DOSSIER
Álvaro MUTIS
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ÁLVARO MUTIS DOSSIER II
Álvaro Mutis
Álvaro Mutis Dossier II
Editado y publicado por Edi...
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DOSSIER
Álvaro MUTIS
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ÁLVARO MUTIS DOSSIER II
Álvaro Mutis
Álvaro Mutis Dossier II
Editado y publicado por Ediciones del Sur. Córdoba. Argentina. Septiembre de 2004. Distribución gratuita. Visítenos y disfrute de más libros gratuitos en: http://www.edicionesdelsur.com
ÍNDICE
ARTÍCULOS ....................................................................... 7 30 Maqroll ganó el Cervantes de Literatura 2001, por Iván R. Méndez ............................................................. 8 Un Cervantes para un Quijote, por Guillermo Tribin Piedrahita ................................................................... 12 Álvaro Mutis, Premio Cervantes 2001, por Juan Jesús Aznares ................................................................... 16 Música de naufragios, por Juan Bautista Diuzeide ....... 21 Premio Cervantes 2001: Alvaro Mutis, por Ángelica Garzón ..................................................... 26 “El hombre ha perdido su noción de humanidad y ha fracasado como especie”, por Carmen Sigüenza 29 Entrega del Premio Cervantes. Álvaro Mutis escritor ..................................................................... 33 Mutis, el poeta que con “Maqroll el Gaviero” se hizo narrador ...................................................... 36 Álvaro Mutis, Premio Cervantes 2002. España desde Colombia, por Juan del Moral ............................ 39 Álvaro Mutis habla sobre el origen de Maqroll el Gaviero, y afirma: nunca he dejado la poesía
por la novela, por José Lara ...................................... 45 Álvaro Mutis en el Congreso de la Lengua .......... 48 ENTREVISTAS .................................................................... 51 ¿En qué época le hubiera gustado vivir?, por Gloria Valencia de Castaño ..................................... 52 “El placer de escribir está en encontrar a alguien que recuerda un personaje que he creado”, por Marta Rivera de la Cruz .......................... 59 Mutis: “Siempre he escrito lo mismo” ................... 77 12 preguntas para un Cervantes ........................... 81 Fallamos como especie ........................................... 87 Mutis: “Ganar tres premios en España es abusivo”, por Guillermo Tribin Piedrahita ..................... 90 Álvaro Mutis: “Escribo para perpetuar la tierra de mi niñez”, por José Font Castro ................................ 94 Entrevistas con Álvaro Mutis ................................ 102 OPINIONES ....................................................................... 117 Mi amigo Álvaro Mutis, por Gabriel García Márquez . 118 Mutis es... ................................................................ 127 Escritores españoles felicitan a Álvaro Mutis ..... 130 Palabras de S.M. El Rey ......................................... 132 MISCELÁNEO ..................................................................... 136 Manifiesto . Contra la muerte del espíritu, por Álvaro Mutis y Javier Ruiz Portella ......................... 137 El affaire Mutis-Poniatowska, por Julio César Londoño ...................................................................... 147 Índice de pinturas ........................................................ 166 Índice volumen I ........................................................... 167
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Artículos
30 MAQROLL GANÓ EL CERVANTES DE LITERATURA 2001
por Iván R. Méndez analítica.com - 13/12/2001
“Vivimos en una fea época de confusión en donde los pedantes encuentran amplio campo al ejercicio de su necedad”. ÁLVARO MUTIS De lecturas y algo del mundo, Seix Barral, 1999
NO FUE menos difícil, para Maqroll, la batalla por el Premio Cervantes de Literatura 2001 que sus andanzas por muladares y puertos de todo el globo. Aquí, en las letras de la Academia que tanto rehuye, debió enfrentarse al ingenio de Monterroso, los senderos psicológicos de Goytisolo, las prédicas de Savater y el humor de Bryce Echenique, entre otros contendientes. Pero nuevamente Maqroll el Gaviero triunfó, aunque para él “la vida se nos viene encima como una bestia ciega. Se traga el tiempo, los años de nuestra existencia, pasa como un tifón y nada deja”. Así, Álvaro Mutis (Bogotá, 1923) creador de esta saga de personajes que habitan uno solo, que es muchos
sin necesidad de heterónimos, obtuvo la visibilidad y el reconocimiento que lo marcan como uno los más grandes escritores de Hispanoamérica, junto a Borges, Umbral y María Zambrano, sus vecinos en esta suerte de Nobel literario español acompañado de 15 millones de pesetas... Pero nada es perfecto, pues así como la Academia Sueca se privó de Jorge Luis Borges como uno de sus galardonados, la no menos arbitraria Academia española se empecina en no premiar al Gabo. Tres en España El diario ABC sugiere que el jurado fue “a la medida de Mutis”, pues el ex presidente colombiano Belisario Betancourt y el español y compañero editorial Arturo Pérez-Reverte compartieron la faena junto a Cela, Hierro, Umbral (ganador de la edición del 2000), Víctor García de la Concha, Alberto Cañas, José García y Murcia Victorino. No obstante, el presidente del jurado afirmó que Mutis triunfó por mayoría, y remató definiéndolo como “un caballero andante de la palabra”. De esta manera, España reconoce a Maqroll como un personaje universal, emblemático, quizá, del trasiego cotidiano y oculto de las cosas, ya que en 1997 le otorgaron el Reina Sofía de Poesía y el Príncipe de Asturias de las Letras. Ajustes Álvaro Mutis nació en una familia de diplomáticos, de allí su tránsito por Bruselas siendo apenas un niño, que lo signó con su pasión por las letras francesas y la historia universal. Sin embargo, su vida ha sido tan atropellada como la de Maqroll, puesto que dirigió la “Radio Nacional, donde fue locutor de noticias, y actor de ra9
dionovelas. Después, fue asesor, vendedor y gerente de varias empresas. Finalmente se dedicó a colocar películas de la Twenty Century Fox y Columbia Pictures, como gerente para América Latina por más de 12 años”. Asimismo, unos manejos un tanto snob de unos fondos asignados, le aportaron una dosis de cárcel magistralmente retratada en su correspondencia con Elena Poniatowska , quien nos aseguró que Mutis es el centro de las fiestas en Ciudad de México, ya que sus carcajadas son inconfundibles. Un hombre alegre, aunque portador de una filosofía que nos indica que “la vida hace, a menudo, ciertos ajustes de cuentas que no es aconsejable pasar por alto. Son como balances que nos ofrece para que no nos perdamos muy adentro en el mundo de los sueños y de la fantasía y sepamos volver a la cálida y cotidiana secuencia del tiempo en donde en verdad sucede nuestro destino”. Lenguaje profundo Mutis es un novelista súbito: seis novelas en siete años que le trajeron otra musicalidad y un cierto toque de nihilismo elegante a las letras del mundo. Para él, “el azar es siempre sospechoso, son muchas las máscaras que lo imitan”, sentencia clave para entender las relaciones del Gaviero con Ilona, Warda, Antonia… que confirman que “los hombres somos una especie inconsecuente y fantasiosa y es allí donde perdemos siempre la partida”. En el libro de Eduardo García, Celebraciones y otros fantasmas: una biografía intelectual de Álvaro Mutis (TM, 1993), el escritor señala entre sus preferencias poéticas a Joe Bousquet quien definió a la poesía como “la lengua natural de lo que nosotros somos sin saberlo”. Asimismo, revela su pasión por Garcilazo, Racine y Villón. 10
Apenas pistas podemos esbozar de este sigiloso pensador y músico de la palabra, pero sus poemas y novelas están allí, a la vuelta de un estante, esperándote para decirte que “hace mucho que las cosas nos dejaron para poblar otros dominios y manifestar allí su especial supervivencia”.
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UN CERVANTES PARA UN QUIJOTE
por Guillermo Tribin Piedrahita El Almanaque. 19/diciembre/2001
ÁLVARO MUTIS, con su brillante pluma, con una carrera excepcional como escritor y poeta, fue galardonado con el Premio Cervantes de las Letras, considerado como el Nobel de la literatura en lengua española, y a sus 78 años —nació en Bogotá en marzo de 1923— entregó algo inesperado a su país, Colombia: borrar de un plumazo —nunca mejor dicho— la diaria información de la violencia terrorista para dar paso a la alegría por la obtención de un galardón que bien merecía su estupenda obra literaria. Puede decirse sin exageraciones que se ha otorgado un Cervantes a un auténtico Quijote de las letras, y como él mismo lo afirmó en México tras conocer la noticia, fue el propio Miguel de Cervantes Saavedra el que “me dio el premio”. Mutis, un viajero incansable a quien le ha obsesionado la transhumancia, que se refleja muy bien en su obra, reside en México desde 1955 cuando abandonó su Colombia natal voluntariamente, para exiliarse debido a la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla, quien en el único golpe ocurrido en ese país durante el siglo XX, derro-
có al entonces presidente constitucional, Laureano Gómez Castro. Las primeras páginas de todos los diarios y las primeras noticias con las que se abrieron los informativos radiales y televisivos colombianos del 12 de diciembre, estaban consagrados al autor de “Empresas y tribulaciones de Maqroll y el Gaviero”, su obra cumbre, mientras que en España, Estados Unidos y México, entre otros países, también se le dedicaban varias páginas para exaltar su figura, su estilo y su prestancia como escritor y poeta. En esa obra reunió sus libros “La nieve del almirante”, “Illona llega con la lluvia”, “Un bel morir”, “La última escala del Tramp Steamer”, “Amirbar”, “Abdul Bashur, soñador de navíos” y “Tríptico de mar y tierra”. Es la primera vez que un colombiano obtiene el Premio Cervantes de las Letras, al que también fue candidato su compatriota y prestigioso escritor y premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, quien en un acto de humildad para unos, de soberbia para otros, rechazó su nominación, por considerar que “todo lo que he sido y puedo ser en el futuro dentro de la literatura mundial, ha sido recompensado con el Nobel. No quiero recibir ningún otro premio literario”. Mutis en un “cervantino empedernido” que nunca ahorra elogios para el que siempre ha considerado el “más grande de los escritores españoles”, y por quien siente verdadera veneración por “la conmovedora vida de Cervantes, llena de dificultades, de escollos, que fue venciendo con una paciencia y una nobleza enorme”. Por su sangre, como por la de casi todos los colombianos, corre sangre española. Uno de los más ilustres antepasados suyos fue José Celestino Mutis, botánico y matemático español, que nació en Cádiz en 1732 y murió 13
en Bogotá en 1808. Fue director científico de la expedición destinada a las plantas de Nueva Granada, materiales que a su muerte pasaron al Jardín Botánico de Madrid. El mundo de las letras, sin fisuras, elogió y estuvo de acuerdo por la concesión de ese premio para Mutis, máximo “exponente de una extraordinaria literatura en narrativa y poesía”, como lo han definido varios escritores iberoamericanos. Este premio es considerado de “mucho más valor” porque “había 25 candidatos y la mayor parte figuras de una relevancia extraordinaria”, como dijo el presidente de la Real Academia Española de la Lengua, Víctor García de la Concha, uno de los once miembros del jurado. Entre los finalistas figuraban escritores de renombre como Fernando Arrabal —finalista—, Javier Marías, Juan Goytisolo o Ana María Matute. Alejo Carpentier, Dulce María Loynaz y Guillermo Cabrera Infante (Cuba); Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y Adolfo Bioy Casares (Argentina); Juan Carlos Onetti (Uruguay), Octavio Paz y Carlos Fuentes (México); Augusto Roa Bastos (Paraguay), Mario Vargas Llosa (Perú) y Jorge Edwards (Chile), fueron los doce escritores latinoamericanos que precedieron a Mutis en la obtención del Nobel de las Letras Españolas. Mutis romperá un acuerdo con García Márquez y el pintor Fernando Botero, suscrito en marzo pasado, de no “volver a España mientras se exija la visa de entrada a los colombianos”, y el 23 de abril de 2002 —fecha de la muerte de Cervantes-— estará recibiendo el premio de manos de Su Majestad Juan Carlos I en la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid). Este galardón se une, entre otros, a los premios Príncipe de Asturias y Reina Sofía de España (1997) y al In14
ternacional Neustadt, de la Universidad norteamericana de Okllahoma (2000). “No espero nada de la vida, sólo la dejo pasar”, dijo filosóficamente Mutis, a quien le hubiera gustado vivir en el siglo XVIII “con toda su carga de cinismo, de libertinaje, de elegancia, de bien escribir”.
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ÁLVARO MUTIS, PREMIO CERVANTES 2001
por Juan Jesús Aznarez | México El País - 23/12/2001
EL ESCRITOR colombiano Álvaro Mutis (Bogotá, 1923), afincado en México desde hace varias décadas, último premio Cervantes, se declara devoto del autor del Quijote, poco interesado por la política, monárquico, anarquista y convencido de que la poesía sobrevivirá al hombre. ‘Lo mejor es dejar que pase la vida. No tratar ni de arreglar, ni de cambiar las cosas. Van a venir desventuras, van venir momentos gratos, y ya. Siempre ha sido así’. El vagabundeo del apátrida Maqroll, su errante peripecia por tierras y mares de leyenda, conduce en buena medida a la trayectoria de su genial creador: Álvaro Mutis, ganador del último Premio Cervantes de Literatura. La compilación Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero (Alfaguara) agrupa una de las más notables narraciones de la literatura hispanoamericana. El colombiano afincado en México es, sobre todo, un soñador que se declara monárquico. ‘Pero tal vez sea un anarquista como lo pueda ser Maqroll’, dice en conversación con este diario. Nació en Bogotá el 25 de agosto de 1923,
día de San Luis Rey de Francia, y no descarta la influencia del santo en su devoción por la monarquía. El hombre de la gavia, que aparece en los primeros poemas del autor, escritos a los 19 años, es protagonista de siete novelas, y en ninguna de ellas se menciona la edad, nacionalidad o evolución de su carácter. El aventurero tiene existencia propia en la de su hacedor, un dudoso pasaporte chipriota, y, en ocasiones, es la prolongación novelesca de los anhelos de Mutis, no su álter ego. El Gaviero gravita sobre un intelectual que escribió poesía durante 40 años, y a los 63, en 1986, su primera novela: La nieve del Almirante. ‘Siempre tuve la certeza de seguir trabajando con los elementos, los sueños, el ámbito personal de las certezas y desesperanzas que me acompañaron durante mi intento de ser poeta’. Devoto también de Miguel de Cervantes, mitad Quijote mitad Sancho él mismo, el colombiano se muere de risa con cada lectura de la obra cumbre, pero también toma conciencia de la condición humana, de sus muchas debilidades, presentes en el hidalgo y en su escudero. Sostiene que Don Quijote no estaba loco, ni mucho menos, y que eso lo sabía Cervantes. El de La Mancha combate contra los molinos de viento, contra los gigantes, ‘contra la realidad plana que nos ataca cada día, ahora por Internet, por e-mail y por todos esos sistemas espantosos’. Agonizando el caballero andante, Sancho Panza, la realidad misma, cambia de bando y pide a su señor seguir en los sueños, rechazar la fea realidad, soñar para cambiar el mundo. ‘Lo que Colombia necesita, por ejemplo, es que la saquen de esa realidad y regresar a los sueños’. Mutis detesta la política, casi una maldición, nunca ha votado, y habla de ella cuando se le pregunta. Cree que el presidente venezolano, comandante Hugo Chávez, abusa de la figura de Simón Bolívar, sobre quien el ga17
nador del Cervantes escribió una novela de casi 300 páginas. El libertador americano adquiría en ellas el perfil diseñado por la documentación histórica sobre su comportamiento: fue un político inmaduro, lego en la conducción de hombres, y nada sagaz en el cálculo. ‘Pero era adorable, un romántico perdido’. El caso es que no le gustó el manuscrito y lo quemó en la chimenea de casa. Su buen amigo Gabriel García Márquez habría de retomar la idea y al prócer en El general en su laberinto. ‘Los populismos abusivos acaban finalmente con más pobres, más desorden, y más miseria, moral también. Chávez no sabe de qué está hablando’, piensa Mutis. Sorprende la jovialidad, la arrolladora simpatía de un hombre espantado por la demencia y depredación de la que son capaces sus semejantes. ‘Es que lo mejor es dejar que pase la vida. No tratar ni de arreglar, ni de cambiar las cosas. Van a venir desventuras, van a venir momentos gratos, y ya. Siempre ha sido así’. —Sabrá usted que algunos de sus seguidores consideran una boutade su fervorosa adscripción monárquica, gibelina y legitimista. —Nada de boutade, por Dios. Tengo grandes sospechas, y cada vez más justificadas estos días, en la democracia, y el rechazo más absoluto a la dictadura, que finalmente es una democracia disfrazada porque popularidad igual a la de Perón, en la Argentina, y a la de Franco, en España, pues no hablemos de eso... —¿Y el voto? —No hablemos del voto popular. Acuérdese de aquello que decía Ortega y Gasset: ‘Cuando muchos creen en una cosa es para una idiotez o una bellaquería’. En cam18
bio, el régimen monárquico, por lo menos, tiene una referencia a algo que nos trasciende. Hoy día, pensar en la monarquía es un poco fuera de lugar, pero, sin embargo, tenemos en España, y digo tenemos, una monarquía ejemplar. —Más parece anarquista que monárquico —Le voy a contar lo siguiente. Un amigo francés, mi traductor en francés, un antiguo trotskista, cuando le decía yo todo este rollo de la monarquía, me dijo: ‘Oye, tú lo que eres es un anarquista’. ‘No, nunca, yo no pongo una bomba’. ‘No, no estoy diciendo eso, pero eres un anarquista’. Tal vez lo sea como lo pueda ser Maqroll también. Presente en todas sus novelas el aliento poético, Álvaro Mutis ha sido mucho más además de posible anarquista, o monárquico, confeso enamorado de España y de los cafetales colombianos, y autor de una inmensa producción poética. ¿Le hubiera gustado hacer alguna de las burradas de Maqroll? Se ríe. ‘Yo hubiera hecho el negocio de las alfombras en Marruecos, un poco mejor para no caer en manos de la policía en Marruecos, aunque yo caí en manos de la policía aquí y me salvé de milagro’. Álvaro Mutis, ganador de los premios Príncipe de Asturias y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, es hijo de diplomático, un dichoso caballero, y huyó de la dictadura del general colombiano Gustavo Rojas en 1956 perseguido también por una audacia digna de El Gaviero: siendo ejecutivo de Esso, escamoteó fondos de esa multinacional petrolera y cumplió 16 meses de prisión en la penitenciaría mexicana de Lecumberri. La experiencia fue terrible, y fecunda. Aquel presidio arrumbó definitivamente su flanco frívolo, al joven consentido y capri19
choso. ‘Nunca juzgo, porque todos tenemos algo de lo que juzgamos’. Escribió entonces el testimonio Cuaderno del Palacio Negro. El rescate del pasado es una constante. Al abundar sobre sí mismo, sobre Los emisarios, o sobre los poemas Crónica regia y Alabanza del reino, Álvaro Mutis dice explorar, no sin dificultades, titubeos y ráfagas de duda, una nueva manera de contar lo mismo, lo de siempre, lo único que ya para él es contable: ‘Los fantasmas que, desde mis ávidas y desordenadas lecturas de adolescente en la finca de café y caña de azúcar que había fundado mi abuelo materno, me visitan con asiduidad’. Su pugilato con las palabras y las ideas es a brazo partido. ‘El trabajo siniestro de escribir’. Durante muchos años fue locutor de radio, relaciones públicas de la aerolínea Lansa, gerente de ventas de la Twentieth Century Fox, y de Columbia Pictures, y prestó su voz a la serie Los Intocables. Alguna vez ha dicho que hubiera querido morir en Coimbra, desterrado por el Conde Duque, alejado de la Corte y ya muertos sus viejos amigos. Le sirven los últimos deseos del señor Mariscal: ‘Dadme un sitio seco, un ataúd de pino, las plegarias de un monje y una mortaja de lino’. Pero la poesía, apuesta, nunca morirá. ‘Morirá el último hombre y seguirá habiendo poesía’.
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MÚSICA DE NAUFRAGIOS
por Juan Bautista Diuzeide Página/12 - 30/12/2001
¿Quién es Álvaro Mutis, recientemente distinguido con el Premio Cervantes? A continuación un rápido repaso por la obra de uno de los escritores colombianos más importantes de su generación. EL COLOMBIANO Alvaro Mutis es un autor de los más reconocidos en el ámbito hispanoparlante. Traducido al francés, al italiano, al inglés, su obra ha sido poco o nada distribuida en Argentina. Nacido en Bogotá el 25 de agosto de 1923, Mutis suele privilegiar otras coordenadas de tiempo y lugar: “Uno no nace donde lo dio a luz su madre, uno nace donde, en un momento dado, en un rincón del mundo, el mundo dice tú eres yo y yo soy tú”. En su caso, la finca Coello en la región de Tolima, en la confluencia de los ríos Coello y Cocora. Esa finca significaba para el niño Mutis vacaciones. Su poesía es acaso el intento —siempre fallido y siempre renovado— de reencontrar aquel tiempo perdido. La mayor parte del año
la pasaba con su padre diplomático en la legación colombiana de Bruselas. En medio estaba el océano Atlántico, que demoraban un par de semanas en cruzar a bordo de cargueros con una cubierta para (selecto) pasaje hasta el puerto de Buenaventura, y de allí en carro, tren y caballo, hasta la finca. De tales travesías le quedaron a Mutis el aprecio por los navegantes, el amor al mar y los barcos, la afición a los instrumentos y cartas náuticas, que atesora. Publicó sus primeros escritos en diarios y revistas de Colombia, de donde tuvo que irse a causa del empleo antojadizo de unos fondos de la Standard Oil, para la que trabajaba. Según él, una suma desviada para ayudar a algunos amigos en peligro, opositores a la dictadura militar de Rojas Pinilla. El destino elegido fue México. Pero hubo un juicio y el gobierno solicitó su extradición. Mientras esperaba un veredicto, pasó 18 meses preso en el penal de Lecumberri. Para su dicha, el gobierno colombiano cayó y fue puesto en libertad. Adentro había empezado a escribir lo que sería el Diario de Lecumberri. Desde 1956 vive en México. Sin horario fijo, cuando se le da la gana, escribe en una anacrónica —y bellamente diseñada— Smith Corona. Sus libros de poemas son La balanza (1948), Los elementos del desastre (1953) —elegido en una reciente encuesta como uno de los quince libros más importantes de la literatura colombiana—, Reseña de los hospitales de ultramar (1959), Los trabajos perdidos (1965), Summa de Maqroll el gaviero (1973), Caravansary (1981), Los emisarios (1984), Crónica regia y alabanza del reino (1985), Un homenaje y siete nocturnos (1987). Sus novelas y relatos: Diario de Lecumberri (1960), La mansión de Araucaíma (1973), La nieve del almirante (1986), Ilona llega con la lluvia (1987), Un bel morir (1989), La última escala 22
del tramp steamer (1989), Amirbar (1990), Abdul Bashur, soñador de navíos (1992), Tríptico de mar y tierra (1993). Se enoja y protesta cuando se le señala una presunta influencia de Joseph Conrad. Su mayor influencia, propone, es Charles Dickens. Ni qué hablarle tampoco del realismo mágico, “una fórmula inventada en Europa para intentar explicarse el fenómeno de Latinoamérica”. Dicho esto, téngase en cuenta, por quien durante muchos años fue la primera persona a quien Gabriel García Márquez —amigo desde siempre— daba a leer sus novelas. En 1959 la revista Mito publicó “Los hospitales de ultramar”. Allí pudo leerlo Octavio Paz, a quien se debe el primer escrito crítico de importancia dedicado a su obra fuera de Colombia. El mexicano develó ya desde esos inicios algunas constantes temáticas y formales: “la precisión en el horror chabacano; la alianza del esplendor verbal y la descomposición de la materia, la descripción de una realidad anodina que desemboca en la revelación, apenas insinuada, de algo repugnante; la familiaridad con las imágenes desordenadas de la fiebre, el gusto por las cosas concretas e insignificantes que, a fuerza de realidad, se vuelven misteriosas; la predilección por el encuentro de objetos cotidianos y vulgares en un escenario extraño, la evocación de la lejanía por medio de objetos infinitamente cercanos o, a la inversa, la reducción de lo remoto a una proximidad inmediata, de pronto amenazante”. Anotemos otras: el paso del tiempo, el fracaso, la derrota, la enfermedad, el clima opresor, el erotismo, las epifanías. La tensión entre prosa y verso, imaginación y reflexión metapoética, memoria y olvido. La nada como destino que es a la vez catástrofe y salvación: “esa otra orilla donde el tiempo/ no reina ni ejerce ya poder alguno/ con la hiel de sus conjuros y maquinaciones” (“Nocturno en Valdemosa”). 23
Especialmente provocador a la hora de las cuestiones políticas, Mutis afirma “la sola palabra modernidad me pone los pelos de punta”. Como si fuera poco se dice “monárquico”. “Nunca voté. Nunca creí ni tuve fe alguna en las intenciones de hombres que desean mejorar la vida de sus semejantes. Me parece que se trata de una especie muy sospechosa de seres. Creo que sus afanes conducen a los campos de concentración o las purgas stalinistas (...) Estoy de acuerdo con Borges cuando dice que la democracia es un abuso de la estadística. Uno de los personajes más siniestros, uno de los más enfermizos y diabólicos asesinos, Adolf Hitler, fue elegido canciller de Alemania por la mayoría. El evento político más reciente que realmente me preocupa, y al que aún no logro resignarme, es la caída de Bizancio en manos de los turcos en 1453”. Dichosos los escritores que logran al menos un personaje indeleble. Álvaro Mutis revista en esa galería de tocados por la gracia merced a Maqroll el gaviero, marino existencialista sin conchabo ni rumbo fijos. Un anarquista nato que pretende ignorarse o que se ignora como tal, se lo caracteriza en el cuento Jamil. Siempre al filo del desastre y rodando por los rincones más apartados del mundo, sin cuidar un instante de lo que pudiera suceder mañana. Con amigos de la misma calaña siempre tienen planes tan fabulosos como insensatos para convertirse en potentados. Martingalas que bordean lo delictuoso cuando no ingresan de lleno en el territorio de lo prohibido y que, la mayoría de las veces, resultan fracasos completos. Cuando triunfan, dada su irrefrenable vocación de catadores de hembras soberbias, licores traicioneros y manjares picantes (los adjetivos son intercambiables), ese dinero se les escurre como agua en una clepsidra. 24
Hay un guiño cervantino en la narrativa de Álvaro Mutis: él mismo aparece en su obra como alguien que escribe acerca de Maqroll el gaviero, quien está al tanto de la existencia de tal biógrafo. “Maqroll es todo lo que quise ser y no fui. Todo lo que yo he sido y no he confesado. Maqroll ha estado conmigo desde que escribí mis primeros poemas, a los 19 años”, dice Mutis, el último ganador del premio Cervantes.
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PREMIO CERVANTES 2001: ALVARO MUTIS
por Angélica Garzón Deverdad - enero 2002
“...si el viaje persiste por días y semanas, si nadie te habla y, adentro, en los vagones atestados de comerciantes y peregrinos te llaman por todos los nombres de la tierra, si es así, no habré esperado en vano el breve dintel del cloroformo y entraré amparado por una cierta esperanza”. (Breve poema de viaje)
A FUERZA de innumerables viajes el escritor colombiano Álvaro Mutis ha creado a Maqroll el Gaviero, el más emblemático de sus personajes, un navegante que arrastra por aguas del trópico su soledad y le lleva a enfrentarse a la muerte de toda ilusión. ¿Su alter ego? Tal vez. Los viajes de Mutis comienzan en Bogotá, donde nace en 1923, vive de los tres a los nueve años en Bélgica, para regresar a Colombia ante la repentina muerte de su padre. Pasa una parte muy importante de su infancia en el Viejo Caldas, una región cafetera donde su abuelo tenía
tierras. Tiene que huir a México en 1956 porque la multinacional ESSO, para la cual trabajaba de relaciones públicas, lo acusa de malversar fondos en proyectos culturales, delito del que, dice García Márquez, “disfrutamos muchos escritores y artistas, y que sólo él pagó”. Llega con dos cartas de presentación, una de ellas para Buñuel. Gracias a ello consigue trabajar en una compañía de publicidad, pero tres años más tarde es encarcelado por ese delito que le persigue. Pasa 16 meses en la cárcel y considera que fue una de las experiencias más importantes de su vida, ya que además de escribir “Diario de Lecumberri” (1960), algunos de los poemas de los Relatos Perdidos, (1965) y montar una obra teatral con otros presos llamada “El Cochambres” cambió toda su visión del dolor y el sufrimiento humanos; y que como él mismo plantea, en el medio frívolo en que se movía, pasaban desapercibidas. Al salir, empieza a trabajar como representante de ventas de una de las principales distribuidoras de películas para Latinoamérica, sigue viajando durante 23 años, hasta que se retira para dedicarse completamente a la literatura. Es un exiliado eterno, dice “...somos exiliados de nuestra infancia, de nuestra vida misma”. Pero es de la profundidad de “Coello” una finca de café y plátano de su abuelo de donde provienen sus obras. En La mansión de Araucaima (1973 ), en Cocora (1981) o en Almirbar (1990) recrea la vida con personajes que reflejan el paisaje donde viven: apasionados y misteriosos. O el contraste entre América y Europa que se expresa en Un bel morir (1989). Álvaro Mutis es uno de esos célebres desconocidos, antes del Premio Cervantes había recibido entre otros el Príncipe de Asturias de las Letras y Reina Sofía de Poesía. En 1986 La nieve del Almirante recibió el pre27
mio a la mejor novela extranjera en Francia, por Ilona llega con la lluvia fue condecorado con el Águila Azteca en México (1987) y recibe en 1990 el premio Nonino en Italia. Dice que los premios le sirven en la afirmación de una serie de convicciones que ha tenida desde niño. Pero seguramente de los que se siente más orgulloso es de los que recibe en España. En una conferencia dada en la Universidad Complutense de Madrid en 1997 decía: “...tengo necesidad de España... ¿por qué no decimos de una vez la patria, la otra patria, no la madre patria, que es una forma de distanciar en cierta forma, aunque parezca tan cariñosa?” Para luega añadir: “...creo que nosotros los iberoamericanos... tenemos todavía la posibilidad de escapar de la despersonalización y de este infierno llamado globalización en donde nos quieren meter civilizaciones que bien poco tienen que ver con nosotros y con nuestra tradición”. Y ha sido consecuente con estas declaraciones. Formó parte del grupo de intelectuales colombianos que tras la aprobación de la nueva política de migraciones y reglamentar el visado para entrar en España, exigieron en una carta al gobiemo español derogar la medida, y declararon “...con la dignidad que aprendimos de España, no volveremos a ella mientras se nos someta a la humillación de presentar un permiso para poder visitar lo que nunca hemos considerado ajeno”. Después de este viaje, Mutis recibe el premio Cervantes, que es un homenaje a toda una generación de escritores y artistas de Latinoamérica.
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“EL HOMBRE HA PERDIDO SU NOCIÓN DE HUMANIDAD Y HA FRACASADO COMO ESPECIE”
por Carmen Sigüenza - Madrid Diario de Noticias, 22/4/2002
Álvaro Mutis recogerá mañana martes el galardón más importante de las letras hispanas, el Premio Cervantes. Lo hará de manos de Juan Carlos I, circunstancia que le hace doblemente feliz porque este autor, que asegura que “el hombre ha perdido su noción de humanidad”, ha confesado profesar “una gran admiración y devoción” hacia la figura del monarca, y ser un rendido admirador de Cervantes, cuya vida confiesa haber sido para él “una lección entrañable y un conmovedor ejemplo de lo que es el destino humano”, con una obra “espléndida y siempre moderna”.
EL ESCRITOR colombiano Álvaro Mutis recibirá mañana el Premio Cervantes de manos del Rey, Juan Carlos I. “Estoy muy conmovido”, dice el autor Álvaro Mutis, que nació en Bogotá en 1923, en vísperas de recoger el Premio
en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares. “Vivir esa ceremonia es una experiencia en la vida muy importante, sobre todo, si viene de la mano del Rey Juan Carlos, alguien por quien siento verdadera devoción desde hace muchos años”. Devoción y “veneración” que también profesa por el autor de El Quijote, tema sobre el que girará el discurso de aceptación del prestigioso Premio. “La vida de Miguel de Cervantes siempre ha sido para mí una lección, un entrañable y conmovedor ejemplo de lo que es el destino humano, porque a pesar de que vivió situaciones terribles creó una obra espléndida y siempre moderna”, asegura Mutis, quien leyó El Quijote por vez primera con tan sólo 12 años de edad. Mutis confiesa que lo que más le gusta es su muerte porque “demuestra la sabiduría de Cervantes al hacerlo morir en una especie de aceptación total”. El Premio que recibirá mañana viene a sumarse al Príncipe de Asturias de las Letras y al Reina Sofía de Poesía, los tres grandes galardones literarios de España. El próximo día 23 será una intensa jornada para el creador de Maqroll el Gaviero, ese álter ego que ha vertebrado casi toda la obra del escritor colombiano y a quien no ha querido invitar a la ceremonia de entrega. “No le pongo en estas fiestas porque me crea problemas”, asegura con humor Álvaro Mutis, un hombre que ha vivido intensamente, siempre alegre y enérgico, como dicen sus amigos, pero muy crítico y escéptico con el mundo. “El hombre ha perdido su noción de humanidad. Nos hemos convertido en unas sombras movidas por máquinas y por instrumentos electrónicos que ya nada tienen que ver con nosotros”, recalca el escritor, quien considera que el hombre “ha fracasado como especie”.
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Oriente Medio Un Álvaro Mutis que nunca habla de política y que se confiesa “gibelino, monárquico, legitimista y anarquista”, pero que pone tono firme y serio a la hora de comentar la situación de Oriente Medio: “Me parece gravísimo, me parece terrible. Yo creo que los palestinos tienen derecho a su tierra y mientras no se despierte el mundo a esa realidad seguirá esta matanza absurda”. Una mirada pesimista que también abarca a su país natal, Colombia y, en general, a toda Latinoamérica. “Siempre ha estado en crisis, porque somos un continente un poco adolescente todavía —dice—, pero también hay países europeos que han vivido en crisis durante muchos años, y las crisis ayudan a despertar al hombre y hacerlo consciente. No digo que estas situaciones sean positivas, porque se sufre, pero en sí son una experiencia profunda que a un escritor le sirve para tomar una importante lección”. Reflexiones como éstas son las que llevan a Álvaro Mutis a preguntarse: “¿Cómo no voy a ser pesimista, quién no va a ser pesimista?, basta leer la historia, ¿no? Optimista es alguien al que no le han dado todos los datos”, precisa. Hace algún tiempo Álvaro Mutis creía que un buen revulsivo para mejorar la condición humana era la poesía. “Ejerce un poder salvador en el hombre —decía—. Permite seguir viviendo con el menor asco y la menor náusea posible”, una lección que le trasmitió su amigo y también escritor, el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón. Hoy, sin embargo, este colombiano, afincado en México en la actualidad, dice que la literatura y la poesía no ayudan a que el hombre sea un poco mejor. “Ceo que ayudan a mejorar individualmente, a tener más concien31
cia de sí mismo. Pero que ayuden a mejorar al hombre todavía no se ha demostrado porque la historia es una sucesión de desastres y los errores del hombre son realmente aterradores”. Álvaro Mutis, que se siente, sobre todo, “un servidor de la poesía”, ha teñido siempre toda su obra literaria con un denominador común: el paisaje de tierra caliente; los cafetales, los ríos “torrentosos”, la naturaleza salvaje y los mares de América y Europa, siempre entretejidos.
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ENTREGA DEL PREMIO CERVANTES. ÀLVARO MUTIS ESCRITOR
EFE – Madrid Diario de Noticias – 24/4/2002
“Siempre he sentido que mi obra caminaba desamparada por sendas ajenas a mi vida diaria” ÁLVARO MUTIS
EL ESCRITOR Alvaro Mutis ensalzó ayer, en su discurso de agradecimiento del Premio Cervantes, la figura del autor de El Quijote, un hombre de “destino adverso y sembrado de injusticias”, creador de una obra en la que “el genio está presente en cada línea para mostrar, con lúcida evidencia, nuestro precario paso por la tierra”. En un discurso de tres folios, sin duda uno de los más breves que se recuerdan en los veinticinco años de historia del Premio, si se exceptúa el de Borges, Mutis agradeció el galardón y dijo que España, al concedérselo, otorga a su obra “un lugar y un porvenir que, a tiempo de llenarme de felicidad, me la entrega identificada con mi propio destino”. El creador de Maqroll el Gaviero confesó al comienzo de su discurso que la concesión de este premio ha des-
pertado en él “las más antiguas y entrañables vetas” de su conciencia, tanto por lo que le ha supuesto a título personal como porque ha incrementado la “veneración indeclinable” que siente por Cervantes desde su más temprana juventud. La relación de este colombiano de 78 años con su propia obra ha estado marcada por “el rigor de una autocrítica implacable y la angustia de no haber alcanzado la plenitud y claridad de lo que he querido decir”. “Como jamás he vivido de mi vocación literaria y me he ganado el pan en oficios muy distantes de las letras, he tenido siempre la sensación de que mi obra caminaba desamparada por sendas ajenas a mi diaria rutina”, afirmó el escritor con la voz pausada y tranquila con la que leyó todo el discurso. Reconocimientos El que el Premio Cervantes se conceda en España es algo que llena de especial satisfacción a Mutis, porque “los españoles, las letras y las artes, la historia de esta nación, conforman las circunstancias de mi existencia, la materia siempre esencial de mis sueños y el apoyo que me rescata en los días de angustia y desconcierto”. El escritor, cuya obra ha sido reconocida también con premios tan prestigiosos como el Príncipe de Asturias de las Letras, el Nacional de las Letras de Colombia o el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, pidió “indulgencia” por la incursión que hizo en su discurso en las confesiones personales, pero “debo reconocer que es para mí muy importante ponerme en orden frente a tan generosa y obligante distinción como ha sido este Premio Cervantes”.
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Y tras las disculpas, Mutis habló de su “veneración indeclinable y cada día más cálida” por la persona y la obra de Cervantes. “Creo que es difícil encontrar en la historia de las letras de Occidente, un destino más adverso, más sembrado de injusticias, olvidos y amargos altibajos, que el que tuvo que padecer el entrañable autor de una obra literaria incomparable y luminosa”. Desde que leyó en su adolescencia una edición escolar de El Quijote, que dejó en él “una impresión inolvidable”, la obra cervantina ha sido para él “un ejercicio y una compañía siempre lista a despertarme sorpresas y lecciones inagotables”, dijo Mutis, autor de una obra poética definida por García Márquez como “hermosura quimérica” y “desolación interminable”, según evocó ayer el Rey en su discurso. Cuando Álvaro Mutis se acerca a cualquier obra de Cervantes, lo hace siempre con “el mismo acongojado sentimiento de compasión y asombro”, ya sea al volver a recorrer las páginas de El Quijote o las de las Novelas ejemplares, los Entremeses o las del Persiles y Segismunda. “Me intriga, y así será hasta el fin de mis días, que este hombre que he llegado a querer con afecto que me atrevo a llamar familiar, haya logrado una obra en donde el genio está presente en cada línea para mostrar, con lúcida evidencia, nuestro precario paso sobre la tierra”, dijo Mutis, quien tras estas palabras leyó un soneto de Borges, titulado Un soldado de Urbina, en el que el escritor argentino hace “un retrato absoluto de Don Miguel”. El escritor finalizó su discurso agradeciendo a España la concesión del Cervantes, un premio “que no puede ser más precioso para mí y viene a poner orden y armonía en el discurrir tan a menudo ajeno e indescifrable de mi vida”.
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MUTIS, EL POETA QUE CON “MAQROLL EL GAVIERO” SE HIZO NARRADOR
Madrid, España / EFE Abril 2002
EL COLOMBIANO Alvaro Mutis, que recibió este martes el Premio Cervantes 2001 de manos del Rey Juan Carlos, es el creador del famoso personaje Maqroll el Gaviero, que vertebra una obra reconocida internacionalmente por su altísima calidad poética y narradora. Nacido en Bogotá el 25 de agosto de 1923, Mutis pasó buena parte de su infancia en Bélgica, donde su padre ocupaba un cargo diplomático. A Colombia volvió en 1934 y allí escribió y trabajó como periodista y relaciones públicas hasta 1956 cuando se trasladó a México, donde hoy reside. Al igual que Gabriel García Márquez, publicó sus primeros poemas y críticas en el diario bogotano “El Espectador”, y desde 1947 ha escrito obras de poesía como “La balanza”, “Caravansary” y “Los emisarios”, además de novelas y libros de relatos como “Los trabajos perdidos”, “La mansión de Araucaima, “Amirbar”, “Un bel morir” e “Illona llega con la lluvia”.
En 1953 se publicó en Buenos Aires “Los elementos del desastre”, libro en el que aparecía por primera vez el personaje “Maqroll el Gaviero”, presente después en casi toda su obra poética y narrativa, y que, según el autor, inventó “para no tener problemas de identidad”. En 1996 presentó en México una recopilación de las obras de este personaje bajo el título “Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero”. En España, apareció recientemente una nueva edición completa de esta complicación con los libros “La nieve del Almirante”, “Illona llega con la lluvia”, “Un bel morir”, “La última escala del Tramp Steamer”, “Amirbar”, “Abdul Bashur, soñador de navíos” y “Tríptico de mar y tierra”. En 1956, durante la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla, Mutis se exilió en México debido a que la empresa petrolera Esso, en la que trabajaba en Colombia como jefe de relaciones públicas, le demandó por presunta malversación de fondos. Dos años más tarde, y a raíz de la extradición pedida por el Gobierno colombiano, el escritor fue encarcelado en la prisión mexicana de Lecumberri durante quince meses. Una vez derrocada la dictadura militar en Colombia, fue sobreseído el proceso contra Mutis, que, sin embargo, decidió fijar su residencia en México. El autor contó sus experiencias de la cárcel en su poemario “El diario de Lecumberri”, aparecido en México. El propio escritor ha relatado que aquel encarcelamiento fue para él “una lección que nunca olvidaré sobre los estratos más intensos y profundos del dolor y del fracaso”. Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1997, Médicis de Francia, Nacional de las Letras de Colombia y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, entre otros muchos galardones, Mutis, que se considera a sí mismo más poe37
ta que prosista, es doctor “honoris causa” por la Universidad del Valle (Colombia). Ha recibido distinciones entre las que figura la Orden de las Artes y de las Letras de Francia, el Águila Azteca de México, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio de España y la Cruz de Boyacá, en Colombia. Otros libros suyos son “Reseña de los hospitales de Ultramar”, “Crónica regia” (sobre el reinado de Felipe II), “Cita en Bergen”, “Jamil”. En 1994 apareció una biografía sobre él titulada “Celebraciones y otros fantasmas”, de Eduardo García Aguilar, escritor y compatriota suyo. Hace tiempo Mutis pensaba que un buen revulsivo para mejorar la condición humana era la poesía. Hoy no lo considera así. “Creo que ayuda a mejorar individualmente, a tener más conciencia de sí mismo. Pero que ayude a mejorar al hombre todavía no se ha demostrado, porque la historia es una sucesión de desastres y los errores del hombre son realmente aterradores”, declaró recientemente el autor. Aun así, Álvaro Mutis se siente, sobre todo, “un servidor de la poesía”, a la que ha teñido, como a toda su narrativa, con un denominador común: el paisaje de tierra caliente; los cafetales, los ríos “torrentosos”, la naturaleza salvaje y los mares de América y Europa.
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ÁLVARO MUTIS, PREMIO CERVANTES 2002. ESPAÑA DESDE COLOMBIA
por Juan del Moral Deverdad Nº 6 – mayo 2002
Vivimos en un mundo que parece una novela de ciencia-ficción donde rige la demencia.
“UN NOVELISTA colombiano escribió alguna vez: ‘Al entrar a España no tengo la impresión de llegar, sino la de volver’. Quizás a muchos españoles les resulte extraño este sentimiento, pero les aseguramos que esa sensación es la tópica del criollo, la del indiano, la del colono o del colonizado nacido en esos territorios de lo que fue el antiguo imperio de España. Si nos atrevemos a hacerle un reclamo a esa gran nación que nos enseñaron a considerar, con razón o sin ella, como nuestra Madre Patria, es por el hondo convencimiento que tenemos de no ser ajenos a España... “...nunca hemos renegado, ni podríamos hacerlo, de nuestro pasado español. Nuestros clásicos son los clásicos de España, nuestros nombres y apellidos se origina-
ron allá casi todos, nuestros sueños de justicia, y hasta algunas de nuestras furias de sangre y fanatismo, por no hablar de nuestros anticuados pundonores de hidalgo, son una herencia española.” Así comienza la carta que un grupo de escritores colombianos, encabezados por el Nobel García Márquez y los escritores Álvaro Mutis, Fernando Vallejo y William Ospina, entre otros, remitieron al gobierno español negándose a pisar España mientras no se eliminara el requisito a los ciudadanos colombianos de llevar visado para entrar en nuestro país. La carta refleja en cada uno de sus párrafos la profunda unidad, no sólo cultural sino de pensamiento, de valores, de forma de concebir el mundo, que como un cordón umbilical multidireccional nos une a toda la comunidad hispana. Un sentir que funde el sentido del honor castellano con el disfrute de la vida del Al Andalus musulmán y que se potencia y enriquece al cruzar el Atlántico. Ese pensamiento parido en España y formado en todo el mundo hispano, tan lleno de vida, que se opone, como la luz a la oscuridad, al frío interés de la globalización anglosajona que impera en nuestros días, está presente de una manera muy especial en la obra y el pensamiento de nuestro más reciente premio Cervantes —el Nobel de las letras castellanas— el colombiano Álvaro Mutis. El honor de capa y espada Álvaro Mutis se define así mismo como “monárquico medieval” en el sentido profundo. “un personaje de otra época perdido en un mundo que parece una novela de ciencia-ficción donde rige la demencia”. Un hidalgo de estirpe española que antepone el honor al interés, el 40
corazón a la razón. Por eso su vida está llena de maravillosas locuras propias de manicomio para cualquier ejecutivo “eficaz”, como invertir los beneficios de la multinacional para la que trabaja en financiar proyectos culturales y luego pagar con la cárcel la osadía. O impregnar sus escritos de maravillosa dignidad propia de nobles sin fortuna, en un mundo que resquebraja los valores con el cuchillo del frío interés monetario. Considera la monarquía como un poder social que viene de lo alto y ordena el caos de la sociedad por una condición que sobrepasa al cargo político. El honor, la palabra, la fidelidad a unos valores y a un territorio. Una forma de concebir la sociedad hecha añicos por el mercantilismo anglosajón y el puritanismo protestante, que impone a sangre y fuego el frío interés del dinero haciendo añicos los principios. Un pensamiento éste, que hunde sus raíces en las tragedias de capa y espada de Calderón de la Barca o en las aventuras y desventuras de “Don Quijote de la Mancha”. En lo mejor de la nobleza española que se lanzó a la conquista de un nuevo mundo, movida en primer lugar por la fe, y que educó a cuantos encontró por el camino en sus mismos valores. Unos valores que el paso del tiempo no ha logrado borrar. “Hubiera querido vivir durante buena parte del reinado de su Muy Católica Majestad el Rey Felipe II, gozando del favor y del aprecio del monarca. En un vasto palacio madrileño destartalado e incómodo, complicado en todas las intrigas del palacio real, participando en la caída de Antonio Pérez (el espía inglés en la corte, que luego fraguó la “leyenda negra” española, siendo cómplice y gestor de la muerte del pálido infante Don Carlos) y formando parte de la comitiva que viajó a París para acompañar a la dulce esposa francesa del pálido monarca(...) Hubiera querido morir en Coimbra, 41
desterrado por el Conde-Duque (primer ministro del Rey), alejado de la corte y muertos ya mis viejos amigos Calderón de la Barca y el venenoso arcediano de la catedral de Córdoba, Don Luis de Góngora, me hubiese contentado para mi muerte con aquello que dicen las letanías del señor Mariscal: “Dadme un sitio seco, un ataúd de pino, las plegarias de un monje y una mortaja de lino”. Así se pronunció Álvaro Mutis al recoger el Premio Príncipe de Asturias de las letras, meses atrás, y así definió el porqué en una rueda de prensa: “Jamás he ocultado mi admiración por la Edad Media. Y es que durante el Medioevo existía una comunicación de persona a persona, una noción de individuo que hemos perdido completamente. Sin embargo, preferiero el siglo XVII. Un siglo en el que la elegancia y el bien decir estaban puestos a marchar en la forma más bella: había cinismo y era una época de bien escribir, además de libertinaje. Nuestro presente me parece siniestro. El hombre ha vuelto a una edad oscura y tenebrosa. Y la respuesta militar de Estados Unidos contra Afganistán, lo que está sucediendo en Palestina, el ataque a Irak, lo está demostrando. La globalización es una sandez típica de nuestro tiempo. Un plan de mercado y es que le recuerdo que vivimos en un gran supermercado. Globalizarnos indica y supone la pérdida de la personalidad, la pérdida de la identidad nacional, la pérdida del amor por nuestro suelo, parte esencial nuestra”. El pensamiento de Mutis no refleja a un hombre retrógrado, anquilosado en el pasado, sino avanzado, libre, que se enfrenta a la frialdad del pensamiento único con la viveza de los principios, tan vivos, tan presentes en nuestra cultura, como las obras que la representan, como “El Quijote”.
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El Quijote del trópico Dice Gabriel García Márquez: “Todos somos Maqroll el Gaviero”. El personaje emblemático que desde “Los elementos del desastre”, el poemario que Mutis publicó 1953, ha protagonizado la mayor parte de sus relatos. Todos nos podemos vernos reflejados en Maqroll, el navegante que arrastra por aguas del trópico su soledad y le lleva a enfrentarse a la muerte de toda ilusión. Como todos, salvando las distancias, nos identificamos con “Don Quijote”, el hidalgo que recorre el mundo para deshacer entuertos, o “Sancho Panza”, su fiel escudero labriego que aporta sensatez al idealismo de su amo al tiempo que se entrega a sus causas nobles. Para Mutis, como para Cervantes, la vida es un viaje sin fin cargado de aventuras. Pero no un viaje de grandes personajes épicos, héroes aleccionadores a los que imitar, como en las grandes novelas épicas de caballería y viajes; sino personajes corrientes que emprenden un trayecto cargado de vida. No es extraño que fuera el errante soldado manco de Lepanto quien inmortalizara al hidalgo Quijano en la novela más universal de la historia. Como tampoco lo es que Mutis, el viajero infatigable, sea el autor de algunos de los mejores libros de viajes escritos en las últimas décadas. Hijo de un diplomático colombiano en Bruselas, regresa a los nueve años a Colombia tras la muerte de su padre. Huye a México en 1956 porque la multinacional ESSO, para la cual trabajaba de relaciones públicas, lo acusa de malversar fondos en proyectos culturales. Es encarcelado por ello durante año y medio, y posteriormente desempeña los más variopintos trabajos que le hacen viajar por todo el mundo.
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La vida se convierte en la mejor fuente de inspiración para el arte. La literatura de Mutis está impregnada de experiencias personales que le dan ese carácter de autenticidad. Y como en lo mejor de la tradición literaria castellana, adopta el punto de vista del pueblo, de los oprimidos, de los que sufren. Algo que pasa a marcar de forma especial su obra y su vida tras su estancia en la cárcel, la cual considera como una de las experiencias más enriquecedoras de su vida. Adoptar ese punto de vista le hace conectar con lectores de todo el mundo y difundir otros valores opuestos a los dominantes.
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ÁLVARO MUTIS HABLA SOBRE EL ORIGEN DE MAQROLL EL GAVIERO, Y AFIRMA: NUNCA HE DEJADO LA POESÍA POR LA NOVELA
por José Lara Conaculta – México, 24/10/2002
POCOS son los autores que aceptan su destino literario a la sombra de un personaje. Álvaro Mutis es uno de ellos y la presencia de Maqroll el Gaviero en siete de sus relatos es testimonio de una especie de exaltación, culto, o tal vez mitificación de la figura arquetípica del aventurero. En el texto Sombra y destino de Maqroll el Gaviero publicado en el libro Del siglo XX al Tercer Milenio (tomo II), editado por el Conaculta como parte de las actividades realizadas por el programa Creadores en los Estados a lo largo de los años 1999 y 2000, donde éstos reflexionaron y discutieron públicamente sobre sus disciplinas de cara al nuevo milenio, Álvaro Mutis cuenta cómo nació este personaje y cómo resolvió qué elementos acompañarían su obra. El origen de Maqroll ocurre a través de la poesía escrita por Mutis. El primer poema donde aparece el Gaviero se titula Hastío de los peces y está en el libro Los ele-
mentos del desastre, publicado en 1953 en Buenos Aires, Argentina. El texto es un viaje por la memoria del aventurero que, al recordar los avatares de su vida, se muestra soberbio como el Ulises descrito por Dante en su “irresistible afición por adquirir experiencia del mundo, y de los vicios y virtudes de los hombres” (Canto vigesimosexto del Infierno). En la parte final del poema, aludiendo a un viaje interminable, Maqroll dice: “En otra oportunidad relataré mi vergonzosa huida y mi consecuente castigo”, lo cual, en la experiencia de Álvaro Mutis, vaticinó las sucesivas narraciones dedicadas al Gaviero. La reseña de los hospitales de ultramar es el único libro de poesía dedicado a este personaje y está narrado en primera persona; y la obra La nieve del almirante, que en un principio fue una larga prosa, abrió el camino de Maqroll hacia el mundo de la novela: “He escrito siete novelas con él y no digo que es otra persona distinta a la que aparece en mi poesía, pero sí que es una persona más cercana, enriquecida con hechos de su vida, de su pasado, de amistades, relaciones amorosas, de toda una serie de experiencias que lo hacen mucho más presente y mucho más cercano de lo que era en la poesía”. A decir de Álvaro Mutis la presencia de Maqroll estuvo con él durante mucho tiempo sin darse cuenta, y con él, el escepticismo y la desesperanza que existían en sus primeros poemas. “Maqroll me fue útil. Puede ser simplemente un truco literario, yo creo que sí es válido, es un artificio literario. Si funciona o no, el lector lo sabe”. Galardonado con el Premio Cervantes 2001, Álvaro Mutis es autor de La nieve del Almirante, Ilona llega con la lluvia, Un bel morir, La última escala del Tramp 46
Steamer, La muerte del estratega, Amirbar, Abdul Bashur, soñador de navíos y Tríptico de mar y tierra, entre otras obras. En las reflexiones hechas por este autor en las ciudades de Saltillo y Torreón, Coahuila, los días 26 y 27 de septiembre del año 2002, Mutis aseguró no sentirse como un novelista. “Estos siete libros son el desarrollo de temas, visiones, ambientes que están en mi poesía. No creo que mis relatos merezcan el título de novelas, como sí lo merecen Conversación en la Catedral o la Fiesta del chivo. Yo nunca he dejado la poesía por la novela, siempre estoy metido en un poema. Conversación en la Catedral pertenece a la gran tradición novelística francesa, o rusa, o inglesa del siglo XX. Las mías no”.
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ÁLVARO MUTIS EN EL CONGRESO DE LA LENGUA
EFE Elmundolibro.com - 19/11/2003
“La poesía revela al hombre la verdad sobre sí mismo”
EL ESCRITOR colombiano Alvaro Mutis atribuyó hoy a la poesía la capacidad de poder revelar “la secreta verdad del hombre sobre sí mismo, su mundo y la naturaleza”, dentro de lo que consideró una “necesidad urgente” que a su juicio acompañará a la condición humana hasta el final de su existencia. Hacía éstas declaraciones en el ámbito del IV Congreso de la Lengua que se celebra en Valladolid y que tiene la poesía como tema central. Siempre habrá poesía “Por eso siempre habrá poesía, esa voz secreta de los rincones más escondidos y menos frecuentados por el propio dueño del alma, a veces sin saberlo”, apostilló el poeta y prosista nacido en Bogotá hace ochenta años y cuya obra ha merecido los premios Príncipe de Asturias
de las Letras (1997), Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (1997) y Cervantes de Literatura (2001). Mutis, durante su participación en el IV Congreso Internacional de la Lengua que mañana se clausura en Valladolid, se mostró convencido tanto de que la creación poética “no es un arte de moda” como de su “urgente necesidad”, ya que “hasta el último hombre que quede en la tierra, antes de morir se despedirá de forma poética”. Incapaz de explicar qué es la poesía El creador de ‘Maqroll el gaviero’, uno de los personajes más reconocidos de la literatura internacional, que aparece en siete novelas y la recopilación poética que lleva su nombre, se mostró incapaz de explicar “de forma rotunda” qué es la poesía, “con tanta carga de misterio y de uno mismo que resulta prácticamente imposible trasladar al lenguaje”. Tan sólo “en ciertos momentos” lo lograron a su juicio creadores como Pablo Neruda y T.S. Elliot, “al traspasar esa zona e iluminarla”. Reconoció, en esta línea, que la necesidad de la poesía “ha resultado ser una de mis obsesiones, que se ha agudizado y hecho más crítica y torturante a medida que han pasado los tiempos”, y que ha quedado plasmada en la “Summa de Maqroll el gaviero”, donde reunió los poemarios escritos entre 1948 y 1970. Reflexión, pero tambien lectura Alvaro Mutis alternó sus reflexiones sobre la lírica con la lectura de algunos de entre una selección de poemas, cada uno de los cuales desvela claves de su biogra49
fía y de su producción poética, como el dedicado a Cádiz “donde nacieron mis antepasados, de la que soy ciudadano honorario y donde siento que están mis raíces cada vez que paseo por sus playas, calles y plazas”. Es en Cádiz donde está “el secreto de mi sangre, la voz de los míos” porque “allá en el fondo soy un gaditano de tierra caliente”, añadió sobre la denominación que recibe en Colombia la región más próxima a la línea del ecuador, el Departamento de Colima, “donde mi abuelo tenía una hacienda y está realmente mi patria”. Alvaro Mutis, figura literaria imprescindible Este poeta y narrador colombiano, que se inició en los versos con “La balanza” (1947), pasó parte de su infancia en Bélgica y desde 1960 reside en México, recitó también al auditorio la Oración de Maqroll el Gaviero, de quien quiso aclarar que “no es un doble mío como han dicho, ya que en muchas cosas es bastante distinto y está alejado de mi vida y mi carácter”. “A veces incluso hace viajes y emprende gestas que me hubiera gustado hacer pero que nunca pude porque no tuve ni su fuerza, ni su independencia de espíritu”, apostilló Mutis, quien como prosista arrancó en 1960 con “Diario de Lecumberri” (1960), “La mansión de Araucaima” (1973) y “La nieve del almirante” (1973).
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Entrevistas
¿EN QUÉ ÉPOCA LE HUBIERA GUSTADO VIVIR?
por Gloria Valencia de Castaño Bogotá, 1995
GLORIA: Cuéntenos Álvaro: ¿en qué época del mundo le hubiera gustado a usted vivir? Álvaro Mutis: Hubiera querido vivir durante buena parte del reinado de su muy católica majestad el rey Felipe II, gozando de la confianza y aprecio del monarca. En un vasto palacio madrileño, destartalado e incómodo hubiera reunido una pequeña corte de enanos y monstruos, entre servidores y bufones, a quienes les hubiera recordado a toda hora sus deformidades y lacerías. Complicado en todas las intrigas del palacio real, participando en la caída de Antonio Pérez, siendo cómplice y gestor de la muerte del Infante don Carlos, formando parte de la comitiva que viajó a París para acompañar a la dulce esposa francesa del pálido monarca, hubiera conocido de cerca al bearnés Enrique IV y hubiera estado de acuerdo con él en aquello de que “París bien vale una misa”. En una misión secreta ante el Príncipe Guillermo de Orange, después apodado el Taciturno y quien ya comenzara a inquietar los estados de Flandes, hubiera querido
pasear por la jocunda y coprofílica, sensual y glotona región de los Países Bajos y Ana de Saboya, la casquivana y desordenada esposa del príncipe, me hubiera hecho demorar más de la cuenta. Gloria: Muy seguramente. AM: Mi principal misión en el gobierno de Felipe hubiera sido la organización y desarrollo de la santa Inquisición en tierras de Indias. Hubiera establecido tribunales de la Santa Hermandad en todas y cada una de las ciudades fundadas en los nuevos dominios de la corona española y bajo un régimen implacable de acusaciones secretas, vigilancia continua y duros tormentos hubiera matado todo espíritu de independencia, hubiera extirpado hasta la mínima noción de libertad en tan apartadas regiones. Con un sistema de rehenes cautivos en las cárceles de España o vigilados en sus destierros de la corte, hubiera conseguido implantar un severo régimen de terror entre los españoles que quisieran residir y establecerse en las Indias obligándolos a tornar a España después de cumplido un determinado plazo, a fin de que no echaran raíces en los nuevos territorios de la Corona. A los naturales de esas regiones los hubiera embarcado en su totalidad y vendido a los venecianos para que los utilizaran en la construcción de sus malsanos y fétidos canales o de sus amplios y hermosos hospitales y palacios. Gloria: ¡Qué cosa tan monstruosa! AM: No creas. En la querella de Lope y de Góngora contra Cervantes hubiera estado de parte de aquellos y al autor de las Soledades lo hubiera hecho huésped de
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mi casa para tirarle la lengua sobre todos los chismes y mezquindades de las gentes de su oficio. Hubiera participado en la intriga que llevó a Luis de León a la cárcel y hubiera patrocinado la presentación de los Autos Sacramentales de Calderón en la Corte. Gloria: Cuénteme una cosa. ¿Pero cuáles son las características de la época de Felipe II que lo han llevado a escoger aquella época como la precisa para haber deseado vivir en ella? AM: Primero la vastedad universal de su influencia, la tremenda y buida autoridad del monarca, el magnífico desorden de las Cortes vecinas. Enrique III y sus mignons en Francia, Isabel y sus piratas en Inglaterra, Calvino el anverso y gemelo hereje de Felipe en la fría y ceñuda Ginebra, los tripones y congestionados electores alemanes, Venecia en una dorada decadencia. También me atraen de la época la proliferación de la miseria que hacía por contraste más amable el goce de los bienes terrenales y del poder, la abundancia de ejércitos mercenarios, suizos y alemanes, polacos e italianos, suecos y borgoñones que recorrían Europa asolando regiones en una sola ola de crueldad y borrachera. Los reitres y lansquenetes que dibujara Caló son, para hablar en términos de Reader’s Digest, mi personaje inolvidable. La actividad febril de la recién nacida Compañía de Jesús, con su admirable fundador cuyo manual de confesión es uno de los libros más importantes que jamás se hayan escrito. El prestigio de las Indias con su leyenda del Dorado y la gesta increíble de los conquistadores que hacía perder la cabeza a los hidalgos hambrientos de provincia e inquietaba y revolvía al vasto imperio de los pícaros. 54
La estricta vigilancia de las conciencias y el continuo hurgar en la vida privada permitidos a la santa Inquisición y que hacían más hermosa y deleitable la libertad de los grandes y privados. La poesía de la época, envuelta ya por las primeras redes del Barroco y buceando al fin por regiones de imaginación y de sueño. La mística de san Juan de la Cruz y santa Teresa disparada hacia lo alto desde la piojosa y mugrienta tierra de La pícara Justina y de Rinconete y Cortadillo. La fábrica sombría e inútil, gratuita e incómoda del Escorial con el panteón de los Infantes y sus cuadros del Bosco. Éstas y muchas otras cosas de la época me llevan a escogerla como la más adecuada a mis preferencias y la más ajustada a mis ideas. Gloria: Sí, me doy cuenta perfecta Álvaro. Y cuénteme, ¿en esa época cuál es la persona cuya amistad usted hubiera querido, la que hubiera preferido entre todas? AM: Sin duda la de Teresa de Ávila, la inquieta fundadora de Conventos, la aguda y locuaz andariega, la terca y firme solicitante en la Corte, la incansable y sagaz castellana ante quien todos acababan por rendirse, hasta el mismo Felipe a pesar de su pálida reserva. Mucho hubiera gozado oyendo a la santa contar sus andanzas y negocios y de pronto disparar el certero dardo de su ingenio contra algún espeso hidalgo que se negara a venderle unas tierras para un convento o se opusiera al trámite de unos mineros dejados como herencia para la Orden. Qué bueno irritarla criticándole algún párrafo de los reglamentos de la Orden para verla en todo el esplendor de su verbo analizando sabrosamente las debilida-
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des humanas y justificando las reglas por ella misma dictadas, para el mejor orden de sus conventos. Cuán grato oírle hablar de las incómodas posadas asturianas, de la vanidosa miseria de los andaluces, de la cicatera hospitalidad de los castellanos, de la fenicia seguridad de los catalanes. Mucho me hubiera criticado la santa mi colección de enanos y monstruos, pero mucho hubiera sido también la ayuda que le hubiera prestado en la Corte para sus fundaciones y trabajos. En el fondo me hubiera despreciado un poco y yo le hubiera temido otro tanto. Gloria: Cuénteme Álvaro, ¿cuál es para usted el rasgo más saliente y definitorio digamos, de esa época? AM: La herejía. Su florecimiento magnífico, las luchas que desencadenara, los varios y muy bellos aspectos con que se presentó de repente. Nunca antes ni después el hombre se presentó tan total y definitivamente a la herejía o se sumó a ella con tan tremendo ardor visionario. Desde la herejía musulmana mezclada con capitosas sugerencias de magia hasta la fría llama en que ardían Calvino o Melanston pasando por el inteligente y peligroso compromiso de Erasmo o la exuberancia vital de Lutero. La herejía de alcoba de un Enrique. La herejía juguetona e intrascendente del bearnés y la batalladora y probada herejía de Guillermo el Taciturno. La herejía mezclada con pantagruélicas indigestiones e interminables borracheras del gran elector de Baviera o la herejía cerebral y casi matemática de un Zwinglio. “Prefiero no reinar a reinar sobre herejes” fue la sentencia sobre la cual fundamentó su reinado Felipe II. Bien sabía él que tendría que luchar contra la más rica fauna 56
de herejías de la historia de la cristiandad, la más rica y la más próspera. Y en su lucha contra la herejía, en su implacable visión de ungido de Dios que veía en aquella la fuente de muchos y muy graves males futuros, hubiera querido acompañar al monarca. Que hubiera hecho hoy el balance de su reinado, perdido la batalla dejando en sus débiles sucesores la liquidación desastrosa de su gran imperio, no disminuye en nada la grandeza de sus propósitos ni los sanos principios que los inspiraron. Si Felipe gana su lucha contra los herejes nos hubiéramos evitado males tan tremendos como la igualdad, fraternidad, libertad, el liberalismo manchesteriano, la libertad de cultos, la igualdad de las personas ante la ley, la clase obrera, el abolicionismo de la esclavitud, la libertad de las colonias y tantas otras ñoñeces de nuestra época. Gloria: ¡Ajá, muy interesante eso, qué tal! ¿ah? Bueno Álvaro, ¿y de dónde hubiera derivado usted los dineros para sostener esa corte de enanos y de monstruos y estar ante el rey siempre decorosamente? AM: Ante todo hubiera cobrado fuertes sumas a los moros para librarlos de la santa Inquisición y después los hubiera acusado ante la misma haciendo llegar a mis manos buena parte de sus bienes. Hubiera conseguido para los Friger el préstamo que fue necesario para armar la Invencible y al mismo tiempo hubiera avisado a la corte inglesa, a cambio de oro, sobre la fecha y hora de zarpe de la flota. Hubiera sido abogado de la compañía ante la Corte para gestionarle las fundaciones de ultramar y, otra fuente magnífica para costear la complicada y lujosa vida de la Corte hubiera sido el comercio de esclavos en Santo 57
Domingo y Cartagena de Indias, comprándolos a bajo precio en la costa de oro a los negreros portugueses a quienes a mi vez les conseguiría licencias para traficar entre los puertos mediterráneos españoles y la costa argelina. Gloria: Afortunadamente no vivió usted en esa época Álvaro, porque habría pasado a la historia como uno de los monstruos, el más grande de su colección. AM: No crea, nadie me hubiera conocido. Gloria: ¡Qué horror! Cuénteme, ¿y dónde hubiera preferido morir? AM: Desterrado en Coimbra por el Conde Duque, alejado de la corte y muertos ya mis viejos amigos don Pedro Calderón de la Barca y el venenoso arcediano de la catedral de Córdoba, don Luis de Góngora. Me hubiera contentado para mi muerte con aquello que dicen las letanías del señor Mariscal: “Dadme un sitio seco, un ataúd de pino, las plegarias de un monje y una mortaja de vino”. Gloria: ¡Ajá! ¿Y hubiera usted cultivado entonces, como hoy, la poesía? ¿Las letras? AM: No. No es ese un oficio de grandes. Hubiera escrito en mi destierro una pequeña historia de la santa Inquisición bajo el título de “Brújula de las equivocaciones o el cepo de los infieles”, en donde hubiera puesto en evidencia todas las largas y complicadas intrigas e infamias llevadas a cabo al amparo de la santa institución y a menudo con el consentimiento de sus altos oficiales. Gloria: Creo que son suficientes estos improperios Álvaro y un millón de gracias por su participación en este programa. 58
“EL PLACER DE ESCRIBIR ESTÁ EN ENCONTRAR A ALGUIEN QUE RECUERDA UN PERSONAJE QUE HE CREADO”
por Marta Rivera de la Cruz Universidad Complutense, 1997
INVITADO por el Club de Debate de la Universidad Complutense, Álvaro Mutis visitó la Facultad de Ciencias de la Información para participar en un coloquio con los alumnos. La Facultad, que festeja sus veinticinco años de andadura académica, está un poco revuelta estos días: se celebran congresos, conferencias, seminarios. La reunión con Mutis coincide con la emisión en directo, desde el salón de actos, del programa de radio “Protagonistas”, dirigido por Luis del Olmo. Sin embargo, son muchos los que han preferido escuchar a Mutis y el aula elegida para el coloquio se llena hasta la bandera. Álvaro Mutis llega casi puntual, altísimo, sonriente, cómodo en su piel de escritor de moda y premiado reciente. Tiene la sonrisa constante, que a menudo quiebra en una carcajada sonora, inmensa. García Márquez lo definió una vez como “fabulosamente simpático”. Al ver a Álvaro Mutis uno tiene la impresión de estar ante un hombre dichoso, que disfruta enormemente con sus
tareas de creador, con el contacto con la gente, con el cultivo de la amistad. Mutis es un colombiano que vive en Méjico En dondequiera que se viva —dijo una vez en entrevista concedida a Lionel Giraldo— como se quiera que se viva, siempre se es un exiliado. Somos exiliados de nuestra infancia, de nuestra vida misma. Precisamente al exilio brindó un poema de “Los elementos del desastre”: ... y olvido así quien soy, de dónde vengo hasta cuando una noche comienza el golpeteo de la lluvia y corre el agua por las calles en silencio y un olor húmedo y cierto me regresa a las grandes noches del Tolima en donde un vasto desorden de aguas gira hasta el alba su vocerío vegetal su destronado poder, entre las ramas del sombrío chorrea aún en la mañana acallando el borboteo espeso de la miel en los pulidos calderos de cobre. Es entonces cuando peso mi exilio y mido la irrescatable soledad de lo perdido Exiliados de nuestra infancia. Si de ella somos, como decía Saint Exupery, Mutis pertenece al recuerdo vago de una Europa vista desde la óptica del hijo de un diplomático, allá en Bruselas, y luego de la del niño que regresa del continente para descubrir el trópico, la tierra caliente, las plantaciones inmensas, los cafetales, las quebradas, las tormentas apocalípticas, el universo particular de la finca “Coello”, allá en Tolima, el paraíso irrecuperable. La vida de Mutis ha sido intensa, particular, a ratos extremadamente difícil, como el período tremendo que pasó en el penal de Lecumberri por cau60
sa de un error. Dieciocho meses privado de libertad, que le sirvieron, sin embargo, para enriquecer su experiencia personal. Así se lo reconocía en una entrevista concedida a Elena Poniatowska en la cárcel donde cumplía condena por un delito que no había cometido: Estos meses de encierro los considero como una terrible pero fecunda experiencia humana, que me ha acercado a mi corazón y a mis asuntos. Yo antes era un ‘niño bien’ , y de esta vida tan fácil viene naturalmente una insensibilización. Éste ha sido un trance importante, doloroso, pero se han abierto una cantidad de puertas a la sensibilidad y creo que por primera vez sé lo que es el contacto humano verdadero. Fue allí donde escribió su “Cuaderno del Palacio Negro”, un testimonio inolvidable de su vida en la cárcel, y también cartas, muchas cartas: Siempre he vivido para la relación humana. Pongo allí muchísimo. La segregación de mi mundo afectivo es terrible. Cómo quiero yo a mis amigos, caramba. He escrito muchas cartas, sí. Pero ni una sola ha quedado sin respuesta. Porque en la cárcel Mutis hizo muchas cosas. Exploró de forma exhaustiva la biblioteca de la penitenciaría. Y leyó, leyó. Y dirigió la puesta en escena de una obra teatral, “El cochambres”, del también preso Rolando Rueda de León. Y siguió escribiendo. Y salió del penal con una experiencia tremenda a sus espaldas, y, sobre todo, sin rencores acumulados. Salió a la vida, a leer, a escribir, a publicar, a seguir dando forma a su Maqroll, que ya tenía vida propia. Leer, escribir, vivir. Y hablar, claro. Y cultivar a los amigos que quiere tanto y que le quieren tanto a él que García Márquez venció una vez más su miedo visceral a los aviones para estar a su lado en Oviedo cuando recogió el premio Príncipe de Asturias.
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Sin duda, éste ha sido el “año español” de Álvaro Mutis: Premio Príncipe de Asturias de las Letras, Premio Reina Sofía de Poesía. Dos premios casi de golpe, y los dos muy merecidos y muy propios para un monárquico confeso, como Álvaro Mutis, que una vez contó a la periodista Gloria Castaño Hubiera querido vivir durante buena parte del reinado de su Muy Católica Majestad el Rey Felipe II, gozando del favor y del aprecio del monarca. En un vasto palacio madrileño, destartalado e incómodo, complicado en todas las intrigas del palacio real, participando en la caída de Antonio Pérez, siendo cómplice y gestor de la muerte del pálido infante don Carlos y formando parte de la comitiva que viajó a París para acompañar a la dulce esposa francesa del pálido monarca (...) Hubiera querido morir en Coimbra, desterrado por el Conde Duque, alejado de la Corte y muertos ya mis viejos amigos don Pedro Calderón de la Barca y el venenoso arcediano de la catedral de Córdoba, don Luis de Góngora, me hubiese contentado para mi muerte con aquello que dicen las letanías del señor Mariscal: “Dadme un sitio seco, un ataúd de pino, las plegarias de un monje y una mortaja de lino”. Hace cuarenta años de eso. Ahora llegan los premios, que agradece profundamente: para mí el tener estos premios y el tener este contacto con ustedes es algo muy importante en la consolidación, en la afirmación de una serie de convicciones que he tenido desde niño. Sin embargo, Álvaro Mutis reconoce que le aterra el lado público del éxito. Desde la concesión del Príncipe de Asturias me han hecho unas trescientas entrevistas... ¡Y las que me quedan! Y a pesar de todo, ha aceptado la invitación de la Complutense para hablar con los estudiantes y la de la revista Espéculo para contestar algunas preguntas, que 62
seguramente ya le habrán hecho o que es posible que le hagan. Es difícil encontrar a alguien que acepte con tanta bonhomía la esclavitud del triunfo. A lo mejor es que, por encima de todo, Mutis parece disfrutar intensamente con cada cosa que hace. Saluda a los estudiantes: Les quiero decir que estoy feliz de estar con ustedes, que estoy feliz de estar en este país porque tengo necesidad de España. A veces pienso que los españoles debieron haber hecho lo que los portugueses: instalar la corona en América y todo hubiera ido más suavemente. Pero, bueno, hay la idea del lugar común, de la madre patria, que no ha servido realmente para nada. ¿Por qué no decimos de una vez la patria, la otra patria, no la madre patria, que es una forma de distanciar en cierta forma, aunque parezca tan cariñoso? Mutis aboga por un proyecto común para España y Latinoamérica: creo que nosotros, los iberoamericanos, o sea, los españoles y los hispanoamericanos, tenemos todavía la posibilidad de escapar de la despersonalización y de este infierno llamado la globalización en donde nos quieren meter civilizaciones que bien poco tienen que ver con nosotros y con nuestra tradición. Mutis habla del placer de leer, soy un lector devorante, dice, y recuerda a los estudiantes que debe leerse únicamente por gusto: A lo que quiero llegar es que la lectura obligada es nefasta. A los jóvenes aquí presentes, nunca lean nada por obligación. Lean por placer, tengan una profunda sospecha —estoy hablando de Literatura, ¿eh?, no de química ni de trigonometría ni ninguno de esos horrores— si les aburre un libro, acuérdense de mí, por favor, ciérrenlo y no sigan leyendo, y si es posible tírenlo. Lean cuando sientan que el libro comienza a formar parte de ustedes, cuando sientan que se crea una compañía. Todo libro que no sea una compañía ya es sospechoso. A veces cuesta trabajo llegar a ese estatus, a esa situación... 63
a mí me pasa con la poesía de Antonio Machado, que no me puedo mover de donde vivo a ningún sitio sin llevar conmigo “Campos de Castilla”. Claro que éste es un caso extremo... Pero, repito, al comienzo es posible que haya... no sé, un proceso de conquista. Pero sepan que sin el placer de esa comunicación con el libro todo es inútil. Y a modo de anécdota cuenta cómo fue un profesor suyo del bachillerato de cuyo nombre no quiero acordarme... vaya, creo que esta frase ya la dijo alguien... quien durante años le arruinó la lectura de Galdós y de Cervantes a base de exámenes y resúmenes obligados de los textos, y tuvo que pasar mucho tiempo hasta que Mutis se enfrentó por cuenta propia con las novelas de Galdós nunca he disfrutado tanto con un libro como cuando me sumergí en los Episodios Nacionales. También recuerda las circunstancias de su acercamiento a Cervantes: El primer ejemplar de “El Quijote” que me dieron a leer estaba expurgado, había que leerlo por obligación y escribir no sé cuántas planas sobre cada capítulo. Fue un suplicio espantoso lo tuve que hacer y no encontré ningún placer ni pude ver la maravilla que tenía delante. En una ocasión, cuando me quedé en la hacienda de mi abuelo que después fue de mi madre durante unas larguísmas vacaciones me encontré un Quijote y empecé a leerlo, y pensé: éste es el libro más divertido y más extraordinario que ha habido; y me ocurrió algo que me pasa cada vez que lo leo: me reconozco a mí mismo, esa mitad de Quijote y de Sancho que tenemos adentro está ahí, presentado con una profundidad, con una gracia, con una intensidad que hacen de la lectura una maravilla. Y además de la lectura por placer, porque para Mutis no hay otro modo de acercarse al libro, habla el autor de la necesidad de releer: El haber leído una vez, casi siempre —y lo digo en forma terminante— no basta. La 64
relectura da sorpresas extraordinarias. Pueden pasar dos cosas: el libro que nos llamó la atención y que nos acompañó durante un tiempo, de pronto se vuelve a leer y se piensa, pero bueno, qué veía yo en esto... Porque uno está llevando a esa lectura una experiencia propia. Y cambiamos muchísimo. En la vida cambiamos mucho y de una forma muy radical. Así que puede suceder que un libro, en una segunda lectura, no nos diga nada. Pero puede suceder al contrario, y ése es el regalo más grande que puede hacer, es decir, pero cómo no vi yo esto, qué maravilla, pero yo me acordaba mal de este libro. A mí me acaba de ocurrir con “Lord Jim”, de J. Conrad, que es un autor que quiero mucho. Pues releí “Lord Jim” hace seis meses y pensé: yo debí haber leído otro libro, porque éste es radicalmente distinto al que yo recordaba. La vida te va cargando de experiencias a través de las cuales estás viendo cosas que en un momento dado el autor puso en el libro y tú no podías ver ni percibir, te pasaron por encima. La última recomendación que hace Mutis a los lectores es la de la paciencia: cualquier relación, sobre todo al comienzo, está hecha de extrañezas. Con los libros pasa igual que con las mujeres y con los amigos: hay que tener paciencia para llegar a entenderlos y a quererlos. Ninguna relación es fácil al principio y cuenta ante un divertido auditorio que hace días estuvo a punto de desistir de la lectura de un biografía sobre San Luis Rey de Francia: entonces empezó a trabajarme adentro una especie de remordimiento. Y me dije: bueno, pero un momento... este señor, el autor, ha dedicado toda su vida a este trabajo... ¿por qué no le doy yo un poco de mi tiempo? Y volví. Y volví y tuve el premio magnífico de que las páginas que me faltaban de aquel trabajo árido entraban en el santo, en el hombre, y lo describían maravillosamente. 65
Y si leer es un gran placer para Mutis, confiesa a todo el mundo que escribir no lo es tanto: Cuando escritores, colegas míos cuya obra admiro, me dicen que sienten un placer infinito al escribir, no es que no les crea... es que me cuesta un trabajo horrible imaginar eso. Para mí escribir es una lucha con el idioma. El pintor tiene un lienzo en blanco, y lo va llenando de colores. Pero el lienzo está en blanco, entregado a él totalmente, a lo que él haga. El músico tiene una gama de sonidos, una manera de aprovechar esos sonidos. En cambio, los escritores nos las tenemos que ver con las palabras, con las que hablamos con el peluquero, peleamos con el taxista, discutimos con el amigo, hacemos una vida diaria que gasta y desgasta las palabras. Y esas mismas palabras son las que tenemos que sentarnos a usar para darles un brillo, para darles eficacia, para que nos ayuden a que Maqroll el Gaviero no haga más burradas de las que normalmente hace. Entonces esas palabras, cuando se unen unas con otras en una forma inesperada toman un brillo especial, saltan y se escapan de esa cosa usual, gris cotidiana... Ahí está el sufrimiento: en buscar la otra palabra, la manera de usar algo que está gastado y usarlo como nuevo. Y a mí eso me hace sufrir y me parece un infierno. Dice que no abre nunca un libro suyo una vez publicado porque cada vez que lo hago digo, pero, ¡por Dios!, pero cómo no me di cuenta de esto, pero, ¡por Dios!, cómo a este hombre no acabo yo de hacer el trazo de su destino, pero por qué soy tan perezoso, qué torpeza es esto, pero cómo una mujer va a contestar esto cuando está abrazada a un hombre ... Y Maqroll a veces me ha regañado... Un día, cuando estaba escribiendo la penúltima obra mía, “Abdul Bassur, soñador de navíos”, me quedé dormido y desperté y casi les puedo decir que oí a Maqroll diciendo: “así no hablo yo”. Bajé a las ocho de la mañana, vi la fra66
se y tuve que reconocer: tiene toda la razón, así no habla él. Eso no es ningún placer. Sin embargo, la compensación del escritor viene después, el saber que me leen personas en España, en América latina y en otros países, pero fundamentalmente en España, para mí es la justificación del trabajo siniestro de escribir. Un trabajo siniestro, dice, y al que, sin embargo, se ha dedicado en cuerpo y alma y siempre a través de muchas otras ocupaciones, porque Mutis ha sido relaciones públicas de una petrolera, ejecutivo de la industria cinematográfica y hasta actor de radio. Pero el trabajo de escritor, tan doloroso, tan poco placentero, gana al final la partida a todo lo demás. Antes de empezar lo que será la entrevista con Espéculo me recuerda las palabras de Pavese, “laborare stanca, trabajar cansa”, dice, pero, a pesar de eso, Mutis ha trabajado y ha escrito mucho desde que Zalamea Borda publicó sus primeros textos en el suplemento literario de “El Espectador”, de Bogotá. Obra en prosa, obra en verso, ambas de igual hondura. Gravitando sobre toda la obra, el personaje de Maqroll el Gaviero, seguramente el último héroe de la literatura contemporánea, “una esencia individual que sobrevive en un mundo épico”, en palabras de Guillermo Sheridan. Un aventurero y protagonista de novelas que nació, sin embargo, en un poema de “Los elementos del desastre”. Álvaro Mutis, que escribe sus poesías como si fuesen relatos y sus narraciones como si fueran poemas, se escandaliza cuando alguien le habla de la muerte de la poesía: La poesía no puede morirse nunca; se acabará el mundo, morirá el último hombre y seguirá existiendo. Porque Mutis, parafraseando a Cardoza y Aragón, sigue defendiendo a ultranza que la poesía es la única prueba completa de la existencia del 67
hombre, el principio y el final de todas las palabras”. Decía Álvaro Mutis, en entrevista con Gabriela Rábago, la inmensa recompensa está en el poema. Como escribía en “Los elementos del desastre”: Cada poema invadiendo y desgarrando / la inmensa telaraña del hastío.
—Queda claro que la poesía está viva y goza de buena salud. Pero, ¿y el realismo mágico? ¿Ha muerto? —Lo que yo realmente dudo es que algún día haya existido. Ese tipo de fórmulas convencionales inventadas en Europa para explicar el fenómeno de Latinoamérica. Cuando se creó esta fórmula, esta idea del Realismo Mágico, ya creyeron arreglar todo. Todo es realismo mágico. Y encaja. Piensan en García Márquez, por ejemplo, piensan en “Cien años de soledad” y ya relacionan al autor con el realismo mágico, y se les olvida que ese mismo autor escribió “El coronel no tiene quien le escriba”, que es la realidad misma, es un libro desnudo, maravilloso, despojado, donde no aparece nada que no sea cotidiano y terrible. Bueno, y en Francia esto ha llegado a convertirse en una manía: todo es Realismo Mágico si viene de Sudamérica. Yo quisiera que se sentaran y me dijeran cuál es el Realismo Mágico. El paisaje es así. Y el referirse al paisaje con cierta exaltación no tiene nada que ver, porque los escritores latinoamericanos están describiendo su verdad. Ni lo están magnificando ni les parece mágico; es que es así. —¿Cree usted, entonces, que el problema es que los europeos desconocemos la realidad latinoamericana y cada vez que algo nos sorprende lo relacionamos con la magia?
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—Exactamente eso. Ésa es la sordera, la tremenda ceguera. —Dicen que fueron su obra y la de García Márquez las primeras en las que el paisaje sudamericano no fue un mero adorno. —Bueno, eso no es exactamente así. Por ejemplo, José Eustasio Rivera en “La vorágine” tiene momentos maravillosos de descripción del paisaje. Y un escritor muy olvidado, Tomás Carrasquilla, ha descrito de un modo muy eficaz las minas de oro y el paisaje de la cordillera. Lo que sí sucede es que quizá los que escribimos más adelante incorporamos el paisaje como un personaje con alma, que actúa sobre los personajes y determina su destino. Pero eso no tiene nada que ver con el realismo mágico. Es que es así. Es así. Cuando Mutis retrata la selva lo hace de un modo descarnado, hablando de un paisaje hostil al hombre, de una realidad atroz que corrompe al ser humano. En “La nieve del Almirante” leemos: La selva tiene un poder incontrolable sobre la conducta de quienes no han nacido en ella, y esas palabras recuerdan a las que escribió Conrad sobre el Congo en “El corazón de las tinieblas”: —Yo no conozco el Congo; sí “El corazón de las tinieblas”. Conrad es un escritor a quien yo admiro mucho. Yo creo que a veces comparan con ella “La nieve del almirante” porque las dos describen el remontar de un río. Tal vez si yo hubiese descrito el descenso de un río... Mire, la selva amazónica no tiene nada que ver con ningún otro paisaje del mundo, para mí es horrible, algo infernal. La primera condición del paisaje amazónico es su monotonía implacable. Lo que ves el primer día lo vas 69
a seguir viendo durante todo el recorrido, pero con detalles que se pueden volver alucinantes, la misma boa con la boca abierta a la orilla del río, los mismos pájaros dando alaridos en los árboles, la misma inundación, porque no hay tierra, todo son charcos, y agua, y agua y humedad, y humedad, y muy poco color. Es alucinante. Y entonces uno se encuentra ya a esos suecos, noruegos, franceses, que han enloquecido, que están allí y han olvidado su idioma. Yo conocí a un señor que supe que era noruego porque me lo dijo gente del ejército que tenía los papeles de él. Pero aquel hombre había olvidado su propia lengua, y hablaba en una mezcla de español y del idioma de los indios. El poder destructor de la selva es terrible. Además, yo viví mucho la selva, porque cuando trabajé en la ESSO, la compañía petrolera colombiana, acompañé a dos ingenieros que iban a determinar las zonas donde había petróleo —por cierto, que no hacen una sola prospección, nada más que marcan en el mapa—. Yo los acompañe durante varias semanas por la selva, y descubrí todo ese horror. En el recuento de las visiones de Maqroll podemos leer: Ni el amor, ni la desdicha, ni la esperanza, ni la ira, volvieron a ser los mismos para él después de su aterradora vigilia en la mojada y nocturna soledad de la selva. Siempre Maqroll, el referente eterno. Y, sin embargo, Mutis ha creado otros personajes inolvidables, en especial ciertos caracteres femeninos. Es imposible no recordar, a Flor, a Amparo, a Ilona, que llegó con la lluvia y se fue de repente después de una trampa del azar. Y Susana “Wita”, la mujer del capitán: un personaje casi imperceptible, que aparece de una forma fugaz y que el autor hace morir, quizá para volverla eterna. Muerta ya Susana, dice de ella Maqroll: tenía esa rara condición de 70
transmitir la felicidad, de hacerla brotar en cada instante, así, gratuitamente, sin razón alguna, porque sí, porque venía con ella, con sus gestos, con su risa, con su amor por la gente, por los animales, por los atardeceres en el trópico... cuando perdemos a alguien así, sabemos que una ración más de la escasa dicha que nos es concedida se ha ido para siempre. Es el lamento más hermoso, la mejor elegía, las palabras que provocan una inmensa piedad, pero más por el vivo que por Susana muerte, más por el que sufre la pérdida que por la mujer eternizada para siempre en un recuerdo tan grande, en un recuerdo tan hermoso, y Álvaro Mutis sonríe con una ternura intensa y entorna los ojos cuando se le habla de Susana, la esposa de Wito. —Ése es un personaje que yo quiero mucho. No quise desarrollarlo más y que estuviera más presente porque, como tenía que entrar después Ilona, sentía que me descompensaba un poco, que iba como a tomarle terreno a Ilona, a la que quería yo darle toda la novela que pudiera. Pero la esposa de Wito es un tipo de mujer que yo quiero muchísimo, y me alegra enormemente que después de tanto tiempo de terminar yo el libro alguien se acuerde de ella. Ése es el placer de escribir: encontrar a alguien que le recuerda a uno un personaje transitorio, pero al que yo doy mucha importancia y la quiero mucho. Gracias por hablarme de ella. Es una palabra que escucharemos muchas veces de la boca de Mutis, que tiene una admirable tendencia a la gratitud, hija quizá de su vocación por disfrutar de todas las cosas de la vida. Mutis es generoso. Habla con los estudiantes sin prisa, con cariño, firma libros, hace preguntas a su vez, inquiere lugares de procedencia y 71
ríe cuando un muchacho colombiano le dice que nació en Aracataca, “¡caramba, sólo eso faltaba!”, y hay en su voz un matiz de afecto al recordar al señor de Macondo, su amigo eterno Gabriel García Márquez, Gabo, a quien cedió el proyecto de componer “El general en su laberinto”. El libro está dedicado a él: “Para Álvaro Mutis, que me regaló la idea de escribir este libro”. Un reconocimiento justo que Mutis dice no merecer: —Nunca regalé a Gabo..., eso es generosidad de él. Yo escribí esa novela, completa, una novela que tenía casi trescientas páginas. La leí y la quemé. Saqué un fragmento, que se llama “El último rostro”, donde pensé que estaba concretado lo que yo quería decir de Bolívar. El resto no me gustó. Hubiera podido publicarse, pero no soy yo, es alguien tratando de demostrar una tesis. Y un día, pasado un tiempo, fue a mi casa Gabriel y me dijo, oiga, yo no puedo creer que usted haya quemado esa novela, dígame la verdad, y yo, pues sí la quemé, pregúntele a mi mujer, la quemé aquí, en la chimenea de la casa, y él, qué loco tan increíble, pero ¿por qué la quemó?, y yo, porque no me gustó. Y entonces él me dijo, pues yo la voy a escribir, y yo le contesté, me parece muy bien, nadie lo hará mejor. Aquí está toda la documentación, y le di los libros que yo había leído, la correspondencia de Bolívar, en fin, una serie de documentos históricos esenciales, y se lo llevó todo, y se marchó de mi casa diciendo “Ya sabrás de mí”. Cuando terminó la novela me la dio, porque siempre me muestra sus originales antes que a nadie y me dijo, a ver, ¿va a quemar ésta también? Y allí estaba el Bolívar que debía haber escrito yo. Pero lo escribió él. Perfecto.
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Y así fue. García Márquez concibió un Bolívar distinto al retratado por Mutis en “El último rostro”. Fue el propio Mutis, en declaraciones a Jean Luis Ezine, del “Nouvel Observateur”, quien marcó la diferencia entre su personaje y el de García Márquez: Él ve en el libertador a un hombre sagaz, lo que desgraciadamente no era; a un hombre capaz de cálculos políticos cuando se comportó sobre todo como un niño consentido: en fin, a un conductor de hombres dotado de una madurez que jamás poseyó, en un continente donde la madurez ha brillado siempre por su ausencia. Mutis entendió a Bolívar como un héroe romántico; García Márquez presentó a un hombre de carne y hueso, al borde del abismo, cercano al final. También se sabe cercano a ese final el Bolívar de “El último rostro”, y así lo resume en una frase: “Ya hay pocas cosas que puedan herirme”. Pero Mutis hizo al Gabo un regalo más: el adjetivo “homérico”, que García Márquez emplea por primera vez en “El amor en los tiempos del cólera”, en 1985. Veintitrés años antes, en 1962, Mutis empleaba el término “homérico” para calificar una carcajada en el cuento “Isaac salvado de las jaulas”. —Acabo de descubrir esa circunstancia —se ríe—, eso de que Gabo empleara el adjetivo... Yo soy un gran lector de Homero, y es que además Homero es un ejemplo elocuente de lo que debe ser el éxito literario. Yo siempre pienso que el más grande poeta y escritor del occidente, Homero, no sabemos si se llamaba Homero, ni si existió, ni cuándo existió. “La Ilíada” y “La Odisea” no sabemos realmente quien las escribió. Y el caso es que no importa. Para mí ese anonimato es la mayor forma del éxito. Los libros son los que tienen que vivir, no uno. Es como los premios. ¿Usted cree que alguien serio que ha vivido una vida 73
plena, intensa, llena de trabajos, de sinsabores, de maravillas, puede creer que le están dando un premio a él? Claro que no. El premio es para los libros, que salen como huerfanitos a las vitrinas de las librerías. Ellos son los que necesitan el premio. Y ellos son los que van a disfrutar el premio porque el lector va a entrar en la librería pidiendo el último premio Príncipe de Asturias. Ése es el libro, no soy yo, de veras no soy yo. La literatura trascendiendo al hombre. Mutis ya lo ha escrito más veces, y recuerdo ahora el último poema de “Los elementos del desastre”: De nada vale que el poeta lo diga... el poema está hecho desde siempre. Viento solitario. Garra solitaria y quebradiza de un ave poderosa y tranquila, vieja en edad y valerosa en su trance. Es quizá porque piensa así que Álvaro Mutis reniega de la función social del escritor, del compromiso político. Lo ha hecho siempre, y siempre ha confesado que no le interesa la política —el último hecho político que me preocupa es la caída de Bizancio en manos de los infieles en 1453— ni las luchas por el poder, y no cree que el escritor tenga por qué convertirse en ideólogo ni en abanderado de ninguna causa. Así lo afirmaba en 1952, en una entrevista en el programa de radio “Noticias literarias”, dirigido por Felipe Lleras Camargo y J.M. Álvarez D’Orsonville, en Bogotá: La tan llevada y traída función social del escritor es una patraña en la cual se escudan los segundones de la literatura. Hablar de función social en la obra de arte es igual a que se hablara de función fisiológica cuando la prosa de determinados escritores nos conduce diligentemente a los caminos del más profundo sueño. Más adelante, lo ratificaba ante García Márquez: la única función que debe tener una obra de arte es crear 74
valores estéticos permanentes. Si de casualidad o de carambola estos valores estéticos coinciden con una visión determinada de la situación del mundo o del país, eso no significa que las masas deban exigírsela al intelectual, para la solución de los problemas de las masas. Han pasado muchos años y muchas cosas, pero Mutis sigue pensando lo mismo. El escritor debe dedicarse a la literatura y huir del canto de sirenas del poder: El poder político es una maldición. Y todo compromiso que el escritor tenga con el poder político es una prostitución lamentable, un error brutal que va a pagar caro. Porque el político no perdona. Para el político el escritor es un escalón para subir, que rechaza una vez que llegó arriba. Si quiere saber alguien lo que es el horror de vivir en la política que lea las “Memorias de Ultratumba”, de Chateaubriand, en donde está todo el viacrucis siniestro de alguien que de veras creyó que existía eso. Literatura y sólo literatura. Leer y escribir. Es difícil precisar qué ha leído Mutis. Al hablar de sus referentes da los nombres de Tomás Rueda Vargas, Alfonso López, Aurelio Arturo, Conrad, Neruda, Dostoievski, Dickens, Joyce... cita a Cervantes, a Machado, a Gracián, a Borges, de quien dijo una vez en una conversación con José Miguel Oviedo: Borges es un escritor para escritores. En 1976 confesaba a Guillermo Sheridan en una entrevista publicada en la Revista de la UNAM: Creo que no hay una sola palabra, un solo tono de Borges en todo lo que escribo. Leído esto, el comentario que sigue es una insensatez, pero Álvaro Mutis parece invitar constantemente a ir más allá. Así que se lo digo, la vida de Maqroll es un aleph, y Mutis abre un poco más los ojos y se acaricia la barbilla antes de contestar. —No lo había pensado nunca. Pero es posible, me gusta. Un aleph. 75
Todo lo admite Álvaro Mutis. Lo admite y lo incorpora, inmediatamente, como motivo de reflexión. No rechaza nada. Lo escribió en una ocasión: que vengan todas las influencias. Con ellas haremos la obra de arte. Y Maqroll, el héroe inmenso, puede colocarse en el epicentro del aleph. Dijo una vez el propio Mutis: Maqroll es todo lo que quise ser y no fui. Todo lo que yo he sido y no he confesado. Lo que es Maqroll él, por su cuenta. Y lo que pienso ser, algún día, en otra reencarnación. Ésta es la oración de Maqroll el Gaviero, y posiblemente también la de Álvaro Mutis: ¡Oh, señor! ¡Recibe las preces de este avizor suplicante y concédele la gracia de morir envuelto en el polvo de las ciudades, recostado en las graderías de una casa infame e iluminado por todas las estrellas del firmamento! Recuerda, señor, que tu siervo ha observado pacientemente las leyes de la manada. No olvides su rostro. Maqroll el Gaviero, Maqroll el amigo, el amante y el lector, Maqroll el protagonista de una inmensa novela cuyo único escenario es el viaje. Maqroll es el ciudadano de un universo eterno, inabarcable, inacabable; es el hombre que trasciende a la muerte porque sabe que será inmortal en tanto siga vivo. Que sean las palabras de Mutis, que es como decir las palabras de Maqroll, las que pongan término a esta conversación infinita: Es preciso tener las más bellas palabras listas en la boca para que nos acompañen en el viaje por el mundo de las tinieblas. Es menester lanzarnos al descubrimiento de nuevas ciudades. Generosas razas nos esperan. Buscar e inventar de nuevo. Aún queda tiempo. Bien poco, es cierto. Pero es menester aprovecharlo.
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MUTIS: “SIEMPRE HE ESCRITO LO MISMO”
BBC
Mundo - 29/1/2002
ÁLVARO MUTIS llegó a Madrid con motivo del Premio Cervantes 2001, máxima distinción a la creación literaria en lengua española. Para este autor colombiano, estar en España es “una necesidad física”. En su presentación ante la prensa en la Casa de América no quiso profundizar en el tema, aunque reconoció que haber firmado hace un año una carta de protesta contra la nueva legislación de inmigración a España, habría sido “una ligereza”. Desde la perspectiva actual lo explica como gesto de amistad y solidaridad hacia García Márquez y Botero. En pocos días Álvaro Mutis será nombrado “Hijo Adoptivo” de la ciudad de Cádiz, desde donde partieron sus antepasados hacia Colombia. Por más que deje de circular con la introducción del euro, Mutis siempre lleva consigo un billete de 2.000 pesetas, porque lo adorna el retrato de José Celestino Mutis, hermano de su bisabuelo. “Por un problema jurídico”, Mutis se radicó en 1956 en México. Durante más de 40 años su creación literaria
estuvo dominada por la poesía. “Hace poco” que también se dedica a la narrativa, que ve como una extensión de sus poemas. Tal vez por ello responda con un “no sé”, cuando se le pregunta sobre la línea divisoria entre ambas formas de escribir. Nunca pensó que fuera a recibir el Premio Cervantes. “Quiero mucho a Don Miguel”, dice hablando del autor de Don Quijote, a quien admira por su obra y como persona. Con casi una veintena de premios internacionales que ostentar, Mutis se presenta como un hombre modesto que admite sus dudas y que incluso afirma haber escrito “siempre lo mismo”. El corresponsal de la BBC en Madrid, Marcelo Risi, conversó con Álvaro Mutis. —Todos se dirigen a usted llamándolo “maestro”. —Con tal de que no me digan maestro ni me digan doctor, pueden meterse hasta con mi mamá. Señor Mutis nomás. Piense usted, que yo no acabé bachillerato, porque no aprendí a manejar los quebrados en la aritmética. Me causó tal angustia el pensar que tendría que aprender eso que resolví no estudiar más. Entonces con que me diga señor, que ya también es un compromiso muy grande, quedo contento. —Tanto en su poesía como en su narrativa usted habla de sus obsesiones, y del ambiente que los encierra. —Primero que todo, el contacto con la naturaleza. Este misterio que siempre nos enfrentará la naturaleza a nuestra condición humana. Yo siento la naturaleza tan superior a nosotros que me hace un bien enorme meterme en un bosque, recorrer un cafetal, sentarme al pie de un río tormentoso. Esas fuerzas para mí son esenciales y ésas son las que quiero que acompañen los episo78
dios y las situaciones en mis libros y las que canto en mis poemas. —¿Existe conciencia sobre esa fuerza de la naturaleza en este mundo que se dice globalizado? Es casi una visión romántica la suya. —Es una visión romántica. Lo que hoy día parece que quiere el mundo es destruir totalmente a la naturaleza, no soñar, no entrar en contacto un hombre con un hombre. Y la famosa globalización. O sea, que no seamos nada, cuando quieren que seamos todos los mismos, es ser nada. Nosotros somos de una tierra determinada con un pasado, con un destino que nos marca. Borrar eso es borrar nuestra condición humana. Y como vamos bastante adelantados en ese crimen siniestro, me da una tristeza profunda”. —Ahora recibe el Premio Cervantes. ¿Qué significa un premio? ¿Cómo lo recibe usted? —Yo siempre he sostenido que los premios son para los libros, para el trabajo que uno ha hecho. Eso es lo que están premiando. Esos libros tantas veces anónimos en las vitrinas de las librerías, en el momento que tiene la franjita que dice “Premio Cervantes”, “Premio Príncipe de Asturias”, “Premio Medicis”, que lo tuve en Francia, (el libro) ya está acercándose al lector. Y el lector ya entra en contacto con el libro. Yo creo que los premios son para el trabajo que uno ha hecho, el pensar que se lo están dando a uno como persona sería de una egolatría bastante, bastante ingenua. —Hay quienes afirman que los premios no son necesariamente justos, porque premiar a uno significa no premiar a otro. 79
—Eso siempre es cierto. A mí me habían dicho que el Premio Cervantes iba a ser para un poeta que yo admiro enormemente y un amigo entrañable, que es el poeta Gonzalo Rojas, el chileno. Yo hubiera sido feliz que Gonzalo tuviera ese premio porque lo merece inmensamente. —Ya que menciona a otro autor latinoamericano, hay algo así como un momento concreto por el cual atraviesa la literatura latinoamericana. ¿Se puede generalizar? —No creo. Yo nunca he creído en esa especie de reglamentación de la literatura. ¿Cómo está en este momento la poesía en el Ecuador? Qué voy yo a saber. A lo mejor hay alguien que no conocemos que está escribiendo una poesía extraordinaria y que dentro de unos años será el gran poeta. El arte no sucede con la regularidad con la cual pasan los metros por las calles.
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12 PREGUNTAS PARA UN CERVANTES
Librusa.com - 4/2/2002
EL ESCRITOR colombiano Álvaro Mutis ha obtenido el premio Cervantes, el galardón más importante de las letras hispanas. El Premio le fue concedido por amplia mayoría de un jurado encabezado por el director de la Real Academia Española, Víctor García de la Concha, quien afirmó que Mutis es un “caballero andante de la palabra. Un ensayista y narrador que desde su primer libro, ‘La Balanza’, busca, como si se tratara de una saga, la coherencia del poeta”. Mutis nació en 1923 en el seno de una familia de diplomáticos y aristócratas; parte de su niñez la pasó con su padre Santiago en Bruselas, donde era diplomático. Allí se apasionó por la literatura francesa y por la historia. A pesar de ser un hombre que dice temer a las multitudes, Mutis es el escritor colombiano más conocido en Estados Unidos, América y Europa después del Nobel Gabriel García Márquez. Desde hace más de cuatro décadas está radicado en México, donde se exilió voluntariamente debido a la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla (1953-57). Es-
cribir es su labor y oficio, el cual alterna con conferencias en congresos internacionales y universidades. A Mutis le tocó triunfar en el exterior para que lo conocieran en Colombia. En abril de 1997 el autor colombiano fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, y en junio del mismo año obtuvo el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. En octubre pasado, Mutis fue nuevamente distinguido, en esa ocasión con el Premio Internacional Neustadt de la Universidad de Oklahoma, considerado como el Nobel americano de literatura. Mutis es el decimotercer autor latinoamericano que obtiene el Cervantes, instituido en 1975 por el Ministerio español de Cultura para reconocer las más destacadas obras literarias en lengua española. —Recuerdo cuando usted dijo que los libros van buscando su lugar y su momento. Sin embargo, parece ahora que sus libros han encontrado un lugar y un momento en el premio Cervantes, sin duda un gran reconocimiento a la totalidad de su obra. —Estoy completamente de acuerdo con usted. Siempre he dicho que los premios son para los libros, no para el autor. El premio Cervantes le dará una oportunidad a mis libros que están parados en las vitrinas de librerías. Y así espero que el Cervantes les permita a estos libros alcanzar las manos de algún lector. —Usted se define también como un gran admirador del Quijote. Dice que a través de él se escapa de la rutina diaria, de lo gris y neutro de la vida de nuestro siglo. —Así es, pero también hay muchas otras consecuencias que tiene para mí la lectura del Quijote. Realmente no es una obra que leo cada año, pero es un libro que disfruto tremendamente. Siempre que lo leo vuelvo a reír 82
como lo hice la primera vez. Entonces tenía catorce años y el libro me impacto. Además el Quijote es una lección de la vida profunda y definitiva. —En distintas entrevistas sostiene que le produce un profundo hastío esta época siniestra de barbaridad, de violencia, de crímenes organizados y masivos, de holocaustos aterradores. ¿Por qué llega a definirse como un hombre medieval perdido en este siglo? —Jamás he ocultado mi admiración por la Edad Media. Y es que durante el Medioevo existía por lo menos una comunicación de persona a persona, había una noción de individuo que hemos perdido completamente. Sin embargo, más acertado sería decir que hubiera preferido vivir en el siglo XVIII. Fue un siglo en el que la elegancia y el bien decir estaban puestos a marchar en la forma más bella: había cinismo y era una época de bien escribir, además de libertinaje. Nuestro presente me parece siniestro. Hemos caído y nos hemos vuelto sombras. Ya no existimos como seres. El hombre ha muerto. Vivimos a través de aparatos electrónicos. Tampoco sabemos quién es quién y lo que está sucediendo en el mundo es tan irracional y tan absurdo que realmente a veces me da la sensación de estar viviendo una novela de ciencia ficción. —También asegura que no tiene esperanzas de que el hombre pueda sobrevivir a su propia miseria. —Es así. Lo peor del caso es que hemos fallado como especie y diariamente lo demostramos. Somos la única especie que se dedica a destruir el medio que le da de vivir.
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—Si fallamos como especie también fallamos como civilización. —Desde luego. Mire usted lo que está pasando. El hombre ha vuelto a una edad oscura y tenebrosa. Y la respuesta militar de Estados Unidos contra Afganistán lo está demostrando. De haber tenido la oportunidad jamás hubiera escogido vivir en esta época. Me duele por mis hijos y aún más por mis nietos. No hemos sabido construir un planeta estable. —El hombre profundiza cada vez más en esa palabra que a usted le pone la piel de gallina: la globalización. ¿Qué es la globalización para Álvaro Mutis? —La globalización es una sandez típica de nuestro tiempo. Es un plan de mercado y es que le recuerdo que vivimos en un gran supermercado. Globalizarnos indica y supone la pérdida de la personalidad, la pérdida de la identidad nacional, la pérdida del amor por nuestro suelo, parte esencial nuestra. Todo esto lo hemos dejado de lado en nombre de la globalización y nos estamos convirtiendo, repito, en sombras. La globalización es un crimen. —¿Piensa que América Latina tiene conciencia de lo que implica y significa la globalización, tal y como hoy la conocemos? —No hay conciencia y no la hay porque todo el continente va empujado por la miseria y la rutina. Lo peor del caso es que a nuestros gobernantes les parece que la globalización es perfecta. Triste es también reconocer que nuestros gobiernos no tienen la menor idea en lo que se están metiendo y a qué costos lo hacen. —Usted siempre se ha mostrado un gran admirador del sur de España y de la cultura árabe. Más allá afirma 84
incluso que uno de los grandes errores de Occidente es no haber escuchado nunca ni reconocido la importancia del Islam. —Yo desciendo de gaitanos. En el billete de dos mil pesetas español está el retrato del hermano de mi bisabuelo, el sabio José Celestino Mutis. Somos gaitanos y yo soy ahora hijo adoptivo de Cádiz. Creo que el reino de los Omeyas, en Córdoba y Andalucía fue un ejemplo admirable de comprensión y tolerancia. Basta con ir a Toledo y ver Santa María la Blanca, y también apreciar la capilla donde iban los mozárabes a escuchar misa todos los días en la catedral convertida en mezquita. Obviamente hay extremistas árabes que están al borde de una demencia terrible, pero eso no es el Islam. —Quiero citarle a Borges cuando decía que la democracia es un engaño de la estadística. ¿Sigue considerando que la monarquía absoluta era la fórmula perfecta de gobierno? —Desde luego. El hombre gobernando por una ley que viene de lo alto. Por una condición que lo supera, sea quien sea el gobernante. Soy todavía monárquico legitimista y civilino, es decir, partidario del imperio sacroromano. La democracia es un engaño barato, pero reconozco que la oportunidad de las monarquías absolutas ya pasó. No me interesa la política ni tampoco el desarrollo material instalado después del racionalismo. Lo que sí me interesa es el progreso interno del hombre. —¿Por qué considera que la poesía es uno de los caminos que rescatan al hombre de su tremendo y triste destino? —Porque el poeta tiene la visión de descubrir lo que hay detrás de cada cosa, detrás de cada momento. Lo 85
verdadero y lo escondido detrás de cada ser, objeto y trozo de naturaleza que se le presenta. Mire la visión extraordinaria de las Torres Gemelas de Nueva York que tuvo Rafael Alberti en 1980. Alberti se las imaginó y las vio destruidas. Ésa es precisamente la magia y el poder de revelación poética. —Ante todo usted se considera poeta y después narrador. ¿Cuándo se produjo el cambio de rumbo de poesía a prosa, o sería más acertado decir que su prosa es una larga extensión de su poesía? —Lo que acaba de decir es lo correcto. Yo he considerado mis novelas como parte de mi poesía. Es el mismo ritmo, las mismas obsesiones, los mismos afectos. El ambiente en el que se desenvuelven los personajes de mis novelas es también el ambiente en el que viven y respiran mis poemas. Nunca he sentido que abandono un género para ir a otro. Tampoco hago distinciones. Soy poeta y narrador, pero no novelista. Para eso está Balzac, Dickens o Tolstoi. —Finalmente, ¿ve alguna solución a la explosiva situación que vive Colombia, en medio del fuego entre paramilitares, la guerrilla de las FARC y el Ejército de Liberación Nacional? —Sobre mi país opino solamente cuando me encuentro en Colombia, asumiendo los riesgos que supone mantener ideas como las que tengo. Opinar fuera de Colombia supone también riesgos, pero mínimos. Solamente me gustaría decirle que sufro terriblemente con lo que está sucediendo en mi país. Allá están mis hijos y pienso en ellos cada minuto. Los veo viviendo en un país aterrador y aterrado por años de conflicto armado. Es como si Colombia compitiera por una vocación de masacre. 86
FALLAMOS COMO ESPECIE
Extracto de entrevista exclusiva otorgada por el escritor colombiano a Tierramérica.
MI FAMILIA toda se crió en haciendas. Y yo, aunque nací en Bogotá, tengo en la sangre esta condición de persona del campo muy consciente de la relación con la naturaleza, con toda ella: los animales, el cielo, el sistema solar, la vegetación, los minerales, los ríos, sobre todo los ríos. Uno de mis antecesores fue José Celestino Mutis, un sabio un científico amigo de Humboldt, que hizo la expedición botánica en Nueva Granada. A esa memoria, a esa historia vivida, atribuyo mi preocupación, mi vigilancia constante y mi necesidad de estar relacionado con la tierra caliente, a tal punto que aquí, en mi jardín, en mi hogar de Ciudad de México, tengo dos plantas de café, una de plátano, una de mora, las tengo ahí porque necesito el contacto con ellas. Todo lo que he escrito tanto en poesía (siete libros) como en prosa narrativa (siete novelas y un libro de relatos) ha buscado mantener esa relación con la tierra caliente, con aquellas fuerzas vitales que me despiertan la imaginación. Yo no escribo sino para mantener viva en mí esa presencia de la tierra caliente. Voy al campo e
instantáneamente entro a un estado de ánimo muy particular, armado no de una alegría desbocada sino de serenidad y equilibrio, y siento que el cuerpo y el alma me están diciendo ‘estamos en contacto con lo nuestro’. Sin embargo, los hombres hemos trabajado minuciosamente para destruir la tierra caliente, para transformar las ciudades en infiernos. Y no estoy diciendo nada nuevo: no vamos a morir por la bomba atómica, ni por el SIDA, sino de hambre. El otro día vi el mapa del hambre de la FAO en Roma. Descubrí que el país más rico del mundo (Estados Unidos) tiene ya las manchas rojas del hambre. Un niño famélico padece daños genéticos que cuesta 100 años revertir. ¡Pensemos en los centenares de millones de niños en el mundo que ya tienen esa lesión! Se trata, claramente, de un esquema de suicidio, nos estamos matando. Es una verdadera crisis civilizatoria. Fallamos como especie. ¿Se puede argumentar en contrario cuando en un mundo, supuestamente tan progresivo y tan lleno de avances técnicos, sucede un crimen como el de Yugoslavia? Porque no se trata de un crimen en nuestro pobre continente o en África, sino de una masacre planeada que pertenece a lo diabólico y que ocurre en pleno centro de Europa, a 45 minutos en jet de Roma, a una hora de París. Los costos de estos conflictos son inconmensurables. Va a requerirse más de un siglo para reparar los daños ambientales sobre todo la defoliación de los bosques que se perpetraron durante la guerra de Vietnam. Esta falta de lógica, esta irracionalidad indican que estamos en un proceso de suicidio. Y me parece muy conmovedor que organismos internacionales, gobiernos y entidades privadas traten de crear y establecer una conciencia en torno a este alejamiento, a este dar la espalda a la naturaleza que nos está llevan88
do a la muerte. Pero, aunque yo creo profundamente en la vida, no dejo de ser escéptico frente al estado de cosas en este fin de milenio.
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MUTIS: “GANAR TRES PREMIOS EN ESPAÑA ES ABUSIVO”
por Guillermo Tribin Piedrahita El Almanaque - 2002
EL ESCRITOR colombiano Álvaro Mutis, que el 23 de abril recibirá el Premio Cervantes de las Letras afirmó, con el desparpajo y el buen humor que le han caracterizado a lo largo de sus 78 años de edad, que considera “una cosa un poco abusiva” haber ganado los tres principales galardones literarios que se entregan en España. Además del Cervantes, considerado el Nobel de las Letras Españolas, concedido el 12 de diciembre pasado, Mutis recibió en 1997 los premios “Príncipe de Asturias”, de las letras y el “Reina Sofía”, de poesía. Al mismo tiempo, Mutis en declaraciones ofrecidas en la Casa de América, de Madrid, reconoció públicamente uno de sus “pecados”: haber suscrito una carta, junto a su amigo y premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez y al pintor y escultor Fernando Botero, entre otros, donde anunciaban que nunca más volverían a España por la imposición de la visa a los colombianos, a partir del 1º de enero de 2002. “Esta carta la firmé por una solidaridad con amigos de muchos años (García Márquez y Botero). Yo, por es-
tar a su lado, por acompañarlos en eso, cometí la ligereza de firmar esa carta”, añadió Mutis, quien aclaró que no “soy oportunista” y que no volver a España es, para él “algo inconcebible”, por lo que no cumplirá ese compromiso. Mutis, creador del famoso personaje de “Maqroll el Gaviero”, su obra cumbre, dijo que no ha dicho nada a éste sobre la concesión del premio Cervantes, por temor a que le pida una parte del dinero que lleva incorporado el galardón. “No le he dicho nada, porque seguro que me va a pedir una ‘tajada’ con el pretexto de que necesita arreglar algún barco”, dijo con ironía un Mutis relajado, contento de encontrarse en Madrid y quien el 5 de febrero recibirá el título de ”hijo adoptivo” de la ciudad andaluza de Cádiz. “Es la única ciudad donde no me dicen señor Mutis o cosas peores y una ciudad que me llega al alma”, expresó el escritor. Nuevamente se volvió a declarar un “devoto” de Cervantes, y con modestia —como se reconoció en el acto del salón Bolívar de la Casa de América—, manifestó que “los premios son para los libros, no para uno”, pero hizo una defensa de éstos “porque son buenos para que los libros salgan de las vitrinas y vivan en manos de los lectores”. Precisó Mutis que es muy exigente a la hora de escribir, pero que “nunca abro un libro mío ya editado, porque empiezo a leer y me digo: ‘Ay, por Dios, esto no era así’, y empiezo a sufrir muchísimo”. Añadió que siempre que escribe “me entra una autocrítica muy aguda sobre la justeza de cada palabra”, porque quiere que sea exacta.
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El ritmo de la frase, para que “tenga una respiración normal, un andar rítmico” es otra de las preocupaciones de unos de los escritores iberoamericanos más galardonados, porque también ha sido premiado por su obra poética. Esa autocrítica le ha llevado a quemar “en la chimenea dos novelas, una de ellas sobre los últimos días del libertador Simón Bolívar”. “No estaba satisfecho con su contenido final”, dijo para explicar esa “quema” de dos obras que hubiesen engrosado en la larga lista de sus novelas bien recibidas por el público y traducidas a más de 35 idiomas. “Es que cada vez que acabo un relato o una poesía no me quedan sino dudas”, afirmó para informar que en su novela “Los elementos del desastre”, publicada en 1953 en Buenos Aires, apareció por primera vez el personaje de Maqroll el Gaviero, que le ha acompañado en el resto de su obra narrativa y poética. “Yo he querido matar a Maqroll desde hace varios años, pero un amigo y escritor francés me dijo que eso no podía ser así, porque este personaje tenía que morir conmigo. Y estoy ahora de acuerdo, por lo que seguirá viviendo junto a mí” como lo ha hecho durante 49 años. Otras de sus obras como “La Balanza”, “Caravansary” “Los Emisarios”, en su faceta de poeta, y “Los trabajos perdidos”, “La mansión de Araucaima”, “Un Bel morir”, “La última escala del Tramp Steamer”, “La Nieve del Almirante”, “Illona llega bajo la lluvia”, “Amirbar”, “Abdul Bashur, soñador de navíos” y “Tríptico de mar y de tierra”, han convertido a este “cervantino empedernido” en uno de los escritores de mayor renombre mundial durante el siglo 20. Álvaro Mutis siente dolor por la “muerte” de la peseta, y mostró a su auditorio de la Casa de América un 92
billete de 2.000 pesetas, que “siempre cargo conmigo” porque en él está impreso José Celestino Mutis, el hermano de mi bisabuelo”. José Celestino Mutis, un botánico y matemático nacido en Cádiz y muerto en Bogotá, fue director científico de la operación Botánica del reino de Nueva Granada Apolítico de toda la vida, Mutis que vive en México, país adonde viajó en 1955, afirmó que la grave situación que vive Colombia le preocupa y le duele. No se pronunció sobre el “proceso de paz” que el gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) adelantan actualmente —en medio de una ola inusitada de violencia terrorista—, pero sí afirmó rotundo que “me duele profundamente, porque quiero mucho a mi país”. Calificó la situación de América Latina —y en especial la que se vive en Argentina, Colombia y Venezuela, como “una especie de imposibilidad de ser en todos estos países”. “Latinoamérica —precisó Mutis— vive una adolescencia lamentable, que está costando muchas vidas”, y aunque aclaró que los “datos que tiene no son los más minuciosos”, reconoció que “nuestras naciones tienen menos de 200 años de vida independiente” y sus actuales problemas “me causan mucho dolor”. Álvaro Mutis seguirá cautivando auditorios por su estilo literario, su facilidad de palabra , su ironía y su buen sentido del humor durante esta “Semana del Autor” que la Casa América ha organizado en su honor y, mientras llega el día para sentirse un auténtico “hijo adoptivo de Cádiz”, Maqroll el Gaviero aprovechará la mejor ocasión para lanzarle un “sablazo” que le permita recibir parte del premio Cervantes, asustando al escritor con “hundir un barco”. 93
ÁLVARO MUTIS: “ESCRIBO PARA PERPETUAR LA TIERRA DE MI NIÑEZ”
por José Font Castro Fuente: Jornal de Poesía, Banda Hispánica
POETA y novelista Álvaro Mutis Jaramillo nació en Bogotá el 25 de agosto de 1923, hijo de Santiago Mutis Dávila y Carolina Jaramillo. De 1925 a 1939 residió en Bruselas y estudió en el Saint Michel de los jesuitas, pero en vacaciones retornaba al Tolima. Estudió en el Rosario. En 1941 se casó con Mireya Durán, con quien tuvo tres hijos. En 1942 comenzó a trabajar en radio; en 1946 fue jefe de redacción de Vida. En 1948 publicó, con Carlos Patiño, su primera poesía: La Balanza, al que siguió, en 1952, Los elementos del desastre. Jefe de publicidad de Colseguros y Bavaria, de relaciones de Lansa y luego, en 1954, de la ESSO. En 1956 viajó a México pues la ESSO lo demandó. Allí escribió Reseña de los hospitales de ultramar (1959); en 1959 estuvo 15 meses en la cárcel de Lecumberri, donde escribió Cuatro relatos (1958), Los trabajos perdidos (1965) y el Diario de Lecumberri (1960). Libre, se vinculó a la Century Fox hasta 1988. En 1973 publicó La mansión de Araucaima, en 1982 Caravansary, en 1983 ganó el premio nacional de poesía, en 1984 Los
Emisarios, en 1985 Crónica vieja y alabanza del reino, al año siguiente apareció su primera novela La nieve del Almirante; seguirían Ilona llega con la lluvia (1987), Un bel morir (1989), La última escala del Tramp Steamer (1989), Amirbar (1990), Abdul Basuhr, soñador de navíos (1990). Mutis ha ganado el Médicis, de Francia, al mejor libro traducido al francés en 1989; el Honoris Causa de las Universidades del Valle (1988) y de Antioquia (1993), y los Reina Sofía y Príncipe de Asturias. Álvaro Mutis (o si prefieren, Maqroll el Gaviero, para nombrarlo con la metáfora que ha creado de sí mismo) continúa todavía muy alerta, oteando el horizonte desde su puesto de centinela en lo alto del palo mayor, para desentrañar las posibles asechanzas que le reserva el tiempo a lo que aún queda de la travesía. Porque “el gaviero, el tipo que está allá arriba en la gavia desempeñando el trabajo más bello que puede haber en el barco, es el poeta, el que ve más lejos y ve por los demás”. Maqroll, un mito que nace predestinado a implantarse firmemente en la literatura, comienza su periplo en 1953, en el poemario Los elementos del desastre. Para entonces Mutis, su creador, le lleva una buena ventaja, ya que inició su andadura 30 años antes y promete continuar un buen trecho, porque aún no da señales de cansancio. Y es que a pesar de haber sido galardonado con los más importantes premios, el silencio es un premio que no se ha ganado todavía. Mi relación con Mutis a lo largo de estos cuarenta años se ha desenvuelto a base de encuentros, en muchos casos casuales encuentros en diferentes lugares, pues ambos nos fuimos casi al mismo tiempo de Colombia y hemos sido, además, viajeros inpenitentes. Ahora, al borde de celebrar su emblemático cumpleaños, nos hemos vuelto a encontrar en Madrid y Álvaro me sorprende 95
tan vital como lo conocí en el Bogotá de 1952, estrenando entonces un oficio casi desconocido en Colombia y que parecía inventado especialmente para él: las relaciones públicas. Como no podía darse el lujo de vivir de la poesía, tuvo que resignarse, como la mayoría de sus colegas a ser poeta a propósito de ser paralelamente otra cosa; de ser, por ejemplo, jefe de Relaciones Públicas. Y durante los 50 lo fue de la Colombiana de Seguros, de Bavaria, de Lansa y de Ecopetrol; posiciones a través de las cuales fue una especie de mecenas de la intelectualidad de aquellos tiempos, pues no había revista a la que no socorriera con anuncios, ni escritor en apuros que no se beneficiara de su generosidad, que muchas veces consistía en pagarle anticipadamente un artículo que a lo mejor nunca escribiría (aún le debo uno para Lámpara). Luego en México, a donde recaló en 1956 y se quedó desde entonces, trabajó en publicidad y posteriormente fue contratado, primero por la Century Fox y luego por la Columbia Pictures, para vender en América Latina sus series televisivas, trabajo éste que le permitió viajar durante 23 años por todo el continente y en el cual se ganó la jubilación. Desde entonces, todas las horas del día las ha dedicado a escribir, a recuperar el tiempo perdido. En esos años 50, Mutis, a pesar de su juventud, rebasaba las condiciones necesarias para actuar como relacionista, pues además de su talento creativo exhibía una sólida cultura que, si no era indispensable para su actividad cotidiana, sí lo era para su oficio nocturno de escritor, para recrear los mundos que hirieron de niño su imaginación; lo mismo que para su vocación de gran conversador, para animar las tertulias que solía organizar en restaurantes de moda y clubes elegantes, pues era un elitista que no solía frecuentar cafés como el Automático, tan célebre en esa época. Contaba, entre sus in96
terlocutores habituales, nada menos que a Gómez Dávila y Téllez, dos nombres que, junto con los de Carranza, Volkening y Eiger, ha entronizado en los altares de su memoria como sus auténticos mentores ¿Será exagerado de mi parte decir que fue Mutis quien introdujo (o popularizó) en Colombia a Proust y a Saint-John Perse? Al menos en los cincuenta era de los pocos que los había leído en su francés original y es gracias a su influencia que los más jóvenes comenzamos a leerlos. Dotado de una estupenda presencia —era el joven más bien parecido y elegante de su ciudad y de su tiempo—, derrochaba y derrocha todavía una simpatía envolvente y una elocuencia desbordante que suele subrayar con despeinadas carcajadas. Nunca ha tenido pose intelectual y ni siquiera se ha llamado a sí mismo poeta, sino modesto servidor de la poesía, como lo proclamó solemnemente al recibir el año pasado el “Reina Sofía”, al mes de haber recibido también el “Príncipe de Asturias”. Por la séptima, que era por donde discurría la vida de la capital, saludaba a sus amigos de una acera a otra con su inconfundible voz de trueno, la misma que protagonizaba a veces los fabulosos montajes teatrales de Bernardo Romero en la Radio Nacional; y la misma también que por aquellos días identificaba la recién nacida H.J.C.K y que medio siglo después ha vuelto a identificarla. La misma voz que tiempo después se hizo famosa en todo el Continente al narrar la serie de Los intocables. Esa voz, así como la carcajada, el talante, la lucidez —y la luz de unos ojos enmarcados por unas mefistofélicas cejas, lo mismo que una sonrisa que no le abandona mientras habla— se mantienen presentes con la frescura de antaño en el Mutis de hoy. Sí, nació en Bogotá, pero a los dos años se lo llevaron a Bruselas, donde su padre, Santiago Mutis Dávila 97
—biznieto de Manuel Mutis, hermano de José Celestino— fue nombrado diplomático. Allí creció hasta los nueve y, por supuesto, fue en francés que aprendió a leer, a escribir y quién sabe si también a pensar. Pero no obstante las vivencias que le deparó esa infancia europea, es la finca de tierra caliente llamada Coello, en el Tolima, surcada por plantaciones de café y caña, el lugar de sus más entrañables querencias. Allí transcurrió buena parte de su niñez y adolescencia. Lector compulsivo desde la niñez, para quien la historia de Europa se le antojó desde un comienzo como el más fascinante de los cuentos, fue, como siempre ocurre, un mal estudiante, que al fin nunca sacó el bachillerato, porque la lectura, la poesía y el billar del Café Europa y del Café París —que estaban a dos calles del del Rosario donde estaba matriculado— no le dieron tiempo para ello. En 1948, publica con Carlos Patiño, La Balanza, donde se alternan poemas de los dos, pero este libro, que ambos repartieron entre algunos libreros amigos, fue de las muchas cosas que ardieron el 9 de abril... Desde entonces ha publicado 22 libros en casi 100 ediciones. Maqroll, su álter ego, omnipresente tanto en los poemas como en las novelas, nace de la necesidad de ganar credibilidad. Las tribulaciones interiores que acosan a este joven veinteañero, producto de sus prematuras y abundantes lecturas, y que parecieran no tener nada que ver con un joven bogotano y casi calentano, requieren una voz y un protagonista en consonancia con ellas, tanto en edad como en vivencias. Para ello nace Maqroll, un hombre que inventó pensando en la palabra Kodak, escogida por su fabricante debido a que su fonética se pronuncia y suena igual en todos los idiomas. ¿Era que ya presentía que Maqroll desbordaría el castellano, que 98
sería traducido a 15 idiomas, entre los cuales hebreo, griego, sueco, ruso, rumano y danés? Es Mutis, con García Márquez, el colombiano más traducido. ¿Cómo era Maqroll? Nunca lo ha revelado. En La nieve del almirante hay una breve descripción, quizá la única de toda la obra, que se refiere a su barba hirsuta y entrecana que le cubre buena parte del rostro; y dice que era de pocas palabras y que sonreía a menudo, pero solo para sí mismo; y que tenía un aire salvaje, concentrado y ausente. Nada más. ¿De dónde era? Tampoco lo dice, aun cuando en una página deja entrever —sin querer decirlo— que podía ser de flamenco. Lo único que nos deja saber sobre este heterónimo que articula en gran parte su obra, es que “no hay nada en Maqroll que no sea mío. Yo no le he puesto a Maqroll nada prestado, no hay un solo rasgo de Maqroll al servicio de un personaje, todo lo que hay en él lo he vivido yo, sale de mí, de mi mundo”. Mutis desde siempre se ha declarado apolítico y monárquico. Es una posición suya muy seria, a pesar de que a veces la atribuya al hecho de haber nacido el día de San Luis, Rey de Francia. Pero la raíz de esta actitud está en sus lecturas de la historia de Europa —cualquiera de cuyos episodios puede contar como si lo hubiera vivido— que le despertaron auténtica fascinación por esa institución, patente en sus poemas al rey Felipe II. En este aspecto vive ausente de la actualidad. Declara que el único hecho político que de verdad le preocupa “es la caída de Constantinopla en manos de los turcos, sin dejar de reconocer que no me repongo todavía del viaje a Canossa del Emperador sálico Enrique IV, en 1077, para rendir pleitesía al soberbio Pontífice Gregorio VII, viaje de funestas consecuencias para el Occidente Cristiano. Por eso soy gibelino, monárquico y legitimista”.
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Coherente con esa posición, es el único colombiano que no nació ni liberal ni conservador y reitera que por ser monárquico no permite que se le llame derechista, un término que le huele a rancio. Dice no haber votado nunca, pues no cree en la democracia. Y a propósito explica: “Estoy totalmente de acuerdo con Ortega y Gasset, quien dijo que cuando las grandes mayorías se ponen de acuerdo es para cometer un desmán o alguna bellaquería”, Su intransigente monarquismo hace que mantenga una estrecha amistad con reyes, comenzando por los españoles. Esta posición no le ha creado problemas, excepto una vez en Puerto Rico, cuando estuvo a punto de ser linchado en la Universidad de Río Piedras por un grupo de independentistas que le preguntó su opinión sobre los episodios cuando E.U. se quedó con la isla. “Fue un acto bárbaro —respondió— que aún es tiempo de reivindicar devolviéndole esta isla a España, a la cual por derecho pertenece”. (Temiendo declaraciones como ésta, es por lo que su amigo Gabo nunca lo ha invitado a Cuba). Por más de que no hable de la edad —la suya la disimula muy bien—, este es un tema que siempre le ha preocupado. En Bogotá un tonto incidente lo ha hecho asimilar esa aterradora edad. “Salía yo del Tequendama — me contó— y un gamín, vendedor de lotería, me agobió ofreciéndome un billete, con el truco de dejarlo caer al suelo como si yo fuera turista. Lo mandé al carajo ¿Sabes lo que me respondió el chino?: ‘Váyase a la mierda, viejo h...’” —¿Eso fue todo? ¿Y qué...? —le pregunté. —¡Es que lo de viejo le salió del alma! A sus 75, completamente realizado, creyendo a ratos que ha llegado la hora de callar —pero sin callar—, disfrutando del amor, la ternura, la paciencia y el sentido común de la dulce Carmen, su mujer —sin lo cual este 100
gaviero no se hubiera afincado nunca en tierra firme, desde donde ahora columbra la sonriente lejanía del camino recorrido—, Álvaro reflexiona sobre la vida, la cual ni a él ni a Maqroll les debe nada. Y reflexiona también sobre la muerte, tema imprescindible para un poeta de cualquier edad. “La verdadera muerte —me dice— no es la que se presenta con una enfermedad. Ese es el fin. La muerte que uno lleva adentro, con la que ha vivido desde que nace, se manifiesta a estas alturas en forma sigilosa, a base de alejar recuerdos e ilusiones, a base de irnos aislando del presente y acercándonos al pasado, a base de que muchas de las cosas que nos han interesado tomen otra distancia. Es además un regreso muy intenso a la niñez y a la juventud...” —¿Por qué escribes, Álvaro? —Para salvar los recuerdos de mi niñez, que es una manera de perpetuar en la memoria los momentos más felices que he vivido. Lo he dicho muchas veces: todo lo que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar Coello, ese rincón de tierra caliente del que emana la substancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis errores y mis dichas. No hay una sola línea de mi obra que no esté referida, en forma secreta o explícita, al mundo sin límites que es para mí ese rincón del Tolima.
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ENTREVISTAS CON ÁLVARO MUTIS
POESÍA Y LITERATURA El oficio de escribir “EN CUANTO a mi relación con la escritura [puedo decir] que trabajo muy lentamente. Mi labor más intensa la hago dentro de mí mismo, en la alquimia interior que puede durar varios años. Por eso he dicho que cuando me siento a redactar un poema, ya casi está escrito de antemano. En aeropuertos, aviones, cuartos de hotel —sitios donde transcurre la mayor parte de mi vida— escribo en pedacitos de papel frases, claves, que organizo más tarde y son el origen de un poema. Estas notas son el único trabajo de escritura previo, lo cual de ninguna manera significa que crea en la inspiración. Jamás la he conocido y nunca he publicado nada de forma repentina. Respecto a mi poesía, opino lo mismo que Pablo Neruda: ‘Mis criaturas nacen de un largo rechazo’”. Entrevista con Cristina Pacheco, Uno más Uno, México, 1981.
“Hago un largo trabajo solitario, no gráfico, de elaboración, de pensamiento. Voy recogiendo estas cosas que escribí, completándolas y enriqueciéndolas. También voy rechazando. Muchos de ellos se me olvidan y a veces regresan con otras máscaras. Este trabajo de ir y venir, de destilar, de acariciar, de palmotear todas estas imágenes y todo este mundo es un trabajo, en mí, muy largo, previo a ese momento en el que me siento frente a la máquina de escribir mirando estas absurdas notas […] ”Cuando pasa a la máquina de escribir, ya para mí el poema comienza a ser. Pero ha transcurrido fácilmente un año, dos años —el tiempo no me importa— durante los cuales he estado verificando la verdad de lo que estoy diciendo […] ”Para lo único que sirve un poema es para constatar, en palabras, un fracaso. El abismo que existe entre la organización, el mundo, el orden mágico que tú has visto y aquello en lo que se convierten las palabras, es tan grande que realmente lo que queda escrito en la página es sólo la constatación escrita de un siniestro absoluto, de un fracaso total […] ”No puede hablarse de un texto terminado. Te voy a contar una anécdota muy bella que me refirió Fernando Botero sobre Bonnard: cuando los museos compraban sus obras, él en forma subrepticia y secreta, llevaba una paleta y le daba toquecitos de pintura al cuadro, ya colgado. Ningún poema termina. Por eso es optativo del escritor, en un momento dado, terminar en el sentido de pasarlo a los demás, siendo consciente, eso sí, de que está pasando algo que hubiera podido ser mucho más. Pero hay un momento muy difícil de determinar, lleno de una serie de señales, de púas y de luces de alarma, que te dice: ¡hasta aquí! […] 103
”Otra cosa que te podría decir […]: hasta que no está en letras de imprenta, publicado en un libro o en una página, yo no veo el poema. El poema escrito a máquina, para mí, tiene algo de inmaduro, de inacabado. La letra de imprenta como que le da al poema su armadura final, su estructura definitiva. ”También me sucede que, una vez terminado el poema y sacado en es página amarilla [en la que mecanografío mis textos], me produce un inmenso fastidio y soy totalmente incapaz tanto de recordarlo como de volverlo a leer porque no me dice absolutamente nada. Para mí no hay un suplicio mayor que leer mi poesía en público, porque es verdaderamente leer una serie de errores, constatar una inmensa secuencia de cómo no se dice una cosa […] ”Jamás he escrito pensando que alguien pueda leer mis textos. Eso no quiere decir que yo anhele que no los lea nadie o que no publique, pues sería una tartufería absoluta. Pero yo, yo escribo para ordenar mi mundo, escribo para poder seguir viviendo. Lo publico porque pienso que compartido con otras personas adquiere sentido.” Entrevista con Rosita Jaramillo, Fabularia, 1982.
—¿Cuántas veces puede morir un hombre? —Muchas. Más de las que él mismo sospecha. Concluir un libro, un trabajo, produce una sensación de muerte. Todo trabajo de creación —concretamente poética— es un proceso mortal. A medida que va dejando esos testimonios, el poeta va muriendo y nada lo revive. Va decayendo. Creo que por eso Rimbaud murió tan joven.
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—Entonces la escritura es un acto suicida. —Sí lo es. Vas dejando enterrados pedazos de ti mismo y en muchos de ellos están la sustancia y la clave que te habrían permitido vivir más. Entrevista con Cristina Pacheco, Uno más Uno, México, 1981.
—La disciplina, el oficio, el trabajo cotidiano, ¿qué aportan al resultado poético? —Son un acto de invocación. Trabajar no es sólo escribir. Trabajar puede ser, en la poesía, aprender a ver, aprender a verte a ti mismo, a mirar ese otro lado de las cosas y de los hechos, ese otro lado que tiene cada hora de nuestra vida. Estarlo vigilando. Tratar de sorprenderlo siempre. Ahí está la poesía. El trabajo de escritorio, de artífice, de artesano es desde luego necesario, pero con él solo no se va a ninguna parte. Y quise saber qué lugar le otorgaba entonces al artificio y al juego en el trabajo literario. —Forman parte del trabajo de invocación. Cuanta más capacidad lúdica tengas, más cerca estás de la magia. Pero tienes que ser honesto. No puedes jugar sólo con las palabras por la belleza de las palabras. No puedes estar haciendo estos bordados, estas exquisiteces, estos barroquismos que ocupan, en todos los sentidos, a estos muchachos colombianos. En muchos de ellos hay un inmenso talento, pero todavía no han empezado a entrar en contacto con este juego de condenados que es la poesía. La poesía no es ni agradable de hacer ni agradable de ver después de ser hecha. Es un trabajo endemoniado.
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”Mientras se realice en un mundo de complacencias no se está haciendo nada. Esta poesía ya está muerta […] Entrevista con Rosita Jaramillo, Fabularia, 1982.
“La única inspiración verdadera es el trabajo diario, aburrido y necio, de escribir, borrar, quitar y volver a poner hasta la locura. Y sabe que un poema —también una novela, pero en un poema es más evidente— nunca se termina. Decía Paul Valéry que un poema no se termina, sino que se suspende, se interrumpe. El poeta que diga que escribió un poema y que considera que está totalmente terminado, o está mintiendo o es un tonto”. Entrevista con Fermín Ramírez, Uno más Uno, México, 9 de mayo de 1991.
“Escribir con conciencia es siempre un acto muy doloroso y muy difícil. Es luchar contra las palabras, porque yo tengo la convicción de que para cada cosa, cada emoción, cada situación, cada lugar, hay una palabra. Mientras no la encuentras, mientras estés defendiéndote con sinónimos, no estás dando en el centro exacto de lo que adentro tienes. El luchar contra esas palabras es agotador, es desesperante”. Entrevista con Martha Cantú, La Jornada, 4 de abril de 1987.
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Poesía, Dios, otredad “Recuerdo una frase que está en El rey Lear de Shakespeare y que […] define al poeta en una forma como nunca después llegó a definirse, y que creo que lo dice todo. Dice: ‘Los poetas son los espías de Dios’. Esta condición de espiar, de buscar en esa tiniebla que llamamos la realidad, ese otro lado siempre oscuro, de denunciarlo y de ponerlo en evidencia. Ése es el trabajo y ésa es la función esencial del poeta. Esa función no puede ser placentera. No puede serlo porque estamos poniendo en evidencia, poniendo en riesgo, además, nuestra propia identidad. El poeta es el espía de Dios, en el sentido de que les muestra a los otros hombres una parte que ellos han querido ocultar, o necesitado ocultar, para seguir viviendo una rutina cotidiana que les permite huir del horror de verse a sí mismos, y de ver la fugacidad de su destino y la inutilidad de su presencia en el mundo. De ahí viene esta doble situación que es difícil de explicar. La del placer de ver, de repente, que somos otra cosa y somos lo mismo, y el dolor terrible de sentir que, para decirlo, tenemos que usar uno de los medios más deteriorados que tiene el hombre para expresarse, que es la palabra. Las palabras con las que todos los días hablamos y tienen que entrar en el poema y, al encontrarse, decir otra cosa, que es el mensaje del espía. Yo pensaba que con la prosa me iba a liberar un poco de esa función de estar denunciado la otra orilla. No hubo tal. Me pasa lo mismo: esa sensación de insuficiencia, de que no dimos en el blanco. De allí mi envidia inmensa por los pintores o por los músicos”. Entrevista de José Balza y José Ramón Medina, Folios, Venezuela, 1992.
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“Todo poema es la constatación de un absoluto fracaso. Creo que lo digo incluso en algún poema mío. La palabra sólo sirve como un oscuro signo borroso, de algo que quiero y necesito que permanezca: una imagen, un estado de ánimo, una emoción, una constatación de una verdad. En ese momento es esencial, necesito que permanezca. Entonces, la palabra —como un vago jeroglífico, como un torpe jeroglífico— agarra, captura, deja unos signos para que esto perdure. Así lo vivo yo. Entonces, el objeto, el paisaje, al entrar en mi poesía, entrar a formar parte de todo mi mundo, de todos mis demonios, de todas mis ansiedades, de cómo veo las cosas y los seres, entra instantáneamente. Si no participa en esto, no forma parte de mi poesía, ni sirve para nada. Es decir, nada que no pase —para decirlo en forma bien cursi— por el corazón, me sirve a mí. Lo que pasa por el cerebro no me dice nada”. Entrevista con Jacobo Sefamí, Tras las rutas de Maqroll, 1993.
“Escribir resulta mucho más difícil de lo que se piensa. No concibo el trabajo poético como un trabajo de artesanía, de artificio verbal, de preciosidad, así esa preciosidad llegue a los más excelsos niveles. No entiendo la poesía sino como la entendió Rimbaud. O como la entendió Neruda en sus mejores momentos. Acuérdate de ese verso de Neruda: ‘Dios me libre de inventar cosas cuando estoy cantando’. Y otro espléndido: ‘Mis criaturas nacen de un largo rechazo’. Porque hay que rechazar, hay que tener en cuenta que la poesía es, únicamente, ese rescoldo tibio que queda después de una inmensa hoguera, de un intenso trabajo. Veo en los escritores jóvenes colombianos (y en general la literatura francesa
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actual también peca por eso) un regusto literario en la literatura. Y ésta es la muerte, es la retórica. La literatura momificada. No es poesía porque no es verdad. ”Creo, totalmente, que la poesía tiene un origen, tiene una fuente religiosa. Creo que la poesía sucede en esferas, en mundos herméticos superiores a nosotros y que nos trascienden. El que no crea en una trascendencia en el trabajo poético, está perdido. Creo que la poesía es realmente mágica y esencialmente ceremonial. No me interesa, no me acompaña ninguna poesía que no tenga estas condiciones.” Entrevista con Rosita Jaramillo, Fabularia, 1982.
La poesía es el más completo de los conocimientos “Una intuición poética es una visión intensificada y profundamente enriquecida de la realidad. Tú ves la realidad cotidiana plana y ordenadamente: ves esta lámpara, este cuadro, me ves aquí tendido, hay la luz peculiar de las cinco de la tarde. La poesía es sumar toda esta circunstancia en dos palabras: una visión totalizadora. Hay un crítico cuyo nombre no recuerdo que dice que ese estado lo logra el poeta una o dos veces, por más grande que sea. Baudelaire tiene dos o tres grandes poemas. Los poemas que dieron en el blanco. Yo creo en eso totalmente […] ”[La poesía] es el conocimiento per se. Es el más completo de los conocimientos, sin duda el que va más lejos. Igual al conocimiento que da la poesía sólo lo da la experiencia mística, que en el fondo es lo mismo. Tú lees Las moradas de Santa Teresa y estás leyendo poesía.
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”[…] Crear esa nueva realidad enriquecida, esa visión, esa certeza de que eso que el poema te está diciendo es una verdad, es un pedazo de mundo resumido, hallado, creado en ese instante, es la poesía. Neruda tiene un poema titulado ‘Barcarola’ que dice: ¡Si acercaras tu lengua a mi corazón (éste es un ejemplo de los grandes momentos de la gran poesía de Neruda y de lo que es la poesía) oirías el corazón con su ruido de ruedas de tren con sueño¡ […] Esto ya es llegar a la esencia misma de las cosas. Ahí está todo: la noche, el viaje, mil cosas resumidas”. Entrevista con Guillermo Sheridan, U. A. de México, noviembre de 1976.
La poesía no necesita difusión —Se habló en el Congreso de Escritores de Quito de la necesidad de difundir la poesía, que resulta siendo un tema recurrente de cuanto congreso o reunión literaria se realiza. ¿Qué piensas tú de esa preocupación? —Yo fui el primero en oponerme radicalmente y en forma capital a este concepto de la difusión de la poesía. No creo que la poesía necesite ser difundida. A nadie se le ocurrió difundir a Dante o a San Juan de la Cruz o al Romancero español. Nadie ha pensado en difundir la poesía de Baudelaire, de Rimbaud, de Keats, de Eliot. ”La poesía, ella misma, tiene una carga de verdad, una carga visionaria que le da una vida, una trascendencia, una trayectoria en el destino del hombre. No creo que ganemos absolutamente nada con llevarle Mallarmé al campesino que ara al pie del Chimborazo. Él tiene, ese campesino, su propia poesía, su propio canto, tiene su propia noción poética del mundo que le basta y satisface inmen-
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samente y que en ese momento son tan válidas como la poesía de Mallarmé. Entonces tratar de insuflarle poesía cuyos antecedentes, cuyos orígenes con completamente ajenos a ese ser es una falsedad infinita. Yo creo que esa noción de difundir la literatura y “culturizar”, entre grandes, inmensas comillas, a la gente forma parte de ese delirio que vivimos de sociedad de consumo. La poesía nunca ha necesitado ser difundida y me parece inclusive que estos términos son antitéticos, son contrarios. Entrevista con Rómulo Ramírez Rodríguez, Garcilaso, Lima, 1979.
MÚSICA, PINTURA, PSICOANÁLISIS Música “He definido la música como una segunda sangre que circula en el cuerpo humano. Para mí, por lo menos, y para muchos de mis amigos, la música es tan necesaria como la sangre y como el aire. La música es el más sabio de los inventos que haya conseguido el hombre. Vivo en un mundo referido continuamente a la música. Así, podríamos hablar de mis músicos favoritos: Bach, Chopin, Bartok […], Brahms, Schumann, esos elementos condicionales y esenciales que son para mí estas obras, estos hombres y estos creadores de esas maravillas, de catedrales prodigiosas de sonido y delicias. Lo considero también —para alguien que tenga un sentido, como lo tengo yo, de lo místico y de lo religioso—, la más alta oración que el hombre pueda hacer. Eso es la música”. Entrevista con Gonzalo Valdés Medellín. Tras las rutas de Maqroll, 1988.
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“…si vuelvo al Sibelius que a mí me inquietó, es la Quinta Sinfonía; fue la música que a mí me hizo escribir […] Un día que estaba escuchando por decimoquinta o vigésima vez la Quinta Sinfonía de Sibelius, sobre todo el tercer movimiento, aquel pizzicato que va sobre las cuerdas en bajo […] ”Sibelius a mí me remueve, por razones muy misteriosas, capas muy profundas de recuerdos y de sensaciones y de —odio la palabra, no la quisiera decir, pero en fin, en su momentos no me viene otra— vivencias, es una palabra de una pedantería fatal. Pero Sibelius a mí me remueve instantáneamente; hay dos compositores que a mí me sumen, me sumergen en un mundo de nostalgia, de percepción, de sensaciones, de recuerdos, de imágenes, que son: Chopin y Sibelius […] ”El más grande Chopin que yo conozco —dejando al margen y en el lugar más alto a Dinu Lipatti— lo toca Stefan Askenase, este viejo profesor, en Bruselas [que] no es un concertista de mucha fama, pero Deutsche Grammophon grabó toda la obra de Chopin con él y, realmente, es un Chopin de una precisión, de una calidad y, sobre todo, de una comprensión del auténtico sentido de la música de Chopin, tan lejos de esa cosa gemebunda, enfática, siniestra, de señora en trance, en que caen todos”. —Si ilustráramos este pasaje belga, flamenco, de recuerdos, ¿qué trozo de música escogería? —La música coral, desde luego, toda la música coral de la corte de Borgoña, Joaquín des Prez, y la música anónima coral de la corte de Borgoña: hay discos espléndidos sobre eso. Yo la viví. Basta entrar un domingo en la mañana o un sábado en la tarde en la Catedral de Malinas, en la Catedral de Amberes, en la misma Sainte112
Gudule en Bruselas y oír estos coros de los oficios religiosos, para sentir toda la pureza de esta música, la maravilla de esta música que hizo el placer de Carlos V, y sobre la cual Felipe II también sabía lo suyo. Entrevista de Bernardo Hoyos, Tras las rutas de Maqroll, 1988.
Pintura “Junto con Velázquez y con Goya, Delacroix es el pintor que siento más cercano y que sigue deslumbrándome como la primera vez que lo vi. Acabo de tener en París la espléndida, la única oportunidad, en casa de amigos que tuvieron la gentileza de acogerme una noche en una cena inolvidable, de ver cuatro cuadros de Delacroix de una calidad espléndida y con esa condición escenográfica, totalizadora, que me dejaron deslumbrado. Pregunté a los dueños de casa: ‘Éstos son Delacroix, ¿verdad?’ Y con esa elegancia de la gran clase francesa dijeron: ‘Sí, son de la familia, los tenemos aquí’. Y volví a quedarme atónito frente a este pintor que, además, seguramente ustedes lo saben, fue un escritor admirable, autor de un diario que es uno de los textos más importantes como documento personal y como documento de un artista del siglo XIX […] ”En estos cuadros de Delacroix había uno que es una pequeña escena a orillas del mar. Pequeña escena en cuanto a que los personajes principales son de proporción muy reducida en relación con la proporción del cuadro; y allí me di cuenta de que lo que pasa es que el uso de los colores en Delacroix tenía otro sentido completamente distinto del que se venía usando antes, y después no se volvió a
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usar, porque no tiene nada que ver con los impresionistas, que es en lo que se cree caer. Los fauves, tal vez los fauves, algo intentaron repetir de nuevo, pero hay una dialéctica del color en Delacroix [absolutamente] personal”. Entrevista con Augusto Pinilla, Tras las rutas de Maqroll, 1993.
Psicoanálisis “A mí, toda explicación que esté ligeramente teñida de psicoanálisis me parece siempre profundamente sospechosa, otra vez por lo mismo, por fácil. Una de las cosas que no entendió nunca Freud —que fue un hombre que entendió muchas cosas y que abrió un campo inmenso y que estructuró una teoría que me ha parecido de lo más importante de los últimos quinientos años— fue la poesía. Tratar de explicar el fenómeno poético por puros elementos psicoanalíticos es caer en una absoluta limitación. Suponte que yo escriba poesía porque no he sido capaz de superar mi complejo de Edipo, eso no arregla nada, no avanzas un paso en el goce de la poesía. Que Baudelaire tuvo problemas de impotencia muy graves, y tuvo un Edipo aterrador, bueno, ¿y qué? Es como decir: Baudelaire salía de su hotel con 60 francos en el bolsillo y regresaba con 47,25; el número de la habitación en que vivía era el 14; tenía más trajes oscuros que claros… En fin: estamos fuera de la poesía, viejo…” —¿No le gustan los ensayos de Freud sobre Da Vinci, sobre Goethe? —Son hermosos, pero limitadores. El que me interesa mucho es el de Moisés. Ahí sí dio en el blanco el tipo.
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Moisés o la religión monoteísta es un texto sumamente importante. Los ensayos sobre Da Vinci o Miguel Ángel tocan con ingenio, con gracia, un aspecto de la vida de los artistas; te permiten reconstruir el panorama que circundó esa vida, pero junto a eso, levantas los ojos en la Sixtina y las palabras de Freud dejan de existir. La creación es un algo que está más allá. ¿Qué puedes hacer frente a los Nocturnos de Chopin? ¿Frente a La pastoral? Entrevista con Guillermo Sheridan, U. A. de México, noviembre de 1976.
¿QUÉ SERÁ LO QUE LOS JÓVENES LLAMAN “VIVIR”? —¿[Qué piensas de] esa actitud antiintelectual tan de moda ahora que hace exclamar a muchos artistas: “primero está la vida que el leer y escribir”? —¿Qué será lo que llaman vivir estos jóvenes tan vivenciales, para usar esa horrible palabra que se emplea tanto ahora? ¿Qué será lo que llaman vivir? La experiencia de los burdeles me parece que no es vivir, tampoco el alcohol tomado en los cafés. Y yo tomo alcohol todos los días, siempre que puedo, a la menor provocación. Pero no para vivir, sino al contrario para frenar la vida. Porque si se me viene encima como yo la veo sin alcohol, me puede fundir, me puede desaparecer. ”Nunca he entendido muy bien (o tal vez sí, pero lo que entiendo es tan peyorativo y tan mezquino que no quiero saberlo) qué es lo que llaman vivir estos muchachos… ¿Qué vivió Rimbaud a los dieciocho años? Una experiencia homosexual con Verlaine, algunos problemas esencial y lamentablemente burgueses con su familia en una pequeña ciudad de provincias francesa. Ja115
más él pensó que eso fuera la vida. Y, sin embargo, es el más terrible, lúcido y perdurable testimonio de vida que yo conozca, después de la Divina Comedia. Entrevista con Rosita Jaramillo, Fabularia, 1982.
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Opiniones
MI AMIGO ÁLVARO MUTIS
por Gabriel García Márquez*
ÁLVARO MUTIS y yo habíamos hecho el pacto de no hablar en público el uno del otro, ni bien ni mal, como una vacuna contra la viruela de los elogios mutuos. Sin embargo, hace 10 años justos y en este mismo sitio, él violó aquel pacto de salubridad social, sólo porque no le gustó el peluquero que le recomendé. He esperado desde entonces una ocasión para comerme el plato frío de la venganza, y creo que no habrá otra más propicia que ésta. Álvaro contó entonces cómo nos había presentado Gonzalo Mallarino en la Cartagena idílica de 1949. Ese encuentro parecía ser en verdad el primero, hasta una tarde de hace tres o cuatro años, cuando le oí decir algo casual sobre Félix Mendelssohn. Fue una revelación que me transportó de golpe a mis años de universitario en la desierta salita de música de la Biblioteca Nacional de Bogotá, donde nos refugiábamos los que no teníamos los cinco centavos para estudiar en el café. Entre los esca*Discurso leído por Gabriel García Márquez, en la Biblioteca Nacional de Colombia, durante la celebración del 70.º cumpleaños de Álvaro Mutis.
sos clientes del atardecer yo odiaba a uno de nariz heráldica y cejas de turco, con un cuerpo enorme y unos zapatos minúsculos como los de Buffalo Bill, que entraba sin falta a las cuatro de la tarde, y pedía que tocaran el concierto de violín de Mendelssohn. Tuvieron que pasar 40 años, hasta aquella tarde en su casa de México, para reconocer de pronto la voz estentórea, los pies de Niño Dios, las temblorosas manos incapaces de pasar una aguja por el ojo de un camello. “Carajo”, le dije derrotado. “De modo que eras tú”. Lo único que lamenté fue no poder cobrarle los resentimientos atrasados, porque ya habíamos digerido tanta música juntos, que no teníamos caminos de regreso. De modo que seguimos de amigos, muy a pesar del abismo insondable que se abre en el centro de su vasta cultura, y que ha de separarnos para siempre: su insensibilidad para el bolero. Álvaro había sufrido ya los muchos riesgos de sus oficios raros e innumerables. A los 18 años, siendo locutor de la Radio Nacional, un marido celoso lo esperó armado en la esquina, porque creía haber detectado mensajes cifrados a su esposa en las presentaciones que él improvisaba en sus programas. En otra ocasión, durante un acto solemne en este mismo palacio presidencial, confundió y trastocó los nombres de los dos Lleras mayores. Más tarde, ya como especialista de relaciones públicas, se equivocó de película en una reunión de beneficencia, y en vez de un documental de niños huérfanos les proyectó a las buenas señoras de la sociedad una comedia pornográfica de monjas y soldados, enmascarada bajo un título inocente: El cultivo del naranjo. Fue también jefe de relaciones públicas de una empresa aérea que se acabó cuando se le cayó el último avión. El tiempo de Álvaro se le iba en identificar los cadáveres, para dar119
les la noticia a las familias de las víctimas antes que a los periódicos. Los parientes desprevenidos abrían la puerta creyendo que era la felicidad, y con sólo reconocer la cara caían fulminados con un grito de dolor. En otro empleo más grato había tenido que sacar de un hotel de Barranquilla el cadáver exquisito del hombre más rico del mundo. Lo bajó en posición vertical por el ascensor de servicio en un ataúd comprado de emergencia en la funeraria de la esquina. Al camarero que le preguntó quién iba dentro, le dijo: “El señor obispo”. En un restaurante de México, donde hablaba a gritos, un vecino de mesa trató de agredirlo, creyendo que en realidad era Walter Winchell, el personaje de “Los Intocables” que Álvaro doblaba para la televisión. Durante sus 23 años de vendedor de películas enlatadas para América Latina, le dio 17 veces la vuelta al mundo sin cambiar el modo de ser. Lo que más aprecié desde siempre es su generosidad de maestro de escuela, con una vocación feroz que nunca pudo ejercer por el maldito vicio del billar. Ningún escritor que yo conozca se ocupa tanto como él de los otros, y en especial de los más jóvenes. Los instiga a la poesía contra la voluntad de sus padres, los pervierte con libros secretos, los hipnotiza con su labia florida y los echa a rodar por el mundo, convencidos de que es posible ser poeta sin morir en el intento. Nadie se ha beneficiado más que yo de esa escasa virtud. Ya conté alguna vez que fue Álvaro quien me llevó mi primer ejemplar de Pedro Páramo y me dijo: “Ahí tiene, para que aprenda”. Nunca se imaginó en la que se había metido. Pues con la lectura de Juan Rulfo aprendí no sólo a escribir de otro modo, sino a tener siempre listo un cuento distinto para no contar el que estoy escribiendo. Mi víctima absoluta de ese sistema salvador ha 120
sido Álvaro Mutis desde que escribí “Cien años de soledad”. Casi todas las noches fue a mi casa durante 18 meses para que le contara los capítulos terminados, y de ese modo captaba sus reacciones aunque no fuera el mismo cuento. Él los escuchaba con tanto entusiasmo que seguía repitiéndolos por todas partes, corregidos y aumentados por él. Sus amigos me los contaban después tal como Álvaro se los contaba, y muchas veces me apropié de sus aportes. Terminado el primer borrador se lo mandé a su casa. Al día siguiente me llamó indignado: “Usted me ha hecho quedar como un perro con mis amigos”, me gritó. “Esta vaina no tiene nada que ver con lo que me había contado”. Desde entonces ha sido el primer lector de mis originales. Sus juicios son tan crudos, pero también tan razonados, que por lo menos tres cuentos míos murieron en el cajón de la basura porque él tenía razón contra ellos. Yo mismo no podría decir qué tanto hay de él en casi todos mis libros, pero hay mucho. Me preguntan a menudo cómo es que esta amistad ha podido prosperar en estos tiempos tan ruines. La respuesta es simple: Álvaro y yo nos vemos muy poco, y sólo para ser amigos. Aunque hemos vivido en México más de 30 años, y casi vecinos, es allí donde menos nos vemos. Cuando quiero verlo, o él quiere verme, nos llamamos antes por teléfono para estar seguros de que queremos vernos. Sólo una vez violé esta regla de amistad elemental, y Álvaro me dio entonces una prueba máxima de la clase de amigo que es capaz de ser. Fue así: ahogado de tequila, con un amigo muy querido, toqué a las cuatro de la madrugada en el apartamento donde Álvaro sobrellevaba su triste vida de soltero y a la orden. Sin explicación alguna, ante su mirada todavía embobecida por el sueño, descolgamos un pre121
cioso óleo de Botero, de un metro y veinte por un metro; nos lo llevamos sin explicaciones e hicimos con él lo que nos dio la gana. Álvaro no me ha dicho nunca una palabra sobre el asalto, ni movió un dedo para saber del cuadro, y yo he tenido que esperar hasta esta noche de sus primeros 70 años para expresarle mi remordimiento. Otro buen sustento de esta amistad es que la mayoría de las veces en que hemos estado juntos, ha sido viajando. Esto nos ha permitido ocuparnos de otros y de otras cosas la mayor parte del tiempo, y sólo ocuparnos el uno del otro cuando en realidad valía la pena. Para mí, las horas interminables de carreteras europeas han sido la universidad de artes y letras donde nunca estuve. De Barcelona a Aix-en-Provence aprendí más de 300 kilómetros sobre los cátaros y los papas de Aviñón. Así en Alejandría como en Florencia, en Nápoles como en Beirut, en Egipto como en París. Sin embargo, la enseñanza más enigmática de aquellos viajes frenéticos fue a través de la campiña belga, enrarecida por la bruma de octubre y el olor de caca humana de los barbechos recién abandonados. Álvaro había manejado durante más de tres horas, aunque nadie lo crea, en absoluto silencio. De pronto dijo: “País de grandes ciclistas y cazadores”. Nunca nos explicó qué quiso decir, pero nos confesó que él lleva dentro un bobo gigantesco, peludo y babeante, que en sus momentos de descuido suelta frases como aquella, aun en las visitas más propias y hasta en los palacios presidenciales, y tiene que mantenerlo a raya mientras escribe, porque se vuelve loco y se sacude y patalea por las ansias de corregirle los libros. Con todo, los mejores recuerdos de esa escuela errante no han sido las clases, sino los recreos. En París, esperando que las señoras acabaran de comprar, Álvaro se sentó en las gradas de una cafetería de moda, torció 122
la cabeza hacia el cielo, puso los ojos en blanco y extendió su trémula mano de mendigo. Un caballero impecable le dijo con la típica acidez francesa: “Es un descaro pedir limosna con semejante suéter de cachemir”. Pero le dio un franco. En menos de 15 minutos recogió 40. En Roma, en casa de Francesco Rosi, hipnotizó a Fellini, a Mónica Vitti, a Alida Valli, a Alberto Moravia, a la flor y nata del cine y de las letras italianas, y los mantuvo en vilo durante horas, contándoles sus historias truculentas del Quindío en un italiano inventado por él, y sin una sola palabra de italiano. En un bar de Barcelona recitó un poema con la voz y el desaliento de Pablo Neruda, y alguien que había escuchado a Neruda en persona le pidió un autógrafo creyendo que era él. Un verso suyo me había inquietado desde que lo leí: “Ahora que sé que nunca conoceré Estambul”. Un verso extraño en un monárquico insalvable, que nunca había dicho Estambul sino Bizancio, como no decía Leningrado sino San Petersburgo mucho antes de que la historia le diera la razón. No sé por qué tuve el presagio de que debíamos exorcizar aquel verso conociendo Estambul. De modo que lo convencí de que nos fuéramos en un barco lento, como debe ser cuando uno desafía al destino. Sin embargo, no tuve un instante de sosiego durante los tres días que estuvimos allí, asustado por el poder premonitorio de la poesía. Sólo hoy, cuando Álvaro es un anciano de 70 años y yo un niño de 66, me atrevo a decir que no lo hice por derrotar un verso, sino por contrariar a la muerte. De todos modos, la única vez en que de veras me he creído a punto de morir, también estaba con Álvaro. Rodábamos a través de la Provenza luminosa, cuando un conductor demente se nos vino encima en sentido contrario. No me quedó otro recurso que dar un golpe de volante a la derecha sin tiempo para mirar adónde íba123
mos a caer. Por un instante sentí la sensación fenomenal de que el volante no me obedecía en el vacío. Carmen y Mercedes, siempre en el asiento posterior, permanecieron sin aliento hasta que el automóvil se acostó como un niño en la cuneta de un viñedo primaveral. Lo único que recuerdo de aquel instante es la cara de Álvaro en el asiento de al lado, que me miraba un segundo antes de morir con un gesto de conmiseración que parecía decir: “¡Pero qué está haciendo este pendejo!”. Estos exabruptos de Álvaro nos sorprenden menos a quienes conocimos y padecimos a su madre, Carolina Jaramillo, una mujer hermosa y alucinada que no volvió a mirarse en un espejo desde los 20 años porque empezó a verse distinta de como se sentía. Siendo ya una abuela avanzada andaba en bicicleta y vestida de cazador, poniendo inyecciones gratis en las fincas de la sabana. En Nueva York le pedí una noche que se quedara cuidando a mi hijo de 14 meses mientras íbamos al cine. Ella nos advirtió con toda seriedad que tuviéramos cuidado, porque en Manizales había hecho el mismo favor con un niño que no paraba de llorar, y tuvo que callarlo con un dulce de moras envenenadas. A pesar de eso se lo encomendamos otro día en los almacenes Macy’s, y cuando regresamos la encontramos sola. Mientras los servicios de seguridad buscaban al niño, ella trató de consolarnos con la misma serenidad tenebrosa de su hijo: “No se preocupen. También Alvarito se me perdió en Bruselas cuando tenía siete años, y ahora vean lo bien que le va”. Por supuesto que le iba bien, si era una versión culta y magnificada de ella, y conocido en medio planeta, no tanto por su poesía como por ser el hombre más simpático del mundo. Por dondequiera que pasaba iba dejan124
do el rastro inolvidable de sus exageraciones frenéticas, de sus comilonas suicidas, de sus exabruptos geniales. Sólo quienes lo conocemos y lo queremos más sabemos que no son más que aspavientos para asustar a sus fantasmas. Nadie puede imaginarse cuál es el altísimo precio que paga Álvaro Mutis por la desgracia de ser tan simpático. Lo he visto tendido en un sofá, en la penumbra de su estudio, con un guayabo de conciencia que no le envidiaría ninguno de sus felices auditores de la noche anterior. Por fortuna, esa soledad incurable es la otra madre a la que debe su inmensa sabiduría, su descomunal capacidad de lectura, su curiosidad infinita, y la hermosura quimérica y la desolación interminable de su poesía. Lo he visto escondido del mundo en las sinfonías paquidérmicas de Bruckner como si fueran divertimentos de Scarlatti. Lo he visto en un rincón apartado de un jardín de Cuernavaca, durante unas largas vacaciones, fugitivo de la realidad por el bosque encantado de las obras completas de Balzac. Cada cierto tiempo, como quien va a ver una película de vaqueros, relee de una tirada “En busca del tiempo perdido”. Pues una buena condición para que lea un libro es que no tenga menos de 1.200 páginas. En la cárcel de México, adonde estuvo por un delito del que disfrutamos muchos escritores y artistas, y que sólo él pagó, permaneció los 16 meses que él considera los más felices de su vida. Siempre pensé que la lentitud de su creación era causada por sus oficios tiránicos. Pensé además que estaba agravada por el desastre de su caligrafía, que parece hecha con pluma de ganso, y por el ganso mismo, y cuyos trazos de vampiro harían aullar de pavor a los mastines en la niebla de Transilvania. El me dijo cuando se lo dije, hace muchos años, que tan pronto como se jubilara de sus 125
galeras iba a ponerse al día con sus libros. Que haya sido así, y que haya saltado sin paracaídas de sus aviones eternos a la tierra firme de una gloria abundante y merecida, es uno de los grandes milagros de nuestras letras: ocho libros en seis años. Basta leer una sola página de cualquiera de ellos para entenderlo todo: la obra completa de Álvaro Mutis, su vida misma, son las de un vidente que sabe a ciencia cierta que nunca volveremos a encontrar el paraíso perdido. Es decir: Maqroll no es sólo él, como con tanta facilidad se dice. Maqroll somos todos. Quedémonos con esta azarosa conclusión, quienes hemos venido esta noche a cumplir con Álvaro estos 70 años de todos. Por primera vez sin falsos pudores, sin mentadas de madre por miedo de llorar, y sólo para decirle con todo el corazón, cuánto lo admiramos, carajo, y cuánto lo queremos.
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MUTIS ES...
“MUTIS inventa a Maqroll el Gaviero como García Márquez a Macondo, Onetti a Santa María, Rulfo a Comala. Maqroll es también una región de lo imaginario, aunque creada mediante un habilísimo montaje de pequeñas y grandes realidades”. MARIO BENEDETTI
“Mutis es un poeta de la estirpe más rara en español: rico sin ostentación y sin despilfarro. Necesidad de decirlo todo y conciencia de que nada se dice. Amor por la palabra, desesperación ante la palabra, odio a la palabra: extremos del poeta. Gusto del lujo y gusto por lo esencial, pasiones contradictorias pero que no se excluyen y a las que todo poeta debe sus mejores poemas. Lujo y, ya se sabe, ‘orden y belleza’, es decir, economía en la expresión”. OCTAVIO PAZ
“Mutis es el reaccionario que al voltear la cabeza ante el devenir no cae en el éxtasis de lo religioso, como Solyenitzin. Tal vez como Quevedo, escéptico, sabe que en el futuro no hay sino descomposición y polvo. Y por eso su paisaje es amargo aunque no triste ni monótono: una fuerza natural lo hace estallar en las luces de una gloriosa derrota. Mutis no propone nada, no protesta, no alienta el cambio. Y si hoy lo vemos como un renovador de la poesía colombiana, como una de las más altas voces de América, es por esa calidad intrínseca al arte que no respeta las buenas intenciones de progreso sino la verdad de la palabra”. ARMANDO ROMERO
“Imaginemos por un momento, en una especie de ‘composición de lugar’, lo que se presentaría a nuestros ojos ante una hipotética trasposición pictórica del taller de Mutis: primero veríamos los cuadros más llamativos, aquellos en los que resuena la grandeza de los mares y los continentes, incluidos los trópicos, por los que el desesperanzado Maqroll ha paseado su infinita capacidad de sobreponerse a la adversidad, luego veríamos, en una pared aparte, a ‘Europa iluminada’, con sus capitales — Marsella, Barcelona, París, las ciudades de Maqroll, tan distintas de las de Barnabooth— ‘brillando en la noche’ para decirlo no obstante con las palabras de uno de los poemas del personaje de Valéry Larbaud, y finalmente, unas figuras que ejercen ya como dioses tutelares, ya como dioses psicopompos, en ese mundo animado por un secreto politeísmo: Cervantes, Dickens, Pushkin, Dostoievsky, Conrad, Baudelaire, Rimbaud, Proust, Valéry Larbaud, Pessoa, Borges...” RICARDO CANO GAVIRIA
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“Las risas se oyen hasta el paseo de la Reforma. Álvaro Mutis, el poeta colombiano, hace su célebre imitación de Pablo Neruda. Recién llegado de Colombia, todos lo han recibido como al Mesías. Es el salvador de las fiestas. Baile que te baile, de cóctel en cóctel, seduce a la duquesa de Altamira, a la marquesa de Villamarcilla... Así como fluye el champaña, fluyen las historias de Álvaro Mutis y sus carcajadas que levantan cualquier reunión como las burbujas al champaña. Junto a él nada es plano; y nada le gusta tanto a una mujer como sentirse espuma. Mutis cuenta chistes, está al corriente tanto de los últimos movimientos literarios como de las tendencias pictóricas más modernas. Habla de Goethe, de Brigitte Bardot y de las misas negras. Y sobre todo se ríe de oreja a oreja, hasta quedar exhausto. Declama en francés y dice adivinanzas en slang. Tiene una reserva de viajes verdaderamente inagotable. A los europeos les habla de Siam, a los suramericanos de Europa y a los ‘debutantes’ les relata aventuras soñadas en la corte de Luis XIV . Fiel lector de extrañas revistas (el Crapouillot, que cuenta entre sus números uno dedicado a ‘L’érotisme chez les papes’ o algo así como ‘El erotismo en las comunidades coptas del siglo XVI’), posee lujosísimas y muy raras ediciones limitadas. Con Octavio Paz se pasa conversando la noche entera acerca de las relaciones entre la mística y el porvenir del hombre. También a Paz lo seduce. No dejará de hacerlo jamás. Tiene con qué. Cosmopolita, viajado, culto, sensible, bondadoso, mundano, encantador, es el rey. Nada se le atora. Su charme derrite. Álvaro Mutis parte plaza. Cruza los salones con la gallardía que lo caracteriza y sus dientes son rompevientos, rompeolas, rompelabios y, claro, rompecorazones...” ELENA PONIATOWSKA 129
ESCRITORES ESPAÑOLES FELICITAN A ÁLVARO MUTIS
EL NOVELISTA y académico Miguel Delibes ha declarado que Álvaro Mutis, galardonado con el Premio Cervantes de Literatura 2001, encarna “el maridaje perfecto de la tradición narrativa con la modernidad del tan traído y llevado ‘boom’ sudamericano”. Por eso, ha considerado “acertadísima” esta decisión del jurado, presidido este año por Víctor García de la Concha. El poeta José Hierro, miembro del jurado, comentó que la forma de escribir de Álvaro Mutis “no sólo es poética, sino también narrativa”, como “si quisiera hacer una odisea moderna”. Hierro precisó que “todos los que aspiraban al Premio Cervantes eran excelentes” y que, aunque en un principio no era su candidato, su obra es muy importante, tanto la novelística como la poética. “Intenta y consigue aproximarse a lo épico o narrativo”, subrayó, “como si quisiera hacer una odisea moderna”. Por su parte, el poeta, novelista y ensayista Luis Antonio de Villena señaló que Álvaro Mutis, ganador del Premio Cervantes 2001, es “maestro y discípulo” de escritores como Mario Vargas Llosa y Gabriel García Már-
quez. Para Villena, el escritor colombiano y su conocido personaje Maqroll el Gaviero son “sucesores de la parte buena del ‘boom’ de literatura latinoamericana”. Asimismo, el novelista y académico Luis Mateo Díez remarcó que Álvaro Mutis es “un escritor muy original”, con una obra en la que ha creado “un mundo personal y legendario”. Añadió que el escritor colombiano es autor de “una obra muy concentrada, muy nítida”, en la que poesía y narrativa están “muy equilibradas”. “Su obra —explicó— es como una espiral que va creciendo” sobre una mitología “muy personal”. Valioso testimonio también el de Antonio Gala, para quien Álvaro Mutis aporta un lenguaje y una forma de escribir diferente al realismo mágico, tradicionalmente asociada a los autores iberoamericanos, “lo cual es alentador”, dijo. Para este insigne escritor, el colombiano Álvaro Mutis es “un hombre de investigación y creación literaria, con una obra magna a sus espaldas”, es decir, “es un Premio Cervantes típico”, precisó Gala. A propósito de la elección de Mutis, Luis María Ansón, director periodístico español integrante del jurado, destacó que Maqroll “es un aventurero, un filósofo y un sentimental, entre otras muchas cosas, un personaje que pertenece a ese mundo surrealista del ‘boom’ hispanoamericano”.
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PALABRAS DE S.M. EL REY
LA ENTREGA del Premio Cervantes nos reúne una vez más para celebrar a los cultivadores egregios de la lengua castellana. Este año, venimos aquí para expresar nuestro reconocimiento a Álvaro Mutis, por la trayectoria singular con que la ha vivido e interpretado. Sean pues, mis primeras palabras, de cordial felicitación por esta distinción por tantos conceptos merecida. La literatura y el arte en general no son sólo fuente de placer y de emociones, son también fuente de conocimiento. Las grandes obras de ficción de la historia literaria, aunque sean hijas de la imaginación y la fantasía, están conectadas íntimamente con la realidad, de la que descubren parcelas hasta entonces ignoradas, territorios a los que nos vemos obligados a mirar a menudo con ojos nuevos, un paisaje moral o emocional que desconocíamos. Para Álvaro Mutis, El Quijote es, de entre todas estas obras maestras que ensanchan nuestra capacidad de percepción y nos proporcionan un conocimiento más intenso del mundo, la que le ha acompañado con mayor
fidelidad en su ejemplar itinerario. Miguel de Cervantes, según palabras del propio Mutis, ha sido para él un compañero inseparable, un interlocutor siempre pronto a responderle con su voz sabia y resignada, repleta de consoladora fraternidad. Y es que nadie quizá tan generoso como Álvaro Mutis a la hora de reconocer el magisterio de otros escritores, la influencia que estos han ejercido sobre su persona y su obra. Él ha querido siempre compartir con los demás el deleite que le ha proporcionado su experiencia de lector, y lo ha hecho con un contagioso entusiasmo del que sólo son capaces las almas más grandes y más nobles. Antonio Machado, de quien siempre lleva un libro, es otro de sus fieles compañeros, como lo es también San Juan de la Cruz —el poeta por excelencia para Mutis— y Galdós, Pessoa, Neruda, Álvaro Cunqueiro, Octavio Paz o Gabriel García Márquez. Todos esos nombres nos certifican su amplitud de miras y su concepción de la literatura como un hecho plural, como plurales son, al fin y al cabo, los hombres y sus visiones. Mutis ha rendido un constante homenaje a lo largo de su obra a la riqueza y pluralidad de la creación humana. Y por eso, no sólo la literatura, sino también la pintura y la música, los pintores y los compositores, tienen una presencia destacada en la poesía de Mutis y son, podemos decir, como invitados permanentes de su obra. Hay en la obra de Álvaro Mutis un asiduo reconocimiento de la labor civilizadora de la cultura. Este reconocimiento se hace explícito en sus muchos poemas de tema histórico. Para Mutis, buscar al hombre en la Historia es como buscarlo en el presente, porque todo lo que alguna vez fue, sigue viviendo para el poeta, que es capaz de sentir de esa forma el dolor y las esperanzas de los hombres pasados, de los actuales y de los que vendrán. 133
Dirigirse a la Historia es interrogarla sobre las verdades permanentes del Hombre, sobre sus avances morales y sobre sus fracasos. Mutis es un humanista convencido y siempre está dispuesto, como el más esforzado de los caballeros, a romper una lanza por la dignidad y la libertad de los hombres, conquistas siempre frágiles que es preciso defender frente a la sinrazón, la violencia y la ausencia de valores. Su obra está hecha de la misma madera que la de esos clásicos a los que él tanto debe y tanto admira. Los asuntos de sus libros y los espacios por los que transitan sus criaturas son atemporales y, al mismo tiempo, remiten a vidas concretas. En sus poemas y novelas se adivina el lado común que comparten los hombres y a la vez las diferencias que hacen de cada persona un individuo único. Maqroll el Gaviero, su genial creación, arrastrado de un sitio a otro del ancho mundo por el ímpetu de su destino, tiene reservado un lugar de privilegio en el imaginario de las generaciones presentes y futuras. Construir un personaje de esas dimensiones, un personaje tan impregnado de existencia real, sólo está al alcance de unos pocos elegidos. Álvaro Mutis es uno de ellos. Mutis, en todo lo que escribe, demuestra poseer una curiosidad voraz y desbordada, contagiosa, que lleva al lector a mirar en las múltiples direcciones que él propone y a participar de su enorme riqueza de perspectiva. El extraordinario escritor y gran amigo de Álvaro Mutis que es el también colombiano Gabriel García Márquez, ha hablado refiriéndose a la poesía de su compatriota de “hermosura quimérica”, y de “desolación indeterminada”. Profundas y exactas palabras que nos hablan de la poderosa impresión que causan en el lector los poemas de Álvaro Mutis, su mirada de una extraordinaria limpieza, que no juzga, que no condena, a veces 134
desolada, otras melancólica, y siempre y sobre todo piadosa, capaz de descubrirnos los abismos de la vida y al tiempo hacernos amar con intensidad esa misma vida. Mutis es un ejemplo de valentía y libertad, de elección de un camino propio, de fe en el propio paso solitario. En palabras suyas, Álvaro Mutis ha mantenido una atención vigilante y sin tregua por España, transmitida de una generación a la siguiente como algo muy semejante a un rasgo familiar. Y es que España tiene en la obra de Mutis una presencia privilegiada. Comparece sobre todo en su poesía y, más concretamente, en algunos de sus últimos poemas, que nacen de las vivas impresiones que han producido en su espíritu los encuentros con las ciudades y las tierras españolas. Quizá sea Álvaro Mutis uno de los poetas que ha hablado de España, de su historia y de su cultura, con un amor más hondo, libre de tópicos y prejuicios. Para Álvaro Mutis, por fin, el destino y no el azar, tiene una presencia determinante en la vida de los hombres, aunque no sea siempre evidente. Y el destino, que según el mismo ha escrito, se mueve en espiral, cierra hoy uno de sus círculos, porque hoy une su nombre al del escritor que más lo ha acompañado en todos los momentos de su riquísimo itinerario vital, al de Don Miguel de Cervantes. Enhorabuena, por su talento y su pasión que tanto nos enseñan, y por su amistad sincera, que nos estimula y nos conforta.
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Misceláneo
MANIFIESTO . CONTRA LA MUERTE DEL ESPÍRITU
Álvaro Mutis y Javier Ruiz Portella*
“SIN DENUNCIAR políticas gubernamentales, ni repudiar actuaciones económicas, ni protestar contra específicas actividades sociales”, el escritor colombiano Álvaro Mutis, último premio Cervantes, y el editor y ensayista Javier Ruiz Portella —se decía en El Cultural de El Mundo del 19.6.2002— han lanzado un audaz Manifiesto contra la muerte del espíritu, con la esperanza de abrir una brecha ahora que es la vida del espíritu la que corre peligro. Porque el materialismo, proclaman, impregna hoy los más íntimos resortes de nuestro pensamiento y nuestras actitudes, mientras se desvanece “esa inquietud gracias a la cual los hombres son y no sólo están en el mundo”. Es hora de actuar. O, al menos, de tomar la palabra. Quienes estampamos nuestra firma al pie de este Manifiesto no estamos movidos por ninguno de los afanes *Este Manifiesto fue publicado por el periódico El Mundo, en el suplemento El Cultural el día 19 de junio de 2002.
que caracterizan habitualmente al signatario de proclamas, protestas y reivindicaciones. El Manifiesto no pretende denunciar políticas gubernamentales, ni repudiar actuaciones económicas, ni protestar contra específicas actividades sociales. Contra lo que se alza es contra algo mucho más general, hondo… y por lo tanto difuso: contra la profunda pérdida de sentido que conmueve a la sociedad contemporánea. Aún sigue existiendo, es cierto, algo parecido al sentido; algo que, por sorprendente que sea, aún justifica y llena la vida de los hombres de hoy. Por ello, el presente Manifiesto se alza, hablando con mayor propiedad, contra la reducción de dicho sentido a la función de preservar y mejorar (en un grado, es cierto, inigualado por ninguna otra sociedad) la vida material de los hombres. Trabajar, producir y consumir: tal es todo el horizonte que da sentido a la existencia de los hombres y mujeres de hoy. Basta, para constatarlo, leer las páginas de los periódicos, escuchar los programas de radio, regodearse ante las imágenes de la televisión: un único horizonte existencial (si se le puede denominar así) preside a cuanto se expresa en los medios de comunicación de masas. Contando con el enfervorizado aplauso de éstas, dicho horizonte proclama que de una sola cosa se trata en la vida: de incrementar al máximo la producción de objetos, productos y esparcimientos puestos al servicio de nuestro confort material. Producir y consumir: tal es nuestro santo y seña. Y divertirse: entretenerse en los pasatiempos (se denominan con acertado término: “actividades de ocio”) que la industria cultural y los medios de comunicación lanzan al mercado con objeto de llenar lo que, sólo indebidamente, puede calificarse de “vida espiritual”; con objeto de llenar, más propiamente hablando, lo que constituye ese 138
vacío, esa falta de inquietud y de acción que la palabra ocio expresa con todo rigor. A ello se reduce la vida y el sentido del hombre de hoy, la de ese “hombre fisiológico” que parece encontrar su mayor plenitud en la satisfacción de las necesidades derivadas de su mantenimiento y sustento. Resulta obligado reconocer, por supuesto, que en semejante empeño —muy especialmente en la mejora de las condiciones sanitarias y en el incremento de una longevidad que casi se ha duplicado en el curso de un siglo—, los éxitos alcanzados son absolutamente espectaculares. También lo son los grandes avances que la ciencia ha efectuado en la comprensión de las leyes que rigen los fenómenos físicos que conforman el universo en general y la tierra en particular. Lejos de repudiar tales avances, los signatarios del presente Manifiesto no podemos sino saludarlos con hondo y sincero júbilo. Es precisamente este júbilo el que nos lleva a expresar su asombro y su angustia ante la paradoja de que, en el momento en que tales conquistas han permitido aliviar considerablemente el sufrimiento de la enfermedad, mitigar la dureza del trabajo, expandir la posibilidad del conocimiento (en un grado jamás experimentado y en unas condiciones de igualdad jamás conocidas): en un momento caracterizado por tan saludables provechos, resulta que es entonces cuando, reducidas todas las perspectivas al mero incremento del bienestar, corre el riesgo de quedar aniquilada la vida del espíritu. Lo que peligra no son, salvo hecatombe ecológica, los beneficios materiales así alcanzados; lo que se ve amenazada es la vida del espíritu. Lo prueba, entre mil otras cosas, el mero hecho de que incluso se ha vuelto problemático usar el término “espíritu”. Es tal el materialismo que impregna los más íntimos resortes de nuestro 139
pensamiento y de nuestro corazón, que basta utilizar positivamente el término “espíritu”, basta atacar en su nombre el materialismo reinante, para que la palabra “espíritu” se vea automáticamente cargada de despectivas connotaciones religiosas, si ya no esotéricas. Se impone por ello precisar que no es la inquietud religiosa la que mueve a los signatarios del presente Manifiesto, independientemente de lo que éstos puedan considerar acerca de la relación entre “lo espiritual” y “lo divino”. Lo que nos mueve no es la inquietud ante la muerte de Dios, sino ante la del espíritu: ante la desaparición de ese aliento por el que los hombres se afirman como hombres y no sólo como entidades orgánicas. La inquietud que aquí se expresa es la derivada de ver desvanecerse ese afán gracias al cual los hombres son y no sólo están en el mundo; esa ansia por la que expresan toda su dicha y su angustia, todo su júbilo y su desasosiego, toda su afirmación y su interrogación ante el portento del que ninguna razón podrá nunca dar cuenta: el portento de ser, el milagro de que hombres y cosas sean, existan: estén dotados de sentido y significación. ¿Para qué vivimos y morimos nosotros: los hombres que creemos haber dominado el mundo…, el mundo material, se entiende? ¿Cuál es nuestro sentido, nuestro proyecto, nuestros símbolos…, estos valores sin los que ningún hombre ni ninguna colectividad existirían? ¿Cuál es nuestro destino? Si tal es la pregunta que cimienta y da sentido a cualquier civilización, lo propio de la nuestra es ignorar y desdeñar tal tipo de pregunta: una pregunta que ni siquiera es formulada, o que, si lo fuera, tendría que ser contestada diciendo: “Nuestro destino es estar privados de destino, es carecer de todo destino que no sea nuestro inmediato sobrevivir”. 140
Carecer de destino, estar privados de un principio regulador, de una verdad que garantice y guíe nuestros pasos: semejante ausencia —semejante nada— es sin duda lo que trata de llenar la vorágine de productos y distracciones con que nos atiborramos y cegamos. De ahí proceden nuestros males. Pero de ahí procede también —o mejor dicho: de ahí podría proceder, si lo asumiéramos de muy distinta manera— toda nuestra fuerza y grandeza: la de los hombres libres; la grandeza de los hombres no sometidos a ningún Principio absoluto, a ninguna Verdad predeterminada; el honor y la grandeza de los hombres que buscan, se interrogan y anhelan: sin rumbo ni destino fijo. Libres, es decir, desamparados. Sin techo ni protección. Abiertos a la muerte. Esbozar la anterior perspectiva no significa, ni que decir tiene, resolver nada. Contrariamente a todos los Manifiestos al uso, no pretende éste apuntar medidas, plantear acciones, proponer soluciones. Ya ha pasado afortunadamente el tiempo en que un grupo de intelectuales podían imaginarse que, plasmando sus ansias y proyectos en una hoja tan blanca como el mundo al que pretendían modelar, iba éste a seguir el rumbo fijado. Tal es el sueño —el señuelo— del pensamiento revolucionario: este pensamiento que, habiendo conseguido poner los fórceps del poder al servicio de sus ideas, sí logró —pero con las consecuencias que sabemos— transformar el mundo durante unas breves y horrendas décadas. El mundo no es en absoluto la hoja en blanco que se imaginaban los revolucionarios. El mundo es un fascinante y a veces aterrador libro trenzado de pasado, enigmas y espesor. No pretenden pues los firmantes del presente Manifiesto plasmar ningún nuevo programa de redención en ninguna nueva hoja en blanco. Pretenden ante
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todo, y ya sería mucho, conglomerar voces unidas por un parecido malestar. Ya sería mucho, en efecto: pues lo más curioso, por no decir lo más inquietante, es que semejante malestar no haya encontrado hasta la fecha ningún auténtico cauce de expresión. Aún más angustioso que la propia muerte del espíritu, es el hecho de que, salvo algunas voces aisladas, dicha muerte parece dejar a nuestros contemporáneos sumidos en la más completa de las indiferencias. Por ello, el primer objetivo que se propone este Manifiesto es el de saber en qué medida tales reflexiones son susceptibles de suscitar un mínimo, mediano o (acaso) amplio eco. A pesar del pesimismo que embarga a este Manifiesto, late en él la descabellada esperanza de pensar que no es posible que sólo algunas voces aisladas se alcen a veces para oponerse al sentir que caracteriza a nuestro tiempo. En la medida en que dicho sentir siga siendo dominante, es evidente que inquietudes como las aquí expresadas sólo podrán plasmarse en un grito, en una denuncia. Esto es obvio. Pero no lo es el que semejante grito no figure siquiera inscrito en aquel talante crítico, impugnador y trasgresor, que tanto había caracterizado a la modernidad, al menos durante sus inicios. Como si todo fuera de lo mejor en el mejor de los mundos, casi nada queda de aquella actitud crítica: lo único que hoy mueve a la protesta son las reivindicaciones ecologistas (tan legítimas como encerradas en el más plano de los materialismos), a las que cabría añadir los putrefactos restos de un comunismo igual de materialista y tan trasnochado que ni siquiera parece haber oído hablar de los crímenes que, cometidos bajo su bandera, sólo son equiparables a los realizados por el otro totalitarismo de signo aparentemente opuesto. 142
Desvanecido el talante inquieto y crítico que honró antaño a la modernidad, entregado nuestro tiempo a las exclusivas manos de los señores de la riqueza y del dinero —de ese dinero cuyo espíritu impregna por igual a sus vasallos—, sólo queda entonces la posibilidad de lanzar un grito, de expresar una angustia. Tal es el propósito del presente Manifiesto, el cual, además de lanzar dicho grito, también pretende posibilitar que se abra un profundo debate. Ni que decir tiene que tanto las cuestiones explícitamente apuntadas aquí, como las muchas otras que éstas implican, no pueden encontrar su cabal expresión en el breve espacio de un Manifiesto. Por ello, ya se verían abundantemente colmados los propósitos de éste, si a raíz de su publicación se abriera un debate en el que participaran cuantos se sintieran concernidos por las inquietudes aquí esbozadas. Apuntemos tan sólo algunas de las cuestiones en torno a las cuales podría lanzarse tal debate. Si “el tema de nuestro tiempo”, por parafrasear a Ortega, no es otro que el constituido por esta profunda paradoja: la necesidad de que se abra un destino para los hombres privados de destino y que han de seguir estándolo; si nuestra cuestión es la exigencia de que se abra un sentido para un mundo que descubre —aunque encubierta, desfiguradamente— todo el sinsentido del mundo; si tal es, en fin, nuestro “tema”, la cuestión que entonces se plantea es: ¿mediante qué cauces, a través de qué medios, de qué contenido, de qué símbolos, de qué proyectos… puede llegar a abrirse semejante donación de sentido? La anterior paradoja —disponer y no disponer de destino; afirmar un sentido establecido sobre el sinsentido mismo del mundo—; todo este arriesgado pero enaltecedor ejercicio de equilibrio sobre el abismo, todo este mantenerse en la movediza “frontera” que media entre 143
la tierra firme y el vacío: ¿no se parece todo ello al abismo, a la paradoja misma del arte: del verdadero arte, del que nada tiene que ver con el entretenimiento que se vende hoy bajo su nombre? “Tenemos el arte para no perecer a causa de la verdad”, es decir, de la racionalidad, decía Nietzsche. Quizá sí, quizá sea el arte lo que pudiera sacar al mundo de su abulia y torpor. Para ello, haría falta desde luego que la imaginación artística recobrara nuevo impulso y vigor. Pero ello no bastaría. También haría falta que, dejando de ser tanto un entretenimiento como un mero ornamento estético, el arte recuperara el lugar que le corresponde en el mundo; pasara a ser asumido como la expresión de la verdad que el arte es y que nada tiene que ver con la mera contemplación efectuada por un ocioso espectador. Ahora bien, ¿es ello posible en este mundo en el que no sólo la banalidad y la mediocridad, sino la fealdad misma (fealdad arquitectónica y decorativa, fealdad vestimentaria y musical…) parece estar convirtiéndose en uno de sus ejes centrales? ¿Es posible esta presencia viva del arte en un mundo dominado por la sensibilidad y el aplauso de las masas? ¿Es posible que el arte se instale en el corazón del mundo sin que reviva —pero ¿cómo?— lo que fue durante siglos la auténtica, la vivísima cultura popular? Dicha cultura ha desaparecido hoy, inmolada en el altar de una igualdad que mide a todos por el mismo rasero, que impone a todos la sumisión a la única cultura —la culta— que nuestra sociedad considera posible y legítima. ¿No es pues la cuestión misma de la igualdad —la de sus condiciones, posibilidades y consecuencias— la que queda de tal modo abierta, la que resulta ineludible plantear? Esbocemos una última cuestión, quizá la más decisiva. Toda la desespiritualización aquí denunciada está 144
íntimamente relacionada con lo que cabría denominar el desencanto de un mundo que ha realizado el más profundo de los desencantamientos: ha aniquilado a las fuerzas sobrenaturales que, desde el comienzo de los tiempos, regían la vida de los hombres y daban sentido a las cosas. No hace falta insistir en la necesidad de dicho desencantamiento para explicar los fenómenos físicos que conforman el universo. Imprescindibles resultan para ello las armas de una razón cuyas conquistas materiales (tanto teóricas como prácticas) están sobradamente probadas. Ahora bien, ¿no son estas mismas armas y estas mismas conquistas las que lo pervierten todo, cuando, dejando de aplicarse a lo material, intentan dar cuenta de lo espiritual? ¿No es el poder de la razón el que lo reduce todo a un mecánico engranaje de causas y efectos, de funciones y utilidades, cuando pretende encarar la significación del mundo, cuando intenta enfrentarse al sentido de la existencia? El fondo del problema, ¿no estriba en este desmesurado poder que se ha atribuido el hombre al proclamarse no sólo “dueño y señor de la naturaleza”, sino también dueño y señor del sentido? Sólo gracias a la presencia del hombre, es cierto, surge, se dispensa esta “cosa”, la más portentosa de todas, a la que denominamos sentido. Pero de ello no se deriva en absoluto que el hombre disponga del sentido, sea su dueño y señor, domine y controle un misterio que siempre le trascenderá. Semejante trascendencia no es en el fondo otra cosa que lo que, durante siglos, se ha visto expresado bajo el nombre de “Dios”. Enfocar las cosas desde tal perspectiva, ¿no equivale pues a plantear —pero sobre bases radicalmente nuevas— la cuestión que la modernidad había creído poder obviar para siempre: la cuestión de Dios? 145
Dejemos abierta, al igual que las anteriores, esta última cuestión: la de un insólito dios (quizá conviniera por ello escribir su nombre con minúscula), la cuestión de un dios que, careciendo de realidad propia —no perteneciendo ni al mundo natural ni al sobrenatural—, sería tan dependiente de los hombres y de la imaginación como éstos lo son de él y de ésta. ¿A qué mundo, a qué orden de realidad podría pertenecer semejante dios? No podría desde luego pertenecer a ese orden sobrenatural cuya realidad física hasta ha sido desmentida… por Su Santidad el Papa, quien en julio de 1999 —pero nadie se enteró— afirmaba que “el cielo […] no es ni una abstracción ni un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con Dios”. ¿Dónde puede morar dios, en qué puede consistir la naturaleza divina, si ningún lugar físico le conviene, si sólo de una “relación” se trata? ¿Dónde puede morar dios, sino en este lugar aún más prodigioso y maravilloso que está constituido por las creaciones de la imaginación? Plantear la cuestión de dios no es otra cosa, en últimas, que plantear la cuestión de la imaginación, interrogarnos sobre su naturaleza: la de esa fuerza que, a partir de nada, crea signos y significaciones, creencias y pasiones, instituciones y símbolos…; esa fuerza de la que quizá todo dependa y de la que el hombre moderno, como no podía ser menos, también se pretende dueño y señor. Así lo cree este hombre que, mirando con condescendiente sonrisa a los signos y símbolos de ayer o de hoy, exclama burlón: “¡Bah, sólo son imaginaciones!”, mentiras, pues. ÁLVARO MUTIS y JAVIER RUIZ PORTELLA
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EL AFFAIRE MUTIS-PONIATOWSKA
por Julio César Londoño
Julio César Londoño, cuentista y ensayista, escribió este texto sobre la relación MutisPoniatowska; un reportaje hecho con un 50% de ficción, un 40% de investigación bibliográfica y el resto de entrevista personal.
AL PRINCIPIO, el chisme no me interesó mucho. Que hubiera o no habido “algo” entre el escritor colombiano Álvaro Mutis y la periodista mexicana Elena Poniatowska en los tiempos en que el escritor estuvo encerrado en la cárcel de Lecumberri, en Ciudad de México, era algo que me tenía sin cuidado. Primero, porque no conocía a la condesa, y segundo, porque Mutis no es mi tipo. Encuentro muy discreta su obra, y temo no ser el único que se aburre con sus libros. La prueba está en que nadie se sabe de memoria un verso suyo, y en que, pese a los premios y a la buena prensa, ninguna de sus novelas se ha vendido bien (el mediano éxito de Ilona llega con la lluvia le debe mucho al efecto de “arrastre” que la versión cine-
matográfica produjo sobre las ventas del libro). Como diría Cortázar si pudiera: “Aunque no ha podido conectar un buen knockout, se está ganando la inmortalidad por puntos”. Nadie niega que a Mutis le sobra oficio, pero le faltan ideas. Tiene mundo, oído, erudición, sensibilidad, pero le falta la sal de la vida: inteligencia. Toda su obra gira en torno a dos obsesiones: que la vida no tiene sentido, es una; la otra es tan nebulosa que debe citarse textualmente: “La experiencia me ha enseñado que la única ley que puede regir la conducta del hombre es una ley de origen divino que trasciende la condición religiosa. Esta es la monarquía” (¿!). De no ser porque la ha repetido tantas veces, uno pensaría que se trata de una boutade. Con la segunda no se puede hacer nada, y con la primera ya se hizo mucho. Toda la literatura existencialista bosteza sobre el postulado del sinsentido de la vida. “Pero Álvaro es un gran tipo —dicen todos—: divertido, afable, buen conversador”. Lo dudo. La experiencia me ha enseñado que los que viven rodeados de gatos no son gente de fiar. No somos íntimos —cosa que ya habrá adivinado el lector— y apenas lo conozco pero, a juzgar por sus entrevistas, es un tipo pesado. Maqroll por aquí, Maqroll por allá. Mutis es el antónimo de Borges. Si al argentino le preguntaban “¿A qué horas escribe?”, respondía: “A las mismas de Paul Groussac: cuando tengo a alguien a mano para dictarle... Milton decía que cualquier hora era buena. Claro, como también era ciego...” Gentleman hasta la médula, se las ingeniaba para no hablar de sí mismo. Por eso sus entrevistas resultaban siendo, siempre, un tour por todas las literaturas. En cambio, si le preguntan a Mutis “¿Cómo se imagina usted a Ulises?”, responderá: “Un gran hombre, sin 148
duda, un símbolo del ingenio y de la voluntad, un navegante de un extraordinario parecido con Maqroll...”, y no habrá quien lo pare. De la condesa Poniatowska sólo sabía que había nacido en París en los años treinta en el hogar de un noble polaco y una mexicana de apellidos distinguidos. El noble y su familia viajaron a México en 1942 huyendo de la plaga nazi, y años después Elena Poniatowska se naturalizó mexicana y se dedicó al periodismo. Yo había leído algunos reportajes suyos —muy buenos, por cierto— escritos para Excélsior, y el guión de una radionovela en el que campeaban la pobreza y el dolor; parecía escrito a dos manos entre Charles Dickens y Mariano Azuela. Pero hasta ahí. Sufro de la convicción de que la literatura es asunto de hombres. Y media francesa. De modo que por ninguna de las dos puntas me interesó el “rollo” Mutis-Poniatowska. A Elena la conocí en 1960 o 1961, en una de las fiestas que daba Carlos Fuentes para celebrar las frecuentes ausencias de sus padres, unos viejos ricos que no paraban en casa. Estaban todos: Arturo Ripstein, Octavio Paz, Marijosé, Álvaro Mutis, Jaime Labastida, Edmundo Valadez, Armando Manzanero, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis. Había también un hombre elegante y dipsómano que resultó ser el embajador de Venezuela. Fuentes lo soportaba porque tenía unas amigas guapísimas, aunque ambiguas, equidistantes del modelaje y los masajes, que revoloteaban por toda la casa poniendo una nota pagana en ese concilio de monjes de clausura. De pronto alguien, seguro una mujer, le preguntó a Paz si ese era el momento más feliz de su vida (el hombre acababa de recibir un premio importante y jugoso). Paz contestó que pos sí, que era un momento grato pero que no podía asegurar que fuera el más dichoso porque 149
en su vida había habido muchos momentos felices —de composición, de amor, de amistad, de familia, de simple lectura— que eran incomparables entre sí. Arreola me codeó: “Octavito puede que sea disparejo con la pluma —susurró—, pero platicando es un maestro, ¿verdad?” Entonces llegó una mujercita menuda que fue recibida por todos con mucha calidez. Tenía una blusa blanca de manga sisa, cuello alto y bordados en hojarrota, un cinturón ancho, rojo, falda a la rodilla —negra, ceñida— y zapatos cerrados de tacón afilado y del mismo color del cinturón. Cuando se sentó, cruzó las piernas y abrió la boca, entendí la razón del cálido recibimiento: era Elena Poniatowska, el conjunto piernas-culo-rostro-cerebro mejor balanceado de México, D.F. Proust entre dos fuegos Había sólo una persona en la fiesta más sedienta que el embajador: Marijosé, la última conquista de Paz (chaparro y todo, Paz tenía fama de estar muy bien dotado y su éxito con las mujeres era mayor que el del mismísimo Fuentes). Era una joven rubia, exuberante y un tanto atolondrada. Al principio estuvo muy silenciosa pero a la tercera copa empezó a reír a destiempo, a preguntar quién era Proust, a flirtear con el embajador y a renegar de “estas fiestas donde hablan de gente que uno no conoce”, mientras Octavio le imploraba “No tomes más, mi amor”, y todos nos pusimos incómodos, excepto Arreola, quien la encontraba “rechula”, hasta que Elena salió al quite y, poniendo didácticamente su mano sobre el muslo de Marijosé, le explicó que “Marcel Proust fue un señor francés, rico e hipocondríaco, que se pasó la vida entera en una habitación insonorizada, en un lecho que fue escritorio, camilla de enfermo y —salvo uno que otro 150
desliz heterosexual— escenario de sus retozos con jóvenes vividores del lugar. Murió dejando una novela de cinco mil páginas que los señores encuentran muy profunda; en realidad Proust no dice nada, Mari, pero lo dice de una manera insuperable”. Mutis, que ama a Proust y se sabe de memoria y en francés las cinco mil páginas, recitó con su bien timbrada voz la primera página de un ensayo límpido y concreto, “La muerte de las catedrales”: ”Supongamos por un momento que se ha extinguido el catolicismo desde hace siglos, que se han perdido las tradiciones de su culto. Sólo subsisten las catedrales, secularizadas y mudas, monumentos hoy ininteligibles de una creencia olvidada. Un día llegan unos sabios a reconstituir las ceremonias que allí se celebraban en otro tiempo, para las que se erigieron esas catedrales y sin las cuales no se encontraba en ellas más que una letra muerta, y un concurso de artistas, seducidos por el sueño de devolver momentáneamente la vida a esos grandes navíos encallados, rehacen por una hora el escenario del misterioso drama que allí se representaba en medio de cantos y perfumes...” Cuando Álvaro llegó a la parte en que Proust explica con piadosa poesía los símbolos de la liturgia cristiana, ya estábamos ebrios de metáforas sacras y celebrábamos las mejores frases como si fueran goles de la selección nacional (divulgado masivamente, este ensayo haría más por la propagación del catolicismo que 150 horas de vuelo del papa). En el momento pensé que la cosa no pasaba de ser “un pulso” entre intelectuales. Ahora, evaluando retrospectivamente los sucesos de esa noche, comprendo que se trataba de las primeras escaramuzas entre dos enamorados. 151
El caso es que la fiesta volvió a encarrilarse. Elena aprovechó el alboroto para arrastrar a Marijosé a una de las alcobas del segundo piso, y reapareció sola poco después: “Marijosé les ruega que la excusen. Va a descansar. Está un tris mareada”. Duquesa es duquesa. Desde esa noche el caso Mutis-Poniatowska empezó a intrigarme. Los círculos sociales e intelectuales de la ciudad también andaban al acecho. No era para menos: que una condesa ande en malos pasos con un ex presidiario no es un plato que se vea todos los días. La cosa venía de atrás, según el novelista colombiano Fernando Vallejo —la tercera lengua más peligrosa de América, después de Andy Warhol y Truman Capote—, concretamente desde 1959, cuando Mutis estuvo en la cárcel de Lecumberri purgando un desfalco. —La condesita lo visitaba todos los domingos, viejo —me dice Fernando con sus mejillas chapeadas y sus ojitos ladinos—. Quería hacer una crónica de la vida de la cárcel, decía. ¿No creés que con una o dos visitas habría bastado? Imagináte el cuadro: el pimpollito metiéndose, arreglada y fragante, al nido de un gavilán sometido a largos meses de abstinencia, ¿ah? Y ambos culiprontos. Ambos insolentemente bellos... Estuve de acuerdo con que la combinación de dandi acuartelado y condesa intelectual era explosiva pero, objeté, el adjetivo “culipronta” era excesivo para una mujer de su clase. —Hasta donde yo sé —reflexionó Fernando—, la clase no es incompatible con la lascivia. —Quizás —acepté—, pero ten en cuenta que las mujeres son reticentes por naturaleza. El hombre me miró con compasión. —¿Cuál creés vos que sea el porcentaje de hombres infieles? —preguntó—. Poné un número. 152
—95% —dije para ver a dónde quería llegar. —¿Y con quién creés que se revuelca ese 95%? ¡Pues con el 95% de las morrongas esas, hombre! Mirá, viejo, la cosa es sencilla: toda mujer nace con un número finito de noes en su laringe. El truco consiste en agotárselos. Entonces escucharás el anhelado sí, o verás dibujarse en su rostro un mohín pícaro y equivalente. Eso lo sabe hasta un marica. Me sentí apabullado por esa aritmética sin resquicios del novelista, y pasamos a otra cosa. El reencuentro A Elena la volví a ver en la Feria del Libro de Francfort de 1982 (para la fecha, yo ya había leído, morbosa y vanamente, casi toda su obra: ni rastro de Mutis). Estaba almorzando sola en el restaurante donde nos alojábamos los latinoamericanos. La saludé. “Recuerdo su rostro pero no el cómo ni el cuándo”, me dijo con la sonrisa tranquila de quien ha pasado por el mismo trance muchas veces, y me señaló una silla frente a ella. Le hice un recuento pormenorizado de la fiesta de México, omitiendo apenas lo que mejor recordaba: su maldita manera de cruzar las piernas, superada tan sólo por la forma como las descruza Sharon Stone en Bajos instintos, ese milisegundo donde algo herboso y dorado encandila para siempre, desde el vértice goloso de la diva, la retina del espectador. —Fue una fiesta feliz —dijo Elena devolviéndome a la realidad—. Celebrábamos un premio de Octavio, ¿no? ¡Ah, el triunfo de un amigo es una de las gracias de la vida! Tal vez porque sentimos que algo nuestro triunfa con él, ¿no le parece?
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Mientras ella atacaba el postre con felina parsimonia, le dije que encontraba ecos rulfianos en sus escritos: la misma manera coloquial de narrar; el mismo lenguaje engañosamente popular; el mismo traslape del mundo de los vivos y el mundo de los muertos. “Todos salimos del poncho de Rulfo”, aceptó con resignación parafraseando el famoso Capote de Gogol, de Dostoievski, y dejando entrever, con un principio de ofuscación, que no era la primera vez que le señalaban esa influencia. Se veía magnífica así, con ese mechón rebelde en la frente, una chispa de ira en los ojos y una chispa de helado en los labios. Calculé que a ningún periodista le molesta que lo comparen con los maestros del Nuevo Periodismo, y le dije que sus diálogos me gustaban más que los de Hemingway, el abuelo del género, y que había en sus reportajes algo que me recordaba las mejores observaciones psicológicas de Capote y de Wolfe. Sonrió ruborizada. “Usted es un halagador”, se defendió, y se lanzó a hablar del periodismo norteamericano con una propiedad que me asustó. “Son cínicos. Vigorosos. Precisos. Agudos. Sabidos. Eclécticos. Cinematográficos. Les ayuda, claro, esa constelación de monstruos que tienen a mano para entrevistar. Lo único que me molesta es su prurito de escandalizar. Es pueril”. Por puro instinto de conversación le dije que A sangre fría era el único libro mal escrito de Capote. Por toda respuesta levantó su vaso de agua y brindó: “Me quita un peso de encima. Nunca he podido terminar de leerlo. ¡Y Dios sabe cuántas veces lo he intentado...! Bueno, hay que reconocer que los diálogos de los asesinos son espeluznantes. Queda uno con la impresión de que el autor no es solamente un teórico del asesinato. ¿Cree usted que Capote haya...?” 154
—Creo que la “gente de bien” somos, todos, asesinos frustrados —dije para ayudarla a terminar la frase. Esta complicidad nos relajó y hablamos con soltura de la feria, de los libros y de los discos que habíamos comprado, de los alemanes, de la ciudad; de todo menos de Mutis. Me falta ese desparpajo que les sobra a los periodistas. Y comencé a obsesionarme. Desde pequeño he sido un devoto del voyeurismo, esa arte geométrica que consiste en encontrar la recta que una tres puntos: el ojo, la rendija y ella (mi madre era modista. En las tardes la casa se llenaba de vecinas espléndidas que despejaban la mesa del comedor y se entregaban a la práctica de esa geometría glamorosa de la que nunca supo nada Euclides —el sesgo, la sisa, el zigzag, los curvígrafos, la tiza, el metro, el arte de empatar las piezas tratando de no estropear mucho los estampados— mientras parloteaban incansables, con la boca llena de alfileres, ajenas a las angustias del niño que jugaba carritos debajo de la mesa —la boca seca, las pupilas dilatadas y el corazón a punto de estallar—. Pero me desvío. Volvamos a la pesquisa). Al regreso de Francfort leí toda la obra de Mutis, “hoja por hoja y diente por diente”, buscando lo que no había podido encontrar en la de Elena Poniatowska. Y como los ojos ven lo que quieren ver, la encontré en cada página. Vi sus zarcillos en los lóbulos de las orejas de Ana la cretense; vi su pelo minucioso ondeando en los recuerdos del hombre de la gavia; vi su voz serena partir el corazón del gaviero en el aeropuerto de Amsterdam; vi sus labios húmedos y trémulos en el rostro de Ilona Garbowsca; vi su lengua articular obscenidades en un hotelucho de Sumatra; vi sus ropas en el cuerpo de una hetaira de Chipre; vi su naricita oliendo el pecho umbroso de Maqroll; en una callejuela oscura, vi los encajes de 155
sus calzones estrujados por los dedos apremiantes de un oscuro estibador; vi sus pechos cimbrar bajo las arremetidas salvajes del Estratega; vi su rostro sepultado en la almohada en una eternidad de doloroso placer; vi los signos rojos que sus uñas almendradas dejaron en la espalda de un hombre sin rostro; vi su cabeza echada hacia atrás, tenso el cuello, nítidos los ángulos del maxilar; vi el insoportable perfil de sus nalgas en el marco de la ventana en un crepúsculo amazónico; vi sus ojos azules atisbando lejanías en el muelle de Buenaventura... Elena era un arquetipo cuyo espectro estaba en todas partes y su sustancia en ninguna. Un golpe de suerte Un día, buscando en vano un libro de Edward Morgan Forster en las pantallas de la Biblioteca Luis Ángel Arango, en Bogotá, digité sin esperanza, casi mecánicamente, las letras de su nombre. Y fue la luz. Allí estaba, en caracteres brillantes, “Escritor colombiano encarcelado en México”, por Elena Poniatowska. Reportaje. Diario La Calle, Bogotá, enero 22/60. Un minuto después estaba leyendo los microfilmes del periódico en una moviola. La condesa había hecho una crónica sobre Mutis, encarcelado en México por haber desfalcado la compañía petrolera Esso (cosa que será crimen, mas no pecado). Escribe en tercera persona pero el entusiasmo la traiciona. Su pluma vuela, excitada. Escuchémosla. “Las risas se oyen hasta el paseo de la Reforma. Álvaro Mutis, el poeta colombiano, hace su célebre imitación de Pablo Neruda. Recién llegado de Colombia, todos lo han recibido como al Mesías. Es el salvador de las fiestas. Baile que te baile, de cóctel en cóctel, seduce a la duquesa de Altamira, a la marquesa de Villamarci156
lla... Así como fluye el champaña, fluyen las historias de Álvaro Mutis y sus carcajadas que levantan cualquier reunión como las burbujas al champaña. Junto a él nada es plano; y nada le gusta tanto a una mujer como sentirse espuma. Mutis cuenta chistes, está al corriente tanto de los últimos movimientos literarios como de las tendencias pictóricas más modernas. Habla de Goethe, de Brigitte Bardot y de las misas negras. Y sobre todo se ríe de oreja a oreja, hasta quedar exhausto. Declama en francés y dice adivinanzas en slang. Tiene una reserva de viajes verdaderamente inagotable. A los europeos les habla de Siam, a los suramericanos de Europa y a los ‘debutantes’ les relata aventuras soñadas en la corte de Luis XIV . Fiel lector de extrañas revistas (el Crapouillot que cuenta entre sus números uno dedicado a ‘L’érotisme chez les papes’ o algo así como ‘El erotismo en las comunidades coptas del siglo XVI’), posee lujosísimas y muy raras ediciones limitadas. Con Octavio Paz se pasa conversando la noche entera acerca de las relaciones entre la mística y el porvenir del hombre. También a Paz lo seduce. No dejará de hacerlo jamás. Tiene con qué. Cosmopolita, viajado, culto, sensible, bondadoso, mundano, encantador, es el rey. Nada se le atora. Su charme derrite. Álvaro Mutis parte plaza. Cruza los salones con la gallardía que lo caracteriza y sus dientes son rompevientos, rompeolas, rompelabios y, claro, rompecorazones...”* Después de leer el reportaje no me quedó ninguna duda sobre el color de los pensamientos que despertaba Mutis en la condesa. Pero seguí hurgando —¡los voyeuristas somos así, siempre queremos más y más!— hasta que una persona cuyo nombre debo callar me enseñó un pe*El texto completo del reportaje puede leerse en el libro Cartas de Álvaro Mutis a Elena Poniatowska (Alfaguara, 1998), en el que lo han insertado a manera de prólogo.
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queño tesoro: las cartas que el poeta le envió a la condesa desde la cárcel de Lecumberri. Elena se las había dado a guardar años atrás, cuando no se decidía a quemarlas y le daba temor conservarlas. Digo pequeño tesoro porque son las cartas de un caballero, es decir, decepcionantes: sosas, superficiales, discretas. Hay, sí, un crescendo de vocativos. Del “usted” y del “señora” iniciales, Mutis pasa al “tú”, al “ti” y al “Elena” en el intervalo de unos meses. La carta del 11 de julio de 1959 empieza con “Mi querida Hélène” y, luego de reprocharle su silencio con suavidad, como quien sabe que no tiene derecho de exigir mucho, se entusiasma con la perspectiva de una visita que la condesa le había anunciado para hacerle una entrevista: “Me encanta lo de la entrevista, te aseguro que más por el placer de verte y de respirar un poco el aire de tu libertad que vas a traer prendido a tu ropa y a tus palabras y gestos”. A veces jugaban rudo: “Si tuvieras cinco centímetros más de estatura —le escribe Mutis— hasta los ángeles bajarían a la novelería” (en realidad estaba furioso porque ella había ido a visitarlo acompañada de Luis Buñuel. Y aunque pasaron una tarde casi agradable, al final todo se arruinó porque a él le pareció que, al marcharse, Elena caminaba muy cerca de Buñuel, como en esos primeros metros del romance donde las manos aún no se atreven pero ya la fuerza gravitacional del amor ha empezado su trabajo y hace que los brazos se rocen). Elena tragó grueso, asimiló el golpe y no dijo nada. Con la perfidia propia del bello género, esperó a que el poeta estuviera en su peor momento para decirle que no le gustaban sus cartas, que eran “muy literarias” y que él “era mejor conversado que leído” (en México, y en una época en que todos querían parecerse a Rulfo, ser “muy literario” era descalificador. Equivalía a retórico, ampuloso, 158
postizo). Mutis sonrió y le dijo que lo consideraba un elogio, pero luego, cuando ella se marchó, contó las letras de los graffiti de la celda: 4.523. Ni una más, ni una menos. Ella tampoco estaba muy segura de sí. En el capítulo de las Cartas titulado “Yesterday”, escribe: “Prefiero al Álvaro Mutis de hoy. Parece mentira, pero así es. No es que me agrade verlo en la cárcel, pero sus recientes experiencias, por más dolorosas que hayan sido, lo han transformado para bien”. Sí, el mismo Mutis en alguna parte habla de no sé qué beneficios de su encierro, como quien agradece al cáncer su reconciliación con las dietas, pero no creo que hable en serio. En cambio la condesa sí. Debió ser dura la competencia en los salones por los favores del bello Álvaro con esas vampiresas altas y suculentas. Un cambio en el tono Pasada la tormenta, la carta del 17 de octubre termina con un indiscreto “Para ti un abrazo muy grande y casi todo el corazón de tu poeta: Álvaro” (en realidad ya todo su corazón pertenecía a la condesa, pero no podía decírselo a una mujer que sólo le había entregado una pequeña fracción del suyo). Luego, quizá para despistar, “Muchos recuerdos para Alberto” (Alberto era el esposo de Elena). El 10 de noviembre empieza Mutis a escribirle en serio: “He pensado mucho en ti, en tu libro y, en general, en tu vida. Yo creo que la amistad es un preocuparse por las personas continuamente, sin miedo ya a pecar de indiscreto o indelicado. Por eso he pensado en ti. Dijiste que vendrías el martes para continuar tu renseignement sobre la vida de la cárcel. Supongo que algo debió atra159
vesarse”. Más adelante, en la misma carta, el poeta saca las uñas: “A los 18 me casé y comencé a luchar por la vida, con mucha suerte, sí, pero también con mucha angustia. Mi vida sentimental ha sido un largo fracaso y... bueno, no voy ahora, a las doce y media de la noche y desde esta horrible noche de Lecumberri, a contarte mi vida y a llorar en tu hombro”. De pronto se percata de que es muy obvio, y vade retro: “Perdóname por pisar el terreno de las confesiones personales, tan resbaloso siempre y tan falso por la utilidad que tiene para ablandar ‘corazones solitarios’ —que bien sé que ese no es tu caso, ça va sans dire— pero no por eso deja de ser menos impertinente”. En el mismo mes aparece al fin, sin precisión de fecha, una carta reveladora: “Miércoles. Noviembre. Helena querida: como te fuiste después de haber inventado una supuesta situación de enfriamiento entre los dos, y como tengo tanto tiempo libre, voy a aprovecharlo para charlar un poco contigo. La verdad es que en estas últimas semanas mis cosas han andado bastante mal por todos lados y yo mismo he pasado —y estoy pasando— por un momento de transición bastante crítico y de general inseguridad y tal vez esto te haya hecho sentirme un poco lejano y, a veces, tal vez no todo lo cordial y amistoso que debo ser y soy contigo. Ahora que me has dejado pensando largamente, he llegado a ver claro que no sé cómo hubiera aguantado estos últimos seis meses tan duros sin tu apoyo y tu amistad tan probados y constantes y que ya a la altura de mis treinta y seis inviernos no suelen esperarse ni hallarse fácilmente”. A pesar del lóbrego tono de la carta, es fácil adivinar lo exultante que debió estar Mutis al escribirla. ¡Al fin la condesita le hacía reproches! Luego el poeta le cuenta que lo visitó el escultor colombiano Ramírez Villamizar, y su entusiasta aprobación de los vestidos que se habían 160
hecho para una obra de teatro que el poeta dirigía, con cobijas, sábanas y colchas remendadas. El final de la carta es inusualmente directo: “¿Cuándo vienes? Que sea pronto, y sin acompañantes que interfieran. Aquí te espero como espera uno cuando niño que vuelva el Ángel de la Guarda que ha huido por una mala acción que se hizo”. Mutis pone toda la carne en el asador. La volví a ver hace poco en un congreso de escritores en Lima. Esta vez fue ella la que apareció, de repente, ante mi mesa. Aunque ya no se cocinaba en dos aguas, permanecía esbelta y casi victoriosa sobre el tiempo. Estaba feliz de descubrir Lima. Le parecía una ciudad hechizada. “¡Es más bella que Cartagena! ¡Que Antigua!”, casi gritaba. Como el congreso estaba finalizando y yo aún no hacía la tarea para el periódico que me había enviado a cubrir el evento, le pedí una entrevista. “Soy toda suya”, me dijo con esa inocencia que ellas saben poner mientras sacan, debajo de la mesa, el puñal del liguero. —¿Usted cree en Dios? —Sólo los días pares. —¿Cómo le gustan los hombres? —Surtidos —dijo riéndose, para luego corregir—: quite eso. Era una broma. —¿Su opinión de la crítica? —El más difícil y necesario de los géneros. —¿El futuro de la especie humana? —Creo que saldremos de ésta... ¡Si Gaia no nos mata antes! —¿El mejor escritor mexicano? —Alfonso Reyes. —¿Por encima de Rulfo? —Sí. Reyes es más completo. —¿Octavio Paz? 161
—Buen poeta. Como prosista es muy confuso. —¿Carlos Fuentes? —Más suerte que talento. —¿Vargas Llosa? —Prometía más de lo que ha dado. —¿García Márquez? —Genio. —¿Es una categoría literaria? —No. Una interjección acuñada para nombrar lo semidivino. —¿Borges? —Una revolución flemática. —¿Elena Poniatowska? —Work in progress. —¿Modesta? —Es lo que nos queda a los que no somos semidivinos. —¿Arreola? —Una de las formas de la felicidad. —¿Un sueño? Elena se toma su tiempo, por primera vez: —Una Latinoamérica precolombina. —¿Lo cree posible? —Usted me pidió un sueño. La lección de Elena Aproveché que estaba en librerías una segunda edición de la última novela de Mutis, Amirbar, para dejar caer su nombre en la mesa como quien no quiere la cosa. Dijo que conocía esos trabajos y los ponderó con mesura. Dije que él me parecía el paradigma del “casi”, y ella puso ojos de “¿Y?”. Entonces tuve que ampliar diciendo que Mutis era casi genio, casi gran novelista, casi cuentista y casi buen poeta pero que, por alguna razón que 162
se me escapaba, sus libros me dejaban siempre la sensación de algo inconcluso, lunanco, fallido. “¿Y su estilo?”, preguntó. “Siempre pone un adjetivo de más”, dije por toda respuesta. Sin musitar palabra sacó de la cartera un librito amarillento, sin pastas, con los vértices chaflanados por un arrume de “conejos”. “Es La última escala del Tram Steamer —dijo acariciándolo—. ¿Lo ha leído?”. Ordené que retiraran los platos y me trajeran un café negro. Ella pidió una aromática de yerbabuena y empezó a leer. Aproveché para mirarla a mis anchas, para sorbérmela toda, escuchando la lectura en un segundo plano. Poco a poco Mutis fue alzando la voz, apoderándose de la tarde, y Elena pasó a ser parte de la decoración. Le rogué al mesero que pusiera dos dedos de brandy en el café. Estaba perplejo. Era el mismo Mutis de siempre pero esta vez el clima estaba más cerca de las atmósferas lentamente cargadas, como en Conrad, que de las enrarecidas y sórdidas locaciones de Faulkner, y la inmoralidad exhibicionista de Maqroll daba paso a las tribulaciones de un capitán de barco que se ve obligado a hacer negocios con Warda, una musulmana que ha heredado un viejo barco, el Alción, de un tío muerto recientemente. Ella es una mujer precozmente adulta; él, un hombre mayor. Ambos están de regreso. Han amado, engañado, sufrido. Conocen los deleites y las zozobras del paraíso y los rigores del infierno. Ya no pueden decirse “Tú eres lo más hermoso que me ha sucedido en la vida” o “Te querré por siempre”, ni son de esos que se resignan a proponer “Envejezcamos juntos”. Entonces inician un juego de fintas y excusas. Se entrevistan varias veces en los puertos que toca el Alción para hablar de fletes, itinerarios y reparaciones (Marsella, Lisboa, Helsinki, Le Havre, Madeira, 163
Veracruz, Vancouver, Punta Arenas, Kingston, Nueva Orleáns, Recife) pero ella no puede ocultar su inteligencia ni su insoportable belleza, y él siempre ha sido, a fuer de caballero, un seductor involuntario. Cuando se percatan, están metidos hasta el cuello en los tremedales del amor y, aterrados, se entregan a la redacción de un contrato, tácito y antirromántico, de ausencias, de licencias y de un respeto casi supersticioso por la privacidad del otro. Era una original historia de amor que no estaba hecha de entregas sino de reticencias, que no giraba en torno a la posesión sino a la seducción, y en la que al fin el cálculo y la pasión firmarían un armisticio. El viejo barco, el Alción, es casi un personaje de carne y hueso cuyo protagonismo Herman Melville habría aplaudido. Además, el estilo. Muy pocas veces había escuchado un lenguaje semejante, una prosa que fuera poética sin incurrir en el verso, una exaltación tan sabiamente contenida, un ritmo narrativo cuya música no desfalleciera; tanta agudeza deslizada entre líneas. Era como leer un quinto tomo de El cuarteto de Alejandría. Conmovido, agradecí en silencio ese inesperado regalo. Ya oscurecía cuando Elena leyó la última página. Lloviznaba contra el gran ventanal del comedor de la terraza de El Virrey. Adentro había un silencio espeso que petrificaba en los rincones a los meseros. —Se dice que Mutis estuvo enamorado de usted —le dije armado de un valor súbito. —Álvaro sólo ha amado a Álvaro. —¿Y usted? —Todas las mujeres de México soñamos alguna vez hacer mutis con Mutis —dijo con una sonrisa luminosa y traviesa.
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Pero yo me quedé serio, mirándola fijamente, encuellándola con mirada de “¿Y?”. —Álvaro es todo un hombre —dijo. Habría querido verle bien los ojos en ese momento, estar más atento a las inflexiones de la voz, pero la frase había sido apenas susurrada, al tiempo que giraba la cabeza para mirar a través del ventanal la tarde que se apagaba —como ella, como las letras del casco de un barco viejo, mientras las luces de Lima se encendían allá abajo, exactas, brillantes, como si nada.
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ÍNDICE DE PINTURAS
“Cisne”. Fernando Bustos .......................................... 7 “Girasoles”. Óleo en lienzo. Milton Duque Ceballos 51 “Una familia”. Óleo sobre lienzo. 1989. Fernando Botero ...................................................................... 117 “Interior. Lápiz y acuarela sobre lienzo. 1995. Fernando Botero ................................................... 136
ÍNDICE VOLUMEN I
BIOGRAFÍA ........................................................................ Biografía ................................................................... Curriculum vitae de Álvaro Mutis ........................ Cronología ................................................................ Premios .................................................................... Obras ........................................................................
8 9 18 22 28 29
POÉTiCA ........................................................................... Amén ........................................................................ Batallas hubo ........................................................... Breve poema de viaje .............................................. Cada poema ............................................................. Canción del este ...................................................... Cinco imágenes ....................................................... Cita ........................................................................... Ciudad ...................................................................... Como espadas en desorden .................................... Doscientos cuatro .................................................... Estela para Arthur Rimbaud ................................. Exilio ........................................................................
31 32 33 35 37 39 40 42 44 46 47 50 52
Grieta matinal ......................................................... 54 La muerte de Matías Aldecoa ................................ 56 Letanía ..................................................................... 58 Lied en Creta ........................................................... 60 Lied marino ............................................................. 62 Moirologhia .............................................................. 63 Nocturno .................................................................. 67 Nocturno .................................................................. 68 Nocturno .................................................................. 69 Nocturno en Valdemosa ......................................... 70 Noticia del Hades .................................................... 73 Oración de Maqroll ................................................. 76 Pienso a veces... ....................................................... 78 Poema de lástimas a la muerte de Marcel Proust . 80 Pregón de los hospitales ........................................ 83 Razón del extraviado .............................................. 85 Si oyes correr el agua ............................................. 87 Sonata ....................................................................... 88 Sonata ....................................................................... 89 Sonata ....................................................................... 90 Tres imágenes ......................................................... 92 Tríptico de La Alhambra ........................................ 94 Un bel morir... ......................................................... 99 Una calle de Córdoba .............................................. 100 Una palabra ............................................................. 105 VII ............................................................................. 107 PROSA .............................................................................. 109 Antes de que cante el gallo .................................... 110 La Muerte del Estratega ........................................ 136 El último rostro ....................................................... 160 Sharaya..................................................................... 179 El guardián .............................................................. 189 El dueño ................................................................... 191 168
El piloto.................................................................... 194 La Machiche ............................................................. 197 Sueño de la Machiche ............................................. 200 El fraile .................................................................... 203 Sueño del fraile ....................................................... 206 La muchacha ............................................................ 207 Sueño de la muchacha ............................................ 210 El sirviente .............................................................. 211 La mansión ............................................................... 214 Los hechos ................................................................ 217 Funeral ..................................................................... 224 El viaje ..................................................................... 227 Hastío de los peces ................................................. 231
ARTÍCULOS ....................................................................... 235 En favor de César Borgia ....................................... 236 Y, ahora, un clásico ................................................. 239 La miseria del deporte ........................................... 242 DISCURSOS ....................................................................... 246 Discurso Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1997 ................................................... 247 Discurso Cervantes. España. 2001 ........................ 252 Índice de pinturas ........................................................ 256
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