Indice de autores 1 Poema dedicado al Rey Shu-sin (anónimo) 2 Volutas en el aire (anónimo) 3 Relaciones (anónimo)
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Indice de autores 1 Poema dedicado al Rey Shu-sin (anónimo) 2 Volutas en el aire (anónimo) 3 Relaciones (anónimo)
4 Arolas, Juan 5 Banchs, Enrique 6 Baudelaire, Charles 7 Bécquer, Gustavo A 8 Ben Ammar de Silves 9 Ben Hazm 10 Bernárdez, Francisco Luis 11 Borges, Jorge Luis 12 Brecht, Bertolt 13 Bufano, Alfredo A 14 Camino, Miguel A 15 Cardenal, Ernesto 16 Carriego, Evaristo 17 Cisneros, Luis Benjamín
18 Darío, Rubén 19 Dávalos, Jaim 20 de Campoamor, Ramón 21 de Espronceda, José 22 de Grandis, José 23 de Ibarbourou, Juana 24 de Irrutiaga y López, B 25 de Moraes, Vinicius 26 de Unamuno, Miguel 27 del Campo, Estanislao 28 del Palacio, Manuel 29 de la Cruz, Sor Juana 30 Dickinson, Emily 31 Echeverría, Esteban 32 Fariña Núñez, Eloy 33 Fernández, Felipe A.(Yacaré) 34 Flores, Julio. 35 García, Charly 36 García Calderón, Ventura 37 García Lorca, Federico
38 Geraldy, Paul. 39 Gibran, Khalil 40 Girondo, Oliverio 41 Goethe, Juan W 42 González Prada, Manuel 43 Gordon, Jorge (Lord Byron) 44 Granata. María
45 Guido Spano, Carlos 46 Guillén, Horacio Enrique 47 Gutiérrez, Ricardo 48 Hernández, José 49 Hernández, Miguel 50 Herrera y Reissig, Julio 51 Hesse, Herman 52 Hikmet, Nazim 53 Hugo, Víctor 54 Ievtushenko, Eugueni 55 Jiménez, Juan Ramón 56 Joyce, James
57 Keats, John 58 Khayyam, Omar 59 Linyera, Dante A. (Francisco B. Rimoldi) 60 Lugones, Leopoldo 61 Llona, Numa Pompilio 62 Machado, Antonio 63 Machado, Manuel 64 Manzanero, Armando 65 Martí, José 66 Melendez Valdes, Juan 67 Milton, Juan 68 Mistral, Gabriela 69 Nalé Roxlo, Conrado 70 Neruda, Pablo 71 Nervo, Amado 72 Obligado, Rafael 73 Páez, Fito 74 Poe, Edgard Allan 75 Puebla, Carlos
76 Rada, Mario F. 77 Rilke, Rainer María 78 Rimbaud, Arthur 79 Salomón 80 Serrano, Carlos 81 Shakespeare, William 82 Shelley, Percy 83 Spinetta, Luis Alberto 84 Storni, Alfonsina 85 Summer, Gordon (Sting) 86 Tallon, Rodolfo 87 Vallejo, César 88 Verlaine, Paul 89 Whitman, Walt 90 Wilde,Oscar 91 Romance (anónimo) 92 Refranero criollo (anónimo) 93 Relación (anónimo) 94 Coplas (anónimo)
Antología de la Poesía Amorosa
Recopilación: Ana M. Mesa; Mónica E. Polo; Roberto L. Vera Edición Impresa Diseño de Tapa: Marcelo Biglíano © 2001 by Pluma y Papel Bacacay 2647 1406- Buenos Aires, Argentina Queda hecho el depósito de Ley 11.723 I.S.B.N. 950-764-187-3 Edición Digital Construcción y diseño a cargo de Libronauta © 2001 by Pluma y Papel Bacacay 2647 1406 -Buenos Aires, Argentina Queda hecho el depósito de Ley 11.723
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida sin la autorización por escrito de Pluma y Papel y Libronauta Argentina S.A., la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
A mis hijos Marcela y Gabriel EL EDITOR
1- Poema dedicado al Rey Shu-sin (Anónimo) Sumer (2050 a.C.-?) "Esposo, amado de mi corazón. Grande es tu hermosura, dulce como la miel. León, amado de mi corazón, Grande es tu hermosura, dulce como la miel.
Tú me has cautivado, déjame que permanezca temblorosa ante ti; Esposo, yo quisiera ser conducida por ti a la cámara. Tú me has cautivado, déjame que permanezca temblorosa ante ti; León, yo quisiera ser conducida por ti a la cámara.
Esposo, déjame que te acaricie; Mi caricia amorosa es más suave que la miel. En la cámara llena de miel, Deja que gocemos de tu radiante hermosura; León, déjame que te acaricie; Mi caricia amorosa es más suave que la miel.
Esposo, tú has tomado tu placer conmigo; Díselo a mi madre, y ella te ofrecerá golosinas; A mi padre, y te colmará de regalos.
Tu alma, yo sé cómo alegrar tu alma; Esposo, duerme en nuestra casa hasta el al-ba. Tu corazón, yo sé cómo alegrar tu corazón; León, durmamos en nuestra casa hasta el al-ba.
Tú, ya que me amas, Dame, te lo ruego, tus caricias. Mi señor dios, mi señor protector,
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Mi Shu-Sin, que alegra el corazón de Enlil, Dame, te lo ruego, tus caricias.
Tu sitio dulce como la miel, te ruego que pongas tu mano encima de él, Pon tu mano encima de él como sobre una capa-gishban, Cierra en copa tu mano sobre él como sobre una capa-gishban-sikin. Este es un poema-balbale de Inanna."
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2- El Cantar de los Cantares Salomón (1033-930 a. C.)
Capítulo 1 Canción de canciones, la cual es de Salomón. ¡Oh si él me besara con ósculos de su boca! porque mejores son tus amores que el vino. Por el olor de tus suaves ungüentos (ungüento derramado es tu nombre), por eso las doncellas te amaron. Llévame en pos de ti, correremos. Metióme el rey en sus cámaras: nos gozaremos y alegraremos en ti; acordarémonos de tus amores más que del vino: los rectos te aman. Morena soy, oh hijas de Jerusalem,
mas codiciable; como las cabañas de Cedar, como las tiendas de Salomón. No miréis en que soy morena, porque el sol me miró. Los hijos de mi madre se airaron contra mí, hiciéronme guarda de viñas; y mi viña, que era mía, no guardé. Hazme saber, oh tú a quien ama mi alma, dónde repastas, dónde haces tener majada al medio día; porque, ¿por qué había yo de estar como vagueando tras los rebaños de tus compañeros? Si tú no lo sabes, oh hermosa entre las mujeres, sal, yéndote por las huellas del rebaño, y apacienta tus cabritas junto a las cabañas de los pastores. A yegua de los carros de Faraón te he comparado, amiga mía. Hermosas son tus mejillas entre los pendientes, tu cuello entre los collares. Zarcillos de oro te haremos, con clavos de plata.
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Mientras que el rey estaba en su reclinatorio, mi nardo dio su olor. Mi amado es para mí un manojito de mirra, que reposa entre mis pechos. Racimo de copher en las viñas de Engadi es para mí mi amado. He aquí que tú eres hermosa, amiga mía; he aquí que eres bella: tus ojos de paloma. He aquí que tú eres hermoso, amado mío, y suave: nuestro lecho también florido. Las vigas de nuestra casa son de cedro, y de ciprés los artesonados.
Capítulo 2 Yo soy la rosa de Sarón, y el lirio de los valles. Como el lirio entre las espinas, así es mi amiga entre las doncellas. Como el manzano entre los árboles silvestres,
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así es mi amado entre los mancebos: bajo la sombra del deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar. Llevóme a la cámara del vino, y su bandera sobre mí fue amor. Sustentadme con frascos, corroboradme con manzanas; porque estoy enferma de amor. Su izquierda esté debajo de mi cabeza, y su derecha me abrace. Yo os conjuro oh doncellas de Jerusalem, por las garras y por las ciervas del campo, que no despertéis ni hagáis velar al amor, hasta que quiera. ¡La voz de mi amado! He aquí él viene saltando sobre los montes, brincando sobre los collados. Mi amado es semejante al gamo, o al cabrito de los ciervos. Helo aquí, está tras nuestra pared,
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mirando por las ventanas, mostrándose por las rejas. Mi amado habló, y me dijo: Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y vente. Porque he aquí ha pasado el invierno, hase mudado, la lluvia se fue; Hanse mostrado las flores en la tierra, el tiempo de la canción es venido, y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola; La higuera ha echado sus higos, y las vides en cierne dieron olor: Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y vente. Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de escarpados parajes, muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz; porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto. Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas: pues que nuestras viñas están en cierne.
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Mi amado es mío, y yo suya; él apacienta entre lirios. Hasta que apunte el día, y huyan las sombras, tórnate, amado mío: sé semejante al gamo, o al cabrito de los ciervos, sobre los montes de Bether.
Capítulo 3 Por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma: busquélo, y no lo hallé. Levantaréme ahora, y rodearé por la ciudad: por las calles y por las plazas buscaré al que ama mi alma: busquélo, y no lo hallé. Halláronme los guardas que rondan la ciudad, y díjeles. ¿Habéis visto al que ama mi alma? Pasando de ellos un poco,
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hallé luego al que mi alma ama: trabé de él, y no lo dejé, hasta que lo metí en casa de mi madre, y en la cámara de la que me engendró. Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalem, por las gamas y por las ciervas del campo, que no despertéis ni hagáis velar al amor, hasta que quiera. ¿Quién es ésta que sube del desierto como columnita de humo, sahumada de mirra y de incienso, y de todos polvos aromáticos? He aquí es la litera de Salomón: sesenta valientes la rodean, de los fuertes de Israel. Todos ellos tienen espadas, diestros en la guerra; cada uno su espada sobre su muslo, por los temores de la noche. El rey Salomón se hizo una carroza de madera del Líbano.
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Sus columnas hizo de plata, su respaldo de oro, su cielo de grana, su interior enlosado de amor, por las doncellas de Jerusalem. Salid, oh doncellas de Sión, y ved al rey Salomón con la corona con que le coronó su madre el día de su desposorio, y el día del gozo de su corazón.
Capítulo 4 He aquí que tú eres hermosa, amiga mía; he aquí que tú eres hermosa; tus ojos entre tus guedejas como de paloma; tus cabellos como manada de cabras, que se muestran desde el monte de Galaad. Tus dientes, como manadas de trasquiladas ovejas, que suben del lavadero, todas con crías mellizas, y ninguna entre ellas estéril. Tus labios, como un hilo de grana,
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y tu habla hermosa; tus sienes, como cachos de granada a la parte adentro de tus guedejas. Tu cuello, como la torre de David, edificada para muestra; mil escudos están colgados de ella, todos escudos de valientes. Tus dos pechos, como dos cabritos mellizos de gama, que son apacentados entre azucenas. Hasta que apunte el día y huyan las sombras, iréme al monte de la mirra, y al collado del incienso. Toda tú eres hermosa, amiga mía, y en ti no hay mancha. Conmigo del Líbano, oh esposa, conmigo ven del Líbano: mira desde la cumbre de Amana, desde la cumbre de Senir y de Hermón, desde las guaridas de los leones,
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desde los montes de los tigres. Prendiste mi corazón, hermana, esposa mía; has preso mi corazón con uno de tus ojos, con una gargantilla de tu cuello. ¡Cuán hermosos son tus amores, hermana, esposa mía! ¡cuánto mejores que el vino tus amores y el olor de tus ungüentos que todas las especias aromáticas! Como panal de miel destilan tus labios, oh esposa; miel y leche hay debajo de tu lengua; y el olor de tus vestidos como el olor del Líbano. Huerto cerrado eres, mi hermana, esposa mía; fuente cerrada, fuente sellada. Tus renuevos paraíso de granados con frutos suaves, de cámphoras y nardos. Nardo y azafrán, caña aromática y canela, con todos los árboles de incienso; mirra y áloes, con todas las principales especias.
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Fuente de huertos, pozo de aguas vivas, que corren del Líbano. Levántate, Aquilón y ven, Austro, sopla mi huerto, despréndanse sus aromas. Venga mi amado a su huerto, y coma de su dulce fruta.
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3- La visita de la amada Ben Hazm Musulmán-Español (994-1063)
Viniste a mí un poco antes de que los cristianos tocasen las campanas, cuando la medialuna surgía en el cielo, como la ceja de un anciano cubierta casi del todo por las canas, o como la delicada curva de la planta del pie. Y, aunque era aún de noche, con tu venida brilló en el horizonte el arco del Señor, vestido de todos los colores, como la cola de los pavones.
4- La amada Ben Ammar de Silves Musulmán-Español (-1086)
Era una gacelita que mira con narcisos, alarga azucenas y sonríe con margaritas. Sus arracadas me hacen señas y sus ajorcas tienden la oreja para escuchar la melodía de su cinturón.
5- Rubaiyat Omar Khayyam Persa (¿1073-1125?)
LX
Caeré en el camino del Amor y el Destino me aplastará. ¡Oh doncella, oh mi cáliz encantado, levántate y dame el fuego de tus labios antes de que llegue el fin y me convierta en polvo!
LXX
Soy viejo ya. Y la pasión que me inspiras me lleva a la muerte: no ceso de colmar de vino mi gran cáliz. Mi pasión por ti anula el discernimiento de mi razón. Y el Tiempo marchita sin piedad la fresca rosa que lucía...
LXXIII
¿Por qué tanta delicadeza, tanto cuidado al comienzo de nuestro amor? ¿Por qué tantos cariños, tantas delicias después? ¿Y por qué hoy tu único placer es desgarrar mi corazón?... ¿Por qué?
LXXIV
Cuando mi alma y tu alma abandonen nuestros cuerpos, se colocará un ladrillo bajo nuestra cabeza. Luego, un arquitecto amasará tus cenizas con las mías.
XCVII
Noche. Silencio. Follaje detenido como mi pensamiento. De una rosa, imagen de un corto resplandor, cae un pétalo. ¿Dónde estás ahora, tú, que me ofreciste el cáliz por el cual suspiro?
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Tal vez ninguna rosa se deshoja cerca de quien auxilias con tu cántaro. Pero sé que nadie puede ofrecerme la amarga felicidad con que me embriagabas.
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6- Soneto XVIII
William Shakespeare Inglés (1564-1616)
¿A un día de verano compararte? Más hermosura y suavidad posees. Tiembla el brote de Mayo bajo el viento y el estío no dura casi nada.
A veces demasiado brilla el ojo solar, y otras su tez de oro se apaga; toda belleza alguna vez declina, ajada por la suerte o por el tiempo.
Pero eterno será el verano tuyo. No perderás la gracia, ni la Muerte
se jactará de ensombrecer tus pasos cuando crezcas en versos inmortales.
Vivirás mientras alguien vea y sienta y esto pueda vivir y te dé vida.
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7- El paraíso perdido (Fragmento)
Juan Milton Inglés (1608-1674)
Sus ojos despedían una pura Llama, que inundó mi alma de alegría; Un mundo todo nuevo aparecía A los míos; el suelo más florido; El aura más suave y deliciosa. En esto, veo que huye presurosa; Me despierto, y exclamo, sorprendido Al ver realmente lo que había creído Sueño: —Detente, no huyas, ¡oh celeste Maravilla! ¡De nuevo a presentarme Vuelve tu hermoso rostro, y consolarme! ¡Vuelve a mí, si no quieres que me cueste Toda mi dicha! ¿Cómo la tendría
Si, una vez que te he visto, te perdía? ¿Y qué deleite disfrutar pudiera Si de ti para siempre careciera? ¡Vuélvete! ¡Compadece mi quebranto! ¡No me abandones a un eterno llanto! <
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La dicha únicamente encontraría. Yo entretanto, sirviéndole de guía. Apresuradamente Hacia mi alojamiento la llevaba, Y al ver belleza tal me enajenaba. El cielo está en sus ojos; en su frente, Junto el candor con la inocencia habita. El menor movimiento de su airoso Cuerpo la admiración más dulce excita. Desenvolviendo el talle majestuoso: Con semblante risueño Las gracias todas, y el amor volando Con el placer, la van acompañando, Y le forman un séquito brillante, Como a su reina. Yo no soy ya dueño De mí mismo, y exclamo agradecido: -¿Conque ya, ¡oh Dios benigno!, está delante De mi encantada vista aquel tesoro Que tu bondad me había prometido? Al verlo, mi perdón de nuevo imploro
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Por la audacia de habértelo pedido; Pues su riqueza mi esperanza excede, Y mi corazón débil jamás puede Corresponder a tu beneficencia. Con qué ventajas y con que indulgencia Aquel triste momento has compensado En que, severo, al parecer, conmigo, Desatendiste a mi ruego osado Y hablaste sólo de ira y de castigo! Permite, pues, que explique en lo posible Mi amor ardiente, mi agradecimiento A Ti, ¡mi tierno Padre!, que sin cuento De bienes me llenaste, y que, sensible Por último a mi suplica rendida, Me has dado, con mi esposa, nueva vida. La llenaste de gracia y de hermosura: No se halla otra tan bella criatura; De mi propia sustancia la formaste, Y mi imagen en ella retrataste. Me amo a mí mismo en ella, y a ella quiero
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En mí; pues su ser mío considero. A su padre y su madre, el tierno esposo Dejará en adelante, no dudoso, Por su mujer: enajenado padre, Adorará en sus hijos a su madre; Ambos un corazón serán y una alma, Con los lazos de amor encadenados, Y gozarán en deliciosa calma Una felicidad misma hermanados. «Eva oye estas palabras, y modesta, Como recién nacida y fresca rosa, Lejos de saborear con orgullosa Vanidad mis elogios, manifiesta Su obediencia, y responde con dulzura, Rendida y vergonzosa, A la dulce expresión de mi ternura. «En presencia del Dueño soberano De cuanto existe, con augusta forma, Yo le di, ella me dio su casta mano: Acto que deberá servir de norma
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A nuestros más remotos descendientes. Celebró toda la naturaleza Nuestra unión: cual testigos, los lucientes Astros brillaron con mayor viveza; Por presenciarla, el cielo silencioso Suspendió un rato el curso majestuoso; El aura misma, plácida y serena, En su lengua nos dio la enhorabuena; Los pájaros sus cantos duplicando, Las cristalinas aguas murmurando, El enlace aplaudieron, Y ejemplo a todos los vivientes dieron. Los collados, los valles, repetían De aquel festivo día los acentos; Los árboles con dulces movimientos Se inclinaban; las flores olorosas Sus coloridos senos descubrían; El céfiro, sus alas extendiendo Emulas de las rosas, Ansioso sus perfumes recogiendo,
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De una en otra volaba, Y sus bellos matices avivaba. «Cual nube densa, al estrellado techo Sube el precioso incienso reunido De los olores del jardín florido, Dios mismo bendice el nupcial lecho, Mientras con suave músico gorjeo El ruiseñor el himno de himeneo Canta, y vuela la estrella vespertina Sus teas a encender con la divina Llama, con el sagrado Fuego, que puro por la vez primera Extrae de su esfera Brillante, a tales usos destinado. «Mis riquezas, mi suerte venturosa Te he referido: ves cuán generosa La mano del Eterno me ha colmado De bienes, mis deseos previniendo. Con todo, lo que siento, francamente Te diré: los deleites terrenales
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Van para mí su mérito perdiendo Con el uso, exceptuando únicamente El tierno trato de mi esposa amada. Los restantes placeres, desiguales Son ya a la grande idea que formada Tenía de ellos: el suave canto De las pintadas aves, de las fuentes El susurro, el aroma delicioso De las flores, los jugos excelentes De las sabrosas frutas que antes tanto Lisonjeaban mi gusto codicioso, Ya me fastidian: sólo mi querida Eva es siempre el deleite de mi vida. Ardí al ver su belleza casta y pura; Ardo, cuando a mi vista se presenta; De los demás objetos no hago cuenta. «¡Cuál es, pues, el poder, cuál la ignorada Fuerza de una sonrisa, de una ojeada! Tal vez del cuerpo la delicadeza Hará que ella no tenga la firmeza,
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La madurez que al hombre tocó en suerte. Quizá también será algo menos fuerte La idea, que en su pecho está grabada, De la justicia y de la ley sagrada, Que en mí imprimió el Señor profundamente, Pues que la destinó a ser dependiente De mí, y, para una cándida obediencia, Ni mi carácter ni mi inteligencia Tener necesitaba: Una clara razón, a una inocente Docilidad unida, le bastaba. Del Dios que a ambos nos hizo, con efecto, Sé que no es un retrato tan perfecto Corno yo; no se ve en su rostro hermoso Aquel aire del hombre majestuoso En que la seria autoridad respira; Mas, lo confieso, a fuerza de hermosura, Cuando hacia mí la amable vista gira, Mis sentidos deslumbra, de manera Que, casi sin dudar, se me figura
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Que como es bella así ha de ser juiciosa. Del imperio que ejerce en mí, segura, No abusa de él; mas siempre que cualquiera Ocasión se presenta, en que dudosa Mi razón titubea, su ingeniosa Idea sigo en todo, que hasta ahora Jamás encontré errada ¿Y quién pudiera No ceder a su gracia encantadora?
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8- Hombres necios Sor Juana Inés de la Cruz México (1651-1695)
Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis
Si con ansia sin igual solicitáis su desdén, ¿por qué queréis que obren bien si las incitáis al mal?
Combatís su resistencia y luego con gravedad decís que fue liviandad lo que hizo la diligencia.
Parecer quiere el denuedo de vuestro parecer loco al niño que pone el coco y luego le tiene miedo.
Queréis con presunción necia hallar a la que buscáis, para pretendida, Tais, y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué humor puede ser más raro que el que, falto de consejo, él mismo empaña el espejo y siente que no esté claro?
Con el favor y el desdén tenéis condición igual, quejándoos, si os tratan mal, burlándoos, si os quieren bien.
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Opinión ninguna gana, pues la que más se recata, si no os admite, es ingrata, y si os admite, es liviana.
Siempre tan necios andáis que con desigual nivel a una culpáis por cruel y a otra por fácil culpáis.
¿Pues cómo ha de estar templada la que vuestro amor pretende, si la que es ingrata ofende y la que es fácil enfada?
Mas entre el enfado y pena que vuestro gusto refiere, bien haya la que no os quiere y quejaos enhorabuena.
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Dan vuestras amantes penas a sus libertades alas y después de hacerlas malas las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa ha tenido, en una pasión errada: la que cae de rogada o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de culpar, aunque, cualquiera mal haga: la que peca por la paga o el que paga por pecar?
¿Pues para que os espantáis de la culpa que tenéis? Queredlas cual las hacéis o hacedlas cual las buscáis.
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Dejad de solicitar y después con más razón acusaréis la afición de la que os fuere a rogar.
Bien con muchas armas fundo que lidia vuestra arrogancia, pues en promesa e instancia juntáis diablo, carne y mundo.
IV Enseña modo con que la Hermosura, solicitada de amor importuno, pueda quedarse fuera de él, con entereza tan cortés que haga bienquisto hasta el mismo desaire
Dos dudas en que escoger tengo y no sé a cuál prefiera, pues vos sentís que no quiera y yo sintiera querer. Con que si a cualquier lado
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quiero inclinarme, es forzoso, quedando el uno gustoso, que otro quede disgustado.
Si daros gusto me ordena la obligación, es injusto que por daros a vos gusto haya yo de tener pena.
Y no juzgo que habrá quien apruebe sentencia tal como que me trate mal por trataros a vos bien.
Mas por otra parte siento que es también mucho rigor que lo que os debo en amor pague en aborrecimiento.
Y aun irracional parece
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este rigor, pues se infiere, si aborrezco a quien me quiere, ¿qué haré con quien aborrezco?
No sé cómo despacharos, pues hallo al determinarme que amaros es disgustarme y no amaros disgustaros.
Pero dar un medio justo en estas dudas pretendo, pues no queriendo os ofendo y queriéndoos me disgusto.
Y sea ésta la sentencia, por que no os podáis quejar: que entre aborrecer y amar se parta la diferencia.
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9- La copa del rey J. W. Goethe Alemán (1749-1842)
Hubo en Thule un rey amante, que a su amada fue constante hasta el día en que murió, Ella, en ese mismo instante, Su copa de oro le dio.
El buen rey, desde ese día Sólo ese cáliz bebía fiel al recuerdo tenaz y al beber, humedecía una lágrima su faz.
En su momento postrero al hijo su reino entero
le entregó, como era ley: sólo negó al heredero la copa, el constante rey En la torre que el mar besa, por orden del rey expresa (Muy cercano ve su fin) La corte, en la regia mesa Gozó del postrer festín. Ya en su último aliento el anciano, moribundo soberano, Apuró sin vacilar y con enérgica mano arrojó su copa al mar. Con expresión de agonía observó que al mar caía. Firme y ávido la siguió, vio cómo el agua sorbía, la copa y tranquilo se murió.
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10- Rosana en los fuegos Juan Melendez Valdes Español (1754-18171
Del sol llevaba la lumbre, Y la alegría del alba, En sus celestiales ojos La hermosísima Rosana, Una noche que a los fuegos Salió la fiesta de Pascua, Para abrasar todo el valle En mil amorosas ansias, Por doquiera que camina Lleva tras sí la mañana, Y donde se vuelve rinde La libertad de mil almas El céfiro la acaricia Y mansamente la halaga,
Los Amores la rodean Y las Gracias la acompañan, Y ella, así como en el valle Descuella la altiva palma Cuando sus verdes pimpollos Hasta las nubes levanta, O cual vid de fruto llena Que con el olmo se abraza, Y sus vástagos extiende Al arbitrio de las ramas; Así entre sus compañeras El nervado cuello alza, Sobresaliendo entre todas Cual fresca rosa entre zarzas O como cándida perla Que artífice diestro engasta Entre encendidos corales, Porque más luzcan sus aguas. Todos los ojos se lleva Tras sí, todo lo avasalla;
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De amor mata a los pastores Y de envidia a las zagatas. Ni las músicas se atienden, Ni se gozan las lumbradas; Que todos corren por verla Y al verla todos se abrazan, ¡Qué de suspiros se escuchan! ¡Qué de vivas y de salvas! No hay zagal que no la admire Y no se esmere en loarla. Cuál absorto la contempla Y a la aurora la compara Cuando más alegre sale Y el cielo de su albor baña; Cuál al fresco y verde aliso Que crece al margen del agua. Cuando más pomposo en hojas En su cristal se retrata; Cuál a la luna, si muestra Llena su esfera de plata,
Poesía amorosa
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Y asoma por los collados De luceros coronada. Otros pasmados la miran Y mudamente la alaban, Y cuanto más la contemplan Muy más hermosa la hallan; Que es como el cielo su rostro Cuando en la noche callada Brilla con todas sus luces Y los ojos embaraza. ¡Ay, qué de envidias se encienden! ¡Ay, qué de celos que causa En las serranas del Tormes Su perfección sobrehumana! Las más hermosas la temen, Mas sin osar murmurarla; Que, como el oro más puro, No sufre una leve mancha.
Poesía amorosa
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-¡Bien haya tu gentileza Una y mil veces bien haya Y abrase la envidia al pueblo, ¡Hermosísima aldeana! Toda, toda eres perfecta, Toda eres donaire y gracia; El amor vive en tus ojos Y la gloria está en tu cara; En esa cara hechicera Do toda su luz cifrada Puso Venus misma, y ciego En pos de sí me arrebata. La libertad me has robada Yo la doy por bien robada, Mas recibe el don benigna Que mi humildad te consagra. No el don por pobre desdeñes, Que aun las deidades más altas A zagales, cual yo, humildes, Un tiempo acogieron gratas;
Poesía amorosa
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Y mezclando sus ternezas Con sus rústicas palabras, No, aunque diosas, esquivaron Sus amorosas demandas Su feliz ejemplo sigue, Pues que en beldad las igualas, Cual yo a todos los excedo En lo fino de mi llama—.
Esto un zagal le decía Con razones mal formadas, Que salió libre a los fuegos Y volvió cautivo a casa. Y desde entonces perdido El día a sus puertas le halla; Ayer le cantó esta letra Echándole la alborada:
Linda zagaleja De cuerpo gentil,
Poesía amorosa
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Muérome de amores Desde que te vi.
Tu talle, tu aseo, Tu gala y donaire, No tienen, serrana, Igual en el valle.
Del cielo son ellos Y tú un serafín; Muérome de amores Desde que te vi.
De amores me muero, Sin que nada alcance A darme la vida Que allá te llevaste,
Si no te condueles Benigna de mí:
Poesía amorosa
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Que muero de amores Desde que te vi.
Poesía amorosa
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11-Estrofas para ponerle música Jorge Gordon Lord Byron Inglés (1788-1824)
No existe ninguna de las hijas de la belleza, con una magia como la tuya; como música en el mar es tu dulce voz para mí;
Como si su sonido ocasionara el descanso de un océano maravilloso, las olas yacen tranquilas y relucen y los vientos dormidos parecen soñar.
La luna de medianoche teje sus eslabones de plata sobre el abismo, cuyo pecho mansamente exhala el aire, como el de un niño dormido:
así mi alma a ti se inclina, para escuchar y amarte; con emoción absoluta y tenue como las olas de un océano en el verano.
Poesía amorosa
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12- Filosofía del amor Percy Shelley Inglés (1792-1822)
La fuente llega al arroyo, el arroyo llega al mar y las brisas y las auras unidas vienen y van Sí por ley del Universo no hay seres en soledad: si todo se une con algo ¿por qué a mí no te unirás?
Montes y cielos se besan, besos las olas se dan, la flor desdeña las flores, si no besan a su igual; rayos de sol y de luna
besan la tierra y el mar: ¿De qué vale tanto beso si no me quieres besar?
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13- La belle dame Sans Merci Balada
John Keats Inglés (1795-1821)
¡Oh caballero! ¿Qué te apena, vagando solo y pálido? Marchítase en el lago la hierba y no cantan los pájaros.
¡Oh caballero! ¿Qué te apena, tan hosco y dolorido? Ya pleno está el granero de la ardilla y la cosecha dentro.
Hay un lirio en tu frente con relente de angustia y rocío de fiebre,
y, mustia, en tus mejillas una rosa que pronto ha de secarse.
Hallé una señora en los prados, —hija de un hada— muy hermosa. Era largo su pelo y era veloz su pie y salvaje su mirada.
Tejí guirnaldas que puse en su cabeza, tejí brazaletes y ceñidor fragante, en mí fijó sus ojos, como una enamorada, y gimió dulcemente.
En mi corcel la senté entonces y no vi ya otra cosa en todo el día, pues se inclina y entona una canción de hadas.
Encontró para mí exquisitas raíces y miel silvestre y maná de rocío,
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y en una extraña lengua me dijo muy segura. "¡Es verdad que te quiero!"
A su refugio de elfos me condujo y allí echóse a llorar y dio un suspiro, y allí con besos le cerré sus ojos, tan salvajes y [tristes.
Y allí me durmió ella con sus leves canciones y allí soñé, ¡qué desventura! Tuve el último sueño que soñara en la ladera fría.
Vi a reyes pálidos y a príncipes, a pálidos guerreros con palidez de muerte, y clamaban: "¡La dama sin entrañas te ha tomado cautivo!"
Vi en las tinieblas sus hambrientos labios, tan abiertos para darme el aviso terrible,
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y me hallé al despertar, en la ladera fría.
Por eso es que estoy vivo vagando en estas tierras, solo y pálido, aunque en el lago seca esté la hierba y ya los pájaros no canten.
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14- A una mujer Víctor Hugo Francés (1802-1885)
Mujer, si fuese rey, yo te daría mi reino, mi corona, mi cetro de oro, y mi baño de pórfido y mis flotas por sólo una mirada de tus ojos.
Mujer, si fuese Dios, yo te daría el mundo, el mar, el cielo, los espacios, la eternidad y el caos infinito por sólo un beso de tus labios rojos.
15- La Cautiva (Sexta Parte: La espera)
Esteban Echeverría Argentino (1805-7851)
¡Qué largas son las horas del deseo! Moreto
Triste, obscura, encapotada llegó la noche esperada; la noche que ser debiera su grata y fiel compañera; y en el vasto pajonal permanecen inactivos los amantes fugitivos. Su astro, al parecer, declina, como la luz vespertina entre sombra funeral.
Brian, por el dolor vencido al margen yace tendido del arroyo; probó en vano el paso firme y lozano de su querida seguir; sus plantas desfallecieron, y sus heridas vertieron sangre otra vez. Sintió entonces como una mano de bronce por sus miembros discurrir. María espera a su lado, con corazón agitado, que amanecerá otra aurora más bella y consoladora; el amor le inspira fe en destino más propicio, y le oculta el precipicio cuya idea sólo pasma: el descarnado fantasma de la realidad no ve.
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Pasión vivaz la domina, ciega pasión la fascina; mostrando a su alma el trofeo de su impetuoso deseo le dice: tú triunfarás. Ella infunde a su flaqueza constancia allí y fortaleza. Ella su hambre, su fatiga y sus angustias mitiga para devorarlas más.
Sin el amor que en sí entraña, ¿qué sería? Frágil caña, ser delicado, fina hebra, que el más leve impulso quiebra; sensible y flaca mujer.
Con él es ente divino que pone a raya el destino; ángel poderoso y tierno
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a quien no haría el infierno vacilar y estremecer.
De su querido no advierte el mortal abatimiento, ni cree se atreva la muerte a sofocar el aliento que hace vivir a los dos: porque de su llama intensa es la vida tan inmensa que a la muerte vencería, y en sí eficacia tendría para animar como Dios.
El amor es fe inspirada; es religión arraigada en lo íntimo de la vida; fuente inagotable, henchida, de esperanza; su anhelar no halla obstáculo invencible
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hasta conseguir victoria: si se estrella en lo imposible gozoso vuela a la gloria su heroica palma a buscar.
María no desespera, porque su ahínco procura para lo que ama, ventura; y al infortunio supera su imperiosa voluntad. Mañana —el grito constante de su corazón amante le dice—, mañana el cielo hará cesar tu desvelo; la nueva luz esperad.
La noche cubierta, en tanto camina en densa tiniebla, y en el abismo de espanto, que aquellos páramos puebla,
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ambos perdidos se ven. Parda, rojiza, radiosa, una faja luminosa forma horizonte no lejos; sus amarillos reflejos en lo obscuro hacen vaivén.
La llanura arder parece, y que con el viento crece, se encrespa, aviva y derrama el resplandor y la llama en el mar de lobreguez. Aquel fuego colorado, en tinieblas engolfado cuyo esplendor vaga horrendo, era trasunto estupendo de la infernal terriblez.
Brian, recostado en la hierba, como ajeno de sentido,
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nada ve. Ella un ruido oye, pero sólo observa la negra desolación, o las sombrías visiones que engendran las turbaciones de su espíritu. ¡Cuán larga aquella noche y amarga sería a su corazón!
Miró a su amante. Espantoso, un bramido cavernoso la hizo temblar, resonando: era el tigre, que. buscando pasto a su saña feroz en los densos matorrales, nuevos presagios fatales al infortunio traía. En silencio, echó María mano a su puñal, veloz.
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16- Sé más feliz que yo Padre Juan Arolas Español (1805-1849)
Sobre pupila azul, con sueño leve, Tu párpado cayendo amortecido Se parece a la pura y blanca nieve Que sobre las violetas reposó: Yo el sueño del placer nunca he dormido: Sé más feliz que yo.
Se asemeja tu voz en la plegaria Al canto del zorzal de indiano suelo Que sobre la pagoda solitaria Los himnos de la tarde suspiró: Yo sólo esta oración dirijo al cielo: Sé más feliz que yo.
Es tu aliento la esencia más fragante, De los lirios del Arno caudaloso Que brotan sobre un junco vacilante Cuando el céfiro blando los meció: Yo no gozo su aroma delicioso: Sé más feliz que yo.
El amor, que es espíritu de fuego, Que de callada noche se aconseja Y se nutre con lágrimas y ruego En tus purpúreos labios se escondió: El te guarde el placer y a mí la queja: Sé más feliz que yo.
Bella es tu juventud en sus albores Como un campo de rosas del Oriente; Al ángel del recuerdo pedí flores Para adornar tu sien, y me las dio, Yo decía al ponerlas en tu frente: Sé más feliz que yo.
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Tu mirada vivaz es de paloma; Como la adormidera del desierto Causas dulce embriaguez, hurí de aroma Que el cielo de topacio abandonó: Mi suerte es dura, mi destino incierto: Sé más feliz que yo.
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17- Canción Edgar Allan Poe Norteamericano (1809-1849)
La vi en su fiesta nupcial, presa de intenso rubor aunque reinaba, triunfal, en torno suyo, el amor.
Rutilaban como estrellas sus pupilas. Pesaroso, contemplé extasiado en ellas cuanto en el mundo hay de hermoso.
El pudor que el rostro inflama sólo es pudor virginal, pero a su hechizo fatal brotó más fuerte la llama
en el pecho del que un día la vio presa del rubor, ¡aunque en torno suyo había un mundo lleno de amor!
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18- Las quejas de su amor José de Espronceda Español (1810-1842)
Bellísima parece al vástago prendida, gallarda y encendida, de abril la linda flor; empero muy más bella la virgen ruborosa se muestra, al dar llorosa las quejas de su amor.
Suave es el acento de dulce amante lira, si el blando son suspira de noche el trovador; pero aun es más suave
la voz de la hermosura si dice con ternura las quejas de su amor.
Grato es en noche umbría al triste caminante del alba radiante mirar el resplandor; empero es aun más grato al alma enamorada oír de su adorada las quejas de su amor.
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19- ¡Quién supiera escribir! Ramón de Campoamor Español (1817-1901)
I —Escribidme una carta, Señor cura. —Ya sé para quién es. —¿Sabéis quién es, porque una noche oscura Nos visteis juntos? —Pues.
—Perdonad; mas... —No extraño ese tropiezo. La noche... la ocasión... Dadme pluma y papel. Gracias. Empiezo: Mi querido Ramón: —¿Querido?... Pero, en fin, ya lo habéis puesto... —Si no queréis... —¡Sí, sí! ¡Qué triste estoy! ¿No es eso? —Por supuesto ¡Qué triste estoy sin ti!
Una congoja, al empezar, me viene... —¿Cómo sabéis mi mal? Para un viejo una niña siempre tiene, El pecho de cristal. ¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura, ¿Y contígo? Un edén, —Haced la letra clara, señor cura; Que lo entienda eso bien.
—El beso aquel que de marchar a punto Te di... —¿Cómo sabéis?... —Cuando se va y se viene y se está junto Siempre... no os afrentéis... Y sí volver tu afecto no procura, Tanto me harás sufrir... —¿Sufrir y nada más? No, señor cura, ¡Que me voy a morir!
—¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo?... —Pues, sí, señor; morir!
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Yo no pongo morir. —¡Qué hombre de hielo! ¡Quién supiera escribir!
II ¡Señor rector, señor rector! en vano Me queréis complacer, Si no encarnan los signos de la mano Todo el ser de mi ser.
Escribidle, por Dios, que el alma mía Ya en mí no quiere estar; Que la pena no me ahoga cada día... Porque puedo llorar.
Que mis labios, las rosas de su aliento, No se saben abrir; Que olvidan de la risa el movimiento A fuerza de sentir.
Que mis ojos, que él tiene por tan bellos,
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Cargados con mi afán, Como no tienen quien se mire en ellos, Cerrados siempre están. Que es, de cuantos tormentos he sufrido, La ausencia el más atroz; Que es un perpetuo sueño de mi oído El eco de su voz... Que siendo por su causa, ¡el alma mía Goza tanto en sufrir!... Dios mío ¡cuántas cosas le diría Si supiera escribir!... III Epílogo —Pues señor, ¡bravo amor! Copio y concluyo: A don Ramón... En fin, Que es inútil saber para esto arguyo Ni el griego ni el latín.
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20- Canto a mí mismo Walt Whitman EE.UU. (1819-1892)
Me celebro y me canto a mí mismo. Pues si yo digo algo de mí, lo digo de ti porque lo que yo tengo lo tienes tú y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
Vago e invito a vagar a mi alma, vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra para ver cómo crece la hierba del estío. Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron [aquí de padres e hijos de esta tierra y de estos vientos [también.
Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta. Y con mi aliento puro, comienzo a cantar hoy y no terminaré mi canto hasta que muera. Que se callen ahora las escuelas y los credos. Atrás. A su sitio. Sé cuál es su misión v no la olvidaré, que nadie lo olvide. Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal dejo hablar a todos sin restricción, y abro de par en par las puertas a la energía [original de la naturaleza desenfrenada. La casa y los aposentos están cargadas de [perfumes, los estantes y los armarios están cargados de [perfumes. Aspiro y me complazco en su fragancia, siento su influjo enervador, pero me rebelo... Me rebelo y escapo.
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La atmósfera no es un perfume. No tiene el gusto de las esencias: es inodora está hecho para mi boca y yo la absorbo y la adoro como a una novia. Iré a los repechos donde comienzan los bosques y me desnudaré para gozar enloquecido su [contacto.
Me gusta ver el valor de mi aliento, las ondas del [río, los hilos de seda que se cruzan entre los árboles, las horquillas donde descansa la vid, me gusta oír los ecos, los zumbidos, los murmullos de la selva. Me gusta sentir el empuje amoroso de las raíces a través de la tierra, el latido de mi corazón, la sangre que inunda mis pulmones, el aire puro que los orea en inspiraciones y espiraciones amplias... Me gusta olfatear las hojas verdes y las hojas
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secas las rocas negruzcas de la playa y el heno que se apila en los pajares. Me gusta oír el escándalo de mi voz, forjando [palabras que se pierden en los remolinos del viento.
Me gusta besar, abrazar y alcanzar el corazón de todos lo hombres con mis brazos. Me gusta ver entre los árboles el juego de luces y de sombras cuando la brisa agita las ramas. Me gusta sentirme sólo entre las multitudes de la ciudad, en las estepas y en los flancos de la colina. Me gusta sentirme fuerte y sano bajo la luna llena y levantarme cantando alegremente a saludar al [sol. ¿Qué creías? ¿Que me conformaría con mil hectáreas de tierra nada más?
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¿Pensásteis que la tierra sería demasiado para mí? ¿Para qué habéis aprendido a leer si no sabéis ya interpretar mis poemas? Quédate hoy conmigo, vive conmigo un día y una [noche y te mostraré el origen de todos los poemas. Tendrás entonces cuanto hay de grande en la tierra y el sol (existen millones de soles más allá) y nada tomarás ya nunca de segunda ni de tercera [mano, ni mirarás por los ojos de los muertos, ni te nutrirás por el aspecto de los libros. Tampoco contemplarás el mundo con mis ojos ni tomarás las cosas de mis manos. Aprenderás a escuchar en todas direcciones y dejarás que la esencia del Universo se filtre en tu ser.
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21- La muerte de los amantes Charles Baudelaire Francés (1821-1867)
Tendremos regios lechos perfumados, y hondos tálamos, como sepulcros, flores extrañas, dispersas en las mesas estallarán, ya nuestras, en cielos más templados.
Avivando hasta el límite los últimos ardores serán dos llamas nuestros corazones que con raras luces iluminarán nuestras almas, que gemelas, vagan.
Y, al fin, en un crepúsculo rosa y azul místico intercambiaremos un último relámpago como un hondo sollozo, pletórico de adioses.
Y más tarde, un Angel, entreabriendo puertas, reanimará, constante y jubiloso, turbios espejos y las muertas llamas.
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22- Nenia Carlos Guido Spano Argentíno (1827-1918)
En idioma guaraní, Una joven paraguaya Tiernas endechas ensaya Cantando en el arpa así, En idioma guaraní:
¡Llora, llora urutaú En las ramas del yatay Ya no existe el Paraguay Donde nací como tú! ¡Llora, llora urutaú!
En el dulce Lambaré Feliz era en mi cabaña;
Vino la guerra y su saña No ha dejado nada en pie ¡En el dulce Lambaré!
¡Padre, madre, hermanos!, ¡ay! Todo en el mundo he perdido; En mi corazón partido Sólo amargas penas hay ¡Padre, madre, hermanos! ¡ay!
De un verde ubirapitá Mi novio que combatió Como un héroe en el Timbó, Al pie sepultado está De un verde ubirapitá!
Rasgado el blanco tipoy Tengo en señal de mi duelo, Y en aquel sagrado suelo
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De rodillas siempre estoy, Rasgado el blanco tipoy.
Lo mataron los cambá No pudiéndole rendir; El fue el último en salir De Curucú y Humaitá— ¡Lo mataron los cambá!
¡Por qué, cielos, no morí Cuando me estrechó triunfante Entre sus brazos mi amante Después de Curupaití! ¡Por qué, cielos, no morí!...
Llora, llora, urutaú. En las ramas del yatay; Ya no existe el Paraguay Donde nací como tú— Llora, llora, urutaú.
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23- Amor eres alto Emily Dickinson Norteamericana (1830-1886)
Amor eres alto, yo no puedo alcanzarte, pero si fuéramos dos, quién sabe, nosotros, por turno, en el Chimbronazo, Ducal, por fin, podríamos hallarte. Amor, eres profundo, yo no puedo penetrarte, si fuéramos dos en vez de uno remero y barca, en un mismo verano. ¿tal vez alcanzaríamos el sol?
Amor, te cubren con un velo. Muy pocos te ven, sonríe y excítate, habla y muere. Sería un disparate sin ti la felicidad llamada por Dios eternidad.
Todas las cartas que puedo escribir no son castas como ésta, sílabas de terciopelo, frases de felpa, profundidades de rubí, invioladas, oculto, labio, para ti, escribirlas era un susurro de ave, que llegó sólo a mí.
Miel de una hora, nunca entendí tu poder. Prohíbeme hasta que
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mi más pequeña dote, mi flor, no conocida sea merecida.
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24- Amor Numa Pompilio Llona Ecuatoriano (1832-1907) Vuela, de ardientes ansias consumida, a impulsos del amor que la devora, en torno de la luz fascinadora la mariposa que su riesgo olvida; sus fulgores contempla embebecida y e ellos baña el ala tembladora; y entre las llamas, cuyo brillo adora, halla mísero fin su frágil vida. Así, en su derredor, yo todo el día girando voy, de su beldad sediento; y si las luces de sus ojos miro, ansiosa se estremece el alma mía, y deslumbrado, y loco y sin aliento, me ardo en sus ojos... ¡y de amor, expiro!
25- Amor oculto Manuel del Palacio Español (1832-1906)
Ya de mi amor la confesión sincera Oyeron tus calladas celosías, Y fue testigo de las ansias mías La luna, de los tristes compañera.
Tu nombre dice el ave placentera A quien visto yo todos los días, Y alegran mis soñadas alegrías El valle, el monte, la comarca entera.
Sólo tú mi secreto no conoces, Por más que el alma con latido ardiente, Sin yo quererlo, te lo diga a voces;
Y acaso has de ignorarlo eternamente, Corno las ondas de la mar veloces La ofrenda ignoran que les da la fuente.
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26- Por culpa de una mujer (Del Martín Fierro)
José Hernández Argentino (1834-1888)
Hagámosle cara fiera a los males, compañero, porque el zorro más matrero suele cair como un chorlito: viene por un corderito y en la estaca deja el cuero.
Hoy tenemos que sufrir males que no tienen nombre; pero esto a naides lo asombre, porque ansina es el pastel; y tiene que dar el hombre más güeltas que un carretel.
Yo nunca me he de entregar a los brazos de la muerte; arrastro mi triste suerte paso a paso y como pueda, que donde el débil se queda se suele escapar el juerte.
Y ricuerde cada cual lo que cada cual sufrió, que lo que es, amigo, yo hago ansí la cuenta mía: ya lo pasado pasó, mañana será otro día.
Yo también tuve una pilcha que me enllenó el corazón; y si en aquella ocasión alguien me hubiera buscao, siguro que me había hallao más prendido que un botón.
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En la güella del querer no hay animal que se pierda: las mujeres no son lerdas, y todo gaucho es dotor si pa cantarle el amor tiene que templar las cuerdas.
¡Quién es de un alma tan dura que no quiera a una mujer! lo alivia en su padecer; si no sale calavera es la mejor compañera que el hombre puede tener.
Si es güena, no lo abandona cuando lo ve desgraciao; lo asiste con su cuidao y con afán cariñoso. Y usté tal vez ni un rebozo ni una pollera le ha dao.
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Grandemente lo pasaba con aquella prenda mía, viviendo con alegría como la mosca en la miel. ¡Amigo, qué tiempo aquél! ¡La pucha, que la quería!
Era el águila que a un árbol dende las nubes bajó; era más linda que el alba cuando va rayando el sol; era la flor deliciosa que entre el trebolar creció.
Pero, amigo, el comendante que mandaba la milicia, como que no desperdicia se fue refalando a casa. Yo le conocí en la traza que el hombre traiba malicia.
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El me daba voz de amigo, pero no le tenía fe; era el jefe y, ya se ve, no podía competir yo: en mi rancho se pegó lo mesmo que un saguaipé.
A poco andar, conocí que ya me había desbancao, y él siempre muy entonao, aunque sin darme ni un cobre; me tenía de lao a lao como encomienda de pobre.
A cada rato, de chasque me hacía dir a gran distancia; ya me mandaba a una estancia, ya al pueblo, ya a la frontera; Pero él en la comendaricia no ponía los pies siquiera.
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27- Trova (Del poema "Lázaro")
Ricardo Gutiérrez Argentino (1836-1896)
El hondo pesar que siento y ya el alma me desgarra solloza en esta guitarra y está llorando en mi acento: como es mi propio tormento fuente de mi inspiración, cada pie de la canción lleva del alma un pedazo y en cada nota que enlazo se me arranca el corazón.
Te vi y aunque no sentiste, en mi corazón te amé
con esa profunda fe que hay sólo en un alma triste: tú en un palacio naciste, yo en un desierto nací, y aunque en el alma sentí fuerzas para alzarme al cielo, el hombre cortó mi vuelo y hasta el infierno caí.
La estrella de mi destino —no importa—, un rayo lanzaba que a disipar alcanzaba las brumas de mi camino: ya ese rayo mortecino para siempre se apagó y sólo a alumbrar sirvió esta eterna noche impía cuando en tu alma, la mía también el desprecio halló.
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Como fiera perseguida, piso una senda de abrojos, sin sueño para mis ojos ni venda para mi herida, sin descanso, ni guarida, ni esperanza, ni piedad, y en fúnebre soledad, a mi dolor amarrado, voy a la muerte arrastrado, por mi propia tempestad.
El cielo me ha maldecido, el mundo me ha despreciado, ¡dónde, sin verme acosado, sentaré el pie dolorido!... ¡No hay recuerdo, no hay olvido para engañar mi aflicción, sólo hay desesperación para mí en el mundo ajeno...
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yo mismo huyo, de horror lleno, de mi propio corazón.
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28- Fausto (Fragmento) Estanislao del Campo Argentino (1834-1880)
"Vestido azul, medio alzao, se apareció la muchacha: pelo de oro, como hilacha de choclo recién cortao. Blanca como una cuajada, y celeste la pollera, Don Laguna, si aquello era mirar a la Inmaculada. Era cada ojo un lucero, sus dientes, perlas del mar, y un clavel al reventar era su boca, aparcero".
29- Rimas (Rima 38)
Gustavo A. Bécquer Español (1836-1870) Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a colgar, y otra vez con el ala a sus cristales, jugando llamarán; pero aquellas que el vuelo refrenaban tu hermosura y mi dicha a contemplar; aquellas que aprendieron nuestros nombres... ésas... ¡no volverán! Volverán las tupidas madreselvas de tu jardín las tapias a escalar, y otra vez ala tarde, aun más hermosas, ºsus flores abrirán;
pero aquellas cuajadas de rocío, cuyas gotas mirábamos temblar y caer, como lágrimas del día... ésas...¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos las palabras ardientes a sonar; tu corazón de su profundo sueño tal vez despertará;
Pero mudo y absorto y de rodillas como se adora a Dios ante su altar, como yo te he querido..., desengáñate, ¡así no te querrán!
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30- Lasitud Paul Verlaine Francés (1844-1896)
Hechicera mía, ten dulzura, dulzura calma un poco, oh querida, tu fiebre pasional; las amante, a veces, debe tener una hora pura y amarnos con un suave cariño fraternal.
Sé lánguida, acaricia con tu mano temblorosa yo prefiero al espasmo de la hora violenta el suspiro y la dulce mirada luminosa y una boca que sepa besar aunque me mienta. Dices que se desborda tu loco corazón y que grita en tu sangre la más ciega pasión; deja que se apacigüe la fiera voluptuosa.
En mi pecho reclina tu cabeza gloriosa júrame dulce amor que olvidarás mañana y hasta el alma lloremos, mi pequeña fogosa.
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31- Visión primera Rafael Obligado Argentino (1851-1920)
La tarde luminosa Desplegaba en el límite del cielo, Como el flamenco al levantar el vuelo, Las grandes alas de luciente rosa.
¡Cuánto amor, cuánta calma El pecho inunda y la ilusión recrea! En la nube, que el viento balancea, Asciende leda a columpiarse el alma.
¡Oh mi ensueño perdido! Fue aquella tarde de cambiantes rojos, Que mis ojos volaron a tus ojos Como vuelan dos aves a su nido.
¿Recuerdas ese instante? ¿Lo que tu labio entonces me decía? ¿La caricia, en el aire suspirante, Del alma tuya con el alma mía?...
¡O mi ilusión remota! Fue una estrella fugaz... y eternamente En lo profundo de mis cielos flota, Como la luz de un astro sin poniente.
En tu misma mirada Esa que al fondo de mi pecho llega; Tu velo azul, cual niebla desgarrada, Ese que en torno de tus formas juega.
Es tu voz musical, tierna vibrando Con desmayado y soñoliento giro, Esa que viene a mí como un suspiro Y se aleja llorando.
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Es algo tuyo, que tu ser revela, Que vive como el aire en tu ropaje, Esa fragancia de azahar que vuela De la fronda salvaje.
Tu nívea frente, aquélla Que guarda como un sello de la cuna, No sé qué blanco resplandor de estrella Y qué inocente majestad de luna...
¡Inefable visión! dueño sin nombre De aquel primer cariño Que hiere y mata el corazón del niño Para que nazca el corazón del hombre.
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32- Quiero a la sombra de un ala... José Martí Cubano (1853-1895)
Quiero, a la sombra de un ala, contar este cuento en flor: la niña de Guatemala la que se murió de amor. Eran de lirio los ramos, y las orlas de reseda y de jazmín: la enterramos en una caja de seda. ...Ella dio al desmemoriado una almohadilla de olor; él volvió, volvió casado: ella se murió de amor. Iban cargándola en andas
obispos y embajadores: detrás iba el pueblo en tandas, todo cargado de flores. ...Ella, por volverlo a ver, salió a verlo al mirador; él volvió con su mujer: ella se murió de amor. Como de bronce candente al beso de despedida era su frente, la frente que más he amado en mi vida! ...Se entró de tarde en el río, la sacó muerta el doctor; dicen que murió de frío: yo sé que murió de amor. Allí, en la bóveda helada la pusieron en dos bancos; besé su mano afilada, besé sus zapatos blancos.
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Callado, al oscurecer, me llamó el enterrador. ¡Nunca más he vuelto a ver A la que murió de amor!
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33- El amor Manuel Gonzáles Prada Peruano (1853-1918)
Si eres un bien arrebatado al cielo ¿Por qué las dudas, el gemido, el llanto, la desconfianza, el torcedor quebranto, las turbias noches de febril desvelo?
Si eres un mal en el terrestre suelo ¿por qué los goces, la sonrisa, el canto, las esperanzas, el glorioso encanto, las visiones de paz y de consuelo?
Si eres nieve, ¿por qué tus vivas llamas, si eres llama, ¿por qué tu cielo inerte? si eres sombra, ¿por qué la luz derramas?
¿Por qué la sombra, si eres luz querida? si eres vida, ¿por qué me das la muerte? si eres muerte, ¿por qué me das la vida?
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34- Soñado para el invierno Arthur Rimbaud Francés (1854-1891) A ella En el invierno viajaremos en un vagón de tren con asientos azules. Seremos felices. Habrá un nido de besos oculto en los rincones. Cerrarán sus ojos para no ver los gestos en las últimas sombras, esos monstruos huidizos, multitudes oscuras de demonios y lobos. Y luego en tu mejilla sentirás un rasguño... un beso muy pequeño como una araña suave correrá por tu cuello... Y me dirás: "¡búscala!", reclinando tu cara
—y tardaremos mucho en hallar esa araña, por demás indiscreta.
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35- La bella dama de mis pensamientos Oscar Wilde Inglés (1856-1900) Mis miembros están corroídos por una llama, mis pies están cansados de viajar, pues de invocar el nombre de mi dama mis labios se olvidaron de cantar. ¡Oh jilguero! Lanza tu melodía sobre mi amor desde el zarzal de rosas silvestres. ¡Oh alondra! Canta fuerte en honor del amor; mi gentil dama pasa muy cerca. ¡Oh flores del almendro, inclinadas hasta que vosotros tornéis sus capullos caídos! ¡Oh retorcidas ramas trenzadas en una corona de flores de manzano, blancas y rojas!
Es demasiado bella para que un hombre cualquiera pueda ver o poseer a la que deleita su corazón, más bella que una reina o una cortesana, o el agua en que de noche se refleja la luna.
Su cabellera está sostenida con hojas de mirto (¡hojas verdes sobre su dorada cabellera!); las verdes hierbas entre los haces amarillos de la siega otoñal no son tan bellas.
Sus labios menudos, hechos más para el beso que para exhalar el grito amargo del dolor, tiemblan como el agua del arroyo o como las rosas luego de la lluvia del atardecer.
Su cuello, blanco como el jazmín enrojece de placer al sol: la palpitación
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del pecho del jilguero no es más dulce a la vista.
Como una granada partida en dos, con sus rojos granos, así es su boca carmesí; sus mejillas tienen el tono marchito del melocotón que enrojece por la parte del Sur.
¡Oh manos entrelazadas! ¡O cuerpo blanco y delicado, hecho para el amor y el sufrimiento! ¡Oh hogar del amor! ¡Oh desolada y pálida flor azotada por la lluvia!
Dios puede traer en mayo al invierno y convertir el cielo en llameante azul, o el grano estival de maduro en estéril. Sólo una cosa no puede El hacer.
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El no puede cambiar mi amor en odio, o hacer tu rostro menos bello a la vista, aunque ahora El nos cierre la puerta con vida y muerte.
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36- Si tú y yo, Teresa mía, nunca... Miguel de Unamuno Español (1864-1937)
Si tú y yo, Teresa mía, nunca nos hubiéramos visto, nos hubiéramos muerto sin saberlo; no habríamos vivido.
Tú sabes que moriste, vida mía, pero tienes sentido de que vives en mí, y viva aguardas que a ti torne yo vivo.
Por el amor supimos de la muerte; por el amor supimos
que se muere; sabemos que se vive cuando llega el morirnos.
Vivir es solamente, vida mía, saber que se ha vivido, es morirse a sabiendas, dando gracias a Dios de haber nacido.
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37- ¿En qué piensas? Julio Flores Colombiano (1867-1923)
Dime: cuando la noche, taciturna, la frente escondes en tu mano blanca y oyes la triste voz de la nocturna brisa que el polen de la flor arranca;
cuando se fijan tus brillantes ojos en la plomiza clámide del cielo, y mustia asoma entre tus labios rojos una sonrisa fría como el hielo;
cuando en el marco gris de tu ventana lánguida apoyas tu cabeza rubia, y miras con tristeza en la cercana calle, rodar las gotas de la lluvia;
dime: cuando en la noche te despiertas y hundes el codo en la almohada y lloras, y abres entre las sombras las inciertas pupilas, como el sol abrasadoras;
¿en qué piensas? ¿en qué? ¡Pobre ángel mío! ¿Piensas en nuestro amor despedazado y, a como el junto al ímpetu bravío del torrente que salta desbordado?
¿Piensas, tal vez, en las azules tardes en que a la luz de tu mirada ardiente, mis ojos indecisos y cobardes pasáronse en el mármol de tu frente?
¿O piensas en la hojosa enredadera bajo la cual un tiempo te veía peinar tu ensortijada cabellera, al abrirse los párpados del día?
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¡Quién sabe!... No lo sé, pero imagino que en esas horas de aparente calma, percibes mucha sombra en tu camino, ¡sientes muchas tristezas en tu alma!
Mas... otro amante extinguirá tu frío; yo sé que tu pesar no será eterno; mañana vivirás en pleno estío... y yo, con mi dolor... ¡en pleno invierno!
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38- Sonatina Rubén Darío Nicaragüense (1867-1916) La princesa está triste... ¿qué tendrá la princesa? los suspiros se escapan de su boca de fresa, que han perdido la risa, que han perdido el color. La princesa está pálida en su silla de oro, está mudo el teclado de su clave sonoro, y en su vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales; parlanchina, la dueña dice cosas banales y vestido de rojo piruetea el bufón. La princesa no ríe, la princesa no siente; la princesa persigue por el cielo de Oriente la libélula vaga de una vaga ilusión. ¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de
[China, o en el que ha detenido su carroza argentina para ver de sus ojos la dulzura de luz?, ¿o en el rey de las islas de las rosas fragantes, o en el que es soberano de los claros diamantes? ¿o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa quiere ser golondrina, quiere ser mariposa, tener alas ligeras, bajo el cielo volar, ir al Sol por la escala luminosa de un rayo, saludar a los lirios con los veros de mayo, o perderse en el viento sobre el trueno [del mar.
Ya no quiere el palacio ni la rueca de plata, ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata, ni los cisnes unánimes en el lago de azur. Y están tristes las flores por la flor de la corte, los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
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de Occidente las dalias y las rosas del sur.
¡Pobrecita princesa de los ojos azules!, está presa en sus oros, está presa en sus tules, en la jaula de mármol del palacio real; el palacio soberbio que vigilan los guardas, que custodian cien negros con sus cien alabardas, un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida! (La princesa está triste. La princesa está pálida). ¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil! ¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe! (la princesa está pálida; la princesa está triste). ¡Más brillante que el alba, más hermosa que abril!
—Calla, calla, princesa —dice el hada madrina— En caballo con alas, hacia acá se encamina, en el cinto la espada y en la mano el azor, el feliz caballero que te adora sin verte,
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y que llega de lejos, vencedor de la Muerte, a encenderte los labios con su beso de amor.
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39- El día que me quieras Amado Nervo Mexícano (1870-1919) El día que me quieras tendrá más luz que junio; la noche que me quieras será de plenilunio, con notas de Beethoven vibrando en cada rayo
sus inefables cosas, y habrá juntas más rosas que en todo el mes de mayo.
Las fuentes cristalinas irán por las laderas saltando cantarinas el día que me quieras.
El día que me quieras, los sotos escondidos
resonarán arpegios nunca jamás oídos. Éxtasis de tus ojos, todas las primaveras que hubo y habrá en el mundo, serán [cuando me quieras.
Cogidas de la mano, cual rubias hermanitas luciendo golas cándidas, irán las margaritas por montes y praderas delante de tus pasos, el día que me quieras... Y si deshojas una, te dirá su inocente postrer pétalo blanco: ¡Apasionadamente!
Al reventar el alba del día que me quieras, tendrán todos los tréboles cuatro hojas agoreras, y en el estanque, nido de gérmenes ignotos, florecerán las místicas corolas de los lotos.
El día que me quieras será cada celaje ala maravillosa; cada arrebol, miraje de las Mil y una noches; cada brisa un cantar,
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cada árbol una lira, cada monte un altar.
El día que me quieras, para nosotros dos cabrá en un solo beso la beatitud de Dios.
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40- Malagueñas Manuel Machado Español (1874-1947)
Si te quise, no lo sé. Si me quisiste, tampoco... Pues borrón y cuenta nueva: yo con otra y tú con otro.
A la orillita del río me pongo a considerar: mis penas son como el agua, que no acaba de pasar.
Desde la una a la una, desde las dos alas dos, son las veinticuatro horas que te estoy queriendo yo.
41- Historia de mi muerte Leopoldo Lugones Argentino (1874-1938)
Soñé la muerte y era muy sencillo: Una hebra de seda me envolvía, Y a cada beso tuyo, Con una vuelta menos me ceñía. Y cada beso tuyo Era un día; Y el tiempo que mediaba entre dos besos Una noche. La muerte es muy sencilla.
Y poco a poco fue desenvolviéndose La hebra fatal. Ya no la retenía Sino por sólo un cabo entre los dedos... Cuando de pronto te pusiste fría,
Y ya no me besaste... Y solté el cabo, y se me fue la vida.
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42- Inventario galante Antonio Machado Español (1875-1939)
Tus ojos me recuerdan las noches de verano, negras noches sin luna, orilla al mar salado, y el chispear de estrellas del cielo negro y bajo. Tus ojos me recuerdan las noches de verano. Y tu morena carne, los trigos requemados, y el suspirar de fuego de los maduros campos.
Tu hermana es clara y débil como los juncos lánguidos, como los sauces tristes, como los linos glaucos. Tu hermana es un lucero en el azul lejano... Y es alba y aura fría sobre los pobres álamos que en las orillas tiemblan del río humilde y manso. Tu hermana es un lucero en el azul lejano.
De tu morena gracia, de tu soñar gitano, de tu mirar de sombra quiero llenar mi vaso. Me embriagaré una noche de cielo nebro y bajo, para cantar contigo,
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orilla al mar salado, una canción que deje cenizas en los labios... De tu mirar de sombra quiero llenar mi vaso.
Para tu linda hermana arrancaré los ramos de florecillas nuevas a los almendros blancos, en un tranquilo y triste alborear de marzo. Los regaré con agua de los arroyos claros, los ataré con verdes junquillos del remanso... Para tu linda hermana yo haré un ramito blanco.
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43- Canción de amor Rainer María Rilke Checoslovaco (1875-1926)
¿Cómo habré yo de sostener mi alma para que no toque a la tuya? ¿Cómo alzarla sobre ti hacia otras cosas?
¡Ay, con qué gusto la hubiera guardado junto a algo perdido en la oscuridad, en un lugar extraño y silencioso que no vibre si tú en lo hondo vibras.
Pero todo lo que a ambos nos comprende nos enlaza, a ti y a mí, como un arco que de dos cuerdas arranca una voz.
¿Sobre qué instrumentos estamos ubicados? ¿Qué violinista nos sostiene en la mano? ¡Oh, dulce canción!
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44- Amor sádico Julio Herrera y Reissig Uruguayo (1875-1910)
Ya no te amaba, sin dejar por eso de amar la sombra de tu amor distante. Ya no te amaba, y sin embargo el beso de la repulsa nos unió un instante... Agrio placer y bárbaro embeleso crispó mi faz, me demudó el semblante, ya no te amaba, y me turbé, no obstante, como una virgen en un bosque espeso. Y ya perdida para siempre, al verte anochecer en el eterno luto, —mudo el amor, el corazón inerte—, ¡huraño, atroz, inexorable, hirsuto..., jamás viví como en aquella muerte, nunca te amé como en aquel minuto!
45- Chacayalera Miguel A. Camino Argentino (1877-1944)
Hermosa chacayalera, bronceadita por el sol, dame un beso. —¡Ay que no, pue, mi iñor! Esas cosas no se piden, ni se venden, ni se ofrecen: se cosechan entre dos. De esos dos, estoy yo sola. No ha venio aún, iñor, el que coseche en mi boca el beso que usía me pide y no quiero darle yo. ¡Ay que no!...
—¡Hermosa chacayalera bronceadita por el sol!
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46- El amante Herman Hesse Alemán (1877-1962)
Ahora yace tu amigo despierto en la noche [templada, tibio de ti todavía, lleno de tu aroma todavía, de tu mirada y de tu pelo y de tu beso, ¡oh [medianoche, oh luna y estrella, y aire azulado de neblina! A ti, amada, asciende mi sueño hondamente, como dentro del mar, el monte [y el abismo, salpicado en la rompiente y desvanecido en [espuma, es sol, bestia, raíz, sólo en torno a ti, para estar cerca de ti.
Saturno gira lejos, y la luna, no los veo, sólo tu rostro veo como pálida flor, y río en silencio y extasiado lloro, ya no hay más dicha, no más sufrimiento, sólo estás tú, sólo nosotros, sumergidos en el profundo Todo, en el profundo mar, allí estamos perdidos, allí morimos y para renacer volvemos.
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47- Tú y Sevilla Juan Ramón Jiménez Español (1881-1958)
A Sevilla le echo los requiebros que te echo a ti. Se ríen, mirándola, estos ojos que se ríen, cuando te miran.
Me parece que, como tú, llena ella el mundo tan pequeño, tan mágico con ella, digo, contigo, ¡tan inmenso, tan vacío sin ti, digo sin ella!
¡Sevilla, ciudad tuya, ciudad mía!
48- XXIII James Joyce Irlandés (1882-1941)
¡Oh corazón!, que cerca de mi corazón vibras en todas mis riquezas y esperanzas, infeliz cuando nos separamos y feliz entre beso y beso, la esperanza y todos los tesoros, sí. Y toda la felicidad.
Porque ahí, como en algún musgoso nido los reyezuelos guardan riquezas varias, deposité aquellos tesoros que poseía antes de que mis ojos supieran llorar. ¿No seremos tan sabios como ellos aunque sólo el amor viva un día?
49- Tu secreto Evaristo Carriego Argentino (1883-1912)
¡De todo te olvidas! Anoche dejaste aquí, sobre el piano, que ya jamás tocas, un poco de tu alma de muchacha enferma: un libro vedado, de tiernas memorias.
Intimas memorias. Yo lo abrí al descuido, y supe, sonriendo, tu pena mas honda, el dulce secreto que no diré a nadie: a nadie interesa saber que me nombras.
...Ven llévate el libro, distraída llena de luz y de ensueño. Romántica loca... ¡Dejar tus amores ahí, sobre el piano!... De todo te olvidas ¡cabeza de novia!
50- Del amor
Khalil Gibran Persa (1883-1931)
Dijo Almitra: háblanos del Amor. Y él alzó su cabeza, miró a la gente y una quietud descendió sobre todos. Entonces, con fuerte voz dijo:
Cuando el amor os llama, seguidlo. Aunque su camino sea duro y penoso. Y entregaos a sus alas que os envuelven. Aunque la espada escondida entre ellas os hiriera.
Y creed en él cuando os hable. Aunque su voz aplaste nuestros sueños,
como hace el viento del norte, el viento que
arrasa los jardines.
Porque, así como el amor os da gloria, así os crucifica. Así como os da abundancia, así os poda. Así como se remonta a lo más alto y acaricia vuestras ramas más débiles, que se estremecen bajo el sol. Así caerá sobre vuestras raíces y las sacudirá en su abrazo con la tierra.
Como a gavillas de trigo él os une a vosotros [mismos. Os desgarra para desnudaros. Os cierne, para libraros de los pliegues que cubren vuestra figura. Os pulveriza hasta volveros blancos. Os amasa, para que lo dócil y flexible renazca de vuestra dureza. Y os destina luego a su fuego sagrado,
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para que podáis ser sagrado pan en la sagrada fiesta de Dios.
Todo esto hará el amor en vosotros para acercaros al conocimiento de vuestro corazón y para convertiros, por ese conocimiento, en fragmento del corazón de la Vida.
Pero si vuestro miedo os hace buscar solamente la paz y el placer del amor, Entonces sería mejor que cubrierais vuestra desnudez y os alejarais de sus umbrales, Hacia un mundo sin primaveras donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con todas vuestras lágrimas.
El amor no da más que de sí mismo y no toma nada más que de sí mismo.
El amor no posee ni es poseído.
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Porque el amor es todo para el amor.
Cuando améis no digáis: "Dios está en mi corazón", sino más bien: "Yo estoy en el corazón de Dios". Y no penséis en dirigir el curso del amor porque será él, si os halla dignos, quien dirija vuestro curso.
El amor no tiene otro deseo que el de realizarse. Pero si amáis y no podéis evitar tener deseos, que vuestros deseos sean éstos: Fundirse y ser como el arroyo, que murmura su melodía en la noche. Saber del dolor del exceso de ternura. Ser herido por nuestro propio conocimiento del [amor. Y sangrar voluntaria y alegremente. Despertar al alba con un alado corazón
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y dar las gracias por el nuevo día de amor. Descansar al mediodía y meditar en el éxtasis [amoroso. Volver al hogar cuando la tarde cae, volver con [gratitud. Y dormir con una plegaria por el amado en el corazón y una canción de alabanza en los labios.
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51- Explicaciones Paul Geraldy Francés (1885-?)
¿Intentas otra vez reñir? Ya escucho llanto y explicaciones. Si mucho amamos, regañamos mucho, y así termina todo en discusiones. Por esta sola vez quiero que calles, mientras, yo con cariño, sin recordar disputas y detalles desato tu corpiño... Lo que intentas decirme de antemano te digo que lo sé; explicarte, reñir, hablar en vano, y todo... ¿para qué? Cuando luego el vestido desabroche, te sentirás mejor sin ese velo...
¡Además, sin recelos, mucha más te querré toda la noche! No hagas mohines. Mírame sin celos, y desde ahora, estrechamente unidos amémonos de veras poniendo en ello todos los sentidos. Ven hacia mí, que haré lo que tú quieras. Bien sabes que nos unen fuertes lazos que el juramento anuda. Apura, ¡vamos!, échate en mis brazos así... ¡toda desnuda!
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52- Crece con lozanía en tus regiones Eloy Fariña Núñez Paraguayo (1885-1929) Crece con lozanía en tus regiones la planta de la yerba, cuyas hojas proporcionan el mate, el té nativo gloria de las mañanas y las siestas.
Nada más agradable que mecerse en la hamaca, a la sombra del naranjo en las tórridas horas del estío y tomar perezosamente mate rebosante de espuma y de fragancia cebado por las manos de una joven.
Y es también delicioso y peregrino chupar tímidamente la bombilla después del turno de la amada hurtando un beso, inmaterial y trunco a los labios ausentes cuyo aliento se absorbe juntamente con el líquido.
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53- La carta que no escribí Ventura García Calderón Peruano (1885-1959)
Aparta tus vivaces primaveras de mi destino solitario y vano. No me quieras mujer, si no quisieras sólo querer a un pensativo hermano. Mi historia es larga, mi ventura breve, dilapidé mi juventud, mi vida. Por eso crispo una sonrisa leve como los que respiran por la herida. Con amores de tránsito y de viaje colmé mi apetito de ilusión; nadie agradecía mi hospedaje, y una posada fue mi corazón. ¿Amé? Tal vez, cuando apuntaba el beso. ¿Viví? Quizás, cuando cantar solía.
Iba curvado desde el tiempo mozo la fatiga de mi melancolía. De amores idos y de mis quimeras vivo forjando este delirio estulto; me equivoqué al pensar que tú pudieras apaciguar el interior tumulto. No me preguntes por qué ciertos días soy tan huraño y o me pidas calma; doctor en letras y en melancolías, tengo erizada de rencor el alma. Y sin embargo, las gaviotas solas nunca vinieron sin hallar amparo; un faro blanco elevo ante las olas; cándido soy como guardián de faro. ¡En cuántas noches evité quebrantos! Ningún navío se arriesgó hasta aquí, y en la alborada de mis desencantos dijo tal vez: ¿quién me consuela a mí? Consolarme de estar en este mundo, consolarme si lloran los demás,
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penas inconsolables y el inmundo pudridero para siempre jamás. Me han quitado mi lámpara festiva; mírame bien las sienes a la luz; tengo en las manos una llaga viva y en la frente la sombra de una cruz.
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54- Entra la aurora en el jardín Enrique Banchs Argentino (1888-1968)
Entra la aurora en el jardín; despierta los cálices rosados; pasa el viento y aviva en el hogar la llama muerta, cae una estrella y raya el firmamento;
canta el grillo en el quicio de una puerta y el que pasa detiénese un momento, suena un clamor en la mansión desierta y le responde el eco soñoliento;
y si en el césped ha dormido un hombre la huella de su cuerpo se adivina, hasta un mármol que tenga escrito un nombre
llama al recuerdo que sobre él se inclina... Sólo mi amor estéril y escondido vive sin hacer señas ni hacer ruido.
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55- ¡Aquellos versos... Autor! Felipe A. Fernández (Yacaré) Argentino (1889-1929)
Con el hondo abatimiento del dolor, bato su garra templo esta pobre guitarra que cubre un negro tormento en alas del sentimiento quiero oír su vibración para entonar la canción que te canté esa mañana cuando te vi en la ventana como una dulce ilusión.
En el confuso remedo de sus cuerdas; su sonido es mustio y entristecido...
y ante su agonía cedo quiero nombrarte y no puedo como si una angustia atroz llevara en vuelo veloz aquellos versos que oístes y que hoy son hondos, y tristes como doliente es mi voz! Quiero en la aguda armonía de las cuerdas gemidoras cantar endechas sonoras de amor y de poesía pero la melancolía que embarga mi corazón no cesa de su aflicción y acerbo llanto derramo en amoroso reclamo de aquella vieja ilusión.
Aquellos versos que hablaban ardientes y sonreían
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aquellos que se decían cómo dos almas se amaban esos versos que lloraban inspirados de querer, versos que pudieron ser el sol de fieles amores y que hoy son marchitas flores recuerdo amargo de ayer!
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56- Amor amor Gabriela Mistral Chilena (1889-1957)
Anda libre en el surco, bate el ala en el viento, late vivo en el sol y se prende al pinar. No te vale olvidarlo como el mal pensamiento: ¡le tendrás que escuchar!
Habla lengua de bronce y habla lengua de ave, ruegos tímidos, imperativos de mar. No te vale ponerle gesto audaz, ceño grave: ¡lo tendrás que hospedar!
Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas. Rasga vasos de flor, hiende el hondo glaciar. No te vale el decirle que albergarlo rehusas: ¡lo tendrás que hospedar!
Tiene argucias sutiles en la réplica fina, argumentos de sabio, pero en voz de mujer. Ciencia humana te salva, menos ciencia divina: ¡le tendrás que creer!
Te echa venda de lino; tú la venda toleras. Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir. Echa a andar, tú le sigues hechizada aunque [vieras. ¡que eso para en morir!
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57- Espantapájaros N° 12 Oliverio Girondo Argentino (1891-1967)
Se miran, se presiente, se desean, se acarician, se besan, se desnudan, se respiran, se acuestan, se olfatean, se penetran, se chupan, se desnudan, se adormecen, despiertan, se iluminan, se codician, se palpan, se fascinan, se mastican, se gustan, se babean, se confunden, se acoplan, se disgregan, se aletargan, fallecen, se reintegran, se distienden, se enarcan, se menean, se retuercen, se estiran, se caldean, se estrangulan, se aprietan, se estremecen, se tantean, se juntan, desfallecen, se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan, se agazapan, se apresan, se dislocan, se perforan, se incrustan, se acribillan, se remachan, se injertan, se atornillan, se desmayan, reviven, resplandecen, se contemplan, se inflaman, se enloquecen, se derriten, se sueldan, se calcinan, resucitan, se buscan, se refriegan, se rehuyen, se evaden y se entregan.
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58- El antiguo limo Alfonsina Storni Argentina (1892-1938)
Hombre de mar, debiera ser tu boca Feroz refugio para el beso mío: Tu labio de un pincel de luna frío, Tu labio casto modelado en roca.
El cobre heroico de tu firme pecho Acicatear debiera mi blandura Y la sal de tu sangre este deshecho De mujer, replasmarlo en tu armadura.
Iría sí, por mares de cobalto, Ebria de yodo y viento y de fiereza, Proas también mi testa y tu cabeza, De tempestades bravas al asalto.
Y en tus mejillas, pálidas de amar, Angulosas y blancas en la sombra Vería acaso bailotear la sombra De los muertos que yacen en el mar.
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59- Vida-Garfio Juana de Ibarbourou Uruguaya (1895-1979)
Amante: no me lleves, si muero, al camposanto. A flor de tierra abre mi fosa, junto al riente alboroto divino de alguna pasajera, o junto a la encantada charla de alguna fuente.
A flor de tierra, amante. Que el tránsito así sea donde el sol me calienta los huesos, y mis ojos alargados en tallos, suban a ver de nuevo la lámpara salvaje de los ocasos rojos.
A flor de tierra. Amante. Que el tránsito así sea más breve. Yo presiento la lucha de mi carne por volver hacia arriba, por sentir en sus átomos la frescura del viento.
Yo sé que acaso nunca allá abajo mis manos podrán estarse quietas, que siempre, como topos, arañarán la tierra en medio de las sombras estrujadas y prietas.
Arrójame semillas. Yo quiero que se enraícen en la greda amarilla de mis huesos menguados. ¡Por la parda escalera de las raíces vivas yo subiré a mirarte en los lirios morados!
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60- Lied Alfredo A. Bufano Argentino (1895-1950) Saldrá la luna dorada y ya no me encontrará. Florecerán los almendros y no los podré mirar.
Seguirá cantando el río y yo no lo he de escuchar. Tu amor será, sin embargo, vida de mi soledad.
El mirará por mis ojos; por mi voz él ha de hablar. Llanto ha de ser por mi llanto y luz de mi eternidad.
61- La sirena Conrado Nalé Roxlo Argentino (1898-1971)
Va la sirena muerta por el río con una flecha al corazón clavada, y desde la ribera desolada mis lágrimas la siguen por el río.
Mía no fue, pero fue un sueño mío. ¿Quién la devuelve al mar asesinada? ¿Por qué pasa ante mí, muerta y dorada? ¿Dónde perdió su corazón y el mío?
¿En qué arrecife de coral distante, irá a encallar su frágil hermosura? Con ella encallará mi sueño amante.
Y del dardo mortal la pluma oscura indicará en la tarde al navegante que allí tiene la mar más amargura.
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62- La casada infiel Federico García Lorca Español (1899-1936)
Y yo me la llevé al río creyendo que era mozuela, pero tenía marido.
Fue la noche de Santiago y casi por compromiso. Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos. En las últimas esquinas toqué sus pechos dormidos, y se me abrieron de pronto como ramos de jacintos. El almidón de su enagua me sonaba en el oído
como una pieza de seda rasgada por diez cuchillos. Sin luz de plata en sus copas los árboles han crecido, y un horizonte de perros ladra muy lejos del río. Pasadas las zarzamoras, los juntos y los espinos, bajo su mata de pelo hice un hoyo sobre el limo. Yo me quité la corbata. Ella se quitó el vestido. Yo, el cinturón con revólver. Ella, sus cuatro corpiños. Ni nardos ni caracolas tienen el cutis tan fino, ni los cristales con luna relumbran con ese brillo. Sus muslos se me escapaban
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como peces sorprendidos, la mitad llenos de lumbre, la mitad llenos de frío. Aquella noche corrí el mejor de los caminos, montado en potra de nácar sin bridas y sin estribos. No quiero decir, por hombre, las cosas que ella me dijo. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido. Sucia de besos y arena, yo me la llevé del río. Con el aire se batían las espadas de los lirios. Me porté como quien soy: como un gitano legítimo. Le regalé un costurero grande, de raso pajizo,
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y no quise enamorarme porque, teniendo marido, me dijo que era mozuela cuando la llevaba al río.
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63 El poeta a su amada César Vallejo Peruano (1898-1938) Amada, en esta noche tú te has crucificado sobre los dos maderos curvados de mi beso; y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado y que hay un viernes santo más dulce que ese beso. En esta noche rara que tanto me has mirado, la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su [hueso. En esta noche de septiembre se ha oficiado la segunda caída y el más humano beso. Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos; se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos. Y ya no habrá reproches en tus besos benditos;
no volveré a ofenderte. Y en una sepultura los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.
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64- Recuerdo de María A. Bertolt Brecht Alemán (1898-1956)
Fue un día azul de septiembre cuando bajo la sombra de un joven ciruelo tuve a mi pálido amor entre los brazos como se tiene a un sueño calmo y dulce. Y en el hermoso cielo de verano, encima nuestro, contemplé una nube. Era una nube altísima, muy blanca, cuando volví a mirarla, ya no estaba.
Volaron, desde entonces, muchas lunas navegando despacio por el cielo. A los ciruelos les llegó su corte. Me preguntas: "¿Qué fue de aquel amor?" Debo decirte que ya no lo recuerdo,
y, sin embargo, comprendo lo que dices. Pero ya no recuerdo aquella cara y sólo sé que, un día, la besé.
Y hasta aquel beso lo habría ya olvidado de no haber sido por aquella nube. No la he olvidado. No la olvidaré: era muy blanca y alta, y descendía.
Tal vez aún florezcan los ciruelos y mi amor tenga ahora siete hijos. Pero la nube floreció sólo un instante: cuando volví a mirar, ya se había ido.
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65- Antelación de amor Jorge Luis Borges Argentino (1899-1986)
Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta ni la privanza de tu cuerpo, aún misterio y tácito [y de niña, ni la sucesión de tu vida situándose en palabras o [acallamiento serán favor tan persuasivo de ideas como el mirar tu sueño implicado en la vigilia de mis ávidos brazos.
Virgen milagrosamente otra vez por la virtud [absolutoria del sueño, quieta y resplandeciente como una dicha en la [selección del recuerdo,
me darás esa orilla de tu vida que tú misma no [tienes, Arrojado a quietud divisaré esa playa última de tu ser y te veré por vez primera quizás, como Dios ha de verte, desbaratada la ficción del Tiempo sin el amor, sin mí.
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66- Estar enamorado Francisco Luis Bernárdez Argentino (1900-1979)
Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre justo de la vida. Es dar al fin con la palabra que para hacer frente a la muerte se precisa. Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel en que el alma está cautiva. Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama desde arriba. Es respirar el ancho viento que por encima de la carne se respira. Es contemplar desde la cumbre de la persona la razón de las heridas. Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que nos mira.
Es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta compañía. Es sospechar, que, para siempre, la soledad de nuestra sombra está vencida. Estar enamorado, amigos, es descubrir dónde se juntan cuerpo y alma. Es percibir en el desierto la cristalina voz de un río que nos llama. Es ver el mar desde la torre donde ha quedado prisionera nuestra infancia. Es apoyar los ojos tristes en un paisaje de cigüeñas y campanas. Es ocupar un territorio donde conviven los perfumes y las armas. Es dar la ley a cada rosa y al mismo tiempo recibirla de su espada. Es confundir el sentimiento con una hoguera que del pecho se levanta. Es gobernar la luz del fuego y al mismo tiempo ser esclavo de la llama.
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Es entender la pensativa conversación del corazón y la distancia. Es encontrar el derrotero que lleva al reino de la música sin tasa. Estar enamorado, amigos, es adueñarse de las noches y los días. Es olvidar entre los dedos emocionados la cabeza distraída. Es recordar a Garcilaso cuando se siente la canción de una herrería. Es ir leyendo lo que escriben en el espacio las primeras golondrinas. Es ver la estrella de la tarde por la ventana de una casa campesina. Es contemplar un tren que pasa por la montaña con las luces encendidas. Es comprender perfectamente que no hay fronteras entre el sueño y la vigilia. Es ignorar en qué consiste la diferencia entre la pena y la alegría.
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Es escuchar a medianoche la vagabunda confesión de la llovizna. Es divisar en las tinieblas del corazón una pequeña lucecita. Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo con dulzura. Es despertarse una mañana con el secreto de las flores y las frutas. Es libertarse de sí mismo y estar unido con las otras criaturas. Es no saber si son ajenas o si son propias las lejanas amarguras. Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente de la angustia. Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir su noche oscura. Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía sea luna. Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre es menos dura.
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Es empezar a decir siempre y en adelante no volver a decir nunca. Y además, amigos míos, estar seguro de tener las manos puras.
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67- No moriré del todo... Rodolfo Tallon Argentino (1901-1976)
No moriré del todo, amiga mía, mientras viva en tu alma mi recuerdo. Un verso, una palabra, una sonrisa, te dirán claramente que no he muerto.
Volveré con las tardes silenciosas, con la estrella que brilla para ti, con la brisa que nace entre las hojas, con la fuente que sueña en el jardín.
Volveré con el piano que solloza las nocturnas escalas de Chopin; con la lenta agonía de las cosas que no saben morir.
Con todo lo romántico, que inmola este mundo cruel que me destroza. A tu lado estaré cuando estés sola, como una sombra más junto a tu sombra.
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68- La copla es canto del pueblo Horacio Enrique Guillén Cubano (1902-1979)
Las copla es canto del pueblo y el pueblo tierra en sazón, por eso va por el tiempo la copla como una flor.
De tanto vestir con alma las coplas de mi canción, desnudo y a la intemperie me ha quedado el corazón.
El hombre a veces desea lo que sólo es para amar; y sin tiempo los dos verbos se quedan sin conjugar.
Con el filo de tu nombre me lastimé el corazón y el dolor lo ha convertido en una copla de amor.
A la copla de tu nombre la canta mi corazón, los sueños le han puesto letra y melodía el amor.
En mi amor está tu nombre como una brasa de sol que me ilumina la dicha y me incendia el corazón.
Cuando te nombro, tu nombre me desborda el corazón y a mi voz llega cantando en una copla de amor.
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69- El gigante de ojos azules Nazim Hikmet Turco (1902-1965)
Un gigante de ojos azules Amaba a una mujer pequeña Cuyo sueño era una casita Pequeña, como para ella, Que tuviera al frente un jardín con temblorosas madreselvas.
El gigante amaba en gigante. Su mano, a grandes obras hecha, Mal podía construir los muros Ni usar el timbre de la puerta De una casita con jardín con temblorosas madreselvas.
El gigante de ojos azules Amaba a esa mujer pequeña Que pronto se cansó, mimosa, De tan desmesurada empresa Que no concluía en un jardín con temblorosas madreselvas.
Adiós, ojos azules, dijo. Y, con graciosa voltereta, Del brazo de un enano rico Penetró en la casa pequeña Que tenía al frente un jardín con temblorosas madreselvas.
El gigante comprende ahora Que amores de tanta grandeza No caben ni siquiera muertos En esas casas de muñeca Que al frente tienen un jardín con temblorosas madreselvas.
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70- Puedo escribir los versos Pablo Neruda Chileno (1904-1973)
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido. Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío. Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo. Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Mi alma no se contenta con haberla perdido. Como para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo. La misma noche que hace blanquear los mismos [árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos
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Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
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71- Chamuyo al oído Dante A. Linyera (Francisco B. Rimoli) Argentino (1909-1938)
No le digás a nadie que yo te quiero... a nadie se lo digas... ¡aunque sea cierto!
Pebeta pura uva, rante, canyengue, de ojos ensartadores pa' la emoción, que a mi alma le hizo ñudos igual que a un lengue y me ha arrugao el cuore cual bandonión...
Pebeta que me tiene bien remetido como chorro en la cana de su chiqué, quiero soplarte mi alma por el oído: ¡vas aver que no es d' esas de tré por dié! Artículo primero: Te quiero tanto
que ya, más que cariño, mi metejón resulta un disionario del esperanto en el vocabulario del corazón...
Luego: tu pinta posta de distinguida —regadera de gracia porteña, ¡así!— me marea lo mismo que la bebida y me pica en el alma com' un ají.
Y como m' he escabiao los copetines de anís de Primavera de tus ojazos, ando curda de risas y berretines alumbrao por tus ojos y tus... chispazos.
Vos que sos una rana de la madona, rejunando de reojo mi situación, fresca como un quesito de La Martona ¡meta hacerme cosquilla en el corazón!
Haciéndote la gila como en un guiño,
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coqueta y cachadora te divertís azuzando el perrito de mi cariño y como el pobre chumba... vos te reís...
Porque, además, pebeta, sos algo dura: en el tira y afloja del viene y vas le ofrecés el azúcar de tu ternura y cuando el pobre salta... no se lo das.
Largá una vez por todas el terroncito de un "sí"... ¿no ves que el feca de mi dolor ta muy amargado, piba?... ¡Dale al perrito ese cachito' e carne de un alegrón!
¿Por qué me batís malo si yo soy bueno como el vino de un mango? ¿por qué dudás y como un Ford cualquiera le das al freno si vos misma, pebeta, lo acelerás?...
¿Por qué como a revoque de casa vieja
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mi franqueza de reo descascarás, si hace rato la viste de piso a teja, y acaso vos mismita pintao la habrás?
¿Por qué me creés diquero, capaz de agravios, capaz de chimentarte?, batí, ¿por qué? si acaso estoy en curda, ¿no fue en tus labios —copetines de ensueño— que me encurdé?
¡Vamos! Esa alcancía de barro y oro and' escondés la guita de tu pasión, ¡rompela! pa que pueda ver tu tesoro... ¡que un ladrón pa su grela nunca es ladrón!
¡Vamos! abrí la jaula de tu ternura, no ves que solamente vos, con amor, al triste gorrioncito de mi amargura le sabés dar lechuga de corazón.
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72- Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío Miguel Hernández Español (1910-1942)
Yo no quiero más luz que tu cuerpo ante el mío, claridad absoluta. Transparencia redonda. Limpidez cuya entraña, como el fondo del río, con el tiempo se afirma, con la sangre se ahonda.
¡Qué lucientes materias duraderas te han hecho, corazón de alborada, carnación matutina! Yo no quiero más día que el que exhala tu pecho.
Tu sangre es la mañana que jamás se termina. No hay más luz que tu cuerpo: no hay más sol. Todo ocaso. Yo no veo las cosas a otra luz que tu frente.
La otra luz es fantasma, nada más, de tu paso. Tu insondable mirada nunca gira al poniente.
Claridad sin posible declinar. Suma esencia del fulgor que ni cede ni abandona la cumbre. Juventud. Limpidez. Claridad. Transparencia, acercando los astros más cercanos de lumbre.
Claro cuerpo moreno de calor fecundante. Hierba negra el origen. Hierba negra las sienes. Trago negro los ojos, la mirada distante. Día azul. Noche clara. Sombra clara que vienes.
Yo no quiero más luz que tu sombra dorada donde brotan anillos de una hierba sombría. En mi sangre, fielmente por tu cuerpo abrasada, para siempre es de noche: para siempre es de día.
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73- Soneto de devoción Vinicius de Moraes Brasilero (1913-1981)
Esa mujer que se arroja fría Y lúbrica en los brazos, y a sus senos. Me aprieta, me besa y balbucea Versos, rezos a Dios, votos obscenos.
Esa mujer, flor de melancolía Que ríe de mis pálidos recelos La única entre todas a quien di Caricias que jamás a otra daría.
Esa mujer que a cada amor proclama La miseria y grandeza de quien ama Y feliz de mis dientes guarda huella.
¡Un mundo, esa mujer! Es una yegua Quizás, pero en el marco de una cama Nunca mujer ninguna fue tan bella.
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74- Extasis María Granata Argentina (1920-)
Lienzo embebido en ti es ahora mi cuerpo, del todo desasido y sin otra envoltura que tu imagen. En mí te llevo como si cargara sobrecogida sangre. Sales de ti hacia el encuentro, génesis reciente, y yo bebo y respiro tu exhalación, la rama de tu gozo. Allí donde se forma el color de tus brazos enlazados gira el anillo impar que me contiene. Nadie me busque, nadie.
Soy tu vigilia, me disuelvo, pequeña, en la dulzura que tu pecho mana. Soy tu sombra y la mía, soy un desprendimiento de ti mismo. Allí donde comienza esa felicidad sufriente y bella, voy a tu encuentro. Me despojo de mí con un sacudimiento de aterrados manzanos. Puedo en amor morir que seguiría recorriendo la tierra con tus pasos, en tus manos ahogada.
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75- Coplas Jaime Dávalos Argentino (1921-1981)
Hay que ser como es el sauce que lo hachan, vuelve a crecer, y aunque lo pongan de poste comienza a reverdecer.
Cuando te miro a los ojos se me hace chanza la muerte, porque sería mejor morir que dejar de verte.
Cuando el amor fue profundo cualquier vientito lo atiza, como al rescoldo dormido debajo de la ceniza.
Aquel que sin amar vive sólo la pasa durando, y es tarde cuando percibe que es un muerto caminando.
La piedra con ser la piedra se apiada de mi llorido, sólo tu entraña no sabe sentir por un afligido.
Paloma montera con ojos de ají. ¡Qué lindo si fueras sólo para mí!
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76- Epigramas Ernesto Cardenal Nicaragüense (1925-)
Te doy, Claudia, estos versos, porque tú eres su dueña. Los he escrito sencillos para que tú los entiendas. Son para ti solamente, pero si a ti no te interesan, un día se divulgarán tal vez por toda Hispanoamérica... Y si el amor que los dictó, tú también lo desprecias, otras soñarán con este amor que no fue para ellas. Y tal vez verás, Claudia, que estos poemas, (escritos para conquistarte a ti) despiertan en otras parejas enamoradas que los lean los besos que en ti no despertó el poeta.
Cuídate, Claudia, cuando estés conmigo,
porque el gesto más leve, cualquier palabra, un suspiro de Claudia, al menor descuido, tal vez un día lo examinen eruditos, y este baile de Claudia se recuerde por siglos.
Claudia, ya te lo aviso.
De estos cines, Claudia, de estas fiestas, de estas carreras de caballos, no quedará nada para la posteridad sino los versos de Ernesto Cardenal para Claudia [(si acaso) y el nombre de Claudia que yo puse en esos versos y los de mis rivales, si es que yo decido rescatarlos del olvido, y los incluyo también en mis versos para ridiculizarlos.
Esta será mi venganza: Que un día llegue a tus manos el libro de un
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[poeta famoso y leas estas líneas que el autor escribió para ti y tú no lo sepas. Me contaron que estabas enamorada de otro y entonces me fui a mi cuarto y escribí ese artículo contra el Gobierno por el que estoy preso.
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77- Esperando Eugueni levtushenko Ucraniano (1933-) Mi amor regresará repentinamente abrirá sus brazos y me envolverá comprenderá mis temores, contemplará mis cambios. Desde una noche vagabunda, desde la dura tiniebla, cerrando la puerta de un taxi, ella atravesará el umbral, subirá corriendo la escalera, iluminada en plenitud por el amor entrará sin llamar a mi puerta, tomará mi rostro entre sus manos y al dejar su abrigo en una silla, éste caerá en un montón azul de sueños.
78 Volutas en el aire Anónimo
Por las plantas raquíticas y casi verdes que viven bajo las luces artificiales de la noche.
Por las cucarachas, peatonas nocturnas, de la cerámica sucia de los baños vacíos.
Por las lámparas de colores del hotel transitorio [en que morí, y que olvidó el día de mi resurrección, y dejó una levedad fría de lucecitas breves.
Por el humo de los puchos que con sus volutas embriagan al viento en forma [constante.
Por el sabor de tu boca que ahora suspira y yo imagino con solo mirar tus labios rojos.
Y por tus ojos infinitos que intentan sobrevivir a esa madrugada luego de esa noche blanca transformada en negra.
Yo amo a esta ciudad oscura y vital que tienta a caer, suicidarse o mentir eternamente en el amor.
O vivir simple y cotidianamente las cosas del corazón.
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79- Romance Anónimo
Servía en Orán al Rey Un español con dos lanzas, Y con el alma y la vida A una gallarda africana.
Tan noble como hermosa, Tan amante como amada. Con quien estaba una noche Cuando tocaron alarma.
Trescientos Zenetes eran Deste rebato la causa; Que los rayos de la luna Descubrieron las adargas;
Las adargas avisaron A las mudas atalayas, Las atalayas los fuegos Los fuegos alas campanas;
Y ellas al enamorado, Que en los brazos de su dama Oyó el militar estruendo De las trompas y las cajas.
Espuelas de honor le pican Y freno de amor le para: No salir es cobardía, Ingratitud es dejarla.
Del cuello pendiente ella, Viéndole tomar la espada, Con lágrimas y suspiros Le dice aquestas palabras:
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"Salid al campo, señor, Bañen mis ojos la cama; Que ella me será también, Sin vos, campo de batalla.
"Vestíos y salid aprisa, Que el general os aguarda; Yo os hago a vos mucha sobra Y vos a él mucha falta.
"Bien podéis salir desnudo Pues mi llanto no os ablanda: Que tenéis de acero el pecho Y no habéis menester armas".
Viendo el español brioso Cuánto le detiene y habla, Le dice así: "Mi señora, Tan dulce como enojada,
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"Porque con honra y amor Yo me quede, cumpla y vaya, Vaya a los moros el cuerpo, Y quede con vos el alma.
"Concededme, dueña mía, Licencia para que salga. Al rebato en vuestro nombre Y en vuestro nombre combata".
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80- Refranero criollo Anónimo
Tu amor es un rebencazo que me dejó bellaqueando, y aquerenciao en tu pago ando al trote y relinchando.
Una tarde de verano un ranchito y un ombú, una calandria cantando y en el ranchito... yo... y tú.
81- Relación Anónimo
Hermosa vaquilloncita linda potranca, divina, p' este mancarrón maceta serás la yegua madrina.
82- Coplas Anónimo
Cuantito te vi venir le dije a mi corazón: qué piegrita tan churita para darme un trompezón.
Tienes una garganta tan clara y bella que hasta el agua que tomas se ve por ella.
El mate es buena bebida; el que lo toma lo goza; pero el mejor matecito es el cebao por donosa.
Es tanto lo que te adoro, es tanto lo que te quiero, que si me sacan los ojos te miro con los aujeros.
De la montaña hasta el río viene una piedra rodando; así se viene hasta vos mi corazón, despeñando.
Yo no andoy por que te quiera ni andoy porque te quierás; yo andoy porque andoy de gusto, yo andoy... porque andoy nomás.
Alegría cuando viene, tristeza cuando se va, siempre está mi corazón pensando si volverá.
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83- Relaciones Anónimo
El: Tengo rancho, tengo pingo, tengo yerba pa'matiar, sólo me falta una china que me quiera acompañar.
Ella: Si es que tenés rancho y pingo y yerba para matiar, y sólo te falta china, yo te puedo acompañar. El: Si Dios llega a conocer el amor de una paisana,
se va a poner chiripá pa' ser cuñao de tu hermana.
Ella: Dejalo a Dios en el cielo que nos sirva de testigo, mientras haya paisanitos como el que baila conmigo.
El: Hay tanto fuego en tu cara que cada ojo es un fogón, y cuando me encuentro cerca estoy como chicharrón.
Ella: Mis ojos no son tan fuertes pa' quemarte carne y cuero, más que mis ojos te queman las bebidas del pulpero.
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El: Si vos fueras pasto verde y yo fuera mancarrón, me moriría de hambre por no darte un mordiscón.
Ella: Vuela el chimango y el tero, y también el picaflor, y si los chanchos volaran, también volarías vos.
Tomá este puñalito y abrime el pecho, ahí verás tu retrato si está bien hecho.
Me dices que soy un pobre; pobre, pero generoso;
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como el güeso de la cola pelaíto, pero sabroso.
Tres veces fui a la iglesia tres veces me confesé tres veces me dijo el cura que me case con usté.
La vieja que vaya a un baile y no lleve la muchacha, permita Dios que le coma los calzones la vizcacha.
He tenido veinte novias y con vos son veintiuna, he querido mucho a todas pero como a vos, ninguna.
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84- Hagamos un trato Carlos Puebla Uruguayo (Contemporáneo) Cuando sientas tu herida sangrar cuado sientas tu voz sollozar cuenta conmigo Compañera usted sabe que puede contar conmigo no hasta dos o hasta diez sino contar conmigo si alguna vez advierte
que la miro a los ojos y una veta de amor reconoce en los míos no alerte sus fusiles ni piense qué delirio a pesar de la veta o tal vez porque existe usted puede contar conmigo
si otras veces me encuentra huraño sin motivo no piense qué flojera igual puede contar conmigo
pero hagamos un trato yo quisiera contar con usted es tan lindo saber que usted existe
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uno se siente vivo y cuando digo esto quiero decir contar aunque sea hasta dos aunque sea hasta cinco no ya para que acuda presurosa en mi auxilio sino para saber a ciencia cierta que usted sabe que puede contar conmigo.
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85- El amor después del amor Fito Páez Argentino (Contemporáneo)
El amor después del amor, tal vez se parezca a este rayo de sol y ahora que busqué y ahora que encontré el perfume que lleva al dolor en la esencia de las almas en la ausencia del dolor ahora sé que ya no puedo vivir sin tu amor.
Me hice fuerte ahí, donde nunca vi. Nadie puede decirme quién soy yo lo sé muy bien, te aprendí a querer
el perfume que lleva al dolor en la esencia de las almas dice toda religión. Para mí que es el amor después del amor.
El amor después del amor, tal vez, se parezca a este rayo de sol y ahora que busqué y ahora que encontré el perfume que lleva al dolor en la esencia de las almas dice toda religión, para mi es el amor después del amor.
Nadie puede y nadie debe vivir sin amor una llave por una llave y esa llave es mi amor una llave por otra llave y esa llave es tu amor.
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85- Tu amor Charly García Argentino (Contemporáneo)
Yo quise el fin y había más Yo quise más, no había fin Lo que yo quise encontrar Estaba atrás y no aquí.
Desde las sombras no vi las Sombras y no vi luz.
No voy a llorar si nadie me acompaña. No voy a dejar ni un camino sin andar.
Aunque sea el fin del amor Yo he visto el fin del disfraz Yo quiero el fin del dolor pero no hay fin, siempre hay más.
No existe sombra, no existe culpa, no existe cruz.
No voy a esperar las caras que no extraño No voy a esperar que el destino hable por mí.
Y en medio de las lluvias del invierno no hay tiempo ni lugar, yo sé que entenderás que amor para quien busca una respuesta es un poquito mas que hacerte bien.
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Yo tuve el fin y era más Yo tuve más y era el fin Yo tuve el mundo a mis pies y no era nada sin ti.
Crucé la línea final por
Tu amor Tan fuerte como el no-amor.
Tu amor parábola de un mundo mejor.
Tu amor me enseña a vivir Tu amor me enseña a sentir tu amor.
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87- Muchacha (ojos de papel) Luis Alberto Spinetta Argentino (Contemporáneo)
Muchacha ojos de papel, ¿adónde vas? Quédate hasta el alba.
Muchacha pequeños pies, no corras más. Quédate hasta el alba.
Sueña un sueño despacito entre mis manos hasta que por la ventana suba el sol. Muchacha piel de rayón, no corras más. Tu tiempo es hoy.
Y no hables más, muchacha corazón de tiza.
Cuando todo duerma te robaré un color.
Muchacha voz de gorrión, ¿adónde vas? Quédate hasta el día. Muchacha pechos de miel, no corras más. Quédate hasta el día.
Duerme un poco y yo entretanto construiré un castillo con tu vientre hasta que el sol, muchacha, te haga reír hasta llorar, hasta llorar.
Y no hables más, muchacha...
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88- Como yo te amé Armando Manzanero Mexicano (Contemporáneo)
Como yo te amé jamás te lo podrás imaginar pues fue una hermosa forma de sentir de vivir, de morir y a tu sombra seguir así yo te amé.
Como yo te amé ni en sueños lo podrás imaginar pues todo el tiempo, te pertenecí ilusión no sentí que no fuera por ti así es como te amé.
Como yo te amé por poco o mucho tiempo que me quede por vivir es verbo que jamás podré volver a repetir comprendo que fue una exageración lo que yo te amé.
Como yo te amé no creo que algún día me lo quieras entender tendrías que enamorarte como lo hice yo de ti para así saber cuánto yo te amé.
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89- Fortaleza alrededor de tu corazón Gordon Summer (Sting) Inglés (Contemporáneo)
Bajo las ruinas de una ciudad murallada, torres desmoronándose en haces de luz amarilla. Sin banderas de tregua, sin gritos de piedad, los disparos del asedio estuvieron golpeando durante toda la noche. Construir la ciudad tomó un día, caminamos por sus calles en el atardecer. Mientras regresaba por campos que una vez conocí, reconocí las murallas que una vez construí, tuve que detenerme en mis pasos por miedo de pisar las minas que yo mismo había colocado.
Y si yo he construido esta fortaleza alrededor de [tu corazón, rodeándote en trincheras y alambre de púa, entonces dejame construir un puente, porque no puedo llenar el vacío, y permitime prender fuego a las defensas. Luego me fui a pelear alguna batalla que inventé en mi cabeza. Alejado por años y años, vos seguramente creías o incluso deseabas que yo estuviera muerto. Mientras todos los ejércitos están durmiendo, bajo la bandera que hicimos, tuve que detenerme en mis pasos por miedo de pisar las minas que yo mismo había colocado.
Ahora esta prisión se convirtió en tu casa, una condena que parecés preparada para cumplir. Construir la ciudad tomó un día, caminamos por sus calles al atardecer.
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Mientras regresaba por las tierras que una vez conocí, uve que detenerme en mis pasos por miedo de pisar las minas que yo mismo había colocado.
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90- Araca la cana Mario F. Rada Argentino (Contemporáneo)
Araca la cana ya estoy engriyao. Un par de ojos negros me han engayolao. Ojazos profundos, oscuros y bravos, tajantes y fieros hieren al mirar, con brillo de acero me van a matar. De miedo al mirarlos el cuore me ha fayao. ¡Araca la cana ya estoy engriyao!
Yo me anduve entreverao en mil y una ocasión y en todas he guapeao; yo que al bardo me he jugao entero el corazón sin asco ni cuidao, como un gil vengo a ensartarme en esta daga que va a matarme. Si es pa creer que es cosa' e Dios que al guapo más capaz le faye el corazón.
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91- Recordándote José de Grandis Argentino (Contemporáneo)
Indignado por el opio que me diste tan fulero, francamente estoy cabrero y jamás olvidaré que una noche embobicado te juré que te quería, mucho más que al alma mía y que a mi madre también.
Te acoplaste al cotorro de este vate arrabalero y te juro hasta diquero por tenerte se volvió. Se acabaron las verseadas
de mi numen peregrino, ¡si era el verso más divino llevarte en el corazón!
En mis noches de lirismo por los tristes arrabales, rimando los madrigales puse vida en cada estrofa que a tu lado deshojé. Mi amor, mi paz y ventura y la inefable ternura de tu alma de mujer.
Cuántas noches en mi rante bulincito de poeta, una lágrima indiscreta furtivamente cayó. Pensé que fueras el verso más intenso de mi vida,
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porque aún sangra la herida que tu espiante me causó.
Ya que sabés el secreto de lo mucho que he sufrido, decime quién te ha querido con más intensa pasión. Y desde el fondo de tu alma silenciosa, cruel y cruda, la eterna verdad desnuda te dirá quién más te amó.
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92- Cada comarca en la tierra B. de Irrutiaga y López Argentino
Cada comarca en la tierra tiene un rasgo prominente dice un bardo cuya frente refleja la inspiración y al hablar de Buenos Aires tan heroica y opulenta las fértiles pampas menta en florida descripción...
Hijo de aquella provincia como el celebrado vate pongo de relieve al mate en rima pobre quizás: desde mis primeros años
le he profesado cariño y si me agradó de niño ahora me gusta más.
¡Oh, qué sabor exquisito!, ¡qué elixir refrigerante!, él me reanima al instante en hora de postración.
Circula de igual manera en la choza y los salones y hasta en remotas regiones han alcanzado aceptación.
Se le recibe gozoso, máxime si quien lo brinda es alguna Joven linda realzada por la virtud. Recuerdo que siendo novio ni a los reyes envidiaba
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cuando un dulce me cebaba la dueña de, mi laúd.
El argentino lo toma con deleite verdadero y bien pronto el extranjero le cobra afición aquí otros dan la preferencia al té, café o chocolate, yo me quedo con el mate, un bálsamo para mí.
¡Cuán poético resulta, discurriendo por el llano, al albergue de un paisano dirigirse en buen bridón; apearse junto al palenque y, después en la enramada con gente ingenua y honrada paladear un cimarrón!
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No pocas veces exento de toda influencia importuna a los rayos de la luna sentí profundo placer oyendo de una guitarra el rasgueo melodioso, mientras un verde sabroso me entretenía en sorber.
Aunque el pintoresco rancho desapareciera un día y se aboliese a porfía el uso del chiripá jamás el valiente gaucho sería echado en olvido porque el mate tan querido su memoria eterna hará!
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93- Ausencia Carlos Serrano Argentino (28/9/95)
No he notado tu ausencia porque te extraño y parece que al hacerlo, miro tu rostro y estás más conmigo.
Sostengo tu retrato y siento el calor de tu mirada buscándome, el tono de tu voz, el olor de tu piel en un abrazo.
Yo no te perdí. Simplemente te arrancaron de mis manos.
Estás conmigo. Te acaricio en mis sueños,
te lloro en mis silencios, te amo a cada instante que respiro.
Yo espero por vos o tú espera por mí.
Hay un niño en la muchedumbre. Comerse las uñas tiene por costumbre, ese es mi hijo.
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94- Los jazmines Luis Benjamín Cisneros Peruano (1837-1904)
Cándida virgen, pudorosa y tierna, en sus pupilas negras sonreía, como velada irradiación interna de inocencia, de amor y de poesía.
La negra cabellera coronaba su talle esbelto de ideal belleza: la vez primera que la vi, llevaba blanco jazmín prendido en la cabeza.
Bañaba siempre un encendido rayo de nácar rosa su mejilla pura, rosa ella misma de florido mayo en todo el esplendor de la hermosura.
Yo, casi niño aún, la amé sincero con la ilusión de virginal cariño, con la ternura del amor primero y el sobresalto y timidez del niño,
El vivo ardor de mi amorosa llama nunca mi labio revelarle pudo, que es débil siempre el corazón que ama y mi propio temor era su escudo.
Con las frases más breves y sencillas quise hablarle cien veces el lenguaje de la pasión, besando de rodillas la cola vaporosa de su traje;
y cien veces callé, porque temía agregar su desdén a mi tormento, y al pensarlo, mi ser desfallecía sin esperanza, ni valor, ni aliento.
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Cansado, al fin, de tan cruel tortura, escribíle un billete perfumado en que, después de hablar de mi ternura, le rogaba decirme si era amado.
Y la agregué, con mano temblorosa: —"Iré a verte a la tarde, y si tuvieres puesto un jazmín en tu cabeza hermosa será feliz señal de que me quieres".—
¡Oh, amor! ¡Con qué ansiedad devoradora vi aproximarse la anhelada tarde! ¡Fue eterno siglo para mí cada hora, sin vida casi el corazón cobarde!...
¡Pero, oh feliz señal!... Ventura humana, al llegar de la calle a los confines, la vi que me esperaba en su ventana ¡la cabeza cuajada de jazmines!
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Tiñó su tez cual llama purpurina que pronta reacción trocó en sonrojos y del pudor con la expresión divina al mirarme avanzar, bajó los ojos...
¡Oh, amor!... ¡Oh, dulce aspiración sentida que unes las almas y la vida creas, primer y último encanto de la vida, amor, oh santo amor, bendito seas!
Poesía amorosa
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