CONTRARREVOLUCIÓN Realismo y carlismo en Aragón y el Maestrazgo, 1820-1840
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CONTRARREVOLUCIÓN Realismo y carlismo en Aragón y el Maestrazgo, 1820-1840
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CONTRARREVOLUCIÓN Realismo y carlismo en Aragón y el Maestrazgo, 1820-1840 Pedro Rújula Prólogo de Josep Fontana
FICHA CATALOGRÁFICA RÚJULA, Pedro Contrarrevolución : Realismo y Carlismo en Aragón y el Maestrazgo, 1820-1840 / Pedro Rújula ; prólogo de Josep Fontana. — Zaragoza : Prensas Universitarias de Zaragoza, 1998 XII, 516 p. ; 21,5 cm. — (Ciencias Sociales ; 34) ISBN : 84-7733-495-1 1. Aragón–Historia–Fernando VII, 1814-1833. 2. Aragón–Historia– Guerra carlista, 1833-1840. 3. Maestrazgo–Historia–Guerra carlista, 18331840. I. Prensas Universitarias de Zaragoza, ed. II. Título. III. Serie: Ciencias Sociales (Prensas Universitarias de Zaragoza) ; 34 946.022˝1820/1840˝ No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, ni su préstamo, alquiler o cualquier forma de cesión de uso del ejemplar, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.
© Pedro Rújula © De la presente edición, Prensas Universitarias de Zaragoza 1.ª edición, 1.ª reimpresión, 2008 Colección Ciencias Sociales n.º 34 Director de la colección: Julián Casanova Ruiz
Editado por Prensas Universitarias de Zaragoza Edificio de Ciencias Geológicas C/ Pedro Cerbuna, 12 50009 Zaragoza, España Prensas Universitarias de Zaragoza es el sello editorial de la Universidad de Zaragoza, que edita e imprime libros desde su fundación en 1583. Impreso en España Imprime: Servicio de Publicaciones. Universidad de Zaragoza D.L.: 3953-2008
A Peña
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PRÓLOGO En estos últimos años la historiografía del carlismo, anclada desde hace mucho tiempo en una proliferación de pequeños estudios puntuales que debían tomar como referencia general la vieja síntesis de Pirala,1 ha experimentado grandes avances, que empiezan a llegar al público. Hay, por una parte, un intento de dar una formulación más erudita a la vieja línea «tradicionalista» de Melchor Ferrer y de la escuela histórica de la Universidad de Navarra, que se manifiesta en obras como las de Alfonso Bullón2 y en las publicaciones del grupo de la revista Aportes, y, por otra, una renovación de la investigación independiente, que ha dado ya una serie de libros de considerable interés, demasiados para intentar citarlos aquí, junto a trabajos que, pese a su valor, no han podido editarse todavía.3 A esa corriente renovadora pertenece esta obra de Pedro Rújula, conocido ya por publicaciones anteriores de la misma temática, en especial por Rebeldía campesina y primer carlismo en Aragón, a las que agrega hoy este gran libro, que no sólo debe considerarse como una aportación fundamental a nuestro conocimiento de una zona muy importante de la revuelta carlista, como es la
1 El intento de sustituirla por otra antiliberal, la Historia del tradicionalismo español, Trajano y Editorial Católica Española, Sevilla, 1941-1960, 29 vols., de Melchor Ferrer, resultó frustrado por la escasa entidad de la obra. En uno solo de los documentos transcritos, el decreto de 4 de mayo de 1814 reproducido en el tomo I, pp. 303-306, esto es, en tan sólo cuatro páginas, he podido identificar sesenta erratas, algunas de las cuales alteran gravemente el sentido. Sobre Melchor Ferrer y su libro publicó un folleto Rafael Gambra, cuya portada, por un lapsus más o menos freudiano, reza Melchor Ferrer y la «Historia del tardicionalismo (sic!) español», Editorial Católica Española, Sevilla, 1979. 2 Alfonso Bullón de Mendoza, La primera guerra carlista, Actas, Madrid, 1992. 3 Como, por citar un ejemplo, la tesis de Manuel Santirso, Revolución liberal y guerra civil en Cataluña, 1833-1840, que sólo puede consultarse en la edición en microficha realizada por la Universidad Autónoma de Barcelona en 1995.
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de Aragón y el Maestrazgo, sino que trasciende la referencia al marco local para ofrecernos una visión globalizadora del proceso contrarrevolucionario, necesaria si se quieren superar los viejos mitos de la querella dinástica. La de carlismo, nos dice Rújula, es una categoría histórica confusa. Si de verdad se quiere entender lo que significó el carlismo, hay que comenzar restando importancia a la cuestión dinástica. Que el problema no era de legitimidad, sino que se trataba de una opción contrarrevolucionaria que pretendía, desde 1824, ir más allá de la tímida acción restauradora de los gobiernos de la década ominosa, condicionados por las resistencias sociales interiores y por las presiones internacionales, lo demuestra el hecho de que las primeras insurrecciones que reivindicaron a «Carlos V» como soberano contra su hermano Fernando se produjeron bastante antes de que, con el cuarto matrimonio de Fernando, se presentase la posibilidad de una alternativa a la sucesión carlista. Contra la mitología tradicionalista que pretende que «los partidarios de don Carlos esperaban el momento de la muerte de Fernando VII […] para proclamar rey de España a su hermano el infante»,4 la verdad es que lo que estos «partidarios» hacían era levantarse en armas cuando podían y preparar la gran insurrección, antes o después de la muerte de Fernando, con llamamientos tan respetuosos hacia la legitimidad monárquica como el de este pasquín que apareció en Bilbao a fines de 1832: A las armas carlistas. Viva la religión, viva Carlos V… Muera la Francia y la Inglaterra y muera la puta napolitana, muera el gotoso.
Por si se necesita aclararlo, «el gotoso» era Fernando y la «napolitana», su joven esposa María Cristina, que no había dado aún motivos para justificar tales opiniones sobre su condición moral. La opción de pasar del estudio del carlismo al de la contrarrevolución tiene la virtud de integrar en una visión de conjunto fenómenos que hasta ahora se solían estudiar por separado, como las insurrecciones realistas del trienio liberal, y la ventaja de permitirnos situarlos en una escala europea. De esa reconsideración surge la imagen de un proceso complejo, que se define más por la hostilidad compartida de sus participantes hacia el liberalismo que por la existencia de un programa común, que nunca fue formulado 4 Román Oyarzun, Historia del carlismo, FE, Madrid, 1939, p. 23.
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más que en términos negativos. Cuando todas las fuerzas «de orden» de España se coaligaron en los años treinta contra el carlismo lo hicieron, no en nombre de la lucha por la libertad, sino movidos por el miedo a una coalición de fuerzas que veían como potencialmente más revolucionaria que el liberalismo popular urbano de los artesanos y los pequeños comerciantes integrados en las filas de la milicia nacional. Se lo había explicado a María Cristina un personaje tan poco sospechoso de veleidades revolucionarias como Miraflores, que hablaba en nombre del grupo social que representaba «los intereses esenciales del país», integrado por «todas las aristocracias: a saber, la del clero, la de la cuna, la de la propiedad territorial, la de la propiedad industrial y mercantil y por último la del saber», y quería hacerle entender que la subversión revolucionaria estaba del otro lado. Cuando se elaboraba la Constitución de 1837 y los moderados trataban de hacerla a su gusto, Donoso Cortés identificó el realismo de la década ominosa, y el carlismo que lo continuaba, como una opción democrática —un calificativo éste que rechazaba en aquellos tiempos cualquier persona respetable— contra la cual había que luchar en nombre de la defensa del orden social. Refiriéndose en concreto al gobierno de la última etapa absolutista de Fernando VII, Donoso Cortés afirmaba que: ha sido despótico y débil a un mismo tiempo. El poder central no ha sido soberano, sino esclavo de un partido. Los realistas eran el poder, el rey su primer ministro y vosotros, representantes del pueblo, vosotros erais entonces ilotas, erais entonces esclavos […]. La revolución contra los diez años no puede verificarse contra el poder, que estaba entonces oprimido, sino contra la democracia, que era entonces opresora.5
Este temor venía justificado en buena medida por la presencia de las masas campesinas entre las filas de los contrarrevolucionarios. Donoso Cortés se daba cuenta de que la lucha de los campesinos tenía poco que ver con la cuestión dinástica. Una anécdota tardía puede demostrar que eso ha sido verdad hasta fechas harto recientes. En las pintorescas memorias del secretario del infante Jaime de Borbón, el hijo sordomudo de Alfonso XIII,6 se cuenta
5 Donoso Cortés, «Principios sobre el proyecto de ley fundamental (1837)», en Obras completas, B.A.C., Madrid, 1946, vol. I, pp. 366-367. 6 Ramón de Alderete, …y estos Borbones nos quieren gobernar. Recuerdos de veinte años al servicio de S.A.R. Don Jaime de Borbón, Asnières, 1974.
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que a poco de terminada la guerra civil española don Jaime hizo una visita al norte de España y vio a un grupo de hombres de origen campesino trabajando en la construcción de un monumento al general Mola. En un momento dado su secretario les dijo a éstos que la persona que le acompañaba era «el hijo del rey», y uno de ellos añadió, «¡Ah, el hijo de don Carlos!». Pero el último don Carlos que había pretendido ser rey había fallecido hacía más de treinta años y su hijo, el penúltimo rey carlista, que no se llamaba Carlos, había muerto también hacía mucho. Estaba claro que para un campesino carlista «don Carlos» era simplemente una referencia a unas formas de vida y a una lucha, no el titular de unos derechos dinásticos. Nos conviene empezar a tomar en cuenta los elementos de autonomía que hay en las acciones colectivas de los campesinos. Esta necesidad de analizar la actuación de los campesinos de acuerdo con su propia lógica es la que le permite a Hugues Neveux,7 refiriéndose a un marco territorial más amplio y a un período anterior, desmitificar las «revueltas campesinas» —los «furores campesinos» de una vieja visión reaccionaria— y situarlas dentro de «un sistema de relaciones que las incluye», proponiéndonos que no las veamos como una simple «reacción», sino como una acción compleja que tiene su propia coherencia interna. O la que ha llevado a algunos investigadores a sacar a la luz las voces de protesta de los campesinos en uno de los pocos lugares en que éstas se nos han conservado, como son los archivos judiciales, desgajándolas de los elementos deformadores que les ha añadido su criminalización.8 Por todo ello espero que este libro, por las novedades de enfoque que aporta, ayude a la historiografía del carlismo a dar un paso adelante y contribuya al nacimiento de una nueva historia política del campesinado español, que no vea a sus sujetos tan sólo como seguidores pasivos y rebeldes utópicos, sino que se esfuerce en entender sus aspiraciones y motivos: esto es, sus razones. Josep Fontana
7 Hugues Neveux, Les révoltes paysanes en Europe, XIVe-XVIIe siècle, Albin Michel, París, 1997. 8 Por ejemplo, Regina Schulte, The village in court. Arson, infanticide and poaching in the court records of upper Bavaria, 1848-1910, Cambridge University Press, Cambridge, 1994.
NOTA PRELIMINAR Como en un largo viaje, mientras transcurre un trabajo de investigación se conocen lugares muy diversos —paisajes de ideas y territorios de erudición—, se entra en contacto con las gentes más dispares y también se contraen deudas de toda clase, intelectuales, personales y materiales. Pasado el tiempo, difícil sería dar cuenta de todas ellas. Sin embargo, debe quedar constancia de aquellas que mayor impronta han dejado en las páginas que siguen. La mayoría se sitúan a medio camino entre la deuda intelectual y la personal. Entre ellas, la contraída con Carlos Forcadell, quien tuvo la ocurrencia de sugerirme emprender una investigación sobre el carlismo y la voluntad de dirigirla paso a paso durante un buen número años, considerando siempre mis planteamientos, indicando problemas y vías de desarrollo y rodeando el trabajo de un clima intelectual de libertad. Mi agradecimiento también a Juan José Carreras Ares, que leyó partes centrales del trabajo e hizo observaciones que me fueron de mucha utilidad. Y a Carmelo Romero Salvador, Julián Casanova y Jesús Longares, que compusieron el atento y eficaz tribunal que valoró la memoria de licenciatura donde se encontraba el embrión de estas páginas, y que vería la luz con el título Rebeldía campesina y primer carlismo. Los orígenes de la guerra civil en Aragón (1833-1835). También estoy en deuda con Eloy Fernández Clemente y Guillermo Pérez Sarrión, con quienes mantuve esclarecedoras conversaciones. Con José Ramón Urquijo, que un día, hace ya mucho tiempo, tomó en consideración lo que sólo era un proyecto y desde entonces su relación ha sido rica y gratificante. Y con Pere Anguera, cuyos estudios han sido una referencia muy próxima y actual en la investigación. Igualmente, con Josep Fontana, que ha distinguido con su prólogo estas páginas.
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Nota preliminar
Carlos Serrano fue un valioso punto de referencia durante mi estancia en París. Y Carlos Franco de Espés, Antonio Peiró y Herminio Lafoz leyeron con generosidad y dedicación algunas partes del texto, hicieron comentarios muy útiles y pusieron a mi disposición sus bibliotecas. Los compañeros del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Zaragoza han sido una referencia estimulante y su aliento ha constituido una parte no menor en el desenvolvimiento cotidiano de esta investigación. El respaldo proporcionado por sendas becas del Instituto de Estudios Turolenses y de la Diputación General de Aragón (CONAI), junto a una ayuda de esta misma institución y de la Caja de Ahorros de la Inmaculada, que financió el período de estancia en París, facilitaron las condiciones materiales para llevar a buen puerto el trabajo. Debo concluir señalando mi deuda con Peña, que, inasequible al desánimo, siempre ha estado ahí, revisando los originales y batiéndose con el texto para que la redacción definitiva cobrara nitidez y estuviera desprovista de muchas erratas y descuidos. Si después de tan valiosos apoyos existen todavía errores deben atribuirse exclusivamente al autor.
PARTE I
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1. REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN EN EUROPA Con el término carlismo se han nombrado distintas realidades sociales y políticas. Según iba transcurriendo el tiempo, algunas de estas realidades muy poco tenían ya que ver con aquel movimiento campesino de resistencia a la revolución que se produjo en buena parte de España en el contexto de la disolución del Antiguo Régimen. El carlismo, manteniendo su denominación, ha transitado por las más diversas coyunturas históricas hasta llegar, aunque sea de un modo testimonial, a la actualidad. Y, sin embargo, otros términos utilizados previamente para nombrar la misma realidad —es el caso de servilismo o de realismo— fueron fácilmente desplazados por éste, y su uso ahogado bajo la carga de una temporalidad muy pesada. Esta pervivencia privilegiada en el tiempo es tan sólo una de las muestras posibles de que carlismo —además del nombre que se dio a un proyecto involucionista de inspiración contrarrevolucionaria para llevar al trono al infante don Carlos— ha sido una palabra de fortuna. Carlismo es una categoría histórica cargada de contenido ideológico que opera sobre la argumentación de quien la utiliza. Esto no es una excepción, pero conviene identificar los contenidos y perspectivas que lleva implícitos. Así, el empleo de la noción carlismo conlleva la existencia de un Carlos que le dé origen: ¿cómo si no se explicaría la etimología del término? Y, a la inversa, sin Carlos difícilmente puede considerarse la existencia del carlismo. Resulta difícil explicar que don Carlos ocupa un lugar marginal en la interpretación del fenómeno. Por eso, la simple utilización del término sin limitaciones introduce una mixtificación, la de considerar que el
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Revolución y contrarrevolución en Europa
movimiento social no existía con anterioridad a la aparición de un conflicto sucesorio en la corona de España con el infante don Carlos como eje. A ella han contribuido algunas asociaciones de ideas que permiten presentar el carlismo en el mismo nivel que el absolutismo o el liberalismo, porque, nombrándose de igual forma, deben referir realidades políticas autónomas y de entidad comparable. Y no hay que olvidar la parte que ha tenido en consolidar esta perspectiva la corriente historiográfica tradicionalista.1 Al fijar el centro de atención en el surgimiento del conflicto sucesorio, el empleo de la categoría carlista-carlismo cumplía todas las necesidades de nombrar una realidad surgida en ese momento, pero tendía un velo interesado sobre la naturaleza histórica del movimiento.2 Así queda encubierto que se trata sólo de una fase dentro de un proceso mayor, y que sus causas no son sino las de este proceso, aunque manifieste unas u otras características particulares en cada momento. El valor ideológico del lenguaje, tantas veces ignorado, ha permitido la duradera mixtificación conceptual de considerar el carlismo como un fenómeno en sí mismo. De no haber sido así, de no haber ejercido ese poder de absorción terminológica sobre el fenómeno social en su conjunto, sería más común la discusión en términos de contrarrevolución o reacción.3 1 Sobre la historiografía del carlismo y sus corrientes véanse: Eduardo González Calleja, «La producción historiográfica del último medio siglo sobre el carlismo en el proceso de la Revolución Española», Hispania, n.º 176, 1990, pp. 1321-1347; Pere Anguera, «Sobre las limitaciones historiográficas del primer carlismo», Ayer, n.° 2, 1991, pp. 61-77; José Ramón Urquijo, «Historiografía sobre la primera guerra carlista», Bulletin de l’histoire contemporaine de l’Espagne, n.° 17-18, junio-diciembre 1993, pp. 412-444; Pedro Rújula, «Aragón en la historiografía de la guerra civil. 1833-1840», Studium, n.° 5, 1993, pp. 99-116; y Jordi Canal, «El carlisme. Notes per a una anàlisi de la producció historiogràfica del darrer quart de segle (1967-1992)», en J. Canal, J. Aróstegui, J. Torras et al., El carlisme. Sis estudis fonamentals, L’Avenç-SCEH, Barcelona, 1993, pp. 7-49. 2 Este argumento ha sido desarrollado en Pedro Rújula, «Acerca de la especificidad del carlismo», Gerónimo de Uztáriz, n.° 9/10, 1994, pp. 119-132. 3 El concepto contrarrevolución ha sido frecuentemente empleado con anterioridad, por: Jaume Torras, Liberalismo y rebeldía campesina, 1820-1823, Ariel, Barcelona, 1976, p. 7 y ss.; Josep Fontana, La crisis del Antiguo régimen 1808-1833, Crítica, Barcelona, 1979, pp. 108-117; Alberto Gil Novales, El Trienio liberal, Siglo XXI, Madrid, 1980, p. 12 y ss.; Vicente Fernández Benítez, Carlismo y rebeldía campesina, Un estudio sobre la conflictividad social en Cantabria durante la crisis final de Antiguo Régimen, Ayto. Torrelavega, Siglo XXI, Madrid, 1988, pp. 1-4, 100 y 160; Eduardo González Calleja, «La producción historiográfica…», op. cit.; o Jesús Millán, «Contrarevolució i movilització a l’ Espanya contemporània», L’Avenç, n.° 154, diciembre 1991, pp. 16-23.
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La introducción de estos conceptos consigue, como primer efecto, la ampliación del marco cronológico al colocarnos frente a una secuencia mucho más amplia. Frente a la comprensión del fenómeno como contrarrevolución, la secuencia tradicional servilismo-realismo-carlismo se muestra como un intento, válido en su detalle pero poco justificado en su conjunto, de fragmentar el conocimiento de toda una dinámica general y, en definitiva, de dificultar la comprensión del fenómeno social como proceso.4 Utilizar el concepto contrarrevolución como categoría histórica, en todo lo relativo a circunscribir el ámbito de la discusión, permite introducir en el planteamiento la perspectiva del largo plazo, la idea de proceso que se desarrolla en el tiempo sufriendo transformaciones del mismo modo que la sociedad en la que tiene lugar. No hay ventajas apreciables en la utilización microscópica de los conceptos clásicos —servilismo, realismo y carlismo— en un análisis que aspira a comprender la globalidad. Además, no se produce una merma instrumental, porque dichos conceptos continúan siendo útiles en los razonamientos y en la narración, siempre que no impongan sus limitaciones sobre los análisis. Esto significa que el concepto contrarrevolución no viene a sustituir la secuencia tradicional, sino que permite nombrarla de forma conjunta, y lo hace introduciendo un término útil como instrumento para el historiador y diluyendo en todo el fenómeno la atracción que frecuentemente ha ejercido el carlismo de manera exclusiva sobre las interpretaciones históricas. Y no sólo ha dificultado el análisis del fenómeno imponiendo una comprensión temporal estrecha, el concepto carlismo ha limitado también su comprensión geográfica. Esa guerra civil, desordenada y dispersa, emprendida por campesinos por un pleito sucesorio durante la década de 1830, tenía escasas posibilidades de entrar en comparación con otros fenómenos europeos coetáneos, en los tiempos en los que el legitimismo adoptaba estampas aristocráticas de cortes en el exilio. Sin embargo,
4 Julio Aróstegui ya había planteado una comprensión amplia del proceso en «El carlismo en la dinámica de los movimientos liberales españoles. Formulación de un modelo», en I Jornadas de Metodología aplicada a las Ciencias Históricas. IV. Historia Contemporánea, Universidad de Santiago-Fundación Juan March, Santiago de Compostela, 1975, pp. 225-239.
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Revolución y contrarrevolución en Europa
cuando se habla en términos de procesos contrarrevolucionarios, cuando se estudian modalidades de resistencia a la revolución, los puntos de contacto se multiplican y las vías de análisis que se plantean para unos lugares pueden ilustrar perfectamente lo que en otras partes está sucediendo. Europa se convierte en un amplio muestrario con numerosos puntos de contacto con lo que sucede en la península. Desde esta perspectiva, desde la visión obtenida del fenómeno inserto en una dinámica contrarrevolucionaria, el carlismo no fue un hecho aislado, ni un fenómeno social que demuestra la exclusividad de España en todos sus aspectos y también en su historia. Por el contrario, existe un contexto internacional, aquél determinado por la relación dialéctica entre la revolución y la contrarrevolución europeas, en el que se inserta la realidad española. Y esto puede mostrarse de un modo sencillo contrastando el carlismo con cualquier ejemplo que sea significativo en un marco de análisis más amplio que el nacional. Entre todos los posibles, el caso más característico es el fenómeno contrarrevolucionario que estalló en el oeste de Francia en 1793.5
1.1. Conexiones entre los fenómenos contrarrevolucionarios europeos El transcurso del siglo XVIII supuso en el oeste de Francia un progresivo empeoramiento de las condiciones de vida en el medio rural. De ahí que el advenimiento de la Revolución fuera contemplado con los ojos expectantes de quienes contaban con superar una situación difícil. Pero los cambios emprendidos no respondieron a las expectativas que se habían despertado. A pesar de que el marco jurídico del Antiguo Régimen fue rápidamente desmontado, eso no tuvo una traducción inmediata en términos económicos, y, cuando entraron en vigor las nuevas dispo-
5 Como referencias básicas iniciales véanse: de Claude Petitfrère, La Vendée et les Vendéens, col. Archives, Gallimard, París, 1981, y la voz «Vendée/vendéens», en Albert Soboul, Dictionnaire historique de la Révolution Française, P.U.F., París, 1989, pp. 10741076; y del mismo diccionario, «Chouans/chouannerie», pp. 217-220, a cargo de Roger Dupuy.
Conexiones entre los fenómenos contrarrevolucionarios europeos
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siciones, la imagen fue decepcionante. Se había producido un reajuste en la parte superior de la sociedad; sin embargo, el peso que recaía sobre la base campesina se había mantenido, cuando no incrementado. Algunas disposiciones, como la constitución civil del clero en 1790, exacerbaron el sentimiento de decepción ante los cambios y se fue perdiendo la confianza en las posibilidades de la Revolución para transformar esa realidad. De ahí que, a pesar de haber aceptado inicialmente la Revolución, empezaran por producirse diversos tipos de incidencias contra los representantes del Estado republicano, a los que siguió un levantamiento armado, coincidiendo con un amplio llamamiento a filas en febrero de 1793. Sólo las ciudades permanecieron bajo control del gobierno. La fuerza resultante, l’Armée Catholique et Royale, extendió progresivamente su control llegando en dirección al norte hasta el Loira. El avance se frenó por su imposibilidad para apoderarse de una ciudad, Nantes, y la derrota definitiva se produjo en otra, Cholet, de la que fueron desalojados. Y a partir de este momento, se batieron en retirada. La llegada de nuevas tropas republicanas, la columna de Turreau, llevó a cabo la labor de pacificación de la región y devolvió el control a la república apoyándose en una importante represión. Con el tiempo la resistencia se reprodujo, aunque esta vez al norte del Loira. Fue la insurrección conocida como la chouannerie, cuyas características fueron mucho más irregulares, ya que no reunió una gran ejército ni ganó grandes batallas, aunque, por contra, mantuvo su resistencia de forma extensa en el tiempo aprovechando la colaboración de los habitantes del terreno sobre el que se desarrolló.6
6 Existen algunas visiones de la historiografía sobre la contrarrevolución como: la de Harvey Mitchell, «The Vendée and Counter-revolution: a review essay», French hist. Stud., vol. 5, n.° 4, 1968, pp. 405-429; la de Charles Tilly, en La Vendée. Révolution et contre-révolution, Fayard, París, 1970, pp. 18-21, o la excelente de Claude Petitfrère, «Les causes de la Vendée et de la Chouannerie», Annales de Bretagne et des Pays de l’Ouest, t. 84, n.° 1, 1977, pp. 75-101, retomada posteriormente en su libro Les Vendéens d’Anjou (1793). Analyse des structures militaires, sociales et mentales, préface J. Godechot, Bibliothèque Nationale, París, 1981, pp. 43-68. Un catálogo crítico y actualizado ha sido presentado por Roger Dupuy, «Révolution et Contre-Révolution en Bretagne. Notes sur un quart de siècle de travaux et de débats (1960-1987)», Mémoires de la Société d’Histoire et d’Archéologie de Bretagne, t. LXIV, 1987, pp. 389-413. Hemos realizado un estudio de esta historiografía hasta fechas recientes en Pedro Rújula, Rebeldía campesina y guerra civil en Aragón, 1821-1840, tesis doctoral, Universidad de Zaragoza, 1994, pp. 5-48.
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De partida, las conexiones entre el fenómeno insurreccional del oeste de Francia y el proceso contrarrevolucionario que afecta a España se desenvuelven en un contexto similar: dificultades económicas, introducción de cambios que distorsionan la estructura tradicional del poder, interferencias en el seno de la comunidad rural o desconfianza frente a las nuevas autoridades. Pero conviene fundamentar de manera más concreta estos puntos de contacto. Destacaremos algunos de ellos. 1. Levantamientos contra un régimen revolucionario oponiendo una propuesta involucionista. Se trata de enfrentamientos en contra de regímenes políticos recién establecidos y que atraviesan dificultades diversas durante el proceso de consolidación del nuevo Estado.7 La reacción surgió en el contexto de la disolución del Antiguo Régimen y frente a un impulso revolucionario que propugnaba un proyecto político, social y económico alternativo y excluyente. Sin embargo, mediante un proceso insurreccional, la reacción no perseguió un simple paso atrás en el tiempo,8 el restablecimiento de las relaciones feudales en toda su plenitud, sino que ésta fue la forma más adecuada para alcanzar unos objetivos de clase. De ahí que, aunque sea por motivos muy distintos, la configuración del enfrentamiento en estos términos sirva para comprender tanto la presencia de la elite del movimiento —nobleza y clero— como la base social del mismo —campesinado. Probablemente, el hecho de ser respuestas a un fenómeno de transformación global de las estructuras de una sociedad, proceso que por su entidad sólo pudo ser gradual y, por lo tanto, difícil de aprehender en el corto plazo, adquieran tanta importancia algunos hechos considerados como causas inminentes. Es el caso de la leva de los 300.000 hombres9 o el de la muerte de Fernando VII.10 A 7 Paul Bois, «La Vendée contre la République», L’Histoire, n.° 27, 1980, p. 13. 8 Para el caso francés ya lo había destacado Jacques Godechot, La contre-révolution. Doctrine et action, 1789-1804, P.U.F., París, 1961 [reed., 1984], p. 2; y Jesús Millán ha tratado este aspecto para España en «La resistència antiliberal a la revolució burguesa espanyola: insurrecció popular o moviment subaltern?», en J.M. Fradera, J. Millan y R. Garrabou, Carlisme i moviments absolutistes, Eumo, Vic, 1990, pp. 28-29. 9 Véase, por ejemplo, el papel atribuido por Marcel Lidove en Les vendéens de 93, Éditions du Seuil, París, 1971, pp. 3-4, o Roger Dupuy en De la révolution à la chouannerie, Flammarion, París, 1988, cap. VIII. 10 Un hecho que, pese a haber sido una de las claves de la deformación interpretativa que afecta a la historiografía tradicionalista, no se ha eludido como catalizador del conflicto en los estudios actuales.
Conexiones entre los fenómenos contrarrevolucionarios europeos
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todas luces, como causas del estallido insurreccional de la Vendée o el carlismo, no resisten ni siquiera un análisis superficial, pero han servido durante generaciones para transmitir la imagen de un cambio que realmente se está produciendo en la sociedad y cuya percepción es difícil de establecer. 2. Levantamientos de base campesina. En el conflicto de Vendée los comerciantes y manufactureros prestaron su apoyo al bando patriota, y el clero, la nobleza y el campesinado se situaron de parte de la insurrección, mientras que la actitud del artesanado dependió en cada caso de las circunstancias concretas.11 A pesar de algunas discrepancias, existe un consenso generalizado sobre que se trata de un movimiento de naturaleza campesina.12 La presencia más extendida de la nobleza en el caso francés no constituye un elemento diferencial importante con el carlismo.13 De
11 Charles Tilly, «Civil Constitution and Counter-Revolution in Southern Anjou», French hist. Stud., vol. 1, n.° 2, 1959, pp. 187-188. 12 Paul Bois, Paysans de l’ouest. Des structures économiques et sociales aux options politiques depuis l’époque révolutionnaire, Flammarion, París, [1960], 1971, pp. 355-357; Jacques Godechot, La contre-révolution…, op. cit., p. 229; Claude Petitfrère, «Les grandes composantes sociales des armées vendéennes d’Anjou», A. Hist. Révol. franç., n.° 211, 1973, pp. 14-16. La excepción es Charles Tilly, La Vendée…, op. cit., p. 331. Paul Mazauric, «Vendée et chouannerie», Pensée, n.° 124, 1965, p. 65, argumenta en contra de Tilly sobre la naturaleza campesina de la contrarrevolución. En el mismo sentido, Albert Soboul, «Aux origines sociales de l’insurrection vendéenne», Pensée, n.° 215, 1980, p. 135. También rechazan la importancia de los tejedores para desautorizar esta afirmación Jacques Le Goff y Donald Sutherland, «The social origins of counter-revolution in western France», Past and Present, n.° 99, 1983, p. 84. 13 Los principales análisis de los componentes sociales de la contrarrevolución en España pueden encontrarse en: Jaume Torras, Liberalismo y rebeldía campesina, 18201823, op. cit., pp. 33-148; José Ramón Barreiro, El carlismo gallego, Pico Sacro, Santiago, 1976, pp. 154-69; María Francisca Castroviejo, Aproximación sociológica al carlismo gallego, Akal, Madrid, 1977, pp. 139-159; Josep Fontana, «Crisi camperola y revolta carlina», Recerques, n.° 10, 1980, pp. 7-16; Vicente Fernández Benítez, Carlismo y rebeldía campesina…, op. cit., pp. 47-54; Juan Pan-Montojo, Carlistas y liberales en Navarra (18331839), Gobierno de Navarra-Institución Príncipe de Viana, Pamplona, 1990, pp. 137174; dentro de Carlisme i moviments absolutistes, op. cit., los artículos de R. del Río, «Rebel.lió reialista i revoltes camperoles a la Navarra del Trienni liberal», pp. 187-206, y de Vicente Fernández, «Movimients populars: pagesia i carlisme a les regions del Cantàbric (Astúries i Cantàbria)», pp. 227, 244, para Navarra durante el Trienio Liberal y para Cantabria; Jesús Millán, «La resistencia a la revolución en el País Valenciano: oligarquías y capas populares en el movimiento carlista», en Joseba Agirreazkuenaga y José Ramón Urquijo Goitia (eds.), 150 años del Convenio de Bergara y de la ley del 25-X-1839, Parla-
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hecho, la intervención de la pequeña nobleza es un elemento empleado para la compresión del fenómeno en el País Vasco14 y su función no fue determinante puesto que la insurrección también se produjo sin su participación, como en el caso de la chouannerie.15 Es también de destacar la circunstancia de que en ambos casos la insurrección triunfó en el medio rural allí donde la presencia de una burguesía comprometida con el nuevo régimen era muy débil. Es muy probable que la base campesina de estos levantamientos no se encuentre en la naturaleza de los mismos sino en las condiciones en las que se desenvolvieron. No es tanto que la contrarrevolución no tuviera una vertiente, incluso numerosa, urbana,16 sino que no consiguió una vía urbana para su desarrollo.17 Por contra, lo que otorga el adjetivo de campesinas a estas insurrecciones contrarrevolucionarias es el hecho de que fuera en el medio rural en el que los levantamientos alcanzaron toda su importancia, y de que es en esta sociedad donde obtuvieron su base social.18
mento Vasco, Vitoria (Gasteiz), 1990, pp. 444-449; Pere Anguera, Deu, Rei i Fam. El primer carlisme a Catalunya. Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona, 1995, pp. 199-423; y Pedro Rújula, Rebeldía campesina y primer carlismo: los orígenes de la guerra civil en Aragón (1833-1835), D.G.A., Zaragoza, 1995, pp. 343-408. 14 Vid. J. Agirreazkuenaga y J.M. Ortiz, «Algunes puntualitzacions sobre la insurrecció carlina al País Basc: l’actitud dels notables rurals», en J.M. Fradera, J. Millán y R. Garrabou, Carlisme i moviments absolutistes, op. cit., p. 180. 15 Pueden encontrarse argumentos que minimizan el papel de la nobleza desde P. Bois, Paysans de l’Ouest, op. cit., p. 357. 16 Como ha sido indicado para París, el Midi francés o Rennes por Jean Tulard y Roger Dupuy en sendas colaboraciones en François Lebrun y Roger Dupuy (eds.), Les résistances à la Révolution, Imago, París, 1987, «Paris contre-révolutionnaire», pp. 202204, y «Esquisse d’un bilan provisioire», p. 471, y también por Dupuy en «Contre-Révolution et radicalisation. Les conséquences de la Journée des Bricoles à Rennes, 26 et 27 janvier 1789», Annales de Bretagne et des Pays de l’Ouest, 1972, n.° 2, pp. 425-454. 17 Sirva como ilustración el amplio abanico de actitudes contrarrevolucionarias indicado por Roger Dupuy en la introducción a Les résistances à la Révolution, op. cit., p. 14. Sobre insurrecciones urbanas carlistas véase Pedro Rújula, «Zaragoza, 27 de febrero de 1834: el fracaso de una insurrección que cierra el ciclo de los levantamientos urbanos carlistas», Rolde, n.° 61-62, julio-octubre 1992, pp. 4-18. 18 Conviene destacar el estudio sobre la base social realizado por Pere Anguera en «Components i justificacions del primer carlisme català», en Revoltes populars contra el poder de l’estat, Generalitat de Catalunya, Barcelona, 1992, pp. 86-87.
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3. Importancia de las relaciones sociales rurales, la comunidad, en la configuración de los levantamientos.19 La contrarrevolución obtuvo de la reproducción de las prácticas sociales del Antiguo Régimen una de las principales vías de desarrollo. Indudablemente, los conflictos surgieron en medio de una realidad que era sustancialmente distinta de las décadas anteriores, porque el contexto político, social, económico y cultural estaba cambiando rápidamente. Ello otorgaba a los componentes tradicionales una significación muy distinta de la originaria. Ésta es la naturaleza básica de la instrumentación de una propuesta involucionista en la lucha por el poder local.20 Sin embargo, la convicción de que se reproducía el comportamiento tradicional en un período de excepción estaba presente.21 Sobre todo, entre los dirigentes que habían puesto al servicio de sus intereses los mecanismos clásicos de la sociedad rural, como es el caso del clero como mediador reconocido por toda la comunidad. También abunda en esta línea el aprovechamiento de las redes de clientelas habituales en la sociedad rural —crédito, arrendamiento, demandas de mano de obra…— en la defensa del poder en los términos en que se hallaba establecido. Son respuestas de la estructura tradicional, pero no tanto al cambio como a un cambio no deseado por sectores de esa sociedad. Y esta resistencia se plantea sobre fórmulas por todos conocidas que convirtieron en ardua la tarea de desarrollar la nueva estructura del Estado revolucionario. Apoyándose en estas dificultades para sustituir una estructura establecida, la reacción enarbola como ideal la comunidad heredada. Desde esta perspectiva de comunidad agredida desde el exterior —un exterior geográfico, pero también social— se favorece una interpretación interclasista del conflicto. Desde el bando contrarrevolucionario existe la
19 En torno al fenómeno francés son J. Le Goff y D. Sutherland en «The social origins of counter-revolution in Western France», art. cit., y este último en Les chouans. Les origines sociales de la Contre-Révolution populaire en Bretagne, 1770-1796, Rennes, 1990, quienes más recientemente han insistido en este aspecto. Para el caso español vease J.M. Portillo «Tradició i revolució: el debat constitucional al País Basc», en Carlisme i movimients absolutistes, op. cit., p. 215. 20 Véanse las consideraciones de Jesús Millán en «Contrarevolució i mobilització a l’Espanya contemporània», art. cit., p. 19. 21 También aquí esclarece ideas la lectura de Jaume Torras, Liberalismo y rebeldía campesina…, op. cit., pp. 14 y 22.
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necesidad de difundir una interpretación en estos términos,22 porque la consecuencia de hacerlo como conflicto de clases podría derivar en la pérdida de la base obtenida de la sociedad rural, al descubrir sus escasos puntos de contacto con los intereses de la aristocracia y de las oligarquías locales. 4. Desarrollo de los levantamientos en el medio rural. Siempre se ha reconocido la importancia que las características propias del bocage tuvieron en el desarrollo de la insurrección en la Vendée23. Allí la población se localizaba de manera dispersa y las comunicaciones eran escasas y difíciles en ese medio, y ello tuvo como efecto que se tejiese la cohesión social en torno a las parroquias y que existiera una marcada diferenciación entre lo propio y lo ajeno. La sociedad del bocage se comprometió en el apoyo de la insurrección. Sin esta complicidad no se habrían mantenido rebeliones parciales como la chouannerie,24 como tampoco hubiera existido el carlismo en Aragón, Cataluña y Valencia. Por ello no obtuvieron éxitos sostenidos fuera del territorio en el que recibían apoyo.25 Las comunidades donde surgió y arraigó la insurrección no sólo proporcionaron sus hombres, sino alimentos, prendas de vestir, informes sobre tropas enemigas o protección. Los rebeldes, en muchos casos, continuaron participando en las tareas del campo y regresaban a casa «para mudarse la camisa»26. De este modo, la insurrección se imbricó en las entrañas de la comunidad rural y aprovechó cuanto pudo de ella en su propio beneficio.27
22 Este planteamiento puede apreciarse en C.F. Henningsen, Zumalacárregui. Campaña de doce meses por las Provincias Vascongadas y Navarra, Espasa Calpe, Buenos Aires, 2.ª, 1947. 23 Fue uno de los elementos destacados ya en el clásico de André Siegfried, Tableau polítique de la France de l’ouest sous la Troisième République, Armand Colin, París, 1913, que sirvió de punto de partida para el trabajo de Paul Bois, Paisans de l’Ouest…, op. cit., p. 13. 24 Así lo expone Donald Sutherland, Les chouans…, op. cit., p. 28. 25 Así queda de manifiesto en Charles Tilly, La Vendée, op. cit., p. 16, para el sur del Loira, y en Pedro Rújula, Rebeldía campesina y primer carlismo…, para Aragón. 26 Buenaventura de Córdoba, Vida militar y política de Cabrera, Imprenta de don Eusebio Aguado, Madrid, 1844, vol. I, p. 210. 27 Claude Petitfrère, «Le peuple contre la Révolution française», Histoire, n.° 53, 1983, pp. 39-40.
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El crecimiento de la insurrección en el medio rural se benefició frecuentemente de la impunidad en la que quedaban sus acciones. El ejército mostraba sus múltiples deficiencias 28 y la ineficacia para actuar en un medio adverso donde eran precisos grandes esfuerzos para obtener modestos resultados. El ejército siempre consideró de mayor riesgo los movimientos emprendidos en las ciudades, que fueron reprimidos con rapidez; incluso hubo momentos en los que la existencia de cierta actividad insurreccional revertía en beneficio del poder:29 en ese caso siempre fue deseable que la agitación se localizara en el medio rural. 5. Importantes causas económicas respaldaronn las insurrecciones. El telón de fondo ante el que se produjo la contrarrevolución fue el del desarrollo del sistema de mercado capitalista, y las tensiones que de su puesta en práctica resultaron alimentaron la base social del levantamiento. Es unánime la importancia atribuida a los factores económicos en la aparición del descontento, aunque en la asignación de la importancia a unos u otros existen discrepancias. Los factores económicos que han servido para argumentar sobre las insurrecciones en el oeste de Francia son muy diversos. Inicialmente primó la importancia de la comercialización como factor decisivo en la incorporación del mundo rural al capitalismo,30 posteriormente el énfasis se ha puesto en el peso de las rentas y de la fiscalidad en el marco de la Revolución31 y también en las consecuencias de los tipos de tenencia de la tierra y las características de las
28 Paul Bois, «La Vendée contre la République», art. cit., p. 13. Un informe sobre el Bajo Aragón en 1837 afirmaba: «Por muchos pueblos de lo interior, como aquellos no sean tránsito para las tropas, no ha habido ocasión de verlas en diez o doce meses. Partidillas de facciosos los recorren continuamente […]». «Observaciones sobre el Antiguo Partido de Alcañiz». A.R.A.H., Pirala, 9/6802. 29 Aunque de forma muy diferente, el argumento ha sido empleado por: Jean-Clément Martin, La Vendée et la France, Seuil, París, 1987, p. 20, y en «La guerre de Vendée et son souvenir», L’Information Historique, n.° 50, 1988, p. 130, y Ana Maria Garcia Rovira en su artículo «Guerra carlina i revolució liberal, unes reflexions», en Carlisme i moviments absolutistes, op. cit., p. 248. 30 Paul Bois, Paisans de l’Ouest…, op. cit.; y Marcel Faucheaux, L’insurrection vendéenne de 1793. Aspects économiques et sociaux, Imprimerie Nationale, París, 1964. 31 Albert Soboul, «Aux origines sociales de l’insurrection vendéenne», art. cit., pp. 132-150.
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explotaciones.32 Estos razonamientos han determinado distintas concepciones de la dinámica económica, que oscilan entre pensar que los cambios más importantes se habían producido en el período anterior al estallido de la Revolución hasta aquellos otros que piensan que las principales transformaciones económicas partieron de la obra revolucionaria. Sin embargo, entre las investigaciones serias sobre la contrarrevolución en el oeste de Francia son muy pocos los que no fijan su atención en las implicaciones económicas del problema. Lo mismo ocurre en el caso del realismo-carlismo. Desde que a principios de la década de 1970 comenzó a analizarse el problema de la disolución del Antiguo Régimen y del desarrollo del nuevo orden capitalista en España, la importancia de los aspectos económicos en el planteamiento global ha sido constante.33 La comprensión de las distintas fases de la contrarrevolución en España apoyada en estos parámetros se inició de forma subordinada.34 La vía resultó fructífera, por lo que, progresivamente, se fue emancipando y, al profundizar también en los aspectos
32 Jacques Le Goff y Donald Sutherland, «The Revolution and the Rural Community in Eighteenth-Century Brittany», Past and Present, n.° 62, 1974, pp. 96-119, y «The social origins of Counter-Revolution in Western France», art. cit., pp. 65-87; y del segundo autor en solitario, Les chouans…, op. cit. 33 Las obras principales en esta línea fueron: Josep Fontana, La quiebra de la monarquía absoluta, 1814-1820, Ariel, Barcelona, 1971, y La crisis del Antiguo régimen, 1808-1833, op. cit.; Miguel Artola, Antiguo Régimen y revolución liberal, Ariel, Barcelona, 2.ª ed., 1983; A.M. Bernal, La lucha por la tierra en la crisis del Antiguo Régimen, Taurus, Madrid, 1979. Mención aparte merece Jaume Torras, cuya aportación historiográfica al área de la contrarrevolución siempre fue precursora. Lo fue en aquel lejano 1967 en el que apareció una obra inaudita:La guerra de los agraviados, Universidad de Barcelona, que recogía y multiplicaba los destellos de novedad que había apuntado Carlos Seco Serrano en su artículo «Don Carlos y el carlismo», Revista de la Universidad de Madrid, 1955, pp. 27-52. Y volvió a presentar en 1976 una obra exquisita inserta en el contexto de los estudios sobre la disolución del Antiguo Régimen pero que no tenía nada comparable, ni siquiera parecido, a su alrededor: Liberalismo y rebeldía campesina…, op cit. 34 Emiliano Fernández de Pinedo, Crecimiento económico y transformaciones sociales en el País Vasco, 1100-1850, Siglo XXI, Madrid, 1974; Pablo Fernández Albaladejo, La crisis del Antiguo Régimen en Guipúzcoa, 1766-1833. Cambio económico e historia, Akal, Madrid, 1975; y José Extramiana, Historia de las guerras carlistas, Haranburu, San Sebastián, 1979, 2 vols.
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sociales del conflicto, dio lugar a monografías que ya integraban los aspectos económicos como uno de sus pilares, aunque no el único. De este modo, la historiografía se diversificó.35 En la actualidad, argumentos como la crisis del precios del primer tercio del siglo XIX,36 el incremento de la presión fiscal sobre los campesinos,37 la rigidez en los arrendamientos que impuso la práctica capitalista o los efectos del desempleo sobre la incorporación a las partidas,38 se han incorporado plenamente en las formulaciones históricas sobre el carlismo.39 6. Presencia del binomio violencia/guerra civil. Es importante señalar el deslizamiento frecuente que experimentó la práctica contrarrevolucionaria hacia una guerra civil abierta. La escisión de la sociedad sometida a las tensiones propias de un momento de cambio profundo desembocó en el enfrentamiento armado cuando una coyuntura de debilidad del Estado lo hizo posible.40 El ataque a los hogares de los burgueses, los representantes locales de la revolución,41 establecidos en
35 María Cruz Mina, Fueros y revolución liberal en Navarra, Alianza Editorial, Madrid, 1981; Jesús Millán, «Carlismo y revolución burguesa en el sur del País Valenciano. El fenómeno carlista en la comarca de Orihuela», Estudis d’Història Contemporania del País Valencià, 1979, pp. 201-223, y Rentistas y campesinos. Desarrollo agrario y tradicionalismo político en el sur del País Valenciano, 1680-1840, Institución Juan Gil- AlbertDip. Prov. de Alicante, Alicante, 1984; Vicente Fernández Benítez, Carlismo y rebeldía campesina…, op. cit.; Juan Pan-Montojo, Carlistas y liberales en Navarra (1833-1839), op. cit.; José Ramón Urquijo, «Represión y disidencia durante la primera guerra carlista. La policía carlista», Hispania, n.° 159, 1985, pp. 131-186. 36 Josep Fontana, «La crisis agraria de comienzos del siglo XIX y sus repercusiones en España», en Ángel García Sanz y Ramón Garrabou, (comps.), Historia agraria de la España contemporánea. 1. Cambio social y nuevas formas de propiedad (1800-1850), Crítica, Barcelona, 1985, pp. 103-128. 37 Vid. Ramón Arnabat Mata, «¿Campesinos contra la constitución?: el realismo catalán y un análisis global», Historia Social, n.° 16, primavera-verano 1993, pp. 35-36. 38 Pere Anguera, Deu, Rei i Fam…, op. cit., pp. 407-422. 39 Basten para tomar conciencia de ello dos conjuntos de artículos, el colectivo reunido por J.M. Fradera, J. Millán y R. Garrabou, Carlisme i moviments absolutistes, op. cit., y el monográfico dedicado al carlismo por la revista L’Avenç, n.° 154, diciembre 1991. 40 Pedro Rújula, «Rebeldía campesina en la crisis del Antiguo Régimen», comunicación al I Congreso de Historia Contemporánea de España, Salamanca, 1992, 16 pp. 41 Vid. Charles Tilly, «Local conflicts in the Vendée before the rebellion of 1793», French hist. Stud., vol. 2, 1961, p. 25, y Donald Sutherland, Les chouans…, op. cit., p. 28.
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el oeste de Francia como primera manifestación del levantamiento es una imagen suficientemente clara de esta escisión de la sociedad. No es una estampa muy distinta de la de las agresiones dirigidas selectivamente contra los milicianos nacionales y sus propiedades desde el primer momento en que se produjeron levantamientos realistas y carlistas. Un enfrentamiento de este tipo conllevaba dosis inusitadas de violencia,42 porque a las implicaciones políticas, sociales o económicas del conflicto se le añadían todo un rosario de motivaciones personales procedentes de la red de intereses y resentimientos tejidos con el tiempo en la comunidad.43 Y se trataba de un recorrido de ida y vuelta: la aparición de la violencia contrarrevolucionaria sólo fue el primer término de la ecuación que se resolvió siempre con el ejercicio de la represión por parte del poder triunfante. En conjunto, las escenas de violencia y represión vividas en el oeste de Francia entre 1790 y 1801 pueden ser consideradas el «episodio más sangriento de la Revolución».44 Y, en el caso de la guerra civil en España, la naturaleza del enfrentamiento llevaba a Richard Ford a hablar de que «en los anales de la crueldad humana difícilmente se prodrán encontrar ejemplos más detestables que los que alientan en cada letra de los edictos de los Rodiles, Armildes y Quesadas […]»,45 que puede completarse para el bando carlista con los numerosos testimonios ofrecidos en la Historia de la última guerra en Aragón y Valencia sobre ase-
42 Sobre el ejercicio de la violencia por las fuerzas contrarrevolucionarias para asegurarse el apoyo de los hombres y el aprontamiento de los recursos, véanse José Ramón Urquijo, «Represión y disidencia durante la primera guerra carlista…», art. cit., y Ramón del Río, Orígenes de la guerra carlista en Navarra, 1820-1824, Gobierno de Navarra-Príncipe de Viana, Estella, 1987. 43 Cada pequeño grupo de rebeldes, afirma Charles Tilly, «chercha à régler ses comptes à ses propres ennemis patriotes, dans l’apparition immédiate d’exigences pour obtenir réparation des injustices purement locales et dans l’absence totale de tout plan visant plus loin qu’à rétablir la justice dans la communauté, ou dans la poignée de communautés, desquelles provenait chaque groupe», La Vendée, op. cit., p. 317. 44 Según Paul Bois, «La Vendée contre la République», art. cit., p. 16. 45 Richard Ford, Los españoles y la guerra. Análisis histórico sobre la primera guerra carlista y acerca del invariable carácter de las guerras en España, introducción de Antonio Giménez Cruz, Tayo, Madrid, 1990, p. 77.
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sinatos de soldados que ya se habían rendido o trato inhumano dado a los prisioneros.46 7. Extracción popular de los jefes de la insurrección. Siempre ha resultado complejo establecer la composición social de las fuerzas contrarrevolucionarias, dado el poder distorsionador de su componente interclasista. Individuos marginales de la sociedad se juntaban en las mismas filas que los vástagos de orgullosas familias hasta poco antes entre los privilegiados; campesinos, artesanos, jornaleros o aparceros cubren la distancia entre ambos extremos. Es el aspecto socialmente confuso que presentan las guerras civiles. Sin embargo, se trata simplemente de una apariencia engañosa. En las filas de la reacción se encontraban alojados diversos intereses, y unos estaban defendidos por los privilegiados, mientras que por los otros luchaban las clases populares. Que los jefes, aquellos que ejercían el liderazgo directo sobre las bases insurrectas, fueran individuos surgidos con frecuencia de las clases populares no es una paradoja sino la imagen que mejor transmitía, para beneficio de los contrarrevolucionarios, la idea de una lucha por los mismos objetivos, al tiempo que proporcionaba eficacia a la contrarrevolución. En la Vendée, a pesar de la existencia de unos nobles que se perfilaban como la cabeza de la contrarrevolución, hubo una serie de jefes, los primeros que comandaron la insurrección, que procedían de las clases populares.47 Es el caso de Stofflet, un soldado retirado, Gaston, peluquero, o Cathelineau, vendedor ambulante de fruta y pescado. Dos grupos, uno compuesto por jefes de alto rango, conspiradores, diseñadores de planes, que enviaban misiones y dirigían mensajes a Gran Bretaña, y otro en el que se encontraban la masa de partidarios locales, que libraban acciones independientes y disponían de sus propios jefes.48 Otro tanto
46 F. Cabello, F. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, Imprenta del Colegio de Sordo-Mudos, Madrid, 1845, 2 vols., capítulos XI y VII, respectivamente. También en las obras de Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de Ramón Cabrera con una reseña de las principales campañas desde noviembre de 1833 hasta el presente, Oficina de Manuel López, Valencia, 2.ª ed., 1839, y Vida y hechos de los principales cabecillas facciosos de las provincias de Aragón y Valencia desde el levantamiento carlista de Morella en 1833 hasta el presente, Imprenta de López, Valencia, 1840. 47 Marcel Faucheaux, L’insurrection vendéenne de 1793, op. cit., p. 383. 48 Charles Tilly, La Vendée, op. cit., p. 17-18.
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sucede con los jefes de las partidas realistas49 y carlistas.50 Los jefes directos, los que dirigían la leva y el abastecimiento en una zona, aquellos que tenían ascendiente sobre la población, sus autoridades y sus clérigos y decidían las acciones que iban a emprender, procedían de esa misma sociedad en la que se movían y generalmente eran individuos de las clases populares. Baste recordar los casos de Carnicer y Quílez, militares de baja graduación procedentes de familias campesinas, o Miralles, serrador de Villafranca, para el caso de Aragón. 8. Decisiva participación del clero. La importancia del clero en los movimientos contrarrevolucionarios viene condicionada por dos de las características destacadas con anterioridad: la disolución del Antiguo Régimen y la naturaleza campesina de los levantamientos. La Iglesia fue uno de los pilares fundamentales sobre los que se había levantado el poder político de la monarquía absoluta, y esto le había convertido a su vez en un poder paralelo, con unas redes y una infraestructura propias, además de un notable respaldo económico y la preeminencia social que de todo ello se derivaba. El mantenimiento de esta situación dependía de la pervivencia del Antiguo Régimen. Iglesia y monarquía absoluta seguían senderos paralelos hacia finales del siglo XVIII. La Revolución significó la construcción del poder sobre otras bases políticas, que no pasaban ya por el apoyo de la Iglesia, y la voluntad de avanzar rápidamente hacia la generalización de las prácticas capitalistas en el ámbito económico supuso un duro golpe para la posición de los eclesiásticos. La participación de los clérigos en cualquier actividad destinada a minar las bases del poder revolucionario respondió a esta realidad. Pero si en el medio urbano el clero había visto surgir en la burguesía un gran competidor con una formación intelectual cuidada, con una cultura propia y un manejo habilidoso de los resortes que le proporcionaba la sociedad del momento, en el medio rural el clero seguía ejerciendo una autoridad indiscutida. El clero mantenía todo su poder
49 Véase el listado reunido por Ramón del Río, «Rebel.lió reialista i revoltes camperoles a la Navarra el Trienni liberal», art. cit., pp. 198-201. 50 Así puede comprobarse en Pedro Rújula, Rebeldía campesina y primer carlismo…, op. cit., p. 228.
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de mediación con la comunidad campesina.51 Persistía su autoridad frente a las novedades, en la toma de decisiones públicas, en el consejo personal y, en general, en todo lo referente a conformar una visión de la realidad. La Revolución supuso de inmediato la pérdida de la independencia de la que disfrutaba el clero hasta el momento, independencia política, económica e intelectual. En Francia la aplicación casi simultánea de la constitución civil del clero y la venta de las propiedades de la Iglesia significó un punto decisivo en la reacción. 52 Del mismo modo, la desamortización llevada a cabo durante el Trienio Liberal facilitó en España el apoyo de los eclesiásticos al realismo. En ambos casos los religiosos se valieron del peso de su función tradicional en la comunidad rural para instigar el levantamiento contra la revolución.53 Como ocurrió con los curas no juramentados en la Vendée, que seguían reuniendo a sus parroquias y organizando actos en los que llamaban a la insurrección, a pesar de haber sido desposeídos de sus puestos. Y también sucedió en España, donde fueron numerosos los casos de clérigos que, pese a permanecer en sus parroquias, favorecieron la conspiración y fomentaron el levantamiento, aparte de aquellos que tomaron por sí mismos las armas y capitanearon las partidas. En todo caso, la participación del clero en los movimientos contrarrevolucionarios es decisiva para comprender las formas de movilización y el soporte ideológico de éstos.
51 Charles Tilly, «Civil Constitution and Counter-Revolution in Southern Anjou», art. cit., p. 175, y Claude Petitfrère, Les Vendéens d’Anjou (1793)…, op. cit., pp. 400401. Como afirma François Lebrun en Parole de Dieu et Révolution: les sermons d’un curé angevin avant et pendant la guerre de Vendée, Imago, París, 1988, p. 42: «Pendant plus de quarante ans, comme vicaire, puis comme curé, il a été leur pasteur el leur guide. S’appuyant sur une foi inébranlable, profondément conscient de ses responsabilités visà-vis du troupeau qui lui était confié, il s’est fait le prédicateur de la parole de Dieu, et ses prises de position lors des événements de la Révolution se sont parfaitement insérées dans cette prédication intemporelle, reprise inlassablement en fonction du calendrier liturgique». 52 Charles Tilly, «Some Problems in the History of the Vendée», Am. hist. Rev., vol. 67, n.° 1, 1961, p. 30. 53 Roger Dupuy, «Le problème des causes de la Contre-Révolution dans l’Ouest, 1788-1794», Historiens et Géographes, n.° 318, 1988, p. 40, y Claude Petitfrère, La Vendée et les vendéens, op. cit., p. 186 y ss.
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A través de todo lo expuesto54 quedan de manifiesto las importantes similitudes entre los procesos insurreccionales de la Vendée militar y la chouannerie en Francia y el carlismo en España, similitudes que tienen origen en la naturaleza común de estos movimientos. Sin embargo, existen también algunas diferencias evidentes derivadas de las distintas dinámicas que experimentan a lo largo de su evolución. En el origen de estas diferencias se encuentra la diversidad de las realidades sociales, culturales o económicas en las que se desarrollan.55 De ahí que las principales diferencias entre ambos procesos contrarrevolucionarios procedan del contexto histórico de partida y del ritmo en el que se desarrollaron, no de la naturaleza de los mismos. El carácter fragmentario que tuvo el desarrollo de la revolución en España determinó que la reacción se manifestara también de forma diferida en el tiempo. Globalmente considerado, el espíritu de la contrarrevolución aparece en el último tercio del siglo XVIII en los ataques al reformismo ilustrado, aumenta desde 1789 con la política «sanitaria» de Carlos IV y se consolida en el contexto servil de la lucha contra el invasor y el obstruccionismo en las Cortes de Cádiz. Sin embargo, sólo en 1820 se muestra unido el binomio revolución/reacción, manifestando una relación dialéctica nítida. Ante una nueva concepción del Estado —la liberal—, alternativa al caído sistema absolutista, surgía una reacción contra el nuevo orden. Pero la experiencia liberal del Trienio fue breve, la contrarrevolución triunfó en 1823 y se convirtió en norma. Con posterioridad ya no volverá a reproducirse esta situación, puesto que, aunque pueda parecer una contradicción, la contrarrevolución se puso en marcha —1833— bastante antes que la revolución —1835 y 1836—, merced al poder movilizador que tuvo la memoria del Trienio.
54 Aunque las expuestas no son todas las similitudes posibles —existen otras como las formas de movilización y acción, los recursos utilizados en favor de la insurrección…—, cumplen la función de ilustrar los numerosos puntos de contacto entre ambos fenómenos. 55 J.M. Fradera y R. Garrabou han tratado sobre el peso determinante de «las circunstancias locales y regionales» y de la «variedad de situaciones históricas» como causa de la diversidad de desarrollos en la «Presentació» a Carlisme i moviments absolutistes, op. cit., pp. 9 y 10.
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No se trató de un proceso revolucionario tenue o sin entidad. Todo lo contrario: estamos hablando de una de las revoluciones más radicales producidas en el contexto europeo, probablemente sólo sobrepasada por la francesa.56 Lo que sucedió es que, al producirse en un amplio arco de tiempo, las resistencias a este proceso también se manifestaron de forma extensa y, al responder a coyunturas políticas diferentes, adoptaron las formas más propicias en un contexto cambiante.
1.2. Contrarrevolución y carlismo Las similitudes que los distintos movimientos contrarrevolucionarios europeos muestran entre sí entre 1789 y 1848 permiten su interpretación por medio de un planteamiento general, considerándolos como integrantes de un amplio fenómeno de reacción desarrollado en el ámbito occidental.57 Y, en concreto, los numerosos puntos de contacto entre el más destacado de todos ellos, el que se originó en 1793 en los departamentos del oeste de Francia, y los procesos reaccionarios experimentados en España confirman la existencia de unas pautas y unas condiciones que son comunes, lo que posibilita una interpretación en torno a los mismos parámetros. El fenómeno del realismo-carlismo, según esto, puede ser comprendido dentro del contexto de la contrarrevolución europea; de ahí que este trabajo parta, en el diseño de sus líneas exteriores, de la consideración de las distintas manifestaciones reaccionarias como un proceso contrarrevolucionario en su conjunto. La propuesta de interpretar el carlismo en el proceso de la contrarrevolución en Europa significa ampliar la perspectiva para insertar el enfrentamiento civil en España en el contexto de la dinámica Revolución/Reacción, porque, como afirma Charles Tilly, el estudio de la contrarrevolución
56 Como afirma Jesús Millán en «La resistència antiliberal a la revolució burguesa espanyola…», art. cit., pp. 36-37. Argumento ya utilizado por Josep Fontana en «Per què van envair Espanya els Cent Mill Fills de Sant Lluis?», Recerques, n.° 19, 1989, pp. 17-33. 57 Así está planteado por J.M. Fradera y R. Garrabou en la «Presentació» a Carlisme i moviments absolutistes, op. cit., pp. 9-10.
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frecuentemente revela el carácter de la revolución contra la que estaba dirigida.58 A pesar de que nuestra propuesta de ampliación de la perspectiva temporal con la que considerar la reacción española se apoya en el concepto de contrarrevolución, éste no es un término cuya utilización esté exenta de problemas. Son evidentes los riesgos a los que puede conducir el uso de dicho término sin tener en cuenta su naturaleza y algunas de sus características. En este momento pueden ser pertinentes algunas consideraciones sobre la noción de contrarrevolución. El componente negativo del concepto contrarrevolución implica la existencia de otro término contra el que se reacciona. Tratándose de dos términos contrapuestos, se establece una relación de tensión entre un elemento positivo y otro negativo. Una concepción maniquea del fenómeno queda atrapada en esta utilización de los términos, pues exige la existencia de dos realidades opuestas, excluyentes y una de ellas consecuencia de la otra.59 Reacción contra lo más perverso de la revolución o conspiración oscura contra la libertad, son concepciones diferentes del fenómeno social que comparten una visión maniquea de lo sucedido. Antonio Gramsci había señalado alguno de estos riesgos en la consideración de procesos reaccionarios. La interpretación de la historia como una sucesión de estadios cumplidos señala como «antihistórico todo movimiento que aparece en contradicción con dicho estadio, en cuanto “reproduce” un estadio precedente». Con sólo variar el criterio de interpretación, la imagen bipolar se desvanece, por ejemplo, desde un punto de vista de clase.60 Aristocracia, campesinado y burguesía configuran un entramado de relaciones que difícilmente pueden resolverse mediante una concepción maniquea de los enfrentamientos. Esto nos conduce a dos nuevos problemas, la concepción teleológica del fenómeno contrarrevolucionario y la comprensión monolítica del mismo. 58 «Resistance to a revolution —continúa— may show, more clearly than its apparently unanimous acceptance, which elements of the population are the revolution’s propelling force». Ch. Tilly, «Some Problems in the History of the Vendée», art. cit., p. 19. 59 Vid. Roger Dupuy, «La Contre-Révolution sans masque», L’Histoire, n.° 105, 1987, p. 34. 60 Antonio Gramsci, Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Ediciones Nueva Visión, Madrid, 1980, p. 195.
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Una visión teleológica de la revolución arrastra irremisiblemente tras de sí a la interpretación de la contrarrevolución que pueda realizarse vinculada a ésta. La revolución concebida como la sucesión de etapas de desarrollo consecutivas hasta desembocar en un objetivo final es engañosa, como también lo son todos los razonamientos que se vertebren a partir de éste. La contrarrevolución circula al margen de cualquier visión finalista única, pues, como fenómeno complejo que es, aglutina diversos intereses, incluso contradictorios, y acciones muy diversificadas. Puede darse el caso de que no sólo interfiera y obstruya el supuesto camino de la revolución hacia su objetivo sino que contribuya a él. La construcción de la Vendée como mito contrarrevolucionario61 —no entramos a considerar en qué grado— permitió difundir con mayor facilidad la conciencia de emergencia nacional y concentrar mayores apoyos del lado de los revolucionarios. Otro tanto sucede en España, donde la existencia de una guerra que se extendía en el tiempo proporcionó a los revolucionarios el apoyo de quienes deseaban, ante todo, terminar con el conflicto. En este orden de cosas, una visión teleológica de la contrarrevolución induciría a múltiples incomprensiones del fenómeno. También el riesgo de caer en el monolitismo es evidente. La contrarrevolución como reacción en bloque contra el poder revolucionario obstruye la aproximación a la realidad. Sin dar cabida a dos de sus elementos principales, la diversidad de sus componentes y el carácter fluctuante de los grupos sociales que la integran, la comprensión del fenómeno es imposible. En el desarrollo concreto de la contrarrevolución existen motivaciones muy distintas que se traducen en grados de compromiso y en formas de manifestación. También sucede que, en la ordenación del enfrentamiento en dos polos, las posiciones existen y se mantienen, pero los grupos sociales fluctúan, dudan y traspasan las barreras, sin fidelidades de clase demasiado claras. Esto lleva a pensar que no hay una contrarrevolución sino múltiples contrarrevoluciones: Contrarrevolución de los privilegiados que quieren conservar su estatus. Contrarrevolución de los pobres, exasperados por la libre circulación de los granos o angustiados por la idea de que las donaciones de los privilegiados
61 Desarrollada por Jean-Clément Martin, La Vendée et la France, op. cit., y retomada por Louis-Marie Clénet, La Contre-Révolution, P.U.F, París, 1992, pp. 4-5.
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Revolución y contrarrevolución en Europa pudieran terminarse. Contrarrevolución de los campesinos acomodados que protestan frente a las exigencias del Estado-nación. Resistencias de los tibios asustados por el radicalismo terrorista. Cólera de los creyentes ante el vandalismo provocador de los soldados y de los clubistas. Voluntad de vengarse de las denuncias de los patriotas locales y admiración ferviente por el martirio de los refractarios fusilados… Cuántas razones para oponerse al avance de la Revolución. Pero todas ellas no siguen un mismo plan. La necesidad de distinguir entre las formas organizadas y programadas de una contrarrevolución deliberadamente reaccionaria, los simples reflejos de cólera o de legítima defensa y los silencios, ausencias o fraudes propios de una resistencia pasiva, obliga a alimentar un vocabulario cuya rigidez polémica falsifica la reconstrucción de un clima político por una simplificación abusiva de sus componentes.62
Por último, es de destacar que contrarrevolución es un concepto que puede ser fácilmente ontologizado. Es decir, ser considerado como un todo que avanza en busca de sus objetivos. Que con sus partes pensantes y sus miembros activos se manifiesta de modo unitario, armónico incluso, porque forman parte de un mismo ser, un ser que no es otro que la contrarrevolución. La contrarrevolución no debe ser ontologizada porque es una dinámica, con una causas concretas, unos protagonistas identificables y unas consecuencias que pueden constatarse. Surge como consecuencia de todo ello y así puede explicarse su existencia, pero nunca por sí misma, como si de un ente independiente se tratara. La dinámica existe mientras hay elementos que le proporcionan su energía, combinándose para ello de formas distintas, pero su evolución no puede desligarse de la marcha general de la sociedad en su conjunto, ni de la voluntad de resistir a la revolución desde sectores concretos de la sociedad procedentes del Antiguo Régimen. Como alternativa a estas visiones problemáticas, procedentes todas ellas de una deficiente o limitada comprensión del fenómeno, existe una interpretación del movimiento contrarrevolucionario amplia y carente de elementos rígidos que se identifica, sobre todo, por sus aspectos dinámicos. La relación dialéctica entre revolución y contrarrevolución a través del tiempo es la veta que permite esta comprensión amplia del fenómeno, cuyas características se obtienen no tanto del detalle como de su con-
62 Son las consideraciones de Roger Dupuy en «La Contre-Revolution sans masque», art. cit., pp. 39-40.
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dición de proceso globalizador. Es el uso que E.J. Hobsbawm hace del concepto Revolución.63 La existencia de un fenómeno originario y, a la vez, una proyección en el tiempo, en parte nueva y en parte inspirada por el ejemplo de la memoria sobre la realidad presente. Y en los mismos términos puede comprenderse la contrarrevolución, como la parte complementaria de la misma realidad. La conciencia contemporánea de revolución, «que la gente se vio a sí misma como habiendo vivido, y como viviendo en una era de revolución»,64 es una realidad fácilmente identificable a través de las expresiones de la época. Tanto en el caso de estar de su parte como en el de temer las consecuencias que una dinámica de ese tipo podía acarrear, la conciencia es manifiesta. El embajador francés en Madrid en 1832, refiriéndose a la situación política desde el Trienio Liberal y a los años posteriores, afirmaba que España había sufrido «una revolución seguida de una contrarrevolución».65 Existe conciencia de estar experimentando procesos o acciones que manifiestan la contrarrevolución y el lenguaje de la época deja constancia de ello. El fiscal en la causa por el levantamiento frustrado en Zaragoza la noche del 14 de mayo de 1820 había calificado los hechos de «proyecto de contrarrevolución».66 La recuperación del sentido de los términos y de la percepción contemporánea de la realidad aboga en favor de este uso.67 La polarización de los análisis de la realidad entre revolución y contrarrevolución es contemporánea a los hechos, un producto de la experiencia cotidiana en la vida política. Sin duda, es la simplificación de una realidad bastante más compleja, pero se trata de la fórmula, válida y a la vez útil, que explica cómo en momentos de grandes transformaciones, cuando la supervivencia social y la supremacía política están en juego, se produce la concentración del apoyo o el rechazo en torno a las dos fór-
63 E.J. Hobsbawm, Ecos de la Marsellesa, Crítica, Barcelona, 1992, p. 58. 64 Ibídem, p. 15. 65 A.M.A.E., Correspondance politique, Espagne, 758, «1832, Juillet à Décembre», conde Rayneval al conde d’Argout, 1 de septiembre de 1832. 66 A.H.P.Z., Causas por infidencia, c. 15, f. 221. 67 También esta perspectiva, en Paul Bois, «La Vendée contre la République», art. cit., p. 10.
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mulas dominantes enfrentadas; eso sí, cada una sigue manteniendo sus matices, con intereses diferentes y estrategias variadas. Además, en medio de una dinámica de cambio revolucionario, quien no se opone ayuda a consolidar el orden nuevo —y a la inversa—, aunque a su vez lo lastre con nuevas cargas. La neutralidad es casi imposible.68 De ahí que la contrarrevolución se identifique en este contexto como propuesta alternativa al orden liberal y como modo de acabar con la revolución burguesa. En última instancia, la contrarrevolución ofrece un marco adecuado para profundizar en los verdaderos problemas de la sociedad en esta fase de transformación. Permite atravesar el umbral de lo concreto y comprender el fenómeno mediante las fuerzas que lo vertebran y lo determinan a través del tiempo, librándose de la vorágine del hecho que introducen conceptos parciales del proceso como es el carlismo. Y, además, responde a una realidad histórica que no precisa, una vez descrita y reconocida, de ninguna fijación terminológica. Por eso ahora, cuando pensamos que su contenido ha sido suficientemente circunscrito, es oportuno contemplar la precisión o ampliación terminológica que permite este contenido. Reacción, tradición, resistencias a la revolución, antiliberalismo o antirrevolución, son términos, que, precisando uno u otro de sus aspectos, se refieren al mismo objeto que el concepto contrarrevolución. El uso concreto de cada uno determina el empleo más adecuado, del mismo modo que no son intercambiables al azar. Lo común a todos ellos, aparte del hecho mismo de servir para explicar la contrarrevolución, es que consideran el proceso, no el hecho, y explicitan la concepción del fenómeno como una dinámica de larga duración. Éste es el auténtico valor de cada uno de ellos, no su contenido concreto, sino la perspectiva que introducen en el análisis a través de su empleo.
68 Lo decía Pierre Vilar tratando de explicar la toma de posición en medio de un proceso histórico de importantancia global como era el fascismo; resultaba muy difícil no encontrarse en un lado o en el otro, La guerra civil española, Crítica, Barcelona, 1976, p. 173. En el mismo sentido Charles Tilly, cuando se promulga la ley sobre la constitución civil del clero en Francia, afirma «On this issue, neutrality was impossible. In a country where religious fidelity was the rule, any religious action or inaction identified an individual with one party or the other», en «Civil Constitution and Counter-Revolution…», French hist. Stud., vol. 1, n.° 2, 1959, p. 187.
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Resulta muy interesante la propuesta de Claude Mazauric refundiendo algunas sugerencias de Colin Lucas en torno a los conceptos contrarrevolución y antirrevolución. El primero le sirve para denominar el «conjunto de las estrategias políticas puestas en marcha para provocar el fracaso del movimiento hacia adelante de la Revolución y preparar la “des-revolución”».69 Nombra con él las iniciativas políticas para oponerse a la Revolución que están caracterizadas socialmente por su elitismo. Junto a ésta, la antirrevolución es el concepto que reúne todas aquellas reacciones a la Revolución originadas en el descontento y en la decepción por una marcha de los acontecimientos que no habían esperado. La antirrevolución no tiene un fundamento político sino social y responde al sentir colectivo de una masa de campesinos, arrendatarios, aparceros y pobres de las ciudades.70 Es algo más amplio que la reacción en una fase revolucionaria, es el reflejo de la rebeldía popular en cualquier momento de la historia que manifiesta su malestar por las condiciones. Por ello, «la antirrevolución popular es evolutiva, móvil, ambigua y contradictoria».71 En definitiva, la reflexión terminológica de Mazauric está dirigida a uno de los elementos neurálgicos de las resistencias a la revolución: la diferenciación social y política de los componentes de esos movimientos que coyunturalmente se encuentran empujando en una misma dirección sin que esto signifique que se trata de fuerzas que se identifican entre sí. También hace referencia a una necesidad impuesta por el análisis histórico —que a lo largo de nuestro trabajo también recibirá atención detallada—, la de considerar de manera independiente la elite que participa en las resistencias a la revolución de la base, porque política, social y económicamente están movidas por causas distintas y tratarlas identificadas y fundidas supondría escribir la historia en trazos tan gruesos que difícilmente permitiría comprender las complejas relaciones que se establecen entre circunstancias y clases sociales hasta reunirse en una misma corriente de resistencia a la revolución. Éste es un ejemplo de las posibilidades
69 Claude Mazauric, «Autopsie d’un échec, la résistence à l’anti-Révolution et la défaite de la Contre-Revolution», en F. Lebrun y R. Dupuy (eds.), Les résistances à la Révolution, op. cit., p. 238. 70 Ibídem, p. 240. 71 Ibídem, p. 241.
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que tiene de ser aplicado al análisis un concepto cuando integra la globalidad del fenómeno en estudio. Pero es lícito preguntarse: ¿por qué tanto interés por la contrarrevolución en una investigación cuyas preguntas principales se formulan sobre el carlismo? Precisamente por eso, porque uno de los presupuestos de los que parte este trabajo es que no existe ninguna posibilidad de entender el carlismo desde la perspectiva de 1833.72 O, lo que es lo mismo, el carlismo no es sino una parte de un proceso socioeconómico, político y cultural mucho más amplio, la fase más aguda si se quiere, pero ni se explica por sí mismo ni en sí mismo, ni en él se encuentran las causas. La necesidad de un marco globalizador es lo que nos ha llevado a construirlo en torno a la categoría de contrarrevolución, a pesar de ser conscientes de que, sin abandonar su influencia, el objeto de esta investigación era más limitado. Limitado geográficamente, ya que el ámbito de estudio se centra en Aragón y el Maestrazgo. Donde la actividad contrarrevolucionaria fue intensa, tanto en sus manifestaciones más elitistas, la conspiración, como en las multitudinarias, la insurrección armada, pero solamente fue una parte la agitación total desencadenada. Este ámbito tiene la virtud de reunir condiciones favorables para funcionar como un pequeño laboratorio donde tratar de responder algunas de las preguntas centrales sobre los movimientos contrarrevolucionarios en el este de la península. La existencia de una zona bajo control liberal y otra de influencia carlista, el compartir el centro de conflictividad con Cataluña y el País Valenciano o la posibilidad de estudiar a través de comportamientos urbanos y rurales la reacción de una sociedad compleja, amplia y diversa, son valores que respaldan esta elección como marco de estudio.73 Y limitado cronológicamente, porque no resultaba posible abarcar desde las primeras manifestaciones contrarrevolucionarias de finales del
72 Numerosos intentos de este tipo han desembocado en el abuso de argumentos políticos, que son los únicos que justifican un corto plazo, ignorando otros aspectos que supondrían una argumentación coherente de lo sucedido. 73 No podemos olvidar los frutos obtenidos por Pierre Vilar desde una plataforma similar en su gran obra La Catalogne dans l’Espagne moderne. Recherches sur les fondements économiques des structures nationales, París, 1962.
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siglo XVIII manteniendo el nivel de detalle necesario. Haber escogido la fase central del proceso 1821-1840 permite demostrar que las dos principales manifestaciones contrarrevolucionarias en España, la insurrección realista y la carlista, forman parte de una misma dinámica que se entiende en el largo plazo, el mismo que explica la crisis del Antiguo Régimen, el establecimiento de la sociedad liberal y burguesa y el desarrollo del orden económico capitalista. Es más, el marco cronológico escogido es activo y se dispone teóricamente al servicio de la fase conocida como primera guerra carlista. Es decir, que los problemas principales que aquí van a ser planteados giran en torno a este momento de crisis abierta, de guerra civil, y el resto del estudio se dispone en torno suyo abonando argumentaciones, proporcionando secuencias lógicas o simplemente causalidades históricas para su comprensión. Esta investigación intenta contribuir a la interpretación de los movimientos reaccionarios españoles de la primera mitad del siglo XIX en el contexto de la revolución burguesa mediante el estudio de sus manifestaciones en Aragón y el Maestrazgo. ¿Cuál es la naturaleza de la contrarrevolución? ¿Unidad o diversidad del movimiento? ¿Dónde obtiene el soporte económico la revolución? ¿Y la contrarrevolución? ¿Cuáles son las bases sociales de la resistencia a la revolución y dónde se encuentran las del régimen liberal? ¿Y las bases ideológicas? ¿Quién suministra ideología a los insurrectos? ¿Cómo se produce la escisión de la sociedad en la guerra civil? ¿Existe un criterio de clases válido? ¿Los mecanismos de cohesión de la comunidad sirven a los carlistas o apoyan al régimen? ¿Cuál es la proporción de población insurrecta? ¿Y cuánta apoya tácitamente el levantamiento armado? ¿Qué intereses económicos se encuentran tras el carlismo? ¿Por qué el apoyo popular a un movimiento revolucionario que derribaba los restos del entramado feudal? Muchas preguntas por afrontar, algunas de las cuales quedarán sin respuesta, pero todas han sido contempladas en una hipótesis de trabajo que perfila de antemano el camino que va a recorrer esta investigación.
Página en blanco a propósito
2. ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN ARAGÓN DURANTE LA CRISIS DEL ANTIGUO REGIMEN 2.1. La economía aragonesa en el siglo XVIII1 Durante buena parte del siglo XVIII Aragón, como el resto de España, experimentó una fase de bonanza económica. En líneas generales aumentaron sus habitantes y se incrementó también la producción agraria, mientras las manufacturas mantenían su posición y los intercambios comerciales se hacían más frecuentes. El aumento de la población que se produjo a lo largo del siglo fue significativo. Mientras que el incremento nacional entre 1717 y 1797, rondaba el 40%, que suponía una tasa del 4‰ anual,2 en Aragón, entre
1 Sin ser el objeto de esta investigación recurrir a fuentes económicas primarias ni elaborar datos básicos en busca de abonar las tesis que posteriormente se plantean, es indispensable atender a la evolución socioeconómica para alcanzar la comprensión global del fenómeno. Lo que pretenden las páginas que siguen es hacer uso de los estudios y trabajos que desde los últimos años han realizado sobre las fuentes originales algunos de los historiadores aragoneses más destacados en el estudio de los siglos XVIII y XIX —Pérez Sarrión, Forcadell, Peiró, Franco de Espés o Atienza— y, aprovechando este cúmulo considerable de información e interpretaciones, plantear una hipótesis de lo que significó para Aragón la expansión del siglo XVIII y cómo afectó a esta sociedad la disolución del Antiguo Régimen y el desarrollo de la economía sobre las bases del capitalismo liberal. 2 Roberto Fernández (ed.), España en el siglo XVIII. Homenaje a Pierre Vilar, Crítica, Barcelona, 1985, p. 34. También, Juan Plaza Prieto, Estructura económica de España en el siglo XVIII, Confederación Española de Cajas de Ahorros, Madrid, 1976, p. 131.
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1711 y 1787 se registraba un aumento del 96%, es decir, de un 8,9‰ anual.3 Sin embargo, no se trató de un proceso homogéneo a lo largo del tiempo, ni tampoco espacialmente. Alcanzó mayor intensidad en la primera mitad del siglo, descendiendo de manera considerable en el último cuarto. Geográficamente —mapa 2.1— se produjo un crecimiento mayor en la zona baja del Ebro —Zaragoza— y en algunos de los corregimientos al norte del valle más próximos a Cataluña —Benabarre y Barbastro. Destacan por sus menores crecimientos de población los corregimientos al sur del Ebro —Borja, Tarazona, Calatayud, Daroca y Teruel—, con la excepción de Albarracín y Alcañiz.4 Crecieron menos aquellos corregimientos que disponían de una densidad mayor a comienzos de siglo —Borja, Calatayud y Tarazona—, pero también otros que habían alcanzado un equilibrio entre su población y sus recursos —Daroca y Teruel— o lo alcanzaron a lo largo del siglo —Albarracín.5 El Bajo Aragón, durante este período, duplicó su densidad, sin que se apreciase un cambio de tendencia a finales de siglo. El signo de la agricultura en Aragón durante esta misma etapa fue el de la especialización productiva.6 Encuadrado dentro del proceso de periferización que atravesaba esta economía, el sector agropecuario experimentó un importante impulso. La producción agraria se incrementó sin lugar a dudas,7 permitiendo la supervivencia de un número progresiva-
3 Antonio Peiró, «Transformación y crisis del Antiguo Régimen (1700-1833)», en la Enciclopedia Temática de Aragón. De la Edad Moderna a nuestros días, Ediciones Moncayo, Zaragoza, 1988, p. 409. También, Tomás Fermín de Lezaún, Estado eclesiástico y secular de las poblaciones y antiguos y actuales vecindarios del Reino de Aragón [1778], edición facsímil, Cortes de Aragón, Zaragoza, 1990, introducción a cargo de José Antonio Salas, y el Censo español executado de órden del Rey comunicada por el Excelentísimo Señor Conde de Floridablanca… [1787], edición facsímil, I.N.E., Madrid, 1986. 4 Guillermo Pérez Sarrión, Agua, agricultura y sociedad en el siglo XVIII. El Canal Imperial de Aragón, 1766-1808, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1984, p. 458. 5 Antonio Peiró, «Transformación y crisis del antiguo régimen, (1700-1833)», art. cit., p. 409. 6 Jaume Torras, «La economía aragonesa en la transición al capitalismo. Un ensayo», en J. Torras, C. Forcadell y E. Fernández, Tres estudios de Historia económica de Aragón, Depto. de Historia Económica de la Fac. de CC. Económicas y Empresariales de la Universidad de Zaragoza, Zaragoza, 1982, p. 28.
MAPA 2.1 CRECIMIENTO DE LA POBLACIÓN ARAGONESA POR CORREGIMIENTOS, 1711-1800
FUENTE: Antonio Peiró, «Transformación y crisis del Antiguo Régimen (1700-1833)», art. cit., p. 409.
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mente mayor de habitantes sobre suelo aragonés. Aumentó la producción como consecuencia de la mejora y puesta en funcionamiento de nuevos regadíos, los más notables los que afectaron a la zona baja próxima al Ebro, que recibieron el agua del Canal Imperial de Aragón.8 En el resto el incremento se produjo a resultas de los nuevos rompimientos de tierra, destacadamente después de la pragmática de 1773 que autorizaba este tipo de prácticas.9 Parte del aumento se debió probablemente a la puesta en cultivo de tierras marginales que alcanzaron la rentabilidad bajo el paraguas de los precios crecientes que se dieron al mismo tiempo. El aumento de la producción fue paralelo a la introducción de nuevos tipos de plantas más adecuadas a la tierra y al clima que mejoraban la productividad; una de las más significativas fue el olivo empeltre, que fundamentó la producción de aceite en las nuevas tierras regadas por el Canal como antes lo había hecho en el Bajo Aragón.10 A finales de siglo el peso de la producción agrícola recaía sobre los cereales, siendo todo Aragón excedentario, a excepción de Benabarre, que sólo cosechaba 0,56 cahíces anuales por habitante. Las zonas más claramente excedentarias del cereal correspondían a Daroca y Teruel, con producciones de 4,35 y 3,56 cahíces, respectivamente, por habitante y año en la producción de trigo.11 También fue significativa por su volumen la producción cerealista en el corregimiento de Zaragoza (216.157 cahíces de trigo y 238.276 del resto de los granos), que suponía una sexta parte de la producción total aragonesa de trigo y un quinto del resto de los cereales. Finalmente, conviene destacar la especialización del Bajo Aragón en el cultivo del olivo, que permitía una producción de 217.679 7 Guillermo Pérez Sarrión, Agua, agricultura y sociedad en el siglo XVIII, op. cit., p. 355. 8 Antonio Peiró, Regadío, transformaciones económicas y capitalismo. (La tierra en Zaragoza. 1766-1849), D.G.A., Zaragoza, 1988, pp. 158-169. Sobre el Canal, Andrés Giménez Soler, Manuel Gutiérrez Arroyo y Antonio Lasierra Purroy, El Canal Imperial de Aragón. Su historia, su valor agronómico, su administración actual, Canal Imperial de Aragón, Zaragoza, 1932; Juan Ignacio Fernández Marco, El Canal Imperial de Aragón. Estudio geográfico, Junta del Canal Imperial de Aragón-Instituto «Juan Sebastián Elcano», Zaragoza, 1951; y Guillermo Pérez Sarrión, El Canal Imperial y la navegación hasta 1812, Institución Fernando el Católico-Junta del Canal Imperial de Aragón, Zaragoza, 1975. 9 Ignacio de Asso, Historia de la economía política de Aragón [1798], edición facsímil de la reedición de 1947, Guara, Zaragoza, 1983. p. 105. 10 Ibídem, p. 68. 11 Guillermo, Pérez Sarrión, Agua, agricultura y sociedad en el siglo XVIII, op. cit., p. 506.
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arrobas anuales de aceite, es decir, el 55,24% de todo el producido en Aragón.12 Esta especialización se reflejaba en el producto líquido que alcanzaban los distintos cultivos en el corregimiento de Alcañiz, siendo superior el proporcionado por el aceite (13.860.536 reales) al extraído del principal de los cereales, el trigo (12.235.375 reales).13 Se completaba el sector agropecuario con una cabaña ganadera que giraba fundamentalmente en torno al ganado lanar. La mitad de las cabezas se hallaban localizadas en el Sistema Ibérico y en las tierras circundantes.14 Destacan los corregimientos de Zaragoza y Daroca por el número de cabezas que mantenían y los de Jaca y Daroca por la importancia relativa de sus cabañas respectivas por habitante, siendo también estos últimos los corregimientos donde mayor importancia relativa alcanza la producción de lana.15 La lana de las sierras turolenses era un producto de gran calidad que obtenía fácil colocación en mercados extranjeros, donde tenía gran aceptación. La industria es la nota discordante en este panorama de moderado optimismo económico. La descapitalización que afectaba a la economía aragonesa propició que no se produjeran en estas tierras fenómenos de inversión del excedente mercantil en la elaboración de las materias primas, abundantes y de buena calidad, por medio de la mano de obra familiar sobrante del trabajo en el campo. Por eso, las tierras aragonesas se convirtieron en destacadas exportadoras de sus excedentes agropecuarios, pero no de productos elaborados que incorporaran a cada unidad de producto un valor añadido mayor. Las importantes industrias pañeras de las sierras altas turolenses consiguieron atravesar el siglo en una situación
12 José de Canga Argüelles, Diccionario de Hacienda, Imprenta española de M. Calero, Londres, 5 tomos, 1826-1827. Hemos manejado la edición de Atlas, B.A.E., Madrid, 1968, edición y estudio preliminar, Ángel de Huarte y Jáuregui, s.v. «Aragón», p. 113. 13 El resto de las producciones para el año 1769 fueron: cebada; 2.889.502, centeno, 778.288; avena, 243.846; panizo, 179.712; judías, 96.900; cáñamo; 188.878; lana, 839.916; vino, 1.158.714, y seda 4.886.258 reales. Francisco Mariano Nipho, Correo General de España, Madrid, 1770, núms. 7-12, pp. 97-190. 14 Antonio Peiró, «Transformación y crisis del Antiguo Régimen (1700-1833)», art. cit., p. 416. 15 Guillermo Pérez Sarrión, Agua, agricultura y sociedad en el siglo XVIII, op. cit., p. 507.
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de decadencia lenta16 que no pudieron impedir los contratos efectuados por el ejército, de modo que sus telares, inactivos durante buena parte del año, vieron cómo sus productos ya no competían con posibilidades en los mismos mercados que lo hacían antaño. Hacia finales del siglo XVIII la posición crítica de esta industria era percibida de forma nítida: Ninguna fábrica ha tenido conocido incremento, la que más se va sosteniendo, y por lo general se cree en todas decadencia y en algunas en suma las que tienen muchos años, tales son las de paños que de treinta años a esta parte están enteramente atrasadas y los fabricantes casi parados cuando cesan las contratas que suelen afectar para vestuario al Ejército; en el día se sostiene con este auxilio que es poco duradero y muy contingente su seguimiento.17
La calidad de los productos terminó por verse afectada por la decadencia general. Según afirma un informe sobre el partido de Teruel, a ello había «contribuido el ningún incremento de las fábricas y la falta de fomento de la industria popular y casera».18 La comercialización de los excedentes agrícolas y pecuarios fue una de las actividades que se desarrollaron a lo largo del siglo XVIII. Ésta era una actividad que se hallaba fundamentalmente en manos de comerciantes forasteros, primero franceses y cada vez con más frecuencia catalanes. Su actividad comenzó por el arrendamiento de las rentas señoriales y de los diezmos. Comerciaban después con el producto en dirección a los puntos donde podían obtenerse los mejores precios, e incluso operaban en los propios mercados donde llevaban a cabo la recaudación, aprovechando la estacionalidad de los precios y las posibilidades de la compra anticipada.19 Además, realizaban la extracción de la lana con destino a los
16 Antonio Peiró, «La industria textil en la Tierras Altas turolenses», trabajo presentado en el Seminario de Historia Económica, Universidad de Zaragoza, curso 19931994, p. 15. En el caso de Zaragoza se detecta un comportamiento distinto, ya que la industria textil no se ve afectada del mismo modo e incluso se desarrolla durante estas mismas fechas. 17 [Pascual Ibáñez], Descripción Corográfica Político Económica del Partido de Teruel [Memoria presentada ante la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Zaragoza, 1794], p. 99. 18 Ibídem, p. 30. 19 Guillermo Pérez Sarrión, «Capital comercial catalán y periferización aragonesa en el siglo XVIII. Los Cortadellas y la Compañía de Aragón», Pedralbes, n.° 4, 1984, p. 198.
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mercados exteriores.20 También existían otro tipo de compañías dedicadas a la comercialización de productos textiles producidos en Cataluña, pero su actividad se redujo al ámbito urbano y su incidencia no se registró en el medio rural sino a través de intermediarios.21 El tipo de comercio variaba según las circunstancias y los productos. Los comerciantes de la zona solían efectuar los intercambios con otras regiones en especie, de modo que retornaban a sus lugares de origen con productos de los que era deficitario el mercado local u otros mercados, generalmente interiores, con los que pudiera continuar realizando intercambios. Sin embargo, cuando la comercialización estaba en manos de comerciantes o compañías comerciales catalanas, no se producía intercambio de productos sino que las compras eran realizadas en dinero.22 Ésta era la modalidad habitual tanto en el arrendamiento de rentas como en la extracción de lana, con el añadido de que, frecuentemente, los comerciantes efectuaban la liquidación en otros lugares de los que generaban ese excedente, con el consiguiente empobrecimiento de la economía del lugar. Los caminos no favorecían una extracción homogénea de los excedentes aragoneses, de modo que existía un corredor central del Ebro con buenas vías de comunicación muy aptas para el transporte y otras zonas totalmente inaccesibles sobre ruedas. Sobre las comunicaciones en Aragón se decía que uno «de los caminos más magníficos de la península es el que va desde Zaragoza a Madrid y Pamplona, pero los transversales son obra de la naturaleza más que del Arte».23 Ésta era la situación en la que se concluyó el siglo, con diferencias muy notables entre el estado de las vías que formaban parte de la red radial y las pertenecientes a la red
20 Ibídem, pp. 211-213. 21 Guillermo Pérez Sarrión, «Compañías mercantiles rurales y urbanas de Cataluña en el interior peninsular durante el siglo XVIII», comunicación a la III Reunión Científica de la Asociación de Historia Moderna. Las Palmas de Gran Canaria, 23-25 de mayo de 1994, pp. 9-10. 22 [Pascual Ibáñez], Descripción Corográfica Político Económica del Partido de Teruel, pp. 110-115. También, Francisco Mariano Nipho, Correo General de España, op. cit., p. 103. Algunas consideraciones sobre los pagos en metálico o en especie, en A. Peiró, Regadío, transformaciones económicas y capitalismo, op. cit., pp. 116-117. 23 José de Canga Argüelles, Diccionario de Hacienda, op. cit., p. 238, s.v. «Caminos de España».
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transversal.24 A finales del siglo XVIII se había concluido la carretera que comunicaba Valencia con Teruel y se hallaba en construcción la que uniera este trayecto con Zaragoza, que era el nudo de comunicaciones de los principales caminos, al contar con otras vías que ponían en contacto la ciudad con Huesca y Barbastro y con los Pirineos a través de Jaca. Sobre el corregimiento de Teruel se decía que los «caminos son en la mayor parte de herradura y por lo general ásperos, incómodos y peligrosos, aun para las bestias; las carreteras son pocas para lo que es el partido; aun en los llanos se hacen intransitables por muchas partes en tiempo de lluvias y de cada avenida se indisponen».25 Las comunicaciones con el Bajo Aragón, aparte de las realizadas a través del Ebro, se efectuaban en muy malas condiciones y se desarrollaron tardíamente, lo que tenía importantes consecuencias en la comercialización de los productos agrarios y en las economías de los propios productores: Muchos pueblos de este Partido cogen los mismos frutos que la Capital [Alcañiz], y con abundancia, cuya distancia del que más será de seis leguas; y sucede, que por tener poca facilidad para los transportes dejan de vender los Cosecheros con utilidad propia sus frutos, y sólo sirve el lucro del comercio de estos pueblos para enriquecer a algunos particulares que saben aprovecharse de la situación de los Labradores, para comprarles a menos precio los frutos.26
Fueron probablemente estas dificultades de comercialización de los productos las que llevaron en el Bajo Aragón a la especialización en un producto de alto valor añadido como era el aceite. De este modo, una vez superadas las dificultades orográficas, las mismas para la exportación de cualquier producto, la rentabilidad obtenida era mayor, dada la menor incidencia relativa del transporte en el coste final por unidad de producto. Los excedentes eran exportados a través de diversas vías. El corredor central del Ebro aprovechaba la navegabilidad del río durante algunos meses al año para exportar los cereales hacia Cataluña, aunque ésta no
24 Santos Madrazo, El sistema de transportes en España, 1750-1850, Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos-Ediciones Turner, Madrid, 1984, vol. I, pp. 318-319. 25 [Pascual Ibáñez], Descripción Corográfica Político Económica del Partido de Teruel, pp. 30-31. 26 Francisco Mariano Nipho, Correo General de España, op. cit., p. 104.
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era la única forma en la que se cumplía con el principal flujo de mercancías aragonesas hacia la costa, que se realizaba también por medio de caballerías hacia el Principado y Valencia. El aceite, además de hacia Valencia y Cataluña, también se llevaba hacia el interior, con destino a Castilla y Navarra, además de surtirse también de la Tierra Baja las zonas deficitarias de Aragón.27 La tendencia general de los precios durante todo el siglo fue de crecimiento continuado. Esta circunstancia incentivó la extracción —principalmente a partir de 1760, cuando la legislación lo permitió— de la mayor cantidad de cereales posible del reino, ocasionando una carencia para el consumo interior casi constante, particularmente grave en los años de crisis agrícolas en los que continuaron llevándose a efecto las extracciones.28 El moderado crecimiento que los precios del trigo habían experimentado a lo largo de todo el siglo XVIII se disparó en la última década, marcando puntas de carestía que coincidieron con la guerra contra la Convención y, posteriormente, con la crisis de 1802-1804 y durante la guerra de la Independencia. El caso del aceite fue sensiblemente distinto, ya que durante buena parte del siglo los precios se mantuvieron. Sin embargo, a partir de 1784 registraron un incremento rápido y desmesurado hasta duplicarse en los veinte años que siguieron y triplicarse en la segunda década del siglo XIX.29 Por su parte, el régimen señorial aragonés —que en ocasiones llegó a considerarse sinónimo de pobreza para los campesinos a él sometidos30 y que ha sido calificado como duro31— mantuvo las bases económicas de su poder. Resultaba evidente que los señoríos más fuertes estaban asentados en las zonas más productivas y con mejores posibilidades de comercialización del excedente, como eran las llanuras próximas al Ebro correspondientes a los corregimientos de Zaragoza, Borja, Tarazona, Cinco
27 Ibídem, p. 103. 28 En este sentido, véase la excelente cita de Tomás de Anzano reproducida por Antonio Peiró en «El mercado de cereales y aceites aragoneses (siglos XVII-XX)», Agricultura y Sociedad, n.° 43, abril-junio 1987, p. 221. 29 Ibídem, pp. 245-250. 30 Ignacio de Asso, Historia de la economía política de Aragón, op. cit., p. 71. 31 Antonio Domínguez Ortiz, Sociedad y Estado en el siglo XVIII español, Ariel, Barcelona, 1976, p. 241.
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Villas y Calatayud. En contraposición, casi toda la actual provincia de Teruel estaba ocupada por el realengo, señorío de órdenes y comunidades, en concreto los partidos de Daroca, Teruel, Albarracín y Alcañiz. De ahí que pueda afirmarse que «la base jurisdiccional y territorial de la nobleza aragonesa se encontraba en el pasillo del Ebro, también en las riberas del Jalón o del Queiles que lo abrían, y a lo largo del río hasta las puertas de Cataluña, estando muy extendida también en los pies de monte o somontanos oscenses del centro y sur de la actual provincia de Huesca».32 En todo caso, hay que señalar que la distribución de los lugares de señorío sobre la superficie aragonesa determina la existencia de diversas áreas donde predominaban unos tipos concretos como puede apreciarse en el mapa 2.2. Los señoríos laicos mantuvieron sus ingresos durante el siglo XVIII y aun los aumentaron durante los últimos años,33 coincidiendo con el crecimiento de los precios que se produjo en esa misma fase. El caso de la propiedad eclesiástica describe la misma trayectoria en términos económicos, aunque la base de su crecimiento no fue tanto el aumento o rentabilización de sus derechos feudales como la extensión de sus propiedades rústicas y urbanas, apoyándose en su condición de propietario privilegiado.34 En líneas generales, el siglo XVIII se configura como un período complejo, marcado por la vitalidad económica, no exento de contradicciones, en el que se consolidaron algunas de las características fundamentales de la economía aragonesa, dentro siempre del marco impuesto por el Antiguo Régimen. 32 Ángela Atienza y Carlos Forcadell Álvarez, «Aragón en el siglo XIX: del dominio religioso y nobiliario a la parcelación y pequeña explotación campesina», en P. Saavedra y R. Villares, Señores y campesinos en la Península Ibérica. Siglos VIII-XIX, 2 vols., Consello da Cultura Galega-Crítica, Barcelona, 1991, p. 157. 33 Carlos Franco de Espés, La crisis del Antiguo régimen en Aragón. El crepúsculo de los señores, tesis doctoral, Universidad de Zaragoza, 1989, pp. 487-488 y 550-553. 34 Ángela Atienza, Propiedad, explotación y rentas: el clero regular zaragozano en el siglo XVIII, D.G.A., Zaragoza, 1988, pp. 154-155; La agricultura aragonesa en la transición al nuevo régimen. (Propiedad y señorío eclesiástico en Aragón. El clero regular entre la expansión y la crisis, 1700-1835), tesis doctoral, Universidad de Zaragoza, 1990, pp. 8687, publicada recientemente con el título Propiedad y señorío en Aragón. El clero regular entre la expansión y la crisis (1700-1835), Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1993; y Ángela Atienza y Carlos Forcadell Álvarez, «Aragón en el siglo XIX: del dominio religioso y nobiliario a la parcelación y pequeña explotación campesina», art. cit., p. 148.
MAPA 2.2 ÁREAS DE DOMINIO SENORIAL EN EL ARAGÓN DEL SIGLO XVIII
FUENTE: José Francisco Forniés Casals, s.v. «Propiedad de la tierra», en Gran Enciclopedia Aragonesa, UNALI, Zaragoza, 1982, t. X, p. 2754; y elaboración propia.
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2.2. Crisis del Antiguo Régimen Fue en el último cuarto del siglo XVIII en el que comenzaron a manifestarse algunos signos de que la situación estaba cambiando. Descendió el ritmo de crecimiento de la población35 sin que el reformismo borbónico hubiera llegado a imprimir a su política ninguna voluntad de cambio estructural durante los años de expansión. Se puso de manifiesto que algunas de las vías de desarrollo de la producción habían sido equivocadas. Fue el caso de los rompimientos de pastizales en las Bailías del Maestrazgo, donde después de los primeros años no pudieron seguir cultivándose por agotamiento de la tierra pero tampoco eran recuperables como pasto, siendo que, además, se había producido una reducción de la cabaña ganadera en la zona.36 Los precios de los productos agrícolas aumentaron de forma mucho más rápida de lo que lo habían hecho durante la fase anterior,37 dificultando las condiciones de vida para las clases no propietarias. En los últimos ejercicios del siglo el Estado comenzaba a manifestar dificultades para generar recursos ordinarios suficientes que atendieran a los gastos de la Hacienda,38 lo que añadió precariedad a los pedidos que sostenían la agonía de las industrias textiles de las sierras turolenses. Esta circunstancia derivó hacia el endeudamiento de los tejedores e hilanderos que dependían de los pedidos del Estado, produciéndose un notable empeoramiento de sus condiciones.39 La voz de alarma sobre el deterioro que estaba experimentando la situación económica la dio la crisis agraria de 1803-1804. Precios altos y malas cosechas, junto con la exportación de los granos provocaron la escasez de productos alimenticios que llevó a esta crisis a comienzos del siglo XIX.40
35 Guillermo Pérez Sarrión, Agua, agricultura y sociedad en el siglo XVIII, op. cit., p. 81. 36 Ignacio de Asso, Historia de la economía política de Aragón, op. cit., p. 105. 37 Antonio Peiró, «El mercado de cereales y aceites aragoneses (siglos XVII-XX)», art. cit., pp. 245- 250. 38 Francisco Comín Comín, Hacienda y economía en la España contemporánea (1800-1936), I.E.F. Madrid, 1988, vol. I, p. 104. 39 [Pascual Ibáñez], Descripción Corográfica Político Económica del Partido de Teruel, pp. 117-118. 40 Antonio Peiró, Las Cortes Aragonesas de 1808. Pervivencias forales y revolución popular, Cortes de Aragón, Zaragoza, 1985; y Guillermo Pérez Sarrión, «Capital comercial catalán y periferización aragonesa en el siglo XVIII. Los Cortadellas y la Compañía de Aragón», art. cit., p. 210.
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Sin embargo, este declinar de la economía aragonesa hacia finales del Setecientos no tuvo tiempo para desarrollarse en su propia dinámica, ya que la invasión de las tropas napoleónicas precipitó los acontecimientos originando una convulsión que desequilibró partes importantes de su estructura. Las alteraciones en la estructura productiva, sumadas a los cambios ocasionados en las relaciones jurídicas en torno a la tierra, determinaron una importante transformación.41 La abolición de los señoríos y la desamortización de las tierras iniciados por los franceses y continuados por las Cortes de Cádiz, transformaron sustancialmente la naturaleza de la propiedad. La guerra de la Independencia tuvo un coste considerable en vidas humanas que se apreció en los años siguientes.42 La producción agraria sufrió también los efectos del conflicto; pero, mientras que los cultivos de cereal sólo experimentaron las consecuencias del abandono temporal de las tierras, las superficies de olivo y vid que fueron taladas tardaron más tiempo en recuperarse.43 La cabaña ganadera se redujo, aunque su reposición fue rápida y en 1817 ya se habían alcanzado las cifras anteriores a
41 Se perdieron vínculos feudales y obligaciones económicas anteriores al conflicto (Antonio Peiró, El señorío de Zaragoza (1199-1837), Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1993, p. 220) y el coste económico para las comunidades religiosas, convertidos sus bienes en «nacionales» por los franceses, fue tal, al verse obligadas a vender voluntariamente buena parte de su patrimonio para hacer frente a sus necesidades económicas después de que los franceses abandonaran el país, que determinó la decadencia económica de instituciones muy solventes hasta ese momento (Antonio Peiró, Regadío, transformaciones económicas y capitalismo, op. cit., p. 205). 42 Los datos para 1818 procedentes del A.H.N., Consejos, leg. 1346, ofrecen una cifra para Aragón de 463.031 habitantes, 195.790 más de la cifra que maneja Guillermo Pérez Sarrión (Agua, agricultura y sociedad en el siglo XVIII, op. cit., p. 458) para 1800, una diferencia a todas luces exagerada como coste humano de la guerra. La poca fiabilidad de los datos de población para la posguerra ya fue puesta de manifiesto por Antonio Peiró, a quien agradezco las facilidades ofrecidas para hacer el uso que fuera posible de ellos. Lo que es un hecho, en cualquier caso, es el coste en vidas que supuso la guerra, no tanto por muerte en el campo de batalla como por las circunstancias —higiénicas, alimenticias, descenso general de las condiciones de vida…—, que tuvo como resultado la ralentización del crecimiento. Así lo demuestran para Zaragoza capital Ismael Castillo Valgañón et al., en «Evolución de la población de Zaragoza en el siglo XIX. (Un estudio a partir de los registros parroquiales)», Jerónimo Zurita, n.° 57, 1988, pp. 25-72. 43 Antonio Peiró, Regadío, transformaciones económicas y capitalismo, op. cit., pp. 183-187.
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1808.44 Las haciendas municipales habían realizado esfuerzos para cumplir con las exigencias de los ejércitos que se dejarían notar durante mucho tiempo. De este modo, Alcañiz todavía tenía en 1834 por reconstruir uno de los arcos del puente en la carretera a Zaragoza que había sido destruido durante la guerra.45 Uno de los principales efectos de la guerra fue el deterioro de los circuitos comerciales que afectaban a Aragón. Los que existían antes de la invasión no se restablecieron porque las compañías habían quedado arruinadas por el peso de los impagos sufridos durante el conflicto.46 Otras nuevas ocuparon su lugar, pero en el cambio los productos industriales aragoneses perdieron los escasos mercados en los que se habían comercializado hasta entonces, desplazados por sus competidores catalanes. Después de la guerra, la economía aragonesa fue más que nunca exportadora de productos agropecuarios: se había especializado en ello y ése era el papel que cumplía en la regionalización de la economía de la que participaba y que estaba centrada en el Principado. En esta circunstancia de posguerra en la que se estaba restableciendo el tejido económico aragonés en torno a la producción agropecuaria, se produjo la crisis de precios de principio de siglo, una crisis internacional que redujo la demanda de lana de los mercados europeos y ocasionó una bajada muy notable de los precios del trigo y del aceite.47 La situación creada por el descenso de precios no se resolvió a corto plazo, sino que se prolongó hasta los años treinta sin solventarse definitivamente, de modo que esta coyuntura depresiva acompañó la disolución de las relaciones de producción características del Antiguo Régimen.48 Por provincias es constatable que los precios en la de Teruel, que frecuentemente estaban
44 Eloy Fernández Clemente, «La crisis de la ganadería aragonesa a fines del Antiguo Régimen: el caso de Cantavieja», Teruel, n.° 75, enero-junio 1986, pp. 95-140. 45 Sesiones del 30 de marzo de 1833, 5 de febrero y 8 de marzo de 1834. A.H.M.A., Libro de Acuerdos Municipales. 46 Guillermo Pérez Sarrión, «Capital comercial catalán y periferización aragonesa en el siglo XVIII», op. cit., p. 217. 47 Josep Fontana, «La crisis agraria de comienzos del siglo XIX y sus repercusiones en España», art. cit., p. 120. 48 Antonio Peiró, «El mercado de cereales y aceites aragoneses (siglos XVII-XX)», art. cit., pp. 246 y 250.
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por debajo de los de Zaragoza, se hundieron antes y con mayor profundidad que los de la capital aragonesa, y destacan también por sus bajas cifras comparados con el promedio nacional.49 A esto hay que añadir el peso de una fiscalidad creciente desde que concluyó la guerra de la Independencia y que, comparativamente, se contemplaba desde Aragón como un agravio.50 La situación empeoró durante el Trienio con la abolición del medio diezmo y la puesta en marcha del cobro de contribuciones en dinero, que presionaba todavía más sobre los pequeños productores, sin apenas capacidad de maniobra en el mercado en una coyuntura de precios descendentes. Llegada la década de los treinta, como afirma Forcadell, Lo que parece claro en cualquier caso es que el Reino de Aragón, ya dividido provincialmente, soporta un impuesto total que dobla con creces el establecido a fines del XVIII y principios del XIX. Unido a la evidencia de que en las primeras décadas del XIX tanto la población como los recursos habían retrocedido tras la Guerra de la Independencia, y de que el territorio aragonés se encajaba en la coyuntura depresiva general de baja de precios y de rentas que afectaba al sector agrícola, no debe extrañar el timbre patético de las manifestaciones de organismos públicos aragoneses desde situaciones agravadas por la amenaza carlista.51
La combinación de precios bajos en los productos agrícolas y de una fiscalidad alta incidió sobre los segmentos más frágiles de la estructura productiva agraria, medianos y pequeños propietarios y arrendatarios que tuvieron que verse en momentos de malas cosechas entre el endeudamiento o la proletarización, aunque, probablemente, pasaran primero por uno llegando finalmente a la otra, habida cuenta de la fase de ineficacia de los mecanismos de crédito institucional tras los conflictos que afectaron a la sociedad aragonesa durante la primera mitad del siglo XIX.52 49 Agustín Y. Kondo, La agricultura española del siglo XIX, Nerea-Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, Madrid, 1990, pp. 172-173. 50 Carlos Forcadell, «El sistema fiscal aragonés: de la única contribución a los desajustes y agravios tributarios tras la guerra de la Independencia», en Miguel Artola y Luis María Bilbao, Estudios de Hacienda de Ensenada a Mon, I.E.F., Monografía n.° 31, Madrid, 1984, pp. 231-248. 51 Ibídem, p. 242. 52 Vicente Pinilla, «Viejas instituciones en una nueva economía: el pósito de Alcañiz en los siglos XIX y XX», Al-Qannis, n.° 5: Aceite, carlismo y conservadurismo político. El Bajo Aragón durante el siglo XIX, Taller de Arqueología, Alcañiz, 1995, cuadro 6, p. 67.
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No sólo la guerra de la Independencia, sino también las circunstancias políticas que la rodearon, tuvieron unos efectos decisivos sobre los señoríos eclesiásticos y laicos y sobre las propiedades de la Iglesia. Las rentas señoriales experimentaron un descenso vertiginoso durante los años que duró el conflicto y no se recuperaron cuando éste finalizó. Sólo se restablecieron en alguna medida hacia 1818, cuando se cobraron varios atrasos, pero lo cierto fue que se produjo la revolución de 1820 sin que un mínimo de normalidad se hubiera instalado en el panorama de las rentas feudales. Hay que esperar a que la reacción fernandina posterior a 1823 cobrara todo su poder —con sus necesarias dosis de coerción— para que, en 1825, puedan detectarse nuevos incrementos en las rentas; pero en este momento el sistema ya había entrado manifiestamente en crisis y muchos de los señores habían realizado concordias con sus colonos.53 Con esta modalidad de contratos el señor aceptaba muchas veces reducciones en las cuantías que percibía, pero afirmaba mediante documentos el reconocimiento de sus derechos sobre las tierras, documentos que eran susceptibles de ser aportados en cualquier pleito posterior sobre la propiedad ante los juzgados.54 En la misma coyuntura la Iglesia, que también era propietaria de muchas tierras, tuvo que iniciar un proceso de enajenación de su patrimonio con el fin de atender las deudas y dificultades económicas, de tal modo que los efectos fueron similares a los de un proceso desamortizador cuya iniciativa estuvo en las propias instituciones eclesiásticas.55 Todo este proceso de pérdida de poder económico de los estamentos privilegiados del Antiguo Régimen no debe ser visto únicamente en términos económicos, sino también como consecuencia de las resistencias al pago que fueron surgiendo durante todo el período, que se fueron articulando posteriormente en
53 Véanse las series aportadas por Carlos Franco de Espés en La crisis del Antiguo régimen en Aragón. El crepúsculo de los señores, p. 552 (también, p. 874). 54 Ibídem, pp. 716 y 717. Además, Ángela Atienza y Carlos Forcadell Álvarez, «Aragón en el siglo XIX: del dominio religioso y nobiliario a la parcelación y pequeña explotación campesina», art. cit., p. 155; y José Daniel Garín Sariñena, «El señorío de Sástago en el siglo XIX. Conflictos por la posesión de la tierra», Cuadernos Caspolinos, XIV, julio 1988, p. 32. 55 Antonio Peiró, Regadío, transformaciones económicas y capitalismo, op. cit., pp. 206-297; y Ángela Atienza, La agricultura aragonesa en la transición al nuevo régimen, op. cit., p. 233.
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forma de lucha antifeudal y terminaron en los juzgados como pleitos contra los señores por la propiedad de la tierra.56 En definitiva, el panorama general en el que surgen los movimientos contrarrevolucionarios en Aragón se caracteriza por ser una fase de depresión económica marcada por el descenso de los precios y la reducción de la demanda —en los mercados habituales— de los productos agropecuarios, que eran la base de su especialización productiva, lo que se vio agravado por los efectos económicos de la guerra de la Independencia y el peso de una fiscalidad creciente; todo ello, en el contexto de la disolución del Antiguo Régimen y en el proceso de establecimiento de un nuevo orden económico y político sobre las bases del capitalismo liberal. Por diversas circunstancias esto afectó de manera destacada a una amplia zona situada al sur del Ebro, concretamente, dos áreas económicas: la configurada por la economía textil de las sierras turolenses y la que giraba en torno al aceite en el Bajo Aragón. Es conveniente una somera aproximación a la estructura socioeconómica que domina en dichas zonas para una mejor comprensión de la naturaleza de las movilizaciones que tuvieron lugar en ellas.
2.3. Rebeldía campesina en el contexto de la depresión económica A la luz de lo observado hasta el momento, Aragón no puede considerarse como una entidad económica homogénea. Las circunstancias que se derivan de la diversidad de cultivos, de la trayectoria hacia la especialización, de la articulación de distintas producciones que permitan la subsistencia, de la concurrencia en determinados mercados con productos distintos y en diversas condiciones, de la existencia de condicionantes geográficos, etc., hacen imposible considerar genéricamente a Aragón como unidad económica.
56 Carlos Forcadell, «Sobre la localización de los “pleitos de presentación de títulos de señorío” y algunas reflexiones más», en Metodología de la investigación científica sobre fuentes aragonesas. 6, I.C.E., Zaragoza, 1991, pp. 104-105.
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Por un lado, el valle del Ebro central y sus áreas circundantes manifiestan una vitalidad económica, unos índices de inversión por unidad de superficie en la agricultura, unos porcentajes de tierra regada sobre el total de la cultivada, unas posibilidades de comercialización, etc., que lo diferencian, fundamentalmente, del resto de Aragón. A esto hay que añadir la circunstancia decisiva de hallarse emplazada en el centro de este área la ciudad de Zaragoza. Pese a ser uno de los elementos fundamentales para comprender el Aragón del siglo XIX, Zaragoza era la excepción. Zaragoza, la gran ciudad situada en el llano, bien comunicada y junto al Ebro, sede del arzobispado, de la Capitanía General de Aragón y de la Audiencia, siempre abundante en militares y con una población artesana/industrial y comercial muy importante, no era la norma sino la gran excepción. En Zaragoza se tomaban las decisiones, se realizaban los intercambios, residía la nobleza y buena parte del clero superior; lo que allí se decidía tenía incidencia en todo Aragón. Sin embargo, sólo habitaba en ella una parte muy reducida de toda la población aragonesa. A finales del siglo XVIII reunía únicamente al 6,8% de ella.57 Existían aparte unas pequeñas ciudades —Calatayud, Tarazona, Huesca, Teruel, Caspe, Alcañiz y Barbastro— por encima de los 5.000 habitantes, que suelen coincidir con capitales de corregimiento —7,3% en conjunto—, que compartían algunas características con Zaragoza, aunque en menor escala, y tenían muchos atributos resultado de hallarse enclavadas en el medio rural. Aparte de esto, la inmensa mayoría de la población aragonesa —85,9%— habitaba en el medio rural, en pequeñas poblaciones a muchos kilómetros de distancia, por vías inaccesibles, de la ciudad más próxima, y su problemática distaba mucho de ser la misma que la de Zaragoza. En el medio rural arraigaron los movimientos contrarrevolucionarios, de un modo muy destacado en las tierras que se extienden al sur del Ebro y alejadas de las orillas llanas y fértiles. Esta área es la dominada por el Sistema Ibérico, que atraviesa la provincia de
57 Guillermo Pérez Sarrión, Agua, agricultura y sociedad en el siglo XVIII, op. cit., p. 458; y Antonio Peiró, «Transformación y crisis del Antiguo Régimen, (1700-1833)», art. cit., p. 411.
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Teruel trazando un eje NW-SE, y por el Bajo Aragón.58 En dicha zona, la Tierra Baja, se situará el núcleo insurreccional, mientras que las sierras turolenses proporcionarán principalmente brazos a los rebeldes. Es sintomático que estas zonas se caracterizan económicamente y se distinguen de otras, cuando menos, desde el siglo XVIII. Desde el punto de vista del marco señorial al que pertenecen, el Bajo Aragón estaba dominado de manera absoluta por tierras de señorío de órdenes militares, con algunos pequeños núcleos, apenas significativos, de señorío eclesiástico (mapa 2.2. de p. 43). Por su parte, las sierras turolenses corresponden por completo a una zona donde dominaban las comunidades y estaban ausentes otro tipo de señoríos, laicos o eclesiásticos, y monasterios y donde tampoco existían extensiones importantes de realengo. La tendencia demográfica del Bajo Aragón experimentó un crecimiento constante, el único al sur del Ebro durante todo el siglo XVIII, sin destacar por sus aumentos espectaculares, pero evolucionando de manera continuada. Por contra, las sierras turolenses pertenecían al área donde los crecimientos de población fueron menores en todo Aragón, en una época en la que las tendencias generales eran al alza de un modo significado. La especialización productiva del Bajo Aragón evolucionó hacia el monocultivo del olivo, complementado con importantes extensiones de cereales. Mientras duró la fase de consolidación de este cultivo especializado, atravesó una etapa de buenas condiciones en la explotación, lo que permitió distraer durante años una parte de las tierras sin apenas obtener fruto, como imponía este tipo de arbolado. La operación tuvo éxito y el esfuerzo dio un buen resultado, pues el aceite fue la clave del desarrollo económico del siglo XVIII, consolidado por la trayectoria creciente de los precios y manifestado por su tendencia demográfica al alza sostenida en el tiempo.59 Por contra, las sierras turolenses eran zonas poco favora-
58 Bajo Aragón, también Tierra Baja, es el término con el que se conoce genéricamente al corregimiento de Alcañiz y que, como concepto de contenido territorial, continúa empleándose a pesar de que la redistribución en partidos y provincias fragmentara su gran extensión originaria. 59 Sobre la especialización productiva en torno al aceite véase el reciente trabajo de Antonio Peiró, «Especialización productiva y crisis social: La Tierra Baja en el ocaso del Antiguo Régimen», Al-Qannis, n.º 5, 1995, pp. 17-30.
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bles para el cultivo del cereal y demasiado elevadas para que prosperase el olivo, pero con grandes posibilidades centradas en torno a los pastos para la cría de ganado cabrío y lanar, junto con algo de ganado vacuno. En el siglo XVII las posibilidades de este área se habían desarrollado en dos direcciones: la ganadería, con una vertiente muy destacada en la producción de lana, y los telares de transformación de esta materia prima de gran calidad. Con la crisis de la trashumancia se hundió progresivamente esta segunda faceta económica pero se mantuvo la primera, de modo que sus materias primas se siguieron vendiendo en el exterior y los pedidos efectuados por el ejército mantuvieron la actividad de una industria que mejoró muy poco a lo largo del XVIII.60 Sobre las estructuras económicas de ambas zonas la coyuntura actuó de manera diferente. Fue positiva en el Bajo Aragón durante todo el Ochocientos. Las inversiones ya estaban realizadas en buena parte y los precios siguieron subiendo, de modo que se confirmó el aceite como un producto propicio para la economía de la zona. Con él se superaban las evidentes dificultades para la comercialización de los productos que se sufrían en el Bajo Aragón, ya que mediante un producto de gran calidad y alto valor añadido podían competir con posibilidades en mercados distantes, obteniendo todavía un importante margen de beneficio en la venta. Sin embargo, todo el razonamiento se vino abajo con la crisis de precios que experimentó el aceite en el período posterior a la guerra de la Independencia. Con el hundimiento del precio del aceite en los mercados donde concurría habitualmente, la rentabilidad del producto quedaba comprometida. Es de suponer que los precios del transporte no descendieron, por lo que el componente de éste sobre el precio final tuvo, necesariamente, que ser muy importante (se trata de descensos por debajo del 50% del nivel anterior mantenidos durante casi dos décadas).61 La cuestión es que, si no se hizo ruinoso este tipo de comercio, sus benefi-
60 [Pascual Ibáñez], Descripción Corográfica Político Económica del Partido de Teruel, pp. 98-99; y Antonio Peiró, «La industria textil en la Tierras Altas turolenses», art. cit., p. 18. 61 Todavía en 1816 se obtuvo un precio excepcionalmente alto en Zaragoza, para iniciar el descenso, que se hizo más pronunciado a partir del Trienio Liberal, concretamente desde 1821. Antonio Peiró, «El mercado de cereales y aceites aragoneses (siglos XVII-XX)», art. cit., p. 250.
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cios se redujeron rápidamente y en la misma medida el margen de subsistencia del campesino que cultivaba los olivares. Además, uno de los factores que había operado en favor de este monocultivo ahora lo hizo en su contra. El labrador que tenía sus olivares plantados de árboles adultos y en plena producción no podía determinar un giro rápido en la orientación de sus cultivos hacia otras especies menos afectadas por la coyuntura de los precios. El olivar implicaba muy poca flexibilidad en el tipo de cultivos y, aunque fue habitual sembrar de cereal los espacios intermedios de un olivo a otro, los campesinos del Bajo Aragón tuvieron que contemplar impasibles cómo se degradaba su situación, que hasta el momento había sido favorable, viendo permanecer los árboles en sus campos, sin que arrancar las plantaciones fuera una opción auténtica para la mayoría de los pequeños y medianos labradores. Leonardo Sciascia puso a una de sus recopilaciones de artículos un título largo y obscuro: Sin esperanza no pueden plantarse olivos.62 Utilizó la metáfora del olivo para explicar que cualquier empresa que emplazara sus resultados para quince o veinte años después debía tener por su mayor capital la esperanza. El campesinado en el Bajo Aragón sembró sus expectativas al mismo tiempo que plantaba los olivos y los resultados confirmaron su apuesta. De igual modo, cuando se hundieron los precios en el mercado del aceite se derrumbó también su capital de esperanza y éste arrastró tras de sí durante veinte años todas las expectativas que habían rodeado una larga tradición en el cultivo de los olivares. Por su parte, con la nueva coyuntura económica, las sierras turolenses mantuvieron su posición en las exportaciones de lana, por más que durante el siglo XVIII la fabricación de textiles no progresara. Esto significó la concentración de las expectativas económicas en la ganadería y en la comercialización de la materia prima, y, junto a ellas, una agricultura de muy poca entidad.63
62 Laia, Barcelona, 1987. 63 [Pascual Ibáñez], Descripción Corográfica Político Económica del Partido de Teruel, p. 44; y Antonio Peiró, «La industria textil en la Tierras Altas turolenses», art. cit., pp. 45 y 9-10.
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De este modo, la situación en la que se llegó a finales de siglo era ya muy dura para las clases bajas, pues se había reducido la actividad fabril de forma drástica sin ser posible la compensación por medio de la agricultura. Explotaciones de escasa calidad, trabajadas de forma muy primitiva y sin posibilidades de introducir cambios sustanciales64 configuraban un sector agrario muy próximo a la miseria. Un artesanado muy degradado, sin actividad y afectado por la subida de los precios de los productos alimenticios y, junto a él, un campesinado con dificultades para mejorar sus bajos rendimientos parecen justificar el escaso crecimiento que manifiestan algunos corregimientos turolenses en un período como el siglo XVIII de aumento generalizado. Vistos algunos aspectos generales sobre el desarrollo concreto del Bajo Aragón y de las sierras turolenses, surge la pregunta sobre lo que une a estas zonas a la altura de los años veinte del siglo XIX para que proporcionen la base insurreccional a los movimientos contrarrevolucionarios que van a surgir a partir de ese momento. ¿Qué les une entre sí que posea la fuerza capaz de provocar el apoyo de sus gentes a un levantamiento contra el orden liberal? Para contestar a esta pregunta hay que recurrir a un clásico trabajo de Josep Fontana sobre el carlismo en el que afirma que «el carlisme no acostuma a donar-se a les zones camperoles més pobres, sino a las empobrides, que es tota una altra cosa».65 El Bajo Aragón y las sierras turolenses manifiestan a principios del siglo XIX la circunstancia común de ser zonas que han sufrido la crisis con particular intensidad. Son zonas que se encuentran en el punto más bajo, en una situación de empobrecimiento después de haber atravesado etapas de gran esplendor en el siglo XVII, las sierras turolenses, y en el XVIII, el Bajo Aragón. Y esta depresión que incide sobre ambas zonas ¿a quién afecta? Indudablemente, los efectos de la crisis no repercutieron del mismo modo sobre toda la sociedad. El Bajo Aragón poseía un tipo de distribución de la propiedad que combinaba la gran explotación con un número muy importan-
64 [Pascual Ibáñez], Descripción Corográfica Político Económica del Partido de Teruel, op. cit., p. 66. 65 Josep Fontana, «Crisi camperola y revolta carlina», art. cit., p. 15.
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te de pequeños e ínfimos propietarios.66 De esta forma, la crisis actuaba sobre el sector más débil de la sociedad, es decir, sobre el campesinado —labradores y jornaleros67— y sobre el exiguo artesanado que producía para el mercado local. Los pequeños y medianos labradores vieron reducidos drásticamente sus excedentes, al tiempo que, durante el Trienio, tuvieron que comenzar a pagar, junto con el medio diezmo, las contribuciones en dinero. Surgen aquí las dificultades que tiene esta capa de pequeños productores agrarios para negociar con ventaja los excedentes en el mercado, de modo que la conversión a dinero supuso un nuevo gravamen.68 Se suma a esto la presión fiscal creciente en la etapa previa al Trienio, con lo que la situación alcanzó un punto insostenible durante el período constitucional. Además, debe añadirse que en zonas de señoríos fuertes y bien administrados —laicos, eclesiásticos y monacales— fue el momento en el que, como respuesta a la reducción del excedente disponible, comenzaron a producirse de manera generalizada los impagos;69 pero en el Bajo Aragón, donde dominaban abrumadoramente los señoríos de órdenes militares incorporados a la corona (ver mapa 2.2 de p. 43), esto no era una solución, porque apenas tenía incidencia sobre el excedente.70 Estas condiciones operaron sobre el campesinado que se vio inducido a tomar el camino del endeudamiento o el de la rebeldía, a veces, primero uno y después el otro.
66 Vicente Pinilla, «Viejas instituciones en una nueva economía: el pósito de Alcañiz en los siglos XIX y XX», art. cit., p. 61. 67 Sobre la conceptualización de campesinado véase el Apéndice I de nuestra tesis doctoral Rebeldía campesina y guerra civil en Aragón. 1821-1840, op. cit., que incluye una reflexión acerca del contenido del concepto y las implicaciones de su uso para evitar ambigüedades en una pieza fundamental para la articulación de la presente investigación. 68 Como afirma Domingo Gallego: «de la misma forma que el propietario tiene dos modos de acumulación, el jornalero o el labrador sufren dos tipos de explotación: la derivada de su parca participación en el patrimonio colectivo y la que es consecuencia de su débil capacidad de negociación en los mercados», en «Economía política de una comunidad agraria en la época del capitalismo liberal», Seminario de Historia Económica, Facultad de CC. Económicas y Empresariales, Universidad de Zaragoza, curso 1991-1992, p. 31. 69 Carlos Franco, La crisis del Antiguo régimen en Aragón, op. cit., cap. V; y Ángela Atienza, La agricultura aragonesa en la transición al nuevo régimen, op. cit., pp. 276 y 553. 70 «Regalías, derechos y privilegios de la Real Economienda Mayor de Alcañiz», A.H.P.T., Órdenes Militares, c. 3, doc. 143.
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La suerte de los jornaleros —que habitualmente también explotaban pequeñas parcelas propias o arrendadas— estaba ligada a la de los pequeños y medianos labradores, porque la demanda de mano de obra dependía del desenvolvimiento general de la economía agraria y las unidades campesinas tienden a rentabilizar la fuerza de trabajo familiar en épocas de reducción de las condiciones de vida. Otro tanto cabe decir del artesanado que proveía de manufacturas al mercado local, pues el crecimiento de la demanda de sus productos estaba en relación directa con el excedente generado en el sector agropecuario. El Trienio Liberal concita por vez primera todos estos factores que van a acompañar el surgimiento de una rebeldía campesina contra unas condiciones opresivas, repentinamente empeoradas, y que circulan paralelas a problemas fundamentales en la órbita del poder y del Estado. En las sierras turolenses las circunstancias fueron algo distintas, ya que la estructura económica presentaba notables diferencias que evolucionaron con ritmos inicialmente distintos. La estructura que se hizo fuerte durante el siglo XVII se componía de una economía basada en la producción de lana y en la elaboración de paños muy diversos, respaldada por una frágil agricultura que servía de complemento. La evolución a lo largo del XVIII produjo la desaparición de la manufactura textil tal y como se había conocido, quedando reducida a un número todavía importante de telares que trabajaban sobre encargo para el ejército algunas épocas del año. El sector estaba descapitalizado por completo a finales de siglo. No se distribuían materias primas para que los agricultores aprovecharan los períodos de inactividad en el trabajo del campo, porque no existía quién lo hiciera, de modo que incluso el hilado se realizaba fuera. Los tejedores estaban endeudados y hacían frecuentemente sus compras sobre fiado. Y lo mismo sucedía con la agricultura, muy poco desarrollada, sobre tierras poco productivas y escasamente regadas.71 Había una ausencia casi total de ganado de labor, y la inexistencia de capitales acumulados convertía la operación de adquirir uno de estos animales mayores en imposible. El sistema crediticio, en lugar de facilitar las
71 Emilio Benedicto, «Estudio sobre la economía calamochina del primer tercio del siglo XIX. El catastro de 1834», Xiloca, n.° 11, abril 1993, p. 157.
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operaciones, las dificultaba. Los términos del crédito oscilaban entre duros y brutales, como muestra un testimonio: son muchísimos los labradores y artistas que comen y viven de adelantado o empeño, y además tienen otros atrasos y trampas; uno y otro les obliga a comprar al fiado el trigo, los demás comestibles, primeras materias para las manufacturas, ropas para el abrigo, bestias para la labor, etc. Bien mirado, se les grava desde un 12 que suelen cargar los más arreglados y según la cosa hasta un 40 por 100 a que suelen subir los más tiranos, y no fallará aun quien pase de ahí arriba en los fiados del ganado mular, y aquellos que compran, a pretexto de adelantar el dinero, granos u otros frutos antes de la cosecha a un bajo precio, parte de los cuales venden a los mismos fiados a un doble. ¿Puede ser esto tolerable ni por los que lo padecen, ni por los que lo miran?72
A ello hay que sumar los efectos de las maniobras en el mercado en los momentos más oportunos de todos los que no se hallan al filo de la subsistencia y pueden elegir el momento de la venta. No faltan unos y otros más rectos y acaudalados comerciantes, mercaderes, arrendadores de décima y otros timoratos que ejercen sus giros, tratos y correspondencias con toda legalidad y honor, pero como son los menos y no pueden dejar[se] de lucrar y además como no les llama la necesidad a vender, detienen sus graneros hasta que se siente la escasez y la carestía les hace valer un tercio o una mitad más y de ahí arriba, según los años, son desconocidas las utilidades que van en remedio del necesitado.73
Así, no tardó en producirse un tempano endeudamiento —anterior a la guerra de la Independencia— y una proletarización de las capas más bajas de la sociedad en las sierras turolenses. La guerra contra los ejércitos napoleónicos y el hundimiento del mercado internacional de la lana no hicieron más que ahondar en las malas condiciones, acabando con la única vía floreciente de su economía. La existencia de comunidades en esta zona, el carecer de «un sistema feudal fuerte»,74 operó también sobre los campesinos, porque no sirvieron de mucho los impagos como respuesta a la crisis, ya que las obligaciones eran muy reducidas.
72 [Pascual Ibáñez], Descripción Corográfica Político Económica del Partido de Teruel, op. cit., pp. 117-118. 73 Ibídem. 74 Antonio Peiró, «La industria textil en la Tierras Altas turolenses», art. cit., p. 10.
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Con todo, las sierras turolenses no constituyeron un núcleo insurreccional estable, sino que su contribución fundamental al conflicto fue en hombres que se desplazaron al Bajo Aragón para luchar con las fuerzas contrarrevolucionarias. La prematura degradación de las condiciones de vida puede justificar esta circunstancia y el hecho de que no llegaran a movilizarse por mediación de estructuras propias. Esto y la proximidad relativa de una ciudad como Teruel, que disfrutó durante todo el siglo XIX de una temprana vocación liberal, abocó al fracaso cualquier intento de obtener de este núcleo apoyo para proyectos contrarrevolucionarios. Quedan planteadas someramente las bases económicas sobre las que surge el fenómeno de rebeldía campesina que emergerá claramente en el Trienio Liberal; también los sectores sociales sobre los que operan estas condiciones y de qué modo lo hicieron. Los capítulos que vienen a continuación se ocuparán de estudiar cómo se articuló este fenómeno de rebeldía en forma de movimiento contrarrevolucionario, cuáles son sus vías de desarrollo, los soportes y sus apoyos, hasta alcanzar la máxima intensidad durante la guerra civil carlista. Es evidente que las circunstancias económicas pusieron las condiciones para que se produjera este fenómeno social. Pero es preciso atender a las fases en las que surgieron las resistencias al establecimiento del régimen liberal, las crisis que afectaron a la autoridad del Estado, al desarrollo de las fuerzas políticas, a la articulación social y armada de los elementos que convergieron en el conflicto, etc., para llegar a comprender todos los aspectos del movimiento contrarrevolucionario en Aragón. Una propuesta multicausal, compleja y repleta de calidades, sin duda, debe ser la que pretenda explicar la naturaleza social de este fenómeno.
PARTE II
Página en blanco a propósito
3. LA ESENCIA DEL CONFLICTO: EL TRIENIO LIBERAL El 5 de marzo de 1820 el pueblo zaragozano y la guarnición de la ciudad proclamaron la Constitución de 1812 sin que se produjeran incidentes de consideración. Una Junta, denominada Superior Gubernativa de Aragón, asumió desde ese momento el poder con la voluntad de «inclinar el ánimo del Rey a hacer feliz a la España, como sin duda ninguna lo desea».1 Fenómenos parecidos se daban en pocos días por toda la monarquía, siendo el texto constitucional de Cádiz la bandera adoptada por este movimiento revolucionario. Se estaba abriendo el Trienio Constitucional, que llegó a significar en el devenir político de España la primera oportunidad para poner en práctica un proyecto de Estado liberal en tiempos de paz.
3.1. Reacción en las instituciones Frente al impulso del proceso revolucionario, los primeros focos de reacción que surgieron en Aragón se localizaron en las propias instituciones. Y eso no excluía a la que por entonces contaba con mayor poder: la Junta Superior Gubernativa de Aragón. Se hallaba ésta presidida por el capitán general de Aragón, el marqués de Lazán, hermano del general Palafox e individuo conocido por sus principios absolutistas. Durante el
1 Manifiesto de la Junta Superior Gubernativa interina de Aragón A los Aragoneses y Tropas de la guarnición, Zaragoza, 9 de marzo de 1820.
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período en el que más dejó notar su impronta, los primeros días tras el 5 de marzo, la Junta mantuvo una actitud ambigua, e incluso, reaccionaria. Sus disposiciones denuncian recelo ante la participación popular activa, preocupación por limitar la libertad de imprenta y desconfianza de las raíces liberales del proceso revolucionario. Así las cosas, la Constitución de 1812 operó tan sólo como instrumento de control, haciendo de ella un uso exclusivamente administrativo. Tal fue esta actitud de cauta ambigüedad que los hechos dejaron en evidencia a la Junta cuando el día 11 se supo que cuatro días antes incluso el rey había reconocido ya la Constitución. Fue en ese momento cuando los miembros de este órgano más inspirados por una formación liberal pudieron comenzar a maniobrar con menos ataduras. Resultado de su actividad fue la Exposición al Rey del 13 de marzo, donde, tras la preceptiva justificación del monarca, aparecían por primera vez expresos los motivos que habían provocado el levantamiento de comienzos de marzo. Literalmente puede leerse: La justicia, en ciertos ramos, no se ha conocido en esta desgraciada Nación desde el año [1]814: y si esta Junta animada de los mismos sentimientos de la noble Zaragoza no creyese que lo primero desde hoy debe ser la más estrecha fraternidad entre todos los Españoles, y el más completo olvido de todas las ofensas; presentaría a V.M. un cuadro que le horrorizara, y que si las circunstancias lo exigieren presentará. Prescindiendo de si los ingresos y salidas de tesorería están equilibrados, y de si las contribuciones lo están asimismo con el poder de los contribuyentes; y aunque se sabe que son mayores los gastos hoy que en [1]808, y que faltan recursos que entonces había: el inmenso caos en que se halla confundido este ramo de los más importantes del Estado; las violentas ejecuciones que sufren los pueblos y sus alcaldes; pues apenas habrá día en que uno a otro no sea conducido preso por los caminos de España por este motivo; el desamparo, el hambre, la desnudez en que se hallan nuestras valientes tropas; el mismo desamparo de tantos venerables eclesiásticos, y establecimientos piadosos; al verse privada la Nación del derecho de intervenir en el decretar sus contribuciones, que por las antiguas leyes, usos y costumbres le pertenecen, y V.M. le ofreció guardar; el ignorar completamente la inversión de lo que se le exige: son cosas que, unidas a otras muchas, han debido tener a los pueblos en un estado de ansiedad, disgusto y deseo de enmienda, y en la persuasión de que no podían esperarla sino haciendo lo que hizo Zaragoza en 5 de marzo.2
2 Noticias Particulares de Zaragoza, Imprenta de Don José del Collado, Madrid, 1820.
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Allí se reflejaba la conciencia de una profunda crisis que afectaba al Estado y cuyas manifestaciones externas más rechazadas eran, en el ámbito político, la represión, y en el ámbito económico, la carencia de recursos y la presión fiscal.3 De momento, no sólo se exculpaba de responsabilidad al monarca desde el liberalismo moderado que llegaba al poder, sino que incluso se justificaba su actitud. De la mano de dos vocales de la Junta, un propietario oscense, Valentín Solanot, y un canónigo doctoral de la santa iglesia metropolitana de Zaragoza, José Antonio Marco, la Constitución fue presentada a los aragoneses en un texto titulado La Junta Suprema General de Aragón sobre las ventajas de observar la Constitución.4 En él las reticencias frente al cambio de régimen parecen desvanecerse, centrando el objetivo prioritario en transmitir una idea ordenada de los beneficios derivados de la aplicación de la Constitución. Resume, pues, la esencia del mensaje liberal en los comienzos del Trienio. Señala, como ya había hecho Argüelles en 1812,5 que no se trata de un texto radicalmente nuevo sino inserto en una tradición política anterior, y no deja dudas de que la Constitución se proclama protectora de la religión. Tras esta declaración continuista, aborda el tema de la responsabilidad política, que no alcanza al rey, y expresa el reconocimiento de los derechos del hombre, que «son entre otros el de propiedad, el de la seguridad individual, el de la igualdad ante la ley y el de la libertad civil».6 Después expresa el principio de división de poderes y la independencia de los mismos, para extenderse acerca de la desaparición del régimen señorial y de la tortura. La igualdad de los ciudadanos ante la ley, la libertad de imprenta y la extensión de los impuestos a todas la clases de la sociedad, además de la promesa de acabar con los abusos en las quintas, ocupan un lugar importante, antes del colofón, donde queda de manifiesto la confianza en que la Constitución «en una
3 Discurso político que dirige a los aragoneses el Amante de las leyes (1820), p. 6. 4 La Junta Suprema General de Aragón sobre las ventajas de observar la Constitución, Imprenta de Francisco Magallón, Zaragoza, 1820. 5 Agustín de Argüelles, Discurso preliminar a la Constitución de 1812, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1989, introducción de Luis Sánchez Agesta, pp. 6777. 6 La Junta Suprema General de Aragón sobre las ventajas de observar la Constitución, op. cit., pp. 7-8.
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palabra, abre los fecundos canales de la prosperidad, para que todos y cada uno según su genio, inclinación o talentos, recojan el fruto de sus afanes y los disfruten en la calma dichosa que proporciona un sistema de Gobierno encaminado a proteger y ayudar a los buenos, y perseguir a los malos».7 Pese a la existencia de un clima político poco decidido, la Constitución se mostró en Aragón como el más poderoso instrumento revolucionario, pues su simple entrada en vigor inició un amplio proceso de transformación de la realidad en todos los ámbitos. Así se entiende que, desde los primeros momentos, junto a los cambios, puedan identificarse dinámicas reaccionarias que, aunque no se trata de procesos insurreccionales abiertos, se manifiestan con frecuencia en forma de actuaciones orientadas hacia el control del poder protagonizadas por los anteriores cargos de las instituciones absolutistas y dirigidas a hacerse con los principales núcleos de decisión aragoneses. Es perfectamente identificable la voluntad de las autoridades por realizar la transición hacia el nuevo orden revolucionario sin abandonar el poder en las instituciones que ocupaban. El caso paradigmático fue el marqués de Lazán que, aun declarándose en privado «obligado a acceder» a la presidencia de la Junta, nunca tuvo la más mínima voluntad de dejar que cualquier otro ocupase el puesto principal en la toma de decisiones.8 La misma continuidad de las autoridades anteriores se va a establecer como norma por la Junta, que acordó con el resto de las autoridades absolutistas —la Audiencia, el Ayuntamiento, el intendente y el capitán general— la permanencia en el desempeño de sus funciones pero como autoridades constitucionales. De ahí que se apreciase una inercia realista en las instituciones surgidas de la revolución, con la consiguiente pérdida
7 Ibídem, p. 22. 8 En los oficios enviados a los gobernadores militares de los partidos de Calatayud y Daroca el 6 de marzo manifiesta haber sido «obligado a acceder» a firmar la proclamación de la Constitución, actitud que puede explicar la lentitud con que se extiende el ejemplo zaragozano por todo Aragón. Y en los oficios a los capitanes generales de Navarra y Guipúzcoa, a quienes dice: «me he visto (aunque contra mi voluntad) obligado a aceptarlo, deseoso de evitar los desórdenes y la efusión de sangre». A.M.Z., Palafox, 19-2/20 y 19-7/13, citado por Mercedes Díaz-Plaza, Zaragoza durante el Trienio, 1820-1823, tesis doctoral, Universidad de Zaragoza, 1992, pp. 210-213.
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de parte de su potencial revolucionario. Y a todas las instituciones del poder político, que marcaron la tónica de la continuidad, no puede dejar de añadirse la existencia de otro foco de poder no afectado por la revolución que marcará un importante punto de referencia con el Antiguo Régimen: el arzobispado de Zaragoza, que catalizará otras muchas energías contrarrevolucionarias durante todo el Trienio. La voluntad de continuar en el poder se extendió más allá de los primeros momentos. Cuando las instituciones se fueron haciendo representativas y nuevos componentes sociales pudieron acceder a instancias políticas cuya presencia les estaba negada hasta el momento, las viejas oligarquías pugnaron por no perder sus puestos. Y en buena medida lo consiguieron, como en Zaragoza, donde de las elecciones del 18 de marzo de 1820 surgió un Ayuntamiento compuesto fundamentalmente de antiguos miembros del concejo, aunque era evidente ya un proceso de sustitución de nobles y hacendados por comerciantes y artesanos.9 En otros lugares, como en Borja, donde las autoridades absolutistas fueron barridas del Ayuntamiento por la voluntad popular, se utilizó una vía espuria de controlar la ciudad por encima del concejo, el nombramiento de un jefe político en la persona del anterior alcalde absolutista desplazado del poder.10 El 11 de abril de 1820 el marqués de Lazán fue destituido de la Capitanía General de Aragón por una real orden, pero la Junta recibió amenazas de que se alteraría seriamente la tranquilidad pública si era acatada. Esta maniobra procedente del entorno del marqués surtió efecto momentáneamente, pero una nueva orden fechada el 8 de mayo en el Ministerio de la Guerra terminó por vencer su resistencia. Sin embargo, Lazán jugó aún la última baza antes de abandonar definitivamente su puesto y su poder en Zaragoza para presentarse en Madrid, como se le reclamaba. Salió de Zaragoza pero esperó en las proximidades de la ciudad el resultado del motín que estalló el 14 de mayo, un «proyecto de
9 Véase en Mercedes Díaz-Plaza, ibídem, pp. 99-100 y 132-137, respectivamente, el seguimiento de la transición entre las instituciones absolutistas y constitucionales y el análisis de la composición del nuevo Ayuntamiento. 10 Pedro Rújula y Herminio Lafoz, Historia de Borja. La formación histórica de una ciudad, Ayuntamiento de Borja, Zaragoza, 1995, pp. 255-256.
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apoderarse de las autoridades y ciudadanos honrados que se han interesado tanto en el Sistema Constitucional y en conservar la tranquilidad pública, y después de este hecho arrancar la lápida de la Constitución y establecer y proclamar el despotismo».11 En la causa abierta para esclarecer los hechos quedaron de manifiesto la implicación del clero y de labradores de cierta edad, así como el reclutamiento asalariado por 20 reales para la movilización de jornaleros, aunque en la sombra de todo el movimiento se perfilaban las figuras del marqués de Lazán y la del arzobispo de Zaragoza. Elementos directores muy similares tiene otro movimiento contrarrevolucionario denunciado en diciembre de 1820 y dirigido a la «decapitación de los constitucionales»,12 en el que resultaron imputados el canónigo Cistué y la marquesa de Lazán. El movimiento tuvo origen en un momento clave para la política aragonesa. Rafael de Riego había sido nombrado el 2 de diciembre capitán general de Aragón y la conspiración fue descubierta en el período que medió hasta enero, en que tomó posesión de su cargo: una reacción que, si temía por el rearme constitucional que podría suponer para el territorio la presencia del protagonista de la jornada de Cabezas de San Juan, se presenta como justificada, ya que Riego desplegó una importante labor en pro del asentamiento del régimen constitucional. Ni después de que tomara posesión de su cargo cesaron los intentos para desplazarle del poder, hasta que, hallándose en un viaje para extender las bases del régimen por el Bajo Aragón, 13 fue implicado en un complot. Había aparecido un manifiesto contrarrevolucionario, acompañado de la noticia de una conspiración republicana en Zaragoza, y se señaló a Riego como inspirador. Aprovechando su ausencia, y a pesar de lo inverosímil de todo el complot,14 se impidió el regreso de Riego, que fue destituido de la Capitanía General. Esto sucedía el 4 de septiembre de 1821, apuntándose un tanto los sectores reac-
11 A.M.Z., Fondos Antiguos [en adelante, F.A.], 36/6, Actas de la Junta Superior Gubernativa del Reino de Aragón, 14 de mayo de 1820. 12 Ibídem, 15 de mayo de 1820. 13 Alberto Gil Novales, Las Sociedades Patrióticas (1820-1823), Tecnos, Madrid, 1975, pp. 229-231. 14 El mismo Pedro Agustín de Girón manifiesta sus dudas sobre la virtualidad de la acusación en sus Recuerdos (1778-1837), EUNSA, Pamplona, 1979, pp. 191-192.
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cionarios de la ciudad, que al mismo tiempo dejaban constancia de su presencia, e incluso de su fuerza.
3.2. Disturbios urbanos Pero ya en el Bajo Aragón, allí donde Riego había viajado para extender el mensaje liberal, se estaba fraguando la primera insurrección contrarrevolucionaria de entidad ocurrida en Aragón durante el Trienio, y en ello tuvo especial incidencia la tensión ocasionada por los avances de la epidemia de cólera procedente de Cataluña. Allí, como apropiadamente refleja una novela de la época, «El mal hizo rápidos progresos, sucedíanse las defunciones con horrorosa celeridad, y el pueblo aterrado, formaba en su ofuscada imaginación, como siempre que alguna gran calamidad le abruma, desatinadas suposiciones y extraños y fantásticos sucesos que agravaban lo azaroso y deplorable de tan espantosas circunstancias»15. Para poner freno a los avances hacia el oeste que se estaban apreciando, se tendió un cordón sanitario con centro en Calaceite que recorría el río Matarraña hasta Beceite y hacia el Ebro por la línea del río Algas hasta Mequinenza, donde se había instalado el único punto de purificación e ingreso en Aragón. El paso del tiempo hizo que la tensión en la zona creciera en intensidad, pues, al trastorno económico resultante de la interrupción de los flujos comerciales hacia las áreas habituales de extracción de productos, hubo que sumar el coste del mantenimiento del cordón humano que gravitaba sobre los ayuntamientos, que fueron desarrollando un sentimiento de abandono en una función que tan sólo les estaba ocasionando perjuicios.16 En medio de este clima se produjeron los levantamientos de las dos poblaciones más importantes del Bajo Aragón: Alcañiz y Caspe. El de Alcañiz estalló el 14 de octubre y comenzó con el ataque, a los gritos de Viva
15 Wenceslao Ayguals de Izco, El Tigre del Maestrazgo, o sea de grumete a general, Imprenta de don Wenceslao Aguals de Izco, Madrid, 1846, vol. I, p. 38. 16 Sobre el cordón sanitario véase el Diario de Zaragoza, 14 de octubre y 26 de noviembre de 1821.
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Dios y Viva la Religión, contra la Milicia Nacional, que se hallaba formaba en la plaza. Después de que los milicianos abandonaran la ciudad, sus casas y las de los más señalados liberales fueron asaltadas en busca de pruebas de una supuesta conspiración republicana.17 Las autoridades perdieron el control de la multitud, a cuya cabeza se había identificado «algún individuo fanático del clero» e incluso se señalaba más tarde cómo «un clérigo con cuchillo y varios frailes con escopetas iban al frente del motín»,18 un motín que, por otra parte, había arrastrado a la «parte menos ilustrada del pueblo».19 Los perseguidos, que pertenecían a las «familias más distinguidas de la ciudad»,20 aceptaron volver para ser encarcelados tras la formación de una comisión mediadora compuesta por algunos miembros del Ayuntamiento, el juez de primera instancia y algunos religiosos. El Ayuntamiento fue incapaz de reconducir la situación que sólo se conjuró con la llegada a la ciudad de una columna de 130 hombres enviados desde Zaragoza por el jefe político de Aragón.21 Los niveles de connivencia entre las autoridades y los sublevados fueron altos y así quedó de manifiesto durante las diligencias judiciales abiertas, que resultaron infructuosas, e incluso algunos funcionarios fueron sancionados por su negligencia en la instrucción. Que la tensión no había desaparecido con la llegada de las tropas se puso de manifiesto el 29 de noviembre, cuando pudieron oírse voces en contra de la Constitución en la parte baja de la ciudad. Sin embargo, esto pierde importancia a la sombra de lo sucedido en Caspe el 8 de diciembre, donde estalló un movimiento expresamente anticonstitucio-
17 «Oficio del Ayuntamiento Constitucional de Alcañiz al Sr. Jefe Político de esta provincia», 30 de diciembre de 1821, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 3, 3 de enero de 1822. 18 Exposición dirigida al jefe político de Aragón por los milicianos de Caspe, Diario Constitucional de Zaragoza, suplemento del 27 de octubre de 1821. 19 Comunicado del gobierno político de Aragón, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 296, 23 octubre 1821. 20 El Eco de Padilla, octubre de 1821, n.° 90, citada por Alberto Gil Novales, Las Sociedades patrióticas, op. cit., vol. I, p. 239, donde puede hallarse la versión mejor documentada de estos hechos. 21 Oficio del jefe político Francisco Moreda al juez de primera instancia de Alcañiz, Dr. José de Acha, del 17 de octubre de 1821, Diario Constitucional de Zaragoza, suplemento del sábado 27 de octubre de 1821.
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nal orientado a desplazar a los liberales de los cargos que ocupaban en la administración. Fueron asaltados y ridiculizados los símbolos del régimen, apresados sus representantes —alcalde y milicianos nacionales— junto a los partidarios más señalados y posteriormente asaltados sus domicilios. No se detuvieron ahí: desarmaron a los soldados de la guarnición y, confiados en su fuerza, aún plantearon brevemente la resistencia frente a las tropas del general Álava, que llegó a Caspe para sofocar la sublevación, lo que sólo se produjo el día 14.22 El ejército, en ambos casos, se había demostrado como el único medio capaz de devolver las poblaciones al orden constitucional. De lo sucedido en Alcañiz y Caspe se derivan algunas circunstancias a tener en cuenta para el posterior desarrollo de la contrarrevolución. Por un lado, la lenta difusión del sistema constitucional en todos los estratos sociales, una difusión que no se había realizado, además, de manera homogénea en la sociedad española: ni socialmente, pues se puso de manifiesto la existencia de capas sociales proclives al levantamiento, ni geográficamente, pues se constata la existencia de una periferia donde las autoridades precisaban de apoyos para mantener su posición. Sólo la reunión de fuerzas de ayuntamientos, Milicia Nacional y fuerza armada se presentó como capaz de sostener el liberalismo lejos de los grandes núcleos urbanos con peso político ante los conflictos que se derivan de la sustitución, aunque fuera parcial, de las oligarquías tradicionales en el poder local y de las redes clientelares por aquéllas levantadas. La reacción se había producido frente a una nueva realidad del poder, pero también frente a su nueva estética, esos nuevos nombres, esas nuevas personas y toda una nueva puesta en escena con la que querían acabar los sublevados.23 Y, finalmente, una característica que será casi constante a partir de este momento: la presencia del clero como elemento tanto de agitación como de suministro de ideología, lo que en este caso llegó a verse corroborado por las sentencias judiciales.24
22 Véanse Alberto Gil Novales, Las Sociedades Patrióticas, op. cit., vol. I, p. 240; y un artículo de Agustín de Quinto en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.º 339, 5 de diciembre de 1822. 23 Carta particular aparecida en el Eco de Padilla ya citada, recogida por Alberto Gil Novales, ibídem, p. 239. 24 Sirvan de ejemplo las condenas que recaen sobre clérigos por los acontecimientos de Alcañiz: Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 195, 14 de julio de 1822.
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Mientras esto sucedía en la Tierra Baja, continuaron produciéndose en Zaragoza algunos disturbios favorecidos por el clima de reacción resultante de la expulsión del general Riego,25 aunque lo que es propio precisamente de esta fase es la extensión del conflicto fuera de la capital. Calatayud fue uno de los puntos de conflicto más característicos del momento. La tensión existente entre el Ayuntamiento —respaldado por la oligarquía local y el clero— y la Milicia Nacional estalló el 3 de diciembre de 1821. Los milicianos fueron atacados y aislados en el Portillo, mientras los amotinados se hacían dueños de la ciudad. El balance de lo sucedido permitía identificar elementos coincidentes con los acontecimientos del Bajo Aragón, como el ataque a la Milicia Nacional, la pasividad, e incluso connivencia, de las autoridades locales con los amotinados, y la presencia en lugar destacado de individuos del clero. Elementos que también se repiten, matizando el papel de las autoridades, en Huesca durante las alteraciones del orden ocurridas los días 8 y 9 de diciembre. La actividad detectada el primer día se reprodujo con mayor intensidad el segundo, en el que «todas las precauciones fueron inútiles, pues al anochecer aparecieron en la Cruz del Coso los mismos grupos y más numerosos que la noche anterior, los que no pudieron disolver ni el Alcalde primero ni los de barrio, ni hacerlos desistir de dirigirse a la plaza de la Constitución, a la que bajaron gritando viva la Religión, y mueran los francmasones».26 Las iniciativas del Ayuntamiento fueron infructuosas. La multitud impidió la intervención de individuos de todos conocidos y con capacidad de mediación y confluyó en la plaza, donde fue abatida la lápida constitucional entre aclamaciones y disparos, rompiéndola en pedazos que fueron arrastrados hasta la puerta de algún señalado nacional. El final de la jornada y la disolución de la multitud no acabó con la tensión, sino que, antes de terminar el mes, se registraron dos nuevas alteraciones del orden que terminaron con la lápida constitu-
25 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 298, 25 de octubre, y n.° 307, 3 de noviembre de 1821, sobre los hechos del 29 de octubre; y en el mismo periódico, n.° 348, 15 de diciembre de 1821, «Oficio de los señores Alcaldes Constitucionales» sobre lo sucedido el 8 de noviembre. 26 «Segundo parte del Ayuntamiento», Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 350, 10 de diciembre de 1821.
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cional, y estas acciones se extendieron a pueblos cercanos como Ballestar, Igriés y Angüés.27 El balance de esta segunda fase en el desarrollo de un movimiento contrarrevolucionario en Aragón permite identificar algunos elementos comunes a todos los casos. En primer lugar, se da la aparición de un descontento ciudadano que derivó en alteraciones del orden en núcleos de población importantes. Se trata, sin embargo, de movimientos surgidos a partir de una definición local del conflicto revolución/reacción, sin conexiones fuertes con elementos exteriores. En tercer lugar, el clero destaca como componente social más diferenciado y protagonista de las acciones. En contraposición, la Milicia Nacional es el objetivo de las acciones, ya que constituía el elemento más característico del radicalismo revolucionario en el medio local. Finalmente, puede señalarse la debilidad de las autoridades constitucionales, lo que muchas veces puso de manifiesto que el cambio de régimen no siempre había supuesto una importante transformación de la naturaleza del poder local.
3.3. La agitación inducida Con la llegada de 1822 se aprecia una transformación en las características de la actividad contrarrevolucionaria. Los movimientos registrados en contra del régimen constitucional van a estar provocados desde fuera de Aragón, superando de este modo una de sus limitaciones anteriores, que consistía en responder a formulaciones muy locales del enfrentamiento. Con ello, y con la aparición de las primeras partidas realistas, se dio un paso cualitativo importante hacia la guerra civil. El cambio de estrategia insurreccional tuvo como consecuencia un cambio de objetivo. Desde ese momento fue cobrando importancia la posibilidad de un levantamiento campesino contra el régimen constitucional en detrimento de la agitación urbana, y esto supuso el paso al primer término de lo que sucedía en el medio rural, el ámbito donde iban a
27 A.H.P.Z., Causas por infidencia, c. 21, f. 45-48 y 156.
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desarrollarse las partidas absolutistas encuadrando en sus filas a los campesinos. Esta fase de agitación inducida, en la que la sublevación se presenta provocada desde el exterior, tuvo en Aragón tres momentos importantes: 1) el surgimiento de tensiones en áreas fronterizas con otros territorios donde la insurrección se había desarrollado antes; 2) la extensión de la insurrección por las zonas de Aragón donde se habían registrado brotes anteriores y por otras nuevas, como consecuencia del levantamiento de julio en Madrid; y 3) la expedición de tropas navarras al mando del general Quesada por tierras de Huesca. 1) En la primavera de 1822 fueron formándose algunas partidas en la zona de Tamarite que pudieron reunirse con los insurrectos leridanos de Os configurando un contingente de unos mil hombres.28 Sólo entonces fue enviado el ejército contra este nuevo foco insurreccional, desarticulando la partida sin dificultad. Esta derrota de los realistas de La Litera ocasionó la dispersión de los componentes por toda la zona. Unos fueron detenidos29 y otros consideraron más prudente acogerse al indulto,30 pero también hubo quienes, como los 50 hombres que seguían al barquero de Estadilla, que buscaron refugio en Fonz, o Forniés que se estableció en el Cinca, decidieron mantener su actividad en pequeños grupos, resultando mucho más difícil para el ejército combatirles con eficacia. Esta pequeña ventaja no impidió que los realistas cosecharan nuevas derrotas en Sijena, o que algunos cabecillas, como el Fraile o el Barquero de Estadilla, fueran apresados. Sin haber acabado completamente con las partidas absolutistas, sus acciones no tardaron en repetirse, difundiendo un clima de inseguridad y de tensión. El 7 de junio Forniés asaltaba la casa del alcalde de Estadilla y tres días más tarde 200 hombres llegaron hasta las afueras de Tamarite y poco después ocuparon Alfarrás.31 Por entonces los combatientes realistas ya se habían dado cuenta de que el enfrentamiento iba en serio y, poco a poco, fueron regresando a sus casas para acogerse al indulto, a
28 Diario Constitucional de Zaragoza, suplemento de 23 de mayo de 1822. 29 Diario Constitucional de Zaragoza, n.º 156, 5 de junio de 1822. 30 Oficio del comandante militar de la provincia de Huesca, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 158, 7 de junio de 1822. 31 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 182, 1 de julio de 1822.
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excepción de los que habían asumido responsabilidades, cuya reincorporación podía plantear problemas legales.32 Y el 1 de julio, cuando parecía más tranquila la zona, una partida procedente de Lérida ocupó Fraga por sorpresa y obtuvo, sin resistencia, cuanto reclamaba del Ayuntamiento. Era un recordatorio de dónde procedía la agitación realista en esta zona de Tamarite.33 2) Con la proximidad del verano de 1822 la actividad de las partidas absolutistas fue creciendo. En el Matarraña y el Maestrazgo destacan las acciones de Rambla, que ocupó Morella a comienzos de junio y se presentó en compañía de Chambó y 2.000 hombres un mes más tarde «a fin de restaurar los derechos de mi amado rey»,34 aunque también dejan notar su presencia Miralles,35 que destacará en la siguiente guerra con el sobrenombre del Serrador, y Felipe Hierro.36 En Calatayud la agitación estaba directamente ligada al golpe contrarrevolucionario ejecutado en Madrid. La presencia el 8 de julio de una rondalla formada por reconocidos serviles derivó en un movimiento contra la Milicia Nacional del que resultó un nacional muerto. La intervención del ejército cortó momentáneamente el enfrentamiento, expulsando a los sublevados, que se concentraron en el pueblo próximo de Terrer, hasta que el día 10, Adán Trujillo, ex-alcalde absolutista y ahora jefe de los sublevados, entró de nuevo en la ciudad y, presentándose en la sala consistorial, secuestró al Ayuntamiento, al jefe político, y al juez, a quienes se llevó hasta Ateca. La noticia de que el golpe de la Guardia Real en Madrid había fracasado frenó su confianza y le hizo liberar a los detenidos; la llegada de un nuevo contingente del ejército a Calatayud aseguró la ciudad para el gobierno. El grupo de sublevados se resquebrajó, dispersándose algunos y formando el resto una partida que evolucionó hacia
32 Oficio del comandante militar de la provincia de Huesca del 11 de junio, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 166, 15 de junio de 1822. 33 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 197, 16 de julio de 1822. 34 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 259, 16 de septiembre de 1822; y también José Segura y Barreda, Morella y sus aldeas, Imprenta de F. Javier Soto, Morella, 1868, t. III, pp. 475-479. 35 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 193, 12 de julio de 1822. 36 Diario Constitucional de Zaragoza, suplemento del diario de 27 de julio y n.° 222, de 10 de agosto de 1822.
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Tarazona. De resultas del fracaso realista de Calatayud, aparecieron algunas partidas en la zona que mantuvieron el clima insurreccional de julio. La partida de Chafandín, otra castellana procedente de Molina y compuesta por 80 hombres, o aquella llegada de Medinaceli que alcanzaba este número sólo con sus caballos, eran las responsables de este clima.37 Un hecho de trascendencia fue el asalto al castillo de Mequinenza, fortaleza situada en una posición estratégica junto al Ebro, entre Aragón y Cataluña, y que se convirtió, desde el 23 de julio de 1822, en el punto de referencia de las acciones realistas. A partir de allí las noticias sobre movimientos de partidas se multiplican. En la zona occidental mosén Manuel Oroz dirige una partida que entra en Añón, y en Badules otra que manda un tal Tabaco. En el valle se aprecian también signos de inestabilidad. En Villafranca había sido picada la lápida constitucional y en Gelsa entró una partida de 50 hombres y otra era localizada en Castejón, Pallaruelo, Lanaja y Tardienta. Sin embargo, es al abrigo de la posición de Mequinenza donde va arraigando la agitación contrarrevolucionaria en el Bajo Aragón. Allí aparece el jefe realista más importante en todo Aragón y el Maestrazgo, Joaquín Capapé, conocido más comunmente como el Royo. El 15 de agosto entra en Maella y al día siguiente asalta Calanda, donde sus hombres permanecieron, comiendo y aprovisionándose de dinero y alimentos, hasta por la tarde, cuando tuvieron que huir ante la presencia del ejército.38 También se hallaba operante cerca de Montalbán el «bandido» Pulsador, que no tardó en atacar esta población, y Charpel, que actuaba en el curso bajo del Matarraña. El 25 de agosto Caspe fue atacado por Rambla y Chambó al mando de una fuerza de 1.300 hombres, trabándose un serio combate con las fuerzas gubernamentales que se saldó con la retirada de los realistas, quienes dejaron a sus espaldas a 70 de los suyos muertos.39
37 Las referencias detalladas de estas partidas y sus movimientos pueden seguirse en Pedro Rújula, Rebeldía campesina y guerra civil en Aragón, 1821-1840, op. cit., pp. 164-168. 38 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 232, 21 de agosto de 1822. Es la primera referencia a Capapé en este diario. 39 De la presencia de este jefe da constancia Manuel Ardit, Revolución liberal y revuelta campesina. Un ensayo sobre la desintegración del régimen feudal en el País Valenciano (1793-1840), Ariel, Barcelona, 1977, p. 291.
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3) También procedentes de Navarra fueron llegando a Aragón desde mediados del verano progresivos signos de actividad realista.40 Acciones sobre Urdués y, sobre todo, la violentísima y onerosa de Salaverri contra Sos traducían en hechos próximos esta agitación. Pero las acciones aumentaron de escala. El Trapense cruzó a mediados de agosto, procedente de Cataluña, toda la provincia de Huesca, entrando también en Sos y contactando con los realistas navarros. Reunidos los efectivos del Trapense con los de Quesada, Bessières y Dumas en un contingente de 3.000 hombres, se dirigieron a Cataluña, donde se acababa de constituir la regencia de Urgel. Salieron el 30 de agosto y atravesaron la superficie provincial oscense por Tiermas, Jaca, Bolea, donde recibieron un serio revés, y Benabarre, cruzaron el Cinca cerca de La Puebla de Castro y entraron en Graus hasta llegar, con algunos percances, a la Conca de Tremp, que era su objetivo. Una vez establecidos allí y considerablemente fortalecidos, desplegaron acciones sobre la zona aragonesa inmediata —Benabarre, Graus, Barbastro—, cosechando alguna sonada victoria sobre las tropas nacionales, como la de Tolva durante la segunda mitad del mes de septiembre. Pero los realistas navarros no permanecieron demasiado tiempo en la zona de Tremp. Cuando el 13 de octubre entraron de nuevo en Aragón por Baldellou las tropas del barón de Eroles y Quesada, ya se rumoreaba que tenían intención de regresar a sus lugares de origen. Por Fonz, Barbastro, Casbas, Arbaniés emprendieron el regreso, tuvieron que rodear Huesca, ocupada con anticipación por Zarco, y por Siétamo, Santa Eulalia, Bentué, Anzánigo, Bolea y Tiermas se adentraron en Navarra. Como un huracán de violencia inusitada y llevando a cabo exacciones muy considerables, las tropas de Quesada habían cruzado por dos veces la provincia de Huesca sin haber sido detenidas, pero sin que pusieran de manifiesto su voluntad de consolidarse en ningún punto del trayecto.
40 Vid. Ramón del Río Aldaz, Orígenes de la guerra carlista en Navarra, 1820-1824, op. cit., cap. 6.º: «Partidas y revuelta campesina», p. 165 y ss.
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3.4. Extensión del conflicto Las incursiones catalanas y navarras en la provincia de Huesca obligaron a las autoridades a concentrar sobre esta zona la mayor parte de las tropas disponibles, provocando un doble efecto. Por un lado, el aplazamiento de las operaciones contra Mequinenza, que era un punto muy importante de desestabilización en el sector este del reino. Por otro, el desguarnecimiento general de otros puntos de Aragón. De resultas, no tardó en apreciarse un incremento de la actividad en el Bajo Aragón. El Royo y Rambla, con 1.000 hombres, ocuparon Beceite el 15 de septiembre, enfrentándose a las tropas gubernamentales que mandaba Felipe Tolosana, cuya presión les forzó a buscar refugio en Mequinenza. De allí salió de nuevo Capapé con Montagut y otros 2.000 hombres para rodear Maella el 27 septiembre. Y volvió a entrar el 9 de octubre camino de Alcañiz, donde ocupó la ciudad haciéndose con el control completo, sin que la población hiciese nada por resistir la ocupación ni la guarnición el más mínimo gesto de abandonar el castillo de los calatravos, quedando los milicianos como única resistencia frente a los ataques realistas, que, en esa ocasión, habían ocupado con éxito la capital del Bajo Aragón. Sólo la abandonaron ante la llegada de las tropas al mando de Felipe Tolosana, que los alcanzaron entre La Fresneda y Beceite, donde se produjo un enfrentamiento. La agitación no era exclusiva del Bajo Aragón sino que se manifestaba por doquier. En el partido de Daroca una partida de 200 hombres actuaba entre Villar de los Navarros y Huesa, y desde Mequinenza se envió a Joaquín Navascués para provocar el levantamiento en la zona de Borja. En octubre el Trapense, con Bessières y Balonga, llegó a Barbastro amenazando con que tenía «en Balaguer 19.000 fusiles con sus fornituras y municiones correspondientes para levantar todo el Aragón en pleno».41 No lejos, Miralletas se enseñoreaba de Sariñena,42 de donde era natural, obligando al capitán general de Aragón, Felipe Montes, a actuar contra la población que había amparado la acción contra el ejército gubernamental. Por su parte, León se hallaba en Torrecilla del Rebollar y se reunió el 41 Fechado el 23 de octubre de 1822, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 310, 6 de noviembre de 1822. 42 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 311, 7 de noviembre de 1822.
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22 en la Hoz de la Vieja con el Royo, el Gitano, y Tena, que poco antes habían capturado al provincial de Mondoñedo en Montalbán. Constituían una fuerza de 1.400 hombres y 100 caballos, que se presentó casi a las puertas de Teruel, en Alfambra, alertando a la capital, que apareció rodeada el 25.43 La ciudad se defendió colectivamente con éxito del asalto de los realistas, que se retiraron hacia el interior de la provincia. Aunque realizaron algunas incursiones hacia La Almunia, Calatorao y Almonacid de la Sierra, emplearon Aliaga como centro de operaciones. Pero la permanencia en un lugar terminaba, tarde o temprano, con la llegada de alguna columna gubernamental, y en este caso fue la de Pedro Méndez de Vigo, que les persiguió hasta su refugio en Beceite. A esta altura del enfrentamiento los propios oficiales liberales habían detectado un cambio importante en la actitud de los sublevados aragoneses. Primero en Aliaga y después en Horta, las tropas de Capapé hicieron frente a las tropas regulares, en ambos casos con resultado desfavorable, pero dejando clara su creciente fortaleza y la conciencia que los realistas comenzaban a tener de ella. No era para menos, pues los hombres del Royo, Rambla, Bru y Pons, que tras el último enfrentamiento trataban de llegar a Mequinenza, llegaron a sumar los 2.000 individuos. A comienzos de noviembre llegó a Mequinenza una de las figuras importantes del realismo, Bessières, levantando el espíritu de la villa, aunque la Junta no permitió que fuera nombrado, como pretendía, gobernador de la plaza.44 A sus órdenes se emprendió un nuevo ataque a Caspe a comienzos de diciembre, asaltando la cárcel y asediando la casa fuerte. Cuando la situación era más comprometida para los defensores, el día 5, llegó el barón de Carondelet con sus tropas y forzó el levantamiento del sitio. También desde Mequinenza hacia el norte se generaba actividad. En el partido de Sariñena se realizaban operaciones de abastecimiento y Fraga fue ocupada el 23 de diciembre, lo que obligó al gobierno a establecer una guarnición permanente de 500 hombres que asegurara las comunicaciones con Cataluña. La otra zona conflictiva desde los inicios, Calatayud, continuó mostrando signos de actividad absolutista. La partida de Adán Trujillo, integrada por 30 hombres, se componía de 43 Causaron 6 muertos entre los defensores. 44 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 327, 23 de noviembre de 1822.
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un jefe que había sido alcalde en época absolutista y un cuerpo bien nutrido de miembros del clero y del ejército. Su derrota en Malón no acabó con ella, y el 25 de noviembre entraba al tiempo que anochecía en Calatayud junto a los hombres de Gitano, León, Aguirre y Pulsador, que llegaban a sumar 700 infantes y 80 caballos. Tres días estuvo la capital de la provincia —Calatayud fue la cuarta provincia aragonesa durante el Trienio— en poder de Trujillo, mientras la guarnición sólo podía permanecer acuartelada en el fuerte de la Merced. Hasta el momento en que llegaron las tropas de Zaragoza, la ciudad estuvo a su merced y fue objeto de saqueo.45 La retirada de los realistas fue por Ateca, Morés, Villalengua y Calamocha, perseguidos por el brigadier Torres, que provocó su fragmentación en varias gavillas, la más importante de las cuales permaneció bajo el control de Trujillo y Gitano. En diciembre se dirigieron a los pinares de Morella por Montalbán y Aliaga,46 con Torres aún tras ellos.
3.5. La Capitanía General de Aragón en estado de guerra La oleada insurreccional del verano de 1822 tuvo como consecuencia en Aragón la extensión del conflicto y el agravamiento del choque entre fuerzas revolucionarias y reaccionarias. Las dimensiones del enfrentamiento hicieron imposible continuar con una política que apenas destinaba otros medios que los ordinarios a detener los avances del realismo. Se hacía cada vez más preciso un análisis del problema y una orientación concreta de las soluciones. Las autoridades identificaban uno de los puntos nucleares del conflicto en la actitud de los pueblos frente a las partidas, que muchas veces no sólo era de indiferencia sino de colaboración, como había sucedido en Fuentes,47 Sariñena,48 Fraga o Sástago.49 Los ayuntamientos eran señala45 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 338, 5 de diciembre de 1822. 46 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 343, 9 de diciembre de 1822. No deja de ser curioso que, cuando abandonan la región de la que uno de los jefes, Adán Trujillo, es natural, los informes comienzan a nombrar la partida por aquel otro que procede del contexto en el que se internan en ese momento. 47 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 263, 20 de septiembre de 1822. 48 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 311, 7 de noviembre de 1822. 49 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 268, 25 de septiembre de 1822.
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dos por su negligencia en capitanear la resistencia frente a pequeños grupos de hombres y multados por no transmitir con diligencia las órdenes del gobierno, e incluso por hacer caso omiso de ellas. No quedaban al margen del reparto de responsabilidades los clérigos, a quienes se acusaba de incitar a la rebelión, y también los particulares parecía que manifestaban proximidad a los insurrectos. Todo ello lleva a pensar que en los pueblos no siempre se consideraba que los ajenos fueran los realistas y a comprender las dificultades que las fuerzas del gobierno tenían para ser identificadas como defensoras de los intereses de la población, máxime cuando son frecuentes las manifestaciones por parte de los ayuntamientos señalando el estado de abandono por parte del gobierno en el que se encontraban. La prensa se encarga de denunciar este apoyo del realismo en la población: «[…] según noticias públicas en el día 21 se presentó en Sástago en el centro del día un bandolero a caballo, y llamando al alcalde le pidió 300 raciones. ¡Qué es esto! ¡En una población de 350 vecinos tiene la osadía un solo bandido de presentarse a pedir 300 raciones! ¡No prueba esto lo satisfecho que estaría del espíritu del pueblo! ¡Qué vergüenza!».50 En las propias Cortes, refiriéndose a Aragón, se afirmaba que existía una «especie de gusto o satisfacción en tomar las armas con los facciosos; porque, no nos alucinemos, es más que escandalosísima la deserción de los vecinos de sus casas».51 Parece bastante dudoso que se tratase tan sólo de apoyar a los realistas por «gusto o satisfacción», sobre esto habrá que seguir profundizando, pero lo que se desprende directamente del testimonio es que la afluencia que se producía desde Aragón hacia estas filas convertía este fenómeno en un hecho reseñable. La conciencia de que no era suficiente con los medios ordinarios para concluir con la insurrección tuvo como consecuencia el decreto de estado de guerra en la Capitanía General de Aragón el 20 de noviembre de 1822. Las disposiciones puestas en marcha a partir de ahí, fueron dirigidas a los puntos centrales donde se había localizado el apoyo a la insurrección: los ayuntamientos, los eclesiásticos y los particulares.52 Y, combinado con la declaración del estado de guerra, se pasó a la ofensiva mili50 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 268, 25 de septiembre de 1822. 51 Reproducido en Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 301, 28 de octubre de 1822. 52 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 326, 22 de noviembre de 1822.
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tar, dirigiendo un golpe contra el enclave que daba la estabilidad y garantizaba el apoyo a los realistas de Aragón y buena parte de Cataluña: Mequinenza, cuyo valor estratégico se multiplicó a partir de mediados de noviembre cuando las tropas del gobierno ocuparon la Seo de Urgel.
3.6. Los límites de la insurrección Las medidas adoptadas a finales de 1822 no cosecharon resultados radicales ni inmediatos. A pesar del estado de guerra, Bessières pudo llegar a las puertas de Zaragoza53 y el Royo a las de Teruel, en Huesca entró Santos Ladrón,54 y Calatayud y La Almunia también fueron ocupadas por los realistas. No quiere decir esto que se produjeran importantes avances de la insurrección. Todo lo contrario: al mismo tiempo se puso de manifiesto la incapacidad de la contrarrevolución para conseguir un levantamiento general contra el gobierno, limitándose sus triunfos a golpes de mano en lugares escasamente guarnecidos. Además, Mequinenza había sido sometida a cerco, medida que, aunque necesaria, no había podido ser puesta en marcha hasta ese momento. Todo ello provocó en las filas insurrectas un proceso acusado de disgusto, ya que no sólo su posición no evolucionaba sino que se deterioraba por momentos y, lo que resultaba más importante, no se apreciaba un objetivo parcial que aglutinase las fuerzas, ni mucho menos un final a corto plazo. Ello provocó cierto desánimo, que no tardó en ser recogido por la prensa liberal: «El descontento entre la canalla es general, su delicadeza (si la conocen) se resiente de que les llamen afrancesados y esclavos de un gabacho. El ingrato Bessières y el cruel Ullman, no están muy contentos viendo próximo el momento de su ruina, y los incautos que arrastran maldicen su suerte […]».55 Este mantenimiento sin rumbo de la tensión caracteriza los primeros meses de 1823. La gran partida del Royo y Bessières —de 5.000
53 Vid. artículo de comentario, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 29, 29 de enero de 1823. 54 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 17, 17 de enero de 1823, carta al Sr. redactor. 55 Parte del jefe político de la provincia de Calatayud del 16 de enero de 1823, Diario Constitucional de Zaragoza.
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hombres y 300 lanceros llegó a afirmarse que se componía— que atacó Calatayud sin conseguir rendir el fuerte se escindió en dos mitades, dirigiéndose una con los principales jefes a Castilla, mientras una porción se adentraba en la provincia de Teruel. Este segundo contingente fue alcanzado en Bañón y de la derrota estalló en pequeñas partidas que dieron oportunidad a que algunos pueblos manifestaran signos de resistencia. Camarillas, Galve o Ababuj combatieron con éxito las gavillas realistas y León y sus 300 hombres fueron expulsados de Daroca por una fuerza que incorporaba voluntarios de Calatayud.56 La misma dispersión y descoordinación de fuerzas favoreció la persecución de las partidas por el ejército en el Bajo Aragón, haciendo muy numerosos prisioneros en Ráfales y en Sástago. Pese a ello, la influencia que tenía el núcleo insurreccional navarro sobre el área más próxima de Aragón seguía dejándose notar. Más de 1.000 hombres a las órdenes de Juanito se adentraron a mediados de enero en las Cinco Villas, preludio de la incursión realizada el mes siguiente por Santos Ladrón en Huesca que culminó con la toma de la capital y la ocupación de la ciudad durante cinco días.57 Otro golpe de mano de importancia para los realistas se produjo en Huesa del Común, donde se emboscaron los hombres de León y cayeron sobre la columna volante de Manuel Oñate, ocasionándole una derrota completa con gran pérdida entre muertos y prisioneros. En ambos casos —Huesca y Huesa del Común— se dio la pasividad y complicidad de la población, que permitió el libre desenvolvimiento de las tropas realistas, pero también en las dos ocasiones las posiciones no fueron mantenidas y la llegada de tropas gubernamentales obligó a abandonar el lugar renunciando al enfrentamiento con el ejército. Al mismo tiempo, hacia mediados de febrero sonaban los ecos de enfrentamientos con partidas realistas en el centro y sur de la provincia de Teruel, con una de 500 hombres en Fortanete y con la de Chambó en Manzanera, donde una semana más tarde tuvieron también un enfrentamiento Pendencias, Artillero y el barón de la Llosa. Y regresa-
56 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 49, 18 de febrero de 1823. 57 Diario Constitucional de Zaragoza, núms. 55 y 64, de los días 24 de febrero y 5 de marzo de 1823.
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ban de Castilla con 200 hombres y 150 caballos Capapé y Bessières en medio de rumores de que estaban negociando el indulto junto a la amnistía de sus hombres con el jefe político de Calatayud. Derrotados y mermados de fuerzas, habían regresado a Aragón. Los rumores de negociación no hacen más que incidir en su difícil situación, pero no avanzó en este sentido por falta de confianza y, muy probablemente, porque en ese momento era ya pública la voluntad de Luis XVIII de acometer la intervención en España.58 De este modo, optaron por dirigirse sobre Teruel sin conseguir vencer su resistencia y terminaron adentrándose hacia la sierra de Gúdar. Se perfilaba ya la invasión francesa y la insurrección realista se había manifestado como una enfermedad crónica en buena parte de Aragón. Crónica pero no mortal, de manera que se alargaba en el tiempo, ocasionaba trastornos pero no llevaba camino de provocar el colapso. Todo lo contrario: conociendo la gravedad limitada de la dolencia, se había convertido para el paciente en una molestia constante pero aceptada, y ello había ido en detrimento incluso de la atención que le prestaba. En definitiva, la insurrección realista se encontraba muy presionada, limitada en sus objetivos y sin una orientación clara hacia dónde dirigir sus acciones después de haber fracasado el movimiento de insurrección general lanzado durante el verano anterior. En este momento es cuando la invasión extranjera vino a clarificar todos sus problemas: la función a desempeñar sería desde entonces la de avanzadilla de las tropas francesas. En Aragón la conciencia de que la invasión francesa era una realidad inminente se adquirió de forma lenta y tardía. Ante la profusión de rumores, entremezclados de algunas noticias amenazadoras, la reacción de las autoridades se dirigió a desautorizarlas como parte de estrategias de intimidación de la Santa Alianza contra el gobierno constitucional español. Ésa era la percepción de la amenaza que tenía el Ayuntamiento de Zaragoza,59 y también otros puntos calientes de la insurrección, como Alcañiz y Calatayud, compartían esta actitud. En sus argumentos desgranaban
58 El discurso de apertura de la legislatura del parlamento francés incluía esta manifestación. Marqués de Villa-Urrutia, Fernando VII, rey absoluto, Francisco Beltrán, Madrid, 1931, p. 25. 59 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 31, 31 de enero de 1823.
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visiones nacionales del futuro enfrentamiento, identificándolo con la guerra de la Independencia todavía cercana y prediciendo un resultado victorioso como en ella. Tal vez hubiera sido así, tal vez no, si los términos del enfrentamiento fueran nacionales, pero los liberales del Trienio se equivocaban al ignorar que el eje del enfrentamiento, en esta ocasión, era otro: la lucha entre revolución y reacción, un conflicto que, como la invasión francesa se encargaría de demostrar, no se dirimía ni siquiera dentro de las fronteras españolas sino que se resolvía en el marco de la Restauración europea surgido de la derrota de Napoleón en 1815.60 El flujo de noticias constantes sobre los movimientos de tropas al otro lado de la frontera fueron sedimentándose en la opinión aragonesa, que fue tomando conciencia de que la amenaza era real.61 Los preparativos de Angulema se dibujaban cada vez con mayor concreción en la prensa, el ruido iba subiendo de tono, con noticias entrecruzadas, no siempre ciertas pero que tuvieron el efecto de concienciar sobre las operaciones que se avecinaban. La reacción primera se situó en el desprecio del invasor, apelando al pasado y desenterrando recientes reliquias gloriosas. Sin embargo, los más conscientes reconocieron el riesgo que transportaban esas informaciones transitando por un breve período de incertidumbre hasta ser conscientes de la evidente amenaza que pesaba sobre sus cabezas: «Guerra: he aquí la voz que corre de boca en boca y que es objeto de todas las conversaciones», clamaban estas voces hacia mediados del mes de febrero.62 A partir del momento de la evidencia, todo se desenvolvió como en una pendiente, precipitadamente hasta el día de la invasión. Las autoridades adoptaron las primeras disposiciones encaminadas hacia la defensa del territorio. Centrando su atención más en los hombres que en los recursos, Felipe Montes dispuso una quinta que permitió a los realistas aplicarse en la labor de animar a la deserción y aumentó el descontento entre los afectados por la leva. En la misma línea de procurar recursos
60 G. de Bertier de Sauvigny, La Restauration, Flammarion, París, 1990, pp. 189-190. 61 Los preparativos estaban produciéndose desde comienzos de año al otro lado de la frontera. Rafael Sánchez Mantero, Los Cien Mil Hijos de San Luis y las relaciones francoespañolas, Universidad de Sevilla, Sevilla, 1981, pp. 37-38. 62 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 43, 12 de febrero de 1823.
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humanos para la defensa, fue dictado un decreto de amnistía con el objeto de desmovilizar en lo posible la actividad realista y, aplacando la agitación interior, concentrar todos los efectivos en la defensa contra la invasión. Pero estas medidas muy pronto se manifestaron tardías, ya que la lucha no estaba planteada en términos nacionales; el tiempo corría a favor de la contrarrevolución y los realistas carecían de interés en avenirse a la desmovilización precisamente en el momento en que el régimen constitucional se abocaba a una gran crisis. El 6 de abril de 1823 el Ayuntamiento de Zaragoza ya contemplaba seriamente la posibilidad de entregar la ciudad a los franceses. La oposición que pudo haber surgido a esta renuncia no tuvo trascendencia63 y nunca llegó a contemplarse el recurso al apoyo popular, al armamento de toda la sociedad para enfrentarse a las tropas francesas. Todo lo contrario, en lugar de plantear la defensa se constituyó una junta de notables que se ocupó de mantener el orden en la capital hasta el momento de entregar el poder a los ocupantes. El día 24 de abril, mientras la tropa, las autoridades y la milicia abandonaban la ciudad a las fuerzas de Angulema, las calles de Zaragoza se poblaban de gentes con escarapelas encarnadas prendidas del sombrero y se oían de cuando en cuando gritos de Viva la Religión y Viva el Rey.64 Ya se iniciaba la época que el conde de España profetizaba el 12 en su manifiesto A los Aragoneses, cuando, afirmaba, «veremos florecer la Religión y las leyes y, cumplido este deber de todo leal Español, volveremos a nuestros hogares concluida esta Santa Cruzada, con la bendición de Dios, con el aprecio de los buenos y con la benevolencia de nuestro amado Soberano».65
63 Bando a los Milicianos, de 12 de abril de 1823, firmado por Gregorio Ligero, A.M.Z., Serie Facticia [en adelante, S.F.], 42/2. 64 Faustino Casamayor, Años políticos e históricos de las cosas particulares sucedidas en la Ciudad de Zaragoza (1823), citado por Ana Isabel Bernal, Los diputados aragoneses durante el Trienio Constitucional, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1990, pp. 48-49. 65 Pamplona, 12 de abril, de 1823
4. EL NEXO CONTRARREVOLUCIONARIO Una de las características más destacadas del proceso revolucionario español fue su larga duración en el tiempo. Casi treinta años se extienden entre las primeras sesiones de Cortes en el Cádiz amenazado por los franceses y el final de la guerra carlista propiciado por un gobierno constitucional. Y ésta es tan sólo una de sus concepciones más limitadas. Durante todo este tiempo se sucedieron interludios contrarrevolucionarios en los que la persecución de los liberales se convirtió en prioridad del Estado absoluto. El desmantelamiento de cualquier proyecto que de un modo u otro tuviera relación con la Constitución o con sus responsables trazó una corriente reaccionaria que trajo aparejados profundos retrocesos en el proyecto global establecido por la revolución en 1812. Además, la eliminación física de la oposición por parte del absolutismo aportó radicalidad al enfrentamiento, y la implicación de importantes sectores sociales en el conflicto —Iglesia, nobleza, burguesía—, bien como agentes o como víctimas, le dio la imagen cierta de que se trataba de un proceso decisivo. Y, ligado inextricablemente a este fenómeno revolucionario dilatado en el tiempo, tiene lugar la pervivencia de la contrarrevolución, tanto en el poder, llevando a cabo una política reaccionaria apoyada en la práctica de la represión, como en contra de éste, por medio de la insurrección y de la lucha armada. Durante este período, la contrarrevolución manifestó una gran versatilidad para obtener sus apoyos en medios sociales muy distintos. De hecho, la contrarrevolución está inmersa en una dinámica que no controlan ni sus propios protagonistas, merced a la intervención de distintos componentes sociales que interpretan de forma diferente su participación. Ésta es una de las características propias del período conoci-
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do como década absolutista. ¿Cómo es posible que surja una corriente contrarrevolucionaria en el seno de un régimen reaccionario como el de Fernando VII? Lo cierto es que, precisamente por esto, la década absolutista cumple una función de nexo entre dos momentos de insurrección armada contrarrevolucionaria. ¿Qué mecanismos sociales, políticos, económicos o culturales explican el mantenimiento en el tiempo del recurso al levantamiento armado? Y, de un modo más concreto, atendiendo a la realidad social del problema, ¿cómo es posible la movilización del campesinado en 1833 en una empresa contrarrevolucionaria sobre los mismos presupuestos de diez años antes pero contra el régimen que habían contribuido a establecer? Todas estas cuestiones ponen de manifiesto la importancia de esta década absolutista como un nexo de unión entre dos períodos decisivos en el establecimiento de un sistema político liberal y un orden económico capitalista en España, pero al mismo tiempo muestran la necesidad de conocer los procesos que en ella tuvieron lugar como preparación de realidades posteriores. Indudablemente, la revolución y la contrarrevolución en la década de los treinta fueron herederas directas de los desarrollos alcanzados durante el Trienio; pero ¿cómo se estableció esta conexión?, ¿cuáles fueron los mecanismos que permitieron su pervivencia en el tiempo y el mantenimiento de su influencia?
4.1. Los planteamientos básicos del régimen absolutista Aunque la extensión de este trabajo no permite un estudio detallado del desarrollo institucional y político durante toda la década absolutista, es posible, mediante la observación de las circunstancias que rodearon la primera etapa de la restauración absolutista, aproximarse al contexto en el que se fraguó el régimen. Desde el establecimiento de la Junta Provisional de Gobierno en abril de 1823 hasta 1825 puede considerarse que las bases del régimen quedaron establecidas. La simple observación de un cuadro donde se representara la renovación de los ministros mostraría de modo elocuente la importancia de esta fase inicial. Las sustituciones se repiten, a excepción de Marina, en todos los ministerios, en algunos varias veces en un solo año, con una permanencia mínima de los titulares un sus cargos. Sin embargo, en 1825 esta situación cambia por completo, iniciando una nueva tendencia hacia la estabilidad en los miembros
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del gobierno, de modo que los ministros se mantendrán a partir de esa fecha una media superior a los cinco años en el cargo. De ahí que todos los cambios de gobierno iniciales, las marchas y contramarchas de sus políticas, los proyectos y sus contradicciones iniciales, que terminarán por alumbrar cierta estabilidad institucional, contengan en buena medida las claves del régimen político que entonces se inauguraba. El régimen que se fue configurando tras los pasos de los Cien Mil Hijos de San Luis tenía un carácter profundamente contrarrevolucionario. Contrarrevolucionario por el contexto en el que estaba surgiendo, el aplastamiento por medio de una fuerza armada extranjera a las órdenes de la Santa Alianza del régimen constitucional nacido de una revolución como la de 1820. Y contrarrevolucionario por voluntad expresa de sus gestores españoles, quienes, a pesar de las reiteradas llamadas a la moderación lanzadas por los propios aliados franceses,1 imprimieron a la victoria un componente de revancha.2 La restauración de Fernando VII como monarca absoluto se desarrolló en medio de este contexto, dirigida primero por una Junta Provisional de Gobierno de España e Indias, después por la Regencia establecida en mayo, que presidía el duque del Infantado, y finalmente por el propio rey. La trayectoria seguida fue coincidente y puede ser descrita a partir de dos elementos fundamentales: la anulación de toda la obra realizada al abrigo de la Constitución, volviendo a la situación anterior a marzo de 1820, y la represión de los individuos que habían colaborado con los liberales. Todo un programa dirigido casi exclusivamente al mantenimiento del privilegio, a la preservación del statu quo de las fuerzas dominantes bajo el régimen absoluto, considerando necesario para ello erradicar el riesgo de un nuevo proceso revolucionario debilitando cuanto fuera posible sus bases y su organización.
1 Véase Miguel Artola, La España de Fernando VII, Espasa-Calpe, Madrid, 1968, p. 845; también, la anotación final de José María Blanco White a la voz «Spain», redactada en 1824 para la Enciclopedia Británica, donde habla de la «moderación con la que […] el príncipe d’Angouleme se ha comportado en España»: España, Alfar, Sevilla, p. 144. 2 A este respecto son bastante ilustrativas algunas escenas reflejadas por Claudio Tillier en su libro de viajes por la España de la regencia en 1823. Los momentos en los que trata sobre la represión contra los liberales españoles fueron recogidos por José García Mercadal en Viajes por España, Alianza Editorial, Madrid, 1962, pp. 308-311 y 326-327.
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En el camino hacia el restablecimiento de la situación anterior al Trienio Liberal fueron recorridos prioritariamente, y de forma inversa, los pasos dados por los liberales hacia el desmantelamiento definitivo de los restos de la economía feudal todavía en pie. Muy pronto, los diezmos y primicias fueron repuestos, y la contribución volvió a pagarse de forma directa como hasta 1820. También los señoríos regresaron a su estado en esta fecha mediante una real cédula que mandaba que «los señores Territoriales y Solariegos sean reintegrados en el goce de la percepción de todas las Rentas, prestaciones, emolumentos y derechos de los referidos Señoríos».3 Los bienes desamortizados regresaron a la Iglesia, sin que a los compradores les fuera devuelto el importe pagado por ellos. También fue considerada preferente la restauración institucional. «Españoles: Vuestro Gobierno —había proclamado la Junta Provisional— declara que no reconoce, y que mira como si jamás hubiesen existido, todos los actos públicos y administrativos y todas las providencias del Gobierno erigido por la rebelión; restituye en consecuencia provisionalmente las cosas al estado legítimo que tenían antes del atentado del 7 de marzo de 1820».4 Intentó reconstruirse el entramado administrativo a partir de los funcionarios que no habían desempeñado cargos al servicio del régimen liberal. Se deshicieron todas las actuaciones emprendidas en los ramos de la Justicia y de la Hacienda. Los ayuntamientos y justicias del reino fueron restablecidos en los términos de 1820.5 En suma, la erradicación de la obra constitucional desde sus fundamentos, tal y como confirmaba el manifiesto del rey que declaraba «nulos y de ningún valor todos los actos del Gobierno Constitucional».6 Sólo una excepción notable: el Tribunal de la Inquisición ya nunca sería restaurado después de su disolución por los constitucionales.7
3 Esta y otras órdenes, con su ritmo de difusión, pueden encontrarse en Copiador de Oficios y ordenes recibidas. 1823-1824. A.H.M.A., Con., c. 19, y han sido comentadas en Pedro Rújula, Rebeldía campesina y primer carlismo, op. cit., p. 33. 4 Bayona, 6 de abril de 1823, Circulares de la Junta provisional de gobierno de España e Indias, Madrid, Imprenta Real, 1823. 5 Ibídem, 9 de abril de 1823. 6 Manifiesto del 1 de octubre de 1823, dado el mismo día de su puesta en libertad. 7 Francisco Martí Gilabert, La abolición de la Inquisición en España, EUNSA, Pamplona, 1975, p. 314.
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En el ámbito de la represión contra los partidarios del liberalismo el régimen absoluto llegó muy lejos. Conviene destacar tres aspectos fundamentales, la simple represión, la purificación y el control político. En el ámbito de la simple represión, dejando a un lado los estallidos de violencia popular,8 las iniciativas son muy numerosas.9 Medidas de todo tipo contribuyeron a crear un clima de persecución.10 Los cuerpos de Guardias Nacionales fueron desarmados, así como «cualquiera personas indiciadas de afectas al sistema revolucionario». En los ayuntamientos se reclamaron las listas de fugados y ausentes para inquirir sobre su causa y ningún «individuo que haya sido diputado a Cortes y demás empleados que hayan pertenecido a aquel» pudo encontrarse a menos de cinco leguas del monarca en el recorrido que hizo de Cádiz a Madrid.11 Se dictaron órdenes sobre los sueldos a cobrar por los militares que habían formado parte de las filas liberales —es decir, la inmensa mayoría— y una real cédula prohibió «las congregaciones de Franc-Masones, comuneros y otras sociedades secretas cualesquiera que sea su nominación y objeto». En el ámbito de la represión de las ideas fueron dictadas normas restrictivas sobre la introducción de libros extranjeros, suprimidas las obras de los «pretendidos regeneradores, como perjudiciales a la moral y a la juventud» y sus autores perseguidos, e incluso el documento que recogía oficialmente la memoria política del Trienio. En enero de 1824 una real cédula puso en funcionamiento la policía,12 a partir de la Supe-
8 Vid. Miguel Artola, La España de Fernando VII, op. cit., p. 846. 9 Pueden seguirse todas ellas en Pedro Rújula, Rebeldía campesina y primer carlismo, op. cit., pp. 34-35, y Mariano y José Luis Peset Reig, «Legislación contra liberales en los comienzos de la década absolutista (1823-1825)», Anuario de Historia del Derecho Español, 1967, pp. 437-485. 10 En Borja, fueron hechos prisioneros todos los liberales que no emigraron de la ciudad antes de la llegada de los realistas, ascendiendo a más de 200 el número de encarcelados. Rafael García, Datos cronológicos de Borja, Establecimiento Tipográfico del Hospicio, Zaragoza, 1902, pp. 236-238. 11 La medida fue sufrida por un número abultadísimo de personas, incluyendo algunas firmes partidarias del absolutismo. Fue el caso de José Palafox, cuya adhesión a Fernando VII es incuestionable, que pudo comprobar en toda su extensión la intransigencia que contenía esta medida y ha quedado reflejada en las cartas de su esposa Francisca Soler, que trataba de mediar en busca de una solución. A.M.Z., Palafox, 55-3. 12 José Ramón Urquijo, «Represión y disidencia durante la primera guerra carlista. La policía carlista», art. cit., p. 131.
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rintendencia de Vigilancia preexistente, y también comenzaron a funcionar las comisiones militares ejecutivas y permanentes. La purificación en todos los estratos de la vida pública española fue otro de los objetivos prioritarios en una restauración que se pretendía más extensa y sistemática que la de 1814.13 Empleados públicos que hasta el momento habían desempeñado honestamente sus cargos fueron inspeccionados: no se trataba de un procedimiento abierto contra delincuentes. Después de destituidas las autoridades políticas, fueron purificados los empleados públicos y los jueces de primera instancia. También los militares sufrieron la depuración emprendida por el nuevo régimen. Posteriormente, afectó a los miembros docentes de la universidad.14 Para ello funcionaron juntas de purificación, unos organismos creados expresamente para resolver sobre los expedientes. Las depuraciones fueron realizadas con celo y minuciosidad, alcanzando todos los rincones, como demuestra la acción de la Junta de Purificación de Empleados Civiles de Aragón.15 La simple transcripción de las matrices que tenían los impresos recibidos por los ayuntamientos para devolver cumplimentados ofrece una buena imagen de las categorías con las que desarrollaba la actividad represiva y cuáles eran los criterios aplicados. Entre los encabezamientos de la información requerida destacan: — Han seguido voluntariamente los ejércitos rebeldes. — Han sido reputados por exaltados y cometido insultos. — Han servido tal o tal empleo civil o político, y dictado providencias contra los defensores del Altar y el Trono. — Se hallan procesados por tal causa y se han fugado a Francia o permanecen en tal pueblo. — Han esparcido doctrinas contrarias a la sana moral, y principios de la legitimidad de los Tronos con sus escritos. 13 Mariano y José Luis Peset, «Legislación contra liberales en los comienzos de la década absolutista», art. cit., pp. 438-440. 14 Quedaban excluidos de sus cátedras aquellos titulares que habían pertenecido a la Milicia Nacional y suspendidos aquellos que hubiesen sido diputados a Cortes. Real cédula de 21 de julio de 1824. 15 En un oficio de ésta al Ayuntamiento de Zaragoza comunica que, teniendo sospecha de que algún empleado de los nombrados recientemente ha podido pertenecer a la Milicia Nacional, requiere el envío de «una lista autorizada de los que compusieron dichos dos Batallones de Milicianos Voluntarios en los años aciagos de la revolución, a fin de que sirva de gobierno en las resoluciones de esta Junta». A.M.Z., F.A., 36/10.
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— Han pertenecido a las llamadas sociedades patrióticas o clandestinas. — Se hallan presos por tal causa que sigue tal tribunal, y merecen tal concepto.16
La espiral represiva alcanzó tal dimensión en el caso de las purificaciones que terminó por engendrar un absurdo. En el medio rural, donde eran escasas las personas capacitadas para desempeñar las funciones administrativas, la depuración fue tan amplia que consiguió que hubiera lugares donde no quedara nadie en disponibilidad de ocupar los puestos vacantes. Para resolver esto, debieron extenderse certificaciones de que no había otra persona en disposición de hacerlo, tratando de evitar así un colapso en la ya de por sí deficiente red de administración local. Todas estas medidas represivas tenían como objeto último el control político del país. La permanencia de las tropas francesas en suelo español, la organización de la policía, la reestructuración de la oficialidad del ejército o la promulgación de abundante legislación contra los liberales trataban de alcanzar esta finalidad. Pero por encima de todo ello hubo un instrumento de nueva creación que se reveló como el más capaz para el control político: los cuerpos de voluntarios realistas, un organismo que, pese a ser de nueva creación, recogía ya todas las fórmulas de purificación que habían sido puestas en marcha para la depuración política del funcionariado. Estaban excluidos de sus filas los antiguos miembros de las milicias nacionales voluntarias y los que habían servido en cuerpos creados por la Constitución; cuando solicitaba su inscripción un funcionario público, era preciso que «la admisión o calificación sea sometida a una Junta de miembros del Ayuntamiento y el Cura Párroco».17 No hay nada de extraño en que tales normativas restrictivas fueran aplicadas para la admisión en los voluntarios realistas si tenemos en cuenta que habían surgido como instrumento contrarrevolucionario, y como tal debía ser reflejo de la realidad política que les había visto nacer.
16 «Estado que manifiesta los sujetos sospechosos y criminales de esta ciudad así por razones políticas, como morales […]». Impreso conservado en A.M.Z., S.F., 42/3-1. 17 Puede servir de referencia una real orden de 4 de junio de 1826 que recapitula anteriores disposiciones en este sentido. Impreso fechado en Madrid el 17 de julio. A.M.Z., F.A., 36/10-2.
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En medio de todo este contexto de represión a distintos niveles se produjeron dos hechos que recogen la naturaleza contradictoria de los componentes del régimen fernandino. El primero fue la publicación del real decreto de amnistía del 12 de mayo de 1824. Se trataba de un documento muy modesto en sus pretensiones que, dirigido «a todas las personas que desde principios del año 1820 hasta 1.º de octubre de 1823, hayan tenido parte en los excesos y desórdenes de la pasada revolución», contaba con tantas excepciones en el articulado posterior que apenas podía considerarse más que el cese de la persecución a los menos implicados políticamente en el Trienio Liberal. Muchos participantes en rebeliones militares, jueces y fiscales, diputados a Cortes, escritores, editores, etc., tuvieron que seguir ocultándose, permaneciendo en el exilio o exponerse a que el peso de la represión vigente cayera sobre ellos. Sin embargo, lo destacable de esta amnistía es que provocó las iras del sector ultraabsolutista, que no estaba dispuesto a aceptar una concesión de este tipo, aunque el impulso definitivo para su publicación estuviera en la presión de los «poderosos aliados»18 que vincularon a ella su permanencia en España. Fernando VII no podía permitirse prescindir de estas fuerzas ocupantes decisivas para el control militar del país y el decreto fue promulgado. Por eso, la ocasión sirvió para demostrar las actitudes de esta vertiente radical del realismo, su tendencia a la escisión del núcleo absolutista moderado y su presencia constante como censores de cualquier intento de distender la política contrarrevolucionaria del rey. El segundo hecho al que se hacía referencia es el desembarco liberal de Valdés en Tarifa, donde permaneció, en una pequeña franja de tierra ocupada, hasta el 18 de agosto de 1824. Esta acción provocó inmediatamente una actitud contraria por parte del régimen,19 que se materializó
18 Expresión utilizada en el real decreto de 22 de octubre de 1823. 19 Irene Castells afirma que las «primeras tentativas insurreccionales tuvieron el inmediato efecto de endurecer el gobierno de Fernando VII y prolongar el tratado de ocupación de las tropas francesas, primero, hasta final de año y, a partir de enero de 1825, hasta la primavera de 1828. Los Voluntarios Realistas salieron fortalecidos, se depuraron de la administración numerosos elementos sospechosos de liberalismo y se retiraron con sus destinos a párrocos acusados de pervertir los ánimos “con sus falsas doctrinas y mal ejemplo”». La utopía insurreccional del liberalismo. Torrijos y las conspiraciones liberales de la década ominosa, Crítica, Barcelona, 1989, p. 101.
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en una durísima ley penal.20 A sólo tres meses de la publicación del decreto de amnistía se difundió de nuevo la sensación, probablemente injustificada, de que el régimen estaba en peligro. La realidad venía en ayuda de los apostólicos, que no dudaron en aprovechar en lo que valía la situación. A los miembros moderados del gobierno no pudo por menos que asaltarles la duda de cuál era la posibilidad de una nueva toma del poder por los liberales. En cualquier caso, el desembarco liberal en Tarifa sirvió para que se hicieran circular nuevas medidas de policía para aplastar lo que presentaron como «otra revolución mucho más sangrienta y más atroz aún, que la pasada».21 Se pusieron en marcha medidas para recoger, una vez más, armas y municiones a todos los civiles, aunque, con unas significativas excepciones, «no se entienden con los Voluntarios Realistas, con los empleados públicos, ni con los nobles». El momento era de reacción exacerbada y permitía interpretaciones radicales y tendenciosas de la realidad. Llegan a permitirse incluso algunas apreciaciones sobre la permisividad de la política fernandina, enmendando la actitud del monarca por considerar aterciopelado su trato a los liberales: «Ya que las medidas lenitivas, que la inejemplar generosidad del Rey nuestro Señor plugo aplicar con olvido de los crímenes perpetrados contra su Sagrada persona, e imprescriptible Soberanía, no han producido los efectos de arrepentimiento, que la Real clemencia se propuso, preciso es que se apliquen cáusticos fuertes, que curen de raíz tamaños males».22 En definitiva, la restauración del régimen absoluto se realizó institucionalmente a través de unos gobiernos en los que el moderantismo tenía un peso importante, lo que no fue impedimento para llevar a cabo una praxis política profundamente represiva. La razón de ello no se oculta. Aparte de consideraciones de grado, tanto los absolutistas moderados 20 Véase Mariano y José Luis Peset, «Legislación contra liberales…», art. cit., pp. 476-477. 21 Bando de D. Gerónimo de Latorre de Trasierra, 11 de octubre de 1824. 22 D. Gerónimo de Latorre de Trasierra a los aragoneses, añadido al anterior, que procedía de Mariano Rufino González, superintendente general de Policía del Reino. A.M.Z., S.F., 42/3-1. Significativamente, en Aragón los recursos reunidos como consecuencia de esta media, armas y dinero, iban a ser destinados para armar y vestir a los voluntarios realistas. Toda una imagen de lo que representaban los voluntarios realistas: se nutrían de los productos de la represión antiliberal para, a su vez, abundar en la represión.
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como los ultrarrealistas tenían como norte de su actuación una política contrarrevolucionaria; las diferencias estaban en el modo concreto de llevarla a cabo. Pero éstas eran sólo disputas en el ático de la realidad española. Paralelamente, la sociedad digería los cambios, las actitudes, las disposiciones, las manifestaciones públicas, interpretaba todo lo que sucedía, y ello dio lugar a unas dinámicas propias poco controlables desde la cúspide, cuyas consecuencias eran muchas veces imprevistas. La evolución social, los distintos modos de interpretar la realidad, las alianzas de intereses, las correcciones de trayectoria que se produjeron a lo largo de la década absolutista serán claves para comprender la emersión del conglomerado guerra civil/revolución a partir de 1833.
4.2. Los voluntarios realistas La restauración de Fernando VII en todo su poder absoluto anterior a 1820 se llevó a cabo mediante dos líneas de actuación. La primera ha quedado esbozada ya: la represión de todo lo que tuviera resonancias de liberalismo, incidiendo en la persecución de quienes se hubieran identificado políticamente con él y en el restablecimiento del Estado en la forma anterior a 1820. De aquí emana el clima político general, el tono vital de la vida política, el marco y el ámbito en el que se va a desarrollar la practica del poder. Y la segunda línea de actuación es la formación de los voluntarios realistas, una construcción mucho más concreta al servicio de la contrarrevolución, pero menos controlable desde la cabeza del Estado. Curiosamente, cuando se atenúe la represión, e incluso se dé marcha atrás a esta trayectoria política —en 1832—, los voluntarios realistas serán incontrolables y seguirán impulsados por la inercia política hacia adelante, convirtiéndose en un elemento muy peligroso para los objetivos de la monarquía. Paradójicamente, están formados en los principios de la política reaccionaria y entrarán en contradicción con las mismas fuentes políticas que los habían constituido. De ello conviene tratar en detalle.
4.2.1. Los cuerpos de voluntarios realistas Dentro de la acción contrarrevolucionaria emprendida en 1823 por la Regencia y continuada a partir de octubre, por Fernando VII, los voluntarios realistas eran una pieza decisiva. En su origen, los cuerpos de
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voluntarios realistas fueron producto de la adaptación de la realidad a la necesidad. La realidad era la existencia de una fuerza armada surgida en el contexto de una guerra civil, creciente durante el avance continuado del ejército invasor francés, formada en la lucha contra el régimen constitucional y partidaria del rey. Y estas circunstancias se hallaban en perfecta sintonía con las necesidades del régimen recién establecido. Las bases sobre las que la Regencia y Fernando VII se hallan instalados en el poder resultaban, a todas luces, precarias, lo que hacía necesario asegurar el control territorial mediante una fuerza fiel extendida de forma homogénea. El ejército no servía para este objeto, pues era sospechoso de connivencia con el liberalismo, había combatido a la insurrección realista y debía sufrir aún su depuración. También había que emprender acciones de persecución, control y seguimiento de liberales llevadas a cabo por individuos con un marcado espíritu de partido y cuya intransigencia hacia todo lo que rodeara el gobierno constitucional, ideas o personas, estuviera garantizada. La forma de incrementar este apoyo al poder recién establecido era formar un cuerpo generosamente dotado, con estatutos privilegiados, destinado a controlar la contrarrevolución en cada núcleo de población. En este contexto, crear un cuerpo armado para respaldo de la corona, basado en la profusión de milicias realistas existentes con anterioridad, resultaba una solución favorable, siempre, claro está, que no surgieran reparos por el carácter profundamente reaccionario de la institución. Los cuerpos de voluntarios realistas aparecieron a comienzos de junio de 182323 en un intento de sujetar a normas homogéneas los diversos tipos de formaciones realistas que ya existían en muchos lugares, donde se hallaban administrando arbitrariamente el poder surgido de la invasión de Angulema. Se trataba de una milicia armada compuesta por civiles nacida para contrarrestar, en el ámbito local, el papel revolucionario cumplido hasta ese momento por la Milicia Nacional, e inspirada en ella.
23 El 10 de junio de 1823, por medio de una circular del Despacho de Guerra, se comunica a los ayuntamientos el «Reglamento interino que expidió la Junta provisional de Gobierno en Burgos a 14 de mayo de este año para la formación de cuerpos de Voluntarios Realistas», A.M.Z., F.A., 36/10-1.
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Su nacimiento estaba vinculado estrictamente al ámbito municipal, donde debía ser el soporte del absolutismo, desempeñando las labores propias de policía, y actuar como el brazo de esta política en la persecución de las personas, las ideas o las instituciones, que estuvieran vinculadas al sistema constitucional.24 Su objetivo principal consistía en servir de instrumento armado para que el poder político consiguiera extender la contrarrevolución a todos los municipios. Por ello, en el período de tiempo que va de 1823 a 1833, se consolidará como una institución nítidamente contrarrevolucionaria. Y por la duración en el tiempo, y sus repetidas muestras de actitudes ultrarrealistas, terminó por convertirse en el principal exponente del radicalismo absolutista en el ámbito local durante todo esta fase. Y esto no es un simple planteamiento hipotético, sino que puede ser corroborado con el acercamiento a los hechos. El ejemplo del Cuerpo de Voluntarios Realistas de Zaragoza servirá de hilo conductor. El caso presenta indudables ventajas por su entidad como núcleo urbano, que permite la aplicación de análisis estadísticos, la influencia que tiene por todo Aragón como ejemplo en la adopción de las órdenes e incluso por la nitidez con que va siendo aplicada toda la normativa. A éste se incorporarán sucesivamente nuevas perspectivas para proporcionar calado y riqueza, y ampliar la tipología empleada en la argumentación. Tanto las características estáticas —composición, reglamento, atribuciones, etc.— de los voluntarios realistas, como las dinámicas —iniciativas, poder en el que se apoyan, poderes que respaldan…— son varia-
24 La historiografía sobre voluntarios realistas no es muy abundante, pero pueden señalarse algunos trabajos: como Federico Suárez «Los Cuerpos de Voluntarios Realistas. Notas para su estudio», Anuario de Historia del Derecho Español, t. XXVI, Madrid, 1956, pp. 47-88; Sisinio Pérez Garzón, «Absolutismo y clases sociales. Los Voluntarios Realistas de Madrid (1823-1833)», Anales del Instituto de Estudios Madrileños, XV, 1978, pp. 1-16; dos artículos de Ramón del Río Aldaz, «La formación del cuerpo de voluntarios realistas en Navarra (1823-1828)», Museo Zumalakárregi. Estudios Históricos, n.° 2, 1992, pp. 209-237, y «Ultras y mercenarios: las fuerzas paramilitares en los años previos a la guerra carlista en Navarra (1828-1832)», Gerónimo de Uztáriz, n.º 8, 1993, pp. 557-572; y Daniel Rubio Ruiz, «Els cossos de Voluntaris Reialistes (Corregiment de Cervera): estructura social i conflicte», en Josep Maria Solé i Sabaté (dir.), El carlisme com a conflicte, Columna, Barcelona, pp. 57-70.
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bles en el tiempo, por lo que resulta más ilustrativo fragmentar su duración en distintas fases, en función de los elementos dominantes en cada caso. Así, podemos diferenciar tres etapas: 1) Fase de absolutismo militante, 1823-1824. 2) Fase de absolutismo interesado, 1825-1827. 3) Fase de absolutismo mercenario, 1828-1833.
4.2.1.1. Fase de absolutismo militante Las características que definen esta fase inicial, dentro de la evolución de los voluntarios realistas, son fundamentalmente cuatro: a) La afluencia de gentes de «orden» interesadas en consolidar el absolutismo, lo que determina una elevada extracción social en los primeros momentos. b) La ausencia de un modo de financiación continuado y estable. c) Actividad fuertemente politizada, dada la carencia de incentivos económicos importantes. El Ayuntamiento asume parte de esta responsabilidad política, puesto que en la organización no existe otro tipo de competencias. d) Los voluntarios realistas se convierten en el referente social más importante para demostrar el apoyo al absolutismo. La pertenencia a los voluntarios resulta un signo externo de adhesión al régimen, lo que permite comprender la rapidez con la que fueron engrosándose sus filas. La labor de constituir el Cuerpo de Voluntarios Realistas de Zaragoza se inicia el 10 de junio de 1823, empleando como referencia el reglamento dispuesto por la Junta Provisional de Gobierno en Burgos. Serían admitidos los vecinos entre 20 y 50 años caracterizados por su «buena conducta, honradez conocida, amor a nuestro SOBERANO y adhesión decidida a la justa causa de restablecerle en su trono, y abolir enteramente el llamado sistema constitucional, que tantos males ha causado a toda la nación y a sus individuos».25 La organización dependía del Ayunta25 «El Corregidor, Regidores, Diputados y Síndico de la M. N. L. y H. ciudad de Zaragoza», Zaragoza, 17 de junio de 1823; y Diario de Madrid, n.° 170, 22 de junio de 1823. A.M.Z., F.A., 36/10-1.
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miento pero la autoridad última recae en el capitán general. Una comisión de voluntarios examinaría las solicitudes de ingreso antes de ser aceptados. Momentáneamente no se dispuso que fueran uniformados, tan sólo emplearían «la escarapela militar como distintivo de su destino, sin necesidad de uniforme ni de otra insignia». El artículo más importante de todos ellos es el que recoge las obligaciones que se asignan al cuerpo, porque en él se define su objetivo. Los alistados deberán «tomar órdenes o hacer servicio dentro de la población, sus términos y barrios; mantener el orden y policía interior, patrullando de día y noche según lo exijan las circunstancias, y en los días de funciones y regocijos públicos que se dispongan por el Ayuntamiento: dar cuerpos de guardia para las Casas consistoriales, Teatro y demás sitios en que se ejecuten las funciones, o sea precisa su asistencia, como también en los incendios, quimeras y otros acontecimientos que puedan producir algún desorden popular, y presentarse todos al toque de generala». Los términos de este articulado no son más concretos porque se trata de las primeras disposiciones destinadas a obtener la homogeneidad entre las fuerzas contrarrevolucionarias existentes en el ámbito municipal o, como se explica en una circular posterior del Ministerio de Guerra, «constituir de un modo uniforme las tropas del ejército Real».26 El 14 de abril el Ayuntamiento de Zaragoza tomó el acuerdo de organizar los cuerpos de voluntarios realistas, y el 23 se forma la comisión destinada a «reconocer los memoriales de los Cuerpos Realistas».27 Unos días después fue depurado uno de sus miembros por haber pertenecido a la Milicia Nacional voluntaria.28 El alistamiento se produce de manera veloz. El 30 de junio la comisión trata sobre una lista de 101 individuos, el 7 de julio sobre otra de 96 y a fines de mes son ya 362 los alistados. Cuando termina agosto y se nombra la plana mayor del Primer Batallón ya alcanzan la cifra de 790 y en octubre la cantidad se aproxima
26 Palacio, 5 de julio de 1823, firmada por Sanjuán. A.M.Z., F.A., 36/10-1. 27 D. Luis Roda, D. Joaquín Fernández Marcellán [al margen: miliciano voluntario], D. Antonio Garu, D. Mariano Campos, D. Francisco Aguilar y Tayo, D. José Sas y Plana, D. José Lizuain y D. Tomás Soriano. A.M.Z., F.A., 36/10-1. 28 Se trata de Joaquín Fernández Marcellán, sustituido por Atilano Sanz, A.M.Z., F.A., 36/10-1.
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a los 1.000 voluntarios.29 En el resto de Aragón ya se han circulado las órdenes correspondientes para que se proceda a la formación de estos cuerpos desde mediados de julio.30 En la práctica, Zaragoza emplea el reglamento aprobado por el Ministerio del Interior para Toledo,31 que contiene un articulado detallado y era una referencia válida durante esta fase de desconcierto inicial. Las líneas generales se ajustan a la orden del 10 de junio; sin embargo, hay algunos elementos nuevos que conviene destacar: el marcado carácter contrarrevolucionario y el trato de favor recibido por los voluntarios realistas. Según el artículo 18, se exigirá a todos los miembros el «juramento de ser fieles a Dios y al Rey, y de contribuir en cuanto esté de su parte a la total abolición del sistema llamado constitucional». Aparecen especificados con detenimiento los supuestos de que un realista cometiera faltas o delitos en actos de servicio, pero, finalmente —artículo 29—, se concluye que «a proporción del delito en que se incurra será aplicada la pena según lo requieran los casos y circunstancias, y siempre con moderación, atendiendo a que esta milicia se compone de voluntarios Realistas y de la clase honrada del estado». Se modifica, además, lo referente al uniforme, que ya no se prohíbe, pues, «atendiendo al mayor realce y lucimiento que adquiriría este cuerpo llegando a estar uniformado, podrán usarle los que voluntariamente quieran hacérsele». En la bandera aparece el lema «En defensa del Altar y del Trono». La situación general es todavía confusa en ese momento. El gobierno liberal, acosado hacia el sur, aún no ha capitulado y fuerzas dispares controlan el territorio que gobierna la Regencia. En Aragón sigue en armas Joaquín Capapé, ahora con el grado de mariscal de campo, con una tropa selecta de caballería,32 fiel exponente de la transformación de
29 A.M.Z., F.A., 36/10-1. 30 La real orden para la formación de los voluntarios realistas de Alcañiz llega el 14 de julio. A.M.A., Con., c. 19. 31 Reglamento provisional para la Milicia de Voluntarios Realistas de esta ciudad de Toledo, formado por el Ilmo. Ayuntamiento de ella, con presencia de la Real orden de la Regencia del Reino, su fecha 10 de junio último, Imprenta de Tomás Aguiano, Toledo, 1823. 32 El Ayuntamiento de Zaragoza publica un bando a los Zaragozanos el 6 de septiembre de 1823, A.M.Z., S.F., 42/2, para obtener la fornitura de 190 caballos.
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las partidas absolutistas en uno de los apoyos básicos de la invasión francesa.33 En ese momento, los liberales tienen todavía en su poder al rey, y comienza a difundirse la posibilidad de negociar una rendición a cambio de algunas concesiones en la fórmula de gobierno que se establezca posteriormente. Los franceses apoyan esta fórmula, inquietos por el cariz represivo que van tomando las acciones de los realistas en el territorio bajo su control. Es ésta una buena oportunidad de conocer cuál era el espíritu, político e ideológico, que inspiraba la fase de formación de los voluntarios realistas en Zaragoza. Veamos cómo se interpreta la situación a través de una representación que elevan a la Regencia34 el 9 de septiembre de 1823. Cuando más previsible era la aniquilación de las fuerzas liberales refugiadas en Cádiz —según sus términos, «el partido de la rebelión y de la impiedad»—, «empezaron a divulgarse voces de una amnistía que autorizaba la impunidad de los crímenes más atroces, y de una transacción que iba a demudar la forma de la Monarquía Española, y el carácter de sus leyes antiguas»; y tal posibilidad es lo que movió a los realistas de Zaragoza a elevar esta representación «contra unos proyectos tan contrarios a la felicidad de la nación Española». Se plantea un ejercicio de imaginación haciendo un recorrido por «toda la Historia de España para ver si comparando el estado antiguo con las circunstancias presentes, se les ofrece alguna razón de justicia, o de conveniencia pública que autorice alguna forma de gobierno constitucional, o representativo, y todo les confirma en la idea de la necesidad del gobierno absoluto». Este ejercicio histórico, puramente retórico y sin ánimo crítico alguno, llevaba irremisiblemente a confirmar la intención que lo había originado: «el mejor gobierno […] es aquel al cual está acostumbrado el pueblo, aquel que se ha constituido por la experiencia, que ha nacido de las necesidades, y que es adecuado al genio de la dinastía
33 Así lo ha interpretado Jaume Torras en Liberalismo y rebeldía campesina, 18201823, op. cit., p. 141. 34 «Representación de los Voluntarios Realistas de la heroica Ciudad de Zaragoza a S.A.S. la Regencia del Reino, durante la cautividad de Nuestro católico Monarca el S. D. Fernando VII, que Dios guarde», Zaragoza, 9 de septiembre de 1823. A.M.Z., F.A., 36/10-1.
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reinante, y al carácter de la Nación. En tales circunstancias, SERENÍSIMO SEÑOR, sería un desvarío político, y un verdadero crimen contra la salud de la patria el adoptar transacciones que variasen la forma de nuestro gobierno antiguo». Después de haberse pronunciado en contra de cualquier transacción con los liberales, y de haber defendido la pervivencia intacta del orden absoluto —Tribunal de la Santa Inquisición incluido—, los autores concluían manifestando los motivos que animaban su realismo: Lo exponen «[…] hemos tomado las armas para defender la Soberanía del Rey, y que no las dejaremos hasta conseguir su libertad, y volverle el poder absoluto que han ejercido sus predecesores. En 1808 tomamos estas mismas armas para defenderle de la tiranía de Napoleón; y no las dejamos hasta conseguir su rescate. En 1823 las hemos vuelto a tomar contra los anarquistas, y el carácter aragonés no cederá hasta ver su exterminio; y primero permitiremos que todo se desplome, y quedar sepultados bajo las ruinas del edificio de nuestra antigua patria, que tolerar introducción de las Cámaras, ni ningún otro gobierno representativo, ni aprobar transacciones con unos rebeldes, a quienes no deben quedar más partidos que elegir, que el de la muerte, o el del arrepentimiento». Éste era el ambiente político en el que surgieron los cuerpos de voluntarios realistas, fijando su carácter y sus principios, y en medio del cual se produjo la avalancha inicial de inscripciones con la doble intención de prestar apoyo a una política absolutista y de despejar todas las dudas sobre la actitud frente al régimen de los inscritos. Sobre esta base puede afirmarse que el año siguiente, 1824, va a ser el año del asentamiento de los voluntarios realistas. Dos elementos permiten realizar esta afirmación. Grimarest, capitán general de Aragón reclama a los zaragozanos un donativo voluntario para cubrir las necesidades de los voluntarios realistas.35 Esto muestra que es consciente de la importancia que tiene el soporte económico para impulsar una milicia que «ha de ser un firme apoyo de la Religión, del Trono de S[u] M[ajestad], de sus Autoridades y de la tranquilidad pública». El apoyo económico a este cuerpo
35 Bando a los Zaragozanos, 9 de febrero de 1824, impreso, A.M.Z., S.F., 42/3-2.
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como base de la política reaccionaria va a ser una de las constantes que se desarrollará progresivamente a partir de este momento. El segundo elemento a destacar es la publicación del Reglamento para los cuerpos de Voluntarios Realistas, fechado en febrero de 1824, un documento extenso, pormenorizado y con voluntad de establecer de forma definitiva la planta de esta milicia. Resultará esclarecedor sobre su naturaleza estudiar, brevemente, este documento.
4.2.1.2. El Reglamento para los cuerpos de Voluntarios Realistas de 1824 El texto se compone de dos partes principales: unos documentos introductorios y el articulado propiamente dicho. Los documentos iniciales están firmados por el ministro de la Guerra y por el rey respectivamente, ambos dominados por una explícita voluntad contrarrevolucionaria fácilmente constatable por la terminología empleada. Expresiones como «vencida la revolución», «pasiones revolucionarias», «instituciones revolucionarias» o «furor revolucionario» pueblan ambos textos, dando la justa medida del papel, como instrumento de la reacción, que debían cumplir. Una reacción política que no duda en imitar instrumentalmente la experiencia liberal y ponerla a su servicio. Los voluntarios realistas están inspirados en la Milicia Nacional, pero proyectada a través de la lente del absolutismo. Esto supone erradicar todas las manifestaciones del espíritu democrático, ya que «allí [en la Milicia Nacional] no eran excluidos los nombres que por ninguna otra relación que por la de la existencia estaban ligados a la conservación del orden en su país, sin bienes, sin oficio, sin relaciones de apego, y sin costumbres, todos eran admitidos indistintamente […] porque todo el interés revolucionario era confundir las clases, amalgamar las condiciones, neutralizar la voluntad de los interesados en el orden público, y difundir y consolidar el ascendiente de la revolución». A pesar de esto, no van a desdeñar, todo lo contrario, la instrumentación política, desarrollando las fórmulas de control del Estado sobre ellos. Se concentró, así, todo el interés en la erradicación de sus componentes democráticos, percibidos en grado superlativo, porque la Milicia Nacional llegó a decidir «de la competencia, y de la conveniencia o no conveniencia de todas las medidas y disposiciones de sus mismos gobernantes, erigiéndose en sus censores y jueces», fue «el foco donde se
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inundaba la España con representaciones insolentes, escandalosas, subversivas e incendiarias, confederándose entre sí por medio de circulares para hacer oposición al mismo Gobierno a quien aparentaban obedecer, y al que fingían amar para cometer todo género de excesos y desórdenes a la llegada del eco de los que habían sido promovidos en otro punto. Subvertido el orden, y desquiciada la Autoridad, establecieron el espíritu de federación, y organizaron un instrumento de conspiración armada y permanente». Esclarecedora visión de la actividad política de la Milicia Nacional, pero torpe percepción de que, abocetada en torno a las mismas líneas de funcionamiento, podrían surgir dinámicas similares aunque fueran productos de la nueva situación política.36 La confianza en erradicar todo carácter democrático de los voluntarios realistas se depositaba en hacerlos depender de la autoridad militar, quien debía designar a los oficiales, sin que existiera ningún cargo electo. Para ello el reglamento contemplaba detalladamente la función de los capitanes generales de las provincias a cuyas órdenes están subordinados y, como inspectores generales de estos cuerpos en sus circunscripciones, deciden sobre las cuestiones de organización y fomento. Otra serie de disposiciones intentaban obtener los apoyos entre las clases medias y altas, gentes de orden interesadas en el mantenimiento del absolutismo. «Los Cuerpos de Voluntarios Realistas (artículo 1.º) se formarán de los vecinos de cada pueblo, que teniendo rentas, industria u oficio, o modo honrado y conocido de vivir, o siendo hijos de los que tengan estas circunstancias, hayan manifestado claramente, y continúen acreditando su decisión y amor a mi Real persona y Soberanía, y a mi dinastía, a la Religión Católica, Apostólica, Romana, y a las antiguas leyes fundamentales y veneradas costumbres de la Monarquía Española». Por contra, quedaban excluidos «los jornaleros, y todos los que no pue-
36 Según el texto que firmaba el rey, el cambio de inspiración política de estas milicias podría transformar sencillamente el espíritu de participación en sometimiento a la autoridad del Estado. En este sentido, decía de los voluntarios realistas «que nacidos al impulso de la lealtad característica del pueblo español, y de su decidido entusiasmo por la conservación de la Monarquía y de la Religión, exigían por lo mismo una organización especial planteada sobre los principios conservadores, y reforzada con las opiniones e intereses monárquicos, para asegurar el primer objeto de su creación, que era el rechazar con mano fuerte las tentativas y conatos de la revolución vencida».
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dan mantenerse a sí mismos y a sus familias los días que les toque de servicio en su pueblo». Dejando a un lado los criterios políticos, pretendían reclutar los voluntarios entre los mismos sectores sociales que lo había hecho hasta el momento la Milicia Nacional. Una intención que sería difícil de llevar a la práctica allí donde el sistema constitucional había obtenido sus apoyos más firmes. Los voluntarios realistas de distintas poblaciones deberían cumplir el más estricto aislamiento entre sí, no actuando en conjunto sino en condiciones excepcionales y siempre bajo las órdenes de la autoridad militar. Cuando realizaran misiones recibirían 4 reales de vellón diarios y además una ración de pan por día si excedía de veinticuatro horas. La carga económica la soportaría el ayuntamiento de los fondos de Propios y Arbitrios, que también debería proporcionar los recursos para adquirir las armas, municiones y fornituras. Globalmente, el Reglamento para los cuerpos de Voluntarios Realistas configura una milicia política de carácter absolutista y contrarrevolucionario destinada a operar en el ámbito municipal como extremidad represiva del Estado manejada a través del ejército. «El grande objeto del establecimiento de los Cuerpos de Voluntarios Realistas —en sus propias palabras, artículo 183— […] es el combatir los revolucionarios y los conspiradores, y exterminar la revolución y las conspiraciones de cualquiera naturaleza y clase que sean. La tranquilidad absoluta del pueblo de que son vecinos, y su completa seguridad contra los trastornos o intentos de los enemigos, hijos de las revoluciones políticas, y contra los demás enemigos que puedan perturbarla». Como era de prever, la formación de los voluntarios realistas, dados los principios que siguió, las funciones que se les otorgaron y el espíritu que rodeó sus primeros tiempos, tenía que desembocar irremisiblemente en conflictos en el ámbito local. En febrero de 1824 ya se habla de «algunos desórdenes cometidos por los Voluntarios Realistas», que habían realizado apresamientos arbitrarios, «usurpando las facultades a la autoridad y aun desobedeciéndola en muchos casos».37 Entre medio de las denuncias a que esos abusos dan lugar se dibuja la concepción absolutista de 37 Circular del gobernador del Supremo Consejo al presidente de la Real Audiencia, Madrid, 23 de febrero de 1824. A.M.Z., F.A., 36/10-1.
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estos cuerpos: «el gobierno, que dispuso la formación de este Cuerpo, con sabia y prudente meditación, como que era preciso, en un estado en que la nación salía de la esclavitud a que la había reducido una facción revolucionaria, tomar medidas y disposiciones para restablecer el orden, y que las autoridades con tal objeto pudieran contar con un apoyo en sus providencias para afianzar la Soberanía del Rey N.S., y asegurar el buen gobierno del Reino, y la recta administración de justicia […]». Y continúa manifestando su asombro por los hechos: «[…] en varios pueblos, creyéndose autorizados los Voluntarios Realistas para gobernarlos a su capricho, han llegado al extremo de no sólo desobedecer a las autoridades, sino de usurpar las facultades de su atribución, constituyendo a varias personas en prisiones arbitrarias, y cometiendo otros actos de autoridad, en que manifestasen desconocer que aquellas administran justicia en nombre del Rey N.S., y que ellas son, y no los voluntarios las que deben y pueden tomar las disposiciones y providencias convenientes para el gobierno de los pueblos, como que son las responsables de todo cuanto pueda ocurrir». En este momento se pronuncian las primeras voces, desde el propio régimen, sobre el peligro latente que suponen los realistas y la potencialidad de un riesgo mayor. Todo ello conforma un conjunto premonitorio de la evolución política de los voluntarios: «Si tales individuos Voluntarios Realistas no conocen sus verdaderas obligaciones, y no se atemperan al loable objeto de su formación, lejos de considerárseles unos fieles vasallos y amantes de su Rey y Señor natural, podrá decirse con verdad, siguiendo en el desarreglo e insubordinación que hasta aquí, que se han convertido en otros tantos enemigos porque indudablemente lo son todos aquellos que desacatan y desprecian la autoridad que representa la de S.M.». Y se ve obligado a concluir diciendo: «que sepan los Voluntarios Realistas que se han descarriado de sus deberes, que no les es permitido mezclarse en su gobierno y administración de justicia, ni prender con ningún pretexto a personas, por más culpables que las consideren, sin que estén autorizados para ello con orden expresa de las Justicias o autoridades».38 38 En el mismo sentido, Joaquín del Moral Ruiz recoge el testimonio (16 de septiembre de 1824) del subdelegado de policía de Villena, «en el que señala al superintendente las tropelías y extorsiones que, a su juicio, cometían en las personas de varios ciudadanos los voluntarios realistas, agregando que “repetidas veces tengo manifestado a V.S. las sospechas que he formado de los que se titulan voluntarios realistas en esta ciudad y
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Eran las manifestaciones de un conflicto surgido entre la función de instrumento asignada a los voluntarios realistas por el poder central y la voluntad de protagonismo, de actuar según su particular concepción de los hechos, en el ámbito municipal. Y conflictos de este tipo no tardaron en reproducirse. Uno de los más importantes se desarrolló en Zaragoza en el verano de 1824. El 11 de marzo de 1824 el intendente general del Ejército y Reino y corregidor de Zaragoza, José Blanco González, comunicó al Ayuntamiento la real orden de 23 de febrero según la cual los voluntarios realistas estaban cometiendo numerosos abusos arrogándose la autoridad que no les correspondía, haciendo mala interpretación de sus funciones y derivando en abusos y atropellos.39 Al día siguiente se debía comunicar a los batallones de voluntarios realistas el nombramiento de este corregidor como comandante. El resultado fue que se produjeron manifestaciones de rechazo en las compañías segunda y tercera. Esta «conmoción» manifestaba la existencia de un descontento creciente en el seno de los voluntarios ligado directamente a la limitada promoción de sus miembros.40 El nombramiento no fue aceptado por la tropa y los oficiales tuvieron dificultades para solventar el problema en los días siguientes hasta hacerlo efectivo.41 El 2 de agosto se celebró un ayuntamiento extraordinario, porque el día anterior había «sido turbada la tranquilidad pública por un gran número de Voluntarios Realistas, que desobedeciendo la orden que les tenía dada para que no se presentasen con armas sino en los actos de servicio, lo habían verificado en grupos con sables, bayonetas y cananas, habiéndose reunido tumultuariamente al anochecer en varias plazas como las de Santo Domingo, Pilar y Puerta del Sol con sus fusiles
los motivos que han dado margen para ello”. Prosigue que en “la ocurrencia del 4 de julio último se oyeron proferir en público por varios de ellos la voz de ¡Viva Carlos V!”». Es decir, los dos elementos unidos que vamos a seguir, excesos represivos de los voluntarios realistas como instrumento contrarrevolucionario y respaldo de las oligarquías que impulsan la candidatura de D. Carlos. Joaquín del Moral, «Las sociedades secretas “ultrarrealistas” de España y Portugal (1821-1832)», Sistema, n.° 8, enero 1975, p. 45. 39 A.M.Z., F.A., 36/10-1, Voluntarios Realistas, 1.ª pieza. 40 Expediente para la formación de Cuerpos de Voluntarios Realistas en esta ciudad. Zaragoza, año 1823, pieza 1.ª, acuerdos del 11 y 13 de marzo de 1824. 41 Oficio de los voluntarios realistas de Zaragoza al Ayuntamiento de la ciudad, 16 de marzo de 1824.
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cargados y puestos en completa rebelión, lo que le obligó a tomar las medidas conducentes a contener las fatales consecuencias que podían originarse, lo que pudo evitarse con el auxilio de las tropas aliadas sin efusión alguna de sangre», y ordena que «se ocupe en la formación del cuerpo de Voluntarios Realistas conforme al reglamento aprobado por S.M., formando las Compañías de aquellos vecinos honrados en quienes coinciden todas las circunstancias».42 Los sucesos llevaron a la depuración del cuerpo. El comandante fue llamado por el Conde de España, capitán general de Aragón, «para que mande a los capitanes y comandantes de las compañías de Voluntarios Realistas presenten una lista de todos los individuos de sus compañías respectivas que se presentaron con armas en el tumulto de esta ciudad ocurrido en el Domingo primero del que rige; y segundo, otra razón de los Voluntarios que por su mal fuste y proceder deban ser excluidos de los Cuerpos aunque no hubieren asistido a dicha asonada».43 Además, en el Diario de Zaragoza de ese día44 el Conde de España hace publicar un anuncio en estos términos: Por cuanto la tranquilidad pública se ha visto comprometida en esta capital por hombres que no merecen en lo sucesivo pertenecer al cuerpo de Voluntarios Realistas, prevengo: que todos los que formaron parte armada ayer primero del corriente, queden borrados en sus compañías respectivas, y para reemplazarlos nombrará el Excmo. Ayuntamiento hombres que reúnan las circunstancias que [pusiese] el Reglamento aprobado por el Rey nuestro señor. Queda prohibido el uso de todas las armas de fuego o blanca, excepto los sables de los sargentos y cabos que no delinquieron en el tumulto de ayer, quedando cada uno responsable de las que tiene en su poder. Se prohíbe igualmente todo grupo, o reunión en las plazas y calles; las que excedan de cuatro personas serán despedidas por las patrullas y los que se aprehendieren con sable, bayoneta u otra arma blanca o de fuego serán inmediatamente juzgados militarmente como acto de sedición. Y para que nadie alegue ignorancia se fijará y publicará en la forma acostumbrada.
En la sesión del 4 de agosto, al tiempo que las listas exigidas, el comandante accidental del cuerpo Manuel Villar presentó su renuncia y
42 Expediente para la formación de Cuerpos de Voluntarios Realistas en esta ciudad. Zaragoza, año 1823, pieza 1.ª, acuerdo de 1 de agosto de 1824 43 Ibídem, sesión 3 de agosto. 44 Diario de Zaragoza, n.º 216, 3 de agosto de 1824.
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la de otros cuatro oficiales más, manifestando que «muchos individuos de la sexta y la séptima compañías de dicho cuerpo se habían presentado a sus capitanes entregando las armas y vestuario, pues no querían servir en las mismas». El resultado del proceso de depuración se saldó con 200 voluntarios desarmados «como cómplices de las desagradables ocurrencias del día 1.º de agosto».45 La situación dio oportunidad para un intento de refundar el cuerpo que permitiera reponer un prestigio que había quedado seriamente dañado. Para ello se atrajo a personajes representativos del Antiguo Régimen cuyos títulos de nobleza deberían dispersar las sospechas de ser una milicia problemática que habían surgido entre las gentes de orden. En octubre, cuando se realiza la nueva inscripción, el conde de Fuentes y de Centellas pide ser incluido en el cuerpo, ofrece 100 gorras para el vestuario y posteriormente se ocupará de organizar un batallón selecto, el de voluntarios de caballería. Cuando en noviembre el barón de Hervés declina el nombramiento de comandante de voluntarios realistas,46 su lugar es ocupado por el conde de Atarés, que va a dar un impulso notable a la organización de los voluntarios. CUADRO 4.1 ZARAGOZA. VOLUNTARIOS REALISTAS, 1823-1833. CIFRAS ABSOLUTAS
Empleados Militares Profesiones liberales Propietarios Actividades mercantiles Pequeña producción artesanal Maestros de oficios Oficiales artesanos Varios Asalariados Del campo Total
1823 1824 1825 1826 1827 1828 1829 1830 1831 1832 1833 21 12 2 1 4 1 1 1 3 9 4 1 2 1 61 29 14 6 3 1 7 6 2 2 10 3 2 1 2 1 31 43 13 6 13 36 5 1 66 112 61 19 5 93 205
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16 4 12
13 1 4 1 3
53
36
31
21
24
96
45
96
1
45 A.M.Z., F.A., 36/10-1, 1 de septiembre de 1824. 46 Había sido nombrado gobernador político y militar de Teruel.
109
Los voluntarios realistas
La refundación de los voluntarios realistas se completó con la apertura de un período de inscripción que, de acuerdo con el nuevo reglamento, se realizaría siguiendo un minucioso proceso de aceptación. Con ello se pretendía hacer de sus filas «la honra del Estado, el más firme apoyo de la legitimidad de la Soberanía, y el baluarte más inexpugnable donde se estrellen las maquinaciones de los que abrigando ideas anárquicas y desorganizadoras, y prometiendo una prosperidad ideal, no dejan sino luto y consternación en el lugar que antes ocupaba, y donde se hallaba entronizada la paz, y la verdadera felicidad. La sacrosanta Religión de nuestros Padres, y la defensa del Trono deben ser su divisa: la constante fidelidad al Rey y el amor a la Justicia los sentimientos que les animen: Sus procederes el ejercicio de la virtud».47 CUADRO 4.2 ZARAGOZA. VOLUNTARIOS REALISTAS, 1823-1833. PORCENTAJES ANUALES
Empleados Militares Profesiones liberales Propietarios Actividades mercantiles Pequeña producción artesanal Maestros de oficios Oficiales artesanos Varios Asalariados Del campo Sin definir
1823 10,2 1,5 4,4 29,8 1,0 15,1 6,3 6,3 2,5 32,2 29,8 2,4 5,8
1824 1825 1826 1827 1828 1829 1830 1831 1832 5,4 3,8 2,8 12,9 4,8 2,2 1,0 1,8 13,1 4,5 19,5 2,7 16,2 0,6 50,7 8,7 42,0 5,0
26,4
16,7 8,3
9,7 6,5
4,8 4,8 4,8
2,1 7,3
13,3 4,4
1,0 2,1 1,0
17,0 1,8 15,2
38,9 36,1 2,8
12,9
4,8
25,0 30,2
15,6
29,2
12,9
4,8
25,0 26,0 4,2 25,0 26,0 5,2 25,0 20,8 50,0 34,4
13,3 25,0 2,3 4,2 42,3 40,7 11,2 7,4 31,1 33,3 22,2 25,2
30,2 7,6 22,6 22,6
11,1 2,8 8,3 22,2
32,2 19,0 3,2 19,0 29,0 25,8 57,0
Durante esta primera fase en la que los voluntarios realistas cumplen la función de instrumento contrarrevolucionario al servicio del absolutismo restaurado, la participación en sus filas representa a todos aquellos sec-
47 Bando del Ayuntamiento a los Zaragozanos del 2 de octubre de 1824.
110
El nexo contrarrevolucionario
tores urbanos interesados en la consolidación del orden fernandino, los que esperaban obtener algún beneficio de éste o aquellos que necesitaban una manifestación pública de adhesión (cuadros 4.1 y 4.2).48 Uno de los datos más destacados es la concurrencia de numerosos propietarios (29,8%), representantes de un sector social que dominando las prácticas económicas tradicionales había experimentado una fuerte incertidumbre con la introducción de nuevas fórmulas económicas capitalistas por parte de los liberales, al poner en peligro su control tradicional sobre el proceso de extracción del excedente. La importancia de los empleados (10,2%), en muchos casos de los escalafones superiores, es un hecho que está ligado a la conservación del cargo. Los voluntarios realistas, como cuerpos caracterizados por su radicalismo absolutista, eran una manifestación pública de adhesión al nuevo gobierno que ponía a salvo de posteriores depuraciones de funcionarios. Otro de los grupos más ligados a la estructura económica del Antiguo Régimen, los artesanos, también aportan una fuerza considerable (15,1%), pero es de señalar la importante presencia de los maestros entre ellos, tan cuantiosa como la de oficiales. Finalmente, entre los sectores sociales que apoyan la formación de los voluntarios realistas, destacan los asalariados (32,2%). Éstos se movieron inicialmente por la expectativa de obtener empleos públicos en pago a su compromiso realista. Pero esta consideración estaba fundada en el error y no obtuvieron fácilmente los puestos que deseaban, una circunstancia que provocó numerosas alteraciones y, finalmente, su adaptación a las posibilidades económicas que existían dentro de los propios voluntarios. En contraposición a todo lo anterior la participación de individuos dedicados a actividades mercantiles es insignificante (1%), un hecho que refleja su compromiso con el régimen anterior y sus escasas simpatías con el presente.
4.2.1.3. Fase de absolutismo interesado El año 1825 marca el primer cambio importante en la configuración de los voluntarios realistas. Salvadas las primeras urgencias contrarrevolucionarias y superados los momentos críticos de la restauración de Fernan-
48 Para mayor información puede verse el Apéndice II de mi tesis doctoral, donde puede seguirse la composición de cada categoría por oficios y su evolución cronológica.
111
Los voluntarios realistas
do VII, se inicia una nueva andadura marcada por la burocratización del cuerpo. Sin abandonar la impronta reaccionaria de la primera fase, se suma a ésta un nuevo elemento, el burocratizador, una consecuencia directa de las nuevas y crecientes disponibilidades económicas. CUADRO 4.3 ZARAGOZA. RECAUDACIÓN DE LOS ARBITRIOS DESTINADOS AL MANTENIMIENTO DE LOS VOLUNTARIOS REALISTAS (EN REALES DE VELLÓN) Mes
1825 A.
C.S.
1826 C.E.
1827
A.
C.S.
C.E.
A.
C.S.
C.E.
I
7434
8007,6
4022,20
7772
6696,24
4393,10
II
10117
6186,32
3512,18
7801
6208,12
3595,18
III
16571
11107
7283,26
3968,17
11264
6809,18
3902,16
IV
13088
11038
6783,2
5127,20
6794
4721,6
3474,27
V
13901
23829
6018,28
5941,6
12216
5752,24
4384,26
VI
11844
8382,28
4699,4
13335
8297,6
6195,8
11707
6080
5588
VII
6184
7604,12
5603,30
6820
11215,18
6615,25
11010
7687,18
6484
VIII
9340
7709,18
4955,27
8362
11265,6
5614,12
7829
9899,22
6363,12
IX
9821
12468,16
5065,3
6054
16189,26
5155,2
X
6127
1176,22
5535,24
5305
17472,18
4450,21
XI
5651
9600,16
5094,32
8856
8000,8
5279,12
7653
15267,12
3921,9
XII
7670
11053,30
4753,9
9810
7228
4910,14
9830
13254,20
3472,14
1830
1831
A.
A.
63684,13
1828 Mes
1829
A.
C.S.
C.E
I
12721
11220,27
2697,7
II
6604
8274,3
III
7817
10128,29
IV
8446
10357,15
V
9060
9966,15
VI
13799
VII
11122
A.
C.S.
C.E.
9402
10911,4
1832 A.
2313,8
9353
12674
13332
9667,19
2125,32
8341
12425
2405,14
8704
8691,17
1608,10
10239
9249
2796,12
11609
6955,12
1661,26
9484
8453
2632
15322
5744,25
1685,6
7575
6520
12495,13
3218,6
11465
8039
1900,23
16643
8772
12512,32
3509
9799
904,1
1666,22
8283
8078
VIII 11315
12649,2
2953,16
9633
14368,28
2824,32
8749
5976
IX
10587
13586,18
3156,27
14425
8533,15
1228,24
8881
5828
X
11510
16062,9
2910,14
10360
6409
XI
8532
11952,1
2450,6
10669
10971
XII
9402
10911,4
2313,8
11724
10781
2136
A. = aduana; C.S. = carne del macelo secular; C.E. = carne del macelo eclesiástico.
112
El nexo contrarrevolucionario
En marzo de ese año comienzan a aplicarse los primeros arbitrios destinados expresamente para vestir y armar a los voluntarios realistas. Desde primero de mes se exigieron en la aduana y peso real «dos reales vellón en cada libra de Canela, otros dos en cada arroba de Cacao, Pimienta, Clavillo, y demás de Tinte de América, y uno en cada arroba de Azúcar y Fierro que se introduzcan en esta Capital».49 Considerados sus rendimientos insuficientes para este objeto, el mes de junio entraron en vigor nuevos arbitrios. A los vigentes se añadieron «cuatro dineros en libra carnicera de todas las Carnes que se vendan en las Carnicerías públicas de esta Ciudad», y esto afectaba a los macelos eclesiástico y secular.50 En conjunto, significaban una recaudación mensual por encima de los 20.000 rs. vn. y, sólo hasta fines de este mismo año, habían producido 204.485 rs. vn. (cuadro 4.3). Esta fuente de ingresos que puntualmente iba rindiendo fondos tuvo el efecto de alterar las condiciones en las que los voluntarios realistas desarrollaban su actividad. Las cifras aumentaban de mes en mes y comenzaron las primeras gestiones para contratar los vestuarios. Esta decisión revolucionó la actividad de la Junta de Voluntarios Realistas absorbiendo íntegramente su actividad durante meses. Las sesiones se vieron anegadas de presupuestos, facturas, proyectos, muestras de tela, evaluaciones y todo tipo de documentos económicos relativos a la confección del vestuario. El tema no era banal, puesto que el encargo era de mil uniformes, compuestos por casaca, pantalón y medio botín de paño,51 todo un goloso encargo para un taller o para varios. Además, hay que considerar que los fondos previstos para costear los gastos estaban ya disponibles y no eran previsibles retrasos de importancia en los pagos. Los trámites y gestiones derivados de los contratos para confeccionar los vestuarios se añadieron a los anteriores de recaudación de arbitrios de las tres fuentes distintas establecidas —coloniales, macelo secular y mace-
49 Acuerdo del Ayuntamiento, impreso fechado en Zaragoza 24 de febrero de 1825. A.M.Z., F.A., 36/10-1. 50 Acuerdo del Ayuntamiento, impreso fechado en Zaragoza, 21 de mayo de 1825, A.M.Z., F.A., 36/10-1. 51 En estos términos se subastó el 12 de agosto de 1825, según acuerdo de la Junta de Voluntarios Realistas, impreso, A.M.Z., F.A., 36/10-1.
Los voluntarios realistas
113
lo eclesiástico— y, en conjunto, determinaron la burocratización de la actividad de la Junta de Voluntarios que debía atender multitud de gestiones de carácter económico. Una actividad desconocida durante los dos años anteriores de funcionamiento, en los cuales la precariedad económica y la dotación de recursos a partir de aportaciones voluntarias hicieron innecesario todo este tipo de atenciones que ahora se multiplicaban rápidamente. Sin embargo, la burocratización de la actividad de la Junta de Voluntarios Realistas —integrada por el Ayuntamiento y algunos realistas— es una trayectoria determinada por el gobierno. Ante el temor de que este cuerpo pudiera desbordarse como un instrumento al servicio de la oligarquía local, ya había sucedido en muchos lugares, fue establecida de forma muy clara la división de competencias entre el ayuntamiento y la autoridad militar. La competencia de los Ayuntamientos quedó limitada al «ramo de propuestas, empleos y manejo de fondos para vestuario y armamento», un ámbito de control nada despreciable. Sus intereses fueron satisfechos de este modo porque quedaban bajo su mano los aspectos económicos y todo lo referente a personal, selección y promoción. La disponibilidad económica venía a sustituir las atribuciones sobre la acción política, manteniendo su autoridad sobre cuestiones de personal. Se cubrían así sus expectativas de formar una clientela local en torno a la asignación de los presupuestos y al nombramiento de la oficialidad, asegurándose su influencia sobre todo el cuerpo. Sin embargo, el proceso de burocratización fue acompañado de otro por el cual el Ayuntamiento fue cediendo atribuciones políticas. La decisión de los servicios y, en general, de la actuación de los voluntarios realistas quedó definitivamente en manos del capitán general, es decir, de la autoridad del gobierno central. Ésta había sido la voluntad inicial, pero, dadas las condiciones de fragilidad durante la primera época del absolutismo restaurado, sólo pudo conseguirse en 1825, durante el proceso de burocratización, cuando el Ayuntamiento fue relegado a las funciones administrativas y organizativas, y la autoridad militar comenzaba a ejercer decididamente su poder sobre las actividades de los realistas. El clero tuvo una importante función que cumplir como instrumento para la depuración ideológica de los cuerpos y como notario de la contrarrevolución. Los curas párrocos estaban encargados de enviar los infor-
114
El nexo contrarrevolucionario
mes «sobre la conducta moral y política de diferentes individuos alistados para servir en el cuerpo de Voluntarios Realistas».52 Con el tiempo, esta práctica se extendió a la totalidad de los que solicitaban la inscripción. También existía respaldo económico desde la Iglesia al aceptarse la contribución de 8 maravedíes por libra carnicera de las carnes que se deshicieran en el macelo eclesiástico.53 En Tarazona la presencia de clérigos entre los voluntarios realistas fue una realidad que sólo se resolvió, a pesar de que el reglamento es claro en este punto, en marzo con una consulta al rey. Además, el obispo de Tarazona, muy probablemente por el ascendiente que tenía sobre este cuerpo, defendió públicamente a los voluntarios contra la autoridad municipal, hablando de la «poca protección que las autoridades les han dispensado y de las calumnias horrorosas crecidas ligeramente por algunas autoridades Superiores en algunas partes como en mi capital».54 Al mismo tiempo, los voluntarios realistas se van confirmando como el instrumento político de la oligarquía local, en detrimento incluso de la gran estructura militarizada de control local pretendida desde la corona. Una real orden circulada por el capitán general de Aragón demuestra los extensos límites de control que los ayuntamientos todavía mantienen sobre el cuerpo en un contexto en el que están retrocediendo sus atribuciones. Se dice en ella que es «su Soberana voluntad que los Ayuntamientos sólo intervengan en el ramo de propuestas, empleos y manejo de fondos para vestuario y armamento», dejando el resto de las facetas, realmente muy pocas, bajo las órdenes de la autoridad militar.55 A pesar de ello, el control no siempre es efectivo y se establecen instancias intermedias para reforzarlo. La creación de la Subinspección de Voluntarios Realistas en 1826 es un elemento que intenta restar decisión a los ayunta-
52 Acta del 12 de enero, Expediente para la formación de Cuerpos de Voluntarios Realistas de Infantería y caballería de esta Ciudad. Zaragoza, año 1825, 2.ª pieza, A.M.Z., F.A., 36/10-1. 53 Ibídem, 28 de febrero. 54 Informe del Obispo de Tarazona, 11 de agosto de 1825, Papeles reservados de Fernando VII, caja 293, citado por Federico Suárez, «Los cuerpos de Voluntarios Realistas», art. cit., p. 63. 55 Real orden procedente del Despacho de Guerra fechada el 31 de diciembre de 1824. Impreso en Zaragoza y firmado por el Conde de España, 22 de enero de 1825. A.M.Z., F.A., 36/10-1.
Los voluntarios realistas
115
mientos. «Deben cesar por consecuencia los Ayuntamientos en todas las disposiciones que guarden relación con las atribuciones de aquélla»,56 decía un oficio cuyo tono general, y en alguna de sus disposiciones, manifiesta gran flexibilidad para aceptar bajas en el cuerpo y voluntad de sumar a éstas otras forzadas que depuren las formaciones. Puede apreciarse un descenso de la tensión que afectaba al cuerpo, e incluso el ánimo de postergar a los voluntarios realistas en el papel de vanguardia de la política absolutista que habían ocupado hasta el momento. Burocratización, por un lado, postergación, por otro, en medio de un clima de relajación, son dos elementos que contribuyen al mismo objetivo: reducir la fuerza a los voluntarios realistas, y con ello su peligrosidad social.57 La fórmula para que estas reducciones de independencia fueran aceptadas sin protestas fue la puesta en práctica de una serie de contrapartidas y el mantenimiento de una elevada dotación presupuestaria. El Conde de España dictó la exención de algunas cargas porque «siendo padres o hijos de familia, los beneméritos Voluntarios Realistas, los días que les toca la guardia o alguna salida, les causa un notable perjuicio en sus intereses».58 Las contrapartidas a la pérdida del poder efectivo de los realistas son principalmente individuales. A la confección a cuenta de los arbitrios municipales de los uniformes, se añade la prerrogativa de que «a todos los individuos de los Cuerpos de Voluntarios Realistas del Reino, organizados hasta el día, o que se organicen en lo sucesivo, se les entreguen gratis las cartas de seguridad».59 En suma, se trata de una serie de disposiciones que hagan llevadera la permanencia entre los realistas sin tensiones, aunque eso signifique distender el clima reinante. Tanto
56 Impreso por el capitán general de Aragón, Felipe de Saint-Marcq, con fecha de 29 de mayo, A.M.Z., F.A., 36/10-2. 57 Reglamento para los cuerpos de Voluntarios Realistas del Reino, Imprenta de don José del Collado, Madrid, 1826. 58 En líneas generales, consisten en estar «exento de servicio de bagajes, alojamientos y veredas por sí y su familia, el padre o hijo que sirva en los Voluntarios Realistas todo el tiempo que el cuerpo […] esté haciendo servicio de guardia en la capital, ciudades o villas del Reino, o esté empleado en alguna salida mandada por la autoridad competente». Impreso fechado el 30 de mayo de 1825. 59 Orden del inspector general de cuerpos de voluntarios realistas del reino, del 5 de mayo, impreso por el corregimiento de Zaragoza, 26 de mayo, A.M.Z., F.A., 36/10-2.
116
El nexo contrarrevolucionario
que la junta del 24 de abril de 1826 llegó a criticar duramente el lujo que se daba entre los voluntarios realistas, en perjuicio de lo indispensable: las atenciones en la vestimenta se estaban produciendo en detrimento de otras concernientes al armamento y la instrucción. Las órdenes se amontonan dictando providencias en el mismo sentido: preservar de forma íntegra los arbitrios municipales destinados a los voluntarios realistas. Existe una voluntad decidida de mantener esta situación económica holgada. Los términos en que se expresan los documentos que proceden del ministerio no dejan lugar a la interpretación: «que se prohíba terminantemente y bajo la más estrecha responsabilidad a los referidos Ayuntamientos el invertir cantidad alguna de los arbitrios que recaudan para el fomento y organización de dichos Cuerpos […]».60 Y otro tanto sucede con las disposiciones circuladas en Aragón. «Los arbitrios aplicados a los voluntarios realistas —dice el director general de Propios y Arbitrios del Reino— son íntegros y exclusivos para su fomento».61 Esta actitud descubrió las dificultades económicas que muchos pueblos tenían para hacer frente a las exigencias, en un momento en el que la imposición de arbitrios se está extendiendo.62 Castelserás tenía endeudado el fondo de propios y, por lo tanto, sin recursos para poder suministrar a los voluntarios realistas que actuaran en su término. Y no eran los únicos: en Granada habían dejado de emplear sus servicios porque los ayuntamientos no los pagaban.63 Por eso, desde Hacienda se ordena que los «intendentes, bajo la responsabilidad de sus empleos,
60 Impreso fechado 11 de agosto de 1826 y firmado por José María de Carvajal. A.M.Z., F.A., 36/10-2. 61 Circular fechada en Zaragoza el 16 de agosto de 1826, A.M.Z., F.A., 36/10-2. 62 El establecimiento de arbitrios es un hecho poco homogéneo en 1825. En esta fecha se realiza en Aragón la primera encuesta y el resultado demuestra la existencia de áreas donde el establecimiento de arbitrios está muy extendido, frente a otras donde se carece absolutamente de ellos. Ésta es una circunstancia que trata de paliarse en los años siguientes mediante el control más directo de los impuestos municipales para armamento y vestido de voluntarios realistas, hasta llegar al año 1828, en el que puede decirse que los arbitrios se hallan establecidos en la mayor parte de los pueblos. A.D.P.Z., Gobernación, leg. 587. 63 Impreso del corregimiento que da cuenta de distintas órdenes de voluntarios realistas, 10 de febrero de 1827, A.M.Z., F.A., 36/10-2.
Los voluntarios realistas
117
cumplirán […] imponiendo los arbitrios convenientes en todos los pueblos sin distinción, tengan o no Voluntarios Realistas»,64 para que siempre hubiera fondos disponibles con que sufragar estos gastos. Gastos que, por otro lado, se hacían necesarios, dada la frecuencia de robos e interceptaciones de la correspondencia que se producían en Andalucía, Aragón y Cataluña.65 Pero el problema económico, como tantas veces, encubre un problema social de fondo. Los cuerpos de voluntarios realistas son impulsados sólo allí donde existe un interés político en su desarrollo, y eso siempre que las contrapartidas económicas fueran aceptables. Así, las ciudades, las cabeceras de corregimiento, y algunos pueblos establecen los arbitrios y se encargan del vestido y el armamento. En el resto de los casos se intenta eludir con morosidad la carga que eso supone para las débiles o mermadas economías municipales. Amargos y elocuentes eran los lamentos de Pedro Alcántara Díaz de Labandero, quien en una circular entraba en los antecedentes de esta resistencia: Con fecha de 2 de abril de 1825 se comunicó a los Ayuntamientos la orden de la Dirección general de propios de 17 de Marzo anterior, en que se prescribían las reglas que debían observarse en la formación de los expedientes para el armamento y equipo de Voluntarios Realistas. La apatía y criminal indiferencia de la mayor parte de los Ayuntamientos y el desorden de otros dieron motivo a la circular de 30 de agosto del mismo año. A pesar de esto, y del Real decreto de 31 de agosto de 1826, fueron pocos los que cumplieron, dando lugar a que se expidiese la Real orden de 12 de febrero de 1827, en que se exigía el cumplimiento de las anteriores bajo responsabilidad de los Intendentes, y con suspensión de sus funciones si no tenían efecto en el tiempo que se señalaba. Aunque algunos Ayuntamientos animados de su buen celo correspondieron con puntualidad, y con la prontitud que se les encargó, proponiendo los Arbitrios que les parecieron convenientes para el objeto indicado, hay otros que siguiendo en su criminal apatía, o no han contestado, o lo han hecho excusándose con que no tienen alguno que proponer, cuando comparadas las circunstancias, y posibilidad de unos y otros sería menos reprensible este defecto en algunos de los que cumplieron.
Donde no existe interés en utilizar los voluntarios para el control del poder local, el enfrentamiento con los ayuntamientos es inmediato. «No
64 Impreso en Zaragoza por la Intendencia del Ejército y Provincia de Aragón, 21 de febrero de 1827. 65 Vid. impreso del corregimiento ya citado de 10 de febrero de 1827.
118
El nexo contrarrevolucionario
hay Pueblo por infeliz que aparezca, o por corto que sea su vecindario, que no tenga algún medio de que valerse, y en que manifieste sus deseos de cumplir con las Soberanas disposiciones en asunto de tanto interés para los Pueblos mismos; pero estoy convencido de que el poco celo de algunos Ayuntamientos es la causa del atraso que padece un Servicio tan importante». Aunque la solución que propone es, una vez más, la misma, es importante señalar el punto segundo: «Y como que los Arbitrios son no sólo para el armamento y vestuario, si es para el sostenimiento de los beneméritos cuerpos de Voluntarios Realistas, deben ser subsistentes aquéllos mientras haya de éstos […]».66 O, lo que es lo mismo, da por sentado que los arbitrios que habían surgido para el vestido y armamento de la milicia no eran un esfuerzo económico puntual y con vencimiento, sino que se establecía como fondo para costear todo tipo de actividades. Y, desde otro punto de vista, en las arcas de estos cuerpos habría siempre dinero contante para pagar los servicios de aquellos que se mantuviesen fielmente en sus filas. Durante esta segunda fase, caracterizada por el crecimiento de las disponibilidades económicas de los voluntarios, se aprecia en la composición social de los voluntarios la afluencia de individuos de distinta procedencia para participar de los abundantes recursos (cuadro 4.1). Los sectores sociales que no están interesados en obtener un beneficio económico descienden en importancia o se mantienen tibiamente. Descienden los propietarios, que han visto convertirse a los voluntarios en un cuerpo demasiado concurrido para que su pertenencia sea un signo de distinción social. Y algo similar sucede entre los empleados, que, si mantienen sus incorporaciones, es porque pertenecer a los voluntarios sigue cumpliendo la función de aclarar rápidamente cualquier duda sobre su adhesión al régimen. Es evidente el incremento de las inscripciones de miembros dedicados a actividades mercantiles, circunstancia nada sorprendente si tenemos en cuenta el volumen de negocios que están girando en torno a los voluntarios realistas en estas fechas. Y mantienen su importante participación los individuos procedentes del artesanado y los asalariados, todos ellos interesados en cumplir servicios remunerados en este momen-
66 Circular de la Intendencia de Aragón, firmada por Pedro Alcántara Díaz de Labandero, en Zaragoza, 20 de diciembre de 1828.
Los voluntarios realistas
119
to de holgura económica del Cuerpo. Es significativo que dentro de los dedicados a la pequeña actividad artesanal ha desaparecido por completo el interés de los maestros, mientras que sigue interesando a los oficiales.
4.2.1.4. Fase de absolutismo mercenario La sublevación de los agraviados en Cataluña significó un golpe importante para la confianza de la propia sociedad y el propio Estado absolutistas en la función de los voluntarios realistas. La participación destacada de muchos de estos cuerpos e incluso el empleo de su organización como plataforma para iniciar el levantamiento manifestó a los ojos de todo el mundo los riesgos que comportaba el mantenimiento de una milicia de ese tipo. Progresivamente, los voluntarios realistas perdieron toda la fuerza que les proporcionaba el saberse valedores del orden absoluto y respaldados por los estamentos más poderosos de la sociedad del Antiguo Régimen, los empleados, el clero, buena parte de la nobleza, los terratenientes… Para estos grupos su autoridad estaba seriamente en entredicho. Sin embargo, existían otros intereses sociales representados por los voluntarios, el de aquellos que obtenían beneficios del simple funcionamiento del cuerpo, una importante base de los miembros pertenecientes a las clases populares que recibían dinero a cambio de realizar servicios y que había pasado a suponer un ingreso fácil en la economía familiar.67 Para éstos nada había cambiado con el levantamiento en Cataluña, las expectativas económicas y de mediación en el plano local seguían plenamente vigentes. De este modo, se exacerbó la doble tendencia, ya manifestada con anterioridad, en torno a los voluntarios realistas, la de quienes veían en ellos un peligro constante que había de ser conjurado rápidamente, y la de aquellos que seguían defendiendo su existencia porque continuaba siendo un efectivo instrumento de control político en manos del poder tradicional.
67 En Zaragoza diariamente se realizaba una guardia de voluntarios realistas compuesta por 16 hombres —un sargento, dos cabos, un tambor y doce voluntarios— y cobraban 5 reales cada uno por este servicio. Para el año 1826 esto suponía entre 70 y 80 reales diarios. Al margen hay que considerar lo que cobraba la plana mayor y los puestos fijos como tambores o cornetas, que ascendía en un solo mes a 1.061 rs. 17 ms. Los recibos diarios y las liquidaciones semanales y mensuales se hallan en A.D.P.Z., Gobernación, leg. 580.
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Como consecuencia de este conflicto de intereses, los voluntarios realistas evolucionan en sus condiciones económicas y en su caracterización social. Económicamente, se degradan cada vez más; socialmente, existe una mayor afluencia de miembros de las clases populares y el abandono de otros miembros de mayor significación social. Sin embargo ambas circunstancias no son independientes. En el verano de 1829 deja de aplicarse el arbitrio de carnes, con lo que los ingresos mensuales pasan a significar anualmente lo que con anterioridad eran los ingresos de un solo mes (ver cuadro 4.3). Ese mismo año se produce una importante oleada de bajas en el cuerpo, generalmente las de los miembros de extracción social más alta; muchos de ellos, profesionales o comerciantes que hasta ese momento habían estado interesados por el volumen de negocio que se generaba en torno a los importantes ingresos. Sin embargo, las altas de voluntarios procedentes del artesanado o simples asalariados siguen produciéndose. Y experimentan un crecimiento inusitado durante el año siguiente, 1830, cuando ya no se rinden cuentas minuciosas y la disponibilidad económica goza de mayor libertad. Sigue manteniéndose la naturaleza política contrarrevolucionaria de la milicia, incluso se desarrolla y burocratiza todavía más. A la altura de 1830 los párrocos se ven obligados a trabajar incesantemente redactando informes sobre las nuevas solicitudes de ingreso en sus filas. Y las juntas para despachar asuntos referentes a las solicitudes se celebran casi diariamente, aunque esta actitud puede encubrir el creciente control sobre los voluntarios. La depuración política de sus miembros es un hecho que se mantiene hasta los últimos momentos de la existencia de los voluntarios realistas como cuerpo. Pero en esta última fase toda la infraestructura va camino de la disolución porque habían entrado en conflicto con los mismos intereses que habían propiciado y apoyado su aparición: los ayuntamientos y el Estado. Primero fueron los ayuntamientos los que dejaron de considerar necesaria la existencia de los voluntarios. Ciertamente, habían sido un instrumento importante para el control del poder local, pero el tiempo había pasado y la situación era ahora muy distinta. La naturaleza del poder local estaba asentada claramente sobre las normas de la restauración absolutista y los voluntarios realistas, además de no ser precisos para mantenerla, se habían convertido con demasiada frecuencia en un segun-
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do centro de poder local que entraba en conflicto con el ayuntamiento. Y si, además de estas dinámicas de poder conflictivas que habían convertido los objetivos de este cuerpo en su propia permanencia y beneficio, suponían también un flujo constante de la recaudación municipal que podía evitarse o dirigirse en otra dirección más productiva, la actitud de los ayuntamientos en favor de la disolución de los voluntarios realistas parece razonable. Los motivos del Estado para retirar progresivamente su apoyo a los voluntarios eran bastante distintos. Había depositado en ellos su confianza como instrumento de control local de la política absolutista, y con ese objetivo los había diseñado y dotado generosamente. Sin embargo, a lo largo de sus diez años de existencia las circunstancias políticas habían cambiado y también lo habían hecho los propios cuerpos. De forma que los voluntarios realistas se habían ido consolidando como institución con fuertes intereses corporativos, que no eran sino el resultado del espíritu contrarrevolucionario que les había visto surgir, sumado a la evolución de la coyuntura social y política de esos años. Y el Estado, que había depositado en ellos la confianza de que serían los guardianes del orden absolutista, les reconocía, cada vez más, como una fuerza desestabilizadora que amenazaba desde posiciones ultras y, además, cada vez tenía menos claro que su política necesitara de un guardián ultramontano. El desencuentro era total y la decisión más razonable disolver este cuerpo. Pero el riesgo de dictar una orden de supresión que afectara a una fuerza armada que podría ascender a más de 200.000 hombres era evidente.68 Ni siquiera el Estado, haciendo uso del ejército, estaba en condiciones de enfrentarse a una multitud airada dominada por el sentimiento de haber sido tratada con ignominiosa injusticia y que ya había manifestado su propensión al levantamiento armado reiteradas veces. La única solución posible pasaba por proceder al desmantelamiento paulatino del cuerpo. Después de los sucesos de La Granja y del cambio de
68 Las cifras que ofrece la «Note approximative de la force numérique d’armement, habillement et équipement des Volontaires Royalistes. 1828» consiste en: Infantería, 205.000 «dans toute l’Espagne sur les contrôles» y 120.000 «en clas de porter les armes»; y caballería, 3.000 hombres más. A.M.A.E., Espagne, Mémoires et documents, 1826 à 1840, leg. 213, f. 197.
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gobierno de octubre de 1832, esta voluntad fue inequívoca. Pieza clave en este proceso fue la muerte en diciembre del inspector general José María Carvajal, sin que fuera nombrado otro en su lugar. Los capitanes generales se ocuparon de sus asuntos en cada circunscripción, lo que, unido a la supresión completa de los arbitrios que permanecían en vigor, supuso un golpe decisivo a su independencia. El testimonio de Pedro Agustín Girón, marqués de las Amarillas, por entonces recién nombrado capitán general de Andalucía, refleja muy bien este proceso. El objetivo a cumplir era claro: «el Rey quería conservarlos, pero el interés de la causa de su hija, aconsejaba debilitarlos, ya que no fuera posible destruirlos».69 Tenía la idea clara de que con sólo ajustar rigurosamente los voluntarios realistas a su reglamento, se produciría una inmediata pérdida de poder efectivo, cortando así con los «abusos introducidos por el espíritu de partido, la adulación y el miedo». Muy efectiva fue la aplicación de los criterios económicos, que nunca se habían cumplido pero siempre se habían incluido en el articulado. «Averigüe los oficios o medio de vivir de los voluntarios para despachar a los proletarios, y sin hacer nada que no estuviese en el espíritu de la Institución o en la letra de los Reglamentos». Y añade con cierto cinismo que recuerda al ciego de Lázaro: «lo que debía consolidarlos y hacer más vigorosa la organización de aquella fuerza, la disgustó, la debilitó y la acabó en gran parte». El simple hecho de encargar servicios, como el de una guardia que hasta el momento tenía que pagarse del erario municipal, fue suficiente para que, acostumbrados a holgar, causaran baja en sus cuerpos. «Esto sólo, dice Amarillas, bastó para que pidiesen su separación una gran porción de Oficiales y soldados, a punto de quedar casi deshecho el Batallón. Fácilmente se infiere de aquí el mal estado en que se hallaban aquellos Cuerpos, sostenidos sólo por el derecho de vivir a su antojo, oprimir a los demás y abusar de los cuantiosos arbitrios de que disfrutaban».70 El levantamiento de los voluntarios realistas de Zaragoza el 25 de marzo de 1833 hizo más abrupto el proceso de debilitación de este cuer-
69 Pedro Agustín Girón, Recuerdos (1778-1837), op. cit., vol. III, p. 21. 70 Ibídem, pp. 21-22.
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po en la capital aragonesa y, sin embargo, ni siquiera en este caso se procedió a la disolución. Trató de resolverse con el licenciamiento de los insubordinados, procediendo a «reorganizar el Batallón de Voluntarios Realistas de Zaragoza sobre la base de los que se presentaron sumisos a la voz de V.E. y demás autoridades y de los que reúnan las circunstancias que el reglamento prescribe».71 En la práctica, es una auténtica disolución de los voluntarios realistas en su espíritu tradicional y una refundación sobre bases muy distintas. También se facilita el abandono del cuerpo por cualquier motivo, e incluso se fomenta. «Habiendo llegado a mi noticia —se dice desde la Capitanía General de Aragón— que muchos Voluntarios Realistas desean separarse del servicio por necesitar las familias de sus brazos, enfermedades habituales, vejez u otros motivos; y atendiendo que pueden verificarlo cuando quieran […] hace saber a los de esa población que no necesitan instancia o memorial, sino únicamente presentarse a su Capitán».72 La depuración de los elementos intransigentes, sumada a las facilidades para el abandono de las filas, contribuye a desmovilizar a los voluntarios. Pero no se detienen ahí los intentos de neutralizar su peligrosidad; se trató también de modificar la justificación misma de su naturaleza, un modo de evitar la disolución traumática de este cuerpo. No es extraño que se exprese así el conde de Ezpeleta: «Queriendo S.M. que dichos cuerpos subsistan, pero bien organizados de individuos que reúnan todas las cualidades reglamentarias y formados por la concurrencia de todos los intereses puramente Monárquicos Españoles, y que pueda ser el Ejército interior del orden público evitando las imperfecciones que en menoscabo de su noble instituto habían introducido […]».73 Al mismo tiempo que el esfuerzo por mantener vivo el cuerpo, existe una voluntad de transformación ideológica al justificar su existencia como defensor «de todos los intereses puramente Monárquicos Españoles, y que pueda ser el Ejército
71 Reproducido en un oficio de Ezpeleta al Ayuntamiento de 1.º de abril de 1833, A.M.Z., S.F., 44/6-1. 72 Capitanía General de Aragón e Inspección de Voluntarios Realistas, circular a los pueblos de Aragón, 1833, A.M.Z., S.F., 44/6. 73 Impreso firmado por el conde de Ezpeleta, Zaragoza, 17 de mayo de 1833, A.M.Z., S.F., 44/6.
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interior del orden público»: monarquía y orden público, los principios del moderantismo y ya no los de altar y trono, propiamente realistas; el cambio se había producido. En ese momento el enfrentamiento ya hace tiempo que está perfilado. Estallará nuevamente en octubre, tras la muerte de Fernando VII, con fuerza renovada. Los voluntarios realistas seguirán del lado del ultrarrealismo. Aparentemente, de nada habían servido las cautelas con las que se emprendió la desmovilización, los voluntarios realistas se manifestarán en todos los lugares como una de las fuerzas más activas en la organización y constituyendo la base de la insurrección carlista que comenzaba. La realidad, como veremos, resultará mucho más compleja.
4.3. Conflictos internos en el realismo La restauración de Fernando VII —en 1823— con sus atribuciones de monarca absoluto fue un proceso que sólo disfrutó de cierta unanimidad hasta que el rey fue libertado. A partir de ahí se puso de manifiesto que el realismo estaba compuesto por fuerzas sociales muy diversas y con objetivos no coincidentes que frecuentemente eran opuestos entre sí. Era la consecuencia de un movimiento, en principio, interclasista cuyo principal contenido consistía en la negación del proyecto político constitucional, pero que no contaba con una propuesta alternativa unánime como conjunto. La nueva situación de los realistas que pertenecían a los estamentos privilegiados era fácil de prever. Los miembros de la nobleza, que habían sido desposeídos de sus cargos y habían visto cuestionada la propiedad de sus bienes, fueron requeridos para integrar de nuevo la administración y el ejército, y desapareció cualquier duda sobre la legitimidad de sus rentas y propiedades. También la Iglesia pudo darse un respiro de alivio después de una época en la que su estructura había sufrido importantes mutilaciones. Los bienes enajenados fueron repuestos, la legislación sobre regulares anulada y el control cultural y la censura ideológica de la sociedad depositados nuevamente en sus manos. A estos niveles, todo seguía su curso y se ajustaba a una mecánica previsible. Sin embargo, ¿qué había sucedido con la numerosa fuerza popular que había secundado los levantamientos y contribuido de manera impor-
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tante a la derrota del régimen constitucional? Los soldados de base, campesinos, jornaleros y algunos artesanos, regresaron lentamente a sus pueblos. No quedaba otra posibilidad; sus batallones habían sido disueltos y todos ellos licenciados. Esperaban recibir allí el reconocimiento por su contribución al nuevo orden, pero no tardaron en incorporarse al trabajo, aguardando que en los próximos meses pudiera traducirse este agradecimiento en forma de un empleo público o cualquier otro tipo de prerrogativa compensatoria. De momento, cuanto podían hacer se limitaba a alistarse en los cuerpos de voluntarios realistas que progresivamente estaban siendo normalizados y cargar con la responsabilidad de organizar una fuerza local realista que funcionaría como núcleo para el mantenimiento de la reacción en el ámbito municipal. Pero las circunstancias de la guerra civil habían favorecido la incorporación de individuos procedentes de las clases populares en la estructura militar de los realistas. Dada la ausencia casi total de miembros del ejército entre sus filas, los cabecillas que realizaron la función de oficiales se atribuyeron sucesivamente graduaciones cada vez más altas. Esto favoreció la formación de una «aristocracia» realista, compuesta por individuos procedentes del pueblo pero que durante los dos años que duró la guerra se habían destacado en el ejercicio de funciones organizativas dentro de las tropas insurrectas. Para ellos el licenciamiento no fue algo deseado y la reincorporación a la vida civil suponía el abandono de un puesto de autoridad y de notable reconocimiento social. Que las condiciones definitivas se convirtieran en un agravio contra ellos dependía del tratamiento que el régimen de Fernando VII diera a esta oficialidad, la primera con la que contó para restablecer el absolutismo.
4.3.1. Los ilimitados ¿Cómo se había producido el ascenso de estos individuos? Un ejemplo significativo es el de Enrique Montañés, quien durante la guerra civil carlista llegaría a ser uno de los jefes principales en Aragón. Montañés había nacido en la villa bajoaragonesa de Mazaleón en 1796. Tenía 26 años y ningún contacto con el ejército cuando en agosto de 1822 reunió a treinta y cinco hombres de su pueblo y se presentó con ellos a Rambla. Fue destinado a la división de Aragón que mandaba Joaquín Capapé como soldado, combatiendo por primera vez en la acción de Calanda.
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Participó en algunos de los hechos de armas más notables de toda la guerra contra la Constitución, desde la entrada en Alcañiz hasta el sitio de Teruel, incluyendo la toma de Montalbán y el ataque a Aliaga. Su actividad, aunque centrada en el Bajo Aragón se extendió desde Candasnos y Albalate de Cinca hasta la serranías turolenses, Zaragoza, Calatayud, Sigüenza y Guadalajara. Con la entrada de las tropas francesas se incorporó a la actividad de los invasores y participó en la toma de poblaciones como Teruel, Valencia o Lérida para los realistas. Enrique Montañés se había incorporado a las fuerzas realistas en 1822 en condición de soldado y después de 24 días fue nombrado cabo primero. Con esta graduación permaneció 7 días, después de los cuales fue ascendido a sargento segundo, puesto que ocupó solamente 28 días más, tras los cuales ya era subteniente. El ascenso a teniente tardó en producirse dos meses y aproximadamente ese tiempo fue el que precisó para ascender a capitán. En poco más de seis meses Enrique Montañés había ascendido de soldado a capitán de las fuerzas realistas, y con este grado llegó hasta el final de la guerra. Era un oficial victorioso, de los primeros con los que podía contar Fernando VII en los momentos iniciales de la contrarrevolución. Había atravesado situaciones difíciles cuando la opción por el realismo era comprometida; por eso tan pocos militares habían estado de su parte. Llegaba la hora de resarcirse de las dificultades padecidas. Fernando VII y el gobierno estarían satisfechos de su labor. Pero las disposiciones fueron contrarias: el 20 de julio de 1824 fueron licenciados todos los soldados, quedando en cuadro el regimiento, que fue disuelto por una real orden del 30 de octubre. No habían transcurrido ni dos años y medio y Enrique Montañés había cerrado el círculo completo. Desde su condición de civil había llegado a capitán, para terminar en la situación de oficial con licencia ilimitada o, lo que es lo mismo, apartado del ejército y sin sueldo.74 En 1825 aún esperaba que el rey se «dignara agradecer al suplicante con algún empleo y graduación Militar»: las expectativas habían sido defraudadas.
74 Hoja de servicios e información aneja de D. Enrique Montañés, A.G.M.S., Sección 1.ª, expediente M-3767.
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Pero éste no era el caso únicamente de Montañés. Se estimaba que el número de indefinidos o con licencia ilimitada ascendía a 8.000 hombres, contando únicamente a los militares no profesionales que habían obtenido sus grados en el Ejército de la Fe y, posteriormente, cuando éste había sido disuelto, no habían sido confirmados por el gobierno. Además de ser muy numerosos, los realistas apartados del ejército quedaron en una situación económica muy precaria. «Estos oficiales indefinidos tienen derecho, en virtud de un reglamento del mes de marzo de 1824 a un tratamiento de inactividad del tercio o de la mitad de su sueldo ordinario» según los casos, «pero este escaso salario no les es pagado más que con retrasos excesivos; en algunos lugares ni siquiera eso y estos desgraciados se encuentran reducidos a un estado de miseria que soportan con mucho coraje y resignación, que de un momento a otro puede hacer estallar entre ellos sentimientos contrarios».75 Como consecuencia, los ilimitados van a constituirse en un baluarte del ultrarrealismo durante toda la década absolutista. En sus filas encontrarán eco las conspiraciones, desde ellas se presionará sobre el gobierno para radicalizar su praxis contrarrevolucionaria, y su apoyo a los levantamientos es una realidad.76 El descontento arraigado en este grupo perdurará en el tiempo, se exacerbará con la perspectiva de la sucesión de Isabel II en el trono y será decisivo en la organización de los levantamientos carlistas en 1833.
4.3.2. El levantamiento de Joaquín Capapé Sobre Joaquín Capapé hemos tratado numerosas veces al referirnos al Trienio Liberal; con toda seguridad es la figura más importante de la insurrección realista en Aragón en esa época. Paseando el título excesivo de mariscal de campo de los Reales Ejércitos se había convertido en todo un símbolo del levantamiento armado contra el régimen constitucional. Su suerte tampoco iba a ser distinta de la de los otros oficiales con licencia ilimitada. Seguro de la deuda que la monarquía tenía contraída con él
75 «Mémoire sur la situation de l’Armée Espagnole», A.M.A.E., Correspondance Politique, Mémoires et documents, Espagne, 213, 1826, 14 de enero, f. 34-35. 76 Sobre los ilimitados véanse las lúcidas consideraciones expresadas por Jaume Torras en La guerra de los agraviados, op. cit., pp. 100-102; también útiles referencias en Josep Fontana, La crisis del Antiguo Régimen, op. cit., p. 191.
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y con sus hombres, escribió en junio de 1823 a la Regencia: «Cumpliendo tan sagrados deberes, no envidiaré los faustos [sic], ni las riquezas y me considero el más feliz con la tranquilidad interior de saberme comportado cual otro en defensa de la Religión y del más desgraciado de los monarcas de que tengo dadas tan repetidas pruebas».77 Pero el tiempo pasaba y tan altruista comportamiento no se traducía, en reciprocidad, en iniciativas desde el gobierno para saldar esta deuda. Capapé se desplazó a Madrid con sus oficiales y allí elevó una exposición en la que insistía en su lealtad y desinterés. Recordaba los méritos de la División de Aragón del Ejército Realista, que, «nacida en las márgenes del Río Guadalope, y formada en todo el Aragón, me ha seguido constantemente en todas las empresas y se ha conducido con el mayor valor en cincuenta batallas en que ha peleado gloriosamente con los enemigos del Trono de V. M. Ni la desnudez ni la pobreza, ni otras privaciones que ha sufrido, han sido bastantes a distraer su constancia imperturbable. El amor, Señor, a la sagrada Persona de V.M. es quien ardía en sus corazones. Ningún otro interés los ha guiado que el de ver a V.M. restituido a todo el esplendor del trono de sus mayores».78 Ante el escaso efecto de sus peticiones formularias, expuso finalmente, de forma nítida, sus intenciones. En enero de 1824, mediante una representación en la que seguía utilizando su grado de mariscal de campo, manifestaba «que no intenta recordar sus servicios, pero que le sea lícito implorar la beneficencia a S.M. en lo que no puede excusarse, no faltando a la humanidad y obligación natural de poder subsistir, que ha soportado las escaseces y penalidades de la guerra con la pureza e integridad que son notorias, y que se halla con los oficiales de S.E.M. que son siete en la mayor estrechez»; por ello pide que «se les pague desde luego y socorra, a cuenta de sus mesadas con lo que fuere del Real agrado». Ante una excitación tal a la misericordia parecían solucionarse los problemas, la secretaría accede y da orden a la Hacienda de que sean pagados. Sin embargo, surge una nueva dificultad: con fecha de 27 de
77 Ejército Realista, División de Aragón, firmado por Joaquín Capapé, en Alcañiz el 9 de junio de 1823. A.G.M.S. Sección 1.ª, expediente C-1115. 78 Exposición al rey de Joaquín Capapé, Madrid, 3 de diciembre de 1823, A.G.M.S. Sección 1.ª, expediente C-1115.
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febrero, el tesorero general afirma que es «necesario que se manifieste el empleo y sueldo con que debe considerarse los interesados, o que presenten los despachos que obtuvieron antes de 7 de marzo de 1820, y que en uno y otro caso les será abonado el sueldo que les corresponda acreditado». La resistencia a reconocer derechos a los oficiales realistas no militares de profesión era un hecho, aun cuando la petición pretendía únicamente cubrir niveles elementales. Ante el nuevo rechazo, reclamó una vez más, pues, aunque su petición había sido aceptada, «no se ha verificado por exigir en Real Tesorería los Despachos Reales que V.M. sabe muy bien que no hay Realista que los tenga en el día». Por eso manifiesta nuevamente el deseo de que les paguen algo de sus cinco pagas atrasadas,79 «en parte para que sus oficiales puedan emprender su marcha a sus respectivos destinos como V.M. lo tiene decretado».80 Pero, rechazo tras rechazo, perdido en el laberinto de obstrucciones burocráticas, Capapé había ido tomando una decisión. No había luchado todo ese tiempo, en condiciones tan difíciles, para que ahora otros rentabilizaran la nueva situación política. Si los puestos se estaban dando a otros indiferentes mucho tiempo, e incluso condescendientes con el régimen constitucional, se estaba produciendo una traición. Por esas fechas, y a la vista de lo que sucedía, Capapé estaba llegando a sus propias conclusiones sobre las intenciones políticas del gobierno.81 A mediados de mayo escribía a Agustín Tena «diciéndole entre otras cosas que se trataba de desarmar a los Realistas, enviar a sus casas a todos los Jefes y oficiales de la Tropa, publicar enseguida la Amnistía, luego la Constitución, aunque
79 Hasta ese momento habían sido pagadas en Aragón. Los retrasos se habían debido a la Hacienda central. Cabe considerar la importancia que hayan podido tener las dificultades económicas de la Hacienda española con la exasperación de los realistas, y particularmente con los ilimitados, en tanto que la resistencia a reconocer derechos y a pagar sueldos parece más la consecuencia del estrangulamiento económico en el que se encontraba sumido el gobierno que de la ausencia de voluntad política por mantener a estos oficiales e incluso a premiar su participación al lado del absolutismo. Vid. Josep Fontana, Hacienda y Estado en la crisis final del Antiguo Régimen español, 1823-1833, I.E.F., Madrid, 1973, p. 136. 80 Exposición del 1 de marzo de 1824, A.G.M.S., Sección 1.ª, expediente C-1115. 81 Sobre este aspecto véase Josep Fontana, La crisis del Antiguo régimen, op. cit., p. 188 y sus referencias a Vicente de la Fuente, Historia de las sociedades secretas, Lugo, 1871, vol. II, p. 163.
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distinta que la pasada». 82 Motivos no le faltaban para ello, puesto que había sido el propio ministro de la Guerra, José de la Cruz, quien «le había prometido que cobraría todos sus sueldos, se pondría los dos entorchados y andaría a la Provincia que le acomodase, con tal que se uniera a ellos, para lo cual había tratado de convencerle de la necesidad de modificar al Gobierno, para que la Nación fuese feliz, con cuyo objeto se trataba de establecer una Constitución moderada o Cámaras reuniendo Cortes al efecto […]. Que los Realistas de Aragón y todos los individuos de la División» serían desarmados.83 Era la confirmación que necesitaba. Si el propio ministro le hacía proposiciones en estos términos, no había ninguna duda de que la traición se había consumado, el gobierno estaba infiltrado por los constitucionales y el realismo no contaba en el reparto del poder. Era cuestión de tiempo que estos planes se llevaran a cabo. La insurrección realista era la única respuesta posible. La conspiración descubierta por la policía en mayo, que, dirigida por Capapé, debía desembocar en levantamiento en Aragón, fue el primer resultado relevante obtenido por el realismo durante la década absolutista en su papel de generador de sectores ultrarrealistas irascibles con propensión a la insurrección.84 Le seguirían muchas otras, y éstas ya no serán únicamente consecuencias de la guerra civil: responderán a nuevos planteamientos y estructuras políticas elevadas a partir de la restauración fernandina. Es necesario destacar la intensa actividad de los cuerpos de voluntarios realistas. La conspiración de Capapé debía desarrollarse en Aragón mediante el empleo de los voluntarios realistas como fuerza armada, circunstancia que terminó arrastrando al capitán general de Aragón, Grimarest, que fue destituido y sustituido en su puesto por el
82 Actas del consejo de ministros del día 30 de diciembre de 1824. María Concepción Contel Barea (coord.), Actas del Consejo de Ministros, Fernando VII. Tomo I (18241825), Ministerio de Relaciones con las Cortes y de la Subsecretaría del Gobierno, Madrid, 1989, p. 117. 83 Ibídem, p. 118. 84 Sobre la conspiración de Capapé véase Josep Fontana, La crisis del Antiguo régimen, op. cit., p. 188; Miguel Artola, La España de Fernando VII, op. cit., p. 864; y Antonio Pirala Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista, Turner/Historia 16, Madrid, 1984, vol. I, p. 42. Emplazamos al lector hasta la publicación de las últimas investigaciones de Josep Fontana sobre este tema, que iluminarán muchos de los aspectos turbios de la historia.
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Conde de España. La combinación de oficiales con licencia ilimitada y voluntarios realistas va a ser un binomio siempre presente en los estallidos insurreccionales ultrarrealistas que se produzcan desde este momento hasta 1833.
4.3.3. Riesgos realistas para el absolutismo Esta relación, evidente en la práctica, también se reprodujo en la política desarrollada por el gobierno. La entrada de Aymerich en el Ministerio de la Guerra pretendió ser compensatoria de las debilidades liberales del ministro saliente Cruz. La vía escogida fue potenciar y reforzar los cuerpos de voluntarios realistas. En poco tiempo el cúmulo de decretos que dictó anularon los efectos pretendidos por el reglamento publicado por el ministro anterior. Desde entonces los voluntarios no pudieron ser encarcelados en las prisiones públicas y los capitanes generales recibieron órdenes expresas de emplearse en reclutar y proporcionar armas a estos cuerpos. Las consecuencias de esta política no tardaron en manifestarse en forma de un rápido incremento de sus miembros, que cada vez procedían de estratos sociales más bajos. Y, en consecuencia, fue necesario establecer impuestos municipales que sufragaran los gastos de equipo y armamento que, a todas luces, no podían ser costeados por los propios milicianos. Así era percibido desde el Ministerio de Asuntos Exteriores francés este proceso en el que existía una mezcolanza tal de ultraabsolutismo y democracia: «Pronto, por lo tanto, el gobierno se espantó de su obra: nuevos desórdenes donde el grito Viva el rey absoluto se mezclaba con demostraciones y el aparato de la más fogosa democracia, expandiendo un verdadero espanto entre las gentes sensatas de todas las opiniones».85 La destitución de Aymerich en junio de 1825 fue una buena oportunidad para demostrar el poder alcanzado por los realistas, y los desórdenes e intentos de levantamiento se manifestaron en distintos puntos de la península. En agosto se produjo el levantamiento de Bessières. Sorprendentemente, dos de los jefes realistas más destacados que habían detentado en Aragón el grado de mariscal de campo —Capapé y Bessières— no habían
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«Mémoire sur la situation de l’Armée Espagnole», op. cit., f. 43.
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tardado ni dos años en emprender de nuevo la vía de la insurrección. La acción estaba condenada al fracaso porque en ningún momento llegó a conseguir apoyos suficientes. Tropas y realistas procedentes de Teruel, Albarracín, Daroca y Calatayud capturaron a la partida en la serranía de Cuenca y los hombres fueron fusilados el día 26. Sobre la suerte de Bessières, que había sido trasladado a Molina, decidió un real decreto. Jorge Bessières y siete de sus compañeros fueron fusilados el 27 de agosto por orden del Conde de España, acusados del delito de alta traición. Por el tipo de empresa —no fue tardía su vocación a embarcarse en proyectos inciertos—, fue tachado de «aventurero» y de «revolucionario».86 Aunque hubiera tolerado el primer adjetivo, difícilmente hubiera aceptado el segundo, pero el monolitismo de un sistema político como el absolutismo fernandino no iba a entrar en cuestiones de matiz cuando enjuiciaba una rebelión contra el poder real. Pese a la presencia de los voluntarios realistas en los desórdenes, Calomarde no consideraba un riesgo las dimensiones y el poder que estaban alcanzando y defendió, apoyado desde el Consejo de Castilla, su desarrollo sin límites. Desde una perspectiva lúcida, los voluntarios realistas ofrecían esta imagen a la altura de 1826: Este cuerpo, que se evaluaba en un total de 70.000 hombres en el momento de la entrada del señor Aymerich en el Ministerio, pasa al que se asegura hoy de 150.000 hombres. Madrid tiene en torno a 3.000. Las provincias del centro, Aragón, las dos Castillas y Extremadura, que son las más pronunciadas en sentido realista, encierran la mayor parte de ellos. Las ciudades de la costa, dominadas por el espíritu liberal, cuentan muchos menos; algunas incluso no tienen ninguno, a pesar de los esfuerzos que las autoridades locales han hecho para organizarlos.87
4.3.4. Conexiones entre los cuadros de la contrarrevolución Como se ha visto más arriba, resulta sencillo comprobar la pervivencia en el tiempo de una militancia popular en el ultrarrealismo mediante
86 Bando de la Capitanía General de Aragón a los Aragoneses, firmado por Luis de Bassecourt, el 30 de agosto de 1825, A.H.M.S., Expedientes personales, B-2210. 87 «Mémoire sur la situation de l’Armée Espagnole», op. cit., f. 45.
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el seguimiento de los voluntarios realistas durante la década absolutista. Se trata de una institución que evoluciona a plena luz del día, reconocida e impulsada por el poder y cuyo funcionamiento generó un volumen considerable de documentación. Seguir sus evoluciones es una cuestión de sistema. Pero no ocurre lo mismo con aquella «aristocracia» realista que había surgido durante la guerra civil. Existen motivos para pensar que hay una relación entre ésta y los cabecillas que organizaron la insurrección a fines de 1833; demostrarlo es bastante más difícil. Si no fuera posible, la tesis tradicionalista de que se trató de un levantamiento espontáneo a la muerte de Fernando VII, tendría visos de ser cierta. En esta cata sobre las actividades políticas de algunas figuras destacadas del realismo en Aragón es sobre todo importante constatar la pervivencia en el tiempo del descontento entre los cuadros ultras, descontento que les llevará a mantener la relación entre sí y a establecer nuevos contactos con individuos que simpaticen con ellos, lo que induce a pensar en la existencia de una red de relaciones que servirá de infraestructura inicial de mandos para el levantamiento carlista. Centremos la atención en una figura destacada de la insurrección realista, Juan Adán Trujillo, ex-alcalde de Calatayud durante el Trienio Liberal. Después de su destitución, controla todavía la opinión anticonstitucional en esta ciudad, provoca alteraciones del orden contra el poder municipal hasta que levanta un número importante de hombres que, al no lograr consolidarse en la población, tiene que constituirse en partida y vagar por la comarca. Adán Trujillo se convierte así en uno de los primeros jefes realistas de Aragón y en uno de los más importantes paseando, junto con Capapé, el título de mariscal de campo. Las cosas no le habían ido nada bien durante el período absolutista. En 1827 se encontraba prisionero en la cárcel de la Aljafería, en Zaragoza, por un delito de conspiración después de haber sido sometido a consejo de guerra. En la prisión goza de bastante permisividad, concedida por las simpatías ultras del gobernador del castillo, lo que le permitía mantener entrevistas libremente. Es interesante incidir en el tipo de visitas que circulaban, como si de un padre confesor se tratase, por la celda de Adán Trujillo. En particular, hay dos individuos de los que establecen relación con él cuya identidad es relevante: Mariano León y el barón de Hervés, toda una imagen del pasado, el presente y el futuro del movimiento contrarrevolucionario en Aragón.
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Trujillo y León —jefes realistas durante el Trienio— estaban en Zaragoza y eran reconocidos públicamente por sus actividades realistas. Habían despertado inquietud en el intendente de policía de Aragón, quien decía sobre sus ideas que «propenden a alterar la paz y a emprender cualquiera mudanza», aunque «se encuentran abatidos por los sucesos de Cataluña» y tienen el «convencimiento de la desaprobación moral de esta provincia».88 También León había sido procesado por delitos de conspiración y se reconocía en Zaragoza como «una de las personas que más influencia tienen en la clase de Voluntarios Realistas».89 En ese momento —1827— sorprendían sus frecuentes salidas a horas poco comunes por la carretera de Cataluña, donde se reunía con «personas de conocida tendencia al desorden», lo que se añadía a «la observación de haber estrechado su trato más ahora que nunca con jornaleros y gente de igual clase, al par que con oficiales ilimitados y voluntarios realistas de la peor reputación».90 Las actividades de León, uno de los comandantes más activos en Aragón entre los sublevados contra la Constitución, manifestaban claramente su participación en los círculos contrarrevolucionarios, disfrutando del «favor de algunas autoridades» y sirviendo de puente entre éstos y las capas populares. Si León significaba la continuidad de los oficiales realistas en redes ultraabsolutistas durante toda la década, el barón de Hervés es la muestra de la incorporación de individuos procedentes del absolutismo a las corrientes más radicales que desembocarán en el carlismo. El barón de Hervés era un militar cuyos méritos acumulados durante la guerra de la Independencia le permitieron el desempeño sucesivo de empleos en la administración del Estado91 en un eje que podría trazarse entre Calata88 Partes del Intendente de Aragón sobre la conducta sospechosa de Adán Trujillo y Mariano León, y la sospechosa conducta de los subdelegados de Teruel y Alcañiz, A.H.N., Consejos, leg. 49661, fechados entre el 1 de mayo de 1827 y el 15 del mismo mes. 89 Ibídem, oficio muy reservado de Lorenzo de la Torre Trasierra, 1 de mayo de 1827. 90 Ibídem, oficio muy reservado del 5 de mayo de 1827. 91 Rafael Ram de Víu y Pueyo, barón de Hervés, era un burócrata dentro del ejército que inició su carrera en la guerra de la Independencia, durante la cual fue nombrado por el general Palafox, entonces jefe de la Junta Superior de Aragón, gobernador de Alcañiz y de su partido. La participación en la guerra de la Independencia está documentada en A.D.P.Z., Manuscrito 640, Actas de la Junta Superior de Aragón y parte de Castilla, t. I, p. 234. En 1814 sería condecorado con la Real Orden Española de Carlos III y poco después obtuvo del Supremo Consejo de Guerra el despacho de comandante de infantería
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yud y Valencia. En 1827 ocupaba el cargo de gobernador militar y político de Teruel y había despertado las sospechas del intendente de policía de Aragón.92 La razón era la frecuencia de los viajes que estaba realizando con una licencia del capitán general y las entrevistas que efectuaba bajo el pretexto de tener encargos que cumplir. Había hecho dos viajes en poco tiempo a Valencia y, tras detenerse unos día en Teruel, se había desplazado hasta Alcañiz y después a Zaragoza, donde se le vio relacionado con las «personas más indiciadas de tendencia a variar el gobierno». En esta ciudad realizó algunas visitas a la cárcel de la Aljafería «a los presos por anteriores causas de conspiración», entrevistándose también con Juan Adán Trujillo. Su intención era viajar a Calatayud y regresar de nuevo a Zaragoza, donde había sido invitado por el corregidor. La opinión que expresaba el intendente de policía sobre Hervés era la de «un hombre que sin servicios se halla investido del grado de coronel, habiendo sabido figurar méritos contraídos en la campaña de la Independencia y última contra el gobierno constitucional, pretextando correspondencias con algunas juntas y entes militares».93 Manifestaba las sospechas sobre otros subdelegados como el de Calatayud y el de Alcañiz, además del alcalde retirado. Durante el Trienio desempeñó al servicio de la administración el cargo de corregidor y gobernador interino de la ciudad y partido de Alcañiz. Finalizado aquél, siguió sin interrupción desempeñando en Teruel (1824) el cargo de gobernador militar y político, y en Valencia (1828) el de corregidor y gobernador. En octubre de 1833 manifestó su postura a favor de D. Carlos en Valencia, pero el poco éxito que obtuvo le llevó a trasladarse a Vinaroz, que manifestaba una disponibilidad mayor a estas ideas; en contacto con Cosme Covarsi continuó su actividad y marchó a Morella, donde fue requerido para presidir la junta. Mas datos sobre el barón de Hervés en: Fernando Izaguirre, «Aragón en la primera guerra carlista», Zurita, VI, 1958, pp. 93-119; Vicente Meseguer, «La sublevación carlista del 11 de noviembre de 1833 en el Maestrat y Morella», Boletín del Centro de Estudios del Maestrazgo, 17, enero-marzo 1987, pp. 51-53. Y también en: Copias auténticas de los Documentos originales que acreditan los Servicios, que desde el principio de la actual convulsión política y Militar, ha prestado a la Patria Don Rafael Ram de Viu y Pueyo, Barón de Hervés, Comisionado que fue del Gobierno Supremo, y Corregidor de la Ciudad y Partido de Alcañiz, Imprenta de Andrés Sebastián, Zaragoza, 1813; Relación de los méritos y servicios de D. Rafael Ram de Viu y Pueyo, 3 pp., impreso, 5 de noviembre de 1823. A.G.M.S., Expedientes personales, leg. R-362. 92 Las sospechas no eran infundadas a la luz de las notas que sobre él quedan reflejadas en el diario de Arias Teijeiro, vol. 2, p. 354. Documentos del Reinado de Fernando VII. III. Arias Teijeiro. Diarios (1828-1831), EUNSA-CSIC, Pamplona, 1967, introducción y notas por Ana María Berazaluce, 3 vols. 93 Oficio muy reservado de Lorenzo de la Torre de 15 de mayo de 1827, A.H.N., Consejos, leg. 49661.
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mayor de esta última ciudad. De él afirma que «bajo un aparente realismo siembra el germen del desorden y de aversión al Rey» apoyándose para ello en su puesto. Y la naturaleza conspirativa de los contactos de Hervés no es una invención del intendente, sino que, con el tiempo, aquellos puntos en los que había establecido contactos van a ser objeto de levantamientos armados carlistas en los primeros días de la insurrección. Todo lo anterior permite confirmar dos circunstancias importantes para comprender la pervivencia en el tiempo de una opinión ultrarrealista en el seno del absolutismo. Por un lado, que, al no ser integrados en el régimen, los cuadros dirigentes de la insurrección realista durante el Trienio se configuraran como un sector caracterizado por el radicalismo político que, apoyado en las autoridades más proclives a sus planteamientos, mantuvo una red de contactos y fomentó nuevas incorporaciones. Por otro lado, que esto significó una temprana escisión dentro del absolutismo, y no exclusivamente entre el absolutismo gobernante y el marginado del poder, sino la existencia de dos tendencias enfrentadas en el ejercicio del poder, cuyos proyectos diferían sustancialmente, al igual que se contraponían las vías de desarrollo del régimen que ambas pretendían. Probablemente, la aparición de un importante conflicto de intereses sería suficiente para poner al descubierto la incompatibilidad de estas dos posturas.
4.3.5. La sublevación de los malcontents vista desde Aragón Pudo ser una oportunidad la que brindó el levantamiento armado de los malcontents catalanes, pero no fue así; se limitó —por su valor clarificador de la situación— a poner de manifiesto que la escisión entre el sector moderado del absolutismo y el realismo exaltado ya se había producido. La sublevación estalló cuando estos últimos tuvieron la certeza de que la voluntad de Fernando VII se inclinaba más al diálogo con los emigrados moderados que a la depuración sistemática de liberales, de los que se hallaban supuestamente plagadas todas las instancias del poder.94
94 Jaume Torras, La guerra de los agraviados, op. cit., pp. 19-20. Es importante la reciente aportación al tema hecha por Pere Anguera, Els malcontents del corregiment de Tarragona, Rafael Dalmau, Barcelona, 1993.
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No era cierta esta percepción de la realidad política tal como se producía en las filas ultrarrealistas, pero era su forma de ver las cosas y en función de ella actuaban. La actitud de Fernando VII respondía tan sólo a sus propios intereses y el rey no estaba dispuesto a depositar su confianza en el sector apostólico que soñaba hacerse con todo el poder. Su agudo sentido de la supervivencia le impelía a buscar otros apoyos que le permitieran cierta independencia de este sector dominante. De ahí que, en palabras de Jaume Torras, el movimiento de los malcontents deba considerarse «como uno de los primeros intentos de hacerse con el poder por parte del partido apostólico, el mismo partido “de la teocracia pura” que dirigiría el movimiento carlista durante la guerra civil de 1833-1839».95 Sin embargo, no se trata todavía de un movimiento unánimemente carlista.96 La penetración de la idea de sustituir al rey en el trono por su hermano Carlos fue un proceso que se completó de forma lenta hasta 1833,97 por lo que, en un movimiento con importante participación popular como éste, la lista de agravios políticos y sociales, sumada a las difíciles condiciones económicas, tuvo mayor importancia como idea directora. La forma en que la guerra fue resuelta puso de manifiesto algunas de las presunciones realistas que la habían originado. Los jefes que se habían significado públicamente fueron ejecutados con implacable dureza; no hay ninguna duda de que fueron tratados como enemigos, y, si alguna consideración existió, fue con los inspiradores últimos de los hechos, cuya identificación, vinculados como estaban a la administración de la Iglesia y el Estado en altas esferas, hubiera abonado el descrédito del poder real.98 La opción de Fernando VII y su gobierno estaba claramente expresada; la precisión que se realizaría en los años siguientes sería el grado en el que se iba a producir el acercamiento a ciertos sectores del moderantismo. Aragón, reino fronterizo al campo donde se desarrolló la guerra de los malcontents, no podía quedar ajeno a lo que sucedía en tierras catala95 Ibídem, p. 123. 96 Ibídem, p. 24. 97 Opinión defendida por Josep Fontana en La crisis del Antiguo Régimen, 18081833, op. cit., p. 45. 98 Jaume Torras, La guerra de los agraviados, op. cit., p. 3.
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nas. El levantamiento no debió de ser una sorpresa total, puesto que no era la primera vez que llegaba desde Levante el eco de protestas de este tipo. A comienzos de 1824 circularon por el Bajo Aragón sendos textos procedentes de Tortosa99 cuyos contenidos en nada tenían que envidiar el radicalismo de otros difundidos por los agraviados. Se expresaba en ellos una concepción maniquea de la situación, y esto suponía reclamar, en toda su extensión, la práctica del absolutismo radical. «A fuera pues —decía— todos los francmasones y comuneros. A fuera los milicianos voluntarios. A fuera los cazadores de provincia llamados peseteros y migueles. A fuera todo empleado, bajo cualesquiera título por los liberales, y toda clase de constitucional. Así lo manda el Rey, así lo exige la salvación de la Patria, y así lo deseáis también vosotros». Y se expresaban importantes quejas de los voluntarios realistas frente al reparto de los puestos en la administración restaurada. «Ármense, para que sea respetada, a los Voluntarios realistas. Sepárense de los destinos a los que los obtengan inméritamente. Llénense las vacantes por sujetos comprometidos, que de este modo llegará el día tan ansiado de asegurar eternamente la paz, y de alejar nosotros a los rebeldes». Desde muy temprano, pues, se tenían noticias en Aragón de cuál era el curso del razonamiento político que hacían de la situación algunos sectores del realismo catalán. Sin embargo, la insurrección de los malcontents no arraigó en Aragón del mismo modo que en Cataluña. Aunque no hemos localizado estudios sobre la implantación de los voluntarios realistas en el Principado,100 a tenor de las informaciones cualitativas ya citadas que hablan de la escasa implantación de estos cuerpos en la periferia peninsular, puede aventurarse como hipótesis de trabajo la siguiente: el fomento de los voluntarios realistas en Aragón, donde habían sido vestidos y pertrechados y donde disponían además de unos importantes arbitrios municipales fijos para cubrir sus necesidades, difundió un sentimiento de respaldo por parte de las autoridades en distinto grado que el de sus compañeros 99 El primero es la reimpresión del bando dado en Vich por el brigadier Manuel Dumont con motivo de su nombramiento como gobernador interior del corregimiento; el otro es una petición impresa por los voluntarios realistas de Tortosa de 22 de enero de 1824. A.H.M.A., D. y E., c. 5. 100 Recientemente ha aparecido un meritorio trabajo de Daniel Rubio Ruiz, «Els cossos de Voluntaris Reialistes (Corregiment de Cervera): estructura social i conflicte», art. cit.
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de Cataluña, donde la complacencia con dicho cuerpo era menor. Ésta pudo ser la causa de que, aunque existió un sentimiento de proximidad con el movimiento y cierta sensibilidad predispuesta a aceptar sus planteamientos, no estuvieran implicados en la trama.101 Esto no impidió que las tierras próximas a Cataluña se vieran afectadas por la insurrección. En la primera oleada insurreccional, durante la primavera, los voluntarios realistas del Bajo Aragón participaron en la represión del movimiento, pero su actitud fue tibia, criticándose públicamente «su intempestiva vuelta sin haberse internado en el principado en los días críticos de destruirse allí la guerrilla de conspiradores que infestaban aquella provincia».102 Los principales signos de agitación se dieron a lo largo de toda la línea fronteriza con Cataluña a partir de septiembre. Sariñena, Candasnos y Fraga destacan entre los puntos más conflictivos al norte del Ebro.103 Pero la mayor intensidad se centró en el Bajo Aragón, que siguió desempeñando el papel de enclave estratégico, ya representado en la reciente guerra civil, tanto para la conservación del orden como para la extensión del levantamiento por Aragón y Cataluña.104 Hubo un intento de sublevar Caspe y gestiones en la misma dirección en Calanda. Cuando los insurrectos comenzaron a tener problemas, se refugiaron en los Puertos de Beceite, como sucedió con José Ralda a comienzos de octubre y con Chulví a fines de año.105 En Aragón la actividad desplegada para evitar la extensión del levantamiento muestra unas
101 Por su parte, Pere Anguera en Els malcontents del corregiment de Tarragona, op. cit., p. 61, propone una lectura relativa del papel de los voluntarios realistas en la sublevación. 102 Oficio del intendente de policía de Aragón al Ministerio, 15 de mayo de 1827. A.H.N., Consejos, leg. 49661. En la misma correspondencia, con fecha de 1 de mayo, se identifican las gestiones para la compra de varios caballos efectuadas por Mariano León y Mariano Brualla con un intento de secundar el levantamiento desde Aragón. 103 Véase Jaume Torras, La guerra de los agraviados, op. cit., p. 85, y oficio, 5 de octubre de 1827, en A.H.M.A., Con., c. 20. 104 Antonio Pirala atribuye la decisión del monarca de viajar hasta Cataluña a esta posibilidad de que el levantamiento se expandiese por toda España. Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. I, pp. 71-72. Vid. también «Memoria histórica de la gloriosa expedición del Rey N.S. a Cataluña en 1827», en Documentos del Reinado de Fernando VII. VIII. Los agraviados de Cataluña, vol. 4, EUNSA, Pamplona, 1972, pp. 224-225. 105 Informaciones procedentes del borrador de oficios conservado en A.H.M.A., Con., c. 20.
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características confusas, probablemente el reflejo del desconcierto que reinó entre las autoridades y los realistas, que no terminaban de explicarse adecuadamente lo que estaba sucediendo.106 Los ayuntamientos ocuparon un lugar decisivo en esta respuesta y emplearon la fuerza disponible a su servicio, es decir, los voluntarios realistas. Así obraron los ayuntamientos de Alcañiz y Morella, sin que los realistas acertasen a entender los hechos. Desconcertados, censuraban «la pérfida conducta observada por algunos de sus compañeros de armas de distintos pueblos del principado».107 Sin embargo, los oficiales, como, por ejemplo, José Puertolas, y muchos de los voluntarios, participarían activamente en conspiraciones y levantamientos en el año 1833. Lo cual parece demostrar una conciencia menos desarrollada del descontento realista en Aragón, que podía estar ligada a un mejor y más libre desenvolvimiento dentro del poder municipal.108 Esto lleva a valorar de forma destacada el papel de la insurrección de los malcontents catalanes en la formación de una opinión que devendría carlista. Un levantamiento así en tierras vecinas mostró el camino hacia un realismo radical que no había tenido la osadía de surgir aquí con perfiles tan punzantes, probablemente porque las condiciones de existencia eran distintas. Pero aprendieron la lección y sus enseñanzas fueron almacenadas entre el bagaje de recursos al alcance de los realistas para obtener el poder. La extensión y eficacia con la que los voluntarios realistas se lanzaron a la insurrección después de la muerte de Fernando VII confirman que la lección no cayó en saco roto. Mientras tanto, fueron dominados por el miedo y la represión ejercida sobre los cabecillas catalanes justificó el silencio y la inactividad: la elocuencia de la violencia siempre fue la virtud oratoria de este monarca. Sin embargo, este silencio significaba que la fractura dentro del absolutismo se había producido definitivamente. Desde el sector apostólico resultó evidente que no había
106 «1827. El Alcalde mayor de la ciudad de Alcañiz consulta lo que ha de hacer ante la proximidad de los revolucionarios de Cataluña y su llegada a Nonaspe y Fayón», A.H.P.Z., Real Acuerdo, Corregimiento de Alcañiz, 1709. 107 A.H.M.A., Con., c. 20. 108 Son frecuentes las referencias al control del poder local que ejercían en Alcañiz, de manera compartida, el alcalde, reconocido realista, y los oficiales de voluntarios, que desembocó en una conspiración carlista fomentada por ellos a comienzos de octubre de 1833. A.H.N., Consejos, leg. 49661, oficio del intendente de policía de Aragón, 8 de mayo de 1827.
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lugar para su política desde el gobierno de Fernando VII; la búsqueda de una alternativa real —valgan ambos sentidos de la ambigüedad— en el futuro se convirtió en un objetivo primordial.
4.4. 1832 Une Constitution ne convien pas à ce Pays […] un régime semblable est incompatible avec le caractère du Roi et si une révolution pouvait l’y retablir, on verrait de nouveau ce prince prisonnier dans son palais ou foulant aux pieds la Constitution suivant qu’il se trouverait plus faible o plus fort qu’elle. (Coup d’oeil sur la Situation d’Espagne, 1830)
Hasta aquí hemos comprobado la existencia de unas condiciones sociales y un entramado institucional que permitió el mantenimiento en el tiempo y la recreación del realismo radical resultante de la guerra civil entablada en el Trienio, e incluso la atracción de nuevos sectores de la sociedad hacia tales posturas. Pero esto no basta, por sí solo, para explicar el levantamiento de 1833, ni el apoyo que recibió el régimen; una serie de cambios políticos, nacionales e internacionales, que derivaron en transformaciones en la composición e interpretación del poder del Estado, hubieron de producirse con anterioridad. En este contexto tiene que verse 1832, como una fecha clave para entender la inflexión que experimentó la política fernandina.
4.4.1. Sobre el control del poder a finales de los años veinte La actitud de Fernando VII ante la insurrección de los malcontents y la aplicación concreta que las autoridades catalanas hicieron de las órdenes de represión indicaron con nitidez a los apostólicos que no eran dueños de la situación, aunque participaban en buena medida del poder. Sin embargo, el aplastamiento había sido importante y las circunstancias no eran favorables para insistir en la vía del levantamiento armado. Se abría, pues, un período de relativa tranquilidad en el que siguieron progresando planes para la toma del poder en círculos conspirativos realistas.
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El comportamiento del rey era cada vez más la espuela que impulsaba esta opinión radical permanentemente agraviada. En 1830 hallaron un nuevo motivo. Fernando VII contrajo su cuarto matrimonio en diciembre de 1829, esta vez con una sobrina suya, María Cristina de Nápoles. Tal elección desestimaba las opciones carlistas, que eran la viudedad o el matrimonio con una princesa alemana.109 Hubiera sido una oportunidad para acercar posiciones, pero la opción del rey fue por la mujer que le pareció más deseable.110 Muy pronto María Cristina quedó embarazada y esto hizo reflexionar al rey sobre las condiciones de la sucesión al trono. Deseaba que sus hijos le sucedieran y la legislación en vigor lo impediría si llegaba el caso de tener sólo descendencia femenina. Por ello publicó la Pragmática Sanción de 1830. En ella ofrecía una justificación histórica del hecho: Que en las Cortes que se celebraron en mi Palacio de Buen Retiro el año de mil setecientos ochenta y nueve se trató, a propuesta del Rey mi augusto Padre que está en gloria, de la necesidad y conveniencia de hacer observar el método regular establecido por las Leyes del Reino, y por la costumbre inmemorial de suceder en la Corona de España con preferencia de mayor a menor y de varón a hembra, dentro de las respectivas líneas por su orden; y teniendo presente los inmensos bienes que de su observancia por más de setecientos años había reportado a esta Monarquía, así como los motivos y circunstancias eventuales que contribuyeron a la reforma decretada por el Auto acordado de diez de Mayo de mil setecientos trece, elevaron a sus Reales manos una petición con fecha de treinta de Setiembre del referido año de mil setecientos ochenta y nueve […] tuviese a bien mandar se observase y guardase perpetuamente en la sucesión de la Monarquía dicha costumbre inmemorial, atestiguada en la citada Ley, como siempre se había observado y guardado, publicándose Pragmática-sanción como Ley hecha y formada en Corte, por la cual constase esta resolución, y la derogación de dicho Auto acordado. […] y se publicó todo en las Cortes con la reserva encargada.111
109 Desatendiendo la opinión del Consejo de Estado. A.M.A.E., Mémoires et documents, Espagne, leg. 213, 13 de marzo de 1830, f. 216. 110 Ésta es la opinión de Pirala, Historia de la guerra civil, op. cit., vol. I, pp. 116117; y marqués de Villa-Urrutia, Fernando VII, rey absoluto…, op. cit. p. 171. 111 Pragmática-sanción en fuerza de ley decretada por el Señor Rey Don Carlos Cuarto a petición de las Cortes del año de 1789, y mandada publicar por S.M. Reinante para la observancia perpetua de la Ley segunda, título quince, partida segunda, que establece la sucesión regular en la Corona de España, Imprenta Real, Madrid, 1830.
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De acuerdo con ello, a lo que se procedía ese 29 de marzo de 1830 era, únicamente a hacer público un documento que había permanecido secreto por diversas circunstancias. Así, desaparecidas estas condiciones, mandaba «se observe, guarde y cumpla perpetuamente el literal contenido de la Ley segunda, título quince, partida segunda, según la petición de las Cortes celebradas en mi Palacio de Buen Retiro en el año de mil setecientos ochenta y nueve». La Pragmática no era un desafío a los apostólicos, pero significaba un choque frontal entre sus intereses, concretados en llevar al trono al infante don Carlos, y los del rey Fernando, interesado en que fuera un hijo suyo quien le sucediera. El nacimiento el 10 de octubre de una niña, Isabel, dio lugar a que la ley fuera aplicada; una mujer, según lo publicado, heredaría la corona de España. Al mismo tiempo que se producían estos cambios en el orden interno, otros en el ámbito internacional contribuirían también a configurar el complejo final del reinado de Fernando VII. El más destacable es el desencadenamiento de la revolución que acabó en Francia con Carlos X, embarcado en una política reaccionaria, y la elevación al trono de Luis Felipe de Orleans, que llegaba con una aureola de príncipe liberal. Inmediatamente esto se tradujo en forma de nuevas movilizaciones por parte de los exiliados españoles, que de nuevo concibieron la posibilidad de introducirse en el país y provocar un levantamiento liberal, apoyándose en las facilidades que podían encontrar para moverse al otro lado de la frontera francesa. Sucesivas intentonas fueron realizadas el resto de 1830 y en el año siguiente. Por Navarra lo intentan Valdés y, poco después, Espoz y Mina y Milans por Cataluña, y Torrijos realiza un desembarco en La Línea, pero ninguna de dichas acciones terminó respondiendo a las expectativas que habían despertado.112 Estas iniciativas supusieron una nueva oleada de medidas represivas contra los liberales. Como decía Calomarde, «vuelve la facción rebelde e incorregible, que tiene jurada la desolación de su patria, a alarmar y conmover el Reino, asomando por las gargantas de nuestras fronteras de tierra, y preparando incursiones por las del mar». Se justifica con ello un durísimo articulado que
112 Irene Castells, La utopía insurreccional del liberalismo, op. cit., principalmente, caps. 4 y 5; y Pedro Rújula, Rebeldía campesina y primer carlismo, op. cit., p. 20.
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comienza como sigue: Se aplicarán las mismas penas que las que en «mil ochocientos veinte y cinco, contra los rebeldes que fueron aprehendidos con las armas en la mano en cualquiera punto del territorio español». Seguidamente, se amenaza a los que presten ayuda, a los ayuntamientos y justicias, a los que oculten en su casa, a los que mantengan correspondencia, maquinación en el interior del reino, insurrección o los que no denuncien, y se exige una lista de todos aquellos «emigrados contumaces contra quienes haya recaído sentencia condenatoria de cualquiera Tribunal del Reino por crímenes revolucionarios». Una vez más, hablar de contrarrevolución no es ningún exceso retórico, es simple fidelidad al lenguaje en el que están formuladas las órdenes.113 Nada permitía pensar que la actitud del rey Fernando relativa a las cuestiones sucesorias supusiera un acercamiento hacia posturas liberales, y ello a pesar de que eran evidentes sus conflictos con los intereses del partido apostólico. Así puede comprobarse en la ley sobre imprentas, uno de los puntos más sensibles para el liberalismo, que apareció ese mismo año. Decía su artículo primero que «ningún impresor podrá imprimir libro, memorial u otro algún papel suelto, de cualquier calidad o tamaño, sin que tenga licencia del Consejo, del Subdelegado General de Imprentas o de los particulares de las respectivas Provincias, pena de doscientos ducados y dos años de destierro del Pueblo en donde cometiese el delito […]». No hay elementos positivos en él, sólo limitaciones y penas. Y lo mismo sucede en los artículos que siguen. «Se prohíbe la impresión —dice en el séptimo— de todo libro o papel grande o pequeño que sea contra nuestra Santa y única Religión Católica, […] y lo mismo todos los que sean contra las buenas costumbres, usos legales, forma de gobierno de estos Reinos, regalías de S.M. y leyes no derogadas; las sátiras, insultos, y papeles sediciosos contra las Autoridades constituidas, Tribunales, Cuerpos, Jueces y particulares, sobre todo lo cual se encarga a los Jueces y Subdelegados de imprentas y particularmente a los Censores […]». Siguen otros según los cuales las penas «serán a proporción de la mayor o menor malicia del autor, o de sus escritos hasta la de muerte, si fuere el delito de lesa Majestad divina o humana», las prensas
113 Bando de Manuel Llauder, impreso en Zaragoza con fecha 10 de octubre de 1830, A.M.Z., S.F., 44/3-2.
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deberán instalarse en lugar público, abierto y conocido, los impresores habrán de comunicar la calle, casa y número en que viven, además en todos los papeles aparecerá el nombre del impresor, mes, año y lugar de impresión, y las remesas de libros extranjeros se registrarán y entregarán a sus dueños.114 En conjunto, no era tanto un reglamento sobre imprenta como una serie de disposiciones policiales para controlar el contenido de todos los impresos y asegurarse de que se podría perseguir y hacer pagar a los autores cualquier signo de heterodoxia en el pensar. Este reglamento constituye una muestra más de cómo la evolución de Fernando VII y de su régimen, a estas alturas de reinado, era nula considerada en términos de aperturismo político. La imagen que proporciona la pena de muerte entre la galería de castigos esgrimidos contra los impresores da fe de esta realidad. Otra muestra de los parámetros políticos en los que se movía el pensamiento de Fernando VII por aquellas fechas la ofrece el equipo de hombres que mantenía a cargo del gobierno. Destaca en él la figura del ministro de Gracia y Justicia, Tadeo Calomarde,115 como una de las más influyentes, posición conseguida y mantenida mediante un refinamiento extremo en adaptarse a las necesidades del rey.116 A pesar de que su apoyo procedía del partido apostólico, sus relaciones se habían deteriorado progresivamente. Cada una de las medidas tomadas por el gobierno conteniendo los avances de ese partido le debilitaba, puesto que de él se
114 Real Cédula de S. M. y señores del Consejo, por la cual […] se prescriben las formalidades oportunas acerca del establecimiento de imprentas, publicaciones de estampas, de periódicos y de suscripciones y otros puntos, Imprenta Real, Madrid, 1830. 115 Eloy Fernández Clemente, «El turolense Calomarde y las reformas pedagógicas del reinado de Fernando VII», Teruel, n.° 44, 1970, pp. 27-55. 116 «On ne saurait lui refuser de la finesse et de la penetration, une conaissance très approfondie du caractère de son maître, des voies souterraines par lasquelles on arrive au pouvoir mais il n’a ni étendre dans les vices, ni connaissances spéciales et une sorte de routine acquise dans des emplois subalternes supplée seule à ce qui lui manque sous le rapport des lumières et du favoir. Un mélange de supplesse et de boufonnerie fait d’ailleurs son principal mérite après du Roi, ce prince qui s’explique quelque fois sur son ministre en termes de mépris et qui craint avant tout d’être gouverné, se persuade qu’avec un homme tel que Calomarde il est à l’abri de ce danger et l’habitude fait le reste». Coup d’oeil sur la situation de l’Espagne, A.M.A.E., Mémoires et documents, Espagne, leg. 213, 13 de marzo de 1830, f. 216-217.
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esperaba una mediación efectiva en su favor, y pocas dudas había de que «no fuera bajo este Ministerio cuando hayan recibido [los apostólicos] los golpes más duros».117 En una valoración conjunta, el ministerio permitía ser identificado como moderado «y como tal no puede más que disgustar a los apostólicos, pero Calomarde no ha roto toda su relación con ellos; recuerdan que les perteneció una vez, consideran todavía que podría presentarse una circunstancia en la que les serviría de nuevo de instrumento para la formación de un Ministerio de su elección y esta expectativa que tienen de conservarle amortigua un poco la vivacidad de los ataques a los cuales está expuesto».118 En torno a las mismas fechas el peso político del infante D. Carlos era muy limitado y la rápida influencia de María Cristina sobre el rey, que ejercía de recién casado complaciente, permitía preludiar pocos avances de sus partidarios: Se ha hablado mucho de la influencia del infante D. Carlos; existe sin duda, y el partido que hace de su nombre una palabra de reunión proporciona la prueba, pero si esta influencia está impidiendo muchas cosas por el miedo que inspira al Rey, es poco aprovechable a aquellos que la ejercen, y la recomendación del infante por sí mismo es de muy poco peso en lo referente a obtener alguna gracia en favor de sus protegidos, también se abstiene él cuidadosamente de no pedir nada. Los lazos de familia son por otro lado mucho menos íntimos desde la instigación de Calomarde y a partir del viaje a Cataluña. S.M. ha adoptado la costumbre de cenar solo con la Reina; en otro tiempo los Infantes y las infantas eran admitidos en su mesa […].119
En estas circunstancias, con un monarca dueño de la situación y un partido apostólico bloqueado en sus aspiraciones por traducir su influencia en poder político efectivo, podía producirse un enfrentamiento que sería, en cualquier caso, entre dos facciones dentro del absolutismo. Y esto es lo que sucedió en La Granja de San Ildefonso durante el verano de 1832. 117 Ibídem, f. 218. 118 El rey «a été tenté bien des fois de provoquer leur renvoi du Ministère mais la crainte d’y appeler des compétiteurs encore plus dangereux l’a toujours retenu. Il est resulté de cet état de choses une sorte d’équilibre, de transaction entre les partis qui depuis près de quatre ans maintient au pouvoir ce Ministère composé d’hommes médiocres et peu considerés mais que dans les circonstances actuelles est encore celui qui convient mieux à l’Espagne et au souverain qui le Gouverne». Ibídem. 119 Coup d’oeil sur la situation de l’Espagne, doc. cit., f. 219.
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4.4.2. La crisis política de La Granja La situación, por lo tanto, entre las dos facciones enfrentadas dentro del absolutismo era de equilibrio inestable; podía bastar una muestra de debilidad del poder real para que se desencadenara una crisis política. Esta oportunidad fue proporcionada por la enfermedad del rey,120 que, sumido nuevamente en su dolencia, no parecía estar en disposición de superarla.121 La trascendencia de este momento, en el que cambian de sentido y dirección muchas de las trayectorias de la vida política española seguidas hasta el momento, puede comprenderse a través de un breve informe de circunstancias enviado por el conde de Rayneval, embajador francés y testigo en La Granja de San Ildefonso de todo lo que estaba sucediendo, al conde d’Argout. 122 En un esfuerzo por explicar el momento crítico que se estaba atravesando decía: España está en una crisis de la que nadie puede prever la salida. El rey se muere y es imposible decir con seguridad quién va a sucederle. El infante D. Carlos, en general sostenido por una parte pujante y audaz, tendría mucho a su favor si quisiera reivindicar sus derechos, pero ¿se atreverá? He aquí lo que es más dudoso. El Estado en el que se encuentra el rey, tras dos días entre la vida y la muerte, es la ventaja de la reina. Da a los ministros el tiempo y la autoridad necesarios para asegurar la regencia a esta princesa y el trono a su hija. Pero la opinión pública es poco favorable a la reina. Se la cree incapaz de reinar y se sabe que estos derechos, muy recientes, que sólo un capricho ha creado, y que no se apoyan más que sobre un título sin solidez, están hechos contra los derechos del origen y la mayor legalidad posible y que el tiempo ha consagrado. Un levantamiento en Madrid, sea del pueblo o de una parte de las tropas en favor de don Carlos no es imposible.
120 La inminencia con que se esperaba la muerte del rey queda reflejada en esta carta de Francisca Palafox, que se hallaba en Madrid, a su marido: «Por el adjunto diario —decía—, verás el estado en que se halla la salud del rey. Está enteramente desahuciado, de un momento a otro se espera la noticia de su muerte. Aquí hay tranquilidad y para que ésta no se altere están todas las medidas tomadas según parece». A.M.Z., Palafox, 553/96. 121 Véase la interpretación de José Ramón Urquijo a la luz de documentos italianos en «Los Estados Italianos y España durante la primera guerra carlista (1833-1840)», Hispania, LII/3, n.° 182, 1992, pp. 948-953. Otras tratamientos anteriores, en Federico Suárez, Los sucesos de La Granja, CSIC, Madrid, 1951; Julio Gorrincho Moreno, Los sucesos de La Granja y el cuerpo diplomático, Iglesia Nacional Española, Roma, 1966; y Miguel Artola, La España de Fernando VII, op. cit., pp. 928-935. 122 17 de septiembre de 1832, A.M.A.E., Correspondance politique, Espagne, 758, «1832, Juillet à Décembre, Rayneval», f. 94-96.
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Con el rey yaciendo inerte en una cama y sin posibilidad de actuar por sí solo, el enfrentamiento se estableció en términos de reparto testamentario; por lo tanto, entre los partidarios de la reina y los de D. Carlos. Pero ¿con qué apoyos contaban cada uno de ellos? Existían pocas dudas de que, en caso de enfrentamiento armado, don Carlos resultaría triunfante, porque disponía de la mayoría de los apoyos y de los más poderosos.123 Además, dejando a un lado la extraña imagen que transmitía, el infante gozaba de cierta consideración. «Don Carlos pasa, y con razón creo yo —decía Rayneval—, por ser justo, económico, enemigo de la intriga y, por encima de esto, todo lo buen español que se pueda ser. Se oye frecuentemente decir que éste sería el rey que convendría a España. El día que se decida a hacer valer sus derechos, tendrá para él muy ciertamente la porción de la nación en la que reside la fuerza, el pueblo bajo y el clero, y si la salida de los asuntos de Portugal es, como tiene toda la apariencia, en favor de don Miguel, el triunfo dará al partido que sostiene a este príncipe, y que está dispuesto a apoyar también a don Carlos, un gran crédito de fuerza y de influencia». No olvidemos que este testimonio era fruto de la conveniencia política de un país que tenía la necesidad de prever la evolución de los acontecimientos de antemano, para realizar su apuesta política y encontrarse con ventaja en la línea de partida, sea cual fuere el vencedor, y, ante esta disyuntiva, la apuesta se decantaba claramente en favor de las posibilidades de D. Carlos. La reina, por su parte, se hallaba en una débil situación. «La Reina no se ha aliado a ningún partido que se le haya dedicado. En un tiempo se había intentado interesar por su causa al partido liberal. Esto no ha producido nada. Ella no es más querida. La clase elevada le reprocha menospreciar a los españoles; el vulgo le tiene en cuenta no haber dado un heredero al rey. La menor sacudida pondrá, pues, su poder y el de su hija en peligro».124 Aprovechando esta circunstancia,125 los partidarios de don Carlos persuadieron a la reina de que todo intento de llevar a su hija Isabel hasta
123 «Si les choses prennent cette tournure [la guerra civil] en Espagne, les chances de succès définitif son incontestablemente en faveur de D. Carlos». Ibídem. 124 Ibídem. 125 Carta de Rayneval desde La Granja, 20 de septiembre de 1832, A.M.A.E., Correspondance politique, Espagne, 758, «1832, Juillet à Décembre, Rayneval», f. 104.
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el trono sólo desembocaría en una guerra civil que nunca podría ganar, y en estas circunstancias el rey derogó la Pragmática Sanción.126 Pero Fernando VII no se decidía a exhalar por última vez y el compromiso de no hacer pública esta acta hasta que hubiera fallecido embrollaba aún más lo que sucedía en las inmediaciones de sus aposentos. Los acontecimientos esperados se demoraban y crecía cierta inquietud,127 aunque no parecía posible que se pudiera dar marcha atrás sobre los pasos ya dados.128 Sin embargo, sucedió lo que muy pocos suponían: la incertidumbre creada permitió una reacción de los partidarios de la reina129 y, como el monarca seguía vivo —lo que impedía hacer válido el auto y proclamar legalmente a don Carlos—, la ofensiva se materializó en la destitución de Calomarde y todo su ministerio, que había amparado las últimas maquinaciones en torno a la sucesión. Junto a ello se dio nuevamente vigor a la Pragmática por las circunstancias en que se había derogado. Como justificaría posteriormente el propio rey Sorprendido mi Real ánimo, en los momentos de agonía, a que me condujo la grave enfermedad, de que me ha salvado prodigiosamente la Divina Misericordia firmé un decreto derogando la Pragmática sanción de veinte y nueve de marzo de mil ochocientos treinta, decretada por mi Augusto Padre a petición de las Cortes de mil setecientos ochenta y nueve para restablecer la sucesión regular de la corona de España. La turbación y congoja de un estado, en que por instantes se me iba acabando la vida, indicarían sobradamente la indeliberación de aquel acto si no la manifestasen su naturaleza y sus efectos. Ni como Rey pudiera Yo destruir las leyes fundamentales del Reino, cuyo restablecimiento había publicado, ni como Padre pudiera con voluntad libre despojar de tan augustos y legítimos derechos a mi descendencia. Hombres desleales o ilusos cercaron mi lecho, y abusando de mi amor y del de mi muy
126 La propia reina manifestaba con estas palabras referidas a Antonini, el embajador de Nápoles en Madrid, lo que había sucedido: «Quand vide che mio Marito stava morendo di disse che i capi della truppa ne erano a favore di Carlo che andavasi a spargere il sangue di molti e forse quella delle mie figlie, invence di dirmi che sapeva che molti fedeli stavano pronti a defendermi, che i stessi capi della truppa gli avevano incaricato dirmi che non vi era niente che temere […]». A.S.N., Borbone 762. Carta de María Cristina a Fernando II, 13 de febrero de 1833, citada por José Ramón Urquijo en «Los Estados Italianos y España…», art. cit., pp. 951-952. 127 «Cet état prolongué d’inquiétude et d’anxiété accroit le péril dont l’Espagne est menacée». Carta de Rayneval desde La Granja, 24 de septiembre de 1832, A.M.A.E., Correspondance politique, Espagne, 758, «1832, Juillet à Décembre, Rayneval», f. 108. 128 28 de septiembre de 1832, ibídem, f. 115. 129 José Ramón Urquijo, «Los Estados Italianos y España…», art cit., p. 951.
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El nexo contrarrevolucionario cara Esposa a los Españoles, aumentaron su aflicción y la amargura de mi estado, asegurando que el Reino entero estaba contra la observancia de la Pragmática y ponderando los torrentes de sangre y de desolación universal que habría de producir si no quedase derogada. Este anuncio atroz, hecho en las circunstancias en que es más debida la verdad por las personas más obligadas a decírmela, y cuando no me era dado tiempo ni sazón de justificar su certeza, consternó mi fatigado espíritu, y absorbí lo que Me restaba de inteligencia, para no pensar en otra cosas que en la paz y conservación de mis Pueblos, haciendo en cuanto pendía de Mí este gran sacrificio como dije en el mismo decreto, a la tranquilidad de la nación española.130
Los que habían asistido a todo el proceso no terminaban de explicarse qué era lo que había sucedido. «Lo que está pasando es verdaderamente más que extraordinario. En el momento en el que los ministros anunciaban que el rey no estaba en disposición de ocuparse de los asuntos, y cuando creían gobernar solos España, fueron súbitamente destituidos. Un soberano que tiene ya un pie en la tumba, porque no se cree al rey fuera de peligro por completo, cambia de un golpe de ministerio y de sistema […] pero nadie esperaba el cambio del ministerio completo».131 Tal vez sea útil reproducir la secuencia de los hechos y su interpretación política tal como es relatada por el conde de Rayneval: He aquí cómo ha sucedido todo. El domingo último, 30 de septiembre, el rey, por telégrafo, hizo enviar aquí uno de los secretarios del Consejo de Castilla, el Sr. Cafranga, hombre casi desconocido para el público. Éste, apenas llegó el lunes por la tarde, fue instalado en el puesto de Calomarde, quien, una hora después, marchaba hacia Madrid. Ayer por la mañana los decretos de destitución y de sustitución de los ministros de la Guerra, de la Marina, y de Finanzas han sido expedidos. El Sr. de la Alcudia es el único ministro que permanece, y hacia las 3 ignoraba todavía las intenciones del rey igualmente […]. Ha nombrado ya al nuevo ministro de Gracia y Justicia. Sus compañeros son en la Secretaría de Estado, el Sr. Zea; en Finanzas, el Sr. Encina y Piedra, […] tres de sus ministros están ausentes […]. También, pues, en un momento tan crítico como éste, dos ministros, tienen que componer solos el
130 Fechado el 31 de diciembre de 1832, en Real cédula de S.M. y señores del Consejo, por la cual se manda guardar y cumplir la declaración hecha por el Rey nuestro Señor, comprendida en la certificación que se inserta, y en la que S.M. da por nulo el decreto que se le arrancó por sorpresa en los momentos más graves de su enfermedad, derogando la Pragmática sanción de 29 de Marzo de 1830 sobre la sucesión regular a la Corona de España, Imprenta Real, Madrid, 1833. 131 Carta de Rayneval al conde Sebastiani desde La Granja, 3 de octubre de 1832, A.M.A.E., Correspondance politique, Espagne, 758, «1832, Juillet à Décembre, Rayneval», f. 127-129.
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151 Consejo, que no estará completo sino en algunos meses. Pero ésta es una de la menores singularidades de las que estamos viendo aquí. Los nuevos ministros son todos ellos de los que se dice unos hombres especiales y pertenecientes al partido moderado, pero el Sr. Zea es quizás el hombre que el partido de don Carlos detesta más. Su nombre sólo, aun cuando la destitución de todos los otros ministros sin excepción no lo indicaría, sería suficiente para demostrar cuál ha sido el pensamiento que ha presidido la formación del gabinete del que va a ser el jefe. El rey estará, evidentemente, arrepentido de lo que ha hecho en un momento desesperado de su vida. Si no ha deseado el acto que entregaba la corona a su hermano, es probablemente por llegar a este punto, por lo que él ha formado un consejo completamente ajeno a las medidas tomadas durante la enfermedad, y que él puede creer dispuesto a sostener su nuevo cambio de voluntad. Es un golpe muy inesperado, porque si de momento la respuesta ha parecido ser inexistente, el partido de D. Carlos se está mostrando tan confiado y tan fuerte que no tiene la idea de una oposición al reconocimiento de sus derechos […]. El rey no tendrá un socorro igual de poderoso en el partido que representan los hombres que él llama hoy al ministerio.132
Aun después de realizado el cambio de ministerio, la convicción de que la reina se encuentra en una situación de extrema debilidad persiste. Pero, con la llegada del gobierno Zea, la puesta en marcha de medidas de espíritu moderado y con una clara vocación aperturista demuestra que la influencia directa de los apostólicos sobre el ministerio ha desaparecido completamente y se inicia una nueva etapa. Los cambios en los cargos principales de la administración y el ejército se suceden, reemplazando, en cada caso, aquellos marcados de apostólicos por otros de reconocido cariz moderado. En Aragón, el conde de Ezpeleta sustituyó como capitán general de Aragón a Blas de Fournes y se reforzó en el puesto con dos ayudantes que se hallaban en condición de ilimitados hasta el momento, el coronel Nogueras133 y el comandante Francisco Ocaña. Calomarde, que había sido confinado en Menorca, aprovecha su paso por Aragón para huir a Francia disfrazado de fraile franciscano.134 Una serie de decretos dan la medida de
132 Ibídem. 133 La presencia de Nogueras, que será la figura mas importante entre los combatientes contra los carlistas en todo Aragón durante la guerra civil y posteriormente alcanzará el puesto de ministro de la Guerra, significa la incorporación de distintos individuos de ideas liberales en Aragón. A.S.H.M.S., Expediente N-498. 134 Pedro Rújula, Rebeldía campesina y primer carlismo, op. cit., pp. 45-46. El coronel Ángel Pons, gobernador de Teruel, fue detenido poco después y acusado de complicidad en la fuga.
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la política que se trata de aplicar, la reincorporación en el ejército de depurados, la apertura de las universidades y el decreto de amnistía. La amnistía se convirtió en la carta de presentación del nuevo ministerio, fue el signo más evidente de que un cambio se estaba produciendo en la forma de gobernar. En palabras del conde de Rayneval: «Esta nueva medida del gobierno español muestra, de modo más claro que ninguna otra de las que la han precedido, la intención de crear un partido suficientemente fuerte para sostener, en caso de ser necesario, los derechos de la infanta. Pero puede ser que sean sus efectos de cambio el objetivo que se propongan sus autores».135 Desde este momento existía una vía posible para el retorno de los liberales a España; de ahí a formar parte del gobierno o influir en sus decisiones había una distancia considerable, y la posibilidad de que se estuviera encubriendo la transición hacia un régimen constitucional no puede considerarse en ningún análisis sensato. Pero el realismo, que tenía un concepto patrimonial del poder, se vio nuevamente agraviado con el nombramiento del nuevo gobierno moderado y por su política, que iba a permitir la llegada de los indignos liberales exaltados que subvertirían el país e impondrían al rey su voluntad. Desde esta perspectiva, surgió una línea de interpretación —que continuó justificando la insurrección carlista— según la cual Fernando VII fue manejado y dirigido en contra de su voluntad por la reina.136 En estos términos explicaba lo sucedido el barón de los Valles refiriéndose a la amnistía:
135 Carta del conde de Rayneval desde Madrid, 20 de octubre de 1832, A.M.A.E., Correspondance politique, Espagne, 758, «1832, Juillet à Décembre, Rayneval», f. 148. 136 No existen argumentos de entidad en favor de esta tesis, mientras que existen numerosos testimonios que permiten pensar que los derroteros que siguió el gobierno en la etapa final de su reinado contaron con la complacencia de Fernando VII y respondían a su voluntad de permitir que su hija Isabel pudiera reinar. En este sentido, las comunicaciones de José Palafox a su hermano el marqués de Lazán se refieren a la reina como una «alhaja preciosa» que despacha los asuntos con eficacia, «pues aunque todo cuanto se hace lo consulta con el rey, hay veces que en un día tiene dos y tres despachos». Y añade más adelante: «ya habrás visto la circular de Zea; este hombre sabio es incansable, trabaja día y noche, no descansa, y todo va tomando otra vez energía. La reina preside los consejos de ministros, el rey está muy contento, está en todo y nada se hace sin su voluntad y consentimiento». A.M.Z., Palafox, 55-5/42, citado por Herminio Lafoz, José de Palafox y su tiempo, D.G.A., Zaragoza, 1992, p. 166. El testimonio de Palafox es particularmente valioso en este caso por tratarse de una personalidad caracterizada por su adhesión inquebrantable a Fernando VII y de cuyas convicciones absolutistas no podía dudarse en esos momentos.
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153 Esta fatal medida política llamó de nuevo a España a cerca de mil doscientos liberales exaltados, a quienes el destierro no había hecho más que confirmar en sus opiniones, y que diseminados por todas las provincias, propagaron en ellas sus principios destructores. Lejos de mirar la amnistía como un acto de clemencia, la atribuyeron al temor que el Gobierno tenía a su partido; y decían en alta voz que no eran ellos los que debían ser amnistiados, sino el mismo Fernando VII, por haber violado sus juramentos destruyendo la constitución que había jurado, y haber perseguido de muerte a los que habían obedecido sus órdenes, e imitado su ejemplo.137
Desde esta perspectiva, se justifica tempranamente el recurso al levantamiento armado o a la conspiración para que éste se produzca; pero, antes de adentrarnos en los importantes movimientos de este tipo que se produjeron en Aragón, no nos resistimos a reproducir una imagen no interesada del ministerio que emprendía la gestión en esta última etapa del reinado Fernando VII: El ministerio, tal como está constituido, representa al partido moderado, es decir, el que en España quiere algunos cambios en la administración pero no en la constitución. Es preciso que tenga aquí gentes ilustradas y exentas del espíritu de partido presente para que esto sea suficiente a la nación en el estado en el que está, y, en consecuencia, la aprobación general de la composición del gabinete. ¿Pero son realmente los cuatro ministros actualmente en Madrid quienes gobiernan, o no son más que el instrumento de un partido más ardiente que los retiene en su lugar, y que se reserva dimitirles el día en que, por el efecto de los pasos que él les habrá hecho emprender, pueda esperar ocuparse de los asuntos? Está permitido plantearse esta duda cuando se ven estas medidas tan importantes como la amnistía, tomadas, incluso, sin ser de última urgencia, sin el concurso del hombre principal del ministerio, cuando se sabe que este hombre, elegido por el rey mismo, está ya en la cima para toda clase de combinaciones y que se están produciendo muchos movimientos para hacerlo sustituir antes de su llegada. La ausencia prolongada del señor Zea es un contratiempo muy molesto en las circunstancias actuales. Si termina por deshacer las intrigas que se forman contra él, el ministerio puede consolidarse, y se pueden esperar algunas mejoras en la administración sin exponerse a una reacción, que será de temer si se trata de ir demasiado rápido y demasiado lejos en el camino en el que se ha entrado.138
137 El barón de los Valles, Un capítulo de la historia de Carlos V [1837], Actas, Madrid, 1991, prólogo de Alfonso Bullón de Mendoza, p. 47. 138 Carta del conde de Rayneval desde Madrid. 21 de octubre de 1832, A.M.A.E., Correspondance politique, Espagne, 758, «1832, Juillet à Décembre, Rayneval», f. 165.
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Pero las sospechas expuestas no se confirmaron: Zea se ocupó de dirigir el ministerio y emprendió una política reformista que confirmaba el primer término de la cita precedente. No conviene olvidar que Zea Bermúdez había sido previamente ministro de Fernando VII, a finales de 1824, y permaneció en el cargo más de un año, una circunstancia que le hace poco sospechoso de liberalismo. Y es de destacar la opinión de José Palafox, cuyas ideas políticas no estaban muy distanciadas de las de este ministro, quien en carta a su hermano afirmaba, no sin cierta complacencia, sobre el decreto de amnistía: «me parece que se restañan para siempre todas las llagas abiertas. Se sabe que hay otros decre[tos] en la prensa para salir muy en breve, todos por el mismo estilo. El objeto principal que parece se han propuesto es el de consolidar la paz interior en todo el reino, unir todos los ánimos, y hacernos así respetar de los extranjeros».139 No tenía demasiadas dudas de lo que pretendía ese «sabio incansable», y hay que ser cautelosos a la hora de considerar las auténticas posibilidades que tenían los liberales —los partidarios de la Constitución de 1812, libertad de prensa, reconocimiento de derechos ciudadanos y soberanía nacional, no lo que los apostólicos consideraban un liberal, capaces de identificar como tal a cualquiera de los numerosos absolutistas educados en la cultura ilustrada— de influir sobre el poder, teniendo en cuenta la persecución sistemática que habían sufrido durante los últimos diez años y el fracaso rotundo de todos sus intentos por provocar un levantamiento. Entenderlo de otro modo sería participar de la paranoia realista y alimentar la tesis de una persecución exclusiva que nunca existió como tal. La depuración del ejército y la separación de la administración de personas identificadas con el partido apostólico fue una consecuencia más del modelo de ejercicio del poder que había establecido Fernando VII. Persiguió y redujo cuanto pudo a los liberales mientras consideró que eran su principal amenaza. Tardó mucho más tiempo en considerar un riesgo a los realistas. Ignoró lo que significaba el levantamiento de Capapé y apenas tomó en consideración el de Bessières. La de los malcontents catalanes resultó la primera voz de alarma que fue escuchada y desde entonces dedicó convicción y cautela a privar a los realistas de instrumentos que pudiera convertir su preeminencia en la corte en un peli139 A.M.Z., Palafox, 55-5/42, citado por Herminio Lafoz, José de Palafox y su tiempo, op. cit., p. 166.
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gro en la calle. A pesar de todo, la fuerza de los realistas no era puesta en duda por nadie y se manifestó en toda su magnitud durante la crisis fisiológica/política del verano de 1832. Después de los sucesos de La Granja, resultó evidente que, por el momento, eran mucho más peligrosos para el ejercicio autónomo del poder absoluto los carlistas que los liberales. Y, aplicando una vez más los instrumentos que venían siendo habituales durante toda la década, se procedió a la depuración de los carlistas más destacados en puestos de relevancia. El proceso no fue ni exhaustivo ni sangriento, pero debilitó considerablemente las posiciones del carlismo. Consecuencia de los resortes que todavía mantenían, preferentemente en el plano del poder local, serían todas las alteraciones que precedieron a la muerte del rey en septiembre de 1833.
4.4.3. Conspiraciones carlistas anteriores a la muerte de Fernando VII En conjunto, las medidas emprendidas por el gobierno Zea para asegurar un apoyo a la candidatura de Isabel al trono tenían una impronta aperturista —no porque estuvieran inspiradas por los liberales sino porque se tornó reformista la política contrarrevolucionaria que se venía ejecutando hasta el momento— y provocaron una nueva oleada de protestas y levantamientos realistas.140 De nada sirvieron las manifestaciones públicas de la reina, en el sentido de que las mejoras dictadas «no deben indicar esperanzas quiméricas de mudanza de instituciones»,141 lo que, por otra parte, era rigurosamente cierto, y las actividades ultraabsolutistas se intensificaron desde este momento. Una de las conspiraciones de magnitud mayor se produjo en Zaragoza. A mediados de enero de 1833 el capitán general de Aragón recibió
140 Es poco riguroso, a la luz de todas las conspiraciones y levantamientos realistas que hemos venido señalando, considerar que éstos sólo se produjeron después del nombramiento del ministerio de Zea, y no tanto por la imprecisión que significa como porque falsea la perspectiva global del movimiento realista, desviando la atención de uno de los elementos centrales de su naturaleza: el componente histórico. Alfonso Bullón de Mendoza, La primera guerra carlista, Actas, Madrid, 1992, p. 12, detiene en 1832 la búsqueda en el pasado de los orígenes del carlismo, lo que hace comprensible esa ausencia de perspectiva histórica. 141 15 de noviembre de 1832, Fastos españoles o efeméridas [sic] de la Guerra Civil, desde octubre de 1832, Imprenta de Don Ignacio Boix, Madrid, 1839, vol. I, p. 39.
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noticias de que se fraguaba un movimiento sedicioso en la capital y, al tratar de disuadir a los implicados con algunos confinamientos, recibió una confesión que descubría la trama. Cuando Nicolás Navarro Caudete, auditor de guerra, y Francisco Paula Vaquer, alcalde del crimen, recibieron el encargo de formar una comisión regia especial destinada a instruir causa sobre los hechos, ya se disponía de mucha información sobre los planes; sin embargo, obraron con precaución dejando evolucionar la conspiración bajo vigilancia. La capitanía general conocía que el teniente del rey Ignacio Alonso Cuevillas desempeñaba la función de organizador en un movimiento cuyo objetivo era «quitar el gobierno y sus leyes, proclamando con el tiempo a Carlos V».142 La insurrección contaba con importantes apoyos en la ciudad: oficiales ilimitados y retirados descontentos, los oficiales de los regimientos 9.º y 5.º de línea de la capital, vinculados a los cuerpos de voluntarios realistas también como oficiales, el alcaide de la prisión, de acuerdo para abrir la cárcel, y un importante sector del clero secular y regular. Del exterior esperaban obtener la financiación, que estaría dispuesta para final de mes, y el apoyo de los voluntarios realistas de los principales núcleos de población a la derecha del Ebro: Calatayud, Daroca, Teruel y Alcañiz, aunque confiaban en un apoyo generalizado de este cuerpo.143 Entre estos días y la fecha proyectada para el levantamiento, el 25 de marzo, se produjeron algunos hechos que indicaban claramente el incremento de la tensión social como consecuencia de la pérdida progresiva de autoridad de los sectores ultras más comprometidos con la reacción. En el ámbito municipal se estaban produciendo algunos cambios que actuaban en este sentido. Los ayuntamientos fueron constituidos de nuevo por un sistema electivo que beneficiaba a los propietarios144 y la 142 Fue confinado en Sevilla el 2 de febrero y se avisó a las autoridades para que fuera vigilado. Una biografía de Cuevillas por Luis Salguero, «El General Cuevillas», en la revista Tradición, n.° 7, Santander, 1 de abril de 1933, pp. 189-191. 143 La confesión que proporciona estos primeros datos se encuentra reproducida en Fastos…, op. cit., p. 140. 144 Este sistema para la formación de ayuntamientos permitía el acceso de la burguesía al concejo, lo que transformaba decisivamente el reparto de poder en el municipio, como indica Miguel Artola: «Tras casi una década de control gubernativo en la vida municipal y, a través de los municipios, en instituciones como los voluntarios realistas, esta disposición suponía una vía abierta a la participación de los burgueses en la vida política». La España de Fernando VII, op. cit., p. 942.
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centralización financiera introducida por el nuevo gobierno restringió seriamente la autonomía económica que había caracterizado a los voluntarios realistas; además, un nuevo reemplazo de 25.000 hombres pretendía fortalecer al ejército ante un eventual enfrentamiento con los realistas. Estas cuestiones, sumadas a las muestras del triunfo de las posturas moderadas junto al poder —sustitución del gobierno Calomarde por el gobierno Zea, amnistía por delitos de infidencia, confirmación de la sucesión femenina en el trono, desempeño de las tareas ejecutivas por la reina…—, exacerbaron todavía más los ánimos contrarrevolucionarios. A finales de enero de 1833 había sido necesario recordar a los voluntarios realistas una circular reciente impidiéndoles el uso del armamento y el uniforme fuera de los actos de servicio, para evitar los frecuentes abusos de autoridad. No era habitual una amonestación de ese tipo y la misma noche hicieron lo posible por demostrar que en sus atribuciones no mediaban las veleidades de un gobierno ahora débil con los liberales e injusto con sus méritos al servicio de la monarquía. En grupos de hasta treinta hombres recorrieron las calles vestidos con sus uniformes y con los sables en la mano burlándose de la orden, insultado a algunas personas y despreciando a las autoridades. El 3 de febrero volvieron a repetirse hechos similares en los que se hacía evidente que la instigación de las algaradas nocturnas procedía de los propios oficiales de voluntarios realistas: Este jefe y la mayor parte de la oficialidad [de los voluntarios realistas] habían, si no promovido, a lo menos autorizado aquel desorden, por cuanto algunos de ellos vestidos de paisanos y parados en el centro del Coso, habían estado presenciando los desmanes de sus soldados, sin tomar la menor providencia.145
Sólo el temor de perder sus armas por orden de las autoridades civiles o militares si mantenían su actitud les persuadió de volver a sus casas, y esto en medio de cantos bravucones. Mientras evolucionaba la conspiración de Zaragoza, en Calatayud los voluntarios realistas también eran motivo de preocupación para el conde
145 Vid. Fastos…, op. cit., p. 150.
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de Ezpeleta. Éste había encargado a uno de sus oficiales que, de camino a la corte, le remitiera un informe del «espíritu público» de la ciudad. Los términos del informe no podían ser más preocupantes. Había dos acontecimientos recientes que determinaban el ambiente, «malo en general», reinante: el decreto de amnistía y el papel preponderante que había tomado la reina en las tareas de gobierno,146 y, concretamente, en su intervención hasta anular la derogación de la Pragmática Sanción, según la cual su hija Isabel ocuparía el trono a la muerte del rey. Esto había sensibilizado profundamente a una estructura social marcada hasta el momento por el dominio de los sectores reaccionarios: un cuerpo de voluntarios realistas, numeroso y bien equipado, inducido por sus oficiales «revolucionarios» a apoyar a las autoridades eclesiásticas locales —deán, prior, canónigos…— , que, principalmente a través de dos presbíteros, «sus principales agentes, [son] los que en sermones y paseos propagan las ideas que aquéllos les sugieren, sembrando la discordia y excitando la indignación contra el actual Gobierno».147 El convento o la casa del abogado Torralba son los lugares donde «éstos traman y forjan las maquinaciones». A la tradicional apatía del alcalde hacia estas prácticas había que añadir en los últimos tiempos la del gobernador Juan Beamurguía, lo que había desembocado en que «en las últimas noches se han oído varios [tiros], y en una de ellas hasta voces alarmantes de mueran los negros, sin que al parecer se haya tomado providencia alguna».148 Tanto los acontecimientos provocados por los voluntarios realistas de Zaragoza como los de Calatayud son manifestaciones de una tensión social creciente por la movilización de aquellas fuerzas creadas, en principio, para mantener el orden de la restauración absolutista tras el Trienio. En este momento, cuando se producen los primeros tanteos, tímidos y ambiguos, pero que modifican en algo los presupuestos de partida, la reacción cobra nueva fuerza para detener cualquier movimiento capaz de modificar la naturaleza del Estado. 146 Para los realistas era obvio que la reina significaba Isabel II en un futuro más o menos próximo. 147 Ibídem., pp. 157-158. 148 Sin embargo, este gobernador se encargó del desarme de los realistas en medio de una importante tensión, como afirma Vicente de la Fuente: «[…] lo desarmó él mismo, no sin grave riesgo, y viniendo para ello una columna de infantería y caballería de Zaragoza, pues era público que los más acalorados deseaban sublevarse y salir al campo […]». Historia de la siempre Augusta y Fidelísima Ciudad de Calatayud, Imprenta del Diario, Calatayud, 1881, p. 564.
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En Zaragoza, el seguimiento de la conspiración llevó a la certidumbre de que el estallido estaba próximo y, en consecuencia, el 24 de marzo fueron detenidos el coronel retirado Manuel Villar, convertido en jefe de la trama después del confinamiento de Cuevillas, y el capitán de la compañía de caballería de seguridad pública Joaquín Rovira. Fue el momento elegido para hacer pública la noticia de que existían planes para llevar a cabo en Aragón un movimiento ultrarrealista de características similares al de 1827; la noticia del Diario de Zaragoza evitaba cualquier referencia al infante D. Carlos: […] sale hoy el Acuerdo que existen malvados, que como el año 27 intentan quemar vuestros hogares. Meditábanse horrorosos proyectos en esta capital de convenio con conspiradores en otros puntos del reino de Aragón, que descubiertos ya, mueven el Acuerdo con su digno Presidente y Real Sala del Crimen para conocer el conocimiento público y aseguraros de su vigilancia y de la firmeza con que reprimir en cualquiera empresa dirigida a la turbación de vuestra tranquilidad y a la desobediencia y falta de acatamiento a vuestro Soberano.149
La conspiración estaba apoyada desde Madrid por una «junta revolucionaria»,150 desde donde se establecía contacto escrito mediante cartas con nombre supuesto. El capitán retirado Francisco Ríos, cuando se disponía a recoger esta correspondencia fue detenido y en su poder se encontraron otras tres cartas del mismo origen fechadas a mediados de marzo.151 Su contenido no dejaba lugar a dudas sobre las dimensiones del movimiento que se fraguaba. El motivo de la conspiración está en los últimos cambios producidos en los escalafones más altos del poder político y militar. La finalidad explícita consistía en restaurar la autoridad absoluta de Fernando VII, como en 1823, aunque ahora este apoyo estaba directamente vinculado a una próxima sucesión del infante D. Carlos en el trono. El «actual gobierno sectario» debe ser inmediatamente sustituido por «Generales y jefes de Realistas» al servicio de Fernando VII, rey absoluto, cuya enfermedad ha provocado estos cambios. Este objetivo es un ligero replanteamiento de las peticiones de 1824 y de 1827, en suma, el reconocimiento de la autoridad de los realistas como guardianes del abso149 Diario de Zaragoza, 25 de marzo de 1833. 150 En relación al pronunciamiento del coronel Campos, vid. Miguel Artola, La España de Fernando VII, op. cit., p. 943, que también hace referencia a la existencia de esta junta. 151 Reproducidas en Fastos…, op. cit., pp. 212-214.
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lutismo en estado puro y el acceso al poder en los cargos más importantes como garantía de que esto seguiría siendo así. Los planes concretos para el «ejército restaurador» en Zaragoza eran designar un nuevo comandante general del ejército de Aragón —el brigadier Agustín Tena,152 si aceptaba el cargo— e intentar el control incruento de las tropas de la ciudad. Después se efectuarían los nombramientos necesarios y, si las contribuciones no eran suficientes para cubrir las necesidades, se obtendría un empréstito forzoso de aquellos hostiles al levantamiento. Desde la ciudad debía extenderse el control al resto de Aragón, y, cuando esto se hubiera conseguido, se constituiría una «junta superior gubernativa de provincia», que dotaría de un instrumento de gobierno a este movimiento «restaurador». Para llevar a cabo el plan contaban con numerosos e influyentes apoyos en el interior y en el exterior de Zaragoza. Manuel Villar se había rodeado de otros oficiales retirados como él,153 de algunos voluntarios realistas,154 del capitán, teniente y alférez de la Compañía de Seguridad Pública y del alcaide de la prisión de la Aljafería, para conseguir un soporte fiable en la capital. Además, estaban al tanto de la conspiración algunos notables de la ciudad de reconocidas simpatías ultras.155 El material humano para este golpe de fuerza procedía de los voluntarios realistas —doscientos de la propia ciudad, además de los de Calatayud, Tarazona y Daroca, confiando en sucesivas adhesiones—156 y de los presos de la cárcel y del Canal que pudieran ser liberados. Los organizadores mantenían 152 Agustín Tena había nacido en La Muela, en 1782. Participó en la guerra de la Independencia como sargento y ayudante del castillo de la Aljafería en Zaragoza. Fue retirado en 1818, pero a fines de noviembre de 1822 se presentó en la plaza de Mequinenza, ocupada por los realistas, y fue nombrado por la Junta Gubernativa de Aragón comandante de toda la caballería insurrecta en Aragón. Permanecía como brigadier en Zaragoza y se relacionaba con los grupos carlistas, pero sus antecedentes le delataban demasiado para dirigir ninguna conspiración. Levantó una partida en la primera fase de la guerra que fue alcanzada y derrotada en Maicas; Agustín Tena fue fusilado el 26 de noviembre de 1833 en la Hoz de la Vieja. 153 Francisco Ríos, Pablo Ávila, Cristóbal Martínez, Ignacio Cortés, José Pedrola, Joaquín Torniés y Juan José Mateo. 154 Mariano Campos, Joaquín Campás y Manuel Espuis. 155 Conde de Fuentes, Pío Elizalde, Ignacio Cuevillas, Ignacio Ferrer (contador del Hospital), José Sas y Plana, y el Sr. arzobispo. 156 Existen datos sobre movimientos sospechosos de oficiales de realistas en Ariño y Oliete, el día 26 de marzo, y de la adhesión al movimiento de un alférez de voluntarios realistas de Pina y de un oficial de los de Herrera.
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intensa correspondencia con distintos puntos de Aragón: en la zona del Jiloca y el Moncayo, los contactos eran con eclesiásticos —un canónigo y un beneficiado en Tarazona y dos presbíteros en Calatayud— y en el Bajo Aragón —Alcañiz—, un militar y un clérigo.157 También eran notorias las relaciones con eclesiásticos en el exterior del reino, como es el caso del obispo de Tortosa o de un canónigo de Lérida, aunque no carecen de contactos con militares —en Valencia el general Valero y el mayor de plaza Berenguer y en Sigüenza algunos oficiales del provincial— y voluntarios realistas —como es el caso de los del Priorato.158 Desde Madrid, la «Junta de Regencia», que se decía compuesta por el conde Negri y el consejero Otal, entre otros, había destinado 1.200 duros para apoyar estas acciones, pero en última instancia se desviaron a Cataluña. El 26 de marzo, por orden de Ezpeleta, serían desarmados los voluntarios realistas zaragozanos en una medida precursora de lo que sería habitual en el resto de España durante los meses siguientes; todo un signo de la peligrosidad para el mantenimiento del orden la que significaba la permanencia en activo de este cuerpo.159 Las armas fueron depositadas en la Lonja, las autoridades recibieron felicitaciones del gobierno y todos los participantes en las alteraciones fueron licenciados.160 Los 157 El militar era el brigadier Puértolas, que, después de haber rechazado dirigir esta conspiración, será descubierto a la cabeza de otra con centro en Alcañiz en los primeros días de noviembre. Combatiente ya en la guerra de la Independencia, Puértolas se incorporó en 1822 a las tropas de Capapé, en cuyas filas alcanzó el grado de brigadier con el que fue licenciado en 1824. A.H.M.S., Expedientes personales, leg. P-2950. El clérigo es el P. Manuel Garzón. 158 Comunicación del auditor de guerra del reino de Aragón al capitán general de Cataluña, Fastos…, op. cit., p. 236. 159 «Habiendo recibido partes positivos de estar decididos unos ciento cincuenta a doscientos Voluntarios Realistas para marcharse a reunir con otros de Calatayud y sublevarse contra el Rey N.S. bajo el velo de Religión y defensa del Trono, me he visto en la necesidad de tomar entre otras medidas la de mandar que este Batallón de Voluntarios deposite las armas en una de la Salas del Ayuntamiento desde las tres a las seis de la tarde cuyo término se prorrogará mañana si necesario fuese». Oficio del capitán general de Aragón, conde de Ezpeleta, al Ayuntamiento de Zaragoza, 25 de marzo de 1833. A.M.Z., S.F., 44/6. 160 Secretario de Estado y del Despacho de la Guerra al conde de Ezpeleta, 30 de marzo de 1833, reproducido en un oficio de Ezpeleta al Ayuntamiento de 1.º de abril de 1833, A.H.Z., S.F., 44/6-1. Es de señalar que expresa también su significación a distintas autoridades y al arzobispo. Dado que otras informaciones señalaban a esta autoridad eclesiástica como implicado en la trama, puede entenderse como una indicación de que no podía resultar implicado en el esclarecimiento de los hechos.
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voluntarios realistas de Zaragoza quedaban, así, reducidos considerablemente en su fuerza y peligrosidad. De hecho, las iniciativas posteriores del mismo tipo partirán de aquellos miembros que fueron licenciados en esta ocasión y ya no pertenecían al cuerpo. En suma, los planes para lo que Ezpeleta llamó un «alzamiento en favor del Infante D. Carlos, aunque encubierto con las voces de viva el Rey y la Religión»161 no llegaron a materializarse porque las autoridades contaron en cada momento casi con la misma información que los conspirados. Pero esto no es más que la metáfora de una realidad mayor. En las conspiraciones ultras, o, en su caso, en la guerra civil, era decisivo el apoyo y el control de las estructuras de poder del Estado,162 desde la administración de justicia hasta el ejército o los gobernadores de provincia, sin las cuales, cualquier proyecto se debilitaba definitivamente desde su base, pues debía construir una estructura paralela, para lo que no tenía ni tiempo ni medios. Sin embargo, las iniciativas desde el interior habían dado a la reacción excelentes resultados siempre que se habían asegurado el respaldo del poder, independientemente del apoyo social que avalara estas acciones. La formación de gobiernos moderados debilitaba progresivamente la presencia ultra en las estructuras de poder, y es sintomático que, cuando éstos intentan el restablecimiento de sus posiciones privilegiadas, lo hagan con el apoyo de los cuerpos armados formados en un momento de excepción contrarrevolucionaria, donde se habían refugiado los absolutistas más radicales, y de algunos eclesiásticos, puesto que la Iglesia posee una estructura paralela a la del Estado y no está directamente afectada por los cambios de éste. La marcha a Portugal de los infantes y sus familias, a mediados de marzo, fue la demostración de que la ruptura entre Fernando y su hermano se había producido, y como tal se interpretó en todos los lugares. El 3 de abril, Ezpeleta manifiesta a la corte que, a pesar de la alerta oca-
161 Informe al auditor de guerra, 15 abril 1833, Fastos…, op. cit., p. 254. 162 Es de señalar que una de las particularidades que manifiestan en la insurrección de 1833 las Provincias Vascas y Navarra, es el control que los carlistas tienen sobre instituciones como las diputaciones. Rosa María Lázaro Torres, La otra cara del carlismo vasconavarro. (Vizcaya bajo los carlistas, 1833-1839), Mira, Zaragoza, 1991, pp. 21-22; y El poder de los carlistas. Evolución y declive de un Estado. 1833-1839. P. Alcalde, s.l., 1993, pp. 21-22.
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sionada por este hecho, se mantiene el orden en todo el reino. Algunos de los implicados en la trama del 25 de marzo acababan de abandonar la ciudad para eludir la justicia cuando una circular reservada del Ministerio de Guerra a los capitanes generales del NE peninsular163 alertaba sobre unas noticias llegadas de Francia según las cuales existían nuevos planes para impedir que las Cortes juraran a la heredera del trono. Aunque la redacción del documento trata de calificarlo como «movimiento revolucionario» destinado a «republicanizar el Reino», los argumentos descubren raíces carlistas demasiado evidentes: «parece ser el próximo mes mayo la época prefijada para procurar a toda costa poner en práctica los planes tramados por los revolucionarios, proclamando al infante D. Carlos». Zaragoza, Calatayud, Daroca y otros lugares próximos se presentaban como puntos de principal atención. Y también estas ciudades, además de Huesca, están incluidas en unos rumores de pronunciamiento para el 17 y 18 de junio, con el mismo objetivo de impedir la reunión de Cortes que reconocerían a Isabel II heredera, dirigido desde Tolosa y con el apoyo de los voluntarios realistas y abundantes recursos económicos. Durante estos días el administrador del cabildo eclesiástico de Zaragoza había huido con siete millones de reales, «con objeto de emplearlos en conspirar contra el actual gobierno, según rumores muy válidos»164 y fue detenido en Tudela cuando pretendía obtener pasaporte para Francia. La noticia confirmaba que ciertas elites eclesiásticas estaban comprometidas con la reacción y que Francia era continuadamente el lugar donde se fraguaban los intentos de impedir que Isabel accediera al trono. El clima de descontento se dejaba notar diariamente en las comunicaciones recibidas por el gobierno, donde se destacan las actitudes en favor del infante que existen en Aragón, e incluso entre los propios implicados era común la idea de que contaban con el apoyo generalizado de la línea del Ebro desde Zaragoza hasta Tortosa.165 Estas noticias, ajustadas en mayor o menor medida a la realidad, obligaron al gobierno a destinar tropas al Bajo Aragón, punto estratégico para impedir el control
163 Fechada el 22 de abril, reproducida en ibídem, pp. 263-265. 164 Ibídem, p. 279. 165 Ibídem, p. 281.
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continuado del Ebro desde Zaragoza al mar, que llegaron al mes siguiente y se distribuyeron en distintos pueblos.166 El 20 de junio se efectúa la jura de la princesa Isabel como heredera del trono; sin embargo, siendo el momento de la siega y en un año en que las aguas no han sido abundantes,167 los jornales en el campo se hacían aún más precisos, por lo que no se produjeron movimientos de protesta hasta el 17 de agosto, cuando el capitán general de Aragón detectó agitación en los sectores reaccionarios, sin temer por esto que tuvieran posibilidades de alterar la situación.168 Sin embargo, antes de morir Fernando VII, el 29 de septiembre, no se produjo ninguna alteración relevante del orden y sí una nueva normativa que desmontaba los apoyos de la reacción en el aparato del Estado. Una real orden del 25 de septiembre impedía al capitán general reemplazar las bajas que se iban produciendo en los voluntarios realistas. En Zaragoza la actividad de estos cuerpos había definido durante mucho tiempo su imagen y carecían de todo prestigio, con lo que no se planteaba el problema: No se presentan voluntarios a inscribirse, porque todas las gentes honradas y que tienen que perder están convencidas son necesarias varias modificaciones y aclaraciones en el reglamento, para no verse confundidos con personas de la más baja clase.
En el caso de algunas otras localidades se hacía mucho más evidente la necesidad de detener los nuevos alistamientos para impedir la perpetuación de una fuerza reaccionaria paramilitar a la sombra del propio Estado: Las revistas que acabo de pasar —escribe el conde de Ezpeleta— a los Voluntarios Realistas de Borja y Tarazona me han avergonzado, y hecho conocer el estado de abandono en que se hallan, y que no se ha tenido presente el reglamento para su formación. Sólo el ver los deseos de S.M. de no disminuir los voluntarios Realistas ha suspendido el que no se lleve a efecto lo
166 Comunicación al capitán general de Aragón, A.H.M.A., copiador, Con., c. 20. 167 Las misas rogativas, propuestas por el Ayuntamiento de Alcañiz se iniciaron el 7 de mayo, puesto que «los trigos estaban ya en necesidad por falta de agua», A.H.M.A., Libro de acuerdos municipales. 168 Vid. en Fastos…, op. cit., p. 433, la comunicación del capitán general al gobierno: «se ha notado de algunos días a esta parte bastante movimiento entre los que son observados por desafectos a S.M. y Augusta descendencia».
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que se me tiene mandado, de separar todos los que no tengan las condiciones reglamentarias, en cuyo caso están muchos de los Oficiales y la mayor parte de la tropa.169
La baja extracción social de los voluntarios realistas había cumplido su función en el proceso contrarrevolucionario abierto en 1823, pero ahora, cuando desde el gobierno se daba por finalizada esta política, era preciso iniciar su desmantelamiento, máxime cuando no quedaba ninguna duda de que sus filas se habían convertido en baluarte inoportuno de reacción y entre sus miembros era generalizada la conciencia de ser guardianes del absolutismo en su formulación más radical.
4.4.4. El año decisivo que llevó hasta la muerte del rey Apenas un año transcurrió entre aquel 1 de octubre de 1832 en el que se produjo la fulminante destitución del gobierno que lideraba Calomarde y el 29 de octubre de 1833 en que muriera el rey. Un período decisivo en el que habían sucedido muchos acontecimientos, había sido publicado el decreto de amnistía, se reunieron las Cortes e Isabel fue jurada como heredera, D. Carlos con su familia había emprendido viaje a Portugal, los realistas se agitaban en muchos lugares y se habían producido algunos levantamientos, etc., pero ninguno tan importante como el proceso de consolidación política que experimentó la reina en el mismo período. Los voluntarios realistas se habían sublevado en diversos puntos de la península, sin éxito en ninguno de ellos pero dejando ver a las claras sus intenciones.170 Las noticias sobre juntas carlistas171 y núcleos de conspiración son frecuentes en estos momentos. Se había endurecido la relación entre Fernando VII y su hermano hasta concluir con la ruptura física y formal. En marzo don Carlos iniciaba el viaje a Portugal, oficialmente en acompañamiento de su esposa, y no estuvo presente durante la jura de la princesa en junio de ese año. Los ayuntamientos, a partir de
169 Ibídem, p. 462. La actitud estaba motivada, más que por la voluntad de Fernando VII, por el riesgo verdadero que comportaría una medida drástica como la disolución. 170 Miguel Artola, La España de Fernando VII, op. cit., pp. 940-941. 171 Antonio Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. I, p. 154; Alfonso Bullón, La primera guerra carlista, op. cit., pp. 39-45.
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febrero, comenzaron nuevamente a ser constituidos según un sistema electivo entre los principales propietarios de la localidad, lo que permitía la introducción de la burguesía en los órganos de gobierno municipales. Son circunstancias importantes para entender la evolución de los acontecimientos con anterioridad al establecimiento de la Regencia. Sin embargo, para comprender toda la importancia de este año es necesario considerarlo en su dimensión puramente temporal, valorando especialmente su importancia como tiempo transcurrido. A lo largo de él, día a día, la reina María Cristina fue construyendo su imagen frente a los políticos y frente a la nación, acumulando apoyos y simpatías, transformando los puntos débiles de su escasa popularidad en manifestaciones de capacidad para aceptar la responsabilidad de una Regencia. El ejercicio del poder, reconocido y apreciado públicamente después de este interregno de facto, rodeó su gestión con una aureola de capacidad, y la búsqueda de apoyos políticos en los diversos ámbitos del moderantismo, tanto absolutista como liberal, le proporcionó la plataforma necesaria para llevar a cabo sus aspiraciones. En octubre de 1832 los augurios estaban teñidos de sombras acerca de su futuro en España. Personalmente no despertaba ni pasiones ni rechazos violentos, pero políticamente muy pocos confiaban que tuviera un gran porvenir. Ésta era la imagen que ofrecía inmediatamente después de la crisis de La Granja: La reina, que ha demostrado durante esta última crisis todas las virtudes privadas elevadas al grado más alto y que ha ganado para ella mucho en la opinión pública, no ha desplegado, necesita hacerlo, las cualidades necesarias para desempeñar un papel político, sobre todo en estas circunstancias tan difíciles como son las que parecen esperarle. Se ha resignado con la misma facilidad a abandonar como a defender los derechos de sus hijas; y es de presumir, si un día es llamada a gobernar España, que no será sino la esclava de un partido. No será nunca, personalmente, siguiendo toda la apariencia, un adversario importante para don Carlos, tanto si él busca hacer consagrar positivamente los derechos estando vivo su hermano, como si después de su muerte desea hacerlos valer.172
172 Correspondance politique, Espagne, 758, «1832, Juillet à Décembre», conde de Rayneval, 21 de octubre de 1832, f. 163.
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La opinión en este momento sobre el infante don Carlos o, dicho de un modo más preciso, sobre el partido que se hallaba tras él, resultaba, en contraposición, mucho más sólida y cargada de posibilidades. En cuanto a este príncipe —continúa el mismo testimonio—, se debe pensar que no cambiará ni de principios ni de conducta. Hasta aquí se ha limitado a decir, cuando se le ha interrogado, que él se cree obligado a mantener los derechos, más para sus hijos que para él; pero siempre ha manifestado que no haría nada; que incluso no haría nada en su favor, en tanto el rey viviera, y que no dejaría nunca de obedecer a todas sus órdenes. Es necesario separar cuidadosamente al infante don Carlos del partido que ha tomado su nombre. El partido querría hacerle su jefe, pero es éste quien no lo permite, y no lo permitirá hasta que los acontecimientos fuercen a don Carlos a elegir otro apoyo que sus derechos para ascender al trono. Será muy desgraciado cuando las cosas tomen este derrotero, porque, todo parece indicar este príncipe sería entonces probablemente reducido a obedecer. En el momento actual, como se sabe que rechaza las violencias de este partido, no son simpatías lo que tienen hacia él; en algunos casos se está haciendo enemigos, además de la opinión que se tiene generalmente del carácter de su esposa doña Francisca, imperioso y vindicativo, y del ascendente que se pretende que ella ejerce sobre su espíritu.173
Además, se destacaba el importante papel del clero en favor del partido carlista, que desarrollaba sus poderosas capacidades sin obstáculos entre la población. La clase media, que podría apoyar al gobierno, era reducida y poco poderosa y los funcionarios se ocupaban sólo en procurarse un ascenso. El ejército, bien pagado como estaba, era difícil que se sublevara y, en caso de enfrentamiento, «las probabilidades son de que se decantará del lado del infante». Era extendida la opinión de que el pueblo estaba de parte de don Carlos y que, además, encuadrado en los voluntarios realistas, se convertiría en un factor decisivo. La grandeza se identificaba con el partido moderado, pero su fuerza estaba muy mermada y limitada a mejorar su reconocimiento en forma de poder político.174 Si tan débil era la posición de la reina y tan difíciles de defender los derechos al trono de Isabel, no es de extrañar que pudiera afirmarse de Fernando VII que «todo el mundo está persuadido aquí de que, si se encuentra en estado de retomar él solo las riendas del gobierno, es capaz
173 Ibídem, f. 163-164. 174 Ibídem.
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de querer detener el movimiento que se acaba de imprimir a los asuntos, y de revocar todo lo que la reina ha hecho en su nombre. Se asegura, y yo estoy por creerlo cierto, que incluso no ha anulado el acta que firmó en favor de su hermano. Puede parecer, con razón, para concluir, que consintiendo este movimiento que se opera no ha tratado más que de oponer un dique a las invasiones del partido carlista, y que se encuentra dispuesto, después de haber dado una fuerte lección, a retomar el poder».175 Y el poder fue retomado en enero de 1833, aunque con este motivo quiso manifestar públicamente la confianza que había depositado en María Cristina, y en la misma real orden figuraba un párrafo donde, sobre el despacho de los asuntos de gobierno, decía «y quiero que asista a él mi muy cara y amada Esposa para la más completa instrucción de los negocios, cuya dirección ha llevado; y para dar esta prueba más de mi satisfacción por el celo y sabiduría con que ha desempeñado mi soberana confianza».176 Y siguiendo este proceso de consolidación en el poder, un año después de que se iniciara todo el proceso, cuando se enfrentó a una Regencia durante la minoría de edad de su hija, la posición se había reforzado sensiblemente. Ya no estaba decidido de antemano el resultado de una guerra civil del lado de los carlistas y contaba entre sus cartas con importantes bazas para ganar la partida. Ciertamente, el infante don Carlos mantenía una fuerza considerable y muchos de los apoyos que se le habían considerado un año antes: El infante don Carlos tiene con él a la inmensa mayoría del clero, al pueblo del campo e incluso, en gran medida, al de las ciudades del interior, es decir, a las clases numerosas, activas, enérgicas, aquellas que se apoyan sobre el espíritu nacional, sobre las viejas instituciones. La grandeza, débil y degenerada, pero poseedora todavía de inmensos dominios; las clases medias, poco numerosas y poco ricas en la península como en todo el país no completamente civilizado, se componen de casi todos los hombres instruidos e ilustrados, de casi todos los funcionarios públicos, del pueblo de las ciudades comerciantes de la costa y de una parte del de Madrid, éstos son los soportes de la joven infanta. Es decir, que ella tendrá como defensores a todos aquellos hombres que, en distintos grados, deseen ver introducir en el gobierno un sis-
175 Ibídem, f. 163. 176 Real orden del 4 de enero de 1833, circular impresa fechada en Madrid 5 de enero de 1833. A.M.Z., S.F., 44/6.
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169 tema de reforma y de mejoras. A ellos se unieron, en los primeros momentos, los verdaderos revolucionarios, menos importantes por su número que por su osadía y su actividad. En igualdad de posición, el partido de don Carlos, reforzado por su mayoría numérica, por la energía y, si se puede llamar así, por la nacionalidad de sus creencias, tendría probablemente la ventaja. La habría probablemente sin combate si Fernando VII hubiera muerto hace un año; pero lo que ha sucedido después de esta época ha cambiado de forma considerable el estado de cosas y las suertes respectivas.177
Ésta era la cuestión. Durante el último año transcurrido Fernando VII no había permanecido inerte, sino que había propiciado una serie de medidas políticas, administrativas y represivas destinadas a consolidar la posición de su esposa y, por extensión, las posibilidades de que Isabel accediera al trono. Los efectos de estas medidas no habían pasado desapercibidos: El infante y las dos princesas, que eran el alma de todas las combinaciones formadas en su favor, han abandonado España. Sus partidarios han sido alejados de todos los empleos, muchos se han exiliado o están prisioneros. El ministerio está compuesto de hombres contrarios sin duda a las innovaciones liberales, pero cuyos antecedentes y sus circunstancias recientes les colocaron en la imposibilidad de transigir con don Carlos, quien, después de diez años, tiene en ellos unos enemigos personales. El gobierno de las provincias está casi por completo confiado a militares no menos pronunciados en su oposición al infante, y cuyas tendencias son generalmente más liberales que las de los ministros. El ejército, que en ninguna época se ha mostrado partidario de las opiniones carlistas, está más alejado que nunca después de las depuraciones del año último. Se puede considerar como cierto, no sólo que la joven infanta será proclamada reina en el momento de la muerte de su padre, sino también que su autoridad encontrará mucho apoyo para no sucumbir al primer ataque de los carlistas. Pero, al mismo tiempo, es necesario reconocer que pronto o tarde estallará en favor de don Carlos un gran movimiento […].178
Por lo tanto, no había desaparecido la certeza de que un enfrentamiento civil terminaría produciéndose; sin embargo, las consideraciones sobre el mismo se habían invertido. Las disposiciones sucesorias se iban a
177 Forces respectives des deux partis en Espagne par M. le Bon. L. de Viel-Catel. Octubre de 1833. Mémoires et documents, Espagne, 313, «1830 à 1840», f. 17. 178 Ibídem, f. 17-18.
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cumplir tal y como habían sido previstas por Fernando VII y la posición de la reina se mostraba sólida, con firmeza suficiente para ser defendida con posibilidades de éxito. Este cambio se había producido en sólo un año, y algunos puntos de apoyo habían sido decisivos para llegar a esta situación. Entre ellos cabe destacar: a) La ampliación de la base política sobre la que la Regencia podría establecer los cimientos de su poder. Para ello fue necesario serenar y convencer a los absolutistas de las intenciones moderadas del régimen y atraer a los liberales con las expectativas de una apertura progresiva. Así fue posible configurar «un partido que se compone no sólo de constitucionales moderados y de teóricos exaltados sino también de absolutistas que desearían sólo algunas reformas administrativas, e incluso de hombres que sin reclamar ninguna reforma, retroceden sólo ante el miedo de ver renacer, bajo el reinado de don Carlos, la Inquisición y el poder teocrático, eliminados bajo Fernando VII».179 b) El mantenimiento de la obediencia en la estructura de la administración y del ejército, algo que consiguió mediante una labor de sustitución de los cargos en puntos decisivos y destitución de los más señalados carlistas en puestos de relevancia. En esta política se integran desde el nombramiento de nuevos capitanes generales hasta el exilio encubierto del infante don Carlos a Portugal, pasando por la concesión de la licencia ilimitada dentro del ejército a destacados realistas. c) Mantenimiento de un gobierno encuadrado en el absolutismo moderado que serenó la vida política y transmitió una idea de continuidad del orden establecido por Fernando VII. En esto fue decisiva la figura de Zea Bermúdez a la cabeza del gobierno, cuyas convicciones absolutistas nunca fueron puestas en cuestión.180 Con él dirigiendo el ministerio nunca pudo justificarse que las conspiraciones carlistas y los levantamientos posteriores estuvieran motivados por la política revolucionaria que había puesto en marcha. De Zea se decía que tenía un «carácter» con «grandes cualidades», es decir, que estaba dotado «de un
179 Ibídem, f. 18. 180 Sobre Zea véase Antonio Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. I, pp. 151-153.
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coraje, de una firmeza y de una actividad raras». Pero también tenía una concepción particular del poder político. «Parece contar apoyarse únicamente sobre la autoridad. Se le reprocha generalmente haber indispuesto a los liberales sin necesidad, sin acordar nada en el presente ni dejándoles esperar nada en el porvenir, y haber comprometido a la reina haciéndole abandonar de aquellos que estaban declarados por ella. Comportándose así parece tener por objetivo impedir al partido realista puro sublevarse, consolidándose mediante el mantenimiento de la autoridad absoluta y de los privilegios particulares. Ha pensado que el partido absolutista, reafirmado sobre los intereses y sus opiniones, abrazaría con menos ardor la causa de don Carlos, que se convertiría en más personal y menos política. ¿Se habrá equivocado?».181 En esto Zea no se equivocaba. Un político como él, que nunca despertó pasiones ni de uno ni de otro lado, realizó con eficacia y corrección la misión que él mismo se había propuesto: realizar la transición a la Regencia y que ésta estuviera establecida sobre las mismas bases institucionales que la monarquía de Fernando VII. Teniendo en cuenta las circunstancias del momento, la fragmentación de las fuerzas y la rápida sucesión de acontecimientos, la misión no era sencilla. Era el espíritu que inspiró el manifiesto de la reina fechado el 4 de octubre y redactado por el propio Zea. Con ello no hizo sino llevar a cabo la voluntad de María Cristina, quien «más de una vez» había manifestado «que sin ser la depositaria del poder que pertenece a su hija, no le está permitido cambiar nada en las formas de gobierno. Según esto, me inclino a creer que los sucesores del Sr. de Zea se limitarán a introducir algunas novedades en España bajo nombres antiguos y esto, necesario es reconocerlo, es lo que mejor podrán hacer. La gran masa del pueblo que puede permanecer en la indiferencia mientras vea subsistir, en apariencia, el mismo orden de cosas, se agitará desde el momento en que crea entrever una revolución».182
181 Mignet, Correspondance Politique, Espagne, 760, «1833, Juin à Octobre», f. 276-277. 182 Conde de Rayneval, Madrid, 23 de diciembre de 1833, Correspondance Politique, Espagne, 761, f. 243-244.
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4.4.5. Recapitulación final sobre el significado de la década absolutista Tomando el hilo de esta última afirmación sobre la actitud de las clases populares frente al proceso político que España está experimentando, pueden introducirse algunas reflexiones que reconduzcan argumentalmente las tesis de este libro. Hay pocas dudas de que existió una elite reaccionaria que tiende sus lazos entre 1823 y 1833, entre el final de la insurrección realista y el inicio del levantamiento carlista. Su actividad se centró en la conjura y en el empleo de las posiciones políticas privilegiadas que ostentaban para consolidarse en el poder y orientar sus relaciones en beneficio de un gobierno ultrarrealista. Y esto, en lo que a cuadros realistas se refiere, a todos los niveles, desde el ministro de filiación apostólica hasta el oficial de voluntarios realistas.183 Pero no es todo. Regularmente salen a la luz hechos que dejan traslucir operaciones complejas para forzar la toma del poder. Son los casos de Capapé y Bessières en los primeros años de la década, o de los sucesos de La Granja al final de la misma. Sin embargo, este tipo de actitudes elitistas184 difícilmente pueden llevar a un movimiento de masas importante por sí solas. ¿Dónde se hallan depositadas sus expectativas de obtener la fuerza armada precisa para alcanzar sus objetivos? Desde luego, no en el ejército. ¿Cuál es el nexo de unión entre la elite y la sociedad? ¿Qué instrumento, militarmente organizado e ideológicamente adoctrinado serviría al objeto de obtener el poder por la fuerza? La respuesta es siempre la misma: los cuerpos de voluntarios realistas. Si analizamos la conexión entre conspiraciones ultras y voluntarios realistas, descubrimos que existe una relación directa entre ambos.185 Los
183 Con independencia de que las motivaciones que les impulsen puedan ser profundamente diferentes. 184 Elitistas en la medida en que se reproducen en el ámbito de la jerarquía insurreccional, difícilmente entre las bases. 185 El caso más estudiado, el de los malcontents catalanes, es una buena muestra de ello: Jaume Torras, La guerra de los agraviados, op. cit.; Pere Anguera, Els malcontents del Corregiment de Tarragona, op. cit., p. 17; y Daniel Rubio Ruiz, «Els cossos de Voluntaris Reialistes (Corregiment de Cervera): estructura social i conflicte», art. cit., pp. 62-64.
173 voluntarios realistas aparecen en este contexto como la fuerza armada, el brazo ejecutivo, de los planes ultrarrealistas. Pero la línea argumental, con estos elementos, no puede seguir más allá. Si se intenta dar un paso más y relacionar este bloque conspirativo —trama y fuerza armada— con los movimientos sociales contrarrevolucionarios, la cuerda se rompe: no existe una relación directa entre ambos. No es lo mismo conspirar y coordinar las fuerzas absolutistas encuadradas en los voluntarios realistas que obtener el apoyo popular a una sublevación. Esto no va a depender, simplemente, de un acto de voluntad conspirativa; hay que conseguir la difusión del mensaje insurreccional a las clases populares, hay que calar en la población. Resulta significativo que muchas veces allí donde se localizan las instituciones ultras más desarrolladas, pongamos por caso las sociedades secretas, no terminan por establecerse focos de resistencia estable a la revolución: son los casos de Andalucía y Castilla. Por contra, en otros puntos donde este tipo de organismos no habían alcanzado tal desarrollo se localizan muchas veces las principales centros de actividad carlista. Ni siquiera algunas tesis sobre la implantación de los voluntarios realistas, fuerte en el centro y frágil en la periferia, sirven para explicar esta distribución. Esta realidad manifiesta un hecho determinante: el elemento decisivo en la consolidación de un núcleo insurreccional es el apoyo popular. Sin un respaldo social suficiente no hay posibilidad de consolidar un núcleo de resistencia al Estado. Posteriormente, habrá que diferenciar entre diversas formas de apoyo y distintas motivaciones que llevan a participar en la rebelión. Fuera de esto, los cónclaves ultramontanos dedicados a fraguar asaltos al poder se extinguen en sí mismos por la insignificancia de su poder. En el desarrollo de un proceso insurreccional los voluntarios realistas son una pieza decisiva porque: a) Pusieron en contacto una elite organizativa con la base social susceptible de apoyar el levantamiento. Los voluntarios realistas cumplen la función de correa de transmisión entre los intereses de la oligarquía conspirativa apostólica y la base social. Con la primera comparten los principios ideológicos y con la segunda su origen social.
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b) Proporcionaron una estructura armada y jerarquizada, muy extendida, convenientemente ideologizada e interesada en el éxito del movimiento. De obtener el triunfo, los voluntarios realistas, y particularmente sus oficiales y suboficiales, serían destacados como los cuadros intermedios que habían posibilitado el éxito. c) Por su extracción popular, los voluntarios realistas estaban imbricados en la misma base social que pretendían subvertir. Existe una directa, pero al mismo tiempo difusa, relación entre voluntarios realistas y pueblo; lo que diferencia a los voluntarios realistas es que son individuos de extracción popular pero fuertemente ideologizados en favor del realismo. Sin embargo, los cuerpos de voluntarios realistas llegaron con su fuerza seriamente deteriorada a 1833. Disminuidos sus recursos económicos, reducidos numéricamente, abandonados por casi todos sus componentes de cierta significación social, desarmados y refundados allí donde se habían producido sublevaciones —que frecuentemente coincidía con los focos más radicales—, mirados con recelo por gran parte de la sociedad y habiendo perdido su imagen de garantes del orden, ya no era la organización todopoderosa de mediados de la década anterior. Pero seguían conservando una parte de su gran fuerza y ésta fue la que pusieron al servicio de la insurrección carlista después de que muriera Fernando VII. Su contacto con oficiales ilimitados y miembros de la administración absolutista, casi nunca de alto rango, será determinante en la generalización de los levantamientos por toda la península en ese momento. Junto con ellos formarán el segmento intermedio que dirigirá y materializará estos levantamientos, ocupándose de la coordinación, de transmitir las órdenes, del establecimiento de contactos y de comandar a los hombres. A ellos se unirían casi inmediatamente buena parte de los miembros del clero, fundamentalmente del clero regular. Su labor estuvo directamente vinculada al desarrollo y extensión del movimiento en una base social suficiente. Cuando no se consiguió este objetivo, todos los preparativos resultaron abortados en un levantamiento frustrado, fácilmente sofocado por las autoridades. El establecimiento de focos de resistencia carlista está vinculado a la existencia de unas condiciones sociales y económicas capaces de sintonizar, en su combinación, con la insurrección. El apartado que aquí concluye ha intentado mostrar los mecanismos por los que se tendió un puente desde la resistencia anticonstitucional en
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1823 hasta las vísperas de la sublevación carlista de 1833. El resultado de estos diez años de régimen contrarrevolucionario fue la configuración de un bloque intermedio entre la cima de los intereses apostólicos y las clases populares. Unos cuadros de mando compuestos por oficiales ilimitados y de realistas, militares depurados del ejército, clérigos, miembros de la administración y numerosos voluntarios realistas, todos ellos con capacidad suficiente para transmitir y difundir el mensaje carlista. Ésta fue la principal consecuencia en el orden contrarrevolucionario de la década absolutista: la configuración de un bloque intermedio con capacidad para organizar un levantamiento. El éxito de éste dependía de otra serie de factores que no estaban en sus manos. El siguiente apartado se ocupa de este problema, estudiar las condiciones mediante las cuales se llega, en unos lugares, a consolidar la insurrección mediante el desarrollo de un núcleo carlista y, en otros, se extingue tras la sublevación sin consecuencias de los voluntarios realistas, por efecto de la ausencia de respaldo popular a sus iniciativas. En cualquiera de los casos, lo que sucede en 1833 no es una ruptura. Es el resultado de un proceso paulatino de reubicación de los componentes sociales del conflicto realista durante el Trienio, la incorporación de algunos elementos nuevos y la escisión de otros existentes con anterioridad. El enfrentamiento armado que surgirá con la inauguración de la Regencia de María Cristina fue la exteriorización de unas actitudes y de un descontento ya consolidado, y no la actuación en un momento tan decisivo que fuera capaz de generar, por la importancia del mismo, toda la complejidad de las fuerzas políticas y sociales que se revelan en este conflicto civil.
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PARTE III
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5. LA REPRODUCCIÓN DEL CONFLICTO: LA GUERRA CIVIL CARLISTA1 Finalmente, cuando el 29 de septiembre de 1833 falleció Fernando VII no se produjeron, en lo sustancial, cambios súbitos. El poder, en torno a la reina María Cristina, realizó esfuerzos denodados por manifestar ante la sociedad que todo seguía igual.2 Vio la luz un manifiesto que a los ojos del embajador francés demostraba «que la reina no está abandonada por completo a merced del señor Zea. En efecto, se encuentran las ideas y el estilo de la circular que marcó su entrada en el ministerio. No hay una sola concesión de más. El gobierno de la Regencia, según está anunciando, no será más que el gobierno de Fernando continuado».3 Las mismas autoridades, los mismos principios políticos, la misma primacía de la religión, etc., todo continuaba en el mismo lugar que unos días antes. Y realmente era así; los cambios, cuando se habían producido, habían sido introducidos bastante tiempo atrás, los más fundamentales desde octubre de 1832, sin necesidad de esperar a la muerte del monarca y, precisamente por eso, contando con su aquiescencia, lo que les otorgaba una gran legitimidad. Por eso, las fuerzas ultraabsolutistas, y poste-
1 A la primera fase de la guerra hemos dedicado una monografía, Rebeldía campesina y primera carlismo. Los orígenes del carlismo en Aragón (1833-1835), op. cit., por lo que en este lugar nos limitaremos a trazar unas líneas esquemáticas sobre los compases iniciales del conflicto que permitan seguir el hilo argumental, remitiendo para mayor profundidad o para referencias documentales a esta obra. 2 El «Manifiesto de S.M. la Reina Gobernadora» de 3 de octubre de 1833 resume como ninguno esta voluntad. 3 7 de octubre de 1833. Madrid, Rayneval. A.M.A.E., Correspondance Politique, Espagne, 760, «1833, Juin à Octobre», f. 242.
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riormente la historiografía carlista, tuvieron la necesidad de hacer de la desaparición del rey un acontecimiento central y de la sucesión en el trono el conflicto básico. No hacerlo hubiera supuesto reconocer la trayectoria recorrida por Fernando VII en la última fase de su reinado. Fue esta voluntad de ruptura a comienzos de octubre de 1833, la propia necesidad de manifestar un cambio, la que devino en una ruptura auténtica y real. La secuencia de asaltos al poder protagonizados por las fuerzas contrarrevolucionarias durante los diez años anteriores quedaron achicados por la magnitud del conflicto que entonces se abría. Del mismo modo, en el futuro, los motivos que respaldaron aquellos asaltos al poder quedaron relativizados frente a la nueva secuencia revolucionaria que se desarrollará bien entrados los años treinta. Pero todo ello no puede falsear la perspectiva con la que debemos iniciar la historia de la guerra civil, pues en esas primeras semanas sólo parecían evidentes dos cuestiones: la primera era la existencia de un vacío de poder, el consiguiente a toda sucesión en una monarquía, máxime cuando se iniciaba un largo período de Regencia —la princesa Isabel tenía tan sólo 3 años— a cargo de una reina recientemente llegada al país; y la segunda, que la circunstancia iba a ser aprovechada por los sectores ultraabsolutistas, iniciando ahora su fase carlista, para ascender rápidamente peldaños en la extensión y organización de un levantamiento que tenía por objeto la conquista del poder por medio de las armas. Lo demás era como lo planteaba el embajador Rayneval: «El señor Zea gobierna solo tras el advenimiento de la reina, como gobernaba solo durante los seis últimos meses del reinado de Fernando. […] Comportándose así, parece tener por objeto impedir la sublevación del partido realista puro, asegurándose el mantenimiento de la autoridad absoluta y de los privilegios particulares. Así, ha pensado que el partido absolutista, garantizados sus intereses y sus opiniones, abrazaría con menos ardor la causa de don Carlos, convirtiéndose en más personal y menos política. ¿Se habrá equivocado?».4
4 Ibídem, 12 de octubre de 1833, f. 276-277.
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La duda es legítima, pues en este incierto contexto fue en el que, a pesar de la voluntad política, estalló la insurrección carlista en muchos y muy diversos puntos de la monarquía. A esta ola de agitación pertenecen los movimientos que tuvieron lugar en Aragón y el Maestrazgo durante los primeros días del mes de octubre de 1833. Desde ahí, los pasos seguidos hasta la formación de un núcleo carlista estable entre los Puertos de Beceite y el Maestrazgo serán lentos, con frecuencia erráticos, pero consituyen una secuencia particular y muy significativa mediante la cual, mientras en buena parte de la monarquía el carlismo no llegó a arraigar, en esta zona terminó estableciéndose un foco insurreccional de primer orden.5
5.1. Estalla el conflicto: El asalto a las ciudades Los primeros síntomas de agitación se produjeron en Aragón apenas transcurrido el tiempo necesario para que circulara la noticia de la muerte del monarca. Las calles de Zaragoza aparecieron el 6 de octubre sembradas de octavillas que se expresaban en contra de las autoridades moderadas —«Muera Ezpeleta», «Mueran los cristinos»— y en favor de los realistas, la Inquisición y los carlistas.6 No era una sorpresa, pues se sabía que en la ciudad existían cenáculos carlistas que acogían reuniones conspirativas donde se comentaban las iniciativas contrarrevolucionarias tomadas en otros puntos, principalmente las del País Vasco.7 Lo que añadía incertidumbre era que Aragón tenía en la práctica su territorio desguarnecido, ya que las tropas disponibles habían salido con dirección a
5 En las páginas que siguen —caps. 5 a 9— se combinan la necesidad de hacer historia a partir de un número muy importante de datos y la voluntad de tejer un relato comprensible en torno a lo fundamental. La secuencia cronológica de los hechos, imprescindible y resultado de un largo trabajo de documentación y archivo, no puede ofrecerse aquí por las características de esta edición. Puede, sin embargo, consultarse agrupada y ordenada en un apartado específico, convenientemente acompañado de su aparato crítico, en Pedro Rújula, Rebeldía campesina y guerra civil en Aragón, 1821-1840, op. cit., con el título «Cronología», pp. 937-1094. 6 Fastos…, op. cit., vol. I, p. 515. 7 Sobre estas acciones ver José Ramón Urquijo, «Introducción» a John Francis Bacon, Seis años en Bizakia, Museo Zumalakárregi, Guipúzcoa, 1994, pp. 93-102.
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Navarra y Logroño, y eso acrecentaba los temores sobre los efectos de un ataque exterior sobre este territorio inerme.8 Para conjurar el riesgo de que los voluntarios realistas participaran con toda su impedimenta contra las autoridades, fue ordenado con fecha de 25 de octubre el desarme de estos cuerpos. Segura afirma que de antemano ya «era de temer la resistencia de algunos realistas»9 y el Emigrado del Maestrazgo atribuye a esta resistencia el surgimiento de los más importantes focos insurreccionales del primer momento.10 Así, el desarme, que se llevó a cabo de manera bastante imperfecta,11 provocó amplio descontento en un segmento de la población muy sensible a cualquier cambio que pudiera producirse.12 Tuvo esta medida, como pocas, la capacidad de transmitir en el medio rural la realidad de un cambio lejano que les iba a afectar y provocó la incorporación apresurada de muchos hombres a la insurrección. Éste fue el precio por desmantelar una gran estructura contrarrevolucionaria levantada en los años treinta que era un serio obstáculo para cualquier intento de reforma. La función de orden público desempeñada hasta el momento por los voluntarios realistas fue asumida por la policía, que recibió un notable impulso y un vigoroso lavado de imagen. Entre tanto, se iban poniendo los cimientos de la milicia urbana, que debía llegar a ocupar el espacio público dejado por los voluntarios realistas y convertirse en la fuerza armada que mantuviera en la sociedad el orden de las clases propietarias. Pese a las iniciativas tomadas por las autoridades de la Regencia, los problemas no tardaron en aparecer. En el Bajo Aragón octubre comenzó con un clima enrarecido. Había síntomas de agitación en Caspe que obligaron al capitán general de Ara-
8 Fastos…, op. cit., pp. 760-761. 9 José Segura y Barreda, Morella y sus aldeas, Ayto. de Morella, 1991, t. IV, p. 26. 10 Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de Ramón Cabrera…, op. cit., pp. 13-14. 11 Subdelegado general de policía de Aragón al gobernador de Alcañiz, 10 de diciembre de 1833. A.H.M.A., Con., c. 20. 12 Vicente de la Fuente afirma, por ejemplo, sobre Calatayud que el desarme se realizó «no sin grave riesgo, y viniendo para ello una columna de infantería y caballería de Zaragoza, pues era público que los más acalorados deseaban sublevarse y salir al campo, y aun acriminaban a los jefes por no haberlo hecho como en otras partes», Historia de la siempre Augusta y Fidelísima Ciudad de Calatayud, op. cit., t. II, p. 564.
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gón a ordenar que «se corte la rebelión que se había comenzado a experimentar Caspe» y que estaba llevando un flujo constante de hombres de la localidad hacia otros puntos calientes de la insurrección.13 Y en Alcañiz, que ya el día 6 había sido recorrida impunemente por personas que gritaban «¡Viva Carlos Quinto! ¡Cobardes de Alcañiz, que hacéis que no os levantáis!»,14 fue descubierta una conspiración para tomar la plaza para los carlistas. La operación estaba dirigida por el brigadier José Puértolas, figura importante en la ciudad por haber desempeñado el cargo de gobernador y haber dirigido a los voluntarios realistas, aunque recientemente había sido separado de ambos cargos. Junto a Puértolas, que fue encarcelado, se hallaba en la dirección otro oficial con licencia ilimitada, Manuel Carnicer, que consiguió huir. Carnicer, que había combatido en las filas de Capapé durante la insurrección realista del Trienio, reunió a un pequeño grupo de antiguos compañeros de armas y formó el germen de lo que será más tarde el foco insurreccional del Bajo Aragón. Su primera acción, el 12 de octubre de 1833, consistió en proclamar a Carlos V en La Codoñera y liberar los presos de la cárcel. Pero en los primeros momentos la insurrección carlista se manifestó por una zona muy amplia. Mucho más allá del Bajo Aragón, donde terminará fijándose, se reprodujo casi el mismo mapa de la conflictividad que se había dado en el Trienio constitucional. Continuaron levantamientos en Calatayud, donde aparecieron en los primeros días de octubre pasquines en favor de los voluntarios realistas, don Carlos y la religión y contra Isabel II, «que quiere la República», y las autoridades, destacadamente contra el gobernador «por ser un traidor para sus Voluntarios Realistas».15 Fue reclamada la presencia del ejército para contener la agitación que se percibía, pero ello no pudo impedir el estallido de un levantamiento al anochecer del 9 de noviembre que, tras enfrentarse a la guarnición, tuvo que renunciar a sus propósitos y retirarse de la ciudad formando una partida. Entre todos los levantamientos urbanos iniciales, el más notable se produjo en la importante población de Morella. Fracasado el intento de
13 Fastos…, op. cit., vol. II, p. 189. 14 A.H.M.A., Con., c. 20. 15 Fastos…, op. cit., vol. I, pp. 515-516.
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sublevación en Alcañiz, esta población, clave para el dominio del Maestrazgo —como bién sabía Rambla, que la ocupó en 1822—, destacaba como eje de una amplia zona donde era apreciable cierta inestabilidad social, debida a la circulación en sus inmediaciones de partidas compuestas por descontentos diversos y voluntarios realistas poco dispuestos a entregar las armas. El propio Carnicer había llegado hasta sus puertas y conferenciado con el capitán de realistas José Mestre. «En efecto, el 12 de noviembre […] por la noche dio principio Mestre a su temeraria empresa con unos setenta hombres, que se le unieron con cuya fuerza se apoderó de las armas y ocupó las puertas y murallas de la Villa sin aquella resistencia, que debió oponerle el Gobernador».16 Proclamado Carlos V, se formó una junta presidida por el barón de Hervés y compuesta por miembros del clero y militares que inició una administración básica para gestionar los recursos económicos y humanos de la zona. A partir de este momento la plaza empezó a ejercer su fuerza de atracción sobre los descontentos de una amplia área que se extendía desde el sur del Ebro hasta la costa castellonense. Carnicer, Montañés, Mestre e incluso un desconocido seminarista procedente de Tortosa llamado Cabrera concurrieron al lugar y se pusieron al servicio de la junta. «Luego que se extendió por los pueblos inmediatos el alzamiento criminal de Morella —afirma una memoria de la época—, corrieron con la velocidad del rayo a este punto cuantos por su opinión extraviada o por su ambición y fanatismo creyeron hacer su fortuna en un cambio de gobierno, que unidos a los que dentro había formaron una masa informe y heterogénea, que estuvo sólo gobernada por dos hombres tan ineptos como Victoria y Hervés».17 El ejército mostró escasa capacidad de reacción frente a los sucesos de Morella y los sublevados, sin oposición, consiguieron consolidar su situación. Hasta comienzos del mes de diciembre el brigadier Bretón, gobernador de Tortosa, sólo logró acercarse a las proximidades de la plaza y esbozar un tímido bloqueo. Con la llegada del general Hore a la cabeza de la artillería, pudieron iniciarse las operaciones de asedio. En ese momento
16 «Memoria sobre los acontecimientos de Morella en Noviembre de 1833», A.H.N., Consejos, leg. 49599-49600, f. 5-6. 17 Ibídem, f. 8.
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salió a la luz la auténtica debilidad que se escondía bajo estas primeras acciones carlistas. Los defensores apenas resistieron los efectos de la artillería la tarde del 7 de diciembre. Sin esperar más, esa misma noche salieron sigilosamente por la puerta de San Miguel más de mil hombres en dirección al Bajo Aragón, dando por concluido el intento de sublevación del Maestrazgo apoyado en el enclave de Morella. La columna discurrió por Zurita y Aguaviva, pasó cerca de Alcañiz y llegó a Calanda, donde fue alcanzada y derrotada el día 10 por el coronel Linares. El resultado fue, para la tropa carlista, la dispersión en pequeños grupos, que se acogieron al indulto o bien buscaron lugares apartados donde pasar desapercibidos para unirse, cuando fuera posible, a otras partidas no afectadas por la derrota, como las de Serrador o Marcoval. Los jefes, Hervés y Victoria, fueron reconocidos bajo sus disfraces de paño burdo en Manzanera y en Mora de Rubielos y, tras ser apresados, pagaron con su vida la sublevación orquestada en torno a la ciudad de Morella. También la zona oscense próxima a Cataluña manifestaba, desde comienzos de octubre, notable agitación. Los voluntarios realistas de Barbastro atravesaban una fase de gran inestabilidad: de «críticas circunstancias» calificaron la situación las autoridades locales cuando se levantó en Tamarite una partida que amenazaba con caer sobre Barbastro o Benabarre. Termina de dibujar el perfil insurreccional de este área la conspiración descubierta en Barbastro, en cuya causa fueron implicadas personas notables de la ciudad y numerosos clérigos, entre ellos el propio obispo de la diócesis.18 Durante la primera fase de la insurrección hubo dos elementos añadidos que ayudan a comprender su desarrollo. El primero fue la reacción del brigadier Agustín Tena, un viejo militar relacionado con los círculos conspirativos carlistas, quien, al enterarse de que iba a ser detenido, huyó y formó una pequeña partida que se movió en los límites de las provincias de Zaragoza y Teruel. A finales de noviembre algunos de sus integrantes fueron capturados en Nogueras de Santa Cruz y el propio Tena, apresado
18 Fastos…, op. cit., vol. II, p. 418. También, Carlos Franco y Herminio Lafoz, «Milicia y revolución burguesa. Barbastro, 1833-1837», Somontano, n.° 1, 1990, pp. 135-142.
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en Maicas, pagó ejemplarmente con su vida haber dado el mal ejemplo de la sublevación. En segundo lugar, debe señalarse la importancia que tiene en Aragón la conflictividad inducida por las zonas fronterizas afectadas por la insurrección carlista. Es el caso de la influencia de los sucesos del País Vasco y Navarra sobre la Canal de Berdún y las Cinco Villas, e incluso la necesidad de reforzar Tudela con tropas aragonesas para fortalecer el valle del Ebro. También generaron inquietud la presencia de Merino en tierras de Soria y los intentos desde Valencia de internarse en la serranía de Albarracín. Y no conviene olvidar el apoyo que tenía en Cataluña la agitación producida en la frontera al norte del Ebro, zona donde Caragol dirigía una proclama destinada a Catalanes, aragoneses…19 Cuando llegó el año 1834, los intentos de sublevación carlista habían sido numerosos, muy extendidos geográficamente y se habían concentrado en las ciudades. Pero no se concluiría esta etapa de asaltos a los núcleos urbanos sin intentar la sublevación de la capital aragonesa. La cúpula dirigente la constituyeron carlistas confinados que habían llegado a Zaragoza, señaladamente el conde Penne Villemur —ex-gobernador militar y subinspector de voluntarios realistas de Barcelona, que sería en el futuro ministro de don Carlos— y Juan José Orúe —ex-intendente de Guadalajara—, unidos a personajes con influencia y conocimiento de la ciudad, como José Izquierdo, administrador principal de loterías, y mosén Antonio Lerín, capellán del Hospital. Villemur se ocupó de los aspectos técnicos apoyándose en militares en activo y, fundamentalmente, en aquellos otros con licencia ilimitada, junto a voluntarios realistas; y mosén Antonio entró en contacto con los «caciques» o prohombres de los barrios. De este modo, la conspiración se tendió, por un lado, en los cuarteles y, por otro, entre la población civil de los barrios vinculados a la huerta, las Tenerías y el Arrabal, contando también con lazos tendidos en el exterior: Borja, Calatayud, Barbastro o Tamarite. La existencia de la conspiración fue conocida muy pronto por las autoridades, que permitieron su desarrollo y, cuando estalló el 27 de febrero, consiguieron neutralizarla en el momento en que se inició el levantamiento. Más de cincuenta fueron los encausados, aunque el conde de Villemur consiguió huir
19 Fastos…, op. cit., vol. II, pp. 73-74; y Pere Anguera, Deu, Rei i Fam…, op. cit., p. 97.
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hacia tierras vascas. El carlismo demostró en Zaragoza hallarse demasiado alejado ya de los principales focos de poder —ejército, autoridades políticas, milicia…— para provocar una insurrección allí donde residían los principales organismos de la administración de la Regencia.20 Concluyen así, con un pobre balance y tras una secuencia de fracasos —Alcañiz, Caspe, Calatayud, Morella, Barbastro y Zaragoza—, los proyectos carlistas de conquistar el poder fomentando la insurrección en núcleos urbanos. La propia ausencia de éxitos en esta dirección condicionó un giro en la estrategia insurrrecional, que se orientó hacia el desarrollo de las partidas.
5.2. La partida como estrategia insurreccional Hasta el fracaso del levantamiento carlista de Zaragoza en febrero de 1834 las partidas no llevaron la iniciativa en el proceso insurreccional carlista. Sirvieron, ciertamente, como modalidad organizativa para pequeños grupos de hombres que abandonaban sus pueblos, sembraron la inquietud en amplias zonas y acogieron a las huestes diseminadas del barón de Hervés tras la derrota sufrida en Calanda, pero no constituyeron la vanguardia de un movimiento que continuaba siendo conspirativo y político. Si bien es verdad que algunos jefes empezaron a destacar por su capacidad organizativa y su liderazgo, y también nombres como el de Carnicer o el de Montañés comenzaron a aparecer envueltos en tonos de alarma en la correspondencia de las autoridades, también es cierto que con el invierno se produjo una desmovilización prácticamente total de las partidas, que a finales de enero se daban por disueltas.21 La transformación de un movimiento conspirativo y político en otro proyecto diferente, con importantes raíces sociales, surgió del fracaso de la fase conspirativa inicial. Obligados los hombres a buscar un ámbito donde, si bien no fueran los dueños, cuando menos no se encontraran a merced de las autoridades, descubrieron las posibilidades que para la resistencia ofrecía el medio rural. Centenares de villas y lugares esparci-
20 Sobre este levantamiento véase Pedro Rújula, «Zaragoza, 27 de febrero de 1834: el fracaso de una insurrección…», art. cit., pp. 4-18. 21 Boletín Oficial de Aragón, 21 de enero de 1834.
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dos por la superficie de Aragón, alejados de los núcleos de decisión, muchos de ellos privilegiados por una orografía accidentada y enclaves agrestes, ofrecían un escenario casi ideal para sostener la rebelión carlista. La forma de combatir tuvo que experimentar un cambio muy importante. Quedó en un segundo plano la vía conspirativa, confiada en el poder residual que el carlismo pudiera mantener todavía en el ejército y la administración, y cobró primacía la partida como modalidad insurreccional. Pero este cambio planteó un problema que hasta el momento no se había formulado: la cuestión del apoyo social activo. Si el fracaso de la insurrección urbana como forma de acceder al poder había puesto de manifiesto la dificultad que tenía el carlismo para triunfar en conspiraciones organizadas y desarrolladas entre las elites, la puesta en practica del sistema de partidas obligó a pensar en la necesidad de una base social que las hiciera viables. Esta búsqueda de brazos que empuñaran las armas en un futuro ejército carlista produjo una selección espontánea de las áreas de actividad, pues ya no se trataba de una acción súbita e inesperada sino de una estrategia mantenida en el tiempo y con voluntad de durar. De ahí que el desarrollo de las partidas esté mucho más focalizado, con eje en los Puertos de Beceite, pues, para su desarrollo, a la voluntad insurreccional deberían sumársele otras condiciones —tradición insurreccional, capacidad organizativa, orografía y red urbana favorables, receptividad de la población…—, entre las cuales el apoyo social fue decisivo. Ésta es la razón por la que la historia de la primera fase de la guerra civil propiamente dicha es también la crónica de los intentos del carlismo por hallar una base social sobre la que levantar su proyecto insurreccional. Hallándose todavía en formación la milicia, el ejército se vio responsabilizado casi por completo del mantenimiento del orden frente a la insurrección. Era una labor que se encontraba muy por encima de sus posibilidades y tuvo que utilizar el poder disuasorio de la represión mediante ejecuciones con alto contenido ejemplificador y ofrecer una vía paralela de desmovilización dejando abierta la del camino hacia el indulto. La presión también se extendió sobre los ayuntamientos que reaccionaban lentamente a las órdenes del gobierno, siempre sospechosos de lasitud con los rebeldes a los ojos del ejército e incluso acusados con frecuencia de connivencia con la insurrección. La vía del indulto experimentó mayor aceptación hacia el verano, cuando las solicitudes derivadas de la desintegración de las partidas se convirtió en una oleada de indultos
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cuyo efecto generalizado sobre la insurrección ocasionó la desmovilización casi completa de las partidas. Mientras tanto, el asentamiento de la milicia urbana, cuyo real decreto se publicó en febrero de 1834,22 fracasaba en su objetivo de crear un soporte social a la monarquía mediante la supremacía local de un grupo privilegiado económicamente, precisamente donde más necesidad había de él: en aquellos lugares donde se había desatado el conflicto. Finalizaba el mes de mayo cuando el gobernador de Alcañiz se lamentaba de que «en esta ciudad, por desgracia ningún vecino se había inscrito en las listas de la Milicia urbana que de Real orden se ha formado en cuasi todos los ángulos de la monarquía».23 Tras la reunión que los principales cabecillas celebraron en Beceite a finales de febrero, Joaquín Carnicer fue reconocido como el jefe de las fuerzas carlistas que operaban en Aragón y el Maestrazgo. Se iniciaba un proceso hacia la consolidación de un área de actividad carlista apoyada en la acción de un grupo reducido de partidas cuyo objeto era extender el clima insurreccional. Para legitimar su posición entraron en contacto con Zumalacárregui, que había reunido el liderazgo carlista en el norte, y emprendieron su proyecto de levantamiento del territorio aragonés hacia la primavera próxima. Las acciones se desarrollaron rápidamente y en un área muy extensa. Actuaron inicialmente en algunos pueblos próximos a Castellón, para internarse a continuación en el Sistema Ibérico con voluntad de obtener suministros y dinero con el que pagar a sus hombres, además de reclutar quintos antes de que lo hiciera el ejército regular. Se dirigían hacia Calatayud cuando un enfrentamiento con las tropas del conde de Mirasol les hizo considerar la posibilidad de fragmentar la fuerza; se escindieron Montañés y Conesa, para actuar en el valle del Jiloca y el Campo de Cariñena, llevando su actividad hasta la provincia de Soria. Mientras tanto, Carnicer, y con él Cabrera haciendo las veces de jefe de estado mayor, se internó en tierras de Guadalajara y asaltó Molina de Aragón el 22 de marzo. Fue éste el mayor desplazamiento de las partidas del Bajo Aragón en los dos primeros años de guerra civil, pero la experiencia resultó accidentada en el regreso, perseguidos muy de cerca por el coro22 Publicado en el Boletín Oficial de Aragón, n.° 17, 1834, pp. 75-80. 23 Libro de Actas Municipales, 21 de mayo de 1834, A.H.M.A.
MAPA 5.1 ACTIVIDAD DE LAS PRINCIPALES PARTIDAS ENTRE OCTUBRE DE 1833 Y FEBRERO DE 1834
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nel Nogueras. De la desmoralización que causaron en las filas carlistas estas dificultades se recuperaron fácilmente con la incorporación de la partida de 900 hombres reunida mientras tanto por Quílez y con el asalto y saqueo de Caspe el 3 de abril. Aumentó así su número y su confianza, tanto que consideraron la posibilidad de adentrarse en Cataluña para extender la insurrección a una zona donde, según los antecedentes, el éxito estaba asegurado. El 6 de abril cruzaron el Ebro para encontrar una grandiosa derrota en tierras de Mayals, de la que Carnicer apenas pudo retornar a la ribera derecha con un centenar de hombres y adentrarse con ellos en el Maestrazgo.24 Montañés consiguió ascender por la ribera del Matarraña con doscientos hombres seguido muy de cerca por tropas del ejército, y aquellos que no pudieron unirse a las partidas que operaban en Cataluña se dispersaron. La derrota de Mayals pasó a los anales del carlismo aragonés como una gran catástrofe que daba la auténtica medida de las dificultades que planteaba la empresa de la insurrección. Ni siquiera el Maestrazgo ofreció a Carnicer la seguridad que buscaba en él. Perseguidos por las columnas del ejército, sólo podían aspirar a eludir el enfrentamiento desplazándose rápidamente de un lugar a otro. Por las riberas altas del Guadalope, descendiendo al Bajo Aragón y retornando al Maestrazgo se mantenían exigiendo raciones y dinero en los pueblos. A principios de junio intentaron liberar a los presos de Caspe, pero la presión de las columnas de los brigadieres Emilio, Dessy y Tabuenca, tratando de impedir su reunión con Cabrera, que se encontraba acosado en los Puertos, y la proximidad de la época de siega, convertían en imposible cualquier actividad, y determinaron que Carnicer disolviera momentáneamente su partida, ocultándose él mismo entre los términos de Alcañiz y Calanda. El resto de las partidas no se comportó hasta el verano de forma sensiblemente diferente. Montañés evolucionó entre largas marchas y enfrentamientos con el ejército sobre las tierras del Matarraña y la Tierra Baja, Quílez se mantuvo integrado en la partida de Carnicer, y Conesa permaneció retirado en la sierra de Cucalón con escasas incursiones sobre el llano. Tan sólo Cabrera se mantuvo en activo todo el mes de mayo en torno a Beceite,
24 Sobre Mayals vid. Pere Anguera, Deu, Rei i Fam…, op. cit., pp. 106-108; y Pedro Nogales Cárdenas, Una visió de la primera guerra carlista. Les cartes comercials de la Companyia d’Aragó (1833-1840), Edicions del Centre de Lectura, Reus, 1995, p. 94.
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consiguiendo eludir la persecución de las tropas y manteniendo unida una partida de más de trescientos hombres con la ayuda de Mestre. A principios de junio asaltó los pueblos de la ribera del Bergantes y algunos otros en los primeros tramos del Matarraña y se retiró el resto del mes a los Puertos de Beceite, emprendiendo acciones esporádicas de aprovisionamiento y algunas incursiones hacia la parte de Castellón. Esta actividad de las partidas hasta finales de la primavera repercutió de diversas formas sobre la población. En primer lugar, el imperativo de eludir la persecución de las columnas del ejército gubernamental y la propia necesidad de abastecer a los hombres determinó que los pueblos recibiesen con frecuencia la visita de una partida, y también la de las tropas regulares. Esta presencia agitada de hombres armados en las plazas de las villas reclamando alimentos para hombres y caballos, en ocasiones dinero para pagar la soldada, y exigiendo información sobre la proximidad del enemigo llevó a los hogares del Bajo Aragón la realidad del conflicto de forma rápida y directa. También se hizo cotidiana a los habitantes de los pueblos la figura del «fugado a la facción», es decir, que el hueco dejado por quienes abandonaban sus hogares y su actividad profesional para incorporarse a las partidas testimoniaba la existencia del conflicto y la proximidad del mismo. En tercer lugar, pudo apreciarse la concurrencia de individuos del estado eclesiástico a las filas carlistas, prestando con su actitud un apoyo que, sin ser el de la Iglesia como institución, tenía un gran efecto ejemplificador, dada la significación social de quienes adoptaban estas actitudes.25 Cuando la primavera estaba terminando, los hombres de las partidas comenzaron a regresar a sus pueblos para entregarse a las labores de la recolección del cereal, unos acogiéndose al indulto y otros en la ilegalidad pero al amparo de sus convecinos. Con ello la tensión no desapareció sino que se trasladó a las propias poblaciones. Esta situación se tradujo en un aumento de la conflictividad cotidiana en los pueblos, sustitutiva, en buena medida, de la desarrollada por las partidas hasta ese paréntesis estival. Grupos que en la noche recorrían las calles disparando sus
25 El gobierno dictó unos reales decretos a finales de marzo para atajar esta colaboración de los eclesiásticos con la insurrección. Boletín Oficial de Aragón, 5 de mayo de 1834.
MAPA 5.2 ACTIVIDAD DE LAS PRINCIPALES PARTIDAS ENTRE LOS MESES DE MARZO Y JUNIO DE 1834
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armas, actos de bandidaje, interceptación de correspondencia oficial, cánticos ante la casa de las autoridades, agresiones a los bienes de señalados liberales… asumieron el encargo de manifestar que la lucha no había concluido; tan sólo estaba aplazada. Por espacio de unas semanas afloraban los ritmos básicos de la cultura campesina, ciclos fundamentales ligados a la subsistencia que habían trazando un paréntesis en el conflicto para cumplir, un año más, con un ritual necesario. En años posteriores, cuando la guerra cale en lo hondo de la sociedad, la estacionalidad del conflicto desaparecerá, pero no en 1834, cuando el enfrentamiento armado todavía estaba dibujando los principales perfiles. Ese primer verano, con el descenso de actividad, el ejército pudo concentrar sus esfuerzos en perseguir a los principales jefes que, rodeados de oficiales, igual que ellos demasiado implicados en la insurrección para poder regresar a sus casas sin consecuencias, mantuvieron latente su actividad. Carnicer fue atacado por el coronel Rebollo en la sierra de Gúdar y sus fuerzas quedaron reducidas prácticamente a sus lugartenientes —Quílez, Tomás García, Valles, Oliete, Añón, Juan Manuel, Folga y Bardavíu— y unos cuantos hombres con los que regresó al Bajo Aragón. A comienzos de agosto se reunieron con Cabrera, que era el único jefe que había mantenido un número importante de hombres, catalanes y valencianos en su mayoría, que no se habían reincorporado a sus casas. Con ellos realizaron operaciones de abastecimiento en torno a los Puertos de Beceite sin poderse desprender de la persecución del ejército, que, alcanzándoles el 12 de agosto cerca de Los Olmos, les ocasionó una seria derrota. Sin un plan previsto y, si lo hubiera, con escasas posibilidades de llevarlo a cabo durante el verano, los meses estivales constituyeron un paréntesis en la lucha pero no, a pesar de los reveses, una derrota de la insurrección. Fue con la llegada de agosto cuando la actividad comenzó nuevamente a crecer de tono, mientras se iniciaba una nueva fase de reclutamiento por parte de Quílez. Ya estaba el Estatuto Real en vigor desde abril y el pretendiente carlista había conseguido llegar a suelo español en julio. Pese a temerse que ambas circunstancias pudieran provocar el recrudecimiento de la insurrección en Aragón, no fue así y sólo en septiembre se inició una nueva escalada de actividad carlista, una agitación que recorrería un ciclo concreto —desarrollo, cima y crisis— en los cuatro meses siguientes hasta la entrada del invierno.
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Cuando en septiembre de 1834 las hostilidades cobraron nuevamente intensidad, lo hicieron en forma de levantamientos de partidas en lugares muy distantes unos de otros, en muchos de los cuales no era habitual la actividad carlista. Esto ocurrió en Costeán, partido de Barbastro, Calcena, cerca de Borja, Mequinenza y Quinto, en el Bajo Aragón, y en Albarracín. Se trataba de nuevas partidas lideradas por desconocidos o por jefes que no habían participado en la sublevación con anterioridad, y fueron derrotadas inmediatamente después de hacer su aparición. En la mayoría de los casos, cuando surgieron en territorio hostil —Costeán, Calcena y Albarracín—, fueron combatidas con una importante participación local, encuadrada en la milicia urbana, y, cuando la nueva partida apareció en un entorno de gran arraigo de la insurrección —Mequinenza—, donde no había alcanzado suficiente desarrollo esta milicia, con el ejército. La consecuencia de este fracaso en conseguir nuevos focos de arraigo insurreccional que dispersaran el interés de las tropas fue la reducción de la actividad a dos únicas zonas: la franja fronteriza con Navarra y el Bajo Aragón-Cuenca Minera. La zona de Cinco Villas sufría fundamentalmente las incursiones navarras en busca de suministros y dinero, pero estas acciones no tenían voluntad de consolidar posiciones en la zona. Esto difundía inseguridad en el área limítrofe y minaba la voluntad de resistencia entre la población, que prefería ceder a las peticiones y ver alejarse cuanto antes el peligro que sufrir las represalias de la resistencia, para desesperación de las autoridades militares, que confiaban en la capacidad de resistencia de la población civil. Por su parte, en el Bajo Aragón, el foco fundamental del carlismo aragonés desde el inicio de la insurrección experimentó una extraordinaria actividad en los meses finales de 1834. El 12 de septiembre fue asaltada sin éxito la capital de la extensa comarca, Alcañiz, y su gobernador se lamentaba al capitán general tanto de las extorsiones carlistas en los pueblos de la zona como de la escasez de tropa con las que ponerles coto: «Ruego a V.E. tenga la bondad de disponer sea reforzada esta guarnición pues me es muy sensible al ver que diferentes gavillas están saqueando los pueblos de esta circunferencia y por más reclamaciones de sus justicias no puedo socorrerlos ni aun avisar a los comandantes de las columnas de persecución, porque no sé su paradero hace mucho tiempo ni recibo ofi-
MAPA 5.3 ACTIVIDAD DE LAS PRINCIPALES PARTIDAS ENTRE LOS MESES DE JUNIO Y DICIEMBRE DE 1834
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cio alguno de ellos».26 Caracterizaba al corregimiento de Alcañiz —que incluía el Bajo Aragón y su ramificaciones hacia los Puertos, el Maestrazgo y la Cuenca Minera— la circunstancia de que aun en los momentos de más baja actividad insurreccional no se había visto libre de partidas, pues se hallaban también dentro de su jurisdicción aquellos recónditos parajes próximos a la frontera con Cataluña y Valencia donde las facciones establecieron su reducto más seguro: los míticos Puertos de Beceite. El mes de septiembre la actividad de Carnicer creció de forma manifiesta. Se enfrentó con éxito cerca de Alloza a una compañía del ejército y, el día 30, con Cabrera y Conesa, asaltó decididamente Beceite sin conseguir la victoria por la oportuna llegada del coronel Rebollo. El mes de octubre permitió desplegar tareas de aprovisionamiento y de reclutamiento de tropas en la divisoria de Aragón, Cataluña y Valencia. El gobernador de Alcañiz llamaba la atención sobre el «lamentable estado a que se ve reducido este desgraciado país digno de mejor suerte. Los pueblos van quedando aniquilados y sus habitantes pacíficos lloran su total miseria que está muy próxima. Las hordas rebeldes de las provincias limítrofes lanzadas de aquel suelo infestan este Bajo Aragón, y el cuadro que presenta a mis ojos ofrece las más terribles reflexiones no observando mi razón cómo con tropas suficientes entre las tres provincias no consigue el total exterminio de estos enemigos del reposo público. El mal es grande, el incendio que se prepara será mayor, y es indispensable y sobremanera urgente que el alto Gobierno de S.M. acuda pronto a apagar el fuego cuyas llamas podrán extenderlas a muy largas distancias».27 A comienzos de noviembre fueron reunidos en los Mases de Beceite los más celebrados cabecillas —Carnicer, Montañés, Cabrera, Quílez, Conesa, Serrador, Juan Manuel, García…—, sumando una fuerza de 1.600 hombres. Un número tan grande de hombres muy pronto planteó un doble problema: el derivado de la subsistencia de sus integrantes y la circunstancia de que actuaba como reclamo para las columnas del ejército que operaban en el área. Así se puso en movimiento, primero hacia Castellote y posteriormente hacia Mosqueruela, atrayendo tras de sí a tropas de
26 Ibídem. En el mismo sentido, el 20 de octubre de 1834 decía: «me es dolorosísimo no contar con una fuerza regular para impedir estas extorsiones». 27 Gobernador de Alcañiz, 15 de octubre de 1834, A.H.M.A., Con., c. 21.
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dos capitanías generales, que impidieron cualquier acción preconcebida y forzaron la fragmentación del contingente. Forcadell y Miralles se hicieron cargo de los valencianos y partieron hacia Peñagolosa, mientras Carnicer se dirigió como el resto al Bajo Aragón. Consiguió finalmente Nogueras alcanzar a la partida de Carnicer y Cabrera en Puigmoreno, más tarde fueron derrotados por Pezuela en Ariño y antes de finalizar el año, cuando sólo contaban con 150 hombres, nuevamente Nogueras pudo derrotarles en las canteras de Alcorisa, disolviendo casi por completo la partida. El constante hostigamiento que sufrió la gran partida integrada por las fuerzas de los distintos cabecillas que gravitaban en torno al Bajo Aragón y al Maestrazgo provocó la disgregación en grupos para distraer la atención en diversos puntos. Entre los jefes que actuaron en Aragón cabe destacar a Montañés y a Conesa. El primero continuó durante el mes de noviembre proporcionando nuevos efectivos a la partida de Carnicer mediante la publicación de un bando sobre indultados y actuando con cierta dureza en las riberas del Matarraña, y el segundo desarrolló su actividad con eje en las tierras del partido de Daroca, del que era originario. Con nombrar someramente la actividad de los principales jefes carlistas y las partidas más numerosas sólo estamos haciendo referencia a una parte de la conflictividad introducida por la guerra. Sería interminable la referencia a las algaradas que continuaron produciéndose en los pueblos, los robos protagonizados por pequeñas partidas, los asaltos a correos, las agresiones a señalados liberales y contra las autoridades de los pueblos, etc., que acompañaron esta fase de la guerra civil y que no deben ser olvidados.28 La ofensiva de los meses finales de 1834 no fue el embate definitivo hacia el asentamiento de la insurrección carlista en Aragón que se pretendía. El tiempo pasaba y, sin un objetivo definido, el simple hecho de reunir tropas y pertrechos permitía existir a las partidas pero no constituía un éxito más allá de dar testimonio de resistencia. Además, eso ya estaba conseguido, parecía que la agitación carlista era endémica en el Bajo Aragón, pero sus avances no eran claros, fluctuaban continuamente y regresaban una y otra vez al lugar de partida. Incluso el ejército, desconcertado por la
28 Lo hemos llevado a cabo de manera prolija en Rebeldía campesina y primer carlismo…, op. cit., y sería redundante hacerlo de nuevo. Para ampliar cualquier información véanse las páginas 123-342 de la obra citada.
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itinerancia del enemigo, empezaba a adaptarse a la situación y comenzaba a cosechar victorias. De modo que allí estaban otra vez, frente al próximo invierno, iniciando 1835, perseguidos hasta sus guaridas por las columnas gubernamentales y teniendo que orquestar una estrategia que les permitiera hallar un momento de tranquilidad. Como se narra en la Historia de la guerra última en Aragón y Valencia: «Dentro ya de los Puertos de Beceite y repartidos en las masías de la Solana, de la Grasieta, de los Sirés y de Silverio, enviaron los caballos a Valderrobres con los dueños de las masías y con encargo de decir que los habían dejado allí los facciosos y se habían marchado. Antes de llegar al pueblo tropezaron los conductores con el coronel D. Manuel Mazarredo […] le entregaron los caballos y quedó muy satisfecho de que en efecto los cabecillas habían desaparecido».29
5.3. Consolidación del foco carlista del Levante. El conflicto entre Carnicer y Cabrera Durante los primeros meses de 1835 la insurrección carlista en Aragón atraviesa una situación crítica. El afianzamiento de las autoridades del poder central parece ser mayor que nunca. El coronel Agustín Nogueras, el militar que más activamente había perseguido a las partidas del Bajo Aragón, fue nombrado gobernador de Alcañiz. Su conocimiento de la zona le llevó a dictar una serie de medidas destinadas a minar el apoyo que las partidas recibían de la población mediante una normativa represiva dirigida sobre distintos sectores de la sociedad, autoridades incluidas, al tiempo que fomentaba la incorporación a los grupos armados que combatían la insurrección. En el plano militar se puso en marcha el sistema de puntos fortificados, basado en la defensa que los pueblos pudieran hacer con sus propios medios frente a las partidas, en espera de que una de las columnas que se hallaban actuando en la zona llegara en su ayuda. Esto contaba con la voluntad de resistencia de la población, que trataba de fomentarse también a través de su encuadramiento en la Milicia Nacional, que pasaba a depender de la autoridad militar. La
29 F. Cabello, F. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., t. I, p. 55.
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Milicia pasó de ser un cuerpo para el orden público a ser considerado un instrumento para la seguridad nacional, un sacrificio que, si bien podía llegar a obtenerse en áreas alejadas del conflicto, planteó serias dificultades en el Bajo Aragón, donde el alistamiento era muy bajo y la sociedad civil estaba lejos de poder responsabilizarse de su propia defensa. Con el nuevo año la insurrección carlista de Aragón experimentó cambios que determinarían profundamente su futuro. Bajo la capa de esa aparente inactividad que la rebelión había manifestado desde las dispersiones de finales del año anterior, se estaban fraguando iniciativas de importantes consecuencias. Ramón Cabrera, que hasta ese momento había recorrido un rápido aprendizaje en los aledaños del poder, tomó la iniciativa. Consciente de que el devenir cíclico que caracterizaba a la insurrección aragonesa —en su secuencia de ascensos fulgurantes seguidos de crisis totales— podía dar al traste con el asentamiento de un foco carlista, emprendió por iniciativa propia un viaje al cuartel general de don Carlos en Zúñiga (Navarra). Con una iniciativa tan arriesgada Cabrera consiguió situar su nombre junto al de Carnicer y entre el de los oficiales aptos para dirigir las tropas del Maestrazgo, antes incluso que otros jefes como Quílez o Montañés, con formación militar y todo un historial de luchas al lado de la contrarrevolución. Cabrera se entrevistó con el antiguo conspirador de Zaragoza, el conde de Villemur, y su entendimiento fue fácil. Le manifestó las dificultades que estaban atravesando las tropas de don Carlos en Aragón y las zonas próximas de Valencia y Cataluña, destacando la eficaz persecución efectuada por las columnas del ejército en los últimos meses, así como la escasez de recursos con los que se habían visto obligados a subsistir, la violencia desatada por el enemigo y la hostilidad del medio en el que desarrollaban su actividad. Todo ello había tenido como consecuencia la caída en picado de la moral de los hombres y «hecho decaer el ánimo de aquellos voluntarios defensores de la Religión, del Rey y de la Patria»,30 hasta tal punto que concluyó su exposición sugiriendo una acción sobre la zona con tropas vascas como fórmula capaz de elevar la confianza de los combatientes carlistas.
30 Buenaventura de Córdoba, Vida militar y política de Cabrera, op. cit., pp. 108-112.
MAPA 5.4 ITINERARIOS SEGUIDOS POR CABRERA Y CARNICER EN SUS VIAJES AL PAÍS VASCO
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Cumplida la misión que él mismo se había impuesto, y ya de regreso a Aragón, se encontró el 8 de marzo, entre Ladruñán y Villarluengo, con Carnicer, que apenas había desarrollado actividad hasta ese momento. Cabrera le entregó las órdenes que traía de Navarra, consistentes en que emprendiera viaje al cuartel general del infante don Carlos mientras él quedaba con el mando interino de las tropas. Se iniciaba uno de los momentos más controvertidos de la guerra en Aragón, pues Carnicer fue delatado por alguien de sus propias filas a las autoridades liberales, que, sabiendo que trataba «de disfrazarse de arriero y que se halla provisto de pasaporte de uno de los pueblos del Bajo Aragón»,31 pudieron seguir anticipadamente su itinerario y capturarlo el 6 de abril en el paso del Ebro por Miranda. Casi en el acto fue fusilado. Con ello Cabrera transformó en definitivo el mando que en principio había recibido como temporal, abriendo un mar de especulaciones sobre el origen de la probada denuncia que señalaban al tortosino como principal sospechoso a tenor de los beneficios que de ella obtuvo. Apenas Carnicer inició su viaje, el 17 de marzo, Cabrera reunió en la ermita de San Cristobal de Hervés a los principales cabecillas. Acudieron a ella Quílez, Forcadell y Torner sumando todos sus efectivos 240 infantes y 30 caballos. A partir de este momento comienza una nueva etapa en la insurrección aragonesa marcada por la dirección de Cabrera. La guerra ascenderá cualitativamente un peldaño, abandonando su carácter estacional y pasando a una guerra continuada que implicará a toda la sociedad, mientras el reclutamiento, el abastecimiento y las operaciones serán sistematizadas y progresivamente centralizadas hasta convertir el Maestrazgo en el centro de una área sustraída al control del gobierno y bajo una dirección cada vez más firme. Todo ello se irá construyendo a partir de la llegada de Ramón Cabrera a la dirección de las tropas carlistas de Aragón, Valencia y parte de Cataluña, que coincide, no debemos olvidarlo, con los primeros disturbios sucedidos en abril en Zaragoza que, al grito de «Muera el arzobispo, muera el cabildo»,32 preceden el asalto a los baluartes del poder feudal y en el momento que experimenta un nuevo impulso la revolución en la década de 1830. 31 Ibídem. 32 Carlos Franco de Espés, Los motines y la formación de la Junta Revolucionaria de Zaragoza en 1835, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1981, p. 27.
6. CABRERA Y LA CONSOLIDACIÓN DE LA REBELIÓN ARMADA La primera fase de Ramón Cabrera como jefe de las fuerzas carlistas de Aragón se extiende durante casi dos años. Comenzó en el momento mismo que Carnicer emprendía el viaje sin retorno a Navarra para entrevistarse con don Carlos, en marzo de 1835, y concluyó cuando Cabrera, agotado y herido, regresa a Aragón después de haber seguido hasta Andalucía a la expedición del general Gómez, en diciembre de 1836. Durante este tiempo se produjeron importantes avances para los carlistas, tanto en el número de los sublevados como en su organización, en el control sobre el territorio y en la infraestructura que respaldaba sus acciones. Poco importó que al final de estos dos años, a la vuelta de Cabrera, muchos de los avances se hubieran desvanecido, pues el aprendizaje se había cumplido como si se tratara de un ejercicio obligado y la reincorporación de este jefe ya no supuso una reiteración de antiguas fórmulas sino otra forma distinta de plantear la guerra. Pero lo que hizo de esta fase un período particularmente intenso fue que, mientras tanto, Aragón fue sacudido por dos oleadas revolucionarias espaciadas apenas por un año de tiempo. La calle comenzaba a ser protagonista en la política urbana, destacadamente en Zaragoza, que manifestaba una gran vitalidad entre las principales capitales del país. Por dos veces habían surgido juntas que asumieron todo el poder reclamando con fuerza la disolución de las relaciones económicas del Antiguo Régimen, alcanzar mayores cotas de libertad y la participación en el gobierno político del Estado. También fue proclamada la Constitución de 1812, comenzando a desarrollarse como referencia básica del Estado en tanto se aprobaba un nuevo texto constitucional. La revolución burguesa seguía
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Cabrera y la consolidación de la rebelión armada
su camino dotándose de instrumentos jurídicos para su desarrollo con los que ir avanzando. Ambos contendientes de la guerra civil —los liberales y los partidarios de la contrarrevolución— cumplieron etapas decisivas para su configuración como bloque en los años 1835 y 1836. De lo actuado durante esta fase se derivarán muchos de los desarrollos posteriores.
6.1. Reestructuración de las fuerzas insurrectas Poco tiempo después de que Cabrera tomara el mando de las tropas carlistas de Aragón —marzo de 1835—, la insurrección comenzó a incrementarse en todo el Bajo Aragón y buena parte del Maestrazgo hasta sus zonas más meridionales (ver mapa 6.1). Los desplazamientos de las partidas se producían sin mucha dificultad por todo este territorio, donde imponían su ley ante los ojos incrédulos de las autoridades. En una carta del capitán general de Aragón a Nogueras, que ocupaba el puesto de comandante general del Bajo Aragón, exponía claramente: El aumento que con toda presunción ha recibido la facción en ese distrito, después de su gran reducción y fusilamiento de Carnicer y la impunidad con que discurre en todas direcciones, penetrando a los últimos confines de la Provincia de Teruel y acercándose a Daroca, desplegando un carácter de ferocidad como se ha visto de corto tiempo a esta parte y de que es amargo testigo el asesinato de seis urbanos de la villa de Valdeltormo, acaecido en los términos de la de Ráfales la tarde del 9 del corriente, añadido a la consternación en que se hallan con motivos de éstas y otras ocurrencias en pueblos que se hallan bajo la inmediata autoridad de V.S. […].1
Además, la pérdida de control efectivo por parte de las tropas del gobierno no se detenía ahí, sino que la situación estaba afectando a la confianza que los ayuntamientos tenían en el control del ejército: «[…] al paso que veo aumentarse la facción —continuaba el capitán general— observo que los pueblos todos acuden aterrados a mi autoridad manifes-
1 Oficio del Antonio María Álvarez, capitán general de Aragón, a Agustín Nogueras, comandante general del Bajo Aragón. Zaragoza, 14 de mayo de 1835, A.R.A.H., 9/6828.
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tando su estado de agitación y de justos temores considerándose mucho más expuestos a la ferocidad de sus enemigos».2 Y ello a pesar de que Nogueras3 había sido autorizado a «extraer de las masías los víveres que depositados en ellas pudiesen proporcionar a los facciosos las necesarias subsistencias», y otras medidas de excepción para impedirlo, como separar de sus parroquias a los curas «que con su influencia extraviasen la opinión pública», poner en prisión «a los padres de los facciosos procediendo al secuestro de sus bienes», e incluso fue autorizado para recoger los recibos de las exacciones realizadas por los carlistas «para quitar a los pueblos toda esperanza de un reembolso».4 En relación con esta actividad creciente de las partidas hay que entender el asalto que sufrió Caspe,5 una importante población de aproximadamente 7.000 habitantes, con fama de liberal,6 situada en la línea del Ebro. El 23 de mayo atacó Cabrera con 900 hombres y obligó a los nacionales a refugiarse en el fuerte. Las casas de los liberales fueron saqueadas —«objeto único, exclusivo y preferente a que se dirigen sus operaciones» según se decía desde Maella7—, y cinco nacionales, que resultaron prisioneros, fueron fusilados.8 Las correrías descontroladas sin que el ejército se mostrara eficaz en combatirlas y la práctica de exacciones, que el capitán general calificaba
2 Ibídem. 3 Nogueras actuaba con casi completa independencia en el Bajo Aragón, lo que provocó la irritación del capitán general, que le oficiaba reiteradamente reclamando explicaciones sobre lo que sucedía. Oficio del Antonio María Álvarez, capitán general de Aragón, a Agustín Nogueras, comandante general del Bajo Aragón. Zaragoza, 15 de mayo de 1835, A.R.A.H., 9/6828. 4 Oficio del Antonio María Álvarez, capitán general de Aragón, a Agustín Nogueras, comandante general del Bajo Aragón. Zaragoza, 14 de mayo de 1835, A.R.A.H., 9/6828. 5 Oficio de la columna móvil Compañía de América y otro procedente de Maella, A.H.M.A., Con., c. 21; Diario de Zaragoza, n.° 147, 27 de mayo de 1835; A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. II, p. 68; F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. I, p. 83. 6 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. II, p. 68. 7 Diario de Zaragoza, n.° 147, 27 de mayo de 1835; y A.H.M.A., Con., c. 21, oficio de Maella. 8 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. I, p. 83.
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de «continuas»9 en los pueblos, contribuyeron a crear un clima creciente de incertidumbre. A ello se añadía la sistemática labor de Quílez, que recorría el Bajo Aragón alistando soldados para las tropas carlistas e incorporando a sus filas los quintos, en un intento de adelantarse al reemplazo del gobierno. La deserción de los soldados que actuaban en el área del conflicto10 y la de los mozos de los propios depósitos, operaban en la misma dirección.11 La sensación de activo reclutamiento crecía y numerosas fugas a las partidas se registran en los ayuntamientos al filo de los meses de julio y agosto.12 A comienzos del verano pareció que, como en años anteriores, la actividad insurreccional comenzaba a deprimirse por efecto de la demanda de mano de obra en el campo, y así se reflejaba en las comunicaciones oficiales: Por partes recibidos del Bajo Aragón se comunica a S.E. la disminución tan notable que han tenido las facciones de aquel país que han quedado reducidas a una mitad o menos, resultado de la activa persecución que sufren por parte de nuestras columnas que no las dejan descansar un momento, y no sería extraño influyese también en esto la material ocupación de los individuos que las componen en la presente estación, con motivo de tener que dedicarse a la recolección de las cosechas, sin ser al propio tiempo extraño que pasada esta ocupación vuelvan a engrosar las filas de la rebelión que ahora han abandonado.13
Sin embargo, 1835 marca un cambio cualitativo en la naturaleza del levantamiento armado en Aragón. La insurrección comienza gradualmente a desprenderse de las dinámicas propias de la agitación campesina e inicia una fase en la que irá generando sus propias pautas. No es éste 9 «Por la comunicación de V.S. del 20 y 21 del corriente —le decía al gobernador de Alcañiz— he quedado enterado de las correrías ejecutadas por las facciones de ese País y continuas exacciones que sufren los pueblos por parte de tales bandidos». Alcañiz, 22 de junio de 1835, A.H.M.A., Con., c. 21. 10 El capitán general se refiere a la «escandalosa e incorregible conducta observada por los soldados del Batallón 14 de Línea que casi diariamente abandonan sus filas», en oficio dirigido a Alcañiz el 26 de junio de 1835, A.H.M.A., Con., c. 21. 11 A esta realidad trata de oponerse el bando publicado por el capitán general el 14 de mayo sobre la deserción de quintos de los depósitos o de sus domicilios y sobre la ocultación de sustitutos para el ejército. Diario de Zaragoza, n.° 134, 14 de mayo de 1835. 12 Sin ánimo de ser exhaustivos, en A.H.M.A., Con., c. 21, se registran algunas en Mas del Labrador, Castelserás, Calaceite, Torrecilla, Calanda, Valjunquera, y Valdeltormo. 13 Capitanía general de Aragón, Tiburcio de Zaragoza, jefe interino de la plana mayor, Zaragoza, 21 de junio de 1835. Diario de Zaragoza, n.° 173, 22 de junio de 1835.
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un proceso súbito, pero es significativo que coincida en el tiempo con la reestructuración del poder carlista de la mano de Cabrera. Las partidas ya no se disolverán durante el verano, su organización permanece e incluso incrementan el número de sus componentes. La guerra civil estaba penetrando en la médula de la sociedad aragonesa, el ritmo impuesto por la acción insurreccional comenzaba a alterar aquellos otros ritmos profundos propios de la sociedad campesina. Y éste era el cambio que comenzaba a percibirse nada más iniciarse el verano: Por los partes comunicados con fecha de ayer por el corregidor interino de Alcañiz, observo que las facciones que infectan ese país han tenido un aumento notable ascendiendo su número en el día a 820 infantes y 40 caballos […]; este incremento en la época que menos pudiera temerse por que era de presumir su disminución nacida de las naturales ocupaciones de la recolección de las cosechas, y que tan en contradicción se hallan con las noticias que V.S. tiene comunicadas sobre el particular ha llamado mi atención extraordinariamente, poniéndome en el caso de decirle me instruya de los motivos que supone puede nacer este aumento […].14
Frente a esta proliferación de partidas el gobierno no podía oponer suficientes columnas del ejército, pero contaba con la Milicia Nacional. Las compañías de nacionales actuaban con eficacia al norte del Ebro. Allí, donde las acciones carlistas eran esporádicas y reinaba un espíritu de apoyo al liberalismo, la milicia actuaba con eficacia movilizándose rápidamente y acudiendo en apoyo de los lugares atacados. Así había sucedido con las incursiones de Manolín15 (ver mapa 6.1), que, lejos de retraer los ánimos, provocaban una reacción militante contra las invasiones navarras. El Ayuntamiento de Zaragoza se felicitaba del papel de la Milicia para «sostener el orden público, el Trono de Isabel II, el Estatuto Real y la Libertad»,16 y, en efecto, así era en la ciudad. No sucedía igual en el
14 Oficio del Álvarez, capitán general de Aragón, al comandante general del Bajo Aragón, A.R.A.H., 9/6799. 15 Algunos partes publicados por el Diario de Zaragoza transmiten la movilización de los urbanos de Zaragoza contra la invasión de Manolín hablando de «la espontaneidad de algunas compañías de Urbanos de esa capital a concurrir a la formación de una columna al mando del brigadier Linares para combatir las gavillas del rebelde Manolín que había invadido el territorio de este reino y de la unánime negativa de los mismos a la invitación que V.E. les hizo de volver al seno de sus familias diciendo no regresarían mientras se creyese precisa su permanencia en aquella frontera», núms. 134 y 135, de 14 y 15 de mayo de 1835.
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Bajo Aragón, donde la participación en la Milicia suponía un riesgo ante las frecuentes agresiones y resultaba menos operativa porque los ataques no procedían de un solo punto. Hubo lugares, como Nonaspe, donde de los 80 vecinos que cumplían con las condiciones para pertenecer a la milicia urbana, todos se negaban a alistarse y jurar el puesto.17 En otros, la Milicia experimenta una importante deserción ante la proximidad de fuerzas carlistas, resultando imposible defender la población, como sucedió en Chiprana cuando la Milicia tuvo noticia del ataque de Cabrera a Caspe.18 Así las cosas, la suma del ejército y de la Milicia resultaba insuficiente para controlar militarmente el Bajo Aragón, por lo que fue preciso movilizar cuerpos como los voluntarios de Aragón19 o los tiradores del Bajo Aragón,20 destinados expresamente a ese objetivo.
6.2. El despertar de la revolución La guerra en 1835 llevaba camino de establecerse como un elemento habitual en la vida de los aragoneses. El conflicto se estaba incorporando a lo cotidiano, como queda de manifiesto en una letrilla de tono ligero aparecida en la prensa sobre los inconvenientes del matrimonio, que incluye como colofón esta estrofa: Si mi mujer es facciosa y mi suegra algo carlista, ¡Jesús! ¡San Blas nos asista! ¡la broma será preciosa! tratarán de envenenarme, ¡zape! no quiero casarme.21
Sin embargo, todavía existía un orden de prioridades, y entre el mantenimiento del orden y el combate contra los carlistas la decisión de las autoridades se decantaba por la primera opción. A comienzos de 16 Diario de Zaragoza, n.° 189, 8 de julio de 1835. 17 Nonaspe, 26 de mayo de 1835, A.H.M.A., Con., c. 21. 18 Chiprana, 24 de mayo de 1835, A.H.M.A., Con., c. 21. 19 Diario de Zaragoza, n.° 107, 17 de abril de 1835. 20 Su formación en Alcañiz se realizó «como fuerza de la Milicia Urbana de campaña», Diario de Zaragoza, n.° 187, 6 de junio de 135. 21 Letrilla firmada por M.S., Diario de Zaragoza, n.° 164, 13 de junio de 1835.
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julio, junto a la lucha contra la insurrección, se dejaron notar nuevos síntomas de la agitación revolucionaria que estallaría ese verano. Los milicianos tuvieron que atender ambos objetivos: «unos a batir la facción de Quílez, y otros para contribuir al sosiego de la población —decía el comandante de la propia milicia urbana— acudisteis al punto designado para llenar ambos objetos, y si bien el último impidió que se verificase el primero, juntos todos y con aquella unión y aire militar que os acompaña, no dudasteis un momento en interponeros entre los cañones y los grupos de gente mal aconsejada, y vuestra presencia, serenidad y orden ayudaron no poco a evitar tal vez las desgracias que roto el fuego pudieran haberse ocasionado».22 Los sucesos que dieron lugar a esta disyuntiva comenzaron con la acción del teniente Blas Pover, quien, respaldado por una compañía, proclamó la Constitución de 1812 entre gritos de ¡Viva la República! la noche del 4 de julio. Pero la participación de la Milicia no había sido tan neutral como pretendía presentarse al público. Al día siguiente los urbanos y un importante número de civiles se echaron a las calles reclamando la libertad de Pover y los encarcelados «gritando en medio de mil obscenidades viva la constitución, viva la libertad, entre continuos mueras».23 El Ayuntamiento actuó de mediador entre la calle y el capitán general, y el papel de los urbanos fue el de codificar las reclamaciones populares frente a las autoridades. Y aunque no consiguieron detener las penas de muerte a que habían sido condenados Pover y siete de sus acompañantes —fueron ejecutados el día 7—, Álvarez ordenó el fusilamiento del jefe carlista Joaquín Mezquita tres días después, con evidente criterio compensador.24 El gesto no le bastó para mantenerse como capitán general y fue reemplazado por Felipe Montes, una destitución consecuente si tene-
22 Ángel Polo y Monge, Zaragoza 8 de julio de 1835, Diario de Zaragoza n.° 191, 10 de julio de 1835. 23 F. Muns y Castellet, Los mártires del siglo XIX. Dividido en dos partes: 1.ª Cronología de las órdenes religiosas, ruinas de conventos y martirio de Frailes. 2.ª Mártires de la caridad de la epidemia de 1885. Imprenta Elzeviriana y Librería Cami, Barcelona [1888], pp. 139-140, citado por Carlos Franco de Espés, Los motines y la formación de la Junta Revolucionaria de Zaragoza en 1835, op. cit., p. 35, donde, por otra parte, se encuentra la interpretación más elaborada y compleja de estos hechos, que seguimos aquí. 24 Diario de Zaragoza, n.° 188, 7 de julio de 1835.
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mos en cuenta que pagaba la alteración del orden y la irrupción de las reclamaciones populares en el juego de fuerzas de la política local. Era la reacción del moderantismo, que, aterrado, interpretaba así los hechos: La patria de los héroes, que otro tiempo fue la admiración y asombro de las naciones extranjeras, se ha convertido momentáneamente en un teatro de todos los horrores. La seguridad civil, la libertad, la propiedad y la vida, violando sin derecho el asilo doméstico, han estado el domingo pasado a la discreción del delirio ¡Ah! ¿Quién podrá presentar sin estremecerse los detalles de tan espantosos atentados, de tantos crímenes cometidos en una sola noche? ¿Tan triste catástrofe, tantos desastres y desgracias, parece preparaban el camino a la victoria de los enemigos de Isabel II. Y ¿podré ver con indiferencia minar y destruir los sólidos fundamentos del edificio social?25
Una interpretación que sintoniza perfectamente con el tono de una exposición que el consejo de ministros elevó a la reina sobre lo ocurrido en Zaragoza, donde se daba cuenta de «la disposición que manifiestan algunos individuos que indebidamente han sido admitidos en los beneméritos cuerpos de la Milicia urbana; la marcha en fin de todas las cosas, revelan al Gobierno de V.M. la existencia de un plan más o menos combinado, y con más o menos ramificaciones, cuya tendencia es disolver el Estado, y envolver a la nación en todos los horrores y desastres de la más desoladora anarquía».26 Desde posiciones liberales, el Eco del Comercio, realizaba una lectura bien distinta de los hechos, considerando la importancia del sentimiento popular: […] no es cosa fácil dominar con el terror a una población notable en todos tiempos por la dureza de su carácter, y por su extraordinaria energía, y que desafió el poder de Napoleón y sólo sucumbió cuando la epidemia había consumido sus fuerzas naturales. Nos equivocamos mucho si el que quisiese usar de tales medios, no tuviese que arrepentirse viendo producir resultados enteramente contrarios. Se engaña miserablemente quien crea que Zaragoza y el Aragón todo pueden tratarse como Málaga y Granada. Los aragoneses no
25 «Viva Isabel II = Zaragozanos», alocución del canónigo Policarpo Romea, 10 de julio de 1835. Diario de Zaragoza, n.° 191, 12 de julio de 1835. 26 Y contra esto daban testimonio de sus firmes convicciones moderadas: «somos llamados a hacer frente a todas las revoluciones, a desbaratar todas las cábalas, y a destruir todas la asechanzas de los que en cualquiera sentido pretendan oponerse a las leyes y contrariar la voluntad y el interés nacional». «El consejo de Ministros dirigió a S.M. en 15 de julio de 1835 la siguiente exposición», Diario de Zaragoza, n.° 203, 22 de julio de 1835.
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pueden ser indiferentes, y su decisión es impetuosa como la de un torrente, al que la represión no hace más que aumentar su fuerza y hacerla más terrible.27
En este punto, la base que proporcionaba su fuerza política al Estatuto Real había alcanzado un grado de disolución de difícil retorno. El moderantismo seguía considerando válido el marco jurídico, propugnando la concentración de fuerzas porque las disensiones internas darían pie a que el carlismo se valiera de la debilidad del poder para imponerse militarmente.28 Sin embargo, como respuesta a esta interpretación interesada de los hechos de Zaragoza —como camino hacia la anarquía, por lo que hay que forzar la unidad para que el carlismo no pueda aprovechar esta debilidad del poder—, el Eco del Comercio responde en defensa del liberalismo y de la revolución desmontando la mixtificación de ese razonamiento: «Pero los carlistas —nos dice— se complacen cada vez que ven nuestra exaltación. Los partidarios del pretendiente se alegrarían de que nos dividiésemos y matásemos unos a otros; mas no se trata de eso. La marcha activa y de progresos que se desean, lejos de favorecer a D. Carlos, va derecha a concluirlo […] Nosotros no negaremos que la anarquía conduce al despotismo, como se puede ir a La Habana por el cabo de Buena-Esperanza, el Pacífico, cabo de Hornos y el Atlántico; pero empeñarse en que es camino directo para que venga don Carlos acabar con los carlistas, no nos cabe en la imaginación».29 La inquietud no cesó desde los sucesos de julio. El 8 de agosto el Ministerio del Interior recibía un escrito desde Zaragoza donde se manifestaba «que los síntomas anuncian está muy expuesta a turbarse» la tranquilidad pública en la ciudad.30 Era el preludio de la Junta Suprema
27 Artículo copiado del Eco del Comercio, Diario de Zaragoza, n.° 205, 24 de julio de 1835. 28 Curiosamente, el carlismo esgrimía estos mismos argumentos pero razonados de forma inversa. Según los artículos publicados en el Boletín del Ejército Real de Aragón, Valencia y Murcia, era la existencia de dos facciones distintas apoyando al régimen la que había impedido la movilización de la sociedad en bloque a favor del carlismo, porque el matiz conservador del moderantismo y su vinculación con la época de Fernando VII inducía a la confusión con algunos de los principios contrarrevolucionarios. Un ejemplo cualificado es el «Dialogo entre el tío Roque arriero del pueblo de Buenaire, y el boticario del mismo», n.° 141, 2 de junio de 1838. 29 Diario de Zaragoza, n.° 207, 26 de julio de 1835.
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Gubernativa que iba a ser proclamada al día siguiente, en sintonía con lo actuado en Barcelona y rompiendo políticamente con Madrid.31 El 10 de agosto manifiestan en una exposición a la reina las reclamaciones que fundamentan políticamente la toma del poder: supresión de todos los conventos de regulares, apresurar las sentencias en los pleitos que se seguían contra varios realistas, separación de sus cargos a varios empleados. Posteriormente, en otra exposición a María Cristina, se añaden exigencias sobre reforma legal, «actividad de los trabajos de las comisiones nombradas para la reforma del clero y la ley de imprenta» y la convocatoria de Cortes.32 Pero ¿por qué había sido proclamada la Junta? Como cabía esperar, la respuesta tiene un origen histórico como referente de una realidad actual. En el pasado se establece el anhelo de un régimen representativo como alternativa al despotismo absolutista y en el presente la decepción por las expectativas abiertas en 1832 y no satisfechas: Después que una amnistía llamó al suelo Ibero a sus hijos emigrados en climas extranjeros, después de la muerte de Fernando y últimamente al ver con el Estatuto Real congregarse alrededor del Trono los representantes de la nación vimos en aquel y en éstos renacer nuestra esperanza y el más dichoso porvenir; los buenos españoles corrieron al momento a las armas, y éstos y el ejército se aprestaron para combatir la discordia y exterminar el despotismo. Hombres comprometidos y que merecían la confianza pública tomaron las riendas del Gobierno y la nación creyó que indudablemente estos mismos la conducirían a la libertad. Pero cuál ha sido nuestra sorpresa y nuestra indignación al ver que este mismo gobierno apagando el entusiasmo en los patriotas, poniendo trabas y coartando las facultades al ejército, dejando aumentar las facciones hasta el punto de alcanzar victorias sobre nuestras armas nos conduce a nuestra ruina!!! Cataluña ha dado el nuevo grito de libertad, Aragón la imita y Valencia y otros diferentes pueblos han seguido tan generoso ejemplo. Una junta provisional nombrada por la milicia, mejor diré, por el pueblo todo, es la depositaria de nuestra confianza; trabaja incesantemente por que sean cumplidos nuestros votos, e indudablemente lo serán si nuestra conducta secunda sus intenciones y obedece con exactitud sus disposiciones.33
Hay en estas palabras un inequívoco tinte democrático que trasluce 30 Oficio del gobernador civil al Ministerio del Interior, 8 de agosto de 1835. A.D.P.Z., Vig. XV 1008. 31 Carlos Franco de Espés, Los motines y la formación de la Junta Revolucionaria de Zaragoza en 1835, op. cit., p. 48. 32 Ibídem, p. 51. 33 Artículo de J. Huici, en el Diario de Zaragoza, n.° 235, 24 de agosto de 1835.
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la naturaleza del movimiento juntista. No es, pues, de extrañar que existan lugares donde se avance un paso más, la proclamación de la Constitución de 1812. Así sucede en Monzón y en Barbastro, los días 13 y 14 de agosto, donde el mensaje deja muy poco lugar a las dudas: «Aragoneses: Hemos tomado las armas para restablecer la Constitución de la monarquía derrocada en el año 1823, de aciaga memoria, por la traición y el poder extranjero. Ella es la sola garantía de la libertad y el apoyo y base más sólida del trono de la adorada Isabel».34 Es la respuesta frente a la tiranía ministerial. «En la triste y peligrosa situación a que nos han conducido Ministros ignorantes o malvados, sólo el restablecimiento de este código sagrado puede salvarnos de una ruina total». También es la forma de poner fin a la deriva peligrosa en la que está la guerra contra los carlistas, causada por la ineficacia del gobierno y por su lasitud, rayana en la connivencia, con la que venía actuando. Reunidas las fuerzas bajo la bandera de un movimiento nacional, «marchemos todos contra la facción aleve que se atreve a combatir por un príncipe enemigo de la felicidad pública y de nuestra inocente Reina Doña Isabel».35 El planteamiento puede parecer elemental pero resulta contundente. En él quedan reflejados los puntos principales en los cuales queda cifrada la esperanza de que se produjera un cambio en las condiciones de vida de la sociedad aragonesa: Constitución de 1812 y lucha contra la «facción». El sistema actual está invadido de la estigmática herencia del despotismo y por eso contemporiza con los carlistas como contrapeso político útil de la revolución. La proclamación de juntas sirvió para dar testimonio de esta connivencia y abrió el paso a nuevos proyectos en la formación del Estado liberal. La experiencia constitucional en el Alto Aragón tuvo escasa duración porque Guergué, con una expedición procedente de Navarra, entró en Barbastro tres días después. Entonces, una interpretación de los hechos radicalmente distinta fue ofrecida a los barbastrenses: «testigos
34 Proclama a los Aragoneses, Barbastro, 14 de agosto de 1835, firmada por Francisco Calvo y Lorenzo Barber. A.R.A.H., 9/6799; Diario de Zaragoza, n.° 257, 14 de septiembre de 1935. 35 Ibídem. Más información sobre los hechos de Barbastro, en Diario de Zaragoza, n.° 257, 14 de septiembre de 1835.
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habéis sido de los horrendos crímenes cometidos en Zaragoza por una horda de alevosos partidarios supuestos de Cristina, no ignorais los atentados más inauditos perpetrados en Madrid y repetidos por desgracia en Cataluña y en los diferentes ángulos de la Península disfrazados únicamente con las voces de libertad y república en que quieren sumirnos; en todas partes con este especioso pretexto, el puñal fratricida de los nuevos regeneradores se asesta contra el clero, las comunidades religiosas, contra la virtud misma, y en una palabra, ni el templo de Dios ni en el santuario de las leyes están exentas de sus sacrílegas manos, todo lo sabéis».36 La guerra civil fue sólo uno de los elementos que provocó el proceso revolucionario de 1835, pero siendo aquel que permitía mantener en la indefinición el alcance político de la juntas, fue también el más aireado y el que mayores demostraciones de arrojo recibió. La Junta explicaba en estos términos los motivos que habían llevado al levantamiento: […] sospechas de una invasión facciosa por la parte de Tudela, progresos de la que se ha aumentado considerablemente en el Bajo Aragón por inspiraciones seductoras y falta de energía y decisión en algunos jefes de la Columnas móviles y el aspecto con que se presenta la división Navarra que pisa el territorio catalán para situarse nuevamente en el Alto Aragón, son causas que unidas a la insistencia con que un ministerio retrógrado trata de sostener con temeridad y a riesgo de los intereses más caros para la Patria los abusos que han dado margen al grito general contra sus autores y causantes, ha puesto a la Junta Provisional establecida en el pueblo de la libertad y del heroísmo en el estado de invocar el nombre sagrado de la Patria […].37
El nuevo capitán general, Montes, partió un temprano 14 de agosto para el Bajo Aragón con intención de combatir el incremento que estaba cobrando la insurrección; «he resuelto —decía— ponerme al frente de las tropas de mi mando y ejecutar por mí mismo la pacificación de esa parte de Aragón, única que se degrada con su conducta».38 Era un signo de que la Junta tenía mayor capacidad para solventar los problemas que
36 Juan Antonio Guergué, Barbastro, 18 de agosto de 1835, A.D.P.Z., Vig. XVII 1247. 37 Manifiesto de la Junta Provisional de Zaragoza, 4 de septiembre de 1835, A.R.A.H., 9/6799. 38 Alocución a los Zaragozanos, 14 de agosto de 1835, Diario de Zaragoza, n.° 220, 14 de agosto de 1835.
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afectaban a Aragón, pero no hay que ignorar la voluntad de Montes para abandonar cuanto antes la responsabilidad que pesaba sobre él presidiendo la Junta y las decisiones que debía sancionar si permanecía en Zaragoza. Posteriormente, considerando más urgente contrarrestar las incursiones carlistas en el Alto Aragón cambió de dirección y encaminó sus fuerzas hacia el norte, siendo destituido el 20 de septiembre, acusado de separarse «de la Junta y del Pueblo a pretexto de perseguir la facción pero con el único objeto de disolvernos».39 Mientras tanto, crecía en la ciudad el temor a que el gobierno se decidiera a enviar tropas sobre Zaragoza para acabar con la Junta, lo que alimentaba cierta inquietud.40 Para compensar estas condiciones de indefensión, se desarrollaron activamente relaciones con otras juntas, destacadamente con las de Barcelona y Valencia, que fueron aglutinadas mediante razonamientos que aludían a una historia común bajo la Corona de Aragón. Un escrito de la Junta de Cataluña a la aragonesa destaca una profunda unidad de acción: «los pueblos Aragonés y Catalán no hacen en esta crisis mas que un solo pueblo». E insistía en este aspecto: «La marcha que han adoptado los movimientos de Aragón, Valencia y Cataluña están dichosamente identificados y nadie con justicia puede tacharle de un delirio político […]».41 En el mismo sentido se manifestaban desde Valencia, haciendo referencia «a la unión íntima y fuerte entre las tres provincias de la antigua Corona de Aragón» que se habían manifestado al unísono en su resistencia al gobierno.42 La revolución en Aragón mostró la naturaleza radical de que estaba hecha el 8 de septiembre, cuando la Junta se constituyó como Superior Gubernativa. Esto significaba la ruptura decidida con el gobierno central.43 So pretexto de enfrentarse a la insurrección en el Bajo Aragón y
39 Diario de Zaragoza, n.° 264, 21 de septiembre de 1835. 40 Jefe político de Zaragoza al capitán general, 24 de agosto de 1835, A.D.P.Z., Varios LI 2877. En el mismo sentido, un oficio al Ministerio de la Gobernación, 4 de septiembre de 1835, A.D.P.Z., Vig. XV 1011. 41 Diario de Zaragoza, n.° 241, 29 de agosto de 1835. 42 Pedro Fuster, Valencia, 20 de septiembre de 1835, Diario de Zaragoza, n.° 277, 30 de septiembre de 1835.
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mantener el orden en Zaragoza, la Junta se negaba a seguir obedeciendo a un gobierno que no consideraba defensor de sus intereses. Desde esta perspectiva, la idea de un «trono legitimado por la voluntad de la nación» sólo era una consecuencia lógica de la situación y así lo manifestó en su exposición a la nación.44 Aragón, a través de la Junta Superior Gubernativa, había expresado una actitud abiertamente revolucionaria, pues su posición tenía implicaciones que transformaban de un modo esencial la naturaleza del poder que venía ejercitando la monarquía hasta aquel instante. El momento que se vive en Zaragoza es tenso y expectante, atendiendo a la reacción del ministerio de Toreno mientras son convocados los diputados de los partidos en Zaragoza.45 Palafox rechaza el nombramiento como capitán general de Aragón,46 pero sus alocuciones tanto a los «Soldados de Aragón» como a los «Milicianos ciudadanos» se centran en la disciplina y el acatamiento del orden establecido.47 Finalmente, el puesto recae sobre Francisco Serrano. El 28 de septiembre se produce la convocatoria a Cortes y el 2 de octubre la Junta dicta su alocución de despedida.48 Se cerraba así, momentáneamente, la primera experiencia revolucionaria que en los años treinta impulsó a la sociedad española a la lucha por sus libertades. Muchas cuestiones quedaron sin resolver y se mostrarán recurrentes en los años siguientes. Por eso, para cerrar este breve repaso sobre las jornadas revolucionarias de 1835, conviene recordar lo que ha escrito Carlos Franco, pues proporciona una imagen global de lo que significó la experiencia de estos meses: […] los sucesos de abril y los que tienen lugar entre julio y octubre de 1835 en Zaragoza, no son pronunciamientos militares, ni acciones aisladas, ni asonadas, sino unos claros motines antifeudales. En abril se pretende que las propiedades eclesiásticas se transformen en bienes nacionales. El motín del 5 de julio y el proceso revolucionario posterior consigue la transformación de los 43 Carlos Franco de Espés, Los motines y la formación de la Junta Revolucionaria de Zaragoza en 1835, op. cit., p. 64. 44 Ibídem, p. 66. 45 Diario de Zaragoza, n.° 253, 10 de septiembre de 1835. 46 Proclama a los aragoneses, Madrid, 21 de septiembre de 1835, A.R.A.H., 9/6799. Sobre las circunstancias concretas de la renuncia, Herminio Lafoz, José de Palafox y su tiempo, op. cit., pp. 186-190 47 Diario de Zaragoza, n.° 275, 2 de octubre de 1835. 48 Diario de Zaragoza, n.° 276, 3 de octubre de 1835.
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bienes de regulares y prepara el camino de los del clero secular. La Milicia Urbana está implicada en todo el proceso y busca además una democratización del aparato estatal, a la vez que el triunfo contra los carlistas.49
6.3. La insurrección se provee de infraestructuras e incrementa su poder Si la actividad insurreccional a comienzos del verano de 1835 ya era inusualmente alta, todavía se incrementó más a medida que avanzaba el período estival. Quílez continuó eficazmente su labor de aprovisionamiento, reclutando hombres y exigiendo alimentos por todo el Bajo Aragón,50 respaldado en ocasiones por Cabrera51 y por las numerosas partidas que al mando de Montañés, el Serrador, Forcadell, Arévalo o Torner actuaban sobre una amplia zona. La escena es casi siempre la misma: entrada en los pueblos, publicación de un bando para que se presentaran quintos y viudos, y despliegue de violencia para hacer efectiva la reclamación. La entrada de Quílez y Serrador en La Codoñera puede ilustrar este tipo de acciones: Quílez mandó publicar un bando bajo pena de la vida que todos los vecinos de este pueblo que se hallaban indultados, todos los mozos y viudos sin hijos se presentaran a su división, y no queriendo obedecer al primero y segundo aviso salió por el pueblo una patrulla de facciosos tomando el nombre de sus casas de los cuales sacaron a muchos atropellándoseles a golpes y algunos de ellos atados amenazándoles que en su defecto se llevarían las mujeres. Por lo que faltan de este pueblo las personas anotadas al margen [24 nombres] de los cuales se ignora vayan reunidos todos a la facción, unas se
49 Carlos Franco de Espés, Los motines y la formación de la Junta Revolucionaria de Zaragoza en 1835, op. cit., p. 68. 50 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. II, p. 316. 51 El 14 julio Cabrera llegó por Castelserás hasta Andorra, Crivillén, Oliete y Montalbán, donde realizó «grandes acopios de víveres, armas y municiones, y aumentado considerablemente sus filas, sin exponer sus bisoños voluntarios a un choque arriesgado». (Ibídem, p. 308). El 11 de agosto Serrador acompañaba a Quílez cuando procedían a incorporar a sus filas a todos los mozos y viudos de La Codoñera. Oficio de La Codoñera del 18 de agosto de 1835, A.H.M.A., Con., c. 21. En diciembre del mismo año, el día 10, una partida de 80 hombres procedentes de las fuerzas de Quílez se llevaron los quintos de Aliaga haciendo uso de la violencia. Diario de Zaragoza, núms. 346 y 348, 12 y 14 de diciembre de 1835.
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Cabrera y la consolidación de la rebelión armada han vuelto a su casa y otras se dice que están ocultas.52
Hacia mediados de agosto Guergué,53 al mando de una expedición navarra, atravesó rápidamente, sin apenas oposición, el Alto Aragón por Huesca y Barbastro adentrándose en Lérida.54 Por su parte, el canónigo Mombiola, que desde esta provincia catalana se hallaba actuando en la zona aragonesa más próxima, fue derrotado el 29 en el puente de Trego.55 Los términos municipales de Valderrobres y Beceite hacía tiempo que eran recorridos impunemente por las partidas, pero ese verano fueron tomados por Quílez y el Serrador los fuertes de ambas poblaciones.56 El clima político se degradaba progresivamente en aquellos lugares sometidos a sucesivos asaltos, dando lugar a la expresión de opiniones carlistas e incluso, como sucedió en Sástago y Maella, a levantamientos armados. Como consecuencia de la caída de los fuertes de Beceite y Valderrobres, los urbanos de Maella habían abandonado la población.57 Un grupo de personas comenzaron «a manifestarse abiertamente contra el orden de cosas» y aprovechando la llegada de una partida «se les incorporaron […] dando voces de desorden, amenazando la muerte a las familias de los urbanos, registrando sus casas en busca de las armas», una situación que duró tres días.58 El comportamiento de la villa de Maella llevó a
52 Oficio de La Codoñera del 18 de agosto de 1835, A.H.M.A., Con., c. 21. 53 Informe al Ministerio de la Gobernación, 18 de agosto 1835, A.D.P.Z., Vig. XV 1011; Diario de Zaragoza, n.° 242, 30 de agosto de 1835. 54 Sobre su actividad en Lérida, Josep Lladonosa, La primera guerra carlina a les terres de Lleida, Rafael Dalmau, Barcelona 1965, pp. 7-10; y Manuel Lladonosa, Carlins i liberals a Lleida, Pagès Editors, Lleida, 1993, pp. 237-238. 55 «Estos miserables que en su demencia creyeron hallar en este país de la lealtad la protección que en Navarra, huyen llenos de espanto, otros se presentan a implorar perdón de sus crímenes, y de todas partes llegan a esta plaza presos por la activa persecución que por todas partes y de todas direcciones le he mandado hacer». Gobernador militar de Monzón, Diario de Zaragoza, n.° 243, 31 de agosto de 1835. 56 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. I, pp. 85-86; y A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. II, pp. 309-311. 57 Maella era una de las poblaciones del Bajo Aragón en las que se registraba un porcentaje mayor de incorporación a las partidas sobre el conjunto de la población, a pesar de permanecer todo el tiempo controlada por los liberales. Vid. cuadro 10.5.
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«instruir el correspondiente sumario y exigir a sus vecinos ocho mil reales de multa, exceptuando de este pedido a los urbanos y ayuntamiento, incluso el diputado Tomás Soler que tomó parte en los sucesos». Se ordenó conducir presos «a los principales autores, a fin de imponerles el condigno castigo que aterre a los malos y les escarmiente; providencias más enérgicas para evitar se repitan estos excesos de desorden y contener a los demás, que con el mayor escándalo en grupos se marchan a los rebeldes». Los seis días que había tardado el gobernador de Alcañiz en recibir noticia de los hechos dejan en entredicho la posición del Ayuntamiento. En Sástago, que también era considerada una «villa de muy mal espíritu»,59 autorizó Quílez a Manuel Navarrete, corredor de la propia población a «dar el grito de rebelión». Esta información llegó a manos del alcalde previamente al estallido y le permitió realizar algunas detenciones. Pero no impidió el levantamiento, la cárcel fue asaltada «por los sublevados entre los cuales se cuentan cuatro frailes» y el Ayuntamiento «se ocultó por temor a los rebeldes».60 Como pudo comprobar el propio capitán general en un viaje al Bajo Aragón, el apoyo obtenido por el gobierno se degradaba sensiblemente cuanto más se desplazaba hacia el sur. Francisco Serrano había transitado por El Burgo, Fuentes y Quinto y los había «hallado animados del mejor espíritu». Sin embargo, cuando llegó a Samper de Calanda, un pueblo «cuya mala opinión es bien conocida», su actitud cambió y obligó al Ayuntamiento a que costeara el equipo para el reducido número de urbanos que poseían. Además, descubre de qué manera el carlismo se infiltra en muchas zonas que no domina territorialmente pero que son parte de su soporte: El prior del convento de Santa Quiteria, que ya desterró mi antecesor el general Álvarez y que ocultó por espacio de muchos meses al rebelde Quílez, junto con una hermana de este cabecilla, he dispuesto fuesen conducidos a esta ciudad [Alcañiz] donde permanecerán en rehenes de los desacatos que
58 Oficio de Eulogio Mendago, gobernador de Alcañiz, al gobernador civil, 27 de agosto 1835, A.D.P.Z., Vig. XV 1009. 59 A.D.P.Z., Vig. XV 1009. 60 A pesar de todo, las relaciones personales en el medio rural determinaban comportamientos particulares. Al día siguiente el alcalde, con una lista «de las personas sospechosas que estaban en la conspiración», estableció contacto con ellos «por si se podía disuadir a algunos», consiguiendo que regresaran ocho. Doce más se incorporaron a las partidas. A.D.P.Z., Vig. XV 1009.
MAPA 6.1 ACTIVIDAD CARLISTA DESDE ABRIL DE 1835 HASTA AGOSTO DE 1836
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pudiera cometer aquel rebelde. También he dejado en la casa fuerte de aquel pueblo al padre del rebelde Franco que habiéndose separado de Quílez trató de crear una nueva facción, habiendo dado orden al comandante de las Armas que caso de aproximarse le intime que responderá con su vida de los daños que aquel pueda causar. Ocho frailes que refugiados en el mismo pueblo indician a sus naturales a perseverar en su mal espíritu he mandado salgan de este Reino alejando así aquellos […] del centro de sus maquinaciones.61
La actividad de las partidas evolucionaba de manera irregular. Tan pronto se extendían con éxito hasta el Jiloca, llegando cerca de Daroca, hasta Rubielos o Alcalá de la Selva, como eran perseguidas por el brigadier Agustín Nogueras, obteniendo victorias sobre ellas en Horta, Peñarroya o Mora. Pese a esto, la impresión general era que su fuerza se estaba incrementando progresivamente. A esta tendencia contribuyeron algunas circunstancias que se presentaron hasta final de año. Las menguadas partidas de comienzos de año crecieron; muy pronto alcanzaron los 1.500 hombres62 que se abalanzaron sobre Caspe, y sumaban ya de 4.000 a 5.000 los que se adentraron en el Campo de Cariñena y Calatayud. El propio Nogueras hablaba en septiembre del «incremento que han tomado las facciones» y lo achacaba a que «engañados unos por las falsas doctrinas de los malos eclesiásticos, e incitados otros por sus mujeres y familias han corrido a engrosar las hordas de forajidos que despedazan la patria».63 Nogueras destacaba de manera sobresaliente entre todos los jefes del ejército por ser el único que había conseguido actuar con eficacia contra las partidas.64 A él se deben muchas de las principales ventajas obtenidas sobre ellas y la mayor parte de las disposiciones que podían devolver el control del Bajo Aragón a las tropas nacionales. Pero después de una secuencia de acciones favorables sobre los carlistas en la frontera catalana y la cabecera del Matarraña fue herido en Muniesa65 y debió retirarse a Zaragoza, donde recibió una calurosa acogida.66 61 Francisco Serrano, Alcañiz, 18 de octubre de 1835, A.D.P.Z., Vig. XV 1008. 62 Diario de Zaragoza, n.° 240, 28 de agosto de 1835. 63 Proclama a los «Habitantes del Bajo Aragón», Alcañiz, 9 de septiembre de 1835, A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. II, p. 644. 64 Nogueras era un militar con «prestigio en el país», «muy estimado de los hombres comprometidos y que piensan bien y es conocedor del terreno». Observaciones sobre el Antiguo Partido de Alcañiz, A.R.A.H., 9/6802.
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Ése fue el momento escogido por Quílez para iniciar una marcha sobre Cariñena, donde entró el 23 de octubre «causando en esta villa y algunas otras poblaciones pertenecientes a esta provincia por donde pasaron estragos y saqueos que tienen de costumbre».67 Dos días después entró también en Calatayud con 1.500 hombres, ocupando todo un día en saquear las casas de los milicianos.68 Entretanto, Cabrera elaboraba, paso a paso, su proyecto de proporcionar una infraestructura básica y un plan de acción a las tropas. Aprovechó este momento en el que no era asediado para establecer hospitales, reorganizar los batallones y dotarse de una administración, todo lo cual, como decía Pirala, «daba a su facción el aire y tono de un Ejército».69 Y, llevado por los éxitos progresivos y la coyuntura particularmente favorable, planteó un salto hacia adelante, el ataque a Alcañiz, la ciudad que, enclavada en el corazón del Bajo Aragón, organizaba toda la resistencia al avance de los carlistas y suponía el único escollo importante para el control de una amplia zona que, de hecho, hacía ya tiempo que constituía una de sus principales fuentes económicas y humanas. El asalto se produjo el 23 de noviembre, pero la ciudad, donde se hallaban refugiados todos los liberales emigrados de sus pueblos por temor, que disponía de una importante guarnición y estaba amurallada, resistió el embate a las ordenes de un Nogueras que abandonó el lecho para dirigir la defensa.70 Rechazado en la Tierra Baja, Cabrera se dirigió con su tropa sobre la capital de la provincia pero no llegó a consumar el asalto. A pesar de ello el impacto de este contingente tan numeroso sobre la zona fue notable. «Los pueblos que tienen la desgracia de ser visitados por esta horda que65 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. II, p. 330. Relato de las circunstancias en que fue herido el propio Nogueras, en Diario de Zaragoza, n.° 283, 10 de octubre de 1835. 66 Diario de Zaragoza, n.° 282, 9 de octubre de 1835. 67 Diario de Zaragoza, n.° 299, 26 de octubre de 1835; e Informe al Ministerio del Interior, A.D.P.Z., Vig. XV 1021. 68 Informe al Ministerio del Interior. A.D.P.Z., Vig., XV 1021; y Diario de Zaragoza, núms. 310 y 320, 6 y 16 de noviembre de 1835. 69 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. I, p. 93. 70 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. II, pp. 330-332. Sobre los preparativos: Diario de Zaragoza, n.° 329, 25 de noviembre de 1835; y un relato de la defensa, en Diario de Zaragoza, n.° 331, 27 de noviembre de 1835. Informe al Ministerio del Interior, A.D.P.Z., Vig. XV 1021.
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dan desolados, pues sin respetar opiniones ni categorías, roban, talan y asesinan si no satisfacen, con la brevedad que exige el miedo que llevan, los pedidos exorbitantes que hacen de dinero».71 Siguiendo la opinión de Antonio Pirala, ante estas circunstancias, no es de extrañar «que los nacionales, viéndose abandonados, dejasen unas armas que sólo servían para comprometerles, y las entregasen en la capital, refugiándose en ella los más comprometidos». E insistía en la soledad y los riesgos que implicaba la resistencia a las partidas. «Las autoridades de tan dilatado territorio hacían repetidas instancias a los jefes de las columnas para que acudiesen en su auxilio; pero los jefes, animados del mejor deseo, se veían perplejos en el punto a que habían de dar la preferencia, pues si el gobernador Militar de Teruel pedía se presentasen a fin de alentar el abatidísimo espíritu público de toda su comarca, e imploraba las órdenes más terminantes para que se prestase socorro con la mayor premura, porque se perdía si no el país, y se comprometía la tranquilidad y seguridad de la capital, otros gobernadores manifestaban los mismos deseos en opuestos puntos, y todos demostraban así el importante estado de la guerra y la crítica situación de aquella parte de España».72 El ascenso ininterrumpido de la actividad carlista fue detenido a fines de 1835 con la derrota sufrida en Molina de Aragón por las partidas reunidas al mando de Cabrera y Quílez. Una de las constantes que había marcado su actividad desde los comienzos seguía imprimiendo su lógica: las partidas se debilitaban progresivamente en tanto se alejaban de la base originaria de su poder, y era allí, cuando se hallaban a jornadas de distancia de sus núcleos [originarios], donde cosecharon sus mayores derrotas. La infringida en Molina a una fuerza de 5.000 hombres fue importante, no sólo porque frenó el ascenso de Cabrera sino porque permitió a los liberales restablecer la confianza en su capacidad de hacerle frente. Y a su efecto se sumó la derrota y completo estado de dispersión en que regresaron a Navarra las tropas de Guergué, atravesando nuevamente el Alto Aragón desde Cataluña.73
71 Diario de Zaragoza, n.° 349, 15 de diciembre de 1835. 72 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. II, p. 318.
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6.4. De una revolución a otra: 1836 La evolución de la guerra hasta comienzos del año 1836 se contemplaba, desde el Diario de Zaragoza, como un incremento continuo del poder de los insurrectos durante todo el año anterior. Quílez, Cabrera y Torner, desde la última primavera, cuando sólo contaban con mil hombres, apoyados por algunos frailes afectados por las disposiciones sobre la disolución de monacales, «han crecido progresivamente», respaldados «mediante comunicaciones con la ambulante corte de su pretendiente monarca, con un espionaje continuo y bien satisfecho, con algunos descansos que han tenido el respeto que infundía su número, y la creencia de las gentes infelices, que al verlos suponían no haber ya para destruirlos suficientes tropas de la Reina, como ellos mismos decían, han crecido a tal punto que quieren organizarse, cual si fueran un ejército, y no contentos con la defensiva han llegado a atacar Alcañiz y a Teruel, acometen de improviso destacamentos respetables y qué se yo a dónde podrían llegar si el gobierno con su vigilancia y disposiciones, y los jefes con actividad y valor no los aniquilan».74 A la luz de los acontecimientos, la fuerza alcanzada por los carlistas sería imparable si lograba ser organizada e instruida y podía operar como un ejército regular. «Ahora se está en la mejor ocasión, pues su mismo rápido acrecentamiento se opone a que tengan aún la debida organización y nuestras fuerzas están recibiendo un aumento considerable para el logro de tan interesante objeto».75 Y se veía nítida la idea de que entre los planes insurrectos se destacaba el de iniciar el control territorial del Bajo Aragón, por lo que los puntos fuertes controlados por el ejército se hacían doblemente valiosos: De siete a ocho mil hombres constan todas estas facciones reunidas. Su centro o cuartel general es Beceite: desde allí unas veces juntos, otra divididos caen ya sobre Cataluña, ya sobre la frontera de Valencia, ya se internan en Aragón, ya llegan a amenazar a Castilla. Incomódanles los puntos de Alcañiz, Teruel, Calanda y algún otro en donde no han podido penetrar, tanto porque
73 Diario de Zaragoza, núms. 330, 332 y 334, de 26, 28 y 30 de noviembre de 1835. 74 «Observaciones relativas a las facciones del reino de Aragón», artículo procedente del Eco del Comercio. Diario de Zaragoza, n.° 364, 30 de diciembre de 1835. 75 Ibídem.
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son obstáculo para sus correrías, cuanto por impedirles tener todo el Bajo Aragón por suyo. Estos puntos con los de Daroca, Calatayud y Morella, cuya conservación es de sumo interés, y aun con el de Montalbán, centro del Bajo Aragón, debieran ponerse al abrigo de todo peligro para depósitos de granos, establecer hospitales, y tener entre sí y con los jefes de las columnas una comunicación no interrumpida de todos los movimientos de las facciones.76
La victoria obtenida en Molina por las tropas nacionales provocó un efecto positivo, casi de euforia, sobre el futuro de las partidas. El general Tolrá se manifestaba en estos términos: «deshechas las masas de rebeldes que infectaban el bajo Aragón, se han diseminado en pequeños grupos que roban indistintamente a toda clase de personas, habiendo vuelto así a su primitivo origen de bandidos y asesinos, base sobre la que los enemigos de la ilustración trataron de cimentar y dar inauguración a la época del retrógrado, bajo los auspicios e invocación de un príncipe rebelde. Miserables, los pueblos están desengañados, y todos apetecen la paz que no pueden disfrutar sino con vuestro exterminio».77 Y concluía haciendo una invitación a la aceptación del indulto antes de producirse el asalto final. Pero este espíritu de optimismo no duró mucho tiempo porque a la dispersión sucedió el regreso al Bajo Aragón y la continuación de sus actividades habituales de asalto a las poblaciones y la extracción de hombres, alimentos y dinero. Ya no se veía del mismo modo la situación en el mes de marzo cuando, en un artículo del Eco del Comercio, se destacaba la función clave que tenía Aragón en la articulación de la guerra en los tres frentes: el del Norte, Cataluña y Bajo Aragón-Maestrazgo. «Nuestro ejército de operaciones en Navarra —defendía— halla en los confines de Aragón una población amiga en toda la línea de Cinco-Villas y de las montañas y valles inmediatos al Pirineo, y las facciones catalanas se ven privadas de los auxilios que recibieran del cuartel general de su pretendido monarca si el alto Aragón no les presentase una dilatada barrera que impide su tránsito. La provincia de Soria y la de Guadalajara por la parte de Sigüenza y de Molina deben su quietud a no haberse extendido la insurrección por los partidos de Tarazona, Calatayud y Daroca en Aragón
76 Ibídem. 77 Comunicado del comandante general Tolrá, Diario de Zaragoza, n.° 27, 27 de enero de 1836.
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con los cuales lindan».78 Pero estas circunstancias resultaban de la escasa colaboración de aquellas poblaciones con la insurrección y a su activa participación en la Milicia, no de una barrera defensiva eficaz planteada por el ejército. A eso se debe que la línea de los ríos Cinca y del Noguera no estuviera «defendida cual debiera estarlo, puesto que los facciosos de Cataluña la penetran cuando quieren, talan los pueblos, sacan recursos, y abaten el buen espíritu de aquellos habitantes, como ha sucedido varias veces y acaba de verificarse saqueando a Graus con escándalo de los habitantes de Barbastro y Benabarre, cuyos partidos esperaban verse mejor preservados de semejantes irrupciones». Y, en aplicación del mismo razonamiento, los problemas importantes surgen allí donde existe una actividad insurreccional notable, es decir, «hay un foco permanente de facción en la provincia de Teruel: su centro es Beceite. La situación de este punto en un extremo de Aragón y su proximidad a Cataluña y Valencia proporciona a las facciones penetrar y pasar fácilmente de una a otra provincia, y mientras no se destruyan las facciones del Bajo Aragón, éste, el corregimiento de Tortosa y todo el norte del reino de Valencia estarán sumidos en los horrores de la guerra civil, que cada día presenta en aquel desgraciado país un carácter más feroz y sanguinario».79 La confianza proporcionada por los últimos triunfos del ejército había llevado a ignorar la nada banal circunstancia del arraigo de las partidas en el Bajo Aragón, trasladando a Cataluña las tropas que habían permitido obtener estos resultados.80 En consecuencia, aquellas escasas fuerzas «que se dejaron a las órdenes del brigadier Nogueras (1.928 hombres tenía en 23 de febrero último contra más de 5.000 facciosos) no han podido cubrir todo el terreno y menos destruir las facciones mandadas por Cabrera, Quílez, Serrador, Torner y otros. Éstas se acrecientan, sien-
78 Artículo aparecido en el Eco del Comercio, 15 de marzo de 1836, firmado por A. P. y M. [¿Ángel Polo y Monge?]. Reproducido por Diario de Zaragoza, n.° 81, 21 de marzo de 1836. 79 Ibídem. 80 «Las facciones del bajo Aragón, después de la acción de Molina, quedaron bastante reducidas, y aun se dejó ver la esperanza de que muy luego cesase su existencia. Empero trasladadas a Cataluña a las órdenes del general Mina parte de las tropas que entonces operaban en él, y a Valencia otras al mando del general Palarea, no se supo sacar el debido fruto en aquella ocasión y quedó casi abandonado el campo sin acabar de destruir la facción». Ibídem.
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do muchos los indultados que vuelven a probar fortuna por la cuarta o quinta vez, y muy en breve, si el gobierno no despliega otras disposiciones, aquel país se verá peor que lo estaba hace cuatro meses». Y así se llegaba a un razonamiento que estaba en boca de todos: «Faltan jefes activos, faltan tropas y faltan recursos».81 Existían problemas muy importantes en los suministros, que no eran llevados con suficiencia ni puntualmente, «a pesar de que muchos pueblos de Aragón han pagado adelantados dos trimestres de contribución y de haber visto repetidas Zaragoza en sus mayores contribuyentes las exacciones que no habían experimentado desde 1813. En aquella época de violenta reacción sufrieron por la autoridad militar un préstamo forzoso que, a pesar de ser del gobierno despótico, fue reintegrado después, y ahora los propietarios de la misma ciudad han visto por la misma anticipación unos mismos actos en épocas tan diversas […]».82 Estas experiencias no hacían más que ahondar en la desconfianza que se tenía acerca de la capacidad del sistema por dar solución a la guerra. Una desconfianza que señalaba hacia instancias parlamentarias, como aquella «Carta a un amigo» aparecida en la prensa que hacía la siguiente propuesta: «Repasa si no las sesiones de Cortes del tiempo de la reina y principalmente las de nuestros Estamentos de esta época, y verás qué baraúnda de habladurías y cómo se pasan los días, las semanas y los meses y aun los años».83 Pero también existía una gran desconfianza en la capacidad militar de hacer frente al problema, como se indicaba desde posiciones muy cualificadas. Francisco Ruiz, jefe del 2.º batallón provincial de fusileros de Aragón, entregó una carta de dimisión al brigadier Nogueras argumentando su decisión en estos impresionantes términos: […] a excepción de unos pocos soldados, los demás están plagados de sarna. La causa es el continuo movimiento en que hace 9 meses están en el BajoAragón sin poderse desnudar una sola noche ni lavar su ropa sino cinco o seis veces en todo este espacio de tiempo, habiéndose propagado aquel contagio por la precisa necesidad de tener que alojar en casi todas las marchas a 15 o 20 en cada casa, y algunas veces a más. En muchos la sarna ha llegado a degenerar en especie de lepra. Por las anteriores causas, aunque el vestuario no
81 Ibídem. 82 Ibídem. 83 Diario de Zaragoza, n.° 86, 26 de marzo de 1836.
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Cabrera y la consolidación de la rebelión armada tiene más que 10 meses de uso está muy deteriorado, y las dos camisas que se les dieron han desaparecido, como también los pantalones de lienzo. Esta circunstancia hará que, si tienen que seguir en las columnas los individuos de este batallón con el solo pantalón de paño, se acabarán de llagar con el roce de la lana y no podrán resistir con la fuerza del calor.84
Además, los soldados no habían recibido sus pagas completas porque el vestuario se pagó descontándoles diariamente un real, y, aun así, «por la escasez con que se nos han librado los caudales, no se ha podido proceder a construir nuevas camisas y pantalones de verano». Estas condiciones empezaron a producir la deserción de los soldados en grupos de 8 o 10 hombres «y una vez hasta de 27, con un sargento segundo a la cabeza, por llegar con más seguridad a la capital confiados en ser indultados, licenciados o conseguir pasar a los cuerpos francos de caballería e infantería que se están creando en Zaragoza y Huesca» y, mientras se forman, «disfrutar de las comodidades de las capitales». El propio brigadier Nogueras manifestaba en abril, en su alocución de despedida del Bajo Aragón, que no había contado con los recursos necesarios para hacer posible su misión: «Por tercera vez dejo este país con el sentimiento de no haber tenido a mi disposición fuerzas suficientes que he reclamado muchas veces para haber aniquilado las facciones y restablecido la paz. Testigos sois de las fatigas y penalidades que he arrostrado con las tropas de mi mando y de la sangre vertida en defensa de la Patria; yo también lo soy de vuestros padecimientos inevitables en la guerra civil».85 La escasez de fuerzas, la falta de recursos económicos, la carencia de suministros y, en general, las difíciles condiciones en las que combatía el ejército de la reina en Aragón difundió entre sus filas un sentimiento de impotencia y abandono. Sólo esta consciencia permite comprender la profunda carga de desesperación de algunas acciones que se llevaron a cabo aquel 1836. Particularmente conviene señalar dos: el fusilamiento de la madre de Cabrera y la proclamación de la Constitución de 1812 por las tropas que se hallaban combatiendo en el Bajo Aragón. La muerte de la madre de Cabrera se encadena dentro de una se-
84 Francisco Ruiz, 2 de abril de 1836, A.R.A.H., 9/6802. 85 Agustín Nogueras, Alcañiz, 11 de abril de 1836. Diario de Zaragoza, n.° 108, 17 de abril de 1836.
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cuencia sangrienta iniciada con el fusilamiento de los alcaldes de Valdealgorfa y Torrecilla por haber apreciado el jefe carlista que de la fidelidad y de la rapidez de algunos de sus partes dependió no haber obtenido una victoria.86 El brigadier Nogueras llevaba combatiendo a los sublevados aragoneses en Aragón casi desde el comienzo y se había destacado por ser el más caracterizado de todos los jefes del ejercito nacional ocupado en esta labor. Había visto cómo la guerra se desarrollaba poco a poco, sin poder impedirlo, durante casi tres años, el incremento que tomaban la violencia y las prácticas represivas, la ineficacia de cuantas medidas se habían puesto en práctica, y, en un arrebato de ira, concibió una solución desesperada: ordenó el fusilamiento de la madre de Cabrera, que se hallaba en Tortosa.87 La orden recorrió un largo camino sin que en ningún caso la idea fuera reconsiderada y detenida. Pasó por el gobernador de Tortosa, Antonio Gaspar Blanco, y por el propio Espoz y Mina, siendo finalmente ejecutada, el 16 de febrero de 1836, y consumado un nefasto
86 La clave del modo de actuar de Cabrera era disponer de precisas y rápidas informaciones sobre la situación de las tropas enemigas. El 4 de febrero trataba de atacar con Añón una columna que pasaba la noche en Torrecilla. La acción se frustró y el alcalde de Valdealgorfa fue acusado de no haber dado con suficiente premura la información y de haber anunciado a Alcañiz la presencia de los carlistas. Ese mismo día fusiló en La Fresneda a Francisco Zapater y Alejandro Burques, que eran los alcaldes de Valdealgorfa y Torrecilla. F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. I, p. 106; A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. III, pp. 89-90; y Diario de Zaragoza, n.° 44, 13 de febrero de 1836. 87 El texto del comunicado era el siguiente: «El sanguinario Cabrera fusiló antes de ayer en La Fresneda a los alcaldes de Torrecilla y Valdealgorfa por haber cumplido con su deber. El bárbaro Torner dio palos de muerte a un paisano que conducía un pliego, cuyos horribles atentados han amedrentado a las justicias, en términos que nuestras tropas carecerán de avisos y suministros si no se pone tasa a estas demasías, y en su consecuencia ruego a V.S., mande fusilar a la madre del rebelde Cabrera, dándole publicidad en todo el distrito, prendiendo además a sus hermanos o hermanas para que sufran igual suerte si él sigue asesinando inocentes. Ruego a V.S. igualmente que mande prender para que sirvan de rehenes, a todas las familias de los cabecillas y titulados oficiales que existan en ese corregimiento. Lo que tengo el honor de manifestar a V.S., rogándole se digne mandar al gobernador de Tortosa que lleve a efecto la muerte de la madre del sanguinario Cabrera, en caso de que no lo hubiese verificado. Lo comunico a V.S. para que lo haga saber por vereda a todos los pueblos del corregimiento, debiendo V.S. mandar fusilar a las mujeres, padres o madres de los cabecillas de Aragón, que cometan iguales atentados que el feroz Cabrera. Dios guarde a V.S. muchos años. Calaceite 8 de febrero de 1836. Agustín Nogueras». A.R.A.H., 9/6802.
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precedente como eran las represalias en el bando nacional.88 Por su parte, Cabrera cumplió con la amenaza de fusilar a cuatro mujeres relacionadas con familias liberales en Valderrobres el 27 del mismo mes.89 El hecho podría ser interpretado únicamente en términos de violencia, como se ha venido haciendo tanto por las historiografía liberal como por la carlista, e incluso ha reproducido la neotradicionalista. Sin duda, supone un remonte en la espiral violenta. Pero esto es sólo una manifestación, la exteriorización de algo más profundo: la incapacidad del ejercito nacional para acabar con la insurrección y la necesidad vital que experimentaba Cabrera de ser considerado como un verdadero poder alternativo, de actuar como si de un poder legítimo se tratara. Y puesto en ello ¿qué hay más característico del poder que la aplicación mecánica, y casi siempre fría, de las órdenes que emanaban de sus propias leyes? Las ejecuciones quedaron revestidas de una justificación legal que sólo traducía en palabras la verdadera alienación que había alcanzado la guerra. En segundo lugar, la situación de impotencia y abandono que manifestaba la guerra civil favoreció la proclamación de la Constitución de 1812 en la Tierra Baja. La Junta que se estableció en Zaragoza explicaba, en un escrito «A los Españoles», los términos generales, los motivos que habían llevado a su formación: Cuando los hombres renuncian a sus principios y antecedentes por miras personales, cuando suben al poder transigiendo, por decirlo así, con su conciencia, esta voz interior, la íntima convicción de que han incurrido en la desaprobación de sus amigos, aumenta sus desabrimientos y les inspira el deseo de oprimir a los que por principios y deber no pueden ser sus partidarios. El sentimiento de venganza los lleva cada vez más lejos en el camino de la apostasía y al fin se convierten en lo que realmente no eran en los primeros síntomas de sus resentimientos. Tal es la historia de los actuales Secretarios del Despacho, es decir, de los que subieron al poder sobre las ruinas del ministerio Mendizábal […]. En esta especie de fiebre y consunción moral sólo movimientos fuertes en sentido de la libertad, pueden volver a los ánimos aquel temple de alma
88 Sobre la muerte de la madre de Cabrera ha tratado de forma extensa A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. III, pp. 97-124. También, F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. I, cap. XVI. 89 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. I, pp. 112-113.
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que tanto necesitan. El remedio es violento; mas es indispensable para que den las riendas del poder los que no pueden manejarlas por más tiempo, para que se reconstituya la Nación de un modo análogo, a sus necesidades. Las autoridades civiles y militares de Aragón, penetradas de esta gran verdad, viendo ya cercana una explosión, trataron de ponerse al frente y dirigir un movimiento indispensable […].90
La formación de la Junta Superior de Gobierno de Aragón en agosto de 1836 fue una acción decidida y directa que denota el aprendizaje recibido durante las jornadas revolucionarias del año anterior. Guiada por el horizonte liberal que representaba la Constitución de 1812 y con una noción mucho más «política» de las acciones a emprender, la revolución avanzó sobre firmes argumentos: Separada esta provincia del actual Gobierno necesitaban acogerse a una bandera legal y conocida ¿y que otra más noble pudiéramos buscar? ¿qué otra ofrece recuerdos más grandiosos, acciones más distinguidas, más digna de los hijos de esta Patria? Sin embargo, los escritores que acusan a las provincias de haberse sublevado en obsequio de la Constitución, padecen un insigne error o se empeñan en sostener un sofisma desvanecido por sí mismo. Es un sentimiento de reprobación hacia los actos del Gobierno lo que produjo el alzamiento: no era precisamente el amor a la Constitución por respetable que sea a los ojos de los Españoles. La emancipación de las provincias, es el acto principal, el restablecimiento de la Constitución el secundario, y es tanto más cierta esta aserción cuanto hemos declarado del modo más solemne que nos gobernaremos con arreglo a esta ley fundamental, mientras los Diputados de la Nación, no decidan sobre las que deben definitivamente gobernarle.91
Los motivos del pronunciamiento aragonés estaban contemplados, tan nítidamente, en esta décima: Aragón desengañado de tanta audacia y maldad clama por la libertad, que el ministerio ha usurpado. Tan justamente indignado el Pueblo Hispano se halla que, con decisión, estalla tercera revolución; siendo su resolución el dar fin con la canalla.92
90 La Junta Superior de Gobierno de Aragón, a los Españoles, 9 de agosto de 1836. 91 Ibídem.
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La Junta, como era de suponer, asumió inmediatamente el compromiso de acabar con la «facción», como ya había hecho su predecesora en 1835. «Penetrémonos todos de los nuevos y graves compromisos —proclamaba Evaristo San Miguel actuando como presidente de la Junta— que al pronunciarnos por la Constitución del año 12, hemos contraído con la patria. Hemos jurado en su nombre ser libres, hemos jurado ser justos y benéficos, amantes de las leyes, enemigos irreconciliables de los que intentan infringirlas, perseguidores encarnizados de cuantos con las armas en la mano intentan que retrocedamos a una época de despotismo y de barbarie».93 Muy pronto secundaron esta posición las tropas que se hallaban combatiendo en el Bajo Aragón. La 1.ª división del Ejército del Centro se enteró el 7 de lo sucedido en Zaragoza, a su llegada a Castellote, y allí mismo proclamó la Constitución de 1812 sin que fuera secundada por su jefe, el mariscal de campo Manuel Soria. Fue, por lo tanto, el jefe provisional de la división quien comunicó al capitán general el pronunciamiento en estos términos: «Tengo la satisfacción de exponer a la superior consideración de V.E. y esa Junta, que puede la Nación, y Aragón en Particular, mirar en las bizarras tropas de esta división un baluarte firme e indestructible de las libertades patrias y que secundarán gustosas las determinaciones de V.E., pues así es la voluntad general de los soldados, y muy particularmente de los señores jefes y oficiales, ansiando únicamente se digne V.E. comunicarles órdenes; y de que se proporcionen ocasiones en las que pueda escarmentar (aún más que lo acaban de verificar) a estos cobardes cabecillas, ruina de este desgraciado país». Después, su entrada en Alcañiz se produjo en medio de la «alegría y entusiasmo que era consiguiente, y no se oyen por las calles sino vivas repetidos a la Constitución, y a Isabel II constitucional».94 A pesar de estas intenciones, las primeras consecuencias que tuvo la formación de juntas fue la desarticulación del ejército nacional en Aragón tal como estaba constituido. En un momento en el que comenzaban a
92 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 227, 14 de agosto de 1836. 93 Evaristo San Miguel, A los individuos del Ejército y guardias nacionales de Aragón, 9 de agosto de 1836, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 224, 11 de agosto de 1836. 94 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 225, 12 de agosto de 1836.
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producirse frecuentes éxitos de las tropas de la reina, lo que se traducía en una mejora del clima general, el levantamiento de los sargentos de La Granja y la proclamación de la Constitución de 1812 trastocaron la reciente distribución del ejército. Montes y Soria renunciaron al mando de sus divisiones por considerar una insubordinación el pronunciamiento de algunos batallones en favor de la Constitución. Narváez salió de Aragón hacia Castilla con la excusa de perseguir a Basilio, y Foxá recibió orden de ir tras Gómez. Bretón marchó a Cataluña y Rute regresó a Madrid.95 El resto de las brigadas quedaron muy afectadas por la desorganización y sin un general en jefe de quien recibir instrucciones.96 En 1836, hasta que fue proclamada la Constitución, las fuerzas carlistas continuaron su proceso de organización e institucionalización. Distintos hechos ponían de manifiesto esta tendencia. Ya desde enero comienzan a exigirse aprovisionamientos con mayor continuidad y, sobre todo, de forma más sistemática, siendo manifiesta la decisión de almacenar un volumen importante de provisiones. Esto suponía una voluntad de ser sistemático en las acciones de guerra, desarrollar la actividad en función de un plan más o menos elaborado, y no distraer la energía de una operación en procurar alimento a las tropas. También era la consecuencia directa de la dimensión que habían alcanzado las partidas; ahora ya no podían abastecerse en un solo lugar durante mucho tiempo o al mismo ritmo de la marcha en un avance. Al contrario, necesitaban de algunos batallones que se ocuparan expresamente del aprovisionamiento, y esto se va a apreciar en un radio importante trazado desde los Puertos de Beceite, donde existía capacidad para exigir esta «contribución» para el sustento de los insurrectos. Se continuó ejecutando en todo este territorio el reclutamiento de quintas para el ejército carlista, llevándose de los pueblos a los mozos y viudos, tanto por nutrir sus filas como por restar apoyos a los liberales.97
95 «Así Cabrera, que a primeros del mes de agosto iba a ser bloqueado en los Puertos de Beceite, pudo salir a los llanos y dedicarse a extender su dominación, organizando batallones. Con este objeto destinó una pequeña columna a los confines de Valencia y Cuenca a las órdenes de Llangostera, que formó el batallón del Cid y algunos escuadrones». A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. III, pp. 146-147. 96 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. I, pp. 133-134.
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En la misma línea hay que considerar la fundición de cañones que empezó a realizarse en mayo. Cambiaba así su estrategia y procuraba nuevos problemas a los puntos fortificados que hasta ahora habían sido, por su inexpugnabilidad, una de las piezas claves de la defensa estática que el gobierno oponía a la insurrección.98 Y ese mismo mes Cabrera se provee de un órgano asesor, la Junta Auxiliar Gubernativa, y delega en ella todos los asuntos relativos a la obtención de provisiones y recursos para continuar la guerra,99 aspectos de intendencia que le liberaban para emprender otros proyectos de mayor alcance. El más notable de todos ellos fue la fortificación de Cantavieja. El punto que le pareció más oportuno, ya por su situación geográfica y por hallarse rodeado de rocas escarpadas, fue Cantavieja, situada en los confines de Aragón y Valencia. Se presentó Cabrera con algunos ayudantes y se hizo cargo de lo que podría valer aquella población si se fortificaba. Convencido que pudiera resistir algunos días ofició a todos los alcaldes para que se presentaran los albañiles y un número considerable de peones y, en poco tiempo, quedó la obra según el plan que el jefe carlista había presentado. Se reedificó el castillo ruinoso, que fue de los templarios, al oeste, se repararon algunos trozos de las murallas y como al E. se levantaba un montecito, fuera de los muros se levantó una trinchera aspillerada desde la ermita de San Blas. Luego, de algunas casas, se arregló un hospital y se trasladaron los talleres, imprenta y oficinas esparcidas en diferentes puntos.100
Escogió este lugar para almacenar víveres y municiones, establecer una maestranza de artillería y una fundición, junto a un taller para la elaboración de pólvora y balas y otro de reparación de armas.101 Allí comenzó a funcionar el Boletín del Real Ejército del Reino de Aragón, el primer 97 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. III, pp. 75-76. 98 «El suceso era, en efecto, de importancia, porque, si las fuerzas de uno y otro bando venían a estar equilibradas, si careciendo de artillería los carlistas tenían en tan gran conflicto a los pueblos podían resistirles mientras eran socorridos, y ponían en tanto aprieto a los que cercaban, ¿Qué iba a ser de todos ellos la hora en que cañones de batir hiciesen caer en el momento sus débiles parapetos contra la fusilería, en que la destrucción e incendio de sus casas fuese obra de las primera balas rasas y granadas que aquéllos vomitasen? ¿Cómo acudir a tiempo columnas distantes, cómo sostenerse villas de pequeña consideración así que jugase contra ellas una batería?». A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. III, p. 75. 99 Los vocales fueron el coronel de caballería Enrique Montañés, vicepresidente, el graduado de infantería Luis Bavot, el comandante Juan Baustista Castells y el presbítero don José Castellá; fray Tomás Martínez ejercía de secretario. A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. III, pp. 133-134; en la documentación liberal se nombra por primera vez el 26 de mayo, Diario de Zaragoza, n.° 163, 11 de junio de 1836. 100 Jose Segura y Barreda, Morella y sus aldeas, op. cit., t. IV, pp. 122-123.
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periódico que se puso en funcionamiento en el frente aragonés-valenciano como órgano de expresión del carlismo y que continuaría sin interrupción hasta el final de la guerra. La fortificación de Cantavieja y el establecimiento en el centro de las Bailías de una suerte de capitalidad del carlismo en Aragón trajo aparejadas dos consecuencias. La primera fue el deslizamiento del eje de la actividad hacia el suroeste, desplazándose del Bajo Aragón, que lo había acogido hasta el momento, hasta el Maestrazgo, desde donde era tan fácil emprender acciones sobre la Plana de Castellón y Valencia como descender hacia el Ebro o caer sobre Teruel. Y, en segundo lugar, establecer una plaza fuerte como Cantavieja supuso una cambio cualitativo dentro de una estrategia de ascenso hacia el control territorial. La insurrección se veía con fuerzas para abandonar su refugio en los escarpados Puertos de Beceite, renunciar a tener sus instalaciones en lugares dispersos, y ofrecía a los ojos de todos un punto fortificado que era el símbolo del poder alcanzado, pero en la misma medida proporcionaba un objetivo al ejército nacional. De nada iba a servir ahora una huida, Cabrera quería ser considerado como el jefe de un ejército en toda regla y estaba dispuesto a defender la base territorial de su poder. Tal reorganización de la estrategia carlista en Aragón sólo pudo producirse sobre una coyuntura favorable en la guerra, la que proporcionaron el incremento sustancial de los incorporados a las filas carlistas, las sucesivas reestructuraciones del ejército liberal y una importante secuencia de acciones —Mora de Rubielos, Caspe, Bañón, Morella, Ejulve, Alcorisa, Montalbán, Gandesa…— que, incluso cuando no obtuvieron el éxito esperado, sirvieron para construir una idea bastante aproximada de las dimensiones que el conflicto estaba alcanzando en Aragón y la progresión que llevaba. Una guerra que afectaba cada vez menos al centro del territorio carlista y se localizaba en una periferia, proporcionando la tranquilidad necesaria para proceder a las tareas de fortificación de Cantavieja y al establecimiento de toda la infraestructura, hospital, fundición, armería, almacenes, imprenta y depósito de prisioneros, que iba a ponerse en marcha allí.
101 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. III, p. 145.
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6.5. ¿Cuál es la importancia del liderazgo? En agosto de 1836 el estallido revolucionario parecía el colofón a la serie de avances carlistas que se habían producido de manera continuada hasta ese momento. En los meses que siguieron las condiciones no cambiaron repentinamente. Los informes trimestrales del gobierno político de la provincia de Zaragoza señalan en dos direcciones: «las facciones invaden su territorio empobreciendo a sus habitantes, la cizaña política siembra la desunión aun entre los buenos, la ignorancia y las pasiones distraen los ánimos, los sacudimientos necesarios a la libertad han ocupado el tiempo, los brazos y aun caudales y la guerra cuyo término feliz es la primera necesidad del Estado impide las útiles empresas».102 La actividad de las partidas y las atenciones que requería el proceso político absorbían toda la energías de la administración. Sobre la insurrección se constataba el desinterés creciente en algunas áreas muy castigadas por el conflicto: A pesar de las críticas circunstancias en el trimestre último, a beneficio de las disposiciones acordadas por este Gobierno Político, se ha conservado la tranquilidad pública en mi distrito, excepto en algunos pueblos del partido de Belchite que momentáneamente se han alterado por las rápidas excursiones de los rebeldes. Aunque por efecto del terror que éstas han inspirado, las Justicias no han desplegado la energía y vigilancia que debieran, sin embargo, se ha conseguido la captura de alguno de aquellos, y de otros malhechores, siendo de admirar el buen espíritu que ha reinado a pesar del estado de ansiedad que se ha observado por consecuencia de los aparentes adelantos rebeldes.103
La gestión del poder durante estos meses estuvo marcada por asuntos que no podían ser pospuestos porque procedían de la agitada cotidianeidad del momento: Consagrada la autoridad política a proteger la libertad de imprenta antes de quedar sin previa censura, a evitar catástrofes en el choque de opiniones aun entre los buenos, en conciliar su unión, en descubrir las enmarañadas tramas de los carlistas, en dictar medidas para perseguir y exterminar a las facciones, en hacer aprestos de guerra, en facilitar recursos, en promover dos
102 Zaragoza, 22 de octubre de 1836, Gobierno Político, A.D.P.Z., Subsec. XVII 1250. 103 Ibídem, octubre de 1836 (pate trimestral).
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veces las elecciones de diputados a Cortes realizadas con el mayor orden, no menos que la de diputados provinciales y ayuntamientos conforme a las bases de la Constitución de 1812, en reprimir la licencia de muchos que se han negado abiertamente al pago de los diezmos con grave perjuicio de las rentas del Estado en el tiempo que más las necesita, en promover la quinta y movilización de los Milicianos Voluntarios llamados a ella, en reorganizar esta misma milicia constitucionalmente y en dar el más puntual cumplimiento de los Reales decretos y órdenes.104
Y algunos nuevos movimientos, como la entrada de Don Basilio en los partidos de Tarazona, Borja y Calatayud, incorporando a sus fuerzas muchos hombres procedentes de esta área, planteaban serias dudas de que la actividad insurreccional no siguiera cosechando nuevos triunfos. Sin embargo, hacia finales de mes Evaristo San Miguel recibe el mando del Ejército del Centro y comienza a desarrollar un plan para enfrentarse al avance carlista; para ello prepara el asalto a los núcleos principales de su poder territorial, Cantavieja y Beceite. Dos circunstancias se desarrollaron paralelamente a esta fase de preparación, incidiendo en ella de distinto modo. La primera fue el inicio de la recaudación del impuesto de los 200 millones, una contribución extraordinaria decretada para proporcionar los recursos suficientes que permitieran acabar con la guerra. Aunque fueron muy frecuentes las protestas de los pueblos, muy castigados ya por otros tipos de contribuciones «extraordinarias», este impuesto ligado a la revolución contribuyó a crear la imagen de que el cambio político que se acababa de operar permitiría poner fin a la guerra.105 Otras disposiciones, como el embargo de los treudos, rentas, derechos y efectos de quienes hubieran «abandonado o abandonasen en adelante la residencia y habitual domicilio del pueblo de su vecindario para dirigirse a servir y auxiliar a la causa del príncipe rebelde de una manera directa o indirecta», contribuyeron en el mismo sentido.106 En segundo lugar, a mediados de septiembre, los jefes más notables del carlismo aragonés, Quílez, Cabrera y Miralles, se incorporaron a la expedición de Gómez,107 que en ese momento transitaba por tierras valencianas en dirección hacia el sur, dejando al mando de las tropas a Arévalo, uno de los subalternos. 104 Ibídem, 22 de octubre de 1836. 105 Numerosos expedientes y documentación varia sobre este impuesto, en A.D.P.Z., Subsec. XVII, 1250. 106 Este real decreto aparece reproducido en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 266, 22 de septiembre de 1836.
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Fue un momento de debilidad que los liberales no quisieron perder y pasaron a la ofensiva. Mientras se completaban los preparativos del asalto a Cantavieja, se realizó una acción de represalia contra Beceite apenas se hubieron alejado las fuerzas expedicionarias. Era el momento de responder a la «escandalosa impunidad con que las gavillas de facciosos divagan por los pueblos de este partido apoyados en la posibilidad que tan expedita tienen de encerrarse en las madrigueras que al paso que les sirven de asilo les sirven también para custodiar el fruto de sus rapiñas».108 La acción sobre Beceite fue propia de un ejército que actúa eventualmente sobre territorio enemigo. Así narraba Borso lo actuado cuando llegaron al pueblo: El resto de la columna se había dirigido al galope hacia el pueblo que estaba enteramente abandonado. Eran las seis de la tarde, y no habiéndose podido verificar el reconocimiento se limitó a ocupar los alrededores del pueblo enfrente al fuerte y a la fábrica y a esperar mis órdenes. En estos momento llegué yo e hice prevenir en alta voz que en cada calle a los habitantes que habían quedado que se me presentasen garantizándoles sus personas y sus casas; no habiéndolo verificado nadie mandé poner fuego al pueblo que fue al momento presa de las llamas.109
La estancia resultó breve y la operación no había sido planteada con grandes miras. «Cuatro horas […] permaneció la columna en el llamado Alcázar de Carlos 5.º, y los naturales de aquel pueblo y de los inmediatos vieron por primera vez al cabo de algunos meses vitorear el sagrado nombre de nuestra inocente Reina al frente de aquellas asperezas».110 Tan sólo se trataba de una demostración de fuerza en el centro mismo donde había comenzado la resistencia del carlismo aragonés, aquel lugar «entre riscos y escabrosidades habitadas por gentes cuya suma ignorancia y horrible fanatismo los hace estar en perfecta connivencia con los rebeldes».111 Finalmente, se inició el avance sobre Cantavieja a mediados de octu-
107 Alfonso Bullón de Mendoza, La expedición del general Gómez, Editora Nacional, Madrid, 1984, pp. 93-99. 108 Diario Constitucional de Zaragoza, n.º 272, 28 de septiembre de 1836. 109 25 de septiembre de 1836, Borso di Carminati, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 284, 10 de octubre de 1836. 110 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 272, 28 de septiembre de 1836.
MAPA 6.2 ACTIVIDAD CARLISTA DESDE SEPTIEMBRE HASTA DICIEMBRE DE 1836
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bre, pero todavía se hizo dando un gran rodeo, pasando por Teruel, Segorbe, Castellón y el bajo Maestrazgo. El objeto de este modo de actuar era dar la certeza a las diputaciones provinciales de que las operaciones iban en serio y debían proporcionar el respaldo económico que se les requería.112 A pesar de todo, el 29 quedó establecido el sitio. Al día siguiente una nevada cubría las inmediaciones de Cantavieja y los hombres de San Miguel, que debían comenzar el ataque, se encontraban escasos de suministros para mantener por mucho tiempo las operaciones. Pero los defensores, que desconocían esta circunstancia, abandonaron la plaza descolgándose por las murallas poco tiempo después de comenzar el asalto. De este modo cayó en manos de los liberales Cantavieja, que se había convertido en un emblema de la insurrección en Aragón y que constituía el sueño de Cabrera para establecer el gobierno del territorio que dominaba. Con ella cayeron también sus importantes almacenes de provisiones y la confianza de los carlistas en sus propias posibilidades recibió un golpe importante. Ya de regreso en Teruel, el 5 de noviembre, Evaristo San Miguel anunciaba a los Aragoneses que «La plaza de Cantavieja, este asilo de bandidos cuyo solo nombre era para vosotros objeto de escándalo y de horror, está en poder de las armas nacionales». E interpretaba para ellos el valor de esta conquista: «Ya no tienen los enemigos de vuestra libertad ningún abrigo seguro en Aragón contra las armas de la patria. Ya no retarán detrás de sus murallas a los pacíficos habitantes del país que llenos de consternación contribuían con sus dotes al sostén de aquella ominosa fortaleza. Si los mentidos defensores del altar y del trono se propasan aún a sus frecuentes correrías, al robar vuestros campos y ganados, ya no podrán arrostrar al menos en brazos del reposo la audacia y bizarría de nuestras tropas nacionales».113 Pero San Miguel era consciente de la verdadera situación y hace una inquietante invitación que indica que nada había terminado: «Aragoneses, defendeos a vosotros mismos: dedicad a
111 Ibídem. 112 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. I, p. 138; y A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. III, p. 157.
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este objeto tan sagrado una pequeña parte de lo que en un momento os arrebatan los facciosos. Defended vuestro hogar, lo que es vuestro, lo que es fruto de tantos afanes y trabajos ¿Quién puede tener más interés que vosotros en su conservación? ¿De quién puede exigir mayores sacrificios?».114 Pese a la dificultad de las circunstancias los acontecimientos fueron favorables a las tropas nacionales hasta final del año. Los fuertes situados en los estrechos de Beceite fueron destruidos y quemados por los propios carlistas antes de que fueran ocupados por las brigadas de Borso y Abecia, que se dirigían sobre ellos tras la caída de Cantavieja.115 Cabrera, que regresaba de nuevo a Aragón con sus tropas bastante desorganizadas, fue derrotado por completo en Rincón de Soto, el 1 de diciembre, y fue herido de gravedad. Tuvo que ser ocultado y atendido por el cura de Almazán, en cuya casa se restableció de las heridas todo el resto del mes. Mientras, circulaba el rumor de que se le había visto morir en una masía de Camarillas a consecuencia de una lanzada.116 Sólo pudo reintegrarse al mando de los carlistas de Aragón en enero de 1837. Había permanecido sólo cuatro meses alejado de aquellas tierras y había sobrado tiempo para que fuera desmantelada toda la labor de infraestructura que él había iniciado en Cantavieja, ni siquiera los Puertos de Beceite, reducto inexpugnable donde hallaba refugio cuando peor marchaban las cosas, ofrecían esta vez su cobijo de santuario para reiniciar nuevamente la resistencia. Tan sólo Llangostera había mantenido su actividad durante estos meses en lugares distantes del Maestrazgo con intención de alejar de allí a las fuerzas liberales, y un nuevo nombre, el de Cabañero,117 comenzaba a
113 Evaristo San Miguel, Teruel 5 de noviembre de 1836. Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 317, 12 de noviembre de 1836. 114 Ibídem. 115 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. I, p. 141. 116 Valencia, 30 de diciembre de 1836, «El 25 estuvieron en ésta [Vinaroz] 2 arrieros de Camarillas aseguraron que Cabrera con 4 soldados se refugió en una masía de aquel termino y murió a las dos horas de una herida de lanza que tenía en la parte derecha y baja del vientre: veremos si se confirman de oficio. Los facciosos dicen que está en Navarra». Noticia tomada del Diario Mercantil de Valencia y reproducida en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 9, 9 de enero de 1837.
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sonar entre los jefes carlistas; pero esto no era suficiente para paliar la desoladora imagen con la que se encontró Cabrera a su regreso. ¿Verdaderamente era tan decisiva la presencia de Cabrera para el desarrollo del carlismo en el Bajo Aragón-Maestrazgo? Sin embargo, en previsión de lo que muy pronto iba a suceder, conviene ajustar en lo posible la imagen a la situación real en que se encontraban los partidarios del gobierno. Lo característico de este momento dulce fue que los problemas fundamentales no fueron resueltos: ni se había conseguido la movilización activa y generalizada de las poblaciones mediante la milicia urbana, ni se contuvo el flujo migratorio que despoblaba el área afectada por la guerra de sus miembros más comprometidos con el régimen.118 Tampoco se aseguraron los suministros a las fuerzas que se encontraban defendiendo los pueblos atacados119 ni se detuvo la permeabilidad que manifestaban las fronteras aragonesas al norte del Ebro. Además, el gobierno demoró la asignación de recursos para combatir la insurrección carlista en Aragón, con lo que no se adoptó ninguna solución definitiva. Todo esto permitía prever nuevas dificultades si se producía la reorganización de los rebeldes del Bajo Aragón y el incremento de su actividad.
117 Sobre Juan Cabañero, Vicente Bardavíu Ponz, Historia de la Antiquísima Villa de Albalate del Arzobispo, Tip. de P. Carra, Zaragoza, 1914, pp. 358-362. 118 Véase la contestación del Ayuntamiento de Caspe a un artículo aparecido en El Constitucional Aragonés, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 268, 24 de septiembre de 1836. 119 Puede comprobarse en la exposición que el capitán general de Aragón realiza a la Junta de Armamento y Defensa de Zaragoza, 19 de noviembre de 1836. A.D.P.Z., Subsec. 1250.
7. EL AÑO 1837 1837 es el año de la Constitución, la que recogía el espíritu de las Cortes gaditanas matizado en algunos aspectos para facilitar la concurrencia de los moderados, pero es también el año de la Expedición Real, un proyecto fraguado en el entorno de don Carlos para dar un giro definitivo a la guerra. El proyecto de una gran expedición que asaltará Madrid y proclamará rey a don Carlos vertebra toda la actividad carlista de este año, a pesar de que no era una empresa que afectara, en lo fundamental, al desarrollo de la guerra en Aragón. Hasta mayo, en que se puso en marcha esta numerosa tropa, Cabrera trató de restablecer el poder en Aragón sobre las bases en que lo había dejado planteado a su marcha con la expedición del general Gómez. Posteriormente, mientras la expedición atravesó estas tierras, primero por el Alto Aragón en dirección a Cataluña y después en sentido inverso, desde Valencia, por la provincia de Teruel, hacia Castilla, la labor de los aragoneses fue fundamentalmente de apoyo. Por una parte, se dirigió a reunir todos los recursos posibles para contribuir al mantenimiento de la tropa y, por otra, a realizar operaciones de distracción que favorecieran su avance. Cabrera siguió a las fuerzas expedicionarias hasta Madrid y sólo regresó, después de haber contemplado el renuncio ante la capital, bien entrado el mes de junio. En este momento, es decir, cuando todo el proyecto hubo fracasado, es cuando pueden observarse verdaderas consecuencias en el núcleo del Maestrazgo. Una vez más, Cabrera se enriquecía de todo lo que observaba a su alrededor, incluso de las derrotas, y de la expedición obtuvo una gran lección: conoció hasta qué punto el futuro de la insurrección en el área que él mandaba dependía exclusivamente de sus fuerzas y sus recursos. Desde ese momento tomó conciencia de la situación real, las posibi-
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lidades y las limitaciones, y comenzó a labrarse su perfil de mito, un mito cesarista y guerrero capaz de encarnar todo el milenarismo larvado existente en aquellas tierras. La posibilidad de provocar desde Aragón un vuelco en toda la península que provocara el advenimiento de don Carlos al trono, inverosímil; la virtualidad de convertir el Maestrazgo en un pequeño reino con un caudillo carlista, Cabrera, como reyezuelo, muy grande. Esta dualidad, no amenazar a la globalidad del Estado y ser muy poderoso en el territorio que controlaba militarmente, es la que manejó a su antojo el que comenzaba a ser nombrado como el Tigre del Maestrazgo. Todo este planteamiento surge de un mismo núcleo, de la encrucijada que significa el año 1837. Para la guerra en el norte el fracaso de la Expedición Real significó el inicio del descenso por la pendiente del transaccionismo. Por el contrario, en Aragón, supuso cruzar el umbral hacia el gran momento de Cabrera y la construcción de su taifa carlista. De aquí el papel central que ocupa el tránsito de don Carlos, rodeado de sus tropas, adornado por sus cortesanos, por tierras aragonesas.
7.1. La formación de una franja de aprovisionamiento El retorno de Cabrera a Aragón en los primeros días de enero de 1837, después de haberse restablecido de las heridas recibidas en Rincón de Soto, supone la reorganización y el ascenso fulgurante de la insurrección en Aragón. En muy poco tiempo consiguió restablecer las estructuras principales de su poder y se hallaban dispuestas para actuar con toda la efectividad que lo habían venido haciendo hasta el momento. Antonio Pirala muestra el proceso como si se tratara de una sencilla operación: «Después de atender Cabrera a la situación del ejército, mandó dar tres días a los soldados, media paga a los subalternos y un tercio a los capitanes y jefes; hizo algunas promociones, examinó la hacienda militar encomendada a Artalejo, encargándole redactase una memoria sobre las mejoras que debían introducirse; nombró comisario de guerra a don Francisco Gaeta; acordó se rebajase la tercera parte de la contribución de catastro en Aragón, y del equivalente en Valencia».1 Todo ello imprimió un cam1 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. IV, p. 375.
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bio de tendencia a la guerra que permite considerar los importantes avances obtenidos por los liberales en los últimos meses como un espejismo. Cabrera se expresaba así en una circular: Al restituirme a los Distritos de mi cargo, y enterarme del estado de cosas, el cúmulo de las que he encontrado en desquicio me ha penetrado de sentimiento. Observando los males que aquejan a los infelices Pueblos por falta de cumplimiento a mis órdenes, y resuelto a restituir el buen sistema en todos los ramos con la mejora posible para que una marcha ordenada facilite a cada uno el lleno de sus deberes, atenciones y cargas, siendo lo que principalmente me llama la atención el evitar vejaciones, y malos tratos a las Justicias, Ayuntamientos y leales habitantes he venido a mandar lo siguiente.2
Seguían algunas órdenes que prohibían la circulación de militares sin el correspondiente pasaporte y suministrar raciones a tropas no autorizadas por él, exigiendo también la valoración detallada de lo suministrado hasta el momento a las tropas carlistas. A partir de aquí, el proceso de acumulación de recursos para el mantenimiento de la insurrección siguió desarrollándose. La progresión en el volumen y el número de aprovisionamientos carlistas coincidió con un desarrollo sistemático de esta actividad. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos en sentido contrario, las partidas continuaron haciendo de la coacción instrumento habitual en sus acciones de aprovisionamiento, como en marzo Tena y Cabañero cuando recorrieron Aguarón, Encinacorba y Paniza cometiendo «homicidios, saqueos y toda clase de crímenes».3 La reestructuración planteada por Cabrera culminó con la Orden General del 19 de abril, en la que reconocía «el estado de decadencia» de muchos pueblos «dominados por las fuerzas del Ejército Real» a causa de «haber gravitado sobre aquéllos los consumos de éstas en los tres años y medio que han corrido desde nuestro feliz pronunciamiento»; y, siendo que el ejército seguía aumentando en sus efectivos, tomaba la decisión de desglosar en cuatro comisiones las funciones que venía desempeñando personalmente hasta el momento. Eran la comisión eclesiástica, la sección de estado mayor del ejército real, la comisión militar ejecutiva y permanente y la comisión de Hacienda.
2 Ramón Cabrera, La Cenia, 12 de febrero de 1837, A.H.M.L. 3 Parte semanal de seguridad pública, 19 de marzo de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1032.
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La comisión eclesiástica4 cuidaría de la «recaudación general de todas las rentas y fondos Eclesiásticos o procedentes de Diezmos, y bienes espiritualizados». Además, se ocupaba de la burocracia y, especialmente, de la Imprenta, «inspeccionando todos los papeles que hayan de circular cuidando no se manchen en lo más mínimo, ni el dogma, y Artículos de la Religión Santa que felizmente profesamos, ni el honor de las Armas del Rey N.S. don Carlos V (Q.D.G) ni menos que algún concepto perjudique el progreso de la Santa Causa que defendemos». También tenía a su cargo los hospitales, la vigilancia en los talleres, fábricas armerías y depósitos de cualquier tipo. Para la comisión militar ejecutiva y permanente5 quedaba reservada la formación de causas por delitos sobre infidencia, robo, insubordinación y «otros puramente militares». Decidía sobre las quejas o agravios en materia de quintas y reemplazos y le era encomendada la «vigilancia política de los que se presenten de las filas rebeldes». El contenido de la comisión de Hacienda6 era disponer la «Estadística general de todos los Pueblos, que en Aragón, Valencia, Cataluña y Castilla han reconocido los legítimos derechos del Rey N.S., y están sujetos a mis órdenes, conquistados por mi Ejército». A cada pueblo impondría una contribución que se pagaría mensualmente, tratando de compensar lo que algunos habían aportado desde el comienzo de la guerra. También se ocuparía de «recaudar mensualmente las Contribuciones, y los fondos procedentes de Administraciones, Fábricas, Aduanas, Contratos, Papel sellado, y demás perteneciente a los Secuestros civiles». Y, cada vez que un pueblo fuera conquistado, será «cargado hasta nivelarse con los que han sostenido
4 Subdelegado vicario general Lorenzo Cala y Valcárcel; fiscal escribano José Enclusa; prior de Cetina caballero fray Juan Lorenzo Frax; padre fray Silvestre Miranda, misionero apostólico de la Observancia; José Arrufat, capellán párroco del batallón 1.º Voluntarios de Valencia; y secretario bachiller Jaime Escorihuela, notario castrense. 5 Coronel Martín Cabo; tenientes coroneles Jaime Camps y Mur, Vicente Perciba, José Erruz y Aniceto Lacebrón; fiscales, capitán Tomás Gayoso y teniente ayudante de artillería José Valentín; asesor, el síndico Ramón Mateu; escribano de guerra, Antonio Cala y Gómez. 6 Ministro de la comisión de Real Hacienda, Lorenzo Artalejo; primer comandante, Juan Bautista Pellicer; comisarios de guerra: capitán Francisco González Gaeta, Ramón Pedret, Vicente Ferrer y Juan Sebastián. El secretario se nombraba entre ellos mismos.
MAPA 7.1 1837 HASTA LA ENTRADA DE LA EXPEDICIÓN REAL
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la lucha, y puedan entonces repartirse las Contribuciones con igualdad, según el producto anual de los Catastros del último Quinquenio». Como todas las actividades de las comisiones estaban dispuestas en función del desenvolvimiento de la guerra y para servir a las necesidades de ésta, Cabrera se «reservaba» el empleo de jefe del estado mayor,7 y con él la dirección de todos los asuntos. Mantenía bajo su gestión directa el pago de todos los sueldos tanto de oficiales como de tropa o de cualquier otro individuo a su servicio «y sólo haré efectivo el pago —aclaraba— a los presentes con arreglo a las Revistas mensuales, y el que en ellas no conste, no tendrá lugar a reclamación». Y, por si el estilo de la redacción —en primera persona— no dejaba suficientemente establecido que la delegación de funciones era una cuestión meramente técnica y no de poder, aclaraba finalmente: «aunque del celo y fidelidad de los sujetos nombrados para el desempleo de cada comisión debo esperar el cuidado y vigilancia en el cumplimiento de sus deberes, me reservo la residencia de todas o cada una de ellas».8 Con estas disposiciones, las acciones de las partidas continuaron desarrollándose, extendiendo sus acciones sobre algunos partidos alejados del Bajo Aragón —Daroca, Belchite, Tarazona o Calatayud— en los que provocaron una inmediata depresión del clima favorable al gobierno que se había difundido en los meses anteriores. Así se expresaba la Diputación Provincial de Zaragoza a fines de abril: Las funestas incursiones en que estos últimos días hicieron por el campo de Cariñena los bárbaros cabecillas Cabañero y Tena, que cual furias vomitadas del Averno aparecieron impunemente en los infelices pueblos que pisaron, la muerte, el incendio y la desolación, con los delitos más feos e inauditos; y la más reciente aparición de los mismos en el lugar del Burgo, inmediato a esta capital, de donde se llevaron las armas y uniformes de su Milicia; cubrieron de luto vuestros corazones y os hacían deplorar la suerte desgraciada de los infelices comprometidos de los pueblos, que tenían el infortunio de ser invadidos por aquellos monstruos.9 7 Además, está compuesto por el coronel Manuel Suárez, el teniente coronel José Bru, el teniente coronel Vicente Herrero y el planista Joaquín Trisach. 8 Ramón Cabrera, La Cenia, 17 de abril de 1837. A.H.M.L. 9 «Manifiesto que la Comisión de Milicia Nacional agregada a la Excma. Diputación provincial de Zaragoza para promover el armamento de la provincia dirige a sus comitentes», Zaragoza, 22 de abril de 1837, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 116, 26 de abril de 1837.
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Además, las partidas desde abril amenazaron Zaragoza y se presentaron en las inmediaciones de la capital,10 teniendo la Milicia Nacional que permanecer sobre las armas de las 8 a las 11 de la noche del 4 de mayo.11 La actividad continuada de partidas lejos de sus cuarteles generales contribuyó a difundir un clima general de ineficacia de las fuerzas del gobierno para detener los avances de las partidas insurreccionales hasta lugares apenas amenazados hasta entonces. Este clima no hizo más que empeorar cuando en mayo se produjo la incursión de la Expedición Real en el norte de Aragón. Entonces la atención del ejército se concentró sobre aquel abultado contingente de tropas que amenazaba la provincia de Huesca atravesándola de oeste a este y se dejaron todavía más desasistidas extensas zonas del reino al sur del Ebro. Se provocó de este modo una sensación de ausencia casi total de resistencia a las iniciativas carlistas. Así había incidido, en esta coyuntura, la presencia de Cabañero y Tena con sus hombres en el partido de Daroca: […] por espacio de quince días lo han recorrido impunemente ha decaído algún tanto el espíritu público, creyendo los ilusos que ya no había Tropas para perseguirlos, con cuyos motivos se han reunido bastantes de diferentes pueblos. Sin embargo, si los sucesos del alto Aragón tienen el buen desenlace que se espera, volverá pronto a reanimarse el espíritu público. Facciosos: Conforme a lo expresado en el artículo anterior ha estado dominado este País por dichas facciones cuya fuerza se ha hecho ascender a dos mil hombres de ambas armas, los cuales ya en junto, ya en partidas dependientes del grueso han andado por casi todos los Pueblos de este antiguo Partido hasta la noche del 2 del actual que se retiraron al común de Huesa.12
La razón de este comportamiento, actuando sobre zonas que formaban un cinturón periférico en torno al área que controlaban territorialmente con anterioridad, ya estaba recogido en la Orden General de abril, que pretendía imponer un esfuerzo de equidad en las recaudaciones. El motivo era que, para preservar un clima favorable en el corazón del territorio que comenzaban a dominar los carlistas, estaban obligados a buscar los aprovisionamientos más allá de los límites de éste. No podían, des-
10 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 104, 14 de abril de 1837. 11 Parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1032. 12 Parte semanal de seguridad pública, Daroca, 4 de junio de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1032.
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pués de más de tres años, seguir esquilmando a los mismos pueblos. Los descensos hacia la Plana de Castellón y la huerta valenciana con tal objetivo a fines del año anterior fueron frecuentes.13 La misma función cumplían los descensos hacia el Ebro, las llegadas repetidas al valle del Jiloca, y las incursiones catalanas y navarras a los territorios aragoneses colindantes. La debilidad del ejército liberal en Aragón a la altura de 1837 permitió que estos raids de aprovisionamiento fueran más frecuentes e incluso, como hemos visto, que tomaran la apariencia de una acción recaudatoria propia de una institución suficientemente poderosa para imponerla. Esto llevó a configurar una amplia franja de aprovisionamiento que, sin ser objeto de control insurrecto, era frecuentada por las partidas con reiteración para proveerse de hombres y suministros.14 La existencia de facto de la franja de aprovisionamiento tuvo unas consecuencias muy negativas para el sostenimiento de un clima de apoyo liberal en todos estos pueblos. En este contexto hubo lugar para las alteraciones del orden con gritos de ¡Viva Carlos Quinto! que se produjeron en Belchite.15 También en él había margen para la ambigüedad en el desempeño del poder municipal. En Mallén los milicianos nacionales fueron desarmados por el alcalde, que ya había sido expedientado por desafecto en 1834: Este escandaloso acontecimiento trae, sin duda, su origen del mal espíritu que ha infundido en aquella población el actual ayuntamiento persiguiendo a los patriotas y protegiendo abiertamente a los que no sólo son notoria-
13 Los lamentos sobre estas correrías de aprovisionamiento aparecían en ocasiones en la prensa zaragozana, expresándose en estos términos: «el ejército, después de muchos días se movió en dirección de Cantavieja, y arrojando fácilmente las facciones de los pueblos aniquilados de la sierra, los echó sobre los ricos y florecientes de la Huerta y costa de Valencia, que hasta ahora no había mancillado sus inmunda planta. Se deja que los saqueen a todo su placer y anchuras que incendian las mieses y casas, que asesinan a los desgraciados liberales, y que muchas veces sus esposas y familias sean el objeto de la brutalidad de estas hordas feroces». Artículo aparecido en el Eco del Comercio, con fecha de agosto de 1836, y reproducido en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 228, 15 de agosto de 1836. 14 Pedro Rújula, «Los efectos de la primera guerra carlista en las economías municipales: el caso de los municipios bajo control carlista al sur del Ebro», en Actes del III Congrés Internacional d’Història Local de Catalunya, L’Avenç, Barcelona, 1996, pp. 383-412. 15 Parte semanal de seguridad pública, Belchite, 10 de enero de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1032.
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mente desafectos a nuestras instituciones, sino que están marcados por la opinión pública de decididos partidarios del príncipe rebelde; la correlación de parentescos entre éstos y los individuos del ayuntamiento es la causa de la protección que reciben y del anonadamiento del espíritu liberal.16
Así eran posibles actitudes ambiguas que favorecían a la insurrección desde dentro de las propias autoridades liberales. El retraso en dar parte de la presencia de partidas a los pueblos próximos, para prevenirles y permitir que se movilizaran en su contra, es tan sólo una de sus manifestaciones.17 Únicamente la ocultación que le proporcionaron en algunos pueblos a Cabrera permitió que se restableciera a lo largo de todo un mes de las heridas sufridas en Rincón de Soto.18 Desde partidos como el de Tarazona y Belchite llega a afirmarse que se sublevarían por el pretendiente «si tuvieran oportunidad de pronunciarse». El abandono a que estaba entregada esta amplia franja llegó a permitir a los carlistas excitar los comportamientos contrarrevolucionarios de épocas pasadas: Respecto al partido de Belchite entiendo que el haber pertenecido a las facciones de 1823 y a las actuales muchos de sus vecinos, y el no permitir las atenciones del día permanencia de tropas en los puntos principales, los retiene de pronunciarse o de manifestarse menos contrarios a las instituciones vigentes; sin embargo si como es de esperar se consigue destruir a la rebelión, y los pueblos tocan las buenas consecuencias de un Gobierno benéfico e ilustrado, sin necesidad de otro impulso variarán en un todo lo cual es imposible conseguir al presente en que no ven más que calamidades.19
Cuando se establecieron guarniciones en puntos particularmente estratégicos o especialmente castigados, solía producirse una recuperación importante de la voluntad de resistir a las partidas. Pero era sólo el efecto inmediato de la presencia de fuerza armada; las razones profundas de la guerra civil seguían siendo definitivas:
16 Diario Constitucional de Zaragoza, Suplemento, 10 de febrero de 1837. 17 El gobernador de Zaragoza hablaba en una circular de aquellos alcaldes «algo morosos en dar aviso de las ocurrencias de facciosos a los de los pueblos inmediatos». Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 194, 13 de julio de 1837. 18 Carta al director, Zaragoza, 1 de febrero de 1837, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 33, 2 de febrero de 1837. 19 Parte semanal de seguridad pública, Belchite, 20 de mayo de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1032.
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El año 1837 Espíritu Público: Desde que se halla instalada la guarnición en esta villa sus habitantes están en un sentido regular pero muy poco común en favor de nuestra justa causa. Los motivos que influyen para ello son los de hallarse muchos Padres de familia en la facción como igualmente algunos solteros. Subsistencias: Se carece en lo General de todo artículo, sin que por ello sus precios estén alterados, si no es muy moderado. El artículo de granos es el que más escaso se halla, ya por la apedreada que hubo el año próximo pasado, y ya por la mala cosecha que habrá en el actual, de suerte que muchos contribuyentes en dicho pasado año tuvieron que comprar los granos para el abasto de sus casas, y en este año a causa de los excesivos fríos no se cogerá en el monte de esta villa las simientes que sembraron, y aun en la huerta será muy escaso.20
Pero los recursos no sólo eran socavados por las exacciones carlistas. La presencia de las tropas del ejército gubernamental venía reclamando una importante contribución económica de aquellas zonas desde donde se combatía la insurrección. Suministros, alojamientos, bagajes, etc., era el coste que debían pagar por preservar una ciudad o un partido del asalto carlista. Pero ¿cuánto tiempo estaba dispuesta la población a seguir manteniendo un esfuerzo económico de estas características?, ¿qué sucedería si los resultados no se correspondieran con las expectativas y la sangría económica corriera el riesgo de perpetuarse indefinidamente? Los resultados pudieron comprobarse en 1837. En este momento comenzó a manifestarse la crisis de los recursos y esto afectó considerablemente al bando liberal, que continuaba extrayéndolos por vía de contribuciones mediante repartos entre el vecindario. Desde algunos sectores se comienza a tener conciencia de que a las abundantes dificultades para concluir la guerra se suman las condiciones adversas en las que debe realizarse el abastecimiento de las tropas gubernamentales. Una carta enviada al Diario de Zaragoza concluía con la siguiente apreciación: «De todo lo expuesto se infiere Sr. Redactor, que es un error de fatales consecuencias querer suponer que la facción de estos reinos sea tan despreciable como se quiere decir por muchos de los que sin verla, y sin haber oído un tiro en su vida, creen que no hay mas que aislarlos y destrozarlos, sin atender a que las facciones andan más que nuestros soldados, por razón de la vida que llevan y porque para ellos no hay nada
20 Parte semanal de seguridad pública, Maella, 21 de mayo de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1032.
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vedado con respecto a la subsistencia que es la principal traba para nosotros. Las marchas e invasión en el reino de Murcia por la facción de Forcadell, acredita esta verdad; y los sufrimientos a que por sus continuas correrías están expuestas nuestras tropas, son más de los que comúnmente se creen».21 De este modo, la miseria que envolvía al ejército iba calando profundamente en la moral de los soldados. «Mi hijo —escribía José Palafox a Nogueras, en cuyas filas se hallaba combatiendo en el Bajo Aragón— parece que está desanimado por ver que eso se ha puesto casi en estado de nulidad».22 Otra vertiente de las críticas sobre los escasos resultados militares obtenidos surge desde los sectores más comprometidos de la sociedad y se dirige hacia los lugares donde se especula o se toman decisiones, pero no se asumen directamente los sacrificios que se derivan de la guerra, ni los compromisos que implica su condición de nacionales. En la prensa zaragozana apareció este comentario sobre el comportamiento de algunos políticos de café el día en que tropas de Cabañero llegaron hasta las huertas de la ciudad: […] en el café de Gimeno existían muchos parlanchines políticos, que apellidándose defensores de los derechos populares, con pomposas frases consiguen alucinar a los incautos, escudados unos de grande bigote y perilla, otros de escarapela nacional y varios de la gorrita, los vio a éstos llenos de buena intención, aunque conozco que ésta no es suficiente para salvar la nave del estado en tiempos de agitadas revueltas, los considero llenos de valor y decisión, requisitos indispensables para arrostrar con frente serena los peligros que consigo llevan las armas, los vio salir precipitadamente por las puertas de aquel local al parecer deseosos de ir en busca de sus armas para incorporarse en las filas nacionales y partir con sus compañeros la fatiga que le cupiese; los vio desaparecer con rapidez a pesar de su prieto calzado; y por último ¡que desenlace! no los vio donde deseaba verlos que era ocupando el puesto que los comandantes de los batallones les hubieran señalado, caso de presentarse a éstos, cuidado que con ojo avizor se entrometió en las filas nacionales y no vio uno de los muchos conocidos por patriotas en esta capital, aunque emigrado de sus pueblos, que armadito con su fusil estuviera dispuesto a secundar el movimiento de sus dignos compañeros.23
Y era muy difícil que esta argumentación no se vinculara a los esfuerzos económicos que se requerían a la población sin que pudieran 21 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 120, 30 de abril de 1837. 22 A.R.A.H., Pirala 9/6815, 13 de febrero de 1837. 23 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 168, 17 de junio de 1837.
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constatarse los resultados. Viendo en el mes de abril «que las facciones de Tena y Cabañero enseñorean la provincia, entran y salen por do quieren, como Pedro por su casa», surge la pregunta sobre lo que está sucediendo: ¿Queréis que un vecindario que se ha prestado tan pronto y gustoso a todo linaje de sacrificios para la extinción de ese cáncer de la guerra que nos corroe las entrañas, ora sea con hombres, ora con dinero, y que ha sido la primera población, acaso de toda la España, en satisfacer la contribución de los 200 millones de reales, no entrará al fin en cuentas consigo mismo, y se dijera: ¿Qué es esto que nos sucede? ¿Qué frutos hemos conseguido hasta ahora de tamaños sacrificios? ¿Progresamos, o más bien retrogradamos? ¿Sería creíble, a no verlo, tal estado de cosas? ¿Envalentonadas las facciones no pudieran mañana intentar contra nuestros arrabales, casas de campo…?!! 24
Por esto, la actitud de la población afectada por la guerra, que se incrementará y desarrollará todavía más en adelante, será la de calibrar la relación entre los esfuerzos económicos requeridos y los resultados que de ellos se derivan. Un orador ante la Milicia Nacional de Zaragoza proclamaba desde la tribuna: «La Patria nos llama, ciudadanos, y no hay otro medio de correr en su auxilio, sino empuñando primero la espada con la mano derecha y poniéndonos la izquierda en el bolsillo». En muchos lugares se participaba de esta imagen, pero hacía mucho tiempo que tomar las armas en apoyo del gobierno significaba un riesgo que no había sido compensado de manera suficiente, y, ciertamente, la otra mano estaba en el bolsillo, pero presta a impedir que siguiera derramándose su contenido en apoyo de un ejército que no obtenía resultados visibles. El caso más característico de la crisis de abastecimientos se produjo en Alcañiz, una ciudad de 4.200 habitantes, con un importante término municipal, una agricultura próspera y un cuerpo social sólido con capacidad para resistir más de una contingencia. En febrero acordó representar al Congreso Nacional «manifestándole la decadencia y miseria de esta Ciudad por los gastos, desembolsos y pérdidas que ha sufrido».25 A esas alturas el Ayuntamiento consideraba «agotados los fondos y cuantos recursos ha podido haber a la mano» y reclamaba medios económicos para seguir manteniendo el hospital y los suministros, cuya contrata esta24 Artículo titulado «Ansiedad justa del Pueblo», Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 103, 13 de abril de 1837. La cursiva se halla en el original. 25 A.H.M.A., Libro de Actas Municipales, sesión del 14 de febrero de 1837.
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ba a punto de concluir, siendo imposible para la corporación asumir el coste de mantener a las tropas que guarnecían la ciudad.26 No se trataba de uno más de los gritos lastimeros dados por las haciendas locales ante una nueva exigencia económica; los alcañizanos estaban luchando por sus casas, sus familias y su medio de vida. El problema de la escasez era importante y devino en la formación de una junta del Ayuntamiento y los principales pudientes, ya que «el estado de miseria en que se hallan, la grande escasez de recursos y el no encontrar modo ni medio para atender a los excesivos pedidos que, así la Junta de Suministros como los Comandantes Militares, les hacían, les habían puesto en caso de convocar a los señores Pudientes». Las soluciones barajadas fueron dos, invertir los fondos públicos en suministros o proceder a reparto vecinal, decidiéndose por la segunda opción mediante el procedimiento de recaudar por anticipado dos trimestres de contribución.27 Otros problemas procedentes de la concentración de tropas y de emigrados en Alcañiz se añadían a los puramente económicos. Era manifiesta la desproporción que había entre los alojamientos disponibles y los jefes y oficiales que tenían derecho a ellos, circunstancia que sobrecargaba a la población con este tipo de prestaciones.28 El pleno del Ayuntamiento, en la sesión del 10 de mayo, puso de manifiesto que la situación se estaba degradando cada día que pasaba. En ella se presentaron dos oficios, uno de la Junta de Caridad del Santo Hospital «manifestando no tener socorro alguno para suministrar a los enfermos militares» y otro de Salvador Conesa, síndico encargado de los suministros, «pidiendo se le suministren cantidades para atender al suministro de las tropas», ambos solicitando el cese si no se les proveía del numerario preciso para cumplir con sus funciones. A raíz de esto se acordó convocar a los pudientes para el día siguiente, proponiendo las siguientes medidas:
26 En consecuencia, «acordaron que con toda urgencia se hagan presentes los excesivos gastos ocurridos a esta ciudad así por el ejército como por el Hospital militar manifestando al propio tiempo no se encuentran los habitantes ya en el caso de poderlos volver a sufrir respecto a la suma pobreza del país», A.H.M.A., Libro de Actas Municipales, sesión 29 de marzo de 1837. 27 Sesión del 21 de abril de 1837, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales. 28 Sesión del 5 de mayo de 1837, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales.
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El año 1837 1.ª) Echar mano de cuanto fondo público se hallase a su disposición, como propios, primicias y pósito. 2.ª) Anular la recuperación de los 2.000 duros de los 8.000 prestados que se iba a hacer con cargo a la contribución extraordinaria que se recogió en el momento. 3.ª) Avisar al gobernador que el canónigo colector del Subsidio tenía en su poder 8.000 reales, 3.000 el administrador de Correos; 2.000 el administrador de Amortización y 18.000 de su ramo en Escatrón. Pero el gobernador contestó que no tenía facultades para hacer entrega de esos fondos y sugirió que siguiera esforzándose en lo posible el Ayuntamiento.29
Ésa era la situación: el sostenimiento de las tropas cada vez corría más de cuenta de los territorios donde se asentaban, sin que las aportaciones guardaran ninguna proporción con las obligaciones económicas que ordinariamente tenían establecidas con el Estado. La propiedad, en los territorios amenazados con la invasión carlista, inmuebles, tierras y mercancías, eran la garantía de que los puntos fortificados seguirían manteniendo a las tropas mientras fueran capaces, siempre que no quebraran los soportes de la estructura social. En junio el asentista de suministros cesó en sus labores de proporcionar raciones a las tropas de la guarnición y a las que transitaban por la ciudad; también puso de manifiesto que no existían fondos para el Hospital. Ante el Ayuntamiento, el gobernador expuso que se iba «a ver precisado a extraer el pequeño repuesto de víveres del castillo para atender al alimento de la guarnición y que los cuatro trimestres de Contribución que en el mes anterior se repartieran a los vecinos están ya cobrados en todo lo posible y gastada continuando las mismas necesidades». En esta situación los síndicos encargados de suministros dimitieron, permitiéndose la ironía de afirmar que lo hacían «con el fin de ver si los nuevamente electos tienen la felicidad de proporcionar recursos para tan interesantes fines».30
29 Sesión del 10 de mayo de 1837, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales. 30 Sesión del 1 de junio de 1837, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales.
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A pesar de esto, las necesidades de la guerra seguían aumentando también en hombres. Con motivo de haber recibido orden para formar una compañía provincial en Alcañiz se ofició diciendo que era «de todo punto imposible contribuir con un solo Real, ni ahora ni por desgracia en mucho tiempo, pues todos sus fondos públicos están agotados y ya no le es posible sacarlos de manos de los vecinos, pues ya tienen satisfechas sus contribuciones por más del año cuarenta y tres».31 Por esas mismas fechas el Ayuntamiento de Zaragoza, «Agobiado de obligaciones y consumidos los fondos de contribuciones del presente año», se lamentaba de tener que pedir a sus vecinos dos trimestres de contribución a cuenta de 1838.32 Era evidente que se estaba produciendo una notable diferencia de trato y tenía muy pocas posibilidades de ser resuelta. Esta situación era la que empujaba a algunos ayuntamientos como el de Alcañiz a resistirse ante las continuas y desorbitadas exigencias de los militares. El general en jefe del Ejército del Centro había determinado 6.000 raciones para la tropa, además de otras 800 de cebada diarias para esa ciudad, a lo que «sus señorías contestaron quedar enterados pero que no podían menos de hacerles presente que el estado de miseria de esta población llegaba a lo sumo por los enormes pedidos de suministros que estaba sufriendo tantos meses ya».33 Las exigencias venían cada vez más condicionadas por la necesidad inmediata: Para mañana, once de los corrientes, no hay con qué hacer el suministro a la guarnición, particularmente de pan. De cebada existen muy pocas raciones, y de paja ya no se completó ayer el suministro. Con arreglo al pedido que me ha mandado hacer el Excmo. Sr. General en Jefe, del que ya di a V.S. conocimiento el 7 de este mes, corresponde contribuir a esa corporación con 9.700 raciones de Pan y Etapa y 970 de cebada y paja, y por mas que mis deseos son el molestar lo menos posible a este vecindario, porque estoy viendo hace mucho tiempo los sacrificios que ha hecho y hace, me es imposible dejar de recurrir a V.S. para que entregue parte de dicho reparto en esta mañana, pues de los pueblos obligados en la misma forma que esa Corporación, con nada han contribuido hace dos días.34
31 Sesión del 6 de junio de 1837, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales. 32 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 198, 18 de julio de 1837. 33 Sesión del 19 de junio de 1837, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales. 34 Oficio firmado por Aniceto Sangorín, miembro de la hacienda militar de Alcañiz, sesión del 10 de julio de 1837, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales.
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El Ayuntamiento fue apremiado ese mismo día con tono menos condescendiente —«queda en descubierto por la desobediencia de su orden comunicada por mí» decía el oficio— para que cumpliese el pedido. Y, ante la negativa del Ayuntamiento a entrar en el reparto que acababa de establecer Oraa para el Bajo Aragón, fue nuevamente reconvenido y advertido al día siguiente sobre las responsabilidades legales que adquiría. «Esto corresponde en la actualidad entregar a V.S., y no haciéndolo queda incurso en la medida que el expresado Excmo. Sr. establece, e igualmente en la más seria responsabilidad, siendo los alcaldes castigados con el mayor rigor por su morosidad en la falta de cumplimiento hasta el caso de ser juzgados por una comisión militar». El ejército se encuentra en una situación difícil y en tales condiciones de excepción se halla dispuesto a defender su legitimidad para hacer estos pedidos: «ante el Gobierno, ante las Cortes, ante la Nación entera publicaré las medidas tomadas —proclamaba el representante de la hacienda militar— para que no carezca el soldado de la ración que le esté designada; pero la ocupación de pueblos por el enemigo casi de continuo y la ninguna fuerza disponible que hay en esta plaza para poder conseguir el detall fuera de la Ciudad, hacen que la miseria entregase su contingente. = Dolorosa es la situación que V.S. pinta a la Ciudad y las anticipaciones que tiene ya hechas al vecindario, pero en la actualidad es indispensable haga esta nueva, si quiere que el soldado sea socorrido».35 Lo que está sucediendo en Alcañiz evidenciaba el enfrentamiento entre dos concepciones muy distintas de la guerra. Una de ellas defendida por el Ayuntamiento y la otra por el ejército. El Ayuntamiento no tenía conciencia de que participaba en una guerra total, en la que todos los recursos existentes tenían que ser puestos a disposición del ejército. Por el contrario, consideraba que era una guerra que llevaba el gobierno central sobre el terreno en el que ellos vivían. Estaban siendo particularmente afectados en sus negocios por la actividad de los ejércitos, realizaban aportaciones extraordinarias y sufrían las incomodidades de ser el frente liberal y el último baluarte del gobierno en el Bajo Aragón, y no creían que sus esfuerzos debieran ser mayores de los que ya eran. En
35 Aniceto Sangorín, Alcañiz, 11 de julio de 1837, presentado ante la sesión del Ayuntamiento de ese mismo día, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales.
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cambio, el ejército, castigado por la desorganización, el abandono, los avances negativos de la guerra y las malas condiciones materiales, después de haber perdido la confianza en mayores soluciones, comenzaba a reclamar de los pueblos, a quienes consideraba los beneficiarios directos de su actividad, el respaldo económico que no llegaba desde otras partes. Para el ejército, todos los recursos del Bajo Aragón eran recursos igualmente válidos para suministrarles.
7.2. Aragón a la llegada del general Oraa Avanzado el año 1837, la guerra mostraba en Aragón el aspecto de no concluir en breve. Los carlistas se movían con demasiada libertad por casi todo el reino al sur del Ebro para que fueran ciertas las halagüeñas noticias de los boletines oficiales liberales que auguraban avances decisivos detrás de cada refriega confusamente favorable. Y a las dificultades militares se sumaban, como queda de manifiesto, serios problemas en el abastecimiento de la tropa que provocaron la desconfianza entre el ejército y la población civil. El nombramiento de Marcelino Oraa como general en jefe del Ejército del Centro y capitán general de Aragón, Valencia y Murcia se produjo en este momento como un esfuerzo por infundir confianza y acrecentar el mermado crédito que le restaba al ejército en su tarea de concluir con la insurrección. Oraa disfrutaba de un prestigio notable y era considerado un hombre honesto. Las líneas principales de su actuación se dirigieron a conseguir disciplina de los soldados para no enajenarse el apoyo de la población. «Si se desatienden las obligaciones —les había expuesto en una alocución—, si se atropella a las autoridades y a los pueblos, y no se respetan las propiedades, en vez de hallar quien nos proteja encontraremos quien nos odie; y en donde supondríamos un abrigo, tendremos quien nos aceche y delate». 36 De los habitantes del territorio donde iba a actuar reclamaba respaldo para el ejército, porque del éxito que obtuviera pendían los intereses materiales de la población:
36 «El general en jefe de las tropas del ejército del Centro», Albacete, 13 de abril de 1837, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 112, 22 de abril de 1837.
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El año 1837 Es indispensable que todas las clases unidas cooperen con el mayor esmero a la salvación de la desgraciada patria y del trono de la inocente Isabel. Todos están interesados en el término de esta lucha desastrosa. Unión y constancia, habitantes de estos reinos; porque si la indiferencia os detiene, y la desunión nos separa, inútiles serán mis esfuerzos, inútiles los sacrificios extraordinarios que consumen el tesoro, y pesan tan directamente sobre vosotros.37
La tercera pieza con la que contaba eran los nacionales, cuya fuerza tenía que sumarse a la del ejército. Consciente de que los soldados ni eran suficientes, ni podían desplazarse con la rapidez que exigían los ataques dispersos de los rebeldes, los nacionales se convertían en un elemento clave para defender la posición del gobierno en cada pueblo donde hubiese una casa fuerte para ofrecer resistencia. El nombramiento de Oraa cumplió inicialmente su cometido. Se difundieron en medio de un optimismo creciente algunos triunfos del nuevo capitán general a su paso por tierras valencianas.38 Los oficiales del ejército recibieron orden de incorporarse a sus unidades y permanecer en disposición de ser movilizados, y algún batallón que manifestaba alarmantes síntomas de insubordinación fue disuelto.39 Pero las circunstancias fueron poco favorables a Oraa. Sin haber dispuesto apenas del tiempo necesario para comprender las condiciones en que se desarrollaba la guerra en su distrito, Cantavieja fue recuperada en abril por los carlistas. A las dos de la noche del 24 al 25, algunos paisanos condujeron a los facciosos por caminos desconocidos hasta el mismo pueblo de Cantavieja, donde les facilitaron la entrada agujereando una casa. Se dirigieron al fuerte, cuya puerta franqueó un sargento que estaba en la criminal trama. Apoderándose por sorpresa de las primeras guardias, y el resto de la guarnición que descansaba en sus alojamientos, fue ésta sorprendida, sin que pudiese oponer la menor resistencia; pero el fuerte de la ermita de San Blas que con 30 hombres guarnecía el subteniente del batallón del Rey D. Ramón Gallego, se defendía aún a las cuatro y media de la mañana del 25. Muchos individuos de la guarnición del pueblo se salvaron, descolgándose por las ventanas de las casas que ocupaban.40 37 «El general en jefe del ejército de operaciones del centro, y capitán general de los reinos de Aragón, Valencia y Murcia, a los habitantes de su distrito», Albacete, 13 de abril de 1837, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 112, 22 de abril de 1837. 38 El Diario Constitucional de Zaragoza publica el 2 de mayo de 1837 la noticia, comunicada desde Teruel, sobre su entrada en Chelva. 39 Es el destino que corrió el provincial de Burgos a finales de junio, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 176, 25 de junio de 1837. 40 El Correo, artículo copiado en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 126, 6 de mayo de 1837.
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La acción dirigida por Cabañero golpeó de lleno el renovado optimismo de los liberales y desbarató sustancialmente su reciente plan para producir un rearme moral de la sociedad. La toma de Cantavieja el año anterior por Evaristo San Miguel se había presentado como un «grande triunfo precursor de la destrucción de la facción de Aragón y Valencia».41 Ahora, ante su pérdida, no podía ocultarse que se trataba de un importante retroceso en la pacificación de la región.42 A pesar de ello, Oraa continuó con acciones que permitieran mejorar la posición en la que estaban combatiendo, consiguió introducir un convoy con víveres en Morella, que se encontraba bloqueada desde hacía tiempo, y obtuvo una victoria sobre Cabrera en La Cenia y Rosell. Sin embargo, nada pudo hacer por mantener sus planes cuando el 20 de marzo llegó a territorio aragonés la conocida como Expedición Real. La posibilidad de dar un importante impulso hacia el fin de la guerra quedó desarbolada y, lejos de cumplir los planes, las operaciones tuvieron que someterse a la coyuntura más inmediata. El nombramiento de un capitán general con prestigio que diera unión y coherencia al ejército gubernamental y la experiencia que la Expedición Real supuso para los carlistas aragoneses convierten el año 1837 en una encrucijada en el devenir de la guerra civil en Aragón, como, por otra parte, en toda la península. Pero, hasta el momento, ¿en qué términos concretos se había desarrollado el conflicto? Tomando un informe liberal, redactado entre la toma de Cantavieja y la entrada en tierras aragonesas del pretendiente, puede obtenerse una imagen bastante aproximada de la situación.43 Según este documento, que tiene por título «Observaciones sobre el Antiguo Partido de Alcañiz. Bajo Aragón»,44 el origen de la insurrección
41 Ibídem. 42 Diario Constitucional de Zaragoza, núms. 119, 125 y 282, de 29 de abril, 5 de mayo de 1837 y 11 de octubre de 1838 respectivamente. 43 Se trata del documento titulado Observaciones sobre el Antiguo Partido de Alcañiz, una revisión realista y desapasionada de la situación en el Bajo Aragón a la altura de 1837 desde la perspectiva de un profundo conocedor de los problemas de la zona. A.R.A.H., 9/6802. 44 A.R.A.H., 9/6802.
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en la Tierra Baja se encontraba en la escasa ilustración de sus habitantes45 y una experiencia histórica que se remontaba al Trienio en el apoyo a la contrarrevolución, sin olvidar la posición estratégica que ocupaba entre tres reinos. Inicialmente se produjo un equilibrio entre el apoyo que prestaba la población a las partidas y el cumplimiento de los ayuntamientos con las informaciones a las autoridades, de modo que la rebelión no pudo progresar. Además, bastantes poblaciones fueron fortificadas y en ellas encontró apoyo la posición del gobierno. Pero, a partir de ahí se fueron reduciendo progresivamente los pueblos que mantenían su resistencia y, después de la toma de Cantavieja, esta villa sirvió de «apoyo a los rebeldes como cenobio y Corte de toda la Sierra. En él tienen sus buenos depósitos y como que no son contemplativos cuando se trata de hacer acopios para subsistir, presidiendo a sus actos la arbitrariedad, los pueblos ya por temor conducen lo que se les pide, aún de catorce y diez y seis leguas de distancia». Persisten las dificultades del liberalismo para penetrar en el corazón del mundo rural. «Por muchos pueblos de lo interior, como aquellos no sean tránsito para las tropas, no ha habido ocasión de verlas en diez y doce meses. Partidillas de facciosos los recorren continuamente, gente retrasadísima que no discurre, que juzga sólo por lo que se les presenta, pueblos que no reciben papeles del gobierno, que se les obliga a suscribirse al Boletín Carlista de Cantavieja lleno de falsedades donde se fomentan noticias. He aquí las causas de la malísima opinión en lo general del país». Frente a esto se oponía una Milicia Nacional poco numerosa —ver cuadro 7.1— que «prestan toda clase de servicio que se les carga de aproximarse las facciones». Sin embargo, «han sido desatendidos porque en todos los pueblos forman la minoría y esta razón es suficiente para que no se hallen en el mejor espíritu». El propio fomento de la Milicia Nacional contaba con serios inconvenientes, ya que entregarles armas «en las circunstancias del país no sería político», «pues que no habiendo voluntad expresa para tomarlas, puede conceptuarse el uso que se hacía de ellas en una alarma. Tampoco en el estado de agitación de las pasiones sería conveniente. La conclusión de la guerra, sólo esto, es lo que puede mejorar el espíritu público».
45 Éste era uno de los tópicos liberales más utilizados para justificar la resistencia que se producía a su proyecto político en algunas zonas.
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Aragón a la llegada del general Oraa CUADRO 7.1 MILICIA NACIONAL Y GUARNICIONES MILITARES EL EL BAJO ARAGÓN Pueblos
Infantería
Alcañiz Calanda Caspe Samper Alcorisa Puebla de Híjar Escatrón Torrevelilla Chiprana Albalate
120 100 80 14 10 28 60 60 30
Caballería 6 3 8
Artillería
Guarnición
40
600 300 160 80 80
100 ausentes 100
FUENTE: Observaciones sobre el Antiguo partido de Alcañiz. Bajo Aragón, A.R.A.H., 9/6802.
Las valoraciones que realiza sobre los carlistas conviene reproducirlas ampliamente porque contienen muchas de las claves para comprender cómo se observaba el desarrollo de la guerra hasta ese momento: Cuentan sobre ocho mil infantes y ochocientos caballos, y aunque de algún tiempo a esta parte se ha procurado organizarlos por oficiales venidos de Navarra no se ha conseguido cual sus deseos, y falta la disciplina. Sus Jefes adoptaron por principio el terror. Son crueles e inhumanos, y aun con los pueblos que les faltan en lo más mínimo, así se han hecho respetar. Recorren principalmente el territorio del Bajo Aragón, Plana de Valencia y parte del corregimiento de Tortosa, y algunas incursiones en el campo de Cariñena y Provincia de Valencia. Les han facilitado armamento y vestuario de los Nacionales, además del que les proporcionó el desarme que hicieron en la indicada plana, fuertes que rindieron y ventajas obtenidas en algunas ocasiones contra las tropas Nacionales, las acciones de Bañón, Barranco de Valimaña, Ejulve, Mirambel, la entrada en Cantavieja les proporcionaron gran número de armas, y vestuarios. Las lanzas en un principio eran malísimas, han ido perfeccionándolas, y desde que se fortificaron en Cantavieja, en cuyo punto tenían una Maestranza bastante regular para no contar con auxilios extraños, han innovado en todo lo concerniente a ese ramo. Se trasladó después a los puertos de Beceite, en donde desde un principio han tenido sastres pues se hacen toscos uniformes, allí se forjan lanzas, se hacen estribos, bridas, se construyen cureñas, se continúa en la fundición de cañones, si bien, afortunadamente, no ha dado el resultado que esperaban. Se fabrica pólvora, balas y cureñas, aunque malas. En el día Cantavieja les vuelve a servir de punto de apoyo, plaza de operaciones, instrucción de los mozos que sacan de los pueblos, y para depósito de las exacciones violentas de granos y víveres. Cuentan con las piezas de artillería ocupadas en dicha villa que no dejan de ofrecer cuidado a los pueblos fortificados puesto que sin ellas, aun cuando se reuniesen todas las facciones no conseguirían ventajas. Su transporte les es fácil con la
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El año 1837 seguridad de que la población en lo general les es adicta y pueden ocultarlas en cualquier persecución que sufren. Colocan los cañones entre dos maderos, único medio para conducirlos por la mayor parte del terreno por donde transitan.
En cuanto a la relación entre los carlistas y los habitantes de los pueblos del área sobre la que actúan, se reconoce bastante colaboración: Los pueblos que (en general) coinciden con sus ideas no tienen que vencer muchas dificultades para protegerles. De todos se cuentan algunos hombres en sus filas, de consiguiente sus familias, parientes y amigos interesados, y así es como han evitado sorpresas y han caído sobre las tropas Nacionales cuando contaban con la superioridad de fuerzas y seguridad de conseguir ventajas. Tienen una muy grande cual es el exacto conocimiento del país. Tanto de los pueblos fortificados como en los restantes cuentan con personas interesadas. La clase menesterosa come con los facciosos, la acomodada, y aun los sujetos de buenas ideas se han visto obligados a transigir si han querido permanecer en sus casas.
Aparte de la incorporación a las filas insurreccionales que se había producido con anterioridad, «de poco tiempo a esta parte el llamamiento ha sido formal y ha obligado a presentarse y sumarse a sus filas, a todos aquellos que les comprendía». La repercusión económica de la guerra había sido, a esas alturas, considerable para los liberales, ya que los «bienes de los comprometidos fueron embargados y muy poco o nada les producen sus haciendas que hace cerca de dos años tienen abandonadas por haberse visto precisados a retirarse a Alcañiz y otros puntos». Además, la práctica continuada de la guerra había producido mecanismos de respuesta que redujeran los riesgos para la población que la vivía cotidianamente, aunque fuera al precio de transformar la naturaleza de algunas instituciones municipales: En todos los pueblos, por lo general, hay dos Ayuntamientos, uno constitucional y otro por la facción. El primero se presenta y ejerce sus funciones cuando las tropas de Nacionales van a ellos para suministrarle los auxilios posibles. Lo hace el segundo con los facciosos, pero con frecuencia unos y otros se reúnen para salir de sus apuros. El estado de ellos es apuradísimo, la administración es un caos, es casi imposible sacar de ellos recursos después de tres años y nueve meses de guerra desoladora. Son pocos los que no desean la paz. No hay Milicia Nacional porque, no será ni posible, ni político, ni conveniente. En un principio pudo darse algún partido, aunque de pocas poblaciones, pero se descuidó y ya no es tiempo de que el Gobierno pueda prometerse ventaja alguna hasta la conclusión de la guerra.
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Para concluir, se hace una valoración del papel de las tropas que se consideran constantemente escasas en relación a las necesidades (ver cuadro 7.1). Tan sólo una chispa de esperanza parece brillar con el reciente nombramiento de capitán general: «Hay confianzas en que pueda el general en jefe D. Marcelino Oraa concluir con la facción, pero son necesarios recursos que no se encuentran en el país, y que deben proporcionarse si se quieren resultados». En definitiva, la imagen que ofrece el documento «Observaciones…», en los momentos previos a la invasión de la provincia de Huesca por la Expedición Real, es la de una guerra en la que se han cometido muchos descuidos, e incluso errores importantes, dando oportunidad para que el conflicto se complicara en demasía. La profundidad con que había conseguido la insurrección calar en la sociedad era tal que la solución ya no pasaba por medidas puntuales sino por una intervención global. Quedaban reservadas para otra ocasión más propicia la puesta en marcha de sutiles iniciativas gubernamentales que pudieran devolver el apoyo de la población a las autoridades; en ese momento ya sólo era válida la intervención militar y la aportación de los recursos económicos suficientes para que ésta fuera eficaz.
7.3. La Expedición Real en Aragón La movilización de expediciones carlistas por la península no era una novedad; antes se habían puesto en marcha otras como las de Guergué, Gómez o Basilio García. No puede decirse que sus resultados las confirmaran como una estrategia que acabaría por derribar la regencia de María Cristina; por el contrario, aparte de triunfos parciales, el resultado global distaba de ser decisivo. No era tarea fácil que una gran expedición que recorriera los lugares donde mayores apoyos había despertado su causa llevando el pretendiente a la cabeza provocara un amplio movimiento de apoyo y permitiera llegar sobre Madrid en una posición de fuerza. En el mejor de los casos, habría que compartir la opinión del compañero de viaje que tuvo Stendhal, que ese mismo año visitaba España, cuando, entre el diálogo que mantuvieron, le decía: «El pueblo español, en el fondo, no es entusiasta ni del gobierno de las dos Cámaras ni
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de don Carlos; no necesito más prueba de ello que la proeza de Gómez, que con sólo cuatro mil hombres, ha atravesado toda España, de Cádiz a Vitoria. Si España hubiera sido liberal, Gómez hubiera sido aplastado. Si España hubiera amado a don Carlos, Gómez habría reunido cien mil hombres».46 Por ello es preciso comprender la empresa de la Expedición Real como la consecuencia de una guerra que empezaba a durar demasiado, donde las energías de los sublevados llevaban camino de debilitarse y de agotarse sus recursos económicos si no era posible imprimir un giro favorable al conflicto y cambiar así el panorama de forma definitiva. La toma de Madrid por un gran ejército carlista después de un paseo victorioso por los centros de mayor actividad insurreccional —Aragón, Cataluña y Valencia—, mientras nutría sus filas, era el tipo de acción que podía sacar a la guerra del punto muerto en el que se encontraba.47 También podría significar el final de las esperanzas de obtener la victoria sobre los liberales. Partió don Carlos desde Estella el 15 de mayo y lo hizo manifestando que había llegado el momento de «salvar a la nación» de lo que llamaba la «revolución usurpadora» y «la Revolución Impía». Y expuso con claridad la visión de la guerra civil como apéndice de una contrarrevolución europea: «vuestra conducta os granjeará el amor de los pueblos que venís a librar; ellos os apellidarán sus libertadores, y la Europa toda os admirará».48 La salida de Navarra se justificaba por el deseo contenido que consideraban había en la sociedad de recibir la oportunidad de manifestarse en favor de don Carlos. «Los pueblos abominaban la revolución. El ejército estaba cansado de la guerra y los generales deseaban un pretexto honroso para hacer traición a la Reina».49 Firmes diligencias
46 Memorias de un turista, en Obras completas, tomo IV, Aguilar, Barcelona (3.ª ed.), 1988, pp. 744-745. 47 Como afirma José Ramón Urquijo, «don Carlos intentaba mostrar ante el mundo el apoyo que su causa tenía en los territorios sometidos a dominio liberal, encabezando un cuerpo expedicionario de sus tropas con el que pretendía sublevar el país y ocupar la capital del reino». «Los Estados Italianos y España en la primera guerra carlista», art. cit., pp. 964-965. 48 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. IV, pp. 90-93. 49 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. I, p. 192.
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para el reclutamiento de solteros y viudos bajo la pena de pagar la negativa con su vida harían el resto.50 A su entrada en el primer pueblo aragonés, Castiliscar, pidieron 20.000 raciones y pienso para 1.500 caballos, actuando del modo que iba a ser normal durante todo el recorrido: A las nueve y media de la noche del 20 del corriente, de sorpresa y sin que nadie tuviese noticia, se vio esta pequeña población circunvalada e inundadas sus calles por un escuadrón de caballería carlista. Este escuadrón vino por el camino de Sádaba y sus jefes fueron a casa del alcalde y le anunciaron que iba a llegar don Carlos con su ejercito y que previniera alojamiento y raciones de pan, vino, carne y cebada y paja cuanta pudiese, pues que venían unos veinte mil hombres de infantería y mil y quinientos caballos. En efecto, al poco rato empezaron a entrar tropas, y continuaron entrando por el camino de Navarra hasta las dos o más de la madrugada. Se alojaron cuantos pudieron de las Planas mayores, y los batallones y escuadrones se acamparon en los alrededores de la población. Don Carlos llegó a cosa de las once y media de la noche. Los comisarios fueron de casa en casa registrando y sacando para raciones todo el pan, harina, vino y cebada que había y han hecho también presentar reses para raciones de carne. El 21 a las 7 de la mañana salió un escuadrón de caballería y la división de vanguardia y hasta medio día fue marchando el grueso del ejército con Don Carlos; todos por el camino que dirige al lugar de Layana. Mientras las tropas marchaban, el Ministro de hacienda Díaz de Lavandero mandó al Ayuntamiento que le entregase 2.749 reales de vellón de contribución al momento y antes que las tropas concluyesen de marchar, y que de no hacerlo se los llevaría presos y no los soltaría hasta que los entregase y pagasen una multa de diez mil reales, como que se ha tenido que sacar de una casa 8 duros de otra 6 etc., hasta completar la cantidad y se le hizo la entrega.51
La presencia de una tropa tan numerosa ocasionó abundantes dificultades a los pueblos que estuvieran a su paso, quedando sus recursos exhaustos. «Como era imposible encontrar en este corto pueblo comestible para tanta gente y caballos —explicaba el Ayuntamiento de Castiliscar—, además de haber quedado todos sus vecinos exhaustos sin nada que comer, han quedado arrasados los sembrados inmediatos al pueblo, y se han sufrido muchas pérdidas en arbolados, puertas de huertos, pajares, 50 A su entrada en Barbastro fue publicado un bando «imponiendo pena de la vida a los solteros y viudos de la edad de 17 a 40 a los que no se incorporen en sus filas». Parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1032. Y la misma actividad desarrollan las partidas de aprovisionamiento, como la de Giner y Cabañero en Paniza, de la que «se dice que recoge todos los mozos del campo bajo la pena de la vida», oficio de Muel, A.D.P.Z., Vig. XV 1032. 51 Castiliscar, 21 de mayo de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1032.
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corrales, etc. Todas las caballerías han marchado de bagajes y Dios sabe cuando volverán».52 El espíritu público en estos lugares decayó rápidamente, puesto que no parecían existir tropas gubernamentales capaces de hacer frente al gran contingente llegado de Navarra.53 La expedición llevó, sin demasiadas dificultades, el camino que puede comprobarse en el mapa 7.2. El 24 de mayo entró en Huesca y a las afueras de la ciudad se produjo una batalla en la que resultó derrotado y muerto el general Iribarren, con lo que el avance carlista continuó en dirección a Cataluña.54 Tres días más tarde se aprestaba a entrar en Barbastro y siguieron llegando hombres durante toda la noche. Las autoridades y los nacionales abandonaron la ciudad, donde se dispensó una favorable acogida a los expedicionarios,55 y allí permanecieron varios días sin apresurar la marcha. No hay una idea clara de la estrategia que estaban siguiendo al dilatar la marcha favoreciendo de ese modo el contraataque liberal. Entretanto, Barbastro tuvo que soportar la presencia del grueso de la expedición: Hasta el día 3 del que rige permaneció aquí dicha facción, causando tales estragos que sólo caben en la imaginación del que los haya visto. Con el pretexto de buscar granos y provisiones tomaban los facciosos las llaves de muchas casas, rompían tabiques y paredes para reconocer los alzados que habían dejado los vecinos y, en una palabra, se dieron al robo y al saqueo sin grande consideración a opiniones ni partidos, llevando a su salida muchas caballerías y carruajes y cuantos paisanos podían hallar para conducir sus heridos, obligándoles a este penoso trabajo a fuerza de sablazos y golpes. Su convoy a la salida de esta ciudad era inmenso y Barbastro llorará por mucho tiempo esta aciaga visita del que se llama libertador de los Pueblos. Con semejante conducta podrá inferir V.S. lo poco que ha adelantado el Pretendiente en su paso por este país, cuyo espíritu que ya era bueno, ha mejorado en cuanto cabe a favor de la justa causa.56 52 Ibídem. 53 «El tránsito y permanencia de la facción tan numerosa en este suelo desde el 20 que se presentó en las inmediaciones de Sádaba, el 23 que salió de Luna y Erla para la Ciudad de Huesca, ha abatido bastante el espíritu público, que empieza a reanimarse con la noticia de la proximidad de nuestras tropas a aquellas», decía el parte semanal de seguridad pública enviado por la alcaldía de Ejea el 28 de mayo de 1837. A.D.P.Z., Vig. XV 1032. 54 Parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1032; y «Necrológica», Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 150, 30 de mayo de 1837. La derrota fue noticiada en el Boletín del Real Ejército de Aragón, n.° 40, 3 de junio de 1837. 55 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. IV, pp. 100-101. 56 Barbastro, 14 de julio de 1837, Pascual Baselga, alcalde, A.D.P.Z., Vig. XV 1032. Abundando en algunos aspectos de la represión una carta publicada en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 171, 20 de junio de 1837.
MAPA 7.2 1837. ENTRADA DE LA EXPEDICIÓN REAL EN EL NORTE Y APROVISIONAMIENTO EN EL SUR
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Oraa consiguió llegar a Barbastro antes que la expedición partiera, pero el enfrentamiento con ella se saldó con una nueva derrota para las tropas nacionales.57 El ejército expedicionario carlista salía de Aragón sin haber sufrido ningún contratiempo importante, «se ha escurrido como una serpiente —se decía— y ha repasado el Cinca como un pato; verdad es que llevan gran procesión de heridos, acémilas, obispos, canónigos y frailes y demás zarandajas que debían embarazarla mucho, pero lo ha realizado con tanto silencio que no ha podido percibirse».58 Apenas algo pudieron dificultar la tropas nacionales el paso de los últimos batallones por el Cinca, pero fue a su llegada a Cataluña cuando comenzaron a conocer las auténticas dificultades de la empresa en que estaban embarcados: La facción, según noticias, se ha internado ya bastante en Cataluña; mas como van reunidas su fuerzas y ha pasado un terreno muy malo, la falta de subsistencias ha causado entre ellos desaliento y una deserción muy considerable, de manera que si la persecución es activa, como debe esperarse, acaso sufrirá el pretendiente un golpe mortal en esta expedición. Por descontado lleva ya muy grande baja desde que salió de Navarra y el desengaño de haber visto estos pueblos desiertos de toda persona decente, sin que tampoco nadie apenas se haya incorporado a sus filas.59
Llegó a temerse un intento de asaltar Zaragoza por la expedición, lo que movilizó a las autoridades para resistir si se diera el caso.60 Por su parte, en la Tierra Baja las partidas incrementaron su actividad en torno al Ebro, persiguiendo dos objetivos: atraer la atención de las tropas de la reina que acudían a combatir al pretendiente y acumular provisiones y suministros para abastecer a la expedición cuando recalara en el territorio de Cabrera. Era el efecto que pretendía obtener el asalto de Maella por Cabrera a fines de mayo o la reunión de partidas en las proximidades de Híjar en el mes siguiente: Una facción compuesta de más de siete mil hombres se presentó el 12 de los corrientes en la villa de Híjar al mando de Cabrera, Forcadell, Cabañero, Tena y Lafiera, y después de haber exigido varios pedidos a los pueblos
57 Boletín del Real Ejército de Aragón, n.° 41, 10 de junio de 1837. 58 Una carta al director aparecida en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 167, 16 de junio de 1837. 59 Ibídem. 60 Zaragoza, 22 de mayo de 1837, parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1032.
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circunvecinos, cayó sobre Samper, Quinto, La Zaida, Sástago, Chiprana, Jatiel y Castelnou. La más gruesa quedó en Samper en donde han incendiado algunas casas de nacionales y cuando creíamos que dicha facción venía a esta villa, supe que se dirigió porción a Castelserás, y otra a Caspe a cuya villa según noticias han atacado, y todo el día de ayer se oyó un vivo fuego desde esta villa.61
La presión de las partidas era angustiosa y sin apenas contestación, lo que llevó a temer por el asalto de Alcañiz. El 16 de junio dispuso el gobernador que se recogiese «de todas las tiendas de la ciudad la mitad de arroz, bacalao, tocino y judías que hubiese» y lo mismo con la harina que hubiera en las casas, para aprovisionar el castillo ante la posibilidad de que la ciudad fuera sitiada.62 Con la misma fecha se constituyó la Junta de Armamento y Defensa que se ocuparía de gestionar tales órdenes entre los vecinos. Sobre la actividad de estas partidas se oficiaba al Ministerio desde Zaragoza refiriendo que eran «muy considerables los estragos que cometen y los pueblos que tienen la desgracia de estar en su tránsito quedan desahuciados. Nuestras tropas debieron llegar el 16 a Caspe cuya villa así como la de Samper fue incendiada según se manifestó en oficio de ayer».63 Y en el mismo sentido se añadía: Por efecto de haber quedado esta provincia sin tropas suficientes a hostilizar a los rebeldes, los de las gavillas que acaudillan Tena, Aznar, Llangostera y otros en número de 2.500 infantes y 200 caballos recorren el campo de Cariñena y parte de la ribera del Jalón devastando los pueblos que invaden los cuales dejan sumidos en la miseria.64
Los hombres de Cabañero y Llangostera, fragmentados en diversas partidas, efectuaban exacciones con libertad en el partido de Daroca «sin que se tengan noticias de que nadie las persigue».65 Efectos muy similares se dejaban notar en los partidos de Calatayud y Belchite.66 61 Alcaldía constitucional de Escatrón, 15 de junio de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1032. 62 Sesión del 16 de junio de 1837, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales. 63 Zaragoza, 18 de junio de 1837, Parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1032. 64 Zaragoza, 17 de julio de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1031. 65 Daroca, 2 de julio de 1837, Parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1028. 66 «En los partidos de Belchite, Daroca y Calatayud se halla bastante abatido por la larga permanencia y correrías hechas por las facciones de Quílez, Llangostera y Tena», Zaragoza, 31 de julio de 1837, Parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1028.
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El Pretendiente, mientras tanto, había pasado de Cataluña a tierras de Castellón, se había acercado a la huerta valenciana y recaló finalmente en Cantavieja, donde a fines de julio reestructuraba sus fuerzas.67 Necesitaba hacerlo porque el cansancio, las derrotas y contratiempos, las dificultades para aprovisionarse, habían extendido entre ellas la decepción y se producían frecuentes deserciones. Entre las informaciones que manejaba el gobernador civil de Zaragoza se decía que por «relación de algunos facciosos de los presentados hay bastante desorden y desaliento en las filas carlistas, las cuales abandonarán muchos a la primera oportunidad».68 En alguna medida había contribuido a fomentar la deserción la aplicación firme de la orden sobre secuestro de bienes dictada el año anterior.69 Incluso las discordias internas habían servido para ahondar más las duras condiciones en las que avanzaba la expedición: la más notable, la que enfrentaba a Quílez y Cabrera. La disputa venía de muy atrás, desde las fricciones por la sucesión tras la muerte de Carnicer, sin haber desaparecido nunca, pero ahora se habían exacerbado por la circulación de una proclama atribuida a Quílez incitando a la desobediencia, que comenzaba así: Tal era vuestra conducta, y a no haberos sobrevenido con el carácter de jefe principal un advenedizo catalán, inmoral, ambicioso y disoluto, ni nuestro suelo lamentaría sus crueldades y la más fatal miseria, ni serían hoy tan escasos nuestros triunfos sobre los rebeldes. Extended una mirada a nuestro país y comparad su ruinoso estado con el floreciente que tenía antes de sujetarse al capricho de ese hombre feroz, de ese bárbaro deshonor de los carlistas, de ese Cabrera asesino tan cruel, como militar cobarde, de ese catalán en fin que juega con vosotros como con esclavos hasta privaros de jefes aragoneses bizarros, instruidos amantes de su patria y cual ningunos del rey y de la iglesia.70 67 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 207, 26 de julio de 1837. Para aspectos de la expedición que quedan fuera de nuestro foco de atención véase Alfonso Bullón, Auge y ocaso de don Carlos. La Expedición Real, Arca de la Alianza Cultural, Madrid, 1986. 68 16 de agosto de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1031. Estas noticias cobraban un valor propagandístico cuando aparecía en la prensa diaria de Zaragoza: «Por los presentados de la facción de Navarra se sabe que ésta está en el mayor abatimiento y desorganización; comprueba esto los muchos que verifican su presentación en los puntos fortificados: dicen igualmente por los 1000 y tantos caballos que sacó de Navarra han quedado reducidos a 400 que son los que se hallan en la parte de Belchite: su infantería se halla reducida a casi la mitad, sumando en todos ellos el mayor descontento». Capitanía General de Aragón, Plana Mayor, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 221, 9 de agosto de 1837. 69 Parte semanal de seguridad pública, 15 de agosto de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1028. 70 Pons, 17 de junio de 1837. Proclama publicada en el Eco del Comercio y reproducida en el Diario de Zaragoza, n.° 187, 6 de julio de 1837.
MAPA 7.3 1837. LA EXPEDICIÓN REAL AL SUR DE ARAGÓN
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Añadía críticas a los excesivos cargos de responsabilidad entregados a los catalanes, «hasta el gobierno de Cantavieja», e inducía a desconfiar de ellos, «pues Cabrera, Forcadell, Llangostera y otros, están conchabados para refugiarse al extranjero para vivir allí regalados con el peculio que han sabido proporcionarse con las contribuciones y productos de los ricos frutos y rebaños que nuestros pueblos han llevado en cuantiosas cantidades a Cantavieja, en donde, como sabéis, se comerciaban por una compañía de catalanes a ínfimos precios con escandaloso soborno de ese Cabrera, titulado caudillo vuestro».71 El propio Boletín del Ejército Real de Aragón Valencia y Murcia tuvo que mediar en el asunto dando algunas explicaciones nada frecuentes en su estilo. «Olvido aragoneses, reconciliación y fraternidad: ya es tiempo que cesen los antiguos odios y rencillas; y si ha de haber alguna rivalidad entre Aragoneses, Catalanes y Valencianos, sea no más que para estimular el valor del soldado y promover el entusiasmo en las filas de los combatientes». Haciendo además excitaciones a la unidad necesaria en ese momento: «Mas Cabrera es Catalán… reparo es éste que haría muy poco honor al necio que reparase en tamaña friolera. ¿Son acaso Cataluña y Valencia extranjeras a la corona de Aragón?».72 El texto es con toda probabilidad apócrifo, pero hubiera podido ser suscrito por Quílez. En cualquier caso cumplía la finalidad de excitar las rencillas internas en el bando carlista y esto no era ajeno a la prensa liberal. Por ejemplo, había dado eco a un rumor, que tiene conexiones con lo anterior, según el cual en Ulldecona se había acordado «que Quílez se quedara mandando en Aragón y Valencia y que Cabrera, que está mal con Quílez, continuase con D. Carlos como general de vanguardia. Quílez por otra parte quiere vengarse de Cabañero, porque ha sabido de ciertas andanzas de éste con la mujer de aquél».73 Y tampoco dejaban de recoger las noticias ciertas que alimentaban la imagen de una plana mayor enfrentada. Es el caso del encarcelamiento de Serrador ordenado por Cabrera.74
71 Ibídem. 72 Boletín del Ejército Real de Aragón, Valencia y Murcia, n.° 53, 22 de junio de 1837. 73 Artículo de la Gaceta de Madrid, publicado en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 203, 22 de julio de 1837. 74 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 194, 13 de julio de 1837; y Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de los principales cabecillas facciosos de las provincias de Aragón y Valencia…, op. cit., p. 23.
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Sólo ante la victoria podía recomponerse la cohesión de aquel ejército expedicionario que serpenteaba por las serranías del Maestrazgo sin dar muestras de conocer con claridad el destino que llevaba. Y ésta se produjo, en palabras de Lichnowsky, «tan completa y tan decisiva que devolvió a la causa real todo su lustre y preponderancia» en Herrera de los Navarros el 25 de agosto.75 Allí la división de Buerens fue derrotada, lo que facilitó la salida del Pretendiente de Aragón con determinación en dirección a Madrid. Murió Quílez, y también Manolín, con lo que quedó disuelto el enfrentamiento personal en favor de Cabrera, que, una vez más, se beneficiaba de la desaparición de los jefes que podían ensombrecer su figura.
7.4. El fracaso de una guerra peninsular Como es de todos conocido, la Expedición Real llegó a las puertas de Madrid sin contratiempos importantes, pero no asaltó la ciudad. Generalmente, se han considerado ocultos los motivos por los que no se procedió al asalto, siempre basándose en que la plaza estaba desguarnecida y la operación era sencilla. Sólo el complot explicaría el desenlace.76 Sin embargo, ésta no era la información que obraba en disposición de algunos gabinetes diplomáticos. Por ejemplo, el embajador francés planteaba la cuestión en estos términos: […] el gobierno no tenía a su disposición más que dos batallones de infantería y algunos escuadrones de caballería. Espartero no había anunciado su llegada hasta el 13. Pero la artillería de la Guardia Real y Nacional daba a las tropas de la reina una ventaja significativa sobre los rebeldes. Las medidas defensivas fueron tomadas con inteligencia y energía. Estas medidas bien dispuestas han asegurado la tranquilidad de la capital. Espartero llegó con su división el 13 por la tarde.77
75 Príncipe Félix Lichnowsky, Recuerdos de la guerra carlista (1837-1839), EspasaCalpe, Madrid, 1942, p. 119. 76 «Por algo que nunca se ha explicado, las fuerzas carlistas permanecieron inactivas a las puertas de Madrid», plantea R. Oyarzun, y se cuestiona: ¿qué misterio cubre todos estos inexplicables episodios?, La historia del carlismo, Alianza, Madrid, 1969, pp. 105106. Alfonso Bullón ha continuado en la línea defendiendo que asaltar Madrid hubiera proporcionado la victoria a los carlistas, pero motivos políticos detuvieron el asalto definitivo de don Carlos sobre la capital. La primera guerra carlista, op. cit., pp. 305-306. 77 «Compte rendu sur les événements qui se sont passés en Espagne pendant les mois d’aôut, septembre et octobre de l’année 1837», f. 13. A.M.A.E., Mémoires et documents. Espagne, 311, «1834 à 1844».
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Así las cosas, el desenvolvimiento de la acción frente a Madrid fue una manifestación de fuerza cuyo protagonista tenía serias dudas sobre sus posibilidades de obtener la victoria en un eventual asalto. Es el propio pretendiente quien ha mostrado su vanguardia a 7 leguas de Madrid. Permaneció personalmente en Arganda donde hizo algo parecido a un besamanos, con motivo de su próxima entrada en la capital. Se dice incluso que había fijado el momento el 13 por la mañana, y que en una orden emanada de él mismo, amenazaba con la pena de muerte a todo soldado que insultara a un solo habitante y ordenaba prestar la más grande consideración a la viuda, a sus hijos y a los infantes. Sea como sea, estas demostraciones no fueron más que vanas fanfarronadas. El pretendiente no ha tenido ni un solo instante la posibilidad de entrar en Madrid. Las medidas defensivas tomadas para la seguridad de la villa y que se redujeron a algunas casas aspilleradas, y a algunas obras de ladrillo elevadas apresuradamente delante de las puertas de Madrid, no hubieran sido más que unos recursos insignificantes si los carlistas estuvieran en posesión de artillería o del material necesario para intentar un asalto. Pero no tenían nada. Tampoco su demostración delante de Madrid ha podido tener otro objetivo que el de producir un efecto moral, tanto en España como fuera de ella, y provocar en la villa movimientos carlistas o insurreccionales que pudieran aprovechar.78
Considerado de esta forma, resulta más comprensible que no se llegara al asalto, máxime cuando la expedición no se había caracterizado por la claridad de ideas.79 Queda en un segundo plano la hipótesis de la negociación,80 que, si bien está documentado que se produjo,81 no basta para explicar la generosidad de los carlistas por no atacar la capital ni permite sostener la idea de que «nuevamente» fueran objeto de una traición. 78 Ibídem. 79 «¡Tan inmensas fueron las consecuencias de la falta de unión y de las intrigas que reinaban en los alrededores próximos al Rey que hacían imposible toda enérgica exteriorización de fuerza y paralizaban toda empresa!», afirma August von Goeben, Cuatro años en España (1836-1840). Los carlistas, su levantamiento, su lucha y su ocaso. Esbozos y recuerdos de la guerra civil, Institución Príncipe de Viana-Diputación Foral de Navarra, Pamplona, 1966, p. 153. 80 En la correspondencia del embajador francés se describe así el estado de ánimo de la reina: «Elle est prête à tous les sacrifices. S’il faut renoncer à la couronne, au nom de sa fille la Reine est prête à ce sacrifice, que ce soit au profit de Don Carlos, peu lui importe. Elle ne peut plus continuer à se soutenir entre les exaltés et les moderés. Ceux-ci sont furieux de ce que le Ministère n’a pas été composé d’hommes de leur parti. Ils menacent de s’entendre directement avec les généraux». A.M.A.E., Mémoires et documents, 311, «1834 à 1844», f. 12. 81 Véase José Ramón Urquijo, «Los Estados Italianos y España durante la primera guerra carlista», art. cit., pp. 961-965.
MAPA 7.4 1837. LA SITUACIÓN HASTA FIN DE ANO
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La cuestión es que la dilación con que se llevaron las operaciones frente a Madrid permitió la aproximación de las tropas que mandaba Espartero, infligiéndoles una importante derrota en Aranzueque, que marcó la penosa marcha de regreso hasta las provincias vascas. La circunstancia proporcionó un respiro al ministerio, que, si bien no suponía el final de la guerra, por lo menos la recluía nuevamente a los focos de actividad habituales del norte y levante: La guerra actual que aflige la Península va tomando un aspecto favorable por parte de las armas nacionales. El grueso de las facciones capitaneadas por el Pretendiente, que venían lanzadas con objeto de apoderarse de la capital han sido rechazadas y huyen derrotadas y en desorden. Valladolid, que ha estado ocupada unos pocos días por la facción de Zaratiegui, ha vuelto al poder de nuestras armas después de haber sido completamente batida la división de aquel jefe de rebeldes. Castilla la Vieja, donde esperaban establecer su dominio, tiene ya en su seno un número considerable de fuerzas nacionales que mandadas por los generales Carondelet y Lorenzo, purgarán pronto aquel vasto territorio de la facción que la infestaba. El general conde de Luchana persigue de cerca al Pretendiente; el general Oraa hace lo mismo con las gavillas de Cabrera, Forcadell y otros cabecillas. Su Majestad se halla satisfecha del actual estado de cosas y de los felices resultados que prometen. Esta capital que se ha mostrado tan magnánima al aproximarse la facción, se entrega hoy a las más halagüeñas esperanzas.82
Cabrera, que había acompañado al pretendiente hasta la capital, regresó a Aragón a finales de septiembre. Había visto actuar al ejército de don Carlos, había convivido con sus oficiales, con sus cortesanos y sus clérigos. Ahora tenía una imagen propia de todo ello y, a pesar de no ser todo lo positiva que hubiera esperado, desde luego iba a servirle de referencia para actuar a partir de entonces. Los movimientos que se llevaron a cabo en los meses que quedaban hasta final de año desnudan la naturaleza de la experiencia recientemente aprendida. Cabrera, desde ese momento, se supo solo, comprendió que contaba únicamente con sus propios recursos y no cabía esperar apoyos del norte. En consecuencia, puso en marcha una estrategia propia dispuesta a consolidar el poder territorial que ya tenía y a conformarlo de un modo autónomo. Para ello continuó con prácticas que ya hacía tiem-
82 Circular del Ministerio de la Guerra, 26 de septiembre de 1837, publicada en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 297, 6 de octubre de 1837.
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po que venía efectuando, pero les dio un carácter mucho más sistemático. Quería asegurarse de que las contribuciones se pagaran de manera regular y, por ello, las exigencias se reforzaron con la toma de rehenes como garantía del pago donde la presencia de sus fuerzas no era suficiente. Así había sucedido en Mediana,83 Codo84 o Quinto.85 En diciembre, en la misma línea de mejorar la efectividad de sus recursos, fue decretada por la junta una quinta que incluía a «todos los solteros y viudos sin hijos que hubiese de diez y seis a cuarenta años en cada pueblo»86 y fue difundido un bando para que se presentaran todos los indultados que hubiesen pertenecido alguna vez a las filas de don Carlos, pues «de lo contrario se llevarán sus familias».87 Después del paso de la expedición quedó en el área de aprovisionamiento —aquella no controlada directamente por los carlistas— un sentimiento de impotencia y desolación. Las exacciones en dinero o en especie habían sido muy voluminosas, incluso allí por donde no había pasado físicamente el grueso de la tropa. En Épila, por ejemplo, la cantidad que había exigido Cabañero era de 40.000 reales.88 También la violencia que sufrieron muchos pueblos dejó profundas marcas en la moral de sus habitantes. Particular impacto causó el fusilamiento de los milicianos nacionales de La Puebla de Híjar. El gobierno es acusado de indolencia ante estos sucesos: «mientras los lamentos de infinidad de huérfanos, viudas piden venganza al cielo contra los autores de su desgracia, mientras la nación entera pide a gritos paz, el ministerio persiste en su sistema de apatía y de inacción, aumenta la infelicidad de los pueblos, y protege en cierto modo con criminal tolerancia la existencia de esa canalla sanguinaria, cuyo norte es la destrucción, su sistema, la crueldad y sus teorías las más terroríficas que se puedan imaginar […]. Éste es el gobierno que dirige las riendas del Estado».89 Situaciones como ésta llevaron a reaccio-
83 A.D.P.Z., Vig. XV 1032. 84 Ibídem. 85 Ibídem. 86 Reproducido por A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. IV, p. 406. 87 Leído en Sástago el 23 de diciembre de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1032. 88 Oficio de Cabañero enviado desde Villar de los Navarros, 31 de mayo de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1032. 89 Artículo aparecido en el n.° 89 del Matamoscas y reproducido en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 222, 10 de agosto de 1837.
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nes de clase frente a la guerra, introduciendo la violencia como única defensa popular contra la insurrección. «En la guerra actual las facciones llevan consigo la sangre, el terror, los cadalsos, la opresión, y la ignominia, y en cambio se nos predica la fusión, la moderación, el orden». Sin embargo, la política de guante blanco de un gabinete se vacía de argumentos cuando se ponen los pies en el suelo: «Nacionales de la Puebla de Híjar, quién llorará con vuestras familias: ¿Los ministros? ¿los generales?… vuestros compañeros y no más».90 Entre el temor y la ruina el clima era el más propicio para preguntarse sobre las causas de lo que estaba sucediendo. Hacía tiempo que se miraba al gobierno como el principal culpable de muchos de los avatares de la guerra. No en vano las situaciones revolucionarias de 1835 y 1836 habían tenido un eco importante en Aragón. Ante nuevos sucesos surgían nuevas perspectivas y ahora, al ver que prestigiosos oficiales secundados por tropas entusiastas no conseguían los resultados que se auguraban, era señalada la figura de los arrendatarios de suministros, aquellos que contrataban con el ejército los aprovisionamientos. Pocas dudas deja la siguiente explicación: Ello es que alguna causa debe haber para que las desgracias se multipliquen. Nuestras tropas son valientes y exceden a los enemigos en número y los generales Espartero y Oraa que las mandan tienen acreditado su valor, patriotismo y talentos militares. Sin embargo, los soldados padecen escasez y los pueblos se hallan sumidos en la mayor miseria. Véase, pues, si alguna vez sucede lo que se cuenta de un niño que se iba secando porque cuando su madre dormía una culebra se mamaba la leche y dejaba al niño que le chupase la cola. Yo no cito a nadie, ni me dirijo a nadie, ni me quejo de nadie. Sólo deseo el bien de mi patria y de los pueblos, la equidad, el orden y la justicia.91
Son opiniones que reflejan un determinado estado de la opinión pública y que, al margen de su mayor o menor acierto, señalan puntos oscuros en el desenvolvimiento general de la guerra. Del mismo modo, la incorporación a la Milicia Nacional es un barómetro que indica tanto el respaldo de la sociedad al régimen como su propia salud en un punto concreto. Y ésta no debía de ser muy boyante cuando, por ejemplo, el
90 Observaciones, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 208, 27 de julio de 1837. 91 Diario Constitucional de Zaragoza, Suplemento del 11 de septiembre de 1837.
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Ayuntamiento de Alcañiz respondió a la solicitud de los oficiales del cuerpo para que impulsara en lo posible el alistamiento en dicha fuerza manifestando la «inutilidad de los afanes», lo que llevó a las autoridades municipales a «desistir de aquel aumento» y a decidir, como única acción viable, poner «en el mejor estado la referida compañía, haciéndolos entender sus deberes, y desechando de ella a los que no inspiren confianza, a los arrepentidos y díscolos si los hubiese».92 A pesar de todo esto, el liberalismo vivió un momento dulce en los asuntos de la guerra civil a fines del año 1837 después del fracaso de la Expedición Real. Esto era más evidente en la provincia de Zaragoza porque no tenía en su superficie núcleos insurrectos de ocupación permanente y se apreciaban mejor estos cambios de tendencia: El espíritu público se ha reanimado extraordinariamente con las noticias oficiales recibidas últimamente a cerca de los triunfos de nuestras armas sobre las hordas del pretendiente; y en toda la provincia se disfruta de tranquilidad excepto algunos pueblos del partido de Daroca que han sido invadidos por la facción de Cabañero, el cual con 200 rebeldes se encontraba ayer en Cosuenda habiendo pedido 2.000 raciones de toda especie al pueblo de Herrera; indicando otros avisos que también se aproximaba Cuevillas. […] En este día han llegado a esta Capital 200 prisioneros procedentes de la facción navarra que de Cataluña pasó al alto Aragón y se encuentra a las inmediaciones de Jaca.93
Estas variaciones en el flujo de las partidas eran poco apreciables en la provincia de Teruel, cuya superficie, surcada diariamente en operaciones de aprovisionamiento de víveres y hombres, y con núcleos fortificados ocupados permanentemente, estaba de continuo alterada por la guerra. La conciencia de sociedad agredida que la expedición sobre Madrid había causado se aprovechó para decretar una contribución extraordinaria de guerra «para cubrir el déficit que se presumen entre los gastos y recursos del Estado en el año corriente».94 Y, cuando el peligro desapareció, se hizo uso del sentimiento contrario, el de liberación, para movilizar a la sociedad en apoyo del régimen. El gobernador político de Belchite decía a Sebastián Capdevila: «es indispensable que usted avance con su
92 Sesión del 27 de septiembre de 1837, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales. 93 23 de octubre de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1031. 94 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 267, 24 de septiembre de 1837.
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partida y opere incesantemente para interceptar la correspondencia de las facciones, prenderlas y capturar desertores de las mismas y de los nuestros para que todos los pueblos vean palpablemente la utilidad de estas partidas volantes».95 «Niéguense o retárdense a los fugitivos las raciones y auxilios que necesitan; hostilicen las poblaciones a los dispersos; sean acosados en todas direcciones […]», proclamaba el jefe político de Soria, que se manifestaba dispuesto a indemnizar «las recientes pérdidas de los leales».96
95 3 de octubre de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1025. 96 Jerónimo Muñoz y López, A los habitantes de la Provincia, Soria, 3 de octubre de 1837.
8. LA PARADOJA DE LA INSURRECCIÓN: ESPLENDOR Y LIMITACIONES (1838-1839) Ellos han dado un nuevo día de ventura a la patria, y han probado que son los mismos que humillaron las águilas francesas, los mismos que defendieron nuestras instituciones en 1823, y en fin que Zaragoza no se desmiente nunca y que sus habitantes prefieren la muerte al despotismo […].1
En el plano general, la Expedición Real puso de manifiesto que la insurrección carlista nunca conseguiría derribar el edificio liberal, ni derrotando a su ejército ni provocando un levantamiento en masa de todo el país que decidiese la situación. Sin embargo, en Aragón abrió paso al período de mayor expansión carlista. El desarrollo concreto de la guerra se tornó favorable, más hombres, mayores territorios, nuevas victorias… Pero, en el fondo, latía una realidad contradictoria e indiscutible, como de tragedia griega, que finalmente terminaría por imponerse. En el contexto nacional en el que había que entender el conflicto, no quedaba lugar para una resistencia autónoma planteada desde el Maestrazgo. En la raíz de ese esplendor del instante estaba la esencia del propio final. La conciencia de que el norte tenía escasas posibilidades de decidir la guerra a su favor después de la Expedición Real llevó a desarrollar de forma autónoma todas las posibilidades insurreccionales que tenía el Maestrazgo, pero aceptar esto suponía también que nada impediría su caída cuando en el norte cesara la resistencia. 1 Carta de felicitación por el 5 de marzo enviada por la Milicia Nacional de Ateca y publicada en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 114, 25 de abril de 1838.
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La evolución de la guerra en Aragón tiene que ser considerada en sus justos términos, relativamente, por lo tanto. La virtualidad de todas sus acciones, desde 1833 hasta 1840, dependió mucho menos de su fuerza absoluta, que no era tanta, que de su capacidad para aprovechar las ocasiones que se le brindaban. Dificultades en la definición del proyecto liberal, disolución y desorganización de las fuerzas militares, particularidades geográficas o capas de campesinos descontentos, fueron oportunidades que permitieron progresar a la insurrección carlista, pero siempre que hubiera otros frentes abiertos que limitaran los recursos económicos y humanos disponibles para el gobierno cargando el peso sobre la población. Creer otra cosa sería falsear la propia naturaleza del fenómeno. Por eso, en el momento mismo en que Cabrera tuvo conciencia de que sólo podía contar con sus propias fuerzas, de que en la corte de don Carlos precisarían todas sus energías para mantenerse unidos y continuar el enfrentamiento en el norte, está contenida la esencia del fin de la guerra. Y también, necesario es decirlo, está en él la fascinación que han ejercido a través del tiempo esos dos años —1838 y 1839—, en los que el carlismo en Aragón, aferrándose a la realidad de una fuerza que obtenían de manera cotidiana en los territorios de su entorno, ignoró la realidad de conjunto, las grandes estructuras que condicionaban, sin consultar, la realidad a medio plazo e ignoró que, a esta escala, las posibilidades de mantener la insurrección en el Maestrazgo con expectativas de desarrollarse eran muy escasas.
8.1. El 5 de marzo de 1838 Desde comienzos de año la actividad insurreccional se había manifestado bastante alta en distintos frentes. Don Basilio, al mando de una expedición con más de 2.000 hombres, entró en Calatayud y recorrió su partido y el somontano del Moncayo haciendo acopio de provisiones.2 El cura de Viacamp presionaba sobre la ribera izquierda del Noguera en la frontera
2 Diversos partes diarios de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1040; Parte de la columna volante de Ateca, A.D.P.Z., Vig. XV 1041; Diario Constitucional de Zaragoza, núms. 7, 11 y 25, 7, 11 y 25 de enero de 1838; F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. II, pp. 45-46.
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catalana.3 Y fue tomada Morella,4 el tercer núcleo que, junto con Beceite y Cantavieja, cumplió desde ese momento el papel de símbolo del poder territorial del carlismo en el Bajo Aragón-Maestrazgo.5 Además, Cabañero destacaba como el jefe carlista que venía desplegando una mayor y más intensa actividad. En apenas dos meses había estado recaudando suministros en lugares tan dispares como Huesa, Híjar, Aliaga, Camarillas, Calamocha, Santa Eulalia y Albarracín, había llegado a las puertas de Teruel, en las Salinas de Tierzo había estado vendiendo sal y también había recalado en la granja del Monasterio de Piedra. Pero fue un verdadero golpe de efecto que a comienzos de marzo se lanzara al asalto de Zaragoza. Cada vez que las partidas se habían acercado a Zaragoza cundía cierta alarma entre la población y esto había sucedido, una vez más, a comienzos de enero de 1838.6 Circulaban por esas fechas también algunas informaciones que indicaban «estar próximo a estallar una bullanga en Zaragoza».7 El periódico La España había publicado en este sentido que en Zaragoza «se estaba trabajando, y no sin fruto, para trastornar el orden preparando juntas, vejaciones y venganzas».8 Este contexto nervio3 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 41, 10 de febrero de 1838. 4 La importancia de la toma de Morella para el desenvolvimiento de la guerra en Aragón fue clave, como reconocía el propio jefe político de Zaragoza: «La situación crítica por consecuencia de la toma de Morella, que ha hecho dueños del país a los enemigos, tiene conmovidos los ánimos de todos los patriotas que, como yo, prevén los mayores desastres si aquellos valientes [los de Gandesa] sucumben según es de temer por falta de auxilios. Los fuertes de Alcañiz y Caspe es de presumir sean el objeto de la ulteriores operaciones de Cabrera si consigue apoderarse del que tantas veces ha humillado su osadía y vencidos los únicos estorbos que en el día tiene extenderá indudablemente a esta provincia la desolación que experimenta la de Teruel». Parte diario de seguridad pública, Zaragoza, 20 de febrero de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 5 Después de esto, habían podido escribir F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado: «En principios de 1838 las facciones poseían a Cantavieja y a Morella y con ellas poseían también el territorio que hay entre Tortosa y Teruel, entre Alcañiz y Murviedro y entre Vinaroz y Montalbán, es decir, toda la provincia de Castellón, la mitad de la de Teruel y la tercera parte de la de Tarragona», Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, vol. II, p. 5. 6 El capitán general tuvo que desmentir las amenazas para calmar los ánimos. Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 7, 7 de enero de 1838. 7 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 8, 8 de enero de 1838. 8 Número 219, transcrito por la Diputación Provincial de Zaragoza en un desmentido de 9 de febrero de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. Reproducido unos días después en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 43, 12 de febrero de 1838, junto con la contestación del jefe político.
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so y agitado precedió el asalto de Cabañero a Zaragoza la noche del 4 de marzo, que contó con apoyos dentro de la ciudad. Existen numerosas versiones de los acontecimientos,9 pero, como en lo fundamental no hay discrepancias, adoptaremos una que contenga los elementos principales: En 5 del corriente —refería el Ayuntamiento de Zaragoza—, a las 4 menos cuarto de la mañana 12 hombres con un oficial asaltaron las tapias inmediatas a la Puerta del Carmen valiéndose de las escaleras que les proporcionó un paisano de esta ciudad, que se cree sea un pergaminero que habitaba en el Arrabal de las Tenerías, los que forzaron la dicha puerta del Carmen dando por ella entrada, a las 4, a tres batallones facciosos a las órdenes de Cabañero quedándose fuera, a la puerta y en la cortina que dirige a la de Santa Engracia, otro batallón y sobre 300 caballos a las de Espinard. Un Batallón se dirigió por la calle de la Victoria a la Plaza de San Pablo ocupando la calle de este nombre y el Mercado, los otros dos se dirigieron por el paseo al Coso, ocupando el uno la izquierda de la plaza de la constitución extendiéndose por la calle de la Cedacería a apoyarse en el que se hallaba en el Mercado, y corriéndose el otro por la derecha hasta la puerta del Sol, esto lo verificaron con tal silencio que los serenos del barrio del Carmen y los demás de la ciudad que se retiraron a las 4 no tuvieron noticia alguna, ni tampoco los jefes de vigilancia, ni los oficiales de cuarto de Ronda que unos y otros pertenecían a la guardia Nacional. La guardia del Principal, viéndose sorprendida rompió un tabique y se hizo fuerte en el teatro y en la próxima casa del teniente Rey, la del General cerró la puerta. Varias partidas facciosas penetraron a lo interior de la ciudad pero se replegaron al momento, posesionados en esta forma de una línea que atraviesa la ciudad en toda su extensión hicieron tocar generala a su tambor a cuyo toque varios nacionales y oficiales acudieron al Coso, siendo unos y otros prisioneros de los enemigos. Al toque prorrumpieron en repetidos
9 Parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1040; Parte de guerra dado al secretario de Estado, Diario Constitucional de Zaragoza, núms. 64, 69 y 93, 6, 11 de marzo y 4 de abril de 1838; Charles Dembowski, Deux ans en Espagne et en Portugal pendant la guerre civil, Londres, 1841, recogido por Marcos Castillo Monsegur en XXI Viajes (de europeos y un americano a pie, en mula, diligencia, tren y barco) por el Aragón del siglo XIX, Diputaciones de Zaragoza, Huesca y Teruel, Zaragoza, 1990, p. 70; F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. II, pp. 39-41; A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. V, pp. 52-54; Carlos Forcadell, «La Cincomarzada. Historia de una fiesta popular», en E. Fernández Clemente y C. Forcadell Álvarez, Estudios de Historia Contemporánea de Aragón, Facultad de Ciencias Empresariales, Zaragoza, 1978, pp. 37-44; Francisco Asín, La Cincomarzada, Ibercaja, Zaragoza, 1989; y María Rosa Jiménez, El municipio de Zaragoza durante la regencia de María Cristina de Nápoles (1833-1840), Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1979, pp. 262-266.
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vivas a Carlos 5.º y a su jefe Cabañero, lo que notició al vecindario de la novedad ocurrida, pero a pesar de la obscuridad de la noche, de las voces que daban de ser dueños del castillo, de las baterías y del General, los Zaragozanos acordándose de quién eran hijos, rompieron desde los balcones y tejados un vivo fuego, bajaron a la calle y desde las esquinas a pecho descubierto les atacaron con tal denuedo que antes de las [9] de la mañana no sólo les habían obligado a dejar la ciudad abandonando la batería de Santa Engracia en la que había 10 piezas de todos calibres de que desgraciadamente se habían hecho dueños sorprendiendo a la guardia que quedó prisionera, si es que además dejaron en las calles más de 200 muertos y sobre ochocientos prisioneros, entre ellos un comandante y 32 oficiales […].10
Y con retórica propia de los relatos sobre los Sitios continuaba: […] las partidas de tropa que se hallaron en la ciudad correspondieron al buen nombre de que con tanta razón goza el ejército español, los oficiales y tropa de la artillería volante se hallaron allí donde era mayor el peligro, los oficiales retirados, los heridos y convalecientes, los refugiados, los milicianos nacionales, en fin todos los que se hallaban en la ciudad rivalizaron en heroísmo todos a porfía y cada uno de por sí peleaba cual si de su brazo tan sólo dependiera el triunfo y en medio del desorden que causa una sorpresa por la noche cuando es imposible reunirse y combatir con orden y dirigidos por sus respectivos jefes y oficiales todos con placer seguían en los diferentes puntos las órdenes que el más valiente y más inteligente les daba. A las 8 de la mañana ya los batallones de la Milicia Nacional estaban reunidos en sus puntos y los oficiales del ejército en los que se les había designado. La artillería volante, tanto la del ejército como la de la milicia, en unión con la caballería guardaba el puente de la Huerva de cuyo paseo y monte de Torrero había desalojado en unión con la batería de Santa Engracia al enemigo. La diputación y el Ayuntamiento reunidos dictaban las providencias necesarias. El Señor Jefe Político como presidente de estas corporaciones y como subinspector de la Milicia se hallaba en todas partes. A las 9 ya la calma se había restablecido y sin la multitud de cadáveres que se hallaban diseminados por las calles nadie hubiera creído lo que había sucedido.11
La ciudadanía reaccionó de forma compacta contra los carlistas en una situación difícil, organizándose por encima de los mecanismos de protección dispuestos por el Estado y dejando muy pocas fisuras para que, desde el interior, se manifestara apoyo a los asaltantes.
10 Alcaldía Constitucional de Zaragoza, 10 de marzo de 1838, Parte semanal de protección y seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 11 Ibídem.
MAPA 8.1 ACTIVIDAD CARLISTA HASTA EL 5 DE MARZO DE 1838
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Pero del 5 de marzo es tan importante lo que fue realmente como lo que significó. Significó el tope del carlismo en Aragón, un punto más allá del que no iba a llegar. Zaragoza, una vez más, se manifestó como obstáculo insalvable para la contrarrevolución. El papel que cumplía en la estructura administrativa y militar del Estado, su actividad económica con una gran vocación para el comercio, su estructura productiva con una importante masa asalariada y una activa burguesía, la experiencia política de unos hombres que se remontaba a 25 años atrás, opuso al empuje carlista una sociedad que nada esperaba del carlismo y que estaba decididamente de parte del sistema constitucional. Sólo esto puede explicar una reacción cohesionada y multitudinaria como la exhibida aquella noche de marzo. La jornada muy pronto se revistió de tintes épicos que podían ser cantados en una Oda al 5 de marzo de 1838,12 manifestados en forma de una esquela en la prensa13 o en prosa, la prosa enardecida el jefe político, manifestándose así: «No encuentro expresiones con que elogiar vuestro arrojo, vuestro patriotismo y vuestra decisión por la defensa de la libertad de la patria, hollada por la más temeraria empresa que pudo concebir la audacia de los enemigos».14 Siguieron las comparaciones con otras jornadas heroicas todavía presentes en la mente de todos, las de los sitios de Zaragoza. Y llovieron felicitaciones de personas —José de Palafox, el general Oraa…—, cuerpos —destacando con mucho las Milicias Nacionales— e instituciones —ayuntamientos, diputados a Cortes—, desde todos los puntos de Aragón —Calatayud, Pina, Daroca, Borja, Jaca, Teruel, Huesca…— y de toda España —Gandesa, Madrid, Tudela, Valencia, Logroño, Barcelona, Vitoria, La Coruña…15 La noticia circuló tan rápida
12 Firmada por las iniciales M.A.P. y aparecida en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 66, 8 de marzo de 1838. 13 «Zaragoza / El amor de la patria no conoce obstáculos; / en donde existe obra milagros / Sentencia del célebre Segur, / patentizada en las calles de Z en la madrugada al día 5 de Marzo de 1838». Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 67, 9 de marzo de 1838. 14 Alocución a los «Valientes Nacionales de todas armas de esta heroica capital», Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 66, 8 de marzo de 1838. 15 Una avalancha de felicitaciones que puede comprobarse mediante el seguimiento de las publicadas en el Diario Constitucional de Zaragoza durante los dos meses siguientes a los hechos.
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como intensamente, causando un fuerte impacto allí donde llegaba. En general, las reacciones fueron muy parecidas a la de Juan de Leyva, en Huesca, que contestaba en estos términos a Francisco Moreno, jefe político de Zaragoza: Mi estimado compañero: el suceso que V. me ha comunicado por extraordinario de la gloriosa defensa de esa Ciudad e invasión de Cabañero nos ha dejado aturdidos y apenas podemos salir de la sorpresa. He dispuesto que vaya el dador que lo será don Francisco Cabrera a fin de que averigüe el todo de lo ocurrido y su ramificación interior y exterior. Espera que V. le dirá cuanto conduzca a este objeto y que confidencialmente me instruya de lo que deba saber para conducir esta provincia en tan azarosas circunstancias. = Doy a V. la más cordial enhorabuena por su glorioso triunfo esperando disponga del afecto y simpatía de su compañero y amigo.16
Tan sólo tres días después de los hechos la reina decretó que la ciudad de Zaragoza añadiera «a sus gloriosos títulos el de siempre heroica e incorporara a su escudo de armas una orla de laurel».17 Y poco después fue concedida a los militares, a los milicianos nacionales y a los habitantes de Zaragoza «que en la noche del 5 de marzo del presente año arrojaron de aquella ciudad a las tropas del Príncipe rebelde que habían logrado introducirse en su recinto» una «cruz de distinción».18 Las circunstancias del asalto a Zaragoza fueron objeto de discusión en Cortes sólo tres días después de que hubieran sucedido. La jornada del 5 de marzo en Zaragoza alcanzó, casi de inmediato, la calidad de símbolo, símbolo de la lucha por la libertad, de la participación popular en la configuración de los destinos políticos de la sociedad en la que vive. Por eso, no es extraño que apenas trascendiera la muerte del general Esteller el 6 de marzo a manos de la multitud. Esteller era el 2.° cabo de la ciudad, la máxima autoridad militar la noche del asalto, una persona casi anciana que no supo reaccionar ante el ataque carlista, que se ocultó e, inmovilizado por el terror, dio pie a que otras estructuras sociales y militares más elementales arrostraran con el peso de la resistencia. Cuan-
16 Huesca, 6 de marzo de 1838, Juan de Leyva a Francisco Moreno, jefe político de Zaragoza, A.D.P.Z., Vig XV 1253. 17 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 70, 12 de marzo de 1838. 18 Decreto firmado por la reina el 16 de abril de 1838, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 109, 20 de abril de 1838.
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do la ciudad volvió a la calma, las acusaciones de connivencia con los asaltantes no tardaron en oírse y, sin excusa fácil para su actitud, fue apresado. Sin embargo, la ciudadanía había visto demasiadas veces que los implicados en conspiraciones carlistas se adentraban en procesos interminables y las responsabilidades quedaban diluidas en el proceso. Se habían producido aglomeraciones y alborotos para ver juzgar a los implicados en el levantamiento de 27 de febrero de 1834. Esta vez no iba a suceder lo mismo. Arropados por una algarada entraron algunos hombres en el lugar donde se hallaba prisionero Esteller y lo asesinaron. Fue la violenta reacción de una comunidad satisfecha de haber peleado por su destino y profundamente desengañada ante la dejación e incompetencia, cuando no era simple engaño, que había guiado a las autoridades, estatales o provinciales, que la habían gobernado. Por eso, la reacción fue, por encima de buscar culpables del movimiento, perseguir cualquier responsabilidad en la sorpresa de Cabañero, antes de que los propios ciudadanos tomaran esta responsabilidad por inactividad de las autoridades. El hecho fue considerado como un contratiempo molesto pero comprensible por el enardecimiento de los ánimos de los zaragozanos. El jefe político lo justifica hablando de un acontecimiento desgraciado «hijo del justo resentimiento que había producido la osadía de los rebeldes, [que] vino a turbar, aunque momentáneamente, la tranquilidad que se disfrutaba» en la ciudad.19 E incluso, en el relato que hace de los hechos se trasluce la convicción íntima de que, de algún modo, se había hecho justicia: Pronunciada una parte del pueblo contra el General 2.° Cabo D. Juan Bautista Esteller por el descuido que se le atribuía, lo extrajo de la [cárcel de la] ex-Inquisición donde se encontraba en clase de arrestado, y lo condujo a la Plaza de la Constitución en cuyo punto fue fusilado, sin que bastasen a estorbarlo las medidas tomadas por todas las autoridades y Jefes de nacionales. Tan triste acontecimiento ha dado lugar a que, para evitar otros, se formase un consejo de Guerra permanente para con toda prontitud juzgar a los cómplices que puedan resultar de la sorpresa indeseada del rebelde Cabañero, con lo cual se ha restablecido enteramente la calma, pues si bien al amanecer del día de ayer se experimentó alguna agitación con la falsa nueva de la aproximación de Cabrera pero con la mayor celeridad se reunió la Milicia nacional y ocupó todas las puertas de la plaza.20
19 El jefe político de Zaragoza a los jefes políticos, 8 de marzo de 1838, A.D.P.Z., Vig XV 1253. 20 Ibídem.
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De este modo, lo que hubiera podido ensombrecer la imagen de la victoria de Zaragoza sobre Cabañero e incluso ser empleado por los moderados para actuar en contra de la milicia negando los méritos de la acción popular, apenas tuvo incidencia. Tampoco se lo podía permitir el liberalismo, teniendo en cuenta las dificultades que atravesaba para contener los avances enemigos en la guerra civil.
8.2. El asalto de Morella No era nada desdeñable el rearme moral que en muchos sectores produjo la resistencia zaragozana del 5 de marzo, efecto que pudo apreciarse no sólo en la capital sino también en Teruel, donde parecía reconocerse una mejora considerable del espíritu público: Las victorias conseguidas por las armas nacionales en diferentes puntos del Reino y las noticias recibidas últimamente de Navarra confirmando el descontento entre los defensores del Príncipe rebelde van alentando el espíritu público de los habitantes de esta provincia, y si son realizadas sus esperanzas de que continuarán viniendo refuerzos para el Ejército del Centro, se promete un duro escarmiento en las facciones que manda el feroz Cabrera. Este Cabecilla se halla con Merino hacia Aliaga fortificando aquella población para lo cual ha exigido y le prestan los pueblos operarios y materiales. A Merino se le desertaron hace tres días más de cien hombres, y debo inferir por el desaliento que hay entre los suyos, que le abandonarán muchísimos tan pronto como se presenten a su frente nuestras tropas o les persigan.21
Del mismísimo Cabrera se comentaba que había dicho a un subalterno, atemorizado por la llegada de nuevas tropas nacionales, «soy perdido si le llegan fuerzas a Oraa, pues en este caso no sabré qué hacerme; en poco tiempo han disminuido mucho mis batallones; pero si no vienen refuerzos a los cristinos, seguiré toreándoles como hasta aquí».22 Desde Montalbán se transmitía la misma impresión, «[…] después de la gloriosa acción que dio V.E. en los campos de Muniesa todo ha sido una total dispersión, en términos que ha sido la derrota completa de la facción del infame Cabañero», oficiaba el comandante de armas.23 La disposición 21 Jefe político de Teruel, 25 de mayo de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1042. 22 Carta fechada en Teruel, 29 de marzo de 1838, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 158, 8 de junio de 1838. 23 Oficio del 10 de junio de 1838, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 164, 15 de junio de 1838.
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para enfrentarse a las partidas había mejorado. En suma, no había que esforzarse para reconocer todos los tintes característicos de una fase de optimismo entre los liberales a comienzos del verano de 1838. Las informaciones trataban de mantener este estado de opinión con noticias que, si bien no se alejaban totalmente de la realidad, no ofrecían una visión completa de la misma: Nuestro corresponsal de Vinaroz con fecha 24 del que rige dice: Pocos son los facciosos que quedan en el Maestrazgo, pues todos se han agolpado al bajo Aragón sobre Calanda, y los que vagan por el país consisten en grupos insignificantes. La desconfianza cunde entre los rebeldes, y la prueba de ello es que la mayor parte de los frailes que sirven a la facción en la clase de oficiales, han vuelto casaca, visten de paisanos y vuelven a hojear el Larraga para ordenarse. Cabrera para encubrir la ignominia de su retirada de Lucena, ha querido alucinar a los suyos, pretextando una conspiración para entregar a los cristinos las plazas de Morella y Cantavieja; por cuya razón había abandonado el sitio, para acudir al socorro de ambos puntos. Pero el anzuelo es tan gordo que no pasa ni aún por las mas anchas tragaderas.24
Se ocultó información a los milicianos disuadiéndoles de creer que los prisioneros hechos en Calanda habían sido fusilados por Cabrera.25 La actitud podía contribuir a serenar la agitación que se vivía en Zaragoza, pues circulaban rumores de que iba estallar un «movimiento popular» articulado con otros en Málaga, Valencia, Murcia y Madrid.26
24 Información procedente de Valencia y fechada el 27 de abril, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 127, 9 de mayo de 1838. 25 El 24 de abril se celebró una reunión entre el jefe político interino de Zaragoza y la Diputación Provincial, el comandante general, Ayuntamiento y los jefes de la Milicia Nacional «con el objeto de acordar medidas capaces de contener la agitación producida en el público con motivo de la desagradable noticia de la pérdida de Calanda quedando prisioneros sus defensores y que muchos de ellos habían sido fusilados […] En dicha reunión se acordó disuadir a la milicia nacional y patriotas de la falsedad del fusilamiento y convencerles de que ningún motivo había para dar crédito a tamaña tropelía por parte de Cabrera, cuando teniendo en nuestro poder un crecido numero de prisioneros podía dar lugar a una justa represalia. En cuyo estado se disolvió la junta, continuando, empero, la desconfianza en los patriotas […]». Parte diario de seguridad pública, 25 de abril de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 26 Carta interceptada en Murcia y copiada para el el Ministerio de la Gobernación, recibida de Madrid el 7 de mayo de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1253.
MAPA 8.2 1838 ENTRE EL 5 DE MARZO Y LA RETIRADA DE LAS FUERZAS DE ASALTO DE MORELLA
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A pesar de la voluntad liberal, paralelamente, las partidas continuaban su actividad con acciones de entidad como el asalto a Calanda,27 amenazas a Alcañiz o una expedición de Tarraqual que llegó desde Navarra hasta el Cinca para retornar a sus lugares de origen recorriendo todo el Alto Aragón. Cabañero realizó operaciones de aprovisionamiento tomando Híjar como centro, se desplazó con éxito hasta tierras de Guadalajara y se movió a su antojo hasta las puertas de Teruel. En abril la actividad subió de tono: se rinden fuertes como Calanda, Alcorisa y Calatayud, se ejecutan pedidos en todo el entorno de Belchite e incluso muy cerca de Zaragoza y se comienza el bloqueo de Alcañiz. Esta ciudad y Caspe son asaltadas a comienzos de mayo por Cabrera, sin conseguir su objetivo, aunque sí obtuvo la rendición de Samper de Calanda. El cura Merino se introdujo desde Soria en la sierra de Albarracín y de allí pasó al Maestrazgo. Ya en junio carlistas navarros hicieron una nueva incursión sobre la Canal de Berdún, mientras en el Bajo Aragón continuaban las obras de fortificación de Aliaga, y toda la margen derecha del Ebro aguas abajo de Zaragoza era sometida a intensas exacciones, así como el campo de Cariñena. Después de los ataques a Calanda, Alcañiz, Caspe y Montalbán era evidente que la estrategia carlista había virado hacia el control territorial. Para ello resultaba imprescindible apoderarse de los puntos fortificados que tenían los liberales en el área que planeaban dominar. El propio jefe político de Zaragoza compartía la viabilidad de este proyecto: «De este estado de cosas —afirmaba— es de inferir que los enemigos no desistan de la idea de apoderarse de toda la línea de puntos fortificados en el bajo Aragón los cuales no podrán menos de caer en su poder en razón a que, estando construidos sólo para defensa de fusilería, no tienen resistencia para la artillería con que por desgracia se han habilitado los rebeldes».28
27 «En esta capitanía se ha recibido la noticia de que el rebelde Cabrera, se ha apoderado de Calanda, cuyo fuerte incendió pereciendo ahogados del humo varios de sus defensores y el resto en número de 338 han sido conducidos a Cantavieja. Los estragos que los enemigos han de haber causado serán incalculables y el público en el Bajo Aragón debe haber sufrido mucho con este golpe». Parte diario de seguridad pública, Zaragoza, 24 de abril de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 28 Zaragoza 30 de abril de 1838, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1040.
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Durante los meses de primavera Cabrera se había ocupado de racionalizar en lo posible las estructura de su territorio. En Mirambel, Alcalá de la Selva, Camarillas, Crivillén, Rubielos y Cantavieja había acantonado fuerzas, marcando con estas fortificaciones una línea al territorio bajo su control y prestando apoyo a las habituales incursiones más allá de ésta. De acuerdo con la Junta se había puesto en marcha un sistema para ocuparse de la justicia, de los asuntos económicos y de cuestiones de administración en general. Según Pirala: […] dos tribunales llamados de alzadas en Morella y Mirambel, con tres magistrados y un escribano de cámara, que hacían los oficios de audiencia; instalaba el juzgado especial de artillería e ingenieros, del que era asesor don Miguel Cubells, y regularizaba los ramos de secuestros —del que era juez el abogado don Nicolás Vilanova—, seguridad pública —a cargo de don Manuel Mijares—, suministros —de cuya junta era primer individuo don Lorenzo Cala y Valcárcel […]—, comisarías de guerra, diezmos y hospitales —estaban bajo la inspección del anciano don Juan Sevilla, médico del hospital de Valencia, y catedrático de clínica en su universidad, que se presentó en Morella a los sesenta y nueve años de edad, por verse perseguido por sus opiniones realistas—, que los había ya en Cantavieja, Morella, Forcall, Benifasá, Castellote, Monasterio del Olivar, Horta, Ayodar, Chelva y Castelfavit.29
Sobre este decorado de intensa actividad carlista, la idea liberal de asaltar Morella no puede verse como un avance triunfal con el objetivo de acabar la guerra en Aragón. Convenía aprovechar en beneficio propio las ventajas que proporcionaba la disponibilidad favorable del pueblo y del gobierno desde la jornada del 5 de marzo, pero esto no debe confundirse con el objetivo real. La acción sobre Morella era un intento de contrarrestar los notables avances de la insurrección en lo que iba de año y hacerlo golpeando en el centro del poder carlista. El proyecto ideado para la ocasión fue tomar Morella, núcleo que era el orgullo de los carlistas y no sin motivo. Tanto su emplazamiento: Situada Morella en un cerro que hay en el valle que forman las sierras más altas del Maestrazgo y en los confines de Aragón, Cataluña y Valencia: sin caminos y con los desfiladeros y grandes cortaduras que ocasionan los ríos Bergantes, Caldés y Cantavieja en un terreno de marga: de inmemorial cabeza de un corregimiento: con tradiciones que envaletonan a sus moradores; y con una riqueza agrícola e industrial mayor que todos los pueblos de la comarca,
29 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. V, pp. 61-62.
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era para la facción el punto más interesante que pudiera codiciar con más empeño.30
como su trazado urbano se presentaban como inexpugnables: Las calles son estrechas y la mayor parte siguen la forma circular del monte sobre que está fundada; otras la línea más pendiente. Todas están mal empedradas y las últimas forman graderías para facilitar el tránsito, difícil siempre, y casi impracticable de noche. La población está rodeada por el Este, Sur y Oeste de un recinto antiguo, flanqueado de diez y seis torreones que siguiendo la forma de la montaña al tercio superior de su altura se une al castillo por sus extremos Este y Oeste. Las murallas están bien conservadas y tienen de elevación entre diez y veinte varas valencianas y todas están coronadas por un muro aspillerado, con reductos formados en los torreones y con emplazamientos en algunos para artillería. Parte de este recinto se halla edificado sobre el borde de una línea de rocas que lo hacen inaccesible. Su principal defensa es su situación, pero además tiene el castillo caminos cubiertos con traveses que también lo están, muchas y fuertes puertas y rastrillos con tambores para defenderlos, muchas cortaduras, escaleras cubiertas en la roca, enfilaciones, baterías, almacenes, hornos, cisternas y fuente de buenas y abundantes aguas.31
Y también sus gentes le permitían ser presentada como irreductible: Sus mil vecinos, labradores todos y fabricantes de bayetas y mantas que usan en Valencia y campo de Tarragona las gentes más pobres, han estado siempre imbuidos por los muchos beneficiados y frailes que tienen sus tres Iglesias y conventos. Ya en el año 1823 se distinguieron por haber tomado parte contra la Constitución y después más por los muchos Voluntarios Realistas que se alistaron.32
El proyecto, tomar Morella,33 fue una operación preparada para derribar el símbolo de todos los recientes avances carlistas, aparte, por supuesto, del valor de su posición estratégica.
30 F. Cabello, D. Santa Cruz y R. M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. II, pp. 20-21. Otras imágenes de Morella, en Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 215, 5 de agosto de 1838. 31 Ibídem. 32 Ibídem, p. 20. 33 «En la plaza mandaba en Jefe el Conde de Negri: era Gobernador D. Ramón O’Callaghan y del castillo D. Magín Sola. = Había de guarnición mil ochocientos sesenta hombres de Guías de Aragón y de Tortosa: ciento cuarenta voluntarios Realistas de la villa: ciento veinte artilleros, y una compañía de zapadores». F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. II, p. 61.
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Hacía tiempo que desde Aragón se pedían fuerzas y recursos al gobierno. Además, en ese momento existía la conciencia de que las operaciones de los carlistas estaban incrementándose expandiendo su área de acción.34 En enero Oraa había reclamado una vez más refuerzos, respaldado por los retrocesos que significaban las pérdidas de Cantavieja, Morella y Benicarló y la vulnerabilidad del resto de los fuertes a la artillería que los carlistas habían incorporado a sus acciones.35 Y esta capacidad ofensiva implicaba una base de operaciones que podía proporcionar todo el apoyo de retaguardia que fuera necesario.36 Así las cosas, el Ejército del Centro hacía tiempo que se veía reducido a estar a la defensiva.37 Esta conciencia del ascenso carlista afectó al optimismo generado por el triunfo del 5 de marzo, que iba entibiándose día a día, y una victoria puntual no podía soportar la carga del optimismo durante mucho tiempo si no se veía secundada con otras acciones que reafirmaran una tendencia progresiva. Las reiteradas acciones carlistas en torno a una zona no tardaban en 34 «El general San Miguel no puede emprender operación alguna por falta de tropas, y si pronto no se le refuerza competentemente este reino quedará dominado por la facción. Ruego pues a V.E. se sirva elevarlo todo al soberano conocimiento de Su Majestad para que se digne acordar se refuerce al general San Miguel con el número de tropas que exige la situación del país». Zaragoza, 30 de abril de 1838, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 35 Según Pirala, «dueños los carlistas de 15 piezas de artillería, podía acometer y rendir fácilmente a Vinaroz, Amposta, Gandesa, Caspe, Samper, Alcañiz y Calanda, cuyas obras de defensa se hicieron generalmente para resistir el fuego de fusilería, o cuando más el de cañón del ocho». A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. V, pp. 45-46. 36 Continúa Pirala «que teniendo una base de operaciones sólida y afianzada en el vértice de ambos distritos de Aragón y Cataluña, podían establecer almacenes, talleres, fábricas de armas y municiones, instruir y organizar los reclutas, seguir el curso de Ebro o del Guadalaviar, llegar hasta las puertas de Valencia, amenazar a Zaragoza, poner en contribución todos los pueblos comprendidos en este extenso diámetro, o bien marchar en fuertes columnas asidos a la larga cadena que forman las sierras de Albarracín y Cuenca para caer sobre las provincias de Sigüenza y Guadalajara invadiendo la de Madrid y derramando la consternación y el asombro hasta en las inmediaciones de la corte». Ibídem. 37 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. II, p. 55. A. Pirala expone en esta línea: «Conocía a la vez el jefe del ejército del centro que estaba reducido a una defensa estéril, y no podía penetrar en el Maestrazgo, sino a favor de los movimientos combinados de dos o tres columnas, bastante fuertes cada una para batir a la numerosa fuerza carlista concentrada en aquel territorio. Así que el ejército liberal estaba limitado a bloquear el Maestrazgo, sin poder moverse sin riesgo de ser batido en detalle». Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. V, pp. 45-46.
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deteriorar el espíritu público de sus habitantes.38 Si algún momento había sido bueno para emprender una acción importante con la esperanza de obtener un triunfo definitivo sobre los insurrectos, era ése. Ni siquiera el conjunto de circunstancias adversas que rodeaba la guerra en Aragón era suficiente para decidir al gobierno a realizar un aporte decisivo de hombres y presupuesto que detuviera este avance de la insurrección. Por eso, Oraa tuvo que idear un proyecto espectacular que fuera atractivo incluso a los lejanos y desapasionados ojos de quienes contemplaban la guerra desde la corte. El proyecto fue conquistar Morella y Cantavieja y localizar en el centro del Maestrazgo una importante división, un plan muy complejo y arriesgado que precisaba de grandes fuerzas y recursos para respaldarlo y, aun entonces, la suerte tendría un importante papel. Pero Oraa debió de considerar preciso asumir este riesgo; no en vano había obtenido la promesa de que dispondría del apoyo necesario. Pero muy pronto comenzaron a fallar las cantidades de hombres y raciones solicitadas. Aun en los primeros momentos, cuando la decisión general era patente, ya se detectaban algunos síntomas de descoordinación. «En este ejército —explica el jefe político de Teruel— brilla la disciplina y el entusiasmo para emprender las operaciones referidas que experimentan retardo por haber faltado el contratista de provisiones a aprontar las indispensables que le habían exigido».39 Sin embargo, las expectativas despertadas por el proyecto se habían extendido con rapidez. «La Europa os observa, os observa la España, y todos tienen fijos los ojos en los victoriosos soldados de este ejército, de cuyo valor y patriotismo lo
38 «Después de haber invadido las facciones de Cabrera y Llangostera los pueblos del río Monreal y parte de los de Cella habiendo robado granos, dinero y ganado en excesiva cuantía ocasionándoles vejaciones de toda especie, anteayer movieron los vándalos con dirección a Montalbán a cuyo punto intentan asediar, habiendo exigido de los pueblos centenares de trabajadores para abrir camino por donde pueda transitar la artillería de enemigo. Esta nueva intentona si les da el mismo resultado que Calanda, reportará una fatal consecuencia en el espíritu público de esta provincia y acaso ventajosas ulteriores para la canalla. Sin embargo hay la confianza de que el Exmo. Sr. general San Miguel hará todo esfuerzo para frustrar los planes del traidor Cabrera, y si el Exmo Sr. general en jefe ha salido de Valencia para esta Capital como se cree se evitarán los males que están devastando a este desgraciado país». Jefe político de Teruel, J. M.ª López, 1 de mayo de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1042. 39 Jefe político de Teruel, 20 de julio de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1042.
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esperan todo» había afirmado Santos San Miguel en una alocución en Alcañiz ante los soldados que iban a salir hacia Morella.40 La empresa poseía ya un importantísimo valor emocional que hacía mucho más perjudicial una derrota. Entretanto, Cabrera blinda la moral de los defensores con proclamas bien estructuradas, excitando el orgullo de los resistentes, invocando los elementos básicos de su ideología —«la religión, el rey, la patria y las leyes»— y previniendo los efectos que tendría en la entereza de sus hombres una importante campaña de propaganda liberal paralela al asedio: ¡Y éstos son los que se atreven a hablar de paz, orden y justicia! Borso, que incendió a Beceite, no puede darnos paz; Oráa, que el día 4 de Febrero último hizo arder a Alcalá de Chisvert, no pude darnos orden. Nogueras, que vertió la sangre de mi madre sin más crimen que ser mi madre, no puede darnos justicia. Y el gobierno que los tolera no puede ofrecernos la paz, orden, ni justicia en ese papel que la revolución llama programa. Los que vencieron en Bañón, Alcotas, Ulldecona, Alcublas, Buñol, Burjasot y tantos y tantos puntos, no sucumbirán en Morella. El Dios de los ejércitos nos protegerá, pero si en sus inescrutables designios quiere que seamos vencidos, moriremos todos, y vuestro general al lado de sus camaradas, por la religión, el rey, la patria y las leyes. Tened por seguro, voluntarios, que el enemigo publicará boletines pomposos y exagerados, diciendo que los facciosos han huido vergonzosamente, que el cabecilla Cabrera está batido y lleno de miedo, con otras cosas de este jaez, que nadie cree si compara los partes de la Gaceta de Madrid con los sucesos verdaderos del Maestrazgo y Aragón. No os encargo que seáis valientes, porque entre vosotros no hay cobardes, ni que observéis una severa disciplina cuando estáis tan acostumbrados a guardarla. A las armas, pues, esforzados defensores del mejor de los monarcas. A las armas y a vencer.41
En efecto, la campaña paralela al avance del ejército liberal se produjo, y lo hizo sobre sólidos argumentos destinados a fragmentar la cohesión dentro de las filas carlistas y a desmontar el apoyo que recibían de la propia sociedad donde se hallaba establecida la insurrección: «Evitad pues la efusión de sangre, que para nada sirve; abandonad esas filas manchadas con la traición, el crimen, la crueldad y la avaricia», exhortaba
40 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. II, p. 59. 41 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. V, pp. 68-69.
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Oraa desde Teruel a sus enemigos.42 En el mismo sentido, Félix Sánchez Ramo, jefe político de Teruel, se esforzaba en otro bando en recordar los efectos que estaba teniendo sobre los habitantes de Teruel la «guerra atroz que durante cinco años ha llenado una parte de España de luto y amargura», reconstruyendo el siguiente fresco: […] se armó el hijo contra el padre y el hermano contra el hermano ¿dónde están ahora los pacíficos labradores que cultivaban los campos? Fueron arrebatados de sus hogares dejando en orfandad a sus familias, para arrastrar más penosa vida o la muerte tal vez en apartadas provincias. Vuestros ganados, los frutos conseguidos con vuestro sudor han sido presa del sanguinario Cabrera. Mas ¿podría yo enumerar los desastrosos males que sufrís? Cuanto tenéis es robado diariamente por sus parciales con violencia y escarnio. Habéis perdido hasta el antiguo reposo y con él la paz, primera necesidad de los pueblos. Paz dichosa que disfrutan esas venturosas provincias de Castilla. Paz que recobra, el industrioso Catalán, y paz en fin que busca desengañado el navarro que acaudilla Muñagorri. ¿Queréis la paz también Aragoneses? En breve la obtendréis. El Excmo. Sr. general en jefe del Ejército del Centro sale hoy de esta ciudad al frente de sus aguerridos batallones a destruir los enemigos armados del Trono legítimo.43
Se presentaban como las disposiciones previas a un avance definitivo, se muñía el fin de la guerra. Y, sin embargo, los bandos que dio Oraa antes de partir de Teruel son los más cautos, cargados de humanidad, tan preocupados de elevar la moral de las tropas como de imbuirles el espíritu de respeto a la población y a las propiedades. E incluso puede leerse entre líneas algún presagio. «Marchemos a conseguirla [la gloria], soldados, y guiados por el loable ejemplo que os darán los dignos Generales, Jefes y Oficiales que os conducen, no dudéis de obtenerla, seguros de que en la próspera como en la adversa fortuna encontaréis siempre dispuesto a sacrificarse [sic] por el bien de la Patria y por vosotros».44 No es éste el tono habitual de las alocuciones a la tropa previas al comienzo de unas operaciones.
42 Es un importante bando «A los individuos que con las armas en la mano se hallan alistados en las filas enemigas» dado por Marcelino Oraa en Teruel, 23 de julio de 1838, donde trata también de suscitar las discrepancias entre aragoneses y valencianos con los catalanes y el temor ante la llegada de nuevas fuerzas para participar en la guerra en Aragón. A.D.P.Z., Vig. XV 1042. 43 Teruel, 24 de julio de 1838. A.D.P.Z., Vig. XV 1042. 44 La cursiva es nuestra. Marcelino Oraa, cuartel general de Teruel, 23 de julio de 1838, «El General en Jefe del Ejército del Centro a las tropas que lo componen», A.D.P.Z., Vig. XV 1042.
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Pese a todo, el ambiente más extendido era de confianza45 en las operaciones que se estaban preparando. Los carlistas no se oponían frontalmente a las tropas que avanzaban a establecer el sitio46 y aquellas que se dirigían desde Teruel referían cómo los «pueblos por donde han pasado se han comportado bien recibiéndolas cómo sus libertadores».47 Las dimensiones de la operación eran muy importantes. En Alcañiz todos los molinos de harina dejaron de servir a la población y se dedicaron día y noche a moler trigo para racionar a la tropa que se encontraba en esta ciudad preparando el sitio de Morella.48 La llegada de nuevas tropas y el despliegue de todos los preparativos continuaban mejorando el optimismo de zonas muy castigadas por la presencia de partidas como Caspe. «El espíritu público de este vecindario, ha mejorado algún tanto desde que se ha aumentado el Ejército de Aragón y principiado las operaciones militares contra los fuertes de Morella y Cantavieja; pues con las ventajas conseguidas por la facción desde el abandono de Gandesa y toma de Calanda se experimentó en los enemigos de nuestra inocente Reyna, un orgullo y regocijo que no pudieron ocultar», informaba su Ayuntamiento.49 Y en la misma línea pudo detectarse el optimismo en las provincias de Zaragoza y Teruel.50
45 Desde el gobierno militar y político de Alcañiz se había reconocido en las tropas que marchaban el día 24 hacia Morella «la alegría y contento indisimulable de todos los semblantes de los individuos de esta brillante división, el aire marcial y de confianza con que se les ha visto romper la marcha, son prueba inequívocas de la decisión y ardor militar que los lleva a coger nuevos laureles, y a dar días de gloria a la dichosa patria que los vio nacer», Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 207, 27 de julio de 1838. 46 Jefe político de Teruel, 20 de julio de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1042. 47 Jefe político de Teruel, 27 de julio de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1042. 48 Sesión del 31 de julio de 1838, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales. 49 Parte semanal de seguridad pública, Caspe, 31 de julio de 1838, A.D.P.Z., Vig XV 1040. 50 «La confianza con que esperan los resultados de las operaciones del Ejército del centro ha reanimado el espíritu de los habitantes de esta provincia [Zaragoza] a pesar de las vejaciones que aún sufren por las pequeñas partidas de rebeldes que hacen sus correrías a retaguardia de nuestras tropas. Facciosos: Sólo puede añadirse a lo expresado en los partes diarios que la deserción progresa bastante en las hordas de Cabrera y se presentan a las justicias muchos individuos en solicitud de indulto». Zaragoza, parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1040.
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Muy pronto se dejaron notar las dificultades materiales que existían para superar una orografía muy adversa y unas vías de comunicación primarias. Santos San Miguel se lamentaba desde La Cerollera de que «el estado del camino es tal que apenas permite avanzar» con el convoy de sitio que conducía. «El primer día hice una jornada regular, pero ayer sólo anduve en todo él media hora y dificulto que en el de hoy pueda avanzar mucho más», decía al poco de salir de Alcañiz.51 Además, continuaron registrándose acciones carlistas de aprovisionamiento a la espalda de las fuerzas sitiadoras —Campo de Cariñena—,52 lo cual no podía dejar de inquietar a las autoridades. A pesar de todo, las noticias que recibían las autoridades militares sobre los enemigos les hablaban «de su desaliento al ver nuestras tropas y pertrechos que arrastramos» y que eso permitía «esperar que muy en breve serán coronados los esfuerzos de estas aguerridas y sufridas tropas con la posesión de Morella y Cantavieja». Hasta el último momento las noticias que se hacen públicas mediante el Diario Constitucional de Zaragoza transmiten la imagen de una operación realizada de acuerdo a lo previsto. «El día 11 el Excmo. Sr. general don Santos San Miguel con dos batallones atacó y desalojó a once batallones facciosos de una de las formidables posiciones cerca de Morella, hubo una porción de heridos y muertos, pero fueron ocupadas por los defensores de la patria. Los cañones de batir según relación de los bagajeros estaban inmediatos a las baterías, y de hoy a mañana deben jugar contra la plaza de Morella».53 Noticias del día 15 informaban de los nuevos progresos, que «se hallaba ya abierta brecha, aunque no del todo practicable en la muralla de Morella, al lado de la puerta de San Miguel».54 Hasta Fabara llegaban desertores de la defensa de Morella que habían conseguido huir durante un fortísi-
51 La Cerollera, 4 de agosto de 1838, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 217, 7 de agosto de 1838. 52 250 hombres que se hallaban el 3 de agosto en Longares recorren «algunos pueblos de la comarca arrebatando ganados y llevándose pudientes de los mismos por no haber aprontado las sumas que les pedían». Parte diario de seguridad pública, 4 de agosto de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 53 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 228, 18 de agosto de 1838; en el mismo sentido, el jefe político de Teruel, 14 de agosto de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1042. 54 Comandante de armas de Monroyo, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 299, 19 de agosto de 1838.
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mo ataque diciendo que los que «defendían, tuvieron que sucumbir y que ellos pudieron tirarse por la muralla y escapar».55 Pero con fecha del 18 de agosto se envía un comunicado que sólo aparece en la prensa el día 24. En él se plantea que, ante las dificultades del sitio, se disponían a retroceder hasta Monroyo para reorganizar el ataque, en los siguientes términos: Los dos asaltos intentados contra la brecha de Morella no han producido los efectos que esperaba, pues el enemigo ha demostrado una resolución decidida de defender la plaza a toda costa. No siendo suficientes los medios empleados hasta ahora, agotados los que teníamos, sin víveres absolutamente en los campamentos, y siendo preciso reunir mayores recursos para obrar, me ha sido preciso levantar el sitio y retirar el tren a Monroyo ínterin con mas energía puedan emprenderse otra vez las posiciones de sitio, ocupándome durante los preparativos en maniobrar activamente contra el enemigo.56
A partir de ese día dejaron de aparecer nuevas informaciones, la noticia de la derrota y la retirada fueron ocultadas durante las jornadas siguientes. Las tropas de Cabrera habían descubierto con sorpresa la mañana del 18 que las tropas sitiadoras habían abandonado los puntos que rodeaban la población. Ese día Oraa había escrito en su diario de operaciones que «Perdida la esperanza de conseguir el triunfo en este día, era preciso contener la pérdida de tanta sangre, y así ordené que las tropas se retirasen a sus campamentos llenas de enojo y de deseos de venganza contra un enemigo que, cobarde en el campo, sólo es valiente dentro de una plaza donde jamás se presenta a descubierto, que es fuerte por naturaleza, y que está protegida por numerosa artillería, cuyos fuegos son difíciles de apagar sin mayores medios que los empleados hasta aquí».57 El público ignoró lo sucedido y sólo tras la publicación de un real decreto abriendo una investigación para esclarecer los acontecimientos,58
55 Ibídem. 56 Jefe del Ejército del Centro, 18 de agosto de 1838, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 234, 24 agosto 1838. 57 Buenaventura de Córdoba, Vida militar y política de Cabrera, op. cit., vol. 3, p. 286. 58 Es significativa la decepción provocada por el abandono del sitio a Morella el desplazamiento del ministro de la Guerra, Latre, a Teruel para instruir él mismo un informe sobre lo sucedido. F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. II, p. 71.
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el 27 de agosto, se dieron a conocer los sucesos acontecidos 15 días antes.59 La moral se derrumbó en relación directa a las ilusiones que se habían depositado en la toma de Morella y Cantavieja. El parte diario enviado al Ministerio del Interior desde Zaragoza el 27 rezaba: «Continúa inalterable la tranquilidad pública en esta Capital y provincia a pesar del extremo disgusto que han producido los resultados del sitio de Morella».60 Al día siguiente llegó Santos San Miguel a Zaragoza. En septiembre se concluyó en Teruel con el informe que instruía el general Manuel Latre, ministro de la Guerra, en el que resultaron exculpados Oraa y su ejército. Se reconocían los sufrimientos de la tropa, la falta de raciones, que fue imposible bloquear por completo Morella; también se reconoció que esperaban la rendición por falta de voluntad de defender la plaza y algunas otras cuestiones fundamentales.61 Pero lo esencial de todo ello no eran las responsabilidades sino el impacto que la derrota tuvo sobre los liberales, es decir, como se afirma en Historia de la guerra última…, lo decisivo fue el hecho de que la «opinión pública había sido defraudada».62 Lo que comenzó siendo la acción definitiva sobre los carlistas, terminó por ser un triunfo de éstos sobre los liberales de tales dimensiones como no se hubieran atrevido a imaginar. La perplejidad causada por su propio éxito se reflejo en todo un despliegue publicitario, muy importante si atendemos a la época y a los recursos. Varios libros y folletos cuentan el sitio día a a día. Cabrera se había podido permitir manifestar en el Boletín del Ejército Real de Aragón, Valencia y Murcia, armado de verdad, sin encubrir los hechos, y rodeándose de una aureola providencial: «Acordaos de lo que anuncié a las guarniciones de los fuertes en 23
59 «En vista de la comunicaciones recibidas del ejército de Centro y de los últimos sucesos de Morella, he venido en mandar, en nombre de mi augusta Hija, que el Ministro de la Guerra d. Manuel de Latre pase inmediatamente a examinar por sí mismo todo lo que puede haber influido en aquellos, con la más amplia autorización para dotar cuantas medidas juzgue convenientes al triunfo de la justa causa», Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 240, 30 de agosto de 1838. 60 27 de agosto de 1838, A.D.P.Z., Vig XV 1040. 61 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. II, p. 65. 62 Ibídem, p. 66.
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de mayo, cuando llegó a mi noticia que el enemigo iba a invadir estos montes de la fidelidad, con el objeto de ocupar sus plazas. Ya se ha realizado su invasión, pero también su derrota y escarmiento del modo que me lo prometí».63 La retirada de los liberales de Morella repercutió de manera muy negativa en el curso de la guerra para los liberales y preparó la evolución de los próximos casi dos años. Esta realidad había sido interpretada perfectamente desde Valencia: En lo que no debemos poner duda es en que los enemigos van a explotar y explotan ya de hecho con el más ardiente y furibundo empeño esta ventaja que no entraba en los cálculos de sus esperanzas. Cuando se emprendieron las operaciones sobre Morella, pocos eran los que confiasen en su salvación, y los mismos jefes rebeldes se persuadieron que sucumbiría. Al verse, pues, por uno de aquellos accidentes tan ordinarios en la guerra, favorecidos con un suceso como el levantamiento del sitio, era natural que tratasen de sacar de él un partido inmenso, gente que las más insignificantes ventajas y hasta los reveses convierte en sustancia propia, y los publica como victorias.64
8.3. Aragón considerado como problema En una guerra civil cuya duración se extendía ya durante cinco largos años la percepción del conflicto era tan importante, para los contendientes y para la sociedad que les acogía, como la propia realidad. El fracaso del avance sobre Morella, si bien era un serio revés a los planes de acabar con la insurrección en Aragón, tuvo un efecto demoledor sobre la sociedad aragonesa situada en zona liberal. La noticia había producido en Zaragoza «un amargo disgusto y bastante abatimiento», pero había pesado «particularmente entre las familias emigradas que miraban próximo el regreso a su país»,65 situación agravada porque los pueblos «se hallan abandonados, sin fuerza alguna que los ponga a cubierto de tantas des-
63 Morella, 19 de agosto de 1838, Boletín del Ejército Real de Aragón, Valencia y Murcia, 22 de agosto de 1838. 64 «Situación del Reino de Valencia», artículo procedente del Diario Mercantil de Valencia, reproducido en Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 257, 17 de septiembre de 1838. 65 Zaragoza, 29 de agosto de 1838, parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1040.
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gracias, sin duda por tener el Ejército del Centro mayores atenciones».66 También tuvo particular incidencia en aquellos puntos que se defendían todos los días del continuo acoso de las partidas, como Montalbán, en donde se decía que desde «el levantamiento del titulado sitio de Morella, a pesar de haber ofrecido el excmo. señor general en jefe que iba a aprestar activamente contra los facciosos, no se ha cesado un momento en el punto de estar en alarma y con las armas en la mano».67 Y este estado de opinión coincidía con el que se estaba produciendo en el resto de la provincia de Teruel, donde «sigue decaído el espíritu público de los habitantes de esta provincia y continuará abatido si no se despliega una activa persecución contra el enemigo».68 Las demandas de tropas al gobierno central se producían de manera continua, sin ningún efecto, como la única forma de dar un giro contrario a la situación.69 Como reacción ante el fracaso en la toma de los núcleos del control territorial carlista se puso en marcha una estrategia menos ambiciosa y efectista. La fuerza armada residente en Teruel cubriría la línea entre esta ciudad y Segura, mientras que la división Pardiñas haría lo mismo entre Alcañiz y Rubielos. Con ello se trataba «de perseguir activamente a las facciones, obligándolas a apoyarse sobre sus fuertes en los puertos y no dejarlas pisar ni que puedan sacar recursos de los pueblos fuera de aquel radio».70 De este modo, se esperaba que, «perseguidas las facciones, se amparen a su plaza y a los puertos de Beceite mientras que se preparan operaciones de reconquista con mejor éxito que las últimamente intentadas contra Morella. Obrando activamente nuestras divisiones podrán
66 Zaragoza, 23 de septiembre de 1838, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 67 Carta al director, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 253, 12 de septiembre de 1838. 68 Félix Sánchez Ramo, jefe político de Teruel, 21 de septiembre de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1042. 69 «El [alcalde] de Pedrola en oficio de 11 del actual me dice que en la última incursión de Cabrera por aquel país han arrebatado sus hordas a aquel vecindario 3.600 cabezas de ganado […] reiterando la urgencia de que SM se digne mandar fuerzas que protejan esta Provincia y la pongan a cubierto de las correrías de los facciosos pues de otro modo será inevitable la total ruina de todos los pueblos que la componen». Parte diario de seguridad pública, Zaragoza, 13 de septiembre de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 70 Teruel, 29 de agosto de 1838, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 248, 8 de septiembre de 1838.
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mejorar el estado de estas provincias, tanto más cuanto que el entusiasmo de las tropas nacionales es vivo y decidido».71 El 1 de octubre de 1838 se producía el traspaso del cargo de general en jefe del Ejército del Centro de Oraa al mariscal Antonio Van Halen. Se cerraba un período de año y medio caracterizado por la buena disposición para afrontar la guerra pero también por la evidente insuficiencia de medios en relación con la dimensión del proceso insurreccional. Se marchaba Oraa sintiéndose «desatendido y sin los medios que tantas veces he reclamado para atender a nuestras necesidades».72 Un sentimiento que puede extenderse a las provincias de Zaragoza y Teruel, que parecen competir al exponer sus desgracias. «Por este y mis anteriores partes habrá V.E. visto —se lamentaba el jefe político de Zaragoza en un informe dirigido al Ministerio del Interior— el estado doloroso en que se encuentra la provincia de mi mando, que si no se destinan algunas columnas para perseguir las facciones que recorren los pueblos más inmediatos a esta capital los mejores serán invadidos y saqueados y por consecuencia desaparecerá el espíritu público, bastante abatido por las desgracias que va produciendo el malogrado sitio de Morella».73 Y no se quedaba atrás Félix Sánchez Ramo cuando decía refiriéndose a Teruel: «El estado de esta desgraciada provincia debiera calificarse por el más fatal supuesto el dominio que casi por todas partes ejercen las facciones, a pesar de las tropas nacionales que existen en ella».74 El mismo día que Oraa cesaba en el cargo un nuevo hecho contribuyó a empeorar todavía más el crítico clima público reinante. La división del general Pardiñas75 fue totalmente derrotada por Cabrera en las inme71 Jefe político de Teruel, 31 de agosto de 1838, A.D.P.Z., Vig XV 1042. 72 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 279, 8 octubre de 1838. 73 Zaragoza, 24 de septiembre de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 74 Teruel, 28 de septiembre de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1042. 75 Se consideró que la actitud de Pardiñas había adolecido de un exceso de confianza: «Más fogoso que discreto el General Pardiñas despreciaba las facciones sin conocerlas […] Había visto la facción Tallada lejos de sus guaridas, y pensó que lo mismo eran las de Cabrera y Forcadell, las de Cabañero y Llangostera; pero que se equivocaba grandemente. Estas facciones en 1838 estaban tan acostumbradas al fuego como nuestros más veteranos. Servían hacía tanto tiempo como nuestros soldados viejos, y al lado de los oficiales venidos de Navarra, todos habían aprendido al menos lo bastante para saber las evoluciones más frecuentes y menos complicadas en las batallas». F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. II, pp. 72-73.
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diaciones de Maella y el propio general resultó muerto. Este hecho, a poco más de un mes de la derrota de Morella, ahondó en la depresión. «Esta nueva desgracia unida a la del general Alaix, la sorpresa de Ejea, el levantamiento del Sitio de Morella, de que se miran como consecuencias, acaban de abatir el espíritu público de los pueblos de la provincia al paso que reanimaron extraordinariamente a la rebelión la cual dominará todo el reino si no se adoptan medidas extraordinarias que contengan sus progresos».76 Se consideró conveniente que, mediante dos bandos77 a los Zaragozanos, uno de Santos San Miguel y el otro de Francisco Moreno, se tratasen de serenar los ánimos exaltados por la gran derrota de Pardiñas en una ciudad sobre la que planeaba el fantasma de un ataque.78 «Se teme con algún fundamento sea amenazada esta capital por la facción de Cabrera y demás cabecillas mediante a no haber fuerza alguna que lo impida y quedasen en descubierto la provincia con la desgracia de la división Pardiñas».79 Las circunstancias concretas de la muerte de Pardiñas, sumadas a una profunda depresión de ánimo, llevaron a primer plano la cuestión de la violencia de la guerra.80 El sentimiento de impotencia tuvo una derivación poco creativa. Prestando oídos a una amplia publicística que opina-
76 Zaragoza, 3 de octubre de 1838, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 77 En comunicación con el Ministerio del Interior, el jefe político de Zaragoza afirmaba: «Para calmar la ansiedad y agitación que se notaba en el público, el Gral. 2.º Cabo dirigió a los habitantes de esta capital una proclama y yo lo hice igualmente […]. Las últimas noticias que se tienen de la facción es [sic] la de dirigirse a Azuara con el objeto tal vez de introducirse en el campo de Cariñena y saquear a su placer aquellos pueblos sin que obstáculo ni fuerza alguna pueda impedirlo. Se ha redoblado la vigilancia en esta ciudad habiendo quedado artilladas y municionadas todas las baterías en la noche anterior». Zaragoza, 6 de octubre de 1838, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 78 Ambos, con fecha 5 de octubre de 1838. Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 277, 6 de octubre de 1838. 79 Zaragoza, 5 de octubre de 1838, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 80 Puede comprobarse la relación entre inseguridad y violencia en Joaquín Ignacio Mencos, Memorias (1799-1882), Aramburu, Pamplona, 1952, prólogo del conde de Rodezno y notas de José María Azcona, pp. 134-135.
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ba que a las violencias carlistas sólo se podía responder con la misma moneda se estableció una Junta de Represalias. Me es muy sensible usar de represalias y verme precisado a observar otra igual, con los que desafectos al actual sistema que rige en la Nación, aparecen partidarios y amigos de esta innoble y ruin causa que V. defiende, y que envuelve a la Nación en luto y llanto, pero mi deber y el interés de proteger el país que está a mi cuidado me imponen esta obligación. En consecuencia, he puesto presas a todas las personas pudientes e influyentes de esta población que se hallan en este caso. Mi conducta con ellas será igual a la que V. en lo sucesivo observe en las poblaciones, y con los amigos y defensores de la causa de la libertad y el trono de Isabel II.81
Estas iniciativas entraron en práctica inmediatamente,82 coincidiendo con el nombramiento de Van Halen como capitán general de Aragón, quien llegó a Zaragoza el 12 de octubre. A comienzos de noviembre la inquietud seguía latente, pero todavía no se habían puesto en marcha las represalias, en espera de que se resolviese una investigación que había en marcha sobre el fusilamiento de Pardiñas y sus oficiales.83 Sin embargo, la presión popular se encontraba en tal estado, al borde del estallido de ira contra los prisioneros carlistas, que ni una corrida de toros parecía poderles disuadir por completo de la intención de asaltar la cárcel de la Aljafería.84 En estos términos manifestaba la situación el jefe político de Zaragoza al ministerio: 81 Zaragoza, 9 de octubre de 1838, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 283, 12 de octubre de 1838. 82 El jefe político de Zaragoza se manifestaba en estos términos al ministro del Interior: «Los arrestos de las personas conocidas por su desafección continúan haciéndose con el mayor orden». Zaragoza 9 de octubre de 1838, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 83 Santos San Miguel, Zaragoza, 1 de noviembre de 1838, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 306, 2 de noviembre de 1838. 84 «No obstante de que parece hallarse en completa tranquilidad esta Capital continúo en mis temores —comunicaba el jefe político de Zaragoza— de que se altere el orden y que en el festivo día de mañana se trate de conmover al pueblo e inclinarlo a llevar a efecto el proyecto de proceder hostilmente por vía de represalias contra los prisioneros que se hallan en el castillo de la Aljafería. Las especies que a cada paso llegan a mis oídos me confirman en estos temores. = Con el fin de distraer al pueblo y no dejarle tiempo para que se concite, reúna y combine un plan de operaciones he dispuesto que en la tarde de mañana haya una corrida de novillos si el tiempo que se presenta lluvioso mejorase, pero aun así desconfío conseguir enteramente mi objeto». Parte diario de seguridad pública, Zaragoza, 31 de octubre de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1040.
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Ayer tarde convocó el general 2.° Cabo a los jefes y oficiales de la Milicia Nacional a quienes animó haciéndoles presente que no podía consentir en manera alguna que se atentase contra los prisioneros y que si el pueblo se obstinase estaba dispuesto a repelerlo con la fuerza y a dejar el mando que jamás volvería a tomar en vista del desaire que hacía su autoridad. Me consta que empleó cuantos medios le sugirió el deseo de evitar el acontecimiento que se aplazaba para este día y casi me lisongeo que se ha conseguido el objeto. Anoche se estableció un retén de tres compañías de la Milicia Nacional que estuvieron patrullando por la Ciudad hasta el día y fueron relevadas por las seis de preferencia que prestarán hoy igual servicio.85
Como consecuencia de las represalias fueron fusilados en Teruel, coincidiendo con la estancia de Van Halen, 9 sargentos rebeldes «en justa represalia de los 90 que el feroz Cabrera inmoló en el Orcajo el día 16 de octubre último de los de la división del desgraciado Pardiñas».86 Apenas unos días después fueron fusilados en Zaragoza 8 prisioneros más por una resolución del «consejo permanente de represalias».87 El 11 de noviembre se produjo el fusilamiento de otros 15 sargentos como reacción a la ejecución de 96 sargentos que ordenó Cabrera en El Forcall.88 En medios oficiales se quería ver los efectos positivos de esta política represiva entre las filas insurrectas y el debilitamiento de la posición de Cabrera: Por diferentes noticias recibidas del Orcajo y de toda aquella parte de la Sierra se sabe que hace ya como unos 20 días que los facciosos se hallan sumamente desalentados y llenos de indignación contra Cabrera porque sus atrocidades provocan las medidas contra sus compañeros prisioneros en nuestro poder. Desde que el Excmo. señor general en jefe ha manifestado firmeza en la saludable medida de represaliar es tal el efecto que ha causado en ellos, que los mismos soldados facciosos están dando de continuo pedazos de pan de su ración a nuestros prisioneros, siendo así que antes un insulto, una amenaza y a veces golpes, eran los únicos beneficios que dispensaban a aquellos desgraciados.89
Pese a los efectos benéficos que algunos parecían reconocer en el sistema de represalias, eran prácticas que no podían mantenerse sin rubor
85 Parte diario de seguridad pública, Zaragoza, 1 de noviembre de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 86 Jefe político de Teruel, 4 de noviembre de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1042. 87 Zaragoza, 8 de noviembre de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 88 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 315, 12 de noviembre de 1838. 89 Teruel, 18 de noviembre de 1838, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 330, 27 de noviembre de 1838.
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en un Estado de derecho; no en vano, un capitán de los que se hallaban prisioneros en Zaragoza recibió permiso para dirigirse a territorio carlista y tratar con Cabrera la forma de concluir con este intercambio de muertes.90 Y el 12 noviembre se publicó una real orden por la que quedaban disueltas todas las juntas de represalias que se hubieran establecido. Otra ofensiva contra el carlismo, con mayor proyección en el tiempo, ocupaba su lugar: la declaración del estado de guerra en los reinos de Aragón, Valencia y Murcia que se produjo en Teruel el 1 de noviembre. El coste de imagen que suponía el reconocimiento de que la guerra en Aragón constituía un grave problema para el gobierno era considerable, pero existían numerosas razones que hacían recomendable esta decisión: Cuando, por respetar la propiedad, el ejército ha carecido de subsistencias, en contacto con abundantes almacenes de granos y numerosos ganados, a costa de nuestra causa, ellos, los carlistas, han recorrido todo el país para aumentar el hambre de nuestro ejército, y paralizar los movimientos de nuestras tropas. Cuando, por consideraciones, no se han realizado las quintas en muchos pueblos, dando lugar a que el enemigo se haya llevado todos los mozos, viudos y casados sin hijos, desde los dieciséis a cuarenta años para engrosar las filas. Cuando el enemigo, por efecto del terror, saca contribuciones de todos los pueblos sin más que por un escrito o enviar un comisionado, a nosotros todo se nos niega, hasta el pago de las legítimamente establecidas mientras pueden evadirlo. Estas desventajas, que de ningún modo son debidas al espíritu del país, que en la generalidad detesta a don Carlos y sus partidarios, nos han traído a la situación presente, que continuando del mismo modo conducirán a la ruina.91
En consecuencia, resultaba preciso evitar «todo obstáculo que impida hacer la guerra quitando los medios y los recursos, teniendo las autoridades 90 Zaragoza, 8 de noviembre de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. A pesar de ello, hay noticias que indican que la Junta continuaba funcionando en diciembre. Según el parte diario de seguridad pública, Zaragoza, 27 de diciembre de 1838, los celadores «han recogido en la mañana de este día varios programas que han sido fijados en la noche última, reconociendo e insultando a la Junta de represalias por no haberlas acordado con respecto a los asesinatos cometidos por las facciones en el pueblo de Urrea de Jalón, Dichos documentos los ha pasado al Alcalde Constitucional para que forme el correspondiente sumario […]», A.D.P.Z., Vig. XV 1048. 91 «Declaración en estado de guerra por el Excmo. señor general en jefe del ejército del Centro de los reinos de Aragón, Valencia y Murcia», Teruel, 1 de noviembre de 1838, publicada en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 314, 11 de noviembre de 1838.
Aragón considerado como problema
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militares toda la fuerza necesaria para que las demás las auxilien y obedezcan, sin lo cual es imposible obtener resultados ventajosos, proporcionarse recursos y hacer temblar a los enemigos armados o encubiertos». Quedaban sometidas todas las autoridades a la militar y, a fin de proporcionar los recursos económicos suficientes para el mantenimiento del ejército, se dispondría de «todos los productos de las rentas de todas especies, contribuciones, derechos de aduanas, de puertas y demás que deben tener entrada en las cajas nacionales en los reinos de Aragón, Valencia y Murcia».92 Con estas disposiciones pretendía establecerse, en el momento de mayor expansión carlista, un amplio frente sobre el que presionaban constantemente las fuerzas insurrectas, aunque se mantuvo casi en los mismos términos durante el resto de la guerra hasta la ofensiva definitiva del ejército nacional. A excepción de Teruel93 y Alcañiz, no quedaron núcleos importantes al sur del Ebro que no fueran asaltados y atacados por el ejército carlista, y aun estas dos ciudades fueron sometidas a bloqueo. Las partidas llegaban sin dificultad hasta las inmediaciones de Zaragoza extendiéndose las dudas sobre la capacidad de reacción del ejército «cuando el enemigo en gran número se señorea por los grandes pueblos en que hasta esta vez no había osado poner su dañina planta».94 Incluso establecieron un paso sobre el Ebro,95 cerca de Mequinenza, que
92 Ibídem. 93 Eso no implica que no fuera bloqueada la ciudad y que las partidas no llegaran hasta sus puertas como a finales de noviembre y principios de diciembre de 1838. Jefe político de Teruel, 21 de noviembre y 2 de diciembre de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1042. 94 En diciembre una gran partida formada por las fuerzas de Cabrera, Llangostera y Forcadell pernoctó en Alagón efectuando grandes pedidos y ocasionando dos muertes en el término de La Muela. Zaragoza, 20 de diciembre de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1040. 95 «La facción de Llangostera, con dos Batallones y 200 caballos, se hallan situados desde Maella a la ermita de Santa María Magdalena, cinco horas de distancia de esta población en las orillas del Ebro, ha aspillerado dicha ermita y puesto su paso de pontón, extendiéndose con 600 infantes y 40 caballos a los Monegros llevándose todo el trigo y ganado que ha podido recoger, y además se ha llevado consigo y los tiene en dicha ermita una infinidad de mayores contribuyentes para que apronten en lo sucesivo los pedidos que se les harán y se dice también que trata de fortificarla y si consigue su objeto llevando dos piezas de artillería para defender el paso, pues su posición es muy ventajosa, extenderían entonces sus correrías hasta las puertas de esa Capital. El 18 de los corrientes sucedió, que habiendo salido tres nacionales a las inmediaciones de la población a dar vuelta por los peones que se hallaban cogiendo oliva, llevando consigo una mala escopeta, para tirar a los tordos, fueron sorprendidos por seis o
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permitió recaudar contribuciones en toda la zona de Bujaraloz y Castejón. En el conjunto del territorio, que fue controlado con mayor estabilidad que en toda la guerra, los carlistas pudieron desarrollar sistemáticamente un ejercicio de Estado armonizando los ensayos que se habían realizado con anterioridad. Ya en 1839 fracasaron los esforzados intentos de Van Halen por apoderarse de la fortaleza de Segura, el puesto más avanzado bajo control carlista que amparaba y protegía a numerosas partidas, cuyos descensos sobre la derecha del Ebro en busca de aprovisionamientos eran muy temidos. Hacia el mes de abril Zaragoza comenzó a tener también serios problemas de comunicación con Madrid; Teruel los venía sufriendo desde el año anterior.96 En junio Cabrera se apoderó de Montalbán, a la que había puesto sitio los quince días anteriores. Desde entonces los bloqueos se suceden: Caspe,97 Albalate, Peracense, Mequinenza, etc. Los carlistas son los dueños absolutos de las tierras aragonesas al sur del Ebro. Las poblaciones que se resisten al empuje carlista pugnan, temerosas, por no empeorar su ya difícil situación.
siete facciosos, tuvieron que abandonar la escopeta una capa y manta, salvándose aquellos, y aunque al momento se dispuso saliera una partida de Caballería, no pudo darles ni alcance. Ayer 19 desertaron tres mozos y un nacional nuevamente puesto y faccioso indultado aquellos de la Compañía Provisional y sabido por la Autoridad Militar mandó saliera una partida de infantería y caballería y sólo pudieron dar alcance a dos de ellos que fue el nacional faccioso indultado y otro insumiso, los que fueron fusilados en el momento de su aprensión; es cuanto ocurre en la presente semana». Alcaldía de Caspe, 20 de enero de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV, 1048. También, en A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. V, p. 291. 96 El jefe político de Teruel habla de «Estos sucesos tan repetidos y la ninguna persecución que sufren los facciosos», 14 de septiembre de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1042. 97 En el parte diario de seguridad pública, Zaragoza 13 de noviembre de 1838, se dice que «El enemigo conoce sobradamente la importancia militar de Caspe y así es que en pocos días ha verificado dos veces las hostilidades contra la fortificación de aquella Villa. Reducida, ofrecería a Cabrera la dominación de la derecha del Ebro, el bloqueo de Zaragoza, la ocupación constante de la carretera de esa corte y un punto de enlace con las provincias vascongadas, guerra, a mi ver, que hace 3 años existe entre los enemigos de S. M. y de la libertad Nacional como condición preliminar para generalizar la guerra en toda la extensión del Pirineo». Y también, el parte del Ayuntamiento de Caspe al jefe político de Zaragoza, 11 noviembre 1838, A.D.P.Z., Vig XV 1048.
MAPA 8.3 ACTIVIDAD CARLISTA DESDE SEPTIEMBRE DE 1838 HASTA AGOSTO DE 1839
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8.4. Represión y canje Desde que en diciembre de 1838 se iniciaron las primeras y abruptas comunicaciones entre Van Halen y Cabrera,98 quedó abierto el camino de las negociaciones para alcanzar un acuerdo en el frente de Aragón que redujera las cotas de violencia que estaba alcanzando, un pacto que tuviera los mismos efectos que en el norte había permitido el Tratado de Elliot.99 Los acuerdos fructificaron en abril con las firmas en Segura y en Lécera del «Convenio celebrado entre los jefes superiores de las fuerzas beligerantes que operan en los reinos de Aragón, Valencia y Murcia».100 Su contenido introducía considerables avances en la humanización de la guerra. Debía ser respetada la vida de los prisioneros, el captor se comprometía a responsabilizarse de su salud y, cuando la cifra de prisioneros superaba los 400, debían ser intercambiados en una población que se establecería en cada ocasión. El acuerdo firmado entre Van Halen y Cabrera no fue aceptado con entusiasmo en todos los sectores de la sociedad. El 16 de junio llegaron a Zaragoza los soldados liberados como producto de un canje en medio de la noche; su estado era tal que hubo riesgo de producirse un algarada: Lo intempestivo de la hora, el haberse anticipado un día al designado para su llegada y el estado cadavérico y andrajoso de estos beneméritos defensores de la patria pudo haber comprometido gravemente la tranquilidad pública y fue necesario que el Ayuntamiento y Alcaldes de esta Capital, cuyo celo y patriotismo no tiene límites, desplegaran todos los recursos de su ardiente imaginación para proporcionarles en las pocas horas que quedaban de noche el número suficiente de camisas con que cubrir su desnudez y que con las demás prendas de vestuario que le mandó dar inmediatamente al
98 El cruce de cartas amenazadoras entre éste y Van Halen sobre prisioneros y represión en Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 349, 16 de diciembre de 1838. Tratado por extenso en Buenaventura de Córdoba, Vida militar y política de Cabrera, t. III, pp. 450-514. 99 Teruel, 14 enero: «El comisionado inglés y el capitán faccioso que pasaron a avistarse con Cabrera para que regulase la guerra han vuelto muy descontentos, pues temieron que aquel tigre les fusilase. Váyanse con paños calientes a Cabrera: él confiesa que antes de caer en manos de nuestros soldados se ha de dar un pistoletazo si se encuentra en grave exposición; y partiendo de tal principio, acostumbrado ya a mil horrores, no reconocerá otra guerra que la que se haga a muerte. Si nosotros no hacemos lo mismo seremos vendidos sin remedio». Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 28, 28 de enero de 1839. 100 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 98, 8 de abril de 1839.
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general en jefe pudieran amanecer hoy menos enfermos a la vista de un pueblo, que por su carácter irascible presentaba síntomas de una violenta agresión hacia el resto de los prisioneros que habían quedado en el Castillo, tanto más cuanto recordaban que hacía dos días habían salido los destinados al canje en un estado de completa salud y robustez.101
Los milicianos denunciaron en una exposición a la reina que «el horroroso cuadro que presentaron nuestros prisioneros exacerbó la indignación de este pueblo (eminentemente liberal, y acaso el más amante de V.M. entre todos los de la península) de modo que hubiera peligrado gravemente la tranquilidad pública si las sombras de la noche no hubieran ocultado a muchos semejante espectáculo de horror y desesperación».102 Y consideraron negativos los efectos del convenio, sobe todo al correr el rumor de que Cabrera había separado del intercambio a todos los milicianos nacionales, defendiendo que el sistema de represalias habría proporcionado mejores resultados.103 La situación, desde la perspectiva carlista, se presentaba de un modo totalmente diferente: Los papeles adversarios que tanto inculcan y recalcan el mal trato y tropelías que se cometen con los prisioneros que siguen el partido de la usurpación, o lo que es lo mismo, a los que caen en poder de los realistas, los que cuentan tantas crueldades de nosotros, porque ellos las han sabido inventar y las ejecutan desde el principio reciban el desmiente, si una vez quieren abrir los ojos al desengaño, de sus propios soldados prisioneros recientemente canjeados. Estos prisioneros a quienes repetidas veces hemos dado limosna de dinero, de ropas, de alimento, de consuelo espiritual y temporal, porque se les dejaba ir entre día por las calles y casas de buscársela, además de la ración dia-
101 Zaragoza, 16 de junio de 1839, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1046 102 «Exposición elevada a S.M. la Reina gobernadora por la Milicia nacional de todas armas de esta capital», Zaragoza 20 de junio de 1839, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 183, 2 julio de 1839. 103 En torno a la protesta por el acuerdo firmado con los carlistas se articuló en ese momento buena parte de la actividad progresista zaragozana. En las «Instrucciones» recibidas por el mariscal Nogueras, cuando fue nombrado general del Ejército del Centro, se contemplaba esta advertencia: «[…] los enemigos del reposo público han tomado como pretexto el enunciado convenio [Van Halen-Cabrera] para concitar las pasiones y excitar a la insurrección en Zaragoza y Valencia. Las tramas que en ambas capitales existen para alterar la tranquilidad son más graves y tienen miras mas extensas de lo que comúnmente se cree». A.R.A.H., 9/6828.
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La paradoja de la insurrección: Esplendor y limitaciones (1838-1839) ria que se les distribuía, estos prisioneros visitados tan humanamente en los hospitales y depósitos por el general a quien tan indigna e injustamente han colgado el sobrenombre de tigre.104
Otro de los hechos que permiten articular lo sucedido durante la primera mitad de 1839 fue el asalto planeado por Van Halen a Segura. El asalto a Segura fue considerado, como el anterior a Morella, una acción emblemática de la recuperación del ejército liberal. Era el puesto fortificado más avanzado en tierras aragonesas que tenían los carlistas y a nadie escapaba la función de cabeza de puente que cumplía en todas las correrías sobre los valles del Ebro, Jiloca y Jalón. En esta acción empeñó todo su prestigio Van Halen, general en jefe del Ejército del Centro. Sin embargo, las operaciones resultaron un fracaso rotundo en la organización y en los objetivos, de manera que las tropas, sorprendidas en medio de un temporal de nieve, tuvieron que abandonar el sitio sin apenas haber tenido tiempo de establecerlo.105 Desde la perspectiva carlista, la retirada de Segura se integraba en la serie de renuncias que la insurrección venía imponiendo en Aragón a las fuerzas del gobierno. Así, del mismo modo que Cabrera había forzado con sus victorias a Van Halen a aceptar el convenio para el intercambio de prisioneros —síntoma de debilidad a su entender—, había provocado el abandono del asalto a Segura, que ponía de manifiesto, nuevamente, la debilidad del ejército nacional. Muy profundos han clavado en el corazón de los cristinos los dos arpones que nuestro conde de Morella les hincó, el uno en Segura, y el otro con el convenio. Van-Halen, el grande Van-Halen, más que un toro flamenco, el de quien no había más que pedir, el que venía tan huecamente empavonado con la flamante venera adquirida a fuerza de sordideces y traiciones, méritos que su Señora honra, Van-Halen primero del héroe de las derrotas Alaix, resobrino del espanta-grajas Espartero, el antropófago de prisioneros Van-Halen, el desfacedor de los entuertos de Oraa, ese Van-Halen, ese coco tirado no ha mucho a las barbas de Cabrera, el que venía a sorberse todo enterito sin tocar a Segura, a Morella, a toda la facciosa, esa espurcicia ahora, esa horrura de la milicia, esa garrapata transformada en tal por Cabrera; es el terrero a donde
104 Boletín de Aragón, Valencia y Murcia, n.° 23, 13 de junio de 1839. 105 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. II, p. 107; y A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. V, pp. 304-306.
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asestan sin interrupción ni cesar todas sus rabias y maledicencias propios y extraños. No rezan ni cantan otra cosa las tropas volantes. A la prueba.106
No es preciso profundizar demasiado en los efectos negativos que el abandono de Segura tuvo entre los liberales. El proceso de desintegración de las expectativas depositadas en él ya lo hemos comprobado en otros casos. Podía apreciarse en Zaragoza: En estos días se ha notado bastante ansiedad por el resultado de las operaciones de Segura y con motivo de saberse que el general en jefe ha desistido del ataque a dicho fuerte, mandando retirar la artillería y tren, se advierte un disgusto general por lo infructuosos que han sido tantos sacrificios. Me ocupo en adoptar algunas medidas para contener cualquier desorden que pudiera seguirse de la desagradable impresión que lo dicho ha producido en el pueblo.107
El mismo efecto era reconocible en toda la provincia, de un modo destacado en aquellas áreas afectadas frecuentemente por las incursiones carlistas.108 Hasta los clérigos escriben en los periódicos opinando sobre la ineficacia del gobierno: «parece imposible que una guerra opresora de todas sus fortunas y destructora de las vidas y poblaciones, dure todavía en Aragón cuando si no fuera por la imprevisión, y poca eficacia en la dirección de la misma, hace años no existiría ni presentaría las trágicas escenas que diariamente representa con engreimiento de los enemigos de la patria, y envilecimiento de esta misma, y sus respetables y gloriosas armas […]».109 La llegada a Zaragoza de las fuerzas derrotadas en Segura da pie a una reflexión sobre el ambiente que reina en Aragón. «La concurrencia en el Coso era extraordinaria, así como el disgusto que se observaba en toda ella […]. Varios ciudadanos redactaron una exposición a su majestad quejándose del resultado de las operaciones sobre Segura y pintando el estado de Aragón por lo mal que se aprecian sus sacrificios».110
106 Boletín de Aragón, Valencia y Murcia, n.° 15, 23 de mayo de 1839. 107 Zaragoza, 14 de abril de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV 1044. 108 «Las consecuencias que ha producido el abandono de Segura contribuyen a abatir algún tanto el espíritu de los habitantes de esta provincia particularmente a los pueblos que sufren más de cerca las tropelías de los rebeldes». Parte diario de seguridad pública, Zaragoza, 24 de abril de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV 1044. 109 «Exposición dirigida a S. M. la Reina Gobernadora por el gobierno eclesiástico del Arzobispado de Zaragoza», Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 110, 20 de abril de 1839. 110 Zaragoza, 15 de abril de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV 1044.
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La Diputación Provincial de Zaragoza elevó una exposición a la reina manifestando que estos hechos habían «causado en esta Provincia una sensación, no sólo de dolor sino de indignación universal».111 Y, extendiéndose en los sacrificios económicos que estaban costando estas operaciones, desplegaba una argumentación basada en la censura de la ineficacia y en la crítica del abandono al que el gobierno les había condenado: Pero la Diputación y el pueblo aragonés […] ven en esta pequeña desgracia recopiladas las representaciones que han dirigido, las revelaciones que han hecho, y los pronósticos y vaticinios que han aventurado diciendo a las Cortes y a V.M. que las fuerzas eran bastantes para vencer al enemigo pero que faltaba el orden, la dirección, la energía y las virtudes.
Ofrecía, además, toda una visión histórica del conflicto: Siempre ha luchado la facción con unas fuerzas infinitamente superiores. Nació en medio de nuestro ejército. Creció a su vista. Adquirió a Cantavieja y a Morella, no con su valor, sino por azares o descuidos. Y a pesar de todo esto el Gobierno tenía fuerzas suficientes para tomar aquel pueblo y esta plaza sin que faltasen recursos de víveres, artillería, municiones con un ejército valiente y decidido. A todas estas ventajas los aragoneses añadieron enormes sacrificios para el esperado sitio de Cantavieja y éste no se intentó. Y aunque la Diputación aprontó en momentos cuatrocientos mil reales para el de Morella, V.M. sabe el vergonzoso éxito que tuvo. Si verificada esta desgracia se hubiese tratado de dar una satisfacción, no al pueblo, sino a la justicia, y si en tanto tiempo como ha mediado se hubiese sustanciado una causa precisa, no para averiguar la culpa, porque ésta era notoria, sino los culpables, podría ser que Segura no se hubiera perdido, o se hubiera recobrado. Pero la impunidad produjo su efecto, y los yerros se reprodujeron.112
Y esta misma idea, la de que no eran precisas ulteriores investigaciones para conocer la responsabilidad de «[…] un suceso que, si bien no es el más desgraciado, es el más desairado y bochornoso de todas las campañas», se argumentaba sobre las circunstancias concretas del fracaso: Aquí no hay excusa, y el gobierno ni aun necesita pruebas, pues tiene la convicción, la confesión, la notoriedad. Porque si no había agua donde sin
111 «Exposición dirigida a S. M. la Reina por la Diputación provincial de Zaragoza», Zaragoza, 16 de abril de 1839, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 111, 21 abril 1839. 112 Ibídem.
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embargo había nieve debió preverse. Si no se encontraba leña en pueblos que están a dos horas de distancia, de donde Zaragoza se surte de carbón. Si sobrevino frío, pudo calcularse que en una serranía es probable que lo haga a principio del mes de Abril. Si no había casas ni pajares, debió temerse que el enemigo las destruiría, y de este hecho pudo inferirse que no pensaba en aventurar una acción. El resultado es que no se alega ningún evento extraordinario. Todos son naturales y regulares; y si había obstáculos para el sitio, el sitio no debía resolverse sin haberlos superado, o tener una seguridad de que se superarían antes de comprometer los intereses de los pueblos, y el honor de un ejército vencido. Y si no había tales obstáculos como en efecto no los había, debe responder aquel o aquellos que sin tentar la suerte y sin haber visto al enemigo abandonaron el sitio con grave pérdida de los caudales públicos y de la reputación.
La Diputación manifiesta la indignación de una ciudad que, después de haber realizado notables esfuerzos económicos a lo largo de la guerra y sometida a la tensión de un asalto, reclama airadamente el apoyo que considera lícito recibir y explicita una marcada desconfianza del poder central. Esta reticencia a considerar que el gobierno central representaba convenientemente sus intereses puede ser una de las vías que lleven hasta el gran apoyo que recibió el esparterismo en la ciudad al año siguiente. La visión del estado lamentable en el que se hallaba Aragón, sumada al desinterés que manifestaba la autoridad central por la suerte que corrieran sus habitantes, derivó, muy a menudo, en acusaciones directas contra el gobierno. La exposición del Ayuntamiento de Calatayud a la reina es una muestra de ellas: No hay sufrimiento que el tiempo no venga siquiera a calmar. No hay mal que no tenga alivio ya que no sea posible el remedio. Sólo el sufrimiento y los males de los españoles y particularmente de los aragoneses es lo que por lo visto ni tiene remedio ni aun alivio. En vano los infelices pueblos de este desventurado país se han apresurado siempre a hacer cuantos sacrificios se han exigido de su patriotismo, en vano el anciano padre y la desvalida viuda se han desprendido de sus hijos, haciendo callar los sentimientos de la naturaleza y renunciando a la esperanza de su vejez y de su amparo. En vano la juventud aragonesa ha sellado con su sangre el juramento de morir o ser libre que le transmitieron sus nobles y gloriosos ascendientes. En vano, Señora, para decirlo de una vez, los pueblos lo han hecho todo, cuando el gobierno de V.M. si algo ha hecho ha sido conducirlos al estado deplorable en que hoy se hallan.113 113 «Exposición dirigida a S.M. por el Ayuntamiento de la ciudad de Calatayud», Calatayud, 19 de abril de 1839, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 113, 23 de abril de 1839.
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Y continuaba con este lamento retórico «¡Que horror, Señora, que horror! Descienda Vuestra Majestad del augusto solio que ocupa y dígnese venir a escuchar los lamentos que por todas partes resuenan en este momento en Aragón». La palabra traición destacada con cursiva viene a la pluma del concejo bilbilitano para explicar lo que, a su modo de ver, estaba sucediendo. Como consecuencia de todo esto Van Halen dimitió y entregó el mando al mariscal de campo Bartolomé Amor.114 Agustín Nogueras fue nombrado en sustitución de Van Halen y, aunque la enfermedad le impidió incorporarse a su destino, le fueron remitidas desde el ministerio unas instrucciones para hacerse cargo del Ejército del Centro que desvelan la importancia que había cobrado el frente aragonés en el planteamiento global del conflicto civil.115 Desde el gobierno se había sentido de manera particular el reciente abandono de las operaciones sobre Segura en un momento en el que se habían comenzado a proporcionar «recursos abundantes de que hasta ahora habían carecido, sobre todo en punto a subsistencias». En términos generales, se valoraba Aragón porque era la pieza que permitiría a los carlistas poner en contacto las tres áreas en las que se habían establecido: La importancia y trascendencia de la guerra en Aragón son demasiado evidentes para que deba detenerme en demostrarlas. La situación de aquel país, el carácter de sus habitantes y sus antiguas circunstancias políticas le dan una influencia acaso decisiva en el éxito de la justa causa del Trono legítimo y de la Patria. Si las fuerzas rebeldes se aumentasen, si la insurrección llegase a arraigarse allí hasta el punto que lo está en Navarra y las provincias Vascongadas, el incendio se extendería a toda Cataluña, y enseñoreada la rebelión de toda la vasta e interesante extensión de la Monarquía situada más allá del Ebro, el triunfo de la causa nacional, seguro en la actualidad, sería si no problemático al menos difícil sobremanera por el inmenso desenvolvimiento de tropas y recursos que en tal hipótesis nos sería indispensable, aunque sólo nos limitásemos a contener los progresos del enemigo, sin contar con otras graves complicaciones políticas que forzosamente se suscitarían en tan crítico supuesto.116
114 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 125, 5 de mayo de 1839. 115 «Instrucciones para el Mariscal de Campo Don Agustín Nogueras, nombrado interinamente para el mando en Jefe del Ejército del Centro y de las Capitanías generales de Aragón y Valencia», 27 de abril de 1839, A.R.A.H., 9/6828. También, alocución a los «Soldados y nacionales», 21 de mayo de 1839. Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 143, 23 de mayo de 1839. 116 Ibídem.
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El curso de las negociaciones que se llevaban con los transaccionistas en el frente del norte afectaba a la estrategia en Aragón, porque el encargo de Nogueras era actuar no tanto hacia la pacificación sino para obtener avances «que destruyan las esperanzas del enemigo, y que priven a Cabrera de esa importancia que, con tan maligna intención, se le procura dar dentro y fuera de España». Momentáneamente, el objetivo prioritario era contener los avances que el enemigo había realizado desde la fracasada acción sobre Morella, «limitándose a conservar y abastecer los puntos fortificados y de depósito, para preparar los medios que exigirán las grandes operaciones de que en breve debe Aragón ser teatro». Otras atenciones debían ir dirigidas a mantener libre la comunicación de Madrid con Francia, a elevar la moral del ejército y a «promover el buen espíritu del país, elemento esencial en guerras como la presente». La experiencia determina el modo de actuación para el futuro, que no debe plantearse si no es sobre bases muy seguras: «no acometer empresa alguna sin gran probabilidad del buen éxito y no abandonar las que se hayan principiado, al menos sin causas que notoriamente justifiquen la necesidad de no continuarlas». En definitiva, las órdenes que Nogueras había recibido aquella primavera de 1839 se resumían así: «En una palabra, la misión de V.S. es mantenerse en una prudente y bien meditada defensiva, sin renunciar por esto a las operaciones ofensivas que las circunstancias permitan emprender con fundadas esperanzas». La situación de la guerra en ese momento se había complicado sobremanera y afloraba la ironía de los propios militares: La causa de los males se prevé fácilmente en la organización de unas operaciones, si organización puede llamarse, el tener una división en Aragón amontonada en un punto recorriendo los que hay desde Alcañiz a Teruel siempre en masa; otra que posee desde Castellón a Murviedro; y una de reserva corriendo al lado donde el enemigo se presenta en fuerza, con la casi seguridad de que nunca ha de tropezar con él porque no le ha de aguardar y sí burlar yéndose por otro lado.117
Era la opinión de Melchor Castaños, quien, en un plan de operaciones que había redactado, señalaba algunas cuestiones que resultaban
117 Plan de operaciones para Aragón de Melchor de Castaños, Daroca, 26 de mayo de 1839, A.R.A.H., 9/6828.
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indiscutibles. Hacía nueve meses que no se había intentado subir desde Castellón hasta el Ebro, mientras que «el enemigo, sin obstáculo alguno, se pasea bajo los muros de Peñíscola y Vinaroz, es dueño absoluto de la costa y posee un rico país en donde hallo como imposible no se vea desde luego la base de operaciones sobre el Maestrazgo apoyado en dos plazas de guerra a las que, por mor, todo llega fácilmente y de las que sólo dista una jornada del centro del enemigo». Además, destacaba que «apenas se sale de Segorbe para Teruel se encuentra el país sometido enteramente al enemigo con algunos hombres que lo pasean sin obstáculo y dominan hasta los muros de dicha ciudad. El mismo cuadro se presenta desde Teruel a Daroca y desde allí a Caspe y Alcañiz». Sobre la autoridad del ejército muestra una triste realidad: «El día que la división duerme en un pueblo, manda en él, y apenas sale ya obedece al enemigo que ha sabido extenderse y nunca tropezar con nuestra fuerzas reunidas que sabe aislar».118 En junio el mariscal de campo O’Donnell recibió el nombramiento de general en jefe del Ejército del Centro y de capitán general de Aragón y Valencia, que hasta el momento desempeñaba interinamente el brigadier Nogueras, quien recibe cuartel en Barcelona «accediendo a las reiteradas instancias que por el estado de su salud tiene hechas a fin de ser relevado de los referidos cargos, quedando muy satisfechos del mando con que se ha conducido durante el tiempo que los ha servido».119 A estas alturas del año 1839 la situación general de los carlistas es la siguiente, de acuerdo con una notas que manejaba Antonio Pirala:120 Los facciosos, que ocupan el Maestrazgo y desde Morella a Cantavieja, extienden sus operaciones ya hacia el Ebro, ya hacia Valencia por el Júcar o hacia Aragón hasta el Jiloca, y a veces llegan a pasar al señorío de Molina, se calculan los siguientes, pocos más o menos: Total fuerzas de las facciones en el reino de Valencia y bajo Aragón 27 batallones cuya denominación es como sigue: De Valencia 8, de Aragón 8, de Tortosa 3, de Mora 3, de Guías 1, del Turia 3 y otro que lo forman las partidas sueltas de aduaneros, patrullas, etc.
118 Ibídem. 119 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 182, 1 de julio de 1839. 120 José Herrera Dávila, Madrid, julio de 1839, A.R.A.H., 9/6828.
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Las fuerzas de cada uno de ellos varían desde 350 hasta 600 y 700, de modo que el efectivo de fuerza en infantería ascenderá a 10.000 hombres. De los 27 batallones hay 17 armados y los restantes con pocos y aun malos fusiles. Siete u ocho batallones están regularmente organizados y se baten con bastante orden, los demás a tropel y a su modo. La fuerza de caballería asciende a 1.400 caballos, 800 de ellos medio equipados y bastante buenos, los 600 restantes malos. Sus jefes principales son Cabrera, Forcadell, Llangostera y algún otro cabecilla de menor nombradía.
En buena medida este análisis coincide con el que hacían los milicianos nacionales de Zaragoza en una airada exposición a la reina: «el abandono en que el ejército se ha encontrado desde la fatal intentona de Segura y el que experimenta en el día por la falta absoluta de jefes que pudieran a toda costa mantener su disciplina y estimular su valor, ha debido ser expuesto a vuestra majestad al mismo tiempo que los funestos resultados de tanto crimen e imprevisión. Escaso de fuerzas, sin recursos de ninguna especie, sin jefes, y hasta sin leyes que castiguen la deserción ¿cómo es posible sostener la buena moral de un ejército, ni aprovechar en el día del combate la bizarría que tan insignes pruebas tienen dadas en esta lucha los soldados de la libertad?».121 En esta misma exposición se acusaba al gobierno de conducta «criminal» en los «asuntos de la mayor importancia para el ejército y para el pueblo». Para concluir dando una imagen del estado de opinión que cundía a mediados del verano en la provincia de Teruel, puede atenderse a dos puntos. Por un lado, la impresión que causan entre la población las inauditas operaciones que acometían los carlistas, consolidándose, de día en día, sobre un territorio que ya dominaban desde hacía tiempo. Se había visto a una fuerza rebelde de 800 hombres pasar seis piezas de artillería de gran calibre entre Sarrión y Albentosa con dirección al collado de Alpuente: «Cualquiera que conozca la topografía del terreno —publicaba el Diario Constitucional de Zaragoza— se admirará de esta operación practicada por los enemigos sin el menor obstáculo, atravesando veinte y tantas leguas por caminos desusados y escabrosos. Este suceso, y otros muchos que observamos todos los días en este país desventurado, nos
121 «Exposición elevada a S.M. la Reina gobernadora por la Milicia Nacional de todas armas de esta capital», Zaragoza 20 de junio de 1839, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 183, 2 julio de 1839.
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dan margen a melancólicas reflexiones; y estamos íntimamente convencidos de que nuestra suerte variará muy poco este año».122 No menos tristezas provocaban por las mismas fechas las andanzas del cabecilla Polo en Celadas y Santa Eulalia, pues hacía evidente que «un mal batallón y algunos caballos están dominando uno de los territorios más llanos y ricos de Aragón. Nada sabemos de nuestras tropas».123 En el discurso de la reina en la apertura de Cortes extraordinarias, el 1 de septiembre, no hubo referencias a la guerra en Aragón, enmascarando los sucesos en una sola frase «El [ejército] del centro acaba de abatir junto a Lucena, y con nueva gloria en Tales, el orgullo de un caudillo feroz».124
8.5. Escasez de recursos y bloqueo de poblaciones en el Bajo Aragón Ya en la primavera de 1838 los signos de que los recursos disponibles para enfrentarse a las partidas eran insuficientes resultaban evidentes en muy distintos lugares. En Zaragoza se celebró una reunión entre el Ayuntamiento, la Diputación Provincial y la Milicia Nacional para hacer frente a «la crítica situación en que se encuentra esta provincia, desprovista de fuerzas y recursos para contener los progresos de las facciones al mando de Cabrera que gradualmente se van aumentado, extendiendo su perniciosa influencia y dominación en el bajo Aragón».125 En ella se acordó interpelar al gobierno «sobre el abandono en que se hallan todas las provincias que componen el antiguo reino de Aragón». Pero donde la escasez de suministros y la ausencia de tropas suficientes se sumó a la nueva ofensiva insurreccional de 1838-1839, participando en mayores proporciones de todas estas carencias, fue en el Bajo Ara-
122 Teruel, 2 de agosto de 1839, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 227, 15 de agosto de 1839. 123 Teruel, 3 de agosto de 1839, ibídem. 124 «Discurso pronunciado de S.M. la Reina Gobernadora en la solemne apertura de las Cortes extraordinarias de la nación española el día 1.º de septiembre 1839», Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 248, 5 septiembre 1839. 125 Parte diario de seguridad pública, Zaragoza, 25 de abril de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1040.
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gón. Allí, el fracaso del ejército gubernamental por contener los avances carlistas tuvo especial incidencia. En esta zona permanecían algunos núcleos de población que todavía resistían a la continua presencia de tropas insurrectas, bien por estar amurallados o porque la guarnición y los milicianos hacían frente a los ataques defendiéndose desde la casa fuerte. Así sucedía principalmente en Alcañiz, Caspe, Mequinenza y Montalbán. En la nueva coyuntura, en la que los ataques y las incursiones sobre las tierras llanas fueron más frecuentes y menos arriesgadas, la situación de estas poblaciones experimentó un cambio y empeoró sensiblemente. Ya que no había sido posible su conquista, fueron sometidas a bloqueo, con lo que las condiciones de vida de sus habitantes, ya muy duras hasta ese momento, se hicieron aún más difíciles, añadiendo nuevos problemas a las numerosas pérdidas en la economía y en las personas que ya se habían producido. En Alcañiz, a la altura de mayo de 1838, ya no había arroz para suministrar a la tropa ni cebada para alimentar a los caballos, que tenían que consumir salvado. Como el resto de los recursos no marchaban de modo distinto, el Ayuntamiento envió un comisionado para que expusiera a las autoridades «las necesidades, escasez y miseria de esta población».126 El Ayuntamiento debió prescindir de los asentistas y comprar estos productos, a los vecinos que los tuvieran almacenados, a precio de mercado, «pues éste será el medio de evitar que tal vez se destrocen o maltraten los campos».127 Nuevos problemas se produjeron en octubre, cuando expiraba la contrata para el suministro de las tropas, pues, a juicio del Ayuntamiento, no había disposición de realizar otra. En ese caso resultaba evidente que el gobierno contemplaba la posibilidad de que el suministro recayera directamente sobre la población. La gravedad de la situación queda recogida en una exposición del concejo que pretendía animar a las autoridades a «sostener este interesante punto antes de obligar a abandonarlo por falta de recursos».128 La ciudad, que venía afrontando todos los proble-
126 Sesión del 22 de mayo de 1838, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales. 127 Ibídem, sesión del 27 de mayo de 1838. 128 Ibídem, sesión del 4 de octubre de 1838.
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mas de la guerra y había empeñado en ella todos los recursos públicos, no estaba dispuesta a exprimir también los recursos privados en esta empresa que debía interesar de igual modo al gobierno. Había también dificultades para el suministro impuestas por la naturaleza propia de esta guerra. Antonio García Meras, asentista de utensilios para los guardias de la plaza, manifestaba que no tenían ninguna dificultad para cumplir con el suministro de aceite, pero «encuentra obstáculo para poderlo verificar de carbón y leña que dice no encontrar quien quiera surtirle de estos artículos, respecto a serles prohibido por los facciosos con pena de la vida».129 Para salvar este obstáculo, el Ayuntamiento debió solicitar la protección de fuerza armada para que los conductores de cargas de leña no pagaran con su vida, como ya había sucedido, el realizar un servicio al Ayuntamiento.130 A pesar de ello, en junio hubo 8 ciudadanos que fueron sorprendidos en una sola semana y recibieron cien palos como represalia.131 La carencia de leña fue tal que los vecinos no pudieron mantener el fuego a los alojados «por falta de leña que hay en la población, la cual es de tanta consideración que después de haber quemado muchas maderas y muebles útiles para la casa se ven en la necesidad de salir a cortar árboles de los campos inmediatos al pueblo con perjuicio de la moral pública y de los propietarios».132 El problema fue resuelto, en parte, asumiendo el gobernador el compromiso de proporcionar el fuego que serviría para guisar los ranchos. 129 Sesión del 23 de noviembre de 1838, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales. 130 El Ayuntamiento de Alcañiz explicaba la situación al gobernador militar de la ciudad en estos términos: «No habiendo leña en la provisión para suministrar a las guardias de esta plaza, ni haberse podido conseguir el que los vecinos nombrados para que la traigan puedan verificarlo por haber sido cogidos y conducidos a Calanda e impuéstoseles por la facción la pena de la vida, este Ayuntamiento debe decir a VS: Que no encuentra otro medio para que no se carezca de tan necesario artículo que el de que los conductores sean protegidos por fuerza armada». Sesión del 14 de junio de 1839, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales. 131 «Manuela Royo, mujer de Miguel Añón, ha presentado un escrito a esta corporación haciéndole presente que su marido es uno de los ocho desgraciados que fueron sorprendidos por los facciosos en la semana última haciendo leña para introducirla en esta ciudad; y que habiéndole dado los rebeldes cien palos resultó tan contuso y malparado que su indisposición se reputa por grave, y gimiendo en el suelo por no haber podido adquirir una carga, trató la dicha mujer de llevarle a su casa […]». Sesión del 23 de noviembre de 1839, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales. 132 Sesión del 6 de agosto de 1839, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales.
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En el año 1839 la situación empeoró para los alcañizanos: se dio la circunstancia de que, después de varias subastas, no hubo postor que quisiera efectuar el arrendamiento de los suministros a la tropa y tuvo que gestionarlos durante todo el año el propio Ayuntamiento. En el pleno del primer día del año la corporación entrante trató por extenso sobre «las necesidades y privaciones que ha mucho tiempo se halla sufriendo este vecindario y además de los graves e irreparables perjuicios que les causa el estrecho bloqueo en que los enemigos tienen a esta plaza y sus habitantes».133 Se produjeron ocultaciones de grano por parte de la población, con el objeto de «sustraerse para libertarlo en caso de que fuese necesario sacar comestibles de las casas para las tropas, y en circunstancias de que en el día de ayer recibió un oficio esta corporación del señor gobernador de la plaza en que manda aprontar y reducir a harina 100 cahices de trigo que es imposible casi en el día reunir por ser tan corto el número de vecinos que existe en la población».134 La emigración había afectado a la ciudad durante toda la guerra y ahora, en su momento más difícil, eran muy pocos los vecinos que, pudiendo haberse refugiado en los muros de Zaragoza, permanecían en Alcañiz. Esto trajo numerosos problemas de organización interna, como el servicio de pliegos, ya que no había quien quisiera conducirlos ni «personas a quienes poder obligar a hacerlo».135 Para ello se formo un fondo con que pagar en metálico el servicio, pero en junio quedó suspendido por completo. El Ayuntamiento, «viendo con el mayor dolor y amargura que todos cuantos salen de esta población conduciendo pliegos sufren la pena de muerte si son aprehendidos por la facción»,136 decidió interrumpir el servicio, que suponía un inmenso riesgo que recaía sobre muy pocos vecinos, pues de los 1.600 útiles sólo había 22 disponibles en ese momento. El escaso número de residentes también incidía en «la pesada obligación de surtir a la tropa en sus alojamientos de los artículos de leña, sal y demás que previenen las ordenanzas».137
133 134 135 136 137
Ibídem, sesión del 1 de enero de 1839. Ibídem, sesión del 19 de marzo de 1839. Ibídem, sesión del 21 de mayo de 1839. Ibídem, sesión del 10 de junio de 1839. Ibídem, sesión del 7 de junio de 1839.
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La carga que la tropa suponía sobre la población derivó en una susceptibilidad constante entre civiles y militares. Se puso de manifiesto a consecuencia de no haber devuelto a sus dueños las cabras que se habían cedido para que su leche alimentara a los enfermos del hospital militar y tomó a veces la forma de rechazo popular a los militares. Como explicaba el Ayuntamiento, «lo más sensible es la publicidad con que se conduce toda res desollada sin pierna [ni robada] a la despensa del referido Hospital».138 Y da un toque de atención para que «se remedie el abuso que se hace de la carne que cede en perjuicio de los propietarios que varias veces han reemplazado las faltas con las cabras que tenían para su subsistencia y usos de su casa». Los contratistas de raciones, ocultándose en las circunstancias del bloqueo, descargaban parte de sus responsabilidades en el Ayuntamiento, que ya se había acostumbrado a disputar las exigencias que se le hacían. En abril, es aceite lo que debe proveer, porque el contratista no ha conseguido traer de Caspe el tocino que era necesario. «No puede prescindir el Ayuntamiento de manifestar que si en poder de dichas personas [los almacenistas] no existe el número de arrobas de aceite de que habla el oficio de usted [el gobernador] del día de ayer no se podrá contar de ninguna manera con él, porque los principales propietarios y todos los demás en general tienen que comprarlo para su abasto por no haber podido colectar su cosecha de aceituna por el riguroso bloqueo que está experimentado hace ya un año, siendo consecuencia de lo dicho que no transportándose el tocino que existe en Caspe se verá privada la guarnición del uno y del otro artículo».139 Con motivo de eludir los compromisos impositivos que se derivaban de una economía en quiebra, el Ayuntamiento de Alcañiz traza un fresco que sirve para ilustrar nítidamente los efectos que estaba teniendo el control continuado de las partidas en el Bajo Aragón sobre la agricultura de la zona: Hace desde el mayo del año anterior que los extensos campos de esta ciudad se hallan dominados por la facción en tales términos que puede decirse no se obedece en ellos otra ley que la suya, consiguiendo con el temor lo que de
138 Ibídem, sesión del 28 de junio de 1839. 139 Ibídem, sesión del 27 de abril de 1839.
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otra suerte no les sería posible obtener. Y así es que la gran cosecha de este vasto termino es nula para estos habitantes, pudiendo asegurar que de cincuenta partes de toda ella podrá haberse recogido una, y ésta tan sólo la que se encontraba bajo el tiro de cañón de la plaza y causando muertes, incendios, horror, y estragos, por cuyas razones, la pérdida de la cosecha y de la décima y primicia de granos sin culpa alguna de los propietarios, hace que este Ayuntamiento se vea imposibilitado de realizar el encabezamiento que en otro caso no tendría inconveniente practicar, y presagia que ha de suceder otro tanto con la cosecha próxima de aceituna.140
Del mismo modo que los costes de la guerra eran progresivamente asumidos por el Bajo Aragón, en los progresos trataban de resarcirse de las penurias. El comandante de Montalbán explicaba cómo habían vendido las armas de un enfrentamiento ocurrido el 24 de enero, «para que todos los individuos de esta guarnición gozaran de aquel fruto cogido a los enemigos y vendidas que fueron se procedió al reparto entre las compañías de preferencia del tercer batallón de África, 7.ª de línea y milicia nacional de esta villa; los cuales decididos por la gloria de nuestra causa y por otro lado acordándose del sufrimiento y trabajos que pasan los infelices prisioneros de Orcajo, todos a una vez prorrumpieron que se dejara toda la suma en beneficio de aquellos desdichados».141 El peso de las tropas se dejaba notar allí donde permanecían un tiempo. Del partido de Daroca se decía que manifestaba «algún abatimiento, según expresa el Alcalde Constitucional de dicha ciudad por los vejámenes consecuentes a la larga permanencia de las tropas y ningún resultado de las operaciones».142 Desde el partido de Belchite el clamor era por la presencia de partidas recaudando aprovisionamientos bajo amenazas a las justicias de los pueblos: Temerosos los Alcaldes y pudientes recurren incesantemente a mi autoridad para que se les proteja y libre de los golpes que sin duda recibirán de tales monstruos, porque despreciando los clamores de los cansados y exhaustos pueblos tratan de llevar a cabo por todos medios sus ambiciosas miras. Todas estas reclamaciones he hecho presentes diferentes veces a este general 2.° Cabo, a fin de que lo hiciese al Jefe del Ejército del que se sirva
140 Ibídem, sesión del 30 de julio de 1839. 141 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 41, 10 de febrero de 1939. 142 Zaragoza, 31 de enero de 1839, parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1044.
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La paradoja de la insurrección: Esplendor y limitaciones (1838-1839) proporcionar fuerzas con que socorrer a tantos desgraciados como suplican el auxilio, y lo elevo también al superior conocimiento de V.E. con iguales fines.143
La dureza del bloqueo se aprecia en toda su dimensión externa en este testimonio procedente de Caspe: La lastimera situación a que los facciosos van reduciendo este punto valiéndose de los medios más atroces, como son no dejar entrar ningún peón para la siega, de modo que los detienen en los Pueblos limítrofes reducidos a ir mendigando su subsistencia de puerta en puerta, y a 20 reales de vellón por peón no se encuentra quien siegue, ha introducido el terror en los Paisanos amenazándoles que no introducirán un grano de trigo dentro de la Población. Y a los encargados de los particulares que se hallan en Zaragoza y otros puntos ya se les ha prevenido que la mitad de la cosecha será para ellos. Todo con la amenaza de muerte que ponen en ejecución, con lo que han conseguido infundir el Terror, en términos que si el Gobierno no fija su atención en este punto que depende todo de la agricultura, y se mira con el interés que debe ser, se reducirá este Pueblo al más grande desconsuelo, emigrarán todos y el suelo más fértil que tiene el Aragón se verá abandonado. Por lo que espero que V.S. interpondrá todo su influjo con el Excmo. señor comandante general del ejército del Centro, a fin de que se tomen medidas con fuerzas capaces de contener los males que amenazan a todos estos habitantes si como llevo manifestado no se adoptan pronto pronto disposiciones grandes y enérgicas que corten, cuando menos contengan, tantos desconsuelos y amarguras como la facción fratricida va introduciendo en este suelo.144
En Caspe los carlistas habían conseguido introducir el rumor de que todos los vecinos que habitaban en la parte fortificada debían desalojar sus casas, cundiendo un gran desaliento entre la población. El gobernador militar y el Ayuntamiento tomaron además medidas para impedir que se extendiera el clima de abatimiento hasta el abandono de la defensa, de modo que se impidió extraer de la población muebles y comestibles, estableciendo una ronda de nacionales que vigilaban las murallas y tratando de circular la voz de que se trataba de una simple estratagema de las partidas, porque «teniendo todos los intereses y comestibles en las Casas de Campo sin exponerse a las balas con más facilidad se verían despojados de cuanto poseyeran».145 Al mismo tiempo, la presión económica de los carlistas no renunciaba a ninguna fórmula que les permitiese
143 Jefe político de Zaragoza, 8 de febrero de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV 1044. 144 Alcaldía de Caspe, 17 de junio de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV 1044.
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obtener recursos, como la confiscación de dos mulas y un jumento de uno de los vecinos hasta que Caspe no cumpliera con una carta de pago por 12.000 reales en concepto de contribución y «no verificándose en el término de cuatro días se procederá a la venta de todas ellas hasta el completo de dicha carta».146 En julio la presión se mantenía constante y se apreciaban los efectos que esta acción continuada tenía sobre la población. Exponía el Ayuntamiento: Este vecindario se halla asediado con las amenazas de los facciosos y bando echado por los mismos en su permanencia en esta villa el día 13 de los corrientes en que les mandaron en el término de tres horas desalojar la población pena de la vida, han desaparecido muchísimos, trasladando su domicilio a la huerta y otros a país dominado por las facciones, pero la Partida de Caballería recorre el termino y las casas de campo de esta villa conduciendo a la Población a los vecinos que se hallan en las mismas.147
Eran las consecuencias del bloqueo al que estaban sometidas las tres poblaciones de la zona —Alcañiz, Caspe y Mequinenza— que resistían todavía, apoyadas por sus respectivas guarniciones, al dominio carlista en el Bajo Aragón. A pesar de todo, la peor parte la llevaban los pueblos que no habían podido mantener su independencia por carecer de tropas y defensas suficientes para impedir los continuos asaltos. Era el caso de Nonaspe, donde se había recibido una orden de Llangostera prohibiendo a toda persona que entrase o transitase a media legua de distancia de cualquiera de estos tres puntos liberales. Amenazaba en caso contrario con que serían pasados por las armas, «sin distinción de sexo, como así mismo al que salga de dichos pueblos, pasados ocho días, se les darán 200 palos e igualmente que al que se le pruebe haber estado en cualquiera de los tres puntos aunque no sea aprendido en el acto también será pasado por las armas».148 Ante una situación como ésta, el alcalde de Nonaspe comunicaba la situación a Mequinenza y, excusándose, decía «que aviso a V.S. para que caso que no pueda remitir parte no lo lleve a mal pues será difícil que se encuentre ninguno que quiera llevarlo».
145 Alcaldía de Caspe, 23 de mayo de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV 1048. 146 Caspe, 12 de junio de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV 1048. 147 Caspe, parte semanal de seguridad pública, 18 de julio de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV 1046. 148 Nonaspe, 16 de mayo de 1839, transcrito desde Mequinenza, 18 de mayo de 1839, A.D.P.Z., Subsec. XVII 1252.
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La presión sobre todos los habitantes de la zona terminaba por afectar, tanto como los ataques directos, a las poblaciones bloqueadas. En estos términos se explicaba la situación desde Mequinenza, aprisionados sus vecinos entre la violencia física y el estrangulamiento económico: Atemorizados con estas amenazas los habitantes de esta villa, no se atreverán a pasar a la otra parte del Ebro. Y mayormente cuando ya se cuentan diez y siete vecinos de Mequinenza los que han sido asesinados en los Montes de la misma […] sin otro delito que estar cultivando sus heredades, pues ni el cogerlos sin armas, ni la ancianidad de varios de ellos han sido bastante a librarlos de la muerte que han recibido del modo más bárbaro y cruel y contra todas las leyes de la guerra. Deshechas las cabezas a pedradas con un sinnúmero de bayonetazos se han encontrado la mayor parte de los cadáveres de ellos. Así es que la cosecha, cuya recolección está tan próxima, quedará en los campos y por consiguiente sin medios de subsistir este vecindario ni poder cubrir sus contribuciones si no se adoptan con premura medidas para que una columna con base de operaciones en Caspe, recorra la derecha del Ebro, pues de otra suerte esta Corporación repite y está segura, Excmo. señor, que la cosecha pendiente o se perderá o irá a llenar los almacenes de Morella y Cantavieja, y estos pueblos quedarán sumidos en la más espantosa miseria.149
Las acciones sobre los habitantes eran continuas, lo que contribuía a acrecentar la imagen de una situación difícil. La alcaldía de Mequinenza recibió un oficio del cabecilla comandante Salvador Borras obligándole a que hiciera efectivas las cartas de pago que tenía en su poder antes de 48 horas «de lo contrario (aunque con dolor) me vea precisado a dar fuego a cuantas casas de Campo se hallan en ese termino, cortar los arboles, demás medidas que no serán agradables a los habitantes de esta rebelde población. Pero cumpliendo ustedes con lo que se les pide, y deben considerar muy justo como de hijos predilectos de nuestra amada patria, se les tendrá las mismas consideraciones como tales».150 La violencia también cumplía la función de minar la moral de los sitiados, por encima incluso de su función como medio para hacer efectivas las exacciones. A finales de agosto los miembros de una partida que atravesó el termino municipal de Caspe «dieron de palos a cuantos paisanos encontraron y algunos de ellos los dejaron casi muertos, y a una mujer que cogieron después de tenerla de rodillas para fusilar le cortaron el pelo». El Ayuntamiento dis-
149 Alcaldía constitucional de Mequinenza, 18 de mayo de 1839, A.D.P.Z., Subsec. XVII 1252. 150 Mequinenza, 21 de junio de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV 1048.
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puso ayuda de 8 reales diarios mientras durase la curación de los apaleados a cargo de los vecinos que tenían hijos o hermanos en las partidas. Junto a los problemas procedentes de la represión, la defensa y los abastecimientos de las poblaciones bloqueadas aparecían otros derivados de éstos que hacían todavía más difícil la vida en ellas. La enfermedad, en forma de tercianas, se había extendido entre los habitantes de Caspe, cebándose particularmente entre los soldados que guarnecían esta villa. «En esta Población —manifestaban las autoridades— se padece Tercianas,151 pero tan malignas que hay casa de cinco y seis enfermos, de forma que sólo militares pasan de 90 los que se hallan enfermos, pero aunque mueren algunos no es cosa de consideración. No se escasean ningún artículo de primera necesidad y a precios moderados, pero debido al paso del Ebro pues por este lado nada deja introducir la facción».152 En suma, durante el verano de 1839 la insurrección en Aragón alcanzó su máxima expansión territorial y su mayor poder, y esto se puso de manifiesto en la presión sobre los exiguos restos de defensa liberal que permanecían en la Tierra Baja y en la ribera del Jiloca con Teruel como eje. A pesar de la importante posición alcanzada hasta ese momento por los carlistas, el gobierno estaba jugando la importante baza de la negociación en el norte, mientras la política en estas tierras se limitaba a mantener estable la situación sin aventurarse en nuevas acciones que pudieran resolverse en un fracaso. Por ello, buena parte del futuro de la guerra civil se estaba resolviendo lejos del frente aragonés y dependía del éxito de la tendencia transaccionista dentro del propio carlismo.
8.6. Las repercusiones del Convenio de Vergara en Aragón La consolidación de una tendencia transaccionista en el entorno de don Carlos representada por la figura del general Maroto fue seguida en 151 «La enfermedad de las tercianas se ha propagado demasiado de forma que hay compañía de las de guarnición que entre enfermos y convalecientes hay 75 plazas y comparativamente se halla así el resto de la población, y en cuanto a muertes me refiero al parte anterior», Caspe, 2 de septiembre de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV 1046. 152 Caspe, parte semanal de seguridad pública, 1 de septiembre de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV 1046.
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Aragón con interés desde los primeros momentos. La prensa aragonesa dio cuenta de la noticia del fusilamiento de los generales apostólicos ordenado por Maroto,153 reflejó puntualmente el documento en el que don Carlos le declaraba traidor por haber «menospreciado el respeto debido a mi soberanía y los deberes más sagrados, para sacrificar traidoramente a los que se oponen tan dignamente a la revolución usurpadora»,154 y con la misma diligencia reprodujo el decreto, tres días posterior, respaldando las gestiones de este general: «Yo apruebo pues las medidas —afirmaba el Pretendiente— adoptadas por este general y deseo que quede como antes a la cabeza de mi valiente ejército».155 Las noticias llegaron a desbordarse, difundiéndose en primera instancia la interpretación elaborada en Tudela de los acontecimientos, leídos como el paso a las tropas liberales del general Maroto.156 En todo caso, el optimismo se expandió con rapidez. En la provincia de Zaragoza, había comunicado el jefe político, «se ha reanimado el espíritu público sobremanera con las noticias tan satisfactorias que de Navarra se reciben».157 Van Halen aprovechó la circunstancia para hacer un llamamiento a las tropas enemigas para que renunciaran a la lucha y se presentaran a sus jefes.158 Por esos días moría uno de los pocos jefes carlistas aragoneses que participó en los comienzos de la insurrección y permanecía todavía en activo, Enrique Montañés.159
153 «Nuevos pormenores relativos a la biografía de los generales carlistas fusilados», Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 70, 11 de marzo de 1839. 154 Cuartel Real de Vergara, 21 de febrero de 1839, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 61, 2 de marzo de 1839. 155 Cuartel Real de Villafranca, 24 de febrero de 1839, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 65, 6 de marzo de 1839. 156 Así fue comunicado por el jefe político de Zaragoza en el parte diario de seguridad pública del 28 de febrero de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV 1044. 157 Zaragoza, parte diario de seguridad pública, 10 de marzo de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV 1044. 158 «El general en jefe del ejército del Centro, a continuación de los decretos de D. Carlos sobre las cosas de Maroto y demás documentos carlistas que en nuestro periódico se han publicado a su tiempo, dirige a los soldados de las banderas rebeldes las siguientes palabras», Murviedro, 6 de marzo de 1839, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 76, 17 de marzo de 1839. 159 La muerte se produjo el 7 de marzo en Valdeltormo, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 68, 9 de marzo de 1839.
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Los contactos entre el núcleo vasconavarro y Aragón se produjeron con fluidez en estas fechas.160 De gran interés para comprender el calado de estas relaciones son las dos cartas firmadas por Ramón Cabrera y José Arias Teijeiro que fueron interceptadas en su recorrido hasta el Pretendiente y posteriormente publicadas en la prensa liberal.161 Arias se dedicaba por extenso a demostrar a don Carlos la solidez del poder alcanzado por Cabrera y el importante apoyo que podía obtener de él la actitud refractaria a la negociación con los liberales.162 La medida de esta actitud la ofrece el propio Cabrera, que afirmaba: «jamás me he separado ni me separaré de la senda que he seguido», reconocía haber ocultado entre sus tropas algunos de los sucesos producidos recientemente en las provincias vascas y manifestaba que estaban «todos decididos a morir antes de transigir en lo más mínimo con nuestros enemigos, para que V.M. se siente en su trono con el debido esplendor, mande absolutamente sin trabas ni otras consideraciones que las que sean de su Real agrado».163 La existencia de estas comunicaciones y el contenido de las mismas permite deducir que en Aragón se había producido una toma de posición de los apostólicos frente a los transaccionistas bastante antes de la firma del Convenio de Vergara.164 Durante la fase de la negociación Cabrera representó la defensa de los derechos íntegros del Pretendiente y ahogó cualquier voz discrepante que pudiera surgir. Como decía en una orden general expedida en junio, «morir mil veces antes que ceder o lo que es lo mismo, transigir con los enemigos irreconciliables del orden social».165 160 El Diario Constitucional de Zaragoza publica una carta del 1 de junio de 1839, firmada por Juan Montenegro y dirigida a Cabrera que había sido interceptada, n.° 170, 19 de junio de 1839. 161 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 192, 11 de julio de 1839. 162 Cantavieja, 21 de junio de 1839. 163 Cantavieja, 20 de junio de 1839. 164 «Los documentos interceptados a la facción a que hemos dado publicidad, y que comprueban la inteligencia secreta del pretendiente con Cabrera y su ex-ministro Teijeiro para acabar con el partido de Maroto que hoy manda la facción del norte, confirman lo que dice esta carta que es asimismo la convicción íntima de todos los liberales del país, militares y paisanos; y aun la de los mismos enemigos que no pueden cerrar los ojos a la evidencia de los hechos». Artículo procedente del Eco del Comercio, reproducido en Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 200, 19 de julio de 1839. 165 Montalbán, 12 de junio de 1839, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 230, 18 de agosto de 1839.
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La paradoja de la insurrección: Esplendor y limitaciones (1838-1839)
Los instrumentos oficiales para la difusión ideológica del carlismo en Aragón —el Boletín de Aragón, Valencia y Murcia— entraron en funcionamiento difundiendo el mensaje refractario a la negociación. Llamaban necios a los que consideraban que la transacción estaba muy avanzada y proclamaban su voluntad en estos términos: Con satisfacción decimos a los jovellanistas, al Eco, y a los periódicos todos de la revolución, que jamás esa transacción llegará a realizarse, y que en la hipótesis de que les fuese posible hacer entre nosotros algún prosélito de su tenebrosa sociedad, por elevada que fuese la posición de éste, sólo lograría atraer sobre sí simultáneamente el odio, el desprecio y la indignación de los valientes y leales Ejércitos de CARLOS V.166
Y, adoptando el papel de «órganos de estos leales ejércitos», los redactores del periódico carlista se dirigían a la prensa liberal, y al Eco del Comercio como principal exponente de toda ella, en busca de un interlocutor frente al que exponer su airada afirmación de intransigencia: Señor Eco: nosotros tenemos la dicha y la alta honra de poder en este asunto constituirnos órganos de estos leales ejércitos. En nombre pues de nuestros generales, de nuestro Jefes, de nuestros oficiales y hasta del último de nuestros soldados aseguramos, a usted y a las distintas fracciones de la revolución, que rechazamos con todas nuestras fuerzas esa inicua transacción. NO, JAMÁS, NUNCA TRANSIGIR dice la enseña que os presentamos.167
Con estos antecedentes no es extraño que el Convenio firmado en Vergara168 entre Espartero y Maroto no tuviera apenas posibilidades de entrar en vigor en el frente aragonés. Bien es cierto que algunos de los oficiales más destacados se acogieron a él, como el brigadier Juan Cabañero o el jefe de brigada Ignacio Alonso Cuevillas, pero no fue ésta una actitud generalizada.169
166 Artículo aparecido con la firma A.A.G. bajo el epígrafe «La Redacción. Sobre los transaccionistas», en el Boletín de Aragón, Valencia y Murcia, n.° 27, 22 de junio de 1839. 167 Artículo bajo el epígrafe «La Redacción» titulado «Al Eco del Comercio, periódico de Madrid. Algo más sobre los transaccionistas», Boletín de Aragón, Valencia y Murcia, n.° 30, 29 de junio de 1839. 168 Una importante contribución sobre el tema la constituye el volumen coordinado por Joseba Agirreazkuenaga y José Ramón Urquijo Goitia (eds.), 150 años del Convenio de Bergara, op. cit. Véase también Manuel Santirso, «El convenio de Vergara y otras paces descartadas (1837-1840)», Hispania, vol. LV, n.º 191, 1995, pp. 1063-1092. 169 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 278, 5 de octubre de 1839.
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Después de transcurridos seis largos años de guerra civil, el deseo de apreciar una mejoría en el desenvolvimiento del conflicto era muy grande en Aragón, y las noticias de haberse firmado la paz en el norte causaron este efecto. Las manifestaciones de alegría y entusiasmo se multiplicaron por doquier. Tan pronto como las noticias que iban impresas en el Boletín circularon por Zaragoza «volvió a repetirse el repique general de campanas de la noche anterior; las baterías hicieron salvas y la población entera expresó su alegría en términos difíciles de describir. Toda la tarde y hasta la madrugada de hoy han recorrido las calles diferentes músicas, sin que se haya observado el menor desorden. El Exmo. ayuntamiento acordó se celebrasen las fiestas […] a las cuales deben agregarse otras que se dice tiene dispuestas el comercio».170 Son las muestras de alegría externa que también tiene su traducción política en textos como los de la Diputación Provincial de Zaragoza, que considera la paz «el feliz anuncio de la próxima emancipación de las arbitrariedades, atropellamientos, desolaciones y barbaries que han sufrido».171 El Ayuntamiento de Zaragoza transmitió su felicitación al duque de la Victoria, aunque manifestaba sin tapujos cierto desconcierto porque, aun confiando en las posibilidades del ejército mandado por Espartero, no alcanzaba a entender cómo se había alcanzado la paz, y confesaba «sin rubor, que el éxito ha sobrepujado en mucho a todas sus esperanzas y que en este mismo momento apenas puede comprender cómo se ha obrado un cambio tan repentino en favor de la causa de nuestra inocente Reina Doña Isabel II, de la regencia de su augusta Madre, y de la Constitución de 1837».172 El Diario Constitucional de Zaragoza publicaba el 19 de septiembre la noticia del paso del Pretendiente por la frontera hacia Francia.173 Mientras en Aragón se esperaba que, sin dilación, llegaran las tropas que
170 Zaragoza, 3 de septiembre de 1839, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1046. 171 Zaragoza, 3 de septiembre de 1839. Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 247, 4 de septiembre de 1839. 172 Zaragoza, 5 de septiembre de 1839, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 275, 2 de octubre de 1839. 173 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 262, 19 de septiembre de 1839.
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quedaban ahora libres en el norte,174 se pusieron en circulación noticias sobre la desesperación de Cabrera.175 Se llegó a publicar que andaba «recogiendo todo el oro que puede, dando para ello veinte duros por cada onza de oro; y que apenas concluya la operación y la de licenciar a todo su ejército para lo cual exige doscientos reales para cada licencia, se retirará a Niza donde para este caso tenía ya comprada una magnífica posesión. Esto no se crea que es broma: desgraciadamente es la pura verdad ¡Y viva la virgen de los dolores!».176 En estos días de septiembre circularon muchas noticias que indicaban que Cabrera había incrementando su actividad y la violencia de las acciones en las que participaba.177 La experiencia de muchos en la guerra introducía también la nota escéptica ante el rápido final de la contienda: Cabrera, como una fiera, ya no debe ser considerado como un individuo de la especie que ha ultrajado. Connaturalizado con la muerte, la ejerce sin mas compasión que un tigre, y cuando derrama la sangre de los hombres está en su elemento. Apenas queda pueblo, aldea o campo en donde no se vean huellas sangrientas que ha estampado aquel monstruo, ni familia que no llora la muerte, ejecutada con crueldad, de alguno de ella. Por donde quiera que dirijamos nuestra vista encontraremos objetos que publican la ferocidad del hombre que en estos provinciales dirige los bandos que proclaman el absolutismo y la inquisición ¿Y qué? ¿Habrá alguno que piensa que Cabrera pueda ser comprendido en un convenio? Éste sería un sueño de muerte. Para aquél no debe haber más que exterminio.178
174 El Ayuntamiento de Zaragoza manifestaba al duque de la Victoria que «no dudando que llevando adelante la grande empresa que principió en aquel día, vendrá a terminarla en las fértiles campiñas de Aragón y Valencia». Zaragoza, 5 de septiembre de 1839, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 275, 2 de octubre de 1839. 175 «Las noticias que diariamente se reciben de los facciosos de Aragón y Valencia al mando de un tigre insaciable de sangre, convienen en que su desesperación es extraordinaria de resultas de los acontecimientos del N, y ayer mismo corrían rumores de un nuevo atentado, de un crimen horroroso de aquel malvado que […]». Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 280, 8 de octubre de 1839. 176 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 255, 12 de septiembre de 1839. 177 «Por noticias confidenciales he sabido que las facciones saquean cual nunca los pueblos del Bajo Aragón, habiendo impuesto pena de la vida al que hable de paz». Zaragoza, 14 de septiembre de 1839, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1046. 178 Valencia 19 de septiembre de 1839, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 273, 30 de septiembre de 1839.
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Pese a todo, el Bajo Aragón interpretó la nueva dirección que tomaban los acontecimientos como una mejora considerable. Así, las noticias recientes habían «causado una alegría extraordinaria a todos los propietarios de aquel país, al paso que ha sido un golpe de muerte para los eclesiásticos interesados en el triunfo de la rebelión».179 La nueva de la paz en el norte corrió como la pólvora, producto sin duda de la ansiedad con la que se esperaba y de las expectativas que comprendía. Cabrera, por su parte, para contrarrestar sus efectos desplegó otras informaciones que pudieran acallar el rumor transaccionista, como la expectativa de obtener apoyos desde Europa.180 Y, por si ello no fuera suficiente, difundió rigurosas órdenes a un buen número de comisionados para que detuvieran a todos aquellos que hablaran en favor de la paz o de una transacción.181
179 Zaragoza, 14 de septiembre de 1839, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1046. 180 Véanse algunas referencias en Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 313, 10 de noviembre de 1839. También, una proclama a los «Catalanes y aragoneses», Bourges, 18 de octubre de 1839. 181 En el Diario Constitucional de Zaragoza se recoge que «Cabrera tiene muchos comisionados para aprehender a los que hablan de paz». Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 298, 25 de octubre de 1839.
Página en blanco a propósito
9. DEL CONVENIO DE VERGARA A LA TOMA DE MORELLA 9.1. Hacia el fin de la guerra El final de la guerra en el norte tuvo sobre el desarrollo del conflicto en Aragón un efecto crucial: el ejército del duque de la Victoria, compuesto por 40.000 infantes y 3.000 caballos, quedó desocupado y se desplazó en bloque sobre el Bajo Aragón. Los términos en los que se hallaba planteado el conflicto se alteraron radicalmente. A comienzos de octubre de 1839 Espartero llegó a Zaragoza y se alojó en casa del marqués de Ayerbe.1 Zaragoza le preparó una gran acogida y se volcó en manifestaciones de júbilo por haber finalizado la guerra en las Provincias Vascas y Navarra. Diversos festejos organizados por corporaciones y particulares se desarrollaron durante tres días para celebrar estos acontecimientos.2 Los periódicos publicaban composiciones líricas dedicadas a duque de la Victoria como las «Octavas a la llegada del invicto General Espartero a Aragón»,3 donde se establecía la comparación con el Cid, o la «Oda»4 aparecida unos días después. Espartero pronunció una alocución «A los habitantes de Aragón, Valencia y Murcia»5 llamando a los que combatían en las filas rebeldes a solicitar el indulto, que «no habrá ni aun recuerdos de pasadas faltas», y partió hacia el Bajo Aragón para organizar la guerra. 1 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 277, 4 de octubre de 1839. 2 Zaragoza, 9 de octubre de 1839, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1046; Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 283, 10 de octubre de 1839. 3 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 278, 5 de octubre de 1839. 4 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 284, 11 de octubre de 1839. 5 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 282, 9 de octubre de 1839.
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Del Convenio de Vergara a la toma de Morella
La simple presencia de las nuevas tropas no supuso el derrumbamiento de la actividad carlista. El jefe político de Zaragoza comunicaba por estas fechas que en «los pueblos confinantes con el Bajo Aragón continúa a favor de la rebelión por efecto de las patrañas que los facciosos hacen circular de las severas penas impuestas a los que hablen de paz».6 Algunas partidas seguían actuando, como tenían por costumbre, bastante adentro en territorio liberal.7 Sin embargo, para las poblaciones cercadas y asediadas durante largo tiempo aparecía un rayo de esperanza que podía traer importantes cambios.8 La estrategia de Espartero fue fijar una línea de defensa que delimitara nítidamente las zonas que dominaban cada uno de los contendientes. Estableció su cuartel general en Mas de las Matas, en las primeras estribaciones del Maestrazgo, extendiendo su ejército desde Alcañiz a Montalbán, y O’Donnell, con base en Teruel, cubrió la línea que iba desde Camarillas a Castellón.9 La línea defensiva quedó constituida, tal como refleja el mapa 9.1, por Alcañiz, Castelserás, Calanda, Foz Calanda, Alcorisa, Los Olmos, La Mata, Gargallo, Estercuel, Cañizar y Castel de Cabra. 10 En la retaguardia, aislado, quedaba el fuerte de Segura, que, sin una comunicación fácil con el Maestrazgo, tendría dificultades para subsistir. El establecimiento de estas fortificaciones se completó con el bloqueo impuesto al territorio carlista y la expulsión a éste de los familiares y partidarios de los rebeldes, confiscando además sus bienes.
6 Zaragoza, 18 de septiembre de 1839, parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1046. 7 «Esta Provincia se halla libre de facciones a excepción de algunas pequeñas partidas que como costumbre recorren varios pueblos cometiendo los excesos propios de su conducta sin que por estas vejaciones se altere en lo mas mínimo la tranquilidad pública la cual se disfruta completa en esta Capital». Zaragoza, 15 de septiembre de 1839, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1046. 8 La corporación municipal de Alcañiz se había apresurado a felicitar al duque de la Victoria por la pacificación el 27 de septiembre. Sesión 5 de octubre de 1839, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales. 9 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. II, p. 154; y A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. V, pp. 565-566. 10 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 297, 24 de octubre de 1839.
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Así las cosas, como aprecia acertadamente Antonio Pirala, «No era ya posible dudar de la conclusión de la guerra, aunque se vio era preciso conseguir con las armas la conquista del Bajo Aragón, sobre el que acudían entusiasmados los vencedores en el norte; pero la heroica obstinación de Cabrera exigió nuevos y costosos sacrificios, y era de todo punto necesario tratar esta campaña con todas las reglas del arte militar».11 Los meses que transcurrieron hasta la toma de Morella fueron desgranando lentamente los acontecimientos, sin precipitarse hasta el final. De momento mejoró considerablemente el espíritu público, del que los partes decían «se reanima extraordinariamente y los pueblos hasta de ahora indiferentes están preparados a rechazar cualquier agresión».12 Además de la llegada de tropas, también contribuyó a crear este efecto la defección de uno de los jefes carlistas más renombrados. Juan Cabañero, que había demostrado frecuentes discrepancias con Cabrera, se acogió al Convenio de Vergara y se incorporó al contingente de tropas liberales. Dictó entonces una proclama «A los Aragoneses que se encuentran con las armas en la mano bajo el dominio de Cabrera»13 que alcanzó gran difusión. Este oficial natural de Urrea de Gaén, haciendo uso de la fama de honorabilidad que tenía ganada y dirigiendo sus argumentos hacia el cansancio y el desgaste de las gentes del país que había sostenido la guerra, les invocaba: […] y vosotros hijos míos, sois los solos a quienes se quiere continuéis siendo el ciego instrumento del más cruel e inhumano de los hombres, de Cabrera, de ese catalán que se ha erigido en vuestro señor. De ese que no pelea más que por su propio interés, que os considera como sus esclavos, y que os desprecia en el fondo de su corazón. Recordad los hechos pasados, la conducta que observó en Calanda y otros puntos, la protección que dispensa a sus mercenarios catalanes y la que le debéis vosotros. Considerad que el peso de la guerra gravita todo sobre esta miserable provincia. Que vuestros padres, hermanos y parientes gimen en el silencio, y piden a Dios llegue el momento de libertarlos de tan fiera opresión. Este día a vosotros está reservado y será aquel en que una vez desengañados abandonéis a esos hombres que se alimentan con vuestra sangre la que tenéis obligación de conservar en medio de vuestras familias, cuidando de vuestros campos y casas.
11 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. V, p. 564. 12 Zaragoza, 23 de octubre de 1839, parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1046. 13 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 298, 25 de octubre de 1839.
MAPA 9.1 EVOLUCIÓN DEL CONFLICTO ENTRE SEPTIEMBRE DE 1839 Y ENERO DE 1840
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Ante estas ofertas, que no debieron pasar sin hacer mella entre los insurrectos, Cabrera reaccionó con distintas armas. Separó de sus destinos a los jefes que le inspiraban sospechas, e incluso se produjeron algunos fusilamientos por considerar que se habían establecido relaciones para la transacción.14 También empleó la desinformación como táctica,15 difundiendo una idea imprecisa sobre los sucesos en el norte que permitía pensar que la guerra continuaba en aquellas tierras.16 Combatió frontalmente los acercamientos a Cabañero, que se había puesto en contacto por escrito con muchos de los oficiales carlistas,17 y cualquier iniciativa destinada a aceptar la paz o tratar con Espartero.18 Los efectos de esta resistencia ciega pudieron comprobarse en el estancamiento inicial en que cayeron las tropas del duque de la Victoria, pues, obstruidas también por la llegada del invierno y por las dificultades orográficas, apenas efectuaron avances territoriales. Después de un mes de su llegada, el Eco del Comercio se cuestionaba sobre las inesperadas dificultades que presentaba la empresa: Entonces pocos dudaban del pronto término de la facción de Cabrera, porque era mucha la fuerza del ejército victorioso del Norte, y mucho lo que ayudaba la noticia de aquellos prósperos sucesos, para que la mal organizada aunque numerosa facción de Cabrera, pudiera resistir a tan recio embate.
14 Madrid, 25 de octubre, «Noticias de Aragón», Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 303, 30 de octubre de 1839, y n.° 329, 25 de noviembre de 1839. 15 Con fecha de 24 de septiembre de 1839, el Boletín de Aragón, Valencia y Murcia, n.° 65, publica una proclama antitransaccionista del Conde de España donde se afirma «La Real Junta Superior Gubernativa del principado […] no quiere paz, convenios, ni transacciones con la verdadera restauración de nuestros principios Religiosos y Monárquicos, de los derechos legítimos del REY al Trono de sus mayores y de todos los intereses comunes e individuales […]», contribuyendo con ello a dar la sensación de que el descrédito de la transacción era mayor del que realmente se estaba produciendo. 16 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 287, 14 de octubre de 1839. 17 «En Morella [Cabrera] ha tenido una junta de todos los suyos de mayor graduación, donde presentó las comunicaciones que Cabañero había remitido a algunos, y que le han presentado estos originales con la mayor fidelidad, manifestándoles había descubierto el plan que desde luego quería emprender Espartero, reducido a llamarle la atención por Segura para acometer por la cuesta de Ares, pero que lo había previsto y hecho fortificar ese punto y otros que creía oportunos. Ha repasado 500 caballos escogidos, cuyos jinetes al mando de Balmaseda se han prestado voluntariamente a atacar cuando sea necesario el cuartel del Duque de la Victoria. Ha mandado hacer banderas para todos los batallones y ya lo han recibido algunos, haciéndolos bendecir y misas en su presencia». Ibídem. 18 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 316, 12 de noviembre de 1839.
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Del Convenio de Vergara a la toma de Morella Hoy ha vuelto ya el malvado de su atrevimiento, y ya ha dado en su última proclama la más categórica respuesta a la amnistía del ministerio de Madrid. Por otra parte las sierras y los montes son los aliados naturales de la facción, como lo son también de los malhechores, y todo conspira a prolongar el suspirado momento de la paz del Maestrazgo, que pudo seguir muy cerca al del Norte.19
No tardaron en surgir gritos airados que reconocían en la inactividad el particular rosario de incompetencias e intereses que habían hundido a Aragón en la guerra durante más de seis años: Ninguna operación militar importante se ha verificado hasta ahora y respetamos el secreto de los planes de Espartero, pero entretanto el invierno está encima y los caminos del Maestrazgo obstruidos por la nieve ofrecerán acaso un obstáculo al progreso de las operaciones. ¡Y cunde la miseria! el llanto es general y los pueblos gimen en la desnudez mientras ciertos políticos tratan acaso de prolongar la guerra alimentando el foco en este reino para conseguir sus fines arteros. Los hombres de Cea Bermúdez, de Garelly y de la Rosa debieran instalar sus tenebrosos clubs en el centro de esos pueblos, cuya esclavitud será acaso más sensible en el triunfo que al presente en su desgracia y debieran escuchar la voz del hombre del pueblo… de tantos hombres que son pueblo y que mueren de hambre.20
Sin embargo, de no haberse producido un derrumbamiento de la resistencia carlista —algo que Cabrera puso particular empeño en evitar—, la recuperación no podía ser sino lenta, dada la naturaleza del conflicto civil. En noviembre Alcañiz seguía bloqueada por las partidas de Bosque. En estas condiciones la actividad económica continúa sin reanudarse. No era posible entrar leña en la ciudad para hacer funcionar los hornos y «sin tener libertad para salir ni para trabajar la huerta, ni aun para poder echar el agua en las acequias a causa de que están entrando a sacar raciones en Castelserás, y el Alcalde no se atreve a hacer limpiar el boquete de las acequias y echarla si no se pone allí tropa; por lo que estamos privados de las aguas».21 Los que salían corrían el riesgo de sucederles como al cura y otros dos hombres más de Alcañiz que habían salido a pescar a tiro de fusil de la plaza, que fueron alcanzados por los carlistas y
19 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 305, 1 de noviembre de 1839. 20 Artículo procedente del Eco del Comercio, reproducido en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 310, 6 de noviembre de 1839. 21 Alcañiz, 28 de octubre de 1839, A.D.P.Z., Vig. XV 1048.
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«les flojaron el bolsillo».22 También Calanda estaba sometida a bloqueo «y no deja ya entrar ni leña para la guarnición que ha quedado de manera que más daño causa Bosque y sus Partidas que Cabrera».23 La guerra civil se había imbricado de tal forma en la sociedad que los cambios tampoco podían operarse de forma radical. «Este pueblo —comunicaba el Ayuntamiento de Codo— ha mejorado de espíritu con el paso de las tropas del Exmo. señor duque de la Victoria sin embargo de que […] hay muchos casados y mozos en la facción y estos siempre mantienen su espíritu a favor de ellos».24 Tampoco eran probables cambios violentos en las circunstancias en las que se desenvolvía la guerra. Como se afirmaba desde Segorbe, el indulto ofrecido por Espartero «no ha producido por aquí ningún resultado a pesar de los muchos valencianos que hay en las filas rebeldes, con una gran parte de desertores del ejército de la Reina; tal es la obcecación que los guía, mayor que la opresión con que se supone son tratados».25 E incluso algunas de las medidas represivas adoptadas, como la expulsión a territorio carlista de aquellos que tuvieran algún familiar combatiendo en las filas enemigas, enrareció el ambiente en zonas que, como Calatayud, podían considerarse casi a salvo de nuevas incursiones.26 El sentimiento de que éxitos carlistas en otros puntos de la península serían el revulsivo necesario para dar un cambio a la guerra en el Maestrazgo invirtió el sentido, y en Navarra, a mediados de diciembre, circulaban numerosos rumores sobre los triunfos de Cabrera fomentando las condiciones propicias para un nuevo levantamiento en el norte.27 La capacidad que siempre tuvo la insurrección en Aragón para hacer valer en su favor cualquiera de los elementos que sin ser centrales interve-
22 Alcañiz, 1 de noviembre de 1839, A.D.P.Z., Vig XV 1048. 23 Ibídem. 24 Codo, 4 de noviembre de 1839, parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1046. 25 Segorbe, 13 de noviembre de 1839, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 331, 27 de noviembre de 1839. 26 Calatayud, 11 de noviembre de 1839, parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1046. 27 Pamplona, 15 de diciembre de 1839, «el general Rivero a los habitantes de la provincias Vasco-Navarras», Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 364, 30 de diciembre de 1839.
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nían en la guerra hizo el resto para que durante el invierno no se produjeran avances significativos para el gobierno. Desde Teruel se tenía una clara conciencia de esta situación: Las divisiones del ejército del Centro se hallan en los mismos puntos de Camarillas, Fortanete y La Cañada a la vista de los enemigos, que confiados sin duda en que el rigor de la estación puede impedir avanzar a nuestros valientes, guardan sus líneas, replegándose en el momento que ven algún movimiento ofensivo para no empeñar ataque alguno […] el ejército demuestra el mayor sufrimiento en medio de la crudeza de la estación. En los puntos de Fortanete y La Cañada, donde permanece, ha caído una vara de nieve, y en la conducción del último convoy de víveres han muerto de frío nueve soldados y algunos bagajeros. Hoy ha salido de esta ciudad en aquella dirección otro grande convoy con provisiones, y se está esperando el que viene de Zaragoza con vestuario y efectos de guerra.28
El 24 de diciembre el general Espartero dictó un bando haciendo públicas las normas que debían cumplirse de acuerdo con el bloqueo, que hasta el momento sólo afectaba a los militares. En esencia, consistía en prohibir «a toda clase de personas pasar con efectos, o sin ellos, a país ocupado habitualmente por los enemigos; así como venir de aquel al que se encuentran las tropas de S.M. la Reina».29 Por su parte, en el lado carlista se tomaron disposiciones para hacer acopio de recursos maximizando todas las fuentes de ellos que tuvieran a su alcance. Consecuencia del repliegue forzado por la presencia del ejército de Espartero, comenzó a gravarse de nuevo fuertemente el interior del territorio controlado, que había atravesado unos años de menor presión económica carlista. Llegado el momento de la resistencia, Cabrera hacía acopio de todos los recursos disponibles y éstos, los radicados en el interior del Maestrazgo, estaban a su disposición sin asumir riesgos innecesarios, aunque al precio de provocar el descontento entre la población
28 Teruel, 18 de noviembre, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 337, 3 de diciembre de 1839. Con fecha de 23 de diciembre se publica en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 2, 2 de enero de 1840, que «las divisiones del ejército del Centro no han hecho movimiento. Entre la tropa hay bastantes bajas de resultas de la crueldad de la estación». 29 Mas de las Matas, 24 de diciembre de 1839, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 363, 29 de diciembre de 1839.
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extorsionada.30 Ante las dificultades del momento, pusieron en marcha, con cargo a los ayuntamientos, un empréstito forzoso a cuenta de los bienes confiscados en los dos años siguientes.31 A comienzos de 1840 la provincia de Huesca32 manifestaba completa normalidad, al igual que buena parte de la de Zaragoza. Sin embargo, la ciudad estaba envuelta en una continua agitación que, por distintos motivos, no sólo no remitía sino que subía de tono. En enero fue la preparación de las elecciones, que se celebraron en medio de una intensa actividad y rodeadas de la tensión de estar alojados en la ciudad muchos refugiados y numerosas fuerzas militares.33 La candidatura mayoritariamente votada en Zaragoza fue «la del progreso» y la formación de un gobierno moderado no hizo más que encrespar los ánimos.34 Continuaron produciéndose dificultades para el mantenimiento continuo de comunicación con la corte, de donde se demandan ávidamente noticias sobre la evolución política.35 Las autoridades de Zaragoza cursaron reiteradas veces protestas a los militares «relativas al excesivo número de oficiales, que con varios pretextos residen en dicha ciudad».36 El 5 de marzo de ese año, la conmemoración de la defensa de la ciudad fue muy marcada formando en el Coso la milicia y la tropa del ejército, habiendo dispuesto también el Ayuntamiento el canto de un Te Deum y un baile en el
30 Hemos estudiado el coste económico de la guerra en el Maestrazgo en Pedro Rújula, «Los efectos de la primera guerra carlista en las economías municipales…», op. cit., pp. 402-403. 31 El Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 338, 4 de diciembre de 1840, daba la noticia de este modo: «Habiendo apurado ya la junta facciosa todos los medios de robar políticamente, ha recurrido últimamente, según aviso que se acaba de recibir, a la peregrina idea de exigir un empréstito forzado, que deberá reintegrarse a los dos años siguientes de los bienes confiscados; previniendo a las justicias de los pueblos bajo las más severas penas lo han de realizar en el término de 24 horas, haciendo para ello un reparto entre los mayores contribuyentes». Valencia, 23 de noviembre, 1839. 32 Las comunicaciones del jefe político de Huesca a lo largo de todo el año no indican ninguna actividad carlista, centrándose en dar noticias detalladas de las personas que cruzan la frontera, A.D.P.Z., Vig. XV 1054. 33 Diario Constitucional de Zaragoza, núms. 6 y 10 , 6 y 10 de enero de 1840. 34 Diario Constitucional de Zaragoza, n.º 21, 21 de enero de 1840. 35 Diario Constitucional de Zaragoza, núms. 52 y 56, 21 y 25 de febrero de 1840. 36 Orden general de 13 de febrero, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 54, 14 de febrero de 1840.
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teatro.37 La tensión que registraba la ciudad derivó, el 30 de marzo, en violencia anticarlista. Con ocasión de la llegada de dos prisioneros carlistas, trasladados desde Castellote, se produjo una movilización que, sólo merced a la protección que dispusieron las autoridades en su traslado hasta la Aljafería, se saldó únicamente con el gesto de obligarles a arrojar las boinas al río desde el puente de Santa Engracia.38 En la provincia de Zaragoza era notable la mejora de condiciones en partidos como Belchite39 y Daroca,40 tradicionalmente muy castigados por las incursiones de las partidas. Éste era, en términos generales, el espíritu público que dominaba en la zona situada al norte de Segura desde la llegada de las tropas del coronel Zurbano:41 Parece increíble el ardor patrio que se ha manifestado en los pueblos del Norte de Segura después de la protección decidida que les dispensa el bravo coronel Zurbano. Sabemos que Anadón pueblo distante de aquel fuerte una legua escasa, se ha fortificado, y que no contando mas de 50 vecinos se han alistado para tomar las armas 85 hombres, entre los cuales se encuentran los
37 Zaragoza, 5 de marzo de 1840, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1053. 38 Zaragoza, 31 de marzo de 1840, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1043. 39 Las mejoras son sustanciales, como manifiesta este parte semanal de seguridad pública cursado el 1 de enero de 1840 desde Belchite: «Espíritu Público: Se observa que en los pueblos del partido de Belchite mejora notablemente, habiéndose decidido por el legítimo gobierno los que se mostraban adictos a la rebelión. = Facciosos: En confirmación de lo expresado en el párrafo anterior el Alcalde constitucional de Lécera pueblo reputado por desafecto, participa que varios vecinos unidos a una partida de la guarnición hicieron una salida con dirección a Ariño en cuyo punto se tenía noticia que existían facciosos: capturaron en efecto a dos los cuales mandó fusilar el coronel Zurbano, hicieron otro que pudo fugarse, rescataron varias caballerías y otros efectos». Una semana más tarde comunicaba lo siguiente: «Espíritu Público: Continúa mejorándose notablemente en el partido de Belchite cuya villa cuenta ya 150 milicianos Voluntarios». A.D.P.Z., Vig. XV 1053. 40 En Daroca se redactaba el siguiente parte semanal el 15 de enero de 1840: «Continúa mejorándose extraordinariamente en los partidos de Daroca y Belchite habiendo tenido un grande aumento la Milicia Nacional en cuyas filas se apresura a alistarse cuanto se hallan en disposición de tomar las armas. La mayor parte de los pueblos se fortifican y ya no es de esperar vuelvan a invadirlos los rebeldes». A.D.P.Z., Vig XV 1053. 41 Existen algunas referencias sobre la actividad de Martín Zurbano en Aragón en Biografía de D. Martín Zurbano. Relación histórica de todos los hechos de este célebre guerrillero durante la Guerra civil y la regencia de Espartero, y de los acontecimientos que motivaron su fusilamiento en Logroño, Despacho de Marés y Compañía, Madrid, 1870, pp. 15-18.
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desgraciados habitantes del que antes se llamó Segura, y hoy puede decirse montón de cenizas. En una palabra, que todos los pueblos del N. y N.O. están ya decididos no sólo a defenderse de la guarnición del fuerte faccioso, padrón de ignominia para quienes permitieron y protegieron con su apatía su formación y seguridad; sí es preparados a seguir las tropas nacionales en la próxima campaña hasta exterminar el último rebelde. Tenemos la dura precisión de ocultar acciones heroicas de los habitantes de aquella comarca y lo remitimos en nuestra alma. Día vendrá en que les podamos decir sin temores de perjudicar inocentemente, y entonces se demostrará cuán injustamente se ha inculpado a los pueblos de Aragón apellidándolos facciosos.42
Resulta constatable en muchos lugares el fenómeno de una rápida inscripción en los cuerpos de milicianos nacionales tanto para defender las poblaciones como para salir en apoyo de las tropas, siempre al mismo ritmo que se producen los avances del ejército.
9.2. El asalto final a los principales enclaves carlistas Eran los prolegómenos del asalto a Segura, el primero de los fuertes carlistas importantes en Aragón, pero habían pasado ya cinco meses desde que llegara el duque de la Victoria a estas tierras. El clima que rodeaba el bloqueo se consideraba muy favorable,43 por efecto, sin duda, de haber sido «concentrada la mayor parte de nuestro Ejército en el bajo Aragón»,44 palabras que había pronunciado la reina en el discurso de apertura de Cortes el 18 de febrero, el mismo día que salía Espartero para ponerse al mando de las operaciones sobre Segura. El sitio se desarrolló en medio de unas difíciles condiciones meteorológicas. La resistencia ofrecida desde el fuerte determinó el uso prolongado de la artillería hasta que, el 27 de febrero, se produjo la rendición cuando el castillo era casi por completo una ruina.45 La toma de Segura 42 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 16, 16 de enero de 1840. 43 Este optimismo queda recogido en una carta escrita desde Muniesa a fines de enero y publicada en el Eco del Comercio. Reproducida en Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 36, 5 de febrero de 1840. 44 «Discurso pronunciado por S.M. la Reina gobernadora en la solemne apertura de las Cortes ordinarias de la nación española el día 18 de febrero de 1840», Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 53, 22 de febrero de 1840. 45 Zaragoza, 26 de maro de 1840, parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1053; Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 69, 9 de marzo de 1949.
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significaba el primer hecho importante, decisivo, en el camino hacia el fin de la guerra. «Este acontecimiento —manifestaba el jefe político de Zaragoza— hace presagiar los más felices resultados en la próxima campaña del bajo Aragón y Valencia por los buenos auspicios con que éstos han principiado y ha causado una satisfacción inexplicable a los habitantes de esta capital».46 Y, en general, tuvo un notable efecto sobre el territorio en el que se apoyaba el ejército liberal, particularmente intenso en los pueblos próximos a Segura que celebraron la rendición «con regocijos públicos manifestando el mayor entusiasmo por la causa constitucional».47 Los primeros avances del ejército del duque de la Victoria fueron respondidos por un aumento de la violencia en la actividad carlista. Exacciones de grandes cantidades, fuertes quemados para evitar que fueran aprovechados por los liberales48 o el incendio de las masías para impedir que sirvieran de apoyo a éstos,49 son algunas manifestaciones de dicha reacción. A pesar de ello, las operaciones continuaron adelante poniendo los medios para salvar los obstáculos orográficos y climatológicos que se añadían a la resistencia de los rebeldes: Se están componiendo las carreteras de Valencia y de Alfambra, para que pueda pasar la artillería con que se va a sitiar a Aliaga. El tiempo está algo frío y nublado amenazando nieves o lluvias. Con la toma de Segura se halla tan expedita la carretera de Zaragoza que vienen solos montados un oficial con su asistente y los paisanos que viajan. Pero por la parte de la Sierra de Camarena, de Ademuz y aun de Albarracín siguen las facciones haciendo estragos horrorosos todos los días. Los pueblos piden armas para defenderse; y esto lo hacen hasta los más internados en la sierra de Linares, Ababuj y Monteagudo. Cuando anden dispersas las facciones, los pueblos darán buena cuenta de ellas harto enojados de sus despojos y ultrajes. Los facciosos están sacando de Aliaga convoyes cargados de efectos y granos. Esto prueba que se temen ser vencidos luego que llegue la artillería que se espera.50
46 Zaragoza, 29 de febrero de 1840, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1053. 47 Zaragoza, 4 de abril de 1840, parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1053. 48 Teruel, 22 de abril de 1840, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 125, 4 de mayo de 1840; A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. VI, p. 34 49 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 125, 4 de mayo de 1840. 50 Teruel, 8 de marzo de 1840, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 77, 17 de marzo de 1840.
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Las informaciones transmiten la imagen de un equilibrio difícil en la resistencia carlista. No se les ocultaba la imponente posición alcanzada por sus enemigos y esto les obligaba a ser cautos en todos los enfrentamientos, pero, a pesar de esto, la voluntad de resistir se mantuvo. En un momento crucial como éste, Cabrera cayó en brazos de una enfermedad que le impidió dirigir la resistencia y alentar con su presencia la moral de los defensores,51 labor por otro lado, cada vez más compleja: Las facciones se hallan desanimadas extraordinariamente desde la toma de Segura, y en vano se esfuerzan los cabecillas en alentar a los suyos, pues dicen que obras son amores. Cabrera ha recorrido muchos pueblos del Maestrazgo en un carrito, pero lo que creyeron serviría para entusiasmar, sólo ha servido para abatir la gente, pues ven que su héroe no se halla ya en disposición de volver a las andanzas, y que acabó su historia. Algunos familiares se han pasado a terreno neutral, huyendo de la guerra, y las mismas facciones del Maestrazgo toman ya precauciones inusitadas. En Villahermosa los rebeldes de la guarnición ya no se quedan a dormir en el pueblo, y pasan las noches en el fuerte. En fin todo anuncia que no es esta campaña como la de 1838 pues, la fama del duque de la Victoria los tiene casi vencidos antes de presentarse, y el ensayo de Segura los enseña lo que deben temer de sus visitas.52
El asalto a Castellote por los liberales se presentaba como una pieza decisiva para romper con el equilibrio inestable que hasta el momento se mantenía. «Situado este pueblo en el centro del bajo Aragón, sin caminos y con un castillo más fuerte que el de Segura, en un monte más empinado, con fortificaciones nuevas, mas bien entendidas, más cerca de Cantavieja, Morella y los puertos de Beceite para poder ser socorrido, con mayor guarnición y con un gobernador harto valiente, era de temer una resistencia mayor que la que se había hecho en Segura». 53 La defensa fue nuevamente obstinada y dura. Espartero interpretó en esta actitud que «ellos estaban resueltos a perecer en los escombros porque los principales corifeos de la facción les habían pues-
51 Buenaventura de Córdoba trata por extenso sobre la enfermedad en Vida militar y política de Cabrera, op. cit., vol. IV, pp. 186-205. 52 Castellón, 25 de marzo de 1840, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 97, 6 de abril de 1840. 53 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. II, pp. 158-159.
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to en la alternativa de ser fusilados tan pronto como se les canjeara o resistirse hasta sucumbir».54 El 26 de marzo se produjo la rendición55 y la prensa, sorprendida por las características del enfrentamiento, afirmó que habían «hecho una defensa indigna de la infame causa que defienden».56 Con Castellote cayeron también buena parte de la posibilidades de ofrecer una resistencia continuada al avance liberal. Desde ese momento la actividad carlista comenzó a mostrar debilidad y sus fisuras se agrandaron. Algunas derrotas sufridas en enfrentamientos fuera de las plazas fortificadas contribuyeron a ello, como la ocurrida en Pitarque a comienzos del mes de abril. Al amparo de estos hechos aumentaba la buena disposición de las poblaciones en la retaguardia. «Esta capital y los demás pueblos que componen la provincia —manifestaba el jefe político de Zaragoza— continúan disfrutando de la más completa tranquilidad, siendo extraordinaria la satisfacción que ha producido la noticia de la sorpresa de dos batallones rebeldes ejecutada por el Coronel Zurbano en Pitarque».57 Y contribuían a crear este ambiente las progresivas cifras de carlistas que se presentaban a las autoridades reclamando el indulto, que en febrero habían ascendido a 260 y en marzo ya alcanzaban la cifra de 368, incluyéndose entre ellos algunos oficiales.58 El resto de los puntos fortificados que el ejército del duque de la Victoria había considerado como objetivos clave en su avance ya no revistieron la misma dificultad, aunque las condiciones de su emplazamiento pudieran indicar lo contrario. El castillo de Aliaga había sido considerado como «uno de aquellos edificios que ven correr los siglos y que serían perdurables más que las montañas, sin las guerras que afligen
54 Castellote, 26 de marzo de 1840, Impreso del Estado Mayor del distrito de Aragón, sección central, Zaragoza 27 de marzo de 1840, A.D.P.Z., Vig. XV 1053. 55 Orden general de Espartero, Castellote, 28 de marzo de 1840, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 90, 30 de marzo de 1840. 56 Alcorisa, 28 de marzo de 1840. Suplemento del Eco de Aragón, reproducido en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 90, 30 de marzo de 1840. 57 Zaragoza, 7 de abril de 1840, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1053. 58 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 113, 22 de abril de 1840.
MAPA 9.2 AVANCE LIBERAL SOBRE POSICIONES CARLISTAS ENTRE FEBRERO Y MAYO DE 1840
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a las Naciones».59 Sin embargo, el sitio fue establecido el 11 de abril y el día 15 se producía la rendición. A este hecho siguieron en pocos días la toma de Beceite, la entrada de Zurbano en Mora de Ebro y la rendición del fuerte de Alcalá de la Selva. La toma de Cantavieja, otra de las fortalezas míticas del Maestrazgo, no se produjo hasta el 11 del mes siguiente. Sin embargo, no fue como consecuencia del acoso artillero sino el resultado de haber sido abandonada la población por sus defensores quemando antes los almacenes e instalaciones que pudieran haber sido utilizados por el ejército gubernamental. En Cantavieja, como antes en Segura, se había producido un levantamiento de la tropa que debilitó sensiblemente su posición60 quedando a merced del ejercito gubernamental antes incluso de lo previsto.61 A partir de ese momento la informaciones que se producen, aun siendo muy variadas, todas poseen como elemento común la acelerada mejora de la posición de los atacantes. En Horta los batallones de Mora se habían negado a seguir obedeciendo y al grito de «A casa, a casa» se «disolvían despreciando las amenazas de los jefes y oficiales que huyeron en cuadro a Mora».62 Las informaciones de presentados a indulto se pro-
59 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. II, pp. 167-168. Continúa la descripción en estos términos: «tenía tres recintos. El primero lo formaba una muralla de bastante espesor con doce torres circulares y una cuadrada, que cruzaban los fuegos. El segundo lo formaba otra muralla con torres cuadradas muy espaciosas y comunicadas entre sí. Y el tercero, que es el que se conocía con el nombre de castillo, lo constituían dos grandes torres fundadas sobre roca y con elevación para dominar los dos grandes patios o plazas anteriores. A todas estas obras recientemente reparadas por los facciosos, precedía un ancho foso en la parte del Norte, y un escarpe inaccesible en lo restante». Otros datos de interés, en León Esteban Mateo, Historia de Aliaga y su Encomienda Sanjuanista, Asociación Cultural «Aliaga»-Ayuntamiento de Aliaga, Valencia, 1989, pp. 144-150; y El Correo Nacional, n.° 817, 3 de abril de 1840. 60 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. VI, p. 33. 61 El 22 de abril de 1840, desde Teruel se realizaba esta apreciación: «Las sierras de Fortanete y Cantavieja se hallan cubiertas de nieve, por lo que hasta mediados de mayo próximo no podrán principiarse las operaciones contra dicho Cantavieja». A pesar de ello, antes de estas fechas Cantavieja ya estaba en su poder. Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 125, 4 de mayo de 1840. 62 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 116, 25 de abril de 1840.
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ducían por doquier, en muchos pueblos casi diariamente.63 La Junta carlista salió de Aragón y llegó a Corbera «y con ella el subdelegado de Su Santidad y otros pajarracos que por temor no han querido encerrarse en Morella, y se aproximan a los márgenes del Ebro para poder huir a Cataluña y desde allí a Francia».64 Entretanto, Cabrera, en un intento desesperado, trata de crear la ilusión de haberse producido un levantamiento en Navarra que justificara todavía una resistencia enconada por parte de sus tropas.65 Éste es el clima en el que se desenvolvieron los preparativos para el asalto a Morella, que iba a ser el combate definitivo para el final de la guerra civil en Aragón. Como enunciaron acertadamente Cabello, Santa Cruz y Temprado con referencia al asedio final sobre Morella: «En una guerra regular no habría habido sitio, pero en ésta todo era raro, y rara había de ser también la defensa».66 A pesar de todo, el final de la guerra era una simple cuestión de tiempo. Algunos síntomas, como el incontenible deseo del Ayuntamiento de Alcañiz por organizar la celebración de la victoria antes de que ésta se hubiera producido, delataban el optimismo que reinaba en el ambiente; «podían hacerse algunas fiestas y regocijos públicos llegado el caso de la reconquista de Morella —se había tratado en el pleno del 12 de mayo—, [y] tomando en consideración esta propuesta se acordó dar comisión para disponer lo necesario para el adorno de la fachada de las casas Consistoriales […]».67 Morella se había
63 Sirva de muestra el parte semanal de seguridad pública, Zaragoza, 6 de mayo de 1840: «Facciosos: En Caspe se han presentado en la ultima semana cuatro acogiéndose a indulto, y en otros pueblos lo verifican diariamente muchos con pases del Exmo. señor duque de la Victoria. A la partida del Rayo, que salió con la caballería movilizada de aquella villa a recorrer los términos de Maella y Fabara, también se presentaron otros cuatro y fueron capturados dos más naturales del expresado punto de Caspe». A.D.P.Z., Vig. XV 1053. 64 Mequinenza, 23 de abril de 1840, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 4 de mayo de 1840. 65 La Cenia, 12 de mayo de 1840, Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 165, 14 de junio de 1840. 66 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. II, p. 175; y sobre el sitio de Morella, A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. VI, pp. 34-41. 67 Sesión del 12 de mayo de 1840, A.H.M.A., Libro de Actas Municipales.
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convertido en los últimos tiempos en la capital del carlismo apoyándose en su figura imponente y en su antigua fama de realista. «El número de sus habitantes se calcula en 4.500 por el año 1826 y en 1831 se hacía subir a 6.000 almas. Siempre han pasado sus moradores por vanos y fanáticos, y todos a excepción de 60 (de los cuales dos tercios han sido víctimas de su patriotismo), empuñaron las armas por el traidor don Carlos manteniendo aquel foco de barbarie, última trinchera de los rebeldes […]».68 El temporal de nieve y viento del NO que azotaba Morella durante buena parte del mes de mayo remitió finalmente y el 23 se iniciaron las operaciones contra la plaza.69 El día 30 de mayo, después de varios días de fuego artillero Morella se rindió. Espartero pudo finalmente pronunciar una alocución ante sus soldados, con la retórica generosa y populista que tanto aprecio despertaba entre ellos, aquella que comenzaba así: «Soldados: Habéis concluido la guerra de Aragón y asegurado el término de la de Valencia. Morella y su formidable castillo, baluartes en que la facción que ha devastado estas provincias cifraba todas sus esperanzas, acaban de sucumbir a vuestro heroico esfuerzo […]».70 La rendición de Morella se conoció inmediatamente en Zaragoza y fue celebrada por los ciudadanos «con una salva universal y por la tarde y noche recorrieron las calles con músicas militares y rondallas a estilo del país, sin que ocurriera el mas leve desorden».71 El Ayuntamiento organizó un Te Deum y dispuso que «se entapizaran las fronteras de las casas e iluminasen por tres días consecutivos». Por su parte, la Milicia Nacional dio «una magnífica serenata presidida por sus jefes y oficiales llevando en triunfo los retratos de Sus Majestades y el del Señor Duque de la Victoria».72 Además, hubo «fuegos artificiales, se cantaron diferentes himnos por las principales calles y a las dos se disolvió la gran reunión sin que
68 Artículo procedente del Eco del Comercio, reproducido en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 141, 20 de mayo de 1840. 69 Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 148, 27 de mayo de 1840. 70 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. VI, p. 40. 71 Zaragoza, 1 de junio de 1840, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1053. 72 Zaragoza, 3 de junio de 1840, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1053.
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ocurriese el menor desorden. Otro grupo de paisanos paseó por las calles sobre un burro a Cabrera sin embargo de la odiosidad que debía causar la representación de tal mojiganga no se advirtió el menor desmán ni insulto».73 Los ecos del triunfo continuaban llegando a Zaragoza a comienzos de junio en oleadas con el envío de los prisioneros hechos en Morella. El día 5 llegaron los capturados en la ermita de San Pedro Mártir y los milicianos, acompañados con tropas de la guarnición, salieron a esperarles. «Un inmenso gentío ha sido arrastrado por la curiosidad, y si bien manifestaba este heroico pueblo en los semblantes el encono que la vil canalla debería esperar, no se ha alterado en lo más mínimo la tranquilidad pública».74 Días después seguían llegando los prisioneros, que, añadidos a los 1.200 que ya había en la cárcel de la Aljafería, despertaban el temor de las autoridades ante una eventual alteración del orden.75 En estos momentos la Milicia Nacional cobró un importante protagonismo político caracterizado por una actitud política radical frente al poder moderado. La «Felicitación dirigida por la Milicia Nacional de Zaragoza al Excmo. señor duque de la Victoria» el 31 de mayo por el fin de la guerra en Aragón, no fue tanto un refrendo militar como político, una toma de postura revolucionaria que apuntaba claramente hacia una solución juntista o, más propiamente, hacia la regencia de Espartero. Según dicho texto, derrotando a los carlistas Espartero habría concluido la mitad de su misión; le restaba todavía liberar a la Constitución de los políticos que la gestionaban estrangulando las libertades: «Próxima a perecer en manos de un partido tan aleve como los secuaces de Carlos V, y más falso y más hipócrita que los viles sectarios del fanatismo inquisitorial ¿podría V.E. negar a la nación española en apoyo de sus instituciones políticas la protección que tan generosamente dispensó en el goce de los fueros y libertades a las provincias exentas?». Y más adelante insiste: «¿Y en tal caso, y cuando V.E. vea a la corona despojada de sus prerrogativas y al pueblo de sus dere-
73 Ibídem. 74 Zaragoza, 5 de junio de 1840, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1053. 75 Zaragoza, 9 de junio de 1840, parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1053.
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chos y entregado el ejercicio de todos los poderes a una oligarquía tan ridícula e inmoral como los títulos en que se funda, podrá V.E. deponer la espada que la patria de Pelayo y de Lanuza puso en sus manos, no menos para combatir la rebelión dinástica que para dejarla en el libre y absoluto goce de su libertad e independencia?».76 Son los signos inequívocos del poderoso arraigo del esparterismo en la ciudad, que, apoyado en una Milicia Nacional prestigiosa por haber llevado el peso de la defensa de Zaragoza y poseedora de una concepción radical de la política,77 razona en estos nítidos términos sólo un día después de la rendición de Morella. El hecho es el reflejo de las dos trayectorias políticas que confluyen en este momento: revolución y contrarrevolución; el proceso revolucionario, que afecta profundamente a la sociedad, trastornado, confundido o apartado circunstancialmente por la interferencia de la contrarrevolución. Concluida finalmente la guerra civil y demostrado que allí donde las fuerzas revolucionarias se habían articulado políticamente y habían manifestado cohesión habían sido las principales artífices de las victorias sobre el carlismo, la dinámica ya iniciada progresa adentrándose en las turbulentas y confusas aguas del esparterismo zaragozano. Sin embargo, es conveniente detener aquí el arco cronológico de este estudio,78 en el contexto de una Zaragoza a la que llegaban carlistas procedentes del frente para recibir el indulto y regresar a sus pueblos79 y una provincia de
76 «Felicitación dirigida por la Milicia Nacional de Zaragoza al Excmo. Sr. Duque de la Victoria», Zaragoza, 31 de mayo de 1840. Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 164, 12 de junio de 1840. 77 Zaragoza, 10 y 12 de junio de 1840, partes diarios de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1053. 78 La opacidad ante los problemas del esparterismo zaragozano que manifiestan los trabajos que a éste se han dedicado son la muestra más palpable de que el fenómeno es muy complejo y requiere una atención muy detenida que en esta oportunidad no es posible prestar: M.ª Pilar Iñigo Gías, Zaragoza esparterista (1840-1843), Ayuntamiento de Zaragoza, Zaragoza, 1983; y Jesús Alegría de Rioja, El tercer sitio de Zaragoza. (La crisis esparterista de 1843), D.G.A., Zaragoza, 1989. Por su parte, Carlos Forcadell en «El esparterismo zaragozano (1840-1856)», en Eloy Fernández Clemente y Carlos Forcadell, Estudios de Historia Contemporánea de Aragón, op. cit., pp. 11-37, obtiene mucho mejores resultados al articular el fenómeno en el proceso de la revolución burguesa contemplándolo en su evolución desde el surgimiento en la década de 1830 hasta el final del Bienio Progresista. 79 Zaragoza, 9 de julio de 1840, parte semanal de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1053.
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Teruel que degustaba la paz y, desgastada y exhausta, trataba de incorporarse a una normalidad tan poco normal después de siete años de guerra: Esta provincia que por tan largo tiempo ha sufrido todos los horrores de la guerra, se halla ya felizmente libre de enemigos, y por todas partes reina la tranquilidad y sosiego que los pueblos necesitan para reparar sus enormes pérdidas y reponerse de sus pasados padecimientos. La decisión explícita de todos sus habitantes en favor de la Justa causa de Su Majestad la Reina, el espontáneo armamento de voluntarios nacionales, y la fuerza con que han procurado fortificarse los pueblos de crecido vecindario, hacen esperar que el vandalismo carlista no volverá a levantar su pendón en este suelo.80
80 Félix Sánchez Ramo, jefe político de la provincia, Teruel, 8 de julio de 1840, A.D.P.Z., Vig. XV 1040.
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PARTE IV
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10. EL RESPALDO SOCIAL A LA INSURRECCIÓN CARLISTA EN ARAGÓN El estudio del apoyo social que obtuvo la insurrección carlista resulta un elemento central para la comprensión del fenómeno contrarrevolucionario, pues supone una aproximación directa a la naturaleza del fenómeno carlista o, lo que es lo mismo, un acercamiento a los porqués de la movilización. La búsqueda de las razones que provocaron el levantamiento y la explicación de las dinámicas que consolidaron la situación de rebeldía se combinan en este estudio para mostrar el sujeto colectivo de una acción que se perpetuó en forma de guerra civil a lo largo de siete largos años. En razón de su importancia, y de la necesidad de integrar el proceso político —tratado en los capítulos anteriores— en el modelo de explicación del apoyo social, se destina a este objeto la última parte del libro.
10.1. La base social del levantamiento Para dibujar el perfil general de los combatientes carlistas en el frente del Maestrazgo, sería conveniente hacer uso de la documentación que generaron los propios carlistas en la administración de sus apoyos sociales. Listados del pago a los soldados, nóminas de oficiales, relaciones de gestores, cargos políticos y militares situados como gobernadores de los pueblos, etc., podrían contener la información necesaria para valorar cuestiones centrales como el volumen total de combatientes, su procedencia geográfica o su extracción social y profesional, entre otras. Sin embargo, esta documentación o no existe, o no se ha encontrado todavía
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El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón
para Aragón. En principio, es una limitación importante para el conocimiento de piezas tan fundamentales en la obtención de respuestas sobre la base social de la insurrección carlista en Aragón. A pesar de ello, este inconveniente puede ser resuelto de manera aceptable utilizando fuentes documentales distintas. La administración liberal nunca tuvo una información cierta y global sobre la participación humana en el frente de Aragón y Valencia: cuando se conseguía que fuera cierta, adolecía de ser fragmentaria, y cuando, por el contrario, aspiraba a ser global, los datos eran imprecisos. Pero desde distintas perspectivas, con objetos diferentes e impulsada por diversas instancias, existe una información acumulada que alcanza un volumen significativo y permite aproximarse bastante a este objeto. Mediante el empleo de una documentación heterogénea —listas de «fugados a la facción»,1 relaciones de prisioneros carlistas, listados sobre la disponibilidad económica para proceder a la incautación de bienes…—, puede perfilarse de un modo riguroso la base social del carlismo.
10.1.1. La geografía de la insurrección En las filas carlistas combatieron junto a los naturales del lugar en el que se desarrolló la insurrección, en mayor o menor medida, hombres llegados de otros puntos más distantes. Atendiendo al lugar de procedencia de los combatientes carlistas en Aragón y Valencia2 —véanse mapa 10.1 y cuadro 10.1— puede identificarse la siguiente tendencia. a) Un núcleo fundamental constituido por cuatro provincias, en este orden: Teruel (28,64%), Castellón (19,30%), Zaragoza (13,79%) y
1 Listados nominales que enviaron entre 1834 y 1836 los pueblos al gobernador político y militar del corregimiento, conteniendo información muy detallada sobre los huidos y con un grado de fiabilidad muy alto para establecer el apoyo mínimo en cada uno de los lugares. Sobre este tipo de fuentes y el aprovechamiento estadístico de las mismas véase Pedro Rújula, «Las “listas de fugados” (1834-1835) y el estudio socio-económico de la población: metodología de análisis», en VV.AA., Metodología de la investigación científica sobre fuentes aragonesas, 6, I.C.E., Zaragoza, 1992, pp. 513-523. 2 Los documentos que se emplean básicamente en este punto son los listados de prisioneros procedentes del Boletín Oficial de la Provincia de Zaragoza y del Diario de Zaragoza.
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La base social del levantamiento
Tarragona (12,32%), que suponen el 72% de los combatientes. Son aquellas sobre cuyo suelo, en distinta proporción, se estaba desarrollando la guerra. b) Siguen en número de combatientes aportados a la insurrección en esta zona tres provincias con significativas tasas de participación: Valencia (2,99%), Alicante (1,28%) y Guadalajara (1,09%). Son provincias que están situadas en la periferia de las anteriores, vinculadas a ellas geoCUADRO 10.1 PROCEDENCIA DE LOS PRISIONEROS CARLISTAS CAPTURADOS EN ARAGÓN Y VALENCIA (1839-1840) Provincia Teruel Castellón Zaragoza Tarragona Valencia Alicante Guadalajara Burgos Madrid Cuenca Huesca Lérida Soria Córdoba Murcia Sevilla Navarra Segovia Jaén Valladolid Toledo Logroño Ciudad Real Granada Portugal Álava
Prisioneros Cantidad
%
1.055 711 508 454 110 47 40 34 31 30 29 28 26 19 19 19 18 19 16 16 14 13 12 11 11 10
28,64 19,30 13,79 12,32 2,99 1,28 1,09 0,92 0,84 0,81 0,79 0,76 0,71 0,52 0,52 0,52 0,49 0,52 0,43 0,43 0,38 0,35 0,33 0,30 0,30 0,27
Provincia Albacete Asturias Palencia Barcelona Cáceres Málaga Salamanca Gerona Badajoz Pontevedra Almería Cádiz Ceuta Francia La Coruña León Lugo Orense Zamora Canarias Guipúzcoa Baleares Ávila Polonia Vizcaya Desconocida
Prisioneros Cantidad
%
10 9 9 8 7 7 7 6 5 5 4 4 4 4 4 4 4 4 4 2 2 2 1 1 1 266
0,27 0,24 0,24 0,22 0,19 0,19 0,19 0,16 0,14 0,14 0,11 0,11 0,11 0,11 0,11 0,11 0,11 0,11 0,11 0,05 0,05 0,05 0,03 0,03 0,03 7,22
FUENTE: Diario Constitucional de Zaragoza y Boletín Oficial de la Provincia de Zaragoza. Elaboración propia.
370
El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón
gráficamente y sin que exista otro foco de insurrección más inmediato. Por otra parte, la proximidad y la similitud con algunas de las estructuras sociales y económicas más afectadas por la guerra pudieron favorecer un efecto de atracción. c) El círculo se completa con otra serie de provincias cuya participación, si bien atenuada, es digna de consideración. Los motivos que justifican este bloque varían, siendo en unos casos la proximidad geográfica —Cuenca, Soria, Burgos, Huesca y Lérida—, en otros, la conexión entre el foco insurreccional andaluz y Aragón a través de la expedición del general Gómez —Jaén, Córdoba y Sevilla— o la existencia de partidarios carlistas sin un núcleo insurreccional más próximo al que sumarse — Madrid y Murcia. d) La mitad oriental de la península se completa con un conjunto de provincias poco significativas pero que sistemáticamente realizan una aportación superior al 0,25%, excepción hecha de Gerona y Barcelona, que sin duda efectúan sus aportaciones principales a las partidas carlistas catalanas, así como las Provincias Vascas, que manifiestan la misma tendencia pero hacia el ejército de don Carlos en el norte. e) El resto del territorio peninsular está representado igualmente entre los combatientes carlistas de Aragón, pero su presencia es testimonial y poco significativa estadísticamente. El aspecto complejo y variado de la procedencia de los carlistas combatientes en Aragón introduce un primer elemento a considerar: la importancia de las aportaciones humanas externas a la superficie del conflicto. Para profundizar en esta argumentación es conveniente conocer la naturaleza de tales aportaciones, es decir, si se trata de combatientes de base, manos que empuñan un fusil, o miembros cualificados con puestos específicos entre los rebeldes. Para ello pueden considerarse (véase cuadro 10.2) tres grupos entre los integrantes de las filas carlistas. El formado por los soldados sin graduación alguna ni distinciones, auténtica mano de obra al servicio de la insurrección. En segundo lugar, los mandos medios y bajos en el ejército carlista, aquellos que mandan las partidas y dirigen el desarrollo concreto de las operaciones a la cabeza de sus hombres. Por último, los oficiales, que, aunque pueden también mandar en acciones de las tropas, fundamentalmente tienen una función directora, una contribución cualificada al desenvolvimiento de la guerra.
La base social del levantamiento
371
MAPA 10.1 PROCEDENCIA DE LOS PRISIONEROS CARLISTAS CAPTURADOS EN ARAGÓN Y VALENCIA (1839-1840)
Soldados La principal aportación de tropa en cifras absolutas procede de las provincias de Teruel y Castellón. Es significativo que, consideradas relativamente (véase mapa 10.2), alcanzan también las mayores tasas. Una diferencia positiva superior al 2% por encima de la media en la aportación de soldados, en ambos casos, indica que la base del ejército procede de la zona que es controlada territorialmente por la insurrección. Esta relación de desventaja con respecto a otros componentes más cualificados del ejército carlista se registra también, en grado inferior, en otras áreas con importante implantación del carlismo como Lérida (0,13%) y Tarragona (0,43%).
CUADRO 10.2 GRADUACIÓN DE LOS PRISIONEROS CARLISTAS CAPTURADOS EN ARAGÓN Y VALENCIA (1839-1840) Provincia Teruel Castellón Zaragoza Tarragona Valencia Alicante Guadalajara Burgos Madrid Cuenca Huesca Lérida Soria Córdoba Murcia Sevilla Navarra Segovia Jaén Valladolid Toledo Logroño Ciudad Real Granada Portugal Álava Albacete Asturias Palencia Barcelona Cáceres Málaga Salamanca Gerona Badajoz Pontevedra Almería Cádiz Ceuta Francia La Coruña León Lugo Orense Zamora Canarias Guipúzcoa Baleares Ávila Polonia Vizcaya Desconocida
Soldados 822 566 352 341 62 28 28 18 10 22 16 24 13 14 14 15 9 6 14 8 11 4 6 2 6 7 5 6 4 4 6 2 3 5 3 4 2 1 1 2 2 3 4 2 2 1 1 — — 1 — 190
(1) 154 125 99 78 17 14 12 9 10 6 — 2 9 4 1 2 5 9 — 5 2 7 4 4 2 1 4 1 4 2 1 3 4 1 2 1 2 — 2 1 2 1 — 1 1 1 5 2 1 — — 62
Oficiales 79 20 57 35 31 5 — 7 11 2 8 2 4 1 4 2 4 4 2 3 1 2 2 5 3 2 1 2 1 2 — 2 — — — — — 3 1 1 — — 1 1 1 — 1 — — — 1 14
%
Diferencia
Sol.
(1)
Ofs.
Sol.
(1)
Ofs.
30,76 21,18 13,17 12,76 2,32 1,05 1,05 0,67 0,37 0,82 0,60 0,90 0,49 0,52 0,52 0,56 0,34 0,22 0,52 0,30 0,41 0,15 0,22 0,07 0,22 0,26 0,19 0,22 0,15 0,15 0,22 0,07 0,11 0,19 0,11 0,15 0,07 0,04 0,04 0,07 0,07 0,11 0,15 0,07 0,07 0,04 0,04 0,00 0,00 0,04 0,00 7,11
22,48 18,25 14,45 11,39 2,48 2,04 1,75 1,31 1,46 0,88 0,00 0,29 1,31 0,58 0,15 0,29 0,73 1,31 0,00 0,73 0,29 1,02 0,58 0,58 0,29 0,15 0,58 0,15 0,58 0,29 0,15 0,44 0,58 0,15 0,29 0,15 0,29 0,00 0,29 0,15 0,29 0,15 0,00 0,15 0,15 0,15 0,73 0,29 0,15 0,00 0,00 9,05
24,09 6,10 17,38 10,67 9,45 1,52 0,00 2,13 3,35 0,61 2,44 0,61 1,22 0,30 1,22 0,61 1,22 1,22 0,61 0,91 0,30 0,61 0,61 1,52 0,91 0,61 0,30 0,61 0,30 0,61 0,00 0,61 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,91 0,30 0,30 0,00 0,00 0,30 0,30 0,30 0,00 0,30 0,00 0,00 0,00 0,30 4,27
2,26 2,05 -0,67 0,43 -0,69 -0,24 -0,05 -0,26 -0,48 0,00 -0,20 0,13 -0,23 0,00 0,00 0,04 -0,16 -0,27 0,09 -0,14 0,03 -0,21 -0,10 -0,23 -0,08 -0,01 -0,09 -0,02 -0,10 -0,07 0,03 -0,12 -0,08 0,02 -0,02 0,01 -0,03 -0,07 -0,07 -0,03 -0,03 0,00 0,04 -0,03 -0,03 -0,02 -0,02 -0,05 -0,03 0,01 -0,03 -0,18
-6,02 -0,88 0,61 -0,95 -0,53 0,76 0,66 0,38 0,61 0,05 -0,79 -0,48 0,60 0,06 -0,37 -0,23 0,24 0,82 -0,44 0,29 -0,09 0,67 0,26 0,28 -0,01 -0,13 0,31 -0,10 0,34 0,07 -0,05 0,25 0,39 -0,02 0,15 0,01 0,18 -0,11 0,18 0,04 0,18 0,04 -0,11 0,04 0,04 0,09 0,68 0,24 0,12 -0,03 -0,03 1,76
-4,42 -13,03 3,54 -1,66 6,44 0,24 -1,10 1,20 2,50 -0,21 1,64 -0,16 0,51 -0,22 0,70 0,09 0,73 0,73 0,17 0,48 -0,08 0,25 0,28 1,22 0,61 0,34 0,03 0,36 0,06 0,39 -0,19 0,42 -0,19 -0,16 -0,14 -0,14 -0,11 0,81 0,20 0,20 -0,11 -0,11 0,20 0,20 0,20 -0,05 0,25 -0,05 -0,03 -0,03 0,28 -3,02
FUENTE: Diario Constitucional de Zaragoza y Boletín Oficial de la Provincia de Zaragoza. Elaboración propia. (1) Grados básicos y medios.
La base social del levantamiento
373
MAPA 10.2 SOLDADOS CARLISTAS CAPTURADOS EN ARAGÓN Y VALENCIA (1839-1840). SIGNIFICACIÓN SOBRE EL TOTAL DE LOS PRISIONEROS POR PROVINCIAS
La excepción la constituyen Zaragoza y Valencia, con diferencias negativas —respectivamente, –0,67% y –0,69—, pero ambas circunscripciones cuentan con una importante ciudad a su cabeza en la que, con mucha probabilidad, se está produciendo una significativa aportación de cuadros dirigentes. En una franja intermedia, girando en torno al equilibrio entre los soldados y los cuadros de mando aportados, se encuentran todas aquellas zonas distantes del Maestrazgo, con una escasa participación en cifras absolutas.
Mandos medios y básicos Entre los pertenecientes a los grados que se hallaban más en contacto con la tropa destaca significativamente (véase mapa 10.3) el caso de Teruel, donde se detecta una presencia menor de éstos, marcando una diferencia muy notable (–6,02%), al estar infrarrepresentados. La misma tendencia, aunque atenuada, se aprecia en otras provincias vinculadas directamente al núcleo insurreccional —Tarragona (–0,95%), Castellón (–0,88%) y Valencia (–0,53%)—, además del caso de Huesca, que no es estadísticamente significativo.
MAPA 10.3 MANDOS MEDIOS Y BÁSICOS CARLISTAS CAPTURADOS EN ARAGÓN Y VALENCIA (1839-1840). SIGNIFICACIÓN SOBRE EL TOTAL DE LOS PRISIONEROS POR PROVINCIAS
-0,5
MAPA 10.4 OFICIALES CARLISTAS CAPTURADOS EN ARAGÓN Y VALENCIA (1839-1840). SIGNIFICACIÓN SOBRE EL TOTAL DE LOS PRISIONEROS POR PROVINCIAS
La base social del levantamiento
375
Importante es, por motivos inversos, el peso que manifiestan las provincias castellanas de Soria, Guadalajara, Segovia y Madrid, junto con las aportaciones desde el valle del Ebro —Logroño y Zaragoza— y Alicante. Esto parece indicar que aquellas áreas de la península que no mantuvieron un foco insurreccional en sus inmediaciones, dejaron de aportar parte de los soldados de tropa que coyunturalmente, en un conflicto próximo, habrían incorporado al combate. Sin embargo, los carlistas destacados, aquellos que podrían desempeñar un cargo de mando en Aragón, se desplazaron igualmente, y esto sucedió en todo el área occidental del Maestrazgo y en Alicante, lugar de procedencia de un significado eclesiástico carlista, el obispo de Orihuela.3
Oficiales La distribución geográfica de los cuadros del ejército insurreccional que operaba en el Maestrazgo según el lugar de procedencia, aquellos que tomaban las decisiones y dirigían los movimientos del ejército, puede apreciarse en el mapa 10.4. En él se observa una amplia mayoría de provincias cuya aportación de oficiales no varía sensiblemente de la proporción en que participan de los otros grupos del ejército que se han determinado. Esto reduce la cuestión a unas pocas zonas con dos tendencias contrapuestas. a) Las provincias que acogen la guerra en su suelo proporcionan bastantes menos oficiales de lo que implicaría su peso sobre el total de combatientes, siendo muy destacadas la posiciones de Castellón, con una infrarrepresentación que alcanza la tasa de –13%, y Teruel, que, aunque menor, se sitúa en una cota de –4,42%. b) Inmediatamente, la cuestión que se plantea es la siguiente: ¿de dónde proceden prioritariamente las cúpulas directoras del ejército carlista? Dos son las líneas que permiten determinar esta procedencia:
3 El caso del carlismo alicantino ha sido estudiado por Jesús Millán en «Carlismo y revolución burguesa en el sur del País Valenciano…», art. cit., y en Rentistas y campesinos, op. cit.
376
El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón — Provincias con ciudades importantes, periféricas al núcleo de la guerra pero más próximas a éste que a cualquier otro foco insurreccional. Estas ciudades —Madrid, Zaragoza y Valencia—, controladas celosamente por los liberales, son lugares donde la cúpula carlista no puede ser tan eficaz como en los centros de decisión de la guerra y esto produce un flujo hacia los escenarios del conflicto. — También se registra una aportación destacada de oficiales desde puntos donde, a pesar de existir intentos de arraigar focos insurreccionales, el proyecto fracasa. Muchos de los implicados pueden reintegrarse a la vida civil, pero los oficiales deciden en algunos casos incorporarse a los núcleos de actividad que han alcanzado un grado mayor de consolidación. Es el caso de los focos castellano y andaluz representados por Burgos y Granada.
MAPA 10.5 DESERTORES DEL EJERCITO GUBERNAMENTAL. TASAS SOBRE LOS TOTALES PROVINCIALES
La base social del levantamiento
377
Un elemento que permite comprender mejor la problemática de las incorporaciones a las partidas se obtiene atendiendo a los miembros que antes de la guerra estaban vinculados al ejército. Los desertores del ejército son uno de los componentes importantes de las tropas carlistas, ya sea su condición la de militares de carrera, oficiales retirados o soldados de quinta. La procedencia de estos militares denota algunas tendencias importantes (véase mapa 10.5). Las tasas más altas son las correspondientes a provincias distantes, lo que indica la importancia de la deserción que afecta a las filas del ejército nacional entre aquellos batallones que combatían lejos de sus casas.4 Esta proporción disminuye en cierta medida en el círculo en torno al Bajo Aragón-Maestrazgo, donde la presencia de antiguos integrantes del ejército significa entre el 10% y el 30% de su contribución a las filas carlistas. Dignos de consideración son los casos de Guipúzcoa y Vizcaya, que, con Canarias, significan el 100% de su aportación. Por contra, esta proporción es insignificante en el núcleo central de provincias que acogen la guerra civil. Tarragona (2,67%), Teruel, (3,94%), Castellón (4,15%) y, en menor medida, Zaragoza (9,11%) manifiestan una escasa aportación de militares entre los hombres que pertenecen a sus poblaciones. No alcanzan en ningún caso el 10%, ni siquiera Zaragoza, que es una provincia de características heterogéneas, y las otras tres provincias que se articulan en torno al eje de los puertos de Beceite oscilan muy poco y siempre en torno a tasas realmente bajas. De acuerdo con lo apuntado hasta aquí, la aportación humana del territorio que acogió la insurrección en su superficie fue eminentemente civil, y esto en la doble vertiente del concepto: no militar y popular. Fue popular por cuanto nutrió la base del ejército sublevado mucho más que los cuadros dirigentes, que fueron reforzados de modo considerable desde el exterior. Y también fue escasamente militar porque casi la totalidad de los hombres que proporcionó fueron miembros extraídos de la sociedad civil.
4 Probablemente, en esta tendencia también incidió la práctica en el ejército español, mantenida hasta tiempos recientes, de que las unidades operaran lejos de los lugares donde habían sido reclutadas. Así, se suponía que su efectividad era mayor y, sin ser mediatizada por lazos concretos con esa sociedad, podía ser empleado también —incluso preferentemente— como fuerza de orden para reprimir a la población civil.
CUADRO 10.3 MILITARES ENTRE LOS PRISIONEROS CARLISTAS CAPTURADOS EN ARAGÓN Y VALENCIA (1839-1840) Provincia Canarias Guipúzcoa Vizcaya Málaga Francia Orense Toledo Logroño Badajoz Ciudad Real Cáceres Albacete Almería Ceuta León Lugo Murcia Granada Asturias Palencia Jaén Salamanca Córdoba Sevilla Pontevedra Barcelona Valladolid Portugal Gerona Navarra Segovia Madrid Guadalajara Burgos Cádiz Zamora Huesca Soria Álava Cuenca Alicante Valencia Lérida Zaragoza Castellón Teruel Tarragona Ávila La Coruña Baleares Polonia Desconocida
Prisioneros
Militares
%
n.º
%
0,05 0,05 0,03 0,19 0,11 0,11 0,38 0,36 0,14 0,33 0,19 0,27 0,11 0,11 0,11 0,11 0,52 0,30 0,25 0,25 0,44 0,19 0,52 0,52 0,14 0,22 0,44 0,30 0,16 0,49 0,49 0,85 1,10 0,93 0,11 0,11 0,79 0,71 0,27 0,82 1,29 3,01 0,77 13,84 19,13 28,50 12,33 0,03 0,11 0,05 0,03 7,29
2 2 1 6 3 3 9 8 3 7 4 5 2 2 2 2 9 5 4 4 7 3 8 8 2 3 6 4 2 6 6 9 11 9 1 1 7 6 2 6 9 16 4 46 29 41 12 0 0 0 0 63
100,00 100,00 100,00 85,71 75,00 75,00 64,29 61,54 60,00 58,33 57,14 50,00 50,00 50,00 50,00 50,00 47,37 45,45 44,44 44,44 43,75 42,86 42,11 42,11 40,00 37,50 37,50 36,36 33,33 33,33 33,33 29,03 27,50 26,47 25,00 25,00 24,14 23,08 20,00 20,00 19,15 14,55 14,29 9,11 4,15 3,94 2,67 0,00 0,00 0,00 0,00 23,68
FUENTE: Diario Constitucional de Zaragoza y Boletín Oficial de la Provincia de Zaragoza. Elaboración propia.
MAPA 10.6 PRISIONEROS CARLISTAS CAPTURADOS EN ARAGÓN POR CORREGIMIENTOS (1839-1840)
380
El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón
Volviendo la vista sobre Aragón, es importante determinar de qué zonas proceden los combatientes aragoneses en el Maestrazgo (véanse cuadro 10.4 y mapa 10.6). Las tierras al norte del Ebro realizan una aportación poco significativa, circunstancia agudizada por la frecuente incorporación a las partidas catalanas de algunos vecinos del corregimiento de Barbastro. Sin embargo, ello no explica la escasa militancia de hombres de esta zona en las filas carlistas. La provincia de Huesca y el corregimiento de Cinco Villas son áreas donde el proceso de establecimiento del régimen liberal se produjo continuadamente y sin resistencias notables, y esto se halla estrechamente relacionado con el débil respaldo a los proyectos insurreccionales contrarrevolucionarios. En los corregimientos que quedan al sur del Ebro se registran también reducidas aportaciones de hombres en el somontano del Moncayo —Tarazona y Borja— y en la serranía de Albarracín. El Sistema Ibérico, en su tramo meridional, articula las zonas de principal aportación de individuos a la insurrección, significativa en los corregimientos de Calatayud y Daroca, tenue en el de Teruel, destacando con creces la aportación numérica del partido de Alcañiz con 1.027 hombres entre los prisioneros capturados al final de la guerra. Considerando las cifras en relación con el volumen de población de cada corregimiento (véanse cuadro 10.4 y mapa 10.7) el panorama es similar, aunque queda de manifiesto una gradación más detallada. La figura resultante es la de varias capas sucesivas que se degradan en intensidad a medida que se alejan del núcleo en el Bajo Aragón y del eje del Sistema Ibérico por los de Daroca y Calatayud. De este modo, el Pirineo y su somontano registran una tasa muy baja, inferior al 0,2‰. Los corregimientos de Barbastro, Huesca, Borja y Albarracín se encuentran entre esta cota y la de 0,5‰. Un cinturón más próximo al foco insurreccional lo determinan Zaragoza, Tarazona y Teruel, partidos con unas tasas que oscilan entre el 0,54‰ y el 1‰. Calatayud y Daroca, con 1,59‰ y 2,52‰, respectivamente, presentan las tasas más altas fuera del Bajo Aragón. Éste se destaca con una cifra cuatro veces mayor que la más importante de un corregimiento aragonés: 9,50‰.
MAPA 10.7 PORCENTAJE DE PRISIONEROS CARLISTAS EN ARAGÓN CON RESPECTO A LA POBLACIÓN DE CADA CORREGIMIENTO (1839-1840)
382
El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón CUADRO 10.4 CIFRAS ABSOLUTAS Y PORCENTAJES DE PRISIONEROS CARLISTAS EN ARAGÓN POR CORREGIMIENTOS (1839-1840)
Corregimiento Albarracín Alcañiz Barbastro Benabarre Borja Calatayud Cinco Villas Daroca Huesca Jaca Tarazona Teruel Zaragoza
Prisioneros 5 1.027 13 1 6 93 4 154 11 1 10 41 118
Habitantes 1800
‰
15.648 108.119 61.659 35.789 18.857 58.385 37.310 61.090 41.253 25.702 15.972 58.372 120.665
0,32 9,50 0,21 0,03 0,32 1,59 0,11 2,52 0,27 0,04 0,63 0,70 0,98
FUENTE: Diario Constitucional de Zaragoza y Boletín Oficial de la Provincia de Zaragoza. Elaboración propia.
Atendiendo concretamente al Bajo Aragón5 (mapa 10.8), se comprueba que la principal aportación de hombres se produce en el curso medio y bajo de los ríos Guadalope y Matarraña. Es la parte menos agreste de la región y donde se ubican las localidades más pobladas. En todos los casos se trata de poblaciones de un tamaño medio considerable, superior a los 2.000 habitantes y alcanzando hasta los 6.000 —Caspe, Alcañiz, Calanda, Maella y Fabara— (véase cuadro 10.5). Sólo Beceite constituye una excepción, al hallarse situado en la cabecera del Matarraña, muy próximo a los Puertos de su mismo nombre; sin embargo, es un caso atípico por tratarse de un importante núcleo de actividad económica que gira en torno al aprovechamiento del agua y a las fábricas de papel.
5 La documentación que guiará a partir de ahora la argumentación se basa en las «listas de fugados a la facción» halladas en el A.H.M.A., D. y E. c. 1, para los años 1834 y 1835, y a una síntesis que para 1836 se encuentra en el A.R.A.H., 9/6802. La finalidad de estos listados fue poner en práctica las disposiciones represivas contra los bienes de los carlistas huidos, por lo que contienen importantes informaciones sobre profesión, estado civil, disponibilidad de bienes y unidad económica familiar de la que dependen, todas ellas muy valiosas para perfilar socialmente el apoyo de la insurrección carlista en Aragón.
CUADRO 10.5 CORREGIMIENTO DE ALCANIZ. FUGADOS A LAS PARTIDAS (1834-1836) Pueblos
Aguaviva Alacón Albalate Alcaine Alcañiz* Alcorisa Aliaga Alloza Andorra Arens Beceite Bordón Calaceite Calanda Cañada de Verich Cañizar Caspe* Castel de Cabra Castellote Castelserás Codoñera Cretas Cuevas de Cañart Dos Torres, Las Ejulve Escatrón Estercuel Fabara Fórnoles Fortanete Foz Calanda Fresneda, La* Fuentespalda Ginebrosa, La Híjar Iglesuela, La Ladruñán Lledó Luco Maella Mas de las Matas Mas del Labrador Mirambel Monroyo Montalbán Nonaspe Obón Oliete Olmos, Los Palomar Parras de Castellote Peñarroya Portellada Puertomingalvo** Ráfales Samper de Calanda Santolea
Habs.
1.490 280 1.162 259 4.225 2.046 858 1.529 1.506 461 1.779 260 2.396 3.699 261 449 6.150 304 2.025 1.998 1.232 1.260 750 444 386 2.342 802 1.964 644 1.558 799 1.240 898 903 2.724 930 589 469 294 2.080 1.498 54 661 1573 1.653 940 631 1.750 340 530 307 1.664 733 739 803 2.564 653
En edad de combatir
182 42 338 44 608 208 128 116 134 36 196 64 268 256 10 38 912 56 206 152 132 134 102 50 64 282 70 98 84 138 66 164 60 88 262 100 60 58 48 334 204 10 112 108 148 108 76 138 36 58 46 150 110 106 70 226 40
Carlistas 1834
1835
— 2 — — — — — 28 — — — — 25 — — — 25 — — — — — — — — — — — — — — 6 — — — — — — — — — 1 — — — — — — — — — — — — — — —
— — — — — — — — — — — — 114 63 2 5 146 — 28 48 35 26 — — — — — — — — — — — — — — — — — 71 25 — 12 16 17 — — — — — — — — — — — —
% 1836
1834
1835
1836
10 6 40 11 97 11 24 22 4 2 78 4 48 63 2 5 120 6 28 49 35 26 31 6 10 9 2 59 12 1 15 — 16 15 7 2 16 10 3 71 — — 11 16 17 22 11 15 1 3 10 19 13 8 8 43 16
— 4,76 — — — — — 24,14 — — — — 9,33 — — — 2,74 — — — — — — — — — — — — — — 3,66 — — — — — — — — — 10,00 — — — — — — — — — — — — — — —
— — — — — — — — — — — — 42,54 24,61 20,00 13,16 16,01 — 13,59 31,58 26,52 19,40 — — — — — — — — — — — — — — — — — 21,26 12,25 — 10,71 14,81 11,49 — — — — — — — — — — — —
5,49 14,29 11,83 25,00 15,95 5,29 18,75 18,97 2,99 5,56 39,80 6,25 17,91 24,61 20,00 13,16 13,16 10,71 13,59 32,24 26,52 19,40 30,39 12,00 15,63 3,19 2,86 60,20 14,29 0,72 22,73 — 26,67 17,05 2,67 2,00 26,67 17,24 6,25 21,26 — — 9,82 14,81 11,49 20,37 14,47 10,87 2,78 5,17 21,74 12,67 11,82 7,55 11,43 19,03 40,00
384
El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón
Pueblo
Habs.
En edad de combatir
Sástago Torre de Arcas** Torre de las Arcas Torre del Compte Torrecilla Tronchón Urrea Utrillas Valdealgorfa Valdeltormo Valderrobres Valjunquera Villarluengo
2.046 428 485 471 1.058 1.030 1.159 260 940 460 2.364 590 1.367
274 70 34 84 108 122 76 18 118 52 236 92 106
Carlistas 1834
1835
— 12 — — — — — — — — — — —
— — — — — — — 1 — — — — —
% 1836
1834
1835
1836
15 13 9 7 15 5 3 4 42 12 34 17 4
— 17,14 — — — — — — — — — — —
— — — — — — — 5,56 — — — — —
5,47 18,57 26,47 8,33 13,89 4,10 3,95 22,22 35,59 23,08 14,41 18,48 3,77
FUENTE: Los datos de fugados para 1834 y 1835, A.H.M.A., D. y E, c. 1; para 1836 A.R.A.H., 9/6802. Las cifras de habitantes (1832) proceden de A.H.M.A. * Datos de 1835, A.D.P.Z. ** Datos procedentes del Diccionario geográfico, histórico y estadístico de España, de Pascual Madoz.
Esta primera impresión, que fija la atención sobre la zona llana más próxima al Ebro, es engañosa si tratamos de valorar el apoyo a las partidas carlistas en términos de incidencia social.6 Por ello, considerando sus aportaciones con relación al número de hombres en edad de combatir,7 el panorama es bastante distinto (mapa 10.9). La cuenca media y alta del río Martín cobra relevancia como foco de implantación del carlismo, la cabecera del Guadalope adquiere gran peso en detrimento del resto de su curso, mientras que el río Matarraña manifiesta un importante apoyo a la insurrección en casi todo su curso. De este modo, se configura un foco importante de apoyo al carlismo en las partes altas de la sierra, en todo el arco que describe el Sistema Ibérico desde la Cuenca Minera —Alcaine (25%) y Torre de las Arcas (26,47%)—, pasando por la sierra de Ejulve —Cuevas de Cañart (30,39%) y Santolea (40%)— y llegando hasta los Puertos de Beceite —Beceite (39,8%). Y una segunda área de intensidad se localiza desde este último punto a lo largo del Matarraña, donde destacan Valjunquera (18,48%), Valdealgorfa (35,59%) y Valdeltormo (23,08%), en la zona intermedia, y Fabara (60%) y Maella (21,26%), en la parte baja. 6 Es preciso señalar que las cifras que se emplean a partir de aquí son datos reales sobre incorporados a las partidas, no ya las estimaciones sobre prisioneros estudiados a modo de muestra que se han empleado hasta el momento. 7 Nos hemos valido del cálculo ya propuesto por Pere Anguera en Deu, Rei i Fam…, op. cit., p. 318, que consiste en multiplicar por dos la cifra de hombres susceptibles de ser quintados en 1842 ofrecida por Madoz.
MAPA 10.8 CORREGIMIENTO DE ALCANIZ. CIFRAS ABSOLUTAS DE «FUGADOS A LA FACCIÓN» (1834-1836)
MAPA 10.9 CORREGIMIENTO DE ALCANIZ. PORCENTAJE DE «FUGADOS A LA FACCIÓN» SOBRE LA POBLACIÓN TOTAL (1834-1836)
386
El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón
Los datos conocidos para el Maestrazgo —Mirambel (9,82%), Puertomingalvo (7,55%), Tronchón (4,10%), Villarluengo (3,77%), La Iglesuela (2%) y Fortanete (0,75%)— manifiestan una débil implantación del carlismo, muy inferior a la que muestra la parte alta del Bajo Aragón. Coincide esta relación de fuerzas con los lugares donde comenzó a establecerse el conflicto civil en la primera fase de la guerra, el Bajo Aragón, lo que lleva a pensar que el desarrollo posterior extendiéndose hacia el Maestrazgo fue el resultado de un deslizamiento táctico hacia posiciones geográfica y estratégicamente mas favorables que no estaban respaldadas por un mayor apoyo social, ni siquiera por el mismo que había caracterizado los focos iniciales en la Tierra Baja.
10.1.2. Actividad económica Uno de los elementos centrales que permiten aproximarse a las motivaciones que llevaron al levantamiento carlista en Aragón es la estructura socio-profesional de sus componentes. La diversidad de actividades que procuraban la subsistencia a los carlistas aragoneses antes de incorporarse a las partidas queda de manifiesto en el cuadro 10.6, donde destacan numéricamente cinco grupos: jornaleros, labradores, militares, clérigos y menores. Agrupando esta disparidad de ocupaciones por sectores de actividad (cuadro 10.7) queda de manifiesto el peso fundamental que tienen en la CUADRO. 10.6 CORREGIMIENTO DE ALCANIZ. DISTRIBUCIÓN POR PROFESIONES DE LOS FUGADOS A LAS PARTIDAS EN 1835 Pueblo Alacón Calaceite Calanda Cañada V. Cañizar Caspe Castelserás Cretas Fórnoles Mata, La Mirambel Montalbán Utrillas Total J: Jornalero B: Barbero M: Militar
J
L
1 11
19
P
A
T
1
Ar
B
Al
E
3
C 1
Ce
Es
M
Q
Me
Cl
O
1
1
1
1 1
6
3 5
1
D Tot. 12 58
2 1 7
2 2
2
1 2
1
1
1
5
1 1 42 6
3 6
3
4
4 3
7
2
1 7 30
2 23
1 3
L: Labrador Al: Albañil Q: Quinto
5
2
5
1
P: Pastor E: Esquilador Me: Menor
1
1
1
1
A: Alpargatero C: Calderero Cl: Clérigo
FUENTE: A.H.M.A., D y E, c. 1; y elaboración propia.
1
13
3 1
6 4
12
28
T: Tejedor Ce: Cerrajero O: Otros
11
1
3 2
2
125
Ar: Arriero Es: Estudiante D: Prof. descon.
2 62 63 2 5 25 48 26 3 1 12 17 1
387
La base social del levantamiento
insurrección los combatientes que estaban empleados en actividades agropecuarias (36,4%), donde los jornaleros poseen un peso decisivo (19,5%), sin que pueda afirmarse que el movimiento no está apoyado en la misma medida por los labradores (15%). También es considerable la tasa alcanzada por aquellos que se ocupaban de actividades artesanales y de otras profesiones tradicionales (11%). Militares y clérigos mantienen una presencia muy importante, que debemos atribuir tanto a la influencia real que tuvieron en el movimiento como al hecho de tratarse de datos de 1835, la primera fase de la guerra, cuando asumieron un papel clave en la movilización y estructuración del levantamiento. La también importante presencia de jóvenes en las filas carlistas (22,1%), de los que no suele figurar ocupación, opera como elemento distorsionador del resto de los porcentajes.8 CUADRO 10.7 CORREGIMIENTO DE ALCANIZ. DISTRIBUCIÓN DE LOS FUGADOS A LAS PARTIDAS EN 1835 POR SECTORES DE ACTIVIDAD ECONÓMICA Actividad Actividades agropecuarias Jornaleros Labradores Pastores Artesanado y profesiones tradicionales Artesanos Profesiones tradicionales Militares Clérigos Jóvenes Quintos Menores
Número
%
30 23 3 56
19,5 15,0 1,9 36,4
9 8 17 13 11
5,8 5,2 11,0 8,4 3,9
12 28 40
3,9 18,2 22,1
FUENTE: A.H.M.A.
8 El mismo razonamiento para la interpretación de la extracción socio-profesional de las partidas empleado para Aragón sirve para el caso catalán. Según los datos aportados por Pere Anguera, las clases agrarias proporcionan la parte más importante de sus componentes, con cifras del 42%. Dignos de consideración son los trabajadores de la industria rural, en su mayoría tejedores, que ascienden al 17,45% del total. También son de reseñar las posiciones alcanzadas por clérigos y militares, con tasas de 5,10% y 6%, respectivamente. Estos datos, muy similares en sus proporciones, todavía se aproximan más a los aragoneses si se tiene en cuenta la tendencia a la baja que provoca el importante número de jóvenes cuya profesión no había sido especificada. Pere Anguera, «El primer carlisme a Catalunya», L’Avenç, n.º 154, diciembre 1991, p. 25.
388
El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón
Para calibrar el significado real de las tasas de actividad profesional entre los incorporados a las partidas pueden ponerse en relación con los censos de población, lo que permitirá comprobar si reproducen sus proporciones o muestran alguna otra tendencia definida. En los dos casos en que se ha podido realizar esta comparación (véanse cuadros 10.8 y 10.9), la tendencia es la siguiente. En Calaceite los jornaleros fugados representan 7 puntos más de lo que significan numéricamente en la estructura profesional de la villa. Y a la inversa, los labradores, que en el censo representan algo más del 55%, sólo alcanzan el 52% de los fugados. En el caso de Montalbán, todos los huidos con los carlistas cuya actividad económica se desarrolla en el campo son jornaleros (58,3%), duplicando la tasa que manifiestan éstos en el censo. CUADRO 10.8 ACTIVIDAD ECONÓMICA DE LOS MIEMBROS DE LAS PARTIDAS DE CALACEITE Y MONTALBÁN EN 1835 CON RELACIÓN AL CENSO DE 1825 Calaceite Actividad y profesión Actividades agropecuarias Labrador Jornalero Hortelano Pastor Propietario Artesanado y profesiones tradicionales Calderero Cerrajero Abaniquero Albañil Albardero Alpargatero Batanero Cantarero Carpintero Cerero Cestero Chocolatero Cochero Cocinero Confitero Cortante Criado de mulas Cubero Espartero Esquilador
Montalbán
Fugados %
Censo n.º
%
52,2 30,4
381 160
55,78 23,43 0,00 1,90 0,00
13
4,3 4,3
1 1 1 7 3 6 1 11
1
1 1
1 2
0,15 0,15 0,15 1,02 0,44 0,88 0,00 0,15 1,61 0,00 0,00 0,15 0,00 0,00 0,15 0,15 0,00 0,00 0,15 0,29
Fugados %
58,3
Censo n.º
%
50 67 1 8 2
21,65 29,00 0,43 3,46 0,87
1
16,7
1 1 12 1 2 2 1 1 1 1 1 2
8,3
1
0,00 0,43 0,00 0,43 0,43 5,19 0,43 0,00 0,87 0,87 0,43 0,00 0,43 0,43 0,43 0,00 0,43 0,87 0,00 0,43
389
La base social del levantamiento Calaceite Fugados % Herrero Hornero Mesonero Molinero Pelaire Pregonero Rastrillador Sastre Tabernero Tejedor Tejero Tendero Yesero Zapatero Comerciantes y profesiones liberales Tratante Abogado Albéitar Arriero Boticario Cirujano Comerciante Escribano Escribano real Labr./comerciante Maestro de primeras letras Maestro de vinos Médico Ministro corredor Practicante de boticario Practicante de cirujano Preceptor de latin Trajinero
Montalbán Censo
n.º 4 1 2 3 3 11 15 2 1 3
4,3
1 3 1 16 2 1 5 1 1 2 1 1 1 2 1 2
Eclesiásticos Beneficiado Cura párroco Plebano Predicador Prior Racionero Sacristán Secularizado Varios Ciego pobre Ermitaño Estudiante Hospitalero Pobre
% 0,59 0,00 0,15 0,29 0,44 0,44 0,00 1,61 0,00 2,20 0,29 0,15 0,00 0,44
0,15 0,44 0,15 2,34 0,29 0,15 0,73 0,15 0,15 0,29 0,15 0,00 0,15 0,00 0,15 0,29 0,15 0,29 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00
1 1 4
FUENTE: A.H.M.A., D y E, c. 1; y elaboración propia.
0,15 0,15 0,59 0,00 0,00
Fugados %
Censo n.º
%
2 2
0,87 0,87 0,00 1,30 1,30 0,00 0,43 2,16 0,87 3,46 0,43 0,87 0,87 0,43
3 3 1 5 2 8 1 2 2 1
1 4 1 1 3 2
1 1 1 1
2 1 1 4 2 3 2 3
1 1 7
0,00 0,00 0,43 1,73 0,43 0,43 1,30 0,87 0,00 0,00 0,43 0,43 0,43 0,43 0,00 0,00 0,00 0,00 0,87 0,43 0,43 1,73 0,87 1,30 0,87 1,30 0,00 0,43 0,00 0,43 3,03
390
El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón
CUADRO 10.9 ACTIVIDAD ECONÓMICA POR SECTORES DE LOS MIEMBROS DE LAS PARTIDAS DE CALACEITE Y MONTALBÁN EN 1835 CON RELACIÓN AL CENSO DE 1825
Actividad Actividades agropecuarias Artesanado y profesiones tradicionales Comerciantes y profesiones liberales Eclesiásticos Varios
Fugados
Calaceite Censo
Montalbán Fugados Censo
%
n.º
%
554 82 41 0 6
81,11 12,01 6,00 0,00 0,88
82,6 8,6 4,3 0 0
% 128 60 16 18 9
n.º 55,41 25,97 6,93 7,79 3,90
% 58,3 25 0 0 0
FUENTE: A.H.M.A., D y E, c. 1; y elaboración propia.
Sobre la presencia entre los carlistas de hombres empleados en actividades artesanales o profesiones tradicionales de la sociedad agraria, cabe considerar que tanto en Calaceite como en Montalbán no se supera la proporción que ocupan en la sociedad de la que proceden. Sus tasas son representativas del peso que tienen entre la sociedad bajoaragonesa. La presencia del clero, que socialmente es importante para Montalbán (7,79%) —en Calaceite no fue considerado en el censo—, no tiene reflejo en su incorporación a las partidas, pero, incluso en relación con los datos globales del cuadro 10.7 (3,9%), supone una infrarrepresentación entre las fuerzas rebeldes. Entre los datos de que disponemos apenas existe ningún caso de incorporación a las partidas de individuos pertenecientes a las capas que configuran la difusa burguesía rural del momento. No se encuentran entre las filas carlistas ni terratenientes, ni hacendados, ni comerciantes, tampoco abogados, médicos, ni miembros de otras profesiones liberales. El único caso, un tratante, responde a un tipo de comerciante rural poco acorde con las nuevas fórmulas del intercambio marcadas por las compañías comerciales catalanas que operaban a gran escala en el Bajo Aragón.9 Para confirmar la interpretación no eran necesarios perfiles tan nítidos —sería muy posible que hubiera excepciones—, pero, en este caso, la argu9 Guillermo Pérez Sarrión, «Capital comercial catalán y periferización aragonesa en el siglo XVIII», art. cit., pp. 187-232.
La base social del levantamiento
391
mentación se muestra rotunda. La rebeldía que afectó al Bajo Aragón durante la guerra civil hundió sus raíces en la estructura económica heredada del Antiguo Régimen, —jornaleros, pequeños labradores y artesanos—, es decir, que fue la base fundamental del campesinado la que se levantó en armas. Y lo hizo contra la nueva burguesía rural que se estaba consolidando al abrigo de la revolución liberal. Los funcionarios, propietarios, abogados y comerciantes no se incorporaron a la rebelión, dejando que la profunda impronta campesina del levantamiento carlista se desarrollara en toda su amplitud. A este núcleo fundamental, que responde a la realidad económica de la Tierra Baja, hay que añadir un número considerable de miembros que recibe la insurrección carlista cuya principal motivación viene determinada por las circunstancias personales que afectan coyunturalmente a estos hombres. Unos quedan reflejados en las estadísticas que venimos manejando: es el caso de los jóvenes. El peso que éstos adquieren del lado de los rebeldes es muy notable, superior al 20%, es decir, uno de cada cuatro o cinco individuos. Entre los motivos que impulsaban su huida destaca el hecho de entrar en quintas y, ante la eventualidad de un destino alejado de su pueblo y sus familias, optarán por incorporarse a las partidas. También se detecta la presencia de algún estudiante, pero muchos de los jóvenes vienen conceptuados simplemente como menores, lo que indica que son muchachos sin emancipar, sin independencia económica alguna, que se suman a las partidas. También las circunstancias personales llevaron a muchos soldados que se encontraban en las filas del ejercito a desertar del bando gubernamental para incorporarse al carlista (véase cuadro 10.3). Suponía una escasa proporción para la provincia de Teruel (3,94%), algo mayor para la de Zaragoza (9,11%) y muy considerable en la de Huesca (24,14%). Y lo mismo sucedió con los presos que se hallaban en las cárceles, que eran liberados por los carlistas a su entrada en las poblaciones a condición, claro está, de tomar las armas a su lado. Tampoco podían hacer otra cosa porque seguían siendo prófugos para el gobierno, de modo que era sencillo adoptarle como enemigo poniéndose del lado de los carlistas.
10.1.3. El nivel económico de los combatientes carlistas A pesar de que la extracción socio-profesional de los integrantes de las partidas indica de una manera clara que el carlismo recibe sus apoyos de
392
El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón
los sectores económicamente más deprimidos de la sociedad, puede llegarse a una precisión mayor considerando sus relaciones con la propiedad. La documentación generada por las disposiciones represivas contra los fugados con los carlistas y contra sus familias proporciona datos interesantes sobre este aspecto. El listado más completo que puede utilizarse10 —cuadro 10.10— considera el patrimonio de 1.349 individuos. De ellos 832 tienen propiedad rústica —el 61,67%—, mientras que los 517 restantes —el 38,33%— carecen de ella. Esto implica, aparentemente, que entre los carlistas eran menos los desheredados que los que disponían de alguna propiedad. Pero se trata de una impresión equivocada obtenida como consecuencia de unos datos erróneos sintetizados de manera inconveniente en la lista, ya elaborada, de la que proceden. Entre los que tienen propiedades no sólo están considerados los individuos sino las familias —que responderían patrimonialmente por la defección del individuo fugado—, con lo cual recibía la misma consideración aquel que disponía de patrimonio que aquel otro que carecía de toda propiedad pero no así su familia. Afortunadamente, disponemos de una documentación alternativa, un buen número de los listados originarios que enviaron los pueblos, que contiene esta información especificada por individuos y con una gradación de las propiedades atribuidas a cada uno de ellos mucho más matizada. CUADRO 10.10 CORREGIMIENTO DE ALCANIZ. PROPIEDADES RÚSTICAS DE LOS FUGADOS A LAS PARTIDAS (1836) Pueblo Aguaviva Alacón Albalate Alcaine Alcañiz* Alcorisa Aliaga Alloza Andorra Arens Beceite Bordón Calaceite Calanda Cañada de Verich
Fugados
Tienen tierras
No tienen tierras
n.º
n.º
%
n.º
%
10 6 40 11 97 11 24 22 4 2 78 4 48 63 2
7 2 23 5 38 10 19 17 0 1 59 2 18 31 1
70,00 33,33 57,50 45,45 39,18 90,91 79,17 77,27 4,00 50,00 75,64 50,00 37,50 49,21 50,00
3 4 17 6 59 1 5 5 100 1 19 2 30 32 1
30,00 66,67 42,50 54,55 60,82 9,09 20,83 22,73
10 «Relación o nota del número de facciosos», A.R.A.H., 9/6802.
50,00 24,36 50,00 62,50 50,79 50,00
Pueblos Cañizar Caspe* Castel de Cabra Castellote Castelserás Codoñera, La Cretas Cuevas de Cañart Dos Torres, Las Ejulve Escatrón Estercuel Fabara Fórnoles Fortanete Foz Calanda Fuentespalda Ginebrosa, La Híjar Iglesuela, La Ladruñán Lledó Luco Maella Mirambel Monroyo Montalbán Nonaspe Obón Oliete Olmos, Los Palomar Parras de Castellote Peñarroya Portellada Puertomingalvo** Ráfales Samper de Calanda Santolea Sástago Torre de Arcas** Torre de las Arcas Torre del Compte Torrecilla Tronchón Urrea Utrillas Valdealgorfa Valdeltormo Valderrobres Valjunquera Villarluengo
Fugados
Tienen tierras
n.º
n.º
5 120 6 28 49 35 26 31 6 10 9 2 59 12 1 15 16 15 7 2 16 10 3 71 11 16 17 22 11 15 1 3 10 19 13 8 8 43 16 15 13 9 7 15 5 3 4 42 12 34 17 4
2 84 6 18 29 22 22 18 3 7 9 1 38 12 1 13 13 6 2 2 15 7 0 33 9 9 15 16 10 0 1 2 8 18 11 3 3 26 11 11 9 3 5 12 0 2 0 34 4 3 10 1
% 40,00 70,00 100,00 64,29 59,18 62,86 84,62 58,06 50,00 70,00 100,00 50,00 64,41 100,00 100,00 86,67 81,25 40,00 28,57 100,00 93,75 70,00 3,00 46,48 81,82 56,25 88,24 72,73 90,91 100,00 66,67 80,00 94,74 84,62 37,50 37,50 60,47 68,75 73,33 69,23 33,33 71,43 80,00 66,67 4,00 80,95 33,33 8,82 58,82 25,00
No tienen tierras n.º
%
3 36
60,00 30,00 0,00 35,71 40,82 37,14 15,38 41,94 50,00 30,00 0,00 50,00 35,59 0,00 0,00 13,33 18,75 60,00 71,43 0,00 6,25 30,00
10 20 13 4 13 3 3 1 21 2 3 9 5 1 3 100 38 2 7 2 6 1 0 1 2 1 2 5 5 17 5 4 4 6 2 3 0 1 100 8 8 31 7 3
53,52 18,18 43,75 11,76 27,27 9,091 0,00 33,33 20,00 5,26 15,38 62,50 62,50 39,53 31,25 26,67 30,77 66,67 28,57 20,00 33,33 19,05 66,67 91,18 41,18 75,00
FUENTE: A.R.A.H., 9/6802 * Datos de 1835, A.D.P.Z. ** Datos procedentes del Diccionario geográfico, histórico y estadístico de España, de Pascual Madoz.
394
El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón
Como puede apreciarse en el cuadro 10.11, los que poseen bienes que merecen la consideración de «algunos o superiores» ascienden al 19,9% de los casos y los que poseen bienes «escasos» al 7,2%. En conjunto, los que poseen algún tipo de bienes propios —susceptibles de ser incautados como represalia— alcanzan el 27%. El 73% restante, no cuentan con bienes propios. La circunstancia del 25,3% de ellos es la de ser hombres emancipados, carentes de todo patrimonio, es decir, individuos que sólo cuentan con sus manos para procurarse la subsistencia. Una parte considerable de los que no disponen de bienes son los que dependen económicamente de los padres (47,6%). Las familias a las que pertenecían estaban en disposición de algún patrimonio en el 23,4% de los casos, un 5,4% más de ellos tienen escasa propiedad y el 18,8% no poseen ninguna. Esto pone de manifiesto tres aspectos: CUADRO 10.11 CORREGIMIENTO DE ALCANIZ. PROPIEDADES PERSONALES Y DE LOS PADRES DE LOS FUGADOS A LAS PARTIDAS DE VARIOS PUEBLOS (1835) Pueblo
Calaceite Calanda Cañada de Verich Cañizar Caspe Castellote Castelserás Codoñera Cretas Maella Mas de las Matas Mirambel Monroyo Montalbán Total % total % parciales
A
B
1
2
3
4
5
19 16
7
11 10
30 33
1 17 1 8 12 13 26 1
3
4 43 18 20 25 17 43 16 4 6 12
10 16 1 1 27
103 19,9 38,0
271 54,2 100
3 26 10 11 7 2 17 13 3 2 2
2 1 4 7
131 25,3 48,3
37 7,2 13,7
7 1 6 2
7
8
6
3 8 1
2 1 1 1 7 2 2
57 4 20 5 7 6 1 1 5 3
13 20 20 1 84 10 20 10 9 27 9 8 10 5
43 63 2 5 127 28 48 35 26 70 25 12 16 17
28 5,4 11,4
121 23,4 49,2
246 47,6 100
517 100
6 8 3 1 20 7 3 97 18,8 39,4
C
6
A: fugados económicamente independientes, bienes personales. 1: ninguno. 2: escasos. 3: algunos o superiores. 4: total fugados económicamente independientes. B: fugados económicamente dependientes de sus padres, bienes de éstos. 5: ninguno. 6: escasos. 7: algunos o superiores. 8: total fugados económicamente dependientes de sus padres. C: total fugados.
395
La base social del levantamiento
a) Considerados independientemente —cuadro 10.11—, entre los que dependen económicamente de los padres, sólo el 39,4% carecen de bienes, mientras que entre los que dependen de sí mismos éstos suponen el 48,3%. Y, a la inversa, el 38% de los emancipados poseen algunos bienes, cifra que se dispara hasta el 49,2% en el caso de los dependientes. Esta circunstancia se acrecienta si se considera la dimensión de los patrimonios. En el caso de Montalbán —cuadro 10.12—, el promedio del valor de los bienes según catastro que poseen los huidos a las partidas es de 797 reales. Sin embargo, el promedio del valor de los bienes de las familias de los fugados no emancipados es considerablemente superior: 3.264 reales. Esto abunda en la tesis del motivo económico como impulsor de la insurrección en el Bajo Aragón, pues aun los que poseen bienes cuentan con un patrimonio muy limitado y aquellos en cuyas familias existe una disponibilidad patrimonial mayor no disponen de ella al hallarse en condición de individuos no emancipados de la unidad familiar. CUADRO 10.12 RELACIÓN DEL ESTADO CIVIL, OFICIO Y BIENES DE LOS FUGADOS A LA FACCIÓN EN MONTALBÁN (1835) Bienes según catastro (rs.) Nombre Gil Palomar, Miguel Ortín, Antonio Cirujeda, Francisco Biel, Manuel Bielsa, Salvador Azuara, Mariano Clos, Matías Martín, Joaquín Martín, Ramón Pueyo, Miguel Anadón, José Gamón, Miguel Cristóbal, Domingo Termis, José Azuara, Nicolás Marco, José Azuara, Manuel
Estado civil c c c c c s c c c c c c s s s s s
Oficio
alpargatero/jornalero alpargatero/jornalero esquilador jornalero jornalero jornalero jornalero (en 1825) jornalero jornalero jornalero menor menor menor menor quinto desertor
FUENTE: A.H.M.A., D y E, c. 1; y elaboración propia.
Propios
De sus padres
embargados 2.774 0 345 400 3.748 0 855 2096 300 embargados 409 400 2.573 10.800 944 1.120
396
El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón
b) La importancia de la estructura familiar como unidad económica, lo que, en relación con la considerable participación de los jóvenes en las filas del carlismo, lleva a pensar en el valor que esto tiene en la decisión de participar en la guerra. Pudiera pensarse que el mayor nivel económico entre los jóvenes fugados se debiera a la parte proporcional de quintos pertenecientes a familias acaudaladas que opta por la deserción. Sin embargo, pudiendo librarse de la quinta con el pago de una cantidad, el peso de este factor se atenúa notablemente. Por ello se reafirma, también aquí, la motivación económica como elemento fundamental en la insurrección, aunque sea, como en este caso, por satisfacer un ansia de independencia —económica y vital— que se hallaba larvada en el seno de la estructura familiar. c) Incluso cabe considerar, insistiendo en la finalidad del núcleo familiar como unidad productiva, que en un momento de crisis económica, como el que sirve de fondo a la guerra, la salida de uno de los miembros de la familia, que obtiene la subsistencia eventualmente en el exterior, aligera la carga que supone su alimentación. De este modo, la economía familiar se resarce momentáneamente optimizando la relación entre los recursos y el consumo, sin perder definitivamente la fuerza de trabajo que aportaba el individuo fugado, porque su regreso a la tierra durante las épocas de trabajo más intenso seguía produciéndose.11
10.1.4. Características del apoyo social al carlismo en áreas periféricas al núcleo insurreccional Resulta interesante aproximarse, aunque sea de forma epidérmica, al apoyo que el carlismo recibió en otras partes de Aragón donde no llegó a establecerse un foco insurreccional constante. El distrito de Calatayud puede servir muy bien a este efecto por tratarse de un área donde se produjeron numerosas e importantes acciones contrarrevolucionarias desde el Trienio, sin que llegaran a consolidarse en el tiempo.12 11 Con fecha de 27 de junio de 1835 el capitán general de Aragón se dirige al gobernador civil de Zaragoza en estos términos: «Ha llegado a mí noticia [de] que José Oteo Oriz faccioso fugado, vecino de Paniza contra quien pende causa en el juzgado de Daroca, se halla actualmente en Alfajarín a pretexto de la siega en compañía de dos de sus hijos y escudado con pasaporte de uno de ellos que lleva su mismo nombre». A.D.P.Z., Vig. XV 1008. 12 La documentación en la que se apoya este punto procede del A.D.P.Z., Vig. XV 1110.
397
La base social del levantamiento CUADRO 10.13 POSICIÓN SOCIAL DE LOS CARLISTAS. CALATAYUD Actividad y profesión
Total n.º
Buena %
Actividades agropecuarias Del Campo 2 Hortelanos 4 Jornaleros 50 Labradores 16 Pastores 2 Propietarios 7
1,04 2,08 26,04 8,33 1,04 3,65
81
42,19
Artesanado y profesiones tradicionales Aguadores 1 0,52 Albañiles 6 3,13 Albarqueros 1 0,52 Alpargateros 9 4,69 Barberos 1 0,52 Bataneros 1 0,52 Blanqueadores 1 0,52 Caldereros 1 0,52 Cardadores 2 1,04 Carpinteros 1 0,52 Cereros 1 0,52 Chocolateros 3 1,56 Cortantes 1 0,52 Estopilleros 8 4,17 Herreros 1 0,52 Horneros 2 1,04 Mayordomos 1 0,52 Pelaires 2 1,04 Pozadores 1 0,52 Sastres 4 2,08 Sogueros 5 2,60 Taberneros 4 2,08 Tejedores 2 1,04 Zapateros 5 2,60 64
33,33
Comerciantes y profesionales liberales Abogados 1 0,52 Albéitares 1 0,52 Escribanos 2 1,04 Farmacéuticos 1 0,52 Tenderos 2 1,04 Tratantes 2 1,04 Eclesiásticos Canónigos Curas Sacristanes
n.º
Regular %
n.º
Insignificante %
n.º
%
2 4 50 12 2
1,17 2,34 29,24 7,02 1,17 0,00
5
0,00 0,00 0,00 20,00 0,00 33,33
2
0,00 0,00 0,00 16,67 0,00 33,33
8
53,33
3
50,00
70
40,94
0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 16,67 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00
1 6 1 9 1 1 1 1 2 1 1 2 1 8 1 1 1 2 1 4 5 4 2 5
0,58 3,51 0,58 5,26 0,58 0,58 0,58 0,58 1,17 0,58 0,58 1,17 0,58 4,68 0,58 0,58 0,58 1,17 0,58 2,34 2,92 2,34 1,17 2,92
1
16,67
62
36,26
0,00 0,00 16,67 16,67 0,00 0,00
3
1
0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 6,67 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00
1
1
1
6,67
1
6,67 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00
1 1
2
33,33
2 2
0,00 0,58 0,58 0,00 1,17 1,17
6
3,51
1 1
9
4,69
1
6,67
1 1 1
0,52 0,52 0,52
1 1
6,67 6,67 0,00
0,00 0,00 0,00
1
0,00 0,00 0,58
3
1,56
2
13,33
0,00
1
0,58
398 Actividad y profesión Varios y desconocidos A reemplazo Ausentes Cantores En Francia Estudiantes Paseantes Soldados Vagos Desconocidos
El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón Total
Buena
Regular
n.º
%
n.º
%
1 2 1 3 2 2 1 3 20
0,52 1,04 0,52 1,56 1,04 1,04 0,52 1,56 10,42
1
35
18,23
Insignificante %
n.º
%
1
6,67 0,00 0,00 6,67 0,00 0,00 0,00 0,00 6,67
0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00
2 1 2 2 2 1 3 19
0,00 1,17 0,58 1,17 1,17 1,17 0,58 1,75 11,11
3
20,00
0,00
32
18,71
1
n.º
FUENTE: A.D.P.Z., Vig. XV 1110; elaboración propia.
En Calatayud —cuadros 10.13 y 10.14— se reproduce la tendencia general del carlismo aragonés a establecer sus bases entre el campesinado, comprendiendo éste tanto jornaleros y pequeños labradores como artesanos y otros oficios fundamentalmente tradicionales desempeñados en el ámbito rural. A pesar de ello, hay un hecho distintivo que debe ser reseñado, la presencia muy notable de propietarios entre éstos, alcanzando el 3,65% del total. Esto tiene importantes consecuencias si consideramos su posición social por sectores (cuadro 10.13), pues, como resultado de la presencia de los propietarios, el sector agropecuario destaca entre aquellos cuya posición se conceptúa como buena (53,3%). También es reseñable el puesto de los eclesiásticos —13,3% sobre tan sólo un 1,6% de presencia en las listas—, claramente situados entre los que disfrutan de buena disponibilidad económica. En el lado opuesto también se encuentra el sector agropecuario, pero esta vez dominado por los jornaleros y muchos de los labradores, que ascienden hasta el 40,9% de los carlistas cuya condición social es insignificante. Tampoco se queda atrás el artesanado y los miembros de profesiones tradicionales, que casi por completo se insertan en la categoría de más baja extracción social. Lo realmente valioso del caso de Calatayud que estamos analizando es que permite apreciar la relación existente entre clase social e influencia política, al conocer las disponibilidades económicas de más de 175 hom-
La base social del levantamiento
399
bres y su conceptuación en los momentos posteriores a la guerra. Según estos datos (cuadro 10.14), la mayor influencia política, es decir, las cabezas directoras del carlismo en esta zona se encuentran en torno a un bloque que constituyen algunos propietarios y grandes labradores, bien flanqueados por la presencia de un abogado y dos clérigos. Esto indica que la dirección política se encuentra fuertemente asentada en la propiedad de la tierra, legitimada ideológicamente por medio de la Iglesia. Por contra, la plataforma humana, aquellos que no poseen nada, generalmente antiguos soldados «de las filas carlistas y solamente puede[n] servir como instrumento de los demás»,13 la constituyen todos los trabajadores del campo —jornaleros, hortelanos, pastores y pequeños labradores— junto a los artesanos. Fundamentalmente, la base social se origina, como viene siendo habitual, entre las clases sociales más deprimidas y, de un modo destacado, entre aquellos que no disponen para su subsistencia de otro medio que su fuerza de trabajo. Elite política y base social se encuentran radicalmente diferenciadas; no hay confusión alguna. En ningún caso se da la circunstancia de que a una mínima condición económica se corresponda una gran influencia política. La clave para interpretar esta diferencia es sustancialmente económica: las relaciones de poder en el entorno carlista se establecen nítidamente en términos de clase. La relación vertical es evidente en el entorno de la actividad agraria; se hallan del mismo lado los ofertadores de trabajo —propietarios, grandes labradores y clérigos— y los demandantes de él —jornaleros y pastores—, sin que se produzca interferencia alguna en el rol que a cada uno corresponde. Esto nos introduce en la consideración detenida de las elites dirigentes del carlismo, un problema central para la comprensión del fenómeno contrarrevolucionario en Aragón.
13 Ésta es una de la observaciones más frecuentes entre los jornaleros y artesanos, A.D.P.Z., Vig. XV 1110.
CUADRO 10.14 INFLUENCIA POLÍTICA DE LOS CARLISTAS. CALATAYUD Actividad y profesión
Total n.º
Bastante %
Actividades agropecuarias Del Campo 2 Hortelanos 4 Jornaleros 50 Labradores 16 Pastores 2 Propietarios 7
1,04 2,08 26,04 8,33 1,04 3,65
81
42,19
Artesanado y profesiones tradicionales Aguadores 1 0,52 Albañiles 6 3,13 Albarqueros 1 0,52 Alpargateros 9 4,69 Barberos 1 0,52 Bataneros 1 0,52 Blanqueadores 1 0,52 Caldereros 1 0,52 Cardadores 2 1,04 Carpinteros 1 0,52 Cereros 1 0,52 Chocolateros 3 1,56 Cortantes 1 0,52 Estopilleros 8 4,17 Herreros 1 0,52 Horneros 2 1,04 Mayordomos 1 0,52 Pelaires 2 1,04 Pozadores 1 0,52 Sastres 4 2,08 Sogueros 5 2,60 Taberneros 4 2,08 Tejedores 2 1,04 Zapateros 5 2,60 64
33,33
Comerciantes y profesionales liberales Abogados 1 0,52 Albéitares 1 0,52 Escribanos 2 1,04 Farmacéuticos 1 0,52 Tenderos 2 1,04 Tratantes 2 1,04 Eclesiásticos Canónigos Curas Sacristanes
n.º
Poca %
n.º
Ninguna %
n.º
%
2 4 50 12 2
1,17 2,34 29,24 7,02 1,17 0,00
4
0,00 0,00 0,00 21,43 0,00 28,57
3
0,00 0,00 0,00 14,29 0,00 42,86
7
50,00
4
57,14
70
40,94
0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 14,29 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00
1 6 1 9 1 1 1 1 2 1 1 2 1 8 1 1 1 2 1 4 5 4 2 5
0,58 3,51 0,58 5,26 0,58 0,58 0,58 0,58 1,17 0,58 0,58 1,17 0,58 4,68 0,58 0,58 0,58 1,17 0,58 2,34 2,92 2,34 1,17 2,92
1
14,29
62
36,26
0,00 0,00 14,29 14,29 0,00 0,00
3
1
0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 7,14 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00
1
1
1
7,14
1
7,14 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00
1 1
2
28,57
2 2
0,00 0,58 0,58 0,00 1,17 1,17
6
3,51
1 1
9
4,69
1
7,14
1 1 1
0,52 0,52 0,52
1 1
7,14 7,14 0,00
0,00 0,00 0,00
1
0,00 0,00 0,58
3
1,56
2
14,29
0,00
1
0,58
401
Los cuadros dirigentes Actividad y profesión
Total
Bastante
Poca
n.º
%
n.º
%
1 2 1 3 2 2 1 3 20
0,52 1,04 0,52 1,56 1,04 1,04 0,52 1,56 10,42
1
35
18,23
n.º
Ninguna %
n.º
%
1
7,14 0,00 0,00 7,14 0,00 0,00 0,00 0,00 7,14
0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00 0,00
2 1 2 2 2 1 3 19
0,00 1,17 0,58 1,17 1,17 1,17 0,58 1,75 11,11
3
21,43
0,00
32
18,71
Varios y desconocidos A reemplazo Ausentes Cantores En Francia Estudiantes Paseantes Soldados Vagos Desconocidos
1
FUENTE: A.D.P.Z., Vig. XV 1110; elaboración propia.
10.2. Los cuadros dirigentes El problema de la estructuración del movimiento carlista difícilmente puede ser considerado de manera conjunta a partir de las informaciones cuantitativas y tomando a las fuerzas insurreccionales como un todo indiferenciado del que proceden tanto la base social como los cuadros dirigentes. Cuadros dirigentes y base social son dos realidades considerablemente distintas, están configuradas por elementos y a lo largo de procesos diferentes, y los objetivos que persiguen tampoco son los mismos. Los papeles que desempeñan están adecuados a su naturaleza social y, así, mientras la base social adquiere su fuerza fundamentalmente en relación con el número que la constituye, la elite dirigente efectúa una aportación cualitativa, valiosa por cuanto contribuye al movimiento mediante conocimientos organizativos, influencia social o poder ideológico. Además, para el caso del carlismo aragonés es necesario introducir el elemento tiempo para comprender el proceso insurreccional y la consolidación de los cuadros dirigentes. Sin una conciencia adecuada de la sucesión de fases y del papel desempeñado en cada una de ellas por los distintos componentes de estas elites dirigentes es muy difícil comprender por qué aparecen y cuál es la función que cumplen en la vertebración del movimiento. Tres son, esencialmente, los núcleos definidos de los que aquéllas proceden: los voluntarios realistas, el ejército y el clero. Un bloque menos definido y menos relevante lo constituyen algunos miembros
402
El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón
de las oligarquías locales —propietarios y grandes labradores— y funcionarios procedentes de la administración absolutista; sin embargo, dado que su función no es tanto directora como la de un sector que tiene depositadas parte de sus expectativas en el triunfo de la contrarrevolución para mantener su status social —«ojalateros» que desdeñaba amargamente Cabrera—,14 es conveniente centrar la atención preferente sobre los primeros. 1) El caso de los voluntarios realistas es uno de los más complejos e interesantes porque desempeñan un papel crucial, pero circunscrito a los momentos iniciales del conflicto. Como ha quedado de manifiesto en el capítulo 4, estos cuerpos fueron una milicia civil organizada con abundantes recursos como instrumento local de la contrarrevolución. La forma en que le fueron reducidas su autonomía y buena parte de su poder a partir de 1832 generó una importante carga de descontento que estalló en sucesivas intentonas insurreccionales desde marzo de 1833 hasta febrero de 1834. Durante esta etapa los voluntarios, desmovilizados en mayor o menor medida, continuaron manteniendo vivas las redes de contactos entre sus propias agrupaciones y con el poder local que se había servido de ellos en numerosas ocasiones. De este modo, los voluntarios realistas se convirtieron en la pieza clave para entender la primera fase del proceso insurreccional, caracterizado por el asalto a las ciudades. Con posterioridad fueron, puntualmente, focos de agitación y conspiración contra el régimen liberal, pero sus acciones15 ya nunca tuvieron dimensiones similares ni por su extensión geográfica ni por su intensidad. Los voluntarios realistas se habían desarrollado principalmente en las tierras al sur del Ebro (cuadro 10.15 y mapas 10.10 y 10.11), alcanzando importantes tasas sobre los partidos de Calatayud (5,95%), Borja (5,54%), Daroca (5,13%), Tarazona (4,55%) y Alcañiz (3,07%). No fue
14 A ellos se refiere en una orden aparecida en el Boletín de Aragón, Valencia y Murcia, con fecha de 17 de diciembre de 1839, y reproducida en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 8, 8 de enero de 1840. 15 En el agitado contexto de la Zaragoza de 1835 se identificaba a «varias personas que pertencieron a las filas de los ex-voluntarios Realistas y fueron instrumentos de persecución contra los buenos en la época del obscurantismo» como «partidarios de la facción carlista», siendo detenidos para, según la justificación oficial, «evitarles una catástrofe», dado lo exaltados de los ánimos liberales. Zaragoza, 22 de agosto de 1835, A.D.P.Z., Vig. XV 1011.
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CUADRO 10.15 VOLUNTARIOS REALISTAS EN ARAGÓN POR CORREGIMIENTOS (1825) Voluntarios vestidos Corregimiento
Habs. 1800
Albarracín Alcañiz Barbastro Benabarre Borja Calatayud Cinco Villas Daroca Huesca Jaca Tarazona Teruel Zaragoza
15.648 108.119 61.659 35.789 18.857 58.385 37.310 61.090 41.253 25.702 15.972 58.372 120.665
n.º 86 425 428 0 3 1196 0 173 — 0 512 427 1255
% 98,85 12,81 45,63 0,00 0,29 34,44 0,00 5,52 — 0,00 70,52 28,13 51,00
Voluntarios sin vestir n.º 1 2.894 510 99 1.041 2.277 176 2.962 — 40 214 1.091 1.206
Total voluntarios
%
n.º
% habs.
1,15 87,19 54,37 100,00 99,71 65,56 100,00 94,48 — 100,00 29,48 71,87 49,00
87 3.319 938 99 1.044 3.473 176 3.135 — 40 726 1.518 2.461
0,56 3,07 1,52 0,28 5,54 5,95 0,47 5,13 — 0,16 4,55 2,60 2,04
FUENTE: A.D.P.Z.
casual que los voluntarios se desarrollaran principalmente en aquellas áreas donde había arraigado con más fuerza la insurrección realista durante el Trienio constitucional. En la circunscripción de Calatayud, que había sido una de las más conflictivas en aquella época, habían alcanzado la cifra de 3.473 inscritos a la altura de 1825 y en el siempre conflictivo Bajo Aragón el número de incorporados a sus filas llegaba a 3.319. La continuidad entre la contrarrevolución armada durante el Trienio y el alistamiento de los voluntarios realistas resultaba evidente.16 Pero la secuencia histórica contrarrevolucionaria no se detuvo ahí. Los realistas se incorporaron, llevados por la inercia y a pesar de su disolución en 1833, a la nueva aventura contrarrevolucionaria que entonces se iniciaba, el carlismo, y fueron la base de su primitiva estructura militar. Pocas posibilidades hubiera tenido el carlismo de inducir a un levantamiento, que se produjo en muchas poblaciones, de no haber contado con las imponentes ruinas de la organización de los voluntarios realistas donde apoyarse. Ellos establecieron los contactos y recabaron apoyos, además de constituir, como simple base de los levantamientos, un apoyo muy importante. 16 Estos datos son el primer avance de una investigación en curso sobre los voluntarios realistas que pretende profundizar en su estructura social, la vertebración de sus miembros en la sociedad y su empleo como instrumento político.
MAPA 10.10 PORCENTAJE DE VOLUNTARIOS REALISTAS EN ARAGÓN CON RESPECTO A LA POBLACIÓN DE CADA CORREGIMIENTO (1825)
MAPA 10.11 CIFRAS ABSOLUTAS DE VOLUNTARIOS REALISTAS EN ARAGÓN POR CORREGIMIENTOS (1825)
250 voluntarios realistas
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Posteriormente, cuando los levantamientos urbanos fracasaron, algunos continuaron en las partidas junto con muchos de aquellos que habían secundado el movimiento. En ese momento, la parte más importante de su función ya había sido cumplida. Disponían de una estructura eficaz, mantenían contacto con las elites locales del poder, poseían armas y alojaban una importante carga de descontento y rechazo contra el régimen, que, navegando hacia el Estatuto Real, había prescindido de su servicio retirándoles su considerable parcela de poder en el ámbito local. Hicieron valer los restos de su estructura en un momento crítico hasta su extinción. Pero, cuando ésta se produjo, otra fórmula de insurrección, las partidas, había cobrado fuerza, en buena medida formadas por los restos de los levantamientos urbanos fracasados. La virtualidad de los voluntarios realistas como instrumento para la estrategia insurreccional del carlismo residió en su condición de elemento intermedio en la articulación del movimiento. Sirvieron como pieza de conexión entre la auténtica cúspide —militares, funcionarios y clérigos— y la base. Como miembros de las clases populares recabaron apoyos entre los sectores más proclives a un levantamiento. Como milicia cualificada, los encuadraron y coordinaron su participación. Pero, a su vez, no tomaron las decisiones últimas, sino que simplemente sirvieron de correa de transmisión en el conjunto de la pirámide organizativa. De ahí que, cuando dejaran de funcionar como estructura organizada, su valor se extinguiera definitivamente, sin que su presencia sea digna de consideración más allá de 1834, aunque la fase anterior no puede comprenderse sin su decisiva participación. 2) El segundo gran bloque que se distingue en la configuración de los cuadros dirigentes del movimiento insurreccional carlista en Aragón es el que constituyen los militares, no cualquier clase de militares sino un tipo muy concreto de ellos: hombres hechos en las guerras, no soldados de sangre noble y carrera militar, y con un historial que pudo o no comenzar con experiencias en la guerra de la Independencia,17 pero que inequívocamente participan en la guerra civil durante el Trienio constitucional del lado de los contrarrevolucionarios. Posteriormente, casi sin 17 La guerra de la Independencia permitió el acceso a los grados superiores del ejército progresando desde soldado, una vía que no era la habitual para las clases privilegiadas, que lo hacían como cadetes. Fernando Fernández Bastarreche, El Ejército español en el siglo XIX, Siglo XXI, Madrid, 1978, p. 115.
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excepción, sufrieron las consecuencias del proceso de recalificación de grados, quedando, como resultado, revisadas a la baja las dignidades que tan rápidamente acababan de obtener. Los que, a pesar de las circunstancias, permanecieron en el ejército atravesaron al final del reinado de Fernando VII una fase difícil en la que sufrieron las consecuencias de los cambios operados por esas fechas en el gobierno, viéndose marginados en sus unidades o recibiendo el retiro directamente. Otros, con menos suerte, recibieron la licencia ilimitada nada más iniciada la restauración del rey absoluto, generalmente por tratarse de hombres con un grado muy bajo de instrucción, tanto en la cultura como en la milicia, ya que no por su firme convicción contrarrevolucionaria. En ningún caso participaron en el levantamiento de los agraviados y, sin embargo, todos ellos cogieron las armas a la vez entre finales de 1833 y comienzos de 1834. De acuerdo con esta plantilla, los casos se acomodan uno tras otro. La trayectoria de Joaquín Quílez es muy representativa de estos hombres. Era el hijo de unos pequeños labradores de Samper de Calanda y, a pesar de tener que ocuparse como jornalero, pudo aprender a leer y escribir. En la guerra contra las tropas de Napoleón tomó parte en los dos sitios de Zaragoza, donde fue hecho prisionero y trasladado a un depósito de presos en Francia, de donde se fugó para volver a combatir a las órdenes del general Lacy, de modo que al finalizar la guerra poseía el grado de sargento. Regresó entonces a Samper y no se movilizó nuevamente hasta agosto de 1822 para unirse a la sublevación que encabezaba el Royo Capapé en el Bajo Aragón. Junto a él ascendió rápidamente y a la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis ya era capitán. Pero en mayo de 1823 fue recalificado y, como tantos otros, graduado de teniente coronel y enviado a su pueblo. Varios años después fue llamado de nuevo a reincorporarse en el ejército. En 1833 fue separado del regimiento al que pertenecía en Mallorca a causa de sus ideas realistas y enviado a Samper. Al poco tiempo de haber regresado al Bajo Aragón entró en contacto con Carnicer y pasó a convertirse en uno de sus apoyos más firmes, llegando a ser un cabecilla de gran predicamento en esta tierra, donde conseguía reclutar cifras muy notables de partidarios en breves plazos de tiempo.18 18 A.G.M.S. sección 1, división 1.ª, leg. Q-89. Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de los principales cabecillas facciosos de las provincias de Aragón y Valencia…, op. cit., pp. 193-205.
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También Francisco Conesa, uno de los jefes carlistas que actuó en los primeros años en el área de Huesa del Común, donde había nacido, se unió a la insurrección realista en agosto de 1822. Alcanzó el grado de alférez, pero recibió la licencia ilimitada nada más concluir la guerra y hasta 1827 no recibió la recalificación como teniente. Es el caso de muchos otros jefes carlistas —véase cuadro 10.16—, como Vicente Herrero, el Organista, de Gea de Albarracín, Enrique Montañés de Mazaleón, del núcleo de Ulldecona, Domingo Forcadell, Pedro Beltrán, Peret del Riu, y Antonio Tallada, o de los valencianos Miguel Sancho, el fraile Esperanza, y José Miralles, el Serrador. Todos ellos, oficiales recalificados o con licencia ilimitada, se pusieron al mando de las partidas valencianas y aragonesas que llevarían a constituir en el Maestrazgo un foco permanente de resistencia al gobierno.
CUADRO 10.16 JEFES CARLISTAS: NATURALEZA Y ACTIVIDAD Nombre
Lugar de nacimiento
Guerra de Independencia
José Arévalo
Capileira
Pedro Beltrán Joaquín Bosque Ramón Cabrera Manuel Carnicer
Ulldecona Calanda Tortosa Alcañiz
Luis Casadevall Benito Catalán Francisco Conesa Domingo Forcadell Vicente Herrero Pepe Lama José Miralles Enrique Montañés
Llagostera Cortes de Arenoso Azuara Ulldecona Gea de Albarracín Villafranca del Cid Mazaleón
partidas
Joaquín Quílez Miguel Sancho Antonio Tallada Agustín Tena
Samper de Calanda Liria Ulldecona La Muela
sargento
Trienio Liberal coronel batallón guardias alférez de caballería
soldado
1833 capitán/coronel realistas ¿teniente? retirado
ex-seminarista teniente retirado/ teniente coronel inspector de realistas teniente coronel teniente retirado sargento procesado alférez teniente retirado comandante teniente retirado teniente de infantería organista/voluntario realista sargento de vols. realistas teniente de caballería serrador/teniente retirado subteniente retirado/ capitán 2.º comandante vols realistas teniente coronel teniente retirado contrabandista/ carboner capitán de cazadores capitán retirado
sargento de caballería teniente
brigadier de cuartel
FUENTES: Elaboración propia a partir de A.H.M.A., A.D.P.Z., A.G.M.S., Expedientes, y Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de los principales cabecillas facciosos de las provincias de Aragón y Valencia…, op. cit.
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Uno de los más notables, Manuel Carnicer, se hallaba sirviendo de soldado en la Guardia Real cuando se produjo la sublevación de este cuerpo el 7 de julio de 1822. Después de sofocado el levantamiento, sus miembros fueron diseminados por la península y en ese momento decidió incumplir la orden y, en lugar de incorporarse a su nuevo destino, lo hizo entre las fuerzas insurrectas que mandaba el Royo. En las filas de Capapé, originario como él de Alcañiz y que operaba en el territorio del Bajo Aragón, alcanzó el grado de teniente coronel. Al finalizar la guerra fue recalificado como teniente, pero permaneció dentro del ejército hasta 1832, en que recibió el retiro por su condición de realista. Sus contactos en Alcañiz con el brigadier Puértolas y los voluntarios realistas de la ciudad le permitieron preparar un levantamiento que se frustró a comienzos de octubre de 1833 y significó el comienzo de la insurrección en la Tierra Baja. Desde ese momento, las circunstancias mismas impusieron una nueva forma de actuar, donde los hombres prácticos en las armas y con conocimientos, más o menos depurados, sobre el funcionamiento del ejército serían la clave de una insurrección carlista en la región. El proceso de articulación del movimiento, a raíz de lo visto hasta el momento, no podía ser de otro modo: No ignorando que existían diseminados por aquellos pueblos varios oficiales excedentes, que pertenecieron a la facción del Royo, y de los que en el escrutinio del año anterior habían sido expulsados del ejército; y acaso puesto anteriormente en relación con ellos, los invitó a tomar parte en la empresa y en efecto se le unieron muchísimos. Además de los oficiales, contaba también con la gente que éstos arrastrarían en pos de sí, no siéndoles difícil conseguirlo, pues como sujetos que por lo general acomodados, gozaban de algún ascendiente y autoridad sobre hombres sencillos, y labradores ignorantes, dispuestos a dejarse conducir y engañar sin gran trabajo. Pero aún se podía contar con elementos más a propósito. Junto con los oficiales, vivían retirados en sus pueblos muchos que en la época anterior fueron simples soldados, que se acordaban de la libertad, ocio y privilegios de la vida de campaña, de los robos y licencias que se les permitían; y comparaban aquellas ventajas con la escasa subsistencia que les proporcionaba un trabajo ímprobo y continuado. Así es que no costó mucho reducirles a abandonar sus hogares y labores con la perspectiva lisonjera de expediciones lucrativas, y acomodadas a la inquietud y bullicio con que se habían connaturalizado.19
19 Un emigrado del Maestrazgo, ibídem, pp. 32-33.
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Las partidas que estos oficiales levantaron constituyeron por largo tiempo la base fundamental de la insurrección en el Bajo Aragón. Aportaron a ellas sus conocimientos militares, su capacidad de liderazgo, el prestigio que tenían entre los realistas y el ser prácticos en el terreno, puesto que nunca se alejaron demasiado de los lugares que les habían visto nacer. Nuevamente conviene señalar que el papel de estos militares tiene que comprenderse en la precisa perspectiva temporal en la que se produjo. Actuaron después de los levantamientos urbanos, tras el fracaso de los voluntarios realistas por hacerse con el poder.20 En muchos casos, como ocurrió con Carnicer, no se trataba de fenómenos radicalmente diferenciados —sus contactos con voluntarios realistas eran notorios y él mismo había propiciado un levantamiento en Alcañiz—, pero en esta segunda fase su presencia resultó fundamental. Agruparon partidas en torno a sí, en parte por convicción y en gran medida como resultado de la necesidad de hacer frente a la persecución de que estaban siendo objeto. El resultado fue una fórmula de resistencia adecuada a las circunstancias que aprovechaba al máximo sus escasos recursos radicándose allí donde había apoyos susceptibles de ser recabados en su favor: el medio rural. Tampoco, como había sucedido con la acción de los voluntarios realistas, el momento de los oficiales contrarrevolucionarios fue permanente. Cumplió su función de mantener encendido el fuego de la insurrección en torno al Maestrazgo hasta la muerte de Carnicer. En este sentido se mostró eficaz. Pero Cabrera, con una concepción de la guerra más sistematizadora y menos personalista —Cabrera nunca pensó que ninguno de los oficiales fuera imprescindible, a excepción de él mismo—, no podía permitir, si estaba en su mano, que toda la fuerza de un ejército residiera en la capacidad y el carisma de unos pocos hombres. Dos razo20 Durante la fase de levantamientos urbanos se dio la presencia de militares de carrera en puestos de gran responsabilidad dirigiendo estos proyectos insurreccionales. Los casos del conde de Villemur en Zaragoza o el barón de Hervés en Morella son los más notables. Pero bien porque nunca intentaran resistir mediante partidas —Villemur— o porque su experiencia en este campo se saldara con un fracaso rotundo —Hervés—, lo cierto es que desaparecieron por completo del panorama de los cuadros dirigentes de la insurrección carlista en Aragón, dejando paso franco a una fase de completo dominio de los oficiales ilimitados.
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nes le llevaban a ello. Una, puramente organizativa, era que sólo mediante una estructura eficaz era posible plantear objetivos militares a medio plazo y disponer de medios para ello. Otra, de carácter personal, era que los pequeños liderazgos de sus oficiales suponían una merma del gran poder al que Cabrera aspiraba. Las dos vías le llevaban a una misma solución: establecer progresivamente una estructura sólida y eficiente que permitiera el ejercicio del poder por encima de personalismos. Éste es el objetivo que se marcó desde muy temprano, desde el momento mismo en que recibiera el poder en 1835, y que comenzó a ser una realidad a partir de 1837. En ese momento, el papel de los oficiales del Trienio dejó definitivamente de ser esencial en la constitución de la resistencia carlista. Esto no significa que fueran desplazados de sus posiciones; únicamente que ya no fueron la clave y, no siendo indispensables, podían ser sustituidos en cualquier momento.21 En su lugar quedaba una infraestructura cada vez más firme, con una definida ramificación administrativa, económica, militar e ideológica, apoyada sobre un pequeño control territorial que hacía posible desde entonces ese equilibrio del poder. Cabrera se había erigido en la piedra angular del carlismo aragonés y ya no permitió que desde ninguna instancia se intentara alcanzar su altura. La lucha por mantener todo el poder decisorio está en la raíz de las confrontaciones que mantuvo con otras instancias de la insurrección que reclamaban una parcela de éste; los casos más notables son los duros enfrentamientos que sostuvo con la Junta por mantener sus atribuciones en asuntos políticos y económicos, y con Quílez y Cabañero en el ámbito de lo militar. Pero Cabrera era una excepción dentro de los jefes de las partidas, la única excepción importante. No pertenecía, como todos los demás, a la clase de oficiales ilimitados, antiguos combatientes del Trienio, su edad —13 años en 1820— casi se lo habría impedido. Los méritos y el historial de Ramón Cabrera y Griñó eran bien distintos.22 Hijo de un patrón
21 De hecho, lo fueron algunos como Vicente Herrero, el Organista, Benito Catalán, el Royo de Nogueruelas o Miguel Sancho, el fraile Esperanza. 22 Las obras básicas sobre Ramón Cabrera son: Buenaventura de Córdoba, Vida militar y política de Cabrera, op. cit.; Dámaso Calbo y Rochina de Castro, Historia de Cabrera y de la guerra civil en Aragón, Valencia y Murcia. Redactada con presencia de documentos y datos de una y otra parte por…, Est. Tipográfico de D. Vicente Castelló, Madrid,
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de barco de Tortosa, se había aplicado desde joven, más por interés económico que por propensión a los hábitos, a la obtención de un beneficio eclesiástico propiedad de la familia. Llegó a recibir las órdenes menores, pero nunca fue ordenado sacerdote porque el obispo de Tortosa, Víctor Sáez, identificado por todos como de ideas apostólicas, provocó su destierro junto a otros compañeros sospechosos de tender al alboroto. Apenas salieron de Tortosa, Cabrera abandonó al resto de los expulsados y se incorporó a los primeros movimientos insurreccionales que se estaban produciendo en ese momento en torno a Morella. El que hasta ese momento había sido reconocido por frecuentar círculos liberales 23 comenzó su meteórica carrera al lado del carlismo. En unos meses se colocó junto a Carnicer, rivalizando en autoridad con los propios Quílez y Montañés, y esto se produjo en un tiempo en el que todavía era conocido como «el ordenado de Tortosa»24 o «el cura Cabrera».25 Ésta puede
1845; y Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de Ramón Cabrera, op. cit. Reelaboraciones posteriores que incorporaban lo sucedido desde que fueron publicadas las anteriores son: E. Flavio, Historia de don Ramón Cabrera, Establecimiento Tipográfico-editorial de G. Estrada, Madrid, 1870; e Historia del general carlista don Ramón Cabrera desde su nacimiento hasta los últimos sucesos, Desp. Marés y Cía., Madrid, 1874. Posteriormente las obras escritas sobre el jefe carlista durante este siglo renunciaron a la investigación, efectuando meras síntesis de lo ya publicado o recreaciones del personaje sobre esta misma base como: Mariano Tomás, Ramón Cabrera. Historia de un Hombre, Juventud, Barcelona, 1939; Julio Romano, Cabrera, el Tigre del Maestrazgo, Madrid, 1936; Román Oyarzun, Vida de Ramón Cabrera y las Guerras Carlistas, Aedos, Barcelona, 1961, prólogo de Pedro Laín Entralgo; o Roy Heman Chant, Spanish Tiger, Midas Book, Tunbridge Wells, 1983. Con este contexto, donde las informaciones aportadas originariamente se degradaban por ausencia de investigación, rompe de manera brillante Conxa Rodríguez Vives con Ramón Cabrera, a l’exili, Biblioteca Serrador, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Barcelona 1989, que aborda la fase final de su vida. En fechas recientes ha aparecido nuestra contribución al conocimiento del personaje, Pedro Rújula, Ramón Cabrera. La senda del tigre, Ibercaja, Zaragoza, 1996. 23 Ésta es una información que se afirma y se desmiente según conviene a los autores. En Historia del general carlista don Ramón Cabrera desde su nacimiento hasta los últimos sucesos, op. cit., p. 4, se le niega valor; en Un emigrado del Maestrazgo,Vida y hechos de Ramón Cabrera, op. cit., p. 12, se da por cierta. Pero, por encima de su veracidad, se puede percibir el hecho de que Cabrera llegó al filo de 1833 con una aceptable formación recibida de los religiosos y una tendencia política poco definida. 24 Es el término empleado por un sargento del provincial de Ciudad Real que había sido hecho prisionero en Ráfales. A.D.P.Z., Vig. XV 1003, 28 de febrero de 1834. 25 Así se le nombraba en el parte que dio el Ayuntamiento de Albalate, 23 de mayo de 1835, notificando su presencia en el término municipal. A.H.M.A., Con., c. 21.
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ser la clave fundamental para comprender un ascenso tan rápido y sólido al mismo tiempo. La confusión de Cabrera con un religioso es la pieza que permite explicar la imbricación casi perfecta en el contexto de la insurrección carlista. Esta circunstancia exige reconocer el poder eclesiástico como otro de los elementos centrales en la configuración de los cuadros dirigentes carlistas, probablemente el más complejo de ellos. 3) El influjo de los eclesiásticos de parte del carlismo es una realidad compleja26 y multiforme que conviene analizar en sus diferentes manifestaciones para mostrar su entidad real, ya que no se exhiben, en la superficie, sino como una pequeña porción de los recursos que están en marcha. Hubo eclesiásticos que manifestaron abiertamente su apoyo al carlismo, predicadores incendiarios como el padre Escorihuela,27 que llamaba
26 Parte de la complejidad procede del hecho de que, como señala William J. Callahan, «but it is clear that while Carlism was identified with the Church, the Church was not exclusively identified with Carlism», Church, Politics, and Society in Spain, 17501874, Harvard University Press, Cambridge (Mass.) y Londres, 1984, p. 151. En lo referente al enfoque del problema carlista y la Iglesia, Callahan no va mucho más allá que Manuel Revuelta, La exclaustración (1833-1840), B.A.C., Madrid, 1976, ya que sus análisis se centran en las posturas oficiales de la Iglesia y del gobierno y en las sucesivas disposiciones legales, sin adentrarse a considerar la realidad del enfrentamiento que, sobre tomar forma legal tardíamente, existe como conflicto de facto oculto bajo apariencias de normalidad mucho antes. Esa modalidad de análisis es válida para comprobar el proceso de disociación entre Iglesia y Estado durante la revolución burguesa, pero no para entender el apoyo que los eclesiásticos prestaron al carlismo durante este período. 27 El anónimo autor de las Observaciones sobre el Antiguo Partido de Alcañiz, op. cit., destaca la figura del P. Escorihuela, «misionero Apostólico», entre los «muchos frailes» que se unieron a las partidas. Es muy valiosa la detenida exposición que realiza mosén Mariano Valimaña, en Anales de Caspe. Antiguos y modernos, Centro de Estudios Caspolinos, Caspe, 1988, pp. 285-302, sobre las «misiones» del padre Escorihuela, describiendo minuciosamente el procedimiento y los objetivos seguidos en Caspe. A través de estas páginas se presenta una personalidad radical, integrista y visionaria, con gran capacidad de integrarse en una sociedad concreta, desglosarla y movilizarla, obsesivamente concentrada en obtener confesiones absolutas y sinceras, y que antes de marchar deja una serie de encargos pintorescos que cumplir. El 6.° de ellos dice así: «que los niños y niñas, solteros y solteras, hombres y mujeres, labradores, artesanos y pastores canten todos por las calles y plazas, caminos y campos, de día y de noche, canciones piadosas, coplas a la Virgen, al Sacramento, Ave Marías del Rosario, o los Misterios, o cualquier otra cosa devota, con el fin de desterrar esas malditas canciones que inventaron las pasiones de los hombres o su impiedad o falta de Religión». El 7.° comienza en estos términos: «Que los arrieros y lo mismo los labradores, pastores y demás que van por los caminos, montes y huertas,
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al levantamiento general en apoyo de don Carlos, entre incitaciones a la violencia que tuvieron consecuencias dramáticas.28 A la altura de 1835 se razonaba sobre esta circunstancia en los siguientes términos: […] desde la primavera del presente año, en cuya época Quílez, Cabrera y Torner contaban al todo unos mil hombres, han ido creciendo progresivamente, a lo que no poco han ayudado algunos frailes, que mal avenidos con la doctrina del Evangelio y viéndose perseguidos prefirieron ayudar a encender la tea de la discordia civil, a esperar del gobierno la protección correspondiente. Entre ellos el P. José de Escorihuela, más fanático que sus compañeros, se ha aprovechado del grande influjo que ya antes por su predicación tenía entre las gentes ignorantes, y precisándolas bajo penas pecuniarias, a asistir a sus sermones cuando entraba con la facción en algún pueblo, ha incendiado el país con sus doctrinas, llevando además un Cristo al pecho. ¡Santo Dios! ¿Será posible que la imagen de Jesucristo haya de ser por algunos malos sacerdotes el juguete de sus pasiones y que otra vez la hayan de acompañar ladrones como en el calvario?29
A raíz del asesinato en Albentosa de 77 prisioneros a instancias del cura de Alarba, Pirala reflexiona sobre los numerosos «ejemplos de los malos sacerdotes» y quiere dejar constancia de «cuánto contribuyó a los excesos deplorables que tuvieron lugar en algunas ciudades la conducta criminal de algunos sacerdotes».30 Con frecuencia las partidas incorporaron a sus filas eclesiásticos de los pueblos que recorrían. Así, cuando Quílez atravesó el partido de Calatayud, camino del señorío de Molina, se le incorporaron «varios individuos que generalmente pertenecen a los ex-realistas, varios eclesiásticos seculares y frailes capuchinos de los conventos de Calatayud y Ateca
puedan rezar cuando van solos el Santo Rosario, la Corona de María, el Trisajio, Los Dolores, u otras devociones que tengan, con lo que ganarán mucho para su alma. Sea, pues cantando las devotas canciones que dije antes, o sea rezando estas devociones, o sea alternando unas y otras. ¿No pasarían el tiempo mejor, más alegres y con más utilidad para el alma?». Ibídem, p. 298. 28 En Alcotas —17 de abril de 1836— la guarnición que se rindió fue fusilada, «todos después de haberse confesado, los oficiales con el P. Escorihuela, que es el que más predicó para que se rindieran y el que les aseguró de que se les daría cuartel». F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, vol. I, p. 121. Más sobre el padre Escorihuela como agitador, en el Eco del Comercio, reproducido en el Diario de Zaragoza, n.° 303, 30 de octubre de 1835. 29 Diario de Zaragoza, n.° 364, 30 de diciembre de 1835. 30 A. Pirala, Historia de la guerra civil…, op. cit., vol. III, p. 156.
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quedando por tanto muy reducido el numero de los que no se han marchado».31 El hecho llevó a la supresión de ambos conventos por orden del gobierno político de Zaragoza. Sin embargo, no siempre eran las partidas las que recogían a estos eclesiásticos; en ocasiones eran ellos mismos los que se llegaban al área controlada por las partidas. Es el caso del padre fray Antonio Garín, trinitario calzado, conventual de Zaragoza que viajó hasta Santolea, donde visitó a sus padres, y desde allí se incorporó a las tropas de Cabrera, que se encontraban en ese momento en Las Parras.32 Por último, se dio también la circunstancia de que no fuera preciso al eclesiástico incorporarse a ninguna partida porque él mismo era el jefe de una de ellas. El más célebre de éstos fue el canónigo Mombiola que actuaba con sus hombres entre Barbastro, el Cinca y la Conca de Tremp.33 El papel desempeñado por los eclesiásticos en la guerra civil ha sido objeto predilecto de la historiografía liberal. Esta línea de interpretación hace hincapié en la diferencia que existe entre el comportamiento de los clérigos seculares y los pertenecientes a órdenes religiosas. Sobre los primeros la opinión era como sigue: La conducta de estos Obispos [León, Mondoñedo, Orihuela] halló imitadores entre los canónigos; y algunos entraron a serlo por las pingües rentas que pensaban gozar, o porque gustaban más de los alaridos de los campamentos y del estampido del cañón, que de los cánticos del coro y del tañido de las campanas fueron a Castellote y a Morella; y vinieron a ser el ojo derecho de los Cabecillas en lugar de serlo de los Obispos. Pero el mayor número siguió el partido de la Reina: y aunque no siempre de buena voluntad, y aunque resistiendo pasivamente muchas veces las órdenes emanadas del Gobierno, devoraron en silencio sus quejas y respetaron las reformas que se decretaron.34
El juicio, que sobre los clérigos seculares es flexible y razonado, no se mantiene en los mismos términos cuando se trata de los regulares:
31 Zaragoza, 30 de octubre de 1835, parte diario de seguridad pública, A.D.P.Z., Vig. XV 1021. 32 Alcañiz, 6 de agosto de 1835, A.H.M.A., Con., c. 21. 33 Diario de Zaragoza, n.° 242, 30 de agosto de 1835. 34 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, vol. II, p. 201.
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El respaldo social a la insurrección carlista en Aragón ¡¡Ojalá pudiéramos decir otro tanto de los frailes!! Dejando aparte el número de los venidos de otras provincias; contando solamente el comportamiento de los de Valencia y Aragón, tenemos que decir que en su mayoría favorecieron la causa de don Carlos y ayudaron grandemente los planes sanguinarios de Cabrera. Antes de ser atropellados en Zaragoza, Madrid, y Barcelona: cuando apenas habían nacido las facciones, ya se habían descubierto conspiraciones contra Isabel II en Veruela, Piedra y otros conventos: ya habían muerto frailes en Calanda y en Mayals: ya mandaban guerrillas el P. Roger y el P. Garzón.35
Pero sería un error pensar que la principal contribución de los eclesiásticos al carlismo se realizó con las armas en la mano. La postura oficial de la Iglesia ante el conflicto,36 combativa pero en definitiva aceptando el marco político de la regencia para desarrollar la disputa, posibilitó la permanencia de los eclesiásticos en sus puestos, sin cambio alguno, cuando menos hasta la desamortización de 1836, favoreciendo con ello la perpetuación de las antiguas estructuras, a pesar de los rápidos cambios políticos que se estaban produciendo. La gran estructura de poder económico e ideológico que era la Iglesia permaneció intacta durante los primeros años de la regencia. Los más lúcidos de los clérigos partidarios del carlismo apreciaron la privilegiada posición en la que se hallaban para favorecer a su partido; la única estructura de poder que por su dimensión, ramificaciones y formación de sus eslabones podía equipararse a la del Estado estaba a su disposición. La clave residía, precisamente, en no desmembrarse del entramado que constituía la Iglesia. Es aquí donde la actividad de los clérigos en favor del Pretendiente fue intensa adoptando una tipología muy variada. En agosto de 1835 varios clérigos zaragozanos manifestaron a las autoridades su disposición a favor de organizar una compañía armada para evitar confusiones sobre su adhesión al régimen. Querían manifestar con ello que entre «los eclesiásticos se hallan no pocos ciudadanos pacífi-
35 Ibídem. 36 Vid. Vicente Cárcel Ortí, «El liberalismo en el poder (1833-1868)», cap. II en Ricardo García Villoslada, Historia de la Iglesia en España. V. La Iglesia en la España contemporánea, B.A.C., Madrid, 1979. También puede comprobarse en La voz de la Religión, Imprenta calle del Humilladero, Madrid, 1838, tomo III, la profunda disconformidad que afectaba a la Iglesia aun en los sectores moderados que se distanciaban de las posiciones carlistas.
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cos que desean no se perturbe el orden social; capaces y dispuestos a perderlo todo por la patria anhelando que ésta les llame para emplearse a su servicio»;37 y contribuir así a «desengañar a los ilusos y fanáticos, que la causa de Isabel y la libertad unen muy bien con nuestra santa religión, mucho mejor que las perversas máximas de nuestros enemigos contrarias al evangelio y ley natural». No mucho tiempo atrás se había abierto la suscripción de donativos voluntarios para costear el equipo de la milicia urbana móvil. El listado que publica el Diario de Zaragoza38 con las aportaciones recibidas permite comprobar nítidamente que los principales donantes son eclesiásticos o instituciones religiosas. La Iglesia zaragozana, sus hombres y sus instituciones, estaban financiando al instrumento más característico de la revolución liberal, a la milicia urbana, símbolo de los avances burgueses por controlar el proceso político de la regencia a través de su influencia social hasta forzar el restablecimiento de la Constitución. Y, sin embargo, al mismo tiempo los eclesiásticos zaragozanos constituyen una de la prioridades de la vigilancia policial; probablemente es el segmento social que mayores atenciones de este tipo recibe. Son muy frecuentes las órdenes cursadas para que sean vigilados los movimientos de determinados clérigos que pueden residir habitualmente en las poblaciones, o de los que permanecen circunstancialmente en ellas.39 Y esta atención se multiplica como consecuencia de los motines de 1835, que provocaron una dispersión de dimensiones extraordinarias. De Zaragoza partieron multitud de clérigos en todas las direcciones huyendo de la violencia anticlerical que se había desatado en la ciudad y esto fue contemplado por las autoridades como algo extremadamente peligroso. Su actividad se multiplicó para conseguir en un plazo lo más breve posible, y mediante disposiciones muy duras, el regreso de todos los huidos. El
37 Diario de Zaragoza, n.° 248, 5 de septiembre de 1835. 38 Diario de Zaragoza, núms. 113 a 119, días 23 a 29 de abril de 1835. 39 Esta orden cursada en Zaragoza a mediados de abril de 1835 puede servir de ejemplo del seguimiento que recibían muchos de los eclesiásticos: «en el día de ayer llegó a esta ciudad Fr. Francisco Aliastro, Franciscano de quien me habla V.S. en su oficio de 9 del actual, he encargado sea vigilado, y quedo enterado de lo demas que se sirve comunicarme […]». A.D.P.Z., Vig. XV 1009.
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empeño puesto en conseguir el retorno de estos clérigos demostró todos los temores que despertaban como artífices de la insurrección.40 Y el temor estaba bastante justificado. Aparecieron clérigos implicados en todas las conspiraciones carlistas que en grado de tentativa o de hecho salieron a la luz. Como consecuencia, no fue infrecuente que los clérigos fueran sometidos a consejos de guerra por participar en actividades insurreccionales.41 Incluso se ejecutaron sobre ellos penas de muerte por delitos de «conspiración contra la legítimos derechos de Su Majestad la Reina Nuestra Señora».42 Además, no se trataba de la simple implicación de individuos del clero menor en estas actividades, sino que importantes dignidades eclesiásticas —incluso el arzobispo de Zaragoza—43 se vieron implicadas en los círculos carlistas.44
40 El legajo 1009, A.D.P.Z., Vig. XV, contiene la enorme cantidad de documentación generada por este esfuerzo para impedir los peligros de la diseminación de los clérigos por todo el territorio aragonés. Allí se encuentran muchos de los oficios correspondientes al Bajo Aragón reclamando el regreso a Zaragoza de clérigos desde: Caspe (12 de abril), Híjar y Albalate del Arzobispo (13 de abril), Alcañiz (16 abril), Fórnoles (17 de abril), Andorra, Molinos y La Fresneda (18 abril). 41 Es el caso de 3 eclesiásticos de Caspe que fueron sometidos a consejos de guerra a comienzos de diciembre de 1835. Diario de Zaragoza, n.° 338, 3 de diciembre de 1835. 42 El Diario de Zaragoza del 11 de mayo de 1835 informaba de que «a las doce de la mañana sufrirá la pena de muerte de garrote a que por la Real Sala del Crimen de la Real Audiencia de este reino ha sido condenado D. Joaquín Ferrer, canónigo de la catedral de Barbastro, preso en las Reales cárceles por conspiración contra los legítimos derechos de S.M. la Reina Nuestra Señora». 43 Francisco Asín y Julio Brioso han dedicado mucho tiempo y esfuerzos a demostrar lo infundadas de estas sospechas, haciendo del arzobispo Bernardo Francés una víctima de la inquina liberal que fue perseguido y expulsado por la revolución a pesar de su intachable comportamiento cauto y moderado. Ya planteamos esta cuestión en otro lugar (Pedro Rújula, Rebeldía campesina y primer carlismo…, op. cit., pp. 258-259), y, no tratándose de una cuestión que merezca mucha mayor atención, sólo añadimos la conclusión a la que llega Pascual Marteles, después de analizar detenidamente todo el proceso de incautación de la mitra: «si bien es posible que el exiliado Arzobispo de Zaragoza nunca se confesara abiertamente partidario de D. Carlos, sí es evidente, sin embargo, su apoyo claramente manifestado a los que lo representaban y le prestaban obediencia», La desamortización de Mendizábal en la provincia de Zaragoza (1835-1851), tesis doctoral, Universidad Autónoma de Barcelona, 1990, pp. 273-281. Un planteamiento que coincide con el que viene desarrollándose aquí, en el sentido de que los eclesiásticos encontraron el mejor instrumento de actuar sobre la sociedad liberal permaneciendo en sus puestos y guardando las formas de manera exquisita. 44 Pascual Marteles, ibídem, pp. 281-289, argumenta en el mismo sentido, mostrando todo un catálogo de fórmulas por medio de las cuales los eclesiásticos se vieron mezclados en asuntos relacionados con el carlismo.
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Este clima de complicidad con las maniobras carlistas obligaba a contemplar con cautela cualquier manifestación religiosa como susceptible de ser empleada para alterar el orden. Destacan particularmente los temores suscitados por las procesiones durante Semana Santa. Además, dada su fuerza simbólica y su arraigo tradicional, tan peligroso era que su celebración pudiera derivar en alborotos como la imagen de anormalidad alarmante que pondría de manifiesto si fueran suprimidas. De modo que en 1835, después de las alteraciones que provocaron la muerte de algunos religiosos, la propia autoridad impulsó la celebración de las procesiones, «en iguales términos que los años anteriores», aunque, por otra parte, determinó una duración y recorridos estrictos y destinó la tropa necesaria para que no se produjera ningún trastorno.45 La frecuencia con que los eclesiásticos eran descubiertos formando parte de tramas carlistas y el peligro de alteración del orden que se corría en determinados momentos del año, coincidiendo con manifestaciones religiosas, llevó a Cabello, Santa Cruz y Temprado a expresarse en estos términos: «Apenas se descubrió una conspiración en que no hubiera canónigos y frailes. Cada cuaresma era una crisis de la causa de Isabel II».46 También se da el caso del apoyo territorial que los monasterios prestaron a las partidas, donde igual podían recibir cobijo que alimentos o información sobre la presencia de tropas nacionales. Sin embargo, es preciso continuar descendiendo desde la contribución aparatosa de los eclesiásticos al servicio del carlismo hasta llegar al núcleo más importante de dicha labor. En este caso es particularmente preciso no dejarse arrebatar por la acción sorprendente y destacada. Por contra, toda una serie de actuaciones calladas, sistemáticas pero de acción muy extensa y efectiva, por ser la labor que desde siempre venía desempeñando el clero, son la aportación fundamental de los eclesiásticos al servicio del carlismo.
45 Son los términos de una comunicación de A.M. Álvarez, capitán general, al gobernador eclesiástico. Zaragoza, 9 de abril de 1835. 46 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, op. cit., vol. I, p. 69.
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a) El clérigo como eje de comunicación: Los religiosos han desempeñado tradicionalmente un papel destacado en la comunicación interclasista transmitiendo claves de comportamiento desde las clases dirigentes de la sociedad hacia la base; y, en sentido inverso, ha sido otras veces canal de transmisión para las inquietudes y reclamaciones populares ante el poder político o económico, aunque fuera cumpliendo el papel paternalista que siempre ha pretendido ejercer la Iglesia sobre la sociedad. También ha sido elemento clave en la relación de la comunidad campesina con el exterior ante la llegada de nuevas ideas. El párroco es una referencia para la interpretación de la realidad y su opinión, particularmente respetada por la cualificación que se atribuye a sus conocimientos. Toda esta importante función que cumple el clero en la comunidad, frente a la introducción de nuevas ideas y formas procedentes del exterior, se puso en funcionamiento durante la guerra civil. En este caso, el párroco aconsejó muchas veces a los quintos que no sirvieran en las filas del gobierno y se incorporaran a las fuerzas de Cabrera, una forma más conveniente, a su entender, de servir a Dios y al rey. Explicaron a su modo lo que significaba la Constitución y casi siempre a gentes que no tenían medios propios de tomar una idea independiente del contenido de la cultura codificada por escrito. También, como elementos letrados de la sociedad, recibieron e intermediaron comunicaciones entre núcleos carlistas que circulaban a través de sus manos, bajo la cobertura de correspondencia pía, y, a su vez, la reexpedían a los auténticos destinatarios.47 Además, en las conspiraciones, una de las labores específicamente encomendadas a los eclesiásticos fue la de establecer los contactos entre los distintos implicados, aprovechando la facilidad con la que podían moverse sin sospecha en los medios más diversos.48 Y, en general, los reli-
47 El comandante de armas de Ariza manifiesta la situación al capitán general en estos términos: «[...] que el Ilmo. Señor Obispo de Pamplona existente en esta villa, es sumamente dilatada la correspondencia que recibe todos los correos siendo igualmente factible que además puede recibir alguna otra particular por peatones, y como en mi mente el concepto público de dicho Prelado, no puede ser adicto a la legitimidad del trono de S.M. la Reina Nuestra Señora [...]». Y sobre el mismo individuo se añade desde Calatayud la circunstancia de que, además, «muchos prelados pasan por esta ciudad y los que de ella sacan pasaportes para Ariza». Zaragoza, 11 de junio de 1835, A.D.P.Z., Vig. XV 1008. 48 Esta circunstancia queda de manifiesto en Pedro Rújula, «Zaragoza, 27 de febrero de 1834…», art. cit., pp. 6 y 16.
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giosos pudieron infundir, allí donde se lo propusieron, un espíritu público contrario al gobierno, como el que describía el subdelegado de policía de Tarazona en estos terminos: «Las causas de tal contagio incurable en el momento son varias, pero la principal es la influencia del estado sacerdotal y su tendencia a sofocar las luces, a sostener el odio contra el gobierno actual y mantener a este pueblo, dócil por naturaleza, en el embrutecimiento más opuesto a sus intereses».49 b) El púlpito. A través del púlpito la Iglesia ha venido desarrollando tradicionalmente la labor de definir a los feligreses el marco general en el que debía desarrollase su vida. No en vano los propios gobiernos liberales pensaron que era el medio más adecuado para difundir el mensaje de la Constitución. Dentro de este territorio circunscrito desde el púlpito se hallaba la ortodoxia, lo aceptado y reconocido, mientras que fuera estaba lo perseguido y lo ajeno. No es que la parroquia creyera palabra a palabra lo que el cura del lugar venía comunicando domingo tras domingo —también veían por sí mismos cuál era el comportamiento diario del clérigo en los asuntos cotidianos—; sin embargo, ésta era la vía principal de acceso al conocimiento de muchas cuestiones que, por tener un contenido elaborado teóricamente y codificado de forma escrita, o por responder a una realidad lejana que el campesino no podía experimentar por sí mismo, debían confiar a su orientación. De ahí que un instrumento tan poderoso para la formación de una visión de la realidad en el ámbito rural deba ser considerado como decisivo si se pone de parte del carlismo, como en ocasiones sucedió. Esto es lo que se trasluce en un informe del jefe político de Zaragoza al gobierno cuando afirma su voluntad de atajar «los graves perjuicios que se siguen a la tranquilidad pública de la misma [provincia] por el abuso que muchos eclesiásticos hacen de los sagrados misterios de la predicación y penitencia, según me consta de un modo auténtico y por repetidas reclamaciones de Ayuntamientos y particulares»,50 lo que indica lo extendido de estas prácticas.
49 Oficio al gobernador civil de la provincia de Zaragoza, Tarazona 25 de febrero de 1836, A.D.P.Z., Vig. XV 1017. 50 Zaragoza, 6 de enero de 1836,
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c) El confesonario. En los mismos términos cabe considerar las posibilidades de control social que puede proporcionar la instrumentación de un sacramento como el de la penitencia puesto al servicio de la insurrección. También en este sentido son numerosas las referencias que se tienen sobre los confesores. En Zaragoza los que se ocupan de esta función en los conventos de monjas son calificados sin matización como «de opinión malísima y perjudicial», 51 una calificación que procede de los medios eclesiásticos. Y, siguiendo con el mismo caso, muestra bastante el influjo del clero apostólico sobre su parroquia el hecho de que, cuando estos confesores fueron sustituidos por otros de tendencia más liberal, para interrumpir el influjo de los anteriores sobre las comunidades de religiosas, las monjas se negaron a confesar con los nuevos sacerdotes. Imaginamos a las rígidas monjitas dispuestas al conflicto antes que dejarse confesar por un clérigo que aceptaba el liberalismo.52 Posiblemente, la cuestión de cómo la Iglesia contribuyó al desarrollo del carlismo, sin dejar de practicar comportamientos ancestrales que pudieran ser censurados como desplazamientos artificiosos en favor de don Carlos, que ya habían podido observarse durante el Trienio Liberal, diera bastante más de sí.53 Sin embargo, los elementos fundamentales para construir la argumentación han quedado de manifiesto y es posible avanzar en ella. La fase de plenitud en el desarrollo del apoyo eclesiástico a la insurrección fueron los dos primeros años. Durante este tiempo, los mecanismos que hemos apuntado pudieron desarrollarse con gran libertad obteniendo de ellos un gran rendimiento. Pero a partir de 1835 las circunstancias empiezan a cambiar. El Estado interfiere progresivamente en la independencia que la Iglesia había mantenido hasta ese momento. Se contiene la promoción y ordenación de eclesiásticos por considerar excesivo el número de los ya existentes54 y las causas importantes contra los
51 Esta y otras informaciones sobre la clasificación que establece el gobierno eclesiástico del arzobispado de Zaragoza (Reservado 1837), en A.D.P.Z., Subsec. XVII 1252. 52 Zaragoza 29 de diciembre de 1837, A.D.P.Z., Subsec. XVII 1252. 53 Puede ampliarse la tipología de la intervención religiosa en favor del carlismo consultando Pere Anguera, Deu, Rei i Fam…, op. cit., pp. 338-344. 54 Real decreto del 8 de octubre, reproducido en el Diario de Zaragoza, n.° 286, 13 de octubre de 1835.
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clérigos se sustanciarán en tribunales Reales y no en los eclesiásticos como venía sucediendo hasta entonces.55 A esto sucedió el real decreto de 11 de octubre de 1835 por el que quedaban disueltas las órdenes religiosas.56 Posteriormente, ya en 1836, serían desamortizados sus bienes y aplicado el producto de su venta a la amortización de la deuda pública.57 Todo ello, en conjunto, supone un golpe muy importante contra los pilares del poder de la Iglesia: ésta, perdida gran parte de su independencia y privada del núcleo fundamental de su patrimonio, no pudo ya seguir desenvolviéndose con la misma resolución, fundamentalmente porque había sido privada de una porción esencial de su poder. Es precisamente a partir de la disolución de monacales y las disposiciones desamortizadoras cuando la actividad e intensidad de la participación de los clérigos en favor del carlismo se reduce. Las propias autoridades del gobierno en Aragón dejan progresivamente de mantener la atención minuciosa hacia el colectivo y se atenúa considerablemente la vigilancia sobre sus miembros, que había sido muy frecuente en los primeros años de conflicto. No es que abandonen por completo su presencia en el ámbito de la conflictividad surgida en torno a la guerra civil. Continúan reclamándose informes sobre clérigos cuyas actividades resultan sospechosas, algunos son confinados58 y se denuncia la aquiescencia que algu55 Real decreto de 17 de octubre reproducido en Diario de Zaragoza, n.° 296, 23 de octubre de 1835, cuyo artículo 2.° determina que «Las causas contra eclesiásticos por delitos atroces o graves, se formarán desde el principio, sustanciarán y fallarán en todo el Reino, sin intervención alguna de la autoridad eclesiástica, por los jueces y tribunales Reales». Un artículo publicado en el mismo periódico, n.° 33, 2 de febrero de 1836, ponía de manifiesto la impunidad que suponía la existencia de tribunales eclesiásticos. 56 Real decreto reproducido en el Diario de Zaragoza, n.° 290, 17 de octubre de 1835. 57 José Manuel Castells, Las asociaciones religiosas en la España contemporánea (17671965). Un estudio jurídico-administrativo, Taurus, Madrid, 1973, pp. 119-147; Teodoro Martín, La desamortización. Textos político-jurídicos, Narcea, Madrid, 1973, p. 29. 58 Uno de los partes diarios de seguridad pública de marzo de 1838 manifiesta la cuestión de esta forma: «Las sospechas que ha infundido la conducta política de varios eclesiásticos particulares de esta capital en consecuencia de los últimos acontecimientos [el asalto del 5 de marzo] me han decidido a acordar su confinamiento para de este modo cortar la exasperación de los ánimos y alejar en lo sucesivo todo motivo de recelo. = Convencido de la utilidad de esta medida por los informes que he tomado y en virtud de cuanto tuve el honor de manifestar a V.E. con respecto al Clero de esta capital […] he dispuesto que los canónigos D. Manuel Castejón, D. Joaquín Núñez Céspedes y D. Florencio Subías pasen a Jaca, Barbastro y Ayerbe, el Presbítero D. Pedro Dusén a Soria, y el Notario de la Curia Eclesiástica D. Joaquín González a Ejea de los Caballeros […]». A.D.P.Z., Vig. XV 1040.
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nos eclesiásticos manifiestan hacia los ejércitos de don Carlos.59 Lo que sucede es que su importancia desciende de forma sorprendente. Y este descenso no puede dejar de ponerse en relación con el proceso de desamortización que está experimentando la Iglesia en ese mismo momento. La consecuencia que se desprende de ello debe ser tomada en consideración: los eclesiásticos desempeñaron un papel muy importante apoyando al carlismo mientras su poder económico se mantuvo intacto, y con él todas las ramificaciones que implica en forma de poder social y poder político. La pérdida del patrimonio de la Iglesia supuso una enajenación similar de su influencia social y política, y ello se reflejó en una reducción de su capacidad de maniobrar en apoyo del carlismo. De este modo se explicaría la notable reducción de su presencia desde finales de 1835 y comienzos de 1836. Los eclesiásticos que apoyaron al carlismo lo hicieron oponiéndose globalmente al proyecto de Estado que los liberales apenas habían iniciado cuando estalló la guerra civil. No fue preciso que se pusiera en marcha la desamortización para decidirles en contra del proyecto revolucionario, sus discrepancias eran mucho más profundas que esta simple relación causa-efecto y, lo que es mucho más importante, venían de lejos en una tradición contrarrevolucionaria muy representada en la Iglesia desde el siglo XVIII. Ni siquiera la aparición de un segmento social inestable como fueron los exclaustrados significó una aportación importante de los religiosos a la insurrección con posterioridad a la desamortización. Los exclaustrados obedecieron, por encima incluso de lo que cabía esperar,60 las órdenes que las autoridades les habían dado, que generalmente fue la de regresar al lugar del que eran naturales.61 Esto se explica por la elevada
59 Un artículo de Policarpo Romea titulado «Los enemigos de la patria no duermen» desarrolla esta cuestión en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 278, 7 de octubre de 1838. 60 Véase el panorama que presentan los presbíteros exclaustrados residentes en Zaragoza, 12 de septiembre de 1837, A.D.P.Z., Subsec. XVII 1252. 61 Con fecha de 1 de noviembre el gobernador civil de Zaragoza, Adán, ordena «que los eclesiásticos regulares exclaustrados, que se hallan en esta ciudad o provincia sin la debida autorización o sin agregación a alguna Iglesia, salgan en el preciso término de 8 días para residir en el pueblo de su residencia», Diario de Zaragoza, n.° 308, 4 de noviembre de 1835.
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cuantía de las pensiones que recibirán desde entonces a cargo del Estado. La cuantía mínima eran los tres reales que recibían los legos y coristas,62 que provocaron las protestas de Pascual Madoz en las Cortes por considerarlas a todas luces excesivas.63 Si deseaban conservar estas cómodas rentas debían permanecer alejados de cualquier relación con los carlistas, pues la ley había establecido la suspensión inmediata si esto se producía.64 Con tal normativa muy pocos que no estuviesen ya implicados en la insurrección, y no pudieran acogerse a las pensiones establecidas, adoptarían la decisión de hacerlo.65 De todos modos, como ya ha quedado dicho, la aportación numérica de los eclesiásticos a las partidas no es su principal contribución. En consecuencia, las consideraciones realizadas hasta aquí permiten restar importancia a los argumentos que señalan la desamortización como una de las piezas centrales para explicar la guerra civil carlista. Por el contrario, las condiciones fundamentales del conflicto habían quedado establecidas ya con anterioridad al proceso desamortizador, la base social y los cuadros dirigentes existían en toda su extensión y las líneas fundamentales del enfrentamiento ya no se transformaron desde entonces. Lo que se producirá a partir de ese momento será el desarrolló militar hasta alcanzar el punto cenital durante los años 1838 y 1839; pero es muy
62 «S.M. la Reina gobernadora se ha servido resolver que a los sacerdotes exclaustrados se les abonasen cinco reales diarios y tres a los legos de los fondos designados en R.O. de 20 del corriente»…, Diario de Zaragoza, n.° 253, 10 de septiembre de 1835. 63 José Manuel Castells, Las asociaciones religiosas en la España contemporánea…, op. cit., pp. 137-138. 64 El artículo 32 de la ley de 29 de julio de 1837 era muy claro en este aspecto: «Perdonan el derecho a la pensión respectiva los religiosos de ambos sexos que se hallen en algunos de los casos siguientes: 1.° Los que hayan servido en las facciones. 2.° Los que habiendo sido provocados por delitos políticos después del decreto de amnistía de 1832, no hubiesen obtenido sentencia absolutoria. 3.° Los que se hayan ausentado del reino sin licencia del gobierno o pasaporte de la autoridad competente […]. 4.° Los que se ausentan de la residencia que se haya designado sin conocimiento y anuencia de la junta diocesana, y sin pasaporte de la autoridad civil». Reproducido en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 220, 8 de agosto de 1837. 65 Según Pascual Marteles, se produjeron retrasos en el pago de las pensiones a los exclaustrados, una circunstancia que, de ser muy extendida, prodría hacer variar la disposición de este colectivo. La desamortización de Mendizábal en la provincia de Zaragoza (1835-1851)…, op. cit., p. 253.
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importante tener claro qué es lo que significa cada una de las partes integrantes del proceso insurreccional en el Bajo Aragón-Maestrazgo a lo largo de los siete años.
10.3. Rebeldía campesina al amparo de la contrarrevolución La práctica de la contrarrevolución armada en Aragón durante la primera mitad del siglo XIX se desarrolló en el ámbito de la sociedad rural que experimentaba la disolución del Antiguo Régimen y contemplaba cómo se iba tejiendo el entramado del Estado liberal. Era el momento de la crisis económica que se puso de manifiesto tras la guerra de la Independencia66 y que, desde la perspectiva campesina, se contemplaba discurriendo paralela a los intentos por establecer el régimen liberal. En esta situación podrían reconocerse los signos inequívocos del agotamiento de la monarquía absoluta como fórmula adecuada al momento para la administración del Estado, pero podía parecer también que la crisis se ahondaba a medida que se sucedían los intentos revolucionarios y como consecuencia de ellos. Lo cierto es que, desde el punto de vista del campesino, con los cambios políticos se habían agudizado las estrecheces ancestrales y habían aparecido nuevos problemas. El descenso de los precios de los productos agrícolas67 había afectado seriamente a una región especializada en su exportación,68 acortando los reducidos márgenes de supervivencia y comprometiendo la competitividad en mercados distantes. Del mismo modo, las zonas altas productoras de lana y de tejidos nunca recuperaron tras la Guerra de la Independencia los niveles del siglo anterior por el cambio de los flujos de la demanda en el mercado internacional69 y
66 Antonio Peiró, Regadío, transformaciones económicas y capitalismo, op. cit., p. 104; y Domingo Gallego, Luis Germán y Vicente Pinilla, «Una perspectiva histórica (18001836)», en VV.AA., La economía del valle medio del Ebro, Espasa-Calpe, Madrid, 1991. 67 Antonio Peiró, «El mercado de cereales y aceites aragoneses (siglos XVII-XX)», art. cit., pp. 213-279; y Agustín Y. Kondo, La agricultura española del siglo XIX, op. cit. 68 Sebastián Miñano, Diccionario Geográfico-Estadístico de España y Portugal, Imprenta de Pierart-Peralta, Madrid, 1826, varios volúmenes; y Francisco Mariano Nipho, Correo general de España…, op. cit., pp. 97-190. 69 Josep Fontana, «La crisis agraria de comienzos del siglo XIX y sus repercusiones en España», art. cit., p. 120.
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por la desaparición de la demanda interior, que había mantenido la producción durante la última etapa.70 En una economía en crisis, con escaso nivel de monetarización, el pago de los impuestos en dinero71 dificultó todavía más la situación de los pequeños productores, que, sin capacidad de maniobra en los mercados,72 y en la coyuntura de precios descendente, tenían que vender más productos para cumplir las mismas obligaciones. Pudo incidir en la mejor disposición del campesinado hacia la revolución liberal la legislación sobre disolución de los señoríos, y así sucedió en la zona del Ebro y en casi toda la parte norte de esta cuenca fluvial, donde se daba la existencia de señoríos fuertes. Allí se produjo un movimiento antiseñorial que articuló a los campesinos en persecución de la propiedad plena de la tierra.73 Esperaban del liberalismo la disolución de los antiguos lazos que les ligaban con el señor, y con ellos la desaparición de todas las obligaciones que llevaban aparejadas. Aun cuando el camino resultó más espinoso de lo que imaginaban, de momento se extendieron los impagos y las ocultaciones74 —mecanismos de defraudación que se disparan en momentos de crisis— e incluso en muchos casos, en que no se consiguió el fallo favorable al campesino en los tribunales, la situación mejoró reduciéndose la cuantía de los pagos como contrapartida de reconocer unos derechos que no siempre hubieran podido demostrarse con títulos en el juzgado.75
70 Antonio Peiró, «La industria textil en la Tierras Altas turolenses», art. cit. 71 Jaume Torras, Liberalismo y rebeldía campesina, 1820-1823, op. cit., pp. 160-161. Más adelante afirma que, durante el Trienio Liberal, «la política tributaria coadyuvó al fracaso de los intentos liberales por atraerse las masas campesinas, intentos que, por lo demás, fueron llevados a cabo sin demasiada convicción», ibídem, p. 172. 72 Domingo Gallego, «Economía política de una comunidad agraria en la época del capitalismo liberal», en Seminario de Historia Económica, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Universidad de Zaragoza, curso 1991-1992. 73 Carlos Franco de Espés, La crisis del Antiguo régimen en Aragón. El crepúsculo de los señores, op. cit. 74 Ibídem, pp. 603-631; y Ángela Atienza, La agricultura aragonesa en la transición al nuevo régimen, op. cit., p. 577. 75 Carlos Franco de Espés, La crisis del Antiguo régimen en Aragón. El crepúsculo de los señores, op. cit., p. 690.
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Pero no sucedió así en las tierras alejadas del valle al sur del Ebro.76 Allí, como modalidad de propiedad, tenían un profundo arraigo las comunidades y los señoríos de órdenes militares —Calatrava, San Juan de Jerusalén y Santiago.77 Y no se hallaban distribuidos anárquicamente sino de un modo que ya es familiar en los mapas que han venido apareciendo.78 Un núcleo de tierras donde domina el señorío de órdenes, homogéneo y extenso, lo constituye el Bajo Aragón, el antiguo corregimiento de Alcañiz. Y una extensa área formada por los corregimiento de Teruel, Daroca y Calatayud lo rodea con un amplísimo entorno donde predominan las comunidades. Se reproduce con casi total simetría el mapa que establece la zona central del enfrentamiento en el Bajo Aragón y la importante área periférica al sur del Ebro que le proporciona su apoyo.79 Así las cosas, parece razonable pensar que los habitantes en zonas de señorío de órdenes no estuvieran entusiasmados ante la perspectiva de disolver los señoríos, porque o bien su situación no cambiaría o correrían el riesgo de empeorar sus condiciones de vida en caso de ser desamortizados y vendidos en pública subasta, como así terminaría ocurriendo.80 Los señoríos de órdenes habían sido incorporados a la corona en el siglo XV81 y desde entonces habían sido gestionadas por ésta, que los
76 La falta de continuidad entre conflictividad antiseñorial y agitación carlista ya había sido detectada por Jesús Millán en «La resistencia a la revolución en el País Valenciano: oligarquías y capas populares en el movimiento carlista», en Joseba Agirreazkuenaga y José Ramón Urquijo Goitia (eds.), 150 años del Convenio de Bergara…, op. cit., p. 452. 77 Vid. el excelente mapa de Antonio Forniés Casals realizado para la Gran Enciclopedia Aragonesa, (UNALI, Zaragoza, 1982, t. X, p. 1754) y el mapa 2.2. del presente libro (p. 43) sobre las áreas de dominio señorial elaborado a partir de aquél. 78 Es un ejercicio clarificador comparar los mapas sobre distintas realidades —señoríos (2.2 de p. 43), crecimiento demográfico (2.1de p. 35), implantación de los voluntarios realistas (10.10 de p. 404) o procedencia de los combatientes carlistas (10.7 de p. 381)—, aunque algunos no tengan una relación directa entre sí. El resultado es sorprendente porque todos ellos muestran una gran simetría y, parecen trazados sobre una plantilla común, lo que evidencia gráficamente la confluencia de las líneas argumentales señaladas en determinadas zonas. 79 Vid. supra mapa 10.7 de p. 381. 80 León Esteban Mateo, Historia de Aliaga y su Encomienda Sanjuanista, p. 141. 81 John H. Elliot, La España imperial, Vicens Vives, Barcelona, 1965, p. 90. También, María Luisa Ledesma Rubio, «Las Órdenes Militares en Aragón durante la Edad Media», en Estado actual de los estudios sobre Aragón. Actas de las I Jornadas, I.C.E., Zaragoza, 1978, p. 139.
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entregaba, como premio o como pago, para su explotación de forma vitalicia. De este modo, las encomiendas concedidas por el rey, gestionadas en un lugar lejano por un administrador, no eran un tipo de explotación en el que se realizaran inversiones con ánimo de capitalizarla y aumentar la productividad —ya que no se transmitían por herencia— ni se gestionaban intensivamente y desde cerca. A una encomienda sólo se le exigía que rentase en los términos en que lo venía haciendo tradicionalmente, sin causar problemas y que fuera rindiendo sus cuentas con regularidad. Junto a esto, se localiza en el Bajo Aragón un área particularmente afectada por la crisis económica —véase el capítulo 2— a causa del descenso en los precios, en general, y de los productos en los que basaba su economía, en particular. Siendo que la economía de la zona se había desarrollado a partir de productos con un importante valor añadido —aceite principalmente—82 que le permitiera salvar las graves dificultades de comercialización originadas por su situación geográfica, el descenso de los precios de este monocultivo —muy marcados en la provincia de Teruel—83 tuvo que afectar seriamente a las condiciones de vida en el campo. Esto trajo como consecuencia inmediata la reducción en los márgenes de beneficio y, a su vez, derivó en aspectos muy distintos: a) Necesidad de comercializar mayor cantidad de producto para obtener la misma cantidad de dinero, pues, a pesar de los altos niveles de autoconsumo, las contribuciones,84 algunas rentas y las compras en el mercado se efectuaban en metálico. b) Precarización del nivel de subsistencia por la reducción del siempre estrecho margen que el campesinado aragonés obtiene como excedente. Significativamente, la estructura de la propiedad en el Bajo Aragón estaba muy polarizada y en ella domina una inmensidad de pequeños propietarios con unas explotaciones muy pequeñas,85 muchas de las
82 Francisco Mariano Nipho, Correo general de España…, op. cit., p. 188. 83 Antonio Peiró, «El mercado de cereales y aceites aragoneses (siglos XVII-XX)», art. cit., p. 250; y Agustín Y. Kondo, La agricultura española del siglo XIX, op. cit., pp. 186 y 192. 84 Jaume Torras, Liberalismo y rebeldía campesina, 1820-1823, op. cit., p. 161. 85 Según Vicente Pinilla en Alcañiz «coexistía un alto grado de concentración de la propiedad de la tierra con un gran número de ínfimos, pequeños y medianos propietarios», «Viejas instituciones en una nueva economía…», art. cit., p. 59.
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cuales no pueden proporcionar el sustento íntegro de las familias que las trabajan debiendo complementarse los ingresos con jornales de algunos de sus miembros en explotaciones ajenas. c) Reducción de la contratación de mano de obra asalariada en un intento de maximizar el rendimiento de las explotaciones intensificando el componente representado por la mano de obra familiar en las pequeñas y medianas explotaciones. Y, en términos generales, al reducirse la demanda de mano de obra, un descenso de los jornales pagados. d) Impagos de todo tipo. Siempre que la defraudación no fue suficiente para superar las dificultades se produjeron impagos en los diezmos86 y en los derechos dominicales,87 algo que también afectó a las deudas contra el pósito o contra los prestamistas locales, que derivarían,88 en el peor de los casos, en la pérdida de la propiedad.89 Pero esto afectó únicamente a los campesinos, porque los hacendados y grandes propietarios contaban con algunas posibilidades para eludir los efectos de la crisis en toda su gravedad. Como explotadores de tierra, la reducción de los ingresos nunca amenazaba su nivel de subsistencia; además, podían contar con una producción diversificada, de modo que el hundimiento nunca era total. Por otro lado, buena parte de sus ingresos procedían de su capacidad para negociar en el mercado en las mejores condiciones, ya que, al no depender de la necesidad para vender, podían esperar el mejor momento del año, obteniendo así un beneficio superior al del campesino por cada unidad de producto.90 Por último, los grandes propietarios podían contar con otro tipo de ingresos en dinero procedentes de rentas de la tierra o del crédito. Nada de esto beneficiaba al campesino, tanto si era labrador como si era arrendatario o jornalero. El labrador contempló cómo sus productos
86 Ángela Atienza, La agricultura aragonesa en la transición al nuevo régimen…, op. cit., p. 603 87 Carlos Franco de Espés, La crisis del Antiguo régimen en Aragón. El crepúsculo de los señores, op. cit., pp. 611-631. 88 Vicente Pinilla, «Viejas instituciones en una nueva economía…», art. cit., p. 66. 89 [Pascual Ibáñez], Descripción Corográfica Político Económica del Partido de Teruel, p. 67. 90 Domingo Gallego, «Economía política de una comunidad agraria en la época del capitalismo liberal», art. cit.
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valían progresivamente menos en los mercados, el arrendatario tenía nuevas dificultades para cumplir con el contrato y ambos seguían pagando íntegro el diezmo91 y corrían el riesgo de endeudarse sin posibilidades de responder a las obligaciones contraídas en una coyuntura depresiva. Por su parte, los jornaleros vieron descender la oferta de trabajo y el valor de su mano de obra. A esto hay que añadir la situación de los artesanos rurales, que debieron enfrentarse a un doble problema, la reducción de la demanda en relación directa al descenso del excedente agrario y la competencia, en sectores como el textil, de las manufacturas catalanas.92 No trató de solventar esta situación el proceso de desamortización, que puso todo su interés en liquidar toda la deuda del Estado que fuera posible,93 y los campesinos no disponían ni de títulos ni de dinero con que pujar en las subastas. Y, además, la tenue presencia señorial de los señoríos de órdenes en el Bajo Aragón iba, sin duda, a producir agitación en un proceso cuyos costes podían recaer sobre la base de la sociedad rural. No sucedió así en la zona baja, junto al Ebro, donde la existencia de señoríos laicos fuertes y bien administrados, originó muy pronto un vigoroso movimiento antifeudal. En todo el área del señorío de órdenes, este movimiento es prácticamente desconocido; más bien puede manifestarse una tendencia contraria, a permanecer en el estado precedente, máxime cuando los cambios introducidos coincidían con un momento de empeoramiento de la situación. Por todo ello, el primer tercio del siglo XIX fue para el campesinado del Bajo Aragón un período de cambio, cargado de incertidumbre, en el que las condiciones de vida empeoraron progresivamente, acumulándose una importante carga de descontento que no fue canalizada, ni comprendida, por el liberalismo y permaneció latente en tanto no hallase una vía para manifestarse en forma de rebeldía.
91 Cuando se estableció el medio diezmo, la aparición de nuevas obligaciones fiscales hicieron la medida insignificante para este razonamiento. Jaume Torras, Liberalismo y rebeldía campesina, 1820-1823, op. cit., p. 162. 92 Antonio Peiró, «Comercio de trigo y desindustrialización: las relaciones económicas entre Aragón y Cataluña», en Actas del I Simposio sobre las relaciones económicas entre Aragón y Cataluña, Instituto de Estudios Altoaragoneses, Huesca, 1990, p. 58. 93 Josep Fontana, «La desamortización de Mendizábal y sus antecedentes», en Ángel García Sanz y Ramón Garrabou (comps.), Historia agraria de la España contemporánea. 1. Cambio social y nuevas formas de propiedad (1800-1850), Crítica, Barcelona, 1985, p. 225.
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Por otro lado, y sin más contacto que el hecho de ser contemporáneo en el tiempo, se fue formando otro sector social descontento con la forma en que se estaba procediendo al desmantelamiento del régimen. El proceso de quiebra de la monarquía absoluta94 y la disolución del Antiguo Régimen trajeron consigo una importante transformación en las relaciones de poder. La consolidación del poder económico sobre el privilegio, la reestructuración de las bases jurídicas del Estado y la sucesiva introducción de principios liberales en la construcción del régimen, produjeron un cambio fundamental en el discurrir de la monarquía española: la sustitución de la monarquía de origen divino, basada en el binomio Monarquía-Iglesia, por un Estado de derecho establecido sobre un texto constitucional que contemplaba la división de poderes, una nómina de derechos y libertades del ciudadano, la soberanía nacional y la separación de la Iglesia y el Estado. En este proceso había involucrados, de partida, alguno sectores privilegiados que iban a resultar perjudicados y que no estaban muy dispuestos a abandonar la situación de preeminencia social de la que disfrutaban hasta el momento.95 94 Francisco Comín Comín, Hacienda y economía en la España contemporánea (1800-1936), op. cit., vol. I, pp. 201-203; y Josep Fontana, La quiebra de la monarquía absoluta, 1814-1820, op. cit. 95 La visión que muchos eclesiásticos tuvieron de que estaba siéndoles segada la hierba bajo los pies fue expresada de forma muy nítida, tiempo después, en el Boletín de Aragón, Valencia y Murcia, n.° 53, 27 de agosto de 1839: […] se trató, pues, de ir desmoralizando lentamente para después descatolizarlo más fácilmente. Se alucinó a la clase labradora, persuadiéndola o queriéndola persuadir que el diezmo no es de derecho Divino. Al artesano se le quiso hacer creer que los bienes de la iglesias, la rentas de las dignidades y canonjías eran superfluas y sólo servían para enriquecer a unos cuantos holgazanes. A estos y a todos los demás miembros de la sociedad se les pintaron los institutos religiosos como cosa inútil, y sus dignos individuos como unos zánganos ociosos, y aun perjudiciales al Estado, idea que por desgracia ha conocido bastante, y con algún fundamento recelamos tenga sus secuaces, no sólo en los ilustradísimos partidarios del gobierno liberal, sino aun entre algunos que se precian de súbditos de un Rey católico por excelencia. No decimos que los frailes son la Religión, ni que quitados éstos, se acabe en el mundo la idea de un Dios, pero sí aseguraremos, que dado el golpe a los institutos religiosos se está muy cerca de dárselo a la Religión católica. Así ha sucedido en España luego que cuatro perdularios sin casa ni hogar se invistieron a sí mismos en Cádiz del título de soberanos, despojando al Monarca de sus atribuciones, concibieron y dieron a luz aquel código infernal que bajo el título de constitución política de la Monarquía española, debía dar al través con nuestras antiguas instituciones.
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El campesinado, por una parte, y los estamentos sociales privilegiados en el Antiguo Régimen, por otra, fueron dos focos de descontento que convergieron en España en el primer tercio del siglo XIX. Sin embargo, su simple existencia no sirve para explicar lo que sucedió en el contexto de la revolución española. Para adentrarse en ello es fundamental introducir un tercer elemento, la evolución histórica, una pieza clave porque el fenómeno contrarrevolucionario, para entenderlo, tiene que ser comprendido como proceso. De ahí que deban tenerse en cuenta cuatro puntos: 1. Un campesinado descontento y desarticulado que sólo podía manifestar su protesta a través de las fisuras que le dejaba el Estado, es decir, en los momentos en los que surgen crisis de autoridad —en esta fase son numerosas— que afectan al poder. De este modo, cobra protagonismo el campesinado como elemento activo en la política cada vez que dejan lugar para ello —guerra de la Independencia, Trienio Liberal y guerra civil carlista— las sucesivas crisis del poder del Estado. 2. Estos momentos de crisis del Estado coinciden con etapas de hundimiento del poder absoluto, que dan lugar a un proceso de sustitución por autoridades revolucionarias. Son etapas de intensa actividad contrarrevolucionaria volcada en obtener el retorno del absolutismo. Por eso existe, sin responder a la misma raíz, una identificación temporal entre contrarrevolución y descontento campesino, porque emergen en los mismos momentos, en los de crisis de poder del Estado. 3. A lo largo del proceso de pugna revolucionaria por hacerse con el poder y consolidarse en él, se produjo la defección de buena parte de los elementos privilegiados, que habían iniciado el trayecto como defensores del Antiguo Régimen: unos, por haber hallado una vía de transacción que reconocía sus intereses económicos a cambio de ceder su estatuto de privilegiado; otros, por considerar inevitable la regularización de las cuentas y principios del Estado, que habían abocado al régimen absoluto a la quiebra. Lo cierto es que se fue configurando así una vertiente moderada del absolutismo que proporcionó la base fundamental para el régimen del Estatuto Real. 4. Pero, al mismo tiempo que del absolutismo se escindía su ala moderada, surgieron nuevos sectores agraviados que se incorporaron a la espina dorsal del absolutismo ultra y le dieron cuerpo. Así sucedió que,
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junto a componentes fundamentales del Antiguo Régimen, como muchos miembros de la Iglesia, que establecían una identificación entre su situación personal y el destino de la religión en España, y funcionarios de la monarquía absoluta, se imbricaron los nuevos descontentos, de un modo destacado el bloque integrado por los oficiales ilimitados y los voluntarios realistas. Todos ellos se sabían perdedores del proceso político en el que se hallaban inmersos. Los eclesiásticos, porque muchos no iban a encontrar la misma vía airosa de incorporarse a los nuevos tiempos que había utilizado la nobleza y el sacrificio de su poder político y económico era inevitable.96 Los oficiales ilimitados, porque fueron tratados como advenedizos en un ejército involucrado en la marcha hacia el liberalismo que seguía teniendo muy en cuenta, siempre que podía, la distinción social entre sus oficiales. Los voluntarios realistas, porque la revolución había privado de objeto su existencia misma y sólo en el absolutismo había lugar para cimentar su influencia y poder en el entorno local. En estas condiciones se llegó a 1833, cuando, sobre una base de transacción, comenzó a desarrollarse la Regencia de María Cristina. Es el momento en el que la contrarrevolución, que desde octubre de 1832 tenía ya una visión muy clara de su porvenir político, se desencadenó con toda la energía de la que era capaz. Reaccionó —valga doblemente el término— aparentemente contra un futurible, contra el liberalismo, que, por supuesto, no era Zea Bermúdez, ni siquiera el régimen del Estatuto Real, contra la posibilidad de que un día se restablecieran las leyes que habían dictado veinte años antes las Cortes de Cádiz y se reemprendiera la práctica de aquellas que se habían puesto en marcha en el Trienio constitucional. ¿Cómo percibieron los sectores contrarrevolucionarios entonces que la plataforma del justo medio era el enemigo a derribar? ¿Cómo llegaron a pensar que el gobierno de Zea Bermúdez era el gobierno de la revolución? Evidentemente, no por su acción política, puesto que sus declaraciones de intenciones fueron extremadamente cuidadas, tanto las del gobierno como las de la regente, y realizadas sobre la base del Antiguo Régimen; ni tampoco por su acción, reticente y moderada,
96 Jesús Millán, «La resistència antiliberal a la revolució burgesa espanyola: insurrecció popular o movimient subaltern?, en J.M. Fradera, J. Millán y R. Garrabou (eds.), Carlisme i moviments absolutistes, op. cit., p. 46.
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que no pudo inquietar a quien conociese su alcance. Sin embargo, durante este período la insurrección se desencadenó por completo. La insurrección contrarrevolucionaria fue la reacción a un desplazamiento en el poder de la monarquía que sí se había producido en 1833 y se completó y consolidó durante el período de vigencia del Estatuto. Ésa, la separación de los ultras de los instrumentos del poder, fue la auténtica revolución contra la que se levantó el carlismo y en esta lucha los motivos estaban bien fundados. Posteriormente, llegarían las jornadas revolucionarias de 1835 y 1836 y la Constitución de 1837; pero estos acontecimientos no fueron en absoluto necesarios para fundamentar el levantamiento. La guerra civil fue la consecuencia directa de la debilidad que el ultraabsolutismo tenía en el período final del reinado de Fernando VII. De haber contado con mayor fuerza dentro del aparato del Estado, su victoria hubiera sido rotunda y esto no fue así. Por contra, el éxito del levantamiento se circunscribió a unas áreas muy concretas, sin prosperar en otras muchas, configurándose la guerra civil como consecuencia de la incapacidad de cada una de las partes de imponerse a la otra. Las bases sociales, políticas y económicas de su anterior poder se habían deteriorado rápidamente, siendo muy pronto inoperantes como plataforma para hacerse nuevamente con el poder. En este aspecto, si bien el liberalismo tardó en generalizarse como régimen político,97 avanzó muy rápido —aunque no de forma total—, inspirando nuevas directrices en la gestión del Estado frente a los problemas crecientes del absolutismo, deteriorando al mismo tiempo sus antiguas bases. También hay que considerar el efecto que tuvo el carlismo como legitimador de la revolución. La insurrección puso en una situación difícil al moderantismo, demasiadas veces ambiguo e inoperante frente al carlismo, haciendo muy discutible su capacidad para orientar los designios del país. Por su parte, aunque resulte una paradoja, la revolución cobró fuerza por la existencia de una contrarrevolución armada que trataba de derribar la regencia; de hecho, la revolución se mostraba como la única vía suficientemente solvente para sostener a Isabel II en el trono. El enfrentamiento dialéctico entre ambas fuerzas, la ubicación relativa de 97 Francisco Comín Comín, Hacienda y economía en la España contemporánea (1800-1936), op. cit., vol. I, p. 205.
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cada una respecto a la otra, hace necesario considerar la importancia del carlismo como acicate de la revolución y la imagen de ésta como la única vía para acabar con la guerra civil. En ocasiones, el carlismo pudo servir de instrumento de las oligarquías locales del Antiguo Régimen para perpetuar sus fórmulas de dominación económica y política en el momento en el que ya estaba en marcha la construcción del Estado liberal.98 Sin embargo, según la experiencia aragonesa, ése es el tipo de relación con el carlismo que se establece en alguna de las áreas periféricas al núcleo en el que se arraiga el conflicto, como sucede con el partido de Calatayud; probablemente porque el efecto de la guerra, sobre la misma tierra que proporcionaba el poder económico y la preeminencia social, destruía aquello mismo que se quería preservar, desvelándose así como un instrumento inadecuado para alcanzar los objetivos de estas oligarquías.99 En todo caso, la guerra civil quedó configurada en los primeros meses de conflicto porque respondía a una realidad muy anterior que tan sólo cobraba una fisonomía distinta ante los cambios políticos que se sucedieron desde entonces. Pero, aparte de los términos generales del enfrentamiento, es fundamental considerar la guerra en los términos concretos en los que se desarrolló. La sociedad aragonesa respondió ante la circunstancia de la guerra de un modo particular que plasma el conflicto en una realidad que es la propia y que se deriva de su estructura socioeconómica y de su experiencia histórica: a) La actividad carlista en Aragón se localizó en las tierras situadas al sur del Ebro. La extensión que quedaba en la margen izquierda permaneció sin dificultades del lado del gobierno liberal, sólo afectada periódicamente por invasiones poco duraderas de las fuerzas carlistas situadas en Navarra o Cataluña. Los corregimientos más afectados por la insurrección fueron los de Calatayud, Daroca, Teruel y Alcañiz. En
98 Jesús Millán, Rentistas y campesinos. Desarrollo agrario y tradicionalismo político en el sur del País Valenciano 1680-1840, op. cit., p. 433. 99 Como afirman F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, difícilmente podían seguir apoyando la insurrección «los hombres más bien acomodados del país, que habían perdido sus ganados, sus casas y haciendas», Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, vol. II, pp. 86-87.
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este último se ubicó el núcleo insurreccional, allí se formó cronológicamente —como ya había sucedido con anterioridad— y desde allí se extendió al resto de los partidos afectados. Del corregimiento de Alcañiz procede el mayor número de combatientes de la guerra en el Bajo Aragón-Maestrazgo. Además, a excepción de los primeros momentos, su aportación consistió fundamentalmente en combatientes básicos, no cualificados para la lucha, que no desempeñaron ninguna función directora durante la insurrección. La escasa presencia de militares entre ellos y la sobrerrepresentación de los simples soldados en proporción con el peso total caracteriza la aportación aragonesa al levantamiento como popular y civil. b) Aunque el objetivo inicial de la insurrección carlista en Aragón pretendió el control del territorio mediante el dominio de las ciudades, este objetivo se desbarató tempranamente con el fracaso de los levantamientos urbanos. Esto determinó que, apoyada en el importante descontento acumulado en el medio rural, la insurrección terminara por configurarse como fenómeno social de base fundamentalmente campesina. Recibió el apoyo de muchos labradores y arrendatarios, preferentemente los medianos y pequeños, y de una gran mayoría de jornaleros. Junto a ellos, e indisolublemente ligados, se alinearon los artesanos rurales, cuya actividad no siempre se diferenciaba con claridad de la del agricultor. Enfrente se sitúa el grupo social más involucrado en el cambio político, una burguesía rural heterogénea —tanto heredera como sustituta de la oligarquía del Antiguo Régimen, según los casos— compuesta por propietarios de tierras, hacendados, rentistas, comerciantes, profesionales de oficios liberales y algunos funcionarios. Ante esta escisión de la sociedad rural en dos áreas de interés, el campesinado con dificultades económicas y la burguesía comprometida con el cambio de régimen, la guerra civil no tardó en adoptar la fisonomía de un conflicto antiburgués,100 porque a través de éste se manifestaba el auténtico conflicto de intereses. c) Entre los motivos que llevaron al campesinado a integrar las filas rebeldes destaca el económico, ya que no puede hablarse de una partici-
100 Pere Anguera señala este carácter antiburgués: «[…] els “miserables hambrientos y desnudos” intentaren dur a terme la seva revolta antiburguesa, emparant-se en les banderes carlistes». «El primer carlisme a Catalunya», art. cit., p. 25.
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pación vertical e interclasista en ellas, al conformarse una amplia mayoría de desheredados en sus filas. Aparte de los datos ya expuestos hay algunos detalles que permiten confirmar sus contenidos. Por una parte, es elocuente la dificultad que tuvo el gobierno liberal para ejecutar sus propias disposiciones represivas sobre los bienes de los fugados a la facción, porque la mayoría de ellos no disponía de bien alguno susceptible de ser incautado.101 Al contrario, entre ellos dominaba la condición de simple jornalero,102 pero en toda la extensión del término, trabajadores sin tierra o con muy poca que dependen fundamentalmente para subsistir de la venta de su fuerza de trabajo.103 Por otra parte, es importante señalar las grandes dificultades para diferenciar en las partidas carlistas la barrera
101 En la sesión del Ayuntamiento de 26 de junio de 1835 en Alcañiz se leyó el Boletín Oficial de la Provincia de Teruel en el que se ordenaba «se haga efectiva la multa de 320 reales de vellón mensuales por cada individuo de los que se hallan en la facción». Pero, «atendido a las grandes dificultades que ofrece la exacción de estas multas por ser los bienes embargados de un corto valor y que por reparto vecinal excluyendo los Urbanos Voluntarios debe recaer esta Contribución en la clase más miserable de la que será imposible el cobro», solicitan «si se puede libertar a la ciudad de este pago». A.H.M.A., Libro de Actas Municipales. 102 Son frecuentes oficios de este tipo: Búsqueda de «Blas Ansó, casado, Javier Roche, casado, Antonio Sierra, casado, Manuel Larroche, casado, Joaquín Guedea, soltero y todos naturales y vecinos de Tauste y de ejercicio jornaleros del campo […], por haberse marchado a la facción de Navarra». 29 de julio de 1835, A.D.P.Z., Vig. XV 1008. 103 Las iniciativas procedentes de una administración paternalista para dar ocupación a estos jornaleros en previsión de las consecuencias que pudieran derivarse de su necesidad fueron muy numerosas durante los años de la guerra. El caso más notable es el de Zaragoza, donde hay una tradición de ocupar a jornaleros en la reparación de caminos cada vez que el número de desocupados alcanza cifras preocupantes (Diario de Zaragoza, núms. 18, 21 y 29 de 18, 21 y 29, de enero de 1836). En otros casos se trata de reducir la tensión y de calmar la necesidad de estas «clases inferiores» proporcionando «a los infelices el sustento tan absolutamente preciso, disponiéndoles una sopa económica» (Cinco Villas, 8 de enero de 1836, A.D.P.Z., Vig. XV 1017; también Caspe, 28 de mayo de 1837, A.D.P.Z. Vig. XV 1032). Hay ocasiones en las que las válvulas de escape para la tensión social ideadas por la administración no son suficientes o no son aceptadas y entonces los jornaleros emprenden la acción en busca de un equilibrio que ellos mismos establecen. Es el momento de decidir la incorporación a las partidas, pero también, como sucedió en 1836 en Zaragoza el de ir a los campos, ocupar las tierras, trabajar los jornales como tradicionalmente lo venían haciendo y después exigir el pago a los dueños (Diario de Zaragoza, n.° 87, 27 de marzo de 1836 y A.D.P.Z., Vig. XV 1017).
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entre la banda de ladrones y la partida contrarrevolucionaria.104 Los problemas para disociar el componente «faccioso» del ladrón105 —que ya existían, y muy agudos, en la época—106 responden a la profunda motivación económica107 que llevó al campesinado a incorporarse a la insurrección.
104 El capitán general de Aragón se refería al mismo tiempo a las «correrías ejecutadas por las facciones de ese país y continuas exacciones que sufren los pueblos por parte de tales bandidos» (Zaragoza, 22 de julio de 1835, A.H.M.A., Con., c. 21). Algunos componentes de las partidas eran identificados como «hombres asociados para ejercer el robo y toda clase de libertinaje» (Diario de Zaragoza, n.° 307, 3 de noviembre de 1835). Y no era extraño que hubiera entre sus filas algunos hombres con «reputación de salteador de caminos», como Bernabé Aínsa, (a) el Pescado, fusilado en Belchite (Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 232, 18 de noviembre de 1836). El capitán general Serrano hablaba «de la atroz y bárbara conducta de aquellos monstruos contra toda clase de personas, si no se sacia su rapiña, objeto exclusivo de prolongar la guerra civil aunque enmascarado con el especioso de defender una religión que no conocen, y un rey de quien fueran enemigos (si posible fuera que prevaleciese su causa)» (Diario de Zaragoza, n.° 8, 8 de enero de 1836). E, insistiendo en su modo habitual de actuar, el Ayuntamiento de Cariñena enunciaba: «Facciosos, por otro nombre ladrones, enemigos de vuestra propia felicidad […]» (Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 70, 12 de marzo de 1838). 105 Vid. Pere Anguera, «Components i algunes motivacions del primer carlisme català», art. cit., p. 84. 106 Es significativo que para las propias autoridades sea muy difícil, incluso conscientemente, distinguir al faccioso del ladrón, como en el caso de Almonacid de la Cuba: «Las fatales consecuencias ocurridas a este vecindario por una porción de ladrones en número de unos catorce poco más o menos, todos desertores de la facción y la mayor parte de la villa de Belchite, tienen en el mayor alboroto a este vecindario, pues no se emplean más que en despojar a los honrados labradores cuando salen a sus tareas al campo del comestible que llevan y ropas de su vestuario y metiéndose de noche en el pueblo a pretexto de que son de tropa sorprenden al alcalde, lo hacen llamar en las casas a los vecinos para robar, como ha sucedido en casa del señor cura párroco, tío del alcalde, que después de arrebatarle cuanto metálico tenía, le atropellaron todo lo posible hasta castigarlo a sablazos y tirarlo en una acequia, de aquí le hicieron ir en su compañía a la casa de Joaquín Mínguez donde también robaron […]». Miguel Canalé, Almonacid de la Cuba, 31 de diciembre de 1837, A.D.P.Z., Vig. XV 1032. 107 En ocasiones, cuando no se satisficieron las expectativas económicas que se habían depositado en la incorporación a las partidas, se produjeron alteraciones de orden, como muestra este parte diario de seguridad pública de 8 de junio de 1838: «Por persona de entera confianza se me avisa que en Cantavieja han ocurrido algunos desórdenes a consecuencia de haberse sublevado los facciosos pidiendo sus pagos atrasados, resultando algunos muertos y heridos, que se retiran a sus casas muchos y es de esperar lo verifiquen más tan luego como el género de los facciosos reciba un buen golpe». Zaragoza, A.D.P.Z., Vig. XV 1040.
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d) Finalmente, cabe destacar cómo a lo largo del tiempo se fue configurando una superficie al sureste de Aragón y al norte del País Valenciano donde dominaba el señorío de órdenes militares en la que las obligaciones dominicales fueron diluyéndose,108 llegando al siglo XVIII en una situación de tenue presión sobre los campesinos. Al mismo tiempo, fue una zona de importante desarrollo económico basado en la exportación de algunos productos agrícolas y de materias primas y productos elaborados textiles. La confluencia entre zonas de señorío de ordenes militares y un área empobrecida durante el primer tercio del siglo XIX señalaban al Bajo Aragón como un foco donde, en estas fechas, afectó de manera más honda la depresión económica, destacándose su incidencia por el hecho de no ser una zona tradicionalmente deprimida.109 Pero existen muy pocas oportunidades en las que el campesinado haya generado por sí mismo los mecanismo organizativos necesarios para lograr un levantamiento sistematizado y duradero contra el poder del Estado.110 La insurrección carlista no era en esto una excepción y carecía en Aragón de una articulación propia de los campesinos a este efecto. ¿Cómo era posible movilizar esta masa «igualitaria» de campesinos? ¿Podría ir, de proponérselo, más allá de formar una banda de ladrones mejor o peor organizada? Ésta es la parte de la argumentación donde comienzan a representar su papel los cuadros dirigentes de la contrarrevolución. Los voluntarios realistas que con anterioridad habían servido para articular a los campesinos en unidades contrarrevolucionarias fueron resucitados para propiciar levantamientos apoyados en los restos de su estructura.111 Posteriormente, los más destacados de ellos, sumados a los oficiales ilimitados, encuadraron a los campesinos mediante partidas que se consolidaron, procurándose la subsistencia en las tierras del Bajo Aragón y generando así un importante foco de resistencia a la autoridad del gobierno.
108 Jesús Millán, «La resistencia a la revolución en el País Valenciano: oligarquías y capas populares en el movimiento carlista», art. cit., p. 462. 109 Josep Fontana, «Crisis camperola y revolta carlina», art. cit., p. 15. 110 Eric R. Wolf, Las luchas campesinas del siglo XX, Siglo XXI, Méjico, 1979 (5.ª ed.), p. 399. 111 Pedro Rújula, «Zaragoza, 27 de febrero de 1834: el fracaso de una insurrección que cierra el ciclo de los levantamientos urbanos carlistas», art. cit., p. 16.
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Más tarde se produjo el asentamiento de este modo de resistencia sobre el área que ocupaban. Las partidas se vieron legitimadas frente a la sociedad entre la que habían encontrado su supervivencia, puesto que pertenecían a ella. Importantes lazos de parentesco, amistad o relación económica les unían con mucha frecuencia a ambas estableciendo una complicidad que fue muy valiosa para la rebelión. Además, hay que considerar la legitimación ideológica y divina que la religión proporcionó a la insurrección. Frente a la población, la presencia de los eclesiásticos en las filas del Pretendiente significó una nota de autenticidad a la máxima carlista «Altar y Trono»; un binomio simple, pero contundente y directo, que resumía el ideario contrarrevolucionario de la sociedad en la que se desarrollaba el conflicto. Altar y Trono sintetizaban el objetivo de la insurrección que respaldaban los clérigos realistas. Junto a éste aparecía otro objetivo mucho más próximo e inmediato para los campesinos, obtener un modo de vida, una solución a las estrecheces del momento mediante la soldada diaria que prometía a los reclutados y la eventual participación en el producto de los saqueos que pudieran producirse. También fue importante la presencia de individuos procedentes de la Iglesia en el proceso de institucionalización que siguió al asentamiento de la insurrección. Éstos, junto con el resto de los cuadros dirigentes —de un modo destacado, los oficiales ilimitados—, protagonizaron el proceso de dotación de instrumentos para el gobierno, tanto órganos de expresión —periódico e imprenta— como instituciones —juntas, tribunales, comisiones…— e infraestructura —almacenes, depósitos de provisiones, maestranza… Todo ello fue una labor de consolidación de las estructuras de la contrarrevolución en Aragón que se debe exclusivamente a los cuadros —clérigos y militares— con una cualificación y unos conocimientos capaces de abstraer de la situación concreta unos modos sistemáticos de actuación. No es extraño que aparezcan opiniones sobre la implantación del carlismo en el Bajo Aragón y el Maestrazgo considerando que en este área no se dan particulares condiciones para ello. El mismo Braulio Foz, natural de la villa bajoaragonesa de Fórnoles, escribía para su periódico El Eco de Aragón manifestando sus impresiones en estos términos: «Nuestros lectores deben acordarse que son muchas las veces que hemos defendido a aquellos
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pueblos contra los que en estos años los han calificado de facciosos, hemos probado con hechos notorios que en aquel país o no había verdadera opinión generalmente, o que no era contraria a las ideas de libertad. Que en cada pueblo hubiese algunos fanáticos, algunos díscolos, algunos malvados que tomaban por pretexto las opiniones políticas para darse a la vida de vándalos en que robaban, asesinaban y satisfacían todos sus bárbaros y brutales deseos, esto nada prueba contra la generosidad de sus habitantes».112 Las opiniones como ésta no eran del todo exactas, pues, como hemos visto, sí que existían algunos factores que diferenciaban el Bajo Aragón de otras áreas menos conflictivas. Sin embargo, contienen dos valiosas intuiciones. La primera ahonda sobre el fundamento político del movimiento, considerando que no es una firme convicción contrarrevolucionaria lo que movió a la población a incorporarse a la insurrección. «Llegaron nuestras tropas —continúa Braulio Foz, que escribía recién terminada la guerra—, vieron aquellos pueblos, se admiraron de su espíritu, y hubieron de decir generales, oficiales y soldados: Esto no es lo que nos habían dicho: esta gente es toda nuestra. Ha llegado la paz, han desaparecido las facciones, hanse visto seguros y se ha apresurado a pedir armas para defenderse contra las partidas que pudieran quedar».113 La segunda intuición se dirige hacia la dinámica social que la guerra origina, y señala la importancia de toda una serie de condicionantes que, una vez desencadenada, se desarrollan en esta zona sin ser específicamente autóctonos y la contribución al enfrentamiento de factores que, aislados, no hubieran sido importantes para la contrarrevolución. Es lo que podríamos llamar la «lógica menor» del conflicto. Así sucedió con los desertores del ejército, una práctica que no era nueva,114 pero que en el contexto de la guerra pudo ejercerse con gran
112 Braulio Foz, «Cuadro que presentan los pueblos del Bajo Aragón», El Eco de Aragón, n.° 643, 21 de agosto de 1840; en la misma línea, otro artículo en el Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 176, 24 de junio de 1840. 113 Ibídem. 114 La existencia de desertores es una realidad tan antigua como el sistema de quintas y se había ejercido en el pasado sin necesidad de una justificación política. En algunos casos continuó desarrollándose en términos similares. En el verano de 1836, 14 desertores vagaban en dirección a Borja, aunque «no cometen ninguna clase de excesos, ni menos han pronunciado ninguna voz subversiva»; uno de ellos es de Baena. Al mismo tiempo, «sobre Fitero han pernoctado cincuenta desertores más que dicen dirigirse» a Tarazona. Fernando Madoz, Tarazona, 10 de julio de 1836, A.D.P.Z., Vig. XV 1017.
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impunidad al ampararse bajo la cobertura de un ejército enemigo menos riguroso y disciplinado y, frecuentemente, más generoso.115 Y también con los quintos,116 que ante la oscura perspectiva de ir a servir con el ejército gubernamental a tierras lejanas pudieron tomar la decisión de engrosar las filas del Pretendiente, que operaban cerca de casa y en territorio conocido.117 Sólo la guerra hizo posible que muchos de los presos 115 La importancia de la deserción en las filas gubernamentales viene avalada por la profusión de disposiciones que emanaron de sus autoridades para acabar con este flujo constante a las filas enemigas. Los términos de los llamamientos van desde aquel oficio del capitán general de Aragón al gobernador de Alcañiz en el que reclamaba urgentes medidas contra la «escandalosa e incorregible Conducta observada por los soldados del Batallón 14 de Línea que casi diariamente abandonan sus filas» (26 de junio de 1835, A.H.M.A., Con., c. 21.), hasta la modificación que debió sufrir la ordenanza del ejército sobre desertores tras el tratado firmado por Cabrera y Van Halen (Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 219, 7 de agosto de 1839), pasando por los frecuentes indultos dictados por el gobierno y las autoridades militares, como el del general Oraa en mayo de 1838 (Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 136, 17 de mayo de 1838) y por actuaciones que endurecían el trato de los desertores, como manifestaba el capitán general al gobernador civil en julio de 1835: «Por diferentes conductos, ha llegado a mí noticia que en las filas de los rebeldes se abrigan desertores del ejército y algunos individuos que ingratos al beneficio del indulto persisten en el horrible crimen de la rebelión en consecuencia y decidido a reprimir con mano fuerte tan escandalosos atentados ofreciendo prontos y saludables escarmientos […]» (A.D.P.Z., Vig. XV 1008). 116 Son numerosísimas las noticias sobre fugas de quintos a las partidas. Las hay colectivas, como la de los quintos del Regimiento de Infantería de Soria n.° 9 acantonados en Épila —Diario de Zaragoza, n.° 154, 3 de junio de 1835— o del depósito de Huesca —Diario Constitucional de Zaragoza, n.° 168, 168, 17 de junio de 1837. En muchas ocasiones se trata de reclutas forzadas, «pena de la vida», del tipo de las realizadas por Quílez, por ejemplo, la entrada en Aliaga —Diario de Zaragoza, n.° 346, 12 de diciembre de 1835— o la del cura Merino en tierras de Albarracín —Teruel, 11 de mayo de 1838, A.D.P.Z., Vig. XV 1042. La convicción de muchos era frágil y solían regresar a sus pueblos en busca del indulto: es el caso de Aguilón —A.D.P.Z., Vig. XV 1017, 5 de febrero de 1836. Aunque habitualmente se dirigen al Bajo Aragón, los hay, como los de Tauste, que se dirigen a incorporarse a las partidas navarras —Diario de Zaragoza, n.° 319, 15 de noviembre de 1835. 117 F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado señalan sobre la quinta de cien mil hombres emprendida por el gobierno que impulsó a muchos hacia las filas de don Carlos, aquellos «que entre la disciplina del Ejército y la licencia de las facciones, optaban por no estar sujetos: que entre ser filiados por ocho años o sentar plaza indefinida, elegían la obligación más corta; que entre vestir un uniforme e ir a pelear lejos de su casa, preferían el traje en que vivieron, y volver al seno de su familia cuando se les antojaba: que entre comer un rancho corto y desabrido, y devorar una res bien asada, obedecían a su apetito». Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, vol. I, pp. 100101. En el mismo sentido, Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de los principales cabecillas facciosos…, op. cit., p. 177.
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que se encontraban en las cárceles fueran libertados118 para luchar en unas filas donde ya no eran considerados delincuentes porque combatían a la misma legalidad que les había condenado.119 El conflicto proporcionó a los jóvenes120 una oportunidad de actuar con independencia de sus familias; sumándose a los rebeldes alcanzaban una suerte de emancipación que los mecanismos habituales de transmisión de la propiedad no les había permitido.121
La Diputación de Zaragoza, en respuesta al real decreto de 26 de agosto en que se llama a quintas también a los que hayan contraido matrimonio entre la quinta pasada y la presente, dice: «La Diputación se ocupó seriamente sobre un asunto de tanta gravedad en las circunstancias particulares en las que se encuentra la mayor parte de esta Provincia, señaladamente el Bajo Aragón, y si bien creyó que esta quinta puede procurar a las facciones muchos soldados, el incluir a los casados robustecería más y más esta idea, porque unos ciudadanos que habían contraído nuevos vínculos en la sociedad con el matrimonio y que iban a ser separados del lado de sus esposas, muchas de ellas encinta, el llamarlos al sorteo era anunciarles la idea de un acto que más pudiera disgustarlos y excitarlos por decirlo así a la desesperación». Zaragoza, septiembre de 1836, A.D.P.Z., Subsec. XVII 1250. 118 En mayo de 1835, al entrar en Híjar con su partida, Quílez, Jusepón, Añón, Pericón y el padre Garzón reclamaron a tres presos que se hallaban en la cárcel «dos de los cuales se les incorporaron». Gobierno militar y político de Alcañiz, 28 de mayo de 1835, A.D.P.Z., Vig. XV 1009. 119 «Para explicar el aumento de las facciones, nunca se quiso pensar que ellas son en un país la bandera en que se alistan todos los vagos, todos los criminales y a veces muchos desgraciados. Que los fugados de las cárceles y los presidios son los reclutas más entusiasmados. Que los que por una riña, por una inocente falta llegan a ser buscados por la Justicia, siguen hasta el fin como los más comprometidos. Que las amonestaciones y el ejemplo de un individuo en una familia, suelen arrastrarla toda. Que los que comen con su empleo, sueñan en la vuelta del Gobierno que los mantenía. Que los que a la fuerza son separados de la carrera a que se dedicaban por sus intereses o por su devoción, van muy voluntariamente a probar fortuna». F. Cabello, D. Santa Cruz y R.M. Temprado, Historia de la guerra última en Aragón y Valencia, vol. I, pp. 100-101. 120 El comandante de armas de Castelserás informaba en estos términos sobre la entrada de una partida en la población el 24 de abril de 1835 donde se aprecia la importante aportación de los jóvenes a la insurrección: «extrajeron ayer las facciones 150 raciones de pan, 2 @ arroz, 2 de bacalao, una de aceite, 50 pares de Alpargatas, 36 Camisas y 2.920 reales, marchándose con ellos ocho hombres seis de ellos de 13 a 14 años amenazados por los mismos facciosos y que en la facción iban los tres quintos de dicha villa fugados del depósito según parte de la Junta». A.H.M.A., Con., c. 21. 121 «La legislación del Principado reúne en el primogénito toda la herencia paterna, dejando sólo a los demás hijos una corta legítima, que ni aun basta a cubrir las necesidades más perentorias e indispensables», afirma Un emigrado del Maestrazgo, Vida y hechos de los principales cabecillas facciosos […], op. cit., p. 75.
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Las condiciones geográficas del Maestrazgo, una punta de diamante entre tres reinos lejos de las cabezas rectoras de todos ellos, se convirtieron en un aliado natural de los insurrectos, sin que la existencia de una naturaleza agreste e inaccesible fuera, por sí misma, un elemento que propiciara la contrarrevolución. La guerra se mostró ante los trabajadores del campo y muchos de los artesanos rurales como una alternativa económica y como tal la entendieron cuando se incorporaron a las partidas. Otros comprendieron la guerra también como un recurso económico, pero desarrollando la misma actividad que desempeñaban habitualmente o modificándola levemente para adaptarla al servicio de la insurrección; contrabandistas, tratantes… hallaron un modo de desempeñar su actividad de parte de los rebeldes. La guerra despejó cualquier duda sobre el comportamiento político que competía a los ayuntamientos. Llegaban tropas carlistas y exigían que se cumpliese con ellos. Información, aprovisionamiento, alojamientos, todo, tenía que ser puesto a su disposición cuando era reclamado. Podían llegar poco después los liberales y su actitud no iba a ser muy diferente. Las autoridades locales desarrollaron un tipo de ambigüedad oficial que no era resultado de una opción política: no existía la oportunidad de elegir, sino la simple conciencia de la lucha por la supervivencia entre dos contendientes que fluctuaban sobre su territorio con rapidez. Así se comprende la existencia de dos ayuntamientos, uno liberal y otro carlista, la transigencia con determinados comportamientos o la ocultación de algunas informaciones que servían de contrapeso para el mantenimiento del orden local.122 También fue consecuencia de la guerra que la Milicia Nacional no se desarrollara en los lugares donde las partidas habían demostrado que podían actuar con relativa facilidad. Los nacionales eran las principales víctimas, humanas y económicas, de los carlistas en cualquier parte, y, ante la imposibilidad de defenderse, permanecer en los pueblos como declarado liberal era un suicidio.123
122 Pere Anguera, «El primer carlisme a Catalunya», art. cit., p. 26. 123 Esta presión puede explicar que no fueran extraños los milicianos nacionales señalados como integrantes de las partidas. Existen datos de 1837 en este sentido para Sástago (A.D.P.Z., Vig. XV 1028) y Escatrón (A.D.P.Z., Vig. XV 1028 y 1032).
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Del mismo modo, sucedió que los valores alcanzados en las subastas de los bienes desamortizados en áreas donde las partidas hacían sus incursiones fueron marcadamente inferiores124 y el arrendamiento de las rentas que habían pasado a formar parte de bienes nacionales muy difícil de efectuar.125 La violencia fue uno de los elementos centrales de la guerra civil, probablemente el más característico de ella, el más cotidiano, aquel que caracteriza la práctica cotidiana del enfrentamiento. La violencia fue una forma habitual para obtener recursos económicos para el mantenimiento de la insurrección y fue la modalidad usual que los carlistas pusieron en práctica para hacer cumplir sus quintas.126 Por medio de la violencia se obtuvo un buen sistema de información apoyado en las mismas autoridades de los pueblos y una elemental infraestructura fiscal. La tipología de la violencia mostró una variedad insospechada: persecución y fusilamiento de liberales y nacionales, amenazas sobre las autoridades que tanto podían quedar en palabras como ser cumplidas, secuestro de pudientes, o familiares de ellos, como garantía de los pagos, apaleamiento de quienes realizaran cualquier servicio para el gobierno, estrechos bloqueos sobre las poblaciones, que muy pronto manifestaban los síntomas de la escasez… Pero, por encima de todo ello, la violencia fue una forma de dominación puesta en práctica por los carlistas que procedía de su debilidad. La contrarrevolución en Aragón no tuvo la posibilidad de establecer un gran entramado institucional estable que fuera la manifestación externa de su poder efectivo, ya que éste se encontró siempre bastante limitado. Cuando alcanzaron el control real sobre el terreno, lo administraron por
124 Pascual Marteles, La desamortización de Mendizábal en la provincia de Zaragoza (1835-1851), op. cit., vol. II. p. 50. Además, los números de ventas a partir de 1836 fueron insignificantes todos los años, y nulos en 1837. 125 Véanse las dificultades para el arriendo de las rentas de las encomiendas del Bajo Aragón-Maestrazgo en el Boletín Oficial de la Provincia de Zaragoza de 1838 y 1839. 126 Sobre los quintos fugados de Maella se dice que «Fueron extraídos a la fuerza y a fin de librarse el seguir las filas rebeldes, pagaron una crecida cantidad por la cual les expidieron sus licencias absolutas», A.D.P.Z., Vig. XV 1052. En el mismo sentido, José Ramón Urquijo, «Represión y disidencia durante la primera guerra carlista. La policía carlista», art. cit. Éste es un tema que ha recibido recientemente mucha antención: Josep M. Solé i Sabaté, Lleves, circumscripció i reclutament. Aspectes socials del carlisme, Columna, Barcelona, 1997.
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medio de normativas y autoridades dispuestas al efecto, sin presionar demasiado sobre los habitantes. Pero más allá de este área la violencia intervino para amplificar los efectos de ese poder real, hasta conseguir la extensión de su dominio sobre un territorio mucho mayor, donde era reconocida su autoridad no tanto por efecto directo de su poder como por efecto del terror que la violencia había sido capaz de producir entre la población.127 Éstos son algunos aspectos que se desencadenaron con la guerra y que contribuyeron a su desarrollo configurando su «lógica menor», toda una dinámica social que adquirió verdadera importancia a partir del momento en que quedó establecido el foco de resistencia carlista y en que un área, cada vez mayor, tuvo que acostumbrarse a una nueva cotidianidad, la de la larga guerra civil. La sociedad aragonesa había acumulado en las últimas décadas una masa campesina profundamente descontenta por las condiciones en las que se desarrollaba su vida. Esta amplia capa descontenta de la sociedad rural entró en contacto con una elite carlista que le ofreció la posibilidad de estructurarse, articular su rebeldía y, aprovechando el momento de debilidad de la autoridad del Estado en amplias zonas, manifestar abiertamente el descontento. El campesinado obtuvo, incorporándose a la contrarrevolución, unos cuadros que permitirían un aprovechamiento duradero de su capital humano descontento. Por su parte, la elite procedente de la reacción absolutista obtuvo del campesinado lo que en ningún caso disponía, la fuerza humana necesaria para derribar el régimen con las armas. Sin contar con el campesinado cualquier intento de llevarlo a cabo hubiera sido inviable.
127 Así manifestaba la existencia de esta supremacía derivada del ejercicio de la violencia Pantaleón Boné, comandante de la columna movilizada del Alto Aragón: «Esta parte del alto Aragón [sic], Albarracín, Calatayud y aun el partido de Teruel presenta en estos momentos una crisis difícil de creer a larga distancia. Las guarniciones y columnas enemigas arrancan de sus casas todos los mozos de diez y seis a cincuenta años y con ellos crean y organizan batallones […] Los pueblos Excmo Sr. se hallan amenazados de las partidas y bastante hacen con avisar a su debido tiempo a los jefes de las columnas […] Los jóvenes sin opinión digámoslo así, se inclinan por el primero que se los lleve y aunque en general están por la causa de S.M. […]». «Alto Aragón» debe leerse como las Sierras turolenses. 28 de mayo de 1837, A.R.A.H., Pirala 9/6815.
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CONCLUSIONES En todo el ámbito occidental las resistencias a la revolución fueron una realidad casi tan extensa como la revolución misma. Desde finales del siglo XVIII no fue extraño que estas resistencias se manifestaran en forma de movimiento insurreccional, como sucedió en Italia, Alemania, Suiza, Bélgica, Países Bajos, en distintos lugares de Francia y, por supuesto, también en España. Se trataba de movimientos contrarrevolucionarios dispares y muy diversos que operaron sobre la realidad concreta de cada territorio y que, como reacciones, precisaron de un estímulo generador. En España el comportamiento no fue diferente al del resto de Europa, aunque, dada la naturaleza heterogénea de las fuerzas que lucharon contra la invasión napoleónica y el rápido restablecimiento del absolutismo en 1814, la aparición de fuertes movimientos contrarrevolucionarios se retardó hasta el momento en el que un importante proceso revolucionario arraigó en su propia sociedad. En líneas generales, las manifestaciones contrarrevolucionarias en Europa tuvieron una vertiente intelectual, de crítica de la naturaleza de la revolución, y otra insurreccional, que puso de manifiesto la implicación de la sociedad en los movimientos de resistencia. Ambas vertientes no siempre iban unidas o, como Godechot pudo comprobar, muy pocas veces existía una relación directa entre ellas.1 Centrando la atención sobre la vía insurreccional de resistencia a la revolución, y en concreto en el caso francés —en su manifestación más notable, las insurrecciones del oeste—, pueden fijarse unos trazos generales que caracterizan el fenóme-
1 Jacques Godechot, La contre-révolution. Doctrine et action, op. cit., p. 149.
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no. Las distintas interpretaciones, las más eficaces en la comprensión del movimiento, coinciden en considerarlo como la respuesta a las expectativas defraudadas por la Revolución en un contexto de empeoramiento de las condiciones económicas, incidiendo en la importancia del factor religioso y en el papel de las resistencias de la comunidad rural al cambio infructuoso. Lo mismo sucedió en España en un contexto cronológico algo posterior. El descontento campesino generado en la primera etapa del Trienio se transformó en rebelión, impulsado y articulado por los elementos apostólicos que trataban de acabar con el sistema constitucional sobre un decorado de crisis y transformación en el sector agrario. El elemento diferencial con el caso francés es la segmentación del proceso revolucionario español, lo que condicionó que las reacciones se produjeran de manera particular en una secuencia propia. La secuencia contrarrevolucionaria que se inicia con la insurrección realista y culmina con la guerra civil carlista se desarrolló de forma paralela al proceso de revolución burguesa y a las etapas de la implantación del sistema liberal en España. El fenómeno se manifiesta en toda la península, pero destaca por su tipología y su intensidad la actividad desplegada en el amplio sector noreste comprendiendo en él a las Provincias Vascas, Navarra y todo el territorio de la antigua Corona de Aragón. Aragón es, pues, uno de los lugares donde la secuencia se ofrece más completa y donde adquiere también relevancia en sus distintas fases. Es un buen modelo para comprobar los términos concretos en los que se desarrolló la secuencia contrarrevolucionaria durante la primera mitad del siglo XIX, en tanto la revolución ejercitaba sus posibilidades de llevar a cabo su modelo de Estado liberal y de relaciones económicas capitalistas esbozado. A lo largo del siglo XVIII Aragón experimentó un notable crecimiento económico apoyado sobre la base del sector agrario y de la especialización productiva. Sólo algunas zonas de montaña que ya habían atravesado un importante período de esplendor durante el siglo anterior, a partir de una notable producción lanera y de la elaboración de paños con esta materia prima, ponen la nota discordante en un panorama general optimista. El fin de siglo comienza a manifestar el declive de esta etapa de desarrollo, precipitado repentinamente con el estallido de la guerra de la Independencia, tras la cual, a la desvertebración de la estruc-
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tura productiva hubo que añadir la caída de los precios de los productos agrarios y el aumento de la presión fiscal. Las zonas que habían cifrado su desarrollo en una especialización mayor sufrieron la crisis en toda su intensidad. Estas circunstancias afectaron de manera destacada al Bajo Aragón, donde la economía agraria se había desarrollado sobre el eje de la producción de aceite, un tipo de explotación con escasas posibilidades de transformarse a corto plazo y que recibió el peso de la crisis con todo el rigor. De este modo, el estallido de la revolución de 1820 generó en la Tierra Baja la expectativa de que el cambio de régimen imprimiera un giro a la trayectoria creciente de las dificultades económicas del campesinado. En el contexto de esta crisis económica se produjeron las dificultades del liberalismo para difundirse en el medio rural —un proceso que se demostró lento y difícil—, el choque con lo establecido que significó la afirmación progresiva de una nueva clase dirigente en el ámbito local que encarnaba la revolución y, finalmente, la falta de eficacia en la aplicación de soluciones económicas para las capas de la sociedad campesina que más habían visto degradarse sus condiciones de vida. La rebeldía campesina contra el régimen constitucional apareció tardíamente, casi dos años después de su implantación, cuando el fracaso o la lentitud del régimen en la solución de los problemas era ya palpable. La tipología de esta rebeldía se manifestó a través de agresiones contra los símbolos del régimen y contra sus autoridades. El objeto era coincidente con los planteamientos del realismo que se extendían por una gran plataforma donde se daban cita desde el mismo monarca hasta el clérigo local, pasando por buena parte del aparato de la Iglesia y de cierta nobleza burocratizada defensora del Antiguo Régimen. La acción de ambas, rebeldía campesina y absolutismo, se superpone y aglutina en forma de realismo insurreccional, configurando un movimiento contrarrevolucionario de gran extensión en Aragón que afecta a casi todas las tierras al sur del Ebro y a buena parte de las que confrontan al norte con Cataluña. Las manifestaciones de este movimiento contrarrevolucionario que derivó en guerra civil fueron, en el plano insurreccional, levantamientos urbanos y partidas; en el social, la incorporación de los sectores más desfavorecidos de la sociedad al movimiento, tendencia al bandidaje y agresiones a las autoridades liberales y otros individuos comprometidos con
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el sistema, como los milicianos nacionales; y en el aspecto ideológico consistieron en llamamientos básicos referidos al binomio ReligiónTrono. Frente a ello, el liberalismo manifestó una débil implantación en el ámbito no urbano y un desconocimiento o descuido de la problemática campesina y de la labor de difusión del mensaje liberal que quedaba pendiente fuera de la clase burguesa. También fue importante la lucha entre liberalismo y oligarquías locales preexistentes, cuando éstas no se incorporaron a la estructura del régimen y pugnaron por mantener su hegemonía municipal. El aplastamiento del régimen constitucional por la invasión francesa de 1823 desencadenó un proceso contrarrevolucionario protagonizado por las propias instituciones de la monarquía absoluta. Sobraban fuerzas incontroladas espontáneas y marginales, pero aún iba a requerirse de ellas una última contribución hasta que se hubiera restablecido con solidez el sistema y erradicado por completo los signos de la acción liberal. La política institucional se desarrolló en dos direcciones para conseguir la eliminación de cualquier síntoma de liberalismo. Por un lado, llevando a cabo la depuración de la administración y del ejército, desarrollando una amplia labor de represión contra los liberales y aplicándose en el desmantelamiento de la obra constitucional. Por otro, se dispuso la formación de los cuerpos de voluntarios realistas como fórmula para someter y domesticar a la fuerzas heterogéneas que quedaban con armas en todo el país, al tiempo que se proporcionaba un instrumento numeroso, muy ramificado y fiel, de control contrarrevolucionario en el municipio. Esta política contrarrevolucionaria, paradójicamente, generó un descontento progresivo entre aquellos combatientes de primera hora contra el régimen constitucional. La lógica del absolutismo se había impuesto y el hondo elitismo que le caracterizaba no podía digerir la incorporación de aquellos generales proletarios en cuerpos de cierta selección, como el ejército y la administración. Menos aún cuando ya no iba siendo necesario. De modo que los combatientes realistas del Trienio quedaron relegados exclusivamente al ámbito de los voluntarios realistas, muy pocos se incorporaron al ejército y la mayoría fueron recalificados y pasados a la condición de oficiales con licencia ilimitada.
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Los diez años que mediaron entre 1823 y 1833 operaron como un nexo contrarrevolucionario fundamental que unió la conflictividad de las dos guerras civiles, la del Trienio Liberal y la de la Regencia de María Cristina, consolidando además sus trazos. Durante este período el problema del campesinado y del artesanado rural no se resolvió, de modo que el descontento de estos sectores permaneció latente a medida que se incorporaban en los cuerpos de voluntarios realistas, que no cumplieron nunca sus estatutos y se proletarizaron rápidamente. Los oficiales de las partidas absolutistas fueron despechados por el régimen, pero, mientras fraguaban una solución a su descontento, accedieron a la oficialidad de las unidades de voluntarios realistas formadas en sus respectivas poblaciones. Al mismo tiempo, se fue produciendo una reubicación de las grandes fuerzas político-sociales que apoyaban al régimen. La nobleza fue derivando hacia posiciones moderadas que permitirían finalmente la aproximación estratégica hacia algunos sectores del liberalismo. Era el síntoma de haberse extendido la conciencia de que el aperturismo del sistema aceptaría la consolidación de sus patrimonios a cambio de una cesión en sus privilegios estamentales. Sobre los mismos términos, el planteamiento de la Iglesia fue contrario. El desmantelamiento del régimen absoluto implicaba el fin de su poder ideológico y de su función como legitimadora del trono, y sin esta posición de fuerza política entraría en serio riesgo su inmenso patrimonio económico, criticado radicalmente ya desde la tribuna de las Cortes de Cádiz. No podía aceptar esta tendencia de la política del monarca hacia el ámbito moderado sin renunciar a una parte muy importante de su poder, como tampoco podían hacerlo todas aquellas figuras muy ligadas al Estado absoluto encuadradas en posiciones apostólicas. De este modo, a lo largo de la década absolutista de Fernando VII se fueron configurando las bases concretas del enfrentamiento civil carlista, cada vez más perfiladas a medida que se sucedían los conflictos —Capapé, Bessières y guerra de los agraviados— y totalmente nítidas en 1832, durante los sucesos de La Granja. Cuando en octubre de 1833 en Aragón se suceden los levantamientos contrarrevolucionarios, nada más difundirse la noticia de la muerte de Fernando VII, la secuencia que se reproduce es la misma que en el
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Trienio. Una oleada inicial de asaltos a las ciudades diversificados pero coincidentes en los mismos puntos que ya se habían visto afectados en el conflicto anterior y que, igual que en aquél, fracasaron uno tras otro por falta de apoyo social y por la eficacia de las autoridades en el ejercicio de la represión. Como recurso ante este fracaso generalizado, se produjo el levantamiento de partidas que operaron en el ámbito rural pero en un centro mucho más concreto, el Bajo Aragón, donde las condiciones eran favorables y que van a permitir el establecimiento de focos estables de resistencia. Se confirma así que no es lo mismo tener la voluntad de provocar una insurrección que disponer de la capacidad de llevarla a cabo. Hubo puntos donde se registró una gran actividad de agitación clerical sobre los voluntarios realistas orientada hacia el levantamiento, pero, fracasado éste, no existió capacidad de articular posteriormente una partida, ya que los eclesiásticos generalmente no tomaron las armas ni asumieron el mando, y no existían cabezas con prestigio y capacidad táctica para llevarlo a cabo. Así sucedió en Calatayud y en Barbastro. Por contra, la actividad en el Bajo Aragón apenas contó con participación clerical en sus primeros momentos; fue de raíz político-militar y en ella estaban implicados los principales cabecillas que habían actuado en la insurrección contra la Constitución en el Trienio, con capacidad táctica para promover una insurrección y referencias históricas próximas para conocer su forma de actuar en ese momento. Había llegado la oportunidad de emprender la reparación de la injusticia histórica que se había cometido con ellos, y lo iban a realizar del mismo modo que ya lo habían hecho y aprovechando, como entonces, el momento propiciado por una fase de debilidad del Estado sometido a transformaciones. Así surgió el núcleo insurreccional del Bajo Aragón, donde a unos cuadros dirigentes procedentes de la «aristocracia» del realismo insurreccional del Trienio se van a ir incorporando progresivamente el campesinado y el artesanado más castigado por la larga depresión económica que afectó a esta zona y a otras periféricas. La intervención de nobles o funcionarios notables de la administración absolutista se resolverá con estruendosos fracasos, como el del barón de Hervés en Morella o el del conde de Villemur en Zaragoza, y permanecerá el modelo insurreccional más básico, pero también el más pegado a la piel de la sociedad en la que
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había surgido: la partida, dirigida por personajes de la zona, con prestigio personal en la lucha contrarrevolucionaria y que se mueven entre sus propias gentes. La función del clero será, en este foco, posterior al estallido insurreccional y se concentrará temporalmente en la primera fase de la guerra hasta la entrada en vigor de los decretos desamortizadores. Se dirigió principalmente a favorecer la incorporación de nuevos combatientes a las partidas, difundir un estado de opinión contrario al gobierno y servir de correa de transmisión entre las distintas piezas del mecanismo rebelde, amparados en su condición de individuos dentro de la legalidad. Con su labor y su presencia en las filas de la insurrección, los eclesiásticos desautorizaban la posición de la Regencia y contribuyeron a llevar muchos brazos para empuñar las armas contra ella bajo el pretexto de la defensa de la religión amenazada. Las vicisitudes de la insurrección en el Bajo Aragón corrieron muy paralelas, en su primera época, a la naturaleza de la base social que movilizaba. Labradores, jornaleros y artesanos, muy ligados a los ritmos de la actividad agraria, encontraron en las partidas un complemento a sus ingresos familiares, al tiempo que una fórmula comprensible y a su alcance para manifestar el descontento con la situación que estaban viviendo, todo ello sin abandonar definitivamente el entorno cotidiano. Sucesivamente acogidos a indulto y nuevamente reincorporados a las partidas, compartían la actividad agraria tradicional con las filas insurreccionales sin, de momento, grandes conflictos. Esta interrelación cargó de tensión las poblaciones e hizo emerger importantes dosis de conflictividad en ellas en forma de algaradas, agresiones a las autoridades gubernamentales y a algunos eclesiásticos, atentados contra los símbolos del poder y, en general, todo tipo de manifestaciones de violencia derivadas de la convivencia de sectores sociales enfrentados. La tipología de esta conflictividad de la primera época apenas se distingue de la desplegada por las partidas absolutistas durante el Trienio, por lo que se manifiesta, incluso formalmente, el fondo de reproducción del conflicto que ese momento tuvo para el campesinado. El logro principal de Carnicer durante el período que permaneció al frente de los rebeldes aragoneses fue mantener en pie un núcleo insurreccional que —si bien fluctuó con frecuencia— se demostró permanente, y
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aglutinar bajo un solo mando reconocido a toda la fuerza sublevada. Superó con ello la fase más dificultosa que muchos otros lugares, como Castilla o Galicia, no habían podido rebasar y donde se debilitaron progresivamente las estructuras organizativas carlistas. En 1835, con la llegada de Cabrera al poder, habiéndose superado la fase inicial de la consolidación de un núcleo rebelde aplicando una fórmula insurreccional eficaz en torno a las partidas, la guerra fue cambiando de tono progresivamente. Pronto se pasará al control territorial estableciendo bases permanentes. Primero Cantavieja, después Morella, más tarde otras muchas poblaciones y un área en torno a ellas donde se efectuaban exacciones y se cobraban contribuciones con regularidad dejando constancia de la existencia de un control efectivo sobre el área y de la capacidad coercitiva para ejercer estas funciones. Internamente se siguió un proceso paulatino de institucionalización: adoptando fórmulas de recaudación de impuestos, imposición de multas, organización de almacenes y depósitos de armas, en lo económico; en el ámbito militar, se crearon unidades como en un ejército regular, trató de dotárselas de oficialidad y de pertrecharlas organizando fábricas de armamento y fundiciones de cañones que se establecieron en los puntos fortificados; y, como síntoma palpable de esta institucionalización en el plano ideológico, destaca la aparición del Boletín del Real Ejército del Reino de Aragón, desde finales de 1836 con regularidad, dando cuenta de algunas órdenes del estado mayor aragonés y de la abundante producción ideológica que los eclesiásticos encargados de la publicación suminitraron a sus páginas. Sobre esta base que fue capaz de vertebrar Cabrera, se abrió un período de expansión territorial —y de estabilidad en su control— después de que el fracaso de la Expedición Real hubiera puesto de manifiesto que el carlismo en Aragón y Valencia contaba únicamente con sus propios recursos para mantenerse. Las negociaciones entre el gobierno y algunos dirigentes carlistas que llevaron al Convenio de Vergara alteraron la situación, ya que las bases de este acuerdo no fueron aceptadas en Aragón, salvo por algún destacado dirigente como Cabañero. Como consecuencia, el ejército desocupado en el norte trasladó buena parte de sus efectivos al Bajo Aragón y, tras los preparativos del invierno de 1839, emprendió el ataque sucesivo a las fortalezas carlistas, muy numerosas en ese momento final, comenzando por Segura y terminando en Morella,
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donde entró triunfal el general Espartero un 30 de mayo de 1840, dando por concluida militarmente la guerra civil. Esta fase de institucionalización corrió paralela a la aparición de la revolución en Aragón como una realidad palpable. Hasta ese momento el primer término del binomio revolución/reacción había estado omiso. El auténtico motor de la insurrección había sido la pérdida de poder, o la amenaza de ésta, y la ingratitud histórica sufrida, para los que serán los cuadros dirigentes del movimiento, y la degradación económica en un contexto político cambiante, para la base social. Por eso, las autoridades apenas habían empleado hasta ese momento el término carlista, prefiriendo el de facciosos, individuos que atentan contra el orden y la propiedad pero de difícil clasificación política. Con la reanudación de la secuencia revolucionaria en la primavera y verano de 1835, las posiciones quedan establecidas definitivamente, con nitidez, si bien resulta evidente también que durante más de dos años ha existido contrarrevolución, también carlismo, pero sin acción revolucionaria ostensible en las calles o en la política. Esta circunstancia justifica toda la importancia que tiene la génesis de las fuerzas insurreccionales hasta 1835, cuando cobran plena entidad carlista y contrarrevolucionaria a raíz de la crisis del régimen del Estatuto Real y de la entrada de miembros liberales de talante progresista en el gobierno. Entonces, cuando el reformismo moderado, hegemónico hasta el momento, se torna revolucionario impulsado por la calle, ya existe un núcleo permanente y nítido de militancia contrarrevolucionaria que subsiste desde hace más de dos años. En este caso, parece razonable interrogarse sobre qué influencia ejerció en el estallido revolucionario la amenaza que constituía la presencia carlista en buena parte de Aragón, y sobre cuál hubiera sido la credibilidad del moderantismo si no se hubiera desgastado al ponerse de manifiesto públicamente su incapacidad para enfrentarse contra la insurrección. La existencia de un movimiento insurreccional de la entidad del que tiene lugar en Aragón convierte en una cuestión de primer orden determinar dónde se hallan los apoyos sociales y cuáles son las fórmulas de estructuración que hicieron viable el levantamiento. La respuesta requiere superar el tópico del carlismo como movimiento interclasista y se obtiene por la vía de identificar la naturaleza diferente de sus dos componentes principales. Por una parte se encuentra la base social del movi-
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miento, que procede del campesinado, es decir, de las capas más desfavorecidas de la sociedad rural, las más afectadas por el desarrollo de la crisis económica. Jornaleros, labradores y artesanos componen el grueso del ejército insurreccional que combatirá en las filas de la contrarrevolución. Junto a ellos formarán muchos jóvenes, numerosos desertores y algunos delincuentes. Unos se incorporan voluntariamente y otros muchos inducidos o forzados por el paso de una partida. En conjunto configuran la estructura típica de las revueltas campesinas de siglos anteriores, disponen de una gran fuerza social y del respaldo de sus gentes, un poderoso capital de rebeldía contra la realidad presente pero escasa o nula capacidad de articularse y rentabilizar todo su poderío. Partícipes de unas formas de reivindicación prepolítica, como acuñaría Hobsbawm,2 el resultado de un estallido que sólo contara con sus propios elementos perdería muy pronto su fuerza inicial para diluirse sin organización y, finalmente, ser reprimido con facilidad. Pero la particularidad del movimiento contrarrevolucionario es la existencia de unos cuadros dirigentes ajenos al campesinado, formados en una cultura política distinta, con una concepción diferente del enfrentamiento y capaces de racionalizar la energía del descontento campesino. Estos cuadros dirigentes procedían de los oficiales ilimitados que habían combatido durante el Trienio contra la Constitución y disponían de experiencia insurreccional, al tiempo que poseían la capacidad organizativa necesaria para, poner en práctica el levantamiento. Las capacidades de los eclesiásticos eran muy variadas, pero, como buenos conocedores de las clases populares, extendieron la desconfianza frente al gobierno, favorecieron la incorporación de sus feligreses a las partidas o dirigieron ellos mismos a gentes armadas, lo que les convirtió en los principales ideólogos del movimiento y en legitimadores de la acción insurreccional. Junto a los oficiales ilimitados y a la multiplicidad de clérigos, muchos de ellos regulares, se localiza un conjunto diverso de funcionarios absolutistas, militares depurados y algunos miembros recelosos de las oligarquías locales. A medio camino entre la base social campesina y los cuadros dirigentes hay que considerar a los voluntarios realistas, pues proceden de la primera pero han sido instruidos y adoctrinados bajo el mismo patrón 2 Eric J. Hobsbawm, Rebeldes primitivos, Ariel, Barcelona, 1983, p. 11.
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político que los segundos. Esta posición intermedia entre la base y la elite potenció su función de correa de transmisión e hizo que la articulación del levantamiento fuera más eficaz. El éxito de la insurrección en Aragón radicó en la complementariedad entre sus dos elementos integrantes. El campesinado poseía una fuerza numérica muy notable, agitada y predispuesta al estallido como respuesta al importante grado de descontento acumulado, pero carecía de la capacidad organizativa para llevarla adelante en un movimiento eficaz y organizado con posibilidades para mantenerse en el tiempo. Por contra, los cuadros dirigentes de la contrarrevolución eran los restos fracasados de asaltos al poder mediante conspiraciones en la elite; sin embargo, poseían una concepción más amplia del conflicto que se avecinaba y una formación táctica o intelectual que les permitiría dirigir un movimiento insurreccional si hallaban quien lo respaldara. La fusión de la rebeldía campesina largamente acumulada en lo que iba de siglo y de una elite ultraabsolutista que se decidía por la vía insurreccional, como fórmula para retomar el poder, fue la clave para la pervivencia del foco insurreccional aragonés. De ella obtuvo el campesinado unos organizadores que sistematizaron y dieron curso a su importante capacidad de protesta. Por su parte, la elite contrarrevolucionaria encontró en la insurrección armada la vía capaz de propiciar un asalto al poder, y en el campesinado descontento los brazos de los que el ultraabsolutismo, como propuesta política, nunca había dispuesto. Las dudas sobre el éxito definitivo de esta alianza surgen cuando se plantea cómo hubieran podido convenir, en caso de haber triunfado, un proyecto elitista como el retorno al absolutismo con una reivindicación de clase que era la que pretendía el campesinado con la revuelta. La dualidad social de los componentes del carlismo se refleja también en la ideología que respalda la insurrección.3 Existe un mensaje interiorizado por la base social del movimiento que remite a la cultura pública del Antiguo Régimen, basado en una concepción paternalista del rey y en el papel mediador y de guía que desempeñaba la Iglesia. Es a este discurso al
3 Esta tesis ha sido desarrollada en Pedro Rújula, «El soporte ideológico de la insurrección carlista», Hispania, LVII/1, n.° 195, 1997, pp. 213-265.
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que se dirige desde el primer momento la contrarrevolución, en el Trienio Liberal y en la guerra de los siete años, lo que configura un mensaje básico y elemental, pero directo al núcleo de la concepción popular del poder y eficaz por su carácter universal y preexistente. En este ámbito el liberalismo se encuentra en franca desventaja, obligado a desplazar unos principios arraigados durante generaciones en un medio que le era adverso y sin poder contar con los mediadores naturales, los eclesiásticos, que hubieran difundido el mensaje a través de unos canales ya establecidos. Junto a éste existe otro discurso que posee una base intelectual muy diferente, pues procede de la tradición antiilustrada dieciochesca. Se trata de una ideología generada tardíamente por la elite intelectual —los eclesiásticos— y destinada para el consumo de esta propia elite y de cara al exterior. El objetivo último de dicho discurso consiste en legitimar el movimiento dándole un soporte teórico construido a posteriori sobre la estructura que proporcionaba el poder creciente de los rebeldes. De este modo, tal producción ideológica apenas dice nada sobre las motivaciones de la base social, pero sí y mucho, de las aspiraciones y proyectos de sus cuadros dirigentes. La disparidad del origen de los dos ámbitos ideológicos hizo prácticamente inviable la comunicación entre ambos y, a medida que el discurso intelectualizado de las elites fue desarrollándose —a partir de 1836—, la base fue alimentado su cohesión a través de las experiencias comunes recibidas durante el conflicto, pero sin participar del nuevo discurso legitimador. En definitiva, el fenómeno contrarrevolucionario que se produjo en Aragón durante la primera mitad del siglo XIX se inserta en la línea de los movimientos contrarrevolucionarios que se desencadenaron en Europa a partir de 1789. Como las insurrecciones que afectaron al oeste de Francia, tuvo lugar en una zona de cierto desarrollo económico durante el siglo XVIII (donde se daba la presencia de un campesinado que inicialmente no era hostil al liberalismo pero que reaccionó manifestando su descontento ante las expectativas defraudadas), entre las filas insurreccionales se encontraba un número importante de artesanos rurales, pueden identificarse comportamientos muy distintos en el ámbito rural y en el urbano, también se produjeron agresiones contra los representantes locales de la revolución, autoridades o milicianos, el conflicto derivó en guerra civil al establecerse la lucha contra un enemigo interior, poseía
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gran importancia el factor eclesiástico y la expectativa de una acción revolucionaria contra la Iglesia, y existió cierto distanciamiento entre la acción insurreccional y el desarrollo ideológico, lo que indica que se trataba una acción poco ideologizada. Otras características más acercan estas dos manifestaciones para poder considerarlas como pertenecientes a un solo género, el de las reacciones a la revolución, el de los movimientos contrarrevolucionarios que sembraron Europa con el objetivo de detener el avance de la revolución, bien por no estar de acuerdo con el cariz que tomaba, por su grado de desarrollo o, sencillamente, para restablecer el orden de cosas anterior. En este sentido, Roger Dupuy se ha visto en la obligación de recordar que es atendiendo a las estructuras sociales y económicas como se traslucen las similitudes y las raíces comunes de los fenómenos históricos, pero que, si se quieren marcar las diferencias, basta con atender únicamente a los hechos, es decir, al tratamiento exclusivo de la particularidad política. La advertencia es doblemente importante en este momento, cuando puede reconocerse una nítida intencionalidad en el retorno a los hechos y a la historia política como instrumento para el desarrollo de propuestas involucionistas dentro de la historia, algo que no tendría mayor trascendencia si no resultara, por un lado, empobrecedor, en tanto que simplifica al extremo, y, por otro, regresivo, ya que remite a etapas pasadas en el desarrollo historiográfico.
4 El ejemplo más claro está en un libro reciente, La Vendée dans l’histoire, Perrin, París, 1994, donde se recogen las comunicaciones al coloquio internacional que con el mismo título se celebró en La Roche-Sur-Yon, capital administrativa de la Vendée, para celebrar el bicentenario de la insurrección y que con el patrocinio del Conseil Général de la Vendée y el apadrinamiento de Pierre Chaunu tuvo lugar en abril de 1993. A pesar de su título engañoso, la intencionalidad del congreso —puede comprobarse en los textos institucionales que lo introducen y también en el que sirve de colofón— era continuar con la polémica del genocidio vendeano en terreno propio y hacer de la historia de la Vendée la crónica de su represión. Para ello hay una propuesta metodológica involucionista apoyada —como no se hacía desde los años sesenta— en el particularismo (p. II), la marginación de los análisis socio-económicos de la insurrección y la conversión de los hechos aislados en una categoría interpretativa, y todo ello haciendo uso de argumentos prestados por la corriente revisionista. El artículo de Roger Dupuy referido es «Vendée et chouannerie ou les apparences de la différence» (ibídem, pp. 81-88), que destaca, junto con otro de Claude Petitfrère («Conseils et capitaines de paroisse: des comportements démocratiques en Vendée?», pp. 66-80), entre los distintos trabajos englobados en torno a la temática de la sublevación vendeana.
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ÍNDICE ALFABETICO
Ababuj: 81, 354 Abecia: 241 Acha, José de: 68 Adán Trujillo, Juan: 73, 77, 78, 133, 134, 135 Ademuz: 354 Aguaviva: 185, 392, 383 Aguilar y Tayo, Francisco: 98 Aguirre (jefe carlista): 78 Aínsa, Bernabé: 439 Alacón: 386, 392, 383, 386 Alagón: 313 Alaix: 309, 318 Alarba: 414 Álava: 369, 372, 378 Álava (general): 69 Albacete: 259-260, 369, 372, 378, 383 Albalate de Cinca: 126, 263 Albalate del Arzobispo: 314, 392, 412, 418 Albarracín: 34, 42, 132, 186, 195, 285, 295, 354, 403, 443, 447 Albentosa: 325, 414 Alcaine: 383, 384, 392 Alcalá de Chisvert: 300 Alcalá de la Selva: 221, 296, 358 Alcañiz: 34, 37, 40, 42, 46, 50-51, 6769, 76, 82, 126, 128, 134-135, 140, 156, 161, 164, 182-189, 191, 195, 197, 199, 206-207, 219, 221-222, 224-225, 229, 232, 255, 257, 258, 263, 264, 271, 281, 285, 295, 297, 302-303, 307, 313, 323-324, 327-
330, 333-344, 348, 359, 382-387, 392, 402-403, 409-410, 418, 428429, 436-438, 443-444 Alcorisa: 198, 235, 263, 295, 344, 356, 383, 392 Alcotas: 300 Alcublas: 300 Alcudia: 150 Alegre (jefe carlista): 346 Alemania: 449 Alfajarín: 396 Alfambra: 77, 354 Alfarrás: 72 Algas: 67 Aliaga: 77-78, 126, 217, 285, 292, 295, 354, 356, 383, 392, 443 Aliastro, Francisco: 417 Alicante: 369, 372, 375, 378 Almazán: 241 Almería: 369, 372, 378 Almonacid de la Cuba: 439 Almonacid de la Sierra: 77 Almunia, La: 77, 80 Alto Aragón: 214-215, 218, 224, 226, 243, 447 Álvarez, Antonio María: 204-205, 207, 209, 219, 419 Alloza: 197, 383, 392 Amor, Bartolomé: 322 Amposta: 298 Anadón: 352 Andalucía: 117, 122, 173 Andorra: 217, 383, 392, 418
498 Angüés, 71 Angulema, duque de: véase Borbón, Luis Antonio de Ansó, Blas: 438 Antonini: 149 Anzánigo: 75 Añón: 74 Añón (jefe carlista): 194, 444 Añón, Miguel: 328 Aranzueque: 278 Arbaniés: 75 Arbones: 239, 247, 294 Arens: 383, 392 Ares: 347 Arévalo, José: 217, 238, 408 Arganda: 276 Argout, conde d’: 147 Argüelles, Agustín de: 63 Arias Teijeiro, José: 337 Ariño: 160, 198, 352 Ariza: 420 Armée Catholique et Royale: 9 Arrabal: 186 Arrufat, José: 246 Artalejo, Lorenzo: 244, 246 Artillero: 81 Asturias: 369, 372, 378 Atarés, conde de: 108 Ateca: 73, 78, 283, 414 Audiencia de Aragón: 50, 64 Ávila: 369, 372, 378 Ávila, Pablo: 160 Ayerbe: 423 Ayerbe, marqués de: 343 Aymerich, José: 131-132 Ayodar: 296 Aznar: 269, 271, 273 Azuara: 309 Badajoz: 369, 372, 378 Badules: 74 Baena: 442 Bailías: 44, 235 Bajo Aragón: 34, 36, 40-41, 49, 51-55, 58, 66-67, 70, 74, 76, 81, 126, 138, 139, 161, 163, 182-183, 185, 189, 191-192, 194-195, 197-199, 202,
Índice alfabético 204-206, 208, 214, 216, 218, 219, 221, 222, 224-226, 228-230, 235, 242, 247, 253, 258, 259, 261-263, 270, 285, 293, 295, 324, 326, 330331, 333, 335, 340-341, 343-345, 354, 377, 382, 386, 390-391, 395, 407, 409-410, 418, 426, 428-429, 431, 437, 440-446, 451, 454-456 Balaguer: 76 Baldellou: 75 Baleares: 369, 372, 378 Balmaseda, Juan Martín: 347 Balonga: 76 Ballestar, 71 Bañón: 81, 235, 263, 300 Barbastro: 34, 40, 50, 75, 76, 185-187, 195, 213-214, 218, 226, 267-268, 270, 403, 415, 418, 423, 454 Barber, Lorenzo: 213 Barcelona: 212, 215, 289, 324, 369370, 372, 378, 416 Bardavíu: 194 Barquero de Estadilla, el: 72 Baselga, Pascual: 268 Basilio (jefe carlista): 233, 237, 265, 284, 288 Bassecourt, Luis de: 132 Bavot, Luis: 234 Beamurguía, Juan: 158 Beceite: 67, 76, 77, 189, 191, 197, 199, 218, 226, 237-238, 263, 300, 307, 358, 383, 384, 392 Beceite, Puertos de: 139, 181, 188, 192, 194, 197, 233, 235, 241, 355, 384 Belchite: 236, 248, 250, 251, 271, 272, 281, 295, 331, 352, 439 Bélgica: 449 Beltrán, Pedro: 408 Benabarre: 34, 36, 75, 185, 226, 403 Benicarló: 298 Benifasá: 296 Bentué: 75 Berdún, Canal de: 186, 295 Berenguer: 161 Bergantes: 192 Bessières, Jorge: 75-77, 80, 82, 131132, 154, 172, 453
Índice alfabético Blanco González, José: 106 Blanco, Antonio Gaspar: 230 Bolea: 75 Boné, Pantaleón: 447 Borbón, Luis Antonio de: 83-84, 95 Bordón: 383, 392 Borja: 34, 41, 65, 76, 89, 164, 186, 195, 237, 289, 402-403, 442 Borrás, Salvador: 334 Borso: 241, 300 Bosque, Joaquín: 346-349, 408 Bourges: 341 Bretón: 184, 233 Bru: 77 Brualla, Mariano: 139 Buerens, José Clemente: 275 Bujaraloz: 314 Buñol: 300 Burgo, El: 219, 248 Burgos: 369, 370, 372, 376, 378 Burjasot: 300 Burques, Alejandro: 229 Cabañero, Juan: 239, 242, 245, 247249, 253-254, 261, 267, 270-274, 279, 281, 285-292, 295, 308, 338, 345, 347, 411, 456 Cabello, F.: 359, 419 Cabo, Marín: 246 Cabrera, Francisco: 290 Cabrera, Ramón: 184, 189, 191, 194, 197-208, 217, 220, 222-224, 227, 229-230, 233-235, 238, 240-245, 247-248, 251, 261, 270, 272-275, 278, 284-285, 291-293, 295-296, 299-301, 304-305, 307-309, 311315, 317, 318, 323, 325-326, 337, 340, 341, 345, 347-350, 355, 359, 361, 408, 410-415, 420, 443, 456 Cáceres: 369, 372, 378 Cádiz: 89, 100, 266, 369, 372, 378, 432, 434, 453 Cafranga, José: 150 Cala y Gómez, Antonio: 246 Cala y Valcárcel, Lorenzo: 246, 296 Calaceite: 67, 206, 229, 383, 386, 388, 390, 392, 394
499 Calamocha: 78, 285 Calanda: 74, 125, 139, 185, 187, 191, 206, 225, 263, 293, 295, 298, 299, 302, 328, 344, 345, 349, 382, 383, 386, 392, 394, 416 Calatayud: 34, 42, 50, 70, 73, 74, 7778, 80-82, 126, 132-135, 156-158, 160-161, 163, 182-183, 186, 187, 189, 221-222, 225-226, 237, 248, 271, 284, 289, 321, 349, 396-398, 400, 402-403, 414, 420, 428, 436, 447, 454 Calatorao: 77 Calatrava: 428 Calcena: 195 Caldes: 296 Calomarde, Francisco Tadeo: 132, 143, 145-146, 149-150, 157, 165 Calvo, Francisco: 213 Camarena: 354 Camarillas: 81, 241, 285, 296, 344, 350 Campás, Joaquín: 160 Campos: 159 Campos, Mariano: 98, 160 Camps y Mur, Jaime: 246 Canal Imperial de Aragón: 36, 160 Canalé, Miguel: 439 Canarias: 369, 372, 377-378 Candasnos: 139 Cantavieja: 234-238, 240-241, 250, 260-263, 272, 274, 293, 295-296, 298-299, 302-303, 305, 320, 324, 334, 337, 355, 358, 439, 456 Cañada de Verich, La: 350, 383, 386, 392, 394 Cañizar: 344, 383, 386, 393-394 Capapé, Joaquín: 74, 76-77, 80, 82, 99, 125, 127-131, 133, 154, 161, 172, 183, 407, 409, 453 Capdevila, Sebastián: 281: Capitanía General de Aragón: 50, 6566, 78-79, 123, 132 Caragol: 186 Cariñena: 189, 221-222, 248, 263, 295, 303, 309, 439 Carlos IV: 22
500 Carlos X: 143 Carlos María Isidro de Borbón: 5, 6, 106, 135, 137, 143, 146-149, 151, 156, 159, 162-163, 165-170, 180, 183, 184, 200, 203, 211, 243-244, 246, 250, 266-267, 274-276, 278279, 284, 287, 292, 312, 336-339, 360-361, 370, 414, 416, 418, 422, 424, 441, 443 Carnicer, Manuel: 20, 183, 184, 187, 189, 191, 193-194, 196-204, 272, 407-410, 412, 455 Carondelet, barón de: 77, 278 Carvajal, José María de: 116, 122 Casadevall, Luis: 408 Casbas: 75 Caspe: 50, 67-69, 74, 77, 139, 182, 187, 191, 205, 208, 221, 235, 242, 263, 271, 285, 295, 298, 302, 314, 324, 327, 330, 332-335, 359, 382, 383, 386, 393, 394, 413, 418 Castaños, Melchor: 323 Castejón: 74, 314 Castejón, Manuel: 423 Castel de Cabra: 344, 383, 393 Castelfavit: 296 Castelnou: 271 Castelserás: 206, 217, 271, 344, 348, 383, 386, 393, 394, 444 Castellá, José: 234 Castellón: 189, 192, 235, 240, 250, 272, 323-324, 344, 355, 368-369, 371-373, 375, 377-378 Castellote: 197, 232, 296, 352, 355356, 383, 393-394, 415 Castells, Juan Bautista: 234 Castiliscar: 267 Castilla: 41, 81-82, 132, 173, 225, 233, 243, 246, 278, 301, 456 Catalán, Benito: 247, 408, 411 Cataluña: 14, 30, 34, 39-42, 46, 67, 74-75, 77, 80, 117, 119, 138-140, 146, 161, 185, 186, 191, 197, 200, 202, 212, 214, 215, 224-226, 233, 243, 246, 266, 268, 270, 272, 281, 296, 298, 322, 359, 436, 451
Índice alfabético Cathelineau: 19 Celadas: 326 Cella: 299 Cenia, La: 245, 248, 261, 359 Centellas, conde de: 108 Cerollera, La: 303 Cetina: 246 Ceuta: 369, 372, 378 Chafandín: 74 Chambó: 73-74, 81 Charpel: 74 Chaunu, Pierre: 461 Chelva: 296 Chiprana: 208, 263, 271 Cholet: 9 Chulví: 139 Cien Mil Hijos de San Luis: 87, 407 Cinca: 72, 75, 226, 270, 295, 415 Cinco Villas: 41, 81, 186, 195, 225, 403, 438 Cistué: 66 Ciudad Real: 369, 372, 378 Codo: 279, 349 Codoñera, La: 183, 217-218, 383, 393394 Conesa, Francisco: 189, 191, 197-198, 255, 408 Constitución: 61-64, 66, 68, 85, 87, 91, 126, 129, 134, 154, 203, 209, 213, 229-233, 237, 243, 297, 339, 421, 435, 450, 458 Convención, guerra de la: 41 Córdoba: 369-370, 372, 378 Cortés, Ignacio: 160 Cortes de Cádiz: 22, 45, 85 Coruña, La: 289, 369 Costeán: 195 Cosuenda: 281 Covarsi, Cosme: 135 Cretas: 383, 386, 393, 394 Crivillén: 217, 296 Cruz, José de la: 130-131 Cubells, Miguel: 296 Cucalón: 191 Cuenca: 233, 369-370, 372, 378 Cuenca Minera: 195, 197, 384 Cuevas de Cañart: 383, 384, 393
Índice alfabético Cuevillas, Ignacio Alonso: 156, 159160, 281, 338 Cura de Viacamp: 284, 288, 294 Daroca: 34, 36-37, 42, 76, 81, 132, 156, 160, 162, 198, 204, 221, 225226, 248-249, 271, 281, 289, 323324, 331, 352, 396, 402-403, 428, 436 Década Absolutista: 86 Dessy: 191 Díaz de Labandero, Pedro Alcántara: 117-118, 267 Don Carlos: véase Carlos María Isidro de Borbón Dos Torres, Las: 383, 393 Dumas: 75 Dumont, Manuel: 138 Dupuy, Roger: 461 Dusén, Pedro: 423 Ebro: 34, 36, 39-42, 49-50, 67, 74, 139, 156, 163-164, 184, 186, 191, 205, 235, 242, 249-250, 259, 270, 295, 313-314, 318, 322, 324, 334335, 359, 375, 384, 402, 427, 428, 431, 436, 451 Ejea de los Caballeros: 268, 309, 423 Ejulve: 235, 263, 383, 384, 393 Elizalde, Pío: 160 Elliot, Edward: 316 Emilio (brigadier): 191 Encina y Piedra: 150 Encinacorba: 245 Enclusa, José: 246 Épila: 279, 443 Eroles, barón de: 75 Erruz, José: 246 Escatrón: 256, 263, 271, 383, 393 Escorihuela, Jaime: 246 Escorihuela, José: 413-414 España, conde de: 107, 114-115, 131, 132, 347 Espartero, Baldomero: 278, 280, 338340, 343-344, 347, 349-350, 353357, 359-361, 457
501 Espinard: 286, 294 Espoz y Mina, Francisco: 143, 226, 230 Espuis, Manuel: 160 Estadilla, 72 Estatuto Real: 194, 207, 211-212, 406, 435, 457 Estella: 266 Esteller, Juan Bautista: 290-291 Estercuel: 344, 383, 393 Europa: 23 Expedición Real: 243-244, 261, 265, 275, 281, 283, 456 Extremadura: 132 Ezpeleta, conde de: 123, 151, 158, 161-162, 181 Fabara: 359, 382, 383, 384, 393 Fayón: 140 Fernández Marcellán, Joaquín: 98 Fernando VII: 10, 61, 86-87, 89, 92, 94-95, 102, 105, 124-126, 133, 136-138, 140-145, 149, 152, 153, 154, 155, 159, 162, 164-165, 167, 169-171, 174, 179, 180, 211, 212, 407, 435, 453 Ferrer, Ignacio: 160 Ferrer, Joaquín: 418 Ferrer, Vicente: 246 Folga (jefe carlista): 194 Fontana, Josep: 54 Fonz: 72, 75 Forcadell, Domingo: 47, 197, 202, 217, 270, 274, 278, 308, 313, 325, 408 Forcall: 296, 311 Ford, Richard: 18 Forniés, 72 Fórnoles: 383, 386, 393, 418, 441 Fortanete: 350, 358, 383, 386, 393 Fournes, Blas de: 151 Foxá: 233 Foz, Braulio: 441, 442 Foz Calanda: 344, 383, 393 Fraga: 73, 77, 78, 139 Fraile, el: 72 Fraile Esperanza, el: véase Sancho, Miguel
502 Francés, Bernardo: 418 Francia: 8, 10, 18, 21-23, 90, 143, 163, 323, 339, 359, 369, 372, 378, 407, 449 Francisca, doña (esposa de D. Carlos): 167 Franco (jefe carlista): 221 Franco, Carlos: 216 Frax, Juan Lorenzo: 246 Fresneda, La: 76, 229, 383, 418 Fuentes: 78, 219 Fuentes, conde de: 108, 160 Fuentespalda: 383, 393 Fuster, Pedro: 215 Gaeta, Francisco: 244 Galicia: 456 Galve: 81 Gallego, Ramón: 260 Gandesa: 235, 289, 298 García, Tomás: 194, 197 García Meras, Antonio: 328 Garelly, Nicolás María: 348 Gargallo: 344 Garín, Antonio: 415 Garu, Antonio: 98 Garzón, padre: 416, 444 Gastón: 19 Gayoso, Tomás: 246 Gea de Albarracín: 408 Gelsa: 74 Gerona: 369-370, 372, 378 Ginebrosa, La: 383, 393 Giner (jefe carlista): 267 Girón, Pedro Agustín: 122 Gitano, el: 77-78 Godechot, Jacques: 449 Gómez, Miguel: 203, 233, 238, 243, 265, 266, 370 González Gaeta, Francisco: 246 González, Joaquín: 423 González, Mariano Rufino: 93 Gramsci, Antonio: 24 Gran Bretaña: 19 Granada: 116, 369, 372, 376, 378 Granja, La: 121, 146, 147, 150, 155, 166, 172, 233, 453
Índice alfabético Graus: 75, 226 Grimarest, Pedro de: 101, 130 Guadalajara: 126, 186, 189, 226, 295, 298, 369, 372, 375, 378 Guadalope: 191, 382, 384 Guardia Real: 73 Gúdar: 82, 194 Guedea, Joaquín: 438 Guergué, Juan Antonio: 213-214, 218, 220, 224, 265 Guipúzcoa: 369, 372, 377-378 Herrera Dávila, José: 324 Herrera de los Navarros: 160, 281 Herrero, Vicente: 408, 411 Hervés, barón de: 108, 133-136, 184185, 187, 202, 410, 454 Hierro, Felipe: 73 Híjar: 270, 285, 295, 383, 393, 418, 444 Hobsbawm, Eric J.: 27, 458 Hore, Rafael: 184 Horta: 77, 221, 296, 358 Hoz de la Vieja, La: 77, 160 Huesa: 76, 81, 249, 285, 408 Huesca: 40, 42, 50, 70, 72, 73, 75-76, 80-81, 163, 218, 228, 249, 268, 289-290, 351, 369-370, 372, 378, 391, 403, 443 Huici, J.: 212 Iglesuela, La: 383, 396, 393 Igriés, 71 Independencia, guerra de la: 41, 47, 52, 57, 83, 134-135, 160-161, 426, 450 Infantado, duque del: 87 Inquisición: 88, 101 Isabel II: 127, 155, 158, 163, 164, 167, 169, 183, 207, 210, 213, 232, 310, 339, 363, 416-417, 435 Italia: 449 Iturralde, Francisco: 220 Izquierdo, José: 186 Jaca: 37, 40, 75, 281, 289, 403, 423 Jaén: 369-370, 372, 378 Jalón: 42, 271, 318
Índice alfabético Jatiel: 271 Jiloca: 161, 189, 221, 250, 318, 324, 335 Juan Manuel (jefe carlista): 194, 197 Junta Auxiliar Gubernativa: 234 Junta de Armamento y Defensa: 271 Junta de Purificación de Empleados Civiles de Aragón: 90 Junta de Voluntarios Realistas: 112-113 Junta Provisional de Gobierno: 86-88, 97 Junta Superior Gubernativa: 212, 215, 216, 230-232 Junta Superior Gubernativa de Aragón: 61-62 Jusepón: 444 Lacebrón, Aniceto: 246 Lacy: 407 Ladrón, Santos: 80, 81 Ladruñán: 202, 383, 393 Lafiera: 247, 270 Lama, Pepe: 408 Lanaja: 74 Lanuza: 362 Larroche, Manuel: 438 Latorre de Trasierra, Gerónimo de: 93, Latorre Trasierra, Lorenzo: 134-135 Latre, Manuel: 304-305 Layana: 267 Lazán, marqués de: 61, 64-66, 152 Lazán, marquesa de: 66 Lécera: 352 León: 369, 372, 378, 415 León, Mariano: 76, 78, 81, 133-134, 139 Lérida: 73, 126, 161, 369-372, 378 Lerín: 186 Leyva, Juan de: 290 Lichnowsky: 275 Ligero, Gregorio: 84 Linares (coronel): 185, 207 Linares: 354 Línea, La: 143 Litera, 72 Lizuain, José: 98 Llangostera, Luis: 242, 269, 271, 273274, 299, 308, 313, 325, 333
503 Llauder, Manuel: 144 Lledó: 383, 393 Llosa, barón de la: 81 Logroño: 182, 289, 369, 372, 375, 378 Loira: 9 Longares: 303 Lorenzo, (general): 278 Lucas, Colin: 29 Lucena: 326 Luco: 383, 393 Lugo: 369 Luis XVIII: 82 Luis Felipe de Orleans: 143 Luna: 268 Madoz, Pascual: 425, 442 Madrid: 27, 39, 65, 72-73, 89, 91, 104, 128, 132, 147, 150, 153, 159, 168, 212, 214, 233, 243, 265-266, 275-276, 281, 289, 293, 298, 314, 323, 347, 369-370, 372, 375-376, 378, 416 Maella: 74, 76, 205, 218-219, 252, 270, 309, 313, 359, 382, 383, 384, 393-394 Maestrazgo: 30, 31, 44, 73-74, 181182, 184-185, 189, 191, 197-198, 200, 204, 225, 235, 240, 242, 243, 275, 283-285, 295-296, 299-300, 324, 344, 348-351, 355, 358, 367, 373, 375, 377, 386, 408, 410, 426, 437, 441, 445-446 Maicas: 160, 186 Málaga: 293, 369, 372, 378 Malón: 78 Mallén: 250 Mallorca: 407 Manolín: 207, 220, 275 Manzanera: 81, 185 Marañón, Antonio: 75-76 Marco, José Antonio: 63 Marcoval, José: 185 María Cristina de Nápoles: 142, 146, 148, 166, 168, 171, 175, 179, 212, 214, 265, 317, 325, 339, 349-350, 425, 434, 453 Maroto, Rafael: 336-338
504 Martín, río: 384 Martínez, Cristóbal: 160 Martínez, Tomás: 234 Martínez de la Rosa, Francisco: 348 Mas de las Matas: 344, 350, 383, 394 Mas del Labrador: 206, 383 Mata, La: 344, 386 Matarraña: 67, 73-74, 191-192, 198, 222, 382, 384 Mateo, Juan José: 160 Mateu, Ramón: 246 Mayals: 191, 416 Mazaleón: 125 Mazarredo, Manuel: 199 Mazauric, Claude: 29 Mediana: 279 Medinacelli: 74 Mendago, Eulogio: 219 Méndez de Vigo, Pedro: 77 Mendizábal, Juan Álvarez: 231 Menorca: 151 Mequinenza: 67, 74, 76, 77, 80, 160, 195, 313-314, 327, 333-334, 359 Merino, Jerónimo: 186, 292, 294-295, 443 Mestre, José: 184, 192 Mezquita, Joaquín: 209 Mignet: 171 Miguel, don: 148 Mijares, Manuel: 296 Milans del Bosch, Francisco: 143 Milicia Nacional: 68-71, 73, 90, 95, 98, 102-104, 189, 199-200, 207210, 217, 226, 237, 248, 254, 262, 264, 280, 283, 287-289, 293, 310, 317, 326, 351-352, 360-362, 438, 445 Ministerio de la Guerra: 65 Miralles, José: 20. 73, 185, 197, 198, 217-218, 227, 238, 274, 408 Miralletas: 76 Mirambel: 263, 296, 383, 386, 393394 Miranda, Silvestre: 246 Miranda de Ebro: 202 Molina de Aragón: 74, 189, 223, 226, 324, 414
Índice alfabético Molinos: 418 Mombiola: 220, 273, 415 Monasterio de Piedra: 285, 416 Monasterio de Veruela: 416 Monasterio del Olivar: 296 Moncayo: 161, 284 Mondoñedo: 415 Monegros: 313 Monreal: 299 Monroyo: 303-304, 383, 393, 394 Montagut: 76 Montalbán: 74, 77-78, 126, 217, 225, 235, 285, 292, 295, 299, 307, 314, 327, 331, 337, 344, 383, 386, 388, 390, 393-395 Montañés, Enrique: 125,-127, 184, 187, 189, 191, 197, 198, 200, 217, 234, 336, 408, 412 Monteagudo: 354 Montenegro, Juan: 337 Montes, Felipe: 76, 83, 210, 214-215, 233 Monzón: 213 Mora de Ebro: 358 Mora de Rubielos: 185, 221, 235, 324 Morella, 73, 78, 135, 140, 183, 185, 225, 235, 261, 285, 292-293, 296300, 302-309, 318, 320, 323-324, 334-345, 347, 355, 359, 360-362, 410, 412, 415, 454, 456 Moreno, Francisco: 290, 309 Morés: 78 Mosqueruela: 197 Muel: 267 Muela, La: 160, 313 Muniesa: 222, 292, 353 Muñagorri, José Antonio de: 301 Muñoz y López, Jerónimo: 282 Murcia: 253, 259, 293, 312-313, 316, 343, 369-370, 372, 378 Murviedro: 285, 323, 336 Nantes: 9 Napoleón: 83, 101 Narváez, Ramón María: 233 Navarra: 41, 75, 143, 162, 182, 186, 195, 202-203, 213-214, 224-225,
Índice alfabético 241, 263, 266-268, 270, 272, 292, 295, 308, 322, 336, 343, 349, 359, 369, 372, 378, 436, 438, 450 Navarrete, Manuel: 219 Navarro Caudete, Nicolás: 156 Navascués, Joaquín: 76 Negri, conde de: 161, 297 Niza: 340 Noguera: 226, 284 Nogueras, Agustín: 151, 191, 198, 199, 204, 221-222, 227-229, 253, 300, 322-324 Nogueras de Santa Cruz: 185 Nonaspe: 140, 208, 333, 383, 393 Núñez Céspedes, Joaquín: 423 O’Callaghan, Ramón: 297 O’Donnell, Leopoldo: 324, 344, 357 Obón: 383, 393 Ocaña, Francisco: 151 Oliete: 160, 217, 383, 393 Oliete (jefe carlista): 194 Olmos, Los: 194, 344, 383, 393 Oñate, Manuel: 81 Oraa, Marcelino: 258-261, 265, 278, 280, 299-301, 304, 305, 308, 318, 443 Orcajo: 311 Orense: 369 Organista, el: véase Herrero, Vicente Orihuela: 375, 415 Oroz, mosén Manuel: 74 Orúe, Juan José: 186 Os: 72 Otal: 161 Oteo Oriz, José: 396 padre Escorihuela: véase Escorihuela, José País Valenciano: 30, 440 País Vasco: 12, 162, 181, 186, 322, 450 Países Bajos: 449 Palafox, José de: 61, 89, 152, 154, 216, 253, 289 Palencia: 369, 372, 378 Palomar: 383, 393 Pallaruelo: 74
505 Pamplona: 39, 84, 349, 420 Paniza: 245, 267, 396 Pardiñas, Ramón: 307, 309, 310-311 Parras de Castellote: 383, 393, 415 Pedret, Ramón: 246 Pedrola: 307 Pedrola, José: 160 Pelayo: 362 Pellicer, Juan Bautista: 246 Pendencias: 81 Penne Villemur: 186, 200, 410, 454 Peñagolosa: 198 Peñarroya: 221, 383, 393 Peñíscola: 324 Peracense: 314 Perciba, Vicente: 246 Peret del Riu: véase Beltrán, Pedro Pericón: 444 Pezuela, Juan de la: 198 Pina: 160, 189 Pirala, Antonio: 222-223, 244, 296, 345, 414 Pirineos: 40, 225 Pitarque: 356 Polo (jefe carlista): 326 Polo y Monge, Ángel: 209, 226 Polonia: 369, 372, 378 Pons (jefe carlista): 272 Pons, Ángel: 151 Pontevedra: 369, 372, 378 Portellada: 383, 393 Portugal: 148, 162, 165, 170, 369, 372, 378 Pover, Blas: 209 Pragmática Sanción: 142 Priorato: 161 Puebla de Castro, La: 75 Puebla de Híjar, La: 263, 279, 280 Puertolas, José: 140, 161, 183, 409 Puertomingalvo: 383, 386, 393 Puigmoreno: 198 Pulsador: 74, 78 Queiles: 42 Quesada, Vicente Jenaro de: 18, 72, 75 Quílez, Joaquín: 20, 191, 194, 197, 200, 202, 206, 209, 217-224, 227,
506 238, 271-272, 274-275, 407-408, 411-412, 414, 443-444 Quinto: 195, 219, 271, 279 Ráfales: 81, 204, 383, 393, 412 Ralda, José: 139 Ram de Víu y Pueyo, Rafael: véase Hervés, barón de Rambla: 73-74, 76-77, 125, 184 Ramonet: 239 Rayneval, conde de: 147, 148, 150151, 166, 171, 180 Rayo (cabeza carlista): 359 Rebollo: 194, 197 Regencia: 166, 168, 170, 171, 175, 179-180, 182, 187 Restauración: 83 Riego, Rafael de: 66-67, 70, Rincón de Soto: 241, 244, 251 Ríos, Francisco: 159, 160 Roche, Javier: 438 Roche-Sur-Yon, La: 461 Roda, Luis: 98 Rodil, José Ramón: 18, Romea, Policarpo: 210, 424 Ros de Eroles: 220 Rosell: 261 Rovira, Joaquín: 159 Royo, el: véase Capapé, Joaquín Royo de Nogueruelas, el: véase Catalán, Benito Rubielos de Mora: 221, 296, 307 Ruiz, Francisco: 227-228 Rute: 233 Sádaba: 267 Sáez, Víctor: 412 Saint-Marcq, Felipe de: 115 Salamanca: 369, 372, 378 Salaverri: 75 Salinas de Tierzo: 285 Samper de Calanda: 219, 263, 271, 295, 298, 383, 393, 407 San Juan de Jerusalén: 428 San Miguel, Evaristo: 232, 237, 240241, 261, 298-299
Índice alfabético San Miguel, Santos: 300, 303, 305, 309-310 Sánchez Ramo, Félix: 301, 307-308, 363 Sancho, Miguel: 408, 411 Sangorín, Aniceto: 257-258 Sanjuán: 98 Santa Alianza: 82, 87 Santa Cruz, F.: 359, 419 Santa Eulalia: 75, 285, 326 Santiago: 428 Santolea: 383, 384, 393, 415 Sanz, Atilano: 98 Sariñena: 76-78, 139 Sarrión: 325 Sas y Plana, José: 98, 160 Sástago: 78-79, 81, 218-219, 271, 384, 393 Sebastiani: 150 Segastián, Juan: 246 Segorbe: 240, 324, 349 Segovia: 369, 372, 375, 378 Segura: 307, 316, 318-319, 322, 325, 344, 347, 352-355, 358, 456 Seo de Urgel: 75, 80 Serrador, el: véase Miralles, José Serrano: 439 Serrano, Francisco: 216, 219, 221 Sevilla: 156, 369-370, 372, 378 Sevilla, Juan: 296 Sierra, Antonio: 438 Siétamo: 75 Sigüenza: 126, 161, 226, 298 Sistema Ibérico: 37, 50, 189 Solanot, Valentín: 63 Soler, Francisca: 89, 147, Soler, Tomás: 219 Soria: 186, 226, 369-370, 372, 375, 378, 423 Soria, Manuel: 232-233, 295 Soriano, Tomás: 98 Sos: 75 Stendhal: 265 Stofflet: 19 Suárez, Manuel: 248 Subías, Florencio: 423 Suiza: 449
507
Índice alfabético Tabaco (jefe carlista): 74 Tabuenca (brigadier): 191 Tales: 326 Tallada, Antonio: 308, 408 Tamarite, 72, 73, 185, 186 Tarazona: 34, 41, 50, 74, 114, 160161, 164, 226, 237, 248, 251, 402403, 421, 442 Tardienta: 74 Tarifa: 92, 93 Tarragona: 285, 297, 369, 371-373, 377-378 Tarraqual, Tomás: 294-295 Tauste: 438, 443 Tell: 277 Temprado, R.M.: 359, 419 Tena, Agustín: 77, 129, 160, 185, 239, 245, 247-249, 254, 269-270, 273, 408 Tenerías: 186 Terrer: 73 Teruel: 34, 36, 38, 40, 46, 50-51, 58, 77, 80-82, 108, 126, 132, 135, 151, 156, 185, 204, 223-226, 235, 240, 243, 260-261, 281, 285, 289, 292, 295, 299, 301-305, 307, 308, 311314, 323-324, 326, 335, 344, 350, 354, 358, 363, 368, 369, 371-373, 375, 377-378, 391, 403, 429, 436, 443, 447 Tiermas: 75 Tierra Baja: véase Bajo Aragón Tillier, Claudio: 87 Tilly, Charles: 23 Toledo: 99, 369, 372, 378 Tolosa: 163 Tolosana, Felipe: 76 Tolrá: 225 Toreno, conde de: 216 Torner: 202, 217, 224, 227, 229, 414 Torniés, Joaquín: 160 Torras, Jaume: 137 Torre de Arcas: 384, 393 Torre de las Arcas: 384, 393 Torre del Compte: 384, 393 Torrecilla: 206, 229, 384, 393
Torrecilla del Rebollar: 76 Torres (brigadier): 78 Torrevelilla: 263 Torrijos, José María: 143 Tortosa: 138, 161, 184, 226, 229-230, 263, 265, 324, 412 Trapense, el: véase Marañón, Antonio Trego: 218 Tremp: 75, 415 Trienio Liberal: 55-56, 58, 61, 63, 65, 67, 78, 83, 86, 88, 89, 92, 127, 133-136, 141, 158, 183, 262, 406, 411, 422, 427, 433-434, 450, 452455, 458, 460 Tronchón: 384, 386, 393 Tudela: 163, 186, 214, 289 Turreau: 9 Ulldecona: 274, 300, 408 Ullman: 80 Urdués: 75 Urrea de Gaén: 345, 393 Urrea de Jalón: 312, 384 Utrillas: 384, 386, 393 Valdealgorfa: 384, 393 Valdeltormo: 204, 206, 336, 384, 393 Valderrobres: 199, 218, 230, 384, 393 Valdés, Francisco: 92, 143 Valencia: 14, 40, 41, 135, 161, 186, 197, 200, 202, 212, 215, 225-226, 233-235, 241, 244, 246, 250, 261, 263, 266, 274, 289, 293, 296-298, 306, 312-313, 316, 324, 340, 343, 351, 354, 360, 368-369, 372-373, 376, 378, 416, 456 Valentín, José: 246 Valero: 161 Valjunquera: 206, 384, 393 Valladolid: 369, 372, 378 valle del Ebro: 50 Vallés (jefe carlista): 194 Valles, barón de los: 152 Van Halen, Antonio: 308, 310-311, 314, 316-318, 322, 336, 443 Vaquer, Francisco Paula: 156
508 Vendée: 11, 14, 19, 21-22, 25, 461 Vergara: 336 Vergara, Convenio de: 335, 337, 338, 343, 345-456 Vich: 138 Victoria, Carlos: 185 Victoria, duque de la: véase Espartero, Baldomero Vilanova, Nicolás: 296 Villafranca: 20, 74, 336 Villahermosa: 355 Villalengua: 78 Villar, Manuel: 107, 159, 160 Villar de los Navarros: 76, 279 Villarluengo: 202, 384, 386, 393 Vinaroz: 135, 241, 293, 298, 324 Vitoria: 266, 289 Vizcaya: 369, 372, 377-378 Voluntarios Realistas: 92-96, 97-111, 114, 115, 117-123, 134, 138, 140, 161, 164, 172-173, 183, 185, 297 Zaida, La: 271 Zamora: 369, 372, 378 Zapater, Francisco: 229
Índice alfabético Zaragoza: 27, 34, 36-41, 45-47, 50, 6263, 66, 68, 70, 78, 80, 82, 84, 90, 96, 98-100, 106, 108-109, 111-112, 115-119, 122-123, 126, 134, 144, 155. 157-164, 181, 182, 185-187, 200, 202-205, 207, 210, 211, 214216, 222, 227, 228, 230, 231, 236, 248-249, 251, 254, 257, 270-272, 281, 283, 285-287, 289-293, 295, 298, 302, 305-306, 308-314, 317, 319-321, 325-326, 329, 332, 336, 339-340, 341, 343-345, 350-354, 356, 359-362, 368, 369, 372, 373, 375-378, 391, 402-403, 407, 410, 415-422, 424, 438, 439, 444 Zaragoza, Tiburcio de: 206 Zaratiegui, J.A.: 278 Zarco del Valle: 75 Zea Bermúdez, Francisco: 150-155, 157, 170-171, 179-180, 348, 434 Zumalacárregui, Tomás: 189 Zurbano, Martín: 352, 356, 358 Zurita: 185
ÍNDICE DE CUADROS 4.1. 4.2. 4.3. 7.1. 10.1. 10.2. 10.3. 10.4. 10.5. 10.6. 10.7. 10.8. 10.9. 10.10. 10.11. 10.12. 10.13. 10.14. 10.15. 10.16.
Zaragoza. Voluntarios realistas, 1823-1833. Cifras absolutas ................... Zaragoza. Voluntarios realistas, 1823-1833. Porcentajes anuales .............. Zaragoza. Recaudación de los arbitrios destinados al mantenimiento de los voluntarios realistas (en reales de vellón) ............................................. Milicia Nacional y guarniciones militares en el Bajo Aragón .................... Procedencia de los prisioneros carlistas capturados en Aragón y Valencia (1839-1840) ............................................................................................ Graduación de los prisioneros carlistas capturados en Aragón y Valencia (1839-1840) ............................................................................................ Militares entre los prisioneros carlistas capturados en Aragón y Valencia (1839-1840) ............................................................................................ Cifras absolutas y porcentajes de prisioneros carlistas en Aragón por corregimientos (1839-1840) .................................................................... Corregimiento de Alcañiz. Fugados a las partidas (1834-1836) ................ Corregimiento de Alcañiz. Distribución por profesiones de los fugados a las partidas en 1835 ................................................................................. Corregimiento de Alcañiz. Distribución de los fugados a las partidas en 1835 por sectores de actividad económica ................................................ Actividad económica de los miembros de las partidas de Calaceite y Montalbán en 1835 con relación al censo de 1825 .................................. Actividad económica por sectores de los miembros de las partidas de Calaceite y Montalbán en 1835 con relación al censo de 1825 ................. Corregimiento de Alcañiz. Propiedades rústicas de los fugados a las partidas (1836) ............................................................................................... Corregimiento de Alcañiz. Propiedades personales y de los padres de los fugados a las partidas de varios pueblos (1835) ........................................ Relación del estado civil, oficio y bienes de los fugados a la facción en Montalbán (1835) ................................................................................... Posición social de los carlistas. Calatayud ................................................ Influencia política de los carlistas. Calatayud ........................................... Voluntarios realistas en Aragón por corregimientos .................................. Jefes carlistas. Naturaleza y actividad ........................................................
108 109 111 263 369 372 378 382 383 386 387 388 390 392 394 395 397 400 403 408
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ÍNDICE DE MAPAS 2.1. 2.2. 5.1. 5.2. 5.3. 5.4. 6.1. 6.2. 7.1. 7.2. 7.3. 7.4. 8.1. 8.2. 8.3. 9.1. 9.2. 10.1. 10.2. 10.3. 10.4. 10.5.
Crecimiento de la población aragonesa por corregimientos, 1711-1800 ... Áreas de dominio señorial en el Aragón del siglo XVIII ........................... Actividad de las principales partidas entre octubre de 1833 y febrero de 1834 ........................................................................................................ Actividad de las principales partidas entre los meses de marzo y junio de 1834......................................................................................................... Actividad de las principales partidas entre los meses de junio y diciembre de 1834 .................................................................................................. Itinerarios seguidos por Cabrera y Carnicer en sus viajes al País Vasco ..... Actividad carlista desde abril de 1835 hasta agosto de 1836 ..................... Actividad carlista desde septiembre hasta diciembre de 1836 .................. 1837 hasta la entrada de la Expedición Real ............................................. 1837. Entrada de la Expedición Real en el norte y aprovisionamiento en el sur ........................................................................................................ 1837. La Expedición Real al sur de Aragón .............................................. 1837. La situación hasta fin de año .......................................................... Actividad carlista hasta el 5 de marzo de 1838 ........................................ 1838 entre el 6 de marzo y la retirada de las fuerzas de asalto de Morella . Actividad carlista desde septiembre de 1838 hasta agosto de 1839 ........... Evolución del conflicto entre septiembre de 1839 y enero de 1840 .......... Avance liberal sobre posiciones carlistas entre febrero y mayo de 1840 ..... Procedencia de los prisioneros carlistas capturados en Aragón y Valencia (1839-1840) ............................................................................................ Soldados carlistas capturados en Aragón y Valencia (1839-1840). Significación sobre el total de prisioneros por provincias .................................... Mandos medios y básicos carlistas capturados en Aragón y Valencia (1839-1840). Significación sobre el total de prisioneros por provincias .... Oficiales carlistas capturados en Aragón y Valencia (1839-1840). Significación sobre el total de prisioneros por provincias .................................... Desertores del ejército gubernamental. Tasas sobre los totales provinciales
35 43 190 193 196 201 220 239 247 269 273 277 288 294 315 346 357 371 373 374 374 376
512
Índice de mapas
10.6.
Prisioneros carlistas capturados en Aragón por corregimientos (18391840) ....................................................................................................... 10.7. Porcentaje de prisioneros carlistas en Aragón con respecto a la población de cada corregimiento (1839-1840) ........................................................ 10.8. Corregimiento de Alcañiz. Cifras absolutas de «fugados a la facción» (1833-1836) ............................................................................................ 10.9. Corregimiento de Alcañiz. Porcentaje de «fugados a la facción» sobre la población total (1834-1836) .................................................................... 10.10. Porcentaje de voluntarios realistas en Aragón con respecto a la población de cada corregimiento (1825) .................................................................. 10.11. Cifras absolutas de voluntarios realistas en Aragón por corregimientos (1825) .....................................................................................................
379 381 385 385 404 405
ÍNDICE PRÓLOGO (Josep Fontana) ..........................................................
IX
NOTA PRELIMINAR ..................................................................
1
PARTE I 1. REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN EN EUROPA 1.1. Conexiones entre los fenómenos contrarrevolucionarios europeos ........................................................................... 1.2. Contrarrevolución y carlismo ........................................... 2. ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN ARAGÓN DURANTE LA CRISIS DEL ANTIGUO RÉGIMEN .................................... 2.1. La economía aragonesa en el siglo XVIII .......................... 2.2. Crisis del Antiguo Régimen .............................................. 2.3. Rebeldía campesina en el contexto de la depresión económica .................................................................................
5 8 23
33 33 44 49
PARTE II 3. LA ESENCIA DEL CONFLICTO: EL TRIENIO LIBERAL 3.1. Reacción en las instituciones ............................................ 3.2. Disturbios urbanos .......................................................... 3.3. La agitación inducida ....................................................... 3.4. Extensión del conflicto .....................................................
61 61 67 71 76
514
Conclusiones
3.5. La Capitanía General de Aragón en estado de guerra ........ 3.6. Los límites de la insurrección ............................................
78 80
4. EL NEXO CONTRARREVOLUCIONARIO ....................... 4.1. Los planteamientos básicos del régimen absolutista ........... 4.2. Los voluntarios realistas .................................................... 4.2.1. Los cuerpos de voluntarios realistas ........................ 4.2.1.1. Fase de absolutismo militante ................... 4.2.1.2. El Reglamento para los cuerpos de Voluntarios Realistas de 1824 ............................... 4.2.1.3. Fase de absolutismo interesado ................. 4.2.1.4. Fase de absolutismo mercenario ................ 4.3. Conflictos internos en el realismo ..................................... 4.3.1. Los ilimitados ........................................................ 4.3.2. El levantamiento de Joaquín Capapé ..................... 4.3.3. Riesgos realistas para el absolutismo ....................... 4.3.4. Conexiones entre los cuadros de la contrarrevolución 4.3.5. La sublevación de los malcontents vista desde Aragón 4.4. 1832 ................................................................................. 4.4.1. Sobre el control del poder a finales de los años veinte ..................................................................... 4.4.2. La crisis política de La Granja ................................ 4.4.3. Conspiraciones carlistas anteriores a la muerte de Fernando VII ......................................................... 4.4.4. El año decisivo que llevó hasta la muerte del rey .... 4.4.5. Recapitulación final sobre el significado de la década absolutista .........................................................
85 86 94 94 97 102 110 119 124 125 127 131 132 136 141 141 147 155 165 172
PARTE III 5. LA REPRODUCCIÓN DEL CONFLICTO: LA GUERRA CIVIL CARLISTA .................................................................. 5.1. Estalla el conflicto: El asalto a las ciudades ........................ 5.2. La partida como estrategia insurreccional .......................... 5.3. Consolidación del foco carlista del Levante. El conflicto entre Carnicer y Cabrera ...................................................
179 181 187 199
515
Conclusiones 6. CABRERA Y LA CONSOLIDACIÓN DE LA REBELIÓN ARMADA ............................................................................... 6.1. Reestructuración de las fuerzas insurrectas ........................ 6.2. El despertar de la revolución ............................................. 6.3. La insurrección se provee de infraestructuras e incrementa su poder ........................................................................... 6.4. De una revolución a otra: 1836 ........................................ 6.5. ¿Cuál es la importancia del liderazgo? ............................... 7. EL AÑO 1837 ......................................................................... 7.1. La formación de una franja de aprovisionamiento ............. 7.2. Aragón a la llegada del general Oraa ................................. 7.3. La Expedición Real en Aragón ......................................... 7.4. El fracaso de una guerra peninsular .................................. 8. LA PARADOJA DE LA INSURRECCIÓN: ESPLENDOR Y LIMITACIONES (1838-1839) ............................................... 8.1. El 5 de marzo de 1838 ...................................................... 8.2. El asalto de Morella .......................................................... 8.3. Aragón considerado como problema ................................. 8.4. Represión y canje .............................................................. 8.5. Escasez de recursos y bloqueo de poblaciones en el Bajo Aragón ............................................................................. 8.6. Las repercusiones del Convenio de Vergara en Aragón ......
203 204 208 217 224 236 243 244 259 265 275
283 284 292 306 316 326 335
9. DEL CONVENIO DE VERGARA A LA TOMA DE MORELLA .............................................................................. 343 9.1. Hacia el fin de la guerra ................................................... 343 9.2. El asalto final a los principales enclaves carlistas ................ 353 PARTE IV 10. EL RESPALDO SOCIAL A LA INSURRECCIÓN CARLISTA EN ARAGÓN ...................................................... 367 10.1. La base social del levantamiento ...................................... 367 10.1.1. La geografía de la insurrección ............................. 368
516
Conclusiones
10.1.2. Actividad económica .......................................... 10.1.3. El nivel económico de los combatientes carlistas .. 10.1.4. Características del apoyo social al carlismo en áreas periféricas al núcleo insurreccional .......................... 10.2. Los cuadros dirigentes ..................................................... 10.3. Rebeldía campesina al amparo de la contrarrevolución ....
386 391 396 401 426
CONCLUSIONES ....................................................................... 449 FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA...................................................... 465 ÍNDICE ALFABÉTICO ............................................................... 497 ÍNDICE DE CUADROS ............................................................. 509 ÍNDICE DE MAPAS ................................................................... 511
Este libro se terminó de imprimir en Zaragoza en 1998, al cumplirse 160 años de la expulsión de la ciudad de las fuerzas carlistas