ARQUITECTURA Y CONSTRUCCIÓN ISLÁMICA
HISTORIA DE LA CONSTRUCCIÓN. ESCUELA UNIVERSITARIA DE ARQUITECTURA TÉCNICA. UPV. I...
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ARQUITECTURA Y CONSTRUCCIÓN ISLÁMICA
HISTORIA DE LA CONSTRUCCIÓN. ESCUELA UNIVERSITARIA DE ARQUITECTURA TÉCNICA. UPV. ISIDRO MARTINEZ COSTA. Profesor de Historia de la Construcción. Valencia, 1998.
ARQUITECTURA ISLÁMICA TIPOLOGÍAS La MEZQUITA Es el modelo más representativo de la construcción islámica; edificio destinado a la oración comunitaria de los musulmanes que puede variar en tamaño y tipología arquitectónica. Debe tener la amplitud suficiente como para poder albergar en la plegaria de los viernes a todos los fieles (jami). Los ejemplos más importantes de este tipo de edificios se construyeron entre el siglo VII, poco tiempo después de la aparición del islám en Arabia, y el siglo XVI. Una teoría supone que la primera mezquita estaba constituida por el patio y la propia casa de Mahoma en Madinat-al-Nabi, 'Ciudad del Profeta'; o Madinat Rasul Allah 'Ciudad del apóstol de Dios'), ciudad del oeste de Arabia Saudí, situada en la región de al Hiyaz. (622). El muro del patio que miraba en dirección a La Meca —conocido como quibla— disponía de un santuario cubierto desde el que se recitaban las oraciones, mientras que el resto de los muros estaban flanqueados por soportales de arquerías para proporcionar sombra en el caluroso desierto. Esta tipología se trasmitió a las mezquitas posteriores. Entender la facultad islámica necesaria para interpretar un edificio, donde oración y aforo fuesen condicionantes obligatorios para una solución espiritualmente coherente, es compleja. Esta nueva religión arrastra una falta de tradiciones arquitectónicas y constructivas, puesto que los primeros creyentes proceden, en su mayoría, de tribus nómadas. El programa de usos propios de la mezquita esbozó una organización espacial basada en el precepto coránico que obliga a los creyentes a rezar con el cuerpo en dirección a la Meca. En las sociedades islámicas, las mezquitas no sólo se emplearon con fines religiosos, sino también políticos y sociales, llegando a convertirse en un auténtico foro para múltiples cometidos, como tribunales de justicia, escuelas, salas de asambleas e incluso como lugar de desfiles. El esquema básico se constituye mediante dos elementos simples (derivados de los preceptos coránicos de la oración), que se mantendrán constantes independientemente de la tipología utilizada. Estos elementos son: el muro de la “Quibla “ que sirve como referencia en el interior de las mezquitas, para que los fieles puedan rezar en dirección a la Meca y el “Mirhab”, que tiene como fin la guarda de los Textos del Corán y la distinción de este muro de los restantes; se encuentra situado en el centro del muro de la Quibla y tiene forma
de hornacina o nicho, de tamaño variable según la mezquita. Además de estos elementos, hay otros que también participan en todas las mezquitas como el Mimbar, situado a la dercha, que es el púlpito desde donde el imán o jefe religioso predica el sermón y dirige la oración de los viernes. El proceso de expansión del Islám fue rápido y amplio. Las mezquitas que se construyeron en los nuevos territorios incorporaban elementos propios de la arquitectura local existente en la zona conquistada. Sirva como ejemplo la Mezquita Mayor de Damasco (siglo VIII), construida sobre una antigua iglesia basilical cristiana edificada sobre un anterior edificio pagano. Esta trayectoria condicionó la arquitectura religiosa islámica que buscó como nueva tipología la basílica romana, adoptando un origen clásico. La diferencia que incorpora la mezquita basilical es la equivalencia de sus tres naves, tanto en anchura como en altura, que produce un efecto espacial más parecido al de las salas hipóstilas dotando a todo el espacio de la misma jerarquía.
CONSTRUCCIÓN ISLÁMICA Almagro Gorbea e Ignacio Arce, en su artículo titulado “El alcazar omeya de Amman, crisol de técnicas constructivas”1, apuntan que las técnicas y modos
constructivos han estado siempre ligados a tradiciones culturales condicionadas por los recursos materiales del área geográfica en que se han desarrollado. La
cultura islámica, como ya hemos leído anteriormente, se expresa desde la Península Iberica hasta la Índia. Un ámbito geográfico consolidado por tradiciones culturales locales: visigodas, romanas, bizantinas, sasánidas, etc y recursos materiales del área geográfica: ladrillo –arcilla-, madera, piedra – mampostería, sillarejo, sillares, etc.- que definirán la calidad constructiva y del espacio arquitectónico de cada una de las tipologías.
En dicho artículo, merced a las excavaciones arqueológicas por ellos realizadas, describen las técnicas constructivas del alcarzar de Amman, gran conjunto aúlico construido en época omeya en la colina de ésta ciudad. En él aprecian claros testimonios del mestizaje cultural y técnico existente a comienzos del periódo islámico. Éste edificio se levantó entre las ruinas de monumentales construcciones romanas, destacando la omeya por la inclusión de nuevas formas y especialmente de nuevas técnicas constructivas. La construcción romana está realizada mediante opus quadratum –es difícil la utilización del opus caementicium, probablemente porque la obtención de buena cal estuvo limitada por la falta de combustible abundante-. Aprovechando los restos romanos y bizantinos, los omeyas planificaron el palacio siguiendo modelos arquitectónicos sasánidas y utilizaron un nuevo material, el yeso. A pesar de todo, siguieron manteniendo técnicas constructivas locales características de épocas romana y bizantina, -muros de sillería, y la mayor parte de los muros y estructuras se realizaron con mampotería similares en aparejo de las precedentes-. La utilización de materiales y técnicas constructivas tradicionales obligaba a los gobernantes a contratar operarios de disitinta procedencia, como se demuestra en determinados textos. Sirva relacionar el alcazar de Amman; el concepto de palacio, tipología de la mayor parte de los edificios y estancias y la generalidad de las disposiciones estructurales y decorativas demuestran el origen oriental del arquitecto. Junto a él debieron trabajar operarios que conocían materiales y formas de construir distintas a la romana y bizantina imperante hasta ese momento en Siria. Las técnicas de la tradición local servían como medio para conseguir construcciones novedosas, por ejemplo, la fábrica de cantería utilizada en la construcción de las trompas de tipo sasánida que se encuentran en la gran sala 1
Actas del Primer Congreso Nacional de Historia de la Construcción. Madrid, del 19 al 21 de septiembre de 1996.
de ingreso del palacio. Los modelos persas de este tipo de trompas se construyeron con mampostería y yeso, enluciéndose después. Almagro y Arce apuntan que “ésto provocó la falta de rigor en su definición geométrica que pasó de ser medio cono a una forma indeterminada y moldeada directamente in situ; cuando se intentaba repetir las mismas formas en cantería, la falta de una correcta definición geométrica impide la resolución satisfactoría de su estereotomía, obteniéndose finalmente una solución en que la cara exterior tuvo que ser, sin duda, labrada in situ.” También se resuelven con técnicas locales las nuevas formas y tipologías de origen oriental, como por ejemplo el arranque de los arcos y bóvedas que se inician con un ligero saliente de escasos centímetros mancando así una imposta muy por debajo del inicio real de la curvatura de los arcos y bóvedas. Quizás, lo más notorio de este edificio sea la utilización de las técnicas construtivas de origen persa y mesopotámico, donde aparece el uso de un conglomerante prácticamente desconocido en construcciones anteriores en la zona y que tuvo gran expansión en el arte islámico: el yeso, que se empleó de forma puntual en determinda elementos constructivos del palacio.
MATERIALES Yeso: El punto de referencia a considerar en la expansión de las técnicas construtivas basdas en el uso del yeso por el mundo islámico, tal y como otros edificios de época omeya ya lo eran en su utilización como material para realizar decoraciones lo encontramos en el Alcazar de Amman. En determinadas zonas su aparición servirá como testigo para conocer si una obra es islámica o cristiana. Por ejemplo, tras la conquista musulmana de la península ibérica, el uso del yeso llegó a ser casi exclusivo en amplias zonas, como el Valle del Ebro y el sur de Aragón, donde se utiliza como conglomerante en fábricas de mampostería pétrea y de ladrillo y en tapiales. En el alcazar de Amman, el yeso aparece utilzado en elementos que requerían una puesta en carga inmediata: dinteles de puertas formados por piedras irregulares dispuestas con forma de tosco dovelaje, y en las columnas y arcos de los patios, construidos igualmente con mampostería irregular. Son elementos realizado al mismo tiempo que el resto puesto que solo se aprecia solución de continuidad en el mortero que se utilizado para asentar las piedras y
que se encuentra extendido por todo el espesor del muro, no pudiendo por tanto, corresponder a operaciones de reparación. Dato interesante en el uso del yeso es su utilización para la realización de elementos prefabricados que permitiesen una construcción más rápida y con menos medios auxiliares.
Prefabricados: Algunos de estos elementos, encontrados en el alcazar de Amman, estaban realizado con yeso y lo componen placas cuadradas de 80 cm de lado y 4 o 5 cms de espesor, usados a modo de capitel sobre las columnas cilíndricas. Servían como elemento de transición de la sección circular de la columna a la sección cuadrada de las impostas de los arcos.
Como el material utilizado es siempre piedra irregular, estas piezas servían no solo para dar un perfil regular a las aristas, sino como elemento de soporte auxiliar, pero perdidos luego en la propia obra, sobre los que apoyar las primeras piedras de los arcos. Las piezas presentan una cara bien alisada mientras que la otra aparece rugosa. Será la cara alisada la que esté en contacto con el fuste. Su fabricación pudo ser sencilla, por medio de un molde de madera sobre un lecho de arena en el suelo. La cara superior, que luego era colocada boca abajo para quedar parcialmente aparente, se alisaba con cuidado, seguramente con una llana o instrumento similar. La cara inferior, sobre la que luego se iniciaba la construcción de los arcos, quedaba rugosa con la forma del lecho, facilitando una mejor adherencia del yeso y la mampostería.
Mortero de Cal: El mortero de cal, en el alcazar de Amman, se utilizó para la construcción de los muros de las fábrica de mampostería y los enlucidos. Para el asiento de los muros se usó uno de escasa calidad y con abundancia de cenizas vegetales; el de mejor calidad y consistencia se empleó en los enlucidos, siguiendo en ambos casos la tradición local. En el asiento de la sillería
del vestíbulo y en los enlucidos, sobre todo de los elementos hidráulicos (cisternas y canalizaciones), la cal es de gran calidad y dureza. La cal de los morteros de asiento de la mampostería es escasa en la porporción en que se integra en éste y la adición de cenizas no mejora el fraguado. La inclusión de las cenizas pudo tener dos objetivos: espojar el mortero en muros de gran espesor permitiendo la entrada de anhídrido carbónico para facilitar la carbonatación a costa de reducir la compacidad del mortero y funcionar como aditivo para dar mayor hidraulicidad al mortero, aunque su origen vegetal plantea serias dudas.
Ejemplos Cristo de la luz, Iglesia-mezquita del, la mezquita Bab al-Mardum, situada en la ciudad deToledo (España), y convertida en templo cristiano bajo el nombre de iglesia del Cristo de la Luz, es una hermosa muestra de la arquitectura califal tardía toledana de finales del siglo X, más entroncada con el arte de los llamados reinos de Taifas en que se disgregó el califato cordobés. La fecha exacta de su terminación, según reza en una inscripción, data del año 999. La planta de este diminuto oratorio, al margen de la cabecera mudéjar que se añadiría después en 1187, es un cuadrado con cuatro columnas exentas centrales que dividen con arcos de herradura el espacio en nueve pequeños compartimentos de dos por dos metros, más alto el central que busca una tenue iluminación superior. Cada uno de ellos está cubierto con una característica bóveda califal de nervaduras y plementería. Todas son distintas, marcando un cierto empeño decorativo en su conjunto. La estructura en planta es bizantina, con una tipología que se encuentra también en las iglesias de la dinastía de los Commenos. Los soportes, con capiteles muy toscos, son restos de obras visigodas. La mezquita del Cristo de la Luz es representativa de lo que luego fue rasgo fundamental de la arquitectura mudéjar en España: el empleo del ladrillo como elemento constructivo y decorativo. En la parte inferior de los muros se emplea el aparejo mixto de ladrillo y mampostería. La fachada a la calle principal lleva sobre las puertas una elegante arquería ciega de arcos entrecruzados y sobre ella un paño con decoración geométrica de rombos, coronado todo ello con una inscripción cúfica a la manera mesopotámica.
Introducción General A partir del siglo VII la zona sur del Mediterráneo es conquistada por quienes siguieron el dogma del último profeta de Dios: Mahoma. Eran los portadores de una nueva cultura, de una nueva religión, la Islámica. Además de los paises mediterráneos, Arabia, cuna del Islám, Persia, Mesopotamia, la India fueron también conquistados durante los primeros siglos del nacimiento islámico. En su período de máxima expansión la zona de influencia musulmana se situaba entre los 20º y 45º de latitud, al sur y al este del mediterráneo, de tal manera que el clima no variaba demasiado, manteniéndose del mismo modo invariables los criterios arquitectónicos referidos a aspectos climáticos: huecos de luz pequeños, arquerías protectoras. Carentes de cualquier consideración artística, su Arquitectura responderá más a los preceptos religiosos del Corán que a la conciencia particular o nacional; y aunque revela características peculiares locales en su modo de construir, expone un aire, entendamos familiar, que la hace fácilmente reconocible. Se basa en dos elementos fundamentales: la ornamentación, que tiene características propias como consecuencia de la reticencia del Corán al uso de figuras humanas y animales, y el uso del arco en el que se encuentra implicita la idea del Dios único. Quienes emprendieron la conquista del Mediterráneo provenían de tribus nómadas sin ninguna tradición constructiva, por ello recogerán a lo largo y ancho de sus regiones conquistadas las técnicas tradicionales constructivas para adaptarlas posteriormente a sus nuevas tipologías arquitectónicas. Naturalmente, la primera gran civilización que encontraron fue la romana; de ella aprenderá y adoptará un gran repertorio, no solo de soluciones constructivas, sino también arquitectónicas. La cronología básica de esta nueva arquitectura envuelta en un arte envidiable comienza en el año 622, el de la Héjira, iniciando las conquistas diez años después: Persia en el 641, Siria en el 639, Egipto en el 640, España en el 711, Turquía fue ocupada en parte durante los siglos XI y XII, la India empezó a ser invadida en el 1027. En 1453 acabaron su úlitma gran conquista medieval: el imperio Bizantino.
LA OTRA GRAN RELIGIÓN El Islám es una importante religión basada en las enseñanzas de Mahoma (570-632), llamado el Profeta. Originaria de la península de Arabia, se encuentra establecida en los continentes más poblados del planeta. Su arquitectura, presente en todo el mundo, es mestiza y pura, exuberante y discreta, sobria pero de enorme belleza. Bastaría recordar edificios tan
emblemáticos como la Mezquita de Córdoba, el palacio de la Alhambra y el Generalife de Granada entre otras grandes construcciones arquitectónicas europeas, la Gran Mezquita de Samarra en Irak y el Taj Mahal, situado en Agra, que es el más famoso de todos los edificios antiguos de la India, y uno de los monumentos más emblemáticos del arte mogol, las mezquitas mediterráneas de Ibn Tulun y Mehmed Ali en El Cairo y la de Kairuán en Túnez.
Islam, en árabe, significa “entregarse” y a través del Corán se establece su sentido religioso; entregarseÆsometerse a la voluntad de Dios. Para los seres humanos, que tienen potestad de obrar por elección y reflexión, la práctica del islam no implica obediencia sino la aceptación libre de los mandamientos divinos de Dios.
ISLÁM Y SOCIEDAD.
El proyecto de la sociedad islámica está basado en el concepto de Teocracia, que persigue un objetivo común fundado sobre el "gobierno de Dios en la Tierra", donde las actuaciones políticas están impregnadas con las leyes coránicas. Las autoridades religiosas han tenido una considerable influencia política en ciertas sociedades musulmanas. La filosofía social islámica se basa en la creencia de que todos los niveles de la vida — social, religioso, político y económico— constituyen una única acción dotada de todos los valores islámicos, inspira conceptos tales como Derecho islámico y Estado islámico, y explica el acentuado énfasis del islám en la vida y en las obligaciones sociales. Incluso los deberes religiosos fundamentales establecidos en los cinco pilares del islam tienen nítidas implicaciones en lo que afecta a la comunidad.
ISLÁM Y ARTE La rápida expansión islámica durante el siglo VII, desde la Península Ibérica hasta la Índia, dió a conocer a esta naciente cultura religioso-política otras ya centenarias, llenas de una gran variedad de tradiciones: sasánida, bizantina, romana, visigoda, etc. Por supuesto, todas ellas eran ajenas a la islámica, con mayor experiencia y tradición en el campo de la arquitectura. El dominio islámico se consolida con los Omeyas (dinastía de califas que gobernó el califato árabe del islam desde el 661 hasta el 750 y la España musulmana desde el 929 hasta el 1031). Surgirá entonces la necesidad de construir edificios que manifiesten la realidad política y cultural vigente. Los nuevos gobernantes acudirán a las diversas culturas que se encuentran en sus recientes territorios en busca del modelo arquitectónico válido y de constructores capaces de realizarlos. El Islám, a diferencia de la homogeneidad del mundo cultural romano, presenta una diversidad artística que dificulta su propia definición como arte. Si nos atenemos al aspecto monumental descubrimos que, cuando intentamos concretar los perfiles que presentan las mezquitas u otras tipologías, existen grandes diferencias, no solo en el uso de materiales y técnicas constructivas, sino también en determinados aspectos formales que las definen arquitectónicamente. El carácter heterogéneo demostrado por el arte islámico es fruto de múltiples adquisiciones formales y técnicas que sirvieron de elemento modelador en la inserción de los preceptos coranicos dentro de las actividades artísticas, a priori, carentes de expresión religiosa.
ISLÁM Y URBANÍSMO El desarrollo y evolución de la actividad urbanística no ha sido preocupación hasta hace pocos años. Quizás esta despreocupación tenga algo que ver con la falta de referencias que existen en el Corán sobre esta materia. Excepcionalmente podemos encontrar ejemplos aislados
Islam Y Occidente La forma en la que la Cristiandad dominó el mundo occidental durante 1.500 años nos hace difícil recordar que una vez estuvo seriamente amenazada por un rival formidable - el ferviente movimiento del Islam - que, después de la muerte del profeta Mahoma en el año 632 d.C.. barrió rápidamente desde Arabia cruzando el norte de Africa hasta España y en dirección este hasta lugares tan lejanos como India y China. La pequeña banda de seguidores en Arabia, que veía a Mahoma como el último profeta de Dios, creció hasta convertirse en un enorme ejército de creyentes. Guiados por el mandato del Profeta de llevar la nueva fe a los no creyentes, los intensamente religiosos mahometanos se pusieron en camino con la misión de convertirlos. Los países que sucumbieron ante ellos eran objetivos primordialmente porque estaban llenos de conversos potenciales al Islam, pero también porque poseían riquezas materiales y un rico pasado histórico en gran parte ajeno d Arabia, un país árido y duro habitado por tribus nómadas. Cuando los ejércitos arábigos se encontraron por primera vez con otras civilizaciones, se dieron bastantes más cosas que botines y saqueos: encontraron las arquitectura monumentales que satisfacían las necesidades variadas de las sociedades establecidas y que eran un símbolo del prestigio, la autoridad y Id ideología. Los mdhon1etdnos estaban comprensiblemente impacientes por producir edificios propios que rivalizasen, si no superasen, aquellas estructuras que habían dejado las civilizaciones helenística, romana y sasánida, o las que habían erigido recientemente los cristianos. Los califas príncipes de las dinastías relacionadas con el Profeta, deseaban ser reverenciados, vivir y adorar en monllmelltos que se ajustaran a su nuevo estatus rlque~cl y poder y que simbolizaran la supremacia de su fé. Antes de sus primeras conquistas, los árabes nómadas no tenían tradiciones arquitectónicas indígenas significativas. Uno de los muchos milagros de esta nueva civilización fue que, cuando los mahon1etallos empezaron a construir en los países conquistados, crearon casi inmediatamente una arquitectura nueva que sería identificable universalmente como Islámica y que resultó ser uno de los logros más brillantes de la historia de la arquitectura mundial. No es nuestro propósito estudiar esta vasta diversidad en este estudio de la edificación occidental: mas bien es estudiar la arquitectura del Islam como un desarrollo paralelo a Occidente. La arquitectura islámica es única en el mundo no occidental en el que sólo ella - ni la budista, ni la hindú ni la precolombina - comparte muchas de las formas y preocupaciones estructurales de la arquitectura bizantina, medieval y renacentista. habiendo crecido a partir de raíces idénticas en el mundo antiguo. A diferencia de la arquitectura budista, de muros frágiles y tejados majestuosos, o las masas en forma de montaña y, a menudo piramidales, hindúes o precolombinas - estilos substancialmente 'externos'. continuando la manera de construir de las pirámides egipcias del antiguo Oriente Próximo - la arquitectura islámica, como los estilos occidentales. es primordialmente una arquitectura de grandes espacios interiores, de cúpulas y techos. arcos y columnas, muros y bóvedas. y fachadas tipo muro. Pero lo importante aquí no es ver el paralelismo del Islam de Occidente. sino su divergencia: la manera en que creó un estilo. o panorama histórico de estilos. único y diferente a través de muchas culturas y a lo largo de mil años, usando gran parte de las mismas formas y materiales. Las primeras regiolles que invadieron los árabes mahometanos - y consecuentemente las primeras regiones donde se creó un arte islámico reconocible - fueron la moderna Siria y Palestina, Iraq y Mesopotamia. Ya en el VI d.C. Damasco había sido capturada y antes del 640 también lo fueron Jerusalén y Cesarea. Por lo tanto, los monumentos extranjeros'' a los que estuvieron expuestos inicialmente los mahon1etanos fueron las grandes fundaciones Cristianas constantinianas y postconstantinianas que marcaban los lugares sagrados de Cristo y sus seguidores martirizados en las ciudades de Tierra Santa; las iglesias en Siria; y los imponentes restos de los edificios construidos bajo el período helenístico y los emperadores romanos en ambas tierras. En Iraq y Mesopotamia se encontraron con poderosos restos arquitectónicos que simbolizaban el poder imperial de los sasanidas. A pesar del impacto que todas estas estructuras debieron hacerles, los mahometanos sólo tardaron dos generaciones en asimilar los lenguajes arquitectónicos de estas culturas y empezar a forjar una identidad artística tan individual y tan autoritaria que a partir de finales del siglo VII estaban preparados para construir sus propias casas monumentales de culto. tumbas v palacios: éstas rivalizarían con las grandes estructuras de los antiguos conquistadores v con las otras fes Entre los resultados más importantes de este proceso estaba la percepción mahometana de las funciones rituales de la arquitectura imperial romana y su adaptación a las ambiciones políticas del cada vez más poderoso Califato Omeya (661-750) los primeros regentes dinásticos del Islam. En el palacio-villa. en Mshatta. Jordania (c. 744-750; fig. 332). construyeron con espacios claramente definidos dispuestos simétricamente dentro de un sistema diseñado regularmente. de muros de recinto con torrctas que su~erían una fortaleza militar. Las reconstrucciolles hipotétic ts de porciones de la villa en Khirbat tl-Mafjar a las afuerts de Jericó. (7~9-744: fi ~3) revelan un a puerta monumental COIl arco (como un arco de triunfo romano) un~ sal~ de ctudiencias y unos espacios de asambleas con cúpula v abside y el lujo de Ull complejo de baños abovedado. Por lo tanto. hacia l a mitad del sialo VIII las formas macizas y espacios
perflados. Ias bóvedas de cañón sostenidas por piltres y lcls cúpul~s sobre pechin~ls de kl ~rquit~ctur~ t~rdo-rom tn t imperial se h ~bí tn pucsto ¿tl scr~ icio dc los califas mahometallos. que tambiéll se apropiaron de sus alusiolles ceremolli tles ~ las usaron como emblemas de 1~ sober tní~ y poder del Islam. Junto a estas impresionalltes instal tciones ruralcs, 4UC estan entl e los ejemplos m~ís ~alltiauos de l a arquitectul a secular isl imic a ~ reflej¿lll las ~tmbiciones principescas. militarcs c imperiales de los mahometallos. tpareció Cll Jerus¿tléll una m allifest~ción polític a y monulllelltal del ideal mahometallo pal a sus cstructuras s~r~d ls Los martyri a acupulados y de plallt~l centl al de nnales del mundo aIltiguo y del período p tleocristiallo dieron a los mahometanos un modelo p~ra el gralldioso salltuario que constl-u~el-oll en un lugar sagrado par t el Judaíslllo y en Ull t escala COIl la que proclamaball la uald ~d de SU religión COIl la de los cristiallos y judíos en 1~ Tierra Santa. Un comp~cto octó~ono exterior ~lue encerrdba un núcleo cilíndrico 'dCUpUl'ddO. I'd Cupula dc la Roct (691-69'; ~lg ~4). represellt~b a en su geometrí a y en sus partes - form ~to octogonal abovedado. columllas. pilares. arcos. irol ts~ ric t decoración de mosaico ~ cúpula fenestrad a dc m tder a dorada. reconstruid ~ en el siglo Xl - 1¿l adquisición de un programa romanO-hiZ¿lntinO C¿lSi completo, evocando estructuras eclesiastic¿ls como la de Sta. Costanza, del siglo IV, en Roma (fig. 232) y 1¿l de S. Vitale, del siglo Vl, en Ravenna (fig. 256), no solamente en un sentido formal, sino también por su estatus como fundaciones soberanas (algo importante par¿l el Califato Omeya). Sin embargo, la Cúpula de la Roca es una estructura religiosa islamic¿t atípica en su forma aislad¿t tipo santu¿trio. La mezquita del Oriente Próximo m¿'ts característica - siendo un ejemplo primitivo la Gran Mezquita Omeya (706-715; fig. 336) construida dentro de, e incorporando las ruinas de los muros del recinto de un templo romano en la ciudad de Damasco - estab¿t des¿trroll¿td¿t para funcionar, como lo h¿tbí¿t estado la basílic¿t roman¿t, como un enorme lugar dc reuniones. Se usab¿t para la oración, par¿t la instrucción religiosa y algun¿ts veces como un tribunal real. Su rasgo litúrgico m¿'ts importante era la orientación dc la plant¿t hacia el lugar de nacimiento de Mahoma, La Meca, y un nicho de oración (mihrab), ad¿tpt¿tdo del ¿'tbside romano y cristiano, para articul¿tr el muro que dab¿t h¿tci¿l L¿t Mec¿l (qibl¿l). El recinto ¿tmur¿lllado de esta mezquit¿t, de traz¿tdo rectangular, incluía un patio abierto, a mcnudo rodeado por galerías con arcadas (en Damasco eran de un estilo exccpcionalmcnte cl~isico, fig. 335) y, abriéndosc en un ktdo del patio, un santuario cuyo techo plano dc madera estaba sostenido por numerosas hileras de columnas dispuestas regularmente (la llamada mezquita tipo hipóstilo). Pero la distribución multicolumnar de una mezquita como la de Damasco, por muy relacionada que esté a estructuras de naves de occidente, representaba una marcada diferencia con el concepto antiguo y paleocristiano de espacio arquitectónico: en vez de un volumen estáticot formado racionalmente por una masa que lo cerca, el espacio es algo que se mueve lateralmente, hacia adelante y hacia atrás, se funde, y flota de forma impredecible hasta perderse de vista. La basílica cristiana, con sus tres o cinco naves dispuestas longitudinalmente, formaba túneles separados de espacio claramente dirigido que servía a sus funciones litúrgicas, pero la expansión horizontal de las naves en la mezquita hipóstila daba como resultado un efecto enteramente diferente; el espacio flota libremente a través de innumerables intercolumnios hasta extensiones indefinidas e invisibles, en una forma que sugiere la naturaleza metafísica de la fe islámiea. Ineluso el mihrab, que debe su forma a los ábsides semieilíndrieos de Roma y el período paleoeristiano, era usado por los mahometanos de una manera metafóriea y fundamentalmente no oeeidental. El ~ibside romano-eristiano era un mareo formal para euerpos tangiblcs - animados o inanimados -; eontenía las cortes judiciales romanas; albergaba la silla de un obispo y los asientos para su comunidad clerical; enmarcaba un altar; su orientación era hacia dentro. a la nave o el presbiterio que lo precedía. El mihrab isl~imico, por el contrario, era una metáfora para indicar la dirección de la oración (La Meca), un lugar fuera de la mezquita. Era una parte del interior físico del edificio, pero, casi vacío, estaba orientado hacia el exterior y operaba como un símbolo que recordaba el liderazgo del Profeta en la comunidad que oraba. Aunque la arquitectura romana prestó algunas de sus formas a la mahometana, su naturaleza ceremonial y enfocada no tenía nada que ver eon el car~icter no jérarquico de la religión islamica. Ni tampoco las prioridades litúrgicas de la arquitectura cristiana - procesiones y un lugar para la misa- no tenían ninguna pcrtinencia para las estructuras religiosas isl~imicas, que estaban construidas alrcdedor de la idca de la oración comunal y la dirección de La Meca, y servían como centros comunales. Más cerca de los ideales del Islam estaba la arquitectura más "mística" dc la Cristiandad Oriental, aquellas estructuras bizantinas que en una época tan tcmprana como el siglo Vl se habían desviado - por medio de sus complicados efectos espaciales y su reflejo de color y luz que enmascaraba el peso- del racionalismo basado en el ritual de la basílica paleocristiana. Los arquitectos mahometanos se adueñaron de aquellos efectos irracionales de los edificios bizantinos que mejor sirvieran a su propia visión traseendental y luego las llevaron a su mayor extremo posible.
En Mshatta, Khirbat al-Mai~ar, Jerusalén y en Damaseo la arquiteetura islámiea, menos de eien años después de la eonquista de Oriente Próximo, ya había eneontrado una sintaxis segura de forma y estruetura que se eorrespondía eon la del Oeeidente histórieo, pero que servía a todos los requisitos pragmátieos y estéticos de la vida seeular mahometana y, lo que es más importante, a las neeesidades espirituales de la vida religiosa islámiea. En eontraste eon esa dinámiea aetividad construetiva en el Este Islámieo, la arquiteetura en la Europa oeeidental estaba en una especie de paralizaeión, después de Justiniano y antes de Carlomagno, eon un desarrollo eultural que oseilaba del Mediterraneo al norte de Europa. Irónieamente la aetividad arquitectónica más vigorosa durante el renacimiento carolingio y el período otoniano era mahometana. ya que en Espana, durante los siglos VIII, IX y X. algunos de los ejemplos arquitectónieos mahometanos m~is espléndidos estaban en proceso de realizaeión. Los arabes, después de la eonquista de la España romana, se eneontraron cara a cara otra vez con la antiguedad y se enfrentaron a la cultura loeal y usaron su arquiteetura como base para el desarrollo de su propios monumentos. El sistema de pilar y arco. Ias columnas con capiteles naturalistas y la monumentalidad de la arquiteetura romana se eonvirtieron en rasgos programátieos de la arquitectura islámica mahometana. Se usaron numerosas formas romanas para articular el espaeio del santuario de la estruetura m~is bella del oeeidente islámico - la Gran Mezquita de Córdoba, que se empezó en el 786 y se amplió en varias etapas a lo largo del siglo X (fig. 337). La Gran Mezquita se ajustaba a la mezquita de trazado rectangular con patio abierto y santuario de naves que se había establecido en el este sirio, que ahora se transportaba al occidente hispánico, y su diseño se prestaba fácilmente a las diversas etapas de su expansión por medio de un simple proceso aditivo, evitando la preocupación occidental por la regularidad planif1cada. Entre los rasgos únicos del enorme santuario de Córdoba está su sistema de arcos de dos pisos (fig. 331), apoyados por miríadas de columnas, sobre el que descansaban los techos originales de madera (sustituidos ahora por bóvedas de piedra). En la primera hilera los arcos (sostenidos por columnas procedentes del saqueo de estructuras romanas existentes) tenían la singular forma de herradura que se apartaba del arco de medio punto romano y que probablemente era una invención visigoda adaptada por los mahometanos a partir de los restos de la arquitectura visigoda que había en España antes de la conquista árabe. (Los visigodos eran invasores teutónicos que habían fundado un reino en España en el siglo V.) A partir de este punto, esta forma de arco se convirtió en un rasgo distintivo de la arquitectura islámica en España y en el norte de Africa (arquitectura morisca). En Córdoba el arco de herradura tenía por encima, en la segunda hilera, un arco redondo mas pequeño sostenido por pilares que descansaban en las columnas más bajas. La distribución en dos hileras era un patrón poco habitual en la estructura religiosa. Puede que haya sido una concepción original, o posiblemente se derivaba del diseño de los acueductos romanos, que se veían en España. Pero el diseño sencillo y utilitario del acueducto se transformó, en manos de los mahometanos, en una jaula ligera, que con sus repetidos lazos y entrelazados, enriquecidos por materiales usados de forma decorativa- alternando el ladrillo rojo con la piedra blanca-, sugería algo abstracto y en absoluto práctico, algo visionario y en consonancia con el espíritu místico de la religión del Islam. Como había ocurrido en Damasco, el espacio en Córdoba se había vuelto misterioso y aparentemente ilimitado, deslizándose hacia regiones invisibles a través de los proliferantes huecos de la estructura poliarqueada. Tras este efecto yace la influencia de los rasgos nuevos desarrollados en los edificios helenísticos tardíos de Oriente Próximo y en las provincias norteafricanas en la última época del Imperio Romano: cortinas de columnas en frente de lúminosos nichos que generan caparazones secundarios y terciarios de espacio; el fluido movimiento del espacio boyante a lo largo y entre una variedad de formas abiertas y contornos curvos. Las ampliaciones del siglo IX y X en Córdoba no sólo añadieron más área a la fábrica original, sino también más trozos elaborados al diseño, sobre todo la extraordinaria cúpula que cubre el espacio cuadrado que precede al mihrab (962-966; fig. 338), con sus celosías, arcos entrelazados y con su rica decoración de estuco y mosaico. En la Cúpula de la Roca de Jerusalén, la alta cúpula era un símbolo exterior del poder del Islam y una imagen icónica única. La cúpula que está cerca del mihrab en Córdoba es un rasgo mahometano más representativo, en donde el programa formal y decorativo está restringido al interior. Desde el período m~is temprano de la arquitectura Omeya. Ios constructores mahometanos se apropiaron de la construcción de cúpulas romanas, e incluso más de la bizantina, tanto por su forma como por su simbolismo. En los prototipos romanos la cúpula había servido para dar forma a una burbuja de espacio en el interior, para definir un volumen. Para los mahometanos el potencial geométrico. decorativo y simbólico de la cúpula les condujo a brillantes invenciones que eran únicamente islámicas y muy diferentes a las de los romanos. La mayoría de las cúpulas islámicas (la Cúpula de la Roca es siempre una excepción), como las de las estructuras bizantinas, se elevaban sobre plantas cuadradas, no circulares, de manera que las esquinas del cuadrado tenían que ser
llenadas por las pechinas inventadas y usadas expansivamente por los arquitectos bizantinos para crear una base octogonal o circular para la cúpula. En Córdoba los mahometanos idearon unos puentes de esquina, hechos de arcos lobulados, que alternaban con arcos que enmarcaban las ventanas y construían un dibujo geométricamente complicado y de nervaduras transversales que formaban una base octogonal para la cúpula. La complejidad de este diseno abstracto, en combinación con su superficie ricamente ornamentada, desvía la atención del observador lejos de las cuestiones de estructura y estática. Lo que llama la atención es la configuración desmaterializada y aparentemente irracional de las formas y los dibujos; las cúpulas descansando sobre puentes o pechinas, por medio de sus efectos misteriosos, se ajustaban más al Islam que las romanas, con su claridad y tangibilidad material. La Mezquita de Córdoba está situada en una posición histórica estratégica. Es la primera construcción religiosa monumental en el occidente islámico y se puede ver como el monumento culminante del período islámico antiguo. Las ampliaciones de los siglos IX y X ya pertenecen a la arquitectura islámica medieval en Occidente - la de la España morisca y el norte de Africa. De hecho, el tipo de estilo morisco anunciado en Córdoba maduraría de forma más poderosa en los siglos XIII y XIV ( usto antes del ~Inal del gobierno islamico en la península Ibérica en el 1492) en el Palacio de la Alhambra en Granada. En el mundo cristiano, ésta es la época de la arquitectura gótica; aunque la Alhambra es primordialmente una estructura secular, es interesante sopesar los paralelismos obvios entre algunos de los aspectos trascendentales de los edificios moriscos como la Alhambra y los de las iglesias góticas. La Alhambra, situada en una colina que domina Granada, es un extenso palacio-ciudadela que comprendía los alojamientos residenciales reales, los complejos de la corte flanqueados por camaras oficiales, un bano y una mezquita. La empezó en el siglo XIII Ibn al-Ahmar, fundador de la dinastía Nasrid, y la continuaron sus sucesores en el siglo XIV. Sus partes mas célebres - una serie de patios rodeados de habitaciones - presentan un repertorio variado de formas moriscas de arcos, columnas y cúpulas. Ha cautivado la imaginación romántica de siglos de visitantes por la especial combinación de esbeltas arcadas, fuentes y estanques donde se refleja el agua que se encuentra en estos patios - el Patio de los Leones en particular (fig. 339)-; hay inscripciones que dicen que esta combinación es una realización física de las descripciones del Paraíso en la poesía islámica. La ascendencia morfológica, no la literaria, de estos patios puede ser la antigua cultura occidental, en particular el patio peristilo, derivado de los griegos, de la parte trasera de las casas romanas, compuesto de columnas, jardines y fuentes y reservado para la vida privada familiar. Occidentales son también los artilugios ingenieriles góticos que, como a menudo se observa, proveían una base estructural para el sistema de soportes de las pesadas arcadas sobre fustes excepcionalmente delgados. Pero también se encuentra en la Alhambra, y sin precedentes en Occidente, una de las grandes contribuciones mahometanas a la historia de la arquitectura y que tiene su origen en algunas estructuras norteafricanas del siglo XI - el trabajo de muqarnas (mozárabes) en las bóvedas en forma de estrella de la Sala de los Abencerrajes (fig. 340), que está junto al Patio de los Leones. Es un tipo de decoración arquitectónica tridimensional formada por estuco, o algunas veces madera, creando una red múltiple de celdas abiertas. Las muqarnas se parecen a la sección transversal de un panel de abejas, con estalacticas suspendidas. Cubren enteramente la organización estructural de debajo de la superficie de un muro o una bóveda, que dan la apariencia de haber sido "ahuecados" en el proceso de formar esta incrustación celular extraordinarlamente rica. Las muqarnas eran sólo otro, aunque sumamente elaborado, aspecto de la ubicua decoración no figurativa, que era uno de los rasgos de la arquitectura islámica y la separaba totalmente de la de Occidente. Desde las estructuras más antiguas, la Cúpula de la Roca por ejemplo, la decoración de las superficies se convirtió en un componente esencial en el concepto total del edificio mahometano. Los materiales usados en el interior de los edificios raramente se dejaban en su estado natural, sino que, como en las estructuras romanas, paleocristianas y bizantinas, se enriquecían con color de mosaico o baldosa, disuelto por medio de celosías o relieves de estuco y revocado con la caligrafía ornamental de inscripciones del Corán, ejecutada en una variedad aparentemente infinita de dibujos trenzados y geométricamente laberínticos. En la Mezquita de Jerusalén, y en las muchas y variadas mezquitas que la siguieron en Oriente Próximo, las superficies de los muros estaban revestidas de una capa de mosaico, los entablamentos y cornisas estaban incrustados con relieves, los capiteles estaban tallados y la caligrafía coránica estaba integrada en la estilizada imbricación ornamental. Incluso cuando las superficies eran de ladrillo común, como en los edificios islámicos persas (Seljuk) del siglo XI, éste estaba trabajado de forma tan delicada y exquisita como el estuco y la madera por artesanos de una maestría excepcional. En la Cámara Norte de la Cúpula de la Gran Mezquita de Masjid-i-Jami en Isfahán (1088; f1g. 341), uno de los ejemplos más bellos de la arquitectura Seljuk, el rutinario ladrillo está transformado mágicamente en algo casi sutil. Las pechinas están ahuecadas formando concavidades ondulantes y el tambor está articulado por medio de arcadas ojivales en bajorrelieve que tienen unos contornos tan delicados que la cúpula de encima parece una tienda lle-
na de aire hecha de una fábrica suave y anclada por medio de frágiles cuerdas. El contraste entre la apariencia de esta cámara y cualquier porción de una estructura románica contemporánea en Occidente (la Catedral de Winchester, por ejemplo, fig. 326) es asombroso. En el edificio occidental se acentúa la sustancia física, el muro es como un caparazón de piedra macizo que rodea un hueco inerte. En la mezquita de Isfahán, la cámara norte de la Cúpula no está mitigada por revestimientos o ningún otro material que no sea su ladrillo; pero el muro, aunque grueso, parece como si lo hubieran pelado en finas capas, lo hubieran excavado formando pequeñas cavidades y lo hubieran disuelto por medio de una variedad de capas de ladrillo ornamental para finalmente parecer una tela flexible tejida formando dibujos textiles y formada por el espacio fluido que encierra. La arquitectura romana también había sido una arquitectura de ornamento y revestimiento, pero mientras que paneles de mármol, capas de mosaico, órdenes adosados, ricas molduras y frisos tallados cubrían las superficies de ladrillo y hormigón de un edificio romano, el sistema estructural nunca se ocultaba. Por el contrario, estaba subrayado y expuesto a propósito. Las junturas, los puntos de arranque, las superficies que dan forma al espacio, los entablamentos, las bóvedas, el sistema de peso y soporte, todo ello estaba expuesto o acentuado para llamar la atención sobre la armadura estructural y la aguda definición de las partes de un edificio. Incluso los casetones de las cúpulas romanas, aunque separadas de la superficie y comparables a este respecto a las muqarnas islámicas, servían para extender de forma ilusionista el espesor y solidez de la masa de la cúpula en vez de borrarlos. El visible racionalismo estructural de la arquitectura del antiguo occidente no fue preservado por sus descendientes en el mundo islámico (al menos en el Islam preotomano) porque una de las funciones de la omnipresente decoración ornamental en los edificios mahometanos era oscurecer intencionadamente esa claridad de forma y organización tectónica y lograr a través de la repetición de formas entrelazadas - que lo cubren todo y sin una interrupción rítmica o una definición de las partes - un ánimo hipnótico, parecido al trance, de éxtasis espiritual que favorece la oración y la meditación comunal en la naturaleza inmaterial del Islam. La arquitectura religiosa islámica, no menos que la cristiana, especialmente la cristiana oriental (bizantina) y la gótica, era de hecho el símbolo material y la encarnación física de una visión espiritual. En ambas culturas, se incitaba a "olvidar" la estructura, a ignorar cualquier evidencia de peso y soporte, para que la fábrica se pudiera presentar como una encapsulación, aparentemente ingrávida, de una fuerza espiritual. Pero aunque se pudiera hacer caso omiso o ignorar los contrafuertes y otros soportes de la catedral gótica, éstos nunca están ocultos; pero las junturas y apuntalamientos, las vigas y tabiques que hay detrás de las muqarnas profundamente rebajadas, por ejemplo, no sólo funcionaban para disfrazar, sino para negar la sólida sustancia material de una estructura mahometana. No importa que la masa de un muro gótico esté vaciada formando una red de elementos lineales, ya que el sistema racional de sus elementos verticales y horizontales, la lógica de sus bóvedas de nervios brotando de soportes columnares, la secuencia rítmica de sus paños, siempre eran visibles, comprensibles y estaban claramente definidos. Irónicamente, una serie de elementos que ayudaron a dar a la arquitectura gótica su especial naturaleza lineal y vertical, tales como el arco apuntado, los nervios y elementos adoptados en su tracería, como los arcos lobulados y algunos dibujos de entrelazado, probablemente vinieron a Occidente a través del contacto con el Islam. Pero la explícita lógica estructural de la arquitectura medieval occidental era ajena a los objetivos espirituales del edificio mahometano, incluso aunque ambas tradiciones crecieran a partir de las mismas raíces formales y a través del tiempo ejercieran mutuamente cierta influencia. El vigor de la arquitectura morisca clásica en España no continuó después del siglo XIV. La Alhambra f~le la última gran estructura en el occidente islámico y coincidió con la lase final de ia dominación isiámica en España. La arquitectura europea gótica tardía y renacentista subsumió entonces los logros arquitectónicos mahometanos. Los elementos góticos y renacentistas se infiltraban cada vez más en los edificios moriscos y se añadían a unos programas ya excesivamente decorativos, por lo que la antigua integridad del estilo se destruyó. Pero en Oriente Próximo - especialmente en El Cairo después de su fundación por el Califa al-Muizz en el 969 floreció aproximadamente en una época contemporánea a la edad dorada islámica occidental (siglos X a XIV) un período excepcionalmente brillante de edificación mahometana, que tiene algo que ver con la relación del Islam y la arquitectura occidental. Numerosas mezquitas y madrasas (escuelas de instrucción religiosa), al igual que edif1cios seculares tales como mausoleos, palacios y ciudadelas, dotaron a El Cairo, primero bajo los Fatimitas y luego con los Mamelucos de lo que ha permanecido como una de las concentraciones más ricas del mundo de estructuras islámicas bien conservadas. No sólo en Egipto, sino en Persia, Siria e Iraq proliferaron mezquitas, madrasas y tumbas de una calidad de construcción y diseño que han hecho de ellas unos hitos en la arquitectura mundial.
Una de las estructuras más impresionantes de El Cairo en términos de tamaño, función y decoración es el complejo de edificios que pertenecen a la mezquita-madrasa (empezada en el 1356) del Sultán mameluco Hasan al-Nasir, que gobernó Egipto desde 1347 a 1351 y desde 1354 a 1362. El santuario de la mezquita con su muro qibla es una de las cuatro grandes salas abovedadas (iwans) que salen de un patio abierto a través de un enorme arco apuntado formando un diseño global cruciforme (fig. 342). Las otras tres cámaras funcionaban como madrasas y en las esquinas de la cruz había cuatro madrasas similares, cada una con su propio complejo de habitaciones de estudiantes, un patio e iwans. Lo más majestuoso de todo es el mausoleo monumental cubierto con una cúpula, flanqueado por minaretes y adyacente ai santuario. La claridad geométrica del diseño de esta estructura, y de todo el complejo, aparte de de los volúmenes cúbicos libres de columnas, tiene como origen ciertas fuentes occidentales. Los martyria de planta central y acupulados paleocristianos eran unos antecedentes del mausoleo en la mezquita del Sultán Hasan; a los precedentes de la arquitectura medieval bizantina se les debe los espacios muy definidos y las austeras formas cúbicas de la estructura de El Cairo. La contribución de la arquitectura bizantina a los edificios mahometanos explica uno de los estilos regionales más significativos de los diversos que se desarrollaron en el mundo islámico. Este estilo se realizó de forma más espectacular en Turquía después de que los otomanos conquistaran Constantinopla, sede de la cristiandad en Oriente, en el 1453. Allí, los arquitectos otomanos eligieron hacer sus mezquitas tomando como modelo las iglesias de Bizancio y primordialmente, por supuesto, Santa Sofía. La Mezquita de Suleyman (1550; fig. 344) en Constantinopla es un paradigma de la tipología, con su enorme área central acupulada abriéndose a través de grandes arcos hacia espacios subsidiarios abovedados en dos lados por medio de medias cúpulas de refuerzo. Como la cúpula principal de Santa Sofía, la de la Mezquita de Suleyman - un hemisferio sobre un espacio cúbico elevándose sobre pechinas curvadas - parece flotar sobre un anillo de luz formado por las ventanas, muy cercanas unas a otras, que hay en su base. Como sus predecesores bizantinos, Sinan, el arquitecto favorito de Suleyman, pudo conseguir en su mezquita el efecto bizantino de superficie ingrávida suspendida en una atmósfera hecha fluida por medio de las motas de luz y el color del ornamento. La luz difusa de un espacio interior era tanto para los mahometanos como para los cristianos un símbolo de lo celestial o paradisíaco, y por lo tanto las mezquitas de la Turquía otomana compartían con las iglesias de Bizancio los embellecimientos ricos y brillantes. Apartándose de ia tradición preotomana en materia de mezquitas, por la que los exteriores de los edificios no estaban articulados estructuralmente, la Mezquita de Suleyman y otras estructuras otomanas, debiéndoselo una vez más a los arquitectos de Santa Sofía, integraron el diseño y la apariencia de las formas interiores y exteriores. Por lo tanto, el perfil típico de una mezquita otomana del siglo XVI no es distinto a los edificios contemporáneos de planta central del Renacimiento europeo, en los que un grupo compacto de unidades subsidiarias acupuladas estaba subordinado a la cúpula central unif1cante. En contraste con está densa masa de formas arqueadas y acupuladas están los altos y afilados minaretes que hay en cada esquina del recinto de la mezquita. La torre-minarete es una invención únicamente mahometana y se la considera, como al chapitel de una iglesia gótica, un símbolo religioso por su asociación con la mezquita. Aunque los minaretes llegaron a usarse como lugares desde donde se convocaba a los fieles a la oración, las torres en las mezquitas antiguas operaban sólo como indicadores de un lugar sagrado y como símbolos del poder político de los califas. Los minaretes eran una de las pocas formas de la arquitectura mahometana que pusieran énfasis en lo vertical; incluso con el marcado cambio que representa la mezquita acupulada turca con respecto a la antigua mezquita hipóstila de techos bajos, no se deseaba una gran altura y las formas verticales audaces como metáforas del impulso hacia el cielo del espíritu, como ocurría en la arquitectura gótica. La relación entre el af1lado minarete y la cúpula curva quizás no se comprenda en ningún sitio de forma más poética que en el renombrado mausoleo del Taj Mahal (f1g. 345), de la última fase de la edif1cación mahometana. Una tumba de mármol blanco construida en el 1631-1648 en Agra, capital del Imperio Mongol, por el Shah Jehan para su mujer, Arjuman Banu Begum. El monumento recapitula muchos de los temas formales que habían jugado un papel importante a lo largo de la arquitectura islámica. Su ref1nada elegancia es un visible contraste tanto con la arquitectura hindú de la India pre-islámica, con sus gruesos muros, arcos en voladizo y pesados dinteles, como con los estilos indo-islámicos, en los que los elementos hindúes están combinados con un ecléctico surtido de motivos de fuentes persas y turcas. La combinación de jardines y agua como una evocación del Paraíso Coránico es algo que uno reconoce que proviene de la Alhambra Euro-Islámica; el diseño a modo de cubo cubierto con cúpula alía el monumento con el tipo preferido de sepulcro islámico que hemos visto en el mausoleo del Sultán Hasan en El Cairo; sus cuatro iwans, con su larga tradición de uso en mezquitas y madrasas, son un rasgo tan mahometano como los minaretes; y la cúpula bulbosa es un reflejo de los orígenes persas de la dinastía Mongol y la nacionalidad del arquitecto del Shah Jehan. Entre las características más célebres del mausoleo está el omnipresente ornamento de dibujos de piedra incrustada y las inscripciones coránicas; pero el ornamento está subordinado al perfecto equilibrio de
espacio y masa y a las armoniosas proporciones que, más que ningún otro monumento islámico, producen la admiración universal. Si, de hecho, existe algún momento en la historia de la arquitectura donde se junten en armonía las formas únicas de la tradición constructiva no occidental con los principios de congruencia y elegancia, simetría y nobleza en los que se basa el Clasicismo Occidental, ése es este ejemplo de la última fase de los diez siglos de milagro arquitectónico islámico realizado en India, uno de los puntos más lejanos de su enorme imperio.
ARQUITECTURA Y CONSTRUCCIÓN ISLÁMICA.
INTRODUCCIÓN La arquitectura islámica podríamos entenderla como un manual o catálogo de recursos arquitectónicos y constructivos capaces de conformarse para acometer la función propuesta según las necesidades funcionales del edificio, basadas en la supeditación pragmática al carácter religioso cuyo origen es abiertamente romano, paleocristiano, bizantino, sasánido, visigodo, etc. El Islam enfatiza la presencia omnipotente de Dios, a quien se reserva el poder de creación. De ahí que, la deliberada ausencia en la cultura islámica de imágenes creadas por el hombre haya que entenderla como un signo de respeto a Dios. La extensión de estas ideas a la arquitectura supuso el abandono de la unidad y singularidad que caracterizaba a la arquitectura tradicional de Occidente y la aparición, como contrapartida, de una arquitectura genérica y no particularizada. En ella la nueva idea de oración que la religión islámica traía consigo podía encontrar la atmósfera que precisaba: la difusa presencia de Dios se materializaba en la infinitud del artificial espacio de la mezquita. En otras palabras, tanto la axialidad y secuencialidad como la imponente centralidad de las primeras iglesias y basílicas cristianas desaparecía de las mezquitas en aras de un espacio neutro y sin caracterizar. El foco del espacio cristiano –el altar- era absorbido por el todo. El nuevo foco fue la quibla, un muro de oración continuo, con un pequeño nicho –el mihrab- inspirado probablemente en los ábsides cristianos, pero sin la significación litúrgica de éstos. El mihrab, sin embargo, implicaba la necesidad de la simetría, que, una vez más aparece como inevitable principio formal capaz de imponer un cierto orden, incluso bajo las circunstancias de abstracción e indiferenciación inherentes a la arquitectura de la mezquita. La iglesia cristiana, longitudinal y procesional, se transforma en un edificio con patio, a modo de ciudadela sagrada, en el que la transición al espacio cubierto debe entenderse como un paso adelante en la relación, individual y privada, que el Islam establece con Dios. Rafael MONEO. La vida de los edificios: Las ampliaciones de la Mezquita de Córdoba. Revista ARQUITECTURA. Separata 1981-1985.
La Mezquita de Córdoba fue construida por Abderrahmán I. Córdoba había sido una de las más notables ciudades de la Península Ibérica, tanto durante la dominación romana como, más tarde, bajo la dominación visigoda. Era el último puente sobre el Guadalquivir y su importancia estratégica, comercial y política siempre fue apreciada. Abderrahmán, príncipe Omeya, huyó de su patria por motivos políticos internos y estableció en Córdoba la capital de un nuevo emirato. Cuando, tras guerrear durante años contra los reinos cristianos de la península, restableció la paz, Abderrahmán decidió erigir un templo proclamando así con él la solidez de su nuevo reino independiente. El emplazamiento escogido para levantarlo fue, casi inevitablemente, el lugar sagrado por antonomasia de la ciudad, aquél donde los cristianos habían construido la iglesia de San Vicente, dominando el puente sobre el Guadalquivir (La antigua iglesia de San Vicente era compartida por ambos cultos, cristiano y musulmán, tras la conquista árabe. La mitad perteneciente a los cristianos se compró en 786. Probablemente, San Vicente fue una iglesia importante, aunque no podemos conocer su aspecto; no obstante, Gómez-Moreno sugiere que “el empleo de sus materiales está fuera de duda y, probablemente, se realizó a gran escala”). Iniciada en circunstancias históricas bien precisas, con propósitos e intenciones a los que hoy podríamos calificar de fundacionales, la nueva Mezquita de Córdoba era, para sus arquitectos, la ocasión adecuada par desarrollar en ella una arquitectura modélica. Miembro de la familia Omeya, Abderrahmán se preocupó de que los arquitectos respetasen el precedente de la vieja Mezquita de Damasco, aquella que había conocido en su juventud. La Mezquita de Damasco había sentado las bases tipológicas de la mayor parte de las mezquitas posteriores, al establecer, de una vez por todas, si bien sirviéndose de estructuras y elementos arquitectónicos cristianos, la idea de espacio religioso islámico, un espacio que refleja un nuevo modelo de entender las relaciones entre el hombre y Dios (fuerte relación entre arquitectura y teología: “Invariantes castizos de la arquitectura española, Madrid 1947” donde se explican los nexos entre arquitectura y teología; niega y explica que el
dominio de los hombres es lo discontinuo. Por ello no existe en la mezquita de Córdoba un único punto de vista como había en el espacio perspectivo continuo de la arquitectura tradicional de Occidente). Es evidente que los constructores de la Mezquita de Córdoba tuvieron presenta la de Damasco y que eran conscientes, por tanto, de las claras diferencias que median entre la teología islámica y la cristiana, diferencias que, naturalmente, iban a quedar relegadas en su arquitectura.
No conocer
INTRODUCCIÓN
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La lectura de este texto escrito por Rafael Moneo refleja de forma clara la evolución de la arquitectura y construcción islámica durante casi un milenio desde su origen. Hablar de la construcción Islámica plantea una serie de preguntas basadas en conceptos que parten de aspectos convergentes pero que ella misma se encargará de convertirlos en contradictorios: la cronología y la propia arquitectura y su construcción. Desde el inicio de la Construcción Paleocristiana hemos visto como la concepción del edificio responde a unos planteamientos puramente religiosos basados en la liturgia. Para la arquitectura islámica no va a ser diferente esta forma de materialización de una inquietud y necesidad espiritual, pues desarrollará su construcción identificada más con la religión que con el período cronológico. El nacimiento de la arquitectura Islámica se produce a lo largo del siglo VII. d. C. y se extenderá con vigor, entorno al mediterráneo, durante un milenio; por lo tanto podemos considerarla contemporánea de la Cristiana Bizantina hasta el siglo XVI. Esta contemporaneidad no está exenta de influencias y desavenencias basadas unas en el aspecto arquitectónico-constructivo y otras en el político-religioso. Observar el comienzo de ambas nos servirá como ejemplo de la diferencia desmesurada del nivel arquitectónico y constructivo que las separa. Si ya conocemos el antecedente y punto de partida de la arquitectura y construcción bizantina establecido en la construcción romana, la Islámica nacerá de una sociedad nómada, perdida en el desierto y con una serie de necesidades domésticas mínimas, con creencias religiosas antiguas, que verá en su profeta Mahoma un camino de unión entre pueblos, culturas y arquitectura. El Islam se “una nueva religión” convincente y prosélita, en un período corto de tiempo, se expande por el flanco Sur y Este del mediterráneo.
La Arquitectura El espacio cubierto de la Mezquita de Damasco estaba formado por tres naves paralelas orientadas hacia la pared de la quibla. El espacio central, bajo una cúpula que subrayaba la presencia del mihrab, era todo un tributo a las iglesias cristianas orientales de planta central, herederas de la tradición tardorromana – bizantina-. Era evidente el deseo de relajar la tensión de las iglesias cristianas, debida, unas veces, a la poderosa sensación de direccionalidad; otras, a la existencia de una centralidad absorbente. La pequeña cúpula es más un elemento arquitectónico que una imposición ideológica o ritual. En la Mezquita de Baalbeck y, más tarde, en algunas de las mezquitas egipcias, este espacio centralizado desaparece y los muros paralelos se convierten en los elementos más importantes del edificio. La mezquita se consolida como un nuevo tipo arquitectónico que, a juzgar por los antecedentes citados, bien puede interpretarse como una transformación radical de la arquitectura basilical tardorromana. La introducción de una sintaxis distinta, inspirada por una concepción del mundo diversa, es, en última instancia, responsable de tal transformación y poco importa que, tanto en Damasco como en El Cairo, se utilicen columnas y otros elementos directamente tomados de la arquitectura romana: la mezquita se presenta como un tipo bien definido, pleno, y con ella toda una nueva arquitectura, la Islámica.
La Construcción Las técnicas y los modos constructivos han estado siempre ligados a tradiciones culturales condicionadas por los recursos materiales del área geográfica donde se desarrollan. Pasemos a Córdoba. Quedo ya dicho que en la Mezquita de Abderrahmán se respetaron tipos establecidos, pero éstos sufrieron en ella tan profundos cambios que cabe el que la consideremos como un acontecimiento arquitectónico único y singular. El primer rasgo que la convierte en singular y única es, sin duda, el cambio en la orientación de los muros: perpendiculares a la quibla, no paralelos como era la costumbre. Parece lógico si se trata de favorecer la visibilidad de la quibla. Sin embargo, dicho cambio obedece a una compleja decisión estructural que fue, como se verá más adelante, definitiva en la ordenación espacial de la mezquita. Una descripción simple de esta estructura consistía en afirmar que los muros de carga han sido horadados sirviéndose de arcos sobre las columnas, pero eso significaría la reducción del problema constructivo que la mezquita implica a un problema de geometría en el plano. La razón por la que se habla de muros al describir la mezquita quizá se deba a que se identifican, metafóricamente, muros y acueductos. Así vemos cómo, en la Mezquita de Córdoba, el sistema de muros, que drena a un tiempo que cubre el área, se convierte en un ámbito del máximo interés espacial cuando los muros aceptan, con ingenua literalidad (el acueducto de los milagros de Mérida, un precedente de la Mezquita de Córdoba: los constructores islámicos debían mucho a los romanos; no cabe duda que los árabes conocían bien la arquitectura romana desde su paso por el norte de África camino de España.), su condición de acueducto. Pero a renglón seguido, tras de admitir el valor de la metáfora, hay que hacer constar que ésta es, simplemente, un punto de partida, ya que la técnica constructiva definitiva no fue desarrollada de acuerdo sólo con dicha “imagen”: el considerar la disponibilidad de los “elementos ya usados” iba a ser un dato clave para los arquitectos que hicieron de los mismos la base de su trabajo. Los materiales, pues, estaban dados; “elementos ya usados” eran columnas y capiteles procedentes tanto de edificios romanos como de primitivas iglesias cristianas y visigodas: su condición singular y completa les dotaba de un cierto aura intemporal. De hecho, se trataba de elementos que, en su radical soledad y autonomía, podían ser reutilizados sin atender al marco estilístico que los produjo (basas, columnas, capiteles y salmeres fueron tomados de diversos edificios de todo el país. El arquitecto los utilizó para definir una superficie horizontal sobre la que erigir el sistema de arcos y muros. Muy a menudo, al nivelar el suelo –horizontalmente- algunas basas quedaban enterradas.). Contando con ellos, y con una idea previa de la estructura como un todo, el arquitecto de la Mezquita de Córdoba definió la estereotomía de los arcos sobre los pilares y los arcos de herradura y acudió a la construcción tradicional en madera sustentada por muros de carga a la hora de resolver techos y cubiertas (Puede hallarse un análisis completo del arco de herradura en E., Camps y Cazorla, Modelo, proporciones y composición en la arquitectura califal cordobesa, Madrid. Una vez más Torres Balbás insiste en su origen romano). La construcción exigió la aparición de algunos elementos nuevos, tales como los cimacios, elementos que facilitaban el ajuste entre los “elementos ya usados” y la geometría a que obligaba la disposición de la mezquita. Una interpretación pragmática podría sugerir que el arquitecto, queriendo dar mayor altura al techo y no contentado con colocarlo sobre un muro sustentado por una cadena de arcos de herradura sobre las columnas, decidió incorporar una nueva cadena de arcos de medio punto –un segundo orden- para lograr la altura deseada. Por otra parte, la mayor anchura del arco superior podría explicarse por la presencia de un canalón de desagüe que obliga a un mayor espesor del muro y, por consiguiente, del arco. No obstante, si lo que buscamos es una explicación que nos permita entender los problemas formales de la mezquita, habrá de considerar un mayor nivel de complejidad para entender el modo de pensar de los arquitectos, modo de pensar que es responsable en último término de los principios formales que le permiten construir. Así, admitiendo la voluntad explícita de una mayor altura y ésta, por tanto, como el fin perseguido, podríamos entender la estructura como cadenas de arcos de medio punto sobre pilares esbeltos, atados éstos por un elemento transversal hipotético –el arco de herradura- incorporado al conjunto para garantizar la estabilidad del mismo. De este modo, la Mezquita de Córdoba pasaría a ser un
sistema formado por muros-acueductos que se produce perpendicularmente a la quibla y son responsables, en último término, de la experiencia espacial, la única dirección perceptible sería entonces la perpendicular a la quibla. De la intersección de ambos sistemas, una intersección que, naturalmente, es virtual, pero que es también irreductible, depende la estructura formal de la mezquita. En ella radica, en última instancia, la definición arquitectónica de la misma: tal “intersección virtual” es la que permite al arquitecto la construcción- De ahí que el espacio real de la mezquita contemple la supresión de ambas direcciones y que la insistente y poderosa presencia de las columnas pueda ser entendida como el resultado de la intersección de dichos planos virtuales. El espacio definido por las columnas, la abstracta malla que forman, en la que toda alusión al pasado se disuelve, es una clara expresión del nuevo espacio religioso, neutro e indiferente, que hemos descrito antes; pero también cabe entenderla en términos estrictamente formales, en aquellos de los que el arquitecto ha de servirse para poder sentar las bases desde las que construir sus obras (En una lectura partiendo del techo, la mezquita de Córdoba podría entenderse claramente como un sistema de pilares y arcos que definen un muro. Estos pilares han sido cortados y se apoyan sobre una sofisticada cadena de arcos y columnas, que los sostiene con impensable equilibrio; en esta interpretación, los arcos de herradura hacen de ligazón entre los pilares, garantizando la estabilidad. Sin embargo, si partimos del suelo, el frágil sistema de columnas y arcos aumenta de grosor, definiendo una cadena continua de arcos de medio punto que permite una cubierta horizontal. Evidentemente, la razón de ser del complejo mecanismo formal que liga la columna al muro que caracteriza la mezquita de Córdoba no es el simple deseo de elevar el techo. Y en esta pugna sutil entre el arco de herradura y el de medio punto, “el arquitecto de la mezquita de Córdoba prefirió el de herradura al de medio punto, acorde con la tradición visigótica, por razones estéticas, ya que es difícil hallar otro motivo.” Gómez Moreno, op. Cit., pág 36). En cualquier caso, ya sea partiendo de análisis de la cubierta o bien siguiendo el orden cronológico con que la construcción se produce, habrá que considerar otras intervenciones que, no por ser menores, pueden ser calificadas como secundarias. A ellas se confía, en algunas ocasiones, la articulación de los diferentes elementos. En otras, subrayan, simple y eficazmente, la estructura formal del edificio. Pero, tanto en unas como en otras, tales intervenciones deben entenderse siempre como acciones que propician al arquitecto la flexibilidad necesaria para trabajar con piezas preexistentes. Así se explica el elemento que soluciona la parte superior del capitel, donde convergen el pilar, el arco de herradura y la columna-capitel. El arquitecto definió un nuevo elemento, tan simple como eficaz, que resolvía la conjunción de todos ellos. En otro orden de cosas, la transición de la base cuadrada a la sección rectangular de los pilares fue solucionada con un elemento que con el tiempo adquiriría una singular relevancia en la arquitectura islámica y mozárabe: el llamado, por Gómez Moreno, modillón de rollos (Parece que este punto fue la clave para toda la solución de la mezquita de Córdoba. La habilidad del arquitecto se hace evidente al confiar la transición del pilar al salmer a un nuevo elemento, el “modillón de rollos”. El libro de Gómez-Moreno Iglesias mozárabes españolas; el arte español de los siglos IX al XI, identifica una serie de iglesias mozárabes en las que uno de los rasgos característicos –utilizado para describir un estilo peculiar- es el empleo de tales elementos. Más adelante, L. Torres Balbás publicó un artículo, Los modillones de lóbulos. Ensayo de análisis de la evolución de una forma arquitectónica a través de dieciséis siglos.). Otro rasgo importante de la Mezquita de Córdoba la constituyen las dovelas coloreadas de los arcos. A menudo se ha comentado que ya habían sido utilizadas en la arquitectura siria, así como en algunas obras romanas –el acueducto de los Milagros de Mérida-, insistiendo así en una estrecha relación entre los ejemplos romanos y la mezquita de Córdoba (Ya en la mezquita de Damasco se había utilizado dovelas alternativas de mármol y basalto, lo que pudo influir en los arquitectos de la mezquita de Córdoba. No obstante, la mayoría de los historiadores prefieren establecer una relación más estrecha con algunas obras tardorromanas, especialmente con el acueducto de los Milagros). Pero cabe, también, ver las dovelas coloreadas con una prueba más de la presencia del mecanismo formal antes descrito en Córdoba. Podría entenderse como el resultado de una íntima superposición: la forma arquitectónica es en la mezquita de Córdoba el resultado de una interacción entre formas simple y elementos, con significados autónomos y propios, en muy diversos planos, que se pierden en el nuevo todo; la forma final es una forma integrada, en las que los componentes que la constituyen desaparecen y pierden su respectiva identidad singular, dando así lugar a una nueva lectura. El arco de herradura, por ejemplo, es un
elemento estructural que da estabilidad a las esbeltas pilastras sobre las columnas, pero, al mismo tiempo, cumple con una delicada función formal al subrayar la realidad espacial de las directrices paralelas a la quibla que se dibujan en interminable imagen perspectiva con su ayuda. Las dovelas coloreadas, a su vez, favorecen tal interpretación, al poner de manifiesto la colisión entre los arcos de herradura y las pilastras. Hemos llegado, pues, a un punto en el que cabe afirmar que los principios formales de la Mezquita de Córdoba estaban tan claramente establecidos desde su origen y eran, por otro lado, tan determinantes que las ampliaciones posteriores del edificio no supusieron transformaciones radicales del mismo. La futura vida de un edificio está implícita en los principios formales que lo han hecho nacer, y de ahí que su entendimiento nos proporcione una pista para comprender su historia. Tal haremos ahora al ver de qué modo están dichos principios presentes en la larga vida de la mezquita. Cuando Abderrahmán II quiso ampliar la mezquita, la cuestión era clara: la mezquita crecería hacia el Sur. El muro de la quibla fue parcialmente derribado para permitir el paso a través de él y se construyeron ocho nuevas arcadas. Se conservaron los restos de la antigua quibla porque el suprimirlos hubiera sido arriesgado, ya que era preciso contrarrestar el empuje horizontal de las cadenas de arcos. Pero la sensación de espacial no cambió, y el hecho de la nueva intervención fue absorbido por el espacio existente sin que se produjeran cambios fundamentales; los restos de la vieja pared de la quibla iban a ser, en el futuro, tan sólo un accidente en el continuo espacio de la mezquita. Curiosamente, se llevó a cabo una importante modificación de los modillones de rollos –se simplificaron sus molduras-, lo que demuestra que el constructor era consciente de los problemas formales. Mohamed I, hijo de Abderrahmán II, concluyó la obra iniciada por su padre levantando el muro occidental (Elie LambertÆ las dos naves laterales fueron remodeladas bajo su reinado; apoya su argumentación en unos documentos descubiertos por Levi-Provencal y en un análisis de los modillones de dichas naves. E. Lambert, “Etudes Médiévales”. Toulouse, 1956. Torres-Balbás muestra su desacuerdo en Los Modillones de Lóbulos.). A él se le atribuye la Puerta de San Esteban, donde, una vez más, es el mecanismo de superposición el que nos permite comprender el complejo sistema geométrico que rige su construcción. Sería muy difícil explicar una ornamentación tan intrincada si no acudiéramos a la idea de superposición como mecanismo formal básico. Sólo así puede entenderse cómo el plano del muro es trabajado como plano geométrico: en él se entrecruzan y traban diversos planos virtuales, definiéndose toda una serie de convenciones geométricas que hacen posible la construcción de la arquitectura. (Dibujos en “Módulo, proporciones y composición en la arquitectura califal cordobesa”. Madrid de E. Camps y Cazorla.Æ subraya el carácter abastracto de tal sistema geométrico y nos proporciona un conjunto de dibujos muy interesantes que explora dichos mecanismos compositivos.) Bajo Abderrahmán III, en el apogeo del emirato, se realizaron pequeñas reeformas. Las obras continuaron y se levantó una segunda fachada, doblando la que ya existía y repitiendo el tema de las columnas unidas a pilastras. (a cominezos del siglo XVII la torre sería absorbida por otra torre nueva. La construcción de la segunda fachada fue probablemente motivada por razones estéticas; el empuje horizontal de los arcos de herradura había sido asumido por la fachada primitiva). Más adelante, en las ampliaciones posteriores, esta solución de la doble pared volvería a ser utilizada de nuevo, convirtiéndose lo que había sido específico y singular, dictado por la necesidad, en reproducible modelo. A través de la lectura de este texto podemos conocer las características más generalizadas que lleva implicita
Plantas Tendrán las características de ausencia general de ejes de simetría, y una extrema sencillez en su composición. Al hablar de las tipologías comentaremos al detalle las características de cada una de ellas. Muros
Se construían valiéndose de los materiales locales y se revestían después, prolija y cuidadosamente con una decoración menuda de yesería, piedras de lujo y azulejos. O sea loza vidriada
La Mezquita Es el modelo más representativo de la construcción islámica; edificio destinado a la oración comunitaria de los musulmanes que puede variar en tamaño y tipología arquitectónica. Debe tener la amplitud suficiente como para poder albergar en la plegaria de los viernes a todos los fieles (jami). Los ejemplos más importantes de este tipo de edificios se construyeron entre el siglo VII, poco tiempo después de la aparición del islam en Arabia, y el siglo XVI. Una teoría supone que la primera mezquita estaba constituida por el patio y la propia casa de Mahoma en Madinat-al-Nabi, 'Ciudad del Profeta'; o Madinat Rasul Allah 'Ciudad del apóstol de Dios'), ciudad del oeste de Arabia Saudí, situada en la región de al Hiyaz. (622). El muro del patio que miraba en dirección a La Meca —conocido como quibla— disponía de un santuario cubierto desde el que se recitaban las oraciones, mientras que el resto de los muros estaban flanqueados por soportales de arquerías para proporcionar sombra en el caluroso desierto. Esta tipología se trasmitió a las mezquitas posteriores. Entender la facultad islámica necesaria para interpretar un edificio, donde oración y aforo fuesen condicionantes obligatorios para una solución espiritualmente coherente, es compleja. Esta nueva religión arrastra una falta de tradiciones arquitectónicas y constructivas, puesto que los primeros creyentes proceden, en su mayoría, de tribus nómadas. El programa de usos propios de la mezquita esbozó una organización espacial basada en el precepto coránico que obliga a los creyentes a rezar con el cuerpo en dirección a la Meca. En las sociedades islámicas, las mezquitas no sólo se emplearon con fines religiosos, sino también políticos y sociales, llegando a convertirse en un auténtico foro para múltiples cometidos, como tribunales de justicia, escuelas, salas de asambleas e incluso como lugar de desfiles. El esquema básico se constituye mediante dos elementos simples (derivados de los preceptos coránicos de la oración), que se mantendrán constantes independientemente de la tipología utilizada. Estos elementos son: el muro de la “Quibla “ que sirve como referencia en el interior de las mezquitas, para que los fieles puedan rezar en dirección a la Meca y el “Mirhab”, que tiene como fin la guarda de los Textos del Corán y la distinción de este muro de los restantes; se encuentra situado en el centro del muro de la Quibla y tiene forma de hornacina o nicho, de tamaño variable según la mezquita. Además de estos elementos, hay otros que también participan en todas las mezquitas como el Mimbar, situado a la dercha, que es el púlpito desde donde el imán o jefe religioso predica el sermón y dirige la oración de los viernes. El proceso de expansión del Islám fue rápido y amplio. Las mezquitas que se construyeron en los nuevos territorios incorporaban elementos propios de la arquitectura local existente en la zona conquistada. Sirva como ejemplo la Mezquita Mayor de Damasco (siglo VIII), construida sobre una antigua iglesia basilical cristiana edificada sobre un anterior edificio pagano. Esta trayectoria condicionó la arquitectura religiosa islámica que buscó como nueva tipología la basílica romana, adoptando un origen clásico. La diferencia que incorpora la mezquita basilical es la equivalencia de sus tres naves, tanto en anchura como en altura, que produce un efecto espacial más parecido al de las salas hipóstilas dotando a todo el espacio de la misma jerarquía.
Mezquita, edificio destinado a la oración de los musulmanes, que puede variar en tamaño y tipología arquitectónica. Entre todas siempre destaca la mezquita de los viernes o jami, una especie de catedral donde se reúne la comunidad de fieles para realizar la oración ritual de este día de la semana. Los ejemplos más importantes de la historia se construyeron entre el siglo VII, poco tiempo después de la aparición del islam en Arabia, y el siglo XVI. La primera mezquita estaba constituida por el patio y la propia casa de Mahoma en Medina (622), situada en el territorio de la actual Arabia Saudí. El muro del patio que miraba en dirección a La Meca — conocido como quibla— disponía de un santuario cubierto desde el que se recitaban las oraciones, mientras que el resto de los muros estaban flanqueados por soportales de arquerías para proporcionar sombra en el caluroso desierto. Esta tipología se trasmitió a las mezquitas posteriores, en las que se distinguen los mismos elementos: el patio de abluciones o sahn, el muro de la quibla y el espacio cubierto para la oración. En el centro de la quibla se situaba el mihrab, un nicho cuya única finalidad es distinguir este muro de los restantes y enfocar así la oración hacia La Meca. A su derecha suele aparecer
el mimbar, púlpito desde el que el imán o jefe religioso predica el sermón y dirige la oración de los viernes. . En torno al espacio sagrado suelen aparecer otras habitaciones subsidiarias, que acogen en su seno bibliotecas, hospitales o cámaras de tesoros. A medida que el islam se expandía fuera de Arabia, las mezquitas fueron incorporando elementos de la arquitectura de los países conquistados. Las tipologías basilicales, heredadas de la tradición cristiana, comenzaron su existencia con la mezquita mayor de Damasco (siglo VIII), construida sobre una antigua iglesia cristiana que a su vez se asentó sobre un templo pagano. Siguiendo esta misma trayectoria, la nueva tipología musulmana tuvo su origen en la basílica romana, así que finalmente la tradición arquitectónica islámica hunde sus raíces en la clásica. La única diferencia que incorpora la mezquita basilical es la equivalencia de sus tres naves, tanto en anchura como en altura, que produce un efecto espacial más parecido al de las salas hipóstilas. Las cubiertas planas de estos edificios se apoyan en dos pisos de arcadas, el primero de ellos compuesto por grandes arcos de medio punto sustentados sobre columnas romanas, y el segundo, dispuesto para acrecentar la altura del espacio de oración, más pequeño y transparente. Esta disposición propia de los califas omeyas se trasladó a la península Ibérica con la caída del poder omeya en Damasco. Abd-al-Rahman I comenzó hacia el año 780 la mezquita de Córdoba, donde se incorporaron numerosas novedades, como la disposición de once naves perpendiculares a la quibla, en lugar de las tres paralelas de la tipología siria. Otra de las características emblemáticas de la arquitectura califal cordobesa fue el arco de herradura decorado con franjas rojas y blancas (véase Arco y bóveda), un modelo constructivo heredado de los romanos que se conservó durante el periodo visigodo. El edificio cordobés se fue ampliando sucesivamente hasta el año 990, incorporando otras soluciones originales como la compleja estructura de pilastras sobre columnas, los arcos lobulados y entrecruzados, o las peculiares cúpulas de nervios entrecruzados que cubren las capillas junto al mihrab. La decoración en el mundo islámico se vio reducida a los motivos geométricos y vegetales, como los arabescos o los mocárabes, ya que el Corán prohibe cualquier representación religiosa de hombres o animales para evitar los cultos idólatras. Sin embargo, la tradición oriental generó todo tipo de elementos ornamentales de gran riqueza, aplicados en las pinturas, bajorrelieves, tallas, estucos, taraceas, mosaicos, azulejos y revestimientos cerámicos de todo tipo. En las mezquitas primitivas, el almuédano llamaba a la oración de los fieles desde la azotea de la propia mezquita. Más tarde se comenzaron a edificar torres especiales para este fin, llamadas alminares o minaretes, la primera de las cuales aparece en la mezquita de Sidi Ocba en Kairuan (Túnez, siglo VIII).
El origen de estas construcciones parece remontarse a las torres de planta cuadrada de las iglesias paleocristianas sirias. Su empleo se extendió por todo el mundo islámico, y todas las mezquitas acabaron incorporando uno o varios de estos elementos verticales, que pueden variar su forma desde la sección cuadrada a la circular, espiral u octogonal, y su tamaño desde las bajas y planas a las altas y esbeltas, características del Imperio otomano.
Las mezquitas de planta cruciforme se comenzaron a emplear en Irán durante el siglo XII, y las cupuliformes de planta centralizada se adoptaron en Turquía después de la caída de Constantinopla (Estambul a partir de entonces) en 1453 y el subsiguiente empleo para el culto musulmán de la iglesia de Santa Sofía de Constantinopla (532-537). En este modelo el espacio de oración se compone de una sala libre cubierta por una gran cúpula, flanqueada por salas subsidiarias cuyas semicúpulas o cupulillas descargan los empujes de la cubierta central. Con este nuevo concepto espacial desaparece el patio de abluciones, que ya entró en desuso en las mezquitas iraníes. El constructor más importante del periodo otomano fue el arquitecto Sinan, entre cuyas más de trescientas obras destaca la mezquita de Solimán (1550-1557) en Estambul, un edificio centralizado rodeado por cuatro esbeltos minaretes.
Véase también Arte y arquitectura islámica.1
1"Mezquita", Enciclopedia Microsoft® Encarta® 98 © 1993-1997 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.
INTRODUCCIÓN La otra gran religión El Islám es una importante religión basada en las enseñanzas de Mahoma (570-632), llamado el Profeta. Originaria de la península de Arabia, se encuentra establecida en los continentes más poblados del planeta. Su arquitectura, presente en todo el mundo, es mestiza y pura, exuberante y discreta, sobria pero de enorme belleza. Bastaría recordar edificios tan emblemáticos como la Mezquita de Córdoba, el palacio de la Alhambra y el Generalife de Granada entre otras grandes construcciones arquitectónicas europeas, la Gran Mezquita de Samarra en Irak y el Taj Mahal, situado en Agra, que es el más famoso de todos los edificios antiguos de la India, y uno de los monumentos más emblemáticos del arte mogol, las mezquitas mediterráneas de Ibn Tulun y Mehmed Ali en El Cairo y la de Kairuán en Túnez.
Islam, en árabe, significa “entregarse” y a través del Corán se establece su sentido religioso; entregarseÆsometerse a la voluntad de Dios. Para los seres humanos, que tienen potestad de obrar por elección y reflexión, la práctica del islam no implica obediencia sino la aceptación libre de los mandamientos divinos de Dios. Islám y Sociedad. El proyecto de la sociedad islámica está basado en el concepto de Teocracia, que persigue un objetivo común fundado sobre el "gobierno de Dios en la Tierra", donde las actuaciones políticas están impregnadas con las leyes coránicas. Las autoridades religiosas han tenido una considerable influencia política en ciertas sociedades musulmanas. La filosofía social islámica se basa en la creencia de que todos los niveles de la vida — social, religioso, político y económico— constituyen una única acción dotada de todos los valores islámicos, inspira conceptos tales como Derecho islámico y Estado islámico, y explica el acentuado énfasis del islám en la vida y en las obligaciones sociales. Incluso los deberes religiosos fundamentales establecidos en los cinco pilares del islam tienen nítidas implicaciones en lo que afecta a la comunidad. La rápida expansión islámica durante el siglo VII, desde la Península Ibérica hasta la Índia, dió a conocer a esta naciente cultura religioso-política otras, ya centenarias, llenas de una gran variedad de tradiciones: sasánida, bizantina, romana, visigoda, etc. Por supuesto, todas ellas eran ajenas a la islámcia, con mayor experiencia y tradición en el campo de la arquitectura. El dominio islámico se consolida con los Omeyas (dinastía de califas que gobernó el califato árabe del islam desde el 661 hasta el 750 y la España musulmana desde el 929 hasta el 1031). Surgirá entonces la necesidad de construir edificios que manifiesten la realidad política y cultural vigente. Los nuevos gobernantes acudirán a las diversas culturas que se encuentran en sus recientes territorios en busca del modelo arquitectónico válido y de constructores capaces de realizarlos. El Islám, a diferencia de la homogeneidad del mundo cultural romano, presenta una diversidad artística que dificulta la definición del arte islámico. Si nos atenemos al aspecto monumental descubrimos que, cuando intentamos concretar los perfiles que presentan las mezquitas u otras tipologías, existen grandes diferencias, no solo en el uso de materiales y técnicas constructivas, sino también en determinados aspectos formales que la definen arquitectónicamente.
Éste carácter diverso que nos enseña el arte islámico es fruto de múltiples aportaciones que servirán de vehículo de trasmisión y difusión de técnicas y estilos a todo el mundo islámico.
Orígenes y características del arte y la arquitectura islámica. Dos rasgos dominantes del arte y la arquitectura islámicas, la importancia de la decoración caligráfica y la composición espacial de la mezquita, estuvieron íntimamente ligados a la doctrina islámica y se desarrollaron en los primeros tiempos de su religión. El profeta Mahoma fue un rico comerciante de La Meca que experimentó una serie de revelaciones divinas a los 40 años y comenzó a predicar la nueva fe. Sus enseñanzas están contenidas en el Corán, libro sagrado de los musulmanes, que recogió la herencia lingüística de la literatura árabe. La posición esencial que este libro ocupa en la cultura islámica y la estética propia de la escritura arábiga, contribuyeron al desarrollo de los estilos decorativos caligráficos en todos los campos del arte islámico. Con la palabra escrita, especialmente las inscripciones coránicas, se decoraron las mezquitas y sus objetos litúrgicos. En el año 622 d.C. Mahoma huyó de La Meca en dirección a Yatrib, la futura Medina, en lo que se denomina la hégira, que supuso el inicio de la cronología islámica. En Medina, Mahoma reunió a un grupo de creyentes para celebrar la oración comunitaria. La casa de Mahoma consistía en un recinto cuadrado de muros de adobe abierto a un patio, rematado por un soportal o cobertizo en el lado sur. En el muro oriental se levantaron las habitaciones de las mujeres del Profeta, volcadas hacia el patio, donde se reunían los fieles para orar bajo las directrices de Mahoma, que se subía en un estrado para dirigirles. En esta disposición se ha querido establecer el origen de las futuras mezquitas, que suelen presentar un patio interior (sahn) rodeado de pórticos (riwaqs) y un espacio cubierto (haram), articulado mediante naves de columnas y delimitado por la quibla, el muro que señala la dirección de La Meca. Los primeros seguidores de Mahoma fueron pueblos nómadas procedentes de la península Arábiga, con escasas tradiciones artísticas, en contraste de los imperios que conquistaron posteriormente. A medida que se expandió, el islam asimiló las distintas tradiciones culturales y artísticas de los pueblos sometidos, instaurando así un estilo artístico propio, que varía de acuerdo con las diversas áreas climáticas o los materiales disponibles. Algunos motivos adaptados de otras culturas se convirtieron en temas universales del mundo islámico. El arte islámico evolucionó a partir de muchas fuentes, como las romanas, paleocristianas o bizantinas, que se entremezclaron en su primera arquitectura, el arte persa Sasánida y los estilos del centro de Asia, incorporados a través de
las incursiones turcas y mongolas. El arte chino constituyó un ingrediente esencial de la pintura, la cerámica y las artes textiles. Desarrollo histórico El desarrollo del arte islámico desde el siglo VII al XVIII se divide en tres periodos. El periodo de formación, que coincide aproximadamente con el califato Omeya (661-750), bajo cuyo mandato el territorio islámico se extendió desde Damasco (Siria) hasta España; el periodo medio que abarca la época de los califas Abasíes (750-1258), establecidos en Bagdad (Irak), hasta la conquista mongola, y el periodo que transcurre entre esta conquista y el siglo XVIII. Dentro de esta secuencia se pueden discernir, en las diferentes partes del mundo islámico, diversos estilos artísticos asociados a las correspondientes dinastías de gobernantes. Además de aquellos relativos a las grandes dinastías Omeya y Abasí, cabe mencionar otros estilos, como el de los turcos Selyúcidas, que gobernaron Irán desde mediados del siglo XI a 1157; el de los kánidas, pueblo mongol que controló el este de Irán de 1256 a 1349; los Timuríes, grandes mecenas de la cultura iraní, instaurados al oeste de Irán entre 1378 y 1502 y los Safawíes, gobernantes de la totalidad de Irán de 1502 a 1736. El arte islámico también floreció bajo los turcos otomanos, que dirigieron Turquía de 1299 a 1922 y extendieron su imperio por Egipto y Siria en el siglo XVI. En el noreste africano destacan estilos relacionados con el reinado de los fatimíes (909-1171) y con el de los mamelucos, que controlaron estos territorios desde 1250, mientras que en el Magreb y el sur de la península Ibérica cabe mencionar el apogeo de las tribus bereberes, los almorávides y los almohades, así como la dinastía Nazarí del reino de Granada. Arquitectura El escaso ritual del culto islámico dio lugar a dos tipologías de carácter religioso: la mezquita (masjid), recinto donde la comunidad se reúne para orar, y la madrasa o escuela coránica. Dentro de la arquitectura civil destacan los palacios, los caravasares y las ciudades, en las que se consiguió un planeamiento racionalizado de acuerdo con las canalizaciones de agua y la protección frente al calor. Otro edificio importante en el islam es el mausoleo, enterramiento de un gobernante y símbolo de su poder terrenal. Todos estos edificios religiosos y seculares tienen numerosos elementos estructurales y decorativos en común.
La arquitectura islámica podríamos entenderla como un manual o catálogo de recursos arquitectónicos y constructivos capaces de conformarse para acometer la función propuesta según las necesidades funcionales del
edificio, basadas en la supeditación pragmática al carácter religioso cuyo origen es abiertamente romano, paleocristiano, bizantino, sasánido, visigodo, etc. El Islam enfatiza la presencia omnipotente de Dios, a quien se reserva el poder de creación. De ahí que, la deliberada ausencia en la cultura islámica de imágenes creadas por el hombre haya que entenderla como un signo de respeto a Dios. La extensión de estas ideas a la arquitectura supuso el abandono de la unidad y singularidad que caracterizaba a la arquitectura tradicional de Occidente y la aparición, como contrapartida, de una arquitectura genérica y no particularizada. En ella la nueva idea de oración que la religión islámica traía consigo podía encontrar la atmósfera que precisaba: la difusa presencia de Dios se materializaba en la infinitud del artificial espacio de la mezquita. En otras palabras, tanto la axialidad y secuencialidad como la imponente centralidad de las primeras iglesias y basílicas cristianas desaparecía de las mezquitas en aras de un espacio neutro y sin caracterizar. El foco del espacio cristiano –el altar- era absorbido por el todo. El nuevo foco fue la quibla, un muro de oración continuo, con un pequeño nicho –el mihrab- inspirado probablemente en los ábsides cristianos, pero sin la significación litúrgica de éstos. El mihrab, sin embargo, implicaba la necesidad de la simetría, que, una vez más aparece como inevitable principio formal capaz de imponer un cierto orden, incluso bajo las circunstancias de abstracción e indiferenciación inherentes a la arquitectura de la mezquita. La iglesia cristiana, longitudinal y procesional, se transforma en un edificio con patio, a modo de ciudadela sagrada, en el que la transición al espacio cubierto debe entenderse como un paso adelante en la relación, individual y privada, que el Islam establece con Dios. Rafael MONEO. La vida de los edificios: Las ampliaciones de la Mezquita de Córdoba. Revista ARQUITECTURA. Separata 1981-1985.
La Mezquita de Córdoba fue construida por Abderrahmán I. Córdoba había sido una de las más notables ciudades de la Península Ibérica, tanto durante la dominación romana como, más tarde, bajo la dominación visigoda. Era el último puente sobre el Guadalquivir y su importancia estratégica, comercial y política siempre fue apreciada. Abderrahmán, príncipe Omeya, huyó de su patria por motivos políticos internos y estableció en Córdoba la capital de un nuevo emirato. Cuando, tras guerrear durante años contra los reinos cristianos de la península, restableció la paz, Abderrahmán decidió erigir un templo proclamando así con él la solidez de su nuevo reino independiente. El emplazamiento escogido para levantarlo fue, casi inevitablemente, el lugar sagrado por antonomasia de la ciudad, aquél donde los cristianos habían construido la iglesia de San Vicente, dominando el puente sobre el Guadalquivir (La antigua iglesia de San Vicente era compartida por ambos cultos, cristiano y musulmán, tras la conquista árabe. La mitad perteneciente a los cristianos se compró en 786. Probablemente, San Vicente fue una iglesia importante, aunque no podemos conocer su aspecto; no obstante, Gómez-Moreno sugiere que “el empleo de sus materiales está fuera de duda y, probablemente, se realizó a gran
escala”). Iniciada en circunstancias históricas bien precisas, con propósitos e intenciones a los que hoy podríamos calificar de fundacionales, la nueva Mezquita de Córdoba era, para sus arquitectos, la ocasión adecuada par desarrollar en ella una arquitectura modélica. Miembro de la familia Omeya, Abderrahmán se preocupó de que los arquitectos respetasen el precedente de la vieja Mezquita de Damasco, aquella que había conocido en su juventud. La Mezquita de Damasco había sentado las bases tipológicas de la mayor parte de las mezquitas posteriores, al establecer, de una vez por todas, si bien sirviéndose de estructuras y elementos arquitectónicos cristianos, la idea de espacio religioso islámico, un espacio que refleja un nuevo modelo de entender las relaciones entre el hombre y Dios (fuerte relación entre arquitectura y teología: “Invariantes castizos de la arquitectura española, Madrid 1947” donde se explican los nexos entre arquitectura y teología; niega y explica que el dominio de los hombres es lo discontinuo. Por ello no existe en la mezquita de Córdoba un único punto de vista como había en el espacio perspectivo continuo de la arquitectura tradicional de Occidente). Es evidente que los constructores de la Mezquita de Córdoba tuvieron presenta la de Damasco y que eran conscientes, por tanto, de las claras diferencias que median entre la teología islámica y la cristiana, diferencias que, naturalmente, iban a quedar relegadas en su arquitectura.
INTRODUCCIÓN
1
La lectura de este texto escrito por Rafael Moneo refleja de forma clara la evolución de la arquitectura y construcción islámica durante casi un milenio desde su origen. Hablar de la construcción Islámica plantea una serie de preguntas basadas en conceptos que parten de aspectos convergentes y que ella misma convertirá en contradictorios: la cronología y la propia arquitectura y su construcción. Desde el inicio de la Construcción Paleocristiana hemos visto como la concepción del edificio responde a unos planteamientos puramente religiosos basados en la liturgia. Para la arquitectura islámica no va a ser diferente esta forma de materialización de una inquietud y necesidad espiritual, pues desarrollará su construcción identificada más con la religión que con el período cronológico. El nacimiento de la arquitectura Islámica se produce a lo largo del siglo VII. d. C. y se extenderá con vigor, entorno al mediterráneo, durante un milenio; por lo tanto podemos considerarla contemporánea de la Cristiana
Bizantina hasta el siglo XVI. Esta contemporaneidad no está exenta de influencias y desavenencias basadas unas en el aspecto arquitectónicoconstructivo y otras en el político-religioso. Observar el comienzo de ambas nos servirá como ejemplo de la diferencia desmesurada del nivel arquitectónico y constructivo que las separa. Si ya conocemos el antecedente y punto de partida de la arquitectura y construcción bizantina establecido en la construcción romana, la Islámica nacerá de una sociedad nómada, perdida en el desierto y con una serie de necesidades domésticas mínimas, con creencias religiosas antiguas, que verá en su profeta Mahoma un camino de unión entre pueblos, culturas y arquitectura. El Islam se “una nueva religión” convincente y prosélita, en un período corto de tiempo, se expande por el flanco Sur y Este del mediterráneo.
La Arquitectura El espacio cubierto de la Mezquita de Damasco estaba formado por tres naves paralelas orientadas hacia la pared de la quibla. El espacio central, bajo una cúpula que subrayaba la presencia del mihrab, era todo un tributo a las iglesias cristianas orientales de planta central, herederas de la tradición tardorromana – bizantina-. Era evidente el deseo de relajar la tensión de las iglesias cristianas, debida, unas veces, a la poderosa sensación de direccionalidad; otras, a la existencia de una centralidad absorbente. La pequeña cúpula es más un elemento arquitectónico que una imposición ideológica o ritual. En la Mezquita de Baalbeck y, más tarde, en algunas de las mezquitas egipcias, este espacio centralizado desaparece y los muros paralelos se convierten en los elementos más importantes del edificio. La mezquita se consolida como un nuevo tipo arquitectónico que, a juzgar por los antecedentes citados, bien puede interpretarse como una transformación radical de la arquitectura basilical tardorromana. La introducción de una sintaxis distinta, inspirada por una concepción del mundo diversa, es, en última instancia, responsable de tal transformación y poco importa que, tanto en Damasco como en El Cairo, se utilicen columnas y otros elementos directamente tomados de la arquitectura romana: la mezquita se presenta como un tipo bien definido, pleno, y con ella toda una nueva arquitectura, la Islámica.
La Construcción Las técnicas y los modos constructivos han estado siempre ligados a tradiciones culturales condicionadas por los recursos materiales del área geográfica donde se desarrollan. Pasemos a Córdoba. Quedo ya dicho que en la Mezquita de Abderrahmán se respetaron tipos establecidos, pero éstos sufrieron en ella tan profundos cambios que cabe el que la consideremos como un acontecimiento arquitectónico único y singular. El primer rasgo que la convierte en singular y única es, sin duda, el cambio en la orientación de los muros: perpendiculares a la quibla, no paralelos como era la costumbre. Parece lógico si se trata de favorecer la visibilidad de la quibla. Sin embargo, dicho cambio obedece a una compleja decisión estructural que fue, como se verá más adelante, definitiva en la ordenación espacial de la mezquita. Una descripción simple de esta estructura consistía en afirmar que los muros de carga han sido horadados sirviéndose de arcos sobre las columnas, pero eso significaría la reducción del problema constructivo que la mezquita implica a un problema de geometría en el plano. La razón por la que se habla de muros al describir la mezquita quizá se deba a que se identifican, metafóricamente, muros y acueductos. Así vemos cómo, en la Mezquita de Córdoba, el sistema de muros, que drena a un tiempo que cubre el área, se convierte en un ámbito del máximo interés espacial cuando los muros aceptan, con ingenua literalidad (el acueducto de los milagros de Mérida, un precedente de la Mezquita de Córdoba: los constructores islámicos debían mucho a los romanos; no cabe duda que los árabes conocían bien la arquitectura romana desde su paso por el norte de África camino de España.), su condición de acueducto. Pero a renglón seguido, tras de admitir el valor de la metáfora, hay que hacer constar que ésta es, simplemente, un punto de partida, ya que la técnica constructiva definitiva no fue desarrollada de acuerdo sólo con dicha “imagen”: el considerar la disponibilidad de los “elementos ya usados” iba a ser un dato clave para los arquitectos que hicieron de los mismos la base de su trabajo. Los materiales, pues, estaban dados; “elementos ya usados” eran columnas y capiteles procedentes tanto de edificios romanos como de primitivas iglesias cristianas y visigodas: su condición singular y completa les dotaba de un cierto aura intemporal. De hecho, se trataba de elementos que, en su radical soledad y autonomía, podían ser reutilizados sin atender al marco estilístico que los produjo (basas, columnas, capiteles y salmeres fueron tomados de diversos edificios de todo el país. El arquitecto los utilizó para definir una superficie horizontal sobre la que
erigir el sistema de arcos y muros. Muy a menudo, al nivelar el suelo – horizontalmente- algunas basas quedaban enterradas.). Contando con ellos, y con una idea previa de la estructura como un todo, el arquitecto de la Mezquita de Córdoba definió la estereotomía de los arcos sobre los pilares y los arcos de herradura y acudió a la construcción tradicional en madera sustentada por muros de carga a la hora de resolver techos y cubiertas (Puede hallarse un análisis completo del arco de herradura en E., Camps y Cazorla, Modelo, proporciones y composición en la arquitectura califal cordobesa, Madrid. Una vez más Torres Balbás insiste en su origen romano). La construcción exigió la aparición de algunos elementos nuevos, tales como los cimacios, elementos que facilitaban el ajuste entre los “elementos ya usados” y la geometría a que obligaba la disposición de la mezquita. Una interpretación pragmática podría sugerir que el arquitecto, queriendo dar mayor altura al techo y no contentado con colocarlo sobre un muro sustentado por una cadena de arcos de herradura sobre las columnas, decidió incorporar una nueva cadena de arcos de medio punto –un segundo orden- para lograr la altura deseada. Por otra parte, la mayor anchura del arco superior podría explicarse por la presencia de un canalón de desagüe que obliga a un mayor espesor del muro y, por consiguiente, del arco. No obstante, si lo que buscamos es una explicación que nos permita entender los problemas formales de la mezquita, habrá de considerar un mayor nivel de complejidad para entender el modo de pensar de los arquitectos, modo de pensar que es responsable en último término de los principios formales que le permiten construir. Así, admitiendo la voluntad explícita de una mayor altura y ésta, por tanto, como el fin perseguido, podríamos entender la estructura como cadenas de arcos de medio punto sobre pilares esbeltos, atados éstos por un elemento transversal hipotético –el arco de herraduraincorporado al conjunto para garantizar la estabilidad del mismo. De este modo, la Mezquita de Córdoba pasaría a ser un sistema formado por muros-acueductos que se produce perpendicularmente a la quibla y son responsables, en último término, de la experiencia espacial, la única dirección perceptible sería entonces la perpendicular a la quibla. De la intersección de ambos sistemas, una intersección que, naturalmente, es virtual, pero que es también irreductible, depende la estructura formal de la mezquita. En ella radica, en última instancia, la definición arquitectónica de la misma: tal “intersección virtual” es la que permite al arquitecto la construcción- De ahí que el espacio real de la mezquita contemple la supresión de ambas direcciones y que la insistente y poderosa presencia de las columnas pueda ser entendida como el resultado de la intersección de dichos planos virtuales. El espacio definido por las columnas, la abstracta malla que forman, en la
que toda alusión al pasado se disuelve, es una clara expresión del nuevo espacio religioso, neutro e indiferente, que hemos descrito antes; pero también cabe entenderla en términos estrictamente formales, en aquellos de los que el arquitecto ha de servirse para poder sentar las bases desde las que construir sus obras (En una lectura partiendo del techo, la mezquita de Córdoba podría entenderse claramente como un sistema de pilares y arcos que definen un muro. Estos pilares han sido cortados y se apoyan sobre una sofisticada cadena de arcos y columnas, que los sostiene con impensable equilibrio; en esta interpretación, los arcos de herradura hacen de ligazón entre los pilares, garantizando la estabilidad. Sin embargo, si partimos del suelo, el frágil sistema de columnas y arcos aumenta de grosor, definiendo una cadena continua de arcos de medio punto que permite una cubierta horizontal. Evidentemente, la razón de ser del complejo mecanismo formal que liga la columna al muro que caracteriza la mezquita de Córdoba no es el simple deseo de elevar el techo. Y en esta pugna sutil entre el arco de herradura y el de medio punto, “el arquitecto de la mezquita de Córdoba prefirió el de herradura al de medio punto, acorde con la tradición visigótica, por razones estéticas, ya que es difícil hallar otro motivo.” Gómez Moreno, op. Cit., pág 36). En cualquier caso, ya sea partiendo de análisis de la cubierta o bien siguiendo el orden cronológico con que la construcción se produce, habrá que considerar otras intervenciones que, no por ser menores, pueden ser calificadas como secundarias. A ellas se confía, en algunas ocasiones, la articulación de los diferentes elementos. En otras, subrayan, simple y eficazmente, la estructura formal del edificio. Pero, tanto en unas como en otras, tales intervenciones deben entenderse siempre como acciones que propician al arquitecto la flexibilidad necesaria para trabajar con piezas preexistentes. Así se explica el elemento que soluciona la parte superior del capitel, donde convergen el pilar, el arco de herradura y la columna-capitel. El arquitecto definió un nuevo elemento, tan simple como eficaz, que resolvía la conjunción de todos ellos. En otro orden de cosas, la transición de la base cuadrada a la sección rectangular de los pilares fue solucionada con un elemento que con el tiempo adquiriría una singular relevancia en la arquitectura islámica y mozárabe: el llamado, por Gómez Moreno, modillón de rollos (Parece que este punto fue la clave para toda la solución de la mezquita de Córdoba. La habilidad del arquitecto se hace evidente al confiar la transición del pilar al salmer a un nuevo elemento, el “modillón de rollos”. El libro de Gómez-Moreno Iglesias mozárabes españolas; el arte español de los siglos IX al XI, identifica una serie de iglesias mozárabes en las que uno de los rasgos característicos –utilizado para describir un estilo peculiar- es el empleo de tales elementos. Más adelante, L. Torres Balbás publicó un artículo, Los modillones de lóbulos. Ensayo de análisis de la evolución de una forma arquitectónica a través de dieciséis siglos.).
Otro rasgo importante de la Mezquita de Córdoba la constituyen las dovelas coloreadas de los arcos. A menudo se ha comentado que ya habían sido utilizadas en la arquitectura siria, así como en algunas obras romanas –el acueducto de los Milagros de Mérida-, insistiendo así en una estrecha relación entre los ejemplos romanos y la mezquita de Córdoba (Ya en la mezquita de Damasco se había utilizado dovelas alternativas de mármol y basalto, lo que pudo influir en los arquitectos de la mezquita de Córdoba. No obstante, la mayoría de los historiadores prefieren establecer una relación más estrecha con algunas obras tardorromanas, especialmente con el acueducto de los Milagros). Pero cabe, también, ver las dovelas coloreadas con una prueba más de la presencia del mecanismo formal antes descrito en Córdoba. Podría entenderse como el resultado de una íntima superposición: la forma arquitectónica es en la mezquita de Córdoba el resultado de una interacción entre formas simple y elementos, con significados autónomos y propios, en muy diversos planos, que se pierden en el nuevo todo; la forma final es una forma integrada, en las que los componentes que la constituyen desaparecen y pierden su respectiva identidad singular, dando así lugar a una nueva lectura. El arco de herradura, por ejemplo, es un elemento estructural que da estabilidad a las esbeltas pilastras sobre las columnas, pero, al mismo tiempo, cumple con una delicada función formal al subrayar la realidad espacial de las directrices paralelas a la quibla que se dibujan en interminable imagen perspectiva con su ayuda. Las dovelas coloreadas, a su vez, favorecen tal interpretación, al poner de manifiesto la colisión entre los arcos de herradura y las pilastras. Hemos llegado, pues, a un punto en el que cabe afirmar que los principios formales de la Mezquita de Córdoba estaban tan claramente establecidos desde su origen y eran, por otro lado, tan determinantes que las ampliaciones posteriores del edificio no supusieron transformaciones radicales del mismo. La futura vida de un edificio está implícita en los principios formales que lo han hecho nacer, y de ahí que su entendimiento nos proporcione una pista para comprender su historia. Tal haremos ahora al ver de qué modo están dichos principios presentes en la larga vida de la mezquita. Cuando Abderrahmán II quiso ampliar la mezquita, la cuestión era clara: la mezquita crecería hacia el Sur. El muro de la quibla fue parcialmente derribado para permitir el paso a través de él y se construyeron ocho nuevas arcadas. Se conservaron los restos de la antigua quibla porque el suprimirlos hubiera sido arriesgado, ya que era preciso contrarrestar el empuje horizontal de las cadenas de arcos. Pero la sensación de espacial no cambió, y el hecho de la nueva intervención fue absorbido por el espacio existente sin que se produjeran cambios fundamentales; los restos de la vieja pared de la quibla iban a ser, en el futuro, tan sólo un accidente en el continuo espacio de la mezquita. Curiosamente, se llevó a cabo una importante modificación de los modillones de
rollos –se simplificaron sus molduras-, lo que demuestra que el constructor era consciente de los problemas formales. Mohamed I, hijo de Abderrahmán II, concluyó la obra iniciada por su padre levantando el muro occidental (Elie LambertÆ las dos naves laterales fueron remodeladas bajo su reinado; apoya su argumentación en unos documentos descubiertos por Levi-Provencal y en un análisis de los modillones de dichas naves. E. Lambert, “Etudes Médiévales”. Toulouse, 1956. Torres-Balbás muestra su desacuerdo en Los Modillones de Lóbulos.). A él se le atribuye la Puerta de San Esteban, donde, una vez más, es el mecanismo de superposición el que nos permite comprender el complejo sistema geométrico que rige su construcción. Sería muy difícil explicar una ornamentación tan intrincada si no acudiéramos a la idea de superposición como mecanismo formal básico. Sólo así puede entenderse cómo el plano del muro es trabajado como plano geométrico: en él se entrecruzan y traban diversos planos virtuales, definiéndose toda una serie de convenciones geométricas que hacen posible la construcción de la arquitectura. (Dibujos en “Módulo, proporciones y composición en la arquitectura califal cordobesa”. Madrid de E. Camps y Cazorla.Æ subraya el carácter abastracto de tal sistema geométrico y nos proporciona un conjunto de dibujos muy interesantes que explora dichos mecanismos compositivos.) Bajo Abderrahmán III, en el apogeo del emirato, se realizaron pequeñas reeformas. Las obras continuaron y se levantó una segunda fachada, doblando la que ya existía y repitiendo el tema de las columnas unidas a pilastras. (a cominezos del siglo XVII la torre sería absorbida por otra torre nueva. La construcción de la segunda fachada fue probablemente motivada por razones estéticas; el empuje horizontal de los arcos de herradura había sido asumido por la fachada primitiva). Más adelante, en las ampliaciones posteriores, esta solución de la doble pared volvería a ser utilizada de nuevo, convirtiéndose lo que había sido específico y singular, dictado por la necesidad, en reproducible modelo. A través de la lectura de este texto podemos conocer las características más generalizadas que lleva implicita
Plantas Tendrán las características de ausencia general de ejes de simetría, y una extrema sencillez en su composición. Al hablar de las tipologías comentaremos al detalle las características de cada una de ellas. Muros
Se construían valiéndose de los materiales locales y se revestían después, prolija y cuidadosamente con una decoración menuda de yesería, piedras de lujo y azulejos. O sea loza vidriada
Mezquita, edificio destinado a la oración de los musulmanes, que puede variar en tamaño y tipología arquitectónica. Entre todas siempre destaca la mezquita de los viernes o jami, una especie de catedral donde se reúne la comunidad de fieles para realizar la oración ritual de este día de la semana. Los ejemplos más importantes de la historia se construyeron entre el siglo VII, poco tiempo después de la aparición del islam en Arabia, y el siglo XVI. La primera mezquita estaba constituida por el patio y la propia casa de Mahoma en Medina (622), situada en el territorio de la actual Arabia Saudí. El muro del patio que miraba en dirección a La Meca —conocido como quibla— disponía de un santuario cubierto desde el que se recitaban las oraciones, mientras que el resto de los muros estaban flanqueados por soportales de arquerías para proporcionar sombra en el caluroso desierto. Esta tipología se trasmitió a las mezquitas posteriores, en las que se distinguen los mismos elementos: el patio de abluciones o sahn, el muro de la quibla y el espacio cubierto para la oración. En el centro de la quibla se situaba el mihrab, un nicho cuya única finalidad es distinguir este muro de los restantes y enfocar así la oración hacia La Meca. A su derecha suele aparecer el mimbar, púlpito desde el que el imán o jefe religioso predica el sermón y dirige la oración de los viernes. En torno al espacio sagrado suelen aparecer otras habitaciones subsidiarias, que acogen en su seno bibliotecas, hospitales o cámaras de tesoros. A medida que el islam se expandía fuera de Arabia, las mezquitas fueron incorporando elementos de la arquitectura de los países conquistados. Las tipologías basilicales, heredadas de la tradición cristiana, comenzaron su existencia con la mezquita mayor de Damasco (siglo VIII), construida sobre una antigua iglesia cristiana que a su vez se asentó sobre un templo pagano. Siguiendo esta misma trayectoria, la nueva tipología musulmana tuvo su origen en la basílica romana, así que finalmente la tradición arquitectónica islámica hunde sus raíces en la clásica. La única diferencia que incorpora la mezquita basilical es la equivalencia de sus tres naves, tanto en anchura como en altura, que produce un efecto espacial más parecido al de las salas hipóstilas. Las cubiertas planas de estos edificios se apoyan en dos pisos de arcadas, el primero de ellos compuesto por grandes arcos de medio punto sustentados sobre columnas romanas, y el segundo, dispuesto para acrecentar la altura del espacio de oración, más pequeño y transparente. Esta disposición propia de los califas omeyas se trasladó a la península Ibérica con la caída del poder omeya en Damasco. Abd-al-Rahman I comenzó hacia el año 780 la mezquita de Córdoba, donde se incorporaron numerosas novedades, como la disposición de once naves perpendiculares a la quibla, en lugar de las tres paralelas de la tipología siria. Otra de las características emblemáticas de la arquitectura califal cordobesa fue el arco de herradura decorado con franjas rojas y blancas (véase Arco y bóveda),
un modelo constructivo heredado de los romanos que se conservó durante el periodo visigodo. El edificio cordobés se fue ampliando sucesivamente hasta el año 990, incorporando otras soluciones originales como la compleja estructura de pilastras sobre columnas, los arcos lobulados y entrecruzados, o las peculiares cúpulas de nervios entrecruzados que cubren las capillas junto al mihrab. La decoración en el mundo islámico se vio reducida a los motivos geométricos y vegetales, como los arabescos o los mocárabes, ya que el Corán prohibe cualquier representación religiosa de hombres o animales para evitar los cultos idólatras. Sin embargo, la tradición oriental generó todo tipo de elementos ornamentales de gran riqueza, aplicados en las pinturas, bajorrelieves, tallas, estucos, taraceas, mosaicos, azulejos y revestimientos cerámicos de todo tipo. En las mezquitas primitivas, el almuédano llamaba a la oración de los fieles desde la azotea de la propia mezquita. Más tarde se comenzaron a edificar torres especiales para este fin, llamadas alminares o minaretes, la primera de las cuales aparece en la mezquita de Sidi Ocba en Kairuan (Túnez, siglo VIII). El origen de estas construcciones parece remontarse a las torres de planta cuadrada de las iglesias paleocristianas sirias. Su empleo se extendió por todo el mundo islámico, y todas las mezquitas acabaron incorporando uno o varios de estos elementos verticales, que pueden variar su forma desde la sección cuadrada a la circular, espiral u octogonal, y su tamaño desde las bajas y planas a las altas y esbeltas, características del Imperio otomano. Las mezquitas de planta cruciforme se comenzaron a emplear en Irán durante el siglo XII, y las cupuliformes de planta centralizada se adoptaron en Turquía después de la caída de Constantinopla (Estambul a partir de entonces) en 1453 y el subsiguiente empleo para el culto musulmán de la iglesia de Santa Sofía de Constantinopla (532-537). En este modelo el espacio de oración se compone de una sala libre cubierta por una gran cúpula, flanqueada por salas subsidiarias cuyas semicúpulas o cupulillas descargan los empujes de la cubierta central. Con este nuevo concepto espacial desaparece el patio de abluciones, que ya entró en desuso en las mezquitas iraníes. El constructor más importante del periodo otomano fue el arquitecto Sinan, entre cuyas más de trescientas obras destaca la mezquita de Solimán (1550-1557) en Estambul, un edificio centralizado rodeado por cuatro esbeltos minaretes.
Véase también Arte y arquitectura islámica.1
1"Mezquita", Enciclopedia Microsoft® Encarta® 98 © 19931997 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos.
ARQUITECTURA Y CONSTRUCCIÓN ISLÁMICA.
INTRODUCCIÓN La arquitectura islámica podríamos entenderla como un manual o catálogo de recursos arquitectónicos y constructivos capaces de conformarse para acometer la función propuesta según las necesidades funcionales del edificio, basadas en la supeditación pragmática al carácter religioso cuyo origen es abiertamente romano, paleocristiano, bizantino, sasánido, visigodo, etc. El Islam enfatiza la presencia omnipotente de Dios, a quien se reserva el poder de creación. De ahí que, la deliberada ausencia en la cultura islámica de imágenes creadas por el hombre haya que entenderla como un signo de respeto a Dios. La extensión de estas ideas a la arquitectura supuso el abandono de la unidad y singularidad que caracterizaba a la arquitectura tradicional de Occidente y la aparición, como contrapartida, de una arquitectura genérica y no particularizada. En ella la nueva idea de oración que la religión islámica traía consigo podía encontrar la atmósfera que precisaba: la difusa presencia de Dios se materializaba en la infinitud del artificial espacio de la mezquita. En otras palabras, tanto la axialidad y secuencialidad como la imponente centralidad de las primeras iglesias y basílicas cristianas desaparecía de las mezquitas en aras de un espacio neutro y sin caracterizar. El foco del espacio cristiano –el altar- era absorbido por el todo. El nuevo foco fue la quibla, un muro de oración continuo, con un pequeño nicho –el mihrab- inspirado probablemente en los ábsides cristianos, pero sin la significación litúrgica de éstos. El mihrab, sin embargo, implicaba la necesidad de la simetría, que, una vez más aparece como inevitable principio formal capaz de imponer un cierto orden, incluso bajo las circunstancias de abstracción e indiferenciación inherentes a la arquitectura de la mezquita. La iglesia cristiana, longitudinal y procesional, se transforma en un edificio con patio, a modo de ciudadela sagrada, en el que la transición al espacio cubierto debe entenderse como un paso adelante en la relación, individual y privada, que el Islam establece con Dios. Rafael MONEO. La vida de los edificios: Las ampliaciones de la Mezquita de Córdoba. Revista ARQUITECTURA. Separata 1981-1985.
La Mezquita de Córdoba fue construida por Abderrahmán I. Córdoba había sido una de las más notables ciudades de la Península Ibérica, tanto durante la dominación romana como, más tarde, bajo la dominación visigoda. Era el último puente sobre el Guadalquivir y su importancia estratégica, comercial y política siempre fue apreciada. Abderrahmán, príncipe Omeya, huyó de su patria por motivos políticos internos y estableció en Córdoba la capital de un nuevo emirato. Cuando, tras guerrear durante años contra los reinos cristianos de la península, restableció la paz, Abderrahmán decidió erigir un templo proclamando así con él la solidez de su nuevo reino independiente. El emplazamiento escogido para levantarlo fue, casi inevitablemente, el lugar sagrado por antonomasia de la ciudad, aquél donde los cristianos habían construido la iglesia de San Vicente, dominando el puente sobre el Guadalquivir (La antigua iglesia de San Vicente era compartida por ambos cultos, cristiano y musulmán, tras la conquista árabe. La mitad perteneciente a los cristianos se compró en 786. Probablemente, San Vicente fue una iglesia importante, aunque no podemos conocer su aspecto; no obstante, Gómez-Moreno sugiere que “el empleo de sus materiales está fuera de duda y, probablemente, se realizó a gran escala”). Iniciada en circunstancias históricas bien precisas, con propósitos e intenciones a los que hoy podríamos calificar de fundacionales, la nueva Mezquita de Córdoba era, para sus arquitectos, la ocasión adecuada par desarrollar en ella una arquitectura modélica. Miembro de la familia Omeya, Abderrahmán se preocupó de que los arquitectos respetasen el precedente de la vieja Mezquita de Damasco, aquella que había conocido en su juventud. La Mezquita de Damasco había sentado las bases tipológicas de la mayor parte de las mezquitas posteriores, al establecer, de una vez por todas, si bien sirviéndose de estructuras y elementos arquitectónicos cristianos, la idea de espacio religioso islámico, un espacio que refleja un nuevo modelo de entender las relaciones entre el hombre y Dios (fuerte relación entre arquitectura y teología: “Invariantes castizos de la arquitectura española, Madrid 1947” donde se explican los nexos entre arquitectura y teología; niega y explica que el
dominio de los hombres es lo discontinuo. Por ello no existe en la mezquita de Córdoba un único punto de vista como había en el espacio perspectivo continuo de la arquitectura tradicional de Occidente). Es evidente que los constructores de la Mezquita de Córdoba tuvieron presenta la de Damasco y que eran conscientes, por tanto, de las claras diferencias que median entre la teología islámica y la cristiana, diferencias que, naturalmente, iban a quedar relegadas en su arquitectura.
No conocer
INTRODUCCIÓN
1
La lectura de este texto escrito por Rafael Moneo refleja de forma clara la evolución de la arquitectura y construcción islámica durante casi un milenio desde su origen. Hablar de la construcción Islámica plantea una serie de preguntas basadas en conceptos que parten de aspectos convergentes pero que ella misma se encargará de convertirlos en contradictorios: la cronología y la propia arquitectura y su construcción. Desde el inicio de la Construcción Paleocristiana hemos visto como la concepción del edificio responde a unos planteamientos puramente religiosos basados en la liturgia. Para la arquitectura islámica no va a ser diferente esta forma de materialización de una inquietud y necesidad espiritual, pues desarrollará su construcción identificada más con la religión que con el período cronológico. El nacimiento de la arquitectura Islámica se produce a lo largo del siglo VII. d. C. y se extenderá con vigor, entorno al mediterráneo, durante un milenio; por lo tanto podemos considerarla contemporánea de la Cristiana Bizantina hasta el siglo XVI. Esta contemporaneidad no está exenta de influencias y desavenencias basadas unas en el aspecto arquitectónico-constructivo y otras en el político-religioso. Observar el comienzo de ambas nos servirá como ejemplo de la diferencia desmesurada del nivel arquitectónico y constructivo que las separa. Si ya conocemos el antecedente y punto de partida de la arquitectura y construcción bizantina establecido en la construcción romana, la Islámica nacerá de una sociedad nómada, perdida en el desierto y con una serie de necesidades domésticas mínimas, con creencias religiosas antiguas, que verá en su profeta Mahoma un camino de unión entre pueblos, culturas y arquitectura. El Islam se “una nueva religión” convincente y prosélita, en un período corto de tiempo, se expande por el flanco Sur y Este del mediterráneo.
La Arquitectura El espacio cubierto de la Mezquita de Damasco estaba formado por tres naves paralelas orientadas hacia la pared de la quibla. El espacio central, bajo una cúpula que subrayaba la presencia del mihrab, era todo un tributo a las iglesias cristianas orientales de planta central, herederas de la tradición tardorromana – bizantina-. Era evidente el deseo de relajar la tensión de las iglesias cristianas, debida, unas veces, a la poderosa sensación de direccionalidad; otras, a la existencia de una centralidad absorbente. La pequeña cúpula es más un elemento arquitectónico que una imposición ideológica o ritual. En la Mezquita de Baalbeck y, más tarde, en algunas de las mezquitas egipcias, este espacio centralizado desaparece y los muros paralelos se convierten en los elementos más importantes del edificio. La mezquita se consolida como un nuevo tipo arquitectónico que, a juzgar por los antecedentes citados, bien puede interpretarse como una transformación radical de la arquitectura basilical tardorromana. La introducción de una sintaxis distinta, inspirada por una concepción del mundo diversa, es, en última instancia, responsable de tal transformación y poco importa que, tanto en Damasco como en El Cairo, se utilicen columnas y otros elementos directamente tomados de la arquitectura romana: la mezquita se presenta como un tipo bien definido, pleno, y con ella toda una nueva arquitectura, la Islámica.
La Construcción Las técnicas y los modos constructivos han estado siempre ligados a tradiciones culturales condicionadas por los recursos materiales del área geográfica donde se desarrollan. Pasemos a Córdoba. Quedo ya dicho que en la Mezquita de Abderrahmán se respetaron tipos establecidos, pero éstos sufrieron en ella tan profundos cambios que cabe el que la consideremos como un acontecimiento arquitectónico único y singular. El primer rasgo que la convierte en singular y única es, sin duda, el cambio en la orientación de los muros: perpendiculares a la quibla, no paralelos como era la costumbre. Parece lógico si se trata de favorecer la visibilidad de la quibla. Sin embargo, dicho cambio obedece a una compleja decisión estructural que fue, como se verá más adelante, definitiva en la ordenación espacial de la mezquita. Una descripción simple de esta estructura consistía en afirmar que los muros de carga han sido horadados sirviéndose de arcos sobre las columnas, pero eso significaría la reducción del problema constructivo que la mezquita implica a un problema de geometría en el plano. La razón por la que se habla de muros al describir la mezquita quizá se deba a que se identifican, metafóricamente, muros y acueductos. Así vemos cómo, en la Mezquita de Córdoba, el sistema de muros, que drena a un tiempo que cubre el área, se convierte en un ámbito del máximo interés espacial cuando los muros aceptan, con ingenua literalidad (el acueducto de los milagros de Mérida, un precedente de la Mezquita de Córdoba: los constructores islámicos debían mucho a los romanos; no cabe duda que los árabes conocían bien la arquitectura romana desde su paso por el norte de África camino de España.), su condición de acueducto. Pero a renglón seguido, tras de admitir el valor de la metáfora, hay que hacer constar que ésta es, simplemente, un punto de partida, ya que la técnica constructiva definitiva no fue desarrollada de acuerdo sólo con dicha “imagen”: el considerar la disponibilidad de los “elementos ya usados” iba a ser un dato clave para los arquitectos que hicieron de los mismos la base de su trabajo. Los materiales, pues, estaban dados; “elementos ya usados” eran columnas y capiteles procedentes tanto de edificios romanos como de primitivas iglesias cristianas y visigodas: su condición singular y completa les dotaba de un cierto aura intemporal. De hecho, se trataba de elementos que, en su radical soledad y autonomía, podían ser reutilizados sin atender al marco estilístico que los produjo (basas, columnas, capiteles y salmeres fueron tomados de diversos edificios de todo el país. El arquitecto los utilizó para definir una superficie horizontal sobre la que erigir el sistema de arcos y muros. Muy a menudo, al nivelar el suelo –horizontalmente- algunas basas quedaban enterradas.). Contando con ellos, y con una idea previa de la estructura como un todo, el arquitecto de la Mezquita de Córdoba definió la estereotomía de los arcos sobre los pilares y los arcos de herradura y acudió a la construcción tradicional en madera sustentada por muros de carga a la hora de resolver techos y cubiertas (Puede hallarse un análisis completo del arco de herradura en E., Camps y Cazorla, Modelo, proporciones y composición en la arquitectura califal cordobesa, Madrid. Una vez más Torres Balbás insiste en su origen romano). La construcción exigió la aparición de algunos elementos nuevos, tales como los cimacios, elementos que facilitaban el ajuste entre los “elementos ya usados” y la geometría a que obligaba la disposición de la mezquita. Una interpretación pragmática podría sugerir que el arquitecto, queriendo dar mayor altura al techo y no contentado con colocarlo sobre un muro sustentado por una cadena de arcos de herradura sobre las columnas, decidió incorporar una nueva cadena de arcos de medio punto –un segundo orden- para lograr la altura deseada. Por otra parte, la mayor anchura del arco superior podría explicarse por la presencia de un canalón de desagüe que obliga a un mayor espesor del muro y, por consiguiente, del arco. No obstante, si lo que buscamos es una explicación que nos permita entender los problemas formales de la mezquita, habrá de considerar un mayor nivel de complejidad para entender el modo de pensar de los arquitectos, modo de pensar que es responsable en último término de los principios formales que le permiten construir. Así, admitiendo la voluntad explícita de una mayor altura y ésta, por tanto, como el fin perseguido, podríamos entender la estructura como cadenas de arcos de medio punto sobre pilares esbeltos, atados éstos por un elemento transversal hipotético –el arco de herradura- incorporado al conjunto para garantizar la estabilidad del mismo. De este modo, la Mezquita de Córdoba pasaría a ser un
sistema formado por muros-acueductos que se produce perpendicularmente a la quibla y son responsables, en último término, de la experiencia espacial, la única dirección perceptible sería entonces la perpendicular a la quibla. De la intersección de ambos sistemas, una intersección que, naturalmente, es virtual, pero que es también irreductible, depende la estructura formal de la mezquita. En ella radica, en última instancia, la definición arquitectónica de la misma: tal “intersección virtual” es la que permite al arquitecto la construcción- De ahí que el espacio real de la mezquita contemple la supresión de ambas direcciones y que la insistente y poderosa presencia de las columnas pueda ser entendida como el resultado de la intersección de dichos planos virtuales. El espacio definido por las columnas, la abstracta malla que forman, en la que toda alusión al pasado se disuelve, es una clara expresión del nuevo espacio religioso, neutro e indiferente, que hemos descrito antes; pero también cabe entenderla en términos estrictamente formales, en aquellos de los que el arquitecto ha de servirse para poder sentar las bases desde las que construir sus obras (En una lectura partiendo del techo, la mezquita de Córdoba podría entenderse claramente como un sistema de pilares y arcos que definen un muro. Estos pilares han sido cortados y se apoyan sobre una sofisticada cadena de arcos y columnas, que los sostiene con impensable equilibrio; en esta interpretación, los arcos de herradura hacen de ligazón entre los pilares, garantizando la estabilidad. Sin embargo, si partimos del suelo, el frágil sistema de columnas y arcos aumenta de grosor, definiendo una cadena continua de arcos de medio punto que permite una cubierta horizontal. Evidentemente, la razón de ser del complejo mecanismo formal que liga la columna al muro que caracteriza la mezquita de Córdoba no es el simple deseo de elevar el techo. Y en esta pugna sutil entre el arco de herradura y el de medio punto, “el arquitecto de la mezquita de Córdoba prefirió el de herradura al de medio punto, acorde con la tradición visigótica, por razones estéticas, ya que es difícil hallar otro motivo.” Gómez Moreno, op. Cit., pág 36). En cualquier caso, ya sea partiendo de análisis de la cubierta o bien siguiendo el orden cronológico con que la construcción se produce, habrá que considerar otras intervenciones que, no por ser menores, pueden ser calificadas como secundarias. A ellas se confía, en algunas ocasiones, la articulación de los diferentes elementos. En otras, subrayan, simple y eficazmente, la estructura formal del edificio. Pero, tanto en unas como en otras, tales intervenciones deben entenderse siempre como acciones que propician al arquitecto la flexibilidad necesaria para trabajar con piezas preexistentes. Así se explica el elemento que soluciona la parte superior del capitel, donde convergen el pilar, el arco de herradura y la columna-capitel. El arquitecto definió un nuevo elemento, tan simple como eficaz, que resolvía la conjunción de todos ellos. En otro orden de cosas, la transición de la base cuadrada a la sección rectangular de los pilares fue solucionada con un elemento que con el tiempo adquiriría una singular relevancia en la arquitectura islámica y mozárabe: el llamado, por Gómez Moreno, modillón de rollos (Parece que este punto fue la clave para toda la solución de la mezquita de Córdoba. La habilidad del arquitecto se hace evidente al confiar la transición del pilar al salmer a un nuevo elemento, el “modillón de rollos”. El libro de Gómez-Moreno Iglesias mozárabes españolas; el arte español de los siglos IX al XI, identifica una serie de iglesias mozárabes en las que uno de los rasgos característicos –utilizado para describir un estilo peculiar- es el empleo de tales elementos. Más adelante, L. Torres Balbás publicó un artículo, Los modillones de lóbulos. Ensayo de análisis de la evolución de una forma arquitectónica a través de dieciséis siglos.). Otro rasgo importante de la Mezquita de Córdoba la constituyen las dovelas coloreadas de los arcos. A menudo se ha comentado que ya habían sido utilizadas en la arquitectura siria, así como en algunas obras romanas –el acueducto de los Milagros de Mérida-, insistiendo así en una estrecha relación entre los ejemplos romanos y la mezquita de Córdoba (Ya en la mezquita de Damasco se había utilizado dovelas alternativas de mármol y basalto, lo que pudo influir en los arquitectos de la mezquita de Córdoba. No obstante, la mayoría de los historiadores prefieren establecer una relación más estrecha con algunas obras tardorromanas, especialmente con el acueducto de los Milagros). Pero cabe, también, ver las dovelas coloreadas con una prueba más de la presencia del mecanismo formal antes descrito en Córdoba. Podría entenderse como el resultado de una íntima superposición: la forma arquitectónica es en la mezquita de Córdoba el resultado de una interacción entre formas simple y elementos, con significados autónomos y propios, en muy diversos planos, que se pierden en el nuevo todo; la forma final es una forma integrada, en las que los componentes que la constituyen desaparecen y pierden su respectiva identidad singular, dando así lugar a una nueva lectura. El arco de herradura, por ejemplo, es un
elemento estructural que da estabilidad a las esbeltas pilastras sobre las columnas, pero, al mismo tiempo, cumple con una delicada función formal al subrayar la realidad espacial de las directrices paralelas a la quibla que se dibujan en interminable imagen perspectiva con su ayuda. Las dovelas coloreadas, a su vez, favorecen tal interpretación, al poner de manifiesto la colisión entre los arcos de herradura y las pilastras. Hemos llegado, pues, a un punto en el que cabe afirmar que los principios formales de la Mezquita de Córdoba estaban tan claramente establecidos desde su origen y eran, por otro lado, tan determinantes que las ampliaciones posteriores del edificio no supusieron transformaciones radicales del mismo. La futura vida de un edificio está implícita en los principios formales que lo han hecho nacer, y de ahí que su entendimiento nos proporcione una pista para comprender su historia. Tal haremos ahora al ver de qué modo están dichos principios presentes en la larga vida de la mezquita. Cuando Abderrahmán II quiso ampliar la mezquita, la cuestión era clara: la mezquita crecería hacia el Sur. El muro de la quibla fue parcialmente derribado para permitir el paso a través de él y se construyeron ocho nuevas arcadas. Se conservaron los restos de la antigua quibla porque el suprimirlos hubiera sido arriesgado, ya que era preciso contrarrestar el empuje horizontal de las cadenas de arcos. Pero la sensación de espacial no cambió, y el hecho de la nueva intervención fue absorbido por el espacio existente sin que se produjeran cambios fundamentales; los restos de la vieja pared de la quibla iban a ser, en el futuro, tan sólo un accidente en el continuo espacio de la mezquita. Curiosamente, se llevó a cabo una importante modificación de los modillones de rollos –se simplificaron sus molduras-, lo que demuestra que el constructor era consciente de los problemas formales. Mohamed I, hijo de Abderrahmán II, concluyó la obra iniciada por su padre levantando el muro occidental (Elie LambertÆ las dos naves laterales fueron remodeladas bajo su reinado; apoya su argumentación en unos documentos descubiertos por Levi-Provencal y en un análisis de los modillones de dichas naves. E. Lambert, “Etudes Médiévales”. Toulouse, 1956. Torres-Balbás muestra su desacuerdo en Los Modillones de Lóbulos.). A él se le atribuye la Puerta de San Esteban, donde, una vez más, es el mecanismo de superposición el que nos permite comprender el complejo sistema geométrico que rige su construcción. Sería muy difícil explicar una ornamentación tan intrincada si no acudiéramos a la idea de superposición como mecanismo formal básico. Sólo así puede entenderse cómo el plano del muro es trabajado como plano geométrico: en él se entrecruzan y traban diversos planos virtuales, definiéndose toda una serie de convenciones geométricas que hacen posible la construcción de la arquitectura. (Dibujos en “Módulo, proporciones y composición en la arquitectura califal cordobesa”. Madrid de E. Camps y Cazorla.Æ subraya el carácter abastracto de tal sistema geométrico y nos proporciona un conjunto de dibujos muy interesantes que explora dichos mecanismos compositivos.) Bajo Abderrahmán III, en el apogeo del emirato, se realizaron pequeñas reeformas. Las obras continuaron y se levantó una segunda fachada, doblando la que ya existía y repitiendo el tema de las columnas unidas a pilastras. (a cominezos del siglo XVII la torre sería absorbida por otra torre nueva. La construcción de la segunda fachada fue probablemente motivada por razones estéticas; el empuje horizontal de los arcos de herradura había sido asumido por la fachada primitiva). Más adelante, en las ampliaciones posteriores, esta solución de la doble pared volvería a ser utilizada de nuevo, convirtiéndose lo que había sido específico y singular, dictado por la necesidad, en reproducible modelo. A través de la lectura de este texto podemos conocer las características más generalizadas que lleva implicita
Plantas Tendrán las características de ausencia general de ejes de simetría, y una extrema sencillez en su composición. Al hablar de las tipologías comentaremos al detalle las características de cada una de ellas. Muros
Se construían valiéndose de los materiales locales y se revestían después, prolija y cuidadosamente con una decoración menuda de yesería, piedras de lujo y azulejos. O sea loza vidriada
INTRODUCCIÓN La otra gran religión El Islám es una importante religión basada en las enseñanzas de Mahoma (570-632), llamado el Profeta. Originaria de la península de Arabia, se encuentra establecida en los continentes más poblados del planeta. Su arquitectura, presente en todo el mundo, es mestiza y pura, exuberante y discreta, sobria pero de enorme belleza. Bastaría recordar edificios tan emblemáticos como la Mezquita de Córdoba, el palacio de la Alhambra y el Generalife de Granada entre otras grandes construcciones arquitectónicas europeas, la Gran Mezquita de Samarra en Irak y el Taj Mahal, situado en Agra, que es el más famoso de todos los edificios antiguos de la India, y uno de los monumentos más emblemáticos del arte mogol, las mezquitas mediterráneas de Ibn Tulun y Mehmed Ali en El Cairo y la de Kairuán en Túnez.
Islam, en árabe, significa “entregarse” y a través del Corán se establece su sentido religioso; entregarseÆsometerse a la voluntad de Dios. Para los seres humanos, que tienen potestad de obrar por elección y reflexión, la práctica del islam no implica obediencia sino la aceptación libre de los mandamientos divinos de Dios. Islám y Sociedad. El proyecto de la sociedad islámica está basado en el concepto de Teocracia, que persigue un objetivo común fundado sobre el "gobierno de Dios en la Tierra", donde las actuaciones políticas están impregnadas con las leyes coránicas. Las autoridades religiosas han tenido una considerable influencia política en ciertas sociedades musulmanas. La filosofía social islámica se basa en la creencia de que todos los niveles de la vida — social, religioso, político y económico— constituyen una única acción dotada de todos los valores islámicos, inspira conceptos tales como Derecho islámico y Estado islámico, y explica el acentuado énfasis del islám en la vida y en las obligaciones sociales. Incluso los deberes religiosos fundamentales establecidos en los cinco pilares del islam tienen nítidas implicaciones en lo que afecta a la comunidad. La rápida expansión islámica durante el siglo VII, desde la Península Ibérica hasta la Índia, dió a conocer a esta naciente cultura religioso-política otras, ya centenarias, llenas de una gran variedad de tradiciones: sasánida, bizantina, romana, visigoda, etc. Por supuesto, todas ellas eran ajenas a la islámcia, con mayor experiencia y tradición en el campo de la arquitectura. El dominio islámico se consolida con los Omeyas (dinastía de califas que gobernó el califato árabe del islam desde el 661 hasta el 750 y la España musulmana desde el 929 hasta el 1031). Surgirá entonces la necesidad de construir edificios que manifiesten la realidad política y cultural vigente. Los nuevos gobernantes acudirán a las diversas culturas que se encuentran en sus recientes territorios en busca del modelo arquitectónico válido y de constructores capaces de realizarlos. El Islám, a diferencia de la homogeneidad del mundo cultural romano, presenta una diversidad artística que dificulta la definición del arte islámico. Si nos atenemos al aspecto monumental descubrimos que, cuando intentamos concretar los perfiles que presentan las mezquitas u otras tipologías, existen grandes diferencias, no solo en el uso de materiales y técnicas constructivas, sino también en determinados aspectos formales que la definen arquitectónicamente.
Éste carácter diverso que nos enseña el arte islámico es fruto de múltiples aportaciones que servirán de vehículo de trasmisión y difusión de técnicas y estilos a todo el mundo islámico.
Orígenes y características del arte y la arquitectura islámica. Dos rasgos dominantes del arte y la arquitectura islámicas, la importancia de la decoración caligráfica y la composición espacial de la mezquita, estuvieron íntimamente ligados a la doctrina islámica y se desarrollaron en los primeros tiempos de su religión. El profeta Mahoma fue un rico comerciante de La Meca que experimentó una serie de revelaciones divinas a los 40 años y comenzó a predicar la nueva fe. Sus enseñanzas están contenidas en el Corán, libro sagrado de los musulmanes, que recogió la herencia lingüística de la literatura árabe. La posición esencial que este libro ocupa en la cultura islámica y la estética propia de la escritura arábiga, contribuyeron al desarrollo de los estilos decorativos caligráficos en todos los campos del arte islámico. Con la palabra escrita, especialmente las inscripciones coránicas, se decoraron las mezquitas y sus objetos litúrgicos. En el año 622 d.C. Mahoma huyó de La Meca en dirección a Yatrib, la futura Medina, en lo que se denomina la hégira, que supuso el inicio de la cronología islámica. En Medina, Mahoma reunió a un grupo de creyentes para celebrar la oración comunitaria. La casa de Mahoma consistía en un recinto cuadrado de muros de adobe abierto a un patio, rematado por un soportal o cobertizo en el lado sur. En el muro oriental se levantaron las habitaciones de las mujeres del Profeta, volcadas hacia el patio, donde se reunían los fieles para orar bajo las directrices de Mahoma, que se subía en un estrado para dirigirles. En esta disposición se ha querido establecer el origen de las futuras mezquitas, que suelen presentar un patio interior (sahn) rodeado de pórticos (riwaqs) y un espacio cubierto (haram), articulado mediante naves de columnas y delimitado por la quibla, el muro que señala la dirección de La Meca. Los primeros seguidores de Mahoma fueron pueblos nómadas procedentes de la península Arábiga, con escasas tradiciones artísticas, en contraste de los imperios que conquistaron posteriormente. A medida que se expandió, el islam asimiló las distintas tradiciones culturales y artísticas de los pueblos sometidos, instaurando así un estilo artístico propio, que varía de acuerdo con las diversas áreas climáticas o los materiales disponibles. Algunos motivos adaptados de otras culturas se convirtieron en temas universales del mundo islámico. El arte islámico evolucionó a partir de muchas fuentes, como las romanas, paleocristianas o bizantinas, que se entremezclaron en su primera arquitectura, el arte persa Sasánida y los estilos del centro de Asia, incorporados a través de
las incursiones turcas y mongolas. El arte chino constituyó un ingrediente esencial de la pintura, la cerámica y las artes textiles. Desarrollo histórico El desarrollo del arte islámico desde el siglo VII al XVIII se divide en tres periodos. El periodo de formación, que coincide aproximadamente con el califato Omeya (661-750), bajo cuyo mandato el territorio islámico se extendió desde Damasco (Siria) hasta España; el periodo medio que abarca la época de los califas Abasíes (750-1258), establecidos en Bagdad (Irak), hasta la conquista mongola, y el periodo que transcurre entre esta conquista y el siglo XVIII. Dentro de esta secuencia se pueden discernir, en las diferentes partes del mundo islámico, diversos estilos artísticos asociados a las correspondientes dinastías de gobernantes. Además de aquellos relativos a las grandes dinastías Omeya y Abasí, cabe mencionar otros estilos, como el de los turcos Selyúcidas, que gobernaron Irán desde mediados del siglo XI a 1157; el de los kánidas, pueblo mongol que controló el este de Irán de 1256 a 1349; los Timuríes, grandes mecenas de la cultura iraní, instaurados al oeste de Irán entre 1378 y 1502 y los Safawíes, gobernantes de la totalidad de Irán de 1502 a 1736. El arte islámico también floreció bajo los turcos otomanos, que dirigieron Turquía de 1299 a 1922 y extendieron su imperio por Egipto y Siria en el siglo XVI. En el noreste africano destacan estilos relacionados con el reinado de los fatimíes (909-1171) y con el de los mamelucos, que controlaron estos territorios desde 1250, mientras que en el Magreb y el sur de la península Ibérica cabe mencionar el apogeo de las tribus bereberes, los almorávides y los almohades, así como la dinastía Nazarí del reino de Granada. Arquitectura El escaso ritual del culto islámico dio lugar a dos tipologías de carácter religioso: la mezquita (masjid), recinto donde la comunidad se reúne para orar, y la madrasa o escuela coránica. Dentro de la arquitectura civil destacan los palacios, los caravasares y las ciudades, en las que se consiguió un planeamiento racionalizado de acuerdo con las canalizaciones de agua y la protección frente al calor. Otro edificio importante en el islam es el mausoleo, enterramiento de un gobernante y símbolo de su poder terrenal. Todos estos edificios religiosos y seculares tienen numerosos elementos estructurales y decorativos en común.
La arquitectura islámica podríamos entenderla como un manual o catálogo de recursos arquitectónicos y constructivos capaces de conformarse para acometer la función propuesta según las necesidades funcionales del
edificio, basadas en la supeditación pragmática al carácter religioso cuyo origen es abiertamente romano, paleocristiano, bizantino, sasánido, visigodo, etc. El Islam enfatiza la presencia omnipotente de Dios, a quien se reserva el poder de creación. De ahí que, la deliberada ausencia en la cultura islámica de imágenes creadas por el hombre haya que entenderla como un signo de respeto a Dios. La extensión de estas ideas a la arquitectura supuso el abandono de la unidad y singularidad que caracterizaba a la arquitectura tradicional de Occidente y la aparición, como contrapartida, de una arquitectura genérica y no particularizada. En ella la nueva idea de oración que la religión islámica traía consigo podía encontrar la atmósfera que precisaba: la difusa presencia de Dios se materializaba en la infinitud del artificial espacio de la mezquita. En otras palabras, tanto la axialidad y secuencialidad como la imponente centralidad de las primeras iglesias y basílicas cristianas desaparecía de las mezquitas en aras de un espacio neutro y sin caracterizar. El foco del espacio cristiano –el altar- era absorbido por el todo. El nuevo foco fue la quibla, un muro de oración continuo, con un pequeño nicho –el mihrab- inspirado probablemente en los ábsides cristianos, pero sin la significación litúrgica de éstos. El mihrab, sin embargo, implicaba la necesidad de la simetría, que, una vez más aparece como inevitable principio formal capaz de imponer un cierto orden, incluso bajo las circunstancias de abstracción e indiferenciación inherentes a la arquitectura de la mezquita. La iglesia cristiana, longitudinal y procesional, se transforma en un edificio con patio, a modo de ciudadela sagrada, en el que la transición al espacio cubierto debe entenderse como un paso adelante en la relación, individual y privada, que el Islam establece con Dios. Rafael MONEO. La vida de los edificios: Las ampliaciones de la Mezquita de Córdoba. Revista ARQUITECTURA. Separata 1981-1985.
La Mezquita de Córdoba fue construida por Abderrahmán I. Córdoba había sido una de las más notables ciudades de la Península Ibérica, tanto durante la dominación romana como, más tarde, bajo la dominación visigoda. Era el último puente sobre el Guadalquivir y su importancia estratégica, comercial y política siempre fue apreciada. Abderrahmán, príncipe Omeya, huyó de su patria por motivos políticos internos y estableció en Córdoba la capital de un nuevo emirato. Cuando, tras guerrear durante años contra los reinos cristianos de la península, restableció la paz, Abderrahmán decidió erigir un templo proclamando así con él la solidez de su nuevo reino independiente. El emplazamiento escogido para levantarlo fue, casi inevitablemente, el lugar sagrado por antonomasia de la ciudad, aquél donde los cristianos habían construido la iglesia de San Vicente, dominando el puente sobre el Guadalquivir (La antigua iglesia de San Vicente era compartida por ambos cultos, cristiano y musulmán, tras la conquista árabe. La mitad perteneciente a los cristianos se compró en 786. Probablemente, San Vicente fue una iglesia importante, aunque no podemos conocer su aspecto; no obstante, Gómez-Moreno sugiere que “el empleo de sus materiales está fuera de duda y, probablemente, se realizó a gran
escala”). Iniciada en circunstancias históricas bien precisas, con propósitos e intenciones a los que hoy podríamos calificar de fundacionales, la nueva Mezquita de Córdoba era, para sus arquitectos, la ocasión adecuada par desarrollar en ella una arquitectura modélica. Miembro de la familia Omeya, Abderrahmán se preocupó de que los arquitectos respetasen el precedente de la vieja Mezquita de Damasco, aquella que había conocido en su juventud. La Mezquita de Damasco había sentado las bases tipológicas de la mayor parte de las mezquitas posteriores, al establecer, de una vez por todas, si bien sirviéndose de estructuras y elementos arquitectónicos cristianos, la idea de espacio religioso islámico, un espacio que refleja un nuevo modelo de entender las relaciones entre el hombre y Dios (fuerte relación entre arquitectura y teología: “Invariantes castizos de la arquitectura española, Madrid 1947” donde se explican los nexos entre arquitectura y teología; niega y explica que el dominio de los hombres es lo discontinuo. Por ello no existe en la mezquita de Córdoba un único punto de vista como había en el espacio perspectivo continuo de la arquitectura tradicional de Occidente). Es evidente que los constructores de la Mezquita de Córdoba tuvieron presenta la de Damasco y que eran conscientes, por tanto, de las claras diferencias que median entre la teología islámica y la cristiana, diferencias que, naturalmente, iban a quedar relegadas en su arquitectura.
INTRODUCCIÓN
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La lectura de este texto escrito por Rafael Moneo refleja de forma clara la evolución de la arquitectura y construcción islámica durante casi un milenio desde su origen. Hablar de la construcción Islámica plantea una serie de preguntas basadas en conceptos que parten de aspectos convergentes y que ella misma convertirá en contradictorios: la cronología y la propia arquitectura y su construcción. Desde el inicio de la Construcción Paleocristiana hemos visto como la concepción del edificio responde a unos planteamientos puramente religiosos basados en la liturgia. Para la arquitectura islámica no va a ser diferente esta forma de materialización de una inquietud y necesidad espiritual, pues desarrollará su construcción identificada más con la religión que con el período cronológico. El nacimiento de la arquitectura Islámica se produce a lo largo del siglo VII. d. C. y se extenderá con vigor, entorno al mediterráneo, durante un milenio; por lo tanto podemos considerarla contemporánea de la Cristiana
Bizantina hasta el siglo XVI. Esta contemporaneidad no está exenta de influencias y desavenencias basadas unas en el aspecto arquitectónicoconstructivo y otras en el político-religioso. Observar el comienzo de ambas nos servirá como ejemplo de la diferencia desmesurada del nivel arquitectónico y constructivo que las separa. Si ya conocemos el antecedente y punto de partida de la arquitectura y construcción bizantina establecido en la construcción romana, la Islámica nacerá de una sociedad nómada, perdida en el desierto y con una serie de necesidades domésticas mínimas, con creencias religiosas antiguas, que verá en su profeta Mahoma un camino de unión entre pueblos, culturas y arquitectura. El Islam se “una nueva religión” convincente y prosélita, en un período corto de tiempo, se expande por el flanco Sur y Este del mediterráneo.
La Arquitectura El espacio cubierto de la Mezquita de Damasco estaba formado por tres naves paralelas orientadas hacia la pared de la quibla. El espacio central, bajo una cúpula que subrayaba la presencia del mihrab, era todo un tributo a las iglesias cristianas orientales de planta central, herederas de la tradición tardorromana – bizantina-. Era evidente el deseo de relajar la tensión de las iglesias cristianas, debida, unas veces, a la poderosa sensación de direccionalidad; otras, a la existencia de una centralidad absorbente. La pequeña cúpula es más un elemento arquitectónico que una imposición ideológica o ritual. En la Mezquita de Baalbeck y, más tarde, en algunas de las mezquitas egipcias, este espacio centralizado desaparece y los muros paralelos se convierten en los elementos más importantes del edificio. La mezquita se consolida como un nuevo tipo arquitectónico que, a juzgar por los antecedentes citados, bien puede interpretarse como una transformación radical de la arquitectura basilical tardorromana. La introducción de una sintaxis distinta, inspirada por una concepción del mundo diversa, es, en última instancia, responsable de tal transformación y poco importa que, tanto en Damasco como en El Cairo, se utilicen columnas y otros elementos directamente tomados de la arquitectura romana: la mezquita se presenta como un tipo bien definido, pleno, y con ella toda una nueva arquitectura, la Islámica.
La Construcción Las técnicas y los modos constructivos han estado siempre ligados a tradiciones culturales condicionadas por los recursos materiales del área geográfica donde se desarrollan. Pasemos a Córdoba. Quedo ya dicho que en la Mezquita de Abderrahmán se respetaron tipos establecidos, pero éstos sufrieron en ella tan profundos cambios que cabe el que la consideremos como un acontecimiento arquitectónico único y singular. El primer rasgo que la convierte en singular y única es, sin duda, el cambio en la orientación de los muros: perpendiculares a la quibla, no paralelos como era la costumbre. Parece lógico si se trata de favorecer la visibilidad de la quibla. Sin embargo, dicho cambio obedece a una compleja decisión estructural que fue, como se verá más adelante, definitiva en la ordenación espacial de la mezquita. Una descripción simple de esta estructura consistía en afirmar que los muros de carga han sido horadados sirviéndose de arcos sobre las columnas, pero eso significaría la reducción del problema constructivo que la mezquita implica a un problema de geometría en el plano. La razón por la que se habla de muros al describir la mezquita quizá se deba a que se identifican, metafóricamente, muros y acueductos. Así vemos cómo, en la Mezquita de Córdoba, el sistema de muros, que drena a un tiempo que cubre el área, se convierte en un ámbito del máximo interés espacial cuando los muros aceptan, con ingenua literalidad (el acueducto de los milagros de Mérida, un precedente de la Mezquita de Córdoba: los constructores islámicos debían mucho a los romanos; no cabe duda que los árabes conocían bien la arquitectura romana desde su paso por el norte de África camino de España.), su condición de acueducto. Pero a renglón seguido, tras de admitir el valor de la metáfora, hay que hacer constar que ésta es, simplemente, un punto de partida, ya que la técnica constructiva definitiva no fue desarrollada de acuerdo sólo con dicha “imagen”: el considerar la disponibilidad de los “elementos ya usados” iba a ser un dato clave para los arquitectos que hicieron de los mismos la base de su trabajo. Los materiales, pues, estaban dados; “elementos ya usados” eran columnas y capiteles procedentes tanto de edificios romanos como de primitivas iglesias cristianas y visigodas: su condición singular y completa les dotaba de un cierto aura intemporal. De hecho, se trataba de elementos que, en su radical soledad y autonomía, podían ser reutilizados sin atender al marco estilístico que los produjo (basas, columnas, capiteles y salmeres fueron tomados de diversos edificios de todo el país. El arquitecto los utilizó para definir una superficie horizontal sobre la que
erigir el sistema de arcos y muros. Muy a menudo, al nivelar el suelo – horizontalmente- algunas basas quedaban enterradas.). Contando con ellos, y con una idea previa de la estructura como un todo, el arquitecto de la Mezquita de Córdoba definió la estereotomía de los arcos sobre los pilares y los arcos de herradura y acudió a la construcción tradicional en madera sustentada por muros de carga a la hora de resolver techos y cubiertas (Puede hallarse un análisis completo del arco de herradura en E., Camps y Cazorla, Modelo, proporciones y composición en la arquitectura califal cordobesa, Madrid. Una vez más Torres Balbás insiste en su origen romano). La construcción exigió la aparición de algunos elementos nuevos, tales como los cimacios, elementos que facilitaban el ajuste entre los “elementos ya usados” y la geometría a que obligaba la disposición de la mezquita. Una interpretación pragmática podría sugerir que el arquitecto, queriendo dar mayor altura al techo y no contentado con colocarlo sobre un muro sustentado por una cadena de arcos de herradura sobre las columnas, decidió incorporar una nueva cadena de arcos de medio punto –un segundo orden- para lograr la altura deseada. Por otra parte, la mayor anchura del arco superior podría explicarse por la presencia de un canalón de desagüe que obliga a un mayor espesor del muro y, por consiguiente, del arco. No obstante, si lo que buscamos es una explicación que nos permita entender los problemas formales de la mezquita, habrá de considerar un mayor nivel de complejidad para entender el modo de pensar de los arquitectos, modo de pensar que es responsable en último término de los principios formales que le permiten construir. Así, admitiendo la voluntad explícita de una mayor altura y ésta, por tanto, como el fin perseguido, podríamos entender la estructura como cadenas de arcos de medio punto sobre pilares esbeltos, atados éstos por un elemento transversal hipotético –el arco de herraduraincorporado al conjunto para garantizar la estabilidad del mismo. De este modo, la Mezquita de Córdoba pasaría a ser un sistema formado por muros-acueductos que se produce perpendicularmente a la quibla y son responsables, en último término, de la experiencia espacial, la única dirección perceptible sería entonces la perpendicular a la quibla. De la intersección de ambos sistemas, una intersección que, naturalmente, es virtual, pero que es también irreductible, depende la estructura formal de la mezquita. En ella radica, en última instancia, la definición arquitectónica de la misma: tal “intersección virtual” es la que permite al arquitecto la construcción- De ahí que el espacio real de la mezquita contemple la supresión de ambas direcciones y que la insistente y poderosa presencia de las columnas pueda ser entendida como el resultado de la intersección de dichos planos virtuales. El espacio definido por las columnas, la abstracta malla que forman, en la
que toda alusión al pasado se disuelve, es una clara expresión del nuevo espacio religioso, neutro e indiferente, que hemos descrito antes; pero también cabe entenderla en términos estrictamente formales, en aquellos de los que el arquitecto ha de servirse para poder sentar las bases desde las que construir sus obras (En una lectura partiendo del techo, la mezquita de Córdoba podría entenderse claramente como un sistema de pilares y arcos que definen un muro. Estos pilares han sido cortados y se apoyan sobre una sofisticada cadena de arcos y columnas, que los sostiene con impensable equilibrio; en esta interpretación, los arcos de herradura hacen de ligazón entre los pilares, garantizando la estabilidad. Sin embargo, si partimos del suelo, el frágil sistema de columnas y arcos aumenta de grosor, definiendo una cadena continua de arcos de medio punto que permite una cubierta horizontal. Evidentemente, la razón de ser del complejo mecanismo formal que liga la columna al muro que caracteriza la mezquita de Córdoba no es el simple deseo de elevar el techo. Y en esta pugna sutil entre el arco de herradura y el de medio punto, “el arquitecto de la mezquita de Córdoba prefirió el de herradura al de medio punto, acorde con la tradición visigótica, por razones estéticas, ya que es difícil hallar otro motivo.” Gómez Moreno, op. Cit., pág 36). En cualquier caso, ya sea partiendo de análisis de la cubierta o bien siguiendo el orden cronológico con que la construcción se produce, habrá que considerar otras intervenciones que, no por ser menores, pueden ser calificadas como secundarias. A ellas se confía, en algunas ocasiones, la articulación de los diferentes elementos. En otras, subrayan, simple y eficazmente, la estructura formal del edificio. Pero, tanto en unas como en otras, tales intervenciones deben entenderse siempre como acciones que propician al arquitecto la flexibilidad necesaria para trabajar con piezas preexistentes. Así se explica el elemento que soluciona la parte superior del capitel, donde convergen el pilar, el arco de herradura y la columna-capitel. El arquitecto definió un nuevo elemento, tan simple como eficaz, que resolvía la conjunción de todos ellos. En otro orden de cosas, la transición de la base cuadrada a la sección rectangular de los pilares fue solucionada con un elemento que con el tiempo adquiriría una singular relevancia en la arquitectura islámica y mozárabe: el llamado, por Gómez Moreno, modillón de rollos (Parece que este punto fue la clave para toda la solución de la mezquita de Córdoba. La habilidad del arquitecto se hace evidente al confiar la transición del pilar al salmer a un nuevo elemento, el “modillón de rollos”. El libro de Gómez-Moreno Iglesias mozárabes españolas; el arte español de los siglos IX al XI, identifica una serie de iglesias mozárabes en las que uno de los rasgos característicos –utilizado para describir un estilo peculiar- es el empleo de tales elementos. Más adelante, L. Torres Balbás publicó un artículo, Los modillones de lóbulos. Ensayo de análisis de la evolución de una forma arquitectónica a través de dieciséis siglos.).
Otro rasgo importante de la Mezquita de Córdoba la constituyen las dovelas coloreadas de los arcos. A menudo se ha comentado que ya habían sido utilizadas en la arquitectura siria, así como en algunas obras romanas –el acueducto de los Milagros de Mérida-, insistiendo así en una estrecha relación entre los ejemplos romanos y la mezquita de Córdoba (Ya en la mezquita de Damasco se había utilizado dovelas alternativas de mármol y basalto, lo que pudo influir en los arquitectos de la mezquita de Córdoba. No obstante, la mayoría de los historiadores prefieren establecer una relación más estrecha con algunas obras tardorromanas, especialmente con el acueducto de los Milagros). Pero cabe, también, ver las dovelas coloreadas con una prueba más de la presencia del mecanismo formal antes descrito en Córdoba. Podría entenderse como el resultado de una íntima superposición: la forma arquitectónica es en la mezquita de Córdoba el resultado de una interacción entre formas simple y elementos, con significados autónomos y propios, en muy diversos planos, que se pierden en el nuevo todo; la forma final es una forma integrada, en las que los componentes que la constituyen desaparecen y pierden su respectiva identidad singular, dando así lugar a una nueva lectura. El arco de herradura, por ejemplo, es un elemento estructural que da estabilidad a las esbeltas pilastras sobre las columnas, pero, al mismo tiempo, cumple con una delicada función formal al subrayar la realidad espacial de las directrices paralelas a la quibla que se dibujan en interminable imagen perspectiva con su ayuda. Las dovelas coloreadas, a su vez, favorecen tal interpretación, al poner de manifiesto la colisión entre los arcos de herradura y las pilastras. Hemos llegado, pues, a un punto en el que cabe afirmar que los principios formales de la Mezquita de Córdoba estaban tan claramente establecidos desde su origen y eran, por otro lado, tan determinantes que las ampliaciones posteriores del edificio no supusieron transformaciones radicales del mismo. La futura vida de un edificio está implícita en los principios formales que lo han hecho nacer, y de ahí que su entendimiento nos proporcione una pista para comprender su historia. Tal haremos ahora al ver de qué modo están dichos principios presentes en la larga vida de la mezquita. Cuando Abderrahmán II quiso ampliar la mezquita, la cuestión era clara: la mezquita crecería hacia el Sur. El muro de la quibla fue parcialmente derribado para permitir el paso a través de él y se construyeron ocho nuevas arcadas. Se conservaron los restos de la antigua quibla porque el suprimirlos hubiera sido arriesgado, ya que era preciso contrarrestar el empuje horizontal de las cadenas de arcos. Pero la sensación de espacial no cambió, y el hecho de la nueva intervención fue absorbido por el espacio existente sin que se produjeran cambios fundamentales; los restos de la vieja pared de la quibla iban a ser, en el futuro, tan sólo un accidente en el continuo espacio de la mezquita. Curiosamente, se llevó a cabo una importante modificación de los modillones de
rollos –se simplificaron sus molduras-, lo que demuestra que el constructor era consciente de los problemas formales. Mohamed I, hijo de Abderrahmán II, concluyó la obra iniciada por su padre levantando el muro occidental (Elie LambertÆ las dos naves laterales fueron remodeladas bajo su reinado; apoya su argumentación en unos documentos descubiertos por Levi-Provencal y en un análisis de los modillones de dichas naves. E. Lambert, “Etudes Médiévales”. Toulouse, 1956. Torres-Balbás muestra su desacuerdo en Los Modillones de Lóbulos.). A él se le atribuye la Puerta de San Esteban, donde, una vez más, es el mecanismo de superposición el que nos permite comprender el complejo sistema geométrico que rige su construcción. Sería muy difícil explicar una ornamentación tan intrincada si no acudiéramos a la idea de superposición como mecanismo formal básico. Sólo así puede entenderse cómo el plano del muro es trabajado como plano geométrico: en él se entrecruzan y traban diversos planos virtuales, definiéndose toda una serie de convenciones geométricas que hacen posible la construcción de la arquitectura. (Dibujos en “Módulo, proporciones y composición en la arquitectura califal cordobesa”. Madrid de E. Camps y Cazorla.Æ subraya el carácter abastracto de tal sistema geométrico y nos proporciona un conjunto de dibujos muy interesantes que explora dichos mecanismos compositivos.) Bajo Abderrahmán III, en el apogeo del emirato, se realizaron pequeñas reeformas. Las obras continuaron y se levantó una segunda fachada, doblando la que ya existía y repitiendo el tema de las columnas unidas a pilastras. (a cominezos del siglo XVII la torre sería absorbida por otra torre nueva. La construcción de la segunda fachada fue probablemente motivada por razones estéticas; el empuje horizontal de los arcos de herradura había sido asumido por la fachada primitiva). Más adelante, en las ampliaciones posteriores, esta solución de la doble pared volvería a ser utilizada de nuevo, convirtiéndose lo que había sido específico y singular, dictado por la necesidad, en reproducible modelo. A través de la lectura de este texto podemos conocer las características más generalizadas que lleva implicita
Plantas Tendrán las características de ausencia general de ejes de simetría, y una extrema sencillez en su composición. Al hablar de las tipologías comentaremos al detalle las características de cada una de ellas. Muros
Se construían valiéndose de los materiales locales y se revestían después, prolija y cuidadosamente con una decoración menuda de yesería, piedras de lujo y azulejos. O sea loza vidriada
Mezquita, edificio destinado a la oración de los musulmanes, que puede variar en tamaño y tipología arquitectónica. Entre todas siempre destaca la mezquita de los viernes o jami, una especie de catedral donde se reúne la comunidad de fieles para realizar la oración ritual de este día de la semana. Los ejemplos más importantes de la historia se construyeron entre el siglo VII, poco tiempo después de la aparición del islam en Arabia, y el siglo XVI. La primera mezquita estaba constituida por el patio y la propia casa de Mahoma en Medina (622), situada en el territorio de la actual Arabia Saudí. El muro del patio que miraba en dirección a La Meca —conocido como quibla— disponía de un santuario cubierto desde el que se recitaban las oraciones, mientras que el resto de los muros estaban flanqueados por soportales de arquerías para proporcionar sombra en el caluroso desierto. Esta tipología se trasmitió a las mezquitas posteriores, en las que se distinguen los mismos elementos: el patio de abluciones o sahn, el muro de la quibla y el espacio cubierto para la oración. En el centro de la quibla se situaba el mihrab, un nicho cuya única finalidad es distinguir este muro de los restantes y enfocar así la oración hacia La Meca. A su derecha suele aparecer el mimbar, púlpito desde el que el imán o jefe religioso predica el sermón y dirige la oración de los viernes. En torno al espacio sagrado suelen aparecer otras habitaciones subsidiarias, que acogen en su seno bibliotecas, hospitales o cámaras de tesoros. A medida que el islam se expandía fuera de Arabia, las mezquitas fueron incorporando elementos de la arquitectura de los países conquistados. Las tipologías basilicales, heredadas de la tradición cristiana, comenzaron su existencia con la mezquita mayor de Damasco (siglo VIII), construida sobre una antigua iglesia cristiana que a su vez se asentó sobre un templo pagano. Siguiendo esta misma trayectoria, la nueva tipología musulmana tuvo su origen en la basílica romana, así que finalmente la tradición arquitectónica islámica hunde sus raíces en la clásica. La única diferencia que incorpora la mezquita basilical es la equivalencia de sus tres naves, tanto en anchura como en altura, que produce un efecto espacial más parecido al de las salas hipóstilas. Las cubiertas planas de estos edificios se apoyan en dos pisos de arcadas, el primero de ellos compuesto por grandes arcos de medio punto sustentados sobre columnas romanas, y el segundo, dispuesto para acrecentar la altura del espacio de oración, más pequeño y transparente. Esta disposición propia de los califas omeyas se trasladó a la península Ibérica con la caída del poder omeya en Damasco. Abd-al-Rahman I comenzó hacia el año 780 la mezquita de Córdoba, donde se incorporaron numerosas novedades, como la disposición de once naves perpendiculares a la quibla, en lugar de las tres paralelas de la tipología siria. Otra de las características emblemáticas de la arquitectura califal cordobesa fue el arco de herradura decorado con franjas rojas y blancas (véase Arco y bóveda),
un modelo constructivo heredado de los romanos que se conservó durante el periodo visigodo. El edificio cordobés se fue ampliando sucesivamente hasta el año 990, incorporando otras soluciones originales como la compleja estructura de pilastras sobre columnas, los arcos lobulados y entrecruzados, o las peculiares cúpulas de nervios entrecruzados que cubren las capillas junto al mihrab. La decoración en el mundo islámico se vio reducida a los motivos geométricos y vegetales, como los arabescos o los mocárabes, ya que el Corán prohibe cualquier representación religiosa de hombres o animales para evitar los cultos idólatras. Sin embargo, la tradición oriental generó todo tipo de elementos ornamentales de gran riqueza, aplicados en las pinturas, bajorrelieves, tallas, estucos, taraceas, mosaicos, azulejos y revestimientos cerámicos de todo tipo. En las mezquitas primitivas, el almuédano llamaba a la oración de los fieles desde la azotea de la propia mezquita. Más tarde se comenzaron a edificar torres especiales para este fin, llamadas alminares o minaretes, la primera de las cuales aparece en la mezquita de Sidi Ocba en Kairuan (Túnez, siglo VIII). El origen de estas construcciones parece remontarse a las torres de planta cuadrada de las iglesias paleocristianas sirias. Su empleo se extendió por todo el mundo islámico, y todas las mezquitas acabaron incorporando uno o varios de estos elementos verticales, que pueden variar su forma desde la sección cuadrada a la circular, espiral u octogonal, y su tamaño desde las bajas y planas a las altas y esbeltas, características del Imperio otomano. Las mezquitas de planta cruciforme se comenzaron a emplear en Irán durante el siglo XII, y las cupuliformes de planta centralizada se adoptaron en Turquía después de la caída de Constantinopla (Estambul a partir de entonces) en 1453 y el subsiguiente empleo para el culto musulmán de la iglesia de Santa Sofía de Constantinopla (532-537). En este modelo el espacio de oración se compone de una sala libre cubierta por una gran cúpula, flanqueada por salas subsidiarias cuyas semicúpulas o cupulillas descargan los empujes de la cubierta central. Con este nuevo concepto espacial desaparece el patio de abluciones, que ya entró en desuso en las mezquitas iraníes. El constructor más importante del periodo otomano fue el arquitecto Sinan, entre cuyas más de trescientas obras destaca la mezquita de Solimán (1550-1557) en Estambul, un edificio centralizado rodeado por cuatro esbeltos minaretes.
Véase también Arte y arquitectura islámica.1
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