FINAL FELIZ
FINAL FELIZ Fredric Brown
Había cuatro hombres en el bote salvavidas que descendió del crucero espacial. T...
33 downloads
1303 Views
35KB Size
Report
This content was uploaded by our users and we assume good faith they have the permission to share this book. If you own the copyright to this book and it is wrongfully on our website, we offer a simple DMCA procedure to remove your content from our site. Start by pressing the button below!
Report copyright / DMCA form
FINAL FELIZ
FINAL FELIZ Fredric Brown
Había cuatro hombres en el bote salvavidas que descendió del crucero espacial. Tres de ellos aún vestían el uniforme de los Guardias Galácticos. El cuarto estaba sentado en la proa de la pequeña nave mirando hacia abajo, encorvado y silencioso, embutido en un gabán para evitar el frío del espacio... un gabán que no necesitará nunca más después de esta mañana. El ala de su sombrero estaba calada sobre su frente, y estudiaba la playa cercana a través de unas gafas oscuras. Vendajes, como los que se usan para una mandíbula rota, cubrían la mayor parte de la parte inferior de su cara. Se dio cuenta de repente que las gafas oscuras, ahora que habían dejado el crucero, eran innecesarias. Se las quitó. Tras el gris cinematográfico que sus ojos habían visto con las gafas durante tanto tiempo, el brillo del color debajo de él era casi como una explosión. Parpadeó y miró de nuevo. Se estaban acercando rápidamente a la orilla, una playa. La arena era deslumbrante, increíblemente blanca, como nunca había visto en su planeta natal. El cielo y el agua eran azules, y el borde de la fantástica selva era verde. Vio que había un resplandor de rojo en el verde, al ir acercándose, y se dio cuenta de repente de que debía ser un marigee, el loro semi-inteligente venusiano que una vez fue tan popular como mascota en todo el sistema solar. Por todo el sistema la sangre y el acero había caído del cielo y arrasado los planetas, pero ahora ya no caían más. Y ahora esto. Aquí, en esta parte olvidada de un mundo casi completamente destruido no había caído en absoluto. Sólo en un lugar como éste, solitario, había seguridad para él. En otro lugar, cualquiera, había prisión o, más probablemente, muerte. Había peligro, incluso aquí. Los tres tripulantes del crucero espacial lo sabían. Quizás, algún día, uno de ellos hablaría. Después ellos vendrían a por él, incluso aquí. Pero eso era una posibilidad que no podía evitar. Las probabilidades no eran malas, porque sólo tres personas en todo el sistema solar sabían dónde estaba él. Y esos tres eran tipos leales. El bote salvavidas se detuvo suavemente. La escotilla se abrió y él salió y dio unos pasos por la playa. Se dio la vuelta y esperó hasta que los dos astronautas que habían pilotado la nave sacaron su cofre y lo trasportaron por la playa, hacia la choza de chapa ondulada en el borde de los árboles. Esa choza fue una vez una estación de transmisión de radar espacial. Ahora el equipo que había albergado había desaparecido hacía tiempo, el mástil de la antena estaba caído. Pero la choza aun estaba en pie. file:///F|/[Ebooks]/B/Brown,%20Fredric/Brown,%20Fredric%20-%20Final%20feliz.htm (1 of 12)09/11/2003 16:23:11
FINAL FELIZ
Sería su hogar por un tiempo. Un largo tiempo. Los dos hombres volvieron a preparar el bote salvavidas para irse. Y ahora el capitán se quedó mirándole, y el rostro del capitán era una máscara rígida. Parecía que con esfuerzo el brazo derecho del capitán permanecía a su lado, pero el esfuerzo era una orden. No hubo saludos. La voz del capitán estaba rígida por la falta de emoción. - Número uno... - ¡Silencio! - Y después, menos amargamente. - Aléjate del bote antes de soltar la lengua otra vez. Aquí. Habían llegado a la choza. - Tiene razón, Número... - No. Yo ya no soy el Número Uno. Debes seguir pensando en mí como el Señor Smith, tu primo, a quien has traído aquí por las razones que explicaste a los suboficiales, antes de rendir tu nave. Si piensas en mí de ese modo, será más improbable que tengas un lapso verbal. - ¿No hay nada más que pueda hacer... señor Smith? - Nada. Ahora vete. - Y tengo orden de rendir la... - No hay órdenes. La guerra ha terminado, perdida. Sugeriría que pensaras en qué puerto espacial has de atracar. En algunos podrías recibir un tratamiento humano. En otros... El capitán asintió. - En otros, hay un gran odio. Sí. ¿Eso es todo? - Eso es todo. Y capitán, tu escape del bloqueo, el asegurar la ruta de combustible, han constituido un acto de gran valor. Todo lo que puedo darte como recompensa es mi agradecimiento. Pero ahora vete. Adiós. - Adiós no, - el capitán le espetó impulsivamente, - sino, farewell, auf Wiedersehen, hasta el día... ¿me permitirá, por última vez, saludarle? El hombre del gabán se encogió de hombros. - Como desees. Hubo un golpear de tacones y un saludo como el que una vez recibieron los Césares, y después el pseudo-ario del siglo veinte, y, hasta ayer, el hombre que fue conocido como el último de los dictadores. - ¡Hasta la vista, Número Uno! - Hasta la vista, - contestó sin emoción. El señor Smith, un punto negro en la deslumbrante arena blanca, observó al bote salvavidas desaparecer en el azul del cielo, y finalmente en la neblina de la atmósfera superior de Venus. La eterna neblina que siempre estará ahí para burlarse de su fallo y de su amarga soledad. file:///F|/[Ebooks]/B/Brown,%20Fredric/Brown,%20Fredric%20-%20Final%20feliz.htm (2 of 12)09/11/2003 16:23:11
FINAL FELIZ
Los lentos días se entremezclaban, y el sol brillaba débilmente, y los marigees gritaban en el temprano amanecer, y algunas veces los Baroons de seis piernas, con aspecto de monos en los árboles, farfullaban. Y las lluvias que iban y venían. Por las noches se oían tambores a lo lejos. No con el estilo marcial de las marchas, ni tampoco con la nota amenazante del odio de los salvajes. Sólo tambores, a muchas millas de distancia, palpitando rítmicamente para danzas nativas o exorcismos, quizás, de los demonios del bosque por la noche. Él asumió que estos venusinos tenían sus supersticiones, todas las demás razas las tienen. No había ninguna amenaza, para él, en aquel palpitar que era como el latir del corazón de la jungla. El señor Smith lo sabía porque, aunque su elección de destino había sido repentina, aun había tenido tiempo de leer los informes disponibles. Los nativos eran inofensivos y amistosos. Un misionario de Terran había vivido entre ellos hacía algún tiempo, antes del inicio de la guerra. Eran una raza simple y débil. Raramente se alejaban de sus pueblos; el operador del radar-espacial que había ocupado una vez la choza informó que nunca había visto a ninguno. Así que no habría dificultad en evitar a los nativos, ni peligro de encontrárselos. Nada de qué preocuparse excepto la amargura. No la amargura del arrepentimiento, sino la de la derrota. Derrota a manos de los derrotados. Los malditos marcianos que volvieron después de que él los hubiera empujado en su ofensiva hasta la mitad de su maldito y árido planeta, y enviaron a sus enormes armadas de naves espaciales de día y de noche a convertir sus poderosas ciudades en polvo. A pesar de todo; a pesar de su ventaja de armas secretas ultra viciosas y de los últimos y desesperados esfuerzos de sus debilitados ejércitos, la mayoría de cuyos hombres tenían menos de veinte años o más de cuarenta. La traición incluso dentro de su propio ejército, entre sus propios generales y almirantes. El giro de la Luna, que había sido el final. Su gente se alzará de nuevo. Pero no, pasado el Armagedón, a lo largo de su vida. No bajo su mando, ni bajo el de otro como él. El último de los dictadores. Odiado por el sistema solar y odiándolo él a su vez. Hubiera sido intolerable, salvo porque estaba solo. Él lo había previsto... la necesidad de soledad. Solo, aun era el Número Uno. La presencia de otros le hubiera obligado a reconocer su miserable cambio de status. Solo su orgullo estaba intacto. Su ego estaba intacto. Los largos días, y los gritos de los marigees, el deslizante susurro de las olas, los movimientos fantasmales de los baroons en los árboles y la estridencia de sus chirriantes voces. Tambores. Esos sonidos y sólo esos. Pero quizás el silencio hubiera sido peor. Porque los momentos de silencio eran más ruidosos. Momentos en que caminaría por la playa por la noche y sobre su cabeza estaría el rugir de reactores y cohetes, las file:///F|/[Ebooks]/B/Brown,%20Fredric/Brown,%20Fredric%20-%20Final%20feliz.htm (3 of 12)09/11/2003 16:23:11
FINAL FELIZ
naves que rugían sobre Nueva Alburquerque, su capital, en aquellos últimos días antes de que él huyera. El estallido de las bombas y los gritos y la sangre, y las voces planas de sus quebrados generales. Aquellos fueron los días en que las olas de odio de los pueblos conquistados golpearon sobre su país como las olas de un mar tormentoso golpean sobre los derrumbados acantilados. A leguas detrás de las maltratadas líneas, podías sentir ese odio y esa venganza como algo tangible, algo que hacía más grueso el aire, más difícil respirar, y el hablar fútil. Y la nave espacial, los reactores, los cohetes, los malditos cohetes, más cada día y cada noche, y diez viniendo por cado uno derribado. Cohetes haciendo llover el infierno desde el cielo, estragos y caos y el final de la esperanza. Y después él supo que había estado oyendo otro sonido, oyéndolo a menudo y durante mucho tiempo cada vez. Era una voz que se desgañitaba con un odio cargado de improperios y glorificaba la fuerza de acero de su planeta y el destino de un hombre y su pueblo. Era su propia voz, y golpeaba de nuevo las olas desde la blanca orilla, paraba su húmeda invasión sobre éste su dominio. Gritaba a los baroons que quedaban en silencio. Y a veces reía, y los marigees reían. A veces los árboles venusianos de extrañas formas hablaban también, pero sus voces eran más tranquilas. Los árboles eran sumisos, eran buenos sujetos. A veces, fantásticos pensamientos atravesaban su cabeza. La raza de árboles, la pura raza de árboles que nunca habían sido cruzados, que se mantenían siempre firmes. Algún día los árboles... Pero era sólo un sueño, una fantasía. Los marigees y los kifs eran más reales. Eran los que le perseguían. Estaba el marigee que gritaba «¡Todo está perdido!». Les había disparado mil veces con su pistola-aguja, pero siempre huían volando sin un rasguños. A veces ni siquiera echaban a volar. - ¡Todo está perdido! Al final no malgastó más dardos-aguja. Le acechaba para estrangularle con sus manos desnudas. Eso era mejor. En el que podía haber sido su intentona número mil, lo atrapó y lo mató, y apareció una cálida sangre en las manos y plumas volando por todas partes. Eso tenía que haber puesto fin al asunto, pero no fue así. Ahora había una docena de marigees que gritaban que todo estaba perdido. Quizás habían habido una docena todo el tiempo. Ahora simplemente les amenazaba con el puño o les lanzaba piedras. Los kifs, el equivalente venusino a la hormiga de Terran, robaron su comida. Pero no importaba, había mucha comida. Había habido un escondrijo con comida en la choza, pensada para proveer a un crucero espacial y nunca utilizada. Los kifs no llegarían a ella hasta que no abriera la primera lata, pero entonces, a menos que se la comiera entera, ellos se comerían lo que dejara. No importaba. Había muchas latas. Y siempre había fruta fresca de la jungla. Siempre estaba en estación, porque aquí no había file:///F|/[Ebooks]/B/Brown,%20Fredric/Brown,%20Fredric%20-%20Final%20feliz.htm (4 of 12)09/11/2003 16:23:11
FINAL FELIZ
estaciones, excepto la de las lluvias. Pero los kifs le servían de algo. Ellos le mantenían cuerdo, dándole algo tangible, algo inferior, que odiar. Oh, no se trataba de odio al principio. Una simple molestia. Los mataba por algo parecido a la rutina al principio. Pero seguían volviendo. Siempre había kifs en la despensa, hiciera lo que hiciera. En su cama. Puso las patas del catre sobre platos con gasolina, pero los kifs todavía se subían. Quizás cayeran desde el techo, aunque nunca los vio hacerlo. Le molestaban mientras dormía. Los sentía correr sobre él, aunque pasara una hora antes de irse a la cama quitándolos uno a uno a la luz de la linterna de carburo. Correteaban con sus pequeñas patitas haciéndole cosquillas y no podía dormir. Cada vez les odiaba más, y la auténtica miseria de sus noches hacía sus días más tolerables al darles un objetivo cada vez mayor. Una persecución organizada contra los kifs. Buscó sus agujeros observando pacientemente a una transportando un trocito de comida, y vertió gasolina por él y en la tierra alrededor, sintiendo satisfacción en la imagen de los kifs retorciéndose de agonía debajo de él. Fue por todas partes acechando kifs para pisotearlos. Para aplastarlos. Debía haber matado millones de kifs. Pero siempre quedaban muchos más. Nunca parecieron disminuir en número en lo más mínimo. Como los marcianos... aunque a diferencia de éstos, ellos no luchaban. La suya era la pasiva resistencia de una vasta productividad que criaba kifs sin cesar, abrumándole, billones para reemplazar a millones. Podía matar a un kif individualmente, y sentía una satisfacción salvaje al matarlos, pero sabía que sus métodos eran inútiles excepto por el placer y el propósito que le proporcionaban. A veces el placer palidecía en la sombra de su futilidad, y soñaba con medios mecanizados para matarlos. Leía cuidadosamente el escaso material que había en su pequeña librería sobre el kif. Eran sorprendentemente parecidas a las hormigas de Terran. Tanto que había habido especulaciones sobre su relación... pero eso no le interesaba. ¿Cómo podían matarse en masa? Una vez al año, durante un breve periodo de tiempo, tomaban las características de un ejercito de hormigas de Terran. Salían sin parar de sus agujeros en cantidades incontables y barrían todo lo que hubiera a su paso en una marcha devoradora. Humedeció sus labios al leer esto. Quizás tuviera una oportunidad entonces de destruirlos, de destruirlos, y destruirlos. Por poco, el señor Smith olvidó a la gente y el sistema solar y lo que había sido. Aquí en su nuevo mundo, sólo estaban él y los kifs. Los baroons y los marigees no contaban. No tenían ningún orden ni ningún sistema. Los kifs... En la intensidad de su odio hubo una lenta filtración hacia una reticente admiración. Los kifs eran verdaderos totalitarios. Practicaban todo lo que él había predicado a una raza más poderosa, practicado con una minuciosidad más allá de lo que la mente humana comprende. Suya era la completa inmersión del individuo en el estado, suya la completa falta de file:///F|/[Ebooks]/B/Brown,%20Fredric/Brown,%20Fredric%20-%20Final%20feliz.htm (5 of 12)09/11/2003 16:23:11
FINAL FELIZ
compasión del verdadero conquistador, la perfecta valentía desinteresada del verdadero soldado. Pero entraban en su cama, en sus ropas, en su comida. Gateaban con sus intolerables patas que le hacían cosquillas. Por las noches paseaba por la playa, y aquella noche era una de las más ruidosas. Había reactores volando muy alto, y haciendo mucho ruido allí arriba, en el cielo bañado por la luz de la luna, y sus sombras moteaban el oscuro agua del mar. Los aviones, cohetes y reactores eran los que habían devastado sus ciudades, habían convertido sus vías férreas en acero retorcido, habían lanzado sus bombas H sobre sus más importantes fábricas. Les amenazó con el puño y gritó imprecaciones al cielo. Y cuando terminó de gritar, sonaron voces en la playa. La voz de Conrad en su oreja, igual que había sonado el día en que Conrad entró en el palacio, con el rostro pálido y olvidándose de saludar. - ¡Han roto la defensa en Denver, Número Uno! Toronto y Monterrey están en peligro. Y en los otros hemisferios... - Su voz se quebró. -...los malditos marcianos y los traidores de la Luna se dirigen a la Argentina. Otros han aterrizado cerca de Nuevo Petrogado. Es una derrota total. ¡Todo está perdido! Voces gritando, - ¡Número Uno, hail! ¡Número Uno, hail! Un mar de voces histéricas. - ¡Número Uno, hail! ¡Número Uno, hail! Una voz sonaba más alta, aguda y más frenética que las demás. Su recuerdo de su propia voz, calculada pero inspirada, como la había oído en las grabaciones de sus propios discursos. Las voces de niños cantando, - A ti, oh. Número Uno... No podía recordar el resto de las palabras, pero habían sido palabras maravillosas. Que había oído en un encuentro en una escuela pública en Nueva Los Ángeles. Qué extraño que recuerde, aquí y ahora, el tono mismo de su voz y su inflexión, la brillante maravilla en los ojos de sus niños. Sólo niños, pero ansiosos por matar y morir en su nombre, convencidos de que todo lo que se necesitaba para curar las enfermedades de la raza era un líder adecuado que seguir. - ¡Todo está perdido! Y de repente el monstruoso reactor cayó en picado y crudamente se dio cuenta del objetivo tan claro que representaba, allí contra la blanca playa bañada por la luz de la luna. Debían verle. El crescendo de motores mientras corría, sollozando de miedo, hacia la cobertura de la jungla. En la cortina de sombra de los árboles gigantes, y la acogedora oscuridad. Tropezó y cayó, se levantó y siguió corriendo. Y ahora sus ojos podían ver en la tenue file:///F|/[Ebooks]/B/Brown,%20Fredric/Brown,%20Fredric%20-%20Final%20feliz.htm (6 of 12)09/11/2003 16:23:11
FINAL FELIZ
luz de la luna que se filtraba a través de las ramas sobre su cabeza. Había excitación, allí en las ramas. Excitación y voces en la noche. Voces en y de la noche. Susurros y chillidos de dolor. Sí, les había visto sufrir dolor, y ahora sus voces torturadas corrían con él a través de la hierba que le llegaba a la rodilla entre los árboles. La noche resultaba horrorosa por el dolor. Ruidos rojos, un estruendo casi tangible que casi podía sentir tan bien como podía verlo y oírlo. Y tras un rato su respiración se volvió áspera, y hubo un sonido enorme que era el latido de su corazón y el latido de la noche. Y después, ya no podía correr más, y se agarró a un árbol para no caerse, con los brazos temblando, y su cara apretada contra la impersonal rugosidad de la corteza. No había viento, pero el árbol se balanceaba adelante y atrás, y su cuerpo con él. Después, tan abruptamente como la luz se enciende cuando se pulsa el interruptor, el ruido se desvaneció. Absoluto silencio, y al final se sintió lo bastante fuerte para soltar el árbol y mantenerse de pie de nuevo, y miró a su alrededor mientras recobraba la compostura. Un árbol era igual a otro, y por un momento pensó que tendría que quedarse allí hasta que se hiciera de día. Después recordó que el sonido de las olas le indicaría el camino. Escuchó con atención y lo oyó, débil y muy lejano. Y otro sonido, uno que nunca había oído antes, débil, también, pero que parecía provenir de su derecha y bastante cercano. Miró en esa dirección, y vio un claro entre los árboles. La hierba se balanceaba extrañamente en esa área de luz de luna. Se movía, aunque no había brisa que la moviera. Y había un límite casi repentino, más allá del cual las briznas escaseaban rápidamente hasta desaparecer. Y el sonido... era como el sonido de las olas, pero continuo. Era más como el crujido de las hojas secas, pero allí no había hojas secas que crujieran. El señor Smith dio un paso hacia el sonido y miró hacia abajo. Más hierba se dobló, cayó, y desapareció, mientras él la miraba. Más allá del borde móvil había un suelo marrón formado por los cuerpos en movimiento de los kifs. Fila tras fila, disciplinada fila tras disciplinada fila, marchando sin resistencia en un avance inexorable. Billones de kifs, un ejército de kifs, devorando en su camino a través de la noche. Fascinado, se les quedó mirando. No había ningún peligro, porque su progreso era lento. Se retiró un paso para mantenerse alejado de la primera fila. El sonido, entonces, era el ruido de los kifs al masticar. Podía ver un borde de la columna, y era un borde limpio y ordenado. Y había disciplina, porque los que estaban en los extremos eran más grandes que los del centro. Se apartó otro paso, y entonces, de repente, le quemaba el cuerpo por un montón de sitios. La vanguardia. A la cabeza de la fila que devoraba la hierba. Sus botas estaban marrones de kifs. file:///F|/[Ebooks]/B/Brown,%20Fredric/Brown,%20Fredric%20-%20Final%20feliz.htm (7 of 12)09/11/2003 16:23:11
FINAL FELIZ
Gritando de dolor, se dio la vuelta y corrió, golpeando con sus manos las zonas ardientes de su cuerpo. Corrió de frente contra un árbol, arañándose la cara horriblemente, y la noche se volvió escarlata por el dolor y el fuego abrasador. Pero siguió, tambaleándose, casi a ciegas, corriendo, contorsionándose, desgarrándose la ropa mientras corría. Entonces, esto era el dolor. Sonaba un agudo grito en sus oídos, que debía ser su propia voz. Cuando ya no pudo correr, gateó. Desnudo ahora, y con sólo unos pocos kifs pegados a su cuerpo. Y la ciega tangente de su vuelo le había llevado muy lejos del camino del ejército en avance. Pero el terror puro y el recuerdo del dolor insoportable le empujaron hacia delante. Ahora tenía las rodillas en carne viva, y no podía seguir gateando. Pero se puso de nuevo de pie, con las piernas temblándole, y se tambaleó. Avanzó sujetándose a un árbol y empujándose a sí mismo para agarrar el siguiente. Cayéndose, levantándose y cayendo de nuevo. Su garganta estaba áspera por los gritos de odio. Los arbustos y la áspera corteza de los árboles le desgarraban la carne. En el centro del poblado, justo antes de amanecer, se tambaleaba un hombre, un terrestre desnudo. Miró a su alrededor con ojos apagados que parecían no ver nada y no comprender nada. Las hembras y jóvenes corrieron delante de él, incluso los machos se retiraron. Se mantuvo allí, balanceándose, y los ojos incrédulos de los nativos se abrieron aun más al ver la condición del cuerpo del hombre, y el vacío de sus ojos. Cuando no hizo ningún movimiento hostil, se le acercaron de nuevo, formando un maravillado círculo que parloteaba a su alrededor, estos humanoides venusianos. Algunos corrieron a buscar al jefe y al hijo del jefe, que lo sabían todo. El loco, desnudo, hombre abrió sus labios como si fuera a hablar, pero en vez de eso, se cayó. Se cayó como cae un hombre muerto. Pero cuando le dieron la vuelta sobre el polvo, vieron que su pecho aun se movía con una respiración trabajosa. Y entonces llegó Alwa, el anciano jefe, y Nrana, su hijo. Alwa dio rápidas y excitadas órdenes. Dos de los hombres llevaron al señor Smith dentro de la choza del jefe, y las esposas del jefe y del hijo del jefe se encargaron de cuidar al terrícola y le frotaron con un suave y curativo bálsamo. Durante días y noches permaneció echado sin moverse, y sin hablar o abrir sus ojos, y no supieron si viviría o moriría. Después, por fin, abrió los ojos. Y habló, aunque no pudieron descifrar lo que dijo. Nrana vino y escuchó, porque entre todos Nrana era el que hablaba y comprendía mejor el lenguaje terrícola, ya que había sido un protegido especial del misionero de Terran que había vivido con ellos durante un tiempo. Nrana escuchó, pero sacudió la cabeza. file:///F|/[Ebooks]/B/Brown,%20Fredric/Brown,%20Fredric%20-%20Final%20feliz.htm (8 of 12)09/11/2003 16:23:11
FINAL FELIZ
- Las palabras, - dijo - las palabras son del lenguaje de Terran, pero no las entiendo. Su mente no está bien. El anciano Alwa dijo, - Ay. Quédate a su lado. Quizás según se cure su cuerpo, sus palabras se vuelvan preciosas palabras como las del Padre-Nuestro que, en la lengua de Terran, nos enseñó de los dioses y su bondad. Así que le cuidaron bien, y sus heridas se curaron, y llegó el día en que abrió sus ojos y vio la bella cara azul de Nrana sentado a su lado, y Nrana dijo suavemente, - Buenos días, señor Hombre de la Tierra. ¿Se siente mejor, no? No hubo respuesta, y los ojos hundidos del hombre en la estera le lanzaron una mirada hostil. Nrana podía ver que esos ojos no estaban aun cuerdos, pero también vio que la locura en ellos no era la misma que había sido. Nrana no conocía las palabras delirio y paranoia, pero podía distinguir entre ellas. El Terrícola no era ya un maniaco delirante, y Nrana cometió un error muy común, un error que han cometido a menudo seres más civilizados. Pensó que la paranoia era una mejora respecto a la completa locura. Siguió hablando, con la esperanza de que el terrícola hablaría también, y no reconoció el peligro en su silencio. - Te damos la bienvenida, Terrícola - dijo - y esperamos que vivas entre nosotros, como hizo el Padre-Nuestro, el señor Gerhardt. Nos enseñó a adorar a los verdaderos dioses de los altos cielos. Jehová, y Jesús y sus profetas los hombres de los cielos. Nos enseñó a rezar y a amar a nuestros enemigos. Y Nrana sacudió su cabeza con tristeza, - Pero muchos de nuestra tribu han vuelto a nuestros antiguos dioses, los dioses crueles. Dicen que ha habido un gran conflicto entre los forasteros, y no queda ya ninguno en todo Venus. Mi padre, Alwa, y yo nos alegramos de que otro haya llegado. Podrás ayudar a aquellos de nosotros que le han dado la espalda. Puedes enseñarnos amor y bondad. Los ojos del dictador se cerraron. Nrana no supo si se había dormido o no, pero Nrana se levantó calladamente y salió de la choza. En el umbral, se volvió y dijo, - Rezamos por ti. Y después, lleno de alegría salió corriendo por la aldea para buscar a los otros, que estaban recogiendo bayas de bela para la fiesta del cuatro. Cuando, con muchos de ellos, volvió al poblado, el terrícola se había ido. En las afueras encontraron su rastro, por fin. Lo siguieron y les llevó a un arroyo y después a lo largo de él hasta que llegaron al estanque verde, una zona tabú para ellos y no pudieron continuar. - Ha ido corriente abajo, - dijo Alwa gravemente - buscando el mar y la playa. Entonces estaba bien, en su mente, porque él sabía que todas las corrientes van al mar. - Quizás tenía un barco-del-cielo allí en la playa, - dijo Nrana con preocupación. - Todos los terrícolas vienen del cielo. El Padre-Nuestro nos lo dijo. file:///F|/[Ebooks]/B/Brown,%20Fredric/Brown,%20Fredric%20-%20Final%20feliz.htm (9 of 12)09/11/2003 16:23:11
FINAL FELIZ
- Quizás vuelva con nosotros, - dijo Alwa, con sus ancianos ojos empañados. El señor Smith sí iba a volver, y antes de lo que ellos se hubieran atrevido a esperar. De hecho tan pronto como pudo hacer el viaje a la choza y volver. Volvió vestido con una ropa muy distinta a la que llevaba el otro hombre blanco. Brillantes botas de cuero y el uniforme de la Guardia Galáctica, y un enorme cinturón de cuero con una cartuchera para su pistola-aguja. Pero la pistola estaba en su mano cuando, al atardecer, entró en el poblado. - Soy Número Uno, el Señor de todo el Sistema Solar y vuestro gobernante. ¿Quién de vosotros era el jefe? - dijo. Alwa había estado en su choza, pero oyó las palabras y salió. Entendió las palabras, pero no su significado. Dijo: - Terrícola, te damos de nuevo la bienvenida. Yo soy el jefe. - Tú eras el jefe. A partir de ahora me servirás. Yo soy el jefe. Los viejos ojos de Alwa mostraban su perplejidad ante la extrañeza de esto. Dijo: - Te serviré, sí. Todos los haremos. Pero no es adecuado que un Terrícola sea el jefe entre... El susurro de la pistola-aguja. Las arrugadas manos de Alwa se aferraron a su huesudo cuello en el punto, justo junto al centro, donde había aparecido el pequeño punto rosa de un agujero. Un leve hilo rojo se deslizó sobre el azul oscuro de su piel. Las rodillas del viejo se vencieron mientras la furia del dardo de aguja envenenada le atacaba y cayó. Los otros se arremolinaron en torno a él. - Atrás, - dijo el señor Smith. - Dejadle morir lentamente para que todos podáis ver lo que les pasa a los que... Pero una de las esposas del jefe, una que no entendió el discurso del terráqueo, ya estaba elevando la cabeza de Alwa. La pistola-aguja susurró de nuevo, y ella cayó a su lado. - Soy Número Uno, - dijo el señor Smith, - y el Señor de todos los planetas. Todo el que se opone a mí, muere por... Y entonces, de repente, todos corrieron hacia él. Su dedo apretó el gatillo y cuatro de ellos murieron antes de que la avalancha de sus cuerpos le venciera y le aplastara. Nrana había sido el primero en el avance, y Nrana murió. Los otros ataron al terrícola y le arrojaron a una de las chozas. Y después, mientras las mujeres comenzaban a llorar a los muertos, los hombres celebraron un consejo. Eligieron a Kallana como jefe, y éste se puso en pie ante ellos y dijo, - El Padre-Nuestro, el señor Gerhardt, nos engañó. - Había miedo y preocupación en su voz, y aprensión en su rostro azul. - Si éste es realmente el Señor de quién él nos habló... - Él no es un dios, - dijo otro. - Él es un terrícola, pero ha habido otros iguales antes en Venus, muchos, muchos de ellos vinieron hace mucho, mucho tiempo desde los cielos. file:///F|/[Ebooks]/B/Brown,%20Fredric/Brown,%20Fredric%20-%20Final%20feliz.htm (10 of 12)09/11/2003 16:23:11
FINAL FELIZ
Ahora todos han muerto, asesinados en conflictos entre ellos. Está bien. Este es el último de ellos, pero está loco. Y hablaron durante mucho tiempo, el anochecer se convirtió en noche mientras hablaban de lo que debían hacer. El brillo de la hoguera sobre sus cuerpos, y los tambores esperando. El problema era difícil. Herir a un loco era tabú. Si era realmente un dios, sería aun peor. Rayos y truenos desde el cielo destruirían la aldea. Aun así no se atrevían a dejarlo libre. Incluso si le quitaban la malvada arma-que-susurraba-su-muerte y la enterraban, él podría encontrar otros modos de hacerles daño. Podría tener otra de donde había traído la primera. Sí, era un problema difícil para ellos, pero el mayor y más sabio entre ellos, uno llamado M’Ganne, les dio por fin la respuesta. - Kallana, - dijo. - Entreguémosle a los kifs. Si ellos le hieren... - y el viejo M’Ganne, sonrió con su boca sin dientes, una sonrisa sin alegría. -...Sería obra suya, no nuestra. Kallana se encogió de hombros. - Es la más horrible de las muertes. Y si es un dios... - Si es un dios, ellos no le harán daño. Si es un loco y no un dios, no le habremos hecho daño. No hace daño a un hombre el atarle a un árbol. Kallana lo pensó bien, porque la seguridad de su pueblo estaba en peligro. Lo pensó, recordando cómo habían muerto Alwa y Nrana. - Está bien. - dijo. El tambor que esperaba comenzó a tocar el ritmo del final del consejo, y los hombres que eran jóvenes se armaron con antorchas encendidas en el fuego y salieron al bosque a buscar a los kifs, que estaban todavía en la estación de la marcha. Y después de un rato, habiendo encontrado lo que buscaban, volvieron. Luego se llevaron al terrícola con ellos, y le ataron a un árbol. Le dejaron allí, con una mordaza sobre sus labios, porque no deseaban oír sus gritos cuando llegaran los kifs. La tela de la mordaza sería devorada también, pero para entonces, no habría carne bajo ella de la que pudiera salir ningún grito. Le dejaron, y volvieron al poblado, y los tambores marcaron el ritmo propiciatorio de los dioses por lo que habían hecho. Porque habían rozado, lo sabían, muy de cerca el borde del tabú... pero la provocación había sido grande y esperaban no ser castigados. Toda la noche sonaron los tambores. El hombre atado al árbol forcejeó con sus ataduras, pero éstas eran fuertes y sus movimientos hicieron que los nudos se apretaran más. Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. Trató de gritar. - Soy Número Uno, Señor de... Y después, dado que no podía gritar ni soltarse, hubo una grieta en su locura. Recordó file:///F|/[Ebooks]/B/Brown,%20Fredric/Brown,%20Fredric%20-%20Final%20feliz.htm (11 of 12)09/11/2003 16:23:11
FINAL FELIZ
quién era, y todos los viejos odios y amarguras volvieron a brotar en él. Recordó, también, lo que había pasado en el poblado, y se preguntó por qué los venusianos no le habían matado. Porque, en vez de eso, le habían atado aquí sólo en la oscuridad de la jungla. A lo lejos, escuchó el latido de los tambores, que eran como el latido del corazón de la noche, y escuchó un sonido más alto y cercano, que era el latido de la sangre en sus oídos, mientras el miedo entraba en él. Miedo porque sabía por qué le habían atado aquí. El horrible, confuso miedo de que, por última vez, un ejército armado marchaba contra él. Tuvo tiempo de saborear el miedo por completo, de sentirlo llegar como una sigilosa certidumbre que se deslizaba por las oscuras esquinas de su alma, como si los soldados del ejército que venía se deslizaran por sus oídos y sus fosas nasales mientras otros se comían sus pestañas para llegar a los ojos tras ellas. Entonces, y sólo entonces, oyó el sonido que era como el crujido de las hojas secas, en una jungla húmeda, fría y oscura en la que no había hojas secas que crujieran ni brisa que las hiciera crujir. Horriblemente, Número Uno, el último de los dictadores, no se volvió loco de nuevo; no exactamente, aunque rió, y rió y rió...
FIN Traducción y edición digital de Kyo
file:///F|/[Ebooks]/B/Brown,%20Fredric/Brown,%20Fredric%20-%20Final%20feliz.htm (12 of 12)09/11/2003 16:23:11