara registrado, pero como en un careo la otra parte sólo puede dar su versión después y en ningún caso intervenir en la redacción de la declaración de la otra persona, todo el diálogo quedó en las actas que días después se fueron al Segundo Juzgado de la Cuarta Fiscalía Militar. Lauriani Maturana siguió reclamando ante el tribunal sobre mi supuesto trato ofensivo. Hasta que por fin pudo la señora Ministro saber que el oficial Lauriani Maturana, además, se refería al mote de "Pantera Rosa "o "Inspector Clouzot" que le pusieron sus propios subordinados por la gran cantidad de cosas absurdas y ridiculas que le sucedían a diario en el desempeño de sus funciones como agente de la DINA y con posterioridad como jefe de la agrupación Vampiro de la BIM de la DINA. Insistió en que su rol era de "analista del área de educación" y que se desempeñaba no como agente, sino como funcionario en el Cuartel General. El ahora teniente coronel Lauriani Maturana, haciendo honor a los motes de antaño, al salir de la oficina de la señora Ministro y al tratar de eludir a la prensa que le esperaba en pleno, quedó largo rato atrapado en el ascensor. Cuando logró salir, lo hizo hacia el lado donde las puertas estaban cerradas, debiendo devolverse y cruzar el edificio completo de los tribunales desde la puerta de calle Bandera hasta la ubicada en calle Morandé. Obviamente, con todos esos avatares la prensa no sólo lo alcanzó, sino que le acompañaron rodeándolo todo el tramo hasta la puerta. Como de costumbre, los guardias que le acompañaban agredieron a los periodistas tratando de evitar que interrogaran al oficial, quien se negó rotundamente a efectuar declaraciones. Si alguien ponía en duda las ridiculas situaciones en las que se vio envuelto este oficial en el pasado, ese día todos quedaron convencidos de que continúa igual, no sólo en cuanto a la falsedad de sus declaraciones sino también en la torpeza y esa especie de "mala estrella" que parece acompañarlo. Aunque él esgrime en su defensa que posee una hoja de servicios intachable, y es probable que así sea, aparentemente el problema surge cuando debe pensar por sí mismo o tomar opciones o decisiones propias; mientras ello no ocurra el oficial Lauriani tendrá un comportamiento "intachable".
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MIGUEL KRASSNOFF MARTCHENKO Muy unido al recuerdo de "el Troglo", está en mi memoria impreso con sus gestos, sus palabras, sus gritos, la tortura a que me sometió el oficial de la DINA, Miguel Krassnoff Martchcnko. En octubre de 1992, junto a más de una docena de otros testigos, fui careada con él. Ya no es el mismo del año 74, tampoco es el fantasma que por más de década y media intervino en mis pesadillas. Pude comprobar que mis recuerdos no son fantasías de una mente alienada; ahí estaba, como yo, más viejo. Demostró una gran capacidad de desdoblamiento. Muy cortés y educado con la señora Ministro Olivares, muy insolente conmigo. Por momentos, inclinándose ante la señora Ministro, como frente a un superior, sus ademanes parecían serviles. No infundió respeto, no le sirvió ni siquiera concurrir con el uniforme de su institución. Mostró su real forma de ser frente a mí, tratándome mal, levantando la voz, insultándome. El señor Krassnoff aún piensa que las armas que usó en el tiempo de la DENA siguen vigentes. Confieso que en los primeros instantes frente a él, mi corazón latió de prisa, se secó mi garganta. Cogí el vaso de la mesa de centro que estaba frente a mí y tomé agua, y al hacerlo vi a la señora Ministro en su sillón, y la encontré tan dama, tan segura de sí, tan en su lugar. Pude percatarme entonces que yo había adoptado en la silla la misma forma de sentarme que cuando estaba detenida o después de la tortura. Sin darme cuenta la sola presencia de ese hombre me hizo volver a la cuasi posición fetal, inclinada hacia adelante, buscando un poco de calor para aliviar el dolor físico y síquico. Mi mente me traicionó, fugazmente fue al pasado! Pero ver a la Ministro, recordar a mis amigos, saber que estoy diciendo la verdad, y todo cuanto he recibido en amor, comprensión y ayuda, me sirvió para seguir. Diligencia tras diligencia voy rompiendo esos lazos de terror con el pasado. 369
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Confieso que después de cada careo, el proceso interior continúa y creo honestamente que tardaré en asimilar todo. Por eso aquel año fue agotador, pero no lo lamento, porque sólo así puedo ir descubriendo a Luz, rescatándome a mí misma.
CAREO CON MARCELO MOREN BRITO Otra de las diligencias que realizó la señora Gloria Olivares en el caso Chanfreau, fueron los careos con el oficial en retiro Marcelo Moren Brito, en los meses de septiembre y octubre de 1992. Fueron citados más de quince testigos sobrevivientes. Esa diligencia superó con creces las veinte horas de duración. También en esta oportunidad me tocó entrar al final. Estaba nuevamente acusando el peso del esfuerzo que implica asistir a diario a la Corte, debiendo incluso postergar citaciones para comparecer ante otros tribunales, de nuevo la responsabilidad fuerte de la casa recayó en mi esposo. Cuando entré a la Corte para ser careada con Marcelo Moren Brito, me sentía pésimo. El oficial adoptó inicialmente la misma actitud que tuvo el señor Krassnoff Martchenko conmigo. Fue increíble, todo se me cruzó por la mente en fracción de segundos. Ese día con Moren Brito, sentí que no tenía la paciencia, ni las ganas de aceptarle a nadie esa forma de tratarme, por eso reaccioné, reclamando al tribunal que si el señor ahí presente me agredía, yo haría exactamente lo mismo, usando incluso los mismos términos. Moren Brito levantó también la voz y yo lo interrumpí. Ambos fuimos llamados al orden. Ahí adopté la actitud que creo se merece el tribunal, pero Moren Brito tuvo que asumir también una actitud respetuosa. Esta diligencia, calcada de las anteriores en cuanto al contenido de las declaraciones, aportó sin embargo algunos elementos de interés. Moren Brito me señaló que yo estoy equivocada en mis aseveraciones sobre la muerte de Sergio Pérez Molina, que no murió en Ollagüe, que en ese momento que yo creo que murió estaba agónico, pero que fue sacado de ahí y conducido a la clínica de la DINA y que murió porque el médico tardó dos horas en llegar. Más tarde lo reiteró frente a Lautaro Videla Moya, hermano de Lumi y cuñado de Sergio. Sentada frente a Moren Brito, recordé los tiempos en que sólo lo reconocía por su vozarrón, su manera ostentosa de ejercer el mando a gritos, sus paseos de oficina en oficina, normalmente extraviando 370
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cuanto papel caía en sus manos. Al oírle decir que él no fue jamás un jefe con poder de decisión, recordé una vez más las condiciones extremas en que viví durante años, supeditada a sujetos como ése. Llegó incluso a aseverar que yo tuve más acceso al poder dentro de la DINA que él. Sentí más fuerte que nunca que la necesidad visceral de recuperar mi propia identidad como sujeto distinto de ellos es no sólo lícita. La decisión de volver a Chile, de acudir a los tribunales cobró nueva vigencia. Es derrotar la ambigüedad de una forma de vida sin sentido, eliminar la angustia de una existencia sin identidad. Durante los años en que fui incapaz de enfrentar siquiera los recuerdos, me parecía a menudo que mis palabras, mientras más se apegaban a la realidad, más incomprensibles sonaban. No podía expresar lo vivido, algo dentro se rebelaba a aceptar que era verdad toda esa violencia, ese ser nada, ese no tener ningún derecho. Yo quería creer que no era cierto, que en algún momento había enloquecido, que no era verdad. Las primeras veces, cuando comencé a verbalizar, pude intuir que mi interlocutor tampoco podía entender. En la década de los ochenta me pregunté ¿por qué?, ¿por qué nadie parece entender? Me pareció que el mundo que tenía encerrado dentro era tan aberrante que sólo podía provocar espanto, rechazo y una atroz condena. He vivido esa marca, esa mancha. Esa noche en la Corte, mirando a Moren Brito y sus actitudes supe una vez más que mis recuerdos son reales, que él y tantos más ejercieron sobre las víctimas de la dictadura una forma de violencia sólo comparable con los mayores genocidios ocurridos en este siglo. Por eso, para mí al menos, no cabe el silencio. Una de las cosas que más me llamó la atención durante el careo con Moren Brito fue que él encuentra "incluso normal la actitud de los testigos sobrevivientes". Textualmente dijo: "En toda guerra los vencidos, a la larga o a la corta, se las cobran y ahora que hay politiqueros que los instrumcntalizan para ganar dividendos y generar un movimiento que denigra al Ejército..." Me quedó claro que los únicos que piensan que se está tratando de buscar la verdad para denigrar al Ejército son quienes cometieron delitos de lesa humanidad e intentan hacer extensiva su responsabilidad a toda una institución. Parece que el señor Moren Brito no cree que la DINA o su personal ejerció violencia brutal en la persona de las víctimas, sus familiares y en un ámbito que excede al de los directamente-"violados". Que su mente sigue capturada por los mismos pensamientos, senti371
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mientos y motivaciones del año 1974. Es evidente que el señor Moren Brito no se ha "sublevado" a esa suerte de servidumbre-esclavitud a la que sigue sometido. Su confianza en que será igualmente amnistiado, es otra expresión de la Impunidad. Sentí mucha pena.
distintos cuarteles que tuvo la DINA en vehículos y por personal de ese grupo, que dependía del Cuartel General". Tampoco esta diligencia contribuyó a esclarecer lo que ocurrió con Alfonso Chanfreau. Al salir de ahí y ver cómo la prensa corría en pos de Lawrence Mires, que utilizó un ascensor habilitado especialmente para que los oficiales pudieran salir sin ser alcanzados, me quedó claro una vez más que esos oficiales tienen órdenes de no decir nada que atente en contra de la cúpula de otrora. Sigue enseñoreándose la soberbia, la mentira, la esclavitud. Demasiados años dura la servidumbre que impone la DINA.
CAREO CON RICARDO LAWRENCE MIRES El oficial de Carabineros en retiro Lawrence Mires no fue asistido por su institución el día que tuvo que concurrir a la Sexta Sala de la Corte de Apelaciones ante la Ministro de Corte señora Gloria Olivares a declarar en el proceso por secuestro y posterior desaparición de Alfonso Chanfreau. Según el mismo oficial expresó, acudió acompañado de abogados y de efectivos de seguridad del Ejército. Este hecho ya había llamado la atención de los testigos, que luego de asistir por semanas al edificio de los tribunales llegamos a conocer a varios de los abogados y guardias de los oficiales citados. El propio Lawrence Mires explicó que para su institución, él y todos los oficiales que pertenecieron a la DINA eran un problema y que no recibían ningún tipo de apoyo. El oficial continuó con sus lamentaciones haciendo una larga exposición de su curriculum, que calificó de brillante, pese al cual no tuvo más alternativa que renunciar al servicio activo, que no tenía ninguna opción de ser un general. Que el haber sido DINA era para él una suerte de estigma. Que en más de una ocasión, buscando trabajo en empresas privadas, quedó seleccionado para desempeñar cargos a nivel de ejecutivo, pero que en cuanto se le identificaba como el oficial que en la DINA junto con Krassnoff Martchcnko fue encargado de reprimir y aniquilar al MIR, inmediatamente era rechazado. Yo le respondí lo que creo dije a todos los oficiales o personal DINA-CNI con que fui careada: Que si alguien podía comprender la discriminación que él señalaba, era yo, que una vez, hacía más de década y media, él entre otros oficiales nos la había impuesto a mí, a nosotros y a nuestras familias, que ésa era una razón más para que se sumara al intento de esclarecer la verdad. AI menos en lo que dice relación al "dónde están". Reiteró su supuesta ignorancia en ese tema, señalando la "posible existencia de un grupo de exterminio dependiente de la jefatura de la DINA", vale decir al "mando directo de Manuel Contreras Sepúlvcda y Pedro Espinoza Bravo". Sostuvo con énfasis que los detenidos, todos por igual, "eran retirados por la noche de los 372
OTRAS DILIGENCIAS
Muchos otros de la DINA pasaron por las oficinas de la Sexta Sala de la Corte de Apelaciones citados a declarar por la Ministro señora Gloria Olivares en el proceso por secuestro y posterior desaparición de Alfonso Chanfreau, obviamente antes que el expediente pasara a poder del Segundo Juzgado, Cuarta Fiscalía Militar. Entre otros se puede citar a Jaime Deichler Guzmán, oficial de Ejército que al acogerse a retiro comenzó a trabajar en Madeco, empresa donde llegó a desempeñarse como gerente del Personal. En 1974, y como jefe de Seguridad de la citada empresa, contrató como funcionario a Osvaldo Romo Mena. Según él, por encargo de un coronel de Ejército que comandaba el Regimiento Tacna que obviamente, a la fecha, está fallecido y por ende es difícil comprobar su versión. Romo Mena, luego de haber "trabajado" un tiempo en Madec,o fue solicitado en comisión de servicio por la DINA. También se vio en la antesala de la Corte de Apelaciones al oficial en retiro Augusto Patricio Deichler Guzmán, funcionario de la DINA y hermano de Jaime Deichler Guzmán y del fallecido Juan Deichler Guzmán, el alcalde de triste memoria del tiempo del régimen militar. El fue uno de los que inició esa suerte de "grupos paramilitares" o vigilantes de uniforme que tanto en las municipalidad de Pudahuel como de Quinta Normal reprimieron a pobladores no adherentes al gobierno militar con ocasión de movilizaciones de protesta en la década de los ochenta. Fue citado además de los mencionados, quien fuera conocido como el "Brujo" o el "Doc" o el "Charla", Osvaldo Pincétti Gac. A la fecha de la diligencia se encontraba detenido en el Batallón de Ve373
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hículos Motorizados del Ejército, ubicado en calle Beaucheff, debido a que se encuentra declarado reo en el caso del asesinato del carpintero Alegría Mundaca en Valparaíso, que aparentemente se usó como método de encubrimiento del crimen del dirigente sindical Tucapel Jiménez. También fueron citados los oficiales Conrado Pacheco y José Manso Duran, encargados de Tres Alamos y Cuatro Alamos, respectivamente. Por trascendidos de prensa o a través de comentarios inevitables después de una experiencia tan fuerte como es ver nuevamente a quien nos privó de tanto, de volver a escuchar las voces de quienes nos quitaron todo hace dieciocho años, sé que hubo testimonios de gran valor. Es indiscutible la talla moral, la contundencia del testimonio, la claridad sobre lo ocurrido, en resumen, la capacidad humana e intelectual de tantos testigos sobrevivientes. De Erick Zott Chuecas, de Luis Enrique Peebles, de Lautaro Videla Moya, de Pedro Matta Lemoine, de Gladys Díaz Armijo y obviamente de querellantes como Erika Hennings Cepeda o Viviana Uribe Tamblay. Ellos, Nubia Becker, su esposo Osvaldo Torres, Miguel Ángel Rebolledo, Cecilia Jarpa, Ofelia Nistal, Ricardo Fródden, León Gómez Araneda, Roberto Merino y tantos más, que desfilaron por la Corte de Apelaciones derrochando coraje, solidaridad y esfuerzos, aportaron su testimonio. Sin embargo, en noviembre de 1992, en un fallo discutible, los ministros de la Tercera Sala de la Corte Suprema, Hernán Cereceda Bravo, Lionel Beraud Poblete, Germán Valenzuela Erazo y el Fiscal Militar Fernando Torres Silva votaron a favor del traspaso del "Caso Chanfreau" al Segundo Juzgado de la Cuarta Fiscalía Militar. En julio de 1993, el caso de Alfonso Chanfreau fue amnistiado por la Justicia Militar. Todos recuerdan el eco que esto tuvo en el Congreso Nacional y el acuerdo que allí se tomó provocando la destitución del Ministro Cereceda Bravo.
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MARÍA ALICIA, ALIAS "CAROLA", ALEJANDRA Y LUZ Una madrugada de noviembre de 1992, Alejandra le dijo a la Magistrado señora Dobra Lusic Nadal que colaboraría con la justicia en el esclarecimiento de la verdad, y yo tuve la alegría y la emoción de estar cerca y saberlo. Nadie nos preguntó si podíamos o queríamos vivir juntas. Al tenor de lo vivido resulta absurdo decirlo, pero ocurrió. Las tres llegamos en distintos momentos de 1974 a la DINA, Alejandra en agosto, María Alicia en noviembre y yo en marzo. Mantuvimos contacto por siete u ocho años en distintas circunstancias; como detenidas, como detenidas colaboradoras, como funcionarías de la DINA-CNI, y después de mi renuncia, seguimos viéndonos por un tiempo hasta que nuestros caminos se separaron nuevamente. En el plano humano, tuvimos momentos de un profundo acercamiento y también dificultades, como toda persona que debe enfrentar una convivencia. La nuestra fue obligada y bajo circunstancias límites. Me atrevo a decir, al borde de la resistencia humana. No intento interpretarlas, demasiado he vivido en carne propia el que otros me digan lo que soy, o no, para cometer el mismo error. Ellas fueron mis compañeras de ruta en ese infierno. Todo el sufrimiento compartido, expresado o no, me ata a ellas. Es definitiva, las quiero y mucho. Las tres llegamos a la DINA como detenidas en circunstancias semejantes. Fuimos entregadas por algún compañero o compañera. Por largo tiempo vivimos situaciones que fueron de alguna manera hermanándonos, a la par que como personas nos íbamos desmoronando. Para la DINA no éramos tres seres humanos, sino "un paquete". No es una metáfora, tal como a "Marco Antonio", a "Lucas", a "Nicolás", a Cristian -los compañeros que participaron en la confe375
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rencia de prensa organizada por la DINA y donde llamaban a los militantes del MIR a una desmovilización- les decían "Los Huevos". Para referirse a nosotras utilizaban ese término: "El Paquete". Frente a cada cosa que perjudicaba o favorecía a una, las tres sufríamos las consecuencias. Eramos ese "paquete" que había que controlar, manejar, tornar eficiente y funcional, sin derecho ni siquiera a la vida, porque tuvimos que comprarla. En medio de esa locura, obviamente, la cercanía afloraba sobre todo cuando juntas enfrentábamos un conflicto. No compartíamos los sentimientos personales. No sólo por desconfianza, también estaba el ánimo de proteger y protegerse en esos días donde bastaba un pensamiento triste para que fisuras y grietas del alma dieran paso a verdaderas avalanchas de dolor. Lo importante es que siempre, en algún resquicio interior, logramos mantener algo vivo de nosotras, de lo que fuimos, vivimos y sentimos hasta los 26 años de edad. Una de mis más acariciadas esperanzas es que Alejandra y María Alicia sean y se sientan libres. Asumo el riesgo de que no guste mucho lo que voy a decir, pero si un día de éstos María Alicia me dice: "estoy en el DIÑE, es una opción que he tomado ejercitando plenamente mi libertad", y agrega, "soy feliz aquí", sabré aceptarlo. Cada ser es por sobre todo una persona con sus propias opciones. Si ello ocurre, aprenderé que es factible también adherir a una nueva lealtad. Tal vez suene contradictorio, pero es lo que la vida me ha enseñado: no hay recetas comunes a todos. Si yo tuviese la certeza de que María Alicia está donde quiere estar, y que su alma ya no está dividida, entonces con la plena convicción de que nadie tiene el derecho a violentar la conciencia de nadie, me sentiré feliz por ella. Hasta donde yo sé, María Alicia sigue perteneciendo a las filas del DIÑE. Sin embargo, debo reconocer que me es difícil aceptar que ella asumió esta opción libremente. Creo que el tiempo fue pasando y ella se fue quedando. No digo que a ella le suceda tal y como me ocurrió a mí. Tampoco que sienta exactamente lo mismo que yo, pero yo tuve tanto miedo de los organismos de Derechos Humanos que patrocinaban los distintos procesos de detenidos desaparecidos, muertos o ejecutados. Tuve tanto terror de que el camino recorrido en esos años, el infierno, fuese irreversible, que se hubieran cortado todos los puentes, que toda puerta estuviese cerrada. Y no es así. Con Alejandra nos conocimos en Yucatán en agosto de 1974. Más bien nos escuchamos, ya que nuestros ojos estaban cerrados con 376
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cinta adhesiva. Como ella afirmó en la prensa, durante el año 1991, con posterioridad a la publicación del resumen de mi testimonio ante la Comisión "Verdad y Reconciliación", fue absolutamente circunstancial esa cercanía, pero así y todo para mí fue importante que estuviese ahí, al lado. Y yo la recuerdo con ternura, con el sentimiento de compañía que me causaba su presencia. Fue uno de los períodos más duros para mí, tal vez no en cuanto a tortura, pero sí porque había empezado a colaborar. Con María Alicia nos encontramos en Ollagüe en noviembre de 1974. Ella fue muy torturada. Cuando la llevaron junto a Alejandra y a mí, supe inmediatamente que estaba colaborando. La vi sufrir, volver hecha pedazos después de las sesiones de tortura, estuve presente, yo diría la casi totalidad de las veces que el personal del equipo Águila, del "Grupo de los Gordos" que dependían de Ricardo Lawrence, la iban a buscar. Recuerdo el gesto de su rostro, su silencio cuando la traían de vuelta, su llanto desesperado cuando la llevaron al operativo donde los agentes de la DINA mataron a "Nano de la Barra", su jefe en el MIR. Volvió destrozada. Al volver a Chile (15 enero de 1992) manifesté mi deseo de buscarlas, de verlas, de conversar con ellas. Me dijeron: "La Alejandra que tú conociste, murió; la María Alicia que tú conociste, murió". Me negué a aceptar que era así. El paso que hace un tiempo dio Alejandra me reafirma lo que en el plano de los sentimientos pude intuir. Conozco esas islas encapsuladas dentro de uno, donde todo permanece vivo, como esperando que se le dé cabida. Es como desangrarse una y mil veces. Sólo puedo decir que así fue como empecé a sanar. Las tres nacimos en 1948, yo soy la mayor. Nací en marzo, María Alicia en julio y Alejandra en octubre. Lejanos están los 26 años que teníamos cuando nos encontramos. Y si bien es cierto este libro tiene muchos destinatarios y motivaciones para su existencia, es especialmente a ellas y a todos los que tuvieron experiencias y/o vivencias similares, a quienes quiero entregarles este testimonio. Mi opción de salir a la luz, quizás sea más claro decir, dejar salir a Luz. Recuerdo una noche en que ya viviendo en el departamento 54 de Marcoleta 11, Torre 12 de la Remodelación San Borja, y estando en mi pieza, a punto de acostarme, sentí unos sollozos en la habitación que ocupaba María Alicia. Alejandra y yo corrimos. María Alicia estaba en su cama llorando. Las lágrimas fluían de sus ojos. No eran gritos, no había histeria, me acerqué y escuché un susurro. "Tengo miedo", dijo ella tomando una de mis manos. Fue un momento que 377
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jamás he olvidado. Sentí como si desde su mano surgiera el dolor y pasara a través de mi piel. Era el mismo sentimiento de miedo que a menudo me inundaba. No pude evitar acariciar sus mejillas, arreglar sus cabellos. Era una niña dulce, una niña tierna. Pensé que nadie nos entendería, nadie aceptaría que las lágrimas no sólo pertenecen a los héroes, también a los cobardes. Esa noche sentí que no había para nosotras naves ni puertas. Quemadas las primeras, cerradas las segundas, sólo ese infierno. No sabíamos cómo ayudarnos. Lo único posible era un cogerse las manos, un llorar juntas, un callar, un abrazo. No ocurrió muchas veces, era como si nos diera vergüenza ser débiles y ¡habíamos flaqueado tanto!
atrás, lo fundamental es que no es para mi. Es para quienes deseen buscar en mi verdad elementos que cooperen con la búsqueda de respuestas. No lo he hecho sola, muchos cooperaron para que pudiera mantenerme en pie. Además de los mencionados, hay tres sobrevivientes de ese infierno que en distintos momentos de esta etapa de mi vida me dieron con su apoyo y cariño fuerza para seguir. Ellos son Erick Zott Chuecas, Luis Enrique Peebles y Pedro Matta Lemoine. Erick me recibió en Europa, me ayudó a encontrar casa, trabajo y todo lo que necesitamos mis hijos y yo. Primero consiguió los alumnos para que pudiera hacer clases de español, luego me convenció para que escribiera este libro y consiguió los contactos con la fundación que me contrató. Luis Enrique fue mi médico en todo el período en que agobiada y con surmenage tuve que suspender toda actividad durante 1992. No sólo me prescribió recetas, se dio el tiempo y la paciencia para ayudarme a entender y aceptar cuanto iba ocurriendo. Pedro me sigue acompañando a donde sea necesario, su cariño y apoyo me han sostenido en la calle, en los pasillos de juzgados y cortes. Es mi hermano de alegrías y desventuras. Conversando descubrimos que en esos tiempos del Partido Socialista, tuvimos muchos amigos comunes y hoy vamos buscando nuevas formas para tratar de servir a la causa de la defensa de los derechos de las personas. Por sobre todo, Erick, Kiko y Pedro son mis amigos.
LA SEÑORA DOBRA LUSIC NADAL La ignora Dobn» L»JSÍC es una juez imponente. Sobria, metódica e inteligente. Al igual que la señora Olivares, concilia capacidad y atractivo. Varias veces me tocó asistir al Tercer Juzgado del Crimen de Santiago y quedé impresionada. A primera vista la señora Dobra parece distante. Pronto uno se da cuenta que eso es sólo parte de un correcto ejercicio de sus funciones. Su manera rigurosa de trabajar transmite confianza. Uno sale de ese tribunal con la convicción de que ella hará hasta lo imposible por buscar la verdad.
DE LA ESCLAVITUD Y LA LIBERTAD. "NO HE TRABAJADO PARA MI SOLO" "Yo, por mi parte, era como un canal salido de un río, como un arroyo que se pierde en un jardín del Paraíso. Yo pensé: "Voy a regar mi huerta, voy a regar mis flores." Pero mi canal se convirtió en río, y el río en el mar (Sirácides, 24,30-31).
"¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?, preguntó el Nazareno y extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mateo,12,48-50).
Yo estaba perdida, sólo que en el infierno. Tratando de salir he hecho muchas cosas, también escribir este libro. Sin embargo, no he trabajado para mí sola, tampoco lo he hecho sola. Con quienes me acompañan tenemos el sueño de que ese mar de todos se tina de verdad, de justicia, de reconciliación. Si bien es cierto El Infierno tuvo objetivos que el acontecer dejó
En la DINA hubo gente que se atrevió a ser. Que sufrió contradicciones, que vivió también un proceso lleno de dolor. En algunos casos también murieron, como los guardias Rodolfo Valentín González Pérez y Carlos Carrasco Matus, que forman parte del listado de desaparecidos hasta el día de hoy. En lo personal, me consta de la detención y tortura de Rodolfo;
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de Carlos Carrasco no conozco detalles, pero son numerosos los testimonios que existen de su caso. Es probable que otros hayan desaparecido por la misma causa. Porque intentaron mitigar el desamparo y los sufrimientos de otro ser humano. Hay funcionarios y agentes que están vivos, pero con duros costos que aún no logran asimilar, sobre todo porque ellos no solicitaron ir a la DINA, fueron enviados por sus instituciones. Lo que vieron o tuvieron que hacer, como para todo sobreviviente de la época, fue atroz para ellos. Muchos, en la medida de sus fuerzas y temiendo las represalias, trataban de ayudar. Con una palabra de aliento, un poco de pan, un poco de agua. También hubo funcionarios de la DINA que se acercaron a mí para pedirme perdón, como el caso de un suboficial que reencontré en el período que trabajé en la ENI: No hice clases mucho tiempo en la ENI, porque el año 1978 estuve con licencia médica debido a una recaída en mi afección pulmonar. Sin embargo, durante el segundo semestre del año 1977, como ayudante de Rolf Wenderoth, tuve que hacer clases y tomar las pruebas en el curso de suboficiales. Al terminar el curso se me acercó un cabo que me agradeció el que no le hubiese perjudicado. Al comienzo de la conversación no entendía a qué se refería el muchacho. Entonces me explicó que él había sido uno de los que estuvieron la noche que me violaron por primera vez en Yucatán. Me pidió disculpas. Cuando me di cuenta de qué se trataba, sentí que no quería escuchar, le dije que no era necesario que me explicara nada. Pero insistió. -Lo que pasa, señorita Ana María, es que si no le pido disculpas, me voy a sentir muy mal para siempre... Por eso quería hablar con usted, y bueno, yo no sé si usted lo sabe. Pero yo estuve ahí... Perdóneme. Por favor, diga que me perdona. Mientras me hablaba estrujaba sus manos con nerviosismo y movía su pie derecho como raspando el piso. Mantenía la mirada baja. Sentí frío. Ira. Siglos de humillación. Inconscientemente alcé mis manos. Me di cuenta que ahora no estaba amarrada como esa noche. -¡Cabo! -¿Sí, señorita? -Cabo, si le hace bien que le diga que lo perdono, vaya tranquilo. Su franqueza de hoy habla bien de usted -logré decir. Estaba temblando. Salió corriendo, yo diría que iba bien. Como si se hubiese saca-
do un peso de encima, y ahora el fardo era mío. Me senté. Tenía que volver a mi trabajo en el Cuartel General. Fui al baño y mirándome al espejo y tratando de sonreír, me dije: "¡Hola!, ánimo. Te faltan unos meses para cumplir los 30. Hace cuatro años de eso". Me limpié el rimmel que se había corrido de las pestañas. En ese instante entró "Alicia", la secretaria de "Max". -Ana María, don "Max" la está buscando. En el pasillo y antes de pasar por la oficina de "Max", me detuve frente a la ventana. Miré el lugar. El pasto crecía libre y salvajemente. En medio, una vaca y su ternero. Mas allá unas casas. Salía humo por la chimenea... La vida estaba presente por doquier y se veía hermosa, y yo estaba aún tras la ventana... Sólo sobreviviendo, una de las formas de morir.
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¿COMO ODIAR AL QUE MAÑANA PUEDE SER MI HERMANO?6 Misteriosos son los caminos de que se vale el Señor. La conversión de alguien que como yo mucho lo ha ofendido, no es un mérito personal. Es una prueba más del señorío y grandeza del Padre Bueno, para quien nada es imposible. Volví a ver a Gerardo Urrich el 7 de agosto de 1992, en un careo. Gerardo Urrich, quien me torturó en Terranova, el que se autocalificaba de fascista. Yo no odio al señor Urrich. Cuando él me torturó sólo para que yo le dijera que lo odiaba, no lo logró. Mi respuesta: "No lo odio, mayor", no fue pensada. Estaba demasiado mal, imagino que lo dije porque era así. Sí recuerdo haber sentido una profunda tristeza; incluso en un momento le dije: "No lo odio, pero no entiendo cómo puede tratar así a una persona, a una mujer. ¿No tiene usted una madre, no tiene usted una hermana?" Se rió de mí. Yo, la puta marxista, pretendía colocarme a la altura de sus parientes. Gerardo Urrich fue muy duro conmigo en Terranova. Sin embargo, varios meses después tuve oportunidad de encontrarme con él... Estando detenida en Villa Grimaldi supe que a fines de 1974, el
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mayor Urrich había sido herido en un enfrentamiento con militantes del MIR. Con el estómago e intestinos perforados por proyectiles de grueso calibre, fue trasladado al Hospital Militar. Muchos pensaron que no sobreviría. Pero salió adelante y luego de más o menos seis meses volvió a Villa Grimaldi. Al llegar al cuartel Terranova, se enteró de que yo estaba con vida en la "pequeña casita" junto a la torre. Sentí cómo de pronto se abría de un golpe la puerta y aparecía Gerardo Urrich. Quedé paralogizada. Entró, y sin dejar de mirarme, comenzó a gritar. -Volví, aquí estoy de nuevo. Viví sólo para matarlos. Lo repitió varias veces. Comenzó a narrar cómo cuando sufría en el Hospital Militar, sólo lo sostenía el deseo de vivir para saldar cuentas con "los perros marxistas". Luego se retiró. Tardé varios minutos en dejar de temblar. Temí que se abalanzaría y de nuevo comenzaría a patearme. Un par de meses después se produjo una emergencia. El mayor Wenderoth me preguntó si estaba dispuesta a participar en un operativo. El general Pinochct había pedido a la DINA que se hiciera cargo de la investigación de una situación dclictual. Había que encontrar un vehículo. Le dije que sí. Que no tenía problemas en ir, pensando que iría con él. Hacía unos meses, como Rolf sabía que yo tenía miedo de la guardia -no podía borrar de mi mente la experiencia del Año Nuevo recién pasado-, en secreto me llevó una pequeña pistola, que mantuve siempre en el bolsillo derecho de la chaqueta de cuero que me regaló Lumi. Sabía que si en ausencia de Rolf usaba el arma, aunque sólo fuera para defenderme o intimidar disparando al aire, sería acribillada de inmediato. Les daría a los que no me aceptaban el argumento que precisaban para justificar mi muerte, pero prefería eso a ser violentada nuevamente. Ese día la jefatura dispuso que todo el personal disponible participara en la búsqueda del vehículo robado. En el momento que ordenaron subir a los vehículos, Rolf recibió la orden de quedarse en Terranova para coordinar la operación de búsqueda. Marcelo Moren Brito me diría a qué vehículo subir. Rolf se despidió y me dijo: "No importa que te vean la pistola. Yo asumo la responsabilidad". Salí al acceso de la casa patronal de la Villa. El suboficial que controlaba la salida de los vehículos se sorprendió: -¿Va usted también, Lucecita?
-Sí... ¿A qué auto subo? -Al siguiente, Lucecita... En ese momento apareció un Fiat 125 blanco. El muchacho me dijo: -Suba, Lucecita, y ¡que Dios la proteja! Corriendo subí al auto que partió de inmediato. Sin ver aún al conductor, saqué el arma y dirigiendo el cañón hacia el suelo, pasé la bala y puse el seguro, al tiempo que el vehículo emprendía una veloz marcha, muy acelerado. Cuando el conductor sintió el ruido del retroceso del carro del arma, frenó en seco y casi me golpeé en el parabrisas. Miré a quien conducía y lo vi pálido, gruesas gotas de sudor corrían por su rostro desde las sienes y vi el terror en las facciones del mayor Urrich González. Con sus ojos muy abiertos, seguía mirándome sin atinar a volver a partir. Alguien gritó al vehículo que venía atrás que saliera antes que nosotros. El otro auto tocó la bocina, aceleró y doblando hacia la izquierda, pasó rugiendo por nuestro lado. El cabo, golpeando la puerta del vehículo, gritó: "¿Van a salir o no?, ¡enciendan la radio!" Supe que el mayor Urrich pensó que lo mataría. Yo estaba tranquila y haciendo caso omiso de su perplejidad, le mostré el arma sobre la palma de mi mano abierta, y cuidando que el cañón estuviera dirigido hacia mí, no hacia él, le dije: "Buenas tardes, mayor, me ordenaron que abordara este vehículo. Sé que el arma es pequeña, pero si es necesario sé usarla. Estoy a sus órdenes. ¿Me autoriza a conectar la radio? Creo es una de las funciones que debo cumplir aquí". Sin esperar respuesta conecté la radio y de inmediato la Central desde el Cuartel General nos asignó el número con que actuaríamos en ese operativo. Como el código de comunicaciones era el Internacional, no tuve problemas. Cambié la radio al canal que me indicó la operadora. Comenzamos a escuchar todas las comunicaciones entre los distintos móviles desde la central. Nos ordenaron dirigirnos hacia el sector norte de Santiago. Había sacado el plano que estaba en la guantera del vehículo, pero al escuchar las órdenes, lo doblé, lo guardé, y cuando le tocó a nuestro vehículo comunicar el itinerario, lo hice sin problemas. Me crié en esos barrios. El mayor sólo me miraba y tardó unos cuantos minutos más en poner en marcha el auto. Cuando lo hicimos, comenzó a preguntar... -¿Desde cuándo portas armas?
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-Hace un par de meses, mayor. -¿Dónde aprendiste a manejar la radio? -No sabía, señor, pero un par de veces que me han sacado he visto cómo la usan y es muy fácil. -¿Y el código? -Es un código internacional, señor, y lo aprendí en una escuela de cuadros cuando fui GAP. Me preguntó por el itinerario que había comunicado a la Central y se mantuvo callado. Yo también, y sólo respondía a la Central cuando ésta pedía confirmación del punto exacto por donde íbamos. Recordé la súbita expresión de religiosidad del cabo cuando vio el auto en que me tocaba subir. Pronto estuvimos cerca de los otros vehículos. El mayor conducía a toda velocidad. Me puse el cinturón de seguridad y le pregunté si le ayudaba a ponerse el suyo. Me dejó hacer. El mayor se iba serenando, sacó sus cigarrillos y me pasó la cajetilla. -¿Conociste a Salvador Allende? -me preguntó. -Sí, señor. -¿Y era como dicen? -¿Como dice quién, señor? -Bueno, todos dicen que era borracho y que vivía de orgía en orgía... -Nunca lo vi borracho, señor, tampoco vi orgías. -Pero tú no tienes por qué haber sabido de su vida desordenada... -Aunque fue por poco tiempo, viví en Tomás Moro y también en El Cañaveral. -Pero Cañaveral era la casa de una amante. -De su secretaria, señor. Al llegar al sector indicado por la Central, otro oficial ya había localizado el vehículo. Se consideró la posibilidad de que hubiese una bomba. Bajamos, y el mayor dijo: -¿Cuidarás mis espaldas? -Sí, señor. Avanzamos pegados a una pandereta, mirando hacia los altos de las casas en las que, al sentir las sirenas y percatarse del operativo, apagaban las luces y se notaba que miraban tras las cortinas o persianas. Alguien con un megáfono comenzó a ordenar a las personas que se alejaran de las ventanas por si había algún enfrentamiento. 384
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No había bomba ni hubo enfrentamiento. Sólo lo habían robado para huir en él. Luego de asaltar un negocio de venta de cigarrillos lo abandonaron ahí y seguramente huyeron en otro vehículo. Otros grupos que habían trepado a los techos vecinos comenzaban a bajar y a juntarse en el lugar. Al volver al cuartel, Urrich me acompañó hasta la oficina del mayor Wenderoth. Riendo, le contó que ni cuando lo balearon sintió más temor que cuando me vio pasar bala al subir al auto. Cuando se despidió, Rolf puso una mano sobre mi hombro y dijo: "Creo que has ganado otro amigo". Amigo, naturalmente, no fue nunca, pero dejó de ser mi enemigo.
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EL PUNO DE ACERO El símbolo de la DINA. Me imagino que ese diseño respondía plenamente a la idea del coronel Manuel Contreras Scpúlveda de lo que debía ser la DINA. Ese puño no se movió por sí solo. Tenía brazos, cada una de las unidades operativas de la DINA articularon sus movimientos que regidos por una cúpula fueron emitiendo las órdenes para que ese puño cobrara movimiento. Recuerdo que el año 1977 se comentó con alegría dentro del personal del Cuartel General los pasos que iba dando ese engendro legal que nació como una loa a la impunidad. La Ley de Amnistía, que fue celebrada por la DINA como una más de las "genialidades de Contreras". Muy pocos entendían lo que decía la ley o cómo operaba. Les bastaba saber que la Ley de Amnistía era la Ley de la Impunidad. Es curioso cómo a la distancia cobra sentido dentro de mí todo ese dolor. Al permitir que los recuerdos regresen y trabajando lentamente el rencor, los resentimientos y el odio, puedo hoy entender cómo la historia violenta de una época se introdujo en mi vida y cómo mis acciones afectaron la vida de otros. Hoy a veinte años del 11 de septiembre de 1973, cuando escucho que esa violencia de Estado fue una respuesta necesaria y equivalente a la violencia de la oposición a la dictadura, siento que los efectos de una y otra no admiten comparación. Para mí la dictadura significa la cárcel, la tortura, desaparición de personas, el exilio. Quizás para alguien no implicado y comparando lo ocurrido con la violencia generalizada, el asunto pueda parecer menor. Lo terrible es que el sistema represivo parece que logró eficazmente que el horror pasara como si nada. La tortura, las ejecuciones sumarias, las desapariciones de personas, fueron herramientas del poder autoritario, lo sucio de su lógica de gobierno, que promovió la sumisión, la rebelión o la huida. Y eso 386
no sólo afecta a las familias de las víctimas, sino a la comunidad en su conjunto porque se reemplazó nuestra sociedad plural por otra dividida en contrarios absolutos. Arbitraron el "bien y el mal", separaron socialmente "lo limpio de lo sucio". Esa idea de suprimir al opositor distorsionó muchas cosas. El opositor, fuera simpatizante o militante marxista, adquirió un valor diferente y pasó a ser sinónimo de la amenaza y el espanto. La omnipotencia llevó a las víctimas a la alternativa entre salvarse, sobrevivir o estar en peligro de muerte. El ejercicio de la tortura que doblega el cuerpo y enmudece la palabra, es un ataque a las personas y desgarró a toda la sociedad. Los años grises intentaron dejarnos como herencia una mayoría sin memoria, sorda e indiferente a los años de terror y una minoría herida que no puede ni quiere olvidar. Tiempos de sálvese quien pueda y la caridad empieza por casa, donde se crean recintos de modernidad en algunos ámbitos y se refuerzan los dispositivos de seguridad que aseguren la eficacia de la marginación, lo que se refleja en las instituciones, y pauta todos los vínculos sociales. Las experiencias colectivas e individuales similares muestran que los efectos del terror no terminan porque la causa haya cesado. Lo que importa es discernir sus formas de expresión, a veces aparentemente desconectadas de su causa y origen. La experiencia de otros genocidios muestra que la elaboración del horror precisa décadas e involucra a varias generaciones. Por experiencia sé que la ilusión de borrar y empezar de nuevo no es factible, y que el pacto del silencio para anular y exorcitar el horror vivido alimenta conflictos y resentimientos. Sólo recuperar la memoria, por muy triste que ésta sea, puede exorcizar ese infierno y preparar las condiciones de una reconciliación verdadera. El país tiene que rescatarse a sí mismo y enfrentar su verdad para poder dejar en el pasado lo que pertenece a éste, y pensar y construir un futuro libre del olvido o la mentira. Me doy cuenta que yo necesité hacerlo. Fue importante, fue indispensable para poder decirme otra vez: mi nombre es Luz, Luz Arce.
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