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CARLOS MESTERS
MARÍA, LA MADRE DE JESÚS 3.a edición
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LAGO DE
6ENE5AKT
CARLOS MESTERS
MARÍA, LA MADRE DE JESÚS 3.a edición
EDTCrONES PAULINAS
© Ediciones Paulinas 1981 (Protasio Gómez, 13-15. 28027 Madrid) © Editora Vozes Ltda., Petrópolis/Río de Janeiro 1977 Título original: María, a Mae de Jesús Traducción del portugués: Teófilo Pérez ISBN: 84-285-0860-7 Depósito legal: M. 22.735-1987 Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. Humanes (Madrid) I m n n > s n pn
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1 Llevando las andas de Nuestra Señora
EL NOMBRE DE MARÍA
Es muy frecuente entre el pueblo llamar a las mujeres con el nombre de María. Cuando alguien no' sabe cómo se llama una pobre muchacha en la calle, la llama así: «Eh, tú, María, ven aquí.» Y ellas no suelen protestar. ¡El nombre de María les va bien a todas! Pero resulta además que María es de hecho el nombre real de muchas personas. Difícilmente se encontrará, en toda la amplia área iberoamericana, una familia que no tenga uno o varios miembros con el nombre de María glosado de mil maneras: Ana María, María Jesús, María José, José María, Mario, Mariano, Pilar, Montse, Begoña, Rocío, Fátima, Lourdes, Conchita, Piedad, Dolores, Socorro, Puri, Rosario, Amparo, Guadalupe, Mercedes, Consuelo, Asunción, Carmen, Nati, Visitación, Dulce, Paloma, María Teresa, María Luisa, Eva María, o María simplemente. Estos y otros muchos nombres tienen todos el mismo origen. Vienen del nombre de la Madre de 9
Jesús, que se llamaba María. Era ella una muchacha pobre y humilde. Vivió hace unos dos mil años, pero hasta hoy al pueblo le gusta llevar ese nombre. Le gusta mirarla e invocarla con una breve oración, ya muy antigua, llamada abreviadamente y en una sola palabra: avemaria.
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EL AVEMARIA (*)
La primera parte de esta oración viene del ángel Gabriel, cuando trajo a María la invitación a
(*) E n nuestra lengua castellana solía usarse —y algo todavía se usa— la expresión «Ave María» o «Ave María Purísima» como fórmula devota de saludo a María (e, indirectamente, a los demás). Pero respecto a la salutación angélica ha prevalecido el n o m b r e o título en una sola palabra común: avemaria (como el padrenuestro, en el caso de la oración del Señor). Sólo como título, porque luego la fórmula del saludo se ha convertido, curiosamente, en la perífrasis «Dios te salve, María». Ave y salve eran dos modos latinos de saludar ( = desear salud, salvación, protección de lo alto), una forma de dar albricias, diríamos. En las principales lenguas occidentales modernas, el avemaria se ha traducido como un saludo que el fiel devoto repite a María, de una manera personalizada (Je vous salue, Marie —yo te saludo, María—, dice el francés) o cual objetiva reiteración de la fórmula usada por el ángel (Ave, María, dicen el italiano y el portugués; Hail, Mary —salve, María—, el inglés; Gegriisset seist Du, Maria —saludada seas tú, María—, el alemán). Quien reza el avemaria en castellano también repite, p o r su parte, el saludo del ángel, pero con un delicado matiz: quisiera que María reviviese aquel momento preciso en que recibió el anuncio p o r parte de Dios. «Yo te saludo, María —viene a querer decir—, pero mi deseo es que estas mis
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ser la Madre de Dios. Entrando en su casa, el ángel dijo: «Alégrate, favorecida ( =Dios te salve, María), el Señor está contigo» (Le 1,28). La otra parte viene de santa Isabel, prima de nuestra Señora. Cuando ésta fue a visitarla, Isabel le dijo: «Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Le 1,42). Más tarde, los cristianos añadieron a los saludos del ángel y de Isabel la invocación: «Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.» Después del padrenuestro no hay otra oración más común entre los cristianos. Desde hace siglos una multitud incontable la repite sin cesar. Cada
palabras resuenen en tus oídos como si te saludase Dios mismo; justo como sucedió aquella vez de Nazaret...» He aquí el porqué del «Dios te salve, María». (Obviamente, «salve» no es aquí una petición —como alguien menos instruido puede pensar— de que Dios conceda la salvación a María, sino que significa sencillamente: «Dios te saluda.» En esto, nuestra fórmula se aproxima con más intensidad al original griego: «Alégrate, María»... porque Dios está contigo, te saluda.) (NdT.)
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rosario incluye cincuenta veces la misma plegaria. Es muy difícil encontrar entre nuestro pueblo hispanohablante alguien que no haya rezado nunca o que ya no sepa el avemaria. La mamá o la abuelita se la enseñan a los pequeños. Cuando uno quiere decir que de religión o de rezos no sabe ni jota, confiesa: «Ya no sé ni el avemaria.» Para muchos, saber rezar el avemaria es el principio de la instrucción religiosa.
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LAS ANDAS DE NUESTRA SEÑORA
La historia de España y de toda Iberoamérica parece unas inmensas andas de Nuestra Señora llevadas por el pueblo humilde a través de los tiempos. Pueblo anónimo, sin placa de identificación en la solapa. Pueblo cuya preocupación es la de quedar escondido, tras el nombre de María y tras los adornos y las flores que cuelgan por los lados de las andas hasta el suelo. Lo que aparece y debe resaltar es el nombre y la imagen de Nuestra Señora, aclamada e invocada por miles de voces que lloran y gritan, desde abajo y sin parar: ¡avemaria! Llevando las andas de Nuestra Señora, el pueblo lleva por las calles la esperanza de poder llegar un día allí donde Nuestra Señora ya llegó, es decir, a gozar la libertad total de los hijos de Dios. Llevando la imagen de María, el pueblo da a todos la prueba concreta de que caminando con Dios es posible realizar esa esperanza. La historia de María es la imagen de la historia 14
del pueblo sencillo. Una historia que no ha terminado aún. Sigue, hasta hoy, en las pequeñas y grandes historias de este pueblo que va escondido bajo las andas, rezando sin parar el avemaria.
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LOS GRANDES Y LOS PEQUEÑOS María, muchacha humilde de un pueblecito del interior de Palestina, es saludada hasta hoy por millones de personas. El pueblo entero la venera y la invoca. Ella misma lo previo y así se lo dijo a Isabel: «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Le 1,8). ¿Cómo' explicar esto, si tiene explicación? La pregunta no es tan necia como pudiera parecer. Veamos. Cuando el ángel visitó a María todas esas generaciones y pueblos de que ella hablaba a Isabel estaban gobernados por Augusto, emperador de Roma, dueño del mundo. Augusto se quedó sin saber nada de aquellas visitas del ángel a María y de María a Isabel; ni se le consultó, por más que se tratase de un asunto muy importante respecto al destino de aquellas naciones. Y es que Dios no pide permiso a los amos de este mundo para poder hablar a los pequeños y humildes. Por lo demás, casi todos se quedaron sin saber nada. Dios no hace propaganda de las cosas que realiza. 16
Si aquel día alguien hubiera avisado al emperador: «¡Señor emperador!, allá en Palestina una joven acaba de recibir la visita de un ángel. Convendría tomar medidas, pues la cosa parece muy seria. Esa joven anunció que iba a ser proclamada bienaventurada por todas las naciones del mundo. Dijo también que los poderosos van a ser derribados de sus tronos (cf Le 1,52)»... ¿Cuál hubiera sido la respuesta del emperador? Quizá dijera: «¡No sea ridículo, por favor! Un ángel y una muchachita no son ninguna amenaza para mí ni para mi trono. ¡Soy yo al que están llamando feliz todas las naciones del mundo! Mi trono está bien firme, ¡no se preocupe! Tengo enemigos más serios que combatir.» ¡Y, sin embargo, la joven de Nazaret tuvo razón! Muchos años después, el trono de Augusto cayó podrido; y en el lugar donde estaba el templo de la diosa Roma surgió una iglesia en honor de Santa María de la Victoria. ¿Cómo se explica todo esto, si cabe una explicación?
17 2. MARÍA...
SER DE DIOS Y DEL PUEBLO
¡Claro que hay una explicación! Por dos motivos. Primero: María era mucho más que una simple muchachita. Era portavoz de la esperanza de todo un pueblo, ¡del Pueblo de Dios! Segundo: María, además de ser del pueblo, era también de Dios, totalmente, ¡y Dios estaba con ella! ¡Ser de Dios y del Pueblo! Estos dos puntos marcan la vida de Nuestra Señora. Por eso el pueblo la venera con tanto entusiasmo llevando sus andas por las calles e invocando su nombre. ¡Porque es exactamente eso lo que el pueblo espera de quienes trabajan por su libertad! Para poder ser del pueblo hay que ser de Dios. Para poder ser de Dios hay que ser del pueblo. ¡Así lo quieren Dios y el pueblo! ¡Ser de Dios y del Pueblo! Son éstos los dos grandes retratos que de Nuestra Señora sacó la Biblia y que la Iglesia conserva en su álbum. En un 18
tercer retrato, la Biblia muestra cómo María supo unir, en su vida, su amor a Dios y al pueblo. Vamos a abrir ahora el grande álbum de la Iglesia para contemplar a las claras estos tres retratos de nuestra Madre. Abrir el álbum de la Iglesia para mirar los retratos de María es como mirar a la luz del día las imágenes de Nuestra Señora.
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LA IMAGEN DE MARÍA ES POBRE Y MORENA (*) La imagen de Nuestra Señora es pequeña, cubierta con un manto bonito y ricamente adornado, (*) El a u t o r aplica estas características —pequeña y «negra»— a la imagen de Ntra. Sra. Aparecida, Patrona de Brasil y la advocación más difundida en aquel inmenso país. Entre las innumerables Vírgenes españolas —e iberoamericanas— son muchas las que presentan esas facetas. Baste recordar la Virgen del Pilar, diminuta hasta llamarse más por su peana que por su fisonomía; la Virgen de Montserrat, la entrañable «Moreneta»; la Virgen de Covadonga, conocida p o r el diminutivo de «la Santina»; la Virgen de los Desamparados, popularmente «la Cheperudeta» ( = j o r o b a d i t a , porque se inclina hacia los necesitados); otra imagen valenciana se denomina expresivamente la Purísima Chiqueta ( = chiquita) por ocupar u n espacio mínimo en un pequeño cuadro; la Virgen de Guadalupe, «pintada» en la b u r d a tela de una tilma; la Virgen de Begoña, de tez más bien oscura. Y tantas imágenes románicas talladas casi a azuela, sin grandes exquisiteces de rebuscada «belleza». Sin hablar de las Vírgenes andaluzas, todo cara y manos, o sea p u r o gesto acogedor. En contraposición a esa pequenez de las imágenes tradicionales, ¡qué mantos espléndidos, abigarrados y grandiosos no ha ofrecido el pueblo a lo largo de los siglos, con incesantes pruebas de amor sacrificado! (NdT.)
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¡presente del pueblo! Exactamente. Pues al pueblo le gusta adornar y enriquecer lo que ama. Sólo que el manto rico ha acabado por esconder gran parte de la imagen de María, imagen pobre y morena. Sólo mirando con detención la gente percibe que la Virgen es pequeña, y morena. El manto es bonito, precioso; nadie podría llevarlo así por la calle. Pero la gente no puede olvidar que esa imagen de Nuestra Señora es atezada, justo como el rostro de tantas «Marías» que encontramos por la calle. Lo que sucedió con su imagen, pasó con la misma María. Glorificada por el pueblo y por la Iglesia como Madre de Dios, ha recibido un manto de gloria. Pero éste acabó escondiendo gran parte de la semejanza que ella tiene con nosotros. Hizo de ella una persona diferente, y la gente casi olvida que fue, y es todavía, una pobre y sencilla muchacha del pueblo. Sólo mirando a las claras los tres retratos que la Iglesia conserva en su álbum percibe la gente que María, en la Biblia, es pobre y sencilla, muy parecida a la mayoría de nuestro pueblo. La Biblia habla muy poco de Nuestra Señora, pero lo poco que dice es muy importante. Es lo suficiente para que la gente pueda conocer la grandeza de su sencillez y la riqueza de su pobreza. Es lo suficiente para que la gente pueda descubrir su mensaje a nosotros.
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2 Los tres retratos de la Madre de Dios que la Biblia nos ha conservado
PRIMER RETRATO: MARÍA ERA DE DIOS
Oír, creer y vivir la Palabra de Dios En la visita a Isabel, María mostró su gratitud a Dios tejiendo un himno, cantado hasta hoy: «El Poderoso ha hecho tanto por mí, él es santo» (Le 1,49). Todo este cántico, enteramente, está lleno de frases sacadas de la Biblia (cf Le 1,46-55). Únicamente una persona que conoce la Biblia casi al dedillo es capaz de componer un canto así. Ello demuestra que María conocía muy bien la Biblia. Ella meditaba la Palabra de Dios, leyéndola en casa o participando en las reuniones con el pueblo. Conocía la historia de Abrahán y del Éxodo, la ley de Moisés, las promesas de los profetas, los salmos de David. Estaba al tanto del plan de Dios, descrito en la Biblia (cf Le 1,54-55). Y no sólo eso. No solamente oía y meditaba la Palabra de Dios, sino que también procuraba vivirla, para ayudar así en la realización del plan de Dios. Tal aparece en la visita del ángel. Cuan25
do Gabriel le presentó la palabra de Dios, María no dudó. Creyó y se puso a disposición de Dios: «Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho» (Le 1,38). O sea: «Que esta palabra de Dios se realice en mí.» Por eso la alabó Isabel: «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Le 1,45).
La Palabra de Dios en la Biblia y en la vida Hay que notar bien lo siguiente: la palabra de Dios que el ángel anunció a María no estaba escrita en la Biblia; era un hecho nuevo que acontecía en aquel preciso instante. Para María, Dios hablaba no sólo a través de la Biblia sino también en los acontecimientos de la vida. Ella fue capaz de reconocer la palabra de Dios en los acontecimientos, porque se alimentaba de la palabra de Dios escrita en la Biblia. La meditación de la palabra escrita purifica los ojos y hace descubrir la palabra viva de Dios en la vida. «Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van a ver a Dios», proclamaba Jesús treinta años después (Mt 5,8). En esta atención constante a la palabra de Dios en la Biblia y en la vida está la causa de la grandeza de María. Una vez que Jesús estaba hablando al pueblo, una mujer no pudo contenerse y piropeó a su madre: «¡Feliz la que te dio a luz y te amamantó!» (Le 11,27). Pero Jesús no se 26
mostró muy de acuerdo y dedicó otro elogio a su madre: «¡Felices sobre todo los que escuchan la palabra de Dios y la practican!» (Le 11,28). La causa de la grandeza de María no estribaba en el hecho de ser la madre de Jesús, de haberle llevado nueve meses en el seno y de haberle alimentado a sus pechos. Eso era una consecuencia. La causa estaba en que María había escuchado la palabra de Dios, cumpliéndola en su vida. Por esta su obediencia a la palabra de Dios, ella dijo al ángel: «¡Cúmplase en mí lo que has dicho!» (Le 1,38). Así llegó a ser Madre de Dios. Y conviene recordar aún que Jesús no dijo: «Felices los que leen la Biblia y la llevan a la práctica», sino: «Felices los que escuchan la palabra de Dios y la practican.» La palabra de Dios no está sólo en la Biblia. Se revela tanto en la Biblia como en la vida.
A pesar del
sufrimiento
Nadie debe pensar que todo eso resultase muy fácil a Nuestra Señora. En su voluntad de oir y practicar la palabra de Dios, encontraba no sólo su felicidad y paz sino también la fuente de su sufrimiento. Mucho de lo que Dios la exigía, ella no llegaba a entenderlo del todo. Trataba de entenderlo, pero no siempre lo conseguía. Así, ante la palabra de Dios, algunas veces se quedaba con miedo. El ángel tuvo que decirle: 27
«¡Tranquilízate, María!» (Le 1,30). Otras veces se quedaba admirada; por ejemplo, cuando el viejo Simeón le dijo que Jesús era la luz de las naciones (cf Le 2,32-33). Y debió preocuparse grandemente cuando el mismo Simeón le anunció: «Una espada te atravesará el alma» (Le 2,35). Se quedó sin entender el ofrecimiento del ángel a ser la madre de Jesús (cf Le 1,34) y tampoco entendió las palabras que el mismo Jesús le dirigió después que ella estuvo buscándole durante tres días y le encontró en el templo en medio de los doctores (cf Le 2,50). Tuvo que sufrir horriblemente cuando, por su fidelidad a la palabra de Dios, provocó la duda en san José (cf Mt 1,18-19). La Biblia dice que María escuchaba todo, y luego conservaba el recuerdo de ello, meditándolo en su corazón. Se quedaba rumiando, remembrando y meditando las cosas, las cosas grandes y pequeñas de la Biblia y de la vida (cf Le 2,19.51). No lo entendía todo. Había mucha oscuridad. ¡La luz se hace en la travesía!
Un resumen de la vida de María La palabra de Dios tenía entrada franca en la vida de María, sin ningún obstáculo. Encontraba un corazón abierto y una voluntad dispuesta que decía: «Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho» (Le 1,38). O sea: «Estoy a las órdenes de Dios.» 28
Estas palabras son como un resumen de la vida de María. En fuerza de eso, ella ya no pertenecía a sí misma. Pertenecía a Dios. ¡Era de Dios, totalmente! «El Señor está contigo», decía el ángel. Dios no era apenas una idea bonita, sino Alguien sin el que ella ya no podía vivir. Ella se ancló en Dios, declarándose su criada o sierva (cf Le 1,38.48). Dios tomó la responsabilidad de la vida de María, y ella le dejó hacerlo. No opuso resistencia alguna, nunca, ni siquiera un ápice. Igual que para Abrahán, el padre del Pueblo al que pertenecía, también para María no resultó fácil aceptar y vivir la palabra de Dios en su vida. Al contrario, le fue motivo de mucho sufrimiento y duda, de mucha tristeza y oscuridad. Pero ella permaneció firme, como se había mantenido el padre Abrahán. De tal padre, tal hija.
Desde la Concepción
hasta la
Asunción
La Iglesia enseña que Dios tomó en cuenta la vida de María desde su primer comienzo hasta su último fin, desde el momento en que fue concebida hasta el instante en que fue elevada al cielo; o sea, desde su Inmaculada Concepción hasta su Asunción a los cielos. Estas dos verdades enseñadas por la Iglesia son la confirmación de cuanto la Biblia dice claramente: la palabra de Dios tomó en cuenta la vida de María de punta a cabo. Ella era de Dios totalmente 29
y radicalmente. Nunca hubo en ella nada que fuese contrario a Dios. Dios reinaba en María. En ella, el Reinado de Dios era ya un hecho. El pecado de Adán, por el que el hombre se separó de Dios, nunca tuvo parte alguna en María. Esto es lo que celebramos, cada año, en las dos grandes fiestas: la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, el 8 de diciembre, y la solemnidad de Nuestra Señora de la Asunción, el 15 de agosto.
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SEGUNDO RETRATO: MARÍA ERA DEL PUEBLO Atenta y preocupada con los demás La ancha entrada de la palabra de Dios en la vida de María no hizo de ésta una persona aérea, desligada de las cosas de la vida y del pueblo. Al contrario, hizo de ella una persona bien atenta y comprometida con los problemas de los demás. Por ejemplo, cuando aceptó la palabra de Dios transmitida por el ángel, su primer pensamiento no fue para sí misma sino para su prima Isabel. El ángel le había informado de que Isabel, mujer ya de edad, había quedado embarazada por primera vez (cf Le 1,36). Una mujer así necesita asistencia. María no lo dudó y se desplazó a Judea, a más de 120 kilómetros de Nazaret. ¡Veinte leguas! Emprendió semejante viaje sólo para ayudar a su prima en los tres últimos meses de gravidez (cf Le 1,39.56). Por entonces no había tren ni autobuses. Un leproso de Acre, leyendo este paso, 31
dijo así: «Me avergüenzo. Cuando voy a visitar a mi madre, llego diciendo que me quedaré poco tiempo. ¡Pobre viejecita, que ya no puede ni atropar la leña! La próxima vez voy a hacer como Nuestra Señora y quedarme más tiempo para ayudarla.» Otra vez María fue invitada a una boda en Cana (cf Jn 2,1). Estaba también allí Jesús. La fiesta de bodas era entonces la gran ocasión de comer y beber a saciedad. Llegó un momento en que María se dio cuenta de la falta de vino, y en seguida tomó las debidas medidas y se fue a hablar con Jesús: «¡No les queda vino!» (Jn 2,3). Y así consiguió que Jesús hiciera su primer milagro en favor de unos novios pobres, para que no quedasen avergonzados y la fiesta se estropease (cf Jn 2,6-11). Resumiendo, en vez de hacerla encerrarse en sí misma y pensar en su propia salvación, la palabra de Dios hizo que María saliese de sí y se olvidase de sus problemas para poder pensar en los demás.
No abandona a los amigos en el momento del aprieto Aunque no siempre entendiese todo lo que Jesús enseñaba y hacía, ella le apoyó siempre. Por eso tuvo problemas con los parientes. ¿Quién no los tiene? Los parientes andaban preocupados por Jesús, creyendo que estaba yendo demasiado lejos, 32
que había perdido el juicio (cf Me 3,11). Querían llevárselo por la fuerza a casa (cf Me 3,21) y habían logrado que María estuviera allí para mandarle ese recado (cf Me 3,31-32). Pero Jesús no picó y dio a entender a sus parientes que no tenían autoridad ninguna sobre él. Sólo Dios la tenía, y lo importante era hacer su voluntad (cf Me 3,3335). En otra ocasión, los parientes querían que Jesús fuera un poco más osado y se presentase en seguida en Jerusalén para ganarse mayor fama (cf Jn 7,2-4). Al fin y al cabo los parientes no creían en Jesús (cf Jn 7,5). Eran oportunistas. Querían sólo aprovecharse de su famoso primo. Lo que Jesús había dicho: «Los enemigos de uno serán los de su casa» (Mt 10,36), estaba aconteciendo con él mismo, dentro de su propia familia. ¡Mucho debió sufrir María por ello! Pero cuando al final Jesús fue apresado como subversivo (cf Le 23,2) y condenado como hereje (cf Mt 26,65-66), los parientes desaparecieron todos y ninguno daba la cara a no ser algunas mujeres. Pero María aguantó. No huyó, no tuvo miedo. Incluso los apóstoles, excepto Juan, se eclipsaron (cf Mt 26,56). Ella no. Se quedó con Jesús y le apoyaba. Estuvo con él hasta en el Calvario y allí permaneció, asistiéndole en su agonía (cf Jn 19,25). Eso formaba parte de su misión, asumida ante el ángel: «Soy la esclava del Señor; que se haga en mí lo que has dicho» (Le 1,38). Las autoridades condenaron a Jesús como anti33 3. MARTA...
Dios y anti-pueblo. A María no le importó; fue la única de la familia que no retrocedió. Ella no abandona a las personas en la hora del aprieto. ¡Va con ellas hasta el final! Lo mismo hizo con los apóstoles. Aunque había sido abandonada por ellos, no les dejó. Se quedó con ellos, perseverando en la oración por nueve días para que la fuerza de Dios les ayudase a superar el miedo que les acoquinaba y les hacía huir (cf He 1,14).
Era del pueblo por decisión propia y por condición de vida Todo esto muestra que María no era sólo de Dios, sino también del pueblo de Dios. ¿Qué significaba para ella ser del pueblo de Dios? Significaba ser del pueblo pobre y vivir sus problemas. María era del pueblo pobre no como quien baja de un alto trono para dar una pequeña ayuda o limosna a los pobres cuitados que están abajo. Era del pueblo porque vivía la misma vida de todos. No era ni rica ni poderosa (cf Le 1,52-53), sino pobre, casada con un muchacho pobre, José, emigrante o hijo de emigrantes. Tenía un hijo pobre, Jesús, que carecía hasta de un hogar donde reclinar la cabeza (cf Le 9,58). Para unos pobres como ellos, no había lugar en las posadas y sólo disponían de los abrigaños de animales, las grutas y chozas (cf Le 2,7). •¡.A
Pero hay pobres que a pesar de serlo están del lado de los ricos y poderosos, despreciando a sus compañeros. María no era así. Su cántico en casa de Isabel muestra muy bien de qué lado quiso quedarse: del lado de los humildes (Le 1,52), de los que pasan hambre (Le 1,53), de los que temen a Dios (Le 1,50). Además, se despegó claramente de los orgullosos (Le 1,51), de los poderosos (Le 1,52) y de los ricos (Le 1,53). Para María, ser del pueblo de Dios significaba vivir una vida pobre y asumir la causa de los pobres, que es la causa de la justicia y de la liberación. Estas cosas pueden chocar a los ricos y a los poderosos que gustan de ir tras las andas de Nuestra Señora, llevadas por el pueblo humilde. Pero ésta es la verdad. Si alguien no lo cree, dé una ojeada al cántico de María (Le 1,46-55). Por fin, María era del pueblo porque llevaba en sí misma la esperanza de todos, la misma fe y el mismo amor. Todo el pasado, desde Abrahán, corría por su sangre y la empujaba a actuar (cf Le 1,54-55).
TERCER RETRATO: REZA CON NOSOTROS ¿De dónde sacaba María la fuerza para ser siempre de Dios y del pueblo? Hay dos pasos en la Biblia que dan una respuesta a esta pregunta.
Primer paso La Biblia atesta que María, tras la subida de Jesús a los cielos, se quedó con los apóstoles y pasó con ellos nueve días, rezando, hasta la mañana de Pentecostés (cf He 1,14). Aquí está el secreto de su fuerza. ¡En la oración! Ella oró nueve días seguidos con aquellos hombres miedosos. El efecto de la oración fue la bajada del Espíritu Santo, que los transformó en hombres valerosos y esforzados. Perdieron el miedo. Ya no se amedrentaban ante las amenazas (cf He 4,18-21), ni con la cárcel (cf He 5,17-21) y la tortura (cf He 5,40-42). María hizo lo que Jesús había recomendado: 1/L
«Si vosotros que sois malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más el Padre del cíelo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan» (Le 11,13). Gracias a la oración de María, hecha juntamente con los apóstoles, el Espíritu Santo descendió con abundancia y fundó la Iglesia el día de Pentecostés (cf He 2,1-4; 4,31).
Segundo paso Es, de nuevo, el cántico de Nuestra Señora (Le 1,46-55), imbricado de referencias a los salmos del Antiguo Testamento. De tanto rezar los salmos, María se los sabía de memoria y era capaz de usarlos para expresar su propia gratitud a Dios. Por su oración constante atraía los dones del Espíritu Santo no sólo sobre sí, sino también sobre el pueblo. Y es el Espíritu Santo quien hace -nacer no sólo a la Iglesia, sino también al propio Jesús (cf Le 1,35). Los dones del Espíritu Santo son: sabiduría e inteligencia, prudencia y fortaleza, ciencia y temor de Dios (cf Is 11,2). María poseía esos dones en alto grado, como fruto de su oración. Por la oración estaba unida a Dios y al pueblo. Estos tres retratos que la Biblia nos conserva de la Madre de Dios nos dan una idea de la joven que recibió la visita del ángel Gabriel y que es aclamada y venerada, hasta hoy, por todo el pueblo. 37
3 Ave, María, llena de gracia
i !
LA VIDA EN NAZARET
El lugar Nazaret, el lugar donde el ángel bajó a visitar a María, era un pueblecito, una aldehuela del interior. Estaba medio perdido en la sierra de Galilea, un poco por encima del lago. Tenía poco prestigio, pues el pueblo solía decir: «¿Puede salir algo bueno de Nazaret?» (Jn 1,46).
La condición de vida del
pueblo
Las casas eran pobres, cavadas en parte en la ladera del collado. Pocas casas, poca gente. Todos conocían a todos y sabían la vida de cada uno. Tanto es así que cuando Jesús regresó, anunciando el evangelio después del bautismo en el río Jordán, el pueblo se quedó asombrado y se preguntaba: «¿De dónde saca éste todo eso? ¡Si es el carpintero, el hijo de María!» (Me 6,2-3). Así
pasa en los pueblos. Cualquier cosa que uno haga diferente de los demás, ¡comentario al canto! Nazaret tenía una sola fuente para abastecer a todos. Era un lugar de encuentro para las mujeres que iban por agua. Allí se esparcían las noticias, mezcladas con los comentarios del pueblo, como sucede todavía hoy en muchos poblados y aldeas de Palestina y del resto del mundo.
Las reuniones del pueblo en torno a la Biblia Había allí una casa de oración, llamada sinagoga (cf Le 4,16), donde el pueblo se reunía todos los sábados para rezar y escuchar la lectura de la Biblia, explicada y comentada por el coordinador de la comunidad o por uno de los presentes invitados por aquél. Así, una vez, Jesús, que no era el coordinador de la comunidad de Nazaret, recibió la invitación de hacer la lectura y dar una explicación al pueblo (cf Le 4,16-22). Enfrente de la sinagoga, la comunidad mantenía una escuelita donde los niños aprendían a leer la Biblia en hebreo. El pueblo hablaba arameo, como nosotros hoy hablamos español.
El trabajo La población de Nazaret vivía principalmente de la labranza. Trabajaba el campo. Uno que otro, A A
como Jesús, prestaba además algún servicio a la comunidad como carpintero o herrero. He ahí por qué Jesús contaba tantas parábolas sobre el labrantío, la simiente, los árboles y las flores. Conocía todas estas cosas por propia experiencia. La tierra no les pertenecía, pues eran meros colonos. Había una especie de latifundio. Los amos de la tierra vivían principalmente en la ciudad de Tiberíades que quedaba junto al lago. Las mujeres vivían en casa, con un estilo más retraído, cuidando de los hijos y de las faenas domésticas. Salían por agua a la fuente para llenar en casa las tinajas.
La situación del país A primera vista, Nazaret podría parecer una aldea simpática y tranquila. Pero de tranquila, nada. El país estaba ocupado por los romanos, extranjeros que exigían impuestos gravosos al pueblo, cobrados por fiscales a quienes el evangelio llama publícanos. La mayoría de éstos era gente deshonesta que robaba a mansalva. Los romanos organizaron hasta un censo (cf Le 2,1) con vistas a la recaudación de dinero. Los latifundistas trabaron amistad con los romanos y les iba bien. Era el pueblo pobre el que sufría. Por eso empezó a surgir un movimiento para luchar contra los romanos. Los miembros de esta facción liberadora se lia-
maban zelotas. La mayor parte de ellos vivían en Galilea. Era gente violenta. Cuando podían, mataban a los soldados romanos, sobre todo en la oscuridad de la- noche. Ello provocaba represiones furibundas con esparcimiento abundante de sangre. Estas u otras cosas parecidas el pueblo las comentaba de boca en boca, a media voz, cuando iba por agua a la fuente. Era el asunto del día, principalmente en Galilea. Muchos galileos se habían incorporado al movimiento. Tanto que la palabra galileo, en el sur, equivalía a gente rebelada contra los romanos. Informa de todo esto Flavio Josefo, un historiador que vivía por entonces y que se dedicó a escribir la historia del pueblo de Palestina. Así que Nazaret no era un lugar tan tranquilo para vivir en él. Estaba enclavado en una región explosiva. El tiempo en que Nuestra Señora vivía por allí era un tiempo de incertidumbre e inseguridad.
A /.
LA VIDA EN FAMILIA.
En casa de los padres Poco sabemos de esta vida. La Biblia apenas dice nada. La vida de María debe haber sido como la de cualquiera otra joven de Nazaret: ir por agua, cuidar la casa, ayudar en la educación de los hermanos más pequeños, charlar en la fuente, leer y meditar la Biblia, orar a Dios en el silencio, participar en las fiestas y en las oraciones del pueblo... Nosotros la llamamos María, pero por entonces el pueblo la llamaba Miriam. La Biblia nada dice acerca de los padres de Miriam, pero los cristianos saben que se llamaban Joaquín y Ana. De ellos recibió su fe en Dios, su amor a la vida y su esperanza en el futuro de Israel.
Como las otras muchachas del lugar Al igual que todas las jóvenes de su tiempo, Miriam llevaba en sí la esperanza del pueblo, alimentada por las profecías, la esperanza de que un día habría de nacer el libertador, el Mesías. Al igual que todas las muchachas de su pueblo, ha debido sentir el deseo de poder contribuir a la realización de tal esperanza. ¿Cómo? Haciéndose madre, engendrando hijos que en un futuro próximo o remoto hiciesen nacer al libertador del pueblo. Y quizá, como tantas otras, alimentase en sí el secreto deseo de ser ella misma la escogida por Dios para ser la madre de ese futuro libertador. Y es que según los cálculos hechos por los doctores de entonces todo indicaba que la fecha del nacimiento mesiánico estaba al llegar.
El noviazgo con José En Nazaret vivía un muchacho llamado José, cuya familia no era de allí. Procedía del sur, de Belén (cf Le 2,4). Por entonces mucha gente venía del sur, buscando una vida mejor en el norte, en Galilea. José era uno de ésos. Emigrante o hijo de emigrantes. Persona pobre, pero honesta. La Biblia dice que era justo, o sea del talante que Dios quería (cf Mt 1,19). A O
María y José se hicieron novios (cf Mt 1,18). Iban a casarse pronto para realizar su sueño, como tantos otros chicos y chicas de su tiempo. Nada de extraordinario en todo ello. Pero los hombres planifican y Dios interviene disponiendo las cosas de otro modo. Se presentó el ángel Gabriel y cambió totalmente todo para los dos novios. ¡No fue un cambio fácil! ¡Costó bien de sufrimiento!
El sufrimiento de José y María El ángel Gabriel no fue a pedir permiso a José para que le concediese a María, su prometida esposa, ser la madre de Jesús. Fue a hablar directamente con María. Y ella aceptó la invitación y quedó embarazada por obra y gracia del Espíritu Santo, sin que José supiese nada de todo ello (cf Mt 1,18-19). Por lo demás, nadie lo sabía. Sólo María misma y su prima Isabel (cf Le 1,43-45). José se quedó de una pieza ante la gravidez de María. No sabía cómo reaccionar y pensaba abandonarla (cf Mt 1,19). Finalmente, iluminado por Dios, descubre su misión junto a Nuestra Señora y acepta pasar como padre del niño que va a nacer (cf Mt 1,20-24; Le 3,23). Claro que no fue sólo José quien percibió la preñez de María. ¡También el pueblo! Y con seguridad en los comadreos junto a la fuente, las Aa
mujeres habrán comentado el hecho. ¿Y los parientes? Todos, pueblo y parientes, han debido desconfiar, pensando que iba a ser una madre soltera. «¡Y ese viajecito de tres meses al sur! ¿Será verdad que sólo fue a visitar a su prima Isabel?» La lengua de la gente en un lugar pequeño corta más que la navaja y las tijeras. A tanto debió llegar el chismorreo, que José, cuando tuvo que ir a Belén a causa del empadronamiento, prefirió llevarse consigo a María en vez de dejarla en Nazaret (cf Le 2,4-5). Podía haber ido él sólito a Belén. Sólo él era de allí. María se podía haber quedado en Nazaret, junto a los parientes. De ese modo le hubieran ayudado las mujeres a la hora del alumbramiento. Hubiera sido lo normal. Pero María prefirió la compañía de José, que había aceptado la gravidez a deshora, más que la de las mujeres de Nazaret, quienes probablemente la machacaban con su desconfianza y sus habladurías. Prefirió las dificultades de un largo viaje y de un alumbramiento lejos de casa a la comodidad de Nazaret, sin el apoyo de José. Para poder ser la madre de Jesús, el libertador del pueblo, María corrió un doble riesgo: perder su honra en el decir del pueblo y tener que pasar el resto de la vida como madre soltera, en caso que José no la aceptase en su casa. Pero José aguantó la situación, recibió a María en su casa como esposa (cf Mt 1,24) e impidió así que la honra de María anduviese de boca en boca. Tal vez los amigos le lanzasen sus pullas: «¡Dónde sn
se ha visto! ¡Casarse con una futura madre soltera!» Pero José hizo oídos sordos y asumió plenamente su misión. ¡Fue grande de veras! Por amor a su novia, a Dios y al pueblo aguantó la incomprensión de ese mismo pueblo.
Dios no pide
permisos
Para realizar su plan, Dios no solicitó licencia ni a José, ni al sumo sacerdote, ni al emperador Augusto, ni a la moral o a las normas de sociedad, y ni siquiera a nuestra lógica. Tanto que la propia madre de Jesús corrió el riesgo de pasar por una mujer infiel a los ojos de los demás. Por si fuera poco, en la lista de los antepasados de Jesús, el nombre de María se codea con el de otras cuatro mujeres. Y bien, la primera de ellas, Tamar (cf Mt 1,3) se hizo pasar por prostituta para poder tener un hijo (cf Gen 38,1-30). Rajab, la segunda (cf Mt 1,5) era una verdadera prostituta en la ciudad de Jericó (cf Jos 2,1). Rut, la tercera (cf Mt 1,5) era una extranjera (cf Rut 1,1-4). La cuarta es la mujer de Urías (cf Mt 1,6), con la que David cometió adulterio (cf 2 Sam 11,1-27). La quinta mujer de la lista es María «de la que nació Jesús, llamado el Mesías» (Mt 1,16). Este simple catálogo de nombres (cf Mt 1,1-16) muestra que Dios no pide permiso a las normas que establecen los hombres. Lo pide, eso sí, a la ^1
persona interesada, a María, para que ésta dé una respuesta libre. Dios es libre, actúa libremente, y allí donde se manifiesta su libertad las ideas y los planes de los hombres tienen que modificarse. Así fue como José y María tuvieron que cambiar los suyos para que sus vidas pudieran entrar en el plan de Dios. María llega a ser la madre de Jesús por obra y gracia del Espíritu Santo; y José asume, ante la ley judía, la paternidad de Jesús (*).
(*)
LOS HERMANOS DE JESÚS
Se ha entablado una discusión entre católicos y protestantes acerca de los «hermanos de Jesús». Esta expresión aparece varias veces en los evangelios. Los protestantes, apoyándose en la propia tradición, explican esa frase al pie de la letra y dicen: «María tuvo más hijos. No fue virgen.» Efectivamente, Marcos señala que los hermanos de Jesús eran cuatro, y da sus nombres: «Santiago, José, Judas y Simón» (Me 6,3). Y habla asimismo de las «hermanas de Jesús». Luego entre todos, Jesús incluido, serían por lo menos siete hermanos, hijos todos de José y María. Los católicos, apoyándose también en la propia tradición bien antigua, dicen que Nuestra Señora sólo tuvo u n hijo, Jesús, y que permaneció virgen hasta el fin de su vida. Aducen argumentos. Aseguran que no se puede explicar al pie de la letra la expresión «hermanos de Jesús», pues en la lengua de entonces la palabra hermano era muy elástica. En ella cabía mucha gente, no sólo los hermanos, hijos de los mismos padres, sino también los primos y otros parientes. Era más o menos como la palabra primo en nuestro castellano. Palabra muy elástica, que no puede tomarse en sentido literal estricto. Por ejemplo, un tal te viene diciendo: «Mira, aquél es un primo mío.» Tú interpretas la palabra primo literalmente y preguntas: «¿Entonces es hijo de un h e r m a n o de tu p a d r e o de tu madre?» Y él: «¡Qué va! Es hijo del h e r m a n o de un tío de mi abuelo.» O sea que no se puede t o m a r al pie de la letra la palabra primo. Y el mismo caso tene^T
mos con la palabra hermano en la lengua de Jesús. Si vas a preguntar a san Marcos: «Entonces, ¿aquellos cuatro hermanos de Jesús son todos hijos de José y María?», él respondería: «¡Nada de eso! Son hijos de una prima o una hermana de la m a d r e de Jesús.» Efectivamente, el mismo Marcos dice que Santiago es hermano de Jesús (cf Me 6,3) e hijo de otra María (cf Me 16,1). San Mateo aclara muy bien que se trataba de «otra María» (Mt 28,1). [De este Santiago, «hermano del Señor» (cf Gal 1,19), se habla a menudo porque ocupaba cargos de importancia en la primitiva Iglesia]. Así que las personas llamadas hermanos o h e r m a n a s de Jesús eran en realidad primos y primas. Por otra parte, si Jesús hubiera tenido más hermanos y hermanas, ¿cómo a la hora de morir en la cruz iba a confiar a su madre al apóstol Juan, que era u n extraño y n o pertenecía a la familia? (cf Jn 19,27). ¿Podemos pensar que esos hermanos y, sobre todo, las hermanas iban a permitir semejante cosa? De cualquier modo, tanto los católicos como los protestantes esgrimen sus argumentos. Pero no es el caso de pelearse por eso, ni conviene perder tiempo en tales discusiones, ¡nadie va a conseguir convencer al otro! Cada cual se quedará con su idea, que en el fondo no depende de los argumentos sino del amor. ¡Lo que importa es imitar el ejemplo de María!
•SI
LA VIDA DE LOS «POBRES DE DIOS» La decepción
frente a los grandes
Suele decirse del pobre que «no levanta cabeza», para expresar que no se cuenta para nada con él. La Biblia lo expresa así: «El rico ofende y encima se ufana; el pobre es ofendido y encima pide perdón» (Eclo 13,3). En efecto, al pobre nunca le llega la vez, no obstante todas las promesas de los grandes. Y al fin del Antiguo Testamento, ya casi en tiempo de Jesús, los fariseos colmaron la medida. Los ricos sonsacaban el dinero a los pobres. Los poderosos les habían usurpado todo poder y participación. Fariseos y doctores de la ley completaron el robo quitándoles hasta el saber. Decían que el pueblo pobre no entendía nada, que era ignorante y maldito (cf Jn 7,49; 9,34). ¡Sólo ellos, los fariseos, sabían las cosas! De tanto oir semejante cantilena, el pueblo pobre acabó creyendo lo que decían los doctores y se tenía por ignorante cabal. KA
Su único apoyo era Dios Un número bien grande de gente, la mayoría del pueblo, se quedó sin voz y sin vez. De ahí que ya en el Antiguo Testamento los pobres fueron perdiendo por completo la fe en las palabras y en las promesas de los hombres, de los grandes. Y se decían: «No confiéis en los nobles, en hombres que no pueden salvar» (Sal 146,3). ¡Ni siquiera confiaban en los mismos zelotas, que luchaban por la liberación del pueblo contra los romanos! Porque, en el fondo, los zelotas no tenían fe en el pueblo, sino sólo en sus propias ideas sobre el pueblo. El único verdadero apoyo que les quedaba eran las palabras y las promesas de Dios. El profeta Sofonías describe a este pueblo despreciado y oprimido como «un pueblo pobre y humilde que se acogerá al Señor» (Sof 3,12). Se les llamaba los pobres de Dios (cf Sal 74,19; 149,4) y aparecen en el Antiguo Testamento como un pueblo sin lugar en el sistema organizado de la nación.
Dios escoge a los pobres Y bien, cuando Dios comenzó por fin a realizar sus promesas, no escogió a los ricos, ni a los poderosos, ni a los sabios, ni a los sacerdotes, ni a los fariseos, ni a los zelotas. Escogió a per55
sonas en medio de ese «pueblo humilde y pobre» para poder realizar con ellas su plan de salvación. Los pobres reciben de Dios una misión importante. ¿Se darán cuenta de ello? ¿Estarán asumiendo su misión? María y José y la mayor parte de los apóstoles pertenecían a esos pobres de Dios. El mismo Jesús crece y se forma en medio de ellos, participando del desprecio con que los grandes y los sabios trataban a ese pueblo. Y cuando llegó el momento de proclamar la Buena Nueva, gritó a los cuatro vientos: «Dichosos vosotros los pobres, porque tenéis a Dios por Rey» (Le 6,20). Y uno de los signos de que había llegado el Reinado de Dios era el anuncio de la Buena Nueva a los pobres (cf Mt 11,5). Feliz quien no se queda desilusionado ante este proceder de Dios (cf Mt 11,6). En el plan del Señor, los pobres tienen voz y vez: ¡Dios está con ellos!
56
«EL SEÑOR ESTA CONTIGO, MARÍA»
Dios se manifestó presente en la vida de María, como en la vida de las grandes figuras del Antiguo Testamento. El ángel Gabriel vino y dijo: «Alégrate, favorecida (=Dios te salve, María), el Señor está contigo» (Le 1,28). O sea: «Alégrate, María, favorecida por la gracia; el Señor está contigo.» María se quedó impresionada ante semejante saludo del ángel y no sabía qué significaba todo aquello (cf Le 1,29). No era para menos, pues se destacaban dos puntos bien importantes:
1.
«Favorecida por la gracia»
En la Biblia, la palabra gracia indica el amor y el cariño con que Dios quiere a su pueblo, la fidelidad con que él le sustenta y el compromiso que él asume consigo mismo de estar siempre con ese pueblo para liberarlo. 57
Nadie debe pensar que el amor, la fidelidad y el compromiso de Dios sean una especie de recompensa por el buen comportamiento de uno. ¡Ni hablar! No se trata de un merecimiento del pueblo, pues en tal caso ya no sería gracia. Dios ama porque le gusta amar y querer bien al pueblo. Y lo hace para que el pueblo «humilde y pobre» recuerde y descubra su propio valor como personas. Dios ama para que también el pueblo empiece a amar con un amor verdadero y empiece a liberarse de todo cuanto impide la manifestación de ese amor. En el Antiguo Testamento, el pueblo siempre fue objeto de esta fidelidad amorosa de Dios. María lo sabía, pues conocía la historia de su pueblo. Y mira por dónde, ahora, según las palabras del ángel, toda esa carga de amor fiel de Dios hacia su pueblo y todo el compromiso de liberar a los oprimidos iban a concentrarse en su persona. Ella, María, era «la favorecida de la gracia». ¡Estaba llena de la gracia con que Dios quería beneficiar a su pueblo! <
2,
«El Señor está
contigo»
En el Antiguo Testamento, Dios siempre estuvo con su pueblo. Cuando llamaba a alguien para una misión importante a favor del pueblo, la palabra de garantía era siempre la misma: «¡Yo estoy contigo!» Así sucedió con Moisés (cf Ex 3,12), 58
con Jeremías (cf Jer 1,8.19) y con tantos otros. Ahora, el ángel declara que ese mismo Dios libertador estaba con María. Iba a acontecer algo de gran importancia. Toda la historia, guiada por Dios con tanto amor y conducida adelante por el pueblo con tanto esfuerzo y sufrimiento, desembocaba en María y parecía estar llegando a su punto decisivo. ¡En aquel momento, ella era la representante de todo el pueblo! Nada de extraño, pues, que María, persona humilde y pobre, se haya turbado e impresionado ante el saludo del ángel.
•ÍQ
«NO TEMAS»
El ángel la serenó y dijo: «¡Tranquilízate, María!, que Dios te ha concedido su favor. Mira, vas a quedar embarazada y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande, le llamarán Hijo del Altísimo, y Dios le dará el trono de David, su antepasado. Reinará para siempre en la casa de ]acob y su reinado no terminará jamás» (Le 1,30-33). Con esta respuesta del ángel todo se aclaró. María entendió que ella era la escogida de Dios para ser la madre del libertador del pueblo, esperado desde hacía tantos siglos. ¡Iba a realizarse la esperanza de todos! Pero, aclarada una dificultad, surge en seguida 60
otra: «¿Cómo podré ser madre, si no tengo relación con ningún hombre?» (Le 1,34). María no estaba casada todavía. ¿Cómo ser madre del libertador del pueblo en tal caso? Esta dificultad la expuso porque pensaba que los planes de Dios se realizarían dentro de las comunes normas de la lógica humana. Pensaba que el niño nacería como todos los niños, mediante la unión del padre y la madre. Sólo que la lógica humana no basta por sí sola para comprender los caminos de Dios. ¿Por qué? Porque quien realiza las cosas de Dios es el Espíritu Santo. Sólo el mismo Espíritu de Dios es capaz de hacernos entender los caminos de Dios (cf 1 Cor 2,10-14).
«EL ESPÍRITU SANTO BAJARA SO»BE TI»
Ante la dificultad de María, el ángel respondió: «El Espíritu Santo bajará sobre ti y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso al que va a nacer le llamarán 'consagrado', Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel: a pesar de su vejez ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses; para Dios no hay nada imposible» (Le 1,35-37). Cuando Sara, esposa de Abrahán, recibió la promesa de que iba a ser madre, no lo creyó y se echó a reír (cf Gen 18,12). La lógica humana de Sara decía: «¡No nace un hijo de una mujer añosa que nunca tuvo hijos!» Pero se le dijo casi reA?
prochándola: «¿Hay algo difícil para Dios?» (Gen 18,14). Lo mismo tiene que oir ahora María: «¡Para Dios no hay nada imposible!» (Le 1,37). Lo que el ángel aseguraba estaba fuera de la comprensión de María, como estaba fuera de la comprensión de Abrahán la orden de sacrificar a su hijito (cf Gen 22,1-2). Pero Abrahán creyó y obedeció. María hizo como Abrahán. No se echó a reír como Sara; aceptó con fe la invitación del ángel, se puso a disposición de Dios y respondió muy sencillamente: «Soy la esclava del Señor; que se haga en mí lo que has dicho» (Le 1,38). En ese preciso momento, por la fe y la fidelidad de María, la Palabra de Dios se realizó, «se hizo hombre y habitó entre nosotros» (Jn 1,14). Llegó la plenitud de los tiempos (cf Gal 4,4). El plan de Dios entró en su fase final. ¡Dios se hizo hombre! ¡Un hombre llegó a ser Dios! En la hora en que el ángel preguntaba a María si quería ser la madre del libertador del pueblo, fue como si la historia toda de la humanidad quedase parada un momento, suspendida ante la respuesta de aquella joven Miriam. Dios permitió que la respuesta libre de una muchacha «humilde y pobre» decidiera el futuro de la humanidad. ¡Y no fue una decepción!
A*
MARÍA, MADRE Y VIRGEN, RETRATO DEL PUEBLO DE DIOS
¿Cómo entender la acción del Espíritu Santo en María? Mucha gente se pregunta: «¿Pero Jesús nació propiamente de una virgen?» No lo creen, porque nunca se oye decir que los niños nazcan de mujeres vírgenes. En cierto modo, son como María cuando preguntaba: «¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?» (Le 1,34). Son como Nicodemo cuando decía: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?» «¿Podrá entrar otra vez en el vientre de su madre y volver a nacer?» (Jn 3,4). Pagadas de su ciencia, tales personas no logran entender la acción del Espíritu Santo. Para poder entender la obra del Espíritu Santo en María no basta la sola ciencia. Hay que mirar también lo que el mismo Espíritu está realizando hoy en día. ¡Dios no ha cambiado de entonces acá! Lo que la Biblia afirma acerca de María está ¿4
aconteciendo hoy en nuestro país con el pueblo humilde, que como ella se abre a la palabra de Dios y procura vivirla. La acción del Espíritu Santo en Marta y en el pueblo María preguntaba: «¿Cómo sucederá eso, si no vivo con un hombre?» Y el ángel respondió: «El Espíritu bajará sobre ti.» Ella creyó, concibió por obra y gracia del Espíritu Santo y la Palabra de Dios se hizo hombre (cf Jn 1,14). El pueblo «humilde y pobre» siempre dice: «¿Quiénes somos nosotros? ¿Cómo vamos a poder ser Iglesia de Cristo, si no tenemos recursos, si no sabemos nada, si somos débiles?» Dios le responde con el anuncio del evangelio: «El Espíritu bajará sobre ti.» El pueblo creyó en este mensaje, concibió del Espíritu Santo, y la Iglesia ya está naciendo. Es en la vida y en el testimonio de esta Iglesia donde la palabra de Dios se hace carne y nos revela su mensaje. En el seno de María, Jesús crecía como fuerza y esperanza de liberación. José trataba de comprender aquella gravidez, pero no había manera. Y dado que no quería juzgar mal, resolvió separarse. Claro que no todos eran como él. Los libros antiguos relatan las calumnias de los maldicientes: «¡Es una prostituta! ¡Durmió con un soldado romano!» Eso decían los enemigos de Nuestra Señora. ¿•>
Hoy, en seno al pueblo pobre, nace y crece la Iglesia como fuerza y esperanza de liberación. Mucha gente intenta explicar esta «gravidez» con argumentos sacados sólo de la ciencia, y no lo consiguen. Son como José, gente honesta. Otros, en cambio, son maldicientes y esparcen calumnias: «Esa Iglesia llamada de los pobres —así se expresan—, ¡eso es comunismo, amasado con dinero extranjero!» ¡Tales explicaciones no explican nada! Son de gente que no cree en quien es humilde y débil. Apuesta sólo por sus propias ideas, y lo que no encaja con ellas lo aparca o lo niega sin más. Se consideran «doctores de la ley», dueños de la verdad. Justo por eso no pueden ser alumnos del Espíritu Santo, que enseña con la fuerza nacida de la debilidad, con la vida nueva nacida de una virgen, con la Iglesia servicial que surge del pueblo humilde. ¡Como en María, así hoy! El Espíritu Santo llena el mundo. Hizo nacer a Jesús de la virgen María y hace nacer a la Iglesia del pueblo pobre como de una virgen. María, Madre y Virgen, retrato del pueblo de Dios
*
¡María, Madre y Virgen! Esto es mucho más que una mera cuestión biológica, mucho más que un enigma científico. Es el fiel retrato del modo como Dios obra con su pueblo. ¿<
Cuando Dios actúa siempre produce algo nuevo. Lo que él hace no cabe en ninguno de nuestros esquemas. Dios es creador. ¡Actúa sin recursos! No depende de nosotros, ni viene a consultarnos si estamos o no de acuerdo con él o si su acción encaja en los esquemas de nuestra ciencia. Nosotros sí dependemos de él, porque nos amó primero. Es siempre él quien toma la iniciativa. Cuando él entra en escena, ¡arrumba con todo! Sorprende siempre. El es libre. Y donde existe el Espíritu del Señor, ahí comienza a existir la libertad (cf 2 Cor 3,17). ¡No es fácil entender los caminos de Dios! El pide la conversión, y no sólo en el comportamiento. Hasta ahí la cosa no sería difícil. Basta tener una voluntad fuerte. ¡Pero él pide un cambio en el modo de pensar: hay que caer del caballo, como san Pablo! Hay que creer incluso que Dios es capaz de hacer lo imposible, lo mismo hoy que ayer. Se debe reconocer que él supera nuestra ciencia, «que está por encima de nuestra conciencia» (1 Jn 3,20). Sólo cuando uno empieza a desconfiar un poco de sus propias ideas y a reconocer que lo que nace del pueblo supera lo que su lógica es capaz de explicar, sólo entonces está en condiciones de comenzar a entender lo que la Biblia quiere decir cuando afirma que María concibió por obra y gracia del Espíritu Santo (cf Mt 1,18).
ha incomprensión del propio pueblo Pero no conviene pagarse con «el pueblo hu- , milde y pobre», como si le bastase a uno ser de ¡ este pueblo para salvarse y gozar la comprensión de las cosas de Dios. ¡Al contrario! No eran sólo los enemigos quienes no entendían el embarazo de María. Era el propio pueblo el que no entendía y la hacía sufrir, empujándola a aquel viaje obligado e incómodo en compañía de José, el único que le permaneció fiel. El pueblo sólo fue capaz de entender el sentido de la gravidez tras la manifestación de Jesús como Mesías. Y aun así, ante Pilato, se echó atrás y pidió su muerte (cf Me 15,6-15). No está en el hecho de pertenecer al pueblo pobre el que uno tenga la llave de la comprensión del misterio de Dios presente en la vida. La historia de María muestra lo contrario. A veces, los preconceptos del pueblo son tan grandes que le impiden ver las cosas y los acontecimientos. ¡Una virgen arriesga su honra por la liberación del pueblo, y éste no quiere entender tal sacrificio! El sufrimiento resultante para María debe haber sido mucho mayor que todo el sufrimiento causado por la incomprensión de los «orgullosos», de los «poderosos» y de los «ricos» que ella men- \t ciona en su cántico (cf Le 1,51-53). '< Dios pide la conversión a todos, a pobres y a ricos, a pequeños y a poderosos, a humildes y a
soberbios. Únicamente que en el plan de Dios son justo los pobres, los pequeños y los humildes quienes entienden el mensaje del evangelio y lo aceptan. «Sí, Padre, porque así te pareció bien» (Mt 11,26).
M
4 Lucha entre la mujer y el dragón maligno
EL N A C I M I E N T O DE JESÚS
A los nueve meses de la visita del ángel, Jesús nació en la gruta de Belén. Para rememorar este acontecimiento solemos hacer fiesta y montar bonitos belenes. ¡Muy bien! Pero no debe olvidarse que el portal real no era bonito. Era pobre y chocante.
Era pobre
,
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La orden del emperador, llegada allá de Roma, no admitía dudas. Todos tenían que inscribirse en el censo de la ciudad de origen (cf Le 2,1-3). Era el modo de hacer entonces estas cosas. Por eso José viajó a Belén, su tierra, junto con María, su esposa, que estaba encinta (cf Le 2,4). Viaje obligado de más de 130 kilómetros por caminos difíciles. Llegados a Belén, no encontraron sitio en las
posadas (cf Le 2,7). O todas las plazas estaban ya reservadas, o los dueños no querían ofrecer alojamiento a la gente pobre. Se dirigieron a unos cobijos de animales. Y allí fue donde María dio a luz. Cuando hoy en día una joven esposa tiene a su primer bebé, allí está, por lo general, su madre para ayudarla. En Belén no había nadie. La familia de María estaba lejos, allá en Nazaret. Nació el niño, fue envuelto en unos pañales y recostado en un pesebre, sobre unas pajas (cf Le 2,7). Los pastores vinieron a visitarle (cf Le 2,8-12). No se presentó ninguna persona importante. Solamente gente pobre. ¡Todo era pobre!
Era
chocante
Imagínate que vas a hablar con los doctores de aquel tiempo, con los sacerdotes del templo, con los ricos latifundistas de Galilea o con los gobernantes del pueblo, y les dices: «¡Oigan, que ha acabado de nacer el Mesías, allá en Belén! Está reclinado en el pesebre de un establo.» ¿Les cabría eso en la cabeza? Quizá ni se enfadasen, considerando que era una broma. ¿Pensar que Dios hubiera realizado su promesa con aquella muchacha pebre de Nazaret sin ir a decírselo a ellos, los doctores, y que aquel nene, echado en un canastillo de cualquier casa popular acá en Belén, fuese
el Mesías? ¡Eso nunca! ¡Era demasiado chocante! Sólo la gente pobre, como los pastores, y humilde, como los magos, toman en serio semejante noticia y se la creen.
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HERODES Y LOS REYES MAGOS
El único entre los grandes del país que parece haberse tomado a pecho la nueva, fue Herodes. Claro que no para creerla y vivirla; todo lo contrario: para combatirla y matar. Herodes se consideraba dueño del pueblo y de la religión. Repentinamente llegaron a Jerusalén unos extranjeros, magos, venidos de Oriente, con el mensaje de que había nacido el rey de los judíos (cf Mt 2,1-2). Herodes se alarmó (cf Mt 2,3). ¡Se sintió amenazado en su poder por un recién nacido! ¿Cómo iba a poder nacer un rey sin hablar con él, Herodes, que era el amo del pueblo? Vio derrumbado su trono, como había cantado María en casa de Isabel (cf Le 1,52). Ante la noticia traída por los magos, Herodes trazó un plan. Fingió sumisión y mucha fe y trató de sonsacar noticias a aquellos extranjeros (cf Mt 2,7-8). Pero la humildad de los magos dio al traste con el plan de Herodes. Aunque ellos habían venido a buscar al Rey en los palacios de la capital, 7R
no tuvieron dificultad en • adorarle cuando le encontraron humilde y pobre allá en Belén (cf Mt 2,10-11). Porque eran humildes; es decir, tenían más amor a la verdad que a sus propias ideas. En ellos se realizó la palabra de Jesús: «El que está por la verdad, escucha mi voz» (Jn 18,37). Percibieron la presencia de Dios en la pobreza de aquella casa, escucharon su voz, descubrieron la falsedad del plan de Herodes y regresaron a su país por otro camino (cf Mt 2,12). Dándose cuenta de que su plan había quedado burlado, Herodes echó mano al arma de los débiles que es la fuerza bruta y mandó matar a los niños de Belén. José y María tuvieron que coger al niño y huir de prisa a Egipto (cf Mt 2,13-18). Así empezó la fase final de lucha entre la bendición y la maldición, entre la vida y la muerte, entre la mujer y el dragón (cf Ap 12,1-6).
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LAS DOS SEÑALES EN EL CIELO: LA MUJER Y EL DRAGÓN
En el capítulo 12 del Apocalipsis —el último libro de la Biblia— aparecen dos señales grandiosas en el cielo. Por un lado, se presenta «una mujer, vestida del sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas» (Ap 12,1). «Estaba embarazada y gritaba de dolor, porque había llegado su tiempo de dar a luz» (Ap 12,2). Por otro lado apareció un enorme dragón, color fuego, con siete cabezas y diez cuernos. En cada cabeza lleva una diadema (cf Ap 12,3). Se trata de la «antigua serpiente» (Ap 12,9), la que provocó la caída de Eva, la primera mujer (cf Gen 3,1-7). Esta serpiente, que ahora se ha convertido en dragón, es tan poderosa que de un coletazo barre un tercio de las estrellas (cf Ap 12,4). Entre la mujer y el dragón va a empezar una lucha. El dragón se pone delante de la mujer en plan de ataque, queriendo devorar al niño en
cuanto naciera (cf Ap 12,4). Humanamente hablando, la lucha ya está decidida antes de comenzar: ganará el dragón, pues la mujer, justo en el momento del alumbramiento, no puede defenderse ni luchar. Pero eso es humanamente hablando.
¿Quién es la mujer? La mujer que aparece aquí, en el último libro de la Biblia, es aquella de la que se habla en la primera página de la misma Biblia, cuando Dios dice a la serpiente: «Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo: él herirá tu cabeza cuando tú hieras su talón» (Gen 3,15). Con otras palabras, la mujer es Eva, la madre de los vivientes. Es la humanidad toda, en cuanto engendra hijos que luchan contra las fuerzas de la muerte y de la maldición. Es el pueblo de Dios llamado a defender la vida humana, transmitir la bendición de Dios a todos los hombres (cf Gen 12,1-3) y restaurar el mundo arruinado por la maldición y la muerte. Es María, la muchacha humilde y pobre de Nazaret, en cuanto engendra al niño Jesús, esperanza de liberación para todos. Esta mujer, gritando en los dolores del parto, representa la esperanza de vida que hay en el corazón de todos, principalmente de los pobres. La esperanza es, al mismo tiempo, frágil y fuerte. Es frágil como la mujer en la hora de dar a luz: 01
está indefensa, sin poder luchar, pues mira exclusivamente a dar vida a un nuevo ser humano. Pero justamente por eso es fuerte, ¡el ser más fuerte del mundo! Sin las mujeres frágiles, con su valentía de dar a luz, ya hubiera acabado la vida sobre la faz de la tierra y nosotros no hubiéramos nacido. Pues bien, aquella lucha, anunciada por Dios desde la primera página de la Biblia, alcanza ahora su punto culminante en María que da a luz el niño Jesús. María representa a todas las madres que engendran hijos y garantizan así el futuro de la hu-' manidad. Las madres que luchan para transmitir a los hijos su esperanza, su enorme voluntad de ser personas. María representa a todos cuantos creen en el bien y en la vida, que luchan para que la vida pueda vencer la maldición entrada en el mundo por la serpiente. Representa sobre todo al «pueblo humilde y pobre, un resto de Israel que se acogerá al Señor» (Sof 3,12).
¿Quién es el dragón? El dragón es el poder del mal, «el diablo o Satanás, el seductor del mundo entero» (Ap 12,9). Es aquella misma «antigua serpiente» que sigue obstruyendo la vida de los hombres, desde el principio, intentando separarlos del Dios Padre y queriendo provocar la violencia asesina de Caín,
la corrupción del diluvio y la opresión de la torre de Babel. Más concretamente, ¿quién es este dragón? El Apocalipsis dice que el dragón entregó su propio poder a una bestia feroz (cf Ap 13,1-3), la cual adquirió así un gran poderío y autoridad en el mundo entero (cf Ap 13,3-4). Seguidamente la Biblia describe todas las maravillas que esa bestia realiza (cf Ap 13,5-17). Y concluye diciendo que la fiera lleva un número, «un número humano», el 666 (cf Ap 13,18). ¿Qué significado tiene la cifra 666? ¿A quién indica? Por aquel entonces el pueblo de Dios era perseguido por el gobierno del imperio romano. Así como Herodes había perseguido al niño Jesús, ahora el emperador romano perseguía a los cristianos. El imperio romano quería destruir la Iglesia que estaba naciendo en medio del pueblo pobre. Pero los cristianos no cedían. Sufrían mucho, pero veían que el sufrimiento era un dolor de parto, comienzo de nueva vida. Sabían que Dios estaba con ellos, como había estado con Nuestra Señora cuando tuvo que huir de Herodes. Para ellos, pues, la situación era clara: la bestia feroz que había recibido el poderío del dragón maligno era el emperador romano. ¡Pero no cometían la insensatez de decirlo abiertamente, porque les hubieran acusado de subversivos! Sabían ser prudentes e inventaron un medio discreto para enseñar a los demás esta verdad. Decían: «¡A ver, el discernimiento! Quien sea inteligente descifre la cifra de la fieO 1
ra, que es una cifra humana, y su número es seiscientos sesenta y seis» (Ap 13,18). Y bien, quien sabe hacer los cálculos que ellos hacían sabe que este número indicaba exactamente al emperador romano, al perseguidor de los cristianos. En efecto, sumando los números de cada letra del nombre César-Nero, se logra la suma exacta de 666. César-Nero (en latín, Nerón en castellano) era el nombre del emperador de Roma que perseguía por entonces a los cristianos. De este modo la Biblia muestra que el poder del mal no existe sólo en la estratosfera, sino dentro de las personas y de las instituciones que ellas organizan para luchar contra la vida y contra la esperanza. En concreto, para la Biblia, la bestia feroz que recibió el poder del dragón es la potencia organizada del imperio romano, un poder antiDios y anti-Cristo, anti-vida, anti-esperanza, el poder del mal y de la maldición.
¿QUIEN GANARA ESTA LUCHA?
Por un lado, está la mujer, es decir, la humanidad en cuanto cree en el futuro y lucha por él; está el pueblo de Dios, sobre todo el pueblo humilde del que habla Nuestra Señora en su cántico (cf Le 1,46-55); está María, la madre de Jesús. La «mujer» representa a todos cuantos creen en Dios y en su palabra y tratan de suscitar nueva vida. Ellos sufren por eso, pero no les importa, pues saben que sus dolores son dolores de parto, ¡promesa de vida y de esperanza! Por otro lado, está el dragón, es decir, la humanidad en cuanto cree sólo en su propio poder y saber y en sus propias riquezas; está el imperio romano, los ricos, los orgullosos y los poderosos, de quienes habla el mismo cántico. Ya no creen ni en Dios ni en la vida. No les interesa el futuro, a no ser en cuanto sirve para conservar el poder y la riqueza que ya poseen. Matan la vida y la esperanza para poder defender sus propios intereses. El dolor que prueban en esta lucha no 85
es dolor de parto, sino un estertor de muerte, ¡el anuncio del fin! La enemistad que hay entre la mujer y el dragón viene desde el principio. Existió siempre. Ambos contrincantes saben que la paz entre ellos no es posible. No es posible un tratado de paz entre la bendición y la maldición, entre la vida y la muerte, entre la justicia y la injusticia, entre el bien y el mal. Esta enemistad entre los dos sólo quedará superada y anulada por la victoria completa del uno sobre el otro. ¿Quién va a ganar esta lucha: la mujer o el dragón, la vida o la muerte, la bendición o la maldición, María que da la vida a Jesús o Herodes que quiere matarle, los cristianos o el imperio romano, la debilidad o la fuerza? Humanamente hablando, irá a perder la mujer...
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DIOS INTERVIENE A FAVOR DE LA VIDA
El Apocalipsis narra que la mujer dio a luz un niño que fue arrebatado al cielo (cf Ap 12,5-6). Es ésta la descripción más breve de la vida de Jesús: nació de María en la gruta de Belén, vivió treinta años en Nazaret, anduvo predicando al pueblo durante tres años, estuvo a punto de ser devorado por el dragón que le condenó a muerte y le mató en la cruz... pero Dios intervino y le resucitó. Le arrebató a la muerte, de la boca del dragón malvado, y le llevó al cielo, haciéndole sentar a su derecha (cf Ap 12,5). Allá arriba, Jesús recibió todo el poder y se convirtió en_el„Señor de la historia (cf Ap. 12,10-12). Humanamente hablando, la mujer iba a perder. Pero intervino Dios, poniéndose del lado de la vida. ¡Triunfó la mujer, triunfó la vida! El dragón de la maldad y de la muerte quedó derrotado. ¡No tuvo opción! ¡La debilidad venció a la fuerza! Esta victoria de Dios nos garantiza la victoria final del bien en la lucha contra el mal que sigue 87
combatiéndose aún hoy día. Dios tomó partido y definió su posición. ¡El dragón de maldad caerá derrotado! Esta lucha titánica comenzó muy humildemente con la visita del ángel a casa de María, allá en Nazaret, y con el nacimiento tan pobre de Jesús en Belén. Cuando vino el ángel, Augusto, el emperador, no se enteró de nada. Nadie se enteró. Es que las cosas grandes de Dios suelen acontecer en el escondimiento de la vida de las personas humildes que creen que para Dios nada hay imposible. Personas que se merecen el elogio de Isabel a Nuestra Señora: «¡Dichosa tú que has creído! Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Le 1,45). Así se realizan las cosas verdaderamente grandes que carecen de apariencias.
«¡Felices vosotros, los pobres!» (Le 6,20) Cuando nació Jesús, sólo se presentaron unos pobres pastores. Únicamente los pobres consiguen descubrir la riqueza escondida en la pobreza. Si al campesino de nuestras áreas subdesarrolladas le hubieran invitado a visitar al niño Jesús en el portal de Belén, hubiera exclamado: «¡Señora mía! Ha nacido un niño, el mundo vuelve a empezar.» En cada débil niño que nace, desnudo e inerme, él columbra algo del poder y de la grandeza de Dios. Sólo los pobres y los humildes descubren la 88
grandeza del poder de Dios presente en la debilidad de las cosas humanas. Jesús mismo decía al Padre: «Padre, Señor del cielo y de la tierra, yo te alabo porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y prudentes y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, gracias porque así te pareció bien» (Mt 11,25-26). Por eso mismo los pobres pueden considerarse felices, porque es grande la misión que deben desempeñar. Han de descubrir y anunciar a los demás la Buena Nueva de la liberación que viene de Dios. Ahí está la razón de que el pueblo humilde lleve las andas de Nuestra Señora por las calles y se recate bajo el nombre de María. Es en ésta en quien los pobres se reconocen, como en un espejo que Dios pone ante ellos. En tal espejo de la vida de María, el pueblo descubre su rostro humano y la misión que debe cumplir. La historia de este pueblo pobre es igual a la historia de María, que sigue hasta hoy. Hasta hoy continúa entre nosotros la lucha de la mujer contra el dragón de la maldad, llenando el corazón de todos de una nueva esperanza. ¡La mujer va a vencer, porque Dios está con ella! Veremos ahora algunos de estos hechos de hoy en día, continuadores de la historia de María. Ello nos ayuda a percibir la importancia de nuestra vida y de nuestra historia dentro del plan de Dios.
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5 La historia de María que sigue hasta hoy
UNA VÍSPERA DE NAVIDAD GRÁVIDA DE JESÚS
La mujer entró y se presentó: «Me llamo María.» Sentóse, dejó de llorar y en seguida pasó a desahogarse: «¡Este año he sufrido horrores! ¡Cuántas cosas hacen sufrir a la gente! No se pueden ni contar. Varias veces, hasta quise matarme: La semana pasada, en vísperas de Navidad, ya no aguantaba más. El deseo de acabar con la vida era tan fuerte que casi me venció. No me explico cómo estoy viva hoy. Me ayudó este pensamiento que se me metió en la cabeza no sé cómo, así. Quizá fue debido a la fiesta de Navidad, ya cercana. Yo me decía a mí misma: 'María, tú no puedes morir. ¡Tienes que vivir! ¡Estás grávida de Jesús! Matándote, matas a Jesús. ¡Y él no puede morir! ¡Tiene que nacer!' Este pensamiento me ayudó; vencí, estoy viva y hago vivir.» Esta mujer, María, afrontó al dragón de maldad y de muerte, y le venció. Se unió a Jesús y a María, y fue más fuerte. Triunfó, a pesar de los Q'C
horribles dolores, que en este caso eran de parto. ¡Cuántas pequeñas luchas por el estilo se traban diariamente dentro de las personas! Nadie lo percibe; el rostro no lo da a entender. Pequeñas luchas victoriosas, como las pequeñas raíces que alimentan y hacen crecer el árbol de la libertad.
NAVIDAD: D I O A LUZ UN N I Ñ O
El otro día, hace ya algún tiempo, una señora embarazada entró en el ambulatorio médico de la parroquia, y sucedió que dio a luz allí mismo. Un niño fuerte y sano. Había sólo gente pobre para recibir al recién nacido. Me quedé sin saber el nombre de la madre, que vive en una chabola. Viendo a aquellas señoras, queriendo ayudar todas a la madre y al niño, me puse triste. Pensaba en los miles de niños abandonados. «¡Uno más para crecer en la miseria, sin casa y sin cariño! ¿Cuál será el futuro de ese niño, al que llamarán Jesús?» Así pensaba yo. En cambio no descubrí ni pizca de tristeza en aquellas mujeres pobres. No hablaban conmigo, pero su modo de actuar hablaba mejor que cualquier palabra. Era como si gritasen: «¡Niño Jesús! ¡Seas bienvenido! ¡Hay un lugar para ti! En la chabola estarás un poco estrecho -—la gente te hará sitio—; ah, ¡pero en el corazón tendrás lu gar sobrado!»
Era como si denunciasen mi tristeza: «¿Por qué está usted contra el nacimiento de este rorro? El tiene tanto derecho a vivir como usted. ¡Usted se parece a Herodes, que quería matar al niño Jesús!» Y una de ellas cogió al nene en brazos, le levantó ante las otras y dijo: «¡Esta es nuestra riqueza, nuestra única riqueza! ¡Algo que no tiene precio! Nadie lo vendería ni por un millón.»
Cíff
BELÉN: ACOSTÓ AL N I Ñ O EN UN PESEBRE
Luisita recibió esta carta, escrita en la hoja arrancada de un cuaderno: «Puebloviejo, 19 de octubre de 1975. Amiga Luisita, te escribo estas pocas líneas sólo para darte noticias mías; hasta hoy estoy con salud, gracias a Dios, y di a luz una criaturita linda como el lucero del alba; pero es tan pobrecita que ni siquiera tiene una cunita para dormir. Te ruego que le enjaquimes una; disculpa mi franqueza. Cuando yo estaba embarazada, todo mi deseo era que tú fueses madrina de mi hijo. Quiero saber si quieres ser su madrina o no. Nada más. Tuya que lo es, Aurora Alvez Mas.» Aurora es madre de cuatro hijos. El padre no aparece casi. Ella vive en una casa sin pavimento, con paredes desconchadas y goteras por todas partes. Todo muy pobre, como en la gruta de Belén. Señalando al niño, dice: «Esta criatura tiene cuatro madres. Me tiene a mí. Tiene a ella (e indicó la abuelita), a ella (y apuntó a la partera), y qq
a ella allá arriba (y señaló el cielo). A visitar a la madre y a la criatura, el día del bautizo, sólo había gente pobre, como lo eran los pastores de Belén. De reyes magos, ya más ricos e instruidos, sólo tenía a Luisita y a mí. La estrella... era la alegría del pueblo allí reunido.
LA H U I D A A E G I P T O : HERODES SIGUE M A T A N D O A LOS NIÑOS
Bauticé a María del Socorro. La bauticé antes que a las demás criaturas porque se estaba muriendo en los brazos de su hermana mayor. La madre había fallecido de parto, quince días atrás. El padre había huido hacía poco. Quedaban sólo la Ramoncita, la hermana mayor, y sus nueve hermanitos para acoger a esta niña que estaba moribunda. Ramoncita contaba unos 16 años. Por la tarde volví a visitarlas. Una casa pobre, de adobes a la vista. En la semioscuridad descubrí a toda la tropa, eñ pie alrededor de Ramoncita que estaba sentada con María del Socorro agarrada a su cuello. María estaba muriendo. Llevaba el vestido del bautismo. Un hermanito le sostenía en la mano una vela encendida. La vela del bautismo encendida en el cirio pascual, símbolo de victoria de la vida sobre la muerte. Pregunté: «¿Murió?» mi
«—No ha muerto, no. Hace poco dio todavía un respingo. —¿Nació enferma? —¡Ni hablar! Nació fuerte. —Entonces, ¿qué pasó? —Hace unos días le dio una colitis, y por eso está así. — ¿ Y qué le estás dando? —La gente da lo que tiene, un poco de leche en polvo. —¿Sólo eso? —Sólo.» Poco después Ramoncita restregó los ojos de María del Socorro y dijo: «Me parece que ha muerto porque ya no mueve los ojos. ¡Sí, sí, ha muerto!» Casi a coro, los hermanitos repitieron: «¡Ha muerto!» En este caso el dragón venció. Mató a la mujer y a la hijita. Sucedió como en Belén, la noche aquella de la matanza. La Biblia dice: «Un grito se oyó en Rama, llanto y lamentos grandes: es Raquel que llora por sus hijos y rehusa el consuelo, porque ya no existen» (Mt 2,18). Este llanto se oyó cuando Jesús acababa de nacer para defender la vida. Hoy, el mismo llanto va mezclado con los acontecimientos en todas partes. ¿Dónde renace hoy Jesús para retomar la defensa de la vida contra el dragón de la maldad? Herodes perdió el nombre, pero sigue matando niños. ¡Mató a María del Socorro! Al Herodes de 1 m
ayer se le podía acusar porque su crimen era patente. El Herodes de hoy pasa como libre y honrado; nadie le acusa, porque su crimen no aparece. Perdió el nombre, pero sigue vivo, actuando en el mundo entero, matando niños, esterilizando a las mujeres pobres, privando al pueblo pobre de los recursos más elementales en cuestión de higiene y salud. ¿Quién es el responsable de la muerte de María del Socorro? ¿Quién es el Herodes infanticida? Es el salario de hambre, es el tiranuelo que oprime al pueblo y le quita la tierra, es el progreso que sólo mira a la ganancia y no se preocupa del hombre que ha construido el progreso con la fuerza de su trabajo, es la abundancia, de los ricos robada a los pobres, es el sistema que margina al pueblo como ignorante, sin voz y sin vez, ¡son tantas cosas...!
103
LA ESTRELLA DE BELÉN: LOS MAGOS OFRECEN SUS DONES
María del Carmen estudió en la universidad y se diplomó en medicina. Tenía ante sí un futuro brillante. Podría ganar mucho dinero, si quería. Pero rehusó. Hicieron una especie de voto de pobreza, ella y su marido, de común acuerdo. Sólo quieren ya lo necesario para vivir y criar los hijos. Llevan una vida muy sencilla en un barrio popular y se dedican a sus hermanos pobres. Ella misma admite: «Dejé atrás muchas riquezas, pero encontré otra mayor. Lo que dejé no puede compararse, ni con mucho, con lo que ahora tengo. Antes yo era rica, tenía de todo, pero me remordía la conciencia. Sentía una gran necesidad de perdón, dándome cuenta, no sé por qué, que no me bastaba sólo el perdón de Dios. Mi riqueza era grande en demasía, frente a tantos pobres, hermanos míos, hijos del mismo Padre. Y pensé: los únicos que me pueden perdonar son los pobres. Y ahí apunté. Lo dejamos todo, yo y mi marido. 104
Y debo decir que los pobres perdonan ¡setenta veces siete!» La estrella apareció en la vida de María del Carmen cuando ésta se alejó de donde moraba Herodes. Justo como sucedió a los reyes magos (cf Mt 2,9). Volvió a encontrar la estrella del perdón y de la paz junto a los pobres, a quienes ahora ofrece sus dones (cf Mt 2,11). Avisada por Dios, ya no regresó adonde Herodes sino que sigue por otro camino, indicado por Dios y por su conciencia (cf Mt 2,12).
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NAZARET: EL N I Ñ O CRECÍA Y ESTABA SUMISO A SUS PADRES'
José Domínguez se casó con María. Tuvieron varios hijos e hijas. Pero los chicos murieron todos, con gran tristeza de los padres. Quedaron sólo las niñas. «No se logra sacar adelante a los niños. ¡No sé por qué!», decía José. José es labrador. Trabaja un campo, lejos de casa. Esta, aunque pobre, es muy limpia. María se empeña. Las hijas son guapas, un verdadero capricho de la naturaleza: Ester, Cristina y Conchi. Finalmente, nació también un niño, y José dijo a su esposa: «María, este niño tiene que vivir. ¡No puede morir!» María le miró, algo desanimada, como si quisiera decir: «Pero, José, eso no depende de nosotros, ¡depende de Dios!» José adivinó el pensamiento de la esposa y remachó: «Eso mismo, María. ¡Dios nos va a tener que ayudar! La gente le va a llamar 'el niño Nazareno'. Es el nombre de Jesús. Con tal nombre escapará de la muerte y vivirá.» A los parientes les pare109
ció un nombre raro, pero José insistió: «Se llamará Nazareno, porque tiene que vivir.» Tras el nacimiento de Nazareno, María no gozó ya de sosiego. Vive para el niño, con una preocupación constante, día y noche. Las hijas, pequeñas aún, la ayudan. Y Nazareno está creciendo en edad y sabiduría, ante Dios y ante los hombres, vivaracho y fuerte, allá en el caserío (cf Le 2,52).
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AL P I E DE LA CRUZ: A H Í TIENES A TU MADRE
Todas las historias que vamos contando son verdaderas historias del «pueblo humilde y pobre» que lleva las andas de Nuestra Señora por las calles de la historia. Las lleva hacia el Calvario, donde Jesús está colgado en la cruz. El pueblo es como el apóstol Juan, el único que no huyó y se quedó con Nuestra Señora al pie de la cruz (cf Jn 19,25-26). El pueblo no escapa, no tiene miedo a sufrir. ¡Sufre ya tanto! Pero tampoco va solo. Va con Nuestra Señora, cargando su imagen, para llegar delante de Jesús moribundo, hasta hoy, en tantos hermanos. Llegado al Calvario, el pueblo no habla. Se queda simplemente mirando, haciendo acto de presencia. Jesús tampoco habla. Permanece rezando en lo alto de la cruz. Y desde ahí, en el silencio de aquel dolor, los ojos de Jesús repiten hasta hoy las mismas palabras que resonaron por primera vez en el Calvario de Palestina: «Al ver Jesús a 111
su madre y junto a ella al discípulo ( = e l pueblo) más querido, dijo: 'Mujer, ahí tienes a tu hijo.' Después dijo al discípulo: 'Ahí tienes a tu madre.' Desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa» (Jn 19,26-27). Desde que Jesús, en lo alto de la cruz, poco antes de morir, pronunció esas palabras, el pueblo humilde no ha vuelto a separarse nunca de Nuestra Señora. La lleva consigo, dentro del corazón, dentro de su casa, doquiera que vaya. ¡Jesús lo mandó! Fue su última voluntad.
PASCUA: LA EXTRAÑA FUERZA DE LA RESURRECCIÓN
Todas estas narraciones muestran cómo la historia de María se prolonga hasta hoy en las pequeñas y grandes luchas de nuestra vida. Silencioso y sin nombre, el pueblo va llevando las andas de Nuestra Señora, llevando por las calles su esperanza. Casi nadie le conoce por nombre, y él no habla. ¿A quién hablar, si nadie le escucha? Se oye solamente el murmullo de su voz, bajo las andas, mezclado con las voces de miles de hombres y mujeres de todas las lenguas y naciones, llorando y rezando sin parar: avemaria. Pero quien sabe escuchar la voz del silencio del pueblo y de su entrega a la vida, capta un mensaje y empieza a entender algo de la extraña fuerza de resurrección que aparece en la cruz. La cruz de Cristo, la cruz del pueblo, escándalo para unos y locura para otros, pero para nosotros expresión de la sabiduría y del poder de Dios (cf 1 Cor 1,18.23). 1 i
t
Ese tal empieza a entender que de quienes oprimen la vida no puede venir la fuerza de la vida. De ésos viene sólo la muerte, pues ellos mismos están muertos, atollados en pensamientos muertos, sin vida. Ellos mismos necesitan redención y liberación, que podrán venir sólo de los débiles y oprimidos. Porque la fuerza de la vida únicamente nace y aparece allí donde se la crucifica, se la oprime, se la tortura y se la persigue. ¡Sólo allí aparece la fuerza de la Resurrección! Sólo resucita quien primero muere. A muchos les gustaría que el pueblo no se detuviese en el viernes santo, sino que pasara en seguida al domingo de Pascua. Pero ¿cómo pasar, si el viernes santo se prolonga hasta hoy en la vida del pueblo? ¿Abandonar el Calvario antes de hora y dejar solos a los hermanos sufriendo en la cruz? Por el simple hecho de que el pueblo permanece al pie de la cruz, junto a Nuestra Señora, está anunciando a todos su fe en la resurrección y en la vida. Sí no creyese, ¡la vida habría terminado ya hace mucho tiempo sobre la faz de la tierra! Hablar así parece «locura y escándalo» (cf 1 Cor 1,23). Pero hay un motivo para ello. Igual que el «pueblo humilde y pobre» del tiempo de Sofonías (cf Sof 3,12), así nuestro pueblo ya no parece creer en ideas y promesas humanas, por muy buenas que sean. Le engañaron durante siglos. Sufrió en demasía para poder confiar aún en los hombres que prometen un futuro mejor Sólo cree en Dios
mismo y en la vida, y sólo con ellos dos, Dios y la vida, se compromete. El pueblo ha adquirido una sabiduría, una sabia desconfianza, que no se deshace con peroratas y discursos políticos. Para poder creer, los pobres exigen pruebas y testimonios concretos. Únicamente así aceptan y se comprometen. Antes de pretender alguien que el pueblo le crea, debe merecer esta fe del pueblo con su testimonio. ¡María la mereció! Precisamente por eso, aunque oprimido, este pueblo es libre. Libre tanto frente a sus opresores, cerno frente a sus libertadores, ¡juzga a unos y a otros!
11 s
6 El homenaje del pueblo a la Madre de Jesús
LOS NOMBRES QUE EL PUEBLO D I O A MARÍA
Es el amor quien inventa los nombres, y en el nombre se expresa lo que más gusta de la persona amada. ¡Cuanto más amada, más nombres! El amor del pueblo inventó los nombres para la madre de Jesús. Son tantos que no caben en esta página. Recuerdo sólo algunos: Nuestra Señora de la Concepción, Nuestra Señora del Buen Parto, Nuestra Señora de la O, Nuestra Señora del Buen Viaje, Nuestra Señora del Destierro, Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, Nuestra Señora del Buen Consejo, Nuestra Señora del Amparo, Nuestra Señora de los Remedios, Nuestra Señora de la Salud, Nuestra Señora de la Ayuda, Nuestra Señora de la Guía, Nuestra Señora de los Navegantes, Nuestra Señora de la Consolación, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de la Buena Muerte, Nuestra Señora de la Soledad, Nuestra Señora de la Piedad, Nuestra Señora de la Liberación, Nuestra Señora de las Victo119
rias, Nuestra Señora de las Gracias, Nuestra Señora de la Asunción, Nuestra Señora del Rosario, Nuestra Señora de la Alegría... Ella tiene nombres para todos los momentos de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Nuestra Señora acompaña al pueblo en el «destierro» y en la «soledad», en los «dolores» y en la «muerte». Va con él en toda circunstancia, alimentándole la esperanza con su «ayuda», con sus «consejos», con su «consolación». Ella «ayuda» y «ampara», «guía» y «socorre», «remedia» y «libera», conduce a la «victoria» e introduce en la «gloria». ¡A todos comunica su «alegría»! Tiene nombres emparentados con los lugares en que vivió y donde se la venera: Nuestra Señora de Nazaret, Nuestra Señora de Belén, Nuestra Señora de Loreto, Nuestra Señora de la Peña, Nuestra Señora de Fátima, Nuestra Señora de Lourdes, Nuestra Señora del Carmen, Nuestra Señora de Montserrat, Nuestra Señora de Covadonga, Nuestra Señora del Rocío, Nuestra Señora del Camino, Nuestra Señora de Lujan, Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Señora del Pilar... Decenas de municipios y centenares de poblaciones en todas las regiones y países de España e Iberoamérica tienen nombres relacionados con el de la madre de Jesús, como el de santa Ana, madre de Nuestra Señora, y con el de san José, el esposo de María. La imagen de Nuestra Señora con el Niño en brazos o la de la Inmaculada Concepción pisando 120
la cabeza de la serpiente, se encuentra en casi todas las casas de nuestro pueblo, pintada o copiada de mil maneras. ¡Es la imagen de las madres que engendran sus hijos creyendo en la vida y derrotando al dragón!
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LAS FIESTAS DEL PUEBLO EN H O N O R DE NUESTRA SEÑORA
Los santuarios de Nuestra Señora, a los que el pueblo acude de todas partes, están esparcidos por toda nuestra geografía patria. Filas interminables de carretas, o de coches y autobuses, cruzan, principalmente en ciertos meses, todas las rutas con multitud de romeros y peregrinos. Van cantando y rezando, un rosario tras otro, ininterrumpidamente. En la gran plaza ante el santuario, encuentran amigos o conocidos, traban nuevas amistades, ríen y charlan. ¡Todo se vuelve un gran regocijo que anticipa la fiesta final! Doña Rosa, viuda, madre de muchos hijos —varios fallecidos—, resumió su idea en una sola frase. Le pregunté: «¿Y usted por qué va a esa peregrinación? ¿Qué espera hacer allá en el santuario?» Respondió: «Sentir el cielo abierto.» Quien no puede desplazarse lejos, se queda en casa y hace una novena en la propia parroquia. Va a la procesión, toma parte en el mes de mayo, 1??
asiste al rito de la coronación o participa en la tradicional rifa. Son muchas las maneras que el pueblo usa para manifestar su devoción. Novenas y rosarios, mes de las flores y coronaciones, romerías y procesiones, cantos y fiestas, imágenes y andas, letanías y bendición, santuarios y rifas, sin hablar de la devoción personal de cada uno. Regiones enteras se reúnen, en miles de lugares, para homenajear a la Madre de Dios en sus fiestas. Dicen que debajo de algunos montes hay un río subterráneo que, de aprovecharse, daría agua para transformar el páramo en un jardín florido y verdeante. ¡Tan inmenso es el río! Hay en el pueblo un río subterráneo que aflora aquí y allá. Aflora en esta devoción inmensa de siglos que el pueblo tiene a Nuestra Señora. Sólo que sus aguas no están aún bien aprovechadas. Si fuese posible canalizarla, esta agua de Dios y todo lo que representa para el pueblo, la vida de éste se transformaría en un jardín verdeante y florido, y el pueblo cantaría hoy el himno de Nuestra Señora como se cantó la primera vez. Sería la llegada del Reinado que Dios prometió, para cuya realización él quiso y todavía quiere depender no del consentimiento del emperador romano o del gobierno, pero sí del consentimiento del pueblo humilde y de aquella muchacha bien pobre de Galilea, llamada María.
193
LA IMAGEN D E NUESTRA SEÑORA
El tiempo desgasta las imágenes. Estas requieren muchos cuidados. Hay que protegerlas contra los ladrones que conocen su gran valor. Hay que restaurarlas para que descuelle nuevamente la belleza que el artista puso en ellas. Todo eso es un símbolo y da pie a una comparación. El tiempo fue desgastando la «imagen» que el pueblo tiene de Nuestra Señora. Los responsables no tuvieron todo el cuidado necesario. Algunos ladrones vinieron y robaron sus joyas. No resulta ya tan fácil reconocer toda la belleza que Dios, el artista, puso en ella cuando dijo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19,27). ¡Si fuera posible restaurar y remozar la «imagen» de Nuestra Señora, sin destruirla ni deformarla! Restaurarla de tal modo que transparentase mejor el mensaje de Dios al pueblo y apareciera bien claramente, a los ojos de todos, el testimonio que 1?zt
María nos legó de su fe en Dios y de su entrega a la vida. Renovarla de tal modo que se transformase en un espejo límpido y sin empañar, para que el pueblo pudiera contemplar su propia faz de personas, de hijos de Dios, y descubrir en ella la propia misión en el mundo de hoy. ¡Si fuera posible limpiar este espejo...! Un día tal sueño se hará realidad. Aunque por ahora todavía no seamos capaces de ver toda la belleza de la «imagen» de Nuestra Señora, la gente sabe que hay tal belleza en' ella e intuye en la misma un secreto muy importante para nuestra vida. Por eso el pueblo la lleva consigo doquiera que vaya, protegiéndola con su devoción. No juzga externamente lo que aún no entiende. Sabe que la vida es más grande de lo que se comprende. Espera el día en que alguien le ayude a descubrir todo el secreto de la «imagen» de Nuestra Señora. Ese día, cuando llegue, será el día del gran milagro, nunca visto aún, que hará coincidir el viernes santo con el domingo de Pascua y transformará la gran procesión del Señor muerto en el cortejo festivo de Resurrección y de Vida. ¡Nuestra Señora de la Liberación, ruega por nosotros! ¡Nuestra Señora de las Victorias, ruega por nosotros!
125
índice
2.
LLEVANDO LAS AMDAS DE NUESTRA SEÑORA
5
El nombre de María El avemaria has andas de Nuestra Señora Los grandes y los pequeños Ser de Dios y del pueblo La imagen de María es pobre y morena
9 11 14 16 18 20
LOS TRES RETRATOS DE LA MADRE DE QUE LA BIBLIA NOS H A CONSER-
Dios
VADO
23
Primer retrato- María era de Dios
25
Oir, creer y vivir la Palabra de Dios La Palabra de Dios en la Biblia y en la vida A pesar del sufrimiento Un resumen de la vida de María Desde la Concepción hasta la Asunción
25 26 27 28 29
Segundo retrato. María era del pueblo
31
Atenta y preocupada con los demás No abandona a los amigos en el momento del aprieto Era del pueblo por decisión propia y por condición de vida
31
34
Tercer retrato: reza con nosotros
36
Primer paso Segundo paso
36 37
AVE, MARÍA, LLENA DE GRACIA
39
La vida en Nazaret
43
El lugar La condición de vida del pueblo Las reuniones del pueblo en torno a la Biblia El trabajo La situación del país
43 43
La vida en familia
47
En casa de los padres Como las otras muchachas del lugar El noviazgo con José El sufrimiento de José y María Dios no pide permisos
47 48 48 49 51
^^o
32
44 44 45
La vida de los «pobres de Dios»
54
La decepción frente a los grandes Su único apoyo era Dios Dios escoge a los pobres
54 55 55
El Señor está contigo, María
57
1. 2.
57 58
«Favorecida por la gracia» «El Señor está contigo»
«No temas»
60
«El Espíritu Santo bajará sobre ti»
62
María, Madre y Virgen, retrato del pueblo de Dios
64
¿Cómo entender la acción del Espíritu Santo en María? La acción del Espíritu Santo en María y en el pueblo María, Madre y Virgen, retrato del pueblo de Dios La incomprensión del propio pueblo
4.
64 65 66 68
L U C H A ENTRE LA MUJER Y EL DRAGÓN
MALIGNO
71
El nacimiento de jesús
75
Era pobre Era chocante
75 76
m
Herodes y los reyes magos
78
Las dos señales en el cielo: la mujer y el dragón
80
¿Quién es la mujer? ¿Quién es el dragón?
81 82
•
¿Quién ganará esta lucha?
85
Dios interviene a favor de la vida
87
«¡Felices vosotros, los pobres!» (Le 6,20)
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LA HISTORIA HASTA H O Y
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DE MARÍA QUE SIGUE
Una víspera de Navidad grávida de Jesús 95 Navidad: dio a luz un niño 97 Belén: acostó al niño en un pesebre 99 La huida a Egipto: Herodes sigue matando a los niños 101 La estrella de Belén: los magos ofrecen Sus dones 104 Nazaret: el niño crecía y estaba sumiso a sus padres 109 Al pie de la cruz: ahí tienes a tu madre 111 Pascua: la extraña fuerza de la resurrección 113 1 X7
6.
E L HOMENAJE DEL PUEBLO A LA MADRE DE JESÚS
Los nombres que el pueblo dio a María Las fiestas del pueblo en honor de Nuestra Señora La imagen de Nuestra Señora
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