ARGUMENTO DE PESO
ARGUMENTO DE PESO Robert Grossbach
Acosado por insolubles problemas de economía personal, Arnold Kra...
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ARGUMENTO DE PESO
ARGUMENTO DE PESO Robert Grossbach
Acosado por insolubles problemas de economía personal, Arnold Kraft, un enfermizo físico nuclear de edad madura, se vio obligado finalmente a tomarse una estudiada revancha. Sus colegas de los laboratorios Auerbach se presentaban allí y le encontraban dormido en su escritorio una mañana tras otra, ya que Kraft trabajaba de firme durante la noche sin tomarse un respiro. Después de la cuarta semana, Rydberg, su inmediato superior, decidió que era el momento de tener una charla con él y llamó a Kraft a su oficina. - ¿Es a causa del divorcio? - preguntó Rydberg en tono comprensivo. La esposa de Kraft, de veintitrés años, se había marchado hacia poco tiempo con un repartidor del Daily News. - No exactamente - contestó Kraft evasivamente. Nunca había confiado en Rydberg y, además, le resultaba repulsiva la costumbre que tenía su superior de comer manzanas continuamente. - ¿Otra vez problemas de salud? - Algo así - trató de escabullirse Kraft -. No exactamente. - ¿Lo de la sangre? - Durante años, Kraft se había referido de manera vaga a una misteriosa enfermedad circulatoria no del todo curable. - ¿La sangre? - se burló amargamente Kraft -. La sangre es lo de menos. - Respingó cuando Rydberg mordió una manzana. - Entonces, ¿qué? - No tiene importancia. - No me diga que no tiene importancia. - Rydberg se sonrojó -. Cada día le encontramos derrumbado sobre su escritorio. - Casi lo he logrado. - ¿El qué? ¿Una tumba? - Rydberg acometió con voracidad la pulpa de la fruta -. Tal vez le parezca muy romántico recibir una condecoración póstuma, ¿no? - Estoy a punto de concluir el trabajo sobre la hiperdensidad - dijo Kraft, reprimiendo sus náuseas -. Un par más de sesiones y listo. - De eso, nada. Mire, sus depresiones deben terminar. En términos técnicos, ni siquiera debería estar a solas en los laboratorios. La póliza de la compañía de seguros no cubre el riesgo de que una persona muera en tales condiciones. Kraft empezó a comprender el origen de la preocupación de su jefe. - Me lo tomaré con un poco más de calma - mintió, con la esperanza de que Rydberg mordiera el anzuelo.
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ARGUMENTO DE PESO
Abrió el buzón del correo en el vestíbulo de su bloque de apartamentos. Como siempre, sólo encontró preocupaciones. Ya en casa, examinó los sobres uno por uno. Una carta de Physics Review: Agradecemos el reciente envío de su trabajo «Supresión de la descomposición bacilar a temperaturas criogénicas». Por desgracia, nuestros críticos lo han considerado inadecuado para su publicación. Apreciamos su interés por nuestra revista. Kraft hizo rechinar los dientes y dejó el sobre hecho añicos. Política, pensó. Todo política. Los físicos eran como cualquiera: si no formaban parte del club, de la élite, tus ideas eran simplemente despreciadas, no eran tenidas en consideración. Las publicaciones prestigiosas no te publicaban nada, te quedaban solamente las revistas marginales leídas por otros proscritos y curanderos. En cierta ocasión, Kraft había escrito un articulo sobre estabilidad nuclear para una revista nueva y tuvo que soportar que su trabajo apareciera publicado entre un ensayo titulado Regocijo con ropa de caucho y un reportaje gráfico sobre dispositivos anticonceptivos intrauterinos elaborados a partir de alimentos. El siguiente sobre... una factura de sesenta y cinco dólares de un laboratorio médico. Análisis sanguíneo de los niveles de renina y aldosterona. Kraft había visitado otro médico en un intento de solucionar el problema de su presión sanguínea. En una de las visitas la tensión arterial había sido muy alta, en otra muy baja. - Puedo tratarle por una cosa o por la otra - había dicho el antiguo médico de Kraft -. Pero lo que usted tiene me desconcierta por completo. El nuevo doctor era más tranquilo, aunque dado a enigmáticas sonrisas. - Personalmente, me gustaría hospitalizarle - había dicho el doctor Stavros en la última visita de Kraft. - Nada de hospitales - había replicado Kraft. - Bien, en ese caso, ¿qué me dice de los ultrasonidos? ¿Qué le parecería? - Creo que los ultrasonidos van muy bien. Pero ¿servirán para mí? Y Stavros había esbozado una de sus crípticas sonrisas. El siguiente sobre fue la factura del teléfono. Kraft la tiró al sofá. Debía de tratarse del importe mínimo: apenas lo utilizaba. Despreció de idéntico modo una factura del seguro del coche y otra del colegio de físicos. El siguiente sobre tenía la dirección escrita a lápiz y Kraft lo abrió con ansiedad. Una nota de Brian, su hijo de siete años. Querido Papa: Quiero ir al capamento de berano este berano pero mama dice que no tiene dinero y que te lo pida a ti. Por fabor, papa. Tu hijo que te quiere, Brian Kraft La caligrafía era muy tosca, obviamente hecha con grandes esfuerzos. - ¡Maldita sea! - dijo Kraft en voz alta. file:///H|/eMule/Incoming/Ciencia%20Ficción/Robert%20Grossbach%20-%20Argumento%20de%20peso.htm (2 of 6)02/11/2003 15:50:38
ARGUMENTO DE PESO
Eileen estaba utilizando al niño para sacarle dinero. Que ahorre de la exorbitante pensión que le paso, pensó Kraft. ¿Por qué tiene que aprovecharse del niño? Kraft sintió ganas de gritar. Abrió el último sobre. Una circular de Green Cross-Green Shield, la compañía del seguro médico en relación a su reciente solicitud de reembolso. Una lista de veinte puntos con sus correspondientes recuadros. Uno de éstos tenía una cruz en rojo: No se demuestra que no se tratara de un estado ya existente. Presente pruebas en el adjunto sobre a franquear en destino. Las venas del cuello de Kraft empezaron a hincharse. Calma, pensó. Debo conservar la calma. Le estaban matando. Estaba pagando, con gran disgusto, más de mil dólares anuales por una póliza de Servicios Médicos Especializados (los Laboratorios Auerbach no ofrecía prestaciones) y, pese a las enormes facturas, no podía cobrar un solo centavo. Le estaban llevando a la muerte con pequeñeces. A veces faltaba un número en su impreso de reembolso, o una fecha, o la «X» en el espacio donde se afirmaba no tener otro servicio médico. En todas las ocasiones, y aunque la información era fácilmente obtenible a través de documentos anteriores, le devolvían el impreso, pero sin rastro alguno de la adjunta factura del médico. Para poder volver a presentar el documento, Kraft debía dirigirse por carta a los médicos y solicitar de ellos nuevas facturas. No pocas veces, los impresos volvían a sus manos. Las nuevas facturas no llevaban el sello de «pagado». O de lo contrario había que enviarlas a Servicios Básicos antes de que Servicios Especializados se hiciera cargo de ellas. Servicios Médicos Básicos no cubría casi nada, pero los Especializados exigían de los Básicos una nota declarando que estos últimos no efectuarían el pago. Un proceso enloquecedor. Kraft acababa enviando por correo un mismo impreso cinco o seis veces. Se encontró así dedicando su vida entera al trabajo administrativo, sin disponer de tiempo para ir al cine, ver la televisión o salir con mujeres. Y al cabo de seis meses, pese a que los gastos médicos estaban próximos a los dos mil dólares, más el valor de medio año de la exorbitante prima, apenas había reunido la cuarta parte de los trescientos dólares deducibles. En dos ocasiones, después de que Kraft lograra finalmente que sus solicitudes penetraran a través del sistema, recibió breves notas de disculpa: Lo lamentamos, pero este caso particular no está cubierto por nuestra póliza. Kraft descubrió que estaba temblando. Esto ha de terminar, pensó. Por culpa de esta gente no puedo vivir, no puedo pagar mis facturas, no puedo enviar a mi hijo al campamento de verano. No puedo seguir así, no permitiré que esto siga así. La mesita de café retumbó bajo el puñetazo que descargó sobre ella. El efecto se inició bruscamente, tal como había sucedido con los fenómenos mucho más antiguos de la superconductividad y superfluidez. Un día, mientras Kraft enfriaba un lingote de plomo por debajo de los 30 microgrados Kelvin, sucedió un hecho asombroso: la muestra desapareció. O eso parecía. Por fortuna, empero, el físico había tomado la precaución de pesar el plomo y el envase antes del enfriamiento, y después, file:///H|/eMule/Incoming/Ciencia%20Ficción/Robert%20Grossbach%20-%20Argumento%20de%20peso.htm (3 of 6)02/11/2003 15:50:38
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al efectuar la comprobación, el total siguió siendo el mismo: cuatrocientos gramos. Pero no pudo averiguar adónde diablos había ido a parar el lingote. Kraft repitió el experimento. Pero con idénticos resultados. Duplicó la cantidad de material: no hubo cambios. Lo triplicó, lo cuadriplicó, lo decuplicó... y la muestra siempre desaparecía. Informó del hecho a Rydberg. - Lo que tú dices es imposible - dijo Rydberg -. El material va a alguna parte. Cuatro kilos de plomo no se esfuman en el aire. - Pues éstos se han esfumado - replico Kraft mientras el ruido de los dientes de Rydberg royendo una manzana deliciosa raspaban su cerebro como una cuchilla. - Tal vez el plomo se haya fundido con el recipiente - sugirió Rydberg -. Tal vez se haya aleado con la superficie. - Eso fue lo primero que comprobé - explicó Kraft sin perder la paciencia -. Efectué análisis químicos y espectroscópicos del recipiente. Esa no es la respuesta - Sigue investigando - ordenó Rydberg, indiferente mientras el jugo de la fruta resbalaba por su mentón y Kraft se apresuraba a salir del despacho. Al llegar a los cincuenta kilos de plomo, Kraft lo descubrió: era una esfera diminuta, tan pequeña como una semilla, de siete décimas de milímetro de diámetro. El material no había desaparecido, sino que se había convertido en un objeto ¡cinco millones de veces mas denso! Las teorías vinieron después. Correspondería a otros refinar las técnicas, reducir el proceso a formalismos matemáticos. En esencia, parecía que por debajo de 30 microgrados Kelvin las fuerzas de cohesión que mantenían unidas las partículas de los núcleos atómicos se volvían repentinamente más potentes. Efectivas, por lo general, sólo dentro de límites extremadamente cortos en las condiciones del experimento se extendían hacia núcleos atómicos adyacentes, despedazando las nubes de electrones corticales que giraban velozmente. La materia se unía más estrechamente, explosionaba como un globo pinchado. El material resultante se asemejaba al de esas estrellas consumidas, comprimidas, que los astrónomos denominan enanas blancas, con un peso de sesenta toneladas por centímetro cúbico. Como suele suceder a menudo, el impetuoso éxito inicial pasó a un segundo plano durante cierto tiempo. Sólo determinadas sustancias parecían mantenerse comprimidas cuando eran apartadas de temperaturas criogénicas. De dichas sustancias, el plomo resultó ser la más fácil de obtener y manejar. Kraft llamó en un principio eka-plomo al material compactado, después adoptó el de kraftio y, finalmente, cediendo a la modestia, se decidió por la denominación densita. Evaluó ante Rydberg y otros miembros del equipo de los Laboratorios Auerbach los resultados iniciales. Se asignaron fondos extraordinarios. Se celebraron apasionadas conferencias. El rumor de un premio Nobel estuvo en boca de la gente. Meses más tarde, cuando empezaron a llegar a Laboratorios Auerbach camiones cargados de plomo, nadie se asombró de ello.
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ARGUMENTO DE PESO
Kraft marcó el número con atención y experimentó un profundo alivio al escuchar la primera señal de llamada. Llevaba más de una hora intentándolo y por diez veces no había escuchado otra cosa que la señal de la línea ocupada. Nada anormal, naturalmente: así era siempre cuando se llamaba a Green Cross-Green Shield. Por fin, a la decimoquinta señal de llamada, una voz femenina y musical dijo: - Green Cross. ¿Sí? - ¿Hola? Me llamo Arnold Kraft, número de póliza 2953-82A176F, y tengo ciertos problemas con una solicitud de reembolso. ¿Podría ayudarme? - Lo intentaré, señor. ¿Cuál es su número de póliza? Con toda paciencia, Kraft repitió el número. - Lo comprobaré con el ordenador, señor. - Se produjo un silencio que duró tres minutos. La respuesta fue -: Lo lamento, señor. Nuestros ordenadores están averiados en este momento. - Sus ordenadores siempre están averiados - contestó coléricamente Kraft -. Estaban averiados las seis últimas veces que he llamado. ¿Por qué no los reparan? - Lo siento, señor. Es posible que pueda obtener su expediente de forma manual. No cuelgue, por favor. El silencio siguiente duró cinco minutos. Por regla general, las llamadas se cortaban en aquel preciso momento. Kraft se quedó sorprendido al oír de nuevo la misma voz. - Tengo su ficha, señor. Prosiga. - Me devolvieron uno de mis impresos por correo. He estado visitando a un médico a causa de las fluctuaciones de mi tensión arterial. Es un malestar nuevo, no un estado ya existente antes de la firma de la póliza. Se produjo una pausa. - ¿Se está refiriendo al doctor Stavros, señor? - preguntó la voz. - Si. - ¿Visitas los días diez, dieciocho y veintinueve? - Sí. Otra pausa. - De acuerdo con nuestros archivos, señor, usted padecía este malestar cuando suscribió la póliza. - No. Aquel problema era distinto. Hemoglobina. Mi recuento globular subía y bajaba, unas veces era alto y otras bajo. Esto es distinto. Se trata de la presión. - Entiendo. Bien, si el doctor Stavros nos enviara una nota... - Lo explica claramente en el impreso: Tensión arterial variable. - Ninguno de nuestros asesores ha oído hablar de esa enfermedad - dijo la voz -. Sin embargo, si usted consigue una nota... - ¿Los servicios cubren esta enfermedad? - No puedo asegurárselo hasta que no recibamos el informe del médico, señor. Estoy segura de que él enviará la nota si usted se lo pide. file:///H|/eMule/Incoming/Ciencia%20Ficción/Robert%20Grossbach%20-%20Argumento%20de%20peso.htm (5 of 6)02/11/2003 15:50:38
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- Escuche, señorita. - Kraft se llevó una mano a la frente -. He presentado este impreso cuatro veces. ¿No pueden ayudarme? ¿Es que nadie puede correr ese riesgo? - Lo lamento, señor. Nuestra póliza exige... - ¡Escuche, estoy desesperado! - chilló Kraft -. No puedo pagar mis facturas, estoy enfermo. Necesito el dinero. ¡Por favor, se lo suplico! ¡Por favor! - Se puso a llorar. - Señor, estoy segura de que si envía el impreso en el sobre que le mandamos, los encargados de las reclamaciones tendrán con usted toda la consideración que... - Lo lamentarán - murmuró Kraft, enjugándose las lágrimas con sus dedos regordetes -. He estado trabajando en algo que no deseaba utilizar, pero ahora... Lo lamentarán. - Tomaré nota de su reclamación - dijo la voz, imperturbable -. Y recibirá una copia... Kraft colgó. Deteniéndose un instante, Kraft observó la grúa que colocaba el último fragmento de densita. Cincuenta fragmentos en total, todos en forma de hoja plana y muy delgada y transportados por distintos camiones. Una columna de acero, instalada especialmente bajo el buzón de correo, transmitiría la tremenda fuerza al lecho de roca inferior. Estaba amaneciendo en aquel momento. A las nueve de la mañana, la hora de recogida, un empleado de Correos encontraría un sobre que pesaba algo menos de mil toneladas. Kraft rió entre dientes mientras repasaba sus cálculos. A cincuenta centavos los cien gramos, la suma total se aproximaba a los cinco millones de dólares. No estaba mal, pensó mientras el sobre desaparecía. Muy oportunamente, la última parte del sobre que desapareció de su vista fue el ángulo superior derecho con su precisa e indiscutiblemente generosa oferta: Franqueo de primera clase pagado por: Green Cross-Green Shield
FIN Edición digital de Questor
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