Machado Antonio
en Castilla y León
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«Ni mármol duro y eterno, ni música ni pintura, sino palabra en el tiempo» Antonio Machado. CLXIV, XVI. POESÍAS COMPLETAS, Madrid, Espasa-Calpe/Fundación Antonio Machado, 1989.
EXPOSICIÓN
Segovia, Febrero-Abril Soria, Abril-Junio 2007
JUNTA DE CASTILLA Y LEÓN Juan Vicente Herrera Campo Presidente de la Junta de Castilla y León
Silvia Clemente Municio Consejera de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León
José Rodríguez Sanz Pastor Secretario General de la Consejería de Cultura y Turismo
Alberto Gutiérrez Alberca Director General de Promoción e Instituciones Culturales
COMISIÓN CONMEMORATIVA DEL CENTENARIO DE ANTONIO MACHADO EN CASTILLA Y LEÓN PRESIDENTE Juan Vicente Herrera Campo Presidente de la Junta de Castilla y León VICEPRESIDENTA Silvia Clemente Municio Consejera de Cultura y Turismo, Junta de Castilla y León VOCALES
Marino Arranz Boal Director General de Formación Profesional e Innovación Educativa, Consejería de Educación Junta de Castilla y León Borja Suárez Pedrosa Director General de Juventud, Consejería de Familia e Igualdad de Oportunidades Junta de Castilla y León Encarna Redondo Jiménez Alcaldesa-Presidenta de Soria
Antonio Ruiz Hernando Director de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce Gonzalo Santonja Gómez-Agero Director del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua Luis Miguel Enciso Recio Antonio Piedra Borregón Pilar Celma Valero
José Rodríguez Sanz Pastor Secretario General, Consejería de Cultura y Turismo, Junta de Castilla y León Alberto Gutiérrez Alberca Director General de Promoción e Instituciones Culturales, Consejería de Cultura y Turismo, Junta de Castilla y León Jesús Rodríguez Romo Director General de Turismo, Consejería de Cultura y Turismo, Junta de Castilla y León
Pedro Arahuetes García Alcalde-Presidente de Segovia Efrén Luciano Martínez Izquierdo Presidente de la Diputación de Soria
José María Martínez Laseca Jesús Hedo Serrano SECRETARIOS
Germán Andrés Marcos Subdelegado del Gobierno en Soria Argimiro Calama Rosellón Director del Centro de Estudios Sorianos
Ana Patricia Fraile Prieto Titular Santiago Salazar Pardo Suplente
Ángel Sebastián López Director del IES «Antonio Machado» en Soria
Leandro Oroz Lacalle. Antonio Machado, 1926. Fundación José Ortega y Gasset, Madrid.
EXPOSICIÓN Organiza: Junta de Castilla y León Colaboran: Caja Segovia y Caja Duero Comisario: Luis Miguel Enciso Recio Vicecomisario: Joaquín Álvarez Barrientos Consejo asesor: Octavio Ruiz Manjón y Germán Vega Idea original, producción, coordinación y conservación: Conservación y Gestión Cultural, S.L. Diseño expositivo: Macua & García-Ramos Montaje: Exmoarte Seguros: Aon Gil y Carvajal. Axa Art Transporte: SIT Transportes Internacionales
CATÁLOGO Edita: Junta de Castilla y León Autores: Juan Manuel Bonet, Amelina Correa, Luis Miguel Enciso Recio, Juan Antonio Gómez-Barrera, José Martínez Laseca, César Oliva, José Luis Puerto, Octavio Ruiz Manjón, Gonzalo Santonja. Fotógrafos: Pablo Linés, María López Morales y Cecilio Jiménez Coordinación: Conservación y Gestión Cultural, S.L. Diseño del catálogo: RQR, comunicación Impresión y encuadernación: Gráficas Andrés Martín Depósito Legal: VA-88/07 © de esta edición Junta de Castilla y León © de las reproducciones autorizadas. VEGAP, Madrid 2007 © Sucesión Pablo Picasso. VEGAP, Madrid 2007
Agradecimientos
La Junta de Castilla y León quiere expresar su agradecimiento a las Instituciones y personas que, con sus préstamos, han hecho posible esta exposición, así como a aquellas que han preferido permanecer en el anonimato: Academia de San Quirce, Agencia EFE, Archivo General de la Administración, Archivo Histórico Provincial de Soria, Ateneo de Madrid, Archivo Municipal y Ayuntamiento de Segovia, Ayuntamiento de Soria, Biblioteca Pública Provincial de Segovia, Biblioteca Pública Provincial de Soria, Juan Manuel Bonet, Centro de Documentación Teatral, Colección Juan Abelló, Diputación Provincial de Segovia, Diputación Provincial de Valladolid, Fundación Díaz Caneja, Fundación José Ortega y Gasset, Colección Grupo Santander, Galería Guillermo de Osma, Adolfo Gallardo, Pedro García-Ramos, Hemeroteca Municipal de Madrid, IES Antonio Machado (Soria), Institución Fernán González, Instituto del Patrimonio Histórico Español, Museo de Albacete, Museo de Bellas Artes de Santander, Museo del Ferrocarril, Museo Nacional de Teatro, Museo Nicanor Piñole, Museo Numantino, Real Academia Española, Real Fundación de Toledo-Museo Victorio Macho, Residencia de Estudiantes, Conchita Romero, Gonzalo Santonja, Simois, Universidad Complutense, Universidad de Sevilla. La Junta de Castilla y León trasmite su gratitud a las siguientes personas: Concha Carretero, Concha Herrero Carretero, María Antonia Fernández Nájera, Julio Huélamo Kosma, Julia Irigoyen, Mª López Morales, Manuel Martínez Muñoz, Berta Muñoz, Francisco Ortiz, Andrés Peláez, Teresa del Pozo, Susana Vilches, Ascensión Uña.
Con la colaboración especial de: Fundación Unicaja
El día 1 de mayo de 2007
se cumplen cien años de la llegada a Soria del poeta sevillano Antonio Machado para tomar posesión de su plaza de catedrático de francés en el Instituto de la ciudad. Era el comienzo de una estancia en nuestra Comunidad que tendría un segundo capítulo, varios años más tarde, a las orillas del Eresma, en la ciudad de Segovia, donde también su destino administrativo le llevó a ejercer la docencia. La Junta de Castilla y León quiere recordar este centenario con un programa de actividades culturales que devuelva a la sociedad la figura, la personalidad y la obra literaria de este gran poeta de la Generación del 98 que supo acercarse, conocer y plasmar de la forma más sentida y poética la esencia íntima de esa idea de Castilla y de lo castellano que constituyó uno de los pilares ideológicos y literarios de aquella generación. Este programa de actividades se inicia con esta exposición: Antonio Machado en Castilla y León, un magnífico resumen de los años que el poeta vivió en Soria y Segovia y que fueron de importancia capital tanto en el plano personal como literario. En lo personal porque en la ciudad de San Saturio conoció a Leonor Izquierdo, la joven con la que se casó y con la que vivió los momentos más felices de su vida y toda la intensidad del amor, y también donde descubrió lo más profundo del dolor y la desesperanza tras la perdida de su esposa muerta a los pocos años de su matri-
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monio. Volvería a encontrar de nuevo Antonio Machado el amor en nuestra tierra, en su estancia segoviana. Allí, en sus calles, paseando un día hacia el Alcázar, se enamoró de Pilar Valderrama, la Guiomar de sus versos. Determinantes ambas ciudades en su vida personal, no lo fueron menos para su obra. La vivencia de los paisajes sorianos y segovianos, el conocimiento y trato con sus gentes, la pasión por su historia y sus leyendas, su participación en tertulias y en la vida cultural, todo ello aportó nuevos temas, una nueva visión a su obra y especialmente contribuyó a abrir nuevos caminos a esa poesía con la que convertiría a Castilla y a estas dos ciudades en un referente en la literatura universal. Cien años después de su paso por nuestras tierras, esta exposición, con sedes en Segovia y Soria, acerca a los castellanos y leoneses la figura del hombre taciturno aunque no desprovisto de sentido del humor, al lúcido periodista, magnífico autor de ensayos y extraordinario poeta que fue Antonio Machado, que, contra lo que podía esperarse de su imagen de hombre desaliñado y solitario, conocía y vivía intensamente cuanto sucedía a su alrededor, como demuestran sus artículos de prensa y su actividad política, social y pedagógica, tanto en Soria como en Segovia, donde colaboró en la creación de la Universidad Popular, la actual Academia de San Quirce. Con esta exposición y con todas las actividades que a lo largo de este año vamos a realizar sobre Antonio Machado estoy seguro de que todos los castellanos y leoneses podremos hacer más nuestra su figura y su obra, acercándonos a ellas como el poeta en su «Retrato», desnudos de prejuicios y agradecidos, pues, al fin, le debemos cuanto escribió sobre nuestra tierra.
Juan Vicente Herrera Campo Presidente de la Junta de Castilla y León
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Gusta referirse a la «Historia»
como «maestra de la vida» y «libro de consulta» que debiera siempre marcarnos la pauta; en ella queda constancia de los grandes aciertos y de los terribles errores, de lo mejor y de lo peor que es capaz de ofrecer la naturaleza humana. No obstante, a pesar de que contamos con esa enorme ventaja que supone la «lección» histórica, uno no puede dejar de pensar –cuando la cruda realidad nos muestra su lado más deshumanizado– que no aprendemos todo lo que debiéramos de las enseñanzas que otros nos dejaron. Sensu contrario, cada año saludo con gran satisfacción iniciativas que, como la que aquí presentamos, toman el pretexto de un «centenario» para llamar nuestra atención hacia un personaje, un acontecimiento, una experiencia vital o un legado profesional, cuya evocación es ejemplar y aleccionadora. La Obra Social y Cultural de Caja Segovia y sus salas de exposiciones del Torreón de Lozoya tienen gran experiencia en este tipo de conmemoraciones, la mayor parte de las cuales ha buscado, además, el componente afectivo de lo cercano, puesto que sus diferentes discursos han favorecido siempre el encuentro y la coyuntura con la realidad segoviana: el obispo Arias Dávila, el bimilenario del Acueducto, el doctor Andrés Laguna, el nacimiento de la imprenta en Segovia, la reina Isabel la Católica o Cristóbal Colón, son algunos de los personajes y efemérides que hemos recordado en otras tantas exposiciones. A ellas se suma en este año 2007 la dedicada a D. Antonio Machado, al cumplirse ahora los cien años de su llegada a otra ciudad castellana, Soria, esencial en su vida y en su obra.
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Mas la figura de Antonio Machado no es menos importante para Segovia –ciudad a la que arribaría más adelante y donde se le recuerda con veneración y afecto–, ni para nuestra Comunidad: una de sus mejores cartas de presentación será siempre Campos de Castilla. Así lo reconocía El Adelantado de Segovia, el 26 de noviembre de 1919 al dar la noticia de su llegada: «Ayer llegó a esta población, con objeto de posesionarse de su cátedra de Francés en el Instituto General y Técnico, para la que recientemente fue nombrado, el vigoroso y culto poeta Antonio Machado, que en hermosas estrofas ha sabido cantar las grandezas de Castilla, de la que es un ferviente enamorado. Enviámosle nuestro más afectuoso saludo, y mucho celebraremos que encuentre grata su estancia en esta vieja ciudad castellana, donde seguramente hallará motivos de inspiración el genial poeta». Entre nosotros permanecería hasta 1932 dejando abundantes huellas: su paso por aquel Instituto, hoy llamado «Mariano Quintanilla», todavía es recordado por aquellos que fueron sus alumnos y a su cariño se debe la placa que perpetúa la memoria de sus años docentes en ese centro; entrañable sigue siendo la casa en la que habitó el poeta –tal vez mudo testigo de algunas de sus Canciones a Guiomar–, hoy conservada y convertida en Museo gracias a la labor encomiable de la Academia de Historia y Arte de San Quirce. Muy cercanos y familiares nos resultan estos años de la biografía machadiana al hilo de la Universidad Popular, de publicaciones como Manantial o de las tertulias en el café Juan Bravo y en el de la Unión, en las que dialogaban Blas Zambrano, Mariano Grau, Emiliano Barral, Mariano Quintanilla, Ignacio Carral, Fernando Arranz o Daniel Zuloaga; aquí encontrará motivo de inspiración para algunos de sus poemas y la ciudad asomará en las cartas a Guiomar, el amor que conoció en aquellos años en Segovia. Recordar, pues, la figura de Antonio Machado en nuestra ciudad, no deja de ser una feliz iniciativa que debe trascender el mero ámbito de una exposición y hacernos participar de esa ciudad machadiana que no ha perdido ni un ápice de su poder evocador, ni su profunda vocación castellana. Cualquiera que tenga sensibilidad, cualquiera que esté o haya estado enamorado, verá lo fácil que es unir aquí sus palabras con las propias del poeta para decir: «Adiós. Me voy a soñar contigo por esas calles de Segovia».
Atilano Soto Rábanos Presidente de Caja Segovia
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Caja Duero, recordando al gran cantor del Duero
Hace ahora 100 años,
en 1907, Antonio Machado llegaba a Soria «ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar». Llegaba para tomar posesión de su cátedra de francés en el instituto de la ciudad. Poco tiempo después conocería a Leonor Izquierdo, sobrina de la dueña de la pensión en la que se hospedaba en la calle Estudios. La joven Leonor acabaría convirtiéndose en su esposa y, pese a que moriría al poco tiempo, tanto ella como la ciudad no dejarían de estar nunca en el corazón del poeta. Años después, el flechazo se repetiría en Segovia. Don Antonio, que volvió a Soria en 1932, con motivo de su nombramiento como hijo adoptivo de la ciudad, confesó con emoción su sentir para con la vieja ciudad castellana en estas humildes palabras: «Nada me debe Soria. Y si algo me debiera, sería muy poco en proporción a lo que yo le debo: el haber aprendido en ella a sentir a Castilla, que es la manera más directa de sentir a España». Cuando se cumple el centenario de su paso por nuestra tierra, las instituciones de la comunidad, con la Junta de Castilla y León al frente, han considerado oportuno rendir un homenaje al hombre y al escritor que, con su particular mirada hacia nuestra región, supo elevar su paisaje a las más altas cimas de la poesía de todos los tiempos. En ese propósito Caja Duero da un paso al frente, ante el ofrecimiento de la Consejería de Cultura y Turismo del ejecutivo autónomo. Como siempre, Caja Duero se suma con satisfacción a apoyar cualquier iniciativa de calidad y de interés para
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nuestro ámbito de actuación. De ello hemos dado sobradas muestras en el pasado. Nuestro nombre ha estado unido a iniciativas expositivas del prestigio de Las Edades del Hombre, a la magna labor de recuperación de nuestros monumentos a través de la Fundación del Patrimonio Histórico Artístico, o a la divulgación a través de una gran enciclopedia del inmenso legado románico, por poner sólo tres ejemplos. Hay muchísimos más. Pero, como es sabido, la nuestra es una Caja también soriana en origen: la Caja de Salamanca y Soria. Y nuestro incondicional compromiso con esa provincia se hace patente, en esta nueva ocasión, contribuyendo gustosamente a patrocinar las actividades programadas para este centenario, que incluirán congresos, recitales, ediciones especiales e importantes exposiciones. Todo ello con el objetivo de reivindicar, de actualizar la figura de Antonio Machado. Su obra. Su enseñanza. Su compromiso ético. Su cariño por nuestras gentes, por nuestros paisajes, por el padre Duero que precisamente da nombre como marca comercial a la Caja. En Caja Duero venimos trabajando desde hace ya 126 años, procurando cumplir el compromiso estatutario de nuestros fundadores: mirar por el desarrollo económico, social y cultural de nuestro ámbito principal de actuación. Por eso nos unimos al sentimiento de Machado para con Soria y los sorianos, expresado de manera sencilla en uno de sus bellos poemas incluído en su libro Campos de Castilla (sentimiento que nosotros hacemos extensivo al conjunto de la región): Gentes del alto llano numantino Que a Dios guardáis como cristianas viejas. Que el sol de España os llene de alegría, de sol y de riqueza.
Julio Fermoso Presidente de Caja Duero
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Antonio y Manuel Machado. Sentado el primero, de pie el segundo, Junio de 1927. Agencia EFE.
índice P23 P45 P83 P111 P135 P163 P183 P225 P271
Antonio Machado en Castilla y León Luis Miguel Enciso Recio
Antonio Machado y el papel de los intelectuales en la política española (1898-1932) Octavio Ruiz-Manjón
Palabras para un tiempo castellano Amelina Correa Ramón
El teatro de Antonio Machado César Oliva
Antonio Machado, periodista en la prensa soriana José María Martínez Laseca
Antonio Machado y las artes plásticas Juan Manuel Bonet
La etapa segoviana de Antonio Machado (1919-1932) José Luis Puerto
Antonio Machado en Soria Juan Antonio Gómez-Barrera
Guerra y últimas soledades de Antonio Machado Gonzalo Santonja Gómez-Agero
El poeta pensativo y envuelto en un halo de misterio entre las román-
ticas ruinas de San Juan de Duero, cubiertas de hiedra, descansa acompañado de su musa que representa la inspiración. De los retratos que se hicieron de Antonio Machado, éste puede considerarse como el más evocador, rodeado de esa atmósfera surrealista, representativa del segundo Simbolismo que se desarrolló en Europa durante el primer tercio del siglo XX.
Antonio Machado y su musa, obra también titulada Evocación, según el inventario de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1924 a la que fue presentada, se puede relacionar con Preludio, pintura que le valió a Oroz la segunda medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1915. En Preludio, la musa se representa tocando el órgano, mientras que en la obra aquí expuesta aparece leyendo un libro. Hay que relacionarla también con Antonio Machado, retrato de 1925, y con Otoño romano, un aguafuerte que Oroz grabó durante su estancia en Roma. En un carboncillo del Museo Antonio Machado de Segovia, también aparece representado el poeta de medio cuerpo con el bastón entre las manos.
Bibliografía: CANO, J. L., Antonio Machado. Biografía ilustrada, Barcelona, 1975, p. 99; VV. AA., Catálogo oficial ilustrado de la Exposición Nacional de MCMXXIV, Madrid, p.92; VV. AA., Colección Banco Urquijo. Pintura, Dibujo, Escultura, Madrid, 1982, Nº 236, pp. 404 y 405; VV. AA., Colección Banco Hispano Americano, Madrid, 1991, p. 249.
Leandro Oroz hizo varios retratos de Antonio Machado quizá porque eran contertulios en el Nuevo Café de Levante madrileño, junto con otros personajes como Ricardo Baroja y Valle-Inclán. Allí fue donde se tramó la relación entre Anita Delgado y el maharajá de Kapurthala en 1906, en la que Oroz tuvo un gran protagonismo, por ser novio de la hermana de Anita y acompañar a la familia a París para la célebre boda de la bailarina. Cuando el Banco Urquijo adquirió, hacia 1970, la pintura que aquí se expone, presentaba un marco espléndido de unos treinta centímetros de ancho, diseñado por el propio Oroz, sustituido después por otro, ignorándose actualmente el paradero del original, que era de estilo modernista. El pintor y grabador Leandro Oroz nació en Bayona (Francia) en 1883 y murió en Madrid en 1933. Estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en la que fue discípulo del pintor Ramón de los Ríos y del grabador José María Galván. Durante los años 1909 y 1914, estuvo pensionado en Roma, al ganar por oposición la plaza de grabador de la Academia Española de Bellas Artes de aquella ciudad. De vuelta a Madrid, fue profesor de dibujo en la Escuela de Artes y Oficios, al tiempo que pintaba y se presentaba a exposiciones, en las que obtuvo importantes éxitos y reconocimiento. Abraham Rubio Celada
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Leandro Oroz Lacalle. Antonio Machado y su musa o Evocación, 1924. Colección particular.
Antonio Machado en Castilla y León Luis Miguel Enciso Recio Comisario de la exposición
Antonio Machado tomó posesión de su cátedra de Lengua Francesa en el Instituto General y Técnico de Soria el 1 de mayo de 1907.
El centenario de ese acontecimiento, aparentemente menor pero decisivo en la vida del poeta, ha movido a la Junta de Castilla y León a impulsar un programa conmemorativo que perennice la efeméride. Epicentro de la conmemoración machadiana será la exposición Antonio Machado en Castilla y León. «Sin el tiempo», escribió una vez Antonio Machado, «esa invención de Satanás, el mundo perdería la angustia de la espera y el consuelo de la esperanza». Un segmento importante del tiempo de vida del poeta transcurrió en Soria y en Segovia, dos fascinantes ciudades castellanoleonesas.
Álvaro Delgado Ramos. Retrato de Antonio Machado Ruiz, 1936. Colección del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid.
El recuerdo de la agreste y recoleta Soria, pese a que permaneció en ella hasta agosto de 1912, es decir, pocos años, no abandonó nunca al escritor sevillano. «Soy hombre extraordinariamente sensible al lugar en que vivo», confesaba en 1938. «La geografía, las tradiciones, las costumbres de las poblaciones por donde paso, me impresionan profundamente y dejan huella en mi espíritu. Allá en 1907, fui destinado como catedrático a Soria. Soria es un lugar rico en tradiciones poéticas. Allí nace el Duero, que tanto papel juega en nuestra historia. Allí, entre San Esteban de Gormaz y Medinaceli, se produjo el monumento literario del Poema del Cid. Por si ello fuera poco, guardo de allí recuerdo de un breve matrimonio con una mujer a la que adoré con pasión y que la muerte me arrebató al poco tiempo. Y viví y sentí aquel ambiente con toda intensidad». Tras el paréntesis de Baeza –1912-1919– Antonio Machado se trasladó a Segovia, otra joya urbana castellana. Llegó allí el 26 de noviembre de 1919, para hacerse
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cargo de la cátedra de Lengua Francesa del Instituto, y allí permaneció hasta 1932. Fueron años intensos, en los que la persona y la obra machadiana crecieron y alcanzaron definitivos niveles de madurez. La vida pausada, de distancias cortas, de Soria y Segovia le permitieron, como ha hecho ver un autor, vivir a un ritmo pausado, profundizar más y mejor en los temas, en la dinámica, que será esencial en su obra desde entonces, que se establece entre la realidad y la imaginación. Le servirá para comenzar a dar al subjetivismo de su poesía una dimensión social, que acoja y sirva a los otros. Con ser definitoria e importante su experiencia en Castilla y León, la personalidad humana y literaria de Machado, evidentemente, no moduló sus perfiles sólo en Soria y Segovia, sino que se vió condicionada por unos precedentes y completada por una significativa etapa posterior.
El contexto europeo y español La exposición Antonio Machado en Castilla y León dedica sus primeros puntos de referencia al contexto europeo y español finisecular y del primer tercio del siglo XX.
Renacimiento, nº VIII, (cubierta), 1907. Col. Juan Manuel Bonet.
«El fin de siglo», ha escrito J. P. Fusi, «la belle époque,... fueron para Europa –o para una parte de ella– y para Estados Unidos una etapa de trasformación sin precedentes, en la que se alteraron sustancialmente las estructuras de la sociedad y de la política, las formas de vida cotidiana, el comportamiento colectivo, las relaciones sociales y la organización de la producción, del trabajo y del ocio». En la base de estas realidades, operaban varios fenómenos de decisiva importancia: la revolución demográfica, la transformación del Estado, la consolidación de Europa, la segunda revolución industrial, el progreso científico –Física, Biología, Psicología–, la exaltación de Historia y vida, la irrupción del modernismo literario, las nuevas tendencias del arte moderno, la crisis y renovación del cristianismo. La Revolución rusa, la Primera Guerra Mundial, el ascenso de los fascismos y el comunismo, la revitalización de las democracias, el peso de la violencia, la dramática II Guerra Mundial y la paz vinieron a ser ya el prólogo de una nueva época.
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¿De qué modo y hasta qué punto se refleja la compleja realidad descrita en el «espejo» machadiano? Sólo de forma fragmentaria, pero en la vida y la obra de nuestro autor cabe apreciar reflejos de la crisis espiritual que se está manifestando, del «cristianismo filosófico», del subjetivismo operante y la exaltación de la sentimentalidad, pero también de un deísmo y una religiosidad de base cristiana proyectada a la transformación social, una cierta fe en que las ideas y la cultura pueden servir para mejorar la sociedad, la necesidad de compromiso con el entorno, la respuesta a la violencia. Se perciben también en la literatura y las actitudes vitales de A. Machado relativismo, descreimiento, desencanto, vacilaciones sobre las diversas tendencias artísticas y literarias y un progresivo afán de que la poesía fuera no sólo metafísica o creación estética, el fruto de la imagen del artista encerrado en su torre de marfil, sino un instrumento de mejora social y un interés por el llamado «arte de masas». Como Ramón y Cajal, como Ortega y Gasset, Falla, Picasso, y tantos otros, Machado viajará a Europa. La filosofía de Bergson o la «luz cegadora de Verlaine» y de los impresionistas, por citar ejemplos característicos, dejaron inequívocas semillas para la conformación de los futuros códigos éticos y estéticos del poeta.
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Antonio Machado. «El crimen fue en Granada», Exposition Internationale, Pavillon l’Espagne (últimas páginas), 1937. Col. Juan Manuel Bonet.
Los ecos y murmullos de la historia española en el pasado que nos ocupan condicionaron más, mucho más, el cambiante curso de la vida machadiana y obtuvieron de él, más de una vez, respuestas y propuestas de solución. La honda crisis del 98, heredera de la anterior crisis del 68, impulsó a todo un grupo de intelectuales y artistas a poner las bases de la regeneración del país. España viviría en la época de Alfonso XIII y de la Segunda República una auténtica Edad de Plata cultural. Contemporáneamente a la descomposición del sistema legado por Cánovas, contemporáneamente a la Dictadura y a los errores de la Segunda República, la cultura española vivió un periodo de esplendor. Pero, desde las perspectivas social, económica y política, los problemas eran tantos que se explica bien la presencia de voces críticas, más o menos enérgicas, más o menos pesimistas. «El reformismo, tanto del 98 como del 14, amén de propedéutico», ha escrito Varela Ortega, «fue profundamente crítico. Enemigo del pasado, fustigó sin piedad historia y mitos nacionales creando un estilo casi masoquista, desgarradoramente autocrítico que, con los años, vino a convertirse en una forma torturada de retórica nacionalista». En definitiva, como hiciera ver Sánchez Albornoz, «aquellas invectivas, al margen de la aspereza de sus trallazos críticos, rezumaban amor por la patria». Para este áspero patriotismo, al que Azorín calificó de «serio, digno y sólido, España no era el pasado ni el presente, (sino) ... algo que todavía no existía (...), una cosa que había que hacer». Y para esta dura y sugestiva tarea no bastaba la crítica: eran necesarias también la savia de la esperanza y la tenacidad del impulso reformista y modernizador.
Retrato de Manuel Machado niño por su abuela. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
¿Crítica, pesimismo, optimismo? Machado será testigo, todavía muy joven, de los esfuerzos, no comprendidos, de gentes como Maragall, Salmerón, Costa, Azcárate o Palacio Valdés. En cambio, Giner, sus colaboradores de la Institución o intelectuales tan prestigiosos como Unamuno, Azorín, Baroja, Hinojosa, Torres Quevedo, Menéndez Pelayo, Tomás Bretón o Ramón y Cajal –por citar algunos nombres señeros– alcanzarán reconocimiento en España y Europa. Machado, condicionado por sus «gotas de sangre jacobina», su educación institucionista, su tradición familiar y su propio temperamento, formaba parte del grupo de los intelectuales críticos, entre los que cabe situar, además de algunos citados antes, a Ortega, Marañón, Pérez de Ayala, Madariaga, A. Castro o R. Menéndez Pidal. Algunos de los temas o cuestiones que anteceden se tratan, de un modo u otro, en la exposición sobre Antonio Machado y Castilla y León.
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Los contenidos de la muestra se centran, sin embargo, en otros tres epígrafes: «La familia Machado», «la biografía inicial de Antonio Machado» y «la biografía de la plenitud de A. Machado».
La biografía inicial de Machado El abuelo del poeta, Antonio Machado Núñez, fue, primero, catedrático de Física y Química y, más tarde, catedrático de Historia Natural. Naturalista, rector de la Universidad de Sevilla, geólogo, botánico, antropólogo y ornitólogo llegó a ser, además, político activo, en su condición de alcalde de Sevilla y gobernador de la provincia sevillana. Las tres vertientes ideológicas del personaje –krausismo, darwinismo y republicanismo– y su modo de ser y estar en la vida influirían de modo concluyente en su nieto Antonio. El poeta experimentó, además, la huella intelectual y humana de su padre, Antonio Machado Álvarez, Demófilo, folklorista de acendrada vocación, krausista, republicano y masón. La madre, Ana Ruiz, una trianera de casta, envolvió a sus hijos, y en particular a Antonio, en un halo de ternura y complicidad. Pero el legado familiar no bastó para conformar esencialmente los rasgos de los Machado Ruiz, como lo demuestran, por ejemplo, los caracteres antitéticos de Antonio –«más que un hombre al uso, que sabe su doctrina / soy», decía, «en el buen sentido de la palabra, bueno»– y Manuel –quien resumía así su etopeya y su acción: «Es tarde... Voy de prisa por la vida. Y mi risa / es alegre, aunque no niego que llevo prisa»–. La biografía inicial de Antonio Machado Ruiz, el poeta, se reparte en tres de las ciudades de sus amores: Sevilla, la Madrid finisecular y París. Aquí y allá aflora el recuerdo insistente del palacio de las Dueñas, la casa donde nació y, como ha subrayado Gibson, de «las macetas de la madre, con su olor a albahaca y hierbabuena, los cipreses y las palmeras, los cuadros de mirtos, un aroma de nardos y claveles y el reflejo de limones en... la fuente del patio central». Su primera escuela fue el colegio sevillano de Antonio Sánchez Morales y sus primeros amigos, los chiquillos que compraban, o disputaban, con él las cañas dulces. Antonio Machado. «Zeme. Alvargonzálezova». Traducción al checo del poema machadiano «La Tierra de Alvargonzález» (portada). Col. Juan Manuel Bonet.
Demófilo y su familia se trasladaron tempranamente a Madrid, casi por las mismas fechas en que el abuelo, Machado Núñez, accedió a la cátedra de la Central.
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La vinculación de Antonio Machado Ruiz al Madrid finisecular fue profunda. Allí vivió en diversos hogares, con sus padres, siempre cerca de la Institución Libre de Enseñanza, donde se educó, en un ambiente distendido sin exámenes y sin libros de texto». Años después, Antonio declararía que conservaba «vivo afecto y profunda gratitud» a Francisco Giner de los Ríos, Bartolomé Cossío y sus profesores de la Institución. En 1893 los hermanos Machado inician su compromiso con la literatura a través de La Caricatura, semanario satírico de ajetreada existencia. Su pasión por el teatro tuvo también manifestación temprana en unas fugaces y fallidas experiencias como actor. Antes de que acabe el siglo, Antonio viajará a París, la «ciudad», como él mismo escribiría, del affaire Dreyfus en política, del simbolismo en poesía, del impresionismo en pintura, del escepticismo elegante» y, ante todo, el lugar donde descubre «la cegadora luz de Verlaine». De vuelta a Madrid, a los 24 años, Antonio terminará, por fin, su bachillerato. Desde comienzos de siglo, la poesía se revelará para él como una fuente inagotable de transfiguración, sueños y respuestas estéticas y sociales. En 1901 publica sus poemas en la revista Electra, que formaba parte junto con otras, como Germinal (1897-1899), Vida Nueva (1898-1900), Revista Nueva (1899), Arte Joven (1901), Juventud (19011902), Revista Ibérica (1902), Helios (1903-1904) y Alma Española (1903-1904), de lo que podría denominarse literatura vanguardista y progresista del momento. «Todas ellas», comenta un crítico, «dieron fuerza al movimiento conocido como «gente nueva» (frente a la «gente vieja», partidaria de las formas y los gustos de la Restauración). Dirigían la revista Alma Española «gente nueva», como Pío Baroja, Ramiro de Maeztu, Valle Inclán, Villaespesa y Manuel Machado, hermano de Antonio y secretario de redacción. Colaboraron también Jacinto Benavente, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez y otros. En estos años aurorales del siglo XX Machado irá tejiendo una constelación de amigos, más o menos afines en gustos y personalidad: Valle Inclán –«el primer gallego de su siglo»–, Rubén Darío –intérprete apasionado del modernismo, siempre atenazado por la antinomia entre lo dionisiaco y lo apolíneo–, Pío Baroja –pro-
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Antonio Machado. «Apuntes, parábolas, proverbios y cantares», Cervantes, año I, nº III, p. 83, 1916. Col. Juan Manuel Bonet.
tagonista, con los Machado, de algunos episodios en París–, Juan Ramón Jiménez –«amigo entrañable», copartícipe con Antonio de la fascinación por Verlaine, crítico respecto al descuido por las formas en la relación social de Machado y, a la larga, intérprete de una estética diferente a la machadiana–, M. de Unamuno –sabio y poeta a quien Machado calificaba de «maestro» y con cuyo pensar y sentir se identificaba–, el refinado Azorín, el complejo Benavente, el almeriense Francisco Villaespesa y otros.
Antonio Machado. «Iris de luna. Al maestro ValleInclán», La Pluma, año IV, nº 32, p.28, Enero de 1923. Col. Juan Manuel Bonet.
Los años 1903 a 1907 marcan la consolidación literaria de A. Machado en Madrid. Soledades, su primer libro, favorablemente acogido por J. R. Jiménez y la crítica, apareció en 1903, y después sus versos experimentarán una progresiva depuración formal, una búsqueda de la relación con el «otro» y una profundización de sus esencias populares y personales. Por lo demás, en su poesía se acusa la «búsqueda de la felicidad amorosa», los caminos del sueño –en un momento en que atraen
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a muchos las teorías de Freud–, la pena de los «labios que ardían», la «misteriosa fuente», el «limonar florido», los testimonios, en fin, del «juglar de la tristeza». En 1905 su vida da un giro cuando, respondiendo a la sugerencia de Giner, se decide a participar en unas oposiciones a cátedras de Lengua Francesa para Institutos de Segunda Enseñanza. A la vez que su poesía –así, en las «Coplas mundanas»– se encandila con lo popular y la propia vida, sus interminables oposiciones acaban el 4 de abril de 1907. Antonio Machado se convierte, por fin, en catedrático numerario de Lengua Francesa. El viaje en el pequeño tren Smet y Ropero que lo lleva hasta la ciudad castellana –una vez más el tren motivo para su vida y su poesía–, la toma de posesión de la cátedra, la pensión de Isidoro Martínez Ruiz, probablemente, el primer contacto del hermoso paseo entre San Pablo y la ermita de San Saturio, constituyen los hitos de un primero y fugaz contacto con el que iba a ser su marco de vida. Se iniciaban así los «veinte años de Castilla», los años de prometedora y luego dorada plenitud. En el verano de 1907 la fascinación que produjo en el poeta la tierra de Soria quedó registrada, entre otros testimonios, en «A orillas del Duero» y «Por tierras del Duero», dos poemas insertos luego en Campos de Castilla. Si el poeta siente el magnetismo del paisaje («Yo divisaba lejos un monte alto y agudo /, y una redonda loma cual recamado escudo, y cárdenos alcores sobre la parda tierra»), no deja de experimentar también, pese al hondo sentimiento que en él suscitan Castilla y su ejecutoria histórica, la indignación por la pobreza y abandono de los campos castellanos («Castilla miserable, ayer dominadora / envuelta en sus andrajos desprecia cuanto ignora») y, al tiempo, la esperanza de un futuro mejor («Hacia el camino blanco está el mesón abierto / al campo ensombrecido y al peñascal desierto»). La vinculación a la ciudad se hace presente en su nuevo hogar –la pensión de Ceferino Izquierdo e Isabel Cuevas–, sus clases del Instituto –largamente admiradas por algunos de sus alumnos– y, en fin, en la prensa, aspecto éste que analiza en el catálogo que presento José María Martínez Laseca. El telón de fondo de los años sigue siendo, sin embargo, la poesía, cuya cima en esos momentos se alcanzó con las 176 páginas de Soledades. Galerías. Otros poemas. El gozne en el que abrochan todas las experiencias sorianas de Machado se llamaba Leonor Izquierdo Cuevas, «una pálida adolescente», escribe Amelina Correa en su artículo del presente catálogo «Palabras para un tiempo castellano. La presencia de Soria y Segovia en la trayectoria biográfica y literaria de Antonio Machado», «de profundos ojos oscuros, que había nacido el 12 de junio de 1894 en el castillo de Almenar de Soria». En ella encarnaba un tipo de «mujer ideal, aniñada y pura»,
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J. Laurent. Patio del Palacio de Dueñas, Sevilla. Probablemente, la familia Machado, h. 1878. Archivo Ruiz Vernacci, IPHE, Ministerio de Cultura.
cantada por los modernistas y afín a las preferencias de Machado. El amor a Leonor inundará los días del poeta –«En donde el agua ríe y sueña y pasa, / allí el romance del amor se cuenta»–, pero la experiencia, interrumpida por la dramática enfermedad y muerte de la amada, será dolorosamente breve, y en ella se incluirá un viaje a París que, si pudo ser símbolo de felicidad, se convirtió en marco de tragedia. Leonor, convertida en mito y en punto de referencia, cubrirá durante largo tiempo con una inevitable sombra de nostalgia o de tristeza la vida y la obra machadianas. La etapa de Soria, cuyo final se precipitó por el fallecimiento de Leonor, el 1 de agosto de 1912, no interrumpió la actividad literaria y periodística de nuestro autor. De 1911 fue una de sus obras más importantes, La tierra de Alvargonzález, en la que se mezclaban la fuerza y la belleza del paisaje de la Sierra de Urbión con algunos crímenes y miserias del entorno rural soriano. Al año siguiente apareció una de sus más logradas creaciones literarias: Campos de Castilla. Es el tiempo también de la Castilla de Azorín, cantada por Machado con versos inolvidables: «Castillas, España de los largos ríos / que el mar no ha visto y corre hacia los mares». Tras el paréntesis de Baeza (1912-1919), tan repleto de circunstancias literarias, políticas, sociales y humanas relevantes, pero ajenas a la exposición que se presenta, Antonio Machado volvió a Castilla. Cuando se le concedió, el 30 de octubre de 1919, el traslado al Instituto de Segovia era ya, después de un encomiable esfuerzo, licenciado en Filosofía y Letras y Doctor por la Universidad Central de Madrid.
La biografía de plenitud de Antonio Machado Antonio Machado. «Proverbios y cantares», Revista de Occidente, año I, nº 3, p.19, septiembre de 1923. Col. Juan Manuel Bonet.
En La Tierra de Segovia del 27 de noviembre de 1919 se le dispensaba una cordial acogida, «Antonio Machado», decía el periodista, «el poeta de Castilla, vuelve a Castilla(...) Aquí verterá en sus versos cadenciosos y austeros las profundas emociones que esta ciudad hermana y este campo fraterno habrán de despertar en el alma de este poeta andaluz».
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Machado no fue ajeno al incomparable encanto de Segovia. «En Segovia», describirá en tonos admirativos un texto machadiano atribuido a su heterónimo Andrés Santallana, «una tarde de paseo / por la alameda que el Eresma baña...». Y en otra ocasión, en otro texto recogido en sus Prosas completas, afirmará: «En estas viejas ciudades de Castilla, abrumadas por la tradición, con una catedral gótica y veinte iglesias románicas, donde apenas encontráis un rincón sin leyenda ni una casa sin escudo, lo bello es siempre y no obstante... lo vivo actual, lo que no está escrito ni ha de escribirse nunca en piedra: desde los niños que juegan en las calles –niños del pueblo, dos veces infantiles– y las golondrinas que vuelan en torno de las torres, hasta las hierbas de las plazas y los musgos de los tejados». ¿Había de ser Segovia otra encantadora Soria para Machado? «No podía ser», responde I. Gibson, «porque las circunstancias eran ya otras y Machado tenía puestos los ojos ahora, sobre todo, en Madrid». Con todo y con eso, la ciudad acabará por meterse en las junturas de su alma. Eso sucedió, por ejemplo, con la casa de huéspedes de Luisa Torrego, en la que permanecerá siempre y que estaba situada cerca de la bellísima iglesia románica de San Esteban. Sucedió también con la inolvidable «alameda que el Eresma baña» y el entorno del Alcázar, el itinerario que, desde la pensión conducía al poeta al Instituto, y mil lugares más. El viejo Instituto segoviano, situado al lado de los primeros arcos del acueducto, acogerá a Machado con entusiasmo. Sus clases de Francés, a las que añadía las de Lengua y Literatura españolas, agregadas a su cátedra, seguían basándose en la pedagogía activa heredada de la Institución y polarizada, sobre todo, en una magistral, y muchas veces emotiva, lectura de textos. Pero quizá lo más novedoso de su trayectoria docente en Segovia, en principio, fue su colaboración con la Universidad Popular, institución proyectada para extender la instrucción a las clases trabajadoras. La habían fundado, en 1919, entre otros, Blas Zambrano y Rodao, y en ella llegarían a participar figuras como García Morente, Unamuno, E. d´Ors, Marañón o María de Maeztu. Sabemos, en con-
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Antonio Machado. Museo Nacional de Teatro, Almagro.
creto, por una carta de María Zambrano a José Luis Abellán, cómo eran las clases de Literatura en la Universidad Popular. «La clase de don Antonio», describía María Zambrano, «era una clase inaudible, hablaba ensimismadamente; los niños jugaban al «gua», pero yo no lo hubiera hecho», descripción que concuerda con algunos poemas machadianos y que aporta una variante a los cálidos elogios de sus alumnos más distinguidos de Soria o Segovia. ¿Carecía Machado de vocación pedagógica? Más bien cabe pensar que daba valor al esfuerzo personal, pero no desdeñaba la labor del profesor. En sus Prosas completas dejó escrito: «Se dice que vivimos en un país de autodidactos. Autodidacto se llama al que aprende algo sin maestro. Sin maestro, por revelación interior o por reflexión autoinspectiva, pudimos aprender muchas cosas, de las cuales cada día vamos aprendiendo menos. En cambio, hemos aprendido mal muchas otras que los maestros nos hubieran enseñado bien. Desconfiad de los autodidactos, sobre todo cuando se jactan de serlo».
Antonio Machado con su madre (Dª Ana), su hermano José y la familia de éste: Matea Monedero y sus hijas Eulalia, María y Carmencita. Archivo Alfonso, Archivo General de la Administración.
El hombre «misterioso y silencioso» de que hablara Rubén Darío mostró pronto su veta de sociabilidad y su adecuación, una vez más, a una vida provinciana que, sin embargo, no estaba desconectada de Madrid. Pronto colaboró con Blas Zambrano, el padre de María Zambrano, a quien le uniría una sincera amistad. También pertenecieron a su grupo de amigos Mariano Quintanilla, Julián María Otero, Emiliano Barral, Mariano Grau y otros. Llegaría a hacerse famosa una tertulia que se reunía, por las tardes, en el taller del ceramista Fernando Arranz, situada en la capilla de San Gregorio, una vieja iglesia románica, hoy desaparecida.
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Pero, sin lugar a dudas, el punto central de referencia de la afectividad de Machado iba a ser la poetisa Pilar de Valderrama, una mujer de 39 años, culta, refinada, casada y madre pero infeliz en su matrimonio.. «Después de tantos años de derramar lágrimas por Leonor y de llorar su corazón vacío», explica Amelina Correa, «por fin Antonio Machado alcanzará a conocer otra vez el amor. Y la protagonista de este renacimiento será una viajera madrileña que ha venido a Segovia casi exclusivamente para conocerlo: la poetisa Pilar de Valderrama. Tras presentarse a comienzos de junio de 1928 en el vestíbulo del Hotel Comercio, quedarán al día siguiente para cenar. Después de la cena ambos pasearán», en mágica proximidad de sentimientos, añado yo, «hasta el hermoso Alcázar, iluminado por la luz de la luna, mientras escuchan el melodioso acorde de las aguas de los ríos Eresma y Clamores. En la mente del poeta quedará para siempre este imborrable recuerdo, asociado el amor con la belleza del paisaje castellano». Las claves y significados de la relación entre Machado y Pilar de Valderrama han dado lugar a interpretaciones divergentes, entre ellas, la de la propia Guiomar, a las que se refiere Ian Gibson, en su reciente libro La vida de Antonio Machado.
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Antonio Machado. Páginas escogidas, Casa Editorial Calleja (portada), 1917. Col. Juan Manuel Bonet.
Biblioteca de las tradiciones populares españolas. Director Antonio Machado y Álvarez. Sevilla, Alejandro Guichot y Compañía, 1883. Residencia de Estudiantes, Madrid. Antonio Machado. «Epitafio», Revista Ibérica, año II, nº 1, p.27, 15 de mayo de 1903. Col. Juan Manuel Bonet.
Ligero de equipaje. Amelina Correa, por su parte, sostiene que el «acendrado catolicismo de Pilar de Valderrama, que ha renunciado resueltamente al amor físico y sólo persigue el espiritual en el poeta, condicionará profundamente la relación entre ambos. Antonio, (de 53 años cuando la conoce), la amará con pasión denodada, persiguiendo una imposible plenitud amorosa, y su Guiomar le dará sólo con cuentagotas las muestras de su cariño siempre contenido. En definitiva, sublimado el erotismo de la relación, Machado convertirá a su amada en una criatura transfigurada o, por decirlo con palabras del mismo Machado, en «la diosa». La complejidad de la relación, tejida no pocas veces en los misteriosos lienzos de la literatura, se reflejó no sólo en la poesía de nuestro autor, sino en la obra dramática, escrita por Antonio y su hermano Manuel, La Lola se va a los puertos. Deseada y querida, reitera A. Correa, esta inasible Lola que parece significar la esencia del cante flamenco –tan apreciado por toda la familia Machado–, no se entrega nunca.
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Así lo denotan los versos que ella repite y, al parecer, fueron sugeridos por la propia Guiomar: «El corazón de Lola / sólo en la copla se entrega». La etapa segoviana es de plenitud literaria. Impetuosas o apacibles, como el fluir de los ríos, irán apareciendo en sucesivas reediciones y reediciones, algunas de sus grandes obras: Nuevas canciones (1917-1939), el Cancionero apócrifo de Abel Martín (1926), el Cancionero apócrifo de Juan de Mairena (1922), Los complementarios y las Poesías completas. La naturaleza interiorizada de otras épocas, «signo y cifra» ha dicho P. Cerezo, del mundo interior, evoluciona hacia los referentes reales, de los cuales los paisajes castellanos son un paradigma. ¿Estaba lo que los románticos denominaban volkgeist, el alma del pueblo, en la vieja tierra castellanoleonesa?. «Allí se encontrarán depositados», responde A. Correa, «una serie de cualidades que se van a juzgar definitorias de los castellanos: la austeridad, el vigor, la capacidad de esfuerzo, el misticismo». Eso pensaban, con variantes y matices, Unamuno, Azorín, Ramiro de Maeztu, Ortega y Gasset, Antonio Machado y varios otros. Esa mirada a la naturaleza tendrá también «una dimensión metafísica amparada en el cristianismo, como ha estudiado Agustín Andreu, que tuvo especial influencia en María Zambrano». «En este sentido, también nuestro autor estaba en sintonía con lo que sucedía en Europa y con otros intelectuales del momento, como Panini, Guardi, Maritain, d´Ors o Bergamín. La perspectiva que Machado avivó en Segovia buscaba convertir el pensamiento esencial cristiano en acción». Otra dimensión característica de la poesía de Machado en estos años, conectada con el pensamiento y la obra de su propio padre, el krausismo, el socialismo y un vago e impreciso cristianismo, fue la búsqueda del pueblo o, por mejor decir, el servicio al pueblo. Machado, ha recordado Carlos Serrano, trabajó para el pueblo queriendo ser pueblo, propuesta que podía parecer utópica, pero cuajó en no pocos frutos literarios y de acción política o social. En definitiva, su visión de la literatura comprometida «le lleva a pensar que la creación poética, más que expresión del yo, del individualismo al que habían llevado los simbolistas o modernistas y seguía practicando Juan Ramón Jiménez, debía proyectarse a múltiples y diversos individuos, a la sociedad entera, al pueblo». Sólo así la poesía se dignificará y será humana. En el plano propiamente poético estos cambios ideológicos... se plasmaron en un cambio de orden estético que tardó mucho en encontrar forma. Para ello, exploró el mundo de la mitología, el de la copla sentenciosa o rabiosamente popular, el del poema filosófico. Y durante mucho tiempo se refugió en la prosa de Los complementarios». La poesía que hinca sus raíces en el rico y proteico mundo de la persona, en la búsqueda de la naturaleza o del pueblo, expresada con moldes más filosóficos o más líricos, se concentró en la ingente obra poética de Machado, pero provocó también, más de una vez, sus reflexiones. El tema, de decisiva importancia, se compendia, hasta cierto punto, en tres ejemplos significativos.
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El 17 de septiembre de 1920, informa Gibson, se publica la contestación de Machado a una encuesta del semanario madrileño La Internacional, organizada por el inquieto Cipriano Rivas Cherif. Se trata de dos preguntas de Tolstoi: ¿Qué es el arte?, ¿Qué debemos hacer? Machado «aboga por la libertad del arte frente a los imperativos religiosos y morales: libertad para que el arte sea el resultado de una actividad integral, de que son tributarias, en mayor o menor medida, todas las actividades del espíritu. En otras palabras, un arte radicalmente comprometido con la condición humana en todas sus expresiones. El arte auténtico reelabora los elementos naturales que encuentra dentro y fuera de sí y los somete, como la abeja al néctar a un proceso de transformación». En este arte se resume también la pasión de Machado por la pintura y la escultura, lúcidamente analizadas por J. M. Bonet. La segunda pregunta tolstoiana «Qué hacer» es respondida así por Machado: «Yo, por ahora, no hago más que folklore, autofolklore o folklore de mí mismo. Mi próximo libro será, en gran parte, de coplas que no pretenden imitar la manera popular –inimitable e insuperable, aunque otra cosa piensen los maestros de retórica–, sino coplas donde se contiene todo cuanto hay en mí de común con el alma que canta y piensa en el pueblo». El segundo ejemplo lo aporta también Gibson. Rafael Cansinos-Asséns, al tomar nota de varios poemas de Nuevas canciones, libro aparecido en 1924, indicaba, en Los Lunes de El Imparcial, que el «poeta de Nuevas canciones es el mismo de Soledades. Galerías. Otros poemas, salvo que mucho más cansado y grave, si es posible, y más cargado de experiencia a lo largo del camino». A Machado no le gustó «el comentario y apuntó en Los complementarios que el crítico no había tenido en cuenta su propósito auténtico». Tal propósito era «expresar el común sentir de los demás a través de su folklore de sí mismo». El tercer ejemplo, en el que incide así mismo Gibson, se relaciona con la obra de Moreno Villa Colección (Poesías) y el artículo «Autocrítica». El libro y la «Autocrítica» provocan un sugestivo ensayo teórico de Machado. En él, explica Gibson, «se trata... de la imagen poética, tan en boga, y tan analizada en estos momentos por la crítica... Y se trata también, otra vez, pero ya en profundidad de distinguir entre la imagen conceptista y la intuitiva, la que mana, no del pensamiento sino de la zona sensible y vibrante de la conciencia inmediata. Ambas son necesarias... Un poema sin estructura coherente, lógica, no llegará nunca al prójimo. Tampoco un poema compuesto sólo de las intuiciones de su creador... No es la lógica lo que en el poema canta, sino la vida, aunque no es la vida lo que da estructura al poema, sino la lógica».
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Tanto como la poesía y la prosa atrae a Machado, en los años de Segovia, el teatro. «Sólo en siete años, de 1926 a 1932», escribe César Oliva en el presente catálogo, tuvieron lugar los estrenos de seis títulos, en los principales teatros de Madrid y por las compañías de más fama y mérito». La cascada de obras dramáticas acusó diversidad y distinto nivel de calidad y aceptación: Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel (1926), Juan de Mañara (1927), Las adelfas (1928), La Lola se va a los puertos (1929), La prima Fernanda (1931) y La duquesa de Benamejí (1932). «El éxito del teatro de los hermanos Machado», concluye César Oliva, «hay que encontrarlo en la perfecta integración de los modos y usos de la escena de su tiempo, a la que sirvieron desde (una) vertiente poética... que era justamente la que el público esperaba de ellos. Frente a sus compañeros de generación, los Machado escriben un teatro convencional, nada innovador, enraizado en la comedia española; un teatro de monólogos y apartes, conectado con la línea poética, tan del gusto de los intérpretes españoles del momento... y un teatro que nunca regateó elogios de la técnica benaventina, dejando claras sus ironías sobre todo tipo de modernidades escénicas».
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Antonio Machado. «El poeta visita el patio de la casa en que vivió», Helios, año I, tomo I, p. 398, 1903. Col. Juan Manuel Bonet.
La dimensión intelectual y política La dimensión política de Machado, de la que se ocupa en este catálogo Octavio Ruiz Manjón, se manifiesta, en lo que respecta a la etapa segoviana, no sólo en los conceptos y propuestas a que hemos hecho alusión en páginas anteriores, sino sobre todo en las respuestas que el poeta ofrece sobre el régimen monárquico y la primera etapa republicana. Cuando se produce el golpe de Estado de Primo de Rivera Machado deja oír su voz. Apunta en Los complementarios: «España cae en cuatro pies. ¿Se levantará? Probablemente encontrará cómoda la postura y permanecerá en ella largo tiempo». Sus críticas al sistema, al dictador y al monarca, decididas y a veces punzantes, se repetirán una y otra vez. Alcanzarán un nivel particularmente agudo con el final de la Dictadura primoriverista y los gobiernos de Berenguer y Aznar. El 14 de febrero de 1931, Ortega, Marañón y Pérez de Ayala protagonizaron un mitin celebrado en el Teatro Juan Bravo de Segovia. Machado, a quien los ilustres personajes respetan de una forma especial, presidió el acto y presentó a los oradores. «La revolución», dijo, «no es volverse loco y levantar barricadas; es algo menos violento, pero más grave... Para ello se requiere el concurso de las mentalidades creadoras, por que si no la revolución es una catástrofe. Saludo a estos tres hombres como verdaderos revolucionarios, como los hombres del orden, de un orden nuevo». La llegada del nuevo régimen suscitó el entusiasmo del poeta. «¡Aquellas horas, Dios mío», comentaría, por boca de Juan de Mairena, en referencia a la tarde del 13 de abril de 1931, «tejidas todas ellas con el lino de la esperanza, cuando unos pocos viejos republicanos izamos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de Segovia!». Su compromiso con la República se hizo efectivo en diversas iniciativas. La primera, y principal, fue su participación, junto a otras grandes figuras, como es sabido, en las Misiones Pedagógicas, esa especie de Universidad Popular a gran escala que recorrió los diversos lugares de España llevando, a través de las reproducciones del Prado, conferencias, representaciones teatrales, proyecciones cinematográficas, discos y libros, la buena nueva de la cultura. El 19 de marzo de 1932 Machado fue autorizado para residir en Madrid con objeto de organizar el «Teatro Popular». Pero la adhesión de Machado al sistema republicano no fue sólo la de un intelectual comprometido. En junio de 1931, se decide a formar parte del Comité ejecu-
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tivo de Acción Republicana, el partido de Azaña al que pertenecía desde 1926. Con todo, eso no significaría, en el futuro, gustar las ambiguas mieles de la política. 1932 iba a ser un año de frontera para nuestro autor y para su estancia en Castilla y León. En marzo de ese año, como queda dicho, fue autorizado para residir en Madrid. Pero eso era sólo la gota que colmaba el vaso. «Antonio Machado», comenta A. Correa, «tiene sus intereses puestos... en Madrid, adonde viaja cada semana en los modestos vagones de un tren, que tardaba cuatro horas en alcanzar la madrileña Estación del Norte». Los viajes de Segovia a Madrid y de Madrid a Segovia terminaron cuando, en septiembre de 1932, el poeta sevillano fue designado titular del Instituto Calderón de la Barca de Madrid. Era el punto final de la enjundiosa y emblemática etapa de Antonio Machado en Castilla y León. Antes de acabar deseo testimoniar la gratitud del Comité científico de la exposición a la Junta de Castilla y León, a su Consejera de Cultura, Silvia Clemente, y al Director General de Promoción e Instituciones Culturales de la Junta, Alberto Gutiérrez Alberca, sin cuya iniciativa y apoyo nada habría sido posible. Es obligado dar las gracias también a los patrocinadores, Caja Segovia y Caja Duero, a los diseñadores –Macua & García-Ramos- y a cuantas personas e Instituciones nos han ayudado con ejemplar generosidad.
Acta de nombramiento de Académico de Antonio Machado Ruiz. Real Academia Española.
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Antonio Machado y el papel de los intelectuales en la política española (1898-1932)
Octavio Ruiz-Manjón Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid
En la siempre discutible, pero también reveladora, caracterización
generacional de un personaje, Antonio Machado Ruiz forma parte de la de aquellos que alcanzaron su madurez profesional y afectiva dentro de la primera década del siglo XX. De hecho, su aparición por las tierras sorianas, hace ahora un siglo, vino ocasionada por la consecución de la cátedra de francés del instituto de la capital castellana, mientras que un primer momento de plenitud afectiva le llegaría dos años más tarde, con la confirmación del amor de Leonor.
El escultor Emiliano Barral junto a su obra, el busto de Pablo Iglesias, 3 de Mayo de 1936. Agencia EFE.
Liberado del estrecho y discutible marco que ofrecía la llamada generación del 98, que sólo parecía complacer a su forjador, Azorín, Antonio Machado se mueve dentro del grupo de lo que Cacho Viu ha denominado la «generación finisecular1»,un grupo que era expresión de las perplejidades que se generalizaron entre los intelectuales europeos en el tránsito del siglo XIX al XX. Se trataba, como ha explicado Pedro Cerezo, de un grupo en el que predominaron las actitudes pesimistas e irracionalistas fruto de la desconfianza hacia los logros del positivismo de años anteriores. Actitudes que conducían, en el plano político, hacia posiciones de «voluntarismo anarquizante». Baroja lo había expresado de forma muy clara por los mismos días en que despuntaba el siglo XX:
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Hay en la generación actual, entre nosotros, un ansia inconsciente, un ideal sin forma, algo vago, indeterminado que solicita nuestra atención sin rumbo fijo. Sabemos que debemos hacer algo y no sabemos qué, sabemos que hay una luz, pero no sabemos dónde; tenemos la aspiración de concretar nuestros ideales para encontrar el elemento común que nos une a todos los rebeldes y no lo encontramos2.
Los acontecimientos del noventa y ocho no serían, en ese sentido, especialmente significativos en la toma de conciencia de aquel grupo, en el que pesaba mucho más acusadamente la tensión de un mundo de seguridades científicas que parecía periclitar por su propia incapacidad para dar sentido a las cuestiones últimas de la vida. El positivismo científico se reveló como una plataforma demasiado exigua como para sostener las certezas y seguridades que parecía haber esparcido en los años anteriores. El problema último de la generación del 98 no fue tanto el de España, sino el de la crisis de la modernidad […] . La conciencia de ambos problemas produjo no sólo un efecto de desorientación temática, sino, sobre todo, de inhibición, al no poder proponer convincentemente un programa de salvación nacional a la europea, a base de la ciencia y el progreso, tal como hará ya resueltamente la generación del 143.
La primacía intelectual del grupo correspondía, sin duda a Unamuno que, desde comienzos de la década de los noventa, había iniciado en Salamanca una cruzada de agitación de las conciencias4 que le había llevado a un vitalismo cada vez más acusado y, en el plano político, a abrazar temporalmente la causa socialista. La publicación, en 1895 de sus ensayos En torno al casticismo, le proporcionó, con el desarrollo del concepto de la intrahistoria, una base de sustentación a su socialismo de carácter popular. Otro gran referente intelectual del mundo intelectual de fin de siglo, dentro del mundo de la cultura catalana, sería el poeta Joan Maragall que, en 1898, había publicado una Oda a Espanya, en la que quedaba clara la enorme distancia que separaba al nacionalismo catalán de la España tradicional. El «Adiós, España» de la última estrofa era la expresión definitivamente desencantada de quien, en sus cartas particulares, hablaba abiertamente de cortar los lazos con una España que ya estaba muerta,5 a la vez que buscaba los caminos de otra España posible. Unamuno y Maragall entraron en contacto epistolar en algún momento de 1900 y, hasta la muerte del poeta catalán en 1911, ambos escritores ejercieron de distantes espectadores de la realidad española e intercambiaron comentarios sobre la producción literaria de ambos. No se conocerían personalmente hasta el otoño de
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Margarita Xirgu con Benito Pérez Galdós y un niño belga, h. 1915. Agencia EFE.
1906, cuando el catedrático de la Universidad salmantina visitó la capital catalana y se entrevistaron largamente en la torre que el poeta catalán tenía en Sant Gervasi. De aquella visita quedaría el poema unamuniano sobre «La catedral de Barcelona» y una cierta decepción en el vasco por la actitud de los nacionalistas catalanes. En lo que se podría denominar la generación finisecular española quedarían integrados una serie de escritores como Baroja, Valle-Inclán, Azorín, Maeztu y el propio Machado que, a la altura de 1898, apenas contaban con una obra literaria consistente. En ese sentido convendría retrasar algo, tal vez hasta 1902, como ha sugerido Mainer en diferentes instancias, su caracterización como un grupo literario de una cierta entidad. En ese año Baroja publicó su Camino de perfección, mientras que Valle-Inclán publicaba la Sonata de Otoño y Azorín sacaba a la luz La Voluntad. Para los hermanos Machado fue el año de Alma, eco de la estancia de Manuel en París, y de la aparición de algunos poemas de Antonio en la Revista Ibérica, anteriores a la publicación de Soledades en los primeros días de 1903. También formaban parte de ese grupo de la generación finisecular algunos músicos y artistas. En el caso de los pintores la figura más representativa del grupo es la de Ignacio Zuloaga que, desde su domicilio parisino, se convirtió en el verdadero introductor de la pintura española –El Greco, muy especialmente– en los ambientes intelectuales europeos. En 1905 viajaría con Rodin por España –Toledo y Córdoba–, siguiendo los pasos de Maurice Barrès (1895) y marcando una ruta que sería seguida, años después, por Rainer María Rilke (1912), un estricto coetáneo de Antonio Machado. Zuloaga significaba la búsqueda de una España más profunda lejos de las complacencias de Sorolla, que era el pintor reconocido en los momentos finales de siglo, o los experimentos modernistas de Santiago Rusiñol, señor de Cau Ferrat, desde mediados de los noventa. Los hombres de la generación finisecular no fueron especialmente proclives al cultivo de la música, protagonizada en aquellos años Isaac Albéniz que, en mayo de 1906, estrenaba en París el primer cuaderno de la Suite Iberia. Manuel de Falla que, por su fecha de nacimiento, podría ser adscrito al grupo generacional finisecular, era un músico de formación tardía y andaba todavía luchando por el estreno de La vida breve, que había sido premiada por la Academia de Bellas Artes en 1905, y no llegaría al público hasta 1913. A todos los efectos debe, por tanto, ser asimilado a la generación de 1914.
Federico García Lorca con Lola Membrives, 1933-34. Agencia EFE.
Otros miembros de la generación finisecular serían quienes volcaron en la docencia y en la investigación sus proyectos de transformación de la sociedad española. Sería el caso de Julio Cejador, que fue profesor de griego de Ortega y tal vez facilitara a Pérez de Ayala datos de interés para la redacción de AMDG. También Rafael de Altamira, que se trasladó a Madrid en 1886 y entró en contacto con Giner de los Ríos y el
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mundo de la Institución Libre de Enseñanza. A partir de 1897, como catedrático de la Universidad de Oviedo, se convirtió en una de las figuras más destacadas del grupo institucionista de la universidad asturiana. O, por completar este apresurado elenco de profesores de la generación finisecular, el salmantino Martín Domínguez Berruela, catedrático de Teoría de la Literatura y de las Artes de la Universidad de Granada, en donde animó las excursiones que dieron la ocasión para el encuentro de Antonio Machado y Federico García Lorca en Baeza en abril de 1917. No hubo, sin embargo, ninguna movilización política detrás de aquel grupo generacional, por más que lo intentase Joaquín Costa. Sus campañas para movilizar a los intelectuales, en compañía de las clases productoras, después de los acontecimientos de 1898 se saldaron con un fracaso ya constatable a mediados de 1901 y las esperanzas de renovación del sistema parecían confinadas en los partidos del turno cuando se decidió precipitar el relevo dinástico.
Un nuevo reinado En ese horizonte intelectual, el comienzo de un nuevo reinado tenía escasa significación y, de hecho, Antonio Machado ni siquiera estaba en España cuando Alfonso XIII inició el suyo el día 17 de mayo de 1902. Con todo, la aparición del nuevo monarca significaba la instalación en el trono de un adolescente –un «teenager del Desastre», en expresión de Cacho6– que coincidió con una profunda renovación del personal político español. Cánovas había sido asesinado en 1897 y Sagasta moriría en los primeros días de 1903. Emilio Castelar, el republicano que había facilitado la consolidación del régimen monárquico con sus actitudes posibilistas y con la renuncia a los métodos revolucionarios violentos, había fallecido también en mayo de 1899. Se imponía una renovación de los cuadros dirigentes de la vida política española y la tarea se reveló extraordinariamente complicada, hasta el punto de que terminaría por afectar a la propia estabilidad del sistema político. En esas operaciones políticas quedaba poco espacio para los jóvenes que, como el propio Machado, se movían entonces en la década de sus veinte años. Las cuestiones políticas eran asunto de una generación de señores mayores bien asentados en los partidos dinásticos y, por otra parte, no faltaban candidatos para ocupar los puestos de dirección que estaban en litigio. Los jóvenes, en todo caso, contaban con el recurso de su pluma para hacerse presentes en el debate político. Era la época de oro de los intelectuales en el sentido
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«Antonio y Manuel Machado», ABC, 14 de febrero de 1929. Hemeroteca Municipal de Madrid. página siguiente>> Mitin de escritores antifascistas, 27 de Septiembre de 1936. Agencia EFE.
de la participación de los escritores en el debate público y estaba en la mente de todos el «J’Accuse» de Zola a propósito del escándalo Dreyfus en Francia. La plataforma española, sin embargo, no sería suficientemente alta como para que los pronunciamientos de aquellos intelectuales españoles pudieran ser apreciados más allá de sus fronteras, y eso había provocado las quejas de Unamuno en unos versos escritos a finales de siglo: ¡España, mi España! perdón te demando por las veces que, ciego, en mi orgullo de ti he renegado. Yo quería, mi madre, que alzaras tu frente muy alta, para erguirme sobre ella y me vieran, me vieran de largo7
Los jóvenes escritores españoles, que apenas habían reaccionado en los momentos del desastre militar de 1898, se movilizaron por otros objetivos más precisos con el cambio de la centuria. Baroja ha dejado escrito que «si hubo algo como un grupo literario, que duró lo que un relámpago, y tuvo como acto de nacimiento con su fecha, fue el del estreno de Electra8», de Pérez Galdós, a finales de enero de 1901. Pío Baroja asistió con Azorín al estreno y Ramiro de Maeztu, que estaba en el paraíso del teatro, dio el grito de «¡Abajo los jesuitas!» que desencadenó los enfrentamientos. Mes y medio después de aquellos hechos aparecería la revista Electra, en la que Antonio Machado publicó sus dos primeros poemas y, de alguna manera, demostró su solidaridad. Manuel Machado era el secretario de la nueva publicación que sólo duraría dos meses. Los intelectuales españoles no encontrarían otra ocasión de manifestarse colectivamente hasta la primavera de 1905 cuando el intento, por parte de la prensa madrileña, de organizar un homenaje a José de Echegaray, que había recibido el premio Nobel del año anterior, fue contestado por un manifiesto de un grupo de escritores entre los que se contaban Azorín, Baroja, Rubén Darío , Jacinto Grau, Manuel y Antonio Machado, Ramiro de Maeztu, Miguel de Unamuno y Ramón de Valle-Inclán. Mucho más contenido político tendría otro pronunciamiento colectivo en el que alguno ha querido ver la primera manifestación de intelectuales en España. El motivo fue la constitución, el día 23 de junio de 1905, de un gobierno liberal presidido por Eugenio Montero Ríos, en lo que parecía una fórmula de compromiso para clarificar el liderazgo dentro del bando liberal. La fórmula, sin embargo, olía a cosa añeja y, para quienes esperaban verdaderas medidas de renovación en la vida
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El Presidente del Gobierno, Manuel Azaña, saluda a los actores Margarita Xirgu y Alfonso Muñoz, 9 de Abril de 1932. Agencia EFE.
política española, resultaba inadmisible que volviera a estar al frente de los destinos de la Monarquía el mismo que había firmado la humillante paz de París en 1898. La protesta iba encabeza por Benito Pérez Galdós, que parecía haber olvidado ya los malos ratos pasados con ocasión del estreno de Electra, y era seguido por una larga nómina que se reproduce íntegramente porque constituye el más completo elenco de los intelectuales que agitaban la vida cultural madrileña en los comienzos de siglo: Manuel Bueno, Francisco Grandmontagne, Pío Baroja, Ramón Pérez de Ayala, Vicente Blasco Ibáñez, Nicanor Rodríguez de Celis, Ramiro de Maeztu, Pedro González Blanco, Azorín, Manuel Machado, José María Matheu, Federico Oliver, Enrique López Marín, José Nogales, Antonio Palomero, José Verdes Montenegro, Jaime Balmes, Alfredo Calderón, Luis París, Edmundo González Blanco, Silverio Lanza, Luis de la Cerda, José Betancort, Manuel Ciges Aparicio, Sixto Espinosa, Antonio Flores de Lemus, y Ramón del Valle-Inclán.7 No deja de ser sintomático que, una vez más, Antonio Machado se pusiera al margen de ese tipo de iniciativas que, según sabemos por D’Ors, pretendían fraguar en un «partido fiscalizador» de la acción de gobierno.8 Para D’Ors resultaba palmario que los intelectuales madrileños y la opinión pública vivían en mundos distintos y el planteamiento de aquellos le parecía quimérico: «cap d’ells té, darrera seu, poble, energia humana disposta per a l’acció».
En la crisis del Estado liberal Multitud en la Puerta del Sol. Un oficial del ejército enarbolando la bandera. Archivo Alfonso, Archivo General de la Administración. página siguiente>> Contreras y Vilaseca. El pedagogo Manuel Bartolomé Cossío, década de 1930. Agencia EFE.
Los peores augurios de quienes vaticinaban la profunda crisis del sistema liberal en España se empezarían a cumplir a finales de noviembre de aquel mismo año 1905, cuando un grupo de oficiales de la guarnición barcelonesa, molestos por los ataques y burlas que la prensa catalanista dirigía al Ejército, atacó las sedes del diario La Veu de Catalunya y de la revista Cu-cut. El Gobierno suspendió las garantías constitucionales en Cataluña, pero las protestas de los catalanistas y de las personas de talante liberal fueron desbordadas por las exigencias de los militares que, una vez convencidos del apoyo del monarca, exigieron que los delitos contra el Ejército pasasen a la jurisdicción militar, y terminaron por forzar la dimisión del Gobierno a finales de aquel mismo mes. El Ejército volvía así, contra lo que había sido empeño director de Cánovas al diseñar el régimen de la Restauración, al primer plano de la vida política.
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Precisamente por los mismos días en que se empezaba a dirimir el pleito entre militarismo y civilismo, como lo ha denominado Carlos Seco,9 se produjo una visita a Barcelona que pasó inadvertida para la gran mayoría. Francisco Giner de los Ríos, que había sido estudiante en Barcelona durante sus años mozos y había estado ya en la ciudad durante las navidades de 1897, visitó de nuevo la capital catalana en lo que era una demostración de su «atención hacia el nacionalismo catalán». Fueron días de largas conversaciones con Joan Maragall, en las que Josep Pijoan actuó de intermediario. Maragall partirá siempre de su fe inquebrantable en Cataluña y en las posibilidades de regeneración hispánica latentes en su nacionalismo, como estímulo de choque y a la vez punto de partida para los demás pueblos peninsulares. Giner buscará el diálogo, atraído por el presentimiento de que ese nacionalismo podía ser otro posible germen de la moral pública , del ideal colectivo que la Institución pretendió suscitar en torno al cultivo de la ciencia y mediante la renovación pedagógica10.
El resultado de aquella visita, evocado también en las glosas diarias de D’Ors en La Veu, quedaría por debajo de las expectativas que llegaron a abrigar los interlocutores catalanes, aunque se dejaron abiertas muchas líneas de comunicación entre el catalanismo político y el mundo madrileño de las Institución.11 Son las mismas vías por las que circularon, en una u otra dirección, Josep Pijoan, Luis de Zulueta, Fernando de los Ríos y muchos otros.
«La vida literaria. Juan de Mañara», El Adelantado de Segovia, nº 5711, 27 de mayo de 1927. Archivo Municipal, Ayuntamiento de Segovia.
Pero la atención de aquellos primeros meses estaba centrada en la Ley de Jurisdicciones que se apuntaba en el horizonte, y los intelectuales madrileños invitaron a Unamuno, que había escrito un resonante artículo sobre el tema en la revista Nuestro tiempo sobre el tema, para que diera una conferencia en Madrid. Más de un centenar de nombres figuraban en la lista publicada en la prensa el día 17 de febrero, y esta vez, junto a la firma de Azorín, que había promovido el escrito, y junto a la de Baroja y Manuel Machado, aparecía la firma de Antonio, alineado con los que intentaban impedir una injerencia militar que habría de dañar duramente
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a un sistema político que había intentado consolidar la primacía de lo civil. También firmaban Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Gumersindo de Azcárate, Melquíades Álvarez, Eugenio d’Ors, Alejandro Lerroux, Fernando de los Ríos y Josep Pijoan. Unamuno hablaría en el Teatro de la Zarzuela a la semana siguiente de aquella invitación y Francisco Giner de los Río estuvo entre el público «colocado en un rincón, apartado de todos, para oír a sus anchas en santa calma».12 La ley, sin embargo, se aprobaría el 20 de marzo y, a partir de aquel momento, los militares no dejarían de acrecentar su presencia en la vida política española. Los políticos catalanes, mientras tanto, habían proclamado a comienzos de febrero una Solidaridad Catalana que significaba la creación de un amplio frente político, desde los nacionalistas a los carlistas, pasando por los republicanos, frente a los partidos dinásticos que sostenían el sistema. Antonio Machado, mientras tanto, comenzaba por aquellos días de marzo de 1906 las pruebas de las oposiciones que habrían de llevarle a la cátedra del instituto de Soria.
Llegan los jóvenes Había vuelto José Ortega y Gasset de Alemania a mediados de marzo con planes de transformación del país a los que pensaba sumar a Miguel de Unamuno. Una de las iniciativas que mejor reflejaban ese afán renovador fue su participación en la creación de la Sociedad Editorial de España –el »trust» de la prensa liberal– en el que apareció como responsable de «Los Lunes» de El Imparcial, lo que le convertía en el guardián de las llaves de una de las puertas literarias más apetecidas de la España de aquellos tiempos. Antonio Machado publicaría allí unos poemas a comienzos del año siguiente. Fue también en la primavera de 1906 cuando algunos jóvenes, con el patrocinio de Francisco Giner de los Ríos, celebraron algunas reuniones en El Pardo para considerar las condiciones de su participación en la vida pública. En aquellas reuniones, a las que asistieron Leopoldo Palacios, Zulueta y, probablemente, Fernando de los Ríos, Vicente Cacho ha creído ver también la mano de Ortega, interesado en «poner en marcha una liga de intelectuales que acelerase la cansina marcha del liberalismo español».13 Sin embargo, Josep Pijoan, que es el que nos ha trasladado información más detallada de aquellas reuniones que sitúa, creemos que errónea-
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José Ortega y Gasset. Meditaciones del Quijote, Ed. Residencia de Estudiantes, 1914. Fundación José Ortega y Gasset.
mente14, en la primavera de 1908, no alude a Ortega en su testimonio. Estamos, en cualquier caso, en un momento de comunicación intergeneracional en el que la figura de Ortega empieza a desempeñar un papel central, como se pondrá de manifiesto en el texto que prepara para la intervención de su padre, José Ortega y Munilla, como mantenedor de los Juegos Florales de Valladolid, que se celebraron a comienzos de octubre de aquel año 190615. El discurso constituye un verdadero manifiesto generacional en el que se partía del recuerdo de la derrota de 1898. «Una derrota que, como una antorcha cayendo en una cueva, iluminó todos nuestros viejísimos errores», y dio paso a años »de desconfianza, de desorientación, de dispersión y de ciegos tanteos políticos». Era la tarea que tendría que afrontar una nueva generación que, «como no tiene otro sostén que ella misma, es compacta, firme, sana y sincera» y podría poner en pie un nuevo patriotismo de claras resonancias renanianas. Patria es algo íntimo que llevamos cada uno dentro, que anima todos nuestros pensamientos, quereres, dolores, y ensueños; la patria no es algo objetivo, algo que está fuera de nosotros; la patria está en nosotros, vayamos donde vayamos…
Ortega marcharía a Marburgo pocos días después. El otro gran referente de la vida intelectual española –Miguel de Unamuno– había estado aquel verano en Málaga, en compañía de Ricardo de Orueta, Alberto Jiménez Fraud, Fernando de los Ríos, José Moreno Villa y Manuel García Morente, dictando unas conferencias que le llevarían también a Ronda. El 10 de octubre llegaría a Barcelona para participar en el Congreso de la Lengua Catalana y conocer de primera mano la realidad de aquella tierra en pleno apogeo de la Solidaridad Catalana.
«Antonio Machado en Segovia», La Tierra de Segovia, I, 171, portada, 2 de diciembre de 1919. Biblioteca Pública de Segovia.
Lo que vio no le gustó demasiado16 aunque le sirvió para estrechar su amistad con Joan Maragall a quien dedicó el poema «La catedral de Barcelona». Luis de Zulueta, su otro corresponsal para asuntos catalanes, recibiría también noticias de aquel nuevo desencuentro del maestro salmantino con los ideales nacionalistas.
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Una ventana a Europa Pocas semanas antes de que Antonio Machado alcanzara la cátedra del Instituto de Soria, se había abierto en España una ventana que haría posible que se asomaran al escenario de la ciencia y la cultura europea las jóvenes generaciones de españoles. La creación, en enero de 1907, de la Junta para Ampliación de Estudios, por la inspiración de los hombres de la Institución Libre de Enseñanza, estaba encaminada a facilitar que las nuevas generaciones pudieran ponerse en contacto con la cultura europea y a conseguir que se establecieran en España instituciones culturales de gran calidad. El presidente del nuevo organismo sería Santiago Ramón y Cajal, al que se le acababa de conceder el premio Nobel de Medicina y Fisiología. Los vicepresidentes serían Gumersindo de Azcárate y Leonardo Torres Quevedo, y en la Junta Directiva se integraron José Castillejo (Secretario), Sorolla, Santamaría de Paredes, Sanmartin, Calleja, Vincenti, Simarro, Bolivar, Menéndez Pidal, Casares, Álvarez Buylla, Rodríguez Carracido, Ribera y Fernández Azcarra. Sin embargo, la constitución del gobierno largo de Maura, a finales de aquel mismo mes de enero, retrasaría un par de años la entrada en pleno rendimiento de aquella iniciativa. Ortega y Gasset, que volvió de Marburgo en el mes de septiembre, reanudó inmediatamente sus convocatorias generacionales a la acción política por las mismas fechas en que Antonio Machado iniciaba sus tareas docentes en el Instituto de Soria. Ortega publicó, por aquellas mismas fechas,17 un largo artículo en El Imparcial que constituye uno de sus más importantes pronunciamientos políticos. En él insistía en la necesidad del compromiso público de los intelectuales que, en un primer momento, tomaría el modelo del socialismo fabiano inglés,18 aunque la iniciativa no terminara de cuajar. En febrero de 1908 Ortega optó de nuevo por la vía del periodismo y puso en la calle la revista Faro, desde la que siguió insistiendo en el papel de la pedagogía social, como instrumento de la renovación social, y en la revitalización del liberalismo claudicante a través de la inyección de la savia socialista.19 El lema del momento, explicaría Ortega pocos días después, era «liberalismo socialista».20 En esa misma idea insistía por entonces Ramiro de Maeztu que, desde Inglaterra, era testigo de excepción de las medidas reformistas de David Lloyd George. Maeztu publicaría, a finales de 1909,21 tres artículos con el título de «El liberalismo socialista», en los que afirmaba que «la idea liberal comprende a la socialista y la rebasa, porque la idea liberal es el todo y la idea socialista es sólo una parte, más que una parte, un camino».
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Homenaje a los Machado por José Antonio Primo de Rivera. Archivo Alfonso, Archivo General de la Administración.
Un revolucionario viaje de novios
Antonio Machado. «El quinto detenido y las fuerzas vivas», La Lectura, XX, tomo III, pp. 35-36, septiembre de 1920. Hemeroteca Municipal de Madrid.
Estas propuestas de los jóvenes intelectuales carecían de toda efectividad en el plano político, fuera del sistema de partidos existente y, por el momento, los intelectuales españoles no parecían decididos a dar el paso de la militancia partidista, ni dentro de los partidos ni en las opciones extrasistema que representaban los republicanos o los socialistas. Los primeros carecían de credibilidad política por su fracaso de 1873 y por la ineficacia de sus rivalidades intestinas; los socialistas, por su parte, parecían dominados por prejuicios de clases que les hacían muy poco receptivos a la presencia de intelectuales en sus filas. El distanciamiento de Unamuno, después de una fugaz militancia socialista a mediados de los años noventa del siglo anterior, no dejaba de resultar paradigmático. Sólo en el nacionalismo catalán parecía darse un feliz entendimiento entre programa político y actividad intelectual, bajo la férrea mano de Enric Prat de la Riba que, desde abril de 1907, había sido elegido Presidente de la Diputación de Barcelona en la arrasadora onda de la Solidaridad Catalana. Desde allí favorecería la constitución del Institut d’Estudis Catalans y el desarrollo de una política cultural nacionalista en la que encontró el apoyo de Josep Pijoan. Y sería precisamente Barcelona en donde se producirían unos acontecimientos que modificarían profundamente la situación social y política española. La ocasión la
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brindaría el estado de inquietud creado en la capital catalana por la llamada a filas de reservistas para ser llevados a Marruecos, en donde se habían producido unos ataques de las kabilas rifeñas a unos obreros que trabajaban cerca de Melilla. Los sucesos se iniciaron con una huelga pacífica –prevista para el lunes 26 de julio de 1909– en señal de protesta por la movilización de reservistas ordenada por el Gobierno. La huelga, sin embargo, se transformó en revuelta desde el primer día y escapó al control del comité organizador, entre los que se contaba un representante de «Solidaridad Obrera», organización anarquista que había celebrado un Congreso Obrero de Cataluña entre el 6 y el 8 septiembre de 1908. Se convirtió entonces en un movimiento acéfalo en el que las masas parecieron poner en práctica los objetivos tantas veces propuestos por la oratoria lerrouxista, ya que parece incontestable la estrecha relación existente entre los violentos motivos de la propaganda lerrouxista de los años anteriores, y el clima sentimental en el que se desenvolvieron los agitadores. Los acontecimientos, como se sabe, afectaron profundamente a Antonio Machado, que acababa de casarse con Leonor Izquierdo y tuvo que alterar los planes de su viaje de novios, que tenía previsto iniciar en Barcelona. Mayores complicaciones, sin embargo, serían las derivadas de la represión de aquellos acontecimientos, que llevó al fusilamiento de Francisco Ferrer Guardia el 13 de octubre y a la generación de un clima de protestas antiespañolas en toda Europa que provocaría una intensa polémica entre Azorín y Ortega, en la que terciaría Unamuno para indisponerse violentamente con Ortega. En el plano estrictamente político el resultado sería un entendimiento de las izquierdas, que ya se había prefigurado en la lucha contra la ley del terrorismo propuesta por Maura en 1908, y que ahora llevaría a una Conjunción republicano-socialista que se presentó en un mitin a comienzos de noviembre. Para entonces ya había caído el gobierno Maura y se había establecido una situación liberal –José Canalejas presidiría el gobierno a partir del febrero siguiente– en la que cuajarían los proyectos liberales que se habían truncado a comienzos de 1907. El primero de ellos sería el relanzamiento de la Junta para Ampliación de Estudios que pudo volver a sus proyectos de enviar becarios al extranjero. Uno de los primeros en hacerlo sería el propio Antonio Machado que, a mediados de marzo de 1910, solicitó una beca para marchar a París. El viaje lo iniciaría a comienzos de febrero del año siguiente, acompañado de Leonor. También fue de la primavera de 1910 la creación del Centro de Estudios Históricos, inspirado en el Institut d’Estudis Catalans y orientado, como éste, a «promover las investigaciones científicas de nuestra historia patria en todas las esferas de la cultura». Al frente del nuevo Centro estaría el medievalista Eduardo Hinojosa.
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Carta de Segismundo Moret Prendergast a Machado Nuñez, 16 de diciembre de 1884. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
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J. Laurent. Vista general de Sevilla, h. 1880-1881. Archivo Ruiz Vernacci, IPHE, Ministerio de Cultura.
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También fue de entonces la creación de la Residencia de Estudiantes que trataba de ser un College universitario con completa autonomía. El historiador Ramón Menéndez Pidal fue situado en la presidencia del Patronato del que también formaba parte, como vocal, José Ortega y Gasset, al que aún le faltaban unos meses para obtener la cátedra de Metafísica de la Universidad Central. El director –Presidente era su título– del nuevo centro era el malagueño Alberto Jiménez Fraud. La Residencia sería, a partir del otoño de ese mismo año, uno de los lugares de referencia de la vida cultural madrileña y Antonio Machado publicaría allí su Poesías completas en el verano de 1917.
Luis Dubon. Azaña, 1938. Col. particular. Carta de Juan Uña a Antonio Machado Álvarez, con el ofrecimiento de una cátedra de folklore, 27 de septiembre de 1885. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
La presencia política de estos intelectuales, en cualquier caso, seguía siendo irrelevante. José Ortega, después de cierre de Faro a finales de febrero de 1909, había intentado de nuevo la aventura editorial con la revista Europa, que salió en febrero de 1910 y sólo duró tres meses. Formaba parte de su proyecto de movilización de energías políticas que le llevó también a buscar la tribuna pública. El 12 de marzo accedió a la tribuna de la Sociedad «El Sitio», uno de los santuarios del pensamiento liberal bilbaíno, para dar una conferencia que llevaba el significativo título de «La pedagogía social como programa político». Fue allí donde expuso su programa con una fórmula que ha quedado bien fijada en el recuerdo de cuantos se ha preocupado por el problema de España:
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Regeneración es inseparable de europeización; por eso apenas se sintió la emoción reconstructiva, la angustia, la vergüenza y el anhelo, se pensó la idea europeizadora. Regeneración es el deseo; europeización es el medio de satisfacerlo. Verdaderamente se vio claro desde un principio que España era el problema y Europa la solución.24
Antonio Machado estaba ya completamente dentro de la esfera de influencia de Ortega y, en julio de 1912, mientras estaba absorbido por los últimos días de la enfermedad de Leonor, le escribió unas cartas en las que le reconocía como lider intergeneracional en la España del momento: «No dude V. de su influencia sobre los que vienen ni tampoco de la retrospectiva sobre los que quedamos algo atrás».22 En una segunda carta de aquel mismo mes,23 Machado se manifestaba radicalmente de acuerdo con las posiciones renanianas de Ortega: Muy sinceramente le digo a V. que me encanta eso de que la patria sea lo que se tiene que hacer. No lo hubiera yo nunca formulado de un modo tan sencillo y admirable; pero esa patria la he sentido muchas veces con todo mi corazón.
De ahí que se mostrara decidido a secundarle en sus propuestas: «esa patria que V. define bien pudiera unirnos a todos».
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Carta de Pío Baroja a A. Machado, 19 de diciembre de 1935. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
Un partido de intelectuales A comienzos de abril de 1912 Melquíades Álvarez había puesto en marcha, con la colaboración de Gumersindo de Azcárate, el partido reformista. El nuevo partido significaba la adopción del procedimiento evolutivo en vez del revolucionario, que preconizaba la Conjunción, para el triunfo del ideal republicano. La nueva formación propugnaba la secularización del Estado, la orientación socialista en la ordenación laboral, en el régimen de propiedad, y en materia fiscal. También se afirmaba la conveniencia del acceso del proletariado al Poder, la autonomía para Cataluña, y la conciliación entre las exigencias militares y el respeto a las normas democráticas.
Carta de Miguel A. Monclús en la que expresa su admiración por Machado, su poesía y sentimiento, 26 de diciembre de 1912. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
El nuevo partido se embarcaría pronto en una línea posibilista, de aproximación a la Monarquía, a raíz del entendimiento entre Canalejas y el Rey, que se frustra con el asesinato de noviembre de 1912. Los reformistas, en cualquier caso, prosiguieron su aproximación a lo largo de 1913, y perfilaron un movimiento político que trataba de ser una versión española del new liberalism inglés con algunos matices, apenas desarrollados, del radicalismo a la francesa. De esta manera, el partido re-
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formista se convertirá inicialmente en el cauce más adecuado, aunque no fuese el ideal, para canalizar la proyección política de muchos intelectuales y, entre ellos, los relacionados con el mundo de la Institución Libre de Enseñanza, y muchos de los becarios de la Junta de Ampliación de Estudios, a los que encontraremos entre los cuadros del nuevo partido. También se incorporan al partido reformista personalidades literarias como José Ortega y Gasset y Ramón Pérez de Ayala, y figuras que cobrarían importancia más adelante, como Manuel Azaña Díaz. Se trata de un claro antecedente de lo que, en vísperas de la caída de la monarquía, será la Agrupación al servicio de la República, en la que colaborará Antonio Machado. El asesinato de Canalejas, en noviembre de aquel mismo 1912, pareció poner en peligro muchos de estos avances liberales y, desde luego, conmocionó el sistema político al saberse la retirada de Maura de la jefatura del partido conservador, indignado con la solución dada por el rey a la crisis de gobierno. Fue entonces cuando el nuevo presidente del Gobierno, Romanones, gestionó la visita a Palacio de algunos intelectuales republicanos caracterizados como Gumersindo de Azcárate, Manuel Bartolomé Cossío, Ramón y Cajal y José Castillejo. El primero presidía el Instituto de Reformas Sociales, mientras que Cossío y Ramón y Cajal –director del Museo Pedagógico y presidente de la Junta para Ampliación de Estudios, respectivamente– representaban organismos alentados desde la Institución Libre de Enseñanza, y lo mismo significaba la presencia de Castillejo. Francisco Giner de los Ríos, sin embargo, se mantuvo al margen de la convocatoria, de la misma manera que tampoco se contó con Pablo Iglesias, el líder histórico del socialismo, ni con Miguel de Unamuno que permanecía encastillado en su refugio salmantino. No fue aquella, tampoco, una convocatoria dirigida a las nuevas generaciones y José Ortega, que andaba por entonces convocando a su propia generación «del 98» y pudo conocer los preparativos de aquellas entrevistas, invitó a sus coetáneos a realizar la experiencia monárquica a la vez que solicitaba de los socialistas que abandonasen su republicanismo a ultranza.24 Sin embargo, debió de quedar decepcionado de que el rey no le convocase a él ni a ninguno –¿qué otro mejor?– de su generación. Ortega tendría que mantenerse en la línea de los pronunciamientos políticos individuales, que alcanzarían un momento cenital con la conferencia «Vieja y nueva política», pronunciada en el teatro de la Comedia el 23 de marzo de 1914 como presentación de la Liga de Educación Política Española que había hecho público su manifiesto en octubre del año anterior. Antonio Machado, ya en Baeza, se había adherido a la Liga y, junto a él, se agrupaban lo que podríamos considerar el elenco de las generaciones intelectuales que se movían en la órbita de Ortega y
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Gasset. Manuel Azaña, Pablo de Azcárate, Ricardo Baeza, Constancio Bernaldo de Quirós, Américo Castro, Enrique Díez-Canedo, Ángel Galarza, Gabriel Gancedo, Manuel García Morente, Lorenzo Luzuriaga, Salvador de Madariaga, Ramiro de Maeztu, Federico de Onís, Leopoldo Palacios, el marques de Palomares de Duero, Ramón Pérez de Ayala, Gustavo Pittaluga, Cipriano Rivas Cheriff, y Agustín Viñuales figuraban entre los firmantes de aquel manifiesto. En la conferencia del teatro de la Comedia Ortega hizo un nuevo intento de buscar líneas de renovación en el sistema político español, especialmente necesarias después de las crisis de 1913 y del enfrentamiento de Maura con el Rey, que había suscitado un movimiento de simpatía en fuerzas hasta entonces marginales al sistema. Los intelectuales participaban así, a partir de 1913, de la actitud del recurso al Rey, como consecuencia de la falta de un sujeto histórico –por la ausencia de un verdadero partido liberal–, hasta llegar a la manifestación de una sospechosa proclividad hacia fórmulas autoritarias que impusieran la ciencia y la cultura por decreto –la «arbitrariedad de la inteligencia», postulará Unamuno abiertamente–, con peligro de la consolidación del sistema democrático. Ortega explicaba a un amigo, pocos días después, el sentido de su intervención. En unión con un puñado de compatriotas de análogo espíritu, he roto con todas las clientelas políticas, periodísticas, etc... queremos, con algún espa-
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cio, organizar nuevas masas sociales hasta ahora intactas por la política –los pueblos, los labriegos, los pequeños núcleos obreros– lugares de energía social todavía, afortunadamente, no envenenadas por los tópicos simplistas, atrozmente estériles de la política al uso. Con estas fuertes estructuras de opinión daremos la batalla a las otras masas inutilizadas para todo lo eficaz y verdaderamente libre25.
En aquella conferencia haría también Ortega la formulación solemne de la imagen de «las dos Españas», tan común a la cultura europea26 y a la misma tradición política española –desde Larra a Costa, pasando por Galdós– pero que sería el precedente inmediato de los conocidos versos de Machado. En los primeros días de junio de aquel mismo año Ortega sacaba a la luz su primer libro, Meditaciones del Quijote, que inauguraba las ediciones de la Residencia. El libro continuaba la tarea de pedagogía social que había emprendido Ortega y, meses después, suscitaría un ensayo de Antonio Machado, que se publicaría en la revista madrileña La Lectura. No se habían apagado del todo los eco de las palabras de Ortega cuando el mundo intelectual español se vio sacudido por la noticia de la destitución de Miguel de Unamuno como rector de la Universidad de Salamanca, cargo que venía ocupando desde octubre de 1900. La medida desencadenó una oleada de protestas entre los intelectuales y constituyó, tal vez, una de las últimas preocupaciones de Francisco Giner de los Ríos que movió a todo su entorno en apoyo del catedrático salmantino.
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Carta de agradecimiento de Manuel Bartolomé Cossío a los Machado, por el ejemplar de «Desdicha de la fortuna», 22 de mayo de 1926. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
El suicidio de Europa Había, sin embargo, cuestiones de más interés en litigio ya que el asesinato del heredero de Austria, a finales de junio, desencadenó una serie de decisiones diplomáticas y militares que iban a desembocar en el abismo de la guerra en el el que iba a perecer una Europa fuerte, rica y hermosa. «Si ahora –ha escrito Stefan Zweig27–, reflexionando con calma, nos preguntamos por qué Europa fue a la guerra en 1914, no hallaremos ni un sólo fundamento razonable, ni un solo motivo». Para los intelectuales españoles que se movían en los ambientes inspirados por la Institución Libre de Enseñanza, la guerra constituía una piedra de escándalo ya que se sentían desgarrados por el comportamiento de una Alemania cuya ciencia habían admirado siempre de forma rendida. Francisco Giner de los Ríos, que agotaba las últimas energías de su vida, se sentía angustiado por el desencadenamiento de la guerra28 y escribía a Ortega a finales de agosto «excitándole a una manifestación en los periódicos de agradecimiento a la ciencia y la cultura alemanas, de todos los que tenemos la obligación de declarar lo muchísimo que le debemos».
Carta de Juan Reforzo a Antonio Machado felicitandole por el éxito en Buenos Aires de «La Niña de Plata», 27 de noviembre de 1925. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos. página siguiente>> Carta de Ramón Menéndez Pidal a los Machado en la que pide disculpas por no haber asistido a un acto, debido a sus ocupaciones y al desorden de su correspondencia, 23 de febrero 1926. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
Sería, junto con la protesta por la destitución de Unamuno, una de las últimas batallas que libraría en su vida ya que el 18 de febrero de 1915 moría en Madrid, rodeado del afecto de las personas de la Institución. En los últimos días de su vida había encontrado consuelo en la lectura de Platero y yo, la obra de Juan Ramón Jiménez que acababa de aparecer. «Llibre per a infants i per a infants grans. Una delicia», apuntaba d’Ors en una de sus glosas de aquellos primeros días de 1915. Antonio Machado, desde Baeza, publicó a la muerte de Giner un texto en la revista local Idea Nueva, que contenía los mismos elementos de la conocida poesía que apareció el 26 de febrero en España, la nueva revista que Ortega acababa de sacar a finales del mes de enero, en un nuevo intento de aglutinar a los intelectuales españoles y que parece que sería subvencionada más adelante por la embajada inglesa.29 La tensión entre aliadófilos y germanófilos había absorbido, definitivamente, a la opinión pública española y, en julio de aquel mismo 1915, Antonio Machado
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estampó su firma en el manifiesto de adhesión a las naciones aliadas que, tal vez por iniciativa de Ramón Pérez de Ayala, se publicó España y en Iberia a comienzos del mes de julio. En su primera versión recogía más de sesenta firmas entre las que se contaban algunos de los más conocidos profesores universitarios, artistas y escritores.30 El manifiesto tendría continuidad con una Liga Antigermanófila que se constituiría en enero de 1917 y recibiría su refrendo en un banquete que se celebró a finales de ese mes en el hotel Palace, con ocasión del segundo aniversario de España, y en el mitin de las izquierdas que se celebró en la plaza de toros de Madrid el 27 de mayo de ese mismo año. La tensión política se acentuaba por momentos y Ortega, que había vuelto en enero de su triunfal viaje a la Argentina y había acompañado a Nicolás María de Urgoiti en la operación empresarial de desembarco en el diario El Imparcial, publicó a mediados de junio su artículo «Bajo el arco en ruina» en el que censuraba las exigencias de las Juntas Militares de defensa y reclamaba Cortes constituyentes. Este resonante artículo marcó el final de sus colaboraciones con el viejo periódico familiar al provocar la protesta de los círculos monárquicos, que abortaron el acuerdo empresarial alcanzado en los días anteriores. Empezaba, para Ortega, un destierro periodístico que no acabaría hasta la aparición de El Sol, cinco meses más tarde.
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páginas siguientes>> Carta de Antonio Machado a José Ortega y Gasset. Fundación Unicaja, Málaga. Antonio Machado. Biografía de Antonio Machado y Núñez. Fundación Unicaja, Málaga. Antonio Machado. Biografía de Antonio Machado y Álvarez. Fundación Unicaja, Málaga. Carta de Antonio Machado a Ernesto Giménez Caballero, 1929. Fundación Unicaja, Málaga. Antonio Machado y Nuñez. Discurso inaugural que en la solemne apertura del curso 1855-56 pronunció ante el claustro de la Universidad de Sevilla. Universidad de Sevilla.
De nuevo en tierras castellanas Cuando Antonio Machado llegó a Segovia, a finales de 1919, los empeños renovadores procedentes del mundo intelectual habían perdido definitivamente su vigor, en la misma medida en que el sistema político se adentraba en una situación de descomposición en la que cada vez aparecían más posibles las soluciones traumáticas. El desastre de Annual, que costó la vida de casi diez mil soldados españoles, se dibujó en el horizonte como una amenaza para la supervivencia del sistema político de la Restauración, dadas las injerencias del rey en los asuntos militares. Éste, mientras tanto, venía denunciando el sistema parlamentario desde el discurso de Córdoba de mayo de 1921 y la visita de Unamuno, en abril del año siguiente, resultó un gesto tardío y sin apenas relevancia.
Título de redactor de El Liberal, de Manuel Machado, 21 de abril de 1918. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
El corte del nudo gordiano vendría de Miguel Primo de Rivera, capitán general de Cataluña que, en septiembre de 1923, reclamó el poder y estableció una dictadura guiada por un aliento restaurador, que fue acogida con alivio por los más diversos sectores del país, empezando por Ortega y los hombres que sacaban El Sol. Meses antes Ortega había abdicado de toda pretensión política en el número inicial de la Revista de Occidente, que aparecería en julio.
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De espaldas a toda política, ya que la política no aspira nunca a entender las cosas, procurará esta Revista ir presentando a sus lectores el panorama esencial de la vida europea y americana.
Se sucedieron, a partir del golpe de estado de Primo de Rivera, seis años y cuatro meses de Dictadura, que Machado contempló desde Segovia, en los que fue progresiva la resistencia de diversos sectores de la sociedad española al gobierno dictatorial. El primer hecho destacado sería el destierro de Unamuno a la isla canaria de Fuerteventura, a la vez que era separado de su cátedra. La medida contra Unamuno tenía su origen en unos artículos, insultantes para la monarquía, que había publicado en la prensa de Buenos Aires. La medida, que también se tomó contra Rodrigo Soriano, generaría protestas en los ambientes intelectuales y acentuaría la voluntad de lucha de algunos recalcitrantes, como Manuel Azaña, que no había aceptado la debilidad del comportamiento de su jefe en el momento del golpe de Estado. Manuel Azaña manifestaría su opción decidida por el cambio de régimen político con la publicación, a primeros de mayo de 1924, del folleto «Apelación a la República» en el que identificaba monarquía con absolutismo, para concluir que la democracia solo sería posible en la República. La iniciativa, en todo caso, tuvo escaso seguimiento, como también lo tendría la publicación del manifiesto republicano del que nació el grupo de Acción Política que, a finales de diciembre de 1925, pasó a denominarse Acción Republicana. En ella figuraban Manuel Azaña, José Giral y Enrique Martí Jara. El 11 de febrero de 1926, con ocasión del aniversario de la primera República española, se constituyó una Alianza Republicana en cuya dirección figuraban Manuel Azaña, Manuel Hilario Ayuso, Marcelino Domingo, Alejandro Lerroux, José Giral, Antonio Marsá Bragado y Enrique Martí Jara. También se publicó un manifiesto que apareció firmado por Leopoldo Alas, Adolfo Álvarez Buylla, Daniel Anguiano, Luis Bello, Vicente Blasco Ibáñez, Honorato de Castro, Luis Jiménez de Asúa, Teófilo Hernando, Fernando Lozano «Demófilo», Antonio Machado, Gregorio Marañón, José Nakens, Juan Negrín, Eduardo Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala, Joaquín Pí y Arsuaga, Hipólito Rodríguez Pinilla, Nicolás Salmerón, Luis de Tapia y Miguel de Unamuno.31 Empezaban ya a aparecer juntos los nombres de quienes, a la vuelta de cinco años, regirían los destinos del país. La oposición de profesores y alumnos de las universidades españolas se recrudecería en la primavera de 1929. El Real Decreto Ley de 19 de mayo de 1928, que pretendía dar validez a los estudios universitarios realizados en centros como Deusto, El Escorial o el que dirigían los jesuitas en la calle Areneros de Madrid, provocaron una huelga de estudiantes de la Universidad Central, que se inició el
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día 8 de marzo, y la agudización de un conflicto pareció conmover las estructuras básicas del sistema político, que daba la impresión de tambalearse a la vez que crecía la opinión republicana en los ambientes intelectuales. El día 16 el rey firmaba un Real Decreto por el que se cerraba la Universidad Central hasta primeros de octubre y se cesaba a las autoridades académicas, mientras que se nombraba a unos comisarios para que investigaran sobre lo sucedido. Las protestas se generalizaron en diversas universidades españolas y conocidos catedráticos como José Ortega y Gasset, Luis Jiménez de Asúa, Felipe Sánchez Román, Fernando de los Ríos y Alfonso García Valdecasas renunciarían a sus cátedras.
Fotografía con J. A. Primo de Rivera (grupo Ritz). Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
En esas circunstancias, la caída de Primo de Rivera, a finales de enero de 1930, puso sobre el tapete la viabilidad del régimen monárquico en España. La conspiración republicana ganó apoyos conforme pasaban los meses y los pronunciamientos republicanos de Niceto Alcalá-Zamora y José Sánchez Guerra dieron la medida de la magnitud del fenómeno de la oposición al régimen monárquico. En agosto de aquel año, una reunión de republicanos y catalanistas, con el añadido de algún socialista que acudía a título personal, permitió acuñar una fórmula de entendimiento en la que la cuestión de la autonomía catalana quedaba remitida a unas futuras Cortes constituyentes. El intento revolucionario de diciembre terminaría en un fracaso pero no aplacó el impulso.
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Antonio Machado vivió aquellos meses de creciente republicanismo en contacto con Ortega y Gasset, Marañón y Pérez de Ayala que prepararon el manifiesto de una Agrupación al Servicio de la República, que fue dado a conocer a primeros de febrero de 1931. El acto de presentación del nuevo grupo, que pretendía ser algo distinto de un partido político, se celebró en el Teatro Juan Bravo de Segovia el día 14 de febrero, en un clima de gran expectación. Antonio Machado haría allí una breve intervención, para presentar a los tres impulsores del proyecto. En la buscada paradoja de sus palabras se contenía, tal vez, su pronunciamiento político más claro en aquellos momentos. La revolución no consiste en volverse loco y lanzarse a levantar barricadas. Es algo menos violento pero mucho más grave. Rota la continuidad evolutiva de nuestra historia, sólo cabe saltar hacia el mañana y, para ello, se requiere el concurso de mentalidades creadoras porque, sin ellas, la revolución es una catástrofe. Saludemos a estos tres hombres como verdaderos revolucionarios, como los hombres del orden, de un orden nuevo.32
Establecida la República la Agrupación se convertiría en un partido político y, como tal, concurrió a las elecciones de junio de 1931. Antonio Machado, sin embargo, no participaría en los comicios y quedó al margen de la relativamente nutrida representación obtenida por la Agrupación, que contó con el apoyo de la conjunción republicano-socialista triunfante. La minoría, sin embargo, quedó marginada de la dirección de la vida política y su papel parlamentario fue disminuyendo con el paso de los meses. A comienzos de diciembre Ortega y Gasset pronunciaría su conferencia «Rectificación de la República» que marcó definitivamente distancias con el nuevo régimen y aunque fue recibida con frialdad por muchas personas, empezando por Miguel de Unamuno, que asistió al acto. También fue escuchada por Fernando de los Ríos, que transmitió su desilusión a Manuel Azaña. Azorín se separaría de la Agrupación pocas semanas después, con una carta a Ortega en la que se despedía políticamente de él «con vivo sentimiento»33. A finales de octubre de 1932, finalmente, la Agrupación hizo público un manifiesto en el que se disolvía «sin ruido ni enojos, dejando en libertad a sus hombres para retirarse de la lucha política o para reagruparse bajo nuevas banderas y hacia nuevos combates». La República, en cualquier caso, seguiría su rumbo por otros derroteros. Lamentablemente, éstos no iban a ser muy venturosos.
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Notas al texto 1. Vicente Cacho Viu, Protagonistas de la historia
con los que convivimos, Fomento de Bibliotecas, Madrid, 1982, p. 536. 2. Pío Baroja, «Galdós vidente», en El País, Madrid, 31-12-1901. Recogido en Hojas sueltas, Caro Raggio, Madrid, 1973, t. 2, p. 105. 3. Pedro Cerezo Galán, «El pensamiento filosófico. De la generación trágica a la generación clásica. Las generaciones del 98 y el 14», en Historia de España de Ramón Menéndez Pidal, dirigida por José María Jover, tomo XXXIX, vol. 1 La edad de plata de la cultura española (1898-1936). I: Identidad, pensamiento y vida. Hispanidad, p. 221. 4. Miguel de Unamuno, «La afición», en La Noche, Madrid, 4-2-1912. Recogido en Obras Completas, Escelicer, Madrid, 1966-1971, t. 7, p. 969. 5. Carta a Joaquim Freixas, de 15-10-1898, en Obres completes, Selecta, Barcelona, 1960, t. 1, p. 978 6. Vicente Cacho Viu, Repensar el 98, Biblioteca Nueva, Madrid, 1997. 7. Miguel de Unamuno, Poema. Recogido en O.C., t.6, p. 796 8. Pío Baroja, Obras Completas 7. Desde la última vuelta del camino. Memorias . I: El escritor según él y según los críticos, Biblioteca Nueva, Madrid, 1949, p. 474 9. El Imparcial. Madrid, 30-6-1905 10. «Crónicas de Madrid. Intel.lectuals», en La Veu de Catalunya, Barcelona, 4-8-1905 11. Carlos Seco Serrano, Militarismo y civilismo en la España contemporánea, Instituto de Estudios Económicos, Madrid, 1984. 12. Vicente Cacho Viu, El nacionalismo catalán como factor de modernización, Quaderns Crema / Residencia de Estudiantes, Barcelona, 1998, p. 183.
13. Joan Maragall, «El maestro y el padre», en Diario de Barcelona, 9-1-1906. Recogido en Obres Completes, t. 2, pp. 712-714. 14. José Martínez Ruiz, Azorín, «La conferencia de Unamuno», en ABC, Madrid, 26-2-1906. 15. Vicente Cacho Viu, El nacionalismo catalán como factor …, p. 208. 16. Octavio Ruiz-Manjón, «Nuestro Pijoan», en Josep Pijoam, Mi Don Francisco Giner (19061910), Biblioteca Nueva, Madrid, 2002, p. 26. 17. Cartas de un joven español, 1891-1908, Ediciones El Arquero, Madrid, 1991, pp. 747776. 18. Miguel de Unamuno, «Barcelona», en La Nación, Buenos Aires, 5-12-1906. Recogido en OC, I, pp. 256-260. 19. «Reforma del carácter, no reforma de costumbres», en El Imparcial, Madrid, 5-10-1907. Recogido en Obras completas, Alianza, Madrid, 1983, t. 10, pp. 17-21. 20. Rafael Urbano, «La Fabian Society», El Socialista, Madrid, 18-12-1913. Citado en Manuel Suárez Cortina, El reformismo en España. Republicanos y reformistas bajo la monarquía de Alfonso XIII, Siglo XXI, Madrid, 1986, p. 117. 21. José Ortega y Gasset, «La reforma liberal», en Faro, Madrid, 1(23-2-1908). Recogido en OC (1983), t. 10, pp. 31-38. 22. José Ortega y Gasset, «La conservación de la cultura», en Faro, Madrid, 3 (8-3-1908). Recogido en OC (1983), t. 10, pp. 39-46. 23. Ramiro de Maeztu, «El liberalismo socialista», en Heraldo de Madrid, 12, 13 y 15-12-1909. 24. OC (1983), t, l, p. 521. 25. Carta de Antonio Machado, en Soria, a José Ortega y Gasset, del 9-7-1912. Reproducida en ABC, Madrid, 18-2-1989. 26. Carta de Antonio Machado, en Soria, a José Ortega y Gasset, del 17-7-1912. Reproducida en ABC, Madrid, 18-2-1989.
27. José Ortega y Gasset, «Sencillas reflexiones», en El Imparcial, Madrid, 10-1-1913. Recogido en OC (1983), t. 10, pp. 214-225. 28. Carta de José Ortega y Gasset a Ricardo Burguete, marzo de 1914. Publicada en Revista de Occidente, Madrid, 108 (V/1990). 29. Vicente, «La imagen de las dos Españas», en Revista de Occidente, Madrid, 60 (V/1986), pp. 49-70. 30. El mundo de ayer. Memorias de un europeo, El Acantilado, Barcelona, 2001, p. 254, Coincide con las conocidas tesis de A. J. P. Taylor. 31. Cartas a José Castillejo de 13 y 25-8-1914. Recogidas en David Castillejo (ed.), Epistolario de José Castillejo. III. Fatalidad y porvenir, 19131937, Castalia / Junta de Castilla-La Mancha / Fundación Cultural Olivar de Castillejo, Madrid, 1999, pp. 172 y 177-178. 32. Santos Juliá, Los socialistas en la política española, 1879-1982, Taurus, Madrid, 1997, p. 82. 33. Una relación detallada en Florencio Friera, Ramón Pérez de Ayala, testigo de su tiempo, Fundación Alvargonzález, Gijón, 1997, pp. 144145). 34. Octavio Ruiz-Manjón, El Partido Republicano Radical, 1908-1936, Tebas, Madrid, 1976, pp. 129-133. 35. «El primer acto de la Agrupación al Servicio de la República», en El Sol, Madrid, 15-2-1931. Citado en Margarita Márquez Padorno, La Agrupación al Servicio de la República. La acción de los intelectuales en la génesis de un nuevo Estado, Biblioteca Nueva, Madrid, 2003, . 100-101. 36. Magdalena, Mora, ‘Las huellas de Azorín en el Archivo de José Ortega y Gasset. A propósito de unas cartas azorinianas’, en Anales Azorinianos, Monòver, 04 (1993), p. 195.
Juan José Garate. Francisco Giner de los Rios. Patrimonio de la Universidad Complutense.
La poesíapara de Palabras Antonio un tiempoMachado castellano La presencia de Soria y Segovia en la trayectoria biográfica y literaria de Antonio Machado Amelina Correa Ramón Universidad de Granada
«Ni mármol duro y eterno, / ni música ni pintura, / sino palabra
en el tiempo»1 (CLXIV, XVI). Así definiría Antonio Machado la realidad poética en su serie de Nuevas canciones, datadas en el amplio periodo comprendido entre 1917 y 1930. Así, las tierras y emociones de Soria, primero, y de Segovia, unos años después, acabarían convirtiéndose, exactamente, en palabra en el tiempo dentro de la obra machadiana. En un tiempo que había comenzado a escribirse a finales del mes de abril de 1907, cuando el poeta viaje en tren a la ciudad de Soria con el objeto de tomar posesión de su recién obtenida cátedra de Lengua Francesa en el Instituto General y Técnico de la capital2 y comience así una larga y sin duda fecunda estancia castellana.
Antonio Machado. Poesías completas (18991917). Madrid, Residencia de Estudiantes, 1917, 1ª edición. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
Sin ser, inicialmente al menos, demasiado consciente de ello, le precedían en su vinculación con esa ciudad «mística y guerrera» (CXIII, VII) dos profundas raíces de diferente índole. La primera, anecdótica hasta el punto de parecer casi premonitoria, hace alusión a su bisabuelo paterno, padre de su abuela Cipriana Álvarez Durán, quien en 1836 había sido nombrado gobernador civil precisamente de Soria, tras su regreso de un exilio de varios años en Francia durante la Década Ominosa.3 Sin embargo, tras un periodo inferior a siete meses, dimitiría para consagrarse a la escritura de una obra de inspiración metafísica, con una vocación
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heterodoxa que lo llevaría a ser denostado por Marcelino Menéndez Pelayo, y que, con el correr de los años, heredaría su bisnieto Antonio. Se trata de un libro «filantrópico y conciliador, deísta y roussoniano, con múltiples puntos de contacto no sólo con el armonicismo krausista sino, algo más allá, con el socialismo utópico».4 La segunda raíz que parecería de alguna manera anticipar la conexión emocional de Antonio Machado con Soria viene dada por la intensa relación que, décadas atrás, había mantenido con esta tierra castellana su paisano Gustavo Adolfo Bécquer. En efecto, casado con Casta Esteban, hija de un médico soriano, Bécquer pasará frecuentes temporadas en la capital y sus alrededores, convirtiendo a Soria en escenario de su obra literaria. Así, por ejemplo, sus leyendas «La promesa» y «Los ojos verdes» están ambientadas en pueblos como Gómara y Almenar de Soria, mientras que en «El monte de las Ánimas» o «El rayo de luna» adquieren especial importancia lugares cercanos a la capital, como el monasterio templario de San Polo. Andando el tiempo, Antonio Machado convertiría en uno de sus lugares predilectos el hermoso paseo bordeado de álamos que conduce desde dicho monasterio hasta la ermita de San Saturio, recorrido en deleitosos paseos junto al río, que para siempre asociará ya en su memoria con la figura de su amada Leonor: He vuelto a ver los álamos dorados, álamos del camino en la ribera del Duero, entre San Polo y San Saturio, tras las murallas viejas de Soria […] ¡Álamos del amor que ayer tuvisteis de ruiseñores vuestras ramas llenas; […] álamos del amor cerca del agua que corre y pasa y sueña, álamos de las márgenes del Duero, conmigo vais, mi corazón os lleva! (CXIII, VIII)
Por último, Bécquer sitúa su leyenda «La corza blanca» en las frondosas faldas del Moncayo, cuyas altas cumbres evocará tiempo después con tanta intensidad Machado en sus versos, asociada también su nevada silueta con la amada encontrada y tan pronto perdida:
Antonio Machado. Poesías completas (18991917). Madrid, Residencia de Estudiantes, 1917, 1ª edición. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
¿No ves, Leonor, los álamos del río con sus ramajes yertos? Mira el Moncayo azul y blanco; dame tu mano y paseemos. (CXXI)
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La primera estancia de Antonio Machado en Soria durará apenas unos días. Los necesarios para la toma de posesión de su puesto docente y para adquirir un primer conocimiento de la ciudad que le servirá de hogar durante cinco años. Pero también para concebir un poema escrito en esas fechas, titulado «Orillas del Duero», que «no sólo tiene tono optimista sino que anticipa la inspiración castellana que va a caracterizar ahora su estro»:5 Pasados los verdes pinos, casi azules, primavera se ve brotar en los finos chopos de la carretera y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente. El campo parece, más que joven, adolescente. (IX)
En efecto, la tierra castellana constituirá, a partir de ahora, una de las más poderosas fuentes de inspiración del poeta sevillano, que la va a considerar, en línea con una importante corriente castellanista del momento -representada por la que recibirá durante mucho tiempo el nombre de generación literaria del 98-, como una suerte de esencia del alma española. Hasta el punto de que su siguiente libro recibirá el título de Campos de Castilla. Dicho poemario aparece encabezado por una significativa composición escrita en versos alejandrinos que habría que situar dentro del subgénero del autorretrato confesional modernista. Así, el «Retrato» machadiano constituye un análisis introspectivo similar en intención y tono a los
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Antonio Machado. Poesías completas. Madrid, Espasa-Calpe, 1928. Fundación José Ortega y Gasset, Madrid.
que por esas fechas escribirán su hermano Manuel («Adelfos»), Francisco Villaespesa («Autorretrato» y «Ego sum»), Pedro Luis de Gálvez («Ecce homo») o Alejandro Sawa ([«Yo soy el otro»]), por citar tan sólo algunos ejemplos.6 El poema de Antonio Machado se publicó por primera vez en el diario madrileño El Liberal el 1 de febrero de 1908, cuando llevaba ya varios meses residiendo en Soria. Dicha estancia, que inaugura la que será ciertamente su etapa castellana (aunque con el paréntesis andaluz que significan sus siete años en Baeza), supondrá para el poeta una serie de cambios fundamentales, que se podrían resumir, básicamente, en tres ámbitos distintos pero interrelacionados.
«A mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito…» El Alcázar visto desde la montaña y un rebaño de ovejas, 1932-1936. Archivo Loty, IPHE, Ministerio de Cultura.
El fallecimiento en agosto de 1904 de la abuela de los Machado, Cipriana Álvarez Durán, va a suponer para la familia la agudización de una situación económica
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bastante precaria, situación que describiría con mordacidad telegráfica, el por otro lado, sincero admirador de la obra machadiana, Juan Ramón Jiménez: Madrid. Abuela queda viuda y regala la casa. Madre, inútil. Todos viven pequeña renta abuela. Casa desmantelada. Familia empeña muebles. No trabajan, ya hombres. Casa de la picaresca, venta de libros viejos. Muere la abuela, a los treinta y cinco o cuarenta años empieza a trabajar Antonio Machado.7
Si bien Juan Ramón Jiménez exagera lo referente a la edad, puesto que Machado aún no ha cumplido los treinta años, sí es cierto que a lo largo de su ya bien entrada edad adulta no ha conocido más que trabajos ocasionales y de escasa entidad. La acuciante situación doméstica lo obligará a tomar la decisión de procurarse un empleo y unos consiguientes ingresos estables. Así, tras sopesar diversas posibilidades, y animado al parecer por su admirado Francisco Giner de los Ríos, el poeta decidirá probar suerte en las oposiciones a cátedra de Lengua Francesa en Institutos de Segunda Enseñanza, ya que posee los requisitos necesarios: título de Bachiller y dominio del idioma. Después de un largo proceso que se prolongará por espacio de varios meses (casi un año), finalmente Antonio Machado consigue el quinto puesto de las siete cátedras vacantes, eligiendo en su turno correspondiente el Instituto de Soria, donde comenzará lo que va a ser una larga etapa como docente. Machado llega a la capital castellana, tanto en su toma de posesión como cuando, a comienzos del nuevo curso, se incorpore al claustro de profesores, recurriendo a su medio de transporte favorito: el tren, que cantará entusiasta en sus versos: Yo, para todo viaje -siempre sobre la madera de mi vagón de terceravoy ligero de equipaje. […] Luego, el tren, al caminar, siempre nos hace soñar. (CX)
No se encuentra aislado el caso de nuestro poeta en la corriente de simpatía que claramente transparentan sus textos hacia el ferrocarril. En realidad, como afirma Lily Litvak, «Desde su aparición, el ferrocarril fue motivo fecundo de inspiración en la literatura y el arte españoles»,8 admirado como símbolo de progreso, que facilita las difíciles comunicaciones peninsulares. Curros Enríquez, Ramón de Campoamor y su famoso «El tren expreso», Clarín, Pío Baroja, o el íntimo amigo de Machado, el también poeta Antonio de Zayas, dedicaron efusivas palabras a ese caballo de hierro nacido con el siglo XIX.
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Antonio Machado. Nuevas canciones. Madrid, Ed. Mundo Latino, 1924, 1ª edición. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
En los primeros días de octubre de 1907 Antonio Machado da comienzo a lo que será el primero de sus muchos años académicos. Formado intelectualmente en la Institución Libre de Enseñanza, cuyo ideario de inspiración krausista había respirado en el ambiente vital de su casa desde niño, Machado aplica los métodos didácticos allí aprendidos, como las lecturas comentadas o la memorización de poemas. Los versos de Musset, Leconte de Lisle, Verlaine y los simbolistas franceses probablemente se escucharon así por vez primera en las aulas sorianas. El poeta continúa, claro está, escribiendo y colaborando con diversas revistas y diarios, pero el inicio de su vida de profesor, metódica y ordenada, supondrá el final de lo que había sido sin duda una demasiado larga etapa de incertidumbre económica e indefinición profesional (aunque a costa, eso sí, de sentir el profundo desarraigo de la vida literaria -y familiar- madrileña): Heme aquí ya, profesor de lenguas vivas (ayer maestro de gay-saber, aprendiz de ruiseñor). (CXXVIII)
Sus alumnos, tanto los que tendrá durante el periodo soriano (1907-1912), como los que luego conocerá entre 1919 y 1928 cuando ocupe la cátedra de francés del Instituto de Segovia, guardarán de él toda una serie de entrañables recuerdos. Así, por ejemplo, Mariano Granados y Aguirre rememorará el casi reverencial silencio de la clase mientras se escuchaba recitar al poeta, y Gervasio Manrique de Lara destacará el «afecto admirativo» que despertaba su bondad y las lecturas que solía hacer en clase de los libros que recibía del extranjero.9 En cuanto a Segovia, probablemente lo más destacable dentro de su trayectoria docente resulte su activa participación en una iniciativa que se estaba gestando justo a su llegada, a finales de 1919: la fundación de una Universidad Popular, concebida para extender la instrucción pública a las clases más desfavorecidas. Machado se implicará personal y desinteresadamente en un proyecto que pretende ofrecer cursillos gratuitos y nocturnos, con el loable objetivo de elevar el nivel cultural de las clases trabajadoras.
Soria. Vista desde el Monte de las Ánimas, h. 1896. Archivo Histórico Provincial de Soria.
Además, casi desde su llegada a esta nueva capital castellana, sus tareas docentes se vieron duplicadas al incorporársele también la cátedra de Lengua y Literatura, lo que debemos suponer del agrado del poeta, que puede ya extender el campo de sus poemas y lecturas comentadas al ámbito de su amada y bien conocida tradición literaria propia. A pesar de que se refiriera en ocasiones a su escasa vocación pedagógica, no resulta difícil imaginar la profunda concienciación didáctica del propio Machado tras sus apuntes del heterónimo Juan de Mairena:
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Se dice que vivimos en un país de autodidactos. Autodidacto se llama al que aprende algo sin maestro, Sin maestro, por revelación interior o por reflexión autoinspectiva, pudimos aprender muchas cosas, de las cuales cada día vamos sabiendo menos. En cambio, hemos aprendido mal muchas otras que los maestros nos hubieran enseñado bien. Desconfiad de los autodidactos, sobre todo cuando se jactan de serlo.10
«…mi juventud, veinte años en tierra de Castilla…» La publicación de Soledades (1903) y posteriormente de Soledades. Galerías. Otros poemas (1907) sitúa a Machado en el más pleno ámbito del simbolismo modernista. En consonancia, la concepción de la naturaleza que evidencia su poesía, de origen romántico, responde a la consideración de ésta como reflejo de los estados de ánimo interiores del poeta. Así sus privadas galerías, así sus paisajes del alma, así sus jardines abandonados y sus fuentes que cantan «historias viejas de melancolía» (VI). Y es que, en efecto, y como bien explica Pedro Cerezo, «La naturaleza nunca aparece por sí misma, sino tan sólo como ocasión para que se revele el espíritu, como signo o cifra del mundo interior».11 Sin embargo, el contacto con las tierras castellanas tan profundamente sentidas coincide con un proceso evolutivo de la poesía machadiana, que se plasma en una visible transformación evidenciada en los textos que conforman la que será su próxima obra, Campos de Castilla. Ahora la naturaleza pasa a ocupar un lugar predominante en un no escaso número de poemas, y en no pocos poemas considerados esenciales dentro de la obra machadiana. El lector aprecia una clara evolución, pues se pasa de las galerías interiores, de los paisajes del alma, al paisaje exterior, al reconocible y contrastable paisaje castellano, atravesado de referentes reales: ¡Oh Duero, tu agua corre y correrá mientras las nieves blancas de enero el sol de mayo haga fluir por hoces y barrancas, […]. ¿Y el viejo romancero fue el sueño de un juglar junto a tu orilla? ¿Acaso como tú y por siempre, Duero, irá corriendo hacia la mar Castilla? (CII)
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Julio Hernández. Alegoria de Antonio Machado, 1992. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
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Castillo de Peroniel del Campo. Almenar de Soria, 1911-1917. Archivo Cabré, IPHE, Ministerio de Cultura.
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Antonio Machado. «Del camino». Revista Ibérica, I, nº 3, pp. 81-82, 20 de agosto de 1902. Hemeroteca Municipal de Madrid.
La alusión en los versos finales a un género literario tan característico de la tradición española como es el romancero no resulta desde luego casual. Muy al contrario, permite poner en conexión la evolución que experimenta Machado con la que está teniendo lugar desde hace algunos años en otros compañeros de generación, que pretenderán buscar esa inapresable realidad que se considera el alma del pueblo -el volkgeist romántico- en la milenaria tierra de Castilla. Allí se encontrarán depositadas una serie de cualidades que se van a juzgar definitorias de la más pura raza hispana: la austeridad, el vigor, la capacidad de esfuerzo, el misticismo. A Ramiro de Maeztu, José Ortega y Gasset o Enrique de Mesa habría que añadir la figura crucial de un escritor tan profundamente admirado por Machado como Miguel de Unamuno, quien ya había desarrollado sus meditaciones al respecto en su libro de 1905, En torno al casticismo, donde la reflexión sobre el significado íntimo del paisaje castellano se aúna con la formulación de un concepto como la intrahistoria, que pretende conjugar la sustancia última de la tradición con la posibilidad real de
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progreso para el pueblo, en un sentido tan cercano al que se puede encontrar en la obra del propio Machado y, anteriormente, en la de su padre, Demófilo. Siguiendo con la vinculación emocional de Campos de Castilla, otro ejemplo representativo se halla en un libro publicado precisamente a finales del mismo año que el poemario machadiano, es decir, 1912. Se trata de Castilla, de José Martínez Ruiz, que fue saludado con una composición en la cual el poeta sevillano mostraba su claro sentimiento de empatía, el reconocimiento de esa «alma sutil» del pueblo hispano, titulándolo «Al maestro Azorín por su libro Castilla»: Con este libro de melancolía, toda Castilla a mi rincón me llega: Castilla la gentil y la bravía, la parda y la manchega. ¡Castilla, España de los largos ríos que el mar no ha visto y corre hacia los mares […]! (CXLIII)
Para estos escritores, además, en la fuerza originaria que parece desprenderse de las entrañas de Castilla habría que buscar también las raíces profundas de nuestra literatura, casi telúricamente imbricadas en sus tierras, en sus montes y en el arduo transcurrir de sus cíclicas estaciones: ¡Oh, Soria, […]; yo sé la encina roja crujiendo en tus hogares, barriendo el cierzo helado tu campo empedernido; y en sierras agrias sueño -¡Urbión, sobre pinares! ¡Moncayo blanco, al cielo aragonés, erguido!Y pienso: Primavera, como un escalofrío irá a cruzar el alto solar del romancero, ya verdearán de chopos las márgenes del río. (CXVI)
Esa Sierra de Urbión, entre pinares, que aparecerá con frecuencia en la obra literaria machadiana, había sido, como tantos otros lugares de la épica Castilla, materia vivida antes de convertirse en materia poética. En efecto, antes del inicio del curso 1910-1911, el escritor, que ha heredado de su abuelo y de su padre la afición por las largas caminatas, compartida también por la Institución Libre de Enseñanza,12 emprende una excursión de varios días hacia las altas cumbres del Urbión en compañía de unos amigos. Allí conocerá la mítica Laguna Negra, lugar fecundo en leyendas, donde situará Antonio Machado un episodio fundamental de su largo romance «La tierra de Alvargonzález», que comenzó a gestarse precisamente a consecuencia de las impresiones de ese viaje:
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A la vera de la fuente quedó Alvargonzález muerto. […] Cuenta la hazaña del campo el agua clara corriendo, mientras los dos asesinos huyen hacia los hayedos. Hasta la Laguna Negra, bajo las fuentes del Duero, llevan al muerto, dejando detrás un rastro sangriento; y en la laguna sin fondo, que guarda bien los secretos, con una piedra amarrada a lo pies, tumba le dieron. (CXIV, III)
Posteriormente, durante los siete años de estancia en Baeza, entre 1912 y 1919, el recuerdo a la vez consolador y nostálgico del paisaje castellano volverá con insistencia a su obra poética, asociado ya para siempre en su universo vital con la figura de su amada prematuramente perdida, Leonor, y con sus vivencias más profundas: ¡Oh!, sí, conmigo vais, campos de Soria, tardes tranquilas, montes de violeta, alamedas del río, verde sueño del suelo gris y de la parda tierra, agria melancolía de la ciudad decrépita, me habéis llegado al fondo del alma, ¿o acaso estabais en el fondo de ella? (CXIII, IX)
Cuando el 1 de diciembre de 1919 tome posesión de su nueva cátedra, ahora en el Instituto General y Técnico de Segovia, Antonio Machado volverá a reencontrarse físicamente con una realidad que, de alguna manera, lo había acompañado durante todos esos años. Sin embargo, la presencia de la ciudad de Segovia y de sus montes, ríos y dehesas no resultará tan frecuente como los propios segovianos hubieran esperado y como anunciarían alentadoramente los medios de prensa locales, que habían saludado con entusiasmo su llegada: «Antonio Machado, el poeta de Castilla, vuelve a Castilla. […] aquí verterá en sus versos cadenciosos y austeros las profundas emociones que esta ciudad hermana y este campo fraterno habrán de despertar en el alma castellana de este poeta andaluz».13
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En efecto, fueron muchas las expectativas que se crearon en torno a esta llegada de Machado: «Se esperaba de él lo imposible: que Segovia fuera una segunda Soria. Y no podía ser porque las circunstancias eran ya otras y Machado tenía los ojos puestos ahora, sobre todo, en Madrid».14 Además, literariamente hablando, el poeta se encuentra desde hace tiempo en una fase distinta de su poesía, donde, habiendo superado por completo el simbolismo, persigue ahora la búsqueda de una nueva objetividad, que, paradójicamente, no excluya a un mismo tiempo la subjetividad, y que, tras una serie de pruebas y tanteos, acabará encontrando su expresión más lograda con los textos de sus apócrifos. En Segovia Machado pronto se hará asiduo de una tertulia que se reúne cada tarde en el taller del ceramista Fernando Arranz, situado en la capilla de San Gregorio, una vieja iglesia románica entonces abandonada y hoy, por desgracia, desaparecida. Allí frecuentará a diversos artistas e intelectuales, entre los que habría que destacar la figura de Blas Zambrano, el padre de la luego filósofa y escritora María Zambrano, quien andando el tiempo escribiría sobre la obra machadiana. Sin embargo, Antonio Machado tiene sus intereses puestos, en efecto, en Madrid, a donde viaja cada semana en los modestos vagones de un tren que tardaba cuatro horas en alcanzar la madrileña Estación del Norte. El poeta gustaba de disfrutar del paisaje contemplado a través de la ventanilla, como demostrará con la composición que leerá en el homenaje que le tributaron un grupo de escritores, quienes, organizados por Mauricio Bacarisse, lo visitaron en Segovia en mayo de
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Antonio Machado. “Poesías”. Helios, I, Tomo II, VII, pp. 398-400, Julio de 1903. Hemeroteca Municipal de Madrid.
Vista panorámica del Acueducto, h. 1900. Archivo Moreno, IPHE, Ministerio de Cultura.
1923. El poema, titulado «En tren. Flor de verbasco», fue inspirado por las vistas de la Sierra de Guadarrama contempladas desde el ferrocarril: Por donde el tren avanza, sierra augusta, yo te sé peña a peña y rama a rama; conozco el agrio olor de tu romero, vi la amarilla flor de tu retama; los cantuesos morados, los jarales blancos de primavera; muchos soles incendiar tus desnudos berrocales, reverberar en tus macizas moles. (CLXIV, XI)
La presencia de Segovia alcanzará a atisbarse algunas ocasiones en su obra poética, como sucede en «El milagro», un texto atribuido a su heterónimo Andrés Santallana: «En Segovia, una tarde, de paseo / por la alameda que el Eresma baña […]» (S. LIX [11]). Igualmente se evocará en algún fragmento en prosa, como el significativo «Niñas en la Catedral. El escultor de Segovia», donde en unas pocas palabras actualiza el clásico debate acerca de la preeminencia entre naturaleza y cultura, entre vida y arte, decantándose sin duda por los primeros términos de los pares binarios: En estas viejas ciudades de Castilla, abrumadas por la tradición, con una catedral gótica y veinte iglesias románicas, donde apenas encontráis rincón sin leyenda ni una casa sin escudo, lo bello es siempre y no obstante -¡oh, poetas, hermanos míos!- lo vivo actual, lo que no está escrito ni ha de escribirse nunca en piedra: desde los niños que juegan en las calles -niños del pueblo, dos veces infantiles- y las golondrinas que vuelan en torno de las torres, hasta las hierbas de las plazas y los musgos de los tejados.15
«Una boda». El Avisador Numantino, XXXL, nº 2882, p.3, 31 de julio de 1909. Biblioteca Pública de Soria.
Y es que para que la antigua ciudad, con sus iglesias medievales y sus venerables piedras romanas, adquiera verdaderamente entidad emocional para el poeta hará falta la intercesión de una nueva y deslumbrante vivencia. Después de tantos años de derramar lágrimas por Leonor y de llorar su corazón vacío, por fin Antonio Machado alcanzará a conocer otra vez el amor. Y la protagonista de este renacimiento será una viajera madrileña que ha venido a Segovia casi exclusivamente para conocerlo: la poetisa Pilar de Valderrama. Tras presentarse a comienzos de
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junio de 1928 en el vestíbulo del Hotel Comercio, quedarán al día siguiente para cenar. Después de la cena, ambos pasearán deleitosamente hasta el hermoso Alcázar, iluminado por la luz de la luna, mientras escuchan el melodioso acorde de las aguas de los ríos Eresma y Clamores. En la mente del poeta quedará para siempre imborrable este recuerdo, asociado nuevamente el amor con la belleza del paisaje castellano.
«…mas recibí la flecha que me asignó Cupido…» En efecto, para el poeta siempre permanecerán asociadas la Naturaleza y las ciudades de Castilla con la pura vivencia del amor, una experiencia gozosa y otorgadora de plenitud que lo redime por fin de sus largos años de angustia y frustración amorosa. Así, los primeros poemas de Machado ya abundaban en expresiones que evidenciaban dicha tristeza erótica, la imposibilidad de alcanzar el conocimiento de la pasión que arrastraría durante adolescencia, juventud y primera madurez. De este modo, el poeta parece tener a veces la sensación de no haber llegado nunca realmente a vivir la juventud, dado que para él transcurrió ese periodo de su vida marcado por un carácter reflexivo y excesivamente caviloso, en todo alejado del hedonismo característico de su hermano Manuel: Bajo ese almendro florido, todo cargado de flor, -recordé-, yo he maldecido mi juventud sin amor. Hoy en mitad de la vida, me he parado a meditar… ¡Juventud nunca vivida, quién te volviera a soñar! (LXXXV)
Como bien ha analizado J. M. Aguirre, la poesía de Antonio Machado, y muy en especial, hasta Soledades. Galerías. Otros poemas, demuestra una marcada preferencia hacia un tipo femenino muy cercano a la imagen de la mujer-ángel, una belleza anhelada y no poseída que se identificaría en su poesía con la primavera, la adolescencia y la pureza virginal, y que connota la promesa de una nubilidad nunca traspasada.16 Esa mujer, que suele constituirse en musa inspiradora de los primeros modernistas, refleja, a partir de una indudable filiación romántica, el anhelo de fusión del poeta con un prototipo de mujer ideal, una de las dos caras de la imagen dual femenina que canonizó el arte y la literatura del periodo finisecular (mujer ideal/mujer fatal).
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Y dicha imagen de la mujer ideal, aniñada y pura, cobraría material encarnación para gozo del poeta en la figura real de la primogénita de sus caseros sorianos, Leonor Izquierdo Cuevas, una pálida adolescente, de profundos ojos oscuros, que había nacido el 12 de junio de 1894 en el castillo de Almenar de Soria. Un lugar a la vez histórico y literario, puesto que Gustavo Adolfo Bécquer lo había convertido décadas atrás en el noble solar del protagonista de su leyenda «Los ojos verdes». Antonio Machado se enamoró perdidamente de su amada niña, quien lo correspondió a pesar de la gran diferencia de edad existente entre ambos. Los novios esperaron a que ella cumpliera los quince años, edad legal para contraer matrimonio, mientras que el poeta alcanzaba ya treinta y cuatro. La ceremonia de la boda se celebró en la iglesia de Santa María la Mayor de la capital soriana, en la mañana del 30 de julio de 1909. La joven novia iba ataviada con un clásico velo blanco, prendido al pelo con un ramo de azahar, símbolo de virginidad y como tal evocado con frecuencia en epitalamios y cantos de boda de la lírica tradicional. Así, su inocente musa se convertirá en el ángel tutelar que parece otorgar, por fin, un sentido a su vida. Por ella, amará a Soria y sus austeros campos castellanos; por ella será capaz de abandonar el habitual tono melancólico de su poesía: Mirad: el arco de la vida traza el iris sobre el campo que verdea. Buscad vuestros amores, doncellitas, donde brota la fuente de la piedra. En donde el agua ríe y sueña y pasa, allí el romance del amor se cuenta. (CXII)
Retrato de Leonor Izquierdo Cuevas, esposa de Antonio Machado, 1 de Enero de 1910. Agencia EFE.
Pero, por desgracia, el romance del primigenio amor machadiano se contaría en bien poco tiempo: tan sólo algo más de tres años. La historia es de sobra conocida, con el repentino descubrimiento durante un largo viaje a París del padecimiento por parte de Leonor de la entonces prácticamente incurable tuberculosis, el regreso apresurado a Soria con la ayuda de Rubén Darío y su compañera Francisca Sánchez, y la consagración del poeta al cuidado y atención de su frágil amada. Pese a toda su dedicación y amoroso empeño, Leonor empeora a ojos vista, hasta acabar falleciendo el 1 de agosto de 1912:
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Una noche de verano -estaba abierto el balcón y la puerta de mi casala muerte en mi casa entró. Se fue acercando a su lecho -ni siquiera me miróCon unos dedos muy finos, algo muy tenue rompió. […] Mi niña quedó tranquila, dolido mi corazón. (CXXIII)
Convierte así Machado en realidad vivida lo que había sido hasta el momento tema literario, al igual que le sucedería a otros escritores contemporáneos y amigos, como Francisco Villaespesa, que sufrió también la temprana pérdida de su esposa Elisa. En efecto, ese motivo finisecular de la amada muerta en plena juventud resultará muy frecuente en la literatura de la época, puesto que consagra la radical imposibilidad de que su belleza se marchite y que el amor que inspira acabe desidealizándose por el desgaste cotidiano. Así, la imagen se perpetúa para
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Pilar de Valderrama. Sí, soy Guiomar. Memorias de mi vida, Madrid, Plaza Janés, 1981. Casa Museo Antonio Machado, Segovia. Pilar de Valderrama. Obra poética, Madrid, Ed. Siler, 1958. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
siempre como un hermoso y nostálgico recuerdo que no puede alcanzar ni destruir el paso del tiempo. De este modo Machado atesorará el recuerdo de su amada Leonor como un bien inmarchitable, como una eterna niña cuya presencia inmaterial acompaña al poeta y lo une ya para siempre con lazos invisibles a Soria. Por eso, su patria estuvo «donde corre el Duero» (CXXV). Y por eso en la distancia de Baeza escribirá a su amigo José María Palacio el precioso poema donde evoca la tímida primavera soriana con profunda emoción, recordando la sepultura de su esposa: Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra. (CXXVI)
Será en Baeza también donde reciba el libro de su apreciado Narciso Alonso Cortés, Árbol añoso (1914), que encabeza un poema suyo muy elogioso, donde denomina estos versos «regio presente en arcas de rica taracea, / que guardan, entre ramos de castellano espliego, / narcisos de Citeres y lirios de Judea» (CXLIX). Junto con el poemario, Alonso Cortés publicó Cantares de Castilla (1914), en el que se recogen varios miles de estrofas y coplas del folklore popular castellano, materia tan cercana espiritualmente a Machado, que resulta difícil pensar que no se estremeciera íntimamente con la lectura de algunos de ellos: En el campo de los muertos ayer recé por tu alma. Cantaban los ruiseñores y pensé que me llamabas.17
Rubén Darío con unos amigos (un año antes de su muerte), h. 1915. Agencia EFE. página siguiente>> Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia Camprubí, 17 de octubre de 1956. Agencia EFE.
Muchos años después, como ya se ha adelantado, el corazón de Antonio Machado volverá a sentirse renacer. Pero el amor que sentirá por Pilar de Valderrama, la Guiomar de su obra literaria, será de una naturaleza completamente distinta. El poeta cuenta ya con casi cincuenta y tres años e, independientemente de la edad, se siente cansado y envejecido. Frente a su aniñada Leonor, Pilar es una mujer de treinta y nueve años, culta y refinada, madre de tres hijos nacidos de un matrimonio infeliz, pero mantenido debido a sus fuertes convicciones religiosas y sociales, todo lo cual le otorga una experiencia de la vida que había desconocido la muchachita soriana. El acendrado catolicismo de Pilar de Valderrama, que ha renunciado resueltamente al amor físico y sólo persigue amor espiritual en el poeta, condi-
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cionará profundamente la relación entre ambos. Antonio Machado la amará con pasión denodada, persiguiendo una imposible plenitud amorosa, y su Guiomar le dará sólo con cuentagotas las muestras de un cariño siempre contenido. Sublimado el contenido erótico de la relación, Machado sacraliza a su amada convirtiéndola en una suerte de figura divinizada. En los fragmentos conservados del intenso epistolario que le dirigió desde Segovia se aprecia claramente que vive subyugado por su imagen, la cual evoca en los lugares donde la conociera: Esquela de Leonor en El Porvenir Castellano, portada, 5 de agosto de 1912. Biblioteca Pública de Soria. Antonio Machado. Le futur anterieur. Otras canciones a Guiomar. Manuscrito. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos,
Hoy he podido pasear por los alrededores de Segovia, la alameda del Eresma, San Marcos, La Fuencisla, el Camino nuevo. Espero que por aquí han de aparecer pronto las cigüeñas, señal inequívoca de que el invierno se va. Sueño con tener por aquí a mi diosa, y pasear con ella, con lo imposible…18
La peculiar índole de una relación amorosa que niega de entrada cualquier posibilidad de consumación física, se reflejará en una obra literaria que el poeta escribirá en colaboración con su hermano Manuel. Se trata de la obra dramática La Lola se
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va a los puertos, estrenada en noviembre de 1929 y protagonizada por una misteriosa e inasible mujer que parece personificar ella misma la esencia del cante flamenco. Deseada y querida con fervor, Lola no se entrega nunca, su posesión resulta imposible, como expresan los versos que ella misma repite y que, al parecer, fueron sugeridos -significativamente- por la propia Pilar de Valderrama: «el corazón de la Lola / sólo en la copla se entrega».19 Y es que: Es la esencia de lo jondo, es el alma de la copla, ¡y algo que ya no se estila en este mundo! Vino de fuego con gotas de moscatel. ¡Sal y pimienta, nardo y clavel! […] Ésa es la Lola: ¡copla y mujer!20
Antonio Machado. «Galerías». Revista Latina, I, nº2, pp. 10-11, 30 de octubre de 1907. Hemeroteca Municipal de Madrid.
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Epílogo. «…pero mi verso brota de manantial sereno…» La extremada importancia que Antonio Machado concede al cante hondo en dicha obra dramática no apunta en realidad a otra cosa que a ese «manantial sereno» de donde, en buena medida, brota su verso. La trascendencia del folklore fue un valor aprendido en su casa desde niño, desde ese padre «amigo del pueblo» que emprendiera una lucha quijotesca por recoger la esencialidad del alma popular, promoviendo y fundando, entre otras, la Sociedad del Folklore Andaluz, hasta su tío abuelo Agustín Durán, recopilador del fecundo romancero hispano. Lo que compartía su genio poético con el «alma que canta y piensa en el pueblo» era una galería de canciones infantiles de corro, romances campesinos, antiguas tradiciones, coplas y cantares. Todo ello hará a su buen amigo Antonio de Zayas dedicarle, desde su profunda admiración, unos significativos versos: Y, noble peregrino del Arte y la Hermosura, en armoniosa estancia engendras, con fragancia de hierba agreste y de azucena pura, la flor de un pensamiento que arrulla el agua y fortifica el viento.21
Andalucía o Castilla, el hecho es que se podría hablar, sin duda, de una cierta vertebración de toda la obra machadiana por la idea del folklore popular, entendido éste en su sentido más positivo y progresista, como cultura viva, como la pura energía que emana del pueblo y que, por tanto, puede encarnar la esperanza cierta de regeneración y renacimiento. En ese sentido, conviene recordar que en una suerte de arte poética escrita en 1920 a requerimiento de Cipriano Rivas Cherif, Machado daba cumplida cuenta de la íntima vinculación que con esa alma popular guardaba la evolución experimentada por su poesía: Yo, por ahora, no hago más que folklore, autofolklore o folklore de mí mismo. Mi próximo libro será, en gran parte, de coplas que no pretenden imitar la manera popular -inimitable e insuperable, aunque otra cosa piensen los maestros de retórica-, sino coplas donde se contiene cuanto hay en mí de común con el alma que canta y piensa en el pueblo. Así creo yo continuar mi camino, sin cambiar de rumbo.22
Un camino que le había conducido, por esas fechas, a Segovia, la cual, junto con Soria, supuso una auténtica guía emocional en su trayectoria biográfica y literaria. Allí brotaron, sin duda, sus palabras para un tiempo castellano.
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Soria, vista general, tarjeta postal, Librería Las Heras Hnos., 1915. Col. Adolfo Gallardo.
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Soria. Camino de San Saturio, tarjeta postal, Edición Las Heras, 1923-1930. Col. Adolfo Gallardo.
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Notas al texto 1. Las referencias de la obra poética de Machado se citarán mencionando en el propio texto la numeración convencional en romanos, procediendo todas de la edición crítica de sus Poesías completas a cargo de Oreste Macrì (Madrid, Espasa-Calpe/Fundación Antonio Machado, 1989). 2. Cf. Ian Gibson, Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado, Madrid, Aguilar, 2006, pág. 174. 3. Cf. Jordi Doménech, ed. y notas, en Antonio Machado, Prosas dispersas (1893-1936), Madrid, Páginas de Espuma, 2001, pág. 380, nota nº 8. 4. Enrique Baltanás, Los Machado, Una familia, dos siglos de cultura española, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2006, pág. 31.
7. Juan Ramón Jiménez, El modernismo. Apuntes de un curso, ed. de Jorge Urrutia, Madrid, Visor, 1999, págs. 149-150. 8. Lily Litvak, El tiempo de los trenes. El paisaje español en el arte y la literatura del realismo (18491918), Barcelona, Ediciones del Serbal, 1991, pág. 188. 9. Cf. Ian Gibson, op. cit., págs. 216-217. 10. Antonio Machado, Prosas completas, ed. crítica de Oreste Macrì, Madrid, Espasa-Calpe/ Fundación Antonio Machado, 1989, pág. 1928. 11. Pedro Cerezo, Palabra en el tiempo. Poesía y filosofía en Antonio Machado, Madrid, Gredos, 1975, pág. 504.
5. Ian Gibson, op. cit., pág. 176. 6. Cf. Amelina Correa Ramón, «Antonio Machado en el ámbito del modernismo andaluz», en Jordi Doménech (coord.), Hoy es siempre todavía. Curso Internacional sobre Antonio Machado, Sevilla, Renacimiento/Ayuntamiento de Córdoba, 2006, págs. 123-125.
12. Cf. Reyes Vila-Belda, «La visión institucionista del paisaje en Antonio Machado», en Jordi Doménech (coord.), Hoy es siempre todavía. Curso Internacional sobre Antonio Machado, cit., págs. 198-229. 13. Anónimo, «Antonio Machado, el poeta de Castilla, vuelve a Castilla», La Tierra de Segovia, 27 de noviembre de 1919. 14. Ian Gibson, op. cit., pág. 346.
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15. Antonio Machado, Prosas completas, cit., pág. 1607. 16. Cf. J. M. Aguirre, Antonio Machado, poeta simbolista, Madrid, Taurus, 1973. 17. Narciso Alonso Cortés, Cantares de Castilla (1914), Valladolid, Institución Cultural Simancas, 1982, pág. 271. 18. Antonio Machado, Prosas completas, cit., pág. 1688. 19. Antonio y Manuel Machado, La Lola se va a los puertos, apéndice en Miguel d’Ors, Manuel Machado y Ángel Barrios. Historia de una amistad, Granada, Método, 1996, pág. 99. 20. Ibíd, pág. 95. 21. Antonio de Zayas, «El poeta Antonio Machado» (1912), Obra poética, ed. de Amelina Correa, Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2005, pág. 217. 22. Antonio Machado, «Dos preguntas de Tolstoi: ¿Qué es el arte? ¿Qué debemos hacer?», La Internacional, núm. 48, Madrid, 17 de septiembre de 1920, pág. 4. Apud Prosas dispersas, cit., pág. 449.
Lateatro poesíadede El Antonio Machado
César Oliva
Los Machado y la fascinación por el teatro
Fotografía del montaje de Las adelfas, 1929. Centro de Documentación Teatral.
Es preciso partir de la idea de que el teatro de Manuel y Antonio Machado apenas ha tenido relevancia e influencia en la evolución del arte escénico del siglo XX. Y decimos de Manuel y Antonio pues casi todas las obras aparecieron firmadas por ambos; incluso El hombre que murió en la guerra, estrenada en el Teatro Español de Madrid en 1941, dos años después de la muerte de Antonio. Se sabe que este texto tuvo una redacción bastante anterior,1 hacia 1928, por lo que era normal que apareciera también como autoría compartida de los hermanos Machado. El Pilar de la Victoria (1944), en cambio, se presenta ya con el único nombre en los carteles de Manuel, como responsable del texto. Pero volvamos al concepto inicial que planteábamos, para insistir en el escaso alcance que consiguió posteriormente el teatro de estos autores, de tanto éxito en su momento. Los dos hermanos estuvieron siempre muy interesados por el mundo de la farándula. Sin embargo, sólo en siete años, de 1926 a 1932, estrenaron seis títulos, en los principales teatros de Madrid, y por las compañías de más fama y mérito. Fue una etapa en los escenarios nacionales tan fugaz como reconocida por un público que no pudo sustraerse
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ni al renombre de los poetas-autores ni a los temas populistas y melodramáticos de sus entrañables personajes. Siete años que van desde la plena Dictadura de Primo de Rivera hasta los albores de la II República. Curiosamente, iniciada ésta, la dramaturgia de los Machado se diluye como azucarillo. Decíamos que a estos autores les encantaban las comedias y los teatros. Antonio, incluso, en su juventud fue meritorio en la Compañía de Fernando Díaz de Mendoza. Los contactos de los dos hermanos con los ambientes escénicos, sus escritos críticos y evocativos, las implicaciones que tuvieron en diversas fases de su vida en la organización teatral de Madrid (en el caso de Antonio, principalmente), demuestran que para ellos el arte dramático significó algo más que una serie de estrenos encadenados y llenos de éxito. Sus propias obras denotan un amplio conocimiento de la nomenclatura escénica, como veremos posteriormente, lo que significa que manejaban su terminología con notable precisión, terminología que combinaban con una especie de metateatralidad llena de finas ironías. Por ejemplo, Lola, la que se fue a los puertos, dice: … Poco tiempo, porque los barcos no esperan, tenemos para un adiós sin lágrimas de comedia. (Acto 3º, esc. VI)
La prima Fernanda también sentencia a sus contertulios con conocimientos teatrales: ... Me alegra encontrar aquí reunidos, como al final de comedia, a los mismos que hace pocos meses llenaban aquella sala de tu casa… (Acto 3º, esc. XII)
A Miguel de la Cruz, en El hombre que murió en la guerra, se le adivina su erudita condición cuando afirma: «Pues, en lenguaje calderoniano, somos ya muchos los reos por duplicado del gran delito del hombre» (Acto 4ª, esc. I). También su amada Guadalupe hace alarde de ingenio al señalar: «Pero como no estamos en el teatro, no urge la boda.» (Acto 4º, esc. V). Pero es Las adelfas la obra que tiene más referencias al mundo de la escena. El marido muerto de Araceli, Alberto, había dejado un «asunto de un drama por escribir», circunstancia que permite creer a su esposa que es allí en donde puede
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encontrar las claves de su posible suicidio. Cosa que no es así, pues a Araceli no le gusta el argumento: Salvador, guarde el boceto de este estúpido dramón. Arguye poco respeto… al arte de Calderón tanta bufonada y tanto mal gusto que hace reír con los motivos del llanto. (Acto 2º, esc. IV)
Ese mismo personaje dirá enseguida «Me apesta el pirandellismo». Hay que recordar que por entonces Pirandello estaba de plena modernidad. Seis personajes en busca de autor se había estrenado en 1921, y Enrique IV, un año después. Los atrevimientos formales del dramaturgo siciliano habían hecho mella en los autores del momento. Por supuesto que los Machado andaban bien lejos de esa nueva estética. Por eso, en la misma obra, Las adelfas, el citado Salvador se presenta diciendo: «Soy… el otro» (Acto 1º, esc. XIII), a lo que Araceli contesta: «Pirandellismo…». El mismo año de Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel, 1926, Unamuno presentaba El otro, texto bien conocido de los Machado. Y dos después,
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Fotografía del montaje de Las adelfas, 1929. Centro de Documentación Teatral.
cuando estrenan Las adelfas, Rivas Cherif dirige Orfeo, de Cocteau. El catedrático de Salamanca, junto al padre de la psiquiatría, Sigmund Freud (1856-1939), eran destacados motivos de influencia en esos momentos, cosa que se advertirá de manera evidente en el personaje de Carlos de la misma obra, Las adelfas, intelectual absorto en el cientifismo de la época, el cual dispone de otra oportuna cita teatral. Deseoso de ofertar a Araceli un recambio para su afecto, hace relación de posibles pretendientes parafraseando a Bretón de Los Herreros: Pues otro elige, son tantos… «Marcela o cuál de los cientos». ¿Quién te vio que no te quiera, Araceli? (Acto 2º, esc. II)
Curiosamente es la protagonista Araceli la que ofrece un rotundo anuncio a ese cientifismo, a través de la medicina, que recuerda las más tradicionales sátiras del Siglo de Oro a esta profesión. Otro personaje del drama, Rosalía, mujer no definida por los autores con demasiada simpatía ya que es la contrincante de la protagonista, maneja otra cita de claro acento clásico: … Tirso asegura que amor todo es coyuntura.
La tal Araceli, además de cargar con el personaje más complejo del drama, es una inteligente demiurga que afirma en la misma escena: … La vida tiene también sus muñecos de sorpresa, inopinados y algo absurdos, aunque luego –como en las comedias–, todo se explica.
Para insistir más adelante:
Vicente Viudes. Figurín para «La Malcasada». Don Juan de Lope de Vega; en versión de Manuel Machado, 1947. Museo Nacional de Teatro, Almagro.
Además, los caracteres sostenidos son un hecho en el teatro; en la vida el asunto es más complejo. (Acto 3º, esc. III)
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En 1933, y a petición de una encuesta efectuada por un periódico de Madrid, Manuel y Antonio exponen su teoría dramática en el llamado «Manifiesto de los Machado acerca del teatro», en donde parten de la importancia del teatro clásico (el español, sobre todo, aunque también incluyen a Shakespeare), el uso de monólogos y apartes, y una especial deferencia hacia el público, que consideran clave en la expresión popular de la escena. Estas opiniones ofrecen un especial interés, ya que se producen en un momento en el que los autores eran de sobra conocidos por el público, puesto que ya habían estrenado la mayoría de sus textos. Por eso tienen más notoriedad frases como la siguiente: «El público suele gustar de lo mejor, más de lo nuevo que de lo viejo, aunque por pereza, por inercia mental, y desconfianza de su propio juicio, tiende aplaudir lo viejo, lo que le recuerda algo ya aplaudido».2
La obra dramática El primer estreno de los Machado es Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel, el 9 de febrero de 1926, en el Teatro de la Princesa de Madrid, por la Compañía María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, actriz que dará nombre al citado Teatro de la Princesa. Un año después, Juan de Mañara, concretamente el 17 de marzo de 1927, y en el Teatro Reina Victoria. La compañía fue la de los prestigiosos Josefina Díaz Artigas y Santiago Artigas. El 22 de octubre de 1928, en el Teatro del Centro (hoy, Teatro Calderón), Lola Membrives y Manuel Soto estrenan Las adelfas. La misma actriz, pero con Ricardo Puga, interpreta La Lola se va a los puertos el 8 de noviembre de 1929, en el Teatro Fontalba. Menos de dos años tardan en volver a los escenarios madrileños: el 24 de abril de 1931, recién inaugurada la II República, Irene López Heredia y Mariano Asquerino estrenan La prima Fernanda en el Teatro Victoria. Finalmente, y en el Teatro Español, Margarita Xirgú y Alfonso Muñoz montan La Duquesa de Benamejí, el 26 de marzo de 1932. Y, como antes dijimos, hasta después de la guerra civil, en 1941, los Machado no volverían a figurar en las carteleras de Madrid. Fue con El hombre que murió en la guerra. Esta relación de obras y compañías nos lleva a resumir en tres puntos las características más notables de la actividad escénica machadiana: a) Los estrenos de los hermanos Machado llegaron a la escena después de un largo recorrido de ambos por la poesía, género en donde habían destacado desde muchos años antes. Manuel y Antonio han rebasado los 50 años (52 el primero; 51 el segundo) cuando se produce el primer estreno teatral. Nada tienen que aprender o demostrar. Sus ideas sobre el teatro han surgido de la experiencia.
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Antonio y Manuel Machado. Desdicha de la fortuna o Julianillo Valcarcel, Librería Fernando Fe, Madrid, 1926. Museo Nacional de Teatro, Almagro.
b) Dichos estrenos los llevaron a cabo las compañías e intérpretes más ilustres de la escena de su tiempo: María Guerrero, Josefina Díaz, Lola Membrives, Irene López Heredia y Margarita Xirgú, es decir, las mismas actrices que hacían las obras de Jacinto Benavente, Manuel Linares Rivas o Eduardo Marquina. Incluso, muy poco después, harán las de Federico García Lorca.
c) La crítica fue siempre positiva, incluso la de quienes no se prodigaban en elogios, como Enrique Díez-Canedo. En su reseña de Desdichas de la fortuna decía: «Los autores salieron al proscenio incontables número de veces»; y en la de Juan de Mañara: «Los versos de Manuel y Antonio Machado […] tienen lo que sólo se puede concentrar en un vocablo de que se abusa mucho: raza».3 El público respondía también a la expectativa que levantaban los conocidos poetas. El propio Antonio Machado rememoró años después el éxito de La Lola se va a los puertos.
Estos tres puntos nos definen a unos autores de prestigio, llegados al teatros en plena madurez artística y conocidos del público lector, y que experimentan la escena por ese prurito que dice que hasta que no se triunfa en la poesía dramática no se es del todo poeta. Llama la atención, en cambio, el escaso significado de estos autores en la escena inmediatamente posterior. Rara vez se ha repuesto alguno de sus títulos, y sólo el cine más fervoroso y nacionalista del primer franquismo lo llevó a sus pantallas.4
La escritura escénica Como la mayoría de los autores del momento, las obras de los hermanos Machado se estructuran en los tópicos tres actos, que amplían en algún caso a cuatro: concretamente en el primer drama, Desdichas de la fortuna, y en el último, El hombre que murió en la guerra, que además es el único escrito totalmente en prosa. El resto tiene el verso como forma de expresión total o parcial, lo que no deja de ser significativo en un tiempo en el que su presencia en los escenarios empezaba a cuestionarse. Las acciones principales se ofrecen, pues, en tres o cuatro grandes segmentos, y en un espacio referencial que permita los mínimos cambios de decorado, tal y como sucede en la escena del momento. De ese modo, la acción se obliga a pasar por el escenario, en vez de que sea éste el que busque la acción. Es la característica principal de la comedia convencional, al contrario de la que cultivaron autores más innovadores, como Valle-Inclán, el cual prefería un «teatro de escenarios». Y es, en
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definitiva, la técnica benaventina, modelo a seguir por la mayoría de los dramaturgos del momento. Los Machado, por ejemplo, reconocieron su «admiración sin límites» al autor de Señora Ama en la dedicatoria de Desdichas de la fortuna. Esta obra, Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel, repetimos que fue el primero de sus estrenos, y también la obra más versátil en cuanto a movilidad de la acción. Cada uno de sus cuatro actos tiene decorado propio, de manera que la fábula –como sucedía en la comedia del Siglo de Oro—busca su escenario natural. Es fácil que esta movilidad proceda de la propia acción del drama machadiano, que transcurre precisamente en el siglo XVII. De ahí que no sean pocas las nostalgias áureas que aparecen en él, como son estas letrillas y canciones: Agua te pide el sediento y no se la has de negar; lo que con ansia se pide se otorga por caridad. (Acto 2º, esc. II)
Así mismo, aparecen continuos apartes, procedimiento prácticamente en desuso en los años veinte. Esto, y el recuerdo continuo de la comedia áurea, con divisiones de los actos en cuadros que parcelan el desarrollo de la acción, remiten la obra a una especie de recreación romántica de la comedia española. La historia discurre desde el despacho del Conde-Duque a la casa de Teodora, de allí al Palacio del Buen Retiro y, finalmente, a la residencia del mismo Conde-Duque en Loeches. La unidad de tiempo se rompe de manera patente, como sucedía en las comedias áureas, pues entre el acto II y el III pasa un largo intervalo. En Juan de Mañara la acción se presenta en tres actos y dos decorados, medida mucho más cercana a la tradición. La escena simboliza de manera intencionada el regreso del vehemente protagonista al «jardín de una finca en los alrededores de Sevilla», en donde sucede el primer acto, al mismo lugar en el tercero, tras una apasionada aventura que transcurre en París (acto 2º). De esta manera, el decorado refuerza la melancolía del galán derrotado. Por otro lado, ese itinerario recuerda el de Don Juan Tenorio, en el drama de Zorrilla, que vuelve a Sevilla después de cinco años de huidas y silencios. De forma que lo que empieza siendo un moderno «ru-
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Antonio Machado. Juan de Mañara, Prensa Moderna, Col. Teatro Moderno, Madrid, 1927. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
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Antonio y Manuel Machado. Las adelfas, comedia en tres actos, en verso. Dibujos de José Machado, 1928 (Colección La Farsa). Casa Museo Antonio Machado, Segovia. Manuel y Antonio Machado. La niña de plata, adaptación de la comedia de Lope de Vega en tres actos y ocho cuadros. Dibujos de Barbero, 1929 (Colección La Farsa; 97). Museo Nacional de Teatro de Almagro. Hernani, versión y arreglo para la escena de Antonio y Manuel Machado y Francisco Villaespesa, 1928 (Colección La Farsa; 42). Museo Nacional de Teatro de Almagro. Antonio y Manuel Machado. La Lola se va a los puertos. Madrid, Ed. La Farsa, 1ª edición, 1929. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
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Manuel y Antonio Machado. La duquesa de Benamejí. Madrid, Ed. La Farsa, 1ª edición, 1932. Casa Museo Antonio Machado, Segovia. Manuel y Antonio Machado. La prima Fernanda: (escenas del viejo régimen), comedia de figurón en tres actos. Dibujos José Machado, 1931 (Colección La Farsa; 193). Museo Nacional de Teatro, Almagro. El condenado por desconfiado, adaptación de la obra homónima de Tirso de Molina realizada por Antonio y Manuel Machado, José López y P. Hernández, 1930 (Colección La Farsa; 145). Museo Nacional de Teatro, Almagro.
fián dichoso» se convierte en el retorno del pecador, bloqueado en sus mecanismos emocionales por culpa de unas tormentosas relaciones eróticas que, a diferencia del personaje zorrillesco, no lo llevará a la salvación. Todo ello sin obviar la enorme convencionalidad del movimiento escénico, lleno de personajes que entran en escena antes de que salgan otros con el fin de escuchar lo que éstos dicen (Beatriz oye, tras la reja, el final de la escena VIII del acto 1º). Las adelfas se ajusta de manera más precisa aún a los cánones del momento: el escenario juega el papel de principal referente de la acción; en el acto 3º, incluso, lleva la historia al lugar de los hechos rememorados en los dos anteriores. Con ello los autores consiguen una explicación a su técnica dramática, que no sólo presenta el espacio como lugar en donde contar acciones del pasado, sino que lleva a él la solución del problema de la protagonista. Más cercana a la comedia de acción se presenta La Lola se va a los puertos, con un decorado para cada uno de sus tres actos. Sólo La Duquesa de Benamejí la superará en dinamismo. Aquí, el itinerario emocional de la protagonista va acompañado de su correspondiente geografía: desde el cortijo de don Diego, Lola nos conduce al jardín de una venta sevillana y, de allí, al hotel, de cara al mar, donde embarcará la protagonista para alejarse de manera definitiva de su triste realidad. Ana Padilla ve cierto simbolismo en las ubicaciones de esos espacios, que van desde «Córdoba –cortijo–, Sevilla –colmao–, Puerto de San Lucas– hall de un hotel con el mar al fondo–, además de situarnos en un contexto literario de tradición costumbrista».5 La prima Fernanda no precisa más de dos decorados para plasmar, en sus característicos tres actos, la dificultad de un amor de ida y vuelta, imposible a la altura de las vidas de sus personajes. Como decíamos antes, La Duquesa de Benamejí es la obra más ágil de estos autores. Utiliza cuatro decorados para sus tres actos, ya que el último está partido en dos cuadros. De esta manera, los hechos se muestran de manera vivaz, a lo que acompaña el texto más romántico de los que salieron de la pluma de los Machado, y no sólo por la alternancia entre verso y prosa, sino también por la movilidad de la acción. De sala de palacete campestre pasamos a paisaje de la sierra, de allí a plaza del pueblo y, finalmente, a la cárcel. Todo ello con una sabia relación entre espacio y tiempo.
Los escritores Jacinto Benavente y Ramón María del Valle-Inclán, finales de los años 20. Agencia EFE.
El hombre que murió en la guerra plantea una abierta ruptura estilística con los anteriores textos, sobre todo por la absoluta presencia de la prosa. La fecha de composición que da Manuel («en esa misma época» de 1928) bien podría señalar el de una primera redacción, retocada quizá después. Hay un notable parecido en el decorado con Las adelfas, incluso una cita explícita de Salvador y Araceli,
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protagonistas de ésta, cuando Andrés recibe una carta de ellos (Acto 1º, esc. II). Las cuatro jornadas plantean un idéntico uso del decorado, pues la acción puede transcurrir perfectamente en el mismo lugar. Es una nueva demostración de que los personajes de estos autores (y, en general, de esta estética escénica) hablan más que actúan. Por eso la referencia entre acción y espacio es mucho más banal. El conjunto de la producción escénica de los hermano Machado, pues, produce la sensación de buen manejo de los elementos escénicos tradicionales. Así mismo, sus personajes se acomodan de manera adecuada al marco ambiental en donde se mueven: Julianillo irá a morir al palacio de su padre de donde salió; lo mismo que Juan de Mañara, a los jardines ahora tristes de su tío; Araceli va a buscar en el lugar de autos su definitiva ruptura con un pasado que condiciona todos sus pasos; a la Lola la seguimos hasta su despedida de España, en donde dejará algo más que un apasionado amor; como Fernanda, una especie de Lola de clase alta, que deberá regresar a Polonia de la cual salió sólo para justificar su comedia; Reyes muere cuando se disponía a salvar a su bandido amado, allí, en la propia y mísera cárcel.; finalmente «el hombre que murió en la guerra» regresa a casa para exhalar el último suspiro ante los suyos, y transmutarse en otra personalidad.
Los personajes dramáticos
Antonio y Manuel Machado sentados con un grupo de actores dirigiendo los ensayos de La Lola se va a los puertos, con Lola Membrives de pie y ellos a la izquierda. Archivo Alfonso, Archivo General de la Administración.
El teatro de Manuel y Antonio Machado conjuga de manera precisa los elementos escénicos con una carpintería teatral propia de su época. La aceptación del público explica que su dramaturgia estaba perfectamente diseñada para los cánones del momento. Sin embargo, el tiempo la ha relegado poco menos que al olvido, de la misma manera que lo ha hecho con buena parte de la producción de ese tiempo, incluso de autores mucho más reconocidos en el mundo del teatro que ellos. ¿Dónde está, pues, el misterio que confiere a una obra la condición de clásica y, como tal, la continua revisión por parte del público? Aunque no sea el momento de reflexionar sobre tan importante cuestión, el enigma puede partir de una suma de elementos que van desde la índole de las historias contadas hasta la propia naturaleza escénica. Las primeras, con personajes tan vehementes como increíbles; la segunda, por una espectacular evolución de las formas teatral, que ha envejecido de manera vertiginosa lo que ayer parecía nuevo.
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Si nos centramos en el primer caso, convendremos que los personajes machadianos son realmente peculiares. Como personajes dramáticos están poco alejados de esa galería de protagonistas que llenaban los escenarios del primer tercio del siglo, y que hacían las delicias de los intérpretes (los femeninos, sobre todo) tanto o más que las del público, que los veía sufrir hasta extremos increíbles. Es posible que el sufrimiento de esas criaturas sirviera de catarsis a una sociedad, como la española, tan dada a las tristeza del drama como a las alegrías del sainete. Los personajes machadianos carecen del mínimo de autenticidad que permite el escenario. Y no será por las continuas referencias técnicas que ofrecen los autores desde sus acotaciones sobre movimientos, actitudes e incluso aspectos psicológicos que ayuden a los actores a su interpretación. Recordemos una significativa didascalia de Las adelfas: (…Araceli contesta con una ligera inclinación de cabeza y permanece de espaldas al público viendo ir a Salvador. Al volver la cara hacia la sala es preciso que en ella se lea la impresión de alegría y simpatía que le ha producido la presencia de aquel hombre extraño […] Quizá sea ésta una pretensión excesiva de los autores. Tal vez no es posible expresar con el rostro sentimientos tan complejos. Haga, sin embargo, la actriz un esfuerzo en este sentido. Piense que ante la pantalla cinematográfica se vería obligada a esta expresión muda. Ayúdese, además, si quiere, con el gesto. Una ojeada al espejo, un movimiento de los labios que pronuncian un nombre, una
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Antonio Machado. «Sobre el porvenir del Teatro», Manantial, nº 1, 2 de abril 1932. Biblioteca Pública Provincial de Segovia.
palabra que no se oye; un gesto instintivo de alegría. Todo ello con mucha sobriedad, mientras cae el telón.) (Acto 1º, esc. XIII.)
Y esta otra de La Lola se va a los puertos: (… Por las respuestas de Don Diego a Rosario se comprende: primero, que estaba muy lejos de sospechar la verdad; segundo, que se ve clara su plancha; tercero, que, enamorado de Lola, va a reprochar a su sobrina su actitud, pero, comprendiendo los celos de ésta y por disimular los suyos, no lo hace; cuarto, que la conducta real de su hijo defendiendo a Lola le molesta mucho más que las torpezas o groserías que él le había supuesto, y quinto, que abraza decididamente la causa de Rosario, que es también la suya…) (Acto 1º, esc. XI.)
Antonio Machado. La Lola se va a los puertos. Acto 1, escena VII. Manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga.
Los actores, como podemos comprobar, tienen sobrada información técnica para sus interpretaciones. Sólo tienen que seguir las indicaciones de los autores. Pero no es ése el problema. Los Machado no pudieron remediar que las propias leyes de la dramaturgia operaran en su contra. Y aquí nos introducimos en la compleja
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relación entre personaje y acción, como único medio para comprender y calibrar las conductas de aquéllos en sus líneas argumentales. El amor es el principal vehículo activo de estos dramas. Sólo en El hombre que murió en la guerra aparece un tema de interés superior que desplaza desde el principio la relación entre Miguel y Guadalupe: el de la autenticidad de aquel Juan de Zúñiga desaparecido, que viene a recobrarla a través de la máscara de Miguel de la Cruz, personaje que ni siquiera figura en el Dramatis Personae. El amor de Guadalupe es una nadería al lado del conflicto casi existencial. El resto de obras de los hermanos Machado se basan en la elección por parte del protagonista (o la protagonista) entre dos amores que simbolizan distintas actitudes ante la vida. Julianillo ama a Leonor, pero debe casar con Juana, y muere por aquélla. La pasional y vidriosa relación entre Juan de Mañara y Elvira no puede ser rota por la aparente pureza de Beatriz, que no es la doña Inés zorrillesca que remedia el infierno al que se ve abocado el galán. Araceli, años después de la muerte de su marido, se debate entre el fantasma de aquél y la realidad de Salvador, único hombre que la puede «salvar», según manifiesta su simbólico nombre. Lola no ama a don Diego, que la adora, sino a José Luis, su hijo, con el que entra en conflicto permanente, aunque acabará con Heredia, su guitarrista, fiel compañero que pertenece a su misma condición social. Fernanda
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Carta de Pepe Romeu a Antonio Machado en la que le felicita por el éxito de «La Lola se va a los puertos» y le solicita poder representarla con su compañía, 1929. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
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ha regresado para conseguir a Leonardo, pero sufre el acoso de muchos otros hombres; a su vez, Leonardo debe de elegir, ya en plena madurez, entre una esposa a la que no ama y Fernanda. Lorenzo Gallardo (nuevo simbólico patronímico), el bandido que ama y es correspondido por la Duquesa de Benamejí, no logrará ese amor por obra de los celos de la gitana Rocío. No deja de ser curiosa la presencia, en varias de las obras de los Machado, del personaje ausente, que siempre tendrá una gran influencia en el desarrollo de la acción. Por ejemplo, Alberto, en Las adelfas, y, de manera mucho más compleja, Juan de Zúñiga, en El hombre que murió en la guerra. Éste es el cuadro sintetizado de los ejes dramatúrgicos de las obras dramáticas de los hermanos Machado. Son líneas del querer, obstaculizadas por acontecimientos (principalmente celos o diferencias sociales) que aparecen cargados con la más tópica teatralidad, y ayudadas por circunstancias (abnegación, fe, muerte) llevadas a extremos tan heroicos como inútiles. Todos esos elementos dramáticos están trazados con un desmedido ingenuismo, que ayuda y, a la vez, entorpece la solución del conflicto. Las historias de amor teatralizadas por los Machado recuerdan a las primeras que escenificó Valle-Inclán, también basadas en triángulos amorosos, amantes moribundos que enferman por amor (como Julianillo o Juan de Mañara) y mujeres de constancia inquebrantable (Lola, Fernanda, Reyes). Ellas, sobre todo, son seres de tan perfectos, imposibles. Lola es una estupenda utopía. Su reino no es de este mundo. Y por eso se va a América. En este drama son ellos los más conflictivos: Don Diego, José Luis y Heredia. Fernanda, con la que Lola guarda tanta relación, reúne todos los atractivos que el hombre puede imaginar: seducción, belleza, bondad. Tiene pretendientes que son capaces de romper cualquier obstáculo, pero no acepta ninguno de ellos: se va con el mismo misterio que llegó. La Duquesa de Benamejí va mucho más lejos: desprecia al apuesto Carlos, marqués de Peñaflores, por el amor casi sobrenatural de un bandido, aunque de noble gesto y restaurador de injusticias. Como el resto de los personajes machadianos, termina en el más absoluto de los hermetismos. Todos son inmutables: o buenísimos o marcados toda la vida por el desengaño, las leyes o equívocos irreparables. Por más que vea sufrir a sus padres, Juan de Zúñiga, convertido en Miguel de la Cruz, no soltará prenda. La imposibilidad de amar de Lola la conduce a una especie de crueldad erótica con Heredia, en una determinación mucho más discutible que aceptar el verdadero amor. Julianillo y Juan de Mañara engrosan la larga lista de muertos por amor en los escenarios, lista en la que bien podemos apuntar a Reyes. Y si éstos mueren por amor, Araceli llega a él justamente por la muerte de su amor (su marido), al tiempo que coloca su fama en el lugar que le corresponde. Lola y Fernanda juegan a la resignación, ya que la muerte no puede entrar en sus cálculos.
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Carta de Lola Membrives a los Machado felicitándoles por «La Lola se va a los puertos», 1926. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos. Carta de Cipriano Rivas Cherif a los Machado en la que les solicita el envío del final de la obra «La Duquesa de Benamejí», enero de 1932. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
Este breve repaso de la actividad escénica de los personajes machadianos nos lleva a evaluar una serie de aspectos poco o nada considerados por la crítica, entre otras razones, por absoluta falta de interés. Por ejemplo, la presencia de una técnica dramática acorde con la época que vivieron sus autores, poco imaginativa, convencional, y alejada de cualquier atisbo de innovación. Por ejemplo, la caída en una serie de trampas estilísticas, que refuerzan conductas pueriles en sus personajes, y pueblan de sensiblería lo que hubiera podido ser genio popular. Estamos ante conflictos generados por una trasnochada ambientación escénica, más que por la naturaleza de sus personajes. Quizá tengamos aquí algunas de las causas de la difícil presencia de los Machado en los escenarios y en tiempos posteriores. Más que por la naturaleza de los conflictos son las historias las que se resienten de credibilidad en sus personajes. Estamos hablando, en suma, de verosimilitud.
Poesía en el teatro de los Machado Tal y como hemos visto en los epígrafes anteriores, es evidente que la dramaturgia machadiana participa de las características generales del teatro de la época. Y si eso se produce en los aspectos puramente técnicos antes señalados, mucho más lo hace en el lenguaje literario, sobre todo, en cuanto a la adopción del verso como procedimiento expresivo. Aunque a finales de los años veinte, tales formas poéticas se encontraban en vías de extinción, todavía aparecían numerosos dramas de este género que calaban en el gusto del espectador. Las obras de Eduardo Marquina, por ejemplo, triunfaban de manera evidente ante un público que todavía gustaba de «oír la comedia». Tenemos también el caso de García Lorca, que en 1927 estrena Mariana Pineda, escrita totalmente en verso. Bien es cierto, no obstante, que el poeta granadino necesitó muy pronto del realismo de la prosa para acercarse al espectador con sus grandes dramas rurales; una prosa, todo hay que decirlo, cargada de poesía. Benavente, que en su día reclamó la presencia de los poetas como renovadores del teatro,6 nunca utilizó el verso (salvo contadas excepciones) puesto que buscaba siempre ponerse en el mismo nivel del público. Por eso los Machado, poetas principalmente, sobradamente conocidos en todo el país como tales, hicieron el teatro poético que de ellos esperaba el espectador. No podía ser de otra forma. La única obra en prosa que produjeron tuvo que esperar otro momento para poder estrenarse. La penúltima de ellas, La Duquesa de Benamejí, alterna el verso con la prosa, lo que es ya indicio de un empezar a traspasar los límites de la convención de la poesía dramática.
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Y es el elemento poético el que define el primer rasgo de inconveniente expresivo que hoy encontramos en el teatro de los Machado. Un teatro que dejó de ser poema dramático sometido a las leyes de la retórica para convertirse en instrumento de aproximación al público de cada época. Cuando estos autores estrenaban, Valle-Inclán había dicho adiós a sus románticas veleidades modernistas para abocarse en unos desconocidos y entonces irrepresentables esperpentos; Jacinto Grau exponía El señor de Pigmalión (1923) en París, con dirección de Charles Dullin, y García Lorca empezaba a experimentar formas escénicas surrealistas. Pero el ejemplo de Villaespesa y Marquina enlazaba con la tradición del teatro poético, mientras un jovencísimo Pemán parecía optar a ser el nuevo eslabón del género con El divino impaciente (1933). En ese sentido hay que entender los referentes ambientales de los hermanos Machado y buena parte de sus intenciones estilísticas. La dedicatoria «al creador de todo un teatro» con que homenajean a Benavente en la edición de Desdichas de la fortuna, junto a las citadas ironías sobre Pirandello en Las adelfas, explican el resto. El elemento poético, por otro lado, no impide el mecanismo técnico, ya que los Machado añaden en sus obras numerosas acotaciones explícitas, muy próximas a las notas de los directores de escena. Algunas hemos visto con anterioridad. De manera que la escritura en verso no tiene nada que ver con el lenguaje escénico propiamente dicho, como bien demostraron autores de la talla del contemporáneo Paul Claudel, tan innovador en textos como en técnicas escénicas. La relación del teatro con la poesía, tan evidente para nuestros autores, la manifiestan de manera concreta, y no poco irónica, en el texto de La prima Fernanda. En el acto 1º, escena IV, le dedica una graciosa reflexión, a propósito de los poetas prolíficos en demasía. La propia Fernanda informa de una «máquina / de hacer versos, que ha inventado / un Müller de Pomerania»,7 verdadera «lotería de palabras», por la que se dice poco menos que cualquiera puede escribir poesía. Por dicha máquina: Sin saber leer ni escribir se hace un poeta de fama. Por un mecanismo fácil, tres, cuatro, cinco palabras salen a la par del bombo, donde revueltas se hallan todas las del Diccionario,
Carta de Jacinto Benavente a los Machado lamentando no haber asistido al homenaje, 1929. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
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y algunas aún no aprobadas por la Academia. Una vuelta, un lote, un verso, no falla; más largo o más corto, eso hoy no tiene importancia. Diez, doce vueltas, diez, doce versos: la estrofa mecánica. Si, por ingrato capricho del azar, sale entre tantas combinaciones alguna oración lógica y clara, ese lote vuelve al bombo, y a repetir la jugada.
No podemos decir lo mismo del léxico popular que utilizan sus personajes, tan brillante como poco real, cosa que demuestran, sobre todo, los personajes que se acercan o conviven con las clases bajas, como son los de La Lola se va a los puertos o los bandidos de La Duquesa de Benamejí. Sin embargo, dicho elemento popular nunca significa que caigan en tópicos folkloristas, propios de melodramas de léxico andaluz. Los personajes no hablan como los de los otros hermanos dramaturgos andaluces, los Álvarez Quintero, sino que manejan un castellano lleno de pureza. Es ésta una diferencia que juega siempre a favor de los Machado.
A modo de conclusión Podemos convenir que el éxito del teatro de los hermanos Machado en su tiempo hay que encontrarlo en la perfecta integración de los modos y usos de la escena de su tiempo, a la que sirvieron desde esa vertiente poética, tan de moda, y que era justamente la que el público esperaba de ellos. Frente a sus compañeros de generación, los Machado escriben un teatro convencional, nada innovador, enraizado en la tradición de la comedia española; un teatro de monólogos y apartes, conectado con la línea poética tan del gusto de los intérpretes españoles del momento, por las posibilidades de lucimiento que ofrecía la brillantez y ampulosidad del verso; y un teatro que nunca regateó elogios de la técnica benaventina, dejando claras sus ironías sobre todo tipo de modernidades escénicas. Como la mayoría de los autores de su época, los Machado compusieron una serie de personajes, femeninos sobre todo, de gran vigor y atractivo, a medida de las importantes actrices de la época. Lo que les llevó a caer en una serie de trampas estilísticas que se ven en las conductas pueriles de sus personajes, y que pueblan de sensiblería lo que hubiera podido ser genio popular.
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Ugalde. Caricatura de Manuel Machado, 1940. Museo Nacional de Teatro, Almagro. página siguiente>> Victorio Macho. Ramón María de Valle-Inclán, 1929. Real Fundación de Toledo-Museo Victorio Macho.
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Notas al texto 1. Mariano de Paco. «El teatro de los Machado y Juan de Mairena», en Homenaje al profesor Muñoz Cortés, Universidad de Murcia, 1976, pág. 472, nota 27. 2. Miguel Pérez Ferrero recoge el «Manifiesto» en Vida de Antonio y Manuel Machado, Madrid, Espasa Calpe, pág. 161 y siguientes. Sobre la teoría dramática de los Machado ver también Los hermanos Machado y el teatro (1926-1932), de Alberto Romero Ferrer, Sevilla, Diputación Provincial, 1996. 3. Enrique Díez-Canedo. Artículos de crítica teatral. El teatro español de 1914 a 1936, I. El Teatro Poético. Joaquín Mortiz, México, 1968, pág. 140 y 142.
4. Concretamente, dos fueron las películas que se rodaron con gran éxito en los años cuarenta: La Lola se va a los puertos (1947), dirigida por Juan de Orduña, con Juanita Reina, Manuel Luna y Ricardo Acero en los papeles principales; y La Duquesa de Benamejí (1949), de Luis Lucia, con Amparo Rivelles, Jorge Mistral y otra vez Manuel Luna, en el trío protagonista. 5. Ana Padilla, Introducción a La Lola se va a los puertos, Madrid, Biblioteca Nueva, 1998, pág. 16. 6. «¡Poetas de España, yo, que daría todas mis obras por un soneto de los vuestros, os lo digo con toda la verdad de mi amor a la poesía: venid al Teatro!». Esta frase la escribió Benavente en un artículo de 1907, citado por Mariano Miguel
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de Val en «Los poetas en el teatro», en Jesús Rubio Jiménez, El teatro poético en España. Del modernismo a las vanguardias, Universidad de Murcia, 1993, pág. 28. 7. Dámaso Chicharro Chamorro sugiere que los Machado se refieren al poeta alemán Wilhelm Müller (1794-1827), «autor de numerosas composiciones poéticas como las dedicadas a Grecia sublevada contra los turcos, que causaran gran impacto en la Alemania de entonces». En la edición de La prima Fernanda y La Duquesa de Benamejí, Madrid, Austral, 2006, pág. 184, nota 13. Chicharro recuerda que la tal «máquina de hacer versos», es una ironía concreta de Antonio Machado, ya descrita en su Juan de Mairena.
La poesíaMachado, de Antonio Antonio periodistaMachado en la prensa soriana José María Martínez Laseca
El 17 de abril de 1907 se publicaba una Real Orden, del día anterior, por la que se venía a nombrar oficialmente a don Antonio Machado Ruiz como catedrático numerario de la asignatura de francés del Instituto General y Técnico de Soria. La primicia informativa no tardó mucho en difundirse en la pequeña capital de provincia, puesto que ya el bisemario Tierra Soriana del día 25, informaba: «ha sido nombrado por oposición Catedrático numerario de la clase de francés, D. Antonio Machado Ruiz».1
Sabemos que, como consecuencia de lo anterior, Antonio Machado se allegaba hasta la recoleta ciudad en el tren que, procedente de Madrid, cumplimentaba el trayecto mediante la línea Torralba-Soria. Dos gestiones condicionaban su visita. La primera, el problema de alojamiento durante su estancia, lo que solventó, nada más llegar al centro desde la estación de San Francisco, mediante ajuste con don Isidoro Martínez y doña Regina Cuevas, dueños de la pensión de El Collado, 54. J. Laurent. Puente de la Biblioteca. Línea Ferroviaria MadridZaragoza a su paso por la provincia de Soria, 1863-64. Archivo Ruiz Vernacci, IPHE, Ministerio de Cultura.
La segunda, la formalización de su toma de posesión, que tramitó ante don Gregorio Martínez Martínez, director del Instituto y catedrático de latín, de lo que dejó constancia expresa su secretario y catedrático de lengua y literatura castellana, don Juan Gil Angulo, el miércoles 1 de mayo.2
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Resueltos ambos asuntos, y revisados tanto el casco urbano como el paisaje circundante, don Antonio retornaba en el tren de la noche del domingo 5 de mayo a Madrid, donde pasará el verano. Hasta el 22 de septiembre no regresará a Soria, de forma definitiva, para atender sus nuevos cometidos. Otra vez más lo advertía el periódico Tierra Soriana, cuando anotaba: «Hemos tenido el gusto de saludar a nuestro amigo D. Antonio Machado, distinguido poeta y profesor de Francés del Instituto General y Técnico de Soria, que viene a comenzar las tareas del curso».3 En realidad, venía a formar parte del tribunal que examinaba a los alumnos con asignaturas pendientes, puesto que la apertura solemne del curso académico 19071908 tendría lugar, según lo acostumbrado, el 1º de octubre. Por todo ello, Antonio Machado quedaba vinculado ya, en su actividad docente como profesor y, también, en su condición de vecino, a la ciudad de Soria. Su componente intelectual no tardaría mucho en ponerse de manifiesto. Antes de llegar a Soria, Antonio ya era un poeta consagrado. Había publicado su libro Soledades (1903) y al poco de su incorporación iba a aparecer Soledades. Galerías. Otros poemas (1907), en el que con cierta urgencia se incluía el poema «Orillas del Duero», donde ya se perciben sus primeras impresiones afectivas sobre la tierra soriana.4 Mas, no pretendemos, en este caso, introducirnos en la obra del poeta universal que sabe transmitirnos su voz emocionada con unas cuantas palabras verdaderas por profundas y sencillas, sino que, frente al tópico establecido, vamos a intentar aproximarnos al otro Antonio Machado reflexivo, menos conocido y con inclinaciones ciertamente filosóficas, que se nos muestra como un prosista original. Para ello nos adentraremos en su faceta de colaborador en la prensa de la época y más concretamente en la pequeña prensa de provincias, fundamentalmente la de Soria.
Machado, periodista temprano e intermitente Bien podemos decir que la afición periodística de Antonio Machado es madrugadora. Ya, con motivo del estreno de Entre el amor y la sangre del poeta granadino Antonio de Zayas, Antonio y Manuel Machado ejercieron la crítica en aquellos «periodiquillos» que iban de mano en mano. Su primer artículo propiamente dicho: «Algo de todo. Afición taurina», apareció publicado el 16 de julio de 1893 en la revista La Caricatura, lanzada por Enrique Paradas. Allí, Antonio Machado firmó crónicas sobre temas de actualidad con el seudónimo de «Cabellera»
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y otros escritos bajo el apelativo de «Tablante y Ricamonte» cuando lo hizo junto con su hermano mayor.5 Aunque tras estos primeros tanteos, Antonio Machado nunca ejerciera con asiduidad la prosa periodística; no obstante, se puede comprobar su intermitente contribución en los grandes diarios y revistas de su época como Electra (1901), Helios (1903), El País (1904), La República de las Letras (1905), Mundial Magazine y La Tribuna (1912), La Lectura (1913, 1915), Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (1915), Alfar y Mundo Nuevo (1917), Índice (1920), El Sol (1920,1934), Revista de Occidente (1925), Gaceta Literaria (1928, 1929, 1930), ABC (1929), El Imparcial (1930), Diario de Madrid (1934, 1935), Ahora (1936, 1937), Servicio Español de Información (1937), Hora de España (1937-1939), España. Portavoz del Tercer Cuerpo de Ejército (1938), Nuestro Ejército (1938) y La Vanguardia (1938, 1939). Pese a lo llamativo de la relación, debemos insistir –con José María Díez Borque–, en que, excepto la asiduidad con que publica sus prosas en La Vanguardia –Sección de «El mirador y la guerra»– y en Hora de España, el resto de sus colaboraciones en publicaciones periódicas aparecen de forma aislada y totalmente excepcional.6 Que, incluso, cuando se propuso dar vida a una sección fija, cual es el caso de «Los trabajos y los días» en El Sol (1920), no pasaron de cinco las notas que envió. Por lo que podemos afirmar que Antonio Machado no ejerció como articulista de periódico con la frecuencia que lo hicieron la mayoría de sus contemporáneos intelectuales, ni para practicar el comentario literario, ni el político, a no ser entre 1938 y 1939, cuando lo juzgó un deber, a la par que la puesta en práctica de la única actividad posible para él en las trágicas circunstancias por las que atravesaba España. Aún cabe añadirse que esta afición periodística le viene a Antonio Machado de larga tradición familiar. Su padre, Antonio Machado Álvarez (1846-1893), catedrático auxiliar de Filosofía del Derecho en la Universidad de Sevilla, conocido con el seudónimo de Demófilo, fue fundador y director de la revista El Folklore Andaluz. Su abuelo, Antonio Machado Núñez (1815-1896), catedrático de Filosofía, llegó a ser además Gobernador de Sevilla y fundó la Revista de Filosofía,
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Antonio Machado. «Nuestro Patriotismo y La marcha de Cádiz». La Prensa de Soria, p. 3, 2 de mayo de 1908. Biblioteca Pública de Soria.
Literatura y Ciencias, en la que colaboraron Nicolás Salmerón, Francisco Giner y otros progresistas. Y su bisabuelo, José Álvarez Guerra (1770-1845) –que en 1836 ocupó el cargo de Gobernador Civil de Soria–, publicó en el Boletín Oficial de Soria un prospecto titulado «Unidad simbólica y destino del hombre en la tierra o filosofía de la razón por un amigo del hombre», anticipando la doctrina de la esencial heterogeneidad del ser que expondrá años después el heterónimo machadiano Abel Martín.7
Soria. Colegio de los Jesuitas (actualmente IES Antonio Machado). Archivo Histórico Provincial de Soria.
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En la pequeña prensa de provincias Partimos del hecho de que las más numerosas y conocidas colaboraciones de Antonio Machado vieron la luz en las grandes rotativas del momento y, sin embargo, debido, acaso, a su afán de educador popular, tampoco dejó el poeta de escribir en la pequeña e íntima prensa de provincias de ciudades en las que fue ejerciendo su magisterio, incluso tras haber dejado de residir en ellas. De este modo fue quedando impresa la huella de su pensamiento e inquietudes en La Prensa Soriana, Tierra Soriana, El Porvenir Castellano y La Voz de Soria, en cuanto a los periódicos de la provincia de Soria se refiere y que constituyen el eje primordial de nuestro trabajo. También de sus siete años de estancia en Baeza, «nido de gavilanes» (1912-1919), queda verificada su prosa periodística en las páginas del semanario Idea Nueva (11 de febrero de 1915: «Para el primer aniversario de Idea Nueva» y 23 de febrero de 1915: «Don Francisco Giner de los Ríos»). Pese a ello, Antonio Machado, en carta que desde Baeza, en junio de 1913, dirige a Miguel de Unamuno se queja de que en ese lugar no existe la intensa actividad periodística que encontró en Soria. y tras comunicarle que «en el próximo número de La Lectura verá V. un artículo dedicado a su libro «Contra esto y aquello», le confesaba: He dedicado mucho tiempo a leer y comentar sus libros. Toda propaganda de ellos me parece poca. En Soria fundamos un periodiquillo para aficionar a las gentes a la lectura y allí tiene V. algunos lectores. Aquí no se puede hacer nada. Las gentes de esta tierra –lo digo con tristeza porque, al fin, son de mi familia– tienen el alma absolutamente impermeable.8
Así mismo, de su paso por Segovia (1919-1931) queda constancia tanto en las páginas de El Adelantado de Segovia, como en las de La Tierra de Segovia (19191922), dado que se recogen noticias de su llegada a la ciudad y se insertan poemas suyos. Además, Antonio Machado deja la impronta de su quehacer periodístico estimulando la revista Manantial (1928-1929), órgano de expresión de la tertulia poética del Café La Unión, en cuyo número 1 de abril de 1928, primera y segunda páginas, publica su ensayo «Sobre el porvenir del teatro», donde manifiesta su concepción del arte dramático. Al igual que en otro ejemplar de la pequeña prensa provinciana como Heraldo Segoviano, el 2 de marzo de 1930, con su necrológica: «En la muerte de Julián Otero».9
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Antonio Machado, periodista en Soria Como decíamos al inicio, la Soria que se encontró Antonio Machado era todavía una ciudad que se mantenía en un pasado tradicional e inveterado. Muerta ciudad de señores, heroica y ascética, aunque con la magia aledaña de la hoz del Duero, río que marcaba su trazo especial al paisaje. En esta ciudad castellana, triste y callada, en donde ahora discurre su vida, con los campos yermos, que son como una exhortación a la serenidad y a la espiritual entereza, el poeta encuentra el paisaje acorde con su alma meditativa. En diciembre, Machado se traslada a otra pensión en la calle Estudios, 7; la que regenta Isabel Cuevas, porque su anterior patrono, Isidoro Martínez, cuñado de ésta, tuvo que trasladarse a San Pedro Manrique. Se le ve inmerso en su tarea profesoral, caminante en su tiempo libre, con ese aire pensativo, silencioso y soñador, distraído y lento. Mientras los demás hablan ruidosamente sobre los divanes, él calla y sueña. Sus mayores contactos se producen significativamente entre los sectores progresistas de la ciudad. Con los intelectuales que enlazan con una pequeña burguesía, en general de afanes republicanos, y que pretenden ser cuarteadores del sistema político vigente en el que apenas existía conciencia de proletariado. Compañeros de claustro, como Federico Zunón; de pensión como el médico Mariano Íñiguez, viejos conocidos como Manuel Hilario Ayuso y sobre todo con José María Palacio, con el que mantiene una relación muy estrecha. Toda esta serie de personajes fundamentales interrelacionados con Machado tienen una marcada vinculación con los periódicos del momento. Corría 1908 cuando salió a la luz el número extraordinario de La Prensa de Soria al 2 de Mayo de 1908, para conmemorar el centenario de la guerra de la Independencia, que fue impreso con tipografía de El Avisador Numantino, Noticiero de Soria y Tierra Soriana. En él que colaboraron las mejores firmas sorianas y los redactores de todos los periódicos locales. En su tercera página aparece el primer artículo periodístico firmado por Antonio Machado con el título de «Nuestro patriotismo o la marcha de Cádiz». Aquí Machado parece haber sentido la responsabilidad que tiene el periodista, y que se cierne también sobre los afanes del educador. De ahí ese tono docente de vulgarización de una guerra heroica, donde ya se detectan las primeras avanzadas de la postura crítica y noventayochista. Así se evidencia en expresiones programáticas como «Luchamos por libertarnos del culto supersticioso del pasado», que equivale a la doble llave del sepulcro del Cid en palabras de Joaquín Costa, o «Somos los
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hijos de una tierra pobre e ignorante, de una tierra donde todo está por hacer», que traduce el escuela y despensa que recetaba para España el regeneracionista aragonés. Por ello exige cultura y trabajo: Sabemos que no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra; que no basta vivir sobre él, sino para él; que allí donde no existe la huella del esfuerzo humano no hay patria, ni siquiera región, sino una tierra estéril.11
Y aparecen imágenes que Machado ha de utilizar más adelante en Campos de Castilla. Esos «calcáreos montes, hoy desnudos», «esos parajes sombríos y desolados», etc., en los que se observa lo profundamente que penetraban en Machado el paisaje de Soria y la ciudad misma. Antonio Machado siente como en su interior se está fraguando el gran amor hacia la dulce niña Leonor, la hija de su patrona, que le está cambiando su vida. No tardará en hacerse pública la fecha de la boda: el 30 de julio de 1909, en la iglesia de Santa María La Mayor. En sus vísperas, el 17 de julio, el profesor-poeta pronunció una charla sobre «La poesía y la moral en relación al pueblo» en la Sociedad de Obreros de Soria. Y expuso allí algunas de sus consideraciones en relación con la poesía al decir: Para sentir y comprender la poesía es condición indispensable despojarse de toda idea de utilidad. Las ideas de lucro y de poesía se repelen; así que en esta atmósfera de utilitarismo en que se mueve la humanidad, la poesía o es algo muy alto que está por encima de lo que nos rodea o, como no sirve ni debe servir para comer, está muy por debajo de todo. Es una cuestión de apreciación personal.12
La boda entre Antonio y Leonor se celebró por el párroco Isidro Martínez, con doña Ana Ruiz, madre del novio, como madrina y don Gregorio Ruiz, tío de la novia, como padrino. La diferencia de edad entre los pretendientes ocasionó algunos altercados que también recogió la prensa. Y aunque partieron en viaje de luna de miel hacia Cataluña, tuvieron que desviarse a Fuenterrabía al producirse
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Antonio Machado. «Crítica», La Voz de Soria, portada, 15 de septiembre de 1922. Biblioteca Pública de Soria.
la Semana Trágica. A su retorno se instalaron a vivir en la pensión de la calle Estudios. En octubre, con la apertura oficial del curso 1910-1911 y a iniciativa de Manuel Hilario Ayuso, se rinde homenaje a la memoria del sacerdote y filósofo Krausista Antonio Pérez de la Mata, quien fuera profesor y director del Instituto. Allí, con la presencia de los alumnos y frente a las fuerzas vivas provinciales y locales, Antonio Machado, vuelve a pronunciar unas palabras de denuncia que nos resultan conocidas. De nuevo es el espíritu regeneracionista el que clama en su preocupación por España, por la presencia de los valores educativos, con claras ansias de renovación cuando expresa: En una nación pobre e ignorante –mi patriotismo, señores, me impide adular a mis compatriotas– donde la mayoría de los hombres no tienen otra actividad que la necesaria para ganar el pan, o alguna más para conspirar contra el pan del prójimo; en una nación casi analfabeta, donde la ciencia, la filosofía y el arte se desdeñan por superfluos, cuando no se persiguen por corruptores; en un pueblo sin ansia de renovarse ni respeto a la tradición de sus mayores; en esta España, tan querida y tan desdichada, que frunce el hosco ceño o vuelve la espalda desdeñosa a los frutos de la cultura, decidme: el hombre que eleva su mente y su corazón a un ideal cualquiera, ¿no es un Hércules de alientos gigantescos cuyos hombros de atlante podrían sustentar montañas?13
Como colofón a su discurso, dirige unas palabras a los niños que, sin duda, personifican el futuro y les anima a regenerar lo podrido, mediante las armas más adecuadas como son la cultura y el amor. Así les dice: Vuestro mañana acaso sea un retorno a un pasado muerto y corrompido. Para que vosotros representéis la aurora de un día claro y fecundo, preciso es que aprestéis por el trabajo y la cultura a aportar al tesoro que os legaran las generaciones muertas, la obra viva de vuestras manos.
A primeros de octubre, Antonio Machado realiza una excursión para conocer la fuente del Duero, que le conduce hasta la Laguna Negra. Ello constituirá la materia de inspiración de su dramático romance «La tierra de Alvargonzález», donde quedará reflejada su idea del cainismo.
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Corresponsal de Tierra Soriana en París Pero las satisfacciones no van a venir solas ya que a finales de año Machado recibe la noticia de que le ha sido concedida una beca de la Junta de Ampliación de Estudios para estudiar filología en Francia. Así que, después de Reyes, parte con su esposa Leonor a París. En su ausencia de Soria, surgía la polémica. José María Palacio reproducía en primera de Tierra Soriana el poema «Por tierras del Duero» –luego «Por tierras de España» (XCIX)–, donde el poeta incide en su línea más crítica –con una serie de poemas broncos– en la que se plasma al campesino soriano como un hombre fiero y esclavo de los siete pecados capitales y cuyo escenario es un trozo de planeta por donde cruza errante la sombra de Caín. De ahí las desorbitadas protestas desde El Ideal Numantino y sobre todo del Noticiero de Soria, tocados en su patriotismo chico de sorianos. Desde París, Antonio Machado actúa como «El corresponsal» de Tierra Soriana. Pero sus colaboraciones no fueron tan frecuentes como se prometían, ya que se vieron reducidas a tan sólo dos crónicas. La primera –fechada el día 13– se publica el 21 de marzo de 1911 y se centra en comentar el acontecimiento que supone el estreno del nuevo drama de Paul Bourget, quien basa sus creencias en que la unidad social no se sustentaba en el individuo, sino en la familia, en consonancia con «esa brillante pléyade de pensadores [...] que constituyen en Francia, acaso la expresión de la más alta intelectualidad» y a la que él pertenece. Para finalizar diciendo, tras hacer alusión a los hombres que forjaron la Revolución francesa: Pero nos interesa mucho conocer, hoy que nuestra política sigue fielmente los giros de la política francesa, lo que piensan en Francia los hombres cuyo pensamiento merece tomarse en cuenta, que no son, precisamente los hombres políticos.
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Antonio Machado. «Discurso pronunciado con motivo del homenaje a D. Antonio Pérez de la Mata», Tierra Soriana, portada, 4 de octubre de 1910. Biblioteca Pública de Soria.
Su segunda –y última– crónica de París, está fechada el 31 de marzo y aparece publicada en la primera de Tierra Soriana el día 4 de abril. En ella Machado realiza unas meditadas consideraciones sobre nuestro habitual desatino a la hora de juzgar a las gentes de otros países utilizando tópicos simplificadores que derivan en que se nos mida a nosotros con el mismo rasero. Por eso señala de los franceses: Es en vano que pretendáis convencer a esas gentes de que en España no existen ya inquisidores y autos de fe, ni hidalgos de gotera; es en vano decirles que la mayoría de los españoles no somos toreros, ni bailadores, ni guitarristas.
Y advierte de nosotros: «Para la mayoría de los españoles y sudamericanos París es sencillamente la ciudad del placer y de la pornografía», para concluir sentenciando: «He aquí una creencia absurda que encierra una enorme injusticia y una gran ignorancia».14 El hecho de que José María Palacio, redactor-jefe de Tierra Soriana, dimitiera y abandonara la publicación el 9 de mayo de 1911 parece justificar la interrupción de las crónicas desde París de «El Corresponsal» y que el silencio en torno a la figura de Antonio Machado se apoderara de sus páginas, mientras que sí siguieron haciéndose eco de sus andanzas otras publicaciones.15 Pese a vivir Antonio y Leonor, entre enero y julio de 1911, sus más felices días en París, la súbita hemoptisis brutal de Leonor los interrumpe. Obligada a permanecer ingresada durante cincuenta y cinco días en un sanatorio francés, el matrimonio no podrá regresar a Soria hasta mediados de septiembre.16
El Porvenir Castellano: Machado enjuicia a sus contemporáneos Soria. Plaza de Herradores, h. 1910. Archivo Histórico Provincial de Soria.
A finales de abril de 1912, Tierra Soriana, desaparece del ámbito de la prensa local. Leonor sigue muy enferma. Para aliviarla, su amante esposo la pasea en una silla de ruedas por el camino del Mirón. E invoca para ella en su poema «A un olmo seco» (CXV) el milagro de la primavera generadora de vida.17 Pero las cosas no mejoran y Antonio no se separa de su lado. Un soplo de alegría irrumpirá con la edición de su libro Campos de Castilla, un poemario que acapara la atención
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cultural de Madrid y que hace que Soria se incorpore como referente al mundo de las letras. «¡La fundación de un periódico es mucho más importante que la constitución de un comité político o la reunión de unos cuantos elementos sociales!». Y este pensamiento machadiano iba a hacerse realidad el 1 de julio de 1912 con el nacimiento de El Porvenir Castellano, en cuya cabecera resuena la inspiración del poeta. Los hermanos Reglero Pérez ponían la imprenta, José María Palacio se encargaba de dirigir y redactar el bisemanario en el que colaboraban Virgilio Soria, poeta y el oficial del cuerpo de estadística Anselmo Sanz. En su primer editorial, «Por qué y para qué nacemos», Palacio señalaba: Miraremos de frente al porvenir, pero no desdeñamos lo bueno del pasado, pues de malo y bueno ha habido en él. [...] Juzgaremos los actos y los hechos de los hombres con alto espíritu de crítica, bien lejos de toda contienda de carácter personal, porque en esto han sido para nosotros, pasadas intervenciones activas en la prensa local, escuela de desengaños.
La colaboración de Machado con su entrañable amigo Palacio en El Porvenir Castellano se comprueba en sus páginas desde el primer momento. Él es quizás el único escritor de su época que mantuvo amistad con todos. Y consideró a los integrantes de su generación como factores de progreso y renovación, hacia una España nueva, ideas éstas de las que él mismo participó. Tal vez por eso, la crítica literaria que realiza Machado no se pierde en el análisis de las formas, sino que apunta más alto, hacia las explicaciones últimas desde su voluntad y vocación de filósofo, pero con una clara conciencia del sentido, función y límites de la cultura. En este contexto, encontramos en El Porvenir Castellano cuatro reseñas de sus contemporáneos escritores que se le atribuyen.18 La primera referida a don Miguel de Unamuno. Conocidas nos resultan las relaciones entre ambos y la admiración que sentía Machado por el que consideraba su maestro. De ahí su elogio sentido: Si echáis una ojeada a la intelectualidad contemporánea española en toda ella descubriréis la huella de D. Miguel de Unamuno. Su espíritu poderoso ha sellado a su tiempo. Muchos llevan la enseñanza del maestro bajo la frente y el corazón; otros la llevan como la marca de hierro candente, en las espaladas. Este gran inquietador de espíritus, este gran flagelador de la modorra nacional, es sobre todo y antes que todo un egregio poeta, en el alto sentido de la palabra, el descubridor de un nuevo ritmo para las ideas, no para las palabras. 19
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La siguiente se refiere a José Martínez Ruiz, Azorín del que señala la fuerza positiva de su estilo, revestido de equilibrio y aún de frialdad: Es Azorín el más sutil de nuestros escritores contemporáneos. Su estilo es invisible, como un cristal de absoluta transparencia cuando no se convierte en un espejo mágico y encantado. Tiene una visión serena de las cosas. Se le ha acusado de frialdad. Nada más injusto. Azorín es ferviente, cordial, apasionado; pero sabe imponerse la medida, la concisión y la justeza como férreas disciplinas.20
La tercera referencia, muy escueta, es para Valle-Inclán, con el título de «Pío Baroja juzgado por D. Ramón del Valle Inclán», donde se incluye un comentario de este último sobre La Casa de Aizgorri. De él nos dice: Valle Inclán es uno de los autores contemporáneos que más brillo han dado al habla castellana, por su estilo, limpio como un crisol diamantino, por su pureza y por su casticismo que nadie ha superado.21
También Pío Baroja, merece la consideración de Antonio Machado. Como el más grande novelista español contemporáneo y creador de la novela moderna: Baroja no es un literato en la acepción directa y restringida de esta palabra. Es un hombre original que observa la vida y la pinta en novelas sin artificio, sin invención novelesca, en documentos de vida. Baroja siente un gran desprecio por la forma externa, por la técnica literaria, por la preceptiva. Escribe como piensa y anota cuanto ve.22
Allí mismo, Machado anunciaba que «además de Unamuno y de Baroja, vascos son también Maeztu, Bueno, Salavarría y Granmontagne de quienes nos hemos de ocupar en trabajos sucesivos».23 Pero el desarrollo de los acontecimientos vendría a impedirlo. Su «Leonorina» del alma observa un proceso irreversible en su enfermedad. Fallece el 1 de agosto de 1912. Por eso Antonio Machado, viudo y desolado, parte hacia Madrid y solicita su traslado al Instituto de Baeza, donde toma posesión de su plaza el 1 de noviembre. Se instala en la ciudad andaluza en compañía de su madre.
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Nuevos envíos al Porvenir Castellano desde Baeza Cuenta Machado que tras la muerte de su esposa estuvo a punto de suicidarse y que tan sólo le salvó la conciencia de su responsabilidad nacional por las respuestas dadas a su último libro Campos de Castilla.24 Soria queda muy lejos y los amigos de Soria respetan su retiro. En Baeza, el poeta inicia un cuaderno de apuntes que se editará a su muerte con el título de Los complementarios. Pero no puede olvidarse de su gran amigo José María Palacio. Le remite algunos poemas para el periódico que dirige y además un primer artículo: «Sobre Pedagogía». Habla Machado, siguiendo las tesis de Bartolomé Cossío, de la necesidad de difundir la cultura enviando los mejores maestros a las escuelas rurales y reivindica la importancia de la ciencia del folklore en tanto que sabiduría popular, cuando dice: A esa labor de europeizar a España, tan insistentemente aconsejada por el egregio Costa, y que hoy tiene una expresión práctica y concreta en la Junta para la Ampliación de Estudios, que manda al extranjero jóvenes estudiosos, hemos de darle el necesario complemento con esta otra labor, no menos fecunda, de los investigadores del alma popular.25
Para acabar con la necesidad de regenerar la realidad española, siguiendo las tesis de la gloriosa promoción del 98. En Soria, desde las páginas de El Porvenir Castellano se seguía muy atentamente la labor inmediata del poeta. Cartas de Palacio en el periódico de sus afecciones comunes y correspondencia de Machado con poemas como «El Dios Ibero» (CI), «Campos de Soria, I, II» (CXIII) y uno muy especial: «A José María Palacio» (CXXVI). Y de nuevo el reencuentro con el viejo conocido Manuel Hilario Ayuso, unas de las pocas voces que clamaban en el desierto político soriano contra los caciques agraristas de turno y en pro de los humildes campesinos. Antonio Machado accede a prologar con su exquisita prosa el poemario Helénicas (1914) del culto diputado republicano. Aquellas bellas páginas fueron reproducidas y divulgadas por El Porvenir Castellano.26 Veamos un fragmento: Manuel Ayuso hace política y poesía. Ambas cosas son perfectamente compatibles. Me atreveré a decir más: ha sido casi siempre la poesía el arte que no puede convertirse en actividad única, en profesión. Un hombre consagrado a la veterinaria, a la esgrima o a la crematística, me parece muy
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bien; un hombre consagrado a la poesía paréceme que no será nunca un poeta.27
El óbito de don Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, el 17 de febrero de 1915, vistió de luto a la intelectualidad radical española. Machado se siente acongojado por esta nueva pena. Y le escribe su elogio, que es un bello poema elegiaco, que sale el 25 de febrero en la revista España. Dos días antes había aparecido en Idea Nueva de Baeza su necrológica, que también reproducirá El Porvenir Castellano.28 Son recuerdos de infancia, en el jardín de la Institución, donde irrumpe el maestro, con su modo de enseñar socrático, mediante el diálogo sencillo y persuasivo. Su lección es asimilada por el joven discípulo –como demostrará después el pedagogo Juan de Mairena–, puesto que repite aquí su gran mensaje: Lo que importa es aprender a pensar, a utilizar nuestros propios sesos para el uso a que están por naturaleza destinados, y a calcar fielmente la línea sinuosa y siempre original de nuestro propio sentir, a ser nosotros mismos, para poner mañana el sello de nuestra alma en nuestra obra.
La justificación de nuestro trabajo cobra su plenitud con el interesantísimo artículo «La prensa de provincias», que originalmente se insertó en Idea Nueva de Baeza, pero que luego se reprodujo en El Porvenir Castellano con cambio en la dedicatoria.29 En él Machado expresa a las claras su idea sobre la elevada función social y cultural que le corresponde al periódico cuando escribe: Admiremos la gran Prensa, esos portentosos rotativos que nos aportan diariamente noticias de todos los rincones del planeta; pero amemos también y respetemos estos modestos periódicos provincianos que cumplen humildemente y, a veces, a costa de grandes sacrificios, una misión santa: la de mantener vivo el amor a la letra impresa y de velar por los intereses comunes a cuantos vivimos, apartados de las grandes urbes por estos rincones de la patria española.
Por su contenido, comprendemos hasta que punto Machado confiaba en la función educadora de la humilde prensa de provincias. Lo que supone, así mismo, su reconocimiento expreso a cuantos dedicaban a ella sus desvelos. El Porvenir Castellano seguirá atento a las vicisitudes del poeta. Al menos, mientras que Palacio permaneció al frente del mismo, hasta final de mayo de 1918.30
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Juan José García García. Soria. Estación de San Francisco, principios del siglo XX. Archivo Histórico Provincial de Soria.
Las asiduas colaboraciones en La Voz de Soria El 2 de junio de 1922 comenzó a imprimirse un nuevo periódico. Su cabecera: La Voz de Soria.31 «En el Principio» confesaban: No creemos que el periódico haya de ser guía y pastor de la muchedumbre, pero sí estimamos que la prensa puede influir de modo decisivo en la vida social, al recoger lo que flota en el ambiente, lo que vibra, lo que es producto y emanación de la conciencia colectiva y que al pasar por el prisma del periódico se decompone en una nueva conciencia.
Soria. Calle Canalejas, tarjeta postal. Edición Las Heras, h. 1925. Col. Adolfo Gallardo.
Entre su redacción: Gerardo Diego (el poeta y catedrático en el Instituto de Soria), Blas Taracena, Francisco y Virgilio Soria, Gervasio Manrique de Lara, Leopoldo Ridruejo, Pedro Chico y Manuel Hilario Ayuso. Por colaboradores: Miguel
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de Unamuno y Álvaro de Albornoz, entre otros. Su director: Mariano Granados Aguirre y su redactor jefe: José Tudela; ambos viejos amigos del poeta. Antonio Machado dio por concluido su retiro espiritual en Baeza el 29 de octubre de 1919, para trasladarse al Instituto de Segovia, a cuya ciudad llegó el día 26 de noviembre. Lo introdujo en sus barrios y calles José Tudela que ejercía allí de archivero, aunque a mediados de marzo de 1920 se trasladaba de nuevo a Soria. Por eso, nadie mejor que Tudela para solicitarle a Machado su colaboración en el nuevo periódico. Al margen de algún poema anterior, Antonio Machado tuvo la gentileza de enviarle algunos apuntes literarios inéditos que él titulaba como «DE MI CARTERA».32 Los dos iniciales: «El señor importante y los que soplan fuera» y «El tabou (Solución a todo problema)».33 El primero es un gracioso cuento con lo que le acontece a una banda contratada en un pueblo al llevar dos músicos fingidos. Con él el poeta nos deja constancia de su gran afición por el folklore, herencia inequívoca de su padre. El segundo o «El tabou» se refiere a la prohibición de opinar sobre determinados temas como la cuestión religiosa o la guerra, tanto la europea como la más reciente de África, que levantó un clamor de responsabilidades políticas. El siguiente envío desde Segovia llevaba por títulos: «Política», «Pragmatistas y estetas» y «El dogma de la acción».34 En el primer apunte elucubraba sobre la conveniencia de algún político, en el siguiente filosofaba sobre los referidos términos y en el último razonaba sobre el culto de la acción. En otra nueva entrega aparecieron «El amor tuerto y Werther en España», «Leyendo a Valera» y «Leyendo a Unamuno».35 En ese mismo orden correlativo tratará con ingenio la figura de Werther a tenor de un comentario de Baroja, el grado de perfección de la novela de Juan Valera y su recomendación de Unamuno para curar de la melancolía. A continuación vinieron «Extensión universitaria», «La carta de un poeta» y «El simbolismo».36 Se centra en la difusión de la cultura y a la necesidad de crearla; alude a la carta remitida desde Soria por Gerardo Diego, autor de un Romancero de la novia y concluye refiriéndose al simbolismo como «la poesía de antes de ayer». La quinta de sus entregas es única bajo el epígrafe de «Crítica» y en ella Antonio Machado reflexiona con agudeza sobre la crítica literaria en España, mencionando hasta tres generaciones sucesivas, desde Larra.37 Su sexta colaboración es «Gerardo Diego, poeta creacionista».38 Machado saluda aquí el libro Imagen del poeta cántabro del que advierte «es el primer fruto logrado de la nueva lírica española», como si ya anunciara a la Generación del 27. Y des-
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tacaba su «marcada tendencia a la objetividad lírica» como un intento de oponerse a la subjetividad romántica y a la vaguedad simbólica («La lírica estaba enferma de subjetividad»). También advertía que «imágenes, conceptos, sonidos, nada son por sí mismos, de nada valen en poesía cuando no expresan hondos estados de conciencia», para concluir valorando que «en el libro Imagen de Gerardo Diego, donde acaso sobran imágenes, no falta emoción, alma, energía poética». El séptimo y último artículo de la serie «DE MI CARTERA» está dedicado al personaje literario de «Don Juan Tenorio».39 Le precedía una nota de la redacción recordando el interés que ya despertó en otros pensadores españoles y que remataba: «Antonio Machado, envía un gesto de desprecio al popular burlador». A lo largo del ensayo, Machado medita sobre esta figura tan extraña de puro nuestra y acaso por eso mismo refractaria al análisis. Y reparará en lo que no es Don Juan para concluir: Soria. Soportales del Collado. Editor Pascual Pérez Rioja, Fototipia Castañeira, 1913. Col. Adolfo Gallardo.
Si dijéramos que don Juan era un español, hubiéramos de incurrir en las iras de mucho casticista y de no pocos jaleadores de la patria. Porque ya, implícitamente, hemos establecido la igualdad de estas dos razones: Don
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Juan es al amor lo que el español suele ser a la cultura; a saber: un hombre extraño que mira de través, una x preñada de misterioso porvenir.
Con este broche sellaba Antonio Machado el cupo de colaboraciones periodísticas durante el año 1922 en La Voz de Soria. El periódico continuará su línea informativa de modo independiente, al menos hasta que su dirección pase a manos de Benito Artigas Arpón. Entonces, José Tudela, el interlocutor con Machado, dejará de pertenecer a dicho medio.
1932: una última entrega periodística Después de un largo proceso de gestación, por fin, la ciudad de Soria se disponía a declarar pública y solemnemente su gratitud para con Antonio Machado. La proposición de «Homenaje a un poeta» presentada por un grupo de cuatro concejales era examinada en la sesión pública de 16 de julio de 1932 por el pleno de la corporación municipal que, por aclamación, acordaba nombrar a Antonio Machado hijo adoptivo de la ciudad y, así mismo, hacerle entrega del título acreditativo el día 5 de octubre. Trasladado el acuerdo al interesado, éste, agradecido por el nombramiento, respondía en carta fechada en Madrid, el 19 de agosto de 1932, con estas breves y cálidas palabras: Queridos amigos: Con toda el alma agradezco a Vds. su iniciativa y el altísimo honor que recibo de esa querida ciudad. Nada me debe Soria, creo yo, y si algo me debiera, sería muy poco en proporción a lo que yo le debo: el haber aprendido en ella a sentir Castilla, que es la manera más directa y mejor de sentir a España. Para aceptar tan desmedido homenaje sólo me anima esta consideración: el hijo adoptivo de vuestra ciudad ya hace muchos años que ha adoptado a Soria como patria ideal. Perdónenme si, por ahora sólo puedo decirles: gracias, de todo corazón... De Vds. siempre devoto y viejo amigo Antonio Machado
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Pero, al aproximarse las fiestas de San Saturio, en cuyo programa se incluía la celebración del homenaje al hombre que supo enaltecer a Soria en sus versos, Marcelo Reglero, director de El Porvenir Castellano, solicitaba al poeta su colaboración para este medio tan señalado para él. Gracias a ello, nos encontramos en el número extraordinario de El Porvenir de 1 de octubre de 1932 con el texto titulado «Soria», donde Antonio Machado rememora su reencuentro con la ciudad el 22 de septiembre de 1907. Lo describe así: Con su plena luna amoratada sobre la plomiza sierra de Santana, en una tarde de septiembre de 1907, se alza en mi recuerdo la pequeña y alta Soria. Soria pura, dice su blasón. Y ¡qué bien le va este adjetivo! Toledo es, ciertamente, imperial, un gran expoliario de imperios; Ávila, la del perfecto muro torreado es, en verdad, mística y guerrera, o acaso mejor, como dice el pueblo, ciudad de cantos y de santos; Burgos conserva todavía la gracia juvenil de Rodrigo y la varonía de su guante mallado, su ceño hacia León, y su sonrisa hacia la aventura de Valencia; Segovia, con sus arcos de piedra, guarda las vértebras de Roma. Soria... Sobre un paisaje mineral, planetario, telúrico, Soria, la del viento redondo con nieve menuda, que siempre nos da en la cara, junto al Duero adolescente, casi niño, es pura y nada más. Soria es una ciudad para poetas, porque allí la lengua de Castilla, la lengua imperial de todas las Españas, parece tener su propio y más limpio manantial. Gustavo Adolfo Bécquer, aquel poeta sin retórica, aquel puro lírico, debió amarla tanto como a su natal Sevilla, acaso más que a su admirada Toledo. Un poeta de las Asturias de Santillana, Gerardo Diego, rompió a cantar en romance nuevo, a las puertas de Soria: Río Duero, río Duero, nadie a acompañarte baja, nadie se detiene a oír tu eterna estrofa de agua. Y hombres de otras tierras, que cruzaron sus páramos, no han podido olvidarla.
Soria es, acaso, lo más espiritual de esa espiritual Castilla, espíritu a su vez de España entera. Nada hay en ella que asombre, o que brille y truene; todo es allí sencillo, modesto, llano. Contra el espíritu redundante y barroco, que sólo aspira a exhibición y a efecto, buen antídoto es Soria, maestra de castellanía, que siempre nos invita a ser lo que somos, y nada más. ¿No es bastante?... Hay un breve aforismo castellano –yo lo oí en Soria por vez primera–, que dice
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así: «nadie es más que nadie». Cuando recuerdo las tierras de Soria, olvido algunas veces a Numancia, pesadilla de Roma, y a Mio Cid Campeador que las cruzó en su destierro, y al glorioso juglar de la sublime gesta, que bien pudo nacer en ellas; pero nunca olvido al viejo pastor de cuyos labios oí ese magnífico proverbio donde, a mi juicio, se condensa todo el alma de Castilla, su gran orgullo y su gran humildad, su experiencia de siglos y el sentido imperial de su pobreza; esa magnífica frase que yo me complazco en traducir así: por mucho que valga un hombre, nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre. Soria es una escuela admirable de humanismo, de democracia y de dignidad. En este hermoso texto, Soria se sublima en el alma de Machado convertida en memoria. Si Soria ha llegado a tanto en el alma del poeta es por irradiación directa de un profundo e inolvidable amor: el de Leonor. Y al mismo tiempo, la parte final supone una de sus más limpias reflexiones humanísticas, al comentar el aforismo que escuchó de los labios de un sencillo pastor soriano.
Otras consideraciones Cuenta Gervasio Manrique de Lara que Antonio Machado era colaborador del diario La Nación de Buenos Aires, lo cual en aquella época resultaba una bicoca, porque pagaba a sus colaboradores espléndidamente. A cualquier escritor le apetecía esta breva. Pero como los artículos para La Nación tenían que ser largos y nutridos de saber popular, «Machado se cansó de su pertenencia y optó por hacer un magnífico regalo a su íntimo amigo José María Palacio, cediéndole su corresponsalía en La Nación, con lo cual prestigió a este periodista soriano a la altura de los más distinguidos intelectuales madrileños».40 De lo hasta aquí relatado se desprende igualmente que una serie de personajes del entorno soriano (el propio José María Palacio, pero sobre todo Manuel Hilario Ayuso, Benito Artigas Arpón y José Tudela), directamente relacionados con Machado, tienen una marcada vinculación con la prensa local de la época. Sin embargo, no cabe ubicarlos entonces del mismo modo en que hoy entendemos al profesional estricto, de plantilla; sino como a unos hombres activos y de influencia política en el conjunto de la sociedad, que colaboraban, igual que Machado, como única forma de poder asomarse a la opinión pública, planteando una manera distinta de entender la vida, frente a la ideología dominante en la época.
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Sabemos, así mismo, por sus propios escritos, que a Antonio Machado le gustaba escuchar antes de ponerse hablar y estar por ello al tanto de los acontecimientos. Por eso resulta comprensible que –en su avidez informativa– firmara, junto a otros diez socios, una breve nota en el libro de reclamaciones del Casino Amistad de Soria, rogando «a la junta directiva se sirva ordenar que en lo sucesivo se suscriba o compre El Diario de Avisos de Zaragoza o El Heraldo de Aragón, por ser periódicos de la noche y que adelantan algunas noticias».41
A modo de conclusión La admiración que sentimos por Antonio Machado había derivado nuestro interés en su peripecia vital en Soria con cierta desatención al enorme caudal que comporta su obra. Por ella fluye un pensamiento que, en expresión de Eugenio Frutos, se define en función de tres variables: el propio modo de ser o carácter –en sentido estrictamente psicológico– del poeta; el tiempo en que le tocó vivir (1875-1939), que le empapa enteramente y la educación recibida o, si se prefiere, su formación por doble vía: las aficiones folklóricas de su padre, que llegan al pueblo y al modo breve y sentencioso de decir, y la parte que recibe de sus estudios en la Institución libre de Enseñanza. De aquí el que hayamos centrado nuestra labor en la recopilación de estas colaboraciones en prosa dispersas por la prensa local, ya fuera residiendo en Soria, bien, alejado de ella.
Soria. La Plaza de Ramón Benito Aceña (antes de Herradores), tarjeta postal. Edición Pascual Pérez Rioja, 1908. Col. Adolfo Gallardo.
En este trabajo nos ha parecido conveniente contrastar la faceta mas conocida de Machado como poeta en su conexión con Soria, con su otra actividad más ocultada y desconocida de prosista. No obstante, de la lectura de los textos aquí reseñados observamos como la obra periodística de Antonio Machado se encuentra interrelacionada con su evolución poética. Así el prosista se enfrenta con nociones como las de pueblo, cultura, arte y patria en las que advertimos claras reciprocidades. Esto le obligaría a emerger de su yo íntimo, hasta entonces inmerso en esas galerías de los sueños, perceptible en su libro Soledades, para recalar en el nosotros o preocupación por lo social. Desde que vino a Soria, la obra creativa de Machado en prosa irá adquiriendo una progresiva importancia hasta llegar –según Rodríguez Puértolas y Pérez Herre-
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ro– a ser fundamental desde los años veinte, con proceso paralelo en sus escritos de meditación y exposición filosófica, humanística y social por una parte, y por otra el logro de un estilo cada vez más ágil, fluido y coloquial, más de lengua hablada. De sus meditaciones y diálogos consigo mismo nacería Juan de Mairena, que saldría publicado en la prensa antes de hacerse libro en 1936. En sus prosas de 1936 a 1939 continuará con ese clima humanista, filosófico, paradójico y humorista; trata los temas con ese aire de profesor escéptico que persevera en sus ataques a dogmáticos y pragmatistas. Conserva, además, la elegancia y fluidez de su prosa e insiste sobre cuestiones ya tratadas anteriormente: la crítica literaria (ataques al barroco, atención a los jóvenes poetas y la nueva poesía, etc.) y vuelve a tender puentes hacia la historia y el folklore. Y abordará con la urgencia y claridad necesaria el gran problema: la guerra civil por antonomasia, muriendo al mismo tiempo que aquella termina.42
Escribir para el pueblo Escribir:¿para quién? No tenía Antonio Machado otra ambición que la de «hablar a otros hombres en lenguaje esencialmente humano». Por eso nos dijo: Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoy, en Rusia. Es el milagro de los genios de la palabra. Tal vez alguno de ellos lo realizó sin saberlo, sin haberlo deseado siquiera. Día llegará en que sea la más consciente y suprema aspiración del poeta. En cuanto a mí, nuevo aprendiz del gay saber, no creo haber pasado del floklorista, aprendiz, a mi modo, de saber popular.43
Pero la obra de Antonio Machado, todos lo sabemos, es «diálogo del hombre con su tiempo» y «palabra en el tiempo». De ahí la perdurabilidad y vigencia de su mensaje. Por consiguiente, escribir para el pueblo es ya también, y para siempre, nombrarse Antonio Machado. Las razones expuestas justificarían por sí solas nuestras indagaciones sobre «Antonio Machado, periodista en la prensa soriana» y, sin embargo, –siempre partiendo de que la profusión de su firma en la prensa es coherente con la concepción que de ella tenía como difusora cultural y de opinión–, todavía nos quedaría anotar la que consideramos más emotiva. Precisamente ahora, cuando se cumple el primer centenario de su llegada a Soria. Me refiero a que si este gran poeta, en su día, dio en colaborar con sus escritos en la prensa local, lo hizo, obviamente, para que el pueblo soriano lo leyera. Hagámoslo, pues, de nuevo. Una vez más.
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La prensa soriana del momento Partiendo de las investigaciones de Florentino Zamora Lucas y Jesús María Latorre Macarrón, observamos como en la Soria de la época de Antonio Machado se publicaba un número muy elevado de periódicos, si bien la mayoría de ellos tenían una tirada muy pequeña10. Detallamos a continuación las cabeceras de tales publicaciones: – El Avisador Numantino (2ª época, 1879-1942). Directores: Francisco Pérez, Vicente Tejero y Felipe Las Heras. – Noticiero de Soria (1888-1939). Directores: Pascual Pérez-Rioja y Julio Pérez Rioja.
– Heraldo de Soria (1ª época, 1907). Director: Mariano Vicén. Periódico político y de intereses generales. Liberal. Semanal. – El Indomable (1907). – El Eco de Numancia (1908). Director: Napoleón Ruiz. – La Prensa de Soria al Dos de Mayo de 1808. Número único, monográfico dedicado por toda la prensa soriana al 2 de mayo de 1808. – El Percebe (1908). Satírico.
– La Provincia (1889-1907). Directores: Manuel G. Ardura; León del Río y Luis Posada. Órgano del partido conservador. Bisemanal-semanal.
– Tierra (1908-1909). Director: Benito Artigas Arpón.
– El Defensor Escolar (1903-1940). Revista semanal de primera enseñanza.
– La Voz de Almazán (1908-1909). Director: Florencio Hernando. Órgano de la juventud adnamantina. Realizado allí. Quincenal y decenal.
– Tierra Soriana (1906-1912). Directores: Eduardo Martínez de Azagra. Benito Artigas Arpón, José Viera y José Sanz Moneo. Independiente. Bisemanal y trisemanal desde 1908.
– El Batallador (1908-1909). Directores: Enrique Rebollar y Bienvenido Calvo. Órgano de la juventud de Soria. Revista literaria. Primero mensual y gratuita, luego quincenal no gratuita.
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– Cultura (1909) Revista literaria juvenil. – La Voz del dependiente (1909-1910). Profesional. – Juvenilia (1909). Director: Bienvenido Calvo. Continuación de El Batallador. – Juventud (1909-1910). Director: Miguel Ángel Ugena. Continuación de Juvenilia. Revista quincenal de literatura, ciencias y artes. Luego decenal. – El Ideal Numantino (1909-1910). Director: Santiago Gómez Santacruz. Periódico católico. – Éxodo (1909). – Heraldo del Secretariado (1909). Profesional. – El Desmoche (1909). Satírico. – La verdad (1909-1911). Director: Benito Artigas Arpón. Bisemanal. – La Suno Malgrana (1910). Periódico en esperanto.
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– La Voz Castellana (1910). Director: José Morales. Órgano del partido liberal de la provincia. Semanal. – El Porvenir Castellano (1912-1934). Directores: José María Palacio, Marcelo Reglero y Bienvenido Calvo. – Cultura Agrícola (1912-1914). Director: Félix Calavia. Periódico semanal dedicado a la instrucción y defensa del labrador. – El Duero (1912). Directores: Fernando Estrada y Bienvenido Calvo. Revista ilustrada.
Tan nutrida representación periodística, por lo que a nuestro trabajo se refiere, debe completarse con otro periódico más: La Voz de Soria (1922-1936). Directores: Mariano Granados y Benito Artigas Arpón. Cierto es que el mismo no corresponde al periodo de estancia de Antonio Machado en Soria (1907-1912); no obstante, la vinculación del poeta a este medio, aunque desde la distancia, tiene un gran interés en lo que a su aportación periodística se refiere.
Notas al texto 1. En la pág. 3, dentro de su sección de «Sueltos y noticias». Resulta de interés conocer como, a través de los ecos de sociedad de la prensa soriana, disponemos de información precisa sobre los movimientos de Antonio Machado, de sus idas y vueltas. Esto es algo apreciable en mi libro Antonio Machado: su paso por Soria, Diputación Provincial de Soria / I.E.S. «Antonio Machado» de Soria, Soria, 2ª ed., 2006. 2. Véase: Memoria acerca del Estado del Instituto General y Técnico de Soria durante el Curso 1906 a 1907, escrita por el Secretario D. Miguel Liso Torres, Soria, Imprenta Felipe Las Heras, 1908. 3. Tierra Soriana, «Sueltos y noticias», 6 de mayo de 1907, pág.3. 4. Para apreciar la vuelta de Antonio Machado a la postura afectiva y jubilosa, que se constata en esta su primera mirada al paisaje soriano, habrá que esperar a Campos de Castilla de 1912 y en concreto a la serie de nueve pequeños poemas que sobre el paisaje reúne en «Campos de Soria». Ian Gibson, La vida de Antonio Machado. Ligero de equipaje, Aguilar, Madrid, 2006, pág. 179, halla indicios de que Machado regresó a Soria durante el verano de 1907 en una versión manuscrita a tinta de «A orillas del Duero» (XCVIII), fechada en «Soria, Cerro de Santa Ana, 6 Julio 1907». 5. Aurora de Albornoz, «Cabellera» o «PreAntonio Machado», Cuadernos para el diálogo, núm. extra. XLIX, nov. 1975, págs. 28-31.
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6. José María Díez-Borque, «Antonio Machado, crítico literario, enjuicia la prosa de sus contemporáneos», Cuadernos Hispano-Americanos, CII, núm. 304-307, 1975-1976, pág. 813. 7. José María Martínez Laseca, «El bisabuelo de Antonio Machado, José Álvarez Guerra, Gobernador Civil de Soria», Campo Soriano, 9-1113 y 16 de agosto de 1983. 8. Jordi Doménech (ed.), Prosas dispersas, Madrid, Editorial Páginas de Espuma, 2001, págs. 339340. Véase además: Manuel Urbano Pérez Ortega, «Colaboraciones de Antonio Machado en la prensa de Baeza», Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, año XXII, núm. 90, nov.-dic. 1976, págs. 106-114. 9. Alfonso Méndiz Noguero, Antonio Machado, periodista, EUNSA, Pamplona, 1985, págs. 187189. Sobre la etapa de Machado en Segovia ver: Pablo de Andrés Cobos, Machado en Segovia. Vida y obra, Ínsula, Madrid, 1973. 10. Florentino Zamora Lucas, La prensa periódica en Soria y su provincia 1833-1950. Original inédito, mecanografiado, depositado en la Biblioteca Pública de Soria y Jesús María Latorre Macarrón, Periódicos de Soria (1811-1994), Soria Edita, 1996. 11. José Tudela, «El primer escrito de Machado sobre Soria», Celtiberia, núm. 21, Soria, 1961, págs. 65-79. El tema de la patria supondrá una de las preocupaciones de Machado por lo que lo acometerá en otros escritos. 12. Esta fue la última de un ciclo de cuatro conferencias. La presentación corrió a cargo de Benito Artigas Arpón. 13. Tierra Soriana, 4 de octubre de 1910, pág.1 reproduce íntegramente este discurso. 14. Heliodoro Carpintero, «Antonio Machado, «corresponsal» en París de Tierra Soriana», Celtiberia, núm. 49, Soria, 1975, págs. 106-113. 15. En «Carta abierta» al director de La Verdad, de 12 de mayo de 1911, pág. 1, José María Palacio justifica su decisión de separarse voluntariamente del periódico Tierra Soriana. En cierto sentido este desdoblamiento de Machado como «El corresponsal» puede ser considerado como un anticipo de sus «complementarios». 16. El Avisador Numantino de 16 de septiembre de 1911, pág. 3, recoge en su sección «Han llegado»: «De París, el laureado y distinguido poeta D. Antonio Machado y esposa». 17. El poema que está fechado el 4 de mayo de 1912 y aparecerá publicado en El Porvenir Castellano el 20 de febrero de 1913, pág. 1. La pena lírica se advierte cuando el poeta pretende equiparar la verdecida rama del olmo centenario con su Leonor enferma. 18. Alfonso Méndiz Noguero, op. cit., pág. 147, añade una quinta reseña, la referida a José María Salavarría en El Porvenir Castellano de 5 de mayo de 1913, pág. 1. 19. El Porvenir Castellano, 4 de julio de 1912, pág. 3. Ya en el núm. 1, de 1 de julio de 1912, pág. 1, José María Palacio recoge una carta que le dirige
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Miguel de Unamuno con referencias al poeta, fechada en Salamanca 7-V-12. 20. El Provenir Castellano de 8 de julio de 1912, pág. 3. Machado compuso en su honor su poema «Al maestro «Azorín» por su libro Castilla» (CXVII). 21. El Provenir Castellano de 11 de julio de 1912, pág. 3. 22. Ibíd., 22 de julio de 1912, pág. 3. 23. Al parecer, salvo de Salavarría (ver nota 18), no se pudo ocupar de los demás. 24. Carta a Juan Ramón Jiménez en abril de 1913. 25. El Porvenir Castellano, 10 de marzo de 1913, pág. 1. Previamente, el 5 de marzo de 1913, lo había publicado El liberal. Carlos Beceiro, «Un texto de Antonio Machado: «Sobre Pedagogía»», La Torre, núm. 61, 1968, págs. 61-86. 26. 30 de noviembre y 3 de diciembre de 1914, pág. 1. 27. Estas palabras nos recuerdan las pronunciadas en su conferencia en la Sociedad de Obreros en 1909. 28. El 4 de marzo de 1915, pág. 1. 29. El 4 de octubre de 1915, pág. 1. 30. En El Avisador Numantino de 1º de junio se lee: «Don Juan Aragón ha cedido la propiedad de nuestro colega El Porvenir Castellano a los señores Reglero y Hermanos. En virtud de la cesión nuestro querido compañero D. José María Palacio ha presentado la renuncia al cargo de director, siendo sustituido por D. Marcelo Reglero, a quien deseamos acierto en su gestión». 31. Técnicamente hablando, La Voz de Soria fue un gran periódico bien presentado, avalorado con frecuentes y limpios gráficos, de información rápida y abundante. Así, recogía información nacional y extranjera para lo que contó con los servicios de las agencias Fabra y Mencheta. 32. En la carta adjunta le decía: «son apuntes un poco livianos; pero únicos, algunos de los cuales utilizaré en mi nuevo libro». (Se refiere a Los Complementarios). Véase: José Tudela, «Soria y Machado», Celtiberia, núm. 6, Soria,1953, págs. 275-279. 33. La Voz de Soria, 8 de agosto de 1922, pág.1. 34. Ibíd., 11 de agosto de 1922, pág.1. 35. Ibíd., 1 de septiembre de 1922, pág.1. 36. Ibíd., 8 de septiembre de 1922, pág.1. 37. Ibíd., 15 de septiembre de 1922, pág.1. 38. Ibíd., 29 de septiembre de 1922, pág.1. 40. Gervasio Manrique de Lara, «D. Antonio Machado periodista en Soria», Revista de Soria, núm. 27, 1975, págs. 37-40. 41. En el Libro de reclamaciones del Casino Amistad, entre el 12-8-1907 y el 1-3-1909. 42. Antonio Machado, La guerra. Escritos: 19361939. Colección, introducción y notas de Julio Rodríguez Puértolas y Gerardo Pérez Herrero. Emiliano Escolar, editor, Madrid, 1983, pág. 19. 43. «Sobre la defensa y la difusión de la cultura».(Discurso pronunciado en Valencia en el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, julio, 1937).
La poesíaMachado de Antonio yAntonio las artesMachado plásticas
Juan Manuel Bonet
Antonio Machado admiraba profundamente el «maravilloso li-
bro de sonetos pictóricos» Apolo (1909), de su hermano Manuel. Él mismo deslizó en diversos rincones de su obra, alusiones a El Greco, Velázquez o Goya, tempranamente descubiertos en El Prado, donde también se fijó en Mantegna, y en El Bosco. Hablando de su París, del París de 1899, se refirió a que era la ciudad de «el simbolismo en poesía, el impresionismo en pintura, el escepticismo elegante en crítica». José Machado, el hermano pintor de Antonio y de Manuel, que fallecería en 1958, en su exilio chileno, es el primer artista plástico con que nos tropezamos, en el entorno de nuestro gran poeta. Nos emocionan profundamente los sucesivos retratos –especialmente, los dibujados– que le hará al autor de Soledades, retratos de una extrema humildad, de cierta torpeza incluso, pero de una sustancial verdad, algo que también cabe decir, ya al filo de la guerra civil, de su efigie del imaginario Juan de Mairena (1936), en el frontispicio del libro homónimo, donde va reproducida sobre un grueso papel marrón.
Pablo Ruiz Picasso. Exposición homenaje en París a Antonio Machado, 1955. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
Los nombres de Antonio y Manuel Machado quedan asociados por siempre a un Juan Gris pre-París y pre-cubista, al José Victoriano González que acaba de estrenar su seudónimo, tan simbolista. En Renacimiento Latino (1905), una de las vistas
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de ese signo que fundó Francisco Villaespesa, en este caso en conjunción con el portugués Abel Botelho, junto a muchos otros dibujos grisianos, hay un exlibris para Antonio Machado: un rostro femenino y unos lirios, todo muy «art nouveau». Dos años más tarde, el pintor dibujará el exlibris que figura al dorso de muchos libros de la editorial Pueyo, entre ellos Soledades: Galerías: Otros poemas (1907), de Antonio Machado. En uno de esos volúmenes, Alma: Museo: Los Cantares (1907), de Manuel Machado, suyos serán no sólo, al dorso, el exlibris del propio poeta –con guitarra andaluza-, sino también la cubierta. Aureliano de Beruete. La Sierra de Guadarrama, s. f. Col. Juan Abelló.
A propósito del primer Antonio Machado, hay que hacer referencia a otros plásticos. A su paisano Javier de Winthuysen, pintor, y máximo especialista en el jardín
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español, y amigo de otros poetas del tránsito del simbolismo a la modernidad, como Juan Ramón Jiménez, o como el también sevillano Rafael Lasso de la Vega. Al noventayochista y castizo Ricardo Baroja, con el que, entre otros espacios de comienzos de siglo, coincide en Revista Ibérica y en Alma Española. A Joaquín Sorolla, que en 1917 lo retrata para su hermosa galería de escritores destinada a la biblioteca de la Hispanic Society de Nueva York. A Julio Romero de Torres, el autor de El poema de Córdoba –de una Córdoba que tiene algo de la Brujas la muerta de Georges Rodenbach, pero también mucho de las viejas ciudades castellanas de los versos machadianos- al que dedica, en Campos de Castilla (1912), «Amanecer de otoño». Al pintor y grabador Leandro Oroz, autor de la muy simbolista pero algo enfática alegoría al óleo El poeta y su musa (1915), y de un mucho más convincente retrato lineal, de 1925, publicado al año siguiente en la revista coruñesa Alfar. A Daniel Vázquez Díaz, que ilustró la versión en prosa de «La tierra de Alvargonzález», París, 1912, Mundial Magazine de Rubén Darío, y que años después incluiría la efigie del poeta en su dilatada colección de retratos dibujados de españoles de su tiempo. A José Gutiérrez Solana. A Cristóbal Ruiz. Difícil encontrar en nuestra escena de la primera mitad del siglo XX, a dos pintores más antitéticos, que los dos que acabo de mencionar en último lugar. El primero dijo como nadie, con los pinceles y con la pluma, La España negra, un título que les pidió prestado a su colega Darío de Regoyos, y al poeta belga –y compañero de andanzas ibéricas- Émile Verhaeren. En su extraordinaria nota sobre «El pintor Solana», perteneciente al conjunto de textos editados póstumamente como Los complementarios, Antonio Machado acierta a decir el universo, con el que está claro que no se identifica, de «este Goya necrómano o, lo que es igual, este antípoda de Goya», que «pinta con insana voluptuosidad lo vivo como muerto y lo muerto como vivo». Fija en palabras adecuadas su «realismo de pesadilla que anima trapos, calaveras y maniquíes y amortigua los rostros humanos, exaltando cuanto hay en ellos de terroso e inerte». Cristóbal Ruiz fue en cambio siempre el pintor de la España clara, por decirlo con uno de los títulos más afortunados del Azorín tardío –Azorín, uno de sus admiradores tempranos, en ABC, el 11 de noviembre de 1926: «su arte es una maravilla de simplificación». Eugenio d’Ors, asociando, en su glosa de 1934 «Ut Pictura Poesis», recogida en el tomo 2 de Nuevo glosario (1949), a pintores y poetas, trazó, junto a otros dieciseis, el paralelismo Cristóbal Ruiz/
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Ignacio Zuloaga. Retrato de José Ortega y Gasset, 1935. Patrimonio de la Universidad Complutense.
Azorín. Pero aun estando este, como acabamos de verlo, justificado, y aun siendo sugerente, hoy nos parece más evidente otro, Cristóbal Ruiz/Antonio Machado. Salomón de la Selva, por ejemplo, el singular poeta nicaragüense incorporado a la escena mexicana, escribe: «Cristóbal Ruiz, español, representa en la pintura de su país lo que la lírica de Machado en la poesía». Si hay un pintor hondamente machadiano en la escena española moderna, ese es ciertamente este, sí, demasiado olvidado Cristóbal Ruiz, nacido en 1881 en Villacarrillo, una localidad no muy distante de Baeza, discípulo en Córdoba de Rafael Romero Barros –el padre de Julio Romero de Torres–, residente en el París de comienzos de siglo, y durante años profesor en la Escuela de Artes y Oficios de la vecina Úbeda. Otro de sus admiradores, Juan Ramón Jiménez, dejó su estampa, definitiva, de «pajarito andaluz, de luto», en un borrador hoy incorporado al «corpus» definitivo de sus Españoles de tres mundos, «corpus» o galería que revela un mucho mayor interés por la pintura, que el que pudiera tener ningún otro poeta español, y en el que por cierto aparece una agridulce semblanza de Solana, con más de una concomitancia con la trazada por Antonio Machado… El espléndido retrato de Antonio Machado sobre fondo de un luminoso paisaje segoviano –con la silueta de la Mujer Muerta–, pintado por Cristóbal Ruiz en 1926, se expuso aquel mismo año en su individual del Museo de Arte Moderno de Madrid, donde lo adquirió Fernando Arranz. Juan Larrea, en un artículo publicado en junio de 1940, en España peregrina, se refería así al cuadro y a la presencia de una réplica del mismo en Ciudad de México, en una muestra de su autor en la Casa de la Cultura: «A título de castellano mayor, la exposición ha estado presidida por el retrato de tamaño natural y cuerpo entero de Antonio Machado con cuyo espíritu la pintura de Cristóbal Ruiz guarda afinidades tan hondas». La réplica la legó su autor, al Ateneo Español de México, donde sigue. Entre los mejores glosadores de esa efigie, y de la obra toda de su autor, el soriano Juan Antonio Gaya Nuño, autor, en 1963, de la que sigue siendo la única monografía –un texto, por lo demás, excelente- sobre el de Villacarrillo. Monografía prologada por Federico de Onís, amigo del pintor en el compartido exilio puertorriqueño, y que se abre con la versión del Ateneo de México del retrato machadiano, con un pie que copio textualmente, pues complica un poco más las cosas: «Antonio Machado, Segovia, 1926; legado por el artista al Ateneo de Madrid y depositado provisionalmente en el Ateneo de México. Réplica donada por la viuda del artista al Ateneo de Puerto Rico». Rafael Alberti. Centenario del nacimiento de Antonio Machado 1875-1939, 1975. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
«Machadismo», sentenciaba, en la misma onda que Salomón de la Selva, Pedro Salinas ante la pintura del de Villacarrillo, por él tratado en Puerto Rico. Apoyándose en el autor de Presagios, Gaya Nuño remacha: «El machadismo de Cristó-
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bal Ruiz es una convicción propia, la de entrega a un paisaje pobre y austero». Antes, el narrador y crítico de arte soriano escribe cosas atinadas sobre la efigie: «El perfecto retrato, al contraponer la silueta un tanto doliente de Don Antonio sobre la pleamar de fajas horizontales –rectas o inclinadas– de la Sierra, es una fabulosa lección de geometría». El Antonio Machado de los años segovianos (19191931) frecuentó, en la tertulia que se reunía en torno al ceramista Fernando Arranz, a otros dos artistas de interés, el pintor e ilustrador Eugenio de la Torre Agero, o Torreagero, y el escultor Emiliano Barral, interesantísima y malograda figura de nuestra plástica novecentista post-Julio Antonio y post-Victorio Macho, plástica tan bien estudiada hoy por Josefina Alix, por ejemplo en su muestra de 2001 para la Fundación Cultural Mapfre Vida, de Madrid, Un nuevo ideal figurativo: Escultura en España, 1900-1936. Barral, natural de Sepúlveda, hijo y nieto de canteros, y que en el verano de 1936 fallecería en combate como miliciano, en el frente de Madrid, fue, en 1920, autor de un sobrio retrato, en piedra rosada de su villa natal, del poeta, enviado a la Exposición Nacional de Bellas Artes 1922. Antonio Machado correspondió a esa efigie con unos versos «Al escultor Emiliano Barral», que empiezan así: «…Y tu cincel me esculpía / en una piedra rosada, / que lleva una aurora fría / eternamente encantado», versos recogidos en Nuevas canciones (1924)… Según Barral, la tertulia de casa de Fernando Arranz –su futuro cuñado– era una suerte de «taller del Renacimiento»; durante algún tiempo, fue también el suyo. Hoy, una copia de su retrato del poeta, realizada por su hermano y ayudante el también escultor Pedro Barral, preside la entrada de la pensión segoviana donde se alojó el poeta, convertida en Casa-Museo. Barral, por lo demás, le haría, en 1926, una cabeza a Winthuysen, a quien ya hemos mencionado entre los artistas plásticos amigos del poeta.
Antonio Machado. Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo. Madrid, Ed. Espasa Calpe, 1936, 1ª edición. Dibujos de José Machado. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
De cuál era la atmósfera reinante en aquella Segovia, puede darnos una idea la gran revista Manantial (1928-1929), vinculada a la Universidad Popular. En ella además del propio Antonio Machado –profesor, además de en el Instituto, en la citada Universidad– y de sus hermanos Manuel y José, o de Winthuysen, colaboraron una serie de escritores locales que se movían entre el modernismo y planteamientos más vanguardistas, y la mayoría de los cuales terminarían siendo Cronistas de la ciudad o cosas parecidas; y ultraístas ya descolocados (Eduardo de Ontañón, Lucía Sánchez Saornil, el prosista Jaime Ibarra, el pintor Francisco Santa Cruz); y veintisietistas, tanto en verso como en prosa, de variado pelaje y
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todavía más variado destino ( José María Alfaro, César M. Arconada, Ernestina de Champourcin, Carmen Conde, Gerardo Diego, Benjamín Jarnés, Juan Lacomba, José María Luelmo, Teófilo Ortega, Antonio Porras, María Zambrano); y el ubícuo Ernesto Giménez Caballero, que el propio Antonio Machado calificaba por aquel entonces, en una carta que le dirigió en 1929, y que aquél se apresuró a publicar en su revista La Gaceta Literaria, de «gran estandarte, cartelista y jaleador de un ejército juvenil». Que durante las décadas del veinte y el treinta Antonio Machado, hombre de otra generación, estaba pendiente –aunque a menudo fuera para distanciarse de ellos, algo especialmente evidente cuando de surrealismo se trataba– de lo que hacían los nuevos, lo prueban, además de ese certero retrato al vuelo de «Gecé», su presencia en las revistas ultraizantes Horizonte y Alfar –algunas de las colaboraciones machadianas en la segunda, ya citada a propósito del retrato por Oroz, fueron acompañadas de ornamentaciones de Rafael Barradas–, su amistad con Mauricio Bacarisse –organizador, en 1923, de una visita de homenaje entre cuyos participantes encontramos a Juan Chabás–, sus glosas al creacionista
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Aureliano de Beruete. Paisaje con pueblo y praderas,1919. Col. Juan Abelló.
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Vicente Huidobro, a Gerardo Diego –otro soriano adoptivo– o al poeta-pintor José Moreno Villa, su interés por Federico García Lorca o Rafael Alberti o José Bergamín, sus consideraciones sobre Jorge Guillén o, ya durante la guerra civil, sobre el Arturo Serrano Plaja más combativo… Entre los enigmas no resueltos de la iconografía machadiana, mencionar el folleto La tierra de Alvargonzález, editado en Madrid por La Barraca, sobre papel humildísimo, como de aleluyas, y que data de septiembre de 1935. ¿Quién es el autor de su extraña cubierta, de una magia y un encanto neo-popularistas? Sin duda ha de tratarse de alguno de los artistas plásticos que colaboraron en la escenografía del teatro ambulante lorquiano. De todos los implicados en aquella aventura, por estilo yo diría –pero tampoco puedo poner la mano en el fuego– que el autor podría ser… Alfonso Ponce de León, que unos meses después sería asesinado en Madrid, debido a su condición de falangista.
Anselmo Miguel Nieto. La trilla o Los tres segadores, 1903. Fondos Artísticos de la Diputación Provincial de Valladolid.
Los años dramáticos de la guerra civil a los que acabo de aludir a propósito de los casos antitéticos de Serrano Plaja y de Ponce de León, es bien sabido que en su mayor parte los vivió Antonio Machado en un chalet de la localidad valenciana de Rocafort. Durante aquellos años el poeta se rozó más que a lo largo de los preceden-
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tes, con los plásticos. José Machado, su fiel hermano, es el ilustrador de La guerra (1937), editado –como el año anterior Juan de Mairena– por Espasa-Calpe. En el consejo de colaboración de Hora de España, el poeta coincidió con el escultor Ángel Ferrant. Ramón Gaya, el ilustrador único de la gran revista republicana, lo retrató en ella a línea, como a otros de los asistentes al Congreso de Intelectuales Antifascistas de 1937, y dibujó, con su mismo inconfundible estilo sintético, una hermosa alegoría ambulante de «Abel Martín». En la firma de algún manifiesto en defensa de la República en lucha, encontramos el nombre de Antonio Machado, junto a los de dos amigos suyos de antiguo, y amigos entre sí, el recio escultor Victorio Macho, y el pintor Cristóbal Ruiz, que por aquel entonces colaboraba –seguiría haciéndolo durante el período final barcelonés- con la Junta del Tesoro Artístico, en tareas relacionadas con la salvaguarda de las obras del Prado. Otro conocido de muchos años, Winthuysen, amigo también de Cristóbal Ruiz –en 1922 habían participado en una cuadruple colectiva en el Ateneo madrileño, junto a Barradas, y a Gabriel García Maroto-, aparece mencionado entre los visitantes de Rocafort. En el prólogo de Machado al raro folleto Madrid: baluarte de la lucha por la independencia (1937) habrá una lógica referencia al recién caído Emiliano Barral: «Era tan buen escultor que hasta su muerte nos dejó esculpida en un gesto inmortal». Sabemos, por lo demás, por la correspondencia del poeta, concretamente por una de sus cartas a Juan José Domenchina, que este, uno de los responsables de cultura y propaganda del gobierno republicano, le encargó a Antonio Machado un prólogo –que finalmente no llegaría a escribir– para un álbum de dibujos de guerra de Antonio Rodríguez Luna, pintor al que, por error, el autor de Campos de Castilla designa como «Jiménez Luna». Gracias a unas «Notas al margen», de agosto de 1937, para el boletín –a cargo, precisamente, de Domenchina- del Servicio Español de Información, glosando el contenido de Madrid: Cuadernos de la Casa de la Cultura, disponemos de las opiniones machadianas sobre diversos artistas. Sobre la España negra de José Gutiérrez Solana nuevamente, y en términos muy parecidos a los usados en el texto recogido en Los complementarios: «también el Solana de hoy sigue siendo el Solana de siempre: el pintor extraño y magnífico que ve lo vivo muerto y lo muerto vivo (…), la guerra no ha añadido un ápice de horror a esas figuras de pesadilla a que Solana nos tenía ya acostumbrados». Sobre el arte de los novecentistas Aurelio
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Juan Gris. Etude de violon, 1913. Col. Juan Abelló.
Benjamín Palencia. La estación del Norte, Madrid 1918. Museo de Albacete.
Carta de Julio Romero de Torres a los Machado excusando la asistencia al homenaje celebrado por el éxito de «La Lola se va a los puertos», porque no pudo conseguir una invitación. Manuscrito. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos. Julio Romero de Torres. Muchacha con guitarra, s. f. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
Arteta y Victorio Macho, que trabajaban –al igual que Cristóbal Ruiz– en estudios improvisados en la Casa de la Cultura, y el segundo de los cuales acababa de esculpir el busto de Pasionaria, que el poeta exaltaría en Frente Rojo. Sobre el neorromanticismo del gallego Arturo Souto. Por último, sobre el mundo encantado de Cristóbal Ruiz, con el que en los años inmediatamente anteriores a la contienda Antonio Machado había coincidido en el entorno de Octubre, la revista militante de Alberti y María Teresa León –en la que el poeta colabora, y donde se da cuenta de la presencia del pintor entre los participantes en la Primera Exposición de Arte Revolucionario, celebrada en 1933 en el Ateneo de Madrid-, y con el que ahora coincidía en la Valencia capital de la República. Artistas que, con la excepción de Gutiérrez Solana, tras la derrota republicana marcharían todos al exilio. De estas notas nacidas, hay que insistir sobre ello, al hilo del azar de un sumario, la más sentida, y la que más nos interesa, en términos absolutos, es la que he citado en último lugar. Más que nunca, se identifica el poeta con su hermano pequeño espiritual, con sus visiones infantiles –tan próximas a las suyas propias- y con sus sobrios paisajes jiennenses. La nota, breve, merece ser reproducida en su integridad: «Los retratos de niños que pinta Cristóbal Ruiz expresan una emoción equivalente a la de sus paisajes de infancia, no paisajes infantiles, puesto que nada tiene de infantil el arte con que están realizados. La crítica –una crítica propiamente dicha, que descubra y señale lo que hay, no lo que falta en las obras de arte– pudiera revelarnos cuál sea esa emoción matriz, ese
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profundo sentimiento que tiene en Cristóbal Ruiz dos modos de expresión igualmente auténticos: la representación de los niños y la pintura de los campos».
Antonio Machado fue, por otra parte, el prologuista del álbum Madrid (1937), editado por el Ministerio de Instrucción Pública, y que consta de una serie de láminas de circunstancias, firmadas por José Bardasano, Enrique Climent, José Espert, José Gutiérrez Solana, Victoria Macho, Francisco Mateos, Teodoro Miciano, Molina, Servando del Pilar, Ramón Puyol, Arturo Souto y Eduardo Vicente. De la muy abundante y muy desigual iconografía machadiana posterior a la muerte del poeta, dos efigies retienen especialmente nuestra atención: la de Pablo Picasso,
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Aurelio García Lesmes. Pedraza desde las Tongueras, 1922. Colección de Arte Contemporáneo de Castilla y León. Junta de Castilla y León.
y la de su tocayo el escultor Pablo Serrano. La de Picasso, un escueto y expresivo dibujo a línea, estuvo destinada a publicitar, en 1955, un homenaje de los exiliados a Antonio Machado celebrado en París, en la comunista Maison de la Pensée Française, y ha de ser puesta en relación con otra silueta picassiana anterior, la de César Vallejo, realizada en 1938, parece que directamente sobre una plancha de ciclostil, para el homenaje póstumo que al peruano tributó el boletín de información prorrepublicana de París, de cuya redacción formaba parte. Pablo Serrano, por su parte, acertó plenamente, en la monumental e impresionante cabeza en bronce de Antonio Machado que preside el paseo de Baeza –recordemos a su propósito los incidentes del homenaje de 1966, al que tantos escritores y artistas acudieron–, a crear un icono que compite muy dignamente con la silueta picassiana, con los dos cuadros de Cristóbal Ruiz, con el busto de Emiliano Barral, e incluso con el retrato fotográfico de Alfonso, sin duda alguna el vencedor absoluto, en esta competición virtual. (Mencionemos, por el lado de la iconografía póstuma, otras efigies machadianas que firmaron Gregorio Prieto, José Caballero, el xilógrafo chileno Carlos Hermosilla Álvarez, Álvaro Delgado, Ricardo Zamorano, Enrique Brinkmann, el Equipo Crónica, Eugenio Chicano…). Juan Manuel Díaz Caneja. Paisaje, h. 1976. Col. Grupo Santander.
¿Machadianos, en la escena pictórica española de la posguerra? Lo fueron indudablemente, y lo siguen siendo, cada cual a su modo y manera, Luis García Ochoa,
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Agustín Redondela, Cirilo Martínez Novillo o Cristino de Vera, nombres todos ellos en activo hoy, e integrados a lo que en la inmediata posguerra se conoció como Escuela de Madrid, nombres de paisajistas que han amado, de siempre, recorrer los por siempre machadianos Campos de Castilla. Lo era el inolvidable Juan Manuel Díaz-Caneja, alto pintor y poeta (recordemos sus Versos ocultos) de la vieja Castilla –como antes lo había sido, de otro modo, Aurelio García Lesmes-, Caneja, cuyo humilde y manoseado ejemplar de las Poesías machadianas, en edición de posguerra, expuse hace poco, en mi muestra palentina Caneja, sus contemporáneos, sus amigos, su estela, una muestra en la que estaba muy presente su gran amigo y correligionario el poeta José Herrera Petere, cuyo Acero de Madrid (1938) elogió por cierto Antonio Machado, en una de sus prosas de los años bélicos. Lo era Esteban Vicente, segoviano de Turégano, hermano mayor del mencionado Eduardo Vicente, y siempre lector de los poetas, allá en su alto estudio de Manhattan: recordemos, entre sus abstracciones, su óleo sobre papel de 1958 en homenaje a aquél de quien tan próximos fueron algunos de los primeros glosadores de la obra del pintor, por ejemplo Alfredo Marqueríe, uno de los colaboradores de Manantial, y que se ha referido al poeta en sus «memorias informales», Personas y personajes (1921). Lo era el extremeño Godofredo Ortega Muñoz, adicto a las tierras españolas más despojadas, incluida la isla de Lanzarote. Lo era, en clave abstracta, Manolo Millares, tan próximo a Pablo Serrano, y autor de la cubierta, sígnica, esencial, de la antología Versos para Antonio Machado (1962), editada en París por Ruedo Ibérico, e ilustrada, en otro tono, más populista y rural, por Cristóbal Aguilar –el más sutil y más machadiano de todos, allá en su Ronda adoptiva, que es su particular Baeza-, Francisco Álvarez, Eduardo Arroyo, Francisco Cortijo, Francisco Mateos, el citado Ricardo Zamorano y otros pintores-grabadores –varios de ellos, ante todo xilógrafos y linograbadores– entonces adscritos al movimiento de la Estampa Popular, promovido por el Partido Comunista. Lo es el zambranesco y bergaminesco Jesús G. de la Torre, sobrino de aquel Torreagero antes evocado a propósito de los años segovianos del poeta. Lo son también, hoy mismo, pintores mucho más jóvenes, como el hoy soriano José Bellosillo, Juan Manuel Fernández Pera o Chema Peralta, y no me parece casualidad que los tres sean, precisamente, canejistas.
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Nicanor Piñole. La Gran Vía, h. 1935. Museo Nicanor Piñole, Gijón.
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poesíasegoviana de La etapa de Machado Antonio Machado
(1919-1932)
José Luis Puerto
Segovia fue una de las ciudades en la vida de Antonio Machado.
A ella llegó el poeta con cuarenta y cuatro años, en plena madurez vital y literaria, y en ella vivió durante doce. Tras un largo peregrinar por distintos lugares: su Sevilla natal; el Madrid de sus años de formación en la Institución Libre de Enseñanza; Soria, ciudad donde inicia su actividad docente y en la que se enamora y se casa con Leonor Izquierdo, que muere en plena juventud, dejando al poeta en una soledad permanente. Y, desde Baeza, Antonio Machado llega a Segovia, antes de dar su definitivo paso a Madrid, último destino de su actividad docente.
Rafael Alberti. Homenaje a Emiliano Barral, 1982. Col. Gonzálo Santoja.
Segovia supuso para Machado la recuperación de las tierras altas castellanas, el reencuentro con Castilla. Los años vividos en la ciudad se le hicieron llevaderos gracias a las relaciones y amistades con que se encontró tanto en la pensión, como en las tertulias en ella existentes; y también a que pasaba parte de la semana y las vacaciones en Madrid (calle General Arrando, 4), donde vivían su madre, y sus hermanos Joaquín (empleado en el Ministerio de Trabajo) y José (el dibujante), este último con su familia, y en el que el escritor disponía de un cuarto propio con una mesa de trabajo. «Desde 1919 paso la mitad de mi tiempo en Segovia y en Madrid la otra mitad aproximadamente»,1 indica el escritor en un texto que titula «Vida».
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Antonio Machado, al elegir Segovia como destino, tiene claramente puestos los ojos en Madrid, ya que, debido a la cercanía de ambas ciudades, puede no sólo pasar buena parte de su tiempo en la capital, junto a su familia, sino también participar y estar dentro de la vida literaria y cultural madrileña. De hecho, el poeta se traslada a Madrid la mayor parte de los fines de semana, aparte de residir en esta ciudad durante sus vacaciones. Y, a finales de los años veinte, cumplida ya una década de vida segoviana, sólo tendrá cada semana clases los tres primeros días, con lo cual se desplaza a Madrid el miércoles por la noche, donde estará hasta el domingo por la tarde, en que ha de volver a Segovia.
Florecimiento cultural «Ensayo de Universidad Popular Segoviana», La Tierra de Segovia, II, 215, 25 de enero de 1920. Biblioteca Pública Provincial de Segovia.
Cuando, a finales de 1919, Antonio Machado llega como docente a Segovia, a punto de iniciarse la tercera década del siglo XX, la ciudad vive, en distintos aspectos, un momento de renacimiento o florecimiento cultural, al que se va a incorporar y del que va a participar nuestro escritor, siendo uno de los máximos protagonistas del mismo y, desde luego, su cabeza más visible.
«Comienzo de clases de la Universidad Popular», La Tierra de Segovia, II, 221, 1 de febrero de 1920. Biblioteca Pública Provincial de Segovia.
Segovia, debido a distintas circunstancias, en las que no podemos entrar ahora, vive en la década de los años veinte un renacimiento en el ámbito de la cultura, que se expresa en aspectos como la creación y el funcionamiento de la Universidad Popular Segoviana; las tertulias de jóvenes intelectuales «zurdos»; el florecimiento
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pedagógico y escolar; la presencia y auge de periódicos y publicaciones; o, en fin, la existencia de artistas plásticos, aplicados en sus talleres a la creación de sus obras (Daniel Zuloaga, Fernando Arranz o Emiliano Barral, entre otros). Antonio Machado, como iremos comprobando, va a estar presente y a formar parte de varios de estos núcleos y realidades que configuran ese florecimiento cultural en uno de los mayores momentos de auge que vivió Segovia, durante el siglo XX, en el territorio del espíritu. A lo largo del desarrollo de la etapa segoviana de Machado, vamos a ir exponiendo, de un modo sucinto, los distintos aspectos de este renacimiento cultural segoviano, y comprobando la activa presencia de nuestro poeta en él.
Momento vital y creativo Pero, si Segovia, cuando llega Machado a la ciudad, está comenzando a vivir un florecimiento en el ámbito de la cultura, tendríamos que preguntarnos en qué momento vital y creativo llega el escritor a la ciudad. Su vida, cuando llega a la ciudad castellana, es la de un solitario, que viene de un amor perdido y arrebatado por la muerte (Leonor), a dar con un nuevo amor encontrado (Guiomar, es decir, Pilar de Valderrama). Así, dos ciudades de Castilla, de la Meseta, van a ser para Antonio Machado las ciudades de los dos momentos en los que el amor apareció (y desapareció) en su vida: en Soria, Leonor; y Guiomar, en Segovia.
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«Antonio Machado, el poeta de Castilla, vuelve a Castilla», La Tierra de Segovia, I, 167, 27 de noviembre de 1919. Biblioteca Pública Provincial de Segovia. «En Sepúlveda. Homenaje de admiración y cariño al genial escultor Emiliano Barral», El Adelantado de Segovia, nº 6096, 10 de septiembre de 1928. Archivo Municipal, Ayuntamiento de Segovia.
Antonio Machado. «Al maestro Azorín, por su libro “Castilla”», La Tierra de Segovia, I, 176, 7 de diciembre de 1919. Biblioteca Pública Provincial de Segovia.
¿Y su obra? ¿En qué etapa se encuentra la obra de Antonio Machado cuando llega a Segovia? Ha pasado ya la fase neorromántica, simbolista y modernista de Soledades. Galerías. Y otros poemas; también la de exaltación noventayochista de lo esencial castellano y de regeneración patriótica, de Campos de Castilla. En la obra del escritor se está operando un cambio muy profundo, que viene ya desde su estancia en Baeza; este cambio va a suponer la casi total conclusión de su obra poética, con la publicación de Nuevas Canciones (en lo sucesivo ya nunca publicará el escritor ningún libro enteramente lírico); el comienzo de su carrera teatral, en colaboración siempre con su hermano Manuel, iniciada con un primer estreno en 1926; y este cambio va a dar lugar, sobre todo, al nacimiento de una prosa fragmentaria, reflexiva, rica en registros y llena de intuiciones; y también al nacimiento de los filósofos y de los poetas apócrifos. Es el cultivo del fragmentarismo (tanto en la escritura de pequeños textos en prosa, como en la creación de apócrifos, de «alter–egos») como expresión profunda de las escisiones de la conciencia y de la vida que sufre el hombre contemporáneo. Fragmentarismo presente también, por ejemplo, en los heterónimos («drama em gente»), de Fernando Pessoa, que parte, para su creación sin embargo, de distintos supuestos que Machado con sus apócrifos.
Emiliano Barral. Retrato de Antonio Machado, 1920 Institución Fernán González. Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
El autor se encuentra ya en un momento en el que su inspiración lírica ya no fluye como en el pasado, sino que es más bien indecisa e intermitente, siguiendo vías como las de la efusión sentimental, las canciones de tipo folklórico y la reflexión meditativa.
página siguiente>> Mauricio Bacarisse. «En honor de Antonio Machado. Una comida en el Pinarillo», El Adelantado de Segovia, 17 de mayo de 1923. Archivo Municipal, Ayuntamiento de Segovia.
Como indica Bernard Sesé: «aunque el arte y el pensamiento de Machado permanecen fieles a algunos grandes temas y a cierta calidad de la escritura, se diría que le falta cierta coherencia de la inspiración y de la expresión. Con razón, al parecer, se ha podido hablar de una profunda crisis en la personalidad de Machado alrededor del año 1926.»2
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Llegada y alojamiento Procedente de Baeza, Antonio Machado es nombrado catedrático de Lengua Francesa en el Instituto General y Técnico de Segovia (hoy, Instituto de Enseñanza Secundaria «Mariano Quintanilla»), situado en la plaza de Díaz Sanz. Viaja a Segovia el 26 de noviembre de 1919 y toma posesión de su cargo pocos días después, el 1 de diciembre del mismo año.3 Los periódicos locales, El Adelantado de Segovia, conservador, y La Tierra de Segovia, liberal, dan la bienvenida al profesor, que es ya un insigne escritor y poeta. En el primero de ellos, aparece publicado un poema de Machado, unos días más tarde. Y, en el segundo, se inserta un artículo en el que José Tudela, archivero en Segovia de la delegación de Hacienda y amigo del poeta en sus tiempos sorianos, presenta al escritor, del que se publican algunos poemas, entre ellos los bien conocidos de «Retrato» y «A un olmo seco». Para lograr conseguir un alojamiento adecuado a sus posibilidades, escribe una carta al citado José Tudela, fechada el 28 de noviembre de 1919, en la que le indica: «Como V. conoce tantos rincones de Segovia le ruego, y perdone esta molestia, que vea si es posible algún pupilaje relativamente económico –aunque sea en la Posada del Toro– para mi vuelta a ésa, que será el lunes. Una pensión de 5 pesetas con habitación independiente, aunque modesta, resolvería mi problema por de pronto.»4 Tal pensión «modesta», en la que Machado residirá durante todos sus años segovianos, estará regentada por Luisa Torrego, y situada en el número 11 (hoy número 5) de la calle de los Desamparados, en pleno centro histórico de la ciudad, muy cerca de la plaza de San Esteban, y no muy alejada de la catedral, de la plaza mayor y del alcázar; pensión hoy convertida en Casa-Museo Antonio Machado. La habitación del poeta es fría y está al final de un largo pasillo. Es fama que, en invierno, de tan helada que estaba, Machado había de abrir el balcón para recibir calor de fuera. Sobre esto le dice a Guiomar lo siguiente: «Comienzo la carta que echaré, ¡ay!, en Segovia el Domingo. Porque mis vacaciones se acaban sin remedio. Volveré a mi rincón de los «Desamparados». Y ahora seguramente el Eresma no suena, pues, según me dicen, se ha helado el pobrecillo. Pero en la noche vendrá mi diosa –¿se acordará?– a ver a su poeta. Procuraré que la habitación no esté demasiado fría; aunque me diosa es tan buena y tiene tanto calor en el alma que no le asusta el frío, ni el viento cuando va a acompañar a su poeta.»5
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Entre los compañeros de pensión del poeta, encontramos a Francisco Romero, profesor en la Normal y cofundador de la Universidad Popular Segoviana; a Luis Romero, topógrafo y aficionado a tocar la guitarra; o a González Bueno, que –según un posterior relato de la patrona– dejaría a Machado el impermeable en los días de lluvia. Los huéspedes residentes en ella se llamaban a sí mismos los «desamparados» y llevaban una cierta vida de relación y camaradería, sobre todo en los momentos de la comida y de la cena. Testimonio de ello es un poema que escribió Machado para despedir, en 1927, a uno de ellos, Eduardo González de Andrés; titulado «Canción de despedida», y en el que aparece el ya citado Luis Romero, otro «desamparado», tocando la guitarra.6 Mariano Grau, buen amigo de Machado en su etapa segoviana, así como su acompañante en no pocos de sus paseos, evoca de este modo el cuarto o habitación que en la pensión tenía el poeta: Evoco su figura en aquella franciscana habitación, que los libros, periódicos y papeles cubrían casi por entero; libros en las sillas, en la mesa, en el suelo, en la cómoda, en los rincones, hasta en la misma cama. Libros cuyas hojas, en su mayor parte, habían sido separadas con los dedos y ostentaban las barbas de la impaciencia, en flecos desiguales; libros también que el poeta no pensaba abrir nunca, llegados desde todos los lugares de España, con dedicatorias más o menos calurosas y altisonantes. En esta habitación, sentado frente a una mesa camilla pequeña, Machado trabajaba fumando incansable y cubriéndose con la ceniza de los cigarros, en tanto que un menguado braserillo se arrecía olvidado, bajo las faldas del mueble. Algún tiempo más tarde, el poeta adquirió una estufa de petróleo que, si bien no consiguió calentarle, le puso en cambio en riesgo de perecer asfixiado por el humo.7
Antonio Machado. «Caballitos», Heraldo Segoviano, año I, nº 11, 17 de marzo de 1935. Archivo Municipal, Ayuntamiento de Segovia.
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Vida cotidiana y actividad docente La vida diaria de Antonio Machado en Segovia se repartía entre la docencia en el Instituto, la escritura y las lecturas en su habitación de huésped (también en algún café, pues nos da el autor testimonio de ello), las tertulias en determinados cafés y en el taller del ceramista Fernando Arranz, así como los paseos por los rincones y alrededores de la ciudad. Era un ritmo vital cotidiano marcado –lo mismo que el de la mayoría de la gente– por la monotonía de la costumbre. Pasaba las mañanas en el Instituto; tras la comida, solía ir a la tertulia del café o a la de Arranz; daba después su paseo; para recogerse por fin en su habitación, donde leía y escribía. Una vez que el poeta ha tomado el pulso anímico a su nuevo lugar de residencia, Machado plasma, en un breve escrito de sabor intrahistórico, titulado «Niñas en la catedral – El escultor de Segovia», las sensaciones que la vieja ciudad castellana le produce: En estas viejas ciudades de Castilla, abrumadas por la tradición, con una catedral gótica y veinte iglesias románicas, donde apenas encontráis rincón sin leyenda ni una casa sin escudo, lo bello es siempre y no obstante –¡oh, poetas, hermanos míos!– lo vivo actual, lo que no está escrito ni ha de escribirse nunca en piedra: desde los niños que juegan en las calles –niños del pueblo, dos veces infantiles– y las golondrinas que vuelan en torno de las torres, hasta las hierbas de las plazas y los musgos de los tejados.8
Antonio Machado –como ya sabemos– toma posesión de su cátedra de Lengua Francesa, en el Instituto General y Técnico a primeros de diciembre de 1919. Poco después, el 3 de enero de 1920, se le encarga también la cátedra de Lengua y Literatura Castellanas, por una Real Orden, lo que le supone un aumento de dos mil pesetas anuales de sueldo y la acumulación de más trabajo; tal encargo le dura hasta el final del curso 1928-29. Y además es nombrado, en fecha incierta, pero anterior a 1922, vicedirector del Instituto.
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Jesús Unturbe. Retrato de Mariano de Quintanilla, 1970. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
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Claustro de profesores del Instituto segoviano, curso 1924-1925. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
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Aparte de determinadas evocaciones de antiguos alumnos y de algunas otras personas, apenas tenemos datos sobre la labor docente de Antonio Machado. A Bernard Sesé le llama la atención el extraño y significativo silencio del poeta respecto al desempeño de su cátedra en el Instituto. Y se pregunta por la razón de esta indiferencia y de este olvido. Para el investigador francés, hay «un rechazo inconsciente, pero muy vivo, de la evocación de un oficio hacia el que el poeta nunca mostró más que una falta de disposición, una ausencia de vocación.»9 Pues cree Sesé que la vocación pedagógica o didáctica de Antonio Machado se manifiesta esencialmente en el periodismo, debido a lo cual lo emparenta con los «ilustrados» del XVIII, en su gusto por ilustrar las mentes. Los escasos testimonios que tenemos de Machado en torno a su docencia segoviana, aparecen, por ejemplo, en las cartas a Pilar de Valderrama, Guiomar, en los que se corroboran las apreciaciones que acabamos de exponer. Así, en un momento, le dice: «estoy abrumado con el trabajo de los exámenes.»10 O esto otro: «Me esperan unos días malos en Segovia. Los exámenes comienzan mañana martes. Tengo que examinar a los tres cursos oficiales y, a continuación, muchos alumnos libres. [...] En estos días comienzo mi labor a las ocho de la mañana y no la termino hasta la noche. Es un trabajo abrumador y embrutecedor. Por fortuna pasarán pronto.»11
La Universidad Popular segoviana Cuando Machado llegó a Segovia, distintas personas, entre ellas algunos profesores del Instituto y de la Escuela Normal de Maestros, estaban poniendo en marcha una admirable iniciativa pedagógica, la Universidad Popular Segoviana, que se fundaría el 19 de noviembre de 1919. Machado se sumó a aquel empeño y le aportó su esfuerzo y su trabajo, además del prestigio de su nombre.
Emiliano Barral. Cabeza de Mariano Grau, 1926. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
El nombre de Machado figuró desde los inicios entre los firmantes de la instancia que pedía a las autoridades autorización para su funcionamiento, entre los que estaban también los de Quintanilla, Zambrano, Gila, Rodao, Romero, Ruvira, Soria, León, Moreno, Cabello y Tudela.. El arquitecto Javier Dodero se encargó
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de la restauración de la hermosa iglesia románica de San Quirce, donde se daban las clases. Aunque la primera sede de la Universidad estuvo en la Escuela Normal de Maestros. Era una institución libre, abierta a todos y totalmente gratuita. En ella se daban clases nocturnas, de siete a nueve de la noche, para el pueblo segoviano, esto es, para los sectores obreros y humildes; clases que eran, además, mixtas; entre ellas, podemos citar las de materias como higiene del hogar, dibujo aplicado a las artes y oficios, química popular, geografía económica de España.... Las clases comenzaron el 2 de febrero de 1920, cuando el poeta no llevaba ni un trimestre completo en la ciudad. Machado se encargaba de dar las de francés, con actividades como lectura, traducción de periódicos y revistas, así como redacción de cartas comerciales; y, poco después, las de «lecturas literarias». Funcionaba, además de las clases nocturnas, una biblioteca amplia y muy al día. Para conseguir muchos de sus ejemplares, el poeta escribió a todos sus amigos pidiéndoles libros, y regaló además –según cuenta Andrés Sorel– cien de sus volúmenes particulares.12 Una carta de Antonio Machado a Ramón Pérez de Ayala, fechada el 29 de enero de 1922, alude a lo que indicamos: «Mil gracias por el envío de sus dos últimas maravillosas novelas. Ya tenía leída su Luna de miel, luna de hiel, en un ejemplar que pasa hoy a la biblioteca de la Universidad Popular de Segovia, adonde acuden asiduos y fervientes lectores de sus obras.»13 Organizó asimismo la Universidad Popular ciclos de conferencias; por su tribuna pasaron personalidades como Miguel de Unamuno, Eugenio d´Ors, Américo Castro, Gregorio Marañón, García Morente, Luzuriaga, Blas Zambrano o Zuloaga. Ante la expectación provocada, la conferencia de Unamuno tuvo lugar en el Teatro Juan Bravo, abarrotado de público, el 24 de febrero de 1922, y versó sobre «Problemas de actualidad». Fue presentado por Machado. Conservamos el texto de presentación, que dice: La más alta representación de la intelectualidad española, de la conciencia de España en estos angustiosos momentos, don Miguel de Unamuno, os va a dirigir la palabra. Yo, en nombre de la Universidad Popular de Segovia, de este conjunto que somos de hombres de buena voluntad, al saludar al gran pensador, le digo en nombre de mis compañeros todo el agradecimiento que le debemos por haber querido venir a hablarnos. Y no digo más porque estáis impacientes de oírle a él.14
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Emiliano Barral. El arquitecto del Acueducto (retrato de Blas Zambrano), 1923. Diputación Provincial de Segovia.
Si, al realizar una caracterización humana de Antonio Machado, se han destacado en él rasgos como «el humor, la profunda bondad, la sencillez, la humildad», «El entusiasmo y la generosidad con que Machado participó en las actividades de la Universidad Popular de Segovia revelan bien otro aspecto fundamental de su carácter: el amor al pueblo y su deseo de hacer que la cultura fuese un bien de todos y no un privilegio de la buena sociedad.»15 Pablo A. de Cobos resume muy bien los objetivos de este proyecto pedagógico, cuando indica que: «La institución nace como Universidad para el pueblo, los trabajadores y empleados que no tienen acceso a otros centros docentes. De manera que la idea fundacional es liberal-socialista, esencialmente democrática, y con tanta fe en la cultura, los saberes, que busca, por su camino, la justicia social.»16
Participación en tertulias Antonio Machado. Proverbios y cantares y epigramas (Al poeta Gabriel Alomar), Cuaderno 0, Poemas Inéditos. Fundación Unicaja, Málaga.
Uno de los alicientes cotidianos de la vida de Antonio Machado en Segovia es su participación en distintas tertulias, en las que están presentes distintos tipos de personajes, protagonistas no pocos de ellos de ese florecimiento cultural segoviano al que aludíamos. De los distintos ámbitos en los que se celebran tales tertulias, el más significativo es el taller del ceramista Fernando Arranz, en una vieja iglesia románica aban-
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donada (la capilla de San Gregorio), frente al Pinarillo. Nunca falta en él, tras la comida, ni el café ni la buena conversación. Lo frecuentan personajes conocidos en la Segovia del momento, como Marceliano Álvarez Cerón; Emiliano Barral, joven y después conocidísimo escultor, que contraería matrimonio con una hermana del ceramista Arranz, y que compartiría taller con él; Ignacio Carral, periodista y colaborador de medios impresos, como la madrileña revista Estampa, con hermosos reportajes sobre tradiciones de Segovia y de Castilla; Carranza, cadete de Artillería y músico; Luis Carretero, ingeniero; Mariano Grau; Agustín Moreno, médico y catedrático del Instituto; Julián María Otero, autor de una deliciosa Guía sentimental de Segovia, y evocado en su muerte tanto por Machado como por María Zambrano; Mariano Quintanilla, catedrático de Filosofía en el Instituto y uno de los compañeros que estuvo más cerca de Machado; Ramón Juan Seva, empleado en la delegación de Hacienda; Eugenio de la Torre («Torreagero»), pintor y caricaturista; el padre Villalba, agustino exclaustrado y pianista; o, en fin, Blas José Zambrano, profesor de la Normal y padre de la gran escritora María Zambrano. Lo importante de este grupo es que parte de él, incluido Antonio Machado, está implicado en algunas de las actividades culturales más sobresalientes de la Segovia de la época, como la Universidad Popular, la revista Manantial, o la creación literaria y artística, los que a ellas se dedicaban. Merece la pena detenerse en la evocación que realiza de esta tertulia Manuel Cardenal Iracheta, por lo ilustrativa que es a la hora de plasmar su ambiente:
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Antonio Machado. «Poema a Guiomar», Revista de Occidente, septiembre de 1929. Fundación José Ortega y Gasset, Madrid.
Por los años de mil novecientos veintitantos era Segovia para algunos amigos como una pequeña corte renacentista. El taller del ceramista Fernando Arranz [...] acogía hasta una docena de personas que pudiéramos decir notables. El taller estaba en una vieja iglesia de las antaño románicas, reformadas en el siglo XVIII [...]. Allí, en la nave, [...] a la par de los montones de barro recientemente amasados y los bloques de granito rosa, en un fogón de encina puesto sobre una mesa destartalada, hervía todas las tardes, de tres a cuatro, un buen puchero de café. No escaseaba la leche ni el azúcar [...] y a veces unas golosinas invitaban al apetito de los contertulios. En unos minutos, sobre las tres, [...] acudían a la cita habitual, puntuales, [...] unos hombres que acaso tenga que calificar de «intelectuales», aunque preferiría llamarles simplemente gente de buen gusto o «amigos de las ideas» con giro platónico.17
Poseemos también otras evocaciones de esta misma tertulia. Allí hervía todas las tardes –como acabamos de comprobar–, de tres a cuatro, un buen puchero de café, que era repartido entre los asistentes, que discutían y charlaban sobre arte y literatura, recitaban versos o comentaban libros recién aparecidos, además de intercambiarse ejemplares de la Revista de Occidente o de la Nouvelle Revue Française;18 eran los intelectuales «zurdos», pues con este nombre se les conocía, aludiendo, sin duda, a la condición progresista de la mayor parte de ellos.
Antonio Machado. Proverbios galerías, 1924-1926. Fundación Unicaja, Málaga
Machado frecuentó también el taller del ceramista Daniel Zuloaga, ubicado en otra iglesia románica recuperada, la de San Juan de los Caballeros (convertida hoy en museo del ceramista), hasta la muerte del artista el 27 de diciembre de 1921. Y parece ser que fue allí donde conoció al joven escultor Emiliano Barral, discípulo de Zuloaga en aquel momento.
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Pero asimismo se celebraban tertulias y reuniones en otros ámbitos, como podían ser algunos cafés (entre ellos, el «Castilla», «La Unión» –en la calle Real–, «La Suiza»), o el Círculo Mercantil. Machado, como buen integrante del mundo literario de su época, es un hombre que tiene asimilada la cultura de los cafés, como ámbitos de lectura, de escritura y de reunión y tertulia, algo que no sólo hace en Segovia durante estos años, sino también –como sabemos– en Madrid. En una carta a Miguel de Unamuno, de 1922, le dice: «Su obra me tiene compañía y le llevo conmigo a estos viejos cafés de Segovia, donde logro un poco de aislamiento para la lectura y el trabajo.»19
Testimonios de tales vínculos humanos Los vínculos humanos, de tipo intelectual y amistoso, que se crean en estas reuniones y tertulias dan como fruto algunas creaciones literarias y artísticas, que se han convertido en claros testimonios de aquel florecimiento cultural segoviano al que ya hemos aludido en más de una ocasión, y que se convierte en el sustrato y contexto de la vida machadiana durante los años veinte. El vigoroso escultor Emiliano Barral crea, en esos inicios de los años veinte, una extraordinaria galería de retratos, cabezas y bustos de los protagonistas de tal movimiento cultural. Entre ellos, se encuentran las cabezas de Julián María Otero y
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Antonio Machado. «Muchas leguas de camino», Cuaderno 0, Poemas Inéditos, 1918. Fundación Unicaja, Málaga.
de Eugenio de la Torre, los bustos de Ignacio Carral y de Blas José Zambrano (que titularía El Arquitecto del Acueducto), o los retratos de Fernando Arranz, José Tudela o Antonio Machado, a cuya efigie el gran poeta andaluz dedicaría este poema, incluido en Nuevas canciones (1924) y titulado «Al escultor Emiliano Barral»:
Tarjeta Postal Estación de Príncipe Pío, Fototipia Castañeira, Álvarez y Levenfeld, 191?. Museo del Ferrocarril, Madrid. Tarjeta Postal Estación y panorama de San Rafael, Huecograbado Mumbrú, Barcelona, 193?. Museo del Ferrocarril, Madrid.
...Y tu cincel me esculpía en una piedra rosada, que lleva una aurora fría eternamente encantada. Y la agria melancolía de una soñada grandeza, que es lo español (fantasía con que adobar la pereza), fue surgiendo en esa roca, que es mi espejo, línea a línea, plano a plano, y mi boca de sed poca, y, so el arco de mi cejo, dos ojos de un ver lejano, que yo quisiera tener como están en tu escultura: cavados en piedra dura, en piedra, para no ver. Madrid, 1922.20
Antonio Machado, asimismo, evoca, con motivo de su temprana muerte, la figura de otro de los personajes de ese momento de esplendor segoviano, el escritor Julián María Otero, autor de sugestivas páginas en torno a Segovia, en las que utiliza un estilo impresionista y lleno de delicadeza. Lleva por título el texto machadiano «En la muerte de Julián Otero», está fechado el 2 de marzo de 1930, y dice así:
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He conocido pocos hombres tan nobles, tan limpios de alma como Julián Otero. Benevolencia era su gran virtud, [...] voluntad del bien, ferviente anhelo de que lo bueno se realice. [...] A este puritano, a la manera ¡tan varonil! de Castilla, que no distingue entre bondad y justicia, sólo el mal le dolía. Su ciudad, Segovia, fue un gran amor de su vida, y de Segovia ha escrito páginas bellísimas que no deben perderse.21
Los vínculos de Antonio Machado con Blas José Zambrano eran también muy estrechos. En una carta que el poeta dirige a María Zambrano, en plena Guerra Civil, fechada el 22 de diciembre de 1937, le transmite a la pensadora un recado para su padre, en el que evoca vivencias segovianas, en tan trágicos momentos históricos, y en el que plasma un sueño: Diga V. a su padre –mi querido Don Blas–, que lo recuerdo mucho [...] Dígale que, hace unas noches, soñé que nos encontrábamos otra vez en Segovia, libres de fascistas y de reaccionarios, como en los buenos tiempos en que él y yo, con otros viejos amigos, trabajábamos por la futura República. Estábamos al pie del acueducto y su papá, señalando a los arcos de piedra, me dijo estas palabras: «Vea V., amigo Machado, cómo conviene amar las cosas grandes y bellas, porque ese acueducto es el único amigo que hoy nos queda en Segovia». En efecto –le contesté–, palabras son esas dignas de su arquitecto.22
Las palabras de Machado son, aquí, las palabras de un derrotado, que percibe cómo su sueño histórico se va a pique. Para entender el final, hemos de recordar cómo Blas Zambrano era conocido en aquel grupo de tertulianos como El Arquitecto del Acueducto, tras el busto de tal título que a Zambrano le hizo Emiliano Barral.
Antonio Machado, paseante Uno de los quehaceres de la vida de Antonio Machado en Segovia era el del paseo, diaria o periódicamente, por las afueras de la ciudad. Los itinerarios podían seguir distintas direcciones. Una de ellas podía ser la de la carretera de Zamarramala y de Santa María de Nieva, deteniéndose en el Parral, en la Fuencisla y en el Mesón de Abantos. Aunque, en otras ocasiones, cruzando por debajo del Acueducto, podía llegar hasta el Terminillo, camino de La Granja de San Ildefonso. Podía pasear solo o podía ir acompañado por alguno de los personajes conocidos, a los que hemos ido citando al hablar de las tertulias y de la Universidad Popular. Uno de sus más fieles y continuos acompañantes fue Mariano Grau, que nos ofre-
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ce el siguiente testimonio sobre estos paseos vespertinos machadianos y sobre uno de los itinerarios que seguía: Es el caso que, durante bastante tiempo, a la caída de la tarde, yo me presentaba todos los días en la casita de los Desamparados, a buscar a don Antonio, para salir con él de paseo. Inmediatamente dejaba su trabajo y marchaba conmigo. Íbamos siempre por el camino de Santa Lucía, hacia la Fuencisla, o por la Alameda ribereña del río... Y anocheciendo regresábamos por el mismo camino silenciosos. A veces se oía el silbido de los sapos y por entre los árboles sonaba el grito del cuco, persistente. Y yo gocé entonces el privilegio inapreciable de oír recitar a Machado algunas veces, mientras ascendíamos el camino de Santa Lucía, versos de Verlaine, Baudelaire, que él decía en francés, con sonora entonación y vibrante ritmo, poniendo en su alma ávida una melodía inefable. Lentamente subíamos por la puerta de San Cebrián bajo el dentado empaque de la muralla, envueltos en los acordes de la banda de niños del Hospicio que ensayaba a aquellas horas vesperales. Y remontando el áspero repecho de la antigua calle de la Estrella, yo dejaba a don Antonio a la puerta de su casa, en la calle de los Desamparados.23
Grau nos da una hermosa evocación de un quehacer diario de Machado, que lo caracteriza muy bien como poeta ensimismado y contemplativo, que recorre esos caminos físicos y simbólicos de los que está llena su poesía, y que recita de modo musical e intenso versos de sus poetas amados. Pero hay un delicioso poema del propio Antonio Machado, en el que, con unas gotas de humor, se nos muestra como un paseante vespertino distraído, que, al olvidar sus gafas, no ha podido aplicarse a la lectura de su Biblia. Se titula «El milagro» y lo atribuye Machado al poeta apócrifo Andrés Santayana (nacido en Madrid en 1899):
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> «El poeta Antonio Machado. Es elegido académico de la Lengua», El Adelantado de Segovia, nº 5660, 25 de marzo de 1927. Archivo Municipal, Ayuntamiento de Segovia.
En Segovia, una tarde, de paseo por la alameda que el Eresma baña, para leer mi Biblia eché mano al estuche de las gafas en busca de ese andamio de mis ojos, mi volado balcón de la mirada. Abrí el estuche con el gesto firme y doctoral de quien se dice: Aguarda, y ahora verás si veo... Abrí el estuche, pero dentro: nada; point de lunettes... ¿Huyeron? Juraría que algo brilló cuando la negra tapa
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abrí del diminuto ataúd de bolsillo, y que volaban huyendo de su encierro, cual mariposa de cristal, mis gafas. El libro bajo el brazo, la orfandad de mis ojos paseaba pensando: hasta las cosas que dejamos muertas de risa en casa tienen su doble donde estar debieran o es un acto de fe toda mirada.24
El hilo de los días: actividades y vida literaria de Antonio Machado Hay fechas y momentos, dentro del transcurrir vital de Antonio Machado en Segovia, que aparecen marcados por acontecimientos especiales, vinculados particularmente con el acontecer literario, y, más generalmente, con el cultural. Hemos de indicar algunos de ellos, puesto que forman parte significativa de la biografía machadiana. En marzo de 1922, da una conferencia, en la segoviana Casa de los Picos, sobre literatura rusa. Es el estreno de Machado como conferenciante en Segovia. Además de dar un repaso a distintos escritores de aquel país, la tesis de la disertación es la de Rusia como máxima expresión del amor cristiano; idea que repetirá después nuestro poeta en numerosas ocasiones a lo largo de su vida. El 18 de mayo de 1923, un grupo de escritores residentes en Madrid, al frente de los cuales está el malogrado Mauricio Bacarisse, y entre los que se encuentran incondicionales de nuestro poeta, como Pedro Salinas, Fernández Ardavín, o el crítico Juan Chabás, realizan un viaje a Segovia, para hacerle una visita y rendirle un homenaje a Antonio Machado. A estos escritores, se les suman diversas personalidades y amigos segovianos del poeta y residentes en la ciudad. En El Pinarillo, se sirve a todos una comida al aire libre. Y, ya a los postres, Bacarisse lee una larga lista
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de adhesiones, entre las que se encuentran nombres tan conocidos como Eugenido d´Ors, Enrique Díez-Canedo, Ramón Pérez de Ayala, Luis Araquistáin, Rufino Blanco Fombona o el pintor cordobés Julio Romero de Torres. Machado, como remate y para deleite de los asistentes, leyó en voz alta un poema inspirado por la vista desde el tren del sanatorio del Alto Guadarrama, incluido en Nuevas canciones (1924) y titulado precisamente «En tren» con el subtítulo de «Flor de verbasco», dedicado «A los jóvenes poetas que me honraron con su visita en Segovia»: Sanatorio del alto Guadarrama, más allá de la roca cenicienta...25
El comité directivo de la Universidad Popular de Segovia, en sesión celebrada el 14 de diciembre de 1926, decide solicitar a la Real Academia Española la elección de Antonio Machado como académico de la lengua. El secretario de dicho comité, Antonio Ballesteros, en una nueva sesión, celebrada el 22 de enero de 1927, lee una carta enviada por Ramón Menéndez Pidal, presidente entonces de R.A.E., en la que declaraba «haber sido acogida con unánime beneplácito la candidatura del insigne poeta don Antonio Machado para ocupar uno de los sillones vacantes en tan docto organismo». Tuvo lugar la elección el 24 de marzo de 1927. Antonio Machado, propuesto por Azorín, por Ricardo León y por Armando Palacio Valdés, fue designado académico, para ocupar el sillón vacante dejado por Miguel Echegaray (1848-1927), autor de sainetes y hermano del conocido dramaturgo José Echegaray. Entre veintiséis votantes, Machado fue elegido por dieciséis votos.
Antonio Machado de pie con Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset y Pérez de Ayala en el acto de la Agrupación al Servicio de la República, Teatro Juan Bravo de Segovia, 14 de febrero de 1931. Archivo Alfonso, Archivo General de la Administración.
Pero Machado nunca llegaría a leer su discurso de ingreso en la Academia, ni a tomar posesión de su sillón. Conservamos, sin embargo, un borrador de su discurso, de 1931, en el que el autor reflexiona sobre la evolución de la poesía y de la novela, con apreciaciones personales que nos permiten adentrarnos en determinados aspectos de su personalidad. En Sevilla –tal y como indica la prensa madrileña a principios de 1931–, se pone en marcha un plan para nombrar a los hermanos Machado, Antonio y Manuel, hijos predilectos de la ciudad. Se quiere, incluso, colocar una lápida a Antonio en
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su palacio natal de las Dueñas. Machado no quiere acudir a tal nombramiento y homenaje. Y, de hecho, sólo bajará Manuel a Sevilla. No se queda aquí, en estos pocos hechos citados, la vida literaria de Antonio Machado en sus años segovianos. Va más allá y está llena de otros avatares, aunque nos hayamos quedado con algunos de los que, al ser conocidos, pueden resultar significativos.
El hilo de los días: compromiso civil Antonio Machado no desatiende, en este tiempo su compromiso como ciudadano. El compromiso civil del poeta nace de su mentalidad progresista, inculcada en su niñez en el seno familiar, así como en los años de su formación en la Institución Libre de Enseñanza, y, acaso, en su contacto con la masonería. No es difícil espigar diversos hechos del mismo durante su etapa segoviana. El 4 de marzo de 1922, con algunos de los amigos que frecuentaban las tertulias en las que participaba el poeta, Antonio Machado establece en Segovia una delegación de la Liga Provincial de los Derechos del Hombre, que se había creado en Francia hacía un cuarto de siglo y cuya sección española presidía Unamuno. Firman el manifiesto de la Liga, junto con Machado, Blas Zambrano y Mariano Quintanilla entre otros. El 11 de febrero de 1926, aniversario de la instauración de la I República (11 de febrero de 1873), se publica en Madrid el manifiesto fundacional de Alianza Republicana, conjunción constituida por Manuel Azaña (Acción Republicana), Manuel Hilario Ayuso (Partido Republicano Federal), Roberto Castrovido (Prensa Republicana), Marcelino Domingo (Partido Radical) y el catedrático José Giral. El propósito era acabar con la monarquía y traer la Segunda República. Entre los escritores, Machado es uno de los firmantes del manifiesto, junto con Vicente Blasco Ibáñez, Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala y Miguel de Unamuno. El 28 de enero de 1930, cae la dictadura de Miguel Primo de Rivera, que es sustituido por el general Dámaso Berenguer, jefe de la Casa Militar de Alfonso XIII. El 9 de febrero regresa del exilio Miguel de Unamuno, en quien Machado tenía muchas esperanzas.
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Y el día 11 del mismo mes, se celebra en Segovia un banquete, para conmemorar la llegada de la Primera República, hecho ocurrido hacía cincuenta y siete años. Machado está presente en tal acto, hecho que se recibe «con nutridos aplausos» (según El Adelantado de Segovia). Los comensales dirigen un telegrama «de salutación y aplauso» a Unamuno, una vez que la celebración termina. El 14 de febrero de 1931, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala darán en Segovia, en el Teatro Juan Bravo, el primer mitin de su campaña republicana. Al principio, cuenta el acto con la prohibición gubernativa, que luego se levanta. El teatro se abre a las ocho de la tarde y se llena hasta los topes. Preside el acto Antonio Machado y realiza una breve presentación de los oradores, con estas palabras: La revolución no consiste en volverse loco y lanzarse a levantar barricadas. Es algo menos violento, pero mucho más grave. Rota la continuidad evolutiva de nuestra historia, sólo cabe saltar hacia el mañana, y para ello se requiere el concurso de mentalidades creadoras, porque, sin ellas, la revolución es una catástrofe. Saludemos a estos tres hombres de orden, un orden nuevo.26
También tiene un protagonismo Antonio Machado, aunque silencioso, en la proclamación de la Segunda República en Segovia, el martes 14 de abril de 1931. A las ocho de la tarde, parte de la segoviana Casa del Pueblo una multitudinaria manifestación, encabezada, en representación de la Agrupación al Servicio de la República, por Rubén Landa, Antonio Ballesteros y Antonio Machado, que son seguidos por dirigentes de la propia Casa del Pueblo y de Alianza Republicana. Pasan por el Azoguejo y desde allí se dirigen a la Plaza Mayor.
«Carta de Antonio Machado a Alejandro Guichot», 1922, Espistolario y teatro. Fundación Unicaja, Málaga.
Una vez en ella, los representantes de las distintas formaciones acceden al Ayuntamiento, para aparecer en su balcón central, en el que se despliega la bandera republicana. Se pronuncian discursos, aunque Antonio Machado no pronuncia palabra.
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Sí las escribirá después, evocando aquel acontecimiento; en concreto, en su Juan de Mairena póstumo (19371939), en un texto que titula «Lo que hubiera dicho Mairena el 14 de abril de 1937» y que está fechado el «0-5-1937»: ¡Aquellas horas, Dios mío, tejidas todas ellas con el más puro lino de la esperanza, cuando unos pocos viejos republicanos izamos la bandera tricolor en el Ayuntamiento de Segovia!... [...] [...] Fue aquel un día de júbilo en Segovia. Pronto supimos que lo fue en toda España. Un día de paz, que asombró al mundo entero.27
En mayo de 1931, el Gobierno Provisional anuncia una de las grandes iniciativas culturales de la República: la creación del Patronato de Misiones Pedagógicas, con el fin de llevar la cultura a los pueblos y aldeas más aislados y apartados de la geografía española y, por ello, más desfavorecidos, a través de bibliotecas circulantes, de audiciones musicales, de proyecciones cinematográficas, de representaciones teatrales, de charlas y conferencias, de la contemplación de reproducciones de cuadros del Museo del Prado... Antonio Machado no sólo apoya esta iniciativa, sino que es uno de sus impulsores. Además no era ésta su primera experiencia de una empresa cultural destinada al pueblo, puesto que él ya había vivido y participado en la aventura de la Universidad Popular de Segovia. Ya cerca del final de su etapa vital en Segovia, Machado participa, a primeros de junio de 1931, en la puesta en marcha de la delegación segoviana de Acción Republicana, el partido de Manuel Azaña, del que Machado forma parte desde 1926, y pasa a ocupar un puesto en el comité ejecutivo de dicha formación. E incluso, el 21 de junio, firma un manifiesto dirigido a los segovianos, junto con otros compañeros de Acción Republicana. Son datos, todos los que acabamos de indicar, más otros que también existieron, que nos hablan bien a las claras del compromiso civil, cada vez más creciente y más nítido, de Antonio Machado, en aquel contexto histórico español que le tocó vivir al poeta.
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«Se celebró ayer en Segovia el homenaje a los insignes poetas hermanos Machado», El Adelantado de Segovia, nº 7008, 19 de septiembre 1928. Archivo Municipal, Ayuntamiento de Segovia.
Una experiencia teatral compartida Durante sus años segovianos, Antonio Machado inició una colaboración literaria, que daría no pocos frutos, con su hermano Manuel. Juntos escribieron nada menos que siete piezas teatrales que, con distinta fortuna, pero no escasa en ninguno de los casos, fueron siempre llevadas a las tablas. Tales obras dramáticas de los Machado han sido incluidas dentro de un teatro antirrealista, caracterizado, en su caso, por rasgos como lo poético, lo simbolista, el uso de una nueva técnica expresionista, la búsqueda de una revitalización del teatro del Siglo de Oro, la plasmación de ideales estéticos modernistas y noventayochistas, así como la influencia de ciertas tendencias dramáticas europeas, sobre todo de las nuevas escuelas psicológicas.28 Los hermanos Machado, a la hora de su creación teatral, parten de la «creencia en que un teatro vital está profundamente enraizado en la vida y en el carácter nacionales».29 En España, cuando el teatro estuvo más cerca del pueblo fue en el momento barroco, con la comedia lopesca, algo que los Machado tienen en cuenta; de ahí el uso del verso y la utilización de temas arraigados en el pueblo y en la tradición clásica nacional, en las obras teatrales que escriben en colaboración. Fue hacia 1925, en su etapa segoviana, cuando Antonio Machado comienza a escribir obras de teatro en colaboración con su hermano Manuel. Aunque puede ser todavía en una etapa bastante anterior. Daremos una sucinta información de cada una de ellas, para conocimiento de todos. La primera fue la titulada Desdichas de la fortuna o Julianillo Valcárcel.30 Fue estrenada por la Compañía María Guerrero, el 9 de febrero de 1926, en el madrileño Teatro de la Princesa. Se trata de un drama histórico en cuatro actos y en verso, dedicado a Jacinto Benavente. Se trata de una exaltación del amor, de la juventud y de la libertad. Fue acogida favorablemente tanto por el público como por la crítica. Tuvo unas veinte representaciones. Debido a este triunfo dramático, los Antiguos Alumnos de la Institución Libre de Enseñanza tributaron un homenaje a los dos hermanos, el domingo 21 de febrero de 1926, en el que Antonio Machado leyó su poema dedicado a Francisco Giner de los Ríos. La segunda obra fue la titulada Juan de Mañara,31 una tragedia en tres actos y en verso, que sería representada en Madrid el 17 de marzo de 1927, en el Teatro
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Reina Victoria, por la Compañía de Josefina Díaz y Santiago Artigas. Es una recreación, original y muy libre, del mito de Don Juan, que, aunque tiene reminiscencias clásicas y románticas, se trata más bien de un drama modernista sobre el amor sensual, pero con un halo de misticismo y de misterio. La obra alcanza cuarenta y ocho representaciones, un considerable éxito para Madrid. Las adelfas,32 título con resonancias simbolistas y de raíz ibseniana, como emblema popular del amor fracasado o infeliz, fue estrenada en Barcelona, en el teatro Eldorado, el 13 de abril de 1928, por la Compañía de Lola Membrives, que la volvería a representar meses más tarde, el 22 de octubre de 1928, en el madrileño Teatro del Centro. En Barcelona, sólo tuvo cuatro representaciones; pero luego la actriz la representará por varias ciudades, entre ellas Vigo, La Coruña o Gijón. El siguiente empeño colaborador, La Lola se va a los puertos,33 es la obra teatral más célebre del repertorio dramático de los hermanos Machado. Se estrenó, el 8 de noviembre de 1929, en el madrileño Teatro Fontalba, con la célebre actriz Lola Membrives en el papel de protagonista. Y cosechó el triunfo más rotundo de todas las representaciones dramáticas de los hermanos Machado, manteniéndose en cartelera hasta el 5 de enero de 1930 y alcanzando nada menos que ciento diecisiete representaciones. Es una obra de glorificación del «cante hondo» y en la que son tratados con fervor los motivos andaluces. La idealización de Lola, la protagonista, se debe, en parte, a la influencia de Guiomar, a la que había conocido hacía poco tiempo Antonio y de la que se había enamorado. Sin embargo, es una obra más cercana al temperamento y al mundo de Manuel Machado, que al de Antonio. La prima Fernanda,34 «comedia de figurón, en tres actos y en verso», fue estrenada en el Teatro Victoria de Madrid, por la Compañía de Irene López de Heredia, el 24 de abril de 1931. Se trata de una evocación de determinados aspectos de la vida moderna de la época, con rasgos no exentos de humor. La obra alcanzó un éxito razonable, con treinta y dos representaciones.
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Retrato del pedagogo y escritor Francisco Giner de los Ríos, h. 1912. Agencia EFE.
«Ensayo de Universidad Popular Segoviana», La Tierra de Segovia, II, 215, 25 de enero de 1920. Biblioteca Pública Provincial de Segovia. «Se celebró ayer en Segovia el homenaje a los insignes poetas hermanos Machado», El Adelantado de Segovia, nº 7008, 19 de septiembre 1928. Archivo Municipal, Ayuntamiento de Segovia.
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Juan Manuel Díaz Caneja. Fábrica de harinas, 1935. Fundación Díaz Caneja, Palencia.
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La sexta fue La duquesa de Banemejí,35 tragedia en tres actos, en verso y prosa, representada en el Teatro Español de Madrid, por Margarita Xirgu y Alfonso Muñoz, el 26 de marzo de 1932. Su acción se sitúa en la Andalucía romántica y decimonónica, y –dramatizando un tema muy desgastado– evoca las hazañas del heroico bandolero Lorenzo Gallardo, que lucha contra las tropas francesas y que reparte el dinero robado entre los pobres. La séptima y última obra teatral de los hermanos Machado se titularía El hombre que murió en la guerra. Pero ya no se llegó a representar hasta la postguerra, en concreto, el 18 de abril de 1941, en el Teatro Español de Madrid; aunque, según Manuel Machado, había sido escrita por ambos en 1928. Y éstas son las obras dramáticas a través de las que los hermanos Machado querían contribuir a revitalizar ese teatro enraizado en la vida y en el carácter nacionales, y basado en una tradición clásica española, algo que por los años veinte y treinta desprendía ya un claro aroma a mustio y desfasado. No olvidemos que Valle-Inclán está creando por entonces ese teatro esperpéntico, de raíz expresionista; y García Lorca, un teatro poético, de profunda raigambre mítica; que son las dos vías de renovación de nuestro teatro.
Los rasgos de una obra A lo largo de su etapa segoviana, la obra de Antonio Machado ha producido ya sus mejores logros líricos, pero se abre en ese tiempo en varias direcciones: la continuación poética, que se plasmará en Nuevas canciones, en los versos de los poetas apócrifos y en los distintos poemas a Guiomar; la creación de una obra teatral junto con su hermano Manuel, de la que ya hemos tratado; así como el desarrollo de sus notas y apuntes, marcados por el signo de lo fragmentario, y en los que plasma tanto sus inquietudes filosóficas, como sus modos de entender lo poético y distintos asuntos relacionados con el mundo de lo literario y de la cultura. Así, pues, la etapa segoviana de Antonio Machado está marcada por dos obras, que habían sido ya iniciadas en Baeza: Nuevas canciones y Los complementarios. Nuevas canciones fue editado por la Editorial Mundo Latino, de Madrid, en 1924. Es su último libro publicado de poesía. Varios temas aparecen en él: paisajes de
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Andalucía o de Castilla, motivos del folklore, sueños interiores, el amor, reflexiones filosóficas o aspectos de un arte poético –según Bernard Sesé–.36 Pero el tono es desprendido, burlón y, a veces, humorístico; estos temas son tratados con menos efusión que en Soledades... y con menos austera gravedad que en Campos de Castilla. El libro fue recibido con frialdad, aunque con respeto. La poesía de Antonio Machado se iba quedando anacrónica ante las nuevas generaciones, no sólo por su estilo, «sino –como dice José María Valverde– por el hecho de entender la poesía como expresión profunda y total del vivir y del pensar, más bien que «álgebra superior de metáforas» o sport ante el que se es espectador».37 En definitiva, las nuevas teorías de la deshumanización del arte iban en contra de la poética y de la poesía de Antonio Machado. Los complementarios, iniciado en Baeza y continuado y terminado en Segovia, es un cuaderno de obsesiones y búsquedas de su autor. Poemas y reflexiones poéticas y filosóficas aparecen en él intercalados, junto con copias de poemas populares y de otros autores cultos, a los que Machado guarda devoción. Dentro de esta obra, entre los escritos de la etapa segoviana, nos encontramos con la creación de los apócrifos, que culminará con los personajes del filósofo Abel Martín (con las mismas iniciales que las del propio Machado) y su discípulo Juan de Mairena. Bajo el epígrafe de «Cancionero apócrifo», Machado crea ciertos tipos de poetas decimonónicos, con sus breves biografías, que España no tuvo, pero que debería
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páginas 32 y 33 «Carta de Antonio Machado a José Ortega y Gasset», Epistolario y teatro, h. 1924. Fundación Unicaja, Málaga.
haber tenido. Entre estos poetas posibles se encuentra el mismo Antonio Machado, pero un Machado apócrifo, con parte de su biografía inventada: «Antonio Machado. Nació en Sevilla en 1875. Fue profesor en Soria, Baeza, Segovia y Teruel. Murió en Huesca en fecha todavía no precisada. Alguien lo ha confundido con el célebre poeta del mismo nombre, autor de Soledades, Campos de Castilla, etc.»38 «Ironía y misterio» surgen en esta auto-conversión del poeta en apócrifo de sí mismo. Quizá –explica José María Valverde– «sugiere con eso Antonio Machado que el poeta decimonónico que había en él se habría desprendido de su personalidad efectiva».39 Estos pensadores y poetas apócrifos se resumirían en Abel Martín y en su discípulo Juan de Mairena. Con estas creaciones, Los complementarios habrán llegado a su gran logro, cuando Machado da por terminado el cuaderno, en 1925.
Juan Manuel Díaz Caneja. Paisaje con chopos y pueblo, 1953. Fundación Díaz Caneja, Palencia.
El «Cancionero apócrifo» de Abel Martín aparece por vez primera en la Revista de Occidente, en 1926, y luego volverá a darnos el autor nuevas entregas del mismo, en la publicación indicada, pero ya en 1931. Machado atribuye a este apócrifo de su inven-
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ción, además de no pocas disquisiciones metafísicas (la «nada», «el gran cero»...) una teoría del amor, en la que aparecen algunas manifestaciones de reprimido erotismo. Las «Canciones» a Guiomar se van escribiendo, y editando, a lo largo de los distintos momentos de la relación entre Antonio Machado y su «diosa» (1928-1936). La primera aparición de las mismas se produce en la Revista de Occidente, en el número de septiembre (LXXV) de 1929. Es el sueño de la amada en el jardín del amor («En un jardín te he soñado»); es la visión de su «diosa» en un cosmos modernista («iris», «faisán») y mitológico («el búho de Minerva»); es el pensamiento continuo en ella, desde la lejanía, pero el viaje en tren hacia su encuentro; es la nostalgia de su evocación («A ti, Guiomar, esta nostalgia mía»), desde una celda en la que le escribe («Hoy te escribo en mi celda de viajero»), en busca «de una cita imaginaria». Las canciones a Guiomar van a marcar, desde una perspectiva lírica, emparentada con la poesía trovadoresca de cancionero, en no pocas claves crípticas de su expresión, el itinerario del amor machadiano de madurez, un amor que busca el territorio de la plenitud, aun cuando nunca lo alcance –como ya ocurriera con el amor cortés–, debido a toda una serie de barreras, muy de época, que se encuentran en la mentalidad burguesa de una mujer como Pilar de Valderrama. Pero no nos precipitemos, de este amor pasamos a tratar ahora.
A veces, gran amor: Guiomar Si Soria supuso para Antonio Machado el encuentro y la pérdida, por la muerte, de su amor primero; Segovia va a ser la ciudad en la que se encuentre con su amor de madurez, un amor vivido por el poeta, según se desprende de sus poemas y de sus cartas, de un modo altamente idealizado, aunque no diera para tanto la realidad de haberse enamorado de una mujer, burguesa y más bien tradicional, aunque creadora y culta, casada y despechada, lo que posiblemente supuso para Machado una indudable frustración. Es, en todo caso, un amor secreto, debido a condicionamientos familiares de la amada e, indudablemente, también a condicionamientos sociales de la época. Antonio Machado crea un nombre poético para su «diosa»: Guiomar. Un nombre evocador que, junto con el léxico que utiliza en su epistolario («adorada», «diosa mía», «bendita», «para mí tu cuerpo es tan sagrado como tu alma»...), nos lleva a un indudable territorio de la historia de la lírica europea: la poesía provenzal de los trovadores, surgida en la Baja Edad Media y que enseguida irradia por toda la Europa occidental.
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En este territorio, que Machado cultiva con este enamoramiento de madurez, el amor es vivido como una experiencia religiosa, en la que se entroniza la figura de la amada, convirtiéndola en un dios; pero en la que el amor –y también es otro rasgo de esta poesía trovadoresca– rara vez alcanza su culminación. Pero pasemos a los hechos. A principios de junio de 1928, cuando Machado lleva ya bien cumplida su etapa segoviana, llega a Segovia Pilar de Valderrama, poetisa madrileña, de treinta y nueve años. Va a pasar unos días, buscando sosiego en la ciudad castellana, tras haber sufrido un dolor inesperado, que ella expresa de este modo: «Un hecho trágico [...] me impresionó dolorosamente, marcando un cambio en mi vida íntima, alterando su rumbo como si se partiera en dos etapas: el antes y el después.»40
Bartolomé de Montalvo. Personaje con burro y aperos de labranza, 1822. Col. Particular.
Pero, ¿cuál fue ese hecho trágico? El palentino Rafael Martínez Romarate, marido de Pilar, «me declaró entrecortadamente que una muchacha con la que mantenía relaciones amorosas desde hacía varios años, había puesto fin a su vida arrojándose por un balcón de su casa cerca de allí, en la calle de Alcalá».41 Y Pilar de Valde-
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rrama expresa en sus memorias el efecto que la confesión de su marido provocó en ella: «El golpe fue de los que dan en pleno corazón, partiéndolo, triturándole, dejándole sangrante en tan amargo despertar. [...] sentí como si mi vida quedase truncada sin meta ni destino.»42 Y ésta es la mujer que va a llegar a Segovia a principios de 1928 y de la que se va a enamorar Antonio Machado, ya desde su primer encuentro con ella. Es una madre de familia, con tres hijos, de una burguesía acomodada y culta, así como relacionada con una cierta intelectualidad madrileña, y con dos libros de versos publicados: Las piedras de Horeb (1923) y Huerto cerrado (1928), el libro preferido de los suyos para la propia autora. Cuando Pilar de Valderrama llega a Segovia «en busca de sosiego», se aloja en el hotel Comercio de la ciudad. Lleva una tarjeta de presentación para Antonio Machado, que le ha dado María Calvo (hermana del actor Ricardo Calvo, que conocía al poeta). Y así describe la propia «Guiomar» su encuentro con el autor andaluz: Con el botones del hotel se la envié [la tarjeta] a la calle de los Desamparados, 11; ese mismo día, ya de noche, poco antes de bajar al comedor para la cena, me avisaron que estaba en la sala de recibo don Antonio Machado. No puedo expresar la emoción que tuve al encontrarme con él y estrechar su mano. Era el poeta tan admirado el que estaba ante mí; con su desaliño, sí, pero con un rostro bondadosísimo, una frente ancha y luminosa, una cabeza, en fin, admirable sobre un cuerpo alto, desgarbado y poco atractivo. Al verme, no supe qué pasó por él, pero advertí que se quedó como embelesado, pues no cesaba de mirarme y apenas habló para decirme cuánto sentía estar tan ocupado con los exámenes, que no podía acompañarme ni atenderme como sería su deseo.43
Éste es el relato, tan expresivo, por estar narrado por una de las partes, del primer encuentro entre Antonio Machado y la que, en adelante, será su amada y, en parte, su musa: Pilar de Valderrama, transmutada en Guiomar por el poeta, nombre –como la Dulcinea quijotesca– alto, sonoro y significativo, que nos evoca la poesía cancioneril del siglo XV, pues –entre otros motivos por los que pudo haber elegido este término– así se llamaba la esposa de su poeta admirado Jorge Manrique. Este primer encuentro se produjo en el anochecer del 2 de junio de 1928. Hemos de dejarnos guiar por el relato de Pilar de Valderrama, para conocer otro episodio, que se produjo poco después y que se recuerda periódicamente, en el epistolario de Machado a su «diosa», cada vez que se cumple el aniversario de aquel primer encuentro; pues, como indica Ian Gibson, Machado nunca olvidará
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aquel paseo, ya que posiblemente lo sintió como uno de los momentos estelares de su vida. Así lo expresa Guiomar: Yo le invité a cenar la noche siguiente y aceptó. Y allí, en el comedor destartalado del hotel donde cenaban unos pocos huéspedes, estuve con Antonio Machado que apenas comió y que seguía mirándome mucho y hablando poco. Después de la cena, como hacía una magnífica noche de fines de junio estrellada y tibia, no recuerdo si él o yo, propusimos un paseo hasta el Alcázar. Durante éste le confié que atravesaba en mi vida por momentos amargos, quedando impresionado y preocupado, aunque no le expliqué exactamente los motivos de encontrarme así.44
Tras el inicial conocimiento de ambos en Segovia, al que acabamos de hacer referencia, a través de la versión de Guiomar, los encuentros entre Antonio Machado y Pilar de Valderrama se van a producir en Madrid, prácticamente siempre. Durante el verano de 1928, se van a ver secretamente en un lugar predilecto para Guiomar: los jardines de La Moncloa, tras el antiguo «Palacete», ámbito no muy distante del hotel (chalet o casa) de Pilar en Rosales, tras el Parque del Oeste. Y, desde el otoño de ese mismo año, el lugar de los encuentros va a ser un café de Cuatro Caminos, el Franco-Español, al que Machado llamará en sus cartas a Pilar «nuestro rincón», o también «nuestro rincón conventual». Asimismo, tanto el lugar como el mundo de relación entre ambos y la atmósfera creada por ella, va a recibir entre los amantes la denominación de su «tercer mundo», título, por cierto, de una obra teatral de Pilar de Valderrama: Un tercer mundo (1934). No podemos ahora aquí pormenorizar ni detallar los episodios en torno a una relación amorosa de Antonio Machado con Pilar de Valderrama, que se conoce mal, de la que apenas se conocen detalles y en torno a la que predominan más las elucubraciones y suposiciones. Sólo diremos que tal relación fue vivida por Antonio Machado como un verdadero estado de amor, que generó en él no sólo un vibrante epistolario a Pilar –o Guiomar– (que había de enviar a direcciones de amigas de ella), que, por desgracia, ha sido en parte destruido y también censurado y maltratado,45 sino unos poemas a Guiomar –que, aunque no muy numerosos, constituyen un verdadero cancionero–, con los que Antonio Machado vuelve a alcanzar los altos vuelos líricos de su mejor poesía. Aparte de una reseña –fechada el cinco de octubre del año que citaremos– que el poeta hizo a la tercera obra lírica, Esencias, que Valderrama publicara en 1930. Para que pueda captarse el tono de esta reseña, reproduciremos el cierre de la misma:
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Dentro de una línea austera, de un perfil señorial, encierra Pilar Valderrama muchas de sus Esencias, más que visiones del intelecto, evidencias del corazón, esencias líricas y, por ello mismo, de un marcado acento temporal. Con voz propia, inconfundible, piedad y pasión, gracia y ternura, cantan en el libro de Pilar Valderrama. Después de Rosalía de Castro, la mujer había enmudecido en nuestra lírica. Cultivó otros géneros más objetivos. La autora de Las piedras de Horeb y Huerto cerrado nos da hoy, con su tercer libro, una colección de poemas plenamente logrados. Esperamos que no sean los últimos.46
Pero, ¿cómo vivió Pilar de Valderrama tal relación? ¿En qué plano situó ella sus continuos encuentros –sólo interrumpidos por sus ausencias vacacionales de la capital y, después, por la Guerra Civil– con Antonio Machado? Esto es lo que nos expresa Guiomar en sus memorias: Como no podía continuar en una situación equívoca con él, le hablé claramente diciéndole que –dadas mis circunstancias– por fidelidad a mis creencias, a mis hijos y a mí misma, no podía ofrecerle más que una amistad sincera, un afecto limpio y espiritual, y que de no ser aceptado así por él, no nos volveríamos a ver. No puedo olvidar la rapidez, el ímpetu
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Vista de la catedral con el Pinar, 1932-1936. Archivo Loty, IPHE, Ministerio de Cultura.
con que me contestó: «Con tal de verte, lo que sea.» Y así fue como nació y quedó pactada una amistad singular –me llevaba 17 años– en la que yo encontré la ilusión del enamorado, la comprensión del amigo, la elevación del poeta. Él, sin embargo, tuvo la tortura de la barrera que nos separaba materialmente; aunque, espiritualmente para ambos, ¡qué unión de sentimientos!, ¡qué compenetración la de nuestras almas!47
Y ésta es, a grandes rasgos y meramente esbozada, la llama amorosa (por seguir utilizando el lenguaje del código del amor cortés) que se encendió en el corazón de Antonio Machado y que animó la última etapa de su vida.
La revista Manantial Una de las aventuras literarias del florecimiento cultural que se produce en Segovia durante los años veinte es la de la revista Manantial, de la que se editaron en la ciudad siete números, entre abril de 1928 y 1929. En ella, está también presente la figura de Antonio Machado. De hecho, él es quien la abre en el primer número, con un artículo titulado «Sobre el porvenir del teatro», en el que el autor, además de afirmar su creencia en el porvenir del género, desdeña a quienes se acercan a él sin otro propósito que el de la novedad, indicando que la renovación dramática ha de estar basada en la tradición, puesto que el teatro es un «arte de tradición», de ahí que haya que reintegrarle la acción y el diálogo, y una palabra (sea en verso o en prosa) «sometida siempre a la disciplina del ritmo».
Aureliano de Beruete. Paisaje de un pueblo castellano, s.f. Universidad Complutense.
Y su presencia, aunque sea desde los bastidores, pues nunca publicará nada más en la revista, se advierte en colaboraciones llegadas a la revista, casi con toda seguridad, a través de él: como los poemas de Manuel Machado, o los dibujos de su también hermano José; además de colaboraciones de Miguel de Unamuno y de algún otro. El nacimiento de Manantial, como revista literaria y cultural abierta, está ligado a la existencia de la Universidad Popular Segoviana. De hecho, toda una serie de nombres pertenecen tanto a la institución educativa, como a la nómina de colaboradores de la revista, comenzando por el propio Antonio Machado, y continuando
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por Francisco Javier Cabello y Dodero, Mariano Quintanilla, Antonio Ibot León, Julián María Otero, M. Álvarez Cerón, Juan de Contreras (Marqués de Lozoya), Alfredo Marqueríe, Luis Martín Gª Marcos y Mariano Grau. Nada menos que once nombres coinciden en ambas realizaciones culturales segovianas, lo cual ya nos habla por sí solo de la íntima relación existente entre ambas. De hecho, Manantial, aunque no es órgano de la Universidad Popular Segoviana, tiene su sede en la recuperada iglesia de San Quirce, cedida por ésta, y sus dos directores –M. Álvarez Cerón y Julián María Otero– son profesores de la Universidad Popular Segoviana. Para entender la significación de una revista como Manantial, hay que situarla en la extraordinaria proliferación de revistas y publicaciones literarias que tiene lugar en nuestras letras a lo largo de los años veinte, no sólo en Madrid, sino en no pocas capitales de provincia de distintas regiones españolas. Manantial es un espacio de confluencia y de encuentro de varias de las tendencias y orientaciones más importantes de la literatura española de los primeros treinta años del siglo XX, ya que recoge tendencias estéticas y literarias como el modernismo intimista, influenciado por el simbolismo; la corriente noventayochista; la presencia de la Institución Libre de Enseñanza, en aspectos como los de inculcar el amor por España, a través de las excursiones y del conocimiento de todo lo que de valor hay en el país (monumentos, paisajes, arte popular...), así como la atención a temas pedagógicos; el novecentismo; la poesía y prosa vanguardistas...; aunque habría que decir que la corriente del grupo del 27 apenas llega a aparecer sino de un modo muy tangencial. Para advertir su importancia, no hay más que citar algunas de las firmas de la nómina de sus colaboradores, tales como: Miguel de Unamuno, Manuel Machado, Gerardo Diego, María Zambrano, Ramón Gómez de la Sefrna, César M. Arconada, o Banjamín Jarnés, por no citar sino nombres muy significativos; además, claro está, de otros colaboradores y de los trabajos, artísticos o escritos, de bastantes de los protagonistas –que hemos ido citando a lo largo de todas estas páginas– de aquel renacimiento cultural segoviano, al que hemos aludido en varios momentos. Hace escasos años, dentro del proyecto de recuperación que es la «Hemeroteca Literaria de Castilla y León (Siglo XX)», de la Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, dirigida –como la Hemeroteca– por Gonzalo Santonja, de la Junta de Castilla y León, hemos realizado una edición facsimilar, con estudio introductorio, de Manantial; a tal edición enviamos a quienes quieran profundizar en el conocimiento de la revista.48
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Traslado a Madrid Desde final de los años veinte, la vida de Machado transcurre entre Segovia y Madrid. Los avatares de su propia obra (los estrenos teatrales), de la vida literaria en la capital y del impulso de la cultura con la llegada de la República, hace que Machado termine dando el paso a Madrid. Una orden gubernamental, de 19 de marzo de 1932, autoriza a Antonio Machado a residir en Madrid durante el resto del curso, a petición del Patronato de las Misiones Pedagógicas, «para la organización del Teatro popular». Es el momento real de su paso a Madrid. Pero el traslado formal se va a producir del siguiente modo. En agosto de 1932, se publica una resolución del gobierno republicano sobre la creación de varios Institutos de Segunda Enseñanza en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Zaragoza y Valladolid, utilizando inmuebles provisionales. Se indica asimismo en tal decreto que los designados para ocupar las cátedras de dichos centros habrán de tomar posesión de ellas el 15 de septiembre y que su desempeño durará al menos un año. De los tres nuevos Institutos que se crean en Madrid, Machado expresa su deseo de desempeñar la cátedra de Lengua Francesa en uno de ellos. Y en septiembre es designado titular del Instituto «Calderón de la Barca», instalado en la calle Areneros, en el impresionante edificio del Instituto Católico de las Artes y las Industrias, que se había incautado a los jesuitas. Machado vivirá en Madrid, en General Arrando, 4, en la casa familiar. Va a comenzar, así, otra página decisiva, a la vez que intensa y trágica, en su itinerario vital.
Antonio Machado. Soledades, galerías y otros poemas, Madrid, Calpe Colección Universal, 1919. Residencia de Estudiantes, Madrid.
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Notas al texto 1. Antonio Machado, Prosas completas, Ed. crítica de Oreste Macrì con la colaboración de Gaetano Chiappini, Espasa Calpe / Fundación Antonio Machado, Clásicos castellanos nueva serie, Madrid, 1988, p. 1802. 2. Bernard Sesé, Antonio Machado (1875-1939) El hombre. El poeta. El pensador, II, Prólogo de Jorge Guillén, Versión española de Soledad García Mouton, Gredos, B.R.H., Estudios y Ensayos, 299, Madrid, 1980, p. 413. 3. Entre otras fuentes sobre el itinerario vital machadiano en esta etapa, nos hemos apoyado también en la última y pormenorizada de Ian Gibson, Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado, Aguilar, Madrid, 2006. Es muy útil también el librito de José Montero Padilla, Antonio Machado en su Casa-Museo de Segovia, Everest, León, 1979. 4. Antonio Machado, Prosas completas, Ed. cit., p. 1606. 5. Antonio Machado, Op. cit., pp. 1703-04. 6. José Mª Valverde, Antonio Machado, 3ª ed., Siglo XXI, Madrid, 1978, pp. 146-147. 7. Apud: Bernard Sesé, Op. cit., p. 408. 8. Antonio Machado, Prosas completas, Ed. cit., p. 1607. 9. Ibid., p. 410. 10. Antonio Machado, Prosas completas, Ed. cit., p. 1699. 11. Antonio Machado, Op. cit., pp. 1746-47. 12. Andrés Sorel, Guía popular de Antonio Machado, Madrid, Zero/Zyx, 1975, pp. 25-26. 13. Antonio Machado, Op. cit., p. 1626. 14. Antonio Machado, Op. cit.., p. 1628. 15. Bernard Sesé, Op. cit., pp. 417-418. 16. Andrés Sorel, Op. cit., p. 26
17. Manuel Cardenal Iracheta, Comentarios y recuerdos, Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 1972, pp. 259-260. 18. Julio César Chaves, «Antonio Machado en Segovia», en el diario LA NACIÓN, Suplemento de «Bellas Artes-Bibliografía», Buenos Aires, 29 de enero de 1967, págs. 1 y 4. 19. Antonio Machado, Prosas completas, Ed. cit., p. 1630. 20. Antonio Machado, Poesías completas, 12ª ed., Espasa-Calpe, Col. Austral, 149, Madrid, 1969, pp. 216-217. 21. Antonio Machado, Prosas completas, Ed. cit., p. 1770. 22. Antonio Machado, Op. cit., p. 2228. 23. Cf. Andrés Sorel, Op. Cit., pp. 24-25. 24. Antonio Machado, Poesías completas, Ed. cit., p. 292. 25. Antonio Machado, Op. cit., pp. 218-219. 26. Antonio Machado, Prosas completas, Ed. cit., p. 1798. 27. Antonio Machado, Op. cit., pp. 2332-33. 28. Cf. Manuel H. Guerra, El teatro de Manuel y Antonio Machado, Madrid, 1966, p. 33. 29. Manuel H. Guerra, Op. cit., p. 55. 30. Edición en Fernando Fe, Madrid, 1926. Y en la revista semanal Comedias. 31. Espasa-Calpe, Madrid, 1927. 32. La Farsa, Año II, Núm. 62, Madrid, 10 de noviembre de 1928. 33. La Farsa, Año III, núm. 114, Madrid, 16 de noviembre de 1929. 34. La Farsa, Año V, núm. 193, Madrid, 31 de mayo de 1931.
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35. La Farsa, Año VI, núm. 239, Madrid, 9 de abril de 1932. 36. Bernard Sesé, «Nuevas canciones», en Cuadernos para el diálogo, Extra XLIX, Madrid, noviembre, 1975, p. 58. 37. José Mª Valverde, Op. cit., pp. 152-153. 38. Antonio Machado, Los Complementarios, Vol. II, Edición crítica de Domingo Yndurain, Taurus, Madrid, 1972, p. 134. 39. José Mª Valverde, Op. cit., p. 174. 40. Pilar de Valderrama, Sí, soy Guiomar. Memorias de mi vida, Plaza & Janés, Barcelona, 1981, p. 42. 41. Pilar de Valderrama, Op. cit., p.p. 42. 42. Ibid., p. 42. 43. Ibid., p. 43. 44. Ibid., pp. 43-44 45. Por fortuna, lo que queda de tal epistolario ha sido ya editado con rigor. Recomendamos tal edición, además, para comprobar las fechas de las cartas, aunque nosotros hagamos nuestras citas a partir de otra fuente. Antonio Machado, Cartas a Pilar, Edición de Giancarlo Depretis, Anaya & Mario Muchnik, Salamanca, 1994. 46. Antonio Machado, Prosas completas, Ed. cit., p. 1777. 47. Pilar de Valderrama, Op. cit., p. 45. 48. Manantial. Segovia (1928-1929), Edición de José Luis Puerto, Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, Hemeroteca Literaria de Castilla y León (Siglo XX), 1, Valladolid, 2003.
La poesíaMachado de Antonio Antonio en Soria Machado
Juan A. Gómez-Barrera A la memoria de Pablo Gómez Rupérez, que tanto quiso a esta tierra.
Salvo que en su infancia escuchara a su abuela Cipriana
Soria. Plaza Mayor, mercado, h. 1910. Archivo Histórico Provincial de Soria.
referir cómo, entre enero y agosto de 1836, José Álvarez Guerra, su padre, había ejercido en Soria el cargo de Gobernador Civil,1 la primera persona que habló a Machado de nuestra tierra, enclavada en el corazón de la antigua Celtiberia, no fue otra que Manuel Hilario Ayuso. Lo hizo, según el propio poeta recordaría en el primer párrafo del prólogo que le escribió en 1914 para Helénicas,2 en la clase de Sociología que explicaba el maestro levantino M. Salés y Ferré,3 allá por 1900, en la Universidad Central de Madrid. Le habló entonces de Soria, de la vieja y romana Uxama y de El Burgo de Osma, lugar este último en el que Manuel Hilario Ayuso Iglesias había nacido el 14 de enero de 1880, y es muy posible que de las tres, especialmente de la capital, le volviera a hablar, mientras recorrían sus calles, aquellos primeros días de mayo de 1907 en que Antonio tomó posesión de su Cátedra de Francés en el Instituto General y Técnico.4 Tierra Soriana, el periódico independiente que bajo la dirección de Eduardo Martínez de Azagra había visto la luz el lunes 5 de noviembre de 1906 y en el que desde entonces figuraba como redactor–corresponsal en Madrid Ayuso, había dado a su colaborador la bienvenida en su ejemplar del jueves 2 de mayo, mas no a Machado, quien, posiblemente, llegó el martes 30 de abril y, a todos los efectos, era absolutamente desconocido para el informador. Y sin embargo, cuatro días después, el mismo medio insertaba
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entre sus «sueltos y noticias» la que hacía referencia a la marcha del profesor, y entonces éste ya había alcanzado la categoría de amigo: En el tren de anoche marchó a Madrid nuestro amigo D. Antonio Machado Ruiz, profesor de francés del Instituto provincial de Soria.5
Ni Noticiero de Soria ni El Avisador Numantino ni Heraldo de Soria, periódicos que por entonces se repartían con Tierra Soriana el campo de la información, pronunciaron despedida alguna, pese a que semejante práctica era asimismo habitual en ellos y pese a que los cuatro habían coincidido, con la diferencia diaria derivada de sus respectivas salidas, en la notificación del nombramiento de Machado como nuevo profesor del instituto soriano:
Libro de Registro de Profesores, donde figura el nombramiento de Antonio Machado. IES Antonio Machado, Soria.
Ha sido nombrado, por oposición, Catedrático de Francés del Instituto general y técnico de Soria D. Antonio Machado Ruiz.6
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Es decir, que quien realmente le despidió no fue otro que su conocido y amigo Manuel Hilario Ayuso, que quedaba en Soria hasta bien entrado el mes de junio,7 atendiendo a sus obligaciones de letrado y dejando escrito en su periódico el malestar que una y otra vez le causaban las promesas incumplidas respecto a Soria, como si el sino de esta no fuera otro que «perder en flor las ilusiones».8 De aquellas causas –Exposición Provincial, Hospital, Correo-automóvil Calatayud-Soria, Asamblea Agrícola– y de otros proyectos pasados y futuros habrían hablado Ayuso y Machado en aquellos días: habrían comentado el reciente crimen de Cervón –«un hermano había asesinado a una hermana por no satisfacer intentos que la moralidad manda que cubramos con un velo»–, anotado en la misma página en que Tierra Soriana dejaba constancia del nombramiento del poeta y en la que también se mencionaba la elección a Diputados a Cortes, por el distrito de El Burgo de Osma, del padre de Manuel, don Luis Ayuso Peña, del inefable don Luis Marichalar, Vizconde Eza, por el de Soria, y del Sr. Duque de Medinaceli, por el de Ágreda. Seguro que tuvieron tiempo de dibujar una sonrisa, la misma que el columnista había esbozado mientras reproducía, con cierta sorna, los versos de don Miguel de Unamuno publicados días antes por El Imparcial madrileño: «Las gentes pasan; / ni las conozco / ni me conocen. / Los unos ríen, / en los otros se ve que han llorado, / y ni sé su alegría / ni sé su pena».9 Y, desde luego, Ayuso le habría presentado a Machado a Benito Artigas Arpón, su «alma mater» en Soria, quien un día sí y otro también firmaba su columna periodística bajo el pseudónimo Juliano.10 Todas cuantas noticias de entonces pudiéramos leer hoy habrían sido objeto de conversación por tan preclaros amigos, mientras deslizaban sus pasos por las «tristes, silenciosas y abandonadas» calles de la Ciudad, y, a buen seguro, más que ninguna otra, juzgarían el proyecto de urbanización del amplio espacio ocupado por el derruido palacio del Marqués de la Vilueña. El proyecto, importante y trascendental para el desarrollo de Soria en torno a la plaza del Campo, paseo de la Alameda de Cervantes y carretera de Madrid, apenas hacía un mes que su autor, el arquitecto municipal Andrés de Lorenzo,11 lo había presentado a la consideración del Excmo. Ayuntamiento y este lo había aprobado en sesión celebrada en los primeros días de abril. Justo el mismo día en que Ayuso y Machado se reencontraron, la corporación local había celebrado sesión extraordinaria para un mayor análisis y discusión.12 El instituto en el que Antonio Machado Ruiz tomó posesión aquel primero de mayo de mil novecientos siete, resultó ser una entidad de larga historia y tradición. Ubicado en un hermoso edificio, de traza conventual y erigido por los Jesuitas para albergar su célebre Colegio del Espíritu Santo, había sido creado por una orden de la Regencia provisional del Reino de 11 de febrero de1841 que aprobaba la traslación del Colegio-universidad de El Burgo de Osma a la vez que lo convertía en Instituto Provincial de Segunda Enseñanza. La falta de medios para subsistir hizo que fuera suprimido el 22 de julio de 1843, sin embargo, dos años más tarde, la Real Orden de 9 de marzo de 1845 lo volvía a reorganizar, posibilitando que
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fuera inaugurado de nuevo el 1º de noviembre de aquel mismo año y que catorce días después abriera sus clases. Por aquel histórico instituto al que llegaba Machado habían desfilado personajes de la talla de D. Sergio Moya, que estableció en octubre de 1850 la Estación Meteorológica que aún funcionaba en el Centro;13 de la de D. Dionisio L. de Ceraín, Catedrático de Matemáticas, que en 1855 construyera con sus manos la severa, suave y amplia escalera principal; de D. Antonio Botija y Fajardo, que tuvo el honor de ser el primer profesor titular de la Sección de Agricultura, creada por R. O de 1º de noviembre de 1864 y cuyos estudios daban derecho al título de Perito Agrónomo; de D. Nicolás Rabal, Catedrático de Retórica y Poética, autor de una inmensa historia de Soria, que dictó un erudito discurso el 25 de mayo de 1881 para celebrar así el Instituto el II Centenario de la muerte de Calderón; de D. Manuel Sandoval, quien, el 4 de noviembre de 1900, había inaugurado las clases nocturnas para obreros y quien, al poco tiempo, alcanzaría la condición de Académico numerario de la Española; o, en fin, de la inmensa talla de D. Antonio Pérez de la Mata, célebre Catedrático de Filosofía que apenas hacía siete años que había fallecido y aún se le recordaba entre pasillos. Nada de esta información, que a nosotros nos ha proporcionado un breve artículo del que con el tiempo sería compañero de Claustro e impulsor del gran homenaje que le otorgaría la Ciudad en 1932, le sería entonces indicada a don Antonio, mas seguros estamos de que en aquellos momentos llegó a sentir el pesado ambiente de su Historia.14 Del Instituto y de la reunión que a media mañana mantuvo con su Director y Secretario, D. Gregorio Martínez y D. Juan Gil, catedráticos respectivamente de Latín y Lengua y Literatura Castellana, partió Machado al encuentro de la Ciudad.
Libro de actas 8-1/7-6. Curso 1907-08. IES Antonio Machado, Soria.
Había llegado a ella el día anterior, 30 de abril, a las 18,09 de la tarde, en el tren directo que todos los martes la ponía en comunicación con la Corte a partir de las 7 de la mañana. El viaje, con ser de similar duración –once horas y unos minutos– e igual precio –unas catorce pesetas en tercera–, resultaba más cómodo que el diario por partir éste de Madrid a las 19,40 horas, permanecer en Torralba del Moral en espera de trasbordo entre las 0,33 y las 3,05 y llegar a Soria18 con el frío de la mañana –aquel martes marcó el termómetro una mínima de 1,4º, y no más de 1,6º indicaría al día siguiente, frente a los 15,2º y 17,4º de máxima–. La primavera soriana, tardía como comprobaría pronto el poeta, no ofrecía muchas posibilidades de luz un 30 de abril16 y a las siete de la tarde, y, además, el viajero, cansado, aún debía acomodarse en la pensión gobernada por doña Regina Cuevas, en el número 54 del Collado. Así pues, tras proceder a cumplimentar el expediente administrativo de rigor, justificar a la habilitación su situación militar y acordar con la dirección del Centro que, aunque figurase su nombre en el Tribunal que había de juzgar los exámenes próximos,17 los valorase D. Emilio Aranda, profesor que en
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los dos últimos años había tenido a su cargo la enseñanza de la Lengua Francesa, Machado pudo entrar realmente en contacto, por vez primera, con Soria. Es muy posible que la ciudad de no más de 7.500 habitantes que entonces observó le produjera la misma sensación que sintió aquel cronista que la retrató, en Tierra Soriana, unos meses antes: Si se recorren las calles de Soria, tristes, silenciosas y abandonadas en su casi totalidad, y se para la atención en la extensa línea de murallas casi desaparecida que circundaba a nuestra ciudad y que no era bastante para contener su población, pues tenía dos grandes arrabales, se siente una impresión de profunda melancolía.18 Soria. Ferrocarril. Estación de San Francisco (Hoy desparecida), h. 1900. Archivo Histórico Provincial de Soria.
El contraste con Madrid era tan enorme que aquellas palabras iniciales del texto precedente –palabras que ahora nos recuerdan aquellas otras suyas empleadas en el borrador del prólogo al libro de Ayuso: «Soria tan triste, tan pobre, tan bella»–
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bien pudieron corresponderse con su primera impresión. Y sin embargo, llevados de cierto sorianismo, queremos creer que la Soria que don Antonio captó de inmediato fue la Soria que José María Palacio, su futuro buen amigo, nos dejó descrita el mismo día en que pisó sus calles, aquel ya lejano 26 de diciembre de 1901: El continuo traqueteo del tren, me había mareado. Mis miembros ateridos por los efectos de una temperatura casi glacial, apenas si comenzaban a desperezarse, cuando después de un largo viaje, pongo el pié en el estribo, bajo a tierra, y por vez primera contemplo a Soria, dirigiéndole mi saludo de afecto y admiración. [...] Decidido a tomarlas sobre el terreno, me lanzo por sus calles con el afán del «tourista», y traspasando sus encrucijadas, observo alguna que otra industria en ejecución, un comercio ni grande ni pequeño, pero de relativa importancia para la capital, y unas casas en «mantequillas» que gozan de fama y con razón en toda España, viniendo a ser como la especialidad principal que encuentro. Soria me parece a primera vista la ciudad que lucha por su existencia, en titánica batalla que gana por el trabajo constante de sus hijos, los cuales percatándose de que el país en que nacieron no cuenta con grandes elementos naturales de vida, forman de él una región que se distingue por su cultura, por su abnegación, por su altruismo, por sus costumbres morigeradas en extremo, y que, unidas a su carácter afable, expansivo y atento, hacen que el viajero se lleve siempre gratos recuerdos de su pueblo...19
A lo sumo, la Soria que entre el miércoles y el domingo de aquella primera semana del mes de mayo de 1907 examinó Machado estaría a caballo entre el estado idílico de Palacio y la visión, quizá más realista, que en 1912, y en Madrid, presentó Teodoro Ramírez al V Congreso del Turismo: Solares de las casas solariegas yermos y abandonados, mansiones de sus doce linajes en ruinas, los timbres heráldicos de sus caballeros campeando en fachadas desmoronadas, y allá, en lo alto del cerro, a cuyo pié se extiende la ciudad, se alzan altivas y señoriales las ruinas del castillo, ruinas y ruinas, masas ingentes de torres y bastiones, que un caudillo de nuestra gloriosa guerra de la Independencia abatió y derrumbó, así como las murallas que cercaban y defendían la ciudad, a repetidos golpes de ariete, impulsados por el erróneo juicio y malhadado intento, de que no sirvieran de refugio, amparo y defensa al invasor…
Con todo, aquellos primeros días de mayo ofrecieron a Machado grados de buena temperatura, y este, agradecido, paseó sin prisas y contemplativo por la orilla izquierda del Duero, entre San Polo y San Saturio. Los chopos y álamos de la ribera, el cálido sol de las tibias mañanas de primavera, la clara luz y el azul del agua se ar-
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ticularon en los primeros versos del que, con algún que otro borrador trazado en el tren de vuelta, compondría, en aguda combinación de decahexasílabos y octosílabos en pareados o rimas alternas,20 su primer poema soriano. Tan emotiva poesía, significativamente titulada «Orillas del Duero», sería incluida de inmediato en su Soledades. Galerías. Otros poemas, libro que vería la luz a mediados de noviembre de 1907, y para muchos estudiosos21 sería en verdad la primera de las composiciones, sin estar nunca incluida entre ellas, de Campos de Castilla. El domingo cinco de mayo, a las 21,40 de la noche, partía para Madrid «nuestro amigo D. Antonio Machado Ruiz, profesor de francés del Instituto provincial de Soria».22 Lo hacía con los trámites cumplidos, con un poema en la cartera y, seguramente, con el convencimiento de que empezaba para él una nueva vida. Lo haría también, como siempre, ligero de equipaje, y con un periódico soriano en la mano, tal vez un ejemplar de Noticiero de Soria en el que, por esas fechas, se estaba publicando el folletón de Juan José García titulado La Laguna Negra.23 Por más que insista Gibson,24 todo hace suponer que Antonio Machado regresó a Soria, de cara a comenzar el curso 1907-1908, en los últimos días de septiembre. Heliodoro Carpintero, tomando al pie de la letra lo escrito por el poeta con motivo de su nombramiento como «hijo adoptivo» de la Ciudad en 1932, aludió siempre al 21 de septiembre,25 sábado; y la prensa de la época le dio la bienvenida el lunes 23, en el caso de Tierra Soriana, el jueves 26 en el de El Avisador Numantino,26 mientras que Noticiero de Soria insertó en sus páginas, el mismo sábado 21, el siguiente comentario: Ha sido nombrado profesor de la clase de francés en el instituto provincial de Soria, el conocido y distinguido escritor y poeta don Antonio Machado, que no sabemos si vendrá pronto o no a tomar posesión de su cargo.27
La lectura del saludo de Tierra Soriana –o, quizás, la llamada de atención realizada desde el propio Instituto– hizo que Noticiero rectificara en el número siguiente: Mejor informados, podemos decir, y lo hacemos con sumo agrado, que el nuevo Catedrático de Francés en el Instituto de Soria don Antonio Machado se halla en nuestra capital y tomó posesión de su cargo en mayo último cuando fue nombrado, habiendo permanecido ausente la temporada veraniega.28
El apunte del periódico soriano se nos presenta revelador en un doble sentido: queda confirmada la estancia de Machado en nuestra Ciudad con antelación al 25 de septiembre y, además, queda también aclarado –aclaración que haría la Dirección del Centro o el mismo Machado- que no estuvo en Soria durante el verano.
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Y en este sentido hemos de rectificar también a José María Martínez Laseca, otro eminentísimo estudioso de la obra de Machado, que apuntara que el poeta «regresaría a Soria el primero de octubre».29 Y es que, por si no fuera suficiente lo dicho, las actas del Claustro de Profesores del Instituto General y Técnico informan que en la sesión del sábado 28 de septiembre estuvo presente Machado, junto con el Sr. Director –D. Gregorio Martínez–, el Secretario, D. Miguel Liso, y los profesores Sres. Santodomingo, Cabrerizo, Isidro Martínez, Aranda y Díez. En aquel primer claustro al que asiste en su vida Antonio Machado, amén de leer y aprobar el acta de la sesión anterior como era preceptivo, se aceptó el horario de clases y se acordó «dar buen informe de las instancias presentadas por los Sres. Machado, Cabrerizo y Liso solicitando, del Ilmo. Sr. Rector de la Universidad de Zaragoza, su autorización para dedicarse a enseñanzas distintas del Bachillerato», dato este que se verá justificado, al menos en el caso de Machado, en los primeros días de octubre. Por lo demás, el Claustro no olvidó hacer constar su satisfacción «por el ingreso en este Centro de los Sres. Machado, Cabrerizo y Pina», a la vez que lamentaba la salida de D. Juan Gil, quien fuera Secretario en la toma de posesión de don Antonio, ni nombrar las «comisiones de recepción para el acto de la apertura del curso académico» que habría de celebrarse el 1º de octubre.30Así pues, con el
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Soria. Locomotora Ramón Benito Aceña. Publicada en «Recuerdo de Soria, 2ª época», nº 3, 1892. Archivo Histórico Provincial de Soria.
Soria. Vista desde la falda del Castillo un día de nieve. Archivo Histórico Provincial de Soria.
horario de sus clases en el bolsillo –impartiría Lengua Francesa de primer curso de Bachillerato los martes, jueves y sábados de 9, 30 a 10,30, y, los mismos días y una hora antes, Lengua Francesa de segundo curso– y, posiblemente, con la lista de sus futuros alumnos –siete en primero, entre los que se encontraba Blas Taracena Aguirre, y ocho en segundo–, se aprestó Machado a iniciar su primer año como Profesor. Y su primer acto tenía fecha, hora y escenario especial: el 1º de octubre, víspera de San Saturio patrón de la Ciudad, a las once de la mañana, en el salón de actos del viejo caserón jesuítico. En esa fecha, hora y lugar el Instituto General y Técnico se engalanaría para recibir a las autoridades locales, escuchar de su Secretario la lectura de la Memoria anual y entregar a sus más distinguidos alumnos los premios a los que su trabajo en el curso pasado les había hecho merecedores. La ceremonia, simple y provinciana, sirvió a Machado para conocer a las fuerzas vivas de la Ciudad y para que estas, a su vez, probaran la bondad y excelencia de los nuevos miembros del Claustro.31
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A tales conocimientos había que añadir a sus compañeros de pensión, especialmente al médico y cirujano aragonés Sr. Iñiguez Ortiz32 y a los del propio Instituto, donde se impartían estudios de Bachillerato y Magisterio. Aquí compartió tareas docentes con D. Lorenzo Pina, Ayudante de la Sección de Letras y profesor de Lengua y Gramática Castellana; con D. Juan Antón, que se ocupaba, en ambos niveles académicos, de las asignaturas de Geografía e Historia; con D. Lorenzo Cabrerizo, profesor que era de Aritmética, Geometría, Álgebra, Trigonometría y, por si fuera poco, de Gimnasia en Bachillerato y de Ejercicios Corporales en Magisterio; con D. Emilio Aliaga, que lo era de Dibujo; D. Isidro Martínez, que doctrinaba en Religión y, llegado el tiempo, le casaría; D. Agustín Santodomingo, que se encargaba de las asignatura de Ciencias Naturales, Fisiología e Higiene; D. Miguel Liso que lo hacía de Física y de Química General; con el Sr. Director, D. Gregorio Martínez, que además de impartir las clases de Lengua Latina se ocupaba de cubrir las ausencias en las materias de Caligrafía y Lengua Castellana; y con D. Emilio Aranda, quien antes de la llegada de Machado ejercía de profesor de Francés y ahora lo haría de Psicología, Lógica, Ética, Rudimentos del Derecho y, en Magisterio, de Geografía e Historia de España. Otros profesores, como D. Fermín Jodra, que lo era de Gramática Castellana y de Prácticas de Enseñanza; D. Rufo Díez, de Pedagogía; D. Hilario Sánchez, de Agricultura y Técnica Agrícola; y D. Federico Zunón Díaz, que vivía también en la casa de huéspedes de doña Regina Cuevas y era profesor de Derecho Usual y Legislación Escolar, compartieron con don Antonio edificio pero no claustro, pues se encargaban exclusivamente de las enseñanzas de Magisterio.33 Con algunos de ellos, básicamente los Sres. Cabrerizo, Liso y Aliaga, se repartiría además el trabajo, de forma desinteresada y altruista, de educar y formar a los obreros que así lo desearan en la escuela de Artes y Oficios de Soria.34 Esta, y no otra, fue la razón por la que Machado hubo de solicitar licencia para impartir otras enseñanzas distintas a las que correspondía a su Cátedra recién estrenada. Y, en fin, es muy posible que Machado hubiera tenido ya su primera relación, o al menos conocimiento, de la valía, bondad y carácter de un funcionario del Servicio Forestal de Soria, maestro de formación y metido a periodista desde el mismo momento en que pisó suelo soriano, el amigo José María Palacio, quien, en el mismo ejemplar de El Avisador Numantino en el que don Antonio figuraba como contribuyente generoso a la formación cultural del obrero soriano, publicaba una columna elogiosa de la trayectoria profesional del tenor local Vicente Abad Antón.35 De cualquier manera, se hubiera o no percatado Machado de la presencia de Palacio, la casualidad, el azar o el capricho de los acontecimientos haría que se cruzara de inmediato en su vida pues, pocos días después, José María Palacio contraería matrimonio con Heliodora Aceves, sobrina de la patrona del poeta.36 A finales del mes, en un nuevo claustro de profesores, Antonio Machado recibió una nueva muestra de afecto y consideración por parte de sus compañeros, cuando estos, a propuesta del Sr. Director, decidieron nombrarle vocal de la Junta Económica del Centro en sustitución de D. Juan Gil, profesor que acababa de trasladarse al Instituto de Salamanca.37
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Es decir, Machado se iba poco a poco incorporando a la rutina docente y administrativa propia del cargo al que había venido a ocupar en Soria, y mientras, ésta, seguía enviando comisiones a Madrid en busca de la articulación del proyectado ferrocarril Burgos-Calatayud pasando por Soria, y veía como regresaban satisfechas con la promesa de un campo de tiro para los llanos de Chavales, hecha por el Ministro de la Guerra General Primo de Rivera, o el asfaltado de la calle del Collado, formulada por el Ministro de Fomento y bien «recomendada por el Vizconde de Eza». Con estas noticias, que recogía El Avisador Numantino del jueves 12 de diciembre,38 y aquellas otras que aludían una y otra vez a Numancia y sus excavaciones,39 al ya citado proyecto del Ensanche y a las causas de la mortalidad de los sorianos,40 al crimen de La Venta de La Laguna, en la demarcación de Matalebreras, en que habían aparecido dos mujeres muertas, o al incendio ocurrido en el número 7 de la mismísima Plaza Mayor, iba Machado, como decimos, entrando poco a poco en la particular idiosincrasia soriana. Tanto fue esto así que sin darse apenas cuenta vio cómo uno de sus poemas, «Las Moscas», aparecía impreso en la primera plana del ejemplar del 18 de noviembre de Tierra Soriana, tan sólo tres días después de que lo reprodujera el diario republicano El País y siete antes de que, según el propio diario madrileño, saliera a la calle Soledades. Galerías. Otros Poemas.41 El dato es interesante pues ni Carpintero, ni Martínez Laseca ni el propio Gibson aluden a esta circunstancia, hecho que determina que estamos ante la primera colaboración del poeta en la prensa soriana. Se presentó esta con un encabezamiento, entre el título y los versos, escrito, a no dudar, por Benito Artigas Arpón, aquel amigo de infancia y juventud de Manuel Hilario Ayuso, que señalaba que el poema procedía Del libro Soledades. Galerías y Otros Poemas, del inspirado poeta Antonio Machado, profesor de francés del Instituto general y técnico de Soria.42
No más de tres días después, en el número 119 de Tierra Soriana correspondiente al jueves 21 de noviembre, los sorianos pudieron leer dos nuevos poemas de Machado, aquellos que empezaban con los versos «Yo voy soñando caminos…» y «La primavera besaba…» y que, según se indicaba encima de ellos, en letra bastardilla y menor, pertenecían a Soledades. Galerías. Otros Poemas, libro que «en breve» se pondría a la venta en Soria. Y al lunes siguiente, en el número 120 de la misma publicación, les tocaría el turno a las silvas I, II, III, IV, V y VI de Galerías, que algunos afortunados ya habían degustado en el número 2 de la madrileña Revista Latina del 30 de octubre pasado.43 Y así, de aquel modo, mientras Machado se introducía en los entresijos de la ciudad, los habitantes más cultos de ésta empezaban a entender aquellos honorables calificativos (distinguido, exquisito, competente) con que la prensa adornaba la profesión y el oficio de aquel. El libro, en su presencia física, debió ver la luz entre el 18 y el 25 de noviembre y aunque es de suponer que al menos Manuel Hilario Ayuso y Benito Artigas Arpón tendrían acceso a él,
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ningún comentario dejaron en la prensa, ocupados como estaban en el desarrollo de la Asamblea nacional sobre la reforma de la legislación Forestal que, convocada por el Excmo. Ayuntamiento de Soria, se llevaría a cabo en Madrid entre el 29 de noviembre y el 4 de diciembre de aquel recordado mil novecientos siete. Mas el libro de Machado no pasaría desapercibido, y adentrado el año de 1908, allá por abril, Tierra Soriana volvería a publicar en primera plana «una hermosa composición poética del profesor de francés y Vicedirector del Instituto general y técnico de Soria, D. Antonio Machado»; era el poema titulado «Fantasía de una noche de abril», del que un suelto del mismo diario indicaba que pertenecía al libro Soledades. Galerías. Otros Poemas y que estaba «de venta en el establecimiento de Tierra Soriana.44 Casi seis meses habían pasado desde que apareció en Madrid el libro y se puso en venta en Soria, y sin embargo esta supuesta parsimonia en el acontecer diario no fue tal en lo que al transcurrir de la vida de Machado en la Ciudad se refiere. Al volver de Madrid, tras las vacaciones de Navidad, tuvo que hacer frente a un cambio de domicilio dejando la casa de huéspedes del Collado 54 y pasando a otra situada en el número 7 de la calle Estudios; los pormenores del cambio –el traslado de don Isidoro Martínez Ruiz como Practicante médico a la localidad de San Pedro Manrique y el que sus cuñados, Ceferino Izquierdo e Isabel Cuevas recién llegados a la Ciudad, se hicieran cargo de los inquilinos de aquél– fueron investigados y narrados al detalle por Heliodoro Carpintero, quien también anotó
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Soria. Plaza Mayor, h. 1890. Archivo Histórico Provincial de Soria.
la trascendencia del hecho al aparecer en escena Leonor.45 En el Instituto, además de asumir una vocalía en la reformada Comisión Técnica de la Junta provincial de Instrucción Pública de la provincia,46 se vio inmerso, por decisión del Sr. Director, en una terna, en compañía de los profesores Sres. Martínez y Aliaga, enviada a la superioridad para que ésta nombrase Vicedirector del Centro, cargo que al final obtendría por Real Orden del 28 de marzo de 1908, con fecha 14 de abril como toma de posesión, y conocimiento y felicitación por parte del Claustro de Profesores del 23 de mismo mes.47 Y, asimismo, en la calle, en la prensa, Machado hubo de posicionarse ante otro hecho meramente circunstancial en principio para su persona pero que tendría notable relevancia en el suceder de los acontecimientos futuros: José María Palacio dejaba de ser un simple colaborador de Tierra Soriana para convertirse en su redactor Jefe e, incluso, en su Director en un breve periodo de interinidad.48 Pero, sin duda, el evento del año en lo que a la presencia de Machado en Soria se refiere, vino marcado por la decisión del Excmo. Ayuntamiento de la capital de que ésta se asociara «a la gran fecha del Dos de Mayo que España entera se disponía a conmemorar dignamente». Era José María Palacio quien así se expresaba en el mismo ejemplar de Tierra Soriana en que se notificaba su cargo de redactor-Jefe. Nada decía saber del contenido del programa de actos a tal fin preparados pero es muy creíble que empezara a contemplar la posibilidad, luego real, de que los tres periódicos de mayor peso específico de la ciudad (El Avisador Numantino, Noticiero de Soria y Tierra Soriana) se fundieran en uno en tan célebre ocasión, tal y como tres años antes había ocurrido con motivo del III Centenario de la publicación de la primera parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha.49 El centenario lo venían alimentando en la prensa soriana, desde los últimos días de enero, tanto Juan de Dios Blas como Joaquín Lillo y Bravo,50 mientras que en los despachos trabajaban por la conmemoración desde el Presidente del Casino Numancia, D. Mariano Granados y Campos, hasta los presidentes de la Diputación (Sr. Velasco), Colegio de Abogados (Sr. Gómez), Cabildo Colegial (Gómez Santacruz), Sociedad de Obreros (P. P. Rioja), Escuela de Artes (Sr. Amezua) y Círculos de Recreo (Sres. San Martín y Llorente), pasando por el Alcalde, D. Ramón de la Orden, y los directores de los periódicos locales.51 El celebérrimo día –primero nuboso y de bochorno, luego despejado y más tarde alumbrado por un sol espléndido– se inició con una solemne misa en la Colegiata, continuó con una prolija y ordenada procesión cívico-religiosa desde el templo hasta el «Campo de la Lealtad», y concluyó con un «elocuente discurso inspirado en tonos del más elevado patriotismo» del segundo teniente Alcalde de Soria Sr. Arjona.52 Y todo estuvo arropado por el anunciado número extraordinario de «La Prensa de Soria al 2 de mayo de 1808», ejemplar que hermanó por un día al Avisador, al Noticiero y a Tierra, se vendió al precio de 10 céntimos y, en sus seis amplias
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páginas, acogió las firmas de Ramón de la Orden, Felipe Las Heras, Benito Artigas, Pascual P. Rioja, Luis Posada, Santiago Ruiz, José María Palacio, Dionisio Sanz, Enrique G. Noguerol, Joaquín Arjona, Santiago Aparicio, Juan José García, Mariano Granados, Antonio Carrillo de Albornoz, Manuel Ayuso Iglesias y, entre otros varios, Antonio Machado. Fuera de los versos ya vistos, entresacados de Soledades. Galerías. Otros Poemas y reproducidos sin más por Tierra Soriana, era esta la primera colaboración del poeta en la provinciana prensa soriana, mas no se dejó llevar don Antonio de heroicos términos y «vanidosas fanfarronadas» y dejó claro un mensaje, un mensaje si no regeneracionista sí personal y muy crítico con la realidad de un país53 que no hacía mucho se vanagloriaba de Castro y Palafox, del Cid y su espada y aún de Numancia. Somos –diría– hijos de una tierra pobre e ignorante, de una tierra donde todo está por hacer…, que la patria no es una finca heredada de nuestros abuelos…, que Sabemos que no es patria el suelo que se pisa, sino el suelo que se labra; que no basta vivir sobre él, sino para él; que allí donde no existe huella del esfuerzo humano no hay patria, ni siquiera región, sino una tierra estéril, que tanto puede ser nuestra como de los buitres o de las águilas que sobre ella se cierne. ¿Llamaréis patria a los calcáreos montes, hoy desnudos y antaño cubiertos de espesos bosques, que rodean esta vieja y noble ciudad? Eso es un pedazo del planeta por donde los hombres han pasado, no para hacer patria, sino para deshacerla. No sois patriotas pensando que algún día sabréis morir para defender esos pelados cascotes; lo seréis acudiendo con el árbol o con la semilla, con la reja del arado o con el pico del minero a esos parajes sombríos y desolados donde la patria está por hacer.54
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Soria. Plaza del mercado. Archivo Histórico Provincial de Soria
Celso Lagar. Vista del Sena, 1915. Museo de Bellas Artes de Santander.
¿Entendieron los sorianos de entonces tan bello parlamento? Ian Gibson, que ha reproducido en su reciente libro buena parte del texto, afirma con rotundidad que nuestros paisanos no estaban preparados para asimilar el contenido del artículo, y es posible que tuviera razón, pero hay que decir en descargo de aquellas gentes que es verosímil que tampoco lo estuviera el resto del país, como nos tememos tampoco lo está ahora. En la prensa soriana del momento no hubo, que nosotros hayamos visto, reproche alguno a Machado, más bien todo lo contrario pues, casi de inmediato, se reavivó la idea de la «Liga contra la ignorancia» tiempo atrás lanzada por Dionisio Sanz Castillejos. Liga contra la ignorancia, Ateneo instructivo popular o Centro de cultura popular fueron tres formas de expresar un mismo proyecto largamente acariciado a lo largo de aquel conmemorativo 1908; lo impulsaron sorianos
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tan activos como el citado Sanz Castillejos, como Pedro San Martín, Maximino de Miguel, Francisco Alcalde, Joaquín Arjona, Lázaro Garcés, Lucinio Llorente, Santiago Aparicio, Emilio López Pelegrín, Mariano Iñiguez, Ramón Herrero o Benito Artigas Arpón; no atrajo nunca a Machado, cierto, mas queremos creer fue por pudor y no por desprecio; y sólo la codicia de unos, la falsedad de otros y la laboriosidad ultrajada de los que se sentían, por serlo en las Cortes, representantes legítimos de lo soriano y del soriano, echó por tierra el proyecto y retrasó hasta mayo de 1918 el resurgimiento del Ateneo de Soria, institución que, no nos cabe la menor duda, habría laborado bien con el mensaje machadiano.55 Con todo, el primer año académico de la vida docente de don Antonio estaba llegando a su fin. En el Instituto, en la sesión del claustro de profesores del día 13 de abril, se procedió a la «formación del cuadro de exámenes»56 y estos se llevaron a cabo con normalidad, reflejándose sus resultados, como era habitual, en el tablón de anuncios del Instituto y en la prensa local. Por uno y otro conducto sabemos que Machado calificó con un Sobresaliente a dos de sus alumnos, a otro con un notable y a los cuatro restantes con otros tantos aprobados, en su asignatura de Francés del primer curso, mientras que en la de segundo otorgó un sobresaliente, un notable y seis aprobados.57 Las pruebas de Ingreso y de Grado quedaron fijadas para los primeros días de junio, y tras ellas, el jueves 11, partió el poeta para Zaragoza y Madrid.58 ¿Zaragoza? Anotó en su día Heliodoro Carpintero que «el motivo del viaje era el de localizar las increíbles hazañas» del sitio de Zaragoza durante la Guerra de Independencia tan recientemente recordada,59 algo que nos resulta extraño en Machado; en cambio pensamos que semejante viaje estaba en relación con la celebración en esa ciudad del Congreso Nacional de Pedagogía, hecho que la superioridad había puesto en conocimiento del claustro de profesores del Instituto soriano invitándoles a enviar al mismo a un representante.60 Y Machado, como años después ocurriría con la Asamblea de Enseñanza, debió de ser el elegido. Sea de esto lo que fuere, es posible que nuestro poeta regresara a Madrid, en aquellas sus primeras vacaciones de verano, con el rostro de Leonor en su cabeza, y que fuera esa la razón, como ha sugerido Gibson, de que no opositara a la Cátedra del Instituto San Isidro de Madrid que quedó vacante aquel verano. Es posible, también, que entre sus lecturas inmediatas estuviera el librito que, con el título Erotismo y dibujos de Maximino Peña, acababa de publicar su amigo Manuel Hilario Ayuso.61 Y, desde luego, queremos pensar que entre los papeles que integraban su carpeta –y si no ésta, su alma– estaría el recorte de un breve artículo aparecido en el número 150 de Tierra Soriana en el que, con admiración y una prosa simple, lírica y sentimental, se hablaba de un olmo centenario, cobijo de amores imperecederos y sueños de venturas, al que una tormenta había desgajado sus ramas y tronchado su copa. Su autor, un jovencísimo soriano a punto de licenciarse en Matemáticas
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por la Universidad de Zaragoza, había dejado ya impresas, en el mismo periódico, otras prosas y unos cuantos poemas en cuidadas estrofas y aún haría ambas cosas a lo largo de aquel mes de junio, en que Machado se ausentaba de Soria, y del venidero julio. Aquel joven era Arsenio Gállego y si bien en Soria no llegó a conocer a don Antonio, pese a que compartieron espacio poético en aquella excepcional página que Tierra Soriana imprimiría el martes 21 de julio con textos de Unamuno y Artigas y poemas de E. Marquina, Rubén Darío, Manuel Machado, Antonio de Zayas y Gabriel D´Anunzio, coincidiría con él en Baeza, en abril de 1919, a cuyo Instituto trasladó su Cátedra desde Mahón. Machado dejaría la ciudad andaluza en octubre de ese mismo año, mas resulta difícil no imaginar entre ellos conversación alguna sobre Soria y sobre sus sentimientos encontrados bajo aquel mismo olmo.62 Machado partió para Madrid el 11 de junio y elucubraciones al margen, sí parece que dejara instrucciones precisas a Palacio para que éste publicara alguno de sus poemas en las páginas de Tierra Soriana. Y así lo hizo el martes 16 de junio, en que incluyó «Los Sueños Malos»; y así lo haría en la célebre y referida página del número 204, en el que –con permiso de don Miguel y el titular «Unamuno, íntimo»– reproducía fragmentos de las cartas del filósofo al poeta y la composición «Sol de Invierno». Como suele ocurrir entre estudiantes y docentes, el verano resultó corto y pronto llegó septiembre. En la prensa capitalina la campaña por el Centro de Cultura Popular se trocó en una intensa marcha en pro de la Junta de Defensa Provincial, Numancia y sus excavaciones seguía deparando noticias y el románico soriano empezaba a entrar en otra dimensión con las reformas proyectadas por Teodoro Ramírez sobre San Juan de Rabanera63 y la difusión que de San Juan de Duero y Santo Domingo, a través de las páginas de El Correo, hizo en julio y agosto el insigne arqueólogo José Ramón Mélida.64 Por eso, aunque había pasado poco tiempo y muy rápido, Machado debió encontrar distinta la ciudad al llegar a ella a finales de septiembre. El Instituto poco o nada había cambiado y el claustro del lunes 28 no le deparó otra novedad que el encargo de recibir, junto a Emilio Aranda, a las señoras en el acto de apertura del nuevo curso académico. Su amigo Palacio tampoco parecía cambiado a juzgar por la traza poética con que aderezó su columna de días atrás.65 Quizás el cambio no estaba, pese a lo dicho, en la ciudad, ni en su ambiente, y sí en el número 7 de la calle Estudios donde nuestro autor debió de encontrarse de inmediato con Leonor. Aquel curso que empezaba parecía, pues, distinto, y bien que lo sería. Página siguiente>>. Vidal. Henri Bergson, h. 1930. Agencia EFE
La apertura del curso no trajo más novedades que las aportadas por la lectura que de la memoria anual hiciera Agustín Santodomingo. Entre los alumnos premiados volvieron a aparecer los nombres de Blas Taracena, Constantino Núñez y Fran-
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El poeta Antonio Machado (de píe) pronuncia unas palabras de agradecimiento con motivo de su nombramiento como hijo adoptivo de la ciudad, en un acto celebrado en las cercanías de la ermita soriana de San Saturio, 5 de Octubre de 1932. Agencia EFE
cisca Gómez; y junto a ellos, y pese al mucho tiempo que hacía habían dejado el Instituto, figuraban ¡Don Manuel Hilario Ayuso y Don Benito Artigas Arpón, a los que se les «premió» con Matricula de Honor en Religión e Historia Sagrada! El error, si lo fue, que obviamente creemos que sí, no sería de la prensa y sí de la Administración del Instituto y del Director y Secretario que, con su firma y rúbrica, certificaron el documento expuesto a la consideración pública con fecha 30 de septiembre de aquel 1908.66 El martes 6 de octubre darían comienzo las clases. Machado mantuvo el mismo horario del curso anterior y ganó un par de alumnos. Mantuvo también, o al menos nada nos dice lo contrario, sus clases, nocturnas, alternas y gratuitas, en la escuela de Artes y Oficios. Y poco más sabemos de aquel curso. Por no saber, no sabemos qué pudo ocurrirle –si es que le pasó algo- entre el 15 de diciembre de 1908 y el 12 de febrero de 1909, fechas de dos de los tres claustros –la otra cita sería el 28 de enero- a los que Machado no asistió. En la prensa, pese al papel principal de Palacio y Artigas, tampoco hay noticia del profesor de Francés hasta que, en mayo, aparecieron las calificaciones de los exámenes últimos y con ello no sabemos otra cosa que don Antonio siguió tan generoso como en el curso pasado: concedió cuatro sobresalientes, tres notables y nueve aprobados. Mas todo cambió a partir del 1º de julio de 1909 en que se anunció que:
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El domingo próximo será leída la primera amonestación para el matrimonio que en breve piensan contraer el ilustre poeta, catedrático de francés en el Instituto general y técnico don Antonio Machado, con la señorita Leonor Izquierdo Cuevas.67
Por extraño que parezca, la noticia resultó falsa y el martes 13 de julio se rectificaba del modo que sigue: Fue el domingo último, el designado finalmente para que se leyera la primera amonestación del inspirado y conocidísimo poeta, catedrático de francés en el Instituto de Soria, D. Antonio Machado, con la Srta. Leonor Izquierdo Cuevas. Con este motivo, la casa del Sr. Machado y de su futura consorte, se vio muy concurrida de amigos, relacionados y familiares que hicieron patentes sus deseos de felicidad al próximo matrimonio y que, por nuestra parte, les reiteramos desde aquí. Los invitados a la enhorabuena fueron obsequiados con pastas, dulces y licores exquisitos.68
Entre aquella primera amonestación y el acto mismo de la boda –que, como es sabido, tuvo lugar el viernes 30 de julio en la iglesia Parroquial de Ntra. Sra. de la Mayor- Machado pronunció su primera conferencia pública en Soria, ante la Sociedad de Obreros. La suya fue la cuarta –antes, los días 19 de junio y 3 y 10 de julio, habían intervenido en el mismo ciclo los Sres. Iñiguez, Posada y Aparicio, y tras él lo haría también el abogado del estado en la provincia D. Valentín G. Ugalde- y versó sobre «La poesía y la moral con relación al pueblo».69 Pero, aquél sábado, ante aquellos obreros muchos de los cuales habían sido alumnos suyos en la Escuela de Artes y Oficios y constituían en verdad el pueblo soriano, en lugar de teorizar sobre la condición y diferenciación del arte, prefirió leer sus poemas –él, que nunca lo hacía en público- y mostrar así que «el arte y la belleza es una para unos y para otros; para los de arriba y los de abajo, para la aristocracia y para el pueblo…». Leyó «Las Moscas», «El viajero», «En el entierro de un amigo», «Cante hondo», «El poeta», una sección de «Grandes inventos» y, «en un alarde de sinceridad», concluyó con su autorretrato, composición que todo hacía suponer había surgido a partir de su estrenada condición laboral en Soria. Machado se ganó con sus palabras y sus versos al público asistente como se ganó, una vez más, a su buen amigo Palacio quien le invitó, en el último párrafo de su crónica, a exponer en un artículo lo que de palabra había dicho.70 Y lo que dijo Machado, versos incluidos, es lo que había escrito para el dos de mayo del año anterior, lo que en borrador envió poco antes de la boda a su «querido y admirado maestro» Rubén Darío71 y lo que muchos años después, en recuerdo de un dicho soriano, pronunciaría ante la ermita de San Saturio: que nadie es más que nadie. Quizás por todo ello no agradó
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a Machado el comportamiento de algunos curiosos en la ceremonia de su boda, ni la inadecuada actuación de unos cuantos jóvenes estudiantes cuando la noche de aquel viernes 30 de julio de 1909 se dispuso a tomar, junto a Leonor, el tren que les llevaría a Zaragoza y, por los inesperados asuntos de la semana Trágica de Barcelona, a Pamplona y Fuenterrabía.72 De su viaje de novios, los Machado regresaron a Madrid. A Soria la dejarían para finales de septiembre, con vistas a iniciar el tercer curso académico de don Antonio. De aquel verano no queda más que la sorpresa de ver un poema de Machado impreso en el número 2.886, del sábado 14 de agosto, de El Avisador Numantino: se trata de las tres secciones de «Hastío», poema incluido en Soledades. Galerías. Otros Poemas y que, en lo que a Soria se refiere, tendrá el privilegio de ser la única colaboración de Machado inserta en toda la colección del periódico de don Vicente Tejero y Felipe Las Heras. Excepto que los recién casados, una vez en Soria, decidieran quedarse a vivir con los padres de Leonor, ocupando un par de habitaciones en la pensión de la calle Estudios, y el que don Antonio contara ese año con diecisiete alumnos en el primer curso de Francés y ocho en el de segundo, con clases martes, jueves y sábados de 9,30 a 10,30 en el primer curso y lunes, miércoles y viernes de 10 a 11 para el segundo, poco más sabemos del transcurrir del curso académico 1909-1910. De su
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escasa actividad pública se han hecho eco todo sus biógrafos, denunciando tanto la casi desaparición de las revistas especializadas en poesía como la inexistencia de referencias en la prensa local. En este sentido, incluso, podemos añadir que no asistió a los dos primeros claustros del curso, los celebrados en las fechas de 15 y 27 de septiembre, aunque sí lo haría en los restantes, es decir, los que tuvieron lugar los días 27 de octubre, 25 de noviembre, 4 de diciembre de 1909 y los del 31 de enero, 22 de febrero, 12 de marzo, 22 de abril y 7 y 13 de mayo de 1910, sesiones en las que, por lo demás, lo único destacable sería la incorporación al Centro de los profesores D. Luis Amorena, que ocuparía la cátedra de Pedagogía, y D. José Lafuente, que haría lo propio con la de Geografía e Historia. En lo que a Machado se refiere, convendría anotar la reclamación que él y los Sres. Maés, Santamaría y Lafuente hicieron al Ministerio en demanda de 15 pesetas que habían abonado de más por derechos de timbre en la emisión de sus Títulos Administrativos. Puntuales actuaciones a cosas menores, a lo que se ve, y sin embargo, en ninguna de las actas citadas hubo alusión alguna a una información que publicó primero El Correo Español, y copiaron y comentaron de inmediato La Verdad, El Avisador Numantino y Tierra Soriana, referente al Instituto General y Técnico de Soria y que por lo mismo bien les debería haber interesado. Decía el diario madrileño que … el claustro de profesores está siempre en cuadro en Soria; algunos días se quedan sin dar las clases de determinadas asignaturas; hay auxiliar que
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páginas 24 y 25 Carta de Antonio Machado a Gregorio Martínez Sierra, 20 de septiembre 1912. Fundación Unicaja, Málaga.
tiene a su cargo cinco o seis clases, y no falta profesor numerario que se dedica a asistir a la tertulia del Sr. Canalejas, mientras los escasos y dignos profesores compañeros del afortunado oyente del sembrador de ideas, han de cubrir las faltas…
La Verdad, en un escrito a doble columna del 8 de abril de 1910, indicaba que el cuadro pintado no solamente era cierto sino grave, pues semejante situación se repetía en la escuela Normal de Maestras, donde no había más que una profesora que, además de la instrucción de sus alumnas, debía atender a la dirección y a la secretaría. El Avisador Numantino pedía a la prensa y al pueblo que interviniesen para que las anomalías cesasen, y el columnista de La Verdad exigía al Claustro responsabilidad y justicia.73 Por su parte, Tierra Soriana, consciente del daño que tales comentarios podía hacer a la Institución, optó por entrevistarse con varios profesores, lo que le permitió conocer el problema real –la vacante de varias cátedras y la necesidad de cubrir éstas por auxiliares con excesiva carga lectiva a sus espaldas- tachar de exagerada la nota y demandar del conde de Romanones, a quien hacía responsable del abandono educativo provincial, menor preocupación por las «ambiciones del encasillado» y más por solventar las cuestiones de los ciudadanos.74 Y sin embargo, repetimos, nada de esto preocupó al profesorado y no creemos que, ni la polémica en la calle ni el ambiente que pese al silencio del claustro pudiera reinar en el Centro, tuviera algo que ver en la decisión del poeta de solicitar una
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beca para ampliar estudios en Francia. La demanda la formuló el 17 de marzo, mucho antes de lo que antecede, y ya se dijo que tampoco se entiende la necesidad de huir del «ambiente hostil» que supuestamente respiraban los Machado tras su boda, entre otras cosas porque no era así, tal y como se deduce de los elogios que en la prensa madrileña vertía G. Morenas de Tejada de Soria y sus intelectuales –entre los que incluía, desde luego, al «exquisito poeta Machado»-,75 del grato recuerdo que algunos de sus alumnos de aquel año evocarían mucho tiempo después76 o de la despedida cariñosa que le daría la prensa al iniciar «la ausencia veraniega»77 inmediata. Pasado el verano, los Machado regresaron a la ciudad. Su llegada no quedó registrada en la prensa, como en otras ocasiones, pero sí la participación de don Antonio en el homenaje que «A los hombres ilustres, ya difuntos, de la provincia» había de celebrarse con motivo de las Fiestas Patronales. Ideado por Manuel H. Ayuso, una comisión se encargó desde los primeros días de septiembre de organizar el acto que, en esta primera ocasión, debía centrarse en la figura insigne del filósofo, y antiguo director del Instituto, D. Antonio Pérez de la Mata. Se acordó colocar y descubrir una lápida conmemorativa en el número 7 de la Calle Real, casa donde vivió y murió, y llevar a cabo, en las dependencias del Instituto y tras el acto de apertura del curso 1910-1911, una solemne sesión académica. Se convino entonces, lunes 11 de septiembre, que D. Pascual Pérez Rioja, director del casi olvidado
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páginas 26 y 27 Carta de Antonio Machado a su madre, 1912. Fundación Unicaja, Málaga.
Antonio Machado. La tierra de Alvargonzález, manuscrito. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
Recuerdo de Soria, leyera uno de los más celebrados artículos del homenajeado: «Pastores, artistas y doctores»; que tras él se recitara «una composición poética alusiva al acto, original del espiritual poeta y profesor del Instituto, Antonio Machado»; que después, «el profesor de Psicología D. Francisco Santamaría, como sucesor de Pérez de la Mata en la cátedra de la mencionada asignatura, pronunciara un discurso»; que «en nombre de los discípulos del ilustre muerto, hablara D. Mariano Granados» –aunque nunca fuera su alumno- y que, finalmente, cerrara la fiesta D. Manuel H. Ayuso, como inspirador del proyecto, disertando acerca de la labor filosófica del paisano de Castilfrío de la Sierra.78 Machado estuvo presente en la sesión del Claustro de Profesores del Instituto del miércoles 28 de septiembre y, como acabamos de mencionar, participó activamente en el homenaje, mas no en el tono informado. No recitó un poema y sí leyó «un trabajo delicado, de pensador y poeta, correcto en la forma y bellísimo en el fondo».79 El discurso de Machado, incluido el categórico cierre «He dicho», ha sido reproducido una y mil veces, mas la ocasión es propicia para transcribir un breve pero significativo párrafo: En una nación pobre e ignorante –mi patriotismo, señores, me impide adular a mis compatriotas- donde la mayoría de los hombres no tienen otra actividad que la necesaria para ganar el pan, o alguna más para conspi-
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rar contra el pan de su prójimo; en una nación casi analfabeta, donde la ciencia, la filosofía y el arte se desdeñan por superfluos, cuando no se persiguen por corruptores; en un pueblo sin ansias de renovarse ni respeto a la tradición de sus mayores; en esta España, tan querida y tan desdichada, que frunce el hosco ceño o vuelve la espalda desdeñosa a los frutos de la cultura, decidme: el hombre que eleva su mente y su corazón a un ideal cualquiera, ¿no es un Hércules de alientos gigantescos cuyos hombros de atlante podrían sustentar montañas?80
Los actos en honor de D. Antonio Pérez de la Mata tuvieron lugar el primer día de las Fiestas de San Saturio. Los colegiales tenían entonces fiestas escolares hasta el sexto día de octubre. Y esos días, y no otros, utilizó Machado para, recordando sus tiempos de la Institución Libre de Enseñanza, emprender una intensa excursión al nacimiento mismo del Duero. De la belleza del paraje sabía por boca de Baroja –que lo había recorrido en noviembre de 1901 y cuya visión trasladó en seguida a El Imparcial y tres años después a las páginas de El mayorazgo de Labraz- y por una hermosa y sugerente columna de un desconocido y jovencísimo –apenas contaba con diecinueve años- José Tudela: Tristezas y arideces cubren nuestro suelo, pobre es nuestra provincia y fama de glaciar y despoblada lleva en España… ¿verdad? Pero hay en ella un rincón que es un oasis, un vergel en medio de un desierto, rincón ignoto y escondido que guarda su tesoro de hermosura cerca de montañas altísimas. Hondos valles terminados en praderas, picos que se incrustan en las nubes, desfiladeros angostos surcados por ríos torrenciales, rocas gigantes, pinos esbeltos…cada paso un paisaje, cada paisaje un asombro de belleza […]. Mas en estos Pinares, en este rincón soriano, la Naturaleza se muestra salvaje, ruda, grandes contrastes de color y luz, nada de la suavidad en tonos de los campos vascos, nos subyuga, nos aminora su vista, hay algo de sublime en su belleza. Hay también lagunas en las altas cumbres y la fantasía popular ha forjado leyendas haciéndolas misteriosas. A una de ellas llaman la Negra: tiene esta laguna color verde oscuro, que parece retazo de mar […]. Hay otra laguna que es más conocida pero menos bella, que es la de Urbión, junto a ella nace el Duero, pobre manantial de helada agua que va engrosando por momentos… Otra tercera laguna se ve; se llama la Helada, es indiferente a los ojos del espectador […]. Acudid sorianos a ver lo mejor de nuestro suelo, día llegará en que esas bellezas y sublimidades sean visitadas de exóticos pueblos, ansiosos de emociones intensas, pletóricos de artístico anhelo.81
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Semejante excursión –en la que pensamos participaría su compañero Santamaría, gran aficionado a este tipo de actividades- alcanzó celebridad, como bien se sabe, por atribuírsele a ella la inspiración necesaria para la creación de La Tierra de Alvargonzález. El crimen de Duruelo, ocurrido en julio de aquel mismo año, más todo lo que en torno a él generó la prensa –La Verdad y el Ideal Numantino especialmente- en los meses siguientes, fue otra de las bases del romance. Mas, permítasenos un pequeño atrevimiento: el artículo de Tudela y, antes, la novela La Laguna Negra de Juan José García, ambientada en torno a La Muedra y Santa Inés y con disputas sociales, crímenes e incendios, debieron ser mimbres de primera mano para don Antonio.82 Tras la aventura, apenas vuelto a la capital, Machado tuvo la satisfacción de que un poeta local le dedicara, del modo que sigue, la composición poética titulada «Clausura»: Al espiritual poeta, gloria de las letras patrias, D. Antonio Machado.83
Era obvio que entre los sorianos la figura del vate sevillano había caído en gracia, y esa consideración no era menor en el Instituto donde, una vez más, sería elegido para representarle en la primera Asamblea Oficial de la Enseñanza que habría de celebrarse en Madrid en el mes de diciembre.84 Por esas mismas fechas fue nombrado miembro de número de la Academia de Poesía Española,85 y poco tiempo después, como consecuencia de la demanda ya vista, era el Gobierno de
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la nación el que distinguía «al ilustre profesor e inspirado poeta» con una pensión para practicar estudios de Filología en París.86 Sus trece alumnos del primer curso de Lengua Francesa de aquel año, más los cinco de segundo –entre los que se encontraba Mariano Granados Aguirre-, suponemos asistirían con sorpresa ante tales acontecimientos en torno a su profesor, no tanto por las ausencias –pues serían cubiertas de inmediato por el Ayudante de la Sección de Letras D. Miguel Jiménez de Cisneros- cuanto por la notoriedad de los hechos. Según La Verdad,87 Machado y Leonor partieron para París, vía Madrid, el jueves 12 de enero de 1911; y ese mismo día, quizás como sentida despedida a su amigo, José María Palacio incluyó en la primera plana de Tierra Soriana una composición – «bellísima en la forma», según el Ideal Numantino del día siguiente- que en diciembre pasado había publicado La Lectura. El poema «Por tierras del Duero» –luego siempre recogido en Campos de Castilla con el título «Por tierras de España»- decía en inspirados versos lo que toda la prensa local había denunciado desde tiempo atrás: que los constantes incendios, los traumáticos y humillantes crímenes, la sangrienta emigración constituían nuestros principales y eternos males. Así lo hizo ver Palacio cuando dos días después de reeditarlo tuvo que hacer frente a la reacción del Ideal Numantino –el periódico católico fundado y dirigido por el Abad de la Colegiata D. Santiago Gómez Santacruz-, que en un pequeño suelto de sus
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páginas 30 y 31 Antonio Machado. Apuntes, manuscrito. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
noticias, y no en primera página o en su editorial como tanto se ha repetido, valoraba el poema como tal aunque no consideraba recomendable su lectura, pues, escribía, … no podemos admitir como justo el concepto que al Sr. Machado le merecen los habitantes de la Tierra del Duero, entre los cuales los habrá con los vicios que les atribuye el Sr. Machado, pero es innegable que son excepciones rarísimas y que en la generalidad se encuentran muchas virtudes que el poeta parece negarlas en su composición.88
Mas para Palacio, conocedor de la incapacidad de Machado para faltar al respeto a nadie, no había la menor duda de que si en tal composición hubiera algo de injusto sería achacable a «la más exacta aplicación del verso, nunca a la intención del poeta».89 Y como Palacio, así lo debió entender mucha más gente, incluido D. Pascual Pérez Rioja, fundador, director y propietario de Noticiero de Soria, periódico en cuya segunda página del número 2.430, de ese mismo sábado 14 de enero, Antonio Carrillo de Albornoz -Administrador de Hacienda de la provincia, director por algún tiempo del Ideal Numantino y poeta ocasional él mismo- plagió el poema machadiano, sustituyendo sus juicios negativos por elogios altamente encendidos.90 El propio Ideal Numantino de unos días después91 incluyó en sus páginas un nuevo poema, esta vez de A. Alpanseque, y aunque «Por los campos de Soria» resultó una heroica glosa de «los hijos de este pueblo» supuestamente vilipendiado por los versos de Machado, en absoluto puede entenderse como un ataque directo y frontal sobre el quehacer de un hombre que ya empezaba a ser visto en Soria como algo especial. Por más que se insista, la marcha de Machado y Leonor a París no trajo crítica alguna de la ciudad, y si no existió ésta y tampoco fue tal la polémica por la cuestión de «Por tierras del Duero», no cabe relación alguna de ambos hechos. Cierto que El Avisador Numantino incluyó a nuestro poeta entre los que, en pleno invierno, «veraneaban» ausentándose de Soria, con licencia unos, licenciosamente otros,92 mas no ha de olvidarse que fue este periódico el que de una forma más explícita felicitó al poeta por su éxito: Al ilustre profesor de francés de este Instituto y celebérrimo poeta D. Antonio Machado le ha sido concedida una pensión por el Gobierno español para que pase a Francia a estudiar filología. Celebramos tan acertada designación y por ello felicitamos a nuestro amigo Sr. Machado.93
Estando como estaban sumidos en una experiencia tan sugerente para la época como era viajar e instalarse por una larga temporada en París, nada de lo que sucediera en Soria –salvo el lamentable fallecimiento de doña Antonia Aceves, abuela de Leonor, ocurrido el 20 de marzo- pudiera trascender, en buena lógica,
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en el acontecer vital de los Machado. Desde allí llegaron, como don Antonio había prometido a su buen amigo Palacio, un par de crónicas94 y una carta a éste, que publicó en La Nación y que El Avisador Numantino reprodujo en octubre, cuando ya Machado y Leonor llevaban casi un mes de vuelta. Por su desconocimiento –no la hemos visto citada por ninguno de los biógrafos del poeta- y, sobre todo, por su interés transcribiremos algunos de sus párrafos y algunas de las frases originales de la epístola: Hoy recibo una carta de París; la carta es de un gran pensador y poeta excelso, de Antonio Machado, y me trae un poco del perfume de los bulevares, y el hálito delicado y sutil del poeta que siente, allá en la gran ciudad, «gran nostalgia por estos campos de Castilla, ¡tan bellos, tan espirituales!...» El poeta siente su nostalgia en París y para curarse del «tedio urbano» trabaja «cuanto puede» en asuntos filológicos y asiste a clases y conferencias, y prepara trabajos para la Junta española de Ampliación de Estudios. Machado, desde París, me anima a estudiar cosas de Arqueología y emite este juicio: «Lo más interesante de España son las piedras venerables y las ruinas». […]. Lo dice Machado con una visión muy clara de nuestra psicología: «En España conviene olvidar la política para hacer cultura». […] Machado, el alma delicada de Machado, siente en París el «tedio urbano» y ambiciona ver el horizonte azul de los campos de Castilla…».95
Cuando esta carta-crónica se publica en Soria ya hace un mes que Machado y Leonor han regresado de París, tras el desencadenante de la enfermedad de la joven esposa. Les dio la bienvenida El Avisador Numantino, en su ejemplar del 16 de septiembre, y La Verdad, el martes 19, mientras en el Instituto, que contaba con nuevo director en la persona del Catedrático de Agricultura don Ildefonso Maés desde el pasado 1º de marzo, se preparaba el nuevo curso con la incorporación del Catedrático de Matemáticas D. Pelayo Artigas y Corominas. Los nuevos horarios –Machado seguirá con su primer y segundo curso de Lengua Francesa y su clase diaria a primera hora de la mañana- y el nombramiento de las habituales
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Antonio Machado. Constanza era blanca (con Campos de Castilla y Campos de Soria), manuscrito. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
Fotografía aérea de Soria. Archivo Ramón Benito Aceña, Museo Numantino.
comisiones de recepción a la fiesta de apertura –el poeta se encargará esta vez de las autoridades-, fueron las tareas que les ocuparon en el primer claustro de un año académico, éste de 1911-1912, que exigiría de los profesores un esfuerzo extra –claustros de los días 4, 8, 12 y 23 de octubre- por cuanto se vieron en la obligación de analizar y valorar el cuestionario que, en torno a los nuevos estudios de Bachillerato, les había remitido la Asamblea General de Enseñanza y Educación. Por lo demás, el número de alumnos matriculados en Francés había aumentado considerablemente, llegando a 27 en primero –entre los que encontramos a Félix Granados Aguirre y a Ramón Las Heras López, que años después formarán parte del grupo de teatro de Gerardo Diego-96 y 16 en segundo, entre los que destacaba Clemente Sáenz García y un hermano de Ángel del Río Cabrera, Miguel. Y sin embargo, como bien han narrado Carpintero, Martínez Laseca y Gibson, Machado estaba «obsesionado con el estado de su Leonor»97 y ni la aparición en prosa de La tierra de Alvargonzález, en el número de enero de 1912 de Mundial Magazine, ni el éxito de Manuel con su Cante hondo, editado por esas mismas fechas, ni
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siquiera la publicación a mediados de abril de Campos de Castilla eliminaron del rostro de Machado la honda preocupación por su «Leonorcica del alma». Buscando «su» milagro de la primavera, alquiló Machado una casa en el camino al cerro del Mirón, y hasta su ermita empujaba, una y otra vez, el cochecito de su esposa. Les hacía entonces compañía aquel olmo, centenario y desgajado por irreverentes tormentas, que otrora admirara Arsenio Gállego, y al que don Antonio, quizás en recuerdo de aquella lejana lectura y desde luego en íntima conexión con su propio estado anímico, confesaría su deseo: que a esa niña tierna, de talle débil, le salieran, también, algunas hojas verdes que le animaran la vida. A ese olmo seco le compondría Machado, en los primeros días de mayo, uno de los poemas más bellos e intensos de la historia de la poesía, mas no vería la luz hasta el 20 de febrero de 1913, seis meses y dieciocho días después de la muerte de Leonor. El 30 de abril asistió Antonio Machado, sin saberlo, al que vendría a ser su último claustro en el Instituto General y Técnico de Soria. Nada especial, salvo la composición de los tribunales que habrían de juzgar los exámenes extraordinarios de mayo y junio, tuvo lugar en él; y sin embargo hoy, que conmemoramos el primer centenario de la llegada a nuestra Ciudad del poeta andaluz, alcanza, por ese hecho, notoriedad manifiesta. En mayo, entre los días 21 y 25, efectuó exámenes y levantó actas de las calificaciones de los que habrían de ser, asimismo, sus últimos alumnos sorianos. Y el resultado, como en convocatorias anteriores, no deparó ningún suspenso y sí 18 sobresalientes, 10 notables y 15 aprobados. Por aprobar, aprobaron los tres alumnos de primero que lo hicieron por libre y los cuarenta que se presentaron al examen de Ingreso, incluido el hermano de Leonor Sinforiano Izquierdo Cuevas, y cuyos dos tribunales presidió Machado.98 Justo un mes más tarde de que Sinforiano regresara a casa con la alegría de haber superado la prueba de entrada al Instituto provincial, vio la luz El Porvenir Castellano, periódico en cuyo proyecto habían trabajado codo con codo Machado y Palacio desde que éste dejara Tierra Soriana. Nació como bisemanal, con salidas los lunes y jueves; independiente; más preocupado por la cultura que por la política – «este periódico no hace política de ningún partido», llegará a rotular en cabecera en su tercer año-; con título sugerido por el propio poeta; bajo la dirección de José María Palacio; y con el apoyo –mediante la constante reproducción de breves textos o poemas- del propio Machado, de su hermano Manuel, de Unamuno, Azorín, Baroja y Valle-Inclán, e incluso de Rubén Darío, de Ramiro de Maeztu y de Juan Ramón Jiménez. En los primeros diez números se leyó parte del epistolario de Unamuno a Machado; unos sugerentes apuntes sobre política y cultura y sobre
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la admiración hacia algunos toreros debidos al mismo Machado, oculto bajo las firmas «Mireno» y «Casimiro Lonte»; los comentarios de Manuel H. Ayuso y José María Palacio a Campos de Castilla; y, por no alargarlo más, una encuesta, oportuna y dirigida –en tanto se solicitaba la respuesta a personalidades de la talla del Vizconde de Eza, Mariano Iñiguez, Ildefonso Maés, León del Río, Lamberto Martínez Asenjo o Manuel Hilario Ayuso-, sobre cuál sería el mejor porvenir para Soria y su provincia. Y en su número 11, el que correspondía al lunes 5 de agosto de 1912, toda su primera plana quedó ocupada por la esquela de Leonor, y un sentido y dolorido testimonio del amigo Palacio: Doña Leonor Izquierdo de Machado, tan joven, tan buena, tan bella, tan digna del hombre en cuyo corazón es todo generosidad y en cuyo cerebro dominan potentes destellos de inteligencia, ha muerto, y ¡parece mentira! ¡Pobre Leonor!99
Leonor falleció el jueves 1º de agosto. Dos días antes, el 30 de julio, había llegado doña Ana Ruiz; siete días después, el jueves 8 de agosto, partía para Madrid, en compañía «de su buena madre la respetable señora doña Ana Ruiz», D. Antonio Machado.100 ¿Volvió Machado a Soria? La Junta Económica del Instituto, a la que pertenecía, celebró sesión el miércoles 21 de agosto y aunque su firma no figura en el acta, como en tantas otras ocasiones, sí aparecía su nombre al margen. ¿Estuvo realmente? Ni su firma ni su nombre consta en la siguiente sesión celebrada el 11 de septiembre, en la que, además del análisis de las cuentas como era lo propio, se cubrieron las bajas de los Sres. Martínez –por fallecimiento- y Porta –por traslado- con el nombramiento de los catedráticos Sres. Sánchez y Lafuente. Tampoco asistió a los exámenes extraordinarios de septiembre, celebrados el martes 24, ni al claustro del jueves 26, en el que ni a él ni a su asignatura se les cita. Y, finalmente, veinte días después del comienzo del curso 1912-1913, en el claustro del 26 de octubre
Antonio Machado. Campos de Castilla, 1912. Fundación Díaz Caneja, Palencia.
El Sr. Director dio cuenta del traslado a petición propia de los Sres. Machado y Hortal a las cátedras de iguales asignaturas de los Institutos de Baeza y Palma, haciendo constar en acta el sentimiento de este claustro por la ausencia de tan dignos compañeros.101
258
Lo informado entonces venía dado por la R. O. de 15 de octubre de 1912, y tuvo confirmación para toda la ciudadanía cuando, el 28 de octubre, la primera página de El Porvenir insertaba una media columna con el nombre del poeta como único título. En ella, entre otras cosas, podía leerse: Este poeta insigne, quizá el más delicado entre los poetas castellanos contemporáneos, que hasta hace poco y durante varios años, ha desempeñado la cátedra de francés en el instituto de esta capital, se encuentra ya en Baeza, en cuyo instituto seguirá explicando su asignatura. De su paso por Soria deja un libro inmortal, acogido por la crítica selecta como pocos libros lo fueron. Nuestro amigo entrañable se aleja de Soria materialmente (porque en espíritu no la olvidará nunca) con un dolor profundo, que nosotros no queremos hacer mayor al despedirle también con dolor grande. De Soria se va Machado contra su voluntad, dejando aquí trozos de su alma y de su corazón […] […] Sus sentimientos nobles, delicados y tiernos, como los de un niño grande, capaz de sentir los dolores con una fuerza tan solo reservado a los espíritus escogidos, sufrirían demasiado en esta tierra de sus amores… Por eso se va a Baeza. Nosotros que sabe cuanto le queremos, pretendemos […], que de su mismo dolor saque energías para el ideal. Entendemos que el mejor sedante para las almas tristes está en que ellas miren de frente a su propia tristeza…102
Aunque nadie firmaba el adiós, era Palacio, atribuyéndose el sentir de la Ciudad, quien así despedía al poeta. Hacía más de sesenta días que faltaba de sus calles y, pasado el tiempo, no más de unas horas, las que viviría en la célebre jornada del 5 de octubre de 1932, estaría entre nosotros. Mas aquello sería simple física, pues, espiritualmente, no abandonó nunca estos campos. Palacio, el «buen amigo» de un par de años después, inauguró con aquella columna una presencia machadiana
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Alvaro Delgado. Retrato de Juan Ramón Jiménez, 1947. Col. Gonzalo Santonja.
Antonio Machado. «Sol de Invierno», Tierra Soriana, 21 de julio de 1908. Biblioteca Pública Provincial de Soria.
entre nosotros más real incluso que la que disfrutaron nuestros paisanos del periodo 1907-1912. La inició él, ciertamente, y la continuó el propio Machado con sus escritos en El Porvenir Castellano y en La Voz de Soria, fundada doce años después por «aquella muchachada que aprendió francés» a su vera y sobre los que sembró rosales de poesía.104 La siguió otro de sus grandes amigos, Manuel H. Ayuso, quien ya en 1914 dejara dicho, ante el público que le escuchaba en el Círculo La Amistad, que Machado le había dado a esta tierra el poema más trascendental de la historia de la poesía contemporánea, aquél que la haría inmortal.105 Y desde luego la prosiguieron, hasta universalizarla, sorianos, de nacimiento o de adopción, como Mariano Granados, Ángel del Río, José Tudela, Helen F. Grant, Juan Antonio Gaya Nuño, Pedro Chico Rello, Antonio Espinar Martínez, Vicente Sella, M.ª Carmen Pérez Zalabardo, José Antonio Pérez Rioja, Marcos Molinero Cardenal, los tantas veces citados Heliodoro Carpintero, José María Martínez Laseca e Ian Gibson, o, en fin, el anónimo Sigma, que siguiendo a Ayuso provocó que, con ocasión del 12º aniversario del fallecimiento de Leonor, José Tudela, Ángel del Río y otros amigos y ex alumnos de Machado depositaran flores en la tumba de aquella y leyeran algunas composiciones del poeta.106 En el mismo sentido, no debería olvidarse que fue Pelayo Artigas y Corominas quien, en 1927, al glosar la noticia del nombramiento de Machado como miembro de número de
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la Real Academia Española, solicitó de la Ciudad un cumplido homenaje a quien tanto le dio: Creemos que ha llegado el oportuno momento de que Soria intente pagar a Machado sus deudas de cariño y gratitud. Soria es agradecida. Así que si tuviéramos autoridad para ello, nos honraríamos y complaceríamos en proponer que se le rindiera un justo homenaje, para demostrarle, cumplidamente, nuestra admiración y nuestro afecto. Tal es nuestra modesta opinión, que lanzamos a la publicidad, para que los que puedan, vean si deben y quieren hacerlo.107
El homenaje, como se sabe, se demoró hasta el 5 de octubre de 1932, y entonces, junto al mismo Artigas, participó activamente para llevarlo a cabo Bienvenido Calvo y toda la corporación del momento siendo nombrado Machado Hijo Adoptivo de la Ciudad, mientras sus versos decoraron para siempre el paseo que ellos mismos habían inmortalizado.108 Nada sería para nosotros más fácil que concluir este modesto trabajo haciendo alarde de la felicidad obtenida al recorrer los parajes machadianos de Soria con los versos del poeta en el alma. Igual de cómodo, e incluso tópico, resultaría aludir a lo expresado por este o aquel autor; y sin embargo, y pese a ello, será esto último lo que a continuación se hará. Volveremos a las carcomidas páginas de El Porvenir Castellano para rescatar y reproducir una anécdota depositada en él por el bueno de José María Palacio. Contaba éste desde Valladolid, un 15 de julio de 1924, que recordaba siempre, con satisfacción y con orgullo … el que un día quisiera comprobar un excelente amigo, y también ilustre poeta y publicista cubano, José María Chacón y Calvo, si mi nombre correspondía a una persona real o si era un mito que se había imaginado Antonio Machado para hacer la poesía que me dedicó y que yo guardo en cuadro de oro y de gratitud. José María Chacón, después de una excursión de varios días por las tierras de Soria, en algunas de las cuales me fue gratísimo el acompañarle, llevando en el bolsillo el tomo editado por la Residencia de Estudiantes, como un breviario de suprema emoción, me decía con una seguridad profunda: «He pasado los días más gratos de mi vida sintiendo la poesía de estas montañas, y la de sus valles y la de su ambiente que tanto me había hecho desear conocer el libro de Antonio Machado. Su obra, contemplada después de esta excursión, me parece más inmensa…109
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Muchos años después de publicarse este relato y muchos años también de que el bueno de Machado falleciera en Collioure, Mariano Granados, uno de sus más distinguidos alumnos sorianos como se ha visto, escribiría desde su exilio en México que Antonio Machado cayó en Soria directamente desde el cielo, donde se encontraba y adonde ha vuelto, y la mirada transparente de sus ojos claros, libre de otros reflejos del camino, quedó prendida para siempre en los chopos del Duero, en las roquedas de Santa Ana, en los altos pinares de las tierras de Alvargonzález, en los regatos del Urbión, en el campo ondulado que esmaltan con sus oros los rastrojos o cuadriculan de ocre las besanas, o manchan de verde oscuro los robledos. Y también en los valles humildes donde chopos procesionales señalan los meandros de un río, o la sospecha de un camino que salta entre las bardas de los huertos. Y en los alcores y en los altozanos donde el pastor afina su zampoña o su pipiritaina, o donde canta alegre la alondra mañanera…110
El paisaje de Soria, recordaría en la lejanía Granados, lo han visto numerosas generaciones, pero fue con Machado con quien él aprendió a mirarlo, y con él siguió viviendo, viendo y sintiendo estas sus tierras tan amadas. Y es que, y esa nos parece la enorme grandeza de Machado, el soriano podrá ausentarse de su tierra, en corta o en larga temporada, por iniciativa propia o por la de otros, mas seguirá viviendo en ella con tan sólo dirigir sus ojos a las páginas de aquel hermoso libro que empezara a escribir Antonio Machado y Ruiz un día de mayo de mil novecientos siete, al poco de descender del tren que le había traído del cielo.
262
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263
Colaboraciones de Antonio Machado, en verso o en prosa, en la prensa soriana Núm.
Título
Medio
Fecha
1
Las Moscas
Tierra Soriana
18. I. 1907
2
Soledades / Canción
Tierra Soriana
21.XI. 1907
3
Galerías (I, II, III, IV, V: Acaso, VI
Tierra Soriana
25. XI. 1907
4
Fantasía de una noche de abril…
Tierra Soriana
18. IV. 1908
5
Nuestro Patriotismo y la marcha de Cádiz La Prensa de Soria
2. V. 1908
6
Los sueños malos
Tierra Soriana
16. VI. 1908
7
Sol de Invierno
Tierra Soriana
21. VII. 1908
8
Hastío I, II, III
El Avisador Numantino
14. VIII. 1909
9
Homenaje a A. Pérez de la Mata (prosa)
La Verdad
4. X. 1910
10
Homenaje a A. Pérez de la Mata (prosa)
Tierra Soriana
4. X. 1910
11
Por Tierras del Duero
Tierra Soriana
12. I. 1911
12
Crónica de París: 13 de Marzo
Tierra Soriana
21. III. 1911
13
Crónica de París: 31 de Marzo
Tierra Soriana
4. IV. 1911
14
Apuntes. Política y Cultura
El Porvenir Castellano
1. VII. 1912
15
La admiración de algunos toreros
El Porvenir Castellano
1. VII. 1912
16
Carta a J. M.ª Palacio (fragmento)
El Porvenir Castellano
5. XII. 1912
17
Versos inéditos. Un loco
El Porvenir Castellano
27. I. 1913
El Porvenir Castellano
20. II. 1913
19
Hombres de España (del pasado superfluo) El Porvenir Castellano
6. III. 1913
20
Sobre Pedagogía
El Porvenir Castellano
10. III. 1913
21
El Dios ibero
El Porvenir Castellano
5. V. 1913
22
Campos de Soria (I)
El Porvenir Castellano
12. VI. 1913
23
Campos de Soria (II y III)
El Porvenir Castellano
26. VI. 1913
24
Elogios al libro «Castilla» de Azorín.Envío.El Porvenir Castellan
27.XI.1913
25
A un olmo seco
El Porvenir Castellano
28. I. 1914
26
Campos de Castilla (Lectura de M. Ayuso) El Porvenir Castellano
2. II. 1914
18 A un olmo seco
264
27
Las Encinas
El Porvenir Castellano
28
Prólogo a «Helénicas» de M. H. Ayuso
El Porvenir Castellano 30. XI-3.XII.1914
29
D. Francisco Ginés de los Ríos
El Porvenir Castellano
4. III. 1915
30
La prensa de Provincias
El Porvenir Castellano
4. X. 1915
31
A José María Palacio (poema)
El Porvenir Castellano
8. V. 1916
32
La primavera besaba…
La Voz de Soria
6. VI. 1922
33
El señor importante y los que soplan fuera La Voz de Soria
8. VIII. 1922
34
De mi cartera
La Voz de Soria
11. VIII. 1922
35
De mi cartera
La Voz de Soria
1. IX. 1922
36
De mi cartera: La carta de un poeta
La Voz de Soria
8. IX. 1922
37
De mi cartera. Crítica
La Voz de Soria
15. IX. 1922
38
De mi cartera. Gerardo Diego,
La Voz de Soria
29. IX. 1922
poeta creacionista
39
De mi cartera. Don Juan Tenorio
La Voz de Soria
21. XI. 1922
40
Soria Fría (poema)
La Voz de Soria
6. I. 1923
41
Los Sueños Dialogados (I y II)
El Porvenir Castellano
17. VI. 1924
42
Soria Pura
El Porvenir Castellano
23. VI. 1924
43
Soledades
El Porvenir Castellano
26. VI. 1924
44
Los Sueños Dialogados (I y II)
La Voz de Soria
4. VII. 1924
45
Nuevas Canciones. Soria Pura
La Voz de Soria
8. VII. 1924
46
Nuevas Canciones. Soledades
La Voz de Soria
22. VII. 1924
47
Hacia Tierras Bajas (Nuevas Canciones)
El Porvenir Castellano
31. VII. 1924
48
Campos de Soria
La Voz de Soria
9. IV. 1926
49
A un olmo seco
La Voz de Soria
18. V. 1926
50
Soria (prosa)
El Porvenir Castellano
1. X. 1932
51
Orillas del Duero
Labor
28. II. 1935
52
Los olivos
Labor
21. III. 1935
265
23. VII. 1914
Notas al texto 1. José María Martínez Laseca, «El bisabuelo de Antonio Machado, José Álvarez Guerra, Gobernador Civil de Soria (1-4)», Campo Soriano, núms. 5.708-5.711, del 9, 11, 13 y 16 de agosto de 1983, Soria. 2. Manuel Hilario Ayuso, Helénicas, pról. de Antonio Machado, Madrid, Librería General de Victoriano Suárez, 1914. 3. Es curioso, pero a los pocos meses de morir el profesor en su Vinaroz natal, M. H. Ayuso le dedicó una columna en el periódico soriano La Verdad (núm. 191, del 28 de abril de 1911) bajo el simple título de «Salés y Ferré». 4. La Gaceta de Madrid del 20 de abril de 1907 recogió la R. O. del 16 del mismo mes por la que se nombraba, en virtud de oposición, a D. Antonio Machado Ruiz Catedrático numerario de lengua francesa del Instituto de Soria, «con el sueldo anual de 3.000 pesetas y demás ventajas de la ley». El documento lo recuperó y publicó Heliodoro Carpintero, Antonio Machado en su vivir, Soria, 1989, pág. 212. La fecha exacta de su toma de posesión (el 1º de mayo de 1907) consta en el Libro Registro de Nombramientos de Profesores (1887-1956) del Instituto de Soria, y fue comentada por Octavio Nieto, «El Instituto de D. Antonio Machado», Revista de Soria, núm. 27, Soria, 1975. 5. Tierra Soriana, núm. 93, lunes 6 de mayo de 1907, pág. 3. 6. Noticiero de Soria, núm. 2.005, miércoles 24 de abril de 1907; Tierra Soriana, núm. 50, jueves 25 de abril de 1907; El Avisador Numantino, núm. 2.649, sábado 27 de abril de 1907 y Heraldo de Soria, núm. 10, 1º de mayo de 1907. 7. El 30 de mayo de 1907, en el mismo número 60 en que se incluía el artículo que a continuación se comenta ( «Mosaico»), se indicaba que se encontraba en Soria, «donde permanecerá algunos días», Manuel Hilario Ayuso. Hemos de pensar que entre la marcha de Machado y esta nota, Ayuso se ausentó de Soria, mas todo hace suponer que se vieron en Soria en las fechas que nosotros indicamos y no en mayo de 1908 como señala Ian Gibson, Ligero de equipaje. La vida de
Antonio Machado, Aguilar, Madrid, 2006, pág. 207. 8. Manuel Hilario Ayuso, «Mosaico», Tierra Soriana, núm. 60, 30 de mayo de 1907, pág. 2. 9. Tierra Soriana, «Sueltos y Noticias», núm. 52, 2 de mayo de 1907, pág. 3. 10. Resulta imposible pensar que Machado no leyera el ejemplar de Tierra Soriana del 2 de mayo, en el que se daba la bienvenida a Ayuso, y en el que Artigas Arpón firmaba su columna titulada «Efímera» con una simple «J», abreviatura de Juliano. Este día, además, se mostró ciertamente inspirado hablando de las diferentes «egolatrías» que en la tierra hay, sobre todo la de ese tipo que «rebosa satisfacción –puesto que siempre sonríe-, es pulcro en el vestir, aseado exteriormente, metódico en todos los actos de la vida, come, trabaja lo menos posible –si es que trabaja- y, si no disfruta de buena posición, lo parece y esto le basta. Es de escasa cultura…». 11. Andrés de Lorenzo y otros, «Proyecto Importante», Tierra Soriana, núm. 43, 1º de abril de 1907. 12.La información sobre la sesión a la que nos referimos quedó impresa en el número 52 de Tierra Soriana, del 2 de mayo de 1907. En el número 43 del mismo periódico (del 1º de abril) se publicó íntegro el trabajo del Sr. De Lorenzo bajo el expresivo título de «Proyecto Importante», y en toda la prensa de esos momentos, y de muchos otros de los que Machado pasó en Soria, pudieron leerse constantes referencias y artículos de opinión sobre el tema. Hoy contamos con un buen análisis de la larga y tortuosa marcha del proyecto, pues no en balde se prolongó hasta bien entrada la República, en el libro de Montserrat Carrasco García, Arquitectura y urbanismo en la ciudad de Soria, 1876-1936, Excma. Diputación Provincial, Soria, 2004, págs. 162-167. 13. La Estación Meteorológica del Instituto de Soria siguió ofreciendo puntual y diaria información en la época en que Machado estuvo entre nosotros, como prueban los datos del tiempo recogidos por todos los periódicos del momento o la columna, más específica, que, por ejemplo, reprodujo Tierra Soriana, en su número 295 del jueves 18 de febrero de 1909, con datos del día 12 del mismo mes y año. Por aquel servicio, del que entonces se encargaba el Catedrático de Historia Natural D. Agustín Santodomingo López, recibía el Centro una compensación económica anual de 500 pesetas (Octavio Nieto, art. cit., sin paginar). 14. Pelayo Artigas, «La Enseñanza en Soria. El Instituto General y Técnico», El Porvenir Castellano, núm. 941, lunes 22 de mayo de 1922. 15. Noticiero de Soria, en su número 2.006 del sábado 27 de abril de 1907, nos ofrece los horarios del ferrocarril Soria-Torralba-Madrid. Por lo demás, las referencias que utiliza Ian Gibson (op.
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cit., pág. 174, nota 76) para hablar del viaje en tren de Machado están tomadas, y extrapoladas, del que haría Pedro Chico diez años después: Pedro Chico, «Antonio Machado en su época feliz de Soria», Celtiberia, núm. 22, Soria, 1962, págs. 223-224. Más cercano, sin duda, sería, al menos en lo relativo a la comodidad o no del viaje, el testimonio de un pasajero de aquel mismo año de 1907; en los dos primeros párrafos de un largo artículo publicado en El Avisador Numantino ( «El ferrocarril de Soria. Impresiones de un viaje», núm. 2.705, sábado 5 de noviembre de 1907) podía leerse lo que sigue: «El largo tiempo de espera en la estación de Torralba se hacía interminable. El pequeño espacio de que dispone el público en la modesta fonda que allí existe estaba por completo atestado; la conquista de una silla era tan difícil como la de una plaza fuerte». Pensemos, por un momento, que Machado sufriría esta situación 4 o 5 veces en el año y que la estancia en Torralba no resultaba inferior a las dos horas y media; con frío, y de madrugada, sería toda una temeridad. 16.Todos los autores, a partir de Heliodoro Carpintero ( «Soria, en la vida y en la obra de Antonio Machado», Escorial, XII, Madrid, julio 1943, pág. 117; «Historia y poesía de Antonio Machado. Soria, constante de su vida», Celtiberia, 2, Soria, 1951, pág. 313; Antonio Machado…, cit., pág. 63), hablan de que llegó Machado a Soria el 1 de mayo, el mismo día en que tomó posesión de su plaza, en el tren, y por la mañana temprano; mas en esta cuestión, no tiene otro argumento que el comentario de don Isidoro Martínez Ruiz, Practicante de Medicina y dueño de la hospedería, de que Machado «… de la estación vino a mi casa». 17. En el acta de la sesión de claustro de profesores celebrada el 16 de mayo de 1907 –con ausencia de A. Machado- se formaron y aprobaron la composición de los Tribunales que habían de juzgar los exámenes del curso que acababa. Machado no estuvo presente, pero es esta la primera vez que se le incluye en los libros del que sería su Instituto nombrándole Vocal del tribunal que debería juzgar las pruebas de Lengua Francesa; el Presiente sería el propio Director, Sr. Martínez, mientras que Emilio Aranda, el profesor hasta entonces de la asignatura, ejercería de Secretario. De Secretario y de corrector, pues Machado quedó exento de estas tareas. El asunto, obviamente, era un trámite, pero es una muestra más del respeto con el que le recibieron los que serían sus compañeros a lo largo de un quinquenio. Cf. Archivo del I. E. S. Antonio Machado, Libro de Actas del Claustro de Profesores del Instituto General y Técnico de la Provincia de Soria (1905-1912), pág. 149. 18. Tierra Soriana, «Abandono lastimoso», núm. 11, del 10 de diciembre de 1906.
19. J. M.ª PALACIO, «Mi plumada. Impresiones a la ligera», Noticiero de Soria, núm. 1.463, sábado 28 de diciembre de 1901. 20. Antonio Machado, Soledades. Galerías. Otros poemas, edición crítica de Geoffrey Ribbans, Cátedra. Letras Hispánicas, Madrid, 2000, págs. 97. 21. Juan José Coy, Antonio Machado. Fragmento de biografía espiritual, Junta de Castilla y LeónConsejería de Educación y Cultura, Valladolid, 1997, pág. 155. 22. Tierra Soriana, «Sueltos y Noticias», núm. 53, 6 de mayo de 1907, pág. 3. 23. Juan José García, La Laguna Negra. Novela, Tipografía del Noticiero de Soria, 1906. Comenzó a publicarse, como folletín, el miércoles 5 de diciembre de 1906 y concluyó el 29 de mayo de 1907, si bien se vendía completa en la imprenta del periódico desde, al menos, el miércoles 26 de junio de 1907 (cf. Noticiero de Soria, núm. 2.023 de la fecha anteriormente indicada). 24. Cit., pág. 179. 25. Diría Machado en 1932: «Con su plena luna amoratada sobre la plomiza sierra de Santana, en una tarde de septiembre de 1907, se alza en mi recuerdo la pequeña y alta Soria…»; y Heliodoro Carpintero (Antonio Machado en su vivir, cit., pág. 65, nota 3) quiso ver en ese día la fecha del 21 de septiembre, día que según el Anuario del Observatorio de Madrid para 1907 sería luna llena en Piscis a las 21 h. 19 m. 26. Tierra Soriana, núm. 93, lunes 23 de septiembre de 1907; El Avisador Numantino, núm. 2.692, jueves 26 de septiembre de 1907. 27. Noticiero de Soria, núm. 2.048, sábado 21 de septiembre de 1907, pág. 3. 28. Noticiero de Soria, núm. 2.049, miércoles 25 de septiembre de 1907, pág. 3. 29. José María Martínez Laseca, Antonio Machado: su paso por Soria, Almazán, 1984, pág. 17. 30. Archivo I. E. S. Antonio Machado, Libro de Actas del Claustro de Profesores del Instituto General y Técnico de la provincia de Soria (1905-1912), pág. 151. 31. Tierra Soriana, «Fiestas de San Saturio», núm. 96, 3 de octubre de 1907. 32. Juan Antonio Gómez Barrera, El Ateneo de Soria. Medio siglo de cultura y reivindicación social (1883-1936), Soria Edita, Soria, 2006, págs. 319-321. 33. Alguno de ellos, como Federico Zunón, se incorporarían tiempo después al claustro del Instituto. Cf. Archivo I. E. S. Antonio Machado, Instituto General y Técnico, caja-legajo núm. 80. 34. El Avisador Numantino, «Fiestas de S. Saturio. Fiestas de los obreros», núm. 2.696, jueves 10 de octubre de 1907. Machado, según un suelto del mismo diario, se encargaría de la asignatura de Francés, en clases alternas, del primero de los dos grupos en que se concretó los estudios de los
alumnos matriculados. Según otro suelto de El Avisador Numantino (núm. 2.710 del sábado 11 de diciembre de 1907) se inscribieron en estas clases un total de 132 alumnos, muchos de los cuales eran mayores de 18 años. Sobre aquel curso y la escuela de Obreros, como gustaba denominarla Tierra Soriana, pueden verse sendas columnas publicadas en Tierra Soriana (núm. 97 del lunes 7 de octubre de 1907) y en Noticiero de Soria (núm. 2.053 del miércoles 9 de octubre de 1907). 35. José María Palacio, «Figuras de la tierra. Por la patria Chica. Música alegre», El Avisador Numantino, núm. 2.696, jueves 10 de octubre de 1907. Por lo demás, en un suelto del mismo ejemplar, se hablaba de la corresponsalía en Soria de Palacio para Heraldo de Madrid y su reciente nombramiento como redactor-corresponsal en la ciudad del diario madrileño El Mundo. 36. La boda tuvo lugar el lunes 21 de octubre, en la iglesia del Salvador, y en ella hubo espléndido convite para los invitados y animados bailes hasta altas horas de la noche. Cf. El Avisador Numantino, núm. 2.700, jueves 24 de octubre de 1907. 37. Libro de Actas del Claustro…, op. cit., p. 152. 38. El Avisador Numantino, «Proyectos importantes», núm. 2.714, jueves 12 de diciembre de 1907. 39. Las referencias a tan emblemático yacimiento y sus trabajos arqueológicos eran constantes en toda la prensa soriana, especialmente en Noticiero de Soria donde José Ramón Mélida reproducía, en breves artículos, las Memorias que la propia Junta de Excavaciones publicaba. 40. Tierra Soriana, en su número 111 del 25 de noviembre de 1907, informaba de la publicación completa de la Memoria «Causas de la mortalidad en Soria» de la que era prestigioso autor D. Valentín R. Guisande; la citada publicación venía siendo reproducida en pequeños capítulos por El Avisador Numantino (Véase por ejemplo el número 2.708 del jueves 21 de noviembre de 1907). 41. Ian Gibson, Ligero de equipaje…, cit., pág. 190. 42.Antonio Machado, «Las Moscas», Tierra Soriana, núm. 109, del 18 de noviembre de 1907. El tiempo en que Machado vivió en Soria se siguieron publicando El Avisador Numantino (1879-1942), Noticiero de Soria (1889-1939) y Tierra Soriana (1906-1912); aparecieron otros de corta vida como Tierra (1908-1909), La Verdad (1909-1911) e Ideal Numantino (1909-1911); y el mismo Machado ayudó a fundar El Porvenir Castellano (1912-1934). Se editó, asimismo, una revista semanal de primera enseñanza: El Defensor Escolar (1903-1936); una revista anual festiva: Las Fiestas de San Juan (1905-1913); una revista cultural y juvenil con tres cabeceras sucesivas: El Batallador (1908-1909), Juvenilia (1909) y Juven-
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tud (1909-1910); «un panfleto justiciero semanal, defensor de la verdad y de la justicia», como se autoproclamaba El Desmoche (1909); algún que otro boletín de partido como La Voz Castellana, órgano del Partido Liberal, dirigido por José Morales y Alfredo Pérez Chápuli; y hasta surgió un periódico en esperanto, La Surno Malgranda, impulsado por Florencio Arambillet y Miguel Cid en 1911. Sabemos que el 2 de enero de 1910 salió a la calle el primero de los tres números que se editarían con el título de Revista ilustrada Cultura. La participación de Machado en la prensa, directa o indirecta, por propia iniciativa o por simple reproducción periodística, puede verse en los cuadros que en este escrito se adjuntan. 43. Ian Gibson, Ligero de equipaje…, cit., pág. 188-190. 44. Tierras Soriana, núm. 167, sábado 18 de abril de 1908. 45. Helidoro Carpintero, Antonio Machado en su vivir, cit., págs. 70-72. 46. Según informaba El Avisador Numantino núm. 2.732 del jueves 13 de febrero de 1908. 47. Cf. Actas de las sesiones de los claustros de de profesores del Instituto del 25 de febrero y 23 de abril de 1908, en Libro de Actas, cit., págs. 153-155. La noticia fue anotada igualmente por la prensa: Tierra Soriana, núm. 165, sábado 11 de abril de 1908. 48. Tierra Soriana, núm. 172, jueves 30 de abril de 1908. Luego, entre el 1 de octubre y el 19 de noviembre de ese mismo año, se encargaría interinamente de su dirección (Tierra Soriana, núm. 235, del 1 de octubre de 1908) y en cuanto se ocupó de ella D. José Viera Lostao (Tierra Soriana, núm. 256 del jueves 19 de noviembre de 1908), Palacio recibiría el encargo de redactor corresponsal en Soria de La Correspondencia de España (Tierra Soriana, núm. 274, jueves 31 de diciembre de 1908). 49. José María Palacio, «Una idea. Conmemorando nuestra independencia», Tierra Soriana, núm. 172, jueves 30 de abril de 1908. El número extraordinario y conjunto de toda la prensa «Soria-Cervantes» se publicó el sábado 6 de mayo de 1905. 50. El primero publicó, entre enero y abril, una serie de artículos en El Avisador Numantino con el mero ánimo de conmemorar el centenario del inicio de la Guerra de Independencia; el segundo, con su trabajo titulado «El Centenario» editado el jueves 23 de enero de 1908 en el número 2.726 del mismo periódico, pedía que con la colaboración de «la Iglesia, las clases todas y el pueblo» Soria se sumara a la celebración nacional. 51. El Avisador Numantino, «Conmemoración del 2 de Mayo», núm. 2.753, jueves 30 de abril de 1908. 52. El Avisador Numantino, «El Dos de Mayo», núm. 2.754, jueves 7 de mayo de 1908.
53. José Tudela, en «El primer escrito de Machado sobre Soria» (Rev. La Torre, núm. 38, abril-junio 1962, Puerto Rico, págs. 127-137), lo calificó de «económico» frente a los demás, más patrióticos o históricos, y con una clara influencia de Lucas Mallada, cuyo libro Los males de la patria y la futura revolución española (1890) debía de estar leyendo por esa época Machado. 54. Antonio Machado, «Nuestro patriotismo y la marcha de Cádiz», La Prensa de Soria al 2 de Mayo de 1808, Soria, 2 de mayo de 1909, pág. 3. 55. Juan Antonio Gómez Barrera, op. cit., págs. 54-58. 56. Según el mismo, aprobado por el Ilmo. Sr. Rector de la Universidad de Zaragoza con fecha 21 de mayo y hecho público días después con la firma del Director del Centro, Antonio Machado actuaría como Presidente en los tribunales de las asignaturas de Religión (Bachillerato) y Gramática Castellana, Nociones de Geografía, Geografía e Historia de España, Prácticas de Enseñanza, Trabajos Manuales y Religión e Historia Sagrada (Magisterio), y como Vocal en los de Caligrafía y Asignaturas de la Sección de Letras (Bachillerato). Fue, asimismo, Vocal en los tribunales que habrían de juzgar las pruebas de Ingreso y de Grado de Bachillerato. 57. El Avisador Numantino, «Exámenes», núm. 2.758, sábado 23 de mayo de 1908. 58. Tierra Soriana, núm. 188, sábado 13 de junio de 1908: «Anteayer marchó a Zaragoza y Madrid el profesor de Francés del Instituto General y Técnico de Soria D. Antonio Machado». 59. Heliodoro Carpintero, Antonio Machado en su vivir, cit., págs. 78-79. 60. Acta de la sesión de claustro del 23 de abril de 1908: Libro de Actas…, cit., pág. 156.
61. Véase en este sentido la crítica de Benito Artigas en Tierra Soriana: «Lo que flota», núm. 183, martes 2 de junio de 1908. 62. Arsenio Gállego, «De mis admiraciones. El olmo», Tierra Soriana, núm. 150, sábado 7 de marzo de 1908. 63. José Alfonsetti, «San Juan de Rabanera», Noticiero de Soria, núm. 2.217, sábado 26 de diciembre de 1908; José Ramón Mélida, «Soria. Un monumento antiguo restaurado», Noticiero de Soria, núm. 2.224, miércoles 20 de enero de 1909. 64. José Ramón Mélida, «Soria Artística. San Juan de Duero», Noticiero de Soria, núm. 2.174, miércoles 29 de julio de 1908; José Ramón Mélida, «Soria Artística. Santo Domingo», Noticiero de Soria, núm. 2.176, miércoles 5 de agosto de 1908. 65. José María Palacio, «De mi huerto. Instantánea. En el castillo», Tierra Soriana, núm. 229, jueves 17 de septiembre de 1908. 66. Tierra Soriana, «Apertura del curso», núm. 235, jueves 1 de octubre de 1908; Archivo I. E. S. Antonio Machado, Instituto General y Técnico, Caja-legajo núm. 80. 67. Tierra Soriana, núm. 389, jueves 1º de julio de 1909. 68. Tierra Soriana, núm. 394, martes 13 de julio de 1909. 69. De todas y cada una de estas charlas puede encontrarse referencias en los ejemplares de Tierra Soriana núms. 386 del 24 de junio, 392 del 8 de julio, 395 del 15 y 398 del 22 de julio de 1909. 70. José María Palacio, «En la Sociedad de Obreros. Conferencia del Sr. Machado», Tierra Soriana, núm. 398, jueves 22 de julio de 1909.
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71. Jordi Doménech, «Un escrito de Machado citado por Rubén Dario», en Antonio Machado, Prosas dispersas (1893-1936), Madrid, 2001, págs. 230-232. 72. Se ha escrito que Machado nunca olvidó aquella ofensa y que, incluso, la beca solicitada a la Junta para Ampliación de Estudios en París era un modo de quitarse de encima «la hostilidad de los reaccionarios» (Ian Gibson, op. cit., pág. 215), mas nada hay en la prensa que deje entrever este malestar; quizás, a lo sumo, un texto de José María Palacio titulado «De psicología social. La Murmuración» (Tierra Soriana, núm. 420, sábado 4 de septiembre de 1909), pero es tan general su tono que ni siquiera se puede aplicar a sus conciudadanos. 73. La Verdad, «La Enseñanza en Soria», núm. 82, 8 de abril de 1910. 74. Tierra Soriana, «El Instituto de 2ª Enseñanza y la Escuela Normal de Maestras», núm. 512, sábado 9 de abril de 1910. 75. Gonzalo Morenas de Tejada, «Por tierras castellanas. Intelectualidad Soriana», La Verdad, núm. 90, 6 de mayo de 1910. 76. Es el caso de Mariano Granados y Mariano del Olmo, del primer curso de Lengua Francesa o de Gervasio Manrique, que no lo tuvo como Profesor pero sí como Vocal del Tribunal que juzgó su examen de Ingreso en junio de aquel mismo año (Mariano Granados Aguirre, «Soria en el recuerdo», Revista de Soria, núm. 8, Soria, 1969; Ian Gibson, op. cit., págs. 218; Juan Antonio Gómez-Barrera, op. cit., pág. 330). 77. La Verdad, núm. 101, 14 de junio de 1910. 78. La Verdad, «Homenaje a los hombres ilustres», núms. 125 y 127 del 6 y 13 de septiembre de 1910 respectivamente.
79. José María Palacio, «Nota del día. D. Antonio Pérez de la Mata», Tierra Soriana, núm. 586, sábado 1 de octubre de 1910. 80. Antonio Machado, «Discurso pronunciado en el Instituto general y técnico de Soria, con motivo del homenaje a D. Antonio Pérez de la Mata», Tierra Soriana, núm. 587, martes 4 de octubre de 1910. 81. José Tudela, «Lo que tenemos», Noticiero de Soria, núm. 2.276, miércoles 21 de de julio de 1909. 82. Si estos textos incitaron o no a Machado es algo que queda, para siempre, encerrado en el capítulo de los supuestos; y sin embargo estamos seguros que su viaje, además del célebre romance, provocó otros, como el que realizara Rafael Sánchez Mazas ( «La ronda de Castilla: Urbión», Noticiero de Soria núm. 3.500 del martes 16 de agosto de 1921) o el que, en 1927, llevaron a cabo Gerardo Diego, Mariano Granados, Virgilio Soria y José Tudela (Cf. Juan Antonio GómezBarrera, op. cit., pág. 231.) 83. El Bohemio, «Llamaradas. Clausura», La Verdad, núm. 134, 7 de octubre de 1910. 84. La Verdad, núm. 146, 10 de noviembre de 1910. En la sesión del Claustro de Profesores del I. G. y T. de Soria del 12 de noviembre, se «propuso por unanimidad al Sr. Machado en representación de los Catedráticos, al Sr. Cabrerizo en representación de los Profesores Auxiliares y al Sr. Amorena en representación del Magisterio». Sobre la citada Asamblea de la Enseñanza puede verse lo escrito en El Defensor Escolar, núm. 441 del 29 de octubre de 1910. 85. José María Martínez Laseca, op. cit., pág. 71.
86. La noticia oficial salió publicada en la Gaceta de Madrid del 18 de diciembre, y la prensa soriana la recogió de inmediato: Tierra Soriana, núm. 621, jueves 22 de diciembre de 1910; El Avisador Numantino, núm. 3.027, del mismo día; y El Defensor Escolar, núm. 450, de cuatro días más tarde. 87. Núm. 162, 13 de enero de 1911. 88. Ideal Numantino, núm. 254, 13 de enero de 1911. 89. José María Palacio, «Una poesía», Tierra Soriana, núm. 631, sábado 14 de enero de 1911. 90. A. C. de A. [Antonio Carrillo de Albornoz], «Por tierras del Duero. Plagio de una poesía original de don Antonio Machado, publicada en Tierra Soriana del jueves último», Noticiero de Soria, núm. 2.430, sábado 14 de enero de 1911. 91. A. Alpanseque y Blanco, «Por los campos de Soria», Ideal Numantino, núm. 259, 25 de enero de 1911. 92. El Avisador Numantino, «Veraneantes», núm. 3.044, sábado 18 de febrero de 1911. 93. El Avisador Numantino, núm. 3.027, jueves 22 de diciembre de 1910. 94. El Corresponsal [Antonio Machado], «Crónica de París. 13 de marzo», Tierra Soriana, núm. 659, martes 21 de marzo de 1911; Idem, «Crónica de París. 31 de marzo», Tierra Soriana, núm. 665, 4 de abril de 1911. 95. José María Palacio, «Crónica. La carta del poeta», El Avisador Numantino, núm. 8.112, sábado 14 de octubre de 1911. 96. Juan Antonio Gómez Barrera, op. cit., pág. 127.
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97. Heliodoro Carpintero, Antonio Machado en su vivir, cit., pág. 85; José María Martínez Laseca, op. cit., pág. 91; Ian Gibson, op. cit., pág. 235. 98. Archivo I. E. S. Antonio Machado, Libro de actas de examen, curso 1911-1912. 99. José María Palacio, «D.ª Leonor Izquierdo de Machado», El Porvenir Castellano, núm. 11, del 5 de agosto de 1912. 100. El Porvenir Castellano, núm. 12, del 8 de agosto de 1912, pág. 5. 101. Archivo I. E. S. Antonio Machado, Libro de Actas de Claustros de Profesores, pág. 213. 102. El Porvenir Castellano, «Antonio Machado», núm. 35, 28 de octubre de 1912. 103. Enrique Moreno, «Soria, la de Machado», La Esfera, núm. 888, 10 de enero de 1931. 104. Gonzalo Morenas de Tejada, «Poetas sorianos. Las novias, poema de provincias por Mariano Granados», La Voz de Soria, núm. 27 de julio de 1926. 105. El Porvenir Castellano, «En el Círculo La Amistad. Conferencia de M. Hilario Ayuso», núms. 166-167, del 2 y 5 de febrero de 1914. 106. El Porvenir Castellano, «Homenaje a Machado», núm. 1.137, 4 de agosto de 1924. 107. Pelayo Artigas, «Machado, académico. ¿Se le debe rendir un homenaje?», El Porvenir Castellano, núm. 1.270, 28 de 1927. 108. Juan A. Gómez-Barrera, op. cit., pág. 269-271. 109. José María Palacio, «Ecos. Del homenaje a Antonio Machado», El Porvenir Castellano, núm. 1.133, del 21 de julio de 1924. 110. Mariano Granados Aguirre, «Soria en el recuerdo», Revista de Soria, núm. 8, Soria, 1969.
La poesía de AntoGuerra y últimas nio Machado soledades de Antonio Machado Gonzalo Santonja Gómez-Agero Catedrático de Literatura española de la Universidad Complutense de Madrid, director del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua Alerta al sol que nace, y al rojo parto de la madre vieja. Con el arco tendido hacia el mañana hay que velar. ¿Alerta, alerta, alerta! Antonio Machado, Alerta1
Lejana en el tiempo pero siempre cercana y viva en el corazón y en el
Antonio Machado. El crimen (a Federico García Lorca). Institución Fernán González. Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
pensamiento la decisiva etapa de Soria (1907-1912), dejados atrás los años de Baeza (1912-1919), de puro desasosiego («el clima moral de esta tierra no me sienta», confió a Federico de Onís en 1918), y a la vuelta del período segoviano (19191932), fructífero y acuciado por muy hondas preocupaciones, marcado en 1928 por la aparición de Pilar Valderrama, Antonio Machado se instala en Madrid en 1932, catedrático primero en el Instituto Calderón de la Barca, noticia estampada en la Gaceta el mismo día en que se sublevó el general Sanjurjo 10 de agosto), y luego, a partir de 1935, en el Instituto Cervantes, años fecundos en cuanto a las publicaciones, ciclo cerrado en la inminencia del estallido de la sublevación y la Guerra (in)Civil por la salida de la cuarta edición de sus Poesías Completas y por la aparición de Juan de Mairena. «Viejo republicano», según sus propias palabras»,
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fue su voluntad la de permanecer en la capital, «rompeolas de todas las Españas», a pesar del cerco de las tropas franquistas y no obstante el abandono del gobierno republicano, cediendo tan sólo el 24 de noviembre a las insistentes presiones para que aceptase la evacuación a Valencia, convencido al fin por Rafael Alberti y León Felipe, tras haber soportado los bombardeos implacables de la aviación enemiga, que actuaba con absoluta impunidad.
Antonio Machado. Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena. Manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga.
Muy explícito mientras permaneció en Madrid, desde donde efectuó declaraciones inequívocas (por ejemplo, en Ahora, Madrid, el 3 de octubre2) y escribió rotundos alegatos (véase, verbigracia, el breve texto de El fascismo intenta destruir el Museo del Prado, folleto editado por el 5º Regimiento3), desde su llegada a Valencia (en la madrugada del 26 de noviembre, tras un viaje ciertamente infernal por tenso y agotador) se prodigó en apoyo de la causa popular, interviniendo en diversos actos públicos, presidiendo la apertura de la Conferencia Nacional de las Juventudes Socialistas (12 de enero de 1937) y la inauguración del II Congreso Internacional de Escritores, a lo largo de una de cuyas sesiones leyó un discurso de suma importancia sobre la defensa de la cultura y, además, encabezó con «El crimen fue en Granada» la impresionante nómina de autores de Poetas en la España Leal (tras él figuran Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Juan Gil Albert, Mi-
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guel Hernández, León Felipe, José Moreno Villa, Emilio Prados, Arturo Serrano Plaja y Lorenzo Varela), lanzado con ocasión del referido cónclave, de importancia notoria para la República en armas. Además, y por si aún fuera poco, Antonio Machado, firmante del manifiesto «A los intelectuales antifascistas del mundo entero» promovido por la Alianza de Intelectuales Antifascistas4, colaboró en todos los números de Hora de España, desde el primero (enero de 1937)5 hasta el último (noviembre de 1938)6, en un sinfín de revistas (Madrid, La Voz de España, Ayuda, Nuestra Bandera, El Liberal o Nueva Cultura más un largo etcétera) y finalmente reunió diversos textos ya publicados en el folleto Madrid. Baluarte de nuestra Guerra de Independencia, incluido en las ediciones del Servicio Español de Información (1937), dedicado a la memoria del escultor Emiliano Barral. En ese contexto hay que situar la salida de La Guerra, a cargo de Espasa Calpe, recopilación de diferentes escritos –prosa y verso– ilustrada con dibujos de su hermano José: sendos retratos del general Miaja, García Lorca y Emiliano Barral, Jesús Hernández y el propio Antonio Machado más los de treinta y nueve milicianos anónimos y seis viñetas de Villa Amparo. Hablando con propiedad se trata del último libro del autor de Soledades. Nada más, nada menos.
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La obra comprende ciento quince páginas y siete textos, fechados entre agosto del treinta y seis y el 1º de Mayo del treinta y siete: «Los Milicianos de 1936», «El crimen fue en Granada», «Apuntes», «Meditación del día», «Carta a David Vigodsky», «Al escultor Emiliano Barral» y «Discurso a las Juventudes Socialistas Unificadas». Casi todos habían aparecido con anterioridad en diversa publicaciones periódicas; por ejemplo, la elegía a Federico García Lorca y «Los milicianos de 1936» en Ayuda, órgano del S.R.I. (Socorro Rojo Internacional), «Apuntes» en Madrid, Cuadernos de la Casa de Cultura o la «Carta a David Vigodsky» en el número cinco de Hora de España. El primero, «Los Milicianos de 1936» (Madrid, agosto), plantea la «súbita desaparición del señorito», literalmente borrado par la tragedia del hambre. Para Machado, «el señoritismo» era, simplemente, una enfermedad epidérmica de España: ...cuyo origen puede encontrarse acaso en la educación jesuítica, profundamente anticristiana y –digámoslo con orgullo– perfectamente antiespañola... El señoritismo ignora, se complace en ignorar –jesuíticamente– la insuperable dignidad del hombre. El pueblo, en cambio, la conoce y la afirma; en ella tiene su cimiento más firme la ética popular.7
A su juicio, la fisonomía del Madrid urbano había cambiado radicalmente en esos días8, tema recurrente el de esa transformación para la generalidad de los narradores republicanos, desde muy plurales enfoques, reflejado en las novelas, por ejemplo, que entonces publicaron Eduardo Zamacois, a la sazón militante en los sectores del anarquismo, cuya visión está reflejada en Madrid 9; César Falcón, miembro destacado del PCE, de quien puede consultarse una colección de crónicas sobre «la portentosa defensa de la ciudad»10; y Julián Zugazagoitia, el Zuga de El Socialista, que tuvo tiempo para entregar a la imprenta en el exilio Madrid, Carranza, 20 11, anticipo de su bien conocida historia, Guerra y vicisitudes de los españoles12. De ese hondo proceso de mutación, evidente a primera vista, quizás pueda servir de muestra esta estampa de Zamacois:
José Caballero. Retrato de Federico García Lorca, 1935. Galería Guillermo de Osma, Madrid.
El Casino de Madrid –albergue de desocupados y altar en los años de la monarquía de la diosa ruleta–, pasó a ser Hospital de Sangre; el Círculo de Bellas Artes se convirtió en depósito de víveres; el Sindicato de Artes Blancas se instaló en el Palacio de Liria; el Partido Comunista estableció sus oficinas en el de Fernán Núñez; Izquierda Republicana inauguró las suyas en el de Murga, y los comediantes viejos, inútiles para las lides escénicas, hallaron asilo en el hotel del editor Lázaro. Igual suerte corrieron los edificios de Acción Popular, del diario ABC [...] y las propiedades de las familias de Osuna, de Tamames, de Rosillo […] Y otras muchas fueron transformadas en talleres, en escuelas o en casas de reposo13.
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Machado, profundizando, incidía en un proceso de transformación tal vez menos fácil de apreciar, pero sin duda de mayor intensidad, desarrollado hacia los adentros: el de la dignidad del hombre, encarnada por el pueblo en armas, saliendo decididamente al encuentro con la muerte. Esa dignidad imponía «un nuevo aspecto a la ciudad, como consecuencia de la encarnizada defensa de «una causa hondamente sentida». Estas mismas ideas –la superación de las formas degradadas del vivir y la suprema afirmación del hombre– están igualmente presentes en «Apuntes» y en la «Carta a David Vigodsky», en especial en esta última, donde nuestro autor realiza un caluroso elogio de la resistencia popular: En España lo mejor es el pueblo. Por eso la heroica y abnegada defensa de Madrid, que ha asombrado al mundo, a mí me conmueve, pero no me sorprende. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos –nuestros barinas– invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva. En España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo. La demofilia es entre nosotros un deber elementalísimo de gratitud.14
A continuación, Machado se hace eco de la «íntima corriente de simpatía hacia Rusia que ha seguido España»; corriente que para él no sólo se explica a partir de las dificilísimas circunstancias políticas del momento, sino esencialmente por la profunda coincidencia espiritual entre ambos pueblos, «hondamente cristianos», en su «sentido fraterno del amor». Don Quijote –sostiene Machado–, con su alma generosa, simboliza el sentimiento universalmente cristiano del pueblo español. En esta misma carta reproduce –restableciendo su sentido– la nota que escribió a raíz de la muerte de Unamuno en Salamanca, originalmente publicada en la revista Madrid con una grave errata que impedía su correcta interpretación. Extraordinariamente interesante resulta el párrafo dedicado a enjuiciar la calidad literaria y las motivaciones subjetivas de «El crimen fue en Granada», poema en el que encuentra «la expresión poco estéticamente elaborada de un pesar auténtico». Para Machado, la muerte de Lorca había sido algo perfectamente inútil y estúpido, fácilmente evitable, puesto que era «políticamente inocuo, ya que el pueblo que Federico amaba y cuyas canciones recogía no era precisamente el que canta la Internacional» (páginas 82-83), juicio con aspectos, a mi entender, discutibles.
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La esencia española En «Apuntes», segundo trabajo en prosa de La Guerra, Machado interpreta el sentido de la esencia española, que a su juicio no residirá en el pasado, sino en el porvenir, pues «un pueblo es siempre una empresa futura, un arco tendido hacia el mañana» (p. 33). Pese a ello, tampoco debía desdeñarse la importancia de la tradición, que también tenía su influencia, aunque en absoluto fuese decisiva: Contra el prestigio desmesurado de lo pretérito hemos de estar en guardia y esgrimir todas las armas del escepticismo. Vivimos hacia el futuro, ante una inagotable caja de sorpresas, y el más hondo sentimiento del hombre es su inquietud ante la infinita imprevisibilidad del mañana.15
«Meditación del día» consta de dos partes claramente diferenciadas: un poema de veinte versos y un comentario en prosa, escrito con motivo de una reunión del Socorro Rojo Internacional (S.R.I.), donde continúa la reflexión con que terminaba aquel. Para Machado, lo más lamentable era «la trágica frivolidad de los reaccionarios», quienes en defensa egoísta de sus turbios intereses estaban causando un daño desproporcionado, quizás irremediable.
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Carta de pésame por la muerte de Antonio Machado, de un hombre que los hermanos Machado no conocían [escrita por Antonio Martínez Valdés], 21 de Abril de 1939. Manuscrito. Institución Fernán González. Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Burgos.
El poema a Emiliano Barral, escrito en 1922 e incluido en Nuevas canciones (Madrid, Mundo Latino, 1924: «… Y tu cincel me esculpía / en una piedra rosada, / que lleva una aurora fría / eternamente encantada»), va seguido de una nota breve, a mi entender muy retórica, lo que en absoluto quiere decir insincera, ponderativa de una actitud valerosa, solidaria y abnegada, que aciagamente le condujo al encuentro azaroso con la muerte, como capitán de milicias, a las puertas de la capital. Por fin, en el «Discurso a las Juventudes Socialistas Unificadas», trabajo de importancia capital. Machado defiende la pureza de la juventud, que es preciso salvaguardar del peligro de «una vejez prematura», porque en definitiva todo el problema de España residiría en el «gran pecado de las juventudes viejas». En este sentido, «acaso el mejor consejo que pueda darse a un joven es que lo sea realmente... [que] siempre puede servir para contrarrestar el consejo contrario, implícito en una educación perversa: procura ser viejo lo antes posible» (p. 95). La disciplina voluntariamente asumida por los jóvenes era una de sus virtudes esenciales, imprescindible en tiempos de guerra, cuyo sentimiento de entrega fijaba el contrapunto con el egoísmo de muchas personas mayores, encerradas en pequeñas miserías, sometidas a la injusticia y la rutina mansa del orden establecido por las clases dominantes pero indisciplinadas y rebeldes frente a las llamadas al esfuerzo común y el sacrificio por las ideas: Nada temo –dice– de la indisciplina juvenil, porque nunca he creído en ella. Mucho temo, mucho he temido siempre de la mansa indisciplina de la vejez, de esa vejez anárquica, en el sentido peyorativo de estas dos palabras..., de ese espíritu díscolo y rebelde a toda idealidad, siempre avaro de bienes materiales, codicioso de mando para imponer la servidumbre que, en suma, sólo obedece a lo más groseramente individual: los humores y apetitos de su cuerpo averiado...16 Antonio Machado. Día 8 de septiembre 1936 (sobre la muerte de Lorca). Manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga.
En este mismo discurso aborda Machado las causas de su discrepancia con el marxismo, al rechazar que el factor económico fuese «el más esencial de la vida humana y el gran motor de la historia», pese a lo cual veía «con entera claridad,
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que el socialismo, en cuanto supone una manera de convivencia humana basada en el trabajo, en la igualdad de los medios concedidos a todos para realizarlo, y en la abolición de los medios de clase, es una etapa inexcusable en el camino de la justicia; veo claramente que es esa la gran experiencia humana de nuestros días, a que todos de algún modo debemos contribuir» (p. 111). Para cerrar estas notas sobre Machado en aquella trágica coyuntura, y una vez repasado el contenido de La Guerra, quisiera resaltar la reedición de La Tierra de Alvargonzález y Canciones del Alto Duero por Nuestro Pueblo (Madrid-Barcelona, confeccionada en los Talleres Gráficos de la Editorial Ramón Sopena, «empresa colectivizada»), ilustrada con cinco dibujos y un retrato del poeta por José Machado (fechado en 1938, posiblemente uno de los últimos retratos que se le hicieron), profusamente distribuida entre los combatientes de origen campesino y especialmente adaptada en sus características formales a las circunstancias que se vivían, con tamaño de libro de bolsillo (15,5 x 12 cm.) y encuadernado en cartoné, de módico precio (tres pesetas) y tirada más que considerable17. Este tipo de libros –en los que hoy apenas se repara– resultó muy frecuente durante la contienda en el campo republicano, abarcando a todo tipo de autores, tanto clásicos como contemporáneos: desde Lope de Vega18 a Valle-Inclán19 o Galdós20 y García Lorca21, fundido el ayer con el hoy en busca de ganar el futuro. Conocimiento este a mi juicio fundamental, tales iniciativas no deben caer en el olvido, porque constituyen documentos que atestiguan sobradamente la vigencia de la literatura en medio de una situación tan dramática. ¿Para qué sirve la literatura?, se pregunta a veces. Pues también para esto: para dar compañía, afirmar el espíritu de la cultura y prestar consuelo al ser humano, poniéndole ante el espejo de sus creaciones en esos terribles momentos en que la realidad pesa, oprime y abruma, destruye y mata.
Ramón María del Valle-Inclán. La corte de los milagros. Prólogo de Antonio Machado. Col. Gonzalo Santonja.
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Las últimas soledades de Antonio Machado Más de treinta y cinco años después de haberlos escrito en Santiago de Chile, en 1971 y desde la entrañable Soria de su hermano, el pintor José Machado publicó su libro de recuerdos Últimas soledades del poeta Antonio Machado, obra demasiado deshilvanada y en exceso anecdótica, aunque de alto interés y llena de precisiones que posteriores estudios han revelado bien ciertas. Pero anterior al libro, quizá su desencadenante, es la semblanza que trazó cuando aún se hallaba en tierras de Francia, en carta dirigida a Santaló, sobrino del cónsul español en Port Vendrés durante los años de la guerra, que presidió –con Sánchez Ventura, cónsul de Perpignan, y el propio José Machado– el tan triste como significativo entierro del poeta. Sobre el vuelo de los años, y saliendo al paso de tanta desmemoria, conviene volver, creo yo, sobre uno de los testimonios más cercanos, en todos los sentidos, a la postrera y definitiva soledad machadiana, publicado en conmemoración del primer aniversario de su muerte por Romance, excelente revista del exilio español en México. Dice así: Mèurville (Aube), 15 de julio de 1939. Sr. J. Santaló. Distinguido amigo: Muy grato me ha sido tener noticias de usted y saber al par de su tío, por quien tengo la más alta estimación. Quisiera, pues, atender a su ruego, pensando además que es el gran poeta Neruda el que desea algunas impresiones sobre mi inolvidable hermano Antonio. Procuraré recoger mis recuerdos, tan directos como mi gran fraternidad y compenetración, en la convivencia de toda una vida. Me pregunta usted cuáles eran sus propósitos, sentimientos y pensamientos. Intentaré contestarle. Como poeta, fue uno de ellos durante toda su vida conservar en el fondo de la conciencia la clara visión de la infancia. Pensaba que conseguir este
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Antonio Machado. La Guerra. Dibujos de José Machado. Ed. Espasa-Calpe, 1937. Col. Gonzalo Santonja. Ramón María del Valle-Inclán. La corte de los milagros con prólogo de Antonio Machado. Col. Gonzalo Santonja. Retrato de Emiliano Barral. Col. Gonzalo Santonja Poetas en la España Leal (portada). Ediciones españolas Madrid-Valencia, 1937. Col. Gonzalo Santonja
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ideal era casi el milagro, ya que para él era el hombre una degeneración del niño, que se alejaba cada vez más como un río de la fuente de su origen. Sus versos no fueron jamás improvisados, sino la consecuencia de muchas cuartillas escritas y tiradas al cesto de los papeles para dejar al fin sobre la mesa de trabajo cuatro versos todavía con infinitas correcciones. Y para esto había visto amanecer, cosa que le ocurría casi siempre y no se acostaba satisfecho. Con relación a sus sentimientos, puede decirse que fueron de una delicadeza extrema. Adoraba la música, con gran preferencia la popular, en la que encontraba el sentido hondo del pueblo. Esto no excluía su admiración por la música sinfónica de los grandes maestros, siendo Mozart su predilecto. Muchas veces le he oído decir cuánto lamentaba no haber estudiado este arte excelso para poder componer. Encontraba en su espíritu cosas que creía no poder expresar sin este conocimiento. Detestaba cordialmente a todas las recitadoras y recitadores de versos, así a los lectores más o menos declamatorios. Pensaba que éstos eran los verdaderos enemigos de la poesía, ya que ésta debe llegar directamente al lector. Toda su vida fue atormentada y nadie ha sentido más ni sufrido más como consecuencia de esta sensibilidad. Ya puede usted imaginarse el tormento que para él han representado estos últimos tiempos la guerra y su fin. En cuando a sus pensamientos, tuvo –además de los ya expresados en los párrafos anteriores– el de estudiar a fondo la filosofía, a la que dedicaba largas horas de trabajo. Buena prueba de ello sería su biblioteca de Madrid –si es que aún existe–, en la que ocupaban mucho más espacio los libros de filosofía que los de versos. Amaba también profundamente la filosofía del pueblo en sus sentencias, cantares, etcétera. Estas dos aficiones tienen un origen familiar. La primera, en su bisabuelo paterno, y la segunda, en su padre –muerto prematuramente–, que fue el fundador del folclore en España. Decía, con relación a la filosofía, que era un ejercicio mental de gran eficacia para cimentar y arquitecturizar las ideas.
Retrato de José Machado fechado en 1938. Col. Gonzalo Santonja
Así, su obra tiene tan sólida construcción, que será siempre tan antigua y tan moderna.
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He aquí, querido amigo, estas breves notas sobre el que fue para mí, más que un hermano, un padre espiritual, y como prueba de no haber olvidado la generosa amistad de su tío y de usted en los días más amargos de mi vida. Con los más cariñosos recuerdos para su tío, usted reciba un atento saludo de su buen amigo.22
Esta es la carta que José Machado dirigió a J. Santaló mientras su hermano yacía –¡ojalá que de manera definitiva!– en la tumba del cementerio de Colliure que la familia Pi Saintelene Josep, le brindó como último albergue23. Previamente, interpretando el sencillo sentir del poeta, José Machado había rechazado la generosa disposición de Jean Cassou, que en nombre de los escritores franceses pretendía trasladar su cadáver a París para enterrarle con solemnidad. El destino de Antonio Machado, incluido el de su soledad final, corrió paralelo al de los derrotados combatientes republicanos, a cuya suerte ligó la suya desde el principio de la guerra. Por eso, jamás entendí las razones alegadas por quienes en su momento pretendieron arrancar sus restos de aquella tierra solidaria, de desenterrarlo, para traer sus despojos a España con todo el descabellado oropel que, aun en el mejor de los casos, semejante procesión hubiese implicado. En su tumba de Colliure, Machado tiene un significado histórico que, a mi juicio, se debe respetar, porque su triste y significativa historia no admite correcciones, aunque sí esté –por desgracia– expuesta a falseamientos. Los muertos de tan desastrada manera, elocuentes testigos de la historia son, en frase de Unamuno, de donde caen, tierra de la única tierra que en ese trance les acogió. En fin, Antonio Machado cruzó los Pirineos sobre los ecos de La Guerra, su último libro, compuesto, como señalé más arriba, en los talleres colectivizados de Espasa-Calpe en momentos hondas conmociones y máxima urgencia, no obstante lo cual responde a una composición cuidadosa y presenta una bella factura, sin erratas de bulto, que entonces era lo habitual24, lo que demuestra que todas las personas implicadas en el proceso de su elaboración –tipógrafos, corrector, encuadernadores– se emplearon poniendo lo mejor de sí en el empeño. Así pues, dotada esta obra de una enorme carga emocional y simbólica, permaneció largos años olvidada aunque por fin haya sido recuperada en facsímil por Editorial Denes (Valencia, 2005), bajo el cuidado de Jaume Pont (Colección Calabria/Poesía), de modo que sobre tanto retraso ahora predomina la sensación alegre de una deuda satisfecha. Y es que, como advierte el refranero, más vale tarde que nunca.
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Capilla Ardiente de Antonio Machado. El cuerpo amortajado con la bandera de la República. Archivo Alfonso, Archivo General de la Administración.
Notas al texto 1. Subtitulado «Himno para las juventudes deportivas y militares», Machado escribió este poema en la «Villa Amparo» de Rocafort, a pocos kilómetros de Valencia, en 1937. Allí permaneció, evacuado de Madrid, hasta abril del treinta y ocho, forzado a desplazarse entonces a Barcelona por el curso adverso de la contienda. En la ciudad condal encontró asilo hasta enero de 1939, alojado al comienzo en el Hotel Majestic y después en una viaja casona, incautada por la Generalitat, denominada Torre Castanyer. 2. A esa declaración pertenecen estos fragmentos: «A los que éramos hace treinta años jóvenes, se nos hablaba de una revolución desde arriba. En el fondo de una transformación de España a cargo de los viejos. Yo no he creído nunca en ella, y en esto estuve siempre en desacuerdo con los jóvenes apolíticos de mi generación. La revolución es siempre desde abajo y la hace el pueblo […]/ Yo no soy un verdadero socialista y, además, no soy joven; pero, sin embargo, el socialismo es la gran esperanza humana, ineludible en nuestros días, y toda superación del socialismo lleva implícita su previa realización […] Confío en vosotros, que sois la juventud con que he soñado hace muchos años. Con vosotros estoy de todo corazón» 3. Júzguese a tenor de lo que sigue: «En esta trágica guerra civil, provocada por las fuerzas que representan los intereses imposibles, antiespañoles, antipopulares y de casta, se ventila el destino del espíritu, su persistencia como valor superior de la vida. Y es el pueblo quien defiende el espíritu y la cultura. El amor que yo he visto en los milicianos comunistas guardando el palacio del duque de Alba sólo tiene comparación con el furor de los fascistas destruyendo. / El porvenir lo defiende el pueblo. Y el pasado. Los museos son el recinto de la historia del espíritu, del pasado espiritual. Los fascistas los bombardean e incendian. El pueblo monta guardia en el Museo del Prado y en la Biblioteca Nacional, en el Palacio del duque de Alba … Todo el mundo debe desear el triunfo del pueblo, porque
representa el porvenir como continuidad histórica del pasado […]» 4. Dado a conocer por El Mono Azul, portavoz de dicha Alianza, el 19 de noviembre de 1936 (Madrid, núm. 13), lo suscribían, al lado de Antonio Machado, José Bergamin, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Miguel Prieto, Antonio Rodríguez Luna, Alberto Sánchez, Manuel Sánchez Arcas, Eugenio Imaz, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Rodolfo Halffter, Bacarisse, Gabriel García Maroto, Vicente Salas Viu, Rafael Dieste, Arturo Souto, Antonio Aparicio, León Felipe, María Teresa León, Rafael Alberti, Felipe Camarero, Emilio Prados, Arturo Serrano Plaja, Ramón Menéndez Pidal, Pío del Río Hortega y Adolfo Salazar. 5. Hora de España, I, Valencia, enero de 1937: «Consejos, sentencias y donaires de Juan de Mairena y de su maestro Abel Martín», con una viñeta de Ramón Gaya, pp. 7-12. Entre otras sentencias, aparece esta, oportuna aguja de marear en aquellas circunstancias: «Cuando los hombres acuden a las armas, la retórica ha terminado su misión. Porque ya no se trata de convencer, sino de vencer y abatir al adversario. Sin embargo, no hay guerra sin retórica. Y lo característico de la retórica guerrera consiste en ser ella la misma para los dos beligerantes, como si ambos comulgasen en las mismas razones y hubiesen llegado a un previo acuerdo sobre las mismas verdades. De aquí deducía mi maestro la irracionalidad de la guerra, por un lado, y de la retórica, por otro». 6. Hora de España, XXIII, Barcelona, noviembre de 1938: «Mairena póstumo», pp. 7-13, con un recuerdo sentido de Blas Zambrano, el padre de María Zambrano, que acababa de fallecer: «Harto consuelo, en efecto, nos ha dejado, don Blas Zambrano al morir, el mejor y, acaso, el único que puede dejar un hombre cuando muere. Se fue, pero no se nos fue, quiero decir que algo suyo, muy suyo, inconfundiblemente suyo ha quedado vibrando en nuestros corazones …». Capturada la tirada entera en la imprenta por las tropas victoriosas de Yagüe, un ejemplar recaló, a saber por qué extraños vericuetos, en la biblioteca de Camilo José Cela, que años después concedió permiso a Verlag Detlev Auverman para reproducirlo, incorporado en calidad de volumen independiente (1974, VI), prologado por María Zambrano y con apuntes finales de Francisco Caudet, a su «Biblioteca del 36», una colección absolutamente excepcional, precisamente empezada con los veintidós números precedentes de Hora de España. Y ya que hemos barajado juntos a María Zambrano, Hora de España y La Guerra, recordaré que esa pensadora dedicó una
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hermosa reseña a dicho libro en la revista en cuestión (diciembre de 1937), y que el poeta, tan apegado a su padre, se lo agradeció por carta (Ian Gibson, Ligero de equipaje. La vida de Antonio Machado. Madrid, Aguilar, 2006. P. 589-90). 7. La Guerra, obra cit., p. 13. 8. Cf. mi trabajo «La imagen de Madrid en la narrativa escrita y publicada durante la Guerra» en República de los libros, órgano de la Asociación Colegial de Escritores, Madrid, «Madrid, ciudad literaria» (extra 8). 9. Eduardo Zamacois, Madrid. Barcelona, Mi Revista, 1938. Reed.: Barcelona, AHR, 1984. 10. Madrid. Madrid-Barcelona, Nuestro Pueblo, 1938. Nota de introducción, p. 9. Intervenida la edición al caer los frentes, y destruida casi de inmediato, sólo se conoce, según mis datos, un ejemplar, confiscado por el Servicio de Recuperación de Documentos y enviado al Archivo de la Guerra Civil de Salamanca (Colegio de San Ambrosio). 11. Reeditada en la «Bilioteca Silenciada» que a finales de los años setenta dirigí en Editorial Ayuso (Madrid, 1979. Vol. 1). Como bien se sabe, detenido Zugazagoitia el 27 de julio de 1940 en París por la Gestapo, pésima suerte que compartió con Carlos Montilla, Miguel Salvador, Teodomiro Méndez y Francisco Cruz Salido, todos ellos fueron entregados a la Policía franquista, interrogados por la Brigada Político Social y sometidos a juicio sumario que se saldó con su condena y la de Cruz salido a la pena de muerte, ejecutada en el Cementerio del Este a la seis y veinticinco de la mañana el 9 de noviembre de ese mismo año. Según el cómputo trágico de Santos Juliá, Julián Zugazagoitia fue «uno entre los catorce ejecutados ese mismo día, uno entre los 953 ejecutados ese mismo año, uno entre los 2.663 ejecutados en ese mismo lugar desde mayo de 1939 hasta febrero de 1944» (prólogo cit., p. XXXI). 12. Pongo en cursivas el término historiador para subrayar que el propio Zugazagoitia no se consideraba historiador, sino periodista, lo que naturalmente en nada menoscaba el valor de esas páginas, por muchos motivos francamente admirables: «Yo no soy, ni puedo ser, un historiador. Soy un periodista que descubre sus observaciones y sus notas, por si tienen alguna utilidad para quienes hagan, serena y fríamente, la historia de la guerra», como recuerda oportunamente Santos Juliá en el prólogo a su última reedición, anotada por José María Villarías Zugazagoitia, nieto del autor: Barcelona, Tusquets, 2001. 13. Madrid, ed. cit., pp. 96-7. 14. La Guerra, p. 63.
15. La Guerra, p. 39. 16. La Guerra, pp. 105-7. 17. Sobre Nuestro Pueblo –estructura, funcionamiento, catálogo y tiradas– remito a mi libro Los signos de la noche. De la guerra al exilio. Historia peregrina del libro republicano entre España y México. Madrid, Castalia, 2003. 18. No por casualidad una cita de Lope de Vega preside uno de los libros poéticos colectivos que mejor representan el clímax de aquellos momentos: Homenaje de despedida a las Brigadas Internacionales, en cuyas páginas se dieron cita Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Pedro Garfias, Juan Gil Albert, Miguel Hernández, José Herrera Petere, Pablo Neruda, Juan Paredes, Pérez Infante, Emilio Prados, Arturo Serrano Plaja y Lorenzo Varela (Madrid, Ediciones Españolas, 1938. Reed. facsímilar: Madrid, Hispamerca, 1976. Lope es citado por su celebrado canto a la libertad: «¡Oh, libertad preciosa, / no comparada al oro / ni al bien mayor de la espaciosa tierra […]» 19. Y ya que cito a Valle-Inclán me parece que no debo pasar por alto la reedición en esos momentos de dos de sus obras: La corte de los milagros y Tirano Banderas, esta prologada por Enrique Diez Canedo y aquella, precisamente, por Antonio Machado, preliminar el suyo de gran interés, extenso y nada de compromiso, cuya lectura recomiendo encarecidamente. Ambas ediciones, estampadas en 1938, corrieron por cuenta de Nuestro Pueblo, una especie de gran editora nacional del negrinismo, organizada por Rafael Gimenez Siles, que se sirvió para sus trabajos de la imprenta de Ramón Sopena, empresa a la (de)sazón colectivizada, lo cual dio lugar a una peripecia bien representativa de los (ab)usos de la post-guerra: muy amplias las tiradas y demasiado cercano el final de la contienda, quedaban multitud de ejemplares en los almacenes, extrañamente inadvertidos por los servicios de represión y censura, y estos volvieron al mercado en 1940, una vez recuperada dicha editorial por sus antiguos propietarios, pero mutilados o, mejor dicho, sometidos a un significativo proceso de adaptación a las nuevas circunstancias, esto es, con cubiertas y portadas nuevas y guillotinadas las páginas que contenían ambas introducciones, sustituidas por sendas y desmañadas notas editoriales. De gran interés pero muy poco conocido la nota preliminar a La corte de los milagros, firmada en Barcelona a 1 de agosto de 1938, para dar cuenta de su tono cito a continuación el primer párrafo: «Conocí a Don Ramón del Valle-Inclán, cuyas son las admirables páginas que hoy se reimprimen, cuando él era un hombre en plena juventud, y
yo, poco más que un adolescente. Don Ramón había aparecido en Madrid, a su vuelta de América, con un sombrero a la mejicana, negra y lustrosa melena, barbas tan crecidas como bien peinadas y un cuello de pajarita, como era uso –aunque con menos desmesura– en aquellos días. Madrid, algo curioso y novelero, como todas las grandes ciudades, había reparado en don Ramón, por su apariencia extravagante. La ingenuidad madrileña, o su inventiva, no exenta de ironía, había hecho correr esta voz: «Es el hijo de Julio Verne». En cuanto a la actitud que Valle-Inclán supuestamente hubiese mantenido sobre la guerra (falleció al comienzo de 1936), Machado si limitó a esto: «Dos palabras para terminar. Don Ramón, a pesar de su fantástico marquesado de Bradomín, estaría hoy con nosotros, con cuantos sentimos y abrazamos la causa del pueblo. Sería muy difícil, ciertamente, que encontrase un partido del cual pudiera ser militante ortodoxo o que coincidiese exactamente con su ideario político. Pero, ante la invasión de España por el extranjero y la traición de casa, habría renacido en don Ramón el capitán de nobles causas que llevaba dentro, y muchas de sus hazañas soñadas se hubiesen convertido en realidades. / Los capitanes de nuestros días no tendrían ni amigo más sincero ni admirador más entusiasta que don Ramón María del Valle-Inclán y Montenegro» 20. Galdós estuvo muy en boga, en especial durante el primer semestre de guerra y, particularmente, en los peores y más inciertos momentos del cerco a Madrid. La Sección de Publicaciones del Ministerio de Instrucción Pública lanzó en esos instantes, al lado de la entrega inicial del Romancero, El 19 de marzo y El 2 de Mayo, con los fragmentos finales de El 2 de Mayo. Y Nuestro Pueblo sacó en 1938 dos de sus episodios nacionales, Trafalgar y La corte de Carlos IV, «edición especial en homenaje a nuestro glorioso Ejército Popular en la segunda guerra de la Independencia de España», según los reclamos publicitarios. 21. La obra de Federico García Lorca de mayor difusión fue el Romancero gitano en la edición «de homenaje popular», prologada por Rafael Alberti y con dibujos de Juan Antonio, de Nuestro Pueblo (Barcelona, 1938, reeditada en el mismo año). 22. Romance, México, 1 de marzo de 1940, página 17. 23. Machado, por cierto, estaba persuadido de que su exilio de España implicaba su fallecimiento inmediato. Así se lo confesó a Pascual Plá y Beltrán (Ibi, Alicante, 1908 ¿Caracas, Venezuela, h. 1961), poeta revolucionario, antes de la guerra adscrito
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al grupo de la revista Octubre (formado por Alberti y María Teresa León) y miembro de la Unión de Escritores y Artistas Revolucionario de Valencia, en una de sus últimas entrevistas: «… cuando pienso en un posible destierro, en una tierra que no sea esta atormentada tierra española, mi corazón se llena de pesadumbre. Tengo la certeza de que el extranjero significaría para mí la muerte» (Pascual Plá y Beltrán, »Mi entrevista con Antonio Machado» en Cuadernos Americanos, México, enero-febrero de 1954. Cito por Monique Alonso, con la colaboración de Antonio Tello, Antonio Machado, poeta en el exilio. Barcelona, Anthropos, 1985. Págs. 67-73. 24. Entiéndase esta afirmación: en las imprentas, como en los cuarteles y en las calles, reinaba la inquietud, todo el mundo sometido a continuos desalojos y a desesperadas carrera de urgencia en busca de refugio, porque la aviación franquista y los cañones instalados en la Casa de Campo daban pocos instantes de tregua. En esas condiciones, las tipos de las letras también temblaban, multiplicándose las erratas. He aquí un exponente: el Romancero de la Guerra Civil (Serie I), acabado de imprimir el 30 de noviembre de 1936 por la Sección de Publicaciones del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes en uno de los mejores establecimientos tipográficos de la capital (Aldus, reconvertido en Consejo Obrero), incurre en una duplicación en la cubierta, donde un solo poeta, uno y el mismo, Rafael Beltrán Logroño, se convierte en dos: Beltrán Logroño, así citado entre Ramón Gaya y Felipe Camarero Ruanova (redactor de Ahora, colaborador de Misiones Pedagógicas y de Octubre), y Beltrán Logroño, flanqueado por Vicente Aleixandre y el novelista José Herrera Petere (otra de los nuevos valores descubiertos por Alberti a través de la cantera de Octubre, Premio Nacional de Literatura en 1938 por Cumbres de Extremadura, galardón compartido con Antonio Sánchez Barbudo por Acero de Madrid). Etcétera, etcétera. Por cierto, casi nada se sabe de Beltrán, salvo que fue herido de consideración en los últimos combates librados en Cataluña (1938), poeta popular que en cuanto tal cobró consistencia con la guerra y también se apagó con ella, inmerso en el amplio movimiento del romancero, aunque antes hubiese colaborado al menos en una revista (Eco, en 1934) y publicado una obra, Héroes (Madrid, Europa-América, s.a.), que únicamente conozco por referencias indirectas.
Lista de obras de la exposición
Antonio Machado. Poesías completas (1899-1917), Madrid, Residencia de Estudiantes, 1917, 1ª edición, 268 pp, 20x13 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia. Antonio Machado. Nuevas canciones, Madrid, Ed. Mundo Latino, 1924, 1ª edición, 220 pp, 18x13 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia. Antonio Machado. Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo, Madrid, Ed. Espasa Calpe, 1936, 1ª edición, 344 pp. Dibujos de José Machado, 19,5x13 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia. Antonio Machado. Juan de Mañara, Madrid, Prensa Moderna, Col. Teatro Moderno, 1927, 17x12 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia. Antonio Machado. “Sobre el porvenir del teatro”, Revista Manantial, nº 1, 1928, 32x22 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia. Emiliano Barral. Cabeza de Mariano Grau, 1926, yeso patinado, 35x33x30 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
Jesús Unturbe. Retrato de Mariano de Quintanilla, 1970, carbón sobre papel, 62x69 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
Pilar de Valderrama. Sí, soy Guiomar. Memorias de mi vida, Madrid, Plaza Janes, 1981, 21x15 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
Julio Hernández. Alegoría de Antonio Machado, 1992, hierro fundido, 26x17cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
Rafael Alberti. Centenario del nacimiento de Antonio Machado 1875-1939, 1975, litografía, 65x48 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
Manuel y Antonio Machado. La duquesa de Benamejí, Madrid, Ed. La Farsa, 1ª edición, 1932, 16,5x11,5 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia. Manuel y Antonio Machado. La Lola se va a los puertos, Madrid, Ed. La Farsa, 1ª edición, 1929, 16,5x11,5 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia. Manuel y Antonio Machado. Las adelfas, Madrid, Ed. La Farsa, 1ª edición, 1928, 16,5x 11,5 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia. Pablo Ruiz Picasso. Exposición homenaje en París a Antonio Machado, 1955, litografía, 65x50 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia. Pilar de Valderrama. Obra poética, Madrid, Ed. Siler, 1958, 17x11 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia.
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Claustro de profesores del Instituto segoviano, curso 1924-1925, fotografía, 15x21 cm. Casa Museo Antonio Machado, Segovia. Contreras y Vilaseca. El pedagogo Manuel Bartolomé Cossío, finales de los años 20, fotografía. Agencia EFE, nº 134981. Vidal. Henri Bergson, h. 1930, fotografía. Agencia EFE, nº 420478. Antonio y Manuel Machado. Sentado el primero, de pie el segundo, junio de 1927, fotografía. Agencia EFE, nº 377084. Retrato del pedagogo y escritor español Francisco Giner de los Ríos, h. 1912, fotografía. Agencia EFE, nº 2047003. Juan Ramón Jiménez y su esposa Zenobia Camprubí, 17 de octubre de 1956, fotografía. Agencia EFE, nº 2227039.
Los escritores Jacinto Benavente y Ramón María del Valle-Inclán, finales de los años 20, fotografía. Agencia EFE, nº 508543. Rubén Darío con unos amigos (un año antes de su muerte), h. 1915, fotografía. Agencia EFE, nº 632631. El poeta Antonio Machado (de píe) pronuncia unas palabras de agradecimiento con motivo de su nombramiento como hijo adoptivo de la ciudad, en un acto celebrado en las cercanías de la ermita soriana de San Saturio, 5 de octubre de 1932, fotografía. Agencia EFE, nº 377075. Retrato de Leonor Izquierdo Cuevas, esposa de Antonio Machado, 1909-1910, fotografía. Agencia EFE, nº 379278. Federico García Lorca con Lola Membrives, 1933-1934, fotografía. Agencia EFE, nº 609944. Margarita Xirgu con Benito Pérez Galdós y un niño belga, h. 1915, fotografía. Agencia EFE, nº 409450. El escultor Emiliano Barral junto a su obra, el busto de Pablo Iglesias, 3 de Mayo de 1936, fotografía. Agencia EFE, nº 2119425. El Presidente del Gobierno Manuel Azaña saluda a los actores Margarita Xirgu y Alfonso Muñoz, 9 de Abril de 1932, fotografía. Agencia EFE, nº 409431. Mitin de escritores antifascistas, 27 de Septiembre de 1936, fotografía. Agencia EFE, nº 615353. Antonio Machado con su madre (Dª Ana), su hermano José y la familia de éste: Matea Monedero y sus hijas Eulalia, María y Carmencita, fotografía. Archivo Alfonso, Archivo General de la Administración CD27, nº 69. Retrato de Antonio Machado con bastón, fotografía. Archivo Alfonso, Archivo General de la Administración, CD27, nº 72.
Antonio y Manuel Machado sentados con un grupo de actores dirigiendo los ensayos de “La Lola se va a los puertos”, con Lola Membrives de pie y ellos a la izquierda, fotografía. Archivo Alfonso, Archivo General de la Administración, CD27 y nº 07. Homenaje a los Machado por José Antonio Primo de Rivera, fotografía. Archivo Alfonso, Archivo General de la Administración, nº 39621. Antonio Machado de pie con Gregorio Marañón, José Ortega y Gasset y Pérez de Ayala en el acto al Servicio de la República, Teatro Juan Bravo de Segovia, 14 de febrero de 1931, fotografía. Archivo Alfonso, Archivo General de la Administración, CD27 y nº 67. Capilla Ardiente de Antonio Machado. El cuerpo amortajado con la bandera de la República, fotografía. Archivo Alfonso, Archivo General de la Administración, nº 039703. Multitud en la Puerta del Sol. Oficial del ejército enarbolando la bandera, fotografía. Archivo Alfonso, Archivo General de la Administración, nº 014460. Atribuida a José Tudela. Soria. Plaza de Herradores, h. 1910, fotografía. Archivo José Tudela, Archivo Histórico Provincial de Soria, Fot. 3743. Soria. Estación de San Francisco, principios del siglo XX, fotografía. Archivo Pilar García de Diego, Archivo Histórico Provincial de Soria, Fot. 3768. Soria. Locomotora Ramón Benito Aceña. Publicada en “Recuerdo de Soria, 2º época”, nº3, 1892, fotografía. Archivo Histórico Provincial de Soria, Fot. 4621. Soria. Vista desde el Monte de las Ánimas, h. 1896, fotografía. Álbum Archivo Carrascosa, Archivo Histórico Provincial de Soria, Fot 14. Soria. Vista desde la falda del Castillo un día de nieve, fotografía. Álbum Archivo Carrascosa, Archivo Histórico Provincial de Soria.
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Soria. Ferrocarril. Estación de San Francisco [Hoy desparecida], h. 1900, fotografía. Álbum Archivo Carrascosa, Archivo Histórico Provincial de Soria. Soria. Plaza Mayor, h. 1890, fotografía. Álbum Archivo Carrascosa, Archivo Histórico Provincial de Soria, Fot. 1148. Soria. Plaza Mayor, mercado, h. 1910, fotografía. Col. Fernando Villar Ruiz, Archivo Histórico Provincial de Soria, Fot. 3253. Soria. Tertulia en los soportales del Casino, h. 1910, tarjeta postal. Archivo Histórico Provincial de Soria, nº 4597. Álvaro Delgado Ramos. Retrato de Antonio Machado Ruiz, 1936, óleo sobre lienzo, 70x57 cm. Colección del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, AM/00005-A. Ricardo Madrazo y Garreta. Retrato de Santiago Ramón y Cajal, 1901, óleo sobre lienzo, 69x61 cm. Colección del Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid, AM/00053-A. Mauricio Bacarisse. “En honor de Antonio Machado. Una comida en el Pinarillo”, El Adelantado de Segovia, 17 de mayo de 1923, 60x40 cm. Archivo Municipal, Ayuntamiento de Segovia. “Caballitos”, Heraldo Segoviano, año I, nº 11, 17 de marzo de 1935, 54x38 cm. Archivo Municipal, Ayuntamiento de Segovia. “En Sepúlveda. Homenaje de admiración y cariño al genial escultor Emiliano Barral”, El Adelantado de Segovia, nº 6096, 10 de septiembre 1928, 60x40 cm. Archivo Municipal, Ayuntamiento de Segovia. “La vida literaria. Juan de Mañara”, El Adelantado de Segovia, nº 5711, 27 de mayo de 1927, 60x40 cm. Archivo Municipal, Ayuntamiento de Segovia. “Se celebró ayer en Segovia el homenaje a los insignes poetas hermanos Machado”, El Adelantado de Segovia, nº 7008, 19 de septiembre de 1928, 60x40 cm. Archivo Municipal, Ayuntamiento de Segovia.
“El poeta Antonio Machado. Es elegido académico de la Lengua”, El Adelantado de Segovia, nº 5660, 25 de marzo de 1927, 60x40 cm. Archivo Municipal, Ayuntamiento de Segovia. “Al maestro Azorín, por su libro Castilla”, La Tierra de Segovia, I, 176, 7 de diciembre de 1919, 40x30x 3cm. Biblioteca Pública Provincial de Segovia. “Antonio Machado, el poeta de Castilla, vuelve a Castilla”, La Tierra de Segovia, I, 167, 27 de noviembre de 1919, 40x30x3 cm. Biblioteca Pública Provincial de Segovia. “Antonio Machado en Segovia”, La Tierra de Segovia, I, 171, portada, 2 de diciembre de 1919, 40x30x3 cm. Biblioteca Pública Provincial de Segovia. “Comienzo de clases de la Universidad Popular”, La Tierra de Segovia, II, 221, 1 de febrero de 1920, 40x30x3 cm. Biblioteca Pública Provincial de Segovia. “Ensayo de Universidad Popular Segoviana”, La tierra de Segovia, II, 215, 25 de enero de 1920, 40x30x3 cm. Biblioteca Pública Provincial de Segovia. “Sobre el porvenir del Teatro”, Manantial, nº 1, 2 de abril de 1932, 32x22x0,2 cm. Biblioteca Pública Provincial de Segovia.
Antonio Machado. “Gerardo Diego, poeta creacionista”. La Voz de Soria, portada, 29 de septiembre de 1922, 50x38,5x1,5 cm. Biblioteca Pública Provincial de Soria. Antonio Machado.”Nuestro Patriotismo y La marcha de Cádiz”. La Prensa de Soria, p.3, 2 de mayo de 1908. Biblioteca Pública Provincial de Soria. “Una boda”. El Avisador Numantino, XXXL, nº 2882, p.3, 31 de julio de 1909, 57,2x 42x2,5 cm. Biblioteca Pública Provincial de Soria. Esquela de Leonor en El Porvenir Castellano, portada, 5 de agosto de 1912. Biblioteca Pública Provincial de Soria. “Crónica de París”, Tierra Soriana, portada, 4 de abril de 1911, 49x35x3,5 cm. Biblioteca Pública Provincial de Soria.
Soria. Vista general, Librería Las Heras Hnos., 1915, tarjeta postal, 9x14 cm. Col. Adolfo Gallardo. Soria. Camino de San Saturio (nº/), Edición Las Heras, 1923-1930, tarjeta postal, 9x14 cm. Col. Adolfo Gallardo. Soria. Calle de Canalejas (nº/), Edición Las Heras, h. 1925, tarjeta postal, 9x14 cm. Col. Adolfo Gallardo.
Antonio Machado. “Sol de invierno”. Tierra Soriana, p.3, 21 de julio de 1908, Diario, 58x42x2,5 cm. Biblioteca Pública Provincial de Soria.
Soria. Plaza de Ramón Benito Aceña (antes de Herradores), Edición de Pascual P. Rioja, 1908, tarjeta postal, 9x14 cm. Col. Adolfo Gallardo.
Antonio Machado. “Crítica”. La Voz de Soria, portada, 15 de septiembre de 1922, Diario, 50x38,5x1,5 cm. Biblioteca Pública Provincial de Soria.
Soria. Soportales del Collado, Editor Pascual Pérez Rioja, Soria, 1913, tarjeta postal, 9x14 cm. Col. Adolfo Gallardo.
Antonio Machado. “Fantasía de una noche de Abril”, Tierra Soriana, portada, 18 de abril de 1908, 58x42x2,5 cm. Biblioteca Pública Provincial de Soria.
Álvaro Delgado. Retrato de Juan Ramón Jiménez, 1947, dibujo sobre papel, 43,5x30,5 cm. Col. Gonzalo Santonja, GS-88. Rafael Alberti. Homenaje a Emiliano Barral, 1982, tinta china sobre papel, 20,5x29 cm. Col. Gonzalo Santonja, GS81. Anónimo, escuela española. Vista del Alcázar de Segovia, siglo XIX, óleo sobre lienzo. Col. Juan Abelló. Aureliano de Beruete. Paisaje con pueblo y praderas, 1919, óleo sobre tabla. Col. Juan Abelló. Aureliano de Beruete. La Sierra de Guadarrama, s/f, óleo sobre lienzo. Col. Juan Abelló.
Tres fotografías del montaje de “Las Adelfas” de 1929. Centro de Documentación Teatral, INAEM, Ministerio de Cultura.
Antonio Machado. “Por tierras del Duero”, Tierra Soriana, portada, 12 de enero de 1911, 49x35x3,5 cm. Biblioteca Pública Provincial de Soria.
Antonio Machado. “Discurso pronunciado con motivo del homenaje a D. Antonio Pérez de la Mata”, Tierra Soriana, portada, 4 de octubre de 1910, 49,5x34,8x3,5 cm. Biblioteca Pública Provincial de Soria.
Bartolomé de Montalvo. Personaje con burro y aperos de labranza, 1822, óleo sobre lienzo, 90,4x70 cm. Col. Particular.
Juan Manuel Díaz Caneja. Paisaje, 1976, óleo sobre lienzo, 50x61 cm. Col. Grupo Santander. Leandro Oroz Lacalle. El poeta y su musa, 1924, óleo sobre lienzo, 2,14x1,63 m. Col. Particular. Luis Dubón. Azaña, 1938, témpera sobre papel. Col. Particular.
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Joaquín Sorolla. Niños en el mar, playa de Valencia, 1908, óleo sobre lienzo. Col. Juan Abelló. Juan Gris. Etude de violon, 1913, lápiz sobre papel. Col. Juan Abelló. Valentín de Zubiaurre. Mantillas de Sepulveda, s/f, óleo sobre lienzo. Col. Juan Abelló. Antonio Machado. “El crimen fue en Granada”, Exposition Internationale, Pavillon l’Espagne, 1937, 27,5x21,5 cm. Col. Juan Manuel Bonet. Antonio Machado. “El poeta visita el patio de la casa en que vivió”, Helios, año I, tomo I, p. 398, 1903, 24x16 cm. Col. Juan Manuel Bonet. Renacimiento, nº VIII, (cubierta), 1907, 24,5x17 cm. Col. Juan Manuel Bonet. Antonio Machado. “Epitafio”, Revista Ibérica, año II, nº 1, p. 27, 15 de mayo de 1903, 24x17,5 cm. Col. Juan Manuel Bonet. Antonio Machado. “Apuntes, parábolas, proverbios y cantares”, Cervantes, año I, nº III, p. 83, 1916, 19,5x13 cm. Col. Juan Manuel Bonet.
Antonio Machado. “Iris de luna. Al maestro Valle-Inclan”, La Pluma, año IV, nº 32, p. 28, enero de 1923, 21,5x17 cm. Col. Juan Manuel Bonet. Antonio Machado. Zeme. Alvargonzálezova. Traducción al checo del poema machadiano “La Tierra de Alvargonzález” (portada), 18x13 cm. Col. Juan Manuel Bonet. Antonio Machado. Páginas escogidas, Casa Editorial Calleja (portada), 1917, 16x11 cm. Col. Juan Manuel Bonet. Antonio Machado. “Proverbios y cantares”, Revista de Occidente, año I, nº 3, p.19, septiembre de 1923, 21x14,5 cm. Col. Juan Manuel Bonet. Emiliano Barral. El arquitecto del Acueducto (retrato de Blas Zambrano), 1923, busto en granito patinado, 60x35x29. Diputación Provincial de Segovia. Anselmo Miguel Nieto. La trilla o Los tres segadores, 1903, óleo sobre lienzo, 75x120 cm. Fondos Artísticos de la Diputación de Valladolid, Nº inv. 488. Antonio Machado. Campos de Castilla, 1912, 19,3x12 cm. Fundación Díaz Caneja. Palencia, BIB. -R-544. Juan Manuel Díaz Caneja. Paisaje con chopos y pueblo, 1953, óleo sobre lienzo, 54x73. Fundación Díaz Caneja. Palencia, Nº inv. 15. Juan Manuel Díaz Caneja. Fábrica de harinas, 1935, óleo sobre tablex, 60x80 cm. Fundación Díaz Caneja. Palencia, Nº inv. 5. Antonio Machado. Poesías Completas, Madrid, Espasa-Calpe, 1928. Fundación José Ortega y Gasset, Madrid, Signatura: 860-1 MACH. Antonio Machado. “Poema a Guiomar”, Revista de Occidente, septiembre de 1929. Fundación José Ortega y Gasset, Madrid. José Ortega y Gasset. Meditaciones del Quijote, 1913, 18,5x12,5 cm. Fundación José Ortega y Gasset, Madrid.
Leandro Oroz Lacalle. Antonio Machado, 1926, lápiz sobre papel, 42,5x54 cm. Fundación José Ortega y Gasset, Madrid.
Antonio Machado. Proverbios, galerías, 1924-1926, manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga.
Valentín de Zubiaurre. Retrato de Ortega con El Escorial al fondo, 1916, óleo sobre lienzo, 81x98 cm. Familia Ortega Klein.
Antonio Machado. La Lola se va a los puertos, manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga.
Antonio Machado. Biografía de Antonio Machado y Álvarez, manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga.
José Caballero. Retrato de Federico García Lorca, 1935, óleo sobre lienzo pegado en tabla, 39x31,5 cm. Galería Guillermo de Osma, Madrid.
Antonio Machado. Biografía de Antonio Machado y Nuñez, manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga. Carta de Antonio Machado a su madre, h. 1912, manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga. Carta de Antonio Machado a Ernesto Giménez Caballero, h. 1929, manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga. Carta de Antonio Machado a José Ortega y Gasset, manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga. Carta de Antonio Machado a José Ortega y Gasset, h. 1924, manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga. Antonio Machado. Día 8 de septiembre 1936 (sobre la muerte de Lorca), manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga. Antonio Machado. Proverbios y cantares y epigramas (Al poeta Gabriel Alomar), manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga. Antonio Machado. Muchas leguas de camino, 1918, manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga. Carta de Antonio Machado a Gregorio Martínez Sierra, 20 septiembre de 1912, manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga. Carta de Antonio Machado a Alejandro Guichot, h. 1922, manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga. Antonio Machado. Apuntes y recuerdos de Juan de Mairena, manuscrito. Fundación Unicaja, Málaga.
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Antonio Machado. “Del camino”, Revista Ibérica, I, nº 3, pp. 81-82, 20 de agosto de 1902, 25x17x2. Hemeroteca Municipal de Madrid. Antonio Machado. “Galerías”, Revista Latina, I, nº2, pp.10-11, 30 de octubre de 1907, 26x20x3. Hemeroteca Municipal de Madrid. Antonio Machado. “Poesías”, Helios, I, Tomo II, VII, pp. 398-400, julio de 1903, 22x 14x3. Hemeroteca Municipal de Madrid. Antonio Machado. “El quinto detenido y las fuerzas vivas”, La Lectura, XX, tomo III, pp.35-36, septiembre de 1920, 22x16x4. Hemeroteca Municipal de Madrid. Antonio y Manuel Machado. ABC, 14 de febrero de 1929, 32x25x6. Hemeroteca Municipal de Madrid. Libro de actas 8-1/7-6. Curso 1907-08, 33x223x6 cm. IES Antonio Machado, Soria. Libro de Registro de Profesores, donde figura Antonio Machado. IES Antonio Machado, Soria. Antonio Machado. El crimen (a Federico García Lorca). Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, HS 4. Antonio Machado. Apuntes, 22x16 cm. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, C./7. Antonio Machado. Constanza era blanca (con Campos de Castilla), 22x16 cm. Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, HS 2.
Antonio Machado. La tierra de Alvargonzález. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, Cuaderno 5/1. pág. 1 y final. Antonio Machado. Le futur anterieur. Otras canciones a Guiomar, 21x15,02 cm. Institución Fernan González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, HS 3. Asterio Mañanós. Retrato de Manuel Machado, 1921, óleo sobre lienzo. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes. Emiliano Barral. Retrato de Antonio Machado, 1920, busto en piedra, 57x32x36. Institución Fernan González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes.
Carta de Manuel Bartolomé Cossío a los Machado agradeciéndoles el envío del ejemplar dedicado de “Desdicha de la fortuna”, 22 de mayo de 1926, 15,5x20,7 cm. Institución Fernan González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, C43.
Carta de Cipriano de Rivas Cherif a los hermanos Machado en la que les solicita el envío del final de la obra “La Duquesa de Benamejí”, enero de 1932, 21,5x27,5 cm. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, R27.
Carta de Julio Romero de Torres a los Machado en la que excusa su asistencia al homenaje celebrado por el éxito de “La Lola se va a los puertos”, 13x20 cm. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, R50.
Carta de Lola Membrives a los Machado felicitándoles por “La Lola se va a los puertos”, 16,3x20,7 cm. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, M26.
Carta de Jacinto Benavente a los Machado lamentando no haber asistido al homenaje, 1929, 15,5x21 cm. Institución Fernan González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, B22.
Julio Romero de Torres. Muchacha con guitarra, óleo sobre cartón, 55x50. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes.
Carta de Juan Reforzo a Antonio Machado felicitándole por el éxito de “La niña de Plata” en Buenos Aires, 27 de noviembre de 1925, 21x26,8 cm. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, R8.
Carta de Juan Uña con el ofrecimiento de una cátedra de folklore a Antonio Machado Álvarez, 27 de septiembre de 1885, 20,5x26,5 cm. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, U2.
Carta de Miguel A. Monclús a Antonio Machado en la que le expresa admiración por su poesía, 26 de diciembre de 1912, 13x21 cm. Institución Fernan González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, M38.
Carta de Segismundo Moret Prendergast a Machado, 16 de diciembre de 1884, 26,8x20,5 cm. Institución Fernan González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, M48.
Carta de Pepe Romeu a Antonio Machado en la que le felicita por el éxito de “La Lola se va a los puertos” y le solicita poder estrenarla con su compañía, 1929, 21,5x22,2 cm. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, R51.
Retrato de Manuel Machado niño por su abuela, óleo sobre lienzo, 101,05x78,05 cm. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes. Título de redactor de El Liberal, de Manuel Machado, 21 de abril de 1918, 12,05x 17,05cm. Institución Fernan González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes. Carta de pésame por la muerte de Antonio Machado, de un hombre que los hermanos Machado no conocían [escrita por Antonio Martínez Menéndez Valdes], 21 de abril de 1939, 13,5x21,5 cm. Institución Fernan González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, M16.
Fotografía con J. A. Primo de Rivera (grupo Hotel Ritz). Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes. J. Laurent. Patio del Palacio de Dueñas, Sevilla. Probablemente, la familia Machado, h. 1878, fotografía. Archivo Ruiz Vernacci, IPHE, Ministerio de Cultura, N.I.A. C-1812/N.I.M. 807. J. Laurent. Vista general de Sevilla. Panorámica en dos partes, 1880-1881, fotografía. Archivo Ruiz Vernacci, IPHE, Ministerio de Cultura, N.I.A. C-2145/ N.I.M. 3306 y 3305. J. Laurent. Puente de la Biblioteca. Línea Ferroviaria Madrid-Zaragoza a su paso por la provincia de Soria, 1863-64, fotografía. Archivo Ruiz Vernacci, IPHE, Ministerio de Cultura, N.I.A. C-143/N.I.M 5456. Castillo de Peroniel del Campo. Almenar de Soria, 1911-1917, fotografía. Archivo Cabré, IPHE, Ministerio de Cultura, N.I.M. 5044/5046-49.
Carta de Pío Baroja a Antonio Machado, 19 de diciembre de 1935, 26x20,1 cm. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, B5.
El Alcázar visto desde la montaña y un rebaño de ovejas, 1932-1936, fotografía. Archivo Loty, IPHE, Ministerio de Cultura, NIM 02266.
Carta de Ramón Menéndez Pidal a los Machado en la que les pide disculpas por no haber asistido a un acto, 23 de febrero de 1926, 14x17,7 cm. Institución Fernán González, Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, M29.
Vista de la Catedral de Segovia desde el Pinar, 1932-1936, fotografía. Archivo Loty, IPHE, Ministerio de Cultura, NIM 02097. Vista panorámica del Acueducto, h. 1900, fotografía. Archivo Moreno, IPHE, Ministerio de Cultura, NIM 00046-C. Vista parcial de Segovia desde la carretera del Cementerio, 1932-1936, fotografía. Archivo Loty, IPHE, Ministerio de Cultura, N.I.M. 02068.
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Plaza Mayor de Segovia [Mercado], h. 1900, fotografía. IPHE, Ministerio de Cultura, N.I.M. 00081-C. Aurelio García Lesmes. Pedraza desde las Tongueras, 1922, óleo sobre lienzo, 93x 107,5 cm. Colección de Arte Contemporáneo de Castilla y León. Junta de Castilla y León. Benjamín Palencia. La estación del Norte, Madrid, 1918, temple y óleo sobre lienzo, 120x130 cm. Museo de Albacete, Nº inv. 5466. Celso Lagar. Vista del Sena, 1915, óleo sobre lienzo, 65x81 cm. Museo de Bellas Artes de Santander, Nº inv. 0930. Estación de Príncipe Pío, Fototipia Castañeira, Álvarez y Levenfeld, 191?, Tarjeta postal, 9x14 cm. Museo del Ferrocarril, TP-IF-0214. Estación y panorama de San Rafael, Huecograbado Mumbrú, Barcelona, 193?, tarjeta postal, 9x14 cm. Museo del Ferrocarril, TP-MR-1155-11. Manuel y Antonio Machado. La Duquesa de Benamejí, drama en tres actos, en verso y prosa, 1932. (Colección La Farsa; 239), 16,30x12 cm. Museo Nacional de Teatro, Almagro, MT/3605. Anónimo. Antonio Machado, s.f., fotografía, 9x5 cm. Museo Nacional de Teatro, Almagro, Fot. 3071. Antonio y Manuel Machado. Desdicha de la fortuna o Julianillo Valcarcel, 1926, 19,30x15 cm. Museo Nacional de Teatro, Almagro, MT/1689. Antonio y Manuel Machado. Juan de Mañara, drama en tres actos y en verso, 1942 (Colección Teatro Selecto. Biblioteca de “Joyas Literarias”), 18x13 cm. Museo Nacional de Teatro, Almagro, MT/644. Antonio y Manuel Machado. La Lola se va a los puertos, comedia en tres actos. Dibujos de José Machado, 1929 (Colección La Farsa; 114), 16,30x12 cm. Museo Nacional de Teatro, Almagro, MT/507.
Antonio y Manuel Machado. La niña de plata, adaptación de la comedia de Lope de Vega en tres actos y ocho cuadros. Dibujos de Barbero, 1929 (Colección La Farsa; 97), 16,30x12 cm. Museo Nacional de Teatro, Almagro, MT/3464. Antonio y Manuel Machado. La prima Fernanda: (escenas del viejo régimen), comedia de figurón en tres actos. Dibujos José Machado, 1931 (Colección La Farsa; 193), 16,30x12 cm. Museo Nacional de Teatro, Almagro, MT/3559. Antonio y Manuel Machado, José López y P. Hernández. El condenado por desconfiado, adaptación de la obra homónima de Tirso de Molina. Dibujos de Caballero, 1930 (Colección La Farsa; 145), 16,30x12 cm. Museo Nacional de Teatro, Almagro, MT/3511. Manuel y Antonio Machado. Las adelfas, comedia en tres actos, en verso. Dibujos de José Machado, 1928 (Colección La Farsa; 62), 16,30x12 cm. Museo Nacional de Teatro, Almagro, MT/3430. Ugalde. Caricatura de Manuel Machado, 1940, tinta y acuarela sobre cartulina, 220x165. Museo Nacional de Teatro, Almagro, D79. Vicente Viudes. Figurín para “La Malcasada”. “Don Juan” de Lope de Vega; en versión de Manuel Machado, 1947, tinta y acuarela sobre cartón, 320x235 mm. Museo Nacional de Teatro, Almagro, F2607. Hernani, versión y arreglo para la escena de Antonio y Manuel Machado y Francisco Villaespesa, 1928 (Colección La Farsa; 42), 16,30x12 cm. Museo Nacional de Teatro, Almagro, MT/3410. Nicanor Piñole. La Gran Vía, c. 1935, óleo sobre cartón, 30,7x23 cm. Museo Nicanor Piñole, Gijón, MNP.891. Fotografía aérea de Soria. Archivo Ramón Benito Acuña, Museo Numantino, fotografía aérea nº 40. Acta de nombramiento de Académico de Antonio Machado Ruiz. Real Academia Española.
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Victorio Macho. Ramón María de ValleInclán, 1929, lápiz sobre papel, 63x48,5 cm. Real Fundación de Toledo-Museo Victorio Macho, Nº inv. 23-dib. Antonio Machado. La tierra de Alvargonzález y canciones del Alto Duero, Ed. Nuestro Pueblo, [1938], 16,5x12 cm. Residencia de Estudiantes, Sign. MP 7219. Antonio Machado. Soledades, galerías y otros poemas, Madrid, Calpe, Colección Universal, 1919, 15,5x11 cm. Residencia de Estudiantes, Sign. CER. C425. Biblioteca de las tradiciones populares españolas. Director Antonio Machado y Álvarez. T. I, Sevilla, Francisco Álvarez y Cia Editores, junio-agosto 1883, 18,5x12,5 cm. Residencia de Estudiantes, Sign. 14624. Aureliano de Beruete. Paisaje de un pueblo castellano, s. f., óleo sobre lienzo, 40x46 cm. Patrimonio de la Universidad Complutense, C.U.C. 304. Ignacio Zuloaga. Retrato de José Ortega y Gasset, 1935, óleo sobre lienzo, 111x93 cm. Patrimonio de la Universidad Complutense, CUC 4485. Juan José Gárate. Francisco Giner de los Ríos, óleo sobre lienzo, 110x90 cm. Patrimonio de la Universidad Complutense. Antonio Machado y Nuñez. Discurso inagural que en la solemne apertura del curso de 1855-56, pronunció ante el Claustro de la Universidad de Sevilla, Sevilla, Imprenta Española y Extranjera, 1855, 27x19,5x0,3 cm. Universidad de Sevilla, 63/1045.
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Machado Antonio
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